Plasencia, 1964. Profesor de Estética y Teoría de las Artes de la UAM.
Crítico de arte. Notas y pensamiento descompuestos sobre cuestiones artíticas, culturales y otras frikadas a la altura del empantanamiento contemporáneo.
No va más.
Jordi Colomer.
Prohibido
cantar/no singing (obra didáctica sobre la fundación de una ciudad paradisíaca)
AbiertoxObras. Matadero. Madrid.
Fernando
Castro Flórez.
Al final de
Casino de Martin Scorsese escuchamos
la voz en off que da cuenta del final
del heroísmo criminal: todo es un naufragio y, además, simulado patéticamente
para una clientela chandalera y viejuna, en la ciudad que anuncia que “nadie lo
hace mejor” está edificada sobre los bonos basura. El postmodernismo había
“aprendido” de las Vegas (en la clave pop y desenfadada pregonada por Venturi
& Cia), la globalización expandió la lógica del “todo incluído” (la
maravillosa posibilidad de acumular souvenirs sin tener que sufrir el mal olor
o la cercanía del otro exótico) y, en el presente depresivo, asistimos a la
materialización cruda de aquella ficción borgiana de La lotería en Babilionia. Si hasta Nadal arruina su imagen impoluta
anunciando el poker on line (adicción
ante la que toda llamada a la moderación suena a cinismo impecable), no puede
extrañarnos que la ley y los contratos se recorten, a la manera bufonesca de
Groucho Marx, en beneficio de la promesa del Imperio del Juego que nos traerá
el maná soñado del trabajo precario. Mientras un magnate inquietante deshojaba
la margarita del emplazamiento de la llamada Eurovegas, algunos comenzaban a
recibir el adiestramiento para asumir el rol del croupier. La historia se
repite, aberrantemente, una y otra vez como farsa mientras el recuerdo de Bienvenido Mister Marshall se impone en
el imaginario de los que sufren el Síndrome de Casandra.
Jordi
Colomer atraviesa la fantasía ilusoria de aquel otro proyecto de una ciudad del
juego en los Monegros. De los 32 casinos, 72 hoteles y seis parques temáticos
no hay nada de nada, tan sólo queda lo que ya estaba allí: el pueblo de
Farlete. Aquel delirio pone en marcha la materialización distópica de Colomer que utiliza su bricolage escultórico como
feria cochambrosa en la que actúan los habitantes de aquel lugar que iba a
convertirse en paraíso de la suerte y, sin duda, en pesadilla para la gran
mayoría a la que le llegan siempre cartas gafadas. Los trileros, la mujer
semidesnuda que anuncia que está prohibido cantar y la que trabaja en una
cochambrosa taquilla, están azotados por un viento inclemente.
En los últimos días de la ciudad
de Mahagonny las comitivas desfilan con carteles sorprendentes: “POR LA
GRANDEZA DE LA INMUNDICIA, POR LA INMORTALIDAD DE LA INFAMIA, POR QUE CONTINUE
LA EDAD DE ORO”. No hace falta huracán ni tifón, basta con el desvarío que
aumenta como un tsunami cuando el dinero brilla por su ausencia. La sexta
comitiva lleva un pequeño cartel que sintetiza el desafuero: “POR LA
ESTUPIDEZ”. Brecht era el maestro consumado de la interrupción del teatro épico
y Colomer ha desplegado lúcidamente su “literalización”, despojando a las
escenas grotescas de sensacionalismo temático. Benjamin señaló que en el teatro
brechtiano se ponen los acentos no en las grandes decisiones, que están en la
perspectiva de la expectación, sino en lo inconmensurable, en lo singular.
Antes de contemplar las escenas de la desilusión del casino que “no tuvo lugar”
atravesamos la oscura sala desnuda del Matadero y un pasillo que transmite una
sensación de gelidez. Los hombres de Mahagonny formaban una banda de
excéntricos, los actores improvisados de Farlete están dispuestos a resumir
sarcásticamente una aventura empresarial que olía a podrido antes de poner la
primera piedra. Sin proponer catarsis alguna, Colomer es el productor de una
soberbia parodia que da cuenta de un tiempo en el que la política es un juego
de idiotas y, además, todo el mundo lo sabe: la banca siempre gana.
Christian Boltanski: “Sombras”.
La Llotja de Palma de Mallorca.
Organizado por galería Kewenig y Cultural Strategy Partnership.
Fernando
Castro Flórez.
Dice verdad quien dice sombra aunque se trate de
una temblorosa e hipnótica proyección “teatral” como la que ha montado, con una
economía de medios admirable, Christian Boltanski en la Lonja de Palma de
Mallorca. Este artista comenzó a introducir las sombras en sus instalaciones a
partir de 1984, dotándolas de una mezcla de humorismo y carácter siniestro,
aludiendo a lo familiar pero también a los traumas reprimidos; las imágenes
parecen derivar de los juegos de los niños en la pared nocturna, son formas
fantasmagóricas, teatrillos inestables, escenas enigmáticas, apariciones
memorables que apenas son nada. En las paredes de ese magnífico edificio gótico
contemplamos demonios que giran en una persecución que no encuentra su presa,
danzan esqueletos, pequeñas manos recortadas adquieren un tamaño
desproporcionado y máscaras macabras tiemblan como si estuvieran agitadas por
un vendaval que propiciara la catástrofe.
Christian Boltanski ha
declarado de forma explícita su deseo de ser patético: “quiero hacer llorar a
la gente. El arte debe dar emociones. Estoy a favor de un arte que sea
sentimental”. Fascinado por la muerte y anclado también en la obsesión
autobiográfica, Boltanski utiliza, una y otras vez, lo que podríamos
calificar como objetos sentimentales que modifica en cada montaje: prepara en
cada lugar una interrogación, la misma, que es siempre diferente. El traumade la infancia es una potencia que en la obra interviene continuamente,
la distancia con respecto a los demás, una dificultad para asumir la doma de la
cultura. En alguna ocasión ha declarado que su proceso creativo con los rostros
de gente muerta le excita, como si estuviera adentrándose en el dominio del
sexo: la comprensión del sujeto como un objeto que ya no puede reanimarse.
Boltanski intenta
rendir testimonio de la dificultad para articular el sufrimiento en la
contemporaneidad. La pulsión de muerte se articula dialécticamente, en un filo
paradójico, en un tiempo de precariedad, cuando la secularizacion ha generado
tierra baldía. “Mi obra -afirma Boltanski- es una obra teatral en la que el
público no reconoce al autor, pero sí se implican en mi trabajo, y eso es lo
que más me interesa”, una obra que habla de la muerte abstracta y obscena, del
sentimiento de culpa o de las formas de escamoteo de la realidad, exige una
proximidad radical, un enfrentamiento personal. Encuentra recursos para escapar
de la repetición estéril, esa clonación que imponen las derivas minimalistas,
dota al nihilismo de un auténtico tono corrosivo. Frente a lo meramente
decorativo o la neutralidad del museo, este creador elabora un luto que afecta
a la memoria colectiva, que introduce la política de una forma no
institucional. Monumento de lo efímero que es, simultáneamente, aquello a lo
que atiende el narrador, el terrible espacio hermético del que se ha sacado,
intemporalmente, la potencia para continuar viviendo.
El arquetipo jungiano de la sombra
adquiere en la maravillosa instalación de Boltanski en la Lonja una dimensión
lúdica extraña, como si su larga pugna con el sufrimiento sedimentado, valga la
paradoja, en el anonimato de los rostros, pudiera ahora, en tiempos crueles,
incorporar una dimensión vitalista e incluso jugar en una mezcla de lo onírico
con la subversión pactada del carnaval. Sin duda, Boltanski ha realizado “una
obra feliz”, en la que el juego infantil con las sombras evoca tanto los
placeres de la carne cuanto la vanidad del mundo. En el espacio gótico del
mercado, justo en las fiestas de Sant Antoni, este artista ha convocado un
mundo “demoníaco” que no funciona como un “memento mori” sino como una
incitación a vivir de forma más intensa. “Quieres recortar mi silueta –escribe
Miguel Ángel Ortiz en su bello libro La
danza de la muerte (Ed. Fórcola, 2014)- para mantenerla viva, como escribir
o decir el nombre de alguien permite, dices, hacerlo de nuevo presente”. Más
allá de las sombras de la caverna platónica, experimentamos el placer de
reencontrar un teatro de una fragilidad y hermosura que no puede olvidarse so
pena de convertir nuestra vida en ceniza.
Cuáles son las personas más potentes intelectualmente que has leído o conocido? Que te parece PODEMOS? Cual de sus miembros es para ti el más brillante? Que opinión tienes de Foucault? Por que apareciera en el intermedio? Un saludo
Admiré muchísimo a Octavio Paz (al que además dediqué mi Tesis Doctoral), leo y releo a Adorno y a Benjamin, me interesa casi todo lo que publican Jameson y Zizek. He conocido a muchísima gente que me impresionó pero tal vez mi gran maestro, en todos los sentidos, fue el artista Nacho Criado. Mi opinión sobre Podemos es demasiado “laberíntica” y creo que requiere demasiado espacio aclarar mi parecer. De momento diría, sencillamente, que fue un fenómeno político apasionante y necesario, pero que acaso su urgencia ha comenzado a volverse rutinaria. En cualquier caso, es un proceso político que apoyo y seguiré apoyando, mostrando mis puntos de disconformidad cuando proceda. De los miembros de Podemos valoro la capacidad comunicativa de Pablo Iglesias y me parece que Errejón es rápido y está bien preparado. En cuanto a Foucault es, sin lugar a dudas, un pensador decisivo al que hay que volver constantemente; desde sus consideraciones sobre las heterotopías a la inacabada “Historia de la sexualidad”. He releído hace poco sus entrevistas finales y me han parecido de una lucidez absoluta, especialmente su modo de hablar de la vida como una obra de arte. Por último, aparecí en “El intermedio” porque me propusieron hablar sobre rotondas y es algo tan “sórdido” que no pude negar. No soy, para nada, un “pureta” y no me da miedo mezclarme con los medios por bizarros que sean. Creo que también ahí, en programas como “El intermedio”, “El hormiguero” o hasta “Lágrimas en la lluvia” se puede decir algo con algún sentido. E incluso uno puede aspirar a divertirse mientras trata de proponer alguna reflexión.
Todo por culpa de una siesta que no me eché.
Fernando
Castro Flórez.
“No tenemos nada que decir, salvo
que somos unos miserables” (Thomas Bernhard).
No hace falta
agarrar un abrelatas para “meterle mano” a Piero Manzoni, especialmente cuando
sospechamos que estaba comportándose como un trilero, más que como un
alquimista, pillando oro a cambio de mierda. Basta tropezarse, en cualquier
garito, incluso en una librería, con un “presunto” artista para comprender que
el delirio es contagioso. Dejadme, a la manera de Montaigne, que hable de mi mismo (a fin de cuentas, es lo que
tengo más cerca y “un caso” sórdido a carta cabal) y de uno de los recientes
topetazos, en el terruño en el que me parieron donde abunda una mezcla
calificable como “escabrosa” de pretenciosos (pseudo)aristocráticos, catetos
sin boina que los torne reconocibles, copeadores ochenteros (peor que
trasnochados, devenidos fósiles “bellotaris”), concejales-amigos-de-ganaderos y
enteradillos con El País atrancado en
el sobaco. Un pintor, tan amable como viejuno (amigo, para más señas, de la
familia, lo que le permitía tratarme con un tono melifluo y de cierto
compadreo), me abordó en una maravillosa
cafeteria-librería-tertulianística-hipsterizada para comentarme que quería
impulsar “un pequeño Guggenheim en Plasencia” (sic). Así lo dijo sin parpadear.
Tan horrenda propuesta suponía que se utilizara un Pabellón de Congresos (tipo ovni en las afueras montaraces),
“perpetrado” por unos arquitectos que seguramente unen a su jeta inmensa un
conocimiento exhaustivo de las paridas post-post-modernas que su profesión les
permite “cimentar”, como “museo de arte contemporáneo”. Siempre se podría, dijo
el pintorcillo que pensaba como suele ser habitual en su fama “injustamente
mermada”, cobrar a los turistas (financiados a tal trajín por el IMSERSO,
verdadera agencia “jubilar” de viajes) cinco euros per cápita, especialmente cuando en el pueblo no se puede hacer
nada tras el éxtasis catedralicio. En su cuento de la lechera se imaginaba que
un autobús diario haría parada-estético-recreativa en aquel “huevo Kinder
museal” para ver unos cincuenta cuadros que prestaría, Dios mediante, nada más
y nada menos que el Reina Sofía. El interfecto se había movido cual rabo de
lagartija, hablando con todo Cristo, a saber, con el Alcalde, el Director
General de Bellas Artes, un Conservador ignoto del MNCARS y ahora lo hacía
conmigo que estaba, literalmente, estupefacto. De remate soltó una de
campeonato: “anda dile tú algo al vice-consejero que a ti si que te hacen
caso”. Me entró un mareo de tomo y lomo. Resulta a mi “me hacen caso” ciertos
sujetos políticos a lo que considero representantes plenipotenciarios de la
cutrez. Afortunadamente no me hacen caso en nada, entre otras cosas porque mi
concepción demoledora no aportaría otra cosa que ruinas por el placer que
supone desplegar “el carácter destructivo”.
He
visto cosas, ya me pongo en plan “replicante” nostálgico, que vosotros no
podéis ni soñar. Además formo parte, sin desearlo, de la casta y, en mi encastramiento discursivo, he terminado por patentar
un “cóctel” indigesto de erudición y bromitas, tratando de castrar mi tono
agrio en beneficio del pastelero “buen-rollismo”. Además, si uno está enfermo
de “citacionismo” la cosa empeora irremediablemente. Si tuviera que revelar
alguna verdad no podría sino recurrir, como un ventrílocuo, a otro, por ejemplo
(para no invitar a más gente en este “textículo”) a Thomas Bernhard que
sostenía que a los cuarenta años hay que proclamarse viejo bufón: “Ese método
es el único que hace todo soportable”. Yo también soy, en la “cincuentena”, un
viejo bufón que intenta encontrar no tanto algo interesante sino cualquier cosa
que me saque del aburrimiento o, mejor, del tostonazo. A veces tengo que
administrarme, sin miramientos, un cochinillo, generosamente regado con caldos regalados
por bodegas que colaboran sin venir a cuento. Algunos dicen que es divertido
“andar de galerías”, esto es, entrar y salir, participar de la pomada,
intervenir en alguna charleta, dar palmaditas en la chepa a un grupito de
frustrados, afanarse tras una bandeja de canapés rancios o sacar la tarjeta VIP
para comprobar que han dejado entrar a una multitud de “pringaos”. Si uno, por
profesión, vocación o mera tendencia adaptativa de “trepa” irredento, tiene
además que pulular por estudios de artistas de distinto pelaje puede tener
serios problemas estomacales, sufrir crisis claustrofóbicas o, peor, ser un
ejemplo inconsciente de Síndrome de Estocolmo. Mi encuentro con el “pintor
provinciano” es la guinda del pastelón de
un mundillo que algunos pedorros llaman “escena artística”. Esta zona es, sin
exageraciones, tan pantanosa que aquí no puede adentrarse ni el “pequeño
Nicolás” para hacerse un selfie.
Tras darle
vueltas a la urgencia de reescribir algunos pasajes del Lazarillo de Tormes, adaptándolos al patetismo del “artisteo”
(entre otros el pasaje del “fijodalgo” que viene “comido de casa” y con hambre
canina), he tenido la inmensa fortuna de recibir un regalo envenenado: el Compendio
Analítico Gliscromorfo: Arte de Álvarez Rabo. El título me pareció y me
sigue pareciendo una gran cagada, disuasorio seguramente para estómagos poco
acostumbrados a potajes. Me había llamado Eli, la secretaría del tal Rabo al
que no tenía, afortunadamente, el gusto de conocer. Los prolegómenos fueron tan
extraños que casi mando a tomar por el mismísimo saco a estos inoportunos que
venían a pedir un prólogo en tiempo canicular. El tocho, encuadernado en
canutillo, que me “endosaron” tenía el deplorable aspecto de una “tesina”, obsoleta
incluso para la ANECA. El subtítulo (aclaratorio o puramente “diletantístico”)
no tenía desperdicio: “Ensayo gráfico anartístico”. Pensé, apresuradamente como
me gusta, que aquello no era otra cosa que un producto diarreico que merecía
llegar a su destino, esto es, al WC. Tenía, como de costumbre, problemas con la
cisterna y además este mamotreto podría atascarse en el sifón así que decidí
colocarlo en la mesita de los refusées,
aplazando la “solución final”, inequívocamente drástica.
Supongo que fue
el tedio abismal lo que me llevó a abrir el engendro de Álvarez Rabo. Pude, con
un rigor científico ejemplar, comprobar que este tipejo no tenía ni puta idea
de dibujar: el trazo era desastroso, puro temblor para dar rienda suelta a un
febril “monigoterismo”. La composición de las viñetas era de propia de un
“alicatador”, cuatro por página y en algunos casos tres para darle un poquito
de ritmo. Ni en mis peores pronósticos había imaginado algo tan mierdoso. Como
tengo la extraña disposición papilar que me lleva a apreciar lo repugnante (ya
sea los erizos o la torta del casar, “manjares” que me hacen, como suele
decirse, “irme de varetas”), agarré el engendro “en canutillo” y me “empiltré”
con él. Entre las pocas costumbres sanas que tengo está la de echarme la siesta
a diario; no se trata de un pequeña “transposición de sofá” sino de una
inmersión profunda en el yoga ibérico (por aclarar el asunto: nunca menos de
dos horas de ronquido a pierna suelta con la panza bien llena y la boca pastosa
por el vinazo) que me evita contemplar los atardecer sublimes de ese poblachón
que presume de capital. El cómic o lo que quiera que sea de Álvarez Rabo
comienza con citas de un director de cine que no soporto y luego tiene hasta
dedicatorias y llamadas de atención. Me estaba cabreando de lo lindo casi antes
de comenzar cuando me encontré con una cita en inglés. Manda huevos, resulta
que tenía que “prologar” a un tipejo que ponía en mayúsculas la palabra
“TOMORROW”. Aquel encargo iba a quedar apuntado en la barra de hielo. Me quité
los calzoncillos (prolegómeno esencial para entregarme a los brazos de Morfeo e
iniciar la sudada) pero antes decidí pasar una página más para encontrarme de
nuevo con otra pútrida palabreja en inglés: “Introduction”. Resulta que tenía,
sin haberlo deseado, entre manos un conjunto de páginas afectadas por esa
suerte de “snobismo pueblerino” que es casi endémico en nuestro país
(especialmente si uno repara en los títulos de las infinitas secciones de ARCO
que van del “cutting edge” al “black box” o, supongo al “gin tonic”). Con la
decidida intención de cerrar el “análisis” de este Compendio Analítico Gilscomorfo contemplé la primera imagen que era
la de un tipo asustado frente a un museo coronado por una especie de tricornio.
Ese fue, sin duda, el anzuelo que me trincó: la asociación entre este dibujo
penoso y el recuerdo de que la “cuadratura del círculo”, según Ramón Gómez de
la Serna, “se hace con un tricornio”. Lo que luego sucedió fue una mezcla de
drama y milagro: no pude sestear de tanto como disfruté con lo que seguía en
ese “cómic escatológico-artístico”. Pasé la tarde entera en la cama riendo a
mandíbula batiente.
Alvárez Rabo ha
compuesto, con un trazo deslavazado propio de alguien que se autocalifica como
un “dominguero”, un retrato colectivo o una descripción fidedigna del
ecosistema artístico, donde no ha ocultado los síntomas de idiotez, ni ha
dejado de dar cuenta de las cretinadas institucionales, el patetismo de los
presuntos creadores, la vanidad discursiva o la miseria precariamente
“camuflada”. Todo comienza con el sueño de que se va obtener un “pastizal” para
terminar con una especie de encontronazo con el “director” del Museo (un tal
Pestiño) que parece que “se negaba” a publicar este desmadre. Da la impresión que la “intención original” era indagar,
a la manera del Dogma95, en pos del “idiota interior del arte”, tarea simple
(dado la abundancia de especimenes desnortados y plastas de toda condición)
pero, al mismo tiempo, compleja porque requiere de todo un rollo “metalingüístico”
o, para no andar con retóricas ni erudición, hay que pegarse, desde el primer
momento, un tiro en el pie.
Aunque Rabo
parece que dibuja con ese apéndice lo cierto es que tiene un talento innato
para la “antropología de campo” y es capaz de detectar la vanidad del arte contemporáneo como si fuera un zahorí, valga la
paradoja, de pozos secos. Aquí no queda títere con cabeza, siendo como es,
valga el juego, un auténtico retablo de marionetas. Cobra, literalmente, hasta
el apuntador y Álvarez Rabo no se corta con nada, llegando, como suele decirse,
a “morder la mano que le da de comer”. En realidad, no tengo nada claro que
este sujeto se gane la vida con estos monigotes. No es un renegado ni un
frustrado, sencillamente parece alguien con ganas de cachondeo y, además, con
un “temario” inmenso, porque el mundo del arte da para mearse de la risa. Y, a
pesar de lo patético y de la acumulación de ridiculeces, en el ecosistema
“creativo” lo que germina es el aburrimiento, las caras de poker y el patatal burocrático. Y todo se repite sin que se
produzca ningún desfondamiento. A
estas alturas de mi “prólogo de circunstancias”, querido idiota-mi-lector, te
sugiero que vayas directamente a las viñetas caricaturescas o que sigas a
sabiendas de que voy a calzar, ahora mismo una cita de Gilles Deleuze que me
sacó no tanto de la manga sino de la estantería: “Tal vez el objeto más alto
del arte sea hacer funcionar a la vez todas las repeticiones, con su diferencia
de naturaleza y de ritmo, su desplazamiento y su disfraz respectivos, su
divergencia y su descentramiento, solapándose unas con otras, y, de una en una,
envolverlas en ilusiones cuyo “efecto” varía en cada caso. El arte no imita,
sino que, ante todo, repite, y repite todas las repeticiones, debido a una
potencia interior (la imitación es una copia, pero el arte es el simulacro,
invierte las copias convirtiéndolas en simulacros). Incluso la repetición más
mecánica, la más cotidiana, la más habitual, la más estereotipada, encuentra su
lugar en la obra de arte, quedando siempre desplazada con respecto a otras
repeticiones, y a condición de que se sepa extraer de ella una diferencia para
las otras repeticiones. Pues no hay otro problema estético que el de la
inserción del arte en la vida cotidiana. Cuanto más estandarizada aparece
nuestra vida cotidiana, cuanto más estereotipada sometida a una reproducción
acelerada de objetos de consumo, más debe el arte apegarse a ella y arrancarle
la pequeña diferencia que actúa en otra parte y simultáneamente entre otros
niveles de repetición, e incluso hace resonar los dos extremos de las series
habituales de consumo con las series instintivas de destrucción y de muerte,
juntando así el retablo de la crueldad con el de la imbecilidad, descubriendo
bajo el consumo el castañeteo de la mandíbula hebefrénica, y bajo las más
despreciables destrucciones de la guerra, nuevos procesos de consumo,
reproduciendo estéticamente las ilusiones y mistificaciones que configuran la
esencia real de esta civilización, para que al fin la Diferencia se exprese,
con una fuerza a la vez repetitiva con la cólera, capaz de introducir la
extraña selección, aunque no sea más que una contradicción por aquí o por allá
es decir, una liberación para el fin del mundo”. Aunque la parrafada es
mareante por lo menos termina en plan apocalíptico y deja el aroma de un
retablo de estupideces que guarda no pocas similitudes con el del Compendio Analítico Gliscromorfo. El
disparate puede venir bien aunque sea para componer un acróstico.
