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OTTO RAHN

LA CORTE DE LUCIFER
Sabios, paganos y herejes en el mundo medieval
Colección: El árbol sagrado
Titulo: La corte de Lucifer. Sabios, paganos y herejes en él mundo medieval
Titulo original: Luzífers Hofgesind
Director editorial: Héctor González López
Medición: enero de 2005
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Edición: Osvaldo Tangir
Arte de cubierta e interior Juan Fenu
Maquetación: Silvana Fabro, Romina Cardóse, Soledad Fernández
Corrección: Edgardo D'Elio, Andrea Oriol
Traducción: Marcelo Pelayo
ESTUDIO PRELIMINAR
EL BUSCADOR DEL GRIAL

Una mañana de verano, la delgada figura de un joven se recorta a


lo lejos: asciende la ladera de la montaña hacia el castillo de
Montségur. La gente del pueblo de Lavelanet observa al personaje
vestido con ropas de montaña, corre el año 1931.

Todas eran incógnitas para aquel joven Otto Rahn, que reco-
rría detenidamente los estrechos senderos agrestes del Pog en el
inhóspito Ariége. Por entonces, este alemán tenía 27 años y sus
conocimientos y convicciones lo habían llevado a uno de los
lugares claves de la Romania cátara: la fortaleza que alguna
vez fue el último bastión hereje del catarismo.

Seguramente sus daros ojos, al llegar a la cima y encontrar el


castillo, dejaron atónita su capacidad de asombro y sus
pensamientos, hasta hacer desbordar su mente con un sinfín de
nuevas ideas...

Montségur (monte seguro), en el Pirineo francés, es un cono de


piedra de 1.772 metros de alto, con precipicios de 500 a 800 metros
de profundidad que rodean la ciudadela.

Actualmente hay una sola manera de ascender hasta el monte


tabor de los cátaros, pero se supone que en el pasado hubo una red
de galerías y pasajes cavados en la montaña que permitían distintas
maneras de llegar hasta la cumbre y el castillo, por ocultas
entradas secretas. También se cree que una larga escalera de tres
mil peldaños permitía encontrar una puerta escondida sobre la
ladera del Hars.

E1 castillo es un nido de águilas con muros de dos metros de


espesor, las murallas no tienen torres de franqueo para su defensa y
sólo el muro oriental posee una almena, que corta en un precipicio
a pique. Es una construcción singular y extraña, llevada a cabo
entre 1205 y 1211, aproximadamente. Tiene un asentamiento
estratégico de muy difícil acceso y muchas de sus características son
comunes a otros castillos occitanos, por ejemplo Quéribus y Puivert.

Mucho se ha dicho sobre el Tabor. Se supone que, en la Antigüe-


dad, en él fue erigido un templo solar, y se sabe que desde siempre se
lo consideró un lugar sagrado, mucho antes de la aparición del
catarismo y del mismo cristianismo. La orientación del castillo seña-
la posiciones solares; el eje de la simetría del castillo está orientado
de norte a sur. También se debe señalar su forma de pentágono, así
como la ausencia de líneas curvas en toda la construcción.

Su puerta principal, exageradamente grande, es la invitación a


un cofre lleno de secretos celosamente guardados. Notable es que,
tras la caída de la fortificación en 1224, la Inquisición pregunta de
manera incesante a los pocos cátaros que sobreviven, interrogados
bajo tortura, por el tesoro que guardaba el castillo.

Trágica es la historia de Montségur, y peor el final de la resisten-


cia cátara que con tanto ahínco sobrellevaron quinientas personas,
aproximadamente, durante diez meses de asedio. Una oscura noche
de 1244, en la que veinte mil soldados -que integraban la cruzada
contra la herejía- esperaban la irremediable rendición, llega el final
del perseguido movimiento herético. Terrible destino a manos de los
inquisidores les esperaba a doscientos de los resistentes: la hoguera.
Hoy descansan en el prat dels cremats.

La historia y los hechos allí acontecidos no les eran desconocidos


al joven Rahn, por el contrario, le fascinaba la idea de estar visitan-
do e investigando aquel lugar del Languedoc (lengua de oc) en el
sudeste de Francia, de donde se llevaría apuntes y un diario de viaje
que tiempo después le servirían de notas para sus dos libros.

Otto Rahn nace en Michelstad en la región de Hesse, el 13 de


febrero de 1904. Hijo de una familia protestante (luterana) burgue-
sa, su padre fue juez de Maguncia. Asiste de adolescente al gimnasio
humanístico en Giessen, y termina sus estudios de Bachiller en
1922, también completa estudios de música, a la cual era afecto,
especializándose en la ejecución de piano.

Posteriormente estudia Derecho durante ocho meses en Giessen,


Freiburg y Heidelberg. En ese tiempo decide también asistir a
clases de Filosofía e Historia.
Enamorado de la historia romanística, sus estudios se orientan en
esa dirección; luego serán la motivación de toda su vida. Éste es tal
vez el momento en el cual se sellará su destino: ya no podrá abando-
nar sus investigaciones sobre la historia, la cultura y la lengua de
los países románicos, y desde ese momento su obsesión por la
historia de la Occitania provenzal, el Languedoc, no lo
abandonará, predestinando su vida a una increíble búsqueda.

Sus estudios lo llevan a presentar su tesis doctoral sobre la herejía


cátara-albigense y también sobre el Parzival de Wolfram von
Eschenbach. Intentan esclarecer la identidad de Kyot,
supuestamente Gyot de Provins, quien habría comunicado a
Wolfram los hechos y leyendas sobre el Grial.

Por el año 1929 comienza sus investigaciones y durante los


siguientes tres años, apasionadamente, explora de manera ex-
haustiva la región. En el Languedoc habla con los habitantes
de cada pueblo y de todo toma notas, también hace incursiones
espeleológicas en las grutas del Ariége y realiza dibujos con apun-
tes de sus visitas.

Su espíritu inquieto y sediento de conocimientos lo lleva a las


universidades de Toulouse, París y Friburgo, en las que consulta
documentación y fuentes en archivos y bibliotecas.

En aquella época es cautivado por las reflexiones de Deódat


Rodé, Maurice Magre y Antonin Gadal, con los cuales traba rela-
ción personal de amistad.

Luego de su viaje por Francia, Rahn escribe su primer libro, Cru-


zada contra el Grial (Kreuzzug gegen den Greal), que es publicado
por la editorial Urban, de Friburgo, en 1933. En la primera
edición de éste, se anuncia en él prologo el siguiente libro del autor,
que iba a ser titulado Konrad von Marburg, el inquisidor germano
-sobre la persecución de herejes y paganos en Alemania
durante la Edad Media-, pero este proyecto no llega a concretarse
nunca.

Es evidente que Otto Rahn ya había encontrado un rumbo en sus


investigaciones y dio forma de manera atrevida a sus hipótesis y
conocimientos. Seguramente, por aquel entonces, este hombre de
espíritu libre era llevado por la imperiosa necesidad de su vida inte-
rior. Construyendo su destino en profunda soledad, Rahn
emprendía la búsqueda esencial de la tradición y la gnosis.

Gracias a la ayuda de un profesor de la Universidad de Burdeos,


llamado Robert Pirou, en el año 1934 Cruzada contra el Grial es
traducido al francés y editado con el título Croisade contre le
Graal Grandeur et chute des albigeois.

Otto Rahn estaba convencido de que había una estrecha relación


entre la Occitania medieval y el mito del Grial-Graal,
pensamiento que definiría la orientación de sus investigaciones.

Su fascinación por la historia del movimiento cátaro y la herejía


atribuida al mismo deja traslucir en Rahn ese inconformismo
existencial, ávido de búsqueda y saber trascendente, que
manifiesta cierta rebeldía y oposición a verdades consideradas
absolutas.

En la historia de la humanidad hubo muchos buscadores que die-


ron luz a infinidad de misterios. El mito del Grial, sin embargo, fue
manipulado y despojado de su contenido legendario primordial.
Antes de Otto Rahn se le había dado al Grial una historia y signi-
ficados asociados a una ideología determinada por la Iglesia
católica, que no profundizaba en la verdadera esencia del mito del
Grial; el legado es mucho más profundo en su origen.

Otto Rahn devuelve el misterio al Graal, su insondable y verda-


dero significado como leyenda, mito, símbolo y tradición.
Leyendas de pueblos paganos que fueron asimiladas por el
cristianismo, transformándose luego en lo que sería la tradición del
Santo Grial.

Rahn concluyó que la herencia del Graal-Grial fue tomada por


los cátaros albigenses de Occitania, quienes también absorbieron
los conocimientos esotéricos de la doctrina mazdeísta.

El término graaus (graal en función de complemento), se supone,


tiene su origen en la lengua de oil (hablada en la antigüedad en
Francia, al norte del Loira). Se corresponde con el latín gradalis,
que significa gran plato hondo, bandeja utilizada en el medievo
para servir alimentos. Términos latinos equivalentes son grádale
(también plato hondo o fuente) y garale (vaso), donde se servía una
salsa latina llamada garum, según Helinandus.

Otra posibilidad es que la palabra Graal provenga de los térmi-


nos del francés antiguo greal o grasal, del provenzal grazal o del
catalán antiguo gresal (recipiente hueco). Puede provenir
también de garalis o de grais, de origen incierto.
La palabra latina cratus puede haber derivado en cratalis, en
provenzal, grazal y en francés graal. Existe también una relación
de gratum, gratia, gráce con reliquias del cristianismo; de san
greal se obtiene sang real, haciendo clara referencia a la sangre
de Cristo.

En el medievo se habla de una copa sagrada o un plato místico,


descripción que aparece en poemas e historias de caballería.
Esta imagen sirvió para la institución de la eucaristía.

Se dice que el Santo Grial es la copa en la que José de


Arimatea recoge la sangre de Cristo, de la herida infligida por la
lanza del centurión Cayo Longinos, Cuándo Cristo estaba
agonizante en la cruz.

La historia del Santo Grial no tiene un origen cierto, pero la Igle-


sia católica la interpreta de manera eucarística, y con el correr de
los tiempos la transforma en un relato épico religioso. En estas
historias se encuentran héroes como Carlomagno o Roldan, y se
gesta la fe en las cruzadas.

También se encuentra otro componente, el alegórico-romántico,


que define la aventura romántica y mística. Es Cuándo aparecen
héroes como Arturo y Lancelot. En estas historias legendarias se
manifiesta de manera literaria la leyenda del Grial, en el siglo XII,
con Chrétien de Troyes y Robert de Boron. En los siglos XVI y XIV
aparecen versiones alemanas, islandesas, castellanas e italianas, ex-
tendiéndose así la leyenda por toda Europa.

Otto Rahn analiza la obra poética de Wolfram von Eschenbach


(Parzival, 1210), y concibe la idea de que el Parzival, en realidad,
tiene una narración oculta, en la que se relatan los hechos
sucedidos durante la cruzada contra los albigenses.
El arquetipo del Grial evoca, en la construcción de su simbología:
copa, sangre, lanza y espada. Este concepto se aleja de las referen-
cias eucarísticas consolidadas en el medievo por oscuros y anónimos
monjes cistercienses.

Rahn arriba a la conclusión de que la unidad fundamental y tras-


cendente de todas las religiones, leyendas y mitos fue incorporada
por los cristianos a la historia del Santo Grial, como complemento
de la eucaristía. De esta manera se desvirtuó el símbolo y se perdió
su sentido primigenio.

Para Rahn, el Graal implica una enseñanza perdida, criterio que


es asimilado por los nacionalsocialistas, que consideraron la piedra
Graal como una ley sólo válida para los arios. Rahn interpreta en el
Grial la Tradición Primordial, el estado primordial y su derivación
en las doctrinas cátaras, e identifica el Muntsalvatsche (monte salva-
je) de Eschenbach con Montségur.

Para Rahn, la reliquia del Grial tenía una existencia real, esto se
corresponde con el análisis que hace de las poesías de Wolfram
Cuándo habla en el Parzival de la piedra Graal.

También considera que los maniqueos originarios de Persia (para


Rahn, arios también) asociaban el término Gorr (piedra preciosa)
a la palabra al (fragmento), que en la contracción corresponde a la
palabra Grial. Éste es uno de los posibles orígenes etimológicos de
la palabra Graal con el significado de piedra preciosa grabada.

Este fundamento etimológico podría explicar la tradición que re-


coge la Iglesia católica de la expresión piedra preciosa, tomando el
sentido literal de gema, y haciendo de esta gema su simbólica es-
meralda desprendida de la frente de Lucifer; en su caída original,
Cuándo Dios lo expulsa de los cielos.

Cuenta la tradición que en esta esmeralda fue tallado el Grial, en


ciento cuarenta y cuatro facetas, para ser convertido en la copa sa-
grada que contiene la sangre de Cristo.

E1 Grial como símbolo mitológico se pierde dentro de profundas


tradiciones comunes a todos los pueblos. También representa un
estado primordial y el viaje hacia un conocimiento puro y
trascendente.

Puede asegurarse, casi con certeza, que Rahn vislumbró el pa-


radigma que representa el símbolo del Grial. Y también es muy
posible que el viaje y la búsqueda que representan el Grial signaran
su vida, llevándolo, a su vez, a efectuar él mismo una búsqueda y un
viaje trascendente.

En la vida de Otto Rahn se mezclan la leyenda y la realidad, y se


combinan de manera paradójica tres elementos: el sujeto de la bús-
queda, el objeto de la búsqueda y el camino. Como en una leyenda,
atada a la inquietud de un hombre que busca la trascendencia al
final del viaje.

Rahn sostenía que, por múltiples situaciones relacionadas con sus


contextos históricos, los pueblos occidentales bárbaros no pudieron
abstraerse de la corriente de un pensamiento nuevo y ajeno,
dogmatizado y estructurado. E1 cristianismo era una lejana e inson-
dable cultura mediterránea, pero no fue posible contrarrestarlo con
los fragmentos de una sabiduría arcana.

Por ello se produjo una asimilación intuitiva y no intelectual del cris-


tianismo por parte de los pueblos paganos y herejes, y el
conocimiento nunca llegó a ser efectivo, tomando un estado de
arquetipo entronizado que no le corresponde. La Iglesia católica
estableció un credo unitario y consideró heréticos a todos los cultos de
la tradición ancestral pagana, puesto que se oponían al proceso de
asimilación impuesto.

E1 estudio de la obra de Wolfram acentúa en Rahn la idea de una


tradición y una sabiduría primigenias, simbolizadas por la piedra
Graal, el lapsit exilis o lapis elixir, o la piedra filosofal alquímica.
Según relata Eschenbach en uno de sus versos (el 471), los
ángeles (zwívelaere) permanecieron neutrales Cuándo ocurrió la
lucha entre Dios y Satán, trayendo y escondiendo en el mundo la
piedra Graal.

El Grial proporciona juventud eterna al igual que el lapis


philosopharum de la tradición alquimista. Rahn en su búsqueda
intenta desentrañar las características extraordinarias del Grial,
lo considera un objeto valioso y difícil dé alcanzar o encontrar.
Ésta es una analogía con la piedra Graal de Wolfram, que se
identifica con la piedra alquímica, un símbolo del sí-mismo.

Al igual que el Parzival de Wolfram, Rahn es el buscador del


Grial... Y buscará el Graal en Montségur al descubrir que
Parzival en su traducción al provenzal es Trencavel.

Raimund Roger Trencavel, vizconde de Carcassonne, es un per-


sonaje importante dentro del movimiento catáro. Dice Rahn:
"Trencavel y su madre se consagraron a la herejía. Rechazaron el
símbolo de la cruz. El Grial era, según mis conocimientos, el
símbolo de la creencia herética que fue depositado en la tierra de
los puros, como relata numerosas veces Eschenbach en su poema".

Dilucida que Trencavel es el primo de la condesa Esclarmonde


de Foix, dueña del castillo de Montségur y muerta en la hoguera
tras la caída de la resistencia cátara. En el poema de Parzival,
Esclarmonde es la señora del castillo del Grial (Muntsalvatshe), la
única que puede portar el Grial.

Por estas razones Rahn piensa que el tesoro de los cátaros es


el Graal, y supone que se encuentra escondido en alguna de las
tantas cavernas de la región o en algún lugar secreto del castillo de
Montségur.
Rahn tiene la certeza de que el Grial se halla en el Languedoc,
ya que la saga del Grial de Parzival llega a Alemania proveniente
de la Provenza.

Rahn investiga y rastrea la zona circundante al castillo de


Montségur en 1931, pero nada encuentra. Es entonces Cuándo
escucha de un pastor del lugar una historia cautivante.

La misma es relatada en este libro La Corte de Lucifer, del que


cito: "Cuándo todavía se mantenían en pie las murallas de
Montségur, los Puros guardaron en ella el Santo Grial. El castillo
estaba en peligro. Las huestes de Lucifer se encontraban ante sus
murallas. Ansiaban poseer el Grial para ponerlo en la diadema de
su príncipe".

Antonin Gadal le comenta sus sospechas acerca de que el Grial


se encontraba guardado en las cuevas del Sabarthés, más
específicamente en la gruta de L'Hermitte, o posiblemente en las
cuevas de Ornolac, Fontanet y Lombrives. Estas enormes cavernas,
con pasajes y laberintos desconocidos para Rahn, fueron un templo
para el buscador y sus muros, mudos testigos de su búsqueda.

Las cuevas fueron el lugar donde se refugiaron los pocos cátaros


supervivientes de la persecución de la cruzada, en los finales del
catarismo, después de la aniquilación de la resistencia de
Montségur. Las investigaciones de Rahn en las grutas lo llevaron
a la siguiente conclusión: "Allí se preservaron dos Griales [...] el
Santo Grial cristiano y la piedra Graal pagana".

Wolfram dice en el Parzival: "Y la piedra se llamaba Graal".


Sólo Rahn supo qué encontró en esas cuevas. Lo cito: "Quizás
encontraron asilo en las cavernas pirenaicas. Muchos indicios ten-
derían a demostrar que el manto blanco de los Témplanos, en el
cual resplandecía la cruz roja octogonal, se perdió, junto con
los vestidos negros y las cruces amarillas de los cátaros, en las
grutas tenebrosas del Sabarthés".

Rahn pensaba que el Graal probablemente estaba compuesto por


varias tablillas de piedra o madera, con grabados rúnicos antiguos.
Wolfram cita en el Parzival: "Gyot, el maestro de elevada nombra-
día, encontró, en escritura pagana enrevesada, la leyenda que
se remonta hasta la primera fuente de las leyendas".

Rahn supone que estas piedras paganas llegan a la región del


Languedoc desde Persia, Cuándo cae el legendario reino de Thule,
la tierra de los hiperbóreos, antepasados de los indoeuropeos.

Esta piedra, considera Rahn, pertenecía al tesoro de Salomón:


"En la batalla de Guadalete (en 711), que duró siete días, los
visigodos fueron aniquilados por los árabes. El tesoro de Salomón,
que había pertenecido a1 rey Alarico, cayó en manos de los
infieles",

Rahn sostiene la hipótesis de que el Graal (tabla de Salomón) fue


llevado por Alarico (rey de los visigodos) cerca del 410 d C. desde
Roma hasta Carcassonne; estas tablas eran parte del tesoro de
Salomón, rey de los hebreos, y fueron sacadas de Jerusalén por los
romanos.

Para Otto Rahn los cátaros eran los custodios del Graal-Grial.
Documentos de la Inquisición cuentan que la noche anterior a la
caída de Montségur descendieron de la fortaleza, mediante so-
gas, cuatro personas. Sus nombres eran Amiel Aircart, Alfaro,
Poitevin y Hogues.

Rahn sabe de lo cometido aquella noche del Domingo de Ramos


en que Montségur es traicionado, para acceder al castillo alguien
habla sobre las puertas secretas.

Las leyendas cuentan que Cuándo el Grial se encontró a salvo,


en el monte Bidorta encendieron una llama, anunciando a los
cátaros que estaban resistiendo en Montségur que el sagrado
objeto estaba resguardado. E1 Grial fue entregado al caballero
herético Pons Arnold, señor del castillo Verdun en el Sabarthés.

Cátaro proviene de la palabra griega kataró, que significa puro o


purificado; también se dice que proviene del termino alemán ketter,
que significa herético.

Los primeros cátaros aparecen en Limousin entre 1012 y 1020, y


se establecen en Albi, de allí, albigense. E1 catarismo en su filosofía
y credo tiene parentesco con el maniqueísmo de los bogomilos.
Estos últimos aparecen en Bulgaria y toman su nombre de un
heresiarca llamado Bogomilo (amigo de Dios, en lengua eslavo).
Su doctrina postulaba el dualismo absoluto. Se conoce a los
bogomilos por dos autores católicos, Cosmas y Eutimio Zigabemo,
y se sabe que había dos vertientes: la de Dragovista y la de Bulgaria.

En un concilio en Saint Félix de Caraman (en el Languedoc), en


el año 1167, dualistas albigenses fueron presididos por un diácono
bogomilo llamado Niquinta, que llegó desde Constantinopla.
Dualistas balcánicos, italianos y franceses tenían intereses en común.

En el año 1017 había cátaros en Orleans; fueron quemados en la


hoguera. Lo mismo sucedió en Tolosa en el año 1022. En
Monteforte, cerca de Asti, en 1030, una comunidad de herejes fue
procesada condenada e inmolada. Lo mismo sucedió en Chalón, en
1045; en Goslar en 1052, y en Colonia y Bonn, en 1145.

El movimiento cátaro se extiende durante el siglo XII por Soissons


(región de Flandes), también había cátaros en Suiza, Lieja, Reims,
Vezelay y Artois. Milán era otro de los centros de la herejía, pero es
en el sur de Francia donde el catarismo alcanza su mayor plenitud.
Es en estas tierras de Occitania donde la doctrina cátara se desarro-
llará de manera asombrosa.

El movimiento cátaro era mucho más que una herejía: tomó dis-
tancia en muchos aspectos del cristianismo tradicional y rechazó
todos los dogmas del catolicismo. Contrarios a la Iglesia, los cátaros
acentúan la tradición maniquea y rechazan los sacramentos, la cruz
como símbolo de muerte y todas las ceremonias del culto cristiano;
también rechazan el Antiguo Testamento.

Los cátaros pensaban que el cuerpo tenía un origen maligno y


era producto del demonio. Por lo tanto, Cristo no había nacido de la
Virgen María, pues esta Inmaculada seguía siendo una mujer. Para
ellos, el nacimiento virginal era una invención católica.

Sostenían que Cristo era un espíritu puro y no un hombre mortal,


por ello negaban la crucifixión y la resurrección, ya que un espíritu
es etéreo. Negaban la Santísima Trinidad y creían que Juan el Bautista
había sido un enviado del demonio para burlar la misión de Cristo
en el mundo.

Para los cátaros, María Magdalena fue la mujer de Cristo, y que


éste era un espíritu puro albergado en un cuerpo mortal. Por este
motivo Cristo pudo casarse como cualquier hombre.

Al no aceptar los sacramentos católicos, a cambio recibían el


consolamentum o consuelo. Los que pasaban por este ritual eran
llamados perfecti y accedían a una minoría selecta en conocimiento
de la gnosis. Cuándo llegaban a este estado debían mantenerse pu-
ros, llevando una vida rigurosa, disciplinada y dura, por este motivo
sólo accesible unos pocos; éstos eran los llamados hombres buenos.

Los creyentes o seguidores eran llamados credentes y podían


casarse y tener hijos. Antes de morir, un credente recibía el
consolamentum, de esta manera accedía al estado de endura,
estado de purificación, en el cual sólo el agua podía tocar sus
labios. Ninguna mujer podía tocar al moribundo, ya que se
consideraba a la mujer como instrumento de atracción del
demonio.

Las mujeres también podían ser perfecta, y, en ese caso, no


podían ser tocadas por ningún varón. Cuándo una persona no
accedía al estado de pureza a través del consolamentum, debía
reencarnar una y otra vez en hombre o animal.

El martirio y abnegación eran una manera de no reencarnar, por


ellos se accedía de forma estoica a la pureza. Esto explicaría por qué los
cátaros no ofrecieron resistencia alguna frente a la Inquisición y sus
tormentos.

No temían a la muerte y, en ocasiones, los perfecti se dejaban


morir mediante el endura. Otto Rahn comenta al respecto: "Su doc-
trina permitía, como la de los druidas, el suicidio, no obstante,
exigía que uno pusiera fin a su vida no por cansancio de vivir, por
miedo o por dolor, sino en un estado de perfecto desapego de la
materia".

Rahn dice que los cátaros practicaban el endura por parejas, ya


que ellos predicaban de a dos. Él dice al respecto: "Ese hermano,
al lado del que el cátaro había pasado, en la amistad más ideal,
años de esfuerzos continuados y espiritualización intensiva, quería, de
acuerdo con él en la otra vida también, la verdadera vida, gustar
las bellezas parcialmente entrevistas del más allá y la revelación
de las leyes divinas que mueven los mundos" (de Cruzada contra el
Grial).

Ponían fin a sus días eligiendo una de estas cinco maneras:


dejándose morir de hambre, tomando veneno, cortándose las venas,
arrojándose al agua helada después de un baño hirviente o tirándose
desde un precipicio. El fin del endura no siempre era la muerte,
generalmente era un prolongado ayuno purificador, de dos a tres
meses.

Los cátaros estaban organizados en diócesis, dirigidas por obis-


pos, diáconos y perfecti. Llevaban una vida ejemplar, predicando
un evangelio de sencillez y purificación.

En Montségur, en las grutas de Ornolac (lugar de iniciación), una


paloma esculpida en la roca, la paloma es un símbolo del Espíritu
Santo, la luz divina que desciende entre los hombres. Esto hace
pensar que el catarismo es una religión de luz y no mágica.

El movimiento cátaro fue en realidad una religión, difamada en


herejía, completamente alejada de conceptos radicales violentos,
lo que la aleja del catolicismo inquisidor de aquella época. Lo
demuestra la total tolerancia y la forma de vida que llevaron y
predicaron, haciendo llegar un mensaje de misericordia, amor y
libertad.

A fines de 1933, Otto Rahn entabla amistad personal con


Alfred Rosemberg, filósofo y jefe hitleriano, extraño romántico
aislado en las brumas idealistas del nacionalsocialismo, conven-
cido de la doctrina hasta el final de su vida, que terminó en el
patíbulo, en Nuremberg, en 1946. Rosemberg fue la mente de la
gnosis nazi, de orientación metafísica y vasta cultura, autor del
libro El mito del siglo XX.

Rosemberg, como intelectual, siente admiración por aquel


hombre de delgada figura, especialista en historia y herejía, autor de
la Cruzada contra el Grial. Mantiene largas charlas con Rahn, y
cautiva con su discurso la atención del buscador del Grial.
Rosemberg considera que todos los acontecimientos tienen
significado, y remiten a una eterna lucha donde se enfrentan la luz y
las tinieblas.

Los herejes cátaros, para Rosemberg, eran los artífices de una


magna tragedia de alcance cósmico. Afirma Rosemberg: "En la his-
toria de los albigenses, de los valdenses, de los cátaros, de los
hugonotes, de los reformados, de los luteranos, hay que ver el
marco extraordinario de una lucha épica".

Rosemberg es elegido para dirigir la Oficina del Reich para la Pro-


moción de la Literatura Alemana y la Federación Cultural
Nacionalsocialista; este cargo, que desempeña después de 1934,
demuestra la importancia que tenía como intelectual en la Alemania
de esa época.

Rahn recibe de Rosemberg la misión de corroborar la hipótesis


sobre el lugar donde se encuentra el Grial. Rosemberg promete
el apoyo del Sacro Colegio hitleriano.

En 1935 Otto Rahn es enviado a la frontera franco-española, se


establece en Les Marronniers, en Ussat-les-Bains, en el Pog-de
Montségur cercano a las cuevas de Lombrives en el Sabarthés. Los
pocos datos que existen sobre sus investigaciones se conocen por las
cartas que enviaba a sus superiores en Alemania, pidiendo la confianza
de Himmler.

En marzo de 1936, Rahn ingresa a la SS, al poco tiempo es


nombrado coronel (oberstrumfúhrer) y es destinado al Estado Ma-
yor personal de Himmler, en una oficina llamada Ahnenerbe (un
organismo superior de investigación SS), donde es puesto a co-
laborar con Karl María Willigut, un personaje que supuestamente
poseía dotes paranormales que le hacían tener visiones del pasado.
Rahn realiza otro viaje al sur de Francia acompañado por su ami-
go y compañero Paul Ladame (quien prologa La corte de Lucifer);
está sólo unos días y regresa a Alemania.

En 1937, en Leipzig, la editorial Schwarzhäupter edita La corte


de Lucifer (Luzifers Hofgesind), subtitulada "viaje a los buenos espí-
ritus de Europa". Rahn ya era un reconocido intelectual ganado
por el partido nacionalsocialista.

Otto Rahn, el romántico hereje, sabía que el objeto de búsqueda


de Parzival era una piedra de luz, pero encuentra otros significados
a la tradición de la diadema de Lucifer. Cita de un verso de
Wolfram lo siguiente:
Desde la Provenza hasta la tierra alemana
Nos fue enviada la leyenda auténtica.
Lucifer se perdió al bajar
Con su rebaño al infierno,
Entonces el hombre nació.
¡Pensad lo que Lucifer obtuvo
junto a los camaradas de lucha!
Ellos eran inocentes y puros...

Rahn no cree que fueron las huestes de Lucifer las que


penetraron Montségur, sino que lo hicieron las de Satán, preparadas
para apropiarse del Grial que cayera de la corona del Portador de
Luz, Lucifer.
Idealista en su mirada sobre los hechos de la caída de Montségur,
Rahn escribe: "Puros eran los cátaros, pero no los frailucos y aventu-
reros que con la Cruz al pecho querían preparar la Provenza a favor
de una nueva estirpe: su propia estirpe".

Otto Rahn en éste, su último libro, establece profundas relaciones


sobre el origen de las tradiciones paganas y su significado, remontán-
dose al origen de la creación y la historia.

Heinrich Himmler ordena a sus oficiales la lectura obligatoria de


La corte de Lucifer, asignándole el valor de "trascendente evange-
lio". Otto Rahn escribiría: "Por siempre recordaré el Sabarthés, el
Montségur, el Castillo del Grial y el Grial, que puede haber sido
aquel tesoro de los herejes sobre el que leí en los registros de la
Inquisición. Reconozco públicamente que me hubiera gustado
encontrarlo".

Rahn, por 1938 se dedica a la actividad periodística y radiofónica,


escribe artículos y da charlas y conferencias sobre los temas que
eran la motivación de su vida.

En marzo de 1939 presenta formalmente su dimisión a la SS, y


desaparece de la escena. A partir de esto se han elaborado todo tipo
de especulaciones: hay quienes suponen que le pidieron sus "certifi-
cados de pureza racial", trámite obligatorio en la Alemania nazi. La
abuela de Rahn se llamaba Clara Hamburguer y su abuelo Leo
Cucer, nombres judíos de la Europa Central. Esto pudo haber sido
una de las razones de su desaparición repentina y, más tarde, quizá,
de su suicidio.

Otra hipótesis es que Rahn era homosexual y que esta condición


lo hizo determinar un retiro al ser descubierto dentro de la SS, aun-
que, nuevamente, sólo es una especulación.

También se ha asegurado que envió una carta a sus superiores


diciendo que no acercaría el Grial a los nazis, ya que no estaba de
acuerdo con la política del partido nacionalsocialista. Sea cual
fuere el motivo de su desaparición, no hay nada probado, todas son
hipótesis.

Su cuerpo es encontrado el 13 de marzo en las montañas del


Wilden Kaiser, cerca de Kufstein. En el obituario del periódico
oficial nazi BoikischerBeobatcher se publicó: "Rahn murió
congelado practicando el estado cátaro de endura; su rostro tenía
una expresión de profunda paz". Un general de la SS llamado
Karl Wolf firma el comunicado de prensa que se editó en el diario
Schwarsze Korps. El sepelio de Rahn tuvo lugar en Darmstadt.

Se especula también que Rahn murió en la cima de la montaña


envenenado por propia voluntad, envuelto en pensamientos profun-
dos de la existencia.

Lo que sí está probado es que pocos días antes de su desaparición


escribe una carta a un amigo diciendo en uno de sus párrafos: "Me
preocupa muy seriamente mi patria [...]. Yo soy un hombre
tolerante, no puedo ya vivir en mi hermosa Patria, ¿en qué se ha
convertido?".

También se dice que la muerte de Rahn fue un ardid fraguado para


hacerlo desaparecer con fines secretos, que en realidad no murió
sino que continuó su vida con otra identidad, y un cambio en la
fisonomía de su cara, practicado mediante cirugía. Se dice que Rahn,
después de la cirugía, habría asumido la identidad de Rudolf Rahn,
un asesor de la embajada alemana en Bagdad. Esta hipótesis
aparece en 1979 en una publicación alemana, en ella se asegura que
la secretaria de Otto Rahn fue, luego de la muerte de éste, secretaria
de Rudolf Rahn, cosa sugestiva según la investigación referida.
Según esta teoría Otto Rahn no murió y transformo su vida de
buscador del Grial en la de un agente secreto en Medio Oriente,
donde falleció en 1975.

No es extraño que se hable de su muerte y de su posible cambio de


identidad. La vida de Rahn tiene demasiados momentos que se con-
funden con la leyenda o la ficción. Tal vez ya no quería vivir en
un mundo que no comprendía, o quizá no murió y decidió
desaparecer para nunca más ser reconocido, ya que avizoraba
momentos siniestros en la Alemania que tanto amaba...

La búsqueda del Grial fue continuada por los alemanes luego de


la desaparición de Rahn, pero estos hechos también se pierden
en las nieblas de la leyenda, en infinidad de especulaciones y
teorías, aunque se sabe que un grupo de científicos alemanes, en
junio de 1943, exploró por meses en Ussat y Ornolac.
Se dice que Himmler era un obsesionado de la leyenda del Grial,
y que pedía
Diariamente informes sobre la expedición de 1943. Al no haber
resultados satisfactorios sobre la búsqueda del Grial en los
lugares investigados por Rahn, Himmler decide enviar a Otto
Skorzeny.

Skorzeny por aquel entonces tenía el grado de coronel de la SS,


y era el hombre que años antes había liberado de un secuestro a
Benito Mussolini, en una operación por demás complicada. Esta
hipótesis, desarrollada por un norteamericano, dice que Skorzeny
fue a Montségur acompañado por un grupo selecto de militares
de su máxima confianza, acampó a los pies de la fortaleza
cátara y analizó las posibilidades de dónde podía estar escondido
el Grial, llegando a la conclusión de que había que seguir las
posibles rutas de escape de los supuestos cuatro cátaros que se
descolgaron del castillo según los registros de la Inquisición.

Nuevamente se funden en la leyenda, la ficción y la realidad. Se


dice que el coronel Skorzeny encontró el tesoro cátaro y lo puso en
manos de Himmler...

También se dice que el tesoro fue llevado a Alemania, a la torre


de Merkers, y que el Grial estaría enterrado en terrenos lindantes al
castillo Wewelsburg.

Estas historias terminan formando parte de una nueva saga con-


temporánea del Grial, y a su vez siguen alimentando el eterno
mito del Grial, que trasciende ya los hechos reales e imaginarios.
Componentes objetivos, subjetivos y fantásticos continúan
alimentando la saga, con lo que hacen más profundo e insondable el
misterio.

Otto Rahn fue él último buscador del Grial, convencido del sig-
nificado pagano y la gnosis oculta negada a los
conquistadores. Rahn, en Cruzada contra el Grial, hace una
descripción poética de la cruzada contra los albigenses, allí dice:
"A la cabeza, cabalga el sombrío e irreconciliable abad de
Citeaux, el jefe de las fuerzas cristianas contra los herejes
albigenses. Parecido a un caballero del Apocalipsis, galopa,
hábito al viento, a través del país que no adora a su propio Dios.
Detrás de él, el ejército de arzobispos, obispos, abades, padres y
monjes. Al lado de los príncipes de la Iglesia cabalgan los
príncipes laicos con sus armaduras resplandecientes de acero,
plata y oro. Luego, vienen los caballeros saqueadores, con sus
soldadescas que entraban a saco por doquier. Robert Sans-Avoir, el
que no bebe agua, Dios sabe sus nombres.
"A continuación, los ciudadanos y campesinos, y luego, por
millares, la chusma de Europa: los ribaldos, los truhanes y, en
los templos de Venus montados sobre cuatro ruedas, las
pelanduscas de todos los países posibles".

Estos párrafos expresan sus sentimientos con respecto a la cruza-


da contra los albigenses y la persecución de la herejía. Rahn tal
vez fue un moderno heresiarca, seguidor romántico de aquella
utopía ya desaparecida en el mundo.

Y por si fuera poco... la utopía se resiste a desaparecer, el


profundo significado del Grial sigue guardado en los misterios de
la gnosis. Y es en el fugaz extremo de las ideas donde la utopía
continúa alentando la búsqueda del Grial.

Y hombres como Rahn y tantos otros, equivocados o no, siguen


esa búsqueda, por momentos herética, que resulta en denodada ma-
nifestación del espíritu humano. Es tal vez en ese paraje
intangible, subjetivo y recóndito de las ideas, donde se encuentra
el Grial. La mística, que resulta en un legado atávico.

Otto Rahn fue un romántico y moderno buscador del Grial, y


con él se llevó sus misterios, los del Grial y los propios. Sus expe-
riencias no se han perdido... Quedaron algunas certezas y otras
equivocaciones de su intelecto, y, lo más importante, la utopía de
su búsqueda que ahora nos pertenece como un mito.

El Grial seguirá oculto como un misterio. Rahn quizá lo en-


contró al final de su vida, o en su profunda soledad, en momentos
como ése en que -recordando a Franz Kampers- dice: "A veces,
junto a mi lámpara, sus palabras me ayudaron a iluminar los te-
nebrosos laberintos de las cuevas del Grial [...]. La palabra Grial
era oscura desde el principio. Esta falta de claridad del nombre en
sí y de su origen nos indica precisamente que lo santo tuvo una
prehistoria en la que existía una Grandeza, conocida y
aprehensible, que también se llamaba Grial"...

Andrés J. P. Paez
LA PARTIDA

Quien ama a su patria, también


debe entenderla; quien la quiera
entender, debe, sobre todo, tratar
de penetrar en su Historia.
Jakob Grimm
Este libro se basa en hojas del "Diario de mi vida", que empecé en
Alemania, continué en el sur y concluí, por el momento, en
Islandia. Tuve que terminarlo ya que la visión del sol de
medianoche había abierto un núcleo esencial del círculo en que mi
pensamiento y mis aspiraciones regularmente se mueven.

Como el artista que crea un mosaico debe amontonar primero


las pequeñas piedras de los diversos colores para encajarlas en
la obra intuida y en contornos previamente dibujados, así
también procedí. Bajo cielos diferentes y en diversos países he
obtenido presentimientos y conocimientos que, reunidos, pro-
dujeron la visión total.

Lo he configurado de modo tal que, por omisión,


complementación o poniendo de relieve las hojas seleccionadas
del "Diario de mi vida", y, no en última instancia, también su
modificación, la imagen vista en espíritu por mí, al ser
contemplada también Por otros, pudiera ser entendida y
querida. ¡Ojalá mi pluma lo conseguido!

He puesto este libro por escrito en una pequeña ciudad del


alto Hesse. Al alzar los ojos por sobre mi escritorio, se abre un
paisaje qué me es inmensamente entrañable y al que, Cuándo el
destino me empuja por campos y yermos extraños, con
frecuencia he añorado: el alto Hesse, la tierra de mis
antepasados. En un pequeño pueblo de alturas pobladas por
bosques, que parecen recluir la comarca contra el sur, han vivido
cultivando el suelo desde tiempos remotos, o erguidos frente al
yunque, o moliendo granos para hacer harina, o sentados ante el
telar en pequeños cuartos. La tierra es pedregosa y del cielo casi
siempre cuelgan nubes. Pocos de ellos han logrado ser pudientes.

A los ancestros de mi madre que vivían en Odenwald las cosas se


les dieron más fáciles. Allá, el sol y el aire son templados y la tierra
suele ser generosa con quienes la cuidan con amor. La pequeña du-
dad del alto Hesse en la que viví y escribí este libro está dominada
por los restos de muralla de un castillo. A pocos pasos de la
puerta del burgo, que se ha mantenido incólume, se alza un
viejísimo tilo. Aquí debe de haber predicado Bonifacio a los catos
del cristianismo de Roma. Estando bajo el tilo miré hacia el norte,
mis ojos quedaron fulguradamente hechizados por una montaña
sobresaliente, sobre cuya cima el "Apóstol de los alemanes"
celebró una fiesta conventual: Amöneburg. Mis antepasados no
quisieron a san Bonifacio, que pretendió predicar el Evangelio del
Amor. En una carta que envió al papa en el año 742, los trataba de
idiotas.

Desde mi pequeña ciudad del alto Hesse hasta Marburg, a


orillas del río Lahn, hay pocas horas de camino. Un hijo de
esta ciudad, "el flagelo de Alemania", también evangelizó para
Roma. Sobre el lomo de una mula recorrió el maestro e
inquisidor Konrad von Marburg su patria, recolectó milagros
de rosas para la canonización de su excelentísima penitenta,
la esposa del landgrave Isabel von Thüringen, y coleccionó
herejes, a los que quemó en el centro de su ciudad natal, en
un lugar que hasta hoy se llama "Arroyo de los Herejes".

Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más


recientes, herejes.
PRIMERA ETAPA

Para Dios no hay ningún diablo,


pero, para nosotros, éste es un muy
efectivo delirio.
Novalis

BlNGEN DEL RlN

En esta pequeña ciudad a orillas del Rin pasé ocho años de mi


niñez, hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial. Ahora,
después de una larga ausencia, estoy de nuevo aquí; por un día. Ya
no existe la casa de alquiler donde entonces viví: la demolieron por
ruinosa. También desaparecieron los prados sobre los que
retozaba y jugaba. Allí se han levantado nuevas casas. Sólo los
viñedos que empiezan detrás de nuestro huerto han permanecido
sin variaciones. Pronto darán una rica vendimia. Es otoño.

Estoy en los comienzos de un gran viaje. Mañana a esta


misma hora partiré al sur. A Francia, y más allá, a las tierras entre
los Alpes y los Pirineos. Quizá también a Italia y al sur del Tirol.
Bien sé que la patria tiene más que decimos que lo ajeno, que tan a
menudo fue nuestra perdición. Sin embargo, de todas maneras me
marcho a esas tierras lejanas. Porque mis antepasados remotos y
más recientes fueron paganos y herejes. El futuro nos es más decisivo
que el pasado, también de esta alternativa del momento soy consciente.
Pero los tiempos, aquellos que quiero rastrear, está claro que son
pasado, mas no fueron superados. Mucho se habla hoy de
paganos y herejes.

En esta ciudad a orillas del Rin desde la que emprenderé el viaje,


cierta vez una hembra haragana oriunda de Grüneberg, en el alto
Hesse, delató a los adeptos de su esposo al gran inquisidor alemán
Konrad von Marburg, y fueron arrastrados a la hoguera.

Dentro de poco veré el monasterio materno de todos los


inquisidores: la abadía Notre-Dame de Prouille, cerca de Toulouse,
desde la cual se expandió sobre Occidente la costumbre de rezar
por medio de un rosario. La historia de este monasterio dominico
fundado por santo Domingo se mezcla con la habilidad de los más
conocidos herejes medievales, los albigenses, también llamados
cátaros. La palabra cátaro significa puro (del griego: katharoi), pero
acabaron estropeándola al trasponerla a nuestro cuestionable con-
cepto de hereje. Voy hasta el sur de Francia porque desde allá debe
de haber llegado a Alemania la herejía.

He leído sobre los cátaros todo lo que pude conseguir; una vez
“fueron tantos como las arenas del mar y en mil ciudades tuvieron
adeptos". Es por esto que sé que sólo fueron llamados albigenses en el
sur de Francia, en los territorios de la Provenza, del Languedoc y de la
Gascuña. En Alemania se los llamó Runkeler, o amigos de Dios.
Deben de haber sido muy influyentes en la Lombardía, según informa
el poeta gnómico Wernher, que vivió como sacerdote alrededor del
año 1180 en Ausburg: “Cual lámpara arde en herejía".

Los teólogos e historiadores del campo católico o del protestante


concuerdan en que los cátaros, más allá de dónde se asentaran, te-
nían que ser aniquilados, ya que, de no ser así, la vida espiritual de
Occidente se hubiese salido de sus carriles y se hubiera dirigido a vías
"no europeas". Pero han disputado, y aún disputan, acerca de en qué
se podría clasificar de reprobable la herejía de aquéllos ante el Señor.
Los unos quieren ver en ella una variedad de la tristemente célebre
heterodoxia maniqueísta, aquella que el cielo persa había originado.

Pueden citar autoridades y documentos en cantidad. Los otros, que


han quedado en minoría, consideran la herejía de los cátaros como
residuos de aquella creencia de la cual los godos, vándalos,
borgoñeses y lombardos habían sido una vez devotos. Desde el
dominio visigodo podría haber permanecido activo el arrianismo
en el sur de Francia, en el antiguo país Gothien. ¿Quién tiene
razón? Las mismas fuentes contemporáneas a esos hechos se
contradicen y se vuelve difícil superar tantas dificultades. Es
sintomático que un inquisidor haya transcrito las acusaciones de
libros antiguos en los que se inculpa a los herejes de los albores del
cristianismo.

La "lista de culpas" de los cátaros los acusa, entre otras cosas, de


que cabalgaban sobre cangrejos para ir a sus orgías nocturnas, besa-
ban el trasero de una gata, mataban niños y los devoraban en
forma de polvo. Presuntamente reprobaron la procreación para que
Lucifer, en su creencia creador de todas las cosas visibles y del
cuerpo humano, no siguiera obteniendo más almas en su poder. Lo
que claramente desmiente la inculpación de que habían sido
adoradores de Lucifer, que se fundamentaba en el hecho de que los
herejes alemanes del siglo XII, como se ha comprobado, se
reconocían entre ellos por el saludo: "Lucifer, a quien no se hizo
justicia, te saluda".

Mañana a esta hora viajaré hacia el sur con la decisión de acla-


rar Cuánto me sea posible la oscuridad. ¡Ojalá me sea dado el
poder llegar a ser un portador de la luz!
PARÍS

Me enseñaron las reproducciones de dos cuadros del maestro


español Berruguete, que representan escenas de la vida y la obra de
santo Domingo. Los originales cuelgan en el Prado, en Madrid.
En uno de los cuadros se queman herejes. La pira empieza a arder;
los sacrificados están atados a postes para que no puedan
salvarse. Pronto serán antorchas vivientes. El segundo cuadro
muestra a santo Domingo ocupado en quemar libros sospechosos
de herejía. Los pergaminos ya echan llamas. Un libro, sin
embargo vuela libremente por el aire. Ha encontrado el beneplácito
del Dios de Roma y no necesita desaparecer.

En la Rué de la Seine compré la Biblia traducida por Lutero para


volver a leer el Libro del profeta Isaías, donde ha quedado por escri-
to por qué Lucifer fue hecho caer y maldecido por Yahvé.

¡Cómo has caído del cielo, tú, hermosa estrella matutina! Pensaste
en tu corazón: "Quiero subir al cielo y elevar mi silla por sobre las
estrellas de Dios; quiero sentarme sobre la Montaña de la
Asamblea en el más lejano Septentrión; quiero viajar sobre las
nubes altas y ser igual que el Altísimo". ¡Irás al infierno, a la
caverna más profunda!

Has sido arrojado lejos de tu tumba como un gajo despreciable,


cubierto por muertos apaleados, traspasados por la espada, que des-
cienden a las piedras de la caverna como cadáveres seccionados. ¡Tú
no serás sepultado como cualquiera!

¡Se dispone que el que sacrificó a sus hijos no pueda engendrar,


ni heredar la tierra, ni emporcar el suelo de las ciudades! El Se-
ñor de los Ejércitos ha afirmado bajo juramento y dicho: ¿Qué
importa esto?, debe ir como yo pienso y permanecer como es mi
propósito. Porque el Señor de los Ejércitos, Sabaoth, lo ha decidi-
do. ¿Quién pretenderá impedirlo? Y su mano está extendida.
¿Quién pretenderá apartarla?

Yo, el Señor de los Ejércitos, soy el Señor, y nadie más, no hay


otro Dios salvo yo, el que hago la luz y creo las tinieblas; yo, el que
doy la paz y creo el mal.

¡Ay de quien dispute con su Creador, un fragmento como otros


fragmentos! El barro también le habla a su alfarero. "¿Qué haces
tú?" ¡Ay de quien le diga al Padre: "¿Por qué me has engendrado?".
Y a la mujer "¿Por qué pares tú?"

Toda la tarde he deambulado junto a los muelles del Sena, he ido a


un bouquinier un librero de viejo junto al otro, puede que sean
medio millar los que ponen a la venta libros de ocasión. Se me había
dicho que ya habían pasado los tiempos en que aquí podían
descubrirse algunos tesoros, ya fuera una valiosa primera edición
o una obra que había pasado a ser rara. Desde un cajón (a esto se
asemejan estas librerías) afianzado al muro del muelle cogí, del
místico alemán Jakob Böhme, Aurora. Al hojearlo encontré escrito:
"Mira, te cuento un secreto; ha llegado el momento en que el
novio corone a la novia; adivina dónde se halla la corona. Hacia la
Medianoche, entonces en las tinieblas la luz será resplandeciente.
Mas ¿de dónde viene el novio? Del Mediodía, donde el calor hace
parir la luz y viaja hacia la Medianoche, allá la luz será
resplandeciente. ¿Qué hace entonces hacia el Mediodía? Se
duerme en el calor, pero los despertará una tormenta, y bajo ésta
muchos sentirán un susto de muerte". Jakob Böhme fue un
zapatero protestante de Görlitz. Contemporáneo de Kepler y de
Galileo, murió durante la Guerra de los Treinta Años. E1 título
completo de su libro reza: "Aurora, o alba del Levante, raíz o madre
de la filosofía, astrología y teología sobre las bases correctas o
descripción de la naturaleza como todo ha sido y todo es". Adquirí
el libro a un precio ridículamente bajo. Ahora está ante mí sobre la
mesa. Junto a la Biblia.

He llegado del norte. Deseo viajar al sur. Apenas comenzado mi


viaje, vuelvo a mirar hacia el norte. Hacia el Septentrión. Allá de-
ben estar una Montaña de la Asamblea y una corona...

TOULOUSE

Había abandonado París ya avanzada la noche, bajo una fuerte


lluvia de octubre. Cansado por la gran ciudad, pronto me quedé
dormido. Al despertar, saludé a través del vidrio de mi
compartimento al azul nunca visto por mí de un cielo sureño; los
árboles refulgían en colores estivales, las aguas de un río brillaban,
por encima se extendía un puente medieval ancho y alto.

Estoy en la ciudad desde hace casi diez horas, y he visitado lo que


un viajero debe ver para poder decir con todo derecho que ha esta-
do en Toulouse. Lo último que visité fue la catedral Saint
Germain, una maravillosa construcción de ladrillo románica, que
me ha hecho recordar las iglesias góticas de Greifswald,
Stralsund, Wismar o Chorín. Al venir desde el centro de la ciudad,
la catedral se aproximaba; caían sobre ella los rayos dorados del
sol al atardecer escondido por las casas altas. Casi parecía que
ardiera en el interior de la casa de Dios un fuego que hiciera poner
al rojo la piedra, o como si se la hubiese rociado con sangre.
Mucha sangre ha corrido por Toulouse: sangre de godos y
sangre albigense...

Crucé la plaza frente al portal de entrada y recordé al filósofo ita-


liano Vanini, al que los sacerdotes de Roma le cortaron la lengua
para que en adelante nunca más pudiera hablar a los hombres.
Finalmente se lo quemó vivo en Toulouse el 19 de febrero de 1619
porque, al quedar mudo, había comenzado a escribir. En el interior
de la iglesia me fijé en un paraguas toscamente enrollado
arrimado a una columna; al lado, oprimiendo la espalda contra
una segunda columna y los brazos puestos por detrás de la misma,
había una campesina que con ojos embelesados observaba un
crucifijo que se alzaba ante ella. No se dio cuenta de mi presencia
ni de los numerosos hombres que pasaban ante ella. Tampoco
percibía que de Cuándo en Cuándo caían monedas tintineantes en
el cepillo ubicado a los pies del Crucificado. Me alejé de allí y salí a
recorrer la ciudad.

En la muralla de la ciudad hay una losa de mármol empotrada.


Indica el lugar donde el generalísimo de la cruzada contra los
albigenses implantado por el papa y por el rey francés, el noble
caballero Simón de Montfort, oriundo del norte de Francia, fue
muerto durante el asedio a Toulouse de una pedrada. Sucedió el
Día de San Juan del año 1216. La piedra la había lanzado con
honda una heroica tolosana de mano segura, desde la muralla
de la ciudad. Deben de haber tolosanos y provenzales, se me hizo
saber, que aquí escupen. Ellos no han olvidado qué le hizo Simón
de Montfort a su suelo patrio.

Debido a los albigenses vine a esta tierra. Tal como mis ancestros,
deben de haber celebrado tratos con el diablo. Guando fue quemado
en Toulouse, en el año 1275, un grupo de herejes, se hizo
trasladar también de las llamas temporales a las eternas a una
mujer de 56 años llamada Angela de Labaretha. Se le había
arrancado la confesión, en las cámaras de tortura, de que había
mantenido relaciones camales con el maligno y que el fruto de su
vientre sería un monstruo. Tendría cabeza de lobo y cola de víbora.
También confesó que había sido obligada a ir todas las noches a
robar niños pequeños, para alimentar con éstos a su monstruoso
descendiente. Todo esto tuvo que confesar esa mujer herética.
Torturada.
PAMIERS

El clima de esta pequeña ciudad -cuyas aguas cristalinas se reflejan


en sus muros y provienen del río Ariége, que nace en las nevadas
montañas de Andorra- debe de ser muy malsano, me dijo un joven
tolosano que conocí en una librería y que me dijo en secreto que
hacer amistad con ciertas mujeres puede ser más exitoso todas las
mañanas a las once en la catedral Saint Germain. Hasta era mas
fácil encontrar allí a las femmes legéres, o sea, a las rameras. Yo
solamente, continuó aconsejándome, no tendría que irme a
apostar en Pamiers. Allá, seguro que me moriría de aburrimiento. Al
decirle que tenía la intención de continuar viaje de Pamiers a Foix y
al caserío de Montségur, en los altos Pirineos, para pasar allí algunos
meses, se quedó mirándome sin comprender. De pronto asomó una
sonrisa sobre su lengua, una sonrisa cortés y compasiva a la vez. Y
arriesgó: "¿También usted desea buscar el tesoro de los albigenses?"
A mi pregunta sobre de qué se trataba eso, vine a saber que una
leyenda cuenta de un tesoro que, durante la cruzada emprendida
por Roma y París hace 700 años contra los albigenses, éstos
habrían enterrado su tesoro en el castillo de Montségur. Allí
permanece todavía. En estos momentos andaba en su
búsqueda un ingeniero de Bordeaux, usando dinamita, varita
adivinatoria y otros medios auxiliares semejantes.

Pamiers está empotrada en un cerro cuyas graciosas líneas no


permiten suponer los picos pirenaicos que se elevan por detrás. En
estrechas calles se apiña la gente, entre la que se divisan negros
senegaleses y árabes con sus vestimentas típicas. Evidentemente,
esta ciudad no podría hacer demorar mi estancia.

En el año 1207 aquí se contaba lo siguiente: de las ciudades


y conventos del sur de Francia, y hasta del propio Vaticano, acudían
por invitación de una condesa de Foix, que tenía el bello nombre
de Esclarmonde, sacerdotes, doctores y monjes romanos para discutir
con los herejes albigenses sobre la creencia cristiana. Esclarmonde,
hereje ella misma, sintió temor por su patria al saber que el papa de
Roma y el rey francés de París habían decidido su ruina. Pronto
corrió la sangre.

Por mandato del papa Alejandro III, un abad, Heinrich de


Clairvaux, que en el Concilio Lateranense del año 1179 fue nombra-
do obispo cardenal de Albano, había predicado una cruzada contra
los albigenses y, con peregrinos reclutados, trató de imponer el
escarmiento ordenado por Roma, matando y quemando. En 1207 se
hacía cargo oficialmente del sillón de Pedro el tristemente célebre
Inocencio III. Había jurado aplastarle la cabeza al dragón albigense
y preparar al país herético para una nueva estirpe.

En el castillo de Pamiers, residencia de viudedad de Esclarmonde,


tendría que decidirse quiénes eran mejores cristianos, los romanos o
los albigenses. La propia Esclarmonde intervino en la
encendida disputa. Cuándo censuró a los romanos por la nada
cristiana cruzada del obispo cardenal de Albano, un
encolerizado monje le replicó: "¡Señora, usted debiera estar
con su huso. En una reunión como ésta usted nada tiene que
hacer!".

Esclarmonde de Foix ha sido, aunque hoy casi nada se sepa sobre


ella, una de las mujeres más eminentes del medievo. Anatematizada
por el papa y odiada por el rey francés, hasta su último aliento sólo
respondió a una única intención: la independencia política y religiosa
de su país natal. Murió a edad avanzada, nadie sabe dónde. Tal vez
en un aposento para damas del castillo de Montségur, que ella había
hecho construir como fortaleza defensiva inexpugnable. Lo que sí es
seguro es que no vivió el trágico fin de su patria. Confiada, en algún
lugar, ha mantenido su fe hasta su último reposo. Esclarmonde era
archihereje. Como neopagana la habrían calificado los creyentes
cristianos de hoy en día, ya que reprobó el Antiguo Testamento, ca-
lificó al Dios judío Yahvé de Satán y no creyó en la muerte de Jesús
Cristo en la cruz, ni mucho menos en lo que, sobre esta base, llegó a
ser la posible redención de los hombres.

La admisión de Esclarmonde en la herejía se llevó a cabo el año


1204 en Fanjeaux, cerca de Pamiers. E1 patriarca de la iglesia
herética, el caballero Guilhabrt de Castres, de la noble familia de los
Belissen, realizó la Haereticatio, como fue llamada por los
inquisidores la ordenación heresiarca. Desde entonces, Esclarmonde
pasó a integrar la comunidad de los cátaros.

Sólo podía ser cátaro aquel que primero había sido adepto o credenz
(creyente) y luego -se supone- formulaba el voto siguiente:
"¡Prometo consagrarme a Dios y a su verdadero Evangelio, no
mentir nunca, no jurar nunca, nunca más tocar a una mujer (la
hereje renunciaba al hombre), no matar ningún animal, no comer
nada de carne y vivir solamente de frutos. Y prometo no
traicionar nunca mi creencia; aquel que la amenace será muerto!".
Cumplido esto pasaba a ser un puro o perfectos (perfecto). Al recién
admitido se le ponía una vestimenta de punto llamada veste o
hábito. Los herejes portaban, en lugar de éste, una especie de
diadema. En el idioma provenzal este acto de incorporación se
denomina consolament (consolación). Un creyente herético que no
había formulado este voto podía seguir viviendo como debe vivir
un ser humano que está en la vida. Tenía, mujer e hijos, iba al
trabajo y de caza, comía carne y bebía vino. Como casa de Dios
le servían el bosque o una cueva. Para él los cátaros eran los
cuidadores del alma, a quienes también llamaban reverentemente
bonshommes (buenos hombres). El santo Bernardo de Clairvaux
informa que en el sur de Francia 'Tere omnes milites", casi todos
los cátaros eran caballeros.

Cuándo Esclarmonde de Foix recibió la ordenación herética era una


anciana viuda y madre de seis hijos mayores. ¿No sería ésta una
razón especial que tenga que ver con el ascetismo herético? No puedo
imaginarme a esos "casi todos caballeros" llevando una vida
monacal.

FOIX
Esta pequeña ciudad pirenaica me agradó mucho. Encerrada por
poderosas montañas, sobresalen en ella un pintoresco castillo y
una bella iglesia. Empotrada en el verde de amplias plantaciones,
deja serpentear estrechas pero limpísimas calles y callejuelas en
todas direcciones. Es sorprendente cruzarse con hombres rubios y
altos. ¿Por qué no podrían ser de sangre germana? Los godos y los
francos durante mucho tiempo tuvieron aquí su hogar, hermanos
adversarios...

La iglesia comunal recuerda esa lucha fratricida. Está consagrada a


Volusian, un santo poco conocido, del que hay que saber lo siguiente:
alrededor del año 500 de nuestra era, durante el dominio de los
visigodos en la Galia del Sur, los obispos romanos habían mandado
a llamar al rey franco Clodoveo porque estaban descontentos con el
dominio de los reyes arios, y este Volusian les abrió a los francos, que
ya estaban cerca, las puertas de la dudad de Tours. Volusian tuvo
que huir. Los godos, enfurecidos, persiguieron al traidor y se
apoderaron de él en los Pirineos. Lo mataron a golpes.

Después de la batalla en las proximidades de Vouillé, que le costó la


vida al rey godo Alarico II y que les permitió a los francos la conquista
del sur, Clodoveo recogió los restos del muerto y lo hizo proclamar
mártir y santo por el clero franco. Alrededor de la tumba de Volusian
hoy se alza un convento y alrededor del convento, por sobre las
ruinas de poblaciones antiquísimas, un villorrio al que el rey
franco Carlos siguió construyendo hasta convertirlo finalmente
en un poderoso baluarte. Así se hizo la Foix que conocemos.
Esta pequeña ciudad, sin embargo, debe su nombre a los focenses,
aquellos helenos del Asia Menor que en el siglo VI antes de
nuestra era abandonaron su ciudad, Focea, desplazados por el
tirano persa Harpagos, y emigraron a la costa sur de la Galia, a
Massilia, la actual Marsella; Portus Veneris: Port Vendres y muchas
otras ciudades del sur de Francia surgieron de esa manera. También
Foix pertenece a ellas, a una Focea o Fócida del Poniente.

Sucesos terribles deben de haber visto la región, la ciudad y el


castillo de Foix hace setecientos años. Fue la época de la cruzada
contra los albigenses. En el año 1209, por orden del papa y a ins-
tancias del rey francés, se congregaron en Lyon trece mil orto-
doxos, y con ellos la gente de esos confines, para arrollar la bendita
tierra entre los Alpes y los Pirineos, las comarcas de la Provenza y
el Languedoc bajo el mando supremo de un archiabad de Citeaux,
y bajo éste, Simón de Montfort. Había tres razones: se tenía que
conseguir el reconocimiento como credo único del cristianismo de
Roma, imponer la soberanía de Francia y volver a poner en acción
a las masas, acostumbradas, desde las cruzadas de Palestina, al ex-
terminio y despojo de infieles. El rey parisino les había prometido
un rico botín. Gran impresión causó también la garantía del papa:
todos los participantes en la guerra contra los albigenses podían
estar totalmente seguros de obtener luchando, después de cuarenta
días, la salvación eterna y, desde un comienzo, la absolución de
todos los pecados cometidos durante la guerra. Bajo el protectorado
de la virginal Madre de Dios, María, la turba inundaba las fronteras
provenzales acompañada de una legión salmodiante y no menos
armada de arzobispos y abadeses, curas y monjes.

En una declaración del 1° de septiembre de 1883 el papa León


XIII, también él uno de los odiadores de Alemania, en el trono
de Pedro, explicó que los albigenses habían pretendido derribar
a la Iglesia por la fuerza de las armas, pero ésta no había sido
salvada por las armas, sino a través de las preces, por medio del
descubrimiento dominico del rosario, por el que se había obtenido la
mediación de la Santa Virgen; por lo que, o este papa había sido
mal informado o informaba falsamente por su cuenta. Roma y
París fueron los que desencadenaron la guerra.

El rey sin corona del sur de Francia, el conde Raimund de Toulouse,


hizo una rogativa tras otra para evitarle a su patria la desgracia. Es-
fuerzo vano. Aunque hizo penitencia, muy pronto ardieron las prime-
ras ciudades, pueblos y seres humanos.
Finalmente, los cruzados sitiaron la ciudad de Foix. Con anteriori-
dad, el señor de la ciudad, uno de los más fieles vasallos del conde
tolosano, elevó una demanda en el tercer Concilio Lateranense al
representante de Dios en la tierra, el papa, por consentir la matanza
de los provenzales todos, sin importar la fe que profesaran.
Quinientos mil seres humanos fueron los que cayeron sacrificados por
los cruzados asesinos. Con una diplomática sonrisa le fue dispensada
al acusador la bendición de despedida. Lo que tuvo que padecer el
condado de Foix como derivación de esto en atrocidades,
enajenaciones y persecuciones, tanto por parte de los peregrinos como
de sus perseguidores, excede toda descripción, especialmente para
la cristianización de los albigenses (léase exterminio de los
albigenses) establecida por los dominicos (léase inquisidores).

En aquel Concilio Lateranense se le reprochó al conde de Foix


que su hermana Esclarmonde fuera archihereje y protegiera con
toda firmeza a los herejes. A lo que el conde replicó que esto no era
culpa suya, ya que su hermana podía mandar en sus propiedades
como ella dispusiera y podía atender a sus súbditos de acuerdo con su
propio juicio. Que, en lo referente a su credo, él menos derecho tenía,
así como posibilidades, de obligaría a cambiar por la fuerza. Porque,
según su punto de vista, era irrefutable que cada persona es libre de
optar por su fe.

Cuándo en todo el país fueron cantadas misas en latín, Cuándo


los burgos provenzales fueron ocupados por los nuevos amos,
Cuándo la tierra conquistada se puso bajo las órdenes de la corona
de Francia, Cuándo la lengua de los vencedores, la francesa, más
triunfos comenzó a cosechar, la fe, finalmente, sólo siguió siendo
libre en el castillo de Montségur y en las tierras altas de Foix
protegidas por el castillo y por las imponentes montañas pirenaicas.
Y todavía se mantenía libre aquí en el año 1244, o sea, treinta y cinco
años después del comienzo de la guerra. La previsora condesa
Esclarmonde, a cuyos bienes por viudez le pertenecía en condominio
Montségur, después de la fracasada Conferencia de Pamiers, le había
dado la orden al mejor arquitecto de castillos de aquellos tiempos,
Bertrán de Baccalauria, de consolidar el castillo de manera tal que,
según toda humana prevención, fuera inexpugnable. Sólo así fue
posible que aquí arriba, cerca de las nubes, un puñado de caballeros
fíeles a la patria, herejes de fe inquebrantable y buenos lugareños,
pudieran mantenerse firmes contra el obstinado enemigo, tan
superior en fuerza.

Cecilia, hermana de Esclarmonde, también era "hereje". Pero


pertenecía a los valdenses, creyentes en la Biblia y adherentes al
comerciante de Lyon Pedro de Valdo, que, como protesta por la
opulencia de Roma y la depravación de las costumbres, se esforzaba
por llevar una vida apostólica, en el sentido de la imitación, apegada
a la letra, de Cristo. También a los valdenses, a los que muy pocos
caballeros o asentados libres provenzales pertenecían, el Vaticano
había jurado exterminarlos. Durante la cruzada contra los albigenses
arrastraron miles y miles de ellos a la muerte.

Pero los archiherejes eran los cátaros más odiados por Roma, que
eran con los que el padre y el hermano de Esclarmonde simpatiza-
ban. Este último era un trovador famoso y su burgo permaneció
abierto para todos los rapsodas vagabundos. A la hora de su muer-
te, pidió que se le impartiera el "consuelo" herético.
LAVELANET

Durante el viaje hacia los altos Pirineos apenas he podido ver


algo. Desde ayer llueve torrencialmente. También aquí parece
querer retener su entrada el otoño. Finalmente viajé en un
autobús de correos. Campesinos que llevan sus productos al
mercado de Lavelanet eran los viajeros. Muy pronto lograron
sonsacarme que soy alemán y que me instalaría en sus
montañas. Gustosamente me hubieran enseñado el castillo de
Montségur, que debe dominar hasta muy lejos el paisaje, pero las
nubes lo cubrían. ¿Es cierto que usted busca el tesoro de los
albigenses?, me preguntaron una y otra vez. Supe que hacía poco
había aparecido en un diario de Toulouse un artículo a este
respecto.
Una pequeña y limpia hostería me proporcionó albergue por la
noche. A eso de las diez de la mañana siguiente pude proseguir
con el hijo del hostelero, un médico, la travesía al pueblo de
Montferrer, que quiere decir Monte de Fierro o Hierro, y desde
allí continuar al caserío Montségur. Él tenía enfermos que
atender.

Después de cenar, un octogenario me invitó a su casa para mos-


trarme su colección de hallazgos. Llevaba décadas cavando en las
ruinas del castillo y en las grutas de su pueblo. Huesos de osos y de
leones de caverna, herramientas de piedra, flechas de hueso, de
bronce o de hierro, fragmentos y muchas otras piezas me dejó ver,
solícito y con orgullo. También había explorado, aunque superfi-
cialmente, los escombros del castillo Montségur. Armas, ladrillos
y proyectiles de piedra que se habían echado a rodar hacia el
valle, contra los atacantes, eran los objetos más importantes que
había hallado. Por último sacó de un escriño, con mano cautelosa,
palomas de barro: palomas confeccionadas de arcilla, que también
había en las ruinas de Montségur. Mi anfitrión no pudo decirme
a que finalidad habían servido. Además, según supe para mi
estupefacción, un amigo ya fallecido había hallado en el
castillo un libro escrito en caracteres extraños -no sabía si en
chino o en árabe-. Se ignora su paradero. Apenas me transmitió
estas noticias, esperé, aún con más impaciencia de lo que lo
había hecho hasta ese momento, el viaje a Montségur, y
reflexioné toda la noche acerca de una historia que breves
momentos antes de la partida -como se dice, entre la puerta y su
gozne- me fue contada.

A fines del siglo XII, en algún lugar de Cahors, en tierras


tolosanas, vivía el poderoso vizconde Raimundo Jordán. Para un
caballero de renombre, por esos tiempos era conveniente dedicarse
a la Minne y a escribir poesías a una dama noble, o sea, ser trova-
dor. La elegida por Raimundo Jordán fue Adelaida, esposa de un
noble, el caballero Pena, que bien sabía de la Minne de ambos y la
consentía. Al estallar la guerra contra los albigenses, tanto
Raimundo como el noble empuñaron las armas y salieron a opo-
nerse al enemigo. Cayó el caballero Pena y poco después se carecía
de toda noticia de Raimundo. Adelaida esperaba anhelante y pre-
ocupada al trovador. En la creencia de que había perecido en com-
bate, renunció al mundo y se retiró, ya que era hereje, a lo alto del
castillo. Quiso pasar sus días allá como eremita. Pero Raimundo
Jordán había salvado su vida. Gravemente herido, había encon-
trado amparo y cuidados entre amigos. Después de padecer largo
tiempo postrado, pidió volver a ver a Adelaida y partió al castillo de
Pena por senderos secretos. Éste había sido desde hacía mucho tiem-
po ocupado por el enemigo y la señora había desaparecido sin de-
jar huella. También a él, declarado proscrito por el enemigo, no le
quedó otro recurso que dirigirse al castillo de Montségur. Allí vol-
vió a encontrar a Adelaida.

En el trayecto de regreso a casa recordé unos pocos versos de


Ludwig Uhland. Siendo escolar tuve que aprenderlos de
memoria. ¿Quién por esos años me hubiese dicho que alguna vez
me instalaría en los valles de la Provenza?

En los valles de la Provenza


Ha brotado el Minnesang:
Hijo de la primavera y la Minne,
El más agraciado, más íntimo compañero.

Debido a los albigenses, que fueron herejes como mis ancestros,


he venido a esta tierra. Que entre herejes y Minnesanger se hubie-
ra establecido una estrecha relación, de ningún modo lo hubiera
sospechado.

MONTSÉGUR EN LOS PIRINEOS

Vivo en una casa de campo muy sencilla. E1 agua tengo que sa-
carla de un manantial algo alejado, desde el que un sendero lleva al
llamado Campo de la Pira. Aquí fueron quemados por monjes domi-
nicos de una sola vez doscientos cinco herejes en una gigantesca
hoguera. El manantial brota a corta distancia de un tolmo, del que
sobresale una cruz forjada en hierro, atravesada por dos espadas.
De los maderos longitudinales de la cruz cuelgan un látigo, una
vara de zahorí y una corona de espinas. También de ellas cuelgan
las llaves de san Pedro. Directamente detrás de la roca se alza la
majestuosa montaña del castillo. Sobre ella descansa en
grandioso retiro Montségur, las ruinas del castillo.

El caserío de Montségur cuelga sobre un abismo; puede que tenga


unas treinta casas, no más. Y, por añadidura, una parte se ha desmo-
ronado. El que puede se muda a cualquier parte de las ciudades o al
valle, dejando abandonados sus bienes. Nada crece en estas alturas
fuera de pastos de verano, patatas y algunas frutas. La gente es cruel-
mente pobre, de lo que también se queja el dueño de casa, el párroco
del lugar. Suele sentarse sobre sus libros de registros parroquiales y se
pone dale que dale a sacar cuentas. Las prebendas y la limosna no le
alcanzan para vivir. A veces se marcha algunos días a visitar parientes
en las cercanías de Veleta, retoma cargado de pan y embutidos.

La iglesia, una mísera construcción, es visitada casi


exclusivamente por niños de escuela. Los adultos, exceptuando un
par de arrugados ancianos, sólo aceptan ir a la iglesia para el día
de las ánimas, el único día del año en que el cura junta a su
comunidad. En el día de las ánimas se conmemora a los difuntos.

Junto a la iglesia del pueblo vive aquel ingeniero de Bordeaux


que busca el tesoro de los albigenses y con el que trabé conocimien-
to el primer día de mi estancia aquí. El castillo es propiedad de la
comunidad, me dijo, y él había dejado estipulado por contrato que
le cedería la mitad del tesoro en el caso de que su empresa fuera
afortunada. Este tesoro consiste, lo sabe exactamente, de oro y
plata.

Abriga además la esperanza de hallar el Evangelio no falsificado


de san Juan, que contendría la verdadera doctrina de Jesucristo y
que habría estado en poder de los albigenses. Con éste la Iglesia
romana, falseadora del Evangelio, habría deseado destruir el ver-
dadero y único mensaje de Dios hecho hombre.

