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REPÚBLICA BOLIVARIANA DE VENEZUELA

MINISTERIO DEL PODER POPULAR PARA LA EDUCACION UNIVERSITARIA,


CIENCIA Y TECNOLOGIA
UNIVERSIDAD BOLIVARIANA DE VENEZUELA
MISION SUCRE GUARENAS
ALDEA UNIVERSITARIA “AMBROSIO PLAZA”
P.F.G. ESTUDIOS JURIDICO
NIVEL 1-1
U.C. TEORIA DEL CONOCIMIENTO JURIDICO

ELLO, EL YO
Y
EL SUPER YO

PROFESOR: TIUNFADOR:
PROFESOR: TRIUNFADOR:
DIONIMAR
MAURO PEREIRA
VALERA ULISES MENDEZ EDDY J. BOLÍVAR
V-11.027.154
Ello, yo y superyó

Modelo estructural del aparato psíquico. Ello, yo y superyó se superponen a la


primera tópica (consciente, preconsciente, inconsciente).

Ello, yo y superyó son conceptos fundamentales en la teoría del psicoanálisis con


la que Sigmund Freud intentó explicar el funcionamiento psíquico humano,
postulando la existencia de un «aparato psíquico» que tiene una estructura
particular. Sostuvo que este aparato está dividido, a grandes rasgos, en tres
instancias: el ello, el yo y el superyó, que sin embargo comparten funciones y no
se encuentran separadas físicamente. A su vez, gran parte de los contenidos y
mecanismos psíquicos que operan en cada una de estas entidades
son inconscientes.

Si bien la idea general de que la mente no es algo homogéneo tiene amplia


aceptación, tanto dentro como fuera del campo de la psicología, es también una
idea controvertida. En particular hay detractores de la teoría de que el psiquismo
se divida en estos tres componentes

Origen y diferencias en la terminología.


En algunas publicaciones en el idioma español se puede encontrar los
términos ello, yo y superyó en latín, como id, ego y superego, respectivamente.
Estas formas fueron adoptadas en un principio por James Strachey en su
traducción de la obra de Freud al inglés, titulada Standard Edition y publicada
entre 1953 y 1974. Los términos originales utilizados por Freud se encuentran en
idioma alemán: das Es, das Ich y das Über-Ich respectivamente, el ello, el yo y
el superyó (literalmente sobre yo). Freud tomó prestado el término "das Es"
de Georg Groddeck, un médico alemán por cuyas ideas no convencionales Freud
estuvo muy atraído (los traductores de Groddeck traducen el término desde el
inglés como «el ello»).2

Las tres instancias

En Esquema del psicoanálisis (1940 [1938]), Freud reconoce la satisfacción de las


necesidades congénitas como “el genuino propósito vital del individuo”, el cual
halla un medio de expresión en el poder del ello. La conservación de la vida y la
evasión de los peligros no se cuentan, pues, entre las competencias de tal
instancia, sino que corresponden al yo, encargado, por lo mismo, de velar porque
las satisfacciones a las que presta consentimiento no expongan la seguridad del
individuo a un excesivo riesgo. Por su parte, el superyó participa en la restricción
de tales satisfacciones y en eso radica su función más importante.

El ello

Su contenido es inconsciente y consiste fundamentalmente en la expresión


psíquica de las pulsiones y deseos. Está en conflicto con el yo y el superyó,
instancias que en la teoría de Freud se han escindido posteriormente de él. Freud
denomina ello a la más primitiva provincia del aparato anímico, cuyo contenido
concierne a lo heredado, lo innato o lo constitucional y atañe en particular a
las pulsiones. La condensación y el desplazamiento demuestran que en el ello la
energía psíquica circula con mayor movilidad que en el yo y que lo que más atarea
a aquella instancia es su afán de proporcionar descarga a las excitaciones que se
produzcan en su interior. En una nota al pie de Esquema del psicoanálisis (1940
[1938]), James Strachey, traductor de la obra de Freud al inglés y creador de
la Standard Edition, apostilla que esa aspiración que Freud atribuye al ello es
análoga a lo que había descrito en el Proyecto de psicología, empleando una
terminología más próxima a la de la neurología, en referencia al “principio
primordial de la actividad de las neuronas: «las neuronas procuran aliviarse de la
cantidad».”

