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Aileen. (Manu LF)
Corría el año mil novecientos y pico o quizá dos mil y pico. Lo siento, se borró de mi memoria. Los
últimos años cosían a mi cabeza una vacía podredumbre que despedazaba, por sí sola, cualquier indicio por
el que, en mi caleidoscópica forma de ver la vida, asomaran colores.
El cielo era el paraguas que me ofrecía diariamente un penoso color; más que sucio, repulsivo y las gotas
que colmaban el vaso eran tan simples y constantes como el día a día en una villa habitada, la mayor parte
del año, por zombis con toallas y trajes de baño desprendiendo un empalagoso olor fruto del combinado
de cremas hidratantes y protección solar.
Cada mañana cuando sonaba mi despertador predecía que iba a ser mi puto día de la marmota y eso cada
día de aquellos años.
A pesar de todo, aquella mañana de septiembre, había amanecido un nuevo día para mí.
El mes de septiembre cerraba puertas a un verano extremadamente melancólico, caluroso y agotador, el
único colorante que, aunque muy frágil, habitaba en mi cabeza, era que meses más tarde llegaría a mis
manos un billete de avión; “ALICANTE(ALC), El Altet -DUBLIN International Airport, Co. Fingal, Irlanda”, eso
me mantenía, por momentos, fielmente alejado de aquellos zombis en playeras, me sentí feliz
imaginándome con ella tomando cervezas en Gaeltacht, su barrio irlandés, o sintiendo el vértigo de los
acantilados de Moher, esos precipicios naturales de los que tantas veces me había hablado en los últimos
meses.
Aileen gozaba por aquel entonces de treinta y dos veranos, pocos más que yo, era una preciosa irlandesa
que regentaba un Irish Pub, uno de los cientos que podemos encontrar en la costa alicantina, esos en los
que en las noches veraniegas, el jugo de malta tostada fluye, sin parar, en espumosas jarras de dos litros y
donde suelen concentrarse para hacer vida social la mayor parte de la población irlandesa de la zona;
turistas y residentes, mientras Aileen y Erick, un gigante rubio de esos que pasan todo el día
hormonándose en el gimnasio, sirven entre desafiantes notas musicales que manan bandas como The
Dubliners o The Real McKenzies, todo tipo de cervezas. La preciosa irlandesa y el gigante rubio, mantenían
una relación sentimental, en su apariencia, de lo más flechado.
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Con mi soledad a cuestas, algún que otro fin de semana salía de casa, paseaba al atardecer por una de las
playas cercanas, vencida la tarde es cuando la marea de zombis deja la playa, entonces resulta grato pasear
por ella, respirar brisa salada y escuchar el sonido de las olas salpicado por el chiar de gaviotas que
revoloteaban alrededor de los barcos pesqueros, era recuperar vida. Pasar más tarde por su bar a tomar
una de aquellas refrescantes cervezas era un descanso y un agrado para mí. Cada vez que ponía los pies allí
pedía una cerveza diferente mientras comía una bolsa de patatas fritas. Y así entre días de playa, aire
acondicionado, cervezas y bolsas de sucedáneos con sabor a patata fui entablando amistad, cada vez más,
con los dispares personajes que frecuentaban aquel Irish Pub.
Recuerdo a Ushna, con su barba pelirroja, cara de bonachón y su bolígrafo con el que solía hacer, a base de
trazos, hermosos dibujos en servilletas que luego regalaba con sonrisa suma cortesía a quienes echaba el
ojo, también estaba Liam, un cincuentón al que acompañaba siempre un palillo jugando entre la comisura
de sus labios, Liam era otro de tantos que sentía admiración por el trasero de Aileen; su mirada siempre lo
delataba y cuentan que antaño había sido portero en el equipo de St. Patricks. Recuerdo también a Máire y
su melena negra como el carbón, tatuadora por afición; sus brazos estaban artísticamente decorados con
diferentes dibujos y letras, íntima amiga de Aileen, gozaba de una sensibilidad y una personalidad
extraordinaria. Con estos y algunos que otros peculiares personajes irlandeses entablé una inesperada
amistad que combatió al vacio que, famélicamente y sin saber por qué, me devoraba cada mañana.
Con Aileen llegué a llevarme muy bien, quizá demasiado; me dejaba curiosear entre los cientos y cientos
de grupos y artistas que guardaba en aquel ordenador desde el cual daba ambiente musical al local. Yo en
casa, solía grabar Dvd´s de música que creía le podían llegar a gustar e incluso crear ambiente al Pub;
Petrograd, La Polla Records, Habeas Corpus, Kuraia…, entonces deseaba que llegara el sábado para
regalárselos. Me resultaba elegante y simpático contemplar la típica clientela de irlandeses, con cervezas
en la mano, moviendo el cuello al ritmo de KOP KILLER. Siempre me daba una vuelta de rigor por la playa
antes de pasarme por su bar. Cuando llegaba temprano, estaba todo más tranquilo y teníamos más tiempo
para charlar, así me lo recomendó Aileen y yo le hice caso. Ella abría el local mientras Erick, su gigante
rubio, apuraba unos minutos más en el gimnasio para fardar de músculos por la noche. Sinceramente
siempre me han caído mal los machitos de gimnasio y él no iba a ser menos, había algo en él que no me
terminaba de gustar, los despectivos y continuos reproches con los que trataba a Aileen reflejaban que los
músculos y la arrogancia, en la mayoría de los casos, van de la mano. Pero por mi parte en especial, su
estancia en el gimnasio me brindaba un tiempo grato que más adelante contaré.
-“El miércoles es mi cumpleaños. El sábado, para celebrarlo, haremos una comida en casa de Máire. Me
gustaría que aceptaras mi invitación.”-
Escuchar manar esas palabras de la boca de Aileen hizo sentirme bien, su voz era un fluir de agua, deseaba
estar en su cumpleaños, ella me caía muy bien, aquella valquiria era un soplo de aire fresco para el mundo
de mierda en el que vivía, una amazona que desprendía feromonas de colores tras sus pasos. Pero por otro
lado volví a sentir dudas, conocer gente era algo que no me interesaba demasiado y tener que
relacionarme tan de repente con personas con las que difícilmente yo encajaría, era para mí una incómoda
espina. Corrí de un extremo de felicidad al otro que mi podredumbre cerebral me tenía reservado. Mi
invariable burbuja siempre esperándome oculta en mi azotea.
