Cuadro 1-26. Tasas de mortalidad y analfabetismo en las principales
provincias y territorios argentinos.
Tasa de
mortalidad
en 1925-30
(por cada
1.000 ha
bitantes)
Tasa de
mortalidad
infantil
en 1925-29
(por cada
1.000
nacidos
vivos) a
Tasa de
analfabetismo
entre los
votantes
Porcentaje
inscriptos
de la
en 1930
población
(por cada
argentina
100 votantes
total
inscriptos)
en 1914
Capital Federal
Buenos Aires
Santa Fe
Córdoba
Entre Ríos
Tucumán
Corrientes
Mendoza
Sgo. del Estero
San Juan
Salta
San Luis
Catamarca
La Rio ja
Jujuy
Chaco
Misiones
13.2
11.2
11,8
16,1
13.2
22.5
10,8
16.7
12,0
21.6
26.8
13.2
10,5
10,7
30,1
__
b
77,9
98,6
114.1
134.7
117.1
169.9
101.7
156.9
229.1
197.7
123.8
113.2
219.8
2,5
17.3
19,2
28,1
35.4
37.1
42.0
37.4
44.0
34,9
33,7
29,a
34.2
35.3
27.3
37.1
42.4
20,0
13,5
11,4
9.3
5.4
4.2
4.4
3.5
3.3
1.5
1,8
1.5
1.3
1,0
1,0
0,6
0,7
a Las tasas de mortalidad infantil se refieren a defunciones de niños meno
res de un año.
b El gun indica que no se dispone de datos.
Fuente: Anuario geográfico argentino, págs. 162, 168, 173, 512. Pueden
surgir discrepancias entre los ordenamientos según las tasas de mortalidad
y analfabetismo a causa de errores de información en ciertas provincias.
cia estaba en que, mientras los segundos habían obtenido la mayor
parte de su riqueza de las empresas industriales y comerciales, casi
todos los primeros pertenecían a la clase terrateniente. Sin embargo, a
causa de la falta de datos poco se puede decir acerca de la distribución
del ingreso entre las familias.65
A pesar de la gran integración lograda en la econoa nacional anterior
a 1930, persistían notables desigualdades regionales en los ingresos.
En vez de dar información directa, el cuadro 1-26 presenta algunos
65 Victoria Ocampo, la distinguida «primera dama de la escena literaria his
panoamericana» (sen el New York Times), rememoró hace poco, en forma
muy franca, los hábitos de vida de su familia de clase alta: «En Europa éramos
exiliados argentinos, y en la Argentina éramos exiliados europeos. Mis padres
trataban de cerrar la brecha viajando, y viajar, antes de las guerras, era mucho
más que poner las ropas en una valija y tomar un avión.
»... La primera vez que recuerdo haber ido, fue como un éxodo bíblico.
Viajamos como en una caravana: mi padre y madre, mis hermanas, nuestras
niñeras, un cocinero, un chofer y un granjero. ¿Por qué tanta gente? Para
que pudiéramos disfrutar de la clase de comida y servicios a que estábamos
acostumbrados. Con el objeto de tener huevos y leche frescos, llevamos gallinas
y una de nuestras vacas a bordo. Parece extraño ahora, pero a es como ocu
ra entonces». New York Times Book Review, 2 de octubre de 1966, pág. 38.
indicadores. Las provincias del noroeste (Jujuy, Salta, Tucumán, San
tiago del Estero, Catamarca, La Rioja, San Juan) tenían por lo común
tasas de mortalidad y analfabetismo muy superiores a las de la zona
pampeana. Las regiones del norte, oeste y sudoeste también estaban
defasadas respecto de la misma zona, aunque no tanto. Las diferenr
das de ingreso implícitas en el cuadro 1-26 tienen una explicación di
recta: la zona pampeana poseía una dotación per cápita superior de
capital, físico y humano, así como de tierra fértil, además de ser la me
jor situada del país. La gran diferencia entre las tasas de analfabetismo
de la Capital Federal y otras regiones indica la desigual dotación
de capital humano, pero también acusa la negligencia gubernamental
manifestada en las políticas regionales.
En general, la gran expansión de 1860-1930 beneficen mayor o me
nor medida a todos los grupos importantes vinculados a la economía ;
argentina: trabajadores nativos e inmigrantes, capitalistas urbanos,
terratenientes, inversores extranjeros y, sen lo ha señalado H. S.
Fems, hasta la misma clase obrera británica (importante consumidora
de alimentos argentinos baratos) ,66 El aumento de la producción fue
tan grande, que hubiese sido sorprendente que no ocurriera a. Resul
ta difícil averiguar quien se benefic más, aunque, como también lo
da a entender Ferns, muchos terratenientes pampeanos lo hicieron más
3
ue casi todos los capitalistas extranjeros. No obstante, las provincias
el noroeste y los trabajadores rurales obtuvieron, en proporción, po
cos beneficios de la gran prosperidad económica.
La desaceleracn del crecimiento entre 1914 y 1929:
¿una «gran demora»?
Dos economistas argentinos han sugerido que la desaceleración del *
crecimiento observada entre 1914 y 1929 se debió al fracaso de las
autoridades en dar suficiente impulso a la industria. Opinan que no
se podía esperar que continuara la expansión registrada antes de 1914.
Introduciendo una nueva etapa en el esquema de, Rostow, sostienen
que el lapso que va de 1914 a 1933 constituye una «gran demora», si
tuada entre las «condiciones previas» (1880-1914) y el «despegu
(1933-52).67
Aun prescindiendo aquí de lo atinado o no de aplicar el modelo de
Rostow al caso argentino, convendría considerar la opinión de que
1914-29 constituuna oportunidad desperdiciada por la política eco- *
66 Las ganancias totales de las inversiones del Reino Unido en la Argentina
estaban constituidas no solo por la tasa de retribución sobre el capital inver
tido, sino también por la mejora en los términos del intercambio británico
que aquellas inversiones en las actividades de exportación de la Argentina ha
an posibles
67 Véast G. Di Telia y M. Zymelman, «Etapas del desarrollo económico ar
gentino», Revista de economía latinoamericana, vol. 1, n? 2, abril-junio de 1961,
págs. 30-50. Este artículo se funda en las tesis de doctorado de los autores
en el Instituto de Tecnología de Massachusetts; una versión revisada se ha
publicado también con el título de Las etapas del desarrollo económico argen
tino , Buenos Aires: Eudeba, 1967.
mica, porque las autoridades no se dieron cuenta de que estaba
llegando a su fin una era.
