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¡ESCUCHA, PEQUEÑO HOMBRECITO!

Wilhelm Reich
Te llaman "hombre pequeño", "hombre común" y por lo
que dicen, comenzó tu era, la "Era del hombre común".
Pero no eres tú quien lo dice, hombre pequeño, son
ellos: los vicepresidentes de las grandes naciones, los
importantes dirigentes del proletariado, los
arrepentidos hijos de la burguesía, los hombres de
Estado y los filósofos. Te dan un futuro, pero no te
preguntan por el pasado. Tú eres heredero de un
terrible pasado, tu herencia te quema las manos, esto
es lo que tengo para decirte. La verdad es que todos:
el médico, el zapatero, el mecánico o el educador que
quieren trabajar y ganar su pan, deben conocer sus
limitaciones. Hace algunas décadas, tú, hombre
pequeño, comenzaste a penetrar en el gobierno de la
Tierra; el futuro de la raza humana depende, a partir
de ahora, de la manera como pienses y actúes. Pero ni
tus maestros ni tus señores te dicen cómo eres y
piensas realmente, nadie osa dirigirte la única crítica
que te podría convertir en el inquebrantable señor de
tu destino. Apenas eres "libre" en un sentido: libre de
la autocrítica que te permitiría conducir tu vida como tú
quisieras. Nunca te escuché quejarte y decir: "ustedes
me promueven a ser futuro señor de mí mismo y de mi
mundo, pero no me dicen cómo hacerlo y no me
señalan errores en lo que pienso y hago". Dejas que
los hombres en el poder lo asuman en tu nombre, pero
tú permaneces callado. Confieres a los hombres que
detentan el poder, todavía más poder para que te
representen, hombres débiles o mal intencionados. Y
sólo demasiado tarde reconoces que te engañaron una
vez más.
Te entiendo, incontables veces te vi desnudo, psíquica
y físicamente desnudo, sin máscara, sin etiqueta
política, sin orgullo nacional, desnudo como un recién
nacido o un general en calzones. Oí entonces tus
llantos y lamentaciones; te escuché apelar,
esperanzado, tus amores y desdichas. Te conozco, te
entiendo y voy a decirte quién eres, pequeño
hombrecito, porque creo en la grandeza de tu futuro,
que sin duda te pertenecerá; por eso mismo, antes que
nada, mírate a ti mismo. Vé cómo eres realmente,
escucha lo que ninguno de tus jefes o representantes
se atreve a decirte: Eres el "hombre medio", el
"hombre común". Fíjate bien en el significado de estas
palabras: "medio" y "común"... No huyas, ¡ten ánimo y
contémplate! "¿Qué derecho tiene este tipo para
decirme eso?". Leo esta pregunta en tus
amedrentados ojos, la oigo con su impertinencia,
pequeño hombrecito; tienes miedo de mirar hacia ti
mismo, tienes miedo de la crítica, tal como tienes
miedo del poder que te prometen. ¿Qué uso darías a
tu poder? No lo sabes. Ni siquiera te atreves a pensar
que podrías ser diferente, libre en lugar de oprimido,
directo en lugar de cauteloso, amando a plena luz y
nunca más como un ladrón en la noche. Te desprecias
a ti mismo, hombre pequeño, y dices: "¿quién soy yo
para tener opinión propia, para decidir mi propia vida y
tener al mundo por mío?" Y tienes razón: ¿quién eres
tú para reclamar derechos sobre tu vida? Déjame
decírtelo: Difieres del gran hombre que
verdaderamente lo es apenas en un punto: todo gran
hombre fue, en otro momento, un pequeño hombrecito,
pero él desarrolló una cualidad importante: la de
reconocer las áreas en que había limitaciones y
estrechez en su modo de pensar y actuar. A través de
alguna tarea que le apasionase, aprendió a sentir cada
vez mejor aquello que en su pequeñez y mediocridad
amenazaba su felicidad. El gran hombre es, pues,
aquel que reconoce cuándo y en qué es pequeño. El
HOMBRE PEQUEÑO es aquel que no reconoce su
pequeñez y teme reconocerla; que trata de
enmascarar su tacañez y estrechez de visión con
ilusiones de fuerza y grandeza, fuerza y grandeza
ajenas. Que se enorgullece de sus grandes generales,
pero no de sí mismo; que admira las ideas que no
tuvo, pero nunca las que tuvo realmente.
2 Que cree más arraigadamente en las cosas que
menos entiende y que no cree en nada que le parezca
fácil de asimilar. Comencemos por el HOMBRE
PEQUEÑO que habita en mí: Durante veinticinco años
tomé la defensa, en palabra y por escrito, del derecho
del hombre común a la felicidad en este mundo; te
acusé, pues, de incapacidad para tomar lo que te
pertenece, de preservar lo que conquistaste en las
sangrientas barricadas de París y Viena, en la lucha
por la independencia Americana o en la revolución
Rusa. Tu París fue a parar a manos de Pétain y Laval,
tu Viena a Hitler, tu Rusia a Stalin, y tu América bien
podría conducirse a un régimen del Ku Klux Klan.
Sabes luchar mejor por la libertad que preservarla para
ti y los otros. Siempre lo supe. Lo que no entendía, sin
embargo, era por qué cada vez que intentabas
arrastrarte penosamente fuera del lodo, acababas
hundiéndote todavía más. Después, poco a poco, a
tientas y observando pacientemente alrededor, entendí
lo que te esclaviza; TU, ERES TU PROPIO
NEGRERO. Lo cierto es que nadie más que tú, es el
culpable de tu esclavitud. ¡Nadie más que tú!, ¡soy yo
quien te lo dice! ¿No lo habías escuchado, verdad?
Tus libertadores te aseguran que tus opresores se
llaman: Guillermo, Nicolás X, El Papa Gregorio XXVIII,
Morgan, Krupp y Ford, y que tus libertadores se llaman
Mussolini, Napoleón, Hitler y Stalin, pero yo afirmo:
¡Sólo tú puedes liberarte! Esta frase, sin embargo, me
hace vacilar. Me nombro paladín de la pureza y la
verdad. Pero ahora que se trata de decirte la verdad,
vacilo, temiéndote a ti y a tu actitud hacia la verdad. La
verdad es un peligro para la vida cuando es a ti a
quien concierne. La verdad puede ser saludable o
beneficiosa, pero no hay pueblo que no se lance sobre
ella para defraudarla. De otro modo, no serías lo que
eres y no estarías donde estás. Intelectualmente, sé
que debo decir la verdad a toda costa, pero el
HOMBRE PEQUEÑO que se alberga en mí me
advierte: estúpido, te expones, te entregas al pequeño
hombrecito. El HOMBRE PEQUEÑO no está
interesado en escuchar la verdad acerca de sí mismo;
no desea asumir la gran responsabilidad que le
corresponde, que es suya, quiéralo o no. Quiere
permanecer así, o cuando mucho quiere volverse uno
de esos grandes hombres mediocres -ser rico, jefe de
un partido, de la Asociación de Veteranos de Guerra, o
secretario de la Sociedad de Promoción de la Moral
Pública. Pero asumir la responsabilidad de su trabajo,
alimentación, alojamiento, transporte, educación,
investigación, administración pública, explotación
minera, eso nunca. Y el HOMBRE PEQUEÑO que se
acoge dentro de mí agrega: "ahora eres un gran
hombre conocido en Alemania, Austria, Escandinavia,
Inglaterra, Estados Unidos, Palestina. Los comunistas
te atacan, los "defensores de los valores culturales" te
odian, los enfermos que curaste te admiran, los que
sufren de la peste emocional te persiguen. Escribiste
doce libros y ciento cincuenta artículos sobre la miseria
de la existencia, sobre el sufrimiento del hombre
común. Tus trabajos son enseñados en las
universidades; otros grandes hombres igualmente
solitarios, confirman tu prestigio y te colocan entre los
mayores intelectos de la historia de la ciencia. Hiciste
uno de los mayores descubrimientos científicos en
muchos siglos, el de la energía cósmica de la vida y
las leyes de la materia viva, convertiste al cáncer en un
fenómeno comprensible. Has dicho la verdad; por todo
esto fuiste perseguido de país en país; descansa
ahora, goza de los frutos de tu éxito, de tu prestigio, en
pocos años tu nombre será conocido por todos, basta
ya con lo que hiciste. Recógete ahora a reposar, a
estudiar la ley funcional de la naturaleza". Esta es la
conversación del HOMBRE PEQUEÑO dentro de mí y
que te teme a ti, pequeño hombrecito. Durante mucho
tiempo estuve en contacto contigo porque conocía tu
vida a través de mi propia existencia y porque quería
ayudarte. Me mantuve cerca de ti, porque veía que te
era útil y que aceptabas mi ayuda con placer, no pocas
veces con lágrimas en los ojos. Sólo después percibí
que aceptabas mi trabajo pero que no eras capaz de
defenderlo. Lo defendí, y luché para ti, por ti. Fue
entonces que tus jefes lo destruyeron, y tú los seguiste
en silencio. Seguí en comunión contigo, tratando de
encontrar la manera de ayudarte sin zozobrar, fuera
como tu dirigente, fuera como tu víctima. 3 Y el
HOMBRE PEQUEÑO que reside en mí intentaba
convencerte, "salvarte", merecer el respeto que
consagras a las matemáticas superiores, por no tener
la mínima idea de lo que son. Cuanto menos entiendes
más aprecias. Conoces a Hitler mejor que a Nietzche,
a Napoleón mejor que a Pestalozzi. Cualquier monarca
significa más para ti que Sigmund Freud. Al HOMBRE
PEQUEÑO que vive en mí le gustaría tenerte en las
manos mediante el proceso habitual de recurrir al
redoble de los jefes. Te temo sin embargo, cuando mi
HOMBRE PEQUEÑO desea "conducirte hacia la
libertad", y eso porque podrías descubrir la misma
identidad mediocre en ti y en mí, y asustado, matarte
en mi persona. Fue por eso que dejé de ser esclavo de
tu libertad y de desear morir por ella. Sé que todavía
no me entiendes cuando te hablo de "la libertad de ser
esclavo de algo", idea que no es fácil. Para no ser fiel
esclavo de un único señor, y ser un esclavo
cualquiera, se tendrá, en primer lugar, que matar al
opresor, digamos por ejemplo, al Zar. Este crimen
político nunca podría ser perpetrado sin un gran ideal
de libertad y motivos revolucionarios. Por lo tanto es
necesario fundar un partido revolucionario de libertad
bajo la protección de un hombre verdaderamente
grande, sea éste: Jesús, Cristo, Marx, Lincoln o Lenin.
Claro está que este gran hombre tomará tu libertad
muy en serio. Para imponerla tendrá que rodearse de
una multitud de hombres menores, ayudantes y
ejecutantes, dada la inmensidad de la tarea para un
solo hombre. Tú no lo entenderías y lo harías a un lado
si él no se rodeara de pequeños grandes hombres. Así
rodeado, él conquista el poder para ti, o una parcela de
verdad o una nueva y mejor creencia. Escribe
testamentos, promulga leyes asegurando la libertad,
contando con tu apoyo, seriedad y prontitud. Te
arranca del pantano social donde te encontrabas
inmerso. Para mantener solidarios a los muchos
compañeros de menor estatura, para conservar tu
confianza, el hombre verdaderamente grande sacrifica
poco a poco su grandeza, que sólo puede cultivar en
su profunda soledad espiritual, lejos de ti y de tu
bullicio cotidiano, pero en estrecho contacto con tu
vida. Para poderte guiar tendrá que conseguir que lo
transformes en un dios inaccesible, puesto que jamás
obtendría tu confianza si permaneciera siendo el
hombre simple que es. Un hombre a quien, por
ejemplo, le fuese posible amar a una mujer sin estar
casado con ella. Y así engendrarás un nuevo amo;
promovido a su nuevo papel señorial el gran hombre
decae, puesto que la grandeza le venía de la entereza,
la simplicidad, el coraje y la proximidad a la vida. Sus
mediocres seguidores, grandes gracias a su aura,
asumen los altos cargos de las finanzas, de la
diplomacia, del gobierno, de las ciencias y de las artes
-y tú te quedas donde estabas: en el pantano, pronto a
desgarrarte nuevamente en nombre del "futuro
socialista" o del "tercer Reich"- continuarás viviendo en
barracas con tejados de paja y paredes rebasadas de
estiércol, pero muy ufano de tus palacios de la cultura
popular. Te basta con la ilusión de que gobiernas.
Hasta que sobrevenga la próxima guerra y la caída de
los nuevos tiranos. En países lejanos, hombres
mediocres estudiaron tenazmente tu anhelo de ser
esclavo y descubrieron cómo convertirse en grandes
hombres mediocres con un mínimo de esfuerzo
intelectual. Estos hombres provienen de tus propias
filas, nunca habitaron en palacios. Pasaron hambre y
sufrieron como tú -pero aprendieron a acortar el
proceso de cambio de los jefes. Aprendieron que cien
años de arduo trabajo intelectual en pro de tu libertad,
de grandes sacrificios personales por tu bienestar y de
ofrendar hasta la vida por los intereses de tu
liberación, era un precio demasiado alto para tu
próxima nueva esclavitud. Todo lo que pudiese haber
sido elaborado o sufrido en cien años de vida de
grandes pensadores, podría ser destruido en menos
de cinco años. Los hombrecillos de tu estirpe van así a
abreviar el proceso: lo hacen más abierta y
brutalmente. Y te dicen sin rodeos que tú, tu vida, tus
hijos y tu familia no cuentan, que eres estúpido y servil
y que pueden hacer de ti lo que les dé la gana. Y en
lugar de libertad personal te prometen libertad
nacional. No te prometen dignidad personal, pero si
respeto por el Estado; grandeza nacional en lugar de
grandeza personal, y como "libertad personal" y
"grandeza" son para ti conceptos extraños y oscuros
mientras que "libertad personal" e "intereses del
Estado" son palabras que te llenan la boca como
huesos que le hacen agua la boca a un perro, no haya
nada que les niegues. Ninguno de esos hombres
mediocres paga por la auténtica libertad el precio que
pagaron Giordano Bruno, Cristo, Karl Marx o Lincoln.
Tú no les interesas ni un ápice. Te desprecian como tú
te desprecias, pequeño hombrecito. Y te conocen bien,
mucho mejor que lo que un Rockefeller o los
conservadores. Conocen tus podredumbres como sólo
tú mismo las deberías conocer. Te sacrifican a un
símbolo y eres tú mismo quien les confiere el poder
que ejercen sobre ti. Tú mismo erigiste a tus tiranos, y
eres tú quien los alimenta, a pesar de que se han
arrancado las máscaras, o tal vez por eso mismo. Ellos
mismos te dicen, clara y abiertamente, que eres una
"criatura inferior, incapaz de asumir responsabilidades"
y que así deberás permanecer. Y los nombras tus
nuevos "salvadores" y les gritas "¡VIVAS!". Es por eso
que yo tengo miedo de ti, pequeño hombrecito, un
miedo sin límites, porque de ti depende el futuro de la
humanidad, y tengo miedo de ti porque no existe nada
a lo que más huyas que a encararte contigo mismo.
Estás 4 enfermo, pequeño hombrecito, muy enfermo.
Aunque la culpa no sea tuya, pero es a ti a quien toca
liberarse de tu enfermedad. Ya hace mucho tiempo
que hubieras derribado a tus verdaderos opresores si
no tolerases la opresión y tú mismo no la apoyases.
No hay fuerza policiaca en el mundo que pueda
prevalecer contra ti, si en tu vida cotidiana tuvieses al
menos una sombra de respeto por ti mismo; si tuvieras
la profunda convicción de que, sin tu esfuerzo, la vida
sobre la Tierra no sería posible ni una hora más. ¿Te
ha dicho esto tu libertador? ¡NO! Te llama "proletario
del mundo" pero no te dice que tú y sólo tú eres
responsable por tu vida (en lugar de ser responsable
por la "honra de la patria"). Tendrás que entender que
eres tú quien transforma hombres mediocres en
opresores y vuelves mártires a los verdaderamente
grandes; que los crucificas, los asesinas, los dejas
morir de hambre, que no te inquietas para nada con
sus esfuerzos y las luchas que traban en tu nombre,
que no tienes la menor idea de cuánto les debes, de lo
poco de satisfacción y plenitud de que gozas en la
vida. Dices: "Antes de confiar en ti, me gustaría saber
cuál es tu filosofía de la vida". Cuando conozcas mi
filosofía de la vida vas a correr con el presidente del
Congreso, o al "Comité contra las Actividades
Antiamericanas", o al F.B.I., o al G.P.U., o a la prensa
amarillista, o al Ku Klux Klan, o a los "Líderes de los
proletarios de todo el mundo". No soy rojo, ni blanco, ni
negro, ni amarillo. No soy cristiano, ni judío, ni
mahometano, ni mormón. Tampoco soy homosexual,
polígamo, anarquista o miembro de una secta secreta.
Hago el amor con mi mujer porque la amo y la deseo,
no porque tenga un acta matrimonial o para satisfacer
mis necesidades sexuales. No les pego a los niños, no
voy a pescar, ni cazo venados ni conejos, pero no
tengo mala puntería y me gusta acertar en el blanco.
No juego bridge ni doy fiestas con el fin de divulgar mis
teorías, si lo que pienso es correcto, se divulgará por si
mismo. No someto mi trabajo a las autoridades
oficiales de salud, a no ser que ellos puedan
entenderlo mejor que yo. Yo soy el que decide quién
puede manejar el conocimiento y particularidades de
mis descubrimientos. Observo estrictamente el
cumplimiento de las leyes cuando tienen sentido, y
lucho contra ellas cuando son obsoletas o absurdas,
(ya no corras hacia el presidente de la Cámara,
pequeño hombrecito, ¡porque si él fuera un hombre
decente haría lo mismo!) Deseo que los niños y los
adolecentes experimenten con el cuerpo la alegría del
placer, tranquilamente, sin represiones. No creo que
para ser religioso, en el verdadero sentido de la
palabra, sea necesario destruir la vida afectiva,
momificarse en cuerpo y espíritu. Sé que aquello que
llamas "dios" existe, pero de forma diferente a como lo
piensas; es la energía cósmica primordial del universo,
tal como el amor que anima tu cuerpo, tu honestidad y
el sentimiento de naturaleza en ti o a tu alrededor.
Pongo en la calle a cualquiera que, bajo cualquier
insignificante pretexto, intente interferir en mi trabajo
clínico y pedagógico con enfermos y niños. En un
tribunal lo confrontaría con algunas preguntas simples
y claras, a las que no les sería posible responder sin
que se le cubriera la cara de vergüenza para el resto
de la vida. Lo haría porque soy un hombre trabajador
que sabe lo que un ser humano es por dentro, que
sabe lo que vale el otro y que desea que el trabajo
gobierne al mundo y no las opiniones sobre el trabajo;
tengo mi opinión y sé distinguir una mentira de la
verdad que cotidianamente empleo como instrumento
y que sé mantener limpio después de usarlo. Tengo
mucho miedo de ti pequeño hombrecito, un enorme y
profundo miedo, y no siempre fue así. Yo ya fui un
HOMBRE PEQUEÑO entre millones de otros. Hoy,
como científico y psiquiatra, sé que tu enfermedad es
mala y peligrosa. Aprendí a reconocer el hecho de que
es tu enfermedad emocional la que te destruye minuto
a minuto y no algún poder exterior. Hace mucho que
ya hubieras suprimido a los tiranos, si estuvieras vivo y
sano en tu interior. Hoy en día tus opresores vienen de
tus propias filas, tal como en otros tiempos venían de
los estratos más altos de la jerarquía social. Y todavía
son más mediocres que tú, pequeño hombrecito,
porque conociendo por experiencia tu miseria, es
necesaria mucha más mediocridad para utilizar ese
conocimiento con vista a tu supresión todavía más
perfecta, cruel y eficazmente. Tú no tienes siquiera la
capacidad de reconocer a un hombre verdaderamente
grande. Su modo de ser o su sufrimiento, sus
aspiraciones, coraje y luchas en tu nombre, te son
completamente ajenos. Ni siquiera entiendes que
existen hombres y mujeres incapaces de suprimirte o
explotarte y que realmente desean que seas libre,
realmente libre; no te agradan porque son de otra
naturaleza, son simples y directos; para ellos, la
verdad es valuada de la misma forma como tú valoras
el engaño; ven seria y afligidamente el destino de los
hombres; pero la sensación de que apenas miran a
través de ti, te da miedo. Sólo los aclamas, pequeño
hombrecito, cuando muchos otros pequeños
hombrecitos te dicen que esos grandes hombres son
grandes; tienes miedo de ellos, de lo cerca que están
de la vida y del amor. El gran hombre te ama
simplemente como criatura humana, como ser vivo.
