Está en la página 1de 20

ANTONIO MACHADO, PROFESOR

DE LITERATURA
POR

ENRIQUE CASAMAYOR

LOS CUATRO PROFESORES

E
NTRElo no mucho escrito sobre diversos aspectos de la vida y
obra de don Antonio Machado sorprende a primera vista la
casi nula atención dedicada a las actividades profesorales del
poeta español. Tanto la lírica y la filosofía como la poética y hasta la
política (?) de Machado han sido objeto de especulación varia. Por
el contrario, la biografía de nuestro primer poeta contemporáneo
tiene aún por resolver muchas incógnitas, indispensables para la
certera comprensión de aquel gran mundo de complejidades riquí-
simas que fué don Antonio. En la única biografía hasta ahora im-
presa (1), su autor, Miguel Pérez Ferrero, pasa como sobre ascuas
sobre el tan humano y sugeridor tema del Machado profesoral. Po-
cos datos conocemos. No obstante, sabemos con certeza que don
Antonio abandona Madrid en 1907 para hacerse cargo de su cátedra
en Soria, y que a la muerte de Leonor, en 1912, se traslada a Baeza,
donde permanece hasta 1919. Sabemos también, por una aporta-
ción de indudable valor anecdótico para la biografía de Machado,
que éste tuvo parejo a su gran amor castellano por Soria, el amor

(1) MIGUEL PÉREZ FERRERO : Vida de Antonio Machado y Manuel. Prólogo del
doctor Gregorio Marañón. «El Carro de Estrellas». Ediciones RIALP. Madrid, 1947,
330 págs. + 1 retrato.

481
no nacido por Cuenca, que quiso y no pudo vivir. Nuestro profesor
solicita desde Baeza—hacia 1916—su traslado a la Ciudad Encanta-
da. Nos lo dice el siguiente autógrafo de don Antonio, fragmento
de un borrador epistolar dirigido a cierto profesor de francés del
Instituto conquense : «La pereza de cambiar de residencia y las
instancias de mis compañeros de Baeza fueron causa de que no acu-
diese a dicho concurso. Después he sabido que usted había sido
nombrado para ocupar la indicada vacante.
«Pensando en el caso posible de que usted no tuviese interés
marcado en permanecer en la cátedra de Cuenca, me atrevo a pro-
ponerle a usted la permuta conmigo, si el Instituto de Baeza fuese
de su agrado y encontrase en él algún aliciente o ventaja.»
El traslado a Cuenca no llegó a efectuarse. Sabe Dios si este in-
tento frustrado de don Antonio haya sido causa de que Cuenca no
viva para siempre—«orno Soria, como Baeza—entre las mejores pá-
ginas de la literatura castellana (2).
Fallido su intento de traslado a Cuenca, Machado consigue cá-
tedra en Segovia en 1919, hasta 1932, en que ise traslada definitiva-
mente a Madrid, donde se le provee cátedra en un Instituto de nue-
va formación. Luego la guerra—4936—acaba para siempre con sus
prácticas de profesor de francés.
¿Cómo era don Antonio, profesor? Quien no haya sido alumno
suyo—«ntre los poetas españoles cuentan dos : Alfonso Moreno y Dio-
nisio Ridruejo, que lo fueron ambos en el Instituto de Segovia—no
acertaría a imaginarlo si no es a través de la numerosa estela percep-
tible frecuentemente en las accidentadas aguas del Mairena. Pero ocu-
rre que en estas prosas machadianas, aparte del Machado de carne y
hueso, profesor de francés implícito y presente, viven dos profesores
más, ambos apócrifos y, como es de todos conocido, complementarios
de don Antonio, según la famosa teoría de «la esencial heterogenei-
dad del ser». Estos dos profesores se llaman Juan de Mairena y Abel
Martín.
A este triunvirato de profesores hay que añadir un cuarto : An-
tonio Machado, profesor de Literatura. Acaba de salvarse un cua-
derno de apuntes, uno de esos cuadernos escolares con cubiertas de
hule negro y papel pautado, en el cual se extracta, hombre por hom-
bre, la historia de la literatura española del Siglo de Oro. El cua-

(2) Y ¿quién sería este profesor de francés en el Instituto de Cuenca, respon-


sable de este desaguisado para la poesía española? No Jo sabemos, aunque no sería
difícil dar con él en el escalafón profesional de la época. Pero quizás sea el anoni-
mato su mejoí castigo, por que no venga a caer, a Io.iS seis lustros de cometido el
crimen, en la soberbia negativa y un poco tonta de Eróstrato, el incendiario.

482
derno, escrito en Baeza, sin fecha precisa, sirvió para que don An-
tonio diese en el Instituto sus lecciones de Literatura como profe-
sor agregado. Profesor de Literatura. He aquí, siquiera modesta-
mente, he aquí cumplido uno de los anhelos intelectuales más se-
cretamente doloridos de Machado.
Y aquí tenemos a los cuatro profesores que nos inventa don Anto-
nio Machado : Abel Martín, profesor de Filosofía; Juan de Maire.
na, profesor de Retórica; Antonio Machado, profesor de Literatura,
y don Antonio Machado, profesor de Francés.
¿Qué sabemos de ellos? De Abel Martín se nos dice (3) que fué
poeta y filósofo; que nació en Sevilla (1840) y murió en Madrid
(1898); que dejó una importante obra filosófica : Las cinco formas
de la objetividad, De lo una a lo otro, Lo universal cualitativo y De
la esencial heterogeneidad del ser; que publicó en 1884 un libro de
poemas, Los complementarios, y que fué maestro de Mairena.
De éste no sabemos mucho más (4): «Poeta, filósofo, retórico
e inventor de una Máquina de Cantar. Nació en Sevilla (1865). Mu-
rió en Casariego de Tapia (1909). Es autor de una Vida de Abel
Martín, de un Arte poética, de una colección de poesías : Coplas
mecánicas, y de un tratado de metafísica : Los siete reversos. Y aquí
se añade que fué profesor particular (4 bis), y discípulo de don
Abel. Lo que además de todo esto sepamos de Mairena, nos lo dan
los apuntes tomados cede oído» por sus discípulos, según consta en el
Juan de Mairena machadiano (5).
Aún menos noticia encontramos de Antonio Machado, profesor