Para ello examinaremos más de cerca la evolución de la economía du-
* rante aquellos años. Una mirada a los datos maeroeconómicos disponi
bles, resumidos en el cuadro 1-27, nos permite apreciar que de 1914
a 1929 cabe distinguir dos subperíodos bien definidos: uno de depre
sión, que se inic antes de la Primera Guerra Mundial, y otro de
rápida recuperación y expansión, que se prolongó de 1917 a 1929.
Cuadro 1-27. Evolución de la econoa argentina entre 1913 y 1929.
Variaciones por
centuales totales
Tasas porcentuales
de crecimiento anual
1913-17
1917-29
1913-29 1917-29
PIB real
19,6
116,7
3,5 6,7
Sector rural
Industrias manufactureras
13,5 91,1
3,2
5,5
y minería
16,9
146,7 4,6
7,8
Construccn
82,4
749,8 2,6
19,5
Servicios del gobierno general
14,7
52,7 3,6
3,6
Otros servicios
15,0
104,0
3,5
6,1
Fuente: CEPAL, pág. 4.
A la disminucn en la entrada de capital durante la segunda mitad
de 1913 debida a la restricción monetaria europea, sucedieron las ma
las cosechas de 1914 y el estallido de la guerra, que redujo por varios
años las exportaciones y la consiguiente entrada de capital extranjero.
La cantidad de exportaciones declinó en un 27 % entre 1912-13 y
1916-17; como habría de ocurrir también durante la Segunda Guerra
Mundial, los cereales principales fueron los que más sufrieron, a
causa de la escasez de embarques, en tanto que las exportaciones de
carne pudieron incrementarse. La espectacular caída de las construc
ciones que se observa en el cuadro 1-27 para el lapso 1913-17 obe
deció al cese de los préstamos y las inversiones extranjeras; se detuvo
la construcción de ferrocarriles y de cualquier otro capital social fijo.68
Las importaciofies de maquinaria y equipos en 1917 no llegaban más
que a un tercio de las de 1913.
De 1917 en adelante las exportaciones y el capital extranjero se recu
peraron; sen se observa en el cuadro 1-27, la expansión de 1917-29
fue rápida. Como era de esperar, el crecimiento del PIB fue mayor
en los primeros años de la recuperación, pero no se manifestó nin
gún síntoma anunciador de que la expansión fuera a detenerse. Las
tasas anuales de crecimiento para el PIB real fueron las siguientes:
1918-19-20, 9,8 %; 1921-22-23, 7,2 %; 1924-25-26, 4,1 % y 1927-
28-29, 6,0 %.
68 Es interesante hacer notar que la disminución del PIB durante 1913-17
(19,6% ) fue muy superior a la de 1929 a 1933 (9,7 % ). En realidad, la
depresión de 1913-17 parece haber sido la más grave registrada en este siglo,
incluyendo la reciente de 1962-63 La población, que de 1900 a 1913 había
crecido a una tasa anual del 4,1 %, lo hizo a una del 2,3 % anual en el lapso
1913-17, y del 2,7 % entre 1917 y 1929.
El volumen de exportaciones, que aumentó a una tasa anual media
} del 6,6 % entre 1916-17 y 1928-29, no manifestó tendencia a estan
carse, sen puede observarse en las siguientes cifras sobre su tasa
anual media de crecimiento: 1918-19-20, 8,9 %; 1921-22-23, 2,3 %;
¡ 1924-25-26, 6,3 %, y 1927-28-29, 6,9 %.69
De 1925 a 1929, los términos del intercambio netos internacionales
permanecieron casi en los mismos niveles favorables a que se había
llegado en 1910-19, aunque habían caído de 1920 a 1924.
Dada la situación existente en 1917-29, no es de extrañar que las au
toridades no creyeran necesario realizar durante la década de 1920
grandes innovaciones en materia de política económica. Los ferro
carriles no se expandían con la rapidez de antes, la zona pampeana
estaba ya totalmente ocupada y las nuevas inversiones británicas en
la Argentina eran escasas; pero el capital estadounidense sega en
trando, aunque no con la afluencia con que lo hacía a Cana. Los in
migrantes continuaban llegando en abundancia. Aunque el proteccio
nismo agcola ya enturbiaba el horizonte, a menudo se expresaba la
esperanza de que Estados Unidos pasaría a ser pronto un importante
mercado para la carne vacuna argentina, dando a la econoa nacional
el impulso que Inglaterra en vías de estancamiento— no estaba en
condiciones de suministrar. Ades, según lo indica el cuadro 1-27,
la industria acusaba una respetable tasa de crecimiento.70
El escaso crecimiento económico británico y la reducida expansión de
mogfica europea entre 1913 y 1929 obstruyeron el desarrollo no
solo de la Argentina, sino también de Australia y Canadá. Como puede
observarse en el cuadro 1-28, el crecimiento de Australia en 1913-14
y 1929-30 fue inferior al de la Argentina, a pesar del sedicente gobier
no progresista australiano de entonces.71 De 1913 a 1929 el PIB real
per cápita crec en Canadá lo a un 0,7 % anual. Por otra parte,
aquella reduccn del crecimiento australiano y canadiense no tuvo
ningún efecto perjudicial sobre su capacidad de mayor expansión en
los os siguientes. En realidad, en varios países importantes, la tasa
de crecimiento disminu entre 1913 y 1929.
72 La respuesta argenti-
69 Estas tasas de crecimiento anuales se han obtenido comparando sucesivos
promedios de tres años del volumen anual de exportaciones (que es muy
variable). Los datos del PIB y del volumen de las exportaciones se extrajeron
de CEPAL (véase a qué corresponde esta sigla en «Abreviatura, pág. 15) y
de materiales inéditos de esa misma institución.
