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3
EL
ANIMAL ÉTICO
Traigo
en
mi
corazón la verdad y
la
justicia,
pu
es
he
arrancado de él todo mal.
No
he hecho sufrir a los
hombres.
No
he
tratado con
lo
s malos.
No
he
comet
ido c
rímen
es.
No
he hecho trabajar en mi provecho con
abuso
.
No
he
maltra-
tado a
mis
servidores.
No
he matado
ni
mandado
matar.
No
he privado
al
necesitado de
lo
necesar
io
para la subs
ist
enc
ia
.
No
he
hecho
llorar.
No
he
tratado de a
um
e
nt
ar
mis
propie-
dades
por
medios
ilícitos, ni de apropiarme de
lo
s
campos
de
otro.
No
he
manipulado
las
pe
sas
e.l
e
la
balanza.
No
he me
n-
tido.
No
he
difamado.
No
he escuchado tras
la
s puertas.
No
he cometido
jamá
s adulterio. He sido siem
pr
e cas
to
en la s
o-
ledad.
No
he
cometido con otros
hombres
pe
ca
dos contra
la
natur
aleza.
No
he
faltado jamás
al
respeto debido a los dioses.
Libro
de
los
muertos
Tradicióri sa
pi
encial egipcia
I.
Importancia de
la
ética
Sow
UN
animal inteligente y libre es capaz de ver la realidad
como tierra en
la
que pued
en
germinar unas semillas invisibles
que llamamos posibilidade
s.
En
la
rama no es escrita
la
íl
e-
cha que podría ser.
Los
metales no piden ser convertidos
en
au-
tomóviles.
El
agua no es energía eléctrica. Sin embargo, el hom-
bre inventa
en
la
realidad ésas y otras
muchas
posibilidades
inverosímiles.
La
libertad inteligente se convierte así
en
una
fa-
bulosa
hormona
de crecimiento administrada a
la
realidad.
El
mundo
se multiplica
en
mil mundos: es el progreso.
¿Y
si
la
posibilidad que escogemos es negativa? Por lo que
sa-
bemos, con frecuencia elegimos mal: hemos inventado
la
música
de cámara, pero también
la
cámara de gas. De ahí que sea nece-
saria
una
brújula que nos oriente
en
el confuso y agitado
mar
de
la
vida: eso es la ética.
Y,
por esa razón, si el homínido se con-
vierte
en
Homo
sapiens,
no
le
queda más remedio que convertirse
en Homo
ethiws.
Es
decir, no
le
queda más remedio que diseñar
un
mundo
habitable. Algo que requiere elegir bien para no
aca-
bar mal; respetar
la
realidad; respetarse a mismo; abrir los ojos
y aprender a mirar; superar
la
ley de la selva; no ser lobo para
el
hombre; usar
la
brújula y el mapa; saber que el terreno está mi-
nado; estar dispuesto a sufrir. En resumen: sostener
un
esfuerzo
inteligente
al
servido del equilibrio personal y social. Y si se quie-
ren
emp
lear palabras diáfanas: hacer
el
bien y evitar
el
mal.
Es
muy posible que la ética
-disciplina
filosófica desde sus
orígenes
griegos-
sea
la
gran creación de
la
inteligencia
hu-
mana, por
encima
de
la
alta matemática y de
la
física cuántica,
pues nos salva de
la
se
lva
y nos permite inventar
un
mundo
ha-
bitable. En castellano, los términos «moral» y «ética» se suelen
usar
corno
sinónimos
porque
su
etimología es equivalente:
tanto el griego
éihos como el latino mos-moris significan acción
humana,
carácter, conducta, costumbre habitual.
Por lo
que
se
ve,
la conducta
humana
se ha enfrentado
siempre a
la
doble posibilidad de ser, precisamente,
humana
o
inhumana. Y es que
la
libertad implica el riesgo de escoger tanto
una
conducta digna del
hombre
como otra indigna y patológica.
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i
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R
t
r.
E1.
ANIMAL
ÉTICO
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.
81
Llamamos ética a la elección de la conducta digna,
al
esfuerzo
por obrar bien, a
Ja
ciencia y
al
arte de conseguirlo.
¿Es
importante
la
ética" Aunque
ya
lo
hemos dicho, vale
la
pena repetir
que
la ética es
importante
en
grado
sumo.
¿Por
qué? Porque
som-:is
int
eligentes y no nos debe gobernar
el
ins-
tinto ni
la
sensibilidad. Porque somos libres y estamos obliga-
dos a escoger. Por lo mismo que son
impor
ta
ntes
la
brújula y el
mapa. Porque carecemos de p
il
oto
automát
ico. Porque el hom-
bre hace honor a
su
condición de sujeto sujetando
sus
actos, lle-
vando las riendas de
su
conducta, conduciéndose. Porque
estamos compuestos de inteligencia y liberta
d:
dos piezas
que
no encajan bien, una mezcla inestable, a veces explosiva. Porque
la ley de
la
selva solo es buena para
la
se
lva.
Porque necesita-
mos vivir en sociedad. Porque es cuestión de
vi
da o muerte. Por-
que queremos ser felices.
Si
pasarnos del «por qué
la
ética» al
«para qué», podríamos responder de forma parecida: para vivir
como
lo
que
somos: personas. Para no vivir como lo
que
no
somos:
monos
con pantalones. Para que el ho
mbre
no sea lobo
para el hombre. Para lograr
la
auténtica calidad de vida.
La
ética es el arte
ele
constT
uir nuestra propia
vida.
Y,
como no
vivimos aislados, sino en convivencia, con
nu
es
tras acciones éticas
también construimos
la
sociedad, y con nuestra falta de ética
la
perjudicamos. Por tanto, nos encontramos quizás ante el más
útil de los conocimientos, ante
el
s necesario:
porque
nos
permite vivir como seres
humanos
, a salvo
ele
Ja selva y del caos.
2.
El
contenido del bien
LA
ÉTICA, por definición, busca
el
bien. Y d b
ie
n se
lo
gra cuando
se
conoce y se respe
ta
Ja
verdad. ¿Qué hace bueno
el
diagnóstico
82
ANTROPOLOGÍA
FlLOSÓF!CA
de
un
médico? ¿Qué hace buenas la decisión de
un
árbitro y la
sen
tencia de un juez? Solo esto:
la
verdad. Por consiguiente,
obr:ir
bi
en es obrar conforme a
la
verdad, conforme a lo que son
las cosas. Pero ese conocimiento no tiene nada de fácil.
De
hecho,
aunque
todos aspiramos a vivir bien, la palabra «bien»
no significa lo
mismo
para todos. Por eso debemos volver a pre-
guntarnos qué hace que las acciones
y la vida sean buenas.
Las
respuestas son múltiples. Desde los tiempos de
la
Grecia clá-
sica se ha dicho que el bien es
el
placer, y el placer la ausencia
de dolor flsico
y de perturbación anímica. Pero también los grie-
gos reconocieron que las cosas no son tan sencillas: muchas
ac-
ciones y conductas
profundamente
buenas
no
están libres de
dolores ni de sorpresas
y desasosiegos. Piénsese,
por
ejemplo,
en
el esfuerzo por superar con buenas calificaciones
un
curso
escolar, en la paciente tarea de educar a los hijos, en
el
trabaja-
dor
que se
ga
na
la
vida
en
el
barco o b mina, y
en
tantos otros
trabajos. ¿Acaso las llamas son
un
plac
er
para el bombero?
¿Es
malo
su
trabajo por
no
ser
placentero?
El
bi
en se puede definir como
lo
que conviene a
una
cosa,
lo
que
la
perfecciona, con independencia del placer o dolor que
pueda ocasion
ar.
