GOE IV: De Almogávares a Tercio del Ampurdán

José Antonio Vázquez Soler.

Coronel de Infantería. Diplomado en OE.

Con motivo de la reorganización de la Brigada Paracaidista (BRIPAC), salió publicada la NG. 1/96 anexo F del Estado Mayor del Ejército en la que se citaba textualmente:

«A partir del 01 de julio de 1996, la Brigada Paracaidista se denominará Brigada de Infantería Ligera Paracaidista Almogávares VI». Hasta entonces dicha denominación la ostentó el GOE IV que pasó a llamarse Tercio del Ampurdán. Debemos tener en cuenta que comandante Pallás Sierra, fundador de los paracaidistas, eligió el nombre de caudillos almogávares para las dos primeras banderas paracaidistas: Roger de Flor (I Bandera) y Roger Lauria (II Bandera).

Desde que el mando adoptó esa decisión ha pasado tiempo suficiente para poder exponer, sin ningún tipo de apasionamiento, primero, sobre la oportunidad, en su día, de la denominación Almogávares al GOE IV y, segundo, sobre la nueva denominación Tercio del Ampurdán.

En marzo de 1987 se fundó en Barcelona el GOE IV en base a las COE 41 (Barcelona) y 42 (Tarragona), que se integraron en el mismo, y con el material de las COE 51 (Zaragoza) y 52 (Barbastro), que se disolvieron, aunque dando cabida en el GOE a los mandos que así lo desearon. A todos los diplomados en OE nos pareció muy lógica el nombre que se le concedió al GOE: Almogávares y no solamente por el hecho de asociar este nombre a Cataluña y Aragón, regiones ambas donde se ubicaban las COE anteriormente citadas, sino también por la táctica que empleaban estos antiguos guerreros, clásica de las unidades de operaciones especiales. Cuando leemos a los distintos historiadores que han escrito sobre ellos no podemos por menos que pensar que estos eran para los ejércitos de entonces lo que nuestras UOE lo son para el actual.

«El almogávar era de estatura aventajada, dotado de gran fuerza, bien conformado de miembros, sin más carnes que las convenientes para trabar y dar juego a aquella máquina colosal y, por lo mismo, ágil y ligero por extremo, curtido a todo trabajo y fatiga, rápido en la marcha, firme en la pelea, despreciador de la vida propia, confiado en el esfuerzo personal y en su valor y deseoso de combatir al enemigo de cerca y brazo a brazo.

En su traje se unía la rusticidad goda a la dureza de los siglos medios; vestía una camisa corta y una ropilla de pieles. Cubría su cabeza con una red de hierro que bajaba en forma de sayo; envolvían los pies en abarcas; pieles de fieras les servían de antiparas en las piernas.

El campo les prestaba hierbas y agua, y su único menester era el pan, que guardaban en el zurrón puesto a la espalda. Vivían más en los desiertos que en poblado; dormían sobre el suelo y, curtidos en la fatiga y las privaciones, tenían singular gallardía y ligereza.

Nada era imposible a tales soldados, para quienes era obra de pocas horas la más larga jornada, cosa corriente vadear un río, escalar ásperas pendientes y llegar silenciosos cerca del enemigo, para hacer más horrible su alarido al caer sobre los sorprendidos en certísimos saltos, azotando el hierro contra el hierro o contra el suelo al grito implacable de: ¡¡¡desperta ferro!!!

Cuando los almogávares formaban parte de un ejército, estaban encargados del servicio de exploración, en la vanguardia y en los flancos, cubriendo sus movimientos. Generalmente combatían a pie y en orden abierto, pero podían servirse del caballo del enemigo vencido.

 Las unidades de esta clase de soldados estaban mandadas por unos jefes que se llamaban almocadenes, quienes, además de gozar de una lealtad a toda prueba, debían tener mucha práctica en la guerra.

Como los almogávares vivían errantes, nunca edificaron casa, ni fundaron posesiones; en el campo y en las fronteras enemigas tuvieron su habitación y el sustento de sus personas». (Los almogávares. Cap. V «El Ejército en tiempo de los Reyes Católicos», de Francisco Lanuza Cano).

