epistemológico Artículo de Juan Rodríguez Hoppichler
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En los estudios de humanidades a menudo nos
topamos con prejuicios enraizados que se dan por vá lidos a pesar de su notoria falsedad. Uno de ellos es la hispanofobia. Parece ineludible que cualquier texto académico que busque el aplauso tiene que echar pestes contra Españ a y su legado. Es lo habitual. Si se trata de comparar naciones europeas, por supuesto que los ingleses, holandeses y franceses han pasado por la historia cantando el “oh happy day” y regalando cultura a desdichados ignorantes, mientras que los españ oles se han dedicado a la rapiñ a y las hogueras inquisitoriales. Esto es algo tan integrado en la mentalidad europea, la nuestra incluida, que nadie lo pone en duda. Sin embargo hemos de preguntarnos cuá nto hay de cierto en esta retó rica. Cuando los documentos, los hechos y el sentido comú n nos demuestran que no todo es blanco y negro en las historias nacionales europeas, el planteamiento se torna meramente epistemoló gico: ¿Có mo puede ser que autores prestigiosos y libros de supuesto rigor científico se empecinen en esta distorsió n del saber occidental?¿Por qué nadie señ ala que las interpretaciones malintencionadas nos hacen vivir en el error? Una muestra: el erasmismo españ ol. Se nos dice que durante siglos Españ a fue un horizonte de sombras, fanatismo religioso y estrechez de miras. Se pone como ejemplo el fracaso del erasmismo patrio y que el propio Erasmo de Rotterdam, el má s célebre humanista del siglo XVI, no quiso nunca venir a Españ a, un país demasiado retró grado para él, y que la carta que envió al inglés Tomá s Moro explicá ndose y diciendo aquello de “non placet Hispania” enuncia claramente su merecido repudio a este territorio tan ajeno a la civilizació n occidental. Pero ¿por qué hasta los propios españ oles dan por hecho que si un tipo del norte de Europa habla mal de Españ a debe de tener necesariamente razó n?¿no estamos ya en lo que se puede entender como mentalidad colonizada? Ya da que pensar, incluso si aceptamos esta versió n “oficial” sobre la supuesta cerrazó n intelectual hispá nica, cuando sabemos que fue el Cardenal Cisneros, el hombre má s poderoso del Reino en aquél tiempo, el que invita personalmente a Erasmo a enseñ ar en la Universidad de Alcalá ; y que el receptor de las quejas sea precisamente Moro, que fue decapitado por oponerse al anglicanismo.
(Aunque ya sabemos, gracias a Elvira Roca, que si el
rey de Inglaterra manda matar a un cató lico, o miles, no es por intolerancia religiosa, es que es un visionario político avanzado a su tiempo, nos explica la serie de televisió n Los Tudor; porque lo de asesinar vilmente es cosa de cató licos, que son unos carcas todos, para los protestantes matar es el no va má s de la modernidad y el realismo político). Pero si indagamos un poco má s profundamente -o sin ir má s lejos leemos el Erasmo y España de Marcel Bataillon, título por cierto harto específico para el libro canó nico que se supone que todo el mundo tendría que consultar para hablar del tema-, vemos qué es lo que realmente sucedió : El Cardenal Cisneros quiso contar con el pensador holandés para su recién inaugurada universidad, pero éste, que por muy progre avant la lettre que fuera también era un antisemita furibundo, no quiso venir porque le parecía que aquí había demasiados judíos, o como dice en una carta a un amigo: “Los judíos abundan en Italia; en Españ a apenas hay cristianos. Tengo miedo de que la ocasió n presente haga que vuelva a levantar su cabeza esa hidra que ya ha sido sofocada”. O sea, que el gran humanista para el que nuestro retró grado país no estaba preparado sencillamente lamentaba que aquí hubiera demasiado converso y poco cristiano de abolengo; ademá s por lo que parece le aterraba bajar al sur de Europa porque temía que