Por donde quiera
que se le meta mano a esta “enciclopedia de la necedad estétizada” no deja uno
de reconocer personajes y personajillos
de la fauna que compone el art-jet,
esto es, la caterva que está siempre, como diría la ínclita Sofía Mazagatos,
“en candelabro”. Una familia entra en el BoBa (“uno de los museos de visita
imprescindible”) y se encuentra con que a Guarrina Guarrinovich le están
comiendo el mismísimo coño. Lástima que Marina Abramovic, convertida en “abuela
del performance” (título sórdido donde los haya), últimamente le apetezca más
que nada convertir el “tancredismo” en algo digno de admiración (supongo que no
solamente la marciana de Lady Gaga puede reclamar su condición de “discípula”
sino que Mariano Rajoy estará en la lista de candidatos en el Máster de
“presentación plasmada”). También queda claro quien es el fulano que está
haciendo un casting de putas para su próxima “acción” financiada por una
señorona a la que se sale la pasta por la orejas y puede permitirse tener
galería arte, fundación museística, cuadros, fotos y vídeos del copón bendito
y, seguramente, un vieja colección de las muñecas de Famosa que, como todo el
mundo sabe, “se dirigen al Portal”.
Los niños
aparecen, en algunos pasajes, como aquellos que desvelan el timo de esta
pantomima que repite, hasta la saciedad, el cuento del traje nuevo del
emperador; en un momento, ese par de críos, que acuden a los museos de la mano
de sus padres que entienden que nunca está de más un poco de “barniz
cultureta”, lanzan una carga de profundidad: el arte contemporáneo no es otra
cosa que “una gamberrada sacralizada”. Todo está, efectivamente, enmarcado,
pedestalizado y con estricto control de temperatura en la vitrina. La
acumulación vertiginosa de exvotos (pseudo)transgresores
es directamente proporcional al overbooking
de pedantes. Lo malo es que no hay energúmenos, como los que garabatea Álvarez
Rabo, capaces de darle una soberana hostia a un pintor que se hace el
interesante. Sin ningún género de dudas, aquello que saca de sus casillas a
este artista que se “suicidó”, dado el nulo interés que generaba su obra, el 11
de septiembre del 2002, es la palabrería, el blababa incontenible, la jerga indigesta y la pose de “hacer que se
está pensando” cuando en realidad uno esta a punto de soltar una parida inmunda
o de atrincherarse en una retahíla de citas de pacotilla. El “profe de
escritura artística eficaz” suministra una reglas
de obligado cumplimiento, entre las que destaco la siguiente: “si es
necesario inventen palabras incomprensibles casi nunca se entera nadie de que
es inventada y nadie se atreve a decir que no entiende. Yo he inventado dos:
fosfénico y gliscromorfo”. Toma del frasco carrasco. Aquella tarde en la que,
por obra y gracia de este cómic para “cagarte”, profané mi religión siestera me topé, entre otras lindezas,
con un fabuloso sarcasmo titulado “Feroz crítica a los artistas oscuros,
pedantes y realmente aburridos y tristes”. Se trata de un “compendio” de una
conferencia de tres artistas que, más allá del “monigotismo”, conozco de sobra.
Con un furor inexplicable lanzan nombres sin tino de filósofos de toda clase y
condición, lo mismo les sirve Brentano que Cassirer, trajinan tras horas de
masacrar al público con Koselleck pero también con Badiou y de postre Rancière
que es bueno para cualquier guiso. Tras un silencio gélido un superviviente
(para más señas adicto a toda esta mandanga de las conferencias e incluso
“horneado”en diferentes másters) lanza un comentario demoledor: “no les he
entendido ni una puñetera palabra de su chapa de conferencia”. Como este mundo
es más pequeño que el país multicolor de la abeja Maya, me topé con el
escurridizo Álvarez Rabo en una exposición (retrospectiva faraónica en lo que
parece la Meca del arte contemporáneo en nuestro particular erial) de uno de
los tres “piantes” de “Lo Gliscomorfo dentro del Campo Fosfénico”. De pronto
aparecieron los otros dos profesionales de “dar la chapa”. Comencé, como es mi
costumbre, a decir tonterías con tono profesoral y, para sorpresa de Rabo, el
“trío artístico” no dejó de soltar risitas cómplices. En una conversación
telefónica reciente todavía estaba el “comiquero sarcástico” perplejo con aquel
jiji-jojo, en un pasteleo que no venía a cuento, salvo que quisieran hacerme la
rosca hasta el infinito y más allá.
El artista engolado suele ser un casposo provinciano
que aprendió a decir “naistumiyu” en un viaje relámpago a alguna capital donde
no se enteró la misa la media; ni siquiera ha tenido la osadía de pintar el
churro que premiaron los “six critics sin piedad” en la Bienal de Albacete. No
seguiré con el spoiler de este
prodigioso Compendio especialmente
cuando en él se aclara cuales son los dos lobbies
que cortan la pana. Álvarez Rabo, un honrado (quiero creer esto para no
enmierdar más el prólogo) de la Sección de Deportes, Caza y Pesca de unos Grandes
Almacenes, tiene lo que últimamente se califica como “información sensible”,
sea porque es un cotilla impenitente o frecuenta saraos de toda índole, tal vez
dispone de “topos” en el mainstream artísticoo tiene trato carnal con el “joven
curator” que lo mismo sirve para un roto que para un “descosío”. Conoce el
comportamiento del cuco que deja los huevos en nido ajeno y estoy convencido de
que suele ir “de matute”. Junto a este tocho tronchante de lo gliscromorfo me mandó un cómic
previamente editado, con el título de Los
“bajos” de la alta cocina, en el que le da caña al mundo gourmet. Pude comprobar que la risa
sardónica puede servir para comer de
gorra en los restaurantes más caros y pintureros. Todo aquel “paquete” con
el que me invitaba a “prologar” su Compendio
venía abrochado con una cosa que calificó como “dedicatoria oficial” que
hago pública para que todo el mundo compruebe como se las gasta Álvarez Rabo:
“A Fernando Castro con todos mis respetos”. Bajo esa frase tan servil había
tenido los santísimos huevos de hacer un dibujo infame en el que aparezco caricaturizado
(lo que no es lo peor) en pelotas mientras un negro me da por el culo. Menos
mal que tengo una lavadora en la que apoyarme para soportar esta “penetrante”
insidia. De mi boca-monigotera sale una frase indignadamente lastimera: “¡¡Le
va a hacer un prólogo a este hijo puta su putísima madre!!”. Algo habré disfrutado para, a posteriori (valga esa
expresión para evitar seguir con el regodeo anal), escribir estas majaderías
con la mayor de mis devociones. Podría haber tomado una decisión drástica que
no habría sido tanto la de negarme en redondo a “bautizar” estas mordacidades, cuanto la de amordazar
para soltarle un buen tortazo a este tipo que sabe que se está poniendo
“bastante jodidillo” eso de ir de
artista. Pero me tragué la carnaza vorazmente antes de comprender que iba a
colaborar en la divulgación urbi et orbi
de una fábula del arte grotesco que
ha terminado por convertirse en epidémico.
Lo grotesco es
el mundo en estado de enajenación; por mundo enajenado se entiende aquel que en
un tiempo nos resulta familiar y confiado y de repente nos desvela su
naturaleza extraña o inquietante. Esa descripción es exactamente la de lo siniestro
freudiano. Si, por un lado, la lógica artística de al imagen grotesca ignora la
superficie del cuerpo y no se ocupa sino de las prominencias, excrecencias,
bultos y orificios, es decir, únicamente de lo que hace rebasar los límites del
cuerpo e introduce al fondo de
ese cuerpo, también es una experiencia de pérdida de la orientación, en la que
lo carnavalesco, deja de funcionar como insurrección popular para dar cuenta de
una especie de singular desubicación o revelar una condena vital, como si
estuviéramos sujetos en un teatro de marionetas. Aunque a veces parezca que actuamos en una renovada commedia dell´arte (con un abuso de
máscaras y disfraces), en realidad somos figurantes de un culebrón inacabable.
Lo que Álvarez Rabo describe en su Compendio
se puede entender, en buena medida, como una manifestación del arte boludo que, según Camnitzer se
caracteriza por la no-emisión o, en otros términos, por la emisión minimizada de información: “Se trata de crear una obra que
funcione en la frontera frágil entre la imbecilidad y la invisibilidad, sin
caer ni en la una ni en la otra”. Los políticos a veces “no aguantan más” y se
quitan la careta para decir lo que verdaderamente piensan de los artistas, esto
es, de esa cuadrilla de imbéciles. Algunos
aceptan esa interpelación ideológica básica sin excusas: soy yo. El personaje
“ojiplático” que recorre es pantano hediondo del arte contemporáneo dibujado
con desgana o precipitación por Álvarez Rabo declara, casi al comienzo de estas
andanzas descojonantes, que acepta el encargo del Museo Hartium pero poniendo
una condición: “que el prólogo lo escriba Belén Esteban y que los originales se
expongan en el W.C. del Museo”. Resulta que soy “el plan B” o, tal vez, el
único idiota que podría estar dispuesto a perpetrar
un texto sobre lo que el mismo autor definía, en una carta personal como
“varias historias, algunas sueltas y otras encadenadas, sobre este puto mundo
del arte”. Supongo que soy una mezcla de “plato de segunda mesa” y banderillas
“abrebocas”. Para revelar que alguna competencia he encontrado, en una remota
nota de prensa de una exposición, el origen de la palabreja que da el cante en
el título de este “ensayo gráfico anartístico”: “Lo gliscromorfo se manifiesta
como una viscosidad en fuga, inductora de significados, a sabiendas que las
adherencias, que en consecuencia produce, pertenecen a un campo cromático
flotante donde se ordenan y transfieren respuestas sobre el aparente sinsentido
de lo sucedido”. Faltaría más para entrar en estado catatónico. Esa parrafada
la soltó un buen amigo que, con toda seguridad, no estaba de coña aunque al
leer lo escrito pueda parecer que tiene un berenjenal en su mente del carajo.
Hay razones para no ofenderse: la primera de todas es que nadie se libra de la
pedorrez y hasta “il miglior fabbro” puede hacer una cagadita. Las collejas dadas
a destajo por Álvarez Rabo no impedirán que la “epidemia de la tontería”
encuentre cura en la paramera del arte provinciano-patriótico-global. En todas
partes cuecen habas y no faltará ocasión para escuchar a una parejita cantando
algo así como “charcutero de cubaaa… sólo bebe aguardiente para olvidar”. No le
faltaba razón, a pesar la de verborrea, al artista que busco conceptuar lo viscoso. Todavía nos falta (triste
situación) una definición adecuada de lo fofo
que no puede ejemplificarse con una frase tan cutre como “tiene los muslos
blandos”. A estas alturas, cuando lo sublime, de una vez por todas, se ha
fusionado con lo ridículo e incluso con lo grotesco, lo único que tiene sentido
es invocar a Rambo quejumbroso: “¡no siento las piernas!”. En el prólogo de La Gaya Ciencia, un libro en el que la
tragedia es desvelada con inquietante desenvoltura, se nos avisa de algo que
sucede al mismo tiempo: “¡Cuidado! Algo esencialmente siniestro y mordaz se
prepara: Incipit parodia, de eso no
hay duda…”. La cosa está pero que muy chunga.
[25 notas críticas en
torno al arte y la política de la insubordinación].
Fernando
Castro Flórez.
“Aquí se declara abiertamente la guerra social de todos
contra todos. Lo único asombroso es que este mundo loco siga en pie” (Engels: La situación de la clase trabajadora en
Inglaterra).
“¡Vivid peligrosamente!¡Construid vuestras ciudades cerca
del Vesubio!” (Nietzsche).
1. La sociedad existente no es sino una conspiración de los
ricos para conseguir sus propios intereses so pretexto de organizar la
sociedad: “Inventan todo tipo de trucos y estratagemas, primero para mantener
sus beneficios mal obtenidos y después para explotar a los pobres comprando su
trabajo tan barato como sea posible. Una vez los ricos han decidido que estos
trucos y estratagemas sean reconocidos oficialmente por la sociedad –que
incluye tanto a pobres como a ricos- adquieren fuerza de ley. Así, una minoría
sin escrúpulos se rige por la insaciable codicia de monopolizar lo que habría
sido suficiente para suplir las necesidades de toda la población”. Aunque
pudiera parecer una descripción del estado
(contemporáneo) de las cosas, en
realidad, es una cita de la Utopía de
Tomás Moro, esto es, un retorno de lo reprimido, nada más y nada menos, que
medio siglo después.
2. Con la precariedad convertida en “estado de naturaleza”
asistimos a un demencial culto al
“emprendedor”, esto es, a la retorización apologética del individuo
concebido como empresario de si que no podemos entender de otro modo que como
la culminación del capital como máquina de subjetivación. La inseguridad no es
sólo una consecuencia no deseada de los altibajos de los mercados sino que, como
apuntara Richard Sennett en La cultura
del nuevo capitalismo, forma parte del programa del nuevo modelo
institucional. Esto quiere decir que en esta burocracia de nuevo cuño la
inseguridad no es un acontecimiento sobrevenido antes al contrario algo cuya
existencia ha sido buscada.
3. Vivimos una histerización mediática de los mercados y no podemos
dar ni un bocado a mediodía sin conocer, al límite del infarto, la subida de la
prima de riesgo. Nos hemos vuelto, valga el chisto malo, unos primos
idiotizados que no han reparado, como impuso aquella interpelación teatral de
Bill Clinton, de que la Cosa (traumática y esquiva) es la Economía. No hay
ninguna razón para poner la esperanza en algo tan delirante o surrealista como
“la recuperación de la confianza de los mercados” cuando hemos asistido al
despliegue de estrategias absolutamente injustificables como la intervención
del Estado para “salvar” precisamente a los Bancos que fueron los principales
causantes de la fétida burbuja financiera. Y lo más lamentable es que todavía
algunos pretendan imponer la mentira brutal de que los mercados son neutrales.
Tal vez la crisis sea un terapia de choque que lleve a un resurgir del
populismo o a una explosividad iracunda de la que ya hemos tenido importantes
manifestaciones.
4. Supongo que nadie concederá ya el mínimo crédito a los
que negaron la crisis como tampoco a “teóricos” como Guy Sorman que revelan su
impostura cuando afirman lapidariamente que “las cosas serán duras pero la
crisis será breve, simplemente es parte del ciclo normal de destrucción
creativa a través de la que progresa el capitalismo”. Acaso lo que suceda sea
únicamente el crudo proceso de desmantelamiento de lo poco que quedaba del
llamado Estado del Bienestar pero, de paso, ejecutando una serie de maniobras
distractivas que permitan a los culpables de la crisis salir impunes pero con
una acrobacia final que posibilita que su escaqueo les devuelva a la sala de
máquinas para continuar manejando el timón del barco, todo hay que decirlo,
estructuralmente a la deriva. Los especuladores financieros asumieron todos los
riesgos imaginables sin saber que el Estado acudiría, batiendo plusmarcas de
velocidad, a cubrir sus pérdidas. Jamás se asistió a tan inmerecidas e inmensas
“recompensas” por comportamientos que, como mínimo, deben ser calificados de
incompetentes.
5. Con su habitual lucidez Zizek diagnostica, en su
monumental libro En defensa de causas
perdidas, una situación patológica que pretendería adormecerse con su
peculiar canción de cuna, a lo Fukuyama, del “final de las ideologías”. Traza,
sin caer en lo apocalíptico, un horizonte de conservadurismo-populista que
precisamente podrá auparse gracias a la miseria económica. Aunque pretendamos
encontrar un raro placer en la ceguera, estamos empantanados en un momento
absolutamente ideológico en el que la democracia está cimentada en el desánimo total. De Berlusconi a Kung Fu Panda, del marketing
“buen-rollista” de Starbucks a los “sujetos tóxicos” se traza un horizonte
desalentador que torna pertinente un viejo lema de Mao: “Todo bajo el cielo
está en completo caos, la situación es excelente”.
6. El storytelling,
tematizado por Christian Salmon, no es otra cosa que la expresión de la vieja
necesidad humana de contarse, identificarse, dar sentido a nuestras
experiencias a través de los relatos que, con el impacto global de Internet,
genera un espacio mucho más vasto. Ya sea en el marketing narrativo(una configuración concreta de las
conductas) o en el jurídico-político (la era del archivo y la vigilancia
planetaria que registra el comportamiento del individuo), ya sea en la
macropolítica (desde las prácticas propias de un lobby a las tácticas de los spinners
y demás fauna específica del asesoramiento “gubernamental”) o en las
narrativas expandidas cibernéticamente (blog, chats o variaciones twitteras), las narraciones no cesan de codificarnos con una sutileza
“seductora” en apariencia pero esencialmente conductista. Christian Salmon
recurre, con sentido del humor e innegable capacidad paródica en La lección de Sherezade, a la estructura
de El príncipe de Maquiavelo para
relatar una época de inequívoco desmantelamiento de lo político. Los actores
principales de este “folletín” son Tony Blair, George W. Bush, Beslusconi,
Sarkozy e incluso Aznar aunque no se trata meramente de hacer un retrato
colectivo del neoliberalismo en sus postrimerías sino de componer lo que el
ensayista francés denomina un “personaje de ficción”, un Homo politicus experimental, esto es, un ejemplo de la dominación
post-democrática que a veces tiene el rostro de un consejero plenipotenciario
(macho dominante en el ecosistema de Washington) y, con bastante frecuencia,
está clonado de los comportamientos estandarizados de Barak Obama, un
presidente que alcanzó cotas sublimes de entusiasmo cuando en su retórica del
“cambio” hablo propiamente de naderías. Sin llegar a tener aquel pensamiento
febril que afectara a Lord Chandos, según Hofmannsthal, y fascinado por el “I
would prefer not to” de Bartleby, el ciudadano inserto en la revolución digital
pasa de la credulidad al estupor en una fracción de segundo, sin que tampoco
necesite de ese cuento infinito que, como el de Sherezade, impide la ejecución
fatal. El país de las maravillas del maquiavelismo contemporáneo está
perfectamente ejemplificado por K Street de Washington donde asientan sus
reales los asesores políticos, los consultores (maestros del arte de la
escenificación, singulares herederos del Mago de Oz) y los lobbystas que tienen
por “virtud” esencial el cinismo. El ritual electoral es tanto una mascarada
cuanto algo equivalente al Carnaval aunque ahora lo que interesa no es tanto
entronizar al loco cuanto promover una marca.
“¿Qué significa –pregunta Christian Salmon- entonces conquistar el poder o
perderlo?¿De qué poder se trata y de qué pérdida sino de un poder desprovisto
de sus atributos y de una pérdida que, lejos de limitarse a una derrota
electoral, afecta al poder mismo, a la política misma, una pérdida inscrita en
el corazón de la democracia?”. Karl Rove, titiritero plenipotenciario de la
época de lo que Alain Badiou denominó “la política del loco” (encarnada por aquel
estrafalario presidente que era capaz de bajar de un avión militar para agarrar
una bandeja con un pavo colosal o, bajo la pancarta de “Misión cumplida”,
confirmar que la ideología sigue siendo, a la manera marxista, la falsa
conciencia de la realidad), comprendió que cuando todo se iba a pique era
preciso contar historias fabulosas que transmutaran el sentimiento de
inseguridad en puro desajuste cognitivo. Lo fundamental era reinstaurar el
discurso maniqueo y transformar toda elección en un teatro moral: “La
estrategia de Sherezade es un gran timo construido sobre la ilusión de que unas
sencillas historias moralizantes te darán un sentimiento de seguridad,
independientemente de lo que ocurra en el mundo”.
7. El folletín político puede ir al traste por algo tan
anecdótico como un zapato, como aquel que le lanzó el periodista árabe Muntazer
al-Zaidi a Bush cuando estaba jactándose de que la guerra de Irak sería
estudiada por los historiadores por su “rapidez, la precisión y la brillante
ejecución de la campaña”. Tras la “Intifada del zapato”, el mundo económico
des-regulado ha recibido una verdadera patada en los morros: todo lo que
parecía sólido, desde Lehman Brothers a la aseguradora AIG, se ha evaporado en
el aire. El nuevo relato palpitante es el de la prima de riesgo de la que hace
dos años no teníamos ni más remota idea. Tenemos síntomas inequívocos de
“infobesidad” (problemas causados por la sobrecarga de información) y no hay
modo de recuperar la confianza (eso que ahora es una necesidad de lo que
esotéricamente nombramos como “mercados”) o por lo menos saber en qué abismo
nos estamos precipitando. “Ya es hora de reconocer –apunta Christian Salmon-,
en la omnipresencia mediática de nuestros príncipes, más torpeza que control,
más vagabundeo que resultados, una huida hacia delante en el espacio vaciado de
lo político, mientras el terreno de la política se estrecha y los centros de
poder tradicionales se alejan hacia otros lugares: Bruselas, Washington o Wall
Street”. Victor Klemperer apuntó, en relación al Tercer Reich, que el estilo
obligatorio para todo el mundo se convierte en el del agitador charlatanesco.
Las fábulas del neoliberalismo son una mezcla de andanzas y de traspiés,
mezclados el desmentido tras la torpeza mayúscula o la amarga toma de
conciencia de que el mensaje “no ha llegado” cuando la derrota impone su cruda
ley. La narrativización de la acción política suscita un torrente de
comentarios (una tendencia a la sobreinterpretación o “hiperglosia”) mientras
la inflación de historias arruina la credibilidad del narrador. El hombre
político contemporáneo ha desbordado el paradigma del “chaquetero”, sabedor de
que defraudar, dar la espalda a los compromisos y sacar el mejor partido de las
circunstancias es, en buena medida, un comportamiento reprobable pero
normativo. Aunque da la impresión de que el hombre político es una especie de
corcho capaz de flotar incluso atravesando las peores circunstancias, también
es manifiesto que el crédito dura poco en este terreno, como le ha pasado al
hiper-mediático Obama que ya comenzaba a ser un “pato cojo” a mitad de su
mandato; ese fracaso no debe achacarse, como es habitual, un defecto de
marketing sino precisamente a los excesos del marketing político: el que
apuesta por el espectáculo perecerá por el espectáculo.