Sólo desea que termine tu sufrimiento y que calles tu
cacareo milenario. Que ya no seas la bestia de carga
que han hecho de ti, porque ama la vida y desearía
verla libre de sufrimiento e ignominia. Eres tú el que
lleva a los hombres verdaderamente grandes a
despreciarte, a retirarse con tristeza de tu convivencia
mediocre, a evitarte y lo peor de todo, a tener
compasión por ti. Si fueses psiquiatra, pequeño
hombrecito, un Lombroso por ejemplo, intentarías
aplastarlo como a un criminal irrecuperable o
psicópata. Porque los objetivos en la vida de un gran
hombre son diferentes a los tuyos -no consisten en la
acumulación de bienes, ni en el matrimonio
socialmente adecuado para sus hijas, ni su carrera
política, ni en la obtención de honores académicos o
del premio Nobel. Y porque no es como tú, lo llamas
"genio" o "excéntrico". Pero el gran hombre apenas se
reserva el derecho de ser un ser humano; lo llamas
"antisocial" porque prefiere su escritorio de trabajo o su
laboratorio, su línea de pensamiento y su trabajo a tus
fiestecillas ridículas y sin sentido. Lo llamas loco
porque prefiere gastar su dinero en la investigación
científica en lugar de comprar acciones u otros bienes
así como tú lo haces. En tu degeneración abismal,
pequeño hombrecito, osas considerar como "anormal"
al hombre simplemente recto, puesto que lo comparas
contigo, prototipo de la "normalidad" o el "homo
normalis". Al medirlo con tu estrecha medida, no le
encuentras las dimensiones de tu normalidad, ni
entiendes que eres tú, pequeño hombrecito, quien lo
aleja de tus reunioncillas sociales que le son
insoportables, sean las tabernas o los salones de
baile, porque te ama y desea genuinamente ayudarte.
¿Qué es lo que lo convierte así, después de varias
décadas de sufrimiento?; tú, con tu irresponsabilidad,
con tu tacañería, con tu incapacidad de reflexionar y
tus "verdades eternas" que no sobreviven a diez años
de progreso social; acuérdate de todas las cosas que
tomaste por ciertas durante los pocos años que
transcurrieron entre la 1ª y la 2ª guerra mundial;
¿cuántas reconociste como equivocadas? ¿De
cuántas fuiste capaz de retractarte? De ninguna,
pequeño hombrecito, porque el hombre realmente
grande piensa cautelosamente, pero, cuando se
adhiere a una idea, piensa a largo plazo. Y eres tú,
pequeño hombrecito, que haces del gran hombre un
paria, cuando su pensamiento correcto y duradero
enfrenta la mezquindad y lo precario de tus
convicciones. Eres tú quien lo condena a la soledad,
pero no a la soledad que genera grandes obras, sino a
la soledad de la incomprensión, del temor y del odio.
Porque tú eres "el pueblo", "la opinión pública" y "la
consciencia social"; ¿ya pensaste alguna vez la
responsabilidad gigantesca que estos atributos te
confieren, pequeño hombrecito?, ¿ya te preguntaste a
ti mismo (¡di la verdad ahora!) si tu pensamiento es
correcto, ya sea desde el punto de vista de la
trayectoria social en que estás inserto, sea el de la
naturaleza, sea el de estar de acuerdo con los actos
humanos de una figura, como por ejemplo, la de
Cristo? No, pequeño hombrecito, nunca te inquietaste
con la posibilidad de que lo que piensas esté errado,
pero sí por lo que iría a pensar tu vecino, o con el
posible precio de tu honestidad; éstas fueron las
únicas preguntas que te hiciste. Y después de
condenar al gran hombre a la soledad, lo habitual en ti
es olvidarlo. Sigues tu camino, diciendo otras tonterías,
cometiendo otras bajezas, hiriendo de nuevo, olvidas.
Pero es parte de la naturaleza del gran hombre no
olvidar ni vengarse sino intentar entender LA
INCONSISTENCIA DE TU COMPORTAMIENTO. Sé
que también te es extraño que así sea; sin embargo
créeme: el sufrimiento que infringes inconscientemente
-y que muchas veces luego olvidas- es para el gran
hombre, aunque sea incurable, motivo de reflexión en
tu nombre, no por la grandeza de tus actos viles, sino
exactamente por su pequeñez; y es él quien se
interroga sobre lo que te lleva a maltratar al marido o a
la mujer que te desilusiona, a torturar a tus hijos
porque les desagradan a las viciosas y vecinos, a
despreciar y a explotar a alguien sólo porque es
bondadoso; a recibir cuanto te dan y a dar cuando te
exigen, pero nunca a dar cuando lo que te es dado lo
es por amor, a pegar a quien ya esté abatido; a mentir
cuando te es pedida la verdad, y a perseguirla más
que a la mentira. Pequeño hombrecito, tú siempre
estás del lado de los opresores. 6 Para que lo
estimases y te cayese en gracia, el gran hombre
tendría que adaptarse a tu modo de ser, pequeño
hombrecito, hablar como tú y ensalzar las mismas
virtudes. La verdad es que, si ostentase tus virtudes,
hablase tu lenguaje y gozase de tu amistad, no sería
más grande, auténtico y sencillo. Prueba de esto es
que tus amigos, que dicen exactamente lo que esperas
que ellos digan, nunca fueron grandes hombres; tú no
puedes creer que cualquier amigo tuyo pueda lograr
algo grande. En lo más íntimo de ti mismo te
desprecias, aun cuando -o particularmente cuando-
alabas tu dignidad; y si te desprecias ¿cómo podrías
respetar a tus amigos? Nunca podrías creer que
alguien que se sentase a tu mesa o viviese en la
misma casa contigo, pudiese realizar algo que fuera
grandioso. Cerca de ti es difícil pensar, pequeño
hombrecito; apenas es posible pensar acerca de ti,
nunca contigo. Porque tú sofocas cualquier
pensamiento original; tal como una madre, les dice a
los niños que exploran su mundo: "Esto no es propio
para los niños". Como un profesor de biología dices:
"Esto no es asunto para los buenos alumnos, ¿qué les
pasa, dudan de la teoría de los gérmenes en el aire?".
Como un profesor de primaria, dices: "los niños son
para ser vistos y no para ser oídos". Como una mujer
casada, dices: "¡Ah, la investigación!, tú y tu
investigación. ¿Por qué no vas a una oficina como
toda la gente, a ganarte decentemente la vida?". Pero
tú crees en todo cuando se escribe en los periódicos,
lo entiendas o no. Te garantizo, pequeño hombrecito,
que has perdido el sentido de lo que más vale en ti
mismo. Lo sofocas en tus manos; lo matas en ti y
donde sea que lo encuentras en los demás, en tus
hijos, en tu mujer, en tu marido, en tu padre y en tu
madre; eres mediocre y quieres seguir siéndolo. ¿Me
preguntas cómo es que sé todo esto?, te digo: te
conozco, te experimenté y me experimenté contigo.
Como terapeuta te liberé de tu mezquindad, como
educador te orienté en el sentido DE LA GRANDEZA,
DE LA CONFIANZA. Sé cómo te defiendes de la
espontaneidad, sé el terror que te da cuando te piden
que seas tú mismo, auténtico, genuino. Sé que no eres
solamente mediocre, pequeño hombrecito. Sé que
tienes también tus grandes horas de "júbilo" y
"exaltación" de "vuelo". Pero te falta coraje para subir
cada vez más alto, para mantener tu propia exaltación.
Tienes miedo de los vuelos altos, miedo de la altura y
de la profundidad. Nietzsche ya te ha dicho esto
mucho mejor, hace ya muchos años. Sólo que no te
dice por qué es así. Intentó transformarte en un super-
hombre, en un UBERMENSCH que superase lo que
tienes de humano. El UBERMENSCH se transformó
en un "FUHRER-HITLER". Tú te quedaste en un
UNTERMENSCH; yo desearía que fueses apenas tú
mismo. "Tú mismo", en lugar del periódico que lees o
de la flaca opinión del vecino; sé que no sabes lo que
eres y cómo eres en lo profundo. Sé que en lo
profundo eres como una gacela, como tu propio dios,
como tu poeta, o tu sabio. Pero crees ser miembro de
La Legión de Honor o de tu Club de boliche o del Ku
Klux Klan. Y como lo crees, actúas en consecuencia.
También esto ya fue dicho por otros: Heinrich Mann,
en Alemania, hace veinte años, Upton Sinclair, John
Dos Passos y otros, en los Estados Unidos. Pero tú
nunca oíste hablar de Mann o de Sinclair. Sólo
conoces a los campeones de Box y a Al Capone. Si
tuvieses que escoger entre el ambiente de una
biblioteca y el de una taberna, escogerías este último.
Exiges que la vida te conceda la felicidad, pero la
seguridad te es más importante, aunque cueste la
dignidad o la vida. Como nunca aprendiste a generar
felicidad, o a gozarla y protegerla, no conoces el coraje
de un individuo recto; ¿quieres saber lo que eres
pequeño hombrecito? Escucha los anuncios
publicitarios de tus laxantes, de tus pastas de dientes y
desodorantes. No distingues la abismal estupidez y
mal gusto de las cosas que se destinan a quedar en
tus oídos. ¿Alguna vez prestaste atención a los chistes
que los cómicos dicen acerca de ti en los teatros de
revista? Chistes sobre ti y sobre él, chistes de un
mundo vulgar y desgraciado. Escucha tu publicidad
sobre los laxantes y sabrás quién eres. ¡Escucha,
pequeño hombrecito!: La miseria de la existencia
humana es visible a la luz de cada uno de tus
pequeños horrores. Cada uno de tus actos mezquinos
te hace retroceder mil pasos con respecto a cualquier
esperanza que pueda quedar en cuanto a tu futuro. Y
sientes esto tan penosamente que, para no saberlo,
inventas chistes de mal gusto y los llamas "sentido del
humor". Oyes el chiste que te humilla y te ríes con los
otros. Te ríes del HOMBRE PEQUEÑOsin entender
que es de ti de quien te ríes, que el chiste está en ti
igual que en millones de pequeños hombrecitos.
¿Alguna vez te preguntaste por qué razón has sido
motivo a lo largo de los siglos de tal júbilo malicioso?
¿Alguna vez te diste cuenta de cuan ridícula aparece
la gente común en las películas? Voy a intentar decirte
por qué razón eres ridículo y te lo voy a decir porque te
tomo muy, pero muy en serio: Siempre consigues faltar
a la verdad en aquello que piensas, al igual que el
excelente tirador que, si así lo desea, consigue acertar
siempre, abajo del centro del blanco. Hace ya mucho
tiempo que podrías ser señor de ti mismo si intentases
pensar correctamente, sólo que tú piensas así: "La
culpa 7 es de los judíos", dices: "¿Qué es un judío?"
pregunto yo. Y contestas: "Son personas con sangre
judía". "¿Cuál es la diferencia entre la sangre judía y la
otra?". Aquí paras, vacilas, te quedas confuso y
respondes: "Quiero decir la raza de los judíos". "¿Qué
es raza?", pregunto yo. "¿Raza?". Es simple, así como
existe una raza germánica, existe la raza de los
judíos". "¿Qué es lo que caracteriza a la raza de los
judíos?". "Bueno, un judío tiene el cabello negro, una
protuberante nariz y ojos muy vivos, los judíos son
avaros y capitalistas". "¿Ya viste alguna vez a un
francés del sur o a un italiano al lado de un judío?
¿Sabes distinguirlos?". "Eso no lo sé muy bien".
"Bueno, entonces que es un judío? Los análisis de
sangre no muestran ninguna diferencia, no se
distingue de la de un francés o de un italiano, y ya
viste alguna vez judíos alemanes?". "Ya, sin embargo,
parecen alemanes". "¿Y qué es un alemán?". "Un
alemán pertenece a la raza aria nórdica". "¿Los
hindúes son arios?". "Sí, son". "¿Y son nórdicos?".
"No". "¿Y rubios?". "No". "¡Bueno, entonces no sabes
lo que es un alemán o un judío!". "Pero hay judíos".
"Pues los hay, tal como hay cristianos o
mahometanos". "Yo me refiero a la religión judaica".
"¿Roosevelt era holandés?". "No". "¿Entonces por qué
llamas judío a un descendiente de David, si no llamas
holandés a Roosevelt?". "Con los judíos es diferente".
"¿Y en qué es diferente?" "No sé". Es así como
desatinas, pequeño hombrecito, y sobre tus desatinos
levantas ejércitos capaces de asesinar a diez millones
de personas, porque son "judíos", sin que tú sepas
decir siquiera qué es un judío. Y es por eso que eres
ridículo; lo mejor es evitarte cuando se tiene algo serio
que hacer es por eso que permaneces en el pantano.
Cuando dices "judío" te sientes superior y eres forzado
a decirlo por tu propia miseria, pues lo que matas en el
judío es lo mismo que tú sientes que eres, pero esto es
apenas una ínfima parte de tu verdad, pequeño
hombrecito. Cuando dices "judío", lleno de arrogancia
y desprecio, sientes menos tu propia mezquindad.
Sólo recientemente me di cuenta de que así era.
Llamas "judío" a quien te inspira muy poco o
demasiado respeto. Y como si hubieras sido enviado a
la Tierra por algún poder superior, te apropias del
derecho de decidir quién es un judío. Pero yo no te
reconozco el derecho a usarlo, seas un pequeño judío
o un pequeño ario. Soy el único con derechos a
determinar qué soy. Biológica y culturalmente soy un
mestizo y me enorgullezco de ser el producto
intelectual y físico de todas las razas, clases y
naciones; no finjo pertenecer a una "raza pura" como
tú, o pertenecer a una "clase pura"; de no ser
chauvinista, como tú; un fascistoide de todas las
naciones, clases y razas; me consta que en Israel
rechazaste a un técnico judío por el simple hecho de
no estar circuncidado; no tengo más afinidad con los
judíos fascistas que con cualquier otro, no me
conmueve ningún sentimiento sobre la lengua, la
religión o la cultura judía, no creo más en el dios judío
de lo que pudiera creer en el dios cristiano o hindú,
pero sé de dónde sacas a tu dios, no creo que los
judíos sean "el pueblo elegido por dios". Creo que
algún día los judíos se perderán entre las masas de
animales humanos en este planeta y que esto será
bueno para ellos y sus descendientes. No te gusta
escuchar esto, HOMBRE PEQUEÑOjudío. Te aferras
a tu judaísmo porque te desprecias, a ti mismo y a los
que te rodean como judíos. El judío es el peor
antisemita de todos. Esto es una vieja verdad. Pero yo
no te desprecio ni te odio, simplemente no tengo nada
en común contigo, por lo menos no más de lo que
tengo con un chico o un mapache, a saber, que
nuestro origen común es el de la materia cósmica.
¿Por qué sólo regresas hasta Sem, y no hasta el
protoplasma? Para mí la vida tiene su inicio en las
contracciones plasmáticas y no en la teología de un
rabino. Le llevó millones de años a tu evolución pasar
de una medusa a un bípedo terrestre; tu aberración
biológica bajo la forma de rigidez, es de apenas seis
mil años; llevará como quinientos o tal vez cinco mil
años hasta que redescubras en ti, la naturaleza, a la
medusa en ti. Descubrí en ti la medusa y te la describí
con claridad, cuando me escuchaste por primera vez,
me llamaste genio, te acuerdas sin duda, fui a
Escandinavia, tú andabas buscando a un nuevo Lenin,
pero yo tenía cosas más importantes que hacer y
decliné la función. También me proclamaste el nuevo
Darwin, el Marx, el Pasteur, el Freud. Te dije ya hace
muchos años que tú también podrías hablar y escribir
como yo, si no pasaras la vida saludando a tus nuevos
mesías. Porque tus gritos te destrozan la razón y
paralizan tu naturaleza creadora. ¿No eres tú quien
persigue a la "madre soltera" como a una criatura
inmoral, pequeño hombrecito? ¿No eres tú quien
establece una severa distinción entre los hijos
"legítimos" e "ilegítimos"? Que pobre criatura eres
corriendo sin rumbo en este valle de lágrimas. ¡No
entiendes ni tus propias palabras! ¿No eres tú el que
veneras al niño Jesús, niño que nació de una madre
que no poseía un acta matrimonial? Lo que tú veneras
en el niño Jesús es tu deseo de libertad sexual, tú,
HOMBRE PEQUEÑO obsesionado por el matrimonio,
hiciste del niño Jesús, nacido "ilegalmente", el hijo de
dios que no reconoce la ilegitimidad de los niños, para
luego, en la persona de Paulo el apóstol, perseguir a
los niños nacidos del amor y proteger bajo el poder de
las leyes religiosas, a los nacidos del odio; ¡eres
realmente un desgraciado, pequeño hombrecito! 8 Tus
automóviles y camiones atraviesan los puentes que el
gran Galileo inventó; ¿sabías, HOMBRE PEQUEÑO
de todos los países, que el gran Galileo tuvo tres hijos
sin tener acta matrimonial? Esto no se lo dices a los
niños en la escuela. ¿Y no fue también por eso que lo
sometiste a tortura? ¿Sabías, HOMBRE PEQUEÑO de
la "patria de los pueblos eslavos" que tu gran Lenin,
padre de los trabajadores de todo el mundo (o de
todos los eslavos), al tomar el poder abolió tu
matrimonio compulsivo? y ¿sabías que él mismo vivió
con una mujer sin acta matrimonial? Pero de esto tú
hiciste un secreto, ¿no es verdad, pequeño
hombrecito? Y fue entonces que por la mano del jefe
de todos los eslavos, restableciste las leyes referentes
a la obligatoriedad del casamiento, porque no sabías
qué hacer con la libertad que te fue concedida por
Lenin. Pero qué es lo que tú sabes de todo esto, tú
que no tienes la más mínima idea de lo que es la
verdad, o la historia o la lucha por la libertad. ¿Quién
eres tú para tener opinión propia? Ni siquiera percibes
que las leyes que regulan tu vida matrimonial emanan
naturalmente de tu espíritu pornográfico y de tu
irresponsabilidad sexual. Te sientes infeliz, mediocre,
repulsivo, impotente, sin vida, vacío; no tienes mujer,
y, si la tienes, vas con ella a la cama sólo para probar
que eres "hombre"; no sabes lo que es el amor, tienes
estreñimiento, tomas laxantes, hueles mal y tu piel es
pegajosa, desagradable; no sabes tomar a tu hijo en
brazos, de modo que lo tratas como un perro a quien
puedes golpear a voluntad. Tu vida va caminando bajo
el signo de la impotencia, interfiriendo en lo que
piensas y en tu trabajo. Tu mujer te abandona porque
eres incapaz de darle amor, sufres de fobias,
nerviosismo, palpitaciones, tu pensamiento se dispersa
en rumiaduras sexuales. Te hablan de mi economía
sexual y te dicen que yo te entiendo y quiero ayudarte,
algo que te permitiría vivir de noche tu sexualidad y
que te dejaría libre durante el día para pensar y
trabajar. Que te haría tener en los brazos a una mujer
sonriente en lugar de desesperada, ver a tus hijos
sanos en lugar de pálidos; amorosos en lugar de
crueles. Pero cuando oyes hablar de economía sexual
dices: "El sexo no lo es todo, hay otras cosas
importantes en la vida". Así eres, pequeño hombrecito.
0 supongamos que eres un "marxista" o un
"revolucionario profesional", futuro "dirigente de los
proletarios del mundo". Dices querer liberar al mundo
de su sufrimiento. Los trabajadores engañados,
desilusionados, huyen de ti y tú gritas mientras corres
a su alcance: "Esperen, masas proletarias. ¡Soy su
libertador! ¿Por qué no lo admiten? ¡Abajo el
capitalismo! ". Yo les doy vida a tus masas, pequeño
revolucionario, les hablo de la miseria de sus
pequeñas vidas, me escuchan con entusiasmo y
esperanza. Acuden a tus organizaciones, donde
esperan encontrarme. Y entonces, qué dices: "La
sexualidad es una desviación pequeño-burguesa. Lo
que cuenta es el factor económico". Y lees los libros de
Van de Valde sobre técnicas sexuales. Cuando un
gran hombre dedicó su vida a intentar dar a tu
emancipación económica una base científica, lo
dejaste morir de hambre. Mataste la primera campaña
de verdad en contra de tu desviación de las leyes de la
vida; cuando, a pesar de ti, su campaña logró éxito, le
quitaste las riendas de la administración y lo aplastaste
por segunda vez. La primera vez el gran hombre
disolvió tu organización. La segunda estaba ya muerto
y nada podía contra ti. No entendiste que él había
descubierto en tu trabajo el poder de vida que crea el
valor. No entendiste que su reflexión sociológica
pretendía salvaguardar a tu "sociedad" contra tu
"estado". "¡No entiendes nada!" Y con tus factores
económicos no vas muy lejos. Otro gran hombre se
mató trabajando para probarte que tenías que mejorar
tus condiciones económicas para que tu vida tuviese
sentido y gusto; que individuos con hambre jamás
harán progresar la civilización. Que todas las
condiciones de vida habrán de tener lugar aquí y
ahora, sin excepción; que tendrás que emanciparte, tú
y tu sociedad, de todas las formas de tiranía. Este otro
gran hombre cometió apenas dos errores al intentar
esclarecerte. Creyó en serio en tu capacidad de
emancipación. Creyó que una vez conquistada tu
libertad serías capaz de preservarla. Cometió también
otro error: consentir que tú, proletario, te convirtieses
en dictador. ¿Y sabes lo que hiciste, pequeño
hombrecito, con el manantial de sabiduría y creación
que te legó este hombre? Sólo te quedó una palabra
en el oído: ¡Dictadura! De todo lo que te donara un
gran espíritu y un gran corazón, sólo una palabra se te
quedó: ¡Dictadura! Tiraste todo lo demás, la libertad, la
claridad y la verdad, la solución de los problemas de la
servidumbre económica, la metodología de la
planificación del futuro -todo lo echaste por la borda,
libertad, respeto a la verdad, liberación de la esclavitud
económica, pensamiento metódico y constructivo. Y
sólo la infeliz elección de una palabra, aunque bien
intencionada, te cayó en gracia: ¡Dictadura! 9 Sobre
esta pequeña negligencia de un gran hombre
construiste todo un sistema gigantesco de mentiras,
persecución, tortura, deportaciones, ahorcamientos,
policía secreta, espionaje y denuncia, uniformes,
mariscales y medallas -mientras tanto, echabas fuera
todo lo demás. ¿Comienzas a percibir cómo funcionas,
pequeño hombrecito? ¿Todavía no? Intentémoslo de
nuevo: las "condiciones económicas" de tu bienestar
en la vida y en el amor, las confundiste con
"mecanización"; la emancipación de los hombres, con
la "grandeza del estado"; la disposición a sacrificarse
por los grandes propósitos, con la estúpida y estrecha
"disciplina de partido"; el levantamiento de las masas,
con los desfiles de artillería; la liberación del amor, con
la violación de todas las mujeres de las que pudiste
echar mano al llegar a Alemania; la eliminación de la
pobreza, con la erradicación de los pobres, de los
débiles y de los inadaptados; la asistencia a la
infancia, con la "formación de patriotas"; el control de
la natalidad, con medallas a las "madres de diez hijos".