(3) ANTONIO MACHADO : De un cancionero apócrifo. Abel Martín. Págs. 353-354


de Obras. Laberinto. Ed. Séneca. México, 1940. 929 págs. Todas las citas del Mai-
rena se refieren a esta misma edición.
(4) Ob. cit., pág. 386.
(4 bis) Juan de Mairena, inteligencia paradójica y desconcertante, unía sus
actividades privadas como profesor de Retórica y de Sofística a las más vulgares
y crematísticas de la educación física de jóvenes aspirantes a bachilleres. Machado
nos lo dice con toda claridad: «Sabido es que Mairena era, oficialmente, profesor
de Gimnasia y que sus clases de Retórica, gratuitas y voluntarias, se daban al mar-
gen del programa oficial del Instituto en que prestaba sus servicios.» (Ob. cit., pá-
gina 509). Su afición profesoral a la Retórica contrasta fuerte e irónicamente con
el carácter oficial de su enseñanza, por la que, según parece, no sentía grande
a m o r : «Siempre he sido—habla Mairena a sus alumnos de Retórica—enemigo de
lo que hoy llamamos, con expresión tan ambiciosa como absurda, educación física.
Dejemos a un lado a los antiguos griegos, de cuyos gimnasios hablaremos otro día.
Vengamos a lo de hoy. No hay que educar físicamente a nadie. Os lo dice un pro-
fesor de Gimnasia.» (Ob. cit., págs. 508-509.)
(5) En la primera edición del Juan de Mairena (Madrid, 1936) el dibujante
José Machado, hermano de don Antonio, nos da una fantástica versión plástica del
profesor apócrifo. Abundante cabello, enjutas las jóvenes mejillas, la boca de pi-
ñón, peligrosamente femenina, la silueta casi becqueriana... No acertamos a ima-
ginar entre estos rasgos al metafísico tratadista de Los siete reversos.

483
de Literatura, de no atenernos al campo profesional de su docencia
literaria. Y de ello haremos capítulo aparte.
Por último, de don Antonio, profesor de Francés, nos asiste un
conocimiento mayor. Para nuestra holganza, en abril de 1917 re-
dacta una corta «Nota autobiográfica» (6), donde se nos transmite
algún rasgo interesantísimo de su personalidad. Pero no es sufi-
ciente. Don Antonio Machado está en su obra entera; ella nos ab-
suelve de cualquier intento de síntesis (7). ,
Sin embargo, apenas se le conocen detalles, sacados de un casi
inexistente anecdotario profesoral. ¿Qué pensaría Machado de lá
enseñanza del francés, y qué del francés mismo? Imaginamos a don
Antonio lector de abundante bibliografía francesa : poesía, litera-
tura, filosofía...; hablando un idioma repleto de resonancias e ideas
oídas en París a Bedier y, sobre todo, a Henri Bergson, a cuyas lec-
ciones asiste durante su estancia en la capital parisina en 1911 (8).
Le acompaña Leonor en los días que precederán al descubrimiento
de la terrible dolencia que acabará con la esposa.
Algo más se conoce de sus horas privadas. Al margen de las cla-
ses, Machado aprovecha el asueto de la vacación para realizar excur-
siones a los pueblos de la provincia, en compañía de alguno de sus
maestros y amigos de la Institución y de profesores del Instituto. En
1910, estando en Soria, llega hasta las fuentes del Duero; desde
Madrid y Segovia, visita varias veces el Guadarrama; desde Baeza
extiende sus jiras por buena parte de Andalucía. Estas excursiones
repercuten hondamente en la obra machadíana. Así nacen las «Can-
ciones del Alto Duero», «Canciones de Tierras Altas», «La tierra de

(6) «Nací en Sevilla una noche de julio de 1875, en el célebre palacio de las
Dueñas, sito en la calle del mismo nombre. Mis recuerdos de la ciudad natal son
todos infantiles, porque a los ocho años pasé a Madrid, donde mis padres se tras-
ladaron, y me eduqué en el Instituto Libre de Enseñanza. A sus maestros guardo
vivo afecto y profunda gratitud. Mi adolescencia y mi juventud son madrileñas.
He viajado algo por Francia y por España. En 1907 obtuve cátedra de lengua fran-
cesa, que profesé durante cinco años en Soria. Allí me casé, allí murió mi espesa,
cuyo recuerdo me acompaña siempre. Me trasladé a Baeza, donde hoy resido. Mis
aficiones son pasear y leer.» (Ob. cit., pág. 32.)
(7) El poeta nos da también una admirable versión de su persona en el poe-
ma titulado «Retrato», correspondiente a Campos de Castilla. (Ob. cit., págs. 128-
129.)
(8) Fué grande la huella que Bergson y sus lecciones del curso 1910-1911 en
París dejaron en la memoria de don Antonio. La continuada presencia del filó-
sofo francés en la obra machadíana es por demás significativa. También se encuen-
tran referencias personales a Bergson. En el primer cuaderno manuscrito de Los
Complementarios, Machado apunta lo que sigue: «Durante el curso de 1910 a
1911 asistí a las lecciones de Henri Bergson. El aula donde daba su clase era la
mayor del Colegio de Francia y estaba siempre rebosante de oyentes. Bergson es
un hombre frío, de ojOs muy vivos. Su cráneo es muy bello. Su palabra es perfecta,
pero no añade nada a su obra escrita. Entre sus oyentes hay (!) muchas mujeres.
(Los Complementarios, folio 7.)

484
Alvargonzález» y «Hacia la tierra baja», en Soria; «Apuntes» y «Apun-
tes para una geografía emotiva de España», en Baeza, Sierra Morena,
Torreperogil, Garciez, Sierra de Quesadá..., y las numerosas ocasiones
en que el Guadarrama está presente en los poemas de don Antonio.
Estos viajes a distintos lugares y regiones de España han que-
dado notados suscintamente en el manuscrito de «Los Complementa-
rios». El 3 de agosto de 1914, Machado escribe: «A la vuelta de
una expedición a Guadarrama, se nos dice en la Granja que la guerra
es inevitable. Salimos de Cercedilla, pernoctamos en la casita de la
Institución don Víctor Masriera, su señora, Pepe y yo. De la casita
a La Granja, a pie; de La Granja a Segovia, en automóvil; de Se-
govia a Madrid, en tren.» (Carruaje e itinerarios de don Francisco
Giner.) En el tren encontramos al Sr. Cossío.» (9).
El 8 de noviembre de 1924, Machado anota : «Salimos de Sego-
via Cardenal, Adellac y yo, para Falencia y León.» Y debajo, demos-
trando su preocupación por el dato emotivo y estético del paisaje
español, lo siguiente : (.(.Viaje de España, en que se da noticia de las
cosas más apreciables y dignas de saberse que hay en ella. Su au-
tor : Don Antonio Pons, Secretario de S. M. y de la Real Academia
de San Fernando, etc. Madrid, 1787.»
Días después, el 20 de noviembre : «Expedición a Pedraza. Sali-
mos de Segovia Cardenal, Cerón y yo, a las once de la mañana, y
volvimos a las siete de la tarde.»

