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MARC RENNEVILLE

Alienismo*
Este sustantivo forjado en el siglo XIX es poco usado hasta el siglo XX, cuando se ve definitivamente
suplantado, en el vocabulario médico, por “psiquiatría”. A diferencia de “alienado”, “alienista” y
“alienación mental”, no constituye una entrada en los grandes diccionarios de medicina del siglo XIX,
durante el cual, sin embargo, conoce su “edad de oro” (R. Castel). Su uso ha sido esencialmente
retrospectivo y el término puede entenderse en dos sentidos. En una perspectiva sociológica, designa
una política de salud mental específica, un modo de administración de la locura que articula un código
teórico (la alienación mental), una tecnología de intervención (el tratamiento moral), un dispositivo
institucional (el asilo), un cuerpo de profesionales (los médicos jefes) y un estatuto del usuario (el
alienado, menor asistido según la ley de 1838). En este sentido, el alienismo comienza con la
conquista del monopolio del tratamiento de la locura por parte de los médicos, iniciada en la transición
del siglo XVIII al XIX, y solo declina en el siglo XX, cuando el asilo es cuestionado en sus funciones
y sus efectos. Igualmente se puede considerar el término en una perspectiva centrada en la historia de
la clínica. El alienismo designa entonces el primer paradigma de la psiquiatría moderna. En este
sentido, es sinónimo de alienación mental, delimitado en un período cronológico más reducido,
comenzando siempre en el alba del siglo XIX, pero terminando por una crisis de la clínica perceptible
en los años 1850.

El alienismo en su época
Cualquiera sea la perspectiva retenida, un punto parece adquirido en la historiografía: el alienismo
marca el nacimiento de la psiquiatría contemporánea. El acontecimiento es situado en la transición
del siglo XVIII al XIX, en el momento en que el conocimiento de los alienados se ve renovado por
los trabajos de W. Battie (1704-1776), V. Chiarugi (1759), Joseph Daquin (1732-1815), J. C. Heinroth
(1773-1842), Ph. Pinel (1745-1826) y W. Tuke (1732-1822). Pinel ha ocupado por largo tiempo un
lugar de “padre fundador” en la memoria colectiva de la psiquiatría francesa, por haber liberado a los
locos atados con hierros, arrancándolos mediante este gesto a la representación vulgar de su estado,
que los designaba como insensatos sin razón. Para este médico filósofo, la locura es una enfermedad
idiopática, y el loco no es tanto un insensato, sino un alienado cuya razón no está nunca
irremediablemente perdida. Por ende, en tanto enfermo, el alienado debe ser asistido y protegido por
la sociedad, al mismo tiempo que la sociedad debe poder protegerse de sus actos. Si la voluntad de
curar a los alienados no nació seguramente con Pinel, él la sistematiza en una obra producida en la
encrucijada exacta de la medicina de observación del siglo XVIII y de la clínica anatomopatológica
del siglo XIX. Pinel se adhiere especialmente a la primera en cuanto él ordena su nosografía en
función de síntomas y no de lesiones. Define así cuatro especies particulares de alienación mental: la
manía, que es “un delirio más o menos marcado sobre casi todos los objetos” y que se asocia a menudo
a “un estado de agitación o de trasporte más o menos violento”; la melancolía, que es “un delirio
exclusivo, limitado a una serie particular de objetos, con una especie de inercia, y afecciones vivas y
concentradas”; la demencia, que es un estado de “debilidad general”, que “golpea las funciones
intelectuales y afectivas, con impulsos pasajeros de una cólera pueril y de largos intervalos de una
calma apática”; por último, el idiotismo, que es una “obliteración más o menos completa de las
funciones del entendimiento y de las afecciones del corazón”.
El alienista rechaza asociar la enfermedad mental con una localización orgánica porque
considera que tal etiología arruinaría toda esperanza terapéutica. Al rechazar en bloque todas las
medicaciones de la farmacopea empírica, denunciando la brutalidad de los tratamientos físicos de la

* Traducción de francés: JORGE MÁRQUEZ VALDERRAMA. Correcciones: CRISTIAN ROJAS OBANDO. Para la asignatura
Prácticas discursivas 1 3008122, “Historia de la locura”, Universidad Nacional de Colombia, sede Medellín, febrero de
2023. Fuente : Marc RENEVILLE, «Aliénisme», en : LECOURT, D. Dictionnaire de la pensé médicale, Paris, PUF, 2004 :
26-29.

