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Mar�a y la Eucarist�a

(La versi�n Palm� de este documento es cortes�a de www.arvo.net)

Por Fernando Oc�riz (*)

En el contexto general eclesiol�gico de la Enc�clica, la relaci�n entre Mar�a y la


Eucarist�a se articula principalmente alrededor de la consideraci�n de Mar�a como
Madre y modelo de la Iglesia: "Si queremos descubrir en toda su riqueza la relaci�n
�ntima que une Iglesia y Eucarist�a, no podemos olvidar a Mar�a, Madre y modelo de
la Iglesia" (n. 53).

Mar�a es Madre de la Iglesia por ser Madre de Cristo, por haberle dado la carne y
la sangre; esa carne y esa sangre que en la Cruz se ofrecieron en sacrificio y se
hacen presentes en la Eucarist�a (cfr. n. 55). Este es el aspecto m�s
inmediatamente perceptible de aquella "relaci�n profunda" de la Virgen con el
misterio eucar�stico, tradicionalmente contemplado desde la antig�edad [2]. Pero la
Enc�clica se detiene especialmente en contemplar la relaci�n de Mar�a con la
Eucarist�a en cuanto la Madre del Se�or es modelo: "La Iglesia, tomando a Mar�a
como modelo, ha de imitarla tambi�n en su relaci�n con este alt�simo misterio" (n.
53). Imitar, ante todo, su fe y su amor, en la anunciaci�n y en la visitaci�n a
Isabel, donde Mar�a es realmente tabern�culo vivo de Cristo (cfr. n. 55); en el
Calvario (cfr. nn. 56-57) y, m�s all�, cuando recibi� la Comuni�n eucar�stica de
manos de los Ap�stoles (cfr. n. 56). Una fe y un amor que �como en el Magnificat�
se desbordan en alabanza y en acci�n de gracias (cfr. n. 58). Es grande la riqueza
de matices de esta llamada a la imitaci�n de Mar�a "mujer eucar�stica", que la
teolog�a ha contemplado sobre todo en el contexto de la vida espiritual. Recu�rdese
la figura de S. Luis Mar�a Grignion de Montfort; por ejemplo, cuando escribe sobre
la uni�n con la Virgen antes, durante y despu�s de la Comuni�n eucar�stica, de modo
que sea Ella quien reciba dignamente el Cuerpo de Cristo en nosotros [3]. Aunque
menos frecuentes, tampoco han faltado ensayos de profundizaci�n especulativo-
sistem�tica [4]. En estas p�ginas, me detendr� sobre algunos de los aspectos en que
la Sant�sima Virgen se manifiesta como "modelo de fe eucar�stica" y, despu�s, sobre
su "intervenci�n" actual en la Eucarist�a.

Mar�a, modelo de fe eucar�stica

Cuando Mar�a era ya tabern�culo vivo del Hijo de Dios encarnado, escuch� aquella
alabanza: beata, quae credidit (Lc 1, 45). "Feliz la que ha cre�do. Mar�a ha
anticipado tambi�n en el misterio de la Encarnaci�n la fe eucar�stica de la
Iglesia. Cuando en la Visitaci�n lleva en su seno el Verbo hecho carne, se
convierte de alg�n modo en "tabern�culo" �el primer "tabern�culo" de la historia�
donde el Hijo de Dios, todav�a invisible a los ojos de los hombres, se ofrece a la
adoraci�n de Isabel, como "irradiando" su luz a trav�s de los ojos y la voz de
Mar�a" (n. 55).

