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Joaquín García Icazbalceta
Vocabulario de mexicanismos
comprobado con ejemplos y
comparado con los de otros paises hispano-americanos
Índice
Provincialismos mexicanos
A
B
C
CH
D
E
F
G
-III-
Advertencia
Al morir el autor, llevaba impreso hasta la palabra filvan, y dejó
concluida la letra G, con la que se proponía cerrar este primer tomo. En
carta -la última de su vida- a uno de sus corresponsales, decía: «El
Vocabulario avanza poco á poco; he terminado la G y allí cortaré para
formar el primer tomo y soltarlo: veremos qué suerte corre, y según sea
ella seguiré ó no este pesado trabajo».
De acuerdo con la idea de mi padre publico ahora el primer tomo, y
procuraré hacer otro tanto con el segundo, que él comenzó a preparar.
En la parte impresa por el autor, le ayudaron especialmente los señores
don José María Vigil y don Rafael Ángel de la Peña. Reciban estos
excelentes amigos las gracias: tal como se las hubiera dado mi inolvidable
padre.
Por vía de prólogo, me ha parecido oportuno reimprimir el estudio del
autor sobre provincialismos mexicanos, inserto con este título en la
página 170 del tomo tercero de las Memorias de la Academia Mexicana
Correspondiente de la Real Española.
México, 7 de mayo de 1899.
LUIS GARCÍA PIMENTEL
-[IV]- -V-
Provincialismos mexicanos
Invitada bondadosamente esta Academia por la Real Española para contribuir
al aumento y mejora de la duodécima edición del Diccionario vulgar, se le
enviaron unas mil trescientas cédulas, después de discutidas detenidamente
en nuestras juntas. Verdad es que esa labor no fue del todo fructuosa.
Buen número de cédulas no halló cabida en la nueva edición; pero basta que
más de la mitad de ellas fuera admitida, para que no pensemos haber
trabajado en vano. Aunque mezcladas, formaban en realidad dos partes
distintas: una, las adiciones y enmiendas a las palabras españolas; otra,
los provincialismos mexicanos. Ignoramos qué criterio estableció la Real
Academia para admitir o desechar las cédulas; y el simple examen del
Diccionario no puede dárnosla a conocer. En la parte primera bien podemos
quedar contentos con el número de las admisiones, puesto que nos entramos
en el terreno propio de los ilustres académicos de Madrid; y habérsenos
dado lugar en él, poco o mucho, debe ser justo motivo de congratulación
para nosotros; sea que nuestra propuesta fuera causa de la admisión, o que
simplemente coincidiéramos con el propósito que ya tenía la Academia de
admitir tales voces en su Diccionario; porque de todos modos nos es grato
recibir la aprobación de Cuerpo tan distinguido. No habérsenos abierto de
par en par las puertas, puede argüirnos de haber errado muchas veces, lo
cual no sería maravilla; pero puede también significar, en ciertos casos,
que esas voces españolas desechadas, aunque corrientes aquí y en otras
partes, no tenían aún derecho a entrar en el cuerpo de la Lengua, que debe
ser común a cuantos pueblos la hablan. Y es curioso notar, que ciertas
voces que no nos atrevimos a -VI- proponer -entre ellas onusto y
peragrar- aparecieron en la nueva edición del Diccionario. Tocante a
nuestros provincialismos, es de creerse que la Real Academia aceptó
aquellos que encontró apoyados por autores antiguos, o que le parecieron
de conocimiento más necesario, por designar objetos sin nombre propio
castellano. No podía conocer cuáles eran de uso tan general en México, que
debieran considerarse como incorporados ya definitivamente en esta rama
americana; porque nosotros -preciso es confesarlo- pocas veces cuidamos de
advertirlo, y en realidad no era fácil establecer semejante distinción.
La Academia Mexicana ha creído conveniente publicar en sus Memorias la
lista de las cédulas que fueron acogidas por la Real Academia Española.
Comienza ahora por las correspondientes a la letra A, y dará sucesivamente
las demás, suprimiendo las definiciones propuestas, por carecer ya de
objeto. Al hacer esta publicación no le lleva mira alguna de vanagloria,
que le estaría mal y que no alcanzaría con tan corto trabajo; ni menos
pretende reivindicar la exigua parte que tiene en la última edición del
Diccionario. Quiere tan sólo mostrar que no ha permanecido ociosa, y al
mismo tiempo dejar consignadas algunas etimologías que no aparecieron en
el Diccionario, y unas cuantas autoridades que de ningún modo podían caber
en él, por rehusarlas su plan.
Por causas conocidas de esta Academia, y cuya exposición no interesaría
fuera de ella, no fue completo el examen de la undécima edición del
Diccionario, ni se recogieron muchas más adiciones y enmiendas que habrían
resultado, sin duda, si todas las letras del alfabeto se hubieran
revisado. Tenemos noticia, aunque no oficial, de que la Real Academia
prepara ya otra edición de su principal obra, y creemos, porque lo pasado
nos lo asegura, que recibirá con su acostumbrada benevolencia lo que le
propongamos.
Nos vemos, pues, en el caso de entrar de nuevo al mismo campo, donde queda
todavía copiosa mies. Y aun cuando así no fuera, nos quedará el deber de
colegir los provincialismos de México, que caen de lleno dentro de nuestra
jurisdicción.
Penoso es haber de confesar que en este camino casi ningún auxilio
encontraremos que nos alivie la jornada. No existe obra en que
expresamente se trate de los provincialismos de México, mientras que otras
naciones o provincias hispanoamericanas han recogido ya los suyos, si bien
con diferente método, varia extensión y desigual éxito. Entre los trabajos
de esta especie corresponde el primer lugar a las Apuntaciones críticas
sobre el lenguaje bogotano, del insigne filólogo don Rufino -VII- José
Cuervo: obra que cuenta ya cuatro ediciones1, y que, como lo han notado
varios críticos, no corresponde a su título, porque le excede con mucho.
Verdadero tesoro de erudición filológica, da riquezas no tan sólo a
quienes quieran estudiar los provincialismos hispanoamericanos, sino a
cuantos usan de la lengua castellana. Es, sin embargo, una pequeña
muestra, nada más, de la pasmosa erudición del autor, que vendrá a
descubrirse toda entera, si, como tanto deseamos, Dios le conserva la vida
para dar término a su asombroso Diccionario de construcción y régimen de
la lengua castellana, de que solamente disfrutamos ahora el primer tomo2.
En su inestimable trabajo sigue, en cierta manera, el señor Cuervo, el
orden gramatical, comenzando por la prosodia, donde trata de la
acentuación y de las vocales concurrentes. Pasa luego al nombre, de cuyos
números, géneros y derivados trata: habla largamente de la conjugación, en
seguida de los pronombres y artículos, de los verbos y partículas; corrige
en otro capítulo las acepciones impropias, y termina con el examen de las
voces corrompidas o mal formadas, así como de las indígenas o arbitrarias.
En todas partes derrama gran copia de doctrina, apoyada con numerosos
ejemplos de autores: enmienda los defectos del habla de sus compatriotas
-de que en gran parte adolecemos también nosotros-, y no es raro encontrar
en sus páginas verdaderas disquisiciones filológicas. Diseminados en todo
el curso de la obra se encuentran los provincialismos colombianos; pero es
fácil hallar los que se busquen, mediante el índice alfabético con que
termina el libro.
Existe asimismo un Diccionario de chilenismos, por don Zorobabel
Rodríguez3, actual secretario de la Academia Chilena Correspondiente:
trabajo estimable, aunque inferior al que acabamos de mencionar; y no
creemos ofenderle con esta calificación, porque a pocos es dado llegar a
la altura del autor de las Apuntaciones: acercársele es ya mucho. El
método es el del Diccionario de galicismos de Baralt: orden alfabético en
párrafos más bien que artículos estilo a veces ligero y picante. El autor
no halló acaso escritos bastantes para autorizar muchas de sus voces, y se
resolvió a citar con frecuencia los suyos propios: determinación exigida
sin duda por la necesidad, y que disculpa en el prólogo; pero que a alguno
parecerá extraña. A lo menos no es corriente entre lexicógrafos.
-VIII-
El Diccionario de chilenismos dio pie a unos Reparos que escribió don
Fidelis P. del Solar4, en tono un tanto agresivo, y en no muy castizo
castellano. Contiene, sin embargo, observaciones fundadas.
Cuenta el Perú con un Diccionario de peruanismos5, por Juan de Arona,
seudónimo del conocido escritor y poeta don Pedro Paz Soldán y Unánue, hoy
miembro de la Academia Correspondiente del Perú. A semejanza de Rodríguez,
y probablemente por igual razón, suele citarse a sí propio, como
autoridad. Sigue el método de Baralt y de Rodríguez. Es obra de mérito,
donde hallaron cabida, más de lo conveniente, amargas censuras y aceradas
pullas contra la sociedad en que vivía el autor. Deslúcela también un
tanto el tono de ciertas críticas del trabajo del señor Cuervo.
La Isla de Cuba ha producido cuatro ediciones del Diccionario
casi-razonado de vozes cubanas, por don Esteban Pichardo6, en que se
incluyen muchas de historia natural. Tiene forma rigurosa de diccionario:
en artículos y a dos columnas. Rara vez se dan autoridades; y sobre haber
introducido el autor variaciones ortográficas de su cosecha, llegó en
ciertos artículos a tal desenfado, que ni a los diccionarios, con ser por
su naturaleza tan laxos, puede tolerarse.
Con motivo de las Apuntaciones del señor Cuervo publicó don Rafael María
Merchán en el Repertorio Colombiano7 un erudito artículo en que hizo notar
la conformidad de Colombia y Cuba en muchas voces, locuciones y aun
defectos de lenguaje.
De palabras de la antigua lengua de las Antillas tenemos un glosario
agregado a la Relation des choses de Yucatan, del ilustrísimo fray Diego
de Landa, publicada por el padre Brasseur de Bourbourg8. Otros glosarios
de voces americanas se hallan en algunos libros, como en el Diccionario de
América de Alcedo, y señaladamente en la bella edición que la Real
Academia de la Historia hizo de la grande obra de Gonzalo Fernández de
Oviedo. Tales como son, sirven bastante, y lo que de ellos se saca es casi
lo único que nos resta de las lenguas antillanas, desprovistas de
gramáticas y vocabularios en forma. Últimamente han aparecido en las Actas
y Memorias de las Academias Venezolana y Ecuatoriana listas de voces
propuestas a la Real Academia Española, entre las cuales hay algunos
provincialismos de aquellas Repúblicas.
-IX-
A los trabajos mencionados -que tenemos a la vista- hay que añadir otros
de que, por la funesta incomunicación en que permanecen las Repúblicas
hispanoamericanas, no nos ha sido dado alcanzar más que noticias vagas y
acaso erradas. Tal sucede con una colección de provincialismos del
Ecuador, por don Pedro Fermín Ceballos, actual director de aquella
Academia Correspondiente; y en igual caso se hallan una recopilación de
voces maracaiberas; un extracto9 del Diccionario -al parecer inédito- de
vocablos indígenas de uso frecuente en Venezuela, por el finado don
Arístides Rojas; un trabajo de importancia tocante a Buenos Aires, y algo
más que se oculta sin duda a nuestras indagaciones.
Mas solamente con lo que ahora tenemos basta para advertir con asombro,
cuán grande es el número de voces y frases que nos hemos acostumbrado a
mirar como provincialismos nuestros, siendo en realidad comunes a otras
tierras hispanoamericanas. Está muy extendida la errada creencia de que
esos provincialismos son tomados, en su mayor parte, de las lenguas
indígenas que antes de la conquista se hablaban en los respectivos
lugares. Sin negar que son muchos los de esa clase, es sin comparación
mayor el número de los que salen de la propia lengua castellana, y han
desaparecido en su patria original, o por lo menos, no han entrado al
Diccionario. «Es curioso ver -dice el señor Cuervo10- el número de voces,
más ó menos comunes entre nosotros, que ya en la Península han caído en
desuso: hecho éste muy fácil de explicar para quien tenga en cuenta la
incomunicación en que vivieron nuestros abuelos y en que hemos seguido
viviendo nosotros con los españoles transfretanos: tales vocablos son
monumentos y reliquias de la lengua de los conquistadores, que deberían
conservarse como oro en paño, si la necesidad de unificar la lengua en
cuanto sea posible y razonable, no exigiera la relegación de muchos de
ellos». Y en otro lugar dice11: «Si los vocabularios del gallego y
asturiano, del catalán, mayorquín y valenciano, y del caló mismo,
esclarecen muchos puntos de la fonética y la etimología castellanas, las
peculiaridades del habla común de los americanos no pueden menos de ser
útiles al filólogo, por dos conceptos especialmente: lo primero, porque no
habiendo pasado íntegra al Nuevo Mundo la lengua de Castilla, á causa de
no haber venido el suficiente número de pobladores de cada profesión y
oficio, la necesidad ha obligado á completarla y á acomodarla á nuevos
objetos: -X- lo segundo, porque habiendo venido voces, giros y aun
corruptelas que están hoy olvidadas en la Metrópoli, no pocas veces
hallamos en nuestro lenguaje la luz que nos niegan los diccionarios para
comprender y comprobar vocablos y pasajes de obras antiguas».
Considerados por este aspecto los Diccionarios de provincialismos
americanos, adquieren una importancia que no aparece de pronto en el
título. Pero si aislados la tienen, mucho crece cuando reunidos y
comparados se advierte que no son grupos aislados de voces y frases,
importantes tan sólo para quienes se valen de ellas en el trato común,
sino partes de un todo grandioso, cuyos dispersos componentes no han sido
hasta ahora congregados.
Al verificarse la conquista carecía España de un Diccionario propiamente
dicho, y no le tuvo sino hasta dos siglos después, cuando los beneméritos
fundadores de la Academia Española dieron brillante comienzo a sus tareas
con la publicación del gran Diccionario de Autoridades (1726-1739), que
por desgracia verdaderamente lamentable no ha vuelto a imprimirse, pues la
segunda edición (1770) no pasó del tomo primero. Aquel trabajo, como
primer ensayo, resultó necesariamente incompleto; y por lo mismo que según
el plan adoptado los artículos debían ir fundados con la autoridad de uno
o más escritores, no tuvieron cabida muchas voces del lenguaje vulgar no
escrito que para aquella fecha habían desaparecido. Se habrían hallado
muchas, con todo, si entonces corrieran ya impresas tantas obras antiguas
que después han salido a luz, y que no pudieron disfrutar aquellos
laboriosos lexicógrafos, quienes, a la verdad, tampoco llegaron a recoger
todo lo que tenían, ni se engolfaron mucho en la antigüedad. Ni el
Diccionario vulgar ha agotado todavía los provincialismos de España: menos
aún las voces antiguas. Hecho tal trabajo, se vendría en conocimiento de
que muchos de los llamados provincialismos de América se usan asimismo en
provincias españolas, particularmente en Andalucía: otros aparecerían como
voces antiguas sepultadas en escritos de épocas remotas.
Al pasar a Indias conquistadores y pobladores, trajeron consigo el
lenguaje vulgar que ellos usaban y le difundieron por todas partes,
aumentándole con voces que solían inventar ellos mismos para suplir la
parte deficiente de su propio idioma, de que nos habla el señor Cuervo, y
con las que tomaban de las lenguas indígenas para designar objetos nuevos,
o relaciones sociales desconocidas. El continuo movimiento de los
españoles en aquellos tiempos daba por resultado que al pasar de unos
lugares a otros llevaran y trajeran palabras tomadas en cada uno, -XI-
las comunicaran a los demás, y aun las llevaran a España, donde desde
antiguo echaron raíces ciertas voces americanas, en los documentos
oficiales primero, luego en las relaciones e historias de Indias, y al
cabo en el caudal común de la lengua. «De nuestro modo de hablar -decía a
fines del siglo XVI el padre Mendieta12- toman los mismos indios, y
olvidan lo que usaron sus padres y antepasados. Y lo mismo pasa por acá de
nuestra lengua española, que la tenemos medio corrupta con vocablos que á
los nuestros se les pegaron en las islas cuando se conquistaron, y otros
que acá se han tomado de la lengua mexicana». Así nos explicamos que en
todas partes se encuentren vocablos de las lenguas indígenas de otras,
aunque a veces estropeados, o con cambio en la significación.
Conocido el origen del lenguaje hispanoamericano, ya comprendemos por qué
no solamente nos son comunes voces y locuciones desusadas ya en España,
sino hasta los defectos generales de pronunciación y la alteración de
muchas palabras. A los andaluces, que vinieron en gran número, debemos sin
duda el defecto de dar sonido igual a c, s y z; a ll e y: en general
acostumbramos pronunciar unidas vocales que no forman diptongo, diciendo
cái, máiz, páis, paráiso, óido, cáido, véia, etc., etc.: cambiamos,
añadimos o suprimimos letras, mudamos los géneros, y aun decimos
verdaderos disparates con maravillosa uniformidad. ¿Nos hemos puesto de
acuerdo para todo esto? Imposible: las lenguas no se forman ni se
modifican por ese medio. ¿Es el resultado de continuo trato y comercio
entre los pueblos hispanoamericanos? Jamás ha existido. ¿De dónde viene,
pues? De un origen común, tal vez modificado en ciertos casos por
circunstancias peculiares de las nuevas regiones.
Y esas palabras, esas frases no tomadas de lenguas indígenas, que viven y
corren en vastísimas comarcas americanas, y aun en provincias de la España
misma, ¿no tienen mejor derecho a entrar en el cuerpo del Diccionario, que
las que se usan en pocos lugares de la Península, acaso en uno solo?
«Valdría la pena -dice Merchán- escribir un Diccionario de Americanismos,
fijando, hasta donde fuese posible, la etimología de ciertas voces que
todos, desde Río Grande á Patagonia, entendemos ya, y darlo á España
diciendo: De los cuarenta y dos millones de seres que hablamos español,
veintisiete millones hemos adoptado estas palabras con este sentido: ellas
son el contingente que tenemos el deber y el derecho de llevar á la
panomia de la lengua». Ya desde antes defendía don Andrés Bello los mal
llamados americanismos. «No se crea -escribe en -XII- el prólogo de su
Gramática- que, recomendando la conservación del castellano, sea mi ánimo
tachar de vicioso y espurio todo lo que es peculiar de los americanos. Hay
locuciones castizas que en la Península pasan hoy por anticuadas, y que
subsisten todavía en Hispano-América: ¿por qué proscribirlas? Si según la
práctica general de los americanos es más analógica la conjugación de
algún verbo, ¿por qué hemos de preferir la que caprichosamente haya
prevalecido en Castilla? Si de raíces castellanas hemos formado vocablos
nuevos, según los procederes ordinarios de derivación que el castellano
reconoce, y de que se ha servido y se sirve continuamente para aumentar su
caudal de voces, ¿qué motivo hay para que nos avergoncemos de usarlos?
Chile y Venezuela tienen tanto derecho como Aragón y Andalucía para que se
toleren sus accidentales divergencias, cuando las patrocina la costumbre
uniforme y auténtica de la gente educada. En ellas se peca mucho menos
contra la pureza y corrección del lenguaje, que en las locuciones
afrancesadas de que no dejan de estar salpicadas hoy día las obras más
estimables de los escritores peninsulares». Salvá defendió también el
derecho de las voces americanas a entrar en el Diccionario, y dio el
ejemplo incluyendo muchas en el suyo, aunque no tantas como quisiera, por
las razones que expresó en el prólogo.
Notamos hoy dos defectos igualmente viciosos en el lenguaje: quienes le
destrozan con garrafales desatinos en lo que parece castellano, y le
completan con galicismos; quienes pretenden llevar la atildadura hasta el
punto de no admitir, por nada de esta vida, voz o acepción que no conste
en el Diccionario de la Academia. Los primeros no tienen cura, porque
manejan una máquina que no conocen, y cuyo mecanismo no quieren estudiar o
no alcanzan a comprender. A los otros podría preguntarse, qué sería de la
lengua, si cuantos la hablan o escriben se sujetaran a tan riguroso
sistema. A la hora en que tal se verificara, la Academia misma se
encontraría encerrada en los límites que ella tuviera fijados; carecería
de objeto, y no podría hacer más que aumentar el Diccionario con el
rebusco de voces usadas por los autores cuyos escritos estuvieran ya
aceptados como autoridad. La lengua castellana quedaría fija, muerta como
la latina; y las lenguas cambian, pierden por una parte, ganan por otra,
ya con ventaja, ya con detrimento, pero no mueren, sino cuando mueren los
pueblos que las hablan. Tan difícil es, decía cierto lexicógrafo, fijar
los límites de una lengua en un diccionario, como trazar en la tierra la
sombra de un árbol agitado por el viento. El vulgo y los grandes
escritores crean las voces y locuciones nuevas: -XIII- aquél a veces
con acierto instintivo; éstos conforme a la necesidad o a las reglas
filológicas: el uno las introduce con el empuje de la muchedumbre; los
otros con el pasaporte de su autoridad. Preciso es que alguien proponga,
para que haya materia de examen. Las Academias no inventan: siguen los
pasos al uso, y cuando le ven generalizado, examinan si es el bueno, para
rechazar novedades inútiles o infundadas, apartar lo bárbaro o mal
formado, y acoger con criterio lo que realmente sirve para aumentar el
caudal legítimo de la lengua. Oficio suyo es presentar el fiel retrato de
ella en el momento de tomarle; mas no le pinta a su antojo. Las palabras
nuevas andan fuera del Diccionario, no porque sean sin excepción
inadmisibles, sino mientras no son aceptadas por quienes pueden darles
autoridad, y se averigua si son dignas de aprobación definitiva. Los
individuos mismos de las Academias, como particulares, emplean en sus
escritos voces y frases que, reunidos en Cuerpo, no se resuelven todavía a
admitir en el Diccionario. No temamos, pues, valernos de voces nuevas;
temamos, sí, acoger sin discernimiento las malas.
¿Por qué, pues, hemos de calificar rotundamente de disparate cuanto se usa
en América, sólo porque no lo hallamos en el Diccionario? Esos mal
llamados disparates ¿no son a menudo útiles, expresivos y aun necesarios?
¿No suelen ser más conformes a la etimología, a la recta derivación o a la
índole de la lengua? Deséchese enhorabuena, con ilustrado criterio, lo
superfluo, lo absurdo, lo contrario a las reglas filológicas; pero no
llevemos todo abarrisco, por un ciego purismo, ni privemos a la lengua de
sus medios naturales de enriquecerse.
Propendemos en América a sacar verbos de nombres, y es cosa que mucho se
nos imprueba (sin estar por cierto vedada), aun cuando sean ellos útiles
para atajar circunloquios y economizar el verbo hacer, tan ocasionado a
galicismos. Traicionar, después de mucho rondar las puertas, al fin se
entró por ellas, y tomó asiento en el Diccionario. Mas no han logrado
igual fortuna acolitar, que abarca todo el oficio de los acólitos, y no es
puramente ayudar a misa; festinar, hijo legítimo del latín, y buen
compañero de la aislada festinación, agredir, latino también, más enérgico
y concreto en ciertos casos, aunque defectivo, que acometer o atacar;
harnear, mejor, como derivado de harnero, que aechar, vocablo huérfano,
sin etimología en el Diccionario vulgar, y con una descabellada en el de
Autoridades13, extorsionar, de extorsión, y -XIV- otros. Dictaminar,
que se usa aquí, en Chile, y probablemente en las otras Repúblicas, ha
corrido peor suerte. Hace cuarenta años que le recomendó Salvá y le acogió
en su Diccionario: nuestra Academia le propuso, y lejos de ser aceptado,
fue excomulgado nominatim en la Gramática (1880; página 280), donde se le
calificó de «invención moderna, á todas luces reprensible». Igual censura
mereció presupuestar, y Juan de Arona se burla de él, teniéndole por
«grosero, bárbaro, rudo verbo». No le defenderemos, ciertamente; pero el
hecho es que corre, por lo menos, aquí, en el Perú y hasta en España, y
acaso llegue a encajarse en la lengua. El participio irregular presupuesto
ha venido a convertirse en un sustantivo de grande importancia para todos:
su origen de presuponer casi está olvidado, y con un paso más salió de él
un verbo que no se parece al otro, y equivale a «hacer ó formar un
presupuesto». Ni tampoco es caso único en nuestro idioma. De exento,
participio irregular de eximir, y al mismo tiempo sustantivo, ha salido el
verbo exentar; de sepulto (irregular de sepelir, anticuado) sepultar; de
expulso (irregular de expeler) expulsar; de injerto (irregular de ingerir,
y sustantivo) injertar. Entre nosotros, el vulgo ha llegado a sacar de
roto (irregular de romper) rotar, que la gente educada nunca usa, si bien
cuenta con análogos en derrotar (disipar, romper, destrozar), y malrotar
(disipar, destruir, malgastar la hacienda u otra cosa). Con el tiempo,
alguno de estos verbos americanos entrará al Diccionario en pos de
traicionar; y cuando esté legitimado, los pósteros se admirarán de
nuestros escrúpulos, como ahora nos admiramos nosotros de los del autor
del Diálogo de la Lengua.
En último caso, y aun tratándose de verdaderos disparates, esa conformidad
en disparatar es punto digno de estudio. Cabe menos aquí el acuerdo, y
habremos de ocurrir, ya que no al arcaísmo o a la herencia común, por lo
menos a alguna razón fonética, a predisposición particular de los
hispanoamericanos, o a cierta modificación de sus órganos vocales. General
es la dulzura y suavidad del habla, particularmente en el sexo femenino; y
tanta, que si en unos sujetos es agradable, en otros llega a ser
empalagosa. No sé si la exageración de esta cualidad o la constelación de
la tierra, que influye flojedad, nos hace tan amigos de la sinéresis;
porque, a lo menos para nosotros, es más suave y cuesta menos trabajo
pronunciar leon, que le-ón; páis, que pa-ís, ói-do, que o-í-do; cre-ia,
ve-ia, que cre-í-a, ve-í-a. A-ho-ra se convierte a cada paso en aho-ra, y
aun o-ra: no hay para nosotros c ni z, todo es s, letra que pronunciamos
con suma suavidad; y prodigamos, a veces hasta el fastidio, los
diminutivos y términos de cariño. Es un hecho, que -XV- la
pronunciación de los españoles recién llegados, y sobre todo la de las
españolas, nos parece áspera y desagradable, por más que la reconozcamos
correcta. Pasados algunos años, raro es quien no la suaviza, y entonces la
encontramos sumamente agradable. Esta tendencia de la lengua a modificarse
en América es digna de estudio; lo mismo que la causa de los trastrueques,
supresiones y añadiduras de letras, cuando son comunes a diversas
regiones.
