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DE LITERATURA
POR
ENRIQUE CASAMAYOR
E
NTRElo no mucho escrito sobre diversos aspectos de la vida y
obra de don Antonio Machado sorprende a primera vista la
casi nula atención dedicada a las actividades profesorales del
poeta español. Tanto la lírica y la filosofía como la poética y hasta la
política (?) de Machado han sido objeto de especulación varia. Por
el contrario, la biografía de nuestro primer poeta contemporáneo
tiene aún por resolver muchas incógnitas, indispensables para la
certera comprensión de aquel gran mundo de complejidades riquí-
simas que fué don Antonio. En la única biografía hasta ahora im-
presa (1), su autor, Miguel Pérez Ferrero, pasa como sobre ascuas
sobre el tan humano y sugeridor tema del Machado profesoral. Po-
cos datos conocemos. No obstante, sabemos con certeza que don
Antonio abandona Madrid en 1907 para hacerse cargo de su cátedra
en Soria, y que a la muerte de Leonor, en 1912, se traslada a Baeza,
donde permanece hasta 1919. Sabemos también, por una aporta-
ción de indudable valor anecdótico para la biografía de Machado,
que éste tuvo parejo a su gran amor castellano por Soria, el amor
(1) MIGUEL PÉREZ FERRERO : Vida de Antonio Machado y Manuel. Prólogo del
doctor Gregorio Marañón. «El Carro de Estrellas». Ediciones RIALP. Madrid, 1947,
330 págs. + 1 retrato.
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no nacido por Cuenca, que quiso y no pudo vivir. Nuestro profesor
solicita desde Baeza—hacia 1916—su traslado a la Ciudad Encanta-
da. Nos lo dice el siguiente autógrafo de don Antonio, fragmento
de un borrador epistolar dirigido a cierto profesor de francés del
Instituto conquense : «La pereza de cambiar de residencia y las
instancias de mis compañeros de Baeza fueron causa de que no acu-
diese a dicho concurso. Después he sabido que usted había sido
nombrado para ocupar la indicada vacante.
«Pensando en el caso posible de que usted no tuviese interés
marcado en permanecer en la cátedra de Cuenca, me atrevo a pro-
ponerle a usted la permuta conmigo, si el Instituto de Baeza fuese
de su agrado y encontrase en él algún aliciente o ventaja.»
El traslado a Cuenca no llegó a efectuarse. Sabe Dios si este in-
tento frustrado de don Antonio haya sido causa de que Cuenca no
viva para siempre—«orno Soria, como Baeza—entre las mejores pá-
ginas de la literatura castellana (2).
Fallido su intento de traslado a Cuenca, Machado consigue cá-
tedra en Segovia en 1919, hasta 1932, en que ise traslada definitiva-
mente a Madrid, donde se le provee cátedra en un Instituto de nue-
va formación. Luego la guerra—4936—acaba para siempre con sus
prácticas de profesor de francés.
¿Cómo era don Antonio, profesor? Quien no haya sido alumno
suyo—«ntre los poetas españoles cuentan dos : Alfonso Moreno y Dio-
nisio Ridruejo, que lo fueron ambos en el Instituto de Segovia—no
acertaría a imaginarlo si no es a través de la numerosa estela percep-
tible frecuentemente en las accidentadas aguas del Mairena. Pero ocu-
rre que en estas prosas machadianas, aparte del Machado de carne y
hueso, profesor de francés implícito y presente, viven dos profesores
más, ambos apócrifos y, como es de todos conocido, complementarios
de don Antonio, según la famosa teoría de «la esencial heterogenei-
dad del ser». Estos dos profesores se llaman Juan de Mairena y Abel
Martín.