La fe de Mar�a hac�a su inteligencia tan "connatural" al misterio sobrenatural, que


debemos considerar en Ella una "plenitud de fe" correspondiente a la plenitud de
gracia con la que Dios la elev� desde su inmaculada concepci�n. Una connaturalidad
con los misterios divinos que hace posible el pleno asentimiento, en su triple
dimensi�n de credere Deo, credere Deum et credere in Deum [5]. Ciertamente, Santa
Mar�a tuvo unos motivos de credibilidad excepcionales (sobre todo: el anuncio de
San Gabriel; el experimentar que efectivamente ten�a en sus entra�as, sin obra de
var�n, el Hijo anunciado; que tambi�n Santa Isabel y luego San Jos� hab�an recibido
de lo Alto el anuncio de su maternidad divina). Sin embargo, tambi�n en Ella, la fe
fue siempre "de lo que no se ve" (cfr. Hb 11, 1). "Si Dios ha querido ensalzar a su
Madre, es igualmente cierto que durante su vida terrena no fueron ahorrados a Mar�a
ni la experiencia del dolor, ni el cansancio del trabajo, ni el claroscuro de la
fe" [6].
Podemos considerar razonablemente que cuanto m�s intensa es la fe, mayor resulta
tambi�n la dimensi�n de oscuridad que es, junto a la luminosidad, una dimensi�n
esencial de la fe.

Ante el anuncio del �ngel, el fiat pronunciado por Mar�a fue un acto de fe plena:
de confianza en Dios, de asentimiento intelectual a la verdad misteriosa que le era
anunciada, y de completa entrega de su persona a Dios. Con ese fiat, la Virgen
acog�a en su seno al Verbo eterno d�ndole Ella su carne y su sangre. �Qu� modelo
para lo que debe ser acoger al Hijo de Dios en nosotros cuando recibimos la
Comuni�n eucar�stica! "Hay, pues, una analog�a profunda entre el fiat pronunciado
por Mar�a a las palabras del �ngel y el am�n que cada fiel pronuncia cuando recibe
el cuerpo del Se�or. A Mar�a se le pidi� creer que quien concibi� "por obra del
Esp�ritu Santo" era el "Hijo de Dios" (cfr. Lc 1, 30.35). En continuidad con la fe
de la Virgen, en el Misterio eucar�stico se nos pide creer que el mismo Jes�s, Hijo
de Dios e Hijo de Mar�a, se hace presente con todo su ser humano-divino en las
especies del pan y del vino" (n. 55).

Considerar la fe de nuestra Se�ora, como modelo de fe eucar�stica, nos lleva


necesariamente a contemplarla al pie de la Cruz de su Hijo, ya que el sacrificio de
la Eucarist�a es el memorial sacramental que hace presente el sacrificio del
Calvario. En realidad, como escribe Juan Pablo II, "Mar�a, con toda su vida junto a
Cristo y no solamente en el Calvario, hizo suya la dimensi�n sacrificial de la
Eucarist�a. Cuando llev� al ni�o Jes�s al templo de Jerusal�n "para presentarle al
Se�or" (Lc 2, 22), oy� anunciar al anciano Sime�n que aquel ni�o ser�a "se�al de
contradicci�n" y tambi�n que una "espada" traspasar�a su propia alma (cfr. Lc 2,
34.35). Se preanunciaba as� el drama del Hijo crucificado y, en cierto modo, se
prefiguraba el stabat Mater de la Virgen al pie de la Cruz. Prepar�ndose d�a a d�a
para el Calvario, Mar�a vive una especie de "Eucarist�a anticipada" se podr�a
decir, una "comuni�n espiritual" de deseo y ofrecimiento, que culminar� en la uni�n
con el Hijo en la pasi�n y se manifestar� despu�s, en el per�odo postpascual, en su
participaci�n en la celebraci�n eucar�stica, presidida por los Ap�stoles, como
"memorial" de la pasi�n" (n. 56).

�C�mo no ver aqu� una invitaci�n a imitar, tambi�n nosotros cada d�a, esa
preparaci�n de Mar�a al sacrificio de Cristo? S�lo con la fe, imitando la fe de
Mar�a, mujer eucar�stica, es posible vivir todas las incidencias de la jornada,
especialmente las que contrar�an, como "preparaci�n" de la personal participaci�n
en la Santa Misa. "El sentido cristiano de la Cruz se pone especialmente de
relieve, sin duda, en las circunstancias graves, penosas o dif�ciles que los
hombres atravesamos; pero ilumina tambi�n lascircunstancias m�s corrientes, si nos
decidimos a apreciar las peque�as contradicciones cotidianas, que suponen una
ocasi�n para el amor y para la entrega" [7].