Como es gi
co,
no todo lo
que
perfecciona a
uno
perfecciona a otros
(el
ejercicio físico sienta bien a
la
s per-
sonas sanas, no a las enfermas), pero esto no significa
que
el
bien sea subjetivo:
la
conveniencia del deporte o del reposo, en
cada caso, no depende de lo que piensen o deseen esas perso-
nas. De igual
manera,
la
ne
cesidad del aire
que
respiramos o
del agua que bebemos
no
es
un
capricho, es
una
verdad inde-
pendiente de
nue
stra opinión
sub
jetiva. Asimismo, valores ob-
jetivos como
la
paz o
la
justi
cia
han de ser valiosos para todos,
aunque
un
loco pueda negarlo
s.
Aceptarnos en teoría
la
universalidad de ciertos bienes. Sin
embargo. contra esa aceptación
unánime
se alza con frecuencia
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r
t
EL
ANIMAL
ÉT
I
CO
83
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el relativismo: culturas que tienen o
han
tenido por buenos los
sacrificios
humanos,
la
esclavitud, la poligamia, etc.
El
relati-
vismo representa la persistente objeción a
la
pre
tensión
de bus-
car
racionalmente
el contenido objetivo, no subjetivo,
ele
la
palabra «bueno».
La
realidad es
una
tupida red de relaciones entre hechos,
objetos
y personas que se relacionan en el espacio y
en
el
tiempo.
En este sentido es correcto afirmar que todo es relativo: relativo
a
un
antes, a
un
después, a
un
encima, debajo,
al
lado, cerca,
lejos, dentro, fuera
..
. Relativo, sobre todo, a
la
inevitable cadena
perpetua
ele
causas y efectos que todo
lo
ata. Pero relativo y relati-
vismo no significan
lo
mismo
. Más bien son conceptos opuestos,
porque lo relativo también es objetivo:
eres objetivamente
una
chica de diecinueve años, pero
tambi
én eres objetivamente
alumna de tus profesores, hija de tus padres, amiga
ele
tus ami-
gas, nieta
ele
tus abuelos, cliente de
una
tienda de ropa. Y cada
cual te debe tratar como lo
que
objetiva y relativamente eres: el
profesor no puede tratarte como si fueras
su
hija, tus padres no
pueden tratarte como si fueras su alumna o
su
cliente
..
.
El
rela-
tivismo, por el contrario, tiende a confundir la realidad con
el
deseo,
lo
objetivo con
«lo
que a
uno
le
parece». Tiende a sustituir
el parentesco real
por
un
parentesco
ele
conveniencia: «Eso que
a ti te parece bacía de barbero
me
parece a
el yelmo de Mam-
brino,
y a otro le parecerá otra cosa», decía don Quijote.
La
con-
ducta ética nace
cuando
la
libertad
-respetando
siempre
la
realidad-
puede escoger
e~tre
formas diferentes
ele
conducta,
apelando a lo mejor.
El
relativismo es peligroso porque pretende
la
jerarquía subjetiva de todos los motivos, la negación de cual-
quier
supremacía
real. Abre así
la
puerta del «todo vale», por
donde siempre podrá entrar
lo
descabellado e irracional. Con esa
lógica de papel, el drogadicto a quien se pregunta «¿Por qué
te
drogas?», siempre puede responder:
«¿Y
por qué no?»
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1&111aiiiin11A11W1Miiiii!Hiiiiiffifmmtliifiiihi:
iffiiiiiiiillnmffillnmnmm1111111
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P1111111rrnrip1'1'1'
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· · · ·
Entendido
como
concepción
subjetivista del
bien,
el relati-
vismo hace
imposible
la ética.
Si
queremos
medir
las conductas,
necesitamos
una
unidad
de
medida
igual para todo
s.
Porque
si
el kilómetro es para ti
r.ooo
metros,
para
él
900,
y
para
otros
r.200,
850
ó
920,
entonces
el
kilómetro no es nada. Si la ética
ha
de
ser
criterio
para
distinguir
entre
el
bien
y el
mal,
entonces
ha
de
ser
objetiva y
una,
no
subjetiva y
múltiple
..
La
ética
puede
ser
relativa
en
lo accidental,
pero
no
debe
serlo
en
lo esencial. De la
naturaleza
de
un
recién
nacido
se
de-
riva la
obligación
que
tienen
sus
padres
de
alimentarlo
y ves-
tirlo.
Son
libres
para
escoger
entre
diferentes
alimentos
y
vestidos,
pero
la
obligación es intocable.
Subjetivamente
pue-
den
decidir
no
cumplir
su
obligación,
pero
entonces
están
ac-
tuando
objetivamente
mal.
3-
Lo
natural
como
criterio ético
CuENTA
CICERÓN
que,
cuando
Sexto
Tarquino
violó a Lucrecia,
no
había
en
Roma
una
ley
contra
la violación,
«pero
existía
una
razón
derivada
de
la
naturaleza
de
las cosas,
incitando
al
bien
y
apartando
del
mal,
que
para
lleg
ar
a
ser
ley
no
necesitó
ser
re-
dactada
por
escrito,
sino
que
fue tal
desde
su
origen,
tan
antiguo
como
la
mente
divina».
Por
eso,
No
hay nada
s absurdo que creer que
toda
s
las
ley
es e
in
st
itu
ciones
so
n justa
s.
¿Acaso
son
ju
stas
la
s
ley
es
de
lo
s
tira-
nos?
Si
el
fundamento
del
Derecho lo constituyera
la
vo
lun
tad
de
los
pueblos,
la
s decisiones
de
sus jefes o l
as
sentencias
de
l
os
jueces, entonces el Derecho podría consistir en
robJ.r,
cometer
adulterio o falsificar testamentos,
si
tales acciones fueran apro-
badas por votación o por aclamación popular.
Hay,
por tanto,
EL
ANIMAL
ÉTICO
una distinción entre
ley
buena y l
ey
mala, que
solo
puede
ha-
cerse desde el criterio
de
la
Naturaleza.
Esa apclació11 a lo natural,
en
lo
que
tie
ne
de
verdad
ü111e
-
ga
ble, es lo
que
otorga fuerza
argumental
a la queja
de
Shylock,
el
usurero
de
El
mercader
de
Venecia:
¿Es
que un judío no tiene ojos) ¿
Es
que un judío no tiene
mano
s,
órganos, proporciones, sentidos,
afect
os
y pasiones)
¿Es
que no está nutrido
con
los
mismos alimentos, herido por las
mismas armas, sujeto a
la
s mismas enfermedades, curado por
los mismos remedios, calentado y enfriado por
el
mismo v
e-
rano y por
el
mismo invierno que un cristiano)
Si
nos pincháis,
¿no
sangramos)
Si
nos hacéis cosquillas,
¿no
reímos?
Si
nos
envenenáis,
¿no
nos
morimos)
I
gual
que
Colón
no
inventó
América
,
la
ley
natural
tam-
poco es
un
invento
de
la
cultura
humana
,
sino
un
descubri-
miento
que
cada
hombre
realiza
dentro
de
sí.
De
la
mi
sma
manera
que
la
inteligencia
entiende
la
importancia
de
respirar
para
vivir,
descubre
también
que
hay
comportamientos
natu-
ralmente
buenos
que
deben
seg
uirse
po
r todo
aquél
que
quiera
vivir
como
persona
. Cualquie
ra
aprecia
espontáneamen
te
qu
e el
respeto a los
semejantes,
ser
veraz y
cumpli
r las
promesas
son
cosas
buenas
y deseables. Y que,
por
el
contrario, el odio, la trai-
ción y la falsedad
representan
conductas
detestables.
En
reali-
dad, la
evidenc
ia
no neces.ita
demostración.
Por
eso,
cleda
Aristóteles
que
si
alguno
dijese
que
se
puede
matar
a la
propia
madre,
no
merece
argumentos
s
ino
azotes.
Argumentos
pidie-
ron
las
hijas
traid
oras
del rey Lea
r.
De
spués
de
engañar
a su
padre
Je
arrebatan
la
corona y Je expulsan del reino. Lear las
mal
-
dice. Ellas le
preguntan
con
cinismo
por
qué
están
obligadas
a
acogerle. Lear, al
borde
de
la
locura, solo
sabe
responder:
«¡Oh,
no razonéis la
nec
esidad!»