% *H %

La enjuta concisión de los datos disponibles poco nos pueden


ayudar al examen comparativo de nuestros profesores. Los cuatro
nacen en Sevilla (1840, 1865 y 1875), los cuatro son intelectuales
puros, enterizos, totales; todos tienen de poetas, de filósofos, de re-
tóricos, de literatos, de lingüistas en igual o parecida proporción;
unos como otros observan semejante inquietud pedagógica; los cua-
tro son maestros de juventud; son casi idénticos; son, en síntesis,

(9) Todos los nombres citados por don Antonio son bien conocidos. Los se-
ñores de Masriera, a quienes Machado dedica el poema «Las encinas» (Campos de
Castilla), como recuerdo de una «expedición» a El Pardo madrileño. P e p e : Josa
Machado, su hermano. Giner y Cossío, los dos maestros de la Institución Libre de
Enseñanza. Cardenal: don Manuel Cardenal Iracheta, profesor de Filosofía en
el Instituto de Segovia, joven compañero de don Antonio y gran admirador suyo. De
él se conservan impresas algunas impresiones tomadas de estas jiras lírico-turísticas.
José Adellac, profesor de Matemáticas del Instituto, muerto hace unos años. Y
Cerón, un curioso tipo de funcionario público aficionado a la literatura, con su
libro de versos y su intransigente amor por la poesía raachadiana. (Los Complemen-
tarios, folios 16, 177 y 186 v.)

485
una sola cosa : la obra de don Antonio Machado, el poeta : la obra
del literato, del filósofo, del retórico y del lingüista : cuatro crea-
ciones humanas distintas y una sola verdadera. He aquí la versión
práctica de la esencial heterogeneidad del ser, según nos inventa el
profesor Abel Martín. Porque este cuarteto de personajes, que apó-
crifamente se funden en la sustancia mutable de uno solo, compo-
nen y conciertan el milagro humanamente creador de don Anto-
nio, hombre nacido de heterogeneidades complementarias, de in-
dividualidades precisas, nítidas, independientes, pero que conjun-
tan y casan dando soberanía a la genial obra machadiana.

DON ANTONIO, PEDAGOGO

«Vosotros sabéis que yo no pretendo enseñaros nada, y que sólo


me aplico a sacudir la inercia de vuestras almas, a arar el barbe-
cho empedernido de vuestro pensamiento, a sembrar inquietudes,
como se ha dicho muy razonablemente, y yo diría, mejor, a sem-
brar preocupaciones y prejuicios; quiero decir juicios y ocupacio-
nes previos y antepuestos a toda ocupación zapatera y a todo juicio
de pan llevar» (10).
Estas palabras, puestas en labios de Mairena por Machado y di-
rigidas a los discípulos de aquél, muestran la bien arraigada preocu-
pación pedagógica de la vida profesoral de don Antonio. El pro-
fesor no es el dómine adusto encargado de introducir conceptos o
más bien palabras en la memoria del alumno, casi siempre a fuer-
za de temor y varapalo. El maestro tiene la función de despertar,
de agilitar la inteligencia del hombre en ciernes, que es el discí-
pulo, dejándole listo y aprobado para que en la vida pueda seguir
pensando por cuenta propia. Para ello, el pedagogo habrá de diri-
girse directamente al hombre: «El que no habla a un hombre
—^dice Mairena—no habla al hombre; el que no habla al hombre, no
habla a nadie» (11).

(10) Ob. cit., pág. 660.


(11) Ob. cit., pág. 717. Este rotundo sentenciar de Mairena parece estar en
contradicción con el siguiente comentario de Abel Martín: «Ya algunos pedagogos
comienzan a comprender que los niños no deben ser educados como meros apren-
dices de hombres, que hay algo sagrado en la infancia para vivido plenamente por
ella. Pero ¡qué lejos estamos todavía del respeto a lo sagrado juvenil!» (De un
cancionero apócrifo, CLXVII (Abel Martín). Poesías completas. 4. a ed. Espasa-
Calpe, S. A. Madrid, 1936, 434 págs.
La nota de Abel Martín revela un escepticismo fatalista, típico producto de su
tiempo. Según él, el niño, al trasponer el umbral de la juventud, pierde casi todo
el bagaje de creencias que le ilusionaron la niñez. No parece que Martín aluda a
creencias del tipo de los Reyes Magos o de la cigüeña anglosajona. La incógnita
se centra, ciertamente, en cuáles sean esas creencias que, según Martín, el pedago-
go debe respetar en el niño.

486
El maestro, pues, ha de acercarse al hombre con afán de descu-
brirle a sí mismo la propia inteligencia, elevándole a su condición
humana en alas del pensamiento (12). La enseñanza no ha de re-
dundar, en principio, en la acumulación de saberes, del conocimien-
to, del dato que se archiva en la memoria, uno junto a otro. La
erudición es buena sólo cuando tiene el sentido de ciencia auxiliar,
útil solamente como corroboración; infecunda y muerta, como prin-
cipal fundamento. De uno de estos eruditos especializados que todo
lo fían al fichero, sentenciaba Mairena : «Aprendió tantas cosas,
que no tuvo tiempo para pensar en ninguna de ellas.» (13). En con-
secuencia, el problema de todo buen formador del espíritu juvenil
es prepararle para la batalla de penetrar el mundo con ojos vivos
e inteligentes; enseñarle a pensar y también a sentir. Recordemos
el imperativo unamuniano : «Siente el pensamiento, piensa el sen-
timiento», para no caer en la intelectualidad pura, deshumanizadá.
Esta especie de frigidez que conduce a la asepsia total del pensa-
miento es causa del matiz irónicamente peyorativo con que no es
infrecuente que en nuestros días se moteje al intelectual de profe-
sión. Machado estaba ya sobre ello en los primeros decires de Juan
de Mairena, cuando aclara al alumnado: «¿Intelectuales? ¿Por
qué no? Pero nunca virtuosos de la inteligencia. La inteligencia
ha de servir siempre para algo, aplicarse a algo, aprovechar a al-
guien» (14). Y en tanto no se busque previamente una aplicación
inmediata a la inteligencia, todo saber es tan estéril como un amor
sin objeto. Bien está eso de que «el saber no ocupa lugar»; pero
es conveniente discernir de saberes, ya que no de sabiduría.
Machado interpreta correctamente la gran importancia que para
la formación intelectual tiene la dirección de un buen maestro.
Don Antonio debió tenerlos buenos en la Institución Libre de En-
señanza, y la alusión de la ya citada «Nota biográfica» : «A sus maes-
tros guardo vivo afecto y profunda gratitud», indica la decisiva in-
fluencia que aquellos métodos formativos tuvieron sobre el sensi-
ble material humano del gran poeta (15). Y esto tenida muy en
cuenta la condición—no sabemos si desgraciada o feliz-—autodidacta