8. El Estado
movilizador tiene que evitar, a toda costa, que se produzca una masiva
deflación de las emociones, la campaña no debe cesar, sin por ello dar espacio
al asamblearismo “indignado”. Los atentados del 11 de Septiembre inauguraron un
nuevo siglo de “tiempo real del terror” que propiciaría una abundancia de
anécdotas que son metástasis del relato. Fue una casualidad epifánica que Bush
estuviera leyendo un cuento al revés: su rostro estupefacto es la otra Zona
Cero, la mejor fotografía del relato cortocircuitado. Christian Salmon advierte
que estamos en un mundo sin historias en el que, como declaró Peter Guber
(productor de películas como El expreso
de medianoche o Batman), “incluso
he visto una pantalla de plasma encima de un urinario”. Para los que han
sufrido la enfermedad estética de la duchampitis esa visión post-ready-made tendrá un toque
(meta)irónico. El cuento para insomnes es tan decepcionante como el zapping, esa experiencia ansiosa que el
mismo Bin Laden hacía, buscando su imagen en la televisión global. Lo real ha
sido excluido en el imperio del simulacro pero, a pesar de las implosiones
retoricadas por Baudrillard, la Guerra del Golfo si tuvo lugar, el cadáver del terrorista más buscado no fue fotografiado y la (improbable)
revolución del sujeto ideal del reino totalitario no será televisada.
9. La memorable corrección marxista a la idea hegeliana de
que la historia se repite primero como tragedia y después como farsa merecería
ser completada con la apostilla de que en un acto patético se atraviesa la
catástrofe hasta un estado de estupefacción tecnocrática.
10. El principal producto de la industria capitalista
moderna y posmoderna son, precisamente, los residuos. “Somos –apunta
Jacques-Alain Miller- seres posmodernos porque nos damos cuenta de que todos
nuestros artefactos de consumo, estéticamente atractivos, acabarán convertidos
en deshechos, hasta el punto de que transformarán el planeta en una enorme
tierra baldía. Perdemos el sentido de la tragedia, concebimos el progreso como
irrisorio”. Hemos soportado, durante demasiado tiempo, la presión política para
que no pase nada y la labor
(policíaca) de hacernos circular (por favor o sin tantas consideraciones)
porque “no hay nada que ver”, hizo que nos instaláramos en una calma chicha
lamentable. En cierta medida estaba interiorizada la consigna proto-punk de que
no hay futuro. Cuando la esfera de la representación política se cierra queda
claro que el presente no tiene salida. Y, más acá de toda la lógica de las
bienaventuranzazas y sus “derivados” (anticipatorios de la economía burbujeante
y estructuralmente estafadora), lo que conviene es tener en cuenta que el tono
apocalíptico puede ser sometido a una transvaloración:
si los majaderos intentan ofrecer soluciones que son desmentidas en el acto,
los nihilistas cabales al menos recuerdan, como apunta el Comité Invisible en La insurrección que viene, que “el
futuro ya no tiene porvenir”. El resto (sea esto lo que sobra o lo que falta)
hizo acto de presencia en la insubordinación que comenzó en la primavera del
2011 para extenderse desde la plaza Tariq a la Puerta del Sol. Algunos,
apresuradamente o de forma desnortada, calificaron a los indignados como
“ansistemas residuales”, jovenzuelos situados en las antípodas de la rebeldía
setanyochista, agitados por un deseo casi perverso: querrían conservar y entrar
en el Estado del Bienestar, amaban la jaula de hierro burocrática, anhelan un
trabajo estable y un futuro en el que la incertidumbre quede disipada. Solo el
periodismo genéticamente majadero o el ensayismo de vocación tertuliana puede
tergiversar una dinámica de antagonismos que tiene claro que la promesa
funcionarial ha desaparecido y que la situación es, lisa y llanamente, de
completa precariedad. Nadie esperaba
nada y, sin embargo, ocurrió algo decisivo. La spanish revolution no es, ni mucho menos, un invento mediático, ni
una mera smart mob; la indignación y
la protesta global ha llegado a ser el “person of the year” para la revista Time pero eso no quita ni un ápice de radicalidad
al acontecimiento indignado que
surge, entre otras cosas, de la certeza de que la democracia ha terminado por
adoptar la forma de una sustracción de una huida, de un éxodo lejos de la
soberanía.Negri y Hardt han meditado
sobre la condición planetaria de la crisis de la representación y la corrupción
de formas democráticas y han insistido en la necesidad de que la multitud, en
tanto que libre expresión de singularidades, sea el poder constituyente.
11. Repito obsesivamente un cuento: El rey desnudo. Por si las moscas (en ambiente enrarecido o
afectado de sobre-dosis-escatológica), no elogiamos un traje invisible cuando
la verdad está, literalmente, al desnudo. Los estúpidos son siempre los otros: sólo
el rumor acaba con la mentira. Los individuos piensan que tratan a una
persona como a un rey porque lo es, mientras que, en realidad, sólo lo es
porque lo tratan como tal. La expresión “rey auténtico” es un oxímoron, ser
rey, como apuntara Saint-Just, es una usurpación. No descubro nada si establezco
la analogía entre ese cuento de la “revelación de la desnudez” y la situación
casi generaliza en el mundillo del arte.
El estado general
debe ser descrito como hebrefenía; la indiferencia con respecto al mundo
termina con la sustracción de todos los afectos del no-yo, en la indiferencia
narcisista con respecto a la suerte de los hombres, algo que tiene, finalmente,
un extraño sentido estético. El tipo contemporáneo se caracteriza porque el yo
está ausente, en un esquema semejante al de los estados catatónicos. Si
bien es frecuente que se pase de la fosilización mental a una agitación
exagerada, a rituales insensatos, en los que se sigue, también, el ritmo
compulsivo de la repetición. Los sujetos no actúan inconscientemente,
simplemente reflejan rasgos objetivos; así, cuando sonríen con una extrema
complicidad ante las catástrofes mínimas del arte contemporáneo, en
muchos casos lo único que hacen es integrarse en el infantilismo que es,
obviamente, el estilo de lo roto. Pero, insisto, no hay aquí una tragedia
abismal, ni un desgarro doloroso, al contrario, la demolición del yo
refuerza el narcisismo y sus derivaciones colectivas. Los “fenómenos del
como si” (esa ironización planetaria) implican estados proto-psicóticos
en los que el sujeto se refugia en el “espectáculo ideológico”. Basta
contemplar la bola de papel que Martin Creed coloca sobre un pedestal,
protegida por una urna de metacrilato, para rubricar la idea de que el arte
consigue, en ciertas ocasiones, ejemplificar la tontería, consumando un paso,
incluso acrobático, de lo pseudo-transgresivo a la frivolidad absoluta. Nada
impide que también aparezca una movilización indignada contra la inocuidad y la
idiotez (etimológica y curatorial) manifiesta en algunas producciones
culturales del capitalismo globalizado, aunque la respuesta habitual sea el
snobismo del clan de los enterados, la estupefacción de la inmensa mayoría y la
inercia de una crítica que no asume su tarea salvo para legitimar un espacio de
mediación (im)potente. Ni siquiera reparamos en el riesgo, por emplear palabras
de Raoul Vaniegem, de morir de aburrimiento, apalancados en un espectáculo que
ni siquiera es divertido: el tedio bienalizado
o ferial no cesa mientras en las ceremonias patético-estéticas las ropas siguen
transparentando más que la desnudez una impostura sistémica.
13. Benjamin Barber advierte que el capitalismo nos
infantiliza con una franca regresión cultural en la que prefiere lo simple a lo
complejo, lo fácil a lo difícil, lo rápido a lo lento, mientras que Lipovetsky
y Serroy subrayan que lejos de ese presunto simplismo, la cultura-mundo refleja una mirada, un gusto y un juicio muy alejado
de la ingenuidad. Con todo esa apología de la multiplejidad del mundo, a la que podrían añadirse las cantinelas
teóricas de la clase creativa, no
parecen las mejores descripciones de una época en la que la cultura es
contemplada como aquello es fundamentalmente inútil, algo que puede ser “recortado” o entregado a los brazos
escuálidos de la filantropía, ni la compacta banalidad de gran parte de las
producciones culturales, desde la televisión a las dinámicas expositivas de los
museos o la cinematografía hegemónica, permite sostener, salvo si uno quiere
columpiarse al borde del vacío, discursos optimistas. Melanie Smith retomaba la
expresión “The revolution will not be televised” en su poderosa demostración filmada en el Estado Azteca
de México; cientos de adolescentes componían imágenes-teseladas que iban desde
piezas arqueológicas precolombinas a imágenes de luchadores mexicanos o el
cuadrado rojo sobre fondo blanco suprematista. El paso del tiempo y la actitud
lúdica de los participantes conducen al desmantelamiento la imagen-colectiva y así se iba
introduciendo la errata o, mejor, la representación terminaba por ser
incomprensible.
14. El sujeto democrático, surgido de la abstracción
violenta de todas sus raíces y determinaciones particulares, es el sujeto
barrado lacaniano, ajeno al goce o, para ser más preciso, incompatible con él. La
revuelta existe sólo en el gesto que la
produce, en el tiempo y el lugar que le son propios. Jean-Luc Nancy considera
que la política democrática se configura como una política del retorno
periódico sobre la brecha de la revuelta. “Lo violento –leemos en la Introducción a la metafísica de Martin
Heidegger-, lo creativo que muestra lo no dicho, que penetra en lo no pensado,
que obliga a lo que nunca ha sucedido y que hace aparecer lo no visto, siempre
resiste en el peligro. […] Por tanto, quien emplea la violencia no conoce la
consideración ni la conciliación (en el sentido ordinario), el apaciguamiento
ni el aplacamiento que traen consigo el éxito o el prestigio o su confirmación.
[…] Para él, el desastre es el más hondo y más amplio “Sí” a lo Incontenible.
[…] Para que la de-cisión esencial se realice y resista a la presión constante
de la añagaza de lo cotidiano y de lo acostumbrado, ha de recurrir a la
violencia. Este acto de violencia, este presentarse decidido en el camino hacia
el Ser de los seres, hace salir a la humanidad de la familiaridad de lo
directamente cercano y de lo habitual”. La búsqueda de una dignidad absoluta e incluso la insumisión que surge cuando lo
político es corrupción generalizada y apatía masiva ante la catástrofe y el
sinsentido general un acontecimiento
excepcional que no puede ser entendido como una prolongación de aquella
violencia ilegal que funda, tal y como formularon teóricos como Carl Schmitt o
Walter Benjamin, el imperio de la propia
Ley. Saint-Just preguntaba ¿qué es lo que quieren los que no quieren ni la
Virtud ni el Terror? Su respuesta es absolutamente actual: la corrupción, otra
forma de llamar a la derrota del sujeto. “Se suelen oír quejas sobre la apatía
cada vez mayor de los votantes –apunta Slavoj Zizek en su libro En defensa de causas perdidas-, sobre el
declive de la participación popular en la política, de manera que los liberales
preocupados, no paran de hablar de la necesidad de movilizar a la gente
mediante iniciativas de la sociedad civil, de hacer que participe más en la
vida política. Sin embargo, cuando la gente despierta de su letargo apolítico,
suele ser por medio de una revuelta populista de derechas; no es de extrañar
que muchos tecnócratas liberales ilustrados se pregunten entonces si la
anterior forma de “apatía” no era, en el fondo, una bendición”. Hemos
escuchado, hasta el cansancio, la letanía de que “las cosas no pueden seguir
así”, esa ideología de lo intolerable que
es todavía peor que la “tolerancia represiva”.
15. A partir del momento en que la rebelión posmoderna se
convirtió en una institución de la cultura pop no hay ninguna posibilidad para
reivindicar la artesanía (ese deseo de hacer algo bien, “desinteresadamente” y
casi de modo obsesivo). La crítica de la “cultura debilitada” tiene, por todos
medios, que evitar derivar hacia el ingenuismo o la actitud nostálgica propia
del pensamiento conservador. Bastante aturdido está el sujeto reducido a la
condición de espectador o de figurante como para que se ofrezca como salida del
conflicto una suerte de bricolage autárquico. David Harvey advierte que los
continuos espectáculos de la cultura de la mercancía, incluida la
mercantilización del propio espectáculo, ayudan a fomentar la indiferencia
política: “Todo apunta –leemos en Espacios
de esperanza- a la consecución de un nirvana aturdido o de una actitud
totalmente blasé, que es la fuente de
toda indiferencia”. Hace más de cuatro décadas, Lefebvre sugería que la
sociedad está saturada de esteticismo y ha integrado, en cierto modo, aspectos
del romanticismo, el surrealismo el existencialismo y, en algún modo, el
marxismo; esa “asunción” se ha hecho a través del comercio, convirtiendo todo
en mercancía: “Lo que ayer era criticado –concluía el teórico francés- se
convierte hoy en bien de consumo cultural, y de este modo el consumo fagocita
aquello a lo que supuestamente tenía que dar un significado y una dirección”.
16. Tal vez sea necesario volver a pensar un arte de la existencia en el sentido que Foucault
estableciera en la Historia de la
sexualidad o, por lo menos retomar ciertos criterios de estilos que
implican el sello ilustrado de la resistencia a la autoridad. Conviene tener
presente que ser crítico con una autoridad que se hace pasar por absoluta
requiere una práctica que tiene en su centro la transformación de sí.
Recordemos la pregunta que es el signo distintivo de la “actitud crítica” y de
su peculiar virtud: “¿Cómo no ser gobernado –pregunta Foucault en el texto
“¿Qué es la crítica?”- de esa forma,
por ése, en nombre de esos principios, en vista de tales objetivos y por medio
de tales procedimientos, no de esa forma, no para eso, no por ellos?”. El arte de no ser gobernado de esa forma y a
ese precio tiene un nombre simple y contundente: resistencia. Según Antonio
Negri, la resistencia es lo que permite entrecruzar la diferencia y la
creatividad. “¿Cómo se puede tener –pregunta Negri en La fábrica de porcelana- en cuenta el derecho de resistencia, y el
derecho a pedir transformaciones más o menos radicales del sistema político y
constitucional?”. No es fácil saber si se pasará de las “luchas
desestructurantes” a una nueva praxis democrática radical y a un “ejercicio de
lo común”. El derecho a cuestionar tiene bases tanto éticas cuanto estéticas
porque la negativa a aceptar como verdadero lo que una autoridad dice que es
verdad es el núcleo del estilo
anti-autoritario. “La crítica será –apunta Foucault- el arte de la
inservidumbre voluntaria, de la indocilidad reflexiva [l´indocilité réfléchie]”. La crítica tendría esencialmente como
función la desujeción [désassujetissement]
en el juego que se podría denominar, con una palabra, la política de la verdad.
Nuestra libertad está en juego y hay que tener el arrojo total de romper las ataduras. “Pero se trata
–apunta Judith Butler- de un acto de coraje, actuando sin garantías, poniendo
al sujeto en riesgo en los límites de su ordenamiento”. La indignación o la inservidumbre requiere que rompamos los hábitos de
juicio a favor de una práctica más arriesgada que busca actuar con artisticidad en la (co)acción. El
acontecimiento de la multitud supone, según Negri, “un elemento creativo
común”, supone una agitación de la singularidad ante el vacío de la decisión; basta
pensar en el enojo, en el desorden, en las disputas y en todo ese ruido de
fondo “en el que vivimos, o también en el peso de las tendencias represivas en
la vida cotidiana más banal”.La decisión común es siempre una invención libre,
un verdadero clinamen, un cambio de
trayectoria y, especialmente, una fractura con respecto a aquella inercia
glacial que nos tenía encantado porque “no ocurría nada” cuando propiamente
estábamos dando pasos acelerados, como en los dibujos animados, sobre el
abismo, inconscientes de la caída inevitable.
17. No acierto a entender qué potencialidades críticas tiene
la “comunidad desobrada” y todas esas teorías que establecen la nada como
“elemento” constitutivo de la comunidad, como si lo común fuera propiamente la
falta en vez de la propiedad. Roberto Exposito ha subrayado que en el concepto
del “compartir” el “con” está asociado a la división y así el límite al cual
alude es el que une no en el modo de la convergencia, de la conversión, de la
confusión, sino en el de la divergencia, la diversión y la difusión. Estamos
instalados o, mejor, desubicados en un niente-altro-che-mondo,
esta nada en común es nuestro peculiar modo de exposición (un estar expuestos). Aviso para pasajeros
en el no lugar aduanero: nothing to
declare.
18. El arte puede ser, de acuerdo con Ranciere, político
modificando lo visible, el modo de percibirlo y expresarlo: “Frente al
consenso, el arte busca el disenso, lo que en términos formales puede
significar la búsqueda de nuevos modos de construir la relación entre el
espacio y la identidad, el espectáculo y la mirada, la proximidad y la
distancia”. Tenemos que articular nuevas formas de producir disenso, esto es,
preparar lugar de encuentro entre arte y política. “Es mejor –dice Badiou- no
hacer nada que contribuir a la invención de maneras formales de volver visible
lo que el Imperio ya reconoce como existente”. Desde hace tiempo tenemos un
ejemplo de insurgencia literaria que podría denominarse la política de Bartleby. Poner fin a la falsa actividad no es ni
una tarea del duelo ni un mero private
joke. La ironía solamente se puede usar como emergencia, cuando se prolonga
en el tiempo puede transformarse en la voz de los condenados a quienes termina
por gustarles su celda.
19. Zizek enuncia los antagonismos “lo bastante poderosos”
para impedir la reproducción indefinida del capitalismo global contemporáneo
(asumido, por algunos, como “estado de naturaleza”): el ecologismo enfrentado a
los signos catastróficos, la crítica de la propiedad privada, los avances
tecno-científicos, especialmente en el ámbito de la biogenética y lo que llama
“las nuevas formas de apartheid”. Es precisamente en este último dominio
suburbial donde, en sintonía con Badiou, podría surgir el acontecimiento
político. Los habitantes del margen son “la parte de ninguna parte”, una
encarnación del homo sacer y, tal
vez, estén generando nuevas formas de conciencia social que sean gérmenes
transformadores del futuro. Ha llegado, según Zizek en sintonía con Peter
Hallward, la hora de empezar a crear “territorios liberados”, espacios en los
que el Sistema quede en suspenso. La estrategia de politizar (organizar y
disciplinar) a las masas desestructuradas de los suburbios puede derivar en la
“militarización de las favelas” al modo bolivariano implantado por Chávez en
Venezuela o a un populismo tiránico e hiper-gestual. Tenemos una nueva divisa
de la utopía post-política: más vale un desastre causado por fidelidad al
Acontecimiento que el no ser de la indiferencia ante el Acontecimiento. La Ley
simbólica sólo está interesada en mantener las apariencias y nos da libertad
para explayarnos con nuestras fantasías, siempre y cuando no traspasen los
límites del dominio público, a saber, siempre y cuando guarden las apariencias:
la propia Ley necesita de su obsceno suplemento, se sustenta en él y, por eso,
lo produce. Frente al ethos imperante
“fukuyaminano” del Final de la Historia, resucita, en un denso proceso teórico,
la idea de comunismo. Y esa pretendida “posición
proletaria” recita, sin aparente desesperanza, una letanía beckettiana: “Fracasa
otra vez. Fracasa mejor”.
20. En el último de los textos que escribió en mayo de 1979
sobre la revolución iraní, titulado “¿Es inútil la revuelta?”, Michel Foucault
señala que el hombre que se revuelve es a fin de cuentas inexplicable: “Ha de
tener un desarraigo que interrumpa el despliegue de la Historia y sus largas
serie de razones para que un hombre prefiera “realmente” el riesgo de la muerte
a la certidumbre de tener que obedecer”. No necesitamos, ni mucho menos, una
“autodisciplina despiadada”, sobre todo cuando estamos sometidos sin apenas
tener conciencia de ello. No estamos frente a la pizarra en blanco de la
ignorancia o la inmanencia que Platonov nombró en Chevengur como una utopía campesina. La indignación se desplegó en
las plazas públicas, como un conjunto de acontecimientos extraordinarios pero
no por ellos catastróficos. Me atrevo a decir que el 15M era necesario o, en otros términos, fue un
punto de torsión sintomático que retroactivamente crea su propia necesidad. El
mero gesto de retirarse de la participación en un ritual de legitimación hace
que el poder estatal aparezca suspendido en el precipicio. El acontecimiento
(de la vida) indignado es tanto un modo de producción
de espacio cuanto un arte de la sustracción.
21. El término hegemonía alude a una situación en la que una
alianza provisional de determinados grupos sociales puede ejercer una
“autoridad social total” sobre otros grupos subordinados, no sólo por coerción
o imposición directa de las ideas dominantes, sino “ganándose –tal y como
apunta Stuart Hall- la aceptación de manera tal que el poder de las clases
dominantes parezca a la vez legítimo y natural”. Gramsci describía la hegemonía
como un equilibrio móvil que contiene relaciones de fuerzas favorables o
desfavorables a esta o aquella tendencia. “Hoy en día, la situación del
parlamentarismo moderno es crítica porque el desarrollo de la moderna
democracia de masas ha hecho de la discusión pública argumentativa un mero
formalismo. Muchas de las normas de la ley parlamentaria contemporánea, y en
especial las disposiciones relativas a la independencia de los representantes y
a la apartara de las sesiones, operan como una decoración superflua, inútil e
incluso incómoda, como si alguien hubiera pintado el radiador de un sistema de
calefacción con llamas rojas para dar la apariencia de un fuego ardiente. Los
partidos no se enfrentan a otros para discutir opiniones, sino como grupos de
poder social y económico que calculan sus mutuos intereses y sus oportunidades
de poder, y que acuerdan compromisos y coaliciones con base en ello. Las masas
se ganan a través de un aparato propagandístico cuyo efecto máximo consiste en
apelar a pasiones e intereses inmediatos. La argumentación, en el sentido real
característico de una auténtica discusión, desaparece”. Este texto publicado en
1926 por Carl Schmitt describe la república de Weimar aunque es aplicable, sin
restricciones, a la democracia “liberal” contemporánea. El mismo teórico del
estado de excepción apuntó, en una conferencia de los años veinte, que el
camino que va de la metafísica y la moral a la economía pasa por la estética “y
la vía del consumo y disfrute estéticos, todo lo sublime que se quiera, es la más
cómoda y segura para llegar a una “economificación” general de la vida
espiritual y a una constelación del espíritu que halle las categorías centrales
de la existencia humana en la producción y el consumo”. Si, en una lectura
perversa, entendemos al posmodernismo como el “interludio estético” cabe
proyectar el diagnóstico anterior sobre la contemporánea tecnocracia que no es
otra cosa que el paréntesis cínico que emplea la partitocracia, empezando por
la “casta” italiana, para evitar las consecuencias electorales de los
“inevitables” sacrificios colectivos. La estafa política es actualmente
hegemónica.
