ENTREVISTAS

«El territorio de la ficción es libre por definición»

Fotografía

Fernando Marrero
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10
julio
2023

Fotografía

Fernando Marrero

Dicen que el talento es como la suerte: uno no sabe cómo lo adquirió, pero lo tiene, lo pasea por donde va y lo demuestra en lo que hace. Fernando León de Aranoa (Madrid, 1968) goza de ambas cosas. Han pasado casi treinta años desde que el aclamado director de cine y guionista irrumpiese en el mundo del cine con ‘Familia’, y desde entonces ha dejado títulos como ‘Princesas’, ‘Barrio’ y tantos otros. Si es cierto que escribir implica bordear obsesiones, en León de Aranoa persiste una tendencia a orbitar en torno al empleo y sus infinitas aristas. El cineasta, que ya plasmó la reconversión industrial en ‘Los lunes al sol’, recuperó en ‘El buen patrón‘ esta temática desde una óptica radicalmente diferente: la de un empresario de una fábrica de balanzas de la España de las ciudades pequeñas.


El empleo es un tema recurrente en tu filmografía. El buen patrón conecta con la película Los lunes al sol. ¿Escribir implica bordear obsesiones?

Hace veinte años me centré en los parados, ahora he puesto el foco en el patrón. Es verdad que mi interés sigue siendo el trasfondo de las relaciones laborales y cómo se entremezclan con las personales, llegando incluso a viciarlas. En Los lunes al sol hablaba del desempleo, pero sobre todo de cómo estar en paro daña tu identidad; mientras que en El buen patrón he buscado contar el individualismo feroz que existe y cómo se están perdiendo los valores de clase. Me interesaba mostrar cómo no hay sensación de compañerismo, ni solidaridad alguna entre los trabajadores. La precariedad ya existía hace veinte años, pero ahora enturbia las relaciones personales porque nadie da la cara por nadie.

Tu cine refleja que hay cada vez menos conciencia social. ¿No resulta contradictorio en una época donde tenemos tanta información y estamos más conectados digitalmente?

Hay más información, pero mucha menos organización. Ahora la forma de protestar es virtual y no se lleva a cabo en el ámbito de lo real. Las redes sociales no fomentan una verdadera cohesión social, porque sirven para que uno se desahogue y exprese su indignación públicamente como una válvula de escape, pero de forma individual, desde el sofá de su casa. Es todo tan fugaz y etéreo que apenas tiene poder de transformación. Tengo la impresión de que las redes sociales han sustituido a otras formas de organización que a priori pueden parecer antiguas, pero que eran más útiles y eficaces.

«Las personas siempre me resultan más interesantes que los contextos sociales»

Suelen decir de tu cine que refleja bien los paisajes sociales. ¿Estás cansado de esa etiqueta?

Las etiquetas me parecen simplificaciones. Tengo una lucha eterna con ellas que nunca venceré porque no me encuentro cómodo con ninguna. Me considero más retratista que paisajista, porque más allá del paisaje lo que me interesa son los personajes. Las personas siempre me resultan más interesantes que los contextos sociales. Cuando empecé a escribir, recuerdo que estaba muy obsesionado con la trama y cuestiones técnicas, cuando realmente lo más importante y lo que hace que el espectador realmente conecte con la historia son los personajes. El retrato humano me gusta mucho, y creo que, si tienes unos buenos personajes, y por tanto buenos actores, la mayor parte del trabajo está hecho. Yo solo soy un mediador que los impulsa.

Un tema que resulta cómico es cómo se enfoca la plantilla como una familia y al patrón como el padre de todo. ¿No hay algo oscuro en esa connotación de la familia tan aparentemente positiva?