Ninguna investigación puede ser fructuosa sin la previa reunión de los
vocabularios particulares de todos los pueblos hispanoamericanos: faltando
algunos, pierde el conjunto su fuerza, la cual resulta del apoyo que las
partes se prestan mutuamente. El material está incompleto: no hay datos
suficientes para juzgar. A cada nación toca presentar lo suyo; algunas así
lo han hecho ya: nosotros permanecemos mudos. Si pretendemos tener parte
en la lengua, si queremos ser atendidos, preciso es que reunamos nuestros
títulos y los presentemos a examen: de lo contrario, el mal no será
únicamente para nosotros, que merecido le tendríamos, sino que, privando
de una parte al conjunto, le debilitaremos, y en fin de cuentas,
perjudicaremos a nuestra hermosa y querida lengua castellana. Difícil es,
en verdad, el trabajo, y más propio de una sola persona, para que haya
perfecta unidad en el plan y en la doctrina; mas como tal persona no se ha
presentado hasta ahora, esta Academia tiene que acudir a la necesidad. No
debe aspirar desde luego a mucho, porque no alcanzará nada; y ser remota
la esperanza de llegar felizmente al fin, no es razón para dejar de poner
los medios. El soldado está obligado a pelear como bueno; no a vencer. La
Academia puede publicar sucesivamente en sus Memorias lo que vaya
recogiendo, y allí quedará para que ella misma, o quien quisiere, lo
aproveche después.
De los dos métodos adoptados para formar los Diccionarios de
provincialismos parece preferible el que no se ciñe a la forma rigurosa de
Diccionario, es decir, el adoptado por Rodríguez y Arona, a imitación del
de Baralt. Permite explicaciones y observaciones que no caben en la
estrechez de una pura definición, y aun reminiscencias o anécdotas que
contribuyen grandemente al conocimiento del origen, vicisitudes y
significado de las voces: se presta asimismo a dar cierta amenidad
relativa a un trabajo árido de suyo, con lo cual se logra mayor número de
lectores, y es mayor el beneficio común.
Sea cual fuere el plan, en la ejecución nunca debe olvidarse que un
Diccionario de provincialismos no es un Diccionario de la Lengua. Éste
-XVI- pide suma severidad en la admisión de artículos, como que van a
llevar el sello de su legitimidad: el otro debe abarcarlo todo; bueno o
malo, propio o impropio, bien o mal formado; lo familiar, lo vulgar y aun
lo bajo, como noto que en soez u obsceno; supuesto siempre el cuidado de
señalar la calidad y censura de cada vocablo, para que nadie le tome por
lo que no es, y de paso sirva de correctivo a los yerros. Tal Diccionario
debe reflejar como un espejo el habla provincial, sin ocultar sus
defectos, para que conocidos se enmienden, y no se pierda el provecho que
de ellos mismos pudiera resultar. No es que todo se proponga para su
admisión en el cuerpo de la lengua. La Real Academia, como juez superior,
tomará, ahora o después, lo que estime conveniente: lo demás servirá para
estudios filológicos y como vocabulario particular de una provincia.
Esta palabra, respecto al caudal de la lengua castellana, significa en
América una nación hija de la Española, y que antes fue parte de ella.
Estas naciones se subdividen a su vez en provincias, que tienen sus
provincialismos especiales. A los habitantes de la capital nos causan
extrañeza el acento y fraseología de los naturales de ciertos Estados, y
no entendemos algunos de los vocablos que ellos usan. En Veracruz, por
ejemplo, es bastante común el acento cubano; en Jalisco y en Morelos
abundan más que aquí las palabras aztecas; en Oajaca algo hay de zapoteco
y también de arcaísmo; en Michoacán son corrientes voces del tarasco; en
Yucatán es muy común entre las personas educadas el conocimiento de la
lengua maya y el empleo de sus voces, porque aquellos naturales la
retienen obstinadamente, y casi la han impuesto a sus dominadores. Los
Estados fronterizos del norte se han contagiado de la vecindad del inglés,
y en cambio han difundido por el otro lado regular número de voces
castellanas, que nuestros vecinos desfiguran donosamente, como puede verse
en el Diccionario de americanismos de Bartlett. En general, las
provincias, mientras más distantes, más conservan del lenguaje antiguo y
de las lenguas indígenas que en cada uno se hablaron. Todos estos
provincialismos particulares tienen que venir a incorporarse en nuestro
proyectado vocabulario; siempre con la correspondiente especificación del
lugar donde corren.
Con el idioma hablado sucede en México lo mismo que ha sucedido en España.
Ya hemos visto que allá se perdió buena parte de él, antes que hubiese
Diccionario: lo que vino a refugiarse aquí también se ha ido perdiendo por
falta de registro en que se conservara. La pérdida de lo que aún se
conserva será, pues, definitiva e irreparable, si no se -XVII- evita
con la pronta formación del Diccionario de provincialismos. La destrucción
es tan rápida, que los que hemos llegado a edad avanzada podemos recordar
perfectamente voces y locuciones que en la época, por desgracia ya lejana,
de nuestra niñez eran muy comunes, y hoy han desaparecido por completo.
Difícil es reunir los provincialismos; pero mucho más autorizarlos. Los
buenos escritores procuran mantenerse dentro de los límites del
Diccionario de la Academia: los malos tratan de imitarlos, pero con tan
poco acierto, que cerrando con afectación la puerta a voces nuevas y
aceptables, o usándolas mal, la abren ancha a la destructora invasión del
galicismo. Aquellos nos dan muy poco: éstos no tienen autoridad. En todo
caso, como el lenguaje hablado no se halla en libros graves y con
pretensiones de eruditos, a otros recursos hay que apelar.
Nada se ha hecho todavía entre nosotros para colegir el folk-lore, como
ahora se llama a la sabiduría popular, es decir, la expresión de los
sentimientos del pueblo en forma de leyendas o cuentos, y particularmente
en coplas o cantarcillos anónimos, llenos a veces de gracia y a menudo
notables por la exactitud o profundidad del pensamiento. Una colección de
esta clase sería inestimable para nuestro libro: no habiéndola, hemos de
ocurrir a la novela, y a las poesías llamadas populares, aunque de autores
conocidos y no salidos del pueblo. La novela ha alcanzado poca fortuna
entre nosotros, aunque no faltan algunas que nos ayudarían. Cuando
buscamos el lenguaje vulgar hablado no debemos despreciar verso o prosa,
por poco que valga literariamente: antes esos escritos, por su mismo
desaliño, nos ponen más cerca de la fuente, como que excluyen todo
artificio retórico, y toda tentativa de embellecimiento, que para nuestro
objeto sería más bien corrupción. Por desacreditado que esté el lenguaje
de la prensa periódica, no hay tampoco que hacerle a un lado. En el
periodismo antiguo, más seguro en esa parte, no faltará cosecha: sirvan de
ejemplo las Gacetas de Alzate. El moderno puede darnos comprobación del
uso, bueno o malo, de ciertas voces; y no olvidemos que para nuestro
intento no necesitamos tanto de autoridades de peso que decidan la
admisión de un artículo en el Diccionario de la Academia, aunque no
estarían de sobra, cuanto de comprobantes del uso.
Si queremos remontarnos más e ir a rebuscar en el lenguaje de los
conquistadores, habremos de ocurrir a los documentos primitivos. Las
Historias formales no nos darán acaso tanto como deseáramos, porque sus
autores procuran atildarse; la mejor mies se hallará en los innumerables
-XVIII- documentos que existen en forma de cartas, relaciones, pareceres
y memoriales, en que no se ponía tanto cuidado, porque sus autores, a
veces indoctos, no se imaginaban que aquello llegaría a andar en letras de
molde. Pero lo más útil en ese género está en los Libros de Actas del
Ayuntamiento de México, que por fortuna se conservan sin interrupción
desde 1524. En el Cabildo entraban los vecinos principales de la capital;
y salvo algún licenciado, los demás no eran hombres de letras. Sus
acuerdos versaban casi siempre sobre asuntos comunes de la vida ordinaria;
y por costumbre, tanto como por necesidad, tenían que usar el lenguaje
ordinario de su época.
Reconstruir hasta donde sea posible el idioma de los conquistadores, que
debe conservarse como oro en paño, según la atinada expresión de Cuervo;
seguir los pasos a la lengua en estas regiones; presentar lo que aquí ha
conservado o adquirido; señalar los yerros para corregirlos y aun
aprovecharlos en ciertas investigaciones; prestar ayuda a la formación del
cuadro general de la lengua castellana; tal debe ser el objeto de un
Diccionario hispano-mexicano. De la utilidad de la obra nadie puede dudar;
materiales para ella no faltan; a la Academia toca poner los mejores
medios para ejecutarla, o prepararla siquiera.
JOAQUÍN GARCÍA ICAZBALCETA
-1-
A
† Abadejo. m. «CANTÁRIDA, 1.ª acep.» (Dicc., 2.º art., 2.ª acep.). En el
lugar a que remite describe el Diccionario un insecto muy semejante a
nuestro ABADEJO, si no el mismo. Compréndense en el nombre cantárida
muchos insectos que tienen propiedades vejigatorias; pero lo que
comúnmente se entiende por eso son las moscas verdes bien conocidas; y así
dice el Diccionario de Autoridades: «Especie de moscas llamadas en algunas
partes de Castilla abadejos». Y de éstos había dicho que son «cierto
insecto á quien unos llaman gusano, otros escarabajo, y otros moscarda, y
es de color verde [...] y es el que comunmente se llama cantárida, como lo
dicen Laguna, sobre Dioscórides, lib. 2, cap. 53; y Covarrubias en la
palabra Cantáridas. [Cantárides]». Lo cierto es que en el uso común nadie
confunde la cantárida con el ABADEJO, porque la diferencia salta a la
vista. Los ABADEJOS son más enérgicos que las cantáridas, y los
veterinarios componen con ellos la llamada unción fuerte que aplican a las
caballerías. Abundan en toda la República, pero especialmente en las
tierras templadas. V. el art. CANTÁRIDAS en la Farmacopea Mexicana, p. 40.
En apoyo del uso común tenemos la opinión de un doctor español que impugnó
a Laguna. Es ésta:
«Aunque el Dr. Laguna dice que las cantáridas se llaman en algunas partes
de Castilla abadejos, venerando á tan docto castellano, paso á decir que
las moscas cantáridas no se llaman en Castilla abadejos, sólo sí
cantáridas; verdad es que entre las muchas especies que hay de cantáridas
se numeran aquellos insectos gusanillos llamados abadejos, los que también
se apellidan por los castellanos carralejas. Tienen los abadejos las
mismas virtudes que las cantáridas; pero también otras muy singulares»
(DR. SUÁREZ DE RIBERA, Anotaciones al Dioscórides anotado por el Dr.
Laguna, lib. VI, cap. 1).
Abajeño, ña. adj. «Amér. Dícese del que procede de las costas ó tierras
bajas. Úsase también como sustantivo».
Este artículo apareció por primera vez en la 12.ª edición del Diccionario;
fue uno de los propuestos por la Academia Mexicana. Salvá había admitido
ya la palabra como «prov. de Bolivia y la República Argentina», y la
define: «El que procede de las provincias bajas del Río de la Plata». Dudo
que pueda calificarse de voz americana, porque no la he hallado en ninguno
de los Vocabularios hispanoamericanos que he registrado, ni siquiera en el
Rioplatense de Granada, donde debiera hallarse, conforme a la calificación
de Salvá. Únicamente en el Diccionario de chilenismos se lee que «abajino
es un adjetivo que se aplica á los habitantes de las provincias de Norte y
centro, por los de aquellas que se hallan más al Sur».
«Son unos rancheros abajeños muy ricos» (Astucia, tom. I, cap. 9, p. 166).
«Los mastines criollos y abajeños adonde [esto es, cuando] afianzan el
gaznate ahogan» (Id., tom. I, cap. 12, p. 232).
† Abarcar. a. Comprar gran cantidad -2- de una mercancía con el fin de
encarecerla y lograr crecida utilidad al revenderla. Dícese
particularmente de los comestibles: ABARCAR el frijol, el garbanzo.
† Abarrotes. m. pl. Se comprenden en México bajo esta denominación muchos
y muy diversos artículos de comercio, nacionales o extranjeros, como
caldos, cacaos, almendra, conservas alimenticias, papel, hoja de lata,
etc. En inglés: Groceries.
«La península ibérica nos ha dado desde hace cuatro siglos [sic] buenas
iglesias, buenos edificios y tiendas de abarrotes» (FACUNDO, Las
prosperidades nuestras, II, p. 211). «Han llegado [los españoles] á
posesionarse casi en su totalidad del comercio de abarrotes» (ID., El
Agio, I, p. 211). «Estos son los que no les bajan un punto de brutos á los
comerciantes de abarrotes» (ID., Isolina, tom. II, cap. 13, p. 214).
«Las tiendas de comestibles
Tienen muy distintos nombres:
Se conocen por bodegas
O por tiendas de abarrotes».
(SOMOANO, p. 39)
Perú. «Almacén ó comercio de comestibles en grande y por mayor es lo que
se entiende bajo esta palabra» (ARONA, p. 1).
Ecuador. «ABARROTE. No tiene otra significación sino la de fardo pequeño
hecho á propósito para llenar el hueco que deja otro grande, y le aplican
á las tiendas en que se vende licores y cosas pertenecientes á droguería,
buhonería, cerrajería, mercería, etc., y no paños, lienzos ni otros
tejidos» (CEVALLOS, p. 29).
Acá no entran en los abarrotes la droguería, buhonería, cerrajería y
mercería.
Abarrotero. m. El que comercia en abarrotes.
«Iba ya poniendo buena cara á un gallego abarrotero, vecino suyo» (R.
BÁRCENA, Noche al raso, VI, p. 106). «Abre una brecha anchísima por donde
entra á México el panadero y abarrotero español» (FACUNDO, Vistazos, p.
26).
Inglés: Grocer.
† Abasto. m. ant. La contrata que los ayuntamientos hacían con una persona
para que a precio determinado y con privilegio exclusivo abasteciera de
algún artículo de primera necesidad a la población. En México duró largo
tiempo el ABASTO de carnes.
«En carta de 20 de Septiembre de 1732 disteis cuenta, con testimonio, de
todo lo ocurrido en el abasto de carnes de esa ciudad, que había de
empezar desde Pascua de Resurrección del año próximo pasado de 1733»
(BELEÑA, Autos acordados, tom. II, pág. 6).
«TOMAR EL ABASTO. Hacer obligación y encargarse de la provisión de los
mantenimientos, como carnes y otras cosas necesarias para el sustento
común del pueblo» (Dicc. de Aut.).
Como adverbio, la Academia le califica de anticuado: «Copiosa y
abundantemente». No creo que sea anticuado. «Dar ABASTO, dar
abundantemente toda la provisión que es necesaria», dice el Diccionario de
Autoridades. Esta frase es todavía muy usada: No doy ABASTO a tantos
pedidos.
«Trabajaban en la reducción de toda esa gentilidad que sucesivamente se
iba descubriendo en tierras tan remotas, á las que no podían dar abasto
solos los religiosos de la Custodia» (BEAUMONT, Crón. de la Prov. de
Mich., pte. I, lib. 2, cap. 30).
«Abastero llaman en Chile al proveedor de reses ó carnes vivas»
(RODRÍGUEZ, p. 7).
Abodocarse. pr. vulg. poco usado. Salirle a uno bodoques o chichones.
«Ni tu honra está en la plaza, ni tu crédito vuela, ni la frente se te
abodoca» (Astucia, tom. II, cap. 7, p. 181). El sentido es aquí grosero:
equivale a «no se te apitona la frente».
Abolsarse. pr. Formar bolsas. El Diccionario sólo trae el adjetivo
ABOLSADO, DA.
† Abrazadera. f. «Pieza de metal ú otra materia, en forma de anillo, que
sirve para ceñir y asegurar alguna cosa» (Dicc.).
No es esencial que la ABRAZADERA tenga forma de anillo; puede ser
cuadrada, octágona, etc., y hasta una escuadra doble. He aquí la
definición de Bails: «Llanta de hierro acodillada á escuadra en ambos
extremos, que asegura, abrazándolos, dos ó más maderos ensamblados unos
con otros» (Dicc. de Arquitectura).
† Abrigadero. m. Lugar adonde acude y se oculta gente de mal vivir. Ese
monte es un ABRIGADERO de ladrones. Tal casa es un ABRIGADERO de pillos.
También hablando de animales: ABRIGADERO de chinches, de pulgas.
† Abrigador, ra. adj. Que abriga. Dícese del traje, colcha, zarape, etc.,
que -3- por ser grueso y suave preserva del frío.
2. m. Encubridor, el que ampara, oculta o defiende a otro: tómase siempre
en mala parte.
«No quiero que digan mis compañeros, que soy un abrigador de macutenos»
(PAYNO, Fistol, tom. III, cap. 2).
† Abrillantar. a. «Labrar en facetas las piedras preciosas, imitando á los
brillantes. Dícese también de ciertas piezas de acero ú otros metales»
(Dicc.) Hay igualmente cristal ABRILLANTADO.
Aburrada. adj. Dícese de la yegua destinada a la cría de mulas.
† Abusión. f. Superstición, agüero. No es voz de América, como dice el
Diccionario, sino española anticuada.
«E yerran más peligrosamente contra este mandamiento muchos malos
cristianos que [...] creen en muchas cosas vanas y supersticiosas [...] y
en otras muchas abusiones» (ZUMÁRRAGA, Doctrina de 1543, pl. b, plana
últ.). «Tienen [los indios] por abusión, que en entrando á curarse en él
[el hospital] luego se han de morir» (Descr. de Zempoala, 1580, MS.).
«Otras muchas abusiones y malos agüeros tienen muy caseros y de las
puertas adentro» (SERNA, Manual de Ministros, capítulo XIII, § 4). «Son
tantas las idolatrías, brujerías, encantos y abusiones, que...» (ESPINOSA,
Vida del P. Margil, lib. II, cap. 11).
«ABUSIÓN vale casi lo mismo que superstición, ó falso ahuero, ó
superstición [sic]» (COVARRUBIAS, art. Abuso).
Perú. «Esta hermosa palabra del castellano antiguo tiene todavía bastante
uso entre nosotros, en el sentido de superstición» (ARONA, p. 3).
Chile. RODRÍGUEZ, p. 8.
Ecuador. «La Academia da por anticuada esta voz. Sin embargo, no lo está
en el Ecuador» (Mems. de la Acad. Ecuat., tom. I, página 55).
Salvá la trae como anticuada, no como americana. En México poco se usa.
† Abusionero, ra. adj. Agorero, supersticioso. Según el Diccionario es
anticuado y de América. Salvá le tiene nada más por anticuado. En México
es de raro uso.
Chile. RODRÍGUEZ, p. 8.
† Acabar. a. y pr. Desfallecer, rendirse de fatiga a fuerza de ejecutar
con ahínco una acción que denota afecto del ánimo; y también recibir los
efectos de esa acción. El niño se ACABABA a gritos, y su mamá se lo
ACABABA a besos. Ya me ACABABA a ruegos.
«Conocí á cierto perico que se acababa á suspiros, me quería devorar con
sus miradas, se desmechaba solito y hacía tantos extremos para que le
correspondiera, que todo él se volvía un terrón de amores» (Astucia, tom.
II, cap. 13, p. 391).
† Academia. f. No parece ser indispensable, que las Academias se
establezcan con autoridad pública; las hubo y hay que han existido y
existen sin tal requisito.
* Acahual. (Del mex. acahualli, yerbas secas y grandes para encender
hornos. MOL. Broussailles sèches; terre inculte; champ en friche. SIM.).
m. Dase hoy este nombre en general a las yerbas altas, de tallo algo
grueso, de que suelen cubrirse los barbechos; y en particular a una
especie de girasol, helianthus annuus, muy común, y que, lo mismo que las
demás yerbas, sirve a veces de combustible. La Academia califica esta voz
de provincial de América; mas creo que sólo se usa en México.
* Acal. (Del mex. acalli, compuesto de atl, agua, y calli, casa: casa del
agua o sobre el agua). m. Nombre que los mexicanos daban a la embarcación
que en lengua de las islas se llama canoa, y aun a los barcos de los
españoles.
«Lo más del trato y camino de los indios en aquella tierra es por acallis
ó barcas por el agua. Acalli en esta lengua quiere decir casa hecha sobre
agua» (MOTOLINÍA, Hist. de los Indios de N. España, trat. III, cap. 10).
«Dijeron que ocho jornadas de allí había muchos hombres con barbas, y
mujeres de Castilla, y caballos, y tres acales (que en su lengua acales
llaman á los navíos)» (BERNAL DÍAZ, Hist. verd., cap. 177).
Nadie usa ya esta voz en México.
Acamellonar. a. Formar camellones en la tierra.
«Y parece bien claro que debía ser así, por la mucha tierra que labraban y
cultivaban, que hoy día parece acamellonada generalmente en todas partes»
(J. B. POMAR, Relación, p. 54).
Acancerarse. pr. Cancerarse.
Ecuador. CEVALLOS, pr. 29.
Acaparador, ra. adj. Que acapara. Úsase también como sustantivo.
«Que no pudiesen sacar los granos de sus pueblos para que no se acumulasen
en los graneros -4- de los que ellos llamaban acaparadores» (MIÑANO,
trad. de la Hist. de la Rev. Franc., por Thiers, tom. IV, p. 42).
Acaparar. (Del francés accaparer). a. Comprar grandes cantidades de un
artículo de comercio, para revenderle con utilidad excesiva. ACAPARAR, lo
mismo que acaparador, es voz, puramente francesa; pero se va extendiendo
su uso hasta en sentido figurado: ACAPARAR los empleos.
«Así en 1789 como en 92 había gran riesgo de ser robado en los caminos y
perder sus granos en los mercados, por lo que no se atrevieron los
arrendadores á ir á venderlos, y el vulgo creía que era porque los
acaparaban para enriquecerse» (MIÑANO, traducción de la Hist. de la Rev.
Franc., por Thiers, tom. IV, p. 40).
«ACAPARAR, ACAPARADOR. Estas voces difieren en sus significados, de
monopolizar y monopolista. Esta verdad se palpa en el siguiente ejemplo:
Ciertos especuladores han acaparado todo el azúcar existente en la plaza,
con el fin de hacer un monopolio inicuo» (RIVODÓ, p. 41).
ACAPARAR es algo más que abarcar, y se acerca mucho a monopolizar.
Acapillar. a. ant. Atrapar, prender, echar mano.
«Que todos nos diesen guerra, y de noche y de día nos acapillasen, é los
que pudiesen llevar atados de nosotros á México, que se los llevasen»
(BERNAL DÍAZ, Hist. verd., capítulo 83). «No osaban ir á los pueblos que
tenían en encomienda, porque no los acapillasen» (ID., ib., cap. 160).
«¡Cómo! ¿sin licencia vienes?
La justicia te acapilla».
(GONZÁLEZ DE ESLAVA, col. VII)
Acatarrar. a. fam. Importunar, hostigar. Me tiene ACATARRADO con sus
continuos pedidos; con sus interminables historias.
* Accesoria. f. Habitación baja, compuesta comúnmente de una sola pieza
con puerta a la calle, y sin ninguna al interior de la casa. El
Diccionario no le pone nota de prov. de Méj., aunque el artículo fue
enviado por la Academia Mexicana, y no creo que la acepción sea española.
«¿Qué diré de uno que vive en una accesoria, que le debe al casero un mes
ó dos?» (PENSADOR, Periquillo, tom. III, cap. 5, página 90, et passim).
Cuba. «En la parte occidental se entiende el cuarto ó pieza de la parte
principal, con puerta á la calle, é independiente, regularmente ocupada
por gentualla ó tienda» (PICHARDO, p. 4). MACÍAS, p. 12.
ACCESORIA DE TAZA Y PLATO, la que además de la pieza baja tiene otra
encima, a la cual se sube por una escalera de madera, comúnmente muy
empinada: son raras.
† Accidentado, da. adj. Hablando de caminos, doblado, fragoso, quebrado
etc., y antiguamente agro. Es neologismo o galicismo inútil y disparatado.
Condénanle con justicia Baralt, Cuervo (§ 479) y Rodríguez (p. 10); mas le
defiende Rivodó (p. 126).
* Acecido. (Del verbo acezar). m. Acezo, respiración frecuente y fatigosa.
«Con la diferencia, que en algunos, por leve movimiento, se sigue
anhelación ó acessidos» (DR. J. FCO. MALPICA, Alexipharmaco de la Salud,
p. 140).
Chile. «Son estos dos vocablos [acezar y acecido] una muestra más que se
nos ofrece de los muchos que habiendo caído en desuso allá en España, se
conservan todavía en América como un viviente recuerdo del lenguaje de los
conquistadores castellanos del siglo XVI» (RODRÍGUEZ, p. 11).
† Aceitar. a. «Dar, untar, bañar con aceite. Úsase entre pintores»
(Dicc.). Y lo mismo entre maquinistas.
† Aceite. m. ACEITE DE ABETO, y vulgarmente de BETO: abetinote.
«Es la serranía toda de dicho pueblo y de sus subjetos poblada de mucha
suma de árboles de pinos, y entre ellos se hallan árboles de que se saca
el aceite de beto en gran cantidad» (Descr. de Tetiquipa, sec. XVI, MS.).
Parece que también al árbol se daba el nombre de beto.
«En esta jurisdicción de Cuzcatlán hay pinos, sauces, madroños, robles,
encinas, betos y árboles de sangre de drago [...] y otros muchos árboles,
todos los cuales son de mucho efecto y virtud, y para edificios de tablas
y vigas y leña, y aceite de beto» (Descr. de Cuzcatlán, 1580, MS.).
ACEITE DE PALO: lo mismo que de beto.
«A mí no me valió el aceite de palo [...] ni cuantos remedios de estos le
aplicaba» (PENSADOR, Periquillo, tom. IV, cap. 9, p. 128).
«Mas que quiera dar salud
Sin conocer la virtud
Ni aun del aceite de palo;
Malo».
(OCHOA, letrilla X)
ACEITE DE NABO, el que se extrae de -5- la semilla del chicalote
(Argemone mexicana).
«Á la presente alumbra menos [el gas] que el aceite de nabo del tiempo de
los virreyes» (FACUNDO, Nuestras cosas, p. 36). «Los que opinan por el
aceite de nabo en lugar de la luz eléctrica» (ID., ¡Agua!, p. 84). «Globos
de papel y lámparas de petróleo en las casas de los ricos, y candilejas de
aceite de nabo en las puertas de los pobres» (DELGADO, La Calandria,
XXIX).