Aileen tomó su tiempo esperando una respuesta, cogió mi mano observándome, yo que permanecía
sentado al otro lado de la barra con varios Dvd´s que le había grabado, parecía el chico del top manta, el
local estaba recién abierto y por ende, vacio. Las sillas seguían sobre la mesa, todo recogido y limpio, como
se había quedado la madrugada anterior. Miré su mano, observé en ella tan de cerca sus ojitos de
caramelo y en ese momento el tiempo se detuvo para mí. La timidez volvió para subirse en mi espalda y
para que así no fuera corté por la tangente hablándole de las letras tatuadas que, junto a una estrella roja,
embellecían -más si cabe- su muñeca izquierda;
Tiocfaidh ar la. Como si no las hubiera visto antes. Y le pregunté:
-“Qué letras más bonitas. ¿Te las tatuó Máire?”-
Me sentí totalmente ridículo, nervioso, sonrojado, confuso, la timidez volvió a vencerme y esta vez lo hizo
por K.O. Tierra trágame, pensé.
Ella soltó mi mano, alejó su mano izquierda dejando ver las letras y contestó sonriendo:
3
-“No, no me las hizo ella. Me las hizo un viejo amigo en Irlanda. Traducido quiere decir; Nuestro día llegará.
¿Conoces Irlanda? Cuando quieras ir yo seré tu guía turística.”-
-“No he estado nunca allí, me dan pánico los aviones. Aunque si es por una buena causa, siempre cabe decir
que mi día también llegará.”-
-”Sabes, eres el primer español con el que he hecho amistad en los cuatro años que llevo aquí viviendo. Esta
parte de España es muy bonita, la climatología es envidiable, el sol siempre brilla, pero sus gentes son muy
raras, tú en sí me caes muy bien. A veces echo de menos mi país, allí tenemos un dicho; Níl aon tinteán mar
do thinteán féin, que es algo así como decir; “no hay lugar como el propio hogar”. Así que cuando me
canse de todo esto, volveré y allí dejaré al viento que me lleve por los acantilados de Moher hasta las
praderas que tan buenos recuerdos tengo de ellas.”-
Yo la escuchaba. Aclaré que no me sentía español, pero creo que ni me hizo caso. Mientras cogía un papel,
miré como sus dedos dirigían el bolígrafo para garabatear en él la frase que me acababa de citar, miré tan
de cerca su pelo rubio, largo y su piel delicadamente blanca que llegué a preguntarme si lo mío con ella era
un flechazo o puro onanismo. Terminó el manuscrito, apuntando en una rúbrica de firma terminada, para
más inri, en un corazón, un número de teléfono y su nombre, doblándolo y cogido entre sus dedos índices
y medio, me lo entregó:
-“Te he apuntado también mi teléfono para que me confirmes esta semana que aceptas mi invitación, si me
fallas te las verás conmigo, puedes traer a tu chica desconocida también.”-
-“Mi chica es desconocida porque no existe chica alguna, aquí estoy de paso. Me lo pensaré y esta semana
te contesto, pero dudo que pueda ir. Ahora he de irme.”-
No levanté apenas la cabeza, gesticulé un adiós con mi mano a la vez que me aparté de la barra, ella sonrió
y cuando llegué a la puerta del Pub giré mi cabeza para volver a verla antes de salir, le envié un beso con la
mano; allí seguía su feliz sonrisa atravesándome dulcemente para disponer de mi cabeza durante un buen
rato en el camino que me llevaría de vuelta a casa.
En el coche pensé muchas cosas; en lo inapropiada o acertada que pudo resultar mi respuesta. Pero era la
hosca forma de hacerme un escudo, cuando realmente me hubiera gustado decirle allí mismo que sí, que
me hacía muy feliz invitándome a su cumpleaños. Que el papel con aquella frase, su nombre, su teléfono y
el corazón eran sin duda la mejor sorpresa que había tenido en mucho tiempo, pero mi timidez me cerraba
nuevamente al mundo exterior.
Los días posteriores, rondaba en mi cabeza la idea del cumpleaños. ¡Un regalo! pensé. Y en la playa recogí
arena, conchas, varios palitos y unas piedras que me gustaron mucho por la forma que había dejado en
ellas la erosión del mar, en casa cogí un folio y plasmé en él:
“La noche derrama lentamente,
mis desvelos;
los que tus tardes recomponen.”
(Para Aileen, por tu amistad.)
Doblé el papel tanto como pude hasta que se convirtió en una miniatura y lo introduje escondido, junto
con lo hallado en la playa, en un hermoso tarro de cristal. Mi intención, evidentemente, no era otra que
reclamara la casualidad o a la suerte que en un futuro ella lo leyera; ¿Quién iba a pensar que la arena de
aquel tarro de cristal iba a esconder parte de mis sentimientos hacia ella?
Tras mucho cavilar, envié un mensaje a su móvil confirmándole mi asistencia e inmediatamente llamó
transmitiéndome su alegría y así indicar hora y lugar del encuentro.
Creo recordar que los días de espera del famoso cumpleaños se me hicieron eternos. Volvía, como cada día
del trabajo a casa, observaba el tarro de cristal y cada día le hacía algo nuevo; un día cambié la forma en la
que estaban colocados los palos, otro saqué la miniatura de papel y releí por enésima vez lo escrito,
entonces pensé que visto lo cursi que estaba llegando a ser, igual me estaba enamorando, pero no podía
ser, además estaba convencido de que a Aileen le gustaban los tipos duros, musculosos, esos que saben
tomar decisiones, que ponen los puntos sobre las íes y que siempre deben decir la última palabra, los que
como su gigante rubio ganan todos los pulsos, un tipo duro vamos, todo lo contrario a mí.
Solo onanismo puro, me repetía una y otra vez; solo onanismo...
4
Llegó el día. Me vestí más o menos decente para la ocasión, a pesar de que era verano, tenía algo en casa
que no fueran típicas camisetas de tirantes y pantalones cortos de playa. Encontrar el chaletazo de Máire
no me resultó difícil. Era la una del mediodía, la puntualidad es una de mis mejores virtudes.