A este triunvirato de profesores hay que añadir un cuarto : An-
tonio Machado, profesor de Literatura. Acaba de salvarse un cua-
derno de apuntes, uno de esos cuadernos escolares con cubiertas de
hule negro y papel pautado, en el cual se extracta, hombre por hom-
bre, la historia de la literatura española del Siglo de Oro. El cua-
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derno, escrito en Baeza, sin fecha precisa, sirvió para que don An-
tonio diese en el Instituto sus lecciones de Literatura como profe-
sor agregado. Profesor de Literatura. He aquí, siquiera modesta-
mente, he aquí cumplido uno de los anhelos intelectuales más se-
cretamente doloridos de Machado.
Y aquí tenemos a los cuatro profesores que nos inventa don Anto-
nio Machado : Abel Martín, profesor de Filosofía; Juan de Maire.
na, profesor de Retórica; Antonio Machado, profesor de Literatura,
y don Antonio Machado, profesor de Francés.
¿Qué sabemos de ellos? De Abel Martín se nos dice (3) que fué
poeta y filósofo; que nació en Sevilla (1840) y murió en Madrid
(1898); que dejó una importante obra filosófica : Las cinco formas
de la objetividad, De lo una a lo otro, Lo universal cualitativo y De
la esencial heterogeneidad del ser; que publicó en 1884 un libro de
poemas, Los complementarios, y que fué maestro de Mairena.
De éste no sabemos mucho más (4): «Poeta, filósofo, retórico
e inventor de una Máquina de Cantar. Nació en Sevilla (1865). Mu-
rió en Casariego de Tapia (1909). Es autor de una Vida de Abel
Martín, de un Arte poética, de una colección de poesías : Coplas
mecánicas, y de un tratado de metafísica : Los siete reversos. Y aquí
se añade que fué profesor particular (4 bis), y discípulo de don
Abel. Lo que además de todo esto sepamos de Mairena, nos lo dan
los apuntes tomados cede oído» por sus discípulos, según consta en el
Juan de Mairena machadiano (5).
Aún menos noticia encontramos de Antonio Machado, profesor
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de Literatura, de no atenernos al campo profesional de su docencia
literaria. Y de ello haremos capítulo aparte.
Por último, de don Antonio, profesor de Francés, nos asiste un
conocimiento mayor. Para nuestra holganza, en abril de 1917 re-
dacta una corta «Nota autobiográfica» (6), donde se nos transmite
algún rasgo interesantísimo de su personalidad. Pero no es sufi-
ciente. Don Antonio Machado está en su obra entera; ella nos ab-
suelve de cualquier intento de síntesis (7). ,
Sin embargo, apenas se le conocen detalles, sacados de un casi
inexistente anecdotario profesoral. ¿Qué pensaría Machado de lá
enseñanza del francés, y qué del francés mismo? Imaginamos a don
Antonio lector de abundante bibliografía francesa : poesía, litera-
tura, filosofía...; hablando un idioma repleto de resonancias e ideas
oídas en París a Bedier y, sobre todo, a Henri Bergson, a cuyas lec-
ciones asiste durante su estancia en la capital parisina en 1911 (8).
Le acompaña Leonor en los días que precederán al descubrimiento
de la terrible dolencia que acabará con la esposa.
Algo más se conoce de sus horas privadas. Al margen de las cla-
ses, Machado aprovecha el asueto de la vacación para realizar excur-
siones a los pueblos de la provincia, en compañía de alguno de sus
maestros y amigos de la Institución y de profesores del Instituto. En
1910, estando en Soria, llega hasta las fuentes del Duero; desde
Madrid y Segovia, visita varias veces el Guadarrama; desde Baeza
extiende sus jiras por buena parte de Andalucía. Estas excursiones
repercuten hondamente en la obra machadíana. Así nacen las «Can-
ciones del Alto Duero», «Canciones de Tierras Altas», «La tierra de
(6) «Nací en Sevilla una noche de julio de 1875, en el célebre palacio de las
Dueñas, sito en la calle del mismo nombre. Mis recuerdos de la ciudad natal son
todos infantiles, porque a los ocho años pasé a Madrid, donde mis padres se tras-
ladaron, y me eduqué en el Instituto Libre de Enseñanza. A sus maestros guardo
vivo afecto y profunda gratitud. Mi adolescencia y mi juventud son madrileñas.