70 Para algunos observadores esta tasa no era lo bastante elevada. Alejandro
E Bunge, desde su Revista de economía argentina, en toda la década de 1920
abogaba por una mayor protección a la industria y fue el primer economista
que sugirió que desde 1914 la economía argentina había ido estancándose.
Bunge daba mucha importancia a la declinación de la construcción de ferro
carriles. En su afán por estimular el desarrollo industrial, fustigaba la mo
desta legislación social de los gobiernos radicales y sus intentos de regular
las inversiones extranjeras Véase A. E. Bunge,
La economía argentina, Buenos
Aires, 1928, vol. 3, pág. 146.
71 Por lo común se atribuye a Australia un mayor intes que a la Argentina
por el desarrollo de la industria en aquellos años. Sin duda ambos países
sufrieron a causa del estancamiento de la economía británica después de la
Primera Guerra Mundial. Entre 1910 y 1930 la población australiana creció
a una tasa un tanto inferior al 2 % anual.
72 Hasta en Estados Unidos, donde el crecimiento per cápita en aquel lapso
na a aquellas circunstancias exógenas no parece ser ni demasiado pers
picaz ni del todo obtusa. Resulta difícil encontrar hasta 1930 un sos
tenido retraso en la tasa de crecimiento de la Argentina superior al
de la mayoría de los países de Europa occidental y de los de coloni
zacn reciente.
Cuadro 1-28. Evolución de la econoa australiana entre 1913-14
y 1929-30.
Tasa porcentual media
de crecimiento anual
PIB real
1,1
Actividades de pastoreo, agricultura
y productos lácteos
1,5
Industrias manufactureras y minería
0,8
Construcción
1,5
Servicios del gobierno general
0,2
Otros servicios
1,7
Fuente: N. G. Butlin, Australian Domestic Product, Investment and Foreign
Borrowing, 1861 - 1938-39, Cambridge: Cambridge University Press, 1962,
pägs. 460-61.
Aun admitiendo que no era de suponer que la tasa de crecimiento
de las exportaciones registrada durante la primera parte del siglo con
tinuara (a causa de las restricciones impuestas tanto por la demanda
extranjera como por la oferta nacional), la imposición de una mayor
protección arancelaria durante el lapso 1918-29 no era apremiante
desde el mero punto de vista ecomico. En el quinto ensayo examina
remos este problema con mayor detenimiento. Aquí baste hacer notar
que una disminución gradual en el crecimiento de las exportaciones
hubiese determinado, dada la política liberal de aquellos os, una
tendencia a la devaluación del tipo de cambio, lo cual a su vez hubiese
movilizado factores automáticos que favorecerían la sustitución de im
portaciones. Asimismo, podría haberse esperado que los cambios gra
duales en las dotaciones de los factores, y sobre todo en las razones
capital/tierra y trabajo/tierra, suscitaran cambios en la estructura pro
ductora del ps a través del mecanismo de precios. De hecho, durante
la cada de 1930 la economía habría de demostrar que era muy ca
paz de responder con rapidez a aquella clase de estímulos. Supuesta
esta flexibilidad, hubiese sido necesaria una gran fe en los efectos ex
ternos de la industria para favorecer (p. ej., en 1925) el intento de
reasignar los recursos mediante políticas gubernamentales ad hoc
trasladándolos de las actividades agropecuarias, prósperas en ese mo
mento, a las industrias protegidas. A menos que se sostenga que las
autoridades argentinas hubieran debido prever la Gran Depresión, o
fue superior a los de Argentina, Australia y Canadá, fue en 1913-29 inferior a
lo que haa sido de 1870 a 1913 El PNB per pita de Alemania en 1929
no superó al de 1913, y el del Reino Unido creció en aquellos os a una tasa
anual del 0,3 %. Véase U S. Department of Commerce, Long Term Economic
Growth, 1860-1965, Washington, Bureau of the Census, E$4 n? 1, pág. 101.
Los datos sobre Cana también se obtuvieron de esta fuente. El PIB per
pita argentino creció a una tasa anual del 0,9
% en el lapso 1913-29.
que debieran haber recurrido a políticas keynesianas en el lapso 1914-
17, la tesis de la «gran demor resulta insostenible.
Situación de la Argentina en 1929
En 1929 la Argentina había alcanzado un PIB per pita de unos 700
dólares estadounidenses (en precios de 1964, y con equivalencias de
poder adquisitivo).73 Aunque esta cifra es inferior a la de Estados
Unidos (1.800 dls en precios de 1964), y aun a las de Australia y Ca
nadá (alrededor de los 1.000 dls y 1.300 dls en precios equivalentes
a los de 1964), la tasa de crecimiento per pita del ingreso nacional
argentino durante los setenta años anteriores fue casi con seguridad
más alta que en los mencionados países. La gran diferencia existente
en 1860 entre la Argentina y los demás países de reciente colonizacn
había mermado en 1929. La expansión demográfica, que en aque
llos países ricos en recursos pero pobres en mano de obra podía to
marse como índice de progreso, fue de 1869 a 1929 mayor en la Ar
gentina que en Canadá y Australia. La población en 1929 era en la
Argentina 5,2 veces superior a la de 1869, al paso que a propósito de
Canadá y Australia las cifras correspondientes eran 2,8 y 4,0 respec
tivamente.74 De 1895 a 1929, mientras la población de la Argentina
crea a una tasa anual del 3,2 %, la de Cana lo hacía al 2,1 % y
la de Australia a solo el 1,8 %. El PIB real de Australia aumen a
73 La traducción de las cifras del PNB de pesos a dólares puede hacerse de
varias maneras. Se han ensayado dos todos: 1) tomando las cifras de las
Naciones Unidas expresadas en pesos de 1950, se las tradujo a dólares de 1950
según el «tipo de cambio con paridad de poder adquisitivo», estimado por las
Naciones Unidas en 6,3 pesos el dólar, después de lo cual se tradujeron los
dólares de 1950 a dólares de 1964 empleando el deflacionador de precios
implícito para el PNB de Estados Unidos, y 2) partiendo de los datos de
1937 a precios corrientes para el PNB, se emplearon índices de cantidad y de
precios mayoristas para estimar el PNB de 1929, después de lo cual se utilizó
el tipo de cambio de mercado de aquel año para una estimación en dólares
de 1929; a partir de ello, y según el todo 1), se obtuvieron las cifras en
dólares de 1964. Ambos métodos dieron resultados análogos.