86
ANTROPOLOGÍA
Fll.OSÓl'lCA
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......
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~
El
pun
to de partida para entender
la
ley natural es advertir
que se trata de una evidencia, pues la razón no juzga como in-
d
if
erentes t
oci
os
lo
s actos posibles, sino que, con independencia
de
la
s leyes
humanas
,
emit
e juicios de obligación: debe hacerse
est
o,
debe
ev
itarse aque
ll
o.
Juicios anteriores a la acción,
que
aparecen
com
o
una
ley del obrar distinta
muchas
veces de las
pr
eferencias del su.jeto.
Se
puede objetar
que
esa inclinación
moral de
la
naturaleza
humana
no es
más
que
una
forma del
instinto gregario, orientado a
la
supervivencia. A esta objeción
también se
pu
ede responder que, siendo el deseo de ayudar
al
prójimo
un
buen
ejemplo del instinto gregario, como tal deseo
es algo
com
ple
tamente
dif
erente del convencimiento
ele
que
nu
estro deber es ayudarle: conservo dicho convencimiento in-
cluso cuando no deseo ayudarle.
Hemo
s vis
to
que
el relativi
smo
constituye la gran objeción
a
la
pretens
n de validez objetiva y universal de ciertos bienes.
El
argume
n
to
relativista
por
excelencia es
la
discrepancia que
culturas
dif
erentes
muestran
en cuestiones fundamentales:
sa
-
bemos
qu
e alg
un
as
aprueb
an o
han
aprobado
la
esclavitud,
la
di
scriminación de
la
mujer, las castas ... En
su
libro
Ética
:
Cues
-
tiones
jtA
,
rid
amentale
s,
Hobert Spae
mann
ex
pl
ica
que
esta obje-
ción
su
ele igno
ra
r que la discusión sobre
la
validez general del
bien comenzó, precisamente, con
el
descubrimiento de estos
hechos,
Lo
s g
ri
egos del siglo v antes de Cristo
ya
empezaron a
juzgai,
admi
r
::ibl
es o abs
urd
as las costumbres de los pueblos
ve-
cinos, y sus
fil
ósofos buscaron desde entonces
una
medida o
regla con la que medir las distintas maneras de vivir
y los dis-
tintos comportamientos. A esta norma o regla la llamaronfisis,
que significa «naturaleza». Siguiendo
el
criterio de
lo
natural,
encontraron, por ejemplo,
que
la
co
s
tumbre
de las jóvenes es-
citas que se
co
rt
a
ban
un
pecho para disparar mejor con el arco,
resultaba peor que
su
contraria.
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Et
ANIMAL
ÉTICO
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.......................
En
un
programa de
la
radio alemana,
Spaemann
exp
li
caba
una forma senci
ll
a de superar
el
relativismo por apelación
al
cri-
terio de lo natural. Imaginemos que colisionan los derechos de
fumadores y no fumadores en
una
misma
habitación.
Si
el
con-
flicto se resuelve a favor de los no ,fumadores, eso no ocurre por-
que éstos sean
mejores
personas, sino
porque
la
sa
lu
d
que
invocan tiene preferencia sobre
el
placer de fumar.
El
fumador
se somete a este juicio,
aun
cuando le desagrade, por
la
sencilla
razón de
que
comprende
que es
lo
mejor.
Quien
está dispuesto
a reconocer y respetar valores que se
oponen
a sus propios gus-
tos
o intereses, es capaz de lo
que
se llama
una
acción ética.
Este senci
ll
o ejemplo pone de manifiesto que
la
ética es
el
respeto a
la
verdad. Y
la
verdad es
la
lectura correcta de la reali-
dad. De
una
realidad
que
se nos presenta diseñada, organizada
y regulada por leyes
que
conviene respetar.
De
ahí la necesidad
de
la
ecología, de las
normas
de tráfico, de los hospitales, de los
estudios de ingeniería, de las facultades de Derecho o de las cár-
celes.
Vemos, por tanto, que la condición
humana
es fuente de
obligaciones o leyes naturales de carácter moral. Cuando
losan-
tiguos pensadores griegos y romanos estudiaron la naturaleza
humana,
descubrieron en e
ll
a
una
l
ey
no física ni biológica, sino
moral. Y por
tener
todos los
hombres
una
naturaleza
común,
sin importar la tierra
que
pisen o el cielo
que
vean, la ley moral
de esa naturaleza regirá a todos. Y
su
carácter \.mivers
al
y obje-
tivo
no quedará
en
entredicho ante hechos l
amen
tables como
la
esclavitud o el genocidio, de
la
misma
manera
que
los erro-
res en una operación matemática no atentan contra el valor de
las Matemáticas.
~=mmt1mU11mntmmtmmm1MR11t1mmftmRfftt
Mmm111111:::::
:;;;;¡¡¡rn:
1111
iiiliii
¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡
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1'1
1
111
1
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1
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88
ANTROPOLOGÍA
Fll.OSÓFJCA
4.
Ley
natural y leyes humanas
Los SERES
humanos
vivimos
entre
iguales. Nuestra igualdad de
naturaleza es
la
fuente de los derechos
humanos
y de
sus
co-
rrespondientes
deberes: exigencias racionales
de
ámbito
uni-
versal que,
desde
Sócrates,
han
sido
denominadas
leye
s
no
esc
ritas,
y
también
ley
natural.
Si
la
ley escrita
supone
un
avance
notable
en
la organización de la sociedad, el descubrimiento y
respeto de leyes no escritas, vigentes
en
la naturaleza, tiene
una
importancia
simi
lar,
pues
toda ley
humana
es,
en
el
fondo, tra-
ducción de la ley natural.
La
conexión con la ley
natural
otorga a las leyes
humanas
su
legitimidad. Todo
hombre,
al
preguntarse
por
qué
obligan
la
s leyes,
int
uitivamente sabe que
el
mero
ejercicio del poder no
constit11ye
su
fundamento,
pues
t
ener
el poder
no
es
sinónimo
de ser justo. Por eso intuye
también
que,
en
última
instancia, la
l
ey
humana
solo es verdadera ley cuando respeta la verdad so
br
e
el
hombre
.
Si
se aparta de e
ll
a,
se convierte en violencia,
en
ley
del
más
fuerte al servicio de
una
au
toridad corrompida, como
denuncia
Gandhi:
El
Gobierno establecido por
la
l
ey
inglesa
en
la
India
solo
ex
iste para
exp
lotar
al
pueblo. Ningún sofisma, ningún
mala-
barismo
con
la
s cifras puede
ocu
ltar
el
ev
id
ente testimonio
de
l
os
esquel
etos
que
se
ven
en gran número
de
aldeas.
No
dudo
<le
que
tanto
Inglaterra como
los
habitantes
de
las
ciudades
de
la
India,
si
existe
un
Dio
s por encima de
no
sot
ros,
tendrán que
responder ante Él por este crimen contra la humanidad
qu
e
no
tiene igual
en
la
Hi
sto
ria.
El
orden social requiere la delimitación clara de los dere-
chos y deberes de millones de personas.
Se
denominan
leyes
po-
sitivas las
que
el gobernante
promu
l
ga
para lograr ese orden.
Las
l
1
1
EL
ANIMA!.
É
TI
CO
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••
89
leyes positivas
son
aplicaciones de la l
ey
natural a la infinita
va-
riedad de situaciones que el
hombre
es capaz de crear.
La
ley na-
tural
manda,
por
-:
jemplo, respetar la vida de los demás, pero las
situaciones concretas que
pueden
constit
ui
r
un
peligro para
la
vida -falta de seguridad
en
el trabajo, conducción temeraria, ne-
gligencias médicas, ignorancias culpables,
etc.-
son tan com-
plejas
que
requieren
la
pormenorización
ele
la
l
ey
general.