Si, con toda su vida, la Sant�sima Virgen mediante la fe "hizo suya la dimensi�n
sacrificial de la Eucarist�a", esto culmin� al pie de la Cruz. All�, mientras Ella
stabat, de pi�, firme, no desmay�ndose �como piadosa pero equivocadamente se la ha
representado en mucha iconograf�a�; all� tuvo lugar en su alma "la m�s profunda
k�nosis de la fe en la historia de la humanidad" [8]. La �ntima realidad de esta
k�nosis no pudo consistir en un "anonadamiento", en el sentido de anulaci�n o
disminuci�n de la fe. M�s bien cabe pensar que la fe de Mar�a, contemplando la
terrible muerte de su Hijo, sufri� la m�s dura prueba "en la historia de la
humanidad"; prueba de la que Ella fue plenamente vencedora. �Pudo esta prueba
configurarse propiamente como una duda de fe? Pienso que en el Evangelio no
disponemos de elementos suficientes para una respuesta del todo segura. Como es
sabido, alg�n Padre de la Iglesia era del parecer que la Virgen sufri� al pie de la
Cruz el asalto de la duda, lo cual no ser�a contrario a su plenitud de gracia y de
fe [9], ya que la estructura misma de la fe hace posible la duda involuntaria y no
consentida, compatible con el m�s alto grado de gracia y de virtud [10].
La fe de los cristianos en la Eucarist�a puede sufrir los asaltos de la duda, m�s
a�n en estos tiempos cuando se percibe la ignorancia de tantos, la indiferencia de
muchos e, incluso, los malos tratos que el Se�or eucar�stico recibe en su propia
casa: abusos que Juan Pablo II una vez m�s ha denunciado con dolor en la enc�clica
Ecclesia de Eucharistia (cfr. n. 10). En cualquier caso, cuando la dimensi�n de
oscuridad del misterio parece prevalecer sobre su luminosidad, acudir con humildad
al ejemplo y a la mediaci�n de Santa Mar�a son siempre ayuda segura para que la
duda, ni buscada ni consentida, se tranforme una vez m�s en victoria, no nuestra
sino de Cristo en nosotros: "�sta es la victoria que vence al mundo, nuestra fe" (1
Jn 5, 4) [11].

La presencia de la Virgen en el sacrificio eucar�stico

Se trata de un aspecto especialmente misterioso, que presenta un dilatado horizonte


a la reflexi�n teol�gica y a la contemplaci�n espiritual. Efectivamente, la
relaci�n actual de Mar�a con la Eucarist�a no es s�lo de tipo, por as� decir,
hist�rico (el cuerpo y la sangre presentes en la Eucarist�a fueron engendrados en y
de Mar�a); ni tampoco se trata s�lo de una relaci�n de ejemplaridad entre Maria y
los cristianos ante la Eucarist�a. No; se trata, adem�s y en cierto modo sobre
todo, de una verdadera presencia de la Madre en el hacerse presente
sacramentalmente el Sacrificio del Hijo. Juan Pablo II lo expresa con palabras
claras: "En el "memorial" del Calvario est� presente todo lo que Cristo ha llevado
a cabo en su pasi�n y muerte. Por tanto, no falta lo que Cristo ha realizado
tambi�n con su Madre para beneficio nuestro" (n. 57). Se trata de una verdadera
presencia de la Virgen, ciertamente diversa de la presencia sustancial de Cristo en
la Eucarist�a: "Mar�a est� presente con la Iglesia, y como Madre de la Iglesia, en
todas nuestras celebraciones eucar�sticas" (ibidem).

