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A tea ueta L Manipuladora

Incestuosa
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Ambiciosa
Bruja . Fria
Casquivana
Dramatica

Irracional Impia
Arpia

Frivola
Santurrona
Histirica
Cruel
NI DEBIL NI INSENSATA. UNA AUTENTICA REBELDE

....

u na muchedumbre se agolpaba a orillas del puerto


turco de Esmirna. Aquella mafi.ana de 1885 un mon-
t6n de hombres, mujeres y nifi.os esperaban ver pasar
ante ellos a la celebre Isabel de Baviera, la emperatriz de los
austriacos, conocida en su circulo mas intimo como Sissi y
famosa en el mundo entero por su belleza sin igual. Cuando
apareci6 en la cubierta de su lujoso barco, saludando desde le-
jos con un pafi.uelo en la mano desde las aguas del mar Egeo,
todos ellos estallaron en aplausos y gritos de jubilo. E ra un dia
unico, tenian ante ellos a la monarca mas famosa de Europa
y estaban siendo testigos directos de esa hermosura que la
habia convertido en un mito mas alla de las fronteras de su
Imperio. La lejania impedia que pudieran divisar los detalles
de su rostro, pero todos intuian esas facciones dukes y elegan-
tes de las que habian oido hablar, asi como esa cabellera que,

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segun comentaban algunos cronistas, si se la dejara suelta le
llegaria hasta los tobillos.
Mientras coreaban su nombre y agitaban sus manos al
viento, la autentica Isabel deambulaba por las callejuelas de la
ciudad, unicamente acompaiiada por una de sus damas, la de
su mayor confianza. Nadie podia reconocerla ataviada con su
vestido sencillo y su larguisima melena recogida. La empera-
triz de los austriacos queria conocer Esmirna como una viajera
mas, mientras SU peluquera, Fanny Felifalik, se hada pasar por
ella a bordo del imperial bajel Miramar. Isabel, un dia mas, no
queria llevar la corona de Austria-Hungria.
Isabel de Baviera fue una mujer mucho mas compleja de
lo que sus primeros bi6grafos quisieron re:flejar. Nacida como
una princesa bavara, su infancia y su juventud transcurrieron
en un ambiente rural y con total libertad. Cuando por un ca-
pricho del destino se convirti6 en la emperatriz de los austria-
cos con tan solo dieciseis afios, la joven vio c6mo la arrojaban
a una vida que ella jamas habia deseado, en la que tan solo
importaban las apariencias y que despreciaba los autenticos
sentimientos, que se regia por el encorsetado protocolo de
una corte que siempre le fue hostil, asi como por un unico y
cruel objetivo: perpetuar el linaje de los Habsburgo.
Sin embargo, gracias a su inteligencia y a su sensibi-
lidad, Isabel supo sobreponerse a sus principales enemigos.
Por un lado estaba la vetusta corte de Viena, que desde un
principio min6 con trampas cada uno de sus pasos, sobre
todo cuando se atrevia a manifestar sus ideas politicas, mu-
cho mas avanzadas y progresistas que las de su marido, el
emperador Francisco Jose, conservador y absolutista. El se-

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gundo gran escollo fue su suegra, la archiduquesa Sofia. La
madre de Francisco Jose, defensora de un imperio autoritario
y centralizador, temia los aires renovadores que Isabel habia
traido a palacio, hasta el punto de que decidi6 hacerse car-
go de la educaci6n de sus nietos para evitar que su nuera les
transmitiera sus ideas renovadoras. Este alejamiento de sus
hijos le doli6 profundamente a Isabel, quien no pudo ejercer
como la madre que habia son.ado ser. A pesar de todo, con
el tiempo termin6 perdonando a su suegra por el dafio que le
habia causado y entendiendo que, a fin de cuentas, la archidu-
quesa Sofia habia sido tambien una mujer impelida por una
corte y por unas circunstancias vitales nada dichosas.
Por otro lado, si algo definia a Isabel era el inconformis-
mo. En cuanto comprendi6 cuil era su papel como emperatriz,
reducido apenas a alumbrar al futuro emperador, se rebe-
16 y mostr6 una gran determinaci6n. De ninglin modo iba
a convertirse en el titere que todos querian, sino en la reina
de ceremonias de su vida: o respetaban su libre albedrio o se
ausentaria de Viena, amenaz6 en mas de una ocasi6n. Eran
sonadas las desapariciones de Isabel de la capital del Imperio,
que podian alargarse durante meses. Y poco podia hacer al
respecto el emperador, pues sabia que, si intentaba coartar la
libertad de su esposa, se ar~iesgaba a quedarse sin emperatriz,
al menos durante un tiempo, y la corona de Austria sin su
portadora mas popular en un momento en el que el Imperio
perdia preponderancia en el escenario europeo a favor de otras
dos potencias pujantes, Francia y Prusia.
Dentro de sus fronteras, los cimientos de Austria tam-
bien se tambaleaban. Las clases obreras y rurales apenas po-

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dian subsistir, y comenzaban a rebelarse contra el regimen. El
Imperio se desangraba mientras Francisco Jose, aferrado al
absolutismo mas atavico, desoia los consejos de Isabel, mucho
mas intuitiva y moderna en sus ideas. Ante este panorama,
pronto se dio cuenta la emperatriz de cual era su poder: dar
aliento a un Imperio asfixiado y convertirse en la mejor emba-
jadora que podia tener. Y advirti6 que alli residia su voluntad
de autorrealizaci6n, esa busqueda de la libertad y la serenidad
que tanto anhelaba y que la llevaba a alejarse todo cuanto
podia de Viena. Mientras alli sus ideas politicas eran despre-
ciadas, Isabel no dudaba en departir sobre el futuro del pais
bien lejos de su capital, como hizo durante decadas con An-
drassy, un revolucionario magiar que se convirti6 en su prin-
cipal c6mplice en la fundaci6n del Imperio austrohungaro.
No fue la politica la unica esfera en la que la empe-
ratriz se mantuvo siempre un paso por delante de Francis-
co Jose y de la corte. Tambien en el ambito privado, sobre
todo en su forma de vivir la vida, fue una mujer sumamente
independiente y osada. Isabel disfrutaba recorriendo a pie y
bajo un sol de justicia ex6ticas islas mediterraneas, soportan-
do tormentas furiosas mientras se sostenia como podia en la
cubierta de su barco, deambulando por las calles de Esmirna
mientras la suplantaba su peluquera.
No le gustaba que la admiraran, lo que deseaba era que
la conocieran. Su belleza, sin duda, era impactante, como nos
h an dejado por escrito un sinfin de personas que coincidieron
con ella en persona. Sus facciones delicadas, su larguisima y
frondosa melena rubia con el brillo del oro viejo, y su esbelta
figura, que mantuvo con grandes sacrificios hasta la muerte,

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pasaron a convertirse en las sefias de identidad de una mujer
que se refugiaba en el hambre y el ejercicio para exorcizar
otras carencias. Cuanto menos libre se sentia, menos alimen-
taba su cuerpo y mas su mente. Cuanto mas se hundia en la
melancolia, mas horas cabalgaba o caminaba por la montafia,
tan rcipido que apenas nadie podia seguirle el ritmo. Isabel re-
produda en su cuerpo la prisi6n en la que habian convertido
su vida, y de ambas huy6 durante toda su vida.
Su carcicter, su independencia y sus gustos a veces ex-
centricos para la epoca pero que denotaban un temperamento
verdaderamente original le granjearon numerosos enemigos
entre los altos estamentos politicos de Vierra, responsables de
la leyenda negra alrededor de su figura. Asi, se lleg6 a decir
de ella que era una desequilibrada, una mala madre que pre-
feria viajar lejos de sus hijos a quedarse con ellos en palacio y
una libertina con multitud de amantes. Parad6jicamente, los
mismos que la acusaban a ella de tener aventuras extramatri-
moniales eran los que corrian un tupido velo sobre los escar-
ceos amorosos de Francisco Jose. El doble rasero para juzgar
a mujeres y hombres.
Tambien foe criticada por sus innovadoras ideas poli-
ticas, a las que tildaron de desviadas y peligrosas, y por sus
creencias religiosas, alejadas del encorsetamiento de la Iglesia.
Muchos de sus coetaneos quisieron que Isabel fuera recorda-
da asi, como una lunatica repleta de manias, que dedicaba su
vida a lavarse la cabellera con clara de huevo, a someterse a
espartanas sesiones de ejercicio y a entorpecer la dificil tarea
del emperador. Dedan que este, mientras suspiraba porque su
esposa lo quisiera como el la amaba a ella, ocupaba ante sus

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hijos el lugar de su «negligente» madre e intentaba salvar un
Imperio herido de muerte.
Lo que callaron estos bi6grafos foe el peso que tuvo
Isabel en el ultimo intento de Austria por sobrevivir en la
convulsa Europa: su aportaci6n foe clave para la consecuci6n
de la monarquia dual, es decir, la constituci6n del Imperio
austrohungaro. Si Isabel no hubiera abogado en favor de ten-
der puentes con Hungria, si no hubiese convencido a Fran-
cisco Jose de que debia acceder a ser coronado rey de este pais
y concederles una legislaci6n propia, la desmembraci6n del
Imperio austriaco habria tenido lugar en el mismo siglo XIX.
Isabel foe la unica con la intuici6n necesaria como para darse
cuenta de que las ideas ancladas en el Antiguo Regimen yen
los privilegios estamentales estaban heridas de muerte, y que
realizar ciertas concesiones no significaba perder poder, sino
consolidarlo. Es mas, dio a luz a su hija pequefia, Maria Valeria,
en Hungria, algo inaudito en la dinastia imperial de los Habs-
burgo y gesto clave para ganarse la simpatia de los magiares.
Tampoco ha ayudado a comprender su relevancia hist6-
rica la famosa trilogia de peliculas de Ernst Marischka filma-
das en los afios cincuenta y en las que una jovencisima Romy
Schneider daba vida a una Sissi duke, bondadosa, espontanea
y adorable, pero tambien sumamente infantil y despreocupa-
da, carente por completo de la complejidad que caracteriz6
a la emperatriz de los austriacos. Si hoy casi todo el mundo
conoce a Isabel de Baviera como Sissi es precisamente debido
a estas peliculas, y su imagen de jovencita ingenua, siempre
impecable vestida con trajes impresionantes y peinados per-
fectos viene tambien de aqui. Isabel lleg6 a Hofburg repleta

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de ingenuidad, eso es cierto, pero su personalidad comple-
ja y reflexiva jamas le habria permitido esa simpleza que si
mostraba la protagonista de Marischka. El candor con el que
lleg6 a Viena la joven prima del emperador muy pronto se
convirti6 en una profunda insatisfacci6n y frustraci6n por ha-
ber perdido lo que mas amaba: su libertad y la compaiiia .de
sus seres queridos.
Desde la temprana muerte de su primera hija, la vida
de Isabel se convirti6 en una eterna fuga. Cuando sentia que
no podia aguantar mas en Viena y su cuerpo evidenciaba los
sintomas de la enfermedad de su espiritu, abandonaba aquel
palacio que nunca consider6 su hogar y se refugiaba en Corfu,
en Malta, a bordo de su querido barco. Ese era su balsamo:
la lejania de todo aquello que la heria. Aquella corte viciada,
repleta de intrigas y de hombres que solo miraban por su in-
ten~s, y aquel Imperio que se resquebrajaba con cada decision
de su emperador eran su autentica dolencia, ·el origen de sus
:fiebres, tambien de sus llantos y de sus noches en vela. Isabel
no fue una reina hermosa y feliz, tampoco una perturbada a la
que tan solo le importaba su fisico. Isabel de Baviera fue una
mujer que, cuando comprendi6 que habia perdido la libertad,
dedic6 el resto de su vida a reconquistarla.

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...
UNA CORONA
MUY PESADA

La nueva emperatriz no podia dejar de


sollozar. Sentia que habia perdido
todo el control sobre su vida.

T
N o pensaba regresar. Al menos, no por ahora. Se ha-
bia escapado del resto del grupo y queria disfrutar
de un rato mas cabalgando sola y todo lo rapido que
pudiera, a esa velocidad en la que el viento parece tejido con
:finas cuchillas. Escuchaba a sus hermanos llamarla a voces
desde lejos,_pero ella preferia ignorarlos y saborear un poco de
este momento de soledad. Ella, su caballo y la naturaleza. No
podia sofiar con nada mejor; ese era su mundo y lo adoraba.
Cuando Isabel tenia catorce afios le fascinaba escabullirse
de su familia para cabalgar por libre, sin ningun rumbo marca-
do mas que el que describieran los cascos de su cabalgadura so-
bre la fertil tierra de Possenhofen. Su familia, los Wittelsbach,
tenia alli su residencia de verano, un castillo mas bien rustico
en el que, en realidad, pasaban casi la mayor parte del afio. En
ese apacible rinc6n de Baviera Isabel se sentia mucho mas fe-

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liz que en Munich, donde habia nacido. Alli, el frio y la lluv~a
oscurecian el aspecto de una ciudad que, por bella que fuera,
no podia rivalizar con su querido Possi, como lo llamaban fa-
miliarmente, con sus jardines y su bosque espeso, con sus vis-
tas al lago Starnberg y a los campos arados que lo rodeaban.
Cuando not6 que su rocin ya estaba descansado, se acer-
c6 a paso lento al resto del grupo y les avis6 de que no la
esperaran para regresar a casa. Qyeria cabalgar un rato mas y
acercarse hasta una granja cercana en la que vivia una amiga
con la que disfrutaba jugando en el bosque los dias soleados
como aquel. Alli, Isabel le repetia a la pequefia granjera todo
lo que su padre le habia ensefiado sobre las plantas que crecian
silvestres y, si estaba de humor y no la atacaba la vergiienza,
tambien le leia alguna de las ultimas poesias que habia escrito
en su cuaderno. Su madre, con inquietud en la voz, la advirti6
de que regresara temprano a casa, mientras su padre, mucho
mas permisivo, le hizo una sefial con la mano que significaba
que podia marchar tranquila. El dia era claro, las nubes ha-
bian desaparecido del cielo de ese rinc6n de Baviera y sabia
que su hija era una experta amazona, no corria ningun peligro
y, mucho menos, en casa de sus vecinos los granjeros, con cuya
hija habia jugado desde que era una nifia.

Isabel de Baviera habia venido al mundo acompafiada de to-


dos los augurios con los que la buena suerte podia obsequiar
a un recien nacido: en domingo, con un pequefio dientecito,
como el mismisimo Napoleon, y el dia de Navidad. En con-

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creto, la de 1837, a las diez y cuarenta y tres minutos de la
noche. Su madre la consider6 por todo esto un regalo divino
y, tras mostrarla a los caballeros y las damas de la corte que se
habian reunido para dar la bienvenida al bebe en el palacio en
el que residian los Wittelsbach, su madrina, la reina Isabel de
Prusia, le puso su mismo nombre. Pero nadie de la familia la
llamaba asi; para ellos foe siempre Sissi.
Su padre era Maximiliano, duque en Baviera, y perte-
necia a una rama secundaria de la casa Wittelsbach. De ahi
que no foera duque de Baviera sino «en», un rango aristocra-
tico sensiblemente inferior. Desde muy joven, la personalidad
de Max, como era conocido, habia fascinado y horrorizado
a partes iguales a la rigida corte bavara, ya que carecia de la
ambici6n politica de sus congeneres y preferia disfrutar de los
placeres de la vida. El duque era un gran amante del arte, de la
poesia, de la musica, de la naturaleza ... y de los viajes, a los que
dedicaba gran parte de su existencia. Era un ave de paso que tan
solo recalaba en el hogar familiar para coger foerzas y em-
prender de nuevo el vuelo, incluso despues de casado. La asig-
naci6n anual que le devengaba su titulo le brindaba una vida
mas que acomodada y ahi terminaban sus aspiraciones. Su
alma bohemia e inquieta jamas descans6 hasta reposar en la
tumba y foe quiza la herencia de mas cuantia que recibieron
cada uno de los diez hijos que tuvo con su esposa Ludovica.
Ella, sin embargo, no poseia una personalidad tan extra-
vagan te, si bien es cierto que tampoco se comportaba como
era propio de una dama de su alcurnia, con esa altivez que los
demas permitian a quienes ostentaban sus titulos. Princesa
real, Ludovica era la hija del rey Maximiliano I de Bavie-

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ra y de su segunda esposa, Carolina de Baden. Su matrimo-
nio con Max habia sido acordado desde que era tan solo una
nifia y ambos acataron su destino cuando se casaron el 9 de
septiembre de 1828. Su primer hijo, Luis, vino al mundo
en 1831 y fue el primero de la extensa prole de la pareja, que
se complet6 con Guillermo Carlos (1832, muerto con tan solo
un afio), Elena (1834), Isabel (1837), Carlos Teodoro (1839),
Maria Sofia (1841 ), Matilde Ludovica (1843), Maximiliano
(1845 , fallecido al nacer), Sofia Carlota (1847) y Maximi-
liano Manuel (1849) .
El palacio familiar de los Wittelsbach en M unich, en el
que vino al mundo Isabel, estaba situado en la Centrica Lud-
wigstrasse y era el reflejo de la singular personalidad de Max.
Al franquear su puerta pareda que cualquier sorpresa fuera
posible: un friso de cuarenta y cuatro metros de largo dedi-
cado a Baco, el dios griego del vino y la fertilidad, decoraba
el extenso salon de baile, jun to al que habia un elegante cafi
chantant de estilo parisino.
Possenhofen, en cambio, estaba destinado, cuando lo
adquirieron, a convertirse en la residencia de verano de la fa-
milia. Situado a unos veintiocho kil6metros de Munich, muy
pronto se convirti6 en el domicilio preferido de los Wittels-
bach, tanto por la hermosura del entorno como por lo a gusto
que se sentian alli sus habitantes.
Al duque le fascinaba salir al bosque con sus hijos para
ensefiarles los nombres de las plantas y sus propiedades, dar
largas caminatas y nadar en el lago cuando el clima lo permi-
tia. Aquella vida al aire libre daba a Max muchos mas motivos
para fomentar su pasi6n por la naturaleza, una querencia que

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intent6 transmitir por igual a todos sus hijos pero que arrai-
g6 sobre todo en Isabel, quien ya desde nifia mostr6 por las
plantas, los arboles y las fl.ores un amor tan profundo como
el que sentia por los animales. Cada dia cuidaba con mimo a
un sinfin de conejos que criaban en Possenhofen, asi como
a un corzo, un cordero yvarias gallinas de Guinea. Y disfruta-
ba tanto pasando tiempo con ellos como dibujandolos en su
cuaderno, sobre todo si esta distracci6n le servia para saltarse
las clases de piano. Su poca destreza hacia que odiara que la
sentaran ante las teclas, ya que sabia que no lo hacia nada
bien y preferia escuchar a su hermana Elena, a la que todos
llamaban N ene, que si mostraba mucho mas talento y soltura.
Entre escapadas al bosque, paseos a caballo, tardes le-
yendo y bordando junto al hogar, clases con sus instructores y
visitas de las granjas aledafias, algo completamente inusitado
para una familia de su rango, la nifia disfrutaba de una infan-
cia divertida, repleta de cultura, de naturaleza y de ejercicio al
aire libre. Possenhofen ofrecia cierta libertad, ya que era un
lugar alejado de la corte en el que se podian obviar algunas
normas de etiqueta. Para ella, aquel siempre fue un refugio en
el que, tambien de adulta, encontraria un sosiego que no le
transmitia ningun palacio. Solo en la sencillez de Possi podia
comportarse como queria, sin tener que preocuparse por mi-
radas o comentarios malintencionados.
Sin duda, la felicidad de sus hijos contrastaba con la ca-
llada resignaci6n de Ludovica ante la soledad que sentia en su
matrimonio, ya que el duque Maximiliano no cesaba de viajar
en ningun momento y, cuando no se encontraba descubriendo
otras culturas, exploraba la compafiia de alguna de las muchas

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mujeres con las que mantuvo relaciones extramatrimoniales.
El duque lleg6 a tener varios hijos ilegitimos, a los que man-
tenia con generosidad y de los que la aristocracia bavara, entre
ellos su propia esposa, tenia buena noticia. La pequefia Isabel
se acostumbr6, de hecho, a oir una frase de labios de su madre;
una frase que le quedaria grabada en la memoria: «Cuando una
esta casada, jSe encuentra tan sola . .. !».

E n el verano de 1853, el ambiente de Possenhofen, de natural


tranquilo y sosegado, habia adquirido una efervescencia que
contagi6 a todos sus habitantes. La correspondencia entre Lu-
dovica y su hermana Sofia, la madre del emperador Francisco
Jose I, se habia vuelto mucho mas intensa y Nene no perma-
necia ajena a esta circunstancia. Dentro de poco tendria lugar
el encuentro para el que se habia estado preparando durante
afios: su compromiso matrimonial con su primo, el emperador
de Austria. Desde que tenia memoria, su madre y su tia habian
alentado este momento y Nene, siempre tan responsable, tenia
acatado su futuro papel. Era culta, educada, refinada, ducha en
protocolo, elegante y sumisa. Reunia todas las cualidades que
se podian esperar de una futura reina consorte.
El encuentro iba a tener lugar a mediados de agosto en
la ciudad balneario de Bad Ischl, un lugar muy frecuentado
por la aristocracia y la familia imperial austriaca, que acudian
alli para disfrutar de unos dias de paz y de sus ricas aguas
termales. Ambos primos, Francisco Josey Nene, nose habian
visto desde 1848, cuando el tenia dieciocho afios y ella cator-

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UNA CORONA MUY PESADA

ce, y no podian ocultar su nerviosismo. Pero en Possenhofen,


aunque tenian los preparativos para el viaje muy adelantados,
algo preocupaba a Nern~: la tristeza que habia invadido a su
hermana pequefia, Sissi.
La joven habia sentido por primera vez el desamor y na-
die lograba sacarla de su melancolia. Meses antes, con el fervor
de los quince afios, se habia enamorado de un conde llamado
Ricardo, un caballero al servicio del duque que correspondi6 a
su amor desde el primer momento. Es mas, le regal6 un retrato
suyo que Isabel guardaba en secreto para contemplarlo cuando
se sabia a salvo de miradas ajenas, hasta que su madre se lo
descubri6 y se enter6 aside los amorios de su hija. Como sus
padres no veian con buenos ojos esta relaci6n, la atajaron de in-
mediato. Se envi6 al conde a un lejano destino, del que regres6
gravemente enfermo y falleci6 poco despues. Isabel, desolada,
plasm6 su pesar en unos versos. La poesia seria siempre su es-
pacio de intimidad y de desahogo.

Ya cayeron los dados.


i Ricardo muri6 ya!
iO!ie tristes las campanas!
Sefior, tenemos piedad.
Sofiando en su ventana
la rubia jovencita
esta triste, tan triste
que aun los espectros lloran.

Al verla como alma en pena, Nene y Ludovica decidie-


ron alentarla llevandola con ellas a Bad Ischl. Pensaban que

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el cambio de aires, jun to con el feliz anuncio del compromiso
de SU hermana, harian que regresara a SU animo la alegria que
siempre habia caracterizado a la joven. Y con ese deseo se la
llevaron con ellas, ademas de con otra intenci6n, mas taimada,
por parte de su madre y de su tia Sofia, quienes pensaban que
quiza en este encuentro cristalizaria la atracci6n entre Isabel
y el hermano menor de Francisco Jose, el archiduque Carlos
Luis. Tanto para Sofia como para Ludovica, esta era una so-
luci6n de lo mas eficiente para ambas familias, los imperiales
Habsburgo y los Wittelsbach. Ademas, desde aquel encuen-
tro ocurrido cinco afios atras, Isabel y Carlos Luis mantenian
una correspondencia que, si bien se habia vuelto mas espora-
dica con el paso del tiempo, hada que las respectivas madres
albergaran esperanzas de fraguar otro buen matrimonio. Si
bien es cierto que la nifia tan solo tenia once afios cuando se
vieron y no era especialmente bonita, si destilaba un encanto
que a Carlos Luis no se le habia borrado de la memoria, por
eso se mostraba mas que impaciente por volver a verla.
Con esa intenci6n secreta partia Ludovica junto a sus
dos hijas y un copioso equipaje con las mejores galas de Nene.
Qyeria que su hija mayor se mostrara ante Francisco Jose en
todo su esplendor y habia encargado para la ocasi6n unos
hermosos vestidos, elaborados con las telas mas ricas que ha-
bia podido encontrar. Todo era poco para la futura emperatriz
de Austria. La expectaci6n era maxima tambien para Francis-
co Jose, quien cubri6 las treinta horas que tomaba el viaje de
Viena a Bad Ischl en apenas diecinueve. Tan ansioso estaba
por encontrarse con quien podia convertirse en su futura es-
posa que apenas hizo caso durante el trayecto al conde Karl

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Griinne, su principal consejero, quien se afanaba por poner al
monarca al dia acerca de la complicada situaci6n de Austria
en la guerra de Crimea.
Este conflicto belico habia estallado dos meses atras,
cuando las tropas rusas ocuparon los principados del Da-
nubio (vasallos del Imperio otomano y germen de la actual
Rumania). Desde que conoci6 la noticia, Francisco Jose no
habia dudado en ofrecer su apoyo al zar N icolas, pues la in·-
tervenci6n de Rusia habia resultado clave para enfriar los le-
vantamientos nacionalistas de Hungria en 1848, cuando el
acababa de acceder al trono con solo dieciocho afios y era
un gobernante inexperto. No obstante, el (mico que pareda
c6modo con este pacto con el zar era el, ya que sus consejeros
se inclinaban mas por mantener a Austria neutral ante el con -
flicto o, incluso, aliarse con Francia e Inglaterra para luchar
contra Rusia.
Navegaba Francisco Jose en este mar de indecisiones
mientras iba de camino a Bad Ischl y el solicito Griinne
intentaba ponerlo al dia sobre el conflicto, pero su falta de
resoluci6n, asi como la distracci6n en la que lo envolvia su
pr6ximo compromiso matrimonial, hicieron que terminara
tom ando decisiones que, a la postre, desembocaron en conse-
cuencias funestas para Austria .

