LOS AFRICANISTAS, SOLDADOS DE AYER, DE HOY Y DE MAÑANA, por Luis E. Togores

 

 

Luis E. Togores

Catedrático de Historia Contemporánea

Boletín FNFF Nº 152

 

España tuvo, como todas las naciones europeas, en el siglo XIX soldados coloniales para mantener y defender los restos de su imperio en las Antillas y en Asia Oriental, llegando incluso a participar en campañas en Vietnam. Pero la simiente del africanismo español, como escuela de valores, de formas de entender la milicia y el servicio a la Patria, de cómo hacer la guerra surgió como consecuencia del inicio de la acción de protectorado en el norte de África tras los acuerdos de Algeciras de 1906 y los acuerdos de Fez de 1912.

Antes de la I Guerra Mundial, e inmediatamente después, el Ejército español se encontraba doctrinalmente divido entre los partidarios del modelo de ejército francés y el modelo alemán. El primero, ya desde la Guerra de Crimea, tenía una forma de hacer la guerra menos encorsetada que el alemán, lo que facilitaba las operaciones en espacios coloniales pero había resultado desastroso en los campos de batalla europeos como se había evidenciado durante la Guerra Franco-Prusiana. La forma de hacer la guerra de los franceses en ultramar, en Argelia y Marruecos, hizo que muchos oficiales coloniales españoles estudiasen con especial interés al ejército galo de ultramar y sus formas de combatir.

La primera generación de Africanistas se comenzó a fraguar durante los difíciles años de la Guerra de Marruecos, combatiendo algunos de sus veteranos en la II Guerra Mundial, la guerra de Ifni y Sahara, a finales de los años 50´.

De la dura escuela de Marruecos surgió el grupo jefes y oficiales llamados a desempeñar un papel  fundamental en  la Historia de España del siglo XX. En este conflicto, que se prolongó a lo largo de dieciocho años, surgió una  escuela de militares profesionales españoles, colonial, que se caracterizaba  por entender de una forma nueva la milicia, por su alta capacidad profesional probada en el campo de batalla, su inicial relativa juventud en relación a sus empleos y la existencia de fuertes lazos profesionales y personales entre ellos y sus hombres. La mayoría de ellos aprendieron el oficio de la guerra destinados en unidades especiales (La Legión, Regulares, Tiradores de Ifni, Tropas Nómadas o en la Mehala). En estas unidades existía una disciplina férrea y se hacía gala de desprecio a la muerte y de una entrega absoluta al servicio. De su herencia surgió una tradición, nació una verdadera escuela que, a lo largo de tres generaciones de soldados, ha proporcionado jefes y oficiales a España para guarnecer territorios coloniales y combatir en escenarios bélicos dentro y fuera de la Península Ibérica.

Berenguer, Millán Astray, Franco, Sanjurjo, Mola, Queipo de Llano, Varela, Yagüe o Asensio Cabanillas son buena muestra de los soldados españoles, coloniales, que conocemos por africanistas. Practicaron sobre el duro terreno del Rif una nueva y exitosa forma de hacer la guerra. La pusieron en práctica y la teorizaron a través de su escritos, especialmente en la Revista de Tropas Coloniales.

La Legión, por componerse de soldados fundamentalmente de raza blanca, hizo que sus mandos fuesen los que imprimiesen mayor estilo a los africanistas. Los oficiales de Regulares o de la Mehala no les iban en zaga en valor y virtudes castrenses, pero sus tropas, de fiera acometividad en el combate, injustamente han dejado una huella menor en el imaginario de los españoles y de muchos extranjeros.

Entre la oficialidad africanista las bajas superan el veinticinco por ciento. Un enorme sacrificio que en la milicia solo puede ser recompensado con ascensos y condecoraciones, lo que convertía a los oficiales de las unidades de choque en auténticos fanáticos del servicio en campaña, en defensores de la honrada aspiración de llenar su pecho de laureadas, medallas militares individuales y cruces rojas, lo que les proporcionó, en muchos casos, carreras meteóricas, si sobrevivían. Hacía culto al valor en campaña  causando un reverencial respeto entre sus subordinados. En Marruecos se cimentaban las mejores carreras militares, lo que sirvió para llevar al Protectorado a los mejores oficiales del Ejército español que perseguían los puestos y las acciones donde florecía la muerte y los premios al valor. Esta persecución, casi obsesiva, del éxito profesional les hacía ser especiales.

En Marruecos nació un grupo de oficiales españoles hecho a una guerra dura y sin cuartel, en muchas cosas similares a los soldados británicos del Ejército de la India que tan bien retrató Kipling y a sus homónimos de la Legión Extranjera francesa. Oficiales que iban siempre en vanguardia, salpicando con su sangre los aduares y arrancando a sus hombres frases como la oída por Solano en un viaje a los campos de batalla de Melilla: <Yo he visto cómo los soldados del Tercio se acercaban a un teniente y le decían: Usted es Dios, porque aquel oficial había saltado las trincheras para recoger un herido, frente al enemigo, dando ejemplo a la tropa. Por eso sabían perfectamente los soldados que les acompañaban unos oficiales con los que quizá morirían todos, pero ninguno caería en poder de los moros>.