Podemos considerar que no se trata s�lo de una presencia por "concomitancia


gloriosa", es decir del simple hecho de que en la Eucarist�a est� presente Cristo
glorioso y su Madre est� inseparablemente con El en la gloria. En este sentido,
todo el Cielo est� presente en la Eucarist�a. M�s bien cabe pensar que esa
presencia de Mar�a "en todas nuestras celebraciones eucar�sticas" y, precisamente,
"como Madre de la Iglesia", pertenece al n�cleo del evento salv�fico que se
celebra, y que se trata de una presencia activa; es decir, que la Sant�sima Virgen,
de alg�n modo, "interviene" en el sacrificio eucar�stico. As� lo afirmaba San
Josemar�a Escriv� en una de sus homil�as: "(En la Santa Misa), de alg�n modo,
interviene la Sant�sima Virgen, por la �ntima uni�n que tiene con la Trinidad
Beat�sima y porque es Madre de Cristo, de su Carne y de su Sangre: Madre de
Jesucristo, perfecto Dios y perfecto Hombre. Jesucristo concebido en las entra�as
de Mar�a Sant�sima sin obra de var�n, por la sola virtud del Esp�ritu Santo, lleva
la misma Sangre de su Madre: y esa Sangre es la que se ofrece en sacrificio
redentor, en el Calvario y en la Santa Misa" [12].

Esta intervenci�n de la Virgen en el sacrificio eucar�stico tiene, sin duda, su


origen en su maternidad divina; en ese llevar Cristo "la misma Sangre de su Madre",
pero no se reduce a esta realidad radical; se trata de una "intervenci�n" actual
"en todas nuestras celebraciones eucar�sticas", que �atendiendo a la esencial
identidad del sacrificio eucar�stico con el sacrificio del Calvario� habr� que
considerar en relaci�n con la intervenci�n de Mar�a al pi� de la Cruz, pues, como
explica Juan Pablo II en uno de los textos apenas citados, en la Misa est� presente
todo lo que Cristo ha realizado en la Cruz, "tambi�n con su Madre para beneficio
nuestro". Veinte a�os antes, el mismo Romano Pont�fice, lo afirmaba con estas
palabras: "Cristo ofreci� en la Cruz el perfecto Sacrificio que en cada Misa de
modo no sangriento se renueva y hace presente. En ese Sacrificio, Mar�a, la primera
redimida, la Madre de la Iglesia, tuvo una parte activa. Ella permaneci� junto al
Crucificado, sufriendo profundamente con su Primog�nito; con un coraz�n maternal se
asoci� a su Sacrificio; con amor consinti� su inmolaci�n: Ella lo ofreci� y se
ofreci� a s� misma al Padre. Cada Eucarist�a es un memorial de ese Sacrificio y de
esa Muerte que restituy� la vida al mundo; cada Misa nos sit�a en �ntima comuni�n
con ella, la Madre, cuyo sacrificio "se vuelve presente" del mismo modo que el
Sacrificio de su Hijo "se vuelve presente" en las palabras de la consagraci�n del
pan y del vino pronunciadas por el sacerdote" [13].

En suma, para aproximarnos a contemplar la "intervenci�n" de Mar�a en el sacrificio


eucar�stico, hemos de contemplar su "intervenci�n" en el Calvario iuxta Crucem Iesu
(Jn 19, 25). Santa Mar�a se asoci�, por la fe y el amor, al sacrificio de su Hijo
"mediante el sacrificio de su coraz�n de madre" [14]. Ofreciendo el sacrificio de
Jes�s en uni�n con �l, Santa Mar�a realizaba un propio sacrificio, que �como se ha
recordado en l�neas anteriores� comport� "la m�s profunda k�nosis de la fe en la
historia de la humanidad"[15]. A la vez, es necesario afirmar la completa y
sobreabundante suficiencia salv�fica del sacrificio de Cristo, que no pudo ni puede
ser "completado" por ning�n otro sacrificio, tampoco por el de su Sant�sima Madre
[16]. �C�mo entender entonces la intervenci�n de Mar�a en el sacrificio redentor?
Es una de las grandes cuestiones ante las que la Mariolog�a, ya desde la
Patr�stica, ha tenido siempre una inagotable materia de profundizaci�n [17].

