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Selección de poemas representativos de Las Flores del Mal

A continuación, algunos poemas representativos de Baudelaire, ordenados de la
siguiente manera:

   •   Tras la dedicatoria del libro, el primer poema, el titulado Al lector, que sirve de
       prefacio y que nos orienta sobre el libro.

   •   Doce poemas del apartado SPLEEN ET IDÉAL (de entre los cuales puede salir
       el propuesto para el comentario de las PAU)

   •   Otros poemas representativos de esa sección y de otras del conjunto del libro.



                            LAS FLORES DEL MAL.
          Al POETA IMPECABLE, al perfecto mago de las letras francesas,
                        a mi muy querido y muy venerado
                MAESTRO Y AMIGO THÉOPHILE GAUTIER,
                con los sentimientos de la más profunda humildad,
                      le dedico estas Flores enfermizas. C.B.




                                      AL LECTOR

El pecado, el error, la idiotez, la avaricia,
nuestro espíritu ocupan y el cuerpo nos desgastan,
y a los remordimientos amables engordamos
igual que a los parásitos los pordioseros nutren.

Nuestro pecar es terco, la contrición cobarde;
cómodamente hacemos pagar la confesión,
y volvemos alegres al camino enfangado
pensando que un vil llanto lave todas las faltas.

En la almohada del mal es Satán Trismegisto
quien largamente mece nuestro hechizado espíritu,
y el preciado metal de nuestra voluntad
este sabio alquimista por completo evapora.

¡El Diablo los hilos que nos mueven sujeta!
Encontramos encantos en cosas repugnantes;
hacia el infierno damos un paso cada día,
sin horror, a través de tinieblas que hieden.

Igual que un libertino pobre que besa y come
el pecho torturado de una antigua ramera,
robamos al pasar un placer clandestino
que exprimimos con fuerza cual a vieja naranja.

Preso y hormigueante, como un millón de helmintos,
un pueblo de Demonios nos bulle en el cerebro,
y cuando respiramos, la Muerte a los pulmones
baja, río invisible, con apagadas quejas.

Si el estupro, el puñal, el veneno, el incendio,
no bordaron aún con sus gratos dibujos
el banal cañamazo de nuestra suerte mísera,
es que nuestra alma, ¡ay!, no es lo bastante osada.

Pero entre los chacales, las panteras, los linces,
los simios, las serpientes, los buitres y escorpiones,
los monstruos aulladores, gritadores, rampantes,
en el infame zoo de nuestras corrupciones,

¡hay uno más malvado, más inmundo, más feo!,
Aunque no gesticule ni lance grandes gritos,
gustosamente haría de la tierra un desecho
y dentro de un bostezo al mundo engulliría;

¡Es el Hastío! El ojo lleno de involuntario
llanto, sueña cadalsos, mientras fuma su pipa.
Lector, tú ya conoces a ese monstruo exquisito,
¡Mi semejante, hipócrita lector, hermano mío!.



                                  SPLEEN ET IDÉAL

II. EL ALBATROS
Por distraerse, a veces, suelen los marineros
Dar caza a los albatros, grandes aves del mar,
Que siguen, indolentes compañeros de viaje,
Al navío surcando los amargos abismos.

Apenas los arrojan sobre las tablas húmedas,
Estos reyes celestes, torpes y avergonzados,
Dejan penosamente arrastrando las alas,
Sus grandes alas blancas semejantes a remos.

Este alado viajero, ¡qué inútil y qué débil!
Él, otrora tan bello, ¡qué feo y qué grotesco!
¡Éste quema su pico, sádico, con la pipa,
Aquél, mima cojeando al planeador inválido!

El Poeta es igual a este señor del nublo,
Que habita la tormenta y ríe del ballestero.
Exiliado en la tierra, sufriendo el griterío,
Sus alas de gigante le impiden caminar.

IV. CORRESPONDENCIAS
La Creación es un templo de pilares vivientes
que a veces salir deja sus palabras confusas;
el hombre la atraviesa entre bosques de símbolos
que le contemplas con miradas familiares.

Como los largos ecos de lejos se mezclan
en una tenebrosa y profunda unidad,
vasta como la luz, como la noche vasta,
se responden sonidos, colores y perfumes.

Hay perfumes tan frescos como carnes de niños,
dulces tal los oboes, verdes tal las praderas
- y hay otros corrompidos, ricos y triunfantes,

que tienen la expansión de las cosas infinitas
como el almizcle, el ámbar, el benjuí y el incienso,
que cantan los transportes de sentidos y espíritu.
(En algunas traducciones en vez del término Creación se utiliza Nauraleza.)



X. EL ENEMIGO

Mi juventud tan sólo fue una negra tormenta,
cruzada acá y allá por soles luminosos;
tan estrago en mí han hecho los rayos y la lluvia,
que en mi jardín ya quedan muy pocos frutos rojos..