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alienación, Pinel defiende la única alternativa de un tratamiento moral, no violento, fundado en un
diálogo lógico y paciente entre el médico y el enfermo. Cuales quieran sean los orígenes (lejanos y
no médicos) de esta técnica, ella justifica el apartamiento de los enfermos en estructuras de cuidados
especializadas (casa de salud y asilo) para conciliar en un lugar la tríada asistencia, protección y
curación.
Es a nombre de ese noble compromiso que los médicos alienistas se movilizan en el primer
tercio del siglo XIX, cuando buscan hacer reconocer en los procesos de las cortes la monomanía
homicida. Esta forma de desvío de la razón, desconocida por los magistrados y los jurados explica
los crímenes abominables cometidos sin móviles, al mismo tiempo que revela los límites de un
sistema judicial que condenaba a enfermos al cadalso. Al actuar de esta manera, la justicia penal se
asociaba al terrible recuerdo de las hogueras de la inquisición y los nuevos médicos obraban más en
pro de la ciencia y de la humanidad. El alienismo, en su época, se piensa como un movimiento que
asocia la asistencia a los desheredados del espíritu con la ciencia esclarecida de un nuevo saber.

El alienismo como estrategia de control social


La Historia de la locura en la época clásica de Michael Foucault ha nublado en los años 1960 la bella
legibilidad de este autorretrato. El campo de las lecturas posibles se abrió entonces y la memoria
disciplinada de la psiquiatría vio su historia revisada en el relato mismo de sus orígenes. La dinámica
de progreso conciliando espíritu científico y ética humanista se vio contestada por análisis críticos.
El nacimiento de la psiquiatría contemporánea ya no era entonces considerado como el producto de
una revolución científica sino como una herramienta de control social, un aparato de Estado al
servicio del orden burgués cuyas reglas de funcionamiento tenían que ver en última instancia con
fuerzas exteriores al campo médico. Para comprender el advenimiento de ese dispositivo de poder,
hay que volver al tiempo en que los locos todavía eran insensatos. Al final del siglo XVIII, un
individuo con su razón desviada puede ser protegido por su familia o secuestrado, según decisión que
atañe al orden judicial o al ejecutivo (lettres de cachet), en lugares (hospital general) que mezclaban
a menudo insensatos, delincuentes, pobres e inválidos. Con la caída de la monarquía y su simbólica,
la legitimidad de esas prácticas es desacreditada. La cuestión de la locura, de su definición y gestión,
se plantea en un nuevo contexto. En el marco de una sociedad contractual, la locura expresa una
asocialidad completa. El loco es, por su razón ausente, el único individuo que puede trasgredir todas
las prohibiciones sin ser castigable. Si su estado suscita la piedad, sus actos despiertan el temor.
¿Cómo puede ser neutralizado sin que el Estado se vea sospechado de restablecer en su provecho la
vieja mecánica del encerramiento arbitrario? La respuesta es dada por el alienismo. Al reducir las
figuras de la locura a la expresión de una enfermedad curable, Pinel y sus discípulos forjan para el
alienado el estatuto menor bajo tutela. En consecuencia, la psiquiatría naciente plantea la distinción
radical entre el loco y el criminal al sustraer al primero del universo de la falta; por esa vía, no hace
sino reproducir una distinción establecida en el Antiguo Régimen y reconducida por el artículo 64 del
Código Penal francés de 1810.
El código teórico del alienismo justifica así el desarrollo de un cuerpo de profesionales (los
alienistas) y de un dispositivo institucional original: el asilo. El alienista y el asilo son, en este sentido,
una invención del siglo XIX. En cuanto al alienado, es el cliente más a menudo coaccionado que
voluntario de este nuevo dispositivo. La ley del 30 de junio de 1838 consagra el reconocimiento
oficial del alienismo apuntando hacia la apertura de un establecimiento de cuidados para cada
departamento y confiando la carga de las entradas y de las salidas a la competencia de los médicos.
Al promulgar esta ley, el Estado delegaba una situación de hecho: el reconocimiento de la locura se
había convertido en un poco menos de medio siglo en una competencia concerniente solamente a la
medicina y a la creación de lugares de encierro terapéutico, lo que parecía indiscutible.

