Educación

Hablar sin acusar (Santiago 1: 18 )

Otra manía común es hablar y hablar y en medio de las palabras echar la culpa de nuestros males al interlocutor o acusarlo de no haberse comportado bien. Es una tendencia humana el buscar los errores de los demás y callar los propios. Cuando uno habla tiene que saber lo que va a decir. Lo contrario, se llama charlatanería. El diccionario lo dice bien: charlatán es un embaucador, embustero, cuentista, engañador, estafador, falaz, farsante, impostor. Por lo general, te obligan a hablar, incluso cuando uno no quiere intervenir… Decí algo, vos… La palabra no ha sido echa para llenar vacíos. Al contrario, la palabra humana se enriquece por el silencio. Ese hablar a borbotones es mala señal. La acusación puede ocultarse tras el velo de: estoy en contra de lo que dice fulana. Nadie pregunta si estás en contra o a favor de los demás. Cuando te toque hablar ocúpate de lo tuyo y deja en paz a los demás. No seas impostor.

Cuando se habla lo mejor es dejar una lección para que los demás aprendan. Las segundas intenciones vician el discurso. O lo hacen un bla- bla repetitivo y monocorde. La palabra descubre el interior del hombre. Por eso, así como hay una higiene física, debe haber también una higiene del espíritu. Eso se consigue con el silencio, la meditación, la oración y la contemplación.

El apóstol Santiago enseña: Hermanos, debemos ser proclives a escuchar y lentos para hablar y para enojarnos. Varios científicos escribieron sobre el valor de la Palabra y del silencio. Pedro Lain Entralgo hizo su tesis doctoral sobre el La curación por la Palabra en la antigüedad clásica. Y logró sacar estas conclusiones: hay palabras dulces que sanan, hay palabras fuertes que sanan y hay silencios largos que sanan. Mi maestro Carl Rogers sostenía que había que escuchar hasta el cansancio, para que apareciera la verdad del otro.

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