Lo
que
se
quiere decir es
qu
e las leyes
human
as
han
ele
ser deter-
minaciones particulares
ele
la ley natural, p
ensa
das
para
regular
las variadísimas condiciones concretas
en
las que se desenvuelve
la
existencia
humana:
deben hablar
dond
e la naturaleza calla.
En el siglo
XTTT,
santo
Tomás de Aquino realizó
una
im-
portante síntesis
entre
aristotelismo y cristianismo, y
entendió
por justicia
el
cumplimiento de dos tipos de leyes:
la
ley positiva,
promulgada
por
el legislador
humano,
y
Ja
ley
natural,
impr
esa
por el Legislador divino en la inteligencia
humana.
A
partir
de
es
ta
idea
ele
l
ey
natural se fue abriendo paso
la
creencia
en
unos
derechos naturales de las
personas
. Esos derechos serán esen-
ciales
en
la
noción de justicia de la Edad Moderna, y se consi-
derarán
inna
tos,
eternos
y evidentes a la razón
humana.
Los
derechos
naturales
son
afirmados
por
Locke, l-lobbes y Rous-
seau, filósofos
qu
e
entiende
n la sociedad política y la democra-
cia
como
resultado de
un
contrato social.
La
distinción
entre
leyes naturales y positivas origina his-
tóricamente la contraposición
en
tre derecho natural y derecho
positivo. Qui
enes
reconocen la ley natural sostienen
que
las
leyes positivas
han
de ajustarse
al
derecho natural, de
modo
que
si
una
ley
no
es
conforme
al derecho :natural, carece de ·legiti-
midad. El positivismo jurídico niega ese planteamiento y afirma
que
solo
ex
isten leyes
humanas.
Pero, si no exis
ti
esen
leyes na-
turales, sucedería que, antes de
promulga
r las leyes
hum
anas,
no serían injustos
el
asesinato
ni
el robo,
po
r ejemplo.
Adem
[1s,
90
ANTROPOLOGÍA
FILOSÓFICA
.......
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-
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si
la
l
ey
humana
fuera justa solo por ser
ley,
los regímenes
po-
líticos que violasen legalmente los derechos
humanos
no serían
injustos, nadie podría protestar contra ellos, nadie podría
ex
-
clamar ¡no hay derecho! En otras palabras, no existirían regí-
menes
tiránicos, opresores o totalitarios. En
buena
lógica,
el
positivismo conduce
al
absurdo.
La
Segunda Guerra Mundial nos proporciona
un
buen
ejemp
lo.
Si
la
ley
humana
fuera justa solo por ser
ley,
los jui-
cios de Nuremberg
hubieran
absuelto a los políticos, militares,
jueces
y médicos que aplicaron las leyes de Hitler. Ellos cum-
plieron las leyes de
un
gobierno legítimo, pero desde entonces
-según
expuso el fiscal
británico-
«la Historia
no
conoce crí-
menes
sem
ejantes».
La
acusación comprendía cuatro puntos:
conspiración, crímenes contra la paz, crímenes de guerra y crí-
menes
contra
la
humanidad
. Este último
punto
se refería al
«asesina
to
, exterminio, esclavitud, deportaciones y otros tratos
inhumano
s contra la población civil. antes y durante
la
guerra».
También se refería a la «persecución por motivos políticos,
ra-
ciales o religiosos».
La
acusación por crímenes
<l
e guerra se centró
en
el asesi-
nato masivo de judíos, diversas minorías y poblaciones ocupa-
das. Habla de
fu
silamientos y otras ejecuciones, cámaras de gas,
torturas y
ex
perimentos. Durante
el
proceso,
la
defensa argu-
mentó
que
un
juez no es quien promulga leyes sino quien hace
cumplir
la
s de
su
país.
La
respuesta del ministerio fiscal fue la-
cónica:
«A
veces llega
el
momento
en
el
que
un
hombre
ha de
elegir
entr
e su conciencia y sus jefes». Por otra parte,
lo
s nazis
también aplicaron sus leyes fuera del territorio alemán, y por
ello su perversión se convirtió en asunto de derecho interna-
cional, enjuicia
do
por
un
tribunal internacional.
En
nu
estros días, por una parte se
impone
un
positivismo
que niega
el
derecho natural, y por otra, de forma paradójica,
1
J
1,
J
EL
AN
I
MA
L
ÉTICO
91
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·
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-
·
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......
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..
se defienden los derechos
humanos,
versión
moderna
de los
derechos naturales.
Se
afirma que los derechos
humanos
tie-
nen
validez universal, estén o no reconocidos
jurídicamente
por
un
Estado.
Si
no
lo están, se conciben como exigencias
morales que los individuos
pueden
plantear
ante
los poderes
públicos.
5.
Ética
y libertad
Pon
su
condición racional el ser
humano
es
necesariamente
libre, pues conocer y no escoger sería
un
absurdo psicológico,
una
servidumbre insufrible. Así se explica que perder
la
liber-
tad pueda llegar a
repugnar
tanto como perder
la
propia vida:
«La
libertad, Sancho, es
uno
de los más preciosos dones que a
los
hombres
dieron los cielos; con ella
no
pueden igualarse los
tesoros que encierra la Tierra ni el
mar
encubre; por la libertad,
así como por
la
honra, se puede y debe aventurar la vida», hace
decir Cervantes a Don Quijote.
La
libertad es el poder de dirigir y
dominar
los propios
actos,
la
capacidad de proponerse
una
meta y dirigirse hacia ella,
el
autodominio con
el
que los hombres gobernamos
nue
stras
acciones.
En
la versión de Shakespeare, cuando Julio César teme
ser asesinado y decide
no
acudir
al
Senado, se entabla este bre-
vísimo diálogo:
-Decio,
id
y comunicad que César no irá.
-Poderosísimo
César, dejadme alegar alguna causa para
que no se burlen de mí.
-
¡La
causa es mi voluntad! ¡Que no ir
é!
92
ANTROPOLOGÍA
FILOSÓFICA
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·.
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~
En
el acto libre
entran
en
juego las dos facultades supe-
riores del alma, pues
la
voluntad elige lo que previamente
ha
sido conocido por
la
inteligencia. Antes de elegir es preciso de-
liberar, hacer circular por la
mente
las diversas posibilidades,
con sus diferentes ventajas e inconvenientes.
La
decisión es
el
corte
ele
esa rotación
mental
de posibilidades.
Me
decido
cuando elijo
una
de las posibilidades debatidas; pero no es ella
misma
la
que
me
obliga a tomarla; soy
yo
quien
la
hago salir del
campo
ele
lo
posible. Dirá Alejandro Llano que
«la
posibilidad
favorecida se hace
mía
de
un
modo definitivo;
no
porque las
demás
me
sean
totalmente ajenas como si no ejercieran
en
ninguna
sugestión, sino porque íntima y originariamente doto
a ésta ¿e
un
valor conclusivo». Y
_eso
es
lo
que apreciamos en
la respuesta
rotunda
de Julio César -«¡La causa es
mi
volun-
tad!»- o
en
la
determinación de Ulises, a quien la ninfa Calipso
acoge gentilmente, alimenta y promete
una
inmortalidad libre
de vejez.
El
r
ey
de Ítaca declinó la invitación y regresó junto a
Penélope, que
no
era diosa
ni
inmortal, pero era la
mujer
a
quien amaba.
S~bemos
que
la
posibilidad de elegir es
un
arma
de doble
filo
, que puede voiverse contra uno mismo o contra los demás:
esclavitud, abuso, intolerancia, asesinato, alcoholismo, droga-
dicción
...
, y también simple pereza, irresponsabilidad, mal
ca-
rácter, cinismo, envidia, insolidaridad
..
. En cualquier caso, tanto
si la acción es buena como si es mala, los actos libres son im-
putables
al
sujeto que los realiza, porque
sin
su
querer no se
hubieran producido.