Para Freud, el ello constituye “el núcleo de nuestro ser”. No tiene contacto directo
con el mundo exterior y nos sería incognoscible si no fuera por la mediación de
otra instancia (el yo). Es en su interior que operan las pulsiones, conformadas por
diferentes proporciones de aquello que Freud considera las “dos fuerzas
primordiales”, a saber, Eros y destrucción. La meta de tales pulsiones no es otra
que la de alcanzar la satisfacción, la cual supone “precisas alteraciones en los
órganos con auxilio de objetos del mundo exterior.” Sin embargo, si se concediera
a las pulsiones del ello satisfacción sin dilación ni prudencia, a menudo
sobrevendrían peligrosos conflictos con el mundo exterior que amenazarían la
supervivencia del individuo. El ello no se preocupa por la seguridad de este: si
bien tiene la capacidad de desarrollar los elementos de la sensación de angustia,
no puede apreciarlos. Freud diferencia “los procesos que son posibles en los
elementos psíquicos supuestos en el interior del ello y entre estos (proceso
primario)” y “aquellos que nos son consabidos por una percepción consiente
dentro de nuestra vida intelectual y de sentimientos” Aunque el ello no comercie
directamente con el mundo exterior, le está reservado un mundo de percepción
que le es propio por cuanto ha de tomar registro de las fluctuaciones que
acontecen en su interior (nivel de tensión pulsional) que alcanzan la conciencia a
guisa de sensaciones placenteras o displacenteras. Esta instancia se rige por
el principio de placer, mientras que las demás, que tampoco son capaces de
anularlo, se limitan a modificarlo.

El yo

El yo es la instancia psíquica actuante que aparece como mediadora entre las


otras dos. Intenta conciliar las exigencias normativas y punitivas del superyó así
como las demandas de la realidad con los intereses del ello por satisfacer deseos
inconscientes. Está a cargo de desarrollar mecanismos que permitan la obtención
del mayor placer posible, pero dentro de los límites que la realidad imponga.
La defensa es una de sus competencias y gran parte de su contenido es
inconsciente. La incidencia del mundo exterior alteraría una porción del ello
destinada a convertirse en el yo, porción descrita como “un estrato cortical dotado
de los órganos para la recepción de estímulos y de los dispositivos para la
protección frente a estos” que de allí en más tomará la función de mediar entre
aquella otra instancia y el mundo exterior. El yo gobernaría los movimientos
voluntarios y se ocuparía de bregar por la auto conservación del individuo
mediante la evitación, el dominio y la cancelación de los estímulos procedentes del
exterior, así como también a través del sometimiento de los reclamos pulsionales
provenientes del ello, respecto de los cuales deberá determinar si se ha de
satisfacerlos y en caso de ser así, en qué condiciones, o sofocarlos. El nivel de
tensión dentro de la organización yoica orientaría su actividad, percibiéndose, por
lo general, un incremento tensional como displacentero y una disminución
como placentera, si bien Freud no deja de indicar que las sensaciones de placer y
displacer probablemente no se encuentren en relación directa con la magnitud de
la tensión en sí misma, sino más bien con el ritmo de sus fluctuaciones. La
tendencia del yo a eludir el displacer conlleva que la previsión de un aumento del
mismo acarree el desprendimiento de una señal de angustia,
denominándose peligro la circunstancia en la que esta tiene lugar, trátese de una
amenaza interna, es decir, pulsional, o externa. Durante el sueño, el yo resignaría
su vínculo con el mundo exterior y se constataría en él, una particular distribución
de la energía anímica.

El yo, “instancia psíquica que creemos conocer mejor [que el ello] y en la cual nos
discernimos por excelencia a nosotros mismos”, nace sobre la base del estrato
cortical del ello, que se encuentra provisto de la capacidad de captar estímulos
para luego alejarlos, de suerte que pueda mantenerse en contacto con la realidad
objetiva. El avasallamiento del yo por parte del mundo exterior revela las
circunstancias bajo las cuales se produjeron su génesis y su desarrollo, a saber, la
subyugación a su esfera de influencia de porciones del ello cada vez más vastas a
partir de la percepción consciente de dicha realidad.

