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Reprender y exhortar
Pablo escribe:
1 Timoteo, 5:1 No reprendas al anciano, sino exhórtale como a padre; a los más
jóvenes, como a hermanos; 5:2 a las ancianas, como a madres; a las jovencitas,
como a hermanas, con toda pureza.
Hay dos palabras clave que Pablo utiliza en este pasaje: “reprender” y “exhortar”.
Pero:
[+] mientras quien reprende a otro no necesita tener autoridad (legal y/o moral)
sobre él, quien “exhorta” si;
Autoridad legal: viene dada por una norma que dice que una persona está
subordinada a (está bajo las ordenes de) otra persona.
[1] mientras cualquiera puede “reprender” a otro, pocos (muy pocos) son los que
pueden “exhortar”; y
[2] se puede “exhortar” sin tener “autoridad legal”, pero jamás sin tener “autoridad
moral”;
Puede suceder que, a una determinada iglesia local, acuda (invitado por sus
líderes o enviado por Dios), un ministro (apóstol, profeta, evangelista, pastor o
maestro) y hable una palabra de exhortación a la congregación (a todos o a
alguien en particular), en cuyo caso no se requiere que ese ministro tenga
“autoridad legal” sobre la congregación (de hecho no la tiene porque Dios no lo ha
puesto como líder de la misma), pero si se requiere que ese ministro tenga
“autoridad moral”, es decir, “testimonio” de ser siervo de Dios.
En el único caso donde confluyen los dos tipos de autoridad (legal y moral) es en
el caso de un pastor (o un apóstol, que tiene los cinco ministerios, entre ellos el
de pastor). Un evangelista (al igual que un profeta o maestro), por más que
pertenezca a la congregación, no tiene “autoridad legal” sobre la misma, porque el
mismo está sujeto al ministerio principal que es el del pastor (o apóstol, según el
caso).
[+] mientras que en la “reprensión” hay ausencia de amor, la “exhortación” debe
estar basada en él;
Edificar y consolar
Y el que profetiza (el que predica o proclama la Palabra de Dios), lo hace para:
1 Corintios, 14:3 Pero el que profetiza habla a los hombres para edificación,
exhortación y consolación.
[a] edificar;
[b] exhortar; y
[c] consolar;
2 Timoteo, 3:16 Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para
redargüir, para corregir, para instruir en justicia, 3:17 a fin de que el hombre de
Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra.
La palabra “consolar” significa aliviar (aunque no quitar) la pena de una persona.
Sabemos que nuestro Dios es un único Dios, cuyo nombre en Jehová y que se
manifiesta en tres personas que conforman la Trinidad Divina: Padre, Hijo y
Espíritu Santo. Es claro que, en la Trinidad, cada persona tiene los mismos
atributos que las otras (por ser un único Dios), pero tiene, al mismo tiempo,
funciones (ministerios) diferentes a las otras personas.
2 Corintios, 1:3 Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de
misericordias y Dios de toda consolación,
¿Te preguntaste, alguna vez, por que las tres personas de la Trinidad comparten
el ministerio de consolación?.
Jamás se nos dijo que, en el mundo, no tendríamos aflicción sino todo lo contrario:
Si nunca has enterrado a nadie cercano (padre, madre, hermanos, hijos, cónyuge)
y te toca ir a un funeral, solo dirás “te acompaño en el sentimiento o te doy mi más
sentido pésame” y te iras. Pero cuando has atravesado ese mismo valle de
sombras y dolor, recién ahí puedes ponerte en los zapatos del otro y comprender
exactamente lo que le está sucediendo.
A veces te preguntas ¿por qué Dios permite este dolor en mi vida?. Pero ¿qué
sucede si ese dolor (ese proceso) forma parte de tu ministerio, es decir, forma
parte de tu capacitación para servir?. Recuerda que en el servicio del amor y de la
consolación, solo los soldados heridos pueden servir. Los “turistas del dolor” no
pueden hacerlo, sino solo los soldados heridos. Los que han estado ahí, en el
mismo lugar donde tu estas ahora.
