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ELLO, EL YO
Y
EL SUPER YO
PROFESOR: TIUNFADOR:
PROFESOR: TRIUNFADOR:
DIONIMAR
MAURO PEREIRA
VALERA ULISES MENDEZ EDDY J. BOLÍVAR
V-11.027.154
Ello, yo y superyó
El ello
Para Freud, el ello constituye “el núcleo de nuestro ser”. No tiene contacto directo
con el mundo exterior y nos sería incognoscible si no fuera por la mediación de
otra instancia (el yo). Es en su interior que operan las pulsiones, conformadas por
diferentes proporciones de aquello que Freud considera las “dos fuerzas
primordiales”, a saber, Eros y destrucción. La meta de tales pulsiones no es otra
que la de alcanzar la satisfacción, la cual supone “precisas alteraciones en los
órganos con auxilio de objetos del mundo exterior.” Sin embargo, si se concediera
a las pulsiones del ello satisfacción sin dilación ni prudencia, a menudo
sobrevendrían peligrosos conflictos con el mundo exterior que amenazarían la
supervivencia del individuo. El ello no se preocupa por la seguridad de este: si
bien tiene la capacidad de desarrollar los elementos de la sensación de angustia,
no puede apreciarlos. Freud diferencia “los procesos que son posibles en los
elementos psíquicos supuestos en el interior del ello y entre estos (proceso
primario)” y “aquellos que nos son consabidos por una percepción consiente
dentro de nuestra vida intelectual y de sentimientos” Aunque el ello no comercie
directamente con el mundo exterior, le está reservado un mundo de percepción
que le es propio por cuanto ha de tomar registro de las fluctuaciones que
acontecen en su interior (nivel de tensión pulsional) que alcanzan la conciencia a
guisa de sensaciones placenteras o displacenteras. Esta instancia se rige por
el principio de placer, mientras que las demás, que tampoco son capaces de
anularlo, se limitan a modificarlo.
El yo
El yo, “instancia psíquica que creemos conocer mejor [que el ello] y en la cual nos
discernimos por excelencia a nosotros mismos”, nace sobre la base del estrato
cortical del ello, que se encuentra provisto de la capacidad de captar estímulos
para luego alejarlos, de suerte que pueda mantenerse en contacto con la realidad
objetiva. El avasallamiento del yo por parte del mundo exterior revela las
circunstancias bajo las cuales se produjeron su génesis y su desarrollo, a saber, la
subyugación a su esfera de influencia de porciones del ello cada vez más vastas a
partir de la percepción consciente de dicha realidad.
El superyó
A pesar de esta tripartición teórica del aparato anímico, Freud considera correcta
una acción del yo solo en aquellos casos en los que simultáneamente logra
conciliar las exigencias del ello, del superyó y de la realidad objetiva, razón por la
cual menciona en El yo y el ello los tres “vasallajes del yo”. El autor argumenta
que la relación entre el yo y el superyó de determinado individuo debe su
naturaleza a la que le precedió entre el niño y sus padres, quienes, además las
idiosincrásicas peculiaridades de sus propios ideales, trasmiten a su hijo “el influjo,
por ellos propagado, de la tradición de la familia, la raza y el pueblo, así como los
requerimientos del medio social respectivo”. Tampoco el superyó se configura
sobre la base de la exclusiva contribución de lo legado por los padres, sino que se
nutrirá igualmente de lo que le ofrezcan otras figuras de autoridad, así como
también de valores que gocen del beneplácito social. Freud encuentra un punto de
confluencia entre el ello y el superyó por cuanto ambos figuran el influjo del
pasado, si bien no se trata, naturalmente, del mismo pasado sino del pasado
heredado, en el primer caso, y del pasado asumido por otros, en el segundo. En
este mismo punto el yo se distanciaría de las otras dos instancias por responder él
en primer lugar a lo experimentado por el propio individuo o, en otras palabras, lo
contingente.
Para Freud, poco podría aprenderse del estudio de casos normales caracterizados
por una bien definida separación entre el yo y el ello, sostenida ésta gracias a
las resistencias o contra investiduras, y por el trabajo mancomunado entre la
organización yoica y el superyó. Solo arrojarían luz, en cambio, los estados de
conflicto, en los que el material inconsciente perteneciente al ello amenazara con
irrumpir en la conciencia y el yo debiese defenderse frente a tal asalto. Sin
embargo, tales estados no se dan exclusivamente en el marco de perturbaciones
patológicas, sino que de continuo tienen lugar durante el dormir, razón por la cual,
los sueños, que Freud reconoce como actos psíquicos, constituyen un
privilegiado objeto de estudio para la indagación psicoanalítica.
El yo, vasallo de la realidad objetiva, del ello y del superyó, ha de rendir tributo a
sus tres señores y simultáneamente conservar su autonomía y su organización.
Los estados patológicos podrían explicarse mediante el expediente de que en
tales casos el yo quedaría parcial o totalmente debilitado e incapacitado para
asumir sus obligaciones. Sojuzgar los requerimientos pulsionales que el ello busca
imponerle probablemente sea la más espinosa tarea que la instancia yoica ha de
acometer y a ella destina importantes montos de energía empleados para el
sostenimiento de las contra investiduras. Por otro lado, existe también la
posibilidad de que sea el superyó el que se ha tornado intolerablemente
demandante, al punto que no le resten fuerzas al yo para cumplir con otros
quehaceres. El ello y el superyó suelen aliarse en perjuicio de su súbdito, que,
para evitar desorganizarse, debe intentar no desasirse del mundo exterior, vínculo
este último que puede aparecer afectado o incluso suprimido cuando aquellos dos
cobran demasiada fuerza. El sueño, temporario estado de carácter psicótico,
subsume al yo en las incoherencias de la realidad interior en el momento en el que
este concede resignar sus lazos con el exterior.
La psicología del Yo se confunde a menudo con la psicología del uno mismo, que
acentúa la fuerza y la cohesión del sentido de una persona consigo misma.
Aunque algunos psicólogos del Yo escriben sobre el uno mismo, distinguen
generalmente a uno mismo del Yo. Definen el Yo como una agencia abarcadora
de las funciones mentales, mientras que el uno mismo es una representación
interna de cómo una persona se percibe. En la psicología del Yo, el énfasis se
pone en entender el funcionamiento del Yo y sus relaciones conflictivas de la
identificación, el Superyó, y la realidad, más que al sentido subjetivo de uno
mismo.