Un cariñoso abrazo de Máire y de Sean, su pareja, fue mi primer recibimiento invitándome a pasar fueron
uno por uno presentándome a todos los allí presentes. En el jardín había una larga mesa preparada para
dar de comer a una treintena de personas. Estofado irlandés, pan de patata, Baked Ham… todo me lo
explicó Tomy el cocinero, una persona encantadora que acababa de conocer, su castellano no era muy
bueno, mi irlandés terriblemente nulo pero entre risas nos entendíamos muy bien.
Dejé el regalo sobre una mesa y me serví un vaso de cerveza de uno de los dos grifos que Sean había
ubicado en el jardín para la ocasión, de lejos pude ver a Aileen y Erick que acababan de llegar; ella estaba
preciosa como siempre, su sonrisa delataba lo feliz que se sentía, en cambio su gigante rubio mostraba
mirada arrogante, sacando labios, pecho y músculos, creyéndose el centro de atención.
El gigante, en su saludo, me dio una sacudida de esas que dejan claro que quien manda son sus músculos,
con Aileen nos abrazamos largo y tendido, ella es la ternura en persona, ambos nos caemos muy bien.
Nos dispusimos todos a comer, el gigante se había rodeado de la cuadrilla de hormonados que le siguen el
rollo de tipo duro y allí entre platos y cervezas no paraban de echar pulsos mientras nos miraban a los
demás comer y charlar. Fue divertido, sin duda alguna. A última hora de la tarde, todos charlábamos entre
cafés y trozos de un enorme pastel preparado para la ocasión y en el que, los labios de Aileen, apagaron
minutos antes treinta y dos velas. Conversando con ella, me pidió que la acompañara a la cocina, allí volvió
a darme un abrazo agradeciéndome el regalo del tarro de cristal. La noté rara, nos miramos a los ojos y su
barbilla empezó a temblar a la vez que sus labios se volvían hacia abajo, sus ojitos de caramelo
desbordaron un océano de lágrimas:
-“¿Qué te pasa Aileen?
-“No es nada, tenía ganas de llorar y quería hacerlo contigo.”-
-“Bueno, si lo haces así que sea porque estás feliz, hoy es TU día y que no me entere yo que nadie te lo
estropea.”-
Le contesté con una sonrisa. Cambió su rostro y con un pañuelo limpió sus lágrimas. Pero la seguí notando
rara. Como si tuviera algo que decir y no supiera cómo empezar hacerlo.
-“En una hora tengo que ir para abrir el Pub, hoy no tengo ni la menor gana de hacerlo, pero el trabajo es el
trabajo.”-
-“Bueno, cuando te vayas yo también lo haré y si quieres me quedo un rato contigo para hacerte compañía,
total no tengo nada que hacer, mañana es domingo.”-
Ella, nuevamente, me devolvió otra sonrisa y fue entonces en ese momento que escuchamos gritos y
ruidos en el jardín. Ambos nos miramos extrañados, salimos fuera y vimos a Erick y sus amigos forcejeando
con Liam. Increpé a éstos por la actitud que estaban tomando en el cumpleaños de Aileen y delante de
unos niños que cansados de la piscina, habían hecho en una de las mesas su rincón de juego. Vi a Liam caer
al suelo, le gritaban y golpeaban con patadas, jamás había visto nada parecido. Con la intención de sacarlo
de allí, me hice paso entre quienes trataban de separarlos, pero estando a su lado noté un tremendo
zumbido en mi oreja, alguien me había golpeado y caí al suelo, consciente hasta que un segundo golpe
debió dejarme K.O. Cuando abrí los ojos, estaba tumbado en el sofá, vi a Liam de pié frente a mí, yo estaba
aturdido, en brazos de Aileen, la miré y deseé que me hubieran sacudido mucho antes para estar así entre
sus manos, desconocía la envergadura que había podido adoptar lo que había sucedido allí, pero
ruinmente sentía indiferencia sí, en ese momento sí.
Liam, católico republicano, al igual que otros muchos comensales que allí habían sido invitados no
comulgaba con las ideas de Erick y sus amigos, todos ellos unionistas protestantes. Aileen en la cocina trató
de decirme que temía que debido al ebrio estado en el que se encontraba Erick, sucediera lo que había
pasado.
Con Sean y Máire, tras el bochornoso altercado, nos quedamos solo cinco personas en su casa; ellos dos,
Aileen, Liam y yo.
Dado el estado en el que se encontraba el brazo de Liam, decidimos llevarlo a un hospital, esa noche el Pub
se iba a quedar cerrado, pues Aileen y yo fuimos quienes hicimos de ambulancia en mi coche hasta un
5
hospital de Torrevieja. Yo tenía un golpe en la oreja y en la parte trasera de la cabeza, pero Liam se llevaba
la palma, tenía un brazo fracturado y el labio partido.
Aileen salió fuera del hospital para telefonear en vano a Erick, al que a partir de ese día apodé como “el
quebrantahuesos”.
Aquella noche, Aileen y yo fuimos solos a pasear por la playa, a lo mejor ambos sabíamos a lo que íbamos;
allí se enlazaron nuestras lenguas por primera vez, como dos posesos ante un cielo completamente
estrellado y sin importarnos “el quebrantahuesos”, al amanecer fuimos hasta mi casa para allí seguir con
nuestro juego secreto y ver, tras sus montañas, sus ojitos de caramelo que entre sus gemidos veía volverse
blancos de nieve.
Durante meses nos estuvimos viendo casi todos los días. Mientras Erick “el quebrantahuesos” ejercitaba
músculos en el gimnasio ajeno a nuestro juego, Aileen y yo ejercitábamos nuestras feromonas del amor.
Aprovechando cada minuto de intimidad; nuestro cariño crecía cada día entre abrazos, flujos, besos y
caricias.
Aileen y yo hablábamos mucho, a veces ironizábamos soñando en atracar bancos y huir como Bonnie and
Clyde, siempre hablábamos de ello después de follar, o mientras íbamos a picotear algo a la cocina para
reponer fuerzas y seguir en la cama hablando de la vida, de la muerte, de las radiografías internas que
nuestros corazones se iban haciendo mutuamente, pero sobre todo hablábamos de atracar bancos y ser
forajidos.