Quien
obra es quien escoge los fines y los
medios
y,
por consiguiente, quien mejor puede dar explicacio-
nes sobre los mismos. Y así, del mismo modo que la libertad es
el
poder de elegir,
la
responsabilidad es
la
aptitud para dar
cuenta de esas elecciones. Libre
y responsable
son
dos concep-
tos paralelos e inseparables,
y por eso se ha dicho que a
la
, Esta-
r
¡
1
tua de
la
Libertad
le
falta, para formar pareja ideal,
la
Estatua de
la
Responsabilidad.
¿Ante
quién
debemos responder? Cada persona es res-
ponsable ante
lo
s demás y ante
la
sociedad. Ante los demás,
en
la
medida
en
que su conducta les afecte: no es
lo
mismo
poner
un
suspenso
injusto que condenar a
mu
erte a
un
inocente,
como tampoco es igual la responsabilidad del ciclista y del
ca-
mionero en el caso de que ambos no respeten
un
semáforo, ni
es igual robar dos dólares que dos millones.
Las
res
pon
sabili-
dades sociales también dependen mucho de las circunstancias:
no es
lo
mismo
ser primer ministro
qu
e
le
ñador,
ni
tamp
oco
el
que siembra tomates tiene
la
misma
re
sponsabilidad que el que
siembra marihuana.
Ser
responsabl
e significa
tener
que
responder
de algo
ante
alguien
. Desde Homero, ese alguien es,
en
última ins-
tancia, Dios, fundamento último de
to
da responsabilidad. Si
Protágoras dijo que el
hombr
e es
la
medida
<le
todas las cosas,
Sócrates y Platón
puntualizaron
que
el
hombre está, a
su
vez,
medido por Dios. Cuando
Hamlet
considera b posibilidad del
suicidio, nos confiesa que no se atreve a quitarse la vida «por
temor de uu algo
despu
és de
la
muert
e, esa ignorada reg
ión
cuyos confines no vuelve a traspasar viajero alguno. Temor que
confunde
nuestra
voluntad y nos impulsa a soportar
aqu
ellos
males que nos afligen, antes
qu
e lanzarnos a otros que desc
o-
nocemos».
Por otra parte, solo sentirse responsable ante
el
gran testigo
invisible es lo que pone
al
hombre
en
la ineludible tesitura de
colmar
un
sentido concreto y personal para su vida, y de
ve
r que
su existencia tiene un valor absoluto e incondicionado.
94
-
ANT
RO
POLOGÍA
F
IL
OSÓF
I CA
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6.
La
conciencia moral
LA
rNT
EUG
E
NCIA
humana
a
menudo
desborda los cauces de lo
deseable y
comp
lica extraordinari
ame
nt
e
lo
s
caminos
del ani-
mal racion
al.
Es
una
caj
a de sorpresas con peligrosa tendencia
a convertirse
en
caja de Pa
ndara
: basta con pe
nsar
en
una
de
las
actividacl es humanas
más
inhumanas
y
comunes:
la guerra.
La
conciencia de esa constante posibilidad de obrar mal pe
rmit
e a
la
inteligencia ejercer
un
eficaz autocontrol sobre
sus
propios
ac
to
s. Esa inestimable función intelectual de reflexión sobre la
propia conducta se
denomina
conciencia moral.
«Conciencia» tiene dos acepciones:
un
a psicológica y otra
mora
l.
Conciencia psicológica es el conocimie
nto
reflejo, el co-
n
oc
imi
e
nt
o de
uno
mismo,
la auto
co
nciencia. Conciencia moral
es
J::¡
capacidad de juzgar la moralidad de la conducta
hum
ana
(propia o
aj
ena).
Es,
por
tanto,
una
capacidad de la
int
eligenc
ia
humana.
De
una
inteligencia
gu
e tiene diversas capacidades,
gue
es polifacética. Hay
-e
ntr
e otra
s-
una
inteligencia estética,
una
inteligencia matemática,
un
a inteligencia
lingüí
stica,
una
inte
li
genci
a moral. Por
eso
Kant
pudo
hablar
de
razón
pura
(científica) y ra z
ón
práctica (moral) .
Conciencia
moral
es preci
samente
la
razón
gue
ju
zga la
moralidad: el bien o
el
mal. No el bi
en
o el
mal
cnico o de-
portivo
-el
gue
nos dice si so
mo
s
un
bu
en dibuj
an
te
o
un
mal
tenis
la-
,
sino
el bien o
mal
moral: el
gu
e afecta a la
person
a en
profundidad,
el
gue dice «eres
buena
pers
on
o «eres mala per-
sona». Hay acciones
que
afectan a la persona superficialmente,
y acciones q
ue
la afe
ctan
en
profundidad. Lavarse la cara afecta
a
la
exterioridad de
la
cara; en cambio, me
ntir
afecta a la inte-
rioridad de la perso
na
.
Un
periodista p
regu
ntab
a a la
mod
elo
Va
l
er
ia
Mazza si alguna vez había rechazado algún trabajo. Ésta
fue
la
r
espu
es
ta:
.1
EL
ANIMAL
ÉTICO
95
.
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.......
.
-...>
........
-Sí.
Nunca hice
un
desnudo o pasé ropa
transparent
e.
Al
principio me costaba
mu
cho negarme, porque lo que quieres es
trabajar, pe
ro
me
daba cuenta de
que
eso afectaría se
riament
e
a mi person
al
idad.
La
conciencia es
una
curiosa eXigencia de nosotros a nosotros
mismos.
No es
-no
debería
ser-
una
imposición
externa
que
provenga de
la
fuerza
de
la
ley,
ni
del peso
de
la
opinión
pública
o del consejo
de
los
más
allegados.
Gandhi
,
acusado
de
sedi-
ción, se defiende
en
el
más
grave de
sus
procesos con estas pa-
la
bras
:
«He
desobedecido a la
ley,
no
por
querer
faltar a la
autoridad británica, sino
por
obedecer a la ley
más
importante
de
nuestra
vida: la voz de la conciencia
».
En
-ocas
iones
,
la
conciencia juzga con criterios absolutos
porgue puede situarse más allá de la
muert
e.
Un
«más
allá» gue
es
pr
ec
isamente
-como
nos
ha
recordado Ha
mlet-
lo
gu
e está
en
juego. Por la
pr
esenc
ia
de
ese criterio absoluto,
intuye
el
hombre
su responsabilidad abso
lut
a y
su
dignidad también ab-
so
lut
a.
Por eso e
ntendemos
a Tomás Moro
cuando
escribía a
su
hija Margaret, antes
el
e ser decapitado: «És
ta
es
el
e ese tipo de s
i-
tuaci
on
es en las
gue
un
hombr
e
pu
ede
perd
er
su
cabeza y
aun
así
no
ser
dañado».
La
conciencia es
una
brújula para
el
bien y
un
freno para
el
mal. Confucio
la
define con palabras sencillas y exactas:
luz
de
la
inteligencia para distinguir
el
bien
r
el
mal. y
la
s
grandes
tradiciones culturales
de
la
humanidad,
des
de
Confucio y Só-
crates,
han
llamado conciencia
moral
a ese
muro
de
contención
del mal, y le
han
otorgado el máximo rango
entre
las cualidades
humanas.
Conviene aclarar
gue
el ejercicio correc
to
de la conciencia
es
incompatib
le
con
el relativismo
moral
, con la
concepción
subjetivista del
bien
. Inteligencia y conciencia
desempeñan
co-
rrectamene
su cometido
cuando
se esfuerzan
por
reconocer la
llill
.
96
ANTROPOLOGÍA
Fll.OSÓF!CA
..
...
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----~,...,-.,.,_.-.,.._._...,,..~._..,.
realidad como objetivamente es, no como subjetivamente puede
parecer o nos conviene que sea. Una tarea que
no
es nada sen-
cilla. Pongo
un
ejemplo literario:
lo
que para Don Quijote son
gigantes enemigos, para Sancho
son
molinos de viento. Pero
los dos no
pueden
tener razón, porque la realidad no es doble.