74 Se emplearon para los datos de ingreso y población de Estados Unidos,
Canadá y Australia las fuentes siguientes: M. C. Urquhart, ed., Historical Statis-
tics of Cada, Toronto: Macmillan Company of Cañada, 1965, págs. 14, 130;
Bureau of Census and Statistics, Official Year Book of the Commonwealth of
Australia, n? 23, 1930, Melbourne: Government Printer, 1930, págs. 662-64;
N. G. Butlin, Autraiian Domestic Product, Investment and Foreign Borrowing,
Cambridge: Cambridge University Press, 1962, pág. 7; y Council of Economic
Advisers, Economic Report of the Presidenta Washington, enero de 1965,
gs. 190, 213. En Estados Unidos la población de 1929 era 3,1 veces la de
1869. Véase U. S. Department of Commerce, Historical Statistics of the United
States, Washington: U. S. Government Printing Office, pág. 7. Para otras com
paraciones entre Australia, Canadá y Argentina, véase A. Smithies, «Argentina
and Australia», American Economic Review, vol. 55, n? 2, mayo de 1965, gs.
17-22, y los comentarios de M. C. Urquhart en la misma edición, págs. 45-49.
Colín Clark situó la Argentina, con Estados Unidos, Canadá, Australia, Nueva
Zelandia, Gran Bretaña y Suiza, entre los países de más altos niveles de vida
en los años de 1925 a 1934 Véase C. Clark, The Conditions of Economic Pro-
gress, Londres: Macmillan, 1940, pág. 2.
una tasa anual del 2,5 % entre 1900 y 1929, al paso que la cifra ar
gentina correspondiente fue del 4,8. En Australia y Cana la pobla
cn nativa no europea era insignificante; en la Argentina, en cambio,
ocurría lo contrario; sobre todo en las zonas del oeste y el noroeste,
había grandes grupos de ciudadanos de ascendencia india, a menudo
con aptitudes y niveles educacionales menos propicios para el creci
miento que los de los inmigrantes europeos. Es probable que en 1929
el ingreso per pita de los residentes de la zona pampeana no estuvie
ra muy por encima de los niveles australiano y canadiense.
En 1928-29 la Argentina ocupaba el undécimo lugar entre las principa
les naciones que comerciaban. Sus exportaciones per pita eran de 90
dólares anuales en términos de dólares estadounidenses de 1928-29,
al paso que las de Australia eran de 105 lares, y las de Canadá de
125. Con veintiséis habitantes por vehículo automotor, superaba al
Reino Unido en el número per cápita de estos vehículos en 1930, a
pesar de la falta relativa de carreteras en el país.75 La tasa de analfabe
tismo (calculada como porcentaje de la poblacn de 14 o más os),
que había disminuido del 77 % en el censo de 1869 al 36 % en el
de 1914, estaba alrededor del 25 % en 1929 (y alcanzó el 14 % en
el censo de 1947). En 1929, Buenos Aires se había convertido en uno
de los grandes centros culturales del mundo de habla hispana; sus
periódicos y casas editoras eran a menudo los primeros en publicar las
obras de las personalidades culturales más destacadas. Por ejemplo,
varios importantes ensayos de Miguel de Unamuno aparecieron por
primera vez en La Nacn. La tasa de mortalidad argentina en aquel
mismo o, 13,1 por cada mil habitantes, no distaba de la de Ca
na (11,4 por mil).76
Los empresarios rurales del país manifestaban poco interés por la in
dustria, pero tanto el capital extranjero como los capitalistas argentinos
de las ciudades (la mayoría de ellos inmigrantes) se mostraban acti
vos en ella, de modo que si bien era razonable pronosticar zn 1929
que se continuaría con una especie de crecimiento determinado por las
exportaciones, parecía al mismo tiempo que habría de sostenerse cada
vez más con la ayuda de la expansión de las industrias competitivas
de las importaciones. Aquel cambio gradual en los sectores dirigentes
podría haberse producido como resultado normal tanto de la dotación
cambiante de factores en la Argentina, como de la expansión del mer
cado nacional, que llevó a mayor número de industrias de costos de
crecientes a los lindes de rentabilidad para competir con los produc-
(? tos importados. Mientras la demanda extranjera de exportaciones tra
dicionales continuara progresando a tasas no muy inferiores a las que
75 Véase Anuario geográfico argentino, pág. 466. Estados Unidos estaba a la
cabeza con 5 habitantes por veculo automotor; las cifras de Canadá y Aus
tralia eran 8 y 11 respectivamente. Otras fuentes sostienen que en 1930 el
número de habitantes por vehículo automotor en la Argentina era de 28.
76 M. C. Urquhart, op. cit., pág. 39, y DNEC, Informe demográfico, pág. 14.
En las provincias de Buenos Aires y Santa Fe la tasa de mortalidad era apro
ximadamente de 11 por cada mil habitantes; en las mismas provincias la tasa
de analfabetismo había disminuido en 1947 al 10 % en la primera y al 13 %
en la segunda. La cantidad de teléfonos instalados en la Argentina se ele,
de 61 000 que haa en 1912, a 281 000 en 1930 y a 461.000 en 1940.
Vénfan registrándose desde 1900, la sustitución de importaciones neta
tn aquella sociedad con plena ocupación continuaría siendo bastante
modesta. Pero una disminución en la demanda extranjera, o cualquier
dificultad en incrementar la oferta nacional de aquellas exportaciones,
Gltabfl llamada a provocar, aun sin ninguna medida gubernamental en
tal sentido (con tal de que se permitiese que el tipo de cambio varia-
ra), una expansión del sector sustitutivo de importaciones y exporta
ciones no tradicionales. Esta segunda línea de defensa fue muy impor
tante en la cada de 1930.