Y heme que ya el otoño toqué de las ideas,
y es menester usar la pala y los rastrillos
para igualar de nuevo las tierras inundadas,
donde el agua ha cavado grandes hoyos cual tumbas.

 ¿Encontrarán las nuevas flores con las que sueño
En este suelo igual que una playa empapado
el alimento místico que ha de darles vigor?

- ¡Oh dolor!, ¡ Oh dolor! ¡Come el tiempo a la vida,
y el oscuro Enemigo que el corazón nos roe
se fortifica y crece robándonos la sangre!

XVIII . EL IDEAL

No serán jamás esas beldades de viñetas,
Productos averiados, nacidos de un siglo bribón,
Esos pies con borceguíes, esos dedos con castañuelas,
Los que logren satisfacer un corazón como el mío.
Le dejo a Gavarni, poeta de clorosis,
Su tropel gorjeante de beldades de hospital,
Porque no puedo hallar entre esas pálidas rosas
Una flor que se parezca a mi rojo ideal.

Lo que necesita este corazón profundo como un abismo,
Eres tú, Lady Macbeth, alma poderosa en el crimen,
Sueño de Esquilo abierto al clima de los austros;

¡Oh bien tú, Noche inmensa, hija de Miguel Ángel,
Que tuerces plácidamente en una pose extraña
Tus gracias concebidas para bocas de Titanes!

XXI. HIMNO A LA BELLEZA

¿Vienes del cielo profundo o surges del abismo,
Oh, Belleza? Tu mirada infernal y divina,
Vuelca confusamente el beneficio y el crimen,
Y se puede, por eso, compararte con el vino.

Tú contienes en tu mirada el ocaso y la aurora;
Tú esparces perfumes como una tarde tempestuosa;
Tus besos son un filtro y tu boca un ánfora
Que tornan al héroe flojo y al niño valiente.

¿Surges tú del abismo negro o desciendes de los astros?
El Destino encantado sigue tus faldas como un perro;
Tú siembras al azar la alegría y los desastres,
Y gobiernas todo y no respondes de nada.

Tú marchas sobre muertos, Belleza, de los que te burlas;
De tus joyas el Horror no es lo menos encantador,
Y la Muerte, entre tus más caros dijes,
Sobre tu vientre orgulloso danza amorosamente.

La cegada polilla vuela hacia ti, candela,
Crepita, arde y dice: ¡Bendigamos esta antorcha!
El enamorado, jadeante, inclinado sobre su bella
Tiene el aspecto de un moribundo acariciando su tumba.

Que procedas del cielo o del infierno, ¿qué importa?,
¡Oh, Belleza! ¡monstruo enorme, horroroso, ingenuo!
Si tu mirada, tu sonrisa, tu pie me abren la puerta
De un infinito que amo y jamás he conocido

De Satán o de Dios ¿qué importa? Ángel o Sirena,
¿Qué importa si, tornas —hada con ojos de terciopelo,
Ritmo, perfume, fulgor ¡oh, mi única reina!—
El universo menos horrible y los instantes menos pesados?
XXII. PERFUME EXÓTICO
Cuando, los dos ojos cerrados, en una cálida tarde otoñal,
Yo aspiro el aroma de tu seno ardiente,
Veo deslizarse riberas dichosas
Que deslumbran los rayos de un sol monótono;

Una isla perezosa en que la naturaleza da
Árboles singulares y frutos sabrosos;
Hombres cuyo cuerpo es delgado y vigoroso
Y mujeres cuya mirada por su franqueza sorprende.

Guiado por tu perfume hacia deleitosos climas,
Yo diviso un puerto lleno de velas y mástiles
Todavía fatigados por la onda marina,

Mientras el perfume de los verdes tamarindos,
Que circula en el aire y satura mi olfato,
Se mezcla en mi alma con el canto de los marineros.

XXIX. UNA CARROÑA
Recuerda lo que vimos, alma mía,
esa mañana de verano tan dulce:
a la vuelta de un sendero una carroña infame
en un lecho sembrado de guijarros,

con las piernas al aire, como una mujer lúbrica,
ardiente y sudando los venenos
abría de un modo negligente y cínico
su vientre lleno de exhalaciones.

El sol brillaba sobre esta podredumbre,
como para cocerla en su punto,
y devolver ciento por uno a la gran Naturaleza
todo lo que en su momento había unido;

y el cielo miraba el espléndido esqueleto
como flor que se abre.
Tan fuerte era el hedor que tú, en la hierba
creíste desmayarte.

Zumbaban las moscas sobre este vientre pútrido
del cual salían negros batallones
de larvas que manaban como un líquido espeso
por aquellos vivientes andrajos.

Todo aquello descendía y subía como una ola,
o se lanzaba chispeante
se hubiera dicho que el cuerpo, hinchado por un aliento vago,
vivía y se multiplicaba.
Y este mundo producía una música extraña
como el agua que corre y el viento
o el grano que un ahechador con movimiento rítmico
agita y voltea con su criba.