Un ejemplo suficientemente grotesco como para no sentirnos
aludidos. Nos parece que nadie
en
su
sano juicio
ve
la realidad
tan distorsionada. Sin embargo, por desgracia, no es así: entre
un
terrorista y
un
ciudadano pacífico,
entre
un
defensor. del
aborto y
un
defensor de
la
vida, entre
un
nazi y
un
judío, entre
un
vendedor de droga y
un
vendedor de helados, entre
el
que
vive fuera de la
ley
y
el
que vive dentro, entre
el
que conduce
so-
brio y el que conduce borracho, las diferencias
pueden
ser ma-
yores y
más
dramáticas que las diferencias entre Don Quijote y
Sancho.
Hemos dicho que
la
conciencia es
un
juicio de la razón, no
una
decisión de la voluntad. Por eso,
el
hombre
puede juzgar
bien y, sin embargo. obrar mal. Con otras palabras: la concien-
cia es condición necesaria, pero no suficiente, del recto obrar.
Los
personajes de Shakespeare saben esto perfectamente. Dice
Hamlet de mismo:
«Yo
soy
medianamente
bueno. Sin em-
bargo. de tales cosas podría acusarme, que más valiera que
mi
madre no
me
hubiese echado al mundo.
Soy
muy soberbio, am-
bicioso y vengativo, con
más
pecados sobre
mi
cabeza que pen-
samientos para concebirlos, fantasía para darles forma o tiempo
para llevarlos a ejecución».
El
juicio moral de Hamlet es correcto, pero
su
voluntad no
consigue rectificar
su
deseo de venganza.
Ello
pone de mani-
fiesto que
la
conciencia no es suficiente para logar
una
conducta
ética, pues solo es capaz de obrar
en
conciencia
el
que tiene
el
há-
bito de obrar bien,
el
que además de ver bien tiene
la
fo1taleza de
actuar en consecuencia.
Ello
nos lleva
al
terreno de las virtudes.
r
1
.1
EL
ANIMAL
É
TI
CO
97
7.
La
estrategia de los hábitos
PARA EJEMPLIFICAR
el
proce
so
de adquisi
ció
n
ele
virtudes,
Jo
An-
tonio Marina explica en su ensayo
Teo
ría
de
La
in/
;
cligen.cia
crea.dora
que las destrezas juveniles son siempre resultado de repeticio-
nes
sumadas
durante años, tanto
en
el
deporte como
en
el
do-
minio de
un
idioma o
de
un
instrum
e
nt
o musical. Así,
en
el
jugador
el
e baloncesto,
la
carrera,
el
salto,
la
finta,
la
suspensión,
el
giro, el cambio de balón de
una
mano
a ot
ra
y
el
lanzam
iento
a canasta, son
un
a larga frase muscular aprendida durante años.
Es
imposible que
el
jugador recuerde los ejercicios realizados
en sus p1imeros entrenamientos, pero han quedado integrados en
su
conducta. Y cuando el futbolista dispara a gol,
su
bota es
di-
rigida, s que por
Ja
pierna, por
una
compleja dotación de há-
bitos,
es
decir, de habilidades lentamente adquiridas.
Si
no
fuera
así, para encestar desde seis metros
)'para
disparar
per
fecta-
mente a
gol
bastaría simplemente con que
rer.
La
repetición
ele
un
mismo
acto cristaliza
en
un
tipo de
conducta estable y fácil que llamamos hábito. Gracias a
lo
s há-
bitos, el
hombr
e no está
co
ndenad
o como Sísifo a
emp
ezar
constantemente
ele
cero.
El
hábito conserva
la
posición ganada
con
el
sudor de
lo
s actos precedentes, y hace de la ética
una
des-
cansada tarea de mantenimiento. Experimentamos los hábitos
como
una
conquista fantástica. Sin ellos,
la
vi
da
sería imposible:
gastaríamos
nue
stros días intentando habl
ar,
leer, andar
...
, y mo-
riríamos por agotamiento y aburrimiento. Para valorar
nu
estro
hábito de hablar castellano bastaría considerar
el
esfuerzo que
nos supondría aprender ruso ahora,
y'
dominarlo con
la
misma
fluidez.
Todo esto se cumple
ele
manera
emin
ente
en
la
conducta
ética,
y se conoce desde antiguo.
Ya
dijo Aristóteles que sería in-
útil saber
lo
que está
bi
en y no saber cómo
co
nseguirlo, de
la
98
ANTROPOLO
G
ÍA
FILOSÓl
'
lCA
~---·~-
-
--·-~···
-~,
·
··-·
·~-,,---·-~--,-·-
-
-
-
·
-
-
-
~-
-
~
·
-
-
·
-
-
----
misma
man
era que no nos conformamos con saber en
qué
con-
siste
la
salud, sino
que
querernos estar sanos. Y
el
secreto para
afianzar
un
a conducta es
la
repetición. En la
Ética
a
Nicómaco
e
ncontramo
s una respuesta precisa:
Los
h5bitos no son innatos sino que se
adqu
ieren por re-
peti
ci
ón de actos
(co
sa que
no
vemos en los seres
inanim
ados,
pues si
la
nzas hacia arriba
una
piedra diez mil veces, jámás
vol-
verá a subir si no es lanzada de nuevo).
Junto a su naturaleza biológica, recibida por nacimiento, el
hombre
es capaz de adquirir
una
segunda naturaleza: a través
de los actos que re
petimos
y olvidamos, se decanta
en
noso-
tros
un
a
fo
rm
a de ser
que
permanece. Pero la libertad ofrece
sie
mpr
e
su
doble y pe
li
grosa posibilidad fundamental. Así, unos
se hacen· justos y otros injusto
s,
unos
trabajadores y otros pere-
zosos, responsables o irresponsables, amables o violentos,
ve-
races o
me
ntirosos, reflexivos o precipitados,
constant
es o
inconstantes. La libertad,
en
suma, nos brinda posibilidades de
protagonizar ac
to
s
buenos
y
ma
los. En
el
primer
caso adquiri-
mo
s
vi
rtude
s;
en el segundo, vicios. Aristóteles
ll
ama
virtudes a
lo
s
modo
s de.ser perfectivos, los analiza a fondo y los reconoce
como poderes excelentes.
Al
igual
qu
e una golondrina no h
ac
e verano,
un
ac
to ais-
lado no constituye
un
modo
de s
er.
Sabe
mos
que para consoli-
dar
un
a conduc
ta
es imprescindible
la
repetición de los
mismos
actos. Por eso se
ha
dicho que el que
siembra
actos recoge
-
bitos, y el
qu
e sie
mbra
hábitos cosecha
su
propio carácter. En
consecuenci
a,
«a
dquirir desde jóvenes tales o cuales hábitos no
ti
e
ne
poca o mucha
import
ancia:
ti
ene una importancia abso-
luta».
Es
la conclusión de Aristóteles y de todos los
que
tienen
que
comb
a
ti
r
la
cras
como
la drogadicción, el alcoho
li
smo,
el
sida, la
vio
lenc
ia
juvenil...
J
ELAN
I
MALÉTJCO
99
Los
pedagogos
saben
que, si los hábitos perfectivos no
arraigan pronto, la personalidad del
niño
queda a merced de
sus
deseos.
Hemos
leído
que
se aficionó Lázaro de Tormes al vino,
y el ciego a
quien
servía sospechó y vigiló el jarro en las comi-
das. Pero el deseo
ya
había ganado
la
batalla a la voluntad del
chiquillo:
«Yo,
como estaba hecho al vino,
moría
por
é.
Cuando
un
hábito peligroso cristaliza, puede resultar imposi-
ble erradi
ca
rlo. Hay
que
reconocer que la víctima de
un
vicio es,
en gran medida, responsable de su
im
p
ot
encia,
porque
ha
ll
e-
gado a ser injusto o depravado, dirá Aristóteles, «a fuerza de co-
meter
injust
icias o de pasarse la vida be
biendo
y
en
cosas
semejantes,
cuando
en
su
mano
estaba no
haber
ll
egado a lo
qu
e ahora es».