....
El 16 de agosto de 1853 Isabel lleg6 a Bad I schl junto con
su madre y su hermana, y con un cierto retraso. Ludovica
no podia ocultar el malest ar por su impuntualidad, pero una

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furiosa migrafia le habia obligado a ordenar que se inte-
rrumpiera el viaje durante unas horas hasta poder reponerse
un poco. Su tia Sofia tampoco disimulaba su disgusto por
la demora, ya que habia calculado con precision milimetri-
ca el encuentro entre su hijo y Nene, y ahora se veia obli-
gada a reformular sus planes. La madre de Francisco Jose I
era una mujer met6dica, ordenada y amante del protocolo.
Por eso no pudo evitar sentirse un tanto molesta por la llega-
da tardia de su hermana y sus sobrinas, aunque de inmediato
dej6 a un lado sus sentimientos para ponerse a reprogramar
las citas sociales del dia. Lo mas grave para Ludovica era que
habian llegado sin equipaje y sin las camareras que debian
ayudarlas, que aun se encontraban de camino. Asi, vestidas
de luto por la reciente muerte de una tia y cubiertas de polvo
por el largo camino, tuvieron que hacer todo lo posible por
adecentarse antes del esperado momento.
Sofia, siempre mas previsora y resolutiva que SU herma-
na, les envi6 una camarera al hotel en el que se alojaban y con
ella comenzaron los preparativos. Nene era la absoluta pro-
tagonista e Isabel no podia dejar de contemplarla. Siempre le
habia fascinado la elegancia de su hermana y ese aplomo que
mostraba en cualquier situaci6n, sobre todo cuando hablaba
con otras personas, algo que a ella la ponia tan nerviosa que
hacia que se mostrara torpe e insegura. La observaba ahora
mientras su madre y la camarera la peinaban. Mientras, ella
intentaba arreglarse sola: se sacudi6 como pudo el polvo del
oscuro vestido y se recogi6 el cabello en dos largas trenzas
que le caian sobre el pecho. Su vestido de luto, de cuello alto
y sin apenas ornamentos, no admitia peinados mas sofistica-

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dos. Ademas, no le interesaba perder tiempo con esto, sino
aprovecharlo junto a Nene para charlar mientras la acicala-
ban e intentar tranquilizarla ante el importante encuentro.
De alguna forma, sabia que aquel dia cambiaria sus vidas para
siempre; anticipaba toda la nostalgia que sentiria, pero, al
mismo tiempo, no podia dejar de sentirse feliz por el brillante
futuro que esperaba a su hermana.
Sin apenas darse cuenta llego el momento de ir a tomar
el te junto a Sofia, Francisco Jose, su hermano Carlos Luis y
algunos parientes masque no contribuian a relajar el ambien-
te, porque todos sabian cual era el proposito de este encuentro
y la tension los dominaba. Al entrar en el salon, Isabel apenas
reparo en el emperador, su madre y su hermano. Estaba fas-
cinada por la soltura de Nene, por como saludaba a sus fami-
liares con el gesto que correspondiera segun su estatus. Ella,
siempre junto a su madre, se sento donde Ludovica le seiialo
y sonrio pensando en la felicidad que irradiaba su hermana.
Francisco Jose, no obstante, se mostraba violento por tener
que conocer a su futura prometida delante de tanta gente,
pero su madre lo habia dispuesto asi y no pensaba protestar.
Sabia que Sofia {micamente pretendia su bienestar y el del
Imperio, por eso siempre habia encontrado en ella a su mejor
consejera y rara vez cuestionaba sus decisiones.
El emperador y Nene eran el centro de atencion. Todos
escrutaban de soslayo sus gestos y sus miradas en busca de al-
guna seiial que confirmara el paso que estaban a punto de dar.
Sofia y Ludovica se dedicaban sonrisas complices, mientras
Carlos Luis se sorprendia de como habia cambiado su prima
Sissi, de la belleza que mostraba aun siendo todavia una jo-

27
vencita. Y mientras todos esperaban que el emperador y Nene
intercambiaran algunas frases, incluso algun gesto cortes por
parte de el y de delicado coqueteo por parte de ella, Francisco
Jose, en vez de reparar en la joven que, seglin lo dispuesto,
iba a convertirse en su prometida, no conseguia despegar los
ojos de la hermana mas joven, Isabel. Fue un :flechazo, asi
lo describi6 mas adelante el propio monarca en una carta a
un primo suyo: «Enamorado como un cadete, feliz como un
dios». Fue preso de una fascinaci6n que lo cogi6 por sorpresa
y, acostumbrado desde nifio a que no le fuera negado ningun
capricho, no quiso frenar este sentimiento. Francisco Jose,
que tenia veintitres afios, acababa de descubrir que su prima
pequefia era ahora una muchacha de quince afios que exuda-
ba un encanto como jamas habia visto. Tenia una belleza fres-
ca, muy distinta del resto de las damas que habia conocido,
que lo cautiv6 desde el primer momenta. Su largo cabello del
color de la miel contrastaba con su piel blanca y resplande-
ciente. Su mirada despierta y tierna tambien lo cautiv6 desde
que, casi por casualidad, cruzaron sus miradas. Tambien sus
ademanes, muy distintos a la rigidez que siempre mostraban
las damas de la corte, le parecieron encantadores. Isabel era
espontanea y tan timida que apenas not6 que las miradas de
los demas, conscientes de lo que estaba ocurriendo, se cernian
sobre ella. No pudo probar nada de lo que tenia en el plato,
es mas, apenas podia responder sin titubear a los comentarios
amables que le dirigia Francisco Jose.
La joven no entendia nada, pero todos acabaron advir-
tiendo que los papeles se habian intercambiado entre ambas
hermanas. Nene no podia dejar de mirar de reojo a Isabel,

28
quien mostraba un desconcierto tal que confundia incluso al
propio Carlos Luis, su supuesto pretendiente. El pensaba que
seria su acompafiante en esta velada, pero, al igual que Nern~,
se habia quedado en un silencioso segundo plano. Para Fran-
cisco solo parecia existir Isabel, tanto que ni tan siquiera daba
muestras de que le importaran las miradas de estupor que se
intercambiaban Sofia y Ludovica, sorprendidas por el ines-
perado cambio de planes. Qyien iba a decir que la alocada y
joven Sissi, la pequefia a la que habian traido con ellas para
que olvidara a su primer amor, iba a ser la elegida de Fran-
cisco Jose. Tenia que ser una fascinaci6n pasajera ... ~Habia
reparado el emperador en que era Nene la candidata id6nea
para ocupar tan importante lugar?
Sin duda, quien menos se lo esperaba era la propia pro-
tagonista, atrapada contra su voluntad entre el desencanto de
su hermana, los celos de Carlos L uis y el ensimismamiento
del emperador. Ella, que rehuia las citas sociales y los bai-
les, que se sentia totalmente cohibida cuando algun amigo de
sus padres la invitaba a charlar, ahora estaba haciendolo con
el mismisimo emperador de Austria. A demas, sentia que le
estaba usurpando el puesto a N ene, al punto que Sofia y Lu-
dovica, consternadas, la terminaron sentando en una mesa en
el lado opuesto al emperador, pensando que su presencia era
irrelevante. Sin embargo, con tan solo dos miradas se convir-
ti6 en el antojo del rey.
Aquella noche, la confusion reinaba en las habitaciones
que ocupaban estos ilustres huespedes en un lujoso balneario
de Bad Ischl, pues la mayoria consideraba que Francisco Jose
se habia prendado pasajeramente de la quinceafiera pero que,

29
con el tiempo, entraria en raz6n y desposaria a Nern~. Sin em-
bargo, al despuntar el alba, Francisco Jose se present6 en los
aposentos de su madre, horas antes de que comenzaran las
citas sociales del dia. E l 17 de agosto de 1853, el emperador
habia tornado una de las decisiones mas cruciales de su vida:
se casaria con Isabel de Baviera, su prima Sissi, y asi se lo co-
munic6 a su madre. Sofia, mucho mas racional que el, le pidi6
que nose precipitara y que reparara en los encantos de Nene
antes de pronunciarse. Pero, por mas que intentara conven-
cerlo, sabia que su hijo jamas aceptaria un no por respuesta.
Por la mafiana, el emperador tenia preparada una batida
de caza, su afici6n favorita, pero declin6 unirse a ella para
poder quedarse en el balneario y ver a Isabel. El monarca
resplandeda de felicidad y apenas podia ocultarlo. El dia si-
guiente, 18 de agosto, celebraria su cumpleafios y la noche de
vispera se habia previsto un baile en su honor.
Por suerte, el equipaje ya habia llegado a Bad Ischl y la
hija mayor de Ludovica se afanaba por vestirse con un ma-
jestuoso vestido de seda blanca que contrastaba con la corona
de hiedra con la que queria decorarse el cabello. Isabel, por
su parte, opt6 por un vestido blanco y rosa palido muy sen-
cillo, un tanto infantil y para nada tan llamativo ni elegante
como el de Nene. Mientras se cambiaban en sus habitaciones,
Isabel se dio cuenta de que su hermana apenas le dirigia la
palabra, pero no queria entorpecer los preparativos de Nene, a
quien las camareras ajustaban el corse al maximo para que la
seda del vestido se pegara a el y desvelara su estrecha cintura,
al mismo tiempo que recosian aqui y alla algun detalle de los
ornamentos que se habia desprendido con el viaje. Otra le

30
cepillaba la melena con brio para que luciera lo mas brillante
posible bajo la tiara de hiedra. Tenia que bajar al baile sien-
do la dama mas hermosa y espectacular de la sala para que
Francisco Jose bailara con ella y anunciara con ese gesto la
inminencia del compromiso. El emperador todavia nose ha-
bia pronunciado y todo apuntaba a que lo haria en esa velada.
Isabel, en cambio, se habia arreglado sola y ahora, obser-
vando a su hermana en silencio desde una butaca en un rin-
c6n de la habitaci6n, pensaba que preferiria haberse quedado
en Possenhofen. No sabia c6mo franquear la muralla de mu-
jeres y silencio que la separaba de su hermana. Su madre de
inmediato detect6 que algo le pasaba, ya que Isabel habitual-
mente era un torbellino de energia y alegria. Pero hoy su hija
mayor era la protagonista y no tenia un segundo que perder.
Cuando se abri6 la velada, ni el emperador ni ningu-
na de las dos hermanas participaron en el primer baile. Era
costumbre que los invitados mas ilustres aguardaran a las
siguientes piezas musicales y asi lo hicieron. La primera en
danzar, eso si, foe Isabel, y lo hizo con un ayudante personal
del emperador a quien la archiduquesa Sofia pidi6 que invi-
tara a bailar a la joven. En un principio, se mostr6 turbada
porque nunca habia bailado ante tanta gente, pero pronto se
tranquiliz6 gracias a la amabilidad de su partenaire, quien la
ayud6 a seguir sus pasos con destreza. Francisco Jose, por su
parte, no podia desviar la mirada de ella, quien pareda :flotar
por encima de la pista mientras sonreia con muchisimo en-
canto. Al terminar el baile, de hecho, el asistente que habia
compartido ese momento con Isabel le dijo a un amigo alli
presente: «Creo que acabo de bailar con nuestra futura empe-

31
ratriz». Y como si el tambien lo hubiese oido, Francisco Jose
se levant6, se acerc6 con paso firme a ella y le solicit6 un baile.
No solo eso, sino que tambien le ofreci6 su ramillete, un gesto
que no daba lugar a ninguna mala interpretaci6n: ella era la
elegida, la futura esposa del emperador de Austria.
Sofia sabia cual era el siguiente paso y no quiso demo-
rarse, asi que comunic6 a su hermana Ludovica el deseo del
emperador de casarse con Isabel. La joven, que aun seguia
sorprendida por la elecci6n, no pudo por menos que acceder
porque, tal y como confesaria Ludovica afios despues cuando
se le preguntaba por este momento, «al emperador de Austria
no se le clan calabazas».

Pocos dias despues, el 19 de agosto, Isabel lucia unas oscuras


ojeras. No habia podido pegar ojo en toda la noche, nerviosa
por cuanto sucedia a su alrededor. Era todavia demasiado jo-
ven para comprender la relevancia de lo que estaba a punto de
ocurrir: iba a convertirse en Isabel de Austria. A ratos parecia
una espectadora de su propia vida y comenzaba a tener claro
que aquella existencia relajada en Possenhofen estaba pr6xi-
ma a convertirse en un espejismo. Y era igualmente joven
para comprender por que se sentia inquieta ante la idea de
casarse, de compartir su vida con alguien. En realidad, tenia
sobrados motivos para ello: tanto su madre como su tia Sofia
se habian casado con hombres a los que no amaban, por pura
obligaci6n y sentido del deber. En este sentido, ella habia te-
nido mas suerte, pensaba. El emperador era un joven apuesto,

32
de buen porte, alto y atletico, con una apariencia y unos mo-
dales que lo convertian en el pretendiente sofiado por muchas
mujeres. A pesar de que ni siquiera se lo planteara, tal vez
podria acabar enamorindose de el, aunque existia tambien la
posibilidad de que la rigida educaci6n que habia recibido el
emperador, esa impunidad en el caricter de quien se sabe pre-
destinado al trono, podia volverse una condena para alguien
que valoraba tanto su libertad como ella.
Cuando Francisco Jose, obnubilado por su propia felici-
dad, la foe a buscar aquella mafiana para que asistieran juntos
a la misa, apenas repar6 en la mirada cansada de su prome-
tida. Solo se fij6 en que lucia bellisima, con el mejor vestido
que habia traido en su equipaje. La pareja sali6 del hotel des-
pertando la admiraci6n de todos los que se hospedaban en el
balneario. Eran j6venes, ambos hermosos. Parecia que todo
el mundo habia olvidado la dificil situaci6n politica que vivia
Austria, incluso el propio emperador. Francisco Jose entr6 en
la iglesia con Isabel agarrada de su brazo, y la archiduquesa un
paso por detris, ya que al ser su sobrina la prometida del em-
perador, su jerarquia la obligaba a dejarle a ella la primera fila.
Isabel se sentia sumamente inc6moda al saberse el cen-
tro de las miradas, tanto que los ojos se le empafiaron de lagri-
mas. Ese escrutinio publico la sobrepasaba y estaba deseando
que la misa terminase. Pero al acabar, Francisco Jose la cogi6
con carifio de la mano y camin6 con ella hasta el sacerdote, al
que pidi6 que la bendijera como su prometida. Acto seguido,
el resto de los acompafiantes se apresuraron a felicitarlos y a
todos los sorprendi6 la timidez de la joven, que apenas podia
articular palabra.

33
A Ludovica no se le escapaba detalle de lo que estaba
sucediendo. Ella conoda bien a su hija, sabia que estaba su-
friendo y que le esperaba una ardua tarea. No sabia c6mo la
afrontaria su pequefia Sissi.
A medida que se hacia de noche en Bad Isch, un sin-
fin de velas y faroles con los colores nacionales de Austria y
Baviera comenzaron a iluminar el cielo. Desde la ventana de
su habitaci6n, Isabel divisaba la alegria que le mostraba por
primera vez el que seria su pueblo. La noticia habia corrido
como la p6lvora por toda Austria, con un comentario que
debia envolverla aun mas de felicidad si cabe: el emperador
habia escogido a su futura esposa libremente, movido por el
amor. Sin embargo, ella solo podia llorar, pues todo esto habia
sido tan inesperado que apenas habia tenido tiempo para asu-
mir cuanto habia cambiado su vida. No es que se arrepintiera,
pero si sentia miedo, incluso creyendo que podria ser feliz
junto a su primo.
En cuanto regres6 a Possenhofen, las lagrimas cesaron.
Aunque tenia por delante un intenso programa de estudios,
por fin se encontraba en casa y volvi6 a invadirla la alegria.
Tenia que aprender frances e italiano a marchas forzadas,
pero su asignatura mas importante era la historia austriaca.
La joven disfrutaba de estas clases acompafiada de toda la
familia, porque asi se hacian las cosas en Possenhoferi, juntos,
un privilegio que sabia que pronto le seria arrebatado. Por
fortuna, gracias a la union que siempre tuvieron los Wittels-
bach entre si, Nene no tard6 en comprender que no debia en-
fadarse con su hermana pequefia, pues esta poco habia podido
hacer cuando ·el emperador la escogi6. Asi, pasado el disgusto

34
de los primeros dias, N ene no solo acat6 sin ambages que
su hermana pequefia seria la nueva emperatriz, sino que se
convirti6 de nuevo en su mejor amiga. iOlie inmensa alegria
tenerla otra vez a su lado!
El ajuar era cosa de Ludovica y Sofia. A Isabel po co le im-
portaba si su trousseau, su ajuar, tenia la sufi.ciente ropa blanca
o si incluia guantes a juego con todos sus vestidos. Mientras la
archiduquesa le enviaba a su madre largas cartas con instruc-
ciones sobre c6mo disponerlo todo, Possenhofen se llen6 de
modistas, sombrereras, zapateros, bordadoras ... Un sinfin de
personas que no h adan mas que tomarle medidas y probarle
sus creaciones cuando conseguian que les hiciera caso durante
algunos minutos. Esas cartas tambien contenian una orden
para ella: debia lavarse mejor los dientes para que no se vieran
tan amarillos. Aquella muchacha bavara alegre y salvaje de-
bia convertirse a contrarreloj en la mas impecable dama de la
corte de Viena. Desde alli llegaban innumerables envios de
joyas de gran valor a las que Isabel apenas prestaba atenci6n.
Eso si, un regalo del emperador consigui6 emocionarla por
completo: un papagayo que la acompaii6 durante afios.

C on el tumulto de los preparativos, Isabel apertas habia re-


parado en que se acercaba la N avidad y, con ella, su decimo-
sexto cumpleafios, el ultimo que celebraria como soltera. Lo
iban a fes tejar en su palacio muniques y la mafiana del 24 de
diciembre se levant6 de muy buen humor. Deseaba que co-
menzaran cuanto antes las celebraciones junto a sus padres y

35
a sus hermanos, era su dia favorito del afio y en esta ocasi6n,
aunque tenia un cierto regusto a despedida, estaba dispuesta
a disfrutarlo masque nunca.
El emperador se present6 en el palacio de los Wittels-
bach cargado de los mejores regalos para su futura esposa:
varios conjuntos de joyas que el mismo habia escogido, un
retrato suyo y un juego de desayuno de viaje, realizado en
plata y con la corona imperial, con la Ede Elisabeth, su nom-
bre en aleman, grabada en todas las piezas. La archiduquesa,
su futura suegra, tambien quiso obsequiarla con un lustroso
ramo y un centro en forma de corona hecho con rosas frescas,
una flor muy dificil de encontrar en pleno invierno, asi como
unos rosarios elaborados con piedras preciosas. Por su parte,
Ludovica habia previsto esta circunstancia y habia encargado
pintar un retrato ecuestre de su hija, que entreg6 a su prome-
tido co mo regalo de N avid ad.
Cuando se sentaron todos a la mesa, por un instante a
Isabel le pareci6 que apenas habia cambiado nada, que habia
vuelto a su vida anterior, tan distinta a la de los ultimos meses,
con montones de visitantes a todas horas. En ese momento,
con la familia reunida alrededor de Ia mesa, todos sonrientes
y con animo festivo, parecia que el tiempo se hubiera conge-
lado un afio atras, en las ultimas N avidades que habia pas ado
siendo una muchacha an6nima.
Pero mientras se encontraban celebrando su cumplea-
fios, la delicada situaci6n que se vivia en Oriente aceler6 la
partida de su prometido. Las tropas anglofrancesas habian
partido hacia el mar N egro con el animo de reducir a Rusia,
y Francisco Jose, si bien no tenia intenci6n de enfrentarse al

36
zar, tampoco les habia brindado su apoyo, de modo que la
ausencia del gesto foe tomada como una afrenta.
Aun asi, a pesar de la dificil posici6n de Austria en la
guerra de Crimea, de la inestabilidad territorial del Imperio
a causa de los nacionalismos en auge, de la precaria situaci6n
econ6mica de la gran masa de poblaci6n rural del pais y de los
crecientes reclamos de mejores condiciones de vida para los
obreros, entre otros problemas politicos, el interes publico es-
taba centrado en la boda imperial. Este acontecimiento habia
brindado al pueblo una esperanza y un jubilo que ayudaba, en
parte, a aliviar algunas tensiones sociales. Si la subida al tro-
no de Francisco Jose I habia simulado un ablandamiento del
regimen absolutista (aunque pronto se comprob6 que no foe
asi), la boda con Isabel de Baviera la vio el pueblo como un
nuevo cambio de aires en la monarquia. Esta princesa bavara,
hermosa y joven, se presentaba ante ellos como un soplo de
esperanza. Y eso mismo foe lo que intent6 ser Isabel, aunque
no siempre lo consigui6.

,..

Veinticinco baules anunciaron la llegada de la fotura empera-


triz a Viena. El ajuar de la novia imperial, del que se conser-
va el inventario completo, foe recibido en palacio con cierta
decepci6n, ya que los objetos que contenia atestiguaban que
la joven, si bien provenia de una familia de abolengo, no era
especialmente adinerada. D e hecho, la mayoria de las joyas
que contenia este equipaje eran regalos que el emperador y la
archiduquesa le habian hecho en los ultimos meses.

37
Como era costumbre en la epoca, las novias nobles,
tambien las de la alta burguesia, mostraban su trousseau ante
la mirada de la corte. Y cuando se expuso el de Isabel de
Baviera, los comentarios acidos por parte de las cortesanas
vienesas no se hicieron esperar. En aquel circulo social, dos
elementos definian a las personas: sus riquezas y la intacha-
bilidad de SU arbol geneal6gico. Las <lamas arist6cratas ya se
habian encargado de husmear en este ultimo y sabian que la
joven no tenia sangre real absolutamente pura, pues su abuela
paterna provenia de una familia noble pero no soberana. Y
ahora, ademas, podian sumarle a esa mancha lo exiguo de las
riquezas expuestas a ojos de todos. Aquella pueblerina, de la
que se rumoreaba que tomaba cerveza en las comidas, una
bebida impropia de las clases nobles, se habia quedado con
el soltero mas cotizado del Imperio y gran parte de Europa.
~Qye tendria esa jovencita que no tuviesen ellas, criadas y
educadas en la corte?
Isabel habia pasado la noche con su familia en la ciudad
de Linz, ultima parada antes de su esperada entrada en Viena.
El dia anterior, el emperador la habia sorprendido presentan-
dose en esta localidad sin aviso, ya que estaba previsto que se
encontrase con su prometida en la capital austriaca y no antes.
Pero era tal su emoci6n por verla que no pudo esperar vein-
ticuatro horas y, a bordo de un barco de vapor, habia surcado
el Danubio hasta llegar a Linz para pasar algo mas de tiempo
con ella saltandose todo protocolo, algo inusitado en el, que
siempre media tanto sus pasos.
Aun recordaba la sonrisa de su futuro esposo cuando
se subi6 al buque Francisco Josi a las ocho de la mafiana, un

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navio profusamente decorado para la ocasi6n. Se habia de-
clarado el dia festivo y ambas orillas del Danubio estaban
sembradas de hombres, mujeres y nifios que querian ver a su
futura emperatriz. Desde la cubierta, ella saludaba con un pe-
quefio pafiuelo de encaje a los que se convertirian en breve en
sus subditos, sorprendida por el entusiasmo y el carifio con el
que la recibian, hasta que su m adre le pidi6 que se cambiara
el vestido de viaje por otro de ceremonia, mas apropiado para
entrar en la ciudad. La joven sali6 de su camarote al cabo
de un largo rato, ataviada con un vestido de seda rosa, muy
vaporoso y con un amplisimo mirifiaque que acentuaba mas
su estrecha cintura. La mantilla, de encaje blanco, hacia juego
con un gracioso sombrerito con el que se adornaba el pelo.
Asi verian los vieneses por primera vez a Isabel de Baviera.
La sorprendi6 el repiqueteo ensordecedor de las campa-
nas de todas las iglesias de Viena, que dieron la bienvenida a
la novia imperial tafiendo con alegria. Apenas eran las cuatro
de la tarde y el barco se estaba acercando al muelle cuando el
emperador, de nuevo impaciente, salt6 a bordo para saludar a
Isabel. A ella la impresion6 lo guapo que se veia con el uni-
forme de mariscal y no podia dejar de sonreirle mientras el,
ofreciendo en publico un gesto de intimidad sin precedentes,
abrazaba y besaba en la mejilla a su futura esposa ante la mi-
rada de todos los alli congregados. Francisco Jose, que siem-
pre se habia mostrado como la mas joven encarnaci6n del
Antiguo Regimen, estaba actuando con una espontaneidad
que dej6 a muchos boquiabiertos.
Todos se contagiaron en este momento de la felicidad
que invadia la escena. Austria estaba a punto de recibir a una

39
emperatriz joven y bonita que daria un nuevo estimulo a la
corona ya la vida social vienesa. Al emperador nunca lo ha-
bian visto tan dichoso y rebosante de energia, e incluso la
archiduquesa Sofia parecia haber serenado un poco su sem-
blante siempre rigido. Pero en medio de este ambiente de ce-
lebraci6n, Isabel cada vez estaba mas nerviosa por el excesivo
protagonismo y el temor de no estar a la altura de lo que se
esperaba de ella. Se sentia torpe ante tanta elegancia, igno-
rante ante el protocolo rigido y complejo que lo revestia todo
en Viena, aunque apenas tuvo tiempo de pensar en ello entre
tanta presentaci6n y reverencia.

Cuando la despertaron de madrugada, Isabel protest6; ape-


nas se habia quedado dormida hada unas horas. El 23 de
abril, vispera del enlace, iba a tener lugar la solemne entrada
de Isabel de Baviera en Viena y los preparativos comenzaron
antes del alba, pues la novia debia lucir lo mas hermosa posi-
ble. Un ejercito de costureras, zapateras, peluqueras y cama-
reras se presentaron a primera hora en sus aposentos y ella,
aun medio dormida, se dej6 hacer mientras pensaba que no
necesitaba tanta ayuda para vestirse. Todavia no sabia que
esto se convertiria en algo habitual en su nueva vida, ya queen
la epoca se tenia la costumbre de terminar de coser los vesti-
dos de las damas, sobre todo los de gala, una vez puestos. Asi,
tenia que soportar largas horas de prueba, ajuste y costura de
sus ropajes, sobre todo cuando tenia por delante alguna acti-
vidad social o de resonancia publica.

40
No fue hasta ultima hora de la tarde cuando, junto a
su madre, se subi6 al fin a la carroza tirada por ocho corceles
blancos, con las crines adornadas con borlas rojas y doradas,
que tenia que conducirlas a traves de la ciudad hasta el pala-
cio imperial. Llevaba un vestido de larga cola de color rosado
adornado con hilo de plata y guirnaldas de rosas, yen la ca-
beza luda su nueva diadema de brillantes. Pero no fueron las
joyas ni el fastuoso vestido lo que mas llam6 la atenci6n del
pueblo, sino su semblante de agotamiento. Isabel lloraba tras
el cristal de la carroza sin encontrar consuelo ni en su madre.
El pueblo la jaleaba, pero ella solo podia sollozar, tan to que las
lagrimas le empafiaron la imagen de una ciudad engalanada
como nunca lo habia estado. Se sentia agotada y asustada, pero
nadie pareda entenderla ni darle refugio. Asi lleg6 al palacio
de Hofburg, su nuevo hogar. Al salir, ante la atenta mirada de
toda la familia del que seria su esposo, se le enganch6 la parte
superior de la diadema con la puerta de la carroza. Este seria
el primer tropiezo de la nueva emperatriz ante los Habsburgo.
Isabel y Francisco Jose I contrajeron matrimonio el 24 de
abril de 1854, y todos los que se casaron ese mismo dia re-
cibieron como regalo del emperador una dote de quinientos
gulden, el doble de los ingresos que recibia un obrero en todo
un afio. Todas las iglesias de Vierra oficiaron misas especiales
esa jornada, los mas desfavorecidos recibieron ropas nuevas,
comida, lefia y pan . .. La corona queria compartir con el pue-
blo la dicha del enlace y asi lo recibieron los austriacos, como
una jornada de jubilo.
La nueva emperatriz, en cambio, no podia dejar de so-
llozar. Sentia que habia perdido todo el control sobre su vida.

41
~D6nde estaba la felicidad que debia sentir en ese momento?
Creia amar a Francisco Jose, pero no estaba segura de que-
rer tambien todo lo que este matrimonio conllevaba. Setenta
obispos y prelados asistian al solemne enlace, asi como toda
la aristocracia austriaca y hungara, ataviada con sus mejores
galas y joyas. Pero ella tan solo buscaba entre la multitud a
su familia, a sus padres y hermanos, a los que apenas veia por
tener los ojos empafiados.
Salvas y tronar de cafiones ensordecieron las palabras de
los novios, que partieron de la iglesia rumbo a Hofburg con-
vertidos ya en marido y mujer. Isabel lucia deslumbrante, con
un vestido blanco y bordado en plata, y una larga cola de seda
bordada. El vestido lo don6 a la iglesia dias despues del en-
lace, como era costumbre, para que lo recortaran y reaprove-
charan los bordados en las sotanas de los religiosos. Pero bajo
aquel hermoso vestido, las lagrimas rodaban por su rostro de
recien casada. En el trayecto, Francisco Jose le cogia con fuer-
za la mano y trataba de consolarla como podia, convencido de
que el llanto se debia a la intensa emoci6n del momento, sin
sospechar que en realidad procedia de la ansiedad que sentia
en su coraz6n de dieciseis afios.
Al llegar al palacio, era tal el gentio que los esperaba
para realizar el besamanos, embajadores, legados, ministros,
arist6cratas, cortesanos .. . , que Isabel no pudo mas. Aislada
en una estancia contigua, rompi6 a llorar sin consuelo, con el
rostro entre las manos y sin poder apenas respirar. Acababa
de entender cual seria su nueva vida y ya queria huir de ella.
Necesitaba abrazarse a su madre, que su padre le dedicara pa-
labras de consuelo, que sus hermanos la cogieran de la mano y

42
le dijeran que todo iba a ir bien. En cambio, encontr6 tristeza
y miedo: ahora ya era Isabel, emperatriz de Austria, no podia
dar un paso atris. Mientras tanto, al otro lado de la puerta, la
corte murmuraba y ella, por primera vez, escuch6 el eco que
provoca la soledad en un palacio.

43
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JS.lVfJJV UOJ vqv;svq Jj 'OJJJ '/J.,{,'/JJ '{
zyef.lJS v;pod Jnb OJ.lJfqmsJp v;qvH
:IB811 n.LIBldS:I
..,, Nn
I I
L a archiduquesa Sofia podia ponerse como qms1e-
ra, pero Isabel no estaba dispuesta a dar su brazo a
torcer. Su suegra le habia afeado que en el ajuar no
incluyera mas de seis pares de botines de cuero, pero ~para
que queria mas? Teniendo en cuenta que los usaria en conta-
das ocasiones, no entendia la raz6n de su sorpresa, pues tenia
botines para afios. Pero ahora acababa de conocer el moti-
vo de su agitaci6n: la emperatriz de Austria solo podia usar
los zapatos un unico dia. A la mafiana siguiente, tras regalar los
usados a una de sus damas de compafiia o camareras mayores,
debia estrenar un par nuevo.
Cuando le comunicaron a Isabel esta norma se neg6 en
rotunda a cumplirla. No entendia por que su nuevo puesto
conllevaba tantas reglas y, a menudo, tan absurdas, ya fuesen
normas de protocolo en actos publicos como de puertas ha-

47
cia dentro. Sentia que ni en su nuevo hogar, el Palacio Im-
perial de Hofburg, podia encontrarse a gusto y, sobre todo, a
salvo de las miradas inquisitorias de la corte, de los conseje-
ros de su esposo y de la archiduquesa Sofia, u_na mujer que se
movia como pez en el agua entre las normas que a ella tanto
la asfixiaban.
A pesar de que su suegra se habia esmerado en la prepa-
raci6n de los aposentos imperiales, Isabel no habia encontra-
do en ellos el hogar que tanta falta le hacia, de modo que la
pareja se traslad6 a un conj unto de estancias compuesto por
un recibidor, una sala de espejos y un salon, un gabinete y un
dormitorio, todo ello dentro del complejo del propio palacio.
Las salas eran amplisimas y estaban decoradas con los lienzos
mas hermOSOS del palacio y los muebles, alfombras y Cortinas
que la propia Sofia habia escogido personalmente. No habia
escatimado en gastos ni en esfuerzos para que su hijo y su
nuera se sintieran c6modos en su nueva vivienda, pero Isabel
buscaba algo muy distinto al lujo: un espacio de intimidad,
como la que reinaba en Possenhofen. Esa era la {mica riqueza
que le habia sido negada.
Aunque intentaba no crear tensiones con Sofia, porque
su madre se lo habia rogado y porque pensaba que en el fon-
do su suegra no tenia mal coraz6n, al cabo del dia resultaba
practicamente inevitable que no mantuvieran algun enfren-
tamiento. Esta vez habia sido por culpa de la costumbre de
no reutilizar los zapatos, pero el dia anterior foe porque habia
vuelto a pedir cerveza para acompafiar la comida y Sofia la
habia reprendido, porque una emperatriz no podia tomar una
bebida tan plebeya.

48
~Cual seria el motivo de la disputa de mafiana? Tanto
daba. La {mica certeza de Isabel era que terminaria sintien-
dose sola y perdida, buscando algun lugar solitario al que
retirarse, a salvo del juicio de los demas. Ya en la luna de
miel habia detectado que la compafiia de Francisco Jose seria
una excepci6n mas que una costumbre. Los recien casados se
habian trasladado hasta el palacio de Laxenburg, utilizado
como vivienda de verano por los Habsburgo desde el siglo xiv.
Y aunque a ella la fascin6 el entorno, cuando vio que su es-
poso no dejaba ni un dia de volver a Vierra para atender sus
obligaciones, se sinti6 profundamente decepcionada. Pensa-
ba que pasarian unos dias juntos, solos, como dos recien ca-
sados. En su lugar, solo disfrutaban de las cenas en la misma
mesa y siempre acompafiados por la archiduquesa Sofia y
una larga ristra de acompafiantes que para Isabel no eran
masque extrafios.
Al regresar a Hofburg, aunque Francisco Jose no te-
nia que desplazarse para ejercer sus deberes, la situaci6n de
la pareja no mejor6. Ella se pasaba horas y horas paseando
por los interminables pasillos de palacio, tan amplios y altos
que el frio se apostaba en ellos y era imposible desahuciarlo.
Acostumbrada a dar largas caminatas por los alrededores de
Possenhofen, encontraba asi una forma de espantar la afio-
ranza de su hogar, de su familia y de su antigua vida. Era una
nifia de dieciseis afios, vestida y tratada como una reina, que
dedicaba las horas a escapar de este ambiente para buscar
cierto alivio en la soledad. Sin embargo, en lugar de encontrar
consuelo hallaba siempre la misma sensaci6n de estar cami-
nando por las entrafias de un animal muerto.