Le pregunté de dónde sabía esto con tanta exactitud.

Eso no podía revelármelo. Pertenecía a una sociedad secreta que


exige de sus adeptos completo silencio. Lo que podía contarme era
que los albigenses habían sido exterminados hasta el último de sus
hombres por los inquisidores y sus sayones; con todo, el verdadero
Evangelio de san Juan halló en el interior de la montaña del
castillo, que era hueca, un seguro lugar de asilo. Durante el largo
tiempo que el castillo estuvo en poder de los romanos, a menudo
éstos excavaron y rebuscaron para encontrar la Sagrada Escritura de
san Juan. En vano. Amén de eso, a él le sería conocido -de esta
manera siguió contando- dónde se encuentra la tumba de
Esclarmonde. Un zahorí le había indicado el lugar y también,
gracias a la inclinación y amplitud del movimiento de la varilla
detectara, podía describir el sarcófago. Es de piedra, y encima de la
lápida hay una paloma de oro.

REPRIMÍ UNA SONRISA

Nunca había tenido desde la cima de la montaña del castillo una


vista más bella que la que tuve hoy por la mañana. Hasta
Carcassonne, donde una vez se mantuvo firme la corte de los reyes
visigodos, y hasta Toulouse, la llanura se me ofrecía abierta. En lo
más remoto al este creí divisar el mar que, entre los montes Negros y
los montes de Alarico, resplandecía argénteo. A mis pies asomaba,
desde el verde exuberante, la abadía Notre Dame de Prouille: con-
vento matriz de la orden de los dominicos, patria del rosario y cuna
de la Inquisición. La abadía es una fundación de santo Domingo, a
quien, en ocasión de una visión que tuvo de la Madre de Dios, le fue
ordenada la introducción del rosario y la exterminación de los here-
jes: desde ese momento tuvo entre ceja y ceja a Montségur. Nunca
puso sus pies en el castillo herético: antes de que éste fuera ocupado
por sus iguales, tuvo que cerrar para siempre sus ojos y, si la iglesia
instruyó correctamente, entró a la comunidad de los santos. Santo
Domingo cargaba muchas muertes humanas sobre su conciencia...

Por el noreste de Toulouse, por donde se cierne un leve vaho, ha


de estar Albi, que les otorgó el nombre de albigenses a los
herejes, debido a que cobijó al mayor número de ellos. De forma
totalmente nítida divisé a mis pies, a más de mil metros de
profundidad, la pequeña ciudad de Mirepoix. Sé que en tiempos
anteriores a Cristo se llamó Beli Cartha. Significa ciudad luminosa,
ya que Belis y Abellio, en esta región, fueron los nombres de la
divinidad luminosa. En dirección norte, puede que a cuatro horas
de camino, vi sobresalir entre dos alturas destacadas al castillo
de Foix. En sus vidrios se reflejaba el sol matutino. Al oeste y al
sur se extendían las cumbres pirenaicas, unas más orgullosas y más
temerarias que otras: Canigou, Carlitte, Soularac y el majestuoso
pico de San Bartolomé, llamado Tabor por los lugareños. ¿Será, al
igual que el Tabor palestino, una montaña de la Transfiguración?
En torno de sus prácticamente tres mil metros de empinadas
cumbres revoloteaban jirones de nubes.

Cerca de treinta años estuvieron arremetiendo contra Montségur


durante la cruzada antialbigense los peregrinos y soldados, y poste-
riormente también los dominicos, en contubernio con los franceses.
Detrás de sus murallas, como sabemos, se habían parapetado los
últimos herejes y caballeros libres. Más de treinta años llevaban
resistiendo hasta que pastores sobornados, en la noche del Domin-
go de Ramos del año 1244, les enseñaron a los sitiadores un
risco sobre el cual quien no sufriera de vértigo podía alcanzar la
cumbre de la montaña. La falda occidental, que es la menos
escarpada, única vía de acceso al castillo, era la mejor protegida
por las obras de fortificación. Empero, también el peligro
amenazaba por aquí a los sitiados. Los atacantes habían construido
una máquina de asedio llamada "gata" que día tras día se
aproximaba unos pies, arrastrándose hacia el remate, y ya
amenazaba los muros. El castillo cayó por la traición de los
pastores. Todos los que no quisieron reconocer al dios Yahvé, el
poderío de las Llaves de Pedro y el dogma de Roma fueron
quemados el Domingo de Ramos en una enorme pira levantada
a los pies del tolmo. Doscientas cinco fueron las víctimas, entre
ellas la hija del castellano Esclarmonde de Belissen, pariente de la
castellana Esclarmonde de Foix. Los demás prisioneros, unos
cuatrocientos aproximadamente, fueron arrojados a las mazmo-
rras de la fortaleza de Carcassonne, donde la mayoría pereció a
causa de las penalidades sufridas.

Me repuse descansando al lado de un pastor que encontré en el


pico de Soularac. Me dio de comer de su queso y, a mi vez, le di
de beber de mi gourde, una botella de piel llena de vino tinto que
me habían dado para el viaje. Aunque el sol de un cielo despejado
calentaba allí abajo, en el sur bramaba la tormenta. El pastor y
yo charlamos de Montségur y del tesoro de los cátaros.

Mi interlocutor quería saber si verdaderamente estuvo alguna vez


guardado en el Montségur el Grial: Cuándo todavía se
mantenían en pie las murallas de Montségur, los Puros guardaron en
ella el Santo Grial. El castillo estaba en peligro. Las huestes de
Lucifer se encontraban ante sus murallas. Ansiaban tener el
Grial para volverlo a engastar en la diadema de su príncipe, que
cayó a la Tierra durante la caída del ángel. En estas circunstancias
llegó del cielo con la más apremiante emergencia una paloma
blanca y con su pico abrió en dos el Tabor.

Esclarmonde, custodia del Grial, lanzó la valiosa reliquia a la


montaña, que volvió a cerrarse al recibirla, y así fue salvado el
Grial. Cuándo los demonios arrasaron el castillo, ya fue
demasiado tarde. Montados en cólera quemaron a todos los Puros
no lejos del tolmo, en el Camp des Cremats, el Campo de la Pira.
Todos los Puros fueron quemados, sólo Esclarmonde no lo fue. Ya
que ella supo guardar el Grial, escaló hasta la cúspide del Tabor, se
transfiguró en una paloma blanca y voló hacia las montañas de
Asia. Esclarmonde no ha muerto. Todavía vive en el paraíso
terrenal. Sólo que, precisamente por esto -concluyó mi pastor,
la tumba de Esclarmonde seria imposible de hallar.

Le pregunté sobre la opinión que le merecía lo del zahorí y los


datos que me había proporcionado sobre el sarcófago de
Esclarmonde. Opinó: "Ce sont tous des fumistes", son tramas de
fantasiosos.

Comí con el sobrino del cura y algunos aldeanos, cerca de la


chimenea de un fogón. En el cuarto contiguo, muchachos jóvenes
alborotaban jugando al belote. El tiempo se había puesto oscuro,
el caserío y el castillo de Montségur colgaban de las nubes. Aún
hoy, pasados tres días, no se ha aclarado el cielo. Es otoño. Hace
un frío espantoso. Todos ustedes saben que el Montségur debe ha-
ber sido el castillo del Grial. En toda la región de Foix se piensa así.
El ingeniero había ironizado cierta vez que ellos charlaron con él
a este respecto. Por eso ellos no me habían querido contar ni una
palabra sobre esta tradición oral.
No he de obviar que gracias a mi entusiasmo nuestra conversación sé
hizo más aventurada. Conseguí averiguar más: el ingeniero no
podrá encontrar el tesoro porque éste se halla en una cueva del
bosque del monte Tabor, protegido contra intrusos por una losa
extremadamente pesada; en el interior de esa gruta montan guardia
víboras. Aquel que quisiera levantarla podría localizarla el Domingo
de Ramos -Fettes de Ramoux-, mientras el sacerdote oficia misa.
Entonces es Cuándo la losa se deja levantar y duermen las serpientes.
Mas ¡ay de aquel que no abandone la gruta antes de que el sacerdote
cante Misa est! Al finalizar la misa se vuelve a cerrar de inmediato la
cueva del tesoro y se tendría que agonizar atrozmente por las
mordeduras ponzoñosas de las serpientes que han despertado
repentinamente.

Uno de los contertulios sostuvo que su abuelo, mientras cuidaba


ovejas en medio del bosque, había localizado una losa como la des-
crita, con una argolla de hierro, pero le fue totalmente imposible
alzarla, por lo que se vio necesitado de ir rápidamente al pueblo a
pedir ayuda. Al regresar al bosque no pudo hallar nunca más el
sitio preciso. ¡Enigmática tierra ésta!

Ha llegado el invierno y ha nevado casi ininterrumpidamente


ocho días. Al ausentarme de mi terruño, allá en el norte, ni siquiera
en sueños me hubiese podido imaginar que alguna vez a punta de pala
tendría que abrirme camino a través de la nieve para ir a tomar mis
comidas en una pequeña fonda. No serán las casas de campo del sur
de Francia las que me hagan relegar al olvido que estoy en el extremo
sur de Francia, que a pocas horas de camino se está en España, país
que erróneamente imaginamos sólo como un huerto repleto de limo-
nes y naranjas. En un lugar de éstos están los macizos imponentes, no
muy diferentes de los de los Alpes bávaros, olmos cubiertos de nieve
y bosques de abetos prácticamente sepultados en la nieve. Así de
norteño es el aspecto del sur, tal como ahora lo experimento.
Solamente el cielo es de un azulino, y el sol de una luminosidad,
antes totalmente desconocidos para mí. La noche es de crudo frío y
las estrellas están tan cerca que uno se figura que se podrían coger
con las manos. Echo un leño tras otro en la chimenea y les impreco,
porque en las cercanías del fuego hay calor abrasador y, a pocos
pasos de distancia, se enfría uno hasta helarse. Al sentarse frente a la
chimenea se le pone a uno la piel de gallina, a la vez que comienza a
sudar. Prefiero permanecer en la cocina de la fonda. Aquí hay un
fogón que irradia calor parejo. Los parroquianos tuvieron la misma
sensación que yo. La cocina ha pasado a convertirse en el salón de la
fonda.

Escalar la montaña es imposible. Lo intenté en estos días, pero el


manto de nieve está muy alto. Cuándo pude abrirme paso, el declive
escarpado debajo del castillo era un muro de hielo inescalable y orien-
tado en contra del viento tormentoso que ruge alrededor de la mon-
taña; a duras penas pude regresar. Tuve que optar por unos libros
que había mandado pedir a Alemania: el Parzival, del gran
Minnedichter alemán Wolfram von Eschenbach; el poema de la
"Guerra de Wartburg", trabajos franceses y alemanes sobre la saga
del Grial y del Minnesang, la canción trovadoresca alemana.

La poesía de Wolfram me proporcionó una alegría incompara-


ble. ¿Qué buscador de la justicia no es un buscador como Parzival?
¿Qué madre que tenga que interceder por la vida de su hijo no es
una Herzeloyde? ¿Qué hombre recto no tiende a la luz y a la clari-
dad, a un país del Grial?

No tan profundamente me conmovió la canción de la "Guerra


de Wartburg", escrita por una mano desconocida. Le falta
armonía globalizadora, lo transtemporal y lo universalmente válido
que tiene la obra de Wolfram. Francamente estremecedores son los
unívocos pasajes donde se pone en evidencia todo el dolor de un
religioso en lo más grave de un tiempo revuelto, el siglo XIII de la era
cristiana. El clamor "¡Fuera de Roma!" ha encontrado aquí un
carácter que, aunque ligado temporalmente, busca en la literatura
alemana su semejante.

El motivo de la añoranza de Parzival es el Grial, una Piedra de


Luz frente a la cual el esplendor terrenal es nada; para Parzival, la
realización del deseo terrenal debe ser el Paraíso. Quien mire direc-
tamente el Grial no necesita morir. Heracles, Alejandro el Grande
y otras figuras heroicas de la Antigüedad griega deben de haber
tenido conocimiento de él. Al fin y al cabo, un "pagano y
astrólogo" lo vio desde la luz astral y desde la órbita y lo predicó a
los hombres. Cómo llegó el Grial desde el firmamento hasta la
tierra, Wolfram lo silencia. La piedra quedó por fin en la tierra,
dejada por un coro "que volvió a las estrellas, porque su Pureza los
impulsaba a retornar al hogar". En un castillo de nombre
Muntsalvatsche, desde entonces será custodiado por templarios en
permanente estado de guardia y por un rey, esperando a su
Doncella del Santo Grial y a su Guía, la única que podrá portarlo.
Un joven héroe parte a la búsqueda del Grial: Parzival. Abandonó
a su madre, Herzeloyde, para consagrarse a la caballería. Al llegar a
ser caballero de la Mesa Redonda del rey Arturo, anheló con todo
su corazón la máxima bienaventuranza terrenal. La encuentra en el
castillo de Muntsalvatsche, en el Grial, y pasa a convertirse en Rey
del Santo Grial. Su hijo Lohengrin, Cuándo adulto, será Heraldo
del Santo Grial. En una barca sirgada por un cisne va él hacia los
hombres, para defenderlos de la injusticia.

El editor de mi versión de Parzival opina que el castillo del Grial


debe estar en los Pirineos. Indicaciones geográficas como Aragón y
Cataluña le habrían inclinado a sustentar su punto de vista. Los lu-
gareños del Pirineo no están equivocados Cuándo a sus ruinas
del Montségur también las conocen como el Castillo de Saint-
Graal. La nieve entre la que el buscador del Grial, Parzival, dejó
trotar su corcel hasta llegar por fin al Castillo de la
Bienaventuranza bien pudo haber sido la nieve del Pirineo. El
nombre de Muntsalvatsche -que únicamente Wolfram le dio al
Castillo del Grial- significa, como muchos suponen, Monte Salvaje.
Si se toma por base la palabra francesa sauvage, ésta proviene del
latín silváticas (de silva, bosque). En lo que a bosque respecta, no
hay ninguna carencia -pero sólo en el distrito de Montségur-. En
el dialecto de aquí, Monte Salvaje corresponde a Moun
Salvatgé, esto merecía no omitirse. Contradiciendo a Wolfram, su
fuente de información, Richard Wagner, el compositor del
"Lohengrin" y del "Parzival", llama al castillo del Grial
Montsalvat, que significa Monte de Salvación. Montsalvat y
Muntsalvatsche pueden ser considerados como iguales, y sin
forzar los términos como un Moun Segur, Monte Seguro o
Montaña del Reposo, ya que el castillo de Montségur, en cuyas
cercanías vivo, también desde este punto de vista perfectamente
podría ser el tan buscado Castillo del Grial.

Sólo en Wolfram von Eschenbach hallamos, como he dicho, la de-


nominación de Muntsalvatsche. Los demás poetas del Grial del
medievo temprano, que fueron muchos, eligieron las denominaciones
más diversas. En una antigua novela en prosa francesa, el objetivo
que mueve al caballero del Grial es el Edén paradisíaco, Chastiax de
Joie, Castillo de la Alegría, o Chastiax des Ames, Castillo de las
Almas. En otro poema, el objetivo final es el propio Olimpo. Quien
halle el Grial, por consiguiente, se ha convertido en olímpico, como
lo han sido los dioses y héroes de Grecia. A la montaña y al castillo del
Grial, en todos los poemas del medievo temprano se les ha visto como
la Tierra de la Luz y como Lugar de la Transfiguración. Puede ser que
el Pic du Saint Barthelemy, en cuyo puesto avanzado se asienta el
Castillo de Montségur, por eso haya recibido su apodo de Tabor, que
tal como es sabido es el nombre de la bíblica Montaña de la
Transfiguración.

En mi habitación hasta ahora colgaba un cuadro de colores chillones


representando a Jesucristo en el Monte de los Olivos. Un ángel alado
sobresale de la mitad de una nube ofreciendo al orante un cáliz semejante
a una custodia. Quité el cuadro y lo reemplacé por una hoja de mi mejor
papel de carta, sobre la que, lo más cuidadosa y más bellamente que pude,
escribí algunos versos de Wolfram von Eschenbach. Dicen así:

Desde la Provenza hasta tierra alemana Nos fue


enviada la leyenda auténtica. Lucifer se perdió al
bajar Con su rebaño al infierno, Entonces el
hombre nació. ¡Pensad lo que Lucifer obtuvo
Junto a los camaradas de lucha! Ellos eran
inocentes y puros...

Quisiera creer que fueron las huestes de Satán y no las de Lucifer


las que se apostaron frente al Montségur para obtener el Grial caído
de la corona del portador de la luz, Lucifer, y guardada por los Puros.
Puros eran los cátaros, pero no los frailucos y aventureros que con la
cruz al pecho querían preparar la Provenza a favor de una nueva
estirpe: su propia estirpe.

UNA VEZ MÁS LAVELANET


Hace pocas horas me fui del caserío de Montségur. El carricoche
tirado por mulas que llevará mi equipaje al valle llegó hace un rato.
Mi escritorio está en el jardín delantero del albergue, junto a una
higuera. En las grandes fabricas de tejido aullan las sirenas, es el
cambio del turno de trabajo. Alrededor de la mitad de todos los ha-
bitantes de esta pequeña ciudad, averigüé, son tejedores; y el arte del
tejido se ha generalizado desde tiempos inmemoriales.
También a los cátaros se les llamó tisserands, tejedores...

Volví a ser huésped del octogenario monsieur Rives, como lo llamo.


Gracias a él logré datos importantes: Minnesang y Herejía habían
sido congéneres antes de la época de la cruzada contra los albigenses.
A favor hablaría el que la cataridad pidió ser una Gleyiza d'amours,
una Iglesia del Amor, y que el ritual de escuchar atentamente a un
trovador por parte de su dama se llamaba consolament, consuelo,
como es bien sabido, también se denominaba así al acto de consa-
gración que permite a un credens herético convertirse en un
perfectus. De aquí provino el cantante y enamorante chevalier errant,
el caballero errante, y pasó a convertirse probablemente en chevalier
parfait, caballero perfecto; de un pregaire, rogador o buscador, lle-
gó a ser un trovador, un hallador o encontrador. La categoría de
chevalier errant habría correspondido al de un credens herético, y
la categoría del chevalier parfait, a la de un perfectus herético. Las
denominaciones latinas primero fueron introducidas por los
inquisidores escribientes en latín. En lo que atañe a la Table Ronde,
la Mesa Redonda, de la que los poemas medievales tantos prodigios
supieron cantar, será el símbolo de la comunidad de los perfecti y el
objetivo de los anhelos de los chevaliers errants, ya que tiene la
forma "perfecta" de un círculo. La redondez de la tabla de Arturo
y la redondez del Grial deben considerarse como el mundo poético
del amor glorificado de los cátaros.

A mi pregunta de si él conocía la leyenda del Castillo del Grial,


Montségur; y de si él la tenía por seria, me dio un franco sí por
respuesta. En las escuelas y universidades se enseña -prosiguió
monsieur Rives- que los trovadores fueron unos zánganos
sentimentaloides y efusivos que dejaban las preocupaciones cotidianas
a mecenas y protectores, y que no conocían otra ocupación más que
empeñarse, por medio de canciones y cortesía, en obtener los favores de
una dama, con frecuencia una mujer casada. Esto hay que atribuírselo
a un falseamiento de los hechos verdaderos llevado a cabo
conscientemente por Roma después de la cruzada contra los
albigenses.

Quien lea sin prejuicios las canciones del Minnesang provenzal


pronto constatara que los trovadores nunca nombran a sus damas por sus
nombres, sino que le cantan alabanzas de "rubia dama", de "dama de
la bella faz" o de "luz del mundo". Estas damas no serían otras
que la simbolización de su Iglesia del Amor [Minnekircher], y
todos los trovadores que, a manera de ejemplo, elogiaban a su rubia
"dama de Toulouse" o a su "señora de Carcassonne" no se referían a
otra cosa que no fuera la Comunidad Cátara Secreta de Toulouse o
Carcassonne. Como último fin, los inquisidores de Roma introdujeron
por fuerza la adoración a María y la práctica del rosario, no pocas
veces bajo amenaza de hoguera; y si los trovadores le dedicaron
versos a María, iban dirigidos secretamente a su Iglesia del Amor.
Esto se desprende inequívocamente de las actas de la Inquisición.
La Domina, señora de los trovadores, según su punto de vista, era
una diosa, no un ser humano, Cuándo ellos alaban en ella a la sabi-
duría divina. Así fue también en sus comienzos con los Fedeli
d'amore, los Fieles al Amor [Minnegetreuen] de la alta Italia,
trova influida directamente desde la Provenza que ensalzaba
con ardor a una Madonna Intelligenzia, señora Sabiduría.

Si una Domina o Madonna fuera "casada", entonces, Cuándo


analizo la biografía de los trovadores compruebo que al esposo caba-
lleresco siempre se le menciona con su nombre completo y nunca
omitiendo datos de su lugar de residencia o zona de dominio. Este
"esposo", como se puede comprobar, en antiguas fuentes debía de
ser considerado como el protector noble de la comunidad cátara
dentro de su zona de soberanía. Es por esta razón que la Dama
Adelaida, cuya triste historia él me narró en su última visita, fue
protegida por el caballero Pena. El caballero Pena, cuyo nombre
completo ahora no viene al caso, habría impulsado y protegido el
catarismo con todas sus fuerzas en la comarca albigense bajo su
dependencia. El "adorador" de Adelaida, el trovador Raimundo,
habría sido "amado" [geminnt] por parte de ella, con conocimien-
to y por voluntad del caballero Pena. Lo que significa que ella le
confirió a él en Pena el Consolament: de rodillas él tuvo que pro-
meterle a ella fidelidad hasta la muerte, y ella le dio a él como
símbolo de Minne un anillo o una veste...

¿Cómo puede ser que la palabra alemana Minne no exista ni


en el catarismo ni en el Minnesang provenzal?, pregunté.

Me contestaron que estaba equivocado. La ceremonia de con-


sagración del Consolament en la lengua de los albigenses
también se llama Manisola, o Fiesta de la Mani Consoladora; la
Mani correspondería a la alemana Minne y la palabra gótica
del mismo origen munni corresponde a lo que nosotros
llamamos Gedenken [conmemorar]. ¡Nunca la palabra Minne
significó amor sin más ni más! Quiere decir una "memoria en
amor". En sánscrito, el lenguaje culto de la India antigua, tiene el
mismo significado, pero también designa a una piedra legendaria
que según dicen esclarece el mundo y destierra la Noche del Error.
Quizá ya me era conocido que muchos investigadores imaginan
esta piedra, en la mayoría de los casos, como el vivo retrato de la
mesa de piedra oferente de comida y bebida, Cuándo no ven en
ella el Ideal del Grial. Por último pregunté a mi anfitrión si
desde su punto de vista el Minnesang provenzal sería un bien
espiritual germánico. Mi pregunta fue asentida: Manisola y
Consolament habrían sido representaciones de la bebida del amor,
el Minnetrinken germánico, y ya que se celebraban en el primaveral
mayo, se originaron en la tradición de las danzas del mes de mayo
germánicas. Desde el tiempo de los visigodos se ha mantenido la
tradición en el "país de Gotia".

Antes de despedirme de monsieur Rives, éste me nombró libros


con los que podría comprobar y ampliar los datos que me había
dado. También agregó, apretando cordialmente mi mano: "No
olvide usted que los trovadores cultivaron y practicaron una
Gaja Scienza, una Ciencia de la Alegría".

Me zumbaba la cabeza. Si todo lo aprendido aquí era la pura


verdad, tendría que desprenderme de todo lo que sabía y creía.
Tendría que aprender todo de nuevo, como se suele decir.
Pues que así sea.

La palabra alemana Minne no significa amor, sino recuerdo y


memoria. Entonces, teniendo en cuenta que yo pienso, poetizo e
interpreto a causa de mis ancestros, resulta que yo mismo soy un
poeta trovador [Minnedichter]. Yo busco. Quisiera ser trovador:
encontrador. Mi "ciencia", aunque parezca en ocasiones dura o ca-
prichosa, es alegre, y debe alegrar a todos los hombres de mi especie.
Empero, no debo ni hacérmelo fácil, ni hacérselo fácil a aquellos
que leerán este libro, en Cuánto éste me parezca bueno...

CASTILLO P. EN LA TOLOSANIA
Soy huésped en la ciudadela de la condesa P, una dama de edad
avanzada. Nadie mejor que ella conoce historias, tesoros, tradiciones
y leyendas orales, así como sobre usos y costumbres típicos de su
patria. Su biblioteca personal es de una no corriente
homogeneidad y muy completa. La condesa me visitó con
frecuencia en el Montségur. Ahora le devuelvo la visita.

Hoy hemos pasado la hora de la merienda en la costa mediterrá-


nea, al anochecer hemos emprendido el regreso con toda
comodidad. Vinimos por los montes D'Alaric, melancólicos y
desolados, que llevan su nombre por el rey godo Alarico. A la orilla
del camino, a la sombra de un árbol se hallaba un carro, y frente a él
un hombre delgado de cabellos blancos. A su lado una joven rubia
estaba sentada sobre una piedra. El viejo nos miró con sus
penetrantes ojos daros. "Es un cagot -me explicó mi acompañante-,
un cagot de vida nómada. Los hay también sedentarios allá arriba
en los Pirineos. Cuándo se pregunta sobre ellos a vecinos y
aldeanos, por respuesta dicen que es gente maldita. Presumiblemente
la palabra cagot está compuesta de Cathares y Gots, o sea, cátaro y
godo. Ahora mismo ve usted un descendiente de los últimos
albigenses."

Al anochecer nos sentamos frente a la chimenea. La condesa tejía.


Yo leía en voz alta un libro que fue encontrado en la cercana
Montagne Noir, Montaña Negra, en las tumbas de la época de los
albigenses. Una de ellas, fosa común. Doce esqueletos formaban una
especie de rueda: las calaveras juntas conformaban el cubo y los
cuerpos constituían los rayos. Eso se debe entender como culto al
Sol, opinó seguramente con razón el autor del libro. Entonces man-
tuvimos un coloquio. Desde hacía mucho tiempo mi anfitriona te-
nía conocimiento de la leyenda de Montségur como Castillo del
Gríal. Si el Grial hubiera sido realmente guardado en este castillo,
de lo que estaba convencida, sus mayores habrían sido caballeros
del Gríal y habrían dejado su vida en los combates por el Gríal;
muchos de ellos cayeron entonces defendiendo Montségur, algu-
nos habrían sido quemados. Finalmente dijo: "La gran
Esclarmonde es de mi sangre. Me siento orgullosa de ello. A menu-
do suelo verla en espíritu sobre la plataforma reclinada en el torreón y
en la paz de Montségur, leyendo los astros. Los herejes amaban el
firmamento, creían firmemente que después de la muerte tendrían
que ir acercándose a la divinidad de estrella en estrella, cumpliendo
las etapas de deificación. Por la mañana rezaban hacia el sol del
levante; al ocaso dirigían su mirada, devotamente, hacia el sol del
poniente. Por la noche se dirigían a la argéntea luna o al norte,
porque el Norte les era sagrado. En cambio consideraban al sur
como una morada de Satán. Satán no es Lucifer, pues Lucifer sig-
nifica portador de luz. Los cátaros tenían otro nombre para él:
Luzbel. No era el Maligno. Con el negativo los judíos y los papistas
lo degradaban. En lo referente al Grial, como es la opinión de
tantos, debe de haber sido una piedra caída de la corona de Luci-
fer. Así la Iglesia, al pretenderlo para sí, hacía de algo luciferino
algo cristiano. Si la montaña de Montségur es la Montaña del
Grial, entonces ha sido Esclarmonde la Señora del Grial. Des-
pués de su muerte, de la destrucción de Montségur y del exter-
minio de los cátaros, quedaron abandonados el Castillo del Grial
y el propio Grial. La Iglesia, conscientemente, con la cruzada
contra los albigenses llevó a la práctica una guerra de la Cruz
contra el Grial, y no dejó escapar la oportunidad de volver a apro-
piarse de un símbolo de creencia no eclesiástico para poder ponerlo
al servicio de sus fines. No satisfecha con esto, declaró al Grial como
el cáliz en el que Jesús les ofreció la cena a sus discípulos, el mismo
que recogería su Sangre en el Gólgota. Incluso concedió al conven-
to benedictino de Montserrat, que está al sur de los Pirineos, ser el
templo del Grial.

Los cátaros, llamados a menudo luciferinos por los inquisidores,


habían custodiado la luciferina piedra del Grial, al norte de los
Pirineos. Más tarde, la Iglesia afirmó que al sur de la misma
montaña, el Grial ya estaba en poder de sus monjes católicos,
haciéndolo pasar por una reliquia de Jesús, el Triunfador sobre el
Príncipe de las Tinieblas. Ambos guardamos silencio. Luego, la
señora continuó su relato: "No necesito recordarle que san Ignacio
de Loyola fue el fundador de la Compañía de Jesús. ¿Sabe usted
que en Montserrat, cerca de Barcelona, Ignacio ideó los Ejercicios
espirituales, la organización de la orden de los jesuitas y, si no me
equivoco, la adoración del sangrante corazón de Jesús? Usted de-
bería preocuparse en seguir estas referencias".

Mi anfitriona me obsequió algunos libros. Gran alegría me causó


en especial un libro alemán publicado hace setenta años. Lleva el títu-
lo de Cesarius von Heisterbach. El autor lo designa como un aporte
a la historia de la cultura de los siglos XII y XIII. Quizás en mi
próximo libro anteponga una frase del Evangelio de san Juan que
hallé en él: "¡Une los fragmentos para que nada perezca!". Mis
antepasados remotos fueron paganos, y los recientes, herejes. Para
exculparlos voy recogiendo los trozos que Roma desdeñó como
sobras.
CARCASSONNE

Treinta y cinco años antes de la caída de Montségur, el 15 de


agosto de 1209, Día de la Asunción de María, esta ciudad fue toma-
da por los peregrinos de la cruzada contra los albigenses. Gracias
a la ayuda de María, como informa el cronista.

Un largo sitio le había precedido y se habían desarrollado


aterradoras escenas, ya que la ciudad estaba bajo el estigma de
la más temible de las muertes: frente a las puertas se apostaban los
"soldados de Cristo" listos a encender las hogueras, y dentro de
las murallas asolaba la peste, causada por la aglomeración de
hombres y bestias, por carencia de agua, por hambre y por nubes
de mosquitos.

Dos días antes de la caída llegó frente a la puerta este un emisario


de Roma como parlamentario, e invitó al vizconde Raimon-Roger
Trencavel, señor de Carcassonne, a negociar en el campamento cru-
zado. El parlamentario juró por Dios Todopoderoso que el
salvoconducto estaba asegurado y que cumpliría su juramento.
Luego de una breve conversación con sus barones y cónsules, el
vizconde Trencavel decidió corresponder a la invitación propuesta.
Abrigó la esperanza de poder salvar la ciudad. Acompañado de cien
caballeros se presentó en la tienda de campaña del jefe de las fuerzas
armadas enemigas, el archiabad de Citeaux. Allí fue cogido por
sorpresa y encarcelado con sus acompañantes. E1 archiabad sólo
permitió que se salvaran unos pocos caballeros para que
informaran en la ciudad la captura de su príncipe. El archiabad
esperaba para el día siguiente la entrega de Carcassonne. Sin
embargo, los puentes levadizos se mantuvieron alzados, y las
puertas de la ciudad permanecieron cerradas. Los cruzados,
sospechando una estratagema, se fueron acercando con todo
recelo a las murallas. Espiaban. Ni un ruido. La puerta este fue
echada abajo. La ciudad estaba vacía. Las pisadas de los invasores
parecían las de almas en pena por despobladas callejas. ¿Qué
había ocurrido? Los sitiados se habían salvado gracias a un paso
subterráneo que daba a las montañas. Sólo medio millar de
ancianos, mujeres y niños, a quienes la huida les hubiese resultado
demasiado penosa, fueron hallados en los sótanos. Cien de ellos,
que por miedo a la muerte se confesaron católicos, fueron
totalmente desnudados y se les dejó en libertad "vestidos
solamente con sus pecados". Los demás fueron sentenciados a
morir en las llamas por no abjurar de la herejía. Mientras los
cruzados celebraban una misa de acción de gracias en la iglesia
de Saint Nazaire, gemían de dolor los herejes quemándose. Se
mezclaba el incienso con el denso humo de las hogueras. Al ir
extinguiéndose los estertores agonizantes de los sacrificados, el
archiabad de Citeaux celebró la "misa del Espíritu Santo" y predicó
sobre el nacimiento de Jesucristo. Una vez terminado el oficio
divino fue elegido el caballero proveniente del norte de Francia,
Simón de Montfort, bajo la manifiesta autoridad del Espíritu
Santo, "como Señor terrenal del país conquistado", por la gloria de
Dios, para honra de la Iglesia y por el fin de la herejía. Simón de
Montfort hizo envenenar al vizconde Trencavel. Así fue
victoriosa la Cruz en Carcassonne. Fue plantada en lo alto de la
torre como símbolo de triunfo...

¡Bella y solemne Carcassonne! En ningún lugar de Occidente hay


otra como tú. Ceñidas como otrora se alzan las macizas murallas de
sus torres y barbacanas. Y ellas hablan...

Hoy estuve en la Tour de l'Inquisition, la Torre de la Inquisición.


En ella se llevó a cabo el fin del drama albigense. Aquí los
inquisidores hicieron emparedar a los defensores del castillo de
Montségur que no fueron quemados en la hoguera. Cuatrocientos.
Entre los emparedados también se encontraba un caballero que
una vez frente a la cruz había proclamado a viva voz que nunca
querría ser salvado por este símbolo. ¿Qué símbolo de salvación
hubiera preferido? ¿El Grial?

También estuve en las Tours des Visigots, las Torres de los


Visigodos, y en la Tour du Tresor, la. Torre del Tesoro, también pro-
veniente de la época visigoda. Podría ser que su interior cobijara
alguna vez el Grial, ya que perteneció al famoso tesoro godo, tal
como lo narran los viejos romances, pero esto tiene otra curiosa
explicación: los romanos lo robaron. Permaneció en su poder hasta
que el rey Alarico logró llevarlo a Carcassonne. El rey ostrogodo
Teodorico, o sea, Dietrich von Bem, aproximadamente un siglo
después lo hizo llevar a Ravena, Una parte del tesoro quedó, sí, en
Carcassonne.

¡Misterioso Grial!

Ahora es noche.

Una atmósfera sofocante pesa sobre la ciudad y los campos.


Sobre los Pirineos cruzan los rayos el espacio. Se logran percibir
leves truenos. La tormenta parece aproximarse. Una tras otra, las
estrellas irán desapareciendo por entre las nubes.

El cálido viento del sur me agota. Quiero trabajar y me faltan las


fuerzas. Mis viajes y búsquedas se me ocurren de súbito inútiles.
Me reprendo a mí mismo, en secreto, como un iluso disparatado.

En tres horas continúo mi viaje. Voy a Saint-Germain, en las


inmediaciones de París. Tengo que anotar algo de lo que ahora he
aprendido, para no olvidarlo.

Primero: Wolfram von Eschenbach da a los nombres del Busca-


dor del Grial y Rey del Grial Parzival el significado de "corte por el
medio": Percavel, "bien cortado". La antigua palabra provenzal
Trencavel indica lo mismo. Wolfram von Eschenbach alabó al
vizconde de Carcassonne Raimund-Roger Trencavel ¡como
Parzival!

Segundo: la madre de Trencavel se llamaba Adelaida. Fue el


prototipo de la Herzeloyde de Wolfram. Por lo tanto Adelaida, antes
de que el padre de Raimund-Roger acátara la unión matrimonial,
fue cortejada por el rey de Aragón Alfonso el Casto, fallecido novio
de Herzeloyde. Este rey debe de haber servido de prototipo a
Wolfram para su rey Kastsis.

Tercero: Adelaida y su hijo se consagraron a la herejía. Rechaza-


ron la cruz como Símbolo de Salud. El Grial era, según mis nuevos
conocimientos, el símbolo de la creencia herética. Tal como tantas
veces Wolfram von Eschenbach lo proclama, fue depositado en la
tierra por los Puros. Con éstos daba por entendido que aludía a los
cátaros, ya que cátaro significa puro.

Cuarto: Wolfram von Eschenbach trata al Rey del Grial,


Anfortas, a cuyas penurias puso fin Parzival, como un
"guotman" y "guotenman", un hombre bueno, bondadoso. Los
cátaros eran honrados por sus seguidores y protectores como
Bonshonmes, hombres buenos...

Quinto: Wolfram von Eschenbach aseveró que la verdadera saga del


Grial llegó a Alemania procedente de la Provenza, al sur de Francia.
El bardo latino Kyot de Provenza le transmitió la leyenda. A fines del
siglo XII estuvo alojado en la corte de Carcassonne un trovador
llamado Guiot de Provins. Este poeta errante era el Kyot de
Wolfram y cantó alabanzas, como por aquellos tiempos era
corriente, a la casa Trencavel agradeciendo a sus anfitriones, a
Adelaida y a su hijo Raimund-Roger Trencavel como Herzeloyde
y Parzival, y Wolfram tomó a Guiot como modelo para su Kyot.

Sexto: Adelaida de Carcassonne y su hijo Trencavel eran parientes


cercanos de la condesa Esclarmonde de Foix. Esta, como señora del
castillo Montségur, era la Señora del Castillo del Grial
Muntsalvatsche.
En el Parzival de Wolfram la volvemos a encontrar como Repance
de Schoye, la única que puede portar el Grial, y es prima de Parzival.

Séptimo: Wolfram von Eschenbach y el trovador Guiot de Provins


se conocerían en Maguncia, ya que ambos coincidieron allí por la
misma fecha asistiendo a una fiesta ofrecida en honor de los caba-
lleros por Federico Barbarroja. Con esto no se quiere decir que las
figuras de Parzival y Herzeloyde sean creaciones del poeta Kyot-
Guiot, ya que entonces las narraciones legendarias sobre el Grial y
sobre Parzival estaban ampliamente divulgadas y eran profundamente
deseadas. Se puede deducir, además, que son de una antigüedad de
mucho más de setecientos años. Lo que quiero decir es solamente
que Kyot-Guiot cantó alabanzas a sus anfitriones como si éstos fue-
ran una Herzeloyde y un Parzival.

Octavo: aunque Roma haya destruido los escritos de los cátaros,


nosotros poseemos, de todas maneras, el Parzival, de Wolfram,
un poema sin lugar a dudas dictado por la cataridad.

SAINT-GERMAIN EN LAYE
Desde hace varias semanas trabajo en la Biblioteca Nacional de
París. Aquí se conservan los registros de la Inquisición, que pueden ofre-
cer una explicación clara sobre el trágico fin de Montségur. Ahora
sé que en aquella noche del Domingo de Ramos en que Montségur
fue traicionada, cuatro sacerdotes heréticos envueltos en paños de
lana se descolgaron desde la cima del castillo para salvar su
"Tesoro de la Iglesia". El propósito se cumplió totalmente.
Pudieron entregar el preciado bien al caballero herético Pons
Arnold, señor del castillo Verdun en el Sabarthés.

Sabarthés se llama el barranco del río Ariege, al poniente del


monte Tabor. Desde Montségur sale hacia allá un sendero para ga-
nado mular, la Route des Cathares, la Ruta de los Cátaros. Si el
misterioso tesoro de los cátaros del cual informa la saga y al que
sólo hay que alzarlo a la superficie Cuándo los demás hombres
estén en la iglesia, y este Tesoro de la Iglesia, que quizás haya sido
el Grial, son la misma cosa, entonces habrá que buscarlo en el
Sabarthés.
Pronto vendrá la primavera y volveré a ir al país de los
albigenses. Esta vez también me internaré en el Sabarthés.

Gracias a mis estudios en la Nationale, como los franceses llaman


a su biblioteca pública, aprendí, entre una gran diversidad de no-
vedades y singularidades, que los cátaros y los trovadores deben de
haber constituido una Comunidad del Amor [Minne] única: el
monje cisterciense alemán Cesarius von Heisterbach, su
contemporáneo, dijo que los cátaros no serían herejes si hubieran
reconocido a Moisés y a los profetas; y este error de los albigenses
predominó en tan gran medida que dentro de un corto espacio de
tiempo habría contaminado miles de ciudades; toda Europa hubiera
sido emponzoñada si la espada de los creyentes no los hubiese
aniquilado.

Por lo tanto, la lucha de la ortodoxia autoproclamada cristian-


dad contra el catarismo ha sido, en realidad, la violenta generali-
zación de la religiosidad y la intolerancia según el Antiguo
Testamento, y más aún:
Hace veinte años la católica Universidad de Lovaina publicó la
tesis doctoral de Edmond Broeckx, licenciado en Teología y catedrá-
tico en el pequeño Seminario de Hoogstraten, dedicada al
cardenal Mercier y que lleva por título Le Catharisme (El
catarismo). En ella escribe que el ascetismo monacal habría sido
practicado por una ínfima cantidad de herejes y que estos ascetas
eran la excepción. (¡De excepciones no necesito preocuparme
demasiado!) No raras veces los herejes, se dice en la tesis doctoral,
ejercieron el oficio de carniceros, como lo prueba el ejemplo de un
hombre, Salsigne. Éste no necesitó renunciar a su profesión. En lo
que atañe al matar en general, esto tiene un ejemplo perfecto:
Wilhelm Belibaste, que no solamente permitió a los creyentes
heréticos matar animales, sino también a católicos Cuándo éstos
salieran a la caza de herejes... Todavía más importante es otro
"descubrimiento" que hice en este libro y que cabe en una sola
fiase: "La secte possédait des éscrits et des chants nationaux". En caste-
llano: "La secta poseía escritos y canciones nacionales".
Estos escritos y canciones fueron destruidos, tal como fueron ex-
terminados aquellos que, en tiempos ahora remotos, los custodiaron.
Aquel cuadro donde santo Domingo quema libros heréticos dice
bastante. Cuelga en El Prado de Madrid...

La leyenda del Grial llegada de "la Provenza a tierra alemana"


y "cantada en lengua alemana" por el trovador Wolfram von
Eschenbach, en la Franconia, ha sido una de estas canciones
nacionales.

Mientras Wolfram ponía por escrito su Parzival, quemaban en la


Provenza a los peregríni (peregrinos de la cruzada contra los albigenses)
innumerabiles cum ingenti gaudio (innumerables, con ingente alegría).
Esta horrible frase se encuentra en la Hystoría Albigensys (Historia de
los albigenses) del monje Vaux-cernay. Pero también se puede tomar
buena nota de un hecho satisfactorio: que "casi todos los barones del
país protegían y albergaban a los herejes, que eran sinceramente queri-
dos y fueron defendidos contra Dios y la Iglesia".
Wolfram von Eschenbach fue un valiente. Si no lo hubiese sido, no
hubiera admitido que la "verdadera saga" era un bien espiritual
provenzaL

El santo Bernardo de Clairvaux dijo en cierta ocasión que no ha


habido prédicas más cristianas que las de los cátaros, sus costumbres
eran puras y sus acciones concordaban con sus dichos. Sea mencio-
nado, pese a todo, que quiso quemar herejes en las piras.

Habrá que comprobar si los cátaros pronunciaron o no "prédicas cris-


tianas" y si realmente, como aseguraba el dominico francés Guiraud en d
año 1907, los ritos heréticos se correspondían con la liturgia del cristianismo
primitivo, pero para tratar este punto no me siento competente.

Es un hecho que el Cristo de los cátaros es muy diferente del que


conocemos por la Biblia. En los registros de la Inquisición se dice:
“Dicum Christum phantasma fuisse non hominen". Los herejes
albigenses han aseverado, por consiguiente, que Cristo sería una vi-
sión, no un hombre. En otra parte encontré escrito que habrían
aprendido de Cristo que Él estaría "sujeto de las estrellas del cielo".
Los cátaros debieron, según esto, haber sostenido el criterio de que la
cristología no sería otra cosa que un mito astral obtenido por interpre-
tación del curso de las estrellas (criterio semejante al del
recientemente fallecido y duramente combatido alemán Arthur
Drews).

Los herejes amaban a los astros, me confió hace pocos días una
anciana de ancestros cátaros. Declaró una verdad.

También he visitado el museo del castillo local. Hace aproxima-


damente 300 años residió aquí el llamado rey hugonote y rey de
Francia Enrique IV, cuyo origen procedía de la casa condal de Foix.

En un gran salón se conservan los objetos protohistóricos proceden-


tes de los Pirineos. Casi no hay objeto sin cruz gamada, sin los vetustos
símbolos de los soles y de la salud Reflexiono sobre Alemania...

CAHORS
Nuevamente estoy en el sur francés. Cahors es la ciudad que vi
desde el tren en mi primer viaje al país de los albigenses y a la
patria de los trovadores; la vi al cruzar un puente ancho y alto,
que se extendía sobre el río. ¿Será por esta causa, me pregunto,
que a este respecto el papa se califica de Pontifex Maximus, máxi-
mo constructor de puentes?

De esta región es oriundo el trovador y vizconde Raimund,


que vivía inflamado de Minne por su dama Adelaida de Pena,
que volvió a ser Amado [geminnt] Cuándo estuvo perdido duran-
te la guerra contra los albigenses y que, por fin, volvió a encon-
trar en el castillo Montségur a su huidiza dama. Y, sorprendente
encuentro, el monje cisterciense alemán Cesarius von Heisterbach,
al que agradecemos tantas informaciones sobre los albigenses, vino
aquí en peregrinación por el año 1198. Antes que él había em-
prendido esta peregrinación él santo Engelbert Weyland, arzo-
bispo de Colonia y el más notorio perseguidor de herejes. Dos
veces hizo este peregrinaje. Me parece que en el fondo se trataba
de viajes de estudio. En una oportunidad, Cesarius fue testigo de
la quema de un hereje español. Le sacó provecho a esta experien-
cia para la quema de herejes en el cementerio judío de Colonia.
De ello me ocuparé más adelante.

Cesarius era monje cisterciense. Cómo y por qué entró en esa


orden lo sabemos por él mismo: "Fui una vez, con el abad Gevard,
de Heisterbach a Colonia. Sobre el camino me exhortó encareci-
damente a la conversión, y me contó de aquella magnífica
aparición ocurrida en Claivaux durante las cosechas: mientras
los hermanos segaban gavillas en el valle, la Santa Madre de
Dios, su madre Ana y María Magdalena vinieron de la montaña
y en luminosa claridad descendieron al mundo en el valle; a los
monjes se les secó el sudor y tuvieron que abanicarse. Esto me
conmovió tanto que prometí al abad que, si fuera voluntad de
Dios, no ingresaría en convento alguno que no fuese el suyo. Por
ese entonces tenía otra obligación que cumplir, ya que había
prometido realizar una peregrinación a Santa María de
Rocamadour. Una vez que di por finalizado este viaje, tres meses
después, me trasladé, sin hacérselo saber a ningún amigo, al Valle
de San Pedro, hacia Heisterbach". Así es como Cesarius pasó a ser
monje. Entonces fue Cuándo escribió su famoso Dialogus
Miraculorum (Diálogo milagroso) -declarado eclesiásticamente
peligroso por los teólogos e historiadores romanos, porque duda
y ridiculiza el milagro verdadero-, una Vita S. Elisabethae
landgraviae (Vida de Santa Isabel, esposa del landgrave) y -"ad
petitionem magistrí Joannis" (a pedido del maestre Juan), "que
un tortor haereticum" (torcionario de herejes)- el escrito Contra
haeresim de Lucífero (Contra la herejía de Lucifer).

Me he dedicado a estudiar la Biblia y he leído una y otra vez


cada uno de los versículos del libro del profeta Isaías que informa
sobre la condena de Lucifer y sus hijos por Yahvé, el Dios de los
judíos. Entonces fue Cuándo me decidí a darle el título "La corte
de Lucifer" a este libro, para el que viajo, pienso y escribo. Con
él quisiera interpretar bien a aquellos buscadores del derecho y la
justicia que, sin tomar en consideración los doce
mandamientos mosaicos, han encontrado, desde su propia
fuerza, derecho, deber y sentido; a aquellos arbitrarios y
orgullosos que no esperan ayuda del monte Sinai, sino que han
ido, aunque sea inconscientemente, a una "Montaña de la
Asamblea en la más tenebrosa medianoche" para buscar ayuda y
llevar su sangre a los hombres; a aquellos que han puesto el saber
por sobre la creencia y el ser por sobre el parecer; y, no en
último término, a aquellos que han reconocido que Yahvé
jamás podría ser su divinidad, ni Jesús de Nazaret su Salvador.
También en la Casa de Lucifer hay muchas habitaciones.
Muchos caminos y muchos puentes conducen a ella...

Ornolac en la región de Foix


El Sabarthés, donde ahora vivo, es un valle irregular y románti-
co, encerrado entre monumentales y escarpadas calizas y calado
por las aguas torrentosas del Ariége. Viniendo del sector del
Col de Puymorens, un desfiladero muy transitado, en cuyas alturas
se bifurca el camino que viene a Toulouse para conducir a
Cataluña y a Andorra, va saltando este río de aguas cristalinas
valle abajo sobre rocas quebradas, formando en varios puntos
estupendas cascadas. Así llega a Ax-les-Thermes. Este balneario
termal es antiquísimo. Ya los romanos se restablecían de sus
dolencias en sus aguas sulfurosas. En el medievo, los cruzados
que volvían de Palestina curaron aquí sus cuerpos enflaquecidos
y leprosos por las fatigas; claro que, además de contar con la
salvación eterna asegurada por la Iglesia, contaban con una vida
lo más larga posible y plena de vitalidad en la vida terrenal.

Por debajo de Ax-les-Thermes, cambiando de rumbo hacia el


noroeste, bate el Ariége, impetuoso y espumante, a través de una
garganta oscura que separa las descargas de sus aguas del Pic du
Saint-Barthelemy y del Pie du Montacalm. Los pueblos de
Verdun, Bouan, Ornolac, el balneario Ussat, de la pequeña y
pintoresca ciudad de Tarascón (no confundir con la conocida
Tarascón de Rhóne) están situados aquí, y Sabart, que en otra
época fue uno de los lugares de peregrinación más renombrados,
sólo perdió su fama en el último siglo, por el florecimiento de
Lourdes. Sabart le otorgó su nombre al Sabarthés. Luego el
Ariége se da prisa orientándose al norte, a las ciudades de Foix,
Pamiers y Toulouse, para juntarse con el Garona y afluir a
Vizcaya.

Voy en sentido contrario por el mismo camino sobre el cual fue


salvado el misterioso 'Tesoro de la Iglesia" en la noche del
Domingo de Ramos del año 1244, desde el amenazado castillo de
Montségur; por cuatro valientes cátaros.

La Route des Cathares, que aún hoy se llama así, comienza en


el pueblo de Ornolac, donde vivo, y va subiendo dando rodeos ha-
cia el Plateau de Lujat, una especie de meseta situada encima del
monte Lujat. Éste, una avanzada del Pic du Saint-Barthelemy, se
despeña en forma vertical hacia el Sabarthés. Sobre la meseta,
poblada de densos arbustos de espino e incalculables zarzales de
mora, hallé una bóveda empotrada en la montaña. No sabría
precisar a qué fines sirvió, pero puedo imaginarme que fue una
especie de lugar de descanso para los cátaros que se dirigían de
Sabarthés a Montségur. Estaban necesitados de un lugar de este
tipo, debido a que aquí empieza un grandioso mundo de alta
montaña. Rocosidades y más rocosidades se van sucediendo cada vez
más alto hasta cúspides de casi tres mil metros. Digno de
admiración, Cuán esmeradamente y con cuánta seguridad trazaron
los cátaros este camino. Es bastante frecuente que, Cuándo
repentinamente se abre un precipicio y uno cree llegar al fin del
camino, se superan las depresiones con recubrimientos de
sólidos troncos de árboles superpuestos, unidos por tablones. Quien
no sufra mareos y sea perseverante, después de escalar muchas horas
alcanzará la cima del Tabor, como llaman los lugareños de los
Pirineos al Pic du Saint-Barthelemy. Desde lo alto, si las nubes no
lo impiden, se puede admirar en las abismales profundidades la
pirámide del Montségur coronada por el castillo, el objetivo final, y,
allá en la lejanía, la sierra Maladetta. Sobre la cima del Tabor
descansan algunos restos de un templo de Belis o Abellio y de un
observatorio meteorológico. Este observatorio, construido sobre las
ruinas del templo, fue destruido por una tormenta. Sólo subsisten
los cimientos y algunos sillares pulimentados.

Al ir atravesando el llamado Val de l'Incat, Valle del Encanto, cami-


no a Montségur, tuve que dar muerte a una peligrosa víbora que había
pisado inadvertidamente y que ya se había alzado para picarme.

Del gran número de cavernas del Sabarthés, en buena parte se-


guras, prefiero dos: la caverna Lombrives y la caverna de Fontanet,
a la que también llaman fbunt Santo, Fuente Santa. Se internan en
la montaña profundizando agujeros de kilómetros; las decoran mara-
villosas concreciones calcáreas; el mármol y el cristal centellean al
resplandor de la lámpara de carburo, a la que presto atención para
que me dé un buen servicio; en las paredes de las cuevas hay figuras de
la edad de piedra y dibujos, inscripciones y signos indicadores para
orientarse; desde lo más profundo de las profundidades asciende
bramando la espuma del río subterráneo, que debe abrirse dificultosa-
mente camino a través de la montaña. De vez en Cuándo una
quebrada abierta hace detener el pie, que vacila, de todos modos,
para no aplastar huesos humanos: desde aquellos tiempos Cuándo
se elaboraban aparatos y armas de piedra vinieron aquí hombres
a dormir para siempre. La cueva de Lombrives, la más grande
y la más ramificada, alberga en su interior un gigantesco salón
de más de ochenta metros de altura: la catedral. Se trata de la
más grandiosa de las gleysos subterráneas, o sea, iglesias, como
hasta nuestros días se llaman las catedrales en grutas de los
albigenses. La cueva de Fontanet también debe haber visto
celebraciones de cultos cátaros. También ella es una gleyso y
ahí reside el llamado altar, una estalagmita de indescriptible
belleza.

Las claras paredes del salón en las que la naturaleza la emplazó


están ennegrecidas por el humo. Puede que estas huellas de
humo hayan sido originadas sólo por antorchas, ya que
empiezan a la altura de un hombre por encima del suelo. Esto
se puede explicar como sigue: en cavernas, a la luz de las
antorchas, los herejes provenzales celebraron su acto de
consagración más importante, la Consolament. También
Wolfram von Eschenbach cantó alabanzas a una caverna:
antes de que el héroe Parzival se diera a la salvación del Grial, se
detuvo a hacer un examen de conciencia donde el anacoreta
Trevizent, en una caverna próxima a la Fontane la Salvasche.
Por Trevizent es guiado frente a un altar y vestido con un hábito
como si él fuese uno de aquellos cátaros a los que, para su consa-
gración herética, en Fontanet se les cubría con un hábito ante el
altar. La concordancia es bien clara.

De igual manera se puede relacionar la cueva de Lombrives con


las leyendas del Grial. De sus catedrales parte una escalera de piedra
hacia la segunda parte del inquietante laberinto. Al fin se abre un
precipicio de cientos de metros de profundidad, sobre el cual se
halla suspendido un enorme bloque rocoso, desde donde el agua
goteante ha ido creando, por encantamiento, una forma a la que
los lugareños la tienen por la losa sepulcral de Heracles, a quien
Wolfram ensalzó como profeta del Grial. La saga: en tiempos
remotos dominaba en Lombrives, en un palacio subterráneo, el
rey Bebryx, Bebryx tenía una hija, llamada Pyrene. Heracles y la
hija del rey se enamoraron apasionadamente. E1 gigante, que se
encontraba de paso, muy pronto volvió a abandonar el palacio del rey
Bebryx. Se fue perdiendo en lontananza. Más, bajo su corazón,
Pyrene llevaba un hijo. Se puso en camino tras sus huellas por
temor a enfrentarse con la ira paterna y por añoranza del amado.
Los animales salvajes cayeron sobre la desamparada.
Llamó a Heracles clamando por su auxilio, para que la socorriera.
Él oyó su llamado, pero llegó demasiado tarde. Pyrene estaba
muerta. Heracles sollozó lastimeramente. Debido a sus lamentos
retumbaron las montañas y de ellos se hicieron eco todas las rocas y
las grutas. Luego enterró a Pyrene, que jamás será olvidada
porque, para toda la eternidad, los Pirineos ostentan su nombre.

Otras tres rocas de concreción calcárea en un lago medio de la


caverna se llaman Trono de Bebryx, Tumba de Bebryx y Tumba
de Pyrene. El agua fluye incesante sobre ellas, como si la montaña
llorara por la muerta hija del rey. Junto a ellas cuelgan, de la
pared y del techo, las vestimentas petrificadas que fueron sus
preferidas en vida. Pyrene debió de haber sido la propia diosa
Venus.

Cada una de las cuevas del Sabarthés es más bella, grande y enig-
mática que la otra. Si quisiera referir las experiencias que allí tuve,
tendría que llenar muchas cuartillas. No pocas veces corrí peligro
de muerte; pese a todo, siempre logré encontrar el camino para
salir incólume. Casi nunca regresé a casa sin haber encontrado
algún objeto. Quien visite el Sabarthés debe enseñar en Ornolac
los objetos hallados. Aquellos otros "objetos hallados" que aprecio
de todo corazón sólo los puedo exponer para mí mismo
describiéndolos: dibujos e inscripciones.

Varios son de tiempos remotos. Otros proceden de nuestra época.


La más reciente de las inscripciones es una pregunta planteada
por un joven: pregunta a Dios por qué le dejó a él sin mujer y a
sus hijos sin madre. También exige respuesta otra pregunta del
año 1850: "¿Qué es Dios?". Otra enuncia: “Je me cache isi, je
suis l'assassin de Maítre Laborí", me oculto aquí, soy él asesino
del Maítre Labori. Maitre Labori fue el defensor de Emile Zola,
que escribió las renombradas novelas Roma y Lourdes y, si no
me equivoco, fue muerto a disparos por un desconocido, en
Rennes, en 1899. El propio Enrique IV, rey hugonote de Francia,
en 1576 confió su nombre a la pared de la cueva. Cuatro décadas
más tarde era asesinado por la espalda por el católico fanático
Ravaillac. Enrique era descendiente por vía directa de
Esclarmonde de Foix. Su sepultura puede que esté en las cercanías
de aquella formación petrificada bajo la cual reposan su sueño
eterno Heracles y Pyrene.

Los testimonios de la época de los albigenses me han


conmovido profundamente. Hay muchos, pero son difíciles de
hallar. Me costó todo un año poder ver una embarcación que hacía
muchos siglos un cátaro había dibujado con un carbón en la
eterna noche cavernal sobre la pared de mármol. Representa una
barca de los muertos, el sol portador de vida y de todos los
inviernos volviendo a renacer le sirve de velamen. Próximos a este
dibujo desenterré del suelo arenoso huesos humanos. Estaban
carbonizados. Por esto es que me pregunto: ¿quemarían los
cátaros a sus muertos? No pueden ser víctimas quemadas hasta la
muerte por los inquisidores de Roma, porque las cenizas de los
herejes se esparcían a los cuatro vientos.

Descubrí además un árbol, el Árbol de la Vida, también


dibujado con carbón y, en una cueva muy enigmática, la figura
de una paloma esculpida en la piedra, símbolo del Dios-Espíritu y
que debe haber sido el emblema de los Caballeros del Grial.
Con tristeza empaqueto mi hatillo para abandonar para
siempre el Sabarthés. También tengo que dejar un gato que desde
hace tiempo me viene siguiendo los pasos, hasta ser mi
acompañante permanente, incluso en las cavernas. Me fue fiel. Es
un animal que con su actitud desmiente a esos monjes medievales
que hicieron cargar a los herejes con el injurioso mote de que eran
"traidores como los gatos".

Por siempre recordaré el Sabarthés, el Montségur, el Castillo


del Grial y el Grial, que puede haber sido aquel Tesoro de los
Herejes sobre el que leí en los registros de la Inquisición.
Reconozco públicamente que me hubiera gustado hallarlo.
MIREPOIX
No soy experto en la Biblia y tampoco pretendo serio. De todos
modos, mantengo que el Antiguo y Nuevo Testamento hablan de
dos "antidioses" diferentes, pero piensan en uno y el mismo. El
Antiguo Testamento anatematizó la "hermosa estrella matutina";
el Nuevo Testamento, en cambio, revela en el Apocalipsis según
san Juan que un determinado "rey y Ángel del Abismo" tiene "en
griego el nombre de “Apolión". Apolión, Ángel de los Abismos y
Príncipe de este mundo, es el ¡Apolo luminoso! Mi afirmación de
que la Estrella Matutina del Antiguo Testamento y el Apolión del
Nuevo Testamento son uno solo se apoya en el hecho de que en el
espacio griego a la Estrella Matutina Fósforos (esta palabra también
significa portador de luz) se la considera la acompañante
permanente, anunciadora y representante del dios Apolo, máximo
portador de la luz, y que al propio Apolo se le tiene como la bella
"estrella de la montaña", el Sol.

No sin razón elegí la pequeña ciudad pirenaica de Mirepoix para


poner por escrito estas consideraciones. Se encuentra situada frente
a aquellas alturas de la gigantesca pirámide del Montségur dominada
por la sobresaliente Montaña del GriaL Hay dos horas de camino
hasta el caserío que se halla a los pies del castillo. Una vez más he
estado arriba. El ingeniero de Bordeaux continúa su búsqueda del
verdadero Evangelio de san Juan para su sociedad secreta. La razón
primordial de mi estancia aquí es la siguiente: Mirepoix, antes de la
era cristiana, se llamó Belí Cartha, Ciudad Luminosa, ya que Belis y
Abellio fueron, tal como ya se dijo, por estas tierras, nombres del
Apolo luminoso.

De las tierras ricas en tradiciones orales de los hiperbóreos, muy


en el norte, "allende el viento del norte", vino Apolo, hijo del Padre
del Universo, Zeus, una vez al año al sur, para retornar
nuevamente al norte según el curso prescrito. El día del solsticio de
primavera fue celebrado en el país de los griegos como el día de la
festividad suprema. Apolo era el sol con sus leyes del naciente y del
poniente, como también la naturaleza luminosa dominante y
eterna, inmutable.

Sólo en épocas más tardías fue adorado como dios principal el


solar Helios en lugar de Apolo. Al comienzo, Helios sólo había sido
venerado en la isla de Rodas, en el mar de Asia Menor, o ambos
considerados lo mismo. Originalmente, y precisamente por los ca-
zadores dóricos y jónicos, pastores y agricultores llegados a la
Hélade desde el norte, él fue adorado como Portador de la Luz
primaveral después de la larga noche invernal, como Protector de
los sembrados, los campos de pastoreo, los rebaños, las abejas y
todo aquello que más profundamente interesa a los campesinos. Es
por este motivo que los criadores de animales celebran en su honor
fiestas del carnero, y los campesinos, fiestas de cosecha. En sus can-
tos decían de él que había dado muerte victoriosamente al dragón
invernal Pitón e imploraban a la Luz para que no permaneciera
durante mucho tiempo en el Norte con el afortunado pueblo de los
hiperbóreos. Puesto que la primavera y el verano curan las enfer-
medades del invierno, se le tenía por defensor del mal y padre del
médico divino Esculapio.

Éste era una parte consustancial de Apolo. Ambos fueron


llamados Redentor o Salvador. El gallo anunciador de la mañana
luminosa les era sagrado. Por este hecho es que bien dijo
Sócrates, antes de tener que escanciar la mortal cicuta, a sus
discípulos que no debían olvidar sacrificar un gallo a Esculapio.
Confiando en el salvador Apolo y en el redentor Esculapio, Sócrates
esperó reconfortado el nuevo mañana...

Además de los campesinos y pastores, Apolo se hizo familiar a


los caminantes y navegantes, partió con ellos sobre tierras y mares,
montañas e islas, consciente de su propósito. Además del monte
Parnaso del norte de Grecia, donde se encuentra el famoso templo
de Delfos, lo que más debe de haber querido es la isla de Delos,
en el mar Egeo. Allí se celebra su nacimiento el séptimo día de un
mes de primavera. La Tierra ha reído como informan los mitos,
y el varón de los dioses ahora mismo ha dejado oír su voz:
"Quisiera una cítara y un arco curvado. Haré saber a los hombres
el infalible consejo de Zeus!". Entonces él saltó fuera del círculo
de las diosas, que habían asistido a su madre como parteras, y voló
sobre las altas nubes, para hacer saber a los hombres la Ley
Divina, enseñarles canciones y tocar la cítara. Por esta causa
era el dios de aquellos vates para los que poetizar y orar es lo
mismo. Cuándo Apolo vino al mundo, la Tierra debe de haber
reído. ¿Porque sabía que ahora le tocaría en suerte una ciencia
alegre?

Con Delos estaba Delfos, en la comarca de Fócida, recostada


bajo las faldas del monte Parnaso, lugar principal del culto del
dios. Fue en Delfos donde Apolo, un Sigurd-Siegfried heleno,
venció al Dragón del Invierno y a la tétrica Python, y donde los
enterró bajo una piedra. Aquí en Delfos vaticinaba la pitonisa. Se
sentaba sobre un trípode encima de una grieta del suelo de la
que emanaban vapores fríos y aletargadores. De aquí manaba la
fuente de las musas para la plática con Dios, imprescindible
katharsis, purificación. Y aquí comenzaba en primavera la fiesta
del regreso de Apolo desde el país solar de los hiperbóreos, que
queda allende el viento norte...

Donde quiera se adorara a Apolo, no se olvidaba a su


hermana Artemisa, en esta región llamada Belissena,
dedicándole sacrificios y plegarias. Tal como su hermano, ella
gobernaba una estrella: ella es la Ley de la Luna y de su
naturaleza luminosa. La Luna recibe la Luz del Sol y va
igualmente por el zodíaco, sólo que más rápido. Por eso
Artemisa "caza", caminando silenciosa, con sus ninfas, los
animales del campo y del bosque. Más ella no es sólo la
cazadora de animales, sino también la que les conserva su
tierra. Como ofrendadora del rocío, que cae copiosamente por
las noches iluminadas por la Luna, la diosa aumenta, además
de al hermano luminoso, también a las plantas. Las mujeres,
cuya menstruación está sujeta a la regla lunar, permanecen bajo
su especial protección. Si a una mujer no le llega la regla,
entonces viene Artemisa inadvertidamente como Eileithya:
partera para la parturienta, y la asiste al venirle los dolores de
parto. Los romanos la veneraban como Diana, por este
motivo vieron en la Luna su astro de mayor confianza. Como
diosa del alumbramiento es, a la vez, diosa de la fertilidad.
Pero no en el sentido de esas hetairas libidinosas, como
representaba la sensualidad del Cercano Oriente a la
fertilidad. Aguardaba la casta al amado, para que él la
bendijera y la hiciera madre, objetivo máximo de toda hembra.

Los griegos también conocieron "una Artemisa maternal y


terrenal" semejante a la madre Tierra, Geméter o Deméter. De
ella sólo puedo decir algo luego de que haya afirmado, por
principio, lo siguiente: la Grecia temprana no oraba a "dioses"
personales, sino a poderes y fuerzas que imperaban en el otro
mundo, en este mundo y en el mundo abismal. Al Gran Padre, a
la Gran Madre...

Lo que César dice a los germanos en su Guerra de las Galías, que


ellos sólo adoran como dioses a aquellos que gracias a su poder
les apoyaran manifiestamente (Sol, Luna y Fuego), tenemos que
aceptarlo casi literalmente, especialmente para las
representaciones religiosas de la zona norte en general y para
determinados griegos del norte. Estos también creían que el Otro
Mundo estaba regido por el Sol; este mundo, por la Luna, y el
mundo abismal, por el Fuego; cuya trinidad nuevamente
correspondía a los tres "géneros": masculino, femenino y neutro.
Como neutro (o hermafrodita) se consideraba al Fuego.
Femeninas, la Tierra y la Luna. Masculinos, el Sol y el Cielo. Por
esto estas trinidades dependen de múltiples ligazones entre sí; por
esto se buscó revestir a estos fenómenos que ocurren dentro de la
naturaleza con un ropaje evidente y hacerlos concordar entre sí
(un ejemplo: desde el Cielo, donde está el Sol, cae un rayo a la
Tierra y la enciende. Esto es, por lo tanto, como bien se puede
decir, que el Cielo y la Tierra han engendrado el Fuego).

Hablé de la diosa Artemisa en esta región llamada Belissena: ella es


la Luna hembra. Por el Sol masculino, que pertenece al día, ella
nunca podrá ser tocada por la noche, permaneciendo, por lo tanto,
virgen; pero ya que en muchos aspectos ella se parece a él, se la ha
imaginado como su hermana gemela. Hembra divina es también la
hembra Tierra, que debe ser fecundada por el Sol masculino para
poder dar a luz al ser terrenal, y que es en sí el mismo amor en el que
ella espera al esposo solar. La diosa del Amor antes estuvo fijada al
Cielo, así pensaron los griegos, pero llegó a ser un ser especial. A
partir de aquí el hecho se puede explicar sin dificultad ya que,
finalmente, de la hembra-diosa saldrán muchas "diosas": la ma-
dre celestial Hera, la virgen Artemisa, la amante Afrodita y la
madre terrenal Deméter (los antiguos romanos las llamaron Juno,
Diana, Venus y Ceres). El tan difamado politeísmo de los pueblos
paganos pasa a verse totalmente diferente "observado a la luz".
Se le ha entendido equivocadamente, o, como creo, se le ha que-
rido interpretar erróneamente.

En la época del florecimiento del catarismo vivió en Sicilia un


prestigioso eremita de nombre Joaquín Flora. Pasaba por ser el me-
jor comentador del Apocalipsis según san Juan. Como las langostas
de las que habla el capítulo noveno del Apocalipsis, debió de haber
considerado a los cátaros, "que con la fuerza de los escorpiones salen
de las profundidades sin fondo al abismo". Ellos serán, arguyó Joa-
quín, en secreto, el mismísimo Anticristo, su poder aumentará y su
rey ya está elegido. En griego su nombre es ¡Apolión!

Apolo no puede ser otro más que Lucifer, a quien los herejes
provenzales llamaron Luzbel y a quien, como ellos creyeron, no se le
hizo justicia.
Los cátaros interpretaron la "caída" de Lucifer como la "suplan-
tación ilegítima del hijo primogénito, Lucifer, por el Nazareno".
Varios de ellos -que constituían la excepción- creían que, en efecto,
Lucifer hubiera sido por arrogancia y orgullo apartado del camino
por el Dios Padre, al igual que el hijo perdido del Evangelio, y creye-
ron que el Día del Juicio caería de rodillas ante el Todopoderoso
para pedir perdón. Este mito cosmogónico (no podría ser de otra
manera) se basaba en que el mundo sería un lugar apartado de Dios
y un lugar de sufrimientos, que solamente podría ser perfecto
Cuándo el Dios-Espíritu eterno hubiera espiritualizado, divinizado y
redimido al mundo, materia perecedera y sin espíritu. En aquellos
herejes, que como se ha dicho constituían la excepción, ya había
hecho su efecto la influencia debilitadora de la creencia en la
redención cristiana, aunque con vestimentas no romanas. No
necesito ocuparme de excepciones...

La piedra fundamental de la cristiandad eclesiástica es la doctrina


de Dios personal y de Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre. A este
respecto, caen en profundas contradicciones las representaciones de
Dios de los cátaros. Decían: nosotros, herejes, no somos teólogos,
sino filósofos que primero buscamos la sabiduría y la verdad.
Reconocemos que Dios es Luz, Espíritu y Fuerza. Si bien la tierra es
manantial, sin embargo permanece ligada a Dios. Por medio de la
Luz, el Espíritu y la Fuerza, ¿cómo podríamos el mundo y nosotros
vivir, si el Sol no nos diera vida? ¿Cómo podríamos pensar y conocer,
si no estuviera obrando dentro de nosotros nada espiritual? ¿Cómo
podríamos buscar la verdad y la sabiduría, que son tan difíciles de
encontrar, y empeñarnos en seguir buscándolas pese a todos los
obstáculos, si no hubiese fuerza en nosotros? Dios es Luz, Espíritu y
Fuerza. Y obra en nosotros.

Dios es Ley y nos ha dado las leyes, pero, para nosotros, no aque-
llas que Moisés, que tomó a una negra por esposa, dio a conocer
desde la cima del monte Sinaí a los judíos. Nuestro código de Dios
es el Cielo estrellado y la Tierra llena de los más variados seres
vivos. De acuerdo con su Ley invariable, el Sol cursa su recorrido del
levante al poniente por los doce signos del Zodíaco o, entre invierno
y verano, hacia sus solsticios prescritos. Al anochecer abandona a
los hombres, entonces Dios-ley deja irradiar a la Luna y a las
incontables estrellas, que sin excepción van por el cielo cumpliendo
su camino. No decimos que el Sol o uno de los astros sea el propio
Dios. Ellos son anunciadores de Dios y portadores de Dios.

La divinidad es múltiple, pero no hay dioses, como se nos repro-


cha por doctrina. Con nuestros sentidos sólo podemos concebir
una parte: la naturaleza. Esta se compone de nosotros mismos, ya
que somos materia perecedera; provenientes del mundo mil
veces diferente, en el que tenemos que cursar nuestra carrera
de vida; provenientes del cielo estrellado, el del día y el de la
noche. La naturaleza no es Dios Padre, por lo tanto,
absolutamente Luz, Espíritu y Fuerza. Ella es Hija de Dios, una
criatura de la Luz, del Espíritu y de la Fuerza. Ella se rige sólo por
la Ley dada por el Dios Padre. Por tal motivo es insensato, así
opinaron los cátaros, rogar por lluvias, buen tiempo, salud o por
dinero, como hacen tantos cristianos. Tampoco habría milagros
que infrinjan la Ley.