He viajado algo por Francia y por España. En 1907 obtuve cátedra de lengua fran-
cesa, que profesé durante cinco años en Soria. Allí me casé, allí murió mi espesa,
cuyo recuerdo me acompaña siempre. Me trasladé a Baeza, donde hoy resido. Mis
aficiones son pasear y leer.» (Ob. cit., pág. 32.)
(7) El poeta nos da también una admirable versión de su persona en el poe-
ma titulado «Retrato», correspondiente a Campos de Castilla. (Ob. cit., págs. 128-
129.)
(8) Fué grande la huella que Bergson y sus lecciones del curso 1910-1911 en
París dejaron en la memoria de don Antonio. La continuada presencia del filó-
sofo francés en la obra machadíana es por demás significativa. También se encuen-
tran referencias personales a Bergson. En el primer cuaderno manuscrito de Los
Complementarios, Machado apunta lo que sigue: «Durante el curso de 1910 a
1911 asistí a las lecciones de Henri Bergson. El aula donde daba su clase era la
mayor del Colegio de Francia y estaba siempre rebosante de oyentes. Bergson es
un hombre frío, de ojOs muy vivos. Su cráneo es muy bello. Su palabra es perfecta,
pero no añade nada a su obra escrita. Entre sus oyentes hay (!) muchas mujeres.
(Los Complementarios, folio 7.)
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Alvargonzález» y «Hacia la tierra baja», en Soria; «Apuntes» y «Apun-
tes para una geografía emotiva de España», en Baeza, Sierra Morena,
Torreperogil, Garciez, Sierra de Quesadá..., y las numerosas ocasiones
en que el Guadarrama está presente en los poemas de don Antonio.
Estos viajes a distintos lugares y regiones de España han que-
dado notados suscintamente en el manuscrito de «Los Complementa-
rios». El 3 de agosto de 1914, Machado escribe: «A la vuelta de
una expedición a Guadarrama, se nos dice en la Granja que la guerra
es inevitable. Salimos de Cercedilla, pernoctamos en la casita de la
Institución don Víctor Masriera, su señora, Pepe y yo. De la casita
a La Granja, a pie; de La Granja a Segovia, en automóvil; de Se-
govia a Madrid, en tren.» (Carruaje e itinerarios de don Francisco
Giner.) En el tren encontramos al Sr. Cossío.» (9).
El 8 de noviembre de 1924, Machado anota : «Salimos de Sego-
via Cardenal, Adellac y yo, para Falencia y León.» Y debajo, demos-
trando su preocupación por el dato emotivo y estético del paisaje
español, lo siguiente : (.(.Viaje de España, en que se da noticia de las
cosas más apreciables y dignas de saberse que hay en ella. Su au-
tor : Don Antonio Pons, Secretario de S. M. y de la Real Academia
de San Fernando, etc. Madrid, 1787.»
Días después, el 20 de noviembre : «Expedición a Pedraza. Sali-
mos de Segovia Cardenal, Cerón y yo, a las once de la mañana, y
volvimos a las siete de la tarde.»
% *H %
(9) Todos los nombres citados por don Antonio son bien conocidos. Los se-
ñores de Masriera, a quienes Machado dedica el poema «Las encinas» (Campos de
Castilla), como recuerdo de una «expedición» a El Pardo madrileño. P e p e : Josa
Machado, su hermano. Giner y Cossío, los dos maestros de la Institución Libre de
Enseñanza. Cardenal: don Manuel Cardenal Iracheta, profesor de Filosofía en
el Instituto de Segovia, joven compañero de don Antonio y gran admirador suyo. De
él se conservan impresas algunas impresiones tomadas de estas jiras lírico-turísticas.
José Adellac, profesor de Matemáticas del Instituto, muerto hace unos años. Y
Cerón, un curioso tipo de funcionario público aficionado a la literatura, con su
libro de versos y su intransigente amor por la poesía raachadiana. (Los Complemen-
tarios, folios 16, 177 y 186 v.)