(12) «Nuestra misión es adelantarnos por la inteligencia a devolver su dig-


nidad de hombre al animal humano.» Ob. cit., pág. 636.
(13) Ob. cit., pág. 725.
(14) Ob. cit., pág. 640.
(15) Sin embargo, el relativismo machadiano pone unas gotas de hiél en esta
hermosa y agradecida confesión. Es a Mairena a quien obliga a decir estas pala-
bras de amargura : «Es cosa triste que hayamos de reconocer a nuestros mejores
discípulos en nuestros contradictores, a veces en nuestros enemigos; que todo ma-
gisterio sea, a última hora, cría de cuervos, que vengan un día a sacarnos los ojos.»
(Ob. cit., pág. 533.)

487
17
de Machado, peligrosa condición propensa a deformaciones irreduc-
tibles, que es preciso vigilar atentamente, con esa vigilancia vocacio-
nal del maestro. Don Antonio, a quien difícilmente se le escapaba un
pelo, nos dice, quizá pensando en sí mismo : «Nunca os jactéis de auto-
didactos, os repito, porque es poco lo que se puede aprender sin auxi-
lio ajeno. No olvidéis, sin embargo, que este poco es importante y
que además nadie os lo puede enseñar» (16).
De su experiencia como profesor de Instituto, Machado llega
a conclusiones ya ratificadas por otros pedagogos, según las cuales
existe un verdadero intercambio de aprendizaje entre maestro y dis-
cípulo. Oficialmente es el profesor quien enseña; pero también el
alumno descubre verdades al profesor; verdades que éste no hubiera
captado jamás de lio establecerse entre ambos una osmosis de re-
velaciones y descubrimientos. «Porque es el niño—confiesa Maire-
na—quien, en parte, hace al maestro» (17). Y a continuación : «El
niño nos revela que casi todo lo que él no puede comprender ape-
nan si merece ser enseñado, y, sobre todo, que cuando no acertamos
a enseñarlo es porque nosotros no lo sabemos bien todavía» (18).
En su magisterio ejemplar, Machado no era, ciertamente, jactan-
cioso. Su sencillez, su aspecto bondadoso, su palabra precisa y clara
debieron atraer la curiosidad y la atención de sus discípulos, sobre
todo en aquellos circunstanciales cursos de Literatura española en
Baeza. Era nuestro profesor maestro de pocos, que nunca gustó de
multitudes, ya que la masa es ineducable (19), y, por otra parte,
como él decía, «para hablar a muchos no basta ser orador de mitin.
Hay que ser, como Cristo, hijo de Dios.» Pensando así, no es de
extrañar que, lo mismo sus apócrifos Mairena y don Abel, que el
Machado literato, historiador y lingüista, fuesen maestros de disci-
pulado restringido. Cierto que, siendo de pocos, no lo era más de
minorías. El purista «slogan» de Juan Ramón : «A la minoría siem-
pre», nada tuvo de común con don Antonio, hombre inclinado a lo
popular, en la más noble acepción de este vocablo.
En las clases parece ser que nunca se le vio revestirse de las ga-
las todopoderosas del profesor. Machado daba sus lecciones con

(16) 0 6 , cit., pág. 691. Páginas antes había advertido: «Desconfiad de los
autodidactos, sobre todo cuando se jactan de serlo.» Pág. 467.
(17) 0 6 . cit., pág. 660.
(18) 0 6 . cit., pág. 661.
(19) «Nosotros no pretendemos educar a las masas. A las masas, que las parta
un rayo. Nos dirigimos al liombre, que es la único que nos interesa, al hombre
in genere y al hombre individual, al hombre esencial y al hombre empíricamente
dado en circunstancias de lugar y tiempo, sin excluir al animal humano en sus
relaciones con la naturaleza. Pero( el hombre masa no existe para nosotros.» (Obra
citada, pág. 637.)

488
natural sencillez, sin encaramarse a la tarima profesoral, de pie las
más veces y paseando, mientras edad y fortaleza se lo permitieron.
«Juan de Mairena hacía advertencias demasiado elementales a sus
alumnos. No olvidemos que éstos eran muy jóvenes, casi niños,
apenas bachilleres, que Mairena colocaba en el primer banco a los
más torpes y que casi siempre se dirigía a ellos» (20).
Machado se concentra en la primera fila, la de los torpes, pero
en verdad nuestro profesor no habla para quienes caminan por el
mundo sin claras entendederas, con el cerebro entelarañado y tór-
pido. Al dirigirse preferentemente a los torpones de la vanguardia, de
esa primera fila sambenitada por la ineptitud, Machado no hace
otra cosa sino tratar psicológicamente la pedagogía profesoral, ex-
plicase lengua francesa, retórica, filosofía, literatura o cualquier
otra disciplina. Cierto que nada extraño sería que alguna vez sal-
tase el mal humor fuera de las casillas de la paciencia mascullan-
do : «Un pedagogo hubo, se llamaba Herodes.» (21).
Estos malos humores de Machado no tienen repercusión, contra
lo que pudiera creerse, en su postura de dómine justiciero ante el
alumno caído en falta. Don Antonio era infinitamente comprensivo
y tolerante con el culpable, sin que esta manga ancha en materia
de justicia escolar supusiese merma de la eficacia de sus métodos
íormativos. La violencia de palabra y obra siempre fué motivo de
censura para nuestro profesor, nada propicio al castigo físico y mu-
cho menos al moral. No es que don Antonio fuese blando; sus in-
tenciones pedagógicas, hondamente arraigadas en él por la ejem-
• plaridad de sus primeros maestros, no hubieran tolerado concesio-
nes en perjuicio de los fines propuestos. Su profundo saber de la
psicología juvenil le llevó a la certeza de que el error no se cura en
muchos casos con el castigo impuesto, sino más y mejor, haciendo
llegar a la conciencia culpable un pleno conocimiento de la falta,
de modo que el infractor sienta el peso y el dolor de ser culpable
hasta el extremo de disciplinarse voluntariamente. En este sen-
tido, las enseñanzas del Mairena son excepcionalmente sugeridoras.