De hecho, la empresa de básculas es familiar, el patrón anterior era el padre de Blanco y daba trabajo a los padres de los actuales empleados. Me interesaba el trato casi de vasallaje y las jerarquías que se crean. En todas las familias hay un teatrillo y problemas de fondo, un pacto social en el que todos encarnan un papel determinado. Es verdad que hay un aspecto cómico, aunque realmente es dramático, y tiene que ver con el modo de actuar del buen patrón entrometiéndose en las vidas de sus trabajadores para manipularlas o enredar. El objetivo que persigue es que las cosas salgan como él quiere, al precio que sea. Él intenta controlar todo como un padre de familia, pese a ser un desastre. Cuando pierde el control de la situación, como sucede con la becaria, no sabe cómo reaccionar porque no está acostumbrado a que algo se salga de su control.

el buen patron

Fernando León de Aranoa y Javier Bardem hablan durante el rodaje de ‘El buen patrón’

El personaje de Liliana es interesante porque abre muchos debates, entre ellos si es una víctima o más bien una mujer que se aprovecha de la situación. ¿Pensaste en reflejar un empoderamiento femenino, o más bien una situación de sometimiento?

Realmente no hay empoderamiento más grande que el del personaje de Liliana, porque al final ella decide todo, por encima de los deseos del patrón. No me interesaba tanto plantear si es víctima o verdugo, sino más bien la perversión de las relaciones que atraviesa toda la película. No hay ningún personaje, excepto el vigilante, que sea trigo limpio. Todos tienen intereses y formas de actuar muy cuestionables, y no quería salvar a la becaria, ni ponerla en un plano moralmente superior a los demás. Me gustaba que, llegado el momento, ella también jugara sus cartas y se saliera con la suya. En el rodaje bromeábamos mucho con eso diciendo que, en tres años, la que dirigiría la fábrica sería ella.

Sin embargo, ha habido críticas al respecto, especialmente por la construcción del personaje como un refuerzo del estereotipo de la mujer buscona y aprovechada. ¿Está ahora la libertad creativa mermada por la corrección política?

Bastante tengo con las limitaciones propias como para encima añadirle las externas. El territorio de la ficción es libre por definición. Hay que escribir desde las tripas y la imaginación sin preocuparse por la opinión pública. Es verdad que ha habido críticas, pero también me he encontrado una comprensión muy exacta del personaje por parte de mucha gente. ¿Por qué tiene que ser positivo el retrato de Liliana solo por ser mujer? En la película no hay ningún retrato limpio, todos reniegan del patrón en algún momento y es justo lo que hace que vaya perdiendo el control y el equilibrio de la situación. Yo siempre intento hacer la película que creo que tengo que hacer sin censurarme, porque pienso que poner regulaciones a la escritura es una equivocación. Si empezara a preocuparme por el qué dirán nunca estrenaría una película.

«Hay que escribir desde las tripas y la imaginación sin preocuparse por la opinión pública»

Tu filmografía trata temas de actualidad, como la inmigración, el paro y la prostitución. ¿Consideras que tu cine puede ser un arma política y encasillarte en un determinado nicho ideológico?

Cualquier fin creativo es político, cualquier película que uno hace está dejando una lectura personal del mundo y de la sociedad. Lo que uno escribe refleja inevitablemente su forma de ver el mundo y cómo creamos es parte de cómo los vemos. De hecho, creo que las películas que más calan en el discurso público son las llamadas mainstream, que aparentemente parecen más inofensivas, porque al final son las que llegan a más gente. Entiendo que mi cine pueda considerarse social, pero a mí no me gusta que haya barreras cuando intento hablarle a la gente. Si hay algo que aborrezco, son los guetos y los nichos que limitan la recepción de las historias. En este sentido, no quiero que metan mis guiones en un cajón que solo pretende interesar a un determinado tipo de gente muy politizada. Quiero llegar a gente en mis antípodas ideológicas. Además, tengo claro que el primer compromiso es con mi oficio, que es la ficción, y por eso mis películas apelan a la emoción del espectador, intentan emocionarle, hacerle reír, llorar… Eso es lo que priorizo siempre. Es la base.

Priorizas lo emocional, pero siempre subyace una denuncia política, como en el tratamiento del empleo. ¿Hemos creado una sociedad defectuosa en la que solo existimos si trabajamos?

En la sociedad que hemos construido, que desde luego no es la ideal, el trabajo nos construye, por eso es un drama no disponer de él. Esto es algo que reflejo especialmente en Los lunes al sol. Cuando conocemos a alguien, la primera pregunta es cómo nos llamamos y la segunda es a qué nos dedicamos. Me interesaba plantear eso en mis películas, no solo el drama de no disponer de unos ingresos que te permiten tener una vida digna, sino también cómo a mucha gente de generaciones anteriores la han educado en los valores de que, si no tienes un trabajo digno, no puedes considerarte una persona decente.