¿No habías sufrido ya bastante con esta idea tuya de
la "madre de diez hijos"? Pero también en otros países
el infeliz vocablo "dictadura" se te quedó en el oído.
Ahí lo vestiste de uniformes resplandecientes y
generaste en tu propio seno al funcionarillo místico,
sádico e impotente que te llevó al tercer Reich y
enterró a sesenta millones de tu especie, mientras ibas
gritando "¡Heil! ¡Heil! ¡Heil!". Así eres, pequeño
hombrecito, pero nadie se atreve a decirte cómo eres.
Porque se te tiene miedo, HOMBRE PEQUEÑOy se
quiere que te mantengas pequeño. Devoras tu
felicidad. Nunca fuiste capaz de gozaría con plenitud.
Por eso la consumes ávidamente, sin siquiera asumir
la responsabilidad de asegurarla. Nunca te fue
permitido aprender a cuidar de tus alegrías, alimentar
la felicidad como el jardinero lo hace con sus flores,
como el campesino con sus cosechas. Los grandes
científicos, poetas y hombres sabios siempre huirán de
tu compañía, pues desean preservar la alegría que les
sea posible. En tu compañía es fácil devorar la
felicidad, pequeño hombrecito, pero es difícil
protegerla. ¿No entiendes lo que estoy diciendo,
pequeño hombrecito? Yo te explico; un innovador
trabaja durante diez, veinte o treinta años, sin
desfallecimientos, en su ciencia, máquina o
concepción de la sociedad. Todo lo que es nuevo lo
carga consigo, cual pesado fardo. Habrá de sufrir tu
estupidez, lo mezquino de tus ideas y valores, tendrá
que entenderlos usarlos, y, finalmente, tendrá que
sustituirlos por nuevas ideas. En nada lo ayudarás,
pequeño hombrecito, por el contrario, nunca vendrás a
decirle: "Oye camarada, veo bien como trabajas en mi
máquina, para mis hijos, para mi mujer, mis amigos, mi
casa, mis campos, para que las cosas sean otras.
Sufrí por mucho tiempo de esto y de aquello, pero
nada podía hacer; ¿puedo ayudarte a ayudarme?". No,
HOMBRE PEQUEÑOnunca ayudas a quien te ayuda;
juegas a las cartas o te agotas de berrear en
espectáculos de competencias, o te vas dando de
cabezazos en tu trabajo, en la fábrica o en la mina.
Pero nunca ayudas a quien te ayuda. ¿Y sabes por
qué? Porque todo aquel que es innovador, solamente
tiene para ofrecerte, en un principio, ideas. No lucro, ni
un salario más alto, ni bonos navideños, ni un modo de
vida más fácil, ni un puesto mejor en el sindicato, todo
lo que puede ofrecerte son preocupaciones, y éstas tú
ya las tienes de sobra. Pero si al menos te hubieses
mantenido alejado, sin ofrecer o dar ayuda, ningún
innovador podría quejarse de ti; bien vistas las cosas,
no es "para ti" que piensa, descubre o inventa; lo hace
porque su funcionamiento vital lo impulsa a que así
sea. En cuanto al cuidado y compasión por ti, lo deja a
cargo de los líderes partidarios y de los hombres del
clero. Lo que realmente le sería agradable, sería verte
capaz de cuidar de ti mismo. Sólo que no te contentas
con mantenerte al margen, sin ofrecer ayuda, sino que
lo molestas y escupes. Cuando el innovador, después
de larga y ardua tarea, finalmente entiende los motivos
por los que eres incapaz de dar satisfacción en el amor
a tu mujer, tú vienes y le llamas obsceno; no tienes la
menor idea de que le dices esto porque estás forzado
permanentemente a esconder la obscenidad en ti y por
eso mismo eres incapaz para el amor. O entonces,
cuando el investigador descubre por qué motivo el
cáncer ataca en masa a las poblaciones y tú eres por
ejemplo, profesor de patología del cáncer, con un
sólido salario, dices que el investigador es un fraude, o
que no entiende nada sobre los gérmenes del aire, que
dice cosas demasiado elevadas, o preguntas si es
judío o extranjero, o insistes que tienes derecho a
examinarlo con el fin de saber si es lo suficientemente
calificado para trabajar en tu problema del cáncer o en
el problema que no consigues resolver, o prefieres ver
condenados a muchos enfermos cancerosos a tener
que admitir que fue él quien descubrió la posibilidad de
salvar a tus pacientes. Pero, para ti, tu dignidad
catedrática, tu cuenta en el banco o tus conexiones
con la industria del radio, significan más que la verdad
y el conocimiento. Y es por esto que eres mediocre y
desgraciado pequeño hombrecito. Así es, no sólo no
das apoyo sino que perturbas maliciosamente el
trabajo que te es destinado o hecho en tu beneficio o
en tu lugar. ¿Entiendes ahora por qué te es negada la
alegría? Porque es algo que se trabaja y se gana. 10
Pero tú sólo sabes consumir la alegría, y por eso se te
escapa. Con el correr del tiempo, el innovador
finalmente consigue convencer a un gran número de
personas de que su descubrimiento tiene valor práctico
inmediato, o sea, de que con él es posible el
tratamiento de determinadas dolencias, levantar pesos
o hacer estallar rocas, o penetrar al interior de la
materia por medio de radiaciones, lo crees después de
leer los periódicos, pero no si lo ves. Respetas a los
que te desprecian y te desprecias a ti mismo, por eso
no te es posible creer por tus propios medios, pero si
el descubrimiento sale en los periódicos, te dejas llevar
rápidamente, pasas a considerar al innovador un
"genio", aunque sea el mismo hombre que antes
llamabas fraudulento, obsceno, charlatán, o amenaza
a la moral pública. Ahora es "genio"; tú no sabes lo
que es un "genio", así como no sabes lo que es un
"judío", o la "verdad", o la "felicidad". Yo te digo,
pequeño hombrecito, tal como Jack London te lo dice
en su libro "Martin Eden". Sé que lo leíste millares de
veces, pero sin entenderlo; "genio" es la marca
registrada de un producto cuando es puesto a la venta.
Si realmente el innovador (que antes era "obsceno" o
"loco") es un genio, se vuelve posible consumir la
felicidad que te ofrece, porque tiene ahora a una
multitud de pequeños hombrecitos que gritan al
unísono contigo: "¡genio!, ¡genio!". Y la multitud viene
en bandos a comer el producto de la mano que lo
extiende. Y si eres médico, tendrás muchos pacientes,
a los cuales podrás ofrecer mejores condiciones de
tratamiento y ganarás mucho dinero. "¿Y entonces?" -
dices tú, pequeño hombrecito- "¿qué hay de malo en
esto?". Nada, está bien que se gane dinero con un
trabajo honesto y competente. Lo que no es muy justo
es no dar algo al descubrimiento, no desarrollarlo y
sólo explotarlo. Hacerse rico, que es exactamente lo
que haces; sin dar un paso para su desarrollo,
mecánicamente te adueñas de lo que te dan, con
avidez, estúpidamente, sin percatarse de sus
posibilidades o limitaciones. En cuanto a las
posibilidades, no podrías entenderlas, e intentas
sobrepasar las limitaciones rehusándote a
reconocerlas. Si eres médico o bacteriólogo, porque
sabes que la cólera y la tifoidea son enfermedades
infecciosas, pasas la vida buscando al microorganismo
que causa el cáncer, perdiendo así estúpidamente,
décadas de investigación. Otro gran hombre, en otro
tiempo, te probó que las máquinas obedecen a ciertas
leyes; de modo que construyes máquinas de muerte, y
consideras a la vida una máquina más. Tu error en
esta materia no fue de tres décadas, sino de tres
siglos; conceptos perfectamente erróneos pasaron a
ser parte integrante de la actividad científica de cientos
de miles de investigadores; la propia vida se
encontraba amenazada, porque a partir de ese
momento -en nombre de tu dignidad, o de tu cátedra, o
tu religión, o tu cuenta de banco, o tu rigidez de
carácter perseguiste, masacraste e intentaste
perjudicar por todos los medios posibles a aquellos
que siguieran empeñados en proseguir el estudio de la
función vital. Sin duda que te agrada poseer "genios" y
rendirles el debido homenaje. Pero quieres un genio
bueno, un hombre moderado y decoroso, sin fantasías,
esto es, un genio comedido y adaptado, no un genio
rebelde y libre, capaz de romper todas tus barreras y
limitaciones. Quieres al genio limitado, tratable, una
máscara que puedas pasear sin miedo y en son de
triunfo por las calles de tus ciudades. Así eres,
pequeño hombrecito, bueno para acumular y no
derrochar, pero incapaz de crear. Es por eso que eres
lo que eres, toda la vida encerrado en una oficina
solitaria, agarrado al respirador, preso en una camisa
de fuerza conyugal, o profesor de los niños que odias,
incapaz de generar o crear algo nuevo, porque eres
capaz de servirte de lo que otros te ofrecen en bandeja
de plata. ¿No entiendes por qué es así, por qué no
puede ser de otra manera? Yo te lo digo, pequeño
hombrecito, porque aprendí a verte como un animal
rígido que me traía su vacío, su impotencia, y su
enfermedad mental. Sólo sabes cacarear y agarrar, no
sabes crear o dar, porque la actitud básica de tu
cuerpo es la retención y la desconfianza, porque te da
pánico cada vez que sientes los impulsos primordiales
del AMOR y de la DÁDIVA. Es por eso que tienes
miedo de dar. Tu permanente avidez sólo tiene un
significado: estás continuamente forzado a hincharse
de dinero, de satisfacciones, de conocimiento porque
te sientes vacío, hambriento, infeliz, ignorante y
temeroso de la sabiduría. Es por eso que huyes de la
verdad, pequeño hombrecito. Ella te podría hacer
amar. Saber, entonces, lo que intento
inadecuadamente decirte. Y esto tú no lo quieres,
pequeño hombrecito, sólo quieres que te dejen en paz
como consumidor y patriota. "¡Oigan esto!". Este tipo
niega al patriotismo, la base del Estado y de su órgano
fundamental, la familia. "¡Esto no puede quedarse
así!". Es así que gritas auxilio; cuando alguien te
denuncia el estreñimiento mental no quieres ni oír, ni
saber, quieres berrear "vivas". ¿Por qué no me dejas
decirte por qué razón eres incapaz de sentir alegría?
Te veo el miedo en los ojos -se siente cuán
profundamente te afecta el asunto. La "cuestión
religiosa", por ejemplo. Afirmas defender la "tolerancia
religiosa"; afirmas tu derecho a la libertad en materia
religiosa, perfecto, pero quieres más: quieres que tu
religión sea la única, eres intolerante en cuanto a las
otras. Te desesperas cuando encuentras a alguien
que, en lugar de un dios 11 personal, adora a la
naturaleza y procura entenderla. Prefieres que los
cónyuges en vías de separación sean procesados
judicialmente, que sean acusados de inmoralidad o de
brutalidad cuando ya no les es posible vivir juntos; tú
que eres descendiente de hombres rebeldes, eres
incapaz de reconocer el divorcio por mutuo
consentimiento; porque tu propia obscenidad te
asusta, quieres la verdad en un espejo, en algún lugar
donde no la puedas alcanzar. Tu chauvinismo proviene
de tu rigidez, de tu estreñimiento mental, pequeño
hombrecito, y no lo digo con sarcasmo, porque te
estimo aunque tu hábito sea el de aplastar a los que te
estiman y te dicen la verdad. Repara, por ejemplo, en
tus patriotas; no caminan, marchan. No odian al
verdadero enemigo, lo que pasa es que tienen
"enemigos hereditarios", que cada diez años pasan a
la categoría de amigos de toda la vida y viceversa. No
cantan, berrean himnos marciales. No hacen el amor,
"se las echan", y tienen un curriculum de "habilidades"
por noche. Estas son las verdades que tengo para
decirte, pequeño hombrecito, y contra las cuales nada
tienes que oponer, excepto el asesinato, el mismo que
perpetraste contra tantos otros hombres que te
estimaban; Jesús, Rathenau, Karl Liebknecht, Lincoln
y muchos más. En Alemania acostumbrabas llamarlo
"depuración". A largo plazo fuiste tú quien fue
"depurado" -por millones- pero sigues siendo un
patriota. Deseas amar y ser amado, amas a tu trabajo
y de él vives, y tu trabajo vive en mi conocimiento y en
el de otros. El amor, el trabajo y el conocimiento no
tienen patria, no conocen fronteras ni uniformes. Son
internacionales, son el patrimonio de la humanidad.
Sólo que tú prefieres tu patrimonio mediocre, porque
tienes miedo al amor genuino, al trabajo responsable y
al conocimiento. Y por eso explotas al amor, al trabajo
y al conocimiento de los otros, pero nunca podrás
crear. Por eso usas tu alegría como un ladrón furtivo,
por eso no consigues soportar, sin mal humor y
envidia, la felicidad de los otros. "¡Agárrenlo, que es un
ladrón! ¡No es más que un extranjero, un inmigrante,
yo no, yo soy alemán, americano, danés, noruego!".
Para con eso, pequeño hombrecito, tú eres y has de
ser siempre el eterno inmigrante y emigrante. Viniste a
parar a este mundo por accidente y has de dejarlo sin
que nadie se dé cuenta. Berreas porque tienes miedo
y poco a poco tu cuerpo va quedándose rígido y seco.
Y por eso llamas a tu policía, pero tampoco tu policía
tiene poder contra la verdad, porque tu policía viene
conmigo y se queja de la mujer y los hijos enfermos.
Cuando se pavonea con un uniforme, el hombre
esconde su enfermedad, pero no a mí, puesto que ya
lo vi desnudo. "¿El tipo tiene antecedentes penales?
¿Tiene los papeles en regla? ¿Paga sus impuestos?
¡Revísenlo, este hombre es una amenaza para el
Estado y la honra de la nación!". Sin embargo,
pequeño hombrecito, siempre fue posible
identificarme, siempre tuve los papeles en regla y
pagué mis impuestos. Lo que te importa no es la
situación del Estado o la honra de la nación, lo que
pasa es que tienes un miedo mortal a que exponga en
público lo que de ti fui conociendo en el consultorio
médico. Es por esto que tratas de inventarme un
crimen político, que me encierre en la cárcel durante
años. Yo te conozco, pequeño hombrecito; si por
casualidad eres el juez de la comarca, estás mucho
menos interesado en proteger la ley, o a los
ciudadanos, que en llamar la atención con el "caso"
que te ha de llevar a juez de primera instancia. Esto es
lo que buscan todos los jueces; tu juicio de Sócrates
fue un caso ejemplar, pero la historia nunca te enseñó
nada. Asesinaste a Sócrates, y como no sabes lo que
hiciste, sigues en el lodo. Lo acusaste de pervertir tu
código moral, pero él continúa haciéndolo, pequeño
hombrecito; asesinaste el cuerpo, no el espíritu. Y
continúas asesinando, en nombre del "orden" y de la
"ley", pero cobardemente, por la espalda. Eres incapaz
de encararme cuando me acusas de inmoralidad,
porque sabes muy bien quién de nosotros, es el
inmoral, obsceno y pornográfico. Alguien dijo una vez,
que de toda la gente que conocía sólo había una que
no contaba chistes obscenos, esa persona era yo; en
cuanto a ti, seas juez o jefe de la policía, conozco tus
chistes obscenos y sé de dónde vienen, de modo que
es mejor que no abras la boca. Tal vez consigas
probar que pagué cien dólares de menos en mis
impuestos, o que atravesé la frontera entre dos
estados con una mujer, o que me paré a platicar con
un niño en la calle. Es en "tu" boca no en la mía donde
tales afirmaciones suenan feas y obscenas, por lo que
"tu" pequeña mente oscura pone en ellas. Y como no
sabes nada más, piensas que soy de tu especie; no,
pequeño hombrecito, no soy y nunca fui como tú en
estos asuntos. Y no importa que lo creas o no; ahora,
tú detentas la fuerza y yo el conocimiento -son
funciones diferentes. Y así das cuenta de tu existencia:
en 1924 sugerí un estudio científico sobre la
naturaleza humana. Reaccionaste entusiastamente. 12
En 1928, nuestro trabajo presentaba sus primeros
resultados; seguiste entusiasmado y yo tuve honores
de espíritu rector. 1933 los resultados en cuestión
deberían ser publicados por tu casa editora, Hitler
acababa de subir al poder. Yo acababa de entender
que la llegada de Hitler al poder estaba ligada a tu
rigidez de actitud. Te rehusaste entonces a publicar el
libro (El Análisis del Carácter. N. del T.) que te
demostraba cómo habías producido un Hitler. El libro
fue publicado y tú continuaste entusiasmado, sólo que
intentaste esconderlo en el silencio, pues tu
"presidente" se había declarado públicamente en
contra de él. También, por otro lado, habías
aconsejado a las madres que suprimiesen la excitación
genital de los niños, deteniéndoles la respiración.
Durante doce años te mantuviste callado sobre el libro
que había suscitado tu entusiasmo. En 1946 fue
reeditado y lo aclamaste entonces como un "clásico";
todavía hoy parece entusiasmarte. Se sucedieron
entretanto 22 largos años, cargados de inquietud y
trabajos, desde que comencé a transmitirte que más
importante que el tratamiento individual es la
prevención de la perturbación mental. Durante 22 años
te aseguré que las personas caen en esta o en aquella
forma frenética de existir o se encierran en
lamentaciones estériles porque les son imposibles el
amor y el placer. Porque sus cuerpos, a la inversa de
lo que sucede en las otras especies animales, no
poseen más la capacidad de contraerse y expandirse
en el acto de amor. 22 años después de haberlo
afirmado, lo dices ahora a tus amigos: es más
importante la prevención de las perturbaciones
mentales que su tratamiento individual. Y como si
fuese nuevo, actúas como lo has hecho durante miles
de años; hablas de los grandes objetivos sin
preocuparte por la forma de alcanzarlos, olvidas la
dimensión afectiva de la vida de las masas. Preconizas
la prevención de las perturbaciones mentales,
aspiración inocente y muy digna, y que está permitida.
Pero crees posible hacerlo ignorando la prevalecencia
generalizada de frustración en el dominio sexual. Ni
siquiera consientes que se hable de eso. Y así también
como médico, no tienes salida. ¿Qué pensarías tú de
un ingeniero que revelase la técnica de vuelo y se
guardase como secreto las características del motor y
la hélice? De esta manera funcionas como ingeniero
del alma humana -cobardemente, aceptas lo que de mi
información te conviene, pero rechazas lo espinoso;
vas por ahí llamándome, lleno de sobreentendidos
pornográficos "el profeta del buen orgasmo". Escucha,
psiquiatrilla, ¿nunca te impresionaron las quejas de
mujeres recién casadas, con el cuerpo violado por
maridos impotentes? ¿O las angustias de los
adolescentes que sufren de amor insatisfecho? ¿Será
que tienes tu seguridad, más en cuenta que la de tus
pacientes? ¿Hasta cuándo vas a preferir tu mediocre
dignidad a tu responsabilidad terapéutica? ¿Durante
cuánto tiempo más serás capaz de escamotear el
hecho de que tus tácticas sacrifican millones de vida?
La seguridad es más importante para ti que la verdad.
