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UN DIA DESPUES DEL JUICIO FINAL

Cr�nicas del M�s All�

LUIS H. ARISTIZABAL

(Editions La Porte, Paris, 2003)

El cielo est� en una monta�a,


en una bah�a, en una iglesia vac�a
y en el lugar en el que nace el sol.

PRIMERA PARTE

CUANDO TODO ACABO

Diario de las cosas del cielo

1. APERITIVO

PRIMERA ENSALADA DE EPIGRAFES

Ya que no es posible en esta, todos quisi�ramos que la vida se prolongara en otra


despu�s de la muerte, en una vida mejor, en el cielo o, por lo menos, que al morir
se encendiera en una pantalla un aviso que dijera: �Nivel Dos�.
Alfonso Quintero Arag�n

Las leyes del Cielo y del Infierno son vers�tiles. Que vayas a un lugar o a otro
depende de un �nfimo detalle. Conozco personas que por una llave rota o una jaula
de mimbre fueron al Infierno y otras que por un papel de diario o una taza de
leche, al Cielo.
Silvina Ocampo

No esperemos el Juicio Final. Tiene lugar todos los d�as.


Albert Camus

Al formarnos un juicio sobre nosotros mismos deber�amos asimilar la evidencia que


nuestro juez utilizar� cuando lleguemos a su presencia el �ltimo d�a.
Jorge Edwards

Apret� la mano de todos lo muertos y se puso en la cola, detr�s de ellos.


Elias Canetti

Que la trompeta del Juicio Final suene cuando quiera, yo vendr�, con este libro en
la mano, a presentarme delante del juez soberano. Dir� en voz alta: Esto es lo que
yo he hecho, lo que he pensado, lo que fui.
Jean Jacques Rousseau

Yo quiero que Dios me d� derecho de r�plica en el Juicio Final... Y me va a o�r.


Andr�s Aber�sturi

Los resucitados, de repente, acusan a Dios en todas las lenguas: el real Juicio
final.
Elias Canetti

En el Juicio Final s�lo se pesar�n las l�grimas.


Cioran

Para un inveros�mil observador exterior, lo que habr�a sido m�s contundente en ese
Juicio de Dios que marcaba el triunfo de la justicia y de la verdad, es que nadie
re�a.
Jean d'Ormesson

En Francia, todo es del dominio de la broma, all� es ella la reina: se bromea en


el pat�bulo, en el paso del Beresina, en las barricadas, y alg�n franc�s bromear�
sin duda en las grandes sesiones del Juicio Final.
Honor� de Balzac

Nuestras culpas son deudas contra�das aqu� y pagables en otro lugar.


Victor Hugo

�Qu� maravilla que todos resuciten! Pero, �es necesario juzgarlos de inmediato...?
Elias Canetti

Muchos son los buenos, si se da cr�dito a los testigos: pocos, si se toma


declaraci�n de su conciencia.
Quevedo

Acaso ese sea el modo en el que Dios abre las casas al final de la noche cuando El
est� dando un tranquilo paseo con un �ngel....
Khaterine Mansfield

Que el ser sea aniquilado es imposible e inaudito.


Emp�docles de Agrigento

2. EL JUICIO

Cuando yo era peque�o mi madre me dijo que la gente cre�a equivocadamente que el
Juicio Final era el fin de todo y que mientras los unos se quedaban c�modamente
instalados en el Para�so los otros se iban a podrir en los infiernos por los siglos
de los siglos. �Olvidan�, le dijo mi madre a ese ni�o impresionable de siete a�os
que era yo, �que el Juicio no es un final, sino solamente el principio de todo...�
Esta es la cr�nica de unas palabras de mi madre que resultaron prof�ticas cuando no
quer�an ser m�s que tranquilizantes.

Yo soy uno de esos privilegiados que nunca conocieron la muerte. No todos los d�as
tiene uno la dicha de ver que se acaba un mundo, pero a m� me toc� en suerte que se
acabara �ste cuando a�n estaba en vida y es eso lo que quiero contar. Fue durante
un largo d�a aterrador, al paso de unas horas que vieron como todo se desmoronaba
en escombros en una sola gran sacudida.
Cuando el �ltimo de los condenados escuch� su sentencia con el �nimo perturbado y
la l�grima a flor de piel est�bamos tan cansados que nos era casi imposible
mantener los ojos abiertos a pesar de las amenazas que para el porvenir se
desvelaban en el inflexible texto de las duras sentencias coloreadas de cinismo por
lo extremas. Para nuestros cuerpos apenas resucitados unas horas antes ya hab�a
sido demasiado de esa remota tarde en la que ocurri� el Apocalipsis, esa tremenda
jornada de sellos y trompetas que vibra en la memoria, y tanto los que hab�amos
sido exonerados -m�s de los que se esperaba, eso no cabe duda- como los tambi�n
numerosos condenados, ca�mos primero adormilados y luego profundos en medio del
prado, sin distinci�n, como lirones fatigados. Ni siquiera nos hab�an dejado
contemplar al Creador como lo promet�a el libro del Apocalipsis y s�lo nos quedaba
en el est�mago una desaz�n de cosa mal terminada y -al menos en mi caso- una
impaciencia de esas que hac�an rabiar a San Agust�n cuando dec�a que Dios era el
�nico que sab�a ser paciente porque era el �nico que era eterno. Pero ahora ya no
es el �nico. Todos lo somos.

Tu signo zodiacal verdadero es el del d�a de tu muerte. Y es el que llevar�s por


los siglos de los siglos en la otra vida y el que determinar� tu suerte y los
�ngeles que habr�n de cuidarte y guiarte por los tortuosos caminos y la zona del
mundo en la que fijar�s tu residencia para siempre, pues las mudanzas son de mal
gusto en la otra vida.
�Pero quien se va a acordar con alegr�a del a�o de su propia muerte? No resulta
inv�lido pregunt�rselo al igual que es dif�cil imaginar a alguien so�ando con
verdadero entusiasmo en el d�a siguiente al de su propia muerte, d�a en el que
vendr�a a compartir las delicias de los cielos en compa��a de los santos y de los
�ngeles y delante de la presencia divina, cosa que, bien mirado, tendr�a que
resultar mucho m�s atrayente que cualquier deseo de permanecer en tierra soportando
una vida p�lida cuando no francamente deplorable. La verdad es que no habr�a
elecci�n posible y que un hombre sabio deber�a tratar de apresurar su muerte y su
acercamiento a esa revelaci�n incontestable. Pero no. Absurdos siempre, nos
apeg�bamos a la vida, como si bien lo valiera.

Tratando de guardar la calma nos fuimos acostumbrando al nuevo estado de cosas y


por eso finalmente me sent� capaz de empezar a tomar nota o de ordenar las notas
que hab�a ido tomando, dispersas, en trozos de papel extraviados, para memoria
eterna o para los lectores de futuras creaciones si las hubiere, de todo lo que ha
ocurrido en esta nueva dimensi�n en la que hemos anclado, de los hechos que por
aqu� nos trajeron, de lo que fue nuestro paso por ese planeta al que no impunemente
llam�bamos Tierra y de las impresiones que marcar�n con su sello la larga eternidad
que tenemos por delante, esa eternidad que se me aparece ahora como algo amenazante
por lo inmodificable y de la cual s�lo tenemos la promesa y la obligaci�n de
inventarle un libreto que la justifique.
Debo entonces, para comenzar a dar forma a esta perorata, hacer alusi�n a la
experiencia traum�tica que tuvimos que vivir en esos dif�ciles d�as del Juicio, s�,
porque el final, hay que decirlo, fue largo y dif�cil, demasiado largo en mi
opini�n y empez� hace tiempos, all� por los d�as de mi ni�ez, cuando se fue
insinuando por la persistencia de hechos abominables y de cat�strofes descomunales
que como de todos es bien sabido vinieron atadas al �ltimo milenio como la cola
indeseada de un cometa que pasara haciendo estragos. Fueron a�os de intenso terror
en los cuales incluso los menos malvados descubrieron con pasmo y doloroso asombro
que la tierra ya no era la misma, ese lugar agradable y acogedor que fuera antes, y
fue cuando comenzaron los signos, cuando las cosas dejaron de ser lo que eran y
siempre hab�an sido. Ocurr�an terremotos casi todos los d�as, los rayos se
desgajaban de la nada sin tormenta previa ni nubes amenazantes, aunque tambi�n las
hab�a, en verdad de todo lo que pueda aterrorizar ten�amos nuestra raci�n
cotidiana. Ignoro por qu� raz�n hicieron las potencias celestiales tanto aparato
para asustarnos, ya bien atormentados, medrosos e indefensos como est�bamos, pero
parec�an ensa�ados con estas pobres criaturas de su creaci�n, y as� se lo dijimos
al �ngel encargado cuando ya todo hab�a acabado y apenas si se dign� contestarnos
antes de mirarnos con aire reprobador y de tragarse la respuesta, que si no nos
hab�a gustado as� era problema nuestro y que vi�ramos c�mo lo trag�bamos, pues as�
estaba escrito desde siempre, y que eran los designios del Alt�simo y que �l en
ello no se met�a, pues en nada le ven�a y que no era de su incumbencia ni de su
funci�n desobedecer ni, menos a�n, recalc�, poner en tela de juicio las �rdenes
venidas desde arriba, pues �l era apenas un subordinado y cumpl�a con su deber lo
mejor que pod�a aunque no se le pagasen horas extras, que fu�semos con nuestras
quejas a otra parte, que para eso estaban el infierno y el purgatorio, que bien
pod�amos largarnos si as� nos ven�a en gana y nos complac�a, e intentaba meternos
m�s miedo, estoy seguro, pero est�bamos en el cielo ya, no �bamos a jugarnos a un
nuevo juicio por culpa de las cajas destempladas de cualquier �ulico inferior, no
fuera a darles por volver a comenzar con el cuento trillado del eterno retorno si
nos daba por pecar ahora en la vida eterna, cosa por dem�s importuna a fuer de
inoportuna, porque los pecados son los pecados y todos los habitantes guard�bamos
rememoranza de ellos, que no se nos hab�an olvidado, no, c�mo �bamos a olvidarlos,
los ten�amos grabados a�n en la piel que de nuevo llev�bamos encima como un traje
nuevo de la mejor confecci�n, nos escoc�an con una nostalgia deliciosa de lo que
pudimos haber hecho y de lo que nos libramos, a Dios gracias, y por eso est�bamos
all�, confortablemente instalados en las graciosas moradas celestiales, como quien
estrena apartamento en un nuevo pa�s, en el mism�simo y c�lebre cielo, porque haz
de saber que dijeron que en la casa del padre son innumerables las moradas, as�
sean un tanto inc�modas, y que no hay demasiado lugar para los inconformes que
pueden marcharse de all� cuando a bien lo tengan y sin que nadie se los impida.

Parkinson se levant� luego de restregarse los ojos. Poco a poco fueron despertando
los unos y los otros y de cuando en cuando se alzaba un grito de dolor cuando un
r�probo recordaba lo que hab�a pasado el d�a anterior y se resist�a a creer que
despertaba a la continuaci�n de su pesadilla pero lo acallaban los suspiros de
alivio de aquellos que se daban cuenta, sin dar tampoco demasiado cr�dito a su
memoria, que ya lo peor hab�a pasado y que de alguna manera hab�an apostado en la
vida a la verdadera verdad y que ahora ver�an recompensada su atrevida decisi�n de
agarrarse para no ahogarse a la �nica ramita que sobresal�a en la superficie del
gran r�o del mundo.
Ese primer y �nico d�a despu�s del Juicio fue muy aburrido y plagado de
nerviosismo. El p�nico apenas acababa de empezar a disolverse y flotaba en el
ambiente una sensaci�n de malestar, que no hab�a menguado, sino antes bien crecido,
ante la indefinici�n de ciertas cosas. Se detuvo Parkinson a observar las filas de
reos ya libres de sus cadenas que estrenaban libertad y respiraban tras haber
pasado el mayor susto de sus vidas durante el Juicio espantoso y se dijo que
todav�a estaban los esp�ritus convulsionados y que nadie quer�a hablar de lo que
hab�a ocurrido, y los rostros contra�dos por muecas de terror apenas empezaban a
recobrar sus antiguas formas de reposo mientras confusos y deprimidos los nuevos
habitantes del cielo deambulaban en busca de sus seres queridos, remisos a
convencerse de haberlos perdido para siempre entre las llamas del averno, as� como
otros se consolaban confirmando nombres sobre los listados pegados en las puertas o
escarbando en los archivos y advert�an con cierto asombro mezclado con alivio que
sus deudos tendr�an que pasar una temporada en ese jard�n de aclimataci�n que
llam�bamos purgatorio, unos d�as breves, que por largos que fueran representaban
apenas un leve escarceo en el contexto de la eternidad. Todos daban vueltas, unos
fumando, otros rezando, otros apenas conversando, nerviosos los unos y los otros
como si no se tratase de un final sino de un comienzo de hostilidades que mejor se
hubiesen disuelto en un aburrimiento concreto. Pero el temor a lo desconocido se
sent�a como una advertencia de pesadumbres a venir y los �ngeles guardianes ped�an
prisa a los viajeros, hab�a que afanarse o los carros partir�an sin los absueltos,
convirti�ndolos en r�probos a la fuerza, dej�ndolos abandonados a su propia suerte
en medio de la tierra arrasada.

Unos y otros fueron conducidos por un extra�o camino, seguidos por una fuerte
escolta, vestidos como peregrinos con t�nicas blancas, hacia un destino ignorado.
Se preguntaba nuestro h�roe si ser�a que el transporte en el M�s All� era tan
dificultoso como los trasteos cada vez que cambiaba de residencia en su vida
anterior en la tierra. Se le iba haciendo cada vez m�s dif�cil entender el juego,
si es que era un juego, pero el aspecto que m�s le preocupaba era el del montaje de
las nuevas casas de los habitantes del cielo y el l�o de esos primeros d�as de
aparente felicidad absoluta. Pero s�lo tuvo como respuesta d�as de fatigoso
peregrinar, atravesando praderas innumerables de un cielo que cualquiera habr�a
pensado apto apenas para las vacas, bastante agr�cola cuando no ten�an que sortear
terrenos anegados por las copiosas lluvias, o bancos de arenas movedizas, o
murallas de infinito espesor o bosques de casta�os maduros o fosos amparados con
puentes levadizos.
Parkinson observ� que iban dejando en el camino a los diversos condenados, y que
los enviaban hacia otras rutas, por t�neles abiertos en la espesura, hacia las
regiones seguramente malsanas del infierno, pero no se atrevi� a preguntar nada, no
fueran a cambiarle su serena suerte por un capricho de �ngeles malgeniados de modo
que mantuvo el silencio hasta cuando llegaron a un pa�s, el m�s raro de todos y
desde luego Parkinson se pregunt� si aquello ser�a el cielo o siquiera su puerta de
entrada. No se parec�a en absoluto a nada que hubiese visto antes pero tampoco
difer�a demasiado de sus previas imaginaciones. Era una ciudad como muchas otras,
que abundaba en edificios descomunales, en muebles tapizados de extra�os aspectos,
c�modos en extremo, entabladuras de acogedor aspecto antiguo, en suma albergues de
lujo, agradables nidos para el descanso y acaso para el amor. Esto es, pens�
Parkinson, que hab�an llegado a una ciudad un tanto extra�a, a una ciudad
celestial. Un �ngel custodio anunci� que los que quisieran se pod�an quedar all�,
en Gastralgia, la ciudad de las mil nubes, que ya estaban surcando los linderos de
las regiones m�s altas, y que los dem�s siguiesen su camino, pues ya no hab�a
ning�n af�n, qu� af�n iba a haber con toda una eternidad por delante, y que
seguir�an hasta encontrar cada uno su sitio verdadero, el lugar que m�s le agradase
para quedarse a vivir por los siglos de los siglos si quisieran, y fue acaso m�s
por adentrarse todav�a otro poco adentro del reino de los cielos y por alejarse del
camino de los pecadores que porque le disgustase el sitio, que Parkinson, aunque
temeroso de andar en el grupo mayor -que supuso deb�a ser el de los condenados-
decidi� jug�rsela toda y seguir adelante con la compa��a, junto con la mayor parte
de los bienaventurados.
Los paisajes iban cambiando a trav�s de los d�as y a medida que progresaban en la
peregrinaci�n hacia la morada final y definitiva, hab�a sitios que a unos parec�an
no muy atractivos, otros que resultaban un tanto mejores, eso seg�n los
temperamentos. Los grupos no lo dudaban, era como si el cielo estuviera en verdad
bien construido, una vez encontraban su sitio declaraban sin dilaciones su
intenci�n de quedarse, se dec�an, caramba, aqu� es donde yo hubiera querido vivir,
en este chalet, o en esta caba�a entre las monta�as, o en aquella casa playera de
estilo tropical azotada por los vientos, en aquel bungalow, o en alguna suntuosa
mansi�n se�orial, o en dudosos castillos medievales, y as� en todo tipo de
edificaciones, siempre atendidas por clones ang�licos o por �ngeles de verdad,
qui�n pod�a saberlo...
Pero cuando llegaron a la villa de Almorrana y se detuvieron en una especie de
copia de la familiar avenida, Parkinson sinti� desbordarse su alegr�a, este lugar
s� le gustaba, era su elemento, se parec�a al sitio donde hab�a vivido toda su
vida. Era como un �brete s�samo que alg�n extraviado entre la multitud dijera
irreverente frente a lo que le pareci� eran las puertas, as� fueran un poco
deterioradas, del verdadero cielo.

Esta es la escena que desfila ente mis ojos: una amplia calle, como la Quinta
Avenida, sin veh�culos y cientos de personas circulando por ella, con disfraces de
todas las �pocas. La mayor parte tiene traje cibern�tico del siglo veintidos. Hay
muchos del siglo veintiuno, unos menos del veinte, otros menos del diecinueve y as�
hacia atr�s en el laberinto del tiempo... Caminan en grupos, sin saludarse unos a
otros, como si se dirigieran a algo muy importante. Todos tienen cara de
satisfechos, de buenos, como si les hubiera ocurrido alguna transfiguraci�n.
Un ruido que al principio parece el del metro, lejano, se va acercando, es el
batir de alas de los grupos de �ngeles que hacen su ronda diaria de vigilancia.

Se adentr�, dejando a los peregrinos a su suerte, por la avenida principal. Tras


poco andar, Parkinson escogi� una casa de estilo imperio y se dirigi� a ella sin
vacilar. Y acert�. Al lado de la puerta, en el recibidor, encontr� anunciado su
propio nombre en una placa que parec�a puesta desde siempre:
�Jonathan Parkinson, periodista.�
�As� pues que ya sab�an que vendr�a! Parec�a una buena cosa. La premonici�n
certera deb�a ser uno de los dones inefables del cielo. No necesit� golpear con los
nudillos; la puerta se abri� como si un secreto resorte se hubiese movido con su
peso en el umbral y un �ngel -o acaso un clon de �ngel, en todo caso un remedo,
todav�a no lo sab�a como lo iba a saber m�s tarde con precisi�n desaforada- lo hizo
pasar adelante.
-Lo esper�bamos se�or. Est� usted en su casa. La administraci�n le desea una feliz
estad�a.
Parkinson entr�.
Un secreto resquemor lo deten�a.
�La casa estar�a vac�a?

Se preguntaba qu� idioma hablar�an los �ngeles de Almorrana City y obtuvo pronta
respuesta: ninguno, puesto que eran mudos como jirafas y se hac�an entender por
medio de un int�rprete que los asist�a todo el tiempo como una especie de
parad�jico �ngel custodio de �ngel custodiado que les musitaba palabras al o�do
cuando los habitantes quer�an decir algo, como si se negaran a escuchar a seres m�s
imperfectos que ellos mismos, y tocaban todo el d�a una faramalla o m�sica
celestial y crey� entender Parkinson que era mediante ella que se comunicaban y no
con palabras, d�biles ecos de lenguajes m�s perfectos y tuvo para s� que, as� como
los �ngeles de la guarda para nosotros, esos int�rpretes eran tambi�n invisibles
para ellos y les era preciso acudir a alg�n expediente circunstancial como nos
tocaba a nosotros para ver a nuestros �ngeles de la guarda con esas gafas
panor�micas que distribu�an gratuitamente en los supermercados del cielo o el uso
de los conjuros m�gicos que se sab�a el viejo mendigo Chagas, o alguna vestimenta
especial, una f�rmula, porque s�lo los pod�an ver algunos, estoy seguro, porque uno
no ve�a nunca a su �ngel custodio, como lo pod�an ver todos los dem�s, al de uno,
me refiero, aunque despu�s supe que hab�a una �poca del a�o en la cual era posible
verlos pero todo eso ir�a a cambiar durante el tenebroso asunto de los cuerpos, m�s
adelante, cuando los �ngeles entraron en el mismo negocio que los habitantes y
empezaron a sentir envidia de nosostros porque dizque tambi�n quer�an tener
cuerpos, pero no me adelanto porque simplemente respondi� al agente c�lico, vaya,
vaya, no est� nada mal, y Parkinson contempl� los inmensos espacios, el techo alto,
las columnatas corintias, en fin, el lujo desmesurado desde el vest�bulo mismo.
Entr�. Se despoj� del pesado abrigo y el clon de �ngel se apresur� a colgarlo en
una percha en el parag�ero. Pero algo le molestaba y nuestro hombre sab�a muy bien
de qu� se trataba. No le iban a cambiar sus gustos aunque intentaran cambiarle sus
costumbres. Parkinson se sent�a inc�modo con servidumbre, siempre se hab�a sentido
as�, y no tanto porque no le gustara que le sirvieran -a qui�n no le gusta que le
sirvan, aunque sea pagando, dir�a Chagas- sino porque prefer�a que no le sirvieran
si el precio a pagar era que se metieran en su vida privada, como en el matrimonio,
pens�, pero dej� de pensar y se puso a mirar la casa por todos lados, que luc�a
silenciosa por todos los costados y que parec�a no recelar otro habitante que el
mismo Parkinson.
-�Est� usted seguro que esta es mi casa? -indag� al alado emisario, como por decir
algo.
-Con toda seguridad.
-�Quiere eso decir que yo soy el due�o?
-Desde luego, se�or.
-�Y que puedo hacer lo que desee aqu� dentro?
-Siempre y cuando no perturbe a la vecindad, no veo por qu� no. Sepa usted que la
libertad del uno va hasta donde comienza la del otro.
El imb�cil es moralista, se dijo nuestro h�roe. Pero haciendo caso omiso de la
ajada reflexi�n filos�fica que le pareci� frase como para envolver chocolates,
Parkinson apunt�:
-�Quiere decir eso que usted trabaja para m�?
-S�, se�or.
-�Y que puedo darle �rdenes?
-C�mo no. Estoy enteramente a su servicio.
-�Puedo ordenarle que desaparezca en el acto de mi vista?
No era propiamente el acto, ni el primer acto ni el quinto, sino el preludio de la
obra, por lo que el �ngel pareci� perturbarse un poco, como un esgrimista rozado
por vez primera por el filo cortante del florete.
-Si el se�or as� lo desea, no hay ning�n problema.
-Entonces quiero que desaparezca de inmediato y que no vuelva a poner sus pies ni
sus apestosas alas por aqu�, nunca jam�s.
Lo de apestosas no lo dijo, pero lo pens�. Lo consigno as� porque as� le hubiera
gustado a Parkinson que quedara registrado en estos anales.
Respir� hondo, con cara de profunda satisfacci�n y esper�. El �ngel hizo entonces
un moh�n de disgusto pero se esfum� como el genio que regresa dentro de la l�mpara.
Parkinson qued� aparentemente solo y se dispuso a recorrer la casa, la que ir�a a
ser, si se descuidaba, su morada para toda la eternidad.

�A todas estas, se preguntar� usted, c�mo fue la cosa? Pues muy sencillo, cuando el
hongo at�mico empezaba a cubrir el planeta se oy� en todas las lenguas, sin dejar
por fuera ni las africanas ni las muertas, el grito de un vozarr�n inmenso y
descomunal:
-�Corten!...
Y de pronto se desvaneci� la cat�strofe que nos ven�a aquejando desde siglos atr�s
y el cielo qued� en silencio, mudo y azul, desprovisto de nubes (despu�s supimos
que las nubes hab�an sido ensambladas, embalsamadas y recogidas para servir de
tapicer�a en el nuevo cielo que nos estaba esperando). La tierra se resquebraj� y
se abri� por todas partes. Lo dir� en tono apocal�ptico para que suene mejor: al
abrirse la tierra hab�a llegado el Verbo nuevo, el verbo Resucitar, que se a�ad�a
para siempre a las conjugaciones, yo resucit�, tu resucitaste, tal vez tu no
resucitar�s. Verbo de un d�a, verbo verbatim para un d�a, que despu�s volver�a a
caer en un largo desuso. Fue entonces cuando se desat� la pol�tica de tierra
arrasada y ah� fue el famoso y tan anunciado rechinar de dientes, una odontorragia,
un holocausto descomunal, inmensas nubes de polvo que se iban convirtiendo en seres
humanos de diferentes �pocas y tama�os, ancianos los m�s, beb�s reci�n nacidos los
menos, amagos de abortos casi todos. �De manera que eso era la resurrecci�n de los
muertos! Una mataz�n inversa, un pandemonio de parajes inauditos regados de sangre
descoagulada. Donde yo estaba situado, una calle c�ntrica de mi ciudad, vecina del
cementerio, la cosa tuvo tintes que a no haber sido tan postreros, habr�an sido
pintorescos; los muertos se arremolinaron y se abrieron como una explosi�n vista
hacia atr�s, espect�culo que s�lo pudimos disfrutar a cabalidad los que est�bamos
vivos en el momento de la transici�n, y es que, si bien lo pienso ahora, fuimos en
extremo privilegiados unos pocos, porque nunca estuvimos muertos sino que pasamos
derecho y sin v�as intermedias, sin que nos aplastara un autom�vil desbocado, sin
que nos hubiera rozado un c�ncer, sin siquiera un breve paseo por el fastidioso
purgatorio, a las delicias del Para�so, que es precisamente lo que ahora ir�
narrando mientras veo los cuerpos recomponi�ndose con dificultad y as� me toc� ver
c�mo volv�an a la vida primero los muertos recientes, que ocupaban las capas m�s
superficiales del terreno, pero a medida que avanzaban los estratos iban surgiendo
m�s y m�s extra�os engendros, damas del siglo dieciocho, conquistadores engolados y
en armadura, uno de ellos abri� la fosa a puntapi�s y sali� escupiendo improperios
y blasfemias acerca de todo lo sagrado, lo divino y lo humano, mascullando insultos
contra un tal gobernador, y se qued� con la boca abierta al ver el pandemonio que
se le ven�a encima y el juicio del que no iba a poder escapar. Vi luego salir un
dorso ro�do por los gusanos, hacerse visible un pecho, una carcoma, una osamenta.
Despu�s recobraron la vida antiguos seres de antes de las conquistas, de cobrizas
pieles desnudas y por ah� vi salir de sus tumbas a dos extraterrestres que se
habr�n extraviado en un viaje interestelar y muerto en la tierra miles de a�os
atr�s, pero poco me fij� en ellos porque en seguida empez� el desfiles de miles y
millones de neanderthales y de cromagnones, de la mism�sima Lucy y de los hom�nidos
de millones de a�os, hombres de las cavernas, semihombres mejor, medio brutos y
animales, para los cuales habr� desde luego cielos e infiernos particulares o tal
vez diversas dependencias arqueol�gicas especializadas en los cielos y los
infiernos, museos antropol�gicos donde se cobre boleto de entrada y se vendan
palomitas de ma�z y algod�n de az�car junto a los portones, celdas amparadas por el
limbo y el purgatorio, o acaso con acceso al zool�gico celestial Charles Darwin, al
cual van a parar seg�n dicen aqu� diversas especies inferiores, insulsos
antepasados del homo sapiens, para su reeducaci�n y reinserci�n en la vida civil
como hubiera dicho un sargento mayor, y fue cuando se vino el gran Juez, y ven�a
entre nubes, y todos lo vimos, imposible no verlo con la polvareda que levant�,
hasta los ciegos levantaban la mirada, asustados, acongojados, e imaginaban que
ve�an, porque el Verbo se hizo visible para ellos tambi�n y su luz era tan intensa
como la de un sol canicular imbuido de crep�sculos, y el espanto tan grande como la
eternidad y por eso, enceguecidos delante de tanto brillo, al principio no pudimos
contemplar nada m�s que un gigantesco hongo de luz, y ahora lo vimos m�s de cerca,
sus cabellos blancos, como la lana, como la nieve, sus ojos como una llama de
fuego, y nos fue dado vislumbrar la ira de los siete esp�ritus, que est�n sentados
delante del trono, pero no se trataba del Alt�simo sino de uno de sus enviados
especiales, casi dir�ase un impostor, por qu� no decirlo de una vez, as� se tratara
del mism�simo arc�ngel Gabriel. Su voz, al dar inicio al juicio, era como el rumor
de muchas aguas y era tan poderosa como el sonido estent�reo de una trompeta, de
mil trompetas dir�, de esas que se deshacen en acordes armoniosos en medio de las
tempestades.
Luego qued� el silencio sepulcral y ya no hubo m�s sepulcros ni cementerios porque
el Apocalipsis profetiz� que cuando las copas de la ira divina estuvieran a punto
de ser derramadas se har�a silencio en el cielo por el espacio de diez minutos y
que llegar�a el tiempo de las grandes venganzas en el que los �ngeles
exterminadores descender�an a tiempos pret�ritos, bueno, acaso exagero, desde
luego, porque como dec�a sir Francis Bacon, una pizca de mentira a�ade siempre
placer al relato, no es cierto entonces que existan �ngeles exterminadores, es s�lo
un decir, un s�mil, una met�fora un poco descomunal, si no desbocada, ning�n �ngel
tiene poderes para exterminar nada, m�s bien suena ir�nico pues no tienen poder
alguno sobre la materia, de ah� la ignominia e inanidad de los �ngeles de la
guarda, aunque a decir verdad la gran mentira del �ngel de la guarda no es que no
lo haya sino que est� siempre acompa�ado por un peque�o demonio, el diablo de la
guarda, que se encarga de equilibrar las cargas de presi�n psicol�gica sobre el
pobre habitante que las debe soportar tratando de no enloquecer.

As� aqu� se nieguen a reconocerlo los que lo hicieron, lo cierto es, y no me


cansar� de repetirlo, que la inesperada explosi�n nuclear los tom� por sorpresa y
los oblig� a un Juicio final improvisado. Morirse no era nada bueno. Tal vez lo
�nico bueno que ten�a el hecho de morirse es que no hab�a que volver a la
dentister�a nunca m�s. Los que nunca morimos, plenos de terror y reconocimiento,
nos estuvimos quedos y nos pusimos a rezar para paliar la eternidad. Los propios
hombres se adelantaron a unos dioses que se durmieron, demasiado confiados en sus
propios poderes milenarios, y echaron todo por la borda antes de tiempo y si es
cierto que algunos lo recuerdan como una explosi�n nuclear y otros como un descenso
lento y mitigado de cohortes de �ngeles que los levantaron del suelo entre nubes de
polvo llev�ndoselos consigo hacia las moradas infernales, v�monos entendiendo
porque las cosas no ocurrieron exactamente como las narra el tal Juan en el libro
del Apocalipsis, que fuera escrito seg�n los entendidos en la isla de Patmos mucho
tiempo despu�s de la venida del Se�or, por un Juan que no deb�a tener nada en com�n
ni con el evangelista ni con el ap�stol, si es que aquellos dos son en realidad
tambi�n un mismo personaje que comparte algo m�s que el nombre y una imaginaci�n
delirante. M�s se asemej� el final, me parece, a las escenas que dibuj� el franc�s
Agrippa d'Aubign� en el siglo diecisiete que a las que nos dej� el falso Juan de
Patmos. Y digo falso porque al final de cuentas yo estuve presente en el momento en
el que aqu�l fue pasado al estrado a rendir cuentas y result� ser un impostor y
durante los primeros d�as de cielo, cuando nos est�bamos acomodando, se habl� mucho
de ese individuo como de uno de los m�s c�lebres descabezados en la escena final,
como de una sorpresa que nos dejaba a todos sin aire, m�s que boquiabiertos, y no
ser�a la primera por cierto, aunque ese libro, para ser sinceros, en el fondo no
estaba tan desencaminado porque sab�a que el mundo estaba todo hecho de met�foras y
lo cierto es que predijo ciertas realidades con la precisi�n aproximada de un
profeta no del todo bien informado y fue la condenaci�n del falsario Juan tanto o
m�s sorpresiva que la que llev� al infierno, sin pasos intermedios de purgatorio
para la adaptaci�n, nada menos que a trescientos y pico santos oficiales de la
Iglesia, algunos de ellos muy evidentes y ya previstos hasta por los te�logos menos
ortodoxos, y entre ellos estaban Luis el rey de Francia, Tom�s de Aquino, Juan de
la Cruz, Tom�s Moro, Alberto Magno y Juana de Arco desde luego, pero algunos fueron
verdaderamente sorpresivos mas no dir� sus nombres para no levantar
susceptibilidades entre los que de buena fe fueron alg�n d�a sus adeptos y
seguidores y seguir�n rez�ndoles porque, qui�n iba a decirlo, hasta en el cielo el
creyente sigue creyendo y esperando un nuevo Juicio, una apelaci�n, una improbable
casaci�n, pero s� dir� que entre ellos hubo no menos de cuarenta papas, qui�n lo
iba a imaginar, por no mencionar el enojoso tema, te�ido de algo m�s que de
injusticia patente, de los malvados que se salvaron ampar�ndose en las ambig�edades
de la legislaci�n celeste en cuanto al valor del pecado, como los nombrados Mart�n
Lutero y Adolfo Hitler, fruto este �ltimo de una confesi�n in extremis seguida de
un verdadero arrepentimiento, as� como la salvaci�n inopinada del c�lebre
Bonaparte, gracias a las indulgencias pagadas por millares de devotas de C�rcega,
as� como las de otros m�s que ahora se me escapan o que no me acuerdo. Algunos,
para mi sorpresa, fueron sacados del purgatorio, por pena cumplida, a otros se les
confirm� la eternidad en el infierno, que ya la llevaban desde anta�o y otros
fueron expulsados de all� dizque porque los tiempos han cambiado y que lo que antes
fuera pecado ahora ya no lo era y que no ser�a justo juzgarlos con distinto rasero,
como hab�a sido hecho dos mil a�os atr�s y por entonces ni presagios hab�a en el
planeta de la presencia del Alt�simo, al que por dem�s nunca vimos durante el
susodicho Juicio y aguardamos impacientes el prometido momento de la contemplaci�n
pero fue en vano, que todav�a estamos esperando verlo y yo me he prometido no salir
de aqu� antes de haber pasado por todas y cada una de las barreras burocr�ticas que
nos separan de Su Presencia y de Su Radiante Contemplaci�n, pero ya volver� a ello
y por ahora regresemos a nuestros asuntos que estamos dejando un tanto
desamparados.

Cu�nta basura, cu�nta basura, cuanta porquer�a, Dios m�o. Se examinaron con el
cedazo las acciones m�s nimias de todos los hombres para calibrar cu�nta porquer�a
se habr�a quedado escondida y yo que pensaba que si Dios todo lo ve, lo que deber�a
contemplar m�s a menudo ser�a masturbaciones, salvo acaso en Par�s, la ciudad en
la que todo el mundo se la pasa haciendo el amor como si fuera permitido por las
leyes divinas, pero no, fue verdaderamente aterrador el espect�culo de miserias
in�ditas que desfil� ante nuestros ojos at�nitos durante ese d�a desmesurado del
Juicio y que bastar�a para llenar la eternidad de folletines llenos de historias
incre�bles de padres que ped�an que se les permitiera regresar al pasado a reparar
los honores ensuciados de sus hijas vejadas cuando ellos ya hab�an muerto,
estigmatizados por sirvientes malagradecidos e ingratos, hay que ver cu�ntas
sorpresas a pesar de las hip�critas cohortes ang�licas pidiendo gracia para los
pobres humanos durante el pretendido Juicio, que m�s me pareci� desde el principio
una odiosa pantomima en la que ya se sab�an de antemano los resultados, es decir
los sab�an ellos, los que sab�an desde siempre, los �ngeles calvinistas y todos los
dem�s deterministas que por ello solo se ir�an al infierno, una verdadera delicia
sus caras de bobalicones a la hora de enfrentarse a esta nueva realidad, eso s�,
s�lo superada por el placer de observar a los que advirtieron que hab�an perdido
setenta a�os de rezos continuos, a los que derrocharon sus vidas en medio del
silencio sepulcral de sus inhibiciones y no se atrevieron nunca a vivir sus vidas
por temor a perder las siguientes, los mismos que ahora se arrancaban los cabellos,
arrepentidos por haberse arrepentido un d�a y por no haber hecho nada de provecho
en la tierra o al menos para su placer.

Ahora me toca a m�, se dijo.


Apret� los dientes y se dirigi� sin mediar palabra hacia el Juez.
Sab�a que era ahora o nunca y que lo que no hiciera en este momento significar�a
una eternidad. Decidi� jug�rsela toda en un solo momento. Le hablar�a. Le
explicar�a. Le dir�a que no fue su culpa, que nadie lo llam� a este mundo, que todo
estaba escrito y que si estaba escrito desde el principio, todo juicio ser�a
in�til.
Se equivocaba. Nunca se le puede decir a alguien que el oficio que cumple es
in�til. No se le puede decir a alguien que no sirve para nada. No hay juez, por
justo que sea, a quien su orgullo le permita admitirlo. Y lo condenaron. Infierno
perpetuo, por boc�n. Lo peor es que sus pecados no daban sino para un poco de
purgatorio y luego habr�a ido al cielo. Una palabra de m�s y fue su ruina... para
siempre.

No todos los casos fueron iguales. Lo estuvo pensando, muerto de miedo. Se trataba
de correr rumores entre las filas. Que todos ser�amos condenados si no nos
rebel�bamos. In�til, como siempre. Tal vez, si hubiera repartido dinero o alguna
cosa que pudiera verse, tocarse, palparse, habr�a podido inducir algunos esp�ritus
a defenderse acusando. El argumento era muy simple: no nos pod�an condenar a todos.
Hubo otro, dicen las cr�nicas, que intent� replicar en lugar de bajar los ojos y
aceptar. Dicen que en el infierno es un l�der popular, que se queja con las mismas
palabras con las que se lamentaban los l�deres populares que fracasaban en la
tierra o a los que la edad mostraba la verdadera cara de sus protestas sin sentido.
Terminaron convertidos en el castigo de todos los que viv�an a su lado. Y lo
merec�an, en verdad.
Hubo uno que se atrevi� a re�r. Era un payaso. Estaba en mi grupo. Las l�grimas
rodaban y �l, como si nada, como si estuviera estrenando dignidad, re�a. Fue un
leal ejemplo para todos y muchos a�os despu�s, cuando se anunciaron las rebeliones,
su nombre sali� a relucir. Lo buscar�an en los infiernos para traerlo de regreso.
Era en verdad, como lo se�al� muy bien el doctor Alzheimer, un hombre de verdad, un
hombre digno. Como el diablo de Milton, pero a�n m�s conmovedor, porque �ste no
ten�a ning�n poder. Lo perdi� todo por atreverse a re�r. Pero los bromistas, por
fuerza, van al infierno, donde ejercen su arte a las maravillas.
Otro cuenta su caso. Resucit� un primero de mayo, entre azaleas y nen�fares. Y
hubo, como despu�s me lo contar�a, unas vacaciones. A algunos -me dijo- los dejaron
disfrutar de las primicias del cielo, en prisi�n preventiva, antes de juzgarlos.
Supongo que se tratar�a de casos dif�ciles, que hasta para los jueces celestiales
los hay. Eso demuestra que la moral no es una cosa indivisible y que los grados
existen. �D�nde situar esa frontera que separa cielo de infierno? �No se tratar�
por el contrario de una enorme gama de frecuencias de modo que nunca se sabe d�nde
termina el uno y comienza el otro? Cielo e infierno, dijo Bernard Shaw, son la
misma cosa, mirada desde puntos divergentes. Pero sus praderas est�n hechas todas
con la misma hierba.

Me llamo Escarlatina y ten�a doce a�os cuando todo acab�, bueno, todav�a tengo
doce a�os y me dicen que si nada cambia los tendr� para siempre, todo acab� una
tarde, no recuerdo muy bien, cuando yo recog�a flores para mi madre en el campo...
Hac�a mucho tiempo estaba anunciado y por eso no me asust�. El fin del mundo hab�a
llegado, como lo hab�a anunciado nuestro sacerdote en la misa dominical, s�, yo
ten�a doce a�os cuando todo se termin� y me dejaron como estaba, as�, es un poco
aburrido jugar con mu�ecas todo el tiempo y creo que alg�n d�a me casar�, es lo que
dice el se�or Chagas, pero no importa porque no me he atrevido a preguntar si alg�n
d�a me dejar�n casar y yo s� que quisiera casarme, me encantar�a, con un hombre
bien apuesto, como Parkinson, que no es mi pap� aunque muchos lo crean. �Ser� que
me dejar�n crecer un d�a o estar� condenada a ser siempre una ni�a?

La ni�a se recrea en medio de la llanura, con una cesta de flores en las manos,
alegre, y canta y baila por entre los matorrales. La inmensa pradera, un poco
est�ril, est� limitada a lo lejos, por todos los costados hasta donde llega la
vista, por altas y s�lidas monta�as. Es casi la hora del crep�sculo, uno de esos
crep�sculos meridionales de perfiles violentos que se estremecen entre vi�edos y
olivos, de un rojo profundo que reparte destellos rosados y azulosos por todo el
terreno, denso y maravilloso espect�culo de nubes en el horizonte en un ocaso
espectacular. En medio de la pradera, est� presente para siempre, como una
instant�nea, la hermosa ni�a de doce a�os, virginal y pura, viste una camisa de
dormir, perfectamente blanca, y una diadema blanca que le sostiene el pelo. Nada
m�s. Sus pies est�n descalzos, por supuesto y ella est� de pie, mirando hacia el
ocaso.
De pronto se escucha un trueno desgarrador, profundo, devastador. Hasta el m�s
prevenido se hubiera asustado. Una c�mara estrat�gicamente emplazada por el
narrador omnisciente deber�a enfocar ese ocaso �nico, irrepetible, en medio del
cual hay una luz blanca intensa tras de la cual parecen moverse formas negruzcas,
como una espl�ndida aurora boreal transplantada al tr�pico. La m�sica de fondo
esconde amenazas siniestras, hace prever la cat�strofe, la preludia. Es algo
irregular, inesperado, extra�o, perturbador, nunca visto. El suspenso se ha tomado
la escena. De ese fondo blanco y luminoso que podr�a ser el sol empiezan a surgir
dos hileras de �ngeles; una toma su vuelo pausado hacia el oriente, la otra hacia
occidente. Al principio no se distingue de qu� se trata, pero no obstante es algo
que por la misma apariencia de orden en la que transcurre parece aterrador... Tras
el trueno empieza a dejarse escuchar el sonido del confuso aleteo de muchas
criaturas, como el de una invasi�n de langostas y los �ngeles por mir�adas se van
acercando, pero siempre en semic�rculos, como si trataran de abarcar el paisaje
entero y de ocultar el sol con su presencia. Son �ngeles o arc�ngeles, qui�n puede
saberlo entre tanto estruendo, armados con trompetas de tenebrosas y potentes
armon�as. Cuando las filas ocupan todo el horizonte y se unen en el fondo, elevan
hacia el cielo las trompetas de plata y empiezan a entonar el poderoso himno
apocal�ptico. Entre tanto, la ni�a se ha quedado mir�ndolos, alelada, con la
atenci�n serena de la inocencia perturbada por las cosas que s�lo suceden una vez
en la vida. Su rostro pl�cido no demuestra terror alguno, m�s bien un asombro
curioso.
Pero algo diab�lico sucede. Otro sonido perturbador anuncia lo que se empieza a
mostrar: que por todo el valle la tierra empieza a resquebrajarse y a abrirse en
diversos lugares, como lo hicieran diversos brotes de plantas filmados por una
c�mara a la que se le hubiera dejado el objetivo abierto durante meses... Al mismo
tiempo las nubes se mueven con rapidez desconcertante como arrastradas por densos
ventarrones, los cabellos y el traje de la ni�a se estremecen y de la tierra
comienzan a surgir huesos humanos, primero all� una mano, luego la otra, luego
surge un cr�neo que ensaya a levantarse, vacilante, luego otro por all�, otro por
all� y se van cubriendo con pelo primero, luego con carne, como en una
descomposici�n al rev�s, hasta que salen a la luz los cuerpos completos de diversas
personas, los unos con trajes de campesinos, otros con vestidos muy elegantes de
coctel como si se hubieran ataviado para morirse, tal como los enterraron. Otros
emergen de ata�des, cuyas formas se ven o se adivinan, un par de soldados romanos
con sus uniformes de la legi�n empu�an sus espadas mientras el uno le pregunta al
otro, azorado, ubi summus y de una eminenecia rocosa, del fondo de una caverna
surgen para ese espectador ideal que somos nosotros un par de trogloditas azorados
que visiblemente no comprenden lo que sucede. Los �ngeles siguen aleteando en el
cielo, con su sonido de banda de insectos, y tocando el himno que anuncia con su
trompeteo la venida del fin de las cosas.
Dos �ngeles descendieron raudos hacia la ni�a y la tomaron cada uno por un brazo,
se elevaron con ella y se dirigieron, en medio del coro estent�reo de las
trompetas, hacia la misma abertura por la que hab�an aparecido. La ni�a contempl�
admirada, hacia abajo, a aquellas personas que miraban hacia arriba con terror
unas, con alegr�a las otras. Luego, desaparecieron en el fondo de luz brillante.

3. ENSALADA DE EPIGRAFES, COMO PARA RENOVAR EL APETITO

�Cronolog�a ! �Al diablo la cronolog�a ! �Qu� cronolog�a puede haber cuando siempre
estamos en el centro de la eternidad?
Dr. Alzheimer

�Un jard�n, �qu� jard�n aqu�l al que jam�s se accediera por el mismo lugar!�
Elias Canetti
...dos o tres conversadores, que toman su inmortal bienestar como si ya estuviera
en el Para�so.
Chesterton

Estaba todo resplandeciente de luz. Ten�a seis bellas alas, pero ni pies, ni
cabeza, ni cola, y no se parec�a a nada.
Voltaire

El cielo es una civilizaci�n mucho m�s vieja y madura (al fin y al cabo es varios
millones de a�os mayor que nuestro mundo)... Es una tierra de praderas y sombras
oto�ales.
Scott Fitzgerald

�Que ser�a divertido, tener siempre en frente de s� a lo inmutable!


Andr� Gide

La eterna movilidad del universo constituye sin duda el asombro del Creador.
Marguerite Yourcenar

El mundo parecer� puesto de rev�s; siendo malo el estado actual, para


representarse el futuro, basta concebir m�s o menos lo contrario de lo que existe.
Ernest Renan

Que todos se mueran con tal de que yo viva eternamente as� sea solo en un desierto
sin l�mites. Ya me las arreglar� con la soledad. Guardar� el recuerdo de los otros,
los echar� de menos sinceramente. Puedo vivir en la inmensidad transparente del
vac�o. M�s vale recordar que ser recordado. Adem�s, nadie lo recuerda a uno. �Luz
de los d�as, socorredme!
Eugene Ionesco

Status omnium bonorum aggregatione perfectus.


Boecio

Un inefable yo no s� qu� que se parec�a a esa felicidad mental de la que se


pretende que gozaremos en la otra vida.
Chateaubriand

El cielo se gana por favores. Si fuera por m�ritos, usted se quedar�a afuera y su
perro entrar�a.
Mark Twain

�Y cu�ntas veces he pensado que hab�a tal vez en alguna parte (�qui�n sabe,
despu�s de todo?), para recompensar tanto coraje, tanta paciencia y trabajo, un
para�so especial para los perros buenos, los perros pobres, los perros sarnosos y
desolados. Swedenborg afirma bien que hay uno para los turcos y para los
holandeses!
Charles Baudelaire

Todo lo que es posible de ser cre�do es una imagen de la verdad.