La Ley por sí misma es milagro suficiente. Si se la investiga,


entonces puede de por sí realizar "milagros". Un médico (los
cátaros eran tan notables médicos que hasta los obispos
católicos se hacían curar por ellos para no tener que abandonar
todavía este "milagroso" mundo) sólo puede llevar a cabo el
milagro de una curación Cuándo conoce tan bien la ley
actuando en el cuerpo humano que le permita restablecer el
orden perturbado. La naturaleza no es Dios, sino divina. Ella no
es la Luz sin más ni más, sino portadora de Luz. Ella no es la
Fuerza sin más, sino fortalecedora. Ella no es Espíritu sin más ni
más, sino que proporciona al espíritu activo, desde nuestro
nacimiento, la ley del conocimiento que conduce a la
contemplación de Dios. Ésta es la única y verdadera
"redención". Nuestro portador de Luz supremo es el Sol; él es el
dirigente de los ejércitos celestiales a los que se les llama ángeles,
que no son otra cosa que las estrellas, todas ellas sujetas a la Ley
también vigente en la Tierra. También nosotros, los seres
humanos, podemos conocer las leyes si buscamos
consecuentemente y observamos atentamente el cielo, podemos
conocer aquella ley divina que rige allá en lo alto y que también
organiza de tal modo nuestra vida que nosotros tampoco podemos
infringirla, sino cumplirla. ¡Tenemos que ser hijos del Sol portador
de la Luz!

En Mirepoix vivió, en la época de las cruzadas contra los


albigenses, el caballero Mirepoix del linaje Belissen, un súbdito
y pariente de la casa condal de Foix; Cuándo la fortaleza
Montségur fue sitiada, él era, además, su jefe militar. Cuándo la
situación de emergencia llegaba a su extremo, gracias a sus
indicaciones fue puesto a buen recaudo el Tesoro de la Iglesia
en algún punto del Sabarthés, por cuatro resueltos cátaros. Antes
de que Roma y París emprendieran las cruzadas por largo
tiempo planeadas contra el país albigense, el castillo de
Mirepoix era un punto de reunión de la vida cortesana.
Trovadores y caballeros andantes gozaban aquí del derecho de
hospitalidad y no continuaban su camino sin haber recibido un
considerable viático.

La mayoría de los trovadores medievales alemanes eran terrible-


mente pobres. Muchos de ellos, y no los peores, provenían del
pueblo llano: Berhard von Ventadour, para señalar uno entre
tantos ejemplos, era hijo de un fogonero de horno de panificación.
La pobreza y su modesto origen social de ningún modo impidieron
su camino a la caballería. E1 rústico que sabía hablar con
elocuencia podía llegar a ser noble y el artesano poeta podía ser
nombrado caballero. Quien no era distinguido de nacimiento, así
está escrito en una canción del trovador Arnold von Marveil, podía,
sin embargo, poseer cualidades más que suficientes para sustentar un
carácter distinguido, porque una virtud tendrían todos, tanto
aristócratas como ciudadanos, artesanos y campesinos, para estar
mancomunados: la dignidad. Los cobardes y los groseros no
merecen que se les preste atención, ni mucho menos ser dignos de
sus versos, opinaba el poeta. Nos habla desde el corazón.

A un trovador se le exigía mucho: debía disponer de "una excelente


memoria y de vastos conocimientos de historia"; conocer los mitos
y sagas de su patria y, además, tenía que ser "alegre y amable,
ingenioso y hábil, bienes obtenidos gracias a los dones del espíritu y
del corazón, caballerosamente valiente en la guerra y en los torneos,
abierto a todo lo grande y bueno". Todo auténtico trovador tenía,
según el lenguaje culto actual, que contar con un "conocimiento
enciclopédico". Por esta razón quizás el canto trovadoresco de
nuestro tiempo, que se esfuerza, por un pensamiento sintetizador, esté
acercándosele, aunque las formas de pensar de aquella época estén
lejos de las nuestras. Sin limitaciones aceptaremos, sin embargo, su
"sincera exigencia de belleza de la manifestación vital, por la
educación de gusto, por la alegría del "ser-en-el mundo más
estética" y por su "ideal de nobleza en el interior del hombre". La
nobleza caballeresca provenzal no tenía nada en común con la
tristemente célebre nobleza caballeresca feudal.

París y Roma observaban con odio y envidia al mundo


trovadoresco provenzal. La corona francesa, en aquel entonces en el
apogeo de su poder, codiciaba desde hacía mucho tiempo la anexión
del Mediterráneo y el dominio sobre los países más ricos de la
antigua Galia. Y, ¿por qué la silla de Pedro? Al igual que los cátaros,
para la Iglesia romana los trovadores (dejemos momentáneamente
de lado las diferencias tradicionales hasta hoy) eran vistos como
"sirvientes del diablo, destinados a la condenación eterna". Con
frecuencia fueron enviados papistas que intervinieron contra
trovadores individuales por medio de prohibiciones. Pero fue inútil.
Más que nunca antes los trovadores rehusaron tajantemente todas las
ideas y concepciones, doctrinas y leyendas clerical-teológicas. Ellos
no alababan al dios Jehová o a Jesús de Nazaret, sino al héroe
Heracles o al dios Amor. Y este dios era profundamente odiado por
la presuntuosa Roma, rechazada a su vez por los cátaros como
"Sinagoga de Satán" y "Basílica del diablo".

El dios Amor puede ser visto en el mundo, opina el famoso


trovador Peire Cardinal, por un espíritu fuerte al que la creencia le
aclare el ojo. Desde luego que puede ser así, canta el no menos conoci-
do Peire Vidal, pero el dios sólo se muestra en primavera, y para verlo,
sigue diciendo, hay que ir a la Casa de Dios, la que precisamente
entonces despierta Naturaleza. Dios tiene él aspecto dé un caballero,
de cabellera rubia, y cabalga un corcel mitad negro como la noche y
mitad blanco deslumbrante. Un carbúnculo en la rienda brilla cual
sol. En su séquito hay también un paladín. Su nombre es fidelidad.

Hay que ser fiel hasta la muerte, de este modo Dios dará la corona de
la vida eterna, está escrito en la Biblia. Ya que los trovadores perte-
necían, para la Santa Iglesia Católica de Roma, a los sirvientes del
diablo, porque habían escrito en sus estandartes su fidelidad al dios
Amor; ya que ellos, como incontables ejemplos lo demuestran, cantaron
maravillosos aires sobre una corona de Lucifer, podría ser -si acepta-
mos el lenguaje bíblico- que hayan dado con una luciferina "corona
de la vida eterna", y podría ser, si seguimos tejiendo los hilos en este
sentido, que el dios Amor haya sido Lucifer en su más elevada per-
sona. Esta suposición pasa a ser evidencia si atamos los nudos de
otra manera. El dios Amor es el dios de la primavera.

Apolo no lo es menos. Por lo que ambos, Amor y Apolo, son el


dios de la primavera. El que vuelve a traer a su sitio la luz del Sol,
de acuerdo con esto, es portador de Luz, un "Lucifer". Según el
Apocalipsis de san Juan, se considera, como lo hemos visto, a
Apolión-Apolo como el diablo y, en el credo de la Iglesia
romana, que se apoya para esto en la Biblia y en los padres de la
Iglesia, Lucifer es Satán. Por consiguiente, el dios de la primavera
Apolo-Amor, de acuerdo con la creencia eclesiástica, es Satán y
diablo. De lo que resulta sin más ni más la conclusión de que
también a los trovadores "sirvientes del diablo" se les puede
aplicar la acusación de Joaquín de Flora: que ellos eran
Anticristos con Apolión como rey.

De aquí en más no necesito hacer ninguna otra diferencia entre


cátaros y trovadores, los preceptores en la corte de Lucifer...

Peire Vidal, hijo de un peletero tolosano, caballero y trovador,


permitió cabalgar al Paladín Fiel en el séquito del dios Amor. La
fidelidad está condicionada por una ley, que puede ser exterior o
interior. También los trovadores estaban subordinados a una nor-
ma de esta clase: la ley de la Minne, cuyo párrafo superior da a
conocer que Amor nada tiene que ver con el amor carnal. Aunque
a todos los trovadores se los llamara Chanters d'amour. Salimos
sin esfuerzo de la disyuntiva Cuándo les aplicamos la traducción
alemana corriente desde hace siglos: Minnesanger. El Amor
provenzal es la Minne alemana. Ésta en sus orígenes tampoco te-
nía ninguna relación con el amor físico, porque no es, como bien
sabía Walter von Vogelweide, "ni hombre ni mujer" y no tiene "ni
alma ni cuerpo". Es fuerza y fortalece el espíritu, porque es la fide-
lidad. También Wolfram von Eschenbach es de esta opinión: la
verdadera Minne es la verdadera fidelidad.

La ley de la Minné consta de varios artículos llamados Leys


d'amors. El primer trovador debe haber encontrado la ley en la
rama de una encina sagrada. Por este motivo, él será un trovador:
un encontrador. Su nombre será "Salvador"...

Cuándo los peregrinos de la cruzada contra los albigenses (a la


que el historiador jesuíta Benoist calificó como "la acción más
justa del mundo"), debido a la vida eterna prometida y al botín
esperado, perpetraron con ardor la orden papal y prepararon al país
para una nueva estirpe, los trovadores cantaron, como la fidelidad
lo requería, al "servicio del príncipe en peligro y representaron su
política contra la Iglesia, los franceses y la Inquisición de los
dominicos"; cantaron y lucharon. Cuándo sus bienhechores vieron
las magníficas cortes de los burgos reducidas a cenizas, los últimos
de ellos se marcharon hacia* tierras extrañas a través de los
Pirineos o de los Alpes. Pasaron a ser Faydites, desterrados. En
estas circunstancias, para este pueblo errante bosques y caminos
rurales se convirtieron en patria: en Alemania, en la alta Italia y
en España. Hasta en Islandia se han encontrado vestigios de
ellos, según leí hace poco en un libro de un investigador de lengua
latina.

Y el portador de luz, Apolo, dios protector de los poetas y


caminantes, no abandonó a los suyos en su penuria. Aunque
también él había llegado a convertirse en un proscrito, en un
desterrado, incluso en el diablo mismo. Más, puesto que él no era el
Maligno, cumplió, fiel, la ley divina, pasando por bosques y caminos.
Dejó brillar el carbúnculo en la rienda de su corcel como el sol.
Cuándo moría, un cantor lo portaba sobre las nubes hacia la
"Montana de la Asamblea en la más lejana Medianoche", hacia el
cenit del Norte. ¿Que importaba si sus hijos no podían vivir en
ciudades corno los demás hombres y no podían ser enterrados como
ellos? En la casa del Portador de Luz hay luz abundante. Más Luz
que en las casas de Dios, catedrales e iglesias; allá dentro Lucifer,
delante de vidrios expresamente ensombrecidos, sobre los que están
pintados profetas y apóstoles judíos o dioses y santos romanos, nada
pudo encontrar y nada quiso encontrar. ¡En el bosque era libre!

Cada vez que Apolo, enviado a otra parte por la ley divina, no
pudo permitir que la piedra de carbúnculo alumbrara, vino la
"Abuela del Diablo", "la Gran Madre" que es la Tierra y gobierna
a la Luna. La Tierra dio a los desterrados, durante la noche
comida de su casa, cuya cuidadora es ella; bebida de su rocío, cuya
donadora es ella, la que indica con sus rayos argénteos el
Camino...
Si el diablo y su abuela no estaban en "su casa", o llegarían
algo más tarde, enviaban un representante y anunciador. Lucifer
envió la estrella matutina, la Gran Abuela envió el lucero
vespertino: la misma estrella que se llama Lucifer o Venus. Que,
por cierto, de ningún modo se ha caído de nuestro cielo.
PORT VENDRES
Desde temprano por la mañana hasta tarde al anochecer, en los
muelles y pasarelas de embarque hay una vida agitada. El tiempo
se me va volando. Hay pescadores que me invitan a ir de pesca.
Estaríamos de vuelta al salir el sol. Debido a que en estos días la
marea está muy alta, me aconsejan que espere un poco.
Vi zarpar un gran vapor a África. Muchos ingleses iban a
bordo. Se me dijo que el clima de la costa francesa del
Mediterráneo no tiene la constancia y suavidad que tuvo en
otros tiempos y que su rival ha pasado a ser la costa del norte de
África.
Antiquísimo es este puerto al pie del Pirineo oriental. Ya los
fenicios obtuvieron oro en sus montañas y establecieron aquí
un importante centro comercial. Desalojados por los griegos,
debieron dejarles la supremacía. Portus Veneris (Puerto de
Venus) es su nombre antiguo.
En nebulosos tiempos remotos, una vez navegaron vikingos del
otro lado del mar. Eran helenos llegados de su ciudad materna,
Argos, y desembarcaron en el Puerto de Venus. Su viaje tenía un
fin preciso: querían llevarse de la isla del Sol Aea una piel de
carnero sagrado: el Vellocino de Oro. Sobrevivieron a muchas
aventuras. Tuvieron que sostener una lucha con un rey Bebryx
que a todos los extraños que llegaban a su país los retaba a un
combate a puñetazos e incluso les daba muerte a golpes. Pero el
hostil rey fue vencido.
Después de haber logrado llegar al Puerto de Venus, los argonautas,
como estos helenos vikingos se llamaban, debían sacar el vellocino de
una encina sagrada, de cuyo ramaje colgaba.

Los argonautas fueron conducidos por Jasón, de Tesalia. El nom-


bre significa "Salvador". Sus doce "o cincuenta y dos" camaradas
eran hijos de los dioses; héroes y bardos de la Antigua Grecia:
Heracles, Castor y Pólux, Orfeo, por nombrar sólo a los más
famosos.
El objetivo de los argonautas, como se ha dicho, era encontrar el
Vellocino de Oro. Había que buscarlo allende un gran mar: en el
norte, según informan los antiguos mitos; el Argo, la nave de los
argonautas, se hizo a la vela "con viento norte". Para encontrar la isla
del Sol situada hacia el Septentrión, habían intercalado una rama de
oráculo en la proa de su nave. Esta rama había sido sacada de la enci-
na de Dodona, el árbol más sagrado de Grecia.

En mi patria, el antiguo país de los catos, puso Bonifacio, enviado


por Roma, el hacha en la encina sagrada de Geismar. Ésta había
sido consagrada a Thor-Donar y los lugareños la llamaban la "Fuer-
za de Dios". También en Dodona, santuario supremo de los helenos,
ella era reina de los árboles. En sus susurros al viento, los antiguos
griegos creían escuchar hablar al dios. Para no tener que prescin-
dir de la querida voz de su dios, los argonautas hicieron un tablón
con una rama de la encina de Dodona y lo insertaron en la proa de
su nave, Argo. Esta rama les indicaba dirigirse al norte. En el Sep-
tentrión, de donde es nativa la encina, por el año 1000 de la era
cristiana todavía se consultaba a una rama de oráculo de encina
consagrada al dios Thor: Cuándo los nobles noruegos menosca-
bados en su tradicional libertad se hicieron a la mar en sus
embarcaciones a vela hacia la Islandia distante para establecerse
allá, a la vista de su nueva patria arrojaron al mar un pilar de
candelecho de encina. Se establecieron en el terreno al que su dios
había conducido la rama sagrada. Los trovadores, los
Minnesanger provenzales, tampoco habían olvidado aún la
santidad del árbol: el conocimiento sobre la Minne y el
Minnesang, las así llamadas Leys d'amours, Leyes de la Minne,
fue recibido por el primer trovador, el "Salvador", de un águila o
halcón que estaba posado sobre la rama de una encina dorada.

Trovador quiere decir encontrador. El primer trovador halló la


ley de la Minne y del Minnesang en la enramada de una encina.
Los argonautas, también "encontradores", una vez que llegaron al
objetivo de su larga odisea, sacaron de una encina el Vellocino
de Oro. De alguna manera eran Chevaliers errants, caballeros
andantes, y habían llegado a ser poetas, porque esta palabra en
griego original también significa encontrador. También Goethe
opinó que el Vellocino de Oro había transformado a su hallador
en poeta. Hace informar a su Fausto, al entrar en la clásica Noche
de Walpurgis, por el muy versado en medicina centauro Quirón,
medio caballo y medio hombre, sobre el "bello círculo de los
argonautas y todos aquellos que construyeron el Mundo de los Poe-
tas", respondiendo:

En el alma círculo de los argonautas Cada


valiente fue según su proceder Y según la
fuerza que le animaba Podía bastarle
donde al otro le faltara.

¿Los argonautas estaban animados por la fuerza de la Minne?


Fuera como fuese, era pasión por Dios -una fuerza que "mueve"
montañas y permite "caminar sobre los mares"-.
Uno de los argonautas fue Heracles. Éste era venerado de dos ma-
neras, informa el historiador griego Heródoto, en el siglo V a.
C.: como héroe humano y como dios. Quizás Heracles haya sido
alguna vez hombre, quizá fue, como dice una antiquísima
inscripción maltesa, un "dirigente primitivo" de los helenos y
llegó a ser dios. Los mitos sobre él son la canción suprema de los
griegos antiguos sobre la firmeza y la salvación que provienen de
la fuerza propia. La voluntad de esta fuerza se levanta contra el
destino, y el destino era el suyo propio. Tal como el sol se alzó, un
"dios solar" sobre la noche del silencio y la inercia, buscó a Dios y
lo encontró en sí mismo. Es por esto que él mismo llegó a ser dios.

Heracles era rebelde: quiso ser igual al Altísimo. Pero también


era tolerante: tolerantemente padeció la ley fatal, la que el universo
cósmico cumple y ordena. De esta manera llegó a ser olímpico.
Heracles llegó al Vellocino de Oro en la isla del Sol Aea. Los hom-
bres de la Edad Media afirmaban que este vellocino, el símbolo de
la deificación humana, en realidad fue la "piedra filosofal".
¿Halla Heracles el Grial, la piedra de la luz? ¿Era él un Parzival
heleno? Creo que á. Wolfram von Eschenbach piensa que "Heraklius
conoció la piedra". Por lo tanto, Heracles también sabía de aquella
piedra desprendida de la corona de Lucifer, la cual se llama Grial.
En una antigua poesía francesa, el objetivo final, hacia el cual el
caballero buscador del Grial exitosamente se empeña, es el Olimpo.
Heracles ingresó, sostengo yo, al círculo del Grial, y Parzival se
sentó a la mesa olímpica de los dioses para que se le diera néctar y
ambrosía.

Como admitió un teólogo e historiador belga, y no en beneficio de


su iglesia, los cátaros preservaron y cuidaron sus escritos y canciones
nacionales. Roma había destruido todo en la Provenza, en la
Lombardía, en Alemania. Sin embargo, no logró silenciar
totalmente las canciones. La corte de Lucifer canta todavía, aunque
en voz baja, sus antiquísimas, mas siempre nuevas canciones. Aquí
en su tierra, los campesinos del Pirineo son fieles herederos de sus
antepasados, conservadores de sus canciones. En las montañas y
bosques, oú descoubrít Apollon (donde se descubre Apolo), ellos oyen
salir del agua murmullos; de los árboles, cuchicheos de los antiguos
dioses, a los que se ha convertido en ídolos y diablos, desde hace
muchísimo tiempo ausentes y, sin embargo, parroquianos tan
íntimamente queridos. En las canciones y sagas heredadas de padre a
hijo y de éste al nieto, preservan ellos el preciado bien. Así como
antaño vive la múltiple divinidad que realmente sólo es una, sobre
las cumbres cercanas a la luz y en las noches eternas de las cuevas.
Todavía tejen sobre los restos de burgos primitivos los manes de los
combatientes y héroes. Yo conozco algunas de estas canciones.

Los argonautas han viajado al Puerto de Venus: debe de ser Port


Vendres -los dióscuros vencieron a un rey Bebryx, en la Cueva de
Lombrives lo han enterrado los lugareños del Sabarthés-. De la
Provenza debe haber recibido Wolfram von Eschenbach la leyenda
del Grial; en las montañas provenzales se enseña el Castillo del GriaL
Heracles ha sido, según dice Wolfram, uno los profetas del Grial; no
lejos del Grial pirenaico los lugareños de Ornolac creen que el
gigante convertido en dios descansa de sus faenas. Y, próximo a Port
Vendres, el cabo Cerbere trae a la memoria a Cerbero, guardián de
los infiernos; Heracles lo venció y lo ató porque no sentía ningún
temor a la muerte.

También los mitos de los argonautas y Heracles son parte de esas


"canciones nacionales" que un día los cátaros preservaron. Son los
restos de lo que floreció aquí en tiempos remotos.
Los argonautas, vikingos helenos, me remiten al norte. Me marcho
hacia el Septentrión, así llegaré a mi patria. Los catos han rendido
pleitesía a Heracles. La inscripción latina de un altar lo da a conocer.
Los propios mellizos argonautas Castor y Pólux, como todos los
germanos, lo sabían. Alcides debe de haberse llamado allí Tácito.

MARSELLA
Arriban buques, atracan, fondean, zarpan...
Aquí acondicionan carbón y allá descargan frutas, aquí zurren grúas
y rechinan cadenas, por allá una sirena, estibadores gesticulan, mari-
neros ebrios arman jaleo, hembras repulsivas hablan a los gritos, se
gimotean sentimentaloides canciones callejeras, vendedores de periódi-
cos se acallan unos a otros gritando a voz en cuello, automóviles tocan
sus claxons, tranvías campanillean y, sobre todo y hacia dentro de
todo retiemblan, metálicas, las campanas de Notre-Dame de la
Garde.

"A la Virgen de la Guardia" se encomienda aquí cada marinero,


incluso aquél recién despachado por una ramerilla de una de las
sucias casas cercanas al puerto, para que la inmaculada Virgen
María lo acompañe por los mares y le permita retornar a casa
sano y salvo. Son pocos aquellos que, a cambio, de vuelta a casa
expresan su reconocimiento, y ni siquiera digamos que vayan a
darle las gracias. La mayoría se apresura a ir a otra parte...
Algunos años después de la muerte, en el Gólgota, de Jesús el
Nazareno, un barco se dirigía al puerto de Marsella. A bordo tenía
fugitivos judíos y conocidos por la Biblia: José de Arimatea, María
Magdalena y su hermana Marta. Parece que, como anuncian las
leyendas de la Iglesia, llevaban consigo el Grial. Pero no debe ha-
ber sido la piedra, sino ese vaso en el que Jesús y sus discípulos
comieron el cordero propiciatorio la noche del Jueves Santo, antes
de ser traicionado y entregado a los esbirros por Judas Iscariote.
Este vaso, se dice, habría encontrado al día siguiente, Viernes San-
to, una aplicación más santa aún: en él se recogió en el Gólgota la
sangre derramada del Crucificado. Cuándo el Nazareno dijo "se
ha consumado", inclinó la cabeza y acabó su vida. Su cuerpo fue
dejado en un sepulcro rocoso que José de Arimatea solícitamente
había puesto a disposición. Por esta causa, José fue encerrado por los
judíos en una mazmorra y abandonado allí sin alimento. Mas, ¡oh
maravilla!, noche tras noche se le apareció un ángel y le dio de co-
mer del Grial, del sacrosanto vaso. Finalmente, José fue liberado por
el propio Jesús que le encomendó llevar el vaso a otras tierras. Con
María Magdalena y Marta, se confió a Dios y al cuidado del mar. Y
Dios quiso que alas y viento lo trajeran a Marsella. María Magdale-
na debe de haberlo cuidado hasta el día de su muerte en una cueva
del Grial situada en las proximidades de Tarascón, a orillas del
Ródano. Otras leyendas cristianas afirman que Poncio Pilatos cedió
el Grial, un cáliz o un vaso, para que prestara servicios a José de
Arimatea, los que éste prestó; después de que recogieran en él la san-
gre de Jesús, José lo llevó hasta Gran Bretaña. Con la muerte de José,
el cáliz del Grial desapareció de la tierra y volvió a aparecer Cuándo
el tan loado Titurel llegó a ser rey. A éste se le encomendó la
vigilancia de la lanza con la que fue abierto el costado del
Crucificado por el centurión romano Longino. Titurel construyó
para las reliquias, ante todo para el Grial, un castillo de
majestuosidad y belleza incomparables. El monasterio
benedictino de Montserrat, cerca de Barcelona, en Cataluña,
podría haber sido este castillo, pero no lo era. Correspondiendo a su
táctica, la Iglesia ha dado otra interpretación al mito del Grial, en
el sentido judío y cristiano.

Hace 2.270 años fondeó, aquí en el puerto de la ciudad colonial


helena Massilia, un barco de muy poca apariencia, pero excelente para
navegar. Qué nombre tenía, no lo sabemos, pero lo que sí sabemos es que
Pytheas se llamaba el patrón del barco y que era un intelectual:
geógrafo, matemático y astrónomo. Pytheas quiso navegar por el
océano y marchar al país de la más lejana medianoche, al Septentrión.

Cuándo la pequeña nave fue abastecida de todo lo necesario para


la manutención de la tripulación durante el largo y dificultoso
viaje, antes de subir a cubierta y hacer izar el velamen, Pytheas
hizo una ofrenda a su dios. Había prestado juramento de fidelidad
a Apolo, aquel dios resplandeciente que había vencido al dragón
Pitón, y para honrarlo, él, investigador massiliota, se dio el
nombre de Pytheas. Pero bien pudo peregrinar al actual Monaco
donde entonces se alzaba un templo al Heracles Monoikos -un
templo en el que sólo Heracles podía ser venerado-. Heracles era
el dios protector, también, para los viajeros a los países boreales.
Cierta vez este héroe, uno de los argonautas, viajaba por mar a
bordo del Argo para traer el Vellocino de Oro de la isla del Sol Aea,
y, como los mitos más antiguos lo señalaban, navegaba a vela "en
dirección al norte". A solas emprendió su aventurero camino de
vida y deificación, para llegar a "una tierra áspera" donde por
mucho tiempo permaneció invitado por el rey Bretanos. Por
consiguiente, estuvo en Britania.

Pytheas, al encomendarse en sus oraciones a Heracles, en modo


alguno lo hacía en detrimento del luminoso Apolo, ya que
Heracles, hermanastro de Apolo, era un divino apolíneo: él,
Jasón y los argonautas, todos ellos hijos de dioses y "salvadores",
habían conseguido con sus oraciones a la orilla del mar, y antes de
subir a bordo del Argo, la protección y escolta de Apolo. Por lo
que la plegaria de Jasón correspondía al sentir de todos los
argonautas: "¡Permítele, oh Señor, a tu imparcial hado despejar el
cielo de precipitaciones y soltar las sogas de amarre para zarpar
según tu sabiduría! ¡Quiera que nos sople un viento favorable con
el que apaciblemente crucemos el oleaje hasta lograr llegar!".
Pytheas debió orar de manera semejante.

Muchos ya se han quebrado la cabeza con Pytheas de Marsella y su


viaje a las tierras boreales y a la isla de Thule, al que hay que
"incluir entre las más significativas proezas de la investigación geo-
gráfica". Los escritos de Pytheas, que deben de haber contenido
una descripción minuciosa de su viaje, están perdidos.

Que esta pérdida sea tan lamentable se debe a que Pytheas fue el
único heleno del que sabemos con certeza que fue a buscar
personalmente la antigua región principal de obtención del ámbar
en la bahía Alemana (en la desembocadura del Elba y del Eide) y a
que él emprendió la experiencia inaudita para aquella época de
intentar desde la punta norte de Escocia un osado avance hacia
desconocido Mar del Norte, el Atlántico Norte. Lo que confiere
tanta importancia al viaje exploratorio de Pytheas es "la audacia
de navegar sin brújulas por los mares abiertos del norte, donde
nubes y nieblas con demasiada frecuencia hacen desaparecer los
medios de orientación que son el sol y las estrellas". Finalmente,
penetró en el norte hasta una lejana isla que él llamó Thule y que
hasta la actualidad conserva su reputación enigmática como la
frontera de la tierra habitada, como "última Thule", la más distante
Thule. A pesar de que hasta nosotros no llegaron los informes del
viaje de Pytheas, de la Geographia del griego Estrabón podemos
figurárnoslo por los siguientes párrafos: "Thule está a seis días de
navegación de Britania hacia el norte, cerca del mar congelado; allí, la
órbita del solsticio de invierno; para aquellos que viven cerca de la
zona de los hielos, la carencia de frutos y animales comestibles es
total o muy grande y se alimentan de mijo y otros vegetales, frutos
y raíces. Donde crezcan cereales y haya miel, se prepara con ellos
una bebida; apalean el cereal ya que ellos no reciben rayos de sol
puro, en grandes casas donde se almacenan las espigas, ya que
debido a la falta del sol y a los continuos chubascos se hacen
inútiles las parvas". En la Historia de la naturaleza del romano
Plinio, se dice que la tierra más lejana que se conoce es Thule,
donde, durante el tiempo del solsticio, Cuándo el sol transita por el
signo de Cáncer, no hay ninguna noche, y, por el contrario, sólo
hay pocos días durante la época de invierno. En Geminos de
Rodas (que escribió la obra Elementos astronómicos) se lee:
"Parece que Pytheas de Massilia también llegó hasta aquella
región, por lo menos, dice en ese escrito redactado por él sobre el
océano: 'Los bárbaros nos señalaron el lugar donde el sol se pone.
Éste se encontraba justamente en estas inmediaciones donde la
noche era demasiado corta; en algunos puntos duraba dos ho-
ras, en otros, tres, por lo que el sol poco tiempo después de su
ocaso volvía a salir'". Hay que añadir que el romano Pomponius
Mela también dejó un párrafo digno de prestarle atención, que
quizá se apoya en Pytheas: "Por la época del solsticio de verano no
se da allá ninguna noche, porque el sol allí ya aparece más ostensi-
ble y no muestra más el reflejo, sino la mayor parte de sí mismo".
Este informe es la más antigua alusión al sol de medianoche y lleva
la impronta de un hombre que ha visto esta maravilla de la natura-
leza. Pomponius Mela no estuvo en el Septentrión. Su exposición,
como es de admitir, se basa en los escritos de Pytheas, por lo que no
cabe ninguna duda de que el marino de Massilia, en los comienzos
del verano astronómico, se internó hasta casi lo más extremo del círcu-
lo polar. Éste, hace 2.200 años, se encontraba a una latitud de 76°
15' y 22". Cuándo nosotros sabemos, gracias a Geminos de Rodas,
que Pytheas llegó a un punto en donde el sol dos o tres horas después
de su puesta volvía a aparecer, estamos en condiciones de calcular el
grado de latitud para el año 350 antes de Cristo: 64° 39". El sur de
Islandia y el centro de Noruega se hallan sobre esta latitud. O
ésta o la otra tienen que haber sido Thule...

Pytheas debe de haber emprendido viaje hacia las tierras del norte
334 años antes del nacimiento de Jesús el Nazareno. De regreso,
el barco que lo había llevado al país de los hiperbóreos, pasando
por las columnas de Hércules, volvió a arribar al puerto de
Massilia.
Sospecho que Pytheas viajó hacia el norte impulsado por su sed
de conocimientos. Ya sabía que la Tierra es una esfera; que los pla-
netas giran alrededor del Sol; que en el Norte hay un polo; que el
polo que mantiene en órbita tanto a los planetas como al Sol posee
fuerza de atracción. Creyó que el polo, por ser sabio y apolíneo, en
sí mismo descansa; que polo y Sol, al ser Apolo, poseen la misma
fuerza de atracción, que incluso no permite que los seres humanos
puedan desembarazarse nunca de Dios; que Apolo en las tierras del
polo, en el Septentrión, tiene su verdadera patria entre el
venturoso pueblo de los hiperbóreos.

Me parece que el dios al cual dirigió Pytheas sus oraciones antes


de emprender su viaje al Septentrión fue el propio Apolo
hiperbóreo. Él oró a esta luz divina que una vez al año partiendo
de Delfos, su lugar preferido en la región helena, se traslada al
país de los hiperbóreos en una barca o carro tirado por cisnes. Al
estar Apolo en el Norte, los delficos, ávidos por el lejano dios,
cantaban peanes: colocaban coros de muchachos alrededor de
cada trípode santo, desde donde debía decir su oráculo la pitonisa,
e imploraban al dios para que volviera a venir. Él regresó siempre.
Sólo marchó de año en año nuevamente hacia el Norte, al lugar de
su origen.

Puigcerdá en Cataluña
Con conocidos que aquí tenían ocupaciones profesionales, viajé
hacia el norte en automóvil. Estoy solo y aguardo bajo el pabellón
de la pintoresca plaza del mercado de la pequeña ciudad. Señoras
acicaladas, guardias fronterizos serios y de mirada penetrante,
verduleras gordas, sencillos campesinos de Andorra, desmontados,
mulas sobrecargadas avivan la de todos modos colorida y
animada estampa.

En una mesa contigua, ciudadanos de aspecto satisfecho juegan al


belote. Se arma una gresca: uno acusa a otro de haber mentido.
En el Parzival de Wolfram von Eschenbach, alguien dice: "Señor, no
soy uno de esos que puede mentir". Era un puro, tal como fueron puros
los cátaros. Éstos enseñaron acerca de dos "pecados capitales": la
dureza de corazón, que es lo opuesto al sufrimiento en otro -no la
compasión- y la mentira...

Un tren expreso resopla sobre la meseta de la Cerdanya. Viene de


Toulouse y va a Barcelona. Pasará por las proximidades del monte
conventual de Montserrat una vez que haya cruzado Cataluña.
Cataluña, una vez, fue tierra de godos y alanos. Ante todo, esta tierra
no debiera llevar su nombre.

La condesa P. tiene razón: el Grial nunca ha sido guardado en


Montserrat, ni los jesuitas han ejercido jamás la caballería del Grial.
¡Cómo podrían hacerlo si fueron los maestros de la mentira! Ya el
santo Ignacio de Loyola, fundador de la orden de los jesuitas, había
recomendado a sus discípulos que en el trato con principales y distin-
guidos había que ganarse su confianza adaptándose al temperamento de
cada uno y para esto se debía emplear permanentemente la adulación.
Como fiel discípulo de Ignacio, posteriormente, un padre Gracián, rector
del colegio jesuita de Tarragona, en su Oráculo manual expuso con toda
precisión cómo debe comportarse cada compañero de Jesús Ad
Majorem Dei Gloria (para mayor gloria de Dios): "Todo lo favorable,
obrarlo por sí; todo lo odioso, por terceros. Entrar con la ajena para
salirse con la suya. Hanse de procurar los medios humanos, como si no
hubiese divinos, y los divinos, como á no hubiese humanos. Dorar el no.
La muleta del tiempo es más obradora que la acertada clava de
Hércules. No perder de vista la salida afortunada, ya que el vencedor no
necesita dar cuenta alguna. Nunca negar rotundamente, para que siga
persistiendo la dependencia del peticionario. Nunca darle a uno la
oportunidad para que nos examine a fondo. Sin mentir, pero sin decir
todas las verdades".

El Grial nunca fue guardado en Montserrat. Jamás!


Mientras cerca de mí juegan a las cartas y beben ajenjo compañeros
españoles, debo pensar en el loco don Quijote, que cabalgó sobre su rocín
Rocinante por España y ha pasado a ser la irrisión de los hombres. Quiso
que la caballería hundida en su patria fuera nuevamente honrada. ¡Este
loco! Tantos libros de caballería había leído que le habían "comido el
coco". Sin embargo, yo creo que, si hubiera leído o tenido noticias del
entonces ya casi olvidado trovador y caballero Piere Cardinal, no habría
tenido que sacar su enmohecida armadura de caballero del desván de
cachivaches, no habría tenido que complementar su armadura con tapas de
cartón y no hubiera salido a cabalgar en busca de aventuras luciendo
vestimentas de tiempos pasados:

Déjate enterrar, caballería


Y que ninguna palabra te anuncie jamás,
Escarnecida estás y sin honra,
Ningún muerto tiene tan poca fuerza,
Serás exprimida y traicionada, el rey anula tu herencia,
Y todo tu imperio es alucinación y compra,
Y por lo tanto ¡estás acabada!

Estaremos aquí todo un día, tal como fue previsto. No estoy des-
contento con ello.

La tierra española vio aún a otro "caballero", vasco de nacimiento,


sobre el que debo meditar. Este no perteneció a la corte de Lucifer. De
joven montó un corcel. En años posteriores prefirió una mula, porque
también Jesús de Nazaret, el "Rey" judío, entró a la ciudad de David
sobre una burra. El caballero se llamó Ignacio de Loyola. El fundó,
contra la corte de Lucifer no exterminada, la hasta hoy existente
Compañía de Jesús...

En la época en que don Quijote cabalgaba sobre el lomo de su


Rocinante por el país español, el paje Ignacio de Loyola debía, .arro-
dillado junto a la mesa, alcanzarle la copa a la reina española
Germana, esposa de Fernando el Católico; ponerle el manto al salir e
ir alumbrándole el camino con una vela. Germana, princesa fran-
cesa de Foix (Los condes de Foix en línea directa se habían extingui-
do, y el rey francés le había otorgado el título de Foix a una familia
feudal del norte de Francia.) Era la segunda esposa del enviudado
Fernando, A la primera se la había cubierto, de acuerdo con su
ultimo deseo, con una basta casulla franciscana y sepultado sin solem-
nidad Apenas había pasado un año Cuándo Germana se
encontraba en Valencia con una flota de treinta barcos cargados de
vestidos, zapatos, sombreros, lencería, perfumes y cosméticos.
"Exclusivamente para ella, se hacía llegar de Sevilla los más raros
pescados, aves, frutas, especias y vinos. En la corte y en las casas de
los grandes, un banquete seguía a otro, por lo que constantemente
eran devoradas enormes cantidades de alimentos; más de una vez
sucedió que los comensales murieron por exceso de comidas y
bebidas."

Sólo una figura permaneció por encima de esta frenética prácti-


ca en la corte de la nueva reina y se destacó en este punto como
un testigo solitario del austero espíritu antiguo. Se trataba del
enjuto monje Francisco Jiménez de Cisneros, primado de
España, Gran Inquisidor y Canciller Real...

El paje Ignacio de Loyola sólo contaba entonces 14 años de edad.


Rodeado de un ambiente de desmesurada ambición, los primeros
arrebatos amorosos del muchacho en pleno desarrollo físico se diri-
gieron hacia la reina. De esta manera, para él el amor pasó a tener
el mismo significado que su solicitud en el servicio cortesano;
asoció sus fantasías sobre la mujer con el vano anhelo de lucirse
ante la soberana y conseguir su favor. Cuándo logró ser nombrado
caballero y, de acuerdo con la costumbre generalizada, debió
elegir una "dama de su corazón", escogió para ello a la reina. En
las fiestas y torneos lució los colores de ella, y la máxima
retribución que hubiese podido esperar era un pañuelo de encaje
lanzado por su mano al vencedor en el picadero. Ahora, Cuándo
se encontraban, él tenía sumo cuidado en no quitarse la gorra, ya
que, según las formas de servicio de trova, esta infracción contra el
ceremonial era considerada como la adoración más
desconcertante. Por lo tanto, su amor brotó menos de una pasión
real sensual, que de una frívola ambición por hacerse notar ante la
mujer suprema y así es como comprendió que tenía que enlazar
esta adoración romántica a una "dama del corazón",
inalcanzable, con el menosprecio total al respeto a aquella mujer
que lo hacía víctima de sus extravíos. Así, pues, Ignacio, tal
como los demás caballeros jóvenes de su época, se enredó en
dudosas aventuras y se dio a la caza de los más vulgares placeres
carnales. Lo poco que destacaba como adolescente por su
pureza de carácter se infiere de sus propias confesiones. Muchas
décadas después, siendo ya general de la orden de los jesuitas, le
contó arrepentido a uno de sus cofrades que en sus años mozos,
siendo caballero, había cometido un robo sin avergonzarse y
luego había sido testigo de cómo se castigaba a un inocente por
culpa de lo que él había hecho.

Por el tiempo en que Ignacio estaba en la corte real española,


los caballeros habían sufrido menoscabo, en el centro de una vida
ociosa a la sombra del soberano, en su valentía varonil y en la
orgullosa dignidad de sus ancestros. Es lo que también ocurrió con
el joven noble de Loyola; el gusto al desafío de los valientes
antepasados decayó y se rebajó a una barata alegría por toda
clase de granujadas contra indefensos ciudadanos y ciudadanas.
Todos estos jóvenes caballeros eran bruscos y arrogantes Cuándo
tenían que tratar con subalternos y de sumisión belicosa contra
soberanos y favoritos, pero, entre ellos, de una ridícula cortesía
ceremoniosa.

De este frívolo modo de vida y de estos mezquinos ideales de


Ignacio, surgió una formación totalmente unilateral y superfi-
cial. Aunque bien había aprendido a leer, sus lecturas eran sólo
aquellas novelas de caballería e historias de encantamientos que
por esos años provocaban entusiasmo en todas partes. Todavía
no había pasado mucho tiempo desde la invención del arte de la
imprenta y esta gran conquista sirvió primero casi sólo para que
en todas las capas y clases se popularizaran las novelas de caba-
llería. Era aquella época de la que pronto saldría la grandiosa
parodia de Cervantes, el Don Quijote.

También Ignacio permaneció sumido noches enteras en el Tirant


lo Blanch, de Juan Martorell, y en El desgraciado caballero de
Montalbán; pero la mayor impresión se la produjo el libro de
aventuras El cabañero de la espada verde, de Amadís de Gaula, Las
maravillosas acciones de este héroe dejaron sin aliento por aquellos
años a toda España y también arrebataron completamente el interés
de Ignacio.

El joven caballero pasaba sus días con ejercicios militares ligeros,


cacerías, galantes jugueteos, despilfarrando comilonas y en brutales
camorras. Un documento oficial de aquella época, la solicitud del
corregidor de Guipúzcoa al juzgado episcopal en Pamplona del
año 1515 nos ha conservado la imagen del caballero Ignacio de
Loyola. Audaz y provocador, en almilla de cuero y armadura,
portando dagas y pistola, la larga cabellera ondeando hacia
adelante bajo el pequeño gorro aterciopelado de caballero, así se
le describe en este documento; pero a su carácter el juez lo califica
como "astuto, violento y vengativo"...

He repetido de manera resumida la evolución de Loyola, según


el libro de Rene Fülop-Miller, Poder y secreto de los jesuitas. No es
necesario dar a conocer cómo Ignacio cayó muy pronto en
desgracia a causa de unas habladurías cortesanas, por lo que debió
abandonar la corte real.
Pasaron los años. "Cierta noche Ignacio se levantó de su lecho, se
arrodilló ante la imagen de la Madre de Dios en el rincón de la habi-
tación y prometió solemnemente, en adelante, ponerse al servicio
como fiel soldado bajo la real bandera de Cristo (mejor debiera
decirse de Jesús). Al decidirse a renunciar a la gloria terrenal,
empleaba no sólo su "conversión", sino también cada uno de los
intentos siguientes para lograr una nueva conducta de vida
enteramente bajo la influencia de los ideales caballerescos. Igual
que un cruzado, acompañó hasta la primera estación a sus
hermanos, criados y al resto de su servicio doméstico. Allí montó
sobre su mula y partió hacia la sierra de Montserrat.

En el camino encontró a un morisco, un árabe bautizado, y


entablaron un diálogo sobre la Virgen María. El moro se
declaró partidario de la creencia de la virginal concepción de la
Madre de Dios, pero impugnaba que esta virginidad de María
también permaneciera después del nacimiento de Cristo. Ignacio
sintió este punto de vista como una injuria a su nueva "dama del
corazón", y de acuerdo con la manera caballeresca increpó al
morisco con palabras airadas. Éste presintió una desgracia y
cabalgó precipitadamente para escapar de allí, mientras Ignacio
meditaba si no sería su deber ir tras el blasfemo y darle muerte.

No fueron ni su conciencia ni sus sentimientos más íntimos los


que dieron fin a sus dudas. Siguiendo una vieja superstición
latifundista, confió la decisión más a una "señal" exterior, en este
caso a la voluntad de su mula. La liberó de las riendas, y sólo al
hecho de que el animal rehusó ir a la retaguardia del morisco
tuvo que agradecer este pagano bautizado el salvar su vida. Así
comenzó Ignacio su servicio como "paladín del reino celestial"
con una acción totalmente consagrada por el uso en el espíritu de
la caballería profana, y de modo semejante se llevó a cabo
también su espiritual "ordenación como caballero". Para tal efecto,
había elegido Montserrat, el lugar del legendario Castillo del
Grial Después de cambiar su vestimenta con un pordiosero.
Cumplió "guardia nocturna" ante la imagen de la Madre de Dios
en Montserrat, exactamente tal como se describe la ceremonia
de este tipo en el libro Amadís de Gaula (esa famosa novela de
caballería española). A la mañana siguiente, bajó de la sierra
caminando solemnemente, vestido con el nuevo ropaje de
caballero combatiente de Dios, una miserable túnica de
pordiosero, un calabacín y un bordón, para marchar como
soldado a la conquista del reino celestial. Orientó sus pasos hacia
la localidad de Manresa y se detuvo allí en una húmeda cueva a
los pies de una roca, como sitio de estancia donde se sometió,
desde esa vez en adelante, a los más severos ejercicios de
penitencia. Pasaba siete horas diarias arrodillado, y el poco
tiempo que dormía lo hacía sobre suelo húmedo, con una
piedra o un trozo de madera como almohada. Con frecuencia
ayunaba durante tres o cuatro días, y si algo comía eran los más
duros y negros mendrugos o un poco de verduras que
previamente espolvoreaba con cenizas que las hacían todavía
más desagradables, A pesar de todo, no le fue posible lograr ser
considerado por los pordioseros como su igual; éstos se mofaban
de él aún más Cuándo andaba entre ellos en una andrajosa
casulla, el saco de pan sobre un hombro y un gran rosario
rodeándole el cuello. Los golfillos lo señalaban con el dedo, se
reían de él y lo llamaban, con sorna, "padre del saco".
Diariamente se flagelaba con violencia, no pocas veces se magu-
llaba el pecho con una piedra, y una vez se castigó tanto que
tuvo que ser llevado gravemente enfermo e inconsciente a casa
de una bienhechora. Los médicos que lo atendieron lo
desahuciaron, y ya pedían algunas mujeres devotas a la dueña de
la casa algunas prendas de la vestimenta de Ignacio como
reliquias. Ésta quiso satisfacer esos deseos y abrió el armario de
Ignacio para buscar las ropas del supuesto muerto; de inmediato,
retrocedió espantada: en el armario colgaban, limpios y
perfectamente ordenados, los instrumentos de mortificación más
temibles: cinturones de flagelación de alambre trenzado, cadenas
pesadas, ropa interior con clavos yuxtapuestos en forma de cruz y
una prenda entretejida de pinchos de acero. ¡Todo esto portaba
Ignacio sobre su cuerpo!

Ya que el libro de Fülop-Miller, del que entresaco estas apre-


ciaciones sobre la vida y obra de Loyola, de conformidad con
una conversación del conocido padre jesuita Friedrich
Muckermann, es "de unos rasgos característicos entretejidos de
la más alta consideración", y debido a que la orden de los
jesuitas "debe estar contenta de esta exposición", yo puedo
seguir narrando: "Sobre la escalera de la iglesia de Mantesa,
Ignacio creyó percibir una luz de lo alto que le indicaba cómo
Dios había creado el mundo". Allí experimentó el "dogma
católico, y en forma tan diáfana que se atrevía a morir por la
doctrina que él de tal suerte había visto". Pero tampoco faltaron
las visiones más extraordinarias. Cierto día se le apareció "algo
blanco como tres teclas de un clavicordio o de un órgano", y se
convenció de inmediato de que era la Santa Trinidad. En la
aparición de un cuerpo blanco "ni muy grande ni muy
pequeño" creyó poder ver "la humanidad de Cristo"; en otra
visión vio a la Virgen María. De manera recurrente tuvo la visión
de una gran bola luminosa, "un poco más grande que el sol", la
que él interpretó como Jesús Cristo...

Otra vez tuvo una visión luminosa parecida a una serpiente y que
a él, pese a su radiante belleza, pronto se le transformó en siniestra.
Al darse cuenta de que la visión "al acercarse a la cruz parecía per-
der belleza", dedujo que en esta serpiente no era Dios quien se le
aparecía, sino el diablo. Con rapidez echó mano al bordón para
expulsar con contundentes golpes al demonio. Sin embargo, "cada
acción y cada impulso, a fin de cuentas, tenía su tiempo fijado: la
misa no debía durar más de media hora, y un reloj de arena tenía
que cuidar que este plazo no fuera sobrepasado. Él sólo se permitía
"iluminaciones" durante la misa, y ni siquiera las lágrimas de emo-
ción y de estremecimiento eran en él simplemente una irregular
gratia lacrimarum , gracia lacrimosa, como en los primeros tiempos
de su transformación anímica, sólo lloraba mucho más Cuándo
éstas le surgían provocadas justamente por razones de su disciplina
interior. En su propio diario de vida cuidó remarcar tal
desbordamiento lacrimoso y de aforar, poco más o menos, su
intensidad y duración, si durante el llanto sólo vertía algunas
lágrimas o si se trataba de un río de lágrimas con sollozos...

E1 fundamento de la orden jesuita, que no existiría sin Ignacio de


Loyola, son sus Ejercicios espirituales. "Quien los soportare debe
experimentar infierno y cielo con todos sus sentidos hasta el dolor
agudo y hasta lograr el gozo beatífico y hasta que se impregne en
el alma la diferencia entre lo malo y lo bueno, para siempre,
inextinguiblemente". De tal forma preparado se le planteará en-
tonces al ejercitando la gran elección, si se decide por Satán o
por Cristo. Para la representación viviente del mal sirve en los
ejercicios espirituales una escenificación espeluznante. En toda
su pavorosidad primero se muestra el infierno, repleto de multitudes
de gimientes condenados. Se da comienzo con este ejercicio para
que el discípulo ante todo pueda medir "con la mirada de la imagi-
nación, la longitud, anchura y profundidad del infierno", a conti-
nuación también tienen que actuar los demás sentidos, porque en
estas singulares instrucciones para la dirección del montaje con
su clasificación exacta, según puntuación, se indica:

"El primer punto consiste en que yo, con los ojos de la


imaginación, veo aquellos inconmensurables fuegos abrasadores y
a las almas como metidas en cuerpos ardiendo.
"El segundo punto consiste en que yo, con el oído de la
imaginación, escucho el llanto, el clamor, el griterío, las
blasfemias contra nuestro Señor Cristo y contra sus santos.
"El tercer punto consiste en que yo, con el sentido del olfato de
la imaginación, huelo el humo, el azufre, los charcos y las
cosas putrefactas del infierno.
"El cuarto punto consiste en que yo, con el sentido del gusto
de la imaginación, saboreo las cosas amargas, las lágrimas, la
tristeza, el gusano roedor de la conciencia en el infierno.
"El quinto punto consiste en el contacto, con el sentido del tacto
de la imaginación, con aquellas brasas que cogen y queman las
almas."

Al lograrse esto, se le muestra al ejercitando el ideal que


debe seguir en lo sucesivo: Ignacio le enseña a profundizar en
la vida y pasión de Jesucristo. Como en las imágenes anteriores
sobre el infierno, en esta oportunidad también se emplean
todos los sentidos para provocar imágenes expresivas, y
también ahora Ignacio exige sin cesar una exacta
"representación imaginaria del lugar".
"Entonces tengo que suponerme, como si mirara con el ojo de
la imaginación, las sinagogas, ciudades y ciudadelas que
Cristo, nuestro Señor, recorrió y en las que predicó [...]. Si el
asunto trata sobre la Santa Virgen, entonces el medio
representativo que me figuro es una casa pequeña y después
me imagino de manera especial la casa y los aposentos de
nuestra amada Señora en la ciudad de Nazaret, en la región
de Galilea". Durante la meditación sobre el nacimiento del
Señor, Ignacio dio la orden de "recorrer con los ojos de la
imaginación el camino que conduce de Nazaret a Belén", su
largo y su ancho "también hay que tomarlos en
consideración, así como el hecho de si el camino es liso o
conduce por valles o sobre altura". También hay que
imaginarse la "cueva del nacimiento" Cuán vasta y Cuán
angosta, Cuán baja o Cuán alta y cómo estaba dispuesta...
Con la aplicación de todos los sentidos, Jesús debe de haber sido pre-
sentado "sobre el terreno frente a Jerusalén" como el generalísimo de su
ejército, mientras frente a él, "en la comarca de Babilonia", Satanás
reunía en tomo de sí a sus demonios para la última batalla decisiva.

"Me figuro cómo Lucifer hizo venir hacia él incontables espíritus


para enviarlos a todos, a todo el mundo, sin omitir un país, un lugar,
una familia o un solo hombre [...]. De modo semejante hay que mi-
rar sobre la parte contraria del supremo y verdadero general en
jefe,' nuestro Señor Cristo, [...] cómo escogió a sus apóstoles y
discípulos y los envió a todo el mundo para divulgar su santa
doctrina entre todos los hombres."

Mientras don Quijote cabalgaba por el país para resucitar la


caballería andante, la corte española celebraba servicios de
Amor, misas de Minne grotescamente desfiguradas desde el
triunfo de las cruzadas contra los herejes. El enfermo de
obcecación religiosa, el caballero Layóla, bajo el símbolo de
Jesús, organizó una campaña clerical contra Lucifer haciendo
que Montserrat se convirtiera en Montaña del Grial en lugar
del ya hacía mucho tiempo destruido Montségur. En la
propia cueva del Grial, Fontane la Salvasche, no faltan la
cabalgadura ni el capote de Parzival. Sólo que el capote se ha
convertido en capa de mendigo, y el corcel se ha convertido
en mula, así como Jesús de Nazaret había dado preferencia, en
vez de al Pegaso apolíneo, a una burra para entrar en Jerusalén.
El espíritu de Esclarmonde tampoco gobernaba más.
Por esta época el Nuevo Mundo fue descubierto, por segunda
vez, por Cristóbal Colón. Su nombre de pila significa "portador
de Cristo". Por lo que Colón ha llevado la doctrina de Cristo que
Jesús sacó de la casa de David a través del océano. Sobre las
huellas de Colón, Hernán Cortés navegó sobre el océano y
conquistó el imperio azteca de México para España. Escribió
un informe al rey. Allí se dice que Moctezuma, emperador de
los aztecas, se sometió al rey porque lo consideraba como el
señor "de aquel ser luminoso superior", de quien sus propios
antepasados provenían. Moctezuma incluso admitió que Cortés
quitara todos los "ídolos". Sólo Cuándo él, el emperador, fue hecho
prisionero y gravemente herido por los invasores sedientos de oro,
rechazó todo tipo de tratamiento a sus heridas, desdeñó llegar a ser
Cristo, quiso morir -y murió-.
Había pagado un terrible error. Cortés era un enviado del papa y
del rey católico, pero no del "sabio Dios", al que él y los suyos por
tanto tiempo habían esperado. Del norte debía llegar el Dios, de la
patria primitiva Tulla o Tulán, que había sido una "Tierra del Sol",
pero donde "el hielo había empezado a dominar y ningún sol más
había": proveniente de Thule. En lugar de la llegada de la corte
de Lucifer -cito de Redentor blanco, de Gerhart Hauptmann-, el
engendro, que al rostro de nuestra Madre Tierra deshonra
desvergonzadamente con la inmundicia de su horror...
LOURDES
Estoy impresionado por este santuario. Es el mayor de Fran-
cia. Al ir escribiendo estas líneas, dejo deshacer un bombón
sobre la lengua que, como dice un anuncio de escaparate
charlatanesco, se produce con Eau bénit de Lourdes, con
agua bendita de Lourdes. Tenía sabor-a-nada. El aire, por el
contrario, está donde también a mí me gustaría estar, preñado
de olores, se recuesta sobre el pecho y no quiere ceder. Aquí
exhalan pesadamente los más variados perfumes, allá hienden
también vahos de fenol y cloroformo apropiados para
hospitales. Sólo raras veces, según percibí, dominó el aire
puro del bosque y de las altas montañas que circundan
deliciosamente Lourdes.

No quiero contar cómo Lourdes, desde febrero de 1858, poco a


poco llegó a ser una de las minas de oro mas productivas de la
Iglesia romana. En esa fecha, la joven de diecisiete años
Bernadette Soubirous vio a la Virgen María y de ella recibió la
orden de construir allí una iglesia de peregrinación. Quien desee
saber acerca de ello, puede consultar la novela Lourdes, de
Emile Zola, que hasta este momento nadie ha podido refutar.
Aquel que quiera mirar con sus propios ojos el encanto
maravilloso, que viaje allá, para la temporada de las grandes
peregrinaciones. Pero puede resultarle peligroso tener que ver la
estación de ferrocarril de Quai d'Orsay, en París, y la estación de
Montabiau, en Toulouse, congestionadas de camillas donde se
hallan tendidos enfermos graves, y tener que viajar acompañado
en el mismo compartimiento por personas enfermas con
manifestaciones visibles e internas. Quedará conmovido por toda
esa humanidad. Rezos murmurados se aúnan con el ruido del
rodar del tren y puede ser que durante el viaje algún pasajero lo
emprenda hacia el más allá.

Desde unas estribaciones pirenaicas irradia al peregrino una pro-


paganda luminosa en forma de cruz y desde el castillo de Lourdes,
destacándose de la ciudad santuario, un proyector. El peregrino bus-
ca, antes de que se haga totalmente noche, la famosa gruta. Una
Madre de Dios blanca, rígida y siempre sonriente está de pie sobre la
roca; de ella fluye el agua medicinal. Cientos de cirios titilan. De la
roca cuelgan muletas y báculos. Los que recobraron la salud los han
dejado como testimonio para la auxiliadora Madre de Dios. Orantes
se postran ante ella. Algunas veces son diez; otras, cien; otras, miles.
Todo peregrino a Lourdes, sea católico o herético, no deja de visitar
los baños que se alimentan de desviaciones de la fuente termal de la
gruta, porque aquí puede llegar a ser testigo del gran "milagro" que
proporciona Lourdes: torundas de algodón empapadas de pus o tro-
zos de apositos y sucios emplastos incapaces de infectar a aquellos
que miran al cielo y no al baño, que se meten en las gélidas aguas
para que ellas los curen. De todas maneras, para que el visitante
pueda divisar este "milagro", tiene que tener aquello que suele deno-
minarse como "buenas relaciones".

Ni Kevelaer en la Renania o Echternach en Luxemburgo -ni si-


quiera la propia Roma- pueden ofrecer el espectáculo que Lourdes
ofrece. Una gruta, sobre ella una iglesia suntuosa y, construida
encima de ésta, otra; una segunda nueva iglesia que debe de haber
costado cantidades ingentes de dinero. Es de noche. Negras se
recortan las montañas, pero infinidad de luces alumbran en el
valle, en las pendientes y hasta en las mismas cimas. Llegan en
masa cientos de miles. Muchos acompañan o portan enfermos.
Se reza en todos los idiomas del mundo. El rosario o el padre
nuestro. Todos van en pos de la curación de enfermedades
mentales o físicas, aquella que da el Señor de los Ejércitos,
María, debe ayudar...
Ahora, todos encienden una vela o un farolillo de papel
impreso con imágenes piadosas y versículos sagrados y se
incorporan a la procesión. Las campanas empiezan a tañer,
ondean las coloridas estampas de santos y los pesados
pendones, destella la custodia, rezan sacerdotes y legos, los más
enfermos emiten quejidos, varios de ellos serán consolados por
hombres sanos, y después... Después avanzan empujándose todos,
pero todos subiendo a la iglesia de peregrinación de arriba,
cuyos oro y piedra reflejan otra vez la diversidad multiplicada
de la magnificencia. La música suena. La gigantesca multitud
canta y los altavoces braman -es un aire de danza- la
"Canción de Bernadette". Muchos quisieran que fuera una
coral, pero es ¡un aire de danza!

Permanezco apañado. Y observo. Y recuerdo. En los tiempos


primitivos, aquí se alzaba un templo de Venus. En la Edad
Media aquí se les dio muerte a los cátaros, durante la cruzada
contra los albigenses, en el siglo XII. Porque ellos no
adoraron o veneraron a María, y a los santos y al señor Sabaoth,
ni quisieron ser sometidos por Roma ni Francia.
También recordé la cueva de Betharam, cerca de Lourdes.
La había visitado el día anterior. Es la cueva más visitada de los
Pirineos. Sus más bellas concreciones calcáreas, que son el
motivo de la llegada masiva de visitantes, están siendo traídas
aquí desde hace mucho tiempo. Fueron sustraídas de la cueva
de Lombrives, cerca de Sabart, en cuya noche eterna
permanecen aquellas estalactitas y estalagmitas que han ido
siendo creadas por agua de montaña en el transcurso de
millones de años, que siempre crecen más alto sobre las
legendarias tumbas de Heracles, de la Venus pirenaica y del
rey Bebryx, y que desde hace mucho tiempo han llegado a ser
demasiado enormes para que puedan ser trasladadas a otro sitio.
En la cueva de Lombrives también esperan las osamentas de
albigenses plenos de confianza en el Día del Juicio.

Permanecí apartado durante la procesión. Sobre mí lanzaba


sus rayos una cruz, desde una alta cima de montaña. Desde el
norte me saludó Arktos: la Osa Mayor y la Osa Menor.
Deberé ir hacia él Cuándo quiera encontrar mi Alemania...

Hace unos días realicé una larga caminata con un médico


de Pau, por las montañas de la zona de la sierra Maledetta. Mi
amigo también es Rimayre, rimador. Así es como los gascones
llaman a sus poetas. Mientras ascendíamos a las alturas me
contó que sus paisanos, en tanto que lugareños aborígenes, se
consideran descendientes directos de Heracles y de Pyrene, y
que en la Gascuña aún se cantan canciones en las que Apolo y
Venus y las Gracias y Ninfas campean a su gusto por los
bosques y manantiales patrios; estos campesinos consideran a
las propias montañas de los griegos, al Olimpo, a las Osas y al
Pelión como menos orgullosas y menos sagradas que sus
montañas, los Pirineos.

Después de un largo recorrido por altos montes y de un


cansador ascenso, llegamos a miserables cabañas de piedras
bien montadas, las que, para tener un adecuado sostén, se
reclinan sobre las faldas de los montes. Estaban pegadas
como nidos de golondrinas a la escarpada pendiente.
Nuestras provisiones se estaban acabando, por lo que
decidimos ir a comprar pan y queso, ya que todavía teníamos
por delante un largo camino. Al ir aproximándonos, vimos
desaparecer hombres en las pobres chozas. Aunque gol-
peamos las puertas con toda fuerza, nadie abría. Llamamos a
viva voz; nadie respondía. Silencio mortal. Sólo un gato
empezó a maullar. Las puertas permanecieron cerradas.
Tuvimos que seguir caminando con las manos vacías.

Mi acompañante estaba convencido de que nosotros habíamos


estado en un poblado de cagots. Hay algunos de ellos por aquí
arriba, alejados de los hombres. Él es de la opinión -como la
mayoría- de que adoptaban como designación original la de
Canis gotus, can gótico, y los cagots deben de haber sido
considerados como descendientes de los visigodos. Eran, sin
excepción, gente de estatura alta, de rasgos muy expresivos, ojos
azules y pelo rubio liso.
¿Tal vez la denigración que pesaba y todavía pesa sobre ellos
-acoto yo- haya tenido su origen en cuestiones de creencia? No
cabe duda, si no, no se habrían dirigido en el año 1517 por medio
de una solicitud al papa León X suplicándole volver a gozar de su
favor, ya que el error cometido por sus antepasados hacía mucho
tiempo debería estar expiado. Si se les prestó atención es una cosa
que escapó a sus conocimientos, dijo mi acompañante y manifestó
que le interesaría saber con seguridad si aquí a los cagots también se
les llama salbatgés. Que puede significar tanto salvaje como
salvado.

Pensé en el Castillo del Grial Muntsalvatsche, de Wolfram von


Eschenbach. Proseguimos nuestro largo viaje pedestre. Al bosque
ya lo habíamos dejado lejos a nuestras espaldas. A ambas orillas
del sendero pedregoso se alzaban altas matas de romero. Un águila
trazaba sobre nosotros poderosos círculos. De pronto se elevó hacia
las alturas de la sierra Maledetta. Tal profusión de luz nos irradió
desde la colosal montaña surcada por glaciares, que nuestros ojos
nos llegaron a doler. Tontamente habíamos olvidado traer gafas
oscuras. Me preguntó si me era conocida una leyenda del Pirineo
del trovador supremo Bertrán von Born, quien, afligido por la
decadencia de su patria y por la pérdida de su libertad, subió a la
sierra Maledetta y se dejó arrecir hasta convertirse en bloque de
hielo del glaciar. No, contesté, pero sí sé que el Dante envió a los
trovadores al infierno, donde él, decapitado, llevó la cabeza
delante de sí para, de esta manera, alumbrar su camino a través del
infierno...

El trovador Bertrán von Born y los canes góticos, los cagots,


pertenecen a la servidumbre palaciega, la corte de Lucifer, le dije
en el camino de regreso a. su casa al rimador, quien, al igual que
yo, iba pensativo. Preguntado acerca de lo que entendía tras este
concepto de corte, quizá demasiado prolijamente, expuse lo
siguiente:

En él Antiguo Testamento, Isaías, en nombre del Señor de


los Ejércitos, que es el Dios de los judíos, se lamenta por todos
los que son interrogadores y héroes. A éstos les irá como a Luci-
fer, que desde el cielo cayó a lo más profundo por querer sentarse
sobre la Montaña de la Asamblea en el más lejano Septentrión.
En el más profundo Norte debe de estar situada esta montaña, ya
que el Norte es la isla de la Medianoche. Allá dominan el hielo
y la nieve, tal como dominan sobre el glaciar de la sierra
Maledetta. ¿Quién sería el primero que llamó a esta montaña,
la mayor y más hermosa del Pirineo, la maledeite sierra? Puede
que hayan sido los mismos que cargan sobre sus conciencias la
tragedia de los cagots.

He comprendido muy bien por qué el papa, con la cruzada


contra los albigenses, quería a la Provenza y al Languedoc "de-
jarlos preparados para una nueva estirpe". Había que erradicar
totalmente del sur de Francia la sangre germana, porque ésta,
la del norte, no era sagrada para Jerusalén o Roma.

A los germanos se los convirtió en bárbaros; a los vándalos se los


convirtió en destructores vandálicos; a los borgoñeses, en
bougres -que en Francia es uno de los peores apodos injuriosos-, y
a los cátaros los llamaron herejes. ¡Cuánto ha tenido que odiar
Roma al germanismo! Eligió los medios y las vías más indignas
y antidivinas que pudieran ser elegidos. Así es el aspecto de la
historia de la religión occidental: a quien quisiera levantarse de
las tinieblas de la ignorancia, Roma lo humillaba por la fuerza.
A quien buscara desvelar los secretos del mundo y de la vida, lo
enviaba al infierno o lo fulminaba, Cuándo no lo podía
exterminar con anatemas y libelos difamatorios. ¿Es acaso un
delito que un hombre elija como objetivo la posibilidad
máxima: el Ser Supremo? Roma llevó hombres a la muerte
porque no quisieron rezarle a aquel Dios de los judíos que se ha
arrepentido de haber creado el mundo y a los hombres. El papa
de Roma ha hecho quemar a aquéllos y a otros los ha hecho
padecer una muerte cruel porque no lo quisieron reconocer como
representante de la divinidad, ya que es indudable que los papas,
como la historia lo deja suficientemente claro, tuvieron que ser
contados muy a menudo entre la escoria humana.

Como corte de Lucifer, comprendo a aquellos que tuvieron


sangre nórdica y le fueron fieles, que eligieron a una Montaña
de la Asamblea en el más lejano Septentrión, como objetivo
final de su búsqueda de Dios, y no a los montes del Sinaí o
Sión del Cercano Oriente. Como corte de Lucifer, comprendo
a aquellos que no necesitaron de un mediador para lograr
llegar a su dios o para entablar con él un diálogo, sino que,
por el contrario, buscaron a su dios con sus propias fuerzas y -
es mi creencia- fueron escuchados por él. Como corte de
Lucifer, comprendo a aquellos que no creyeron por medio de
los más burdos recursos -como las penitencias medievales o
los derviches árabes o algunos otros que creían caer en éxtasis
para ver la divinidad-, sino que miraron la vida con sus
confusiones, contradicciones y cargas como un deber impuesto
por la divinidad, para que con paciencia pudieran aclarar sus
confusiones y hacer compatibles sus contradicciones. Como
corte de Lucifer, comprendo a aquellos que no imploraron de
rodillas al cielo, sino que con valentía reclamaron su admisión
en él porque hicieron todo lo humanamente posible para ser
dignos de un endiosamiento.

Mi compañero de ruta opinó que sólo en escala limitada


podría aprobar mi parecer, pero tuvo que aceptar que, Cuándo
hablé en cierta ocasión de los trovadores, el trovador Peire
Cardinal, haciendo caso omiso del portero del cielo, Pedro,
había exigido con violencia a Dios su admisión en el Paraíso.
Ya en el camino de regreso de la sierra Maledetta -cuyo glaciar
más helado, como rival del infierno más ardiente del Dante,
ha cobijado al trovador Bertrán von Born congelado por la
pena y quizá se ha convertido por eso en maledeite-, me recitó en
lengua provenzal una poesía herética de Peire Cardinal:
Ahora poetizo una nueva canción de censura
Que oirá el Día del Juicio Él, que nos creó de la
nada. Nunca más debería cerrarnos su puerta Y
que el Santo Padre la custodie Es la mayor
vergüenza para Él. No: Desde el propio poder,
alegre y sonriente Nos instalaremos allí algún
día.

Una corte que no nos parecerá perfecta; dentro de ella la


servidumbre palaciega ríe mientras los otros lloran.

Y él será venerado como el más alto Señor,


Reñiremos en caso de que se resista a admitirnos.
Quisiéramos lograr un compromiso, ¡Que nos lleve a
donde Él nos sacó!
SEGUNDA ETAPA

Todos mis pensamientos hablan de Amor


(Minne).
Y son en si de modos tan
diversos.
Dante

EN UNA NOCHE DE VIAJE

Recién acaban de abandonar el tren dos oficiales de la marina


francesa. Este tren une la frontera española con la italiana, en el
puerto de Cette. Ellos, como yo, habían subido en Narbonne. Antes
de que salieran del departamento y por propia iniciativa, me deja-
ron los libros que ya habían leído como lectura de viaje. Les había
dicho que tenía que pasar en el tren toda la noche. Los libros son
novelas baratas, horriblemente ilustradas. Empero, no me son tan
desagradables para entrada la noche. El tren está repleto de gente
bulliciosa y hace un bochorno sofocante. Ni pensar en dormir. Segu-
ramente hay tormenta sobre el Mediterráneo, porque el aguacero
fustiga contra los vidrios como si fuera arrojado a cántaros llenos.
Un padre jesuita reza en secreto el rosario. Su boca deslabiada,
una raya, se mueve de Cuándo en Cuándo. Por momentos, sus ojos
pequeños y duros miran fijamente a los demás viajeros. Uno de
ellos es obeso. Gotas de sudor perlan su frente, en ocasiones las
seca con un pañuelo apelotonado. En su mano hay muchos ani-
llos. Incluso uno de matrimonio. El obeso es judío, aunque de la
cadena de oro macizo de su reloj penda un medallón cristiano.
Frente al jesuita, en otro rincón de la ventana, va sentada una
mujer simple, de peinado con raya y gafas. Con manos que
evidencian el trabajo doméstico, teje a ganchillo un jersey para un
muchacho, que pronto estará listo. No levanta los ojos.

Pese a su faena, me parece que sonríe quedamente. A lo mejor


viaja para encontrarse con su chicuelo... Entre los pasajeros hay
un judío. Le gustaría ser bautizado, pero es judío. Pertenece a
aquel "pueblo elegido" al que a Ignacio de Loyola, fundador de
la orden de los jesuitas, le hubiera gustado pertenecer. Loyola
exteriorizó una vez que él lo habría tenido por un favor muy
especial de su Dios si éste le hubiera permitido ser de origen
judío para tener un "parentesco de sangre" con Nuestro Señor
Jesucristo y con Nuestra querida Señora, la bienaventurada
Virgen María.

Observo cómo la mujer simple ejecuta diligente y con buen


humor su trabajo manual, quizá tiene en su mente a un chicuelo al
que va a encontrar y que no conoce la moraleja jesuita de que "los
hijos deberían hurtar a sus padres, si éstos no les hicieran caso
después de repetidos ruegos y quejas, tanto como la costumbre y la
posición lo permitan". Pienso en mi madre y en mi padre.
Nosotros, sus hijos, les hemos causado muchas preocupaciones.
Pero lo que no supe es que nosotros les tendríamos que haber
robado. Si hubiese querido ser jesuita, entonces debería "deponer
toda simpatía moderadamente sanguínea frente al parentesco de
sangre", y no debería decir que tengo "padres o hermanos, sino
que yo los tuve". Gracias a Dios, todavía los tengo.

Soy alemán. "Para el jesuita no puede haber ninguna separación


de los hombres según naciones y razas; para él solamente hay
hombres que luchan bajo la bandera de Lucifer y hombres que
lidian bajo la bandera de Cristo". En lo que a mi creencia en
Dios respecta, yo combato bajo la bandera de Lucifer. Soy hereje y
mundano a la vez, porque con gusto voy a teatros y a salas de
concierto. "Los discípulos de la Compañía de Jesús no deben ir a
espectáculos públicos, romerías ni a otras representaciones ni a
ejecución de delincuentes, aunque sí pueden hacerlo para la
ejecución de herejes". En aquellos tiempos pasados a mí también
me hubiesen quemado.

GENOVA

Me encuentro en suelo italiano. Hace un calor abrasador. Ayer


pasé el día en Monaco; su nombre deriva del Heracles Monoiko.
Esta noche sigo mi viaje a Milán. A mis oídos llega un cantar senti-
mental; un señor se lamenta de su nostalgia di baci y su
nostalgia d'amore; nostalgia de besos y de amor. Se me ocurre
un juego de palabras: la inversión de amor es Roma. Una vez, los
genoveses se sintieron muy orgullosos de su Sacro Catino, su
Cáliz Sagrado. Ha sido el Grial, y seguramente aquel que utilizó
José de Arimatea con ocasión de la Pasión de Jesús Cristo. Un
cronista medieval, Wilhelm von Tyrus, aseguró que el Grial genovés
fue conservado inicialmente en el templo de Heracles en Tiro y
luego cayó en manos de los musulmanes. Según informes
posteriores, los genoveses lo capturaron durante las cruzadas
palestinas y se lo llevaron a su ciudad. Se lo tenía por una
esmeralda hasta que Napoleón lo hizo examinar en 1806 y se
constató que era vidrio en pasta verde oliva. Lo que debe de haber
indignado a los genoveses.