22. “El surgimiento del capitalismo desorganizado –indica
Alex Callinicos- consiste en la desintegración de los espacios económicos
nacionales gobernados por el Estado y característicos de la fase anterior; en
la expansión de un mercado mundial dominado por corporaciones multinacionales,
que debilita el poder económico de los países, y en el crecimiento de las
inversiones industriales en el Tercer Mundo, que contribuye a la decadencia de
la industria manufacturera en Occidente. El efecto de todo lo anterior,
combinado con el progresivo crecimiento de la “clase de servicios”, es minar la
fuerza y coherencia del movimiento laboral, contribuyendo a la erosión de la
negociación corporativa y al debilitamiento de una política basada en la lucha
de clases”. Ya en la primavera de 1987 el Financial
Times se quejó de que los mercados financieros “parecen haberse liberado de
las restricciones del mundo real y disfrutan de un baile celestial sobre sus
propias creaciones”. La crisis es una manera de gobernar, cuando este mundo
parece no tener otra forma de sostenerse que la gestión infinita de su propia
derrota. Desde la tulipanomanía a los
“objetivistas”, seguidores de Ayn Rand, encaramados más que sobre Atlas en la
chepa de un enano como Greenspan, se mantiene la cleptopía que permite edificar
pirámides (de Ponzi) y generar burbujas (tóxicas). La última y fascinante
modalidad del robo financiero es la que hemos conocido en los últimos cuatro
años: la privatización de las ganancias y la socialización de las pérdidas (el
sueño de cualquier jugador de casino). Business
as usual.
23. El “sonido de la crisis” llega de lejos, por lo menos
desde el corralito argentino que retomaba Santiago Sierra cuando cerro a cal y
canto la galería Lisson en Londres. Para comunicar el desorden, primero hay que
elegir un lenguaje apropiado, aunque el objetivo sea subvertirlo. Tal vez baste
con prestar atención al discurso de los especuladores, como hace Jan Peter
Hammer en El banquero anarquista o al
revisar las noticias fóbicas de la prensa tengamos la certeza de que la frase
que Rikrit Tiravanija sobre-imprime es la adecuada: “Angs essen seele auf”.
Tristan Tzara sentía que había “una gran tarea destructiva por hacer”, algo que
también experimentamos un siglo después. La sección inglesa de la Internacional
Situacionista apuntó que en lugar de decir que la utopía es la obra de arte
total, sería más exacto decir que la utopía es el dominio más rico y más
complejo al servicio de la creatividad total. “Esta claro – leemos en La realización del arte y la revolución
permanente de la vida cotidiana- que toda una guerrilla urbana habrá de mostrarse inventiva. Hemos de aprender a
subvertir las ciudades existentes, a apoderarnos de todos los usos posibles y
más inesperados del tiempo y del espacio que contienen. Hay que invertir el
condicionamiento. Sólo a partir de estos experimentos, a partir de todo el
desarrollo del movimiento revolucionario, podrá desarrollarse un verdadero
urbanismo revolucionario”. La barricada de libros negros que Avelino Sala
presentó en la galería Raquel Ponce (2011) junto a algunas acuarelas de
activistas contrarios a la reconversión industrial y el pedestal-tobogán de
Maja Bajevic en el Palacio de Cristal del Retiro (MNCARS, 2011), muestran los
límites y posibilidades del cuestionamiento artístico en el tiempo de la
indignación. Stuart Hall consideraba que algunos acontecimientos culturales
insignificantes pueden suponer un desafío para el mundo normativo porque no
solo ponen en tela de juicio la definición del mundo sino cómo debería ser:
abren una brecha en nuestras expectativas. Si Avelino Sala convierte sentencias
latinas (“Sapere aude” o “Concedo nulli”) en grafittis, Maja Bajevic ensucia
los cristales del espacio expositivo para escribir consignas revolucionarias
destinadas a ser borradas o a volverse un amasijo de textos sinsentido. La
resistencia creativa evita caer en el dogmatismo sin caer ni en la melancolía
ni en la impotencia, tomando acaso en cuenta las dudas de Ranciere sobre la
voluntad de repolitizar el arte: “se supone –indica en El espectador emancipado- que el arte es político porque muestra
los estigmas de la dominación, o bien porque pone en ridículo a los iconos
reinantes, o incluso porque sale de los lugares que le son propios para
transformarse en práctica social, etc. Al final de todo un siglo de supuesta
crítica de la tradición mimética, es preciso constatar que esa tradición
continúa siendo dominante hasta en las formas que se pretenden artística y
políticamente subversivas. Se supone que el arte nos mueve a la indignación al
mostrarnos cosas indignantes, que nos moviliza por el hecho de moverse fuera
del taller o del museo y que nos transforma en opositores al sistema dominante
cuando se niega a si mismo como elemento de ese sistema. Sigue considerándose
como evidente el paso de la causa al efecto, de la intención al resultado,
salvo si se supone que el artista es incompetente o que el destinatario es incorregible”.
24. El surgimiento de una subcultura espectacular viene
acompañado, indefectiblemente, por una oleada de histeria en la prensa. Esa
histeria es, cómo no, ambivalente: oscila entre el miedo y la fascinación,
entre el escándalo y el entretenimiento. “Periódicamente, las sociedades
–apuntó Cohen en Fol. Devils and Moral
Panics- parecen caer en accesos de pánico moral. Una condición, un
episodio, una persona o grupo de personas aparece y es descrito como una
amenaza para los valores e intereses de la sociedad; los medios de comunicación
lo presentan de forma estilizada y estereotípica; editores, obispos, políticos
y otras gentes de la derecha se atrincheran entonces en sus combates morales;
expertos socialmente acreditados pronuncian sus diagnósticos y soluciones; se
buscan alternativas para afrontar el problema o (lo más frecuente) se recurre a
ellas cuando ya no hay más remedio; entonces la condición desaparece, se
sumerge o deteriora y se vuelve más visible”. A los mass-media les bastó para acotar el despliegue indignado con acuñar
la expresión “perroflauta” o establecer analogías y diferencias con mayo del
68, intentar obsesivamente encontrar “líderes” y portavoces para volver con las
manos vacías, reducirlo todo a la anécdota o parodiar el agonismo del proceso
asambleario. Por fin surgían en España procesos que exigían una repolitización del espacio público,
modos de la “desobediencia civil”y, mientras tanto, el arte, que según Adorno
es un sismógrafo, parecía entretenido en los rituales del patetismo global.
Pero puede que, como sugiere Negri, el arte y la revolución guarden analogías y
que el Kunstwollen tenga que ver con
la organización de las fuerzas sociales excedentes. “Las revueltas contra el
sistema político dominante –leemos en comon
wealth de Negri y Hardt-, sus políticos profesionales y sus estructuras
ilegítimas de respresentación no aspiran a restaurar un supuesto sistema
representativo legítimo del pasado, sino a experimentar con nuevas formas de
expresión democrática: democracia real ya.
¿Cómo podemos transformar la indignación y la rebelión en un proceso
constituyente duradero?¿Cómo pueden convertirse en un poder constituyente los
experimentos de democracia, no sólo democratizando una plaza pública o un
barrio, sino inventando una sociedad alternativa que sea verdaderamente
democrática?”. Esas preguntas están expandiéndose en la multitud y, por
supuesto, obligan a los artistas a posicionarse en un momento en el que el
“virtuosismo” post-fordista, tematizado por Paolo Virno, da paso al neo-esclavismo.
25. Marx recordaba las revoluciones burguesas del siglo
XVIII como un avance arrollador de éxito en éxito, con los hombres y las cosas
iluminados con fuegos de artificio, atrapados en una dinámica de éxtasis
cotidiano, mientras que las revoluciones proletarias del siglo XIX se critican
constantemente a sí mismas, se interrumpen y vuelven sobre lo que parecía
terminado para comenzarlo de nuevo, “se burlan concienzuda y cruelmente de las
indecisiones, de los lados flojos y de la mezquindad de sus primeros intentos,
parece que sólo derriban a su adversario para que éste saque de la tierra
nuevas fuerzas y vuelva a levantarse más gigantesco frente a ellos, retroceden
constantemente aterradas ante la vaga y monstruosa enormidad de sus propios fines,
hasta que se crea una situación que no permita volverse atrás y las
circunstancias mismas gritan: “¡Hic
Rhodus, hic salta!” (¡Aquí está Rodas, salta aquí!). Rosa Luxemburgo
retomaba esta cita al final de Reforma o
revolución para subrayar la dimensión más que oportunista debilitada de la socialdemocracia. El
acontecimiento indignado no fue, en ningún sentido, pirotécnico y tampoco puede reconducirse en las modalidades
estéticas, aunque está lleno de capital
simbólico o, mejor, de esa actitud que hemos calificado como arte de la insubordinación.
6
Fake copyright.
Fernando
Castro Flórez.
“Perversiones
imaginarias. Vertió el líquido tibio del vaso en la arena cenicienta -…
es una pregunta interesante: ¿bajo que aspecto el coito vaginal es más
estimulante que con este cenicero, digamos, o con el ángulo entre dos paredes?
En la actualidad es sexo es un acto conceptual, y quizá sólo en las
perversiones podamos establecer algún contacto entre nosotros. Las perversiones
son algo completamente neutral, despojado de todo indicio de psicopatología; de
hecho, la mayor parte de las que yo he probado están fuera de época.
Necesitamos inventar una serie de perversiones sexuales imaginarias, sólo para
mantenernos activos…”[1].
El
triunfo de la parodia.
Es manifiesta la ambigüedad de las actitudes artísticas
contemporáneas, resultando difícil sabe si son formas de la resistencia
semiótica, poses de franca decadencia revolucionaria o gestos de cinismo en los
que la teatralización ha sustituido a cualquier estrategia crítica. Los
radicalismos terminan por confesar su estructura paródica, la
abstracción deriva hacia una ornamentalidad auto-satisfecha y el conceptualismo
revela, en muchos casos, una impotencia ideológica mayúscula. “Sencillamente,
resulta difícil creer las repetidas advertencias de que el final está cerca, en
particular cuando quienes hacen esas advertencias han sentado la cabeza y se
han instalado confortablemente en sus propias instituciones. Buena parte de la
actividad que en cierto momento se consideró potencialmente subversiva, más que
nada porque prometía un arte incapaz de mercantilizarse, es ahora completamente
académica”[2].
Junto a la fetichización, compulsiva, del documento (simultánea a la
mixtificación de la procesualidad) va cobrando una importancia inusual la parodia.
Conviene tener presente que es imposible representar una parodia
convincente de una posición intelectual sin haber experimentado una afiliaciónprevia con lo que se parodia, “sin que se haya desarrollado o se haya
deseado una intimidad con la posición que se adopta durante la parodia o como
objeto de la misma. La parodia requiere cierta capacidad para identificarse,
aproximarse, y acercarse: implica una intimidad con la posición que en el acto
mismo de reapropiación altera la voz, el posicionamiento, la performatividad del
sujeto, de manera que la audiencia o el lector no saben exactamente donde está
una, si se ha pasado al otro bando, si permanece en el suyo, si puede ensayar
otra posición sin caer presa de la misma durante la representación”[3]. Si
en la parodia hay una relación de deseo y ambivalencia, en la proliferación de
los estilos plagiarios no aparece más
que un patético anhelo de notoriedad, una urgencia por conseguir, a toda costa,
la fama, por precaria que esta sea, asumiendo, una ironía, en sí misma
desgastada, que, finalmente, funciona como una coartada[4]. A lo
mejor se trata de producir lecturas escrupulosamente falsas[5], de
llevar hasta el límite extremo el juego, vale decir, de tomar “en serio”
nuestro arte de la colusión[6].
El arte de vestir santos.
Muchas obras de arte
contemporáneo se regodean en lo traumático sin que se llegue a superar lo
epidérmico, solidario con el proceso de monumentalización de los juegos
infantiles de make-believe[7]. No hay que ser
muy perspicaz para ver que han proliferado, en el terreno de las artes, las tácticas
melodramáticas[8], intentando, tal
vez, en vano, competir con el imperio del patetismo establecido por el reality
show. “El arte de vestir santos es, desde luego, un oficio viejo, tan
viejo, por lo menos como el arte. Pero nuestras prendas actuales, nuestro
hábitos modernos, son trapos llenos de rotos que remendamos con zurcidos. Allí
donde el hilo se ha perdido hay que hilvanar con firmeza para que las piezas se
mantengan unas junto a otras. La misión imposible sigue siendo la de mostrar en
su unidad todos estos retales con que nos defendemos de las inclemencias del
tiempo –y no olvidemos que si la atmósfera no tiene clemencia con sus
temporales, es en el tiempo donde vivimos en pleno temporal”[9]. El
guardarropa está a reventar, el éxito de las estéticas trans ha hecho
que estén totalmente fuera de lugar los planteamientos que rehuyen el
carnaval, ejemplos de aquellos sujetos a los que se puede maldecir por
aguafiestas.
El rococó instalativo.
Se nos emplaza frente a un terreno
derivado (muchas veces por perversión o ironía o por una memoria falsamente
nostálgica) de la decoración doméstica concentrada en un minucioso
tratamiento de los objetos y sus detalles. “Como el rococó, la instalación es
genuinamente un arte de salón, pero también, en general, un arte deconstructor
que modifica la estructura interior de los lugares, reduciendo o ampliando el
tamaño de las estancias y sus componentes, otorgando una importancia máxima a
los elementos contextuales (mobiliario, enseres, ornamentos, lugares
transicionales, límites, aperturas, proposiciones proyectivas, huecos y otras
inscripciones)”[10]. Recordemos la idea de
Perinola de la instalación como aquel espacio que siente al visitante, lo
acoge, lo toca, lo palpa, “se extiende hacia él, le hace entrar en ella misma,
lo penetra, lo posee, lo inunda. Ya no se va a las muestras para ver y gozar
del arte, sino para ser vistos y gozados por el arte”[11]. Un
espacio o, en otros términos, un escenario, recurriendo a una
denominación propia de lo teatral, en el que la ideología de la interactividad
virtual queda desmontada por la interpasividad de aquello que es presencia
incontestable. “La instalación […] constituye la operación última
mediante la que el arte escapa a las evidencias desprovistas de realidad de lo
cotidiano (evidencia de las palabras, evidencia de la arquitectura, evidencia
de las imágenes…) para convertirlas en su materia prima. Dicho de otra
manera, se sitúa en el lugar opuesto no sólo a cualquier operación de ficción,
sino también a cualquier operación de desciframiento, de elucidación del
misterio: es más bien una especie de regreso a lo real (penoso y difícil
regreso si nos fijamos en los artificios y en las complejidades de nuestro
entorno actual, esta mezcla de ciberespacio, de estereotipos, de palabras
obligadas y de fórmulas convenidas)”[12]. El
territorio enrarecido del arte ofrece, ocasionalmente, intimidad, con
objetos que remiten a lo cotidiano, en una suerte de reformulación del
realismo (entre lo documental, el activismo o la práctica relacional)[13].
Es indudable que la situación actual solo es comprensible a partir de una
arqueología del objeto moderno, en la que el objet trouvé (la poesía de
lo azaroso) o el ready made (la óptica de indiferencia) dieron paso a la
fenomenología de lo elemental en el minimalismo o a la estetización de lo banal
en las propuestas del llamado apropiacionismo.
En una fiesta me colé.
Toda religión empieza como crisis
de culto, como “baile fantasmal de una sociedad traumatizada”[14] y,
acaso, nos encontramos en el umbral en el que la disolución de las
experiencias que fundan comunidad ha llevado a una ritualización
museográfica de aquello que servía como “escape” (precisamente, el baile
reducido por algunos artistas a algo digno de ser aceptado o introducido en la
institución canonizadora e higienizante del coleccionar o, como , la
turbulencia del deseo, los abismos del sexo convertidos en estandartes o
consignas: la cotidianeidad abierta a una sorprendente obscenidad), asumiendo
el silencio de la contemplación estética (correspondiente al “se ruega tocar”)
el rango de oración: comulgamos con la más estricta estupefacción. Todo
sucede después de la fiesta, cuando la resaca es monumental[15]; la
temporalidad del post festum es la del melancólico (un yo ya sido),
esa forma del ser ahí (retrasado siempre con respecto a sí mismo) en la
que se ha perdido para siempre la fiesta, mientras el tiempo del ante festum
corresponde a la esquizofrenia (el yo no es nunca una posesión cierta sino algo
que hay que ganar permanentemente), una vivencia en la que lo importante es la
anticipación (primacía del porvenir en forma de proyecto), ejemplificada en el dasein
como aquel “ente al que en su ser le va su propio ser” y que, de esa forma, “en
su ser se anticipa siempre a sí mismo”, y, por último, en el intra festum
puede aparecer la neurosis obsesiva (la adherencia al presente que tiene la
forma de una reiteración obsesiva del acto para procurarse las pruebas del
propio ser sí mismo, de que uno no se ha perdido ya para siempre) o bien la
epilepsia (la carencia que brota de una suerte de exceso extático de la
presencia). Mientras la crisis epiléptica sanciona la incapacidad de la
conciencia para soportar la presencia, de tomar parte en su propia fiesta, el
neurótico tiene que asegurarse, por medio de la repetición, los documentos de
su propia presencia en una fiesta que de manera manifiesta se le escapa. La
nostalgia de la provocación vanguardista, transformada en lógica de lo obsceno,
aquel ansia de novedad derivada en el gusto por la perversión que, en
apariencia, se anticipa a la estrategia neutralizadora y la carnavalización en
medio del pánico, resuelta actualmente como subjetividad narcolépsica (una
vivencia espasmódica en la que la palabra intensidad puede coincidir con el
camuflaje autista frente a los conflictos circundantes), guardan relación con
las patologías festivas. En última instancia, el problema de las
maquinaciones contemporáneas no es la amnesia, dado que tampoco hay casi nada
que propiamente sea digno de memoria, sino la desconexión. La sociedad
del espectáculo ha empujado al arte e incluso a la crítica al terreno del
bricolage, siendo el material con el que producir la “obra” una amalgama de souvenirs
que señalan un patético final. “Por primera vez, las artes de todas las
civilizaciones y todas las épocas pueden ser conocidas y admitidas en conjunto.
Es una “colección de souvenirs” de la historia del arte que, al hacerse
posible, implica, también, el fin del mundo del arte. Tenemos una
tremenda resaca[16]
Lo que ves es lo que ves.
Baudrillard comparó a los grandes
hermanos con el portabotellas duchampiano, pero también son Criaderos
de polvo, lugares (subjetivos) de sedimentación azarosa. Sabemos que esa
comparación no es forzada, sino que son muchos los artistas, desde Manzoni a
Alberto Greco o Kounellis, que han decidido exponer la vida[17].
Se trata de esa mencionada reformulación del realismo que ya no tiene
que ver con lo figurativo-académico sino con la desnudez de lo que “acontece”,
siendo, en una perspectiva simplificada, la integración, humorística o cercana
al bostezo, de cualquier cosa. “La desintegración del signo –que parece
ser el gran asunto de la modernidad- está ciertamente presente en la empresa
realista, pero de una manera en cierto modo regresiva, ya que se hace en nombre
de una plenitud referencial, mientras que, hoy en día, se trata de lo
contrario, de vaciar el signo y de hacer retroceder infinitamente su objeto
hasta poner en cuestión, de una manera radical, la estética secular de la
“representación””[18]. Más
allá de la voluntad de sentido surge un placer en la enunciación, de raigambre
minimalista, de que what you see is what you see, por emplear los
términos de Frank Stella. Bien es verdad que el nominalismo obsesivo ha
sido sometido a una táctica de tergiversación que intenta mostrar lo paradójico
de eso que parecería obvio. Debemos tener en cuenta que la descripción,
entendida en la situación contemporánea, supone un copiar lo que ya está
copiado, una travesía entre los simulacros y la vertiginosa expansión de una
cartografía fotográfica del mundo, en ese impulso a “captar el momento”. La
fotografía produce lo real, crea unas condiciones fabulosas de visión[19],
pero también vela, en su enfoque, aspectos del mundo, inmediatamente declarados
marginales.
El arte (post)cadavérico.
Hay una continuidad,
casi cadavérica o mejor póstuma, del arte. Hal Foster ha señalado cuatro formas
de ese “venir después”: una experiencia traumática, en la que se mezcla temor y
deseo, lo real y lo errático del acontecimiento; un cierto ensombrecimiento
espectral que implica unas “reapariciones”, el retorno de lo desaparecido[20]; el
montaje de formas asíncronas, en una recuperación de géneros o
estrategias visuales pasadas de moda, y, por último, una tendencia a lo incongruente,
que consiste, entre otras cosas, en yuxtaponer huellas de diferentes
espacios.
De vuelta al teatro integral de Oklahoma.
Un joven artista me decía que tenia que
actuar como un terrorista, esto es, que en su relación con una compañía de
teatro, tenía que introducir trozos de realidad en la obra. Acaso esas representación
teatral interrumpida sirva para evitar la característica claudicación del arte
en tiempo real ante la Institución Artística[21],
ese museo ubicuo que parece que quisiera, en un raro retorno de lo
reprimido, volver a ser Wunderkammer, lugar de lo enciclopédido mezclado
con el souvenir anecdótico[22].
Son muy sagaces los comentarios de Victor Zamudio-Taylor, un curator
internacional al que Javier Núñez Gasco se esposó en la edición de ARCO del
2004 para completar cinco minutos de crítica de arte: “En la pieza es
fundamental el elemento de sorpresa es muy importante; es decir: no había
ninguna complicidad, ningún arreglo para participar en el “performance”
forzado”. […] Estas en el cine y alguien grita “fuego”; sin duda, el 99 % de
ese público en ese cine va a entrar en pánico en segundos. Escuchar el “clic”
de unas esposas produce la misma reacción, es decir, es un sonido con tal carga
de construcción cultural y tanto significado social que, aun que yo haya sabido
que era una complicidad y que era un “performance”, hubo un instante en el cual
yo ni recordé o me olvidé de que era un “performance” en el momento en el que
las esposas hacen “clic””[23].
Ese instante en el que uno no sabe que lo que está ocurriendo es un
performance es crucial, aunque, la sorpresa, el milagro de “olvidar el
arte” se ha producido, termina por llevar, irremediablemente, hacia el
“ejercicio académico”[24].
El artista desposado (parodiando la “legitimación” tanto como nombrando,
elípticamente, la dependencia del “bienalismo”) tenía planteado, desde el
principio, documentar su “acción sorpresa”, no tenía, según parece, ningún
proyecto de desmantelar el discurso institucional ni de ofrecer resistencia a
la recontextualización expositiva. Cuando uno se despierta en mitad de un
sueño, aun del más desagradable, se siente frustrado y con la impresión de
haber sido engañado para bien suyo. “De ahí –escribe Theodor W. Adorno- que los
sueños más bellos parezcan como estropeados. Esta experiencia se
encuentra insuperablemente plasmada en la descripción del teatro al aire libre
de Oklahoma que hace Kafka en América”[25].
Todo el mundo está contratado, la propaganda así lo indica, en ese extraño e
inmenso teatro, lo único que hace falta es acudir, mostrar los documentos,
decir lo que se sabe si es que eso es posible y listo. Lo malo es que parece
que las actividades que allí se desarrollan son ridículas, por ejemplo,
subirse a enormes pedestales y tocar, da igual que se haga fatal, una trompera
reluciente disfrazado de ángel o diablo. Y, además, no se sabe cuanto pagan por
ser artista[26].