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una sola cosa : la obra de don Antonio Machado, el poeta : la obra
del literato, del filósofo, del retórico y del lingüista : cuatro crea-
ciones humanas distintas y una sola verdadera. He aquí la versión
práctica de la esencial heterogeneidad del ser, según nos inventa el
profesor Abel Martín. Porque este cuarteto de personajes, que apó-
crifamente se funden en la sustancia mutable de uno solo, compo-
nen y conciertan el milagro humanamente creador de don Anto-
nio, hombre nacido de heterogeneidades complementarias, de in-
dividualidades precisas, nítidas, independientes, pero que conjun-
tan y casan dando soberanía a la genial obra machadiana.
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El maestro, pues, ha de acercarse al hombre con afán de descu-
brirle a sí mismo la propia inteligencia, elevándole a su condición
humana en alas del pensamiento (12). La enseñanza no ha de re-
dundar, en principio, en la acumulación de saberes, del conocimien-
to, del dato que se archiva en la memoria, uno junto a otro. La
erudición es buena sólo cuando tiene el sentido de ciencia auxiliar,
útil solamente como corroboración; infecunda y muerta, como prin-
cipal fundamento. De uno de estos eruditos especializados que todo
lo fían al fichero, sentenciaba Mairena : «Aprendió tantas cosas,
que no tuvo tiempo para pensar en ninguna de ellas.» (13). En con-
secuencia, el problema de todo buen formador del espíritu juvenil
es prepararle para la batalla de penetrar el mundo con ojos vivos
e inteligentes; enseñarle a pensar y también a sentir. Recordemos
el imperativo unamuniano : «Siente el pensamiento, piensa el sen-
timiento», para no caer en la intelectualidad pura, deshumanizadá.
Esta especie de frigidez que conduce a la asepsia total del pensa-
miento es causa del matiz irónicamente peyorativo con que no es
infrecuente que en nuestros días se moteje al intelectual de profe-
sión. Machado estaba ya sobre ello en los primeros decires de Juan
de Mairena, cuando aclara al alumnado: «¿Intelectuales? ¿Por
qué no? Pero nunca virtuosos de la inteligencia. La inteligencia
ha de servir siempre para algo, aplicarse a algo, aprovechar a al-
guien» (14). Y en tanto no se busque previamente una aplicación
inmediata a la inteligencia, todo saber es tan estéril como un amor
sin objeto. Bien está eso de que «el saber no ocupa lugar»; pero
es conveniente discernir de saberes, ya que no de sabiduría.
Machado interpreta correctamente la gran importancia que para
la formación intelectual tiene la dirección de un buen maestro.
Don Antonio debió tenerlos buenos en la Institución Libre de En-
señanza, y la alusión de la ya citada «Nota biográfica» : «A sus maes-
tros guardo vivo afecto y profunda gratitud», indica la decisiva in-
fluencia que aquellos métodos formativos tuvieron sobre el sensi-
ble material humano del gran poeta (15). Y esto tenida muy en
cuenta la condición—no sabemos si desgraciada o feliz-—autodidacta
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17
de Machado, peligrosa condición propensa a deformaciones irreduc-
tibles, que es preciso vigilar atentamente, con esa vigilancia vocacio-
nal del maestro. Don Antonio, a quien difícilmente se le escapaba un
pelo, nos dice, quizá pensando en sí mismo : «Nunca os jactéis de auto-
didactos, os repito, porque es poco lo que se puede aprender sin auxi-
lio ajeno. No olvidéis, sin embargo, que este poco es importante y
que además nadie os lo puede enseñar» (16).
De su experiencia como profesor de Instituto, Machado llega
a conclusiones ya ratificadas por otros pedagogos, según las cuales
existe un verdadero intercambio de aprendizaje entre maestro y dis-
cípulo. Oficialmente es el profesor quien enseña; pero también el
alumno descubre verdades al profesor; verdades que éste no hubiera
captado jamás de lio establecerse entre ambos una osmosis de re-
velaciones y descubrimientos. «Porque es el niño—confiesa Maire-
na—quien, en parte, hace al maestro» (17). Y a continuación : «El
niño nos revela que casi todo lo que él no puede comprender ape-
nan si merece ser enseñado, y, sobre todo, que cuando no acertamos
a enseñarlo es porque nosotros no lo sabemos bien todavía» (18).