Su operación psicológica consiste en elevar los decursos del ello a un nivel


dinámico más alto (p. ej., en mudar energía libremente móvil en energía ligada,
como corresponde al estado preconsciente); y su operación constructiva, en
interpolar entre exigencia pulsional y acción satisfaciente la actividad del pensar,
que trata de colegir el éxito de las empresas intentadas mediante unas acciones
tentaleantes, tras orientarse en el presente y valorizar experiencias anteriores. De
esta manera, el yo decide si el intento desembocará en la satisfacción o debe ser
desplazado, o si la exigencia de la pulsión no tiene que ser sofocada por completo
como peligrosa (principio de realidad).

Mientras que al ello no le preocupa más que la obtención de placer, al yo


corresponde tomar en consideración la seguridad, dado que se ocupa de la tarea
de la auto conservación, la cual el ello tiene en menos. Se sirve de los
desprendimientos de angustia como medio para percatarse de los peligros que lo
asedian. La asociación de las huellas mnémicas con restos del lenguaje posibilita
que estas se tornen conscientes y, puesto que la cualidad de lo consciente es
propia de las percepciones, se presenta entonces la posibilidad de que las
primeras sean tomadas erróneamente como representaciones de la realidad
objetiva actual. Para evitar tal confusión el yo se vale del examen de realidad, que,
sin embargo, deja de operar durante el sueño. El yo se ve amenazado en primer
lugar por los peligros de la realidad objetiva, pero también por los procedentes del
ello debido a que exigencias pulsionales hiperintensas pueden producir daños en
el yo comparables a los que le provocarían las excitaciones hipertróficas del
mundo exterior. Aunque, a diferencia de estos últimos, no les sea posible
aniquilarlo, sí pueden deshacer su organización interna, de suerte que el ello se
incorpore al yo nuevamente como una parte de sus dominios. Otra razón por la
que los requerimientos del ello representarían un peligro para la instancia yoica
radica en que tal como está pudo haber aprendido de la experiencia, conceder la
satisfacción de un reclamo pulsional que no resulta per se inadmisible para el yo
puede, sin embargo, implicar riesgos en el mundo exterior y, de esta manera, tal
reclamo pasa a ser considerado peligroso. El yo debe, pues, afianzarse frente a
dos amenazas: por un lado, un mundo exterior que podría acabar con él y, por el
otro, un mundo interior muy demandante.

El superyó

El superyó es la instancia moral, enjuiciadora de la actividad yoica. Para Freud,


surge como resultado de la resolución del complejo de Edipo y constituye la
internalización de las normas, reglas y prohibiciones parentales. Así como a partir
del ello se originaría el yo, dentro de él nacería más tarde el superyó, consistente
en el relicto de la etapa en la que el individuo no ha superado aún el desamparo
infantil y se mantiene todavía en estrecha dependencia respecto de sus figuras
parentales, cuyos designios pasan a incorporarse en la constitución de esta
tercera instancia. Importantes sumas de agresividad hallan un empleo distinto al
de ser dirigidas hacia afuera cuando, a partir de la instauración del superyó,
permanecen adheridas al propio yo, donde sacan a relucir sus virtualidades
autodestructivas, hasta el punto de que resultaría insano o patógeno la retención
de la agresión dado que la pulsión destructiva obstruida ejercería entonces sus
efectos a partir del mecanismo de vuelta hacia la persona propia.

El superyó es la parte que contrarresta al ello, representa los pensamientos


morales y éticos recibidos de la cultura. Consta de dos subsistemas: la
«conciencia moral» y el ideal del yo. La conciencia moral se refiere a la capacidad
para la autoevaluación, la crítica y el reproche. El ideal del yo es una autoimagen
ideal que consta de conductas aprobadas y recompensadas.

El superyó en la enseñanza clásica freudiana es una instancia que no está


presente desde el principio de la vida del sujeto, sino que surge a consecuencia de
la internalización de la figura del padre como un resultado de la resolución del
complejo de Edipo.