Los meses pasaron conforme nuestro oculto juego crecía y mi vida comenzaba a coger sentido, sus besos
me hechizaron, su sonrisa me cautivó y la sencillez de su dulzura interior; me enamoró.
Pasaron los meses y Aileen abandonó a Erick, marchándose ella a vivir temporalmente a casa de Sean y
Máire. La vulgaridad de Erick jamás se exceptuó; empezó a hacerle imposible la vida a Aileen y ésta decidió
que su día había llegado; la hora de volver y dejarse mecer por los vientos irlandeses entre praderas y los
acantilados de Moher.
Paseamos por las calles sin importarnos ir de la mano, paseamos por una playa vacía en la que los primeros
coletazos del otoño ofrecían un paisaje intacto, más tranquilo que meses atrás.
-“Te esperaré.”-
Dijo ella sonriendo. Nos abrazamos antes de que partiera por el largo pasillo del aeropuerto que la condujo
hasta la puerta de embarque.
Sentí melancolía por su partida pero por otro lado me sentí dichoso con lo que estaba viviendo. Aileen me
ofrecía la posibilidad de viajar hasta Irlanda con ella. Nos reuniríamos allí en cuanto yo cortara mis
compromisos laborales.
Dicen que el tiempo nos pone a cada cual en su sitio. Quizá el de ella esté allí y el mío en todas partes o en
ninguna, la vida me había hecho un guiño.
Durante el cálido invierno mediterráneo, Aileen y yo nos escribíamos cartas, nos telefoneábamos
continuamente, ella alquiló una preciosa casita de color rojo en Dúlainn, un pueblo costero en el suroeste
irlandés, cerca de los acantilados. Ese sería nuestro futuro punto de encuentro y por ese motivo ambos
estábamos muy ilusionados.
Las semanas pasaban y yo cada día ahorraba más, gastando menos; comprar un billete hasta Irlanda era mi
principal cometido. Mi humor estaba por las nubes y Aileen lo notaba cuando hablábamos, ella se sentía
muy feliz y continuamente me hablaba con ilusión de todos y cada uno de los planes que tenía reservados
para cuando yo estuviera allí. Yo deseaba que lo nuestro fuera siempre una amistad.
La llamada de Máire en mi móvil me pilló por sorpresa, ella siempre supo lo mío con Aileen pero desde
aquel cumpleaños no había vuelto a verla. Dijo tener algo para mí y quedamos en la cafetería de un centro
comercial. Volví a sentir la misma dulzura que cuando me recibió en su casa el día del cumpleaños; con un
abrazo me lo dijo todo.
Un regalo de Aileen en forma de sobre rudimentario y en su interior un billete de avión y unas letras;
“Ponle tú la fecha que quieras. (Firmado; Bonnie, tu guía turística)”
Conmovido por el detalle, observé reír a Máire que gesticulaba con los brazos simulando ser un avión.
6
Cuando volví a casa me invadía la felicidad. Telefoneé a Aileen, pero no atendió la llamada. Los días
posteriores traté inútilmente de localizarla; su móvil se encontraba apagado o fuera de cobertura, pensé
que seguramente habría perdido el móvil, pero tampoco recibí ningún correo mail, ni carta, ni postal. No
entendía nada hasta que tras un sin saber de ella, Máire, esta vez sin abrazo me lo dijo todo. Escuché una
ola salir de su garganta y me ahogó, sus ojos suspensos manaban mares, yo trataba de recomponer sus
palabras; Aileen había caído por uno de los acantilados, todo apuntaba a un accidente o un suicidio. La
policía barajaba esas dos hipótesis.
Se paró el tiempo en mi corazón, no podía ser, no me lo creía y a día de hoy sigo sin creerlo. Destrozado
quedé perdido y sintiéndome morir quise reunirme con ella a toda costa, supliqué a la muerte que viniera
a por mí.
Los años posteriores me pasaron doble factura, envejecí rápido esperando que la muerte me brindara la
posibilidad de reunirme con Aileen, de volver a abrazarnos, reír y decirnos todas las cosas que se quedaron
en las piedras y baches del camino.
Ocho meses más tarde, recibí un paquete, se trataba del regalo que le hice a Aileen, el tarro de cristal con
todo lo que metí en él. Máire era la remitente, pensó que me gustaría tenerlo y me lo envió desde Irlanda,
ella había vuelto a su país. La memoria me abrió puertas y volví a revivir lo que el tiempo había dejado
estancado con posos en un corazón sombrío.
Recordé la arena, los palitos, las piedras desgastadas por la erosión del mar, la ilusión con la que le escribí
las letras, entonces sentí la curiosidad de si las habría llegado a leer alguna vez. Moví el bote de cristal para
ver si veía el papel doblado pero estaba tan lleno que apenas movía la arena. Abriendo el tarro de cristal
sentí a Aileen, la respiré. Sentado en la silla vacié el tarro sobre la mesa, fijé mi vista en un papel doblado,
mis lágrimas invadidas por los recuerdos y la melancolía, caían sobre la arena esparcida en la mesa. No era
mi papel, éste lo había escrito ella:
“Señor Clyde Chestnut Barrow, fue usted poco confiado si creía que una ladrona de bancos como yo no
iba a ver su nota. Pero le devuelvo la revancha y ésta vez seré yo, Bonnie Elizabeth Parker quien esconda
un as bajo la manga. Además ya tengo las cervezas en el frigorífico para cuando vengas…”
Los acantilados de Moher, Aileen, su barrio; Gaeltacht. La ilusión con la que nos esperábamos sintiendo el
sonido brotar desde su boca; “te esperaré”, las despedidas y los abrazos, las esperas y los nervios, su
sonrisa, sus ojitos de caramelo. Todo se esfumó quedándose para siempre.
Descansa Aileen, en tu tierra. Donde sus vientos te mecen, te llevan y te traen de las praderas a las rocas,
de la brisa atlántica hasta las calles de Gaeltacht.
Tiocfaidh ar la, nuestro día llegará.
Que la tierra te sea leve, cuando mis insomnios apaguen la maldita luz que me seduce, me reuniré contigo.