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El sujeto del alienismo
Si el alienismo constituye solo una etapa de la historia de la psiquiatría, marca un período esencial,
pues todos los análisis se ponen de acuerdo en ver en ello un momento de fundación. De ahí resulta
que las lecturas en adelante se vuelven divergentes. La crítica inaugural de Foucault planteaba que el
discurso liberador de Pinel había producido exactamente lo inverso de lo que pretendía hacer. Al
encerrar la locura en la patología, el alienismo inventaba una enfermedad estigmatizante y
discriminatoria; y al proponer el asilo para tratar a estos pacientes, permitía excluir, con mucha más
seguridad que nunca, a esos enfermos del comercio social. Por último, al evocar la necesidad de asistir
a estos individuos, potencialmente peligrosos, los desvalorizaba como seres humanos. La
demostración podía apoyarse en todas las antiguas críticas del asilo, al mismo tiempo que encontraba
una caución en una sociología de la enfermedad mental que tendía a probar que los signos de la
patología mental estaban socialmente construidos y, por ende, sobre el plano científico, perfectamente
arbitrarios.
Este análisis ha suscitado muchas reacciones. Gladys Swain y Marcel Gauchet especialmente
han reubicado el nacimiento del alienismo en una transformación global de la percepción de esos
enfermos y de la revolución de los poderes que provoca la Revolución francesa. En el origen, hay un
refinamiento en cuanto al mito del Pinel filántropo. Un mito que, contrariamente a lo que sugiere
Faucault, no data del nacimiento del asilo, sino más bien de los años 1840-1850, cuando los alienistas
comenzaron a construirse su propia memoria disciplinar contestando las virtudes de la clínica de
Pinel. Es de esos años de cuando data la partición de los roles que se sostuvo por largo tiempo en la
historiografía oficial: a Pinel la filantropía y a Esquirol la mirada clínica. Este aplanamiento de la
historiografía del que Foucault no se percató es preliminar a la contestación del corazón mismo del
análisis foucaultiano. El retorno a una lectura comparada de las dos ediciones del Traité médico-
philosophique sur l'aliénation mentale ou la manie (1801 a 1809) permite, en efecto, captar la apuesta
antropológica de la reducción médica de la locura. La psiquiatría no nació como disciplina científica
por la realización de un nuevo método de observación, sino más bien a partir de una mutación teórica
y práctica que ha hecho posible la mirada médica acerca de la locura. Si entonces debemos buscar un
sentido filosófico a esa psiquiatría clínica que se despierta, no habría que buscarlo solamente en una
nueva técnica de alienación del otro en sí, sino más bien en el “cuestionamiento del sujeto en sí
mismo”.