Las formas se borraban y no eran más que un sueño,
un esbozo tardo en aparecer
en la tela olvidada, y que el artista acaba
sólo de memoria.

Detrás de las rocas una perra inquieta
nos miraba con ojos enfadados,
espiando el momento de recuperar en el esqueleto
el trozo que había soltado.

Y, sin embargo, tú serás igual que esta basura,
que esta horrible infección,
¡estrella de mis ojos, sol de mi naturaleza,
tú, mi ángel y mi pasión!

¡Sí! tal tú serás, oh reina de las gracias,
después de los últimos sacramentos,
cuando vayas, bajo la hierba y las fértiles florescencias,
a enmohecer entre las osamentas.

Entonces, oh belleza mía, di a los gusanos
que te comerán a besos,
¡que he guardado la forma y la esencia divina
De mis amores descompuestos!

XXXI. EL VAMPIRO
Tú que, como una cuchillada;
entraste en mi dolorido corazón.
Tú que, como un repugnante tropel
de demonios, viniste loca y adornada,

para hacer de mi espíritu humillado
tu lecho y tu dominio.
¡Infame!, a quien estoy ligado
como el forzado a su cadena,

como al juego el jugador empedernido,
como el borracho a la botella,
como a la carroña los gusanos.
-¡Maldita, maldita seas tú!

Supliqué a la rápida espada
que conquistara mi libertad
y supliqué al pérfido veneno
que sacudiera mi ruindad.

¡Ay! el veneno y la espada.
me desdeñaron diciéndome:.
-No eres digno de que se te libere
de tu esclavitud maldita.

-¡Imbécil! -Si de su dominio
te libraron nuestros esfuerzos,
tus besos resucitarían
el cadáver de tu vampiro.

XXXIV. EL GATO
Ven, bello gato, a mi amoroso pecho;
Retén las uñas de tu pata,
Y deja que me hunda en tus ojos hermosos
Mezcla de ágata y metal.

Mientras mis dedos peinan suavemente
Tu cabeza y tu lomo elástico,
Mientras mi mano de placer se embriaga
Al palpar tu cuerpo eléctrico,

A mi señora creo ver. Su mirada
Como la tuya, amable bestia,
Profunda y fría, hiere cual dardo,

Y, de los pies a la cabeza,
Un sutil aire, un peligroso aroma,
Bogan en torno a su tostado cuerpo.


XLIX. EL VENENO

Revestir sabe el vino los más sórdidos antros
de un milagroso lujo,
y hace surgir más de un pórtico fabuloso
entre el oro de su rojo vapor,
como el sol que se pone en un cielo nublado.

Agranda el opio aquello que no tolera límites,
lo ilimitado alarga,
el tiempo profundiza, los deleites ahonda,
y de placer triste y oscuro,
anega y colma al alma rebasada.

Mas todo eso no vale el veneno que fluye
de tus ojos, de tus verdes ojos,
lagos donde mi alma tiembla y se ve invertida…
Llegan mis sueños en tropel,
para abrevar en esos dos abismos amargos.

Mas todo esto no vale el prodigio terrible
de tu mordiente saliva,
que sume en el olvido a mi alma impenitente
y, el vértigo arrastrando,
la trae desfallecida a orillas de la muerte.

LXXV. SPLEEN
Pluvioso, irritado contra la ciudad entera,
De su urna, en grandes oleadas vierte un frío tenebroso
Sobre los pálidos habitantes del vecino cementerio
Y la mortandad sobre los arrabales brumosos.

Mi gato sobre el ladrillo buscando una litera
Agita sin reposo su cuerpo flaco y sarnoso;
El alma de un viejo poeta vaga en la gotera
Con la triste voz de un fantasma friolento.

El bordón se lamenta, y el leño ahumado
Acompaña en falsete al péndulo acatarrado,
Mientras que en un mazo de naipes lleno de sucios olores,

Herencia fatal de una vieja hidrópica,
El hermoso valet de coeur y la dama de pique
Charlan siniestramente de sus amores difuntos.