En tu filmografía no abundan las escenas románticas. ¿El amor no es un tema que te parezca interesante?

Es verdad que el amor romántico no es uno de mis motores creativos, porque además no me interesa especialmente como espectador. Sin embargo, sí creo que el amor está muy presente en mis películas, aunque no parezca evidente. En Los lunes al sol, por ejemplo, me interesaba contar cómo la desubicación del desempleado le hace tener celos, beber de más, estar perdido, actuar de un modo errático y, por tanto, explicar que una pareja puede romperse por la ausencia de trabajo, aunque se quieran muchísimo. La escena más romántica que he rodado jamás es cuando un personaje se acerca a su mujer, que viene de trabajar toda la noche. Ella está obsesionada con su olor a pescado porque trabaja en una conservera, y él le dice que no huele a pescado, que huele a sirena. A veces no hacen falta grandes palabras de amor para demostrar cuánto quieres a alguien.

«Cada vez hay más gente que no tiene esa vinculación identitaria con su trabajo»

¿Lo material impacta en las relaciones sentimentales que construimos actualmente?

Por supuesto, porque hemos crecido con la convicción de que el trabajo nos define y sin él no somos nadie. Cuando lo perdemos tenemos la impresión de que valemos menos y eso repercute en las relaciones que tejemos y los compromisos que adquirimos. De todos modos, me da la impresión de que ahora hay un cambio cultural. Hay cada vez más gente que no tiene esa vinculación identitaria con su trabajo, no le importa tanto trabajar en una cosa como en otra, mientras tenga un ingreso a final de mes. Ahora entendemos cada vez más el empleo como una forma de ganarse la vida. A mí me interesa ese cambio cultural que veo con los astilleros a los que entrevisté hace veinte años. El empleo es individual, pero el trabajo es un concepto colectivo y como tal es algo que había que cuidar, que transmitían luego a tus hijos, era algo más que un ingreso. Con el tiempo todo esto ha cambiado radicalmente, por muchas reformas laborales que haya habido.

¿Qué opinas de la última reforma laboral? ¿Dirías que se está caminando hacia un mejor panorama laboral en España?

Yo estoy a favor de que el Estado intervenga en el empleo y todo lo que se haga me parecerá poco. No conozco en detalle la última reforma laboral, aunque tengo claro que mejora cosas que se habían corrompido en las anteriores. De todos modos, creo que se ha perdido esa cultura del trabajo colectivo y los tejidos de solidaridad. En mi última película he notado especialmente este cambio de mentalidad al ver la opinión de cierta parte del público con las actitudes del patrón. Me ha sorprendido que tanta gente le vea como un buen jefe que se preocupa por sus empleados… Creo que la edad es un factor determinante. Muchas personas jóvenes, entre los veinte y los treinta, incluso con espíritu crítico, no ven tan graves las actitudes del patrón porque están acostumbrados a un medio laboral donde lo normal es que te contraten una semana, te paguen mal y te echen en malas condiciones. Cuando has crecido en la precariedad laboral y solo conoces eso, es el estándar que normalizas. Eso es tremendo, porque si normalizamos la precariedad, la batalla está perdida de antemano.

El cambio de paradigma también se refleja en los nuevos modos de trabajar. ¿Dirías que el teletrabajo y la movilidad laboral son elementos nocivos?

La movilidad laboral y el teletrabajo no son malos por sí mismos, sino que han fomentado que el trabajador esté más solo y sea más individualista. Si en un año has pasado por tres ciudades distintas, y si estás trabajando desde casa, al final se fomenta la indiferencia con respecto a los demás. Intentas salvar los muebles tú solo, y en muchas ocasiones ni siquiera tienes trato directo con muchos de tus compañeros. ¿Cómo vas a jugarte el pellejo por personas a las que apenas conoces? La cuestión es que ya no hay una cohesión social que funcione realmente, cada vez hay menos redes de apoyo cuando alguien se queda en la calle.

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