La primera vez que oíste hablar del orgón,
descubrimiento mío, no fuiste capaz de interrogarte
sobre cuales serían su utilidad y sus posibilidades de
aplicación terapéutica; pero sí te preocupaste por
saber, si yo poseía o no la documentación que me
permitiese practicar la medicina en el estado de Maine;
no entiendes que tus exigencias burocráticas, en poco
o en nada, perturban mi trabajo y todavía menos lo
impiden; ¿será que ni siquiera tienes conocimiento de
mi prestigio como investigador, de ligar mi nombre con
el descubrimiento de la plaga emocional y de la
energía vital -que nadie menos calificado que yo podrá
examinarme? En cuanto a tu avidez de libertad, nunca
nadie te preguntó por qué siempre te fue imposible
alcanzarla o por qué razón, si alguna vez la
conseguiste, inmediatamente la depositaste en las
manos de los nuevos amos. "¡Oigan esto! este
monstruo se atreve a dudar de los levantamientos
revolucionarios de los proletarios de todo el mundo, se
atreve a dudar de la democracia! Abajo la
contrarrevolución! ¡Fuera con él!". No te excites,
jefecillo de todos los demócratas y de todos los
proletarios del mundo, mi firme convicción es que tu
futura libertad real depende más de tu respuesta a
esta pregunta, que de las mil resoluciones de tus
congresos de partido. "¡Fuera con él!, corrompe la
honra de la nación y de la vanguardia del proletariado
revolucionarios ¡Fuera! ¡A la calle! ¡De espaldas contra
la pared!". 13 Pero no son tus "VIVAS" ni tus "MUERA"
los que te harán aproximar tus objetivos, pequeño
hombrecito. Siempre creíste que tu libertad está
asegurada a través de la persecución de los
opositores. Por lo menos una vez en tu vida, encárate
a ti mismo de frente... "¡Fuera, fuera!" Detente un
minuto, pequeño hombrecito, no es mi intención
menospreciarte, sino sólo probarte por qué razón
hasta ahora no te fue posible alcanzar la libertad o
garantizarla, ¿será que el tema no te interesa?
"¡Fuera, fuera!"... Te garantizo que voy a ser breve;
intentaré decirte cómo se comporta tu HOMBRE
PEQUEÑOcada vez que se cree en una situación de
libertad. Supongamos que eres estudiante en un
instituto que, entre otros, defiende los valores de la
salud sexual de los niños y de los adolescentes. La
"extraordinaria idea" te entusiasma, de modo que
deseas participar en la lucha. Voy a contarte lo que
sucedió en mi escuela: Mis alumnos estaban sentados,
observando al microscopio, biones. Tú estabas
sentado en el acumulador de orgón, desnudo, te llamé
para que participases de la observación. Fue entonces
que decidiste salir, tal como estabas en el acumulador,
delante de los muchachos y de las mujeres. Te
amonesté inmediatamente pero no parecías entender
por qué lo hacía. Me parecía inverosímil que no lo
entendieses. Más tarde, en larga plática, admitiste que
en la base de tu comportamiento estaba exactamente
la imagen que tenías de un instituto que defendía la
libertad sexual. Tomaste entonces conciencia del
hecho de que sentías el mayor desprecio por el
Instituto y por su idea básica y que había sido por eso
que te habías comportado indecentemente. ¿Soy
claro? ¿Ningún comentario? Otro ejemplo que
demuestra la forma como destruyes tu libertad. Tú
sabes, yo sé y todos sabemos que vives en un estado
de permanente frustración sexual; que fácilmente
encaras mentalmente y con avidez cualquier miembro
del otro sexo; que las pláticas que tienes con los
amigos, sobre temas sexuales, se reducen a un
repertorio de anécdotas obscenas, que en suma, tu
imaginación es sobre todo pornográfica. Una noche te
escuché marchando con tus amigos en la calle,
gritando: ¡Queremos mujeres, queremos mujeres!"
Dado que tu futuro forma parte de mis preocupaciones,
intenté crear instituciones donde pudieses comprender
mejor tu miseria y cambiarla; tú y tus amigos venían en
grupos a las reuniones que organicé en el ámbito de
esas instituciones. ¿Y sabes por qué fue así, pequeño
hombrecito? Al principio llegué a pensar que te movía
un genuino interés, la voluntad de dar un nuevo
sentido a tu vida. Sólo más tarde entendí lo que
realmente te motivaba: pensabas que irías a encontrar
una nueva forma de burdel, donde sería más fácil
encontrar a una muchacha sin pagar un quinto. Y
cuando lo entendí, destruí con mis propias manos las
instituciones que hice intentando ayudarte, no porque
me pareciera mal el hecho de poder encontrar una
muchacha en esas reuniones, sino porque la intención
con que venías a las reuniones era vil. Por eso las
destruí, por eso, una vez más te quedaste donde
estabas. ¿Tienes alguna cosa que decirme? "¡El
proletariado ha sido corrompido por la burguesía, los
líderes del proletariado son los que podrán solucionar
el problema. Irán a sanear las costumbres con mano
de hierro -sólo así podrá ser solucionado el problema
sexual del proletariado!" Yo sé lo que tú quieres decir,
pequeño hombrecito, fue exactamente lo que pasó en
tu patria de los proletarios: dejar que el problema
sexual se resolviera por sí mismo. El resultado se vio
en Berlín. Cuando los soldados proletarios violaban
mujeres por todos lados. Sabes que fue así. Tus
campeones de la "Honra revolucionaria". "Tus
soldados del proletariado del mundo" te desgraciaron
lo suficiente para que la vergüenza te durara unos
siglos. Dices que estas cosas "sólo acontecen en la
guerra", entonces te cuento otra historia. Otro jefe,
lleno de entusiasmo por la dictadura del proletariado,
no lo era menos en cuanto a la economía sexual, vino
a verme y me dijo: "Usted es extraordinario, Karl Marx
nos mostró cómo es posible la libertad económica,
usted nos apunta el camino para la libertad sexual, fue
capaz de decirnos: Forniquen lo más que puedan". En
tu mente se pervierte todo, aquello que yo llamo un
acto de amor, es en tu vida un acto pornográfico, y ni
siquiera sabes de qué hablo, pequeño hombrecito, y
es por eso que siempre regresas al pantano. Si acaso
tú, pequeña mujercita, que te vuelves profesora sin
tener alguna calificación especial para tal cosa y sólo
porque nunca tuviste hijos, los efectos de tu acción son
desastrosos. Tu trabajo debería ser comunicarte con
los niños y educarlos. Cualquier 14 educación válida
engloba un conocimiento correcto de la sexualidad
infantil. Pero para poder entender correctamente la
sexualidad infantil, es necesario conocer por
experiencia propia lo que es una relación de amor. Y tú
eres obesa, desaliñada y sin ningún atractivo, lo que
necesariamente te lleva a odiar cualquier cuerpo
humano dotado de gracia y vivacidad. No es
evidentemente, por ser gorda y poco atractiva que te
censuro, ni porque jamás hayas conocido el amor de
un hombre (ninguno que fuese mínimamente saludable
te lo habría ofrecido), ni siquiera por el hecho de no
entender el amor de los niños. Pero por tener en
cuenta como virtud, tu total ausencia de atractivos y tu
incapacidad de amar y porque aplastas con tu odio la
afectividad de los niños a tu cargo, aunque ejerzas tus
funciones en una "escuela progresista". Lo que es un
crimen y te convierte en una monstruosidad, mujercilla.
Tu perniciosa influencia, consiste en alienar el afecto
que los niños saludables sienten por sus saludables
padres, en considerar el saludable afecto de un niño
como síntoma patológico. En extender a toda tu
influencia el formato de barril de tu cuerpo, piensas
como un barril y educas como un barril; no sabes
retirarte a un lugar modesto e intentas imponer a los
otros tu presencia opaca, tu falsedad o tu odio amargo
bajo la máscara de tu falsa sonrisa. Y tú, pequeño
hombrecito, por qué consientes que sean éstas
mujeres quienes eduquen a tus hijos, saludables
todavía; porque les permites destilar la amargura en el
espíritu eres lo que eres, vives como vives, piensas
como piensas y el mundo es como es. Viniste a
buscarme para intentar aprender aquello que había
sido el fruto de mi trabajo, aquello por lo que luché y
lucho. Sin mí habrías sido un oscuro médico de clínica
general en cualquier aldea o ciudad de provincia. Te
engrandecí a través del acceso a mi conocimiento y
las técnicas terapéuticas. Te enseñé a detectar el
modo como es suprimida la libertad, cómo la
servidumbre es impuesta y mantenida. Fue entonces
que asumiste una posición de responsabilidad como
expositor de mi trabajo en otro país, en completa
libertad; en el sentido amplio de la palabra, confié en tu
honestidad, pero te mantenías dependiendo de mí,
pues por ti mismo, poco o nada eras capaz de crear.
Necesitabas de mí como base de conocimiento, como
fuente de autoconfianza, perspectiva de futuro y sobre
todo desarrollo. Todo esto te lo ofrecí con alegría,
pequeño hombrecito, sin pedir nada a cambio, fue
entonces que declaraste que yo te había "violado". Te
volviste agresivo con la esperanza de "volverte libre".
Confundir, sin embargo, la imprudencia con la libertad,
fue siempre la marca del esclavo. En tu intento de
libertad dejaste de enviarme reportes de tu trabajo, te
sentías libre -libre de la cooperación y de la
responsabilidad. Y es por eso, pequeño hombrecito,
que tú y el mundo están donde están. Imagínate,
pequeño hombrecito, ¿cómo se sentiría un águila que
estuviese empollando huevos de gallina? En un
principio el águila piensa que está empollando
pequeñas águilas que irán a tomar un tamaño idéntico
al suyo, pero resulta que siempre son pollos.
Desesperada, el águila espera que los pollos todavía
puedan llegar a ser águilas. El tiempo pasa y resulta
que finalmente, son gallinas cacareantes. Entonces,
nace en el águila la tentación de comerse a los pollos y
gallinas de una sola vez. Sólo un pequeño resto de
esperanza le impide hacerlo. La esperanza de que
algún día surja del bando de pollos una pequeña
águila capaz de medir la distancia a partir de las cimas
de las montañas, de detectar nuevos mundos, nuevas
formas de pensar y de vivir. Y sólo esta esperanza
impide al águila triste y solitaria devorar a los pollos y
gallinas, que ni siquiera se dan cuenta de que ella los
sustenta y acoge, que viven en un escarpado peñasco,
muy arriba de los valles oscuros y húmedos. Nunca
verán a la distancia como el águila solitaria. Se
limitarán a engullir lo que el águila, día tras día, les
traiga de alimento. Se dejarán calentar bajo sus
poderosas alas siempre que llueva o truene, mientras
ella soporta la tempestad sin protección alguna. O
llegaron a tirarle piedras por la espalda en los peores
momentos; al darse cuenta de esto, su primer impulso
fue de despedazarlos, pero, pensándolo mejor, se
llenó de compasión. Esperaba todavía que algún día
hubiera de surgir, de entre los miopes pollos
cacareantes, un águila pequeña, capaz de
acompañarlo. Hasta hoy, el águila no ha desistido, de
modo que continúa criando pollos. Tú no quieres ser
águila, pequeño hombrecito, y es por eso que eres
devorado por los buitres, tienes miedo de las águilas y
es por eso que vives en grandes manadas. Porque
algunas de tus gallinas empollaron huevos de buitre, y
los buitres se convirtieron en tus jefes, entonces,
contra las águilas. Las águilas desearían haberte
llevado más lejos, más alto. Los buitres te enseñaron a
comer cadáveres, a contentarte con algunos granos de
trigo y a berrear: "¡VIVA EL GRAN BUITRE!". Y a
pesar de tus privaciones y de tu condenación masiva,
sigues teniendo miedo de las águilas que protegen a
tus pollos. 15 Construiste sobre la arena tu casa, tu
vida, tu cultura, tu civilización, tu ciencia y técnica, tu
amor y tu educación infantil. No lo sabes, pequeño
hombrecito, ni quieres saberlo y destruyes al gran
hombre que intenta decírtelo. En tu agonía son
siempre las mismas cuestiones las que te afligen: "Mi
hijo es obstinado, destructivo, de noche tiene
pesadillas, no logra concentrarse en su trabajo escolar,
sufre de estreñimiento, tiene mal color, es un niño
cruel, ¿qué he de hacer? ¡Ayúdenme!". O: "Otra
guerra, después de haber luchado en una que debería
poner fin a todas las otras, ¿qué podemos hacer?". O:
"La civilización de que tanto nos enorgullecemos está
por decaer en un proceso de inflación. Hay millones de
personas con hambre, gente que mata, roba, destruye
y abandona toda esperanza. ¿Qué habremos de
hacer?". "¿Qué habremos de hacer?", es tu
interrogación milenaria. El destino de toda adquisición
cultural importante en la cual prevalezca la verdad
sobre la seguridad, es la de ser ávidamente devorada
por ti y en seguida defecada. Muchos fueron los
hombres con coraje y solitarios que te dijeron lo que
deberías de hacer. Y siempre distorsionaste lo que te
era comunicado, siempre los llevaste a la amargura y
la destrucción. Siempre les tomaste la palabra por el
lado equivocado, prefiriendo como regla de la vida el
pequeño margen de errores, en vez de la gran verdad;
en el cristianismo, en la formación socialista, en el
concepto de soberanía popular, en todo lo que tocaste,
pequeño hombrecito. Preguntas: ¿por qué es así? No
creo que tomes la cuestión en serio y me vas a odiar
cuando escuches la verdad: construiste tu casa sobre
la arena y proseguiste así a lo largo de los siglos,
porque eres incapaz de respetar la vida, porque hasta
el amor de tus hijos destruyes antes de que haya
podido florecer; porque no soportas ninguna forma de
espontaneidad, ningún movimiento libre, vivo y natural.
Y porque no puedes tolerarlo te da pánico y preguntas:
"¿Qué irá a decir el señor Pérez?". Eres cobarde en tu
actividad intelectual, porque la actividad intelectual, la
vitalidad y el movimiento son parte de tu cuerpo y tú
temes a tu cuerpo; muchos fueron los grandes
hombres que te decían: escucha a tu voz interior -
sigue la verdad de lo que sientes- venera tu amor, pero
tú no prestaste atención a tales palabras. Fueron
palabras perdidas en el desierto, apelaciones solitarias
que mueren en tu selva desolada, pequeño
hombrecito. Se te ofreció escoger entre la exigencia de
superación del UBERMENSCH (super hombre) de
Nietzsche y la degradación del UNTERMENSCH (sub
hombre) en Hitler. Berreando "VIVA" escogiste el
UNTERMENSCH. Se te ofreció escoger entre la
constitución genuinamente democrática de Lenin y la
dictadura de Stalin, escogiste la dictadura de Stalin.
Tuviste la oportunidad de escoger entre la elucidación
de Freud para el origen sexual de tus perturbaciones
emocionales y su teoría de la adaptación cultural.
Escogiste su teoría de la adaptación cultural que no te
traería ninguna ayuda, y olvidaste la teoría sexual.
Pudiste escoger entre la magnificente simplicidad de
Cristo o la complicidad de Pablo con su celibato para
los sacerdotes y su matrimonio compulsivo e
indisoluble. Para ti escogiste el celibato y el matrimonio
indisoluble, olvidando a la mujer simple que parió a su
hijo, Jesús, sólo por amor. Pudiste escoger entre la
concepción de Marx de la productividad de tu fuerza
de trabajo como única fuente del valor de los
productos y la concepción del Estado. Olvidaste tu
fuerza de trabajo y escogiste la idea del Estado.
Durante la revolución francesa podías escoger entre el
cruel Robespierre y el gran Danton. Escogiste la
crueldad y enclaustraste la bondad y grandeza del
alma en la guillotina. En Alemania podías escoger
entre Goering y Himmler, por un lado y a Liebkncht,
Landau y Mühsam, en el polo contrario. Diste a
Himmler el cargo de jefe de la policía y asesinaste a
tus verdaderos amigos. Podías escoger entre Julius
Streicher y Walter Rathenau, asesinaste a Rathenau.
Podías escoger entre Lodge y Wilson, -asesinaste a
Wilson. Podías haber escogido entre la crueldad de la
inquisición y la verdad de Galileo. Escogiste torturar a
Galileo de cuyos descubrimientos hoy todavía te
beneficias, sometiéndolo a toda especie de
humillaciones. Y en pleno siglo XX, continúas
utilizando los mismos métodos de la inquisición.
Puedes escoger entre la comprensión de la
enfermedad mental y las terapias de "electroshock" -
escoges éstas, para no tener que enfrentar las
dimensiones monstruosas de tu propia miseria,
prefiriendo la ceguera donde sólo los ojos bien abiertos
te podrían salvar. Recientemente tuviste la opción
entre la asesina ENERGÍA ATÓMICA Y LA
BENEFICIOSA ENERGÍA ORGÁNICA; congruente
con tu estrechez mental, escogiste la energía atómica.
Puedes escoger entre la 16 ignorancia acerca de la
célula cancerosa y lo que me fue posible descubrir de
sus secretos, la posible salvación de millones de vidas.
Pero continúas repitiendo las mismas burradas acerca
del cáncer que vienen en los periódicos y revistas,
manteniendo en silencio lo que podría salvar a tu hijo,
a tu mujer y a tu madre. Mueres de hambre, pero
defiendes de los mahometanos la sacralidad de sus
vacas, HOMBRE PEQUEÑOhindú. Andas harapiento,
HOMBRE PEQUEÑOde Italia y eslavo de Trieste, pero
lo que más parece importante es saber si el trieste es
"italiano" o "eslavo"; siempre pensé que Trieste era un
puerto internacional. Ahorcas a los nazis después de
que asesinaron a millones de personas. ¿Dónde es
que estabas antes? ¿No bastan docenas de cadáveres
para hacerte pensar, sólo millones? Cada uno de estos
actos mezquinos da señas de tu monstruosidad de
animal humano. Dices: "¿Pero por qué diablos tomas
todo esto tan en serio?, ¿te sientes responsable por
todo el mal?" Esta es la cuestión que te condena; si tú,
pequeño hombrecito, salido de las filas de millones
como tú, te hicieses cargo apenas de una pequeña
parcela de responsabilidad, el mundo no sería lo
mismo, y todos los grandes hombres que te estiman
no serían condenados a muerte por tu mezquindad. Es
porque no asumes ninguna responsabilidad, que tu
casa está asentada sobre la arena, el techo se cae
sobre tu cabeza pero conservas la honra "proletaria" o
"nacional". El piso se te va por debajo de los pies, pero
continúas berreando: "¡Viva el gran jefe, viva
Alemania, la Rusia, el pueblo judío!". Tus hijos
agonizan, pero continúas preconizando "la disciplina y
el orden" que les impones pegándoles. El viento sopla
por tu casa, tu mujer se enferma de pulmonía, pero tú
crees que construir tu casa sobre un peñasco no pasa
de ser "una fantasía de judío”. En tu enorme aflicción
vienes a mí y me dices: "¡mi bueno, querido y
extraordinario doctor! ¿Qué he de hacer? Mi casa se
desmorona, el viento sopla dentro, mi mujer y mis hijos
están enfermos y yo también, ¿qué he de hacer?". La
respuesta es: construye tu casa sobre un peñasco,
peñasco que eres tú mismo y tu propia naturaleza
recta, el amor físico de tus hijos, la esperanza amorosa
de tu mujer, lo que esperaba de la vida a los 16 años.
Cambia tus ilusiones por un poco de verdad. Manda a
tus políticos y diplomáticos a dar una vuelta. Olvida a
tu vecino y escucha a tu propia voz -tu vecino te lo
agradecería. Diles a tus camaradas del trabajo que
deseas trabajar en nombre de la vida, no al servicio de
la muerte. No corras para asistir a las ejecuciones de
verdugos y víctimas, crea las leyes que protejan la vida
humana y sus bienes. Leyes que serán el peñasco
donde asientes tu casa. Protege el amor de los niños
de tierna edad, cuídalos de los ataques de los adultos
lascivos y frustrados. No aceptes a la solterona
intrigante, haz una exposición pública de sus maldades
y envíala al reformatorio, en lugar de abandonar allá a
los adolescentes carentes de afecto, si tu posición
profesional es de dirección. No intentes ser más
explotador que quien intenta explotarte. Deja fuera tus
pantalones de fantasía y tu sombrero alto y no pidas
autorización oficial para amar a tu mujer. Conéctate
con gente de otros países, pues son tus semejantes,
en lo que tienes de bueno y de malo. Deja pues, que tu
hijo crezca con la naturaleza, pero antes protégela y
entiéndela. Acude a las bibliotecas en lugar de asistir a
espectáculos de competencias, viaja a otros países en
lugar de ir a Acapulco. Y sobre todo procura PENSAR
CORRECTAMENTE, escucha tu voz interior y su
suave murmullo, tienes la vida en tus manos. No la
entregues a otro y mucho menos a los jefes que eliges.
SE TU MISMO. Muchos fueron los grandes hombres
que te lo propusieron. "Oigan a este pequeño burgués
reaccionario e individualista. El tipo desconoce la
inexorable marcha de la historia, conócete a ti mismo -
dice él. ¡La tontería burguesa lo consume! ¡El
proletariado revolucionario mundial, conducido por su
bien amado jefe, padre de todos los pueblos, de todos
los rusos, de todos los eslavos liberará al pueblo.
Abajo los individualistas y anarquistas! ¡larga vida a los
padres de todos los pueblos: VIVA, VIVA!". Escucha
bien ahora, que tengo unas cuantas predicciones
graves más que hacerte: estás de hecho en el proceso
de apropiarte del mundo, lo que te aterroriza. Durante
siglos, vas a asesinar a tus amigos y a saludar como a
tus señores a los führers de todos los pueblos, de
todos los rusos y prusianos. Día tras día, semana tras
semana y década tras década, elogiarás señor tras
señor, olvidando los gemidos de tus hijos, ignorando la
agonía de tus adolescentes, las aspiraciones de tus
hombres y mujeres o, si llegaras a escucharlos les
llamarías individualistas burgueses. En lugar de
proteger la vida, irás derramando sangre detrás de los
siglos, en la creencia de que alcanzarás la libertad con
el auxilio de los verdugos -y día tras día irás
enterrándote en el lodo, con tus propias manos.
