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Un almuerzo infortunado Carlos Sánchez
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Un almuerzo infortunado
Por CARLOS SÁNCHEZ LOZANO
Aburridos de la vida en la selva, un día la señora Jirafa y el señor Rinoceronte decidieron
bajar a la ruidosa ciudad. Tienen una cita para almorzar. Se encuentran en un restaurante en
pleno centro.
Ya cómodamente sentados, la señora Jirafa, bien vestida y muy coqueta, le dice al señor
Rinoceronte, también muy elegante:
–Hola, mi estimado amigo. ¿Cómo está?
Y el señor Rinoceronte le responde:
–No, nada bien. Realmente nada bien. Últimamente tengo dolores de estómago.
Preocupado por la altura de la señora Jirafa le dice:
–A propósito, amiga mía, ¿no puede bajar un poco la cabeza para darle un beso en la
mejilla?
–Claro que sí. Recibir un beso suyo bien merece una tortícolis –responde ella con
gracia.
–¡Oh, no! Por favor, no me haga sentir culpable. En verdad quiero apreciar su bello
collar. ¿Quién se lo regaló?
–¿No me delatará si se lo cuento? –pregunta ella pícaramente.
–De ninguna manera. Palabra de honor.
–Hace unos días me lo hizo llegar el señor León.
–¡Ah, ese hipócrita! –comenta molesto el señor Rinoceronte.
–¿Por qué lo llama así? –dice irritada la señora Jirafa.
–No quiero pasar por chismoso... pero ayer mismo la señora Serpiente me contó que el
león le había regalado un collar similar al suyo.
–¡No puede ser! –grita ella asombrada.
–Pero no se preocupe, amiga. Yo también le he traído un pequeño obsequio.
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–¡Oh, tan detallista...! ¡Qué molestia!
–No es ninguna molestia... Pero antes, ¿qué le parece si almorzamos?
–Excelente idea –responde la señora Jirafa.
Entonces el señor Rinoceronte aplaude llamando la atención.
–¡Mozo! ¡Mozo! ¡Mozo! Cada vez está más sordo este gorila. Y vuelve y grita:
–¡Mozo!... ¡Ah, ya viene allí!
Se acerca el mozo, que es un gorila lento y medio dormido. Saluda pausadamente.
–Buenas tardes. A la orden.
–¿Cuál es el plato del día? –le pregunta imperativo el señor Rinoceronte.
–Pechugas de gallina y cejas de niño.
–¡Oh, no, por favor, no sea torpe! –lo insulta irritado el señor Rinoceronte–. No le estoy
preguntando por la comida habitual, sino por la especialidad de la casa.
–¡Ah, excúseme! –responde apenado el Gorila.
–No se preocupe. Díganos, entonces...
–Tenemos costillas asadas de quinceañera y salsa agria de oficinista.
–¡Excelente! ¡Excelente! ¿Qué le parece, señora Jirafa?
–No tengo queja, señor Rinoceronte. Comparto sus gustos.
–Tráiganos dos platos. ¡Y cuanto antes, que tenemos hambre!
–¡Sí, sí, con todo gusto! –responde cortésmente el Gorila. Y se va.
–Señora Jirafa, excúseme que le haga una pregunta directa –dice el señor Rinoceronte,
acercándose indiscretamente a su amiga–, ¿cómo me ve hoy?
–¿Quiere saberlo de verdad?
–Sí, por supuesto. No temo su opinión, antes me halaga.
–Me gusta usted mucho señor Rinoceronte –responde ella muy presumida. Y con voz
afectada prosigue:
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–Diría que su gordura, su caminar lento y su sonrisa extraña subyugarían a cualquiera
de nuestras jóvenes amistades de la selva.
–¡Oh, no me haga sonrojar! –responde apenado el señor Rinoceronte.
–Pero si no es mi intención. Es la verdad.
–¿Puede bajar la cabeza un poquito para darle un besito? –dice en voz baja él.
–¿Y usted puede correr una de sus paticas que me está pisando? –dice la señora Jirafa,
mirando su dolorido pie aplastado.
–Perdón, perdón, son los nervios. Lo que yo quiero decirle es que usted me...
–¡Ah, pero si aquí ya llega el almuerzo! –dice la señora Jirafa, interrumpiéndolo.
–¡Maldita hora de aparecerse este gorila! –dice en voz baja el señor Rinoceronte.
–¿Cómo dijo, señor Rinoceronte –pregunta extrañada la señora Jirafa.
–Nada, nada, señora Jirafa –responde él, disimulando–. Es que me estoy volviendo
poeta. Por eso ahora hablo solo.
–A propósito, señora Jirafa y señor Rinoceronte. Tenemos postre de poeta triste –dice
apareciéndose repentinamente el gorila detrás de ellos.
–¡Ay, no! A mí no me traiga nada triste. ¿No tiene jugo de alegría fresca? –pregunta la
señora Jirafa.
–Se nos acabó en este preciso momento –explica lentamente el gorila.
–Retírese que ya lo llamaremos en el momento apropiado –dice molesto el señor
Rinoceronte. Coqueto, pero ya exasperado por las interrupciones, le dice a la señora Jirafa.
–Volvamos a lo nuestro, señora Jirafa... Lo que yo quiero decirle es que...
–¡Ay, mi collar, mi collar, mi collar! ¡Me lo han robado! –grita repentinamente la
señora Jirafa. Se levanta de la mesa y corre hacia la calle, vociferando:
–¡Policía, policía! ¡Mi collar!
Se oye la sirena de un carro de la policía. Entre tanto, el señor Rinoceronte, muy
disgustado, también grita:
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–Pero, para dónde va señora Jirafa. ¿Para dónde va?
Y luego comienza a aplaudir llamando al gorila:
–¡Mozo, mozo!... Qué cosa tan aburrida es esto de ser tan lento y tan gordo. ¡Mozo, la
cuenta!
El señor Rinoceronte paga y empieza a caminar lentamente debido a su excesivo peso,
y no deja de gritar:
–¡Señora Jirafa, señora Jirafa! Lo único que yo quería decirle era que se le había caído su
collar cuando me dio el beso...