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El Arte y los Artistas - Ernst H. Gombrich.

No existe, realmente, el Arte. Tan sólo hay artistas.

Tal palabra puede significar muchas cosas distintas, en épocas y lugares diversos, y el
Arte, escrita la palabra con A mayúscula, no existe, pues el Arte con A mayúscula tiene
por esencia que ser un fantasma y un ídolo.

Todos nosotros, cuando vemos un cuadro, nos ponemos a recordar mil cosas que
influyen sobre nuestros gustos y aversiones.

Pero hay causas equivocadas de que no nos guste una obra de arte.

A mucha gente le gusta ver en los cuadros lo que también le gustaría ver en la realidad.
Se trata de una preferencia perfectamente comprensible. A todos nos atrae lo bello en la
naturaleza y agradecemos a los artistas que lo recojan en sus obras. En efecto, de pronto
descubrimos que la hermosura de un cuadro no reside realmente en la belleza de su
tema.

La confusión proviene de que varían mucho los gustos y criterios acerca de la belleza. Y
lo mismo que decimos de la belleza hay que decir de la expresión. En efecto, a menudo
es la expresión de un personaje en el cuadro lo que hace que éste nos guste o nos
disguste. Algunas personas se sienten atraídas por una expresión cuando pueden
comprenderla con facilidad y, por ello, les emociona profundamente. Cuando llegamos
a comprender los diferentes lenguajes, podemos hasta preferir obras de arte cuya
expresión es menos notoria que otras.

Los que se acercan por primera vez al arte tropiezan con otra dificultad: quieren admirar
la destreza del artista al representar los objetos, y lo que más les gusta son cuadros en
los que algo parece “como si fuera de verdad”.

No sólo es el abocetamiento lo que molesta a los que prefieren que los cuadros parezcan
“de verdad”. Sienten mayor aversión por obras que consideran incorrectamente
dibujadas, en especial si pertenecen a una época cercana a nosotros. Pensemos como
queramos de los artistas modernos, pero podemos estar seguros de que poseen
conocimientos suficientes para dibujar con corrección.

Hay dos cosas que debemos preguntarnos siempre que encontremos una falta de
corrección en un cuadro. Una, si el artista no tuvo motivos para alterar la apariencia de
lo que vio. Otra, que nunca debemos condenar una obra por estar incorrectamente
dibujada, a menos que estemos completamente seguros de que el que está equivocado es
el pintor y no nosotros.

A veces propendemos a aceptar colores o formas convencionales como si fueran


exactos. Los pintores, ahora, quieren ver el mundo con un nuevo mirar, soslayando
todo prejuicio e idea previa acerca de si la carne es rosada y las manzanas verdes o
rojas. No es fácil desembarazarse de esas ideas preconcebidas, pero los artistas que
mejor lo consiguen producen con frecuencia las obras más interesantes.
No existe mayor obstáculo para gozar de las grandes obras de arte que nuestra
repugnancia a despojarnos de costumbres y prejuicios. Cuanto más frecuentemente
hemos visto aparecer un tema en arte, tanto más seguros estamos de que tiene que
representarse siempre de manera análoga.

Hay perjuicios que pueden ocasionar quienes desprecian y censuran obras de arte por
motivos erróneos. La idea más importante con la que tenemos que familiarizarnos es
que lo que nosotros llamamos “obras de arte” no constituyen el resultado de alguna
misteriosa actividad, sino que son objetos realizados por y para seres humanos.

Muchos cuadros y esculturas que cuelgan ahora a lo largo de las paredes de nuestros
museos y galerías, no se concibieron para ser gozados artísticamente, sino que se
ejecutaron para una determinada ocasión y con un propósito definido, que estuvieron en
la mente del artista cuando éste se puso a trabajar en ellos.

Los artistas son, por lo general, gente callada… Se juzgarían presuntuosos si hablaran
de “belleza” o de “expresar sus emociones”. Tales cosas las dan por supuestas y
consideran inútil hablar de ellas. Lo que le preocupa a un artista cuando proyecta un
cuadro, es algo mucho más difícil de expresar con palabras. Él tal vez diría que lo que le
preocupa es si ha “acertado”.

(…) Los artistas mediocres no consiguen nada cuando no siguen las reglas, mientras que
los grandes maestros prescinden de ellas y, sin embargo, logran una nueva armonía
como nadie imaginó anteriormente.

“Sobre gustos no hay nada escrito” puede ser verdad, pero no debe negarse el hecho
comprobado de que el gusto puede desarrollarse.

Nunca se acaba de aprender en lo que al arte se refiere. Siempre existen cosas nuevas
por descubrir. Las grandes obras de arte parecen distintas cada vez que se las contempla.
Parecen tan inagotables e imprevisibles como los seres humanos. Es un emocionante
mundo en sí mismo con sus particulares y extrañas leyes, con sus aventuras propias.
Nadie debe creer que lo sabe todo de él, porque nadie ha podido conseguir tal cosa.

Nada más importante que esto: para gozar de esas obras debemos tener una mente
limpia, capaz de percibir cualquier indicio y hacerse eco de cualquier armonía oculta; un
espíritu capaz de elevarse por encima de todo, no enturbiado con palabras altisonantes y
frases hechas. Es infinitamente mejor no saber nada acerca del arte, que poseer esa
especie de semiconocimiento del snobismo. El peligro es muy frecuente.

Hablar diestramente acerca del arte no es muy difícil, porque las palabras que emplean
los críticos han sido usadas en tantos sentidos que ya han perdido toda precisión. Pero
mirar un cuadro con ojos limpios y aventurarse en un viaje de descubrimiento, es una
tarea mucho más difícil, pero también, mucho mejor recompensada. Es difícil precisar
cuánto podemos traer con nosotros al regreso.

Extraído de Gombrich, Ernst H. Historia del Arte. Alianza Editorial, S.A., Madrid,
España. (Traducción: Rafael Santos Torroella)

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