LXXVII . SPLEEN
Yo soy como ese rey de aquel país lluvioso,
rico, pero impotente, joven, aunque achacoso,
que, despreciando halagos de sus cien concejales,
con sus perros se aburre y demás animales.
Nada puede alegrarle, ni cazar, ni su halcón,
ni su pueblo muriéndose enfrente del balcón.
La grotesca balada del bufón favorito
no distrae la frente de este enfermo maldito;
en cripta se convierte su lecho blasonado,
y las damas, que a cada príncipe hallan de agrado,
no saben ya encontrar qué vestido indiscreto
logrará una sonrisa del joven esqueleto.
el sabio que le acuña el oro no ha podido
extirpar de su ser el humor corrompido,
y en los baños de sangre que hacían los Romanos,
que a menudo recuerdan los viejos soberanos,
reavivar tal cadáver él tampoco ha sabido
pues tiene en vez de sangre verde agua del Olvido.
OTROS POEMAS

XCVI. EL JUEGO (de Cuadros parisinos)

En sillones ajados de viejas cortesanas,
cejas pintadas, pálidas, fatal su ojo mimoso,
con melindres, y haciendo de sus finas orejas
caer un tintineo de piedra y de metal;

rostros sin labio en torno de los verdes manteles,
descoloridos labios, desdentadas quijadas,
y dedos que una fiebre infernal convulsiona,
hurgándose en el seno o el bolsillo vacío;

bajo los sucios techos una fila de arañas
pálidas, y de enormes quinqués dando sus luces
sobre las frentes fúnebres de poetas ilustres
que a derrochar vinieron sus sangrantes sudores;

he aquí el negro retablo que en un sueño nocturno
desenvolverse vio mi ojo clarividente.
Yo mismo, en un rincón del anto taciturno,
me contemplé, acodado, frio, mudo, envidiando,

envidiando de aquellos la pasión obsesiva,
la fúnebre alegría de aquellas viejas putas,
¡y, alegremente, todos traficando en mi cara,
ésta con su belleza, y aquel con su honor viejo!

Y mi alma se asustó de que envidiase a tantos
pobres hombres corriendo con fervor al abismo.
Y que, hartos de su sangre, preferían en suma
el dolor a la muerte, y el infierno a la nada.


XCIII. A UNA TRANSEÚNTE (de Cuadros parisinos)

La calle atronadora aullaba en torno mío.
Alta, esbelta, enlutada, con un dolor de reina
Una dama pasó, que con gesto fastuoso
Recogía, oscilantes, las vueltas de sus velos,

Agilísima y noble, con dos piernas marmóreas.
De súbito bebí, con crispación de loco.
Y en su mirada lívida, centro de mil tomados,
El placer que aniquila, la miel paralizante.

Un relámpago. Noche. Fugitiva belleza
Cuya mirada me hizo, de un golpe, renacer.
¿Salvo en la eternidad, no he de verte jamás?
¡En todo caso lejos, ya tarde, tal vez nunca!
Que no sé a dónde huiste, ni sospechas mi ruta,
¡Tú a quien hubiese amado. Oh tú, que lo supiste!

CIX LA DESTRUCCIÓN (de LAS FLORES DEL MAL)
A mi lado el Demonio sin cesar se revuelve;
nada a mi alrededor como un aire impalpable;
yo lo trago y lo siento quemando mis pulmones
y de un deseo eterno y culpable llenarlos.

Toma a veces, pues sabe cuánto me gusta el Arte,
la forma de la más seductora mujer,
y, bajo el engañoso pretexto de la murria,
acostumbra mis labios a sus filtros infames.

Así me lleva, lejos de la vista de Dios,
jadeante y trizado de fatigas, en medio
de llanuras del Hastío*, profundas y desiertas,

y en mis pupilas llenas de confusión arroja
mancillados vestidos, heridas palpitantes,
y de la Destrucción el sangrante boato.



XVIII. LA BELLEZA (de LAS FLORES DEL MAL)
Bella soy, ¡oh mortales!, como una pétrea flor,
y mi seno que a todos por turno ha torturado,
fue hecho para inspirar al poeta un amor
tal como mi materia, inmortal y callado.

Tengo un trono en lo azul, esfinge incomprendida;
mi blancor es de cisne, mi corazón es frío;
desdeño el movimiento que altera mi medida,
y como nuca lloro, tampoco nunca río.

El poeta a quien deslumbra mi impasible actitud,
semejante a la de los grandes monumentos,
se aplicará al estudio con austera virtud;

pues para fascinar a mis amantes sedientos,
puros espejos tengo que hacen las cosas bellas:
mis grandes ojos y mis grandes estrellas.
LAMENTACIONES DE UN ÍCARO (V. Apéndice y poemas varios)
Los que buscan a las rameras
son felices después de saciados;
yo ahora tengo los brazos quebrados
por haber abrazado quimeras.

Astros de luz inigualada
que brillan al fondo del cielo,
un recuerdo de sol y de anhelo
encienden aún en mi mirada.

En vano me esforcé en hallar
el medio y fin de toda cosa.
¿Qué ojo de fuego el ala hermosa
del poeta hace ahora plegar?

Y abrasado en amor a lo puro
y lo bello, no tendré el honor
de legar mi nombre al horror
de mi tumba, ¡oh refugio seguro!

I EPÍGRAFE PARA UN LIBRO CONDENADO (de Nuevas Flores del Mal)




“Lector apacible y bucólico, sobrio e inocente hombre de bien, arroja este libro
saturniano, orgiástico y melancólico.