En su magisterio ejemplar, Machado no era, ciertamente, jactan-
cioso. Su sencillez, su aspecto bondadoso, su palabra precisa y clara
debieron atraer la curiosidad y la atención de sus discípulos, sobre
todo en aquellos circunstanciales cursos de Literatura española en
Baeza. Era nuestro profesor maestro de pocos, que nunca gustó de
multitudes, ya que la masa es ineducable (19), y, por otra parte,
como él decía, «para hablar a muchos no basta ser orador de mitin.
Hay que ser, como Cristo, hijo de Dios.» Pensando así, no es de
extrañar que, lo mismo sus apócrifos Mairena y don Abel, que el
Machado literato, historiador y lingüista, fuesen maestros de disci-
pulado restringido. Cierto que, siendo de pocos, no lo era más de
minorías. El purista «slogan» de Juan Ramón : «A la minoría siem-
pre», nada tuvo de común con don Antonio, hombre inclinado a lo
popular, en la más noble acepción de este vocablo.
En las clases parece ser que nunca se le vio revestirse de las ga-
las todopoderosas del profesor. Machado daba sus lecciones con
(16) 0 6 , cit., pág. 691. Páginas antes había advertido: «Desconfiad de los
autodidactos, sobre todo cuando se jactan de serlo.» Pág. 467.
(17) 0 6 . cit., pág. 660.
(18) 0 6 . cit., pág. 661.
(19) «Nosotros no pretendemos educar a las masas. A las masas, que las parta
un rayo. Nos dirigimos al liombre, que es la único que nos interesa, al hombre
in genere y al hombre individual, al hombre esencial y al hombre empíricamente
dado en circunstancias de lugar y tiempo, sin excluir al animal humano en sus
relaciones con la naturaleza. Pero( el hombre masa no existe para nosotros.» (Obra
citada, pág. 637.)
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natural sencillez, sin encaramarse a la tarima profesoral, de pie las
más veces y paseando, mientras edad y fortaleza se lo permitieron.
«Juan de Mairena hacía advertencias demasiado elementales a sus
alumnos. No olvidemos que éstos eran muy jóvenes, casi niños,
apenas bachilleres, que Mairena colocaba en el primer banco a los
más torpes y que casi siempre se dirigía a ellos» (20).
Machado se concentra en la primera fila, la de los torpes, pero
en verdad nuestro profesor no habla para quienes caminan por el
mundo sin claras entendederas, con el cerebro entelarañado y tór-
pido. Al dirigirse preferentemente a los torpones de la vanguardia, de
esa primera fila sambenitada por la ineptitud, Machado no hace
otra cosa sino tratar psicológicamente la pedagogía profesoral, ex-
plicase lengua francesa, retórica, filosofía, literatura o cualquier
otra disciplina. Cierto que nada extraño sería que alguna vez sal-
tase el mal humor fuera de las casillas de la paciencia mascullan-
do : «Un pedagogo hubo, se llamaba Herodes.» (21).
Estos malos humores de Machado no tienen repercusión, contra
lo que pudiera creerse, en su postura de dómine justiciero ante el
alumno caído en falta. Don Antonio era infinitamente comprensivo
y tolerante con el culpable, sin que esta manga ancha en materia
de justicia escolar supusiese merma de la eficacia de sus métodos
íormativos. La violencia de palabra y obra siempre fué motivo de
censura para nuestro profesor, nada propicio al castigo físico y mu-
cho menos al moral. No es que don Antonio fuese blando; sus in-
tenciones pedagógicas, hondamente arraigadas en él por la ejem-
• plaridad de sus primeros maestros, no hubieran tolerado concesio-
nes en perjuicio de los fines propuestos. Su profundo saber de la
psicología juvenil le llevó a la certeza de que el error no se cura en
muchos casos con el castigo impuesto, sino más y mejor, haciendo
llegar a la conciencia culpable un pleno conocimiento de la falta,
de modo que el infractor sienta el peso y el dolor de ser culpable
hasta el extremo de disciplinarse voluntariamente. En este sen-
tido, las enseñanzas del Mairena son excepcionalmente sugeridoras.