También son malos para hablar sobre el verdadero descubridor de


América. Sólo a regañadientes reconocen que un vikingo pagano
y bárbaro de Islandia, medio milenio antes del cristiano genovés
Cristóbal Colón, había descubierto el Nuevo Mundo. El Nuevo Mun-
do no me atrae, pero quiero ver Islandia. Muchos creen que es la
Thule de la que el esforzado Pytheas llevó noticias a su casa.
Siento ardientes deseos de nubes y temporales, de nieve y hielo.
Roma, Milán y Verona son las únicas ciudades italianas que puedo
ir a recorrer. Con gusto hubiera ido a visitar Nápoles, en cuyas cer-
canías, en el Mons Lactarius, fueron exterminados los últimos
ostrogodos durante el reinado de Teja en 555. Florencia, que una
vez estuvo completamente entregada al catarismo y donde un
Dante alabó en Minne a la "casada" Beatriz Rávena, donde el rey
ostrogodo Teodorico residía en los tiempos de paz y donde
"construyó con sus propias manos su jardín". Si amenazaba guerra,
el rey trasladaba su corte a Verona, alabada por muchos poetas
antiguos como Bern. Como he dicho, Roma, Milán y Verona son
las únicas ciudades que veré. También habría ido gustoso a Loreto,
a orillas del mar Adriático, debido al lugar católico de
peregrinaciones, Nazaret. Allí muestran la casa natal de la Madre
de Dios, María, a la que un ángel trajo aquí en una noche desde
Palestina.

Teodorico, nuestro Dietrich von Bern, hizo traer a Rávena aquel


famoso tesoro de los godos, que antes había estado en posesión de
los romanos, desde Carcassonne, adonde lo había llevado el rey
ostrogodo Alarico. El Grial debe de haber estado entre estas joyas.
Me pregunto si Dietrich, en Rávena, la tan alabada ciudad Raben,
habrá sido Rey del Grial. Una segunda pregunta suscita el antiguo
poema de la "Guerra del Wartburg". Érase una vez en Roma una
rica familia que "was in armuot kommen durch ir edelen mílten
muot" (se había empobrecido debido a su hidalga y clemente
valentía). ¿Habrá sido esta rica familia la dueña del tesoro de los
godos?

Justamente hace cien años, antes de la decisiva batalla en Mons


Lactarius, cerca de Napóles, vino al mundo el rey ostrogodo
Teodorico. El decimocuarto rey de descendencia directa de la estirpe
real de los Amala, "los que en cierto modo vencieron gracias al
hado, y que fueron llamados por los godos semidioses o Ansis
(Ases)". El primer Amala debe de haber sido Gant, entre quienes
algunos creen que debiera incluirse al propio Dios. Otro "al que
los godos veneran entre los dioses de su pueblo" era Taunáis o
Thanauses. Otro más fue Ermanarich, que debe de haberse
autoproclamado "rey de los escitas" y que también dominó
sobre la mayor parte de la Germania. Fue "el más noble de los
Amalas", afirmó en el siglo VI de nuestra era el historiógrafo
Jordains, que nos ha legado un im- portante compendio de los
doce libros de la historia perdida de Casiodoro, canciller y
hombre de confianza de Teodorico. Jordains también dio a conocer
que los godos "antiguamente habían emigrado de la isla de
Escandía", que había himnos conmemorativos referidos al origen
del nombre del pueblo gótico y que los recuerdos de las expediciones
godas sobreviven en "viejas canciones de tipo casi histórico". Los
himnos y canciones se han perdido.

Teodorico vio la luz del mundo en las proximidades de Viena, dos


años después de la muerte del rey de los hunos, Atila. Éste, que
entró en la saga de los héroes como rey Etzel, fue enterrado por
nobles ostrogodos. Alrededor del cadáver en su fastuoso ataúd al
aire libre cabalgaban los nobles del servicio feudal sobre sus
corceles y cantaban alabanzas al muerto.

Finalmente, Teodorico dominó el territorio itálico entre los Al-


pes y la puerta sur de Calabria -y también sobre la pacifica Sicilia
abandonada por los vándalos-. Embajadores llegados de las más
alejadas comarcas de Germania se encontraron en Rávena para
rendirle homenaje. Un día también vino el rey de los eureles, una
tribu norgermánica, y pretendió ganarse la amistad de Teodorico.
Lo ensalzó "de acuerdo con el rito gótico de estado de adopción a
rango de hijo".

Hasta las ramas de los árboles fueron traídas por mensajeros desde
el litoral del mar Báltico para que ellos depositaran ámbar a los
pies del gran rey. El godo real mantuvo con los escandinavos, espe-
cialmente, un trato amistoso. En su corte se quedó a vivir de
manera permanente -como deduje de una edición inglesa- "un
príncipe sueco que había gobernado sobre una de las trece tribus más
populosas que entonces habitaban una parte de la península
escandinava. Este país septentrional, al que a veces se ha dado
vagamente el nombre de Thule, fue poblado e investigado hasta
el grado de latitud 78, donde los habitantes del circulo polar en
cada detención del sol de verano y del sol de invierno durante
cuarenta días lo disfrutan o lo pierden. La larga noche de la
ausencia del sol o de la “muerte del sol” era la triste época de la
indigencia y del miedo, hasta que emisarios enviados a la cima de
la montaña veían regresar los primeros rayos de luz y anunciaban
a la llanura la fiesta de su renacimiento".

Se dice con razón que la isla Escandía, de la cual una vez emigra-
ron los godos, y la península de Escandinavia son una sola. Es posi-
ble que el massiliota Pytheas haya vivido en Escandinavia, por lo
que deberíamos considerar a Escandinavia como su Thule.

Cuándo murió Teodorico, en 526, parecía que el imperio


ostrogodo había quedado firmemente cimentado para todos los
tiempos futuros. Sin embargo, treinta años después su imperio
estaba destruido, su pueblo había sido exterminado y de su
dominio no quedó en pie más que aquel magnífico mausoleo que
su hija Amalasuntha había hecho levantar a la vista de la ciudad
de Rávena. También habían supervivido las sagas heroicas de
Dietrich von Bern y de Thidrek.

Los poetas católicos del medievo dicen de Teodorico que fue


raptado por el diablo y asado a fuego lento en las brasas, para
toda la eternidad...

MILÁN
El patrono tutelar de Milán es san Ambrosio. Fue arzobispo de
Milán de 374 a 397, Cuándo Teodosio I reinó en la Roma oriental
y Valentiniano II en la Roma occidental, ambos como
emperadores. Sus huesos reposan aquí en la iglesia
Sant’Ambrogio, que fue lugar de coronación de los reyes
lombardos y los emperadores alemanes desde el siglo IX hasta el
siglo XV. En esta iglesia bautizó como cristiano romano, en 387, a
san Agustín, al que el maniqueísmo había causado gran agitación
y una penosa situación.

San Agustín perteneció tan poco a la corte de Lucifer como


Ambrosio. Sin embargo, debo informar sobre él. Agustín nació en
Numidia, de madre cristiana y de ascendencia púnico-africana. Su
padre era pagano y semita. Fue a la escuela de una ciudad que no
quedaba lejos de la esfera de los nómadas. Con dieciséis años "era,
como el mismo Agustín lo contó, un joven apuesto, por lo que el
padre se complacía junto al joven en el baño, y, preparado como sirio-
púnico de pura cepa, ya pensaba en nietos". Dos años después, el
padre se arrepentía de su deseo, porque Agustín trajo al mundo un
nieto ilegítimo. Fue llamado Adeodat, que significa "dado por
Dios". Durante trece años vivió Agustín con la madre de su hijo en
concubinato.
Entonces Agustín se dedicó por un tiempo al maniqueísmo. Sus
discusiones con uno de los más afamados maniqueos de aquella
época, un hombre de nombre Fausto, las dejó registradas de una
manera muy poco noble en el escrito Contra Faustum (Contra Faus-
to). Odiaba rabiosamente el maniqueísmo.

Un día Agustín decidió trasladarse a Roma. No permaneció mu-


cho tiempo en esta ciudad, que se autodenomina eterna, sino que
atendiendo a su vocación ejerció de profesor de retórica en
Milán. Aquí repudió a la mujer con la que había convivido por
tanto tiempo y que le había dado un hijo. Creyó que debía
contraer matrimonio concordante con su posición social. La madre
de su hijo regresó abatida al norte de África, donde "transcurrió el
resto de su vida soltera en una comunidad cristiana". Muy
pronto halló él "una mujer adecuada que satisfizo sus
requerimientos carnales y sus ambiciosos objetivos". Pero, por
alguna razón, el matrimonio se aplazó hasta dos años más tarde.
En el ínterin, Agustín tomó para sí una querida. Al ir
aproximándose la fecha del casamiento echó de la casa a esta
mujer y no contrajo matrimonio con la novia. Porque en este
entretanto se había convertido al cristianismo católico y había he-
cho votos de castidad ante Dios y la Iglesia. Verdad es que en
los años posteriores dijo que las prostitutas son una parte
constitutiva de la sociedad humana tal como los verdugos, a
pesar de que para él la palabra del apóstol Pablo había pasado a
ser regla de conducta: no tiendas a la comida y a la bebida, ni a la
alcoba y la lascivia, ni a la discordia y la envidia, sino al Señor
Jesús Cristo y espera del cuerpo, por lo tanto, que no sea lascivo.
"No seguí leyendo -comenta Agustín-, no era en realidad
necesario, porque justo al finalizar esta palabra se hizo la luz de la
paz en mi corazón y huyó de mi la noche de la duda". Con su hijo
Adeodat, al cual, como acostumbraba decir, "había engendrado en
pecado", se hizo bautizar por Ambrosio. Un año después el hijo
murió.

Él mismo se marchó de este mundo el año 430, mientras el gran


rey vándalo Genserico ponía cerco a la ciudad donde Agustín fue
obispo por última vez, la ciudad norteafricana de Hipona. Dentro
de sus murallas yacía moribundo un semita y obispo que posterior-
mente fue canonizado como Padre de la Iglesia. Un rey germano
asaltó las murallas. El semita continuó triunfando en Cuánto que,
en los tiempos futuros, todos los papas, casi todos los curas y
algunos emperadores romanos de la nación alemana, ante todo
Carlos el Franco, han utilizado, junto a la Biblia como eficaz
martillo, la obra más significativa de Agustín, Civitas Dei (La
ciudad de Dios), para volver a forjar occidente en el senado semítico.
Casi lo lograron. Pese a todo, debemos abrigar la esperanza de que
Europa algún día se limpiará de toda mitología judía...

Cuándo Agustín llega a Roma, la encuentra conquistada por los


godos. Los romanos se quejaban de que el dominio godo sólo
pudo ser posible porque Roma había adoptado "la nueva religión
oriental", el cristianismo. Agustín replicó a los romanos: "¿Van
acaso los godos a la iglesia cristiana? No, la evitan. Porque los godos
son hombres diferentes a nosotros y a vosotros".
Y el semita adoctrinó a los romanos en su Ciudad de Dios: "Entre
los hombres hay caínes y abeles. A los de Caín perteneció
Roma; con el asesinato de Remo perpetrado por Rómulo,
comenzaron a gobernar los caínes. Angeles apartados de Dios
crearon Asiría, Persia, Atenas. Solamente en Sem se
multiplicaron las semillas de Abel, aunque, por cierto, él también
sufrió de debilidad desde la caída de Adán. En la historia del
pueblo de Israel, el pecado siempre se muestra de nuevo. Y en ella
debía aparecer Jesús para salvar a aquellos que han sido
determinados para la redención. Porque de Israel sale la Iglesia.
Ella intercede por aquellos predestinados a la salvación por la
liberación de las debilidades de la carne. ¡Sin la Iglesia no hay
ninguna verdadera comunidad, sólo violencia y guerra, a duras pe-
nas reprimidas por las leyes! Pero ahora está aquí la gran unidad: la
Civitas romana; el imperio romano ha sido superado y transfor-
mado desde que los emperadores son cristianos. Roma misma y
todas sus instituciones pertenecen ahora a la Iglesia. A ella tiene que
servir el Estado terrenal; Iglesia y Estado son las dos instituciones de
la gran unidad de la cristiandad, ambas encarnan en la humanidad el
Estado de Dios, que es la finalidad y el objetivo de la historia. Al finalizar
el día, el propio Jesús tomó el mando y separó a los elegidos de los
condenados eternos". Así enseña Agustín, el padre de la Iglesia en su
Civitas Dei... ¡Y nosotros podríamos coger el toro por los cuernos!

Abro el primer libro de Moisés en los capítulos cuarto y quinto.


Leo: conoció Adán a su mujer Eva, que concibió y dio a luz a
Caín. Después dio a luz a su hermano Abel. Y aconteció que,
estando ellos en el campo, Caín se alzó contra su hermano Abel y
lo mató.

Y conoció de nuevo Adán a su mujer, que dio a luz a un hijo al


que llamó Set. Porque Dios, dijo ella, me ha sustituido otro hijo en
lugar de Abel, al que Caín ha estrangulado.

Y Set también engendró un hijo y lo llamó Enós. Enós engendró


a Cainán. Éste engendró a Mahalaleel. Que engendró a Jared.
Que engendró a Enoc. Que engendró a Matusalén. Que engendró
a Lamec. Que engendró a Noé. Y siendo Noé de quinientos años
engendró a Sem, a Cam y a Jafet.

Agustín se equivocó al hacer reproducir la simiente de Abel en


Sem. Sem provenía de la simiente de Set, con el que Yahvé sus-
tituyó al estrangulado Abel. La Biblia hace ser a Sem un nuevo
descendiente de Lamec; a éste, un descendiente de Enoc; a éste,
un descendiente de Mahalaleel, y a éste, un bisnieto de Set.
Voy a abrir el primer libro de Moisés en los mismos capítulos.
Leo: conoció Adán a su mujer Eva, que concibió y dio a luz a Caín.
Y Caín conoció a su mujer que concibió y dio a luz a Enoc. Pero
Enoc engendró a Irad. Que engendró a Mahujael. Que engendró a
Matusalén. Que engendró a Lamec. Lamec engendró un hijo y lo
llamó Noé. Siendo Noé de quinientos años engendró a Sem, Cam y a
Jafet

En consecuencia, la Biblia se contradice a sí misma. Por cierto, en


ambos casos, Sem es un nieto de Lamec. Pero ahí comienza el descon-
cierto: Lamec es tanto un nieto de Enoc como su tataranieto, y Enoc es,
entonces, tanto un tataranieto de Adán como su nieto.

¿Y Sem? Según la Biblia, Sem es de la descendencia de Set o de la des-


cendencia de Caín. Pero no; como asegura Agustín, de la descendencia
de Abel, ¡oh fue estrangulado por Caín y en cuyo lugar Yahvé puso a Set!

E1 padre de la Iglesia san Agustín debe de haber conocido la Bi-


blia en general y el primer libro de Moisés en particular. ¿Por qué se
ha extraviado deliberadamente de la "palabra de Dios"? Respondo
a la pregunta: ¡para el cristiano Agustín, se trataba de la pertenen-
cia a la raza de Jesús de Nazaret! Quería convencerse de que Jesús
no provenía de la descendencia de Caín, que había sido un asesino.
El padre de la Iglesia Agustín también quería convencerse de que
no sólo el pueblo de Israel, que continuó la descendencia de Sem,
sino también la Iglesia salida de Israel tendría su origen inicial en
la descendencia de Abel. Y lo que, no en último lugar, le importaba
al semita Agustín en relación con la ciudad universal de Roma -
que manifestaba desconfianza a la "nueva religión oriental"- era
que ésta tenía que ganar sea como fuere, para lograr la conquista
del mundo por el pueblo de Israel y de la Iglesia proveniente de éste,
que iba siendo una codiciosa potencia mundial (el mundo tenía
que pasar a constituir un Estado de Dios judío).

Es por esto que Agustín se inventó, sin ningún fundamento, que


Roma pertenecía a la casta de Caín, Abel-Remo habían sido asesi-
nados por Caín-Rómulo, por esta causa Roma había caído en el
pecado y la flaqueza y solamente el semita Jesús podría liberarla de
los godos, conquistadores de la ciudad eterna. Los godos no prove-
nían de la descendencia de Sem, por lo tanto ni de Caín ni de Set.
Menos aún podrían provenir de la descendencia del bíblico Abel, ya
que la Biblia nada da a conocer de la descendencia de Abel. ¿De qué
descendencia eran los godos? Respondo a la pregunta: los godos
eran de la descendencia de aquellos ángeles caídos de Dios de los cuales
habla Agustín. Con Lucifer, estos ángeles son condenados por el Dios
bíblico al infierno, a la caverna más profunda. Los "ángeles caídos de
Dios" de Agustín y su descendencia, de la que procedían los godos,
conforman la corte de Lucifer. Ahora, que cada uno de los que
hasta aquí me han seguido saque sus propias conclusiones de la
doctrina racial de Agustín. No olvide tampoco pensar aquí en aquella
tan poco conocida frase del estadista inglés Disraeli, un judío, que ha
dicho consciente y manifiestamente que la historia solamente puede
ser entendida Cuándo se tienen conocimientos sobre los problemas
de las razas. También piense en Heracles y los argonautas. Uno de
ellos, Perseo, fue el "creador" de Persia, Heracles y los argonautas
todos pertenecieron a los "ángeles caídos". Incluso Cuándo todavía
hoy estén en el cielo como constelaciones ¡a pesar de Yahvé! La
homonimia de las palabras de Abel y Abelio (así llamaban también
al sol los antiguos cretenses) obliga a reflexionar a quien piense más
allá. A este respecto también yo me preocupo. Quizá dé a conocer en
otro libro estas preocupaciones.

En Roma hubo, dice la antigua canción de la "Guerra de


Wartburg", una rica estirpe "was in armuot comen durch ir
edelen milten muot", war in Armut gekommen durch seinen edlen
milden Mut (que llegó a la probreza por su noble valentía).
Esta estirpe bien podría ser la descendencia de Eneas y de su
padre Anquises, los dos llegados de Troya en calidad de
exiliados. Eneas llevó a tierra a su padre Anquises cargándolo
sobre sus hombros, cual si fuera un pilar de candelecho, que en el
monte llamaban Alcis, Ansís o Ases. Ante tales pilares, los
hombres de las tierras boscales solían beber Minne (Amor) y
conmemorar al Dios Padre del Universo o a sus antepasados.

Por fin, el caduco imperio romano fue superado y


transformado por una religión del cercano Oriente; ahora
pertenece con todas sus instituciones, por un largo tiempo, a la
Iglesia católica procedente de Israel. Católica significa:
abarcando todo el universo.

Y los ostrogodos llegaron por un tiempo relativamente corto.


¿Podríamos considerarlos como la "estirpe rica'? Los reyes godos eran
Ámalos cuya genealogía debe remontarse hasta los "semidioses" llama-
dos Ansis o Ases. Deben de haber sido los señores de aquel tesoro de
los godos en el que se encontraba el Grial. Al ir los godos
acercándose a Roma, temblaban los ciudadanos de la Ciudad Eterna.
Les habían contado horrores de la fuerza goda y de las espadas
góticas. Roma tembló. Pero pudo triunfar pronto pese a todo: en el
Mons Lactarias a los "hombres del Norte" les asestó el golpe mortal el
general y eunuco bizantino Narsés. Este monte queda cerca de Puteoli
en la Napotitania.

Gustoso hubiera visitado Puteoli (hoy Puzzuoli), pues allí tengo


más para ver y meditar: por Puteoli se hallan los Campos Flégreos
sobre los que se llevó a cabo la gigantomaquia -aquella lucha entre
dioses y titanes por la supremacía olímpica-. Probablemente se trata
del mismo combate que las Eddas refieren entre los Ases y los Wanen.
Puteoli también me atrae por las ruinas de la antigua Cumas, una
colonia helena. Desde allí se propagó sobre Italia el culto a Apolo, y
allí, en una cueva, profetizaba Sibila de Cumas, una pitonisa itálica.
Wolfram von Eschenbach dice que la Sibila era una profetisa del
Grial. La Sibila cumae vivía en una cueva de la montaña próxima...

Así es: primero, si fuera a Puzzuoli, cerca de Nápoles, iría en busca


de una cueva en la montaña. Seguramente está cerca del lago
Averno, donde los antiguos imaginaron que se encontraba la entrada
de los infiernos. Según da a conocer Dietrich von Nieheim, que a
fines del siglo XIV era obispo de Verden en el Aller, en la montaña
tienen su casa muchos hombres hasta el Día del Juicio y se deleitan
con placeres diabólicos. La montaña se llama Grial.

Quien me haya seguido hasta aquí no olvide a los cátaros, Cuándo


por sí mismo siga el hilo. Ellos también en la Lombardía fueron "tantos
como la arena del mar", y se les abrasó en su herejía "como a
lámparas". Unos fueron anatematizados como maniqueos; los otros,
como amaños. Como los herejes alemanes, seguramente también se
reconocían por el saludo: 'Te saluda Lucifer, a quien no se hizo
justicia".

ROMA
El alemán Tannhäuser, como el pueblo errante de la Edad
Media lo vio, una vez se arrodilló ante el papa. Le pesaba un gran
"pecado", ya que había ido al bosque a mirar un milagro y había
dado con el Monte de Venus. La señora Minne -que también se
llamó señora Saelde o señora Holda- imperaba en esa montaña.
Allí había muchos héroes y muchos cantores. Siete años
permaneció Tannhäuser junto a la diosa. Entonces lo asaltaron las
dudas sobre la salvación de su alma y se despidió de la señora
Minne para peregrinar a Roma. En vano la graciosa le suplicó que
permaneciera junto a ella, porque junto a ella estaba su salvación.
Tannhäuser se desprendió de sus brazos y no escuchó que le
encomendaba que no debía olvidar "despedirse de los hombres
antiguos". Con pies sangrantes peregrinó el desventurado hacia
Roma. Allá tañían las campanas y se escuchaba el canto llano.
Los cirios titilaban, los monjes cantaban y el papa celebraba
misa en la desmesurada catedral de San Pedro. Arrepentido,
constrito y agotado, el peregrino permaneció de pie detrás de
una columna cercana a la entrada. Las lágrimas le corrían sobre
las cárdenas mejillas y le dolía el desasosegado pecho. Y le hizo
dar gritos de júbilo, porque era Navidad, el himno mil veces
diferente: "Alabado sea Dios en las alturas y haya paz en la
tierra para los hombres de buena voluntad". El papa celebrante
murmuró siguiendo el texto bíblico: 'Venid a mí aquellos de
vosotros que sufrís penas y agobios, yo os reconfortaré".

Allí estaba Tannhäuser de rodillas frente al papa. Con la


voz entrecortada por los sollozos, balbuceaba: 'A ti he venido
agobiado por mis miserias. ¡Reconfortadme!". El papa, sin
embargo, sosteniendo una ramita seca en la mano habló,
ahora en italiano, lanzando al peregrino humillado ante él una
horrible maldición: "Tú has estado en el Monte de Venus, en
el infierno. Por eso serás condenado para siempre. Así como es
imposible que esta rama seca en mi mano dé rosas, aún es más
imposible que te conceda perdón e indulgencia. ¡Levántate y
vete!".

Tannhäuser se levantó con rapidez, apesadumbrado por haber


gimoteado ante aquel hombre tan mortal como él mismo.

¡Sí, así veo a Tannhäuser! Ahora se encuentra erguido y


fuerte. Calla, Porque en espíritu ve el bosque alemán. La nieve
cubriendo praderas; cuervos graznando al volar, abriéndose
paso entre copos de nieve, detrás de los celajes anuncian el
vespertino arrebol; de los oscuros abetos penden claros
carámbanos, los abetos van siendo cubiertos por la nieve. Se ve
a sí mismo pisando firme a través de la floresta nevada. Libre
de pesares, libre de discordias, porque está en su casa. Ninguna
otra palabra dice al papa. Sólo lo contempla en su magnitud y se
marcha de allí. Hacia el norte. El papa queda sobrecogido de
frío o de temor por esta mirada, y necesita tiempo para volver
a gozar del sol romano. Antes de que Tannhäuser entre para
siempre en la montaña de la señora Holda, canta una antigua
canción que bendice una vez más al sol, y a sus queridos amigos.
Éstos podrían ser los astros. Entonces se sienta frente a los
hombres viejos de los que estúpidamente había olvidado
despedirse, y que no estaban resentidos porque eran sabios y de
jóvenes también se habían equivocado. El error pone al rojo vivo
la pureza de aquellos que son de buena y firme voluntad.

Y el abeto alemán se va cubriendo aún más profundamente


con el manto de nieve de la señora Holda, feliz por el retorno
de Tannhäuser al lar, y le tararea una canción de cuna. Pronto se
adormece soñando con la primavera y con el dios de la
primavera, que ya estaban de camino.

El gran papa Gregorio, el Santo, tal como él se vio a sí


mismo, tuvo cierta vez una visión. Gustaba -pese a que
Ignacio de Loyola todavía no había podido introducir los
ejercicios espirituales, ya que recién mil años más tarde pudo
venir al mundo-, según todas las normas jesuíticas, de la gloria
eterna del reino de los cielos cristianos que describió así: "Los
justos, sin embargo, ven a los injustos siempre en sus tormentos,
por ello su alegría aumenta. La vista de los castigos a los
condenados tampoco enturbia en el espíritu de los justos la luz
de su tan grande bienaventuranza, porque allí donde no hay
ninguna compasión con la miseria, sin ninguna duda que la alegría
de los justos no podrá ser atenuada. Qué maravilla que la vida de los
tormentos a los injustos sirva de sustento de la alegría de los justos.
Puesto que, como se ha dicho, las alegrías de los bienaventurados
aumentarán más Cuándo ante sus ojos la desdicha de los anate-
matizados mas se intensifique, esa desdicha de la que ellos mismos
pudieron escapar".

El papa Inocencio III, tal como lo vio el poeta alemán


Lenau, después de haber mandado exterminar a los albigenses,
una vez se arrodilló en la paz de la noche, ante una imagen
de Cristo en el Vaticano, y rezó en voz alta. ¿Quizá tuvo
miedo ante el silencio, desde que él al mundo dio tal paz?

Alzó la vista a la imagen de Dios,


Le asustaron el amor, y la indulgencia.
Mientras pensaba en sus acciones,
Cuán sangriento había dispuesto al mundo.
Fija la imagen en la cara,
Una arruga le apaga la luz
Y le circundan las tinieblas
Y el silencio, a la imagen no pregunta
Nada más...

De súbito lo estremecieron las llamas: las llamas de la


Provenza, que había ordenado preparar para una nueva estirpe.
Las llamas le señalan la cruz sobre el pecho de aquellos esbirros
que él había mandado a traer desde los cuatro puntos
cardinales para alistarlos en la cruzada contra los albigenses,
de aquellos a los que, por ser "soldados de Cristo", les había
prometido la gloria eterna.

Se derrumban las ruinas, rechinan las armas,


Y desde el fogoso crepitar
Escucha maldecir su nombre:
Al soplarle el espanto en el rostro
Toma conciencia en su puño
Y musita resignado: ¡amén!, ¡amén!

El nombre del papa Inocencio III significa inocente. Ningún


papa pertenece a la corte de Lucifer.

El alemán Fausto, como nuestro poeta Christian Dietrich


Grabbe lo describió, una vez se encontraba sentado en la noche en
su estudio sobre la colina Aventino. Buscaba claridad. Y oteaba
hacia el Gólgota. Desengañado, apartó la mirada de su objetivo,
porque ningún rayo de luz le llegó desde allí.

En torno a él los hombres se arrastraban para salir al encuentro


de su supuesta bienaventuranza. "Ahora bien -dijo Fausto- sean
ellos bienaventurados, las almas adormiladas que son lo
suficientemente débiles, para, encandiladas por el resplandor,
tenerlo por luz y creer ciegamente, porque ellos ciegamente
abrigan esperanzas. ¡Yo prefiero sangrar por el tormento! Volé
hacia ti, Roma, para acoger en mí a toda la humanidad, ya que
eres el espejo roto del pasado más abarcador. Y las imágenes de
los héroes centellean al resplandor de la sangre de las naciones
y de los habitantes nativos, intercambiándose cada vez más
fragmentos de este espejo Cuándo más profundamente se
mire. Tú eres la ciudad donde ahora se amalgaman milenios: el
papa en el Capitolio y sobre la hiedra del Panteón de ayer. Todos
los imperios se desploman frente a ti hasta volver al polvo. ¿Por
qué? Eso nadie lo sabe, porque tú no eres mejor que ellos. Y
Cuándo tu espada todo conquiste, también caerás tú, con todo lo
nuevo, en la noche y la barbarie."

Cuánta razón tienes, Fausto, tú que quizá no eres más que un


tocayo del Fausto maniqueo, a quien san Agustín combatió de
manera innoble. ¿Prefieres sangrar por el tormento? Hazlo así,
porque ésta es la vía de toda carne alemana Cuándo quiere lograr
la gloria.
¿Qué habrías dicho, Fausto, si hubieras vivido en Roma en 1536?
Voy a contarte lo que entonces sucedió y que en las horas
actuales puede volver a ocurrir: aquel año un cometa empezó a
iluminar el cielo nocturno de Roma. Bajo los techos romanos los
hombres se acurrucaron angustiados. El Santo Padre se preocupó
por sus ovejas creyentes y pronunció el anatema contra el
fenómeno celeste como fantasma del diablo. Pero al cometa nada
le importó, porque millones de kilómetros lo separaban de la
ciudad que quiere hacerse pasar por eterna.
También él, regocijado con su centelleante cola, dejó de colear
y continuó, consolando, su grotesco camino. Probablemente ni
siquiera notó a los hombres y herejes y campanas y corales, como
tampoco a los anatemas proferidos por el papa. Si algún día tiene
que regresar, los astrónomos del Vaticano vestidos de jesuitas lo
traerán del observatorio astronómico Ad majorem Dei Gloríam,
aumentado en mil veces, ahora que han reconocido también por
su parte como verdadero y prueba de Dios que la Tierra gira
alrededor del Sol. Es imposible detener el curso del mundo. Pese a
Roma.

Fausto, el más alemán de los alemanes, nos permite seguir a


Tannhäuser e ir hacia unos hombres antiguos de los que podemos
aprender más que de Roma, espejo roto del pasado más abarcador.
Desde hace más de dos mil años los "hombres antiguos" sabían, como
Heráclito y Pytheas -aquel Pytheas ávido del Norte, oriundo de
Massilia-, que la Tierra gira alrededor del Sol. Ellos enseñaron así:
"¡Nosotros giramos en torno al Sol y estamos a su servicio!". Mil
años después, otro astrónomo, el famoso Ptolomeo, afirmaba: "No,
todo gira alrededor de nosotros!". Las teorías de Ptolomeo fueron
muy bien recibidas por Roma, por la Roma papista, y ello requirió
que se debiera creer en un cierto Cristo, así él no quedaría expuesto
a juicios condenatorios: "¡Nosotros somos el centro y todo gira en
torno de nosotros!". Entonces volvieron a rebelarse hombres sabios y
valientes: Galileo y Copérnico. Ellos hicieron saber: "Sin duda que
giramos". Por sus enseñanzas heréticas Galileo fue llevado ante un
tribunal de la Inquisición. Corría el año 1613 Cuándo en Alemania
los cristianos se armaron para consumar en nombre de Cristo la
funesta Guerra de los Treinta Años, y Cuándo un zapatero que res-
pondía al nombre de Jakob Böhme confió a sus prójimos el secreto
de una corona que está en el Septentrión. El secreto de la
corona de Lucifer...
Dame la mano, Fausto. ¡Abandonemos Roma y juntos
busquemos la Montaña de la Asamblea en el más lejano
Septentrión! Allí se es orgulloso y no vanidoso como en Roma.
Y es mejor vivir con un portador de luz que con un atrapador de
luz o espejo quebrado, que destila sangre. ¡Vayamos por el
infierno a Jo luminoso! Fausto dijo:

¡Sea!
Busqué la divinidad
Y estoy a las puertas del infierno.
Pero aún puedo seguir mi camino.
Seguir cayendo,
Aunque sea a través de las llamas.
Finalidad, debo tener una meta.
Hay una senda hacia el cielo
Que conduce a través del infierno,
Al menos para mí.
¡Vamos, pues
Yo me atrevo!

VERONA

Después de viajar en un tren nocturno repleto, me tendí


al sol sobre los antiguos muros de la fortaleza de Verona
hasta temprano por la tarde. Después tomé un buen baño en
las aguas reanimantes del Adigio, que baja de las montañas
del Tirol trayendo consigo un hálito del norte, limpiándome
el polvo de Roma, Más tarde terminé visitando la bella
ciudad con su impresionante anfiteatro y sus notables
iglesias. Muchas otras cosas observé.

Ahora me hallo en Bern, donde gobernó el gran rey


godo Teodorico e intentó infructuosamente la unificación
de todos los pueblos germanos. En Raben, que es Rávena,
murió de muerte natural. Los godos lo enterraron allí,
entristecidos. Apenas enterrado, los cristianos católicos
sacaron de la mole de roca que era su tumba las cenizas del
"hereje digno de anatematización" y las esparcieron a los
cuatro vientos. ¿Hacia dónde habrá ido el alma de Dietrich
von Bern?

En la Edad Media de las cruzadas, al retornar los cruzados a su


hogar desde tan lejos, solían narrar multitud de historias. Está
claro que muchos no llegaron hasta Palestina. Pero habían visto
mares y países, y lo que debe de haberles provocado más fuerte
impresión son las montañas vomitando fuego. Parece que el Etna
los cautivó más que la zona volcánica napolitana, donde se alza
una montaña llamada Gral. El canciller arelático Gervasios von
Tilbury escribió: "Tal como antes, el rey Arturo vive cerca del
Etna y allí padece de una herida dolorosa que se va abriendo de
año en año. El cartujo y peregrino a Levante Ludolf von Suchen,
que además escribió una Vida de Jesús, llama al Etna la
montaña Bel y deja entrever que es la entrada al infierno. Al pasar
por Sicilia y por el Etna, informa Cesarius von Heisterbach, con
toda claridad se puede escuchar 'cómo, mediante voces
sobrenaturales, se anuncia el advenimiento de los anatematizados
y se ordena atizar el fuego para ellos'. Es penoso ir allá, opinaba
el de Heisterbach".
Arturo no estaba solo. Lo rodeaba una servidumbre o corte
esclarecida. Entre ellos, como no pocos cronistas aseveran, se
encontraba el rey godo Teodorico, que no es otro que nuestro
magnífico Dietrich von Bern. Durante su vida fue hereje arriano
y ésta es la razón por la que peregrinos a Palestina y
monjecillos gazmoños sintieran por él tanta aversión como
para trasladarlo a un reino de fuego volcánico. Pero los héroes
decididos, entre los que se cuenta Dietrich, pudieron reír
decididamente. Y ante el infierno no sintieron el menor temor.
En vez de permitir ser arrojados al reino del fuego, siguieron
adelante, tan ávidos de novedad y valientes como eran,
entrando de buen grado. Ya adentro, rieron decididamente.
Descubrieron que de ninguna manera existía un infierno o
temperatura en ebullición y frío de hielo, vapores sulfurosos y
tormentos; ni tampoco Belcebú ni diablillos utilizando instrumentos
de tortura, como tampoco había condenación eterna. Aquellos
héroes fueron hombres muy especiales y todavía en el medievo
tardío, supuestamente oscurecido, no se había perdido de ningún
modo el buen recuerdo dejado por ellos. Con frecuencia decían:
"Prefiero estar sobre la montaña de Bel junto a reyes y príncipes,
que en el cielo donde sólo hay hombres malvados y mujeres
santurronas, ciegos y cojos". Esta historia medieval me ha
encantado.

En la Biblia está escrito, en el libro de Isaías, que en nombre de su


celoso Dios, Sabaoth, el Dios de los Ejércitos, echó la maldición
sobre Lucifer y sus hijos: "¡La Bel está doblegada!". Siento que el
secreto de la Bel del Antiguo Testamento, de la montaña Bel y el
Luzbel del medievo, como los albigenses llamaron a Lucifer, algún
día yo habré de dejar completamente aclarado. Si tarde o temprano,
no puedo saberlo.

Sobre el rey Arturo y Dietrich von Bern da noticias también la


"Guerra de Wartburg", aquel extraordinario poema escrito por
mano desconocida hacia comienzos del siglo XIII, que canta la
legendaria controversia poética en el Wartburg, sede del
gandgraviato de Hermann I de Turingia. Siete trovadores de Amor,
entre los que se hallaban Heinrich von Ofterdingen, Walter von
der Vogelweide y Wolfram von Eschenbach en 1207, año del
nacimiento de santa Isabel, deben de haber luchado a vida o muerte
con acertijos poéticos. En los siglos XIII y XlV se corría muy
fácilmente peligro de ser conducido como hereje a suicidarse ante el
juez inquisidor. Mientras los cantores se peleaban en el burgo de
Wartburg, un tal Stempfel de Esisenach esperaba a los vencidos para
decapitarlos con un hacha. Debe de haber sido un maestro de herejes.
Cada vez que uno de los cantores en lucha, sobre todo Wolfram von
Eschenbach, tocaba cuestiones espinosas sobre la fe, se interrumpía
súbitamente como si tuviera miedo de su propio coraje. No le habría
hecho ninguna gracia ser muerto por StempfeL En lo que se refiere al
famoso combate poético, Cuándo Wolfram von Eschenbach puso en
apuros a Heinrich von Ofterdingen, tuvo que hacerse venir desde
Hungría, patria de santa Isabel, al maestro Klingsor. Éste estaba
aliado con el diablo (en uno de los manuscritos se lo llamaba
Nazarus: ¡nazareno!). Wolfram superó también a Klingsor median-
te un diálogo que deben de haber sostenido en los viejos tiempos
Dietrich von Bem y el rey enano Laurín, y sobre el que Eschenbach
cantó con completo entusiasmo.

Wolfram hace decir a Laurín en relación con Bern: "A los


cincuenta años todavía tendréis que vivir, Dietrich. Y también
seréis un fuerte héroe, mas la muerte os sobrevendrá. Has de saber,
sin embargo, que a mi hermano, que mora en su tierra alemana, se
le ha concedido vida por mil años. Vos sólo necesitáis elegir una
montaña que sea fogosa en su interior. Entonces, dice la gente,
seréis llevado a calor grande, es más, seréis igual a los dioses
terrenales". A lo que el rey Laurín responde: "Es lo que quiero
hacer y me alegro por anticipado de ello. Jamás mi boca hará saber
de esto a otros hombres". A lo que Wolfram von Eschenbach
añadió de sí: "Y yo no delataré cómo los romanos, con ánimo hostil,
pasaron ante esa montaña".

Entonces Eschenbach cantó con energía contra Klingsor "Maes-


tro, hay un rey llamado Arturo. ¿Podrías nombrar a otro rey que se
le asemeje? Continuad escuchándome: Arturo mora en una
montaña. Caballeros nobles, que se deleitan con toda comida sin
excepción y con bebida pura, conforman su corte. Ni arnés, ni
vestimenta, ni corcel echaban en falta. También vivían allí juglares.
Desde que Arturo mora en su montaña, ha enviado paladines al
país de los cristianos con una buena nueva. Una campana anuncia
este mismo mensaje. Y al comenzar ésta a tañer enmudecieron
abruptamente los juglares de Arturo, habitualmente plenos de
destreza. La alegría de la corte decayó. ¿Me comprendéis, por fin,
maestro Klingsor? ¿No? Si así fuere, entonces tampoco podréis
saber a quién envió Arturo como paladín al país de los cristianos y
quién tañó la campana que interrumpió la alegría. Al campanero
debéis adivinarlo vos mismo. Mas sí os nombraré al paladín. Se
llama... Lohengrin".

Lohengrin desciende de la estirpe del rey del Grial: Parzival fue su


padre y Anfortas, que portó ante éste la Corona del Grial, su tío
abuelo. De Anfortas, Wolfram da a conocer en su Parzival que
sufre de una herida incurable por haber cortejado por "Amor
(Minne) no permitido" y, así, haber infringido la ley suprema de la
caballería del Grial. Con cuánto ardor habría anhelado la llegada
también de la muerte, pero él no podía morir. Sólo había una
cura para el rey doliente: un noble caballero que no supiera nada
sobre la existencia y secreto del Grial y por su propia fuerza
encontrara el castillo de Muntsalvatsche y expusiera la pregunta
redentora. Parzival, padre de Lohengrin, fue el salvador.

¡El enfermo rey Arturo y el enfermo rey Anfortas son uno


solo! También la montaña dentro de la cual reina Arturo en el
círculo de su excelentísima corte y la Montaña del Grial son una
sola: de aquí navegó hacia los hombres Lohengrin en su barca
tirada por cisnes. ¿Desde qué punto cardinal habrá venido? ¿Del
occidente, donde está el Montségur? ¿Del monte Bel en Sicilia o
del Grial cercano a Nápoles? ¿Del oriente? ¿O de la Montaña de la
Asamblea, en el más lejano Septentrión?

En 1183 se celebró en Verona un concilio eclesiástico. En esta


ocasión se debatió y discutió acerca de qué medios se tendrían que
aplicar contra las herejías neoarriana y neomaniqueísta. También
se decidió la exterminación de los últimos cátaros en la ciudad del
arriano Dietrich von Bern, medio siglo después de su muerte. Antes
de la llegada de los godos, ya los longobardos habían encontrado
patria en la pendiente sur de los Alpes y en la llanura del Po. Tam-
bién ellos eran arríanos: herejes.
MERANO
Desde hace pocas horas estoy en Merano, como esta ciudad se
llama en la actualidad. Desde aquí continuaré pronto mi viaje, ya
que nada me detiene en esta ciudad. Además del Castillo del
Tirol, importunado por la visita de turistas y bañistas termales de
todas las naciones, he visto el camino al Tappein y las alamedas -
que en otras ciudades del sur del Tirol pueden encontrarse mucho
más hermosas-, judíos leyendo diarios en hebreo, como también
hace muchos años un renombrado militante del partido de centro
alemán, para quien el suelo de Alemania se había vuelto
demasiado peligroso. Esto me ha amargado la estancia.

Siento que los manes de los duques de Merano, tan alabados por
el pueblo errante de la Edad Media, nunca más podrían gobernar
aquí: por un Berchtung que tenía que matar al héroe Wolfdietrich,
pero que lo echó a la floresta, y por un Berchther a cuyos
encarcelados siete hijos, el rey Rother, haciéndose pasar por
Dietrich von Bern, les trajo la liberación por medio de arpa y
canción. En otro lugar tendré que evocarlos. Tampoco encontraré
en Merano la piedra Claugestión. El veterano duque Berchther,
como vasallo del rey Rother, la ha llevado como penacho. E
"incluso en plena medianoche alumbraba la piedra con divina
claridad". Otrora, Alejandro el Grande encontró la piedra en un
país donde -dice- "nunca un cristiano ha llegado". ¡También yo
deberé buscar la piedra Claugestión en otro lugar!

De los legendarios duques meranos provendrá Gertrudis, esposa


del rey Andreas II de Hungría y madre de santa Isabel. "De
Gertrudis se ha conservado -como recientemente deduje de un
artículo aparecido en un periódico del sur del Tirol- un recuerdo
asaz maligno en la historia húngara: por su soberbia y su
predilección por los extranjeros, los húngaros,
confidencialmente, de manera permanente violaban a su alta
protectora, y a los 28 años de edad, la reina fue asesinada.
Cuándo la madre fue asesinada, la entonces pequeña Isabel, de
6 años, no vivía ya en Hungría." En el año del nacimiento de
Isabel, 1207, se desarrolló la famosa Guerra de Wartburg. Uno
de los cantores en la lid, el maestro Klingsor -al que Wolfram von
Eschenbach le propinó durante la lucha una animosa derrota,
como atestiguan otras leyendas, tal y como yo lo encuentro escrito
en mi buen periódico católico tirolés-, atrajo la atención del
landgraviato de Turingia, bastante endeudado pero magnificente,
hacia Isabel, la hija del rey húngaro, nacida hacía poco. Es por
esto que hizo su aparición entonces, al cuarto año de vida de la
princesa, una delegación de Turingia enviada a la corte real hún-
gara para pedir la mano de la princesita para el hijo primogénito
del landgrave. Efectivamente, a sus 4 años de edad fue prometida
al heredero del trono turingio y, conforme a la usanza de aquellos
tiempos, de inmediato fue llevada a la corte de su futuro suegro.
Los tesoros que llevó consigo como arras incluían una cuna y una
bañera de plata, entre muchos otros objetos de fina plata que pesa-
ban no menos de doscientos quintales cada uno. Empero, pronto
murió el novio, el conde heredero Hermann. Los miembros de la
familia, hostiles a la pequeña princesa Isabel, pretendieron enviar-
la de regreso a Hungría. Pero en este caso hubieran tenido que
devolver las arras, ya para entonces dilapidadas en orgías. Por este
motivo Isabel, sin ser consecuentemente consultada, se convirtió
en prometida del penúltimo hijo del conde, Ludwig. Es probable
que debido a esto el aún allí presente Klingsor redactara la leyenda
del linaje huno-húngaro -el texto poético más antiguo de la prehis-
toria húngara—, claramente debido a su necesidad de demostrar la
verdad de la noble procedencia de la entonces onceañera hija del
rey húngaro, tratada en la corte de Turingia como una cenicienta.
Con 14 años se le hizo contraer matrimonio con su novio, siete años
mayor. El landgrave Ludwig llevó con su esposa, "hermanita",
como la llamaba, una vida plena de amor y devoción; con
posterioridad, y aunque no llegó a ser canonizado, su pueblo
también lo veneró como santo. Cuatro hijos fueron la bendición de
esta unión conyugal. Cuándo la esposa del landgrave, que siempre
sintió inclinación al ascetismo, contaba con 19 años, apareció
súbitamente en su vida una figura peculiar: el inquisidor general
Konrad von Marburg, un monje dominico que recibió de sus
contemporáneos el título de "azote de Alemania" por su cerrada
religiosidad y su rigurosidad. Exigió de su hija de confesión, Isabel,
obediencia absoluta, obediencia que debía extenderse a sus asuntos de
dinero. Para ello impuso a la princesa una disciplina extremada-
mente rigurosa, lo que pronto le acarreó caer en descrédito ante sus
parientes, que la consideraron maníaca. Para colmo, "su impulso cari-
tativo, lindante en fervorosa prodigalidad, la llevó a convertir en
dinero toda su herencia paterna, incluyendo la propia cuna de piala,
y este dinero, así como el producto de la venta de su propia
vestimenta, se lo regaló a los mendigos".

Me sorprende que Isabel convirtiera en dinero su herencia paterna,


hasta la misma cuna de plata, ya que todo se lo habían "dilapidado"
los parientes turingios. Esto poco importa ahora, ya que queremos
seguir leyendo sin impugnaciones hasta el final el artículo
periodístico que, como dijimos, no es herético. He tenido que
introducirle algunas mejoras debido a que está redactado en un ale-
mán estilísticamente malo:

"Después de seis años de matrimonio murió el marido de Isabel de


manera repentina Cuándo iba en camino a una cruzada; desde ese
momento su vida en la corte de Wartburg se convirtió en un puro
martirio. Su suegra y cuñada la expulsaron junto a sus hijos. La
orgullosa hija de Arpad (el rey Andreas, padre de Isabel, era un
vástago de la primera dinastía de Hungría, de la estirpe de los
Arpadios) encontró cobijo en el establo de un labriego bondadoso.
Su padre confesor la llevó hacia una disciplina todavía más rigurosa.
La noticia de esto por sí sola se propagó hasta llegar a la corte real
húngara, por lo que, al llegar a oídos de su padre, éste quiso que
regresara al hogar. Pero, como quiso conservar el privilegio de su
primogénito en la sucesión del trono como príncipe reinante, no pudo
abandonar el país.
"El amargo destino de la princesa refugiada se le hizo penoso a su
familia, por lo que convinieron construir para Isabel un lazareto en
Marburg, a orillas del Laftan, para que pudiera dedicarse completa-
mente, como su priora, al cuidado de los leprosos. Al mismo tiempo
se incorporó como novicia de tercera en la recién fundada orden
franciscana y así vivió todavía algunos años dedicada a la
beneficencia social. Apenas tenía 24 años Cuándo cambió el
terrenal valle de lágrimas por el reino celestial. Aún estaba viva y ya
se contaban de ella las más diversas narraciones de milagros. La
más difundida fue la de las tres rosas milagrosas que la fantasía
popular hizo enrojecer más ardientemente. Ya de pequeñuela
cogió el apasionamiento, todavía en la corte paterna, por dar
limosnas. Su delantal estaba siempre rebosante con restos de
comida para los mendigos. Su padre le prohibió el trato con los
pordioseros, probablemente para prevenirla del peligro del
contagio de la lepra. Pese a la prohibición, nunca pudo dominar su
apasionamiento y un buen día volvió a llevar pan a los mendigos.
Al notar su padre que algo guardaba en el delantal, le llamó la
atención; en su apuro, la muchachita logró inventar una mentira
inocente. ¿Y qué sucedió? Ante el requerimiento de su padre de
que abriera el delantal, éste se encontró repleto hasta los bordes
de rosas, por gracia especial de Dios. El segundo milagro de las
rosas aconteció poco después de la muerte de su primer novio.
Por este tiempo había decidido dedicarse el resto de su vida al
Novio divino y como símbolo de esta promesa llevó desde
entonces en su cabellera una guirnalda de rosas (es muy
probable que el autor del artículo no se atreviera a decir rosa-
rio). Una vez que los emisarios de su padre llegaron al castillo de
Wartburg, le comunicaron el deseo paterno, según el cual, de
ahora en adelante, tendría que ser la novia del landgrave
Ludwig. Sufriendo un conflicto espiritual, se quitó la guirnalda
de rosas de su cabeza y la arrojó al río. ¿Y qué sucedió? En un
santiamén las rosas se multiplicaron y toda la superficie de las
aguas se sonrojó con la luz rosada del río florido. El tercer milagro
con rosas, sin embargo, sucedió durante su vida matrimonial. Rebo-
sante de abnegación atendía a los leprosos; como un día no le
quedaba ninguna cama para uno de los incurables, lo acostó en
su propio lecho. Cuándo su marido regresó de sus ocupaciones le in-
crepó con dureza inquiriendo a qué extraño cobijaba en su gineceo.
Herida en sus más profundos y sagrados sentimientos de confianza
matrimonial, no le fue posible articular en respuesta palabra alguna.
Su esposo alzó presto la cubierta de la cama, y he aquí que, en medio
de fragantes rosas yacía entre almohadones el propio Redentor.
Ludwig se prosternó ante ella y le pidió perdón."

Aunque ya sé que las declaraciones bajo juramento que nos


han sido transmitidas por las cuatro sirvientas de la esposa del
landgrave (entre ellas una Jutta o Judith que había sido puesta
al servicio de Isabel Cuándo sólo contaba 5 años de edad) nada
decían sobre milagros durante la vida de la santa y sólo
atestiguaban que la fallecida había tenido visiones, yo tuve por
conveniente repetir la narración de este celebrado milagro de
las rosas tal como lo ven sus simpatizantes clericales, dándoles
crédito. Mas, continuamos escuchando:

"Inmediatamente después de la muerte de Isabel se llevaron a


cabo en su tumba diversos milagros curativos por lo que su, hasta
ese instante, padre confesor -el que, dicho sea de paso, poco
tiempo después fue muerto a golpes por unos nobles- urgió al
papa romano para que su penitenta fuera canonizada. La
canonización también se llevó a cabo el año 1235, aún en vida
de su padre, a quien esto le sirvió como eficaz ayuda en su
conflicto con la curia romana (ahora me toca a mí exclamar
¡fíjense!); no se podía seguir tratando con tan extrema
rigurosidad al padre de una santa de la Iglesia romana. (Vuelvo a
exclamar: ¡fíjense!) Durante el año de la canonización se empezó
la construcción de una iglesia en su honor, la primera catedral de
estilo gótico puro de Alemania. En Budapest, los baños curativos
Rudasbad fueron adaptados en su honor como lazareto y se les dio
su nombre. La historia de su vida, al poco tiempo de su muerte, fue
puesta por escrito por Konrad von Marburg, Cesarius von
Heisterbach y Dietrich von Thüringen.
"De los bienes relictos terrenales de la santa princesa arpadia en
Hungría, lo único que se conserva es un báculo engastado en
oro, en el tesoro de la iglesia archiepiscopal de Esztergom, que
fue labrado con madera del sencillo lecho de la santa."
Acerca de otros dos báculos sacados de la madera de la
armadura de la cama de Isabel y de sus reliquias, contaré tan pronto
como esté en mi patria. La santa Isabel ha sido "un consuelo y tesoro
del muchas veces pobre país de Hesse", además, como se asegura sin
fundamento, debe de haber sido "la dama del corazón" de
Tannhäuser.

ROSALEDAS DE BOLZANO
Desde hace semanas vivo sobre un pastizal alpino de verano
que está tan arriba en las montañas que ya al comenzar el
otoño, que transcurre ahora, se pueden ver copos de nieve
deslizándose desde ellas. Un paño blanco cubre las perfumadas
gencianas, las árnicas cuyos jugos curan muchos achaques, y la
casta rosa alpina. Este pastizal descansa, seguro de sí, entre el más
arriba y el más abajo. Se basta a sí mismo, ostensiblemente limitado
por escarpadas sobresalientes, y representa, como yo lo percibo, un
mundo encantado.

Encerrado por magníficas dolomitas, aunque esté alejado del


mundo, no es de ningún modo extraño al mundo. Y claramente
no lo es, porque él, sin estar ligado a eso que habitualmente se
llama "mundo", está unido a él. Para llegar a él hay que seguir un
empinado sendero sujeto a las faldas de montaña audazmente
salientes. Con frecuencia lo saltan espumosos torrentes como
queriéndole impedir que aúne las profundidades abismales con las
alturas eminentes. Pero sube, y, mientras más escarpada sea la
pared, más echa coléricos espumarajos la caída del agua, y más
impertérrito conduce él más arriba. Sabe que, pronto, sólo abetos
del tiempo tapizados de musgo impedirán mirar el pastizal con el
que se ha comprometido y por cuya causa él es.
Cuándo lo recorrí por primera vez, sólo podía imaginar la cima a
la que me llevaría, porque la neblina efervescente y fría lo envolvía
densamente. Llegué arriba. Me quedé. Con ésta, tres veces he
estado en Bolzano. Hay cuatro horas hasta aquí. Compré calzado
recio y ropa recia. Reiteradamente subo a la quebrada debajo del
pastizal. Pasando por troncos desarraigados y bloques rocosos
cubiertos de musgo, encima, pegados, hay refulgentes agáricos;
una inconcebiblemente escarpada senda de cazadores conduce
hacia ellos. Poderosos se destacan los troncos en el camino del
valle, allí ningúna] tormenta los puede quebrar. Hasta al sol se le
hace difícil en la quebrada. ¿No hay días que se abstengan de la
luz? En esos asciendo a las profundidades.

Con mucha frecuencia largo a andar por el caminillo que lleva


desde el pastizal hasta la cumbre. Sobre amplios trayectos de
zarzarrosa, dentro de los cuales se amparan los rojos arándanos y a
través de un bosque de oscuros pinos, entre sus ramas rasgadas, sin
cesar despiden tenue luz los vastos campos nevados del grupo de los
Adamello. El sendero serpentea hacia lo alto, dobla cuidadoso en torno a
un abrevadero para animales y pájaros del bosque sedientos. Así va
transcurriendo. Por fin se queda a solas frente a las torres del rosedal
estirándose hacia el cielo, que a uno primero se le revela sobre la
cumbre del imponente macizo, y del que aquí se puede llegar a ser un
elemento.

Jamás olvidaré este anochecer, estaba delante de mi cabaña y mira-


ba morir el día. La campanita de la capilla del bosque, situada sobre
otra pendiente, doblaba a muerto. Pero una insospechada vida
animaba la magnífica rosaleda. Rojas como las delicadas rosas
enrojecían sus rocas. Algunas veces llameaban como si en su interior
ardiera fuego, y como si el turbión de niebla que se recostaba en ellas
fuese de penachos de humo. Miraba y recordaba antiguas
canciones que saben contar muchos prodigios de este monte. El
rey enano Laurín, aquí, en esos tiempos remotos Cuándo los
hombres eran mejores, debe haber tenido una deliciosa rosaleda. El
perfume encantador de las miríadas de cálices tejía en su interior, e
incontables fueron los pájaros que noche y día cantaron jubilosos
alabanzas al Creador.

Sin embargo, hombres malévolos consiguieron aherrojar al rey


enano para conducirlo a su ciudad y forzarlo a ser un risible malaba-
rista y bufón. Mas, más temprano que tarde, sucedió que Laurín
logró en secreto liberarse de su prisión y retornó al hogar de sus
paradisíacos paisajes. Para que nunca más volviera a producirse una
experiencia tan indigna como la que había sufrido anteriormente, se
recubrió con un hilo de seda. Ni siquiera un hombre de brazos
musculosos tendría la fuerza necesaria para romper la sutil telaraña.
Ni siquiera el hombre más rico podría comprar jamás la vista de la
rosaleda. Y ni siquiera el más erudito de los hombres podría saber del
país maravilloso de Laurín, porque ningún libro lo puede describir.

Así, yo me ensoñé frente a mi cabaña del pastizal. Por sobre mí,


la noche definitivamente estaba allí, y la luna la había seguido.
Sus rayos argénteos se reflejaban sobre las rocas apagadas. El
día iba muriendo dominado por la noche fresca, que empezó a
cantar la muerte con una bella canción puesta en música por
Brahms. Sola, la montaña frente a mí no vivió menos.

Siempre opinaré que la mayor de las maravillas de Laurín es la


sabiduría sobre el día y la noche, que es también la sabiduría sobre
la vida y la muerte. ¡Si pudiéramos saber algo de esto!, así se quejan
los hombres y no debieran hacerlo. Ya que es posible entrar en el
reino de las maravillas de Laurín. Pese al hilo de seda protector.
Mas eso sólo se admite para los que son caballeros o niños o
poetas.

Por el vetusto Troj de rèses (o sendero de rosas tirolés) que conduce


desde el paso de montaña de los Carios, por el valle del Tierser, hacia
el norte, cierta vez cabalgó un héroe de la escolta de Dietrich von
Bern. En vano se había empeñado en hallar un acceso al reino de
Laurín. Todas las veces que creyó haber logrado su objetivo, frente a
él se alzaron intrepables murallones rocosos. Más he aquí que en
esta ocasión frente a él se halla un estrecho barranco horadado por
las aguas. Desciende hacia él. Próximo a un arroyo recibe cantos
encantadores de innumerables pájaros. Se detiene y aguza su oído.
Entonces ve a una mujer que cuida corderos en una pradera
soleada. Le pregunta si los pajarillos siempre cantan. La mujer
responde que no los escuchaba desde hacía mucho, pero que ahora se
podría, conjeturaba ella, encontrar por fin el molino, y para la
redención de los hombres volver a ponerlo en funcionamiento. Que
qué tipo de molino era ese, interpeló el caballero. Que estaba
encantado y se había detenido hacía ya muchísimos años -respondió
la mujer-. Por aquellos tiempos remotos lo habían trabajado los
enanos y era pertenencia de Laurín, que en él hacía moler harina que
donaba a los hombres que eran pobres. Fue sólo saberlo y ya se
dejaron caer por aquí los codiciosos. Uno de ellos arrojó un enano
al agua por no haberle dado bastante harina; desde esta acción el
molino se detuvo y no se lo ha podido volver a encontrar. Que se lo
encontraría si los pájaros volvían a cantar. El molino está en lo
profundo del estrecho barranco, tan fuertemente cerrado y desgastado
que ni siquiera su rueda se puede mover. Se lo ha bautizado como "el
molino de rosas" porque zarzarrosas le han crecido, envolviéndolo.
El caballero se apresuró a adentrarse en el bosque a la búsqueda del
molino. Y lo halló. Sobre su techo proliferaban musgos, los tabiques
estaban ennegrecidos de viejos, y la rueda no giraba. Las rosas lo
poblaban tan densamente que aquel que no supiera del molino
seguiría su camino pasando frente a él sin enterarse. Fueron
infructuosos los enormes esfuerzos del caballero por abrirle las
puertas. El candado no cedió ni un ápice. En la pared se fue dejando
ver un ventanuco. El caballero se apoyó sobre el lomo de su corcel y
miró a través de los vidrios. Dentro del recinto del molino había siete
enanos tendidos, y dormían. El caballero llamó a viva voz e insistió
golpeando con el puño. En vano. Cansino cabalga de regreso al prado
y se tiende a descansar. A la mañana siguiente se encarama a una
altura sobre el barranco del bosque. Allá hay tres matas de zarzarrosa.
El caballero saca una rosa de la primera mata. Una sílfide grita desde
la mata.
-¡Traedme una rosa de los buenos viejos tiempos!
-Lo haría gustoso -replica el caballero-, mas ¿cómo la encontraré?
Gimiendo, la sílfide se desvanece.
El caballero camina a la segunda mata. Coge una flor. Otra vez
aparece una sílfide que ruega, gime y se desvanece. Al coger una
rosa de la tercera mata, una tercera sílfide pregunta:
-¿Por qué has golpeado a nuestra puerta?
-Quiero ir a la rosaleda del rey Laurín porque busco a la novia de
mayo.
-Sólo le es permitida la rosaleda a los niños o a los bardos. Si
puedes cantar una canción hermosa, tendrás expedito el camino.
-Sí que puedo.
-Si es así, ven conmigo -dice la sílfide, coge zarzarrosas y baja
a la quebrada.
El caballero la sigue. Llega al molino. La puerta se abre ipso
facto
por sí sola. Los enanos duermen todavía. La sílfide los toca con
las
rosas y grita:
-¡Despertad, dormilones, las jóvenes rosas florecen!
Los enanos se levantan, se frotan los ojos y empiezan a moler...
La sílfide le indica al caballero el sótano del molino. Desde allí
parte un caminito a la montaña, que acaba finalmente en luminosa
claridad Y los dichosos ojos del caballero admiran el jardín
paradisíaco del rey Laurín, con coloridos arríales, amenos bosquecillos
y resplandecientes rosas. También ve el hilo de seda que todo lo
envolvía.
-Empieza ahora tu canción -dice la sílfide.
Canta el caballero de Amor (Minne) y de mayo. El paraíso de
rosas entonces se abre para él. Para siempre. El caballero va entran-
do en la eternidad.

Hay otra saga tirolesa no menos maravillosa. La novia de un príncipe


había llevado al país del novio la "rosa de la memoria". Preguntada por
la naturaleza de la rosa, la novia contestó: simboliza el recuerdo de
una época en la que no había ni odios ni asesinatos. Cuándo todo era
bello y bueno. Pasaron los siglos. De cada rosa surgió un gran jardín
cubriendo la montaña y coloreándola de púrpura, alumbrando el país.
En la rosaleda gobernaba Laurín, en su calidad de rey. Él era el novio
al que la novia de mayo, despertar de la primavera, le había traído la
rosa de la memoria. Finalmente él debe cerrar con candado el
imperio de las rosas como defensa frente a los hombres. Cierta vez,
unos chicuelos, jugando, encontraron una llave misteriosa que les abrió
la entrada de este jardín.
¿Sería acaso una ganzúa?
Memoria es Amor (Minne).

La rosaleda arde. Por el Schlern y por los otros montes tan her-
mosos, la noche asciende por las chimeneas. La nieve llena hasta el
borde las torrenteras. Un dorado madero de sol, el último de hoy, se
tiende sobre la corte de Vogelweide. Aquí tiene que haber abierto
sus ojos al mundo el trovador Walter von der Vogelweide, que cantó
con tanto gusto una alegre cancioncilla. Como hijo del Tirol,
seguro que conocía las leyendas de la rosaleda, el molino de las
rosas y los pájaros cantores. Sabía, además, que se tenía que buscar
el Amor (Minne) sublime y deificador. Por eso cantó:

El Amor (Minne) no es hombre ni mujer,


No tiene alma ni cuerpo.
Su ausencia nadie aún la inventó.
A nada se le puede comparar.
Y nunca tú podrás obtener
Gracia de Dios sin él.
Nunca entra en corazón falso.
Sólo es propio de los nobles.

Para Walter von der Vogelweide el Amor (Minne) fue espíritu


y llave para lograr el Reino de Dios.

Escaladores de Bolzano me han recibido como a uno de los suyos,


y subieron a mi pastizal alpestre para convenir una caminata de
escaladas. Permanecieron hasta tarde por la noche. Tuve que
leerles pasajes del diario de mi vida y enseñarles nuevas canciones
de mi patria. Pero el beneficio mayor fue para mí: pude aprender
una canción muy popular en el Tirol y como consecuencia de
esto a los escaladores, que son para mí una amada hermandad,
también hay que incluirlos en la corte de Lucifer.

Y si alguna vez,
Cuándo Dios lo desee,
Sufriera la última caída:
Como siempre me dispondría,
Apacible y tranquilo
A la última subida.
Que haya hielo o piedras
No nos aflige:
Somos los príncipes de este mundo
Y también queremos serlo arriba.

¡Ay de vosotros, escaladores, porque también sobre vosotros el Dios


de Isaías lanzó la maldición: vosotros sois rebeldes insolentes! No
trepéis más las laderas rocosas para mirar la majestuosidad del
mundo aún más majestuoso y en la medida más amplia posible, a
vuestros pies, ante vosotros y sobre vosotros; permaneced en
cuartos con aire enrarecido y en iglesias sombrías. Si no, el Señor
de los Ejércitos no sólo os derribará con hielo y piedras y caeréis
desde las montañas: también os hará caer del cielo, si aquí pedís ser
admitidos, igual que Lucifer, el príncipe de este mundo, que con
razón quería estar en el cielo. ¿Creéis vosotros que Jehová, a cuyo
servicio las campanas de vuestras tirolesas catedrales, iglesias y
capillas llaman desde temprano a la mañana hasta tarde al
anochecer, y su portero Petrus -que vivió cerca del palestino lago
de Genesaret, pero nunca en la región del Tirol- os iban a
permitir acceder al cielo para entrar al seno de Abraham? ¡Al
infierno os mandarán! Id ahora, si encontráis la muerte en las
montañas, confiados continuad hacia allá, adonde vuestra igual de
mil amores fue: la rosaleda. También allí vive la corte de Lucifer,
a la que vosotros pertenecéis. Para entrar en este reino luci-ferino,
que no es el cielo, no se requiere de aquellas llaves del cielo que
tiene a su cargo el representante de Jehová y virrey de Jesús Cristo en
Roma sentado en el trono de Petrus. Para que vosotros podáis
abrir el reino de Lucifer, necesitaréis de una ganzúa. Para poder trans-
formarse en partícipes del encanto de las rosas, y para que los curas
no lo descubran, hay que cultivar el país de las maravillas. Si así no
fuese, incluso podría ser robada la propia llave ladrona. En la baja
Alemania, a la ganzúa se le llama ¡Pedrito! Nada está seguro ante
Petrus y su servidumbre.

EN LA CUMBRE DEL FREIENNBÜHL SOBRE BRIXEN

Es una caminata de varias jornadas -que empecé en el pastizal de


Seiser y continué pasando por el Peitlerscharte, el Gobler y el
Plose- la que me ha traído hasta aquí. En último término anduve
por el camino de altura que lleva del refugio de esquiadores del
Brixen a Palmschoss, que está situado frente a las extremadamente
escabrosas elevaciones de los picos del Geisler-Sass, Irgáis,
Furchetta y como se llamen, y recorrí los angostos senderillos entre
bosques que van hacia el valle del Afer cayendo cortantes a las
faldas del Plóse. Ahora hago un alto en un día de sol radiante sobre
un banco cercano a una capilla del bosque, cuyo interior de mal
gusto, frío y húmedo me lleva a huir de allí rápidamente. En tiempos
pasados, en su lugar, debe haber existido un santuario de la diosa
Freya. Freya significa señora, dueña.

Es un día apacible. Ni una brisa mueve las copas de los abetos. Un


par de nubecillas lechosas se pegan al cielo. En el blanco
deslumbrante surgen las montañas Zillertaler, Stubaier, Oetzaler y el
Ortler de los Alpes. Las más bajas, Sarntaler de los Alpes, casi al
alcance de la mano, están como espolvoreadas de azúcar con nieve
nueva. En sus valles y sobre sus alpinos pastos estivales todavía
moran familias godas.

Por debajo de mí, en la vaguada del Eisack, se extiende por


donde mire, rígido, un impenetrable mar de nubes. Sólo de Cuándo
en Cuándo se desprende un jironcillo de nubes, y, trémulo, se
desvanece. El sosiego y la luz son majestuosos. Aquí arriba no se
puede hacer otra cosa que ser devoto y mirar el mundo, que tan
sublime y hermoso es. También aquí, en la altura, se está a solas
con ese Aquel que solamente sobre altas montañas ofrece diálogo
directo...

BRIXEN

Recién hoy, tres días después de mi llegada a esta bella ciudad, he


ido a visitar el sepulcro del trovador Oswald von Wolkenstin, la
catedral con su claustro policromado y las arcadas antiguas.
También vi mancebos vestidos de largo hábito negro que nunca
experimentarán la alegría de ser padres. Como sacerdotes en
cierne, han traicionado la vida y su ley. En poco tiempo se
convertirán en los iguales de esos que acabo de ver arrastrando los
pies, con cuerpos marchitos y mirada perdida en las lejanías,
yendo por las calles angostas de Brixen en dirección al nuevo
convento de los agustinos: los sacerdotes viejos. Un día todos han
de morir, y se los cubrirá con tierra. Nadie en el mundo los
recordará del modo en que guarda en su memoria el hijo a su padre
y el nieto a sus abuelos. Su sangre se extingue y la rosa del recuerdo
no podrá florecer nunca más.

Hace poco tiempo conocí a un conde Consolati. Gracias a él


pude saber que sus ancestros, señores y lugareños del Tirol en
tiempos idos, ostentaban el nombre de Tanhausen, que fueron los
poseedores de la fortificada heredad Tanhausen y que tenían su
casa solariega en el Valle de Cembra. Los condes Consolati son de
ascendencia gótica y de ello siempre han sido conscientes: un
nombre que frecuentemente aparece en las crónicas de la familia es
el de Gauta. (Así sé llamó el primer Amala, un As.) Este nombre
también se conservó Cuándo los Tanhausen, en el siglo XIV por
causas que no conocemos, cambiaron su nombre en Consolati von
und zu Heili Genbrunn, que traducido a la lengua romance quiere
decir -hasta hoy- fontana santa.

Debo acordarme de la Fontana Santa en el Sabarthés, aquella


fuente sagrada en cuyas cercanías hay una cueva, dentro de la
cual los herejes provenzales festejaban la celebración de su
Consolamentum. Todos estos participantes fueron consolados:
Consolati.

En el blasón de la casa, los Consolati ostentan la Manrune. Hasta


cerca de 1790, me contó el conde Consolati, sus antepasados se
habían reunido con los condes Kunigel, Taggenburg y
Wolkenstein -a cuya familia pertenecía el trovador Oswald von
Wolkenstein nacido en el Trosburg (burgo de la consolación
tirolés)- dos veces al año para los solsticios en la rosaleda
bolzana. También se llamó Jardín de Laurín. Siempre
concertaban hermandades de sangre. Esto sólo quiere decir que
estos hijos de godos habían bebido Amor (Minne). Para mantener
en su memoria su sangre gótica común, prometían mantener en
la memoria y el recuerdo -que es Minné- a sus ancestros
góticos. Para esto habían elegido el mismo paraíso de
montañas al que una vez llegó el godo Dietrich von Bern: la
rosaleda de Laurín.

También el beber Amor (Minne) se había convertido -además


del arrianismo, el maniqueísmo y el catarismo- en una espina en el
ojo del papa. En un edicto del año 852 anatematizaron esta antiquí-
sima costumbre como diabólica.

Se pudo saber, además, que en la familia de los Consolati se venera


una piedra de ámbar. Que una vez fue esférica y que terminó
reelaborada como una cruz.

Todo esto me da mucho que pensar...

Mañana por la mañana me voy de Brixen. Un trecho de camino


lo haré caminando. Pasaré por Sterzing, hoy Vipiteno; después por
el asentamiento godo Gossensass, hoy Calle d'Isarco, donde una vieja
herrería señala el castillo de Wolfenburg. Aquí estuvo escribiendo
Wieland en aquellos tiempos. Luego remontaré el paso Brenner.

La ruta que recorreré es una antiquísima ruta del ámbar. De


Venecia conduce al valle del Adigio, al Brenner; yendo por el
Rosenjach al interior del valle, pasa cerca de Passau y sigue adelante
hasta las costas frisonas y hacia las orillas del Erídano (el Elba o el
Eider), que entonces, probablemente, era un gran río y hoy es sólo
un riacho que separa Holstein de Scheswig. El Erídano es, según nos
documenta Heródoto cerca del año 450 a. C., "un río que desembo-
ca en el Mar del Norte" y por el que llega el ámbar. Ya Hesiodo
(siglo VIII a. C.) tenía noticias de él.
Una segunda ruta del ámbar salía de Marsella por el valle del
Ródano. Cerca de Chálons se bifurcaba. El brazo occidental
tocaba Metz y Tréveris, cruzándolas, estrechándose por lo altos
Acht, la sierra del Eifel y llegaba a la antiquísima ciudad de
Asciburgium (¿la Asberg cerca de Mores actual?) del Rin. Antes de
entrar en Colonia, fue el lugar más importante por doquier,
incluso de todo el Rin. Más allá de Westfalia, de la landa de
Lüneburg y de la región sajona-frisona, la ruta acaba por las
riberas del Erídano. El brazo oriental de la ruta que viene de
Marsella une Chálons con Basilea, y ésta con Frankfurt y
Götingen. También aquí el objetivo era el Erídano. Quien tomó
esta ruta vio la Selva Negra, el bosque del Oden, donde fue
muerto Sigfrido, el Feldberg en el Taunus donde se le enseñó a la
valquiria Brunilda la cama de roca, Wetterau y el Vogelsberg
del alto Hesse, el Westerwald, el Siegerland y la montaña Rothaar.