Si no has estudiado tu retórica con Satán, el astuto decano, ¡arrójalo! No
comprenderás nada de él, o me creerás histérico.

Pero si, sin dejarte hechizar, tu pupila sabe sumergirse en los abismos, léeme, para
aprender a amarme; alma curiosa que sufres y andas en busca de tu paraíso
¡compadéceme! Si no, ¡yo te maldigo!”
Poemas representativos de Las Flores del Mal de Baudelaire

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Poemas representativos de Las Flores del Mal de Baudelaire

  • 1. Selección de poemas representativos de Las Flores del Mal A continuación, algunos poemas representativos de Baudelaire, ordenados de la siguiente manera: • Tras la dedicatoria del libro, el primer poema, el titulado Al lector, que sirve de prefacio y que nos orienta sobre el libro. • Doce poemas del apartado SPLEEN ET IDÉAL (de entre los cuales puede salir el propuesto para el comentario de las PAU) • Otros poemas representativos de esa sección y de otras del conjunto del libro. LAS FLORES DEL MAL. Al POETA IMPECABLE, al perfecto mago de las letras francesas, a mi muy querido y muy venerado MAESTRO Y AMIGO THÉOPHILE GAUTIER, con los sentimientos de la más profunda humildad, le dedico estas Flores enfermizas. C.B. AL LECTOR El pecado, el error, la idiotez, la avaricia, nuestro espíritu ocupan y el cuerpo nos desgastan, y a los remordimientos amables engordamos igual que a los parásitos los pordioseros nutren. Nuestro pecar es terco, la contrición cobarde; cómodamente hacemos pagar la confesión, y volvemos alegres al camino enfangado pensando que un vil llanto lave todas las faltas. En la almohada del mal es Satán Trismegisto quien largamente mece nuestro hechizado espíritu, y el preciado metal de nuestra voluntad este sabio alquimista por completo evapora. ¡El Diablo los hilos que nos mueven sujeta! Encontramos encantos en cosas repugnantes; hacia el infierno damos un paso cada día, sin horror, a través de tinieblas que hieden. Igual que un libertino pobre que besa y come el pecho torturado de una antigua ramera, robamos al pasar un placer clandestino
  • 2. que exprimimos con fuerza cual a vieja naranja. Preso y hormigueante, como un millón de helmintos, un pueblo de Demonios nos bulle en el cerebro, y cuando respiramos, la Muerte a los pulmones baja, río invisible, con apagadas quejas. Si el estupro, el puñal, el veneno, el incendio, no bordaron aún con sus gratos dibujos el banal cañamazo de nuestra suerte mísera, es que nuestra alma, ¡ay!, no es lo bastante osada. Pero entre los chacales, las panteras, los linces, los simios, las serpientes, los buitres y escorpiones, los monstruos aulladores, gritadores, rampantes, en el infame zoo de nuestras corrupciones, ¡hay uno más malvado, más inmundo, más feo!, Aunque no gesticule ni lance grandes gritos, gustosamente haría de la tierra un desecho y dentro de un bostezo al mundo engulliría; ¡Es el Hastío! El ojo lleno de involuntario llanto, sueña cadalsos, mientras fuma su pipa. Lector, tú ya conoces a ese monstruo exquisito, ¡Mi semejante, hipócrita lector, hermano mío!. SPLEEN ET IDÉAL II. EL ALBATROS Por distraerse, a veces, suelen los marineros Dar caza a los albatros, grandes aves del mar, Que siguen, indolentes compañeros de viaje, Al navío surcando los amargos abismos. Apenas los arrojan sobre las tablas húmedas, Estos reyes celestes, torpes y avergonzados, Dejan penosamente arrastrando las alas, Sus grandes alas blancas semejantes a remos. Este alado viajero, ¡qué inútil y qué débil! Él, otrora tan bello, ¡qué feo y qué grotesco! ¡Éste quema su pico, sádico, con la pipa, Aquél, mima cojeando al planeador inválido! El Poeta es igual a este señor del nublo, Que habita la tormenta y ríe del ballestero.