Memorias delirantes.
Podemos forzar esa idea
filosófica de la necesidad como algo errante aproximándola a la
concepción de la memoria mecánica en Hegel[27], ese
dejar que la mente balbucee, vaya por el camino curvo, entre en los
enredos que le plazca. Hay que dejar hablar, en su propia lengua, al delirio[28], no
importa que de los sueños solo quede una vaga geometría, la marca de unos
desplazamientos en espiral, la memoria borrosa del laberinto; nuestras pasiones
se reencarnan en desechos, los fragmentos no remiten a ninguna totalidad o
absoluto donde se produzcan las reconciliaciones (abstractas, intelectuales,
fósiles). “Después del “después” es inútil querer retroceder (porque habría que
retroceder a ilusiones alimentadas por la creencia de que siempre habrá un
“después”). Inútil, e indeseable. Inútil es lamentarse de la pérdida (por
exceso) de lo “real”, porque, como dice Baudrillard, en el fondo: “lo real nunca
ha interesado a nadie. Es el lugar del desencanto, el lugar de un simulacro de
acumulación contra la muerte”. Lo real no interesa por su forma, sino por su materialidad,
por eso que Schelling llamaba Das Schreckliche y que Platón entreveía
(meditante un “razonamiento bastardo”, pues no se deja ver directamente) como chôra,
la “matriz” de lo ente. La materialidad es la catástrofe, el aviso
de la inminencia de la destrucción del objeto. Contra una lectura “formalista”
de Hegel, el cuerpo (digamos: la marmórea belleza de una estatua griega) no
interesa porque, “Argos de mil ojos”, nos mire y pregunte desde todos sus
puntos. Por el contrario, el cuerpo fascina porque no mira ni se deja
traspasar por entero: fascina por su opacidad, preludio de muerte. La del cuerpo,
y la de su espectador. Fascina porque no se deja introducir en el intercambio
sígnico; porque está de más, de trop, indisponible”[29].
Incluso hay una vitrina para las cagarrutas.
El desastre no es solamente el
terremoto, también puede ser un estremecimiento corporal inapreciable. El tiempo
del montaje (cinemático) de la catástrofe nos lleva,
directamente, a la incomprensión del acontecimiento[30].
Tenemos que estar preparados para comprender lo mínimo, esto es,
afinados con respecto a lo inaudible, dispuestos con respecto a sucesos sin
barricadas, cuando propiamente parece que no pasa nada[31]. Tras el
silencio, que tenía, para Freud, carácter siniestro, como si fuera la antesala
del peligro, puede llegar la catástrofe mínima, por ejemplo, un pedo.
La flatulencia es otra prosodia, aquello que perturba todos los
discursos[32], llegando a aparecer,
antes del higienismo vertiginoso, el extraordinario espectáculo artístico
del Pedómano[33].
Hoy, con menos florituras, algunos artistas, como ya he apuntado anteriormente,
están encantados de declarar que son unos cagones:“En Estados
Unidos existe un grupo de chicos traviesos que se reúnen en tono a un letrero
que proclama “Pant-Shitter & Proud of It/ Jerk-Off Too” (Cagamos en
nuestros pantalones y nos sentimos orgullosos de ello/ También nos hacemos
pajas”). Mike Kelley, autor de esta declaración, pertenece a una agrupación de
artistas independientes donde también se encuentran Paul McCarthy, Jim Shaw y
Raymond Pettibon. A veces juntos, pero casi siempre en solitario, se especializan
en todo tipo de groserías extravagantes que subrayan de manera ruidosa,
desordenada, burlona y dolorosa el hecho de que Rousseau no tenía razón; el
regreso a la infancia no es el redescubrimiento de la inocencia, sino más bien
una perturbadora inmersión en los orígenes de la confusión y el absurdo propios
de los adultos”[34]. No nos dejemos engañar
por la escatología (decorativa) que, en última instancia, remite al
Orden, la Ley y, por supuesto, lo Económico. Lo más desagradable, como las ratas,
también entra en el ámbito de la exposición[35].
“Todo hombre
huye de la catástrofe. Y sin embargo, la catástrofe nos hablaba, la catástrofe
es nuestra mirada y veíamos por el ojo del culo. Ello, aunque a la mañana
siguiente a la noche de borrachera fueran las moscas las que nos señalaran el
camino. No es extraño que el alcohólico no recuerde nada”[36]. Todo
acontecimiento está ya mostrando la caída, la ruina, la ceniza son el destino
cierto[37]. Sabemos cual es
la prohibición: convertir en belleza estética la catástrofe, transformar
la destrucción en algo admirable[38]. Y,
sin embargo, caemos en la trampa, desplegamos, sin pausa, la sublimación
de lo peor. Tendríamos que enterrar todas las nostalgias del trapero,
igual que la retórica que se eleva desde las escombreras debería tener presente
que el ave fénix arde en la hoguera de su propia mierda[39].
Nuestro destino es desarrollar la crítica desde la obra arruinada o
reducida a cenizas[40].
Hoy, consumada la amnesia colectiva, hay una vitrina para cada cosa, da
igual que sea una cursilería, una consigna o una cagarruta. Lo decisivo es que,
incluso el accidente, ha encontrado su museo, ese lugar obsceno que todavía
llamamos televisión[41].
El nuevo teatro de las marionetas esquizofrénicas.
Este
artista es consciente de que hoy en día el simulacro es tan real como todo lo
demás, frente al documentalismo pseudosociológico prefiere mostrar un mundo de
relatos fragmentados, donde la obsesión impone su ley, allí donde lalengua, por
emplear una expresión lacaniana, el ronroneo nos lleva al borde de lo que es
inmediatamente olvidado para que no produzca una herida imposible de
cicatrizar. “Habría llegado la hora –escribe Paul Ardenne-, siguiendo la
parábola oursleriana, del megamix del signo, y de su doble consecuencia: por
una parte confusión en todos los aspectos, desde lo sensorial a lo estético,
desde lo relacional a lo político; por otra parte, desorden social condicionado
por esa papilla infrasemántica donde vienen a remojarse todas nuestras vidas
desorientadas. Es realmente imposible distinguir entre real y simulacro, sobre
un fondo de desenfreno mediático, de condicionamientos, de posturas que
convierten la vida real en algo a la vista de todos y a la inversa. Al respecto
de esto, ¿qué queda entonces por hacer, si no es despotricar, hablar sin fin,
justificarse hasta el infinito, arrojar nuestros miedos esperando un oído
atento y un tratamiento de caballo?”[42].
Oursler crea personajes preocupados o, sin exagerar, completamente
desequilibrados; monta una suerte de dramaturgia familiar e inhóspita, lleva a
la mirada hasta situaciones límite donde confluyen el sexo y el miedo. En Judy
(1994) una figura aplastada bajo un sillón nos mira directamente y grita:
“Eh tú. Fuera de aquí. ¿Qué miras? Ya te joderé. Déjame en paz”. Las
existencias caídas, avergonzadas en todos los sentidos, responden a un mundo de
placeres voyeuristas con una violencia verbal extrema. Oursler vuelve,
insistentemente, al fenómeno esquizoide del MPD (Múltiple Personality Disorder)
que tiene rasgos de autohipnosis. Desde Psicosis a El exorcista
se extiende un interés por esa subjetividad se bunkeriza en una multiplicidad
paradójicamente agrietada. Tony Oursler sostiene la hipótesis de que los casos
de MPD, una verdadera especialmente made in USA, dependerían simplemente
de un efecto especular provocado por la propia estructura de los medios de
comunicación, la locura de imágenes inducida por la repentina multiplicidad de
las cadenas y la sistematización del zapping[43].
Oursler
prolonga y proyecta lo uncanny hasta la arquitectura[44]. Sus
personajes están acurrucados en recovecos, sus raras visiones, esos ojos
ciclópeos ocupan fachadas, lo traumático intenta fijarse entre los árboles o en
el humo efímero. Incluso hizo, en su intervención de 1997 en Münster, que una
farola hablara. La voz nunca se detiene: en el principio era la verborrea. Como
en El innombrable de Samuel Beckett, el recitador sabe que hay que
continuar, a pesar de todo. Acaso, como propone Paul Ardenne, lo que
hace Oursler es “estetizar un fracaso de la cultura”. Hemos atravesado el
espejo, transponiendo el realismo mimético para crear un nuevo espacio
cotidiano[45], aunque la consecuencia
haya sido que lo banal sea el banderín de enganche. Mientras los filósofos
gemelos, en la obra Switch (1996), especulando (a partir de textos de
Jean Baudrillard y Paul Virilio) subidos en un poste, otras presencias
fantasmales despliegan la mímica de las emociones humanas. Para Raymond Bellour
el tormento de la obra de Oursler es la ficción o, mejor, la narración, el
relato que se monta y destruye continuamente. La ventana indiscreta de
Hitchkotch ofrece el modelo de una sociedad fascinada por lo horretoric (la
turbia sensualidad del terror), extasiada entre la catástrofe fundacional que
Oursler fija en las fotografías de Ground Zero realizadas por el artista
el 11 de Septiembre del 2001, cuando grabando a los neoyorquinos tomando
imágenes del acontecimiento en directo. Aumenta, hasta afectar a casi
veinte millones de americanos, Social Anxiety Disorder, la ansiedad que
llega sin que se sepa la razón. Lo que da miedo puede ser una mancha o borrón
informe (blob), una baba o el moho, frente a eso que apenas puede
nombrarse aparece la carita sonriente, el pin amarillo, la cifra del vacío, “el
último estertor –escribe con lucidez nihilista Oursler- para perseverar en los
sentimientos, para aferrarse a una imagen de felicidad que se desvanece”[46]. Con
todo, la consigna (“no te preocupes, se feliz”), tropieza con las pesadillas y
los traumas; los seres más grotescos no callan pase lo que pase. “Nunca es
demasiado tarde”, repite un ser que es verdadera rostredad, mientras
otro se deja llevar por el barullo fonético: “Gatito tiquismiquis cómico inhala
explora, drama, daño, risita de figura, alucinación”. Estamos hipnotizados por
ese delirio y, lo más dramático, es que sabemos que el zapping no nos
librará de eso. Lo que vemos nos puede llevar hacia una fragmentación
mayor, hasta un desorden psíquico abismal[47].
En la obra de Oursler System
for Dramatic Feedback (1994), presentada en el MoMA, aparecía una pequeña
figura que gritaba: “¡Oh, no!,¡Oh, no!, ¡Oh, no!, ¡Oh, no!” como si estuviera
viendo algo agonizante. En el centro de la sala un montón de trapos daban
cuenta de la ruina de todas las esperanzas. Una mujer se ponía en pie para
caerse inmediatamente, “como el muñeco que tenía un pene que salía de su
bragueta desabrochada, más grande y luego más pequeño, ahora fláccido y luego
erecto, eternamente sin gratificación”[48].
En medio del hastío general (definitorio de la lógica del supermercado)
el arte simula la violencia, cuando en realidad es pura nulidad, o, en
palabras de Houellebecq, una mondadura[49]. Lo
que al final queda visible es el pingajo, el desastre sexual, vale decir: lo cotidiano.
El banderín de enganche de la banalidad.
Esa banalidad en la que el
territorio subjetivo ha terminado por transformarse en completa oscilación[50],
encuentra todavía una resistencia en algunos planteamientos creativos
que se niegan a aceptar el status quo, esto es, la mediocridad
circundante, el flujo demencial de las imágenes, el asentimiento ante lo peor
porque nosotros estamos, de momento, protegidos. “Es posible –escribe Bergman-
mostrar rascacielos en llamas y monos gigantes: cuesta dinero y muchos
esfuerzos, pero es factible. Más, ¿cómo dar vida a una serie de acontecimientos
de orden espiritual?¿Cuándo se ha terminado el juego, cuándo hemos perdido la
fe en las imágenes?¿Cuándo llega el miedo a paralizar, viscosamente, nuestra
necesidad de dar realidad a los sueños sin extraordinarios juegos de manos y sin
objetivos velados?¿Dónde se ocultan los sueños, por qué no se dejan
materializar mediante una maquinaria que ha sido hecha para captar los giros
más imperceptibles de pensamientos y sentimientos?¿Acaso la cinematografía
–mágica, inverosímil- ha sido suprimida de una vez por todas y no sigue una
vida de sombra humillada más que entre los hippies semi-amateurs,
semi-profesionales del cine?”[51].
Cuesta muchísimo respirar la pestilencia del literalismo, esa casposidad
pseudo-intelectual que es aplaudida por complejas estrategias de marketing, cuando ha retornado, patéticamente, el camp,
aquel esteticismo que reciclaba, permanentemente, lo kitsch, así como la
defensa, sin complejos aparentes, de lo banal mezclado con lo horrible[52]. Y,
a pesar de todo, es bastante difícil reflejar la banalidad de la
realidad. El héroe o,
mejor, lo que queda de él, está siempre a punto de pegarse el batacazo y
encarnar lo ridículo[53].
De querer ser a creer que ya se es va la distancia de lo trágico a lo cómico.
Éste es el paso entre la sublimidad y la ridiculez. Nos puede quedar
(triste consuelo) una forma del pensamiento enactivo, como el síntoma
neurótico[54].
Pulsiones refotográficas.
Las estética desencantadas con el
vanguardismo, las estrategias “alegóricas” de los años ochenta, desarrollaron,
hasta la saciedad, la cita y el reciclaje de las imágenes[55]. Un
fenómeno especialmente intenso de aprovechamiento de la historia: “Escrutado
por la mirada retroactiva del artista, el pasado, más que una fuente de
inspiración, se ha convertido en material de trabajo. Imágenes reconocibles en
un itinerario icónico por la historia de la fotografía o incluso estilos
enteros han sido objeto de cita, de apropiación, de reproducción, de plagio, de
remake o de pastiche, según el grado de radicalidad de unos
artistas que han precedido, posponiendo un universo de cosas y de hechos”[56].
Esas estrategias de rivalidad mimética[57]parece
que dejaron de lado las investigaciones sobre el poder. La ironía pudo ser,
sencillamente, una coartada. “¿Qué significa –se pregunta Martha Rosler con
sarcasmo- reproducir directamente fotografías conocidas o fotografías de obras
de arte conocidas? Las respuestas han sido de lo más ingeniosas: sacar las
obras de sus reificadas hornacinas y hacerlas accesibles a todo el mundo (un comisario
respetable); afirmar que forman parte de nuestro inconsciente cultural (un
artículo reciente del New York Times); exponer la condición mercantil de
todo el arte en la época de la reproductibilidad técnica (críticos influidos
por el pensamiento europeo); protestar contra la sobreabundancia de la
imaginería existente (un amigo mío). Cada una de estas explicaciones permanece
en su propio dominio de significados. (La explicación más clara que el artista
ha podido ofrecer han sido observaciones sobre la ambivalencia)”[58]. En
un texto de 1980 Sherrie Levine habla de su obra en conexión con una anécdota
familiar: “Como la puerta estaba entreabierta, vi a mi madre y a mi padre
revueltos en la cama, uno encima del otro. Avergonzada, herida, horrorizada,
tuve la odiosa sensación de haberme puesto a mí misma ciegamente y
completamente en manos indignas. De forma instintiva y sin esfuerzo, me dividí,
por así decirlo, en dos personas: una la real, la genuina, siguió por su
cuenta, mientras que la otra, una buena imitación de la primera, quedó
encargada de mantener relaciones con el mundo. Mi primer yo permanece alejado,
impasible, irónico y atento”. Para algunos teóricos, no hay sexo sin algún
elemento de “acoso”, ya sea el de la mirada perpleja o el de la que está conmocionada
o traumatizada por le carácter ominoso de lo que está sucediendo. Zizek, por
ejemplo, subraya que la fantasía paradisíaca fundamental es la de ver a los
padres copulando frente a su hijo, quien los observa y hace comentarios. “Aquí
debemos volver al concepto freudiano de Hilflosigkeit
(desamparo/zozobra) original del niño. […] el niño está desamparado, no tiene
“mapa cognitivo” frente al enigma del goce del Otro, es incapaz de simbolizar
los misteriosos gestos e insinuaciones sexuales que presencia”[59]. El
desapego, vinculado a la problemática
pulsión de muerte, es algo primordial para ese sujeto que es una brecha donde
pueden caer los “apegos apasionados”[60].
Debemos entender la pulsión de muerte como un descarrilamiento ontológico, un
gesto de des-investidura que remite a la disolución de la libido: lo que
disloca al sujeto (en el proceso de su constitución) es el encuentro traumático
con el goce. El yo, constituido especularmente, cree que en torno a él
únicamente hay un terreno lleno de escombros y, precisamente por ello, se fortifica[61]; verse a uno
mismo como sujeto unitario implica una forma de represión visual. Pero la
declaración de Sherry Levine cita otra cosa: “No sólo reconocemos en
estas líneas una descripción de algo que ya conocemos –la escena primordial-,
sino que nuestro reconocimiento podría incluso extenderse a la novela de
Moravia de la que ha sido copiada, puesto que esta descripción autobiográfica
de Levine es sólo una sarta de citas robadas de otros. Si la consideramos una
manera extraña de escribir acerca de los métodos de trabajo propios, luego
quizá debamos remitirnos a la obra que describe”[62].
Sampleando todas las cosas.
La cultura de la apropiación no a
producido, como piensan algunos interpretes, un cuestionamiento de la firma[63],
antes al contrario, esta ha multiplicado su fuerza y respeto notarial.
El artista moderno está condenado a copiarse a sí mismo[64] o
bien a reprogramar obras existentes[65]. Se
utiliza lo dado en una estrategia semejante a la del sampler: el artista
es un remixador. Hay que darle un valor positivo al remake sin,
por ello, caer en el alejandrinismo cool.
Desvío.
Guy Debord
señala en su texto “Modo de uso del desvío” (1956):
“La herencia literaria y artística de la humanidad debe
utilizarse para propósitos de propaganda de clase. Es preciso trascender el
mero escándalo. Una vez que ha pasado hace tiempo la época de la negación de la
concepción burguesa del arte y el genio, los bigotes de la Gioconda no resultan
más interesantes que la versión original de la pintura. […] Todos los elementos, no importa dónde se
hayan tomado, pueden servir para hacer nuevas combinaciones.[…] Todo puede
servir. No es preciso decir que no sólo podemos corregir una obra o integrar
diversos fragmentos de obras caducas en una nueva obra, sino también alterar el
significado de los fragmentos y manipular de todas las formas que juzguemos
oportunas lo que los imbéciles se obstinan en llamar citas”[66]. Hay overbooking de cínicos, los
almacenes están hasta los topes: el mundo del arte está saturado[67].
Fake.
“It´s a world of make-believe” podemos escuchar
en F for Fake. Ese
proceso de
canibalización
remite al deseo de Welles de llevar a la pantalla el relato de Isak Dinesen The
Inmortal Story, protagonizado por este opulento Mr. Clay cuyo principal
rasgo definitorio no es otro que el tratarse de ser “el único que no posee
historias propias y por eso precisa vampirizarlas de quienes le rodean”. El
“fraudulento” retrato del artista como prestidigitador tomó como punto
de partida el documental dirigido por Francois Reichenbach y Richard Drewett
titulado Elmyr. The True Picture?, realizado para la BBC y basado en la
singular figura de Elmyr D´Hory, reputado falsificador de obras de arte
pictórico y afincado en aquellos años en Ibiza. “Fui a ver –declara Orson
Welles- a Reichenbach y le dije: ¿Puedo utilizar sus planos? Fuimos a ver al
montador, un montador brillante, y encontramos todo lo que él había rechazado;
es decir, que lo que yo no rodé, lo cogí de la papelera”. Al introducirse en el
fingimiento como forma de vida aparece la nostalgia del mundo de la magia. “Sí,
dirá un Welles muy en su papel, capa negra, sombrero de ala ancha sobre la
cabeza y manos enguantadas, el cineasta es un mago: “Soy un charlatán […]
Solía ser un mago y aún trabajo en ello”, afirmará recordando su nunca
desmentida afición por las artes de la prestidigitación”[68].
Observamos una llave “que no simboliza nada”, el director advierte que “todo lo
que está en la película es puro truco” e incluso se atreve a poner en boca de
Houdini una frase extraordinaria: “un mago es nada más que un actor que
interpreta el papel de un mago”. Tanto el director de cine como el mago hacen
creer[69]. “La verdad –dice
Welles en F for Fake- es que hemos fingido una historia sobre el arte.
Como charlatán, mi labor consiste en hacerla realidad, no en que la realidad
tenga que ver con ella”. Hay que manipular las imágenes que están ahí para
que surja lo extraordinario[70].
El maestro del bricolage fílmico termina por reconocer que la cuestión de la
autoría es algo que carece de importancia[71].
La sombra, el indicio
y la manipulación interpretativa.
Es verdad no importa quién habla
siempre que esté escrito y oficialmente firmado. Por más que repitamos, de
memoria como perfectos loros, “¿Qué es un autor?” de Foucault o, incluso en el
vértigo de la pedantería, sigamos remitiendo a “La muerte del autor” de Barthes
el prestigio aurático termina derramándose incluso sobre los maestros del
plagiarismo. Hemos asumido una posición, tardo-nietzscheana, que nos lleva no
solo a considerar la verdad y la mentira en sentido extramoral sino
particularmente con un envoltorio hiperestético. Incluso Pierre Menard fue
colocado en los cimientos textualistas del postmodernismo, en aquella inflación
terminológica: ironía, apropiación, eclecticismo, parodia o estricto déjà vu. Todo aquel “anacronismo
deliberado” acabó dispuesto en la vitrina museal como exvotos de una época en
la que la experiencia decisiva es la falta de experiencia. Faltando lo común,
existiendo como es lógico una indignación ante lo partidario, en pleno colapso
de los sistemas representativos (ya sean políticos, artísticos o incluso
cognitivos), volvemos la mirada hacia historias fraudulentas y escandalosas. No
se trata, en la obscenidad de los acontecimientos, de “la sombra de la sombra
de un indicio manipulado”[72] sino
de otro tipo de estafas, perpetradas por personajes que estaban, como es
habitual, en el límite de lo patético, agitados por el ancestral afán de
lucrarse.