Ha escrito el general Fontenla que las unidades se componen de cuerpo y alma. El cuerpo es su organización, combatientes, armamento y el material del que disponen. Su alma es el espíritu militar de la unidad: “El espíritu de la unidad no es solamente la suma de los espíritus militares de sus combatientes, es algo más. El espíritu militar de las unidades orgánicas es el que proporciona la cohesión interna, fruto del conocimiento y  confianza mutua (…) todos sabemos que aunque no esté reflejado explícitamente en la Doctrina, el espíritu de cada unidad es también diferente, propio de su idiosincrasia, historial guerrero, tradiciones y adiestramiento específico. El espíritu militar, la moral, son inmateriales y en consecuencia difícilmente conmensurables”, en España ese espíritu es en gran medida de esencia africanista.

La primera de las generaciones africanistas es la formada por los jefes y oficiales que participaron, fundamentalmente, en la guerra de Marruecos, Revolución de Asturias y en la Guerra Civil española, aunque muchos de ellos combatieron en la División Azul e incluso de la Guerra de Ifni-Sahara.

Nuestro africanistas sintetizaron la esencia de su pensamiento bélico en cuatro principios: movilidad, moral, liderazgo y potencia de fuego, lo que obligaba al nacimiento de un nuevo tipo de oficialidad, colonial, y de unidades de combate, fundamentalmente de infantería. Nacía una doctrina que elevaba al nivel de guerra moderna la vieja razias sin apelar a las batallas.

Durante los años de la guerra de 1957 y 1958 rebrotaron con toda su fuerza los valores de la primera generación de africanistas, ya que muchos de sus jefes y oficiales, incluso algunos viejos legionarios aún en activo, trasmitían una forma  de ser, una forma de estar, que seguía cuadrando a la perfección con el escenario bélico norteafricano donde se desarrollaba ahora la vida de una nueva generación de soldados españoles. Los jóvenes oficiales aprendieron el oficio militar  tutelados por la primera generación de africanistas, formando así la segunda generación de esta escuela de soldados, sirviendo en Marruecos, pero sobre todo en Ifni y en el Sahara. Legionarios, paracaidistas, regulares, tropas nómadas y policía indígena forman el núcleo duro de un segundo africanismo que vuelve a encarnar perfectamente los valores de la doctrina africanista, cuya quinta esencia es el Credo Legionario.

El África Occidental Española será la nueva escuela del  africanismo español. De esta escuela de formación de jefes y oficiales africanistas, coloniales, educados y acostumbrados a una forma de ejercer su profesión sustancialmente diferente a la de los militares profesionales que prestaban su servicio en unidades y guarniciones peninsulares, mandando soldados de quinta, se conservó una forma de comprender la milicia que sigue teniendo valía hasta la actualidad.

Esta segunda generación de soldados africanistas quedó cerrada cuando se produjo la cesión del Sahara a Marruecos en 1975. Entonces el espíritu africanista aparentemente desapareció. El espíritu colonial de cuerpo expedicionario había muerto en el Ejército español con la entrega de la última colonia y la muerte del Caudillo. La segunda generación de africanistas, más algunos ya ancianos miembros de la primera, siguieron conservando en sus genes, en su forma de actuar, las esencias de su doctrina, de su alma y de su espíritu, aunque  carecían de una zona de operaciones adecuada para desarrollar sus conocimientos y capacidades.

Estos soldados mantuvieron estos valores hasta que el Ejército español volvió a escenarios de guerra ultramarinos bajo el nombre de operaciones de paz y misiones internacionales. Comenzaba, así, a fraguarse la tercera generación de africanistas. En estas guerras encubiertas los viejos valores de los soldados coloniales españoles, herederos de los soldados de Flandes y de los que combatieron en la manigua y en el Caney, volvieron a surgir con la misma fuerza que en Marruecos en los años 20´, en Ifni en los 50´ o Sahara en los 70´, aunque ahora adaptados a las necesidades de los años finales del siglo XX y primeros del siglo XXI

En esta última etapa se ha producido un cambio sustancial, en apariencia, en las tradicionales unidades históricamente africanistas. La Legión y Regulares –esta última muy cambiada al no reclutarse entre los marroquíes mercenarios a sus suboficiales y tropa- mantienen su viejo espíritu. A estas se han unido una buena cantidad de unidades que, al estar ahora formadas por tropas profesionales y al empezar a salir en numerosas misiones en el exterior –Brigada Paracaidistas, Infantería de Marina, COEs, Regimiento Asturias, Regimiento Alcázar de Toledo, etc.-, sus mandos y tropa han ido sumando a su propia historia valores y características antes circunscritas a mandos de La Legión, Regulares… a los viejos soldados profesionales coloniales.