Pero es que, además, González Simancas en su obra «España Militar a principios de la Baja Edad Media» discrepa de la teoría del historiador Estévanez Calderón («De los soldados almogávares». Revista Militar, IV, 1849, pág. 407) sobre el origen de los almogávares. Opina que el origen árabe del nombre no quiere decir que no existiera con anterioridad, remontándolos al tiempo de los iberos a los que compara. «Vemos, pues, que los iberos de los tiempos antiguos no se diferenciaban gran cosa de aquellos guerreros fieros y bravíos de los siglos medios, o mejor dicho, que estos fueron los continuadores en las costumbres y manera de combatir de sus antepasados, del mismo modo que siguieron siéndolo muchos españoles en la Guerra de la Independencia, sin otra alteración que el cambio de traje y armamento» (página 167 de la citada obra).

Confirmando la teoría de González Simancas, tenemos lo que Estrabón decía sobre los iberos (Historia del Ejército Español, Servicio Histórico Militar):

«De carácter versátil y complejo, sobre todo con un gran orgullo local que impedía la unión de sus pequeños estados para repeler agresiones e invasiones. Su vida era de continuas alarmas y asaltos, arriesgándose en golpes de mano, no en grandes empresas, por carecer de impulso para unirse en una confederación potente y consumir sus fuerzas en rivalidades de tribus».

Respecto a su táctica, el geógrafo griego la describe muy gráficamente al decir que «administran y desmenuzan la guerra, atacan por un lado y otro a la manera de los bandoleros, armados a la ligera, como los lusitanos, con jabalina, honda y espada. Operaban en pequeños destacamentos que atacaban impetuosamente para retirarse de repente y después reemprender el ataque cuando el enemigo estaba descuidado».

No quiero cansar al lector con más comentarios de otros historiadores sobre la vida y táctica de los almogávares, ni de su existencia en otras regiones de España, por ejemplo, Castilla. Creo que lo expuesto anteriormente justifica la oportunidad de la aplicación de esta denominación al GOE IV. Más aún, me atrevería decir que pocas veces el sobrenombre de una unidad estuvo mejor aplicado.

Y pasemos ahora al segundo punto, la nueva designación del GOE IV: Tercio del Ampurdán.

 Cuando en 1808 España fue invadida por los ejércitos napoleónicos, Cataluña fue de las primeras en alzarse en armas contra los invasores; se organizó en diversas partidas guerrilleras entre las que destacaba la constituida en el Ampurdán por el doctor D. Francisco Rovira, beneficiado de una iglesia de Gerona y que ya había luchado contra los franceses como oficial del Cuerpo de Miqueletes creado en 1793.

Debido al gran prestigio del que gozaba entre los ampurdaneses, el doctor Rovira -como así lo denominaban sus paisanos- pudo organizar varias partidas que actuaban sobre las comunicaciones entre Barcelona y la Junquera, sobre todo en los distritos de Bañolas, Olot, Besalú, Gerona, Figueras, la Junquera y las montañas de Masanet y atacaban los convoyes y pequeños destacamentos. Su primera acción conjunta de importancia fue su participación en el sitio de Mequinenza (Zaragoza), el 7 de marzo de 1809. Como consecuencia de su brillante actuación el Gobierno otorgó al doctor Rovira la consideración de coronel y comandante general del Ampurdán.

Con fecha 5 de mayo de 1808 el conjunto de estas partidas recibió el nombre de Tercio del Ampurdán nº 1. El 17 de noviembre de 1809, la Junta Suprema de Defensa del Principado de Cataluña decidió integrar a todas las fuerzas irregulares que combatían por su cuenta por todo el Principado en las denominadas «Legiones Catalanas», constituyendo el Tercio del Ampurdán la 2ª Sección de la 1ª Legión de Infantería. De ahí proviene el sobrenombre por el que también fue conocido, de «Legionario». Conviene aclarar que cada Sección de Línea contaba con cuatro Batallones y la Sección Ligera con dos.

Para encuadrar las partidas y constituir unidades regulares fueron enviados oficiales y suboficiales, tan mal recibidos que mientras unos volvían a sus destinos de origen, otros, más decididos a integrarse, tuvieron que adaptarse a la mentalidad guerrillera, empezando por llevar la manta al hombro y cambiar en numerosas ocasiones el uniforme por una vestimenta análoga a la de los naturales del país.