Todas estas rutas cruzaban el bosque del Harz y se unían con


los caminos que partían del Hel en el norte de Alemania. Más
adelante llegaban al mar Frisio, el Mar del Norte. Concluían el
recorrido ante la isla Helgoland, antiguamente llamada Abalus y
Balda. Aquí debe de descansar Baldr, como refieren las letras de las
canciones de antaño.

Una tercera gran ruta fue recorrida por aquellos que trajeron
el ámbar desde la costa salandesa del mar Báltico, pasando por
Thorn (Torún) hacia Aquilea, una ciudad comercial a orillas del
Isanzo que fue la predecesora de Venecia y que una vez fue
arrasada por Atila. Esta ruta es la más reciente de todas, porque en
tiempos remotos la actual costa de la Frisia Oriental y de la
Jutlandia Occidental fue el verdadero país del ámbar, y no la costa
del Sambia del Báltico. Sobre esta tercera y más reciente ruta, los
Asthen llevaron el "oro del norte" a Raben, al rey ostrogodo
Teodorico.

La ruta del ámbar que tomaré mañana conduce a Brenner y pasa


por tierra alemana hasta el Mar del Norte, cuyas olas bañan la isla
de Helgoland, tierra santa. El historiador griego Diodoro sabía que
Helgoland está "a un día de viaje de la costa de tierra firme en el
océano" y además informó de ella: 'A esta isla bañan las olas del mar
ricamente con elektrón (que así llamaban los griegos antiguos al ámbar),
como no acaece en ninguna otra parte de la tierra. El elektrón se acumula
sobre la isla y es llevado por sus habitantes hacia la tierra firme de
enfrente, desde donde es traído a nuestro entorno". El romano Plínio
(siglo I d. C.), en su Historia de la naturaleza, asegura que los
habitantes de la isla Abalus habían utilizado el elektrón en vez de la
madera para hacer fuego y que lo vendían a los teutones, sus vecinos
más cercanos; el ámbar es una "materia eruptiva de mar comprimido"
(por lo que se debe entender fangosas aguas bajas de la costa), y
Pytheas de Masillia había visitado la isla Abalus. Abalus es nuestra
Helgoland.
Sobre las más antiguas rutas del ámbar fue transportado éste del
Mar del Norte hacia el sur, hasta Egipto, donde ya era conocido en
el siglo III a. C., y hasta la Hélade. Allí se lo recibía con otros
dones del norte, con pieles de oso y con miel, en el bosque de
encinas de Dodona, santuario supremo de Grecia, y desde allí era
distribuido a los demás santuarios helenos.

De madera de encina dodónica, como es sabido, los argonautas,


estos helenos transformados en vikingos, habían empotrado un ta-
blón en la proa de su nave Argo para no abstenerse de la voz de
su dios. En su viaje llegaron a las proximidades de Helgoland:
Apolonio de Rodas, un poeta griego del siglo III a. C., dice en su
Argonáutica que Jasón y sus compañeros de ruta, de retorno del
país del Vellocino de Oro, habían llegado al nórdico río del ámbar
Erídanos.
El ámbar es una dase de piedra de un tipo muy especial...

GOSSENSASS
A pesar de la inminencia del invierno, el tiempo está tan solea-
do y benigno que pasaré unos días aquí. Me he propuesto echar
una mirada retrospectiva y de perspectiva y he elegido a este fin un
lugar de descanso en los Alpes, ya que éstos separan el norte del sur.
En las cercanías del paso de montaña, Brenner gira la puerta prin-
cipal entre la Germania y Roma sobre vetustos goznes. Hay veces
en que mejor hubiera sido que la puerta permaneciera cerrada.
Mi camino me ha conducido de Alemania al sur de Francia, Italia
y al Tirol. En estos días superé el Brenner. Cuándo cierre la puerta
a mis espaldas continuaré, tan pronto haya pasado algunos meses
en Ginebra, mi camino al norte. Por una ruta del ámbar. Es el
mismo camino que tomaron los últimos godos dirigiéndose a la
horrible batalla en las cercanías de Nápoles y la misma ruta que
seguían los trovadores provenzales, después de que la Iglesia
católica exterminó su etnia y sus leyes de Amor (Minne). Todos
emigraron hacia el norte, porque no es en Oriente, sino en el norte,
donde la luz en verdad será clara.
También Tannhauser emprendió este camino.

Mientras Walter von der Vogelweide, Wolfram von Eschenbach


y muchos otros bardos hacían escuchar sus aires de Amor (Minne)
y mayo, del Grial, del jardín de rosas y del Monte de Venus -aires
que el pueblo amó más que los cantos eclesiásticos en latín y que
las leyendas de santos-, se llevó a cabo en el Wartburg el famoso
certamen lírico. Corría el año 1207, año del nacimiento de santa
Isabel. Si también Tannhauser concursó en el certamen lírico, no
lo da a conocer el antiguo poema de la "Guerra del Wartburg"; ni
menos aún menciona si Tannhauser amó (de Minne) a santa Isabel,
empero, a la postre, se dirigió hacia la Señora Venus, en el reino del
placer subterráneo. Debe de haber habido un trovador,
Tannhauser (o Tanhuser), que vivió y poetizó entre 1240 y 1270
en la corte del duque de Bamberg, Federico II de Viena. A la muerte
de sus protectores dilapidó todo lo que éstos le habían obsequiado y
se echó a una vida errabunda y aventurera que le permitió coger la
cruz y enfilar rumbo al territorio palestino. Sus poesías corresponden a
la época de la decadencia de la trova: con lo que Tannhauser como
mejor se sentía era con la música para danzar, donde él conducía el
coro y tocaba su violín hasta que las cuerdas se rompían o hasta que
se quebraba el arco.

El segundo Tannhauser fue ese desventurado que, torturado por


las dudas sobre la salvación de su alma, pidió encarecidamente a
la diosa Venus que lo destituyera. Con el corazón apesadumbrado,
ella lo despidió. Entonces peregrinó como penitente con pies
sangrantes a Roma. Se arrojó al suelo frente al papa, al parecer
Urbano IV, implorando perdón por sus pecados. Pero el papa,
sosteniendo una rama de arroz seca en la mano, dijo: "Así como
esta despreciable rama no puede producir flores, aún menos se te
puede conceder el perdón. ¡Por eso te maldigo!". Inmediatamente
partió Tannhauser de regreso hacia la liberal Señora Venus.
Antes de ingresar para siempre al maravilloso interior de la
montaña, bendijo una vez más al sol, a la luna y a sus entrañables
amigos, los astros. Entonces se despidió de todos ellos. Pero al
tercer día la seca rama de arroz que el papa portaba en la mano
floreció en tiernas rosas. Con prisa se enviaron mensajeros a todas
las regiones para informar al desventurado la merced del cielo.
Vanos empeños. Desde hacía tiempo, Tannhauser vivía con la
Señora Saelde. Sin Roma era dichoso.

Con frecuencia, se han divulgado objeciones a si el legendario


Tannhauser habría podido entablar relaciones con el trovador. Tam-
bién cantidad de veces se ha asegurado que "un poeta del siglo XIII
se decidió a firmar sus poesías con el nombre alegórico de
Tannhauser". Es bastante posible, ya que los nombres son tanto más
sonido y humo Cuándo se habla de nombres de dioses: un
tercer Tannhauser debe de haber sido Dios...

El cronista bávaro Johann Turnmayr von Abenberg, conocido por


el nombre de Aventinus, nos ha legado una singular información. Este
informe es de hace quinientos años. Dice: "Yo creo que los alemanes
y sus parientes han invadido Asiam con el rey al que los godos y
alemanes llaman Danheuser, en la Grecia Thananses, al que adoran
como a un Dios. Wolfram von Eschenbach [...] y algunos otros del
mismo estilo han tergiversado las acciones dé los antiguos señores y
príncipes alemanes, han convertido y poetizado hechos y crónicas
guerreras convirtiéndolas en aventuras cortesanas; como aquellas en
las cuales se derrama sangre y cuestan esfuerzo y trabajo, no debido
a la guerra, ya que eso a las mujeres no les es agradable de oír, sino que
eso sucede... por amor. Por lo tanto, también sucedió que
Danheuser ha sido un gran héroe y guerrero [...]. Él es, como arriba
he señalado, considerado como un dios por los griegos antiguos,
nuestros ancestros, al que le ha sido encomendada la llave del cielo, y
es honrado e invocado salvador de situaciones especialmente
difíciles". A este informe agregué un segundo, un tercero y un
cuarto. El segundo corresponde a la época cercana a 1580, asevera
que Tannhauser se encontraba menos al servicio de Venus que al
servicio de Marte y que al papa no le "confesó" su estancia en el
Monte de Venus, sino "sus bribonadas de guerra". El ter- cero, algo
anterior al segundo, ve en el Tannháuser un directo "sucesor de los
doce maestros que inventaron la trova". El cuarto, una poesía de los
maestros cantores del siglo XV llamada "Los doce viejos maestros en la
rosaleda", cree que se debe rectificar esta afirmación en el sentido de
que él permitió a Tannháuser que se reuniera tanto con los doce
viejos maestros como con un decimotercero.

Estos informes suelen ser tachados de "exuberantes desatinos",


pero a mi me parece que de ellos es posible obtener algún sentido.
Nada se conoce acerca de un dios griego o germánico Thananses. En
cambio, como en otras partes he dicho, hubo un rey godo y Amal
Taunasis o Thanauses al que los godos -según informa Jordan en
su Historia de los godos- adoraron entre sus dioses. Después de su
muerte partió hacia aquellos héroes "que, poco más o menos,
vencieron gracias al hado y que por los godos fueron llamados
Ases". Como es sabido los Ases eran doce.

Sólo ellos pueden ser los doce maestros de la rosaleda. Y la rosaleda


era, si seguimos urdiendo el hilo en este sentido, el propio Asgard,
¡el paradisíaco jardín de los Ases! Tannháuser, que se unió como un
decimotercero a los doce maestros, recuerda también a los Amales y
al rey ostrogodo Teodorico descendiendo en línea directa, como
decimotercero, de los Amales. Y, quizá, los antepasados de los condes
tiroleses Consolati ostentaron el antiguo nombre Tanhausen,
originalmente, en memoria del rey y dios Thanauses. Quizá.

El Tannháuser de Aventinus, que logró llegar a la rosaleda, fue


un rey que con posterioridad fue considerado un dios. Su deifica-
ción fue confirmada por haber entrado para siempre a la
rosaleda y por habérsele concedido las llaves del cielo. El dios de
la rosaleda no puede ser el bíblico y del cielo; leed: de la rosaleda,
las llaves sólo pueden entenderse como aquella ganzúa que hoy
en día en la baja Sajonia no llaman llave de ladrón o ganzúa,
sino como esa que llaman Peterken: pequeño Pedro. No menos
significativamente, no tengo como destino en modo alguno el
informe de Avenarius en el sentido en que él se queja de los
trovadores. Dice que ellos han "tergiversado las acciones de los
antiguos señores y convirtieron hechos y crónicas guerreras en
galanteos cortesanos".

Somos de su misma opinión: el Amor (Minne) significaba


memoria. Y las verdaderas canciones de amor deben de haber
sido en sus orígenes tal como las cantaban los germanos
nobles Cuándo tenían que rendir los últimos honores a un rey o
príncipe o pretendiente fallecido. Cantando cabalgaban
alrededor de la colina de los muertos. Ya narré cómo los
caballeros godos enterraron y alabaron al rey huno muerto,
Atila...

En ocasión de la "Guerra de Wartburg", el maestro Klingsor,


nacido en Hungría, que también era conocido en la patria de san-
ta Isabel, disputó con Wolfram von Eschenbach. (No entremos
en detalles acerca de si éste fue censurado con razón por
Aventinus.) Wolfram, oriundo de Wartburg, un "sabio
profano", dice que el cabalgador del cisne, Lohengrin, no llegó
de la Montaña del Grial Muntsalvatsche, sino de aquella
montaña en cuyo interior mora el rey Arturo con su corte. Allá
hay una piedra: la piedra Aget, antaño caída de la corona de
Lucifer. Esta piedra Aget (que es la denominación del alto
alemán medio para ámbar o imán) y la piedra del Grial deben
de ser la misma, así como Arturo y Anfortas son la misma
persona: sufriente rey y custodio de una piedra sagrada. Ya me
referí a ello.

Que Lohengrin llegó de esa montaña, informa la crónica


sajona de Halberstadt del siglo XV, donde la Señora Venus
está en el Grale; y éste es además, como dice una crónica de ese
mismo tiempo, un tema falaz, no hay un rey que cambie la
vida de los seres humanos en alegría hasta el Día del Juicio. El
Grial fue alguna vez el paraíso, pero se fue convirtiendo en
lugar de pecado. Sí: la santa Montaña del Grial fue envilecida
hasta llegar a ser el infernal Monte de Venus...
Sin ambages y sin arbitrariedades, sostengo que lo que los
germanos en tiempos paganos adoraron como morada de los
dioses, Asgard, y como reino de la diosa de los muertos, Hel, fue
alabado en la Edad Media por herejes y trovadores como Montaña
del Grial, Rosaleda, Ronda de Artús, Monte de Venus y como
aquella fogosa montaña Bel, a la que entró Dietrich von Bern y
que fue añorada, para hablar con Wolfram von Eschenbach,
siempre como la "gloria máxima de los deseos terrenales". No
alcanza con saber que lo que los griegos en tiempos paganos
concibieron como isla del Sol Aea, allá donde marcharon los
argonautas y Heracles, era la copia del Asgard nórdico y, del
mismo modo, un ejemplo de los paraísos medievales Gral, de
Artús, Rosaleda y Monte de Venus. El arquetipo para todos ellos
fue la "Montaña de la Asamblea en el más remoto Septentrión",
como lo llama Isaías. Para llegar a esta montaña quiso
Lucifer, que es también el Apolión del Nuevo Testamento, viajar
sobre las altas nubes. Pero para ir hacia el más profundo de los
fosos Jehová lo hizo caer, porque, por orden de este celoso Dios de
los judíos, el paradisíaco Asgard se había ido convirtiendo en el
lugar de los malditos: el infierno.

Cuándo en la Alemania del medievo tardío se ahorcaba a


alguien, siempre se ponía mucho cuidado en que el rostro del
ahorcado mirase hacia el norte. Hacia el infierno...
En estos días crucé el Brenner y dirigí mis pasos hacia una ruta
del ámbar con dirección norte. Cuándo Laurín, el rey de la
rosaleda, le confió a Dietrich von Bern el secreto de la montaña
de fuego divinizada, también le enseñó el camino que debía
toman una "muy expedita ruta". Puede que con ello haya
querido decir una de las rutas del ámbar más lejanas en el
tiempo...
Así opinaban todos, hemos sido advertidos,
Del gran calor,
Seré guardado:
Allá gozaremos de dioses terráqueos,
El Berner dijo: "Entonces sólo es cosa de Dios.
Tendrá que suceder,
Me alegro de ello,
Protección que nunca más de hombres desapareció".

GINEBRA
Desde aquí salió al mundo el calvinismo. Su objetivo fue "la con-
quista del mundo para Cristo". No lo logró ni lo logrará. Tampoco
su "cristianización del mundo" se arredró ante el asesinato. Kohann
Calvino, fanático y tenebroso fundador del calvinismo, hizo quemar
a Miguel Servet, descubridor de la circulación de la sangre, porque
él no quiso creer en la doctrina cristiana de la trinidad.

En el presente, a Ginebra confluyen de todos los países los delega-


dos de las naciones que tienen asiento en la League of Nations o
Societé des Nations. Los ginebrinos han encontrado otra designa-
ción para ésta: Societé des Passions. En castellano: Sociedad de
las Pasiones. Muchas naciones y casi todas las razas están
representadas aquí para poner más orden en Europa y en el mundo.
Para las asambleas en las que hablan en voz alta o ríen bajito los
representantes judíos de la Rusia soviética, han construido un
palacio monstruoso. Algunos alemanes sin trabajo, al construirlo,
han ganado algunos francos. El salario les ha llegado apenas para
comer hasta satisfacerse. Faltaron los cincuenta céntimos por día
para un camastro en los albergues del Ejército de Salvación, por lo
que sólo pudieron acudir a los asilos nocturnos para vagabundos.
Estos alemanes tendrán hoy nuevamente pan suficiente y buena
cama. En casa.

El palacio de la Sociedad de las Naciones, con su blanco estridente


y sus gigantescas dimensiones, irrumpe brutalmente en el paisaje
de la antes tan armónica y agradable Ginebra entre el Jura, el Saleve
y el Voirons; se levanta en medio de un gran parque del que los
ginebrinos, antes con toda razón, se sentían orgullosos y cuya paz
deploran haber perdido: el parque Ariana. Con el nombre de
Ariana, aquella potencia que teje el destino y la historia del
mundo, se ha permitido un chiste.

Ariana es el antiguo nombre de Irán. Lo ostentó la región de los


parsis en conmemoración de un "país primitivo ario creado por
el dios luminoso", Ariana. Los escritos sagrados de los tiempos anti-
guos de los arios iraníes informan que cierto día surgió la "serpiente
del invierno", y el luminoso paraíso, donde los hombres eran felices
y donde ellos siempre vieron a la divinidad, se transformó en una
tierra fría, "fría para el agua, fría para la tierra, fría para la
vegetación". Por siempre habrá ahora allá "diez meses de invierno y
dos meses de verano". (Domina el clima ártico.) De Ariana llegaron
los hombres arios. También los indios arios supieron de esta
luminosa patria primitiva, el país de los uttarakuru,, de los hombres
del norte, la "Isla del Esplendor" a orillas del mar Blanco o mar
Lácteo, el "divino país de los arios". Ellos enseñaban: "Sé tu propia
luz, haz acciones, hazte sabio, sé más fuerte, y podrás entrar al
divino país ario".
Oh, ¡parque Ariana de Ginebra! Oh, ¡palacio de la Liga de
las Naciones!

Domingo de Ramos. La mañana se inunda de tañidos de campa-


nas calvinistas y papistas. Me acuerdo del tesoro cercano al
Montségur, cercano al bosque Tabor pirenaico, custodiado por ser-
pientes. Durante la misa, hoy se lo podría traer a la superficie...
Mi hospedera, oriunda de Viena, procura hacerme el mayor bien.
No sólo atiende constantemente mi bienestar corporal. También
teme por la salvación de mi alma. Me miró horrorizada Cuándo el
primer día le pedí sacar todos los santos de yeso y aquella molesta
oleografía que representa a Cristo con corazón sangrante. Desde
esa vez mi hospedera, me lo ha dicho, reza todas las mañanas en
la iglesia por la salvación de mi alma, después de prepararme un
delicioso café y solícitamente habérmelo mantenido caliente. Por
eso no me sorprendió tanto que trajera a mi habitación una palma
bendecida por su sacerdote. Seguro que ésta, para el próximo año,
me mantendrá alejado de toda desgracia y todo dolor. No seré
capaz de rechazar este don. Ahora la rama encantada está sobre
mi escritorio.

Junto a dos pisapapeles: un cascote del friso del Templo de Delfos


y una piedra del castillo de Montségur. Este fue condenado a
muerte una noche de Domingo de Ramos. Por la mañana del
Domingo de Ramos ascendían las "ramas sobre él, y
comenzaron a quemarse sin llamas, lentamente, doscientos cinco
cuerpos de herejes. En vez de las campanas se escuchó un coral
cantado por verdugos en vestales de monje: "Venid, Espíritu
Santo"...

Falta poco para el mediodía. Bajo mi ventana pasean hombres de


punta en blanco, ruedan elegantes coches, hay risas y se escuchan
bromas. Una orquesta de café concierto toca Händel, "Hija de Sión,
alégrate". En el lago zarpa un vapor enfilando hacia la costa
saboyana, yates a vela se dejan llevar por el viento hacia el Grand
Lac. También observo el Montblanc. Se estira orgulloso a las
alturas como con conciencia de ser el techo de Europa. En el café
concierto Jerusalem todavía se lanzan fuertes gritos de júbilo por la
llegada de su rey. Cierro la ventana y pongo un disco que me
gusta desde la primera vez que lo escuché. Creo que pocos
conocen esta canción que no me canso de oír, porque es realmente
hermosa:

Terre oú je suis né, Terre


pauvre et míe,
Ton sol est pierreux
Et tes champs ingrats.
Quand je conduis
Vieille charrue,
Je sens ton doux coeur
Battre dans mes bras.
La bàs: C’est mon pays!
Terre oú je suis né,
Terre pauvre et nue,
Tes sombres forêst
Pleurent dans le vent...
En país extraño y por una canción latina de pronto me acerco
tanto a la patria como no la sentía desde hace mucho tiempo.
Oigo bosques oscuros llorar al viento. Quien no ha visto el
Hochwald, el anciano ancestro, en noviembre, Cuándo en él se
aposenta la niebla algodonosa y fría, Cuándo sus nietecillas, las
hojas, languidecen y, con el más leve soplido del viento, él y sus
hijos los árboles para siempre serán arrancados, ése no sabe que el
bosque puede llorar. Ése tampoco sabe que junto a su aire
sospechosamente alabado tan a menudo, cobija una tragedia que
estremece. No sabe que el abuelo bosque es el más digno de ser
amado y puede ser también el más digno comunicante Cuándo
suspira de dolor.

Se le llama nostalgia a lo que estoy percibiendo. Pienso en


Alemania y también, frente al Montblanc, en Fausto, aquel al
que el poeta Christian Dietrich Grabbe hace edificar, por medio
del diablo Mefistófeles, un castillo encantado sobre el Montblanc,
ya que a él, el más alemán de los alemanes, en Roma, cada vez
"las lágrimas le colgaban de las pestañas Cuándo recordaba a
Alemania". Fausto, y con él Alemania, han venido a mí. Es lo
más bello que tiene para ofrecer la patria en tierras extrañas. Se
ofrece ella misma, en Cuánto se la piensa con fervor. En algún
lugar del extranjero, cierta vez oí una pieza radiofónica de un
soldado alemán escrita para jóvenes alemanes. De regreso de sus
vacaciones, ya en las trincheras, un combatiente le dice a su
capitán: "Mientras más lejos de Alemania se vaya, más cerca
viene". Esta aparente contradicción contiene una verdad
profunda, quizá pura y simplemente el conocimiento sobre
Alemania y el espíritu alemán.

El otoño de Alemania hila el Domingo de Ramos en mi pequeña


habitación de Ginebra. Los oscuros bosques lloran. Zumba el viento
de noviembre en los alambres y postes que se alinean a lo largo de las
carreteras que conducen a través del campo. Observo y oigo caer del
árbol al linde de la calle una manzana tardía. Tal vez quiera gritar que
un gusano la horada. No lo hace. Cae pacíficamente y con ello casi
ha cumplido su destino: ahora sólo necesita pudrirse, para que, si su
corazón es sano, renazca, o, si estuviese enfermo, viva con aquello
que la tierra guarda y pueda germinar en sanos retoños.

El pequeño reloj que he traído conmigo golpea en su campanilla


dos veces. Ha llegado la verdadera hora de los espíritus; los espíritus
hablan ahora con nuestros ancestros, y sólo cerca del mediodía se
muestra Tiubel, el diablo, a los hombres; así se creía hasta el
medievo tardío. El caballero Heinrich von Falkenstein lo vio una vez,
alrededor del mediodía, porque un brujo le había aconsejado ese
horario. Tiubel salió del bosque "mientras el viento aullaba y los
árboles crujían", como relata el cronista Cesarius von Heisterbach.
Tiubel es Lucifer, a quien no se hizo justicia.
Encantamiento de mediodía...

Lucifer, desde el bosque alemán, llegó a mi cuarto. No puedo ver-


lo, pero siento su presencia. Solamente puede ser él quien alza el
trozo de friso del templo de mi escritorio; bajo él crecen columnas y
a éste con otros escombros lo hace unirse en friso y techo. La casa
délfica de Apolo se levanta de repente frente a mí en esta casta belle-
za. Desde la sagrada oscuridad de los olivos y laureles me
contempla la frase: "Conócete a ti mismo". Sólo puede ser
Lucifer el que ha interpretado la modesta piedra de las ruinas del
castillo de Montségur haciéndola parte del respaldo del banco de
piedra. Veo el banco con nitidez, sombrío bajo ramas de laurel. Un
hombre está sentado allí, rubio y noble. Lleva vestimenta negra.
Su cabeza está cubierta por una toca parecida a la mitra. El
hombre, un cátaro, me mira y dice: "Luzibel, a quien no se hizo
justicia, te saluda". Sólo puede haber sido Lucifer el que restituyó
la hoja de palma al árbol de su origen en una ciudad oriental. Que
está en Jerusalén. Cerca de él se dejan ver doctores de la ley judíos.
Están disputando si el adulterio y asesinato del rey David, de los
que informa su Sagrada Escritura, hay que entenderlos de manera
literal o no. Comienza a levantarse alboroto y llega gente en masa.
Gritaban a voz en cuello "Hosanna al hijo de David". Ahora veo a
un hombre cabalgar sobre una burra. Es a él a quien las masas
dirigen su júbilo. Su faz no se deja ver, porque, como encorvado por
debilidad, mantiene la cabeza inclinada. Parece que no entra en la
ciudad de David para la coronación. Podría ir aproximándose
a una muerte violenta en el lugar del suplicio. ¿No abrigará en
secreto el deseo de que el amargo cáliz que le espera pase de largo
ante él? Él no es ningún héroe y tampoco pretende serlo, para que
se cumpla la Escritura. Los vehementes orientales que lo rodean
le causan estragos, ya que aquel espectáculo, para que realmente
sea un espectáculo, lo acompañan con gritos y variedad de
gestos. Alguien de la muchedumbre quiebra mi rama de palma y se
la arroja al Rey de los judíos, que monta sobre el lomo de la burra
y mira al suelo. Un hombre, que conduce la burra al cabestro,
levanta la rama y se la alcanza al triste Rey. Éste la coge, y
no levanta la vista.

Encantamiento del mediodía...


Deslumbrantemente blanca es la carretera que tengo frente a mí.
La conozco. Ella une en el Languedoc las ciudades de Toulouse y
Castelnaudary. ¿No me está hablando un hombre? Ahora lo reco-
nozco, ya que una vez lo vi retratado en una miniatura. Es el trova-
dor Peire Vidal. Habla con exuberancia y con fuego sagrado,
poniendo los ojos en blanco: "Creedme, he visto al propio Dios
sobre este camino. Vino hacia mí cabalgando como un caballero,
bello y fuerte. Cabellos rubios le caían sobre el rostro tostado y
sus claros ojos brillaban. Uno de sus zapatos estaba decorado con
zafiros y esmeraldas, el otro estaba desnudo. Su capa estaba
adornada con violetas y rosas, y sobre la cabeza llevaba una
guirnalda de caléndulas. Cabalgaba sobre un majestuoso corcel
como yo nunca antes había visto: una mitad era negra cual la
noche y la otra blanca cual marfil. Un carbúnculo en la rienda
fulguraba cual sol. Lo que yo no sabía es que el caballero era Dios.
Tampoco supe quiénes eran la dama, la damita y el paladín. Antes
yo no había visto que integraban su séquito. Pero entonces fue
Cuándo escuché extasiado cómo el caballero y la dama cantaban
juntos una nueva canción, en la que terciaban las aves. Y la dama
dijo al caballero, una vez que la canción hubo terminado, que
necesitaba descansar, pero cerca de la fuente de una pradera,
porque a ella no le gustan los castillos. Y el caballero le indicó
un sitio apartado, bajo un laurel, junto al cual una fuente
manaba sobre piedras. Después, el caballero me habló:

"Amigo Vidal, sabed, yo soy Amor; la dama se llama Gracia; la


damoiselle, Pudor, y el paladín, Leal". Así es: he visto a Dios y Dios
es Amor, es Minne.
"Peire Vidal -respondí en voz alta-, tú has encontrado a Lucifer,
entonces te llamas Luzibel."

Despierto sobresaltado y estoy a solas conmigo. Pese a que las


ventanas de mi habitación están bien cerradas, penetra aguda una
nueva canción de moda: una canción de negros, apropiada para
cantar bajo inmensas palmeras africanas. Ante mí, entre la piedra
del Parnaso y la piedra del Montségur, hay una rama de palma.
Puede que sea un vástago de encina o un haz de laurel. La guardo
bajo llave.
Es el fin del encantamiento...

Hoy recibí de Carcassonne una noticia amarga para mí, que la


condesa P., mi querida amiga maternal, ha fallecido de modo repen-
tino. Durante el sueño nocturno se quedó dormida para siempre.
¿No sucede, con los seres que verdaderamente se quieren, exacta-
mente lo mismo que con la patria? Mientras más lejos se encuentren,
igual están en la habitación y más próximo a ellos se está en espíritu.
Y si estos seres han emprendido la marcha al más allá, entonces ellos
se nos han aproximado más que nunca antes: de pronto los llevamos
dentro de nosotros.

Los muertos amados sólo pueden ser de nuestra intimidad en el


recuerdo. Yo recuerdo a la anciana fallecida en mi más profunda
intimidad! No hace mucho me escribió que en un ala lateral de su
mansión, a la que muchas veces asistí como invitado, había
equipado una sala de trabajo para mí, había trasladado allí sus
libros más valiosos y había hecho colocar un piano de cola, para
que, como en Sabarthés, pudiera ella tocar. Sí, fueron veladas inol-
vidables las que pasamos juntos por mucho tiempo en Ornolac.
Durante el día me iba a las cuevas.

Regresaba al atardecer, ella me aguardaba delante de su


albergue. Tan entrada en años y frágil como estaba, no tenía fuerzas
para acompañarme. En mi cámara oscura, un sótano que había
adaptado para ello, me ayudaba a revelar las fotografías tomadas
durante el día. Después tenía que narrarle todo lo visto y
encontrado, para terminar siempre haciendo música. Una vez
improvisé sobre la suite de Händel "Los dioses van a mendigar".
Afuera ya era noche. El torrente del Ariège entornaba su fuerte y
eterno canto, y un ruiseñor gorjeaba. Yo tocaba. Al terminar, el va-
lle despertó bruscamente. A una vida como sólo el Sabarthés y su
noche puede originar. Desde las cien cuevas y grutas salían miles de
búhos y lechuzas. Con vuelos de almas en pena y aún más fantasmales
sonidos, cubrían por completo el escaso espacio entre las paredes de
las rocas y las simas.

Mi maternal amiga dijo: "¿Escucha usted, mon ami, cómo se quejan


las almas de mis antepasados? Denuncian a Roma y su cielo. Primero
los asesinó el césar; que era romano. Después cayeron los francos sobre
su territorio tratando de exterminarlos.

Por orden de Roma, a la que los godos, cuya sangre norteña se


había unido con la sangre norteña de mis ancestros celtas y helenos,
odiaban tan profundamente. Un día arrastraron hasta aquí a los
peregrinos de las cruzadas contra los albigenses y mataron a todo el
que se cruzaba en su camino. Lo hacían por Roma. Entonces llegaron
los inquisidores. Torturaban y quemaban a quien no era de su creencia.
Porque estaban al servicio de Roma. Finalmente los hugonotes fueron
perseguidos y aniquilados porque Roma no los quiso soportar. Ahora
somos católicos romanos y somos parte de Francia, que se vanagloria de
ser la hija más amada de Roma. Mis ancestros claman y denuncian.
¿No los escucha? Soy una vieja, mis días están contados. He hecho todo
lo que he podido para ayudar a justificar y lograr el reconocimiento de
mis antepasados y su luminosa divinidad. ¿Querría prometerme que,
Cuándo yo ya no esté, proseguirá mi obra? Usted, un alemán, debería
hacerlo, porque llevamos la misma sangre. ¿Me lo promete?".

Se lo prometí, y mantendré mi promesa.


En otra ocasión estuvimos juntos en Montségur, dejamos el coche en la
carretera, bajo el caserío, y fuimos al Camp des Crémais, Campo de
las hogueras. Las matas de remolachas forrajeras abundaban. Guarda-
mos silencio y levantamos la vista hacia el castillo que en el interin el
ingeniero bordelés y buscador de tesoros había abandonado. Los me-
dios económicos de la "sociedad secreta" de la que me había hablado
se habían acabado demasiado pronto. Le hablé a la condesa sobre mi
patria alemana. Lo hice con fervor. También le conté acerca de
nuestro poeta Hólderin, que, pobre y acosado, vivió una vez en el sur
de Francia. Aquí lo golpeó, como le escribió a su amada Diolma, de
súbito, Apolo. Y mientras rememoro a Hölderin, quieran los manes de
los cátaros quemados en las piras por clerizontes y monjes sentirse
todavía más consolados esperando reconfortados el Día del Juicio y a
su tribunal. Recité los mismos versos que Hölderin hace a su
Empédocles lanzar a la cara de un cura antes que él, ya sobre el Etna -
llamado en la Edad Media Monte de Bel-, fuera a la muerte.
Empédodes siguió el camino al más allá con Dietrich von Bern
como ejemplo. Despreciaba a los curas:
Por mucho tiempo me ha sido un enigma
Cómo os soporta en su corro la naturaleza.
Y Cuándo aún era un muchacho, ya os evitaba
A vosotros, corruptos. Mi piadoso corazón,
Que es incorruptible, íntimamente amable se adhirió
Al sol, al éter y a todos los mensajeros
De la gran, largamente presentida Naturaleza;
Porque bien he sentido en mi temor
Que el libre amor de los dioses del corazón
Discutir queréis para servicio común.
Y que yo lo ejecuté como vosotros.
Marchaos. No puedo ver al hombre frente a mí
Que a lo divino trata como una industria,
Su rostro es falso, frío y muerto,
Como sus dioses son. ¿Qué os sorprende?
¡Iros ahora!

Pienso en la intimidad de los muertos. Muy suavemente se oye el


tic-tac del reloj que ella me obsequió.

A LA VERA DE UN CAMINO DEL SUR DE ALEMANIA


Es verano, y he regresado a tierras alemanas. Camino por suelo
alemán. Por techos alemanes me tiendo a descansar. Por mi alma
afortunada suena el “Tandaradei" del señor Walter von der
Vogelweide.
Esta noche la pasaré en Tübingen, donde Hölderin vivió, sufrió
y escribió poesías. Los hombres lo tuvieron por loco. Sí que Apolo lo
había golpeado...

Sentado a la sombra de un manzano, a través de sus ramas y


follaje, le hago un guiño al luminoso cielo. Zumban abejas, avispas
y mosquitos; chirrían los grillos. Una alondra levanta vuelo, con jú-
bilo, hacia la luz. Sacó pluma y papel de escribir de mi mochila.
¿Quién me regañará porque escribo? Debo hacerlo, porque poetizo
a mi manera. Debo hacerlo, porque la poesía hierve con demasiado
poder en mi interior.

En espíritu, veo a hombres de los siglos XII y XIII ir recorriendo


el camino. Uno tras otro van pasando...
"¿Cómo te llamas", le pregunté a un hombre. Ya no es joven.
Su pelo es gris y sus mejillas son pálidas. Lleva una vestimenta larga
y negra, polvorienta y con los bordes raídos. Su paso es elástico.
-Me llamó Bertrán y soy del país de Foix.
-¿Adonde quieres ir?
-Al Rin y más allá.
-¿Eres hereje?
-Lo soy -el hombre me miró asombrado.
-¿Huyes de alguien?
-Soy un proscrito y huyo de los romanos.
-Conozco tu patria.
-Bien lo sé, pero no la conoces lo suficiente.

El hombre continuó hablándome en mi idioma: “Fuí caballero.


Cierta vez pasaste por los restos de mi burgo sin mirarlos profunda y
respetuosamente porque ibas leyendo un libro. Debieras leer menos y
aguzar más la vista y el oído. Mi castillo está cerca de Foix, sobre una
colina. Mirando el Montségur. Los inquisidores quemaron a mi hermano, a
su mujer y a sus hijos, mientras yo estaba lejos. Celebraba el solsticio de
invierno en las alturas de Ornolac, no lejos de aquella iglesia subterránea que
viste en los Pirineos, en el monte Lujat, a la vera del camino de los herejes.
Nadal llamamos a esta fiesta: Navidad".
Le interrumpí para preguntarle:
-En el oficio divino y en la fiesta, ¿habéis celebrado el
nacimiento de Jesús de Nazaret?
-¡No! El nacimiento del sol salvador. Muchos de los nuestros
lo llamaron tal como los griegos anteriores a Cristo lo
llamaban: Christus. Christus no es Jesús. Éste fue judío, sectario
judío. Sus adeptos sólo después de su muerte lo proclamaron como
Redentor solar.
-Por lo que el obispo Melitón, de la cristiandad primitiva, oriun-
do de la ciudad de Sardes del Asia Menor, con toda razón pudo
decir que la doctrina de Christus no era ninguna revelación
religiosa, sino una filosofía, primero sólo conocida por los
bárbaros, que comenzó a expandirse modificada en tiempos del
emperador romano Augusto y al mismo paso que el crecimiento del
Imperio romano; dicho con otras palabras: Jerusalén y Roma se
apropiaron de la doctrina de Christus y, reformada, la pusieron al
servicio de sus objetivos!
-Sí. La doctrina de vida terrenal y muerte en la cruz de Jesús
Cristo es judía y antidivina.
-¿Cómo es eso de antidivina?
-Es antidivino representarse la divinidad como ser personal.
-¿Qué es Dios?
-Dios es espíritu, luz y fuerza,
-¿Hay también un anti-dios?
-Sí. Es la debilidad que actúa en los hombres como mentira y
duda. Él es también el espíritu de la anarquía y la destrucción.
-Por lo tanto, para ti, ¿Lucifer, a quien llamas Luzbel, no es el
diablo? ¿Quién es él?
-Lucifer es la naturaleza tal como tú la ves en ti, alrededor de ti y
sobre ti. Tiene un doble carácter: tierra carente de luz y
vivificador cielo luminoso.
-¿Es Lucifer vuestro dios?
-¿Por qué no hablas de la divinidad? Vuestra expresión Dios, el
Dios, comprende la representación de lo personal en sí. Mis
contemporáneos alemanes llaman a la divinidad, debes de saberlo, "lo
Dios". Las representaciones bíblicas os lo han deformado, lo queráis
reconocer o no.
-¿Entonces, Lucifer es vuestra divinidad?
-No. Él es un intermediario.
-¿Así que el hombre fuerte requiere de un intermediario?
-Sí. Pero no un mediador que lo redima, sino que lo preceda
dando ejemplo, siendo ejemplar. Lucifer es también el sol. Tú lo
necesitas para querer vivir. Tú no lo necesitas menos para deber
morir.
-¿Cómo? -pregunté, aunque me figuraba la respuesta.
-En invierno muere el sol y en primavera resurge de nuevo.
Trae la luz de la vida y la certeza, que es lo opuesto a la duda.
-¿La certeza de nacer de nuevo?
-Si así deseas llamarlo, sí. Mejor dirías de victoria sobre la
vida, de inmortalidad.
-¿El hombre es inmortal?
-Tú mismo tienes que hallar la respuesta. Mira a tu alrededor
Veo el tronco del manzano, bajo el cual estoy sentado. El tronco es
viejo y está podrido. Cualquier día caerá desplomado sobre sí por 1a
descomposición. Pero aún da flores. Éstas serán fecundadas, crece-
rán hasta llegar a ser fruto, caerán, se hincarán en la tierra, resurgirán
como árboles nuevos. Y veo ante mí al hombre. Ya no es joven. Su
pelo es gris. Pregunto:
-¿Eres padre?
-Lo he sido. Me quemaron cuatro hijos en Toulouse por un auto
de fe. Mientras ardían permanecí erguido, disfrazado en medio de
esos hombres que pretenden estar en posesión de la creencia
correcta y que fundamentan y disculpan todas sus atrocidades con
pasajes del Antiguo Testamento...
-¿Cómo continuarás viviendo después de tu muerte?
-Por el ejemplo. Por el hecho de que hasta mi último aliento,
pese a todo, he permanecido fuerte y orgulloso y gracias a esto he
cumplido con la ley. Y...
-¿De qué ley hablas?
-Tienes que encontrar la respuesta por ti mismo. Mira a tu
alrededor Y veo d sol Me deslumbra. Incluso así reconozco: todos los
anocheceres debe irse del mundo. Todas las mañanas tiene que
alzarse sobre el horizonte. Todos los años tiene que bajar y luego
levantar su órbita diaria prescrita. Vivifica la tierra, regala luz a
otros astros, de modo tal que podría presumirse que éstos
también fueran soles. Generosa y caballerosamente permite que
soles más grandes y más luminosos, que sólo aparentan ser más
pequeños, tengan el derecho a producir luminosidad según su
propia manera de proceder. Él es fuerte, triunfa sobre las nubes
oscuras, la noche negra y el muerto invierno. Es orgulloso, ya
que no permite que se le impida el derecho del día y del año de
su vida...

"Mira en tu interior." Así habla el hombre. Yo obedezco y escucho


en mí dos voces que riñen. "Guardas silencio He dice una a la otra-,
tú eres la aceptación de la vida y confías, miope, en el teatro
bufonesco de la vida, del mundo, de las cosas. ¿Qué es la vida?
Esfuerzo y trabajo, enfermedad y muerte. ¿Qué es el mundo?
Cornupia(cornucopia) de la miseria, valle de los lamentos, campo
de batalla de las pasiones. ¿Qué son las cosas? Materia imperfecta,
efímera y variable, desde un principio inserta en la decadencia. Los
propios astros, con los que tú te recreas, alegría de vivir, un día ya
no serán más. También a ellos les espera la muerte. Nada de lo que
comprendes con tus sentidos es ni duradero ni divino, porque Dios es
permanencia eterna. Sólo hay una única certeza: la muerte. ¡Sobre
estas rocas levantarás tu templo!" A esta voz le salió al paso la otra:
"¡Yo soy el Sí! Tengo la voluntad de seguir siendo el fuerte y valiente
Sí. Él ha creado, no por casualidad, a la divinidad, al mundo, a todas
las cosas visibles y también a mi. De esto estoy seguro. Y esta certeza
me vuelve todo sagrado: el firmamento, la tierra, los elementos, y
ante todo aquello donde la divinidad universal me permitió abrir los
ojos a la luz: mi patria y mi estirpe. La divinidad me dio la vida, y yo
construyo sobre la vida. Yo soy yo. Pero no podría serlo sin mi
estirpe; no existiría mi estirpe si mi patria no existiera y mi patria no
viviría si no hubiera divinidad".

"La divinidad no tiene que hacer con tu patria más que con
la patria de cualquier otro hombre, porque para ella todos los
hombres y todos los pueblos son iguales". Así contradijo la voz
primera. La segunda guardó silencio.
Por eso me dijo el hombre:
-Mi patria ya no existe. La convirtieron en un montón de ruinas y
por orden del papa la prepararon para una nueva estirpe. Fuimos
exterminados por no reconocer al Dios de los judíos, Yahvé, ni a
Moisés y a los profetas. No rezamos al Dios de los judíos, porque la
divinidad no tiene que hacer con el pueblo de los judíos más que con
cualquier otro pueblo. La presunción de ser el pueblo elegido de la
divinidad sólo la han expuesto ellos. ¿En qué es Yahvé distinto al alma
del pueblo judío, presuntuoso, intolerante, fanático, ávido de poder y
nada caballeroso? El alma de mi pueblo fue muy distinta. Nuestro Dios
era luminoso, claro y caballeroso. En perfección, fue lo que nosotros,
como hombres, hemos sido de imperfectos.

-Razón por la que os llamaron herejes, a vosotros que habíais acepta-


do la consagración herética, ¿vosotros perfectos? ¿Es por esto que os
autocalificabais de puros? ¿No es acaso osadía calificarse así por sí
mismos?

-Nosotros así nos designábamos, a diferencia de Roma, que a


todos los hombres, sin importar de la sangre que sean, permite ser igual
de innobles, corruptos e impuros. Como nietos de nuestros antepasados,
los helenos y los godos, nos sentíamos nobles, pero no innobles. Pere-
cederos e incluso alejados de Dios, ¡pero no corruptos ni impíos! ¡No
necesitábamos al Dios de Roma ya que sabíamos que teníamos un Dios!
¡No necesitábamos los mandamientos de Moisés, porque desde nuestros
ancestros portábamos nuestros mandamientos dentro del alma! Moisés
fue imperfecto e impuro; de no ser así, no habría elegido una negra
como mujer y no habría permitido a su Dios que matara con lepra a sus
hermanos, encargados de las reprimendas. Lo que fue Moisés, fueron
los judíos, que nos quieren imponer sus creencias, sus escrituras y sus
leyes: imperfectos e impuros, almas serviles y bastardas. Nosotros, occi-
dentales de sangre nórdica, nos llamábamos cátaros como los levantinos
de sangre nórdica se llamaron parsis: puros. Tendrías que comprender-
me, ¡o también tu sangre es impura!
-¿Parsis?
-¡Sí ¡Los parsis, los arríanos y nosotros, los cátaros, no hemos trai-
cionado a nuestra sangre! ¡Éste es el enigma de las "ligazones" entre
ellos que tú buscas y buscas! Fíjate: Cuándo meditas sobre un
Parzival, sabes desde entonces que este nombre representa una
palabra irania. Esta palabra significa flor pura. Y Cuándo tú buscas
al Grial, buscas la sagrada piedra ghral de los parsis. Al Grial sólo
será llamado aquel que sea conocido en el cielo, así lo has
leído en Wolfram von Eschenbach. Nuestro cielo no es el cielo
de Jerusalén o de Roma. Nuestro cielo sólo habla a los puros, a
aquellos que no son criaturas y siervos de razas inferiores o de
razas mixtas; habla a los arios. ¡Que significa noble y señor! Alzo
la vista. Estoy solo...

El canto viene acercándose: canto de rudas voces de muchachos.


Una sección de exploradores de la juventud alemana marcha
acercándose por la carretera nacional. Intercambiamos gritos y
palabras alegres. Luego acampamos juntos bajo el árbol florido y
cantamos una nueva canción:

Si uno de nosotros se cansa,


El otro vigilará por él.
Si uno de nosotros duda,
El otro reirá lleno de fe.
Si uno de nosotros cae,
El otro se levantará por dos.
Porque todo combatiente tiene un Dios
Junto a los camaradas.

WORMS
Estaba en el puente del Rin. De la bruma de la antigua y sinuosa
ciudad emergían las torres de la catedral. En el occidente más
lejano permanecía azul el Donnersberg, el Monte del Trueno, en
tiempos pasados consagrado al dios nórdico Donar-Thor. En el
este, colgando de claras nubecillas, ondulaba la hermosa cadena
del bosque Oden, que fue el bosque de Odín. Hasta podía
reconocer con claridad los viñedos de la ruta de la montaña y los
castillos de Auerbach, Heppenhein y Weinheim. Allá debe de
estar situado aquel pueblo donde Hagen mató a golpes a
Sigfrido:

Cuándo busquéis el manantial donde Sigfrido fue muerto,


Deberíais también oírme decir la buena nueva. Allá delante
del bosque Oden hay un pueblo Odenhain. Todavía fluye el
manantial -sobre esto no cabe ninguna duda-.

Entre el bosque de Oden y el Rin vi una flecha de


campanario sobresalir por sobre las copas de un gran bosque.
Pertenece al pueblo Lorsch, famoso por las ruinas de su convento.
Hoy éstas contienen un sitio que conmemora los muertos de la
Guerra Mundial. Aunque en Alemania haya cementerios de
héroes más fastuosos e impresionantes, yo solo difícilmente
podría imaginarme, empero, uno más digno.
Aquí hizo la señora Krimhilde -ella así lo quiso- enterrar
por segunda vez al señor Sigfrido:

En Lórse, en la catedral, con gran pompa y honra:


En un largo féretro allá yace el héroe valiente y tan augusto.

En Lorsch, cuyo nombre antiguo era Lourisham, debe haber


estado esa rosaleda de la que informa el "Gran jardín de
rosas", un poema épico popular del siglo XIII:
El rey Gibich de Worms tenía un hermoso paraíso terrenal de
leyenda llamado jardín de rosas o rosaleda de una milla de
largo y media milla de ancho. Como el jardín tirolés de
Laurín, también estaba envuelto con un fino hilo de seda. Era
custodiado por doce héroes renanos, uno de ellos era Sigfrido.
Krimhilde, hija de Gibich y prometida de Sigfrido, había
escuchado muchas historias de portentos de Dietrich von Bern.
Lo invitó a venir al Rin con once de los suyos para que midieran
sus fuerzas en combate con sus esforzados varones. Al vencedor
le tocarían de premio una guirnalda de rosas y un beso de ella.
Dietrich aceptó la invitación. Los once de Ber ganaron. Al final,
luchó Dietrich con Sigfrido, cuya callosidad le permitió desviar
los cintarazos propinados por Dietrich. Bern lleno de ira, echaba
espumarajos por la boca, como si fuera el mismísimo demonio.
Sigfrido cayó derrotado en el regazo de Krimhilde, quien
raudamente arrojó un velo protector sobre él. Dietrich y sus
héroes recibieron las merecidas guirnaldas de rosas y el beso.

Esta guirnalda de rosas o rosario no puede haber sido la


eclesiástica, aquella cadena de bolitas para rezar el rosario. La
guirnalda de rosas o rosario antaño no era rezada, sino que,
sonriendo, se suspendía del árbol de mayo y delante de casa
"por la gracia del canto". Esto también lo hizo en su tiempo un
eclesiástico del pueblo Elysacia (hoy Elz) en la diócesis de
Tréveris, allá donde vivía el monje cisterciense Cesarius von
Heisterbach y donde escribió sus crónicas en el siglo XIII. El
eclesiástico había ganado en el baile en corro una guirnalda de
rosas (o rosario) como premio y la colgaba frente a su casa, "para
que la gente se divirtiera y tuviera ganas de participar en los
bailes".. Un día se encontraba en la taberna tomando zumos de
uva. Súbitamente se presentó un terrible temporal. Con su
sacristán, que también había bebido, digamos, una copita, se
apresuraron en llegar a la iglesia a tocar las campanas. Ya en la
iglesia fueron los dos derribados por un tremendo golpe, y,
curiosamente, el sacristán quedó debajo del eclesiástico. El
sacristán salió ileso, pero el sacerdote estaba muerto. "Por haber
bailado en el corro y una guirnalda de rosas haber colgado, fue
por el cielo castigado", creyó el cronista.

En vez del rosario, aconteció muchas veces que el premio


consistía en un carnero o un macho cabrío. En Hertene (hoy
Kirchherten, en la baja Renania) sucedió una vez -según cuenta
Cesarius- que un carnero decorado con cintas de seda fue
festivamente expuesto, y un pregonero animó a la gente a bailar
en torno de él. Al mejor bailarín se lo premiaría con el animal.
Con acompañamiento musical comenzó la danza en rueda.
Pero también sobre Hertene se descargó una fuerte tormenta
que terminó con la diversión.
Otro cronista del siglo XIII, el obispo Oliver von Paderborn, escri
bió que estos bailarines hicieron una reverencia al carnero, lo
que se consideró como herejía. Un pecado capital de los cátaros
fue -así dice en otra parte- la "diabólica veneración al macho
cabrío". El macho cabrío y la rosa fueron en los tiempos
primitivos consagrados al dios Thor-Donar, como se sabe hoy.
Tendría que preguntarme si Thor fue el hermano de aquel rey de
los enanos, Laurín, que revistió con hilo de seda su rosaleda
tirolesa para que ningún indigno pudiera encontrar su entrada.
¿Es Thor el hermano de Laurín, quien en tierra alemana tenía su
casa, a quien se otorgaron mil años de vida, a quien un camino
bien llano lleva a una montaña de fuego?

Wolfram von Eschenbach hace que Laurín diga al rey


Dietrich von Bern: "Vos todavía viviréis a los 50 años. Y seréis
también un robusto héroe, pero la muerte os sobrevendrá. Más
sabed que a mi hermano, que en tierras alemanas tiene su casa,
se le han otorgado mil años. Vos sólo necesitáis escoger una
montaña que en su interior sea ígnea. Entonces, opina mi gente,
seréis transportado al gran calor, seréis igual a los dioses
terrenales".
El antiguo nombre de Lorsch es Laurisham. Quizá Laurín
también ha esperado aquí una rosaleda. El convento de Lorsch
está sobre una colina de arena. Para hablar con Wolfram von
Eschenbach, los romanos, léase los papistas, estarán muy en
contra de este "subir a la montaña" para poder construir en la
rosaleda un convento.

Pregunta tras pregunta. Enigma sobre enigma...


MlCHELSTADT EN ODENWALD
En esta pequeña ciudad, mi madre me trajo al mundo. Sus
antepasados están enterrados aquí. Ya de pequeño le tomé un
profundo cariño a esta porción de tierra. Cuándo mis padres,
entonces residentes en Bingen del Rin, empezaban sus
preparativos para nuestra estadía veraniega en Michelstadt,
comenzaban mis preguntas:

Que si era verdad que el manantial donde Hagen von Tronje mató
a Sigfrido sería aquella fuente rodeada de tilos que me habían
mostrado el año anterior. Si debía creer que el último sacerdote
de Odín en Odenwald -del que poco pudo informarme el libro
juvenil que tanto leí en la ciudad de Essen- habría vivido en la casa
del bosquecillo donde todavía se ven sillones de piedra del Thing
(Thing o Ding: asamblea popular y judicial de los antiguos
germanos). Si la antiquísima basílica frente a las puertas de
Michelstadt había sido construida por la hija del rey Karl,
Emma, y por su historiógrafo Eginhard como consuelo para
este sacerdote. Durante las vacaciones, siempre tenía novedades
y cosas enigmáticas para ver: que en un apartado lago del bosque
se reflejaba el castillo Mespelbrunn, castillo romano oculto en el
monte alto; el castillo de caza Eulbach con su soberbio parque
zoológico lleno de venados y jabalíes, o el armamento y equipo
del rey sueco Gustavo Adolfo, en el museo de Erbasch.

Una vez viajamos por las montañas que separan Hessen de


Baviera, hacia el convento Engelbert del Meno. Casualmente
era día de peregrinación: los peregrinos suben arrastrándose de
rodillas los varios cientos de escalones hasta la iglesia del
monte mientras van rezando el rosario. Ya en aquel tiempo
quería entender el sentido de una penitencia tal. A través de
Amorbach regresamos a Michelstadt, yo sentado al pescante
junto al cochero. Pasado mañana haré el mismo viaje, porque
en las cercanías de Amorbach se encuentra, lo que no supe
Cuándo era niño, el castillo de Wildenberg, también conocido
como Castillo del Grial en Odenwald. Aquí, siendo invitado de
un caballero Von Durne, Wolfram von Eschenbach escribió
parte de su Parzival. Algunos llegan a afirmar que éste fue el
prototipo del Castillo del Grial, Muntsalvatsche para
Wolfram. ya que en alemán es Wildenberg.

Lo que significa que yo vine al mundo dentro del área de


destierro del Grial. Parzival, Sigfrido y Odín-Wotan fueron mis
padrinos.
Es tarde por la noche. Oigo cuchichear a los árboles y hablar a
una fuente. En algún sitio ladra un perro. Frente a mí está la
Biblia. En el libro quinto de Moisés, al que los cátaros
llamaron traidor y mentiroso, he leído una frase espeluznante
que me hizo estremecen "A todas las naciones que Yahvé te haya
entregado, las destruirás del todo, sin mirarlas con misericordia".

Hoy domingo estuve en la iglesia donde me bautizaron. El


párroco ofreció un largo sermón repleto de citas de la Biblia. En
el centro de las consideraciones, plenas de unción, estaban las
palabras del apóstol Pablo: "Yo no sé lo que hago, porque no
hago lo que quiero, sino lo que detesto. Así lo veo yo, que
quiero hacer el bien, pero la ley me impone que lo único que me
queda a disposición sea lo malo. Que se compadezca el Señor de
quien Él quiera y permita ser empedernido a quien Él quiera. Oh,
yo, hombre desdichado, ¿quién me librará de este cuerpo
mortal?".

Después del servicio divino que durante un largo rato me


cayó como una pesadilla espantosa, me fui solo a la ciudad. Y
me eché a mí mismo un sermón.

Comencé con las palabras de Schiller: "Sé como tú quieras,


inefable en el más allá -sólo mi yo mismo me permanece fiel-
. Sé como tú quieras, Cuándo yo me lleve solo a mí mismo al otro
lado. Las cosas exteriores son sólo una apariencia del hombre.
Yo soy mi cielo y mi infierno. La prerrogativa más noble de la
naturaleza humana es determinar por sí misma para hacer lo
mejor por el amor de lo mejor. Los hombres nobles pagan con
aquello que ellos son".

Continué mi sermón con palabras del maestro Eckhart: "El


hombre justo no sirve a Dios ni a las criaturas. Permanece tan
firme en la justicia que, por el contrario, no toma en
consideración las penas del infierno ni las alegrías del cielo. El
hombre justo toma tan en serio la justicia que si Dios no fuese
justo no daría ni un comino por él. El hombre no debe temer a
Dios. Dios es un Dios del presente. No hay que buscarlo o
pensarlo fuera de sí, sino tomarlo como mi propio yo y como que
está en mí. La verdad es, por lo tanto, noble, y ¡si Dios quisiera
hacer caso omiso de la verdad, yo querría aferrarme a la
verdad y dejar a Dios!".

También permito que ejerzan su impulso sobre mí las


palabras dichas por sabios de nuestro tiempo. Ésta es la
sabiduría de los valientes: quien quiera huir de la culpa, huye de
la vida; pero aquel que expía sus culpas por toda la vida y
encuentra en ella la eternidad, ése será nuevo en ella. No es la
salvación del mundo la que nos hace falta, no, ¡sino que
salvemos al mundo! Así y sólo así vence la vida más allá de la
muerte. Sólo fortaleciendo la bondad, lo noble en nosotros,
por nuestras propias acciones, por un ejemplo a seguir de
manera irresistible, puede llegar a ser nuestro propio yo la
ayuda: liberarse a sí mismo y decidirse. Toda salvación y toda
justificación son anticipadas gracias a que nosotros seremos sólo
por la voluntad. El castigo es la consecuencia; solamente hay un
verdadero castigo del pecado, y este castigo será ejecutado por el
propio culpable sobre sí mismo de manera ineludible y al unísono
con sus decisiones: el ser peor. También la penitencia es
consecuencia: solamente hay una expiación, y ella también es
recompensa, involuntaria, pero inevitablemente ejecutada por el
culpable en sí mismo: el llegar a ser más noble. De sus acciones
y trabajos finalmente sale -sea hacia arriba, sea hacia abajo, para
mejor o para peor-, como resultado, el propio ser humano. Sólo
tenemos una realidad: actuar. Sólo tenemos un hecho: la
acción.

Cerré mi sermón con citas de Zarathustra, de Nietzsche:


"Lo grande en el hombre es que él es un puente y no un fin; lo
que puede ser querido en el hombre es que él es una transición y
no una caída. Yo os suplico, hermanos míos, permaneced fieles a
la tierra!".
La "Tierra" es un componente del cielo, rebosante de estrellas...

AMORSBRUNN
Próximo a la pequeñísima ciudad de Amorbach, cuyos
campanarios barrocos, edificio conventual e instalaciones de
palacio parecen sofocar el montoncito de casas más modestas o
más pobres, hay un lugar de gracia rodeado de árboles:
Amorsbrunn con su iglesita.

Ya en los tiempos paganos, tan injustamente llamados oscuros y


sin piedad, era éste un lugar santo. "Cuándo los primeros
heraldos de la cristiandad vinieron al valle, eligieron -según
informan explícitamente otros apóstoles-, deliberadamente, el
lugar venerado por el pueblo pagano para predicar en él. Y es
por eso que tiene razón la tradición al decir que aquí, en este
sitio adorado desde tiempos inmemorables, fueron bautizados
con el agua bendita los primeros cristianos." Se suele contar
que san Pirmin y su discípulo, un santo Amor, llegados de
Irlanda les trajeron "la luz del Evangelio" a aquellos hombres
que "todavía vagaban en las sombras de la muerte". El santo
Amor permaneció como abad durante treinta y tres años, "des-
pués de que Bonifacio, en el año 734, consagrara la primera
iglesia de Amorbach" -y él para la fuente del Amor debe de
haber "rogado y recibido de Dios una fuerza salvadora y
sanadora"-. Un archivero episcopal procedente de Würzburg había
documentado, veinte años antes, que la historia de la abadía de
Amorbach se forjó de comienzo a fin antes del siglo X. Pirmin no
había participado en la fundación de Amorbach, el santo Amor
(también hay un dios romano de este nombre) sería una criatura
surgida espontáneamente de la fantasía en un tiempo muy posterior,
y la abadía de Amorbach sólo habría sido fundada hacia fines del
siglo X por monjes del convento borgoñón de Cluny.

A este santo Amor tiene que agradecerle su nombre el lugar


de gracia Amorsburnn. Dentro de la iglesia se yergue una figura de
madera del santo, donada hace trescientos años por un concejal
del Ayuntamiento de Würzburg como agradecimiento por haber
recibido allí la bendición matrimonial. Cuándo en 1889 un poeta
local, hoy olvidado, planteó en su narración "El santo Amor" la
hipótesis de que la esposa de este concejal de Würzburg no fue
bendecida por intercesión del santo, sino "por la estancia
fortificante y reanimadora en el sano aire de los bellos montes del
Odendwald", se vociferó, como podría ocurrir todavía hoy;
poniendo el grito en el cielo contra este hereje.

En un libro regional de Amorbach leo que, de la capilla de


Amorsbrunn. "las improntas en cera, muñecas infantiles e
imágenes que hasta hace treinta años cubrían altares y paredes
han desaparecido casi todas''.
Como "resultado de la convicción religiosa repercutiendo
desde hace siglos", también se puede admirar el altar
relicario tallado, del estilo gótico tardío, que representa el
árbol genealógico de la Virgen María: en el nicho de la
predela duerme recostado el fundador de la familia, Jessé. De él
crece hacia arriba el árbol genealógico, que en el campo central de
la arqueta ostenta a la Virgen María con el Niño Jesús.

Los dos altares barrocos, el santo Amor, los reclinatorios


rococó y los pilares de la Virgen, todos ellos se ensamblan, tal
como figura en el libro mencionado, y logran un armónico
efecto de conjunto, que sólo se ve afectado por una imitación
de la gruta de Lourdes.

Tampoco san Cristóbal "armonizaba bien con la fuente


primitiva". Creo que -fuera de los árboles, del agua de la
fuente y de la bóveda celeste- nada de todo lo que
actualmente se puede ver en Amorsbrunn recuerda al culto de
la fuente original. Aún menos al Santo Amor y, como también
asevera mi fuente autorizada, la reproducción de mal gusto de
Lourdes.

Amor le llamaban los provenzales heréticos a la Minne;


Minne es memoria y recuerdos, "pero recuerdo quiere decir -
como ha reconocido nuestro amado poeta Jean Paul Richter-
el único paraíso de donde nada se puede expulsar". Y de ahí
que recuerde que todas las tribus germanas hacían ofrendas de
adoración a las fuentes y manantiales. Si unas evocaban a la
divina protectora del agua de vida Freya-Holda, también
llamada Venus, al acercarse a la fuente, otras poblaban el agua
sagrada con invisibles náyades y libélulas. Nuestros
antepasados no le demostraban su veneración y su devota
convicción con formas visibles por medio de figuras de yeso o
muñecas de cera, reclinatorios o grutas artificiales. Sus
divinidades tampoco precisaban un árbol genealógico. Su
padre, el propio Dios Padre del Universo, de múltiples nombres
y a la vez sin nombre, el múltiple y uno a la vez, era el
manifiestamente eficiente e inconcebible a un tiempo. De Jessé
no vine la especie, sino del cielo, del cual un componente es la
Tierra.
AMORBACH
Con dos historiadores de literatura fui al castillo Wildenberg ,
muy próximo al pueblo Preunschen, situado en medio de un
majestuoso bosque frondoso y en Odenwald llamado Castillo
del Grial. Mis acompañantes estuvieron muy de acuerdo en que
las de Wildenberg son las más bellas ruinas de castillo alemán.
En el punto en que sí disintieron fue en si la estupenda
construcción románica, en ruina desde las Guerras Campesinas,
había albergado en realidad al trovador Wolfram von
Eschenbach. Para dar punto final a la disputa, propuse que
primero habría que intentar verificar si el poema sobre Parzival,
acuñado en el movimiento herético de entonces, podría haber
sido escrito en el castillo Wildenberg con conocimiento o por
encargo de aquel caballero Von Durne. Según mi parecer, para
lograr el objetivo estas investigaciones deberían llevarse a cabo
de la siguiente manera: parientes de los señores Von Durne, los
condes Lootz (el poeta de su casa fue el trovador Heinrich
Veldeke), fueron acusados por el maestro en herejía Konrad von
Marburg, en el parlamento de Mainz, el año 1233, de herejes
luciferinos. En Cuánto así hablé, los antes desunidos intelectuales
devinieron compañeros confabulados contra mí.

Puede que Amorbach, esta deliciosa y pequeña ciudad, tuviera


que agradecer su nombre a esa obra de la fantasía que es el
santo Amor o, como yo quisiera llamarla, pero no me atrevo a
afirmar rotundamente, a la palabra amor (Minne en la Provenza
herética); puede que las veneradas ruinas del castillo de
Wildenberg, hace setecientos años, hayan visto crear o no al
trovador Wolfram su gran obra poética. Poca importancia tiene.
Yo sostengo lo que ya destaqué en su momento y en el sur de
Francia: como el propio Wolfram expone, las verdaderas
leyendas del Grial y de Parzival llegaron de la Provenza a tierra
alemana; Wolfram utilizó un poema herético provenzal como
modelo a seguir para su poema épico; con su garante de
verosimilitud de la fuente, Kyot de Provenza, el trovador Guiot
de Provenza había alabado a herejes caballerescos y a señores
principales heréticos; el castillo del Grial Mountsalvatsche tuvo su
ejemplo en el castillo pirenaico Montségur, el país del Grial terre
de salvatsche, fue la zona del Tabor pirenaico. Y quizá fue el Grial
aquel Tesoro de la Iglesia, al que cuatro puros heréticos salvaron
del amenazado castillo Montségur en la región de las cuevas del
Sabarthés. No ese Grial que el falseamiento eclesiástico ha
hecho cáliz de la Pasión de Jesús de Nazaret, sino una piedra
caída de la corona de Lucifer, la que otorga comida y bebida y
confiere no tener que perecer a aquellos que son dignos de su
vista.

Una vez más subo solo al castillo Wildenberg. Hace mucho


que no observo las raras y bellas obras de cantería, así como sus
variados signos. Luego oteo en el país recordado. Mis
pensamientos van hacia la lejanía. Al Oriente, van por el mismo
camino que una leyenda pirenaica dice que siguió como
blanca paloma aquella condesa Esclarmonde de Foix, señora
del Castillo del Grial, del Montségur: hacia las montañas de
Asia. Esclarmonde no ha muerto, me dijo un pastor. Todavía
vive allí, en el paraíso terrenal...

También para los parsis iranios y para los arios indios, el


recuerdo fue el único paraíso del que ellos no podían ser
expulsados. El alto Septentrión, como es sabido, enseñó su santa
tradición de haber sido sede primitiva de los arios, aquel
afortunado país Ariana, en el que el sol tuvo su patria y donde los
hombres eran felices. Allá se vivía una larga vida y con toda
confianza se podía dialogar con los dioses; si casi parecía que
los dioses vivían en medio de los hombres. Un elixir emanado de
árboles portentosos otorgaba la inmortalidad celestial y la
divinización a los hombres: la bebida Haoma o, como la llama-
ban los indios arios, soma. Con la que se asimilaba la fuerza
aria.
Cierto día se alzó la serpiente de invierno; el frío se impuso para los
hombres, los animales y las plantas; el amor se congeló; el sol
desapareció; el clima ártico se enseñoreó: cada año tuvo diez
meses de largo invierno. Los hombres debieron emigrar. Hacia
el sur. Pero el alto Septentrión permaneció como objetivo en el
recuerdo. Y para recordarlo en su oración, los arios, en su nueva
patria, subieron a un monte, a un paraíso: el paradêsha (que
significa comarca situada en lo alto). Para los arios cada montaña
fue originalmente un paraíso desde cuya cumbre se iba en
espíritu al Norte, al país de Dios y de los ancestros. Para
nombrar la certeza interior piadosa, los arios iranios e indios
utilizaron la palabra man.

La divinidad fue benévola con los arios emigrados al sur: envió


un águila, o una paloma, según relatan las sagas de tiempos
remotos, con orden de llevarles el árbol, del que se preparaba el
soma, para que, así, la fuerza aria no se perdiera. Desde ese
momento entonces, también en el sur se pudo disfrutar del
soma. Para la memoria. Para la Minne (esta palabra, como ha
sido demostrado, tiene el mismo origen que el sánscrito man
y el gótico munni, recuerdo). Un paradêsha de similares
características, informa el Rigveda -que cuenta con más de
cuatro mil años de antigüedad-, se llamó Mûjavat y estaba
situado al este de la India.

Pasaron siglos y milenios, nació Jesús de Nazaret, judíos y


romanos lo instituyeron y comisionaron como el Dios
encarnado; la cristiandad se propagó. Comenzó una nueva
era.

A partir del siglo III de la era cristiana, el maniqueísmo iranio y


el arrianismo germano fueron los más importantes enemigos
de la cristiandad. El monte iranio Mûjavat, desde aquella
época pasó a ser el santuario principal de los maniqueos. Hoy
se llama Kôh-i-Chwadschä (Monte de los Reyes o Monte de
Dios) y está desamparado y yermo, en el empantanado lago
Hamun, en la frontera entre Irán y Afganistán. Los helenos lo
llamaron Aria Palus: lago ario. Alejandro Magno estuvo aquí.
En este monte santuario, Kôh-i-Chwadschä, que es más
antiguo que Jerusalén, La Meca y Roma, un investigador
austríaco contemporáneo, Friedrich von Suctscheck, ve el
arquetipo de la Montaña del Grial Muntsalvatsche de Wolfram.
y ve en el lago Hamun aquel lago Brumbane al que logró
llegar el buscador Parzival antes de encontrar el Castillo de la
Gloria. Ya con los nombres que Wolfram les dio a sus personajes
no podrían, según Suctscheck, renegar de su patria irania:
Parzival, correctamente Parsiwal, quiere decir Flor Parsis o
Flor Pura, ya que parsi significa puro. A su padre, Gamuret,
debería considerársele como el primitivo rey iranio Gamurt; el
hijo de Parzival, Lohengrin (en Wolfram y en la "Guerra del
Wártburg", Lohrangrin) será el dios persa Lohangeri. Este
nombre significa Mensajero Rojo. El Parzival de Wolfram en gran
parte corresponde a la reelaboración rimada de un texto
original iranio. La maniquea "Canción de las perlas" (siglo III),
considerada el más antiguo modelo literario, es una de las más
profundas expresiones tanto del espíritu humano como del más
noble espíritu iranio. Muchos aseguran que esta canción fue
escrita por el propio Mani, fundador del maniqueísmo. La
"Canción de las perlas" relata la conquista del supremo símbolo
de la creencia maniquea, la perla mística (ghr-al); Wolfram
ensalza el Grial como una piedra. No hay ninguna contradicción,
ya que la palabra persa ghr-al también es apropiada para el
significado de piedra preciosa.

Me pregunto si aquel libro escrito con extrañas letras que se


encontró entre los escombros de Montségur (un anciano de la
pequeña ciudad pirenaica Lavelanet me habló de él) será un
escrito maniqueo. Tal vez pueda ser copia de la versión
original irania del Parzival. Hay algo más que me dio que
pensar: han sido encontradas en las ruinas de Montségur
palomas de barro y, anualmente, en Viernes Santo, "el día de la
suprema Minne", Wolfram von Eschenbach hace descender una
paloma del cielo a la tierra y coloca una hostia, blanca y
pequeña, sobre el Grial.

Entonces alzad vuestro plumaje luminoso.


Hacia el alto cielo ella vuelve a la patria.
Cuándo retorne el Viernes Santo,
Nuevo será el don de venerar la piedra...

El día que Wolfram ensalzó como el de la suprema Minne no


tiene por qué ser necesariamente el Viernes Santo cristiano,
ese día en el que José de Arimatea recogió en un vaso la
sangre del crucificado Jesús de Nazaret, en el Gólgota, el
calvario cercano a Jerusalén; bien podría ser la fiesta de
Nauroz maniquea, la fiesta que iguala el día y la noche en
primavera. En cada fiesta de Nauroz una tórtola, así lo refieren
las viejas canciones maniqueas, llevaba las sagradas semillas de
homa hasta la piedra sagrada ghr-al..

A solas, en la cima del Wildenberg, eché a volar mis


pensamientos hacia occidente y al norte y al sur. Del norte, de la
comarca de Tulla o Tullan, deben de haber marchado al sur,
como ya he indicado, los antepasados del antiguo pueblo
mexicano de los toltecas. Ellos consideraban esta tierra como
el país primitivo, donde comenzó a reinar el hielo y dejó de
haber sol. Ahora, como entonces, sostienen que era el
"paraíso" de sus héroes. Esta Tulla tolteca se corresponde
completamente con la enigmática isla de Thule, aquella Thule
ultima a solé nomen habens (la más lejana Thule que lleva su
nombre gracias al sol). Un Pytheas de Massilia zarpó hace más
de dos mil años para admirarla. En épocas posteriores
muchos se empeñaban todavía en llegar a ese país "que es el
más cercano al cielo; el más sagrado" y donde él esperaba
"ver al padre de los dioses y disfrutar de un día casi sin
noche". Una última Thule fue también el país de los
hiperbóreos, que más allá del viento norte vivió en luz
eterna, y sobre el cual el Apolo délfico gobernó como
divinidad. El país de los hiperbóreos fue considerado por los
helenos nobles como el lugar del origen de su especie y la
patria de su divinidad. No hay ninguna otra tierra como esta
isla del Sol Aea, la que salieron a buscar los argonautas. Tal
como los iranios, también los helenos tuvieron su "paraíso":
los famosos montes de los dioses, Olimpo, Parnaso o Eta,
fueron, cada uno, un paradêsha sobre cuya cima se con-
memoraba, orando a la tierra de la luz nórdica, aquella isla
del sol donde se disfrutaban la inmortalidad y la
bienaventuranza como néctar y ambrosía. A esta certeza
interior piadosa los helenos la designaban con la palabra
Minneskein, voz emparentada con la sánscrita man, la
latina memini, la gótica munni, la alemana Minne.