ACEITE DE MANTECA. La parte oleaginosa que se extrae, por presión, de la
manteca o grasa de cerdo. Úsase principalmente para aceitar máquinas.
ACEITE DE MANITAS. El que se obtiene cociendo las patas de las reses, y
recogiendo la grasa que sobrenada. Es muy claro, y propio para maquinaria
delicada. Los franceses le llaman huile de pied de boeuf.
ACEITE DE YEGUAS. Le hallo mencionado en un escrito antiguo, e ignoro lo
que es.
«Y que asimismo la cantidad de pesos que se les daba de la Real Caja para
el aceite de las lámparas lo consumían en sus usos, y encendían aceite de
yeguas en ellas» (Diario de GUIJO, 1654, p. 288).
† Acervo. m. Parece que este nombre no sólo puede aplicarse al «Montón de
cosas menudas, como de trigo, cebada, legumbres etc.», según dice el
Diccionario, sino también a otras cosas amontonadas en cantidad y sin
orden: v. gr.: ACERVO de papeles. Creo haber visto ejemplo de este uso.
† Acidia. f. ant. Pereza, uno de los siete pecados capitales. Trae esta
voz el Diccionario; pero sin la nota de anticuada que merece. Terreros
dice que antiguamente se tomaba también por envidia o sentimiento del bien
ajeno. Debe verse a este propósito la definición del Diccionario de
Autoridades, en la 1.ª edición del tomo primero; en la 2.ª está muy
cambiada.
† Acidioso, sa. adj. ant. Perezoso, flojo.
«E si fuese perezoso y acidioso ó negligente en el servicio de Dios y en
hacer bien, que sea diligente» (ZUMÁRRAGA, Doctrina de 1543, pl. b iiij
vta).
Trae el Diccionario esta voz sin nota de anticuada. V. ACIDIA.
† Acitrón. m. No es en México «Cidra confitada», sino la biznaga en igual
estado.
«La madre de la muchacha se ocupaba en espantar las moscas que acudían por
millares á los calabazates y acitrones» (PAYNO, Fistol, tom. III, cap.
15).
† Aclarársele a uno. fam. Acabársele el dinero.
«Yo permanecí allí más de fuerza que de gana después que se me aclaró»
(PENSADOR, Periquillo, tom. III, cap. 3, p. 51).
Acocile. (Del mex. acocili). m. Especie de camarón de agua dulce. Cambarus
Montezumæ. Crustáceos.
«Hay unos animalejos en la agua que llaman acocili: son casi como
camarones: tienen la cabeza á modo de langostas: son pardillos, y cuando
los cuecen páranse colorados como camarones. Son de comer cocidos, y
también tostados» (SAHAGÚN, Hist. Gen., lib. XI, cap. 3, § 5).
V. AJOLOTE.
* Acocote. (Del mex. acocotli). m. Calabaza larga, agujerada por ambos
extremos, que se usa para extraer, por succión, el aguamiel del maguey.
«He visto, por desgracia, que algunos han soltado el acocote para tomar el
cáliz» (PENSADOR, Periquillo, tom. I, cap. 9, p. 107).
Rivodó (p. 31) censura a la Academia por haber dado lugar a este
terminacho en el Diccionario.
* Acojinar. a. Revestir los muebles, u otras cosas, con un acolchado
grueso, para hacerlos más cómodos. La Academia, como pr. de Méj., le da el
equivalente acolchar. Entre nosotros, a lo menos, el ACOJINADO es mucho
más grueso que el acolchado.
Acolchonar. a. Rellenar de lana, cerda u otra cosa para formar uno como
colchón pequeño.
Venezuela. RIVODÓ, p. 22.
Acólhua. (Del mex. acolli, hombro, y hua, partícula de posesión: hombres
hombrudos, fuertes, robustos). adj. Individuo de una tribu venida del NO
poco después de la invasión de los chichimecas, y que se estableció en
Tetzcoco, dando origen al reino de Acolhuacán. Úsase también como
sustantivo.
«Los de Tezcoco [...] se llaman hoy día acólhuas, y toda su provincia
junta se llama Acolhuacán, y este nombre les quedó de un -6- valiente
capitán que tuvieron, natural de la misma provincia, que se llamó por
nombre Acoli, que así se llama aquel hueso que va desde el codo hasta el
hombro, y del mismo hueso llaman al hombro acoli» (MOTOLINÍA, Hist. de los
Indios de N. España, Ep. Proem., p. 11).
Acolitar. a. Desempeñar el oficio de acólito (2.ª acep.). ACOLITAR una
misa. También se usa en Colombia, según Cuervo, quien le da pase (§ 750).
Acomedirse. pr. Prestarse de buena voluntad y gracia a hacer cualquier
trabajo o servicio que no es obligatorio.
«A todo me acomedía, y eso me sirvió de que el administrador me tuviera
algún aprecio» (Astucia, tom. I, cap. 13, p. 273). «Acomídete á todo, haz
cuanto esté de tu parte para granjear el bocadito» (Id., tom. II, capítulo
5, p. 111). «Eso es, se los dice V. y á mí me copinan por acomedido».
(Id., tom. II, cap. 5, p. 117).
Bogotá. Otro vocablo á que agregamos indebidamente el prefijo a es
comedirse (y su participio comedido): bien es verdad que el Diccionario no
le da precisamente el mismo sentido que por acá le damos; cero, con todo,
en los buenos escritores se hallan lugares en que si no significa ofrecer
espontáneamente ayuda, frisa con esta acepción: «Le vi en disposición, si
acababa antes que yo, se comediría á ayudarme á lo que me quedase» (HURT.
DE MENDOZA, Lazarillo de Tormes, trat. III). «¿Quién reparte? En la casa
de los grandes, el maestresala; en las otras el ama de casa, ó el que se
comide á ello» (LUNA, Diál. Fam., I, en SBARBI, Refranero general español)
[...]. «Nuestro acomedido vale generalmente, servicial, oficioso; y
desacomedido indica la carencia de estas cualidades» (CUERVO, § 677).
Perú. «Acomedirse: doble corrupción de comedirse, puesto que le aponemos
una a que no tiene, y le hacemos significar prestarse á hacer un servicio
graciosamente, por lo que el participio acomedido, que es de mucho uso,
equivale á servicial, solícito; y desacomedido, que es un feo reproche, á
lo contrario» (ARONA, p. 8).
* Acordada. f. Especie de Santa Hermandad establecida en México el año de
1710 para aprehender y juzgar a los salteadores de caminos. En 1719, el
virrey marqués de Valero, amplió las facultades de este célebre juzgado
privativo, con acuerdo de la Real Audiencia, de donde le vino el nombre de
Acordada. Diose, por extensión, el mismo nombre a la cárcel en que se
custodiaban los reos, y aún le conserva, a pesar de que el edificio está
hoy convertido en casas particulares.
(BELEÑA, Autos Acordados, tom. I, p. 71 del tercer foliaje).
«La Acordada es un antiguo edificio construido desde el tiempo del
gobierno español, y que ha servido y sirve de prisión á los criminales de
ambos sexos» (PAYNO, Fistol, tom. I, cap. 19).
La Academia llama indebidamente Carta Acordada a la institución; sobra el
Carta, pues aunque el nombre le vino de haberse instituido en virtud de
una Carta Acordada, retuvo tan sólo la segunda palabra.
* Acordonado, da. adj. «Méj. Cenceño. Dícese de los animales» (Dicc.).
Acosijar. a. Perseguir, acosar, apretar.
«Viéndose D. Cristóbal de Oñate acosijado por todas partes...» (MOTA
PADILLA, Hist. de la N. Galicia, cap. 24, n.º 6). «Seguro está que me
acosije el hambre» (Astucia, tom. I, cap. 6, p. 117).
† Actualmente. adv. t. y m. «En el tiempo presente», dice el Diccionario;
mas parece que en ciertos casos puede referirse a tiempo pasado: entonces,
a la sazón.
«Este religioso entiendo que era Fr. Juan de Ayora, varón apostólico de
grande ejemplo, que siendo actualmente Provincial de la Provincia de
Michoacán renunció el provincialato, y pasó con los frailes descalzos á
las islas Filipinas» (MENDIETA, Hist. Ecles. Ind., libro IV, cap. 27).
Fr. Juan se fue a Filipinas en 1577, y Mendieta escribía en 1596.
«Dice otra relación manuscrita, que el R. P. Fr. Marcos de Niza, actual
provincial de la Prov. del Santo Evangelio...» (BEAUMONT, Crón. de la
Prov. de Mich., pte. I, lib. 2, cap. 13). «Y encontró á esos sacerdotes
diabólicos en actual idolatría» (ID., ib., pte. I, lib. 2, cap. 25).
La Academia misma, en el art. MILPA, dice: «Pedazo de terreno destinado á
la siembra de maíz, aunque no esté actualmente [entonces] sembrado».
El Diccionario de Autoridades, en su primera edición, da una definición
muy diversa:
«ACTUALMENTE. adv. de modo. Real y verdaderamente, con actual sér y
exercicio. Lat. Reipsa. Reapse. Revera, vel Actu, aut de præsenti. ESPIN.
Escuder. -7- fol. 15. Aunque es verdad que vos actualmente no habeis
hecho ofensa en esta HORTENS. Paneg. fol. 286. Y que actualmente se hallan
fuera de sus casas».
Concuerda este artículo con el de Actual, que le precede.
Por aquí se ve que a juicio de los primitivos autores del Diccionario,
ACTUALMENTE no significaba tan sólo en el tiempo presente, sino también en
acto, no en potencia. Mas en la segunda edición de aquel mismo
Diccionario, desapareció el artículo de la primera, juntamente con sus
autoridades, y se sustituyó con éste, sin ninguna:
«ACTUALMENTE. adv. mod. Ahora, al presente. Actu, re ipsa, revera».
Las correspondencias latinas concuerdan con la definición primitiva, como
que de allí están entresacadas, y nada tienen que ver con la nueva. En
dicha segunda edición se introdujo el verbo Actualizar, que no ha pasado.
«Reducir á acto alguna cosa». El Diccionario vulgar dice que Actual es
«activo, que obra».
Resulta de esto que puede usarse ACTUALMENTE en los sentidos propuestos de
entonces, y de en acto. El último es corriente entre los ingleses (He did
it actually: Lo hizo real y verdaderamente), y es conforme al lenguaje
filosófico.
† Acuerdo (Real). m. «Se llama también [Acuerdo] el cuerpo de los
ministros reales que componen una chancillería ó audiencia, con su
presidente ó regente, como las de Valladolid, Granada, Sevilla y otras.
Lat. Iudicum consessus. OVALLE. Hist. Chil. p. 157. No hay apelación de la
sentencia de revista que se da en este Real Acuerdo, sino para el Real
Consejo de Indias» (Dicc. de Aut.). Se podrían citar innumerables textos
de nuestros escritores antiguos en que se da a la Audiencia el nombre de
Real Acuerdo.
Achahuistlarse. (De chahuistle). pr. Enfermar de chahuistle las plantas.
«El trigo todo el mundo sabe que se achahuiztló» (ALZATE, Observ. Meteor.,
1770, página 3). «Los quiero agricultores á la vieja usanza: no con mucha
química ni muchas matemáticas, como esos agricultores de la Escuela, que
saben sembrar cebada en el pizarrón, pero se les achahuixtla en la
sementera» (FACUNDO, Fuereños, cap. 2).
† Achaque. m. ant. «Voz forense que, según dice Covarrubias en su
Diccionario, es la denunciación de algún contrabando ú otra cosa, que se
hace secretamente y con soplo, para componerse con la parte y sacarle
algún dinero, sin proseguir ni hacerle causa» (Dicc. de Aut.). Covarrubias
no dice tanto, sino: «La denunciación que se hace con soplo para
componerse con él y sacarle algún dinero, sin proceder más adelante».
Esta acepción de ACHAQUE se parece bastante al chantage francés, que
usamos en castellano por no hallársele equivalente en nuestra lengua:
sacar dinero a alguno, mediante amenaza de difamarle, en especial por la
prensa.
Achicopalarse. pr. Abatirse, desanimarse, entristecerse con exceso. Se
aplica también a los animales, y aun a las plantas.
«Eso: no te achicopales, manito» (DELGADO, La Calandria, XIX). «Los
achaques me tienen triste y achicopalado» (ID., Angelina, VIII).
Achicharronarse. pr. Encogerse, arrugarse, endurecerse por exceso de
resequedad o calor.
«Los hallé secos [los calzones puestos junto al fuego]; pero
achicharronados» (PENSADOR, Periquillo, tom. IV, cap. 8, p. 113).
† Achichintle. m. El que de continuo acompaña a un superior y cumple sus
órdenes ciegamente. Tómase siempre en mala parte.
«No salga ninguno, principalmente el Rotito con sus achichintles»
(Astucia, tom. II, cap. 8, p. 271).
Achilaquilado, da. adj. Semejante al chilaquil. Dícese del sombrero viejo
y apabullado.
«Un sombrero mugriento y achilaquilado» (PENSADOR, Catrín, cap. VI, p.
219).
Acholole. (Del mex. choloa, chorrear el agua). m. Sobrantes del riego que
escurren por el extremo de los surcos. -8- Úsase más comúnmente en
plural (Estado de Morelos).
Achololear. n. Escurrir agua los surcos (Estado de Morelos).
Achololera. f. Azarbe, zanja pequeña que recoge los achololes (Estado de
Morelos).
Achucharrarse. pr. Arrugarse, encogerse, amilanarse.
«No te achucharres, enderézate, levanta la cabeza» (PENSADOR, Periquillo,
tom. II, capítulo 9, p. 145).
Bogotá. «¿Cómo lograríamos que de hoy en adelante ninguna persona decente
dijese achucharrar en lugar de achicharrar? (El primero es, según Salvá,
lo mismo que achuchar, aplastar, estrujar)» (CUERVO, § 550).
† Adán. «TODOS SOMOS HIJOS DE ADÁN Y DE EVA, SINO QUE NOS
DIFERENCIA LA
SEDA» (COVARR., Tesoro). Refr. con que se da a entender que aunque todos
los hombres tienen un mismo origen, la educación y las riquezas distinguen
las diversas clases sociales.
Adiós! interj. que expresa incredulidad; y también desaliento o
desconsuelo por algún mal irremediable. Muy usada.
«¡Adiós! ¿No la conozco? Como tus manos la conoces» (PENSADOR, Quijotita,
capítulo 10). «¡Adiós! ¡Adiós! respondió Camila: ¿pues de cuándo acá andan
Vdes. con corazonadas y temores?» (Astucia, tom. I, cap. 14, p. 290).
«¡Adiós! le dijo la más próxima: salga Vd. al frente» (FACUNDO, Isolina,
tom. II, cap. I, p. 22). «¿No es cierto? -¡Adiós! ¿Y por qué?» (DELGADO,
La Calandria, V). «¡Qué preguntas tienes! -¡Adiós! ¿por qué? -Porque sí»
(ID., ib., X). «¡Adiós! ¿Es Vd. general?» (ID., ib., XII). «¡Dichoso tú!
-¿Dichoso? ¡Adiós! Si tú estás mejor» (ID., ib., XIII). «¡Qué paz tan
dulce! -¡Adiós! replicó Tacho. ¿En qué historia aprendiste esas cosas?»
(ID., ib., XII).
† Adir. a. Este artículo del Diccionario no es más que una remisión a Adir
la herencia, y no se halla en el art. HERENCIA. ADIR la herencia es
aceptarla, tácita o expresamente (Salvá).
En ADICIÓN repite la Academia «Adición de la herencia. Acción y efecto de
adir la herencia».
Adjuntar. a. Acompañar un papel a otro, para que lleguen juntos a su
destino. Muy usado en el comercio: ADJUNTO una factura.
Bogotá. «Adjuntar se nos figura inútil, una vez que hay incluir y otros
modos de expresar lo mismo» (CUERVO, § 752).
Úsase también en el Ecuador. CEVALLOS, p. 30, le califica de intruso.
En Venezuela, RIVODÓ, p. 22. Michelena le reprueba (Pedantismo literario,
p. 3).
† Administrarse. pr. fam. Recibir el viático y la extremaunción. Hoy se ha
ADMINISTRADO el enfermo.
Cuba. «Por antonomasia se refiere al Sacramento de la Extremaunción, hoy
ADMINISTRARON á fulano» (PICHARDO, p. 5).
† Ad nútum. exp. lat. Se remite en el Diccionario a Amovible ad nútum, y
no se halla en AMOVIBLE. Salvá, en AMOVIBLE, trae la frase: «Se dice de
aquellos destinos que no son fijos, y de que pueden ser removidos los que
los obtienen sin que deba resultarles descontento ni ofensa».
La Academia dice «BENEFICIO AMOVIBLE AD NÚTUM. Beneficio eclesiástico
que
no es colativo, denotando la facultad que queda al que le da, para remover
de él al que le goza».
† Adobe. DESCANSAR HACIENDO ADOBES, fr. que equivale a la castellana
Mientras descansas machaca esas granzas. Se dice cuando alguno, por
voluntad o por fuerza, emplea en otro trabajo el tiempo destinado al
descanso.
* Adobera. f. Queso hecho en forma de adobe.
† Adonde. conj. caus. y cont. fam. Dado que, supuesto que, cuando.
«Alguna cosa grave le habrá acontecido adonde no ha llegado según me lo
ofreció» (Astucia, tom. I, cap. 7, p. 121).
† Adoquín. m. Aunque conforme a la etimología sólo puede ser de piedra,
como dice la Academia, hoy se da también este nombre a los que se hacen de
madera, o de asfalto comprimido.
† Adulón, na. adj. Úsase también como sustantivo. Adulador; pero en
sentido aún más despectivo. El adulador suele ejercer su mal oficio con
personas principales, y procura disimularlo: el ADULÓN es más descarado y
hace la barba en cualquiera ocasión a todo -9- aquel de quien aguarda
el más pequeño provecho. Con igual terminación tenemos en el Diccionario
acusón, muchacho que acostumbra acusar a los otros.
«Y tú, guapo Don Simplicio,
El ya libre, ya adulón,
Ya el padre de los donaires,
Ya el payaso, ya el simplón».
(Don Simplicio, dbre. 16 de 1846)
«Hipócritas y adulones andaban siempre [los gatos] por el fogón» (DELGADO,
La Calandria, XI).
En el Perú, ARONA, p. 10. En Chile, RODRÍGUEZ, p. 15; SOLAR, p. 19. En el
Ecuador, CEVALLOS, p. 30; Mems. de la Acad. Ecuat., tom. II, p. 64. En el
Río de la Plata, GRANADA, p. 71. En Venezuela: «El adulador puede serlo
con una intención inocente, por cariño, por afecto sincero; mas el
adulante, adulantón, adulón, se entiende que lo es en mal sentido, con
bajeza siempre, con ruindad» (RIVODÓ, p. 42).
Cuba. PICHARDO, p. 30; MACÍAS, p. 18.
Aerimancia. f. ant. Aeromancia. «La tercera [devinatoria] Aerimancia,
quiere decir adevinar por el aire, que en griego se llama Aer: que los
vanos hombres paran mientes á los sonidos que se hacen en el aire cuando
menea las arboledas del campo, cuando entra por los resquicios de las
casas, puertas y ventanas, y por allí adevinan las cosas secretas que han
de venir» (DR. PEDRO CIRUELO, Reprobación de las Supersticiones y
Hechicerías, pte. II, cap. 4).
Aeróstato. m. Globo que se eleva en la atmósfera por tener un peso
específico menor que el de ella.
Afanador, ra. m. y f. Persona que en establecimientos públicos, de
beneficencia o de castigo, se emplea en las faenas más penosas.
Afanaduría. f. En las cárceles, hospitales, e inspecciones de policía, la
pieza en que se reciben heridos o lastimados, y se les hace la primera
curación, se depositan los cadáveres que llegan, etc.
† Afectar. a. Apropiar, destinar una cosa a algún uso. Tiénesele por
galicismo reprobable. Sin embargo, en el Diccionario de Autoridades
hallamos: «Vale también Agregar, unir y apropriar alguna cosa á otra para
que sea dueño de ella, como afectar una dignidad, un oficio, un patronato,
etc. Lat. Annexum reddere. PELLICER, Argen. part. 2, folio 79. Siendo la
mayor esperanza al robador de que gozando de tan Real thalamo tuviese
causa de afectar la Corona y Monarchía francesa. MÁRQ., Gobern. Christ.,
lib. 2, cap. 3, § 1. No quiso que se afectase el reino á una familia
cierta». En la segunda edición del tomo primero del mismo Diccionario se
cambió la definición en esta otra: «Unir o agregar. Dícese más comunmente
de los beneficios eclesiásticos. Annectere, alligare»; y se suprimió la
cita de Pellicer, dejando solamente la de Márquez. En el Diccionario
(vulgar) tiene AFECTAR por tercera acep. Anexar.
Úsanle también algunos en el sentido de tomar o remedar una cosa la forma
o apariencia de otra: éste parece ser galicismo inútil.
«Carácter geológico ó de yacimiento, que consiste, no propiamente en la
parte mineralógica, sino en la estratigráfica, ó sea la disposición
afectada por las capas, bancos ó estratos en su natural superposición»
(OROZCO Y BERRA, Hist. Ant., tom. II, p. 256).
† Afecto, ta. adj. Destinado a algún uso u ocupación. V. AFECTAR.
Afligir. n. fam. Hacer fuego, desde una trinchera o mamparo, contra una
persona o grupo que ataca a cuerpo descubierto. También apalear, golpear.
Rige dativo de persona.
«Cada uno se atrincheró en una almena de la barda, y á cuantos
desembocaban en la plaza les afligían de lo lindo» (Astucia, tom. II, cap.
6, p. 148).
† Aflojar. n. En sentido absoluto, soltar el dinero.
«Eso es: Enrique es riquillo: que afloje» (FACUNDO, Las Posadas, III).
Perú. ARONA, p. 11.
Afollador. m. El que mueve los fuelles de una fragua.
Afrontilar. a. Atar una res vacuna por los cuernos al poste o bramadero,
particularmente con objeto de domarla o de matarla para la carnicería.
«Daba vuelta al bramadero
Y allí muy quieto se estaba
Hasta que la afrontilaba
Agustín, ó el matancero».
(Chamberín, p. 6)
Agachona. f. Ave acuática que abunda en las lagunas cercanas a México.
-10-
«Después de llenar el estómago con un par de agachonas» (PAYNO, Fistol,
tom. III, capítulo 3).
† Agarrada. f. fam. «Altercado, pendencia ó riña de palabras» (Dicc.)
Entre nosotros no sólo es de palabras, sino también de obras.
«Se dieron los contendientes una buena agarrada en Acajete» (Astucia, tom.
I, cap. 8, p. 136). [Se trata de una batalla].
† Agarrar. a. No solamente le usamos mal, por coger, en muchas frases,
sino que el vulgo hasta le da la acepción de tomar un rumbo: v. gr.: ¿Has
visto por dónde se fue Juan? -Sí, señor; AGARRÓ para abajo.
Perú. «AGARRAR. De muy buen castellano es este verbo, y no hay de malo
sino el abuso que de él hacemos, empleándolo constantemente por coger,
verbo que parece no existiera para nosotros» (ARONA, p. 11).
Río de la Plata. «Asir ó tomar, aunque sea con las yemas de los dedos un
finísimo pañuelo de ñandutí ó la flor más delicada. Lo mismo en toda
América, según tenemos entendido. De más es decir que no abogamos por esta
impropiedad» (GRANADA, p. 71).
AGARRARSE. pr. Contender, reñir de obra: Se AGARRARON a los golpes, a las
patadas; y en ese mismo sentido le trae Terreros.
Agarrón. (De agarrar). m. Acción de agarrar con fuerza y dar un tirón.
«Y dándole un furioso agarrón de un brazo, que le hizo pegar un grito, se
paró [puso en pie] más que de prisa» (Astucia, tom. I, cap. 14, p. 303).
V. CABRESTEAR.
Agorzomar. a. Acosar, fatigar, dar mucha prisa a alguno.
† Agostadero. m. Lugar en que, por circunstancias particulares, se
conservan mejor los pastos, y adonde se llevan los ganados que ya no
encuentran de qué alimentarse en el punto de su habitual permanencia.
«El [ganado] ovejuno lo sacan sus dueños á extremo, que acá se dice
agostadero [...] y allí los tienen hasta que llueve por esta tierra, que
vuelven con ellos» (Descr. de Querétaro, 1582, MS.). «Los mejores
agostaderos de los hacendados del reino caen en sus inmediaciones»
(BEAUMONT, Crón. de la Prov. de Mich., pte. I, lib. 2, cap. 30).
† Agostar. n. Pastar durante la seca el ganado en rastrojos o prados
reservados. Se conserva la palabra castellana; pero aquí no corresponde a
los hechos, porque en agosto es ordinariamente la mayor fuerza de las
lluvias, y por consiguiente los ganados no AGOSTAN en agosto, sino en el
invierno y principios de la primavera.
AGOSTAR se llama también dejar descansar, en cualquier tiempo, las arrias
o recuas, soltándolas al campo.
Agredir. (De agresión). a. Acometer a alguno con intención de herirle o
matarle. Muy usado, particularmente en el foro. Sin duda se le ha
inventado porque determina la significación de acometer. Nadie dirá que un
ejército AGREDIÓ a otro. Con este verbo se da a entender que la agresión
es personal, e indica también el principio del ataque. Si el AGREDIDO
repele la fuerza con la fuerza, ya no se dice que AGREDIÓ, sino que
acometió al agresor, o arremetió contra él. No es razón para desechar este
verbo la circunstancia de ser defectivo, porque muchos de esta clase
tenemos en castellano: ahí está transgredir, que la Academia anticúa. En
caso necesario habrá de hacerse lo que con todos los defectivos: suplir
con los de otro verbo los tiempos que les faltan, o emplear un rodeo. De
todas maneras convendría conservar siquiera el participio, como adjetivo
sustantivado, para hacer compañía a agresor: Él fue el agresor, y el otro
el AGREDIDO.
«Ninguno de los agredidos escapó con vida» (OROZCO Y BERRA, Hist. Ant.,
tom. III, p. 450). «Verdad es que los agredidos no entendían la lengua
extranjera» (ID., ib., tomo IV, p. 86). «Acometió ciego de ira contra los
tres que lo agredían» (FACUNDO, Isolina, tom. II, cap. 2).
Bogotá. «Agresor y agresión nos han hecho formar agredir, verbo
inconjugable en muchas de sus inflexiones, é inútil por existir acometer,
atacar, embestir. Aunque en lo antiguo se usó transgredir, nos parece
hallarse en el mismo caso, y cuando se nos ofrezca diremos violar,
quebrantar, traspasar» (CUERVO, § 759).