Ant
es de
mor
i
r,
Kurt Cobain declaraba:
No
quiero ser adicto, no quiero autodestruir
me,
pero
la
heroína es tan poderosa como el diablo, es lo
s adic
ti
vo
que
he probado n
un
ca
.
No
quiero
vo
lv
er a probarla, pe
ro
no
pu
edo
evitarlo. Me vuelvo loco ..
Para algunos, la palabra virtud está devaluada. Sin em-
bargo, nació
en
la Roma de los emperadores y las legiones. Y
significaba fortaleza,
el
esfuerzo propio del
vir,
del varón: la
vi-
rilidad. Aque, los
romanos,
pueblo de conquista, llamaron
virtuosa a la conducta propia del hombre,
que
debe ser esfor-
zada,
no
perezosa y abandonada. El
emperador
Marco Aurelio
sentenc
que
el arte de vivir se parece
s a la lucha
que
a la
danza.
Lo
escrib en campaña, pero su mensaje es necesario
para tiempos de paz, porque nuestro cuerpo es vulnerable
siem
-
pre; porque nadie nacería s
in
la
fortaleza de la
mujer
en
el
parto,
nadie comería sin el esfuerzo del que trabaja la tierra o del que
arriesga su vida
en
la
mar
. Por eso no es aventurado afirmar
que
la
sociedad
siempre
ha descansado sobre las espaldas de
lo
s
fuertes.
ANTHOPOLO
G
ÍA
f!LOSÓF!CA
Además,
por
una
misteriosa incoherencia,
nadie
es como
quisiera ser.
Sabemos
que los seres
humanos
traicionan a me-
nudo
sus
propias convicciones éticas y
no
hacen
el
bien
ni
evi-
tan
el
mal
que
deberían.
En esa
debilidad
constitutiva se
manifiesta
también
la necesidad de
la
fortaleza.
Unas
veces, son
los bie
nes
primarios
quienes
ejercen
una
presión
desmedida:
la
comida,
la
bebida,
el
sexo,
la
comodidad
o la
salud
pueden
adquirir
un
atractivo casi irresistible. En otros casos, el desorden
nace del
enorme
protagonismo
que
hemos
ido concediendo
al
din
ero, al trabajo, a
la
posición
social. Otra manifestación: de
nuestra
debilidad se
muestra
en
que
nos
proponemos
muchas
cosas
y,
sin
necesidad
de
cambiar
ele
opinión,
no
hacemos
lo
qu
e nos
habíamos
propuesto. No es
que
ya
no
queramos, es que
no
queremo
s a fondo,
queremos
sin
fuerza. Por ello
no
es
una
experiencia
ele
falta
de
libertad, sino
ele
falta de fuerzas.
Quien
fum
a
cuando
no
quiere
fumar
o
no
respeta
el
régimen
de
co-
mida
qu
e había decidido guardar,
sabe
que
se contradice libre-
mente.
Ese
querer
y
no
querer
es
una
experiencia de
incoh
erencia
interna,
de debilidad
humana,
como si algo estu-
vi
era
roto
muy
dentro
de nosotros.
Una
experiencia
molest
a y
qui
humillante,
sin
otro
tratamiento
que
el
de esforzarse
por
vencer
en
cada caso. Marco Aurelio, el
emperador
estoico, lo ex-
plica
en
un
magnífico párrafo
de
sus
Meditaciones:
Muchas cosas dependen por entero
de
ti:
la
sinceridad,
la
dignidad,
la
resiste
ncia
al
dolor,
el
rechazo
de
los
placeres,
la
accptac.ión
del
destino,
la
posibilidad de
vivir
con
poco
,
la
be-
nevolencia,
la
libertad,
la
sencillez,
la
seriedad,
la
magnanimi-
dad.
Observa
cuánt
as
cosas puedes
ya
conseguir sin
pretexto
de
incap;i
ci
dad
natural o ineptitud, y por desg
racia
permaneces
por debajo
de
tus
posibilidad
es
voluntariamente.
¿Es
gue
te
ves
obligado a murmurar, a ser
avaro,
a adular, a culpar a
tu
cuerpo,
a darle gusto, a
se
r
frívolo
y a someter a .tu
alma
a tanta
agita-
ción, porque estás defectuosamente constituido'
No,
por
lo
s
diose
s.
H
ace
ti
empo gue podías haberte Jpar
tad
o de esos
de-
fectos.
8.
Las
virtudes fundamentales
TODA
ÉTICA es
una
propuesta
sobre
virtudes. Y todas las virtu-
des se
pu
ed
en
reducir
a cuatro,
que
proceden dir
ectamente
ele
Platón
y los estoicos. Ellas
realizan
perfectamente
los
cuatro
modos
generales d
el
obrar
humano:
la
dete
rminación
pr
áctica
del
bien
(pruden
cia
),
su
realización
en
sociedad (justicia), la
fir-
meza
para defenderlo o conquistarlo (fortal
ez
a)
y
la
inoderación
para
no
confundirlo
con el plac
er
(te
mplanza
).
Pero, ¿cómo sa-
bemos
que
esas cuatro virtudes
son
las cuatro formas generales
que
debe
adoptar
toda conducta
ética~
Lo
sa
bemos,
entre
otras
razones,
porque
en
esas cuatro líneas
maestras
se
ha
decantado
el
obrar
human
o desde ha
ce
miles
ele
años.
Al
estrenar
la libertad, los ciudadanos de
la
s
prim
eras
polis
necesitaban
saber
cómo
se construye y cómo funciona u
na
so-
ciedad de
hombr
es libres, cuál es
la
mejor
de
la
s formas posibles
de gobierno.
Y,
en el plano
personal,
con
diferentes
formula-
ciones,
había
otra
pregunta
obligada: qué significa ser
hombre,
cómo
usar
la libertad,
qu
é
hacer
con
la
propia vida, cuál es la
mejor
de las conductas posibles. Platón fue el
primero
en
res-
ponder
cabalmente
a estas cuestiones.
En
uno
ele
sus
mitos
más
célebres,
compara
al
hombre
con
un
Gtrro tirado
por
dos corce-
les
que
simbolizan
el
antagonismo
entr
e los al tos ideales y las
bajas
pasion
es.
El
arte d
el
aur
iga (prudencia) consiste
en
apro-
vechar
la
fuerza del caballo noble
(fo
rtaleZJ) y
someter
al
que
puede
desbocar
s'.'
(t
em
pla
nza
).
El
filósofo
pro
pone
así tres cua-
10
2
ANTHOPOLOGÍA
FILOSÓFI
CA
........
~
....
,.
_
__
_
--
~.-~~
~~
-
-
-
·
~
·
-
·
-~~-~
·
--···--··---
----~-
-
lida
cl
es fundamentales que,
cuando
se logran,
dan
lugar a
una
cuarta, la justicia,
por
la
que
el
ser
hmnano
logra el ajusta·
m iento entre los diversos elementos que
le
configuran como tal.
De la fortaleza - capacidad de sacrificio para conquistar o
defender
el
bien-
ya
hemos
hab
lado
en
el epígrafe anterior.
La
jus
ti
c
ia
consiste
en
dar
a cada
uno
lo suyo, desde
un
sobresa·
li
e
nt
e merecido hasta
un
salario.
Much~
'.
s
de las cosas
más
im-
port·
ant
es en la vida del
hombre
guardan
estrecha relación con
la justicia:
lo
s derechos
humanos,
las formas de gobierno, las re-
laciones laborales y sociales, etc.
Se
manifiesta
en
ello la varie-
dad
inm
ensa de
un
deber
que
ya
Platón recogía
como
idea
antigua. Reina la justicia
cuando
las tres obligaciones funda-
me
nt
ales de la vida
en
sociedad
son
cumplidas: obligaciones
entre
los individuos (justicia conmutativa), obligaciones de la
so
ci
edad hacia el individuo (justicia distributiva), y obligaciones
del individuo con
la
sociedad (justicia legal).