Teniendo en cuenta que el sacrificio de la Cruz es ejercicio de la mediaci�n de


Cristo, �nico Mediador entre Dios y los hombres (cfr. 1 Tm 2, 5), podemos
ciertamente considerar que Mar�a ejerce tambi�n su propia mediaci�n al asociarse al
sacrificio de su Hijo. A la vez, debemos afirmar que esta mediaci�n mariana es
esencialmente una mediaci�n participada: "La mediaci�n de Mar�a est� �ntimamente
unida a su maternidad y posee un car�cter espec�ficamente materno que la distingue
del de las dem�s criaturas que, de un modo diverso y siempre subordinado,
participan de la �nica mediaci�n de Cristo, siendo tambi�n la suya una mediaci�n
participada" [18]. Parece oportuno detenernos brevemente en el concepto de
participaci�n. Se trata de una noci�n que abarca una amplia gama de realidades,
desde la m�s fundamental participaci�n trascendental del ser, que es la inmediata y
siempre presente causalidad divina del acto de ser de cada criatura, hasta el
simple tomar parte varias personas de un bien material que se divide entre ellas.
No es s�lo el partem capere de la etimolog�a latina directa, sino tambi�n el habere
partialiter y, adem�s, el communicare cum aliquo in aliqua re que nos remite al
griego koinon�a, es decir comuni�n [19].

Jesucristo no s�lo realiza una funci�n de mediaci�n entre Dios y los hombres, sino
que El, con su humanidad unida hipost�ticamente a la divinidad, es Mediador.
An�logamente, las mediaciones participadas no son s�lo una realidad funcional, sino
un ser mediadores por participaci�n. En Santa Mar�a, esta participaci�n en la
mediaci�n de Cristo no se configura como sacerdocio ministerial ni como sacerdocio
com�n, sino como una participaci�n �nica y eminente en el sacerdocio de Cristo,
correspondiente a su maternidad divina y a su maternidad espiritual sobre la
Iglesia. De ah� que, con la expresi�n fuertemente subrayada por Juan Pablo II, la
mediaci�n de Mar�a posea "un car�cter espec�ficamente materno". La Madre de Jes�s
es tambi�n "nuestra Madre en el orden de la gracia" [20], pues "cooper� con el amor
a que nacieran en la Iglesia los fieles" [21]. Esto supuesto, la mediaci�n de Mar�a
al pi� de la Cruz tendr� caracter�sticas propias de una participaci�n, pero no de
una "aportaci�n" que complemente de alg�n modo la eficacia salv�fica del sacrificio
de su Hijo. M�s bien, es el mismo Cristo quien da a participar su eficacia
redentora al "sacrificio del coraz�n de madre" de Santa Mar�a, haci�ndolo suyo,
seg�n la estructura de la koinon�a en su significado de participaci�n-causalidad-
comuni�n. Es decir, Jes�s hizo suyo el sacrificio de Mar�a, en cuanto que el dolor
de la Madre form� parte, y parte importante, del dolor del Hijo, y en cuanto que
Jes�s, ofreciendo al Padre su vida por la salvaci�n del mundo, ofreci� �asumido en
su propio sacrificio, en koinon�a, y no simplemente "a�adido"� el ofrecimiento
realizado por Mar�a de la vida del Hijo y de su propio martirio espiritual.

En realidad, la asunci�n de otros sacrificios en el sacrificio de Cristo se realiza


continuamente en la vida de la Iglesia, pues el valor que, en el orden de la
salvaci�n, tienen los sacrificios personales que los cristianos ofrecemos a Dios no
puede provenir m�s que de Cristo mismo, de que el Se�or los haga suyos como Cabeza
nuestra. Pero en el caso de la Sant�sima Virgen, esta realidad tiene
caracter�sticas propias, que la sit�an en un plano superior al de todos los santos.
Para aproximarnos m�s a este misterio de la Madre, fij�monos precisamente en este
car�cter "materno" de su mediaci�n y, concretamente, de su intervenci�n iuxta
Crucem Iesu.