Venezuela. «El Diccionario trae agresión y no agredir, y así como tenemos
transgresión y transgredir, nos parece que ninguna dificultad hay para que
pueda decirse también agredir. Sólo sí que debe observarse que tanto el
uno como el otro son verbos defectivos, que -11- análogos á abolir,
garantir, etc., no se conjugan sino en las inflexiones que tienen i, como
agredí, agredimos, agrediera, agredido» (RIVODÓ, p. 42).
Tengo casi certeza de que AGREDIDO se usa igualmente en Cuba, pues aunque
no le traen Pichardo ni Macías, le he hallado en un periódico de la
Habana. Baralt propone la adopción de AGREDIR.
† Agua. f. Trae el Diccionario «AGUA DELGADA. La que por contener una
cantidad muy pequeña de materias extrañas presenta un peso específico
próximo al del agua destilada». En México se bebe AGUA delgada y AGUA
gorda. La primera es la que proviene de los manantiales de Santa Fe y de
los Leones: su densidad a 9ºC es de 1,000267; la segunda proviene de los
de Chapultepec: densidad a 22,5ºC 1,000280 (Farmacopea Mexicana, p. 132).
ECHAR AGUA ARRIBA A UNO, reprenderle severamente.
ESTAR COMO AGUA PARA CHOCOLATE, estar de picadillo, sumamente
airado.
«Mi compañero, que lo había entendido, y estaba como agua para chocolate,
no aguantó mucho» (PENSADOR, Periquillo, tom. II, capítulo 3, p. 48).
«Estoy como agüita para chocolate» (Astucia, tom. I, cap. 2, p. 33).
AGUANIEVE. f. Aunque nunca trae nieve, se llama así la lluvia menuda y
continua que suele caer al fin de la estación de aguas. Úsase más en
plural.
AGUAS FRESCAS o LOJAS: las compuestas con azúcar y el zumo de alguna
fruta, o con la semilla llamada chía.
Cuba. «AGUALOJA. Bebida compuesta de agua, azúcar ó miel, canela, clavo,
etc.» (PICHARDO, p. 6). MACÍAS, p. 26.
NO ES CAPAZ DE DAR AGUA AL GALLO DE LA PASIÓN, dícese del que es
muy
mezquino y egoísta.
NO BEBER AGUA EN ALGUNA PARTE es no poder ir a ella, por temor de caer
en
manos de la justicia el que ha cometido allí un delito.
«Y Vd. la vió? -Yo no, ya sabe usté que no bebo agua por la hacienda»
(FACUNDO, Gentes, tom. II, cap. 16).
Aguado, da. adj. En la 11.ª edición del Diccionario se encontraba este
adjetivo con la sola acepción de «El que no bebe vino», y fue suprimido en
la 12.ª. Venía del Diccionario de Autoridades. Pudieran añadírsele otras
dos: «Lo que no está espeso: caldo AGUADO, salsa AGUADA»; y «Lo que no
tiene consistencia: sombrero AGUADO».
† Aguador. m. En las haciendas el que cuida de las aguas para que no se
extravíen o derramen, e impide que las roben.
† Aguadura. f. Aquí no se conoce con este nombre la enfermedad de las
caballerías descrita en el Diccionario, sino un absceso que se forma en lo
interior del casco, y es muy frecuente.
† Aguaje. m. Abrevadero: lugar adonde va a beber el ganado, sea corriente
el agua, o recogida en presas o estanques. Este rancho tiene buenos
AGUAJES.
«Donde el arroyo de S. Vicente corre por varias llanuras, que los patrios
llaman marismas, fué preciso detenerse por estar distante el aguaje»
(Gaceta de México, junio 1722). «Y que más adelante no hallaría cosa
alguna por estar todo despoblado, á causa de faltar los aguajes»
(BEAUMONT, Crón. de la Prov. de Mich., pte. I, lib. 2, cap. 11). «Pero en
estos llanos no halló aguajes» (ID., ib., cap. 12). «Llamándole la
atención algunas oficinas nuevas, bordos y presas para tener el agua para
los riegos, y aguajes para el ganado» (Astucia, tom. II, cap. 2, pág. 62).
En el Río de la Plata dicen Aguada (GRANADA, p. 73).
2. El segundo barro muy blando y aguado que se pone sobre la azúcar para
purgarla.
Cuba. PICHARDO, p. 6.
* Aguamiel. f. Savia o jugo del maguey que, fermentado, produce el pulque.
«Beben también una como aguamiel que sacan de los magueyes» (Descrip. de
Tecuicuilco, 1580, MS.).
† Aguardiente. m. Por antonomasia el de caña, que también se llama
Chinguirito, nombre que no se usa en el comercio. El de España es nombrado
Catalán.
Cuba. PICHARDO, p. 6; MACÍAS, p. 27.
* Águila. f. Moneda de oro que vale veinte pesos fuertes. Hay también
medias águilas de valor de diez pesos.
-12-
Aguilita. m. Celador municipal: especie de mozo de oficio del
Ayuntamiento. En otro tiempo, antes de la creación de los gendarmes, eran
también agentes de policía. Dioles el pueblo ese nombre porque usaban,
bordadas en el cuello, unas águilas pequeñas.
«Gendarmes, alguaciles, esos que llaman aguilitas, ó cualquiera otra clase
de gentes con que mantener la seguridad personal» (MORALES, Gallo
Pitagórico, p. 223). «El mal no se ha remediado, y los diurnos hacen lo
mismo que los antiguos policías que llamaban aguilitas» (PAYNO, Fistol,
tom. I, cap. 19, nota). «La policía, es decir, los aguilitas, estuvieron
alarmados, y comenzaron á observar los garitos y tabernas» (ID., ib., tom.
II, cap. 12). «Los corchetes que nombran aguilitas cuyo oficio es
extorsionar á los pobres indios traficantes y puesteras» (ID., Viaje a
Veracruz, I).
«Maldígalo más quedo: es aguilita».
(Don Simplicio, tom. II, n.º 5)
«Yo no sé si la vocación de mandar aguilitas y de presidir las funciones
de teatro valga la pena de abandonar los asuntos propios y apechugar con
la rechifla» (FACUNDO, Las prosperidades nuestras, I, p. 183).
* Agujas. f. pl. Maderos agujereados que se hincan en tierra, y pasando
por sus agujeros unas trancas, sirven para cerrar entradas de potreros y
sementeras, formar corrales volantes, etc.
En Cuba lo mismo. (PICHARDO, p. 8).
AGUJA DE JARETA, la larga, gruesa y roma que sirve para introducir el
cordón o cinta en la jareta.
† Agujerear. a. Para el Diccionario son sinónimos agujerar y AGUJEREAR.
Acá les atribuimos significación diversa. Por agujerar entendemos hacer un
solo agujero; y por AGUJEREAR, hacer muchos, lo cual va de acuerdo con la
desinencia frecuentativa ear.
† Ahorcado, da. m. y f. «Persona ajusticiada en la horca», dice el
Diccionario; pero se da igual nombre al que todavía no ha sido
ajusticiado: Ahí va el AHORCADO. Salió el AHORCADO a las siete, y le
ahorcaron a las nueve. Salvá, conformándose con el uso, añadió la acepción
«El que han de ahorcar», que la Academia no ha admitido, aunque puede
comprobarse con el Quijote (pte. II, cap. 56): «Bien así como los
mochachos quedan tristes cuando no sale el ahorcado que esperan»; a lo
cual anota Clemencín: «El AHORCADO. El reo que van á ahorcar. Dícese así
vulgarmente, y se le llama ahorcado aun antes de que le ahorquen, y lo
mismo se dice del azotado. Esto consiste en que no hay en castellano
verbales ó participios de futuro, como no sea el ordenando». (También
educando, y otros). El refrán que trae el Diccionario: «No llora, ó no
suda, el AHORCADO, y llora, ó suda, el teatino», se muda aquí en No suda
el AHORCADO, y suda su Reverencia. Ese mismo refrán comprueba la acepción
añadida por Salvá, pues el ajusticiado, o castigado con la pena de muerte
ya no llora ni suda. Por lo demás, en México no hay ya AHORCADOS, porque
todas las ejecuciones capitales, sean de militares o de paisanos, se hacen
pasando al reo por las armas. Debe añadirse que ni AHORCADO ni fusilado
pueden tener acá género femenino, por estar abolida la pena capital para
las mujeres.
† Ahorcar. a. AHORCAR a alguno es valerse de su necesidad para hacerle
pagar un interés excesivo por dinero que se le presta, o para comprarle
alguna cosa en menos de su justo valor.
Ahorita. adv. t. dim. de Ahora, aun más del momento que ahora. Muy usado.
«Ahí van ahorita mi jefe» (Astucia, tomo II, cap. I, p. 5).
Perú. ARONA, p. 13. Cuba. PICHARDO, p. 8; MACÍAS, p. 32.
Aun se estrecha más el tiempo, diciendo ahoritita, como en Cuba ahoritica.
Ahoy. adv. t. vulg. Corrupción de Hoy. Úsase fuera de la capital (Estados
de Morelos y de Veracruz).
«Lo que es yo te quedré siempre lo mismo que ahoy» (DELGADO, La Calandria,
VIII). «¡Eso! Mira, Enrique; yo antes animaba á este: ahoy [en la segunda
edición ahora] no» (ID., ib., XIX). «Ahoy te desprecio». «Te he amado con
toditita mi alma; pero eso te mereces ahoy» (ID., ib., XXXIX).
Ahuate. (Del mex. auatl. MOL.). Espina muy pequeña y delgada que, a manera
de vello, cubre algunas plantas, -13- como en ciertas especies de la
caña de azúcar.
Ahuatentle. (¿Del mex. atl, agua, y tentli, labio, borde, orilla?). m.
Zanja pequeña o surco en la orilla de una sementera de caña, que sirve
para distribuir el agua a determinado número de surcos (Estado de
Morelos).
Ahuauhtle. (¿Del mex. atl, agua; huautli, bledos?) m. Huevos del mosquito
llamado axayacatl (coniza femorata), que los indios recogen en la laguna
de Tetzcoco. Se comen guisados de diversas maneras. Los españoles le
comparaban al caviar.
(OROZCO Y BERRA, Memoria para la Carta Hidrográfica del Valle de México,
p. 152).
* Ahuehuete. (Del mex. ahuchuetl, de atl, agua; y huehue, viejo. Otros le
dan diversa etimología. Cupressus disticha: Taxodium mucronatum). m. Árbol
que crece en las orillas de los ríos, o en lugares pantanosos, y adquiere
enorme corpulencia. Se les da también el nombre de sabinos, y suelen estar
cubiertos de una parásita blanquizca, llamada impropiamente heno
(tillandria usneoides). Son celebrados los del bosque de Chapultepec,
inmediato a México, así como el de Atlixco, mayor aún; pero a todos excede
el famosísimo del pueblo de Santa María del Tule, cerca de Oaxaca, que he
visto. Habla de él Humboldt, y dice (Ens. Pol., lib. III, cap. 8, § 7) que
es aun más grueso que el ciprés de Atlixco, que el dragonero de las islas
Canarias, y que todos los boabales de África. Hay dibujo y descripción de
este árbol estupendo en El Mosaico Mexicano (1841, tom. V, p. 77); y la
misma descripción se incluyó, sin dibujo, en el Diccionario Universal de
Historia y de Geografía (supl. tom. I, p. 236); pero ni dibujos ni
descripciones pueden dar idea de ese coloso vegetal; es preciso verle.
Ahuevado. m. Cierto adorno de los trajes, por lo común de la misma tela
que ellos, plegada de modo que forme unos como huevos.
«Tiene su túnico angosto
Con ahuevados y cola».
(G. PRIETO, Musa Callejera, «Romance», p. 237)
Ahuizote. (Del mex. ahuitzotl). m. Animal anfibio, que aún no se sabe a
punto fijo cuál es. «Cierto animalejo de agua como perrillo», dice Molina.
Hernández (p. 78, ed. rom.) cree que puede colocársele en el género de las
nutrias. Clavigero le describe de este modo: «El ahuitzotl es un
cuadrúpedo anfibio que por lo común vive en los ríos de las tierras
calientes. El cuerpo tiene un pie de largo, el hocico es largo y agudo, y
la cola grande. Tiene la piel manchada de negro y pardo» (Storia ant.,
lib. I, § 10). «Anfibio común en los ríos de la tierra caliente, y raro en
los lagos de México: se le llama perro de agua» (E. MENDOZA, Cat. de
palabras mex.). Este animal daba materia a los mexicanos para muchas
consejas y supersticiones, que el P. Sahagún refiere así:
«Hay un animal en esta tierra que vive en la agua y nunca se ha oído, el
cual se llama Avitzotl, es del tamaño como un perrillo: tiene el pelo muy
lezne y pequeño; tiene las orejitas pequeñas y puntiagudas, así como el
cuerpo negro y muy liso, la cola larga, y al cabo de ella una mano como de
persona; tiene pies y manos, y son como de mona: habita este animal en los
profundos manantiales de las aguas, y si alguna persona llega á la orilla
de donde él habita, luego le arrebata con la mano de la cola, y le mete
debajo del agua y lo lleva al profundo: luego turba á ésta y le hace
vertir y levantar olas: parece que es tempestad de agua, y las olas
quiebran en las orillas y hacen espuma; y luego salen muchos peces y ranas
de lo profundo, andan sobre la haz de la agua, y hacen grande alboroto en
ella; y el que fué metido debajo allí muere, y de ahí á pocos días el agua
arroja fuera de su seno el cuerpo del que fué ahogado y sale sin ojos, sin
dientes y sin uñas, que todo se lo quitó el avitzotl: el cuerpo ninguna
llaga trae, sino todo lleno de cardenales. Aquel cuerpo nadie le osaba
sacar; hacíanlo saber á los sátrapas de los ídolos, y ellos solos le
sacaban, porque decían que los demás no eran dignos de tocarle, y también
decían que aquel que fué ahogado, los dioses tlaloques habían enviado su
ánima al paraíso terrenal [...]. Decían también que usaba este animalejo
de otra cautela para cazar hombres cuando ya mucho tiempo hacía que no
había cazado ninguno, y para tomar alguno hacía juntar muchos peces y
ranas por allí donde él estaba, que saltaban y andaban por el agua, y los
pescadores, por codicia de pescar aquellos peces que parecían, echaban
allí sus redes, y entonces cazaba alguno, ahogábale, y llevábale á su
cueva. Decían que usaba otra cautela este animalejo, que [...] salíase á
la orilla -14- del agua y comenzaba á llorar como niño, y el que oía
aquel lloro iba, pensando que era realidad, y como llegaba cerca del agua,
asíale con la mano de la cola, y llevábale debajo de ella, y allá le
mataba en su cueva» (Hist. Gen., lib. XI, cap. 4, § 2).
Sin duda que la perversa índole atribuida al animalejo fue causa de que en
las pinturas aparezca como símbolo infausto y anuncio de calamidades. Se
ignora por qué tomó el nombre de Ahuitzotl el octavo rey de México, y a fe
que le cuadró a maravilla, porque se señaló por sus continuas guerras y
por la multitud de víctimas humanas que hizo sacrificar, particularmente
en la dedicación del templo mayor de México, con lo cual tenía hostigado
al pueblo, y su nombre se hizo tan aborrecible a propios y extraños, que
ha venido a significar «el que molesta y fatiga á otro continuamente y con
exceso» y así decimos todavía: Fulano es mi AHUIZOTE.
«El nombre de Ahuitzotl se usa como proverbio, aun entre los españoles de
aquel reino, para significar un hombre que con sus molestias y vejaciones
no deja vivir á otro» (CLAVIGERO, Stor. ant. del Messico, lib. IV, § 26).
«Él se hizo mi íntimo amigo desde aquella primera escuela en que estuve, y
fué mi eterno ahuizote» (PENSADOR, Periquillo, tom. I, cap. 6, p. 59). «Él
es mi ahuizote, sin duda: es otro Doctor Pedro Recio» (ID., ib., cap. 11,
p. 140). «Los violinistas son su ahuizote» (FACUNDO, Mariditos, cap. 6).
«Hoy todavía, como herencia de los tiempos antiguos, cuando una persona
nos molesta atosigándonos de una manera insoportable, acostumbramos decir:
fulano es mi ahuizote» (OROZCO Y BERRA, Hist. Ant., tom. I, p. 447).
Incluye este nombre D. Juan Fernández Ferraz en sus Nahuatlismos de Costa
Rica, y le da la significación de agüero, creencia vulgar, brujería.
Cuba. MACÍAS, p. 32.
Aindiado, da. adj. Que tira a indio: semejante a los indios en color y
facciones. Salvá dice que es voz de Cuba; mas no la trae Pichardo. Macías
la da (p. 33); pero cree que no es sólo de Cuba, sino general en América;
y añade que en Cuba es precisamente en donde menos se emplea; lo cual es
muy creíble, pues no ha quedado allá indio alguno.
Río de la Plata. GRANADA, p. 78.
† Aire. m. En el juego del monte se llama así la salida de dos cartas de
igual clase, como dos reyes, dos sotas, etc., cuando se sacan para el
albur. (V. en el Dicc. ENCUENTRO, 5.ª acep.).
VOY AL AIRE, fr. fam. que sirve para expresar que se consideran igualmente
malas dos cosas y no se sabe cuál de ellas elegir.
EN TANTO QUE EL AIRE, fr. fig. y fam. En un instante.
«Mira qué sermón tan largo nos ha echado en tanto que el aire» (PENSADOR,
Quijotita, cap. 21). «En tanto que el aire se hizo la hijuela ó partición
de bienes» (ID., Periquillo, tom. II, cap. 4, pág. 60).
2. Enfermedad que paraliza alguna parte del cuerpo. Le dio un AIRE.
Cuba. PICHARDO, p. 8; MACÍAS, p. 33. Canarias. «Cierta parálisis ligera:
tiene un aire: le dió un aire. Es corriente también en Andalucía» (ZEROLO,
p. 56).
† Aislador. m. Dase especialmente este nombre a la pieza de vidrio que se
coloca en el extremo superior de los postes en las líneas telegráficas
para sostener el alambre y aislarle.
* Ajolote. (Del mex. axolotl. SIM. MEND. Proteus Mexicanus. LL. Siredon
Humboldti. DUM.). m. Animal acuático que pertenece al orden de los
batracios; vive en el valle de México y en otros lugares de la República.
En circunstancias especiales pierde las agallas, y se trasforma en animal
terrestre. Su carne se usa como alimento y como medicina.
HERNÁNDEZ, p. 316, ed. rom.; SAHAGÚN, lib. I, cap. 13; lib. VII, cap. 2;
lib. XI, cap. 3, § 5; CLAVIGERO, lib. I, § 13; OROZCO Y BERRA, Mem. para
la Carta del Valle de Méx., p. 150.
«Habiendo bajado las aguas, produjo la tierra en sus cienos sabandijas,
culebras, ranas, ajolotes, sapos, murciélagos» (MOTA PADILLA, Hist. de la
N. Galicia, cap. XI , n.º 10). «Ministran á los rústicos habitantes
cultivadores una pesca abundante de pescaditos, ajolotes, acociles y
ranas» (FACUNDO, Ensalada de Pollos, tom. II, cap. 8).
† Alabado. m. Cántico devoto que en algunas haciendas acostumbran entonar
los trabajadores al comenzar y al terminar el trabajo.
Chile. RODRÍGUEZ, p. 20.
-15-
† Alabar. n. En las haciendas, cantar el alabado.
† Alacranado, da. adj. ant. Inficionado de algún mal.
«Los [indios] que vuelven á sus casas vienen tan alacranados que pegan la
pestilencia que traen á otros, y así va cundiendo de mano en mano»
(MENDIETA, Hist. Ecles. Ind., libro IV, cap. 37).
Alacre. (Del lat. alacer o alacris). adj. Alegre y presto para hacer
alguna cosa.
Ya que el Diccionario ha dado cabida a Alacridad, bien pudiera entrar
también ALACRE, como los ingleses tienen alacritas y alacrious. No conozco
otra voz que le equivalga exactamente.
Alagartarse. pr. Apartar la bestia los cuatro remos, de suerte que
disminuye de altura.
Alamedero. m. Guarda de una alameda.
«La criada se miraba en el niño, lo cual no era un obstáculo para que el
alamedero se viera en la criada» (FACUNDO, Chucho, tom. I, cap. 1). «Por
lo que toca al pobre alamedero» (ID., ib., tom. I, cap. 12).
† Alarma. En México se usa en todas sus acepciones como femenino.
«La voz alarma no es en su origen sino el grito ó señal que se da para
llamar á las armas: usóse después sustantivamente escribiéndose las dos
partes componentes en una sola palabra. Por tanto creemos puesto en razón
darle el género masculino, como lo hace la Academia; no obstante es de
advertirse que otros diccionarios, acordes con un uso bastante general, lo
hacen femenino: en Martínez de la Rosa se nos ofrece por el pronto el
siguiente ejemplo: Un déficit de cincuenta y seis millones causó vivas
alarmas» (Espíritu del Siglo, lib. I, cap. 4, en una nota). (CUERVO, §
172).
† Alátere. m. «Á LÁTERE. fig. y fam. Persona que acompaña, constante ó
frecuentemente á otra. Se toma á veces en mala parte». Así el Diccionario.
Considerando a ALÁTERE como junta de dos palabras latinas, castellanizada
ya, puede tener plural, ALÁTERES, que es como la trae Salvá, y comúnmente
se usa. Pero decir y escribir adlátere y adláteres es, aquí y en España,
un desatino justamente censurado por Cuervo (§ 375), quien añade, y es
cierto, que para comprender la razón de la censura basta haber pisado los
umbrales de una clase de menores.
«El pollo, por su parte estaba diciendo á su adlátere». «Pidió auxilio á
sus adláteres». «A la prima que estrenó el vestido de la esposa, y á todos
sus adláteres». «Para hacer exactamente lo que ellos hicieran en materia
de obsequiar debidamente á sus adláteres» (Escritor mexicano
contemporáneo).
V. TINTERILLO.
† Albardón. m. Nombre que se da a la silla de montar inglesa, llana y sin
borrenes.
† Albazo. m. Aunque el Diccionario le pone nota de anticuado, no lo es
aquí, sino de uso constante en vez de alborada, acción de guerra al
amanecer. Siempre se entiende por caer de sorpresa sobre el enemigo.
Lo mismo en el Ecuador. (Mems. de la Acad. Ecuat., tom. I, página 56).
† Alborotarse. pr. Animarse, inquietarse con la perspectiva de una
diversión u otro goce que se desea con ansia. Es el Embullarse de Cuba.
«Y eso que todavía no les ha acabado la modista sus vestidos color de oro
viejo, por lo que están tan alborotadas» (FACUNDO, Fuereños, cap. XII).
† Alboroto. m. Lo mismo que Embullo en Cuba. Animación, predisposición con
entusiasmo para la diversión, bulla, fiesta u obsequio que se prepara o se
espera.
Albortante. m. Candelero sin pie, de una o más luces, que comúnmente se
fija en la pared. Dase asimismo tal nombre a los brazos de un candelabro o
de una lámpara. También se halla escrito arbortante y abortante. La
definición de CANDELABRO en el Diccionario incluye la de albortante, sin
distinguirlos.
La descripción de albortante presenta cierta analogía con la de arbotante
en lenguaje náutico, pues según el Diccionario Marítimo es «todo trozo ó
pieza de madera ó hierro que sale del cuerpo principal del buque, ó de
otro objeto á que está hecho firme, para sostener cualquiera cosa». Así
como el arbotante marino es una pieza horizontal que avanza fuera de la
nave para sostener -16- cualquier cosa, del mismo modo el brazo de
candelabro sale del pie de éste, de la lámpara o de la pared, para
sostener una luz.
«Tiene distribuidas [la lámpara] cuarenta y dos arandelas en sus bien
trazados albortantes, en forma de azucenas» (Gaceta de México, julio
1733). «Ese mismo día se estrenó [en la Catedral] la insigne lámpara [de
plata] de peso de dos mil seiscientos marcos, compuesta de vaso tan capaz,
que tiene diez varas y media de circunferencia, y tres y media de
diámetro, adornada por sus exteriores de curiosos sobrepuestos, primorosas
molduras, prolijas cornisas, agraciados visos, airosos remates, pulidos
escudos, unos de S. Pedro con la tiara y llaves encrucijadas, y otros de
S. M., con la corona, leones y castillos dorados; observando en sus
adornos, tamaños y medidas el mismo orden el manípulo, y uno y otro en su
circunferencia, y las sólidas cadenas (que son en forma de cartones
encontrados, y en su centro ó mediación abrazan siete lamparines), toda
proporción en la distribución de setenta y dos arbortantes y arandelas que
le adornan; toda esta máquina pende de una cadena de fortaleza
correspondiente á el peso de más de cincuenta arrobas, y de lucimiento
igual á alhaja tan prodigiosa» (Gaceta de México, agosto 1733). [Según
Sedano en sus Noticias de México, tenía de alto esta famosa lámpara ocho
varas y media; de circunferencia diez y media: era toda de plata, en gran
parte sobredorada, y pesaba 87 arrobas 11½ libras: costó 71.343 pesos 3
reales. La cadena de hierro que la sostenía pesaba 62 arrobas 10 libras.
Vi muchas veces esa lámpara en su lugar: se deshizo y fundió en 1838 por
orden del Cabildo, que no halló, según parece, otro recurso que destruir
esta preciosa alhaja, para costear, con su producto, la compostura de los
arcos torales de la iglesia, maltratados por el temblor de tierra de 23 de
noviembre del año anterior]. «Lleva cincuenta y cuatro arandelas con otros
tantos abortantes» (Gaceta de México, agosto 1729). [Este pasaje se
refiere a la lámpara de la Colegiata de N.ª S.ª de Guadalupe, también de
plata, y muy semejante a la de la Catedral, aunque más pequeña, pues sólo
pesaba diez y ocho arrobas. No existe]. «En este mismo día, en la capilla
de los alabarderos, en la iglesia de S. Agustín, estrenó la Virgen de la
Concepcion dos albortantes de plata» (Diario del ALABARDERO, 1792, p.
381). «Había algunos arbotantes de hoja de lata con unas velas que ardían
en la noche» (PAYNO, Fistol, tom. II, cap. 12). «El queso [...] seguía
diseminado en la sala, sobre los sillones, en la moldura de los cuadros,
en los albortantes de los candelabros» (FACUNDO, Baile y Cochino, cap. 9).
«Había además encendidos cuatro candelabros ó albortantes de pared, de
siete luces cada uno» (ID., Jamonas, tom. I, capítulo 12).