William Blake

Para un sabio, una vida humana es suficiente, en tanto que el est�pido no sabr�a
que hacer ni siquiera con la eternidad.
Epicuro

La m�sica es el lenguaje de los �ngeles.


Carlyle

Toda verdadera m�sica procede del llanto, puesto que ha nacido de la nostalgia del
para�so.
Cioran

Unicamente el para�so o el mar podr�an dispensarme del recurso a la m�sica.


Cioran

�En el para�so� -ella le espet�, mientras sus ojos grises brillaban -�no habr�
experiencias. S�lo dicha. All� seremos capaces de decirle la verdad a cada uno. O
no tendremos en absoluto necesidad de hablar.�
Susan Sontag

La moderaci�n consiste en ser conmovido como los �ngeles.


Joseph Joubert

En el Universo, hay planetas de punici�n en los que el sol sigue encendido toda la
noche.
Romano Bertola

Nuestro h�roe advirti� que frecuentando las cavernas y tomando como refugio los
lugares inaccesibles, transgred�a las reglas de la l�gica y comet�a un c�rculo
vicioso.
Lautreamont

Si la soledad existe, cosa que ignoro, tendr�amos el derecho, dado el caso, de


so�ar con ella como en un para�so.
Albert Camus

La alegr�a exige la eternidad, una profunda eternidad.


Nietzsche

Hay en la enfermedad une gracia que nos acerca a las realidades de m�s all� de la
muerte.
Marcel Proust

�Es �ste tu para�so? �Estas et�reas figuras vestidas de blanco, que se deslizan
entre las blancas nubes?
Susan Sontag

Antes de emprender la sustracci�n de las almas a las penas del purgatorio, comezad
por librar las vuestras del infierno.
San Francisco Javier a San Ignacio

Debe ser uno de los desastres de la muerte, ese descubrimiento de los pensamientos
secretos de aquellos a los que hemos amado.
Armand Salacrou

Jam�s somos enga�ados por las mujeres, porque no tenemos; no tenemos excesos en la
mesa, porque no comemos; no tenemos bancarrotas, porque no hay entre nosotros ni
oro ni plata; no nos pueden reventar los ojos, porque no tenemos cuerpos hechos
como los vuestros; y los s�trapas no nos hacen jam�s injusticia, porque en neustra
peque�a estrella todo el mundo es igual..
Voltaire

El aire no es m�s que rayos, t�nto est� sembrado de �ngeles.


Agrippa d'Aubign�

Un hombre prudente no tiene m�s que una puerta en su casa.


Graham Greene
... Alas, como usualmente son pintadas, para la falsa instrucci�n del com�n del
pueblo. Pues no es la forma, sino el uso, lo que los hace ser �ngeles.
Hobbes

4. MARAVILLAS DEL MAS ALLA

Un ruido de aleteo continuo me despert�. Alc� la vista hacia el cielo del cielo:
una cohorte de �ngeles se dirig�a, a toda prisa, hacia el remoto sur, dejando una
estela de halos dorados a su paso...
Parkinson se despert� muy temprano para saborear la leve tibieza del lecho. Sinti�
un estremecimiento de placer. El aposento era hermoso, como todos los de aquella
casa que parec�a tener miles entre un laberinto de muros de m�rmol. Oli� y palp�
los brocados de oro, las cintas de brocal de holanda, los adornos de n�car, las
borlas de terciopelo, el edred�n, la almohada de plumas. La rasg�, curioso. Eran
plumas aut�nticas, vaya uno a saber si de �ngel o de ave, pero eran plumas. Mir�
hacia el alto techo pintado por alg�n Miguel Angel de aquellos lares, un Miguel
Angel dos veces �ngel: �Me va a costar trabajo acostumbrarme a pensar que estoy en
verdad en el cielo, se dijo. �Ser� cierto que con el tiempo me olvidar� de todas
las preocupaciones? � Nunca hab�a podido soportar la idea de que la felicidad
consistiera en estar tendido mucho tiempo en una cama pero comenz� a calibrar la
posibilidad de que alg�n tiempo en el lecho, sobretodo durante el recorrido de una
larga eternidad, pudiera pasar a formar parte de la confusa idea de una dicha
perfecta.

Ahora hablar� de la primera salida que hizo el h�roe en busca de aventuras.


Parkinson baj� al amplio vest�bulo, abri� la primera de las cuatro puertas que
encontr� y sali� por las calles del cielo, como cualquier desocupado, a indagar.
Llevaba su libreta de apuntes seg�n la vieja costumbre terrenal que se negaba a
abandonar. Encontr� que la alameda de la avenida principal de Almorrana City estaba
atestada de gentes de todas las layas y cataduras. La niebla se levantaba hasta la
altura de las rodillas de los caminantes, todos ellos envueltos en ropas de
invierno, gruesos chaquetones y bufandas. Deb�a ser invierno. Al igual que en la
tierra nadie parec�a muy apurado. Pronto observ� que en la calle no se ve�an m�s
que gentes j�venes, como si los viejos hubieran sido desterrados a otro pa�s o
destinados a otros aposentos o a un campo de refugiados.
-Los viejos no existen -chill� el que parec�a ser su �ngel de la guarda-. Todos
volvieron a ser j�venes. Aunque hay ciudades celestiales tales como N�nive,
S�baris, Pers�polis, P�rgamo, cuyos habitantes, los apergaminados, andan por ah�
todos arrugaditos como uvas pasas, mientras que los sibaritas y los persepolitanos
son la imagen misma de la eterna juventud.
Y mientras escucha Parkinson se da cuenta que sus zapatos despiden un olor
nauseabundo, levanta la rodilla por encima de la neblina y se da cuenta que ha
pisado excrementos de perro, imposible evitarlos aun en el cielo, y se dice a s�
mismo que la raz�n por la cual no debe existir la angustia entre los perros, y es
uno de los privilegios que m�s les envidia, es por su derecho a dejar sus
deposiciones donde les de la gana.
La avenida herv�a en gentes de todas la �pocas, lo que le hizo pensar que all� se
verificaba como en ninguna otra parte la teor�a de la evoluci�n y que en el cielo
s�lo nos encontr�bamos a gusto en medio de nuestros contempor�neos. A los dem�s
apenas los ve�a y ellos tampoco volteaban a mirarlo. Se acerc� a un grupo de gentes
que discut�an en voz alta; unos, los m�s, luc�an muy actuales, de tiempos de
Parkinson, llevaban el sello de sus mismas angustias grabado en los semblantes,
pero otros pocos parec�an gentes muy antiguas, reci�n extraidos de las cavernas.
Los primeros andaban muy erguidos y muy seguros de s� mismos, los otros vacilantes
e inseguros como seres que jam�s antes hubieran vislumbrado una ciudad y adem�s
ostentaban ropajes de viejos siglos, de modo que el conjunto resultaba un curioso
tutifruti, un potpourri, una olla podrida de todas las �pocas del mundo. De pronto
vio una hermosa mujer. Confirm� que todav�a le gustaban las mujeres. La mir� con
atenci�n: un �ngel, una belleza. Ella sigui� caminando y luego pudo verla por
detr�s, pero se llev� una amarga sorpresa. El detr�s desment�a por completo el
adelante. Pens� que era extra�a esa disconformidad que casi nunca recib�a la
bofetada de la excepci�n que confirma la regla. Para Parkinson era un hecho casi
evidente que a la cara hermosa deb�a corresponder un detr�s hermoso, lo cual, era
cierto, no funcionaba igualmente bien en el caso contrario, pues del mismo modo
nunca le hab�a extra�ado encontrar en las calles a mujeres con cuerpos preciosos
arruinados por caras de lo m�s vulgar, por no decir simplemente de lo m�s feo.
Iba Parkinson caminando, muy decidido, por entre las turbas humanas y semihumanas,
sorteando transeuntes, haciendo quites para avanzar entre la apretada muchedumbre
que amenazaba aprisionarlo y aplastarlo. No quer�a toparse con latosos de otros
siglos y tener que soportar su conversaci�n. Y sin embargo, eso fue lo que le
ocurri�. De pronto sinti� que alguien lo pisaba bajo la gruesa capa de niebla y vio
enfrente de s� al hombre m�s viejo que hab�a visto en todo el d�a, de largas barbas
y atuendo, a lo que es probable, del siglo dieciocho. Parec�a m�s bien un arc�ngel
un poco estropeado, seg�n la referencia que de inmediato se le vino a la cabeza a
Parkinson.
-Oh, exc�seme se�or habitante.
-No es nada, no se preocupe, a cualquiera le puede pasar - quiso ser educado.
-Es usted todo un caballero. Perm�tame, mi tarjeta.
El desconocido le extiendi� su tarjeta. El otro ley�:
-Emmanuel Alzheimer, te�logo sueco, siglo dieciocho.
-Oh, mucho gusto, encantado -le tendi� la mano-. Parkinson ..., siglo veinte...
Bueno, veintiuno, cultura occidental.
-Comprendo, comprendo -se mes� las barbas-. Te�logo tambi�n supongo. No tanto, tal
vez, porque un te�logo americano es una contradicci�n en los t�rminos.
Ri� para s� mismo antes de continuar:
-Es un placer conocerlo se�or habitante... �c�mo me dijo que se llama?
-Parkinson...
-Oh, s�, s�. Ya veo que tenemos mucho en com�n, yo tambi�n he tenido arrebatos
m�sticos.
-Oh, no. Se equivoca usted, se�or habitante sueco... No soy el Parkinson que usted
se imagina.
-Veo, veo. �As� que Parkinson, si bien le entiendo, era algo tan est�pido en su
pa�s como llamarse se�or o se�ora Smith o se�or o se�ora P�rez?
-M�s o menos.
-Espero que nos volvamos a encontrar en esta avenida principal.
-Lo mismo espero.
No ser�a desde luego la �ltima vez que se iban a encontrar.

Hoy he conocido, por casualidad, a un te�logo del siglo dieciocho, si no estoy


mal. Visionario candoroso, figura algo rid�cula, insiste en que �l ya hab�a
predicho todo esto pero que nadie le hab�a hecho caso. Como prueba, aduce la
lectura de sus libros. Es prolijo, dicharachero, no se calla un instante. Sin
embargo, me simpatiza, porque es un loco ben�volo que se pasea sin hacer da�o a
nadie. Dice que como te�logo consumado, tiene acceso directo a todas las instancias
celestiales e infernales y que es consultado hasta por los arc�ngeles en cuestiones
sutiles de sumo cuidado, en las que su opini�n ha sido recibida con benepl�cito por
las m�s altas jerarqu�as. Se jacta de haber cambiado un sinn�mero de costumbres
celestiales y dice que si no fuera por �l, ya se habr�a colapsado el cielo y se
habr�a venido abajo el trono de Yahv� con el estr�pito de mil truenos cercanos.

Al entrar por segunda vez en casa fue cuando descubri� al angelito femenino y
delicado que dorm�a pl�cidamente en el sof�. Desde el mismo instante en que la vio
supo que la adorar�a. No sab�a y tal vez nunca supo si la querr�a como a una hija o
como a una mujer, o como a ser humano o como a diosa, aunque sospecho que hab�a
algo de todo ello al mismo tiempo; s�lo supo que algo en su interior se conmovi� y
se resquebraj� hasta la ra�z misma de su ser e intuy�, cosas del instinto de
supervivencia, que en adelante iba a ser un prisionero voluntario o involuntario de
la m�s tirana de las carceleras: de la diosa belleza, la que da frutos sin
perd�rselos, �o de la diosa ternura?, la cosa era en verdad ambigua como en todo
verdadero amor, pero ternura es la �nica palabra que se le vino a la mente.
Advirti� que en adelante esa ternura iba a ser su principal alimento. No iba a
comer s�lo misereres y de profundis, los alimentos preferidos de estas pobres almas
abandonadas a su suerte. No, ternura infinita y dulzura, un deseo de no apartarse
de ella y de apartarla al mismo tiempo de todo lo impuro. Andaba vestida, en su
sue�o y desgre�o, como siempre la iba a recordar; una t�nica blanca casi
transparente que dejaba adivinar sus formas espigadas de ligera cervatilla en
ciernes, todav�a un poco confusas, y una hermosa guirnalda de flores recogi�ndole
los cabellos de tal manera que el cuello de marfil, perfecta invitaci�n al beso
casto, quedara deliciosamente al desnudo. Parkinson pareci� desvancerse en medio de
una neblina de sus sentidos.
-Tengo fr�o -casi que suplic� Escarlatina.
Parkinson estaba recostado en el sof�.
-Ven aqu�, preciosa -le dijo-. Se ve�a tan vulnerable.
Ella se sent� delante de �l y recost� su espalda contra su pecho. Su cabeza daba
apenas contra la barbilla de �l. Parkinson le pas� el brazo por la cintura
sintiendo toda la precisa contundencia de ese cuerpo c�lido aunque fr�gil, que no
era el suyo. En un instante ella estaba de nuevo dormida. El pobre Parkinson, entre
preocupado por verse de pronto en el papel de padre adoptivo y feliz por el acierto
de la personita que tendr�a que adoptar, tard� bastante tiempo en conciliar el
sue�o. Luego dio un sinn�mero de vueltas en la cama mientras le daba vueltas
tambi�n a todo lo que ocurr�a y no comprend�a y se sent�a transplantado a una
extra��sima pel�cula. Imagin� los cr�ditos: �Un d�a despu�s del juicio�,
protagonizada y agonizada por Jonathan Parkinson en el pobre papel de Jonathan
Parkinson, aunque se apresur� a apuntar el cr�tico que anidaba en su cabeza que
tendr�a que ser una pel�cula comentada, porque lo que se dice en los libros es lo
que no se puede ver nunca en la pantalla.

Al segundo despertar tuve hambre. Antes de entrar al tribunal supremo, incluso


antes del Juicio, fue un d�a como de bazar. Se abri� un gigantesco comedor.
Evidentemente, no quer�an juzgarnos estando muertos de hambre... Y por otra parte
hab�a muertos, sobre todo los m�s antiguos, que deseaban saborear los manjares que
hac�a siglos no probaban. Nos hab�an dicho que a falta de cuerpos no tendr�amos que
volver a comer pero igual comenzaron los retortijones del hambre as� como todos los
fuegos ardientes de la abstinencia. Yo no es que comiera mucho cuando estaba en la
tierra pero aunque me falten las tripas a�n las siento como si estuvieran all�, y
me mortifican. Tengo hambre, quiero comida de verdad. No s� con qu� ni c�mo la
tragar�a, se me enredar�a en el gaznate inexistente, pero a�oro esa sensaci�n del
paso del alimento por la garganta rumbo al es�fago enga�oso, qu� delicioso.
Chocolates, s�lo pienso en chocolates. Parkinson, creo, s�lo piensa en el whiskey
escoc�s que le robaron, que le quitaron al entrar al cielo en el gran decomiso de
objetos que intentaron meter aqu�, por el cual las autoridades decidieron que del
tema de los cuerpos no se volviera a hablar hasta nueva orden.

Ahora, pasados un par de d�as, hablo de como eran antes los d�as terrestres, se
evidencia que salvo porque todos andamos entre nubes, y que los tropezones han
aumentado, todo es m�s o menos lo mismo aqu� que en la tierra. Ahora s� puedo decir
con toda justicia que vivo en las nubes: el pensamiento se me nubla con s�lo
pensarlo. Las ciudades son tan semejantes a los feos y s�rdidos complejos de
cemento de all� abajo, que podr�amos confundirlas si no fuera por esa capa de
neblina permanente que nos llega hasta las rodillas y a veces m�s arriba, hasta la
cintura, cuando sube la marea neblinosa, casi londinense, que cubre las calles por
completo, tanto que nadie ha logrado ver el piso que hay debajo, y nos han dicho
que es de nubes solamente y que m�s all� est� el vac�o y, mucho m�s abajo, la
tierra. Y es extra�o que la neblina a veces se niegue a entrar en las casas. Una
vez que cruzas el umbral, si te concentras debidamente est�s al resguardo de ella,
como si la interdicci�n operara en sentido inverso a lo esperado. El M�s All�,
piensa por el contrario Parkinson, es un mundo en el que la l�gica est� toda
alborotada. Eso excusa las fallas l�gicas del relato, y el mismo autor puede pedir
excusas por ellas. La vida aqu� es maravillosa, como la juventud de San Agust�n
antes de la conversi�n. Aqu� ninguna decisi�n se toma por mayor�a de votos ni se
ven otras necedades democr�ticas por el estilo; aqu� el que manda, manda, y de ah�
la sorpresa de tantos terr�colas y sus reticencias y protestas continuas,
acostumbrados como estaban por all� a que todo el mundo les dijera que sus tontas
opiniones ten�an importancia; fatuos idiotizados, todos aquellos que en la tierra
fueron miembros de gobiernos y c�maras legislativas, apenas ahora empiezan a darse
cuenta de su verdadera situaci�n, mientras que los pocos verdaderamente humildes de
la tierra se sienten hoy a sus anchas y se divierten viendo las caras de sorpresa
de los que de ellos alg�n d�a se burlaron. Esa era la bienaventuranza anunciada.
Podemos vernos unos a otros, y no s�lo eso, sino que cada quien, en su fuero
interno y apariencia, adopta a gusto la edad de su vida que mejor le plazca. Por
eso, como dec�a el �ngel, no hay ancianos. Entonces el espect�culo en las extensas
avenidas del cielo en pleno mediod�a no puede ser m�s encantador: miles, millones
de ni�as adolescentes (algunas, las que llegaron a la belleza un tanto mayores)
pasean lo mejor de sus vidas por las alamedas sombreadas y, para ser sincero, debo
confesar que las que m�s me gustan de ellas son las muchachas italianas del siglo
diecis�is (�qu� tendr�n?, me pregunto azorado) y las neoyorquinas del veintiuno.
Del mismo modo, desechando el intento de uniformizar con c�modos trajes
aerodin�micos, se visten al gusto de su propia �poca, lo cual las hace ver m�s
atractivas. Pero, �ay! �qu� dolor! Si trata uno de tocarlas, aparte que se
retuercen y saltan como cabritillas asustadas, los dedos se deslizan a trav�s de
sus cuerpos; no hay nada en ellos, salvo las deseables formas vac�as,
�absolutamente vac�as! Adi�s a las carnes, hemos dicho, y as� nos han dejado con
los crespos hechos, pero bueno, hay que someterse sin prisas al r�gimen de la
contemplaci�n inefable de lo hermoso, de lo infinito y perdurable, uno de los
placeres, y ciertamente no el menor, del reino de los cielos. Entonces pienso, �por
qu� no puedo tocarlas a ellas como lo he hecho con Escarlatina?... Mucho m�s tarde
entend� que para hacerlo sin cuerpo se requiere que ambos concedan y as� y todo es
una sensaci�n bastante et�rea. Y mirad lo que es la vanidad femenina: no hay mejor
espect�culo para los inexistentes ojos que la contemplaci�n extasiada de las que
fueron una vez mujeres cuando a cortejarlas se entromete alguien que no es de su
gusto, pues de inmediato se transforman en venerables ancianas o en peque�uelas
escurridizas y atrevidas que dan pisotones imaginarios -ya que no pueden reales- a
los impertinentes que desean mantener alejados. Pero por fortuna tantos son los
esp�ritus y las calles est�n tan atiborradas de ellos, que he empezado a sospechar
que el fin del mundo fue apenas una treta del Alt�simo para podernos albergar a
tantos en estas suntuosas moradas; y eso sin contar que la inmensa mayor�a de
nosotros los terrenales fue a parar a los infiernos, pero como no tenemos cifras
concretas, sino meros rumores, y nadie ha ido all� y regresado para contarlo, nos
basta con mirar hacia las puertas del infierno que, aunque un tanto lejanas,
tenemos siempre a la vista, para medir por lo atestadas que se ven las ventanillas,
una densidad de poblaci�n que linda con el atiborramiento... Pero bueno, ese no es
problema nuestro... �all� se tengan ellos con su exceso de poblaci�n carcelaria que
a nosotros poco y nada se nos importa!

Era una habitaci�n muy grande, semejante a la recepci�n de un hotel muy elegante o
al sal�n principal de un centro de convenciones, con techos muy altos, sin
ventanas, y sobretodo cuatro puertas muy grandes, una en cada costado. El piso
estaba recubierto por la misma neblina que imped�a verlo a menos que se pusiera la
cara a la altura de los pies. Hab�a un par de sillones amplios encima de sendos
pedestales que los sosten�an elevados por encima de la niebla. La ni�a estaba
sentada en uno de ellos, que parec�a mirar de frente al otro, que estaba vac�o.
�Aqu� se est� muy bien. Ahora soy una habitante�.
Se baj� de la silla con un salto mortal. Hab�a advertido que all� se pod�an hacer
cosas que antes no se pod�an hacer en la tierra... Dio tres botes de bastonera en
el suelo, gigantescos, como si hubieran sido dados en la luna, luego salt� hasta
tocar el techo y en seguida brinc� en un salto largu�simo de lado a lado del
recinto, al menos unos veinte metros. Entretanto, se iba diciendo a s� misma:
-As� es la vida en el cielo. �Ah! Pero no les he mostrado lo mejor. Lo mejor...
Son las puertas. Abro esta: miren, �sta, es la avenida principal del cielo.
Sali� breves instantes a la calle y el sal�n se inund� con el fr�o glacial del
exterior. Afuera todo estaba muy blanco y se observaban a lo lejos las mismas
gentes que ya hemos visto cuando Parkinson camin� sin ton ni son por la avenida
desfilando sin concierto como si no supieran para donde iban, como todo el mundo
antes, en la tierra. Un par de �ngeles hac�an guardia frente a la puerta, mirando
hacia la calle. Escarlatina se plant� en la escalerilla frente al dintel y le gui��
un ojo a un �ngel, dici�ndole:
-Hola.
El �ngel no tuvo m�s remedio que gui�arle un ojo en respuesta:
-Hola, ni�a.
La ni�a regres� dentro de la casa y prosigui� su soliloquio:
-Son �ngeles. Son simp�ticos, �verdad que s�?
Tom� de una mesa una cuerda y comenz� a saltar en ella:
-Nos llevamos muy bien. El de la izquierda se llama Surmenage cuarenta y cuatro.
El de la derecha, no s�, porque es muy callado y nunca quiere hablar. Debe ser por
timidez. He tratado de mirarle el n�mero en la espalda pero no es claro porque las
alas no lo dejan ver; tal vez lo tenga tatuado en su cuerpo, o en un brazo...
Se dirigi� a otra de las puertas y la abri�.
-Esta puerta, desde luego, da a la ciudad de Causalidad -parec�a haciendo el
muestrario de la casa para alg�n eventual comprador. Y a�adi�:
-Causalidad es un lugar muy verde, c�lido y hermoso, lleno de personas festivas y
alegres. Pero desde aqu� s�lo se puede ver, es imposible visitarla.
En efecto al fondo, aunque no se vislumbraba m�s que el resplandor de un sol
canicular y entraban relentes de aire caliente en el sal�n, se escuchaba una m�sica
alegre, de jolgorio, que se disip� como por encanto en cuanto Escarlatina volvi� a
cerrar la puerta para mostrarnos a d�nde daba la siguiente.
-Esta da a... -Pero no dijo nada hasta no haberla abierto. -Oh, eso pens�, ahora
da a un jard�n.
Un observador no omnisciente, situado en nuestro lugar, hubiese alcanzado a
contemplar en el fondo de la escena un lindo jard�n, de �ndole completamente
diversa al t�rrido espect�culo de la puerta anterior.
La ni�a volvi� a cerrar esta vez y se dirigi� hacia la �ltima de las cuatro
puertas.
-Y esta debe dar a...
La abri�...
-�Al infierno!
Fue como si hubiera abierto la puerta de un 747 en pleno vuelo. Un ventarr�n
despresuriz� el sal�n mientras por la abertura s�lo se percib�an pavorosas nubes
muy blancas sobre el fondo azul del cielo. Al fondo de las nubes, muy arriba, una
c�pula de color rojo a la que se le adivinaba una puerta de color negro deb�a ser,
si hemos de creer la versi�n de la ni�a, la puerta del infierno.
-S�. All� al fondo... Ese es el infierno. El sitio al que mandaron a los malos.
Pero creo que nosotros no podemos ir. No estamos autorizados. Y adem�s tampoco se
me ocurre como har�amos para llegar hasta all�.
Asom� un pie al abismo, como desafiando a las potencias celestiales.
-Si damos un paso all�, simplemente caemos al vac�o y no quiero saber a d�nde
iremos a parar.
Regres� al centro de la habitaci�n de un salto y se sent� en el otro sill�n.
-Pero lo mejor de aqu� es que cada vez que abres una puerta entras a un mundo
distinto, totalmente diferente del anterior. Hay una docena de mundos, creo, y
siempre salen a la suerte de modo que nunca puedes saber cu�l te va a tocar; no hay
regla fija para ir a parar a uno de ellos; es preciso ensayar varias veces la
abertura de la puerta si quieres ir a alg�n lugar en especial, pero es mejor
dejarse llevar por la suerte. Es bastante divertido. Corri� a una de las puertas,
la abri� de un empuj�n y apareci� ante los ojos maravillados una ciudad del futuro,
abri� luego otra, r�pidamente, y se encontr� en un jard�n lleno de perros que
ladraban, luego ensay� una tercera y volvi� a quedar en el umbral de la avenida,
cara a cara con los �ngeles guardianes, abri� otra y de nuevo apareci� la roja
puerta del infierno... Era una cosa de locos.
-No vayan a creer que el infierno queda siempre del lado de la puerta occidental.

Prosigo mi soliloquio interminable. �Reposo eterno! �Descanso eterno! Quoi!


Parbleu! �A qui�n se le ocurri� llamar a esto reposo o descanso? �Qu� mal informado
estaba...! La sola vista de tantos fantasmas basta para ponerle a cualquiera la
piel de gallina. Y es que somos tantos que podemos bien aplicar la idea de que
somos un �tomo en el infinito complejo del universo, somos tantos, repito, que
nadie se toma la molestia de estar pendiente de nosotros, y adem�s, �para qu� lo
har�a? Es de suponerse que no existe riesgo alguno de que escapemos. �Qui�n querr�a
escapar de su felicidad? De modo que no s�lo no nos cuidan sino que pareciera que
nadie se interesara por nosotros porque somos no otra cosa que prisioneros
encadenados en cadenas de oro.

Escarlatina lleg� gateando por debajo de la capa de niebla y le meti� un susto


fenomenal.
Parkinson se dirigi� a la misma puerta por la que hab�a entrado la primera vez, la
abri� deprisa y, si el ventarr�n que entr� no lo detiene, se hubiera arrojado al
vac�o en el cielo de nubes sin fondo visible creyendo que regresaba a la avenida.
Vacil� y tropez� en la puerta antes que Escarlatina, de un salto, lo agarrara,
muerta de la risa.
-�Cuidado te matas!
Mareado, Parkinson regres�, cerrando la puerta.
Fue cuando con asombro empez� a comprobar que cada vez que se abre una puerta en
el cielo se entra a un sitio distinto... Esto es como Alicia en al pa�s de las
maravillas, se siente uno en medio de un cuento de hadas. De modo que si sales al
jard�n, cada vez encuentras un espect�culo nuevo.
-Ahora ver�s -dijo la ni�a-. Y volvi� a abrir la puerta y se arroj� sin vacilaci�n
en los verdes prados del jard�n.
Parkinson no pod�a dar cr�dito a sus ojos. Ahora, cuando ella volvi� a cerrar la
puerta, �l la abri� con mucho cuidado. Otra vez sali� al jard�n. Una vez all�,
Parkinson record� a Oscar Wilde y su idea de un lugar desconocido, lleno de flores
extra�as y perfumes sutiles, un pa�s donde la dicha de todas las dichas es el
sue�o, un pa�s en el que las cosas son perfectas y venenosas. Se dirigi� a prisa a
otra de las cuatro puertas y la abri� r�pidamente con no fingida sorpresa. Al final
y tras una fren�tica marat�n de apertura y cerradura de puertas que Escarlatina
disfrut� de lo mejor con una risotada franca y sin resquicios, Parkinson pregunt�,
bastante azorado, pues no consigui� encontrar un patr�n que aseverara la conducta
de las puertas:
-�C�mo sabes a d�nde vas a parar cuando abres la puerta?
-No estoy bien segura, pero creo que es cosa que decide la suerte por m�. Vas a
parar a cualquier lugar. Basta tener apetito, ganas, para estar en un lugar
diferente cada vez que lo deseas.
-�Y si caes en el abismo y mueres?
-Ruleta rusa, �no es cierto? Puede suceder, pero conf�o en mi buena suerte. Y
adem�s, si caigo, �qu� me puede pasar? �No se supone que aqu� somos inmortales?
-Pero tal vez no indoloros. Podr�as salir mal herida. Y tampoco sabes si en una de
esas vas a parar de rebote al infierno.
-Oh, no, al infierno no. Eso s� que no lo creo. �No ves que el infierno est� justo
en frente de nosotros?
Abri� la puerta, pensando que pod�a ser la de las princesas infortunadas, y
comprob� que esta vez la vista daba directo al infierno y Parkinson pudo contemplar
c�mo era el camino hacia la perdici�n, nada diferente en apariencia a todos los
otros caminos que conducen a la perdici�n. All� a lo lejos, en el fondo, pero en
frente, a una misma altura que la puerta de su casa, aparec�a, en todo su
esplendor, la que deb�a ser la puerta de los infiernos.
-�Dif�cil llegar hasta all�, no es cierto? -exclam� la ni�a con una sonrisa de
entusiasmo que hac�a prever futuras alegr�as, para agregar:
-Aunque quisieras ir all�, tal vez no podr�as.
-Bueno, algo se me ocurrir�a.
-No, creo que no podr�as.
-�Por qu�?
-Porque eres bueno, y los buenos van al cielo y no al infierno.
-�Y si quiero, digamos, cambiar de sitio o echar una miradita por pura curiosidad
a lo que debe ser el infierno?
-Eso no lo s�. A m� personalmente no me interesa mucho esa posibilidad. S�lo
quisiera largarme para all� cuando esa mujer me grita.
-�Esa mujer?
-S�. La que vive con nosotros.
-�Es que vive una mujer con nosotros? �D�nde!
-Pues aqu�. �Acaso no la has visto?
Parkinson pareci� vacilar y palideci� cuando ella agreg� como quien no quiere la
cosa:
-Y creo que tienes que acostumbrarte, porque es tu esposa.
Una sonrisita entre burlona, maliciosa, divertida y finalmente temerosa de los
resultados de su confidencia se dibuj� en los labios de la ni�a.
Parkinson s�lo pudo temblar y quedarse mudo.

Cuando fue a recorrer la casa en compa��a de Escarlatina fue cuando Parkinson se


encontr� frente a frente con una inmensa mujerona, vestida como una enfermera en
decadencia, cara de buitre y el mismo �nimo de pocos amigos. �Qui�n ser� �sta?, se
pregunt�, mas no tuvo que articular palabra:
-Se�or. Yo soy Gangrena.
-�Gangrena?
-S�. �Su mujer!
-�Mi mujer, m�a...?
Se qued� mirando sin emociones aquella cosa que el destino le hab�a puesto como
compa�era de encierro per secula. �No, �sta no puede ser la m�a�, pens�. ��Aqu�
tiene que haber alg�n error!�
Intent� descubrirle la belleza oculta. Pero si alg�n d�a la tuvo, cosa muy
incierta, ostentaba su belleza decr�pita como un derecho adquirido en tiempos
inmemoriales que nadie podr�a contestar en un mundo regido por nuevas leyes que no
por ello, acudiendo al principio de favorabilidad, pod�an derogar las anteriores,
por permisivas que fuesen.
Cuando, una semana m�s tarde, logr� cruzarle un par de palabras aprovechando un
raro momento de buen genio de ella, le pregunt� c�mo la hab�an asignado para �l, y
ella apenas le dijo:
-No s�. Me dijeron que esta era mi casa, de modo que usted es mi hombre y esa ni�a
inaguantable que se cree una se�orita es nuestra hija. �Y asunto cerrado!

D�as despu�s ya Parkinson hab�a apurado todas las heces de un infiernillo


dom�stico que jam�s hab�a deseado y se preguntaba c�mo diablos hab�a ido a parar
all�, si no se tratar�a de purgar alguna pena pasada por alto en el juicio �ltimo,
un castigo por un pecado nunca confesado ni tenido en cuenta por los �ngeles
inquisidores. Tanto, que su �nica explicaci�n era que la belleza encarnada en la
frescura de la peque�a Escarlatina le hab�a sido enviada para aliviar un poco el
peso de su pena. Su pena en el cielo se llamaba Gangrena. Una aut�ntica y
deplorable bruja bigotuda con un car�cter m�s agrio que el que su alarmante cara
hac�a presagiar. Pero es que como bien dec�a el doctor Alzheimer, el te�logo sueco,
no hay para�so sin serpiente. �Qui�n diablos, se preguntaba Parkinson, le hab�a
enviado a esta diablesa al cielo? Esa mujer ten�a que venir del infierno, o de otra
manera �l tendr�a que iniciar los tr�mites del traslado hacia otra parte.
Preferir�a toparse con la diablesa Lilith, de la que dicen que es tan descarada que
hace magia negra en el propio cielo y delante del ojo avizor del Benigno, que todo
lo ve, lo cual desata sus iras durante horas enteras y no se calma sino cuando se
le han desvanecido los humos, en las noches. Si esto es el cielo, se dijo, me voy,
me largo, esto no fue hecho para m�. Si es as�, me voy para el infierno. O para el
limbo. Qu� m�s da.

En el cielo no abundan los ni�os, pues como hasta el m�s ignorante lo sabe est�n
destinados por naturaleza al limbo. Los que se han quedado en el cielo son esos que
tiene vocaci�n de alicias y de peterpanes con tambores de hojalata que decidieron
no crecer m�s y prefirieron vivir en la eternidad, en su forma primaria y elemental
de ni�os. Y si me preguntaran c�mo es lo que hasta ahora conozco del cielo s�lo
podr�a contestar que a lo que m�s se parece es a un episodio largu�simo y no menos
intenso de Alicia en el pa�s de las maravillas...
-Y tal vez no sea mala idea pasar una temporada en el limbo- sugiri� Parkinson,
menos por el deseo de ser ni�o que por el de escapar de la bruja instalada en su
casa. Le empez� a parecer que podr�a cometer un falso acto terrorista para conmover
la estructura del cielo y hacerse expulsar. Intentar el rapto de un grupo de ni�os
del limbo pod�a ser una aventura apasionante, pero no ten�a tiempo para ello ni
verdaderos motivos y no sab�a como dirigirse a algo que se le antojaba como un
sat�lite geoestacionario que se mantiene a duras penas en el punto en el que se
igualan la fuerza centr�fuga del cielo y la fuerza centr�peta del infierno.
-Eso parece escrito por Pascal -dijo el doctor Alzheimer cuando ley� estas notas.

Tras varios d�as de paseos por las alamedas del cielo, Parkinson comenz� a
advertir la complacencia que se dibujaba sobre la mayor parte de los semblantes de
los habitantes. Todo el mundo parec�a no solamente resignado sino contento con su
suerte. Pero lo que m�s le empez� a llamar la atenci�n era la cantidad de parejas
que sal�an a caminar. Era como si cada quien hubiera encontrado su media naranja
por fin en el cielo, aquella persona para la cual estaban destinados desde siempre.
Los escasos transeuntes desparejados a los que interrog� le dijeron que ellos
prefer�an vivir solos y que nunca hab�an querido tener compa��a permanente.
El pobre s�lo se preguntaba ahora por qu� en realidad luc�an todos felices y si �l
y Escarlatina eran los �nicos inconformes en el cielo. Le parec�a extra�o que �l se
acordara de todo, de su vida pasada en la tierra, as� como de los detalles
escabrosos del Juicio. Pero por m�s que la interrogaba, la ni�a s�lo pod�a decir
que no recordaba nada de su pasado sino que unos �ngeles hab�an cargado con ella
por los aires y vagamente evocaba a un sacerdote que preven�a en la iglesia a las
gentes sobre la pronta venida del Juicio, pero no recordaba d�nde ni cuando, aunque
s� recordaba que estaba vestida con la misma prenda que ahora llevaba siempre y
que, desde luego, jam�s se ensuciaba, pues en el cielo no existe suciedad alguna.
�Ser�a que nadie a�oraba a sus familias, a su madres, a sus hijos, porque todo el
mundo hab�a perdido la memoria, acaso para siempre? Parkinson pregunt�, indag�,
pero nadie le dio raz�n de ello. Le contestaban con una indiferencia rayana en el
cinismo. S�lo en uno que otro caso supuso que quedaban leves indicios de memoria,
cuando algunos le contestaban con el suspiro ahogado del que furtivamente viera
pasar una presencia ante sus ojos y de la cual no fuera demasiado consciente. Era
como si se hubiera hecho un lavado general de memorias tras el Juicio del cual �l
habr�a escapado por alguna raz�n que se le escapaba.
Fue entonces cuando se atrevi� a preguntar a un �ngel.
-En casa hay un ser muy extra�o... -Parkinson se esforzaba en explicar-. Me han
dicho que es mi esposa, pero me niego a creerlo. Tanto es as� que me he asustado y
he solicitado informes para iniciar la b�squeda de mi verdadera familia.
-Eso, aqu� no se usa -le dijo uno de los �ngeles custodios.
No parec�a proposici�n de buen recibo.
-Pero yo...
-�Silencio! -rugi�-. Usted debe tener alg�n problema serio, porque aqu� todos
estamos ubicados de acuerdo con la programaci�n inicial y no se ha contado con los
insatisfechos. Vaya si quiere donde los �ngeles sic�logos. O recurra a las v�as
ordinarias, como todo el mundo. �O qu� se ha cre�do usted?
El �ngel empez� a soltar espumarajos por el pico, tanta era la ira que sent�a que
parec�a deshacerse en una nube de polvo.
�Que es en verdad dif�cil encontrar sitio para un elogio del cielo! El bar�n de
Montesquieu, que est� reclinado delante del pergamino, escribiendo tal vez sus
cartas persas, recibe de pronto una revelaci�n. Ha visto las cosas del M�s All� y
deja correr la pluma un instante: �Los bienaventurados tienen placeres tan vivos,
que pueden raramente gozar de esta libertad de esp�ritu: es por eso que atados
invenciblemente a los objetos presentes, poerden por completo la memoria de las
cosas pasadas, y nose vuvleven a ocupar de lo que han conocido o amado en la otra
vida.�
Ha recordado la peste de la memoria que aquejar�a a los habitantes del cielo
despu�s del final de las cosas. Muchos a�os antes, desde la tierra, el bar�n
recuerda el futuro, sin manchas. Un minuto despu�s habr� olvidado todo y seguir�
indagando sobre sus mezquinos mundos de intrigas palaciegas y de democracias
representativas, divisiones de poderes e influencia del clima en los estados de
�nimo de los poderes p�blicos.
Durante gran parte de la eternidad olvidamos todo lo que nos ocurre. Como en la
tierra, cuando no record�bamos nada de antes del nacimiento.

Muy de ma�ana decidi� dar un paseo por la larga calle celestial. Las parejitas
iban saliendo de sus casas y sus semblantes reflejaban una beatitud perfecta, lo
cual, aunque sin intenci�n, era como una burla hacia Parkinson, que hab�a pasado la
noche en vela, acompa�ado por la horrible bruja, sin poder quit�rsela de encima.
No. El cielo no pod�a ser esto, volv�a a decirse.
Resolvi� utilizar las v�as ordinarias. Lo primero que hizo fue dirigirse a uno de
los �ngeles guardianes de su cuadra:
-Perd�n, se�or �ngel, �podr�a usted decirme qui�n pueda resolverme una consulta?
-�Como para qu� ser�a? -contest� con todo el aplomo del mejor bur�crata.
-Para un asunto de repartici�n de... -estuvo a punto de decir que �de mujeres�
pero se contuvo, atento al peligro que intuy�...
-... de habitaciones, de casas.
-Yo de eso no s�, mi oficio es cuidar la cuadra.
-�A qui�n podr�a preguntar?
-Vaya donde el jefe.
-�Y qui�n es el jefe?
-El potestad 549.
-�D�nde podr� encontrarlo? -le dijo ya un poco amoscado con tanta dilaci�n a todas
luces malintencionada.
-Debe andar unas diez cuadras hacia all� -y se�al� hacia la zona de la playa.
-Est� bien, lo buscar�. Gracias, se�or �ngel.
Ni lo mir� en respuesta, como si no existiera. Camin� Parkinson las diez cuadras
prometidas, no sin antes haber tenido que preguntar a otros tres �ngeles guardianes
que lo peloteaban sin piedad, los unos lo enviaban hacia la derecha, los otros
hacia la izquierda y hacia el fondo, ignorantes como petardos, como si lo que
estuviera buscando fuese un ba�o.
Por fin encontr� al potestad. Estaba metido en un casino, jugando billar, que
seguramente fue uno de los mejores aportes que la tierra hizo al cielo. Embebido
como estaba en cosas m�s mundanas, apenas si le hizo caso.
-Vaya a la oficina de reclutamiento para las viviendas -le dijo mientras levantaba
el taco mirando las tres bolas. En realidad era una carambola muy dif�cil, parec�a
imposible pasar la bola uno por encima de la tres para pegarle a la dos.
-�Y eso d�nde es? -se atrevi� a preguntar Jonathan Parkinson.
-En Causalidad, la ciudad sede del principio de casualidad, a la que no debes
confundir con Casualidad, la ciudad sede del principio de causalidad, que son dos
ciudades diferentes en una sola, como la Sant�sima Trinidad, o como Budapest...
-�Y d�nde es esa tal Causalidad?
-Vaya siempre hacia adelante, y pregunte, que aqu� decimos que preguntando se
llega a cualquier parte, incluso a Causalidad.
�Como si fuera Roma! �De modo que Causalidad es la Roma del cielo!
Se devolvi� a casa y empez� a hacer maletas. La bruja aquella que le dieron por
mujer lo miraba, incr�dula y retadora.
Me agrada Parkinson. Anoche me cont� la historia de un sastre que entr� vivo al
cielo y desde all� contempl� el universo. Qued� maravillada y me dorm� antes de que
el cuento se acabara y acabo de conocerlo, y �l s� me agrada, Parkinson, me agrada
mucho su manera de caminar y la manera en que toca las cosas, me parece lindo y
tierno y es muy especial conmigo, pero, c�mo decirlo, como es nuevo aqu�, no s� si
ser� el esposo de la horrible bruja que vive en esta casa, sinceramente y ahora que
bien lo veo y no lo creo, porque si fuera as�, pobre, no s� qu� pecado cometi� y
algo debi� hacer para tener que soportar este infierno, ah, y se me olvidaba
decirles, esa que grita all� al fondo como una desaforada, la energ�mena como �l la
llama, es Gangrena, mi ma... Bueno, quer�a decir mi madre, pero lo cierto es que no
es mi madre sino mi madrastra, porque eso dice el �ngel al que le gui�o el ojo,
pero ella no se ha casado tampoco con Parkinson, aunque tampoco estoy muy segura si
se han casado y creo que �l s�lo la odia como yo y esa es apenas una de las muchas
cosas que me gustan de �l y lo cierto es que a �l tampoco le agrada casi nada la
vieja rega�ona. No recuerdo ya qui�n era mi madre, porque creo que ya les dije que
aqu� en el cielo nos han quitado, nos han robado la memoria, pero estoy segura que
esa tal Gangrena no es ni pudo ser nunca mi madre.
Movi� una palanca en su asiento y la habitaci�n gir� en �ngulo recto. Eso no tiene
importancia, se dijo. Al fondo estaba el infierno, como una tentaci�n patente, con
el atractivo de las cosas inalcanzables. Pero ahora la ni�a volvi� a cerrar todas
las puertas, no tanto porque estuviera entrando un ventarr�n en el sal�n,
levantando polvo y papeles a su paso, ni disipando la neblina que flotaba a unos
cincuenta cent�metros del suelo, sino porque una voz poco femenina, estruendosa,
ruda, reson� desde el fondo ignoto de las habitaciones, tal vez de la cocina.
Tendremos ahora que escuchar ese ruido altamente desagradable, exc�senme aquellos
de los lectores que sean d�biles de o�do o tengan una sensibilidad demasiado aguda.
-�Escarlatina! �Deja de darle vueltas a la casa que ya me estoy mareando!
Escarlatina hizo un gesto c�mico, como imitando burlonamente el llamado.
Queda claro que no le agradaba en absoluto la voz que la llamaba o m�s bien la
presencia misma de la mujer que la llamaba, si es que se trataba en verdad de una
mujer y no de alg�n engendro infernal infiltrado como esp�a por el enemigo.
-Uy, dijo confidencialmete la ni�a al imaginario camar�grafo que nos acompa�a y
que estaba en el lugar desde el cual estamos siguiendo los hechos. -Vive mareada.
Luego, sin hacer mayor caso de los gritos, a�adi� con mucha seriedad:
-Es raro pero yo noto que todo el mundo parece contento en el cielo menos
Parkinson y yo. Ah, es que se me olvidaba decirles que se supone que aqu� vivimos
todos con las almas gemelas o algo as�, mejor dicho, con los que vamos a vivir
durante toda la eternidad, y eso, si es cierto, ser�a horrible para nosotros dos.
De adentro surgi�, como una esponja, la voz apaciguadora de Parkinson:
-Gangrena, no rega�es a la ni�a...
-�Me vas a decir t�, desgraciado, qu� tengo que hacer o decir en mi propia casa?
La ni�a segu�a hablando al imaginario interlocutor que somos nosotros:
-Entonces Parkinson no es mi padre. Pero �l s� es una buena persona. Nos llevamos
muy bien.
-Solamente te dije que no la rega�aras.
El ruido de una lluvia de golpes de platos y ollas lanzados con furia por los
aires fue el �nico resultado perceptible de su intervenci�n:
-Oye, oye... Nos vamos a ir tranquilizando, que aqu� no pasa nada...
Sin embargo entr� en el sal�n corriendo, como si hubiera subido al piso superior
por una escalera invisible situada por debajo de la niebla, perseguido por una
gorda en rulos y energ�mena.
La calma de Parkinson vacil� y s�lo dijo:
-No soporto m�s esta situaci�n. �V�monos de aqu�, Escarla!
-S� -lo apoy� la ni�a- pero yo me voy contigo.
La tom� por la mano, abri� al azar una de las puertas para escapar, pero esta vez
se abri� la que daba al infierno, la volvi� a cerrar con cierto disgusto como quien
baraja las cartas en busca de un mejor golpe de suerte, y la volvi� a abrir.
-�Ahora me va a decir que se va? -rugi� la fiera.
-S�. �Hay alg�n problema?
El hipop�tamo parec�a desconocer que �l ya llevaba encima la experiencia de la
tierra y que a su edad actual ya no hab�a mujer que se le pudiera imponer. Pero
ignoraba el trabajo que le cost� arribar a esa persuasi�n.
-Haga lo que quiera -respondi�, agria como el vinagre pasado. Parec�a que siempre
hubiese vivido en la tierra, quiz�s en una banlieu francesa, o en alg�n lugar a�n
peor.
-Pues claro que har� lo que quiera -enfatiz�, retador-. �O es que ten�a usted
alguna otra idea? -se atrevi� a a�adir, como para fijar de una vez las distancias
entre los dos.
Se qued� callada. S�lo articul� una mirada que en la tierra hubiera dejado
petrificado de terror a cualquier marido. Pero como por casualidad est�bamos en el
cielo, donde no se le tiene miedo a nada, ni siquiera a una mujer irritada, y de
contera las miradas son inocuas, pas� frente a ella, con su morral cargado, no sin
antes decirle:
-Es posible que nos volvamos a ver... Para despedirnos del todo.
Y dio un portazo.
Quiz�s al regreso encontrara que la gorda se hab�a marchado de casa de una vez por
todas.
En un abrir y cerrar de ojos se encontr� en la avenida principal de Almorrana,
ciudad del cielo. Aferrada a su mano estaba Escarlatina.
Por primera vez se ve�a Parkinson en el problema de no tener vivienda en el cielo
y con el vago proyecto de un viaje a Causalidad, la ciudad de las reclamaciones.
Parkinson pens� en los vagabundos de la tierra, en los que no ten�an techo y se
pregunt� si aqu� los habr�a tambi�n.

