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El Evangelio de Moisés. Bosquejos Bíblicos para Predicar.

Éxodo 6:1-8

El Señor le dijo a Moisés: Ahora verás lo que Yo haré. El tiempo de la


liberación de Israel estaba cercano. Moisés es enviado a sus hermanos con
un séptuple mensaje de parte del Señor. Tenía un glorioso Evangelio que
predicar, un resplandeciente sol de esperanza para los míseros, impotentes
y sujetos esclavos.

Una magnífica ilustración del Evangelio de Cristo hecho indefectiblemente


seguro por las siete proclamaciones de Jehová. En estas gratas nuevas
de salvación proclamadas por Moisés había:

I. Reposo de sus cargas. Yo os sacaré de debajo de las tareas pesadas de


Egipto (v. 6). El reposo les era muy necesario. Hacer ladrillos sin paja era
una tarea dura y continua. En el servicio del pecado no hay descanso.

El Evangelio de Dios, que nos vienen por medio de Jesucristo, nos ofrece
alivio de la carga del pecado y de la culpa: «Venid a Mí, ... y Yo os haré
descansar» (Mt. 11:28). Reposa en su amor perdonador, reposa en la calma
de su corazón lleno de gracia.

II. Liberación del poder del Enemigo. Os libraré de su servidumbre. No hay


otro escape del aherrojamiento del pecado y de Satanás sino por medio de
la intervención del poder y de la gracia todopoderosos.

El cual nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de


su amado Hijo (Col. 1:13). Liberados de la mano de nuestros enemigos. La
gracia de Dios no es para darnos paciencia y contentamiento en la casa de
servidumbre: la gracia de Dios es portadora de salvación.

III. La redención con grandes juicios. Y os redimiré con brazo extendido, y


con juicios grandes. El juicio y la redención están estrechamente vinculados
en la obra salvadora de Dios.

Antes que Israel pudiera partir de Egipto los juicios de Dios debían ser
derramados sobre aquella nación. Antes de la ofrenda debía haber una
muerte efectiva. Antes que Cristo pudiera salvar de la maldición de la ley, Él
tenía que venir a ser maldición por nosotros (Gá. 3:13).
IV. Los derechos de Dios sobre los suyos. Y os tomaré por mi pueblo. La
posesión es el fin de la redención: No sois vuestros porque habéis sido
comprados por precio (1 Co. 6:19, 20). Somos redimidos de la maldición de
la ley a fin de que por medio de la fe recibiésemos la promesa del Espíritu
(Gá. 3:13, 14).

Por medio de Cristo Él nos ha tomado a Sí mismo, para que pudiéramos ser
guardados por su poder y ser usados para su gloria; tomados a Él a fin de
que pudiéramos morar con Él y en Él.

V. La certidumbre que Dios da a los suyos. Y seré vuestro Dios. El dulce


pensamiento aquí es el de la mutua entrega. Nosotros nos damos
enteramente a su demanda de ser todo suyos. Él se da a Sí mismo, como
Dios, a las vidas de su pueblo creyente.

La vitalizadora y alimentadora savia de la vid pasa al pámpano que


permanece y que recibe. Los miembros del cuerpo bien dispuestos y
obedientes tendrán la sabiduría y el poder controlador de la cabeza. Sé
totalmente para Dios, y Dios será totalmente para ti.

VI. La promesa de la conducción continua. Y os meteré en la tierra. No se


limita solo a salvar, sino que está dispuesto a conducir a los salvos hasta el
fin. Él conoce el camino más apropiado para nuestra educación y
crecimiento en la gracia.

Encomienda a Jehová tu camino (Sal. 37:5). Él dirigirá tus pasos. En el


Progreso del peregrino el camino suave y fácil conducía a las tinieblas, y al
castillo del Gigante Desesperación.

VII. La promesa de una gran posesión. Yo os la daré por heredad (v. 8).
Todos los peregrinos de Dios tienen una gran herencia ante ellos. «En la
casa de mi Padre hay muchas mansiones; … voy, pues, a preparar lugar
para vosotros» (Jn. 14:2, 3). Os. lo daré. ¡Oh, cansado peregrino, tu cabeza
ya levanta, Pues Dios mismo nos ha dicho Que el gozo viene al romper el
alba

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