Con posterioridad a Freud se ha discutido sobre el origen de la instancia. Melanie


Klein, por ejemplo, postula la existencia de un superyó en el lactante. Para la
corriente psicoanalítica que sigue la orientación de Jacques Lacan será en cambio
relevante reforzar la idea de Freud acerca del momento del surgimiento
del superyó, otorgándole a la castración, a la resolución del complejo de Edipo y a
la función paterna un carácter fundacional del sujeto con sus tres instancias, así
como un papel determinante de su posición estructural.

Relación de las instancias entre sí y con lo inconsciente y lo preconsciente.

Sobre el ello tiene absoluto imperio la cualidad de lo inconsciente. La


correspondencia entre inconsciente y ello sería incluso más estrecha que la que
existe entre preconsciente y yo. Al comienzo de la vida, el aparato psíquico solo
cuenta con un ello y son los estímulos procedentes del mundo exterior los que
terminan por alterar aquel sector suyo que acabará convirtiéndose en el yo. Este
habrá de incorporarse algunos de los contenidos originariamente pertenecientes al
ello, traspuestos ahora al estado preconsciente, mientras que otros materiales se
convertirán en el núcleo del ello, conservando su carácter inconsciente y su
inasequibilidad. Sin embargo, el desarrollo del yo está marcado por la cesión a lo
inconsciente de contenidos que ya había asimilado, y también ante algunas
nuevas impresiones se retirará dejándoles la posibilidad de imprimir una huella
únicamente en el ello. Es esta porción del ello la que merece el nombre de lo
reprimido. Una y otra de las parcelas del ello (el “núcleo del ello” y “lo reprimido”)
se solapan, respectiva y aproximadamente, con lo congénito originario y lo que ha
sido adquirido durante el desarrollo del yo.

A pesar de esta tripartición teórica del aparato anímico, Freud considera correcta
una acción del yo solo en aquellos casos en los que simultáneamente logra
conciliar las exigencias del ello, del superyó y de la realidad objetiva, razón por la
cual menciona en El yo y el ello los tres “vasallajes del yo”. El autor argumenta
que la relación entre el yo y el superyó de determinado individuo debe su
naturaleza a la que le precedió entre el niño y sus padres, quienes, además las
idiosincrásicas peculiaridades de sus propios ideales, trasmiten a su hijo “el influjo,
por ellos propagado, de la tradición de la familia, la raza y el pueblo, así como los
requerimientos del medio social respectivo”. Tampoco el superyó se configura
sobre la base de la exclusiva contribución de lo legado por los padres, sino que se
nutrirá igualmente de lo que le ofrezcan otras figuras de autoridad, así como
también de valores que gocen del beneplácito social. Freud encuentra un punto de
confluencia entre el ello y el superyó por cuanto ambos figuran el influjo del
pasado, si bien no se trata, naturalmente, del mismo pasado sino del pasado
heredado, en el primer caso, y del pasado asumido por otros, en el segundo. En
este mismo punto el yo se distanciaría de las otras dos instancias por responder él
en primer lugar a lo experimentado por el propio individuo o, en otras palabras,  lo
contingente.

Para Freud, poco podría aprenderse del estudio de casos normales caracterizados
por una bien definida separación entre el yo y el ello, sostenida ésta gracias a
las resistencias o contra investiduras, y por el trabajo mancomunado entre la
organización yoica y el superyó. Solo arrojarían luz, en cambio, los estados de
conflicto, en los que el material inconsciente perteneciente al ello amenazara con
irrumpir en la conciencia y el yo debiese defenderse frente a tal asalto. Sin
embargo, tales estados no se dan exclusivamente en el marco de perturbaciones
patológicas, sino que de continuo tienen lugar durante el dormir, razón por la cual,
los sueños, que Freud reconoce como actos psíquicos, constituyen un
privilegiado objeto de estudio para la indagación psicoanalítica.

