EL YO ES ABORRECIBLE

Lo decía el filósofo Blaise Pascal enfocando el asunto en el egocentrismo y la egolatría humana.  Elevar el YO entre los artistas es tarea fácil y muchos lo consiguen, con el consiguiente reproche social, aunque a ellos les importa un rábano.

«Dioses, se creen dioses los “wns”, decía un poeta.

Hablar de sí mismo es aborrecible porque eso significa egolatría. Y todos detestan a los ególatras, pagados de sus conocimientos y desdeñosos del común. Nada bueno se extrae de allí.

¿Cuántos hay que se conceptúan casos únicos y menosprecian al resto, mirándolos al través del hombro? ¿Cuántos erigen estatuas íntimas creyéndose “la raja”?

Son muchos.

Ha sido siempre así.

Por eso, tanto religiones como política, entidades que “viven de las incertidumbres ”, han tenido sumo cuidado en no aparecer engreídos frente a la sociedad e hipócritamente, (que es parte de su naturaleza), exhiben una imagen sencilla,  casi austera, sonrientes, hablándole al oído a sus votantes o feligreses, presentándose humildes en su ponencia, explicando que desean ayudarlos a salir del pantano, inoculándoles el  mensaje subliminal, es decir, que se cambie a su religión  o su ideología política y suelte los “morlacos” para vivir  a expensas de todos sin hacer prácticamente nada de provecho.

Los mantienen con sus discursos y acciones siempre en la ignorancia para que no piensen mucho.

Son los casos típicos.

Hay otros que no aborrecen el YO, al contrario, lo prefieren, les place, y, siendo artistas de medio pelo, sin talento, aunque creen poseerlo, se reputan a sí mismos como “el hoyo del queque” (expresión de épocas pasadas) y posan con engreimiento, mirando, por supuesto, con cierto airecillo de superioridad.

Nunca obtienen nada, nunca lograrán éxitos, pero se las arreglan para alborotar el agua alrededor de la canoa, captando la atención sobre sus trabajos sosos e inútiles.

Que los hay, Garay, los hay.

No olvidemos en este somero conteo a los monologantes, a los que hablan hasta por las narices, a los que gustan, en reuniones privadas, hacer ostentación de su figura, sus anécdotas, sus relatos, creerse mesa de centro, todos con una imagen predominante: el YO.

Existen en abundancia.

Generalmente padecen complejo de inferioridad.

En resumidas cuentas, el YO es aborrecible cuando se destinan para otros fines o se  yergue como estatua monumental y solo sirve para hablar hasta por los codos del conocimiento adquirido o de las presumidas virtudes artísticas, olvidando el pequeño tamaño de sus almas.

Es preferible, al escribir, utilizar la tercera persona. No es, sin duda alguna, el descubrimiento de la cura del cáncer ni cambiará a los soberbios, pero es un buen paso para aplacar el YO arrogante

Aunque sea por un instante.

ARTURO FLORES PINOCHET 2021