49
Solo se sentia a gusto cuando cerraba la puerta de su
alcoba al caer la noche y leia con la (mica compafiia de su pa-
pagayo y del crepitar de la lefia en el fuego. Y fue asi como
escribi6, a los catorce dias de su boda, un poema que resulta
toda una oda a la libertad perdida:

jOjala nunca hubiese dejado el sendero


que a la libertad me habia de conducir!
jOjala no me hubiese extraviado
por las avenidas de la vanidad!
Desperte en un calabozo
con esposas en las manos.
Mi nostalgia dia a dia crece,
y ru, libertad, me volviste la espalda.
Desperte de una embriaguez
que tenia presa mi alma,
y maldigo inutilmente este cambio
en el que a ti, libertad, te perdi.

Todos los dias se le antojaban iguales. Durante la mafiana re-


cibia un sinfin de diputaciones venidas de todos los rincones
del vasto Imperio austriaco, de Carniola y Moravia, de Es-
tiria y Silesia ... Apostada de pie entre el emperador y la ar-
chiduquesa, Isabel mantenia durante horas la misma postura
mientras intentaba sonreir a los asistentes a la recepci6n. A la
hora del almuerzo, siempre de caracter oficial, debia cambiarse
por completo antes de sentarse a la mesa: vestido, mirifiaque,

50
zapatos, guantes, sombrero, joyas .. . Y tan solo aquellas tardes
en las que cesaba la actividad oficial conseguia escabullirse a
caminar, escribir o leer, aunque siempre junto a algunas de sus
damas de compafiia, escogidas personalmente por su suegra.
La archiduquesa se habia afanado en componer un elenco de
cortesanas que la acompafiaran, pero Isabel sabia que, mas que
sus c6mplices, eran confidentes de Sofia, por lo que tambien
tenia que guardar las apariencias cuando estaba con ellas.
Qye lejos parecian quedar, vistos desde esta extrafia pri-
mavera de 1854, aquellos dias en Possenhofen llenos de colori-
do, de aire libre, de libertad. Convertida ya en el blanco de todas
las miradas en bailes y recepciones, y tambien cuando entraba
en alguna estancia de palacio o simplemente salia a dar un pa-
seo por el jardin, Isabel se lamentaba por no tener intimidad.
Ademas, aquellos primeros dias le habian reportado una ense-
fianza a la que dudaba que pudiera acostumbrarse: la emperatriz
debia parecer y no ser. Y ella, como buena Wittelsbach, siem-
pre habia vivido de espaldas a las apariencias, propias y ajenas.
Su suegra tampoco contribuia mucho a aligerar la pesa-
da carga que Isabel tenia que soportar. Para la archiduquesa,
el puesto de la bavara albergaba tal honor que cualquier sa-
crificio se veia recompensado, mientras que para Isabel toda
perdida de libertad era motivo de ofensa. No queria vestirse
y desvestirse delante de sus camareras, no estaba acostum-
brada a ello y la invadia el pudor cada vez que tres y hasta
cuatro mujeres le desataban el corse, le quitaban los zapatos
o le desabotonaban el vestido. Y sus quejas eran recibidas por
la archiduquesa como nimiedades que la emperatriz debia su-
perar. Sofia, acostumbrada desde joven a acatar su destino, a

51
tomar decisiones familiares e incluso politicas si era necesa-
rio, no entendia que su nuera protestara por esos detalles que
consideraba triviales.
La salud de Isabel pronto comenz6 a evidenciar este
malestar por medio de severos ataques de tos que la dejaban
indispuesta durante horas. Incomprendida y presa de la afio-
ranza, se hundi6 en una amarga tristeza que lastraba su mi-
rada y contrastaba con la alegria del emperador, enamorado
y bastante ajeno al estado de animo de su esposa. Su madre
le recomendaba que no hiciera caso, diciendole que eran ni-
fierias pasajeras, y el la creia, confiando en ella, como siempre
habia hecho. No en vano Sofia estaba considerada la empera-
triz de Austria en la sombra, ya que habia sabido insuflar en
su hijo el deber que conlleva la corona y, una vez el la ostent6,
se convirti6 en su mas pr6xima consejera.
Isabel era muy consciente de ello y, aunque en las recep-
ciones oficiales se situaba entre Francisco Jose y Sofia, sabia
que no ocupaba ese espacio. Es mas, cada vez estaba mas con-
vencida de que no existia ningun espacio reservado para ella.

Llevaba dias sin poder borrarlo de su mente. La festividad de


Corpus Christi habia sido su primer acto publico y le habia
dejado un regusto amargo que no conseguia eliminar. En los
dias previos, Francisco Jose e Isabel habian pasado dos se-
manas recorriendo Moravia y Bohemia, un viaje en el que la
joven habia ejercido por primera vez de reina visitando hos-
pitales y orfanatos. Pero el Corpus Christi tenia mucha mas

52
relevancia. Porque se celebraba en Viena, por un lado, pero
tambien porque tenia un peso politico importante, ya que
el emperador siempre encabezaba la procesion en un gesto
que simbolizaba la union de la corona con la Iglesia catolica.
Aunque era creyente, gracias a su educacion ya su intuitiva
inteligencia, Isabel habia llegado a la conclusion de que la
religion y el E stado no debian entremezclarse, y no pudo sino
estar de acuerdo con aquellas voces criticas que sefialaron la
provocacion que suponia que la comitiva se cerrara con una
extensa representacion del ejercito. Aunque no podia mani-
festarlo en publico, la joven coincidia con quienes habian ha-
llado en esto una ofensa: la fe catolica, segun ella, nada tenia
que ver con armas ni galones.
Francisco Jose, no obstante, apenas presto atencion al
comentario de SU esposa. Para el, Isabel debia permanecer
aj ena a cualquier consideracion politica y nunca la informa-
ba del estado del Imperio. Si bien el se pasaba el dia despa-
chando con ministros, consejeros y altos mandos militares,
la emperatriz ignoraba todo aquello de lo que se ocupaba su
marido y, cuando se interesaba por algun asunto en concreto,
este preferia desviar el tema. La complicada situacion del Im-
perio en la guerra de Crimea se estaba agudizando y, a pesar
de que Isabel percibia el desasosiego en su ros.tro, el jamas
compartia con ella su pesadumbre por el giro que estab a to-
mando la contienda. En pocos meses, la neutralidad inicial de
Francisco Jose se habia ido alej ando cada vez mas de Rusia, su
antiguo aliado, por temor a que el conflicto se contagiase a sus
territorios. Asi, cuando el zar tuvo noticia de que las tropas
austriacas apostadas en la frontera de los principados del Da-

53
nubio no solo no se habian retirado sino que habian recibido
refuerzos, no pudo sino declarar su hostilidad y convertirse,
de nuevo, en el enemigo natural de Austria en Oriente. Fran-
cisco Jose ya no podria contar nunca mas con el zar ni con
su numeroso ejercito. De hecho, su aislamiento en la escena
internacional era cada vez mas evidente.
Isabel comprendia la inquietud de su esposo. Pero ~por
que no podia Francisco Jose confiar en ella, su joven esposa,
y transmitirle su angustia por una decision que conllevaria
nefastas consecuencias en el futuro? La (mica mujer con la
que departia sobre politica era con su madre, en cuyo criterio
si que habia confiado siempre. Por otro lado, segun le habian
ensefiado, las emperatrices debian dedicarse a otros m enes-
teres, como estar al tanto de las habladurias de la corte. Y a
ella los comadreos no le interesaban en absoluto, por mucho
que sus <lamas de compafiia se empefiaran, para su desespe-
raci6n, en contarle todo lo que aconteda dentro y fuera de
palacio. Aquel ambiente de cotilleos la oprimia, a tal punto
que a menudo sentia que solo cuando cabalgaba recuperaba
cierta libertad. Era su pequefio respiro. Lo que no imaginaba
era que pronto se veria obligada a mantenerse alejada de las
caballerizas imperiales. Habian pasado unos meses desde su
matrimonio y la noticia llen6 de jubilo no solo el palacio, sino
toda Viena: la emperatriz estaba embarazada.
Como ya no podia montar, Isabel intentaba pasar todo
el tiempo que podia acompafiada por los animales que habia
traido desde Possenhofen. Sobre todo, le habia cogido un es-
pecial carifio al papagayo que le habia regalado Francisco Jose,
del que no se habia separado desde entonces, junto a otros

54
ejemplares mas que cuidaba a diario con carifi.o. Hasta que la
archiduquesa Sofia escribi6 a su hijo para que le prohibiera
hacerlo: «Me parece que Sissi no deberia pasar tantas horas
con los papagayos pues, especialmente en los primeros meses,
es peligroso ver con insistencia determinados animales, ya que
el pequefi.o en camino puede parecerse a ellos. Es conveniente
que se mire mucho al espejo o que te contemple a ti».
Alejada de sus queridos animales y sin posibilidad de
salir a cabalgar ni a disfrutar de las largas caminatas que tan-
to la calmaban, el estado animico de Isabel aun empeoraba
mas por lo mal que se encontraba a causa del embarazo. Con
tan solo dieciseis afi.os, le toc6 esperar a su primer bebe sola,
alejada de su familia, pues Ludovica, su madre, no quiso ir a
visitarla por temor a que sintiera aun mas afi.oranza. Tuvo que
esperar hasta bien entrado el verano para que su familia se
reuniera por fin de nuevo en Bad Ischl y ella pudiera disfrutar
de su hermana Matilde, a la que llamaban Spatz («gorri6n»
en aleman) y de Carlos Teodoro, Gacke! («gallito»).
Lo primero que llam6 la atenci6n a sus hermanos fue
cuanto habia cambiado Isabel en esos meses. Estaba mucho
mas alta y espigada, tanto que apenas se le notaba el embarazo.
Aunque el cambio mas acusado residia en su caracter, mucho
mas callado y apagado que de costumbre. Para cuando empeza-
ba a sentirse a gusto y a recuperar parte de su olvidada alegria,
tuvo que volver a Viena porque su esposo, el emperador, tenia
que atender sus asuntos. La tristeza de la separaci6n la abati6
de nuevo. Al llegar, Sofia le insisti6 en que debia mostrarse al
mundo embarazada, que no se quedara escondida en sus apo-
sentos sin ver mas que a sus camareras y damas, sino que esco-

SS
giera vestidos que le marcaran bien la barriga y se paseara por
los jardines de palacio para que la corte pudiera verla en estado
de buena esperanza. Una vez mas, las apariencias mandaban
por encima de su estado de animo y de salud.
Pasaban los meses e Isabel solo encontraba consuelo en
la idea de que pronto tendria a su hijo con ella. No era el em-
barazo que hubiese imaginado, rodeada de extrafios y tan lejos
de su familia, pero sabia que cuando por fin sintiera el calor
del bebe en su regazo todo habria valido la pena. Lo que ig-
noraba era que, a sus espaldas, Francisco Jose aceptaba ciertas
propuestas de su madre que iban a abrir una grieta insalvable
en la pareja: el bebe dormiria jun to a los aposentos de la archi-
duquesa y no junto a los del matrimonio imperial, de tal for-
ma que Isabel solo podria visitarlo cuando su suegra estuviera
presente. Es mas, tampoco podria participar en la eleccion del
aya, ya que Sofia habia determinado que fuera una baronesa
de su confianza. Una oleada de vertigo la invadio cuando el
emperador le transmitio estas decisiones; no era mas que una
mera espectadora de su vida, sin derecho a tener opinion, ni
mucho menos a expresarla. Pero cuando intentaba explicarle
esto a SU esposo, el apenas atendia a SUS suplicas. La situacion
del Imperio en la guerra de Crimea centraba tanto sus pensa-
mientos que apenas le quedaba tiempo para ella. Ciertamente,
el escenario politico era complicado; no solo se habian gran-
jeado la enemistad con Rusia, sino que habian endeudado a
la Corona para las siguientes decadas. Sin embargo, el seve-
ro empobrecimiento de sus subditos no era tan preocupante
como la terrible epidemia de colera que ese afio asolo a la po-
blacion. Austria mostraba su faz mas recia ante sus enemigos,

56
pero de puertas para dentro era un Imperio menesteroso yen-
fermo. Ademas, Francisco Jose no querfa llevar la contraria a
su madre por mucho que su esposa se lo implorara.
Isabel se sentfa sola, perdida, inquieta por el devenir de
su embarazo y sin ninguna mujer con la que poder hablar con
confianza. Su suegra, dadas sus ultimas deci.siones, no era una
opci6n, ya que Lis pequefias tiranteces del principio a causa
del protocolo se habfan convertido en una guerra silenciosa
entre ambas. Sofia concentraba en su ser aquel viejo mundo
inflexible y ciego que se negaba a avanzar, un mundo en el que
separar a Isabel de su bebe no resultaba un acto tan atroz si
con eso conseguia protegerlo de las nuevas ideas, los vientos
extrafios que soplaban desde el futuro .

......

Isabel mand6 llamar al emperador cuando todavfa no eran ni


las siete de la mafiana del 5 de marzo de 1855. Las contrac-
ciones eran tan fuertes que sentfa la inminencia del parto. El,
antes de acudir a su lado, fue primero a despertar a su madre
para que estuviera presente en tan feliz acontecimiento, pero
cuando lleg6 a la habitaci6n de su esposa corri6 a su lado y le
cogi6 la mano mientras la besaba. Su amor estaba a punto de
darle un heredero, no podia quererla mas, le dijo. N o fue hasta
las tres de la tarde cuando al fin vino al mundo el bebe: una
nifia grande y robusta que llen6 la estancia con su primer llo-
ro y a la que, tras lavarla y vestirla, depositaron en los brazos
no de Isabel, sino de Soffa, sentada al lado de la cama de su
nuera. Mientras escuchaba el repicar de todas las iglesias de

57
Viena celebrando una misa en honor al nacimiento, la joven
madre poco a poco foe quedandose dormida mirando desde
la distancia el rostro de su pequefia.
Se llamaria Sofia y su abuela seria su madrina. Tampoco
en esto habia podido opinar Isabel, quien, con diecisiete afios
recien cumplidos, echaba de menos a su madre masque nun-
ca. Apenas veia a su hija y, cuando lo hada, siempre era ante
una miriada de mujeres entre las que destacaba su suegra. Asi,
pronto volvi6 a refugiarse en la lectura para aislarse de todo lo
que la heria. En ese universo suyo nadie podria ningunearla
ni constrefiirla con absurdas normas y protocolos. Los libros
eran su espacio propio de libertad. Ley6 tantas veces su obra
de teatro favorita, El suefio de una noche de verano, de Wi-
lliam Shakespeare, que lleg6 a aprendersela de memoria. Pero
cuando intentaba, en algun momenta de intimidad, recitarle
algunos de sus versos favoritos a su esposo con la intenci6n de
incluirlo en su mundo, este no entendia por que se mostraba
tan entusiasmada con esta pieza. Francisco Jose jamas habia
sentido la pasi6n por el arte y la lectura que ella mostraba. Al
final termin6 dandose por vencida; era imposible transmitir
a alguien tan terrenal la belleza de un poema, aunque no por
ello pensaba renunciar a su unica via de escape y de felicidad.

Cuando Isabel volvi6 a quedarse encinta, el Imperio ansiaba


queen esta ocasi6n diera al emperador un heredero var6n. No
obstante, el 12 de julio de 1856 naci6 una nifia a la que pu-
sieron el nombre de Gisela, de nuevo no por elecci6n materna

58
sino en recuerdo a la esposa del primer rey cristiano de Hun-
gria, Esteban I. E sta vez la madrina si fue Ludovica. Isabel
estaba muy ilusionaba con que su madre acudiera a Viena con
motivo del bautizo, pero al final esta no asistio a la celebracion
y, para su disgusto, fue representada por Sofia.
Como si fuera una pesadilla, Isabel tuvo que revivir
todas las angustias de su primer parto, puesto que a Gisela
tambien la separaron de ella nada mas nacer y fue entregada
a los cuidados de Sofia. T an poca relacion tenia la emperatriz
con sus dos pequefias que poco a poco sus visitas se fueron
espaciando cada vez mas hasta llegar al punto en el que ape-
nas las veia. Habia comprendido perfectamente su papel en
Viena, alli no era nadie, tan solo el medio por el cual el Im-
perio austriaco y, por ende, los Habsburgo, garantizaban su
continuidad en el trono. Y esa perdida absoluta de identidad
la desesperaba.
Todo lo que le negaba la corte, por el contrario, se lo
brindaba el pueblo. Su popularidad, por este entonces, estaba
en auge entre los austriacos, que habian visto en ella, ademas
de a una joven hermosisima que devolvia a su trono un es-
plendor del que no habia gozado en decadas, tambien ciertos
aires de relajacion en el absolutismo de Francisco Jose. Con
motivo de su matrimonio y del nacimiento de Sofia y Gisela,
algunos presos politicos habian sido amnistiados y se habia pu-
blicado en enero de 1855 un nuevo codigo penal que suprimia
la carrera de baquetas, una cruel forma de tortura, asi como el
uso de cadenas de hierro en los penales. Veian en Isabel a una
amiga del pueblo y una buena influencia para Francisco Jose,
una imagen completamente opuesta a la de la archiduque-

59
sa Sofia, a quien consideraban un estandarte del absolutismo
mas radical y sangriento. Ademas, la mutua animadversion
entre ambas habia traspasado las puertas de palacio, por lo
que la joven no solo pareda tener ideas mas abiertas y bene-
volas hacia su pueblo, sino que tambien se atrevia a algo que
ni su propio esposo tenia valor de hacer: enfrentarse a Sofia.
Habian pasado dos afios desde que habia puesto un pie
en Hofburg y en tan poco tiempo Isabel no solo habia te-
nido dos hijas, sino que habia aprendido poco a poco que
signi:ficaba ser emperatriz, con sus pros y sus contras. Pero no
estaba dispuesta a ser un mero instrumento de la monarquia,
y para ello necesitaba formar parte de ella. Asi, valiendose de
SU inteligencia y SU intuici6n, mucho mas afinadas que las

de Francisco Jose a pesar de la diferencia de edad y de edu-


caci6n, ide6 la forma de recuperar a sus hijas. De nada servia
que se quejara ante su marido, que dedicara las noches a llorar
y los dias a vagar por palacio. De pronto entendi6 que tenia
que ser mas perspicaz y menos emocional, yen un viaje que
realiz6 el matrimonio imperial en septiembre de 1856 a Ca-
rintia y Estiria, Isabel hizo un primer intento de imponer su
criterio aprovechando un momento a solas con su esposo. Le
dijo que queria tener a sus hijas con ella y que no iba a con-
sentir, al regresar al palacio, que su suegra siguiera privandola
de su compafiia. Isabel entendi6 que alli, lejos de la residencia
real y sin tener que compartir mesa dos veces al dia con la
archiduquesa, era el lugar id6neo para mostrarse firme. No
estaba equivocada. Por primera vez en su vida, Francisco Jose
llev6 la contraria a su madre: escribi6 en el acto una carta en
la que le trasladaba, vestidas de ruego, las exigencias de su es-

60
posa. Al leerla, Sofia incluso lleg6 a amenazar con abandonar
el palacio, con el consecuente esd.ndalo que su decision sus-
citaria. Pero Isabel se mostr6 implacable: que le devolvieran
a SUS hijas habfa sido SU primera Y unica Victoria Y no estaba
dispuesta a dar ni un paso atras .

.....

En el viaje a Carintia y Estiria Francisco Jose habia constata-


do con sus propios ojos el encanto que desprendia su esposa
entre SUS subditos. Este viaje habia sido la prueba de la fasci-
naci6n y la simpatia que levantaba la emperatriz en cada una
de sus apariciones publicas. Consciente de la fragilidad de
su Imperio, el emperador quiso aprovechar esa popularidad
para viajar a otras regiones lejanas a Viena que peligraban a
causa de los nacionalismos: las provincias italianas del Veneto
y Lombardia, y H ungria. La guerra de Crimea habia llegado
a su fin y la nueva prioridad era encarar estos desafios si no
querian que Austria se desmembrarse.
El matrimonio parti6 hacia el Reino lombardo-veneto
en noviembre de 1856, cuando el movimiento de unidad ita-
liano se encontraba en pleno auge y veia en los Habsburgo a
su principal enemigo. Francisco Jose no cedia ni un apice en su
posici6n conservadora, una postura insostenible a ojos de
muchos de sus consejeros, ya que los italianos contaban con
la protecci6n de N apole6n III y, diezmadas las tropas co mo
estaban tras la campafia en Crimea, Austria tendria todas las
de perder en caso de que estallara una guerra. Es por eso que
intent6 su peculiar maniobra de propaganda: mostrarse al

61
pueblo junto a su encantadora esposa y pasar los siguientes
cuatro meses alojados en palacios de Milan y Venecia, para
gobernar desde alli todo el Imperio.
En un principio, Isabel se debati6 entre, por una parte,
las ansias de viajar y de alejarse todo lo posible de Viena y, por
otra, seguir disfrutando de la recien conquistada compafiia
de sus dos pequefias. H abia descubierto que podia ser feliz y,
para ello, le bastaba con alejarse de la corte. Pero le costaba
tanto dejar de nuevo a las nifias en manos de su suegra ... Al
final se decidi6 por una soluci6n intermedia: ella acompafia-
ria a su esposo pero su hija mayor, Sofia, iria con ellos. Habia
cumplido dos a:fios y era una nifia enfermiza, por lo que con-
sider6 que el cambio de aires le sentaria bien.
Las criticas no se hicieron esperar. La primera en cen-
surar la decision foe Sofia, quien advirti6 de que este era un
viaje peligroso e iban a exponer a la ni:fia a riesgos que podrian
evitarse. La prensa italiana pareci6 escucharla cuando public6
que la pequefia era el escudo del matrimonio imperial contra
posibles atentados. Pero ni estas amenazas tan graves consi-
guieron que Isabel claudicara: su hija viajaria con ellos.
Si en sus anteriores visitas a otros rincones del Impe-
rio la poblaci6n daba la bienvenida a la pareja entre vitores y
aplausos, en Italia la atm6sfera era muy distinta. Los ciuda-
danos del Reino lombardo-veneto convivian desde hacia afios
con las tropas austriacas en sus calles y pagaban cuantiosos
impuestos, mientras G iuseppe G aribaldi y Camillo Benso,
conde de Cavour, lanzaban el mensaje pr6spero y esperanza-
dor de una Italia unida. Sabotajes, intentos de atentado ... La
pareja imperial no era bien recibida en estos territorios, tanto

62
que cuando atravesaron la magnifica plaza de San Marcos en
Venecia, solo los soldados austriacos lanzaron vivas a sus em-
peradores, mientras los italianos guardaban un pesado silen-
cio. Francisco Jose, sin embargo, lleg6 a escribir en una carta
que «Sissi conquistaba Italia con mas eficacia que todos sus
soldados y cafi.ones», pero no era asi: Austria necesitaba mu-
cho mas que una maniobra propagandistica para conservar el
Veneto y Lombardia, aunque el emperador fuera el unico que
parecia no ser consciente de ello.
Hungria foe su siguiente destino. Las relaciones en-
tre Viena y Budapest se habian complicado en los ultimas
afi.os, sobre todo por la voluntad centralista de Austria y el
sentimiento antihungaro que emanaba de la corte. Habian
pasado apenas nueve afi.os desde la revoluci6n y sus lideres
permanecian en el exilio. Los hungaros tan solo tenian una
opci6n para la esperanza: el papel de Isabel. En Possenho-
fen, justo antes de contraer m atrimonio, la joven habia tenido
un preceptor magiar, el conde Juan de Mailath. Se trataba
de un historiador e intelectual hungaro al que su familia ha-
bia escogido para que le ensefi.ara historia austriaca, cosa que
hizo de forma brillante, aunque con un pronunciado sesgo en
favor de su nacionalidad y con ideas bastante liberales, tanto
que incluso lleg6 a hablarle de las bondades de la republica
como sistema de gobierno. Mas alla de la influencia de su
profesor, Hungria veia en Isabel todo lo opuesto a lo que des-
prendia la archiduquesa Sofia: una posible aliada.
Surcando el Danubio desde Viena, en esta ocasi6n los
emperadores viajaron acompafi.ados de sus dos hijas, aunque
Sofia sufria subidas de fiebre desde antes de partir. Cuando

63
llegaron a Budapest, el recibimiento tuvo el boato que reque-
ria la ocasi6n, pero el ambiente denotaba la falta de entusias-
mo del pueblo hungaro hacia sus reyes. Isabel, sin embargo,
apenas podia disimular su emoci6n en los desfiles militares y
durante el primer baile que se ofreci6 en el palacio de Buda-
pest. No podia dar credito a lo que tenia ante sus ojos: una
corte magiar, vestida con ropajes coloridos y adornados con
piedras preciosas, y una actitud orgullosa, un tan to desafiante,
que le impact6 desde el primer momento. Aquello no tenia
nada que ver con Viena. Con solo diecinueve afios y habien-
do conocido unicamente los drculos cortesanos vieneses, la
joven no se imaginaba que pudiera existir algo tan opuesto,
tan exuberante. Sobre todo, cuando comenzaron las danzas
hungaras, vistosas y alegres, que eclipsaron toda su atenc~6n.
La reina conect6 de inmediato con el caracter del pue-
blo. Qyiza vio en ellos el reflejo de su propio espiritu libre,
que se encontraba mucho mas a gusto entre aquellos rebeldes
que oprimido por el vetusto y conservador ambiente vienes.
Francisco Jose, por el contrario, apenas podia ocultar su des-
precio por el pueblo que habia querido liberarse de su yugo
apenas nueve afios antes y con el que tan poco se identificaba.
Hungria no se habia equivocado en su intuici6n: el destino les
habia enviado una voz amiga.
Las apariciones de Isabel lograron el efecto que Fran-
cisco Jose habia anticipado. Lejos de acogerla con frialdad,
los hungaros la vitoreaban en cada uno de los actos en los que
participaba y ella, entusiasmada, correspondia con sonrisas y
con un arrebato que, aunque intentaba disimular porque su
posici6n se lo imponia, se le notaba en la mirada. Tambien en

64
lo politico Hungria vivi6 una pequefia victoria: se permiti6 el
regreso de algunos rebeldes exiliados y se les devolvieron sus
bienes incautados.
El viaje estaba siendo un exito, pero solo en el ambito
politico. De puertas hacia dentro, no obstante, las malas no-
ticias truncaron la felicidad de los reyes: el estado de su hija
mayor habia empeorado gravemente, tanto que pareda que no
habia vuelta atras. Hnalmente, la nifia falleci6 el 29 de mayo
de 1857 y la pareja imperial decidi6 regresar inmediatamente
a Viena llevando con ellos el pequefio cuerpo de Sofia. Isabel, a
SUS diecinueve afios, habfa perdido a una de SUS dos unicas

hijas y no hallaba consuelo ni en su otra hija, Gisela, ni en su


esposo, ni en su madre, que le enviaba casi a diario largas cartas
desde Possenhofen. Desolada, se aisl6 en sus aposentos y solo
su llanto, incesante dia y noche, conseguia franquear la puerta.
Apenas dormia y se negaba a ingerir ningun alimento, ator-
mentada por la idea de que su pequefia quiza estaria aun con
vida si ella no se hubiera empefiado en llevarla de viaje consigo.
E n esos momentos, Isabel se rompi6. Habia llegado a
Hofburg siendo una joven ingenua y poco a poco habia to-
rnado consciencia de su poder y del alcance de su inteligencia,
pero ahora solo era una madre aislada de todos, devastada
por el dolor y la culpa, desesperada por la perdida. Tanto que
practicamente renunci6 a la pequefia Gisela y, una vez mas, su
suegra qued6 al cargo de la nifia. Fueron a visitarla su madre
y tres de sus hermanos, pero poco pudieron hacer por ella.
Volvia a sufrir constantes accesos de tos y dificultades para
respirar, y su aspecto tambien se resentia dia a dia, cada vez
mas delgado y consumido.

65
Para sorpresa de todos, en diciembre de 1857 se anunci6
un nuevo embarazo de Isabel. En un enorme acto de respon-
sabilidad, debido a su estado abandon6 sus curas de hambre
para no poner en riesgo al bebe. Tambien dej6 de salir a ca-
balgar para desahogarse y sustituy6 esta actividad por largos
paseos en los que apenas podia disimular su tristeza. Deseaba
tener otro hijo, pero a menudo la atrapaba la melancolia.

El 21 de agosto de 1858 la emperatriz dio a luz en Laxenburg,


en el mismo castillo donde pas6 su breve luna de miel, al prin-
cipe heredero: el Imperio austriaco al fin tenia un kronprinz.
Recibi6 el nombre de Rodolfo y la corona celebr6 su naci-
miento con generosos donativos al pueblo. Viena estaba de
fiesta, tanto por la llegada del pequefio como por las transfor-
maciones que la ciudad habia experimentado en los ultimas
afios. Y ahora, con un principe heredero entre las paredes del
palacio imperial, parecia que la ciudad se habia preparado para
recibir con todos los honores al pequefio Rodolfo.
Para Isabel, en cambio, la felicidad foe apenas una ilu-
si6n, porque una vez mas perdi6 el contacto con su hijo nada
mas salir de sus entrafias. El parto, que foe sumamente dificil,
la dej6 muy debilitada y sujeta a una larga convalecencia entre
acusados picos de fiebre, de modo que ni siquiera le permitie-
ron amamantar al bebe. En otofio aun no habia mejorado y
tampoco el invierno trajo ninglin alivio a su estado, mientras
Sofia habia acaparado por completo la crianza del pequefio
Rodolfo. Ludovica intentaba calmarla en sus cartas, pero sus

66
palabras solo le produdan aiin mas dolor, ya que tenia la im-
presi6n de que su madre se preocupaba mas por que se recon-
ciliara con su suegra que por su propio estado.
Solo logr6 animarla un poco la visita de su hermana pe-
quefia, Maria, a la que con diecisiete afios acababan de casar
por poderes con el principe heredero del Reino de las Dos
Sicilias, el Borbon Francisco II. La joven se dirigia hacia su
nuevo pais, pero quiso parar antes en Viena para cuidar de
su hermana. Con su ayuda, Isabel experiment6 una notable
mejoria: al fin dej aba de sentirse aislada, tenia a alguien a su
lado que la entendia y con quien podia aliviar su dolor. Se que-
daban despiertas hablando hasta la madrugada, compartiendo
la cama, como cuando eran dos nifias que robaban horas al
suefio para hablar de sus cosas lejos de los adultos. Maria supo
ver que el mal de su hermana no era de los que se curan con
horas de reposo y paseos por el jardin, sino rompiendo la sole-
dad a la que se sentia aherrojada en aquel frio palacio.
Despues de dos semanas, Isabel acompafi6 a su herma-
na hasta Trieste para apurar un poco mas de tiempo con ella.
Ninguna de las dos podia dejar de llorar cuando Maria subi6
al Fulminante, el barco imperial que la llevaria hasta Napoles.
Isabel veia marchar a Maria hacia un destino demasiado pa-
recido al suyo: una corte desconocida y rodeada de extrafios .