Dante Gebel, en una de sus predicas, hizo referencia a una antigua fabula china
que narra lo siguiente:
Había una mujer viuda, que tenía un niño pequeño. Un día vino una peste y el niño
murió. La mujer, presa del dolor y el desconsuelo, visita a un sabio y le pide algo
que alivie su dolor. El sabio le dice que puede hacerlo, pero le pide que consiga un
arroz especial, en su misma aldea, para preparar una pócima o brebaje que, una
vez bebido por la mujer, haría que el dolor desaparezca. Pero había una
condición: ese arroz podría conseguirse solo en una casa donde nunca hubiera
habido una tristeza.
1 Pedro, 5:8 Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león
rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar; 5:9 al cual resistid firmes en la
fe, sabiendo que los mismos padecimientos se van cumpliendo en vuestros
hermanos en todo el mundo.
Vimos que Pablo establece una clara diferencia entre “reprender” y “exhortar” y
que, básicamente, está dada por el amor: mientras que en la reprensión hay
ausencia de amor, la exhortación está (o debiera estar) dominada por él. La
exhortación sin amor es mera reprensión.
No estamos diciendo que no haya que exhortar (marcar los errores e invitar a
corregirlos) pero, si además de exhortar, vemos que jamás se edifica (enseña)
para prevenir, ni se consuela (alivia la pena del otro) para contener y restaurar,
entonces la exhortación no es más que una serie de humanas advertencias
basadas en la Palabra de Dios (cosa no demasiado difícil de hacer), pero que no
transforma ni cambia vidas.
Juan, 1:14 Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su
gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad.
La GRACIA DE DIOS nos convierte de mendigos a reyes. Cuando solo vemos las
debilidades y fallas de nuestros hermanos olvidándonos de nuestras propias fallas
y debilidades, nos alejamos solitos de la GRACIA y volvemos al estado de
indigencia y miseria espiritual del cual el Señor nos había sacado y es cuando,
cual burdas marionetas, más “se nos notan los piolines”.
Actualmente algunos, al igual que Saulo antes de su conversión, creen que están
prestando servicio a Dios pero, al exhortar sin la gracia desde los pulpitos de las
iglesias, no hacen otra cosa que perseguir a la Iglesia de Jesucristo.
Pero peor que exhortar sin la gracia (lo que ya es mucho) es exhortar sin
testimonio (sin autoridad moral). Exhortar sin autoridad moral es corroborar el
dicho popular que reza “haz lo que yo digo pero no lo que yo hago”. Y las
personas, en general, están mucho más atentas a lo que hacemos que a lo que
decimos. Ellos quieren ver (con todo derecho) si lo que sale de nuestra boca
encuentra algún correlato material en nuestra vida real.
Para graficar esto, voy a permitirme narrar una historia real que, en una de sus
predicas, relató Dante Gebel:
Hubo un hombre que, siendo médico, un día conoció a Dios. A partir de aquí,
comenzó a congregarse y a leer la Biblia con especial entusiasmo. Tenía un
ministerio claramente evangelístico. Este hombre, con el tiempo, se destacó y fue
conocido en la Asamblea que nucleaba a su congregación.
Cuando surgió la posibilidad de enviar a un misionero para evangelizar a una tribu
en la isla de Papúa Nueva Guinea, ubicada al norte de Australia, formando parte
del continente de Oceanía, inmediatamente la Asamblea pensó en este médico.
Cuando la Asamblea se lo propuso, el médico acepto de inmediato. Hacía tiempo
ya que había dejado de ejercer la medicina en forma intensiva y esta era la
oportunidad que estaba esperando para dedicarse de lleno a su llamado.
Es así que este médico viaja en avión hacia el continente y, desde allí, toma un
avión menor (una especie de aeroplano) que lo deposita en la isla. Allí lo reciben
el jefe del destacamento policial de la isla, junto con el líder espiritual de la tribu.
Cuando le preguntan a qué se debe su visita, el medico responde que había sido
enviado por la Asamblea que nuclea a su congregación para evangelizar la isla.
Un buen día, el medico murió de muerte natural y fue enterrado con honores y con
gran llanto por los lugareños de la tribu. Enterados de su muerte, la Asamblea
decidió enviar otro misionero.
Marcelo D. D’Amico
Maestro de la Palabra – Ministerio REY DE GLORIA