Continuarás a través de los siglos, siguiendo a
embusteros y energúmenos, ciego y sordo al llamado
de la vida, DE TU PROPIA VIDA. Porque tú temes a la
vida, pequeño hombrecito, y la destruyes en la
creencia de que lo haces en nombre del "socialismo",
o del "Estado", o de la "honra nacional", o de la "gloria
de Dios". Hay algo, sin embargo, que no sabes y que
no quieres saber: que eres tú el que genera tu propia
miseria, hora tras hora, día tras día, que no entiendes
a tus hijos y que tú mismo les partes la espalda antes
de tener siquiera una oportunidad de desenvolverse,
que devoras el amor, que eres avaro y estás ávido 17
de poder -que mantienes preso a tu perro para sentirte
"dueño" de alguien. Caminarás errante a través de los
siglos y estarás condenado a la misma muerte en
masa de tus semejantes, en medio de la miseria social
generalizada; hasta que del horror de tu existencia
pueda surgirte un pequeño núcleo de lucidez. Hasta
que aprendas a buscar a tu verdadero amigo en el
nombre del trabajo, del amor y del conocimiento; hasta
que aprendas a entenderlo y a respetarlo. Entenderás
entonces, que importa más, para la verdadera vida,
una biblioteca que un desafío deportivo; o deambular
por el campo meditando, que desfilar por donde sea; el
poder del sanar, que el de dar muerte; la saludable
estimación de sí mismo, que la conciencia nacional; y
la humildad mucho más que la exaltación patriótica o
cualquier otra. Piensas que los fines justifican los
medios, aunque estos sean viles. Te engañas: el fin es
la trayectoria con que lo alcanzas. Cada paso dado
hoy es tu dicha del mañana. Ningún objetivo
verdaderamente grande podrá ser alcanzado por
medios viles -tienes la prueba de que así ha sucedido
en todas las revoluciones sociales. La vileza o
inhumanidad de una trayectoria dada te convierte en
vil e inhumano, y el fin, se vuelve inalcanzable.
"¿Entonces cómo podré alcanzar mi objetivo, sea este
el amor cristiano, el socialismo o la constitución
americana?". Tu amor cristiano, tu socialismo y tu
constitución americana se asientan sobre la vida
cotidiana, sobre lo que piensas día a día, sobre el
modo como haces el amor con tu compañera, sobre tu
actitud ante el trabajo como TU RESPONSABILIDAD
SOCIAL, sobre la forma en que evitas ser el supresor
de tu propia vida. Pero tú, pequeño hombrecito,
abusas de las libertades que te son concedidas por las
instituciones democráticas, destruyéndolas así, en
lugar de intentar consolidarlas en tu vida cotidiana.
Asistí a la forma como tú, refugiado alemán, abusaste
de la hospitalidad sueca. Eras en aquel tiempo el
futuro jefe de todos los pueblos oprimidos de la tierra.
¿Te acuerdas de la costumbre sueca del
smorgasbord? Un mesa llena de platillos y dulces
diversos, que cada quien puede tomar cuando quiere.
Esta costumbre parecía nueva y extraña, te parecía
imposible la confianza en la honestidad de la aldea.
Me dijiste entonces, sin darte cuenta de la perversidad
de tu satisfacción, que no habías comido durante todo
el día para poder atragantarte durante toda la noche.
"Pasé hambre cuando era niño", dijiste, yo lo sé,
HOMBRE PEQUEÑOporque te vi pasar hambre. Y sé
qué es el hambre, pero desconoces que tú, robando
smorgasbord, perpetuas el hambre de tus hijos, tú,
futuro salvador de todos los hambrientos. Haces cosas
que no se deben hacer, tales como robar las cucharas
de plata o la mujer, o el smorgasbord de una casa que
te ofrece hospitalidad. Después de la catástrofe
alemana te encontré medio muerto de hambre en un
parque, me dijiste que "el auxilio rojo" de tu partido, de
todos los miserables de la tierra había rehusado
ayudarte, porque al haber perdido tu credencial de
identidad no podías probar que eras miembro activo.
Tus jefes de todos los hambrientos distinguen el
hambre según el color de quien la sufre. Nosotros
reconocemos el hambre donde la encontramos. Así
eres en las pequeñas cosas, veamos en las grandes,
tomaste la gran decisión de abolir la explotación de la
era capitalista y el menosprecio de la vida humana, de
hacer reconocer tus derechos, ya que hace cien años
la explotación, el desprecio por la vida humana y la
ingratitud, eran la regla generalizada. Pero entonces
había respeto por los grandes hechos y lealtad para
con los que generaban grandes cosas. Hoy día cuando
miro a mi alrededor, yo te veo trabajando ¿y qué tienes
ahora, pequeño hombrecito? Por donde sea que hayas
entronizado a tus pequeños jefes, la explotación de tu
fuerza es todavía más grave que hace cien años, el
desdén por tu vida es más brutal y hasta el
reconocimiento a algunos de tus derechos ha
desaparecido. Y en los países en que estás en vías de
colocar un líder nuevo, todo el respeto por los
resultados tiende a desaparecer y a ser sustituido por
la apropiación abusiva de los frutos del arduo trabajo
de aquellos que te estiman. Te rehúsas a reconocer
una aptitud, porque piensas que si lo hicieras, no
serías más un americano, un ruso o un chino libre; te
rehúsas a respetar y reconocer cualquier cosa. Lo que
intentaste destruir florece más vigorosamente que
nunca, y lo que intentaste salvaguardar y proteger,
como por ejemplo tu propia vida, camina hacia la
destrucción. Pasaste a considerar la lealtad como un
mero "sentimentalismo" o "hábito pequeño-burgués"; y
el respeto de los fines por simple servilismo. No
entiendes que eres servil cuando deberías ser
irreverente e ingrato siempre que debas lealtad. En tu
obstinada estupidez juzgas poseer el reino de la
libertad. Has de despertar de tu pesadilla tendido boca
abajo y abatido. Porque robas al donador y das al
ladrón. Confundes el derecho a la libertad de
expresión y criticas con el comentario irresponsable
del chiste barato. Deseas criticar pero no deseas ser
criticado, lo que lleva a que quieran destruirte. Quieres
atacar y que no te ataquen. Es por eso que disparas
desde un escondrijo. 18 "¡Llamen a la policía! ¿Tiene
este hombre su pasaporte en orden? ¿Es realmente
médico? ¿Consta su nombre en el Who's Who? Y la
Orden de los Médicos está contra él". La policía aquí
no te sirve de nada, pequeño hombrecito. Se dedica a
agarrar a los ladrones y a regular el tránsito, no a
concederte la libertad ni a salvaguardarla. Fuiste tú
quien la destruyó y continuarás destruyéndola con
inexorable consistencia. Antes de la primera guerra
mundial no había pasaportes internacionales, podías
viajar por donde quisieras. La guerra llevada a cabo en
nombre de la "libertad y de la paz" acarreó consigo el
control de pasaportes, que permanece hasta hoy.
Cada vez que quieres recorrer 300 kilómetros en
Europa, tienes que pedir autorización a consulados de
por lo menos diez países. Y así continúa siendo, años
después del fin de la "segunda guerra destinada a
acabar con todas las guerras". Y así continuará siendo
después de la tercera y la enésima guerra "final".
"¡Oigan esto! ¡La difamación de mi espíritu marcial, del
honor y la gloria de mi país!" ¡Cállate, pequeño
hombrecito! Hay dos tipos de sonidos, el correr de la
tempestad sobre la montaña y tu pedo! No pasas de
un pedo y te juzgas perfumado de violetas. Si puedo
aminorar tu sufrimiento neurótico, ¿cómo te atreves a
preguntar si estoy en el Who's Who? Entiendo la
génesis de tu cáncer y tus miserables ministros de
Salud Pública prohíben mis experiencias con ratones.
Enseñé a tus médicos a entenderte clínicamente y tu
Orden de los Médicos me denuncia a la policía -y
cuando estás mentalmente enfermo te administran
electro-shocks, tal como en la edad media usaban los
grilletes y el chicote. ¡Cállate, desgraciado! Toda tu
vida es una miseria. No tengo la esperanza de
salvarte, pero he de llevar esta conversación contigo
hasta el final, aunque me vengas a tocar la puerta
encapuchado en el silencio de la noche, trayendo en
tus manos ensangrentadas la cuerda para ahorcarme.
No puedes ahorcarme, pequeño hombrecito, sin
colgarte de la cuerda. Porque yo represento tu vida, tu
sentimiento del mundo, tu humanidad, tu amor y tu
alegría de crear. No te es posible asesinarme,
pequeño hombrecito, otrora tuve miedo de ti, tal como
anteriormente había depositado demasiada confianza
en ti, pero me he elevado por encima de ti y ahora te
encaro bajo otra perspectiva -la del milenio, hacia
adelante y hacia atrás en el tiempo. Quiero que
pierdas el miedo de ti mismo, que vivas con plenitud y
alegría; que tu cuerpo esté vivo en lugar de rígido, que
ames a tus hijos en lugar de odiarlos, que le des
felicidad a tu mujer, en lugar de entretenerte
torturándola maritalmente. Soy tu médico y, dado que
habito en este planeta, soy médico donde esté; no soy
un alemán o judío, o cristiano o italiano, soy un
ciudadano de la Tierra. Para ti, por otro lado sólo
existen americanos angelicales y japoneses odiosos.
"¡Agárrenlo! ¡Revísenlo! ¿Tiene este hombre licencia
para ejercer la medicina? ¡Proclamen un decreto real
con el fin de que no pueda practicar la medicina en
nuestro país libre! ¡El tipo hace experiencias con la
función del placer! ¡Aprehéndanlo! ¡Expúlsenlo del
país!" Fui yo mismo quien ganó el derecho a ejercer mi
actividad. Nadie puede concedérmelo. Fundé una
nueva ciencia que finalmente permite entenderte a ti y
tu vida. Tú mismo la irás a usar dentro de diez, cien o
mil años, tal como en el pasado devoraste otras
contribuciones, cuando sentiste que la cuerda llegaba
a su fin. Tu ministro de salud no tiene poder sobre mi,
pequeño hombrecito, apenas lo tendría si tuviera el
coraje de conocer mi verdad -coraje que no tieney es
así que vuelve a su país y comunica al pueblo que yo
me encuentro internado en un manicomio de América,
y nombra inspector general de los hospitales a un
hombre mediocre, que, en un intento de negar la
función del placer, había falsificado diversas
experiencias. Yo por mi lado, pequeño hombrecito,
aquí voy alineando esta plática. ¿Quieres mayor
prueba de la impotencia de "tus poderes"? Tus
autoridades, ministros de salud y catedráticos no
podrán llevar más lejos de lo que ya llevaron, las
prohibiciones que rodearon mi trabajo de investigación
de tu cáncer. Todo mi trabajo de disección y de
observación al microscopio, que fue hecho a pesar de
la prohibición expresa. Los viajes realizados a
Inglaterra y Francia de nada sirvieron para
perjudicarme. Sólo les era posible atenerse al terreno
que siempre había conocido de la Patología, mientras
yo, pequeño hombrecito, salvé más de una vez tu
propia vida. "¡Cuando yo consiga dar el poder a mis
jefes del proletariado alemán, habremos de aplastarlo!
El corrompe a nuestra juventud proletaria, afirma que
nuestro proletariado padece de las mismas
insuficiencias sexuales que la burguesía, ¡transforma
nuestras organizaciones juveniles en burdeles! ¡Afirma
que soy un animal! ¡Destruye mi conciencia de clase!"
19 Es verdad que intento destruir los ideales que
construyes a costa de ignorar tu buen sentido y tu
capacidad mental, pequeño hombrecito. Sólo deseas
la imagen irreal de tu esperanza eterna en un espejo
donde no te será posible alcanzarla, pero sólo armado
con la verdad podrás tener la Tierra en tus manos.
"¡Expúlsenlo del país! ¡Es un saboteador de la
tranquilidad y el orden. Es espía a sueldo de nuestros
enemigos de siempre. Compró una casa con el oro de
Moscú (¿o sería de Berlín?)!" Tú no entiendes nada,
pequeño hombrecito. Era una vez una viejecilla que
tenía miedo de las ratas. Era mi vecina y sabía que yo
tenía ratones en el laboratorio instalado en mi sótano.
Tenía miedo de que los ratones se le treparan por las
faldas y por entre las piernas, miedo que no tendría si
hubiera conocido la alegría del amor. Eran esos
ratones los que utilizaba para intentar entender el
proceso de putrefacción que hay en tu cáncer,
pequeño hombrecito. Pues sucedió que eras mi casero
y que la mujercilla en cuestión te pidió que me echaras
a la calle, cosa que tú, armado con todo tu gran coraje,
tu elevado idealismo y tu riqueza ética, hiciste de
buena gana. Tuve, pues, que comprar una casa para
poder continuar observando los animales en tu
provecho, sin que pudieras venir a perturbarme con tu
cobardía. ¿Y que más aconteció después de esto,
pequeño hombrecito? Como delegado de Justicia,
ambicioso y mezquino, deseoso de usar mi reputación
de hombre peligroso para promover tu carrera, me
denunciaste como espía alemán o ruso y conseguiste
que la acusación me llevara a prisión. Pero valió la
pena asistir a tu perturbación y vergüenza, durante el
juicio. Llegué a tener pena de ti, pobre funcionarillo
público, tan miserable era tu presencia. Y los agentes
secretos que enviaste a mi casa, en busca de "material
de espionaje", no parecían particularmente
respetuosos de tu persona. Te encontré más tarde en
la persona de un pequeño juez de Bronx, que
albergaba la frustración de no haber alcanzado todavía
lugar en las más altas esferas. Me acusaste entonces
de poseer libros de Lenin y de Trotsky en mi biblioteca.
Ni siquiera sabes para qué sirve una biblioteca. Te dije
entonces que podrías encontrar a Hitler, Buda,
Goethe, Cristo, Napoleón y Casanova. Porque tal
como intenté explicarte, la peste emocional debe
conocerse en su génesis y en todas sus formas, lo que
parece sorprenderte, juececillo. "¡Préndanlo! ¡Es un
fascista! ¡Desprecia al pueblo!" Tú no eres el "pueblo",
pequeño hombrecito. Eres tú quien desprecia al
pueblo, puesto que prefieres asegurar tu carrera, en
lugar de defender sus derechos. Muchos fueron los
grandes hombres que te lo dijeron, hombres que
nunca escuchaste ni leíste. Forma parte de mi respeto
por la gente, exponerme al peligro de decirles la
verdad. Podría jugar al Bridge contigo o intercambiar
algunos chistes, pero nunca me sentaré a tu mesa,
porque tú eres un defensor impotente de los Derechos
Humanos. "¡El hombre es trotskista! ¡Agárrenlo! ¡Es un
agitador del pueblo, maldito comunista!" Yo no agito al
pueblo, pero sí tu confianza en ti, en tu humanidad, y
es eso lo que te es difícil de soportar. Porque aquello
que de verdad deseas es un mayor número de votos, o
tu promoción social, o un asiento en la Cámara, o ser
simplemente el jefe de todos los proletarios. Tu justicia
y tu mentalidad de dictador son la cuerda que amarra
el progreso del mundo. ¿Qué le hiciste a Wilson? Ese
grande y querido Wilson. Para ti, juez de Bronx, era
apenas un "idealista loco"; para ti, futuro jefe de todos
los proletarios, era un "explotador del pueblo". Lo
asesinaste, pequeño hombrecito, con tu indolencia, tu
ignorancia y tu miedo a la esperanza. Casi me
asesinas a mi también, pequeño hombrecito. ¿Te
acuerdas de mi laboratorio, hace dos años? Entonces
eras un simple asistente, estabas desempleado y me
habías sido recomendado como un socialista
eminente, miembro de un partido gubernamental.
Recibiste un buen salario y eras libre, en el pleno
sentido de la palabra, te incluí en todas mis
deliberaciones, porque creí en ti y en tu "misión" ¿Te
acuerdas de lo que pasó? La libertad se te subió a la
cabeza. Durante días, te vi paseando, fumando tu
pipa, sin hacer literalmente nada y sin que yo
entendiese por qué. En la mañana, cuando llegaba al
laboratorio, esperabas con aire provocador que yo
fuese el primero en saludarte. Yo gusto de saludar
primero a las personas, pequeño hombrecito, pero si
esperas a que yo lo haga, eso lo aborrezco porque en
tu entendimiento de las cosas yo soy tu "superior
jerárquico" o tu "patrón". Te dejé abusar de tu libertad
durante algunos días y después me decidí a tener una
plática contigo. Admitiste entonces, con lágrimas en
los ojos, que no sabías que hacer, integrado a este
nuevo sistema. No estabas habituado a la libertad. En
tu anterior lugar de trabajo ni siquiera tenías
autorización para fumar delante de tu jefe; se partía del
principio de que sólo abrías la boca cuando te
dirigieran la palabra, a ti, futuro jefe de todos los
proletarios. Y cuando te encontraste en la libertad
genuina tu actitud fue de impertinencia y provocación.
Te entendí y te conservé en el lugar. Poco tiempo
después te despediste y fuiste a decir todo lo que
sabías de mis experiencias a un 20 psiquiatra de la
corte, sexualmente abstemia. Tú fuiste el informador
secreto, uno de los hipócritas y delatores que
instigaron la campaña de prensa que se desencadenó
contra mí. Así es, pequeño hombrecito, siempre que
se te da a probar la libertad -sólo que, contrariamente
a tus intenciones, tu campaña hizo avanzar diez años
mi trabajo. Por eso te abandono, pequeño hombrecito,
no estaré más a tu servicio, ni es mi intención
condenarme a una muerte lenta por tu amor. No
podrás seguirme en la trayectoria que me impuse.
Quedarías aterrado si tuvieses alguna idea de lo que
te espera en el futuro. Porque a partir de ahora eres tú
quien gobierna el futuro -y mis solitarias conquistas
harán parte de tu futuro. Pero no te quiero como
compañero de viaje -como compañero, sólo eres
agradable en la mesa de un bar, nunca por donde voy.
"¡Fuera con él! Este hombre ridiculiza a la civilización,
que yo, el hombre común, ayudé a construir. Soy un
hombre libre en una democracia libre". Tú eres la
nada, pequeño hombrecito, la nada absoluta. No fuiste
tú quien construyó esta civilización, pero si un puñado
de tus mejores amos. Cuando te encuentras integrado
en un proceso de construcción, no tienes la menor
idea de qué construcción se trata. Y cuando alguien te
solicita para que tomes la responsabilidad de la
construcción, le llamas "traidor del proletariado" y
corres a esconderte tras del Padre de Todos los
Proletarios, que no te solicita. No eres libre, pequeño
hombrecito, no tienes la menor idea de qué significa
vivir en libertad. ¿No fuiste tú quien diseminó la plaga
emocional en Europa y en América? Piensa en
Woodrow Wilson. "¡Oigan, pero este tipo me acusa a
mí, un pequeño hombrecito! ¿Qué poder tengo yo para
influenciar al presidente de los EUA? Yo cumplo con
mi deber, hago lo que manda mi patrón y no me meto
en política". Y cuando arrastras miles de hombres,
mujeres y niños para las cámaras de gas, no haces
más que cumplir lo que te mandan, ¿no es así,
pequeño hombrecito? Eres un pobre diablo que nada
tiene que decir, sin opinión propia, ¿quién eres tú para
meterte en política? Yo lo sé, ya te oí decir lo mismo
con frecuencia, pero déjame preguntarte: ¿Por qué no
cumples con tu deber en silencio cuando un hombre
sabio te afirma que eres responsable por tu trabajo, o
que no debes golpear a los niños o te incita por
milésima vez a que dejes de obedecer a los
dictadores? ¿Dónde está entonces tu sentido del
deber, tu inocente obediencia? No, pequeño
hombrecito, tú no escuchas cuando se dice la verdad,
sólo puedes escuchar el ruido sin sentido. Y entonces
gritas: "¡VIVA!". Eres cobarde y cruel, sin el mínimo
sentido de tu verdadero deber, el de ser humano y
preservar a la humanidad. Eres una mediocre imitación
de sabio y extraordinaria de ladrón. Tus películas,
programas de radio e historietas abundan en toda
especie de crímenes. Tendrás que arrastrar todavía
durante siglos tu mediocridad, antes de poder volverte
dueño de ti mismo. Si me separo de ti es con el fin de
servir mejor a tu futuro. Porque con la distancia no me
puedes alcanzar y tienes más respeto por mi trabajo.
Desprecias lo que te es cercano. Es por eso que
colocas a tus generales o mariscales proletarios en
pedestales, porque de otra forma no podrías "hacer de
cuenta" que los respetas. Es por eso que desde los
albores de la historia, los grandes hombres siempre
supieron mantenerte a distancia. "¡El tipo es
megalómano! ¡Está completamente loco!" Conozco la
facilidad con que diagnosticas la locura, toda la verdad
que te desagrada, pequeño hombrecito, y cómo te
consideras el espécimen acabado del homo normalis.
De una manera u otra condenas a reclusión a los
locos, y son ustedes las personas "normales" las que
gobiernan al mundo. ¿A quién pedir cuentas de toda
esta miseria? A ti, nunca. Tú apenas cumples con tu
deber, y ¿quién eres tú para tener una opinión propia?