....
Isabel recorria los largos pasillos de Hofburg por enesima vez.
Dentro del pufio de su mano derecha apretaba la ultima car-
ta de su hermana enviada desde Napoles, que desdoblaba de

67
tanto en tanto para releerla como si buscara una clave escon-
dida que diera soluci6n a todo.
Desde que se habian separado, la emperatriz no habia
vuelto a pro bar bocado. Acaso alglin jugo de came y poco mas.
La angustia le cerraba la garganta e impedia que nada pasara
por ella. De Napoles le llegaban muchas malas noticias. Prime-
ra, la debilidad fisica y mental del hombre al que Maria habia
tenido que unir su vida, algo que se habia hecho mas evidente
desde que este habia tenido que hacerse cargo del trono tras la
muerte repentina de su padre. Este nuevo rey miedoso y pas-
mado, ademas, no estaba a la altura de las peligrosas circunstan-
cias, ya que el movimiento de unificaci6n italiano avanzaba con
la fuerza de una tempestad y Napoles tambien corria un grave
peligro, como las posesiones austriacas en el norte de Italia.
En abril de 1859, Francisco Jose lanz6 un ultimatum a
Turin: o cesaban los des6rdenes politicos apoyados por el pro-
pio ejercito turines o Austria declararia la guerra a los insurrec-
tos. El conde de Cavour habia conseguido lo que pretendia,
impulsar al Imperio austriaco hacia una guerra para la que no
estaba preparado. La debilidad de sus tropas era conocida en
toda Europa, asi como su delicada situaci6n financiera. Era el
mejor momento para enfrentarse en una contienda a Austria
y arrebatarle la victoria, de modo que las provocaciones conti-
nuaron hasta que la amenaza del emperador se hizo realidad.
En cuanto las tropas austriacas se adentraron en el Piamonte,
la Francia de Napoleon III acudi6 en ayuda del futuro Reino
de I tali a. Francisco Jose ya no tenia aliados en Rusi a, pero tam-
poco en el vecino reino de Prusia, que preferia que Austria se
debilitara en el escenario europeo antes que reforzar su poder.

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Paradigmaticamerite, esta contienda, que suponia un
episodio negativo para Austria, le dio un respiro a Isabel y
le devolvi6 el fuego que habia perdido en los ultimos me-
ses. Gracias a las cartas de su hermana desde Napoles, estaba
mejor informada que el propio Francisco Jose y se atrevi6 a
aconsejarle. No entendia las decisiones de su esposo, como
la de subir los impuestos para sufragar su nueva guerra; los
subditos ya vivian ahogados en la pobreza y ademas sabian
que quienes se enrolaban en el ejercito jamas regresarian a su
hogar, pues los enviaban a una muerte segura. Asi se lo hizo
saber: un soberano no podia estar tan alejado de su pueblo si
no queria que este se alejara para siempre de la corona.
Finalmente, Francisco Jose pareci6 escucharla y decidi6
desplazarse hasta la Alta Italia para acompafiar a las tropas,
pero era un gesto que a esas alturas ya no tenia ningun senti-
do. Su arrogancia y su falta de vision estrategica habian con-
denado a su ejercito a la derrota y a su pueblo, a la miseria.
Apesadumbrada por el destino que su esposo habia es-
cogido para SUS subditos y, sobre todo, para SUS soldados, Isabel
decidi6 ponerse del lado del pueblo e instal6 por su cuenta en
Lax:enburg un hospital para atender a los enfermos. Cada dia
paseaba entre sus camas para intentar brindar algo de consue-
lo a los heridos, aunque la unica certeza que tenia era la del
dafio irreparable que esta contienda estaba haciendo a los aus-
triacos. J amas a lo largo de sus veintiun afios habia leido tantos
peri6dicos ni se habia informado de la situaci6n politica de
su pais con tanto fervor. Hablaba a diario con los soldados,
repasaba las cartas de su hermana y se informaba a traves de
la prensa de la situaci6n, hasta que por fin estall6 ante su ma-

69
rido: el regimen militarista y absolutista que estaba empefiado
en mantener no iba a ser sino la tumba de los Habsburgo. Si
queria permanecer en el trono austriaco, le dijo, debia buscar la
paz en Italia y aflojar el yugo que oprimia al pueblo. Pero una
vez mas, Francisco Jose hizo caso omiso a su esposa. No podia
permitir que fuera ella quien decidiera el destino de Austria.
Ademas, el confiaba en la voluntad divina y en que Dios es-
taria del lado de SU Imperio. Lo unico que le preocupaba con
respecto a Isabel era que comiera mas y cabalgara menos.
Al fin lleg6 la paz, pero no de la mano de Francisco Jose
sino de la de Napoleon III, que solicit6 a Austria que cediera
Lombardia y retirara sus tropas. Al Imperio no le quedaba
otra opci6n, asi lo consideraron entonces la corte y el propio
emperador, el mismo que habia despreciado el consejo que le
habia dado Isabel solo unos meses atris para poner fin al con-
flicto. Austria habia salido de esa guerra con las areas vadas y
con su poblaci6n diezmada y desencantada de su corona.
A Isabel la enfureci6 la posici6n de su esposo. Su cerra-
z6n y su negativa a escucharla habian llevado a Austria hasta
esta encrucijada enfangada. E n materia de politica, Francisco
Jose solo escuchaba a su madre mientras que a ella la despre-
ciaba, lo que provoc6 que el matrimonio imperial viviera su
primera crisis conyugal en los afios 1859 y 1860, justo cuando
la emperatriz volvi6 a recibir malas noticias desde Napoles. Su
hermana le escribi6 para relatarle que Garibaldi habia ocupado
el reino con sus tropas y que se dirigia a la capital, donde resi-
dian ella y el rey. Desesperada, Maria le pedia ayuda en la carta
para que los libraran de un triste final. Isabel corri6 a suplicar a
su esposo que hiciera algo para auxiliar a su querida hermana,

70
pero la respuesta de Francisco Jose le hel6 la sangre: no podia
permitirse el envfo de tropas ni de dinero. Lo que conmocio-
n6 a Isabel no fue tanto su imposibilidad de aportar recursos
como el desinteres que mostr6. El emperador no movi6 un
dedo y un abismo se abri6 entonces entre Isabel y el.
Cansada de la situaci6n, la emperatriz abandon6 el pa-
lacio y se refugi6 una semanas en Possenhofen con la peque-
fia Gisela. No regres6 has ta el 18 de agosto, para celebrar el
cumpleaiios de su esposo, pero su actitud hacia el no habia
cambiado, mas aun cuando la situaci6n en Napoles empeora-
ba a marchas forzadas y, un par de semanas mas tarde, la reina
Maria no tuvo mas opci6n que huir de la capital y refugiarse
en la fortaleza de Gaeta con su incapaz marido. Fueron meses
de angustia para Isabel, que recibia con cuentagotas las no-
vedades sobre el asedio al que estaban sometidos su hermana
y los pocos hombres que la acompaiiaban. Sin embargo, le
llegaron noticias sobre la fero z defensa de la fortaleza que
encabez6 Maria, arengando a sus soldados, protegiendo a los
heridos: fue tal la valentia que mostr6 la joven de veinte afios
que, aunque acabaran rindiendose ante Garibaldi en enero
de 1861, pas6 a la historia como «la heroina de Gaeta». Isabel
estaba orgullosa de su hermana, pero temia que la aguardara un
tragico destino y que ella no hubiese hecho nada por evitarlo.
A raiz del trajin y las decepciones de los ultimos meses,
la salud de Isabel habia vuelto a empeorar, sobre todo por su
falta de apetito y sus episodios nerviosos. Sus crisis respira-
torias tampoco la habian abandonado. Se sentia impotente,
incapaz de hacerse escuchar y rodeada de mentes ancladas
en el pasado que no sabian c6mo enfrentarse a los retos del

71
presente, a los profundos cambios que la modernidad estaba
provocando en el lmperio austriaco. Su malestar era tal que el
doctor que la trataba, un especialista en el sistema respirato-
rio, le recomend6 que se desplazara cuanto antes a algun lu-
gar calido porque su vida corria peligro: estaba tan debilitada
que dificilmente conseguiria aguantar mas crisis como las que
venia sufriendo en los ultimos meses, y el invierno vienes era
demasiado riguroso para que pudiera reponerse.
Isabel no lo dud6 y apost6 por su salud, no iba a dejar-
se veneer. Orden6 que hicieran su equipaje de inmediato y,
como destino, escogi6 uno del que le habia hablado su cuiiado
Maximiliano, el hermano pequefio de Francisco Jose, quien lo
habia visitado en el trayecto de vuelta de un viaje a Brasil: la
isla de Madeira. La emperatriz no quiso trasladarse a ningun
punto calido del Imperio, necesitaba alejarse cuanto pudiera
de alli y pasar un tiempo fuera de su nefasta influencia. Ade-
mas, la distancia hacia casi imposible que su esposo la visitara.
Por primera vez, iba a estar aislada por decision propia.
Extenuada pero decidida, dej6 en Hofburg a las <lamas
de compafiia que sabia que actuaban como confidentes de So-
fia y se llev6 con ella solo a las de su maxima confianza. A esas
alturas, tanto le daba ya guardar las apariencias con su suegra.
Dej6 tambien atras a su marido y a sus hijos, mientras toda
la corte se lamentaba de ellos y censuraba el «abandono» de la
emperatriz. A ojos de los demas, Francisco Jose era la victima
del capricho de una esposa inestable y veleidosa, y si los rumo-
res de crisis en la pareja imperial ya inundaban la corte, la fuga
de la emperatriz no hizo mas que fundamentarlos. Por suerte,
ella ya no estaba alli para oirlos. Para entonces se dirigia al yate

72
imperial que la reina Victoria de Inglaterra habia puesto a su
disposici6n para que pudiera trasladarse a Madeira.
En efecto, la grave afecci6n pulmonar que sufria comen-
z6 a mejorar nada mas salir de Viena. Ya en alta mar, en cuanto
not6 el aire frio y salobre del oceano en su rostro se neg6 a
dejar la cubierta.Jamas se habia abandonado a la danza de las
olas ni habia sentido las gotas frescas de espuma estallar en
su piel cuando azotaban el casco del barco. jOjala su Imperio
fuera este!, el del horizonte interminable y la niebla enredada
en el mastil, el de las velas henchidas y susurrantes, bailando
al son del viento. Nada de lo que habia visto antes se pareda al
mar ni le hada sentir algo igual. Qyeria que el viaje no termi-
nara jamas, que se convirtiera en el propio destino.
Todos sus acompafiantes le rogaban que regresara al ca-
marote, avisandola de que era peligroso mantenerse alli fuera
durante el oleaje y que podia enfermar. Pero aquel espectaculo
de color azul petr6leo, con el cielo surcado de gaviotas y la
madera crujiendo con los embistes del mar la tenian comple-
tamente fascinada. El oceano foe SU balsamo y SU medicina.
Sus pulmones se llenaron de aire y salitre. Y su alma, por pri-
mera vez en muchos afios, volvi6 a sentir que podia ser libre.

73
I I I

LA MUJER QUE CRE6


UN REINO

Lo que pocos imaginaban era que


la principal artifice def tratado
tambiin portaba la corona.

~
L os seis meses que Isabel pas6 en Madeira fueron un
campo abonado para sus criticos. Cuando regres6 a
Viena en mayo de 1861, se encontr6 de bruces con que
todos los rumores que le habian llegado a la isla eran ciertos:
la acusaban publicamente de haber abandonado a su esposo, a
sus hijos e, incluso, al Imperio.
Una mafiana de mayo, mientras desayunaba con sues-
poso y los pequefios Gisela y Rodolfo, la archiduquesa Sofia
se habia sentado a la mesa con una expresi6n que Isabel cono-
da bien y que siempre anticipaba tormenta. Al principio ha-
bia intentando ignorar a su suegra para tener un rato en paz
con su familia, pero Sofia no habia aguantado mas que unos
minutos en silencio antes de mostrarle un retrato que se ha-
bia tornado en Madeira, semanas atras. En ella, la emperatriz
apared~ junto a su hermana Nene, que habia ido a visitarla,

77
y dos de sus damas de mas confianza. Isabel recordaba per-
fectamente aquel dia, ya que las cuatro se habian vestido con
blusas y gorras de marinero para hacerse la fotografia. En la
isla no encontraban demasiados entretenimientos mas alla de
charlar, jugar a las cartas, hacer ejercicio y leer durante horas,
asi que aquella ocurrencia las ameniz6 durante horas, mien-
tras se vestian y decidian c6mo posarian ante la camara. Fue,
sin duda, uno de los dias mas divertidos de su estancia y, al
ver la imagen, sonri6 con nostalgia, algo que disgust6 profun-
damente a Sofia. Lo veia como una provocaci6n y reproch6 a
Isabel que saliera a divertirse de ese modo dejando a su suerte
a su familia y su pais. La emperatriz no quiso responderle, a
esas alturas sabia que era inutil encararse a aquella mujer de
moral tan estricta y conservadora. Era una simple fotografia,
no traslucia de ella ninguna maldad y no entendia la reacci6n
furibunda de la archiduquesa, menos aun delante de Fran-
cisco Josey sus hijos. Asi que se limit6 a mirar a su marido
y, cuando vio que este no tenia intenci6n de defenderla ante
su madre, se levant6 en silencio, cogi6 a los nifios y sali6 con
ellos a dar un paseo por los jardines de Hofburg. Era eviden-
te que algunas cosas no habian cambiado y queria ahuyentar
con el sol de primavera los nubarrones que parecian oscurecer
durante todo el afio el interior del palacio.
De Viena habia partido una mujer debil, acosada por
varias dolencias fisicas y por la decepci6n que le habia causa-
do su esposo. Pero en Madeira habia madurado y habia en-
tendido que aquel palacio era el origen de todos sus males:
una corte retr6grada, hostil y alcahueta; una suegra que se
mostraba tan rigida que a ella le resultaba asfixiante respi-

78
rar su mismo aire, y un marido que no era como ella habia
imaginado en sus ensofiaciones adolescentes, cuando estaba
recien casada y creia que Francisco Jose solo tenia virtudes. Se
le habia caido la venda de los ojos y ya no consentiria que se
la volvieran a anudar: queria recuperar su maltrecha libertad.
Solo habia estado cuatro dias en Viena y ya habian re-
gresado la tos y los episodios de fiebre. Isabel pasaba cada vez
m:is tiempo sola y, aunque intentaba no caer en la tristeza, se
sentia dia a dia m:is deprimida. Por suerte, su hermana Ma-
ria habia podido huir de Napoles hacia Roma junto con su
marido y no habia sido ejecutada cuando los rebeldes habian
tornado la fortaleza de Gaeta, en febrero, hacia solo un par de
meses. De todas maneras, pesaba sobre Isabel un sentimiento
de culpa del que no se desharia jam:is: no se perdonaba el no
haber hecho nada por defenderla en un momento tan com-
plicado. Su estado se deterior6 con tanta rapidez que tan solo
un mes despues, en junio, el doctor de palacio le diagnostic6
tuberculosis, en aquel momento conocida como tisis, y le re-
comend6 encarecidamente que cambiara de aires y fuera a un
clima m:is c:ilido. Isabel habia hecho escala en Corfu en su
regreso desde Madeira y se habia enamorado de sus paisajes.
Adem:is, la cercania del mar tenia en ella un efecto bals:imico
que ningun medicamento lograba, de modo que parti6 hacia
alli con tristeza por separarse de nuevo de sus hijos. Pero sentia
que no tenia m:is opciones: o se marchaba de Viena o, segura-
mente, la perderian para siempre.
Cuando lleg6 a su destino, ya habia recuperado algo de
peso, aunque todavia estaba muy debilitada. Su estado mejor6
cuando su hermana Nene fue de nuevo a visitarla, esta vez

79
con sus dos hijos. Qyedaba ya tan atras aquella velada en Bad
Ischl que cambi6 para siempre la vida de las dos ... Ahora
Nene se habia convertido en Elena de Taxis, tras casarse en
1858 con el principe Maximiliano de Thurn y Taxis, gracias a
la intermediaci6n de la propia Isabel, ya que el padre de am-
bas se negaba a dar su consentimiento hasta que le escribi6 su
hija menor, la que habia heredado su pasi6n por los caballos y
la libertad, para pedirselo. Nene no dud6 en desplazarse junto
a su hermana cuando su madre, Ludovica, se lo propuso: sabia
que su compafiia aceleraria su recuperaci6n.
Al llegar el mes de octubre, foe Francisco Jose quien
viaj6 hasta Corfo para pasar unos dias con su esposa. Su ma-
trimonio continuaba sumido en una profunda crisis, pero le
llegaban noticias de que Isabel estaba mejor y la afioraba enor-
memente. Ella habria preferido que hubiese llevado tambien
a los nifios, pero sabia que Francisco Jose jamas haria algo en
contra del criterio de la archiduquesa Sofia. Asi que esper6
a que se vieran en Corfo y alli lo convenci6 de una soluci6n
intermedia: ella no podia pasar el invierno en Viena, pues el
clima era demasiado frio para su salud, pero si era posible que
el acercara a los pequefios hasta Venecia para que pasaran alli
juntos unos meses.
La archiduquesa Sofia se opuso desde el momento en el
que la noticia lleg6 a sus oidos. Argumentaba que los nifios
enfermarian, que Venecia, dada su situaci6n politica, no era
un lugar seguro para los pequefios, e incluso que el agua po-
table de alli no era buena para la salud. Y, sobre todo, contaba
con la funesta carta de la experiencia: la pequefia Sofia habia
muerto en Budapest pese a sus advertencias. Sin embargo, las

80
cosas habian cambiado. Ahora Francisco Jose intuia que, si no
desoia a su madre, perderfa a su esposa. Y eso no podia con-
sentirlo porque, ademas de amarla, ahora sabia que ella era
importante tambien para el Imperio: su carisma, su hermosu-
ra y el entusiasmo que levantaba entre SUS subditos la habfan
convertido en una de las mujeres mas celebres de toda Europa
y habia devuelto al pueblo una fe en la corona que se habia
desvanecido en los ultimos afios. Viendo que no tenfa otra op-
ci6n, el emperador se traslad6 con Gisela y Rodolfo a Venecia.
Cuando Isabel se reencontro con sus hijos no pudo re-
primir las lagrimas. jHabian crecido tanto en esos meses . .. !
Gisela tenia cinco afios y Rodolfo, tres. Y los dos se lanzaron
a los brazos de su madre cuando la vieron. Ella los abraz6 con
fuerza, hundi6 la nariz en su pelo y se pas6 asi un largo rato.
No podia dejar de mirarlos,jamas habia afiorado a nadie asi.
Ni a su madre, ni a sus hermanos ... Ellos eran su vida y queria
reponerse para poder estar junto a ellos por siempre jamas.
Ese pensamiento le daba unas fuerzas inusitadas, tantas que
se decidi6 al fin a despedir a la condesa Esterhizy, la dama
que habia actuado siempre como informante de Sofia y que
conspiraba a sus espaldas. Esta habia viajado hasta Venecia
para acompafiar a los nifios, pero la emperatriz no queria sen-
tir la influencia de su suegra a tantos kil6metros de Hofburg,
asi que la sustituy6 por Paula Bellegarde, una mujer que no
perteneda a la alta aristocracia pero en la que Isabel confiaba
plenamente. A ella no la impresionaban los titulos, sino el
caricter, y volvi6 a demostrarlo con esta elecci6n.
Su periplo por Madeira, Corfo y ahora Venecia habia
durado mas de un afio, tiempo suficiente para descansar de

81
las influencias t6xicas de la corte y de la aristocracia austriaca.
Pero, sobre todo, tiempo suficiente para redescubrirse: a pe-
sar de su juventud, pues aun contaba solo veinte afios, estos
periodos de soledad y reflexion convirtieron a Isabel en una
mujer mas madura que sabia lo que queria y lo que no.
Sin embargo, en el plano fisico la evoluci6n iba a un rit-
mo distinto. A pesar de la energia que le insuflaban sus peque-
fios y por mucho que ella luchara por sentirse mejor, lo cierto
es que su salud seguia siendo muy fragil, algo que la sumia en
una tristeza abisal. Si no se encontraba bien, no podria ha-
cerse cargo de sus nifios ni hacerse valer en la co rte. N ecesi-
taba recuperarse como fuera. La visitaron doctores italianos y
muniqueses, pero ninguno consigui6 que mejorara. Tal era su
decaimiento que su madre decidi6 trasladarse hasta Venecia
junto a su hijo Carlos Teodoro para entre ambos cuidar a Isa-
bel e intentar animarla. Pero no conseguian sacarla de la me-
lancolia. Llegados a este punto, Isabel empez6 a sentir que era
una pesada carga para el emperador y no soportaba que todo ·
el mundo se apiadara de ella.
Habia pasado casi un afio desde su Ultima estancia en
Viena cuando, en mayo de 1862, aconsejada por Fischer, un
doctor de Munich que la habia tratado en los wtimos meses,
Isabel accedi6 a viajar hasta Bad Kissingen, una ciudad bavara
conocida por sus aguas termales. Fischer era el medico que ha-
bia atendido ·a varias generaciones de Wittelsbach y conoda su
caricter tan especial, sobre todo por su sensibilidad exacerbada.
Por este motivo, pens6 que la cercania con su familia, asi como
el ambiente sano y fresco de la localidad, ayudarian a que su hi-
dropesia mejorase. Era una de las muchas enfermedades que le

82
habian diagnosticado, entre las que estaban la temida tubercu-
losis y dolencias de «los 6rganos productores de sangre». Pero,
con el tiempo, lo mas acertado seria pensar que los edemas y
muchos otros padecimientos de la emperatriz se debian a una
severa desnutrici6n. Al poco tiempo de estar en Bad Kissingen,
acompaiiada en esta ocasi6n por su padre, el duque Maximilia-
no, y de nuevo por su hermano favorito, Carlos Teodoro, Isabel
comenz6 a comer mas y a mejorar poco a poco.
Se sentia mas fuerte, apenas tosia y descansaba mejor.
Pero no queria regresar a Viena sin estar repuesta por com-
pleto, por lo que pre:firi6 pasar una ultima temporada en Pos-
senhofen junto a su familia. Los aiioraba mucho y se habia
dado cuenta de cuanto bien le hacia sentirlos cerca, asf que
decidi6 terminar de recuperarse con ellos. Sabia que sanaria
con solo recorrer de nuevo el castillo, pasear por sus jardines y
deambular por la orilla del lago junto a sus hermanos. Viena
no lo sentia como un hogar y le urgia regresar al suyo para
renacer y volver a ser la emperatriz de los austriacos .

...
Isabel media un metro con setenta y dos centfmetros, una
estatura mas que remarcable para una mujer de su epoca, y
mayor que la del propio emperador, aunque todos los pintores
de la corte falseaban la perspectiva para hacer que el aparecie-
ra mas alto. Salvo cuando estuvo encinta, siempre mantuvo su
peso alrededor de los cincuenta kilos, una delgadez que ha-
cia que su cintura midiera apenas cincuenta centfmetros. La
esbeltez era considerada un signo de belleza entre las damas

83
de clase alta y ninguna emperatriz ni reina podia igualarse a
Isabel en este sentido. Levantaba suspiros de admiraci6n y
envidia a partes iguales, ya que jamas cambi6 de talla y nin-
guna mujer podia rivalizar con ella en hermosura. Lo que to-
dos ignoraban era la durisima disciplina que demandaba este
fisico. La emperatriz hacia largas curas de hambre en las que
apenas ingeria algo de came cruda o solo su jugo, es decir, la
sangre. Ademas, se sometia a duras sesiones de entrenamien-
to, ya fuera a lomos de uno de sus caballos favoritos, practi-
cando esgrima o dando caminatas kilometricas a paso ligero.
A ojos de los miembros de la corte, una de sus mayores
excentricidades era que siempre encargaba la construcci6n de
un gimnasio en cualquier palacio que fuera a habitar, perfec-
tamente equipado con anillas, barras paralelas, pesas, cuerdas,
escaleras que empleaba como espalderas ... Y entrenaba ata-
viada con disefios de lo mas inc6modos, ya que jamas pudo
utilizar pantalones. Cada vez que alguien se sorprendia por
su a:fici6n al deporte, ella se escudaba en la educaci6n que
habia recibido en Possenhofen por parte de su padre, siempre
animando a sus hijos a correr, explorar, nadar en el Iago ... En
definitiva, a pasar el mayor tiempo posible al aire libre.
Su salud, en consecuencia, se veia muy afectada por esta
combinaci6n de bajo peso, alimentaci6n frugal y esfuerzo fi-
sico, lo que provocaba que a menudo se sintiera agotada y
sin fuerzas ni para salir de la cama. Aun asi, todas sus do-
lencias comenzaban a desvanecerse a medida que se alejaba
de Viena. Sus afecciones respiratorias, tan graves que mas de
un medico real augur6 un final tragico e inminente, siempre
desaparedan cuando abandonaba el palacio y se instalaba en

84
alglin lugar lejano en el que no hubiera ministros ni cortesa-
nos que vigilaran sus pasos y censuraran sus acciones. Aunque
se tratara de una condici6n inexistente para la medicina de
la epoca, todos estos sintomas (y SU sospechosa desaparici6n
cuando se alejaba de Vierra) indican que probablemente la
emperatriz de Austria fuera una de las primeras mujeres cele-
bres en padecer anorexia nerviosa.
Desde joven Isabel tuvo consciencia del efecto que su
belleza producia en los demas. Pero ahora que era ya toda
una mujer, con mas experiencia en los asuntos de palacio,
y viendo que su inteligencia era despreciada una y otra vez
tanto por la corte como por el propio emperador, decidi6
que utilizaria sus encantos como un arma. Estaba claro que
los demas iban a exhibirla como si fuera un mero ornamen-
to, asi que ella tambien usaria su atractivo en su benefi.cio:
bastaba con destacar un poco del resto para tener poder no
solo sobre el emperador sino tambien sobre muchos otros
politicos vieneses. Jamas habia podido demostrar su inteli-
gencia en publico, algo que le estaba vetado a una <lama y,
mucho mas, a una mujer con su puesto, asi que cuando en-
tendi6 que solo le dejarian expresarse a traves de su aspecto
fisico, hizo de el su bandera. L as malas lenguas dedan que
era bonita pero tonta, un estigma mas que recay6 sobre ella,
con el que pas6 a la historia y contra el que se cans6 de com-
batir. Para cuando muchos de los consejeros reales se dieron
cuenta del poder que Isabel ejerda sobre Francisco Jose, ya
era demasiado tarde. Ella era la fuerte y el rey siempre se
habia dejado dominar por mujeres (primero por su madre y
despues por su esposa).

85
A pesar de lo que pudiera deducirse de los coet:ineos
que escribieron sobre ella, Isabel no foe una mujer arrogan-
te, aunque si tenia un porte orgulloso, como se pedia a una
monarca. Se escondia tras esa imagen para no revelar su ver-
dadera faz y siempre reneg6 de la exhibici6n que hizo de ella
la monarquia austriaca. En una ocasi6n, cuando una de sus
camareras, la hungara Maria de Festetics, alab6 lo feliz que
hacia a su pueblo con sus apariciones en publico y el amor
que le profesaban, Isabel le respondi6 con rotundidad, como
la dama escribi6 en su diario: «jCuriosidad es lo que sienten
todos! Y corren para verme como si se tratara de ver bailar a
un mono en una barraca. jEse es su carifio hacia mi!».
Como todas las armas, la belleza de la emperatriz de
Austria tambien tenia un doble :filo. Y ella siempre sinti6
c6mo la hipocresia le hendia la carne mucho mas que las ri-
gidas varillas del corse.

Los dias que Isabel pas6 en Possenhofen con su familia antes


de regresar a Vierra tuvieron un ingrediente inesperado. Las
damas que la acompaiiaban no perdian ocasi6n de cuchichear
dentro de su alcoba, con una mezcla de desden, sorpresa y
malicia, las costumbres de la familia Wittelsbach en su casa
de cam po, que les paredan vulgares y poco elegantes. «j] am:is
habia visto tal libertad de costumbres!», «jLudovica nunca se
separa de esos perros pulgosos!», «Se pasan el dia caminando
por el bosque .. . jNi que fueran lenadores!», «jAlgunos hasta
se baiian en el lago! », decian horrorizadas. A Isabel le divertia

86
escucharlas a traves de la puerta y trataba de contener la risa
cuando su madre le hacia gestos desesperados para que dejara
de espiar, no fuera a ser descubierta en una actitud tan poco
adecuada a su titulo. Lejos de ofenderse, a Isabel la divertia
el escandalo que el ambiente de Possenhofen habia causado
en sus damas de compafiia, tan anticuadas y rigidas en sus
costumbres que todo lo que pasaba en el castillo bavaro las
asombraba. ~Qye cara pondria su suegra cuando las cortesa-
nas le relataran todo aquello en sus cartas?
Ludovica la reprendia con severidad, pero en realidad a
la duquesa la hacia muy feliz ver a su hija tan recuperada. En
su rostro ya no quedaba rastro de las ojeras que durante casi
dos afios habian oscurecido su mirada, ahora otra vez brillan-
te y limpia. Sus p6mulos, antes tan angulosos que parecia que
el hueso podia herir la piel, lucian firmes y carnosos, y el color
habia vuelto a sus labios. A pesar de que portara la corona de
Austria, Isabel seguia siendo SU hija mas despierta y traviesa y,
segun pasaban los dias, cada vez mas convertida en una mujer
con una enorme determinaci6n.
Esos dias en Possenhofen la acompafiaron tambien dos
de sus hermanas: Maria, quien seguia siendo reina de las Dos
Sicilias desde el exilio en Roma, y Matilde, casada con Luis de
Borbon-Dos Sicilias desde hacia un afio. Las tres reforzaron
de inmediato SU alianza, mas ahora que, ademas de ser her-
manas, las tres compartian matrimonios complicados. Maria
seguia unida a ese hombre cuya enorme debilidad mental y
fisica no habia mejorado ni un apice, tal como lo habia de-
mostrado en los acontecimientos de Gaeta. A eso se sumaba
que tampoco era capaz de tener descendencia, algo que toda

87
la corte sabia y que constituia el principal motivo por el que
Maria se refugi6 en Possenhofen buena parte de aquel afio de
1862: para que nadie fuera testigo de su embarazo ilegitimo
ni de la nifia a la que dio a luz, a la que tuvo que entregar de
inmediato a su padre biol6gico, el conde Armand de Lawayss,
con quien habia tenido una aventura. Matilde, por su lado,
sufria las infidelidades y el alcoholismo de su esposo, y se ha-
bia refugiado en los viajes para huir de su lado. De repente,
a sus veinticuatro afios, Isabel ejercia de hermana mayor y
aconsejaba a las demas. Ya no era la joven a la que todos de-
cian que hacer. Tenia experiencia, intelecto e intuici6n, y que-
ria que sus hermanas dejasen de ser tan desdichadas. Tantas
horas pasaba con ellas que hasta sus <lamas de honor se que-
jaron de la poca atenci6n que les prestaba, pero era una Wit-
telsbach y, para ella, la familia era lo primero. Le daba igual
que cuchichearan a sus espaldas o que escribieran a Vierra
cargando las tintas contra ella. A esas alturas, estaba mas que
acostumbrada a nadar a contracorriente.

