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Mar�a es Madre de la Iglesia por ser Madre de Cristo, por haberle dado la carne y
la sangre; esa carne y esa sangre que en la Cruz se ofrecieron en sacrificio y se
hacen presentes en la Eucarist�a (cfr. n. 55). Este es el aspecto m�s
inmediatamente perceptible de aquella "relaci�n profunda" de la Virgen con el
misterio eucar�stico, tradicionalmente contemplado desde la antig�edad [2]. Pero la
Enc�clica se detiene especialmente en contemplar la relaci�n de Mar�a con la
Eucarist�a en cuanto la Madre del Se�or es modelo: "La Iglesia, tomando a Mar�a
como modelo, ha de imitarla tambi�n en su relaci�n con este alt�simo misterio" (n.
53). Imitar, ante todo, su fe y su amor, en la anunciaci�n y en la visitaci�n a
Isabel, donde Mar�a es realmente tabern�culo vivo de Cristo (cfr. n. 55); en el
Calvario (cfr. nn. 56-57) y, m�s all�, cuando recibi� la Comuni�n eucar�stica de
manos de los Ap�stoles (cfr. n. 56). Una fe y un amor que �como en el Magnificat�
se desbordan en alabanza y en acci�n de gracias (cfr. n. 58). Es grande la riqueza
de matices de esta llamada a la imitaci�n de Mar�a "mujer eucar�stica", que la
teolog�a ha contemplado sobre todo en el contexto de la vida espiritual. Recu�rdese
la figura de S. Luis Mar�a Grignion de Montfort; por ejemplo, cuando escribe sobre
la uni�n con la Virgen antes, durante y despu�s de la Comuni�n eucar�stica, de modo
que sea Ella quien reciba dignamente el Cuerpo de Cristo en nosotros [3]. Aunque
menos frecuentes, tampoco han faltado ensayos de profundizaci�n especulativo-
sistem�tica [4]. En estas p�ginas, me detendr� sobre algunos de los aspectos en que
la Sant�sima Virgen se manifiesta como "modelo de fe eucar�stica" y, despu�s, sobre
su "intervenci�n" actual en la Eucarist�a.
Cuando Mar�a era ya tabern�culo vivo del Hijo de Dios encarnado, escuch� aquella
alabanza: beata, quae credidit (Lc 1, 45). "Feliz la que ha cre�do. Mar�a ha
anticipado tambi�n en el misterio de la Encarnaci�n la fe eucar�stica de la
Iglesia. Cuando en la Visitaci�n lleva en su seno el Verbo hecho carne, se
convierte de alg�n modo en "tabern�culo" �el primer "tabern�culo" de la historia�
donde el Hijo de Dios, todav�a invisible a los ojos de los hombres, se ofrece a la
adoraci�n de Isabel, como "irradiando" su luz a trav�s de los ojos y la voz de
Mar�a" (n. 55).
Ante el anuncio del �ngel, el fiat pronunciado por Mar�a fue un acto de fe plena:
de confianza en Dios, de asentimiento intelectual a la verdad misteriosa que le era
anunciada, y de completa entrega de su persona a Dios. Con ese fiat, la Virgen
acog�a en su seno al Verbo eterno d�ndole Ella su carne y su sangre. �Qu� modelo
para lo que debe ser acoger al Hijo de Dios en nosotros cuando recibimos la
Comuni�n eucar�stica! "Hay, pues, una analog�a profunda entre el fiat pronunciado
por Mar�a a las palabras del �ngel y el am�n que cada fiel pronuncia cuando recibe
el cuerpo del Se�or. A Mar�a se le pidi� creer que quien concibi� "por obra del
Esp�ritu Santo" era el "Hijo de Dios" (cfr. Lc 1, 30.35). En continuidad con la fe
de la Virgen, en el Misterio eucar�stico se nos pide creer que el mismo Jes�s, Hijo
de Dios e Hijo de Mar�a, se hace presente con todo su ser humano-divino en las
especies del pan y del vino" (n. 55).