Un paradigma fundador
Siguiendo estas lecturas, la psiquiatría del siglo XIX se ha vuelto objeto de exploraciones que
proponen una cronología más fina. Si se privilegia, con Georges Lanteri-Laura, la restitución de la
inteligibilidad del proyecto clínico de los primeros alienistas, el alienismo se vuelve sinónimo de
“alienación mental”, para designar el primer “paradigma” de la psiquiatría contemporánea. En efecto,
alienación mental es el término empleado por los primeros psiquiatras para distinguir entre
enfermedad mental y “locura”, noción vulgar y demasiado vaga. Para Pinel y sus alumnos, la
enfermedad mental es una enfermedad única, sin localización orgánica precisa. El enfermo mental no
es responsable de su estado y requiere un tratamiento único: el tratamiento moral. Este tratamiento se
dirige al fondo de razón que yace en todo enfermo. Exige el aislamiento del paciente en un lugar
tranquilo y racional, regido mediante un “gobierno” con mano firme bajo la autoridad de un único
jefe: el médico. La organización de este lugar de tratamiento (el asilo) tiene en cuenta el estado de los
pacientes y tiende a hacer reinar una rigurosa disciplina. El objetivo es ocupar al enfermo para
distraerlo de su delirio y volverlo laborioso, hasta donde sea posible, como en las prisiones y los
hospicios. Los alienistas plantan las bases de su saber cuando asocian a una voluntad médica de
curación una concepción filosófica (estoica para este caso) de las pasiones, que evita toda localización
demasiado precisa de las lesiones orgánicas. Esquirol lo afirma claramente en el primer curso de
clínica de las enfermedades mentales que dictó en la Salpetrière, en 1822: “La anatomía patológica
ha permanecido muda en cuanto a las condiciones materiales del delirio”. Es ahí donde reside la

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paradoja original de esta psiquiatría que se erige como especialidad en el momento mismo en que la
medicina general moderna toma un giro decisivo al poner en funcionamiento una semiología activa
(fundada en la auscultación, la palpación, etc.) y una nosografía abierta, establecida a través del
refinamiento progresivo de los diagnósticos diferenciales. Mientras que los defensores de la Escuela
anatomo-clínica (Corvisart, Laennec, Bouillaud, Louis ...) adoptan una posición de retiro en materia
de curación de las enfermedades, el alienismo funda la psiquiatría sobre una apuesta terapéutica.
Sin embargo, este paradigma clínico no está fijado. Principal alumno de Pinel, E. J. D. Esquirol
revisa la clasificación de las manifestaciones de la alienación mental y distingue cinco formas: la
manía, que se manifiesta mediante un delirio general con excitación; la demencia, que es un desvío
de la razón acompañado por una atonía general; la imbecilidad y la idiocia, que son las formas de
alteración nativa de las facultades mentales; la lipemanía, antigua melancolía, que es un delirio triste
concentrado en un pequeño número de objetos; por último, la monomanía, que es un delirio basado
en un solo objeto, con una tonalidad alegre. Muy rápido declinada en subcategorías (intelectual,
razonante, instintiva, erótica, incendiaria, homicida ...), la forma monomaníaca encuentra una
aplicación médico-legal en los asuntos de crímenes sin motivos. El doctor E. J. Georget (1795-1828)
defiende de esta manera, bajo la Restauración, la extensión de la cláusula de irresponsabilidad penal
(artículo 64 del código penal de 1810) para todos los acusados atacados de alienación mental, sean o
no “dementes”. Magistrados y médicos debaten de forma ardua esta cuestión sin que por otra parte
sus posiciones sean deducibles de sus intereses profesionales. Globalmente, la clínica de las
monomanías no convence en el campo médico-legal porque los partidarios del orden temen que eso
se convierta en una fuente para disculpar a los criminales más peligrosos. Tampoco convence sobre
todo porque su etiología remite siempre, y esto hasta mediados del siglo, a un desorden de las pasiones
o a un delirio de los actos.

¿Final del alienismo?