* Albricias. f. pl. Llaman así los fundidores a los agujeros que dejan en
la parte superior del molde para que salga el aire al tiempo de entrar el
metal; y se les da este nombre porque cuando asoma por ellos el metal es
prueba de que el molde está lleno, y saldrá bien la fundición.
† Alcalde. m. ALCALDE DEL MES DE ENERO. La persona que recién entrada en
un cargo demuestra gran rectitud y actividad. Dícese así como anunciando
que a poco minorarán una y otra, según de ordinario acontece. En igual
sentido trae el Diccionario La justicia de Enero.
* Alcantarilla. f. Pilar de mampostería que sirve para recibir y repartir
las aguas potables. Viene a ser una especie de cambija.
† Alcoba. f. Tertulia sin aparato oficial, que daban los virreyes en su
palacio.
«Fueron recibidos con gran benevolencia, convidando S. E. á estos señores
para las noches de Pascua á la alcoba que ha de haber en dicho real
palacio, cuya práctica es en algunas salas diversión de juego, en otras
música, y otras para conversación, ministrándoseles con profusión
exquisitos refrescos» (Diario de CASTRO SANTA-ANNA, 1756, tom. III, p.
75). «En el real palacio han concurrido dichas noches muchas señoras
principales y sujetos de distinción, con motivo de las alcobas, en que han
sido muy divertidos y obsequiados» (ID., ib., p. 76). «S. E. se halla
perfectamente restablecido: continuó en las alcobas con crecidas
asistencias de señoras y sujetos principales» (ID., ib., 1757, tom. III,
p. 81). «Al anochecer de este día, por convite de SS. EE. para alcoba,
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Diccionario mexicanismos y provincialismos

  • 1. Joaquín García Icazbalceta Vocabulario de mexicanismos comprobado con ejemplos y comparado con los de otros paises hispano-americanos Índice Provincialismos mexicanos A B C CH D E F G -III- Advertencia Al morir el autor, llevaba impreso hasta la palabra filvan, y dejó concluida la letra G, con la que se proponía cerrar este primer tomo. En carta -la última de su vida- a uno de sus corresponsales, decía: «El Vocabulario avanza poco á poco; he terminado la G y allí cortaré para formar el primer tomo y soltarlo: veremos qué suerte corre, y según sea ella seguiré ó no este pesado trabajo».
  • 2. De acuerdo con la idea de mi padre publico ahora el primer tomo, y procuraré hacer otro tanto con el segundo, que él comenzó a preparar. En la parte impresa por el autor, le ayudaron especialmente los señores don José María Vigil y don Rafael Ángel de la Peña. Reciban estos excelentes amigos las gracias: tal como se las hubiera dado mi inolvidable padre. Por vía de prólogo, me ha parecido oportuno reimprimir el estudio del autor sobre provincialismos mexicanos, inserto con este título en la página 170 del tomo tercero de las Memorias de la Academia Mexicana Correspondiente de la Real Española. México, 7 de mayo de 1899. LUIS GARCÍA PIMENTEL -[IV]- -V- Provincialismos mexicanos Invitada bondadosamente esta Academia por la Real Española para contribuir al aumento y mejora de la duodécima edición del Diccionario vulgar, se le enviaron unas mil trescientas cédulas, después de discutidas detenidamente en nuestras juntas. Verdad es que esa labor no fue del todo fructuosa. Buen número de cédulas no halló cabida en la nueva edición; pero basta que más de la mitad de ellas fuera admitida, para que no pensemos haber trabajado en vano. Aunque mezcladas, formaban en realidad dos partes distintas: una, las adiciones y enmiendas a las palabras españolas; otra, los provincialismos mexicanos. Ignoramos qué criterio estableció la Real Academia para admitir o desechar las cédulas; y el simple examen del Diccionario no puede dárnosla a conocer. En la parte primera bien podemos quedar contentos con el número de las admisiones, puesto que nos entramos en el terreno propio de los ilustres académicos de Madrid; y habérsenos dado lugar en él, poco o mucho, debe ser justo motivo de congratulación para nosotros; sea que nuestra propuesta fuera causa de la admisión, o que simplemente coincidiéramos con el propósito que ya tenía la Academia de admitir tales voces en su Diccionario; porque de todos modos nos es grato recibir la aprobación de Cuerpo tan distinguido. No habérsenos abierto de par en par las puertas, puede argüirnos de haber errado muchas veces, lo cual no sería maravilla; pero puede también significar, en ciertos casos, que esas voces españolas desechadas, aunque corrientes aquí y en otras partes, no tenían aún derecho a entrar en el cuerpo de la Lengua, que debe ser común a cuantos pueblos la hablan. Y es curioso notar, que ciertas voces que no nos atrevimos a -VI- proponer -entre ellas onusto y peragrar- aparecieron en la nueva edición del Diccionario. Tocante a nuestros provincialismos, es de creerse que la Real Academia aceptó aquellos que encontró apoyados por autores antiguos, o que le parecieron de conocimiento más necesario, por designar objetos sin nombre propio castellano. No podía conocer cuáles eran de uso tan general en México, que debieran considerarse como incorporados ya definitivamente en esta rama americana; porque nosotros -preciso es confesarlo- pocas veces cuidamos de advertirlo, y en realidad no era fácil establecer semejante distinción. La Academia Mexicana ha creído conveniente publicar en sus Memorias la
  • 3. lista de las cédulas que fueron acogidas por la Real Academia Española. Comienza ahora por las correspondientes a la letra A, y dará sucesivamente las demás, suprimiendo las definiciones propuestas, por carecer ya de objeto. Al hacer esta publicación no le lleva mira alguna de vanagloria, que le estaría mal y que no alcanzaría con tan corto trabajo; ni menos pretende reivindicar la exigua parte que tiene en la última edición del Diccionario. Quiere tan sólo mostrar que no ha permanecido ociosa, y al mismo tiempo dejar consignadas algunas etimologías que no aparecieron en el Diccionario, y unas cuantas autoridades que de ningún modo podían caber en él, por rehusarlas su plan. Por causas conocidas de esta Academia, y cuya exposición no interesaría fuera de ella, no fue completo el examen de la undécima edición del Diccionario, ni se recogieron muchas más adiciones y enmiendas que habrían resultado, sin duda, si todas las letras del alfabeto se hubieran revisado. Tenemos noticia, aunque no oficial, de que la Real Academia prepara ya otra edición de su principal obra, y creemos, porque lo pasado nos lo asegura, que recibirá con su acostumbrada benevolencia lo que le propongamos. Nos vemos, pues, en el caso de entrar de nuevo al mismo campo, donde queda todavía copiosa mies. Y aun cuando así no fuera, nos quedará el deber de colegir los provincialismos de México, que caen de lleno dentro de nuestra jurisdicción. Penoso es haber de confesar que en este camino casi ningún auxilio encontraremos que nos alivie la jornada. No existe obra en que expresamente se trate de los provincialismos de México, mientras que otras naciones o provincias hispanoamericanas han recogido ya los suyos, si bien con diferente método, varia extensión y desigual éxito. Entre los trabajos de esta especie corresponde el primer lugar a las Apuntaciones críticas sobre el lenguaje bogotano, del insigne filólogo don Rufino -VII- José Cuervo: obra que cuenta ya cuatro ediciones1, y que, como lo han notado varios críticos, no corresponde a su título, porque le excede con mucho. Verdadero tesoro de erudición filológica, da riquezas no tan sólo a quienes quieran estudiar los provincialismos hispanoamericanos, sino a cuantos usan de la lengua castellana. Es, sin embargo, una pequeña muestra, nada más, de la pasmosa erudición del autor, que vendrá a descubrirse toda entera, si, como tanto deseamos, Dios le conserva la vida para dar término a su asombroso Diccionario de construcción y régimen de la lengua castellana, de que solamente disfrutamos ahora el primer tomo2. En su inestimable trabajo sigue, en cierta manera, el señor Cuervo, el orden gramatical, comenzando por la prosodia, donde trata de la acentuación y de las vocales concurrentes. Pasa luego al nombre, de cuyos números, géneros y derivados trata: habla largamente de la conjugación, en seguida de los pronombres y artículos, de los verbos y partículas; corrige en otro capítulo las acepciones impropias, y termina con el examen de las voces corrompidas o mal formadas, así como de las indígenas o arbitrarias. En todas partes derrama gran copia de doctrina, apoyada con numerosos ejemplos de autores: enmienda los defectos del habla de sus compatriotas -de que en gran parte adolecemos también nosotros-, y no es raro encontrar en sus páginas verdaderas disquisiciones filológicas. Diseminados en todo el curso de la obra se encuentran los provincialismos colombianos; pero es
  • 4. fácil hallar los que se busquen, mediante el índice alfabético con que termina el libro. Existe asimismo un Diccionario de chilenismos, por don Zorobabel Rodríguez3, actual secretario de la Academia Chilena Correspondiente: trabajo estimable, aunque inferior al que acabamos de mencionar; y no creemos ofenderle con esta calificación, porque a pocos es dado llegar a la altura del autor de las Apuntaciones: acercársele es ya mucho. El método es el del Diccionario de galicismos de Baralt: orden alfabético en párrafos más bien que artículos estilo a veces ligero y picante. El autor no halló acaso escritos bastantes para autorizar muchas de sus voces, y se resolvió a citar con frecuencia los suyos propios: determinación exigida sin duda por la necesidad, y que disculpa en el prólogo; pero que a alguno parecerá extraña. A lo menos no es corriente entre lexicógrafos. -VIII- El Diccionario de chilenismos dio pie a unos Reparos que escribió don Fidelis P. del Solar4, en tono un tanto agresivo, y en no muy castizo castellano. Contiene, sin embargo, observaciones fundadas. Cuenta el Perú con un Diccionario de peruanismos5, por Juan de Arona, seudónimo del conocido escritor y poeta don Pedro Paz Soldán y Unánue, hoy miembro de la Academia Correspondiente del Perú. A semejanza de Rodríguez, y probablemente por igual razón, suele citarse a sí propio, como autoridad. Sigue el método de Baralt y de Rodríguez. Es obra de mérito, donde hallaron cabida, más de lo conveniente, amargas censuras y aceradas pullas contra la sociedad en que vivía el autor. Deslúcela también un tanto el tono de ciertas críticas del trabajo del señor Cuervo. La Isla de Cuba ha producido cuatro ediciones del Diccionario casi-razonado de vozes cubanas, por don Esteban Pichardo6, en que se incluyen muchas de historia natural. Tiene forma rigurosa de diccionario: en artículos y a dos columnas. Rara vez se dan autoridades; y sobre haber introducido el autor variaciones ortográficas de su cosecha, llegó en ciertos artículos a tal desenfado, que ni a los diccionarios, con ser por su naturaleza tan laxos, puede tolerarse. Con motivo de las Apuntaciones del señor Cuervo publicó don Rafael María Merchán en el Repertorio Colombiano7 un erudito artículo en que hizo notar la conformidad de Colombia y Cuba en muchas voces, locuciones y aun defectos de lenguaje. De palabras de la antigua lengua de las Antillas tenemos un glosario agregado a la Relation des choses de Yucatan, del ilustrísimo fray Diego de Landa, publicada por el padre Brasseur de Bourbourg8. Otros glosarios de voces americanas se hallan en algunos libros, como en el Diccionario de América de Alcedo, y señaladamente en la bella edición que la Real Academia de la Historia hizo de la grande obra de Gonzalo Fernández de Oviedo. Tales como son, sirven bastante, y lo que de ellos se saca es casi lo único que nos resta de las lenguas antillanas, desprovistas de gramáticas y vocabularios en forma. Últimamente han aparecido en las Actas y Memorias de las Academias Venezolana y Ecuatoriana listas de voces propuestas a la Real Academia Española, entre las cuales hay algunos provincialismos de aquellas Repúblicas. -IX- A los trabajos mencionados -que tenemos a la vista- hay que añadir otros
  • 5. de que, por la funesta incomunicación en que permanecen las Repúblicas hispanoamericanas, no nos ha sido dado alcanzar más que noticias vagas y acaso erradas. Tal sucede con una colección de provincialismos del Ecuador, por don Pedro Fermín Ceballos, actual director de aquella Academia Correspondiente; y en igual caso se hallan una recopilación de voces maracaiberas; un extracto9 del Diccionario -al parecer inédito- de vocablos indígenas de uso frecuente en Venezuela, por el finado don Arístides Rojas; un trabajo de importancia tocante a Buenos Aires, y algo más que se oculta sin duda a nuestras indagaciones. Mas solamente con lo que ahora tenemos basta para advertir con asombro, cuán grande es el número de voces y frases que nos hemos acostumbrado a mirar como provincialismos nuestros, siendo en realidad comunes a otras tierras hispanoamericanas. Está muy extendida la errada creencia de que esos provincialismos son tomados, en su mayor parte, de las lenguas indígenas que antes de la conquista se hablaban en los respectivos lugares. Sin negar que son muchos los de esa clase, es sin comparación mayor el número de los que salen de la propia lengua castellana, y han desaparecido en su patria original, o por lo menos, no han entrado al Diccionario. «Es curioso ver -dice el señor Cuervo10- el número de voces, más ó menos comunes entre nosotros, que ya en la Península han caído en desuso: hecho éste muy fácil de explicar para quien tenga en cuenta la incomunicación en que vivieron nuestros abuelos y en que hemos seguido viviendo nosotros con los españoles transfretanos: tales vocablos son monumentos y reliquias de la lengua de los conquistadores, que deberían conservarse como oro en paño, si la necesidad de unificar la lengua en cuanto sea posible y razonable, no exigiera la relegación de muchos de ellos». Y en otro lugar dice11: «Si los vocabularios del gallego y asturiano, del catalán, mayorquín y valenciano, y del caló mismo, esclarecen muchos puntos de la fonética y la etimología castellanas, las peculiaridades del habla común de los americanos no pueden menos de ser útiles al filólogo, por dos conceptos especialmente: lo primero, porque no habiendo pasado íntegra al Nuevo Mundo la lengua de Castilla, á causa de no haber venido el suficiente número de pobladores de cada profesión y oficio, la necesidad ha obligado á completarla y á acomodarla á nuevos objetos: -X- lo segundo, porque habiendo venido voces, giros y aun corruptelas que están hoy olvidadas en la Metrópoli, no pocas veces hallamos en nuestro lenguaje la luz que nos niegan los diccionarios para comprender y comprobar vocablos y pasajes de obras antiguas». Considerados por este aspecto los Diccionarios de provincialismos americanos, adquieren una importancia que no aparece de pronto en el título. Pero si aislados la tienen, mucho crece cuando reunidos y comparados se advierte que no son grupos aislados de voces y frases, importantes tan sólo para quienes se valen de ellas en el trato común, sino partes de un todo grandioso, cuyos dispersos componentes no han sido hasta ahora congregados. Al verificarse la conquista carecía España de un Diccionario propiamente dicho, y no le tuvo sino hasta dos siglos después, cuando los beneméritos fundadores de la Academia Española dieron brillante comienzo a sus tareas con la publicación del gran Diccionario de Autoridades (1726-1739), que por desgracia verdaderamente lamentable no ha vuelto a imprimirse, pues la
  • 6. segunda edición (1770) no pasó del tomo primero. Aquel trabajo, como primer ensayo, resultó necesariamente incompleto; y por lo mismo que según el plan adoptado los artículos debían ir fundados con la autoridad de uno o más escritores, no tuvieron cabida muchas voces del lenguaje vulgar no escrito que para aquella fecha habían desaparecido. Se habrían hallado muchas, con todo, si entonces corrieran ya impresas tantas obras antiguas que después han salido a luz, y que no pudieron disfrutar aquellos laboriosos lexicógrafos, quienes, a la verdad, tampoco llegaron a recoger todo lo que tenían, ni se engolfaron mucho en la antigüedad. Ni el Diccionario vulgar ha agotado todavía los provincialismos de España: menos aún las voces antiguas. Hecho tal trabajo, se vendría en conocimiento de que muchos de los llamados provincialismos de América se usan asimismo en provincias españolas, particularmente en Andalucía: otros aparecerían como voces antiguas sepultadas en escritos de épocas remotas. Al pasar a Indias conquistadores y pobladores, trajeron consigo el lenguaje vulgar que ellos usaban y le difundieron por todas partes, aumentándole con voces que solían inventar ellos mismos para suplir la parte deficiente de su propio idioma, de que nos habla el señor Cuervo, y con las que tomaban de las lenguas indígenas para designar objetos nuevos, o relaciones sociales desconocidas. El continuo movimiento de los españoles en aquellos tiempos daba por resultado que al pasar de unos lugares a otros llevaran y trajeran palabras tomadas en cada uno, -XI- las comunicaran a los demás, y aun las llevaran a España, donde desde antiguo echaron raíces ciertas voces americanas, en los documentos oficiales primero, luego en las relaciones e historias de Indias, y al cabo en el caudal común de la lengua. «De nuestro modo de hablar -decía a fines del siglo XVI el padre Mendieta12- toman los mismos indios, y olvidan lo que usaron sus padres y antepasados. Y lo mismo pasa por acá de nuestra lengua española, que la tenemos medio corrupta con vocablos que á los nuestros se les pegaron en las islas cuando se conquistaron, y otros que acá se han tomado de la lengua mexicana». Así nos explicamos que en todas partes se encuentren vocablos de las lenguas indígenas de otras, aunque a veces estropeados, o con cambio en la significación. Conocido el origen del lenguaje hispanoamericano, ya comprendemos por qué no solamente nos son comunes voces y locuciones desusadas ya en España, sino hasta los defectos generales de pronunciación y la alteración de muchas palabras. A los andaluces, que vinieron en gran número, debemos sin duda el defecto de dar sonido igual a c, s y z; a ll e y: en general acostumbramos pronunciar unidas vocales que no forman diptongo, diciendo cái, máiz, páis, paráiso, óido, cáido, véia, etc., etc.: cambiamos, añadimos o suprimimos letras, mudamos los géneros, y aun decimos verdaderos disparates con maravillosa uniformidad. ¿Nos hemos puesto de acuerdo para todo esto? Imposible: las lenguas no se forman ni se modifican por ese medio. ¿Es el resultado de continuo trato y comercio entre los pueblos hispanoamericanos? Jamás ha existido. ¿De dónde viene, pues? De un origen común, tal vez modificado en ciertos casos por circunstancias peculiares de las nuevas regiones. Y esas palabras, esas frases no tomadas de lenguas indígenas, que viven y corren en vastísimas comarcas americanas, y aun en provincias de la España misma, ¿no tienen mejor derecho a entrar en el cuerpo del Diccionario, que
  • 7. las que se usan en pocos lugares de la Península, acaso en uno solo? «Valdría la pena -dice Merchán- escribir un Diccionario de Americanismos, fijando, hasta donde fuese posible, la etimología de ciertas voces que todos, desde Río Grande á Patagonia, entendemos ya, y darlo á España diciendo: De los cuarenta y dos millones de seres que hablamos español, veintisiete millones hemos adoptado estas palabras con este sentido: ellas son el contingente que tenemos el deber y el derecho de llevar á la panomia de la lengua». Ya desde antes defendía don Andrés Bello los mal llamados americanismos. «No se crea -escribe en -XII- el prólogo de su Gramática- que, recomendando la conservación del castellano, sea mi ánimo tachar de vicioso y espurio todo lo que es peculiar de los americanos. Hay locuciones castizas que en la Península pasan hoy por anticuadas, y que subsisten todavía en Hispano-América: ¿por qué proscribirlas? Si según la práctica general de los americanos es más analógica la conjugación de algún verbo, ¿por qué hemos de preferir la que caprichosamente haya prevalecido en Castilla? Si de raíces castellanas hemos formado vocablos nuevos, según los procederes ordinarios de derivación que el castellano reconoce, y de que se ha servido y se sirve continuamente para aumentar su caudal de voces, ¿qué motivo hay para que nos avergoncemos de usarlos? Chile y Venezuela tienen tanto derecho como Aragón y Andalucía para que se toleren sus accidentales divergencias, cuando las patrocina la costumbre uniforme y auténtica de la gente educada. En ellas se peca mucho menos contra la pureza y corrección del lenguaje, que en las locuciones afrancesadas de que no dejan de estar salpicadas hoy día las obras más estimables de los escritores peninsulares». Salvá defendió también el derecho de las voces americanas a entrar en el Diccionario, y dio el ejemplo incluyendo muchas en el suyo, aunque no tantas como quisiera, por las razones que expresó en el prólogo. Notamos hoy dos defectos igualmente viciosos en el lenguaje: quienes le destrozan con garrafales desatinos en lo que parece castellano, y le completan con galicismos; quienes pretenden llevar la atildadura hasta el punto de no admitir, por nada de esta vida, voz o acepción que no conste en el Diccionario de la Academia. Los primeros no tienen cura, porque manejan una máquina que no conocen, y cuyo mecanismo no quieren estudiar o no alcanzan a comprender. A los otros podría preguntarse, qué sería de la lengua, si cuantos la hablan o escriben se sujetaran a tan riguroso sistema. A la hora en que tal se verificara, la Academia misma se encontraría encerrada en los límites que ella tuviera fijados; carecería de objeto, y no podría hacer más que aumentar el Diccionario con el rebusco de voces usadas por los autores cuyos escritos estuvieran ya aceptados como autoridad. La lengua castellana quedaría fija, muerta como la latina; y las lenguas cambian, pierden por una parte, ganan por otra, ya con ventaja, ya con detrimento, pero no mueren, sino cuando mueren los pueblos que las hablan. Tan difícil es, decía cierto lexicógrafo, fijar los límites de una lengua en un diccionario, como trazar en la tierra la sombra de un árbol agitado por el viento. El vulgo y los grandes escritores crean las voces y locuciones nuevas: -XIII- aquél a veces con acierto instintivo; éstos conforme a la necesidad o a las reglas filológicas: el uno las introduce con el empuje de la muchedumbre; los otros con el pasaporte de su autoridad. Preciso es que alguien proponga,