-Yo no vuelvo a esa casa, le dije a Parkinson.


-Yo tampoco, pero me pregunto a d�nde vamos.
-A cualquier parte, si es necesario al mism�simo infierno.
Y fue ella quien lo dijo.
-Parece que nos hemos quedado sin casa -a�adi�-. Tal vez seamos los �nicos en el
cielo que no tienen casa.
Me agradaba la idea, ten�a algo aventurero y no me preocupaba en absoluto el
futuro porque estaba con �l.
Fue cuando apareci�, como tra�do por la Providencia, el viejo Jorobado Chagas.

-�Alto, patroncito! �Qui�n anda ah�?


-Soy yo, Hamlet -dijo ir�nico Parkinson.
-Un terr�cola, �supongo?
-El doctor Livingstone, supongo.
El otro s�lo respondi�:
-Oh, no, se equivoca usted. M�s bien se trata de �Houston, tenemos un problema�.
Definitivamente, y para la ocasi�n, falta el cronista que registrara los rasgos de
humor de dos seres humanos perdidos en momentos cruciales de sus nuevas vidas. Un
hombre y una ni�a buscaban refugio en lo profundo de la noche. No pod�an ver nada.
Apenas les llegaban los ruidos indistintos de la ciudad. Ahora encontraban alguien
que parec�a ser diferente a los dem�s.
-�Yo me llamo Parkinson, y usted?
-Chagas, Jorobado Chagas.
-�Chagas de d�nde? �De qu� siglo?
-�Tiene alguna importancia?
-No lo creo, y sin embargo...

Va siendo el momento de presentar a Chagas, de la secta de los quincalleros y


vagabundos. Ven�a por el medio de la avenida recitando para s� mismo o para los
dem�s una perorata ininteligible, con la voz de un borracho predicador de subasta.
Era una de esas personas �c�mo dir�? que parecen haber sido hechas a pesar de su
expresa protesta y de su declaraci�n jurada de no querer habitar este mundo por
ning�n motivo; ni ning�n otro, por cierto. Sol�a decirme, luego de las peores
org�as, despu�s de blasfemar contra toda la cohorte celestial: �Es mejor que los
�ngeles no existan, porque si existen se van a vengar de m� durante toda la
Eternidad.� Curioso a todo, era como si fuera recogiendo informaci�n con los ojos,
los o�dos, el tacto y el olfato y los fuera desgranando por la boca en la forma de
conocimiento p�blico. Tranquilo o indiferente, tard� en saberlo, pues su calma era
como un oasis en medio de cualquier tormenta, nada lo perturbaba. Lo puedo imaginar
despu�s de la �ltima explosi�n, la definitiva, durante la lluvia �cida, cuando ya
la �nica oportunidad de redenci�n s�lo pod�a venir de un Armaged�n descomunal,
fum�ndose tranquilamente su �ltimo cigarrillo a la salida del metro mientras las
gentes hist�ricas y desesperadas deambulaban como locas en medio de lamentos y
gritos por sus seres queridos desaparecidos, tal como lo vi durante el Juicio por
vez primera, buscando afanosamente entre las filas un paquete de Marlboro o
siquiera un cigarrillo suelto y con qu� encenderlo, que en eso s� se le notaba la
alteraci�n del semblante, mas una vez que lo hubo obtenido una calma espiritual
imperturbable descendi� sobre su rostro rudo, agrandado como para un poeta por las
circunstancias.

Jorobado Chagas es un mendigo, lo �nico que sabe hacer es pedir, as� ya no lo


necesite. Pero se le qued� la costumbre. Sin embargo no es el �nico que lo hace. El
cielo est� atestado de mendigos, por todas partes, porque, como en mi caso, no
tienen d�nde m�s ir. Y si no vienen aqu�, �a d�nde ir�n? Sus costumbres no han
cambiado; piden limosna todo el tiempo, aunque ya no la necesiten, pero ser�a
dif�cil hac�rselos entender. Viven en c�modas mansiones porque, como se prometi�,
los �ltimos al final fueron los primeros.
-Vengan conmigo -fue lo primero que les dijo. -Tengo d�nde alojarlos.
La casa de Chagas es como un galp�n lleno de gente, todos diferentes,
desadaptados, en un maremagnum infernal. Parece una pensi�n habitada por la
promiscuidad. Nadie da con nadie; pero resulta que todos est�n all� a su gusto.
Instalaron a los r�probos en un rinc�n. No se sent�an del todo mal, pero cuando al
d�a siguiente trataron de salir a la calle se dieron cuenta que los �ngeles
guardianes los hab�an seguido en silencio.

El trabajo forzado que era nuestro pan de cada d�a en la tierra, ese del cual
dependi� siempre nuestra subsistencia, cualquiera fuera el nombre eufem�stico que
le di�ramos, parece no formar parte de este universo, pero claro est� que el que
quiere trabajar lo puede hacer sin que nadie lo moleste, porque �ste se jacta de
ser el reino de las libertades absolutas e ilimitadas y aqu� no se le prohibe nada
a nadie. De hecho son muchos, sobre todo los que provienen de los �ltimos siglos de
la humanidad, los que llevan consigo tan arraigado el trabajo por la inercia de la
costumbre, que no logran dejar de hacerlo por m�s que se lo propongan con ahinco
cada ma�ana al despertarse. Son una especie de viciosos del oficio forzado y le
dedican todo su tiempo, con una constancia que ser�a digna de encomio en otro
entorno m�s propicio. Madrugan d�a a d�a, se ba�an y se visten atropelladamente
porque no pueden ya hacer otra cosa que lo que hacen, desayunan en un santiam�n y
salen disparados hacia los lugares de labor que en sus mentes han fabricado, y en
los que encuentran, si no la felicidad, por lo menos el sosiego de una droga para
sus ansiedades laborales. Me pregunto si no ser�n estos desdichados quienes m�s
echen de menos la tierra que perdieron para siempre. Y yo mismo quedo perplejo
cuando, tras una semana de ocio completo, tendido en el div�n y contemplando las
mejores diversiones celestes, empiezo a pensar en el trabajo, porque ya hasta se me
est� viniendo al recuerdo mi vieja adicci�n por ciertos esplendores que se
desprenden en ocasiones de los oficios m�s menudos y me pregunto, si hubiera sido
posible en la tierra vivir sin trabajar, cu�ntos habr�an trabajado y creo que
nadie, salvo los que han adquirido el vicio que, como el del cigarrillo o el del
alcohol, s�lo ataca cuando no hay en verdad necesidad de ellos.

Pero el vicio verdadero que descubri� Parkinson viviendo al lado de los mendigos
fue el uso del imagin�metro p�blico. Y es que en el cielo hay zonas en las cuales
se purgan las equivocaciones y es posible purgar tambi�n all� todas la
preocupaciones terrestres como si fuera una especie de centro de terapia para ir
olvidando los malos tragos de la tierra, y gozar del profundo placer de devolver lo
mal vivido, de completar lo que alguna vez dejamos comenzado, casi siempre mal
comenzado por cierto, el imagin�metro que permite a los habitantes desahogar sus
iras mal habidas... Cuando los pacientes entran, lo primero que hacen es ponerse el
imagin�metro que les mida cuantas frustraciones se llevaron consigo desde la tierra
y luego comienzan a vibrar hasta que poco a poco recuperan el sentido del
equilibrio y salen a pedir limosna con el alma reci�n estrenada.

A la ma�ana siguiente apareci� Chagas frente a la puerta. La ni�a le abri�. Luc�a


muy agitado.
-�Parkinson est� en casa?
-S�. Creo que se est� ba�ando.
-�Le puedes pedir que se apresure?
-�Qu� ocurre? -son� la voz clara, acerc�ndose.
-Que he descubierto algo.
-�Qu� es?
-No puedo decirlo aqu� -mir� de reojo al par de �ngeles apostados al lado de la
puerta.
-Sigue.
-He descubierto una ca�a para pescarlos... a ellos.
Mir� hacia la puerta.
-Expl�cate.
-Los puedo hacer acudir a borbotones.
-�Y eso para qu� puede servir?
-Como maniobra de distracci�n, si quieres librarte de ellos. Nadie sabe cuando
podamos necesitarlo.
-Bueno, no parece mala idea. Tendremos que pensar para qu� nos puede servir.
-Mira.
Y Chagas arroj� un pu�ado de alcanfor por la ventana.
Al instante se api�aron como langostas los �ngeles surgidos de todas partes. Se
arrebataban los bocados. Pronto no quedaron ni los huesos. Las pira�as no lo
habr�an hecho mejor.
Y fue poco a poco, al ir aprendiendo esas leyes cuando Parkinson se dio cuenta que
era posible burlar a los �ngeles. En cuanto el �ngel inquisidor asignado al barrio
en el que viv�an Jorobado Chagas y los mendigos trat� de leernos los pensamientos
el bloqueo funcion� tan bien que lo vimos alejarse muerto de la verg�enza,
mascullando qui�n sabe qu� disculpas para el querub�n mayor.

-De manera que piensan ir a Causalidad -dijo Chagas-, donde se ponen las quejas,
los tribunales de lo contencioso, todo eso. Dicen que all� suceden las mejores
cosas del cielo, pero no me consta, s�lo digo lo que he escuchado.
Ten�an pues que ir a Causalidad.
Fue un largo viaje de varios meses pero dir� que inolvidable hasta donde me
acuerdo. Recorrimos comarcas nunca vistas, levantamos azorados la vista delante de
edificaciones espl�ndidas, visitamos zonas del cielo a las que de otro modo jam�s
habr�amos acudido, volcanes, monta�as, praderas, desiertos, selvas, y vimos
animales que nunca hab�amos visto y personajes que jam�s existieron porque se
quedaron en proyecto antes de bajar a la tierra. Montamos en unicornios y en
centauros para atravesar las llanuras que separan al Olimpo de la vertiente del
Leteo y vimos atardeceres de maravilla, imaginados por alguna deidad bienhechora
para semejarnos en el cielo algunas de las delicias para siempre perdidas.

El M�s All� tiene una geograf�a muy complicada. Es una geograf�a como la de los
libros de caballer�a y el Orlando furioso: an�rquica aunque sugerente. Existe
incluso un cielo del Islam, que es mucho m�s llamativo que el de los cristianos y
muchos se refieren a �l con envidia, como algo muy lejano y grandioso. Los
interiores de las cavernas est�n llenos de estalactitas y estalagmitas y muchos
nichos llenos de fieras asechantes, o eso me pareci� por los ruidos que hac�an,
aunque no vi ninguna, y con secretas comunicaciones interiores dignas del mejor de
los laberintos, agujeros y cavernas, s�lo que sin afanes pues ten�amos toda la
eternidad para aprender todos esos recovecos por largos y complicados que fuesen de
modo que algo gan�bamos al reducir la ansiedad, que era preferible estar en esas
cavernas h�medas y mohosas que tener que contemplar el rostro perverso del diablo y
aqu� hasta ahora nadie nos hab�a molestado porque, como supimos m�s adelante, no
era sino un lugar ambiguo, de paso, un l�mite, una frontera, una linde de regiones.
Ella sent�a el reflejo del hambre que no ten�amos manera de aplacar aunque
tampoco, imagino, morir�amos de inanici�n en aquel mundo en el que la muerte es
cosa harto desconocida fuera de las mitolog�as naturales de los habitantes aunque
alcanc� a temer que muri�ramos y nos convierti�ramos en arrugados pergaminos
olvidados hasta la fosilizaci�n en el fondo de aquella abandonada tierra de nadie
que nos mostraba con toda su evidencia que hab�a regiones de los mundos superiores
que jam�s hab�an sido pisadas por ser alguno, ni por �ngeles siquiera, que aunque
esp�ritus siempre dejan detritus detr�s, pero all� no se percib�a siquiera el olor
agridulce y tan desagradable y nauseabundo para los humanos de las heces
angelicales que inundan en relentes de cuando en cuando los vientos del cielo, por
no hablar de esas horribles heces del infierno, acaso el �nico motivo para hu�r de
aquellos antros de pesadilla. S�lo hasta hac�a poco hab�a identificado de donde
proven�an estas emanaciones, que no hay �ngel, por puro que sea, que no tenga
intestinos, tripas sucias, as� estas sean espirituales, y que son m�s sucios que un
chiquero. Y adem�s hieden. �Nadie ha advertido el mal olor de un �ngel de la
guarda? Ese olorcito que no te deja ni dormir...

La �nica diferencia esencial entre el cielo y el infierno, pensaba Parkinson en un


descanso, con la ni�a recostada en sus rodillas, es ese olor, el poder de esos
aromas que pod�an llevar a la locura en un caso y a la desesperaci�n en el otro,
por lo que imagin� que si alg�n d�a le daban la oportunidad de reformar algunas
cosas en el cielo no dejar�a de crear salas especiales de respiraci�n, respiraderos
de suaves aromas, s�ndalo, tabaco, en los que no se colaran los malos olores.
Caminaron un rato hasta que dieron con un pastor envuelto en blanca t�nica, que
llevaba una flauta en la mano izquierda.
-Se�or, �podr�a decirnos d�nde estamos?
El otro contest�, casi con estupor, como si no comprendiera tan alocada pregunta:
-Pues en el cielo. �D�nde m�s �bamos a estar? �Hay acaso otro sitio en el que se
pueda estar?
Lo dijo con la expresi�n de contento de s� mismo que s�lo puede tener un pastor
imb�cil.
�Ay, los simples! Definitivamente, se dijo Parkinson casi con sorna, el cielo
pertenece a los simples y a los pobres de esp�ritu.
-�Y hacia d�nde es Causalidad? -pregunt� la ni�a.
-Pues hacia all�, hacia el oeste. Id con Dios.
Sin embargo, cuando ellos partieron, el pastor se dirigi� a una caba�a, para
avisar de los extra�os que merodeaban por aquellos lados.
Y siguieron su camino...
Y est�bamos en una encrucijada. Hab�a diversos senderos, unos de vida y otros de
perdici�n, pero, �c�mo distinguirlos?
-Tu alma te lo dir�, dijo ella. S�lo sigue el llamado de tu coraz�n.
-Pareces una profetisa o una predicadora de obra m�stica.
-Entonces vamos por donde tu quieras. Es que no s� por d�nde tenemos que ir. �Qu�
quieres que te diga?
-No te enfades. Era s�lo una observaci�n. Iremos siempre por donde tu digas.
Advirti� que estaba dispuesto a seguirla hasta donde fuera necesario.

Un d�a, llegando a Causalidad, la divis� en lontananza. Era, sin duda alguna, uno
de los lugares m�s hermosos del cielo, acaso despu�s de Sanies, la ciudad de los
santos del santoral, que nos ha sido vedada a los simples inmortales pero que es
posible visitar ciertos d�as del a�o, aunque s�lo como turistas. Escarlatina se
qued� provisionalmente en un refugio mientras yo hac�a las averiguaciones
pertinentes.
Horas m�s tarde entraba en la ciudad, llena de veh�culos de tracci�n et�rea y
tomaba un taxi hacia la oficina principal de la enorme edificaci�n que presid�a la
urbe.
-De d�nde viene usted -me pregunt� el �ngel taxista.
-De alguna regi�n hacia el poniente, la verdad es que no s� siquiera su nombre. La
capital es Almorrana City.
-Eso me parec�a, ya me lo hab�a dicho, porque el se�or, y perd�n que se lo diga,
tiene cara de extranjero, de no ser de por ac�.
-Ha acertado usted -le dije-. He venido para hacer una diligencia.
-�Va a las oficinas centrales?
-S�. A la de reclutamiento de vivienda.
-Debe usted tener un problema muy serio porque nunca viene por aqu� nadie a
reclamar. �Sabe usted? En el cielo todos viven muy felices. Cu�dese -me dijo
mientras me bajaba en frente del gran edificio- porque de pronto se dan cuenta que
se equivocaron y lo mandan a fre�r esp�rragos en el infierno.
Temeroso por las palabras del �ngel taxista, entr� al edificio dici�ndome que era
preferible el infierno a tener que vivir con la bruja tenebrosa y tom� el ascensor
hacia los pisos superiores.

-Pues aqu� no es.


-�A qui�n me dirijo entonces?
-Supongo que a su �ngel de la guarda. El es su interlocutor leg�timo, su medio de
comunicaci�n con nosotros.
-Yo, �al �ngel de la guarda? �Est� loco?
En el cielo un �ngel no es nadie, como dijo George Bernard Shaw, y creo que
acert�. Est�n dotados de un esplendor que pronto conduce al empalago. Este �ngel me
parec�a enfermo de anonimato, resentido y flaco en extremo, carcomido por sus
propios impulsos ego�stas ya enconados y desprend�a de s� una especie de
nauseabundo olor descomunal, �cido y penetrante...
Esta cosa, se dijo, empezaba a adquirir tintes kafkianos.

Tras un viaje tan largo, estaba exhausto, pero sab�a que mi oportunidad era tan
calva como el principio mismo de Causalidad y que si no era ahora no ser�a nunca,
de modo que obr� para introducirme por las buenas o por las malas en la sede de tan
odiado principio l�gico.
Las paredes estaban adornadas con equipos sofisticados capaces de intimidar al m�s
valiente de los ingenieros, pero aparec�a tan desarmada a aquella hora, tan
dispuesta a dejarse violar por cualquier primer venido como si nunca en su vida
hubiese tolerado la menor invasi�n de su privacidad y perdido ya todo rastro de
autodefensa frente a los ataques del exterior, que no la habr�an siquiera rozado en
siglos, milenios, millones de a�os de invariable actuar sin que nadie le opusiera
resistencia. De modo que Causalidad parec�a vac�a, desprovista de todo inter�s,
como si una inercia inveterada la tuviera andando desde el comienzo de los tiempos
y no se hubiera ocupado m�s de ella el resto del tiempo y hasta el final de las
edades.
Estaba yo ahora en el centro mismo de la ciudad, enfrentado a la necesidad de dar
un sentido a mi presencia en ese recinto sagrado para los dem�s, profano para quien
atenazado por el deseo no ve m�s que el momento de recobrar su presa codiciada.

-De manera que cree usted haber quedado mal asignado -me dijo el �ngel asignador,
con mirada ir�nica y voz aflautada. �Ah! �qu� tontos son los exhumanos! �Siempre
est�n pensando que los que se han equivocado somos NOSOTROS! �Qu� ingenuos!-. Me
mir� casi con compasi�n, para a�adir casi con furia:
-�Pues aqu� NO NOS EQUIVOCAMOS!... Pero espere usted un instante -revisaba unos
papeles- �c�mo me dice que es su nombre? �Parkinson? �Jonathan Parkinson, John...?
Ah, bueno, eso ya es otra cosa. Entonces el �ngel quiso explicar. Busc� el libro de
indulgencias, la cuenta corriente de oraciones y plegarias...
Ciertamente hab�a un exceso de oraciones en el haber de Parkinson, mucha gente
hab�a implorado por �l, y el �ngel intentaba explicarle que ten�a derecho a
cambiarlas por bonos si lo deseaba o a realizar alg�n viaje no proyectado, en fin,
lo que quisiera... Pero no, eso era imposible, conseguir una mejor habitaci�n, eso
ya estaba otorgado para siempre y no se pod�a cambiar, era una ley universal
inviolable y no admit�a excepciones...
Cre�a que con eso hab�a dado por cerrada la conferencia, de modo que volv�
espaldas y me dispuse a salir de la oficina adornada con panoplias y s�mbolos de
alguna arcangel�a para m� desconocida.
-Espere un momento, cu�l es la prisa. Venga, t�mese un trago conmigo. Tengo n�ctar
y ambros�a, mire usted, cosecha de los tiempos hom�ricos, siglos antes de Cristo,
de las mejores vi�as de la Grecia Cl�sica...
-�Vaya! -exclam�-.
Me escanci� en un vaso griego el regio licor.
-Cu�nteme, amigo, �c�mo es que ha hecho usted un viaje tan largo para venir a
quejarse? �No sabe usted que una de las bondades del cielo consiste en que a cada
uno de ustedes se le ha asignado, y para siempre, por los siglos de los siglos, su
verdadera media naranja?
Me qued� mir�ndolo con desconcierto.
-Oh, ya comprendo, no estar� usted acostumbrado. Las medias naranjas eran extra�as
en su mundo. Nadie estaba con quien quer�a, eso al menos hasta donde sabemos, hasta
los sexos de los humanos estaban equivocados a veces. Hab�a hombres y mujeres que
se ve�an obligados a vivir sus vidas con personas que no ten�an nada que ver con
ellos, nada en com�n, digamos. La mayor parte de ellos, es triste a decir verdad. Y
esas cosas fueron esc�ndalo aqu�, hace muchos siglos. Entre nosostros usted ha sido
programado para olvidarse de esa familia terrestre que tuvo alg�n d�a, todo el
mundo ha olvidado a los de antes... -se qued� pensativo- ...Si no fuera as�,
imag�nese los problemas que tendr�amos, todo el mundo pensar�a solamente en sus
madres y en sus hijos, ser�a como una epidemia de infelicidad, y eso aqu� no lo
podemos permitir, nos dar�a problemas y ya tenemos bastantes sin eso. S�, era
triste, muy triste -reflexion�-. Nadie, absolutamente nadie, coincidi� en la tierra
con su media naranja, ni por azar, es incre�ble, �no es cierto?... -me mir�
inquisidor, como si esperara que yo accediese y le diese la raz�n y prosigui� como
si hubiera interpretado mi mirada atenta por ese asentimiento que acaso esperaba-.
Todas las medias naranjas estuvieron regadas en el espacio y en el tiempo, al azar,
alejadas las unas de las otras. Apenas si hubo comunicaciones espirituales
extra�as... Debi� ser horrible para ustedes, pobres humanos, pero aqu� cada uno ha
sido acompa�ado por su media naranja real, as� es que me extra�a que usted no se
sienta bien con la mujer que se le ha programado. Es la suya, no lo dude, s�lo d�le
una oportunidad y lo ver�.
Sent� ganas de vomitar.
-Tiene usted un problema, es cierto. Veo que no parece gustarle mucho la idea.
�Ser� que tiene usted, digamos, ideas distintas? �Le gustan, por casualidad...
ejem... los hombres?
Me recorri� con una mirada que si yo no supiese que los �ngeles son hermafroditas
la habr�a tomado por una abierta invitaci�n a placeres indebidos.
-Nada de eso -le dije r�pidamente.
-Entiendo. Tambi�n es posible que a usted le guste la poligamia, para lo cual
podr�amos pensar en acondicionarle un harem y le enviamos a un serrallo debidamente
reconocido. Ver� usted: aqu� tenemos mujeres en profusi�n, tantas que sobran.
Tenemos muchas que no hemos podido asignar y que est�n en Solitaria, un pa�s no
lejano pero no tan infeliz como podr�a pensarse, all� cerca de Miserere.
-�C�mo es eso? -mi curiosidad se despert�.
-Ver� usted. Hubo m�s mujeres en la tierra, por lo menos hasta la �poca en la que
se pudo determinar previamente el sexo, porque hab�a algunos con vocaci�n de
pol�gamos y quer�an hacerse a un harem y vivir con muchas mujeres a la vez. Fueron,
como usted imaginar�, muy desgraciados en el mundo, pero aqu� ser�n recompensados
con creces. Ellos piensan que la felicidad consiste en tener una infinidad de
mujeres hermosas, y aqu� las tendr�n, y no comprendo por qu� raz�n, pero se les ve
muy felices.
Parkinson tampoco comprend�a, pero escuchaba alelado.
-Otros tienen vocaci�n irrevocable de soledad -prosigui� el �ngel tras una pausa-
pero son m�s o menos el mismo n�mero en ambos sexos. Unas cuantas mujeres,
oponi�ndose a su tendencia natural, son inclinadas a la poliandria, esto es, a
tener varios hombres para s�... �Ser� ese su caso?
-No, no es eso tampoco.
En alg�n momento Escarlatina hab�a entrado en el recinto, y el �ngel apenas ahora
se dio cuenta de su presencia. Se sobresalt�, temeroso de haber dicho algo
imprudente delante de la jovencita.
-�Su hija?
-No -me adelant� a contestarle al impertinente- soy su novia.
Parkinson le asest� una mirada matadora...
-Respeta al �ngel -le dijo.
Pero el �ngel ni se dio por enterado.
-Ya veo cual es su problema, amigo...
-Parkinson... Jonathan Parkinson...
- Usted debe ser un lol�tico. Bueno, para eso tambi�n tenemos remedio. Cada loco
con su tema.
Y se rasc� la base de las alas como diciendo, qui�n comprende a estos habitantes
inferiores que llaman humanos, qu� clase de bestias m�s miserables hizo el Creador
inmediatamente despu�s de nosotros y de los delfines en el orden de lo seres
susodichos racionales.
-Perd�neme usted, se�or alado, pero creo que no me he hecho entender.
Me volvi� a mirar con reprobaci�n.
-Entonces, ya s� -continu� imperturbable el �ngel-. Usted tiene vocaci�n de
soledad, es y fue siempre un hombre solitario. No se preocupe entonces, le
asignaremos una casa en Cien a�os de soledad o en Misantrop�a, otros barrios muy
exclusivos y llenos de gentes felices, porque ha dicho San Agust�n, una autoridad,
que un alma contemplativa se hace una soledad para ella misma.
-Mire usted, se�or �ngel repartidor o lo que quiera que sea. No estoy seguro de
preferir la soledad a la vida con una buena mujer. Pienso que es posible que exista
mi media naranja, por lo menos siempre so�� con ella cuando viv�a en la tierra.
Podr�a vivir con ella y con esta ni�a.
Yo quer�a protestar. �Qu� tal si yo no quer�a vivir con otra mujer sino s�lo con
�l? Parkinson me mir� con el desd�n de la emperatriz Sisi cuando estaba enfadada.
Pero �l segu�a con el �ngel:
-Lo que s� puedo decirle es que preferir�a vivir con usted que con esa mujer que
pusieron en mi casa.
-�Vaya, vaya, vaya! Parece que el hombre en serio est� en problemas. Luce usted
desesperado, querido amigo. No desespere usted, que es pecado de demonios. No
suelen darse esos errores por aqu�. Creo, de hecho, que son imposibles, como ya le
dije. Pero si hay una equivocaci�n, siempre podremos repararla. Le voy a decir
algo. Qu�dese a vivir en Causalidad unos meses. Aqu� disfrutar� usted del tipo de
vida celestial que des�e. Lo mismo da si usted tiene un cuerpo que si no lo tiene
porque ya sabe que los habitantes cargan con la costumbre de sus antiguos cuerpos y
aunque usted no crea que los cuerpos existen le garantizo que todo el mundo tiene
no solamente un alma sino un cuerpo, no vaya a pensar que todos son solamente
esp�ritu. No crea usted en las apariencias. Le daremos el alojamiento y la
alimentaci�n para usted y su peque�a acompa�ante. Tenemos los mejores casinos y
discotecas, o puede usted jugar al ajedrez, o puede dedicarse a hacer ejercicio, a
nadar en las piscinas, a conocer j�venes no adjudicadas y j�venes no adjudicados,
ambiguos, �me entiende usted? Qui�n quita que encuentre su verdadera vocaci�n -me
dijo con ojos saltones aunque supongo que sin deseos de ofender.
-Est� bien -le dije-. Me quedar� un tiempo, si me dan una adecuada habitaci�n y si
puedo hacer lo que desee.
-Un momento, se�or. No se vaya a confundir, porque eso s�, tanto en el cielo como
en el infierno, siempre podr� usted hacer lo que des�e. Aqu� no hay trabas.
�Estamos? En todo el M�s All�, bueno, ejem, el M�s Ac�, perd�neme usted si no soy
del todo claro, reina la libertad m�s absoluta. Usted se ha ganado el cielo
leg�timamente y puede andar por �l con toda libertad. Lo �nico que usted no podr�
hacer, porque fue una persona buena en la tierra, es irse para el Infierno. Eso
est� absolutamente prohibido, �igalo bien, no se le vaya a ocurrir. Adem�s -lo dijo
con mucha decisi�n y como por descorazonarme ante cualquier probable fuga- no vale
la pena ir a darse un paseo por el Infierno. No le gustar�a.
Me sonroj�. Ya lo sab�a. Sac� unos papeles de un caj�n de su escritorio y llam� a
un ayudante.
-Lleve a este se�or a la habitaci�n 353. Es un recomendado m�o. Tr�tenlo como a un
pr�ncipe y que se cumplan todos sus deseos.
-C�mo no, se�or -respondi� el �ngel sirviente.
-Ah, se me olvidaba -me dijo su superior antes de yo salir-. Puede echarse un
paseo de cuando en cuando por C�lico Miserere, que no est� lejos de aqu�, apenas a
unos diez minutos en veh�culo et�reo. Es una de nuestras principales atracciones
tur�sticas. Creo que le gustar�. Es un lugar para los rom�nticos nost�lgicos que
tienen buenos recuerdos de la tierra. Como yo no he estado nunca en la tierra, no
comprendo mucho de aquello. Pero usted, probablemente, s�. All�, de alg�n modo, se
le calmar�n sus nostalgias. Vaya y ver�. Adem�s -lo dijo mirando a Escarlatina- hay
unos imagin�metros del otro mundo, con visiones espectaculares sobre las praderas
del cielo y sobre regiones de la tierra. Se los recomiendo para que estudien un
poco de historia. Les har� bien. Cr�anme.
Se rasc� la cabeza como pregunt�ndose qu� clase de locos hab�a tenido que atender
hoy.

Debo constatar ahora otra particularidad despu�s de aquellos horribles hechos: la


ausencia de ira, la absoluta exclusi�n del odio, casi enfermiza, cuando me di
cuenta que no sent�a deseos de matar a nadie despu�s de lo que hab�a sucedido. La
verdad es que no me importaba que pasara, y si bien no sent�a amor por el
personaje, tampoco hab�a en m� deseo alguno de venganza. Al parecer comenzaba a
adaptarme al cielo. Pero en eso lleg� el tren cargado de r�probos que ven�an a
prestar trabajos forzados, todos ellos con caras de no muy buenas pulgas, con sus
trajes rayados en blancos y negros horizontales de prisioneros. No es que las
labores que realizan se necesiten. Se trata s�lo de imponerles un castigo doloroso,
el del asno en la noria. Pero el mejor de los placeres ocurre una vez al mes cuando
de pronto nos env�an desde el infierno a nuestro peor enemigo, para que lo
atormentemos un buen rato. �Qu� delicia! Y lo mejor es que no podemos matarlo, as�
nos muramos de las ganas de hacerlo, porque aunque nuestros instintos asesinos
siguen tan vivos como antes nos vemos obligados a dome�arlos cada tanto para no
caer en el vicio que tanto nos agradaba en la tierra de imaginar a nuestros
enemigos o a todos los que consideramos idiotas aniquilados por la fuerza de
nuestros pensamientos, perforados por los cuchillos de nuestras miradas homicidas,
oh qu� formidable, indiscutible placer que nos mantuvo tantas veces con vida, que
nos dio fuerzas para continuar nuestra misi�n en la tierra, que nadie se atrev�a a
confesar y que era paladeado en secreto hasta por los m�s santos de los santos.
Hubo momentos agradables; la inmortalidad sac� a relucir con cierta alegr�a los
recuerdos de algunas de nuestras viejas propensiones mal�volas. No pod�amos negar
ahora, cuando ya no importaba ni disminu�a en nada el amor propio, nuestra natural
propensi�n a la venganza de las antiguas �pocas de la tierra. �Por qu� negar ahora
que nos daba un consuelo y un placer perversos el ver que los dem�s tambi�n
envejec�an y mor�an? �C�mo obviar que la �nica idea que nos reconfortaba cuando nos
empezaban a salir arrugas, cuando ya nadie se fijaba en nosotros, era que todos,
absolutamente todos nuestros contempor�neos no pod�an decir que para ellos las
cosas hab�an sido mejores? Era la ira levantada por la impotencia la que nos
igualaba en los odios y las envidias. �Qu� ser�a lo que los antiguos seres humanos
llam�bamos felicidad? Comer bien, beber bien, dormir bien, hacer el amor bien y con
quien quesi�ramos, tener hijos, tener dinero, viajar, ir a un buen club, tal vez
escuchar alguna m�sica, ver buenas pel�culas, ver desaparecer a nuestros enemigos,
ejercer de cuando en cuando una sana venganza, tener alg�n odio vivificante para
ejercitar el deseo de vivir... Aqu� en el cielo si quer�amos pod�amos creer que
com�amos, beb�amos, o nos embriag�bamos, y no envejec�amos. Pero, extra�amente, s�
enferm�bamos. La llegada de la enfermedad no elud�a ni a los ni�os ni a los
adultos... En el cielo daba de una manera curiosa la enfermedad, un escozor, una
rasqui�a, una piqui�a tan fabulosa y agradable, que el pobre enfermo se revolcaba
en una dicha sin fin durante d�as enteros, implorando que lo salvasen de tanta
felicidad y supimos por una casualidad -a menos que fuera pura propaganda- que en
el infierno tambi�n hab�a llegado la enfermedad y que se anunciaba por se�ales
manifiestamente contrarias a las nuestras, un dolor penetrante y extra�o, una que
Chagas bautiz� nostalgia por las medias naranjas perdidas, un penetrante
recodatorio de una de las mayores tragedias de la tierra, que cuando �ramos
mortales nunca supimos ver, quiero decir, lo que era observar c�mo personas que se
hubieran amado pasaban por la vida sin siquiera haberse visto una vez. A menudo
pasaba con los abuelos y los nietos, y llor�bamos amargamente porque no se hubiesen
podido conocer. Cu�ntas veces m�s con quienes hubieran sido nuestros amigos o
nuestros amantes, y siempre sin saberlo.

La queja se elev� y finalmente lleg� a las m�s altas instancias. Parkinson y


Escarlatina fueron llamados tras meses de larga espera. El silencio de la
administraci�n indicaba como de costumbre que algo no funcionaba. Se dedicaron
entretanto a conocer Causalidad y a paladear las mieles del cielo. Nadie parec�a
interesado en desalojarlos del hotel. Los alimentaron como si los fueran a ahorcar
y a com�rselos una semana m�s tarde. La servidumbre ang�lica se mostraba obsequiosa
en extremo. Mala se�al, pens� Parkinson. Algo debe andar bastante mal.
Los funcionarios no quer�an concederle una nueva cita, era evidente. Cuando se
topaban con �l en el vest�bulo lo evad�an h�bilmente, hablaban entre ellos en
cuchicheos inaudibles y le deseaban los buenos d�as a la hora del desayuno con cara
de extrema satisfacci�n y pronto deseo de irse a resolver sus propios asuntos.
Pero de tanto insistir, tuvieron que recibirlo de nuevo. Tras vacilar un poco y
rasc�ndose la base de las alas con incomodidad, el �ngel habl� carraspeando:
-Est�n ustedes en el mejor de los mundos posibles. No cabe duda, todo lo hemos
revisado, las cuentas est�n bien hechas. Es posible que usted tenga raz�n, se�or
Parkinson. Quiz�s haya sido mal asignado. Pero el error definitivamente, si es que
lo hay, �eh?, porque no he dicho que se haya cometido, que eso quede bien claro, no
es nuestro. Tendr�n que conformarse con lo que les toc� en suerte. Es el destino.
Lo dijo como si con eso pusiera fin a cualquier intento de discusi�n.
El conmovedor �ngel les explic� que hab�an puesto a los �ngeles matem�ticos a
revisar bien las cuentas, pero nada, hab�a siempre un par de personas, Parkinson y
Escarlatina, que quedaban irremediablemente solos y aislados en el cielo y como no
hab�a m�s gente disponible porque hab�an buscado de arriba a abajo por todos los
rincones del cielo y nada hab�an encontrado quer�a decir que ellos eran apenas un
par de inadaptados quejosos y que tendr�an que adaptarse les gustara o no. Les
guste o no les guste, le falt� decir. Tal vez el tacto se lo impidi�.
-La se�ora Gangrena, le pedimos disculpas, ya fue reubicada en el infierno. En
todo caso, las personas que deben compartir la vida eterna con ustedes deber�an
existir, ya que ustedes inisisten en que no son pareja, pero no est�n en ninguna
parte, ya averiguamos en el infierno, en el purgatorio, en el limbo... Nada. Es
como si se las hubiera tragado la tierra.
-Yo s� quiero quedarme a vivir con �l -me atrev� a decir.
-Te quedar�s conmigo, pero eres muy peque�a para ser mi esposa. �Y saben al menos
sus nombres? -pregunt� Parkinson, esperanzado, cambiando de interlocutor.
-No tenemos la menor idea. Usted entender�. Son n�meros que corresponden a
antiguas gentes de la tierra. En los anales del Juicio aparecen como remisos, son
los �nicos que no est�n en ning�n listado, fueron juzgados en ausencia...
-Escuche, se�or �ngel...
-Amigo, disfrute las delicias del cielo. Es lo mejor que puede hacer. Las
autoridades de Causalidad lo invitan a pasar una larga temporada por cuenta
nuestra, claro est�, disfrutando desde lugar privilegiado los placeres del cielo.
Ya ver� lo bien que se la va a pasar. Y si quiere vuelva en un par de a�os. Quiz�s
ya hayamos resuelto su problema.
-�Quiere usted decir que no hay nada que hacer por ahora? Exijo una revisi�n del
caso...
-Nada de eso. H�ganme el favor y me desocupan que hay una larga fila esperando y
por problemas mucho m�s graves. �Seraf�n! -tron�-. Por favor acomp��eme a estas
personas a la puerta. Buenas tardes.
Seraf�n apareci�, con rostro de pocos amigos y como furioso escolta dispuesto a
convertir en astillas a quien se le opusiera.
-�Sabe amigo? -termin� el �ngel- Debo admitirlo. Tiene usted agallas. Es una
l�stima.
Y con eso dio por finalizada la entrevista.

Causalidad era en verdad un lugar especial. Todo comenz� cuando, un d�a,


Escarlatina trat� de abrir el grifo del agua caliente. De inmediato se desgaj� un
aguacero memorable. S�lo cuando cerr� la llave, mucho tiempo m�s tarde, empez� a
adivinar en una breve interrupci�n de la tormenta que alguna relaci�n podr�a haber
entre una cosa y la otra. Pero no se alter� ni le dio mucha importancia al
incidente sino cuando, tres d�as m�s tarde, se acerc� de nuevo al grifo y un trueno
lejano le anunci� a su intuici�n que su acci�n iba a ser seguida por una tormenta.
Fue una reivindicaci�n de los d�as de lluvia, cuando el genio se le echaba a
perder. Y dicho y hecho no fue sino que tocara la pluma para que las paredes
empezaran a rezumar humedad. Quiso alejarse, temerosa, del grifo, pero una fuerza
superior a la suya la retuvo. La curiosidad femenina, exacerbada hasta el infinito
en los cielos, impuso sus leyes inviolables. Unos minutos m�s tarde el chaparr�n
ca�a, un poco m�s tranquilo, como si el relajamiento de sus �mpetus apresados bajo
las tuber�as hubiese aliviado sus efusiones. Intent� ella que la tormenta cesase
cerrando la llave de nuevo; para su confusi�n, el aguacero continu� imperturbable y
s�lo se abrieron las ventanas y entraron en casa chorros de vientos huracanados.
Corri�, aterrada, a cerrar la ventana principal, y se encendieron las luces del
sal�n y un tigre, perseguido por un perro, hizo su veloz entrada por la puerta
principal, para perderse en su huida por entre las habitaciones interiores de la
casa. Desesperada, se refugi� en el vest�bulo y cerr� con fuerza la puerta tras de
s�. De inmediato supo, por el sonido apaciguado, que la lluvia hab�a cesado. Atenta
a la presencia del perro y del tigre, volvi� a salir del vest�bulo y se dirigi� de
nuevo hacia el grifo; le dio vuelta y de inmediato al aguacero recomenz�; corri�
hacia el vest�bulo y cerr� la puerta, y el aguacero se detuvo. Se sinti� Newton,
como si hubiera descubierto la primera de las leyes de la mec�nica celeste, era
como si a un decorador celestial se le hubiera impuesto la tarea de adornar los
cielos con materiales tomados de los sue�os colectivos y se le fue creando la
imagen de que al contrario del mundo anterior, en este mundo no importan tanto las
apariencias como las realidades y basta la perseverancia para encontrarlas a la
vuelta de las esquinas.

�Se trataba de milagros o de leyes del cielo? D�cese que hay un milagro cuando a
Dios le da por hacer lo imposible, lo que por cierto deber�a ser uno de los estados
normales y cotidianos de un ser Todopoderoso que no conoce sino como an�cdota la
barrera que separa lo posible de lo imposible. �Por qu� son entonces tan raros los
milagros? Quiz� para no causar esc�ndalo. Un milagro s�lo se da cuando Dios quiere
lucirse.
-Me das miedo con tus definiciones, doctor Alzheimer -dijo Escarlatina.

Ya el doctor Alzheimer puede comenzar a elaborar un listado de las leyes que rigen
el universo celeste. Como un aplicado disc�pulo de Kant se convierte en el primer
fil�sofo del M�s All�. Se dice que no puede continuar con la idea de una serie de
relaciones de causalidad basadas �nicamente en el caos, lo que se reduce a
relaciones de caosalidad. As� no parece funcionar el cielo. A cambio tiene que
haber un orden secreto, oculto, se dice, y eso es lo que tiene que encontrar. Tras
largas vueltas se le ocurre que puede estar basado en dos ideas rectoras: el deseo
y el poder. Al fin y al cabo el cielo es el lugar en el cual se realizan siempre
los deseos incumplidos. Lo malo es que se realicen ad infinitum, en eterna
repetici�n de pesadilla.
Cuando Parkinson lo interrog� al respecto, su respuesta fue tanto m�s humilde
cuanto cauta:
-Yo apenas soy un presocr�tico de este nuevo universo en el que usted y yo
tendremos que vivir para siempre. Ya vendr�n con el tiempo los verdaderos
fil�sofos. Y si los dioses me conceden eternidad, quiz�s mi nombre figure un d�a en
esa dichosa lista.

Uno de los requisitos, el principal, para que el efecto se produzca, es que la


persona tiene que desear que el hecho ocurra mientras ejecuta la acci�n: es como un
reflejo de la magia, pero a nivel celestial. Por eso no siempre las cosas se dan
como se quiere. Piensa el doctor Alzheimer que, como ya todo termin�, y ya fueron
juzgados los actos, que se basaban precisamente en el principio de causalidad as�
como en el libre albedr�o, ese sistema ya no es necesario y ha sido abolido y
sustituido por un sistema distinto y que entonces tiene sentido volver a descubrir
las principales leyes de la mec�nica celeste. As�, tiene que haber un Galileo, un
Newton, un Einstein, que son los mismos h�roes y que descubren las cosas de este
nuevo mundo, acaso a su pesar. Ensayo y error, como siempre, para desechar las
leyes aparentes que rigen cualquier universo, pero que una investigaci�n m�s a
fondo descubre invariablemente como equivocadas, parte apenas de un saber
provisional sin cesar puesto en entredicho.

Parkinson quiso darse una vuelta por C�lico Miserere pero a pesar de quedar tan
cerca, no encontr� un medio de transporte adecuado. En el cielo los habitantes
simplemente no viajaban, no ten�an a d�nde viajar ni motivo para hacerlo, ni el
h�bito. Cuando tienes todo al alcance de la mano, ya lo hab�a observado Darwin en
el antiguo planeta llamado Tierra, tiendes a perder las piernas. Algo cercano a la
desesperaci�n era lo que resent�a Parkinson cuando parti� de Causalidad en viaje
hacia C�lico Miserere en compa��a de la peque�a Escarlatina. Quiz�s en aqu�l sitio
cercano al mar encontrara una respuesta en esas visiones de la tierra que le
prometieron los nost�lgicos. Caminaron largo trecho, cuando le pareci� que unos
�ngeles que ven�an en bicicleta con rumbo contrario se burlaban de ellos. Errantes,
Parkinson y Escarlatina se aferraban el uno al otro bajo el chaparr�n infernal que
ca�a en las anchas praderas del cielo. La noche comenzaba a caer. Tiritantes, �l le
pas� su chaqueta por encima de los hombros a ella. Buscaron un refugio en una
caba�a olvidada. En el interior hab�a un hombre santo al que se le hab�a desbordado
la copa de los ruegos y de las oraciones. Se march� para siempre del cielo, o al
menos �l cre�a que se hab�a marchado, al ponerse furioso porque, seg�n les dijo, se
le estaba haciendo imposible la vida en la ciudad de Almorrana. �Para eso vivi�
toda su vida en un monasterio, para que vinieran ahora a obligarlo a su pesar a
hacer vida p�blica como heraldo divino, para ponerlo a hacer lobbie delante de los
�ngeles? Que se fueran todos al diablo junto con quienes ven�an a importunarlo a
estas horas y a echar a perder su tranquilidad.

Aqu� somos apenas uno de los renglones m�s bajos de los seres. Los que hemos sido
mortales estamos reducidos a la obediencia pasiva a las nueve categor�as de
�ngeles, esa estirpe de suplantadores de Dios que se estiman a s� mismos la �ltima
de las maravillas del universo conocido, escarban en nuestros corazones
continuamente en busca de rincones inexplorados de las imaginaciones como si no
pudieran soportar la riqueza de nuestras invenciones y si bien es cierto que la
mayor�a de ellos son discretos y escuchan razones, los hay tambi�n presuntuosos,
pedantes y engre�dos, e incluso tir�nicos, como Uriel, un imb�cil que no aguanta
humanos, que los detesta, que conspira en silencio para arrojarnos de nuevo del
Para�so y que se presenta como un hip�crita ante el Ser Superior. Los hay
igualmente que tiran la piedra y esconden la mano y cuando viene un arc�ngel se
hacen los desentendidos; sobretodo, aqu� se observa que el gusto y las costumbres
se corrompen por doquiera, pues hay una categor�a especial de �ngeles cuyo porte y
presencia son absolutamente rid�culos y ninguno de ellos parece darse cuenta de
ello; antes bien, se pasean muy ufanos y se pavonean de continuo por las sombreadas
avenidas celestes, a veces llevando de la mano a sus peque�as e inmundas larvas de
�ngeles. Acaso de tanto observar a los modistos de la tierra fueron adquiriendo
esas costumbres de indolencia vanidosa. Se les ve por las calles, envueltos en la
amarillez de sus rostros, apresurando adrede el paso, contone�ndose como cualquier
modelo de revista. Y si de los �ngeles tengo m�ltiples quejas, qu� no dir� de los
humanos, de tantos desagradables que andan por ah� sueltos. �Dir� que no me soporto
a buena parte de aquellos con los que tengo que compartir el cielo? Por eso he
tomado la resoluci�n de aislarme. Pero tambi�n, debo decirlo, hay �ngeles
simp�ticos y una cohorte especial, a la que he llamado los �ngeles humoristas, que
me hacen recordar que el ser ideal es un �ngel devastado por el humor, y hay un sol
artificial que nunca es posible ver pero que sale con regularidad asombrosa y que
llega a semejar las estaciones en alguna regiones cuando brota un poco m�s tarde en
invierno y un poco m�s temprano en verano y que se oculta igualmente pronto, pero
la ausencia y prohibici�n de tener relojes no nos permite hacer buenos c�lculos
acerca del tiempo y tampoco es que importe mucho, nos deja un poco en penumbra pero
nos trae una perpetua luz, p�lida, casi polar, como la de un tubo de ne�n que
estorba el sue�o de los que gustamos de la siesta cotidiana despu�s de la hora del
almuerzo. Constato que ese era uno de los deseos de mi infancia. Cuando ten�a
cuatro a�os pensaba que ser�a mejor que no existiera el cansancio ni que existiera
la noche, que todo el tiempo fuese de d�a, un solo sol eterno, pero lo mejor es que
aqu� no hay una mota de polvo, las cosas por lo tanto no se llenan de mortalidad y
en fin todo es m�s o menos lo mismo que en la tierra, salvo que el macabro
espect�culo de la muerte est� excluido de modo que no nos obliga a los falsos
consuelos, a las irrisorias pretensiones de alivio en el olvido, a la asistencia
cotidiana a entierros que preferir�amos evitar, a toda esa parafernalia que
acompa�aba en la tierra la tristeza del vivir y del morir. Pero el cielo es tan
agradable que no hay palabras para describirlo. �De qu� manera explicar un deleite,
que se justifica por s� mismo? La felicidad es interna y externa. No m�s
depresiones, no m�s dolores, no m�s enfermedades, no m�s impuestos, no m�s jefes de
estado, no m�s bur�cratas terrestres. No m�s, sobretodo, angustias, no m�s dolores,
eso es lo mejor. Tendr�a raz�n el fil�sofo cuando sosten�a que la felicidad suma
consistir�a en la mera ausencia de dolor, tendr�a raz�n el estoico que se armaba un
cielo imaginario para suprimir en su fuero interno los dolores, soportando las
penas con una resignaci�n lindante en el olvido de s� mismo. As�, pues, el cielo.