�C�mo no ver aqu� una invitaci�n a imitar, tambi�n nosotros cada d�a, esa
preparaci�n de Mar�a al sacrificio de Cristo? S�lo con la fe, imitando la fe de
Mar�a, mujer eucar�stica, es posible vivir todas las incidencias de la jornada,
especialmente las que contrar�an, como "preparaci�n" de la personal participaci�n
en la Santa Misa. "El sentido cristiano de la Cruz se pone especialmente de
relieve, sin duda, en las circunstancias graves, penosas o dif�ciles que los
hombres atravesamos; pero ilumina tambi�n lascircunstancias m�s corrientes, si nos
decidimos a apreciar las peque�as contradicciones cotidianas, que suponen una
ocasi�n para el amor y para la entrega" [7].
Si, con toda su vida, la Sant�sima Virgen mediante la fe "hizo suya la dimensi�n
sacrificial de la Eucarist�a", esto culmin� al pie de la Cruz. All�, mientras Ella
stabat, de pi�, firme, no desmay�ndose �como piadosa pero equivocadamente se la ha
representado en mucha iconograf�a�; all� tuvo lugar en su alma "la m�s profunda
k�nosis de la fe en la historia de la humanidad" [8]. La �ntima realidad de esta
k�nosis no pudo consistir en un "anonadamiento", en el sentido de anulaci�n o
disminuci�n de la fe. M�s bien cabe pensar que la fe de Mar�a, contemplando la
terrible muerte de su Hijo, sufri� la m�s dura prueba "en la historia de la
humanidad"; prueba de la que Ella fue plenamente vencedora. �Pudo esta prueba
configurarse propiamente como una duda de fe? Pienso que en el Evangelio no
disponemos de elementos suficientes para una respuesta del todo segura. Como es
sabido, alg�n Padre de la Iglesia era del parecer que la Virgen sufri� al pie de la
Cruz el asalto de la duda, lo cual no ser�a contrario a su plenitud de gracia y de
fe [9], ya que la estructura misma de la fe hace posible la duda involuntaria y no
consentida, compatible con el m�s alto grado de gracia y de virtud [10].
La fe de los cristianos en la Eucarist�a puede sufrir los asaltos de la duda, m�s
a�n en estos tiempos cuando se percibe la ignorancia de tantos, la indiferencia de
muchos e, incluso, los malos tratos que el Se�or eucar�stico recibe en su propia
casa: abusos que Juan Pablo II una vez m�s ha denunciado con dolor en la enc�clica
Ecclesia de Eucharistia (cfr. n. 10). En cualquier caso, cuando la dimensi�n de
oscuridad del misterio parece prevalecer sobre su luminosidad, acudir con humildad
al ejemplo y a la mediaci�n de Santa Mar�a son siempre ayuda segura para que la
duda, ni buscada ni consentida, se tranforme una vez m�s en victoria, no nuestra
sino de Cristo en nosotros: "�sta es la victoria que vence al mundo, nuestra fe" (1
Jn 5, 4) [11].
Jesucristo no s�lo realiza una funci�n de mediaci�n entre Dios y los hombres, sino
que El, con su humanidad unida hipost�ticamente a la divinidad, es Mediador.