  • 8. para que haya materia de examen. Las Academias no inventan: siguen los pasos al uso, y cuando le ven generalizado, examinan si es el bueno, para rechazar novedades inútiles o infundadas, apartar lo bárbaro o mal formado, y acoger con criterio lo que realmente sirve para aumentar el caudal legítimo de la lengua. Oficio suyo es presentar el fiel retrato de ella en el momento de tomarle; mas no le pinta a su antojo. Las palabras nuevas andan fuera del Diccionario, no porque sean sin excepción inadmisibles, sino mientras no son aceptadas por quienes pueden darles autoridad, y se averigua si son dignas de aprobación definitiva. Los individuos mismos de las Academias, como particulares, emplean en sus escritos voces y frases que, reunidos en Cuerpo, no se resuelven todavía a admitir en el Diccionario. No temamos, pues, valernos de voces nuevas; temamos, sí, acoger sin discernimiento las malas. ¿Por qué, pues, hemos de calificar rotundamente de disparate cuanto se usa en América, sólo porque no lo hallamos en el Diccionario? Esos mal llamados disparates ¿no son a menudo útiles, expresivos y aun necesarios? ¿No suelen ser más conformes a la etimología, a la recta derivación o a la índole de la lengua? Deséchese enhorabuena, con ilustrado criterio, lo superfluo, lo absurdo, lo contrario a las reglas filológicas; pero no llevemos todo abarrisco, por un ciego purismo, ni privemos a la lengua de sus medios naturales de enriquecerse. Propendemos en América a sacar verbos de nombres, y es cosa que mucho se nos imprueba (sin estar por cierto vedada), aun cuando sean ellos útiles para atajar circunloquios y economizar el verbo hacer, tan ocasionado a galicismos. Traicionar, después de mucho rondar las puertas, al fin se entró por ellas, y tomó asiento en el Diccionario. Mas no han logrado igual fortuna acolitar, que abarca todo el oficio de los acólitos, y no es puramente ayudar a misa; festinar, hijo legítimo del latín, y buen compañero de la aislada festinación, agredir, latino también, más enérgico y concreto en ciertos casos, aunque defectivo, que acometer o atacar; harnear, mejor, como derivado de harnero, que aechar, vocablo huérfano, sin etimología en el Diccionario vulgar, y con una descabellada en el de Autoridades13, extorsionar, de extorsión, y -XIV- otros. Dictaminar, que se usa aquí, en Chile, y probablemente en las otras Repúblicas, ha corrido peor suerte. Hace cuarenta años que le recomendó Salvá y le acogió en su Diccionario: nuestra Academia le propuso, y lejos de ser aceptado, fue excomulgado nominatim en la Gramática (1880; página 280), donde se le calificó de «invención moderna, á todas luces reprensible». Igual censura mereció presupuestar, y Juan de Arona se burla de él, teniéndole por «grosero, bárbaro, rudo verbo». No le defenderemos, ciertamente; pero el hecho es que corre, por lo menos, aquí, en el Perú y hasta en España, y acaso llegue a encajarse en la lengua. El participio irregular presupuesto ha venido a convertirse en un sustantivo de grande importancia para todos: su origen de presuponer casi está olvidado, y con un paso más salió de él un verbo que no se parece al otro, y equivale a «hacer ó formar un presupuesto». Ni tampoco es caso único en nuestro idioma. De exento, participio irregular de eximir, y al mismo tiempo sustantivo, ha salido el verbo exentar; de sepulto (irregular de sepelir, anticuado) sepultar; de expulso (irregular de expeler) expulsar; de injerto (irregular de ingerir, y sustantivo) injertar. Entre nosotros, el vulgo ha llegado a sacar de
  • 9. roto (irregular de romper) rotar, que la gente educada nunca usa, si bien cuenta con análogos en derrotar (disipar, romper, destrozar), y malrotar (disipar, destruir, malgastar la hacienda u otra cosa). Con el tiempo, alguno de estos verbos americanos entrará al Diccionario en pos de traicionar; y cuando esté legitimado, los pósteros se admirarán de nuestros escrúpulos, como ahora nos admiramos nosotros de los del autor del Diálogo de la Lengua. En último caso, y aun tratándose de verdaderos disparates, esa conformidad en disparatar es punto digno de estudio. Cabe menos aquí el acuerdo, y habremos de ocurrir, ya que no al arcaísmo o a la herencia común, por lo menos a alguna razón fonética, a predisposición particular de los hispanoamericanos, o a cierta modificación de sus órganos vocales. General es la dulzura y suavidad del habla, particularmente en el sexo femenino; y tanta, que si en unos sujetos es agradable, en otros llega a ser empalagosa. No sé si la exageración de esta cualidad o la constelación de la tierra, que influye flojedad, nos hace tan amigos de la sinéresis; porque, a lo menos para nosotros, es más suave y cuesta menos trabajo pronunciar leon, que le-ón; páis, que pa-ís, ói-do, que o-í-do; cre-ia, ve-ia, que cre-í-a, ve-í-a. A-ho-ra se convierte a cada paso en aho-ra, y aun o-ra: no hay para nosotros c ni z, todo es s, letra que pronunciamos con suma suavidad; y prodigamos, a veces hasta el fastidio, los diminutivos y términos de cariño. Es un hecho, que -XV- la pronunciación de los españoles recién llegados, y sobre todo la de las españolas, nos parece áspera y desagradable, por más que la reconozcamos correcta. Pasados algunos años, raro es quien no la suaviza, y entonces la encontramos sumamente agradable. Esta tendencia de la lengua a modificarse en América es digna de estudio; lo mismo que la causa de los trastrueques, supresiones y añadiduras de letras, cuando son comunes a diversas regiones. Ninguna investigación puede ser fructuosa sin la previa reunión de los vocabularios particulares de todos los pueblos hispanoamericanos: faltando algunos, pierde el conjunto su fuerza, la cual resulta del apoyo que las partes se prestan mutuamente. El material está incompleto: no hay datos suficientes para juzgar. A cada nación toca presentar lo suyo; algunas así lo han hecho ya: nosotros permanecemos mudos. Si pretendemos tener parte en la lengua, si queremos ser atendidos, preciso es que reunamos nuestros títulos y los presentemos a examen: de lo contrario, el mal no será únicamente para nosotros, que merecido le tendríamos, sino que, privando de una parte al conjunto, le debilitaremos, y en fin de cuentas, perjudicaremos a nuestra hermosa y querida lengua castellana. Difícil es, en verdad, el trabajo, y más propio de una sola persona, para que haya perfecta unidad en el plan y en la doctrina; mas como tal persona no se ha presentado hasta ahora, esta Academia tiene que acudir a la necesidad. No debe aspirar desde luego a mucho, porque no alcanzará nada; y ser remota la esperanza de llegar felizmente al fin, no es razón para dejar de poner los medios. El soldado está obligado a pelear como bueno; no a vencer. La Academia puede publicar sucesivamente en sus Memorias lo que vaya recogiendo, y allí quedará para que ella misma, o quien quisiere, lo aproveche después. De los dos métodos adoptados para formar los Diccionarios de
  • 10. provincialismos parece preferible el que no se ciñe a la forma rigurosa de Diccionario, es decir, el adoptado por Rodríguez y Arona, a imitación del de Baralt. Permite explicaciones y observaciones que no caben en la estrechez de una pura definición, y aun reminiscencias o anécdotas que contribuyen grandemente al conocimiento del origen, vicisitudes y significado de las voces: se presta asimismo a dar cierta amenidad relativa a un trabajo árido de suyo, con lo cual se logra mayor número de lectores, y es mayor el beneficio común. Sea cual fuere el plan, en la ejecución nunca debe olvidarse que un Diccionario de provincialismos no es un Diccionario de la Lengua. Éste -XVI- pide suma severidad en la admisión de artículos, como que van a llevar el sello de su legitimidad: el otro debe abarcarlo todo; bueno o malo, propio o impropio, bien o mal formado; lo familiar, lo vulgar y aun lo bajo, como noto que en soez u obsceno; supuesto siempre el cuidado de señalar la calidad y censura de cada vocablo, para que nadie le tome por lo que no es, y de paso sirva de correctivo a los yerros. Tal Diccionario debe reflejar como un espejo el habla provincial, sin ocultar sus defectos, para que conocidos se enmienden, y no se pierda el provecho que de ellos mismos pudiera resultar. No es que todo se proponga para su admisión en el cuerpo de la lengua. La Real Academia, como juez superior, tomará, ahora o después, lo que estime conveniente: lo demás servirá para estudios filológicos y como vocabulario particular de una provincia. Esta palabra, respecto al caudal de la lengua castellana, significa en América una nación hija de la Española, y que antes fue parte de ella. Estas naciones se subdividen a su vez en provincias, que tienen sus provincialismos especiales. A los habitantes de la capital nos causan extrañeza el acento y fraseología de los naturales de ciertos Estados, y no entendemos algunos de los vocablos que ellos usan. En Veracruz, por ejemplo, es bastante común el acento cubano; en Jalisco y en Morelos abundan más que aquí las palabras aztecas; en Oajaca algo hay de zapoteco y también de arcaísmo; en Michoacán son corrientes voces del tarasco; en Yucatán es muy común entre las personas educadas el conocimiento de la lengua maya y el empleo de sus voces, porque aquellos naturales la retienen obstinadamente, y casi la han impuesto a sus dominadores. Los Estados fronterizos del norte se han contagiado de la vecindad del inglés, y en cambio han difundido por el otro lado regular número de voces castellanas, que nuestros vecinos desfiguran donosamente, como puede verse en el Diccionario de americanismos de Bartlett. En general, las provincias, mientras más distantes, más conservan del lenguaje antiguo y de las lenguas indígenas que en cada uno se hablaron. Todos estos provincialismos particulares tienen que venir a incorporarse en nuestro proyectado vocabulario; siempre con la correspondiente especificación del lugar donde corren. Con el idioma hablado sucede en México lo mismo que ha sucedido en España. Ya hemos visto que allá se perdió buena parte de él, antes que hubiese Diccionario: lo que vino a refugiarse aquí también se ha ido perdiendo por falta de registro en que se conservara. La pérdida de lo que aún se conserva será, pues, definitiva e irreparable, si no se -XVII- evita con la pronta formación del Diccionario de provincialismos. La destrucción es tan rápida, que los que hemos llegado a edad avanzada podemos recordar
  • 11. perfectamente voces y locuciones que en la época, por desgracia ya lejana, de nuestra niñez eran muy comunes, y hoy han desaparecido por completo. Difícil es reunir los provincialismos; pero mucho más autorizarlos. Los buenos escritores procuran mantenerse dentro de los límites del Diccionario de la Academia: los malos tratan de imitarlos, pero con tan poco acierto, que cerrando con afectación la puerta a voces nuevas y aceptables, o usándolas mal, la abren ancha a la destructora invasión del galicismo. Aquellos nos dan muy poco: éstos no tienen autoridad. En todo caso, como el lenguaje hablado no se halla en libros graves y con pretensiones de eruditos, a otros recursos hay que apelar. Nada se ha hecho todavía entre nosotros para colegir el folk-lore, como ahora se llama a la sabiduría popular, es decir, la expresión de los sentimientos del pueblo en forma de leyendas o cuentos, y particularmente en coplas o cantarcillos anónimos, llenos a veces de gracia y a menudo notables por la exactitud o profundidad del pensamiento. Una colección de esta clase sería inestimable para nuestro libro: no habiéndola, hemos de ocurrir a la novela, y a las poesías llamadas populares, aunque de autores conocidos y no salidos del pueblo. La novela ha alcanzado poca fortuna entre nosotros, aunque no faltan algunas que nos ayudarían. Cuando buscamos el lenguaje vulgar hablado no debemos despreciar verso o prosa, por poco que valga literariamente: antes esos escritos, por su mismo desaliño, nos ponen más cerca de la fuente, como que excluyen todo artificio retórico, y toda tentativa de embellecimiento, que para nuestro objeto sería más bien corrupción. Por desacreditado que esté el lenguaje de la prensa periódica, no hay tampoco que hacerle a un lado. En el periodismo antiguo, más seguro en esa parte, no faltará cosecha: sirvan de ejemplo las Gacetas de Alzate. El moderno puede darnos comprobación del uso, bueno o malo, de ciertas voces; y no olvidemos que para nuestro intento no necesitamos tanto de autoridades de peso que decidan la admisión de un artículo en el Diccionario de la Academia, aunque no estarían de sobra, cuanto de comprobantes del uso. Si queremos remontarnos más e ir a rebuscar en el lenguaje de los conquistadores, habremos de ocurrir a los documentos primitivos. Las Historias formales no nos darán acaso tanto como deseáramos, porque sus autores procuran atildarse; la mejor mies se hallará en los innumerables -XVIII- documentos que existen en forma de cartas, relaciones, pareceres y memoriales, en que no se ponía tanto cuidado, porque sus autores, a veces indoctos, no se imaginaban que aquello llegaría a andar en letras de molde. Pero lo más útil en ese género está en los Libros de Actas del Ayuntamiento de México, que por fortuna se conservan sin interrupción desde 1524. En el Cabildo entraban los vecinos principales de la capital; y salvo algún licenciado, los demás no eran hombres de letras. Sus acuerdos versaban casi siempre sobre asuntos comunes de la vida ordinaria; y por costumbre, tanto como por necesidad, tenían que usar el lenguaje ordinario de su época. Reconstruir hasta donde sea posible el idioma de los conquistadores, que debe conservarse como oro en paño, según la atinada expresión de Cuervo; seguir los pasos a la lengua en estas regiones; presentar lo que aquí ha conservado o adquirido; señalar los yerros para corregirlos y aun aprovecharlos en ciertas investigaciones; prestar ayuda a la formación del
  • 12. cuadro general de la lengua castellana; tal debe ser el objeto de un Diccionario hispano-mexicano. De la utilidad de la obra nadie puede dudar; materiales para ella no faltan; a la Academia toca poner los mejores medios para ejecutarla, o prepararla siquiera. JOAQUÍN GARCÍA ICAZBALCETA -1- A † Abadejo. m. «CANTÁRIDA, 1.ª acep.» (Dicc., 2.º art., 2.ª acep.). En el lugar a que remite describe el Diccionario un insecto muy semejante a nuestro ABADEJO, si no el mismo. Compréndense en el nombre cantárida muchos insectos que tienen propiedades vejigatorias; pero lo que comúnmente se entiende por eso son las moscas verdes bien conocidas; y así dice el Diccionario de Autoridades: «Especie de moscas llamadas en algunas partes de Castilla abadejos». Y de éstos había dicho que son «cierto insecto á quien unos llaman gusano, otros escarabajo, y otros moscarda, y es de color verde [...] y es el que comunmente se llama cantárida, como lo dicen Laguna, sobre Dioscórides, lib. 2, cap. 53; y Covarrubias en la palabra Cantáridas. [Cantárides]». Lo cierto es que en el uso común nadie confunde la cantárida con el ABADEJO, porque la diferencia salta a la vista. Los ABADEJOS son más enérgicos que las cantáridas, y los veterinarios componen con ellos la llamada unción fuerte que aplican a las caballerías. Abundan en toda la República, pero especialmente en las tierras templadas. V. el art. CANTÁRIDAS en la Farmacopea Mexicana, p. 40. En apoyo del uso común tenemos la opinión de un doctor español que impugnó a Laguna. Es ésta: «Aunque el Dr. Laguna dice que las cantáridas se llaman en algunas partes de Castilla abadejos, venerando á tan docto castellano, paso á decir que las moscas cantáridas no se llaman en Castilla abadejos, sólo sí cantáridas; verdad es que entre las muchas especies que hay de cantáridas se numeran aquellos insectos gusanillos llamados abadejos, los que también se apellidan por los castellanos carralejas. Tienen los abadejos las mismas virtudes que las cantáridas; pero también otras muy singulares» (DR. SUÁREZ DE RIBERA, Anotaciones al Dioscórides anotado por el Dr. Laguna, lib. VI, cap. 1). Abajeño, ña. adj. «Amér. Dícese del que procede de las costas ó tierras bajas. Úsase también como sustantivo». Este artículo apareció por primera vez en la 12.ª edición del Diccionario; fue uno de los propuestos por la Academia Mexicana. Salvá había admitido ya la palabra como «prov. de Bolivia y la República Argentina», y la define: «El que procede de las provincias bajas del Río de la Plata». Dudo que pueda calificarse de voz americana, porque no la he hallado en ninguno de los Vocabularios hispanoamericanos que he registrado, ni siquiera en el Rioplatense de Granada, donde debiera hallarse, conforme a la calificación de Salvá. Únicamente en el Diccionario de chilenismos se lee que «abajino es un adjetivo que se aplica á los habitantes de las provincias de Norte y
  • 13. centro, por los de aquellas que se hallan más al Sur». «Son unos rancheros abajeños muy ricos» (Astucia, tom. I, cap. 9, p. 166). «Los mastines criollos y abajeños adonde [esto es, cuando] afianzan el gaznate ahogan» (Id., tom. I, cap. 12, p. 232). † Abarcar. a. Comprar gran cantidad -2- de una mercancía con el fin de encarecerla y lograr crecida utilidad al revenderla. Dícese particularmente de los comestibles: ABARCAR el frijol, el garbanzo. † Abarrotes. m. pl. Se comprenden en México bajo esta denominación muchos y muy diversos artículos de comercio, nacionales o extranjeros, como caldos, cacaos, almendra, conservas alimenticias, papel, hoja de lata, etc. En inglés: Groceries. «La península ibérica nos ha dado desde hace cuatro siglos [sic] buenas iglesias, buenos edificios y tiendas de abarrotes» (FACUNDO, Las prosperidades nuestras, II, p. 211). «Han llegado [los españoles] á posesionarse casi en su totalidad del comercio de abarrotes» (ID., El Agio, I, p. 211). «Estos son los que no les bajan un punto de brutos á los comerciantes de abarrotes» (ID., Isolina, tom. II, cap. 13, p. 214). «Las tiendas de comestibles Tienen muy distintos nombres: Se conocen por bodegas O por tiendas de abarrotes». (SOMOANO, p. 39) Perú. «Almacén ó comercio de comestibles en grande y por mayor es lo que se entiende bajo esta palabra» (ARONA, p. 1). Ecuador. «ABARROTE. No tiene otra significación sino la de fardo pequeño hecho á propósito para llenar el hueco que deja otro grande, y le aplican á las tiendas en que se vende licores y cosas pertenecientes á droguería, buhonería, cerrajería, mercería, etc., y no paños, lienzos ni otros tejidos» (CEVALLOS, p. 29). Acá no entran en los abarrotes la droguería, buhonería, cerrajería y mercería. Abarrotero. m. El que comercia en abarrotes. «Iba ya poniendo buena cara á un gallego abarrotero, vecino suyo» (R. BÁRCENA, Noche al raso, VI, p. 106). «Abre una brecha anchísima por donde entra á México el panadero y abarrotero español» (FACUNDO, Vistazos, p. 26). Inglés: Grocer. † Abasto. m. ant. La contrata que los ayuntamientos hacían con una persona para que a precio determinado y con privilegio exclusivo abasteciera de algún artículo de primera necesidad a la población. En México duró largo tiempo el ABASTO de carnes. «En carta de 20 de Septiembre de 1732 disteis cuenta, con testimonio, de todo lo ocurrido en el abasto de carnes de esa ciudad, que había de
  • 14. empezar desde Pascua de Resurrección del año próximo pasado de 1733» (BELEÑA, Autos acordados, tom. II, pág. 6). «TOMAR EL ABASTO. Hacer obligación y encargarse de la provisión de los mantenimientos, como carnes y otras cosas necesarias para el sustento común del pueblo» (Dicc. de Aut.). Como adverbio, la Academia le califica de anticuado: «Copiosa y abundantemente». No creo que sea anticuado. «Dar ABASTO, dar abundantemente toda la provisión que es necesaria», dice el Diccionario de Autoridades. Esta frase es todavía muy usada: No doy ABASTO a tantos pedidos. «Trabajaban en la reducción de toda esa gentilidad que sucesivamente se iba descubriendo en tierras tan remotas, á las que no podían dar abasto solos los religiosos de la Custodia» (BEAUMONT, Crón. de la Prov. de Mich., pte. I, lib. 2, cap. 30). «Abastero llaman en Chile al proveedor de reses ó carnes vivas» (RODRÍGUEZ, p. 7). Abodocarse. pr. vulg. poco usado. Salirle a uno bodoques o chichones. «Ni tu honra está en la plaza, ni tu crédito vuela, ni la frente se te abodoca» (Astucia, tom. II, cap. 7, p. 181). El sentido es aquí grosero: equivale a «no se te apitona la frente». Abolsarse. pr. Formar bolsas. El Diccionario sólo trae el adjetivo ABOLSADO, DA. † Abrazadera. f. «Pieza de metal ú otra materia, en forma de anillo, que sirve para ceñir y asegurar alguna cosa» (Dicc.). No es esencial que la ABRAZADERA tenga forma de anillo; puede ser cuadrada, octágona, etc., y hasta una escuadra doble. He aquí la definición de Bails: «Llanta de hierro acodillada á escuadra en ambos extremos, que asegura, abrazándolos, dos ó más maderos ensamblados unos con otros» (Dicc. de Arquitectura). † Abrigadero. m. Lugar adonde acude y se oculta gente de mal vivir. Ese monte es un ABRIGADERO de ladrones. Tal casa es un ABRIGADERO de pillos. También hablando de animales: ABRIGADERO de chinches, de pulgas. † Abrigador, ra. adj. Que abriga. Dícese del traje, colcha, zarape, etc., que -3- por ser grueso y suave preserva del frío. 2. m. Encubridor, el que ampara, oculta o defiende a otro: tómase siempre en mala parte. «No quiero que digan mis compañeros, que soy un abrigador de macutenos» (PAYNO, Fistol, tom. III, cap. 2). † Abrillantar. a. «Labrar en facetas las piedras preciosas, imitando á los brillantes. Dícese también de ciertas piezas de acero ú otros metales» (Dicc.) Hay igualmente cristal ABRILLANTADO. Aburrada. adj. Dícese de la yegua destinada a la cría de mulas. † Abusión. f. Superstición, agüero. No es voz de América, como dice el Diccionario, sino española anticuada. «E yerran más peligrosamente contra este mandamiento muchos malos cristianos que [...] creen en muchas cosas vanas y supersticiosas [...] y en otras muchas abusiones» (ZUMÁRRAGA, Doctrina de 1543, pl. b, plana últ.). «Tienen [los indios] por abusión, que en entrando á curarse en él [el hospital] luego se han de morir» (Descr. de Zempoala, 1580, MS.). «Otras muchas abusiones y malos agüeros tienen muy caseros y de las
  • 15. puertas adentro» (SERNA, Manual de Ministros, capítulo XIII, § 4). «Son tantas las idolatrías, brujerías, encantos y abusiones, que...» (ESPINOSA, Vida del P. Margil, lib. II, cap. 11). «ABUSIÓN vale casi lo mismo que superstición, ó falso ahuero, ó superstición [sic]» (COVARRUBIAS, art. Abuso). Perú. «Esta hermosa palabra del castellano antiguo tiene todavía bastante uso entre nosotros, en el sentido de superstición» (ARONA, p. 3). Chile. RODRÍGUEZ, p. 8. Ecuador. «La Academia da por anticuada esta voz. Sin embargo, no lo está en el Ecuador» (Mems. de la Acad. Ecuat., tom. I, página 55). Salvá la trae como anticuada, no como americana. En México poco se usa. † Abusionero, ra. adj. Agorero, supersticioso. Según el Diccionario es anticuado y de América. Salvá le tiene nada más por anticuado. En México es de raro uso. Chile. RODRÍGUEZ, p. 8. † Acabar. a. y pr. Desfallecer, rendirse de fatiga a fuerza de ejecutar con ahínco una acción que denota afecto del ánimo; y también recibir los efectos de esa acción. El niño se ACABABA a gritos, y su mamá se lo ACABABA a besos. Ya me ACABABA a ruegos. «Conocí á cierto perico que se acababa á suspiros, me quería devorar con sus miradas, se desmechaba solito y hacía tantos extremos para que le correspondiera, que todo él se volvía un terrón de amores» (Astucia, tom. II, cap. 13, p. 391). † Academia. f. No parece ser indispensable, que las Academias se establezcan con autoridad pública; las hubo y hay que han existido y existen sin tal requisito. * Acahual. (Del mex. acahualli, yerbas secas y grandes para encender hornos. MOL. Broussailles sèches; terre inculte; champ en friche. SIM.). m. Dase hoy este nombre en general a las yerbas altas, de tallo algo grueso, de que suelen cubrirse los barbechos; y en particular a una especie de girasol, helianthus annuus, muy común, y que, lo mismo que las demás yerbas, sirve a veces de combustible. La Academia califica esta voz de provincial de América; mas creo que sólo se usa en México. * Acal. (Del mex. acalli, compuesto de atl, agua, y calli, casa: casa del agua o sobre el agua). m. Nombre que los mexicanos daban a la embarcación que en lengua de las islas se llama canoa, y aun a los barcos de los españoles. «Lo más del trato y camino de los indios en aquella tierra es por acallis ó barcas por el agua. Acalli en esta lengua quiere decir casa hecha sobre agua» (MOTOLINÍA, Hist. de los Indios de N. España, trat. III, cap. 10). «Dijeron que ocho jornadas de allí había muchos hombres con barbas, y mujeres de Castilla, y caballos, y tres acales (que en su lengua acales llaman á los navíos)» (BERNAL DÍAZ, Hist. verd., cap. 177). Nadie usa ya esta voz en México. Acamellonar. a. Formar camellones en la tierra. «Y parece bien claro que debía ser así, por la mucha tierra que labraban y cultivaban, que hoy día parece acamellonada generalmente en todas partes» (J. B. POMAR, Relación, p. 54). Acancerarse. pr. Cancerarse. Ecuador. CEVALLOS, pr. 29.