(20) Ob. cit., pág. 467.


(21) Ob. cit., pág. 693. Sobre este aspecto de los malos humores de Mairen»
recogemos la graciosa anécdota siguiente: «Era Mairena—no obstante su aparien-
cia seráfica—hombre en el fondo de malísimas pulgas. A veces recibía la visita
airada de algún padre de familia que se quejaba no del suspenso adjudicado a
su hijo, sino de la poca seriedad del examen. La escena violenta, aunque también
rápida, era inevitable.
•—¿Le basta ver a un niño para suspenderlo?—decía el visitante, abriendo IOB
brazos con ademán irónico de asombro admirativo.
Mairena contestaba, rojo de cólera y golpeando el suelo con el bastón:
— ¡Me basta ver a su padre! (Ob. cit., págs. 528-529.)

489
y no es difícil encontrar en sus páginas textos esclarecedores de la
humanísima sabiduría pedagógica de don Antonio (22),
Don Antonio mantuvo durante toda su vida de magisterio peda-
gógico el criterio de la extensión cultural, de manera que la cultura
no fuese privilegio de casta. En este sentido siempre creyó que el
pueblo español es especialmente apto para la sabiduría, opinando
agónicamente contra el criterio al uso de que lo popular está reñido
con lo cultural (23). En este terreno Machado es noventayochista
y europeizante. No es extraño, pues, que durante su magisterio en
el Instituto de Segovia patrocinará en dicha ciudad una Univer-
sidad Popular, «institución libre con el fin de que todo el que lo
desee pueda aprender lo que sepan los demás, y pueda entrever los
mundos del arte y gustar con deleite de las letras» (24). Ni tampoco,
que en el Mairena se abogue por la creación de una «Escuela Po-
pular de Sabiduría Superior», donde la inteligencia bien ejercitada
devolviese al hombre su dignidad humana (25).

%% %
(22) «Reparad en cómo yo—habla Mairena a sus discípulos—, que tengo mu-
cho—bien lo reconozco—de maestro Ciruela, no esgrimo, sin embargo, nunca la
palmeta contra vosotros. Mas no por falta de palmeta. La palmeta está aquí, como
veis, a vuestra disposición, y yo os invito a que la uséis, aplicándoosla cada cual
a sí mismo o sacudiendo con ella la mano de vuestro prójimo, mas siempre esto
áltimo a petición suya. Porque de ningún modo conviene que enturbiemos con
amenazas el ambiente benévolo, fuera del cual no hay manera de aprender nada que
valga la pena de ser sabido. Cierto que hay faltas que merecen cojrección, mas son
de superficie y podemos no separar en ellas, y otras, más graves, previstas por las
leyes del reino. No nos interesan, desde un punto de vista pedagógico. Nuestros
yerros esenciales son hondos y es en nosotros mismos donde los descubrimos. Si
acusamos de ellos a nuestro prójimo, quizás no demos en calumniadores, pero esta-
bleceremos con él una falsísima relación, terriblemente desorientadora y desca-
minante, de la cual todo maestro ha de huir como de la peste. Porque indirecta-
mente nos proponemos como modelo, no siéndolo, con lo cual le mentimos y le
cerramos al mismo tiempo la única vía, o la vía mejor para que descubra en sí
aiismo lo que ya nosotros hemos descubierto. Cometemos dos faltas imperdona-
bles : la una antisocrática, no acompañando a nuestro prójimo para ayudarle a
hien parir sus propias nociones; la otra, mucho más grave, anticristiana, por no
haber leído atentamente aquello de la primera piedra, la profunda ironía del Cristo
ante los judíos lapidadores. ¿Y qué pedagogía será la nuestra, si nos saltamos
a la torera a ese par de maestros? «Hora de España», n ú m . XX. Miscelánea apó-
crifa. Sigue Mairena... Págs. 9-10. Barcelona, ag. 1938.
(23) «Tenemos un pueblo maravillosamente dotado para la sabiduría, en el me-
jor sentido de la palabra; un pueblo a quien no acaba de entontecer una clase
media, entontecida a su vez por la indigencia científica de nuestras Universidades.
Nos empeñamos en que este pueblo aprenda a leer, sin decirle para qué y sin re-
parar en que él sabe muy bien lo poco que nosotros leemos. Pensamos, además,
que ha de agradecerno¡s esas clases prácticas, donde puede aprender la manera más
científica y económica de aserrar u n tablón, y creemos inocentemente que se reiría
en nuestras barbas si le hablásemos de Platón. Grave error. De Platón no se ríen
más que los señoritos, en el mal sentido—si alguno hay bueno—de la palabra.»
(Oh. cit., págs. 631-632 )
(24) MIGUEL PÉREZ FERRERO : Vida de Antonio Machado y Manuel. Pág. 275,
(25) Ob. cit., págs. 631 y ss.

490
He aquí, extractados, algunos caracteres de Machado, profesor.-
El maestro retratado aquí lo está de manera fragmentaria, parcialí-
sima, como a golpe de martillo. Estos rasgos nos dan la figura noble,
preocupada, inquieta de don Antonio, siempre abierto al corazón
humano y a la misión intelectual que quiso proponerse.

E L «CUADERNO DE LITERATURA»

El presente año de 1949 marca una fecha capital para el estudio


biográfico y crítico de Machado. El hallazgo del primer cuaderno de
«Los Complementarios», escrito en Baeza, Madrid y Segovia durante
los años que van de 1912 a 1924, redundará próximamente en bene-
ficio de un mejor entendimiento de la obra machadiana, incompren-
dida con frecuencia por falta de datos. Véase, por ejemplo, la si-
guiente contradicción : Hay quien sostiene la tesis de la unidad a lo
largo de la creación de Machado, y quién, la contraria, la de la evo-
lución de esta misma obra creadora (26). ¿Quién acabará llevando,
el gato al agua? El estudio inicial de «Los Complementarios» inclina,
parece ser que decisivamente, la balanza del lado de la primera tesis.
Véase también la novísima interpretación que se hace, en este mismo
número de CUADERNOS HISPANOAMERICANOS, del hasta hoy oscuro
poema «Recuerdos de sueño, fiebre y duermivela», cuya madeja co-
mienza a devanarse al hilo de un cuento escrito quince años antes en
«Los Complementarios». La importancia de este primer cuaderno hace
pensar en la urgencia de una búsqueda hasta hallar el segundo y ter-
cero, a los cuales se hace referencia en éste y cuyo paradero se des-
conoce.
Junto con «Los Complementarios» se ha descubierto una consi-
derable cantidad de manuscritos de Don Antonio, de texto iné-
dito en su mayor parte, correspondientes a, diversas etapas de
creación. Alguno de ellos tiene fecha próxima a 1939. Tal es el caso
de un cierto número de cuartillas del apócrifo Juan de Mairena, que
no llegaron á¡ incluirse en los númei-os finales de la revista «Hora de-
España». Los hay también de los primeros años de estancia en Baeza,.
entre ellos, algunos apuntes sobre Historia de España, valorables no

(26) RICARDO GULLÓN: Unidad de la Obra de Antonio Machado. «ínsula»^


núm. 40. Madrid, 1949.—JOSÉ M." VALVERDE : Evolución del sentido espiritual de
la obra de Antonio Machado. CUADERNOS HISPANOAMERICANOS, núm. 11-12. Madrid,
1949.