An�logamente, las mediaciones participadas no son s�lo una realidad funcional, sino
un ser mediadores por participaci�n. En Santa Mar�a, esta participaci�n en la
mediaci�n de Cristo no se configura como sacerdocio ministerial ni como sacerdocio
com�n, sino como una participaci�n �nica y eminente en el sacerdocio de Cristo,
correspondiente a su maternidad divina y a su maternidad espiritual sobre la
Iglesia. De ah� que, con la expresi�n fuertemente subrayada por Juan Pablo II, la
mediaci�n de Mar�a posea "un car�cter espec�ficamente materno". La Madre de Jes�s
es tambi�n "nuestra Madre en el orden de la gracia" [20], pues "cooper� con el amor
a que nacieran en la Iglesia los fieles" [21]. Esto supuesto, la mediaci�n de Mar�a
al pi� de la Cruz tendr� caracter�sticas propias de una participaci�n, pero no de
una "aportaci�n" que complemente de alg�n modo la eficacia salv�fica del sacrificio
de su Hijo. M�s bien, es el mismo Cristo quien da a participar su eficacia
redentora al "sacrificio del coraz�n de madre" de Santa Mar�a, haci�ndolo suyo,
seg�n la estructura de la koinon�a en su significado de participaci�n-causalidad-
comuni�n. Es decir, Jes�s hizo suyo el sacrificio de Mar�a, en cuanto que el dolor
de la Madre form� parte, y parte importante, del dolor del Hijo, y en cuanto que
Jes�s, ofreciendo al Padre su vida por la salvaci�n del mundo, ofreci� �asumido en
su propio sacrificio, en koinon�a, y no simplemente "a�adido"� el ofrecimiento
realizado por Mar�a de la vida del Hijo y de su propio martirio espiritual.
Toda esta realidad se hace presente en la Eucarist�a, pues �en las palabras de Juan
Pablo II, ya citadas parcialmente antes� "en el memorial del Calvario est� presente
todo lo que Cristo ha llevado a cabo en su pasi�n y muerte. Por tanto, no falta lo
que Cristo ha realizado tambi�n con su Madre para beneficio nuestro. En efecto, le
conf�a al disc�pulo predilecto y, en �l, le entrega a cada uno de nosotros: "�He
aqu� a tu hijo!". Igualmente dice tambi�n a nosotros: �He aqu� a tu madre!". Vivir
en la Eucarist�a el memorial de la muerte de Cristo implica tambi�n recibir
continuamente este don. Significa tomar con nosotros �a ejemplo de Juan� a quien
una vez nos fue entregada como Madre" (n. 57).
Estamos ante un aspecto del misterio de la Eucarist�a que, a su vez, nos remite al
misterio de la Redenci�n por la Muerte y Resurrecci�n gloriosa de Jesucristo: es un
aspecto central del "misterio de la Madre". Son bien conocidos los esfuerzos de la
teolog�a por entender un poco m�s c�mo se hacen presentes en la sacramentalidad de
la Iglesia los misterios de la vida, muerte y glorificaci�n de nuestro Se�or [26].
Baste aqu� recordar, con Santo Tom�s, que la Pasi�n y Muerte de Jes�s, as� como su
Resurrecci�n, por la virtus divina, alcanza praesentialiter todos los lugares y
todos los tiempos [27]. Y, en la Eucarist�a, esa presencia del Sacrificio de la
Cruz (y de todo lo que Jes�s llev� all� a cabo, tambi�n con su Madre en beneficio
nuestro) se realiza de modo que s�lo Jesucristo est� sustancialmente presente bajo
las especies eucar�sticas, con su fuerza salv�fica capital de la que, sin embargo,
su Sant�sima Madre participa, en esa plena koinon�a por la que Jes�s y Mar�a
constituyen en la gloria, como en la Cruz y en la Eucarist�a, del modo m�s
perfecto, "un solo coraz�n y una sola alma" (Hch 4, 32).
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Santa Mar�a, presente como modelo y Madre de la Iglesia en todas las celebraciones
eucar�sticas, "nos ense�a a tratar a Jes�s, a reconocerle y a encontrarle en las
diversas circunstancias del d�a y, de modo especial, en ese instante supremo �el
tiempo se une con la eternidad� del Santo Sacrificio de la Misa: Jes�s, con gesto
de sacerdote eterno, atrae hacia s� todas las cosas, para colocarlas, divino
afflante Spiritu, con el soplo del Esp�ritu Santo, en la presencia de Dios Padre"
[28].
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