Si tomamos �como debemos tomar� el t�rmino "materna" en sentido anal�gico propio y


no simplemente metaf�rico, hemos de ver a la Virgen en el origen mismo de la vida
sobrenatural, es decir participando de alg�n modo en la capitalidad de Jesucristo.
En otras palabras, Jesucristo, asumiendo en su propio sacrificio el de su Madre, le
dio a participar de su eficacia satisfactorio-expiatoria, meritoria y eficiente,
con la participaci�n�koinon�a (plena uni�n espiritual) correspondiente a la
plenitud de gracia de Mar�a, de la kejaritomene: la completamente transformada por
la gracia [22].

En la metaf�sica de la participaci�n, aplicada al orden sobrenatural, Santo Tom�s


de Aquino expone un principio de capital importancia: "Aquello que es por s� es
medida y regla (mensura et regula) de aquellos que son por otro y por
participaci�n. Por tanto, la predestinaci�n de Cristo, predestinado a ser Hijo de
Dios por naturaleza, es medida y regla de nuestra vida y de nuestra predestinaci�n,
ya que somos predestinados a la filiaci�n adoptiva, que es una cierta participaci�n
e imagen de la filiaci�n natural"[23]. La aplicaci�n de este principio arroja una
luz notable para la contemplaci�n teol�gica de la filiaci�n divina del cristiano en
su constitutiva relaci�n con la filiaci�n divina natural de Jesucristo, Unig�nito
del Padre y Primog�nito entre muchos hermanos [24]. Asimismo, Cristo en cuanto
principio de toda gracia (principaliter, en su divinidad; instrumentaliter, en su
humanidad [25]) es "medida y regla" del car�cter materno (capital por
participaci�n) de la mediaci�n de Mar�a y, concretamente de su "intervenci�n" al
pi� de la Cruz. Esta presencia de Mar�a en el sacrificio del Calvario es, pues, una
presencia materna, no s�lo respecto a Jesucristo, sino tambi�n respecto a la
humanidad redimida, de manera que cuando el Se�or nos la entreg� en San Juan como
Madre (cfr. Jn 19, 26-27), no constituy� su maternidad espiritual sino que la
declar�.

Toda esta realidad se hace presente en la Eucarist�a, pues �en las palabras de Juan
Pablo II, ya citadas parcialmente antes� "en el memorial del Calvario est� presente
todo lo que Cristo ha llevado a cabo en su pasi�n y muerte. Por tanto, no falta lo
que Cristo ha realizado tambi�n con su Madre para beneficio nuestro. En efecto, le
conf�a al disc�pulo predilecto y, en �l, le entrega a cada uno de nosotros: "�He
aqu� a tu hijo!". Igualmente dice tambi�n a nosotros: �He aqu� a tu madre!". Vivir
en la Eucarist�a el memorial de la muerte de Cristo implica tambi�n recibir
continuamente este don. Significa tomar con nosotros �a ejemplo de Juan� a quien
una vez nos fue entregada como Madre" (n. 57).

Estamos ante un aspecto del misterio de la Eucarist�a que, a su vez, nos remite al
misterio de la Redenci�n por la Muerte y Resurrecci�n gloriosa de Jesucristo: es un
aspecto central del "misterio de la Madre". Son bien conocidos los esfuerzos de la
teolog�a por entender un poco m�s c�mo se hacen presentes en la sacramentalidad de
la Iglesia los misterios de la vida, muerte y glorificaci�n de nuestro Se�or [26].
Baste aqu� recordar, con Santo Tom�s, que la Pasi�n y Muerte de Jes�s, as� como su
Resurrecci�n, por la virtus divina, alcanza praesentialiter todos los lugares y
todos los tiempos [27]. Y, en la Eucarist�a, esa presencia del Sacrificio de la
Cruz (y de todo lo que Jes�s llev� all� a cabo, tambi�n con su Madre en beneficio
nuestro) se realiza de modo que s�lo Jesucristo est� sustancialmente presente bajo
las especies eucar�sticas, con su fuerza salv�fica capital de la que, sin embargo,
su Sant�sima Madre participa, en esa plena koinon�a por la que Jes�s y Mar�a
constituyen en la gloria, como en la Cruz y en la Eucarist�a, del modo m�s
perfecto, "un solo coraz�n y una sola alma" (Hch 4, 32).