La felicidad recobrada en Possenhofen se acab6 e Isabel se


vio obligada a regresar a Vierra, donde la corte la recibi6 con
su frialdad habitual. En 1864 ya no era la misma que habia
entrado por primera vez en Hofburg con pasos titubeantes.
Ahora era una mujer mucho mas segura de si misma, que
sabia cuales eran las cartas que tenia que jugar si queria con-
seguir algo en ese ambiente hostil que jamas la aceptaria. Ella
tampoco los aceptaria nunca a ellos, pero la diferencia estaba

88
en que ella era la emperatriz de Austria, algo en lo que parecia
que ninguno de SUS detractores habia reparado. Mujer energi-
ca y de posiciones firmes, no se iba a dejar amedrentar nunca
mas por lo que otros pensaran 0 dijeran de ella.
El emperador, por su parte, se veia acorralado: o cedia
ante algunas de las peticiones de SU esposa 0 esta volverfa a
abandonar Viena, lo que provocaria un nuevo aluvi6n de pro-
paganda negativa sobre la Corona. Isabel habia accedido a
acompafiarlo en algunos de los actos publicos mas importantes
que habia presidido y, otra vez, su presencia suscit6 una notable
expectaci6n y jubilo entre sus subditos: mientras en Hofburg
la habian recibido con reproches, el pueblo habia reaccionado
de forma totalmente contraria, demostrandole un entusiasmo
que habia reforzado la autoestima y el poder de la emperatriz.
Ya no queria ser una mera curiosidad, sentirse «Como un mono
en una barraca», tal como le habia confesado a su amiga, y este
cambio era evidente a ojos de todos. Mientras ella se podia per-
mitir el lujo de ausentarse de cualquier reunion o mantener una
actitud reservada ante las visitas oficiales, Francisco Jose era
visto ahora como el debil, como un hombre siempre pendiente
de la actitud de su mujer, temeroso de que cualquier detalle la
disgustara. Asi los defini6 la princesa Victoria de Prusia en una
carta a su madre en la que le relataba una velada en el palacio
imperial austriaco: «Es muy timida y apocada, y habla poco.
Resulta dificil entablar conversaci6n con ella, porque no parece
saber mucho ni interesarse por demasiadas cosas. La empera-
triz no canta ni dibuja o toca el piano y apenas habla de sus
hijos ... El emperador parece estar loco por ella, pero tengo la
impresi6n de que ella no le corresponde igualmente. El tiene

89
un aspecto insignificante, es muy sencillo y, en contra de lo que
muestran sus retratos y fotografias, esta viejo y arrugado».
Isabel era consciente de sus encantos. Alli donde fue-
re, su fama la precedia y era habitual que surgiera un poco
de expectaci6n entre invitados o anfitriones hasta que estos
pudieran confirmar con sus propios ojos todo aquello de lo
que habian oido hablar. Por supuesto, era una ventaja que no
estaba dispuesta a desperdiciar. Mas bien al contrario: lo que
para m~chos podia ser considerado frivolidad, para ella era un
salvoconducto, un disfraz, un enorme caballo de madera en el
que esconder sus prop6sitos y sus armas.
Le demandaba, eso si, grandes esfuerzos. Cada tres se-
manas dedicaba una jornada entera al cuidado de su larguisi-
ma melena y pedia que no la interrumpieran, ya que disfru-
taba tanto del minucioso ritual como del distanciamiento de
la corte que le reportaba. Se levantaba al alba, a las cinco en
verano ya las seis en invierno, y tras tomar un desayuno fru-
gal, se daba un bafio frio y se sentaba en una c6moda butaca
para dejar que Fanny, su joven peluquera codiciada por todas
las damas de la corte, impregnara su larguisima melena con
una mezcla de cofiac y huevo. Despues, le tefifa el cabello de un
tono castafio claro, naturalmente rubio oscuro, procurando
un color mas acorde con su palida piel. Ante el espejo pareda
casi un hada, la Titania de su adorado Sueno de una noche de ve-
rano, arropada con un manto de pelo de color miel de tomillo.
Un aporte importante al mito de la belleza de Isabel
fueron los retratos realizados ese otofio de 1864 por el pintor
Franz Xaver Winterhalter. En dos tiene la melena suelta: en
uno aparece con ella colgando sobre la espalda y en otro, su

90
favorito y una de las imagenes mas ins6litas jamas pintadas de
una reina, con el pelo dividido en dos y cruzandose sobre su
pecho en un nudo del que parten dos cataratas de mechones
rizados. Con el tiempo, no obstante, el mas conocido foe uno
en el que luce su melena recogida y decorada con las estrellas
de diamantes que encarg6 a un prestigioso orfebre y que termi-
n6 regalando a varias de sus damas de compafiia, aquellas que
con el tiempo se convirtieron en amigas. No era el que mejor
plasmaba su autentica personalidad, pero si el que mas acer-
tadamente ha refiejado a la Isabel que ha pasado a la historia.
A cambio de participar en veladas y visitas oficiales, Isa-
bel habia conquistado algunas parcelas mas de libertad, como
la posibilidad de pasear sola por los jardines y de acudir sin
compafiia al oratorio de Hofburg. Ya no tenia que esconderse
de sus damas de compafiia para zafarse de su presencia, y tenia
la potestad de ir adonde quisiera y con quien ella escogiera,
un privilegio del que nunca habia disfrutado una emperatriz
austriaca. ~Cual seria su siguiente conquista? Ella lo tenia cla-
ro: el poder sobre sus hijos. Y sabia c6mo podia conseguirlo,
ya que el emperador se lo habia puesto en bandeja al pedirle
que tuvieran mas descendencia, con suerte un var6n que ase-
gurara por partida doble la sucesi6n. Si se iba a convertir en la
madre de otro Habsburgo, seria pudiendo ser al fin la madre
que siempre habia querido ser.
Con sus otros hijos no le habian dejado. Gisela se habia
convertido en una nifia robusta, muy parecida a su padre en el
caracter. Tranquila y d6cil, acataba todo lo que le encomen-
daban y jamas se rebelaba. Rodolfo, en cambio, era todo un
Wittelsbach. Con solo cinco afios se expresaba medianamen-

91
te bien en cuatro idiomas (aleman, hungaro, frances y checo),
era tremendamente carifioso y sensible, tambien fantasioso
y de gran temperamento. C omo su madre, era un nifio flaco y
enfermizo, muy alejado del pequefio soldado que le hubiese
gustado criar a Francisco Jose. El pequefio no gozaba revi-
sando las tropas junto a el, pasaba frio en estos actos intermi-
nables y con frecuencia enfermaba. A los seis afios, como era
tradici6n en los Habsburgo, lo separaron de su querida her-
mana y su nifiera y lo instalaron en sus propias dependencias.
A Isabel le partia el alma ver a su hijo llorar con tanta
amargura ... Solo era un nifio yya lo trataban como a un adul-
to, aislandolo y distanciandolo de Gisela. Sabia que durante
sus largas ausencias los nifios siempre se habian hecho com-
pafiia en el gelido palacio, y romper ese lazo debia de ser des-
garrador. Como tambien lo foe el cambio de preceptor por el
conde Leopoldo de Gondrecourt, un hombre que no dudaba
en aplicar metodos de lo mas despiadados para cumplir el en-
cargo que le habia hecho el emperador: tratarlo con «rigideZ»
para doblegar SU caracter enfermizo e impulsivo.
En 1865, cuando had a apenas un afio que Gondrecourt
se encargaba de la educaci6n de Rodolfo, Isabel no aguant6
mas y decidi6 poner punto final a esa situaci6n. En esos meses,
Rodolfo habia sido sometido a sesiones extenuantes de ejer-
cicio, incluso en mitad de la noche y con abundantes nevadas.
Pretendian fortalecer su caracter sumergiendolo en agua helada
o despertandolo a gritos de madrugada para, supuestamente,
volverlo mas valeroso. En su lugar, estos abusos consiguieron
sumir al pequefio en un estado de nerviosismo tal que apenas
era capaz de comunicarse con nadie. Tambien su salud habia

92
empeorado hasta tal punto que su vida corria peligro. Era tan
drastica la situaci6n que un ayudante de Gondrecourt advirti6
a Isabel sobre el estado del nifio. La emperatriz, al recibir estas
noticias, se salt6 todos los protocolos y corri6 al lado de su hijo,
al que encontr6 tan hundido que no dud6 en tomar una resolu-
ci6n: temblando de furia, redact6 un escrito a su marido donde
le exigia tomar las riendas en la educaci6n de sus hijos. El texto
era breve y asertivo: «Es mi deseo que se me concedan unos po-
deres ilimitados en todo lo referente a los nifios: la elecci6n de
las personas que los rodean, el lugar de su estancia, el completo
encauzamiento de su educaci6n; es decir, que todo, hasta el mo-
mento de su mayoria de edad, sea decidido por mi sola».
Era la primera vez que Isabel sometia a su esposo a un
ultimatum y lo hacia porque sabia que ahora si podia hacerlo:
jamas se habia sentido tan poderosa y, a la vez, tan traicionada
por su marido. Los Habsburgo querian un nuevo heredero,
bien, ella estaba dispuesta a darselo, pero antes exigia que sus
hijos, por primera vez en su vida, fueran cosa suya y de nadie
mas. Ella no solo era el vehiculo por el cual el emperador se
aseguraba un heredero, tambien era la madre de sus hijos, y
queria ejercer como tal. Su marido accedi6.
Acababa de salir victoriosa de su mayor batalla personal.
Ahora le esperaba SU primera y unica batalla politica .

....
El Imperio estaba malherido. A pesar de la ceguera de Fran-
cisco Jose y de sus consejeros, era evidente que Austria se
desangraba y era necesario aplicar ciertos cambios politicos.

93
A la precaria situaci6n de su economia, depauperada por las
guerras de las Ultimas dos decadas y los inclementes impuestos
a los que estaba sometida la poblaci6n rural, se unian las criti-
cas crecientes hacia la monarquia absolutista de los Habsbur-
go, cuyos subditos sentian cada vez una mayor desafecci6n a
la corona. Las vastas fronteras del Imperio, ademas, comenza-
ban a sufrir de nuevo el embate de los pujantes nacionalismos.
Austria habia perdido ya Lombardia en 1859 y recientemente,
en 1866, habia tenido que ceder Venecia a Francia, queen el
acto permiti6 que se anexionase al Reino de Italia.
El movimiento nacionalista hungaro, por otro lado, no
habia desaparecido tras la revoluci6n de 1848, sino que habia
permanecido latente, incluso ganando cada afio mas adeptos
ante la torpeza politica de Viena. La capital del Imperio era
vista, ademas, como el origen de todas las ofensas a la causa
hungara: desde 1848 se habian anulado tanto su Constitu-
ci6n como sus derechos especiales. Fueron diecinueve afios
de afrenta hasta llegar a 1867, cuando Hungria centr6 to-
das las preocupaciones de la politica centralista del Imperio
al presentarse como el pr6ximo territorio que se emanciparia
del dominio de los Habsburgo. Lo que pocos imaginaban era
que la principal artifice del tratado que aplaz6 esta escisi6n
tambien portaba la corona.
Isabel siempre habia sentido una profunda simpatia por
Hungria. Desde aquellas lejanas clases con su profesor Juan
de Mailath hasta su primera visita al pais, que tanto la habia
fascinado, ese sentimiento habia crecido, auspiciado tambien
por su fuerte oposici6n a la corte, austriaca hasta la medula y
tan distinta a Hungria que ella no podia por menos que sentir

94
simpatia por su causa. La emperatriz comenz6 a hablar hun-
garo gracias a una de sus damas de compafiia, Lily de Hun-
yady, quien le ensefi6 sus primeras palabras en este idioma
durante sus estancias en Madeira y C orfo. De hecho, cuando
regres6 a Viena tras este largo periplo, Isabel quiso recibir cla-
ses de esta lengua, pese a la oposici6n de Francisco Josey de
Sofia, quienes despreciaron su inteligencia arguyendo que era
una lengua demasiado dificil para la emperatriz. Por supues-
to, esto no impidi6 que ella terminara dominandola con una
fluidez tal que sorprendia a quienes la escuchaban. Su prin-
cipal preceptor no foe el sacerdote al que le encomendaron
esta labor, sino el periodista M ax Falk, un hungaro que habia
estado siempre bajo sospecha de la policia austriaca por revo-
lucionario y que la inform6 con todo lujo de detalles sobre las
reivindicaciones magiares; tambien Ida Ferenczy, una joven
hungara de origenes modestos a la que Isabel habia traido a
Viena en 1864 como su dama de compafiia. Fue un gesto que
rompi6 con todos los protocolos de la corte austriaca: hasta
entonces era impensable que una mujer pobre foera bendeci-
da con un privilegio solo reservado a la aristocracia.
Isabel e Ida solo se llevaban cuatro afios (la emperatriz
era mayor) y desde esa fecha las uni6 una enorme amistad y
complicidad. Tanto foe asi que Ida recibi6 el que quiza foera
su encargo mas delicado: quemar sus diarios si ella fallecia.
Muestra de la lealtad de Ferenczy es que -para desgracia
nuestra- no ha quedado registro de ni una sola pagina de
ellos. La hungara no dud6 en cumplir el ultimo encargo de su
amiga a sabiendas de que el contenido de aquellos diarios po-
dia dinamitar la historia de Austria, ya que las ideas politicas

95
de Isabel, sus criticas y sus pensamientos habrian supuesto un
escandalo maylisculo en la epoca.
Ida, ademas, fue la principal c6mplice en la relaci6n de
la emperatriz con otro hungaro clave en estos afios: Julio A n-
drassy, un revolucionario que debi6 exiliarse tras la sublevaci6n
de 1848 y que era uno de los maximos exponentes del movi-
miento hungaro Ausgleich («compromiso»), cuyo principal ob-
jetivo era la separaci6n legal de H ungria de Austria pero man-
teniendo a Francisco Jose como rey. Andrassy e Isabel se vieron
por primera vez en enero de 1866, cuando el revolucionario, de
cuarenta y dos afios, acudi6 a Viena junto con una delegaci6n
para una visita oficial que prosigui6 al vigesimo octavo cum-
pleafios de la emperatriz. El dia que los presentaron, Andrassy
lucia el tipico attila, la indumentaria propia de los arist6cratas
magiares. Un manto con pedreria sobre su hombro destelleaba
bajo las luces de palacio y se cruzaba con la piel de tigre apoyada
sobre el otro brazo. Sus botas con espuelas sonaban como true-
nos sobre el pulido marmol, y su imponente fisico, puesto que
era un hombre alto, musculoso y de porte regio, acompafiaba
un rostro de rasgos gitanos y de mirada penetrante. No en vano
durante su exilio en Paris las mujeres que lo conocieron le pu-
sieron el apodo de le beau p endu, «el hermoso ahorcado», ya que
levantaba pasiones alla por donde pasaba. Isabel, por su parte,
se habia vestido con especial atenci6n al detalle, ya que ansiaba
ese encuentro con los hungaros. No solo se habia puesto su traje
nacional, sino que se habia ajustado el tradicional corpifio negro
con un cordon de diamantes y per las que lo embelleda. Sobre la
frente, como una <lama zingara, se habia cefi.ido una corona de
diamantes que resaltaba sus rasgos delicados.

96
La conexi6n entre ambos foe inmediata. Seguramente
la emperatriz reconoci6 en este lider rebelde parte de su pro-
pia insurrecci6n, asi como a alguien tan temperamental y apa-
sionado como · ella. Poco despues de aquel encuentro, Isabel
convenci6 a su esposo de que viaj aran a Budapest. Si la coro-
na queria seguir estando presente alli, lo primero que tenian
que hacer era acto de presencia, le dijo, y, aunque Francisco
Jose se opuso en un primer momento, al final accedi6. El ma-
trimonio imperial pas6 casi todo enero de 1866 en H ungria,
un pais que no habia pisado en nueve afios, e Isabel mostr6 un
comportamiento totalmente opuesto al que tenia en Viena,
acudiendo gustosa a todos los actos oficiales y visitas, dejan-
dose ver por el pueblo y departiendo con los nobles siempre
que tenia ocasi6n. En Hungria si disfrutaba ejerciendo como
reina. Andrassy se mantenia siempre junto a los monarcas,
algo que escandalizaba en Viena, pero, una vez mas, Isabel
desoy6 a la corte y persuadi6 a su esposo de que tenia que
realizar ciertos gestos si queria que los hungaros volviesen a
creer en la corona. Tal entusiasmo levantaban sus visitas que
el emperador escribi6 a su madre: «Sissi constituye una gran
ayuda para mi, dada su amabilidad, su tacto y su dominio de
la lengua hungara, ya que la gente prefiere oir alguna adver-
tencia de una boca bonita». Una vez mas, Francisco Jose la
veia tan solo como un hermoso instrumento de propaganda,
sin reparar en que era una consejera con una vision politica
mucho mas acertada e intuitiva que la suya.
Las personalidades de Andrassy y de I sabel eran tan
magneticas que enseguida surgi6 una potente atracci6n entre
ellos. A partir de entonces mantuvieron una complicidad muy

97
cercana, tanto que muchos acusaron a la emperatriz de ser in-
fiel al rey con el revolucionario. Muy dificilmente podia Isa-
bel mantener una relaci6n amorosa extramatrimonial , ya que
estaba sujeta a una constante vigilancia, hasta el punto de que
la comunicaci6n la establedan a traves de una intermediaria.
A la emperatriz no le estaba permitido mantener una relaci6n
ni tan siquiera epistolar con un hombre de su condici6n, asi
que durante afios la destinataria oficial de las cartas que escri-
bia Andrassy era Ida, pero su lectora era la propia Isabel, quien
contestaba tambien a traves de su dama de compafiia.
Los viajes de Andrassy a Viena se multiplicaron tambien
tras aquella primera visita real. El Ausgleich al fin estaba sobre
la mesa de negociaciones del Imperio y era necesario establecer
muchos complejos acuerdos antes de dar el paso decisivo: la
coronaci6n de los reyes y la creaci6n de la denominada mo-
narquia dual. Mientras tan to, Austria se enfrentaba a un nuevo
enemigo, Prusia, que fortaleda su poder mientras el Imperio se
debilitaba a marchas forzadas. El canciller prusiano Otto von
Bismarck habia establecido un pacto secreto contra Austria
con el recien creado Reino de Italia, y Francia ya habia inter-
venido en una ocasi6n contra los Habsburgo y en favor de los
italianos. El Imperio, en definitiva, estaba rodeado de potencias
hostiles, una situaci6n que estall6 el 15 de junio de 1866 con la
declaraci6n de guerra de Prusia contra Austria. El deterioro del
Imperio en este conflicto fue aun mas grave que en los anterio-
res. De hecho, la batalla de Koninggratz, en la que participaron
cuatrocientos cincuenta mil soldados, fue el mayor encuentro
belico de la historia moderna. Prusia sali6 victoriosa de esta
contienda y se convirti6 en una de las principales potencias de

98
Europa, asegurandose ademas su dominio sobre el proceso de
unificaci6n alemana. Mientras, Austria se debilitaba aun mas.
Isabel, muy critica por la decision suicida del emperador
de arrojar a sus hombres a esta batalla, desisti6 de seguir ro-
gandole que retirara las tropas. En su lugar, centr6 sus esfuer-
zos en conservar Hungria, ya que consideraba que la perdida
de este territorio seria el golpe de gracia que terminaria con
el Imperio. Su primer movimiento estrategico foe refugiarse
junto a sus hijos en Budapest durante la guerra con Prusia,
ante la colerica oposici6n de Sofia y de los consejeros del rey.
Precisamente durante esta estancia comenz6 a reunirse con
Andrassy y a conocer sus reivindicaciones, que trasladaba de
inmediato al emperador en una correspondencia que pronto
pas6 a tener mas contenido politico que personal. Francisco
Jose, al fin, accedi6 a reunirse con el hungaro, para estupor de
la corte, y comenzaron asi a establecerse las bases sobre las
que se levantaria la monarquia dual: Austria y Hungria serian
dos estados separados con gobiernos propios (aunque ten-
drian una politica exterior, financiera y militar comun), pero
unidos por una misma monarquia .

......

Veintiun cafionazos despertaron a Budapest el 8 de junio de


1867 a las cuatro de la mafiana. Las entradas a la ciudad esta-
ban tan repletas de gente como jamas se habia visto, venida de
otras ciudades y de las poblaciones rurales cercanas. Los nobles
tambien ocupaban las principales calles, ataviados con sus me-
jores galas, aunque nadie pudo hacer sombra a la emperatriz

99
Isabel. Un velo larguisimo de delicado encaje partia de una co-
rona de diamantes que le decoraba la melena, recogida para ese
dia en un complejo moiio. Lucia, una vez mas, el corpiiio oscu-
ro tradicional magiar, que marcaba aun mas su estrecha cintura
por la voluminosa falda profusamente bordada en mar:fil y oro.
Su rostro denotaba tal emoci6n que causaba un impacto muy
profundo en todos los que tenian la suerte de verla de cerca. El
propio Andrassy fue el encargado de coronar a Francisco Jose
primero ya Isabel despues, mientras sonaba una pieza com-
puesta para la ocasi6n por el hungaro Franz Liszt.
La primera y deseada consecuencia de este acto fue
la amnistia para todos los delitos politicos cometidos desde
1848 y la devoluci6n de todos los bienes incautados a los acu-
sados. Hungria tambien quiso tener un gesto de buena volun-
tad con la parej a imperial, un regalo que sabian que era algo
largamente ansiado por la emperatriz: el palacio de Godollo,
en el que se habia instalado en varias de sus visitas y del que
se habia enamorado ya en su primera estancia.
Isabel ansiaba tener un gesto mas con su querido pueblo
hungaro y por eso, el 22 de abril de 1868, diez meses despues
de la coronaci6n, la emperatriz dio a luz en Buda a su ulti-
ma hija, Marfa Valeria. Mientras los magiares celebraban con
entusiasmo que la princesa hubiera nacido en Hungria, en
Viena este hecho se vivi6 como una provocaci6n. Al menos,
dedan, era una niiia y jamas ocuparfa el trono del Imperio. La
corte se habfa encargado, ademas, de difundir el rumor de que
la pequeiia era hija biol6gica de Andrassy, unas habladurfas
lanzadas con el unico objetivo de hacer daiio a la emperatriz
y enfrentarla con Francisco Jose.

100
Ella, no obstante, no les concedi6 el privilegio de tener-
las en cuenta en absoluto. Se habia acostumbrado a despreciar
todo aquello que venia de Viena, del mismo modo que Viena
la despreciaba a ella. Escogi6 a las madrinas personalmente.
Una de ellas fue su hermana M aria, y celebr6 por todo lo alto
en el castillo de Buda el bautizo de la princesa. Maria Valeria
fue para siempre su kedvesem («favorita» en hungaro), y por
primera vez Isabel pudo disfrutar de la maternidad como ella
deseaba, sin nada ni nadie que se interpusiera entre ella y su
pequefia. Asi se lo explic6 a su querida <lama Maria de Feste-
tics: «Ahora se la felicidad que significa un hijo propio. Esta
vez tuve el valor de amar a mi pequefia y quedarmela».
Jamas se separaria de Maria Valeria, hasta que la nifia
fue mayor. Viajaria con ella, escogeria a sus profesores y com-
partiria con ellos sus lecciones, jugarian juntas, le ensefiaria
a coser y a bordar, a leer y a hablar hungaro ... Isabel, al fin,
pudo ser madre como una Wittelsbach.

101
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s issi habia regresado a toda prisa de la localidad italiana
de Merano, donde se encontraba pasando unas sema-
nas para recuperarse de sus eternas afecciones pulmo-
nares, nada mas recibir la carta del emperador aquella maiiana
de mayo de 1872. La archiduquesa Sofia se moria. Los me-
dicos ya no podian hacer nada mas y le habian comunicado a
Francisco Jose que seria cuesti6n de horas, a lo sumo dias. Su
estado era irreversible. Sin vacilar ni un segundo, Isabel habia
ordenado que hicieran su equipaje y que partieran cuanto an-
tes hacia Viena. En ese momento, por mucha animadversion
que sintiera hacia la corte, sabia que ese era su sitio.
Lo primero que le sorprendi6 al entrar en la residencia
de su suegra fue el silencio que se filtraba por las ventanas. La
emperatriz, extraiiada, se asom6 a una de ellas y se asombr6 de
que el suelo del patio al que miraba estuviera recubierto de un

105
manto de paja seca. El emperador habia ordenado extenderla
para amortiguar el ruido de los carruajes que constantemente
entraban y salian del edi:ficio. Qyeria que su madre muriera en
paz y todo esfuerzo era poco para serenar sus Ultimas horas.
Isabel, a pesar de que algunos se acercaron para hablar con ella,
hizo caso omiso a los ministros y cortesanos reunidos en la an-
tesala de la alcoba de Sofia y entr6 como una exhalaci6n.
J amas habia visto tan abatido a su esposo, ni tan siquie-
ra cuando habian perdido a su primogenita hacia ya quince
afi.os. En aquel momento, el emperador habia mantenido tal
entereza que ella habia llegado a desesperarse, ya que parecia
que nada podria conmover su coraz6n petreo de Habsburgo.
Pero al escuchar c6mo se cerraba la puerta de los aposentos
de su madre, else giro e Isabel apenas pudo contenedas lagri-
mas cuando lo vio tan palido y delgado. Parecia que hubiera
envejecido veinte afios en veinte dias, ya no quedaba ni rastro
de aquel joven fuerte y orgulloso con el que se habia casado.
Estremecida, camin6 hacia la cama de su suegra, en cuyo bor-
de se sentaba Francisco Jose con la mano de su madre ence-
rrada entre las suyas. Hada unas horas que habia perdido el
habla y su rostro no era mas que la calavera de Sofia, antafio
una de las mujeres mas bellas de la realeza europea. Isabel
bes6 a su esposo en la frente, cogi6 la mano de la archidu-
quesa con cuidado, ya que se habia quedado tan delgada que
parecia que con cualquier movimiento podia fracturarse, y le
rog6 que fuese a descansar un rato. La habian informado de
que no se habia separado del lecho de su madre durante su
larga agonia y necesitaba reposar, aunque fuesen unas horns,
antes de encarar el trago amargo de la muerte.

106
Isabel habia llegado a entender que significaba Sofia para
Francisco Jose. Superadas las tiranteces del principio, la empe-
ratriz habia comprendido cual habia sido la dificil posici6n de
Sofia y que, si ella queria encontrar su propio lugar en aquel
palacio, tenia que hacerlo respetando el terreno de la madre de
su marido y, a la vez, alejandose de ella. Su suegra se habia uni-
do en un matrimonio carente de amoral archiduque Francisco
Carlos, hermano del emperador Fernando I, un hombre debil
de espiritu y en absoluto a la altura de su energica y despierta
personalidad. Sofia asumi6 desde el primer momento su papel
en la sombra, su inevitable destino, e hizo de su resoluci6n la
bandera de su comportamiento. Tanto que el principe Kle-
mens von Metternich, quien ejerci6 durante veintisiete afios
como ministro de Asuntos Exteriores austriaco y conocia bien
los entresijos de la corte, lleg6 a decir de ella que era «el unico
hombre de la familia».
Si su madre, Ludovica, era un refugio para ella, Sofia era
un faro para Francisco Jose. El emperador compartia con ella sus
reflexiones politicas y era la unica mujer cuyo consejo le servia
como guia. Y, aunque en un principio Isabel lleg6 a detestarla
por haber monopolizado la educaci6n de sus hijos mayores, lo
cierto era que Gisela y Rodolfo la adoraban y eso, unido al bal-
samo del tiempo, habia suavizado sus sentimientos hacia ella.
Isabel no se movi6 de su lado mas que apenas un par de
horas al dia para descansar y recuperarse, antes de enfrentarse a
un nuevo dia junto a su suegra y su doliente esposo. Diez noches
pasaron hasta que la mafiana del 27 de mayo de 1872 expir6
Sofia de Baviera y, con ella, una antigua forma de hacer politica.
El Antiguo Regimen perdia uno de sus bastiones.

107
«Ha muerto nuestra emperatriz», murmuraba malinten-
cionada la corte vienesa. Pero Isabel, lejos de ofenderse ante
tal menosprecio, prefiri6 despedir con honores a su suegra y
continuar su camino, tan alejado del que habia trazado Sofia
para ella y para el Imperio.