Hay algunas ventajas, por cierto, y por qu� vamos a negarlas. El dinero se sigue
manejando por puro gusto de los habitantes, ansiosos por el temor de abandonar sus
antiguas costumbres y quedar vagando en un universo de indeterminaci�n en el que
campee el tedio e incluso el despilfarro. Y si bien estamos exentos de impuestos,
hay malas lenguas que vienen pregonando en corrillos secretos rumores de posibles
taxaciones futuras, que ya se vienen pensando como medida extraordinaria para
solucionar ciertos problemas de reubicaci�n de quienes no encuentran su verdadero
puesto en el cielo, como la horrible Gangrena. Y nos habr�n vejado. Claro est� que
no dejan de ser habladur�as y, conociendo como creo conocer la naturaleza de los
habitantes y sus temperamentos tan proclives al comadreo, no me hago muchas
ilusiones, pero claro, no todo pod�a ser perfecto y ya se dejan escuchar las voces
de los que se consideran agredidos porque c�mo vamos a pagar, ahora s�, justos por
pecadores, como si fu�ramos la misma cosa, que no es justo, no, que no se nos mida
con el mismo rasero a todos, a los que nos hemos merecido el cielo a trav�s de
arduas penitencias y de negaciones de todos los placeres humanos que aunque fuesen
nimiedades frente a las delicias del cielo no dejaban de ser acrecentados por el
hecho de ser desconocidos para nosotros los venideros de la otra vida y como no
sab�amos c�mo era esa otra vida se nos exig�a un doble esfuerzo para no sumergirnos
d�a a d�a en la molicie y en el disfrute de las playas y de las discotecas y de los
chocolates almendrados o trufados y de las mujeres, oh placer infernal, o de los
hombres, seg�n el caso, y la vanidad de sentirse hermosos y todas esas cosillas que
hac�an de aquel planeta un lugar medianamente bueno sobretodo a algunas horas de la
tarde, ciertos d�as, incluso a veces delicioso para unos pocos afortunados y debe
saberse que renunciaron a todo eso a cambio de una recompensa incierta que ahora
les quieren arrebatar as� no m�s, s� se�or, cosa inaceptable del todo.
De modo que empezaron a aparecer los carteles de protesta en los ventanales de las
suntuosas mansiones y se vieron, t�midas al principio, atrevidas una vez asimilado
el susto, las primeras manifestaciones de rechazo sobre la avenida principal de
Miserere, el status quo comenz� a resquebrajarse sin que los �ngeles se atrevieran,
ignoro la raz�n, a poner fin a las protestas multitudinarias con gases que nosotros
calificar�amos como urinarios o urin�genos, acaso porque como propuso Jorobado
Chagas, de alguna manera se sent�an solidarios con los manifestantes, solidaridad
debida a sucesos similares acaecidos entre ellos como recordaban sus cr�nicas
durante antiguas generaciones espirituales que vieron profundas reformas sociales y
que, al decir de Chagas, el de la facha pordiosera y la lengua estropajosa, estaban
tan acendradas en sus mitos, que las malas lenguas atribu�an a dichas
reivindicaciones salariales la mism�sima rebeli�n de Sat�n, perdida en el comienzo
de los tiempos y de la cual ya nadie se acordaba c�mo hab�a sido por haberse
ubicado en el nacimiento mismo de la eternidad pero la cual dec�an hab�a sido cosa
de sindicatos y de descontentos irrazonables que hab�an llevado la subversi�n y el
mal a los terrenos hasta entonces impolutos del cielo.

Para completar, Parkinson tuvo en esos d�as un encuentro inesperado.


-�Sorpresa!
-�Oh, no! �Qu� hace usted aqu�?
-Tuve tiempo de confesarme antes de morir.
-Oh, no es justo.
-S� es justo. Eran las reglas. Y todo el mundo las conoc�a... No me va a decir
usted ahora que lo enga�aron, �no?
-Es verdad, pero...
-Lo que Parkinson quiere decir es que siempre fue usted un hombre malo y que por
eso no merece estar aqu� -intervino el doctor Alzheimer.
-Hay diferentes opiniones, y la de ustedes es la que menos me interesa. �Qu� saben
ustedes de la maldad o de la bondad? �Acaso se la inventaron?
En eso intervino el �ngel guardi�n de la esquina, que acert� a o�r la
conversaci�n.
-C�llese, ... No le hagan caso. Es verdad que el tipo est� en el cielo, pero bajo
libertad condicional...
-As� que aparenta -coment� sard�nicamente el te�logo sueco. -�Qu� bien! Y nos
quer�a convencer. �Sabe usted, Parkinson? M�s que el infierno para los que mueran
por mala suerte sin confesi�n, yo preferir�a otro azar m�s interesante, por ejemplo
el infierno para los que mueran sin alguien que les estreche la mano hasta el
�ltimo instante.

Son pocos y parecen haber escapado al control de las altas esferas. Se trata de
los �ngeles lun�ticos. Andan por las calles, rara vez en grupos, casi siempre
solitarios. Llevan en la mirada una melancol�a casi humana. Nos hacen sentir pena
por ellos. Pero de repente se tornan fren�ticos, desaforados, lustrosos. Necesitan
algo, no sabemos qu� es. Nos acosan, se meten en nuestras casas y tratan de
perturbar nuestros sue�os de modo que tenemos que llamar, asustados, a los �ngeles
guardianes en ayuda. Los sacan de mal modo, a empellones invisibles, como si
tuvieran cuerpos, cubiertos de verg�enza y los llevan a los tribunales donde son
juzgados y enviados al castillo de los r�probos.

La noche segu�a cayendo con ese sol noruego de color gris�ceo que no llega jam�s a
la impenetrabilidad infernal de la oscuridad absoluta. Los viajeros apresuraron su
marcha. Y fue entonces cuando hicieron su entrada sin saberlo en Sanies y la
asamblea de santos, pero en el mismo umbral sali� a recibirnos, muy acucioso, un
tal Tom�s de Aquino, un hombre muy gordo y de malos modales y maneras y como no era
la fecha permitida para las excursiones tur�sticas, nos ote� con recelo y nos
pregunt� con resentimiento si ya nos hab�amos le�do su Summa Teol�gica. Parec�a
esperar nuestra respuesta, que deb�a ser la misma que todo el mundo le daba. Nadie
hab�a le�do tal cosa ni pensaba leerla jam�s. Y como yo no pude soportar esa
presencia que se paseaba por los corredores del cielo como Pedro por su casa,
porque ni siquiera Pedro se paseaba con tales �nfulas de pedanter�a por el cielo,
decid� partir de esa ciudad, que tampoco me agradaba. Quiz�s antes de media noche
lleg�semos a C�lico Miserere.

En mayo de ese a�o hubo una exposici�n temporal en el cielo, la primera desde que
se levant� la interdicci�n de los espect�culos: objetos de culto de dioses de otros
planetas y de otros cielos, junto con antig�edades que ech�bamos de menos,
rescatadas por los �ngeles de las iglesias terrestres, preciosas custodias llenas
de esas reliquias de santos que hacen que Sanies, la ciudad de los santos, parezca
un truculento museo de las mutilaciones. Y dicen que pidieron los santos que se les
devolvieran sus miembros amputados y que Dios se neg�, alegando que sin la
adoraci�n de esos brazos, pies, pedazos de piel o de huesos calcinados, pronto se
perder�a el respeto por las cosas sagradas. Y creo que no le falta raz�n.
Fue as� como asist� a la muestra. Y fue as� como de pronto, no m�s acabando de
entrar en el vasto sal�n iluminado de falsas nubes, me entraron unas ganas enormes
de robar, un ataque de cleptoman�a intensiva que se fue apoderando de mi cuerpo y
que me hizo llevar las manos a la boca, arrancarme las u�as, arrancarme la piel de
los nudillos, de puro deseo aguijoneado por la visi�n de tantos recuerdos de
santidad. Hice entonces un esfuerzo para que desaparecieran las ganas de apropiarme
de alguno de los elementos de la colecci�n que reposaba all�. Y me dije, Jorobado
Chagas, no debes volver a robar, sigue con tu vida tranquila de mendigo. Y record�
que me hab�an dicho, aunque no me consta, que a todo el que roba en el cielo se le
cae pronto una mano, as� que imagin� que pronto la m�a ir�a a adornar las salas del
museo. As�, seg�n me contaban, pronto desaparecen todos los robos y por eso hay tan
pocos ladrones, aunque yo creo que es porque no hay necesidad de robar. Pero
olvidan los que as� razonan que siempre habr� un coleccionista que no resiste a la
tentaci�n y un clept�mano que roba por el puro placer de robar as� como un fumador
fuma por el puro placer de fumar. Y yo soy un clept�mano.
Me apropi� de un par de tibias de santas y me las llev� a casa y ahora las
conservo en formol en el aparador y las muestro a todo el que quiera verlas.

M�s inquieto que un adolescente, se acerc� a la ma�ana siguiente a los l�mites del
cielo y contempl� con nostalgia esas nubes que se despliegan hacia abajo con un
abanico de vagas posibilidades prometidas. No lo sab�a a�n, pero estaba en
Miserere. C�lico Miserere, como lo sabe hasta el m�s ignorante de los habitantes,
es el lugar desde el cual se puede contemplar a trav�s de los imagin�metros de los
balcones todo el mundo que dejamos atr�s. Por eso los llaman �balcones de C�lico
Miserere�.
El gu�a tur�stico de C�lico Miserere lo condujo a una roca. All� estaba sentado,
impeturbable, un anciano ciego, mascullando frases misteriosas.
-�Qui�n es? -pregunt� Parkinson. -Parece S�crates, o por lo menos Arist�teles...
Si tuviera los ojos m�s rasgados dir�a que puede ser Confucio...
-No. Esos que mencion�is est�n en el infierno. Este es uno mucho m�s sabio que
aquellos. Nunca predic� nada y muri� desconocido. Un verdadero sabio.
-Ah. Ya veo. Un sabio. Pens� por un momento que era el famoso sabio de la
Antig�edad que invent� a Dios...
-Por supuesto. �D�nde, si no, dejamos a aquellos que en la vida en la tierra se
retiraron dentro de s� mismos y despreciaron los bienes terrenales? Deber�as saber,
agreg� el �ngel con did�ctico tono doctoral, que existe y existi� una multitud de
hombres m�s importantes que aquellos a los que dieron prebendas y fama en la
tierra. El menor disc�pulo de la escuela estoica vale m�s que el m�s reputado de
los fil�sofos; cualquier aplicado alumno de Zen�n, o de Ep�cteto, o de S�neca,
hasta los epic�reos o los diogenianos valen m�s que muchas de estas gentes. Es por
lo que nos vimos obligados, luego del tr�nsito del Mes�as, a abrir los salones de
los virtuosos que vivieron antes y el de los virtuosos que vivieron despu�s y que
nunca fueron cristianos. Y su prestigio es enorme. Ah� est�n los hombres buenos y
probos de todas las religiones, bien pocos por cierto a la hora de hacer un
balance, pero hubo muchos de ellos en la China, otros tantos en Arabia, una buena
parte de gentes sin religi�n, otra buena cuota de ateos y de agn�sticos...
Algo se ilumin� en la mente de Parkinson:
-�Va por all� en ocasiones un te�logo sueco?
-�El que dice venir del siglo dieciocho?
-S�.
-Desde luego. Es uno de nuestros preferidos. Si quisiera podr�a vivir all�, pero
es un peripat�tico -de esos tambi�n tenemos una buena cantidad, y de los que gustan
vivir dentro de toneles y de los que vagan por las calles en traza de mendigos- y
no les gusta vivir en lugar fijo sino dando vueltas por ah�...
-�Sabe usted, se�or �ngel, si el te�logo al que me refiero ha dado alguna vuelta
por las comarcas infernales?
-Ah, no. Eso no. Ni por pienso. Si bien los habitantes de la antis�ptica sala
estoico est�tico esc�ptica antis�ptica tienen libertad de movimientos, no suelen
ser demasiado curiosos. Ver� usted que ellos profesan que cualquier lugar del
universo es lo mismo y que en todas partes se sienten igualmente a gusto -o a
disgusto, no lo s�-, pero ah� se les ve con apariencia de felices...
-�Y Jorobado Chagas, un mendigo de Manhattan, del siglo veintidos, ir� por all�?
-No. A las gentes del cielo se les ha prohibido esta visita. No es que le temamos
a una huida sino a un secuestro, y una vez que entren all� ser� dif�cil que puedan
volver a salir.
Parkinson record� las palabras del doctor Alzheimer sobre el libre albedr�o en el
cielo. La del �ngel bien pod�a ser una disculpa, pero como s�lo se vive una vez,
as� sea en la Eternidad, era imposible comprobar qui�n ten�a la raz�n sin
arriesgarse a verlo con los propios ojos. De buena gana �l hubiera hecho la
experiencia, aburrido como estaba en su situaci�n, pero le ocurr�a lo mismo que a
tantas personas en lo que fue una vez la tierra: no ten�a un buen motivo para
hacerlo. Por el momento lo reten�a el amor hacia la peque�a Escarlatina. Era un
triste amor aqu�l, como el que inspiran las personas d�biles, y Parkinson lo sab�a.
Escarlatina tambi�n lo sab�a pero su juventud la ayudaba a no naufragar delante de
esas certidumbres inaguantables. Parkinson se sent�a responsable de ella porque
ella lo necesitaba, se lo hab�a demostrado, se hab�a aficionado a �l y en el fondo
del alma, as� no encontrara jam�s a su pareja adecuada, no estaba dispuesto a dejar
abandonada a su suerte a aquella que parec�a iba a ser una ni�ita para siempre, que
combinaba las cualidades y defectos del beb� con los del adolescente.

5. BREVE EXAMEN DE ALGUNAS COSTUMBRES CELESTES... PERO ANTES...

Despu�s de la resurrecci�n de la carne, �se comer� y se beber�?


Erasmo de Rotterdam

Los vientres vac�os son tambores excelentes para el entrenamiento de los


miserables en la conquista del Para�so.
Leon Bloy

Amigos, comamos y bebamos alegremente mientras haya aceite en la l�mpara: �qui�n


sabe si en el otro mundo nos volveremos a ver? �Qui�n sabe si en� el otro mundo hay
una taberna?
Anatole France

El h�bito, el santo h�bito, reina en mi eternidad.


Unamuno

Bautismo, s. Rito sagrado de tal eficacia que aquel que entra en el cielo sin
haberlo recibido, ser� desdichado por toda la eternidad.
Ambrose Bierce

Un mundo de embrujo en el que se experimente el mismo l�nguido sosiego de algunos


d�as de la infancia.
Tolstoi
El discurso de los �ngeles celestiales tiene mucho de los tonos de las vocales u y
o; mientras que el discurso de los �ngeles espirituales tiene mucho de los tonos de
la e y la i.
Swedenborg

La reproducci�n es in�til all� donde existe la resurrecci�n.


A. Dumas

La religi�n acorta todo. La religi�n acorta incluso la eternidad.


Chesterton

Lo que me conmueve en la idea del Juicio Final es la resurrecci�n de todos los


cuerpos, su reencuentro.
El�as Canetti

Sin alguna especie de cuerpo, �c�mo el deleite?


Miguel de Unamuno

�Por qu�, despu�s de un alma, habernos ofrecido un cuerpo? Yo hubiera preferido no


ser sino un alma -o solamente un cuerpo, �pero no los dos a la vez!
Armand Salacrou

�Qui�n podr� miraros, qui�n / aunque al sol sus rayos pida, / si dais para eterno
bien, / no s�lo a las almas vida / pero a los cuerpos tambi�n?
Calder�n

La gente dice que la vida es el asunto, pero yo prefiero leer.


Logan Pearshall Smith

Hasta ahora no se ha probado que los �ngeles sean incorp�reos.


Hobbes

6. LISTADO PARCIAL DE CAUSALIDADES Y CASUALIDADES EN LA CIUDAD DE CAUSALIDAD

(Elaborado por el doctor Alzheimer)

1. Perdonar induce a la vigilia, al insomnio; en el infierno, al sue�o.

2. El haber entrado en el limbo da en adelante al que lo ha hecho cualidades de


anfibio.

3. Disparar un arma produce trastornos mentales y deja en el aire un penetrante


olor de toronjil.

4. Toda premonici�n es castigada con una r�faga de viento y hojarasca.

5. Imaginar un basilisco causa la desventura del pr�jimo m�s cercano.

6. Estornudar produce la visi�n borrosa de caracoles al ajillo

7. Un bebedizo de n�ctar en ayunas produce desamparo.

9. El que se mira al espejo, desnudo, descubre un rico bot�n al d�a siguiente.

10. Toda caricia a tu amigo produce urticaria a tu enemigo.

11. Ingerir ars�nico cura las gripas para siempre.

12. Avistar un pantano deja un profundo abismo de melancol�a en la persona amada.


13. Desde que nos aferramos a la ilusi�n de tener cuerpos, las palabras imp�as
producen callos en los dedos de los pies.

7. BREVE EXAMEN DE ALGUNAS COSTUMBRES CELESTES

�Pod�a haberse imaginado Parkinson que todas las ma�anas, con el rigor de la
pesadilla carcelaria, en el cielo hubiera un altavoz que llamara a desayunar?
Sobretodo, si tenemos en cuenta que no hay gaznates, ni papilas gustativas, ni
�cidos g�stricos con los cuales digerir. Al menos llamaban en su zona. Por supuesto
quiso marcharse de all�. Empez� a columbrar algo que le hel� la sangre que ya no
ten�a en las venas que tampoco ten�a. El cielo no estaba hecho para los solitarios,
el cielo no era sino para los gregarios. �Quien no se siente bien entre las
multitudes, que se cuide bien de ir a parar al cielo!

Si por algo se debieran diferenciar y reconocer el infierno del cielo es por la


condenaci�n a la soledad eterna; el cielo tiene que significar tambi�n compa��a y
no solamente bienestar o si no no valdr�a la pena, se dec�a Parkinson, hastiado de
tanta soledad mal acompa�ada, aunque imaginaba que bien pudiera ser de otra manera,
porque para todo hay gustos, desde luego, y otros podr�an desear ardientemente lo
que �l rechazaba y rechazar lo que �l deseaba, que de todo se ve en la vi�a de
Se�or, en esa gran vi�a sin fronteras que ahora llam�bamos cielo y que anta�o se
nos apareciera como el lugar m�s inapropiado para las soledades.
Entretanto, Parkinson hab�a empezado a advertir que cada quien se construye un
cielo a su medida. El suyo, al menos, estaba hecho de placeres intelectuales, de
cierto tipo de m�sicas, de algunos perfumes, de algunas ideas que van y vienen, de
idas y venidas sin objeto, de ciertos paseos, ya presurosos, ya calmos, por
alamedas y jardines, con la peque�a Escarlatina, si de alguna manera tuviera que
explicarlo... Le hac�an falta las cosas de siempre, su cama, sus libros, la comida
que preparaba su mam�, y si un �ngel le hubieran preguntado cu�l era la
caracter�stica esencial del cielo habr�a tenido que decirle que en el poco tiempo
que llevaba instalado all� hab�a observado por lo menos dos. Una primera, que le
parec�a irrefutable, era que el cielo como parte integrante del universo sigue las
leyes inmutables de �ste y que all� la l�gica segu�a siendo la l�gica, que all�
tambi�n exist�an las relaciones de causa y efecto, que all� tambi�n se pensaba y se
tomaban decisiones y se pod�a constatar la existencia de un poderoso orden
jer�rquico debidamente establecido. Blancos los trajes, blancas las almas. S�lo
comparable a las praderas polares cubiertas el a�o entero. Miserere era, contrario
a Almorrana City, una ciudad c�lida visitada todos los d�as por un sol encantador.
Aunque pens�ndolo bien, y como quiera que cada cual lo constru�a a su manera y
medida, pod�a ser exactamente lo contrario, as� un tigre se pod�a dar a la hu�da en
tu sala mientras la pluma del agua desataba torrenciales tormentas.

Hoy he amanecido po�tico, cuando ayer pat�tico. El lugar que se me apetece


delirante. De manera, me digo, que estoy en la Miserereville. Hay palacios,
jardines encantados, princesas de ensue�o, o por lo menos eso es lo que me han
dicho. No est� tan mal. Bostezo, encantado, en el lecho, y me dispongo a pasar otro
d�a en el que con seguridad no va a ocurrir absolutamente nada como no sea el
rutinario conteo de almas, el consabido llamado a filas. S�lo quiero narrar el
cielo, narrar un poco de cielo, y por eso estoy aqu� con vosotros, derramando estas
palabras como miel. Tengo sed de narrar esta eternidad, narrar siquiera un
limitad�simo fragmento de esta eternidad que se me ha metido entre las entra�as, �o
entre las cejas? y me carcome suavemente, roy�ndome la infinitud de mis latidos,
pero se me antoja tarea poco menos que imposible. Sin embargo, me lanzo a ella con
el coraz�n alegre y confiado. Es un orden distinto, lo he advertido esta ma�ana.
Llamo ma�ana a la hora del despertar, si es que acaso estoy despierto porque la
vida en el cielo es sue�o, como he podido llamarla tarde o noche, que lo mismo da.
Y bien que no lo he visto, el cielo puede ser un planeta del cual el nuestro es una
infame caricatura. Tiene los mismos pa�ses, pero en serio, ciudades que son la
quintaesencia de las nuestras, ej�rcitos maravillosos para las paradas militares,
aqu�, por ejemplo, todos dicen lo que piensan, aunque sienten pasiones humanas y
las van declarando a diestra y siniestra, pero Parkinson se encuentra de pronto
sumergido en un mundo tan inveros�mil como el de una novela de caballer�a, de una
imposibilidad metaf�sica y sin embargo est� patente, al alcance de sus dedos que se
mueven enloquecidos tratando de fijar los objetos que tienden a escapar como con
vida propia del alcance de sus manos, viscosos y deplorables, contaminados de
�espiritualidad� y piensa Parkinson otra vez que s�lo en el cielo se dan todas las
cosas puesto que todo lo que sea posible imaginar es porque existe en alguna parte
y esa parte, qui�n lo va a poner en duda, si no hay d�nde m�s, tiene que ser el
cielo, ese cielo que ha sido entrevisto en sue�os por los fil�sofos, de cuando en
cuando, desde el fondo de los siglos, como ese agitador alem�n, Lutero, que ahora
se sienta pacientemente en su viejo sill�n inc�modo, como todos los de su siglo as�
como los de los tres o cuatro siglos siguientes, cuando no se hab�an inventado los
muebles ergon�micos que bajaron considerablemente la agresividad de las gentes
durante un par de siglos e hicieron descender dram�ticamente el �ndice de guerras,
pero por culpa de su sill�n Lutero arde en deseos de castigar a la Dieta de Worms.
Su mano flota como en un vac�o; en su m�stico percance algo ha entrevisto del alma
humana: El coraz�n humano es como una embarcaci�n en un mar tormentoso a merced de
vientos que soplan de todos los rincones del cielo. Sin saberlo asesta un golpe de
gracia a Calvino y al poner en duda la teor�a de la gracia pone los fundamentos de
una de las principales leyes del cielo. Las almas humanas son y ser�n llevadas por
las olas hasta el momento en que se rebelen, a mil a�os de distancia, en el a�n
lejano reino de los cielos.

S� se�or, por los siglos de los siglos, ese es nuestro destino. �Ser� tan deseable
en realidad? Recuerdo alguna cosa que le� en mis tiempos de la tierra; era alguien
que dec�a que quer�a vivir por toda la eternidad, as� fuera con un eterno dolor de
muelas.
Yo tend�a a la desesperaci�n, al igual que todos los hombres. Las mujeres, por el
contrario, se fueron acomodando, acondicionando sus viviendas para un largu�simo
sejour dom�stico. Algunas iban por ah� portando ollas imaginarias, preguntando por
las cocinas, observando la calidad de los pisos porque no hay mujer que no quiera
tener los pies bien puestos sobre la tierra. �Oh realismo preciso de las mujeres!,
dice un gran escritor franc�s. Les hablamos de eternidad y ellas responden
topograf�a.

-�Cu�nto durar� la eternidad? -le pregunto al te�logo sueco:


-Por lo pronto, apenas mil a�os -me dice sosteniendo un Apocalipsis en las manos
huesudas de anciano.- Eso dice aqu�. Y habr� -a�ade muy convencido, frot�ndoselas-
digamos, una revisi�n del caso. Todo depende de c�mo vayan las cosas. Pero no se
preocupen que aqu� mil a�os son una bicoca, una futilidad, una nader�a y yo me digo
que bueno, que acaso esto no sea por toda la eternidad, que la eternidad no sea por
toda la eternidad, es lo que dice la Biblia, tal vez tenga raz�n el te�logo.
Podemos esperar, si la paciencia no se nos agota, mil a�os, como est� escrito en el
Apocalipsis, cuando habr� un breve descanso y se nos permitir� reponernos no s�
c�mo de t�nta rutina y t�nto tedio y t�nto fastido.. Eso dicen los que saben de
estas cosas, porque hay quienes pasan por muy entendidos en estos asuntos, y ya
pululan los profetas y los que elaboran cartas astrales y los que pretenden
erigirse en jueces porque ya sobrevivieron a un juzgamiento y lo cierto es que no
saben qu� diablos hacer con sus aburrimientos, porque est�n todos, mejor estamos
todos, ebrios de libertad, no soportamos m�s este tormento de la vida eterna, pero
lo callamos, no lo decimos, no puedo creer que sea s�lo yo el que se desvive porque
esto tenga alg�n remedio, porque suceda algo, un algo cualquiera, imprevisible, y
que ese algo sea un cambio. �O ser� tan s�lo yo, un olvidado del infierno, el que
vive ajeno a las delicias, soportando las nostalgias, desviviendo por vivir vidas
pasadas, mundos peregrinos dejados atr�s en la memoria?

-�Y no era lo mismo el cielo antes del Juicio? Quisiera saber qu� pasaba porque
nadie aqu� parece tener recuerdos de esos tiempos, aunque podemos atribuirlo
tambi�n a que nos han robado la memoria. �Era acaso que los cuerpos mor�an junto
con las almas, o que �stas eran puestas en congelamiento en espera del Juicio?
Porque usted bien sabe que sobre esa �poca es mucho lo que se ha escrito aunque
poco lo que en verdad se sabe, pero yo no alcanzo a imaginar c�mo fuera posible que
las almas quedaran en un infierno o en un cielo provisorios en espera del Juicio
como si estuvieran en detenci�n preventiva por simples sospechas o premiados por
falta de pruebas y usted bien sabe que nadie puede ser condenado sin haber sido
previamente escuchado y vencido en juicio. Si no, �para qu� el Juicio Final?
-Oh, s� -respondi� el te�logo-. Las almas sobrevivieron. Pero el cielo antes del
Juicio Final era una calamidad. Estaba lleno de ancianos que ya ni siquera se
acordaban de quienes eran y de almas que hab�an sufrido tanto en su �ltima agon�a
que no sent�an m�s que despecho y resentimiento y ganas de vengarse contra quien
fuera...
Se qued� pensando, recordando...
-S�. Era todo un acontecimiento, s� se�or, cada vez que hab�a guerra o que se
estrellaba un avi�n, porque llegaban almas en perfectas condiciones, sanas,
limpiecitas, como nuevas, que era un gusto verlas y sacarlas a pasear y limpiarlas
y acicalarlas y ponerlas relucientes, en medio de la nube m�s blanca, para regocijo
de todos los ojos.
-La muerte, dijo, tiene eso de bueno que, como del nacimiento, uno no se acuerda
despu�s de nada.
-Eso, si est�s aquejado con la peste de la p�rdida de la memoria.

Por su parte el doctor Alzheimer se la pasa leyendo, hojeando libros cuya


reconstrucci�n pide, p�gina por p�gina, porque no entiende otra especie de
felicidad. Los �ngeles pasan las duras y las maduras para recomponerle su antigua
biblioteca.
Los dem�s nos reun�amos a menudo en los bancos del parque para conversar, nada m�s
que conversar. No importa que no sac�ramos conclusiones, lo importante era
comunicarnos las impresiones que dejaba sobre todos nosotros esa soledad
inestimable, inaguantable, casi impensable, ese pavor al futuro sin fin.
Cuando nadie quiere dormitar al alba nos enzarzamos en di�logos alegres sobre
lejanos mares y placeres, qu� le vamos a hacer, son veleidades de humana natura que
se nos quedaron mal puestas, como trajes sin planchar. No una sino muchas veces
dejamos correr la savia de nuestros decires como alimento de ilusiones borrosas,
nutridas m�s de recuerdos olvidados que de futuras ambiciones. Es esa nuestra �nica
riqueza, porque aqu� todos somos pobres, pobres de solemnidad. Y acaso por lo mismo
escasos son los que poseen buen gusto, educaci�n, glamour o al menos un sentido de
lo bello. Yo fui pobre en la tierra, a Dios Gracias, pero porque no pude ser rico y
estaba convencido de la verdad en la frase conocida: �M�s f�cil es que entre un
camello por el ojo de una aguja que un rico entre en el reino de los cielos.� Ello
no quiere decir, en todo caso, que todos los ricos entren al cielo. Por el
contrario, se cuentan con los dedos de la mano los que lo hicieron, es por eso tal
vez que Chagas se pasa la vida metiendo una aguja por el ojo de un camello para
demostrar que los ricos s� pueden entrar en el reino de los cielos, as� no entren
sino como almas.

Pocos eran los que sal�an de su nube a conocer el cielo como lo hab�an hecho
Parkinson y Escarlatina. �Para qu� hacerlo con toda la eternidad por delante? Pero
todo, para los que se aventuraron, bien visto, era igual, una ubicuidad
incomprensible para sus mentes a�n acostumbradas a las localizaciones y a las
concretas coordenadas espaciales. Tan s�lo pasaban vendedores de todo tipo de
artilugios, no porque necesitaran hacerlo ni porque nosostros, los habitantes,
necesit�ramos de ellos. Lo hac�an por simple costumbre, por inevitable rutina,
porque tras cien a�os haciendo lo mismo en la tierra no sab�an ya hacer nada
distinto y se aburrir�an infinitamente a la hora de enfrascarse en otras tareas.
Esto fue lo que se le olvid� a los creadores, que nos dotaron con una l�gica
imperfecta, una l�gica de h�bitos invencibles que nos hiciera insoportable la vida
a unos as� como soportable a otros. Predicadores estrafalarios vagaban de nube en
nube exponiendo doctrinas del pasado, reg�ndolas con l�grimas de amor. Porque amor
es lo que siente el hombre por sus quimeras absurdas, ese es el verdadero amor.
Pasaban y se deten�an, expon�an, maldec�an, se enfundaban en sus h�bitos y segu�an
su camino con una plegaria o una moneda que les d�bamos quienes nos apiad�bamos de
tales desvar�os, antes de que los �ngeles los echasen a latigazos hacia otras
regiones menos habitables o hacia los infiernos, donde ser�an acaso mejor aceptados
que aqu�.

Al te�logo sueco le ha dado por plantar un manzano en la mitad del cielo. Dice que
es el �rbol del Bien y del Mal. Ahora resulta que el que se coma una manzana y
hable con la serpiente que all� se enrosca se va para el infierno. La manzana de la
discordia. Hay varias formas de irse al infierno; una de ellas es voltear la cabeza
para mirar hacia el Hades, otra, para mirar hacia la r�plica de la rep�blica de
Sodoma, una ciudad pr�spera y floreciente del purgatorio en la que florecen los
vicios y a la que s�lo est� permitido entrar a los �ngeles.

Y comenz�, como en todo Para�so, la p�rdida paulatina de los derechos, y todo fue
por supuesto por culpa de las mujeres o, mejor dicho, por culpa de su belleza
insoportable. Primero fueron las enfermedades, que casi todas ellas tienen nombres
femeninos y luego fue la epidemia de belleza que atac� en especial a las
habitantes: desde hace unos d�as el cielo se ha tornado un lugar infernal. De un
momento a otro todo el mundo se ha vuelto hermoso, insoportablemente bello. Son
notables sobretodo en las habitantes los estragos que el exceso de belleza est�
haciendo en ellas. El mismo Chagas, que apenas si alcanza con la epidemia a ser un
ser de apariencia normal y no el horroroso engendro que parec�a ser antes, se
apresur� a anunciar que todo se deb�a a que las autoridades del cielo han decidido
hacer m�s palpable un hecho natural, que aqu� todas las mujeres deben ser hermosas
mientras en el infierno todas son feas, lo cual no es m�s que cambiar el orden del
problema, puesto que en vida terrenal eran las feas las que sol�an ganarse el cielo
mientras las hermosas terminaban as�ndose en las parrillas de Sat�n, entonces se ha
dado fealdad a las hermosas y belleza a las feas para justificar, digamos, la
bondad est�tica del cielo, que no pod�a limitarse, cuando no hab�a cuerpos ni
manera de comprobar la belleza, a pasarse de esas hermosas construcciones de carne
y hueso. Supone Chagas, y lo teme, ante todo, encontrarse en los infiernos con
todas las brujas, si es que alguien tiene los ri�ones tan endurecidos por los
continuos viajes en escoba como para intentar siquiera emprender tan infortunado
viaje. Pero claro, con la epidemia de belleza apenas comenzaron a llegar los
problemas.

Fue el mayor esc�ndalo que se vio en toda la historia de la eternidad, el


vergonzoso affaire de los cuerpos, fue adem�s un enga�o, como siempre nos ocurri� a
los habitantes durante todo el tiempo que estuvimos en el cielo. Unas veces nos
burlaban unos, otras veces otros, pero igual siempre �ramos nosotros los que
pag�bamos el pato. Ignoro por qu� nos consideraron siempre los parias del universo
aunque comprendo que nos quisieran tratar como a esclavos. Pero resulta que todos
los libros sagrados de todas las religiones importantes hab�an hecho promesas de
resurrecci�n corporal y ahora nos encontr�bamos conque no habr�a m�s cuerpos,
dizque porque resolvieron ellos que no serv�an para nada en un medio
predominantemente espiritual, pero aunque no sirvieran por el momento eran
nuestros, eran nuestro derecho, nuestra �nica pertenencia, y ahora nos quer�an
arruinar el poco de felicidad eterna que hab�an dejado sumergir en el olvido. Las
protestas se hicieron sentir, desde luego, es m�s, pronto arreciaron y el mal
ambiente se percib�a en el reblandecimiento, en el relajamiento de unas costumbres
que a decir verdad nunca fueron demasiado constrictoras. Y cuando se percataron las
autoridades del alcance de las nuevas costumbres entre los habitantes fue cuando
les cay� encima el affaire de los cuerpos, porque como es bien sabido los problemas
vienen siempre juntos. Y es que fue despu�s de la primera gran org�a global cuando
cambiaron de opini�n, y puestos a mirar desde su punto de vista, no era para menos,
pues se dieron cuenta que los habitantes pod�an sal�rseles de las manos al menor
descuido. Fue el primer s�ntoma de rebeli�n, ciertamente, y tanto preocup� a las
autoridades que los cuerpos fueron confiscados hasta nueva orden, simplemente nos
extirparon los cuerpos, la notica ven�a as�, fr�a, de cortar con cuchillo, sin los
disfraces que facilitan la aceptaci�n, como un egregio insulto al buen sentido de
los habitantes y esto lo resentimos como lo que era, como una afrenta, una vejaci�n
m�s, un nuevo motivo de aversi�n a los �ngeles que se revest�an de poderes que
manifiestamente nadie les hab�a concedido, esos seres que a diario cometen excesos
inhumanos y es mejor hablar mal de ellos porque si no terminar� haciendo de este
libro una cr�nica de �ngeles custodios reparados aunque sea s�lo por el recuerdo
del �nico atributo f�sico de los �ngeles, me refiero a su buena disposici�n y
habilidad para dar masajes, como pude constatar una vez que me puse en manos de uno
de esos energ�menos que al menos s� eran enamorados de su oficio y no como nosotros
los habitantes, remisos a cualquier esfuerzo que sobrepasara un poco la medida de
nuestra voluntad. El �ngel aqu�l, como vengo diciendo, me ba�� primero en nubes y
se desat� en una andanada de golpes que me dejaron m�s magullado que un odre de
vino ya bebido pero al poco comenc� a constatar los beneficios inesperados de la
golpiza cuando tuve que ponerme en pie todo tambaleante pero con los huesos y los
m�sculos de nuevo en su sitio. Una semana desp�es, cuando iba a repetir la
experiencia, no hab�a cuerpos.
�Y Dios y las autoridades? Por ninguna parte. Como si no existieran, como si
llenos de verg�enza se ocultaran de quien pudiera echarles en cara no s�lo la
confiscaci�n de los cuerpos sino la existencia misma del mundo.

Hoy ha sido un d�a perverso como pocos. Las quejas arrecian. Se nos hab�a
prometido que tras el Juicio vivir�amos todos tanto en cuerpo como en alma. La
s�bita decisi�n de dejarnos s�lo en alma, tomada al parecer por motivos t�cnicos,
ha ca�do como un baldado de agua fr�a y por supuesto no ha satisfecho a nadie. De
manera que hoy nos quitaron los cuerpos a todos no sin algunos alardes de rebeli�n
y de vana resistencia y nadie sabe d�nde los pusieron pero Chagas insiste que en
medio de la confusi�n general tuvo el coraje de seguir la caravana y observar c�mo
los hab�an apilado en un dep�sito y que d�as despu�s hab�an aparecido las brigadas
de limpieza que �l estaba esperando y que acerc�ndose furtivamente hab�a escuchado
a los �ngeles hablando entre s� y que los cuerpos fueron arrojados por un hueco a
la mism�sima tierra. A la tierra caen los desechos celestiales. Bueno, es lo que
siempre ha sucedido. Desde entonces me persigue esa idea de millones de cuerpos
apilados a la luz de la luna como cad�veres insepultos en un mundo abandonado. La
verdad es que la existencia de los cuerpos supon�a un verdadero peligro para la
poblaci�n del cielo. As�, por lo menos, me lo explic� el �ngel mucho tiempo m�s
tarde, pero sin agregar, como siempre ocurre, por qu� no nos lo dijeron antes o por
qu� a ellos, que se supone que lo saben todo, les puede salir algo mal. Es lo que
explica acaso por qu� existen los demonios y siguen existiendo, �ngeles que una vez
sublevados se impusieron a Dios mismo y se quedaron all� como exponentes
autorizados del mal, representantes indeseados en el universo de la malignidad, que
si los hubieran podido destruir los destruyen, pero no pudieron hacerlo,
evidentemente, sino que cuentan con poderes tan grandes como los divinos para ganar
adeptos, y no es nada despreciable su n�mero y su fuerza a la hora de contar
cabezas ang�licas apostadas a uno y otro lado de la frontera, por lo que la
propaganda infernal, cuenta Chagas, ha siempre proclamado que los �ngeles
sublevados son m�s del ochenta por ciento del total de �ngeles que en el universo
pasean sus alas, que no lo creo, como s� creo que quiz�s haya muchos m�s habitantes
en los infiernos que en el cielo, porque la vida all� se adpata mucho m�s
f�cilmente a las necesidades y deseos humanos aunque no sea sino un p�lido reflejo
de lo que deber�a ser el Para�so, esto es, un lugar como la tierra, pero sin sus
inconvenientes, pero tendr� que visitar los infiernos para saberlo y comprobar los
�ndices de aglomeraci�n urbana pues no cuento m�s que con los rumores de Chagas y
con mi sentido com�n que me advierte, ojal� no me escuchen, que el infierno es
lugar bastante m�s atractivo que el insulso cielo, pero en fin, ya es mucho que no
haya un solo poder en el universo sino varios, y que la cosa est� mal que bien
democr�ticamente repartida y que uno se pueda ir tranquilamente a donde le venga en
gana y se sienta a sus anchas, que para todos hay sitio en estas moradas
celestiales.

Y por cierto que se rumora que parte del problema de los cuerpos surgi� en las
altas esferas cuando Zeus, que andaba suelto por ah�, empez� a acechar doncellas
con el �nimo muy amistoso aunque totalitario de fecundarlas y que debido a eso las
autoridades hab�an tenido que abolir los cuerpos para evitar los penosos incidentes
que suelen protagonizar de cuando en cuando las bestias alocadas que llamamos
dioses, y que los hay de toda catadura, sexo, estirpe y condici�n, y que en lugar
de estar a buen resguardo en los zool�gicos celestiales andan pavone�ndose por all�
dizque amparadas en la inmunidad que les otorga su condici�n de deidades antiguas y
en la tolerancia que les depara un Alt�simo que aparentemente no se digna descender
del trono a solucionar semejantes nimiedades. Pero eso es lo que le pasa a uno por
venir a parar al cielo. Con ello se lo tenga, que cuando hay ventajas tambi�n hay
desventajas y hasta desagradables, como tener que aguantarse a pelmazos como Zeus y
Hera, ese par de griegos de pasiones desenfrenadas que usan y abusan de los
habitantes como si fuesen suyos y que nos consideran apenas mercader�a sexual para
su uso personal. �Es un asco ! �Es incre�ble que a estas alturas de la eternidad
ese tipo de cosas est�n permitidas! Unos pocos dicen que es m�s c�modo, que se
sufre menos, que si tuvi�ramos cuerpos nos distraer�amos demasiado del disfrute de
los goces eternos, mientras que los otros pregonan que no importa, que prefieren la
concupiscencia de la carne a la beatitud espiritual y que no se puede pedir una
eterna felicidad a esp�ritus puros, lo que desde luego ha llevado a que
naturalmente se hayan formado dos partidos, los Cuerpistas y los Almistas, �ste
�ltimo subdividido en tres facciones: los Animistas, los Unanimistas y los
Reformados. No he podido entender bien cual es la diferencia pero entiendo que las
tres rechazan el cuerpo como cosa impura y digna apenas de la miserable existencia
que antes llev�bamos, puesto que su doctrina predica que en la sola cabeza de un
alfiler caben m�s almas que en la cabeza de un �ngel, mientras los otros pregonan
que como los ricos est�n ya todos en el infierno, ahora todas las almas corporales
caben por el ojo de una aguja, con o sin camello. Y si bien no entiendo los
argumentos de los unos ni de los otros -cosa semejante me pasaba en la tierra
cuando escuchaba perorar a los l�deres pol�ticos o a los jefes de las diversas
sectas dispersas-, me alivia pensar que ellos tampoco se entienden entre s� y que
m�s bien se las ingenian para canalizar esas diferencias perennes transmitidas de
generaci�n en generaci�n a trav�s de las artificiosas divisiones sectarias que
permiten socializar el esc�ndalo y el pecado e individualizar el bien de modo que
cada individuo por separado pueda merecer el cielo mientras que el grupo en pleno
no puede ser condenado porque las leyes celestiales ense�an que ninguna asociaci�n,
sociedad y en general esos engendros que se llaman personas jur�dicas no es
susceptible de pecado porque el pecado es uno y s�lo y es personal y los que se
condenan son y ser�n siempre los seres humanos y no las ficciones, como este
relato.
De modo que en adelante, nada m�s de cuerpos, as� que recogieron las ropas y las
quemaron en grandes hogueras y nos dejaron desnudos con nuestras meras almas al
descubierto, imag�nense el poco inter�s de la cosa. Pero los grandes males vienen
tambi�n con sus grandes soluciones atadas a la grupa. Un d�a lleg� Chagas, muy
alegre al bar.
-�Sexo en el cielo, viejo! �Van a permitir el sexo en el cielo!
-�C�mo eso?
-S�, s�lo una hora a la semana, los mi�rcoles, creo, pero eso ya es algo, por ah�
comienzan, calculo, si no me equivoco, que en dos meses tendremos el sexo
c�modamente instalado por estos lares... Yo me s� bien lo que digo. Pues es que si
ya hab�an permitido tener cuerpos, ergo... O si no, �para qu� sirven los cuerpos si
no es para tener sexo con ellos? Si bien se fijas, patroncito Parkinson, el sexo es
lo �nico en la vida a lo cual podemos dedicar todo el cuerpo y toda el alma,
ergo... Nada m�s, �ni siquiera a dormir!
-�Vaya, nunca lo hab�a pensado!

Lo primero que Parkinson y Escarlatina descubrieron en C�lico Miserere fue la


existencia, al lado de los famosos imagin�metros de los que tanto les hab�an
hablado, esas especies de torres aisladas en las cuales los habitantes se reclu�an,
cuando estaban hastiados de s� mismos y del cielo, a dar curso libre a sus
imaginaciones y a mirar, aunque fuese de lejos, hacia los viejos tiempos de la
tierra. Hostoriadores, rom�nticos y simples turistas curiosos se aglomeraban en
temporada sobre las playas de esa ciudad encantadora que era Miserere, a contemplar
largamente el pasado extinto.
A trav�s del imagin�metro los deseos tienen maneras extra�as de manifestarse pero
todos se hacen realidad... Es el sue�o de cualquier ser humano, la verdadera
ventaja sobre el infierno y las dem�s zonas celestiales. Todo se hace realidad,
menos lo malvado. Es posible que en el infierno pueda haber su paralelo, en el que
s�lo se hace realidad lo malvado. Pueden alcanzarse grados de sofisticaci�n, seg�n
la frecuentaci�n que haga cada habitante, el tiempo que dedique, y su inteligencia.
Los bienes celestiales son proporcionales a la inteligencia del que los disfruta,
eso no se puede cambiar, a menos que dejemos de reconocer el yo.
Hay all� compartimientos muy intensos. All� se congregan los que tienen amor por
lo imposible y le van dando forma y desarrollo. Todos los autores est�n all�, los
que ya hab�an conseguido cimas de perfecci�n antes de la otra vida y que ahora
reinan como portentos dignos de imitaci�n. Un cielo para los inventivos, eso puede
sonar absurdo, pero en realidad parece genial.
Pero, sobretodo, lo que m�s encantaba de Miserere es que era una parte del cielo
en la cual se colmaban todos nuestros deseos, de inmediato y a cualquier hora, en
especial los deseos amorosos.
Y por supuesto cuando Parkinson fue a darse su visi�n del d�a en el imagin�metro,
como un ba�o matinal, se encontr� con una fila largu�sima de usuarios que quer�an
dedicar un tiempo adicional, ese d�a, a las experiencias m�sticas. Pero tuvo
suerte. Una vez llegados a la plaza principal descubri� Parkinson que la multitud
se disipaba y que todos se iban alejando con caras de pocos amigos.
Los que se iban s�lo dijeron que se estaban viendo cosas inesperadas en los
imagin�metros, visiones que parec�an infernales. Por la mente de Parkinson pasaron
los listados que vio a la entrada del imagin�metro como un men� de restaurante:
visiones beat�ficas, �xtasis m�sticos, observaci�n de santos, e imagin� los
listados del infierno: visiones lujuriosas, observaci�n de hermosos hombres y
mujeres, toques deliciosos, diferentes maneras de hacer el amor...
Frente al imagin�metro hab�a una sola persona, un t�cnico, con malet�n y todo,
repar�ndolo. Casi no se da cuenta que bajo el overol yac�a un viejo conocido:
-Qu� bueno encontrarlo otra vez, amigo Parkinson.
-�Qu� hace usted aqu�, se�or Chagas? -respondi� Escarlatina, adelant�ndose.
-Como bien pueden ver, estoy reparando el Imagin�metro...
-�Se da�� !
-Sip. Y recib� una llamada urgente, patroncito.
Si era cierto que Jorobado Chagas se las sab�a todas, entonces ten�a que estar
preparado para todas las eventualidades y se le ocurri� prepararse como reparador
de imagin�metros. El imagin�metro de Miserere ten�a problemas, algunas veces las
visiones de los usuarios estaban mezcladas con sospechosos placeres que m�s
parec�an infernales que c�licos.
-�Y por qu� raz�n lo llamaron desde tan lejos? �No tienen aqu� alguien que pueda
reparar esa m�quina?
-Ah, es una larga historia.
Les hizo se�al de escuchar en silencio y los llev� a un rinc�n para soltarles esta
perla:
-�La verdad es que he visitado el infierno!
-Wow, exclam�. Nunca hab�a conocido a nadie que hubiera estado en el infierno.
-Y es m�s. Fui a visitarlos y golpe� las puertas. S�lo le mostr� al demonio portero
mi carta de presentaci�n como reparador de imagin�metros y me dej� pasar sin el
menor problema.
-�Hay imagin�metros en el infierno? -pregunt� asombrada Escarlatina.
-No solamente los hay, patroncita, sino que son tan buenos como los del cielo,
s�lo que funcionan en sentido inverso. Y adem�s, tambi�n se da�an y envejecen, como
todo en el universo. Nosotros mismos, sabe usted, patroncito, iremos envejeciendo
en la Eternidad y cada vez tendremos ideas m�s y m�s estereotipadas, por no decir
estropeadas. Vamos a terminar todos como mi madre, la santa y venerable Esclerosis
M�ltiple, que Dios guarde en su gloria.
-�Y c�mo te dejaron volver a salir del Infierno? -dijo Parkinson, con el mayor de
los asombros pintado en el semblante.
-Muy sencillo. Me acerqu� a la puerta, mostr� el recibo de mi trabajo, porque eso
s� exig� recibo, siempre lo he exigido, as� como recomendaciones para futuros
trabajos, y aqu� me tienen ustedes, me acaban de llamar...
-�Me intentas insinuar -replic� Parkinson-, que las autoridades piensan hacer que
tu repares los imagin�metros de Miserere en vista de tu �xito en el infierno?
-As� es, exactamente.