Nota del autor:
El caso de Aileen fue archivado hasta que diferentes contradicciones en las declaraciones de Erick “el
quebrantahuesos” y la declaración de un vecino, dejaron visible que él, tras tenerla dos días secuestrada en
su propia casa, había puesto fin a su vida arrojándola por uno de los precipicios.

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  • 1. 1 Aileen. (Manu LF) Corría el año mil novecientos y pico o quizá dos mil y pico. Lo siento, se borró de mi memoria. Los últimos años cosían a mi cabeza una vacía podredumbre que despedazaba, por sí sola, cualquier indicio por el que, en mi caleidoscópica forma de ver la vida, asomaran colores. El cielo era el paraguas que me ofrecía diariamente un penoso color; más que sucio, repulsivo y las gotas que colmaban el vaso eran tan simples y constantes como el día a día en una villa habitada, la mayor parte del año, por zombis con toallas y trajes de baño desprendiendo un empalagoso olor fruto del combinado de cremas hidratantes y protección solar. Cada mañana cuando sonaba mi despertador predecía que iba a ser mi puto día de la marmota y eso cada día de aquellos años. A pesar de todo, aquella mañana de septiembre, había amanecido un nuevo día para mí. El mes de septiembre cerraba puertas a un verano extremadamente melancólico, caluroso y agotador, el único colorante que, aunque muy frágil, habitaba en mi cabeza, era que meses más tarde llegaría a mis manos un billete de avión; “ALICANTE(ALC), El Altet -DUBLIN International Airport, Co. Fingal, Irlanda”, eso me mantenía, por momentos, fielmente alejado de aquellos zombis en playeras, me sentí feliz imaginándome con ella tomando cervezas en Gaeltacht, su barrio irlandés, o sintiendo el vértigo de los acantilados de Moher, esos precipicios naturales de los que tantas veces me había hablado en los últimos meses. Aileen gozaba por aquel entonces de treinta y dos veranos, pocos más que yo, era una preciosa irlandesa que regentaba un Irish Pub, uno de los cientos que podemos encontrar en la costa alicantina, esos en los que en las noches veraniegas, el jugo de malta tostada fluye, sin parar, en espumosas jarras de dos litros y donde suelen concentrarse para hacer vida social la mayor parte de la población irlandesa de la zona; turistas y residentes, mientras Aileen y Erick, un gigante rubio de esos que pasan todo el día hormonándose en el gimnasio, sirven entre desafiantes notas musicales que manan bandas como The Dubliners o The Real McKenzies, todo tipo de cervezas. La preciosa irlandesa y el gigante rubio, mantenían una relación sentimental, en su apariencia, de lo más flechado.
  • 2. 2 Con mi soledad a cuestas, algún que otro fin de semana salía de casa, paseaba al atardecer por una de las playas cercanas, vencida la tarde es cuando la marea de zombis deja la playa, entonces resulta grato pasear por ella, respirar brisa salada y escuchar el sonido de las olas salpicado por el chiar de gaviotas que revoloteaban alrededor de los barcos pesqueros, era recuperar vida. Pasar más tarde por su bar a tomar una de aquellas refrescantes cervezas era un descanso y un agrado para mí. Cada vez que ponía los pies allí pedía una cerveza diferente mientras comía una bolsa de patatas fritas. Y así entre días de playa, aire acondicionado, cervezas y bolsas de sucedáneos con sabor a patata fui entablando amistad, cada vez más, con los dispares personajes que frecuentaban aquel Irish Pub. Recuerdo a Ushna, con su barba pelirroja, cara de bonachón y su bolígrafo con el que solía hacer, a base de trazos, hermosos dibujos en servilletas que luego regalaba con sonrisa suma cortesía a quienes echaba el ojo, también estaba Liam, un cincuentón al que acompañaba siempre un palillo jugando entre la comisura de sus labios, Liam era otro de tantos que sentía admiración por el trasero de Aileen; su mirada siempre lo delataba y cuentan que antaño había sido portero en el equipo de St. Patricks. Recuerdo también a Máire y su melena negra como el carbón, tatuadora por afición; sus brazos estaban artísticamente decorados con diferentes dibujos y letras, íntima amiga de Aileen, gozaba de una sensibilidad y una personalidad extraordinaria. Con estos y algunos que otros peculiares personajes irlandeses entablé una inesperada amistad que combatió al vacio que, famélicamente y sin saber por qué, me devoraba cada mañana. Con Aileen llegué a llevarme muy bien, quizá demasiado; me dejaba curiosear entre los cientos y cientos de grupos y artistas que guardaba en aquel ordenador desde el cual daba ambiente musical al local. Yo en casa, solía grabar Dvd´s de música que creía le podían llegar a gustar e incluso crear ambiente al Pub; Petrograd, La Polla Records, Habeas Corpus, Kuraia…, entonces deseaba que llegara el sábado para regalárselos. Me resultaba elegante y simpático contemplar la típica clientela de irlandeses, con cervezas en la mano, moviendo el cuello al ritmo de KOP KILLER. Siempre me daba una vuelta de rigor por la playa antes de pasarme por su bar. Cuando llegaba temprano, estaba todo más tranquilo y teníamos más tiempo para charlar, así me lo recomendó Aileen y yo le hice caso. Ella abría el local mientras Erick, su gigante rubio, apuraba unos minutos más en el gimnasio para fardar de músculos por la noche. Sinceramente siempre me han caído mal los machitos de gimnasio y él no iba a ser menos, había algo en él que no me terminaba de gustar, los despectivos y continuos reproches con los que trataba a Aileen reflejaban que los músculos y la arrogancia, en la mayoría de los casos, van de la mano. Pero por mi parte en especial, su estancia en el gimnasio me brindaba un tiempo grato que más adelante contaré. -“El miércoles es mi cumpleaños. El sábado, para celebrarlo, haremos una comida en casa de Máire. Me gustaría que aceptaras mi invitación.”