El final de la decada anterior, con la instauraci6n de la monar-


quia dual en 1867 y el nacimiento de Maria Valeria en 1868,
signific6 tambien un punto de inflexion en la vida de Isabel. Su
interes en la vida publica del Imperio fue atenuandose gradual-
mente, al mismo tiempo que crecia aun mas SU desprecio hacia
la corte. Ademas, ya no era una joven timida e inocente, sino
una mujer que se habia labrado una independencia y una se-
guridad en si misma que tefiia todos sus actos. Por eso algunos
la tachaban de hurafia y desconsiderada, porque no dudaba en
ausentarse de Viena cuando sentia que se asfixiaba entre las pa-
redes de palacio. Y, aunque la distancia no la libraba de conocer
los comentarios maliciosos que le prodigaban en la capital del
Imperio, a estas alturas no le importaba mucho lo que pudie-
ran decir de ella, pero si reflexionaba sobre ello con un poso de
amargura. La condesa de Festetics, su eterna confidente, reco-
gi6 en sus diarios que, durante un paseo, Isabel le dijo: «~Nose
extrafia usted de que yo viva como una ermitafia? No me qued6
mas remedio que elegir esta vida. En el gran mundo me per-
seguian y hablaban mal de mi, me calumniaban y me ofendian
y herian de tal manera ... Dios, que ve mi alma, sabe que jamas
hice dano a nadie. Decidi, pues, buscar una compafiia que no

108
turbara mi tranquilidad y que, a la vez, me hiciera feliz. Me
encerre en mi misma y, en cambio, me abri a la naturaleza. Se
que el bosque no me traicionani ... La naturaleza es mucho mas
agradecida que los hombres».
Isabel habia entendido que, si queria apostar por si mis-
ma, tenia que conseguirlo a traves de la libertad, una dicha
que solo encontraba a miles de kil6metros de Viena. Vivia
con todas las comodidades de las que gozaba una mujer de
su estatus, rodeada de camareras y damas que se encargaban
de hacerle la vida mucho mas sencilla, pero su espiritu era tan
diferente al del resto de las mujeres de su cargo que rehuia
de cualquier visita oficial a palacios extranjeros en sus largos
viajes. En Espana, por ejemplo, visit6 desde los sesenta hasta
los noventa las ciudades de Cadiz, Sevilla, Malaga, Grana-
da, Ronda, Barcelona, Valencia, Alicante, Elche y Mallorca,
isla que frecuent6 en varias ocasiones bajo el pseud6nimo
de condesa de Hohenems para disfrutar con discreci6n de
la compaiiia de su primo, el archiduque Luis Salvador. Pero
jamas acept6 ninguna invitaci6n oficial de los reyes espaiioles
alegando excusas muchas veces poco fundamentadas.
En su vida solo lleg6 a conectar con dos reinas. La pri-
mera fue la espaiiola Eugenia de Montijo, emperatriz consor-
te de Francia, a quien Isabel conoci6 en agosto de 1867. Las
unian ciertas coincidencias accidentales: ambas eran reinas re-
chazadas por sus respectivas cortes debido a su baja alcurnia
y, ademas, estaban consideradas las dos mujeres mas bellas de
SU epoca. Siempre que tenia oportunidad, Isabel la visitaba en

secreto para charlar con ella a salvo de todo escrutinio, incluso


el de sus respectivos esposos.

109
La otra fue Isabel de Wied, esposa del rey C arlos I de
Rumania, una reina cultisima y con una amplia carrera literaria
bajo el pseud6nimo de Carmen Sylva. Para Isabel, que lleg6 a
hablar aleman, hungaro, griego moderno e ingles con fluidez,
que veneraba al poeta aleman Heinrich H eine -convirtiendo-
se en una de sus mayores estudiosas- y que adoraba la cultura
de la Grecia antigua, la monarca rumana era una amiga con
la que compartir sus gustos literarios y, a medida que ganaron
carifio y confianza, los sinsabores de la corona.
De todas formas, la emperatriz no siempre podia escapar
de sus obligaciones.Le molestaban sobre todo las situaciones que
la enfrentaban con el conflicto que era para ella que la juzgaran
solo por su belleza. E n la boda de su hija G isela, en abril de
1873, tuvo que oir que su presencia eclipsaba a la propia novia.
Tal vez el mejor ejemplo de esta lucha interior es la Ex-
posici6n Internacional de Viena, celebrada apenas un mes des-
pues del enlace. Fue un acontecimiento protocolar de primer
orden al que asistieron todos los reyes del mundo. Isabel, que
acompafi.6 a Francisco Jose en la recepci6n de las delegaciones,
deslumbr6 en las infinitas galas, cenas y bailes. Pero llegado el
mes de julio, simplemente decidi6 tomarse un descanso en la
villa de Payerbach, en la Baja Austria. Estaba agotada. Sin em -
bargo, su repentina ausencia sembr6 el desconcierto entre los
asistentes a la exposici6n.Todos querian ver de cerca a la empe-
ratriz, embrujados por la leyenda de su belleza sin igual. Los re-
yes y politicos, aunque decepcionados, se resignaron a no con-
tar con su presencia. Todos menos el sha de Persia, que se neg6
a abandonar la ciudad sin verla y para el cual acondicionaron
el palacio de Laxenburgo (incluido un gran fog6n en medio de

110
sus aposentos imperiales en el que cocinar cameras espetados).
Tal era la ilusi6n del sha por conocer a Isabel que habia llegado
a Viena acompafiado por un sequito compuesto por politicos,
familiares, dos meretrices, caballos, perras, cuarenta cameras y
cuatra gacelas que queria regalar a la emperatriz.
La presencia del sha en Viena se volvia cada vez mas in-
c6moda, ya que coqueteaba con todas las mujeres e incluso las
toqueteaba sin ninglin pudor. De modo que, tras oir las suplicas
de su esposo, Isabel se resign6 a dejar su descanso para asistir
a una velada con el sha, de modo que este accediera a mar-
charse finalmente. Esa noche se present6 en palacio con uno
de sus vestidos mas espectaculares, de un delicado tejido color
beis y bordado en hilo de plata. Cuando se abrieran las puertas
del salon, el sha qued6 mudo de asombra, se puso las gafas de
montura de ora y murmur6: Ah, qu'elle est belle! Isabel sabia que
su sola presencia era suficiente para domar a los hombres mas
impetuosos. Mantenia la sonrisa, el porte, la elegancia, pera en
su alma resonaba la decepci6n por estos falsos triunfos, la indi-
ferencia que sentia por toda esa gente que aplaudia a la dama
que brillaba por fuera pera era incapaz de oir a la mujer culta e
inteligente que gritaba dentra del corse .

......

Con los afios, el arte habia dejado de ser para Isabel una afi-
ci6n para convertirse en una autentica pasi6n. Siempre lo ha-
bia sido, incluso desde que era una nifia feliz en Possenhofen,
pero la literatura, la pintura y la escultura habian pasado a ser
el centro de sus dias. Sobre todo ahora, hacia mediados de

111
la decada de 1870, cuando ya habia abandonado la politica
por completo, un alejamiento que habia comenzado desde su
intervenci6n para la formaci6n del Imperio austrohungaro.
O»iza intuia que nunca volveria a tener tanta relevancia su
consejo y, ademas, las formas de Francisco Jose estaban re-
fiidas por completo con sus ideas y jamas lograban un acer-
camiento. Isabel era antimilitarista y de ideas liberales, tanto
que rechazaba c6mo la aristocracia oprimia a las clases rurales
y trabajadoras con impuestos,jornadas de trabajo intermina-
bles y salarios irrisorios. Y para estupor de quienes escucha-
ron estas opiniones de su propia boca, era muy critica con la
monarquia como modelo de Estado, como declar6 en uno de
los poemas que compuso unos afios mas tarde:

Sudan los pobres campesinos


mientras trabajan sus tierras.
En vano, porque bien pronto
les robaran el dinero.
Los cafiones son muy caros
y necesitamos muchos,
sabre todo ahora que el juego
se convierte en algo serio.
j~ien sabe! De no haber reyes,
quiza tampoco habrfa guerra.
Y terminaria la cara sed
de batallas y victorias.

La indiferencia de Isabel por los asuntos del Imperio


pareci6 incluso mas acusada porque no fueron afios precisa-

112
mente tranquilos. Cuando estall6 la guerra franco-prusiana
en 1870, la emperatriz se mantuvo completamente al margen.
Las hostilidades entre la Francia de Napoleon III contra el
Reino de Prusia, alineado con los reinos de Baviera, Wur-
temberg y Baden, ponian al Imperio en una situaci6n mas
que delicada, ya que no podia enfrentarse al enemigo de sus
aliados hist6ricos y su silencio significaba dar la espalda al
peligroso Imperio vecino. Asimismo, su ejercito continuaba
muy debilitado, y las apabullantes y tempranas victorias de
Prusia sobre el campo de batalla apuntaron desde un inicio a
que la victoria caeria de su lado. Con sensatez, Austria-Hun-
gria se mantuvo neutral en este conflicto y a Isabel tan solo le
preocup6 que su hermana Maria, exreina consorte de las Dos
Sicilias, llegara sana y salva a Baviera despues de que se viera
obligada a huir de Roma tras la entrada en la ciudad de las
tropas de la nueva Italia. De todas formas, la neutralidad del
Imperio en el conflicto vecino llevaba la impronta de Isabel,
aunque no de manera directa. Qyien consigui6 mantener a
los ejercitos austriacos al margen foe el flamante ministro de
Exteriores ... nada menos que Julio Andrassy. El hungaro ha-
bia anhelado el cargo desde hacia aiios y contaba con el apoyo
explicito de la emperatriz. Y pese a que no esta documentado,
todo indica que la influencia de Isabel fue determinante para
cesar al beligerante ministro Beust y poner en su lugar a su
viejo amigo. Fue una jugada de ajedrez que demor6 cinco aiios
y, cuando culmin6, nadie repar6 en que habia sido la delica-
da mano de Isabel la que habia movido las piezas. Si ella no
podia estar en primera linea de la politica, al menos que lo hi-
ciera uno de los hombres mas inteligentes y habiles que habia

113
conocido, cuya amistad seguia alimentando a traves de co-
rrespondencia y de alguna visita esporadica.
A este episodio lo sigui6 una fuerte crisis econ6mica,
suscitada por el entusiasmo que habia levantado la Expo-
sici6n Internacional de Viena. Fueron muchos quienes no
dudaron en especular con sus ahorros ante el optimismo de
aquellos tiempos, tanto poseedores de grandes fortunas como
ciudadanos de bolsillo mucho mas modesto. Pero los augures
econ6micos no acertaron y el desastre financiero de 1873 fue
tal que incluso se dispararon los suicidios. El Imperio se tam-
baleaba en un equilibria cada vez mas quebradizo ya que aho-
ra tambien contaban con enemigos entre las clases pudientes.
Francisco Jose era consciente de que necesitaba un gesto
que devolviera al pueblo la fe en la corona. Por este motivo,
cuando en 1877 dio comienzo la guerra ruso-turca, el Imperio
austrohungaro firm6 con sus aliados de los Urales un acuerdo
para repartirse la peninsula balcanica en caso de victoria, a
cambio de su neutralidad. Y cuando Rusia venci6 en 1878
al Imperio otomano, Viena pas6 a administrar las provincias
turcas de Bosnia-Herzegovina. Austria volvia a resplandecer:
sus fronteras se habian expandido y recuperaba algo del poder
perdido frente al resto de las potencias europeas.

Hacia 1875, Isabel habia recuperado una vieja forma de liber-


tad, una que le devolvia los mejores recuerdos de su infancia
en Possenhofen: los caballos. Tenia treinta y siete afios y un
estado fisico admirable, y la equitaci6n seguia siendo su re-

114
fugio, una manera de desquitarse de todo aquello que la an-
gustiaba cuando estaba en Viena. Si bien es cierto que apenas
pisaba la capital, porque practicamente se habia mudado con
su hija menor al castillo hungaro de Godollo, cuando estaba
dentro de las fronteras del Imperio tambien dedicaba todas
las horas que podia a montar.
Pero no siempre sus planes salian como ella queria: en
Sassetot, Normandia, adonde habia acudido a tomar leccio-
nes con un importante profesor de equitaci6n ingles que la
prepararia para ser aun mejor amazona de lo que ya era, su-
fri6 una conmoci6n cerebral tras una aparatosa caida durante
el entrenamiento. Lejos de cogerle miedo al caballo, estaba
contando los dias para volver a subirse a su grupa. Mientras
se recuperaba del accidente, tumbada en la cama de su alco-
ba en el Castillo de Sassetot, leia con fastidio la ultima carta
de Francisco Jose, en la que volvia a suplicarle que dejara de
cabalgar. Lo mismo hada Gisela, pedirle con ahinco en sus
misivas que dejara atras las riendas y optara por una vida mas
tranquila. Una emperatriz no debia correr esos riesgos. Pero
a pesar de los ruegos de su esposo y de sus hijas, Isabel tenia
claro que volveria a montar en cuanto le fuera posible. Asi
se lo confes6 a Maria de Festetics y su dama lo reflej6 en su
diario: «Vosotros quisierais que yo no volviera a montar. Lo
haga o no, morire tal como sea mi destino».
Su nueva pasi6n era la monta inglesa, mucho mas ex-
trema y peligrosa que la que habia practicado hasta enton-
ces. Mientras ella en Godollo sorprendia a sus compafieros
de monteria por la velocidad con la que surcaba el terreno,
en Inglaterra esa aptitud no asombraba a nadie. Alli se salta-

115
ban altas cercas de piedra a lomos de la montura, se salvaban
zanjas profondas, se hendian con los cascos de los animales
terrenos embarrados y repletos de rocas afiladas. La primera
vez que habia viajado a Inglaterra para comprobar de primera
mano si era cierto que los jinetes ingleses eran los mejores del
mundo foe en 1874. Alojada de nuevo bajo el nombre falso de
condesa de Hohenems, uno de sus pseud 6~imos favoritos, la
emperatriz habia solicitado conocer a algunos de los mejores
jockeys del mundo para cabalgar junto a ellos. Llegaron las
noticias a Vierra y de inmediato brotaron las criticas por la
cercania con la que trataba a estos hombres. Alli despreciaba
a los arist6cratas y nobles, pero en Inglaterra departia durante
horas con hombres sin titulo alguno y con los ropajes llenos
de barro. Para Isabel la diferencia estaba mas que clara: a estos
hombres los respetaba y admiraba por su destreza, tanto que
ansiaba aprender de ellos.
El pelirrojo George Bay Middleton, uno de los mejores
de su epoca, foe sin duda el jinete con el que mejor conect6,
a pesar de que en un principio a el le pareci6 todo un fastidio
el encargo de ser el guia de Isabel. Pero cuando la conoci6,
esta idea se desvaneci6 por completo. Ella no era una prin-
cesita miedosa y apocada, como el habia imaginado, sino que
cuando se sentaba en la silla, siempre de lado porque a las
mujeres no les estaba permitido hacerlo a horcajadas, hacia
gala de un arrojo y de una constancia admirables. M iddleton
era un hombre seco, de maneras bruscas y un tanto arrogan-
te, y la emperatriz jamas se quej6 de su actitud, sino todo lo
contrario, ya que lo admiraba y sabia que, si queria aprender
del mejor, tenia que someterse a su dura disciplina. El jamas

116
rebaj6 el nivel de dificultad por estar entrenando a una empe-
ratriz y ella nunca le defraud6. Si se caia del caballo, se sacudia
el barro del vestido y volvia a montar. Si las lluvias habian
dificultado tanto el terreno que muchos jinetes preferian no
salir, ella lo esperaba en las caballerizas para continuar con
su preparaci6n. No en vano en algunos drculos ingleses la
llamaban «la reina tras la jauria», porque a menudo era de las
pocas que lograban terminar con exito arriesgadas monterias.
Y aunque las malas lenguas volvieron a hablar de un romance
extramatrimonial entre Middleton e Isabel, como ya habian
hecho con Julio Andrassy, lo cierto es que siempre los uni6
una profunda amistad basada en el respeto mutuo.
Si bien su primera visita a Inglaterra habia sido en 1874,
sentia tanta fascinaci6n por c6mo cabalgaban los ingleses que
regres6 durante largas temporadas en 1876 y 1878. En el pri-
mer viaje, ademas, habia descubierto lo mucho que le gustaba
bafiarse en las aguas del oceano, algo que nadie aprobaba por
considerarlo peligroso, ademas de poco apropiado para una
emperatriz. Pero Isabel anteponia, una vez mas, su disfrute
a su corona, y su amor por el mar creci6 aun mas, tanto que
escribi6 durante este viaje a Francisco Jose: «Por mi gusto, me
iria una temporada a America. El mar me tienta mucho cada
vez que lo contemplo».
Tambien en este tiempo comenz6 a gastar una fortuna
en caballos. Se encaprichaba de los ejemplares mas puros y
perfectas, y no dudaba en derrochar para hacerse con los mas
exquisitos que podia encontrar. En estos tiempos, Isabel con-
taba por primera vez con una pequefia fortuna propia, ya que
hasta entonces dependia de la anualidad que recibia por su

117
cargo. Cuando el antiguo emperador Fernando falleci6 a me-
diados de 1875, nombr6 como heredero universal a Francisco
Jose y este triplic6 la asignaci6n anual de su esposa (de cien
mil a trescientos mil gulden), al mismo tiempo que le regal6
dos millones de gulden para que dispusiera de ellos a su anto-
jo. La decision que tom6 Isabel foe ins6lita: compr6 acciones
de los ferrocarriles austriacos y de una naviera ubicada en el
Danubio, una operaci6n financiera que volvia a dejar patente
que la emperatriz apostaba por el futuro, por la modernidad,
ademas de que poseia una intuici6n muy certera, tambien
para los negocios. Con el dinero restante, abri6 cuentas ban-
carias en distintas entidades. Una de ellas, en la Primera Caja
de Ahorros de Austria, estaba bajo el nombre falso de Her-
menegilda Haraszti. Pero la que mas llama la atenci6n es la
que mantenia -al parecer, sin que el emperador conociera su
existencia- en la banca Rothschild en Suiza, quiza prepara-
da por si se veia obligada a emigrar.
Isabel ya era independiente, tambien econ6micamente.
Nadie iba a decirle c6mo tenia que vivir, tampoco si debia su-
birse de nuevo al caballo o no. Y desde la cama del castillo de
Sassetot, mientras divisaba a lo lejos c6mo la lluvia castigaba
los verdes prados de N ormandia, pens ab a en que los cardena-
les y contusiones que le causaban sus caidas le dolian mucho
menos que el menosprecio al que la sometia Viena.
Durante otra de sus estancias en Landres, en 1881, re-
cibi6 la noticia de que su hijo Rodolfo acababa de prometerse
con Estefania, hija del rey Leopoldo II de Belgica, e Isabel te-
nia que conocer a la princesa. Todo este tiempo habia estado
viajando acompanada solo por su hija menor, su kedvesem Ma-

118
ria Valeria. G isela, por su parte, se habia casado con Leopol-
do de Baviera, ya habia d~do a luz a tres de sus cuatro hijos y
unicamente se veian en ocasiones sefialadas. Y Rodolfo se ha-
bia convertido en un joven apuesto de veintitres afios que habia
completado su formacion en Inglaterra y destacaba por su vasta
cultura y sus ideas liberales, muy alineadas con las de su madre.
El compromiso del principe resultaba muy ventajoso
para el Imperio, ya que con el Austria-Hungria se aseguraba
el apoyo del pujante estado belga, que se habia convertido
en la segunda potencia industrial de Europa gracias a sus re-
servas de hierro y carbon y a sus fertiles colonias. Isabel se
traslado al continente y se subio a un tren rumbo a Bruselas,
donde la esperaban el dia del encuentro a pie de anden su
futura nuera y sus padres. Se saludaron con afecto e Isabel, al
ver a la joven de tan solo dieciseis afios, regreso de inmediato
a aquel mes de agosto de 1853, cuando ella se prometi6 con
Francisco Jose siendo tambien una nifia. Mientras almorzaba
con la que seria su familia politica, todos muy encorsetados
por el protocolo mas antiguo Y rigido, intuy6 que SU hijo no
seria feliz con aquella mujer tan estirada y poco interesante,
pero se veia obligada a respetar su decision. En realidad, no
podia dejar de pensar en cuan importante era esta decision,
la de unir tu vida para siempre a un hombre que ocupa un
trono, y que poco consciente de sus consecuencias se es con
tan corta edad como la de Estefania ahora, o la que ella tenia
cuando se cas6 con Francisco Jose.
Isabel habia dejado de creer hacia tiempo en el matri-
monio. Si bien se habia casado con Francisco Jose presa de
la inocencia y de la ilusi6n de la juventud, pronto se habia

119
desengafiado y jamas recibi6 con entusiasmo la noticia de los
enlaces de sus hijos. Se vestia y se arreglaba para la ocasi6n,
participaba en la ceremonia y los posteriores festejos, pero se
limitaba a cumplir con su papel sin mostrar el arrebato que
parecia invadir a otras madres de la realeza. Es mas, solo dos
afios antes del anuncio de Rodolfo, en abril de 1879, Fran-
cisco Jose e Isabel habian celebrado sus bodas de plata. Un
desfile conmemorativo disefiado por Hans Makart, uno de
los pintores mas admirados en aquel momenta, y en el que
participaron diez mil personas, recorri6 Vierra el dia de la efe-
merides. Pero para ella esto no era mas que un engorro, una
nueva agenda de actos a los que se veia obligada a asistir y a
dejarse observar. En los eventos celebrados en palacio a puer-
ta cerrada, en cambio, se limitaba a hacer acto de presencia ya
desaparecer minutos despues. Si iban a criticarla de cualquier
modo, tanto daba que tuvieran una raz6n mas para hacerlo.
El enlace del kronprinz iba a ser la pr6xima gran cita
del Imperio austrohungaro. La realeza europea iba a asistir
a la celebraci6n, asi como lo mas granado de la aristocracia
imperial, e Isabel estaria a la altura, algo de lo que no dudaban
ni Francisco Jose ni el propio principe. Aunque cada vez re-
huia mas de la agenda oficial, cuando hacia acto de presencia
seguia teniendo el mismo carisma. Eso si, en cuanto podia
encontrar un lugar discreto se desquitaba con alguna de sus
damas entre quejas y risas murmuradas.
Al contrario de lo que pudiera parecer por su interce-
si6n decisiva para escoger a su preceptor cuando era tan solo
un nifio, su relaci6n con Rodolfo se habia vuelto distante. Por
mucho que le pesara en su coraz6n, no podia evitar ver a Ro-

120
dolfo ya Gisela como «nifios de Sofia», ya que se habian criado
con ella, e Isabel solo h~bia ejercido como una madre cercana
y calida durante toda la nifiez y juventud de Maria Valeria.
Asi y todo, ella habia sido la responsable de que Rodolfo no
recibiera una educacion basada tan solo en el ambito militar,
como era el deseo de su padre, sino en otras disciplinas mucho
mas afines a SU personalidad (humanidades, filosofia, ciencias,
idiomas ... ). Isabel apenas habia tenido contacto con el en su
juventud, pero aun asi era SU hijo mas Wittelsbach: apasio-
nado, impulsivo, amante de las artes, buen dibujante, culto,
viajero, estudioso ... Con el tiempo se habia convertido en un
apasionado de la ciencia y se habia doctorado en 1881 en
Ornitologia por la Universidad de Viena.
Rodolfo, ademas, era un intelectual muy critico con la co-
rona y los valores tradicionales de la aristocracia, tanto 0 mas
que su madre. Incluso se atrevia a difundir abiertamente su
opinion, aunque supiera que este acto le acarrearia consecuen-
cias. En 1878 publico el libelo La nobleza austriaca y su misi6n
constitucional, en el que criticaba abiertamente muchas de las
decisiones del Gobierno y defendia ideas liberales. La respues-
ta de Francisco Jose fue destinarlo durante un tiempo a Fraga,
lejos de la corte y al mando de un regimiento de tropas.
El enlace del principe se celebro el 10 de mayo de 1881 y
a el acudi6 toda la realeza europea. Pasados los fastos y la emo-
cion inicial, pronto se confirm6 la intuicion que habia tenido
Isabel antes de que se desposaran: los recien casados no tenian
nada en comun. El era culto, agnostico, liberal, espontaneo; Es-
tefania era protocolaria, conservadora y catolica. Aun asi, dos
afios despues cumplieron con el deber de tener herederos y na-

121
ci6 Isabel Maria, la (mica hija del matrimonio y bautizada asi
en honor a su abuela. Pero Isabel, que muy pronto habia visto
la incompatibilidad entre Rodolfo y Estefania, reconoda con
amargura que el nacimiento de la pequefia no lograria acercar
al matrimonio mas que temporalmente, un ultimo espejismo
que se desvaneci6 para siempre en 1887, cuando al principe
le diagnosticaron una enfermedad venerea que lo separ6 para
siempre de su esposa. Al enterarse, Isabel se desesper6: su hijo
habia contraido posiblemente gonorrea, dados los efectos se-
cundarios que afectaron a ambos miembros de la pareja. Este-
fania sufri6 una grave inflamaci6n en las trompas de Falopio
que, tal y como le diagnosticaron los medicos, impedia que
volviera a quedarse embarazada. Ademas de tener que lidiar
con el enfado de su nuera, Isabel temi6 la reacci6n de Francis-
co Jose. Lo conocia bien y sabia que se enfureceria, tal y como
ocurri6, al enterarse de que los devaneos sexuales del principe
lo habian dejado sin la posibilidad de engendrar un hijo var6n,
es decir, un heredero para la corona, donde regia la ley salica.
Rodolfo, por su parte, sufri6 graves secuelas y se convir-
ti6 en un enfermo cr6nico. A pesar de las ingentes cantidades
de morfina y cocaina que consumia, era presa de unos dolores
muy intensos que algunos dias le dificultaban incluso poder
caminar. Ademas de las drogas, el principe comenz6 a beber
alcohol sin limite alguno y, finalmente, no era mas que un
hombre infeliz agazapado tras un cumulo de adicciones.
Isabel no podia soportar que su hijo, el principe li-
beral, intelectual, amante de las artes y de las ciencias, que
dominaba varias lenguas y disfrutaba expresandose en ellas
en sus viajes, fuera ahora un hombre destruido, atrapado en

122
una encrucijada entre un matrimonio infeliz y las sustancias
que ofrecian refugio a su mente atormentada. Un nuevo Wit-
telsbach huia de su destino y del influjo del Imperio, esta vez
por peligrosos atajos . .

.....

El zar Alejandro III y la zarina Maria Fi6dorovna se encon-


traban en Viena en agosto de 1885 realizando una visita a los
emperadores e Isabel quiso agasajarlos con una representa-
cion teatral, uno de los divertimentos predilectos de su esposo
y mucho mas ultimamente, ya que acudia al Burgtheater va-
rias noches a la semana. Al termino de la funcion, los artistas
fueron invitados a cenar en palacio con los emperadores y los
zares, algo poco habitual y que se salia del estricto protocolo
austriaco. Y cuando entraron los interpretes, Isabel vio en Ca-
talina Schratt mucho mas que a la actriz de moda. Los deste-
llos en la mirada de Francisco Jose eran inequivocos, ella los
conoda mejor que nadie porque los habia provocado durante
afios: el emperador estaba enamorado de Catalina, por eso se
habian multiplicado sus visitas al teatro.
Hija de un humilde panadero de Baden, Catalina se ha-
bia casado en 1879 con el terrateniente hungaro Miklos Kiss y
pasado un afio dio a luz a SU unico hijo, Anton. Poco despues
se separ6 de su marido, sin divorciarse, y comenz6 a destacar
por su talento sobre el escenario, hasta convertirse en la actriz
mas prometedora del principal teatro de Viena, el Burgtheater.
En este punto de su vida, Isabel era una mujer segura de
sf misma, tenia muy claras sus prioridades y sabia como disfru-

123
tar de aquello que la hacia feliz, al tiempo que desoia cualquier
critica que quisiera destruirla. Parecia que, tras su fragil figura
y sus rasgos dukes, se escondia alguien blindado ante cualquier
ataque, que llevara una coraza que se habia labrado ella misma.
Viajar era su oxigeno, cada vez mas, pero la apesadumbraba ver
que la soledad y el aislamiento del emperador aumentaban dia
a dia. Hada afios que no eran un matrimonio, apenas tenian
nada en comun y en los pocos momentos que compartian, a
todo el mundo le resultaba llamativo el silencio que reinaba
entre los dos. Por eso, al ver la reacci6n de Francisco Jose ante
Catalina, Isabel vio en la actriz una oportunidad gloriosa para
que su esposo se sintiera feliz de nuevo y ella pudiera dedicarse
al estudio y los viajes, sin pesares ni remordimientos.
Lo primero que hizo foe encargar un retrato de Cata-
lina Schratt a Heinrich von Angeli y orquestar una visita al
estudio junto al emperador mientras la actriz posaba para el
pintor. Isabel, para estupefacci6n de sus propios hijos, hizo de
celestina entre su marido y Catalina, y no solo en esta ocasi6n
sino en todas en las que tuvo oportunidad de serlo. No ama-
ba a Francisco Jose, al menos no romantica y pasionalmente,
pero le resultaba inevitable quererlo: habia sido su compafiero
de vida, era el padre de sus hijos y deseaba que fuera dichoso.
La emperatriz se convirti6 en su tapadera. Era Isabel quien
invitaba a la actriz a palacio para que pudiera pasar horas a
solas con su esposo; tambien quien la visit6 en su propio do-
micilio, sin hacerse acompafiar por ninguna de sus damas,
para sincerarse con ella. Francisco Jose y Catalina se enten-
dian, se gustaban y se apoyaban.- Y el emperador necesitaba
ese sustento y amparo que la actriz queria brindarle.

124
Pasaban horas juntos y, tras sus encuentros, Isabel en-
contraba a Francisco Jose tan animoso como al principio de su
matrimonio. Era evidente que el emperador encontraba reposo
en la actriz, que seguramente no le pedia hablar de temas ele-
vados, de alta literatura ode la Grecia clasica. Ademas, era bella
y fresca, con un toque espontaneo que a Isabel le recordaba a si
misma cuando era joven, aquella que lo habia conquistado a pri-
mera vista en Bad Ischl. La relaci6n dur6 treinta y cuatro afios,
mucho masque cualquier escarceo anterior de Francisco Jose
y, curiosamente, la propia emperatriz fue su principal artifice.
Valeria escribi6 en su diario, afios despues, que su madre
la habia hecho c6mplice de un deseo que la sumi6 en un ho-
rrible desconcierto: en caso de que ella muriera, queria que su
hija pe.rsuadiera a su padre de que se casara con Catalina. Con
esto daba un paso mas alla, ya que no solo aceptaba la relaci6n
de su esposo, sino que tampoco veia mal que la legitimara
ante su familia, la corte y el pueblo .