  • 3. Exiliado en la tierra, sufriendo el griterío, Sus alas de gigante le impiden caminar. IV. CORRESPONDENCIAS La Creación es un templo de pilares vivientes que a veces salir deja sus palabras confusas; el hombre la atraviesa entre bosques de símbolos que le contemplas con miradas familiares. Como los largos ecos de lejos se mezclan en una tenebrosa y profunda unidad, vasta como la luz, como la noche vasta, se responden sonidos, colores y perfumes. Hay perfumes tan frescos como carnes de niños, dulces tal los oboes, verdes tal las praderas - y hay otros corrompidos, ricos y triunfantes, que tienen la expansión de las cosas infinitas como el almizcle, el ámbar, el benjuí y el incienso, que cantan los transportes de sentidos y espíritu. (En algunas traducciones en vez del término Creación se utiliza Nauraleza.) X. EL ENEMIGO Mi juventud tan sólo fue una negra tormenta, cruzada acá y allá por soles luminosos; tan estrago en mí han hecho los rayos y la lluvia, que en mi jardín ya quedan muy pocos frutos rojos.. Y heme que ya el otoño toqué de las ideas, y es menester usar la pala y los rastrillos para igualar de nuevo las tierras inundadas, donde el agua ha cavado grandes hoyos cual tumbas. ¿Encontrarán las nuevas flores con las que sueño En este suelo igual que una playa empapado el alimento místico que ha de darles vigor? - ¡Oh dolor!, ¡ Oh dolor! ¡Come el tiempo a la vida, y el oscuro Enemigo que el corazón nos roe se fortifica y crece robándonos la sangre! XVIII . EL IDEAL No serán jamás esas beldades de viñetas, Productos averiados, nacidos de un siglo bribón, Esos pies con borceguíes, esos dedos con castañuelas, Los que logren satisfacer un corazón como el mío.
  • 4. Le dejo a Gavarni, poeta de clorosis, Su tropel gorjeante de beldades de hospital, Porque no puedo hallar entre esas pálidas rosas Una flor que se parezca a mi rojo ideal. Lo que necesita este corazón profundo como un abismo, Eres tú, Lady Macbeth, alma poderosa en el crimen, Sueño de Esquilo abierto al clima de los austros; ¡Oh bien tú, Noche inmensa, hija de Miguel Ángel, Que tuerces plácidamente en una pose extraña Tus gracias concebidas para bocas de Titanes! XXI. HIMNO A LA BELLEZA ¿Vienes del cielo profundo o surges del abismo, Oh, Belleza? Tu mirada infernal y divina, Vuelca confusamente el beneficio y el crimen, Y se puede, por eso, compararte con el vino. Tú contienes en tu mirada el ocaso y la aurora; Tú esparces perfumes como una tarde tempestuosa; Tus besos son un filtro y tu boca un ánfora Que tornan al héroe flojo y al niño valiente. ¿Surges tú del abismo negro o desciendes de los astros? El Destino encantado sigue tus faldas como un perro; Tú siembras al azar la alegría y los desastres, Y gobiernas todo y no respondes de nada. Tú marchas sobre muertos, Belleza, de los que te burlas; De tus joyas el Horror no es lo menos encantador, Y la Muerte, entre tus más caros dijes, Sobre tu vientre orgulloso danza amorosamente. La cegada polilla vuela hacia ti, candela, Crepita, arde y dice: ¡Bendigamos esta antorcha! El enamorado, jadeante, inclinado sobre su bella Tiene el aspecto de un moribundo acariciando su tumba. Que procedas del cielo o del infierno, ¿qué importa?, ¡Oh, Belleza! ¡monstruo enorme, horroroso, ingenuo! Si tu mirada, tu sonrisa, tu pie me abren la puerta De un infinito que amo y jamás he conocido De Satán o de Dios ¿qué importa? Ángel o Sirena, ¿Qué importa si, tornas —hada con ojos de terciopelo, Ritmo, perfume, fulgor ¡oh, mi única reina!— El universo menos horrible y los instantes menos pesados?
  • 5. XXII. PERFUME EXÓTICO Cuando, los dos ojos cerrados, en una cálida tarde otoñal, Yo aspiro el aroma de tu seno ardiente, Veo deslizarse riberas dichosas Que deslumbran los rayos de un sol monótono; Una isla perezosa en que la naturaleza da Árboles singulares y frutos sabrosos; Hombres cuyo cuerpo es delgado y vigoroso Y mujeres cuya mirada por su franqueza sorprende. Guiado por tu perfume hacia deleitosos climas, Yo diviso un puerto lleno de velas y mástiles Todavía fatigados por la onda marina, Mientras el perfume de los verdes tamarindos, Que circula en el aire y satura mi olfato, Se mezcla en mi alma con el canto de los marineros. XXIX. UNA CARROÑA Recuerda lo que vimos, alma mía, esa mañana de verano tan dulce: a la vuelta de un sendero una carroña infame en un lecho sembrado de guijarros, con las piernas al aire, como una mujer lúbrica, ardiente y sudando los venenos abría de un modo negligente y cínico su vientre lleno de exhalaciones. El sol brillaba sobre esta podredumbre, como para cocerla en su punto, y devolver ciento por uno a la gran Naturaleza todo lo que en su momento había unido; y el cielo miraba el espléndido esqueleto como flor que se abre. Tan fuerte era el hedor que tú, en la hierba creíste desmayarte. Zumbaban las moscas sobre este vientre pútrido del cual salían negros batallones de larvas que manaban como un líquido espeso por aquellos vivientes andrajos. Todo aquello descendía y subía como una ola, o se lanzaba chispeante se hubiera dicho que el cuerpo, hinchado por un aliento vago, vivía y se multiplicaba.