491
mucho más que por haber sido redactados y escritos de puño y letra
de Machado (27). Estos como aquellos papeles, sin más parentesco
entre sí que el de su cronología y hallazgo, han sido recogidos bajo
si epígrafe general de «Papeles postumos», de los cuales se incluye
ana mínima muestra en la «Obra inédita» de este volumen.
Respecto a «Los Complementarios», título de un supuesto libro de
poemas hasta hoy atribuido a Abel Martín, crece ahora ante nuestros
ojos hasta convertirse quizás en la obra más preñada del pensamiento
de Don Antonio, obra que abarca la creación de los veinticinco últi-
mos años de su vida, y en la que se recoge todo el mundo apócrifo de
las radicales otredades machadianas. En «Los Complementarios»
Machado adquiere inusitada profundidad sondable por la claridad
de su pensamiento creador. Baste decir que, más lejos de Martín
y Mairena, existen complementariamente otros doce poetas más, con
su biografía y obra escritas, que algún día conocerán público bau-
tismo.

¡H ííi %

Hora es ya de que se justifique el título de estas notas. Se decía en


la primera parte que Don Antonio Machado fué profesor agregado
de Literatura en el Instituto de Baeza. Así es. En lo que sigue pro-
curaremos presentar su «Cuaderno de Literatura», compendio de las
lecciones que nuestro profesor de lenguas vivas dio sobre literatura
española del siglo de oro.
El «Cuaderno»—decíamos—es una de esas libretas por demás hu-
mildes y escolarles. Con su cubierta de negro hule protege hasta 52 fo-
lios rayados, escritos en su mayor parte. En su parte superior, la cu-
bierta dice, en caracteres dorados : Cuaderno, y abajo : Imprenta-
Librería ALHAMBEA. Baeza. No tiene fecha ni firma, y está bien conser-
vado. Hay 51 folios escritos, más 9 en folio vuelto, al final, desde
folio 43 v. a 51 v., y tres correspondientes a folios 5 v., 6 v. y 8 v.
(27) Como muestra curiosa de los pasatiempos caligráficos se publica en estas
páginas copia de un documento autógrafo escrito en Baeza, y en el que se da
cuenta sumariamente de la navegación de Magallanes y Elcano alrededor del
mundo. El texto, más de estudiante de historia que de profesor de francés, no
tendría mayor importancia si no se observara en él, ya en. su arranque, un intento
de grafía griega, perfilada de forma no muy hábil y con incorrecciones de bulto.
A mitad de página se interrumpe el texto para dejar paso a nuevos ejercicios de
alfabeto griego, esta vez letra por letra, práctica que vuelve a repetirse al final
de la cuartilla. Llama la atención en primer grado el gracioso y un tanto pueril
intento de escribir en griego el nombre de Fernando Magallanes, pero la curiosi-
dad aumenta al comprobar la arbitrariedad de la grafía, noi ya deficiente e inculta,
sino deliberadamente heterodoxa. ¿Qué clase de solitaria broma se traía entre
snanos nuestro buen profesor de lenguas vivas, metido entonces a tergiversar las
muertas?

492
Los cuatro primeros están escritos a lápiz de punta muy roma y con
grafía torpe y desigual, como si hubieran sido trazados en postura
incómoda (en la cama o quizás caminando). El manuscrito presenta
en general caracteres muy varios como trabajados con plumas, tintas
y estados de ánimos diferentes; no tiene tachaduras ni correcciones.
El estilo es directo, seguro y concretísimo, y no hay repeticiones. Es
indudable que los textos del «Cuaderno de Literatura» no están en su
primera versión, sino trascritos de otra u otras anteriores. Así cabe
deducirlo de algunos borradores hallados en cuartillas sueltas, y cuyo
texto corresponde siempre a la transcripción definitiva, si bien en las
anteriores abunda una mayor información biográfica y bibliográfica,
que en el «Cuaderno» ha quedado reducida a límites muy concretos.
Los juicios críticos, por fortuna, se conservan en toda su integridad.
Comienza el «Cuaderno» con D. Diego Hurtado de Mendoza, de
quien se dice que es «una de las figuras más importantes de la Historia
literaria y política de España», y termina con Luis Vélez de Guevara
y su Diablo Cojuelo. Abarca, pues, siglo y medio de literatura espa-
ñola en el que se estudian los movimientos literarios que han trascen-
dido a la posteridad: la novela picaresca, la escuela sevillana, loa
místicos, Cervantes y la novela moderna, Lope y el teatro nacional,
Mariana y la historiografía, Góngora y el culteranismo, Quevedo y el
conceptismo, Calderón y el drama... (28).
Dejando para terminar un corto análisis del método con que se
trabajó el «Cuaderno de Literatura», damos copia a continuación da
los más curiosos juicios críticos con que Don Antonio define y retrata
las personalidades más excelsas de nuestra literatura moderna. Por
razones de brevedad brindamos al lector las conclusiones de esta
sabrosa lectura:

FRAY L U I S DE LEÓN

Su «Oda al apartamiento» muestra su alma contemplativa; su «Oda a


Francisco Salinas» muestra una encantadora serenidad. Divina es su «No-

(28) Por su importancia en el campo de la valoración crítica literaria de Ma-


chado, he aquí los nombres a los cuales se dedica particular atención en el «Cua-
derno de Literatura», notados según el Orden de foliación: Diego| Hurtado de
Mendoza, Cristóbal de Castillejo, Antonio de Villegas, Francisco de Villalobos,
Hernán Pérez de Oliva, Antonio de Guevara, Hernando Cortés, Gonzalo Hernán-
dez de Oviedo y Valdés, Bartolomé de las Casas, el bachiller Pedro Rúa, «El
Lazarillo de Tormes», Juan de Avila, Baltasar de Alcázar, Juan Valdés, Lope de
Rueda, Juan de la Cueva, Lupercio Leonardo de Argensola, la escuela de Boscán
y Garcilaso^ Fernando de Herrera, Fray Luis de León, Francisco de la Torre,
Alonso de Ércilla, Pedro de Oña, Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz,
Fray Luis de Granada, Gerónimo Zurita, Cervantes, Lope de Vega, Vicente Espi-
nel, Mariana, Ribadeneira, Bartolomé Leonardo de Argensola, Góngora, Villa-
mediana, Rodrigo Caro, Alonso de Ledesma, Quevedo y Luis Vélez de Guevara.
En hoja suelta, Calderón.

