El peligro de la cultura materialista en tiempos del coronavirus

Armando de Armas

 

El principal enemigo -por peligroso y no percibido- que al presente adversa a EE.UU y por extensión al mundo occidental, no sería el terrorismo islamista, ni siquiera China o el Deep State -enquistado de mala manera en las estructuras del Gobierno, los bancos, la burocracia, los medios de difusión y la industria del entretenimiento-, y miren que ciertamente China y el Deep State peligrosos son, pero lo son y lo han sido sólo en la medida que ese principal enemigo que enuncio se expande. Ese enemigo es la cultura materialista que ha permeado, encallecido y acanallado a la sociedad europeo-estadounidense desde la Revolución francesa para acá pero, sobre todo, durante los dos ultimo siglos.

Fíjese el lector que ni siquiera menciono a Rusia como enemigo porque el país de los eslavos, tras pasar por la experiencia extrema del comunismo materialista, se ha convertido, a su manera a veces poco cortés, o errada, en un defensor a ultranza de los valores espirituales que han sostenido a Occidente a través de la historia. Luego, Rusia debiera ser un aliado y no un enemigo en esta lucha. Una cultura, una nación o un imperio no decae y desaparece por motivo de carencias materiales, decae y desaparece cuando en la plétora de riquezas materiales se aleja de la tradición espiritual gracias a la cual ha prosperado, así, empobrecido el espíritu, empobrece, enferma y muere en consecuencia la cultura, la nación o el imperio; la cultura siempre como un puente entre el espíritu y la manifestación material de la nación o el imperio.

La economía no es causa de nada, es resultado de un espíritu, de un pensamiento, de un modo de ver, estar y hacer y, en última instancia, de una política que sería finalmente lo menos materialista dentro de lo ya materialista. Así, algo tan materialista como sería una moneda alcanza sin embargo su real valor por la parte espiritual que posee. De modo que en una moneda de oro lo que vale no es tanto el oro con que fue fabricada en sí como la simbología que se graba en su bruñida superficie. Por lo que siguiendo ese razonamiento, menos valor aún tendría el especial papel con que se confecciona el dólar, excepto por la simbología que le adorna y que, por si las dudas, se destaca profusamente en el estampado del billete. El símbolo, ya sabemos, pertenece al mundo del espíritu.

Más dañino que China y su poderío económico o militar han resultado para Occidente los tres más influyentes escritores de todos los tiempos con sus tres deposiciones materialistas: Darwin, Marx y Freud. Darwinismo: el hombre desciende del mono y medio mono es. Marxismo: lo más bajo debe regir sobre lo más alto. Freudianismo: el significado de la vida humana no está en el alma sino en el bajo vientre y la entrepierna como rectores de lo inconsciente y la conducta. Si existe una metafísica del sexo -como Julius Evola se encargó de mostrar en un libro con ese título- obviamente existe una metafísica de las relaciones humanas y de las naciones. La verdad es que si existe una física es porque existe una metafísica. Los órganos sexuales, las naciones y el mundo material son sólo expresiones ulteriores del Espíritu. Así, quien las tome como la causa y no como el efecto de una realidad superior, está en la misma situación de quien toma la parte por el todo; del ciego que ponen a palpar la trompa de un elefante y razona que el animal no es más que una manguera enorme, flexible y rugosa.

Por los últimos ocho mil años al menos toda gran cultura surgió al amparo de las armas y desapareció al extinguirse el espíritu, la voluntad y el valor de usarlas. Roma no cayó un día mediante una definitiva acción heroica sino que fue siendo paulatinamente ocupada por hordas de bárbaros hambrientos. Cayó o empezó a caer cuando abandonó o secularizó a sus dioses, cuando se plantó no como la espada del mundo sino como el lupanar del mundo, cuando su juventud se afeminó y relajó sus costumbres para moverse a sus anchas en el vicio y la molicie, cuando dejó de integrar las legendarias legiones que imponían orden en el caos de su tiempo, y puesto que el espíritu no tolera el vacío, estas legiones empezaron entonces a ser integradas por los bárbaros que arribaban, valor mediante, hasta sus más altas instancias de mando; gente que por norma no amaba a Roma sino que a lo máximo la asumía como una gran teta alimentaria. Por cierto, las hordas de bárbaros hambrientas que acampaban a las afueras y en las calles de la ciudad, ya sin ser molestadas, venían a por la comida porque en Roma la había y en abundancia. Luego los romanos de ese tiempo tenían hartura material y miseria espiritual, por eso sucumbieron, en tanto los bárbaros tenían miseria material y hartura espiritual; esa fortaleza espiritual los llevó así a regir sobre Roma y adueñarse del Imperio y sus inconmensurables riquezas materiales.

Lo que constituye la unidad que converge en un cuerpo, lo mismo en el cuerpo de una persona, de una nación o un imperio, es el alma, el espíritu enclavado en el alma, un principio superior, que tiene el principio y el fin en sí mismo y que por tanto no vive para las necesidades del cuerpo, sino que tiene al cuerpo para cumplir con sus necesidades en el plano material. Así según Aristóteles, el alma no es producida por el cuerpo, sino al revés, en el sentido de que el alma es el fin último, representa el profundo principio organizador del cuerpo mismo. Ello explicaría tal vez el que la Declaración de Independencia de las iniciales Trece Colonias para la conformación de los Estados Unidos de América, con fecha del 4 de julio de 1776, empiece supeditando los hechos de la naturaleza, y de la historia, a Dios, y obvio, también el éxito posterior del organismo político que nacía ese día con el siguiente enunciado: "Cuando en el curso de los acontecimientos humanos se hace necesario para un pueblo disolver los vínculos políticos que lo han ligado a otro, y tomar entre las naciones de la tierra el puesto separado e igual al que las leyes de la naturaleza y del Dios de esa naturaleza le dan derecho, un justo respeto al juicio de la Humanidad exige que declare las causas que lo impulsan a la separación”.

De manera que ni los manejos en las sombras del Deep State ni las maniobras del poderío militar y económico de China -y ni siquiera la mortandad del coronavirus- podrían hacer mella alguna en EE.UU o el mundo occidental si antes no fueran infestados por una cultura materialista, banal e intranscendente. El espacio occidental debería pues apostar el futuro a la creación de los anticuerpos más efectivos para eliminar esa infestación.

Armando de Armas:Escritor cubano, Santa Clara, Cuba, 1958, autor en los géneros de periodismo investigativo, ensayo, narraciones y novelas. Entre sus libros destacan La tabla, una abarcadora novela sobre la sociedad isleña, y Los naipes en el espejo, un ensayo sobre la historia de los partidos políticos estadounidenses que augura además el triunfo electoral de Donald Trump en 2016 y un profundo cambio de época en el mundo occidental.