El hecho de armas más célebre de esta unidad fue la reconquista del castillo de San Fernando de Figueras del que se habían apoderado los franceses al inicio de la invasión. Sabedor el doctor Rovira de la inutilidad de un ataque frontal, por otra parte, impensable en una unidad guerrillera, se valió de la sorpresa para introducir en el fuerte a 375 hombres, cuidadosamente seleccionados y organizados en tres grupos. En la noche del 10 al 11 de abril de 1811, los guerrilleros se infiltraron por una poterna y sorprendieron dormida a la guarnición francesa que cayó prisionera en su totalidad, incluido el general Guillot, gobernador de la plaza, el cual unos días antes había dado orden a la guarnición de que «si llegaba a capturarse al capitán de ladrones, jefe de insurgentes y capataz de brigantes, doctor Rovira, fuese arcabuceado en el acto». Este, sin embargo, no contestó con la misma moneda y respetó la vida de su prisionero. La operación se saldó con 2000 soldados franceses prisioneros, 350 piezas de artillería, 400 caballos, 30.000 fusiles, 20.000 uniformes, seis millones de reales y gran número de provisiones. Las bajas de los atacantes se limitaron a un muerto y tres heridos.

Este brillantísimo hecho de armas no podía quedar sin recompensa y el Consejo de la Regencia del Reino, por decreto de 15 de julio de 1811, les dio la denominación a las fuerzas participantes de Regimiento de San Fernando de Infantería de Línea y del que fue nombrado como su primer coronel D. Francisco Rovira, con el grado de brigadier.

Haciendo suyo el dicho popular de que el hábito no hace al monje, cuando los guerrilleros se vieron convertidos en tropa regular empezaron los problemas al negarse a vestir el uniforme, cortarse el pelo, sustituir las cananas por cartucheras y pretender recortar el cañón de los fusiles por resultarles de esta forma más prácticos. Gracias al grado de persuasión de Puig Samper, enviado del General en Jefe, se consiguió que los revoltosos depusieran su actitud.

Con fecha primero de septiembre de 1812 finalizó la organización del regimiento, se entregaron los despachos a los oficiales y se asignó un nuevo vestuario. En el escudo de armas del nuevo regimiento figuraba un castillo de oro en campo de plata, acostado de dos llaves de oro y el todo timbrado de corona real.

Muchos fueron los avatares del regimiento que siguió actuando durante la Guerra de la Independencia en hechos de armas tales como la batalla de Figueras, invasión de la Cerdaña francesa, acciones de Llagosta, Mataró, “Trenta Passos i Sistella” en donde se enfrentó a una fuerte división francesa destinada a la persecución de los guerrilleros del Ampurdán…, actividades todas ellas desarrolladas durante 1811. Sin tomar un descanso, comenzó 1812 con un enfrentamiento a una fuerte columna que se dirigía a Olot. Durante el resto de este año, así como los de 1813 y 1814, continuó con una serie de acciones y combates. Se convirtió en una pesadilla para las fuerzas francesas, incluso invadió el suelo francés por tres veces. El final de la guerra sorprendió al regimiento cuando hostigaba al general Suchet en la retirada de este hacia Francia.

Luego, tras luchar en las guerras de Nueva España, Constitucional, de África, Carlistas, de Cuba y Civil, se disolvió cuando su última denominación era la de Agrupación de Infantería de San Fernando nº 11. Posteriormente volvió a crearse el Regimiento San Fernando nº 11 con sede en el cuartel de Benalúa de Alicante, donde también estuvo la COE 31, que se integró en el GOE III.

Dentro del honor que para el GOE IV constituyó heredar una denominación tan gloriosa, cabe la duda de si al recibir el sobrenombre de Tercio del Ampurdán exista alguna relación con el Regimiento San Fernando nº 11 por ser este, como hemos visto, el heredero del glorioso Tercio. Por todos es conocido el que los GOE recibieron el nombre de antiguos regimientos de tanta solera como pueden ser el Órdenes Militares (GOE I), Santa Fe (GOE II), Valencia (GOE III), San Marcial (GOE V) y La Victoria (GOE VI). Casualmente, desde el 2001 el GOE IV se encuentra ubicado en Alicante, última ciudad donde estuvo el Regimiento San Fernando nº 11, unidades ambas herederas del historial del Tercio del Ampurdán.      

Bibliografía

– Heráldica e Historiales del Ejército, del E.M. del E., Tomo I.

– Historia Orgánica de las Armas de Infantería y Caballería españolas, del teniente general Conde de Clonard.

– El Ejército en tiempos de los Reyes Católicos, de Francisco Lanuza Cano.

– Uniformes españoles de la Guerra de la Independencia, de José M. Bueno Carrera.

– Escudos de Armas del Ejército Español, de Fermín Díez y Antonio de Pablo.

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