  • 6. Y este mundo producía una música extraña como el agua que corre y el viento o el grano que un ahechador con movimiento rítmico agita y voltea con su criba. Las formas se borraban y no eran más que un sueño, un esbozo tardo en aparecer en la tela olvidada, y que el artista acaba sólo de memoria. Detrás de las rocas una perra inquieta nos miraba con ojos enfadados, espiando el momento de recuperar en el esqueleto el trozo que había soltado. Y, sin embargo, tú serás igual que esta basura, que esta horrible infección, ¡estrella de mis ojos, sol de mi naturaleza, tú, mi ángel y mi pasión! ¡Sí! tal tú serás, oh reina de las gracias, después de los últimos sacramentos, cuando vayas, bajo la hierba y las fértiles florescencias, a enmohecer entre las osamentas. Entonces, oh belleza mía, di a los gusanos que te comerán a besos, ¡que he guardado la forma y la esencia divina De mis amores descompuestos! XXXI. EL VAMPIRO Tú que, como una cuchillada; entraste en mi dolorido corazón. Tú que, como un repugnante tropel de demonios, viniste loca y adornada, para hacer de mi espíritu humillado tu lecho y tu dominio. ¡Infame!, a quien estoy ligado como el forzado a su cadena, como al juego el jugador empedernido, como el borracho a la botella, como a la carroña los gusanos. -¡Maldita, maldita seas tú! Supliqué a la rápida espada que conquistara mi libertad y supliqué al pérfido veneno
  • 7. que sacudiera mi ruindad. ¡Ay! el veneno y la espada. me desdeñaron diciéndome:. -No eres digno de que se te libere de tu esclavitud maldita. -¡Imbécil! -Si de su dominio te libraron nuestros esfuerzos, tus besos resucitarían el cadáver de tu vampiro. XXXIV. EL GATO Ven, bello gato, a mi amoroso pecho; Retén las uñas de tu pata, Y deja que me hunda en tus ojos hermosos Mezcla de ágata y metal. Mientras mis dedos peinan suavemente Tu cabeza y tu lomo elástico, Mientras mi mano de placer se embriaga Al palpar tu cuerpo eléctrico, A mi señora creo ver. Su mirada Como la tuya, amable bestia, Profunda y fría, hiere cual dardo, Y, de los pies a la cabeza, Un sutil aire, un peligroso aroma, Bogan en torno a su tostado cuerpo. XLIX. EL VENENO Revestir sabe el vino los más sórdidos antros de un milagroso lujo, y hace surgir más de un pórtico fabuloso entre el oro de su rojo vapor, como el sol que se pone en un cielo nublado. Agranda el opio aquello que no tolera límites, lo ilimitado alarga, el tiempo profundiza, los deleites ahonda, y de placer triste y oscuro, anega y colma al alma rebasada. Mas todo eso no vale el veneno que fluye de tus ojos, de tus verdes ojos, lagos donde mi alma tiembla y se ve invertida…
  • 8. Llegan mis sueños en tropel, para abrevar en esos dos abismos amargos. Mas todo esto no vale el prodigio terrible de tu mordiente saliva, que sume en el olvido a mi alma impenitente y, el vértigo arrastrando, la trae desfallecida a orillas de la muerte. LXXV. SPLEEN Pluvioso, irritado contra la ciudad entera, De su urna, en grandes oleadas vierte un frío tenebroso Sobre los pálidos habitantes del vecino cementerio Y la mortandad sobre los arrabales brumosos. Mi gato sobre el ladrillo buscando una litera Agita sin reposo su cuerpo flaco y sarnoso; El alma de un viejo poeta vaga en la gotera Con la triste voz de un fantasma friolento. El bordón se lamenta, y el leño ahumado Acompaña en falsete al péndulo acatarrado, Mientras que en un mazo de naipes lleno de sucios olores, Herencia fatal de una vieja hidrópica, El hermoso valet de coeur y la dama de pique Charlan siniestramente de sus amores difuntos. LXXVII . SPLEEN Yo soy como ese rey de aquel país lluvioso, rico, pero impotente, joven, aunque achacoso, que, despreciando halagos de sus cien concejales, con sus perros se aburre y demás animales. Nada puede alegrarle, ni cazar, ni su halcón, ni su pueblo muriéndose enfrente del balcón. La grotesca balada del bufón favorito no distrae la frente de este enfermo maldito; en cripta se convierte su lecho blasonado, y las damas, que a cada príncipe hallan de agrado, no saben ya encontrar qué vestido indiscreto logrará una sonrisa del joven esqueleto. el sabio que le acuña el oro no ha podido extirpar de su ser el humor corrompido, y en los baños de sangre que hacían los Romanos, que a menudo recuerdan los viejos soberanos, reavivar tal cadáver él tampoco ha sabido pues tiene en vez de sangre verde agua del Olvido.