Justicia es
el
reconocimiento de los derechos
fundamenta
-
les.
Y,
como el débil
no
tiene fuerza para hacerse respetar, la jus-
tic
ia
es,
sobr
e todo,
la
virtud de los que ejercen el poder.
Al
ser
el
gobernan
te el
responsabl
e
último
de la justicia, será difícil
obligarle a ser justo. Por eso dice Platón que no existe nada
más
de
sesperanz
ador que
un
gobierno injusto, y
que
si a alguien se
le
puede
pedir
qu
e sea, además de
buen
ciudadano
hombre
ín·
tegro, es al
go
bernante. «Del príncipe, c
omo
de
un
inagotable
mananti
a
l,
vie
ne
a los pueblos la inundación de todo
lo
bueno
y de
tocio
lo malo», escribió Tomás Moro
en
su
Utopía.
En
el
ci
tado mito del carro alado, Platón
propone
el control
racional del
pl
acer c
omo
una
de las cuatro virtudes
fundamen-
tales. Ese autocontrol, conocido
desde
antiguo
como
tem-
planza, se
ju
stifica
porque
todo ser
humano
experimenta
la
inclinación natural hacia
el
placer
que
se obtiene
en
la comida,
en la bebida y en el deleite sexual. De hecho, ahí se manifies-
EL
ANIMAL
ÉTICO
103
...
..--~-
-~
.........
......-.-..
.....
.........,~~
·
~~
.
...............
~-~
-
-
··
-~··~
-.-
tan
las fuerzas
naturales
más
intensas
que
actúan
en
la con-
servación de la vida. Puestas para
asegurar
la existencia del in-
dividuo y de la especie, esas energías vitales
dan
las tres formas
originales de placer, y
al
mismo
tiempo
so.brepasan a todas las
demás
energías
en
capacidad destructora
cuando
se desorde-
nan. Así lo advierte Francisco de Quevedo:
«Dentro
de tu pro-
pio cuerpo,
por
pequeño
que
te parezca,
peregrinas.
Y si
no
miras
bien
por
d
ónde
llevas tus deseos, te perderás
en
tan
pe-
queño
vaso
para
siempre». Aristóteles considera
que
la educa-
ci
ón
del placer reviste
particular
importancia,
y
que
el
descontrol
en
este terreno es censurable
porqu
e se
da
en
nosotros
no
por
lo
que tenemos
de
hombres
sino
de
animal
es.
Así
pues,
comp
lacerse
en
estas
cosas
y
bus-
carlas
por encima
de
todo
es
propio
de
bestias. Y si alguien
vi-
viera
so
lo para l
os
placeres
del
a
li
mento y
del
sexo,
sería
ab
solutamente
servil,
pues
para
él
no
habría ninguna difere
n-
cia
entre haber nacido bestia u hombr
e.
De las cuatro virtudes fundamentales, Ja prudencia es tal
·-
vez la
más
difícil e importante.
Es
propio de la libertad tender
puentes
hacia
el
futuro. Puentes desde lo que soy hacia
lo
que
quiero
ser
. Pero lo que quiero ser, todavía no es. ¿Cómo puedo,
entonces, dirigirme hacia lo que todavía no es?
El
verbo prever
es la respuesta. Prever significa ver lejos
(procul
videre),
anticipar
el porvenir
(pro
vid
entia). De esas raíces latinas surge la palabra
prudencia:
el arte de dar los pasos oportunos para conseguir lo
que todavía
no
tengo.
Un
poema de Anacreonte dice que los dioses repartieron
diversas cualidades
entre
los animales: fuerza, veneno, astucia,
dientes, alas, velocidad.
Al
hombre
le cayó
en
suerte algo
muy
diferente: la prudencia. Una caprichosa evolución del l
enguaje
ha hecho que la prudencia pueda ser identificada con
clos
de
sus
J.04
ANTROPOLOGÍA
F
ILOSÓFICA
,_
...
.,,..,,
·-~•·
~··~.,,.,
...
,.,.,...,.._.,,
-..
-.-
...,..,,..,,.
_..,._.
_
"'""""'~~-•-.-.:..oo~·.......,,
.-
~,,....-.,:,w,..,..:..•v_,...,....,~-,;_,...,..
~
~.....,.~
-.....,.....
corrupciones: el apocamiento y la astucia ruin. Pero
en
su
ori-
gen,
prud
encia designaba la cualidad máxima de la inteligen-
cia,
el arte de elegir
bien
en
cada caso concreto,
una
vista
excelente para ver bien en las situaciones
más
diversas,
una
di-
fícil puntería capaz de
apuntar
en
movimiento y acertar sobre
un
blanco
también
móvil: la vida
misma.
Aristóteles explica esa dificultad
por
la estrecha relación
entre
prud
encia y circunstancias. Pone
un
ejemplo nada rebus-
cado:
lo
que conviene a
la
boda de
un
siervo no es lo
mismo
que
lo
que conviene a la boda de
un
hijo. Luego añade
que
lo
bueno
en
sentido absoluto no
siempre
coincide con
lo
bueno
para
una
persona. Así, al cuerpo sano
no
le conviene que le
amputen
una
pierna;
en
cambio,
amputar
puede
salvar la vida a
un
herido.
También señala, a riesgo de ser impopular, que los jóvenes pue-
den
ser
muy
inteligentes,
pero
no
prudentes,
porque
la pru-
dencia es el
dominio
de
lo
particular, al que solo se llega
por
la
experiencia. Y
el
joven no tiene experiencia, porque ésta se ad-
quiere con
la
edad.
Es
tamos
ante
una
cualidad teórica y práctica a la vez.
Co-
nocimiento directivo que requiere estudio,
mucha
experiencia,
petición de consejo y reflexión ponderada. Pedir consejo es pro-
pio de todo el
que
aspira a conducirse
con
prudencia. Confucio
lo
recomienda vivamente:
¿Cómo
puede haber hombres que obren sin saber
lo
que
hacen?
Yo
no
qu
e
rría
comportarme de
ese
modo
.
Es
pr
ec
i
so
es-
cuchar
las
opiniones
de
muchas personas, elegir
lo
que
e
llas
tienen
<l
e bueno y seguirlas; v
er
mucho y reflexionar
con
ma-
durez sobre
lo
que
se
ha
visto.
El
hombre
prudente
es reflexivo,
pues
aunque
el no y el
son
breves de decir, a veces se deben
pensar
mucho.
Ya
lo
había
dicho
el
emperador Marco Aurelio: prudencia quiere decir aten-
EL
ANIMAL
ÉTICO
J.
05
ción a cada cosa y
ningún
tipo de descuido.
Si
la prudencia es
necesaria para cnalquier hombre,
lo
es especialmente
en
la tarea
de gobierno, por ser empresa de la que dependen
muchas
vidas.
9. Cuestiones abiertas: Confucio
r.
Solo hay dos caminos:
la
benevolencia y el egoísmo.
2.
Me agrada vivir entre cosas
sen
ci
ll
as corno
el
tener
arroz
ordinario para comer, agua para bebe
r,
y
mi
brazo doblado
como
almohada.
3-
Aprender
sin
pensar
es inútil. Pensar
sin
aprender
es peli-
groso.
4.
Si
no se respe
ta
lo sagrado,
no
hay nada sobre lo
que
se
pueda edificar
una
conducta.
5.
Cuando
veamos personas ejemplare
s,
procuremos
imitar-
las; cuando veamos personas
ll
enas de defectos, volvamos
la
vista hacia adentro para examinarnos.
6.
Lo
bello de
una
comunidad
es
su
grado de
desprendi-
miento
para con
el
prójimo.
7.
¿Un
consejo para
tod
a la vida? Perdonar a los
demás
y no
hacer
a nadie
lo
que no quieras que
te
hagan a
ti.
8. Tener faltas y no corregirlas es
el
verdadero error.
AYLLON, J. Antropología Filosofica.pdf
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