Lo sé, no es necesario que lo repitas, tu no cuentas,
pequeño hombrecito. Pero cuando pienso en tus hijos
recién nacidos, el modo como los torturas con el fin de
transformarlos en criaturas "normales", a tu imagen y
semejanza, me siento tentado a acercarme a ti
nuevamente con el fin de impedir tus crímenes. Pero
sé también que tuviste el cuidado de protegerte a ti
mismo a través de una institución como la Secretaría
de Educación. Me gustaría llevarte a dar una vuelta
por este mundo, pequeño hombrecito, y mostrarte lo
que eres y lo que fuiste, en el presente y en el pasado,
en Viena, en Londres, en Berlín como "representante
del poder popular" como miembro de algún credo.
Podrías encontrarte y reconocerte en todas partes,
aunque fueses francés, alemán u hotentote si tuvieses
el coraje de mirarte a ti mismo. "¡Óiganlo! ¡Ahora me
insulta y ridiculiza mi misión!". 21 No es eso lo que
intento hacer, pequeño hombrecito, no estoy
ridiculizando tu misión. Me daría mucha alegría si me
contradijeras, si me dieses pruebas de que eres capaz
de mirarte y reconocerte. Es necesario que des
pruebas, el mismo tipo de pruebas que se exigen de
un albañil cuando construye una casa; tiene que ser
visible y habitable. No tienes derecho de berrear que
alguien te lesiona la honra cuando afirma que él
apenas discursa sobre la "misión de construir casas"
sin realmente construir algo. Del mismo modo te exijo
que pruebes ser el apóstol y el soporte del futuro de la
humanidad. Deja de usar cobardemente las consignas
de "la honra de la nación" o del "proletariado" para
esconderte -para mi ya has mostrado lo que realmente
eres. Tal como te decía, aquí te dejo. La reflexión de
muchas noches sin dormir me llevó a la necesidad de
hacerlo. Tus futuros jefes de todos los proletarios son
menos complicados. Hoy en día son tus líderes,
mañana los encontrarás produciendo mecánicamente
copias para algún periódico desconocido y serán
capaces de hacer lo que sea para continuar
desempeñando cualquier cargo. Cambian de
convicción como quien cambia de camisa. Yo no, sigo
estimándote y preocupándome por tu destino. Pero
una vez que eres incapaz de respetar cualquier cosa o
persona que te es cercana, es necesario crear entre
nosotros cierta distancia. Serán tus bisnietos los
herederos de mi trabajo. Y por ellos esperaré hasta el
fin, con tal de poder gozar de mis frutos, tal como
durante treinta años lo esperé de ti. Tú, mientras tanto,
continuabas berreando: "abajo el capitalismo" o "abajo
la constitución norteamericana". Ven conmigo,
pequeño hombrecito, te voy a mostrar unos cuadros de
tu vida cotidiana. No huyas. Serán odiosos, pero
saludables y todo no es tan terriblemente peligroso.
Hace cien años, aprendiste a parlotear a los físicos
que construían máquinas y te decían que el espíritu no
existía. Surgió entonces un gran hombre que te
demostró tu propio funcionamiento psíquico, sólo que
desconocía la conexión entre tu espíritu y tu cuerpo.
Dijiste entonces: "¡Ridículo psicoanálisis!
¡Charlatanería! Se puede analizar la orina, pero no se
puede analizar la psique humana". Dijiste esto porque
en materia de medicina, poco sabías, no más allá del
análisis de la orina. La lucha por el espíritu duró
aproximadamente cuarenta años. Conozco bien tus
confusiones de esa lucha, porque las compartí en tu
nombre. Descubriste entonces que se podía ganar
mucho dinero con las perturbaciones de la mente
humana. Basta con hacer que un enfermo venga
diariamente, durante una hora, a lo largo de algunos
años, y que esa hora la pague bien. Entonces, y sólo
entonces, comenzaste a creer en la existencia del
espíritu mientras, concomitantemente, se iba
consolidando el conocimiento de tu cuerpo. Descubrí
que tu espíritu es una función de tu energía vital; esto
es, en otras palabras que existe una unidad entre el
cuerpo y el espíritu. Esta fue la línea de reflexión que
seguí, llegando a la conclusión de que expandes esa
energía vital siempre que te sientes bien y
efectivamente seguro, y que la retraes hacia adentro
de tu propio cuerpo siempre que tienes miedo. Durante
quince años te mantuviste silencioso en cuanto al
contenido de esas conclusiones. Lo que no me impidió
seguir por la misma vía y descubrir que esta energía
vital, a la cual le di el nombre de "ORGÓN", se
encuentra también presente en la atmósfera, fuera de
tu cuerpo; conseguí volverla visible en la oscuridad y
montar un aparato capaz de amplificarla y volverla
luminosa, mientras tú jugabas a las cartas o te
entretenías torturando a tu mujer y a tus hijos; yo
permanecí varias horas por día durante largos años,
en mi cámara oscura, intentando cerciorarme que
había realmente aislado tu energía vital. Gradualmente
encontré la forma de demostrarlo a otros y se pudo
constatar que les era posible ver lo mismo que yo.
Pero tú, en tu calidad de médico creyente de que lo
psíquico es apenas una secreción de las glándulas
endocrinas, te aprestaste a afirmar a uno de mis
enfermos recuperados que mi suceso terapéutico fue
apenas un resultado de la "autosugestión". O sufriendo
como sufres de dudas obsesivas y fobias relacionadas
con la oscuridad, afirmas en relación de los fenómenos
que acabas de observar que también ellos se deben a
la "sugestión", o que te sientes como salido de una
sesión espiritista. Eso crees, pequeño hombrecito. En
1946 utilizabas las mismas reflexiones absurdas sobre
el "alma" que en 1922 utilizabas para negarle la
existencia. Continúas siendo lo mismo, pequeño
hombrecito. En 1948 continuarás, con el ánimo ligero,
ganando dinero con el orgón y difamando con ligereza,
sofocando en el silencio e intentando destruir cualquier
otra verdad tal como lo hiciste con el descubrimiento
de lo psíquico y de la energía cósmica. Permanecerás
siendo el mismo, pequeño hombrecito, "lleno de
espíritu crítico", berreando "¡VIVA!" a este y aquél. ¿Te
acuerdas de lo que dijiste del descubrimiento de que la
tierra no es inmóvil sino que gira en sí misma y se
mueve en el espacio? No tuviste otra respuesta sino la
del chiste estúpido de que a partir de entonces, los
vasos pasarían a caer de las charolas de los criados.
Fue hace algunos siglos de modo que ya lo olvidaste.
Todo lo que sabes de Newton es que "le cayó una
manzana en la cabeza"; todo lo que sabes de
Rousseau es que preconizaba "el retorno a la
naturaleza". La única cosa que aprendiste con Darwin
fue "la supervivencia de los más aptos" y no tus
orígenes como primate. De Fausto de Goethe, que
tanto te agrada citar, aprendiste tanto como un gato
entiende de matemáticas. Eres estúpido y vanidoso,
vacío y payaso, pequeño hombrecito. Siempre
encuentras la forma de desvirtuar lo esencial y 22
asimilar lo erróneo. Tu Napoleón, un hombrecillo de
galardones dorados, que nada nos legó más que el
cumplimiento obligatorio del servicio militar, sigue en
tus librerías todo adornado en dorado, mientras que a
mi Kepler, que tuvo la intuición de tu origen cósmico,
no se le puede encontrar a la venta en ninguna librería.
Y es por eso que sigues en el fango pequeño
hombrecito. Es por eso que me veo obligado a
contradecirte cada vez que pareces estar convencido
de que yo trabajé y luché durante veinte años, que
gasté enormes sumas apenas para "sugerirte" la
existencia de la energía cósmica del orgón. No,
pequeño hombrecito, aprendí realmente a sanear el
mal que te aflige, cosa que no puedes creer. Te oí
claramente afirmar en Noruega, que: "cualquiera que
gaste una suma en meras experiencias debe estar
completamente loco". ¡Claro!, juzgar por ti mismo, sólo
te es posible tomar, nunca dar, por eso te es
inconcebible que alguien pueda tener alegría en la
dádiva, tal como te es inconcebible la hipótesis de
estar con una mujer sin que inmediatamente te den
ganas de "fornicártela". Tal vez me fuese posible
respetarte si al menos fueras grande cuando "robas"
felicidad. Pero hasta en esto eres mediocre. No eres
necio, pero como tu estado psíquico mental es de
estreñimiento, eres incapaz de crear -robas el hueso y
te arrastras hacia el primer hoyo donde puedas roerlo
en paz. Tal como Freud un día te lo dijo: atracas al
primer individuo generoso que te encuentras y lo secas
hasta la médula en lo que tenga para darte. Y es a él a
quien llamas idiota. Le absorbes lo que pueda darte de
sabiduría, de alegría, de grandeza, pero eres incapaz
de digerir lo que de él te venga; se te sale en las heces
y el olor que exhala es pavoroso. O, para salvaguardar
tu dignidad, después de lo que en realidad es una
violación y un hurto, le llamas alienado, charlatán o
perverso sexual. Aquí tenemos un "perverso sexual"
¿lo recuerdas, HOMBRE PEQUEÑO(tú eras
presidente de una sociedad científica)? ¿Cómo te fue
necesario correr el rumor de que yo obligaba a mis
hijos a presenciar el acto sexual? Esto pasó poco
después de que publicara mi primer artículo sobre el
derecho de los niños a la actividad genital. En otra
ocasión (eras presidente temporal de una especie de
asociación cultural en Berlín) hiciste correr el rumor de
que yo salía en coche por el campo con adolescentes,
con el fin de seducirlas. Nunca seduje adolescentes,
pequeño hombrecito. La obscenidad es una fantasía
tuya, no mía. Amo a mi mujer y a mi hija -es tu
incapacidad de amar a los tuyos la que te lleva al
deseo inconfesable de andar por los bosques
seduciendo muchachitas. ¿Y tú, "muchachilla", no es
verdad que sueñas con la "masculinidad" del ídolo
cinematográfico? ¿No eres tú quien lleva su fotografía
contigo a la cama? ¿Que haces el juego de la
aproximación y de la seducción afirmándote como
mayor de 18 años? ¿Y no eres tú también quien lo
acusa de crimen de violación ante un tribunal? ¡Y
liberado de culpa o condenado, tus abuelas besan las
manos del gran artista de cine! Tú entiendes, pequeña
jovencita. Querías ir a la cama con él, pero fuiste
incapaz de asumir la responsabilidad. Por eso lo
acusas, pobre muchachilla violada. O tú, mujer
madura, también violada, que conociste mayor placer
en la relación sexual con tu chofer que con tu marido.
¿No fuiste tú quien lo sedujo, por sentir más sana su
sexualidad de hombre de color? ¿Y no fue entonces
que lo acusaste de criminal, a él que no tenía apoyo
ninguno, víctima de su condición de "raza inferior"?
Evidentemente que no, tú eres pura y blanca, tus
antepasados vinieron en el May Flower, eres "hija de
ésta o aquella Revolución" del norte o del sur, cuyo
abuelo se enriqueció a costa de los esclavos negros,
trayéndolos de la selva libre a la América encadenada.
Como eres inocente, pura, blanca, como es inexistente
tu deseo del negro, ¡pobre criatura! Miserable cobarde,
descendiente monstruosa de una raza enferma de
cazadores de esclavos, de un Cortés que atrajo a
miles de aztecas, confiados, a una emboscada, donde
los exterminó. ¡Desgraciadas hijas de esta o aquella
revolución! ¿Qué hicieron con los esfuerzos de los
revolucionarios americanos, con los esfuerzos de
Lincoln, que liberó a tus esclavos para ser entregados,
ahora, al "mercado de libre competencia"? ¿Pero cuál
es su concepción de emancipación? Mírense al
espejo, hijas de la revolución rosa, azul o blanca -vean
cómo son idénticas a las "hijas de la Revolución Rusa"
muchachas inocentes y castas. Si tan sólo una vez
hubieran sido capaces de dar amor a un hombre, las
vidas de muchos negros, judíos y trabajadores se
hubieran ahorrado. De la misma forma como matan en
los niños lo que está vivo en ustedes, en los negros
matan su íntimo anhelo de amor, sus fantasías
sexuales que han degenerado en frívola pornografía.
¡Qué gran vileza generan sus sexos muertos! No, hijas
de ésta o aquella revolución, no tengo la menor
intención de convertirme en el juez distrital, o el
comisario; cargo que dejo de buen grado a las rígidas
criaturas uniformadas que las comandan. Guardo mi
amor para los pájaros y ardillas, los animales libres
que tan cerca están de los negros, no los negros de
Harlem, con sus cuellos almidonados y trajes tiesos,
sino los negros integrados en sus tribus de la selva. No
las enormes mujeres negras de aretes en las orejas,
cuyo placer negado les agranda las nalgas hasta el
absurdo, pero sí a los esbeltos y suaves cuerpos de
las muchachas de los mares del sur, en cuyas carnes
se complace la vileza de los puercos sexuales de este
o aquel ejército, muchachas que desconocen que su
amor puro es "usado" como en una relación de burdel
de Denver. 23 Sí, pequeña mujercita blanca, tú deseas
a un ser humano que no ha comprendido todavía que
es explotado y despreciado. Sólo que tus días están
contados. Tu versión "virgen de la raza germánica" fue
extinguida, pero subsistes todavía como "virgen de la
clase proletaria" en Rusia, o como "hija de la
revolución americana". Pero de aquí a unos quinientos
o mil años, cuando muchachos y muchachas
saludables puedan al fin proteger el amor y en él hallar
alegría, nada más quedará de ti la memoria de tu
ridículo. ¿No fuiste tú quien rehusaste oír la
maravillosa y vibrante voz de Marian Anderson, tú,
mujercilla cancerosa? Su nombre permanecerá en la
música a través de los siglos, cuando ya nada reste de
ti. Me pregunto si también a ella le es posible pensar
en términos de siglos, o si forma parte del número de
los que prohíben el amor de sus hijos. Lo ignoro -los
verdaderos vivos, ahora corren, ahora vagan. La vida
misma los satisface, la verdadera vida que tú
desconoces, mujercilla putrefacta. Inventaste el mito
de que tú representas a la "sociedad", mito que tu
HOMBRE PEQUEÑOse aprestó a ratificar de alma y
corazón. No lo eres. Es verdad que sigues anunciando
cotidianamente, en tu periódico judío o cristiano, cómo
y cuándo se va a acostar tu hija con un hombre, pero
¿cuál es el individuo con el mínimo de cerebro que le
interesaría tal cosa? ¡"La sociedad" soy yo, el
carpintero, el jardinero, el profesor, el médico, el
obrero. Esto y no tú, criatura rígida, disimulando tu
putrefacción! Tú no eres la vida, pero sí su distorsión.
Mas, entiendo por qué te retiraste a tu fortaleza de
bienes y poder ¿qué otra cosa podrías hacer; enfrentar
la mezquindad de los carpinteros, jardineros, médicos,
profesores y obreros? Siendo el horror que eres, tu
retirada se justifica, pero la mezquindad y la vileza la
tienes hasta los huesos, en tu estreñimiento, en tu
reumatismo, en tu disimulación, en tu negación de la
vida. Eres desgraciada, pequeña mujercita, porque tus
hijas se prostituyen, tus hombres se secan y tu vida se
pudre y con ella tus tejidos. Y no me inventes historias,
hija de la revolución, yo ya te vi completamente
desnuda. Eres cobarde y siempre lo fuiste, tuviste la
felicidad en tus manos y la dejaste ir. Pariste
presidentes y los infectaste con tu vileza. Se dejan
fotografiar colgando medallas sobre personas en
perpetua sonrisa, y no se atreven a nombrar las cosas
por su nombre. Tuviste el mundo en tus manos, y le
lanzaste, en Hiroshima y Nagashaqui, tus bombas
atómicas; esto es, tu hijo lo hizo por ti. Cavaste tu
tumba con tus propias manos, mujercilla cancerosa.
Con una sola de estas bombas aniquilaste para
siempre a tu clase y a toda tu raza. Porque no tuviste
siquiera la humanidad de avisar a los hombres, a las
mujeres y los niños de Hiroshima y Nagashaqui. Ni un
gesto de grandeza y, por ese gesto no cumplido, toda
tu especie desaparecerá como un guijarro abandonado
en el océano. No importa lo que tengas que decir o
pienses, pobre paridora de tantos generales
mentecatos -de aquí a quinientos años serás apenas
motivo de espanto y júbilo. Que no lo seas ya, es
apenas pedazo de la miseria del mundo. Sé lo que vas
a decir, criatura. Todas las apariencias están a tu
favor, "la defensa del país" etc. Se usó el mismo
argumento en otra ocasión, en la vieja Austria. ¿Nunca
oíste a un cochero vienés berrear: "¡Viva mi Káiser!"?
Pues es la misma música. Es verdad que tu yerno es
el vicepresidente de la Cámara o que tu sobrino es alto
funcionario del Ministerio de Finanzas. Entre una y otra
taza de té, ve diciéndoles unas cosas a mi respecto. Al
individuo que quiera ser presidente de la Cámara o al
director general, no ha de dejar de convenir la
utilización de una víctima en nombre de "la ley y el
orden". Sé muy bien cómo se mueve a los corderillos,
pero no ha de ser eso lo que te salve -mi verdad tiene
más fuerza que tú. "¡El hombre es un obsesionado, un
fanático! ¿Será que yo no tengo ninguna función en la
sociedad?" Apenas te demostré que eres mediocre y
vil, pequeño hombrecito, tú y tu mujer; todavía no
mencioné tu utilidad e importancia. ¿O juzgas que
arriesgaba el pescuezo en una plática de éstas si no te
hallara importante? Toda tu mezquindad y vileza es
mucha más grave vista a la luz de tu inmensa
irresponsabilidad e importancia. Se afirma
habitualmente que eres estúpido --ahora, yo sé que
eres inteligente, pero cobarde. Se afirma que eres el
estiércol necesario para fertilizar a la sociedad humana
-yo diría que eres la semilla. Se dice también que la
cultura requiere de esclavos. Yo afirmo que ninguna
cultura puede ser edificada sobre cualquier forma de
esclavitud. La monstruosidad de este nuestro siglo
volvió ridícula cualquier evolución cultural a partir de
Platón. ¡La cultura humana todavía ni siquiera existe,
pequeño hombrecito! Comenzamos ahora a entender
la degeneración patológica del animal humano. Esta
"plática" con el HOMBRE PEQUEÑOo cualquier otro
escrito válido que pueda ser publicado hoy en día, será
para la cultura que haya dentro de mil o cinco mil años,
lo mismo que la primera rueda de piedra de hace
milenios es para la Locomotora Diesel de nuestros
días. Tu pensamiento es estrecho, pequeño
hombrecito, tú no ves más allá del tiempo que
transcurre entre el desayuno y la cena. Tendrás que
aprender a pensar en términos de siglos, y la
perspectiva del futuro en términos de milenios.
Tendrás que aprender en términos de la verdadera
vida, en términos de tu desenvolvimiento desde la
primera partícula plasmática hasta el animal humano
capaz de caminar erecto, pero incapaz aún de pensar
con claridad. Porque tu memoria no detiene
acontecimientos de hace diez o veinte años, continúas
cometiendo las mismas burradas de hace dos
milenios. Y todavía peor: te agarras a ellas -a tu "raza",
"clase", "nación", a tus ritos religiosos compasivos y a
la represión del amor. No te atreves a mirar hasta qué
punto te encuentras atorado 24 en tu miseria. De vez
en cuando sacas la cabeza del lodo y berreas "¡VIVA!".
El croar de una rana en el charco está más cerca de la
vida que tú. "¿Por qué no me sacas del pantano? ¿Por
qué no participas en mis reuniones del partido, en mis
parlamentos, en mis conferencias diplomáticas? ¡Eres
un traidor! ¡Dices que luchaste por mí, que sufriste y te
sacrificaste, y ahora me insultas!". Yo no puedo
arrancarte del pantano. Sólo tú puedes hacerlo. Nunca
participé de tus círculos y conferencias políticas
porque la regla principal consiste en "callar lo
esencial", "hablar apenas de lo Accesorio". Sólo gritas
"abajo el punto principal", "vivan las casualidades". Es
verdad que durante veinticinco años luché por ti, te
sacrifiqué mi seguridad profesional y la paz de mi
familia; financié organizaciones tuyas, participé en
marchas y manifestaciones de protesta. Es verdad
que, en mi calidad de médico, te di miles de horas, sin
recibir ninguna compensación -errante de país en país
por tu causa, sustituyéndote muchas veces, mientras
berreabas con más ganas "VIVAS". Fui literalmente
capaz de arriesgar la vida por ti, en el tiempo de la
gran plaga política, cuando te transportaba
clandestinamente al mejor abrigo, bajo pena de muerte
de ser descubierto; ayudé a proteger a tus hijos de las
embestidas de la policía contra sus manifestaciones
públicas -y gasté todo cuanto tenía en la creación de
instituciones de salud mental donde fuese posible
hallar orientación y apoyo. Pero tú nada tenías para
darme a cambio. Querías estar a salvo, pero ni una
sola vez en el transcurso de estos treinta monstruosos
años de peste emocional fuiste capaz de generar una
sola idea fecunda. Y una vez terminada la segunda
guerra mundial, te encontraste exactamente en el
mismo punto que cuando comenzó; tal vez unos
milímetros más a la "izquierda" que a la "derecha",
pero hacia adelante ¡nada! Malbarataste las
adquisiciones de la lucha francesa por la
emancipación, y hasta la extraordinaria emancipación
rusa conseguiste transformarla en un aborto a los ojos
del mundo. Tu gran falla, que sólo espíritus
verdaderamente grandes y solitarios pueden entender
sin cólera, sin desprecio, fue la causa de la
desesperación en todo el mundo de todos aquellos
dispuestos a sacrificar todo por ti. Durante todos esos
años de horror en esa sangrienta mitad de siglo, ni una
sola palabra se te escuchó que no fuera banal, ni una
sola palabra de consuelo ni siquiera de sentido común,
sólo slogans. Mientras tanto, no me desanimé del todo,
pues aprendí a conocerte todavía mejor y más
profundamente. Entendí que no te era posible pensar o
actuar de otro modo. Reconocí entonces el miedo
mortal que te suscita toda forma de vida que hay en ti,
miedo que siempre amenaza la continuidad de todo lo
que intentes de genuino y cierto. Tú no puedes
entender que el conocimiento sea fuente de
esperanza. La esperanza, para ti, siempre tendrá que
venir de los otros, nunca de ti mismo. Es por eso que,
frente a mi actitud respecto al colapso de tu mundo,
me llamas "optimista", pequeño hombrecito, ¿y quieres
saber por qué soy optimista y creyente en el futuro?