493
che serena». Es el más perfecto de los líricos españoles. Sus versos no se
publicaron hasta el 31 del XVII por Quevedo, quien quiso poner con
ellos un contrapunto al culteranismo.

FRANCISCO DE LA TORRE

En nada se asemeja a Quevedo. Es dulce y melancólico. Es un segundo


Garcilaso.

«LA ARAUCANA»

Primera obra de valor que se eajmpuso en América. Es un excelente poe-


ma sobre el levantamiento de los Araucanos. Vdltaire alabó el discurso
del cacique Colocólo, y en los discursos de Caupolicán es grandemente
elocuente. Hay descripciones hermosas.

CERVANTES

— Su erudición era escasa, y algunos pedantes se mofaban de él porque


carecía de títulos.
— Le era necesario agradar para ganarse la vida. «Provecho quiero, que
sin él no vale un cuatrín la buena fama.»
— «La Numancia» es la mejor de las piezas de Cervantes.
— Cervantes debió fracasar como dramaturgo.

EL QUIJOTE

El autor anuncia su propósito : «deshacer la autoridad y cabida que en el


mundo y en el vulgo tienen los libros de caballería». Se le ha atribuida!
toda suerte de propósitos: un ataque contra la Virgen; una crítica de
la Inquisición; un tratado filosófico; Sancho es el signo del pueblo, o de
los políticos; los molinos de viento son el error Maritornes, la Iglesia;
Dulcinea, el alma objetiva de Don Quijote,
Cervantes es un maestro de invenciones, un humorista sin rival, con-
sumado en la observación irónica, un creador casi tan grande coma
Shakespeare. Fué u n artista mejor en la práctica que en la teoría, granda
por sus facultades naturales, más bien que por las adquiridas. Es un
maestro en la prosa castellana, claro, directo, enérgico 1 ; pero se cans*
pronto y vuelve con facilidad a sus frases sobrecargadas de relativos
inútiles. Su carácter es la naturalidad. Es inmortal por su potencia crea-
dora. Se propuso escribir una buena historia cómica, perol el plan de
su obra se agrandó ante sus ojos hasta comprender toda la comedia
humana. Byron dijo que Cervantes, con su sonrisa, hizo desaparecer la
caballería de España. La locura caballeresca había pasado ya cuando
Cervantes escribió el Quijote.
Es posible que el mismo Cervantes no comprendiese el alcance de su
obra. Hizo dos tipos eternos, pero sin ninguna intención esotérica. «Un
livre monotone, d'une gaite de muletiers, ayant toujours le méme goút
d'ail et de proverbes» (BARBEY D'AUREVILLY). Don Quijote, como la
Ilíada y Hamlet, pertenece a la literatura universal.

—El coloquio de los perros es una obra maestra.-Monopodio, jefe de


una escuela de ladrones; Ganchuelo, que no hurta los viernes; Pi-
pota, que da traspiés al poner velas a los santos. Sancho no habla
mejor que Berganza al pasar revista a sus muchos amos.

494
Autógrafo de Machado.
Ensayo de grafía griega.
(Véase nota 27.)
LOPE DE VEGA

—• La Arcadia es falta y prolija, pero tienen gran encanto sus versos y su


prosa latinizada.
— Su primer poema de alto vuelo es La Dragontea. El espíritu nacional
que inspira La Dragontea es Bdmirable.
— En sus cuatro Soliloquios se muestra religioso y pecador contrito.
— En Sus pastores de Belén, poeta de una sencillez y de un encanto su-
premos.
— «Siguió de alcahuete del duque de Sesa.»
— La Dorotea, acción dramática en prosa, de carácter autobiográfico, es
una obra admirable, influida por La Celestina.
— La Gatomaquia es una brillante parodia de los poemas épicos italianos.
Lope de Vega se ejercitó en todos los géneros. Era un improvisador
y u n genio universal. Se dijo: «creo en Lope de Vega todopoderoso,
poeta del cielo y de la tierra». Dotó a España de u n teatro nacional. Sin
darse tono de filósofo ni de pedante, formuló su estética en el arte nuevo
de. hacer comedias. En teoría acepta las ideas seudo-aristotélicas del Re-
nacimiento ; en la práctica las rechaza, diciendo que noi gusta de ellas el
público que paga. Escribió 1.800 comedias, según Montalbán, y 400 autos
sacramentales:

más de ciento, en lloras veinticuatro,


pasaron de las musas al teatro.

Fué u n genio creador. Adoptó la poiesía popular al teatro, sustituyó las


abstracciones por caracteres. Entre sus Autos, citaremos «La siega». Creó
la comedia de capa y espada. Fué el primer gran creador de tipos femeni-
nos. No poseemos más que un fragmento de su teatro, porque Lope no
gustaba de publicarlo. Ningún dramaturgo español ha manejado el tea-
tro de un modo más natural.

MATEO ALEMÁN: El Guzmán de Alfarache.

Quizás el éxito de la novela se debe a las reflexiones morales que contie-


ne. Sus aventuras «están contadas con un frío descaro que impresiona».
La segunda parte del «Picaro Guzmán» tiene escaso mérito, es un pro-
fundo estudio de la vida de lofe caballeros de industria. Sobrevive como
modelo de lengua.

LA PÍCARA JUSTINA

Tiene fama de lúbrico, su autor carece de ingenio y de inventiva. Su


estilo es verboso y pedante.

VICENTE ESPINEL

— Mal sacerdote y peor persona.


— Tuvo la virtud de escribir de l a que sabía bien.
—- Sus «Diversas rimas» son poesías correctas y elegantes, con traduccio-
nes de Horacio.
—• «El Escudero Marcos de Obregón» es un libro excelente en su género;
está lleno de invenciones ingeniosas y de observaciones agudas y escrito
con claridad. Voltaire sostuvo que «Gil Blas» era una traducción del
«Bachiller», que fué traducido al francés.