- Escuchar manar esas palabras de la boca de Aileen hizo sentirme bien, su voz era un fluir de agua, deseaba estar en su cumpleaños, ella me caía muy bien, aquella valquiria era un soplo de aire fresco para el mundo de mierda en el que vivía, una amazona que desprendía feromonas de colores tras sus pasos. Pero por otro lado volví a sentir dudas, conocer gente era algo que no me interesaba demasiado y tener que relacionarme tan de repente con personas con las que difícilmente yo encajaría, era para mí una incómoda espina. Corrí de un extremo de felicidad al otro que mi podredumbre cerebral me tenía reservado. Mi invariable burbuja siempre esperándome oculta en mi azotea. Aileen tomó su tiempo esperando una respuesta, cogió mi mano observándome, yo que permanecía sentado al otro lado de la barra con varios Dvd´s que le había grabado, parecía el chico del top manta, el local estaba recién abierto y por ende, vacio. Las sillas seguían sobre la mesa, todo recogido y limpio, como se había quedado la madrugada anterior. Miré su mano, observé en ella tan de cerca sus ojitos de caramelo y en ese momento el tiempo se detuvo para mí. La timidez volvió para subirse en mi espalda y para que así no fuera corté por la tangente hablándole de las letras tatuadas que, junto a una estrella roja, embellecían -más si cabe- su muñeca izquierda; Tiocfaidh ar la. Como si no las hubiera visto antes. Y le pregunté: -“Qué letras más bonitas. ¿Te las tatuó Máire?”- Me sentí totalmente ridículo, nervioso, sonrojado, confuso, la timidez volvió a vencerme y esta vez lo hizo por K.O. Tierra trágame, pensé. Ella soltó mi mano, alejó su mano izquierda dejando ver las letras y contestó sonriendo:
  • 3. 3 -“No, no me las hizo ella. Me las hizo un viejo amigo en Irlanda. Traducido quiere decir; Nuestro día llegará. ¿Conoces Irlanda? Cuando quieras ir yo seré tu guía turística.”- -“No he estado nunca allí, me dan pánico los aviones. Aunque si es por una buena causa, siempre cabe decir que mi día también llegará.”- -”Sabes, eres el primer español con el que he hecho amistad en los cuatro años que llevo aquí viviendo. Esta parte de España es muy bonita, la climatología es envidiable, el sol siempre brilla, pero sus gentes son muy raras, tú en sí me caes muy bien. A veces echo de menos mi país, allí tenemos un dicho; Níl aon tinteán mar do thinteán féin, que es algo así como decir; “no hay lugar como el propio hogar”. Así que cuando me canse de todo esto, volveré y allí dejaré al viento que me lleve por los acantilados de Moher hasta las praderas que tan buenos recuerdos tengo de ellas.”- Yo la escuchaba. Aclaré que no me sentía español, pero creo que ni me hizo caso. Mientras cogía un papel, miré como sus dedos dirigían el bolígrafo para garabatear en él la frase que me acababa de citar, miré tan de cerca su pelo rubio, largo y su piel delicadamente blanca que llegué a preguntarme si lo mío con ella era un flechazo o puro onanismo. Terminó el manuscrito, apuntando en una rúbrica de firma terminada, para más inri, en un corazón, un número de teléfono y su nombre, doblándolo y cogido entre sus dedos índices y medio, me lo entregó: -“Te he apuntado también mi teléfono para que me confirmes esta semana que aceptas mi invitación, si me fallas te las verás conmigo, puedes traer a tu chica desconocida también.”- -“Mi chica es desconocida porque no existe chica alguna, aquí estoy de paso. Me lo pensaré y esta semana te contesto, pero dudo que pueda ir. Ahora he de irme.”- No levanté apenas la cabeza, gesticulé un adiós con mi mano a la vez que me aparté de la barra, ella sonrió y cuando llegué a la puerta del Pub giré mi cabeza para volver a verla antes de salir, le envié un beso con la mano; allí seguía su feliz sonrisa atravesándome dulcemente para disponer de mi cabeza durante un buen rato en el camino que me llevaría de vuelta a casa. En el coche pensé muchas cosas; en lo inapropiada o acertada que pudo resultar mi respuesta. Pero era la hosca forma de hacerme un escudo, cuando realmente me hubiera gustado decirle allí mismo que sí, que me hacía muy feliz invitándome a su cumpleaños. Que el papel con aquella frase, su nombre, su teléfono y el corazón eran sin duda la mejor sorpresa que había tenido en mucho tiempo, pero mi timidez me cerraba nuevamente al mundo exterior. Los días posteriores, rondaba en mi cabeza la idea del cumpleaños. ¡Un regalo! pensé. Y en la playa recogí arena, conchas, varios palitos y unas piedras que me gustaron mucho por la forma que había dejado en ellas la erosión del mar, en casa cogí un folio y plasmé en él: “La noche derrama lentamente, mis desvelos; los que tus tardes recomponen.” (Para Aileen, por tu amistad.) Doblé el papel tanto como pude hasta que se convirtió en una miniatura y lo introduje escondido, junto con lo hallado en la playa, en un hermoso tarro de cristal. Mi intención, evidentemente, no era otra que reclamara la casualidad o a la suerte que en un futuro ella lo leyera; ¿Quién iba a pensar que la arena de aquel tarro de cristal iba a esconder parte de mis sentimientos hacia ella? Tras mucho cavilar, envié un mensaje a su móvil confirmándole mi asistencia e inmediatamente llamó transmitiéndome su alegría y así indicar hora y lugar del encuentro. Creo recordar que los días de espera del famoso cumpleaños se me hicieron eternos. Volvía, como cada día del trabajo a casa, observaba el tarro de cristal y cada día le hacía algo nuevo; un día cambié la forma en la que estaban colocados los palos, otro saqué la miniatura de papel y releí por enésima vez lo escrito, entonces pensé que visto lo cursi que estaba llegando a ser, igual me estaba enamorando, pero no podía ser, además estaba convencido de que a Aileen le gustaban los tipos duros, musculosos, esos que saben tomar decisiones, que ponen los puntos sobre las íes y que siempre deben decir la última palabra, los que como su gigante rubio ganan todos los pulsos, un tipo duro vamos, todo lo contrario a mí. Solo onanismo puro, me repetía una y otra vez; solo onanismo...