....,..

A comienzos de 1889, la vida equilibrada que tanto esfuerzo le


habia costado a Isabel se sumi6 en la oscuridad mas profunda.
Lo habia presentido. La noche del 29 al 30 de enero apenas
habia podido descansar. Cada vez creia mas en los presagios,
en los ·espiritus y las fuerzas ocultas, y algo anunciaba que una
mala noticia se cernia sobre ella y su familia. Se despert6 de
madrugada, como de costumbre, tom6 su habitual bafio en
agua fria y, tras acicalarse y pedir a su peluquera que le cepilla-
ra la melena y se la recogiera en una sencilla trenza, se visti6

125
con un disefio de invierno y sali6 a respirar el aire helado del
jardin. Sin saber muy bien por que record6 las navidades pasa-
das, las mas felices de los ultimos tiempos. Maria Valeria habia
anunciado su compromiso con el archiduque Francisco Salva-
dor y se habia fundido en un abrazo con Rodolfo tan carifioso
como jamas habia visto. Isabel sabia que su hija deseaba con
toda su alma el enlace, afortunadamente por amor y no por
conveniencia, y por eso habia intercedido ante el emperador
para que aceptara a su prometido. A sus cincuenta y un afios, la
emperatriz Isabel, desengafiada de casi todo, seguia creyendo
en el amor y su hija pequefia siempre habia sido su debilidad.
Durante las primeras horas de la mafiana, la niebla ape-
nas se habia desprendido de las paredes de palacio. El dia era
sombrio y humedo, y en estas ocasiones le parecia que el am-
biente del frio Hofburg era similar al de un pantano: pesado
y enviciado. En esto pensaba mientras leia a Homero durante
su lecci6n del dia de griego, con una pronunciaci6n que no
dejaba de sorprender a su preceptor, cuando unos nudillos
repicaron en la puerta de la estancia. Al abrirla, un amigo de
su hijo, el conde de Hoyos, entr6 con pasos rapidos y con un
gesto en el rostro que Isabel no queria interpretar. Se lo dijo
sin tapujos: Rodolfo habia sido hallado muerto y, jun to a el,
tambien se encontraba el cadaver de una joven.
Isabel not6 c6mo el aliento abandonaba su cuerpo, pero
supo que en aquellos momentos tenia que dejar a un lado su
terrible pesar para actuar como debia. Se levant6 lentamente
del sill6n, dej6 el libro sobre la mesa y agradeci6 al conde que
hubiese tenido la deferencia de contarle a ella la noticia an-
tes que al emperador. Ella era mas sensible, si, pero tambien

126
sabia c6mo manejar mejor las crisis y eso hizo. Fue la propia
Isabel quien anunci6 a Francisco Jose la muerte del kronprinz
y este reaccion6 de un modo muy distinto a la muerte de su
primogenita. Se hundi6. Se habia quedado sin heredero, algo
que jamas habia pensado que fuera posible.
Qµienes vieron a Isabel aquellos dias la definieron de
formas muy similares a como lo hizo Luisa de Belgica en sus
memorias: «Cuando, despues de ser llarnada por la empera-
triz, acudi a su lado, me entontre ante una estatua de marmol
blanco, toda ella cubierta por un velo negro».
La mafiana siguiente, Isabel quiso vestir a Rodolfo para
su ultimo viaje y lo despidi6 con un dulce beso en la boca. Lo
habia querido, a su manera y quiza con una distancia que ella
misma habia impuesto, pero sentia el desgarro insoportable de
una madre a quien le arrebatan a su hijo. Y solo ese mediodia,
durante el almuerzo de la familia imperial, sentada a la mesa
y sin probar bocado, se rompi6 por primera vez. El desamparo
la invadi6 y no podia dejar de sollozar. No atendia al consuelo
de su esposo, tampoco al de su querida Maria Valeria. Ningun
gesto de carifio podia llenar el terrible vacio que sentia en el
interior de su delgado pecho.
Loque mas le dolia era pensar que, quiza, Rodolfo hu-
biera sentido lo misrno y por eso habia decidido quitarse la
vida.

127
v

LA EMPERATRIZ
ERRANTE

Su busqueda de la libertad se hizo mds


arriesgada, mds extrema, pero tambien
cargada de pasi6n y ansias de vivir.

T
H acia apenas unos dias que habian enterrado a Ro-
dolfo e Isabel s~ntia que su hijo, de alguna forma
espiritual, seguia todavia cerca de ella. Durante el
arranque de febrero de 1889, la emperatriz vagaba por el
palacio totalmente extraviada. En silencio, recorria los frios
pasillos con la mirada perdida y apenas respondia a quienes
se dirigian a ella. El kronprinz, aquel nifio tan inteligente y
despierto al que ella habia rescatado de las garras de un cruel
preceptor, el que con el tiempo se habia dado cuenta de que
era el que mas se le parecia, el hijo que habia hallado la muerte
antes que ella . .. No podia haberse desvanecido por completo.
Isabel creia escuchar a su hijo desaparecido en susurros,
en sonidos que solo ella era capaz de captar, y sentia que era su
deber como madre atender a sus suplicas venidas desde el mas
alla. En los ultimas afios, habia profundizado en el espiritismo

131
y cada vez creia mas en este tipo de pdcticas. Si bien era ca-
t6lica, su concepci6n de la religion distaba mucho de la orto-
doxia y era m as bien laxa: creia en Dios, pero a su modo. Y no
veia ningun inconveniente en compaginar su fe cristiana con
sus recien form adas creencias espiritistas. Es mas, en cuanto
descubri6 el esoterismo, no dud6 en ahondar en el y estudiarlo
con prolijidad, como h ada siempre que un tema le interesaba.
Gracias a una de sus amigas de juventud, la condesa de
Paumgarten, la emperatriz tuvo uno de sus primeros contactos
con estas tendencias. La condesa estaba considerada una me-
dium escritora, es decir, una persona que conectaba con los es-
piritus y, tras caer en una especie de trance, trasladaba mensajes
del mas alla a traves de la escritura automatica. Isabel la con-
sult6 en varias ocasiones cuando se hallaba ante alguna encru-
cijada; pretendia encontrar en el trasmundo las respuestas que
este mundo le negaba. Y no era la unica, ya que el espiritismo
se habia convertido en una pdctica de moda entre las clases
altas de la sociedad europea a finales del siglo XIX. Su sobrina y
confidente Maria de Larisch, hija de su hermano mayor, Luis,
recogi6 unas frases que la propia emperatriz habia escrito en
su desaparecido diario y que clan buena fe de cuanto creia en el
contacto con el mas alla: «Yo no soy de aquellas personas que
permanecen ajenas a sus sentidos. Y por eso oigo o, mejor di-
cho, siento los pensamientos y lo que mi espiritu quiere de
mi». Su personalidad de Wittelsbach, siempre curiosa y pre-
dispuesta a nuevas experiencias emocionales y espirituales, era
terreno abonado para este tipo de convicciones.
Por eso, durante los dias siguientes al entierro de R o-
dolfo, Isabel se negaba a creer que se habia roto para siempre

132
el lazo entre madre e hijo. Presentia que, de algun modo, su
alma tenia que permanecer alli, cerca de ella, aferrada a aque-
lla vida terrenal que tan cruel se habia vuelto.
°-1iiza la atormentara algo mas que la idea de que Ro-
dolfo no quisiera reposar eternamente. Esta era, por desgracia,
una de las pocas certezas que rodeaban la misteriosa muerte
del kronprinz, quien habia dejado por escrito antes de aban-
donar este mundo que queria ser enterrado junto a su joven
amante, Maria Vetsera, cuyo cadaver fue encontrado a su lado.
No obstante, nose atendieron los ruegos del muerto y, mien-
tras su amante fue sepultada al amparo de la oscuridad de la
medianoche del 31 de enero de 1889 en una tumba an6nima
en el cementerio de la abadia de Heiligenkreuz, Rodolfo fue
llevado a la cripta de los Capuchinos, en los s6tanos de la igle-
sia hom6nima en las cercanias del palacio de Hofburg,junto a
todos los Habsburgo que habian ocupado el trono austriaco.
Y ni siquiera el hecho de dar cristiana sepultura al here-
dero del trono de Austria-Hungria acall6 las especulaciones
sobre su muerte que recorrian el Imperio de norte a sur y de
este a oeste, y que continuaron incluso decadas despues del
suceso. Otra de las pocas certidumbres sobre el fallecimiento
del heredero es que fue hallado por su amigo intimo el conde
de Hoyos en la maftana del 30 de enero de 1889 en su pabe-
ll6n privado de Mayerling, un recinto de caza situado a unos
cuarenta kil6metros de Viena, que habia comprado apenas tres
aftos atris y que se habia convertido en uno de sus lugares fa-
voritos. Fue el conde quien, al ver que Rodolfo nose presentaba
a la partida de caza convocada por el mismo a primera hora
de la maftana, habia acudido a averiguar que le ocurria y, tras

133
derribar la puerta de entrada despues de llamar en repetidas
ocasiones, habia sido el primero en encontrarse con la trigica
escena. La estancia se encontraba desordenada, tanto que el
suelo estaba cubierto de enseres y nada parecia estar en su lugar.
Pero lo mas horrible era la estampa del principe y su amante.
Ambos yacian sobre la cama, envueltos en un gran charco de
sangre, y le sorprendi6 que cerca de la mano de el descansaba
una pistola. Maria estaba tendida, con la melena desordenada
sobre el colch6n, mientras que el principe, a su lado, aparecia
algo mas incorporado y con un lado del crineo destrozado.
Todo apuntaba a un suicidio en pareja, a que Rodolfo ha-
bia acabado con la vida de su amante y despues se habia arreba-
tado la suya. El conde de Hoyos relat6 a la policia, un mes des-
pues del funesto hallazgo, que cuando entr6 a primera hora de la
mafiana en el pabell6n del principe,·el cuerpo de este estaba aun
caliente pero no asi el de Maria Vetsera, lo que indicaria el or-
den en el que habia procedido Rodolfo. La pareja compartia su
fascinaci6n por la muerte y mantenian una relaci6n sumamente
apasionada, con altibajos muy pronunciados debidos a la severa
depresi6n que sufria el heredero al trono, que podrian haberlos
conducido a un final tan infausto. Isabel, no obstante, no queria
creer esta explicaci6n y pensaba que habia sido la propia Maria
quien habia proporcionado veneno a Rodolfo, antes de ingerirlo
ella misma en un vaso con restos de coiiac que se encontr6 cer-
ca de la cama. Pero la version del medico de la corte, el doctor
Wiederhofer, fue tajante en este sentido: el principe habia dis-
parado a su amante y, acto seguido, se habia suicidado.
El heredero de la corona no solo era un sacrilego por
haberse suicidado y un adultero, sino tambien un asesino.

134
~Como se podia ocultar semejante esd.ndalo y darle una se-
pultura digna? Para ello foe de nuevo clave la aportacion de
Wiedenhofer, quien se vio obligado a sostener que Rodolfo
habia sido victima de un ataque de locura. Si el principe esta-
ba enajenado, parte de la culpa se diluia en su demencia y su
imagen podia ser blanqueada. .

.....

Sin duda, la desaparicion de Rodolfo contribuyo a exacer-


bar el comportamiento solitario y particular de Isabel, pero lo
cierto es que su conducta llevaba afios alarmando a quienes
la conodan. Siempre habia hecho de la libertad su bandera y
muy pronto habia comprendido que tenia que vivir la vida a su
modo si queria ser dichosa, incluso si queria mantener su fragil
salud. Pero en los ultimos afios, SUS decisiones atrevidas habian
ido a mas. Solo un afio antes de la muerte tragica de Rodolfo,
en 1888, la emperatriz hizo algo insolito para una mujer de
SU epoca, mucho mas para una que OStentaba SU importante
cargo: se hizo un tatuaje. Encargo que le dibujaran en la piel
un ancla, como si en lugar de ocupar el trono del Imperio aus-
tro-hungaro fuese un lobo de mar, ya que en el Occidente de
aquella epoca solo los marineros mas aguerridos se tatuaban.
Pero ella quiso homenajear asi su gran pasion tras un largo
viaje por el Egeo, quiso llevar siempre con ella aquel simbolo
de libertad, una decision que horrorizo a Francisco Jose cuan-
do ella se lo relato por carta. Su esposa, la bella y delicada em-
peratriz de los austriacos, habia tenido un gesto mas propio
de una tabernera portuaria que de la habitante de un palacio.

135
A finales de los ochenta, cuando Isabel sobrepas6 los
cincuenta afios, tambien tom6 otra decision insolita: cubrir
su rostro para siempre. Ella, que habia sido la emperatriz mas
admirada de Europa, sobre cuya belleza se habian extendido
cientos de leyendas y que levantaba suspiros en todos los sa-
lones y palacios, queria esconder al mundo los efectos de la
edad en su rostro. A partir de este momenta, no sali6 jamas a
espacios abiertos sin ir acompafiada de su sombrilla blanca y
su abanico negro. Y por si estos elementos no fueran suficien-
tes, tambien se cubria la cara con velos opacos que no dejaban
entrever ni uno solo de sus rasgos.
Pero si ya resultaba llamativo su nuevo aspecto, el eter-
no luto que visti6 tras la muerte de Rodolfo contribuy6 a
subrayar el halo de misterio que rodeaba a la emperatriz. Un
afio despues de la muerte de su hijo no solo no habia abando-
nado el color negro en sus ropajes, sino que regal6 a sus hijas
Maria Valeria y Gisela todas sus prendas de color, asi coma
un sinfin de bolsos, sombrillas, pafiuelos y tocados que no
pensaba volver a lucir. Todos los dias se cefiia su sempiterno
corse y se cubria con uno de los muchos vestidos negros que
componian su nuevo armario. Escogia guantes negros, som-
brero negro y zapatos negros para completar su vestimenta
y tan solo accedi6 a cambiar este color por un discreto tono
gris para la boda de Maria Valeria con el archiduque Fran-
cisco Salvador el 31 de julio de 1890 y, dos afios mas tarde,
para el bautizo de la primera hija de la pareja, Isabel, llamada
asi en honor a su abuela.
La emperatriz era consciente de que el tiempo habia de-
bilitado todo aquello que un dia la habia hecho poderosa de

136
cara a los demas, como tambien habian desfallecido sus ganas
de seguir reivindicando su lugar en un mundo que siempre
se lo habia negado, ese mismo mundo que habia abocado a
Rodolfo a la muerte. Sentia tanto dolor que muchas veces
hasta habia dado muestras de no tener miedo de desaparecer;
ansiaba desprenderse al fin del desconsuelo que le habia cau-
sado esta vida y encontrarse con su hijo, ya que no soportaba
que el hubiese fallecido antes que ella. Asi lo dej6 escrito en
su diario su hija Maria Valeria, la que mas y mejor conocia a
Isabel en la intimidad: «Mama dice que se siente d~masiado
vieja y cansada para luchar; que tiene las alas quemadas y solo
ansia el reposo. Llega a afirmar que lo mejor seria que todos
los padres mataran a sus hijos recien nacidos».
Y al mismo tiempo que Isabel iba deshaciendo los la-
zos que la unian a su anterior vida, su marido y su kedvesem
encontraban la felicidad lejos de ella. Por un lado, Francisco
Jose disfrutaba de la compafiia de Catalina Schratt, quien le
habia brindado consuelo tras la tragedia de M ayerling y habia
conseguido que jamas volviera a afiorar a Isabel como lo hacia
antes. Y Maria Valeria, por su parte, se sentia dichosa junto a
su esposo, con el que lleg6 a tener diez hijos, de los que sobre-
vivieron nueve. Isabel, por consiguiente, ya no dejaba a nadie
atr:is cuando decidia salir de viaje: era libre de deambular de
pais en pais, si asi le placia, sin remordimientos.
E n un poema que Isabel escribi6 en el castillo hungaro
de Godollo en 1886, tres afios antes de la muerte de Rodolfo,
titulado «Abandonada», recogia el momento decisivo que es-
taba atravesando y resumia la enorme insatisfacci6n que las-
traba sus dias:

137
En mi gran soledad
compongo pequefios cantos;
el coraz6n, lleno de pena y tristeza,
me oprime el espiritu.
iO!ie joven y rica fui un dfa
en ilusiones y esperanzas!
Crei poseer inmensas fuerzas,
y que el mundo se abrfa ante mi.
Viviy ame,
y recorri el mundo.
Mas no halle lo que buscaba.
Engane y fui enganada.

Como esos barcos que tanto adoraba, abandonados a los


embates de las olas y los vientos, Isabel sentia que era momenta
de levar el ancla. Renunci6 incluso a su profunda querencia
por la poesia, ese refugio que tanto amparo le habia brindado
desde la adolescencia. Ya no se encontraba colmada y dichosa
entre versos. Mientras que en la decada de los ochenta habia
llenado unas seiscientas paginas de poesia, tras enterrar a su
hijo no volvi6 a escribir ni un verso mas.
Antes de abandonar la lirica, sin embargo, puso a buen
recaudo todo aquello que habia escrito porque entendia que ese
era su legado: sus versos, donde ella condensaba sus pensamien-
tos mas intimos. Hizo imprimir dos copias, que entreg6 a SU
sobrina Maria de Larisch y a su prima Henny Pecz. Corrieron
por Viena algunas ediciones secretas de estas composiciones y,
si bien en un principio se creian falsas, con el tiempo esta hip6-
tesis ha ido cobrando veracidad, ya que la propia Isabel mand6

138
imprimir algunas. Es mas, en 1890, cuando supo que jamas
volveria a escribir, reuni6 algunos de estos ejemplares junto a
los originales escritos de su puiio y letra en un cofre que guard6
en Hofburg, no sin antes disponer que si moria fuese entregado
a su hermano el duque Carlos Teodoro con un encargo: que no
vieran la luz hasta setenta aiios despues.
Al contrario de lo que orden6 que se hiciera con su diario,
Isabel quiso que su poesia, salpicada de ideas antimonarquicas
y liberales, estuviese a buen resguardo hasta que pasaran las
decadas y nadie pudiera verse perjudicado por ellas. No queria
que desapareciera, sino que durmiera el sueiio de la historia
antes de ver la luz. Para quienes la rodeaban, esta subita re-
nuncia a la poesia no era facil de comprender: pareda que Isa-
bel quisiera perder contacto con la realidad, sobre todo tras la
muerte de Rodolfo. Pero su afinado instinto todavia se mante-
nia alerta. Sabia que en aquella epoca no podian conocerse sus
versos sobre los derechos del pueblo, sus criticas contra la aris-
tocracia y su forma de enriquecerse, incluso algunos poemas
en los que avanzaba posiciones ecologistas, ya que abogaba
por la conservaci6n de algunos parajes naturales que estaban
comenzando a padecer la invasion de la construcci6n. Y, aun-
que evit6 que sus composiciones se publicaran mientras ella
estuviera viva, jamas pretendi6 que se perdieran. Era un bar-
co lejos de puerto, pero su brujula seguia apuntando al norte .

......

A raiz de sus recurrentes viajes a Corfu y de su conocimiento


de la literatura clasica, Isabel decidi6 a principios de la decada

139
de 1890 sumergirse de lleno en el idioma griego, al punto de
que practicamente termin6 expresandose solo en esa lengua.
Daba la impresi6n de que quisiera borrar toda su vida anterior
abandonando su lengua materna y las otras que habia aprendi-
do con mucho interes y que tanta felicidad le habian aportado.
Ella, que habia mostrado una fluidez en hungaro que habia
impactado a quienes la escuchaban, que hacia gala de su mag-
nifico ingles ... , ahora tan solo se expresaba en la lengua de
Grecia y no en griego clasico, sino en griego contemporaneo
y plagado de expresiones coloquiales. Qyeria hablar como el
pueblo, aunque fuese uno muy alejado de aquel en el que na-
ci6, y asi lo hada, con una admirable fluidez, con los profesores
de los que se rodeaba, tanto en Viena como en todos sus viajes.
Pero la decada tambien le deparaba a Isabel tres nefastas
noticias que contribuyeron a que ahondara en su melanco-
lia. En febrero de 1890 falleci6 su querido Andrassy. Cuando
supo de la muerte de su amigo, corri6 a Budapest para visitar
a su viuda y ofrecerle consuelo. Junta con el revolucionario
hungaro, uno de los hombres a quien mas habia admirado,
se iba tambien otra I sabel, la emperatriz que un dia no temi6
meterse en politica y abogar por un pais con el que sentia una
profunda conexi6n. Aquella mujer valiente y despierta que
quiso reivindicar que era mucho mas que un ornamento para
la corona austriaca sentia ahora que con Andrassy enterraban
tambien una parte de ella.
Tan solo tres meses despues, en mayo, su hermana Ele-
na muri6 en Ratisbona, en su Baviera natal. Cuando Nene se
encontraba ya muy enferma, Isabel acudi6 a toda prisa a su
lado para, al menos, poder despedirse de ella. Las habia unido

140
una enorme complicidad durante toda su vida y juntas habian
compartido algunas de las vivencias que mas profundamente
las habian marcado, a ambas. Tras quedar viuda, la hermana de
Isabel tambien se habia convertido en una muj er melanc6lica
y, al igual que ella, en eterna busqueda de esa dicha tan esquiva.
Sus ultimas palabras la impresionaron para siempre: «La vida
no es masque dolor y aflicci6n». A pesar de que eso era lo uni-
co que sentia en esos momentos, Isabel se negaba aceptarlo.
Finalmente, en enero de 1892, cuando aun no se ha-
bia recuperado de las Ultimas perdidas, una fuerte bronquitis
le arrebat6 a su madre. Ludovica tenia ochenta y tres afios
cuando falleci6 e Isabel volvi6 a sentirse la nifia que era en
Possenhofen. Si bien es cierto que de joven habia idolatrado
a SU padre, Con los afiOS la imagen que tenfa de el Se habfa ido
embarrando a raiz de las verdades que Isabel habia ido descu-
briendo. Las ausencias, las infidelidades, los hijos bastardos, el
desprecio hacia su madre ... Hasta tal punto se habia distan-
ciado de el que cuando falleci6 en 1888 ni tan siquiera acu-
di6 a su funeral, argumentando que no se encontraba bien de
salud. Perder a su madre, sin embargo, fue muy distinto, algo
mucho mas doloroso, si es que podia sentir mas desconsuelo
despues de la muerte de su hijo.
Cada vez mas libre de afectos que la unieran a ningun
lugar, Isabel expres6 su deseo de convertirse en «Un holandes
errante femenino». Asi, su busqueda de la libertad se hizo
mas arriesgada, mas extrema, pero tambien cargada de pasi6n
y ansias de vivir, aunque muchos no la comprendieran. Era tal
su deseo de sentirse libre, de unirse a las fuerzas de la natu-
raleza, tal vez para fundirse con ellas y no sentir el dolor, que

141
no le daba miedo salir a navegar en los meses del afio de peor
tiempo, cuando la mala mar disuadia a casi todos los marine-
ros. Es mas, durante una de aquellas travesias, el balanceo de
la nave era tal que orden6 que la ataran a una silla en cubierta
para poder estar a la intemperie en plena tempestad. «Hago
como Odiseo, porque me seducen las olas», explicaba. En tie-
rra, disfrutaba con las tormentas y no dejaba de salir a dar uno
de sus larguisimos paseos aunque lloviera a d.ntaros o cayera
una densa nevada. Su vida se habia convertido en una cons-
tante huida, pero de lo unico que no escapaba era del hechizo
de los vientos, las corrientes marinas y el embate de las olas.
Fue por aquella epoca en la que, tras veinte afios a SU
servicio, la discreta y c6mplice Maria de Festetics se retir6.
Su salud comenzaba a flaquear debido a la edad y sentia que
ya no tenia fuerzas para seguir a la emperatriz. La sustituy6 la
condesa hungara Irma de Sztaray, mucho mas joven y en for-
ma que su predecesora, yen solo un afio acompafi6 a la empe-
ratriz a Bad Ischl, Feldafing (en Baviera), Paris, Lisboa, Argel,
Florencia y Corfu. Isabel empleaba pseud6nimos para pasar
desapercibida alla adonde iba y cambiaba de plan de viaje a su
antojo, tanto que resultaba dificultoso ponerse en contacto con
ella. A bordo del Miramar o del Greif, Isabel recorria el Me-
diterraneo y se alojaba donde le placia en cada momento, una
costumbre que llev6 hasta un extremo un tanto arriesgado.
Isabel habia adquirido el habito de entrar en casas aje-
nas sin dar ninguna explicaci6n, tanto si eran hogares hu-
mildes, de los que en mas de una ocasi6n fue expulsada sin
miramientos, como palacios. Si a lo largo de toda su vida la
habian fasti~iado el protocolo, las recepciones oficiales y todo

142
tipo de actos ceremoniales, ahora los esquivaba sin pensarselo
y se presentaba en cualquier corte sin previo aviso. Como en
Atenas, cuando en 1891 se plant6 en el palacio real ataviada
con ropa de viaje, tan discreta que nadie la tendria por una
emperatriz, y el criado que las atendi6 les neg6 el paso hasta
que Isabel se dio a conocer.
Pero mucho mas azaroso fue el episodio que vivi6 en Ho-
landa al presentarse de improviso en el castillo en el que residia
la emperatriz Victoria, madre de Guillermo II. Cuando inten-
t6 franquear la entrada del palacio sin ninguna compafiia, fue
arrestada por los oficiales que custodiaban la puerta y llevada a
comisaria. Y luego de que comprobaran su identidad y la libe-
raran, Isabel no podia hacer otra cosa mas que reir. Su sentido
del peligro se habia desvanecido. Si no temia a las tempestades
ni a los naufragios, ~por que iba a temer que la encerraran unas
horas en un calabozo? Era perfectamente consciente de que sus
imprevisibles decisiones eran objeto de cotilleo entre la gente,
pero a esas alturas podia permitirse ignorarlos y dejarse llevar
por sus impulsos. Tal vez los reveses de los ultimas afi.os hubie-
ran terminado de liberar su espiritu y hubiese decidido que la
vida que le quedaba por delante seria un cumulo de emociones
y no de planes, de sensaciones mas que de razones.
En esta decada, a pesar del rechazo de la propia empera-
triz, Isabel comenz6 a llevar escolta policial, ya que una ame-
naza crecia con fuerza contra las coronas europeas: los aten-
tados anarquistas. La idea central de esta corriente politica,
cuyos origenes se remontan al siglo xv111, es la negaci6n de la
autoridad (ya sea desde el Estado o entre personas) a favor de
la cooperaci6n y el acuerdo. Estas ideas calaron principalmen-

143
te entre las clases mas oprimidas de todos los paises europeos,
rurales y obreras, que sufrian la asfixia.a la que las sometian las
grandes monarquias absolutas, los arist6cratas, industriales y
terratenientes, que se negaban a asumir el cambio que impo-
nian los tiempos. De entre SUS multiples tendencias y mani-
festaciones, a partir de la decada de los setenta, debido a una
perdida de infiuencia social y a la represi6n policial, una parte
de la propaganda anarquista se posicion6 a favor de la violen-
cia para conseguir sus fines. Desde entonces se habian produ-
cido atentados contra el rey espaiiol Alfonso XII, el italiano
Humberto I, el zar Alejandro II, a quien asesinaron en 1881
con una bomba ... El terrorismo anarquista se habia converti-
do en una amenaza directa para reyes y emperadores, tan real
que temian por su vida y jamas salian a la calle sin sus escoltas.
Aunque Isabel rogaba que no la siguieran, los Gobier-
nos de los paises que visitaba ordenaban de inmediato a varios
agentes que velaran por su seguridad. Esto la desesperaba .. .
~Acaso nose habia ganado el derecho de ser libre? Aun asi, te-
ner que soportar la compaiiia de oficiales no la disuadia de sa-
lir a pasear en cualquier momento del dia ode la noche, siem-
pre con el rostro oculto y sin apenas tener contacto con ellos.
Cuando su presencia se le antojaba insoportable, era capaz de
cualquier cosa para deshacerse de ellos: salir corriendo, escon-
derse en algun recodo o, incluso, saltar una valla para dejarlos
atras. Todo esto dificultaba mucho la labor de los policias, obli-
gados a seguirla a escondidas, parapetados detras de arboles o
fachadas para que la emperatriz no saliera huyendo de ellos.
Cuando, a su pesar, su presencia en una ciudad se daba a
conocer, no dudaba en escabullirse de los actos oficiales dando

144
cualquier excusa, por poco creible que fuera. Y si se veia obli-
gada a asistir a algun baile o evento en Viena, en uno de esos
actos cortesanos en los que antes se esforzaba por hacer gala
de su encanto, ahora su presencia irradiaba todo lo contrario:
su rostro oculto, sus ropajes negros y su actitud melanc6lica
arrastraban a los invitados a una pesadumbre capaz de silen-
ciar la alegria que intentaban transmitir los musicos. En 1893 '
Isabel anunci6 que el de ese afio seria su Ultimo «baile de la
corte», y esto abri6 una disputa sobre quien debia sustituirla
en tan importante ocasi6n. No era algo menor: durante estas
veladas, las hijas de la aristocracia eran presentadas a la empe-
ratriz antes de ser introducidas en sociedad. Asi que intentaron
buscar a alguien que sustituyera a Isabel para que la sociedad
vienesa, tan tradicional, pudiera seguir funcionando seglin sus
rigidos pad.metros. Fue un desplante mas de Isabel a la corte,
pero, tambien, una suerte de renuncia oficial de la emperatriz a
su cargo. Qyedaba claro para todos, en especial para Francisco
Jose, que ya no podian contar con ella. Incluso en vida y en
perfecta uso de sus facultades, Isabel forz6 a la corte a buscarle
una sustituta, como si hubiera lanzado su cetro al foso de las
fieras y observara desde la alturas c6mo se despedazaban por el.

......

