Está en la página 1de 4

Concepto según Ítalo Calvino

Ola de recuerdos que refluye la ciudad. La ciudad no dice su pasado, lo contiene como las líneas de una
mano, escrito en las esquinas de las calles, en las rejas de las ventanas, en los pasamanos de las
escaleras, en las antenas de los pararrayos, en las astas de las banderas, cada elemento surcado a su vez
por arañazos, muesas, incisiones, cañonazos. El ojo no ve cosas sino figuras de cosas que significan otra
cosa. Si un edificio no tiene ninguna enseña o figura, su forma misma y el lugar que ocupa en el orden de
la ciudad basta para indicar su función: el palacio real, la prisión, la casa de moneda, la escuela
pitagórica, el burdel. La mirada recorre las calles como páginas escritas: la ciudad dice todo lo que debes
pensar, te hace repetir su discurso, y mientras crees que visitas Tamara, no haces sino registrar los
nombres con los cuales se define a sí misma y a todas sus partes.

Zora tiene la propiedad de permanecer en la memoria punto por punto, en la sucesión de sus calles, y
de las casas a los largo de las calles, y de las puertas y ventanas de las casas, aunque no halla en ella
hermosuras o rarezas particulares. Su secreto es la forma en que la vista desliza por figuras que se
suceden como en una partitura musical donde no se puede cambiar o desplazar ninguna nota. Esta
ciudad que no se borra de la mente es como un armazón o una retícula en cuyas casillas cada uno puede
disponer las cosas que quiere recordar. Entre cada noción y cada punto del itinerario podrá establecer
un nexo de afinidad o de contraste que sirva de llamada instantánea a la memoria.

De dos maneras se llega a Despina: en barco o en camello. La ciudad es diferente para el que viene
por tierra y para el que viene del mar. Cada ciudad recibe su forma del desierto al que se opone; y así
ven el camellero y el marinero a Despina, ciudad en confín entre dos desiertos.

La ciudad es redundante (Zirma): se repite para que algo llegue a fijarse en la mente. La memoria es
redundante: repite los signos para que la ciudad empiece a existir.

Isaura. Ciudad de los mil pozos, surge sobre un profundo lago subterráneo. Dondequiera que los
habitantes, excavando en la tierra largos agujeros verticales, han conseguido sacar agua, hasta allí y no
más lejos de las orillas oscuras del lago sepulto, un paisaje invisible condiciona el visible, todo lo que se
mueve al sol es impelido por la ola que bate encerrada bajo el cielo calcáreo de la roca.

La metrópoli tiene este atractivo más: que a través de lo que ha llegado a ser se puede evocar con
nostalgia lo que fue (Maurilia)

Fedora. Son las formas que la ciudad hubiera podido adoptar si, por una u otra razón, no hubiese
llegado a ser como hoy la vemos. Desecaron el tanque.

En cada ciudad del imperio cada edificio es diferente y está dispuesto en un orden distinto; pero apenas
el forastero llega a la ciudad desconcordia y echa la mirada sobre aquel racimo de pagodas y desvanes y
cuchitriles, siguiendo el entrelazarse de canales, huertos, basurales, distingue de inmediato cuales son
los palacios de los príncipes, los templos de los sacerdotes, la posada, la prisión, el barrio de los
Lupanares. Así, se confirma la hipótesis de que cada hombre lleva en su mente una ciudad hecha sólo
de diferencias, una ciudad sin figuras y sin forma, y las ciudades particulares la rellenan.

Zenobia. Situada en terreno seco, se levanta sobre altísimos pilotes, y las casas de bambú y de zinc,
con muchas galerías y balcones, se sitúan a distintas alturas, sobre zancos que se superponen unos a
otros, unidas por escaleras de cuerda y veredas suspendidas, cubas de depósitos de agua, veletas, de los
que sobresalen roldanas, sedales y grúas. No se recuerda qué necesidad, orden o deseo impulsó a los
fundadores a dar esta forma a su ciudad, y por eso no se sabe si quedaron satisfechos con la ciudad tal
como hoy la vemos, crecida quizá por superposiciones sucesivas del primero y por siempre indescifrable
diseño.

Es el humor de quien la mira el que da su forma a la ciudad de Zemrude. Si pasas silbando, con la
nariz levantada detrás del silbido, la conocerás de abajo para arriba: antepechos, cortinas que se agitan,
surtidores, Si caminas con el mentón apoyado en el pecho, las uñas clavadas en las palmas, tus miradas
quedaran atrapadas al ras del suelo en el agua que corre al borde de la calzada, las alcantarillas, los
espinazos de pescado, los papeles sucios.

No hay nada de cierto en cuanto se dice de Aglaura, y sin embargo de ello surge una imagen de
ciudad sólida y compacta, mientras que los juicios dispersos que se pueden enunciar viviendo en ella no
llegan a tener igual consistencia. El resultado de éste: la ciudad de que se habla tiene mucho de lo que
se necesita para existir, mientras que la ciudad que existe en su lugar existe menos. Ciudad desteñida,
sin carácter, puesta allí a la buena de Dios.

Telarañas de relaciones intrincadas que buscan una forma. ( Ersilia)

Baucis. Odian la tierra; que respetan al punto de evitar todo contacto; que la aman tan como era antes
de ellos, y con catalejos y telescopios apuntando hacia abajo no se cansan de pasarle revista, hoja por
hoja, piedra por piedra, hormiga por hormiga, contemplando fascinados su propia ausencia.