Uno de los inapreciables legados que dejó la prosperidad de 1930 fue
UA elevado nivel de reservas oficiales en oro, que permitieron que la
Are (entina hiciera frente a la Gran Depresión. Aquellas reservas, que
I fines de 1899 no llegaban a los 2 millones de pesos oro, se elevaron
I 224 millones al finalizar 1914ya471 millones en 1920. A fines
efe 1928 la cifra alcanzaba a 490 millones, de los cuales quedaban
247 en 1935, cuando se creó el Banco Central.77
Aunque en 1929 surgieron tensiones políticas, la persona optimista
tenía razones para serlo. Considerando con mirada retrospectiva los
veinte años anteriores, parecía que la Argentina hubiese presenciado
la pacífica e irreversible entrega del poder político por parte de los
traiciónales grupos influyentes (hacendados), que habían dominado
d gobierno desde 1860 hasta 1916, a las emergentes clases medias ur
banas representadas por la Unión Cívica Radical. Durante el gobierno
ide un presidente conservador, Roque Sáenz Peña, se aproun nuevo
listema electoral (en 1912), consistente en el voto obligatorio, secreto
y universal para todos los ciudadanos inscritos en los padrones milita
res nacionales. En la eleccn de 1916 se eligió como presidente a
Hipólito Yrigoyen, iniciándose con ello una era de gobierno por parte
de los radicales que había de durar hasta el comienzo de la Gran De
presión (1930).78
fin 1929 la lucha entre la provincia de Buenos Aires y el resto del país,
fuente de intranquilidad a todo lo largo del siglo xix, había mengua
do en buena medida. La concentración de la riqueza y la población
en la zona pampeana, y sobre todo alrededor del centro metropolitano
del Gran Buenos Airés, era todavía fuente de resentimiento, pero
aquel dominio político y económico de la Capital parecía inconmovi
ble, enraizado como estaba en la superioridad de recursos naturales y
77 Un peso oro valía casi un (0,965) dólar oro anterior a 1933. Por lo tanto,
tomando en cuenta el 69 % de aumento del precio del oro en dólares, el nuevo
Banco Central argentino tenía en 1935 reservas en oro por valor de 403 mi
llones de dólares nuevos.
78 Un autor inglés hacía notar en 1929: «Argentina es hoy en a uno de
k>8 países más estables y ordenados no solo en América, sino también en el
inundo; es uno de los pocos estados donde una revolución es tan poco probable
como en la misma Inglaterra». Citado en D. Cantón, El parlamento argentino
$n épocas de cambio; 1890, 1916 y 1946, Buenos Aires: Editorial del Instituto
Di Telia, 1966, pág. 13. La cita es de C. Jane, Liberty and Despotism in Spa-
ñish America, Oxford: Clarendon Press, 1929, pág. 173. El crecimiento ante
rior a 1930 había generado una estructura social diversificada; en 1914 los
trabajadores urbanos, los peones rurales y el personal doméstico constituían
tolo el 50 % de la población activa. Véase G. Germani, Política y sociedad. .
op, cit., pág. 196.
su posicn geográfica. Aunque la concentración de la población en la
zona pampeana y su ingreso superior al promedio pueden deplorarse
desde el punto de vista geopolítico o de la equidad, resulta difícil opo
nerse a tales hechos desde el punto de vista de la eficiencia económi
ca. Tal vez la circunstancia de que los inmigrantes entraran al ps por
la ciudad de Buenos Aires influyera en su crecimiento superior al nor
mal y en la correspondientemente inferior expansión de otras regiones,
pero esas posibles distorsiones (debidas con seguridad a falta de infor
macn y a imperfecciones del mercado) tuvieron una proyeccn di
recta insignificante sobre el crecimiento económico tanto anterior co
mo posterior a 1930.79 No obstante, el resentimiento contra el pre
dominio pampeano y bonaerense continuó siendo fuente de problemas
políticos.
La Argentina de 1929 había llegado a tener reputación mundial como
país con un futuro próspero, y se suponía que estaba llamada a repre
sentar un papel cada día más importante no solo en los asuntos inter
americanos, sino también en los intercontinentales. Muchos líderes
argentinos consideraban a su país como la contrapartida gica de Es
tados Unidos en el continente americano, y soñaban con la progresi
va influencia argentina sobre los países limítrofes. Con la sabiduría
que da la retrospección, podemos ahora advertir no pocos elementos
negativos en la estructura socioeconómica de la nación. Aquellos ele
mentos, merced a las presiones combinadas de la reaccn política con
servadora durante la Gran Depresión, la Segunda Guerra Mundial y la
rápida industrialización, condujeron os después al gimen de Perón.
Fuente fundamental de tensiones en la Argentina anterior a 1930 fue
la siguiente:
«El intercambio anglo-argentino (...) dependía del más estricto res
peto mutuo e independencia en el plano político, a la vez que en el
plano económico implicaba una compleja y delicada interdependencia.
Igual que Estados Unidos, Cana y Australia, la Argentina fue una
de las principales metas de las empresas comerciales británicas durante
el siglo anterior a la Primera Guerra Mundial».80
79 El censo de 1914 demostró que la zona pampeana (Capital Federal, Buenos
Aires, Santa Fe, Entre Ríos, Córdoba y La Pampa), que comprendía el 30%
del territorio nacional, poseía el 74 % de la población. En la zona metropolitana
conocida como Gran Buenos Aires residía cerca del 26 %. Según los censos,
la población de la Capital Federal sola (es decir, excluyendo los centros subur
banos situados ya en la provincia de Buenos Aires), crec de 187 000 en 1869
a 663.000 en 1895 y a 1 576.000 en 1914. Estas cifras representaban el 10,8,
16,8 y 20,0 % de la población total. Con frecuencia se emplean dichas cifras
para demostrar el desequilibrio regional de la Argentina, pero dicen poco acerca
de la eficiencia o ineficiencia de la distribución de la población. La concen
tracn de ella en la zona pampeana no parece muy diferente de la aue se da
a lo largo de la costa oriental de Estados Unidos, sobre todo si se toma en
cuenta que la Argentina carece de lugares geográficos como la costa del Pa
cífico, los Grandes Lagos y el Golfo de México, que en Estados Unidos actúan
como contrapeso de la costa oriental. La concentración de la población de
Australia en el extremo sudeste de aquel país representa una distribución más
desequilibrada que la de la Argentina.