  • 9. OTROS POEMAS XCVI. EL JUEGO (de Cuadros parisinos) En sillones ajados de viejas cortesanas, cejas pintadas, pálidas, fatal su ojo mimoso, con melindres, y haciendo de sus finas orejas caer un tintineo de piedra y de metal; rostros sin labio en torno de los verdes manteles, descoloridos labios, desdentadas quijadas, y dedos que una fiebre infernal convulsiona, hurgándose en el seno o el bolsillo vacío; bajo los sucios techos una fila de arañas pálidas, y de enormes quinqués dando sus luces sobre las frentes fúnebres de poetas ilustres que a derrochar vinieron sus sangrantes sudores; he aquí el negro retablo que en un sueño nocturno desenvolverse vio mi ojo clarividente. Yo mismo, en un rincón del anto taciturno, me contemplé, acodado, frio, mudo, envidiando, envidiando de aquellos la pasión obsesiva, la fúnebre alegría de aquellas viejas putas, ¡y, alegremente, todos traficando en mi cara, ésta con su belleza, y aquel con su honor viejo! Y mi alma se asustó de que envidiase a tantos pobres hombres corriendo con fervor al abismo. Y que, hartos de su sangre, preferían en suma el dolor a la muerte, y el infierno a la nada. XCIII. A UNA TRANSEÚNTE (de Cuadros parisinos) La calle atronadora aullaba en torno mío. Alta, esbelta, enlutada, con un dolor de reina Una dama pasó, que con gesto fastuoso Recogía, oscilantes, las vueltas de sus velos, Agilísima y noble, con dos piernas marmóreas. De súbito bebí, con crispación de loco. Y en su mirada lívida, centro de mil tomados, El placer que aniquila, la miel paralizante. Un relámpago. Noche. Fugitiva belleza Cuya mirada me hizo, de un golpe, renacer. ¿Salvo en la eternidad, no he de verte jamás?
  • 10. ¡En todo caso lejos, ya tarde, tal vez nunca! Que no sé a dónde huiste, ni sospechas mi ruta, ¡Tú a quien hubiese amado. Oh tú, que lo supiste! CIX LA DESTRUCCIÓN (de LAS FLORES DEL MAL) A mi lado el Demonio sin cesar se revuelve; nada a mi alrededor como un aire impalpable; yo lo trago y lo siento quemando mis pulmones y de un deseo eterno y culpable llenarlos. Toma a veces, pues sabe cuánto me gusta el Arte, la forma de la más seductora mujer, y, bajo el engañoso pretexto de la murria, acostumbra mis labios a sus filtros infames. Así me lleva, lejos de la vista de Dios, jadeante y trizado de fatigas, en medio de llanuras del Hastío*, profundas y desiertas, y en mis pupilas llenas de confusión arroja mancillados vestidos, heridas palpitantes, y de la Destrucción el sangrante boato. XVIII. LA BELLEZA (de LAS FLORES DEL MAL) Bella soy, ¡oh mortales!, como una pétrea flor, y mi seno que a todos por turno ha torturado, fue hecho para inspirar al poeta un amor tal como mi materia, inmortal y callado. Tengo un trono en lo azul, esfinge incomprendida; mi blancor es de cisne, mi corazón es frío; desdeño el movimiento que altera mi medida, y como nuca lloro, tampoco nunca río. El poeta a quien deslumbra mi impasible actitud, semejante a la de los grandes monumentos, se aplicará al estudio con austera virtud; pues para fascinar a mis amantes sedientos, puros espejos tengo que hacen las cosas bellas: mis grandes ojos y mis grandes estrellas.
  • 11. LAMENTACIONES DE UN ÍCARO (V. Apéndice y poemas varios) Los que buscan a las rameras son felices después de saciados; yo ahora tengo los brazos quebrados por haber abrazado quimeras. Astros de luz inigualada que brillan al fondo del cielo, un recuerdo de sol y de anhelo encienden aún en mi mirada. En vano me esforcé en hallar el medio y fin de toda cosa. ¿Qué ojo de fuego el ala hermosa del poeta hace ahora plegar? Y abrasado en amor a lo puro y lo bello, no tendré el honor de legar mi nombre al horror de mi tumba, ¡oh refugio seguro! I EPÍGRAFE PARA UN LIBRO CONDENADO (de Nuevas Flores del Mal) “Lector apacible y bucólico, sobrio e inocente hombre de bien, arroja este libro saturniano, orgiástico y melancólico. Si no has estudiado tu retórica con Satán, el astuto decano, ¡arrójalo! No comprenderás nada de él, o me creerás histérico. Pero si, sin dejarte hechizar, tu pupila sabe sumergirse en los abismos, léeme, para aprender a amarme; alma curiosa que sufres y andas en busca de tu paraíso ¡compadéceme! Si no, ¡yo te maldigo!”