De pronto el doctor Alzheimer se detiene a pensar en el significado de lo


anterior. Como buen fil�sofo, intenta poner bases al universo. �Por qu� todo esto?,
�por qu� los habitantes fueron enviados a un planeta de tercera categor�a durante
millones de a�os? �Por qu� ese tiempo largu�simo en un planeta de apariencia f�sica
aterradora y por si fuera poco condenados a muerte nada m�s que para prepararse a
vivir las mismas cosas, aunque magnificadas y con la l�gica un poco enrevesada en
un M�s All�? �Por qu� no nos hab�an dicho nada de ese futuro? �Es que no lo
merec�amos? �Por qu� los dioses no nos dejaron m�s que ambiguos mensajes de pobreza
aterradora y nunca del todo aclarados? Es m�s, �por qu� raz�n persist�an en el
enga�o a�n despu�s del tr�nsito a la eternidad? Era lo mismo en el fondo que esta
vida eterna, como un sue�o de lo que ser�a luego, un sue�o a mitad pesadilla, a
mitad escarnio anticipado de lo que ser�a luego el Para�so, apenas entrevisto en
los avaros y s�bitos placeres del amor, en los espasmos de los peque�os orgasmos
que nos dieron como �nica compensaci�n al desagrado de vivir, mitad ensue�o de lo
que ser�a despu�s la vida eterna, un pobre simulacro, como lo que va de la tercera
a la cuarta dimensi�n que apenas entrevemos por la sombra que deja en la tercera, y
sin embargo nos falta la adaptaci�n a este mundo, es como si tuvi�ramos que dejar
transcurrir varios millones de a�os antes de podernos sentir a gusto y por cierto
sin relojes que nos indiquen el paso del tiempo nos da lo mismo el infinito a un
minuto o a un mill�n de a�os, no importa, da lo mismo, ya lo hemos vivido y en
cualquier instante, como lo dec�a creo que Pascal, estamos en el centro mismo de
esa circunferencia cuyo centro est� en ninguna parte y todos los momentos son el
mismo momento, y eso ninguno de nosotros, fabricados con la tela con la cual
estamos hechos, lo puede soportar, desde ese punto de vista somos un error de los
dioses, unos inadaptados, abortos, engendros despiadados de las torpezas de los
fabricantes.

�As� que el cielo es esto? Es el asombro absoluto de encontrarlo tan parecido a lo


que imagin�bamos, porque as� como el hombre est� hecho a imagen y semejanza de sus
creadores, as� la tierra estaba hecha a imagen y semejanza del cielo. Imag�nese
usted la sensaci�n m�s placentera que pudiera haber sobre la tierra, digamos el
mejor de los orgasmos, y lim�tese a multiplicarlo por cien y a�n estar� lejos de
lo que experimentamos en el cielo, y as� todo el tiempo, todo el tiempo.
Y le surge la sospecha: nos habr�n hecho inmortales porque no encontraron manera
alguna de hacer morir nuestros deseos y aqu� nos los trajimos, siempre nuevecitos,
como si nunca hubieran sido usados, y comienzan a convertirse en lo que debe
convertirse todo deseo, en algo que no tiene otro remedio que ser satisfecho.
-�Dios m�o! �Qu� destino atroz!

8. EPIGRAFES PARA LOS INCONFORMES, POR SI ACASO...

Hubo una vez unos muertos que se sentaron juntos, en cualquier parte, en la
oscuridad. No sab�an d�nde estaban. Tal vez en ninguna parte. Se sentaron y se
pusieron a charlar para salvar la eternidad.
P. Lagerkvist

No llores porque el mundo cambia -si se mantuviera estable, incambiado, s�


tendr�as motivo para llorar.
William Cullen Bryant

El apocalipsis quiere todo, de inmediato.


Malraux

Como son incapaces de recibir cualquier influjo del cielo, donde el Se�or s�lo
tiene la sabidur�a, pierden gradualmente la abilidad de pensar lo que es verdad
sobre cualquier sujeto; y finalmente se vuelven sordos, o hablan de forma est�pida,
y se pasean con sus brazos balance�ndose como si se hubieran debilitado en las
coyunturas.
Swedenborg

La concepci�n del para�so es en el fondo m�s infernal que la del infierno. La


hip�tesis de una felicidad perfecta es m�s desesperante que la de un tormento sin
descanso, puesto que estamos destinados a no alcanzarla jam�s.
Gustave Flaubert

Y durante una eternidad, no dej� de conocer y de no comprender.


Paul Val�ry

Vivir eternamente ser�a tan dif�cil, me parece, como dormir toda la vida.
A. Ch�jov

Nunca entender� c�mo se puede vivir sabiendo que no se es, por lo menos, eterno.
Cioran

Vivir sin quererlo es cosa aterradora, pero ser�a mucho peor ser eterno sin
haberlo pedido.
Lichtenberg

�Tan grande es la diferencia entre el inferno y un para�so desolador?


Cioran

La pobreza y la impotencia de la imaginaci�n nunca se manifiestan de una manera


tan clara como cuando se trata de imaginar la felicidad. Entonces comenzamos a
inventar para�sos, islas afortunadas, pa�ses de cuca�a. Una vida sin riesgos, sin
lucha, sin b�squeda de la superaci�n y sin muerte. Y, por lo tanto, tambi�n sin
carencias y sin deseo: un oc�ano de mermelada sagrada, una eternidad de aburrici�n.
Metas afortunadamente inalcanzables, para�sos afortunadamente inexistentes.
Estanislao Zuleta

-Es un poco largo.


�Un poco largo! La f�rmula era extra�a para una historia de eternidad.
Jean D'Ormesson

Es sorprendente descubrir que el anverso de toda acci�n negra y malvada es blanco


como la nieve. Y entristecedor averiguar que los miembros ocultos de los �ngeles
son carne leprosa.
John Steinbeck

El reino de los cielos invade poco a poco los vac�os de nuestra vitalidad. El
objetivo del imperialismo celeste es el cero vital.
Cioran
Np cultivemos nuestra pena, / La Eternidad se encargar�...
Maeterlink

Siempre guardamos algo de nuestro pa�s. / En vano nuestra alma est� en el para�so.
Voltaire

El recuerdo es el �nico para�so del cual no podemos ser expulsados.


J. P. Richter

Si voy al cielo quiero llevar mi coraz�n conmigo.


Ingersoll

Si se reconstruyera la casa de la felicidad, la pieza m�s grande ser�a la sala de


espera.
Jules Renard

Memnon le dijo entonces: �Se�or, sin mujer y sin cena, �a qu� dedicais vuestro
tiempo?�
Voltaire

Ser�a un gran est�mulo a la amistad virtuosa, si fuera probable, que esa uni�n que
ha recibido la aprobaci�n divina continuara en la eternidad.
Samuel Johnson

Que se sepa que a fuerza de mediocridad, se retorna a los apocalipsis.


Albert Camus

Le�do en Raymond del anglosaj�n Sir Lodge: "Algunos difuntos, poco repuestos de las
costumbres de la tierra, solicitan, al ingresar al cielo, whiskey escoc�s y
cigarros de hoja. Listos a toda eventualidad, los laboratorios del cielo afrontan
el pedido. Los bienaventurados degustan esos productos y no vuelven a pedir m�s.
Jules Dubosc

En numerosas cavidades del coraz�n femenino la piedad y el deseo son vecinos tan
pr�ximos que nuestras mujeres no ser�an jam�s virtuosas sino en el infierno donde
los humanos deben soportar tantos sufrimientos horrorosos y en ninguna otra parte
pecadoras que en el cielo donde la gente tiene demasiada felicidad.
Jean Paul Richter

San Bernardo ense�� a prop�sito del alma que despu�s de la muerte, ella no ve�a a
Dios en el cielo, sino que conversaba solamente con la humanidad de Jesucristo.
Voltaire

�Despu�s pensaba que toda criatura humana forma parte, sin saberlo, de los sue�os
amorosos de aquellos que con ella se cruzan o la rodean y que, por la otra, de la
timidez o el pudor del objeto codiciado, o de sus propios deseos tal vez dirigidos
a otra persona, cada uno de nosotros se halla de esta suerte abierto y entregado a
todos�.
Marguerite Yourcenar

Dado que el lector moderno no es tan paciente como los Tronos, los Serafines y las
Dominaciones, suspendo en la mitad la exposici�n del regio discurso.
Taine

9. NOSTALGIAS DE LA TIERRA

Ante tanta inactividad, contin�o mi descripci�n del cielo. Observo ahora que ese
fr�o glacial que nos ataca con insistencia no es un fr�o real, sino m�s bien una
ausencia de calor en el cielo, lo que intento decir es que falta aqu� el grillo del
hogar, esa sensaci�n de calor que un d�a conocimos en la tierra, porque a decir
verdad la temperatura es constante y no sufrimos a causa de ella y no obstante
nadie se siente c�modo. No s� si escribirlo, mas resisto. Bueno, puede ser
impresi�n m�a, pero lo cierto es esto. El tigre no es tan lindo como lo pintan.
Mejor dicho, quiero decirlo pero no me atrevo, la verdad es que si me lo preguntan,
tengo que responder que s�, que el cielo es agradable, agradabil�simo, pero yo no
acabo de sentirme del todo c�modo y espero que no me escuchen ahora, porque me
siento rodeado como si tuvieran micr�fonos invisibles por todos lados; es cierto
que tenemos a nuestro alcance todas las cosas que conforman lo que conocemos como
mundo de lo material, todas las delicias hed�nicas que podamos desear, que podemos
saciar y resaciar los apetitos de todos los �rdenes cada vez que queramos, pero la
verdad es que prefiero acordarme, y de hecho me acuerdo con nostalgia, de los
perdidos reinos imaginarios de mi infancia. Puede ser simple falta de costumbre o
de cordura. La verdad es que padezco la nostalgia de la tierra.
Tal vez el error consista en que si bien podemos cambiar todo, nuestros esp�ritus
resabiados son los mismos de anta�o. Yo soy el mismo que fui en la tierra, m�s
maduro si se quiere, pero si hubiera cambiado no ser�a yo sino otro el que estar�a
purgando su felicidad en estas moradas encantadoras. Menos mal nos han dicho que se
van a organizar expediciones peri�dicas, de puro recuerdo, para los aficionados a
estas cosas, a diversas �pocas y sitios del extinto planeta, buena esa, es una gran
noticia, es una idea que debemos celebrar, tal vez sin caer en exageraciones
optimistas porque ya hemos visto que cuando cedemos al entusiasmo somos pronto
d�sabus�s y todo se nos viene abajo como la torre de Pisa cuando finalmente se
derrumb� con el estr�pito de un trono celestial al que se le ha partido una pata.

Pero como llevamos ya tantos d�as, y aunque aqu� no la pasamos nada mal, me parece
que hay algo intensamente vulgar en este sitio. �Mentir� si digo que no me acaba de
agradar? Por mi parte, y digan lo que digan, estoy seguro de que en alguna parte
existe ese mundo en el que todo, absolutamente todo, es pura exaltaci�n y poes�a.
Yo cre�a que era en el cielo. Pero, �d�nde estar�? �Ser� una tentaci�n la que me
empuja a tratar de buscarlo en el infierno?

Que si fuera tanta la dicha de estar aqu� no deber�amos ni por equivocaci�n, pues
ser�a una blasfemia, deplorar la muerte de nuestros seres queridos...
-Y sin embargo los lloramos.
-Eso es lo que yo digo. Hay algo en eso que me revuelca el est�mago.

�Tendr� que explicar que s�lo los esp�ritus superiores pueden advertir una
constante, leve pero firme degradaci�n de la vida en el lapso de varios milenios,
como el planeta que gira alrededor de una estrella unas mil�simas de segundo m�s
lentamente cada a�o?
El doctor Alzheimer siente la necesidad inaplazable de hacer la cr�tica de todo lo
que sucede en el cielo. Es un cr�tico implacable, tanto m�s cuanto que est�
amargado porque en sus esperanzas y en sana l�gica �l esperaba y quer�a que el M�s
All� fuese �la nada� -o quiz�s inconscientemente se hab�a adaptado a esperarla- y
pensaba en qu� ser�a lo que habr�a al final de la vida carnal, terrestre, y en
verdad que prefer�a la aniquilaci�n a esta farsa que le dicen ahora que es el
cielo, y que, como la vida en la tierra, tiene que vivir a su pesar. Comienza a
hilvanar esas frases afortunadas que ser�n el asombro de los tiempos por venir...
�Dicen que el hombre fue hecho a su imagen y semejanza. No me cabe ninguna duda de
ello... A juzgar por esos hijos no es mucho lo que se podr� esperar de los padres,
�no?�
El escritor, triste amanuense de los dioses que ignora su misi�n, contin�a
recopilando citas sobre el cielo. No sabe con qu� fin lo hace. Cambia
constantemente la voz narradora, se pierde en el laberinto de la eternidad. Ignora
que sin quererlo est� armando el rompecabezas, aunque quiz�s le falten datos y otro
venga a hacerlo luego, pero alguien lo har� finalmente y �l lo sabe porque ha
tenido la visi�n de un �ngel, que se lo ha dicho todo. Pero los dioses se las
ingenian para pasar su mensaje a los hombres, nos escogen sin que lo sepamos y nos
advierten. Pocos son los que escuchan y saben escuchar.
�Y como diablos, en verdad, escribir una historia que se desarrolle en la
Eternidad? Ese es el primer aprieto con el que tropezaba el primer novelista en el
cielo, que es lo que se cre�a ahora. Si bien, se dijo, �no es en el fondo el mismo
aprieto que tendr�a un novelista en la tierra? �Su problema no ser�a a�n m�s
acuciante? El por lo menos ten�a certezas, el pobre humano no ten�a m�s que vagas
expectativas y s�lo una promesa cierta, la de la muerte. Quiz�s para el de la
tierra era mucho peor, puesto que no sab�a si estaba agotando un gran pedazo de
algo que no iba a ser la eternidad sino que se le iba a agotar poco a poco, con una
rapidez que resultaba inicua a la hora de calibrarla con la eternidad. Y as�, se
preguntaba, �no era peor echar a perder lo poco que nos quedaba, jug�ndolo a los
dados? Si al menos cuando viv�amos en la tierra nos hubieran dejado saber que
despu�s tendr�amos toda la eternidad para escribir... As� lo que echar�amos de
menos era no haber vivido m�s la vida, no haber hecho m�s veces el amor, no haber
conocido m�s lugares del mundo que ahora se nos esquivaba por una Eternidad
abominablemente pareja y mezquina en la que no hab�a nada que jugarse m�s que el
derecho a no estar aburridos.

Al principio me acomed�a a todo lo que quisieran mostrarme o hacerme, pero con el


paso de los d�as empez� a apoderarse de m� una sed de aventuras insaciable. Dir�
bien que el tedio se hizo presente, primero con un leve silbido, luego, de a poco,
con gritos huracanados y que intensas tempestades estallaron en el coraz�n,
empuj�ndome a los cambios inevitables porque, c�mo no ceder a la tentaci�n de
cambiar cuando tienes una eternidad por delante y nadie te lo impide, porque
prohibiciones no hay en el cielo, ni horarios, ni tarifas, ni gentes a las cuales
rendir cuentas de las acciones, y mejor hubiera sido que las hubiera, con ello
habr�amos combatido las largas horas de espera antes de que pasara algo divertido.
No s� los dem�s, pero yo me iba metiendo en unos abismos de aburrimiento que no se
iban con mis pretensiones de felicidad puesto que no hay nada que me saque m�s de
mis casillas como la inactividad intelectual, cosa que me desafora y me pone los
nervios tan de punta, que si me piden una opini�n en esos momentos digo simplemente
una tonter�a o dejo salir algo de mi rico repertorio de iron�as extremadas,
salpimentado con una pizca de mala leche y un mucho de acritud...

Fue luego cuando en verdad comenz� el tedio, a pesar de la proliferaci�n de mesas


de billar y de otros juegos de ingenio en el cielo, porque el cielo es para los
inteligentes, digan lo que digan la bienaventuranzas, as� existan secciones o
barrios para los menos dotados. El primer bostezo indistinto se escuch� quiz�s al
tercer d�a y se supo que ven�a del primero que perdi� el miedo al traslado al
infierno por culpa de su falta. Result� que unos primero, otros despu�s, comenzaron
a a�orar esa arboleda perdida, en forma de para�so, que ech�bamos de menos cuando
�ramos humanos y se nos hab�a muerto la infancia.
El Diario de Parkinson es clave para reconstruir los hechos de aquellos tiempos
cuando nos cuenta que los habitantes fueron aquejados por un problema com�n: la
a�oranza. Y la a�oranza por cierto lleva al des�nimo. Cuando �sta los ataca, se
encierran en el pabell�n de las l�grimas delante de los imagin�metros y lloran
amargamente durante d�as enteros. Que aunque no record�ramos lo que sucedi� antes
del juicio, lo a�or�bamos y refresc�bamos en los imagin�metros por los breves
momentos en que nos era dada su visi�n. Luego sal�amos, como un d�a despu�s de una
parranda, con resaca y vac�os para reaparecer en p�blico, con los p�rpados
enrojecidos, destrozados por dentro pero un poco mejorados, es decir, un poco m�s
adaptados a la vida celestial.
Cu�n poca es nuestra comprensi�n de los designios del Universo. Hechos que nunca
conseguimos explicarnos, injusticias que con ligereza pecadora atribuimos por
completo al Maligno, designios aparentemente absurdos de la Providencia eran a
nuestros ojos cegatos dif�ciles conspiraciones y por dem�s incomprensibles. Pero
ahora estaban surgiendo las explicaciones. Supimos entonces, dice Parkinson, que
para irnos aclimatando, ya en la tierra hab�a breves anticipos del cielo y del
infierno. As�, las tardes de charlas con los amigos y las madrugadas forzosas, la
alegr�a de los ni�os y el pesimismo de los abuelos, porque muchos eran los que se
sent�an como Parkinson estragados delante de tanta magnificencia y bullicio y era
cuando echaban de menos un buen estornudo, el l�tigo hirviente de una cachetada,
una buena afeitada, los placeres privados y secretos de las evacuaciones
corporales, as� como otros extra�aban los ruidos de los martillos que nunca cesan
en los barrios populosos, los motores de gasolina, los ladridos de los perros, el
piafar de los caballos, los cantos de los gallos en el amanecer, el latir conjunto
de los corazones enamorados, tantas cosas que se quedaron atr�s, tachadas de
imperfectas, y que ahora nos hac�an una falta que acaso ni los �ngeles, en su
aislamiento perfecto, ser�an capaces de apreciar. Y lo que es al doctor Alzheimer
no hab�a siquiera que preguntarle. A simple vista se advert�a su insatisfacci�n, su
falta de acomodaci�n. Desde el momento mismo en que lo conocimos, en realidad. Para
�l deb�a ser m�s dif�cil acomodarse que para cualquier otro, porque siempre hab�a
imaginado el cielo como un lugar en el cual se pod�a poner m�sica al volumen que
uno quisiera y sin que nadie se molestara. Y no era el �nico que padec�a con esos
detalles que, sumados, hacen la felicidad o la desdicha, algo como saber que se
estaba cerca de la plenitud cuando su mayor deseo era ver perderse por el occidente
esas estrellas que acababan de hacer su aparici�n por el oriente, y seguir todo su
fastuoso camino a trav�s de la luna, por entre J�piter y Saturno, detalles que me
hacen estar harto de esta vida que no es vida, de estos dioses que no son dioses,
me hacen falta las cosas sencillas, los r�os, las monta�as, las playas, los bosques
llenos de dioses antiguos, se me est� saliendo el alma de pagano, estoy echando de
menos una estampida de dioses perseguidos por los perros rabiosos de alg�n pastor
del universo y fue cuando dijo el doctor Alzheimer que la acci�n era en este caso
m�s �til que la inacci�n, y que val�a la pena batirnos para que se estableciera por
lo menos un nuevo repertorio de miedos, para ponerle un poco de picante a la
Eternidad. Y pensaba el doctor con cierto alivio que si existe un temor de caer en
sumisiones indebidas a los poderes infernales, �por qu� �bamos a dejarnos someter
por las potencias celestiales?

Hay una zona del cielo que se llama Indiferencia, a donde van a parar todos esos
tarados para los cuales da lo mismo estar en cualquier parte... Todo les es
indiferente, su cerebro vacuno no les permite distinguir y est�n impasibles tanto
en el cielo como en el infierno... Su �ngeles guardianes se desesperan, no hay
suplicio que valga, ni ponerles dinamita donde sabemos, ni ofrecerles d�divas sin
cuento, porque a ellos, en definitiva, nada les importa... Constituyen una de las
mayores paradojas del cielo, un problema inveterado, un inefable argumento contra
la planificaci�n del universo.
-�Sabe usted, le dijo el doctor Alzheimer? No los han podido clasificar. Esos
idiotas no son ni buenos ni malos. Y todo les da lo mismo. No los quieren aqu�, y
tampoco all�.

Los �ngeles les dijeron que cuando llegaron all� eran apenas unos ni�os. Son pocos
en medio del tropel de almas y s�lo vivieron su situaci�n porque por casualidad
eran ni�os cuando lleg� el Juicio. Parec�an engendros del limbo, de diversas
edades, pero eran ni�os de carne y hueso cuando los trajeron, los �nicos inocentes
que no fueron juzgados sino llevados directamente a los refrigeradores antes de
echarlos a vagar desnudos y hambrientos por las nubes. Discut�an, aunque no lo
crean, sobre su derecho al cielo, parejo a su derecho al infierno, pero la ley de
la norma m�s favorable los ampar�. Merec�an el cielo. Y eso fue lo que se
determin�. Pero los �ngeles los fueron recogiendo cuando se desperdigaban por los
rincones del cielo durante los interminables d�as de las sentencias irremediables.
Despu�s intentaron educarlos pero el experimento fracas� porque sus infancias
manifestaron cierta tendencia a extenderse una eternidad. Unos apenas comenzaron a
hablar despu�s de un siglo, otros se quedaron en el umbral de la adolescencia hasta
el primer interregno de mil a�os, cuando se hizo la pausa que ocasion� la segunda
guerra celestial. Y al despuntarles el bozo, fueron reclutados. Luego aqu�l era un
cielo de ni�os, un cielo coloreado e inocente, en el cual nadie, o muy pocos, se
acordaban del pasado. Algunos, los m�s peque�os, ve�an las visiones de pesadilla de
las explosiones y tardaron mucho tiempo en curarse, si es que alguna vez se
curaron. Los �ngeles los sometieron a largas sesiones de tortura y a tratamientos
intensivos de readaptaci�n a la felicidad pero ellos, como buenos humanos, se
mantuvieron fieles a sus obsesiones y traumas. Otros pensaban, por lo que contaban
los mayorcitos, que la tierra era otra dependencia del cielo, al igual que el
infierno, una especie de trinidad de posibilidades para cuando crecieran. No
dec�an, cuando sea grande quiero ser polic�a o bombero, sino, cuando sea grande
quiero ser humano o diablo o �ngel. Muchos pensaban que en realidad alg�n d�a
llegar�an a ser �ngeles, les parec�a el camino m�s l�gico hacia la edad madura. Por
fortuna para ellos sus profec�as nunca llegar�an a cumplirse.

-�Qu� es eso?
Sus ojos estaban llenos de l�grimas. Acariciaba su tesoro, con el rostro casi
pegado al suelo.
-Dime que es.
Escarlatina s�lo lloraba, inconsolable.
Parkinson se acerc� un poco m�s.
Era algo peque�ito, pero el olor era inconfundible.
Tom� el pedacito en sus manos, lo dej� rodar entre ellas, acarici�ndolo,
palp�ndolo.
Bes� el suelo y se puso a llorar de la emoci�n.
Parkinson sinti� otra vez el olor dulce y sus ojos se aguaron, se disolvieron en
nostalgia, se le derriti� el coraje.
Era un trozo de tierra.
Fue Chagas el que esculcando un d�a en sus bolsillos encontr� el peque�o tesoro.
No nos lo dijo, pero sembr� la semilla, de lo que fuera, contra los muros desnudos
de la que llamaba su celda celestial. En ese medio h�medo, la semilla germin� y la
celda se cubri� de yedra.

Y tras el tedio, un d�a empezaron a llegar los vicios. Lo hicieron en silencio,


agazapados en las conciencias. Primero fueron los vicios espirituales y a ellos
atribuyo, en buena medida, los deseos de reencarnarse en cuerpos humanos que nos
empezaron a carcomer a las pocas semanas de reclusi�n.
Un d�a vieron a un beato encendiendo un cigarrillo. El rumor corri� como un
incendio. Nadie sabe de d�nde diablos sac� el bendito cigarrillo, como no fuera del
infierno. Tampoco me explico de qu� manera se fue formando el mercado negro...
Espero que me sea perdonada mi falta de sentido del tiempo, pero como repite el
doctor Alzheimer a todo el que lo quiera escuchar, ��Cronolog�a ! �Al diablo la
cronolog�a ! �Qu� cronolog�a puede haber cuando siempre estamos situados en el
centro de la eternidad?

Cuando devolvieron los cuerpos empez� el problema de las comidas apetitosas. Los
manjares palaciegos, as� como el �mbar, el n�ctar y la ambros�a, llevaban taciturno
a m�s de uno y lo cierto es que quer�amos comidas m�s concretas, que mor�amos por
ellas. Los unos suspiraban por helados de chocolate, los otros por jugosos roast
beafs. Lo que est�bamos echando de menos eran los sabores, sabores de pi�as, de
manzanas, de naranjas, de toronjas, de salsas terrestres, de aderezos trabajados,
recuerdos que nos persegu�an a todas partes en el cielo. Algunos de los habitantes
hab�an amenazado ya con iniciar una huelga de hambre pero yo me preguntaba un poco
perplejo con qu� objeto, si aunque no comi�ramos nada, lo mismo seguir�amos vivos,
lo mismo no �bamos a crecer ni a superarnos en nada, pues el n�ctar y la ambros�a
no alimentan en absoluto. Alguien propuso eliminar por un tiempo el n�ctar y
reemplazarlo por miel de abejas, para lo cual podr�amos montar panales en el cielo,
pero las autoridades dijeron temer, si no las picadas, si desagradables efectos del
ruidoso aleteo de los insectos. Y siguen las protestas. Por ah� se les ve a los
unos, empu�ando pancartas: �queremos comer!, gritan, �para qu� tenemos bocas, acaso
para mir�rnoslas?, dicen los otros. Y ni qu� hablar de los santos en el cielo, que
se la pasan borrachos, bebiendo whisky, fumando, dados a los placeres de la carne,
que por algo renunciaron a ellos cuando estaban en la tierra, para poder tenerlos
eternamente. O si no, �para qu�? Si eran placeres, es porque eran buenos, y en el
cielo la bienaventuranza est� compuesta solamente por placeres, de manera que
alguien como Chagas s�lo pudo ocuparse de pecar, es lo �nico que sabe hacer. Era lo
�nico que le sal�a naturalmente de su ser inclinado a la devoci�n hacia los dem�s
en un sitio donde se le prohib�a cualquier clase de sentimiento filantr�pico. De
modo que se afinc� de una vez por todas en Miserere, donde esperaba poder prodigar
sus favores a tantos y tantos damnificados...

Y con el odio a lo celeste lleg� el amor entre los habitantes. Acaso la amistad y
el amor se hab�an perdido en el cielo, se los hab�an llevado para otra parte, quiz�
fueran ahora patrimonio exclusivo del infierno, no me extra�ar�a, porque encuentro
invariablemente en el amor verdadero las se�ales ineludibles de lo pecaminoso.
Pecaminoso, el camino de las pecas. El mundo del cielo tiene el encanto de las
tierras v�rgenes pero es como un campo de concentraci�n, una jaula dorada plena de
lujos y artificios en el cual se est� condenado a la felicidad eterna, que acaso si
no fuese eterna ser�a m�s felicidad y menos tedio interminable, bueno, y es que he
aqu� llegado el momento de relatar el tedio y la nostalgia irredimibles; en esta
felicidad desapacible me hacen falta Swedenborg y los pitag�ricos, echo de menos a
Beethoven y a los Beatles, me hace falta la mitad de mi familia, arrebatados al
infierno por meras casualidades de la vida y separados para siempre de sus seres
queridos como se hac�a en los puertos a la llegada de los barcos negreros. Me hacen
falta la amistad, las largas charlas intrascendentes con los amigos, los ratos de
ocio, sin hacer nada m�s que contemplarme el ombligo como un dios antiguo en la
cima de los Olimpos. Y es que aqu� somos los reyes del ocio pero no tener que
trabajar pasa aqu� por ser una gran desgracia. Los unos van, los otros vienen,
todos siempre atareados porque no saben qu� hacer con sus ocios, preferir�an con
mucho, estoy seguro de eso, que se les impusieran tareas, tienen todav�a almas de
esclavos, porque a quienes Dios ha hecho esclavos nada ni nadie podr� redimir
jam�s, �qui�n dijo eso? �acaso el te�logo sueco? Pero el problema no es ese; en
realidad el problema est� en la escasez de cosas que es posible hacer; no es que no
seamos felices, s� lo somos, tenemos todas las comodidades, disfrutamos de todos
los bienes posibles pero ni siquiera los que gozamos de nuestro ocio tenemos c�mo
mejorarlo, espero que me entiendan, el problema es que ya no hay casi nadie con
quien hablar aqu�, es como si la inteligencia se hubiera esfumado, que se hubiera
ido a refugiar al infierno o qui�n sabe d�nde, todos viven en sus tonter�as, se han
ido idiotizando, andan por ah� como asnos, se han acostumbrado al mal ocio, a la
pereza est�ril y eso explica por qu� siempre la han combatido con tanta acrimonia y
han hecho hasta lo imposible por permancer ocupados en tonter�as no menos absurdas,
y cuando el tedio te agarra ya no puedes luchar contra �l, porque los mismos
lugares en los que antes disfrutabas se te empiezan a hacer insoportables, eso es
lo que no aguantas y te revienta.
Escarlatina y yo est�bamos ya hartos de cielo. So��bamos con estar alg�n d�a en la
tierra, con saltar, con jugar, con sentarnos a leer o a conversar, porque aunque no
se crea la peque�a sabe del arte de la conversaci�n como ninguna, tiene unas
ocurrencias que hacen que cada vez que se encuentra con Chagas �ste se sorprenda y
apenas atine a decir:
-Esta ni�a piensa, esta ni�a sabe pensar...

Esa mirada desamparada de mi dulce Escarlatina me hizo comprender aquella ma�ana


que nuestro ocio, nuestro tedio, hab�an llegado a los l�mites de lo tolerable y lo
admisible y que est�bamos francamente a punto de estallar. Pero no �ramos solamente
nosotros. El ambiente estaba impregnado de presagios de algo muy malo que se hizo
evidente cuando un buen d�a, y sin motivo aparente, ocurri� la primera fuga. Y fue
nada menos que en Miserere. Fue una mujer, lo recuerdo bien. De pronto dijo, no
m�s, yo me voy de aqu�, y fue y se maquill� mejor que los dem�s d�as, y se atavi�
como para una noche especial y no la volvimos a ver. Seg�n me contaron, abri� un
resquicio en las nubes y se desliz� con �mpetu de suicida, sin importarle un comino
la ca�da libre. Con un grito de alegr�a su sombra se perdi� en el vac�o. Me
pregunto si la habr� recibido el demonio en su seno o si se habr� reventado los
huesos contra el suelo de alg�n basurero de los cielos y yacer� ahora como uno m�s
de los cuerpos api�ados en ese mont�n de osamentas que adorna las noches de luna
perdidas para siempre...

Y lleg� el momento en que hasta los ecos de las b�vedas celestiales empezaron a
impacientar a los habitantes. A Parkinson le entra un prurito, una piqui�a
insoportable. El descontento contin�a, se extiende, se acendra, se exacerba, crecen
en las almas m�s d�scolas los muchos deseos insatisfechos, los malestares que
conducen a los per�odos susodichos revolucionarios. Los �ngeles han redoblado la
guardia, temerosos. Se los nota preocupados. Nos han amenazado por los
altoparlantes con quitarnos no ya los cuerpos sino hasta la misma inmortalidad. Qu�
m�s da, me digo. Acaso nos propongan no un castigo, sino un premio. Que nos la
quiten, me digo. Que nos la quiten, reclaman mis amigos y parientes, solidarios.
�Qui�n perder� al final? Seguramente nosotros no, y as� contin�a el diario de
Parkinson, luego de las manifestaciones de esta �ltima semana hubo hoy una cierta
distensi�n, los �ngeles han impuesto sus condiciones, y si queremos volver a
comenzar, est� bien, pero reanudar las antiguas relaciones, los antiguos lazos,
jam�s... Eso, ni por pienso.
Y claro, por aqu�l tiempo comenzaron a hacer carrera las historias de �ngeles
s�dicos y de sus atropellos y empezaron a aparecer panfletos y escritos an�nimos
en las paredes.
Un d�a lleg� del mar del cielo una botella. Dentro hab�a un mensaje: � Tengo que
denunciarlo... ojal� llegue a manos de alg�n habitante... nos atropellaron... nos
llevaron atados... torturas... vejados... dos desaparecidos... �
Y cuando se le present� una copia de los papeles al �ngel encargado s�lo
respondi�:
-Eso no es cierto. Esas cosas no pueden pasar en el cielo.
-No tan r�pido, respondi� el doctor Alzheimer. Vamos con calma. Y, con todo el
respeto que usted me merece, se�or alado...
-�Agitadores!
Era pues, como siempre, labor de agitadores profesionales. Eso deb�a provenir
directamente del infierno. Y como no ten�amos la violencia de los manifestantes
pacifistas, soportamos las injurias sin pesta�ear. Pero algo se coc�a.
Cuando el mensaje fue llevado por Chagas, jugando a Hermes, al infierno, la
respuesta de los diablos no fue menos interesante:
-Realmente no creemos que estas cosas puedan ocurrir en el infierno, puesto que no
tendr�an sentido.

En alguna parte del basurero se encotr� Parkinson con un habitante de otro


universo... Se lo present�, obviamente, a Chagas:
-Ah, yo no soy de aqu�, se�or, vengo de otro universo. Apenas estoy de visita por
unos d�as.
-�Y c�mo hizo para entrar aqu�?
-Simple. Un agujero negro -asever� el extranjero.
-�Dice usted venir de otro universo? -se le encar� Chagas-. Eso es del todo
imposible. Debe ser un impostor. Lo he pensado mucho y he descartado la existencia
de otros universos. Lo digo de una sola vez y sin dogmatismos: si dice ser el que
es, este se�or no puede existir.
Se le par� enfrente y le grit�:
-�Usted, se�or, no existe!

Entonces se me ocurri�. Tom� un l�piz y escrib� un mensaje: �A quien pueda


interesar: esta es una botella arrojada al vac�o del Universo por una habitante del
cielo. Se pide al favor a quien la encuentre en otra dimensi�n, en otro mundo o
donde sea que se acuerde de nosotros... Atentamente, Escarlatina�
Y la arroj� al vac�o, desde los balcones de Miserere. Al fin y al cabo nunca se
sabe que pueda pasar con los mensajes arrojados al vac�o.
-Amar es una impostura -me dijo el doctor Alzheimer-, pero con todo, es la mejor
manera de ingeni�rselas para pasar la Eternidad.
-Bueno, �y qu� m�s hacemos? -me hab�a dicho la peque�a Escarlatina-. Tendremos que
amarnos, querido Parkinson.
Lo dijo con toda la bien calculada ambig�edad de una peque�a sabandija.
Pero el amor florec�a por esos d�as en todo el cielo, cuando antes no hab�a
�ngeles que portasen saetas de amor consigo y tan dif�cil era enamorarse de una
habitante como de alguien que no fuese la pareja debidamente asignada...
Pero Chagas constataba que los habitantes comenzaron a amarse entre s�.
-�Y c�mo alimentan ese amor? -le pregunt�.
-Lo alimentan con la necesidad permanente de ver a los otros.

�Ah ! Olvidaba decir que el cielo es, por encima de todo, y eso lo sabe
cualquiera, el reino del amor, del amor m�s puro y m�s invencible. La finalidad del
cielo es amar y compartir ese amor con los dem�s y con los �ngeles, no obstante la
persistente antipat�a que nos tienen, a juzgar por ese ambiente tenso y casi
insoportable en el que se ha convertido en los �ltimos meses el retiro en el
Para�so. Intentar� narrar ahora esa antipat�a que fue surgiendo entre �ngeles y
humanos y que no puedo explicar de otra manera que gen�tica. Natural. Ineluctable.
Poderosa.
Muchas gentes se dedican y se dedicar�n por toda la eternidad a AMAR. Es lo que
mejor saben hacer. Pero, �en qu� consistir� ese amar, me dir�n ustedes? �Qu�
diablos puede hacer uno �amando� todo el tiempo? Ah, muy sencillo. Amar es amar,
sencillamente, porque el amor es menos complicado que cualquier explicaci�n que de
�l se haga. Les ve uno bes�ndose por las avenidas, sin importar los sexos, que aqu�
no cuentan demasiado habida cuenta de la limitaci�n de los h�bitos de reproducci�n,
aunque ya se ha dado el caso de parejas que han pedido tener hijos en el cielo,
peque�os angelitos de origen incierto que formar�an una categor�a distinta,
intermedia entre los �ngeles y los hombres, con gran turbaci�n para los primeros,
lo que tal vez explique la extrema vehemencia con la que se han opuesto a la
medida.
Claro, si el amor es compartir, entonces todos ellos viven juntos y se soportan,
conforman grandes urbes celestes elaboradas de puro amor, se dicen cosas hermosas
todo el tiempo, est�n unidos, as� est�n dedicados a diversas tareas; personalmente
no entiendo ciertas formas de soportar a los otros, pero debo considerarlo como una
falencia propia m�s que como un desacierto de ellos, porque �con qu� criterio
juzgar� a tantos y tantos que parecen divertirse con cosas que a m� me dejan hasta
cierto punto indiferente cuando no me parecen formas desconocidas del masoquismo
m�s puro? Pero ellos lucen felices y eso, finalmente, es lo �nico que cuenta aqu�,
en el limbo y en el mismo infierno. Ser felices. As� lo dice el te�logo sueco,
haci�ndose el sueco: El cielo tiene dos caracter�sticas b�sicas: Eternidad y
Felicidad. El Infierno tambi�n.
Pero resulta -y esto no fue tenido en cuenta a su debido tiempo por las
autoridades- que el amor tambi�n es compasi�n por los que sufren, y los que aman se
han entregado con pasi�n devoradora a una nueva misi�n, mejor dir� man�a,
impulsados por sus l�deres espirituales, en una batalla redentora. Se trata de
salvar a los desdichados que purgan pena en los infiernos, idea que ha sido muy mal
tomada por las cohortes de los �ngeles guardianes, pero desde que Dios no la ha
impedido es porque de alguna manera est� de acuerdo con ellos, eso supongo aunque
no me conste, pero lo cierto es que han conformado brigadas m�viles que andan
pidiendo fondos por todo el cielo para ir al rescate de las pobres almas perdidas
en el fondo de los infiernos y andan para aqu� y para all� haciendo peticiones para
aliviar la situaci�n de esos pobres ca�dos en desgracia y enviarles ropajes, togas
de asbesto, refrigeradores a prueba de incendios, comidas fr�as, helados. �Se
imaginan ustedes -piensa Escarlatina- a lo que debe saber un helado de chocolate y
fresa en el infierno?

Y poco a poco me fui metiendo, durante los meses siguientes, en el mundo del amor.
Hice una visita a una de esas urbes encantadas en las que los lujos no son de tan
buen recibo, aunque tambi�n los hay, en las que se vive s�lo de amor y por amor. Me
recibieron dos amables jovencitas que me condujeron a lo largo de los pasillos
neblinosos hasta las habitaciones destinadas al amor, no sin antes preguntarme si
deseaba amor al aire libre, pero yo les dije que prefer�a probar primero el amor a
puerta cerrada para ver a qu� sab�a semejante cosa que se me antojaba un poco
empalagosa, y me dijeron que si prefer�a una terapia amorosa antes de empezar y
cuando les pregunt� si eso se hac�a en grupos o en parejas heterosexuales me
dijeron que eso era como yo quisiera, que en el cielo no se le negaba nada a nadie,
cosa que bien sab�a pero que en ciertas situaciones a uno se le olvida, y me
dejaron a solas con una criatura de mi imaginaci�n, una especie de novia ideal,
formada con todos los retazos de las mujeres que me hab�an gustado en mi vida
terrena, ahora me imagino que se trataba de un �ngel disfrazado, y empec� a amarla
locamente, le dije palabras que inescrupulosas hubieran sido en tierra pero grandes
elogios en cielo y le busqu� la ternura y le prob� diversos rostros distintos,
cerraba los ojos y cuando los volv�a a abrir he ah� otra mujer diferente de la
anterior, no dir� ya mejor o peor sino distinta, siempre digna de amor pues era
creada en el fondo de mi propio ser, nutrida de mis fantas�as y la fui
recomponiendo como quien pone y quita m�scaras en el teatro y segu� haci�ndolo y me
empec� a asustar cuando ese rostro se fue pareciendo cada vez m�s a un rostro que
yo amaba en verdad, dir� que era la faz de mi media naranja perdida la que se iba
recomponiendo y fue entonces cuando ca� en cuenta que estaba delante de una ficci�n
y me doli� el coraz�n al pensar que ella deb�a estar en otra parte del cielo y que
yo no pod�a encontrarla as� en el cielo no se le negara nada a nadie. Dije entonces
que no quer�a m�s aquella sesi�n de terapia intensiva y que prefer�a pasar de
inmediato a una sesi�n de hechos. Me llevaron entonces a una habitaci�n envuelta en
tejidos persas, con aire de serrallo oriental. Tendidos al garete, fumando en
largas pipas de kif, los bienavenurados enamorados yac�an desperdigados por el
suelo, embebidos en amarse. �C�mo dir� que era este amor? El amor no puede
describirse, es simplemente amor. Se miraban, se acariciaban, se dec�an idioteces,
trataban de tocarse como si tuviesen cuerpos todav�a, se hac�an el amor de las
formas espirituales m�s inauditas, in�ditas en otros mundos, y una corriente de
felicidad se me traspas� cuando vi sus miradas tan llenas de cari�o venirse hacia
m�, de tal modo que pens� que mi inviolable esencia celestial iba a ser violada por
tantos y tantos que me amaban con miradas golosas y parec�an querer poseerme todo
entero y fue cuando me sent� como deber�a sentirse la pobre Marilyn Monroe
abandonada entre soldados rasos en un casino del ej�rcito o en una barraca y la
palabra antropofagia se me vino a la mente y fue cuando empec� a temerme lo peor,
que me devorasen vivo, all� mismo, y pasar a formar parte, como por �smosis
celestial, de los esp�ritus all� reunidos en uno solo, a ser parte de ese Gran Todo
al que muchos aspiran y que es, seg�n el te�logo sueco, apenas una pesta�a del Gran
Dios al que no nos a sido dado contemplar.
Pero pronto me acostumbr�, y ahora me considero un asiduo visitante de esas
habitaciones del amor.

Pensaba Parkinson que todos y cada uno de nosotros entra en alg�n momento de su
vida, a menos que se meta en un convento, a formar parte de un mercado sexual
sujeto a alzas y bajas en las cotizaciones y accionistas dispuestos a invertir, en
un negocio llamado matrimonio. La mercanc�a en juego estar�a compuesta por juventud
y belleza en una buena dosificaci�n y el detrimento de la una o de la otra, al
bajar la demanda, baja los precios.

Y eso me recuerda y ahora voy a contar lo que fue el episodio de amor entre un
�ngel y un hombre, que se enamoraron perdidamente en un lugar a dos millas de
Causalidad. Desconozco los sexos de los presuntos implicados pero eso no viene al
caso porque se trata de una historia de amor imposible que dejar� perplejo a m�s de
uno de los leyentes. Resulta que uno de los guardianes se asom� por casualidad a
una de las habitaciones del amor y pas� su mirada fr�a sobre todos los presentes,
que embebidos como estaban en amarse, no le prestaron mucha atenci�n. De pronto
repar� en un habitante que le debi� parecer hermoso en su �xtasis amoroso y qued�
prendado de �l. Se le acerc�, disfrazado de humano y le declar� su amor, dici�ndole
que si el de los humanos permit�a diversos compartires, el suyo era �nico y que no
soportar�a vivir por m�s tiempo en el cielo si no viv�an el uno para el otro,
porque era su media naranja, a lo que el humano contest� que a �l no le hab�a sido
asignada ninguna media naranja puesto que su amor era universal y eterno hacia
todos los seres humanos, que ya en la tierra hab�a sido misionero o misionera y que
hab�a compartido con los desgraciados todo su haber, tanto material como espiritual
y que aqu� s�lo deseaba estar en paz con todos y amarlos con amor m�stico por los
siglos de los siglos en aquellas habitaciones, a lo cual el �ngel disfrazado mont�
en c�lera y lo amenaz� con raptarlo a la fuerza a lo cual el otro, humilde le dijo,
haz lo que quieras, pero d�jame amarte a ti tambi�n porque eres parte del todo, y
el �ngel enfurecido le agarr� por la cola la oportunidad y am� a esa pobre alma
humana como nadie jam�s ha sido amado, de modo tal que consigui� lo imposible, que
aqu�l ser gregario con vocaci�n de santo se convirtiera en el m�s ego�sta de los
amantes y de ah� en adelante no quiso estar con nadie m�s y se fug� de las
habitaciones con el �ngel para amarse el uno al otro uno por los siglos de los
siglos o hasta que se cansasen, porque no hay amor que dure cien a�os, dice el
doctor Alzheimer, y menos cuando se trata de un amor contra natura, como aqu�l,
pero lo cierto es que pidieron dispensa especial para desposarse a una de las
maneras antiguas, y se las otorgaron y dicen que viven muy felices en Causalidad,
entregados a sus mutuas complacencias que son de naturaleza mixta a lo que entiendo
y plagada de los peque�os trucos irresistibles que hacen del verdadero amor un
para�so incluso en los ya conquistados territorios del cielo.