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Santa Mar�a, presente como modelo y Madre de la Iglesia en todas las celebraciones
eucar�sticas, "nos ense�a a tratar a Jes�s, a reconocerle y a encontrarle en las
diversas circunstancias del d�a y, de modo especial, en ese instante supremo �el
tiempo se une con la eternidad� del Santo Sacrificio de la Misa: Jes�s, con gesto
de sacerdote eterno, atrae hacia s� todas las cosas, para colocarlas, divino
afflante Spiritu, con el soplo del Esp�ritu Santo, en la presencia de Dios Padre"
[28].

Tambi�n ante el misterio de la Madre, y concretamente en su ser "mujer


eucar�stica", aunque la teolog�a puede y podr� siempre profundizar mucho m�s, es
necesario adoptar la actitud del silencio adorante y agradecido: indicibilia
Deitatis casto silentio venerantes [29].

[1] Las referencias a n�meros, dentro del texto, se refieren en adelante a la


Enc�clica Ecclesia de Eucharistia.
[2] Cfr., por ejemplo, S. Efr�n, Himno 6, 7 (Lamy 592, 594); S. Ambrosio, Sobre los
misterios, IX, 53 (PL 16, 403); S. Andr�s de Creta, Canon para la fiesta en medio
de Pentecost�s (PG 97, 1425).
[3] Cfr. S. Louis-Marie Grignion de Montfort, Trait� de la vraie d�votion � la
Sainte Vierge, nn. 266-273 (�uvres Compl�tes, Ed. du Seuil, Paris 1966, pp. 666-
671). Sobre la riqueza que, para la vida espiritual, representa la relaci�n de
Mar�a con la Eucarist�a, cfr. J. Esquerda Bifet, Linee di spiritualit� eucaristico-
mariana, en VV.AA., Maria e l"Eucaristia, Ed. Centro di Cultura Mariana, Roma 2000,
pp. 216-237.
[4] Una visi�n de conjunto puede verse en A. Amato, Eucaristia, en Nuovo Dizionario
di Mariologia, Ed. Paoline, Cinisello Balsamo 1985, pp. 527-541. Para una
bibliograf�a general sobre el tema, cfr. E.M. Toniolo, Nota Bibliografica su "Maria
e l"Eucaristia", en VV.AA., Maria e l"Eucaristia,cit., pp. 309-330.
[5] Sobre la naturaleza de la fe como "connaturalizaci�n" de la inteligencia con lo
sobrenatural, cfr., por ejemplo, B. Duroux, La psychologie de la Foi chez S. Thomas
d"Aquin, Descl�e, Tournai 1963, pp. 165-178; F. Oc�riz � A. Blanco, Revelaci�n, Fe
y Credibilidad, Palabra, Madrid 1998, pp. 230-235.
[6] S. Josemar�a Escriv�, Es Cristo que pasa, n.172.
[7] J. Echevarr�a, Itinerarios de vida cristiana, Planeta, Madrid 2001, p. 56.
[8] Juan Pablo II, Enc. Redemptoris Mater, n. 18.
[9] En este sentido, por ejemplo, S. Basilio Magno, Epistula 260, 9 (PG 32, 965).
[10] Cfr. F. Oc�riz � A. Blanco, Revelaci�n, Fe y Credibilidad, cit., pp. 240-241.
[11] Sobre la oscuridad de la fe, que no anula ni disminuye su certeza, cfr., por
ejemplo, C. Izquierdo, Teolog�a Fundamental, Eunsa, Pamplona 1998, pp. 284-286.
[12] S. Josemar�a Escriv�, Es Cristo que pasa, n. 89.
[13] Juan Pablo II, Alocuci�n, 5-VI-1983: "Insegnamenti di Giovanni Paolo II" VI, 1
(1983) p. 1447.
[14] Juan Pablo II, Enc. Dives in misericordia, n. 9. Cfr. Conc. Vaticano II,