También fue un paradêsha el majestuoso Montségur, en


el bosque de montaña del Tabor pirenaico.

Los cátaros provenzales -a los que nosotros, por razón del


Parzival de Wolfram, nos sentimos en obligación de agradecer-
cuidaron los escritos y canciones nacionales. La literatura de
los provenzales heréticos, así como su historia, fue muy
variada y llevaba la marca de los griegos, los celtas y los
germanos.

Es por esto que en la poesía de Wolfram encontramos, junto


a denominaciones del levante, abundantes referencias de
occidente. Algunos ejemplos: Wolfram enalteció a Persia, a
Babilonia, al Eufrates, al Tigris y a la India; pero también alabó
a Alejandría, a los troyanos, así como al Hiperbortikón (el país de
los hiperbóreos); denominaciones de lugares provenzales,
españoles, franceses y británicos (Arragón: Aragón,
Katelangen: Cataluña, Gascuña, París, Normandía, Borgoña,
Bretaña, Irlanda o Londres) que entremezcla con sitios
alemanes y escandinavos (Worms, Rhein: Rin, Spessart,
Turingia, Dinamarca, Noruega o Grüland: Groelandia). Y
con Zarathustra, Eneas, Platón, Heracles, Alejandro, Virgilio,
Sigfrido y los Nibelungos; con Sibich, adversario de Dietrich
von Bern, y con Wolfhart, partidario de Dietrich, Wolfram crea
la interpretaciones más diversas que puedan imaginarse. Los
verdaderos trovadores debían conocer en profundidad la historia y
los mitos, tenían que poseer, por así decirlo, un saber
enciclopédico.

Wolfram y su fuente autorizada, Kyot-Guiot, satisfacían tan


bien este requisito fundamental, que hasta el día de hoy el
Parzival nos llena de reverente admiración, por lo que
debemos incluirlo entre las creaciones más sublimes del espíritu
humano.

Hasta el siglo XIII de la era cristiana había permanecido


activa una fuerza que, junto con el catarismo en Europa, era
independiente de la Roma vaticana, y que no precisó ser limpiada
de toda mitología judaica porque no la había tolerado o sólo lo
había hecho muy superficialmente; una fuerza influyente desde
hacía mucho en un enorme espacio geográfico -desde la India
hasta las Columnas de Heracles, desde Groenlandia hasta
Sicilia-, pero que sabía que su centro siempre estaría en un único
"polo": en el polo norte, en el Polus Articus, como lo nombra
Wolfram durante la "guerra poética" en el Wartburg; una fuerza
que unió a hombres de los más diversos puntos cardinales y
naciones, pero de la misma raza y del mismo origen.
Adhiriéndonos a los más antiguos mitos arios, la llamamos
"fuerza aria".

Todos los partícipes de esta fuerza aria supieron del origen de


su linaje en el alto norte. Ellos conformaron una comunidad
para la que no importaban fronteras políticas ni distancias
geográficas. Esta comunidad de Minne, como era ya
denominada por esos tiempos, conservaba y cuidaba las Santas
Escrituras de los arios levantinos, los mitos de los celtas, los
poemarios de los helenos arios y también los lieder de los
germanos. La ligazón que los unía era la Minne: la memoria
legada por los antepasados en el origen nórdico del hombre
"noble", la "divinidad nórdica en el paraíso nórdico". Una
segunda ligazón era el libro del enemigo en común: la
agustiniana Ciudad de Dios, imaginada por un hombre de la
familia de Sem y explotada por sacerdotes para que la ley de
Sión llegue a ser la ley del mundo.

En el monte el dios Mûjavat, cuyos restos se reflejan en las


turbias y ahora superficiales aguas del lago Ario -en la Montaña
del Grial Montségur, en cuya jurisdicción los cagots, los canes
de los godos, arrastran una maldita existencia-, y también en el
Grial napolitano, hay precursores o mártires enterrados:
guardianes del ideal ario. Labriegos del Pirineo me dijeron que
el Grial se va alejando tanto más de los hombres, Cuánto más
innobles éstos vayan siendo. La leyenda está inconclusa: el
Grial se va acercando tanto más a los hombres, Cuánto más
nobles éstos vayan siendo...
TERCERA ETAPA

¿Infierno llamáis a esto? -


preguntó don Quijote -, esto no
merece tal nombre, como vos de
inmediato sabrás.
Cervantes

CON PARIENTES EN LA REGIÓN DE HESSE


Quise hacerle un regalo a mi primo menor, de 14 años. Lo llevé
conmigo a una librería para que eligiera algo. No le fue difícil
hacerlo: extendió la mano para coger un tomo de Leyendas he-
roicas alemanas; lo hojeó un rato y opinó con petulancia y a
la vez inseguro que en consideración a las 470 páginas del
volumen el precio sería razonable para mí. Cuándo vio que
permanecí callado, lo dejó separado; vacilando, hojeó otros
libros, volvió a tomar las Leyendas heroicas, y me observaba
de Cuándo en Cuándo por el rabillo del ojo. No pude
contener la risa y golpeé cordialmente al chaval en el
hombro. El libro le pertenece. Irradiaba felicidad. Ahora
podrá asimilar y nunca olvidar durante toda su vida las
magníficas sagas de Nibelungos, rey Rother, Gudrun, rey
Ortnit, Wolfdietrich, Wieland el herrero, Dietrich von Bern,
Parzival, Lohengrin, Tannhäuser: todas sagas de la corte de
Lucifer.
Al librero le quedaba otro ejemplar de la misrña edición en
su almacén. Lo compré para mí.

Leo: "Cuándo gobernaron sobre Alemania los káisers de la


casa de los Hobenstaufen, el árbol de la poesía alemana echó
una rica abundancia de nuevos botones y flores. Walter von
der Vogelweide, Wolfram von Eschenbach y muchos otros
bardos hicieron sus canciones; el pueblo los escuchaba gustoso
y honraban en ellos a los favoritos del cielo".
Sigo leyendo: "Tú estás en el paraíso, Tannhäuser, en el
cielo de la diosa Freya, que desde ahora es llamada Venus.
Te digo: Freya, la diosa de la Minne, la señora de las
"valquirias de cabellera dorada y sonrisa encantadora, ha
establecido su hogar en este bosque selvático. En su interior
está el nuevo Folkwang de la más plena gracia de la diosa
Asgard, el Monte de Venus".

Para terminar leo cómo podría haber sido el fin de Dietrich


von Bern: "Una vez se bañaba el señor Dietrich en el río
Cuándo desde el bosque llegó un espléndido ciervo a calmar
su sed. Con rapidez el viejo rey ganó la orilla, echó sus
vestiduras sobre el hombro y llamó a su caballo. Y fijaos:
vino galopando un semental negro como un cuervo; el señor
Dietrich se encumbró hasta el lomo del animal y partió a la
caza del ciervo cual viento de tormenta. Los escuderos no
quisieron seguirlo y ningún ojo humano lo ha vuelto a ver;
pero los poetas ponderan y valoran su fama hasta el día de
hoy, y el pueblo cuenta que él, con Vodán, caza legiones
salvajes en las noches de horror, lanza en ristre, por los
aires".

Mi primo acaba de cerrar el libro, casi de mal humor,


porque su madre le hizo recordar que tenía que memorizar
textos del libro de cánticos para la preparación de
confirmandos. Ahora apoya su cabeza -en ambas manos y
murmura, aprendiendo de memoria, sin comprender nada:

Cuán hermosa alumbra la estrella matutina,


Plena de gracia y verdad del Señor, Saliendo de
Judá.

En la mesa junto a la cual estamos sentados mi primo y yo,


hay primaveras, también llamadas prímulas, y un tintero
como el que el doctor Martín Lulero le arrojó al diablo. A su
lado está la Biblia traducida por él al alemán. La abro en el
libro del profeta Isaías: "Acontecerá, en lo postrero de los
tiempos, que será confirmado el monte de la casa del Señor
como el más alto de todos los montes y será exaltado sobre los
collados y todos los gentiles irán allá e irán muchos pueblos y
dirán: venid, vayamos al monte del Señor, a la casa del Dios de
Jacob a que nos enseñe su camino y caminaremos por sus
elevaciones. Porque de Sión saldrá la Ley y de Jerusalén, la
palabra del Señor, y se acabará del todo con los ídolos. En ese
tiempo, el Señor visitará la nube que está en lo alto y a los
reyes que están sobre la tierra y que serán reunidos como
prisioneros en el foso y encerrados en la prisión, y después de un
largo tiempo, nuevamente serán visitados. Y la luna se
avergonzará, y el sol sufrirá vergüenza, Cuándo el Señor de los
Ejércitos sea rey sobre el monte de Sión y de Jerusalén. Pero a
aquellos de vosotros que olvidaréis mi sagrado monte y pondréis
a Gad una mesa y escanciaréis un vaso lleno de libación a
Meni, pues bien, yo os incluiré para la espada, deberéis
agacharos para la matanza. Por eso el Señor habla así: ved,
mis siervos comerán, vosotros sufriréis hambre; ved, mis siervos
beberán, mas vosotros sufriréis sed; ved, mis siervos serán ale-
gres, mas vosotros seréis deshonrados; ved, mis siervos se
alegrarán ante el valor, mas vosotros gritaréis de pena y gemiréis
de miseria y mis elegidos llevarán vuestros nombres al tribunal.
Ved entonces, yo os quiero crear un cielo nuevo y una tierra
nueva, para que nunca más los anteriores sean recordados ni
tomados a pecho. Sí, vosotros seréis complacidos en Jerusalén".
Él y los demás confirmandos siempre tienen que reír
Cuándo el cura, en la hora de religión, les habla de Moisés,
Abraham, Sara e Isaac, interrumpió mi primo el silencio.
Últimamente, el párroco anda muy enojado, por eso pregunté:
-¿Prefieres las leyendas heroicas alemanas a las historias
bíblicas?
-Sí.
-Entonces jamás olvides que se las tenemos que agradecer al
pueblo errante de la Edad Media.
Le conté al atento muchacho sobre los cátaros y los trovadores,
le expliqué que los últimos de ellos tuvieron que echarse al camino
y retirarse a los bosques porque para ellos, los "siervos del diablo",
no había lugar en el Sacro Imperio romano-germánico. También
le conté la curiosa leyenda de Parzival, que marchó a la búsqueda
de su padre y su Dios, y que encontró el conocimiento sobre
ambos frente a una prenda anticristiana de la Minne (Amor) de
Dios: la piedra caída de la corona de Lucifer. Le conté acerca de
los legendarios caballeros del rey Artús y los custodios del Grial.
Ellos tenían una mesa puesta para su Dios y bebían Minne.
Cuándo los romanos marcharon contra el monte de Artús, se
arruinó la alegría de la corte...

Ninguna crónica registra que los trovadores alemanes


(nuestros muy amados cantores de la Minne y de mayo)
también habían hecho causa común con los herejes. Tampoco
dieron a conocer que los cátaros alemanes conservaban
"canciones nacionales". Es por esta razón que mi viaje a la
corte alemana de Lucifer es una empresa audaz y difícil.
Todavía más difícil será encontrar la "Montaña de la Asamblea
en el más lejano Septentrión" de Isaías. Pero, completamente
confiado, me internaré en la oscuridad, sabiendo que la luz se
hará claridad en medio de las tinieblas y que la búsqueda de Dios
me podrá trasladar franqueando mares y montañas. No
recorro a ciegas mi camino, pero, si mis ojos fracasaran,
palparé.
Marcho en todas las direcciones, pero tengo un objetivo
final. Allí espero hallar la piedra caída de la corona de Lucifer,
si no. incluso, la propia corona. Busco la piedra filosofal desde
hace años; ¿Cuántos más necesitaré?
Incluso el sentido del tacto es uno de nuestros sentidos. Cuánto
más débil sea el sentido de la vista, tanto más sensato y
claramente sensitivo se hará el hombre. Por esto, ¿no debo palpar
a través de las tinieblas, para que allí dentro se haga la luz? Las
cuevas del Sabarthes me resultaron buenas instructoras. Si
también fallara el sentido del tacto, sé de otro último medio para
no equivocar el camino. Desplegar las alas de mi alma. Quien se
sienta seguro ante el vértigo, que siga...

MELLNAU JUNTO AL BOSQUE DEL CASTILLO

Un conocido me trajo en su moto al pueblecito de su padre.


Mellnau se arrima al Bosque del Castillo, uno de los parajes
cordilleranos más hermosos de Hesse. Los frutales, a la vera de
la carretera nacional y en los huertos, lucen una capa del
primer verde, y algunos todavía brillan con sus flores. Las
casas campesinas revocadas de blanco y la esbelta torre del
castillo, construida de piedra clara, hacen que el bosque de
coníferas parezca negro. Y a todos encanta el sol de mayo con
su juego de luces y sombras.
En las rúas del pueblo muchachos y muchachas, éstas
vistiendo el traje típico de la región de Marburg, nos brindan una
cordial bienvenida. Nos esperaban. Fuimos en quinteto a través
del límite comarcal. Los frutos estaban en su máximo desarrollo,
y el sol veraniego quemaba.

Nuestra larga caminata matutina incluyó el paso por una


pradera ahondonada, la Pocilga de los Señores. Pero sólo se
llama así en los planos de plancheta. Los campesinos la llaman
por su antiguo nombre: rosaleda. Para los tiroleses la rosaleda
pertenece a Laurín; para los de Mellnau, a Lurer. Ésta es la
porción de tierra que se junta a la pradería del fondo del valle.
Muchas armas y segures han sido halladas al arar. En la rosaleda
y en Lurer hay que recordar a los ancestros...

Ya conozco tres rosaledas. La segunda está por Worms.


Puede que el mismo lugar donde hoy los restos del convento
Laurisham-Lorsch guardan un lugar conmemorativo por los
caídos en la Guerra Mundial. También Sigfrido debe de
descansar aquí. Es posible, siempre que este héroe haya sido un
hombre de carne y hueso. Porque "la denominación de la
rosaleda para el Campo Santo en los tiempos de antaño estaba
muy extendida". Una rosaleda de este tipo, como supe hace
poco, "estaba circundada por un espino calcinado para la
cremación de cadáveres prescrita por el ritual consagrado al dios
Thor-Donar", o sea, por una rosaleda silvestre. Porque nuestros
antepasados paganos calcinaban los cuerpos de los muertos en el
fuego llameante de espinas de rosas y el señor divino de la rosaleda
era Thor-Donar.

Por último subimos al cabezo del solsticio erróneamente


indicado en los mapas como Cabeza del Sábado, una cima más
arriba de la rosaleda. En la cumbre hay una piedra puesta por
hugonotes, aquellos seguidores de Calvino emigrados de Francia.
La piedra lleva la inscripción: ¡Resistez! Se tenía en la mente a
Roma, por lo que habría que leer: ¡Oponed resistencia a Roma!
Desde el cabezo del solsticio abarqué con la vista el distrito de
Hesse y Nassau, donde abundaban los cátaros en el siglo XII.
Sus adeptos, en general los nobles y los campesinos libres, los
llamaban amigos de Dios u hombres de bien. Recuerdo al Rey del
Grial y buen hombre Anfortas de Wolfram von Eschenbach...

MARBURG

Hace setecientos años vivió aquí el magíster y maestro


inquisidor Konrad: gran inquisidor de Alemania.
En el año 1231 el papa Gregorio IX escribió una carta al magíster
Konrad en la que le expresaba su agradecimiento y le otorgaba a él,
su "hijo amado", los siguientes poderes: Konrad debía reclutar
ayudantes idóneos, de donde quisiera; podía imponer el interdicto a
su arbitrio, como también el destierro. El maestro inquisidor y sus
cómplices (uno de ellos, de nombre Hans, alardeaba de poder ver a
través de las paredes de una casa al hereje que allí estuviera) orga-
nizaron un regimiento terrorífico sin precedentes en Alemania.
Prestaron oídos a toda denuncia y pidieron cuentas a todo aquel que
algo dijera de cualquier herejía. Aquel que negaba era quemado "el
mismo día de haber sido sentenciado sin que fuera posible ningún
tipo de defensa o apelación". Para todo acusado inocente había una
sola posibilidad: declararse hereje arrepentido. Así salvaba la vida, se
le cortaba el pelo hasta las orejas, tenía que coser una cruz sobre su
vestimenta y todos los domingos, semidesnudo, ir a la iglesia entre la
epístola y el Evangelio para ser azotado.

Cuándo cerca del año 1212 fueron detenidos los herejes de


Estrasburgo, "se hizo abrir una fosa profunda y amplia para la crema-
ción, que en el día de hoy se llama la Fosa de los Herejes; a su interior
se condujo a los herejes entre grandes lamentaciones; sus hijos y sus
amigos les suplicaban que se convirtieran al cristianismo, pero ellos
permanecían impertérritos, cantaban y rezaban invocando a Dios,
decían que no podían abandonar a su Dios; por propia voluntad cami-
naron al fuego, fueron rodeados con leños y calcinados entre terribles
lamentaciones. Deben de haber sido más de cien, entre ellos, muchas
nobles personas". Konrad von Marburg, según muchos suponen,
estuvo involucrado en esas ejecuciones masivas. Por doquiera en
Alemania fueron "interrogados innumerables herejes por el
magíster Konrad como autoridad apostólica y luego sentenciados por
veredicto profano y quemados". Una vez detuvo, en su ciudad
materna de Marburg, a algunos caballeros, sacerdotes y otra gente
selecta; unos se convirtieron, otros fueron quemados detrás del
castillo de Marburg, y por esto todavía se llama el Arroyo de los
Herejes.

El Arroyo de los Herejes se ha transformado actualmente en una


calle igual a cualquier otra. Sólo su nombre advierte sobre las
atrocidades allí cometidas por el representante especial de Roma.
Tampoco la iglesia de Santa Isabel, construida en estilo gótico tem-
prano, como catedral sepulcro de la santa, cerrando con su pesadez el
Arroyo de los Herejes, habría recordado aquellos sucesos si Konrad
no hubiese sido el director espiritual de Isabel. Sin Konrad von
Marburg, hubiese habido una condesa, Isabel von Thüringen, pero
ninguna santa Isabel.

El esposo de Isabel, el conde Ludwig VI de Thüringen y Hesse,


era el soberano de Konrad. Isabel, hija del rey Andreas de Hungría,
fue conducida a él y comprometida en matrimonio. A la tierna edad
de 14 años pasó a ser esposa de Ludwig; a los 15, tuvo su primer
hijo.

No sabemos lo que indujo al landgrave a reconocerle al magíster


Konrad derechos especiales del papa, para designarlo director
espiritual de su esposa. ¡Muy extraños derechos! Por Isentrud von
Hörselgau, sirvienta de la condesa, fueron dados a conocer los
siguientes sucesos: una vez Konrad exhortó a su penitenta a que
escuchara un sermón. Isabel no pudo ir porque había recibido la
inesperada visita de una pariente, la margravina de Meissen.
Konrad dijo a la joven esposa del landgrave que, por esta
desobediencia, de allí en más no se preocuparía por ella. Sólo
Cuándo Isabel cayó postrada a sus piés y le imploró que desistiera
de su decisión, sólo Cuándo las mujeres de Isabel quedaron
desvestidas hasta la camisa, usque ad camisiam bene sunt
verberetae, y fueron azotadas por Konrad, sólo entonces le fue
otorgado el perdón.

En otra ocasión, un tal Rudolf Schenk von Vargila se había


sentido en la obligación de poner en conocimiento de la esposa del
landgrave difamaciones que circulaban sobre ella y su director
espiritual; ella mostró su espalda inyectada de sangre por los
latigazos que Konrad le propinaba y dijo que ése era el amor del
padre espiritual para ella y el de ella misma para Dios. A los 21
años quedó viuda; su marido fue muerto en una cruzada contra
Palestina. Abandonó el burgo de Wartburg y se trasladó a Marburg,
donde vivía Konrad. Una orden especial del papa la dejaba bajo la
vigilancia más absoluta del magíster. La vida que tuvo que
sobrellevar en Marburg prefiero silenciarla y sólo con un cronista,
declaro que “ella, por fin, es recompensada en atención a sus
oraciones y finalmente también liberada, por el amor a sus hijos”.
Isabel traicionó su maternidad para llegar a ser santa…

Murió a la edad de 25 años. El pueblo ortodoxo se apoderó del


cadáver y cortó incluso los pechos a la muerta para hacerse con la
posesión de reliquias. Después fue inhumada en la capilla de San
Francisco, en Marburg. Cuatro años más tarde fue cnonizada.
Sacaron sus huesos del panteón, los metieron en un sarcófago y los
exhibieron sobre el altar de la iglesia. Durante este traslado estuvo
presente el emperador Federico II, obligado por razones de estado.
Coronó la calavera con una guirnalda dorada y donó un vaso de oro
para acompañar los huesos. La muerta sólo pudo descansar Cuándo
el papa Inocencio IV, en una bula del año 1249, dio la orden para
un segundo traslado de sus restos. Del texto de la bula se desprende
que la capilla franciscana de Marburg se había hecho pequeña para
albergar a tantos peregrinos. No sabemos adónde fueron a parar los
huesos. Veinticinco años después de su muerte, Cuándo una vez
má la esposa del landgrave y santa fue llevada a algún otro sitio, se
constató que “del esqueleto fluía un maravilloso buen olor” y que
“las telas que envolvían su cabeza estaban empapadas de un líquido
perfumado con aspecto de aceite de Provenza. La masa encefálica
estaba tan fresca como la de una muerta reciente”. Su buen olor ya
antes había quedado establecido, Cuándo el contemporáneo de
Isabel y su primer biógrafo, Cesarius von Hesterbach, escribía
según informes proporcionados por testigos oculares: “Tres días
antes del traslado, que fue fijado para el primero de mayo, el prior
Ulricus (posiblemente Ulrico von Durne, un pariente directo de
aquel Rupert von Durne, cuyo huésped, Wolfram von Eschenbach,
en el castillo Wildenberg de Parzival cantó una estupenda canción
del Grial y de la Provenza), acompañado por siete hermanos, se
dirigió a altas horas de la noche a la capilla mortuoria, abrió las
puertas, sacó con palas la tierra de la tumba y, al ir abriendo el
féretro, lo fue envolviendo un olor extraordinariamente agradable.
Separaron la cabeza del cuerpo, con un cuchillo quitaron toda la
piel, la cabellera y la carne, para que la santa no tuviera un aspecto
aterrador”. Tres días más tarde, el emperador Federico hacía su
devota obra. Durante los siglos siguientes, los señores de la orden
alemana de Marburg, a cuya tutela habían sido confiadas las
reliquias, recogieron el aceite perfumado que sin cesar continuaba
siendo exudado por los huesos y lo vendieron caro como remedio
contra toda enfermedad imaginable. Entonces sobrevino lo peor y
lo más triste:
En el año 1250, en Eisenach, Sofía, hija mayor de Isabel, hizo
prestar juramento al margrave Heinrich von Meissen, sobre
una costilla de su madre. Aquel mismo año, la duquesa Anna
von Schleisien, nuera de la santa Hedwig, que era una tía de
Isabel, donó a la iglesia conventual de Trebnitz otra costilla
engarzada en oro y plata. Un brazo fue expedido por aquel
entonces a Hungría, patria de Isabel. En el siglo XVII un tal
Winkelmann, a quien conozco por una Descripción de Hesse,
vio en Altenburg cerca de Welzlar, además de las reliquias de la
hija menor de Isabel, Gertrude, una mano de la santa
guarnecida con oro y piedras preciosas. Un preboste Walter,
avecindado en Meissen, tenía en su poder la reliquia de un
dedo. ¿Qué había ocurrido? Pues bien: que los señores alemanes
habían trapicheado a la santa por pedazos...
En el siglo XVI, Felipe el Magnánimo, landgrave de Hesse,
fue acusado por la Orden Alemana ante el rey Carlos V de haber
robado y removido los huesos, que (posiblemente en el año
1238) habían sido depositados en la Iglesia de Santa Isabel de
Marburg, construida expresamente con este fin.
Sorpresivamente, a pesar de que los señores alemanes vendían
reliquias desde hacía trescientos años, Felipe había encontrado
todavía restos de los huesos de su afamada antepasada; pero se
permitió escribirle al rey: "Santa Isabel fue una meritoria y
piadosa reina de Hungría; pero ya su regio esposo (el
landgrave Felipe) encontró que se habían cometido muchas
idolatrías con sus reliquias, que sin duda Vos no hubierais
deseado [...]. Los del cementerio de San Miguel las han
depositado en la Casa Alemana, pero no juntas, sino una
pierna por aquí, la otra por allá, enterradas con otras piernas".
Por consiguiente, él las había hecho soterrar dispersas. Durante
la Guerra de Smalkalda del año 1547, Felipe, por delación, fue
hecho prisionero por los católicos. Lo que significaba que sería
llevado a España y allá seguiría cautivo de por vida, si no
restituía los huesos de la santa. El 12 de julio de 1548 fueron
traídos desde algún lugar "una cabeza con una mandíbula, más
cinco cañitas pequeñas y grandes, más una costilla, más dos
omóplatos, además de una pierna aplastada", y entregados a
los señores alemanes. Se podría suponer que estos huesos
volvieron a ser sepultados en la Iglesia de Santa Isabel. Fue
pasando el tiempo, hasta que en el año 1625 sucedió lo siguiente:

En Marburg existía una armadura de cama que, al parecer,


había sido el lecho de Isabel. A esta armadura de cama el
landgrave Ludwig V le hizo sacar un trozo de madera y de él le
hicieron un bastón. Este bastón fue regalado por él a la santurrona
infanta Isabella en Bruselas. El mismo regalo hizo el hijo de
Ludwig, Jorge II, al elector y arzobispo Ferdinand von Köln.
Cuándo se libró la Guerra de los Treinta Años y al país de
Hesse le iba terriblemente mal, este Jorge II se decidió a
enviar una carta en la que le ordenaba a un cierto presidente de
Bellersheim que todo aquello que aún se conservara de los huesos
de Santa Isabel fuera desenterrado y se le enviara ya que quería
utilizarlo para un "fin secreto" que "a él y a su país les redundaría
en gran bendición". Bellersheim obedeció la orden. Los huesos
fueron enviados al landgrave y éste los obsequió al elector y
arzobispo Ferdinand von Köln. En el año 1636 el landgrave Jorge
se pasó al catolicismo. Éste era el "fin secreto".

Ahora las reliquias se encuentran en Colonia, desde hace


mucho tiempo, pero ya no son las auténticas. Sin embargo,
según deduzco de mi copia, "el señor príncipe elector volvió a
hacer negocios con ellas. Aparecieron por estos días en Bruselas,
donde la infanta Isabella los entregó al convento Carmelita. De
aquí se perdieron durante la Revolución Francesa". La cabeza sí
que sería salvada y se encuentra en el Hospital de San Jacobo de
Besancon. Los señores alemanes son de otra opinión, a saber,
que los verdaderos restos de la santa no han abandonado nunca
las murallas de la Iglesia de Santa Isabel. En el año 1718, el
entonces gran maestre y señor alemán, príncipe Franz Ludwig
von Trier, declaró que el conocimiento del escondite de los huesos
de Isabel "lo había obtenido por transmisión oral directa en los
ambientes relacionados con el señor alemán". Poco importa de quién.
Ya en el siglo XVI había en occidente diez veces más huesos de los
que Isabel habría podido tener.

Antes de terminar este capítulo, que me sentí obligado a


escribir, aunque la pluma me haya conducido a la náusea,
aclaro: Isabel de Turingia, quien nunca perteneció a la corte de
Lucifer, tuvo que cargar con paciencia con el anatema del Señor
de los Ejércitos, el mismo con el que Isaías había amenazado
tanto a Lucifer como a los suyos: ella no fue sepultada como los
demás.
GIESSEN
Un día laborable estaba en la iglesia donde hace mucho tiempo
fui confirmado. Se llama Iglesia de San Juan y es un templo
protestante. Mi padre, de joven, la vio construir. Subí a la torre de
la iglesia. Tal como en mis años mozos, esta vez también en
puntillas de pies, a través de la desolada nave que resonaba
fantasmal, subí la escalera de caracol pasando frente al poderoso
mecanismo del reloj hacia los cuatro balcones, bajo la aguda
cúpula de la torre. Nunca olvidaré que durante la Guerra Mundial
con mis condiscípulos estuvimos allá arriba y, como en la lejanía,
truenos apagados y regulares parecían no querer cesar: se
combatía en el frente occidental y el Fort Vaux. Me vino al
recuerdo que en el tiempo de las calamidades de la guerra
recolectaba en las cercanías de Buseck semillas de hayas para
obtener de ellas aceite; en las cercanías de Krofdorf, ortigas para
la elaboración de telas; que una vez a la semana traía, desde un
molino próximo a Wetzlar, harina y leche para mi hermano
enfermo; que en Giessen oí marchar día y noche por las calles a
prisioneros de guerra en su mayoría franceses y rusos; que vi el
movimiento de nuestras tropas en columnas interminables yendo
al teatro de guerra, viajando en sentido contrario, esperanzados
en la curación.

También recuerdo sin avergonzarme aquel día en que, siendo


ya estudiante universitario, de manera irreflexiva y petulante, en el
castillo de Gleiberg empiné el codo algo más de la cuenta.
Pero luego pensé, porque ahora sí debo pensarlo normalmente,
en Konrad von Marburg. Sobre el lomo de una mula cruzó él la
misma comarca que se otea desde la torre de la Iglesia de San Juan
de Giessen.

Cuándo Konrad hubo quemado gran cantidad de herejes, se


consideró impetrable que el papa en Roma consagrara santa a
su hija de confesión. Para ello se precisaba la prueba de que los
huesos de un cadáver en estado de putrefacción en una iglesia de
Marburg obraban milagros en los hombres. El magíster Konrad
con ello perseguía un objetivo específico. Con la canonización de
Isabel conseguiría un contrapeso contra el virulentum semen
heriticae pravitatis: contra la simiente venenosa de la
perversidad herética, y así los herejes serían refutados, porque
habían condenado todo tipo de veneración a las reliquias y no
creían en milagros sobrenaturales. Cabalgó a través del país
recopilando pruebas de milagros, recogidos de la gente del
pueblo que temblaba de terror ante él. Finalmente escribió al
papa una Relatio authentica miraculorum a Deo per
intercessionem B. Elisabeth Landgr, patratorum (Relación auténtica
sobre los milagros realizados por Dios por intercesión de la santa
landgravina Isabel). Empezó la relación con estas señas: 'Al muy
Santo Padre y Señor Gregorio, Pontífice Supremo de la muy Santa
Iglesia Romana". Después exponía: "En la parte de Alemania donde
es normal que domine la creencia verdadera, había comenzado a
germinar la simiente venenosa de la perversidad herética. Mas
Cristo, no consintiendo que los suyos fuesen atacados más allá de
sus fuerzas, y para aplastar la terquedad de los herejes (laguna en mi
texto [...]) inmediatamente a nuestra maravillosa fe, la verdad
(laguna [...]) por medio de muchos milagros y buenas obras que en
gran cantidad y públicamente han sucedido para su gloria y para
honrar el recuerdo de la bienaventurada soberana Isabel, en otros
tiempos esposa del landgrave de Turingia". La canonización de
Isabel se hizo esperar, Konrad von Marburg no pudo llegar a
verla.

Tomando como base la relación de Konrad, el Santo Padre


debe de haber considerado súbitamente pueblo elegido de
Dios a los habitantes de Lahngau y del país de Hesse
designados como idiotas por Bonifacio:
En Giessen, un tal Heidenreich declaró bajo juramento que su
hija había tenido todo el cuerpo cubierto de fístulas, pero que
sanó por la invocación a la muerta esposa del landgrave; un
Heinrich von Gleiberg aseguró que gracias a la canonización de
Isabel se vio libre de una grave enfermedad de estómago; alguien
de Krofdorf, con su cara roída por gusanos, sanó al aplicarse
en la cara tierra de la tumba de Isabel; en Buseck, una
muchacha perdió su miopía; una señora de Wetzlar declaró que
su hijo fue curado de la ceguera en un ojo.
En las inmediaciones de Densberg, que podría ser Dünsberg,
cerca de Giessen, un guerrero de nombre Degenhart había
caído en manos del enemigo y cerca del mediodía, luego de
haber dirigido a Dios por intermedio de Isabel un montón de
oraciones, quedó libre de sus cadenas y voló hasta la orilla del
bosque. Pero aquí quedó parado como si hubiera echado raíces;
algo lo retuvo y Degenhardus súbito suo domino fuit restitus: de
súbito, Degenhard fue restituido a su Señor. Si bajo este Dominus
de Degenhard hay que entender al propio señor feudal o al
enemigo, es algo que prefiero no decir. Se sostuvo que el guerrero
Degenhard, de fe cristiana, había sido liberado de sus cadenas
antes del bosque, gracias a santa Isabel, y no pudo internarse en él.
Porque en los bosques de abetos alemanes, con su encanto y sus
portentos, no mandaba el Señor Sabaoth, ni el espíritu de Ruach,
ni Jesús, ni María, ni Konrad von Marburg, ni tampoco Isabel. El
señor del bosque libre era Tiubel, como los cronistas antiguos
llamaron al diablo. También podrían haber dicho Lucibel o
Lucifer...

Cerca del mediodía, Tiubel reinaba en el bosque libre. El


caballero Heinrich von Falkenstein, ya me referí a él, quiso "echar
una mirada al mundo tenebroso del más allá". Un mago lo
condujo alrededor del mediodía a una encrucijada, trazó un
círculo en el suelo y advirtió al oriundo de Falkenstein no salir
de allí y no dar regalos ni recibirlos. "Se oyeron bramidos
tormentosos, se levantaron torrentes impetuosos, aparecieron
figuras espectrales. Finalmente salió del bosque una figura alta
como un árbol y oscura. Era el diablo. El caballero entabló con
él una conversación. Tiubel le ofreció regalos: una oveja y un
gallo. El caballero rechazó ambos y se mantuvo dentro del
círculo. Pero se fue poniendo blanco cadavérico y nunca más
recuperó el otrora saludable color de su cara". De aquí en
adelante fue un hombre, como se dice, pálido como un
maniqueo...

Desde el campanario de la Iglesia de San Juan, en Giessen,


observé el Frauenberg (Monte de las Mujeres). En sus
inmediaciones, los señores de Dernbach, caballeros del
Westerwald, mataron a golpes al magíster Konrad. Que suplicó
lloriqueando por su vida.

SlEGEN
Vi un camino de peregrinación que desde Herkersdorf
conducía cuesta arriba a un pueblecito. A su vera se alzan doce
estaciones con coloridas imágenes que describen la historia de la
pasión de Jesús de Nazaret. Una audaz cima de basalto
sobresaliente remata el camino: el dolmen, portando una enorme
cruz de madera. En la roca se ha empotrado un nicho, la
decimotercera estación. En su interior, hechos de yeso y
chillonamente pintados, están María y el Niño. Quien en otros
tiempos caminara por aquí, iba de la casa de los Herka a la
piedra de los Trute. Éstas son dos designaciones antiguas. Lo más
bello de Alemania se ve desde la cumbre de la Piedra de los
Trute. Montes, colinas, bosques, praderas, ciudades, pueblos por
los vastos alrededores. Corrientes de agua rielan argénteas hacia
lo alto. Rayos de sol y sombras de nubes juguetean por sobre ellas
y el viento entona un delicioso canto.

Al lanzarse al ataque el viento de medianoche o el de la


mañana, como decir del norte o del sur, va narrando de Sigfrido
cómo aprendió el arte de la forja con los enanos de Balve, allí en
los abismos de los montes del Sauerland, como informa la saga
noruega del Thidrek. . En el este, donde azulean bellas e
inspiradoras alturas, él, el héroe luminoso, debe de haber dado
muerte al dragón Fafnir. En la landa del Gnita. Un abad islandés
de nombre Nikolaus, que hace setecientos años peregrinó contrito
de los países boreales a Roma, durante su caminata aseguraba
haber visto en Kadern an de Lahn un "agujero de Sigfrido" y el
vetusto Horohûs cerca de Niedermarsberg, donde el rey franco
Karl no dejó piedra sobre piedra del burgo de Ere y desde donde
siguió el camino destruyendo un famoso santuario de nuestros
antepasados, los pilares de Irmin, el Irminsul famoso, de los que
había gran cantidad. ¿No habría alguno en las inmediaciones
del Trutenstein, cerca de Irmgarteichen o de Erndtebrück?
Irmingar-deichen e Irmingardebrük son sus antiguos nombres.

En el sur destacan el Feldberg, el Altkönig y el Rossert, las


máximas elevaciones de la sierra del Taurus. Al Feldberg lo
corona un hermoso grupo de tolmos: los tolmos de Brünhilde.
Aquí descansaban entre llamas las valquirias Cuándo fueron
despertadas por el beso de Sigfrido.

Desde Trutenstein hasta Herkersdorf y desde allí hasta


Siegen, no hay mucha distancia. En Siegen vivió el gran
artista Wieland, según cree otro hijo del siglo XII, el cronista
oriundo del Valais y capellán Gottfried von Monmouth. Es muy
posible que la vecina Wilnsdorf deba su antiguo nombre al forjador
de forjadores: Willandsdorf.

Muy lejos llega la vista desde las altas elevaciones del


Trutenstein hacia el suroeste: hasta las Siete Sierras cercanas al
Rin. Los poetas han comparado sus siete cumbres con gigantes o
reyes, pero sin dudas lo que prefirieron fue el majestuoso Risco del
Dragón (Drachenfels), el Drekanfil del mito escandinavo.
Drusian, el antiguo rey legendario debe de haber vivido aquí
alguna vez. Y Dietrich von Bern, a cuya esposa Godelinde se la
tiene por una hija del rey del Risco del Dragón, sostuvo aquí,
como se decía, una dura lucha con los gigantes Ecke y Fasolt.
El Löwenburg, algo menos revestido de tradiciones legendarias; el
Olberg que en tiempos ya lejanos fue residencia del Thing; el
Petersberg, soportado por un ringvall; el Lohrberg, que, según
muchos aseguran, tiene que agradecer su nombre a Laurín; el
Wolkenburg y el Nonnenstromberg completan el número de
siete, por lo cual la sierra ostenta con toda justicia su nombre.
También alrededor de Herkersdorf se extendía aquella vasta re-
gión boscosa denominada por los geógrafos de la Antigüedad
como Silva Orcynia y por César, Silvia Herciynia. Comienza en
la fuente del Theiss, se extiende acompañando al Rin desde
Schaffhausen hasta Speyer, pasando por Westfalia y el Harz
hacia el norte. En este bosque de Orkus o de la Herkyna, los
griegos y lo romanos creían que gobernaban el Orkus, custodio
del País de los Muertos, y la madre tierra Démeter Herkina. De
ésta vienen los hombres de su linaje y también a ella retornan.
El bosque era el templo de la diosa, vestido por árboles y
techado por el cielo.

De manera muy parecida llamaron los germanos a su diosa


de la muerte: Herka, también Hel u Holda. La acción de la
diosa no tenía nada de terrible para ellos, pues ésta envió hacia
lo alto, afable y propiciamente, árboles, hojas, flores, frutos y
a los hombre vivientes. Es por esto que los antiguos alemanes
creyeron que los primeros hombres brotaron de un árbol, cuyas
raíces llegaban hasta la misma señora Hel. Al morir un hijo de
hombre, su cuerpo debía peregrinar por el camino de Hel
hacia Hellia, Casa de la Señora Hel, que está "profundamente
bajo hacia el norte". Allí podía coger frutas deliciosas que le
ahorraban una segunda muerte, cual los frutos del jardín de las
Hespérides, obtenidos por el héroe Heracles -al que los
romanos antiguos veneraron como Hércules-, para sí y para los
hombres, después de difíciles pruebas. En el bosque de Herka
aún hoy hay más de un camino que se llama Camino de Hel...
Hel es la madre grandiosa, madre que todo lo ha parido y
que para todo es tumba. Incluso para las estrellas y los seres
humanos. Al irse el año se va el sol, al írsele la vida al hombre,
entra en ella. Pero todo sale de ella joven otra vez, revivificado
con nuevo ser. Porque Hel es, como enseñaron los antiguos,
reina del agua de la vida, de la que sale el sol rejuvenecido.
También son de ella las manzanas de la inmortalidad. La señora
Hel es la muerte. Ésta es la causa de que ella impere de forma
despótica más en el Norte invernal que en ninguna otra parte.
Cuánto más cerca de él se esté, más desmedrados serán los
árboles; Cuánto más escasa sea la hierba, más pálidas serán las
flores. Por último, al reinar la nieve y el hielo, que nunca necesi-
taron ceder, no viene el sol.
En la región más interior de la Madre Universal, bajo las
raíces del Árbol del Mundo, que también se llama Árbol de la
Vida, se encuentra la Fuente de Urd (Urd significa "norma del
pasado" en la mitología nórdica). Allí Odín sumergió su ojo de
sol para obtener la última sabiduría. En la casa más profunda de
la señora Hel descansa el enigma de todos los enigmas. Y que
también su solución. El padre del universo, Odín, susurró esta
solución, contenida en una sola palabra secreta, al oído del
muerto Badr, antes de que se lo colocara encima de la leña de
espinos para la muerte en la hoguera.

La señora Hel es la muerte, no la vida, aun Cuándo de ella


nace todo lo que vive. Como toda mujer, permanece estéril si no
la fecunda el hombre; así también, la señora Hel necesita un esposo.
Y celebran su boda la Tierra-Mujer y el Sol-Hombre para que
nazca el hijo de esta unión: la vida. Para abrazar a la diosa de la
muerte, el dios sol va hacia ella, que es la tierra. En la noche del
solsticio de invierno celebran ambos el "santo matrimonio".
Vencida por la fuerza del dios masculino, la señora Hel se
entrega a él y será madre. "¡Gloria a tí, Tierra, madre de los
hombres! Que tú seas creciente en el abrazo del dios, que te
colmes de frutos para el provecho de los hombres." Esta alabanza
era gritada antaño por los campesinos anglosajones a la tierra de
labranza mientras la araban y sembraban.

La señora Hel también es el amor trayendo vida nueva, y,


puesto que todo lo viviente debe morir, trae en sí la muerte. Ella
es el amor, el de mujer a hombre y ese amor que la madre
prodiga a sus hijos. Grande es el amor de la madre grandiosa.

Desde Trutenstein vi unas elevaciones del bosque


Westerwald muy cerca de mí: el Ketzerstein (Piedra del Hereje)
y el Hohenseel-bachskopf. Ambos están, como me señaló mi
guía, entretejidos de leyendas. Pero sólo pude conocer la saga
del Hohenseelbachskopf, que dice así:

Sobre la cumbre del monte se irguió antaño el castillo del caba-


llero Von Seelbach. Debe de haber sido sólido, y los señores
en Hohenseelbach, autodenominados "amigos de Dios y
enemigos de todo el mundo", poco deben de haberse
preocupado por la paz del país en general, que entonces había
sido firmada. Un día el arzobispo Balduino de Tréveris fue
encomendado por el emperador alemán para desalojar al
caballero de Seelbach. Todo un año permaneció Balduino
frente al castillo sin lograr cumplir su propósito. El señor del
castillo y su ama de casa creyeron y afirmaron que, mientras no
se convirtiera en piedra el haya que estaba frente al castillo,
tanto menos podría ser vencedor el arzobispo. Pero los
sitiadores lograron conquistar el fuerte Hohenseelbach, en
1352. El haya se petrificó. Cuándo la castellana de
Hohenseelbach vio que el juego estaba perdido, pidió al
arzobispo que le permitiera llevarse su dote. Los de Tréveris
pensaron que se refería a sus joyas y le otorgaron el permiso, con
la condición de que no podría llevarse más de lo que pudiera
portar. Se llevó a su marido y lo trasladó hasta el fondo de
Zeppenfeld. Todavía a fines del siglo XVIII quedaban restos
del castillo; hoy han desaparecido. Pero durante las noches de
ciertas épocas se ve el castillo entero, tal como fue entonces.
Un séquito de caballeros sube entonces por el camino del
castillo, delante del caballero y la fiel ama de casa. Buscan el
haya con follaje nuevo frente a la puerta del castillo, pero la
encuentran petrificada. Y tan rápido como el espectro llega,
vuelve a desaparecer. Los señores de Hohenseelbach se
autodenominaban "amigos de Dios". Deben de haber
pertenecido a los amigos de Dios, a los cátaros alemanes.
También la hacía tiempo establecida nobleza del "reinado
libre de Westerwald" fue una vez adepta a ellos. Allí
estuvieron los condes Sayn y Solms, que quisieron zurrar a
Konrad von Marburg. También los señores Von Wilnsdorf,
de los que se hablará más adelante, y los caballeros Von
Dernbach. Éstos deben de haber sido los que dieron muerte al
repugnante maestro de herejías Konrad.

Amigos de Dios... lo contrario a ello es: siervos de Dios. Los


caballeros del Westerwald fueron amigos de aquella divinidad
que hace crecer el hierro y que no quiso ningún siervo.
También en Alemania alguna vez tiene que haber habido
caballeros de verdad; de esto no tengo dudas.

A los cátaros alemanes se les recriminó que "Cuándo se


admitía a un novicio, y éste asistía por primera vez a una
asamblea, se le ponía ante un escuerzo, al que él [...] tenía que
besar [...] en el trasero. En ciertas ocasiones el animal tenía la
apariencia de un ganso o un pato, en otras era tan grande como
un horno de panadero. Después, un hombre caminaba hacia el
novicio, maravillosamente pálido, con los ojos más negros del
mundo. El novicio lo besaba de igual modo, sobre la piel
glacial. Con el beso desaparecía dé su corazón todo recuerdo
de la creencia católica. A continuación, todos los participantes
se sentaban para un ágape; después, un gato negro tan grande
como un perro, con la cola a gachas, bajaba de una estatua
siempre presente.

El gato caminaba reculando y su trasero era besado en


primer lugar por el novicio; luego, por el maestro de la
asamblea, y por último, por todos los que eran dignos y
perfectos; mientras los imperfectos y los que se sentían indignos
recibían la paz que otorgaba el maestro. A continuación cada
uno retornaba a su lugar y se cantaban canciones. El maestro
preguntaba a su vecino más cercano: '¿Qué significa esto?'. A lo
que el interpelado respondía: 'La paz máxima'. A lo cual, otro
añadía: 'Y que debemos obedecer'. Entonces se apagaban todas
las luces y se mantenían relaciones sexuales mientras otra vez
se encendían las luces y se ocupaban los lugares. Justamente en
ese momento salía un hombre de un rincón oscuro, que desde
la cabeza hasta las caderas relucía como el sol iluminando todo
es espacio, pero que. de las caderas para abajo, era tan negro
como el gato. El maestro cogía una punta de la ropa del novicio,
se la retenía y decía: 'Maestro, te doy lo que he recibido', a lo
que el hombre iluminado respondía: 'Me has servido bien, me
seguirás sirviendo más y mejor; yo confío a tus preocupaciones
lo que tú me has dado'. Acto seguido desaparecía. Todos los
años, por la Pascua de Resurrección, los miembros de la secta
recibían la hostia católica en la boca, la llevaban a su casa y
la escupían en la letrina para expresar de esa manera su
desprecio por el Redentor. Ellos sostenían que Dios arrojó a
Satán a los infiernos sin justificación y alevosamente. Al
final él sojuzgará a Dios y traerá la bienaventuranza. Hay
que evitar lo que le guste a Dios así como amar lo que él
odia".

"Este transparente tejido de invenciones -como dice en el


libro del que saco este informe al papa Gregorio IX-, a pesar
de todo, halló credulidad por todas partes" y más que nada
inquietó al crédulo anciano que por entonces se sentaba en la
silla papal, hasta casi llevarlo a la locura. El papa Gregorio
replicó que se sentía "como embriagado por vermut", y,
efectivamente, sus cartas suenan como las de un frenético: "Si
contra tal tipo de hombres la tierra se abriera y las estrellas en
el cielo mostraran su maldad, de manera que no sólo los
hombres se unieran para su aniquilación, sino también los
elementos, para exterminarlos por ser vergüenza eterna para
los pueblos de la tierra, sin miramientos de sexo ni edad,
ningún castigo sería suficiente por sus delitos. Si ellos no pu-
dieran ser convertidos, se tendría que echar mano a los medios
más fuertes; a las heridas que no sanan con medios moderados
hay que aplicarles el fuego y la espada". Dicho y hecho, el 10
de junio de 1233, Konrad von Marburg recibió la orden de
predicar una cruzada contra estos luciferinos; tanto el arzobispo
de Maguncia como el obispo de Hildesheim recibieron la orden
de poner a disposición la totalidad de las fuerzas con las que
contaran, "para exterminar de raíz a los viles". El maestro
inquisidor Konrad von Marburg no pudo ejecutar la orden.
Veinte días después era muerto cerca de Marburg. Konrad,
que no tuvo miramientos con nadie, imploraba clemencia entre
sollozos. Fue en vano.

"Como recordatorio de este asesinato, en el sitio probable


del hecho se levantó una capilla en Kappelin, cerca de
Marburg. El cadáver fue llevado a Marburg y enterrado al
lado de santa Isabel. Cuándo su osamenta llegó a la soberbia
iglesia de Isabel, fue también inhumada allí."

Konrad von Reisenberg, obispo de Hildesheim, mantuvo el


derecho a seguir predicando una cruzada contra el Westerwald.
Esta cruzada fue ejecutada por el landgrave Konrad von
Thüringen y Hesse. La vieja "Crónica rimada de Hesse"
inforrna acerca de esto de manera breve y concluyente:

En tiempos del landgrave Konrad,


En esta región muchos herejes había.
El conde Heinrich von Sayn era uno de ellos,
Pero se hizo convertir.
Por aquel mismo tiempo,
Caballeros, sacerdotes y gente honrada
Fueron víctimas de la herejía y
Otros muchos se apartaron de ella.
No pocos fueron condenados a las llamas.
El landgrave Curt ha destruido todas las escuelas de
herejes,
Allí donde él las hallara.

Runkel an der Lahn


Bajo los rayos del plenilunio llegué anoche a esta pequeña
ciudad. Hombres y bestias dormían; mis botas de estaquillas
hicieron resonar el desparejo empedrado; una presa de embalse
susurraba; como un monstruoso tronco de piedra negro
sobresalía de las casas el viejo castillo; había perfume de tilos.

Runkel tiene que ser una creación de Rolando, aquel héroe


que en el valle pirenaico del Roncesval (en alemán Dornental,
valle de espinas) "descargó su espada Durendal como sólo lo
hacen los honestos", y que murió allí de muerte heroica. "Como
Rolando había muerto, apareció una gran luz en el cielo". Es
probable que también Rolando perteneciera a la corte de Lucifer,
y con seguridad es el rey Kari quien fue su señor, de ningún
modo ese rey franco y emperador, sino el "gran Karl y señor" en
el cielo nórdico: Thor.
Los tilos y las rosas exhalaban sus aromas, al igual que todas las
flores que los jardines rebosaban. También imponía su aroma el heno
en las praderas; los trigales se mecían al suave son del viento; una
alondra jubilosa se alzó hacia el cielo; de una herrería cercana me
llegaba el sonido de un yunque; en la fronda de un jazmín,
desde la cual escribo, una mariposa multicolor se ha enredado.
Psiké la llamaron los griegos; psiké también significa alma.

Cual olas marinas, ondea el trigal. Me explican que por


estos lugares, para atemorizar a los pilludos, se les muestran los
ondeantes campos de trigo y se les dice: "¡Viene la mala madre
del grano! Y si os coge tendréis que chuparle sus leñosas tetas".

¡Antes era otra cosa!

Démeter, Madre Tierra, denominaron los griegos a su


"madre del grano". En las comarcas alemanas se le llamó,
otrora, señora Herka o señora Hel. Su casa fue el bosque o el
campo, y su aliento era el viento. Y los seres humanos la amaron
porque era Venus, una Holde, una benévola. Tannhäuser fue su
galán...

La madre tierra Hel es, también, la fresca noche y la


muerte oscura. La muerte es la fresca noche, que canta una
hermosa canción alemana compuesta por Johannes Brahms.
Aunque el sol otorgue vida, sólo la noche hace crecer plantas y
árboles. Testigos son la luna, los astros y las bestias.

He comprendido por qué los argonautas debieron recalar en


un "Puerto de Venus" para encontrar el Vellocino de Oro.
Querían desarrollar su deificación en sentido contrario. Tal como
nosotros igualamos los hombres a los árboles. Se torna claro en
aquellos helenos convertidos en vikingos que "con vientos
nórdicos" navegaron a vela sobre el mar universal llevando con
ellos un tablón de encina: el símbolo de que hay que hincar las
raíces de la madre tierra, que se desarrollará hacia lo alto en la luz
y se extenderá hasta las estrellas. Entre los hombres hay
criaturas y héroes, en el bosque crecen arbustos y árboles
gigantescos. De nosotros depende ser lo que realmente deseamos
ser.

Quiera la madre grandiosa, degradada a mala madre del


grano y a abuela del diablo, secarse las lágrimas de sus hermosos
ojos y reír a menudo, así como hace ahora, que pasa como una
exhalación por los rayos del sol, sobre los trigales dorados de los
confines de Runkel. De ahora en más ella experimentará menos
injusticias y volverá a ser una "dama del corazón".
¿Y si nuestra palabra Herz [corazón] derivara de Herka? Si
así fuera, la madre de Parzival, Herzeloyde, es la sufriente Herka.
Parzival abandonó a su dolorida madre y la reencontró después
de la larga odisea en búsqueda del Grial. Alli moraba, como lo
afirma la crónica de la ciudad sajona de Alberstadt, la señora
Venus. Por lo tanto, el buscador del Grial tuvo que hacer el
trayecto de la madre humana a la madre divina. La una lo había
traído al mundo, la otra lo acogió en sí. Parzival había
completado el círculo de su actividad; había puesto fin a lo
"que de este lado del bosque del Grial se denomina vida", y
había logrado ser rey. Sus ojos miraron la piedra de la luz, ante
la cual el fulgor terrenal es nada. La piedra fue ostentada por
una reina. Sólo la señora Sabiduría, madre del cielo, gobierna la
piedra de los sabios, la piedra filosofal. Permanezcamos fieles a la
mujer y no digamos "mujer, nada tengo que ver contigo".

Cuándo Tannhäuser abandonó a la señora Venus, ésta se


afligió profundamente. Entonces el desafortunado emprendió
una peregrinación que fue una odisea. Cuándo en Roma se dio
cuenta de su error, regresó al interior de la montaña, a Venus,
donde una mesa redonda lo esperaba. Había logrado ser rey en
el reino de las hadas y redimió a la diosa de su pena.
Érase una vez une comtesse qui depuis devint fée, una condesa
que devino hada. Una antigua poesía francesa cortesana dice
que fue la esposa de aquel rey Hüon de Burdeos, que es
conocido por la obra poética "Oberón", de Wieland, y por la
ópera romántica "Oberón", de Karl María von Weber. Esta
condesa emprendió largas odiseas con su esposo a través de los
países de Commans y Foy hacia el bocaige Auberon (el
bosquecillo encantado), después de las cuales ambos fueron
transportados a través de un vasto mar por un pescador que se
había transformado en el pez de Apolo, en un delfín. En medio del
bosquecillo encontraron un castillo. Allí reina Oberón. y, como
Anfortas o Artús, también sufre una herida grave. No puede morir
antes de que un joven rey reciba de él "corona y lanza", las insignias
de la soberanía sobre el reino de las hadas. Hüon y su esposa son
coronados. Oberón se despide. Muere. El cadáver es guardado en
una arqueta y se lo mantiene oscilando en el aire por medio de
imanes.

Érase una vez una condesa que llegó a ser hada. Su nombre
era, dice una antigua poesía, Esclarmonde. Yo confirmo: los
países de Commans y Foy son las comarcas pirenaicas de
Comminges y Foix, donde se halla aquel castillo de los cátaros
que se llama Montségur y que es el que perteneció a la condesa
herética Esclarmonde de Foix...

También hubo un sufriente rey y padre. Había sido, aunque


semejante a un Dios, más bienaventurado que cualquier otro
rey en su posición. Este sufriente rey nada sabía de ese Dios de los
judíos, que celosamente vigilaba que él es "el Señor y ningún
otro" y que a su unigénito Jesús, que fue llamado Cristo, dejó en
la estacada, entregando a manos extranjeras al Sufriente, en vez
de sufrir él mismo a causa de la insuficiencia de los hombres
que creó, el sexto día de la Creación, a su imagen y semejanza.
El hizo que el Hijo cargara con los pecados de su mundo y
sufriera la muerte en la cruz, aunque él por medio de Moisés había
maldecido a todo aquel que fuera colgado en la cruz. El, que
también "creó el mal", maldijo por adelantado a su unigénito. Se
arrepintió de haber creado a los hombres...

La divinidad, que no es la bíblica, será redimida. Debe ser


redimida para ser divinidad. Y la redención debe venir de los seres
humanos. ¿Qué sería Dios sin los hombres? La divinidad sufre
porque en el mundo no todo está "en orden". Si los hombres
pusieran en orden al mundo, entonces estarían en armonía la
parte esencial visible de la divinidad, la naturaleza, y la parte
esencial invisible, el centro de la fuerza. Como entre imanes,
entonces, "flota" el Dios. Todas las corrientes de fuerzas, las
positivas y las negativas, tienen finalmente la misma intensidad,
y la divinidad puede descansar en sí. Este descanso divino tiene
que ver con el reposo; la fuerza circulante hace que la
divinidad ya redimida e invisible permanezca en equilibrio. Y
un joven Dios domina visiblemente.

El joven Dios reina, en las antiguas sagas de caballeros, sobre


barones y hadas: sobre una caballería. La vida que éstos llevan es
distinta de la de las criaturas humanas. El mundo en que moran
no es un terrenal valle de las lamentaciones, sino un paraíso
terrenal dominado por una corona y defendido por una lanza.
Sólo quien permanece vigilante, combatiendo y defendiendo,
mantiene la corona, permanece en el paraíso terrenal hasta que
él, "redimido" por una juventud inminente, se puede poner al
servicio de la corriente de la fuerza cósmica. Él vive hasta
entonces, pero su vida es una obra de la interpretación, del
respeto a la ley y del sucesor de aquel "Dios" que "flota" en el
cielo: el sol. Su vida es una vida de Minne. Minne, que es la
memoria, hace que aquellos que no olvidan su origen y su
objetivo se asemejen a los dioses terrenales: igual a los dioses
terrenos, como bien sabe decir la canción de "Wartburgkrieg".
La Minne (Amor) conforta, porque en el recuerdo de su origen
el hombre Minnende [amante] reconoce su objetivo final. Al
recibir un hombre el "consuelo" de la Minne (consuelo que
requiere, primero, la búsqueda, el error y la lucha), se ha puesto
un nuevo "hábito": ha conseguido ser un "hijo de Dios". De aquí
en adelante, él queda ligado con el anillo de la creación y con
todo lo que se arrastra, anda, vuela, crece y muere. Él penetró
con su espíritu, al que la fe le aclaró los ojos, incluso a los árboles
y a las fuentes, cuyos secreteos ahora entiende. Él mismo se ha
vuelto un espíritu del árbol o una náyade. Llega a comprender
hasta la esencia de la piedra. La verdadera caballería y
verdadera Minne, ambas, eran accesibles a todos. Para esto no era
necesario ser nombrado conde o tener mucho dinero. La única
condición era no ser un bastardo, sino un "puro". Ésta es la
razón por la que Feirefiz, hermanastro de Parzival y mestizo, no
pudiera ver el Grial; a pesar de que le fue pasado ante sus ojos.

Los verdaderos dioses quieren a la juventud que con ímpetu


exige sus derechos y, no obstante, obediente a la ley, releva y en
consecuencia "redime" a la divinidad que se ha vuelto vieja.
Esto lo escribí un domingo estupendo; en Runkel, cerca de Lahn,
mientras la madre del grano hilaba y el padre sol lanzaba sus
flechas. Ante mí hay un libro amarillento. En la página
abierta hay una frase en latín: "Roncari vocantur a villa".
Según algunos es por la ciudad de Runkel que los cátaros
alemanes fueron llamados Runcarii (o, como también he leído,
Runkeler). Los Runkeler portaban espadines, y Jakob Grimm
entendía, por el contrario, que esta espada se llamaba runco y
era la causa de que llevaran ese nombre.

COLONIA
La inscripción del antiguo sello de Colonia reza: "Sancta
Colonia Dei Gratia Romae Ecclesiae Fidelis Filia", Santa
Colonia por la gracia de Dios, fiel hija de la Iglesia romana. E1
papa Inocencio III, el máximo responsable de la cruzada contra
los albigenses, la calificó como la más ilustre de todas las
ciudades de Alemania por su fama y por su magnificencia. Y
una crónica del siglo XI dice que ella es "caput et princeps
Gallicarum urbium", capital y princesa entre las ciudades galas.
Así es; durante mucho tiempo, Colonia fue romana y, una vez
más, romana.

Como Colonia Agrippinensis fue la fortaleza renana más


importante de la Roma gentil, plaza de armas y asiento de un
generalato en jefe. Tenía capitolio, templo, anfiteatro, acueductos,
era de construcción semejante a las romanas y ni los propios
cesares se privaban de ella. Luego, un buen día, llegaron los francos
y los obispos cristianos. Colonia permaneció "romana". En el siglo
IX fue destruida por los normandos. ¿Querían los hombres del
Norte, enemigos de los del Sur, impedir la influencia romana en el
país alemán? Tal como aseguran las crónicas monacales, aunque de
manera exagerada, después de esta destrucción habría quedado
hecha un montón de escombros si la Iglesia de la ciudad no la
hubiera sostenido y vuelto a fortalecer.

A pesar de esto, una gran parte de la población de Colonia,


sobre todo el gremio de los tejedores, no estaba para nada
contenta con el dominio de los curas. Muchos cronistas se
quejan amargamente porque "los ciudadanos muy pocas veces
han acogido con agradecimiento los privilegios y prerrogativas
que los obispos directa o indirectamente les deparan".

Bajo el dominio del arzobispo Anno, en el siglo XI, la


población comenzó a rebelarse contra el poder eclesiástico. Anno,
que entre tanto había llegado a ser santo, no tuvo ninguna piedad
con los rebeldes. Por orden suya se le vaciaban los ojos a los
regidores de Colonia. Sólo unos pocos líderes quedaban exentos
para que guiaran a los otros en el regreso a casa. Incluso el santo
Engelbert, más o menos cien años después de Anno, como
arzobispo de Colonia, un "pilar de la Iglesia y soporte de
Alemania", tuvo problemas con los ciudadanos. Pero él sabía
atemorizar de tal manera a los condes, nobles y personal de servicio
que nadie se atrevía a sublevarse en su contra.
También en Colonia ardieron hogueras.

En el Diálogo milagroso, del monje cisterciense Cesarius


von Heisterbach, se puede leer: "Un día fueron capturados
herejes en Colonia. Después de que los letrados los
investigaron y culparon, fueron sentenciados por el tribunal civil.
Al ser llevados al fuego, uno de ellos, de nombre Arnold,
llamado maestro por los demás, pidió pan y un recipiente de
agua. Algunos quisieron satisfacer su deseo, pero hombres
expertos los disuadieron, argumentando que el diablo muy
fácilmente podía hacer algo que causara escándalo y perversión.
Como yo, Cesarius von Heisterbach, en conformidad con la
declaración prestada por otro hereje, capturado y quemado por
el rey de España hace tres años, puedo dictaminar: el maestro
Arnold quiso preparar a los suyos para una comunión
sacrilega, viático para la condenación eterna. Los herejes
fueron conducidos fuera de la ciudad y entregados al fuego en el
cementerio judío. Cuándo ya ardían violentamente, muchos
vieron y oyeron cómo Arnold posaba su mano sobre las cabezas
medio quemadas de sus discípulos y decía: '¡Sed firmes en
vuestra fe ya que hoy estaréis con Laurentius'. Entre ellos estaba
una virgen bella y a la vez entregada a la herejía. Debido a que
muchos se compadecían de ella, se la sacó del fuego, y se le pro-
metió que se la casaría o llevaría a un convento en caso de que
se convirtiera. Pero ella se dirigió así a los que la sujetaban:
'Decidme, ¿dónde está aquel seductor?'. Cuándo se le indicó al
maestro Arnold, se precipitó, cubriéndose el rostro con su vestal,
sobre el cadáver del herético instructor y descendió con él al
infierno".

El maestro Arnold y sus leales habrían sido unos herejes muy


raros si hubieran tenido que esperar asándose a fuego lento,
en una hoguera encendida por católicos, para gozar en lo
venidero en el paraíso bajo la protección de un mártir y santo
católico, de Laurentius. San Laurentius debe de haber sido
colocado en el año 258, después de ser diácono en Roma,
encima de una parrilla ardiendo, en la misma ciudad, por los
paganos, y así fue muerto. Es considerado santo protector de las
bibliotecas y los bibliotecarios. ¿Sería también santo protector de
los herejes, especialmente de los devorados por las llamas? El
informe de Cesarius suscita otras preguntas: ¿desde cuándo se
asciende al infierno y por qué los herejes de Colonia fueron
quemados en un cementerio judío?

Una vez, santa Hildegard von Bingen vino a Colonia para


pronunciar un discurso frente a todo el clero de la ciudad. Pero
no habló sobre el dulce Amor de Dios al que tanta poesía se le
ha dedicado, tampoco del cielo, sino que ofreció un informe
sobre los refugios de los herejes e hizo saber a los atentos curas
espías que, para poder atrapar a esta corte del diablo, había que
registrar los sótanos aprovechados como talleres por los
tejedores. De Frisia había llegado al Rin el arte del tejido. La isla
de Helgoland es parte de Frisia, y ésta es la razón de por qué no es
casual que los tejedores de Frisia hayan sido tan atrozmente
exterminados al mismo tiempo que se daba caza a los herejes
de Colonia y a los albigenses. Tampoco puede ser casualidad que
habitualmente los cátaros provenzales fueran llamados
Tisserands, que quiere decir tejedores.

Santa tejeduría... ¡A zumbante telar del tiempo se sienta el


espíritu de la tierra y teje una vestimenta viviente a la divinidad!
Devenir es tejer. Bajo los fresnos del mundo tejen las normas
la trama del destino. De tres hilos. La más antigua se llama
Urd, que significa pasado y tejedora; ella anuda el primer nudo
del tejido que seguirá urdiéndose para Hel. También tejió a
Laurín, el rey enano, el hilo de seda para que cubriera su
paradisíaco jardín de rosas. Lanzadera, cual barco tomas la ruta
que debes seguir. De aquí para allá, de allá para aquí, hasta que
el vestido estuvo tejido. Lanzadera, tú simbolizas el círculo que
cada individuo debe llenar con eficiencia. Por eso fuiste llamada
Radius por los primeros hombres que hablaron latín...

En el año 1133, un campesino de la villa India (hoy


Kornelimünster, cercan de Aquisgrán) construyó un barco
provisto de ruedas. Este barco fue llevado a Aquisgrán por
integrantes del gremio de tejedores. Durante el camino, todo
aquel que lo tocara sin ser tejedor tenía que entregar algo en
prenda. En Maastricht, adonde dirigió el viaje saliendo de
Aquisgrán, el barco fue provisto de mástil y velamen, y en Saint-
Trond, cerca de Lieja, los tejedores del lugar lo vigilaron día y
noche y lo llenaron de toda clase de aparatos por lo cual no pudo
ser entregado. Los músicos daban vueltas alrededor de él
tocando y bailando. Doce días duró la batahola, hasta que las
autoridades entraron en acción. Está claro que no se atrevieron
a quemar la embarcación o destruirla por otros medios, por la
creencia de que "el propio lugar donde algo queda hecho
cenizas queda deshonrado". Por esto se dispuso llevarlo a un
lugar vecino. Allá el soberano ordenó al transporte del barco un
sangriento final por la fuerza de las armas. En una cueva del
Sabarthés encontré un dibujo del período albigense.
Representaba un barco de los muertos con el sol como
velamen…

Santo barco... Cuándo Apolo llegó al mundo de Zeus, le dio


una mitra de oro, una lira, un carro uncido a cisnes y lo envió a
Delfos para que anunciara allí la justicia a los helenos. Pero
Apolo dirigió a sus cisnes al país de los hiperbóreos, y su
esplendor, igual que una estrella, se abrió paso en el cielo. Por las
olas llevó la yacija hueca que el cojo Hefaistos-Vulcano, hijo de
Venus, había forjado de precioso oro. Sobre la superficie del agua
transportó al dormido. Los atenienses se figuraban a su Atenea
Partenos, su virginal diosa de la sabiduría, como tejedora y
conductora del huso. Un vestido color azafrán era traído
ceremoniosamente, cada cuatro años, en un compartimento de
un barco, cual velamen izado, por los más altos dignatarios
atenienses hasta la Acrópolis, donde le era ofrendado a la diosa.

Mujeres atenienses nobles de nacimiento habían recamado con


arte el velamen con la representación de la lucha en aquella guerra
librada entre dioses y titanes en el monte de los dioses, el Olimpo.
Atenea, tejedora divina de la alfombra color azafrán de la vida,
también protegía el oficio de la forja. Al herrero Hefaistos o,
según enseñaron otros, al portador del fuego Prometeo, agradeció
ella su existencia, Cuándo uno de ellos partió por la mitad la cabeza
de Zeus, desde donde brotó Atenea. Sobre la Acrópolis
resplandecía permanentemente su lanza dispuesta para el
combate, simbolizando que, sin disposición para el combate y sin
desafío a la muerte, la vida es indigna.
Una vez que los atenienses habían subido la vela hacia el
templo del burgo y hacia la lanza, las hijas más nobles de la
ciudad tejían un emblema de cuervos que era desplegado en el
mástil del santo barco; y finalmente el barco era abandonado a
orillas del mar, al viento favorable de la suerte, para que éste lo
condujera a donde quisiera.

Santo barco... En el Argo, que quizá fue un arca, viajaron por


el mar los más afamados héroes helenos. Levaron velas al
norte. El salvador Jasón era la autoridad del barco. Orfeo, los
dióscuros Castor y Pólux, así como Heracles, fueron sus
compañeros. En la proa del barco se intercaló un tablón de
encina parlante que se había traído de Dodona, donde susurra el
bosque de encinas más sagrado de Grecia. Durante su viaje los
argonautas realizaron proezas de toda clase hasta que hallaron
aquello por lo que habían viajado contra viento y marea: el
Vellocino de Oro de la deificación. En la Edad Media se le
apreciaba como "piedra filosofal"...

Wieland, el herrero cojo, se encerró en un tronco de árbol y


se dejó llevar, cual argonauta, por este "barco" a su destino, para
quedar exculpado. Antes que el rey Nidhod, del que quería
vengarse, lo hubiera dejado cojo, él y sus dos hermanos habían
tomado por sorpresa a tres muchachas cisnes en Myrkwid, el
"bosque oscuro" que "en la batalla eligen los muertos".
Fatigadas, las valquirias se habían echado a descansar a la
orilla de un lago llamado Wolfsee, se habían despojado de sus
vestidos de cisne y habían extendido unos lienzos blancos. Egil y
sus dos hermanos hicieron desaparecer bajo los lienzos los
vestidos de cisne y llevaron al hogar a las tres vírgenes como sus
mujeres. Un día, después de que habían transcurrido siete
inviernos, las mujeres se adentraron en el Myrkwid y nunca
más regresaron. Aún mayor fue la pena de Wieland Cuándo
también su hijo Wittege quiso abandonarlo: "Padre, no quiero ser
forjador. Dame un buen caballo, una espada afilada, una lanza
fuerte, un escudo nuevo, un yelmo duro y un arnés bien
pulido, para marcharme en busca de un buen señor. A él quiero
servir y a su lado quiero cabalgar, mientras la vida me lo
conceda". "¿Hacia dónde has pensado cabalgar?", le preguntó el
padre. "Al país de los Amelungos, con Dietrich von Bern"...

Hasta avanzado el siglo XVIII, en el pueblo de Berkshire, en el


sur de Inglaterra, se decía: "El herrero Wayland mora en una
piedra".

Barco santo y piedra santa. Carón, el barquero de los


muertos, transporta en su barca las almas, sobre el Estigia,
hacia el Averno. Sobre un agua que todo lo torna puro.
Glasisvellir y Glasislundr se llama este país del más allá en los
mitos nórdicos, lo que puede significar "moradas o lugares de
vidrio", pero también "país del ámbar". Según Tácito, la palabra
germánica glas testimonia para el ámbar; los romanos lo
llamaron glesum y los griegos, elektrón. También fueron islas
de los muertos las islas frisias del mar germánico. Helgoland y las
demás. El romano Plinio las llamó Glesiae y Elektrides. Eran las
insulae vitrae: las islas vitreas de la tradición céltica, el rey Artús
permanece allí. Artús significa "oso grande", Osa Mayor.

En una embarcación pequeña pero muy navegable, viajó Pytheas


desde Massilia hacia el norte. Logró llegar, como era su objetivo,
a la isla Thule y al país del ámbar. Pytheas era filósofo, amigo de la
sabiduría. ¿De qué sirve toda sabiduría si no se sabe sobre las cosas
más simples? Puede que Pytheas haya llevado un ámbar en la
mano al arribar al puerto de su ciudad natal después del
afortunado viaje. El era, en su tipo, un argonauta, viajó como los
héroes del Argo al norte. Tiene que haber traído de allá una
piedra amarillo dorada. Después se sentó frente a ésta y la
observó igual de meditativo que, después de él, Hamlet Cuándo
contempló la calavera del padre. Preguntó qué era la vida y para
qué vive el hombre. Planteó la pregunta que hizo caer del cielo a
Lucifer. Este peligro no lo amedrentó, de eso estoy seguro, y
tampoco habría sentido miedo si hubiera sabido de la maldición
del Dios de los judíos, Yahvé. Pytheas mantuvo una piedra
amarillo dorada en su mano; para él, ella era la "piedra
filosofal", el Vellocino de Oro.

Sobre una barca sirgada por un cisne, Lohengrin vino a los


hombres para entregarles el mensaje del Grial, de la piedra
caída de la corona de Lucifer. También prohibió a los
hombres la pregunta sobre el ¿de dónde?, pero sólo sobre su
propio dónde.