Pero existe un amor m�s grande, como es bien sabido, la meta de todos los amores
grandes, y es el amor a Dios y el amor de Dios. La mayor ambici�n de quienes aman
es la contemplaci�n de Dios. La forma m�s alta del amor es la contemplaci�n de
Dios... Si el oficio de Dios consiste nada m�s que en pensar.
Un d�a supe que nunca hab�a visto a Dios, que lo que hab�a cre�do ver no era m�s
que un placebo; result� que durante el Juicio el que estaba sentado parec�a una
piedra de jaspe y de sard�nica, pero no era el Alt�simo sino uno de sus m�s
cercanos allegados, nos dijeron, y el trono estaba rodeado por un arco iris de un
verde parecido a la esmeralda, aunque con aires de falsa pedrer�a rococ�.
Veinticuatro tronos hab�a alrededor, en un pabell�n de oro y escarlata al que
llamar� pabell�n de los ancianos de la tribu, y en ellos presid�a el consejo de los
ancianos, decr�pitos adoradores ebrios de juventud, todos de blanco vestidos y
coronados con coronas de oro. Sal�an voces, rayos y truenos del trono y siete
l�mparas de fuego ard�an delante suyo. Se nos dijo que moraba en la c�spide del
cielo y que su visi�n era imposible debido al intenso deslumbramiento, insoportable
para cualquiera que haya sido mortal alguna vez, pues como dijo el profeta, los
montes aquel d�a se derretir�an delante de la mirada de Dios, de modo que no nos
permiten verlo, pues su vista est� reservada a los �ngeles y a los santos, pero
creo que me las arreglar� para contemplarlo alg�n d�a. Tendr� que burlar la
vigilancia y acceder a los recintos de los santos, en ese reino que se llama
Sanies.

-�Debo entender entonces que no les gusta contemplar al Creador?


Su mirada era furibunda y los peticionarios se refugiaron unos contra otros,
muertos del pavor.
-No, s� nos gusta, dijo el doctor Alzheimer. Lo que pasa es que...
-�Malagradecidos! -rugi� el �ngel.
-Lo que pasa es... -se atrevi� a continuar el doctor Alzheimer- que s� queremos
contemplar al Creador, pero que nos gustar�a que no fuese, digamos..., todo el
tiempo. La iron�a saltaba a la vista.
-�Habrase visto! �De manera que no est�n contentos! �Qu� m�s pueden querer, si es
que se puede saber? �Que les paguen horas extras?
El �ngel no cab�a en s� de la estupefacci�n.
El estupor les atemper� el miedo.
-No ser�a mala idea -respondi� el doctor Alzheimer sin inmutarse, a sabiendas de
que la respuesta est�pida a una pregunta est�pida acabar�a de exasperar al alado.

Chagas se acerc� y le dijo a Parkinson:


-�Sabes por qu� se rebel� Lucifer?
-No tengo la menor idea.
-Por amor a los hombres, porque le encantaron, patroncito.
-No te creo.
-�Sabes por qu� no te dejan ver a Dios? Porque est� prisionero del diablo, en los
infiernos, porque perdi� la guerra, s� se�or, por eso mismo...
-�Deja de blasfemar ya, borracho pretencioso!
-No se enfade, jefecito... �O es que usted se cree el cuento ese de que a Dios no
le podemos ver porque su belleza incomparable nos deslumbrar�a? Porque en el
universo la ausencia siempre es m�s clara que la presencia. O, si no, y dec�a y nos
repet�a Chagas, que a ese dios no le gusta mostrarse porque es un dios
�avergonzado� del mundo que cre�.
Cobijaba la sospecha her�tica de la decadencia de dios escudada tras tantos
escondrijos, tantas reticencias, tanta p�rdida... No s� si dios existe o no existe.
Pero s� que si existe debe tener motivos muy poderosos para haberse escondido.
-En todo caso, tanto si existe como si no existe, nos hace mucha falta, como
dijo... �qui�n lo dijo?
-No lo s� -agreg� Escarlatina-. Dios, exista o no exista, deber�a visitarnos m�s a
menudo.

Dios no se deja ver porque le da verguenza, replica Chagas. Para el m�s tonto es
evidente que el mundo le qued� mal hecho. Los m�s recientes estudios han demostrado
que hubo una falla durante el tercer d�a de la Creaci�n. Despu�s sigui� una cadena
de errores a fortiori que a�n no termina.

Chagas aventura varias hip�tesis. Si Dios existe debe ser mis�ntropo. O acaso
depende de un Dios mucho m�s poderoso y sobretodo, mucho m�s bueno que el nuestro,
pero que est� muy lejos, por lo cual no se digna intervenir. Sat�n y sus secuaces
son sus enviados que vigilan permanentemente a este Dios de pacotilla. O quiz�s el
diosecito nuestro purga una pena de qui�n sabe cu�ntos millones de a�os en un
remoto lugar de esta creaci�n. O s�lo es un modesto lugarteniente, alg�n sargento
torpe e ineficaz que hace todo a su antojo sin que todav�a se hayan dado cuenta sus
superiores de otras galaxias. O acaso el que conocemos es el universo que cre� el
diablo desde su exilio o desde su prisi�n. Somos solamente un mal sue�o de Sat�n o
de ese dios malvado o adolescente que se le apareci� un d�a a Abraham y a Agamen�n
y que de cuando en cuando baja a la tierra a hacer de las suyas.
�O ser� que este dios naci� manco?

-Dicen que los mancos y sin piernas sufren menos en el infierno porque tienen
menos volumen para ser atormentados.
-�Sabe, se�or Parkinson, que todo lo que dicen del infierno es mentira? -me dijo
Chagas, el vagabundo, mientras erraba por el parque-. Pura mentira. Lo puedo decir
yo, que he ido y regresado. Pues s�. Todo lo que dicen es mentira, se�or. Lo de los
suplicios es mentira, es s�lo una fachada para aterrorizar a los buenos. Todo es
una patra�a, una pantalla hasta donde alcanza la mirada de los temerosos y
mantenerlos alejados no se vaya a llenar hasta las banderas el infierno con los que
quieren ir all� donde se les ocurra no volver a salir, pero de ah� para adentro,
nada que ver, hijo m�o, todo es bulla, casinos, placeres inauditos, vida buena,
mujeres, licores, drogas, en fin, tienes todo lo que quieras, y en la cantidad que
quieras, �y lo mejor es que all� nada es pecado, salvo el aburrirse!
Me estaba dando toda una lecci�n de topograf�a infernal.
-�C�mo es que sabes tanto de esas cosas, Chagas?
-Ah, simple sentido com�n, patr�n, cacumen, frotamiento continuo de las c�lulas
grises, como dec�a Poirot -y se frot� lo que le quedaba del cerebelo con sus u�as
llenas de ro�a y mugrientas hasta la saciedad de una suciedad inexistente en la
cut�cula.
-�Has le�do mucho?
-Oh, s�. Tambi�n he le�do y seguir� leyendo el resto de mi vida en este lugar...
-se qued� pensativo-. Hay un lugar en el que puedes leer lo mejor que fue escrito
all� abajo y lo que han escrito aqu� arriba, que dicen que es muy superior pero,
�sabe usted?, A m� no me acaba de convencer, me parece, digamos... tan cl�sico, tan
formal, tan comme il faut, que no lo soporto, simplemente no lo soporto...
Y se alej�, envuelto en su abrigo, dando patadas a una lata vac�a que se adivinaba
por el ruido, bajo la niebla...

Despu�s Chagas se encontr� conmigo y me cont� la conversaci�n, a su manera, claro


est�, pensando que yo no iba a entender nada de lo que me dec�a si lo hac�a con
palabras que �l pensaba eran dif�ciles para m�.
-Meto goles en las puertas de las casas, �sabes?, jam�s fallo.
Y un golpe met�lico anunci� que hab�a acertado sobre el port�n m�s lejano, del
cual surgi� una figura, pasado un breve tiempo, que se qued� muy azorada al no
encontrar a nadie frente al umbral, de modo que cerr� de nuevo con mal genio bajo
la mirada divertida de Chagas y la m�a, antes de que se entraran los ratones que se
adivinan siempre bajo las nubes y que a veces asoman sus colas por encima del humo
blancuzco...

Las palabras del viejo mendigo, aunque aparentemente faltas de l�gica, me dieron
valor y sobretodo, imaginaci�n. Con ello tuve para reforzar el plan que se me
estaba viniendo a las mientes. Si las palabras de Chagas eran ciertas, como hab�an
demostrado serlo tantas veces, ir�a y buscar�a a mi media naranja verdadera donde
fuese, en compa��a de Escarlatina, y lo dem�s me ten�a sin cuidado.
Era mejor que Chagas tuviera raz�n. Pero a Parkinson le preocupaba Jorobado Chagas
por su salud mental. Deliraba tan a menudo o se encontraba totalmente ebrio que ya
era imposible saber cu�ndo estaba en sus cinco sentidos y cuando no, de modo que
prefiri� pensar que siempre estaba loco para disfrutar mejor de sus raros instantes
de cordura.
Un buen d�a Chagas se le acerc� y le musit� al o�do:
-�Sabes por qu� no puedes ver a Dios? Porque est� dormido. S� se�or, lleva mil
a�os dormido -y a�adi� en voz muy baja y en tono que quer�a ser confidencial:
-Creo que ahora hay un usurpador que ocupa su puesto.
Y agreg� de manera bastante misteriosa:
-Dios debe tener motivos muy poderosos para mantenerse escondido.

En esta zona del cielo oficia como consejero de los �ngeles el te�logo sueco, cuyas
ideas de vieja data a�n imperan entre sus �ngeles adeptos. Alma curiosa, �sta. Su
m�rito consiste en que es el �nico humano que ha logrado pros�litos entre los
�ngeles. �Y pensar que en la tierra no pas� de ser un visionario de segundo orden a
quien todos ten�an por loco! Pretende aplicar reformas en los m�todos para
cualquier cosa... Aqu�, en la zona veintitr�s, se predica mucho, se echan sermones
cada rato, pero se permiten lujos no adoptados en otras zonas. Es el cielo de los
librepensadores laicos, que pueden entrar y salir a su antojo cuando les parezca e
ir de visita a los infiernos cuando lo deseen, no solamente en d�as domingos. He
o�do decir que los habitantes del infierno resienten cierta simpat�a por estos
bienaventurados, los �nicos que son de buen recibo en ambas partes; son los
ecl�cticos, los de la l�nea media, odiados sin piedad por los de la l�nea dura, los
vers�tiles, un poco veletas en ocasiones, pero, en fin, seres muy bien organizados
y dispuestos para la supervivencia y por dem�s aptos para el disfrute de las cosas
buenas de la vida del M�s All�. Son los gocetas espirituales del cielo.

Le dije al te�logo que si sab�a tener paciencia le contar�a cosas que le pasmar�an
y con la persistencia del sabio que desconoce el descanso, el te�logo sueco se
destinar�a a s� mismo despu�s del Juicio a componer la primera historia comentada y
revisada del cielo y a descifrar las complejas leyes que rigen este otro universo
y, si no lleg� nunca a resultados muy concretos, en cambio nos dio las claves para
enfrentar las argucias de los �ngeles y para tener las perspectivas que tienen los
pueblos con historia sobre los que carecen de ella. Como los italianos. El idioma
oficial del cielo es el italiano, por la simple raz�n de que m�s de la mitad de los
santos oficiales de la iglesia son italianos.
-Aunque tambi�n hay una buena cantidad de espa�oles...
-S�, pero tan pocos americanos que no hay sino un pu�ado de santos americanos...
-Bueno, se lo merecen, Am�rica fue incapaz de dar nada, ni siquiera santos -dijo
con cierta acrimonia.

Almas bondadosas han hecho donaciones para conseguir equipos sofisticados de aire
acondicionado para las celdas infernales. Falta ver a todas estas qu� dir� el
diablo de todo esto, pero como no lo podemos saber y no tenemos informaci�n
suficiente de un mundo al que desconocemos casi por completo, el te�logo sueco ha
dicho que lo podemos hacer sin problema en tanto aqu� nos lo permitan.
Los �ngeles de la ventana occidental se muestran muy disgustados con esas ideas, a
las que califican de subversivas, y los vemos pasearse inquietos como si temieran
males sin cuento de resultas de nuestros inventos. A m� en principio me ha parecido
rid�cula la idea de acudir en auxilio de los del infierno, que con su mal se lo
tengan, qui�n los manda a haber robado, delinquido, mandado a los dem�s y otras
barbaridades, pero cuando empec� a notar el desaliento de los �ngeles, sus
malestares evidenciados en formas nunca vistas, me empec� a emocionar con la idea,
los enemigos de mis enemigos son mis amigos, no es que yo le desee mal a nadie, as�
sean �ngeles, que bastante nos han servido por estos lares, sino que me interes� la
cosa como aventura, como cambio notorio en el status quo, y me aficion� a esas
damas caritativas que se paseaban de madrugada por las casas de los senderos
hermosos en busca de ayuda y en lugar de tirarles la puerta en las narices empec� a
observar con regocijo los rostros adustos de los �ngeles custodios y sus miradas
at�nitas frente a los que los echaban para siempre de sus casas por mostrarse tan
fr�os frente a esa cosa extra�a que los humanos denominamos amor.

Los domingos son aqu� m�s tediosos que los de la vida anterior... Por la pretensi�n
de o�r misa que ten�an unos y por la de asistir a f�tbol o a toros que ten�an los
otros.
-Es un vicio -dijo el doctor Alzheimer-. El d�a domingo es un vicio.

Y cuando est�bamos discutiendo acerca de la presencia divina fue cuando advert�


que hasta el momento no hab�a visto ninguna iglesia en el cielo, ni siquiera
indicios de cruces, ni hay �ngeles que porten diademas ni collares con dijes
dicientes.... �Ser� que han desaparecido porque ya no se consideran necesarias? Si
la presencia divina est� en todas partes, me digo, las iglesias se hacen
superfluas. Si Dios est� en el cielo y nosotros con �l... Pero Chagas me dijo que
s� las hab�a, en un barrio especialmente acondicionado para ellas.
Me pregunto si en el cielo se dir�n misas, o si ya tampoco hacen falta. Intento
averiguarlo. Es posible que tanto en el cielo como en el infierno haya diversos
partidos, diversas sectas, que disputen eternamente acerca de la naturaleza de las
dos instituciones. Porque las autoridades abolir�an las religiones y las iglesias.
Ya los buenos de cualquier religi�n gozan de la alegr�a eterna, ya los malos fueron
puestos a buen recaudo, cualquiera fuera su credo.
-Est� usted loco -me dijo Chagas-, las iglesias no son necesarias por la presencia
de Dios sino por la presencia de sacerdotes. Son ellos los que han demandado la
erecci�n de millares de iglesias para decir varias misas diarias. Y lo cierto es
que acuden feligreses de los dem�s barrios, que no soportan la idea de pasar un
domingo sin acercarse a la iglesia... Usted sabe, patroncito, la fuerza de la
costumbre...
-�Son los mismos que se aman?
-Hay de todo. Unos lo hacen por pura costumbre. Otros van porque est�n convencidos
de que la iglesia es un buen lugar para que los que se aman se re�nan. Eso es una
iglesia, un lugar para las congregaciones de amor en torno al sacrificio...
-�Sacrifican algo?
-No, por supuesto que no. Es s�lo un modo de decir, de llamar al santo sacrificio.
-Ya veo.

Pero lleg� el momento mismo de la confirmaci�n, cuando nos llamaron, en un d�a muy
emotivo y halagador, a que escogi�ramos religi�n; por lo visto ya nos consideraban
llegados a la edad adulta en el cielo, de modo que se organiz� el ceremonial y
acudimos de todos los rincones y se celebraron festines durante muchos d�as
seguidos en conmemoraci�n del suceso, o insuceso, seg�n queramos mirarlo. Fue parte
de las campa�as en el cielo para extirpar la herej�a. Y el resultado fue bastante
desagradable. Cuando pienso en todas esas beatas rid�culas e in�tiles que infestan
el cielo me dan unos deseos enormes de irme al infierno.

Ese d�a los habitantes est�bamos de juerga. Y no era para menos. Acababan de darnos
la carta de ciudadan�a celeste. Algunos la pusieron a prueba acerc�ndose a las
puertas del infierno, incitando a los �ngeles custodios a ejercer su don de mando
para poderlos demandar despu�s ante las autoridades. De lejos los vimos exhibir el
carnet con fotograf�a incluida ante los m�s pr�ximos guardianes del infierno, los
cuales apenas atinaban a esconder sus colas entre las patas y a dejar pasar, con
mucha deferencia, a nuestros hombres, que les hac�an caras casi tan horribles como
las suyas, les escup�an y les gritaban sandeces y palabras soeces.

-�Sabe usted cual es el m�s grave pecado de los inventores del cielo y del
infierno? -me dijo Chagas un d�a, sentado en el banco aqu�l al borde de los
balcones de Miserere...- La total ausencia de matices, s� se�or, de matices, de ma-
ti-ces, esc�cheme bien. No saben, nunca supieron qu� era eso, todo lo vieron en
blanco o en negro, en grande o en peque�o, en alto o en bajo, en moral o en
inmoral, en maniqueo o en maniqueo. El artista es el que reconoce los matices, s�
se�or, ese es todo el cuento. Lo dem�s son puras paparruchas.
Se alej� bebiendo un gran trago de whisky...

El grito que escucharon fue este:


-�Que se acabe ya esta absurda mascarada, quiero salir de aqu�!
Era Chagas en el parque. No soportaba m�s el rigor de las prisiones, el agitado
tumulto de los hip�critas santones, el resignado divagar de tantos aspirantes a la
perfecci�n espiritual. Estaba harto de todo ello y lo gritaba a los cuatro vientos.
Parkinson se apresur� a callarlo, porque no conven�a levantar un esc�ndalo en el
cielo como no fuera para obtener dividendos inmediatos, un traslado, la reparaci�n
r�pida de una injusticia...
Escarlatina se acerc� al mendigo y lo tom� por una mano.
-No te preocupes -le dijo.- No dejar� que te atormenten m�s. Puedes venir a casa.
Lo llevaron al peque�o pabell�n que hab�a alquilado Parkinson para �l y su ni�a.
La verdad es que a Parkinson no le preocupaban mucho las incomodidades propias,
sino las de ella. No quer�a verla sufriendo por ning�n motivo. Y no se detuvo nunca
a pregunt�rselo pero la verdad es que a ella le suced�a exactamente lo mismo que a
�l. Estaba encantada de andar en su compa��a. Todo lo que Parkinson hac�a le
parec�a de maravillas, bueno, salvo sus amenazas de dejarla, momentos en los cuales
se tensionaba y su rostro se transfiguraba. Y �l, que en un principio la amenazaba
con tal argucia, sin mayores intenciones de cumplirla, pronto se dio cuenta que el
mal que hac�a a la peque�a con esas bravatas era peor que la enmienda que aspiraba
a obtener en su comportamiento: un chillido de terror, un llanto inconsolable eran
la �nica recompensa a sus para ella infames palabras, de modo que se hizo la
promesa de optar por otros caminos para obtener resultados pero pronto tuvo que
aceptar que lo �nico que ella quer�a era estar a su lado y que ello bastaba para
hacerla el ser menos rebelde del cielo, el m�s sumiso y el m�s hermoso.
En las tardes, ella se entreten�a en el jard�n, tejiendo guirnaldas para �l con
las flores m�s hermosas; m�s tarde, recortaba figuras en su habitaci�n e inventaba
tarjetas que le iba dando de cuando en cuando como quien alimenta con ellas la
relaci�n. Y �l las aceptaba de buena gana, tal vez sin hacer los aspavientos que
ella hubiera querido, pero cuando alg�n d�a, por darle gusto los fingi�, ella
termin� dici�ndole que era mejor que nunca los volviera hacer porque la falsedad le
quedaba rid�cula, y en adelante supo tomar las cosas por donde deb�an ser,
aceptando sus limitadas manifestaciones de gozo sin mucho alborozo pero con la
conciencia de una absoluta pertenencia de �l a ella en su coraz�n...

Escarlatina alcanz� a pensar que ella lo hab�a suscitado al abrir demasiado los
grifos del agua. Hab�a estado lloviendo m�s de la cuenta, aunque no tanto como para
pensar en lo que ocurrir�a, pero todos los proyectos de redenci�n se vinieron abajo
de golpe cuando cay� un diluvio como nunca se hab�a visto en los salones
celestiales. �Y eso por qu�, se dir�n? Pues porque, como lo vine a saber m�s tarde,
resulta que los dioses (lo digo en plural por respeto), se aburrieron porque todo
les volvi� a salir mal y acaso es por eso que en el infierno los llaman �los
grandes frustrados�, y como en el infierno todo es llamas y calor, en el cielo se
derrochan el agua y la nieve y esa noche, pues era noche como en todas las
inundaciones de importancia vital, se desgajaron los aguaceros por falta de
vigilancia de los diablos plomeros, qu� se yo, o de los diablos burladores de
truenos, oficio manifiestamente inoficioso, y un buen d�a empez� a llover por los
despe�aderos rezumantes. El agua se col� por los resquicios, primero como un menudo
goteo o golpeteo palpitante que resonaba contra las piedras en los ecos de la
inmensa b�veda celeste, luego con la furia de peque�as cataratas que se deslizaban
por los bordes y dejaban a su paso un olor a humedad permanente. Nada pas� sino
hacia el quinto d�a, cuando las predicciones meteoroneurol�gicas del cielo
empezaron a pasar datos contradictorios. Se ve�a a todas luces, si es que todav�a
hab�a luces que ver, que algo se estaba cocinando, si es que algo pod�a cocinarse
en medio de esa apariencia de fr�o y de esa humedad pegajosa que se fue tomando los
�mbitos con morosa persistencia. Al principio abr�as dos de las puertas de
cualquier casa y tras ellas diluviaba, pero el jard�n y el camino hacia el infierno
como por milagro permanec�an secos, pero hacia el d�cimo d�a se fueron empantanando
en conjunci�n con las otras puertas y el agua empez� a colarse por debajo y a
meterse por entre los resquicios de la niebla, lo que oblig� a los habitantes a
usar botas pantaneras d�a y noche y a una acci�n no por decidida menos in�til, de
los desesperanzados �ngeles bomberos, aturdidos con la inutilidad de sus esfuerzos,
no acostumbrados a enfrentar hecatombes en el cielo sino breves problemas sin
mayores complicaciones.
Fue entonces cuando hasta los m�s recalcitrantes de los partisanos del cielo, los
que mejor dec�an sentirse, empezaron a dar muestras de estar molestos y de querer
huir hacia comarcas m�s seguras donde no se fueran a ahogar y los catarros hicieran
menos de las suyas. Y fue cuando unos pocos nos atrevimos a hablar de un posible
refugio incre�ble: la Tierra.

10. LEVE BREAK CON CAFE Y EPIGRAFES

Pues bien, dicen que irse con una muchacha es cosa del demonio. Y yo comenc� a
pensar c�mo diablos, perd�n..., C�mo el demonio pod�a introducirse en una muchacha.
Era de esperar que en esas circunstancias el demonio tendr�a tanta posibilidad de
entrar en ella como una bola de nieve de mantenerse en el infierno.
John Steinbeck

En el calendario de tu coraz�n, �cu�nto dura la eternidad?


E�a de Queiroz

Encontr� en fin un palacio soberbio preparado para ella y lleno de hombres


celestes destinados a sus placeres.
Montesquieu

Creer�a morir, si no estuviera seguro de mi inmortalidad.


Montesquieu

Has nacido demasiado tarde por dos o tres siglos.


Diderot

Amamos porque no somos capaces de soportar la soledad. Y es por esa misma raz�n
por lo que le tenemos miedo a la muerte.
Marguerite Yourcenar

Ella se sumergi� en mi sombra como una piedra sobre el cielo.


Paul Eluard

Para m� no habr�a m�s grande castigo que habitar en solitario el para�so.


Goethe

Es imposible amar y ser sabio.


Francis Bacon

Perdido es todo el tiempo que en amor no se gasta.


Petrarca

�Oh, qui�n pudiera prolongar este dulce momento y dormirse en �l y en �l


eternizarse!
Miguel de Unamuno

11. EL COMIENZO DE UNA HISTORIA DE AMOR

Imaginemos ese hombre se�ero del que habla Goethe, un solitario anclado en medio
del cielo. No hay nadie m�s, se ha quedado completamente solo en el universo. Ahora
el universo es �su� universo. Pero est� en el cielo. Quiero decir que su cerebro, o
mejor su alma si ustedes quieren, est� programado para captar y asimilar todas las
felicidades posibles. Esto es, puede imaginar, sin ning�n l�mite, todos los goces
espirituales y aun corporales que desee. Naturalmente ejercer� sus poderes durante
alg�n tiempo de manera franca y plena. Pero pronto, podemos imaginarlo, su sentido
del placer comenzar� a embotarse, a enmohecerse y su memoria se ir� perdiendo, de
modo que ir� dotando de rasgos extra�os a los personajes de sus sue�os -no s� por
qu� he de suponer que son todos surgidos de sus recuerdos de la tierra y en su
mayor parte dotados de atractivos femeninos, lo m�s apropiado al placer que se
puede imaginar nuestro personaje-, y su alma ir� creando seres de ficci�n dotados
de los m�s disparejos atributos, hasta que olvidar� por completo las figuras
humanas y procrear� con monstruos de todas las pelambres. As�, y no de otra manera,
los peligros amorosos en el cielo.

Entretanto noches y noches van dejando su acopio de sue�os a medio recordar en la


memoria de Parkinson. El hombre sue�a continuamente en el cielo, y sus sue�os
tienen que ver siempre con la tierra, que se le ha convertido en una magn�fica
obsesi�n. Una noche sue�a que es un monje en oraci�n en un vetusto monasterio y que
en medio de las letan�as gregorianas contempla en lo alto la amplia silueta de un
buque anclado contra el altar. Y se despierta de pronto, aturdido. Ha so�ado el
sue�o de un bardo irland�s. Y qu� es lo que lo tiene tan nervioso, no otra cosa que
lo que pudo observar en el imagin�metro y que coincide con los sue�os que noche a
noche empiezan a frecuentarlo.
Empez� a tener sue�os en los cuales se le aparec�a una hermosa y antigua mujer. La
extra�a figura de bella durmiente respond�a en ellos al nombre de Salmonella.
Vest�a siempre una bata blanca, como debe ser en la moda de los sue�os, y al lado
de su cama, llena de brocados y holandas, descansaban las virginales y silenciosas
zapatillas igualmente blancas. Parkinson sab�a que su papel, si alguno hab�a, era
el del pr�ncipe azul que viene del M�s All�. La vio s�lo un par de veces, en los
sue�os de ella. De pronto descubri� que estaba dormida todo el tiempo y que �l
estaba destinado a darle el beso que la despertar�a, en el pasado y en otro mundo
que se parec�a demasiado a la tierra. Pero estaba seguro que ella exist�a, como
esas im�genes que se quedan para siempre vagando por el universo a la velocidad de
la luz y se curvan y vuelven y vuelven, y que no era una alucinaci�n de su propio
peculio.

Mientras esperaba su turno para el Juicio, Parkinson hab�a tenido tiempo para
recordar esos episodios de su vida pasada que yac�an relegados en el desv�n.
Rastre� un poco y hoje� en el fondo de su memoria. Con un poco de esfuerzo record�
ese d�a, cuando lleg� a casa no solamente cansado, sino decepcionado y trag�ndose
las ganas de llorar. Hab�a pagado lo que para su exiguo bolsillo resultaba toda una
fortuna y se sent�a ahora, tras vejado, estafado, y maldec�a a todos los brujos y
brujas de la creaci�n. Su �ltima esperanza de encontrar mujer se hab�a desvanecido
desde el d�a aqu�l en que su novia Esquizofrenia le hab�a dicho con toda la calma
de la que sabe bien que va a abandonarte:
�Tu reino, Jonathan Parkinson, no es de este mundo�.

Su hermana Petulancia le pregunt�:


-�Y bien?
-Nada. No me dijo nada que valiera la pena escuchar.
-Te dije que si no cre�as en brujas no fueras a ir.
-Ten�a curiosidad, y adem�s, �sabes? -lo dijo como quien no quiere aceptar la
cosa- era tal vez mi �ltima oportunidad.
-Qu� va. Todav�a est�s joven y podr�s casarte con la que quieras. No todas son tan
tontas como pretendes...
El la interrumpi�:
-Lo que m�s rabia me da -dijo- es que esos brujos lo crean a uno bruto...
-�Por qu�?
-Porque te dicen lo que creen que esperas o�r, tratan de halagar tu orgullo, tu
vanidad, y cuando reconocen tu superioridad intelectual, intentan aterrorizarte con
predicciones horrorosas.
-Tal vez s�lo digan la verdad, lo que leen en el tarot, lo que dice la carta
astral, la sabidur�a de la bola de cristal.
-Bah, tonter�as. Est�s confundiendo a�n m�s las cosas. Nada tiene que ver con la
carta astral o con la bola de cristal. Ellos no saben nada de nada. Te dicen que en
una reencarnaci�n anterior fuiste Napole�n Bonaparte o mejor, una princesa
encantada de la Edad Media, o el caballero digno de rescatar a esa princesa. Nadie,
que yo sepa, ha pagado los cien d�lares de la cita y luego ha resultado haber sido
un pe�n de carga, o un simple labriego, nadie pereci� en el pat�bulo o en una
batalla ignorada entre los partos y los escitas. No tendr�a gracia as�, y no
pagar�as si no pudieras ver esponjarse tu vanidad hinchada como un globo...
-Si no consigues una erecci�n de tu vanidad, �para qu� vas?... A prop�sito, �qu�
te dijo esa mujer, que tanto te disgusta?
-Que no hab�a mujer para m�, bueno, que s� la hab�a pero que viv�a muy lejos...
-Aj�... �d�nde?
-En Florencia. Imag�nate, �en Italia!
-Bueno, no lo veo tan complicado. Tomas un avi�n y ya est�... Es posible que la
encuentres. �Te dijo c�mo era? �O al menos c�mo se llamaba?
-No es tan sencillo, querida. Las brujas son m�s complicadas que eso... Hasta me
dijo el nombre de la mujer de mi vida. Se llama Salmonella, Salmonella, y se supone
que est� revestida con todas las perfecciones humanas. �Te imaginas? Uno de esos
rostros que pintaban Rafael, Lippi y Botticelli, un cabello en bucles dorados, un
talle de marfil, en fin, una Venus inalcanzable... Debe ser, no lo dudo, una mujer
de ensue�o.
-Bueno, pues b�scala.
-Ser�a f�cil. Vive en la mism�sima Piazza de la Se�or�a, del costado occidental,
entrando por el campanile, a escasos treinta pasos del lugar en el que se planta el
guardia cuando los miembros del consejo entran a palacio.
-�Qu� esperas entonces para ir a buscarla? Antes de descalificar a alguien tienes
que comprobar que dice mentiras...
-Y ella las dice.
-Compru�bamelo.
-Si eso quieres, lo har�, y ya mismo. Pues bien, Salmonella, la pretendida mujer
de mi vida, vive en Florencia, s�, pero da la casualidad que vive en el siglo
quince despu�s de Cristo. �Necesitas alguna otra referencia?
-Bueno -dijo ella riendo- �por lo menos no es del siglo quince antes de Cristo!
Est� un poco m�s cerca -se burlaba de su hermano-.
-�Tu crees? A veces pienso en la eternidad, querida Petula... Tal vez tengas
raz�n. �Qui�n podr� convencerme de que la Eternidad hacia el pasado no es m�s corta
que la Eternidad hacia el futuro? No parece l�gico pero en seguida me asalta una
duda y es que tampoco puedo pensarlo de otra manera. �Acaso recuerdas algo de la
Eternidad antes de nacer?
-Eso ya lo discuti� Diderot, o alguien as�...
-Tu y tus referencias literarias.
-No s� hacer otra cosa. Tu me ense�aste.

-Jonathan Parkinson, siglo veintidos.


-Oh, mucho gusto, Antonio V�rice, siglo dieciseis.
-�Varicela, dice usted?
-No, esa es mi esposa. Dije V�rice.
-Siglo dieciseis. �Qu� bien! Hace tiempo que no me encuentro con nadie del siglo
dieciseis por estos lados.
-�Bueno, es que casi todos est�n en los infiernos, recuerde usted, las guerras de
religi�n, las matanzas de los turcos, Lepanto, el Quijote, Shakespeare, todas esas
cosas!
-S�. Es cierto. Es incre�ble contemplar c�mo algunas �pocas contaminan a todo el
mundo. Es imposible encontrarse gentes de los siglos trece, dieciseis y veinte por
estos lados.
-S�. Es tristemente cierto. Soy un solitario...
-Yo tambi�n.
-Un abrazo, amigo.
-Perm�tame.
Se estrecharon efusivamente y algunas l�grimas de fantas�a corrieron por sus
presuntas mejillas...
-Y d�game. �Por casualidad era usted italiano? �Conoci� Florencia?
-Yo era veneciano, y creo que era mercader, pero no es mucho lo que me acuerdo.
Usted sabe, nos han robado la memoria.
-S�, lo comprendo. Pero, dice usted que era mercader... �y por qu� entonces est�
en el cielo?
-�Ah, me colgaron del cogote, ya sabe usted, las confesiones in extremis hacen
milagros!
-Es cierto eso, perd�neme, es que yo soy de los que tuvieron la suerte de no morir
jam�s.
-Es usted en verdad muy afortunado y pocos son los que pueden decir eso en estos
tiempos...
-S�. Pero me tocaron tiempos nefandos.
-Como a todos. No se preocupe, que los m�os no fueron nada buenos.
-C�mo ser�an de malos los m�os, que se decidi� acabar con todo. Imag�nese usted lo
que es un mundo habitado por cien mil millones de personas... Es como para
enloquecerse, cr�ame.
Se le erizaron los pelillos de los brazos.

Aburrido, una vez pasado el atractivo de las novedades en Miserere, Parkinson


contemplaba en las noches el imagin�metro, arrellanado en un sof� de su casa
celestial; como era ya la costumbre, hab�a encendido el aparato con tres flexiones
de pecho, cuando divis�, en la Florencia del siglo XVI, a la bella Salmonella, que
le lanzaba la saeta. De inmediato la reconoci�. Esta es la m�a, se dijo, y se
acord� tanto del sue�o como de la pitonisa y de la vieja predicci�n.
Al d�a siguiente pidi� permiso para usar el catalejo del imagin�metro y se detuvo,
morosamente, a mirar durante largas horas hacia la tierra, esperando descubrir a su
amada en las formas indecisas de la Italia, que aparec�a a lo lejos como una bota,
un poco m�s achatada que en los mapas, al fin y al cabo. Durante un tiempo,
Parkinson languideci�, pues no hab�a aprendido aun a contemplar; no le bast�
desearlo intensamente. Preguntando, preguntando se llega modestamente no s�lo a
Roma, sino tambi�n a Florencia, Chagas le explic� que si se rascaba la oreja
izquierda podr�a mirar hacia abajo al sitio que imaginase.

Mis sue�os de esta noche fueron una sucesi�n de visiones a cu�l m�s er�tica.
Record� en ellos un episodio de mi muy temprana juventud, en un teatro en el que
pasaban los fines de semana pel�culas para j�venes. Ocurri� que en un extra��simo
acto de atrevimiento, absolutamente inesperado en el adolescente t�mido y fe�simo
que yo era por entonces, puse mi mano, poco a poco, sobre la pierna de mi
desconocida vecina de silla, en un rozamiento de un masoquismo delicioso, mientras
pasaba, con una lentitud de tortura, la pel�cula entera frente a mis ojos que
intentaban mantenerse fijos en la pantalla. Tras much�simo tiempo de dudas y
vacilaciones pude dejar mi mano sobre su pierna y tampoco me hubiera atrevido a
quitarla por ning�n motivo, de modo que me fui acostumbrando y apenas si desviaba
la mirada r�gida de la pantalla, como si nada ocurriera. Luego de sudar fr�o
durante un rato interminable, acab� la pel�cula. A la salida del teatro ella me
esperaba con sus amigas y me se�alaba sin ning�n reparo mientras todas re�an con
esa sonrisa lol�tica que te persigue hasta la eternidad, en la cual se mezcla la
ingenuidad infantil con la m�s profunda de las depravaciones, para mi eterna
verg�enza. Me imagino que me puse rojo como un tomate y todo termin� all�. En
realidad era una ni�a que me gustaba mucho y siempre supe qui�n era, aun antes de
poner mi mano en su pierna, aunque ella quiz� jam�s supo qui�n era yo y enseguida
desaparec� para siempre de su vida. Ese d�a pas� con toda mi timidez a cuestas, tan
distinta de los avances que hab�a conseguido en dos horas de oscuridad, por entre
aquellas ninfetas aprovechadas, v�ctima de la verg�enza, con los ojos bajos. Esa ha
sido una de las experiencias fundamentales de mi vida. Y ahora... Eran los mismos
roces que yo, Parkinson, repet�a desde alg�n lugar muy lejano, en un contacto
extra�o, pero era id�ntica la tentaci�n y sobretodo la quemadura. Era como si
hubiese entrado en los sue�os de un ser humano, de ese ser tan especial que yac�a a
mis pies como una diosa inocente y perfumada, como si tuviera la capacidad de
meterme en ellos, cuando viv�a a�n en la tierra, mucho tiempo antes del Juicio,
como entraba en los sue�os de aquella otra a la que imaginaba llamarse Salmonella,
hermosa como la primera, igualmente dolorosa en su cercan�a que casi me quemaba la
piel. Y as� como la hab�a contemplado desde Miserere por vez primera, con los
resultados que ya he mostrado, ahora la ten�a frente a m�, en un sue�o que no se
diferenciaba de la realidad m�s que acaso en lo que ella deb�a estar so�ando, que
tal vez fuera yo, pero sin molestias ni reticencias puesto que no se puso nerviosa
ni grit� sino que guard� toda su placidez de doncella imperturbada, pues lo m�o era
realidad pura, m�s concreta que cualquier cuerpo y que cualquier sensaci�n corporal
que jam�s experimentara. Y ese rozamiento nocturno, tan perturbador para m�...
Id�ntica sensaci�n, id�ntica piel. Algo as� como mi presencia f�sica junto a su
lecho, puesto que sent�a los roces de las sedas y las holandas, pero apenas pod�a
tocarla. Y eso me gustaba, estaba muy bien. Sin ser nada, era ya demasiado, mucho
m�s de lo que en cualquier otra situaci�n hubiera podido esperar. Sent� que la cosa
era por ah�... Aparec�a un lenguaje nuevo, desconocido antes para m� y quiz�s para
el resto de los habitantes, como si en el nuevo status quo hubieran olvidado las
bases de las relaciones del m�s ac� con el m�s all� y quedaran al vaiv�n de un
delicioso azar. El tacto, los rozamientos se habr�an conviertido en el lenguaje de
los habitantes, pero �por qu�?, �acaso por ser el sentido que no comprenden los
�ngeles? S�, tal vez, quiz�s. La sensualidad iba aumentando, como en un contador
geiger, y los habitantes est�bamos empezando a elaborar un himno al tacto. Este s�,
me dije, es el verdadero tema profundo del cielo, �c�mo no lo hab�a percibido
antes!...

Record� algo en uno de los primeros d�as cuando de pronto sinti� que su mano
sent�a, que era capaz de rozar y de impregnarse de las cosas. Fue un
estremecimiento el�ctrico, sus dedos estaban tocando la mesa, fue y toc� las
paredes fr�as de la casa con una alegr�a inmensa. Era su descubrimiento. Intent�
tocar cosas delante de los �ngeles y pronto advirti� que ellos no lo notaban, que
no se encend�an sus semblantes con sospechas. �Qu� maravilla! �No conoc�an el
sentido del tacto! Se sent�a estrenando cuerpo y fue al encuentro de Escarlatina y
la tom� de la mano:
-Ven aqu�, peque�a.
Y la roz� suavemente. El rozamiento era ahora la clave de la vida en el cielo, el
�nico lenguaje subrepticio posible.
Desde entonces empec� a descubrirme la facultad de penetrar en los sue�os, sue�os
redondos, sue�os delgados por los cuales infiltr� mi presencia y que fueron
respondidos en los recuerdos de los durmientes por medio de se�ales que me llegaron
claras y desbordantes, cuando me introduje en la noche florentina en los sue�os de
la bella Salmonella y supe que hab�an sido ellos felices y tranquilos. Eran sue�os
dulces e inesperados, mostraban cosas que nunca imagin� en mi mundo y estaban
atravesados por ingenuidades y timideces acaso excesivas para una doncella y a la
vez tan dulces, tan suaves como terciopelo embebido en vino tinto.

Me concentr� en la b�squeda de los sue�os de Escarlatina para seguirlos como a un


im�n. Pero era atra�do invenciblemente por los sue�os m�s atroces. Para prepararme
a mi aventura florentina, una noche me met� dentro de una de las pesadillas del
doctor Alzheimer. Decid� jam�s volver a frecuentar esos antros. Fue cuando se me
despert� el buen sentido. Sin amor no encontrar�a nada. Con las primeras r�fagas
del amor, llegaron los dulces sue�os y con ellos la comunicaci�n.

La aventura, lo furtivo, es quiz�s el ingrediente m�s incitante del amor y del


sexo. Los encuentros en los sue�os eran tan reales como las nubes del cielo y las
avenidas celestiales. Todo el d�a estuvo temblando de ansiedad. La timidez se le
hab�a subido encima y se le hab�a instalado en todos los huesos, en las
articulaciones, en los m�sculos pesados, dificult�ndole los movimientos. La saliva
se escabull� de su boca y se refugi� acaso en las gl�ndulas del sudor que ese d�a
segregaron m�s que de costumbre peligrosos excesos de humores almizclados. Tras
horas de angustia que se fueron con la misma lentitud que el resto de la eternidad,
al fin lleg� el momento. Baj� esa noche por el embudo del sue�o de ella con lo que
pudo llegar sin golpearse, con la suavidad de raso de las s�banas y las cortinas de
la habitaci�n de la doncella. De pronto se vio all�, delante de ella, profundamente
dormida, y se sinti� solo, con una soledad agravada por tenerla a sus pies, bella e
inmaculada, inaccesible sin violentarla, inocente de todo lo que se estaba jugando
a su alrededor, dulce y p�lida a la luz de la luna que entraba sin distracci�n
alguna por la ventana abierta ilumin�ndola con un azul que suavizaba a�n m�s sus
formas y pon�a tintes de fantas�a a los brocados, a los encajes de su lecho
virginal... Hab�a estado esperando el momento, confundi�ndolo en mil imaginaciones
de lo que iba a hacer una vez la tuviera frente a s�, inmediata, ya no apartada por
ese velo de infinitud que pon�a la lejan�a de la contemplaci�n desde C�lico
Miserere. Y ahora que la ten�a all�, las piernas le flaquearon, se le disolvieron y
si no cay� al suelo fue porque Dios es muy grande y porque estaba apoyado en el
colch�n o en lo que hiciera sus veces y se le hizo un nudo en el vientre porque no
hab�a esperado encontrarla en el abandono pl�cido en el que la hall�, con las
s�banas regadas por el piso y los velos de dormir bellamente diseminados por las
zonas del cuerpo menos correspondientes a su funci�n de cobertura y m�s como
amuletos incitantes, envoltorios de redondeces hermosas e inesperadas de modo que a
la luz de la luna quedaban al desnudo con la indolencia y el descuido gracioso de
quien se sabe invisible a todo ojo humano. Se qued� un instante perplejo,
anonadado, sorprendido luego, azorado entonces, desubicado despu�s, temeroso en
seguida, asustado en tanto, empavorecido un minuto despu�s. Una mezcla entre el
deseo y la compasi�n se le instal� por debajo de las apetencias y sinti�, si no que
ya la amaba, sentimiento que quer�a met�rsele a toda costa a falta de otro mejor
que le hubiese aconsejado una experiencia de la que carec�a en el arte de toparse
doncellas antiguas desnudas en el lecho, a conciencia de su falsedad y del apremio
del momento, s� que quer�a protegerla, ser su guardi�n frente a los peligros de la
noche. Pero quer�a, desesperadamente, tocarla, ten�a la necesidad de recorrerla.
C�mo quisiera pasear su mano desnuda por sobre sus formas veladas por las lunas
diseminadas sobre sus muslos, sobre esos hombros color magenta regados de peque�as
pecas, sobre ese pecho coloreado de �ndigo y ese bot�n de rosa azulado enmudecido
por el silencio. Sinti� que se le pon�a la piel de gallina cuando advirti� de cerca
esa pelusilla que la recorr�a por entero, quiso rozar m�s que tocar o agarrar,
ten�a que rozar, como si adem�s de los largos a�os en el cielo sin el sentido del
tacto le hubiesen afectado cre�ndole una obsesi�n m�s -pens� que tendr�a a su
regreso que consultar una vez m�s al pobre psicoanalista celeste agobiado de
trabajo en los �ltimo tiempos-, acaso no la despierto, s�, ser�a mejor si soy
invisible, intocable e intocador, pobres fantasmas, pens�, su suplicio eterno de
ver y no tocar, doloroso, frustrante, quiso probar, bien pod�a hacerlo primero con
alguno de los objetos dentro de la habitaci�n, con la cortina que se mov�a a merced
del viento suave y c�lido de la buena estaci�n, con la silla veneciana adosada a la
pared, con los batientes de la ventanilla levemente abiertos, con el reboso del
velo ca�do a los pies de la doncella, no, hubiese sido un golpe monstruoso, era
mejor, s�, intentar tocarla a ella, era mejor llevarse la decepci�n ya en el
momento oportuno para disfrutar el acercamiento prometedor, qu� tal si funcionaba,
si por estar en el mundo de la tierra -as� fuese a trav�s de los sue�os- pudiera
acerc�rsele y ser carne estremecida una vez m�s, viejo deseo, viejo y desolador, y
dirigi� con estudiada lentitud su mano hacia el pecho dici�ndose qu� m�s da si pasa
de trav�s, sumergir�a sus manos hasta el fondo mismo de su vientre y las refregar�a
imaginariamente en esquinas inexploradas por los m�s audaces descubridores,
cerrar�a los ojos e inventar�a sus l�mites y adivinar�a entonces con la mayor
tranquilidad sus formas y la recorrer�a y la aprender�a de memoria, que bien val�a
la pena as� fuera por guardar la conciencia de artista enamorado de las formas,
perder�a el miedo, s�, eso era, se sentir�a en otro mundo, apartado de ella,
convertir�a su frustraci�n en alegr�a, ser�a un espectro propio para la sabidur�a,
tendr�a por unos instantes el secreto de la fabricaci�n del oro y no lo compartir�a
con nadie.

No hay duda que lo consigui�. Muchas personas, al mismo tiempo, se sintieron


miradas desde alg�n lado. Pero el mundo que ve�a Parkinson, era el de pocos a�os
antes del cataclismo; no era el que deseaba ver con ahinco ni el que se hab�a
ofrecido en sus sue�os a la imaginaci�n.
Volvi� a indagar entre los mendigos. Ten�a que rascarse la oreja durante un
minuto, para cambiar de siglo. Luego, son�ndose con fuerza, ir�a graduando el a�o
de contemplaci�n, y luego con movimientos de la lengua fijar�a el d�a y la hora.
Trabajo le dio sintonizar el catalejo del imagin�metro, pero como la eternidad
permite esos devaneos sin apremios, y como el exceso de tiempo a su disposici�n
-estrictamente todo el que quisiera- le dio la agilidad necesaria para no tener que
agarrarse de su torpeza como excusa, en cosa de una semana domin� el arte de hacer
observaciones sobre aquello que alguna vez fuera el mundo. Parkinson puso entonces
la mira sobre Florencia, la �nica Florencia del Renacimiento, y la vio de lejos y
no fue sino que contemplara primero la Santa Croce y luego la Piazza de la Signoria
para que su premonici�n se tranformara en realidad, y como toda premonici�n es
castigada en los cielos con una r�faga de viento y hojarasca, Parkinson fue presa
del v�rtigo de los vientos en tanto celebraba su descubrimiento con una embriaguez
impropia en un hombre de su edad. Envuelto en secas hojas de hiedra y p�talos de
rosa, podr�amos decir que qued� para siempre enamorado, algo as� como si se hubiera
entrado al Jard�n de las Hesp�rides por la puerta de los dioses, y se propuso en
adelante hacer todo lo que estuviera de su parte para conquistar a la belleza
imaginada o contemplada desde lejos a trav�s de los sue�os. Pero primero indag� si
su alma estaba por ventura en el cielo, o si se trataba de una pecadora. No,
ninguna informaci�n pudo obtener. Sea como fuere, la rescatar� en la tierra si es
preciso, se dijo. �O estar�a ella en el cielo y �l no la reconocer�a? Record� ese
poema de Browning, �c�mo era?, ese en el que un hombre se aleja tanto de una mujer
que no la saluda cuando la encuentra en el cielo y si bien era una median�a
-tambi�n en el cielo cabe ser una median�a-, el amor le dio alas, y con un esfuerzo
desesperado sobrenad� a su timidez... Pero no, imposible, los listados lo mostraban
a las claras. Su Salmonella, la mujer del Renacimiento, no estaba en los cielos, ni
en los infiernos, ni en el purgatorio, ni en el limbo... �D�nde pues, estaba?
Seguramente en una sola parte, y eso es lo que iba a averiguar: en la tierra.