  • 16. Acaparador, ra. adj. Que acapara. Úsase también como sustantivo. «Que no pudiesen sacar los granos de sus pueblos para que no se acumulasen en los graneros -4- de los que ellos llamaban acaparadores» (MIÑANO, trad. de la Hist. de la Rev. Franc., por Thiers, tom. IV, p. 42). Acaparar. (Del francés accaparer). a. Comprar grandes cantidades de un artículo de comercio, para revenderle con utilidad excesiva. ACAPARAR, lo mismo que acaparador, es voz, puramente francesa; pero se va extendiendo su uso hasta en sentido figurado: ACAPARAR los empleos. «Así en 1789 como en 92 había gran riesgo de ser robado en los caminos y perder sus granos en los mercados, por lo que no se atrevieron los arrendadores á ir á venderlos, y el vulgo creía que era porque los acaparaban para enriquecerse» (MIÑANO, traducción de la Hist. de la Rev. Franc., por Thiers, tom. IV, p. 40). «ACAPARAR, ACAPARADOR. Estas voces difieren en sus significados, de monopolizar y monopolista. Esta verdad se palpa en el siguiente ejemplo: Ciertos especuladores han acaparado todo el azúcar existente en la plaza, con el fin de hacer un monopolio inicuo» (RIVODÓ, p. 41). ACAPARAR es algo más que abarcar, y se acerca mucho a monopolizar. Acapillar. a. ant. Atrapar, prender, echar mano. «Que todos nos diesen guerra, y de noche y de día nos acapillasen, é los que pudiesen llevar atados de nosotros á México, que se los llevasen» (BERNAL DÍAZ, Hist. verd., capítulo 83). «No osaban ir á los pueblos que tenían en encomienda, porque no los acapillasen» (ID., ib., cap. 160). «¡Cómo! ¿sin licencia vienes? La justicia te acapilla». (GONZÁLEZ DE ESLAVA, col. VII) Acatarrar. a. fam. Importunar, hostigar. Me tiene ACATARRADO con sus continuos pedidos; con sus interminables historias. * Accesoria. f. Habitación baja, compuesta comúnmente de una sola pieza con puerta a la calle, y sin ninguna al interior de la casa. El Diccionario no le pone nota de prov. de Méj., aunque el artículo fue enviado por la Academia Mexicana, y no creo que la acepción sea española. «¿Qué diré de uno que vive en una accesoria, que le debe al casero un mes ó dos?» (PENSADOR, Periquillo, tom. III, cap. 5, página 90, et passim). Cuba. «En la parte occidental se entiende el cuarto ó pieza de la parte principal, con puerta á la calle, é independiente, regularmente ocupada por gentualla ó tienda» (PICHARDO, p. 4). MACÍAS, p. 12. ACCESORIA DE TAZA Y PLATO, la que además de la pieza baja tiene otra encima, a la cual se sube por una escalera de madera, comúnmente muy empinada: son raras. † Accidentado, da. adj. Hablando de caminos, doblado, fragoso, quebrado etc., y antiguamente agro. Es neologismo o galicismo inútil y disparatado. Condénanle con justicia Baralt, Cuervo (§ 479) y Rodríguez (p. 10); mas le
  • 17. defiende Rivodó (p. 126). * Acecido. (Del verbo acezar). m. Acezo, respiración frecuente y fatigosa. «Con la diferencia, que en algunos, por leve movimiento, se sigue anhelación ó acessidos» (DR. J. FCO. MALPICA, Alexipharmaco de la Salud, p. 140). Chile. «Son estos dos vocablos [acezar y acecido] una muestra más que se nos ofrece de los muchos que habiendo caído en desuso allá en España, se conservan todavía en América como un viviente recuerdo del lenguaje de los conquistadores castellanos del siglo XVI» (RODRÍGUEZ, p. 11). † Aceitar. a. «Dar, untar, bañar con aceite. Úsase entre pintores» (Dicc.). Y lo mismo entre maquinistas. † Aceite. m. ACEITE DE ABETO, y vulgarmente de BETO: abetinote. «Es la serranía toda de dicho pueblo y de sus subjetos poblada de mucha suma de árboles de pinos, y entre ellos se hallan árboles de que se saca el aceite de beto en gran cantidad» (Descr. de Tetiquipa, sec. XVI, MS.). Parece que también al árbol se daba el nombre de beto. «En esta jurisdicción de Cuzcatlán hay pinos, sauces, madroños, robles, encinas, betos y árboles de sangre de drago [...] y otros muchos árboles, todos los cuales son de mucho efecto y virtud, y para edificios de tablas y vigas y leña, y aceite de beto» (Descr. de Cuzcatlán, 1580, MS.). ACEITE DE PALO: lo mismo que de beto. «A mí no me valió el aceite de palo [...] ni cuantos remedios de estos le aplicaba» (PENSADOR, Periquillo, tom. IV, cap. 9, p. 128). «Mas que quiera dar salud Sin conocer la virtud Ni aun del aceite de palo; Malo». (OCHOA, letrilla X) ACEITE DE NABO, el que se extrae de -5- la semilla del chicalote (Argemone mexicana). «Á la presente alumbra menos [el gas] que el aceite de nabo del tiempo de los virreyes» (FACUNDO, Nuestras cosas, p. 36). «Los que opinan por el aceite de nabo en lugar de la luz eléctrica» (ID., ¡Agua!, p. 84). «Globos de papel y lámparas de petróleo en las casas de los ricos, y candilejas de aceite de nabo en las puertas de los pobres» (DELGADO, La Calandria, XXIX). ACEITE DE MANTECA. La parte oleaginosa que se extrae, por presión, de la manteca o grasa de cerdo. Úsase principalmente para aceitar máquinas. ACEITE DE MANITAS. El que se obtiene cociendo las patas de las reses, y recogiendo la grasa que sobrenada. Es muy claro, y propio para maquinaria delicada. Los franceses le llaman huile de pied de boeuf. ACEITE DE YEGUAS. Le hallo mencionado en un escrito antiguo, e ignoro lo
  • 18. que es. «Y que asimismo la cantidad de pesos que se les daba de la Real Caja para el aceite de las lámparas lo consumían en sus usos, y encendían aceite de yeguas en ellas» (Diario de GUIJO, 1654, p. 288). † Acervo. m. Parece que este nombre no sólo puede aplicarse al «Montón de cosas menudas, como de trigo, cebada, legumbres etc.», según dice el Diccionario, sino también a otras cosas amontonadas en cantidad y sin orden: v. gr.: ACERVO de papeles. Creo haber visto ejemplo de este uso. † Acidia. f. ant. Pereza, uno de los siete pecados capitales. Trae esta voz el Diccionario; pero sin la nota de anticuada que merece. Terreros dice que antiguamente se tomaba también por envidia o sentimiento del bien ajeno. Debe verse a este propósito la definición del Diccionario de Autoridades, en la 1.ª edición del tomo primero; en la 2.ª está muy cambiada. † Acidioso, sa. adj. ant. Perezoso, flojo. «E si fuese perezoso y acidioso ó negligente en el servicio de Dios y en hacer bien, que sea diligente» (ZUMÁRRAGA, Doctrina de 1543, pl. b iiij vta). Trae el Diccionario esta voz sin nota de anticuada. V. ACIDIA. † Acitrón. m. No es en México «Cidra confitada», sino la biznaga en igual estado. «La madre de la muchacha se ocupaba en espantar las moscas que acudían por millares á los calabazates y acitrones» (PAYNO, Fistol, tom. III, cap. 15). † Aclarársele a uno. fam. Acabársele el dinero. «Yo permanecí allí más de fuerza que de gana después que se me aclaró» (PENSADOR, Periquillo, tom. III, cap. 3, p. 51). Acocile. (Del mex. acocili). m. Especie de camarón de agua dulce. Cambarus Montezumæ. Crustáceos. «Hay unos animalejos en la agua que llaman acocili: son casi como camarones: tienen la cabeza á modo de langostas: son pardillos, y cuando los cuecen páranse colorados como camarones. Son de comer cocidos, y también tostados» (SAHAGÚN, Hist. Gen., lib. XI, cap. 3, § 5). V. AJOLOTE. * Acocote. (Del mex. acocotli). m. Calabaza larga, agujerada por ambos extremos, que se usa para extraer, por succión, el aguamiel del maguey. «He visto, por desgracia, que algunos han soltado el acocote para tomar el cáliz» (PENSADOR, Periquillo, tom. I, cap. 9, p. 107). Rivodó (p. 31) censura a la Academia por haber dado lugar a este terminacho en el Diccionario. * Acojinar. a. Revestir los muebles, u otras cosas, con un acolchado grueso, para hacerlos más cómodos. La Academia, como pr. de Méj., le da el equivalente acolchar. Entre nosotros, a lo menos, el ACOJINADO es mucho más grueso que el acolchado. Acolchonar. a. Rellenar de lana, cerda u otra cosa para formar uno como colchón pequeño. Venezuela. RIVODÓ, p. 22. Acólhua. (Del mex. acolli, hombro, y hua, partícula de posesión: hombres hombrudos, fuertes, robustos). adj. Individuo de una tribu venida del NO poco después de la invasión de los chichimecas, y que se estableció en
  • 19. Tetzcoco, dando origen al reino de Acolhuacán. Úsase también como sustantivo. «Los de Tezcoco [...] se llaman hoy día acólhuas, y toda su provincia junta se llama Acolhuacán, y este nombre les quedó de un -6- valiente capitán que tuvieron, natural de la misma provincia, que se llamó por nombre Acoli, que así se llama aquel hueso que va desde el codo hasta el hombro, y del mismo hueso llaman al hombro acoli» (MOTOLINÍA, Hist. de los Indios de N. España, Ep. Proem., p. 11). Acolitar. a. Desempeñar el oficio de acólito (2.ª acep.). ACOLITAR una misa. También se usa en Colombia, según Cuervo, quien le da pase (§ 750). Acomedirse. pr. Prestarse de buena voluntad y gracia a hacer cualquier trabajo o servicio que no es obligatorio. «A todo me acomedía, y eso me sirvió de que el administrador me tuviera algún aprecio» (Astucia, tom. I, cap. 13, p. 273). «Acomídete á todo, haz cuanto esté de tu parte para granjear el bocadito» (Id., tom. II, capítulo 5, p. 111). «Eso es, se los dice V. y á mí me copinan por acomedido». (Id., tom. II, cap. 5, p. 117). Bogotá. Otro vocablo á que agregamos indebidamente el prefijo a es comedirse (y su participio comedido): bien es verdad que el Diccionario no le da precisamente el mismo sentido que por acá le damos; cero, con todo, en los buenos escritores se hallan lugares en que si no significa ofrecer espontáneamente ayuda, frisa con esta acepción: «Le vi en disposición, si acababa antes que yo, se comediría á ayudarme á lo que me quedase» (HURT. DE MENDOZA, Lazarillo de Tormes, trat. III). «¿Quién reparte? En la casa de los grandes, el maestresala; en las otras el ama de casa, ó el que se comide á ello» (LUNA, Diál. Fam., I, en SBARBI, Refranero general español) [...]. «Nuestro acomedido vale generalmente, servicial, oficioso; y desacomedido indica la carencia de estas cualidades» (CUERVO, § 677). Perú. «Acomedirse: doble corrupción de comedirse, puesto que le aponemos una a que no tiene, y le hacemos significar prestarse á hacer un servicio graciosamente, por lo que el participio acomedido, que es de mucho uso, equivale á servicial, solícito; y desacomedido, que es un feo reproche, á lo contrario» (ARONA, p. 8). * Acordada. f. Especie de Santa Hermandad establecida en México el año de 1710 para aprehender y juzgar a los salteadores de caminos. En 1719, el virrey marqués de Valero, amplió las facultades de este célebre juzgado privativo, con acuerdo de la Real Audiencia, de donde le vino el nombre de Acordada. Diose, por extensión, el mismo nombre a la cárcel en que se custodiaban los reos, y aún le conserva, a pesar de que el edificio está hoy convertido en casas particulares. (BELEÑA, Autos Acordados, tom. I, p. 71 del tercer foliaje). «La Acordada es un antiguo edificio construido desde el tiempo del gobierno español, y que ha servido y sirve de prisión á los criminales de ambos sexos» (PAYNO, Fistol, tom. I, cap. 19). La Academia llama indebidamente Carta Acordada a la institución; sobra el Carta, pues aunque el nombre le vino de haberse instituido en virtud de una Carta Acordada, retuvo tan sólo la segunda palabra. * Acordonado, da. adj. «Méj. Cenceño. Dícese de los animales» (Dicc.). Acosijar. a. Perseguir, acosar, apretar. «Viéndose D. Cristóbal de Oñate acosijado por todas partes...» (MOTA
  • 20. PADILLA, Hist. de la N. Galicia, cap. 24, n.º 6). «Seguro está que me acosije el hambre» (Astucia, tom. I, cap. 6, p. 117). † Actualmente. adv. t. y m. «En el tiempo presente», dice el Diccionario; mas parece que en ciertos casos puede referirse a tiempo pasado: entonces, a la sazón. «Este religioso entiendo que era Fr. Juan de Ayora, varón apostólico de grande ejemplo, que siendo actualmente Provincial de la Provincia de Michoacán renunció el provincialato, y pasó con los frailes descalzos á las islas Filipinas» (MENDIETA, Hist. Ecles. Ind., libro IV, cap. 27). Fr. Juan se fue a Filipinas en 1577, y Mendieta escribía en 1596. «Dice otra relación manuscrita, que el R. P. Fr. Marcos de Niza, actual provincial de la Prov. del Santo Evangelio...» (BEAUMONT, Crón. de la Prov. de Mich., pte. I, lib. 2, cap. 13). «Y encontró á esos sacerdotes diabólicos en actual idolatría» (ID., ib., pte. I, lib. 2, cap. 25). La Academia misma, en el art. MILPA, dice: «Pedazo de terreno destinado á la siembra de maíz, aunque no esté actualmente [entonces] sembrado». El Diccionario de Autoridades, en su primera edición, da una definición muy diversa: «ACTUALMENTE. adv. de modo. Real y verdaderamente, con actual sér y exercicio. Lat. Reipsa. Reapse. Revera, vel Actu, aut de præsenti. ESPIN. Escuder. -7- fol. 15. Aunque es verdad que vos actualmente no habeis hecho ofensa en esta HORTENS. Paneg. fol. 286. Y que actualmente se hallan fuera de sus casas». Concuerda este artículo con el de Actual, que le precede. Por aquí se ve que a juicio de los primitivos autores del Diccionario, ACTUALMENTE no significaba tan sólo en el tiempo presente, sino también en acto, no en potencia. Mas en la segunda edición de aquel mismo Diccionario, desapareció el artículo de la primera, juntamente con sus autoridades, y se sustituyó con éste, sin ninguna: «ACTUALMENTE. adv. mod. Ahora, al presente. Actu, re ipsa, revera». Las correspondencias latinas concuerdan con la definición primitiva, como que de allí están entresacadas, y nada tienen que ver con la nueva. En dicha segunda edición se introdujo el verbo Actualizar, que no ha pasado. «Reducir á acto alguna cosa». El Diccionario vulgar dice que Actual es «activo, que obra». Resulta de esto que puede usarse ACTUALMENTE en los sentidos propuestos de entonces, y de en acto. El último es corriente entre los ingleses (He did it actually: Lo hizo real y verdaderamente), y es conforme al lenguaje filosófico. † Acuerdo (Real). m. «Se llama también [Acuerdo] el cuerpo de los ministros reales que componen una chancillería ó audiencia, con su presidente ó regente, como las de Valladolid, Granada, Sevilla y otras. Lat. Iudicum consessus. OVALLE. Hist. Chil. p. 157. No hay apelación de la sentencia de revista que se da en este Real Acuerdo, sino para el Real Consejo de Indias» (Dicc. de Aut.). Se podrían citar innumerables textos de nuestros escritores antiguos en que se da a la Audiencia el nombre de Real Acuerdo. Achahuistlarse. (De chahuistle). pr. Enfermar de chahuistle las plantas. «El trigo todo el mundo sabe que se achahuiztló» (ALZATE, Observ. Meteor., 1770, página 3). «Los quiero agricultores á la vieja usanza: no con mucha
  • 21. química ni muchas matemáticas, como esos agricultores de la Escuela, que saben sembrar cebada en el pizarrón, pero se les achahuixtla en la sementera» (FACUNDO, Fuereños, cap. 2). † Achaque. m. ant. «Voz forense que, según dice Covarrubias en su Diccionario, es la denunciación de algún contrabando ú otra cosa, que se hace secretamente y con soplo, para componerse con la parte y sacarle algún dinero, sin proseguir ni hacerle causa» (Dicc. de Aut.). Covarrubias no dice tanto, sino: «La denunciación que se hace con soplo para componerse con él y sacarle algún dinero, sin proceder más adelante». Esta acepción de ACHAQUE se parece bastante al chantage francés, que usamos en castellano por no hallársele equivalente en nuestra lengua: sacar dinero a alguno, mediante amenaza de difamarle, en especial por la prensa. Achicopalarse. pr. Abatirse, desanimarse, entristecerse con exceso. Se aplica también a los animales, y aun a las plantas. «Eso: no te achicopales, manito» (DELGADO, La Calandria, XIX). «Los achaques me tienen triste y achicopalado» (ID., Angelina, VIII). Achicharronarse. pr. Encogerse, arrugarse, endurecerse por exceso de resequedad o calor. «Los hallé secos [los calzones puestos junto al fuego]; pero achicharronados» (PENSADOR, Periquillo, tom. IV, cap. 8, p. 113). † Achichintle. m. El que de continuo acompaña a un superior y cumple sus órdenes ciegamente. Tómase siempre en mala parte. «No salga ninguno, principalmente el Rotito con sus achichintles» (Astucia, tom. II, cap. 8, p. 271). Achilaquilado, da. adj. Semejante al chilaquil. Dícese del sombrero viejo y apabullado. «Un sombrero mugriento y achilaquilado» (PENSADOR, Catrín, cap. VI, p. 219). Acholole. (Del mex. choloa, chorrear el agua). m. Sobrantes del riego que escurren por el extremo de los surcos. -8- Úsase más comúnmente en plural (Estado de Morelos). Achololear. n. Escurrir agua los surcos (Estado de Morelos). Achololera. f. Azarbe, zanja pequeña que recoge los achololes (Estado de Morelos). Achucharrarse. pr. Arrugarse, encogerse, amilanarse. «No te achucharres, enderézate, levanta la cabeza» (PENSADOR, Periquillo, tom. II, capítulo 9, p. 145). Bogotá. «¿Cómo lograríamos que de hoy en adelante ninguna persona decente dijese achucharrar en lugar de achicharrar? (El primero es, según Salvá, lo mismo que achuchar, aplastar, estrujar)» (CUERVO, § 550). † Adán. «TODOS SOMOS HIJOS DE ADÁN Y DE EVA, SINO QUE NOS DIFERENCIA LA SEDA» (COVARR., Tesoro). Refr. con que se da a entender que aunque todos los hombres tienen un mismo origen, la educación y las riquezas distinguen las diversas clases sociales. Adiós! interj. que expresa incredulidad; y también desaliento o desconsuelo por algún mal irremediable. Muy usada. «¡Adiós! ¿No la conozco? Como tus manos la conoces» (PENSADOR, Quijotita, capítulo 10). «¡Adiós! ¡Adiós! respondió Camila: ¿pues de cuándo acá andan
  • 22. Vdes. con corazonadas y temores?» (Astucia, tom. I, cap. 14, p. 290). «¡Adiós! le dijo la más próxima: salga Vd. al frente» (FACUNDO, Isolina, tom. II, cap. I, p. 22). «¿No es cierto? -¡Adiós! ¿Y por qué?» (DELGADO, La Calandria, V). «¡Qué preguntas tienes! -¡Adiós! ¿por qué? -Porque sí» (ID., ib., X). «¡Adiós! ¿Es Vd. general?» (ID., ib., XII). «¡Dichoso tú! -¿Dichoso? ¡Adiós! Si tú estás mejor» (ID., ib., XIII). «¡Qué paz tan dulce! -¡Adiós! replicó Tacho. ¿En qué historia aprendiste esas cosas?» (ID., ib., XII). † Adir. a. Este artículo del Diccionario no es más que una remisión a Adir la herencia, y no se halla en el art. HERENCIA. ADIR la herencia es aceptarla, tácita o expresamente (Salvá). En ADICIÓN repite la Academia «Adición de la herencia. Acción y efecto de adir la herencia». Adjuntar. a. Acompañar un papel a otro, para que lleguen juntos a su destino. Muy usado en el comercio: ADJUNTO una factura. Bogotá. «Adjuntar se nos figura inútil, una vez que hay incluir y otros modos de expresar lo mismo» (CUERVO, § 752). Úsase también en el Ecuador. CEVALLOS, p. 30, le califica de intruso. En Venezuela, RIVODÓ, p. 22. Michelena le reprueba (Pedantismo literario, p. 3). † Administrarse. pr. fam. Recibir el viático y la extremaunción. Hoy se ha ADMINISTRADO el enfermo. Cuba. «Por antonomasia se refiere al Sacramento de la Extremaunción, hoy ADMINISTRARON á fulano» (PICHARDO, p. 5). † Ad nútum. exp. lat. Se remite en el Diccionario a Amovible ad nútum, y no se halla en AMOVIBLE. Salvá, en AMOVIBLE, trae la frase: «Se dice de aquellos destinos que no son fijos, y de que pueden ser removidos los que los obtienen sin que deba resultarles descontento ni ofensa». La Academia dice «BENEFICIO AMOVIBLE AD NÚTUM. Beneficio eclesiástico que no es colativo, denotando la facultad que queda al que le da, para remover de él al que le goza». † Adobe. DESCANSAR HACIENDO ADOBES, fr. que equivale a la castellana Mientras descansas machaca esas granzas. Se dice cuando alguno, por voluntad o por fuerza, emplea en otro trabajo el tiempo destinado al descanso. * Adobera. f. Queso hecho en forma de adobe. † Adonde. conj. caus. y cont. fam. Dado que, supuesto que, cuando. «Alguna cosa grave le habrá acontecido adonde no ha llegado según me lo ofreció» (Astucia, tom. I, cap. 7, p. 121). † Adoquín. m. Aunque conforme a la etimología sólo puede ser de piedra, como dice la Academia, hoy se da también este nombre a los que se hacen de madera, o de asfalto comprimido. † Adulón, na. adj. Úsase también como sustantivo. Adulador; pero en sentido aún más despectivo. El adulador suele ejercer su mal oficio con personas principales, y procura disimularlo: el ADULÓN es más descarado y hace la barba en cualquiera ocasión a todo -9- aquel de quien aguarda el más pequeño provecho. Con igual terminación tenemos en el Diccionario acusón, muchacho que acostumbra acusar a los otros.
  • 23. «Y tú, guapo Don Simplicio, El ya libre, ya adulón, Ya el padre de los donaires, Ya el payaso, ya el simplón». (Don Simplicio, dbre. 16 de 1846) «Hipócritas y adulones andaban siempre [los gatos] por el fogón» (DELGADO, La Calandria, XI). En el Perú, ARONA, p. 10. En Chile, RODRÍGUEZ, p. 15; SOLAR, p. 19. En el Ecuador, CEVALLOS, p. 30; Mems. de la Acad. Ecuat., tom. II, p. 64. En el Río de la Plata, GRANADA, p. 71. En Venezuela: «El adulador puede serlo con una intención inocente, por cariño, por afecto sincero; mas el adulante, adulantón, adulón, se entiende que lo es en mal sentido, con bajeza siempre, con ruindad» (RIVODÓ, p. 42). Cuba. PICHARDO, p. 30; MACÍAS, p. 18. Aerimancia. f. ant. Aeromancia. «La tercera [devinatoria] Aerimancia, quiere decir adevinar por el aire, que en griego se llama Aer: que los vanos hombres paran mientes á los sonidos que se hacen en el aire cuando menea las arboledas del campo, cuando entra por los resquicios de las casas, puertas y ventanas, y por allí adevinan las cosas secretas que han de venir» (DR. PEDRO CIRUELO, Reprobación de las Supersticiones y Hechicerías, pte. II, cap. 4). Aeróstato. m. Globo que se eleva en la atmósfera por tener un peso específico menor que el de ella. Afanador, ra. m. y f. Persona que en establecimientos públicos, de beneficencia o de castigo, se emplea en las faenas más penosas. Afanaduría. f. En las cárceles, hospitales, e inspecciones de policía, la pieza en que se reciben heridos o lastimados, y se les hace la primera curación, se depositan los cadáveres que llegan, etc. † Afectar. a. Apropiar, destinar una cosa a algún uso. Tiénesele por galicismo reprobable. Sin embargo, en el Diccionario de Autoridades hallamos: «Vale también Agregar, unir y apropriar alguna cosa á otra para que sea dueño de ella, como afectar una dignidad, un oficio, un patronato, etc. Lat. Annexum reddere. PELLICER, Argen. part. 2, folio 79. Siendo la mayor esperanza al robador de que gozando de tan Real thalamo tuviese causa de afectar la Corona y Monarchía francesa. MÁRQ., Gobern. Christ., lib. 2, cap. 3, § 1. No quiso que se afectase el reino á una familia cierta». En la segunda edición del tomo primero del mismo Diccionario se cambió la definición en esta otra: «Unir o agregar. Dícese más comunmente de los beneficios eclesiásticos. Annectere, alligare»; y se suprimió la cita de Pellicer, dejando solamente la de Márquez. En el Diccionario (vulgar) tiene AFECTAR por tercera acep. Anexar. Úsanle también algunos en el sentido de tomar o remedar una cosa la forma o apariencia de otra: éste parece ser galicismo inútil. «Carácter geológico ó de yacimiento, que consiste, no propiamente en la
  • 24. parte mineralógica, sino en la estratigráfica, ó sea la disposición afectada por las capas, bancos ó estratos en su natural superposición» (OROZCO Y BERRA, Hist. Ant., tom. II, p. 256). † Afecto, ta. adj. Destinado a algún uso u ocupación. V. AFECTAR. Afligir. n. fam. Hacer fuego, desde una trinchera o mamparo, contra una persona o grupo que ataca a cuerpo descubierto. También apalear, golpear. Rige dativo de persona. «Cada uno se atrincheró en una almena de la barda, y á cuantos desembocaban en la plaza les afligían de lo lindo» (Astucia, tom. II, cap. 6, p. 148). † Aflojar. n. En sentido absoluto, soltar el dinero. «Eso es: Enrique es riquillo: que afloje» (FACUNDO, Las Posadas, III). Perú. ARONA, p. 11. Afollador. m. El que mueve los fuelles de una fragua. Afrontilar. a. Atar una res vacuna por los cuernos al poste o bramadero, particularmente con objeto de domarla o de matarla para la carnicería. «Daba vuelta al bramadero Y allí muy quieto se estaba Hasta que la afrontilaba Agustín, ó el matancero». (Chamberín, p. 6) Agachona. f. Ave acuática que abunda en las lagunas cercanas a México. -10- «Después de llenar el estómago con un par de agachonas» (PAYNO, Fistol, tom. III, capítulo 3). † Agarrada. f. fam. «Altercado, pendencia ó riña de palabras» (Dicc.) Entre nosotros no sólo es de palabras, sino también de obras. «Se dieron los contendientes una buena agarrada en Acajete» (Astucia, tom. I, cap. 8, p. 136). [Se trata de una batalla]. † Agarrar. a. No solamente le usamos mal, por coger, en muchas frases, sino que el vulgo hasta le da la acepción de tomar un rumbo: v. gr.: ¿Has visto por dónde se fue Juan? -Sí, señor; AGARRÓ para abajo. Perú. «AGARRAR. De muy buen castellano es este verbo, y no hay de malo sino el abuso que de él hacemos, empleándolo constantemente por coger, verbo que parece no existiera para nosotros» (ARONA, p. 11). Río de la Plata. «Asir ó tomar, aunque sea con las yemas de los dedos un finísimo pañuelo de ñandutí ó la flor más delicada. Lo mismo en toda América, según tenemos entendido. De más es decir que no abogamos por esta impropiedad» (GRANADA, p. 71). AGARRARSE. pr. Contender, reñir de obra: Se AGARRARON a los golpes, a las patadas; y en ese mismo sentido le trae Terreros. Agarrón. (De agarrar). m. Acción de agarrar con fuerza y dar un tirón. «Y dándole un furioso agarrón de un brazo, que le hizo pegar un grito, se
  • 25. paró [puso en pie] más que de prisa» (Astucia, tom. I, cap. 14, p. 303). V. CABRESTEAR. Agorzomar. a. Acosar, fatigar, dar mucha prisa a alguno. † Agostadero. m. Lugar en que, por circunstancias particulares, se conservan mejor los pastos, y adonde se llevan los ganados que ya no encuentran de qué alimentarse en el punto de su habitual permanencia. «El [ganado] ovejuno lo sacan sus dueños á extremo, que acá se dice agostadero [...] y allí los tienen hasta que llueve por esta tierra, que vuelven con ellos» (Descr. de Querétaro, 1582, MS.). «Los mejores agostaderos de los hacendados del reino caen en sus inmediaciones» (BEAUMONT, Crón. de la Prov. de Mich., pte. I, lib. 2, cap. 30). † Agostar. n. Pastar durante la seca el ganado en rastrojos o prados reservados. Se conserva la palabra castellana; pero aquí no corresponde a los hechos, porque en agosto es ordinariamente la mayor fuerza de las lluvias, y por consiguiente los ganados no AGOSTAN en agosto, sino en el invierno y principios de la primavera. AGOSTAR se llama también dejar descansar, en cualquier tiempo, las arrias o recuas, soltándolas al campo. Agredir. (De agresión). a. Acometer a alguno con intención de herirle o matarle. Muy usado, particularmente en el foro. Sin duda se le ha inventado porque determina la significación de acometer. Nadie dirá que un ejército AGREDIÓ a otro. Con este verbo se da a entender que la agresión es personal, e indica también el principio del ataque. Si el AGREDIDO repele la fuerza con la fuerza, ya no se dice que AGREDIÓ, sino que acometió al agresor, o arremetió contra él. No es razón para desechar este verbo la circunstancia de ser defectivo, porque muchos de esta clase tenemos en castellano: ahí está transgredir, que la Academia anticúa. En caso necesario habrá de hacerse lo que con todos los defectivos: suplir con los de otro verbo los tiempos que les faltan, o emplear un rodeo. De todas maneras convendría conservar siquiera el participio, como adjetivo sustantivado, para hacer compañía a agresor: Él fue el agresor, y el otro el AGREDIDO. «Ninguno de los agredidos escapó con vida» (OROZCO Y BERRA, Hist. Ant., tom. III, p. 450). «Verdad es que los agredidos no entendían la lengua extranjera» (ID., ib., tomo IV, p. 86). «Acometió ciego de ira contra los tres que lo agredían» (FACUNDO, Isolina, tom. II, cap. 2). Bogotá. «Agresor y agresión nos han hecho formar agredir, verbo inconjugable en muchas de sus inflexiones, é inútil por existir acometer, atacar, embestir. Aunque en lo antiguo se usó transgredir, nos parece hallarse en el mismo caso, y cuando se nos ofrezca diremos violar, quebrantar, traspasar» (CUERVO, § 759). Venezuela. «El Diccionario trae agresión y no agredir, y así como tenemos transgresión y transgredir, nos parece que ninguna dificultad hay para que pueda decirse también agredir. Sólo sí que debe observarse que tanto el uno como el otro son verbos defectivos, que -11- análogos á abolir, garantir, etc., no se conjugan sino en las inflexiones que tienen i, como agredí, agredimos, agrediera, agredido» (RIVODÓ, p. 42). Tengo casi certeza de que AGREDIDO se usa igualmente en Cuba, pues aunque no le traen Pichardo ni Macías, le he hallado en un periódico de la Habana. Baralt propone la adopción de AGREDIR.