Porque él no era un humano y debía, si los hombres lo


reconocían, retornar al lugar de donde había venido.

A los cátaros de Colonia se los logró encontrar y capturar en


los talleres subterráneos de los tejedores, se los quemó para que
Europa no pudiera quedar limpia de toda mitología judía. La
quema fue consumada en un cementerio judío por escarnio.

En vez de las palabras que Jesús dijo en la cruz al buen


ladrón: "Hoy mismo estarás conmigo en el paraíso"; en vez de
estas palabras bíblicas, los cátaros usaban, o por lo menos el
archihereje Arnold, las palabras consoladoras: "Hoy mismo
estarás con Laurentius". Con esto no se aludía a san Laurentius,
ya que la mayoría de los santos eclesiásticos, mientras vivieron
en el valle de los lamentos terrenales, sólo sentían odio hacia los
herejes. Nada de comprensión ni de perdón. No hay ninguna
razón para suponer que en el cielo hubiesen podido ser de otra
opinión. También para ellos es aplicable lo que dijo el papa
Gregorio, llamado el Grande, sobre la alegría del justo que desde
el cielo miraba el infierno y decía que a la vista de los
tormentos infernales se multiplicaba el goce celestial de los que
permanecían en el regazo de Abraham. Por lo tanto, ¿es por esto
que san Laurentius había escogido para sí la muerte de los
mártires, para poder ser partícipe del cielo eclesiástico y allá
arriba convertirse en protector de los infernales? Si logró serlo
quiere decir que o el papa Gregorio sacó mal las cuentas o que
Laurentius reconoció que los herejes eran hombres distintos de
lo que la Iglesia le había enseñado.

Del informe de Cesarius se desprende con claridad que


aquel Laurentius en el que tenían cifradas sus esperanzas los
cátaros de Colonia permanece en el lugar que los católicos del
siglo XIII tomaron por el infierno. Para ir a este lugar del mas
allá, hay que ascender, en consecuencia, no es el infierno hacia el
que Jesús después de la resurrección descendió para, finalmente,
ascender al cielo y sentarse a la diestra de Dios, como sostiene la
profesión de fe cristiana.

Aquel Laurentius al que los cátaros esperaban


esperanzados era Laurín.

RUINAS DEL CONVENTO DE HEISTERBACH


Hace setecientos años el famoso monje y cronista Cesarius
escribió aquí sus obras fundamentales: el Diálogo milagroso, que
entre tanto ha sido declarado peligroso para la Iglesia; la Vida de
la santa esposa del landgrave, Isabel, y -a petición del magíster
Johannes, que era torturador de herejes- el escrito Contra la
doctrina herética de Lucifer. Muchas y muy variadas cosas se
pueden decir de esta abadía, de su evolución y de su apogeo, de sus
abades y sus monjes...

Antes de que fuera fundada "Heisterbach en el Valle del Santo


Petrus", viajaron río Rin abajo catorce monjes cistercienses un día
de abril del año 1188. Querían llegar a las Siete Sierras para insta-
larse en el abandonado "Convento de Santa María, sobre el
Stromberg". De pronto vieron -según relata el cronista Cesarius
von Heisterbach- un círculo en el cielo rodeando siete soles.

Lo tomaron como una buena señal, creyendo que el círculo


representaba el Espíritu Santo, y los siete soles, las siete mercedes
cristianas con las que ellos de ahora en más alumbrarían al país
incrédulo y hereje. Llegaron a la cima del monte Stromberg.
Cincuenta años antes, un caballero se había establecido aquí
como eremita, había fundado un convento y reunido en torno a su
ermita una muchedumbre de creyentes que, al igual que él, "se
habían salvado desnudos del naufragio universal". Promovidos y
protegidos por papas y arzobispos de Colonia, que por este tiempo
construían, una tras otra, fortalezas defensivas y ofensivas en los
alrededores del convento, intentaron predicar el Evangelio. En qué
medida tuvieron éxito en su empresa no ha sido dado a conocer.

Lo que sí nos ha llegado es que los hermanos, después de la


muerte del eremita "al que ellos habían abandonado por causa
del molesto domicilio emplazado encima del monte" y con la
autorización arzobispal, habían fundado otro convento. En lo que
atañe a estos catorce monjes cistercienses que se apoderaron del
convento abandonado, tampoco les fue de perillas en la cima de
Stromberg. "El rigor del clima, las deficiencias de las habitaciones
y la dificultad de satisfacer en la altura del monte las más
perentorias necesidades vitales", todo esto puso descontentos a
los afeminados. Querían marcharse. Sin embargo, el abad creyó,
basándose en un sueño que había tenido, que debía retener a los
padres mediante la persuasión y el castigo. Había soñado que
acompañado de un grupo de hombres blancos, con la cruz en la
mano, había subido a un bote, el que impulsado por los rápidos del
río llegó al coro de una iglesia y sólo él, gracias a su diestro
gobierno del timón, pudo evitar que bote y tripulación se
estrellaran contra una columna. Por esto se quedó en el
Stromberg. Finalmente también al abad dejó de gustarle estar allí
arriba y en el año 1191 trasladó el convento al Valle del Santo
Petrus, a los pies del monte. La iglesia de la cima permaneció
como templo del convento.
Aconteció que un día.Teodorico, arzobispo de Colonia, construyó
el castillo del monte Godes. Desde hacía cierto tiempo se levantaba
allí la capilla de San Miguel, pero nadie se había atrevido, "por la
santidad del lugar", a construir un castillo. El arcángel Miguel, al
parecer, estaba tan indignado por esta construcción, que
acompañado de un relicario de la capilla sobre el monte de
Wudin (monte de Wotan), como todavía se llamaba entonces el
monte Godes, voló con las alas desplegadas hasta la capilla
sobre el monte Stromberg. Desde este acontecimiento el
pueblo creyente solamente peregrinó al monte Stromberg, y
los monjes de Heisterbach (así se llamó el nuevo convento en
el Valle del Santo Petrus desde su reciente fundación)
obtuvieron pingües beneficios de ello.

Más ganancias todavía obtuvieron de otra reliquia: un


milagroso diente del bautista Juan. Que debe de haber llegado a
los monjes de Heisterbach de la siguiente manera: un caballero
renano, llamado Heinrich von Uelmen, lo había hurtado de la
Hagia Sofía de Constantinopla; vuelto a Alemania, Uelmen dio
con sus huesos en la prisión del ministerial del Reich, Werner
von Boladen. (Este Boladen, dicho sea de paso, parece que no
se llevaba muy bien con los ortodoxos y que permitía a su gente
amplia libertad en las cuestiones de la fe, pues de no ser así nunca
hubiese permitido que uno de sus caballeros armados durante el
sitio a la pequeña ciudad renana de San Goar, en el año 1201,
menospreciara una cruz. Por esto Werner tuvo que intervenir en
una cruzada en Palestina.) Una monja del convento Steuben
soñó entonces que Uelmen sería liberado de la prisión de
Boladen tan pronto él obsequiara el diente -para el que él, en su
castillo de Eifel, ya había hecho levantar una capilla- a la abadía de
Heisterbach. A Uelmen no le quedó otra opción que desprenderse
del diente y quedó libre, aunque con el corazón compungido.

En aquel entonces, el abad de Heisterbach era Gevard von


Walberberg, antes canónigo de Colonia. Como su cofrade
Cesarius, al que tenía que agradecer su conversión, informa que
Gevard procuró "olvidar una juventud vivida sensualmente".
Sin embargo, renunció a su actividad de abad -que también
incluía la recepción solemne del diente del bautista Juan- debido
a que Felipe de Suavia y Otto de Brunswick reñían por la
corona del Imperio alemán. Mal cariz tomaba en aquellos
tiempos el Sacro Imperio romano germánico. A la guerra y a
la corrupción moral se sumaron las malas cosechas y la
hambruna. Cuándo la miseria llegó al extremo y el número de
las bocas hambrientas que congestionaban el convento
ascendió a mil quinientas, entonces el cielo bendijo al pueblo
monástico saciando su hambre: los pequeños panes en el horno
del claustro salían de él con un tamaño gigantesco. Había
ocurrido un milagro, sólo era necesario creer.

No, las cosas no eran fáciles para el abad Gevard. Cierto día
fue admitido en el convento un joven de nombre Richwin. Pero
sucedió que el novicio Richwin era torturado por el más
ardiente amor por una mujer, y ésta le escribió cartas
rogándole que abandonara el claustro y volviera a ella. Lo
peor era que Richwin cada vez que recibía una carta o Cuándo
se sentía arder de amor por ella, se arrojaba al suelo y gritaba a
voz en cuello. Allí era difícil recibir un buen consejo para estas
lides y sólo Dios podía brindarle ayuda.

Sobre este intríngulis, tanto el abad Gevard como los monjes


de Heisterbach, de común acuerdo, enviaron rogativas al
cielo "Tándem per Dei gratiam truimphans factus est
monachus", hasta que el novicio triunfante por la gracia de
Dios se convirtió en monje. Aún hay que informar algo, que nos
hace aguzar el oído, acerca del abad Gevard. Cierta vez
aconteció, según escribió Cesarius, que los monjes de
Heisterbach se durmieron mientras su abad predicaba en el
cabildo. Mientras hablaba de santos milagros y otras cuestiones
de este mismo jaez, meditaba el abad en lo íntimo de su alma
sobre cómo podría espantar por las buenas el sueño de sus
durmientes y se le ocurrió algo. Y lo que se le ocurrió debía -como
el famoso golpe del timbal en la undécima sinfonía de Haydn-
despertar a todos los que tan mansamente dormían. La feliz idea
del abad Gervard fue alzar su voz y exclamar: 'Aguzad los oídos,
hermanos míos, y escuchad una historia totalmente novedosa y
asombrosa: ¡érase una vez un rey que se llamaba Artús! En ese
instante todos se levantaron de un brinco, pero sólo para, por
obligación, escuchar a continuación un ejemplarizador sermón
represivo.

Un monje de Heisterbach logró ser más famoso que


Cesarius. Su nombre era Maurus y eclipsaba en sabiduría,
pese a su tierna juventud, a sus cofrades. Sin embargo, era un
ser fatal, pues el gusanillo venenoso de la duda le roía -según
informa nuestra fuente autorizada- su exuberante sabiduría. Y
esto es lo que aconteció con Maurus, el monje de Heisterbach:
con frecuencia sus ojos erraban sobre las hojas apergaminadas
de la Biblia. Un día -repito la narración de la saga de mi
modelo casi al pie de la letra- él había vuelto a estar en vela
toda la noche hasta la madrugada. Abrazando los altos arcos del
claustro, el sol del alba ya mostraba su delicado esplendor. Sus
rayos tentadores brincaban encima del rollo escrito en las manos
del monje, pero éste fijaba constantemente sus ojos en un pasaje
de la Biblia: "Ante el Señor, mil años son como un día".

Hacía meses que estas palabras atormentaban su cerebro.


Ahora danzaban otra vez frente a sus ojos. Los signos
enmarañados y negros crecían, se ensanchaban y se alargaban
hasta lo gigantesco, transformándose en irónicas figuras.

"Ante el Señor, mil años son como un día." Huyó de la estrecha


celda y salió a la solemne soledad del jardín conventual Clavó su
mirada en el suelo. Sin notarlo, había dejado atrás el jardín del
convento y ahora estaba en el bosque. Alegres lo saludaban los
pájaros, saliendo de verdes enramadas, y con grandes ojos lo saluda-
ban las flores, saliendo del túrgido musgo. Pero él, el pensador
caviloso, nada escuchó ni vio, más que las palabras del manuscrito.
"Ante el Señor, mil años son como un día." Desfalleciente estaba
su pie errante; su cerebro, fatigado. Se sentó sobre una piedra y
apoyó la torturada cabeza en un árbol; un sueño reconciliador
arrebató su espíritu. En esferas bañadas de luz, allende las
estrellas, volvió a encontrarse; junto al trono del Altísimo, rodea-
do por el susurrar del agua de la eternidad. Todos los productos
de la creación comparecieron y alabaron su obra: desde el
gusanillo en el polvo, del que nunca un ser mortal entendería el
motivo para crearlo, hasta el águila en los aires, a la que se le
dieron alas para que pueda mirar hacia abajo desde las alturas
de la tierra; desde el grano de arena en el mar, hasta el cono de
montaña gigantesco escupiendo fuego por orden del Señor.
Todos ellos hablaban un solo idioma, el idioma de Aquel que
un día los creó.

Y con leve estremecimiento, el monje fue abriendo sus ojos.


Aguzando su oído, se puso de pie. Tañían lejanas las
campanas del convento; tañían a vísperas. Ya rayaba el arrebol
entre las hayas centelleantes. De prisa se encaminó al convento.
La iglesia ya estaba alumbrada; a través de la puerta entreabierta
miró a los hermanos en la sillería. Con sigilo se aprestó a tomar
su lugar, pero descubrió con estupor a otro monje en su
asiento. Aún más asombroso: era un extraño a quien nunca
antes había visto. Ahora este monje levanta su cabeza del
libro y mira enmudecido e interrogativamente al recién llegado.

Lo oprime la angustia; percibe rostros extraños. Con el


corazón palpitante aguarda el final del salmo. Ahora canto y
oración han enmudecido; preguntas cuchicheadas corren de
monje en monje. El abad, un anciano respetable, se aproxima.
Sobre su cabeza descansa la nieve de casi ochenta años.

"¿Cuál es tu nombre, hermano extranjero?", le pregunta en


tono suave y bondadoso.

El monje se queda horrorizado. "Maurus", susurra con voz


apagada y temblorosa. "Bernhard el santo es el abad que
tomó mi voto solemne en el sexto año de reinado del rey
Konrad, que ellos llamaban el franco."

Asombro e incredulidad sobre los rostros de los monjes.


Maurus alza su cara pálida hacia el anciano abad. Le relata con
voz emocionada cómo, por la madrugada, salió al patio del
convento, se adormeció en el bosque y no despertó hasta escuchar
el llamado a vísperas.

"Hace poco más o menos trescientos años que san Bernhard


y Konrad, a quienes llamaban los francos, han fallecido." Así
habla el abad, y hace una seña a un hermano, que trae la
documentación del monasterio. Vuelve sus hojas muy atrás:
trescientos años hasta los días de san Bernhard. Al dar con la
página, el abad lee: "Maurus, un escéptico, desapareció un día
del convento y nadie pudo saber qué pasó con él".

Resulta claro que él es aquel hermano Maurus. Ha retornado


al convento después de trescientos años. En sus oídos siguen
retumbando las palabras que el abad había leído.

Con mirada aterrorizada alza sus ojos, sus manos tantean


acá y allá buscando auxilio. Los hermanos lo apoyan con
encubierto pavor, porque su rostro es ceniciento cual el de un
moribundo. La rala coronilla de cabellos de su cabeza queda
súbitamente decolorada.

A continuación, mi informante hace dar al bruscamente


envejecido y agonizante monje Maurus un tipo de sermón que
él, como una persona que ha encontrado su eterno Dios en el
bosque y que no ha sido otra cosa más que aquello que las
iglesias cristianas llaman con horror un panteísta, nunca
jamás, con excepción de una sola frase, hubiera podido
pronunciar.

Incluso así voy a reproducir el sermón:

"Hermanos míos, observad siempre con humildad la palabra


eterna del Señor e intentad no penetrar en lo que él
deliberadamente ha velado. Para él no hay ni espacio ni
tiempo". Esta última frase es la única que yo apruebo. "Ojalá
que este ejemplo jamás se extinga en vuestra memoria. Ahora
se me hizo evidente la palabra del apóstol: para el Señor mil
años son como un día. Él, el insondable, era misericordioso
conmigo, pobre pecador".

Exánime cayó a tierra Maurus y los hermanos,


conmovidos, rezaron a su cadáver oraciones para difuntos. Así
concluye la saga mi informante.

Pero yo creo que al hermano Maurus, si así realmente se


llamase, no le eran necesarias las oraciones de difunto.
Tampoco fue un pobre pecador que necesitó o necesita la
comprensión de Dios. El monje de Heisterbach, como
queremos sin más llamarlo, ya era bienaventurado en vida.
Sin convento, sin Biblia, sin reliquias, sin un Redentor. Él se
metió tan dentro de la naturaleza que hasta se maravilló del
gusano que en la Biblia se cita con aversión y que es
proclamado como símbolo de la abyección más lejana a
Dios. Él ha visto los milagros de la creación visible, los únicos
para nuestros sentidos; él ha visto el mundo, al que la
cristiandad llama "valle de lamentos" y "valle de lágrimas", en
toda su grandeza. Tanto le ha encantado la maravilla del
mundo y del universo que olvidó hasta la Biblia
apergaminada y al santo Bernhard junto con la abadía de
Heisterbach. Hasta olvidó sus dudas. Y encontró la armonía
deificante. Ya en vida fue bienaventurado, el afortunado.
El monje de Heisterbach pertenece a la corte de Lucifer.

Un gusano sólo puede ser concebido por quien se puede


sentir insecto en la diminuta, terrea y esforzada existencia de
un gusano, por quien, al igual que el bajo gusano, plantee el
problema: Creador, ¿por qué me has creado? Un águila, como
Wieland el forjador, sólo puede ser concebida por quien quiera
colocarse alas para viajar allende las altas nubes, por quien por
sí mismo puede ser águila real para admirar el enmarañado
semblante del mundo, como tan bellamente se dice, a vista de
pájaro -y comprenderlo-. Unos trepan por las rocas escarpadas,
otros han encontrado el avión, después de larga reflexión y
adaptación a las leyes de la naturaleza, y ahora vuelan. Y
otros vuelven a desplegar las alas de su añoranza para ver cómo
el cielo, plácidamente, besa a la tierra...

Monje de Heisterbach, tú eras alemán, porque los


verdaderos alemanes preguntan, dudan y cuestionan hasta
que encuentran a Dios. Todos los verdaderos alemanes hallan
a Dios. Tú también lo hallaste. Sí, al Dios verdadero y eterno.
Tú también fuiste hereje, bienaventurado monje de
Heisterbach. Lo fuiste porque, al igual que Tannhäuser, te
adentraste en el bosque. Y allí reina Tiubel. Has vivido
trescientas veces el encantador mediodía de Tiubel, trescientos
sesenta y cinco días, sin contar los bisiestos: ciento nueve mil
quinientas veces, sin contar los días bisiestos, te ha hablado
Lucifer. Y, puesto que no trazaste en torno a ti un círculo
encantado, como hizo el caballero Falkenstein, te llevó el diablo;
pero te condujo ante el trono del Todopoderoso, no al infierno, el
más profundo de los fosos.

Tú, el más digno de ser amado, monje de Heisterbach,


también te has dejado encantar, como Dietrich von Bern, por
una montaña de fuego. De ti se cuenta que se te apareció "un
pico gigantesco vomitando fuego por orden del Señor", que
alababa la gloria de Dios; incluso Cuándo el señor del fuego es el
diablo. También dentro de los hombres arden fuegos; se los llama
pasiones. El sentido más profundo de las montañas fogosas sólo
lo puede comprender quien haya concebido el fuego en su
propio interior y sepa cómo interpretarlo. Entonces sabe también
sobre el fuego terrestre y ya no quiere más de ningún fuego del
más allá inventado por los curas y al que todavía hoy predican
tal como otrora lo hicieron. Tú no eras cura, ni te hizo falta, para
percibir mejor, el purgatorio. Fuiste un sacerdote verdadero,
amigo heisterbachiense.

Bonn

Antaño, nuestros estudiantes universitarios también


cantaron la "Canción de la taberna": "Mihi est propositum in
taberna morí", se me ha ordenado morir en la taberna. Esta
canción estudiantil fue compuesta en el siglo XIII por un
"clérigo errante" de nombre Nikolaus, al que llamaban el
archipoeta. Cuenta Cesarius von Heisterbach que una vez
Nikolaus enfermó con fiebre cerca de Bonn y creyó que le había
llegado su última hora. Arrepentido, llamó con golpes a la puerta
de la abadía de Heisterbach y rogó hospedaje, que le fue dado.
Con mucho arrepentimiento, o así creyó en un principio, llegó a
ser monje. En Cuánto se hubo curado, se libró del hábito, lo
arrojó con sarcasmo y se escapó.

Jakob Grimm comparó a este archipoeta con una fiera


amaestrada que de repente retorna corriendo al bosque libre.
Nikolaus me recuerda a tres famosos personajes:

En primer lugar, el trovador Peire Cardinal, al que su padre


quiso convertir en canónigo, pero que acabó siendo hereje y
cantor errante. En segundo lugar, a Till Eulenspiegel, al que los
monjes y santurronas no pudieron soportar en la muerte, pero
que, al sentirse miserable y vencido, estuvo por unos días de
portero en un convento. Lo que Till hizo en su condición de
portero también lo habría hecho igual de bien el archipoeta
Nikolaus: permitió que estudiantes y cantores errantes entraran al
convento y les sirvió lo que cocina y bodegas contenían; luego,
junto con sus invitados, tomó las de Villadiego. Finalmente, Till
cayó -quién no lo sabía- de cabeza en la tumba. En tercer lugar,
Nikolaus me recuerda al lord Falstaff de Shakespeare, aquel
celebrado barrigudo y odre de vino, que se echó a los caminos
de Inglaterra, que hacía "cabalgar al diablo sobre el arco del
violín" y que ahogaba con cava su dolor de que en la tierra ya
no hubiera virtud. Sí: a Falstaff, "el picaro, execrable corruptor
de la juventud, el viejo Satán de barba cana". El siempre
comparaba su vida con una lanzadera de tejedor y al morir entró
al regazo de Arturo. El regazo de Arturo no es el infierno,
aseguró la señora Hurtig, dueña de la taberna de Eastcheaper,
donde acostumbraba emborracharse Falstaff. La señora Hurtig lo
asistió en sus últimas horas, hasta que se puso "frío como piedra".
De lord Falstaff todavía tengo que decir todo tipo de cosas,
porque fue un hereje...

ASBACH EN EL WESTERWALD

Debido a que en las cercanías de este pequeñísimo lugar


hay un segundo Wambach, y debido a que los nombres de
ambos poblados traen a la memoria a los Ases y Wanen, la
estirpe divina de la mitología germánica, no temí dar un
rodeo. El azar me cogió de manera inesperada, y desde otro
punto de vista, porque me permitió saber lo siguiente:

Hace menos de cien años, en 1830, una muchacha


campesina que estaba cosechando desenterró una moneda de
oro en perfecto estado, con la inscripción griega: Lysimakos
Basileus, Rey Lisímaco. (Lisímaco fue uno de los generales más
valientes de Alejandro Magno. Después de la muerte de éste llegó
a ser rey de Tracia y unió ésta con la que por añadidura le cayó
en suerte, Asia Menor, para formar un reino independiente. Dede
el año 288 -obviamente anterior a nuestra era- pudo compartirlo
con Pirro, el afamado rey de Epiro y vencedor de los romanos,
incluido el dominio sobre Macedonia. Cayó en una batalla que
perdió contra el diadoco Seleuco.) La moneda fue entregada a
la colección del entonces príncipe heredero Friedrich Wilhelm
y se encuentra ahora, si estoy bien informado, en el Gabinete de
Numismática de Berlín.

Así es que una pequeña pieza de dinero ha tendido un puente


desde Macedonia y Asia hasta Asbach en el Westerwald alemán.
Extraño...

Me detengo y reflexiono...

Alejandro Magno, a quien incluso Wolfram von


Eschenbach alabó como sabio, también tú perteneces a la corte de
Lucifer, ya que mediante héroes, tal como tú fuiste, Isaías clamó
de dolor en el nombre de su Señor de los Ejércitos.

Tú quisiste sentarte "en la Montaña de la Asamblea en el


más lejano Septentrión", porque trataste de derribar las murallas
del paraíso, que algunos te hicieron encontrar en el país de
Obarkia, en un país de tinieblas temporales y largas noches
invernales, en el alto norte. Quisiste "viajar sobre las altas
nubes", porque la saga cuenta que ya como mozalbete, con
arrogancia, te dejaste llevar por dos ancianos al cielo. Tú
también quisiste "ser consubstancial con el Altísimo", tuviste que
gritar impetuosamente exigiendo ser admitido en el paraíso:
"¡Yo también soy un rey!", y te hiciste proclamar por los
sacerdotes del Oasis de Siwa como hijo de Zeus-Ammon.

Tu padre se llamó Filipo, que significa amigo de los caballos.


Amaba a los caballos, porque creyó que en ellos obraba la
santidad. Debes de haber preguntado "por qué me engendró";
de no ser así, no hubieses sido consciente de tu deber como rey de
los macedonios e hijo de tu padre, cuyo objetivo fue amar el área
aria. Tu madre se llamó Olimpia. Tú te has respondido la
pregunta "por qué me dio a luz". Quisiste llegar a ser olímpico y
lo lograste porque eres inmortal.

En una campaña militar de tu padre aconteció,


supuestamente, que un águila voló a su tienda, se posó sobre su
hombro y puso un huevo. El huevo cayó al suelo, se rompió y de
él salió arrastrándose una serpiente. En ese momento
aparecieron mensajeros de Olimpia con la noticia de tu
nacimiento. Lo has tenido con la tía serpiente.
Tú moriste joven, Alejandro, moriste, como sabemos, con
una sonrisa en los labios. Tu cadáver fue colocado en un
magnífico ataúd, pero tu mano se dejó -cumpliendo tu última
voluntad- colgando hacia fuera. Señalaba la tierra y estaba
llena de ella. Sabíamos lo que deseabas; querías preguntarle al
creador ¿por qué me hiciste de tierra?

Finalmente, tu cadáver se inhumaría en aquella ciudad que


fundaste en el delta del Nilo, cerca de la homérica Faros y que
todavía hoy lleva tu nombre: Alejandría. Allá se mostró a los
que quisieron verlo. Desapareció Cuándo unos cristianos
fanáticos destruyeron todos los templos de tu Alejandría y en
una iglesia torturaron a la filósofa Hipada hasta matarla.

Tú caíste del cielo, Alejandro, pero entraste en el reino luminoso


del portador de la luz, Lucifer. Tus iguales llamaron a este reino
Olimpo. Nosotros lo llamamos Asgard, Walhala, Rosaleda y
Monsalvat. Los judíos lo maldijeron como Gehena, y los cristianos
se aterrorizaron ante él como infierno, ése que tú, según el cura
Lamprecht, ya en vida llevabas dentro de ti: la fiera humana
enfurecida era idéntica al infierno, que abrió el espacio vacío del
abismo, cielo y tierra, y nunca se llenará. Por último, de ti se dice,
gran macedonio, en el devocionario medieval y ortodoxo El
consuelo de las almas: "Por lo tanto a él le fue tal como vivió,
ejerciendo violencia sobre todo lo viviente; ahora el diablo se ha
adueñado de él. Un breve instante gozó de la vida; ahora le irá mal
toda una eternidad. Aquí fue rico por un corto tiempo, ahora será
pobre para siempre. Aquí no pudo satisfacerlo nadie con buenas
acciones; ahora deberá ser satisfecho con el fuego del infierno.
Aquí recibió grandes honores profanos: ahora tiene una gran
vergüenza. Aquí no quiso cumplir el mandamiento de nuestro
Señor; ahora tiene que serle obediente al diablo en el infierno".
Pero lo sabemos, Alejandro: Lucifer, a quien no se le hizo justicia, te
ha saludado -¡y besado!-.

En los tiempos en que Pytheas abandonó Massilia para


viajar al país del ámbar y a la isla de Thule, Alejandro estaba
meditabundo en Gordión, la ciudad del Asia Menor, ante un
sagrado carro de Zeus. Quiero creer que sería en el mismo
año 334 antes del nacimiento de Jesús Nazareno.

Alejandro estaba ante un carro de Zeus, cuyo yugo y barra de


tracción estaban unidos por un artístico nudo. Él quiso desatarlo para
que se cumpliera el oráculo delfico profetizado por una pitonisa: él
quería llegar a ser rey de Asia. Y Apolo le dictó sabiduría, porque
su voluntad era firme. Alejandro cogió con ambas manos el símbolo
del poder real, su espada, y, con resolución, de un solo golpe, cortó
el nudo en dos.

En tiempos pasados, el rey frigio Midas había atado el nudo.


Era un maldecido por Apolo, todo lo que tocaba se convertía en
oro y, en lugar de tener oídos humanos, tenía orejas de burro. Es
que en lugar de regalar el canto de Apolo había regalado el oído
de Pan. ¿Acaso conocía Alejandro el enigma de Midas? Nos lo
figuramos al ver en Roma, en las catacumbas cristianas de los
primeros tiempos, imágenes de Jesús el Nazareno con una
cabeza de burro, y aquí, en esta misma ciudad, en lugar de ver
un hombre colgando en la cruz, se ve a un asno -o Cuándo a los
papas católicos les brilla el oro venido de todas las partes de la
tierra...-.

Pytheas de Massilia buscó el saber en la divina Anana.


Alejandro quiso llegar a ser rey de reyes y reinar sobre Asia e
Irán, que es una nueva Anana. A ambos, la búsqueda y la pasión
los condujeron a lo mismo: a mantenerse armados y a la
superación de la conciliación para la deificación. Pytheas tuvo
que armarse con la espada de la voluntad de conocimiento;
Alejandro, con la de la voluntad de triunfo. Aquél necesitó de
compañeros y remeros; éste, de generales y soldados. Pytheas
tuvo que superar en su ciudad las blasfemias y en la lejanía las
olas del océano, las tormentas de Vizcaya, las nieblas cerradas del
Mar del Norte y, más que todo, la temida pregunta: "¿Y ahora
qué?". Contra Alejandro se enfrentaron los macedonios escépticos
de poca fe y, más allá del Hellesponto, las tormentas de arena del
desierto, la gelidez de la montaña, los impetuosos torrentes, los
ejércitos contrarios, y también la pregunta inquietante: "¿Qué
ocurrirá Cuándo yo no esté?".

En oro se convertía todo lo que Midas, el hacedor del nudo


gordiano, tocaba. Había sido maldecido por Apolo por poner el
canto de Pan por encima de lo apolíneo, porque él prefirió el
canto católico al canto de los hiperbóreos. Católico,
literalmente, quiere decir "universal"; hiperbóreo, traducido
libremente, significa "nórdico". Por lo tanto, Midas puso por
delante del inequívoco norte la esencia enredada del mundo, y el
nudo se enredó. Sólo un Alejandro pudo deshacerlo. Por la
acción. Acción que debe llevar a la victoria, siempre que la
voluntad de acción acompañe al conocimiento. El
conocimiento de Alejandro era de naturaleza apolínea: así como
el dios solar Apolo, originario del país de los bárbaros, se acercó
y caballerosamente venció a las innumerables estrellas, algunas
de las cuales brillan sólo gracias a su luz, así debió él, el rey de
sangre nórdica, venir y vencer, para que le correspondiera la
soberanía sobre el "rey de reyes de estirpe aria", Darío. Cada
combate fue para él una misión, y cada enigma fue para él un
combate. Para salir vencedor en un combate se necesitan
armas; Alejandro blandió su espada -que también podría haber
sido la Balmunga de Sigfrido o el hacha de Dietrich o la rosa de
Omitr y rompió el nudo con puntería precisa. De este modo
desenredó la esencia enredada del mundo, pánico de Midas, y
pasó a ser soberano del mundo. La sangre que llevaba en su
interior le señaló el camino correcto.

Pytheas era de la misma sangre; ella le hizo partir hacia el


norte para responder a las preguntas "¿de dónde en otro
tiempo?" y "¿adonde, en mi tiempo?". Antes de él, ya Heráclito
habría sospechado el concepto heliocéntrico del mundo, si
sacerdotes de Apolo hubieran profetizado primitivamente el
Apolo nórdico y si otros en Delfos hubiesen creído tener que
poner una piedra sagrada sobre el dragón Pitón, muerto por
Apolo. Conocían los enigmas; pero todavía les faltaba
resolverlos. Así como el dios solar Apolo navegó en una barca
hacia el país de los bárbaros para traer fuerzas de allá, así
también viajó Pytheas en su barquito al país del ámbar y a Thule.
A su modo cortó él, el massiliota, el nudo enigmático del destino
y así reconoció en el norte de su mundo el principio, el centro y
el fin. Su amor por la sabiduría había dado el impulso triunfal a
Pytheas hacia el norte. Por la acción, Alejandro resolvió el
enigma más difícil. Acción que debe conducir al triunfo, pero
que, sin embargo, como condición previa requiere -¿cómo
podría ser de otra manera?- del conocimiento. Por ello,
Alejandro tuvo que, antes de poder proceder a la acción por
medio del conocimiento, tener el amor por el conocimiento.
¿Sería por esta razón que él no debía fortalecer y finalmente
colmar su amor por el conocimiento con intelectuales, uno de
los cuales era Pytheas? Su maestro fue Aristóteles...

Viajó por el país y también buscó el conocimiento acerca de


una piedra caída de la diadema de Lucifer. Una osadía
descabellada y anacrónica, se podría decir. Se dice.

He venido a Asbach en el Westerwald, un pequeño lugar


alemán conocido por poca gente. Una moneda de oro
encontrada por una simple muchacha campesina hace más de
cien años hizo que me detuviera y meditara. Medité sobre
Alejandro, medité sobre Pytheas y ahora medito sobre
Aristóteles.

Estoy alegre: una vez más el círculo se ha cerrado, a pesar de


que todavía no se ha rellenado; porque Aristóteles "was kun diu
maere von dem agetstein", conoció los mares de ámbar. Así
cuenta por medio de Wolfram von Eschenbach la canción de la
"Guerra del Wartburg". También Aristóteles supo acerca de la
piedra de la corona de Lucifer...

De Aristóteles y Alejandro, que deben de haber encontrado la


piedra Claugestiân en un país adonde nunca ha llegado un
cristiano, tendré mucho que decir. Incluso en plena medianoche
la piedra alumbraba clara como el día. Por último, el anciano
meranés duque Berchther, vasallo canoso del rey Rother, la llevó
como adorno de su yelmo.

GOSLAR
En un sermón pronunciado por el prepósito de la nueva obra del
convento de los cistercienses de Goslar, Heinrich Minneke, cerca
del año 1220, éste aseguró que en el cielo habría una mujer más
grandiosa que la Virgen María; su nombre es Sabiduría. Y
también que él había visto a Lucifer pedir perdón al
Todopoderoso. ¿Cómo sería de extrañar que se acusara de
hereje a Heinrich Minneke ante el obispo competente en
Hildesheim? El obispo de Hildesheim era en aquel momento Konrad
von Reisenberg; Reisenberg es una ciudad en la que se enseña un
rosal milenario. Aún en vida de su predecesor le fue otorgado el
obispado por deseo del papa Honorio III; y no sin fundamento.
De Francia -donde había hecho un buen papel como
predicador de la cruzada contra los albigenses- había traído
consigo a Alemania una rica experiencia. Roma necesitaba un
tipo de hombre como éste para la región del Harz.

Desde hacía mucho tiempo también aquí se hereticaba.


Desde hacía ya ciento setenta años, desde 1052, los habitantes de
Goslar preferían dejarse colgar a dejarse convencer de matar una
gallina. Según dicen, estaban contagiados de maniqueísmo,
aquella doctrina herética tan odiada por Roma: a los maniqueos les
estaba prohibido matar animales para no interferir en la ley de la
metempsicosis. Al obispo Konrad von Reisenberg, nacido en el
alto Hesse, le fue encomendado resolver el caso Minneke, por lo
que, junto con algunos prelados, se trasladó a Goslar. Después de
que las monjas de la Nueva Obra fueron interrogadas por él,
incriminaron en contra de su voluntad al inculpado y el obispo
le ordenó enseñar sólo ortodoxia en el futuro. Claro que Heinrich
Minneke no dejó de alabar la sabiduría divina y de predicar sin
odio contra Lucifer. El obispo de Hildesheimer se había puesto en
exceso variopinto; convocó al prepósito ante su tribunal, lo
separó de su cargo y le ordenó regresar a su convento madre
(Minneke era miembro de la orden de los premonstratenses).
Ordenó a las monjas buscar otro prepósito, esta vez uno
perfecto; pero ni Minneke ni las monjas obedecieron el
mandato episcopal.

Entonces, enfadado, el hildesheimeriense se dirigió al papa; mas


también se quejaron ante el Santo Padre las cistercienses, que no
deseaban perder a su prepósito. Parecían estar del todo seguras
de la decisión papal, pues, de lo contrario, no hubiesen escrito
una carta al emperador Federico II para hacerle saber que el
convento Nueva Obra, bajo la dirección de Minneke, florecía
como un lirio, y que el obispo de Hildesheimer era un envidioso
que quería perjudicar al convento, sin tener en cuenta "los
derechos que el Benevolente real había reconocido. Vuestro
prepósito Minneke es un hombre piadoso y sólo desea lo mejor
para vos". Por el contrario, el obispo de Hildesheimer lo llevaba
al inmerecido descrédito de la herejía.

El emperador Federico entregó la carta para someterla al


veredicto de los obispos que se hallaban en su corte, en Ferentino.
Naturalmente, ellos afianzaron a su colega de Hildesheimer.
Sostuvieron que las veladas de Nueva Obra eran de una
limitación mental cercana a la chifladura. Había llegado la hora,
y así lo hicieron saber finalmente a las cistercienses de Goslar, de
ser razonables, de obedecer al obispo y de observar las reglas del
santo Benito. No mucho más contestó el papa a las monjas.
Minneke es, escribió él, un miembro podrido que hay que amputar
del cuerpo, un hombre rechazable cuya destitución es legal; pone
en riesgo a las almas y da mala fama al convento Nueva Obra.
Todos tendrían motivos para alegrarse por la separación de
Minneke de su cargo.

Poco tiempo después, el obispo Konrad hizo detener al


prepósito herético. Esta vez fue el propio Minneke el que se
dirigió al papa. Había sido arrojado en prisión, se lamentaba, sin
que la herejía hubiera sido probada. Pedía ser interrogado de
acuerdo con las reglas. En caso de que lo encontraran culpable
de herejía, no podría volver contrito a la unidad de la Iglesia, por
lo que mejor se lo mantendría encarcelado de por vida. El papa
Honorio, impresionado por el escrito de Minneke, encomendó al
obispo de Hildesheimer que se interrogara al recluso en presencia
de dos legados papales, de muchos teólogos y del maestro en
herejías Konrad von Mauburg. El 22 de octubre de 1224 se
reunió en Hildesheimer el sínodo organizado por el papa. Minneke
fue llevado a comparecer y después de muchas idas y vueltas
acerca de la doctrina herética se declaró culpable. En toda regla
fue destituido de su cargo y privado de su rango; también fue
despojado de su vestimenta sacerdotal.
Heinrich Minneke fue quemado vivo; por maniqueo y por
luciferino. Había querido ser filósofo, amigo de la verdad, pero
perteneció, si estamos bien informados, a aquellos herejes en
quienes ya actuaba con su influencia debilitadora la doctrina de
la redención cristiana, aunque con vestidura no romana: Lucifer
fue para él un ángel "caído" que un día -el Día del Juicio-, por el
perdón de Dios, sería "rescatado".

Jugar con palabras es un juego dudoso; incluso así no puedo


menos que ver un sentido profundo en que en la época de la trova de
Minnesang, que también nos llegó gracias al llamado Manuscrito
de Manes, se haya quemado a Heinrich Minneke como
maniqueo...

En una obra de historia suralemana, la Crónica de


Hermann von Reichenau, se encuentra hacia el año 1052 la
siguiente observación: "El emperador (Enrique III) pasaba las
navidades en Goslar e hizo que ciertos herejes, que además de
otras malas doctrinas heréticas de las sectas maniqueas
aborrecían de todo placer carnal, con la aquiescencia de todos
fueran ahorcados para que, de este modo, no continuara
extendiéndose subrepticiamente la lepra herética y contaminara
más hombres". Incluso a la vista de la horca, leo en otra parte,
los herejes de Goslar se negarían a matar una gallina; en el
siglo XIII, esta negativa fue considerada como un argumento
seguro para condenar herejes.

Si los herejes se negaran a matar un gallo, me sería


comprensible, ya que era sagrado, como el gallo de Apolión,
como el Apocalipsis según San Juan llama al Apolo y a los
anticristianos -un animal que también para el Tiubel alemán,
Cuándo cerca del mediodía prorrumpía en el bosque entre el
bramar del viento y el crujir de los árboles, era un bienvenido
regalo de exorcismo-. Que los herejes de Goslar fueran
vegetarianos debe de ser cierto, y me preocupa tan poco como que
yo soy vegetariano de hoy por propia voluntad y miro con ojos
bizcos que pudiera ser todavía quemado o ahorcado.
La cantidad de cátaros ascetas debe de haber sido ínfima, con-
fiesa un historiador del campo católico. ¿Para qué, por lo
tanto, hacer una afirmación con motivo de excepciones que
habitualmente suelen ser válidas? Tampoco yo me pondría a
hacer ruido sobre la particularidad que se afirma sobre el
landgrave de Turingia Hermann, suegro de santa Isabel:
"Herínge noch buskinge entspeisz er nye und getrank ouch
nyrkkein bier noch meethe", él no comía ni arenques fritos ni
ahumados y tampoco bebía cerveza ni aguamiel (lo que los
cátaros, por el contrario, hacían con especial predilección).
Dejemos que investiguen en las minutas de comidas y en las
cartas de bebidas de herejes u ortodoxos medievales los sutiles
intelectuales de la sabiduría libresca.

Mani es considerado fundador de la secta maniquea, a la que


pertenecían los herejes de Goslar. La tradición sostiene que él vino al
mundo riendo. Yo encuentro a este heresiarca, desde su primer
aliento, más atrayente que todos los otros, tan tristes fundadores
de religiones. Él debe de haber sido, como deduzco de una
conocida descripción de su vida y obra, "sobre todo desde el punto
de vista poético, una personalidad muy dotada y visionaria, un
orador arrebatador y un artista sin igual. Este gran aprecio del
arte por parte de Mani, sin dudas es parte de su herencia
irania. El retoño de la antigua estirpe de los haskíanos y de los
arsácidas era en este aspecto un auténtico persa que
consideraba la poesía, la música y las artes plásticas como la
ocupación realmente digna de nobles y puros". Tampoco hay
que dejar de mencionar que en una Historia de la literatura de
Persia, escrita en inglés, el goce de la belleza es calificado como
característico de los maniqueos. Como los helenos mantenían y
cuidaban su amor por el Kalos k'agatos y los provenzales por
el Bel e bos, del mismo modo tenían también los maniqueos su
Bello y Bueno, su "ciencia jovial"...
El que vino al mundo riendo, Mani, provenía tanto por parte
de padre como de madre de la casa real parta de los arsácidas o
haskianos (askanija, haskanija), que fue fundada por el rey escita
Arsaces I en el año 256, Cuándo había acampado su
regimiento en la región del norte de Irán, Partia. Aquí se había
mantenido viva en el pueblo la antigua religión persa,
constituyéndose en dique contra el helenismo (por el cual
entendemos ese helenismo influido por el cercano Oriente, por lo
tanto desvirtuado, oponiéndose a la romanización que se ex-
pandía y a la furtiva introducción del judaismo). Iría demasiado
lejos si quisiera describir e interpretar las historias de los partos y
su rey o la moral y doctrina maniqueas; hay que dejar
establecido que Mani el arsácida fue de sangre aria y rechazó
tanto el Antiguo Testamento como a Jesús de Nazaret.

En el año 275 de la era cristiana fue crucificado por sacerdotes


zoroástricos. Se le arrancó la piel y se la colgó rellenada, como
ejemplo aleccionador, aparentemente a las puertas de
Babilonia. En ella, mucho tiempo antes, Alejandro Magno
había dado su último suspiro y poco después entraron en ella los
seguidores de Mahoma; el maniqueísmo pareció acabado.
Desde hace algunos años se van poniendo en pie los "parsis"
muertos.

En mi fichero hay un recorte de periódico que reza así:


"Hace poco las páginas científicas y después también los periódicos
trajeron la sensacional noticia del descubrimiento de los
manuscritos del fundador de la religión persa, Mani. Murió en la
cruz por amor a su doctrina en el año 275, y sus seguidores
escondieron sus obras por miedo a que fueran descubiertas. Los
siete volúmenes encontrados ahora en un sótano de Fiume son
de un incalculable valor, tanto para la ciencia como para la
historia de las religiones. Muy putrefactos, polvorientos,
corroídos, parecidos a un trozo de corteza apelillada, así lucen los
tesoros ante el doctor Ibscher (un paleógrafo berlinés). Con lupa,
pinzas y un tubo neumático, el experto comienza a poner manos a
la obra y va levantando hoja por hoja de a pequeños trocitos y,
con sumo cuidado, los pone entre planchas de vidrio. Otros
agentes auxiliares, como, quizá, productos químicos, no deben
aplicarse de ningún modo, ya que estropearían todo lo escrito.
El propio doctor Ibscher evalúa que el tiempo que necesitará para la
completa conservación de los manuscritos de Mani es de, por lo
menos, diez años. ¿Y cuánto tiempo tendremos que esperar la
traducción de estos tesoros?". Este recorte fue publicado en 1935.

Sigo revisando las fichas de mi archivo y encuentro otro


artículo del mismo año. Lleva el título "¿Hallado el Grial?" e
informa que en el valle del río Orontes, entre Antioquía y
Hamat, en Siria, una expedición arqueológica inglesa, en una
cueva cercana a la primera iglesia cristiana, fue encontrado un
cáliz que se supone es el que utilizó Jesús en la Santa Cena. Este
cáliz ha sido llevado a Londres para ser examinado en detalle por
científicos. En el ínterin nunca más escuché algo sobre este
"Grial". Tampoco escucharé algo más sobre él.

Hace poco leí que habrían encontrado concordancias


asombrosas entre poesías iranias, maniqueas e islandesas; se
descarta la casualidad. Probablemente hayan llegado hasta Islandia
misioneros maniqueos.

Los trovadores provenzales, algunos de los cuales al escapar de


los inquisidores de Roma al país de las Eddas encontraron a los
escaldes, sus hermanos en espíritu, ¿no les transmitirían ideas
maniqueas?, ¿o se habrán inspirado -como creo- los maniqueos,
trovadores y escaldes en el mismo manantial original: la
sabiduría nórdica?

De todas maneras mi viaje a los espíritus luciferinos de


Europa, que no fueron espíritus malos, me conducirá algún día
a Islandia...
HALBERSTADT

Es Navidad... Antes de pasar a buscar a los amigos con los


que pasaré la Noche Buena, paseo tranquilamente por la ciudad.
Por las ventanas de casas vetustas veo abetos amorosamente
decorados, que brillan provistos de velas ardiendo; oigo risas de
niños felices y siento Cuán alegres están los corazones de sus
padres y madres. Estoy melancólico y contento al mismo tiempo.
Ya anuncian las campanas la fiesta, la antiquísima fiesta de luz
durante el rigor del invierno. El dios-sol Helios-Apolo, el dios sol
Mitra, incluso Cronos padre de Zeus, deben de haber nacido en
este día y seguirán siendo rejuvenecidos, naciendo de un
vientre materno virginal. En la catedral de esta antigua
ciudad, por el contrario, para la medianoche los coros
anunciarán triunfantes: "¡Para vosotros hoy ha nacido el
Salvador, que es Cristo, el Señor de la ciudad de David!".

Lucifer se quejará si los hombres ignoran que antes, para


estas fechas, se celebraba su cumpleaños y se pensaba en su
retorno luminoso. A él, el portador de la luz, no se le hizo justicia,
y nadie piensa en él. Yo seré su pensador; me pondré frente a la
catedral de esta ciudad, a dos veces doce pasos de distancia del
portal de entrada, y pasaré mis manos sobre una piedra que allí
descansa. Una piedra que cayó del cielo: el diablo, encolerizado
por la construcción de la catedral, debe de haberla lanzado
hacia abajo, para que el edificio a medio construir fuera
destruido. No acertó al blanco, se puede decir. La piedra se llama
"piedra del diablo", y desde el cielo fue lanzada por él.

¡Vosotros, cristianos, llenos de contradicciones! En Colonia


habéis hecho ascender al infierno a herejes, que habéis
entregado a la hoguera, mientras que Isaías puso el infierno en
el más profundo abismo. Y aquí, en Halberstadt, el diablo os
ha arrojado una piedra desde el cielo, donde, desde luego, para
gente como vosotros, el diablo es el príncipe del infierno
insondable. Vosotros, cristianos, creéis a ojos cerrados.
Cuándo esté frente a la piedra del diablo, la toque y la vea
levemente iluminada por las estrellas, que por el cielo,
imperturbables, van recorriendo su divino camino, entonces
recordaré también al Grial, aquella piedra desprendida de la
corona de Lucifer y que fue obtenida por Parzival.

No en menor medida mantendré en mi memoria al


mensajero del Grial, Lohengrin, a él, al que tantos llamaron
"Helias", portador de luz. Helias no significa otra cosa que
Helios: Sol. Los cátaros, como leí en los registros de la
Inquisición, esperaban con fervor su aparición. "Los cronistas
dicen que este doncel, el caballero del cisne Helias, llegó de la
montaña, donde la señora Venus está en el Grial", así quedó
escrito en el siglo XV en la Crónica sajona de Halberstadt. Ante
la piedra del diablo de Halberstadt, recordaré al portador de la
luz Apolo, que en el país de los hiperbóreos, en cada noche de
solsticio invernal, es parido por una divina virgen, que es la Tierra
que se deja llevar por los cisnes a los hombres mortales, para
anunciarles la ley. Los hombres son aún más sonido y humo,
Cuándo de nombres de dioses se trata.

¡Bien celebrada Navidad!

BERLÍN

Cuándo, a través de anchas y largas calles, voy por esta


ciudad viendo seres apresurados; Cuándo desde el cuarto donde
vivo miro al gran patio de la casa de vecindad y observo gente
somnolienta que nunca o casi nunca sale de sus habitaciones,
entonces siento compasión por estos hombres. No saben Cuán
profunda y bella puede ser la vida al aire libre, en las montañas
y llanos, en ciudades pequeñas, pueblos y caseríos. Lo que es
duro es que tantos de estos habitantes de gran ciudad, los
presurosos y los somnolientos, no querrían cambiar nunca sus
desiertos de casas pedregosas por lo que ellos llaman des-
pectivamente "provincia". Y por esto su sangre se irá
extinguiendo...
He escuchado nuevamente los dramas musicales "Parzival" y
"Lohengrin", de Richard Wagner. Cuándo vi las palomas sobre
la vestimenta del caballero del Grial, repentinamente me vino a la
memoria aquella paloma de barro que hace mucho tiempo, en
Lavelanet, pequeña ciudad pirenaica, un anciano me había
mostrado. Cuándo Lohengrin cantó su narración de aquel
castillo, "en tierra lejana inaccesible a nuestros pies", recordé
Montségur, las roquerías del Pirineo con sus soberbias
fortalezas entre cuyos escombros se encontraron palomas de
barro. Acabada la representación del "Lohengrin", me fui
caminando a casa con un amigo. Había llovido; el asfalto
mojado de las calles reflejaba las múltiples luces de las lámparas
de arco voltaico y también las de los automóviles se mul-
tiplicaban, los escaparates de las tiendas y grandes almacenes
irradiaban claridad, los avisos luminosos también alumbraban -
en fin: se había hecho de día casi de noche-. El aire estaba
saturado de olor a gasolina y de esos buenos aromas
artificiales llamados perfumes. Trepidaban el bullicio de
hombres y el traquetear de vehículos, y pensé: mi antiguo
profesor de religión ciertamente tenía razón Cuándo nos enseñó
que el "infierno" no era otra cosa que el estar separados de Dios.
En estas inmensas ciudades, tan orgullosas del título de metró-
poli, Dios guarda silencio rápido. Morar permanentemente en
una ciudad de éstas, para mí, sería como estar desterrado en la
Gehena.

Sintiendo así, entablé conversación con mi acompañante. Hace


años fue eclesiástico, pero llegó un día en que, en lugar de seguir
sermoneando desde el pulpito las leyendas bíblicas, de exponerlas
como si realmente hubieran ocurrido e insertarlas en medio de la
vida, se dedicó a escribir poesías para los hombres alemanes, en su
espíritu y en su idioma. Desde entonces nunca más volvió a
decirles que lo que él anunciaba era palabra y revelación de
Dios, sino que a otro Dios, no al bíblico, era a quien él
poetizaba, y que aquellos que quisieran escuchar esta voz
podían hacerlo.

Terminamos sentándonos a una mesa redonda, bajo la suave


luz de una lámpara. Mi amigo me leyó pasajes del manuscrito
de su nuevo libro, que tituló El nacimiento del milenio.
Comenzó así: "Ha llegado el tiempo en que se entregará todo el
poder a los fuertes. Así morirá el "pecado" de este mundo,
porque pecados son la imperfección y la debilidad. Fuerte es el
que reconoció a su ley, a su esencia, en toda su amplitud, pero
también con todas sus limitaciones, y con este conocimiento
actúa; fuerte es el que dentro de la comunidad es capaz de vivir
como dueño de sí. Los añorantes se han puesto de pie y
estrechan filas para la ejecución de las exigencias que les plantea
su deber. Las religiones redentoras de los débiles están
muertas; nace la religión de la ejecución, la de los fuertes: ella
es la ley".

Y continuó: "La historia de esta ley perdida es breve: los


pueblos de la zona norte llevaron la ley no escrita a las
exuberantes ciudades-estado del sur cansadas de vegetar, las
que, en el democratismo temprano, habían renunciado a la
sangre y la orientación. Pero a los pueblos de la zona norte -
al ver las consecuencias del democratismo y después de
analizar sus causas-, ante el descubrimiento de las revelaciones
de la ley, se les vino encima la doctrina de la cruz. Dicho más
claro: la zona norte estaba a punto de dar una nueva
estructura al mundo, que estaba vacilante como consecuencia
del putrefacto helenismo oriental. El viejo mundo ya estaba
formado ~y rendido de cansancio-. Los profetas de la
decadencia predicaban el miedo, lo que trajo como
consecuencia que el último capital efectivo fuera derrochado.
En el último tambaleo de la vacilación quiso expirar el viejo
mundo; el tiempo final proclamó su siniestra doctrina.
Resonaba el eco de los pasos de los jóvenes pueblos de la zona
norte entrando a la gran agonía; entonces el Oriente levantó la
cruz y cubrió de sombras a los jóvenes pueblos.

"Aunque los cuerpos de los jóvenes estaban preparados para


luchar bajo soles extraños, sus almas estaban indefensas
contra la venenosa doctrina oriental. La zona norte
rejuveneció el mundo, pero su sangre fue envenenada. La
cruz se dispuso al ataque; la decadencia pasó a ser evangelio
que condenó la fuerza y la voluntad y alabó la resignación. El
espíritu del norte era en exceso infantil, su voluntad era poco
orientada y su orientación era demasiado poco planificada, por
todo esto el mundo viejo chupó la sangre joven. Así, los
pueblos de la zona norte perdieron la ley. Con la calculadora
experiencia que acumulaban los envejecidos y con la
impetuosidad de los que temen su muerte, los profetas de la
decadencia se enfrentaron a los mensajeros de la vida, los
portadores de la voluntad. La bondad y el respeto profundo
impidieron que los jóvenes mataran a los viejos que se les
venían encima. Así es que tuvieron que vivir y aprender bajo su
dominio. La doctrina ocupó el lugar de la acción. Debido a que
la ley se había extraviado, los pueblos perdieron el sentido del
camino y el objetivo de vida, de verdad y de grandeza... ya
más de una vez en la zona norte ha reinado la paz de los
cementerios, pero fue tan fuerte la voluntad de vivir del
pueblo germanoalemán, que siempre creció un brote hacia la luz.
La ley sofocada, pese a todo, siempre se abrió camino por entre la
política mortuoria de la cruz, para volver a esconderse en los
momentos críticos".

Así es la cuestión, pensé para mí. No debemos olvidar que


hubo guerras contra herejes, las llamadas "cruzadas contra
herejes". Nunca jamás debemos olvidar. Y continué
escuchando:
"Los pueblos débiles de voluntad han establecido un ídolo que,
aunque algo apagado y por esto enigmático, es realmente
bastante cómodo: el ídolo del destino. Alguna vez el destino
jugó un importante papel en el mundo de las ideas de la zona
norte; el destino como ley pendía sobre el ser, pero es claro que no
quedaba fuera de la legalidad. En el destino estaban incluidos el
transcurso de la vida individual, de la familia y del pueblo. Creer
en el destino significaba creer en la validez, el valor y el sentido
de la vida. Quien era creyente no sentía ningún temor por su
muerte. Su acción estaba basada sobre la validez de la ley, que no
sólo sobrevive a la vida individual, sino que -precisamente
mediante la acción- se agrega como eslabón a la gran cadena que
desde lo temporal llega hasta la eternidad del pueblo. Quien creía
en el destino, sabía de la responsabilidad de su propia vida, por
esto sabía que una cadena siempre es tan fuerte como el más
débil de sus eslabones. En consecuencia, el destino no era un
poder secreto amenazador, sino la causa primigenia de la
legalidad velada al ojo.

Quien creyendo en el destino ponía los pies en el camino de la


vida consciente, no se cansaba de combatir en la batalla
sempiterna por la existencia. El saber sobre la validez de la ley
dejó al creyente a salvo de la inseguridad y la desesperanza y le
otorgó la dignidad, esa actitud incomparable y admirable del
paganismo, que parece tan alejada del ser, tan merecedora de
todo esfuerzo y tan inalcanzable por medio de las religiones
redentoras, que se alejaron de la ley. La creencia en la validez y
en el carácter vinculante de este destino implica que los hombres,
pese a todos los desengaños y aparentes absurdos cotidianos, dicen
un entusiasta sí a la vida y alaban plenos de fe la luz creadora de la
vida del sol, pese a la noche, la niebla, el hielo y la nieve. Tener fe
en el destino significa, una vez más, vivir el heroico 'aun así'. Esta
actitud la reconocemos hoy en las sagas y baladas, hasta tanto
podamos mirar, a través de la confusa mezcolanza de
posteriores falsificaciones y superposiciones, en la esencia de los
poemas."
Mi amigo me pregunta qué opino al respecto: "A este
respecto respondo sí, un sí incondicional. Seguid leyendo".

Y escuché: "Los que creían en el destino estaban unificados


con todas las formas con que se revela la ley, ellos sabían sobre
las leyes naturales de las estrellas y levantaron su visión a la vida
en proceso de revelación y a la manifiesta vida del mundo que
nos rodea. Con toda autoridad estos hombres aseguraban
entender el lenguaje de los animales, el rumor del bosque, el
cantar de los prados y el retumbar de los truenos: bien conocían
acerca de la ley universal vinculante.

"Porque los fuertes anunciaran el destino, el pronunciamiento fue


victorioso. Asi es como surgieron los cantos heroicos que alabaron el
combate como misión de vida. ¿Qué eran, en cambio, los trabajos
cotidianos? ¿Qué era, en cambio, la certeza de tener que morir?
Pasaban a ser nadería, se transformaban en nimiedad, acerca de las
que más valía no hablar".

Encantado por la coincidecia entre buscador y buscador y entre


amigo y amigo, hablé de Lucifer y de su corte, de su "inquietud", de un
Pytheas, de la vía de autorredención de un Heracles, de Parzival y de
Tannhäuser; de los paraísos terrenales Grial y rosaleda, de la "gaya
ciencia" de los trovadores y los cátaros, que prepararon el ocaso de
Jehová y de la cruz.

Continuamos dialogando a nuestra manera, haciendo de la


noche día, hasta que el rosicler penetró en la habitación. Al ir a
saludar al sol, éste ya se asentaba sobre los techos de la enorme
ciudad. Y frente al astro surgió la afilada torre de una iglesia
pretendiendo cortarlo por la mitad. Esa iglesia de allá, dije yo, se
ha convertido en uno de aquellos pilares del sol tan odiados por el
profeta Isaías y sus judíos como el orgulloso Lucifer. Pues en la
Sagrada Escritura de los judíos está escrito:
"En este tiempo, los ojos del hombre mirarán al santo en Israel y
no a los altares que sus manos hayan hecho, ni a la efigie de Aschera
(Aschera es Artemisa, hermana de Apolo) ni a los pilares del sol.
En este tiempo, el Señor castigará el alto ejército, que está en las
alturas [...]. Y la luna se avergonzará y el sol seguirá avergonzado
Cuándo sea rey el Señor de los Ejércitos sobre el monte Sión y en
Jerusalén. En los últimos tiempos la montaña permanecerá
incólume porque es la casa del Señor, más alta que todas las
montañas y más elevada que todas las colinas, y todos los gentiles y
muchos pueblos irán a ella y dirán: 'Venid, vayamos a la montaña
del Señor. A la casa del Dios de Jacob, para que nos enseñe su
camino y caminemos sobre sus senderos'. Porque ¡de Sión saldrá la
ley y de Jerusalén la palabra del Señor!"

Como el sol de ninguna manera se avergonzó, sino que irradió y


rió. nosotros también miramos alborozados al nuevo mañana, fieles
a nuestra ley, que no es la ley de Sión.

WARNEMÜNDE-GJEDSER

El transbordador surca las breves olas del Báltico. Sólo unos


pocos viajeros están sobre cubierta; unos duermen, otros, como
yo, están sentados en el salón de fumar. Antes estuve en la popa
siguiendo con la vista la patria que se desvanecía en lontananza,
hasta que las luces de Warnemünde se pierden a la luz de la luna
llena, alumbrando los anchos surcos de agua y arropando
tiernamente a las nubéculas, al aire, a la tenue bruma y a nosotros
mismos. Un fanal traza amplios círculos. Volví mis ojos a proa:
mástiles y cabos de los aparejos se balanceaban suevemente ante
la Osa Mayor y la Osa Menor del carro celeste. Otrora ambas eran
llamadas Arktos: Oso.

El Arktos nos servirá de indicador del norte, tal como lo


debe de haber sido antaño para el osado y sabio Pytheas de
Massilia, hace dos mil doscientos setenta años.
Viajo a Islandia. Quiero aprender a descubrir el secreto de
la corona que está en el norte, el secreto de la corona de Lucifer.
Navego al país de las Eddas y de las sagas...

EDIMBURGO

Nuestro barco ha fondeado por un día en el puerto de Leith;


durante la tarde se arruma carbón, por lo que aproveché para
visitar Edimburgo. Desde el castillo donde hace mucho
tiempo fue reina María Estuardo, obtuve una vista imponente
de la mayor ciudad de Escocia, hacia el mar y hacia el abrupto
pico Arthur's Rock o Roca de Arturo. Recordé, ya que piso
suelo inglés, al poeta supremo de Inglaterra, Shakespeare, y al
hacerlo no olvidé a los seguidores de Wideft, los lolardos
archiherejes ingleses, porque ellos también pertenecieron a la
corte de Lucifer. Se les reprochó la falsedad de enseñar todo
lo malo y de "considerar indigno de, un caballero el ocuparse
de la Biblia". En una balada escrita por un ortodoxo católico
llamado Thomas Occleve, sobre el más afamado de los lolardos,
lord Oldcastle, redactada estando él aún con vida, dice que
Oldcastle en vez de la Biblia leía sólo novelas de caballería...

También para los herejes ingleses valía más un Artús que


un Abraham o un David; un Parzival, más que un Cristo; un
Dietrich, más que un Petrus. Por esta razón los curas les
marcaron la frente con una llave ardiente.

En el año 1160, por primera vez en Inglaterra, fueron


descubiertos herejes. Se trataba de aproximadamente "treinta
campesinos y campesinas alemanes de nacimiento y lengua". Es
probable que fueran flamencos que habían abandonado su país
para escapar de la atroz persecución del arzobispo de Reims de
entonces. Los llevaron a Oxford ante un concilio episcopal.
"Ellos admitieron ser herejes, fueron sentenciados a la
flagelación, con una llave fueron marcados a fuego en la cara y
luego echados a la calle. Desnudos hasta la mitad del cuerpo,
azotados, marcados y desamparados fueron arrojados en pleno
invierno hacia el campo y todos ellos, uno tras otro, rápida y
miserablemente murieron", terminaron con una ganzúa dentro
del corazón y una llave de Petrus ardiendo en su frente. Yo creo
que, para Dios, cuenta más el corazón.

Doscientos setenta y cinco años más tarde, el más


renombrado de los herejes ingleses, y uno de sus más
distinguidos lores, el llamado Oldcastle, fue ejecutado de la
manera más espantosa. Fue colgado, por medio de una
cadena de hierro enroscada a su cuerpo, sobre un fuego
llameante y se lo dejó arder lentamente. "In the end he
commanded his soul into the hands of God", al final
encomendó su alma a las manos de Dios. Después de una
desapacible vida, fue a la última y larga paz. Un monje
cronista inglés dedicó al muerto un artículo necrológico, que
comienza así: "Aquel secuaz del infierno, el archihereje y
lolardo John Oldcasde, cuya pestilencia abominable, como de
un foso de estiércol, sube hacia la nariz de los católicos".

Sir John Oldcasde fue caballero en tiempos de paz y a


strongman in bataile, un hombre valiente en la guerra. Entró en la
historia porque era hereje. El favor del rey le permitió reconocerse
como lolardo. Así se entiende que en un comienzo el clero no se
animara a proceder contra él de manera abierta y decidida.
Primero, se dirigió contra el capellán de Oldcasde, un hombre
llamado Johannes que, como predicador ambulante, reunía mucho
auditorio, y que había puesto en entredicho a algunas iglesias
donde había predicado. En el año 1413 presentaron una
demanda indagatoria contra el lord. Después otra por unos libros
de su propiedad encontrados a un librero. La indagación no obtuvo
resultados positivos, pero muy pronto el clero se dirigió al rey con
nuevas y más graves quejas: inculpaba a Oldcastle no sólo de
hospedar predicadores no ordenados, sino de que él mismo los en-
viaba a buscar. El rey reprendió al lord con dureza. Éste se
distanció abiertamente de la corte, se mudó a su castillo
Cowling Castle, no lejos de Rochester, en Kent, y se parapetó
allí. Montado en cólera, el rey encargó al arzobispo el
procedimiento sumario siguiente contra Oldcasde, quien no hizo
caso a las citaciones cursadas por el obispo y negó la entrada a su
castillo a todos los mensajeros. Declaró que no podía reconocer
por encima de él a ningún juez clerical. Se decretó una citación
pública; dos veces fue clavada en el portal de la catedral de
Rochester. Oldcastle no compareció.

Finalmente, el lord tuvo que ser conducido por la fueza por el jefe
de la Tower ante un tribunal de la clerecía reunido bajo la
presidencia del arzobispo. Sin abordar las cuestiones que se le
planteaban, Oldcastle se ofreció para exponer su credo; era
menos herético de lo que se había esperado. Resultaba evidente
-y probablemente con razón- que se dudaba de su sinceridad, por
lo que se le exigió dar respuesta con toda franqueza a preguntas
precisas. Puesto así entre la espada y la pared, Oldcasde declaró
al tribunal clerical que no se sentía obligado a darle cuenta de
nada, que sólo ante Dios tenía que responder y sólo ante El pedir
perdón. "Por aquellos que quieren juzgarme y sentenciarme,
seréis engañados y se engañarán a sí mismos y seréis llevados la
infierno; guardaos de ellos", dijo con voz muy alta Oldcasde a
los que lo rodeaban. A continuación, el tribunal dejó al lord a
merced de los brazos terrenales. Oldcastle pasó a ser un
prisionero de la Tower, pero logró escaparse. Mucho
tiempo anduvo errante por Gales, hasta que fue capturado
y entregado al Parlamento que lo condenó a muerte por
alta traición y por hereje. Y lord Oldcastle, llamado por el
pueblo "the good lord", el buen lord, murió como ya he
relatado.

A Shakespeare, el más excelso poeta de Inglaterra, sus


contemporáneos y correligionarios protestantes le
reprocharon haber convertido al mártir de la fe, lord
Oldcastle, en su lord Falstaff, aquel barrigón, tramposo y
mujeriego. Shakespeare se defendió en el epílogo de la
segunda parte de su drama Enrique IV: "Oldcastle died a
martyr and this is not the man". Oldcastle murió como
mártir y Falstaff no es este hombre. Sin embargo, el
Falstaff de Shakespeare era aquel Oldcastle, pero
ridiculizado.

Para el episodio de Falstaff del drama Enrique IV


Shakespeare había desarrollado como modelo, según hoy
resulta indudable, el drama escrito en el espíritu de la
tradición monacal más malévola y más exenta de sinceridad:
The Famous Victories of Henry the Fifth (Las famosas
victorias de Enrique V). Así se constata: también en
Shakespeare el caballero gordo se llamó originalmente, tal
como se puede deducir del epílogo y como queda
demostrado por otras razones, sir John Oldcastle.

Los puritanos se escandalizaron de que el hombre


venerado por ellos fuera transformado en una figura
ridicula. Ya que, en la segunda parte del famoso drama
Enrique V. es introducido sir John Oldcastle como antiguo
paje de Thomas Mowbray, un duque de Norfolk (lo que
históricamente sir John Oldcastle fue en realidad, se puede
pensar que puso las miras en una caricaturización de
Oldcastle. Ésta es la causa por la que Shakespeare modificó
el nombre en Falstaff. Y sabemos cómo murió lord
Oldcastle, este lolardo y caballero. Ante su espantoso final,
luciendo una sonrisa en su boca, afirmó que iría en un
carro al cielo y al tercer día resucitaría. Estas últimas
palabras de Oldcastle fueron registradas por un monje
llamado Thomas Elmham. Creo con firmeza que
verdaderamente las pronunció, ahora que he leído, no sin
profunda emoción, el pasaje de Shakespeare que describe
cómo murió lord Falstaff, el otro Oldcastle. La señora
Hurtig, la dueña de la taberna de Eastcheap, lo atendió en
sus últimas horas. Ella informa: "No, seguro que él no está
en el infierno, está en el regazo de Arturo, si alguna vez
alguien ha llegado al regazo de Arturo. Se fue justo entre el
mediodía y la una, murmuró algo acerca de prados verdes y
luego exclamó: '¡Dios. Dios!' más o menos tres o cuatro
veces. Le dije, para consolarlo, que no pensara en Dios, yo
esperaba que ya no le hiciera falta, que no se atormentara
con esa clase de pensamientos. Después me pidió que le
echara más mantas sobre los pies, metí mi mano en la cama
y se los palpé, estaban fríos como témpanos; le palpé las
rodillas, y así seguí tocándolo hacia arriba, y todo estaba
helado como un témpano''.

¡Lord Falstaff está tan poco en el infierno como lord


Oldcastle! Ni tampoco descansan ambos en el regazo de
Abraham (a pesar de que mi mejor autoridad para la
cuestión Falstaff haya supuesto que "la inculta tabernera,
señora Hurtig, obviamente quiso decir 'regazo de
Abraham'"). Después de muertos, Falstaff y Oldcastle
emprendieron la marcha hacia el rey Arturo, que es Artús,
el gran rey del norte. Este mantiene preparado su carro,
listo para llevar a los suyos al reino de Lucifer, donde
también están las luminosas praderas de asfódelos. Los
germanos del norte lo llamaron el Carro de Thor y
gobernador de la fuerza de los dioses, o, también, el Gran
Padre...

Oldcastle había leído devotamente libros de caballería


que relatan maravillas sobre .Arturo y Artús y Dietrich, en
lugar de la Biblia judía. El otro Oldcastle, Falstaff,
menospreciaba a los judíos con todo el corazón. Cuándo
tenía que prestar juramento decía: "Or I am else a jew, an
ebrew jew", si no me haré judio, un auténtico archijudio. La
vida no comparó al gordo Falstaff con un valle de lamentos
o, lo que tampoco tendría sentido, con un prostíbulo: más
bien con una lanzadera, tal como lo hicieron aquellos cátaros
que también eran llamados tejedores y que desde entonces
hasta ahora salvaron en la Edad Media el conocimiento
sobre la santidad de tejer y de la lanzadera.

¿Quién no pensaría, si de los libros de caballería de lord Oldcasde


se trata, en el caballero español Ignacio de Loyola, fundador de la
orden de los jesuitas, que comenzó siendo seguidor de Amadís de
Gaula y terminó siendo un seguidor de Jesús? Así es: lord Oldcasde
comprendió el espíritu vital de los libros de caballería; Loyola, sólo
las letras muertas. ¿Quién no pensaría también en aquel loco
llamado don Quijote? Los tochos que leía día y noche acabaron
haciéndole perder la razón. A su rocín lo elevó al nivel de un
Pegaso o al del fiel corcel Bucéfalo de Alejandro. A pesar de todo,
don Quijote resultó más sabio que loco...

EN EL ESTRECHO DE PENTLAND
Dejamos atrás el Mar del Norte y nos adentramos en el
Atlántico norte. Los acantilados de la costa escocesa y las altas
colinas de las islas Orcadas, en las que aún vemos el oleaje, cual
blancas cintas de espuma marina, elevarse hacia lo alto y
empequeñecerse, desaparecen más en cada momento. El mar
sube y baja en largas y altas olas, éstas levantan y bajan nuestro
barco. Una lancha pesquera de velas parduscas está pegada al
horizonte, los primeros golpes del mar irrumpen en cubierta. Ha
caído la noche y sin embargo hay claridad, como en Alemania
en un día de invierno cubierto de nubes. Navegamos contra el sol
de medianoche. He permanecido observando mucho tiempo,
apoyado sobre los carretes. Ahora leo un libro y escribo notas.