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y no es difícil encontrar en sus páginas textos esclarecedores de la
humanísima sabiduría pedagógica de don Antonio (22),
Don Antonio mantuvo durante toda su vida de magisterio peda-
gógico el criterio de la extensión cultural, de manera que la cultura
no fuese privilegio de casta. En este sentido siempre creyó que el
pueblo español es especialmente apto para la sabiduría, opinando
agónicamente contra el criterio al uso de que lo popular está reñido
con lo cultural (23). En este terreno Machado es noventayochista
y europeizante. No es extraño, pues, que durante su magisterio en
el Instituto de Segovia patrocinará en dicha ciudad una Univer-
sidad Popular, «institución libre con el fin de que todo el que lo
desee pueda aprender lo que sepan los demás, y pueda entrever los
mundos del arte y gustar con deleite de las letras» (24). Ni tampoco,
que en el Mairena se abogue por la creación de una «Escuela Po-
pular de Sabiduría Superior», donde la inteligencia bien ejercitada
devolviese al hombre su dignidad humana (25).
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(22) «Reparad en cómo yo—habla Mairena a sus discípulos—, que tengo mu-
cho—bien lo reconozco—de maestro Ciruela, no esgrimo, sin embargo, nunca la
palmeta contra vosotros. Mas no por falta de palmeta. La palmeta está aquí, como
veis, a vuestra disposición, y yo os invito a que la uséis, aplicándoosla cada cual
a sí mismo o sacudiendo con ella la mano de vuestro prójimo, mas siempre esto
áltimo a petición suya. Porque de ningún modo conviene que enturbiemos con
amenazas el ambiente benévolo, fuera del cual no hay manera de aprender nada que
valga la pena de ser sabido. Cierto que hay faltas que merecen cojrección, mas son
de superficie y podemos no separar en ellas, y otras, más graves, previstas por las
leyes del reino. No nos interesan, desde un punto de vista pedagógico. Nuestros
yerros esenciales son hondos y es en nosotros mismos donde los descubrimos. Si
acusamos de ellos a nuestro prójimo, quizás no demos en calumniadores, pero esta-
bleceremos con él una falsísima relación, terriblemente desorientadora y desca-
minante, de la cual todo maestro ha de huir como de la peste. Porque indirecta-
mente nos proponemos como modelo, no siéndolo, con lo cual le mentimos y le
cerramos al mismo tiempo la única vía, o la vía mejor para que descubra en sí
aiismo lo que ya nosotros hemos descubierto. Cometemos dos faltas imperdona-
bles : la una antisocrática, no acompañando a nuestro prójimo para ayudarle a
hien parir sus propias nociones; la otra, mucho más grave, anticristiana, por no
haber leído atentamente aquello de la primera piedra, la profunda ironía del Cristo
ante los judíos lapidadores. ¿Y qué pedagogía será la nuestra, si nos saltamos
a la torera a ese par de maestros? «Hora de España», n ú m . XX. Miscelánea apó-
crifa. Sigue Mairena... Págs. 9-10. Barcelona, ag. 1938.
(23) «Tenemos un pueblo maravillosamente dotado para la sabiduría, en el me-
jor sentido de la palabra; un pueblo a quien no acaba de entontecer una clase
media, entontecida a su vez por la indigencia científica de nuestras Universidades.
Nos empeñamos en que este pueblo aprenda a leer, sin decirle para qué y sin re-
parar en que él sabe muy bien lo poco que nosotros leemos. Pensamos, además,
que ha de agradecerno¡s esas clases prácticas, donde puede aprender la manera más
científica y económica de aserrar u n tablón, y creemos inocentemente que se reiría
en nuestras barbas si le hablásemos de Platón. Grave error. De Platón no se ríen
más que los señoritos, en el mal sentido—si alguno hay bueno—de la palabra.»