  • 26. † Agua. f. Trae el Diccionario «AGUA DELGADA. La que por contener una cantidad muy pequeña de materias extrañas presenta un peso específico próximo al del agua destilada». En México se bebe AGUA delgada y AGUA gorda. La primera es la que proviene de los manantiales de Santa Fe y de los Leones: su densidad a 9ºC es de 1,000267; la segunda proviene de los de Chapultepec: densidad a 22,5ºC 1,000280 (Farmacopea Mexicana, p. 132). ECHAR AGUA ARRIBA A UNO, reprenderle severamente. ESTAR COMO AGUA PARA CHOCOLATE, estar de picadillo, sumamente airado. «Mi compañero, que lo había entendido, y estaba como agua para chocolate, no aguantó mucho» (PENSADOR, Periquillo, tom. II, capítulo 3, p. 48). «Estoy como agüita para chocolate» (Astucia, tom. I, cap. 2, p. 33). AGUANIEVE. f. Aunque nunca trae nieve, se llama así la lluvia menuda y continua que suele caer al fin de la estación de aguas. Úsase más en plural. AGUAS FRESCAS o LOJAS: las compuestas con azúcar y el zumo de alguna fruta, o con la semilla llamada chía. Cuba. «AGUALOJA. Bebida compuesta de agua, azúcar ó miel, canela, clavo, etc.» (PICHARDO, p. 6). MACÍAS, p. 26. NO ES CAPAZ DE DAR AGUA AL GALLO DE LA PASIÓN, dícese del que es muy mezquino y egoísta. NO BEBER AGUA EN ALGUNA PARTE es no poder ir a ella, por temor de caer en manos de la justicia el que ha cometido allí un delito. «Y Vd. la vió? -Yo no, ya sabe usté que no bebo agua por la hacienda» (FACUNDO, Gentes, tom. II, cap. 16). Aguado, da. adj. En la 11.ª edición del Diccionario se encontraba este adjetivo con la sola acepción de «El que no bebe vino», y fue suprimido en la 12.ª. Venía del Diccionario de Autoridades. Pudieran añadírsele otras dos: «Lo que no está espeso: caldo AGUADO, salsa AGUADA»; y «Lo que no tiene consistencia: sombrero AGUADO». † Aguador. m. En las haciendas el que cuida de las aguas para que no se extravíen o derramen, e impide que las roben. † Aguadura. f. Aquí no se conoce con este nombre la enfermedad de las caballerías descrita en el Diccionario, sino un absceso que se forma en lo interior del casco, y es muy frecuente. † Aguaje. m. Abrevadero: lugar adonde va a beber el ganado, sea corriente el agua, o recogida en presas o estanques. Este rancho tiene buenos AGUAJES. «Donde el arroyo de S. Vicente corre por varias llanuras, que los patrios llaman marismas, fué preciso detenerse por estar distante el aguaje» (Gaceta de México, junio 1722). «Y que más adelante no hallaría cosa alguna por estar todo despoblado, á causa de faltar los aguajes» (BEAUMONT, Crón. de la Prov. de Mich., pte. I, lib. 2, cap. 11). «Pero en estos llanos no halló aguajes» (ID., ib., cap. 12). «Llamándole la atención algunas oficinas nuevas, bordos y presas para tener el agua para los riegos, y aguajes para el ganado» (Astucia, tom. II, cap. 2, pág. 62). En el Río de la Plata dicen Aguada (GRANADA, p. 73).
  • 27. 2. El segundo barro muy blando y aguado que se pone sobre la azúcar para purgarla. Cuba. PICHARDO, p. 6. * Aguamiel. f. Savia o jugo del maguey que, fermentado, produce el pulque. «Beben también una como aguamiel que sacan de los magueyes» (Descrip. de Tecuicuilco, 1580, MS.). † Aguardiente. m. Por antonomasia el de caña, que también se llama Chinguirito, nombre que no se usa en el comercio. El de España es nombrado Catalán. Cuba. PICHARDO, p. 6; MACÍAS, p. 27. * Águila. f. Moneda de oro que vale veinte pesos fuertes. Hay también medias águilas de valor de diez pesos. -12- Aguilita. m. Celador municipal: especie de mozo de oficio del Ayuntamiento. En otro tiempo, antes de la creación de los gendarmes, eran también agentes de policía. Dioles el pueblo ese nombre porque usaban, bordadas en el cuello, unas águilas pequeñas. «Gendarmes, alguaciles, esos que llaman aguilitas, ó cualquiera otra clase de gentes con que mantener la seguridad personal» (MORALES, Gallo Pitagórico, p. 223). «El mal no se ha remediado, y los diurnos hacen lo mismo que los antiguos policías que llamaban aguilitas» (PAYNO, Fistol, tom. I, cap. 19, nota). «La policía, es decir, los aguilitas, estuvieron alarmados, y comenzaron á observar los garitos y tabernas» (ID., ib., tom. II, cap. 12). «Los corchetes que nombran aguilitas cuyo oficio es extorsionar á los pobres indios traficantes y puesteras» (ID., Viaje a Veracruz, I). «Maldígalo más quedo: es aguilita». (Don Simplicio, tom. II, n.º 5) «Yo no sé si la vocación de mandar aguilitas y de presidir las funciones de teatro valga la pena de abandonar los asuntos propios y apechugar con la rechifla» (FACUNDO, Las prosperidades nuestras, I, p. 183). * Agujas. f. pl. Maderos agujereados que se hincan en tierra, y pasando por sus agujeros unas trancas, sirven para cerrar entradas de potreros y sementeras, formar corrales volantes, etc. En Cuba lo mismo. (PICHARDO, p. 8). AGUJA DE JARETA, la larga, gruesa y roma que sirve para introducir el cordón o cinta en la jareta. † Agujerear. a. Para el Diccionario son sinónimos agujerar y AGUJEREAR. Acá les atribuimos significación diversa. Por agujerar entendemos hacer un solo agujero; y por AGUJEREAR, hacer muchos, lo cual va de acuerdo con la desinencia frecuentativa ear. † Ahorcado, da. m. y f. «Persona ajusticiada en la horca», dice el
  • 28. Diccionario; pero se da igual nombre al que todavía no ha sido ajusticiado: Ahí va el AHORCADO. Salió el AHORCADO a las siete, y le ahorcaron a las nueve. Salvá, conformándose con el uso, añadió la acepción «El que han de ahorcar», que la Academia no ha admitido, aunque puede comprobarse con el Quijote (pte. II, cap. 56): «Bien así como los mochachos quedan tristes cuando no sale el ahorcado que esperan»; a lo cual anota Clemencín: «El AHORCADO. El reo que van á ahorcar. Dícese así vulgarmente, y se le llama ahorcado aun antes de que le ahorquen, y lo mismo se dice del azotado. Esto consiste en que no hay en castellano verbales ó participios de futuro, como no sea el ordenando». (También educando, y otros). El refrán que trae el Diccionario: «No llora, ó no suda, el AHORCADO, y llora, ó suda, el teatino», se muda aquí en No suda el AHORCADO, y suda su Reverencia. Ese mismo refrán comprueba la acepción añadida por Salvá, pues el ajusticiado, o castigado con la pena de muerte ya no llora ni suda. Por lo demás, en México no hay ya AHORCADOS, porque todas las ejecuciones capitales, sean de militares o de paisanos, se hacen pasando al reo por las armas. Debe añadirse que ni AHORCADO ni fusilado pueden tener acá género femenino, por estar abolida la pena capital para las mujeres. † Ahorcar. a. AHORCAR a alguno es valerse de su necesidad para hacerle pagar un interés excesivo por dinero que se le presta, o para comprarle alguna cosa en menos de su justo valor. Ahorita. adv. t. dim. de Ahora, aun más del momento que ahora. Muy usado. «Ahí van ahorita mi jefe» (Astucia, tomo II, cap. I, p. 5). Perú. ARONA, p. 13. Cuba. PICHARDO, p. 8; MACÍAS, p. 32. Aun se estrecha más el tiempo, diciendo ahoritita, como en Cuba ahoritica. Ahoy. adv. t. vulg. Corrupción de Hoy. Úsase fuera de la capital (Estados de Morelos y de Veracruz). «Lo que es yo te quedré siempre lo mismo que ahoy» (DELGADO, La Calandria, VIII). «¡Eso! Mira, Enrique; yo antes animaba á este: ahoy [en la segunda edición ahora] no» (ID., ib., XIX). «Ahoy te desprecio». «Te he amado con toditita mi alma; pero eso te mereces ahoy» (ID., ib., XXXIX). Ahuate. (Del mex. auatl. MOL.). Espina muy pequeña y delgada que, a manera de vello, cubre algunas plantas, -13- como en ciertas especies de la caña de azúcar. Ahuatentle. (¿Del mex. atl, agua, y tentli, labio, borde, orilla?). m. Zanja pequeña o surco en la orilla de una sementera de caña, que sirve para distribuir el agua a determinado número de surcos (Estado de Morelos). Ahuauhtle. (¿Del mex. atl, agua; huautli, bledos?) m. Huevos del mosquito llamado axayacatl (coniza femorata), que los indios recogen en la laguna de Tetzcoco. Se comen guisados de diversas maneras. Los españoles le comparaban al caviar. (OROZCO Y BERRA, Memoria para la Carta Hidrográfica del Valle de México, p. 152). * Ahuehuete. (Del mex. ahuchuetl, de atl, agua; y huehue, viejo. Otros le dan diversa etimología. Cupressus disticha: Taxodium mucronatum). m. Árbol que crece en las orillas de los ríos, o en lugares pantanosos, y adquiere enorme corpulencia. Se les da también el nombre de sabinos, y suelen estar
  • 29. cubiertos de una parásita blanquizca, llamada impropiamente heno (tillandria usneoides). Son celebrados los del bosque de Chapultepec, inmediato a México, así como el de Atlixco, mayor aún; pero a todos excede el famosísimo del pueblo de Santa María del Tule, cerca de Oaxaca, que he visto. Habla de él Humboldt, y dice (Ens. Pol., lib. III, cap. 8, § 7) que es aun más grueso que el ciprés de Atlixco, que el dragonero de las islas Canarias, y que todos los boabales de África. Hay dibujo y descripción de este árbol estupendo en El Mosaico Mexicano (1841, tom. V, p. 77); y la misma descripción se incluyó, sin dibujo, en el Diccionario Universal de Historia y de Geografía (supl. tom. I, p. 236); pero ni dibujos ni descripciones pueden dar idea de ese coloso vegetal; es preciso verle. Ahuevado. m. Cierto adorno de los trajes, por lo común de la misma tela que ellos, plegada de modo que forme unos como huevos. «Tiene su túnico angosto Con ahuevados y cola». (G. PRIETO, Musa Callejera, «Romance», p. 237) Ahuizote. (Del mex. ahuitzotl). m. Animal anfibio, que aún no se sabe a punto fijo cuál es. «Cierto animalejo de agua como perrillo», dice Molina. Hernández (p. 78, ed. rom.) cree que puede colocársele en el género de las nutrias. Clavigero le describe de este modo: «El ahuitzotl es un cuadrúpedo anfibio que por lo común vive en los ríos de las tierras calientes. El cuerpo tiene un pie de largo, el hocico es largo y agudo, y la cola grande. Tiene la piel manchada de negro y pardo» (Storia ant., lib. I, § 10). «Anfibio común en los ríos de la tierra caliente, y raro en los lagos de México: se le llama perro de agua» (E. MENDOZA, Cat. de palabras mex.). Este animal daba materia a los mexicanos para muchas consejas y supersticiones, que el P. Sahagún refiere así: «Hay un animal en esta tierra que vive en la agua y nunca se ha oído, el cual se llama Avitzotl, es del tamaño como un perrillo: tiene el pelo muy lezne y pequeño; tiene las orejitas pequeñas y puntiagudas, así como el cuerpo negro y muy liso, la cola larga, y al cabo de ella una mano como de persona; tiene pies y manos, y son como de mona: habita este animal en los profundos manantiales de las aguas, y si alguna persona llega á la orilla de donde él habita, luego le arrebata con la mano de la cola, y le mete debajo del agua y lo lleva al profundo: luego turba á ésta y le hace vertir y levantar olas: parece que es tempestad de agua, y las olas quiebran en las orillas y hacen espuma; y luego salen muchos peces y ranas de lo profundo, andan sobre la haz de la agua, y hacen grande alboroto en ella; y el que fué metido debajo allí muere, y de ahí á pocos días el agua arroja fuera de su seno el cuerpo del que fué ahogado y sale sin ojos, sin dientes y sin uñas, que todo se lo quitó el avitzotl: el cuerpo ninguna llaga trae, sino todo lleno de cardenales. Aquel cuerpo nadie le osaba sacar; hacíanlo saber á los sátrapas de los ídolos, y ellos solos le
  • 30. sacaban, porque decían que los demás no eran dignos de tocarle, y también decían que aquel que fué ahogado, los dioses tlaloques habían enviado su ánima al paraíso terrenal [...]. Decían también que usaba este animalejo de otra cautela para cazar hombres cuando ya mucho tiempo hacía que no había cazado ninguno, y para tomar alguno hacía juntar muchos peces y ranas por allí donde él estaba, que saltaban y andaban por el agua, y los pescadores, por codicia de pescar aquellos peces que parecían, echaban allí sus redes, y entonces cazaba alguno, ahogábale, y llevábale á su cueva. Decían que usaba otra cautela este animalejo, que [...] salíase á la orilla -14- del agua y comenzaba á llorar como niño, y el que oía aquel lloro iba, pensando que era realidad, y como llegaba cerca del agua, asíale con la mano de la cola, y llevábale debajo de ella, y allá le mataba en su cueva» (Hist. Gen., lib. XI, cap. 4, § 2). Sin duda que la perversa índole atribuida al animalejo fue causa de que en las pinturas aparezca como símbolo infausto y anuncio de calamidades. Se ignora por qué tomó el nombre de Ahuitzotl el octavo rey de México, y a fe que le cuadró a maravilla, porque se señaló por sus continuas guerras y por la multitud de víctimas humanas que hizo sacrificar, particularmente en la dedicación del templo mayor de México, con lo cual tenía hostigado al pueblo, y su nombre se hizo tan aborrecible a propios y extraños, que ha venido a significar «el que molesta y fatiga á otro continuamente y con exceso» y así decimos todavía: Fulano es mi AHUIZOTE. «El nombre de Ahuitzotl se usa como proverbio, aun entre los españoles de aquel reino, para significar un hombre que con sus molestias y vejaciones no deja vivir á otro» (CLAVIGERO, Stor. ant. del Messico, lib. IV, § 26). «Él se hizo mi íntimo amigo desde aquella primera escuela en que estuve, y fué mi eterno ahuizote» (PENSADOR, Periquillo, tom. I, cap. 6, p. 59). «Él es mi ahuizote, sin duda: es otro Doctor Pedro Recio» (ID., ib., cap. 11, p. 140). «Los violinistas son su ahuizote» (FACUNDO, Mariditos, cap. 6). «Hoy todavía, como herencia de los tiempos antiguos, cuando una persona nos molesta atosigándonos de una manera insoportable, acostumbramos decir: fulano es mi ahuizote» (OROZCO Y BERRA, Hist. Ant., tom. I, p. 447). Incluye este nombre D. Juan Fernández Ferraz en sus Nahuatlismos de Costa Rica, y le da la significación de agüero, creencia vulgar, brujería. Cuba. MACÍAS, p. 32. Aindiado, da. adj. Que tira a indio: semejante a los indios en color y facciones. Salvá dice que es voz de Cuba; mas no la trae Pichardo. Macías la da (p. 33); pero cree que no es sólo de Cuba, sino general en América; y añade que en Cuba es precisamente en donde menos se emplea; lo cual es muy creíble, pues no ha quedado allá indio alguno. Río de la Plata. GRANADA, p. 78. † Aire. m. En el juego del monte se llama así la salida de dos cartas de igual clase, como dos reyes, dos sotas, etc., cuando se sacan para el albur. (V. en el Dicc. ENCUENTRO, 5.ª acep.). VOY AL AIRE, fr. fam. que sirve para expresar que se consideran igualmente malas dos cosas y no se sabe cuál de ellas elegir. EN TANTO QUE EL AIRE, fr. fig. y fam. En un instante. «Mira qué sermón tan largo nos ha echado en tanto que el aire» (PENSADOR, Quijotita, cap. 21). «En tanto que el aire se hizo la hijuela ó partición de bienes» (ID., Periquillo, tom. II, cap. 4, pág. 60).
  • 31. 2. Enfermedad que paraliza alguna parte del cuerpo. Le dio un AIRE. Cuba. PICHARDO, p. 8; MACÍAS, p. 33. Canarias. «Cierta parálisis ligera: tiene un aire: le dió un aire. Es corriente también en Andalucía» (ZEROLO, p. 56). † Aislador. m. Dase especialmente este nombre a la pieza de vidrio que se coloca en el extremo superior de los postes en las líneas telegráficas para sostener el alambre y aislarle. * Ajolote. (Del mex. axolotl. SIM. MEND. Proteus Mexicanus. LL. Siredon Humboldti. DUM.). m. Animal acuático que pertenece al orden de los batracios; vive en el valle de México y en otros lugares de la República. En circunstancias especiales pierde las agallas, y se trasforma en animal terrestre. Su carne se usa como alimento y como medicina. HERNÁNDEZ, p. 316, ed. rom.; SAHAGÚN, lib. I, cap. 13; lib. VII, cap. 2; lib. XI, cap. 3, § 5; CLAVIGERO, lib. I, § 13; OROZCO Y BERRA, Mem. para la Carta del Valle de Méx., p. 150. «Habiendo bajado las aguas, produjo la tierra en sus cienos sabandijas, culebras, ranas, ajolotes, sapos, murciélagos» (MOTA PADILLA, Hist. de la N. Galicia, cap. XI , n.º 10). «Ministran á los rústicos habitantes cultivadores una pesca abundante de pescaditos, ajolotes, acociles y ranas» (FACUNDO, Ensalada de Pollos, tom. II, cap. 8). † Alabado. m. Cántico devoto que en algunas haciendas acostumbran entonar los trabajadores al comenzar y al terminar el trabajo. Chile. RODRÍGUEZ, p. 20. -15- † Alabar. n. En las haciendas, cantar el alabado. † Alacranado, da. adj. ant. Inficionado de algún mal. «Los [indios] que vuelven á sus casas vienen tan alacranados que pegan la pestilencia que traen á otros, y así va cundiendo de mano en mano» (MENDIETA, Hist. Ecles. Ind., libro IV, cap. 37). Alacre. (Del lat. alacer o alacris). adj. Alegre y presto para hacer alguna cosa. Ya que el Diccionario ha dado cabida a Alacridad, bien pudiera entrar también ALACRE, como los ingleses tienen alacritas y alacrious. No conozco otra voz que le equivalga exactamente. Alagartarse. pr. Apartar la bestia los cuatro remos, de suerte que disminuye de altura. Alamedero. m. Guarda de una alameda. «La criada se miraba en el niño, lo cual no era un obstáculo para que el alamedero se viera en la criada» (FACUNDO, Chucho, tom. I, cap. 1). «Por lo que toca al pobre alamedero» (ID., ib., tom. I, cap. 12). † Alarma. En México se usa en todas sus acepciones como femenino. «La voz alarma no es en su origen sino el grito ó señal que se da para llamar á las armas: usóse después sustantivamente escribiéndose las dos partes componentes en una sola palabra. Por tanto creemos puesto en razón darle el género masculino, como lo hace la Academia; no obstante es de advertirse que otros diccionarios, acordes con un uso bastante general, lo hacen femenino: en Martínez de la Rosa se nos ofrece por el pronto el siguiente ejemplo: Un déficit de cincuenta y seis millones causó vivas alarmas» (Espíritu del Siglo, lib. I, cap. 4, en una nota). (CUERVO, § 172).
  • 32. † Alátere. m. «Á LÁTERE. fig. y fam. Persona que acompaña, constante ó frecuentemente á otra. Se toma á veces en mala parte». Así el Diccionario. Considerando a ALÁTERE como junta de dos palabras latinas, castellanizada ya, puede tener plural, ALÁTERES, que es como la trae Salvá, y comúnmente se usa. Pero decir y escribir adlátere y adláteres es, aquí y en España, un desatino justamente censurado por Cuervo (§ 375), quien añade, y es cierto, que para comprender la razón de la censura basta haber pisado los umbrales de una clase de menores. «El pollo, por su parte estaba diciendo á su adlátere». «Pidió auxilio á sus adláteres». «A la prima que estrenó el vestido de la esposa, y á todos sus adláteres». «Para hacer exactamente lo que ellos hicieran en materia de obsequiar debidamente á sus adláteres» (Escritor mexicano contemporáneo). V. TINTERILLO. † Albardón. m. Nombre que se da a la silla de montar inglesa, llana y sin borrenes. † Albazo. m. Aunque el Diccionario le pone nota de anticuado, no lo es aquí, sino de uso constante en vez de alborada, acción de guerra al amanecer. Siempre se entiende por caer de sorpresa sobre el enemigo. Lo mismo en el Ecuador. (Mems. de la Acad. Ecuat., tom. I, página 56). † Alborotarse. pr. Animarse, inquietarse con la perspectiva de una diversión u otro goce que se desea con ansia. Es el Embullarse de Cuba. «Y eso que todavía no les ha acabado la modista sus vestidos color de oro viejo, por lo que están tan alborotadas» (FACUNDO, Fuereños, cap. XII). † Alboroto. m. Lo mismo que Embullo en Cuba. Animación, predisposición con entusiasmo para la diversión, bulla, fiesta u obsequio que se prepara o se espera. Albortante. m. Candelero sin pie, de una o más luces, que comúnmente se fija en la pared. Dase asimismo tal nombre a los brazos de un candelabro o de una lámpara. También se halla escrito arbortante y abortante. La definición de CANDELABRO en el Diccionario incluye la de albortante, sin distinguirlos. La descripción de albortante presenta cierta analogía con la de arbotante en lenguaje náutico, pues según el Diccionario Marítimo es «todo trozo ó pieza de madera ó hierro que sale del cuerpo principal del buque, ó de otro objeto á que está hecho firme, para sostener cualquiera cosa». Así como el arbotante marino es una pieza horizontal que avanza fuera de la nave para sostener -16- cualquier cosa, del mismo modo el brazo de candelabro sale del pie de éste, de la lámpara o de la pared, para sostener una luz. «Tiene distribuidas [la lámpara] cuarenta y dos arandelas en sus bien trazados albortantes, en forma de azucenas» (Gaceta de México, julio 1733). «Ese mismo día se estrenó [en la Catedral] la insigne lámpara [de plata] de peso de dos mil seiscientos marcos, compuesta de vaso tan capaz, que tiene diez varas y media de circunferencia, y tres y media de diámetro, adornada por sus exteriores de curiosos sobrepuestos, primorosas molduras, prolijas cornisas, agraciados visos, airosos remates, pulidos escudos, unos de S. Pedro con la tiara y llaves encrucijadas, y otros de S. M., con la corona, leones y castillos dorados; observando en sus adornos, tamaños y medidas el mismo orden el manípulo, y uno y otro en su
  • 33. circunferencia, y las sólidas cadenas (que son en forma de cartones encontrados, y en su centro ó mediación abrazan siete lamparines), toda proporción en la distribución de setenta y dos arbortantes y arandelas que le adornan; toda esta máquina pende de una cadena de fortaleza correspondiente á el peso de más de cincuenta arrobas, y de lucimiento igual á alhaja tan prodigiosa» (Gaceta de México, agosto 1733). [Según Sedano en sus Noticias de México, tenía de alto esta famosa lámpara ocho varas y media; de circunferencia diez y media: era toda de plata, en gran parte sobredorada, y pesaba 87 arrobas 11½ libras: costó 71.343 pesos 3 reales. La cadena de hierro que la sostenía pesaba 62 arrobas 10 libras. Vi muchas veces esa lámpara en su lugar: se deshizo y fundió en 1838 por orden del Cabildo, que no halló, según parece, otro recurso que destruir esta preciosa alhaja, para costear, con su producto, la compostura de los arcos torales de la iglesia, maltratados por el temblor de tierra de 23 de noviembre del año anterior]. «Lleva cincuenta y cuatro arandelas con otros tantos abortantes» (Gaceta de México, agosto 1729). [Este pasaje se refiere a la lámpara de la Colegiata de N.ª S.ª de Guadalupe, también de plata, y muy semejante a la de la Catedral, aunque más pequeña, pues sólo pesaba diez y ocho arrobas. No existe]. «En este mismo día, en la capilla de los alabarderos, en la iglesia de S. Agustín, estrenó la Virgen de la Concepcion dos albortantes de plata» (Diario del ALABARDERO, 1792, p. 381). «Había algunos arbotantes de hoja de lata con unas velas que ardían en la noche» (PAYNO, Fistol, tom. II, cap. 12). «El queso [...] seguía diseminado en la sala, sobre los sillones, en la moldura de los cuadros, en los albortantes de los candelabros» (FACUNDO, Baile y Cochino, cap. 9). «Había además encendidos cuatro candelabros ó albortantes de pared, de siete luces cada uno» (ID., Jamonas, tom. I, capítulo 12). * Albricias. f. pl. Llaman así los fundidores a los agujeros que dejan en la parte superior del molde para que salga el aire al tiempo de entrar el metal; y se les da este nombre porque cuando asoma por ellos el metal es prueba de que el molde está lleno, y saldrá bien la fundición. † Alcalde. m. ALCALDE DEL MES DE ENERO. La persona que recién entrada en un cargo demuestra gran rectitud y actividad. Dícese así como anunciando que a poco minorarán una y otra, según de ordinario acontece. En igual sentido trae el Diccionario La justicia de Enero. * Alcantarilla. f. Pilar de mampostería que sirve para recibir y repartir las aguas potables. Viene a ser una especie de cambija. † Alcoba. f. Tertulia sin aparato oficial, que daban los virreyes en su palacio. «Fueron recibidos con gran benevolencia, convidando S. E. á estos señores para las noches de Pascua á la alcoba que ha de haber en dicho real palacio, cuya práctica es en algunas salas diversión de juego, en otras música, y otras para conversación, ministrándoseles con profusión exquisitos refrescos» (Diario de CASTRO SANTA-ANNA, 1756, tom. III, p. 75). «En el real palacio han concurrido dichas noches muchas señoras principales y sujetos de distinción, con motivo de las alcobas, en que han sido muy divertidos y obsequiados» (ID., ib., p. 76). «S. E. se halla perfectamente restablecido: continuó en las alcobas con crecidas asistencias de señoras y sujetos principales» (ID., ib., 1757, tom. III, p. 81). «Al anochecer de este día, por convite de SS. EE. para alcoba,