Fue a mediados del siglo XIX cuando el paradigma de la alienación mental perdió su
coherencia para ceder el lugar a una concepción plural de la enfermedad mental definida por
Lantéri-Laura como una clínica de las “enfermedades mentales”. Este cambio tiene que ver
con varios factores. Primero, la experticia médico-legal no tiene credibilidad, al poner por
delante una etiología pasional que debe demasiado a la filosofía. Segundo, el tratamiento
moral no es una panacea. La rehabilitación de los idiotas fue desarrollada con algunos
resultados por Félix Voisim (1794-1877) y Édouard Seguin (1812-1880), según técnicas que
nada debían a las prescripciones de Pinel. La noción misma de delirio parcial que estructura
la clase de las monomanías es cuestionada por alienistas como Jean-Pierre Falret (1794-
1870). Incluso si la concepción unitaria de la enfermedad mental es defendida por Jean
Moreau de Tours (1804-1884), la tentación es entonces grande de retomar la nosografía sobre
nuevas bases para acercar la psiquiatría a la medicina general. Esta empresa fue llevada a
cabo con cierto éxito por Bénedict-Augustin Morel (1809-1873). Al abandonar el modelo de
la alienación mental, Morel clasifica las enfermedades mentales según sus causas. La
segunda mitad del siglo XIX se ve así marcada por el desarrollo de las teorías alternativas en
torno a nociones como degeneración y herencia de los trastornos mentales. La clínica se
inclina entonces hacia una distinción más fina de los delirios agudos y crónicos y la definición
de patologías donde domina un trastorno del humor (locura circular, locura de doble
forma...).
¿Habrá que subrayarlo? Esta cronología clínica está ligada a la evolución de las
instituciones. La primera fuente de debilitamiento del alienismo tiene que ver con la
realización de su programa. El crecimiento del número de asilos y de la población tratada
hace aparecer los límites del tratamiento moral. Si la respuesta clínica que apunta a forjar

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nuevas figuras de la incurabilidad ocultaba parcialmente ese fracaso, el resurgimiento de los
procedimientos de internamientos arbitrarios y los malos tratos infligidos a algunos pacientes
provocaron escándalos y un primer movimiento de crítica del asilo se manifestó en Francia
desde el Segundo Imperio. La reforma de la Ley de 1838 está entonces a la orden del día bajo
la III República, sin que por tanto sea considerado el abandono del sistema ya instalado. En
esas proposiciones que permanecieron en estado de proyecto, se trataba más bien de
restablecer la confianza al supervisar los procedimientos de internamiento mediante un
control judicial. La sospecha desarrollada con respecto al cuerpo médico siguió siendo de
todas maneras marginal y no parece haber detenido el crecimiento de la población asilar, que
pasó de unas 5000 personas en 1818 a más de 75000 un siglo más tarde.
Las alternativas al encierro asilar fueron primero imaginadas por los médicos mismos.
Al constatar el fracaso relativo del tratamiento moral y la existencia de una franja de pacientes
(incurables), los psiquiatras reaccionaron con la consideración de ese tratamiento como una
técnica entre otras (psicoanálisis, neurocirugía, tratamientos de choque). La enfermedad
mental se volvía de forma paralela un flagelo social que solo podía ser combatido mediante
la realización de una política de salud pública que diversificara sus modos de intervención.
Si el asilo conservaba en ese sistema su lugar para atender los enfermos crónicos, el
desarrollo de los servicios abiertos debía permitir el diagnóstico y el tratamiento de los “petits
mentaux”. Algunos médicos, tales como Édouard Toulouse (1865-1947), intentaron ampliar
ese movimiento reformador al proponer en el primer tercio del siglo XX la instauración de
una “biocracia”, es decir, una sociedad cuya organización política estuviera guiada por
expertos científicos. Si esta opción permaneció en los limbos del imaginario científico, la
ciencia psiquiátrica se ha visto sometida a políticas totalitarias que provocaron, en la segunda
mitad del siglo XX, un movimiento de reflexión y de reformas institucionales tan profundo
como el que había presidido 150 años antes la instauración del alienismo.

Bibliografía
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