80 H S. Ferns, op. cit., págs. 1-2. Los orígenes etnogficQS comunes no han
impedido que canadienses y australianos se sintieran molestos por las inver-
A diferencia de Canadá y Australia, la Argentina poseía no solo un
idioma y una cultura diferentes de los de sus inversores anglosajones,
lino también una tradición de independencia política nacida, de hecho,
en el momento en que los ciudadanos de Buenos Aires habían derrota
do un conato británico de arrebatar el Río de la Plata al gobierno es-
E
afíol en 1807. Los inmigrantes de Europa meridional compartían con
>8 argentinos nativos su desconfianza y antipatía hacia los hábitos y
costumbres anglosajones.
La atmósfera de resentimiento contra los inversores extranjeros y el
•istema liberal creado desde 1862 se desarrolló tan pronto como el ca
pital externo comenzó a entrar en el país. Las críticas se alzaron pri
mero contra ciertas características del sistema, pero poco a poco se
fueron extendiendo hasta convertirse en una condena general de los
vínculos británico-argentinos. Algunos nacionalistas comenzaron a
enaltecer el gimen de Rosas (1829-52), que se había caracterizado
por sus frías e irregulares relaciones con las potencias extranjeras, sus
restricciones al comercio y la exaltación de los elementos tradicionales
y religiosos del país. Se acu a los ferrocarriles, a las plantas enva
sadoras de carne y a los servicios blicos de obtener beneficios exor
bitantes abusando del poder oligopólico y oligopnico. Ya en la dé
cada de 1890 los periódicos y algunos funcionarios blicos ataca-
fon a las compañías ferroviarias porque no suministraban suficientes
vagones de carga para el traslado de la cosecha de cereales; «se seña
con insistencia que a pesar de sus elevados fletes los ferrocarriles no
ponían a disposición del público suficiente material rodante
».81 Se
sospechaba que las plantas envasadoras de carne, de propiedad extran
jera, y los dueños de los buques frigoríficos que transportaban sus
»iones estadounidenses en sus países. No resulta muy sorprendente, entonces,
que un ps latino como la Argentina iniciara el camino del nacionalismo econó
mico, cuando incluso el Cana tiene hoy deres anglosajones potencialmente
similares a Perón.
81 T. R. Scobie, op. cit., págs. 96-97 Este autor sostiene que el verdadero
problema lo constitan las ineficientes instalaciones portuarias, que retenían
días y días a los vagones de carga esperando que se los descargase. El mismo
autor cita un estudio de R. R. Kuczynski, que apareció en el Journal of Poli-
tkal Economy (vol. 10, n? 3, junio de 1902, págs. 333-60), en el cual se
llegaba a la conclusión de que las tarifas de distancias cortas (menos de 150 km)
C
ira el trigo en los ferrocarriles argentinos eran inferiores a las de Estados
nidos, aunque las de distancias superiores a los 300 kilómetros eran más one-
fosas Por otra parte, un autor británico ha escrito lo siguiente a propósito de
fes
primeros años de la inversión en ferrocarriles en la Argentina: «La Argen
tina se convirtió con rapidez en un infierno ferroviario donde no menos de
21 compañías privadas y tres estatales se disputaban un tráfico de unos 4 mi
llones de pasajeros. La lucha poda haber tenido algunas consecuencias bené*
ficas si las compañías ferroviarias hubiesen luchado de veras por suministrar
buenos servicios, pero con demasiada frecuencia descuidaban la inversión en
elementos tan necesarios como locomotoras y vagones de carga en beneficio
de kilómetros y kilómetros de vías tendidas para adelantarse a las compañías
rivales o para obtener el favor de un gobierno ansioso por complacer a sus
amigos o partidarios promoviendo el ferrocarril en regiones donde poseían
tierras». Ferns, op. cit., pág. 410. La proliferación de las compañías ferro
viarias anunciaba otra similar de las compañías automotrices, que en efecto
le produjo casi cien años después Sin embargo, la acusación de que a menudo
las compañías ferroviarias repean los recorridos de sus competidores parece
exagerada.
productos al exterior, ejeran un poder oligopsónico a fin de reducir
el precio que pagaban por los animales vivos; la agitacn en favor de
una investigación del Congreso sobre aquellos problemas se agravaba
a medida que decrecía el comercio de carnes y se agudizó cuando el
Pártido Radical, nacionalista y reformista, obtuvo el poder en 1916.
(Algunos de los elementos del Partido Radical provenían de familias
que habían cooperado con el gimen rosista, derrotado por los libera
les que organizaron el sistema económico que predominó a partir de
1862.) A propósito de la industria de extraccn de petróleo, los go
biernos radicales forzaron con éxito a las compañías extranjeras a que
suspendieran sus intentos de explotar los yacimientos, y en general se
trabaron en rencillas menores con los inversores extranjeros, en
especial en cuanto a las tarifas de los servicios públicos.