(Oh. cit., págs. 631-632 )
(24) MIGUEL PÉREZ FERRERO : Vida de Antonio Machado y Manuel. Pág. 275,
(25) Ob. cit., págs. 631 y ss.
490
He aquí, extractados, algunos caracteres de Machado, profesor.-
El maestro retratado aquí lo está de manera fragmentaria, parcialí-
sima, como a golpe de martillo. Estos rasgos nos dan la figura noble,
preocupada, inquieta de don Antonio, siempre abierto al corazón
humano y a la misión intelectual que quiso proponerse.
E L «CUADERNO DE LITERATURA»
491
mucho más que por haber sido redactados y escritos de puño y letra
de Machado (27). Estos como aquellos papeles, sin más parentesco
entre sí que el de su cronología y hallazgo, han sido recogidos bajo
si epígrafe general de «Papeles postumos», de los cuales se incluye
ana mínima muestra en la «Obra inédita» de este volumen.
Respecto a «Los Complementarios», título de un supuesto libro de
poemas hasta hoy atribuido a Abel Martín, crece ahora ante nuestros
ojos hasta convertirse quizás en la obra más preñada del pensamiento
de Don Antonio, obra que abarca la creación de los veinticinco últi-
mos años de su vida, y en la que se recoge todo el mundo apócrifo de
las radicales otredades machadianas. En «Los Complementarios»
Machado adquiere inusitada profundidad sondable por la claridad
de su pensamiento creador. Baste decir que, más lejos de Martín
y Mairena, existen complementariamente otros doce poetas más, con
su biografía y obra escritas, que algún día conocerán público bau-
tismo.
¡H ííi %
492
Los cuatro primeros están escritos a lápiz de punta muy roma y con
grafía torpe y desigual, como si hubieran sido trazados en postura
incómoda (en la cama o quizás caminando). El manuscrito presenta
en general caracteres muy varios como trabajados con plumas, tintas
y estados de ánimos diferentes; no tiene tachaduras ni correcciones.
El estilo es directo, seguro y concretísimo, y no hay repeticiones. Es
indudable que los textos del «Cuaderno de Literatura» no están en su
primera versión, sino trascritos de otra u otras anteriores. Así cabe
deducirlo de algunos borradores hallados en cuartillas sueltas, y cuyo
texto corresponde siempre a la transcripción definitiva, si bien en las
anteriores abunda una mayor información biográfica y bibliográfica,
que en el «Cuaderno» ha quedado reducida a límites muy concretos.
Los juicios críticos, por fortuna, se conservan en toda su integridad.
Comienza el «Cuaderno» con D. Diego Hurtado de Mendoza, de
quien se dice que es «una de las figuras más importantes de la Historia
literaria y política de España», y termina con Luis Vélez de Guevara
y su Diablo Cojuelo. Abarca, pues, siglo y medio de literatura espa-
ñola en el que se estudian los movimientos literarios que han trascen-
dido a la posteridad: la novela picaresca, la escuela sevillana, loa
místicos, Cervantes y la novela moderna, Lope y el teatro nacional,
Mariana y la historiografía, Góngora y el culteranismo, Quevedo y el
conceptismo, Calderón y el drama... (28).
Dejando para terminar un corto análisis del método con que se
trabajó el «Cuaderno de Literatura», damos copia a continuación da
los más curiosos juicios críticos con que Don Antonio define y retrata
las personalidades más excelsas de nuestra literatura moderna. Por
razones de brevedad brindamos al lector las conclusiones de esta
sabrosa lectura:
FRAY L U I S DE LEÓN
493
che serena». Es el más perfecto de los líricos españoles. Sus versos no se
publicaron hasta el 31 del XVII por Quevedo, quien quiso poner con
ellos un contrapunto al culteranismo.