Escucha: Durante el tiempo que me preocupé por ti, tu
testarudez me sacó de quicio una y otra vez. Una tras
una, olvidé las ofensas que se seguían al apoyo que te
daba, mil veces fui forzado a tener en cuenta tu
condición de enfermo; hasta que abrí los ojos y te vi -el
primer movimiento fue de desprecio y cólera, pero
aprendí gradualmente a sustituirlos por la comprensión
del mal que te afecta. Después de esto ya no te odié
por convertir al mundo en algo tan confuso; en tus
primeros intentos de liderazgo en el mundo comencé a
entender que ese era el único resultado posible,
después de miles de años de represión de la
verdadera vida. Enuncié la ley fundamental de lo que
vive, pequeño hombrecito, al mismo tiempo que
andabas por ahí anunciando "mi" locura. Eras
entonces un psiquiatra insignificante, con una cierta
experiencia de movimientos de juventud y con altas
posibilidades de una futura afección cardíaca, dado
que eras impotente; moriste pues, años más tarde,
literalmente con el corazón hecho pedazos, pues no
impunemente se roba y difama a cualquiera; no sí se
tiene un mínimo de integridad y ésta, tú la tenías
escondida en un rincón oscuro de tu alma, pequeño
hombrecito. Cuando pasaste de ser mi amigo a ser mi
enemigo, pensaste que yo estaba "listo" y me diste el
puntapié final, porque sabías que yo tenía razón y que
no te era posible seguirme y mantener el mismo paso.
Cuando años más tarde volví a la lucha, más pertinaz,
"siempre-de-pie", y ahora más fuerte, acertado y
determinado que nunca, sufriste un susto que te fue
mortal. Tuviste, sin embargo, tiempo de verificar por
qué abismos fui forzado a pasar, terreno inestable que
habías preparado para mí en tu deseo de destruirme.
¿Tú no intentaste en tu miedosa organización, llevar
adelante mis enseñanzas como si fueran tuyas? Te
aseguro que la gente honesta que te rodeaba lo sabía,
lo sé porque ellos me lo dijeron. Las tácticas
clandestinas pueden llevarte a la tumba antes de
tiempo, pequeño hombrecito. Y porque la vida a tu
lado, es demasiado arriesgada, porque con tu cercanía
es imposible servir a la verdad sin ser apuñalado por la
espalda y vilipendiado, opté por la separación. Y lo
repito: no la separación de tu futuro, sino de tu
proximidad. No de tu humanidad, sino de tu
inhumanidad y mezquindad. 25 Me sostengo capaz de
cualquier sacrificio en nombre de la verdadera vida -no
por ti, pequeño hombrecito. Sólo hace poco me di
cuenta del tremendo error en el cual trabajé durante 25
años: me dediqué a tu persona y a tu forma de vida,
creyente de que tú eras la vida, la simple entereza, el
futuro y la esperanza. Tal como yo, otros fueron los
que, desprevenidos y de buena fe, procuraban hallar
en ti el sentido de la vida. Ni uno solo sobrevivió.
Siendo así, decidí no dejarme morir, victimado por tu
estrechez de visión y mezquindad. Porque creo en la
importancia de lo que hago. Descubrí la energía que
es la vida, HOMBRE PEQUEÑO-pero ya no cometo el
grave error de confundirte con la fuerza que sentía en
mí y que buscaba en ti. Mi contribución real para la
seguridad de lo que realmente está vivo y de tu futuro,
sólo será posible si se pudiera, de forma bien clara y
nítida, hacer la separación entre la vida, sus funciones
y características, y tu forma de vida. Sé que es
necesario valor para poder entrar en conflicto contigo -
pero voy a continuar el trabajo para el futuro, porque
me inspiras compasión y porque no me mueve el
deseo de ser alzado a la posición de "gran" líder
mediocre, a través de ti, y a que aspiran tus miserables
jefes. Hace ya algún tiempo que la vida comienza en ti
a dar señales de rebeldía frente a la distorsión que le
es impuesta. Esta es la primera hora de un futuro
mejor, del fin de toda forma de mediocridad. Porque
ahora el modo como actúa la plaga emocional se va
haciendo demasiado obvio. Acusas a Polonia de las
intenciones de agresión militar, después es tomada la
decisión de agredir a Polonia. Acusas al rival de la
intención de crimen, después de decidir eliminarlo.
Acusas de pornográfica la vida sexual sana, porque
tienes en mente intenciones pornográficas. Ya te
topamos, pequeño hombrecito, te vas tornando
transparente bajo tu fachada de desgracia y sumisión.
Lo que te he pedido es que determines el rumbo del
mundo con tu trabajo y tu realización -no queremos
que reemplaces a un mal tirano por otro todavía peor.
Lo que se te exige es que te sometas a las leyes de la
vida, tal como querías que los otros lo hiciesen; que te
modifiques a medida que los vas criticando. Cada vez
es más obvia tu predisposición para hablar de tu
avidez, tu irresponsabilidad -lo malo de ti que
corrompe toda la belleza de la Tierra. Sé que no te
agrada lo que oyes, que prefieres berrear "¡VIVA!", y
que eres muy capaz de parir el futuro país de los
proletarios o del IV Reich. Pero no creo que lograrás
contaminar al mundo como lo lograste en el pasado, -
aunque seas todavía brutal bajo tu máscara de
sociabilidad y gentileza, pequeño hombrecito. No
puedes pasar una hora conmigo sin traicionarme. ¿No
lo crees?, deja entonces que te refresque la memoria:
Acuérdate de la magnífica tarde en que viniste en la
persona de un leñador a pedir trabajo a mi cabaña en
la montaña. Después de olerte, mi perro te brincó lleno
de alegría; viste que era un can de buena raza y dijiste
entonces: "debería amarrarlo para hacerlo bravo, el
perro es demasiado manso" a lo que te respondí: "yo
no quiero tener una fiera amarrada con cuerdas, no me
gustan los perros bravos". Ah, amistoso pequeño
leñador, tengo muchos más enemigos en el mundo
que tú, pero sigo prefiriendo a mi majestuoso perro,
cariñoso con toda la gente. ¿Te acuerdas del domingo
lluvioso en que la angustia delante del fenómeno de tu
rigidez biológica me llevó a salir de casa, largando el
trabajo, para irme a meter en uno de tus bares? Me
senté en una mesa y pedí un whisky. (No, pequeño
hombrecito, no soy alcohólico, aunque guste de beber
de vez en cuando). Estaba ahí bebiendo mi vaso
cuando te escuché en tu borrachera; habías sido
desmovilizado de la guerra; describiste a los japoneses
como "changos horrorosos", y fue entonces que
afirmaste, con la expresión facial que yo te conozco
muy bien en mi trabajo terapéutico: "¿Ustedes saben
lo que se debería hacer con todos los japoneses de la
costa occidental? Estrangularlos a todos, uno por uno,
pero lentamente, apretándoles el cuello poco a poco...
así... muy despacio..." e ibas haciendo los gestos con
las manos, pequeño hombrecito. El mesero te
apoyaba, afirmaba admirado delante de tu heroica
masculinidad. ¿Alguna vez tuviste un bebé recién
nacido en los brazos, patriotero de mierda? Durante
muchas décadas continuarás todavía estrangulando
espías japoneses, aviadores americanos, campesinas
rusas, oficiales alemanes, anarquistas ingleses y
comunistas griegos; habrás de fusilarlos; condenarlos
a la silla eléctrica, a las cámaras de gas -lo que en
nada irá a alterar tu estreñimiento, tu incapacidad de
amar, tu reumatismo o tu enfermedad mental. No
serán los crímenes que puedas cometer los que irán a
sacarte del lodo en que estás. Mírate a ti mismo,
pequeño hombrecito, es tu única esperanza. ¿Te
acuerdas, pequeña mujercilla, el día que viniste a mi
consultorio, con espuma, de la rabia contra el hombre
que se había separado de ti? Durante años tú, tu
madre, tus sobrinos, nietos y tus primos se habían
colgado de él tan duramente que ya empezaba a
marchitarse; él te había estado manteniendo a ti y a
tus parientes hasta que en el último esfuerzo para
mantenerse vivo, te dio un puntapié y te corrió; sólo
que como no se sentía lo suficientemente fuerte para
poder liberarse de ti por sus propios medios, me vino a
pedir auxilio. Te pagó de buena 26 voluntad la pensión
que le fue impuesta por la ley, tres cuartos de sus
ganancias -el precio de su amor por la libertad. Porque
este hombre era de verdad un artista, y el verdadero
arte, tal como la genuina ciencia, no sobrevive a
cualquier cadena. Tú, sin embargo, en tu rabia ciega,
lo que querías era que él fuese a sustentarte
totalmente, a pesar de tener tu propia profesión -y
sabías que yo lo ayudaría a eximirse de obligaciones
sin justificación posible. Te enfureciste. Me
amenazaste con la policía porque, según decías, era
yo quien te quitaba lo que tenías, aprovechándome de
su necesidad de apoyo. En otras palabras, tú, como
mujercilla mediocre que eres, me acusaste de tus
propias intenciones. Nunca se te ocurrió intentar
progresar en tu profesión, porque esto habría
significado tu independencia del hombre por quien,
hace ya tantos años, nada más sentías odio. ¿Crees
que es así como se puede construir un mundo nuevo?
Tú que te presentaste como ligada a ciertos medios
socialistas que "sabían todo acerca de mi", ¿no ves
hasta qué punto tu comportamiento es típico, que hay
millones como tú que están destruyendo la Tierra? Sé
bien que estás "débil" y "sola", "dependiente de tu
madre, desamparada, que odias a tu odio, que no te
soportas y estás desesperada. Y es por eso que
destruyes la vida del hombre con quien viviste,
pequeña mujercita, y tu vida sigue el rumbo mediocre
de la mayor parte de las vidas. Y sé también que los
jueces y abogados están de tu lado porque no tienen
otra respuesta a tu desgracia. Te vuelvo a ver también
a ti, secretarilla de un tribunal de provincia, tomando
notas sobre mi pasado y mi presente, sobre mis
opiniones acerca del sentido de la propiedad, acerca
de Rusia y de la democracia. Me preguntas cuál es mi
posición social. Respondo que soy miembro honorario
de tres sociedades científicas entre las cuales está la
Sociedad Internacional de Plasmogenia, lo que parece
impresionar a la audiencia. En la sesión siguiente, el
oficial de investigaciones me dice: "Hay aquí una cosa
extraña: que el señor es miembro de la Sociedad
Internacional de Poligamia, ¿es esto cierto?". Y ambos
nos reímos de tu engaño, criaturilla mediocre.
¿Percibes ahora por qué motivo las personas me
difaman? La base está en tus fantasías, no en mi
forma de vivir. ¿Es o no cierto que todo lo que
recuerdas de Rousseau es su apego al "retorno a la
naturaleza", o el hecho de que dio poca atención a sus
hijos y los puso en un orfanato? Tu naturaleza es
perversa, porque apenas ves y oyes lo que es
desagradable, y nunca lo que pueda ser bonito o
pueda tener belleza. "Escuchen honorables
ciudadanos; yo lo vi correr las persianas a la una de la
mañana. ¿Y qué es lo que ustedes piensan que el tipo
estaba haciendo? Y durante el día las tiene abiertas,
¿no hay aquí alguna cosas rara?" De poco o nada te
servirá seguir usando esos métodos contra la verdad.
Nosotros ya nos conocemos; no son mis persianas las
que te preocupan, lo que te interesa es ocultar mi
verdad. Tú quieres seguir siendo difamador y delator,
siempre que tu vecino no se acomode a tu modo de
vida, o porque es bondadoso o libre, o simplemente
porque trabaja y poco se incomoda por ti, por eso
deseas que lo aprehendan. Eres demasiado
entrometido, pequeño hombrecito, metes la nariz
donde no te llaman, para enseguida difamar; te sientes
respaldado porque sabes que la policía no divulga la
identidad de sus informadores. "¡Oigan,
contribuyentes! ¡Y es esto un profesor de filosofía que
una de las grandes universidades de su ciudad quiere
contratar para enseñar a nuestra juventud! ¡Fuera con
él! ¡Vivan los contribuyentes, déjenos decidir quién
debe enseñar!" Y a tu no menos ilustre esposa y
contribuyente, que pones a circular un pliego petitorio
contra el profesor en causa, que, evidentemente,
pierde así el lugar. Tú, virtuosísima esposa y
contribuyente, honorable paridora de patriotas, así
consigues ser más poderosa que cuatro mil años de
filosofía y ciencia. Sólo que comenzamos a entenderte
y, tarde o temprano, tu hora ha de sonar. "¡Oigan bien
todos aquellos que se interesan por la moral pública, la
ley y el orden. En nuestra esquina vive una mujer con
su hija, y la hija recibe al novio de noche; ¡vamos a
llevarla al tribunal, la acusaremos de mantener una
casa de citas! ¡Policía! ¡Queremos la protección de las
buenas costumbres!" Y la madre es acusada y
condenada, porque tú espías lo que pasa en la cama
de los otros. Demasiado claramente lo expresas;
demasiado claras son las motivaciones de tus apeles a
"la moral y el orden". ¿O no es verdad que intentas
pellizcar el trasero de todas las empleadas, HOMBRE
PEQUEÑOmoralista? SI, DESEAMOS PARA
NUESTROS HIJOS LA EXPRESIÓN LIBRE Y
ABIERTAMENTE ALEGRE DE SU AMOR Y QUE NO
TENGAN QUE VIVIRLO CLANDESTINAMENTE, EN
RINCONES OSCUROS, EN LA OSCURIDAD DE
ENTRE PUERTAS. Queremos respetar a los padres
valientes y honestos que entienden y protegen el amor
adolescente de sus hijos e hijas. Tales padres y
madres son el germen de las generaciones futuras,
cuyo cuerpo y sentidos serán sanos, libres al fin de tus
obscenidades y fantasías, HOMBRE
PEQUEÑOimpotente del siglo veinte. 27 "¡Oigan la
última! ¡Hubo un muchacho que fue a verlo para
tratarse y tuvo que salir corriendo con los pantalones
en la mano porque el tipo era homosexual!" ¿No
sientes el hedor de tu hálito, pequeño hombrecito,
cuando dices por ahí esta "verdad"? ¿No le reconoces
el origen a tu monte de estiércol, a tu estreñimiento y
lascivia? Yo nunca tuve deseos homosexuales, como
tú, nunca intenté seducir muchachitas como tú,
pequeño hombrecito; nunca violé a una mujer, nunca
sufrí estreñimiento, nunca robé afecto; sólo me uní a
mujeres que me querían bien y a quienes yo quería;
nunca me exhibí públicamente, como tú lo haces, ni
me deleito, como tú, en fantasías obscenas. "¡Pero
oigan esto! ¡El tipo se atrevió de tal forma con la
secretaria, que la muchacha tuvo que huir de casa;
vivía con ella en la misma casa, con las persianas
siempre corridas y la luz encendida hasta las tres de la
mañana!" Y De la Mettrie era un voluptuoso que murió
atragantado de pasteles, según tu versión; se te
escurrió la baba por las mandíbulas cuando hablaste
del matrimonio morganático del príncipe Rodolfo, (vivía
en concubinato); dijiste que Eleonor Roosevelt nunca
estuvo muy bien de la cabeza, y el rector de la
universidad encontró a su mujer en flagrante delito de
adulterio; y que la profesora del pueblo tiene un
amante. ¿No eres tú quién lo afirma pequeño
hombrecito? ¿No eres tú quién propaga tales
"obscenidades"? Tú, miserable ciudadano del mundo,
que durante milenios malbarataste tu propia vida,
cavando tú mismo la fosa donde te mantienes.
"¡Agárrenlo! ¡El tipo es un espía alemán, o tal vez ruso,
o a la mejor de Islandia! ¡Yo lo vi a las tres de la tarde
en el camino 86 de Nueva York y todavía más, con
una mujer!" ¿Sabes cuál es el aspecto de un piojo
cuando es expuesto a un foco de luz muy intenso?
Bien, me parecía que no. Habrá un día en que la ley
usará de su fuerza contra el piojo humano -leyes
capaces de proteger la verdad y el amor. Hoy tú echas
amantes adolescentes a la prisión; pero algún día tú
serás enviado a una casa de reflexión por manchar
gente decente con tu basura. Surgirán nuevos jueces y
delegados de justicia, que no administrarán más en
formalismos e imposiciones sino en verdad y con
justicia y amabilidad. Leyes nuevas habrán de erigirse
para proteger la vida, leyes que tendrás que obedecer
por mucho que te pese. Sé, sin embargo, que por tres,
cinco, o diez siglos tendremos que soportarte como el
portador por excelencia de la plaga emocional, el
núcleo de la difamación, de la intriga, de la inquisición
abusiva, pero acabarás por sucumbir a tu propia
pureza, hoy enterrada y profundamente inaccesible en
tú ser. Puedo asegurarte que ningún Káiser, ningún
César o Padre del Proletariado puede jamás
conquistarte. Esclavizarte sí, pero ninguno fue capaz
de sacarte de tu pequeñez. Lo único capaz de
conquistarte será tu sentido de la pureza, a tu
aspiración a la verdadera vida -en cuanto a esto no
tengo la menor duda. Una vez superada tu
mediocridad y mezquindad, comenzarás a pensar, en
un principio sin duda, ridícula y erróneamente, pero
con seriedad. Tendrás que aprender a soportar el dolor
que todo el esfuerzo de pensar trae consigo, tal como
yo y otros soportamos la pena de pensarte durante
años, en el silencio, con los dientes apretados. Nuestro
dolor te hará pensar. Y cuando comiences a hacerlo,
sentirás la magnitud de lo absurdo de tus cuatro
milenios de "civilización". Te será difícil entender cómo
fue posible que tus periódicos sólo tuvieran que relatar
y comentar "marchas sin sentido", condecoraciones,
crímenes, ahorcamientos, diplomacias, calumnias,
política externa, políticas reales, movilizaciones
militares, desmovilizaciones, de nuevo movilizaciones,
pactos, bombardeos -y que nunca hayas reaccionado
con agresividad o te hayas siquiera percatado del
peligro que corrías. Tal vez te hubiese sido posible
entenderte a ti mismo si no hubieses engullido
bovinamente todo lo que te caía en las manos. Pero lo
que de veras será difícil de aceptar es la verificación
del hecho de que todo lo fuiste imitando y propagando
a través de los siglos; asimilaste toda esa basura con
toda la paciencia de una oveja mansa, desconfiaste de
tus sanas ideas y aceptaste las falsas que leíste en los
periódicos, porque pensaste que eran más patrióticas.
Y esto, pequeño hombrecito, es algo que te tomará un
largo tiempo poder superarlo. Te avergonzarás de la
historia que hiciste, y la única esperanza reside en que
nuestros bisnietos no se vean obligados a leer tu
historia militar. Ya no será posible entonces, el montaje
de una gran revolución sólo para poner en escena a un
nuevo "Pedro el Grande". Ahora UNA VISIÓN DEL
FUTURO. No sabría decirte ciertamente cómo será.
No sé si alcanzarás la Luna o Marte con la ayuda del
orgón cósmico que me fue posible aislar. Ni puedo
saber de qué forma se irán a elevar en el espacio, o
aterrizar tus naves espaciales, o si utilizarás la luz del
sol para iluminar de noche tus casas, o si podrás
hablar con 28 alguien en Australia o en Bagdad a
través de un agujero en la pared de tu recámara. Pero
sé LO QUE DEFINITIVAMENTE NO HARÁS en
quinientos, mil o cinco mil años. "¡El tipo es visionario!