  • 4. 4 Llegó el día. Me vestí más o menos decente para la ocasión, a pesar de que era verano, tenía algo en casa que no fueran típicas camisetas de tirantes y pantalones cortos de playa. Encontrar el chaletazo de Máire no me resultó difícil. Era la una del mediodía, la puntualidad es una de mis mejores virtudes. Un cariñoso abrazo de Máire y de Sean, su pareja, fue mi primer recibimiento invitándome a pasar fueron uno por uno presentándome a todos los allí presentes. En el jardín había una larga mesa preparada para dar de comer a una treintena de personas. Estofado irlandés, pan de patata, Baked Ham… todo me lo explicó Tomy el cocinero, una persona encantadora que acababa de conocer, su castellano no era muy bueno, mi irlandés terriblemente nulo pero entre risas nos entendíamos muy bien. Dejé el regalo sobre una mesa y me serví un vaso de cerveza de uno de los dos grifos que Sean había ubicado en el jardín para la ocasión, de lejos pude ver a Aileen y Erick que acababan de llegar; ella estaba preciosa como siempre, su sonrisa delataba lo feliz que se sentía, en cambio su gigante rubio mostraba mirada arrogante, sacando labios, pecho y músculos, creyéndose el centro de atención. El gigante, en su saludo, me dio una sacudida de esas que dejan claro que quien manda son sus músculos, con Aileen nos abrazamos largo y tendido, ella es la ternura en persona, ambos nos caemos muy bien. Nos dispusimos todos a comer, el gigante se había rodeado de la cuadrilla de hormonados que le siguen el rollo de tipo duro y allí entre platos y cervezas no paraban de echar pulsos mientras nos miraban a los demás comer y charlar. Fue divertido, sin duda alguna. A última hora de la tarde, todos charlábamos entre cafés y trozos de un enorme pastel preparado para la ocasión y en el que, los labios de Aileen, apagaron minutos antes treinta y dos velas. Conversando con ella, me pidió que la acompañara a la cocina, allí volvió a darme un abrazo agradeciéndome el regalo del tarro de cristal. La noté rara, nos miramos a los ojos y su barbilla empezó a temblar a la vez que sus labios se volvían hacia abajo, sus ojitos de caramelo desbordaron un océano de lágrimas: -“¿Qué te pasa Aileen? -“No es nada, tenía ganas de llorar y quería hacerlo contigo.”- -“Bueno, si lo haces así que sea porque estás feliz, hoy es TU día y que no me entere yo que nadie te lo estropea.”- Le contesté con una sonrisa. Cambió su rostro y con un pañuelo limpió sus lágrimas. Pero la seguí notando rara. Como si tuviera algo que decir y no supiera cómo empezar hacerlo. -“En una hora tengo que ir para abrir el Pub, hoy no tengo ni la menor gana de hacerlo, pero el trabajo es el trabajo.”- -“Bueno, cuando te vayas yo también lo haré y si quieres me quedo un rato contigo para hacerte compañía, total no tengo nada que hacer, mañana es domingo.”- Ella, nuevamente, me devolvió otra sonrisa y fue entonces en ese momento que escuchamos gritos y ruidos en el jardín. Ambos nos miramos extrañados, salimos fuera y vimos a Erick y sus amigos forcejeando con Liam. Increpé a éstos por la actitud que estaban tomando en el cumpleaños de Aileen y delante de unos niños que cansados de la piscina, habían hecho en una de las mesas su rincón de juego. Vi a Liam caer al suelo, le gritaban y golpeaban con patadas, jamás había visto nada parecido. Con la intención de sacarlo de allí, me hice paso entre quienes trataban de separarlos, pero estando a su lado noté un tremendo zumbido en mi oreja, alguien me había golpeado y caí al suelo, consciente hasta que un segundo golpe debió dejarme K.O. Cuando abrí los ojos, estaba tumbado en el sofá, vi a Liam de pié frente a mí, yo estaba aturdido, en brazos de Aileen, la miré y deseé que me hubieran sacudido mucho antes para estar así entre sus manos, desconocía la envergadura que había podido adoptar lo que había sucedido allí, pero ruinmente sentía indiferencia sí, en ese momento sí. Liam, católico republicano, al igual que otros muchos comensales que allí habían sido invitados no comulgaba con las ideas de Erick y sus amigos, todos ellos unionistas protestantes. Aileen en la cocina trató de decirme que temía que debido al ebrio estado en el que se encontraba Erick, sucediera lo que había pasado. Con Sean y Máire, tras el bochornoso altercado, nos quedamos solo cinco personas en su casa; ellos dos, Aileen, Liam y yo. Dado el estado en el que se encontraba el brazo de Liam, decidimos llevarlo a un hospital, esa noche el Pub se iba a quedar cerrado, pues Aileen y yo fuimos quienes hicimos de ambulancia en mi coche hasta un
  • 5. 5 hospital de Torrevieja. Yo tenía un golpe en la oreja y en la parte trasera de la cabeza, pero Liam se llevaba la palma, tenía un brazo fracturado y el labio partido. Aileen salió fuera del hospital para telefonear en vano a Erick, al que a partir de ese día apodé como “el quebrantahuesos”. Aquella noche, Aileen y yo fuimos solos a pasear por la playa, a lo mejor ambos sabíamos a lo que íbamos; allí se enlazaron nuestras lenguas por primera vez, como dos posesos ante un cielo completamente estrellado y sin importarnos “el quebrantahuesos”, al amanecer fuimos hasta mi casa para allí seguir con nuestro juego secreto y ver, tras sus montañas, sus ojitos de caramelo que entre sus gemidos veía volverse blancos de nieve. Durante meses nos estuvimos viendo casi todos los días. Mientras Erick “el quebrantahuesos” ejercitaba músculos en el gimnasio ajeno a nuestro juego, Aileen y yo ejercitábamos nuestras feromonas del amor. Aprovechando cada minuto de intimidad; nuestro cariño crecía cada día entre abrazos, flujos, besos y caricias. Aileen y yo hablábamos mucho, a veces ironizábamos soñando en atracar bancos y huir como Bonnie and Clyde, siempre hablábamos de ello después de follar, o mientras íbamos a picotear algo a la cocina para reponer fuerzas y seguir en la cama hablando de la vida, de la muerte, de las radiografías internas que nuestros corazones se iban haciendo mutuamente, pero sobre todo hablábamos de atracar bancos y ser forajidos. Los meses pasaron conforme nuestro oculto juego crecía y mi vida comenzaba a coger sentido, sus besos me hechizaron, su sonrisa me cautivó y la sencillez de su dulzura interior; me enamoró. Pasaron los meses y Aileen abandonó a Erick, marchándose ella a vivir temporalmente a casa de Sean y Máire. La vulgaridad de Erick jamás se exceptuó; empezó a hacerle imposible la vida a Aileen y ésta decidió que su día había llegado; la hora de volver y dejarse mecer por los vientos irlandeses entre praderas y los acantilados de Moher. Paseamos por las calles sin importarnos ir de la mano, paseamos por una playa vacía en la que los primeros coletazos del otoño ofrecían un paisaje intacto, más tranquilo que meses atrás. -“Te esperaré.”