Const. Lumen gentium, n. 58.
[15] Juan Pablo II, Enc. Redemptoris Mater, n. 18.
[16] Como es sabido, el texto de Col 1, 24 (Adimpleo ea, quae desunt passionum
Christi, in carne mea pro corpore eius, quod est Ecclesia) no significa que falte
algo a la Pasi�n de Cristo en su eficacia salv�fica objetiva, sino a lo que la
Iglesia, seg�n el designio divino, ha de poner de su parte en la aplicaci�n de la
redenci�n, es decir en la llamada redenci�n subjetiva.
[17] Para la �poca patr�stica, cfr., por ejemplo, F.L. Mateo-Seco, Mar�a, Nueva
Eva, y su colaboraci�n en la Redenci�n, seg�n los Padres, en "Estudios Marianos" 50
(1985) pp. 52-69. M�s en general, cfr., J.L. Bastero, Mar�a, Madre del Redentor,
Eunsa, Pamplona 1995, pp. 290-302.
[18] Juan Pablo II, Enc. Redemptoris Mater, n. 38.
[19] No es aqu� posible una exposici�n siquiera sint�tica de un tema filos�fico de
tal envergadura. Para un estudio especializado, profundo y extenso, sigue siendo
fundamental la obra de Cornelio Fabro: cfr., especialmente, La nozione metafisica
di partecipazione (SEI, Torino 1950) y Partecipazione e causalit� (SEI, Torino
1960).
[20] Conc. Vaticano II, Const. Lumen gentium, n. 61.
[21] S. Agust�n, De Sacra Virginitate, 6 (PL 40, 399), citado en Lumen gentium, n.
53.
[22] La expresi�n latina gratia plena es una adecuada traducci�n "teol�gica" del
t�rmino griego kejaritomene, que literalmente se traducir�a m�s exactamente por
gratificata, en el sentido de "transformada por la gracia", como se lee en la
versi�n latina del Codex Palatinus (e) de la tradici�n africana. Pero, usado como
nombre propio de la Virgen en el anuncio del �ngel, viene a significar que esa
transformaci�n por la gracia es lo que "define" la persona de Mar�a. De ah� que
adecuadamente digamos que Ella es completamente transformada por la gracia o "llena
de gracia". Sobre este tema, cfr. I. De la Potterie, Kejaritomene, en Lc 1,28.
�tude philologique, en "Biblica" 68 (1987) pp, 357-382; y Kejaritomene en Lc 1,28.
�tude ex�getique et th�ologique, en "Biblica" 68 (1987) pp. 480-508.
[23] S. Tom�s de Aquino, In Epist. ad Romanos, c. I, lec. 3.
[24] Cfr. F. Oc�riz, Hijos de Dios en Cristo, Eunsa, Pamplona 1972; Idem,
Naturaleza, gracia y gloria, Eunsa, Pamplona, 2� ed. 2001, pp. 69-106.
[25] S. Tom�s de Aquino, Summa Theologiae, III, q. 27, a. 5.
[26] Cfr., por ejemplo, A. Miralles, I sacramenti cristiani, Apollinare Studi, Roma
1999, pp. 336-356.
[27] Cfr. S. Tom�s de Aquino, Summa Theologiae, III, q. 56, a. 1 ad 3.
[28] S. Josemar�a Escriv�, Es Cristo que pasa, n. 94.
[29] S. Tom�s de Aquino, In De Divinis nominibus, c. I, lec. 2.

(*) Facolt� di Teologia


Pontificia Universit� della Santa Croce
Roma

SCRIPTA DE MARIA [1]


[1]: http://www.arvo.net/includes/documento.php?IdDoc=10052&IdSec=765

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