En España, exactamente como leo en el Quijote, de Cervantes,


había una vez un cura, un barbero, un ama de llaves y la sobrina
de un hombre que por leer libros de caballería se había vuelto loco
de remate y desde entonces estaba obstinado en buscar aventuras,
tal como debe de haber hecho la caballería andante. Estos cuatro,
dos hombres y dos mujeres, registraron la biblioteca del loco dueño
de casa que poco antes, apaleado y herido, había regresado de su
primera "aventura" y que ahora estaba profundamente dormido en
su alcoba. Ellos querían corroborar la ortodoxia de sus libros
de caballería. Antes de empezar su trabajo, el ama de llaves trajo
una bacía con agua bendita y una mata de hisopo que debía
servir como asperges y le dijo la cura: "Tome vuestra merced,
señor licenciado, rocíe este aposento, no esté aquí algún
encantador de los muchos que tienen estos libros, y nos
encanten, en pena de la que les queremos dar echándolos del
mundo". La simplicidad del ama hizo reír al cura. Le pidió al
barbero que le fuera pasando un libro tras otro para ver qué
contenían, ya que algunos de ellos podían librarse del castigo
de la hoguera. "No -dijo la sobrina-, no hay para qué
perdonar a ninguno, porque todos han sido los dañadores: será
mejor arrojallos por las ventanas al patio, y hacer un rimero
dellos y pegarles fuego, y, si no, llevarlos al corral, y allí se
hará la hoguera, y no ofenderá el humo." Lo mismo dijo el ama:
tanto era el deseo que ambas tenían de la muerte de aquellos
inocentes; mas el cura no se avino a ello sin primero leer
siquiera los títulos. Y el primero que le dio el barbero en las
manos fue Los cuatro de Amadís de Gaula (la misma novela de
caballería que le había "quemado el cerebro" al paje Ignacio de
Loyola). Entonces dijo el sacerdote: "Parece cosa de misterio
ésta, porque, según he oído decir, este libro fue el primero de
caballerías que se imprimió en España, y todos los demás han
tomado principio y origen déste; y así, me parece que, como a
dogmatízador de una secta tan mala, le debemos, sin excusa
alguna, condenar a la hoguera".
"Éste que viene -dijo el barbero- es Amadís de Grecia, y aun
todos los deste lado, a lo que creo, son del mesmo linaje de
Amadís."
"Pues vayan todos al corral -dijo el cura-, que a trueco de
quemar a la reina Pintiquiniestra, y al pastor Darinel, y a sus
églogas, y a las endiabladas y revueltas razones de su autor,
quemara con ellos al padre que me engendró, si anduviera en
figura de caballero andante.
-Del mismo parecer soy yo -dijo el barbero.
-Y aun yo -añadió la sobrina.
-Pues así es -dijo el ama-, vengan, y al corral con ellos.
"Diéronselos, que eran muchos, y ella ahorró la escalera, y
dio con ellos por la ventana abajo. [...] Abrióse otro libro y
vieron que tenía por título El caballero de la cruz".

Y de este modo habló el cura: "Por nombre tan santo como


este libro tiene se podía perdonar su ignorancia; mas también se
suele decir 'tras la cruz está el diablo': vaya al fuego".
'Tomando el barbero otro libro, dijo:
-Éste es Espejo de caballerías.
-Yo conozco a su merced -dijo el cura-. Ahí ande el señor
Reinaldos de Montalbán (Montalbán fue, antaño, el nombre de
la ciudad Montauban, cerca de Toulouse) con sus amigos y
compañeros [...] y en verdad que estoy por condenarlos no más que
a destierro perpetuo, siquiera porque tienen parte de la invención del
famoso Mateo Boyardo (del cual no es necesario informar), de
donde también tejió su tela el cristiano poeta Ludovico Ariosto (que
poetizó el famoso "Rolando furioso", y que era, en consecuencia,
incluso Cuándo cristiano, reconocido como "tejedor" poetizante o
poeta "tejiente"). [...] Digo, en efeto, que este libro, y todos los que se
hallaren que tratan destas cosas de Francia, se echen y se depositen en
un pozo seco, hasta que con más acuerdo se vea lo que se ha de hacer
dellos, ecetuando a un Bernardo del Carpio que anda por ahí, y a
otro llamado Roncesvalles (este nombre viene a ser Valle de Espinas,
y en otro llamado Ronceval en los Pirineos, donde Rolando murió
heroicamente, me ha hecho pensar no hace mucho, en la pequeña
ciudad a orillas del Lahn, Runkel), que éstos en llegando a mis
manos, han de estar en las del ama, y dellas en las del fuego, sin
remisión alguna.

"Y sin querer cansarse más en leer libros de caballería mandó


al ama que tomase todos los grandes y diese con ellos en el corral.
No se dijo a tonta ni a sorda, sino a quien tenía más gana de
quemarlos que de echar en tela"(por lo tanto ella no era
"tejedora").
Más adelante el barbero pregunta:
"-Pero ¿qué haremos destos pequeños libros que quedan?
"Estos -dijo el cura- no deben ser de caballería, sino de poesía.
"Y abriendo uno vio que era La Diana de Jorge de
Montemayor (del que en Francia aún hay ediciones para la
juventud) y dijo, creyendo que todos los demás eran del mesmo
género:
-Éstos no merecen ser quemados, como los demás, porque no
hacen ni harán el daño que los de caballerías han hecho; que son
libros de entendimiento, sin perjuicio de tercero".
Después continúa el barbero:
"-Estos que siguen son El pastor de Iberia, Ninfas de
Henares y Desengaños de celos.
-Pues no hay más que hacer -dijo el cura- que entregarlos
al brazo seglar del ama, y no me pregunten el porqué, que sería
nunca acabar.

"[...] Aquella noche quemó y abrasó el ama Cuántos libros


había en el corral y en toda la casa, y tales debieron de arder que
merecían guardarse en perpetuos archivos." (Para ser bien
entendido, cito a Cervantes al pie de la letra.)

"[...] Uno de los remedios que el cura y el barbero dieron, por


entonces, para el mal de su amigo fue que le murasen y le
tapiasen el aposento de los libros, porque Cuándo se levantase no los
hallase (quizá quitando la causa, cesaría el efeto), y que dijesen que
un encantador se los había llevado, y el aposento y todo; y así fue
hecho con mucha presteza. De allí a dos días se levantó don
Quijote, y lo primero que hizo fue ir a ver sus libros; y como no
hallaba el aposento donde los había dejado, andaba de una a otra
parte buscándole. Llegaba adonde solía tener la puerta, y tentábala
con las manos, y volvía y revolvía los ojos por todo, sin decir
palabra; pero al cabo de una buena pieza, preguntó a su ama que
hacia qué parte estaba el aposento de sus libros. El ama, que ya
estaba bien advertida de lo que había que responder, le dijo:

-¿Qué aposento, o qué nada, busca vuestra merced? Ya no hay


aposento ni libros en esta casa, porque todo se lo llevó el mesmo
diablo.
-No era diablo -replicó la sobrina-, sino un encantador que
vino sobre una nube una noche, después del día que vuestra
merced de aquí se partió, y apeándose de una sierpe en que
venía caballero, entró en el aposento, y no sé lo que hizo dentro,
que al cabo de poca pieza salió volando por el tejado, y dejó la
casa llena de humo; y Cuándo acordamos a mirar lo que dejaba
hecho, no vimos libro ni aposento alguno [...].

-Señor tío -dijo la sobrina-, ¿no será mejor estarse pacífico en


su casa, y no irse por el mundo a buscar pan de trastrigo (tal
como Fausto cogió de los cabellos un capricho así), sin considerar
que muchos van por lana y vuelven tresquilados?

-¡Oh, sobrina mía -respondió don Quijote-, y Cuán mal que


estás en la cuenta! Primero que a mí me tresquilen (como se
trasquiló a los herejes) tendré peladas y quitadas las barbas a
Cuántos imaginaren tocarme en la punta de un solo cabello.

"No quisieron las dos replicarle más, porque vieron que se le


encendía la cólera. Es, pues, el caso que él estuvo quince días en
casa muy sosegado, sin dar muestras de querer secundar sus
primeros devaneos, en los cuales días pasó graciosísimos cuentos
con sus dos compadres el cura y el barbero, sobre que él decía que
la cosa de que más necesidad tenía el mundo era de caballeros
andantes, y de que en él se resucitase la caballería andantesca. El
cura algunas veces le contradecía, y otras concedía, porque si no
guardaba este artificio, no había poder averiguarse con él."

Aparto el Quijote y medito...


El cura que escogió los libros para la hoguera, y que no
habría acabado con el "caballero" sin el truco de la
condescendencia, representa la Iglesia católica. El "abrazo
terrenal" del ama es el brazo seglar. ¿Quiénes eran la sobrina y el
barbero? No puedo decirlo. Los libros que fueron quemados,
bien sé que eran libros originalmente escritos por la corte
herética de Lucifer...

Retomo la lectura: durante la primera salida que de su tierra


hizo el ingenioso don Quijote, el caballero de la triste figura
se dio al siguiente soliloquio:

"¿Quién duda sino que en los venideros tiempos, Cuándo salga


a luz la verdadera historia de mis famosos hechos, que el sabio
que los escribiere no ponga, Cuándo llegue a contar mi primera
salida tan de mañana, desta manera?: 'Apenas había el rubi-
cundo Apolo (que debe ser también el rubicundo mensajero
de Loherangrín-Lohengrin) tendido por la faz de la ancha y
espaciosa tierra las doradas hebras de sus hermosos cabellos
(Apolo era un "tejedor"), [...] Cuándo el famoso caballero don
Quijote de la Mancha, dejando las ociosas plumas, subió sobre su
famoso caballo Rocinante, y comenzó a caminar por el antiguo y
conocido Campo de Montiel'. Y era verdad que por él caminaba.
Y añadió: 'Dichosa edad y siglo dichoso aquél donde saldrán a la
luz las famosas hazañas mías, dignas de entallarse en bronces,
esculpirse en mármoles y pintarse en tablas, para memoria en lo
futuro. ¡Oh tú, sabio encantador, quien quiera que seas, a quien
ha de tocar el ser cronista desta peregrina historia! Ruégote que
no te olvides de mi buen Rocinante, compañero eterno mío en
todos mis caminos y carreras'. (Cervantes, el sabio encantador, no
olvida a Rocinante, hermano consanguíneo de Pegaso.) Con éstos
iba ensartando otros disparates (que para nosotros representan
gaya ciencia). Todos al modo de los que sus libros le habían
enseñado, imitando en Cuánto podía su lenguaje; y con esto,
caminaba tan despacio, y el sol entraba tan apriesa y con tanto
ardor, que fuera bastante a derretirle los sesos, si alguno tuviera.
(El corazón de don Quijote era sano, y ante Dios el
entendimiento cuenta menos que el corazón.) "Casi todo aquel
día caminó sin acontecerle cosa que de contar fuese, [...] anduvo
todo aquel día, y, al anochecer, su rocín y él se hallaron cansados
y muertos de hambre; y que, mirando a todas partes por ver si
descubriría algún castillo o alguna majada de pastores donde
recogerse y adonde pudiere remediar su mucha necesidad, vio,
no lejos del camino por donde iba, una venta, que fue como si
viera una estrella (también los herejes vieron 'estrellas') que, no a
los portales, sino a los alcázares de su redención le encaminaba.
Diose priesa a caminar, y llegó a ella a tiempo que anochecía.

"[...] Estaban acaso a la puerta dos mujeres mozas, destas


que llaman del partido, con extraño contento llegó a la venta
y a las damas, las cuales, como vieron venir un hombre de
aquella suerte armado, con lanza y adarga, llenas de miedo se
iban a entrar en la venta pero don Quijote, coligiendo por su
huida su miedo, alzándose la visera de papelón y descubriendo
su seco y polvoroso rostro, con gentil talante y voz reposada les
dijo:

-No fuyan las vuestras mercedes ni teman desaguisado alguno;


que a la orden de caballería que profeso non toca ni atañe facerle
a ninguno, Cuánto más a tan altas doncellas como vuestras
presencias demuestran".

Don Quijote le preguntó a una de las rameras "cómo se


llamaba, porque él supiese de allí en adelante a quién quedaba
obligado por la merced recebida, porque pensaba darle
alguna parte de la honra que alcanzase por el valor de brazo
(un brazo que ha llegado a convertirse en "intemporal" e
inmortal). Ella respondió con mucha humildad que se llamaba
la Tolosa [...], don Quijote le replicó que, por su amor (yo
pregunto: ¿de él por la Minne?), le hiciese merced que de allí en
adelante se pusiese don, y se llamase doña Tolosa".

Después le preguntó el nombre a la otra ramera, que dijo


llamarse la Molinera, a la cual también rogó don Quijote que
se antepusiera el don y se llamase doña Molinera.

De esta guisa restituyó a la Tolosa y a la Molinera su honor el


sabio y puro loco don Quijote. Tolosa es la albigense, y la
Molinera, la valdense. A los cátaros se les consideraba como
Tisserands, tejedores -a los que fácilmente se podía encontrar en
los talleres del sótano-. Los valdenses también fueron llamados
Moliniers, molineros. La molienda no es menos santa que la
tejeduría. Por esto en el Tirol un caballero del séquito de Dietrich
von Bern halló camino recto desde el sótano de un molino hasta el
jardín de rosas paradisíaco y la eternidad.

Retomo el hilo de la lectura: Sancho Panza -a quien


Cervantes llama un hombre de bien, don Quijote lo ha
escogido de paladín ensilló a Rocinante y preparó su asno,
aprovisionó su bota de beber. y, encomendándose a Dios, se
despidieron del lugar partiendo en camino hacia la famosa
cueva de Montesinos.

Durante el camino. Sancho preguntó al primo -un letrado y


ratón de biblioteca que los acompañaba para encaminarlos a la
cueva-:
"-¿Quién fue el primer volteador del mundo?
-En verdad, hermano -respondió el primo- que no me sabré de-
terminar por ahora hasta que lo estudie. Yo lo estudiaré en
volviendo adonde tengo mis libros, y yo os satisfaré Cuándo
otra vez nos veamos; que no ha de ser ésta la postrera.

-Pues mire, señor -replicó Sancho-, no tome trabajo en esto,


que ahora he caído en cuenta de lo que le he preguntado.
Sepa que el primer volteador (así llamó la Iglesia con todo
desprecio a todos los poetas y joglars errantes, malabaristas) del
mundo fue Lucifer, Cuándo le echaron o arrojaron del cielo, que
vino volteando hasta los abismos.

"Y dijo don Quijote:


-Esa pregunta y respuesta no son tuyas, Sancho, a alguno lo
has oído decir.
-Calle, señor -replicó Sancho-, que a buena fe que, si me
doy a preguntar y a responder, que no acabe de aquí a
mañana.
-Más has dicho, Sancho, de lo que sabes -dijo don Quijote".

Como Hölderin, también don Quijote, el caballero de la


triste figura, había "abatido a Apolo"...

EN EL ATLÁNTICO NORTE

El mar se agita; nuestro barco, el Gulfoss, un islandés de


1.200 toneladas, lucha con dificultad contra el oleaje. Los
Tümmler argénteos, estos ágiles delfines del Mar del Norte, nos
acompañaron un largo trecho. Fue un verdadero placer ver sus
centelleantes cuerpos asomar en cardúmenes sobre la marea y
volver a sumergirse.

Mientras los observaba recordé a Orfeo, bardo divino. Un


delfín, animal preferido de Apolo, lo transportó sobre las olas.
También Orfeo, uno de los argonautas, vino al norte, quizás
haya sido un hombre del norte, un normando. Su madre, una
mortal, se llamó Chione: la nevosa. El cantor, con su música,
encantaba a las fieras.

También él ascendió al infierno más profundo, para


recobrar a su amada Eurídice y traerla a la luz del día.

Ya no habrá noche. La noche destella nacarada en las horas a


dos luces entre el ocaso y la aurora. El pendón de la nave fue
una cruz gamada azul sobre fondo blanco.

Le pregunté la posición al capitán, que desde hacía ya un


rato estaba en el puente de mando, dijo que estábamos entrando a
los 60° de latitud norte.

Cuándo, en el siglo IX, el rey Harald Haarfagre (Haarschön)


y, cerca del año 1000, el rey Olaf el Santo comenzaron a
oprimir al libre y pagano campesinado de Noruega, emigraron
los mejores hijos del país a Islandia y en la libertad de allá
encontraron una nueva patria. Olaf es uno de los muchos santos
a los que la Iglesia católica no enaltece. El famoso escaldo Snorri
Sturluson -que entre otros poemas nos legó la segunda Edda, en
prosa- informa en Heimskringla: "A todo el que no quería dejar
el paganismo, Olaf le imponía duros castigos. A algunos los
desterró, a otros les hizo amputar manos y pies o les vació los ojos;
a otros los hacía colgar o pasar a cuchillo".

Y entonces el mejor campesinado de Noruega se marchó por


el Mar del Norte hacia el litoral de Islandia. No en último lugar
por la creencia heredada de sus ancestros, los que no querían
ningún siervo.

Gracias al Libro de colonización islandés (de comienzos del


siglo XIII, Cuándo Islandia ya había sido cristianizada) conocemos
el tiempo que se necesita para ir de Noruega a Islandia y a
Groenlandia: "Hombres experimentados dicen que hay que
navegar (a vela) recto hacia el oeste, hasta Hvarj, en
Groelandia, y se pasa a doce millas marinas frente al sur de
Islandia. Al hacerlo así se pasa tan lejos al norte de Shetland
que a ésta es posible verla sólo Cuándo la marea está
completamente tranquila; y tan distante del sur de Islandia que
de allá vienen aves y ballenas. Desde Reykjanaes en el sur de
Islandia puede haber tres días de crucero hasta Jölduhlaup en
Irlanda y un día de travesía desde Kolbeinsey (una islita al norte
de Islandia) hasta la yerma costa de Groenlandia". El primer
colonizador de Islandia se llamaba Ingolf. El Libro de la
colonización dice de él: "En ese verano, Cuándo Ingolf salió
para irse a Islandia, habían pasado 6.073 años desde el comienzo
del mundo, pero, desde la encarnación del Señor, 874 años. Al
tener Islandia a la vista, Ingolf arrojó sobre la borda al azar los
pilares de su candelecho. Él quería ser colono del lugar donde los
pilares llegaran a tierra. Ingolf desembarcó en el lugar que hoy se
llama Ingolfshoefdi. Vifil y Karli eran siervos de Ingolf; fueron
enviados por él a buscar los pilares del candelecho, pero los
hallaron recién al tercer invierno. En la primavera, Ingolf se fue a
vivir a Reykjavik El hijo de Ingolf fue Thorstein y su nieto, portavoz
de la ley, Thorkel Mond, el que al yacer enfermo de muerte se dejó
llevar por el rayo del sol y se encomendó a las manos del Dios que
creó el sol. Había llevado una vida tan pura como sólo la han
llevado los cristianos más piadosos.

Otro colonizador tuvo por nombre Thorolf. Era un gran


sacrificador y creía en Thor. También él debió partir a Islandia
a causa de la brutalidad del rey Harald Haarfagre. Al llegar al
fiordo Breidi, también él lanzó por la borda sus pilares de
candelecho, que llevaban grabada la imagen de Thor: quería
establecerse donde Thor tocara tierra. Le hizo el voto solemne a
su Dios y amigo Thor de consagrarle todo el contorno y
bautizarlo con su nombre. Thorolf se adentró en el fiordo con
su barca a vela. Allí encontró a Thor llevado por el mar a un
extremo de tierra; más adentro atracaron en una bahía y allí
construyó una casa de labor y un gran templo, que consagró a
Thor. El fiordo en aquellos tiempos estaba poco o nada poblado;
Thorolf tomó la tierra y a todo el contorno lo bautizó Thorsnes.
Tenía una fe tan acrisolada y profunda en el monte que estaba en
la península que le dio el nombre de Helgafell, Monte Santo, y
nadie que no estuviese limpio podía mirarlo. Dejó el monte como
lugar de paz: a nadie debía pasarle nada malo, ni a bestia ni a
hombre. La creencia de la familia de Thorolf era que todos ellos
fallecerían en el monte. Más tarde, Cuándo su hijo Thorstein
murió ahogado en el mar, éste también fue al monte, tal como lo
cuenta la saga Eyrbyggia. Allí dentro ardió el fuego y sonaron los
cuernos. A la vista del padre, el hijo tuvo permiso para ocupar un
candelecho.

Otros dos hombres, fornidos cual gigantes y a su vez expertos


en encantamiento, también arrojaron por la borda sus pilares de
candelecho al estar a la vista de Islandia. Estos hombres se
llamaron Lodmund y Bjolf. Su patria había sido Thulunes, en la
comarca noruega de Vors, al norte del fiordo Hardanger...

Repiquetea la campana para la hora del té de la noche. Son


las diez. Allá en casa ahora es medianoche, y las estrellas titilan
chispeantes; quizá la luna platee la tierra alemana. Aquí es
de día y seguirá siendo día. Durante semanas.

Llueve a cántaros y hay tormenta; las olas golpean contra


los ojos de buey herméticamente atornillados del comedor.
Sólo una docena de los setenta viajeros han acudido a tomar el
té. Platillos y tazas están insertos en cuadrados de madera
atornillados a la mesa, pero, pese a las precauciones, algunos
se hacen añicos. Como funámbulos se balancean los
camareros; el barco arfea mucho.

Estoy acostado en mi camarote, la cama sube y baja bajo mí,


por momentos es como si flotara en el aire; el barco cruje por
todas sus ensambladuras.
Leo: "Las sagas cuentan que los primeros colonizadores que lle-
garon a Islandia por mar eran hombres occidentales:
irlandeses". Así informa también el monje irlandés Dicuil en
su crónica, redactada alrededor del año 825. Él habló con unos
lugareños que habían estado en una isla muy septentrional, en la
Tierra del Hielo, la Thule de Pytheas. Literalmente dice:

"Ahora hace treinta años que unos religiosos, desde el primero


de febrero hasta el primero de agosto, estuvieron en aquella
isla, como me lo han contado, no sólo durante el solsticio de
verano, sino también en los días anteriores y posteriores al sol
poniente que se va ocultando, por así decirlo, por el otro lado
de una pequeña colina, por lo que tampoco se pondrá oscuro
ni en el más breve espacio de tiempo". Hasta aquí la
información del monje irlandés Dicuil. Se debe admitir
como seguro que antes de la llegada de estos inmigrantes, o
sea, antes del siglo VIII, Islandia estaba despoblada. Este hecho
se opone terminantemente a los que dicen que la Thule
poblada, a la que se refirió Pytheas, se debería buscar en
Islandia. Porque, ¿cómo podría esa población entonces
existente haberse extinguido del todo? Considerando el
aislamiento completo de la isla, es prácticamente
inadmisible la razón de las epidemias; una exterminación por
guerras también se descarta al no haber pobladores nativos
enemigos. Sólo si no tomamos por válida esta argumentación y
si consideramos posible una extinción de los habitantes de Thule
de la época de Pytheas sin influencias externas, sólo así sería
posible encontrar los restos, probablemente muy sencillos, de
las más primitivas poblaciones. Sin embargo, no existe ninguna
huella que pudiera ser apropiada para alterar lo que nos
transmiten las sagas islandesas sobre la llegada de los
primeros pobladores, hecho acaecido sólo alrededor del año
795. Para más redundancia, los supuestos pobladores de Thule-
Islandia tendrían que haberles hablado, a los extranjeros recién
llegados, preferentemente de volcanes y de fuentes termales de
aguas calientes, más que del mar helado en el profundo norte...
¿No podrían el fuego y la lava haber devastado la población de
Islandia y haber reducido a la nada todo vestigio?

Leo otro libro más creíble: "Según Estrabón (el célebre


geógrafo griego que vivió en Roma cerca del año 1), Thule se
encuentra a seis días de navegación en dirección norte de la
Britannia". Esta indicación sólo puede corresponder a
Islandia...
¿Dónde queda Thule?
Dejo mis libros en la red contigua a mi lecho. Voy apagar la
luz; debido a que estoy en un camarote interior, tendré noche. El
ventilador, que suministra aire marino cáustico y frío, zumba.

Sin ver, sé que la aguzada proa del barco va cortando ola


tras ola, impertérrita y consciente de su rumbo pese a la mar
gruesa. Escucho el bramido de las olas. Dejaré mis cuartillas
junto a los libros en la red y me pondré a dormir. Para
nosotros es más fácil que para los vikingos.
Érase una vez un rey en Thule, fiel hasta en su tumba. ¿Dónde se
encuentra Thule, la que al sol agradece su nombre? ¿Fue de
Islandia o de aquella comarca noruega Thulunes, a orillas del
fiordo Hardanger, de donde los pobladores Ladmund y Bjolf
llevaron sus pilares de candelecho a Islandia? Thulunes significa isla
o península Thulu...

REYKJAVIK

Luego de un lluvioso y, sobre el final, algo más plácido viaje,


nuestro valiente barco, hacia las cuatro de la mañana, arribó al
puerto de la capital islandesa. Nubes de lluvia densa y baja cubren
los montes, cuyos acantilados y cumbres sólo se pueden presentir.
Una luz pálida baña mar y tierra. Mujeres pintarrajeadas y
azotacalles pálidos pasean, pese a la hora, por las calles; sobre el
asfalto ruedan automóviles. La ciudad es bien poco bonita: muros
de hormigón, techos de chapa ondulada y edificaciones de tipo
estadounidenses rascan el cielo.

El interior de nuestro hotel es claro y sorprendentemente


confortable. Por primera vez en semanas pude sacar todos mis
trajes y ropa blanca de la maleta.

No puedo conciliar el sueño, echo en falta el seguro orfar del


barco; y me falta la noche, la noche oscura. ¿No hay días en los
que a uno le gustaría prescindir de la luz? Estoy desvelado, los
pensamientos me persiguen en la mente. Una frase de Goethe me
hace estremecer. "Ahora estás al borde de lo esencial". ¿Para qué
buscaste la comunión con el infierno, si no puedes llevarla a la
práctica? ¿Quieres volar y no estás seguro del mareo? ¿Nos
entrometemos en tus asuntos o tú en los nuestros? Más o menos así
habló el diablo Mefistófeles a Fausto. Mis pensamientos se acosan
unos a otros. Abandono la habitación, salgo, deambulo por las
calles.

La poca agraciada ciudad duerme. El sol de Islandia


relampaguea entre las nubes, sólo un breve instante. Parece que hay
vida en el puerto; el resto está quieto. Ningún árbol que cuchichee
en el viento, ningún pajarillo que cante su canto en la rama.
Los muros de hormigón lagrimean de humedad. Voy al puerto.

En nuestro Gulfoss reina la animación. Las grúas descargan


cajones y barriles; sacos y fardos; alambre de púas y barras de
hierro.

Continúo. Arriba una barca de pesca, observo cómo la


descargan. Vidas nerviosas y centelleantes llenan las cestas. Un
pescador barbudo y vestido con un mojado capote de hule,
resplandeciente por las escamas de pescado, ha levantado un
enorme pez y me grita algo. Creo que quiere mostrarme su
magnífica captura; con gestos le hago saber que no conozco su
idioma. Lanza el pescado dentro de una cesta y limpia sus
manos en un saco, pasa al muelle, me tiende su mano y me
dice: "Bienvenido a Islandia. Sé que esta noche arribaron
viajeros de Alemania. Que os sintáis bien entre nosotros".

Estaba llegando casi al límite de mi ingenio. ¿Por qué? Había


soñado con un país de leyendas y de pronto me reencuentro con
una tierra que nada tiene de leyenda. Encantado me tuvo la
soledad ilimitada de esta isla yerma orillando el mar polar. Y no
fue la noche, la que todo cubre con su velo, incluso los párpados,
para que los ojos cerrados no necesiten mirar aquello que
quieren rehuir. Otra fue la causa: quise 'Volar" cual Lucifer y no
estuve seguro frente al mareo. Sí, ante toda otra causa ésta fue la
que me llenó de inquietud...

Me detuve, pensé y rememoré: todo me arrastró desde hace


años hasta aquí. ¿Son las orillas de Islandia el lugar desde
donde una canción muy popular hizo soltar las velas para el
viaje vikingo? ¿Es ésta la isla de Thule por la que Pytheas
arriesgó la vida? Yo había soñado con un país de leyenda pero
me circunda la más triste realidad. Ningún árbol, ningún
bosque, ninguna flor, ningún campo. Casas monótonas, casas
puestas con egoísmo, entre ellas oficinas comerciales, tiendas
de modas, redacciones de periódicos, cines. Todo da la
impresión de inorgánico, desarraigado, necesario pero no
deseado. Es el aspecto que debieron tener las ciudades de los
buscadores de oro, Cuándo el oro de California o del Klonde
hizo a los hombres cavar hasta que la mayoría de ellos cavó
allí su propia tumba.

Pienso en mis campesinos y campesinas del alto Hesse, a los


que apenas les alcanzan para alimentarse sus veinte o treinta
yugadas de terreno, siempre que cuiden bien sus brazos y elijan
las vestimentas más modestas que sea posible, y que, pese a todo,
no olvidan mantener en alto su dignidad y su amor a la belleza;
mientras, por otra parte, veo que aquí, en la capital de la tierra
de los vikingos y de los escaldos, domina el cliché más
ostentoso de lo peor de Europa; entonces, más que nunca, debo
mirar aún más al norte o al sur.

Un viajero a Palestina, de fe cristiana y muy devoto, una vez


me contó que las impresiones más desagradables de su
peregrinación las había experimentado en la Iglesia del Santo
Sepulcro de Jerusalén: trapicheos y reyertas son allí costumbre
y son contados los días en que no se profane el lugar más
sagrado de la cristiandad con asesinatos. Este viaje a Islandia
debiera ser entonces mi peregrinación. A través de mí, la
palabra expresa la decepción y no puedo callar. No es que las
experiencias que he recogido sean fastidiosas o repugnantes. Si
lo he afirmado, he exagerado o he dicho algo no completamente
cierto. No: aquí, nada tengo que buscar. ¡Así es!

Lo que Reykjavik me puede ofrecer, una Marsella, aunque


me haya abstenido, también me lo hubiera podido ofrecer...

Hoy hay viaje a Thingvellir, convertido en el más


universalmente famoso lugar de asamblea general. Mucho se
ha escrito sobre él. Ningún santo chubasco me lo ha impedido.
Me dejé conducir y pensé en Alemania, y no sólo porque en
las paredes de basalto del Thingvellir encontré escrito en
alemán con pinturas rojas y en mayúscula un "Muera" para el
nefasto dirigente comunista alemán. En el albergue Walhall
tomamos café y comimos pan dulce, después regresamos en
automóxil a Reykjavik. Ningún árbol, ningún arbusto, ni
siquiera un matorral nos ofreció lo que es la riqueza de la tierra.
Y lo que desde Reykjavik tomé por una cadena de montes
resultó ser un desconsolador amontonamiento de conos de
ceniza volcánica. De seres vivientes, lo que vimos durante el
viaje fue una amazona sobre un pony, tres ovejas madres con
otras tantas crías, unos poquísimos jirones de hierbas amarillo
verdosas y secas, y algunos apelotamientos de líquenes
islandeses moteados de minúsculas florecillas.
Finalizamos el recorrido sobre una carretera asfaltada
recta entre casas feas en dirección a nuestro hotel.

Mi habitación es confortable y acogedora. Una cama, un


escritorio, una silla de acero, un armario empotrado y, en las
paredes cuadros de pintores islandeses. Son cinco cuadros de
cuatro pintores. Sus marcos cercan árboles nudosos de amplia
copa y espléndidos verdes. ¿Los artistas de Islandia añoran el
sur?...

Uno de mis camaradas -somos una veintena los que


vinimos a Islandia- me dijo hace un rato que cuenta los días
que le faltan para volver a casa. Allí, Cuándo llegue, haría
una larga caminata por el bosque Teutoburger.

La palabra islandesa para memoria y recuerdo es minni.

Los artistas de Islandia añoran el sur. Sin embargo, al estar en


el sur, quieren volver a casa, y si tuvieran la opción definitiva de
optar entre el sur o su tierra helada y pelada contigua al mar
polar, definitivamente eligirían esta tierra de hielo. Ya he
planteado la cuestión y esa respuesta me dieron. Fue un pintor.
Nos hemos hecho amigos. Su esposa es alemana. El pintor,
Mansi, y su único hermano, Sveni, son los últimos descendientes
de los más célebres escaldos islandeses, Snorri Sturluson y Egil
Skallagrimson. En poco tiempo, Sveni se trasladará a
Alemania. Tiene 20 años y nunca ha visto un árbol. Existen
algunos árboles y bosquejuelos en Islandia, me dijo, pero él no
había logrado llegar hasta donde están. Sí conoce todos los
glaciares y desiertos.
También Mansi viajará este año a Alemania, por algunos
meses. Nos hemos citado en la rosaleda tirolesa para una
escalada, y ya son cuatro las veces que ha escalado y pintado en
este monte majestuoso. Esos cuatro cuadros no los vende por
nada. Me los ha mostrado. ¡Cuánto ha de amar la rosaleda!

"Ha llegado el momento de irme de Reykjavik", dijo Mansi.


Bien puede entender mi frustración y añoranza por la patria, de
las que Islandia no es culpable, sino yo mismo -y Reykjavik, ya
que ésta no es toda Islandia-. Yo tendría que haber buscado en
su isla patria diversidad de asuntos -y encontrarlos-, y al hacerlo
no debería olvidarme de mirar el cielo islandés.

LAUGARVATN

Domingo. A través de las delgadas paredes del hotel llega música


de jazz, descansaremos aquí durante algunas horas. Los jóvenes de
Reykjavik han llegado en automóviles, por las incomparablemente
malas carreteras, para bailar. Las mujeres están maquilladas y vesti-
das al dernier crí de la moda de hace muchos años; los hombres
jóvenes y adultos visten bien, deportivos. Todo es música de baile
muy trillada. Acaban de tocar un foxtrot que por muchos meses, en
Berlín, todas las mañanas de los miércoles me mortificó. Un músico
de patios la cantilineaba en su organillo.

Por la ventanilla miro las leves olas del Laugarvatn, un lago ca-
liente. Un ligero vapor se va enroscando hacia lo alto. Al sureste,
en lontananza, resplandece el lomo niveo del más afamado
volcán islandés, el Hekla.

Fue en el año 1300 Cuándo el Hekla se abrió y escupió "fuego


terrenal".

Oscureció tanto que nadie podía decir si era día o noche. "Al mis-
mo tiempo hubo una erupción en Sikiley que quemó dos diócesis."
Sikiley es Sicilia. Trescientos años después, Cuándo Carlos V era
rey de medio Occidente, debe de haber venido a Islandia uno de
los meninos imperiales, Walter von Meer, donde vio cómo eran
conducidas al Hekla "las almas de los condenados, en un oscuro y
estrepitosamente crujiente barco conducido por un negro".

Por lo tanto, al igual que Sicilia, también Islandia tuvo su monte


de fuego Bel. Ambos, Hekla y Etna, son alimentados por el mismo
fuego, por el fuego terrenal; y el taller del forjador divino
Hephaistos-Vulcanus, que es considerado el esposo de Venus, es el
planeta Tierra.

Dietrich von Bem, el Thidrek de la saga noruega, debe de morar


en el monte Bel...

Hace pocas horas estuvimos en el Gran Geiser. Tuvimos que espe-


rar varias horas hasta que brotó agua hirviente; finalmente, para
provocar una erupción, se le arrojó jabón varias veces al compla-
ciente geiser. Pasado un rato la tierra comenzó a temblar y a
retumbar en un amplio radio y, súbitamente, el gigantesco
caldero de agua arrojó, a empujones, sus espumeantes flujos y su
borboteante vapor. El chorro hirviente, en sus más enérgicas
propulsiones, debe de haber llegado a una altura de cuarenta
metros. Después, la marmita terráquea volvió a quedar desnuda y
vacía. De Cuándo en Cuándo todavía se elevaban, borboteantes,
unas nubes de vapor. En las insondables profundidades de la tierra,
los gnomos trasgueaban. Sobre el ancho valle se asientan vapores
densos, el aire se impregna de olor a azufre. Oprime el pecho.

Siniestramente bello debe ser estar junto al geiser en una noche de


invierno o en un día de pleno invierno, que es igual que la noche.
El niveo sudario se aposenta sin fin y rasante cubriendo las
tierras; la tempestad polar aulla; las nubes de vapor sisean; la tierra
gime. En ninguna parte hay un ser viviente. Quizás en algún sitio
flamea el chorro de fuego de algún volcán. Surcan el espacio y giran
silenciosos, sobre el cielo, los colores de la aurora boreal. Es
probable que aquí, durante el invierno, las estrellas luzcan más
luminosas que por allá entre nosotros. Estamos en verano y,
permanentemente, es de día.

REYKHOLT

La casa donde pasamos la noche clara es un nada bonito cajón


de hormigón, que durante el invierno hace las veces de escuela.
Son las diez horas de la más clara de las noches de solsticio de
verano.

Estoy en mi habitación y escribo. En la planta baja hay una


gran piscina alimentada por agua de manantial caliente, en la
que retozan mis camaradas. Hasta yo, agotado por el largo y
pesado viaje, abandoné el agua reconfortante a regañadientes.
Mi traje de baño, que dejé colgado a secar sobre la
calefacción, ahora huele levemente a azufre.

El sol está alto en el noreste, el cielo refulge con los más


vivos colores y una neblina muy ligera y apenas perceptible
atravisesa el ancho valle atravesado por el Rekjadalsa. A lo lejos
ascienden nubes de vapor de los manantiales calientes. Desnudos
están los picos del Skaneyjarbunga y del Steindorsstadaöxl;
desnudo también está el Reykholtsdalur. En ninguna parte hay
un árbol. El mezquino verde de diminutas praderillas le da a la
tierra un aspecto aún más muerto; que lo está de todos modos.

No creo que pudiera pasar aquí mi vida por propia


decisión. Tendrían que forzarme a ello, y añoraría con todas las
fibras de mi corazón los bosques y praderas de mi patria.

Justamente aquí, en Reykholt, hace exactamente setecientos


años, vivió el portavoz de la ley y escaldo Snorri Sturluson. Su
baño caliente, cerrado por un muro circular, existe todavía y
queda a pocos pasos del albergue, vecino a míseras cabanas de
turba, de las que asciende humo. ¿Habrá escrito Snorri,
contemporáneo de Wolfram von Eschenbach y Walter von der
Vogelweide, de Peire Vidal y Peire Cardinal, en una choza tan
miserable la Edda menor y la historia de los reyes noruegos
Heimskringla? ¿No habrán guiado su pluma la añoranza por su
patria perdida y la fe de su padre caída en el olvido, ya que durante
las largas noches invernales el frío helado y la oscuridad más
negra, sólo muy de Cuándo en Cuándo aclarada por la aurora
boreal, pesaban sobre su casa de trabajo, tan apartada del
mundo?

También en Borg, cerca de la cual pasaremos mañana, vivió


él durante mucho tiempo, en la misma casa donde se habría
sentado su antecesor Egil Skallagrimson doscientos años antes
que él, Cuándo no tomaba parte en los osados viajes de
vikingos sobre el vasto mar y las tierras lejanas.

Alrededor de la casa aulla y brama la tempestad. Voy a reunirme


con camaradas. Es la noche del solsticio de verano en el país de las
Eddas.

Una hora después. Pronto empezará el nuevo día. Mientras el


sol cada vez se inclina más hacia el norte, miro al
Steindorsstadaöxl. El juego de colores sobre el calvo roquerío fue
sublime, detrás se extendía la interminable superficie del glaciar
del Langjökül, solemne y serio. Hasta donde alcanza la vista, las
tonalidades iban de los malvas más sutiles al rojo más fogoso, del
blanco más resplandeciente al grisnegro más apagado. Sobre el
pequeño prado de una casa de labor del otro lado del río,
señalada en mi mapa como Hoegindi, se mueven unas
manchitas. Con los prismáticos miré bajar lentamente hacia el
río ponis islandeses. La casa estaba tranquila. Dirigí la lente
al Steindorsstadaöxl. Las pendientes, que aumentaron
ligeramente, acababan a media altura ante murallas de basalto
abruptas. Si no me engaño, las manchas negras que había
notado eran entradas a cuevas. Junto a mí sonó la voz de un
camarada preguntándome si otra vez buscaba cuevas. Ante mi
respuesta afirmativa, me propuso trasnochar y emprender la
subida al monte, ya que era la noche del solsticio de verano, y
aunque el cauce del río Reykjadalsa es ancho, hay un vado
bastante cerca.

Antes de cenar fue a explorar el río y allá vio pasar una


carreta campesina. También podríamos vadearlo nosotros
hasta la otra orilla y subir a las cuevas, porque él creía que allí
arriba habría cuevas. No titubeé ante la propuesta y nos
pusimos en camino. La tempestad por poco nos derribó.
Llegamos al río, nos quitamos los zapatos y medias, nos
arremangamos bien los pantalones y nos metimos al agua.
Estaba tan helada que me faltó el tiempo para ganar lo más
rápido posible la otra orilla. Una maratón hasta la granja
Hoegindi, por uno de los caminos no expuestos al viento
tormentoso, nos hizo pulsar la sangre. El monte era menos
escarpado de lo que parecía. Alcanzamos nuestro objetivo en la
roca basáltica. Habíamos errado. Lo que habíamos tomado por
cuevas eran pasos engastados en la roca, semejando grutas de
las que fluían arroyos y regueros en cascada hacia el valle. Nos
regalamos un descanso junto a la más hermosa de las caídas de
agua. Miramos al sol. Miramos hacia Reykholt, que
profundamente bajo nosotros parecía de juguete. Estuvimos
observando por muy largo tiempo el glaciar del Eyriksjökküll,
que se nos ofreció por primera vez. Yo no recuerdo quién de
ambos fue el que rompió el silencio, aunque eran pocas las
horas que habían transcurrido.

Dije: hay una palabra india, titthakara, que originalmente


significó buscador de vados y designaba a los hombres que lograban
encontrar un vado donde ya otros habían buscado, en vano, un
camino hacia la otra orilla. Un títthakara de este tipo, en
sentido figurado, también indicaba un vado desde la orilla de
esta parte hacia el más allá. Lo que significa que él sabía
conducir por la oscuridad abismal que está delante de los hombres
y que los separa de lo que ellos pueden descubrir sólo después de
la muerte -por más que sigan portando dentro de sí el problema
permanente: ¿cómo podríamos pasar ahora en espíritu al otro
lado, hacia lo que nosotros conocemos sobre el allá, para poder
comprender el aquí, así como su sentido?-. Hubo hombres
serviciales que dieron al interrogador la respuesta que ellos,
buscadores de vados, por sí mismos en su espíritu habían
encontrado. La palabra india titthakara en la actualidad designa
a aquellos que calificamos como herejes.

Con agrado recuerdo las palabras que dijo mi camarada.


Nunca lo interrumpí. Mientras tanto, subía con suma cautela el
disco solar colgado de leves nubéculas púrpuras, sobre alturas
desnudas. Fluían las aguas buscando el valle y cantando. ¿No
me equivocaba? En el Reykholtsdalur, donde el río se ensancha
cual mar, había cisnes: cisnes cantores. ¿O el viento había
encontrado, en los abismos y simas, un arpa eólica? Un cantar
recorría esta noche de solsticio de verano. Y así habló mi
camarada, de pensar más "cristiano" que yo:
"Mientras el cristianismo con preferencia se ocupa de los hom-
bres y a la naturaleza la anatematiza como contraria a lo
divino o la entrega a las manos de una ciencia y una técnica
ateas, para el paganismo la naturaleza en sí estaba "plena de
dioses", todos los acontecimientos eran palabras y actos de
genios y espíritus. En este sentido hay que calificarlo de más
devoto, más deísta y más cristiano que lo que finalmente resultó
ser voluntad de poder e intransigencia legal, tanto en el
catolicismo como en el protestantismo, y más a menudo
inspirado por Roma y Judea que por Cristo.

"La nacionalidad originaria es inseparable de la autoridad de


los dioses, completamente comprometida con el pueblo. Este
nexo causal espiritual impregna el nexo causal sanguíneo y sólo
entonces otorga a un pueblo la última unidad pujante. Es por esta
causa que la Edda canta: 'En los tiempos antiguos, Cuándo las
águilas cantaban, fluían aguas santas desde los montes del cielo'.

"Cada pueblo, sí, cada tribu, ve a sus propios dioses


claramente diferentes de los otros. Ve en ellos los poderes que
generan coaligados como unidad, dirigiendo emigraciones y
guerras, inspirándose en la recopilación de leyes
consuetudinarias y en preceptos de leyes. Los dioses son tan
indudablemente reales como lo son las lenguas y los pueblos.

"Estos dioses del pueblo y dioses de tribus están en estrecha


relación con el paisaje, con los centros de interés de los lugares
sagrados nacionales, templos, florestas, manantiales o montes.
Se puede experimentar cómo determinados lugares -cuevas o
precipicios- son puntos de convergencia de fuerzas planetarias o
estelares. Un árbol surgiente es considerado como centro en el
que el elemento agua y el elemento tierra van emergiendo desde
abajo mientras que el elemento aire-luz-fuego se va
sumergiendo desde arriba.

"En este tiempo remoto no se encuentra lo divino en un más


allá accesible solamente a la 'fe'. Lo divino no entrega el
mundo a una legalidad mecánica, sino que la naturaleza es, por
encima de todo, la faz más poderosamente expresiva de las
actividades divinas.
"Ante todo, los pueblos germánicos de la antigüedad
recibieron sus más profundas revelaciones espirituales de la
naturaleza. Sus dioses eran dioses naturales; sus misterios,
misterios de la naturaleza. El alma germana primero estuvo
sumergida en el soleado y casto sueño de las manifestaciones
espirituales de la naturaleza. En la época del dios Baldr, el
favorito de los dioses y los hombres.

"La historia más antigua no puede ser comprendida si no se


ve Cuán decisivamente fue dirigida por los lugares sagrados
esparcidos por el país, así como por focos y centros de fuerza. Ni
hombres aislados, ni las razas y pueblos como tales, esto es, como
grupos pasajeros de seres mortales que lucharon o se aliaron
entre sí, fueron los que determinaron la historia antigua, sino
aquellos que en los grandes templos fueron revelando los
poderes divinos y desde allí los irradiaron a las regiones pobladas
del país. Las tribus germánicas se remitieron en los momentos
clave a sus lugares de culto: a Irminsul en el bosque Teutoburger
o a la pitonisa Veleda en las fuentes del Lippe. Creían que el
espíritu nacional se revela sin intermediarios y señala el destino.

"De aquí proviene que, para someter a un pueblo, lo primero


es destruir completamente sus lugares sagrados. Bien se sabía que
de ese modo se hace blanco justamente en el corazón palpitante.
Si algunos grupos de parientes y familias aislados sobrevivían en
casas de campo más allá del país, entonces eran despojados de
sus lugares sagrados y con esto quedaban privados de la relación de
sus dioses, convirtiéndose entonces en una mera suma de hombres
desorientados y desarraigados, en un pueblo sin capacidad de
combate. De ahí que ya los romanos se empeñaron en persuadir,
por medio de donativos y de amenazas, a la pitonisa Veleda, para
influir sobre los príncipes de las tribus germánicas. Y el rey Karl,
igual que Varus y Germanicus, siempre dirigió sus expediciones
militares a la zona de los bosques de Teutoburger, porque en ese
lugar, línea de demarcación de varias grandes tribus, palpitó el
corazón del culto de la Germania.

"Sólo se entiende el tiempo mítico Cuándo se tiene claro que


aquí el individuo aislado no ha aparecido aún. En la convicción
no viven pensamientos individuales y voluntades individuales,
sino el cumplimiento de órdenes nacionales. Su naturaleza no
sólo está colmada de dioses, sino también de las almas de los
muertos. Rodeados por los espíritus de ancestros, que se esfuerzan
por revivir en sus nietos, marchan los germanos al combate.
Cada uno, acompañado por los númenes y por las valquirias, se
sabe, ya con cuerpo vivo, ser inmortal, miembro de una columna
sobrenatural conducida por los dioses, que anda rugiendo en los
sucesos de la atmósfera. Todavía posee la facultad de ver a los
héroes muertos en las cercanías de la colina sepulcral como
visión luminosa. Toda la vida es un drama de espíritus, dentro de
la cual están unidos lo vivo y lo muerto.

"Tras 'mítico' y 'mito' debemos ver revelaciones de un


pasado lejano, en que el hombre fue directamente entregado a la
superioridad de un mundo divino. Querámoslo o no, hoy
permanecemos alejados de todo lo mítico. El campo del hombre
moderno son las ciencias naturales, la técnica y el modo de
considerar la historia que mira los acontecimientos
superficiales y a los 'dioses' como superstición. La cristiandad
clerical fue, desde este punto de vista, no menos
intelectualista que las modernas ciencias naturales. La mística es
inseparable de la revelación de los poderes divinos. Éstos nos
son hoy secretos. El hombre moderno no vive en inspiración
cósmica, sino que piensa y actúa fuera de sí mismo dentro de un
mundo de cosas.

"El mito tampoco tiene que ver con la 'creencia' ni con 'la
profesión de fe'. Toda creencia será mucho más necesaria sólo
Cuándo la existencia de los dioses se eclipse y el hombre deba
añorar lo perdido en el alma, la creencia y la confianza. Si
nosotros reconociéramos el mítico mundo de los dioses y en él
las raíces de las nacionalidades como lo que son, entonces
estaría de más toda consideración externa. El mítico mundo de
los dioses de ninguna manera es un producto poético de los
hombres; el hombre, mucho más, es un producto de los dioses
actuales. Primero, al hombre se le reveló la imagen del hombre en
la divinidad. Antes que él se pudiera ver a sí mismo, el Dios se
puso ante él; su imagen precedió a la humana. Lo que la forma y
la especie humana podía y debería ser, el hombre lo ha aprendido
de la manifestación de lo divino. Siempre, en el inicio, está el
Dios. Cuándo las formas míticas son productos de una fantasía,
entonces no son productos de una fantasía humana, sino de
una divina, que se ha ido poetizando al interiorizarse en los
hombres. El hombre mítico es entregado a la fantasía universal
que, por encima de toda arbitrariedad, en rigurosa organización
de imágenes y de palabras vive sus cosmologías e himnos como
en la propia naturaleza: en las plantas y los animales, en las
estaciones del año y las órbitas planetarias. Él dice la verdad,
Cuándo concibe sus fuerzas espirituales como actividades de un
mundo de dioses. Una humanidad así todavía está abierta al
cosmos; de alguna manera, sin piel ni límite.

"Los orígenes de la religión no hay que buscarlos en los


hombres, sino en lo divino. Es Dios quien primero ilumina,
obra y habla al interior del hombre visionario abierto, antes que
éste logre expresarse a sí mismo, pensarse a sí mismo y hacerse a
sí mismo en el yo soy. La religión primigenia es una unión de lo
divino con lo humano y, en cierta medida, la génesis evolutiva
del hombre en su organización corporal-anímica a partir de lo
divino.

"El hombre mítico es alimentado y formado por el cosmos


como un embrión en la matriz. La manifestación de la divinidad,
de la que toda religión toma su origen, no sólo no es ninguna
locura, sino que es, de todas las realidades, la más real. Ella crea
de las hordas la comunidad, y de la comunidad crea al pueblo.

"La nacionalidad original no vive en un insensible recinto de


objetos, sino en un mundo repleto hasta los bordes con lo
significativo, con lo expresivo, con lo sacrosanto. La vida
humana gana significación consagratoria, sacerdotal. Cada
revelación de lo divino abre también el ánimo humano, y su
consecuencia directa es el hacer creativo. El hombre debe
confesar lo monstruoso que lo ha conmocionado. Lo más loable
de este gran lenguaje es el culto; su lengua se ha convertido en la
más ajena de todas para nosotros. Mientras reduzcamos los cul-
tos a codiciosas consideraciones utilitaristas de los hombres frente a
los dioses, sólo habremos mal interpretado la más venerable
revelación de la antigüedad, desde nuestra propia conducta
egoísta.
"En vez de medirnos en relación con la grandiosidad del pasado
y de elevarnos en consecuencia, medimos al pasado en relación con
nosotros.

"El culto es un servicio universal. El acto primitivo del culto


puede expresarse con los brazos abiertos extendidos hacia
arriba. Con él el hombre entero se convierte en ademán
expresivo, que, como en estado embrionario, contiene todo
aquello que el hombre sólo puede recibir del mundo y puede
dar al mundo. En él se pone en pie, entre el cielo y la tierra, y
será intermediario de lo de abajo a lo de arriba, de lo de arriba a
lo de abajo. El coro primaveral de los niños sobre un césped
florido en torno de un árbol es ya, por lo tanto, un verdadero
acto de culto. Los niños todavía no están tan amurallados
como los adultos. Ellos no comprenden el mundo con la
razón, sino con el alma, con la respiración y con el latir del
corazón. Un día de primavera luminoso es por sí mismo un
cantar y un regocijo, la danza en corro de los elementos
oscilantes hacia arriba y hacia abajo y del espíritu elemental,
estímulo en consonancia con los niños receptivos. Los cultos
no son 'símbolos' abstractos o meros 'actos solemnes
conmemoracionales', son la actualidad avasalladora de una
potencia universal. Aquí no se teoriza todavía sobre mundo y
Dios, sino que se les sirve con profunda emoción.

"El máximo pináculo del culto, por cierto también el más


enigmático, es el sacrificio. Algunos propósitos egoístas en
relación con lo divino deberían considerarse como
degeneraciones posteriores. Sólo el hacer humano puede
consumar un sacrificio primitivo, porque en el sacrificio se
expresa una relación universal. El sacrificio no origina ninguna
avidez egoísta ni trata de granjearse de manera cobarde las
simpatías de un poderoso, sino que origina una riqueza interior
que se quiere manifestar a otro donante de vida.

"La vida de los hombres por sí misma es, tanto en su hacer


como en su soportar, un gran fuego de holocausto del que
participan todos los elementos, seres naturales y dioses. El
hombre no sólo recibe, sino que da. En su hacer del culto
radica buena parte de la salud y el orden del mundo; hasta los
mismos dioses dirigen la mirada sobre estos hombres que en
el actuar desinteresado se van transformando en alegoría de
las fuerzas creadoras. También el sol sacrifica Cuándo hunde
sus rayos en la tierra. El vapor de agua que remonta hacia lo
alto, la vida de las plantas, sus colores, aromas y frutos son
una polifónica respuesta de sacrificio de la tierra a la acción de
sacrificio del cielo.

"El sacrificio original no tiene ningún fin fuera de sí mismo.


No debe originar nada, pedir nada ni causar encantamiento.
Lleva su realidad en sí. El hombre manifiesta por su intermedio
su incorporación a la gran comunidad universal de todas las
fuerzas y seres. El que en la naturaleza los seres vivos se comen
unos a otros es sólo una expresión parcial del dar y el recibir, que
señala que nada está egoístamente terminado, sino que todo da y
recibe.

"La profunda unión de los germanos antiguos con las fuerzas


de la naturaleza condiciona la múltiple manera en que éstas se
sacrifican y, debido a esto, se mantiene con ellas la comunidad de
vida. Se ofrecen sacrificios a los espíritus de la fuente y del árbol
encendiéndoles luces, por medio de himnos y de proverbios (o
poesías de una sola estrofa), por medio del sacrificio de animales
y de plantas. Se venera la fuerza vital en los árboles, Cuándo se les
cuelgan de sus ramas flores, cintas y frutos o se les rodea cantando y
danzando. En las más lejanas épocas se construía la vivienda
rodeando el tronco de un árbol vivo y se crecía así compenetrado
en el dar y recibir con estas fuerzas.

"Esta naturaleza común entretejida de dioses fusionará a


los hombres en comunidad. Según Tácito, los germanos se
oponían a limitar a los dioses en espacios cerrados o a venerarlos
en imágenes con formas humanas. Esto era incompatible con
su grandiosidad. Floresta y bosques les fueron consagrados y
llevaron los nombres de los dioses de aquel secreto que ellos
sólo podían ver por medio de una devota adoración.

"Los cristianizados, al arrasar las santas florestas para construir


con madera iglesias cristianas, arruinaron la vida en común con una
naturaleza espiritualizada, vieron en los árboles sólo material muerto
y prepararon la extrañeza de la naturaleza y la falta de respeto para con
ella, y, como consecuencia, el hombre moderno mira todo lo que lo
rodea solamente como material aprovechable para sus fines y
usufructo.

"A pesar de que la historia mítica se asienta en épocas


nebulosas, es indudable que no sólo pertenece al pasado, sino
que es la permanente fuerza de toda la historia, aunque
posteriormente disimulada. La historia refleja en los
acontecimientos exteriores aquello que el mito, conformado
simbólicamente, ya ha anticipado. Por lo tanto, incluso detrás
de la historia exterior están por doquier los poderes míticos,
aunque éstos, para la conciencia adormecida de los tiempos
actuales, no se manifiesten como tales, sino solamente mediante
sus incomprendidas repercusiones. Precisamente allí donde los
mitos, medidos superficialmente, se manifiestan totalmente irreales
y ahistóricos, se asienta su realidad metafísica.

"De los verdaderos historiadores deberíamos exigir la


superación del primer plano dado al materialismo y al
psicologismo. Cuánto más mística sea una realidad menos
coincidirá con una determinada realidad en la superficie del
espacio y el tiempo, más bien, a éstos, los invade y los gobierna.
La obra tejida está muerta, no posee ninguna fuerza
procreadora. Sobre ésta sólo gobiernan los poderes míticos,
de los que junto con Schiller se puede decir: 'Sólo aquello que
nunca en ningún lugar ha acontecido no envejece jamás'. Una
personalidad histórica será tanto más importante, Cuánto más
expresión otorgue a estas potencias, Cuánto más místico sea él
mismo.

"El paso de las potencias de los dioses hacia la historia


exterior forma las sagas y los héroes y heroínas que en ellas viven.
Éstos, como dioses que adoptan forma humana, o como hombres
que se elevaron hasta la consagración de dioses. Ellos son algo
parecido a fundadores de ciudades o legisladores desde la raíz
de la historia humana, que guardan cierta relación con
determinados acontecimientos históricos concebibles y que
conducen más allá, hacia los sacerdotes y reyes de la historia más
lejana.

"Dentro del ámbito de las sagas se pasa de lo ahistórico y lo


suprahistórico, imperceptible, a lo histórico. Sin embargo, la
saga no caracteriza los acontecimientos inmediatos tal como el
historiador está acostumbrado a verlos. Partiendo de su criterio,
se tendría que hablar de 'distorsión fantástica' y de 'ficción'.
Una ficción de esta categoría puede ser más verídica que la
historiografía moderna, porque en la conformación de la saga el
alma popular se expresa por sí misma sobre fuerzas
determinantes de su pasado. La saga trae estas fuerzas en
imágenes que de ninguna manera pretenden describir
acontecimientos externos, sino aquellos destinos esenciales vi-
gentes en ellos. Precisamente son los historiadores los que
deberían analizar muy seriamente las sagas que se han tejido
alrededor de, por ejemplo, Arminius, Teodorico o Alejandro.

"Si comprendiéramos correctamente los signos del tiempo, hoy


nos dedicaríamos a las figuras de los dioses y los héroes, no
porque tengamos a disposición la documentación
correspondiente o porque ésta haya sido considerada alguna vez
como real por los hombres, sino porque nosotros mismos
haríamos el esfuerzo de ir pasando desde los primeros planos
ideológicos hacia regiones más profundas. Los testimonios del
pasado nos resultarían sintomáticos porque comenzaríamos a
acercarnos lentamente y con presentimiento al polimorfismo
creador o destructor de las potencias universales.

"El comienzo del ocaso de los dioses, que simultáneamente es


la disociación del hombre ligado a la tribu, fue preparado por el
relajamiento de las rigurosas reglas familiares que en la
antigüedad representaban la unión de lo particular con los
poderes de los dioses, los héroes y los ancestros. El hombre
individual se libera de sus lazos cósmicos y de consanguinidad. El
ocaso de la sangre es, al mismo tiempo, el ocaso de los dioses. La
sangre pierde su significación espiritual, se seca, y los ancestros
callan. Se inicia la lucha de todos contra todos. En el lugar de la
sabiduría divina de los mitos se coloca el intelecto mecánico; en
el lugar de la interpretación del culto, la eficacia egoísta en el
mundo de los objetos. Estos sucesos humanos se reflejan en el
cosmos como la derrota de los dioses luminosos ante los poderes
oscuros. De este modo patético lo expone la Edda: el miedo invade
el mundo, hasta los mismos dioses se sienten amenazados por la
muerte de Baldr, porque éste, como ninguna otra figura, es la
expresión más luminosa de la espiritualización de la naturaleza.
"En el combate final de sus dioses populares, en el ocaso de los
dioses, las características nacionales míticas de la antigüedad
experimentan en sí su caída: Thor lucha con la serpiente
Midgard; por cierto la vence, pero al dar, a continuación, nueve
pasos más cae muerto por su veneno. Odín será tragado por el
Lobo, cuyas fauces se abren como el espacio entre el cielo y la
tierra; aquí uno recuerda que el genio tutelar de Roma es una
loba.

"De inmediato, sin embargo, acaece la peripecia: el hijo de


Odín, el taciturno Widar, mata al lobo, mientras despedaza sus
fauces. Baldr, una vez más, retorna y revela otra vez a los
hombres resucitados el secreto de los dioses de la tierra y el
cosmos: 'Yo veo una sala más clara que el sol, recubierta de oro,
sobre los montes Gimil. Allí morarán apreciados príncipes y
disfrutarán eternamente del honor. Allí cabalga el Poderoso
hacia el Consejo de los Dioses, el Fuerte de lo Alto, el que todo lo
dirige'. Él decide la contienda, zanja los desacuerdos y
reglamenta los preceptos coeternos. Así canta la Edda. ¿Quién
es aquel Fuerte de lo Alto', aquel vencedor de los poderes de la
muerte y del odio? ¿Quién es el que anima a los hombres, que
se han ido aislando después de la caída de los dioses, a
constituirse en comunidad, el que obliga a su egoísmo a cumplir
un servicio desinteresado y no reduce la libertad a la nada, sino
que la santifica?"

Le di la mano a mi camarada, y pensé para mí: aquel


Fuerte de lo Alto es el sol portador de luz, cuyos hijos hemos de
ser nosotros. En el Nuevo Testamento, él se llama Apolión. A
él no se le hizo justicia.

Se oyó un cantar en esta noche de solsticio estival sobre


Islandia. ¿No habrá sido música de los astros que anuncia la
muerte y el retorno de Baldr? Antes de que este dios muerto
fuera consumido por las llamas sobre la madera de espino, el
dios padre del universo Odín le susurró al oído la palabra de la
suprema sabiduría. Esta palabra podría haber sido
pronunciada por Lucifer; también Lohengrin o Helias. Este
caballero del cisne tenía que traer al pueblo cristiano un alegre
mensaje...

Antes de que regresáramos a Reykholt, recogí una piedra.


En casa la sumaré al trozo del friso del templo delfico y a aquella
piedra de las ruinas de Montségur que interpreté.
PARADA

Este libro nació de las hojas del "Diario de mi vida" y fue


escrito en una pequeña ciudad del alto Hesse; en el centro del
territorio de mis antepasados paganos y de mis ancestros herejes.

Sobre mi escritorio descansa el manuscrito del libro que


ahora quiero terminar. Las páginas escritas en apretadas líneas
están bajo el peso de una piedra de un trozo del friso del templo de
Delfos. Otras dos piedras deben cuidar que las hojas del
"Diario de mi vida", respetables legajos puestos a mi derecha y
a mi izquierda, no queden desordenadas o sean barridas por una
ráfaga de viento.

La ventana de mi habitación está abierta. Hace un rato,


luego de un día de calor sofocante, se descargó una fuerte
tormenta. De los árboles y arbustos caen abundantes gotas.

Se escucha el leve tic-tac de mi pequeño reloj, que señala


el paso de las horas con muy buen tono. Me lo obsequió una
anciana señora que ya no está entre los vivos y que ahora sabe
hasta de las más mínimas cosas. Sabe más que todos nosotros.

Mis ojos ponderan las cuartillas del "Diario de mi vida", las


de la derecha y las de la izquierda. Estas últimas han
cumplido su objetivo, de ellas proviene este libro. Las
guardaré bajo siete llaves, pero de Cuándo en Cuándo he de
leerlas: contienen apuntes que han sido hechos para mí y que
no deberé olvidar jamás.

De las cuartillas de la derecha, mañana temprano quitaré


aquella piedra que traje de la aislada y desértica Islandia y la
hoja de encima para dejarlas que digan sus palabras una tras
otra, para un nuevo libro que comenzaré mañana, y esta obra
como diario tendrá como objetivo la continuación de mi viaje.
La cuartilla de encima fue escrita teniendo a la vista el Cabo
del Norte islandés, en el círculo polar nórdico; las otras, en su
mayor parte, en el corazón de Europa: en mi patria alemana.
Algunas pude llevarlas conmigo desde la zona de influencia
de dos volcanes hasta mi casa: desde el Vesubio y desde el
Etna, que en la Edad Media se llamó Bel.

Junto con las cuartillas del "Diario de mi vida" de mi


izquierda, guardaré la piedra que las carga. Interpreté hace
mucho tiempo esta piedra de las ruinas de la fortaleza
pirenaica y Castillo del Grial, Montségur. Después quedará
vacía la tercera parte de la izquierda del escritorio, a la espera de
su nueva realización. Las cuartillas, para las que dejará lugar
esta tercera parte, serán protegidas contra el desorden por otra
piedra: un ámbar amarillo dorado.

Hace un rato se descargó una fuerte tormenta. Los truenos


no querían cesar. Desde el cielo, en el que el sol todavía
permanece invisible detrás de las negras nubes que pasan
corriendo, cruzan nerviosamente el espacio rayo tras rayo
cayendo a tierra, a la que impactan con estruendos. ¡Cuánto
debe de haber padecido la Gran Madre! Quizás en este mismo
momento un campesino esté ante sus pocos bienes, que,
llameando luminosamente, serán consumidos por el fuego. En el
corazón del campesino se fragua un forjador: el dolor. El
corazón humano debe ser un yunque. Al corazón dolorido le
duele Cuándo no es lo suficientemente duro.

Un zumbido penetra en mi oído: sobre la repisa se arrastra


una abeja cuyas alas quedaron tullidas por el agua de la
tormenta. Sólo Cuándo el sol vuelva a salir, la humedad
evaporable de las alas, que el Maestro divino tan
portentosamente ha creado, ascenderá al cielo. Durante la
noche, la humedad se atesorará en forma de rocío caído dentro
de un cáliz florido y centelleará cual piedra preciosa. La abejita
bebe el rocío; Cuándo lo haya absorbido podrá penetrar en las
profundidades de la flor. Allí descansa el alimento para el frío y
desflorecido invierno: encantadora, amarillo dorada miel.

Nuestros ancestros elaboraron la hidromel con miel de abeja


para poder beber Minne. Minne es recuerdo, y recuerdo significa
un paraíso del que nada puede ser expulsado. Los germanos
paganos creían que las abejas son el resto que queda de la
antigüedad de oro, del paraíso. Ellos untaron los labios del niño
recién nacido con miel santa, extraída de flores de manzano, de
rosas y también de margaritas; por esto, los islandeses las
llaman "ojos de Baldr". Además de todas las flores de
árboles, arbustos y plantas, las abejas aman un árbol: el fresno.
A veces se pasan de a cientos o miles sobre la dulce savia del
fresno y la absorben. Y esto permite decir a la Edda que del
fresno universal Yggdrasil, del Árbol de la Vida, gotea el rocío
como "como caída de miel" y así va alimentando a las abejas.
El fresno universal es la Vía Láctea en el cielo nocturno.

Los anglosajones la llamaron Camino de los Arios y en Suecia


se llama Camino de Erich. Erich es un nombre del diablo. Por
fin, el sol ha aparecido a través de las nubes, sus rayos oblicuos
hacen que todo brille y centellee. El bosque exhala vapor. Mi
pequeño reloj pronto repicará siete veces, a las nueve es de
noche. Entonces saldré de casa. Conozco un camino de bosque
cercano, orillado por abetos majestuosos. Viene de una franja
de tierra de labor que se llama El Hombre Libre y lleva, pasando
por el Monte de Espinas, a Ransberg. Allí hay una dehesa: el
jardín de rosas. El camino se llama Diebsweg, Camino de
Ladrones.

Yo llevo conmigo a Dietrich...*

Iré por el muy antiguo Camino de Ladrones y siempre


mantendré frente a mis ojos la Osa Mayor. Esta constelación
en el cielo septentrional, en tiempos lejanos, ostentó el nombre
de Arktos, o Artús, o Arturo, o Thor, o Antiguo Abuelo.
También el oso Thor, el Antiguo y Grandioso Padre, el
gobernador de las fuerzas divinas de las Eddas, desea, como
todo oso, la miel virgen acumulada durante la primavera y el
verano por las incansables abejas. Como hidromiel, la bebieron
nuestros antepasados en los jardines de rosas. Junto a Thor y a la
Minne muerta.

Aunque todavía tullida, la abejita alza vuelo, gira en torno de


la mesa en la que escribo y se pierde en la noche, tal vez la pase
en un rosal silvestre.

Y mañana será un nuevo día.

* En alemán, Díetrích significa "ganzúa" (N. del T.).


FUENTES

Tomando en consideración el deseado tipo "poco científico" de


esta obra, creí que debía rehusar añadir notas a pie de
página o pruebas documentales. Pero, para mí, es un deber
indicar aquellos libros, escritos y ensayos que he citado o que,
preferentemente, he consultado:
Albert, G., "Der Jesuitenorden", en Cuadernos Mensuales
Nacionalsocialistas, 1936.
Aroux, G., Les mystères de la chevalerie et de
l'amourplatonique au
moyenage, 1858.
Bachofen, J.J., Urreligion und antike Symbole, 1926.
Baur, E, Das manichäische religionssystem, 1928.
Broeckx, E., Der Eintrítt des Christentums in die Welt, 1930.
Eggers, K., Die Geburt des jahrtausends, 1936.
Evola,J., Erheburg wider die moderne Welt, 1935.
Fülop-Miller, R., Macht und Geheimnis der jesuiten, 1932.
Gibbon, E., Die Germanen im römischen Weltreich, 1935.
Grimm, J., Deustsche Mytologie, Redslob (ed.), 1934.
Hartmann, O. J., "Volkstum und Götterwelt", en Die tat,
1935.
Henke, E. J., Konrad von Marburg, 1861.
Heunig, R., Von rätselhafien Ländern, 1925.
Hert, W, Gesammelte Abhandlungen, Von der Leyen (ed.),
1905.
Heusinger, C. E, Geschichte des Hospitals Sanct Elisabeth in
Marburg, 1868.
Hófíler, O., Kultische Geheimbünde bei den Germanen, tomo
1,1934.
Jiriczek, O. L., Die deutsche Heldensage, 1808.
Kaufmann, A., Cäscarius von Heisterbach, 1862.
Krebs, R., Amorbach im Odenwald, 1923.
Kunis, H., Widenberg, die Gralsburg im Odenwald, 1935.
Lea, H. Ch., Geschichte der Inquisition im Mittelalter, 1905-
1913.
Leschtsch, A., Der Humor Falstaffs, 1912.
Niedner (ed.), "Thule", en Islands Besiedlung und älteste
Geschichte,
tomo XXVIII, 1928.
Ninck, M., Wodan und germanischer Schiksalsglaube, 1935.
Raab, G., Ewiges Germanien, 1935.
Rehorn, K., Der Westerwald, 1912.
Ruland, W, Die schönsten Sagen des Rheins, 1934.
Schaeder, H. H., Urformen und Fortbildung des
manichäischen
Religions-system, 1927.
Schmidt, K., Histoire et doctrine de la secte des Cathares ou
Albigeois, 1849.
Simrock (ed.), Wartburgkrieg, 1858.
Spiegel, E, Die arische Període und ihre Zustände, 1887.
Suhtscheck, E, "Wolframs von Eschenbach Reimbearbeitung
des
Pârsiwalnâmä", en Klio, 1932.
Weschssler, E., Das Kulturproblem des Minnesangs, tomo I,
1909.
Wesendonck, G., Die Lehre des Maní, 1922.
Wesselsky, A., Die germanische Kulturtragödie und
Deutschlands
Erwachen, 1933.
WolfT, K. E, König Laurín und sein Rosengarten, 1932.
Zander, E, Die Tannhäusersagen und der Minnesinger
Tannhäuser, 1858.
INDICE

ESTUDIO PRELIMINAR

EL BUSCADOR DEL GRIAL …………………………………….. 5

LAPARTIDA………………………………………………………25

PRIMERA ETAPA

Bingen del Rin…………………………………………… 27


París……………………………………………………... 29
Toulouse……………………………………………….... 31
Pamiers………………………………………………….. 33
Foix…………………………………………………….... 36
Lavelanet………………………………………………… 39
Montségur en los Pirineos……………………………….. 42
Reprimí una sonrisa……………………………………… 43
Una vez más Lavelanet……………………………… 50
Castillo P. en la Tolosania……………………………... 54
Carcassonne……………………………………………. 56
Saint-Germain en Laye………………………………… 60
Cahors…………………………………………………….. ... 63
Ornolac en la región de Foix………………………… 65
Mirepoix…………………………………………… 71
PortVendres………………………………………… 82
Marsella…………………………………………….. 86
Puigcerdá en Cataluña……………………………….. 91
Lourdes…………………………………………….. 102
SEGUNDA ETAPA

En una noche de viaje………………………………………. 111


Génova……………………………………………………………… 113
Milán…………………………………………………………... 116
Roma………………………………………………………….. 123
Verona………………………………………………………… 128
Merano…………………………………………….. 132
Rosaledas de Bolzano……………………………….. 138
En la cumbre del Freienbühl sobre Brixen…………….. 144
Brixen……………………………………………… 145
Gossensass………………………………………….. 149
Ginebra……………………………………………. 155
A la vera de un camino del sur de Alemania…………… 163
Worms…………………….……………………….... 169
Michelstadt en Odenwald…………………………….. 172
Amorsbrunn…………………………………………. 175
Amorbach………………………………………….. 178

TERCERA ETAPA

Con parientes en la región de Hesse…………………… 185


Mellnau junto al Bosque del Castillo………….………...189
Marburg …………………………………………………190
Giessen……………………………………. ……………196
Siegen …………………………………………… 199
Runkel an der Lahn………………………………… 206
Colonia……………………………………………. 211
Ruinas del convento de Heisterbach..………………. 218
Bonn………………………………………………………….226
Asbach en el Westerwald……………………………. 227
Goslar……………………………………………… 232
Halberstadt………………………………………… 238
Berlín ……………………………………………… 240
Warnmünde-Gjedser……………………………….. 245
Edimburgo…………………………………………. 245
En el estrecho de Pentland …………………………… 250
En el Atlántico norte………………………………… 257
Reykjavik …………………………………………. 262
Laugarvatn…………………………………………. 266
Reykholt........................................ .......... ………………… 267
Parada …………………………………………….. 280

Fuentes…………………………………………….. 283

OTTO RAHN
LA CORTE DE LUCIFER

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