No hay que
apretarse el cinturón ni esto tiene que ver con la “correa de mando”
putrefacta, se trata de un intempestivo (sinónimo oportuno de contemporáneo y
resistente a la inercia historiográfica) “homenaje” a Elmyr de Hory “el pintor
más discutido de nuestro tiempo” en palabras propagandísticas o sarcásticas de
Clifford Irving, otro maestro del fake. Pintó
más de mil cuadros, falsificaciones de figuras de la Escuela de París, de la
que decía sentirse parte, fantaseando con un pasado en el que se habría codeado
con aquellos que consiguieron el éxito que a él le fue negado con sus obras que
apenas llegaron a valer un puñado de dólares. Fue una amiga suya, francamente
desnortada, la que le mostró el camino al comprarle un dibujo que atribuyó a
Picasso. El timo estaba en marcha. Se asentó en Nueva York por todo lo alto,
inaugurando su casa, en 1947, junto a actrices como Zsa Zsa Gabor, Lana Turner
o árbitros de las regiones paradisíacas del arte como René d´Harnoncourt que
estaba al frente del MoMA, consiguió colocar, con relativa facilidad, sus “falsificaciones”
en galerías y museos americanos, destacando el Matisse que en 1955 le coló al
Fogg Museum de Harvard. Con la colaboración de un par de truhanes de categoría
(Fernand Legros y Réal Lessard) fue ampliando la estafa en una espiral de
vértigo hasta que dieron el palo magistral a Algur Hurtle Meadows un magnate
del petróleo que al intentar conseguir un barniz cultural se hizo con una
impresionante colección de obras falsas. Tuvo que vivir en permanente
sobresalto, dándose a la fuga, huyendo incluso de su sombra, simulando el glamour y mendigando a sus “marchantes”
que eran unos delirantes de cuidado, hasta darse de morros con la Ley de Vagos
y Maleantes en una España que ya era una paisa(na)je (sic) casposo.
Aunque
pretendamos situar a Elmyr en el debate post-estructuralista de la “autoría”,
lo cierto es que él tenía un impresionante afán de notoriedad. Algunos de sus
amigos le describen como un histrión perfecto, alguien que estaba orgulloso de
ser reconocido aunque fuera por una actividad manifiestamente “delictiva”. En
Ibiza se había convertido, en los años sesenta, en lo que siempre quiso ser (un
personaje) y Orson Welles le proporcionó un atajo anómalo hacia el
“estrellato”. En realidad, hacía tiempo que se había estrellado. Orson Welles
apuntó que es la historia de un talento que se ríe de los que le rechazaron y
que convierte su decepción en un enorme chiste. Solamente podemos entender que
la vida de este pintor que se ganó la vida “versionando” a otros es una broma desde una lectura que es estrictamente
un malentendido que comienza con el artículo que Clifford Irving publico el 10
de diciembre de 1968 en la revista Look, se
amplia en ellibro Fake! The Story of Elmyr de Hory (1969)[73] y
consigue su tono memorable en F for Fake
(1973)de Orson Welles. Nuestra
lectura del “fraude” convierte la triste e incluso “culpable” historia de un
artista, obligado a la impostura para sobrevivir o permitir que otros llevaran
un tren de vida disparatado, en un lúcido juego sobre la comedia del arte.
“Casi todas
las historias –volvemos a escuchar en F
for Fake- poseen algo de mentira, pero esta vez no”. Sabemos que Welles
miente como un bellaco o, mejor, como un artista. Elmyr es, en todos los
sentidos, un pretexto, no hay nada en
su grafía, en su firma, en su estilo que pueda interesarnos. Su “magia” es
elemental, ajena a la grandeza de los trucos de aquel gordo shakesperiano.
Clifford Irving, otro personaje útil para el singular “autorretrato” fílmico,
advierte que “lo primero que se debe distinguir al hablar de la calidad de un
cuadro no es si auténtico o falso, sino… si es una buena o mala falsificación”.
Muchas de las de Elmyr eran, todo hay que decirlo, penosas, resecas y
desanimadas, aunque la pintura estuviera todavía fresca, delatando su
“impropiedad”. En una entrevista con André Brincourt, realizada en 1973, se
presentó como “cabeza” de turco del mercado del arte que “lo ha falseado todo”,
quería aclarar que él no había “copiado” ninguna obra, al contrario había
rendido homenaje a ciertos compañeros de viaje, estaba poseído, literalmente,
por una aventura pictórica de la que quiso formar parte. “Sólo soy –concluye
este pintor “a la manera de” con una voz propia anodina- un fabricante de
ilusiones, no lo sé. Yo mismo me planteo la pregunta”[74].
Pretendía que viéramos sus falsificaciones como “interpretaciones” que formaban
parte, indudablemente, del mundo del arte. Fue la interpretación (como el
deseo) del otro la que transformó su engaño en algo mágico, un fake memorable y, con la que está
cayendo, legible como alegoría de otros escándalos, sombríos, indiciales,
caligráficos, firmados “de aquella manera”.
Elogio
y arte de la fuga de Houdini.
Houdini un hombre, con tanto
talento para el misterio, comenzó una cruzada en defensa del engaño honesto de
la magia como algo que no sobrepasaba la frágil frontera con el reino de los
muertos, “como si lo auténtico –lo real en una época secular- no fuese afirmar
la existencia de los fenómenos psíquicos o invocarlos, sino únicamente de
habilidades humanas que están más allá de toda refutación”[75].
Houdini desplegó la impresionante parodia de la asimilación: él era el hombre
capaz de adaptarse a cualquier cosa y escapar de ella. Tengamos presente que
Houdini era un mago de la era moderna: todos sus números trataban sobre la seguridad.
Según parece, sintió una rara curiosidad por la mutilación[76] en
el que algunos encuentran la quintaesencia de la metafísica[77]. No
era un mago sino un mistificador, alguien que se entrega a las grandes
ilusiones. “La manera más sencilla de atraer a una multitud –dijo Houdini- es
anunciar que en un momento y un lugar determinados alguien va a intentar algo
que, en caso de fracasar, significaría una muerte súbita”. Nos aproximamos a la
magia y, seguramente al arte, para conocer el drama del fracaso.
Cada vez que comienzo a escribir pienso que no
seré capaz de escribir ni una línea, me entran sudores de la muerte ante
cualquier comienzo, pienso que pronto se demostrará que soy un impostor.
Lo primero que hago para escapar del empaquetamiento mental es citar
algo, buscar en el archivo, mirar las cosas subrayadas en los libros que tengo
por todas partes. “Citar es usar palabras de otros, huir de las propias”[78].
Cortinas, pantallas, veladuras, citas, cosas que están en primer término,
apariencias que son lo que importa. A Houdini, el mago que pone en relación el
sistema penitenciario, las instituciones psiquiátricas y la industria de los
alimentos congelados, le aterrorizaba quedarse paralizado. Se encierra y
escapa, hace que surja una pregunta decisiva: “¿qué hace la gente una vez que
ha escapado?”. El espectáculo de Houdini tiene que ver con un proceso oculto,
al mismo tiempo que pone en escena el drama de la claustrofobia. Según sabemos
Houdini solicitó la patente para un singular congelador: un aparato que le
permitía quedar congelado dentro de un bloque de hielo y marcharse dejando el
bloque entero, un milagro que intentó resolver toda su vida. La magia es una
forma de arte en la que el éxito consiste en ocultar lo difícil, y en que la
dificultad es un engaño: es importante que el miedo esté ausente del rostro. El
fugado es el verdadero artista, alguien que se jacta de hacer algo que, en otro
contexto, sería el mal[79]. Recordaré el que
Houdini consideraba su “desafío más realista”: se hizo envolver, por unos
cuidadores, con sábanas, dejando a la vista sólo la cabeza, para después atarle
a la cama de hospital; inmediatamente, los camilleros le echaban encima unos
veinte cubos de agua caliente, empapando las sábanas para que encogieran y se
tensaran. Comenzaban las contorsiones y dislocaciones para aflojar las sábanas
pegadas a la piel, en unos movimientos que implicaban peligro corporal. “En
efecto, un desafío, pero es extraño que Houdini lo considerase “el más
realista”. ¿Qué es lo real, cuál es la experiencia real que está demostrándose,
o a la que se alude?¿Imagen de qué es envolver a alguien en sábanas, atarla a
la cama en la que se supone que ha de ser atendido y echarle encima veinte
cubos de agua? Si nosotros, o el público, interpretamos este guión, podríamos
asociar las sábanas con una mortaja, el estar atado en una cama de hospital con
lo que se les hace a los locos violentos, y los cubos de agua (fría) vertidos
sobre alguien (o algo) con el acto de apagar fuego. Es como un drama dadaísta
(sólo que pre-Dadá) acerca de los servicios de urgencia; pero es también una
escena en la que un hombre ha escogido torturarse para entretener a otros y
ganarse la vida”[80]. Houdini, el maestro del
exhibicionismo mágico, un singular tipo que popularizó los métodos delictivos,
permite, a los espectadores, la
inspección de los mecanismos que emplea en sus espectáculos, para
llegar, por supuesto, a la constatación de que ahí no hay nada. La magia
es, entre otras cosas, una interrogación sobre la mirada y sus misterios[81]. Houdini
también se dedico a pregonar una verdad amarga: no hay magia[82].
Y, sin embargo, se produce el
hipnotismo: el público se pasma o se estremece con su ignorancia. Sorprendente
situación la de pagar por no saber. Nos encanta volver a esos espectáculos en
los que se mezcla sueño y pantomima. Fascinados por la fascinación. Es posible
hacer cosas extraordinarias que no cambien nada. Alardear (aunque sea de esas
proezas sin consecuencias) es un acto curiosamente solitario. No hay
secreto o, mejor, es un vacío en torno al cual giramos permanentemente[83]. “Yo
no soy mago –decía a menudo Houdini- sino mistificador”. Desmitificando a los
espiritistas, abismo su espacio fascinante: no había nada que fuese magia. Hay
verdaderos maestros del arte de lo obvio. “Cuando la gente iba a ver a
Houdini, sabía exactamente qué esperar; por más ingenioso que fuese lo suyo era
siempre más de lo mismo; y de eso se trataba. En su muy moderna especialidad,
explotaba una estrecha gama de expectativas del público, y lo dejaba satisfecho.
Como ocurre con la pornografía, el público sabía que iba a ver, pero necesitaba
un mínimo de variedad para mantener la excitación; no un cuerpo diferente, sino
distintos accesorios y nuevas posturas. En cierto sentido, Houdini fue al arte
de la fuga lo que la pornografía al sexo: absolutamente literal, no pedía del
consumidor más que su dinero y su fascinación”[84]. La
verdadera magia es la ilusión de que pueda existir algo llamado verdadera
magia. En una palabra, es la hábil ocultación de los medios empleados para
engañar. A pesar de todos los atascos, de la preocupación por el encierro, de
la sensación de que allí la muerte estaba al borde, la gente se marchaba de los
espectáculos con la conciencia tranquila de que ahí no había pasado nada.
Puede que algunos acudieran a presentar sus respetos al artista, como
quiera que sea todos asistían al espectáculo de sobrevivir, a la mezcla
de la muerte y el deseo[85].
Houdini murió por no saber escapar de un desafío, el de un joven que quería
probar su capacidad para soportar puñetazos en el estómago; sus últimas
palabras de fueron “Ya no puedo seguir luchando”.
¡A
Belgrado!
Todos han sido convocados, nadie
puede dejar de hacer su propio papel como en el kafkiano teatro de Oklahoma.
Apenas quedan desertores, el grito de Schwejk “¡A Belgrado!” no nos dice
nada[86].
Hemos olvidado, acaso, el valor que más falta nos hace: el de afrontar el
ridículo. “El ridículo es el arma que manejan todos los miserables bachilleres,
barberos, curas, canónigos y duques que guardan el escondido sepulcro del
Caballero de la Locura. Caballero que hizo reír a todo el mundo, pero que nunca
soltó un chiste. Tenía el alma demasiado grande para parir chistes. Hizo reír
con su seriedad”[87]. Necesitamos más bromas y
anécdotas, un entretejerse del sentido de lo real y de la imaginación
desbordada. Aunque la crueldad del texto pueda llevarnos a un corralón
cualquiera resulta que en algún lejano recodo del camino puede aparecer el raro
placer de la lectura, la escritura encarnada, como cuando don Quijote se encuentra
con que él ya es un personaje convertido en texto[88].
Bailad malditos.
Recordemos esa curiosa y maligna
costumbre de hacer bailar al otro, como si en esos movimientos surgiera
el mayor motivo para la burla[89].
El show de la realidad.
Un productor de un reality
show que se graba en el Caesar Palace de Las Vegas, reconoce que lo que han
filmado (una aspirante a camarera que no consigue el empleo) es un montaje dado
que los acontecimientos originales se desarrollaron hace diez días; para
justificar su proceder señala que “a la realidad hay que darle un empujoncito”
y luego añade que “no ha pasado así pero tampoco puedes estar en todos los
sitios al mismo tiempo”. Por su parte, un ejecutivo de Endemol suelta una frase
que no puedo dejar de sentir como inquietante: “Este año han sido las
Olimpiadas, en el mundo se han sucedido grandes catástrofes, pero el público
sigue viendo Gran Hermano”.
Embaucadores y ociosos.
Tenemos que aprender a respetar a
los embaucadores[90], son los hermanos de
sangre de aquellos, como Oscar Wilde que saben que no hacer absolutamente nada
es la cosa más difícil del mundo, la más difícil y la más intelectual. Hay que
repetirlo: “No trabajéis nunca”[91].
[1] James G. Ballard: La exhibición de
atrocidades, Ed. Minotauro, Barcelona, 2002, p. 95.
[2] Thomas Lawson: “Última
salida: la pintura” en Arte después de la modernidad. Nuevos planteamientos
en torno a la representación, Ed. Akal, Madrid, 2001, p. 161.
[3] Judith Butler: “El
marxismo y lo meramente cultural” en New Left Review, n° 2, Ed. Akal,
Madrid, 2000, p. 110.
[4] “También la ironía ha
quedado subsumida. Enfrentarse al mundo de forma vagamente irónica, un tanto
sarcástica, se ha convertido en un cliché claramente irreflexivo. Ha pasado de
ser un método capaz de hacer añicos las ideas convencionales a convertirse en
una convención más” (Thomas Lawson: “Última salida: la pintura” en Arte
después de la modernidad. Nuevos planteamientos en torno a la representación, Ed.
Akal, Madrid, 2001, p. 164).
[5] Gayatri Spivak recomienda
un procedimiento para la crítica literaria feminista “producir lecturas
escrupulosamente falsas y útiles en lugar del pasivamente activo orgasmo
fingido” (Gayatri Chakravorty Spivak: “Displacemente and the Discurse of Woman”
en Mark Krupnick (ed.): Displacement: Derrida and After, Indiana
University press, Bloomington, 1983, p. 186).
[6] “A mitad de camino entre
un terrorismo crítico (ideológico) y una integración estructural de hecho, el
arte moderno es muy exactamente, frente a este mundo contemporáneo, un arte
de la colusión. Juega con él y entra en el juego. Puede parodiarlo,
ilustrarlo, simularlo, falsearlo, jamás perturba su orden, que es también el
suyo. Ya no estamos en el arte burgués que nos daba a ver, en su redundancia,
seres y objetos reconciliados con su imagen (todo arte figurativo lleva en sí
esta ideología de reconciliación). En el arte moderno, irreconciliado con el
mundo, es la subjetividad la que trata de reconciliarse con su imagen: es ella
cuya redundancia, comprometida den una serialidad implícita, está dedicada a
ilustrar, en su mismo retraimiento y su desafío, homológicamente la serialidad
de todos los demás objetos y la sistemática de un mundo cada vez mejor
integrado” (Jean Baudrillard: “El gestual y la firma: semiurgia del arte
contemporáneo” en Crítica de la economía política del signo, Ed. Siglo
XXI, México, 1974, pp. 119-120).
[7] “Para comprender las
pinturas, las obras de teatro, los filmes y las novelas, debemos dirigir
nuestra mirada, en primer lugar, a las muñecas, caballos y camiones de juguete,
y osos de peluche. Las actividades en las cuales las obras de arte
representativas se encuentran inmersas, y que confieren a las mismas su
verdadero sentido, son comprendidas mejor como una continuación de los juegos
infantiles de make-believe” (K. L. Walton: Mimesis as Make-Believe:
On the foundations of representational arts, Harvard University Press,
Cambridge, Londres, 1993, p. 11).
[8] Kate Linker señaló que las
obras de Cindy Sherman, Richard Prince o Richard Basman, tenían punto de
contacto con los mecanismos del melodrama: “generalmente organizado por la
antítesis y la hipérbole, el melodrama presume una relación clara y fiable con
su audiencia, animándola a ser absorbida por y a comprometerse con el flujo de
eventos. Esto lo consigue a través de efectos exagerados, producidos por los
escenarios, iluminación, pose, y pintura, cuyas distorsiones expresionistas
generan fantasía” (Kate Linker: “Melodramatic tactics” en Artforum,
Nueva York, Septiembre de 1982, p. 31).
[9] José Díaz Cuyás:
“Apartamiento” en Florentino Díaz. Mi casa junto a Gropius, Galería
Bores & Mallo, Cáceres, 2000, p. 122.
[10] Alberto Ruiz de
Samaniego: “Especies de espacios” en ABC Cultural, Madrid, 5 de Agosto
del 2000, p. 20.
[11] Mario Perniola: El sex
appeal de lo inorgánico, Ed. Trama, Madrid, 1998, p. 138.
[12] Marc Augé: “Del espacio a
la mirada: ¿qué es un objeto de arte?” en Ficciones de fin de siglo, Ed.
Gedisa, Barcelona, 2001, p. 126.
[13] Cfr. Martí Perán: “Arquitecturas para el
acontecimiento. (Sobre lo real posible)” en Arquitecturas para el
acontecimiento, Espai d´Art Contemporani de Castelló, 2002, pp. 17-33.
[14] Cfr. W. La Barre: The Ghost Dance, Dell
Publishing Co., Nueva York, 1978, pp. 239-245.
[15] Sigo las consideraciones
que hace Giorgio Agamben a partir del análisis relacional que el psiquiatra
japonés Kimura Bin hizo de la temporalidad en Ser y tiempo de Heidegger
con los tipos fundamentales de enfermedad mental, cfr. Giorgio Agamben: Lo
que queda de Auschwitz. El archivo y el testigo. Homo Sacer III, Ed.
Pre-textos, Valencia, 2000, pp. 132-134.
[16] “Yo tampoco niego que
nuestro estado es en gran medida de resaca: que vivimos en la estela no sólo de
la pintura y la escultura modernas, sino de las deconstrucciones posmodernas de
estas formas asimismo, en la estela no sólo de las vanguardias de la preguerra,
sino de las neovanguardias de la posguerra asimismo” (Hal Foster: “Este funeral
es por el cadáver equivocado” en Diseño y delito, Ed. Akal, Madrid,
2004, p. 125).
[17] “Cabe preguntarse, en
efecto, si las “esculturas vivientes” de Manzoni (1961) o de Kounellis, el
deficiente mental expuesto en la Bienal de Venecia del 72 por Gino de Dominicis
como elemento de la obra Décima posibilidad de inmortalidad (El universo es
inmóvil), o incluso la familia de desempleados expuesta por Oscar Bony en
plena dictadura militar argentina (1962), pertenecen enteramente a la realidad,
o bien si son elementos implicativos de un comentario naturalista que tiende a
fingir un contacto con lo real. La realidad misma se asimila a ese efecto doble
de decepción y promesa de realidad, sumiéndose en la lógica naturalista del ready-made”
(Juan Luis Moraza: “Indifférance” en En tempo real. A arte mentres ten
lugar, Ed. Fundación Luis Seoane, Coruña, 2001, p. 161).
[18] Roland Barthes: “El
efecto de realidad” en El susurro del lenguaje, Ed. Paidós, Barcelona,
1987, p. 187.
[19] “La fotografía, siempre
situada entre las bellas artes y los medios de comunicación, es la herramienta
privilegiada de una exigencia de realismo que no puede satisfacerse con una
producción de objetos autónomos, ni tampoco con la reproducción, por muy
distancia y crítica que sea, de imágenes preexistentes. A través de la
reactualización del modelo de la reproducción, como norma histórica de una
descripción llamada “realista”, la cuestión de lo “real” es lo que se ha
actualizado, puesto al día y restituido a la experiencia del que mira”
(Jean-Francois Chevrier: “El cuadro y los modelos de experiencia fotográfica”
en Indiferencia y singularidad. La fotografía en el pensamiento artístico
contemporáneo, Ed. Llibres de Recerca, MACBA, Barcelona, 1997, p. 211).
[20] ““Tras el fin de la
historia, el espíritu viene como reaparecido [revenant]”, escribe
Derrida a propósito de la “fantología”, que él considera “la influencia
dominante sobre el discurso de hoy en día”; “configura tanto a un muerto
que regresa como a un fantasma cuyo esperado retorno se produce una y
otra vez”” (Hal Foster: p. 135).
[21] “En general, el arte en
tiempo “real” termina por cazarse a si mismo ya que las obras susceptibles de
ser contempladas como piezas de no-arte acabarán, antes o después, reingresando
en el contexto del arte o de la institución artística, bien como obras, bien
como documentación, proyecciones de diapositivas/video, restos fetichizados, o
recensiones del acontecimiento” (Jacob Fabricius: “Arte público/ no-arte” en Arquitecturas
para el acontecimiento, Espai d´Art Contemporani de Castelló, 2002, p.
107).
[22] Susan Stewart sugiere una
relación entre el souvenir y la singularidad de la mirabilia: “El
souvenir distingue las experiencias. No necesitamos souvenirs de eventos
repetibles” (Susan Stewart: On Longing. Narratives of the Miniature, the Gigantic, the
Souvenir, the Collection, Duke University Press, 1993, p. 135).
[23] Víctor Zamudio-Taylor:
comentarios en Javier Núñez Gasco: Cinco minutos de crítica de arte, 2004.
[24] “Entonces, ya después del
primer “clic” y después del elemento sorpresa, para mí –dice Víctor
Zamudio-Taylor al final de los Cinco minutos de crítica de arte- se
convirtió en un “performance”, y en los momentos en los que yo estaba
dialogando contigo o con los galeristas que he estado visitando, se empezó a
convertir en un ejercicio académico”.
[25] Theodor W. Adorno: Mínima
Moralia, Ed. Taurus, Madrid, 1987, p. 111.
[26] “En una esquina vio Karl
un cartel con el siguiente texto: “¡En el hipódromo de Clayton se contratará
hoy, desde las seis de la mañana hasta la medianoche, personal para el Teatro
de Oklahoma!¡Te llama el gran Teatro de Oklahoma!¡Y llama sólo hoy, sólo una
vez!¡El que ahora pierda la oportunidad, la perderá para siempre!¡El que piensa
en su futuro es de los nuestros!¡Todos sean bienvenidos!¡El que quiera hacerse
artista, preséntese!¡Este es el Teatro que está en condiciones de emplear a
cualquiera!¡Cada cual tendrá su puesto!¡Felicitamos anticipadamente a todo el
que se decida!¡Pero dense prisa a fin de ser atendidos antes de la
medianoche!¡A las doce cerramos todo y ya no volveremos a abrir!¡Maldito sea el
que no nos crea!¡Adelante, a Clayton!”. Había bastante gente delante del
cartel, pero el interés que provocaba no parecía grande. ¡Había tantos
carteles!; ya nadie creía lo que los carteles decían. Y ése era aún más
inverosímil que lo que suelen ser generalmente los carteles. Ante todo tenía un
grave defecto: no se leía en él ni una sola palabra acerca de la paga. Por poco
digna de mención que hubiese sido, el cartel se habría referido a ella sin
duda; no habría olvidado el elemento más tentador. Nadie quería hacerse artista
y, en cambio, todo el mundo deseaba que le pagasen por su trabajo” (Franz Kafka:
América, Ed. Orbis, Barcelona, 1987, pp. 315-316).