Desde 1992 La Legión -la unidad más africanistas de la actualidad-, Regulares y Paracaidistas… han sido enviados a prestar servicio en cuatro escenarios fuera de nuestras fronteras, en los Balcanes, en el Próximo y Medio Oriente, Afganistán y en el África Negra, escenarios en los que España no tiene verdaderos intereses y en las que estas misiones tenían más que ver con la Política de Prestigio de la Unión Liberal de mediados del siglo XIX que con intereses concretos de la España de finales del siglo XX y principios del XXI. Pero estos soldados van donde se les manda.

La esencias del africanismo militar español, de su pensamiento, de su forma de entender la vida y la muerte, el patriotismo y el servicio a España, ha calado hondo en los valores del Ejército español durante 100 años. Unos valores que les llevarían a la victoria en la guerra de Marruecos y en la Guerra Civil española. Esta forma de entender la vida y la milicia quedan perfectamente reflejada en el Credo Legionario y el Decálogo del Cadete escrito por Franco para la Academia General Militar de Zaragoza. Franco escribió:

I Tener un gran amor a la Patria y fidelidad al Rey, exteriorizado en todos los actos de su vida. II Tener un gran espíritu militar, reflejado en su vocación y disciplina. III Unir a su acrisolada caballerosidad constante celo por su reputación. IV Ser fiel cumplidor de sus deberes y exacto en el servicio. V No murmurar jamás ni tolerarlo. VI Hacerse querer de sus inferiores y desear por sus superiores. VII Ser voluntario para todo sacrificio, solicitando y deseando siempre el ser empleado en las ocasiones de mayor riesgo y fatiga. VIII Sentir un noble compañerismo, sacrificándose por el camarada y alegrándose de sus éxitos, premios y progresos. IX Tener amor a la responsabilidad y decisión para resolver. X Ser valeroso y abnegado.

 

Los doce espíritus que forman el credo legionario son:

  1. El espíritu del legionario: ​ Es único y sin igual, de ciega y feroz acometividad, de buscar siempre acortar la distancia con el enemigo y llegar a la bayoneta.
  2. El espíritu de compañerismo: Con el sagrado juramento de no abandonar jamás a un hombre en el campo, hasta perecer todos.
  3. El espíritu de amistad: De juramento entre cada dos hombres.
  4. El espíritu de unión y socorro: A la voz de ¡A mí La Legión!, sea donde sea, acudirán todos y, con razón o sin ella, defenderán al legionario que pida auxilio.
  5. El espíritu de marcha: Jamás un legionario dirá que está cansado, hasta caer reventado. Será el cuerpo más veloz y resistente.
  6. El espíritu de sufrimiento y dureza: No se quejará de fatiga, ni de dolor, ni de hambre, ni de sed, ni de sueño; hará todos los trabajos, cavará, arrastrará cañones, carros; estará destacado, hará convoyes, trabajará en lo que le manden.
  7. El espíritu de acudir al fuego: La Legión, desde el hombre solo hasta La Legión entera, acudirá siempre donde oiga fuego, de día, de noche, siempre, siempre, aunque no tenga orden para ello.
  8. El espíritu de disciplina: Cumplirá su deber, obedecerá hasta morir.
  9. El espíritu de combate: La Legión pedirá siempre, siempre, combatir, sin turno, sin contar los días, ni los meses, ni los años.
  10. El espíritu de la muerte: El morir en el combate es el mayor honor. No se muere más que una vez. La muerte llega sin dolor y el morir no es tan horrible como parece. Lo más horrible es vivir siendo un cobarde.
  11. La bandera de La Legión: La bandera de La Legión será la más gloriosa, porque esta teñida con la sangre de sus legionarios.
  12. Todos los hombres legionarios son bravos: Todos los hombres legionarios son bravos, cada Nación tiene fama de bravura; aquí es preciso demostrar qué pueblo es el más valiente.

 

La mayor parte de los africanistas lucharon y vencieron en las filas del Ejército Nacional. Sobre ellos se ha vertido un cúmulo de mentiras -brutalidad, incultura, pretorianismo, ambición de poder…- que no se ajustaba a la verdad. Los africanistas españoles no eran muy distintos a los soldados coloniales de otras potencias europeas de su tiempo. El británico Wolseley confesaba esperar que un nuevo Cromwell encabezase un movimiento militar que barriese los parlamentos repletos de parlanchines babeantes como Gladstone. El general Sir Ian Hamilton consideraba al ejército como el depositario de los valores nacionales amenazados por la corrupción del descontento obrero y por el lujo y materialismo de las clases altas, un pensamiento en el coincidían los militares norteamericanos, alemanes y los africanistas españoles.

Los africanistas españoles forjados en el duro campo de batalla marroquí, viviendo dentro de una sociedad militar cerrada y sometidos a una férrea disciplina crearon un espíritu de cuerpo y una forma de entender los problemas de la patria que les alejaba de los militares metropolitanos y funcionariales –los junteros- y de las ideas sobre el futuro de España de una parte de la sociedad civil, fundamentalmente de los políticos profesionales. Su legado, cada día más tenue, aún flota por las salas de bandera de los acuartelamientos de España.

 

 


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