Aunque algunas de las acusaciones contra los inversores extranjeros
se fundaban más en el nacionalismo xenófobo y emocional de la prime
ra generación que en los hechos y las razones ecomicas, el altivo
menosprecio con que la mayor parte de los inversores soslayaban hasta
las investigaciones más sensatas acerca de sus actividades enco la
amargura del resentimiento argentino. En 1934 una compañía britá
nica de frigoríficos trató de sacar en forma clandestina dú ps ( ¡ba
jo el rótulo de comed beefl) los registros de sus actividades en la Ar
gentina, que había sido conminada a presentar por el Senado, confor
me a una ley que tuvo el respaldo de la Suprema Corte.82
La animosidad entre los inversores extranjeros y los argentinos, inclu
yendo como tales a los inmigrantes pobres recién llegados, fue tal vez
el problema más candente y peligroso, mantenido bajo control por la
prosperidad de la década de 1920. La prosperidad sose también el
surgimiento del populismo rural entre los granjeros arrendatarios ce-
realeros, quienes desde fines del siglo xix venían quejándose de las
elevadas rentas y los intereses comerciales oligopnicos que se cer
nían sobre el comercio de exportación de cereales.83 Los intereses de la
«oligarquí terrateniente, criadora de ganado vacuno, no eran idén-
82 M. Phelps, Migration of Industry to South America, Nueva York: McGraw-
Hill Book, 1936, págs. 186-87. Aunque este autor muestra simpatía hacia el
inversor extranjero, afirma: «Sin duda, el incidente fue innecesario, y la com
pía inglesa provocó una confusión sobre misma por su falta de acata
miento a la decisión fie la Corte» (pág. 187). El gobierno argentino en 1934
era conservador, pero sensible a los intereses de los terratenientes criadores de
\ ganado vacuno. Cabe imaginar que el antagonismo entre la «oligarquía» ganadera
y los importadores y envasadores de carne británicos, que se acentuó a causa
de la Gran Depresión y la fijación de preferencias por la Comunidad Bri
tánica, fuera una de las razones por las cuales el sentimiento profascista se
difund con tal rapidez entre las clases altas argentinas después de 1930. Otro
gran escándalo durante la década de 1930 fue el suscitado por una empresa de
servicios públicos de propiedad extranjera que suministraba electricidad a la
ciudad de Buenos Aires y a quien se acusó de sobornar a funcionarios públicos
para obtener una renovación de su concesión en condiciones favorables.
83 La intranquilidad rural se haa transformado en abierta violencia durante
el año 1912 en la zona de Alcorta, provincia de Santa Fe. El antagonismo entre
^ las culturas latina y anglosajona creó fricciones en las regiones no vinculadas
con la inversión extranjera directa. Ello explica, al parecer, la imposibilidad de
atraer más inmigrantes del norte de Europa y las dificultades experimentadas
por las colonias rurales de europeos septentrionales .en la Argentina. Véase
H. S. Ferns, op. cit., págs. 78, 140.
ticos a los de los extranjeros que operaban con las exportaciones, pero
cund en la Argentina el convencimiento de que una alianza venal
entre extranjeros y «oligarcas» nacionales administraba el país en su
exclusivo beneficio.
Los salarios reales de la mayor parte de los trabajadores urbanos y ru
rales argentinos antes de 1930 no diferían mucho de los que se paga
ban en Europa occidental, pero su posición social y política era menos
Mtisfactoria. En las zonas rurales predominaba por lo común un siste
ma de paternalismo más o menos benévolo, sobre todo en las grandes
haciendas dedicadas a la cría de ganado bovino y ovino. Los servicios
de salubridad y educación que se brindaban a los peones de los esta
blecimientos
ganaderos y a los granjeros arrendatarios eran pocos y
malos. En las ciudades, los sindicatos eran débiles; en 1936 no había
más que 370.000 afiliados en todo el país (la fuerza de trabajo de
aquel año podía estimarse en unos 4 millones), y se concentraban en
una pocas organizaciones, como el sindicato de los trabajadores ferro
viarios.®4 Los reformistas radicales prestaron muy poca atención a
las cuestiones sociales relacionadas con la clase trabajadora; de hecho,
al comienzo de su administración (1919) el gobierno ahogó en sangre
una ola de huelgas. La circunstancia de que el liderazgo de los trabaja
dores estuviera a menudo en manos de inmigrantes europeos, muchos
de ellos de convicciones anarquistas, no contribu a suscitar simpa
tía hacia el movimiento obrero entre los elementos nacionalistas.85 La
legislacn social anterior a 1930 era escasa; no había nada concernien
te a los sindicatos, ni existía un sistema general de previsión social.
En 1942 solo 647.000 personas contribuían a la formacn de unos
pocos
fondos de retiro y pensión, casi exclusivamente para funciona
rios del Estado y empleados de los servicios blicos y bancos; en el
mismo o solo
8.000 mujeres recibían los beneficios de los fondos
de maternidad.86
La elevada proporción de extranjeros en la fuerza de trabajo (cerca de
la mitad en 1914) retardó el crecimiento de la solidaridad y redujo
el poder político de la clase trabajadora. Era fácil predisponer a la
Opinión pública de la clase media nativa contra los dirigentes labora
les o contra los arrendatarios que se rebelaban y que con frecuencia
no hablaban siquiera castellano y defendían ideoloas europeas. Los
peones de los establecimientos agcolas y ganaderos, que por lo co-
84 Anuario geográfico argentino, pág. 545. En 1940 el número de afiliados se
haa elevado a 473.000. Otras fuentes dan estimaciones un tanto diferentes.
85 Véase J. L Romero, A History of Argentine Political Thought, Stanford:
Stanford University Press, 1963, págs. 223-25. Se recordará que el cuadro 1-23
mostraba una súbita reducción de los salarios reales en 1915-19. Durante aque
llos años, los partidos socialistas de corte europeo se expandieron con rapidez
entre las masas urbanas; pero no atrajeron a los trabajadores rurales ni a los
hijos nacionalistas de los inmigrantes urbanos. Las condiciones de la clase tra
bajadora én la Argentina entre la Primera Guerra Mundial y la Gran Depresión
guardan alguna semejanza con las de la clase trabajadora de Estados Unidos:
en ambos países hubo sobresaltos bolcheviques o anarquistas después de la
guerra, seguidos de un lapso en que la prosperidad apaciguó las tensiones so
ciales. La modesta legislación social introducida por el primer gobierno radical
ñO parece haber ejercido gran influjo sobre los trabajadores.
86 Véase Anuario geográfico argentino, suplemento de 1942, págs. 295-303.
mún provenían de los grupos étnicos argentinos más antiguos, con
fuerte ascendencia indígena, no eran cilmente vulnerables a la prédi
ca de los inmigrantes urbanos reformistas, manteniéndose al margen.
Aquellos descendientes de los gauchos del siglo xix iban a transfor
marse en una poderosa fuerza política durante las décadas de 1940
y 1950, al trasladarse a los centros urbanos,87 y se convertirían tam
bién en el blanco predilecto de los insultos de sus anteriores emplea
dores.