Se dedic6 a viajar sin descanso. Perseguia el reposo a traves del


agotamiento, un hogar en el que descansar huyendo del suyo
propio. Sentia que nada lograba calmar su dolor y quiza por eso
en 1895 decidi6 visitar a una antigua amiga con quien sentia que
compartia el mismo pesar. Se desplaz6 hasta Cap Martin, una

145
localidad situada al sur de Francia, a orillas del Meditemineo,
donde se habia retirado la exemperatriz Eugenia de Montijo.
Lejos quedaba aquel encuentro en Salzburgo veintiocho afios
atr:is, en el que habia nacido entre ellas una complicidad muy
distinta: la de dos soberanas en pleno apogeo, que compartian
tanto la fama de ser hermosas como los sinsabores del trono.
A lo largo de esos afios, Eugenia de Montijo habia visto
como ella y su esposo, Napoleon III, eran expulsados del trono
de Francia. No solo eso, sino que habian tenido que exiliarse
a Inglaterra tras caer en desgracia en el mismo pais que antes
los encumbraba, y alli fue donde tres afios despues su marido
habia fallecido. Pero el golpe mas duro fue la muerte en Sud-
africa de SU (mico hijo, Napoleon Eugenio Luis Bonaparte, en
1879, en una emboscada durante la segunda guerra anglo-zulu.
Las unia una tragedia e Isabel penso que quiz:i junto
a Eugenia encontraria algo de paz, de comprension. 20!iien
mejor que una madre que habia perdido a su hijo en circuns-
tancias tambien dram:iticas para entender ese dolor que no
lograba disipar? Ese viaje, no obstante, lo planeo de modo
distinto a los que emprendia ultimamente, ya que no escati-
mo en pompa y boato. Nose presento de improviso en la re-
sidencia de la que fuera emperatriz de los franceses, sino que
le anuncio su visita con tiempo y pidio a su sequito que rin-
dieran a Eugenia todos los honores que requeria su antigua
posicion. Su hija Maria Valeria la acompafio en esta ocasion y
se asombro tanto por el cambio de actitud de su madre como
por la imagen de Eugenia en su retiro de la Riviera francesa.
Isabel y Eugenia dedicaron esos dias a pasear y a charlar.
Siempre iban solas, distanciadas de cualquier compafiia, que

146
se veia obligada a seguirlas de lejos. No querian que nadie las
interrumpiera, tampoco que las escucharan. Durante dias se
dedicaron a hablar como dos antiguas amigas que han compar-
tido mucho mas que el tiempo. Dos emperatrices repudiadas
por sus cortes, dos madres a quienes la muerte les habia arreba-
tado a sus hijos. A Eugenia la impact6 cuanto habia cambiado
su amiga en los ultimos afios. Percibi6 que su mirada ya no
tenia aquel brillo del principio, y que su voz tampoco reflejaba
ninglin entusiasmo por nada. Parecia vacia, perdida, como si se
hubiese desconectado de este mundo que tanto dafio le habia
hecho. «Era coma salir con un fantasma, porque su espiritu
parecia vagar por otro mundo. Raras veces se daba cuenta de
lo que la rodeaba, y ni siquiera se fijaba en que la saludaban
quienes la conocian», coment6 Eugenia de sus paseos cuando
Isabel ya se habia marchado para remprender un nuevo viaje.
La emperatriz no era del todo ajena a esto. Ella sabia
perfectamente que de la mujer que era afios atris, de la intre-
pida Sissi, solo pervivia, obcecado y secreto, su espiritu. Eso
si, condenado a vagar por un mundo que detestaba y en el que
ya no encontraba solaz.

....
Habia cumplido sesenta afios y llevaba una decada escon-
diendo su rostro al mundo. Isabel, ataviada con su eterno
vestido negro y parapetada tras gruesos velos, se sentia cada
vez mas cansada. Una insistente ciatica la atormeri.taba desde
hacia afios y se habia convertido en el unico motivo por el que
cancelaba sus larguisimos paseos. En cuanto volvia a recupe-

147
rar algo de movilidad, se lanzaba a caminar todo el tiempo
que podia acompaflada de la joven Irma de Sztaray y lo hacia
casi siempre en silencio, encerrada en sus propias cavilacio-
nes. Hada afios que le traia sin cuidado el devenir del Im-
perio. No preguntaba a Francisco Jose por asuntos politicos
ni los seguia por la prensa. Ese mundo habia dejado de ser el
suyo, aunque si particip6 en 1896 en los festejos para conme-
morar el milenario de Hungria. Ese pais que tan cerca habia
sentido siempre, el (mico por el que no dud6 en interceder
ante Francisco Josey el que le habia brindado a Andrassy, su
mejor amigo, seguia ocupando un lugar muy especial en su
coraz6n. Eso si, no abandon6 el luto en ninguno de los actos
ni se desprendi6 del abanico negro, a menudo de cuero, tras
el que ocultaba su rostro. N adie la vio sonreir ni saludar con
la efusi6n con la que lo habia hecho decadas antes, ni habl6
apenas con ninguno de los altos cargos que participaron en
las celebraciones. Qyienes la vieron solo pudieron ser testigos
de c6mo saludaba con un discreto gesto con la cabeza. Estaba
irreconocible, no se parecia en nada a la reina de Hungria que
se habia granjeado la simpatia de su pueblo tiempo atras.
El nacionalismo habia vuelto a ser un problema de pri-
mer orden para el Imperio austrohungaro, al punto de que se
cancelaron las celebraciones del quincuagesimo aniversario de
la llegada al trono de Francisco Jose por temor a un atentado.
El emperador, sin embargo, continuaba pretendiendo some-
ter el vasto territorio de sus dominios bajo el mismo pufio de
hierro de siempre. No habia aprendido la lecci6n que le habia
dado Isabel y habia olvidado cuanto habia hecho por el y por
sus ambiciones politicas el consejo de su esposa. Sus firmes

148
convicciones absolutistas resultaban ahora completamente
desfasadas, pues si querfa mantener el Imperio cohesionado
era de vital importancia hacer reformas hacia un Estado mas
federal y menos centralizado. Pero el emperador, una vez mas,
tenfa su mirada puesta mas en el pasado que en el futuro de su
pais, ajeno a una realidad social que cada vez oprimia mas al
campo, con los agricultores sumidos en la pobreza, y tambien
a las ciudades, donde la creciente clase obrera soportaba unas
condiciones leoninas y malvivia con sueldos exiguos.
Isabel percibia con claridad este descontento social, pero
ya no podia ni queria interceder por el, como si habia hecho
antafio. Ahora estaba enzarzada en su propia guerra interior.
El invierno de 1897 a 1898 lo volvi6 a pasar en C ap Martin,
cerca del M editerraneo que tanto adoraba y siendo vecina de
su amiga la exemperatriz Eugenia. Sin embargo, ni el aroma
del mar lograba animarla. Isabel estaba tan deprimida que no
conseguia sentirse bien en ningun lugar. Aun asi, no dej6 de
buscar consuelo para su alma, fuera en la latitud que fuese.
Viajaba sin descanso con el ahinco del que esta convencido de
que su recompensa lo espera en el siguiente destino.
Su hija M aria Valeria, alertada por el estado de su madre,
la instaba a llevar una vida mas cercana a la religion, pensando
que asi quiza encontraria algo de consuelo a sus penas. Pero
Isabel hacia oidos sordos: no podia tener la misma fe que ella,
al menos ya no. Madre e hija no volvieron a verse hasta mayo
de 1898, cuando ambas se encontraron en uno de sus lugares
favoritos: Bad Kissingen. A Maria Valeria le sorprendi6 el es-
tado de la emperatriz, pues nose imaginaba que un solo invier-
no pudiera haberla envejecido tanto. Su rostro, que no escondia

149
ante ella, se habia surcado de arrugas y su mirada estaba cubierta
por una opacidad que la tefiia de distancia. Apenas hablaba con
nadie, ni tan siquiera con ella, su kedvesem. Su energia se habia
apagado, aunque aun solia deambular por los alrededores del
balneario cuando sus piernas se lo permitian, a un paso pesado y
lento que nada tenia que ver con sus elegantes maneras de antafio.
Cuando lleg6 el verano, Francisco Jose e Isabel se en-
contraron en Bad Ischl, como aquel lejano agosto en el que la
joven prima del emperador se convirti6 en emperatriz. Ahora,
sin embargo, cargaban con tantas vivencias sobre sus espaldas
que se alejaban mucho de aquella primera imagen en la que
eran j6venes y estaban llenos de ilusi6n. Pero era cierto que el
carifio que los unia ahora era mucho mas s6lido y profundo.
No eran un matrimonio, pero si un hombre y una mujer que
habian compartido sus vidas.
Al cabo de unas semanas, Isabel volvi6 a sentir que ne-
cesitaba partir de alli y se dirigi6 a Bad Nauheim, otra ciu-
dad balneario situada seiscientos kil6metros al norte de Bad
Ischl. Seguia sintiendose inc6moda en todos los destinos y a
la tranquilidad de los primeros dias la seguia la urgencia por
ordenar que prepararan de nuevo su equipaje. Su estado de
animo, al contrario de lo que habia pensado, tampoco mejor6
ahi, hasta tal punto que escribi6 a Maria Valeria las siguiente
lineas: «Me siento triste y de mal humor, y mi familia puede
alegrarse de estar lejos de mi. Tengo la impresi6n de que ya
nunca volvere a reponerme».
Llevaba unas semanas con un destino en la mente: Sui-
za. Algo tenia ese pais que le recordaba a su Baviera natal.
Qpiza fueran las montafias de cumbres eternamente nevadas

150
o el cielo de un azul tan limpido que costaba :fijar la vista en
el sin deslumbrarse. No quiso demorarlo mas y partio desde
Bad Nauheim hacia Suiza, concretamente al lago Leman, del
que decia que tenia el mismo color del mar y por eso le gus-
taba tanto. Situado sobre la frontera entre Suiza y Francia,
es el mayor lago de Europa occidental y su vasta extension
era lo mas parecido a unoceano que podia encontrarse tierra
adentro. En los dias frios, el viento levantaba pequefias olas
coronadas de espuma que le recordaban a los temporales que
tanto habia disfrutado. Y si la mafiana se despertaba soleada,
el color azul profundo del agua le proporcionaba la misma paz
que cuando se embarcaba. Estaba decidido, su proximo des-
tino seria Ginebra, una ciudad de la que admiraba su cosmo-
politismo yen la que le !esultaba sencillo pasar desapercibida.
Al llegar, la policia suiza quiso protegerla, pero rechazo
el ofrecimiento. Ya no tenia paciencia para seguir soportando
esas persecuciones y, aunque mirara en lo mas profundo de su
corazon, no sentia ninglin miedo ni por los anarquistas ni por la
misma muerte. Qyeria que la dejaran en paz, simplemente eso.
Las autoridades insistieron en lo arriesgado de la decision, pero
ella no dio su brazo a torcer Y.se nego en rotundo a llevar escolta.
Aunque la fascinaba Ginebra, Isabel solia hospedarse en
Territet, una localidad cercana a Montreux y situada a orillas
de su querido lago. Alli realizaba curas como la que tenia pen-
sada para ese mes de septiembre de 1898: pasar cuatro semanas
disfrutando del clima del lugar y del paisaje. El dia 9 accedio
a visitar a la baronesa Julia de Rothschild en su residencia de
Pregny y, tras almorzar con ella y dar un paseo, Isabel e Irma
de Sztaray se hospedaron en un hotel de Ginebra para pasar

151
la noche y regresar al dia siguiente a Territet. Nose trataba de
una visita de amistad, mas bien de una de las pocas formalida-
des que Isabel seguia respetando, ya que la familia Rothschild
era quien sufragaba los gastos de Maria, la exreina consorte de
las Dos Sicilias. Los barones cedian una pequefia parte de su
fortuna para suavizar los rigores del exilio de la hermana de
Isabel y ella, a cambio, les brindaba prestigio con su presencia
imperial, ya que para los sectores mas elitistas de la sociedad,
los Rothschild no eran masque unos advenedizos.
Al despertar aquella mafiana, pidi6 a su dama de com-
pafiia que empaquetara los' juguetes que habia comprado para
sus nietos la tarde anterior, para poder dar orden de que los
enviaran cuanto antes. Esta era una de las pocas distracciones
que la hacian feliz: visitar jugueterias y escoger regalos para los
mas pequenos. Mientras ojeaba los peri6dicos de la manana,
rebuf6 por una noticia que hubiera deseado no leer, ya que ella
misma era la protagonista. L a prensa vienesa anunciaba que la
emperatriz de Austria se encontraba de visita en la ciudad. De
nada habia servido registrarse en el hotel como la condesa de
Hohenems para guardar el anonimato. Seguramente, pens6, el
mismo propietario del hotel Beau Rivage la habria reconocido
y habria querido darse aires filtrando a los periodistas que su
majestad se alojaba en su establecimiento. 0 quiza hubiese
sido algun empleado, alguien que la hubiera visto en la calle . ..
Como saberlo a esas alturas en las que lo unico que tenia claro
era que queria abandonar cuanto antes Ginebra, mas ahora
que su presencia alli era publica.
Como fuera, a primera hora de la tarde tenia previsto re-
gresar a Montreux a bordo de un vapor de linea. Su <lama y ella

152
podrian haber viajado en coche de caballos durante la mafia-
na, pero Isabel adoraba tan to navegar que prefiri6 esperar unas
horas en la habitaci6n y llegar a su destino atravesando el lago.
Un criado habia cargado previamente su equipaje en la embar-
caci6n, de modo que ambas partieron rumbo al embarcadero,
que estaba a apenas unos centenares de metros del hotel, unos
minutos antes de que zarpara. Con su sombrilla en una mano
y el abanico en la otra, Isabel caminaba junto a su dama lenta-
mente, pues sus piernas ya no eran tan agiles como afios atris,
pero disfrutando al mismo tiempo del paisaje y del dia soleado.
Estaba anonadada mirando hacia el Iago cuando un hombre
salido de la nada se abalanz6 sobre ella. La emperatriz cay6
de espaldas y, gracias al recogido que llevaba y que amortigu6
el golpe, no se hiri6 en la cabeza. Estaba profundamente des-
concertada, eso si, por la actitud del individuo, quien se levant6
de inmediato e intent6 huir, pero no lo consigui6: unos tran-
seuntes lo detuvieron y lo llevaron ante la policia, aunque no
parecia haber sido nada mas grave que un simple encontronazo
fortuito. Algunos viandantes que la habian visto caer, asi como
algunos empleados del hotel que lo habian divisado todo desde
la puerta, acudieron a ayudarla a levantarse. Les agradeci6 a
todos su amabilidad en frances, aleman e ingles, y retom6 su
marcha sin entretenerse mas, pues faltaba poco para la salida
del vapor y no queria perder mas tiempo. Durante el corto
camino le pregunt6 a Irma en hungaro quien era «esa persona
tan horrible» que la habia precipitado al suelo y aventur6 que
quiza habia querido robarle, por eso la habia hecho caer. Com-
prob6 si seguia llevando su reloj y continu6 caminando, ahora
ya con cierta premura porque se acercaba la hora de zarpar. El

153
resto del trayecto hasta el muelle, apenas cien metros, lo hicie-
ron en silencio, quien sabe si pensando en lo que acababa de
ocurrir o deleitandose de nuevo con el brillo del agua del Iago.
N ada mas poner un pie a bordo, Isabel se desplom6 sobre
el suelo de cubierta. Su dama pens6 que era debido al susto por el
percance, que necesitaba aire, y corri6 a desabrocharle el corse.
E n ese momento vio una mancha oscura, casi negra, que habia
tefiido la camisa de lino ligero que cubria el pecho de la empe-
ratriz. Y eso fue todo. Isabel nunca mas volvi6 a abrir los ojos.
La emperatriz de Austria habia sido asesinada ese 10 de
septiembre de 1898. El detenido fue identificado como Luis
Lucheni, un anarquista italiano que se encontraba en Gine-
bra para atentar contra el pretendiente del trono de Francia,
Enrique de Orleans. A ultima hora, este habia cambiado de
planes y abandonado la ciudad, pero el periodico de esa ma-
fiana le habia brindado a Lucheni un nuevo objetivo. Con
mucha destreza, tanta que ni la propia victima lo advirti6, le
habia clavado en el corazon un estilete muy fino y afilado, y
la presion del corse impidio que se desangrara de golpe. Solo
una gota de sangre brot6 de su pecho y manch6 su ropa.
Si Isabel hubiera podido escoger como abandonar este
mundo, sin duda no habria elegido una forma muy distinta de
la que le brind6 la historia. Hasta en la muerte, los emperadores
han de estar a la altura de lo que se espera de ellos: fallecer pre-
feriblemente en un palacio, rodeados de su familia, de los altos
poderes eclesiasticos, habiendo recibido la extremauncion y, si
han tenido la desgracia de sufrir una larga agonia, habiendola
encarado con valentia y dignidad. No obstante, si Isabel jamas
habia comulgado con ese tipo de imposiciones en vida, tampo-

154
co lo iba a hacer cuando se acercara su final. La emperatriz de
Austria-Hungria muri6 acompanada solo por su Ultima <lama
de honor, sin padecimiento, sin ceremonias ni protocolos.
Gobern6 su propio destino hasta el final, siempre nave-
gando a contracorriente y sintiendo el alivio que le propor-
cionaba la distancia de todo aquello que la heria. Y ese final
lleg6 cuando estaba viajando, c6mo no, bajo una identidad
falsa que, por una vez, no la habia protegido de ser quien era,
no la habia convertido en la mujer an6nima que ansiaba ser.
Qyiza Isabel si tuvo la muerte que siempre habia desea-
do: sobre la cubierta de un barco a punto de zarpar.

155
..ISSIS
:IG S:INOIS IA
LA VISION DE LA HISTORIA

En la figura de la emperatriz Sissf, Isabel de Baviera, conviven dos ima-


genes dispa res y practicamente opuestas que comenzaron a tomar for-
ma desde su llegada a Viena y que han sobrevivido hasta nuestros dfas.
Una es la leyenda negra que la desprestigia como emperatriz y como
mujer, la otra es la leyenda rosa que la frivoliza e infantiliza. Ninguna
de las dos hace justicia a la mujer culta y moderna que en realidad fue.

LA EMPERATRIZ EXCENTRICA
La imagen de mujer inestable psiquicamente, irresponsable y extravagante
que nos ha llegado de I sabel de Baviera fue desarrollada sobre todo por un
poderoso sector de la co rte del Imperio austriaco, partidario del absolutismo
y de la centralizaci6n politicoadministrativa. Su objetivo era cortar de raiz
las ideas modernas, liberales, antibelicistas y antimonarquicas que aportaba
Isabel. La mejor manera de hacerlo fue crear una leyenda negra de despres-
tigio desde el mismo momento en el que la joven pis6 la corte. Esta se fue
alimentando con el particular y original comportamiento de la emperatriz.

MALA MADRE Y ESPOSA

En la sociedad decimon6nica y aristocratica en la que vivi6 I sabel, la mujer


debia ser, basicamente, esposa y madre. Y los conservadores austriacos,
con la archiduquesa Sofia a la cabeza, vendieron la idea de que Sissi no era
buena ni en lo uno ni en lo otro. El reino de una mujer debia ser su hogar,
pero a Isabel la corte la asfixiaba y no dud6 en huir y apartarse de ella, a
pesar de que eso la alejaba de su marido y sus hijos. Garantes de los valores
mas tradicionales y mas inmovilistas del riguroso y cat6lico absolutismo
austriaco, los sectores conservadores de la corte consideraban que Isabel

158
encarnaba el desorden absoluto y el mayor peligro para el Imperio. Habia
que desprestigiarla. Teresa de Furstenberg, su dama de honor, contribuy6 a
esa idea afirmando que Isabel abandonaba durante meses a sus hijos, cuan-
do en realidad toda la corte sabia que la babian despojado de ellos desde
el momenta del parto. En la misma linea, el medico de camara imperial, el
doctor Seeburger, afirmaba: «Ni como muj er esta a la altura deseada; en
realidad vive desocupada. Solo ve a los niii.os de tarde en tarde y, mientras
Hora y se desespera por la ausencia del emperador, se consuela cabalgando
horas y horas, con evidente riesgo para su salud».

Lo compadezco {al emperador} por tener una esposa que


prefiera abandonar a su marido y a los hijos por espacio de
seis meses en vez de llevar en Viena una vida tranquila.
TERESA DE FURSTENBERG, DAMA DE !SA BEL
.......

LA QUE HECHIZA CON SU BELLEZA


La vision de una Isabel promiscua y
seductora tal vez sea consecuencia
directa de su belleza natural y de la
atracci6n que dicen que ejercia sa-
bre los hombres. Asi la representaron
los artistas de SU epoca, coma Georg
Martin Ignaz Raab o Franz Xaver
Winterhalter (derecha) . Las ausen-
cias de la emperatriz y su necesidad
imperiosa de viajar reforzaron esta
idea, y los miembros de la aristocra-
cia vienesa no tardaron en acusarla
de comportamiento sexual libertino
y de mantener relaciones extramatri-
moniales. L a propia sobrina de Isa-
bel, Maria de Wallarsee, dama de
compaii.ia y confidente, afirm6 haber

159
sido testigo de supuestos romances y aventuras de la emperatriz, por ejem-
plo con el revolucionario hungaro Julio Andrassy y con el jinete ingles
George Middleton. Algunas escritoras, como Angeles Caso, Ana Maria
M oiJc, Nicole Avril, Agnes Michaux o Daisy Goodwin, han recogido a
lo largo de todo el siglo xx y principios del xx1 estas leyendas rom:inticas
de Isabel de Baviera en sus novelas.

RARA Y DESEQUILIBRADA

Varios sectores conservadores de las cortes europeas, enemigos de Austria,


alimentaron la leyenda negra de I sabel aireando y criticando abiertamente
lo que para la epoca eran rarezas y excentricidades propias de una persona
desquilibrada. Hoy se considera que I sabel fue una adel~ntada a su tiempo
que luch6 por su libertad y su realizaci6n personal. Des6rdenes alimen -
tarios, una obsesi6n casi enfermiza por el ejercicio flsico y un cuidado
extremo de su larga cabellera crearon una imagen distorsionada de Isabel,
de histerica y narcisista. La idea de inestabilidad mental de Isabel ha per-
durado hasta hoy. En su colecci6n de ensayos El peso de una vida (1990), el
psic6logo Bruno Bettelheim apunta a otro tipo de trastornos psiqui:itri-
cos, una posible neurosis y una grave anorexia nerviosa.

Un a actitud tan impropia de una soberana


me caus6 un efecto deplorable.
CONDE DE CRENNEVILLE AL VERLA A CABALLO

PRINCESA DE UN CUENTO DE HADAS


La imagen de Isabel que nos ha llegado con m:is fuerza es la de mujer
florero, guapa, ingenua y vanidosa, de la que Isabel abomin6 toda su vida.
Austria necesitaba rememorar los afios gloriosos de su Imperio y us6 la fi-
gura de su bella emperatriz para convertirla en la princesa ideal: bellisima,
con elegantes vestidos de tul y seda, una sempiterna sonrisa, y agarrada del
brazo de su apuesto marido. Icono de la Viena imperial que bailaba a ritmo
de vals. Todo el mundo asocia a esta Sissi con otro rostro, el de una joven-

160
dsima Romy Schneider (abajo), la actriz que encarno a la emperatriz en
la trilogia dirigida por Ernst Marischka en la dee ad a de 19 5 0. La vision
de este director austriaco buscaba recordar a las nuevas generaciones un
pas ado m:is esplendoroso del pais, cuando encabezaba el Imperio m:is
grande de Europa y la belleza de su emperatriz era admirada por todos .
A partir de aqui, el nombre de Sissi quedo completamente despojado de
los logros de Isabel en politica y de sus intereses culturales y todo el peso
recayo en su belleza. Asi, se convirtio en el modelo de princesa para va-
rias generaciones de chicas, que incluso pudieron contemplarla en version
muiieca Barbie .

Es sumamente bella [ . .]. Su conversaci6n, en cambio,


no es tan brillante como su fisico.
ESPOSA DEL EMBAJADOR BE LGA
~

161
NUESTRA VISION

.....
!SABEL LUCHO POR SER LIBRE EN UN ENTORNO ENCORSETADO. SE
ENFRENTO AL PROTOCOLO Y ENCON TRO ESPACIOS DE LIBERTAD.
LOGRO SER MUCHO MAS QUE EMPERATRIZ, ESPOSA Y MADRE.

OJ MIRADA PROFUNDA [l] LARGA MELENA


Isabel era una mujer muy formada Uno de los rasgos ffsicos mas
y con una educaci6n exquisita. caracteristicos de Isabel era su larga
Respetuosa y correcta, sabia poner cabellera, que cuidaba con gran
la distancia adecuada, ni demasiado esmero y de la que estaba muy
cercana ni exageradamente distante. orgullosa. A su peluquera privada,
Sin embargo, muy celosa de su vida con la que tenia una relaci6n muy
privada y de sus anhelos, no dejaba estrecha, le pedia que le hiciera
traslucir que deseaba en realidad. recogidos originales y modernos que
Ese terreno de libertad personal reflejaran su verdadera identidad
no lo compartia con nadie. rebelde y avanzada a su tiempo.

[II ICONO DE LA MODA @J JOYAS DESLUMBRANTES

En su papel de emperatriz, Isabel Isabel lleva el pelo adornado


marc6 tendericia en la moda de con unas estrellas montadas con
toda Europa. Su vestido mas diamantes. Siempre original, las
conocido es este, de tul blanco, que mand6 desmontar de la diadema
inmortaliz6 en 1864 el retratista de de la que formaban parte y las
la corte Franz Xaver Winterhalter distribuy6 entre las trenzas de su
Sin embargo, posiblemente la cabellera. Con el tiempo, decidi6
indumentaria con la que ella regalarselas a algunas de sus
se sentia mas c6moda eran los damas de compaiiia, aquellas que
pantalones y la chaqueta para acabaron siendo sus amigas, en
montar a caballo, su gran pasi6n. agradecimiento a su cariiio y estima.

163
CRONOLOGiA

1837 Isabel nace el dia de Nochebuena en Munich. H ija de Ma.-ximiliano,


duque en Baviera, y de la princesa Ludovica de Baviera.
1853 Acompafia a su hermana mayor, Elena, a un encuentro con su
futuro prometido, su primo Francisco Jose I, pero el emperador de
Austria se enamora de ella y pide su mano. Isabel debe aceptar.
1854 El 24 de abril Isabel y Francisco Jose I contraen matrimonio en
Viena. Ella comprueba que no encaja en la rigida corte vienesa.
1855 I_sabel da a luz a su primera hija, Sofia, de quien debe separarse
enseguida porque su suegra, la archiduquesa Sofia, desea educarla
personalmente.
1856 Nace G isela, su segunda hij a. Isabel y su familia viajan a las
provincias austriacas de Lombardia y Veneto y a H ungria, para
Calmar SUS animos de independencia.
1857 Fallece su hija Sofia. Isabel se siente culpable por haber insistido
en llevarsela de viaje con ella.
1858 Nace su tercer hijo, Rodolfo, el principe heredero. Su suegra se
hace cargo de la educaci6n de los hijos de la parej a imperial en
contra de los deseos de Isabel.
1859 Isabel intenta disuadir a su esposo de iniciar un conflicto belico
contra Cerdefia y Francia. El no le hace caso y el Imperio pierde
sus posesiones en Italia, excepto el Veneto, y Lombardia.
1860 Su salud empeora sensiblemente y se traslada a Madeira. En el
viaje en barco descubre su fascinaci6n por el mar.

164
1861 A su regreso a Viena, la rigidez y el escrutinio de la corte vuelven
a hacer mella en la salud de Isabel. Al poco se traslada a CorfU y
viaja de nuevo.
1862 Pasa una temporada en una ciudad termal y en su casa familiar de
Possenhofen (Baviera). Regresa a Viena tras estabecer condiciones
sobre su papel en palacio y recuperar la educaci6n de sus hijos.
1866 Isabel conoce al revolucionario hungaro Julio Andrassy y nace una
amistad que perdurar:i hasta su muerte.
1867 Consigue que el emperador apruebe medidas favorables a Hungria.
Ambos son coronados como reyes de este pais.
1868 Da a luz a SU ultima hija, Maria Valeria, en Buda con la intenci6n de
fortalecer los lazos de la corona con Hungria.
1874 Isabel se refugia en los caballos y recibe clases de equitaci6n en
Inglaterra de parte de los mejores instructores, entre ellos el jinete
George Bay Middleton, con quien la unira una duradera amistad.
1885 Isabel facilita que la actriz Catalina Schratt se convierta en la
amante de su esposo para poder viajar sin ser reclamada por el.
1889 Fallece su hijo Rodolfo en tr:igicas circunstancias e Isabel jamas
abandonara el luto.
1893 Tras las muertes de Andrassy, de su hermana Elena y de su madre,
Isabel pasa una larga temporada retirada en Madeira.
1898 La emperatriz fallece asesinada en Ginebra a manos del anarquista
Luis Lucheni.

165
Ni debit ni insensata . Una autentica rebe/de 7

Una corona mu y pesada 15

II Un espiritu libre 45

Ill La mujer que cre6 un reino 75

IV Duena de su de stino 103

V La emperatriz errante 129

Visiones de Sissf 157

Crono!ogfa 164
© Rebecca Beltran Jimenez por el tex to
© Cristina Serrat por la ilusrraci6n de cubierta
© 2020, RBA Coleccionables, S.A.U.

Realizaci6n: EDITEC
Asesoria narrativa: Ariadna Castellarnau Arfelis
Asesoria hist6rica: Alejandro Lillo
D isefio cubierra y portad illas de volumen: Luz de la M ora
Disefio interio r: tactilesrudio
Fotografias: Wikimcdia Com mons: 159; Albu m I Mondadori Portfolio: 161.

ISBN (OC): 978-8 4-1329-578-7


ISBN: 978-84-1329 -587-9
Dep6sito legal: B 10857-2020

Impreso en Liberduplex
Impreso en Espana - Printed in Spain

Para M exico
Edita
RBA Editores M exico, S. de R.L. de C.V. Av. Patriotismo 229, piso 8,
Col. San Pedro de Ios Pi nos, CP 03800, D eleg. Benito Ju arez,
Ciudad de Mexico, M exico
Fecha primera publicaci6n en M exico: julio 202 1
Editada, publicada e imporrada por RBA Editores Mexico, S. de R.L. de
C.V. Av. Parriotismo 229, piso 8, Col. San Pedro de los Pinos, CP 03800,
D eleg. Benito Ju arez, Ciudad de Mexico, M exico
Impresa en Liberd(1plex, Ctra. BV-2249, Km 7,4, Pol. Ind. Torrentfondo
08791 Sant Lloren ~ d'Hortons, Barcelona

ISBN: 978-607-556 -130-1 (Obra co mpleta)


ISBN: en rd.mite (Libro)

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