Esta ma�ana temprano me despierto y de inmediato me voy al diario y escribo sin


parar, como un condenado: Martes quince, de cualquier d�a de la eternidad (el a�o
qu� m�s da): Sigo enamorado de la bella Salmonella, sin remedio. La sigo, la
persigo, la cortejo, la escolto, la acoso, siempre lejana y casi inexistente all� a
lo lejos, desde el observatorio de C�lico Miserere... En mis sue�os se me aparece
con su tocado ceremonial, tal como la vi el domingo aquel de Pentecost�s, ataviada
como una princesa real bajo el sol ardiente de la Toscana.
Tan cercana a la vista del pobre Parkinson y a un universo de distancia que los
aparta m�s que cualquier cosa, simas imposibles, aunque se sigue diciendo que ella
debe estar en alguna parte en ese cielo que no puede ser tan exiguo pero que tiene
toda una eternidad para reconocerla entre miles, quiz�s entre esos millones de
seres que se ganaron la loter�a frente a la gran derrota final. �Y c�mo
encontrarla? Si tan solo pudiera hablar con ella, presentarse frente a ella y
decirle, atraparla, raptarla y tra�rsela hasta el cielo entonces todo quedar�a
poblado, el mundo no ser�a m�s esta soledad terrible solo atemperada por la
presencia angelical de una peque�a Escarlatina que no por adorable alcanzaba a
colmar sus anhelos.

�Entonces la joven florentina exist�a! Y ten�a rostro, y cuerpo, y hablaba, y pod�a


hablar con Parkinson. Y lo estaba envolviendo en sus lazos. La ni�a se estremeci�.
Ten�a que hacer algo. Entonces ella, la ni�a, delante del portento de semejante
milagro, se escabull� por la puerta de las princesas infortunadas y desapareci� de
la vista de cualquiera que hubiera querido seguirla, rumbo a los infiernos, acaso
porque quer�a regresar al cielo o simplemente escapar al recuerdo lacerante del
Parkinson que la hab�a abandonado por una quimera, por un sue�o absurdo en el que
hab�a una mujer, una intrusa que usurpaba sus derechos en nombre apenas de una edad
que no ten�a la ni�a y de una belleza que causaba m�s piedad que asombro en la
peque�a.

Quiere partir, pedir permiso, pero �c�mo equiparar sus �pocas? �C�mo dirigirse al
siglo quince o lo que fuere? En el cielo todo es posible, se dice, todo lo bueno,
claro est�, porque lo malo es un imposible metaf�sico, una paradoja m�s de las
muchas de que est� impregnado el M�s All� esencial...
Esa noche celeste me despert� con la inclemente sensaci�n de una pesadilla atroz.
S�lo los buenos sue�os nos llevan ahora a la tierra mientras que todos los sue�os
malos est�n relacionados con horribles mundos mentales en los que nada se puede
tocar y persisten mutaciones horripilantes, todas ellas en el cielo o en el
infierno. Pero yo creo que las pesadillas se dan �nicamente porque tenemos
recuerdos y no porque exista nada malo en el cielo y es por eso que se dice que se
necesitar�n largos a�os de curaci�n antes de poder dormir buenas noches. Pero me
llen� de terror en la pesadilla nocturna. Entonces record� los animales del
apocalipsis, junto con las siete l�mparas de fuego, cuando delante del trono hab�a
como un mar de vidrio, y en medio del trono y a su alrededor, cuatro animales,
llenos de ojos por delante y por detr�s; el primero se parec�a a un le�n, un toro,
un hombre y un �guila. Cada uno ten�a seis alas y estaban llenos de ojos por todos
los costados. Fue una visi�n fugitiva, un terror acendrado en su subconsciente, que
vive en otros cielos paralelos.

Idea genial de Escarlatina: el cielo est� situado a un d�a y medio de viaje desde
la tierra. Esa es la raz�n por la cual Cristo resucita al tercer d�a. D�a y medio
de d�a y d�a y medio de vuelta.

Parkinson persisti� en su demanda hasta que obtuvo el permiso para descender.


Pidi� autorizaci�n para hacer el viaje a Florencia. Tras largas semanas de
tr�mites, porque la burocracia es la misma en todas partes, lo mismo en el cielo
que en la tierra, le fue otorgado pasaporte para el planeta querido, no sin antes
exigirle un �ulico desagradable y engre�do explicaciones enojosas acerca de los
motivos del viaje, como hacen todos los funcionarios investidos de cualquier m�sero
poder, como si los viajes requirieran explicaciones fuera del simple deseo de la
aventura. En los roperos del cielo pidi� vestiduras adecuadas para la Toscana del
siglo quince; le dieron una especie de t�nica oscura con un bonete rojo como el de
Federico de Montefeltro, el famoso duque de Urbino dibujado por Paolo Ucello. Los
modistos del cielo se mostraron muy satisfechos con el resultado y Parkinson en los
espejos los secund�, no sin tener que soportar antes una risita burlona de
Escarlatina cuando lo vio ataviado como un pr�ncipe en desgracia o un papa de
museo, seg�n le dijo, e irse a llorar a un rinc�n al verlo tan decidido a partir en
busca de una mujer.

-En cuanto al idioma, no se preocupe. Ellos lo escuchar�n en su propia lengua y


usted a ellos en la suya. Son las ventajas de la tecnolog�a. Es un viejo truco que
aprendimos en las pel�culas.
-Oh, magn�fico.
Se sent� en el artefacto, que parec�a fabricado por un disc�pulo de H. G. Wells y
cerr� los ojos. La emoci�n lo estaba matando. Sin m�s dilaciones, se encamin� a las
plataformas de lanzamiento de Miserere. Lleg� un tanto fatigado a la cumbre y se
sent� all� a esperar. Densas r�fagas le cruzaban el rostro pero �l, estoico, las
recibi� sin pesta�ear.
Cuando las nubes se disiparon, mir� hacia Florencia por el catalejo m�gico. El
imagin�metro estaba hirviendo. Apunt� sin quererlo a un mediod�a caluroso de mil
cuatrocientos ochenta o noventa y pico y con el coraz�n lleno de esperanzas sin
colmar, ensay� a dejarse deslizar desde Miserere con tan mala fortuna que rod� por
una pendiente de tal modo que si hubiese sido todav�a un humano se hubiera matado o
cuando menos se habr�a quebrado varios huesos. Pero apenas perdi� un diente...
Qued� en todo caso bastante magullado. Aterriz� con un porrazo en la colina de San
Miniato. Adolorido, se levant� como si acabara de ser apaleado; le llev� m�s de
veinte minutos descender hasta el Ponte Vecchio, cojeando y renqueando todo el
camino, trayecto que en condiciones normales no deber�a llevar la mitad de ese
tiempo. Pas� por en medio de los vendedores del puente y de los mercaderes que se
comentaban asombrados su presencia pregunt�ndose qui�n ser�a el extranjero que
llegaba de aquel lado sin que nadie lo conociera en tan limitado mundo. �De d�nde
vendr�a?
No sab�a por qu�, pero de inmediato record� la hermosa melod�a de Laureta en
Gianni Schicchi:

E se l'amassi indarno, / andrei sul Ponte Vecchio, / ma per buttarmi in Arno!

El Arno resplandec�a a esa hora del mediod�a en que el calor le arrancaba reflejos
plateados y era, m�s que una invitaci�n a ahogarse, una invitaci�n a navegar por la
ciudad irredenta y repleta de pecadores y artistas.
Camin� y camin� por entre florentinas damas galantes y toscos mercaderes, aunque
debi� dejar entre ellos sin saberlo a alg�n fil�sofo inadvertido. Le impresion� la
libertad de las damas. Miraban a trav�s de ciertas ventanas a las que llamaban
celos�as, por aquello de celar, sal�an a la hora que deseaban en compa��a de sus
damas de compa��a, apenas cubiertas por un velo y hac�an corrillos en las plazas y
comentaban las �ltimas noticias e historias de amores y desamores con tanta
parsimonia como encono con las j�venes ca�das en desgracia o abandonadas por sus
maridos as� como los �ltimos sermones incendiarios del obispo que incitaban, como
en el cielo, a otra rebeli�n, al fin y al cabo todos los tiempos son lo mismo...

Dicen que el extranjero baj� desde San Miniato, con la mirada perdida y el andar
errante y atraves� como un fantasma apresurado la galer�a de los oficios y pas� por
el Ponte Vecchio como alma que lleva el diablo para dirigirse sin mirar a ning�n
lado directamente a la casa de Pelagro degli Onestti con intenciones de raptarse a
su hija, pero evidentemente los due�os no estaban en casa sino en Fi�sole a donde
iban a residir en una villa en aquellos d�as, como todos los ricos de la ciudad.
Pero en el camino se encontr� con una procesi�n o un misterio, que no lo s� bien
porque no lo vi y apenas me lo contaron, que se dirig�a por la calles de Florencia
y las gentes iban vestidas como para un carnaval, eso s�, pues por esos d�as
Florencia era la m�s divertida y adelantada de las ciudades, en ese aspecto como en
tantos otros, de toda Italia.
La cosa ven�a de mucho tiempo atr�s y todos recordaban cuando una representaci�n
del Infierno, con andamios y botes en el Arno termin� malamente cuando el Ponte
alla Carraia se derrumb� sobre los espectadores. Era el a�o de 1304. Pero hoy era
la fiesta de la Anunciaci�n y la representaci�n iba a ser la mejor de las que nunca
se hab�an visto. En la Piazza San Felice un artista mand� poner un aparato
maravilloso, un globo que representaba el cielo circundado por dos c�rculos de
�ngeles de los cuales emerg�a el arc�ngel Gabriel de una especie de almendra
gigantesca. �Pero c�mo describir la brillantez de los efectos, la piazza, las
delgadas columnatas, las cortinas, la tapicer�a, las guirnaldas, los actores que
representaban el combate entre el Arc�ngel Miguel y los demonios acompa�ados por
una orquesta de �ngeles y, bien visto, pens� Parkinson, no lo hac�an tan mal, la
imaginaci�n supl�a con creces lo que la realidad no les daba... La m�sica de los
�ngeles, incluso, la faramalla esa, era mejor que la de los �ngeles de verdad,
ten�a un sabor m�s natural, mucho m�s terreno, y las c�taras y la�des desplegaban
sones m�s hermosos que los celestiales y hasta las salvas de artiller�a, que eran
caracter�sticas de la �poca de los Borgias le parecieron menos agresivas y m�s
marciales que las llamadas a filas matutinas de los �ngeles, cuando acompa�aban la
cabalgata de camellos adornados con m�scaras que representaban prisioneros
otomanos.

Y se pregunta Parkinson si ella tiene novio o esposo y observa sus rasgos


elegantes en los que la perfecci�n anuncia que el futuro grabar� un d�a profundas
huellas. �A qu� edad habr� muerto? �Ser� que muri� muy joven? �l no lo sabe, pero
no la acompa�an sus esbirros sino otras jovencitas, al parecer sus doncellas de
c�mara y se pasean todos los d�as por los mismos jardines, por las mismas plazas,
van a la misma misa dominical.
Escuchemos un poco al doctor Alzheimer:
� Salmonella gozaba de todos los privilegios que la nobleza otorgara a la belleza
prodigiosa, salida de goznes, fuera de toda comparaci�n, en el Renacimiento. Media
docena de criados formaban su s�quito personal, dos carrozas la conduc�an a trav�s
de los prados que m�s eran que caminos y la depositaban sana y salva en la villa...
La bella Salmonella a�oraba siempre su Florencia natal. �
Ahora viene la historia de amor narrada desde el punto de vista de ella, quiero
decir, de la joven florentina que me quiso arrebatar a Parkinson: � Vivo en una
villa entre Fi�sole y Florencia, m�s cerca de Florencia, aunque a veces vamos a
hacer el mercado a Fi�sole... Es m�s barato, dice mi padre.. Me dice que debo
sentirme muy ufana del cuadro que compr� el cardenal, pero yo no me considero tan
hermosa, son cosas que dicen por ah�, nada m�s, adem�s la belleza pasa y el alma
queda..."

Esper� el resto del d�a, sentado bajo un �lamo. Ve�a en la noche subir la neblina
por entre los jardines cuando me acerqu� a su casa.
Ten�a la desvalida perfecci�n de la rosa. Su desamparo estaba envuelto en tules y
en sedosas vestimentas que recordaban a las ninfas de los tr�pticos boticellianos y
a los esplendores de Arabia y estaba rodeada por una corte de doncellas que
parec�an haber sido elegidas dentro de rangos de belleza parangonables a los suyos.
Parkinson se le acerc� lentamente al principio, con timidez invencible, como todo
aquel que marcha en pendiente hacia la perdici�n.
Ella sal�a de su casa, como la venus de Botticelli del cuadro en el que aparece
con Marte, por el jard�n, con una cesta de flores en las manos. De repente se qued�
yerta, m�s de la sorpresa que del susto, mirando al hombre que ven�a hacia ella por
la alameda sombreada del camino de Florencia. Era el hombre con el que hab�a so�ado
todas esas noches que le parec�an ahora noches antiguas, noches florentinas. Era
como si lo conociera desde hac�a siglos.

Yo sab�a que no pod�a anunciar el futuro, pues crear�a una paradoja l�gica, una
contradicci�n y por eso me abstuve de halar el hilo con demasiada fuerza. La
encontr� a la entrada del jard�n, hacia el lado de Fi�sole. Estaba como
esper�ndome, y apenas sonri� cuando me vio como si nos conoci�ramos de toda la
vida. Sin mediar palabra paseamos un rato por la alameda hasta el bosque. Cuando
una toronja casi cae sobre mi cabeza, ella ri� de buena gana:
-Dime la verdad, �de d�nde vienes?
-Si te lo dijera, jam�s me creer�as.
-Si eres sincero no veo raz�n alguna para no creerte...
-�Qu� dir�as si te digo que vengo del M�s All�?
-Que no s� d�nde sea, pero tal vez lo aceptar�a, si me llevaras all� contigo.
La propuesta era demasiado abierta, aun para una doncella del siglo quince.
-No puedo llevarte all�. S�lo van los que han muerto.
-�Quieres decirme que eres un muerto?
Lo mir� en principio horrorizada m�s por la idea que por creer un instante que se
tratara de un difunto, temerosa de que ese rostro tan agradable se tornara de
pronto en el de un fantasma, no sab�a como era un fantasma porque nunca hab�a visto
uno, horror que fue cediendo ante la contundencia de su presencia no tan p�lida
como para un difunto.
-No tienes la palidez de los muertos -a�adi� con una sonrisa-. Me est�s mintiendo
otra vez. Vamos, dime la verdad.
-Tienes raz�n. No estoy muerto y nunca lo he estado. Pero s� es cierto que vengo
del M�s All�. D�jame te voy a explicar.
Se sentaron en una banca en el parque, en tanto los ruise�ores cantaban alabando
al sol de la tarde. El extranjero pareciera conocer todo de la vida de ella, s�lo
ha descendido cuando puede encontrarla a solas dando un paseo por la carretera
ombreada de lindos �rboles frondosos, los olivos, los vi�edos. Por un lado est� el
seto, por el otro el infinito...
-Es un cuento muy hermoso, ese. Me gustar�a que existiera ese mundo del que me
hablas.
-Pero si es real. �Qu� otra cosa dice tu religi�n?
-Que habr� un d�a un para�so, pero eso ser� al final de los tiempos, no ahora.
Por lo visto, no hab�a entendido nada. Decidi� pues, cambiar de tema. Quer�a su
amor, no su comprensi�n de otros mundos tan ajenos al de ella.

Lo cierto es que no puede imaginarse nada m�s perfecto, en lo que fuera la tierra,
que un jard�n toscano en un medio d�a de agosto de cualquier a�o de fines del siglo
quince. Todo fue tan f�cil que resulta dif�cil contarlo. Y como ten�a poco tiempo y
muchas ganas, Parkinson actu� porque a la ocasi�n la pintan calva. Y bien es cierto
que en la espesura de ese jard�n le declar� su amor, sin reparos y le dijo cosas
tan hermosas que ruboriza contarlas y se meti� todo en ella, en sus ojos
entrecerrados de mujer entregada, cuando en el bosque la tendi� mansa y la bes�
apasionadamente...
-�Qu� forma es esa de amar? Deber�ais hablar primero con mi padre y con... �Y esa
forma de besar!...
Creo que tu eras el que yo estaba esperando, le dijo Salmonella, toda temblorosa,
espasm�dica, desde el hueco de sus brazos y �l se sinti� Romeo junto al balc�n...
Le cant� romanzas, le recit� Petrarca, del que se acordaba vagamente... Pos� para
ella en forma de arc�ngel Gabriel, imit�ndolo lo mejor que pudo, �l, que bien lo
conoc�a, en un cuadro famoso de la �poca pero no dir� en cual.

Al verla de cerca le sorprendi� el parecido con Escarlatina. Podr�a haber sido su


hermana mayor. Tuvo un presentimiento.
-�No tendr�s una hermana menor?
-No. Mi �nico hermano, Mateo, muri� hace un a�o en duelo con el caballero
Rinaldo...
-�Ese imb�cil!
-Y mi padre todav�a pretende que me case con �l.
Parkinson supuso que el imagin�metro le estaba jugando una mala pasada y que era
tanta su afecci�n por Escarlatina que estaba transladando sus rasgos imp�beres a la
mujer que tanto deseo ten�a de amar.

Acept� el convite a palacio y lleg� muy orondo con una canastilla de frutas para
el ama y otro tanto para la joven. Una criada le hizo pasar a un recibidor mal
iluminado.
-La se�orita lo est� esperando.
Penetr� en la habitaci�n enyesada en cortinas de terciopelo.
Ella estaba echada en el lecho, apoyada en blandos y gigantescos cojines de seda y
sobre tapices de Oriente.
-Tengo que marcharme -fue lo �nico que acert� a decirle.
-�Volver�s? -fue su �nica respuesta.
-Desde luego.
-Ah, entonces no pongas esa cara de tristeza. -La vida es larga y ya nos podremos
ver.
-Te visitar� esta noche...
Ella imagin� un rapto y le lati� el coraz�n con furia durante unos instantes.
-Te vendr� a ver... En tus sue�os.
�De manera que ese espectro que en las noches se le aparec�a era Parkinson! Esa
era la familiaridad que la hac�a sentirse tan bien a su lado.
Ella sonri�.
-Sue�a con los angelitos... Como yo.
-Bueno. Tengo que regresar. En un minuto termina el hechizo.
-�Hechizo?
-S�. Dame una zapatilla -se ri� para sus adentros...
Estaba con el �nimo levantado, y lleg�ndose a ella, le dijo:
-Vengo a llevarte.
-�Ad�nde? -pregunt� ella, divertida.
-Pues... al cielo. Quisiera que halagues mis ojos con tu belleza como halagar�s
los de los habitantes del cielo, cuando all� te lleve en un venturoso futuro.
Ella suspir�:
-Dices palabras hermosas, caballero andante, pero no podr� seguirte hasta que
muera...
Un risita incr�dula le record� que ya no estaba en el cielo, sino en la tierra, el
sempiterno reino de los imposibles, el para�so de todos los malogros...
-�Quieres decir que me propones matrimonio?
Parkinson hab�a olvidado por completo que en la tierra el matrimonio era para la
mayor parte de las mujeres la mejor representaci�n del cielo, la concreci�n de
todos los buenos decires y prop�sitos, bueno, por lo menos la idea del matrimonio
antes del matrimonio, porque despu�s la bendita instituci�n sol�a convertirse en
una buena muestra de lo que deb�a ser el infierno.
-No, nos le escaparemos a tu institutriz...
-Dama de compa��a...
-No me importa c�mo se llame, en todo caso nos le escaparemos.
Ella le puso un dedo sobre los labios.
-Imposible. Est�s delirando. Mi padre me matar�a, como ha matado a Bacilo de
Montefeltro...

Le dio, irritado, una patada a la puerta, lo que fue recibido por �sta con muy mal
car�cter a juzgar por su crujido de malos presagios, tanto que lo sacaron los
guardias a empellones y debi� s�lo a la magnanimidad del gran duque que no lo
hubieran ahorcado en el mismo sitio como a cualquier asaltante de caminos de
cualquier �rbol en cualquier plazoleta vac�a, pero tal vez hubiera preferido
aquello a estar en la prisi�n, donde lo metieron a la fuerza y agarraba los
barrotes con el vigor que da la desesperaci�n. Al escapar de la c�rcel sent�ase
h�roe rocambolesco. Y es cierto que escap� en la noche, pero hacia el otro mundo.
Hab�an dado las doce y el efecto del imagin�metro se hab�a terminado.

Chagas se le acerc�, tanteando con su bast�n.


-Luces muy triste.
-S�. He perdido a mi amada. Y creo que para siempre.
-En alguna parte tendr� que estar. No hay crimen sin cad�ver.
-La he buscado por todas partes. Nadie me da raz�n de ella.
-Quiz�s se qued� en la tierra.
-Imposible. Debi� morir no s� cuando, por all� por los tiempos del descubrimiento
de Am�rica.
-Pero al resucitar, pudo haberse quedado.
-No lo creo.
-Ha le�do usted al Dante.
De pronto lo supo, Parkinson.
-�No querr� usted decir que...?
-No he dicho nada. Solo puedo decirle que los m�s grandes poetas, Orfeo, Lot,
Dante... han bajado a los infiernos en busca de sus amadas. Al menos ser�a una
aventura muy po�tica. Si yo tuviera ojos lo acompa�ar�a a usted en su viaje al
infierno en su b�squeda. Y luego compondr�a una oda oral sobre ese hecho.

***

SEGUNDA PARTE

LAS PUERTAS DEL CIELO

El ocaso de los dioses

1. APERITIVO O DIGESTIVO, O APARATO DIGESTIVO, SEGUN EL CASO

Un espacio tan grande como Europa poblado por cuatro personas.


Elias Canetti

Entonces la peque�a sombra sugiri�o que hab�a sido un hombre.


�Yo soy el �ltimo,� dijo.
Nadie hab�a hecho sonre�r antes a Caronte, nadie antes lo hab�a hecho llorar.
Lord Dunsany

La verdadera vida est� ausente. No estamos en el mundo.


Rimbaud

Un cristiano no deber�a temer la bomba demasiado. Para �l el fin del mundo tendr�a
un sentido. Lo ser�a el Juicio Final.
Mircea Eliade

Aunque ma�ana fuera el d�a del fin del mundo, yo plantar�a todav�a manzanos en el
d�a de hoy.
Lutero

Todo se salvar�, y aunque el cielo se hunda, a�n se salvar� alguna alondra.


Goethe

��Ah! grit�! �pa�s de la sed! �ser�s bien llamado pa�s de la desesperaci�n!�


Jules Verne

Si la tierra no se presta a esta transformaci�n suprema, la tierra ser� arrasada,


purificada por la llama y el soplo de Dios. Un cielo nuevo ser� creado, y el mundo
entero ser� poblado de �ngeles de Dios.
Ernest Renan
Y entre ciegos pensamientos / de adoraciones inciertas, / los cuerpos como
violentos, / trayendo las almas muertas, / eran vivos monumentos.
Calder�n

Qui trop �coute la meteo, passe sa vie au bistrot.

2. LOS QUE SE QUEDARON

�Lo que siempre me hab�a temido no es que alg�n d�a fueran a volar la tierra en
mil pedazos. Lo que me preocupaba es que la dejaran mal volada.�
Los llamaremos Salpullido y Erisipela, como ellos mismos quisieron llamarse
despu�s de los aconteceres nefandos.
�El d�a que un aerolito golpee contra la tierra, yo me salvar�, hab�a dicho
Salpullido. Nadie le crey�.
�El d�a que la explosi�n at�mica vuele medio globo en pedazos, yo me salvar�,
hab�a agregado. Lo creyeron loco.
�Esto ha pasado ya muchas veces�, ajust� finamente, antes de que le quitaran la
licencia de bi�logo. Por lo tanto se hallaba sin trabajo cuando conoci� a Erisipela
en los suburbios de Par�s.

Erisipela y Salpullido paseaban ese d�a en coche por las afueras de Saint-Denis.
Era una tarde normal como tantas otras, no sab�an, nunca supieron que ser�a la
�ltima. Y para ellos no lo fue. Agazapados en su amor, ignorantes del mundo, no
tuvieron ojos ni o�dos para otra cosa. Quiero decir que estaban enamorados como dos
vampiros hermanos de sangre y de m�dula espinal. De pronto el cielo se fue
oscureciendo y fue cuando en alguna parte abrieron el libro de los siete sellos. El
que estaba sentado en el trono ten�a un libro escrito por dentro y por fuera, y
sellado con siete sellos y un �ngel poderoso exclamaba a grandes voces: �Qui�n es
digno de abrir el libro y romper los siete sellos? Y por m�s que lo intentaban, en
busca de alg�n Arturo que lo abriese, los siete sellos no se abr�an... Tal vez por
eso no los vieron.
Y hab�a una puerta abierta en el cielo y quer�an todos lanzarse a trav�s de ella.
Una multitud inmensa se api�aba, tratando de forzar la entrada. Un ej�rcito de
�ngeles se daba ma�a para contener a los desadaptados api�ados que quer�an colarse
a como diera lugar. Y hab�a un cordero, como degollado, con siete cuernos y siete
ojos, y el cordero rompi� los sellos. Despu�s, vi y o� la voz de una multitud de
�ngeles, que estaban alrededor del trono. Eran mir�adas de mir�adas y millones de
millones.
Cuando se abri� el primer sello apareci� un caballo blanco; el jinete portaba
consigo un arco y se le dio una corona como vencedor; luego sali� un caballo rojo y
a su jinete se le dio el poder de quitar la paz de la tierra, de hacer que se
degollasen los hombres; luego un caballo negro, y su jinete ten�a en la mano una
balanza, y una voz en medio de los cuatro animales dijo: Dos libras de trigo por un
denario, pero el aceite y el vino, ni tocarlo. Luego apareci� un caballo amarillo y
su jinete se llamaba Muerte, y el Hades lo acompa�aba. Y esa Muerte ten�a el poder
de acabar con la espada, con el hambre, con la peste y con las fieras la cuarta
parte de la tierra (por eso fue que arras� un continente).

Tres d�as estuvieron aterrorizados con el recuerdo. Era como si una inmensa
aspiradora los hubiese succionado a todos, que desaparecieron dentro de un tornado
por entre las nubes oscuras. Lo que m�s aterraba a Erisipela era el recuerdo de los
jirones de ropas que ca�an a tierra junto con sillas, mesas y enseres varios, dando
vueltas dentro de un remolino de escombros, mientras los gritos de la turbamulta
envuelta en el maremagnum eran apagados por los truenos lejanos.
Entretanto pas� el heraldo divino recogiendo gente. La limpieza hab�a comenzado.
Ellos, perplejos, no se atrevieron a moverse de donde estaban, y el carro pas� por
un lado, como esos que anta�o barr�an las calles con chorros de agua a presi�n, con
los reflectores mirando hacia el lado contrario, como los p�simos vigilantes de la
Gestapo, de tal manera que, aunque pueda parecer incre�ble, pasaron inadvertidos y
no fueron recogidos. Claro est� que tampoco hicieron nada para que los recogiesen.
Ten�an demasiado miedo. Cuando empez� el Juicio, se acercaron t�midamente, por
detr�s de las filas de �ngeles guardianes y se escondieron tras una hilera de
arbustos. Nadie pareci� reparar en ellos. No se atrev�an a hacer ruido y Salpullido
temi� que, si los agarraban ahora, los iban a juzgar a�n con mayor rigor que a los
dem�s. Si todo lo ven, le dijo a Erisipela, ya nos encontrar�n. Al fin y al cabo no
es nuestro problema. Seguros de la imposibilidad de esconderse, tampoco pusieron
especial cuidado en desaparecer de las miradas avizoras. Pero cuando vieron que
todo termin�, que nunca fueron llamados a lista ni se iniciaron b�squedas
especiales y que se desmont� el tinglado y se apagaron los reflectores y que todo
el mundo de march�, Erisipela crey� que estaba en la mitad de un sue�o del cual
pronto se iba a despertar con porrazo doloroso. Buscaron el coche, aparcado a unos
metros de la carretera y lo encontraron igual a como lo dejaron, abandonado. Pero
todos los coches estaban abandonados en la hondonada del parking. El sol segu�a su
curso acostumbrado y el mundo en verdad parec�a no haber cambiado mayor cosa, salvo
por los colores de la ciudad que se hab�an hecho m�s ocres e indeseables, como si
la primavera se hubiera muerto de pronto, atacada por una enfermedad s�bita y
letal.
Hac�a un calor infernal. Era como si el sol se les hubiera quedado encendido a eso
de las dos de la tarde, junto con los relojes que siguieron rotando su
desesperaci�n herrumbrosa hasta que se agotaron las cuerdas, los pulsos, los
impulsos. Era la primera vez desde que el mundo existe en que el tiempo sal�a
derrotado y los pedazos quedaban abandonados a s� mismos en la desolaci�n m�s
absoluta. Muertos de miedo, tomaron rumbo a Par�s por la autopista, y fue cuando
empezaron a percatarse de la ausencia de coches en el camino, salvo los abandonados
por sus fantasmales conductores que ahora qui�n sabe por d�nde andar�an, y
adviertieron que ni el peaje ni los sem�foros estaban funcionando en la noche que
se acercaba, ni el alumbrado p�blico desped�a fulgor alguno. Nadie podr� imaginar
el tama�o de la desolaci�n en una autopista vac�a, mucho mayor que en ninguna otra
parte como no sea un estadio de f�tbol en baja racha del equipo local, como
aparec�a ahora el viejo estadio de Saint-Denis, reliquia monumental y ruinosa de
viejos triunfos deportivos. El mundo estaba vivo, pero los animales, incluidos los
humanos, parec�an haber muerto. Nada, nadie en esas calles de Par�s que ahora
recorr�an con terror en el alma tras haber atravesado el bulevar perif�rico sin
encontrar a su paso m�s que cemento y asfalto y la torre del Sacre-C�ur
perfil�ndose fantasmal en el horizonte plomizo, deseosos nada m�s de llegar al
hotel y de echarse a dormir en espera de que la pesadilla se desvaneciese con la
llegada de otro d�a. Pero ni siquiera se ve�an por ah� las ratas que se hubieran
esperado si todo el mundo hubiera muerto. Simplemente no estaban. El mundo parec�a
haber sido desmantelado en media hora y dejado a su entera inercia, sin habitantes.

Hab�a gastado todos sus ahorros en la hipot�tica construcci�n y ahora comenzaba a


gozar de ella. El Apocalipsis los tom� por sorpresa cuando examinaban el refugio.
Astigmatismo simplemente quer�a aprovechar la ocasi�n de estar a solas para besarla
a placer a Lepra durante una semana si le ven�a en gana, y ella simplemente quer�a
confirmar si las aseveraciones de los dem�s ten�an alg�n asidero, porque por lo
dem�s el hombre le gustaba. A ambos se les pas� el d�a encerrados en una c�pula que
los aislaba del mundo exterior, embebidos en sus pensamientos, y cuando las
implosiones at�micas dejaron arrasada la tierra, llena de agujeros negros, su
nidito de un posible amor naciente los protegi� del ruido estrepitoso de las
trompetas que despertaron a los muertos y de las infamantes llamadas a lista y de
las formaciones de campo de concentraci�n que precedieron la gran rendici�n de
cuentas anterior a la redenci�n. Y como se les extraviaron las llaves, se quedaron
esperando que alguien fuese a sacarlos de all� cuando los encargados de la
limpieza, que por cierto nunca llegaron porque fueron llamados a Juicio como todos
los dem�s, y entre los primeros debido a la actividad a la que se dedicaban, se
percataran de las ausencias. Pero estaban tan bien resguardados que ni los �ngeles
se dieron cuenta de la falta; acaso dieron por hecho que nadie podr�a sobrevivir
dentro de un medio tan hostil, dentro de la nube negra pronosticada por
Astigmatismo en sus delirios, que tal y como �l lo dijo, oscureci� el sol durante
una veintena de d�as. Acaso simplemente no los vieron. Acaso... No lo s�, �y por
qu� tengo que saberlo?
Al final el sol volvi� a brillar con un mate perlado que reflejaba las melancol�as
de los que se hubieran quedado olvidados despu�s de la cat�strofe. Cuando por fin
salieron al aire libre, pues el sol activ� el sistema de alarmas y las compuertas
de seguridad se abrieron, no supieron de la que se hab�an salvado. Se encontraron
de repente en un mundo yermo y desolado, ausente de habitantes humanos. De los
dem�s seres se hab�an extinguido los mam�feros superiores y las ratas y las
cucarachas cre�an haber quedado solos en el mundo, en su para�so de hortalizas
descompuestas, como lo dec�an todas las predicciones de sus sabios y astr�logos
desde el principio de los tiempos, cuando les hab�an prometido a sus s�bditos que
alg�n d�a los hombres desaparecer�an y ellos reinar�an para siempre sobre el
planeta, o sea el mismo cuento que hab�an echado los adivinos y sacerdotes de todas
las especies a sus inocentes y cr�dulos feligreses para mantenerlos regulados
dentro de los �rdenes establecidos por las jerarqu�as supremas de todas las
civilizaciones.
Pero el refugio hab�a funcionado tan bien que Astigmatismo pens� que alguno de sus
c�lculos ten�a que haber sido tan mal hecho que hab�a encontrado por azar la piedra
de toque de la invulnerabilidad humana. Las plantas de invernadero florec�an todas
por dentro con delicada persistencia, como sobrevivientes ignorantes de su papel
redentor en las futuras razas. Astigmatismo y Lepra tomaron algunos brotes y
capullos y los diseminaron por los campos aleda�os, donde los vieron prender con
sorprendente rapidez, como si las dificultades del mundo hubiesen sido allanadas
ahora que los vigilantes encargados de poner trabas a las empresas humanas se
hab�an marchado a ejercer sus mal�ficas artes a otras partes.
Con el paso de los d�as advirtieron con estupor que no s�lo se hab�an esfumado las
gentes, cosa que bien cab�a dentro de los c�lculos pesimistas de Astigmatismo, sino
que los cad�veres descompuestos que se esperaban no aparec�an por ninguna parte.
Ninguna podredumbre en los campos, ninguna podredumbre en las ciudades, todo
aparec�a a sus ojos como reci�n lavado. No sin antes vacunarse a s� mismos en
contra de las epidemias vol�tiles, decidieron hacer una desprevenida visita, con la
inocencia ed�nica del ingenuo de Voltaire, a la gran urbe abandonada. Unas pocas
ratas deambulaban por los bulevares, hambrientas y fatigadas. Visitaron algunos
supermercados vac�os. Los v�veres se podr�an pero los refrigeradores a�n cumpl�an
su labor a paso lento, a medias, como si la inercia que acompa�� alg�n d�a a la
mayor parte de las cosas humanas cumpliera a�n su cometido de �nica ley resguardada
de la desgracia com�n. Pero era la industria humana la que hab�a desaparecido y
s�lo quedaban vivos los elementos mismos de su antiguo esplendor. Los molinos y
dem�s artefactos ingeniosos que durante milenios de dejar pasar el tiempo
contempl�ndose el ombligo fueron inventados por la pereza humana, segu�an dando
vueltas solitarias. Pero los hedores, si es que alguna vez los hubo, se los hab�a
llevado el viento que silbaba por las esquinas de las calles desoladas. Millones de
habitantes tragados por la tierra, como si nada. Se los debi� llevar consigo el
meteoro, pens� Astigmatismo, como por dar una explicaci�n a lo sucedido,
acord�ndose de un h�roe de novela hoy casi an�nimo, el duro comandante H�ctor
Servadac. La explicaci�n no era coherente, pero, �cu�l lo hubiera sido? De haberse
puesto a pensarlo, jam�s lo hubiera adivinado, as� se hubiese dado a s� mismo la
ventaja, que desde luego no pod�a otorgarse, de milenios de reflexi�n. Pero para su
fortuna lo acompa�aba una mujer. La intuici�n femenina lo comprendi� al instante y
como la cosa m�s natural del mundo, le dijo a su compa�ero:
-Querido Astig, parece que estamos solos en el mundo. Creo que ha ocurrido algo
muy grave.
-�Qu� quieres decir?
-Que todo ha terminado... Que tal vez haya pasado ya el Apocalipsis y nos haya
dejado atr�s.
-No creo que sea posible. �Sugieres que nos dejaron olvidados?
-�Recuerdas c�mo ese d�a pasaron por nuestro lado y no nos advirtieron, no se
dieron cuenta de nada, como si estuvieran ciegos?
-S�, �pero no creo que sea posible -para quienes todo lo ven- no habernos visto!
-�Y qui�n te ha dicho que todo lo ven? -respondi� el esp�ritu pr�ctico, la vol�til
sensatez femenina-. El �nico que todo lo ve es Dios, y no creo que ellos lo sean...
Parecen un poco torpes.
-�Est�s segura?
-Desde luego.
Era algo muy natural para ella, y acaso no le faltara raz�n. Y tambi�n, como la
cosa m�s natural del mundo, se dispuso a iniciar la labor de repoblamiento, ajena a
la desesperaci�n que se hubiera apoderado del hombre que se hubiera puesto a pensar
las cosas con una pizca de sentido com�n. Esa noche hizo el amor con �l con ardor
patri�tico y conciencia de estar cumpliendo un deber, ajena por completo a las
angustias del d�bil macho, que se entretuvo con ella m�s por escapar a sus
aprensiones que por asegurar el futuro de un planeta ya extinto.

Esa primera noche comieron de las sobras que hab�a por ah� en los restaurantes
abandonados; la ausencia de electricidad, de ahora en adelante y probablemente para
siempre, hac�a in�tiles los refrigeradores. Era como si no quisieran despertar de
un mal sue�o; se frotaban los ojos, se besaban el uno al otro y todav�a no lo
pod�an creer. No se atrev�an a rezar, sobretodo ella, mucho m�s religiosa que �l,
no fueran a atraer sobre s� llamadas de atenci�n de �ngeles retrasados en la
expedici�n del Juicio. La desolaci�n era apenas atemperada por la presencia de la
luna y de las estrellas, testigos mudos que no dejaron de acudir puntuales a su
cita acostumbrada, como faros en medio del desierto, como un ment�s de tranquilidad
al espanto de la aniquilaci�n completa. Y no es que se hubiera echado sal sobre las
ciudades ni venenos mort�feros sobre todo lo viviente como en tiempos b�rbaros. No.
Las cosas segu�an su curso normal, el curso que ten�an antes de que el hombre
estuviera sobre el planeta y como estar�n despu�s de que desaparezca de �l. Ten�an
gasolina de sobra, y todos los autos a su disposici�n, al menos durante un buen
tiempo, antes de que el �xido y la ro�a hicieran su trabajo y no pudieran ser
reemplazados. Pero ello demorar�a un tiempo y quiz�s ellos no iban a estar vivos
por entonces.
�Pero acaso habr�a m�s olvidados? Tener todo el planeta para ti solo, se dec�a
ella, debe ser una experiencia desoladora.

Al tercer d�a se encontraron las dos parejas poniendo gasolina. Se miraron de


soslayo, temerosas pero cuando Salpullido puso el coche a toda marcha, Erisipela lo
detuvo dici�ndole que al fin y al cabo los otros ten�an el mismo aspecto de
desamparo que ellos y que quiz�s deber�an ayudarse. Y aunque fuesen todos
franceses, se acercaron y se hablaron y se ayudaron. Es m�s. Decidieron vivir
juntos el resto de la aventura, si es que un resto de algo quedaba.
-�As� que esto era el planeta tierra! �No se habr�an equivocado? Este no era ya el
bello planeta azul de anta�o, se dijo a s� mismo. Nada m�s que piedras
deslustradas, trozos de yeso, arcilla a montones. Ni siquiera barro, el vil y
vulgar barro, lleno de lombrices, s�mbolo del verdor de los campos... Todo rastro
de vida parec�a haber sido recogido por los barrenderos celestes y llevado a qui�n
sabe d�nde en una absurda Arca segunda de No�... Piedras en derrumbe, metales en
herrumbre �cida, rastros de sepulcros violados por la violenta explosi�n... �Aqu�
era donde tendr�an que volver a empezar?
El cielo se ilumin� por un instante, all� estaba la luna, reconocible, siempre
igual de hermosa. Qu� curioso, pens�, que ella nos haya sobrevivido a todos. El sol
aparec�a por el oriente y de repente se dio cuenta de lo principal. Estaban all�,
dos hombres, con esas ni�as indefensas a las que ten�an que proteger en el nuevo
Ed�n... Tomados de las manos siguieron el curso de la estrella prometida, que los
iba guiando.

Despu�s de otros tres d�as la podredumbre empez� a hacer su agosto aunque era
pleno abril y el mundo ahora, como una pestilencia medieval exhib�a sus
purulencias, se estaba pudriendo a gusto. Intentaron esconderse, evacuarse,
ocultarse a la vista de cualquier guardi�n de ojos acerados y se sumergieron otra
vez en su laboratorio equipado para un largo invierno polar o nuclear, se fueron a
vivir juntos los cuatro, cual hippies de los sesentas, que ya lo mismo daba y
esperaron prudentemente que las podredumbres pasaran sobre los cielos y que los
olores se arrastraran a ras de los campos antes de que la tierra se ventilara de
nuevo con el suave relente de nuevos brotes de vida vegetal que anunciar�an el
olvido definitivo y una esperanza de vida en una nueva tierra prometida. Pero los
temores no abandonaban a los fugitivos, que se ocultaron a�n, prudentemente, y
porque no pod�an hacer otra cosa, entre los hidrop�nicos de su c�pula
autoabastecida.
�Los ver�an? Es poco probable. �El hecho de que Dios todo lo vea no significa que
todo lo observe -reflexionaba Astigmatismo, o acaso fue Lepra la que lo dijo-.
Quien todo lo ve, por ventura para nosotros, pierde el inter�s y pocas cosas
observa. Es como el s�ndrome del jefe que s�lo se ocupa de las cosas de mayor
importancia y deja los detalles menudos en manos de subalternos ineptos y menos
interesados en lo que pasa que �l mismo�.
Al salir, si es que alg�n d�a sal�an con la renaciente primavera de la vida,
habitar�an en los mu�ones de las ciudades, esos ciegos recintos de pasto
esclavizado, desaparecidas para siempre en escombros llenos s�lo de abandono.

Fue al final de la semana cuando empez� la lluvia de cuerpos muertos... Iban por
la autopista en el coche cuando vieron que algo ca�a del cielo y tropezaba contra
la capota de un cami�n: era un cuerpo humano que se deshizo en pedazos.
Astigmatismo lo examin�. Era evidente, aunque se hubiera reventado, que estaba vivo
poco tiempo atr�s... Entonces cay� otro; lo vieron surgir por encima de una nube.
Volvieron a mirar y ahora eran otros tres cuerpos que parec�an haber sido arrojados
al vac�o desde un avi�n sin paraca�das. Tropezaban contra las piedras y quedaban
destrozados, pero no ven�an vivos; era evidente que se trataba de cuerpos inertes
arrojados desde el cielo...
Era como si los descorcharan, como si los descascarasen como frutas y echaran
luego los cuerpos a la basura. �Qu� mejor lugar para los desperidicios que la
tierra!, dijo Erisipela entusiasmada...
En adelante, por si fuera poco, tendr�an que cuidarse de los aplastamientos. Ca�an
y ca�an cuerpos y la lluvia arreci� durante meses. Aunque no lo sab�an aunque lo
adivine el lector, eran los cuerpos que les quitaron en el cielo a los habitantes.

Iban a morir de hambre, irremisiblemente, si el cacumen de Salpullido no


encontraba un pronto remedio... Pasaron en el coche por una Versalles vac�a, no
hab�a luna; era una noche como para vampiros, si los vampiros, los vampiros humanos
por supuesto, no hubiesen sido tambi�n llevados al Juicio. Pero no pod�an estar
seguros de no encontrar otros habitantes esparcidos por all�, merodeadores tanto
m�s peligrosos cuanto m�s desesperados.
Entraron como Pedro por su casa. Erisipela se dirigi� presurosa a la galer�a de
los espejos, se desnud� y en el fr�o de la madrugada sus formas se repitieron
incansables en los fragmentos rotos de los espejos y sus gritos de dicha se
confundieron en los ecos de los inmensos salones.
Al d�a siguiente partieron de all� con muy mal talante, despu�s de haber
maldormido los cuatro en el peque�o lecho de Luis XIV, que m�s parec�a hecho para
un buf�n jorobado que para un rey, con la desesperanza pintada en los semblantes,
no esperaban ya nada de la tierra, se sent�an abandonados de Dios y de los
hombres...

3. EPIGRAFES PARA NO OLVIDAR QUE TODA ESTA HISTORIA ES REAL

Ninguno (en el cielo) se a�ra, ninguno tiene invidia de otro.


Fray Luis de Granada

�Mas hasta el presente las desgracias de la civilizaci�n no deben excitar cien


veces m�s c�lera contra Dios que la admiraci�n que causa el aspecto de las
estrellas? �Y no debemos, en buena justicia, desear a Dios que caiga a su turno en
la pobreza, el oprobio y las persecuciones a las cuales nos consagr� al condenarnos
a la civilizaci�n?
Charles Fourier

Pido, yo, que nos aferremos a los espect�culos de la tierra antes que tratar de
ver claro en el fondo del cielo.
Jules Vall�s

-�Eres la sed o el agua en mi camino?


Dime, virgen esquiva y compa�era.
Antonio Machado

Dios, modesto, no se atrave a jactarse de haber creado el mundo.


Jules Renard

4. NUEVAS PERSPECTIVAS. NOTICIAS DE ABAJO

Y la idea misma de salir del cielo sonaba tan absurda que nadie se preocup� jam�s
por apretar los cerrojos o por echar las aldabas -qui�n iba a ser el loco que iba a
querer irse- pero no contaban con los apremios del doctor Alzheimer, que
consideraba que todo aquello era propaganda pol�tica, pan y circo destinados a
mantener satisfechos a los poqu�simos descontentos.
Y su disculpa, navegante perdido en lontananza, era que andaban por ah� en busca
de una perfecci�n que no hab�an alcanzado todav�a porque, como dec�a Parkinson a
todo el que quisiera escucharle, aun en el cielo es posible perfeccionarse y
evolucionar y que iba en peregrinaci�n por los diversos caminos del cielo porque,
ya lo dijo el Se�or, muchas son las moradas en la casa de mi padre...

Chagas, el mendigo, se me acerc� una tarde.


-�No has sentido que a veces te rascan los pies en la calle, bajo la niebla,
peque�a Escarlata?
-S�. �Acaso es que sabes de qu� se trata?
-No vayas a creer que son �ngeles, o bueno, digamos que son �ngeles ratones...
-�Murci�lagos?
-No. Ratones, �ngeles ratones. Viven bajo la niebla y nunca entran a las casas
porque no tendr�an como respirar. Ag�chate un d�a bajo la nube, con anteojos
oscuros, y los ver�s pasar...
Me tendi� unas gafas oscuras.
-�Dios m�o!
-Dominus vobiscum...