El yo, vasallo de la realidad objetiva, del ello y del superyó, ha de rendir tributo a
sus tres señores y simultáneamente conservar su autonomía y su organización.
Los estados patológicos podrían explicarse mediante el expediente de que en
tales casos el yo quedaría parcial o totalmente debilitado e incapacitado para
asumir sus obligaciones. Sojuzgar los requerimientos pulsionales que el ello busca
imponerle probablemente sea la más espinosa tarea que la instancia yoica ha de
acometer y a ella destina importantes montos de energía empleados para el
sostenimiento de las contra investiduras. Por otro lado, existe también la
posibilidad de que sea el superyó el que se ha tornado intolerablemente
demandante, al punto que no le resten fuerzas al yo para cumplir con otros
quehaceres. El ello y el superyó suelen aliarse en perjuicio de su súbdito, que,
para evitar desorganizarse, debe intentar no desasirse del mundo exterior, vínculo
este último que puede aparecer afectado o incluso suprimido cuando aquellos dos
cobran demasiada fuerza. El sueño, temporario estado de carácter psicótico,
subsume al yo en las incoherencias de la realidad interior en el momento en el que
este concede resignar sus lazos con el exterior.

La psicología del yo.

Después de Freud, un número de teóricos psicoanalíticos prominentes


comenzaron a trabajar sobre la versión funcionalista del Yo de Freud. El mayor
esfuerzo fue puesto en detallar las varias funciones del Yo y cómo se deterioran
en psicopatología. Varias funciones centrales del Yo-realidad: impulso-control,
juicio, está probado que afectan la tolerancia, la defensa, y el funcionamiento
sintético. Una revisión conceptual importante a la teoría estructural de Freud fue
hecha cuando Heinz Hartmann discutió que el Yo sano incluye una esfera de las
funciones autónomas de éste, que son independientes del conflicto mental. La
memoria, la coordinación motora, y la realidad-prueba, como ser, pueden
funcionar sin la intrusión del conflicto emocional. Según Hartmann, el tratamiento
psicoanalítico apunta a ampliar la esfera sin conflicto del funcionamiento del Yo.
Haciendo así pues, que el psicoanálisis facilite la adaptación, es decir, una
regulación mutua más eficaz de Yo y del ambiente.

David Rapaport sistematizó el modelo estructural de Freud y las revisiones de


Hartmann. Rapaport discutió que el principio central de la teoría freudiana era que
los procesos mentales son motivados y formados por la necesidad de descargar la
tensión. El trabajo de Freud que clarificaba Rapaport retrató la mente organizada
en pulsiones y estructuras. Las pulsiones responden a la energía de la libido
retenida y se orientan a una descarga rápida, a la satisfacción inmediata de
deseos. Debido a que es raro que los deseos puedan ser satisfechos
inmediatamente en la realidad, la mente desarrolla mecanismos para retrasar la
satisfacción, o para alcanzarla a través de los desvíos o sublimaciones. Por lo
tanto, la energía de la pulsión es contenida por las estructuras mentales
relativamente estables que abarcan al Yo. Rapaport definió las estructuras como
organizaciones mentales con un índice de cambio lento, en comparación con las
pulsiones.
Arlow y Brenner discutieron que la teoría anterior de Freud de los sistemas
conscientes, preconscientes, e inconscientes de la mente deben ser
abandonados, y el modelo estructural debería ser usado como la única teoría
psicoanalítica de la mente.

Los autores psicológicos del Yo recientemente se han acercado en varias


direcciones. Algunos, tales como Charles Brenner, han afirmado que el modelo
estructural debe ser abandonado y los psicoanalistas deben centrarse
exclusivamente en conflicto mental que entienden y tratan. Otros, tales
como Frederic Busch, han sofisticado cada vez más el concepto del Yo.

La psicología del Yo se confunde a menudo con la psicología del uno mismo, que
acentúa la fuerza y la cohesión del sentido de una persona consigo misma.
Aunque algunos psicólogos del Yo escriben sobre el uno mismo, distinguen
generalmente a uno mismo del Yo. Definen el Yo como una agencia abarcadora
de las funciones mentales, mientras que el uno mismo es una representación
interna de cómo una persona se percibe. En la psicología del Yo, el énfasis se
pone en entender el funcionamiento del Yo y sus relaciones conflictivas de la
identificación, el Superyó, y la realidad, más que al sentido subjetivo de uno
mismo.

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