495
QUEVEDO

— Genio de notable versatilidad.


— Manejaba la pluma como la espada.
— No era hombre que vendía su silencio.
—Escritos políticos: Obras de u n hombre de Estado que a su vez era lite-
rato. Por desgracia, este literato es conceptista y ostenta allí todas las
habilidades de su escuela: la pomposa paradoja, la antítesis forzada, el
pensamiento constantemente rebuscado. El Quevedo natural y verdadero
hay que buscarlo en otra parte. Ningún esfuerzo para crear caracteres;
nada del tono moralizante de Mateo Alemán; lo que el libro contiene de
interesante procede de la invención de crueles burlas y de la pintura
descarnada de las picardías de Pablos. El sarcasmo y la siniestra bruta-
lidad, el arte, el brío impudente del Buscón hacen de este relato uno
de los libros más despiadados, más ingeniosos y más groseros del mundo.

CALDERÓN

— Los Autos Sacramentales: eran éstos, tal vez, las únicas obras que le
interesaban.
—Desde la muerte de Lope de Vega hasta fines del xvn fué Calderón el
rey del teatro español. Fué resucitado con gran fervor por lo;s románticos
del xix. Goethe se enternecía hasta derramar lágrimas con las obras de
Calderón. Schack se consagró a exaltar a Calderón.
— No tenía ni la lozanía y frescura de Lope, ni el poder creador y sa-
broso realismo de Tirso. Tomó de Lope y de Tirso. Sus Cabellos de Ab-
salun son copia casi literal de La venganza de lámar, de Tirsoi; El mé-
dico de su honra, de Lope, pasó a Calderón. El Alcalde de Zalamea,
drama conmovedor y soberbio, está inspirado en El mejor Alcalde, el
Rey, de Lope. Goethe decía que los caracteres de Calderón se parecen
como soldados de plomo fundido en el mismo molde. Nadie le iguala
en habilidad técnica ni en rasgos líricos.
—• Los tres sentimientols cardinales de Calderón sdn: la lealtad al mo-
narca; la devoción a la Iglesia, y el culto del honor. Y como estos sen-
timientos son radicalmente españoles, de aquí que podamos definir a Cal-
derón por su acendradoi española (sic.)
— No es la tragedia el fuerte de Calderón, sino más bien la comedia de
capa y espada, y de enredo. Sus personajes son más bien tipos que caracte-
res, pero pintan magistralmente las costumbres de su tiempo.

% *£* &

El Machado del «Cuaderno de Literatura» muestra—según se ve,


aún en potencia—la misma preocupación de saberes, analítica y defi>
nitoriá, del Mairena. Estos juicios críticos extratados, con remisión
frecuente a comentarios sobre tal cual obra de grandes mentalidades
críticas europeas, nos lleva a la seguridad de que Don Antonio no fué
lector de escasa bibliografía. Su opinión precisaba, por lo visto, de
una contrastación con otras universálmente valoradas. Al gran amoí
que tuviera por la obra de Platón, Shakespeare, Cervantes, Calderón,
Lope...,, es justo unir el estudio atento de la crítica comparada, según
la cual se sopesan criterios de época y autores, imprescindibles para la

496
recta valoración de la creación literaria. Unos cuantos ejemplos, ex*
traídos del «Cuaderno de Literatura», confirmarán este aserto, así
como la gran variedad de lectura de que se alimentaba Machado.
A propósito del Quijote se citan comentarios de Barbey d'Aure-
villy, Flaubert, Heine, Byron y Turgueniev; de la Numancia dice
que fué elogiada por Shelley y «hasta por Goethe», «y los románticos
alemanes la pusieron por las nubes», y más lejos : «Fichte la utilizó
en sus Reden an die deutsche Nation.
De José de Acosta y su Historia natural y general de las Indias
escribe que sus «observaciones entusiasmaron a Humbold». Voltaire
está presente en sus alusiones, elogiando el discurso de Colocólo en
La Araucana o referido a la estancia de Ginés Pérez de Hita en París
cuando éste «estuvo de moda en el Hotel Rambouillet, donde la bella
Julia daba a Voltaire el apodo del Rey Chico».
De Quevedo apunta que «tuvo fuera de España fama de sabio», y
de Santa Teresa, que «modernamente, en Inglaterra se la coloca a la
altura de Cervantes». También llama la atención sobre la influencia
del Lazarillo de Tormes en David Copperfield y sobre la inspiración
satírica que Voltaire recibió del Conde de Villamediana.
Habla, en fin, de los estudios críticos de Ben Jonson sobre el Pica-
ro Guzmán de Alfarache y de Foulche Delbosc sobre La picara Jus-
tina, y no es infrecuente topar en los textos del «Cuaderno de Litera-
tura» con los nombres de Corneille, Scarron y Moliere.

í'¿ !¿í !;!

¿En qué coyuntura se redactó este «Cuaderno» y en virtud de qué


circunstancias nuestro profesor de lengua francesa pasó a serlo simul-
táneamente de literatura? Pregunta es ésta a la que hoy no sabríamos
contestar. Por los datos biográficos, nada concretos, que se disponen
de la estancia de Don Antonio en Baeza (1912-1919), se sabe que
Machado preparó su licenciatura por Madrid en la Facultad de Filo-
sofía, hacia 1917. Bastante anterior á esta fecha debió ser su intento
de traslado al Instituto de Cuenca, fallido por la intransigencia del
ya mentado profesor anónimo. Según la obra fechada, los años 1913,
14 y 15 nos deparan un Machado popular, excursionista, filósofo
y en general preocupado por la «actualidad» española. Del profesor,
nada sabemos de seguro. Y cabe la pregunta : Machado, siendo pro-
fesor de Literatura en Baeza—-uno de sus amores ocultos—^¿habría
pedido traslado a Cuenca sólo por estar más cerca de Madrid? Nos
inclinamos a creer que nuestro profesor agregado, lo fué luego de la

497
intentona conquense, y que ésta no pudo producirse en los tres o
cuatro primeros años de su estancia en Baeza. Nos inclinamos, con
todas las reservas, claro está, a fechar el «Cuaderno de Literatura»
hacia 1915, bastantes meses antes de la publicación de Nuevas Can-
ciones, y quizás por la época de las excursiones de Don Antonio a las
eierras andaluzas.

Enrique Casamayor.
Donoso, Cortés, 65.
MADRID (España).

498

También podría gustarte