unos diabó licos narizotas se escondieran debajo de su cama y le hicieran la circuncisió n a traició n mientras dormía. En cuanto al celebérrimo “non placet Hispania”, aparece en efecto en un pá rrafo de una carta a Moro cuyo contenido completo es: “Todavía no he tomado una decisió n alguna en cuanto a la elecció n de mi residencia. España no me seduce; pues has de saber que el Cardenal de Toledo me llama allá de nuevo: Alemania, con sus estufas y sus caminos infectados de bandidos, no me dice nada tampoco. Aquí [en Lovaina], demasiados ladridos y ninguna recompensa: aunque tuviera el mayor deseo de ello, no podría mantenerme aquí demasiado tiempo. En cuanto a Inglaterra, me asustan sus motines y me horroriza la servidumbre”. O sea, que de hecho Flandes, Alemania e Inglaterra salen peor paradas en sus inclementes diatribas. Sin embargo lo que se cita hasta la ná usea es el “non placet Hispania”, ¡que llegó a encabezar una exposició n reciente en Salamanca inaugurada por los Reyes! Así que tenemos claro que Erasmo era un botarate, por decirlo en términos clá sicos, y que su repulsa a nuestro país se basaba en criterios deleznables. Su obra sin embargo es buena; estamos todos de acuerdo en que es humanística, bella y ejemplo de liberalidad. De ahí que el hispanó fobo sonría tranquilo porque eso significó , sostiene, que no pudo tener eco en la península y los pocos erasmistas que hubo fueron perseguidos por la malvada Inquisició n; o sea, el tó pico de que “el erasmismo fracasó en Españ a”. Estamos ante otra falsedad que se acepta como buena a pesar de que todas las evidencias en contra. La verdad es que no hubo país europeo donde el erasmismo cuajara tanto. Como dice José Luis Abellá n: “Erasmo fue holandés pero el erasmismo fue españ ol”. Se puede entender como el Renacimiento españ ol, sin nada que envidiar a otros. Aquí la visió n erasmista llegó a todo el mundo, desde el ú ltimo letrado del ú ltimo pueblo hasta al propio Carlos V, que conoció bien el erasmismo y convirtió su teoría de la “universitas christiana” en nada menos que la narrativa de poder de su imperio. Por supuesto todos los clérigos medios e incipiente burguesía, principalmente los que no podían probar pureza de sangre, abrazaron la idea erasmista del “cuerpo místico de Cristo”, que igualaba en una proyecció n metafó rica horizontal a todos los cristianos, formando indistintamente parte de un cuerpo cuya cabeza era el hijo de Dios. Tampoco hace falta ser muy perspicaz para darse cuenta de que la locura de don Quijote, esa que no sabe mentir y así desvela inocentemente las hipocresías sociales, viene directamente del Elogio de la locura de Erasmo, libro que Cervantes claramente conocía. Y por si quedara alguna duda, Erasmo de Rotterdam en persona, al final de su vida, reconoció que en ningú n país se le había leído y comprendido tan bien como en Españ a. En una de sus ú ltimas cartas, cuando un discípulo le describe desde Toledo la gran aceptació n que su obra está teniendo, exclama, melancó lico: “¿Por qué no me habré dirigido allá , en lugar de haberme marchado a Alemania?”.
El asunto mencionado es, si se quiere, baladí. Pero no
deja de ser representativo de la hispanofobia como error epistemoló gico. Cualquier manual de historia o filosofía que diga que Erasmo no enseñ ó en la Universidad de Alcalá porque era demasiado "liberal" para ello, o que en un país tan tenebroso nunca pudo tener repercusió n una obra tan humanística, es sencillamente un mal manual que perpetú a falsedades. Cuando esto se hace masivamente, con otros períodos histó ricos y en todos los campos del saber, estamos ante un serio problema para las ciencias humanas y la manera que tienen de interpretar los asuntos de la contemporaneidad. La hispanofobia es racista, ridícula y aburrida; pero sobre todo es erró nea y merma la credibilidad de cualquier autor que caiga en ella.