FRANCISCO DE LA TORRE
«LA ARAUCANA»
CERVANTES
EL QUIJOTE
494
Autógrafo de Machado.
Ensayo de grafía griega.
(Véase nota 27.)
LOPE DE VEGA
LA PÍCARA JUSTINA
VICENTE ESPINEL
495
QUEVEDO
CALDERÓN
— Los Autos Sacramentales: eran éstos, tal vez, las únicas obras que le
interesaban.
—Desde la muerte de Lope de Vega hasta fines del xvn fué Calderón el
rey del teatro español. Fué resucitado con gran fervor por lo;s románticos
del xix. Goethe se enternecía hasta derramar lágrimas con las obras de
Calderón. Schack se consagró a exaltar a Calderón.
— No tenía ni la lozanía y frescura de Lope, ni el poder creador y sa-
broso realismo de Tirso. Tomó de Lope y de Tirso. Sus Cabellos de Ab-
salun son copia casi literal de La venganza de lámar, de Tirsoi; El mé-
dico de su honra, de Lope, pasó a Calderón. El Alcalde de Zalamea,
drama conmovedor y soberbio, está inspirado en El mejor Alcalde, el
Rey, de Lope. Goethe decía que los caracteres de Calderón se parecen
como soldados de plomo fundido en el mismo molde. Nadie le iguala
en habilidad técnica ni en rasgos líricos.
—• Los tres sentimientols cardinales de Calderón sdn: la lealtad al mo-
narca; la devoción a la Iglesia, y el culto del honor. Y como estos sen-
timientos son radicalmente españoles, de aquí que podamos definir a Cal-
derón por su acendradoi española (sic.)
— No es la tragedia el fuerte de Calderón, sino más bien la comedia de
capa y espada, y de enredo. Sus personajes son más bien tipos que caracte-
res, pero pintan magistralmente las costumbres de su tiempo.
% *£* &
496
recta valoración de la creación literaria. Unos cuantos ejemplos, ex*
traídos del «Cuaderno de Literatura», confirmarán este aserto, así
como la gran variedad de lectura de que se alimentaba Machado.
A propósito del Quijote se citan comentarios de Barbey d'Aure-
villy, Flaubert, Heine, Byron y Turgueniev; de la Numancia dice
que fué elogiada por Shelley y «hasta por Goethe», «y los románticos
alemanes la pusieron por las nubes», y más lejos : «Fichte la utilizó
en sus Reden an die deutsche Nation.
De José de Acosta y su Historia natural y general de las Indias
escribe que sus «observaciones entusiasmaron a Humbold». Voltaire
está presente en sus alusiones, elogiando el discurso de Colocólo en
La Araucana o referido a la estancia de Ginés Pérez de Hita en París
cuando éste «estuvo de moda en el Hotel Rambouillet, donde la bella
Julia daba a Voltaire el apodo del Rey Chico».
De Quevedo apunta que «tuvo fuera de España fama de sabio», y
de Santa Teresa, que «modernamente, en Inglaterra se la coloca a la
altura de Cervantes». También llama la atención sobre la influencia
del Lazarillo de Tormes en David Copperfield y sobre la inspiración
satírica que Voltaire recibió del Conde de Villamediana.
Habla, en fin, de los estudios críticos de Ben Jonson sobre el Pica-
ro Guzmán de Alfarache y de Foulche Delbosc sobre La picara Jus-
tina, y no es infrecuente topar en los textos del «Cuaderno de Litera-
tura» con los nombres de Corneille, Scarron y Moliere.
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intentona conquense, y que ésta no pudo producirse en los tres o
cuatro primeros años de su estancia en Baeza. Nos inclinamos, con
todas las reservas, claro está, a fechar el «Cuaderno de Literatura»
hacia 1915, bastantes meses antes de la publicación de Nuevas Can-
ciones, y quizás por la época de las excursiones de Don Antonio a las
eierras andaluzas.
Enrique Casamayor.
Donoso, Cortés, 65.
MADRID (España).
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