Del mismo modo, la gran preponderancia de los extranjeros entre los
empresarios urbanos emergentes restó a este grupo gran parte de su
posible influencia sobre la vida política. Aun hoy es frecuente escu
char quejas contra la timidez de los empresarios y su resignación a que
las tradicionales familias terratenientes continúen ejerciendo el lideraz
go político y social.
La generosidad de la ley argentina, que otorgaba a los extranjeros re
sidentes casi los mismos derechos que a los ciudadanos a la vez que
les imponía menos obligaciones, pudo ser en parte culpable de la lenta
incorporacn de los inmigrantes a la vida política. Muchos de ellos
no tenían interés de hacerse ciudadanos y, a diferencia de los inmi
grantes que se establecían en Estados Unidos, mientras les fue posible
se abstuvieron de comprometerse a fondo con su nuevo país. Eran co
munes la indiferencia y el desapego. Para muchos el ideal era enrique
cerse en la Argentina y regresar desps a su patria. Los que así pen
saban pero no consegan hacerlo, a menudo adoptaban una acti
tud hostil haa el medio ambiente y transmitían aquella actitud a
sus hijos.
La contrapartida de la lenta «nacionalizac de los inmigrantes era
la retención de gran parte del poder en manos de grupos de antiguos
residentes, en especial las familias de quienes habían resultado victo
riosos en 1852. Las bases económicas de aquel poder, mientras el co
mercio mundial fue próspero y la Argentina participó en él, estaban
aseguradas por los factores indicados en la sección en que nos referi
mos al mercado de tierras.88 La primera generación de aquella clase en
nada se ajustaba a la caricatura habitual del terrateniente apático. La
tierra se ganaba principalmente en lucha abierta contra los indios o
contra los enemigos políticos, y sus mentes estaban llenas de las ideas
liberales del siglo xix. Su liderazgo determinó el notable crecimiento
posterior a 1860, que transformó a la Argentina de uno de los pses
más atrasados de América latina en uno de los más prósperos y cultos.
Por supuesto, es verdad que las políticas liberales a propósito del co
mercio y la inmigración beneficiaron en especial a los propietarios del
factor más abundante, es decir la tierra, pero no es menos indudable
que esas políticas estimularon el crecimiento económico. Gobernan
87 David Félix me ha hecho notar el paralelo existente entre el papel desem
peñado por los migrantes negros sureños en la crisis urbana de Estados Unidos,
y el de los «cabecitas negra en el movimiento peronista.
88 Según Gino Germani, en 1914 los extranjeros constituían solo el 10 % de
los propietarios de bienes raíces, el 18 % de los empleados públicos, y el 22 %
de los propietarios de explotaciones ganaderas. Por otro lado, el 74 % de los
propietarios de comercios y el 66 % de los propietarios industriales eran extran
jeros Véase Política y sociedad..., op. cit.y g. 195.
tes como Domingo F. Sarmiento (presidente de 1868 a 1874) vieron
claramente el nexo entre educación y desarrollo e iniciaron programas
ambiciosos, que no desmerecerían en la actualidad los mejores planes
de desarrollo.
Los descendientes de aquella élite recibieron en herencia tierras cuyos
valores parecían destinados a crecer por siempre en forma automáti
ca. Pocos pensaron que merea la pena realizar un esfuerzo adicional
para transformarse en empresarios industriales. Aunque el refinamien
to y la cultura de aquellos grupos continuó aumentando, comenzaron
a perder las aptitudes políticas y la energía que habían desplegado sus
antecesores. La élite industrial puede renovarse con el surgimiento de
nuevos productos, procedimientos y empresarios, pero la renovacn
de la élite terrateniente es más difícil; al menos en lo que a la Argen
tina concierne, la renovación parece haber sido muy leve.
A pesar de todo ello (la lenta asimilacn del capital y la mano de
obra extranjera, la escisión entre las masas rurales y la clase media ur
bana y la disminución de la calidad del liderazgo político) no era
inevitable una explosn revolucionaria. La sociedad argentina ante
rior a 1930 continuó siendo en general flexible, y la movilidad social
fue tan elevada como en otros países de colonización reciente. Casi
toda la élite, aunque rica y poderosa, continuó sujeta a la ideoloa
liberal por lo menos hasta la década de 1920, según lo atestigua el sis*
tema educacional.89 Cabe imaginar que si la expansión de la economía
mundial hubiese durado unas pocascadas más, acaso habría pro
vocado la aceleración en el crecimiento del liderazgo urbano que conci
llase las aspiraciones de obreros, empresarios y campesinos con una
declinación gradual de la influencia de los grandes terratenientes, sin
desmedro de la producción de artículos agropecuarios exportables.
Pero un acto tan equilibrador, aun en condiciones de prosperidad, re
sulta dicil en la Argentina. El principal problema estriba en que las
políticas económicas que son más eficaces desde el punto de vista
ecomico (p. ej., el libre comercio, o casi libre) determinan una dis
tribución del ingreso que favorece a los propietarios del factor de la
producción más abundante (es decir, la tierra) y por lo tanto fortale
cen la posición de la élite tradicional. El mismo problema puede con
siderarse de otro modo. Cabría esperar que una política que desviara
en forma artificial las exportaciones de carnes y cereales hacia el con
sumo interno fuese bien acogida por las masas urbanas, que gastan una
gran proporción de su presupuesto en esas mercancías, y por los em
presarios urbanos, preocupados por la mina de salarios que tienen
que pagar. Pero la eficiencia a largo plazo y una distribución del ingre
so que beneficie al pueblo lo pueden lograrse mediante un elabora
do sistema fiscal, que no es cil de conseguir.
Se ha dicho que en el Reino Unido «la agricultura poseía una extraña
historia, en la cual las emociones no eran menos importantes que la
89 En 1929, de una población de 11,59 millones, haa 1,41 millones de alum
nos en escuelas primarias y 53.600 maestros. En ese mismo año, el 10 % del
presupuesto del gobierno nacional se destinó a la enseñanza primaria. En 1934
nabía 90.300 alumnos en escuelas secundarias registradas en el Ministerio de
Educación y 22.300 alumnos inscritos en universidades nacionales. Véase Anuario
geográfico argentino, pág. 497-524.
6- Díaz Alejandro - La desaceleración del crecimiento argentino.pdf
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