¡Y todavía por encima: dictador, al prescribirme lo que
no haré! ". No soy un dictador, pequeño hombrecito,
pero si hubiera querido serlo, la tarea habría sido fácil
frente a tu mediocridad. Tus dictadores sólo pueden
decirte lo que no puedes hacer en el presente, bajo la
pena de ser enviado a la cámara de gases. Pero no
pueden decirte lo que harás en el futuro distante, tal
como no les es posible provocar el crecimiento de un
árbol más rápidamente con tan sólo ordenarlo. "¿Y de
dónde te viene la sabiduría a ti, esclavo intelectual del
proletariado revolucionario?". ¡De lo más íntimo de ti
mismo, eterno proletario de la razón humana! "¡Eso sí
que está bueno! ¡Fue en mí en donde el tipo vino a
buscar la sabiduría, en mis profundidades! ¡Yo no
tengo profundidades! ¿Y qué especie de concepto
individualista de profundidades de lo "más íntimo" es
ese?". Te digo que las tienes, ahora que, las
desconoces; sientes un miedo mortal a tu profundidad,
por eso ni siquiera la sientes. Si te acercaras a ella, te
daría vértigo, como si fuera un abismo. Temes la caída
y la pérdida de tu individualidad, porque cuando
intentas encontrarte es siempre el mismo hombrecito
cruel, envidioso y avaro quien aparece. Ahora que, con
las mejores intenciones, tu trayectoria es sin embargo,
siempre la misma: la de una criatura ávida, cruel,
malévola, mezquina. Si no te hallases hundido en tu
propio fondo no me habría dado el trabajo de esta
larga plática. Conozco tu capacidad de ir hasta el
fondo, del tiempo en que me buscabas como médico,
como alguien a quien entregar tu sufrimiento. Lo que
tienes de verdaderamente profundo es la piedra donde
asentarás la grandeza de tu futuro; y es por eso que te
puedo decir lo que ciertamente no harás. Vendrá un
tiempo en que no podrás comprender cómo fuiste
capaz de hacer todo esto en cuatro mil años de
incultura. ¿Querrás ahora escucharme? "¿Pero qué es
esto, por qué he de dar oídos a una utopía más? No
hay nada que hacer, mi querido doctor, soy y
continuaré siendo un pobre diablo, el hombre de la
calle, que no tiene opinión propia. Por el contrario,
quién soy yo para..." Escucha, te escondes detrás de
la leyenda del pequeño hombrecito, porque tienes
miedo a sumergirte y tener que nadar en el gran río de
la vida por lo menos en nombre de tus hijos y de los
hijos de tus hijos. La primera de todas las cosas que
no harás más, será creer en la percepción de ti mismo
como un sujeto insignificante y sin opinión, que dice en
todo momento; "pero quién soy yo para...". Tienes tu
opinión propia, y en el futuro que preveo, pasarás a
considerar vergonzoso no conocerla, no defenderla y
no expresara. "¿Pero qué dirá la opinión pública
acerca de mi opinión? Los otros me harían trizas si me
atrevo a expresarla". Aquello que llaman opinión
pública, pequeño hombrecito, sólo es la suma de todas
las opiniones de hombres y mujeres que se dicen
comunes. Todo hombre y mujer tiene opiniones
erradas y ciertas. Expresa los errores porque teme
igualmente los errores de otros hombres y mujeres
comunes. Esta es la razón fundamental de que las
opiniones correctas raramente se expresen. Tú ya no
crees, por ejemplo, que tu opinión "no cuenta". Un día
conocerás y defenderás el verdadero soporte de la
sociedad humana. No huyas, no te aterres. No es así
de terrible ser la base responsable de la sociedad
humana. "¿Qué es necesario que yo haga para
transformarme en el soporte de la sociedad humana?"
Nada tendrás que hacer de nuevo o extraordinario;
baste con que continúes arando tus campos, usando
tu hacha, examinando a tus pacientes, llevando a tus
hijos a la escuela o al jardín a jugar, escribiendo
artículos sobre los acontecimientos cotidianos,
intentando penetrar más a fondo en los secretos de la
naturaleza. Todo esto ya eres capaz de hacerlo; ahora
bien, no lo consideres insignificante ante los hechos
del general lleno de condecoraciones o el "arrogante"
príncipe caballero de armadura reluciente. "¡Pero el
señor es un visionario, sabio! ¿No ve que los
generales y los príncipes son los detentores de los
ejércitos y de las armas con que se hacen las guerras,
del poder para enlistarme en el servicio militar, de
destruir mis cosechas, o mi laboratorio, o mi gabinete
de trabajo?" 29 Eres enlistado para servir al ejército; y
las cosechas y las fábricas son destruidas porque
berreas "¡VIVA!". Tus héroes de armadura reluciente
no tendrían soldados ni armas, si claramente
asumieses el hecho de que lo más importante son tus
cosechas y la producción de tus fábricas, y que ni
campos ni fábricas existen para ser destruidos, cosa
que tus militares y héroes desconocen, porque nunca
trabajaron en los campos, en las fábricas ni en los
laboratorios, o creen que tu trabajo se procesa apenas
para servir la honra de la patria alemana o proletaria y
no para alimentar y vestir a tus hijos. "¿Qué es lo que
he de hacer? Odio la guerra, mi mujer llora de
desesperación cada vez que me enlistan, mis hijos
mueren de hambre cuando los ejércitos proletarios
ocupan mis tierras y no tienen en cuenta el número de
muertos. Todo lo que desearía es que me dejasen
trabajar en paz mis campos, jugar con mis hijos al
volver del trabajo, amar a mi mujer, y los domingos
poder tocar, bailar y cantar de alegría. ¿Qué he de
hacer?" Tan sólo continuar haciendo lo que haces y lo
que deseas hacer -criar a tus hijos en la alegría y amar
a tu mujer. Si PUDIESES HACERLO CLARA Y
FIRMEMENTE NO HABRÍA MÁS GUERRAS- guerras
que exponen a tu mujer al ataque de los soldados
embrutecidos por largos períodos de abstinencia
sexual; guerras que llevan a la muerte por inanición a
tus hijos dejándolos huérfanos; guerras que sólo te
ofrecen la ilusoria imagen de un celeste "campo de
gloria". "¿Pero qué clase de hombre sería yo si
viviendo apenas para mi trabajo, para mi mujer y mis
hijos, al verlos amenazados por los Hunos, alemanes,
japoneses o rusos, o cualesquiera otros que me
impongan la guerra? ¿No sería mi deber defender lo
que amo y me pertenece?" Tienes razón, pequeño
hombrecito. Si te atacaran tendrías que tomar las
armas. ¿Pero podrías entender que el "enemigo", los
Hunos de todas las naciones no son nada más que
millones de pequeños hombrecitos como tú, que
berrean "¡VIVA!" siempre que sus príncipes (que
desconocen el trabajo) los llaman a filas? Que como
tú, se tienen poco en cuenta y se interrogan" ¿... pero
quién soy yo para tener opinión propia?" Cuando
sepas algún día, que eres alguien, que la opinión que
tienes acerca de ti es correcta y que tus campos y
fábricas fueron hechos para servir a la vida, y no a la
muerte, entonces podrás responderte a ti mismo las
preguntas que ahora me expones. Y para eso no
necesitarás la acción de tus diplomáticos. En lugar de
seguir berreando "¡VIVA"! y llevar flores a la tumba del
soldado desconocido, o consentir que cualquier
príncipe gritón o general de todos los proletarios venga
a aplastar con su peso tu consciencia nacional,
deberás oponerle tu autoestima y la conciencia del
valor de tu trabajo. (Conozco a tu soldado
desconocido, pequeño hombrecito; lo encontré en
combates en las montañas de Italia; es lo mismo que
tú, pequeño hombrecito, incrédulo de la existencia de
una opinión propia, diciendo: "¿Pero quién soy yo para
tener una opinión...?"). Podrías intentar conocer a tu
hermano, el HOMBRE PEQUEÑO de Japón, China o
cualquier otro país "bélico", e intentar darle a conocer
la opinión justa que tienes acerca de tu trabajo como
obrero, médico, agricultor, padre o marido,
convenciéndolo de que al final todo lo que hay que
hacer es, simplemente, volver imposible cualquier
guerra por la fuerza del amor al trabajo y a los tuyos.
"Bueno, pero ellos tienen bombas atómicas, y una sola
de ellas puede matar a miles de personas". Me parece
que todavía no entendiste bien, pequeño hombrecito.
¿Crees que son los príncipes y generales los que
fabrican esas bombas? No, son hombres como tú, que
las construyen berreando "VIVA" en lugar de
rehusarse a hacerlo. Como ves, pequeño hombrecito,
todo se encuentra ligado al hecho de que pienses
errónea o correctamente. Si no fueses tan
terriblemente mediocre, gran científico del siglo veinte,
habrías hallado la manera de no servir a la conciencia
nacional, pero sí a una conciencia internacional que
pudiese impedir para siempre la utilización de bombas
atómicas; o, si te fuese imposible, habrías usado toda
tu influencia por medio de palabras inequívocas para
que ni siquiera fuesen construidas. Ciego con tu
invención, ni siquiera puedes tener una salida posible,
porque tu pensamiento y tu visión han tomado el
camino errado. Y prometiste con todo a todos los
pequeños hombrecitos del mundo que tu energía
atómica sería la cura de su cáncer, y de su
reumatismo, sabiendo perfectamente que tal cosa no
sería posible jamás, y que sólo tenías en las manos la
base de un arma criminal. Así es, tu ceguera es
idéntica a la de los físicos de las épocas anteriores.
ESTAS ARRUINADO PARA SIEMPRE. Tú sabes,
pequeño hombrecito, que te di a conocer las
posibilidades terapéuticas de mí energía cósmica.
Pero te mantuviste silencioso y continuas muriendo de
cáncer o del corazón berreando "¡VIVA!", "Vivan la
cultura y la tecnología". Pues te aseguro, pequeño
hombrecito, que vas cavando tu propia tumba con los
ojos abiertos. Crees que llegó una nueva era, la "era
de la energía atómica". Llegó de hecho, pero no del
modo como imaginabas. No en tu infierno, pero sí en
mi recatado y pequeño laboratorio en un rincón de los
Estados Unidos. 30 La decisión es tuya, pequeño
hombrecito, cuándo desearás o no la guerra. Si al
menos pudieses tener conciencia de que tu trabajo
sirve a la vida y no a la muerte. Si al menos pudieses
saber que todos los pequeños hombrecitos de la Tierra
son exactamente como tú, en lo que tienen de malo y
de bueno. Tarde o temprano -depende de ti- ya no
habrás de berrear "¡VIVA!" a izquierda y derecha, y no
volverás a trabajar en tus fábricas y en tus campos
consintiendo que puedan volver a ser el blanco de
ataques militares. Tarde o temprano aprenderás a
servir a la vida y nunca a la muerte. "¿Crees que debo
hacer una huelga general?". No sé si debes hacer esto
o aquello. Una huelga general es un arma débil,
puesto que te expones a la justa acusación de dejar a
tu mujer y tus hijos morir de hambre. No es la huelga la
que irá a probar tu juicio de responsabilidad delante de
los males de tu sociedad. Cuando entras en una
huelga, no trabajas. Llegará un día en que, en lugar de
hacer huelgas sabrás TRABAJAR de verdad en
nombre de la vida. Llámale entonces, "huelga de
trabajo", si tienes apego a la palabra "huelga". Pero
huelga trabajando para ti, para tus hijos y tu mujer o tu
novia, para tu sociedad, y tu producción y tus tierras.
Ve a decirles que te falta tiempo para las guerras de
ellos, que tienes otras cosas que hacer. Amuralla cada
ciudad con esta convicción y deja entonces que los
diplomáticos y mariscales se maten unos a otros,
personalmente. Tales son las cosas que podrías hacer
si no berreases más "¡VIVAS!" y no te afirmases más
como un Don Nadie, o alguien sin derecho a opinión
propia. Tienes todo en las manos, tu vida y la de tus
hijos, tu hacha y tu estetoscopio. Te veo mover la
cabeza, pensando que soy un utópico o tal vez un
"comunista". Me preguntas, pequeño hombrecito, si
podría decirte cuándo sabrás vivir tu vida en paz y con
seguridad. La respuesta consiste en ser lo inverso de
lo que eres actualmente: vivirás bien y en paz cuando
la vida signifique para ti, más que la seguridad, y el
amor más que el dinero, y tu libertad más de lo que las
líneas directivas del partido o la opinión pública,
cuando el tono de ser en el mundo de un Beethoven o
un Bach, fuera el tono habitual de toda tu existencia -tú
lo tienes adentro, pequeño hombrecito, en algún lugar
escondido, en un rincón de tu ser; cuando tu forma de
pensar esté en armonía con tu forma de sentir, y ya no
en discordia como ahora, cuando te sea posible
reconocer tales cualidades a tiempo, así como tus
dones y el crepúsculo de una vieja era, cuando te sea
posible vivir el pensamiento de los grandes hombres,
en lugar de los crímenes de los grandes guerreros;
cuando los profesores de tus hijos sean mejor pagados
que los políticos, cuando tengas mayor respeto por el
amor entre un hombre y una mujer, que por un acta de
matrimonio, cuando puedas reconocer tus errores
reflexionando a tiempo y no demasiado tarde, como lo
haces hoy, cuando sientas que tu espíritu se
engrandece conociendo la verdad y las formalidades te
inspiren horror, cuanto te comuniques directamente
con tus compañeros trabajadores en otros países, no
teniendo más diplomáticos por intermediarios, cuando
la alegría que tu adolescente hija pueda encontrar en
el amor sea también tuya, y no motivo de tu cólera,
cuando sepas menear la cabeza en desaprobación, al
acordarte que en otro tiempo se castigaba a los niños
por jugar con sus órganos sexuales, cuando
finalmente, las caras humanas que ves en la calle
puedan expresar la alegría, la libertad y la
comunicación, y no más tristeza y miseria, cuando los
seres humanos no pueblen más la tierra con sus pelvis
retraídas y rígidas y sus órganos sexuales congelados.
Pides orientación y consejo, pequeño hombrecito. Por
miles de años, los haz tenido, tanto buenos como
malos. No es porque carecieras de ello que has
permanecido en la desgracia; es tu propia pequeñez la
que te condena. También yo podría aconsejarte, pero
siendo como eres y pensando como piensas, no serías
capaz de poner en acción cualquier cosa que te fuese
aconsejada para beneficio de todos. Imaginemos que
yo te aconsejara e hicieras desaparecer toda actividad
diplomática, sustituyéndola por la fraternidad
profesional y personal con todos los zapateros,
carpinteros, mecánicos, técnicos y físicos, educadores,
escritores, administradores, mineros y campesinos de
Inglaterra, Alemania, URSS, EE.UU., Argentina, Brasil,
Palestina, Arabia, Escandinavia, etc.; que fuesen pues,
todos los zapateros del mundo los responsables por la
decisión de cuál es el mejor modo de calzar a los niños
chinos; los mineros responsables por las reservas de
carbón para calentar a todos los países fríos; los
educadores de todo el mundo convertidos en los
guardianes de la futura salud mental de todos los
recién nacidos. ¿Qué harías tú, pequeño hombrecito,
si tuvieses en tus manos todos estos simples
problemas de la existencia cotidiana? Por cierto que tu
respuesta, o la de cualquiera de los representantes de
tu partido, iglesia, gobierno o sindicato (a menos que
me prendieses de inmediato como "comunista") sería
la siguiente: 31 "¿Quién soy yo para poder sustituir las
relaciones diplomáticas por relaciones internacionales
a nivel de trabajo y desarrollo social?" O: "¿Quieres
que se restablezcan las relaciones de cualquier
especie con los fascistas alemanes o japoneses o con
los comunistas rusos o con los capitalistas
americanos?". O: "Por encima de todo me interesan
los destinos de mi patria -Rusa, Alemana, Americana,
Inglesa, Judía o Árabe". O: "Ya tengo bastante con los
problemas que tengo para mantener mi vida en orden
y entenderme con mi sindicato de sastres. Los otros
que se las arreglen con los sindicatos de sus países”.
O: "No presten oídos a este capitalista, bolchevique,
fascista, trotskista, internacionalista, anarquista, loco,
individualista. ¿Dónde está su patriotismo de
americano, ruso, alemán, inglés, judío?". Puedes tener
la absoluta certeza de que usarías cualquiera de estos
argumentos u otros, con el fin de evitar tu
responsabilidad en la forma como se procesan las
relaciones entre los hombres. "Pero, entonces, ¿yo no
soy nada? ¡Parece que no me reconoces algún rasgo
positivo! Al fin, ¡qué diablos! trabajo hasta hartarme,
sustento a mi mujer y a mis hijos, intento llevar una
vida decente y sirvo a mi país. No puedo ser tan
imbécil a este punto!". Sé que eres una criatura capaz,
sólida, con cualidades de trabajo, un animal
cooperativo, comparable a las abejas o a las hormigas.
Todo lo que hice fue descubrir en ti al pequeño
hombrecito, que ha estado haciendo miserable tu vida.
Eres GRANDE, pequeño hombrecito, cuando no eres
mediocre. Tu grandeza es la única esperanza que nos
resta a todos. Eres grande cuando desempeñas a
gusto tu tarea, cuando trabajas con alegría la madera,
cuando construyes, cuando pintas y embelleces tus
espacios, cuando trabajas en la tierra, cuando
contemplas el cielo con inquietud, y te complaces en la
existencia de los animales simples, en el rocío, cuando
bailas y cantas, cuando amas la belleza de tus hijos, el
cuerpo del hombre o la mujer que escogiste, cuando
vas a un planetario intentando entender el espacio o a
una biblioteca a leer lo que pensaron de la vida otros
hombres y mujeres. Eres grande en tu vejez, cuando
con tu nieto en el regazo, le dices cómo fueron otros
tiempos, respondiendo a su curiosidad con confianza.
Eres grande cuando eres madre, cobijando a tu hijo en
los brazos, con el corazón lleno de esperanza de que
para él vendrán mejores días, y cuando hora tras hora,
año tras año, tú construyes su felicidad. Eres grande,
pequeño hombrecito, cuando cantas las canciones
antiguas de tu pueblo y bailas al son del acordeón,
porque son pacíficas y están en todos los lugares del
mundo. Y eres grande cuando afirmas a tu amigo:
"Qué bueno que el destino me concedió hasta hoy una
vida libre de suciedad y avaricia, que puedo
acompañar el crecimiento de mis hijos, oírles
balbucear sus primeras palabras, verlos moverse,
caminar, jugar, hacer preguntas, compartir su alegría,
reír y amar; qué bueno que no dejé pasar la primavera
sin sentirla, que pude gozar del ameno viento, y el
rumor de los arroyos y el canto de las aves; que no
perdí mi tiempo en chismes con los vecinos, que amé
a mi compañera o mi compañero, y que sentí correr en
mi cuerpo el flujo de la vida; qué bueno que al igual
que en tiempos malos, no perdí el norte en el sentido
de la vida. Puesto que me fue posible escuchar mi voz
interior que murmuraba en lo más íntimo: "Sólo una
cosa importa: vivir una vida buena y feliz. Escucha la
voz de tu corazón, aunque tengas que apartarte del
camino recorrido por los tímidos y no conscientes que
el sufrimiento te vuelva duro y amargado". Y así, en la
quietud del caer de la tarde, cuando me siento sobre la
hierba frente a mi casa, después de un día de trabajo,
con mi mujer y mis hijos, escuchando el latir de la
naturaleza, recuerdo entonces una melodía que me
emociona, la canción de la humanidad y su futuro:
"Humanidad entera, yo te bendigo y te abrazo". Y
desearía entonces que la vida aprendiese a demandar
sus derechos, que fuese posible modificar los espíritus
duros y medrosos, que sólo desencadenan guerras,
porque la vida se les ha escapado. Y cuando mi hijo,
en mi regazo, me pregunta: "Papá, el sol desapareció,
¿adónde fue? ¿Crees que vendrá pronto?". Y le
respondo: "Sí, hijo, ha de volver mañana para
calentarnos". Llegué al fin de mi conversación contigo,
pequeño hombrecito. Habría muchas cosas más que
decirte. Pero si me leíste con atención y
honestamente, te descubrirás actuando como
HOMBRE PEQUEÑOen situaciones que no te referí,
puesto que todas tus acciones y pensamientos tienen
siempre el mismo tono. A pesar de lo que me haya
hecho o vayas a hacerme en el futuro, que me
glorifiques como a un genio o me encierres en una
institución psiquiátrica, que me adores como tu
salvador o me tortures como espía, tarde o temprano
tu aflicción te forzará a entender que descubrí las leyes
de la energía vital y que deposité en tus manos el
instrumento 32 capaz de orientar tu existencia hacia
una finalidad consciente, como hasta ahora has hecho
con tus máquinas. Fui un buen ingeniero de tu
organismo. Tus nietos seguirán mis pasos y serán
sabios ingenieros de la naturaleza humana. Fui yo
quien te reveló el campo infinitamente vasto de tu
energía vital, tu esencia cósmica. Esta es mi mejor
recompensa. A los dictadores y tiranos, los aduladores
y difamadores, a las hienas y chacales opongo las
palabras de un sabio de tiempos antiguos: Planté en
este mundo el germen de las palabras sagradas
mucho después de que la palmera se haya marchitado
y la roca se desmorone, mucho después de que los
resplandecientes monarcas hayan desaparecido como
el polvo de hojas secas, mil arcas guardarán mi
palabra a través de cada diluvio: Ella prevalecerá.

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