[27] “Entre la “memoria
verbal” que garantiza la unidad concreta del significado y la expresión, y el
“pensamiento” mismo, Hegel interpone misteriosamente, como transición a la
actividad de pensar, la “memoria mecánica”, un recitado de palabras a las
cuales no les atribuimos un significado, en resumen, un “abandono del
espíritu”” (Slavoj Zizek: Las metástasis del goce. Seis ensayos sobre la
mujer y la causalidad, Ed. Paidós, Buenos Aires, 2003, p. 77).
[28] “No creo que debamos
colonizar el delirio superponiéndole una racionalidad ajena. Hay que dejarlo
hablar en su propia lengua todo lo posible. La razón expansiva y hospitalaria
no se enfrenta aquí a un antagonista extraño, sino a unas conmociones idénticas
a las suyas. Acepta la audaz posibilidad de fracaso con la que cada cual (como
animal delirante, además de racional) trata de llenar las lagunas de la
experiencia. Pero reconoce, en sentido amplio, que a veces delira –partiendo de
prejuicios, estados pasionales o fragmentos de información-, que se traspasa lo
empírica y “lógicamente” demostrable y construye, sin darse cuenta, castillos
inconsistentes de conjeturas que llega a creer. Esa misma razón sabe, no
obstante, que si, por temor, prefiere las técnicas de embotamiento que con
tanta ironía sugiere Montaigne está condenada a la idiotez” (Remo Bodei: Las
lógicas del delirio. Razón, afectos, locura, Ed. Cátedra, Madrid, 2002, p.
118).
[29] Félix Duque: La fresca
ruina de la tierra. (Del arte y sus desechos), Ed. Calima, Palma de
Mallorca, 2002, p. 115.
[30] “Annie Le Brun en Perspectiva
depravada trata de nuestra relación con la catástrofe (natural, metafísica,
histórica). Muestra muy bien que a diferencia del siglo XVIII –que fue el siglo
del terremoto de Lisboa y que reabrió el vasto territorio de la modernidad-
nuestro tiempo, se ha cerrado el acceso a esa fuente de conocimiento humano que
es la catástrofe inhumana. Y esto, precisamente por los filmes
catastróficos y, digámoslo más ampliamente, por la estética del choque. ¿De que
manera caracterizar aquí esta estética? No ya sobre un contenido catastrofista,
apocalíptico –el espectáculo del derrumbe del mundo- sino por un ritmo y un
procedimiento significante: el montaje” (Jean-Louis Déotte: “¿Qué miedo hay a
la rememoración histórica?” en Catástrofe y olvido. Las ruinas, Europa, el
Museo, Ed. Cuarto Propio, Santiago de Chile, 1998, p. 215).
[31] “Me gustaría decir que un
acontecimiento es una lucha cara a cara con la nada. Esto suena como la muerte.
Las cosas no son tan sencillas. Se dan muchos acontecimientos que no ofrecen
nada a lo que enfrentarse, muchas situaciones dentro de las que nada permanece
oculta e imperceptible, sucesos son barricadas. Vienen a nosotros escondidos
bajo la apariencia de acontecimientos de la vida diaria. Llegar a ser sensibles
ante su calidad de acontecimientos reales, llegar a ser competentes en la tarea
de escuchar su sonido bajo el silencio o el ruido, llegar a estar abierto al
“resulta que” en vez de “lo que pasa”, requiere como mínimo un grado de
refinamiento en la percepción de las pequeñas diferencias” (Jean-Francois
Lyotard: Peregrinaciones, Ed. Cátedra, Madrid, 1992, p. 35).
[32] “Resumiendo, la semántica
del pedo es incluso un problema bastante complicado, demasiado descuidado por
la lingüística y la teoría de la comunicación. La escala de significados va
desde la vergüenza hasta el desprecio, desde las intenciones humorísticas hasta
la falta de respeto. Maestros, profesores, oradores y participantes en
conferencias conocen el tormento de no poder hacer sonar fuertemente una
flatulencia imperiosa, ya que un sonido semejante expresa algo que no se quiere
decir en realidad. ¿Acaso podría fomentar nuestra empatía con los políticos el
que nosotros, al escuchar sus discursos, pensásemos más a menudo que éstos
posiblemente están ocupados en reprimir una ventosidad que podría interrumpir
por un rato su conferencia? En efecto, el arte de las vagas formulaciones está
en relación con el arte de un viento decente: ambas son diplomacia” (Peter Sloterdijk:
Crítica de la razón cínica I, Ed. Taurus, Madrid, 1989, p. 205).
[33] “Fuera lo que fuera, las
señoras, acompañadas de sus parejas, legítimas o no, irían, sin hacerse rogar,
durante veinte años, a ver el espectáculo extraordinario que ofrecía Joseph Pujol,
el inimitable Pedómano, cuyo recuerdo fue afortunadamente reavivado por Jean
Nohain y Francois Caradec. Este panadero marsellés –padre de diez hijos- se
exhibía en el Moulin Rouge en 1892, y obtuvo inmediatamente un éxito que ningún
“libre peedor” de la edad clásica hubiese podido imaginar. Revestido de una
casaca roja y de un calzón de raso negro, Pujol imitaba varias clases de pedos,
el de la doncella, el de la suegra, de la mujer casada, de la modista, y
terminaba su número apagando una vela colocada a treinta metros de su trasero.
Algunas espectadoras, que se ahogaban de risa dentro de sus corsés, tenían que
ser llevadas fuera por unos enfermeros de bata blanca” (Roger-Henri Guerrrand: Las
letrinas. Historia de la higiene urbana, Ed. Alfons El Magnànim, Valencia,
1991, p. 142).
[34] Robert Storr: “Bajo el signo de Sad Sack” en
Pierrick Sorin. Plaza de Weyler. 07001 Palma, Fundació “la Caixa”, Palma
de Mallorca, 2003, p. 17.
[35] Alberto Greco expuso, en
la galería Creuze de París, lo que llamó “Treinta ratas de la nueva generación”
(1962). Cfr. al respecto Andre Giunta: Vanguardia, internacionalismo y
política. Arte argentino en los años setenta, Ed. Paidós, Buenos Aires,
2001,p. 194. “Alberto Greco desparramó bastantes ratones vivos a los
pies del entonces presidente de la República Italiana, Antonio Segni, el día de
la inauguración de la Biennale di Venezia de 1962. Yo estaba allí.
Presencié el revuelo, recuerdo el desorden y el pánico, pero no me enteré de
nada de lo ocurrido. Más tarde Alberto me contó que había viajado en el tren
desde Roma a Venecia con varias cajas agujeradas con ratones dentro y en
compañía de Marta Minujin” (Eduardo Arroyo: “Alberto Greco o el destierro del
caballero fugaz” en Alberto Greco, Instituto Valenciano de Arte Moderno,
Valencia, 1992, p. 37).
[36] Leopoldo María Panero:
“Dejar de beber. Algunas observaciones sobre la verdad” en Y la luz no es
nuestra, Ed. Libertarias/ Prodhufi, Madrid, 1993, p. 140.
[37] “La dificultad de esta
cuestión [la ruina del acontecimiento] puede resumirse en la afinidad que crea
el latín entre el acontecimiento (el caso, casus), proveniente de cadere
(caer) y la ruina, que viene de ruere (caer, desmoronarse). Aquí se
abre un campo, definido por preguntas como las siguientes: ¿qué es lo que
arruina un acontecimiento que cae sobre una superficie de inscripción singular
o colectiva (una experiencia, un testimonio?¿Qué experiencia se puede tener de
lo que ya llega arruinado?¿Qué otra huella puede quedar que no sea más que
cenizas?” (Jean-Louis Déotte: “Renan: la nación como olvido común” en Catástrofe
y olvido. Las ruinas, Europa, el Museo, Ed. Cuarto Propio, Santiago de
Chile, 1998, p. 25).
[38] “En un artículo que
dedicó Elias Canetti al diario del doctor Hachiya de Hiroshima, a la pregunta
de qué significa sobrevivir a una catástrofe de esas proporciones se da la
respuesta de que eso sólo se puede deducir de un texto que, como las
anotaciones de Hachiya, se caracteriza por su precisión y responsabilidad. “Si
tiene sentido reflexionar –escribe Canetti- acerca de la forma de literatura es
hoy indispensable, indispensable para un hombre que sepa y comprenda, ésa es la
forma”. Lo mismo puede decirse del relato de Nossack, singular incluso dentro
de su propia obra, sobre la caída de la ciudad de Hamburgo. El ideal de lo
verdadero, decidido en su objetividad al menos durante largos trechos
totalmente carente de pretensiones, se muestra, ante la destrucción total, como
el único motivo legítimo para proseguir la labor literaria. A la inversa, la
fabricación de efectos estéticos o seudoestéticos con las ruinas de un mundo
aniquilado es un proceso en el que la literatura pierde su justificación” (W.G.
Sebald: Sobre la historia natural de la destrucción, Ed. Anagrama,
Barcelona, 2003, pp. 61-62).
[39] “El ave fénix, pájaro de
fuego, renace de sus cenizas; pero es él mismo el que, al cabo de un largo
viaje que remonta las aguas del Nilo, incendia a su propio padre, que le
transporta sobre su lomo de pájaro. Roza entonces sus alas y se abraza con él
sobre una hoguera hecha con su propia mierda, que, como los cuerpos de las
santas cristianas, embalsama: el ave fénix sólo caga canela” (Catherine
Clément: Vidas y leyendas de Jacques Lacan, Ed. Anagrama, Barcelona,
1981, pp. 198-199).
[40] “En su Goethe, W.
Benjamin escribe (no solamente en una acepción muy alquímica) que el “objeto”
de la crítica, que viene después de la historia del arte, es la obra arruinada
o consumada, mejor: la ceniza. Pero la ceniza es un elemento demasiado
volátil para que una forma pueda ampararse, para que un tipo venga a expresarse
en ella. La ceniza no es un material que todavía no está formado; una
materia, en el sentido de Aristóteles, que no podrá acceder al ser más que por
la forma. La ceniza es una huella que se borra al depositarse. Huella donde
queda evidente el movimiento de la borradura de la existencia: huella más que
huella. O bien menos que huella. Tanto la huella es el modo de ser (el ser
mismo) de lo que está borrado y que, en sí, no tenía más que la existencia, la
de un dato (la “realidad”, lo “vivido”), tanto la ceniza, este acontecimiento
que era la existencia, se consumió antes mismo de dejar huella, puro meteorito,
acabándose sobre esta superficie de inscripción natural que es la atmósfera
donde es revelada y aparece para el cual entonces, la inscripción exponente sin
memoria es, a la vez, revelación y destrucción” (Jean-Louis Déotte:
“Scheerbart, la cultura del vidrio” en Catástrofe y olvido. Las ruinas,
Europa, el Museo, Ed. Cuarto Propio, Santiago de Chile, 1998, p. 172).
[41] “[…] el museo del
accidente existe, lo he encontrado: es una pantalla de televisión” (Paul
Virilio: “El museo del accidente” en Un paisaje de acontecimientos, Ed.
Paidós, Buenos Aires, 1997, p. 124).
[42] Paul Ardenne: “Cuerpos
incomunicantes, Tony Oursler” en Tony Oursler. Dispositivos (1995-2005), DA2,
Centro de Arte Contemporáneo de Salamanca, 2005,
[43] “MPD ocurre generalmente
en las víctimas de los casos más extremos de traumas sexuales, violentos o
psicológicos. Una defensa se desarrolla para proteger al “ser nuclear”, que
crea distintas personas para aceptar aspectos de la insoportable tortura
afligida sobre éste. La disociación es el mecanismo de defensa
inconsciente en el que un grupo de actividades mentales “se separa” de la
corriente principal de la conciencia y funciona como unidad separada. […] Las
analogías con la relación media-espectador son muchas. […] El múltiple cambia
de una personalidad a otra sin saberlo, como un actor hipnotizado. [Estos
múltiples] pueden entenderse como una colección de personajes representando un
horrible trauma real. Algunos psiquiatras teorizan que los múltiples son
simplemente expertos en autohipnotismo. De hecho, mientras en Estados Unidos
parecen sufrir una epidemia de MPD, en la mayor parte del mundo se desconoce o
se rechaza, conduciendo a algunos a mantener que se trata de una epidemia de
histeria en masa alimentada por los informes de la cultura popular en los
medios de comunicación. Yo sugeriría una relación más profunda: un espejo
interior de las estructuras de los medios de comunicación y la práctica
individual en relación con éstos. La habilidad del espectador para simpatizar y
evocar los estados psicológicos hipnóticos sustitutivos con objeto de
representar dramas arquetípicos son la fundación lógica. Los medios incluso han
relacionado la habilidad del múltiple de cambiar de personalidad con el cambio
de canales o “zapping”. […] Tal vez, para algunos, la interacción de la
televisión es un modelo para una nueva frontera psicológica” (Tony Oursler
citado en Octavio Zaya: “La Casa de los Alters de Tony Oursler” en Tony
Oursler. Obra reciente, Galería Soledad Lorenzo, Madrid, 1995, p. 13).
[44] Son fundamentales las
consideraciones que sobre esa cuestión hace Anthony Vidler en The
Architectural Uncanny. Essays
in the Moderns Unhomely, The MIT Press, Cambridge, Massachusetts, 1992.
[45] “Hoy en día, el simulacro
es tan real o “la condena a muerte de cualquier referencia”, como lo hace
Baudrillard, la vivimos aquí, en América. Tengo la sensación de que el espacio
mediático ha transpuesto el realismo para crear un nuevo espacio cotidiano.
Oscuramente hemos pasado al otro lado del espejo” (Tony Oursler: texto en Tony
Oursler/ Gustave Courbet, Ed. Hazan, París, Musée d´Orsay, 2004, p. 37).
[46] “La carita sonriente, un
simple círculo con una curva por boca, fue la primera versión de las imágenes
optimistas de “siéntete bien” que produjo Harvey Ball en 1963 para la State
Mutual Insurance Company. Parece ser que más tarde añadió los ojos para que
nadie pudiera trastocar la imagen transformándola en un ceño fruncido al
invertirla. La carita sonriente se convirtió en un fenómeno cultural popular de
evasión de la realidad: en 1970 había aproximadamente 50 millones de pins
carita sonriente circulando por el globo. La estrategia reduccionista empleada en
el diseño de la carita sonriente podría entenderse como una respuesta popular a
los temas concurrentes del minimalismo en las bellas artes. El vacío amarillo
es el último estertor para perseverar en los sentimientos, para aferrarse a una
imagen de felicidad que se desvanece. Desde un punto de vista histórico, la
carita sonriente es un intento enmarcado dentro de una amplia gama de
codificaciones de sentimientos y expresiones que se remonta a los góticos de la
época victoriana, que fueron quienes llevaron a cabo el salto posmoderno de
separar el sentimiento de la experiencia” (Tony Oursler: texto en Tony
Oursler. Blob, Galería Soledad Lorenzo, Madrid, 2005, p. 8).
[47] “También, como explica
Oursler, “psicológicamente, uno puede considerar estos medios como agentes que
facilitan la transformación del ser fragmentado”. En efecto, muchos de los
ejemplos que le gusta mencionar a Oursler al hablar de sus obras –como los
casos de posesión demoníaca diagnosticados por el psiquiatra Bozzutto, que
surgieron a consecuencia de El Exorcista; o, más recientemente, en 1989,
el asesinato del vagabundo quemado vivo por un grupo de adolescentes en Nueva
York, inmediatamente después de ver un drama televisivo que incluía la misma
acción –“sugieren una relación mucho más complicada que la de la simple causa y
efecto, si se consideran los hábitos de ([lo que ven] los americanos como una
especie de regulador del contenido de los medios”” (Octavio Zaya: “La Casa de
Alters de Tony Oursler” en Tony Oursler. Obra reciente, Galería Soledad
Lorenzo, Madrid, 1995, p. 10).
[48] Octavio Zaya: “La Casa de
los Alters de Tony Oursler” en Tony Oursler. Obra reciente, Galería
Soledad Lorenzo, Madrid, 1995, p. 11.
[49] En un breve texto habla
Houellebecq de la penosa experiencia de acudir a la escuela de arte de Avignon
y ver una serie de cortometrajes de jóvenes artistas que iban de lo hilarante a
lo extraño sin excluir, casi siempre, lo penoso, como quedaba ejemplificado en
un video de Jacques Lizène en el que su pene sobresalía por una placa de contrachapado,
accionado por un nudo corredizo, una especie de materialización de la miseria
sexual. “[…] el testimonio sobre nuestra época que implican cosas como ésta
es de una precisión que le deja a uno impresionado. He pensado en eso durante
toda la tarde, y no he podido escapar de esta conclusión: el arte contemporáneo
me deprime; pero me doy cuenta de que representa, con mucho, el mejor
comentario reciente sobre el estado de las cosas. He soñado con bolsas de
basura rebosando filtros de café, de mondaduras, de trozos de carne en salsa.
He pensado en el arte como mondadura, y en los pedazos de sustancia que se
quedan pegados a las mondaduras” (Michel Houellebecq: “El arte como mondadura”
en El mundo como supermercado, Ed. Anagrama, Barcelona, 2000, p. 76).
[50] “No es por nada, desde
luego, que presentimos una suerte de complementariedad entre las figuras
subjetivas producidas en una serie por la televisión (basadas en la eliminación
de toda singularidad “molesta”, en un culto del familiarismo a la alta escala,
en compulsiones securitarias purificadoras…) y los modelos estructurales del
psicoanálisis. El rasgo común, lo repito, no debe buscarse en la
correspondencia una correspondencia de contenido, sino en una similitud de
procedimientos de desterritorialización-reterritorialización de la enunciación
y, en este caso, en un progreso a contrapelo que nos conduce hacia una
banalidad y superficialidad cada vez más grandes” (Félix Guattari: Cartografías
Esquizoanalíticas, Ed. Manantial, Buenos Aires, 2000, pp. 62-63).
[51] Ingmar Bergman: De la vie des marionettes,
Ed. Gallimard, París, 1980, p. 77.
[52] “La última definición de
lo camp: es bello porque es horrible” (Susan Sontag: “Notas sobre lo camp”
en Contra la interpretación, Ed. Seix-Barral, Barcelona, 1984, p.
321).
[53] “La vulgaridad no nos
irrita tanto como las pretensiones. De aquí que el héroe ande siempre a dos
dedos de caer, no en la desgracia, que esto sería subir a ella, sino de caer en
el ridículo. El aforismo: “de lo sublime a lo ridículo no hay más que un paso”,
formula este peligro que amenaza genuinamente al héroe” (José Ortega y Gasset: Meditaciones
del Quijote, Ed. Espasa-Calpe, Madrid, 1964, p. 147).
[54] “Cabe apuntar también los
hallazgos del psicoanálisis en relación con el síntoma neurótico por el que una
idea reprimida es expresada a través de la realización enactiva de una metáfora
verbal; tomemos un ejemplo del historia clínico de Freud: el vómito histérico
de Dora al recordar las insinuaciones sexuales de Herr K., una idea reprimida
que “le daba náuseas” (Victor Burgin: “Ver el sentido” en Jorge Ribalta (ed.): Efecto
real. Debates posmodernos sobre fotografía, Ed. Gustavo Gili, Barcelona,
2004, p. 166).
[55] “Allí donde el montaje de
los años veinte iba en consonancia con la noción de vanguardia, el mestizaje
contemporáneo es postmoderno. Es lo miso que decir que interviene después del
desgaste de los esquemas modernistas, o sea que ya no cree en la posibilidad de
producir una imagen nueva, original, sino que aboga por la cita y el reciclaje
de las imágenes, la reapropiación de estilos” (Dominique Baqué: La
fotografía plástica, Ed. Gustavo Gili, Barcelona, 2003, p. 197).
[56] Joan Fontcuberta:
“Revisitar las historias de la fotografía” en Joan Fontcuberta (ed.): Fotografía.
Crisis de historia, Ed. Actar, Barcelona, 2002, pp. 12-13.
[57] “En estos últimos años,
cada vez se ha considerado más imprescindible como herramienta deconstructiva
determinada duplicidad calculada. Tanto en la teoría como en el arte
contemporáneo abundan la parodia, el trompe-l´oeil, la disimulación (no
simulación, como se viene diciendo); en suma, estrategias de rivalidad
mimética” (Craig Owens: “Posar” en Jorge Ribalta (ed.): Efecto real. Debates
posmodernos sobre fotografía, Ed. Gustavo Gili, Barcelona, 2004, p. 194).
[58] Martha Rosler: “Dentro,
alrededor y otras reflexiones. Sobre la fotografía documental” en Jorge Ribalta
(ed.): Efecto real. Debates posmodernos sobre fotografía, Ed. Gustavo
Gili, Barcelona, 2004, p. 107. Una discusión de las posiciones de Martha Rosler
y Sherrie Levine, que confiesa “hago fotografías de fotografías”, se encuentra
en Benjamin H.D. Buchloh: “Procedimientos alegóricos: apropiación y montaje en
el arte contemporáneo” en Glòria Picazo y Jorge Ribalta (eds.): Indiferencia
y singularidad. La fotografía en el pensamiento artístico contemporáneo, Ed.
MACBA, Barcelona, 1997, pp. 119-122.
[59] Slavoj Zizek: El
espinoso sujeto. El centro ausente de la ontología política, Ed. Paidós,
Buenos Aires, 2001, p. 309.
[60] “La necesidad de que el
apego apasionado proporcione un mínimo de ser implica que ya está allí el
sujeto en cuanto “negatividad abstracta” (el gesto primordial de des-apego
respecto de su ambiente). La fantasía es entonces una formación defensiva
contra el abismo primordial del des-apego, de la perdida del (apoyo en el) ser,
que es el propio sujeto. Entonces, en este punto decisivo hay que
suplementar a Butler: la emergencia del sujeto no equivale estrictamente a la
sujeción (en el sentido de apego apasionado, de sumisión a alguna figura del
Otro), puesto que para que se produzca ese apego apasionado ya debe estar allí
la brecha que es el sujeto. Solo si esta brecha ya está allí podemos
explicar la posibilidad de que el sujeto se sustraiga al poder del fantasma
fundamental” (Slavoj Zizek: El espinoso sujeto. El centro ausente de la
ontología política, Ed. Paidós, Buenos Aires, 2001, p. 310).