- Dijo ella sonriendo. Nos abrazamos antes de que partiera por el largo pasillo del aeropuerto que la condujo hasta la puerta de embarque. Sentí melancolía por su partida pero por otro lado me sentí dichoso con lo que estaba viviendo. Aileen me ofrecía la posibilidad de viajar hasta Irlanda con ella. Nos reuniríamos allí en cuanto yo cortara mis compromisos laborales. Dicen que el tiempo nos pone a cada cual en su sitio. Quizá el de ella esté allí y el mío en todas partes o en ninguna, la vida me había hecho un guiño. Durante el cálido invierno mediterráneo, Aileen y yo nos escribíamos cartas, nos telefoneábamos continuamente, ella alquiló una preciosa casita de color rojo en Dúlainn, un pueblo costero en el suroeste irlandés, cerca de los acantilados. Ese sería nuestro futuro punto de encuentro y por ese motivo ambos estábamos muy ilusionados. Las semanas pasaban y yo cada día ahorraba más, gastando menos; comprar un billete hasta Irlanda era mi principal cometido. Mi humor estaba por las nubes y Aileen lo notaba cuando hablábamos, ella se sentía muy feliz y continuamente me hablaba con ilusión de todos y cada uno de los planes que tenía reservados para cuando yo estuviera allí. Yo deseaba que lo nuestro fuera siempre una amistad. La llamada de Máire en mi móvil me pilló por sorpresa, ella siempre supo lo mío con Aileen pero desde aquel cumpleaños no había vuelto a verla. Dijo tener algo para mí y quedamos en la cafetería de un centro comercial. Volví a sentir la misma dulzura que cuando me recibió en su casa el día del cumpleaños; con un abrazo me lo dijo todo. Un regalo de Aileen en forma de sobre rudimentario y en su interior un billete de avión y unas letras; “Ponle tú la fecha que quieras. (Firmado; Bonnie, tu guía turística)” Conmovido por el detalle, observé reír a Máire que gesticulaba con los brazos simulando ser un avión.
  • 6. 6 Cuando volví a casa me invadía la felicidad. Telefoneé a Aileen, pero no atendió la llamada. Los días posteriores traté inútilmente de localizarla; su móvil se encontraba apagado o fuera de cobertura, pensé que seguramente habría perdido el móvil, pero tampoco recibí ningún correo mail, ni carta, ni postal. No entendía nada hasta que tras un sin saber de ella, Máire, esta vez sin abrazo me lo dijo todo. Escuché una ola salir de su garganta y me ahogó, sus ojos suspensos manaban mares, yo trataba de recomponer sus palabras; Aileen había caído por uno de los acantilados, todo apuntaba a un accidente o un suicidio. La policía barajaba esas dos hipótesis. Se paró el tiempo en mi corazón, no podía ser, no me lo creía y a día de hoy sigo sin creerlo. Destrozado quedé perdido y sintiéndome morir quise reunirme con ella a toda costa, supliqué a la muerte que viniera a por mí. Los años posteriores me pasaron doble factura, envejecí rápido esperando que la muerte me brindara la posibilidad de reunirme con Aileen, de volver a abrazarnos, reír y decirnos todas las cosas que se quedaron en las piedras y baches del camino. Ocho meses más tarde, recibí un paquete, se trataba del regalo que le hice a Aileen, el tarro de cristal con todo lo que metí en él. Máire era la remitente, pensó que me gustaría tenerlo y me lo envió desde Irlanda, ella había vuelto a su país. La memoria me abrió puertas y volví a revivir lo que el tiempo había dejado estancado con posos en un corazón sombrío. Recordé la arena, los palitos, las piedras desgastadas por la erosión del mar, la ilusión con la que le escribí las letras, entonces sentí la curiosidad de si las habría llegado a leer alguna vez. Moví el bote de cristal para ver si veía el papel doblado pero estaba tan lleno que apenas movía la arena. Abriendo el tarro de cristal sentí a Aileen, la respiré. Sentado en la silla vacié el tarro sobre la mesa, fijé mi vista en un papel doblado, mis lágrimas invadidas por los recuerdos y la melancolía, caían sobre la arena esparcida en la mesa. No era mi papel, éste lo había escrito ella: “Señor Clyde Chestnut Barrow, fue usted poco confiado si creía que una ladrona de bancos como yo no iba a ver su nota. Pero le devuelvo la revancha y ésta vez seré yo, Bonnie Elizabeth Parker quien esconda un as bajo la manga. Además ya tengo las cervezas en el frigorífico para cuando vengas…” Los acantilados de Moher, Aileen, su barrio; Gaeltacht. La ilusión con la que nos esperábamos sintiendo el sonido brotar desde su boca; “te esperaré”, las despedidas y los abrazos, las esperas y los nervios, su sonrisa, sus ojitos de caramelo. Todo se esfumó quedándose para siempre. Descansa Aileen, en tu tierra. Donde sus vientos te mecen, te llevan y te traen de las praderas a las rocas, de la brisa atlántica hasta las calles de Gaeltacht. Tiocfaidh ar la, nuestro día llegará. Que la tierra te sea leve, cuando mis insomnios apaguen la maldita luz que me seduce, me reuniré contigo. Nota del autor: El caso de Aileen fue archivado hasta que diferentes contradicciones en las declaraciones de Erick “el quebrantahuesos” y la declaración de un vecino, dejaron visible que él, tras tenerla dos días secuestrada en su propia casa, había puesto fin a su vida arrojándola por uno de los precipicios.