Capítulo 6 pag 65

Esmeraldina. Ciudad acuática. Una retícula de canales y una retícula de calles se superponen y se
entrecruzan. Para ir de un lugar a otro siempre puedes elegir entre el recorrido terrestre y el recorrido
en barca. La red de pasajes no se organiza en un solo plano. Cada habitante se permite el placer de un
nuevo itinerario para ir a los mismos lugares. Aquí las vidas más rutinarias y tranquilas transcurren sin
repetirse. Un mapa de esta ciudad debería comprender, señalados en tintas de diversos colores, todos
estos trazados, sólidos y líquidos, evidentes y ocultos.

Fílides. En cada uno de sus puntos la ciudad ofrece sorpresas a la vista. “feliz el que tiene todos los días
a Filides delante de los ojos y no termina nunca de ver las cosas que contiene”. Muchas son las ciudades
que se sustraen a las miradas, salvo si las atrapas por sorpresa.
Eudoxia. Dibujo del tapiz: figuras simétricas que repiten motivos a lo largo de líneas rectas y circulares,
entretejido de hebras de colores esplendorosos, cuyas tramas alternadas puedes seguir a lo largo de
toda la urdimbre. A cada lugar del tapiz corresponde un lugar de la ciudad y que todas las cosas
contenidas en la ciudad están comprendidas en el dibujo, dispuestas según sus verdaderas relaciones
que escapan a tu ojo distraído por el ir y venir, el hormigueo, el gentío. Perspectiva parcial de la ciudad
de lo que tú percibes en contraposición de lo que el tapiz prueba, que hay un punto desde el cual la
ciudad muestra sus verdaderas proporciones, el esquema geométrico implícito en cada uno de sus más
mínimos detalles. Relación tapiz-ciudad: uno de los objetos tiene la forma que los dioses dieron al cielo
estrellado y a las órbitas en que giran los mundos; el otro no es más que su reflejo aproximativo, como
toda obra humana. Tú puedes del mismo modo extraer la conclusión opuesta: que el verdadero mapa
del universo es la ciudad de Eudoxia tal como es, una mancha que se extiende sin forma, con calles en
zigzag, casas que se derrumban sobre otra en una nube de polvo, incendios, gritos en la oscuridad.

Irene. Ciudad en altiplano. Es un nombre de ciudad de lejos, y si uno se acerca, cambia. La ciudad es
una para que el que pasas sin entrar, y otra para el que está preso en ella y no sale; una es la ciudad a la
que se llega la primera vez, otra la que se deja para no volver.

Trude. –Puedes remontar vuelo cuando quieras- me dijeron –pero llegarás a otra Trude, igual punto
por punto, el mundo está cubierto por una única Trude que no empieza ni termina, sólo cambia el
nombre del aeropuerto. (Ciudades iguales, sin especificidad, sin identidad)

Olinda. Las viejas murallas se dilatan, llevándose consigo los barrios antiguos, que crecen en los
confines de la ciudad, manteniendo las proporciones en un horizonte más vasto; estos circundan barrios
un poco menos viejos, aunque de mayor perímetro y mejor espesor para dejar sitio a los más recientes
que empujan desde adentro; y así hasta el corazón de la ciudad: una olinda completamente nueva que
en sus dimensiones reducidas conserva los rasgos y el flujo de linfa de la primera Olinda y de todas las
Olindas que han ido brotando una de otra y las que vendrán.

Perinzia. La razón natural y la gracia de los dioses darían forma a los destinos de los habitantes. “revelar
que el orden de los dioses es exactamente el que se refleja en la ciudad de los monstruos”

Procopia. Ciudades con sobre densidad, empieza a faltar el espacio. Problemas de estructura.

Andria. Cada cambio implica cambios en cadena, tanto en Andria como entre las estrellas: la ciudad y
el cielo no permanecen jamás iguales. Antes de cada decisión calculan los riesgos y las ventajas para
ellos y para el conjunto de la ciudad y de los mundos.

Cecilia. “A veces nos ocurre, a mis cabras y a mí, que atravesamos ciudades pero no sepamos
distinguirlas”. Los lugares se han mezclado –dijo el cabrero-. Cecilia está en todas partes; en otro tiempo
aquí ha de haberse encontrado el Prado de la Salvia Baja. Mis cabras reconocen las hierbas que crecen el
arríate central de las avenidas. (Ya no se distingue dónde empieza la ciudad y dónde termina, qué es
urbano y qué es rural, se pierden los soportes ambientales)
Pentesílea. Hace horas que avanzas y no ves claro si estás ya en medio de la ciudad o todavía fuera.

Berenice. Ciudad injusta. Si se explorará aún más en el interior de ese nuevo germen de lo justo, se
descubre a imponer lo que es justo a través de lo que es injusto, y es éste tal vez el germen de una
inmensa metrópoli…

-El infierno de los vivos no es algo por venir; hay uno, el que ya existe aquí, el infierno que habitamos
todos los días, que formamos estando juntos. Hay dos maneras de no sufrirlo. La primera es fácil para
muchos: aceptar el infiero y volverse parte de él hasta el punto de dejar de verlo. La segunda es riesgosa
y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber quién y qué, en medio del infierno, no es
infierno, y hacer que dure, y dejarle espacio.

También podría gustarte