[61] “La formación del yo [je]
se simboliza oníricamente por un campo fortificado, o hasta un estadio,
distribuyendo desde el ruedo interior hasta su recinto, hasta su contorno de cascajos
y pantanos, dos campos de lucha opuestos donde el sujeto se empecina en la
búsqueda del altivo y lejano castillo interior, cuya forma (a veces yuxtapuesta
en el mismo libreto) simboliza el ello de manera sobrecogedora” (Jacques
Lacan: “El estadio del espejo como formador de la función del yo [je]
tal como se nos revela en la experiencia psicoanalítica” en Escritos,
vol. 1, Ed. Siglo XXI, México, 1989,p. 90)
[62] Douglas Crimp: “La
actividad fotográfica de la posmodernidad” en Jorge Ribalta (ed.): Efecto
real. Debates posmodernos sobre fotografía, Ed. Gustavo Gili, Barcelona,
2004, p. 158.
[63] “Entre los artistas que
cuestionaron directamente la noción de firma hallamos a Mike Bidlo, Elaine
Sturtevant y Sherrie Levine, cuyos trabajos se basan todos en la reproducción
de obras del pasado aun cuando desarrollan estrategias diferentes. Cuando
expone la copia fiel de un cuadro de Warhol, Bidlo lo titula No Duchamp(Bicycle
wheel, 1913). Cuando Sturtevant expone la copia de una tela de Warhol
conserva su título original: Duchamp, rincón de castidad, 1967. Levine
por su parte suprime el título en provecho de la mención de un desfasaje
temporal: Untitled (After Marcel Duchamp). Para los tres artistas, no se
trata de hacer uso de esas obras sino de reexhibirlas, disponerlas de acuerdo
con principios personales, creando cada cual “una nueva idea” para los objetos
que reproducen, según el principio duchampiano del ready-made recíproco. Mike
Bidlo conforma un museo ideal, Elaine Sturtevant elabora un relato reproduciendo
obras que manifiestan momentos de ruptura con la historia, mientras que la
labor de copista de Sherrie Levine, inspirada en los trabajos de Roland
Barthes, afirma que la cultura es un palimpsesto infinito” (Nicolas Bourriaud: Post
producción, Ed. Adriana Hidalgo, Buenos Aires, 2004, p. 114).
[64] “Sólo el artista puede
hoy copiarse a sí mismo. En cierto sentido, está condenado a hacerlo y a
asumir, si es lógico, el carácter de serie de la creación. En el límite, se
reproducirá literalmente: “En Factum I y Factum II, Rauschenberg rehizo dos
veces el mismo lienzo, hasta casi la última mancha, literalmente… Lo que
parece una pincelada dada al vuelo, seguida de correones al azar, es en
realidad un gesto muy estudiado que Rauschenberg es capaz de repetir a voluntad”
(Otto Hahn, Les Temps Modernes, marzo de 1964). Hay en esto como una
verdad del arte contemporáneo: que no es ya literalidad del mundo, sino literalidad
del gestual de creación: manchas, rasgos, correones. Al mismo tiempo, lo
que era representación, multiplicación del mundo en el espacio, deviene
repetición, multicplicación indefinida del gesto en el tiempo” (Jean
Baudrillard: “El gestual y la firma: semiurgia del arte contemporáneo” en Crítica
de la economía política del signo, Ed. Siglo XXI, México, 1974, p. 113).
[65] “En el video Fresh
Acconci (1995), Mike Kelley y Paul MacCarthey hacen que modelos y actores
profesionales interpreten las performances de Vito Acconci. En One revolution per minute (1996),
Rirkrit Tiravanija incorpora piezas de Olivier Mosset, Allan McCollum y Ken Lum
en su instalación; en el MoMA, anexa una construcción de Philip Johnson para
incitar a que los niños dibujen en ella: Untitled, 1997 (Playtime).
Pierre Huyghe proyecta un film de Gordon Matta-Clark, Conical intersect, en
los mismos lugares de su rodaje (Light conical intersect, 1997). En su
serie Plenty objects of desire, Swetlana Heger & Plamen Dejanov
exponen sobre plataformas minimalistas las obras de arte o los objetos de
diseño que han comprado. Jorge Pardo manipula en sus instalaciones piezas de
Alvar Aalto, Arne Jakobsen o Isamu Noguchi” (Nicolas Bourriaud: Post
producción, Ed. Adriana Hidalgo, Buenos Aires, 2004, p. 9).
[66] Guy-Ernest Debord y Gil J. Wolman: “Modo de
uso del desvío” en Potlatch. Internacional Letrista, Ed. Literatura
Gris, Madrid, 2001, pp. 135-136.
[67] ““El mundo del ate está
saturado de objetos”, decía ya Douglas Huebler en los años sesenta –añadiendo
que no deseaba producir más. Si la proliferación caótica de la producción
conducía a los artistas conceptuales a la desmaterialización de la obra de
arte, en los artistas de la post producción suscita estrategias de mixtura y de
combinaciones de productos. La superproducción ya no es vivida como un problema,
sino como un ecosistema cultural” (Nicolas Bourriaud: Post producción, Ed.
Adriana Hidalgo, Buenos Aires, 2004, p. 52).
[69] “Pero será a Clifford
Irving al que la película conferirá la capacidad de ofrecer la fórmula
sintética: el embaucador, el falsario, el cineasta, todos cultivan idéntico
arte: “se trata del arte de hacer creer”” (Santos Zunzunegui: Orson Welles, Ed.
Cátedra, Madrid, 2005, p. 92).
[70] “Ya no se tratará, como
afirmara el maestro italiano [Roberto Rosellini], de que, dado que las cosas
están ahí, no hace falta manipularlas sino recogerlas con humildad franciscana,
gracias a la potencialidad realista del invento de los Lumière. No. Ahora de lo
que se trata es de algo bien distinto y que podría formularse así: “las
imágenes están ahí, vamos a manipularlas”” (Santos Zunzunegui: Orson Welles,
Ed. Cátedra, Madrid, 1995, pp. 94-95).
[71] “Welles insistirá en el
hecho de que todas las obras de arte están destinadas a fundirse en esa “ceniza
universal” que acabará igualando las obras maestras con las falsificaciones,
los mayores éxitos artísticos con los más depravados fraudes. Para concluir con
el corolario de clausura de la escena: “¿Quizás el nombre de alguien no importe
tanto?”” (Santos Zunzunegui: Orson Welles, Ed. Cátedra, Madrid, 1995, p.
98-99).
[72] Aludo aquí a la patética
“justificación” de los líderes del Partido Popular de su “transparencia” cuando
se hicieron públicos los llamados “papeles de Bárcenas” a lo que intentaron
restar valor al mismo tiempo que el presidente Rajoy montaba ruedas de prensa a
través de una pantalla de plasma o la secretaria general de ese partido
estructuralmente corrupto hacia esfuerzos inverosímiles para, como se dice
comúnmente, escurrir el bulto.
[73] Clifford Irving: ¡Fraude! La historia de Elmyr de Hory. El
pintor más discutido de nuestro tiempo, Ed. Norma, Barcelona, 2009.
[74] Elmyr de Hory entrevisado
por André Brincourt: publicado en Proyecto
Elmyr de Hory. Fake!, Círculo de Bellas Artes de Madrid, 2013, p. 72.
[75] Adam Phillips: La caja de Houdini. Sobre
el arte de la fuga, Ed. Anagrama, Barcelona, 2003, p. 165.
[76] “Dice su biógrafo, sin
mucho aspaviento, que Houdini siempre sintió “curiosidad” por la mutilación, la
deformidad y las formas más vívidas de brutalidad: “….coleccionaba artículos
acerca de un artista sin brazos que pintaba con los dientes, y sobre un célebre
Hombre-Bala al que le falló el cañón y que le destrozó las piernas. En su
diario tenía pegada una foto truculenta de piratas decapitados por oficiales
chinos, las cabezas cortadas se veían desparramadas por el suelo como coles. En
un sobre con la etiqueta “Torturas chinas” tenía una serie de repugnantes
instantáneas snuff en las que se veía cómo descuartizaban a una mujer
atada a una estaca…”” (Adam Phillips: La caja de Houdini. Sobre el arte de
la fuga, Ed. Anagrama, Barcelona, 2003, pp. 54-55).
[77] “[…] la mutilación
expresa la quinta esencia de toda metafísica: no hay plenitud, ni perfección ni
cumplimiento sino imaginarios o post mortem” (Michel Onfray: “De la
mutilación entendida como una de las bellas artes” en Los manifiestos del
arte posmoderno. Textos de exposiciones 1980-1995, Ed. Akal, Madrid, 2000,
p. 307).
[78] Adam Phillips: La caja
de Houdini. Sobre el arte de la fuga, Ed. Anagrama, Barcelona, 2003, p. 32.
[79] “[Houdini] en los
primeros años de su carrera había publicado un libro, apropiadamente escrito
por un“negro”, titulado The Right Way to Do the Wrong (“La manera
correcta de hacer el mal”). “Desafío”, decía, como lo haría un hombre
totalmente inocente, “a los departamentos de policía de todo el mundo, a que me
arresten… Desafío a cualquier agente a que me espose”” (Adam Phillips: La
caja de Houdini. Sobre el arte de la fuga, Ed. Anagrama, Barcelona, 2003,
p. 58).
[80] Adam Phillips: La caja
de Houdini. Sobre el arte de la fuga, Ed. Anagrama, Barcelona, 2003, pp.
52-53.
[81] “Hasta el ritual de sus
números parece esencialmente moderno; primero, el público, inspección abierta
para mostrar que no se oculta nada; luego, el espectáculo, la prueba del arte
triunfante que demuestra que, o nada se oculta, o que, sea lo que sea lo
ocultado, no se puede ver. Y por eso nos preguntamos qué es lo que constituye
un misterio –qué poderes excepcionales podría pensarse que tiene una persona-
cuando no se invocan poderes sobrenaturales ni los logros se atribuyen a estos
poderes” (Adam Phillips: La caja de Houdini. Sobre el arte de la fuga, Ed.
Anagrama, Barcelona, p. 63).
[82] En su libro Handcuff
secrets se dedicó a revelar su técnicas: “un libro de magia es una
contradicción en sí; lo que nos dice es que no hay magia” (Adam Phillips: La
caja de Houdini. Sobre el arte de la fuga, Ed. Anagrama, Barcelona, 2003,
p. 61).
[83] Cfr. Paolo Fabbri: “El
tema del secreto” en Tácticas de los signos, Ed. Gedisa, Barcelona,
1995, p. 16.
[84] Adam Phillips: La caja
de Houdini. Sobre el arte de la fuga, Ed. Anagrama, Barcelona, 2003, p.
150.
[85] “El pornógrafo, como el
artista de la fuga, comercia con el interés que la gente siente por la muerte.
El pornógrafo, que trabaja para impedir la muerte del deseo, sabe que para algunas
personas, o para alguna parte de todos nosotros, el apetito sexual es como una
línea de la vida, un sistema de apoyo a la vida. Sabe que algunas personas
penden del hilo de su deseo, y que todo el mundo podría colgar de ese hilo,
aunque pueda no estar dispuesto a reconocerlo (¡cuánto trabajo para que el sexo
no desapareza!). La ausencia de deseo y la muerte real, de la cual la muerte
del deseo es una premonición, son las dos grandes obsesiones” (Adam Phillips: La
caja de Houdini. Sobre el arte de la fuga, Ed. Anagrama, Barcelona, 2003,
p. 152).
[86] ““¡A Belgrado!”, grita a
Schwejk, quien, al ser convocado por la oficina de reclutamiento, se hace
empujar, ante la mirada divertida de los praguenses, en un sillón de ruedas por
las calles de Praga enarbolando dos muletas prestadas” (Milan Kundera: El
Telón. Ensayo en siete partes, Ed. Tusquets, Barcelona, 2005, p. 84).
[87] Miguel de Unamuno: Vida
de Don Quijote y Sancho, Ed. Alianza, Madrid, 1988, p. 143.
[88] “Cervantes escribe la
segunda parte del Quijote cuando ya la primera ha sido publicada y es
conocida desde hace muchos años. Esto le sugiere una idea espléndida: los
personajes que encuentra Don Quijote reconocen en él al héroe viviente del
libro que han leído; conversan con él acerca de sus pasadas aventuras y le
brindan la ocación de que él mismo comente su propia imagen literaria.
¡Naturalmente, esto es imposible!¡Es pura fantasía!¡Un broma! Luego, un hecho
inesperado sacude a Cervantes: otro escritor, un desconocido, se le adelanta
publicando su propia continuación de las aventuras de Don Quijote. Furioso,
Cervantes le dirige feroces insultos en las páginas de la segunda parte que
está escribiendo. Pero aprovecha enseguida este sucio incidente para crear otra
fantasía: después de tantas desventuras, Don Quijote y Sancho, cansados,
tristes, ya camino de su aldea, conocen a un tal don Álvaro, un personaje del
maldito plagio; Álvaro se sorprende al oír sus nombres ¡ya que conoce
íntimamente a otra Don Quijote y a otro Sancho! El encuentro se produce a pocas
páginas del final de la novela; un cara a cara desconcertante de los personajes
con sus propios espectros; prueba final de la falsedad de todas las cosas;
melancólica luz lunar de la última broma, la broma de la despedidas” (Milan
Kundera: El Telón. Ensayo en siete partes, Ed. Tusquets, Barcelona,
2005, pp. 96-97).
[89] Así a Don Quijote en casa
de don Antonio Moreno, que le hospedaba, hubo sarao y le hicieron bailar hasta
que tuvo que sentarse en “mitad de la sala, en el suelo, molido y quebrantado
de tan bailador ejercicio”. “Esto supera ya en tristeza a cuanto desde el día
malaventurado en que topó con los Duques le está ocurriendo. Le pasean por las
calles, convertido en mona de los muchachos, y luego le hacen bailar. Tómanle
de juguete, de trompo, de perinola y zarandillo. Ahora, ahora es, mi señor,
cuando cuesta seguirte; ahora es cuando tus fieles han de poner su fe a prueba.
“¡Que baile!¡Que baile!” –es uno de los gritos de irrisión y burla con que
escarnecen a los hombres las muchedumbres españolas-. Y a ti, mi señor don
Quijote, te hicieron bailar en Barcelona hasta molerte y quebrantarte” (Miguel
de Unamuno: Vida de Don Quijote y Sancho, Ed. Cátedra, Madrid, 1988, pp.
467-468).
[90] “Hemos aprendido a
respetar a los embaucadores. En su nota para un prefacio no escrito para Las
flores del mal, Baudelaire aconsejaba al artista que no revelara sus
secretos más íntimos, y así revelaba el suyo propio: “¿Acaso mostramos a un
público a veces aturdido, otras indiferente, el funcionamiento de nuestros
artificios?¿Explicamos todas esas revisiones y variaciones improvisadas, hasta
el modo en que nuestros impulsos más sinceros se mezclan con trucos y con el
charlatanismo indispensable para la amalgama de la obra?”. En este pasaje, el
charlatanismo se convierte casi en sinónimo de “imaginación”” (Enrique
Vila-Matas: Bartleby y Compañía, Ed. Anagrama, Barcelona, 2002, p. 77).
[91] En los últimos años de su
vida Wilde se había convertido en un ocioso tremendo, no daba ni golpe. La
inactividad, la contemplación, a la manera platónica o aristotélica, aparecía
como la única ocupación adecuada para el hombre. El primer signo de vida
situacionista fue una pintada a cien metros del Hotel d´Alsace: “Se ha dicho
que pudo ser un homenaje a Wilde. La pintada, escrita por quienes al dictado de
Guy Debord, no tardarían en proponer que se abrieran al tráfico andante los
tejados de las grandes ciudades, decía así: “No trabajéis jamás”” (Enrique
Vila-Matas: Bartleby y Compañía, Ed. Anagrama, Barcelona, 2002, p. 142).
��Vz�h}U
La mirada reveladora
de Almudena Lobera.
Fernando
Castro Flórez.
No me miras desde donde yo te
veo, de la misma forma que hay una disimetría (mitológicamente encarnada por
Acteón cazado sin culpa) entre la imposición epifánica y la posibilidad de narrar
lo excesivo. Almudena Lobera dibujo actos reflejos, momentos de déjà vu,
alegorías de la petrificación medusea. Toda su obra es una poética indagación sobre
lo que vemos y lo que nos mira. En una peripecia de viaje espacial trazó, en su
exposición en la galería Eva Ruiz (2012) con hilo sutiles marcos geométricos,
reconsidera el “parergon” pero, sobre todo, propone una “cartografía” de ese
“lugar entre” que es tan perceptivo cuanto hermenéutico. Desde la fotografía
digital a las redes cibernéticas, Almudena Lobera señala que, a la manera
benjaminiana, la lejanía surge por cerca que se pueda estar. La precisión
dibujística no conduce tanto al manierismo cuanto a la revelación de lo
infraleve, en una peripecia hacia aquello que podría liberarnos del “procedimiento
silencio” que, valga la paradoja, no es otra cosa que el empantanamiento de la
aldea global del sujeto vocinglero. En la intervención en el congreso de Roma
de 1974, Lacan advirtió que es muy importante para un sujeto no ser siempre
visto: “Es absolutamente esencial que el Otro pueda no verlo todo”. En la era
del no limits, donde la obscenidad
sintomatológica y la vigilancia planetaria imponen la pragmática de un ojo que
perfora como si fuera un neutrino, el arte tendría que preocuparse por mostrar
y no, a la manera literalista, hacer que todo sea visible. Almudena Lobera,
artista de una lucidez e intensidad inusual, conquista y regala un espacio que
da que pensar al mostrar lo que nos delimita.
Almudena Lobera, en su proyecto Portadores (realizado en Generaciones
2011 y expuesto el año siguiente en La Casa Encendida), en colaboración con
Isabel Martínez Abascal expande, en
el sentido de aquella lógica que propuso Rosalind Krauss, su práctica del
dibujo para convertir los cuerpos o, mejor, la piel de los sujetos que me
atrevo a calificar como deseantes en
una superficie efímera y nómada, vitalmente sujeta a un tiempo que está siempre
tensado vectorial en relación con el
otro. Rosalind Krauss ha indicado que la noción de pluralismo estético debe ser
reemplazada por una descripción más eficaz del arte del presente, atendiendo a
la noción de index. Se ha producido un pasaje de la categoría de icono a
la de index, así como un desplazamiento teórico, donde una estética de la
mímesis, de la analogía y de la semejanza da paso a una estética de la huella,
del contacto, de la contigüidad referencial: transición del orden de la
metáfora al de la metonimia. Sin duda, Portadores
es una lúcida modulación de esa práctica
indicial que pone en cuestión tanto la autoría cuanto la noción
convencional de “propietario” de una obra de arte. Destruido el dibujo original
solamente queda una piel tatuada y los documentos de una acción que hibrida, con enorme lucidez, el dibujo,
el tatuaje, la dimensión performativa pero también la fotografía y la
documentación, planteando una dinámica que tiene que ver con la estética relacional.
Laplanche y Pontalis observaron que
la fantasía no es el objeto del deseo, sino su encuadre. En la fantasía
el sujeto no busca el objeto ni su signo: aparece él mismo capturado por la
secuencia de imágenes. El punctum es
un suplemento, es lo que la mirada añade a toda fotografía, una especie de
sutil más-allá-del-campo, como si la imagen lanzase al deseo atravesando la
barrera de lo que muestra: la fotografía ha encontrado el buen momento, el kairós
del deseo. Los dibujos-tatuaje de Almudena Lobera e Isabel Martínez Abascal no
producen tanto un “espacio perverso” en clave voyeurística cuanto una singular extimidad. Han “certificado”
encarnaciones, nunca mejor dicho, del arte
hipertélico: los cuerpos tatuados trazarán otra idea de arquitectura en la
que la deriva deseante es crucial, en un errar allí donde toda posesión es
ilusoria.
En uno de los enigmáticos dibujos de Almudena
Lobera veo una mano que sostiene una campanilla y debajo la frase: “Actos
reflejos”. Ahí puede sintetizarse su inquietante y seductora estética en ese
repliegue o, mejor, reflexión que, a
partir de elementos mínimos, con gestos delicados, consigue activar la
imaginación del espectador. Sin obviedades ni declaraciones altisonantes, ajena
a las retóricas de moda, esta artista está desplegando una propuesta de una
enorme intensidad regalándonos imágenes que juegan con lo espectral o lo
liminar, atrapan nuestra mirada en una piel poéticamente profunda, revelan la
extrañeza de la vestidura, afrontan la extimidad.
A veces creo que escuchó el suave sonido de aquel objeto sutilmente
dibujado por Almudena Lobera pero luego disfruto pensando que es un sueño, una
modalidad sinestética del placer, una promesa de algo inaudito o incluso la
materialización de aquella definición borgiana del hecho estético como “la
inminencia de una revelación que no se produce”. En una ermita diminuta, valga
la aparente homonofonía, en Sagunto (en el proyecto Peregrinatio dedicado en el 2012 a la noción de “Sacrificio”),
Almudena Lobera meditó sobre las “revelaciones”, esto es, presentó una visión
de aquella mirada que intenta fijar algo que deseamos memorable, tal vez, esa
misma promesa que el místico nombra como “los ojos que tengo en mis entrañas
dibujados”.
La inquietante
extrañeza de Abraham Lacalle.
Fernando
Castro Flórez.
En una conversación con Kevin Power, a finales de
los años noventa, Abraham Lacalle declaraba que estaba “intentando poner en
tela de juicio la desesperación hedonista de nuestra sociedad de consumo” por
medio de obras donde superponía imágenes “destruyendo lo que ideológicamente se
espera de ti”. El significado, ciertamente, se fue haciendo más inextricable en
un proceso de fragmentación que revelaba una dimensión lúdica. Aquellas
imágenes que tenían mucho de rememoración pero también de ira contenida, de sarcasmo y perplejidad,
desbordaban el horizonte mortecino de las estéticas enfermas de
“duchampianismo” sin perder, en ningún caso, el potencial crítico de la burla.
Si en aquel momento finisecular pintaba cuadros donde sedimentaba la tonalidad
esencialmente frustrada del turismo y del pensamiento liberal como glacial
viaje a ninguna parte, trazando paisajes donde no falta evocación al desierto,
en los últimos años parece obsesionado por bosques inhóspitos. Se ha producido
una “desfiguración” que revela, entre otras cosas, que Abraham Lacalle prefería
asumir riesgos y adentrarse en zonas inexploradas antes que fosilizar su
imaginario en un “estilo virtuoso”. Su deseo ha sido siempre el de llevar la
pintura a una “situación extrema, saturada, donde la figuración está
brutalmente sobredimensionada”, sin importarle que las formas se amontonen,
dando rienda suelta a las pulsiones. No tiene miedo al desarreglo o la
asimetría, al contrario, consigue intensidad precisamente a través del
inacabamiento o la residualidad. Lacalle es, sin ningún género de dudas, uno de
los grandes pintores contemporáneos españoles, sarcástico y, valga la paradoja,
sutil, preocupado por contar cosas sin derivar a lo narrativo, capaz de
ofrecernos imágenes de una extraña seducción que, al mismo tiempo, nos llevan a
la máxima inquietud, un maestro de la “familiaridad inhóspita”.