-Y ahora dime, cambiando de tema, qu� te trae por aqu�.


-Noticias, patroncito, tengo noticias.
No le prest� mucha atenci�n, estaba jugando una partida de ajedrez, que en el
cielo tambi�n es el mejor juego que existe. El jorobado insisti�:
-Patroncito... Noticias... De all�.
-�De d�nde?
-De all� abajo... De la tierra.
-No molestes. C�mo se te ocurre decir semejantes disparates. Ya no hay tierra. La
tierra fue arrasada.
-Oh, s� la hay, patroncito, aunque no lo crea.
Entonces sac� de bajo su vestido un peque�o aparato.
-�Qu� es eso, Chagas?
Lo volvi� a esconder en el acto.
-Nada, patroncito... Un... Ejem... Un radio.
-�Un radio? -dije, acaso en voz demasiado alta.
-�Shhhh!, Patroncito, no vaya a hacer que al pobre Chagas lo vuelvan a castigar
por robar...
-�Has robado otra vez? �No tuviste suficiente castigo con esa semana en el
Purgatorio?
-Patroncito, solamente lo tom� del basurero, de all� donde guardan todo lo que no
le sirve a la gente normal. All� robar no es robar. La polic�a del cielo no va
jam�s por all�, s�lo vamos los feos, los contrahechos, los jorobados... -y me
tendi� su joroba para que se la acariciase.
-Est� bien, Chagas. D�jame ver...
-A no, Eso no. S�lo Jorobado Chagas escucha, porque Chagas tiene lo que hace
funcionar un aparato de radio...
-�Qu� es eso?
-Pilas, patroncito.
-�D�nde las conseguiste? -le pregunt� con renovada severidad.
-Oh, mercado negro, patroncito, mercado negro.
-�V�lgame Dios! �Acaso aqu� tambi�n hay mercado negro?
-En todas partes del universo, patroncito, mientras el Universo sea el Universo,
habr� mercado negro. Al menos con eso tenemos de qu� ocuparnos los desocupados, los
feos, los jorobados... Si no, de qu� vivir�amos, y si no vivimos, �cu�l es nuestra
raz�n de existir?
-�Shht! Calla, necio, que te vas a hacer castigar.
-Chagas ha escuchado en las noches... Lo llamaban onda corta, y �sabe qu� el
patr�n? Hay gentes all�, s�, Chagas lo sabe, porque, digamos que se han tratado de
comunicar...
-�Qu� dices? �Deliras? All� no hay nadie. �No sabes acaso que se han negado hasta
ahora todos los permisos para ir all�?
-Si el patroncito lo dice, as� ser�... Pero e pur si mouve...
-�Qu� dices, insensato?
-Oh, nada, no me haga caso el patroncito. Murmuraba viejas palabras... H�game caso
y escuche lo que le voy a decir, todas las noches a las dos de la ma�ana ellos...
C�mo decirlo... Hablan.
-�Me podr�s decir qui�nes son... Ellos?
-�Ellos? Qui�nes podr�n ser. Pues la gente de all�... Gente que no forma parte de
los habitantes, que est�n all�, del otro lado, en la tierra. �Gentes de la tierra!
Algunos que se debieron quedar olvidados all�... En el Para�so.
-Ya dec�a yo que siempre hay tontos que est�n envidiando la mala situaci�n cuando
est�n en una mejor. �Crees acaso que estar�as mejor si te hubieras quedado en la
tierra?
-�Tendr�a dolores en mi joroba pero podr�a hacer lo que me viniera en gana!
-Ah, hombre insensato, siempre en busca de la libertad, as� sea en la miseria.
�D�nde diablos viene la virtud a esconderse, dec�a Moli�re. -Y con un tinte de
fil�sofo, a�ad�:
-�Qui�n podr� un d�a conocer a los hombres? De un �ngel sabes qu� esperar, pero
jam�s de un hombre. Vete, bendito, y sigue escuchando, ya me contar�s.
-�Por qu� no escucha el patroncito por sus propios o�dos, que para eso se los puso
mi diosito?
-No, hombre. No quiero que me vayan a pescar en la ronda nocturna con esos
aparaticos encima. Cr�eme, no tengo ning�n deseo de darme otra vueltica por el
Purgatorio. Con la que tuve al principio en Almorrana City, qued� curado. No
volver�a ni en paseo de exploraci�n, ni conduciendo una sarta de condenados y con
salvoconducto expreso. �Por nada en el cielo!

Esa noche, no obstante, me sent�a perturbado. �Y si tuviera raz�n el jorobado?


�Habr�a acaso hombres en la tierra? No, imposible. �Habr�a el Creador hecho una
limpieza general y vuelto a comenzar, con gentes mejores que nosotros? Eso ya
sonaba menos improbable... Pero entonces, �para qu� diablos todo esto de la
Eternidad y todo lo dem�s? A veces confieso que pongo en duda -cielo incluido- que
el Universo haya sido hecho para nosotros, peque�as criaturas insignificantes.
Aunque me aterra pensarlo, creo que esto estar� destinado alg�n d�a para seres que
nos superen en mucho. �Qu� grande es la distancia entre Dios y nosotros y cu�ntos
seres superiores y diversos cabr�an en ese intervalo vac�o! Me sent�a morir de
angustia en tal momento. No pude dormir, cabece� una o dos veces y me levant� a
vagar por las avenidas de Miserere, iluminadas por bengalas apenas encendidas y por
avisos de ne�n de esos que llenan todas la avenidas, incluso en las arcadas las
galer�as del cielo... Pensando inconscientemente tal vez en encontrarme con el
doctor Alzheimer.

Al d�a siguiente Parkinson se dirigi� con Escarlatina al observatorio donde estaba


emplazado el catalejo del imagin�metro. Iba dispuesto a buscar a su amada
florentina.
En eso Parkinson tom� el catalejo, introdujo las monedas, y mir� hacia la tierra.
Y quiso la casualidad que para cuadrar el tiempo y voltear su mirada hacia la
Italia del Renacimiento tuviera primero que mirar a los nuevos tiempos actuales y
fue as� como descubri� aquello. Algo le llam� la atenci�n en el �rido paisaje. Por
un momento pens� que se trataba de uno de esos espejismos que sobrevienen cuando se
cierran los ojos tras el paso repentino de mucha cantidad de luz pero luego, ya
instaurada de nuevo la penumbra y desaparecidas las manchas oscuras que se aferran
a la retina tras el rel�mpago, advirti� que de detr�s de un pedregal sal�a un luz
peque�ita, menor que la de una estrella errante, filante.

Busqu� a Chagas para darle la buena nueva. Vagu� por los parques llenos de
imitaciones de olmos centenarios blanqueados por la nieve. Tras larga caminata lo
encontr�. Agazapado como el mendigo que era, el hombre me esperaba en el parque,
revolc�ndose entre la niebla y envuelto en un halo de silencio, mientras devoraba
bocados de ambros�a pas�ndolos con sorbos de n�ctar, fruto de sus m�s fecundas
lamentaciones.
-Yo sab�a que vendr�a, patroncito. Camine vamos con mis amigos, que ya casi son
las dos de la madrugada.
En eso se present� el te�logo sueco, como si hubiera estado citado de antemano.
Nos solt� una parrafada m�stica mientras nos dirig�amos al refugio. Salimos de la
avenida a una calle estrecha y mal ventilada. A lo lejos se adivinaban los extremos
de la b�veda celestial, cerrados a aquellas horas con gruesos candados y cadenas,
como si las fugas hubiesen aumentado en los �ltimos d�as de afanosos ires y
venires. In�til y torpe advertencia. �Qui�n hubiera querido salir a aquellas horas
a tentar fortuna en otros mundos? Creo que habr�a que estar loco para pensarlo
siquiera. La marea de nubes estaba ya por aquellas horas a la altura de la rodilla
y con la pl�mbea oscuridad daba la impresi�n de ser un viejo callej�n de la tierra,
lleno de desperdicios arrojados por el suelo. Mientras camin�bamos, el doctor
Alzheimer prosigui� su perorata, sin parar. A Chagas hay que hablarle con
sencillez, decirle que las cosas son a, b o c, como en sus tugurios y basureros, no
con mon�logos metaf�sicos. La verdad es que no entendi� nada, o muy poco, de la
perorata del te�logo, como el ser simple que es y que vive en un medio simple y
evita casi con humildad los medios complejos habitados por personajes complejos que
dicen s�lo cosas complejas. Por eso se molest� y, colmada su paciencia, agarr� por
los hombros de pronto al viejo sueco.
-�C�llese, hombre! O lo mando de visita al infierno.
-All� ya he estado.
-Pues lo devuelvo.

-Soy Aids Dawn, de Manhattan, siglo veinte, mendigo afroamericano, experto en


radios transistores.
-Curioso oficio. �Me permite?
Parkinson tom� en sus manos el aud�fono, le dio vueltas, lo contempl� a placer y
lo devolvi� a su due�o.
-Es una buena pieza. Lo felicito.
-No hay por qu�.
Entramos en un caser�n solitario. Chagas puso las pilas al burdo aparato y movi�
el interruptor. Se escuch� de inmediato un sonido venido de la tierra, ese rumor
del magno universo que escapa a los dioses y que hac�a tiempos no escuchaba y que
trin� en mis o�dos como la m�s perfecta de las sinfon�as de Beethoven: la
est�tica...
Esperamos as� unos dos minutos. Tenso el ambiente, latentes los corazones, alertas
los semblantes de los hombres barbados, con holgados gabanes ra�dos, conspiradores,
mendigos, jorobados, parias de la sociedad celestial y, sin embargo, hombres
buenos, probos, sanos, que nunca hab�an hecho mal a nadie, porque si no, me dije,
no tendr�an por qu� estar all�, en medio de los cielos.
De pronto me qued� helado. Una vocecita humana, apenas audible, al parecer
masculina, imploraba del otro lado de la l�nea:
-Bip, bip, bip... �Hay alguien ah�? Este es un mensaje del planeta tierra,
respondan, hay alg....bip, bip, bip... Sigui� un largo intervalo de est�tica...
Aqu� desde Par�s, Francia, Lutecia, planeta tierra, soco... -Manden otra botella
-se escuchaba desde el otro lado. Bip. Bip. Bip... Y enmudeci� la radio.
�Par�s! Luego hab�a gente, personas como nosotros, en Par�s, pero no parec�an
estar en muy buenas condiciones. Y si era cierto, �c�mo ayudarlos? Y si no era
cierto, �ser�a una trampa tendida desde alguna otra regi�n del cielo para atrapar
incautos, para deshacerse de algunos de los justos como medida para combatir la
superpoblaci�n celeste, o desde el mism�simo infierno para burlarse de nosotros?
Si era cierto, perspectiva la m�s halagadora, lo hermoso era que la tierra segu�a
existiendo, en alg�n lugar, all� abajo, y que era posible comunicarse con ella. Si
esa maravilla era cierta significaba que alguien hab�a podido sobrevivir al
Apocalipsis y que aun andaba por los caminos terrosos y nos evocaba las plantas,
los olores, el olor de la guayaba, tantas cosas maravillosas dejadas atr�s,
tratando de sobrevivir y ahora, pasado el hecho fausto para unos, infausto para
otros, se las hab�an arreglado para mantenerse all�, vivos y olvidados. Una especie
de felicidad, un candente sentimiento de solidaridad se me empez� a despertar por
esos compatriotas perdidos en otro mundo, en un mundo extra�o, en su propio mundo,
y all� estaban cual colonos novedosos, enfrentados a todos los peligros, valientes,
abnegados y sufridos. C�mo empec� a imaginarme todas sus luchas. Qu� orgulloso me
sent� entonces, y cu�nto despreci� la pusilanimidad de los �ngeles, tan lindos, tan
emperifollados ellos, tan et�reos y al mismo tiempo tan est�pidos, que no podr�an
contar jam�s una haza�a como aqu�lla y muy improbable que la vivieran. Ya sabr�a yo
montar todo un equipo de habitantes solidarios con los compa�eros en la desgracia,
ya sabr�amos llegar a ellos, ya har�amos una expedici�n salvadora, ya vendr�amos al
rescate... Pero no, quiz�s habr�a que pensarlo un poco mejor, porque �qu� tal que
fuesen r�probos inencontrados? �gentes que estuvieran tratando de refugiarse, de
evadirse a las miradas del Alt�simo? Entonces cualquier medida extrema los
traicionar�a y ser�amos causa de su perdici�n. No, hab�a que mantener la cosa en
secreto, como la hab�an mantenido Jorobado Chagas y sus amigos mendicantes, hab�a
que callar y s�lo compartir con un peque�o c�rculo de iniciados, con gentes con la
suficiente indignaci�n con su vida actual y con imaginaci�n para poder ayudar a
otros. Bueno, de hecho bondad no nos hac�a falta. De ella ten�amos en exceso en el
cielo. La bondad es, por decirlo as�, la materia prima por excelencia del cielo.
Pod�amos contar tambi�n con el silencio de los m�s, buenos para callar, porque la
delaci�n es el pecado de los cobardes, que la mayor parte de los chismosos estaban
en el Infierno haciendo buena compa��a a los asquerosos delatores. Pero cierto es
tambi�n que aun en el cielo hay gran n�mero de ortodoxos de los que creen que hacer
la labor del sapo enaltece y lleva al cielo, cosa que tambi�n es cierta (a su modo
de ver, claro est�) y por algo est�n aqu�, as� nadie se meta con ellos ni los
salude, los esquive siempre, porque son, como los llama el doctor Alzheimer, �la
parte est�pida del cielo�. Son los humildes, los pobres de esp�ritu, aquellos a los
que una promesa de salvaci�n hecha en mala hora nos conden� a los buenos de verdad
a tener que soportarlos para siempre en un barrio del cielo como si algo tuviesen
que ver con nosotros.

Despu�s de ese �xito m�s rutilante por lo inesperado que por lo concreto quisimos
infiltrar un aparato de radio en el Infierno con tan buen resultado que a los pocos
d�as ya escuch�bamos por onda corta los diversos sonidos de un universo en adelante
olvidado a su suerte. Chagas ten�a como lo hemos visto sus contactos en el
infierno, de modo que consigui� entrar el aparato, de contrabando. Nadie lo
advirti�, nadie se dio por enterado. �A qui�n se le iba a ocurrir que se pudiese
conspirar con un aparatejo de pilas con gentes que aun quedaban vivas en el planeta
abandonado? Entretanto Chagas y el resto de los mendigos llevaban consigo en sus
bolsas de desperdicios los aparatos de radio y se reun�an en las noches a escuchar
la est�tica est�tica del universo junto con los extra�os mensajes de abajo...
Ven�an estos mensajes de cuando en cuando y ten�amos que estar siempre pendientes
de las comunicaciones, con un guardi�n permanente hasta que aprendimos, casi no lo
advertimos, que los mensajes ven�an con horarios regulados por el sol de la tierra,
cada veinticuatro horas terrestres y nos hubiera costado gran trabajo conocer la
hora exacta de la tierra en medio de nuestro d�a perenne, hasta llegamos a pensar
en poner a alguien como los monjes de la edad media a recitar sin fin letan�as de
duraci�n precisa para calcular el paso del tiempo, si el doctor Alzheimer con
infinita paciencia no hubiera inventado un reloj de nubes acorde con esta
necesidad. Pero nos hac�a falta un ingeniero. Y para eso estaba Aids Dawn. Como
experto en radio hab�a trabajado en las �ltimas guerras y sab�a a la perfecci�n las
artes de la comunicaci�n en todos los medios et�reos... Desarm� el aparato y se las
ingeni� para ponerle una antena de electrodos. Despu�s, en la noche, lo encendimos,
tras pasar una tarde de angustiosa espera. Y hacia la medianoche escuchamos por vez
primera las voces, distintas, de los terr�colas.
-Al�, al�, mayday, mayday, �alguien nos escucha?
Saltamos exaltados. �Milagro!
Sali� en seguida nuestro mensaje. A juzgar por el tiempo que tom� la ida y vuelta
de �ste, la distancia con la tierra deb�a poner al cielo a la altura de los
asteroides esteroides que vagan entre Marte y J�piter.

Con esfuerzo se lograron comunicar... Hab�a gentes all� abajo, y esta era una de
las mejores noticias. Quer�a decir que era posible sobrevivir al cielo y al
infierno, y esto alent� las expectativas de liberaci�n de muchos de nosotros. Pero
los libres por ahora eran ellos, de modo que era m�s f�cil que aquellos se movieran
y tomaran una decisi�n para viajar hacia ac�, si es que quer�an hacerlo.
-M�tanse por la boca de un volc�n.
-Por ning�n motivo.
Pero, �de qu� otra manera viajar al cielo?
-Tal vez sea m�s sencillo si nosotros bajamos a la tierra.
-�Pero c�mo lo har�n?
-A�n no lo sabemos. Ni siquiera sabemos a qu� distancia estamos.
-Si hay comunicaci�n, insisti� Chagas, es que no estamos muy lejos de ellos. Estos
aparaticos no tienen gran alcance, a decir verdad. A la velocidad de la luz, no
creo que estemos a m�s de un d�a de viaje en televeh�culo espacial.
-Tal vez por medio del imagin�metro -sugiri� Parkinson.
-�Qu� es eso y d�nde est�?
-Bueno, es el sitio que permite viajar al pasado. El se la pasa all� -dijo la
ni�a, con aire reprobador que no ocult� la espina que quer�a picar con aguij�n
envenenado.

Los que se quedaron se aferraban a ese aparato de radio cuya pila se iba
extinguiendo. Estaban en la base del ej�rcito franc�s en la que trabajaba
Astigmatismo.
Encendieron los motores de un generador, esperaron un poco, pero nada sucedi�.
-Caramba, yo s� una mejor manera de viajar al cielo -dijo Salpullido.- Es m�s
sencillo de lo que parece. Basta suicidarse.
-No, hombre. Acu�rdate que suicidarse es pecado. Por bien que te vaya, llegar�s al
infierno.
-Bueno, pero por lo menos habr� hecho el intento.

Por fin un d�a las autoridades emitieron un veredicto en cuanto a las peticiones
de Parkinson. Como suele suceder en las decisiones judiciales no solamente perdi�
la apelaci�n sino que le revirtieron a Gangrena, que no lo hab�a pedido, sus
derechos y ordenaron regresarla a Almorrana City. Como era de esperarse, le
denegaron a Parkinson todos los permisos, le respondieron que su sitio, as� como el
de la ni�a, estaba al lado de la atroz Gangrena, su leg�tima esposa, que andaba
removiendo cielo e infierno en su b�squeda. Le daban una semana para regresar y le
negaban toda nueva utilizaci�n del imagin�metro.
En adelante s�lo Chagas y sus hombres tendr�an derecho para intentar comunicarse
con la tierra, cualquiera que fuese la �poca.

Desde luego Parkinson se fue a casaci�n. La respuesta fue que si segu�a molestando
lo iban a encerrar en el pabell�n de las blasfemias, donde podr�a desfogarse
durante el tiempo que quisiese, pero nuestro h�roe, indignado, empez� a proferir
juramentos en voz alta, para esc�ndalo de los dioses. Estos, temerosos de que la
cosa pasara a mayores, se abstuvieron de castigarlo y ni siquiera les pas� por la
cabeza la idea de mandarlo a pasar una buena temporada en el infierno. Y es que,
acaso, el hombre ten�a raz�n. Era una injusticia, una verdadera injusticia la que
se estaba cometiendo con �l y con Escarlatina y, por si fuera poco, con Salmonella.
�Por qu� no iba a poder visitar a la joven florentina cuando le diera la gana?
�Acaso ...? No. M�s bien se trataba de mantener las normas en pie. Era una cuesti�n
de dignidad para los dioses, de no dar su brazo a torcer. Las normas, pues, eran
las normas, como siempre, ciegas, torpes, retrato de la imbecilidad de este
universo. Tan ciegos estaban all� como en cualquier otra parte. Y eso fue lo que lo
decidi� a dar de pronto el gran salto.

5. PREPARACION PARA DARNOS UN PRIMER PASEO POR EL INFIERNO

ANA. -�Puede ir al cielo si quiere?


EL DIABLO. -�Qu� se lo va a impedir?
ANA. - �Puede cualquiera ... puedo yo ir al cielo si quiero?
EL DIABLO (un tanto desde�osamente).-Naturalmente, si sus gustos le llevan en esa
direcci�n.
George Bernard Shaw

El infierno podr�a suministrar un refugio a mis miserias.


William Cowper

Los grandes viejos desafiadores de Dios no temen una eternidad de tormento. Hemos
llegado a temer una eternidad de dicha.
Chesterton

That shabby corner of God's allotment where He lets the nettles grow, and where
all unbaptized infants, notorious drunkards, suicides, and others of the
conjecturally damned are laid.
Thomas Hardy

Abrigamos un �ngel al que sin cesar chocamos. Debemos ser los guardianes de ese
�ngel.
Jean Cocteau

La Fontaine, oyendo compadecer la suerte de los condenados en medio del fuego del
infierno, dijo: �Me hago a la idea de que se acostumbran, y que al final, estar�n
all� como pez en el agua.�
Chamfort

El purgatorio supera en poes�a al cielo y al infierno, en que presenta un porvenir


que falta a los dos primeros.
Chateaubriand

Ellos creen un poco en el Purgatorio, como en una especie de sala de espera en el


que estar�n hasta que pase el tren del Para�so.
Jules Renard
6. ESCAPE HACIA EL INFIERNO

Lo que me molesta es, digamos, que sea obligado. A m� no me gusta la eternidad a


las malas, la eternidad con camisa de fuerza. Yo me considero a�n un hombre libre.
-�Te gustar�a quedarte en el cielo?
-S�, por qu� no, pero sin cadenas. En suma, yo acepto la eternidad si me dejan
salir de ella en cuanto quiera.
-�Y regresar si te arrepientes?
-S�.
-�E ir al infierno cuando lo desees?
-Claro. Yo tambi�n quiero conocer el otro lado del jard�n. Siempre y cuando pueda
regresar de all�. Lo que pido se llama libertad de locomoci�n y estaba garantizada
en la Convenci�n de Viena.
-�Y que tal si todo eso que pides ya existe -exclam� el doctor Alzheimer?
-�C�mo que si ya existe?
-�C�mo sabes que no existe y que no forma parte, digamos, de aquello a lo que
tenemos derecho?
-�Porque los �ngeles nos han advertido!
-Ah, siempre crey�ndose el cuento del �rbol del bien y del mal, estos humanos s�
que son bien est�pidos.
-A veces creo que eres un �ngel de los malos enviado a tentarnos permanentemente.
-�Y por qu� no? �C�mo puedes probar que no soy un �ngel?
-Porque lo he visto, porque te conoc�a en la tierra, porque he visto c�mo los
�ngeles te odian...
-Bueno, no creo que sea tan malo...

-Ya sabe usted, la existencia de Dios no debe ser muy amable, debe estar llena de
problemas.
-Me gustar�a tener Sus problemas... al menos por un d�a.
-No sabe usted de lo que habla -me replic� el �ngel-. Son palabras necias en o�dos
sordos. Pero si quiere una prueba de lo que puede hacer como dios durante un d�a,
prop�ngalo al consejo. Aqu� escuchamos todas las propuestas, si est�n bien
fundadas, y no olvide nuestro lema: �En el cielo no se le niega nada a nadie�.
-�Ni siquiera ir al infierno?
-Si desea usted no regresar de all�, estar� a su disposici�n, pero le aconsejo que
lo piense bien antes de hacer esa petici�n, porque una vez tomada la decisi�n, no
hay vuelta atr�s, es tan irrevocable como la misma Eternidad.
Sus palabras trataban evidentemente de asustarme, pero no soy de los que se
arrugan ante las invectivas y mucho menos ante las intimidaciones...
Eso es lo m�s ruin que he escuchado en la otra vida -se limit� a decir el doctor
Alzheimer antes de refugiarse en su mutismo acostumbrado.

Iron�a del doctor Alzheimer. Finalmente todo era mejor que seguir soportando tanta
felicidad. Creo que cuando nos hicieron no tuvieron en cuenta que no estar�amos
capacitados para un exceso de bienestar o de alegr�a, de ah� nuestra alergia a la
alegr�a.

Me di cuenta que despu�s de la sentencia el �ngel de Parkinson no lo dejaba nunca


a solas. Se le peg� como una estampilla. Parkinson quer�a hacer una cosa, y el
�ngel otra. Si �l tomaba hacia la izquierda, el otro quer�a tornar hacia la
derecha. M�s que un polic�a, pretend�a darle �rdenes, como hace el due�o de un
esclavo. Cuando Parkinson quer�a tomar un autob�s, el �ngel propon�a salir hacia
arriba en helic�ptero. Pero para eso estaba el alcanfor, como Chagas hab�a
descubierto, dejaba un poco regado por ah�, y santo remedio.

Parkinson y Escarlatina regresaron a Almorrana City. El pobre iba cabizbajo. Se


notaba que le hac�a da�o la falta de su amada Salmonella.
Era llegado el momento de desandar los senderos trazados por la incomprensi�n y de
disipar las sombras levantadas por los malentendidos. Quiero decir que est�bamos
hasta la coronilla y decididos a luchar por lo nuestro: las reivindicaciones.
Ten�amos que actuar pronto, antes que se nos olvidara lo que es no ser eternos,
antes de resignar ese sabor delicioso que s�lo tiene el peligro de perder la vida a
cada instante. Dist�bamos ya de imaginar lo que ser�a el sabor de la adrenalina,
imag�nense lo que ser�a una vida pendiente de un hilo con una espada de Damocles
colgando del �ltimo extremo. �Qu� sensaci�n tan extra�amente maravillosa ! Y qu�
dolor para esos pobres seres que se cre�an condenados a morir para siempre a pesar
de las vagas promesas de resurrecci�n. Cu�nto m�s f�cil vivir con ese sentimiento
de la muerte si sabes que vas a vivir una cantidad indeterminada de nuevas vidas.
El s�lo esperar que tras una muerte, por dolorosa que sea, vas a volver a vivir, es
la m�s grande de las recompensas y te permite soportarlo todo. Pero saber que no
vas a morir nunca, �no es pasar de un tormento insoportable a otro? A la hora de
sopesar el uno contra el otro, prefiero desaparecer para siempre.

Cuando regresaron a Almorrana City a cumplir su condena descubrieron que la


agitaci�n social estaba llegando a l�mites intolerables y que las noticias jam�s
llegaban al para�so mar�timo de Miserere, porque las autoridades las callaban y el
control sobre la prensa era absoluto y sin resquicios. Los disturbios continuaban;
los unos ped�an rebajas de penas para sus familiares del purgatorio, los otros
visitas peri�dicas de los condenados en el infierno y a los condenados en el
infierno, y los �ngeles respond�an que eso s� que no lo pod�an hacer, que eso eran
cosas del diablo y que en esos terrenos ajenos y vedados no se pod�an meter so pena
de inmiscuirse en lo que no era de su incumbencia, con los consabidos castigos. Se
palpaba el malestar. Pero aunque no se crea algo se hab�a logrado tras la inmensa
ola de protestas; esos �ltimos meses de espera iban a ser dedicados a la supresi�n
gradual del purgatorio, si es que como malos pol�ticos los tronos y dominaciones
cumpl�an lo que promet�an, y entretanto el descontento crec�a y se crispaba la
ansiedad hasta en las capas m�s impermeables de la sociedad celeste. Eramos presa
de un descontento de corte socialista, la peste �ltima que echa a perder hasta los
mejores para�sos. A ello sigui� la protesta de los que todav�a ten�an la carga de
llevar agua a los reci�n llegados y fue cuando sobrevino, como reacci�n apenas
esperable, la primera prohibici�n oficial de abandonar el cielo, como si este
Para�so fuese culquier campamento ruso en territorio checheno. Pero claro, las
cadenas, como siempre donde se encuentren hombres o cosas que antes fueron hombres,
terr�colas o exterr�colas y hasta extraterr�colas marcianos o mercurianos o veganos
o lo que fuese, ya lo hab�a profetizado el buen tino del doctor Alzheimer, har�an
su aparici�n tarde que temprano. Aunque del mismo modo habr�a que admitir que las
primeras cadenas fueron autoinfligidas, como siempre ha sucedido. Los anhelos de
libertad deben ser reprimidos, se dir�an esa tarde celular en el consejo m�ximo en
tanto los �nimos exaltados bajaban a niveles de desconsuelo.

Tambi�n estall� por esos d�as el problema de la soledad de Parkinson, el problema


burocr�tico, quiero decir, porque del sicol�gico me estaba encargando yo, d�ndole
todo lo que pude de cari�o y comprensi�n al muy ingrato y perverso que estaba
enamorado de la sombra de otra, s�lo porque era mayor que yo la muy idiota, pero
los peri�dicos empezaron a hablar de un craso error judicial y se discuti� y
discuti� hasta que se concluy� que el problema de Parkinson hab�a creado la
necesidad de hacer un censo de la poblaci�n para saber de una vez por todas qu� era
lo que andaba mal en las cuentas celestiales. Y en todo ese barullo fue que se le
ocurri� al muy maldito la idea. No me la quiso decir sino cuando ya era inevitable
su partida. Un d�a me llev� a un rinc�n y s�lo me dijo, con l�grimas en los ojos,
bueno no recuerdo bien si las l�grimas eran m�as y rodaron sobre su cara:
-Me tengo que ir, peque�a.
Desde luego que lo que no soport� fue lo de �peque�a�. Por lo dem�s, que se fuera
cuando le diera la gana. Yo no era su guardi�n y al fin y al cabo no �ramos nada el
uno del otro. S�lo est�bamos juntos, bien lo sab�amos ambos, por casualidad. Pero
que se fuera para que despu�s de arrepintiera cuando viera c�mo le iba a ir en la
vida sin m�, maldito desgraciado, ya me las iba a pagar todas juntas.
Lo que Parkinson hab�a planeado era escapase, obviamente, a los �ngeles de la
guarda. Se iba a valer del empadronamiento anunciado para escapar hacia el infierno
en el descuido de los �ngeles y a la hora del toque de queda.
El censo fue anunciado para una semana m�s tarde. Iban ahora s� a hacer el conteo
definitivo de los habitantes. �Se habr�an quedado por ventura algunos en la tierra?
Era una idea que, bien mirada, resultaba terrible para los �ngeles empadronadores
que dejaba al descubierto algunas de las felices falacias y desorganizaciones del
cielo.
Pero Parkinson empez� a prepararse para visitar el infierno. Indag� todo lo que
pudo entre los �ngeles, siempre reacios a soltar informaci�n, cualquiera que fuese,
convers� varias horas con el doctor Alzheimer, cuyo sentido com�n algo le ayud� a
planificar la fuga, consult� en las bibliotecas del cielo todo lo referente a
rescates en el infierno, recorri� varias veces la Divina Comedia por entero, y por
cierto le pareci� un poco o bastante aburrida, una cr�nica de mezquinas rencillas
provincianas, as� como el no menos tedioso Para�so perdido del ciego inmortal, por
desgracia, John Milton, y esas historias curiosas de Lot y de Orfeo en los
infiernos, en fin, todos esos descensos repetidos a las regiones inferiores en
busca de patrones de conducta perdidos, de lo mejor que se hab�a hecho para violar
esas murallas perturbadoras... Repiti� la lecci�n, se ensay� en gimnasios, pues
ten�a que estar en buena forma, nunca se sabe, es como estar secuestrado y tienes
que escaparte de tus captores a como de lugar, se expuso al fuego varias veces
intentando quemarse para ver hasta d�nde era capaz de resistir la acci�n del calor
y en una especie de mitridatismo de ignici�n se cubri� con una toga de asbesto y se
expuso a las quemas de basura que se hac�an de vez en cuando en las calles por las
que andaba Chagas.

Intuyendo que Parkinson va a huir, el doctor Alzheimer se empe�a en acompa�arlo.


Desea a toda costa ir a la tierra as� sea s�lo para recuperar su biblioteca
abandonada y poder trasladar sus libros al cielo.
Y fue ese estado de �nimo fatal el que me llev� a intentar esa noche, ahora s� me
atrever�a, un asalto a las despensas en busca de Chagas y sus amigos y de la clave
para volar hasta el infierno en busca de Salmonella. �Descender a los infiernos!
Como en la m�s barata de las literaturas. Imposible. No iba a hacer eso. Eso es
para los atrevidos, se dijo, los osados, no para Parkinson. Pero Escarlatina
insiste. Suicid�monos, parece decirle. Para ella, la vida eterna no tiene
esperanzas, no quiere vivirla si no es con �l.
�Sabes -le dijo Escarlatina- que el infierno para m� ser�a simplemente estar sin
ti? As� estuvi�ramos en el infierno ahora, si estoy contigo estoy en el cielo.
Una nubarada de ternura cubri� a Parkinson. Las piernas le temblaron y la
resoluci�n se le quebrant�.

Finalmente, cuando se sinti� listo, al fin y al cabo no hab�a el menor af�n, tom�
la decisi�n de partir.
-Tengo que irme ya, mu�eca.
Ella rompi� a llorar.
-No. No te dejar�, no me puedes dejar abandonada aqu�. Tu eres lo �nico que tengo,
lo �nico que me queda -me dijo.
Sus breves a�os no le ahorraron el patetismo de una confesi�n de mujer.
-Pero si no voy a abandonarte, ni�a m�a. Regresar�, te lo prometo.
-�Me lo prometes en verdad?
Por toda respuesta, �l le estamp� un beso en la frente. Ella se calm� un poco.
-Si no vuelves, sabes que ir� a buscarte.
-No. Te quedar�s aqu�...
-�Qui�n lo dice? -lo desafi�.
El se abland�:
-Mira. Tienes que quedarte, hazlo por m�.
-Pero es que simplemente no podr�a vivir sin ti.
El la abraz� con ternura y s�lo alcanz� a pensar que si a ella le hubiera sido
dado crecer un poco, �l no estar�a ahora programando viajes inciertos al infierno
en busca de la amante perdida. Si aquella chiquilla no era su media naranja, su
presencia por lo menos explicaba la equivocaci�n pues sent�a un afecto, un apego
hacia ella no inferior al que sent�a por esa Salmonella que lo esperaba tras los
muros espesos de la prisi�n infernal... Pens� con cierta confusi�n que s�lo
imaginaba su vida acompa�ado por las dos y no por una sola pero intu�a que la
peque�a no iba a soportar ese compartir que �l le propon�a y que se le iba a morir
de celos, y eso no encuadraba con ninguno de los par�metros conocidos en el cielo o
por lo menos no con el suyo, que no contemplaba en modo alguno una poligamia que
hac�a las delicias de otros a los que no sab�a si considerar m�s afortunados, pero
a�n menos contemplaba un impensable desapego hacia la dulce ni�a enamorada.
Pero a �l yo no le hac�a ninguna falta, eso estaba claro, ni le hac�a gracia la
escena. La despedida, pues, termin� siendo atroz para ambos, ya que no pod�an
derrotar la incertidumbre, algo tan extra�o, tan desacostumbrado en el cielo. Pero
los �ngeles guardianes velaban. Sus linternas pasaban una y otra vez sobre mi
cabeza. Intent� pasar entre dos rayos de luz. Parkinson se arm� de algo m�s que de
valor, envi� al vac�o un pu�ado de alcanfor y en esa madrugada oscura, burlando la
vigilancia de los �ngeles a los que Escarlatina por amor suyo enga�ara, mientras
Gangrena dorm�a se lanz� sin mirar atr�s por el hueco de una de las cuatro puertas,
la que daba al infierno, dejando a Escarlatina como a la desolaci�n personificada
atr�s y aquello fue bueno porque el dolor en el alma le impidi� ver los peligros
del camino.
Melanc�lica y triste la peque�a, se qued� a la orilla del vac�o, abandonada a sus
meditaciones l�bregas, envuelta en sus sollozos de ni�a, apenas perceptibles desde
las nubes aleda�as...

La verdad es que sent� deseos de matarme. Y me suicid�. Me arroj� sin paraca�das


por la puerta de la casa que daba al vac�o. Para qu� seguir viviendo para siempre
sin Parkinson, as� fuera en un Para�so de verdad. Donde est� �l, est� el Para�so.
V� que el �ngel custodio de Parkinson, aterrado, se arrojaba tras �l.
Cerr� los ojos y antes de que yo lo diga, se arroj� al vac�o.

Largo fue en verdad el recorrido porque contra lo que pudiera creerse, el trayecto
entre el cielo y el infierno es arduo y dif�cil y todo erizado de escollos a�reos.
Hincado en los deslizadores, luchando contra el viento, Parkinson desafi� las leyes
f�sicas celestiales y tuvo que soportar la turbulencia de las nubes, la tempestad
que se arm� una vez los elementos se dieron cuenta que estaban siendo indebidamente
utilizados por un habitante, de modo que irritados redoblaron su resistencia. El
c�firo y el noto y todos los dem�s vientos se confabularon, airados, y se
debatieron con fuerza sobre el hombre con lluvia de granizo y una tempestad
fenomenal. Se sumi� en precipicios aterradores, remont� vuelo gracias a su pericia
de esquiador profesional ducho en artes tan poco ret�ricas como el deliz...
amiento.
Ahora vengo a saber que entre el cielo y el infierno existe un abismo, pero que
�ste no es infranqueable. Todo el que quiera puede pasar de un lado al otro, pero
est� obligado a permanecer all� por lo menos un a�o. En las playas de uno y otro
hay peque�as y fr�giles embarcaciones que permiten c�modos viajes por el �ter, bien
sea al purgatorio o al limbo, lugares estos s� encadenados y bien custodiados con
muros de amplio espesor para que no escapen los purgantes del uno ni los beb�s
limb�ticos del otro.

Pronto se dio cuenta que si quer�a llegar al infierno ten�a que pasar primero por
el limbo, lo cual le cay� de perlas porque una patrulla de �ngeles lo ven�a ya
persiguiendo. Se refugi� a toda prisa en el limbo, ese remolino antes de llegar al
cielo, que sirve de parapeto para esconderse de las persecuciones enfadosas; y fue
cuando Parkinson adquiri� su cualidad de anfibio, que tanto le ir�a a servir en el
futuro.
Fue una visita inesperada. Hay algo pat�tico con las criaturas del limbo,
solitarias, sin nadie que les se�ale una ruta, sin nadie que haga de gu�a, que las
eduque, salvo tal vez un Marco Aurelio o un Cat�n y los dem�s hombre probos que no
conocieron la fe de Cristo, esos hombres de la estirpe de los preceptores del
limbo, los paganos nacidos en las edades remotas. Por eso el limbo parece el
Parnaso, todo lleno de griegos sabios y de beb�s muertos. El limbo est� habitado
por esos beb�s y por personas entre los cuarenta y los cincuenta a�os, la edad en
la que no se es ni joven ni viejo, y es un lugar m�s bien agradable, salvo por el
olor penetrante a leche agria y a pa�ales reci�n cambiados que emana de todas sus
hendiduras que parecen celdas de panal de abejas como las de las torres de Babel de
Bruegel.

Pero por esconderse se meti� donde primero pudo. Fue a parar a la regi�n m�s
pantanosa del limbo, la de los que nunca nacieron y se quedaron en pura
posibilidad, en mero pudo ser, ese reino extraordinario de los abortados, y all�
fue donde pronunci� su frase que tanto se recuerda, frente al limbo: � Lo m�s
grande no es haber muerto, es haber nacido y s�lo por eso no estamos aqu� �.
Pero ninguna regi�n m�s pat�tica que la de los que hubieran debido nacer y nunca
nacieron, los hijos de uniones frustradas, los hijos de los espermas que llegaron
en segundo lugar y encontraron las puertas cerradas a la vida, pero los m�s
pat�ticos y m�s hermosos son los millones de hijos de las mujeres y de los hombres
que se desearon alguna vez m�s que a cualquier otra persona y que nunca llegaron a
encontrarse, las l�grimas de aquellos cuyos padres s�lo los concibieron en
sue�os... �Que por qu� jam�s se hablaron? �Por qu� no se lo dijeron?...
Lamentaciones que llenan sus pechos. Los que pasaron por el universo,
contempl�ndose, ador�ndose en silencio toda una vida, por qu�, porque en amores no
se pueden dejar las cosas comenzadas porque los arrepentimientos te pueden arruinar
la vida... Lo m�s sorpresivo de este sitio es la cantidad de uniones abortadas, que
supera con mucho a las logradas. Es un sitio que da a pensar que algo fall� siempre
en los sistemas de comunicaci�n de los seres humanos. �C�mo era posible que tantos
de ellos se hubieran ido tan frustrados, imagin�ndose equivocadamente que no los
quer�an, que aquello no hubiera podido ser? Y se caracterizan por su odio
irrefrenable hacia los hijos no deseados que s� tuvieron acceso a la vida, que
consiguieron viajar al planeta aqu�l, que fueron los causantes de todas las
guerras, su odio impregnado de melancol�a hacia aquellos que envenenaron el mundo
porque sus padres no los quisieron nunca, odio que no comprend�, porque �qu� mayor
castigo puede haber que esas vidas frustradas? M�s abortos del infinito que
aquellos otros... Derram� unas cuantas l�grimas de pena.. Lo hubi�ramos sabido en
la tierra acaso hubi�semos sido m�s felices, hubi�ramos planeado los nacimientos
con mejores perspectivas.. Si apenas nos hubi�ramos preguntado unos a otros... Yo
hubiera querido perpetuarme en ella, y ella hubiera querido perpetuarse en m�...

El limbo es la zona de los cinemas. Los habitantes de aqu� se la pasan viendo


pel�culas del pasado... Y as� por ejemplo Paperas estaba enamorada de Sarampi�n,
pero Reumatismo quer�a hacer el amor con Hernia Discal, y por los sue�os de Hernia
pasaron muchos hombres, porque este es el lugar en el que se descubren los secretos
deseos que todos tuvieron; cada uno puede pasar la pel�cula de su vida cuantas
veces quiera y en relaci�n con todas las personas que lo rodearon; la mayor�a se
niega a preguntar qu� pensaron de ellos ciertas personas; se sienten molestos con
s�lo acariciar la idea; pero una buena parte se acercan y poco despu�s de saber lo
que pensaban de ellas las personas que cre�an que mejor pensaban, salen furiosos o
entristecidos y nunca m�s se vuelven a acercar al cine celestial.
As� fue como Parkinson se atrevi� a indagar por la suerte de Salmonella. Muchas
hab�a en el pueblo celestial que respondiesen a este nombre pero ninguna sin duda
era la suya. Se hizo poner una a una las pel�culas de la que fuera su propia vida
en la tierra, con cierto disgusto, pero no descubri� nada especial como no fuese el
amor que le ten�a una joven que �l siempre imagin� lejana como todas las mujeres
demasiado hermosas y que en su imaginaci�n perturbada frente a la belleza jam�s
hubiera tenido nada que ver con �l. Pero ya para qu�, se dijo, lo pasado bien
sepultado est� y se dispuso a continuar su ruta una vez burlados los �ngeles
perseguidores que no se atrever�an a ir m�s all� del limbo, sali�ndose del
territorio de su jurisdicci�n.
7. EPIGRAFES PARA LA CAMARA DE ACLIMATACION PREVIA AL INFIERNO

Despair is the damp of hell, as joy is the serenity of heaven.


John Donne

Me es imposible imaginar al diablo mis�ntropo.


Jean Paul Richter

Imaginen a Dios sin las prisiones. �Qu� soledad!


Albert Camus

S�, el infierno debe ser as�: calles con se�ales y ning�n modo de entenderlas. Uno
est� clasificado de una vez por todas.
Albert Camus

Entonces nadie vino por un tiempo. No era usual que los dioses no mandaran a nadie
desde la Tierra por aquel espacio de tiempo. Mas los Dioses saben.
Lord Dunsany

Era dulce creer, incluso dentro del infierno.


Anatole France

LEONATO Well, then, go you into hell?


BEATRICE No, but to the gate; and there will the devil meet / me, like an old
cuckold, with horns on his head, and / say 'Get you to heaven, Beatrice, get you to
/ heaven; here's no place for you maids:' so deliver / I up my apes, and away to
Saint Peter for the / heavens; he shows me where the bachelors sit, and / there
live we as merry as the day is long.
Shakespeare

Agradezco a Dios, y con alegr�a lo menciono, nunca tuve miedo del infierno, ni me
puse p�lido con la descripci�n de ese lugar. He fijado tanto mis contemplaciones en
el cielo,que casi he olvidado la idea del infierno; y tengo m�s miedo de perder las
alegr�as del uno, que de soportar la miseria del otro: ser privado de ellas es un
perfecto infierno.
Sir Thomas Browne

A veces los �ngeles no saben / si andan entre los muertos o los vivos.
Xavier Villaurrutia

Me creo en el infierno, luego estoy.


Rimbaud

Un demonio nos sigue los pasos para atormentarnos y derrotarnos en todo, incluso
en las cosas m�s peque�as.
William Hazlitt

El infierno no parece castigo tan desmesurado despu�s de escudri�ar un poco el


vecindario.
Nicol�s G�mez D�vila.

Entre varias diferencias que distinguen el infierno cristiano del T�rtaro antiguo,
una sobretodo es muy notable: los tormentos que sufren los mismos demonios.
Chateaubriand

La moderaci�n consiste en emocionarse como los �ngeles.


Joubert
Entonces vi que hab�a un camino al infierno, incluso desde las puertas del cielo.
John Bunyan

El vago Universo sin playas se hab�a convertido para �l en una ciudad firme, y
habitaba donde quer�a.
Thomas Carlyle

El infierno est� lleno de amantes de la m�sica: la m�sica es el brandy de los


condenados.
George Bernard Shaw

�Que importa la eternidad de la condenaci�n a quien ha encontrado en un segundo el


infinito del gozo?
Baudelaire

8. COSTUMBRES INFERNALES

Los goznes rechinaron como de costumbre. El �xido los estaba carcomiendo desde la
inauguraci�n misma del infierno. �Y las llaves qui�n las ten�a? Vaya enigma.
Llegu� al primer sal�n del infierno hediondo a azufre, recubierto por muros de
diamante. Cerr� los ojos para no ver todos esos suplicios horribles... Me encamin�
a trav�s del pasillo, agarr�ndme de las barandas, como un fakir que caminara sobre
brasas ardientes. En esta fantasmal zona del infierno era como si los soles en el
cielo estuvieran muriendo en sus p�lidos reflejos escarlatas sin sombra y nos
sumergieran en un mundo subterr�neo, -fue cuando comprend� por qu� los antiguos
situaban los infiernos en el centro de la tierra-. Pero el fuego no me quemaba,
apenas abr�a los ojos para mirar la l�nea por la cual iba andando, sin hacer caso
de las lamentaciones y de los gritos de terror y cuando al final del t�nel divis�
una luz, se encendieron las alarmas.
�Ten�a raz�n el doctor Alzheimer!

Los justos, los justos. �Qui�nes diablos son los justos? �Acaso el libre albedr�o
daba para tanto?
La idea de castigo depende �nicamente del castigado. Por mucho que el castigador
se esfuerce, en tanto el castigado no se de por enterado del castigo, no hay
castigo. Eso es lo que pasa aqu�, pensaba despacio el doctor Alzheimer.

Los fil�sofos disputan en el cielo. El doctor Alzheimer opina que no s�lo la tierra
sino el cielo tambi�n es ilusorio y que no entiende nada. Conjetura. Concluye que
al cielo o al infierno se va por mero azar. Como una balanza. Por poco que se
incline hacia un costado, plash. No s� por qu� estoy aqu�, dice. No creo haber sido
ni bueno ni malo. Como buen te�logo a�ade: �Ignoro lo que significa la eternidad,
el infinito pero creo que si tienen un sentido es que todo lo que pueda pasar
pasar�, y que pasar� un n�mero infinito de veces; t� volver�s a vivir tu misma
vida, un n�mero infinito de veces, y volver�s a vivir otras vidas diferentes, todas
ellas otro n�mero infinito de veces; es algo que no te cabe en la cabeza,
absolutamente una locura �.
-Pero una de esas cosas posibles es una eternidad de hechos siempre nuevos en los
que nada se repita.
-Es una buena observaci�n, que nos lleva de nuevo a una paradoja.
-Esa eternidad ser�a incompatible con la anterior.
-Bueno, es posible, como es posible otra u otras que no sean ni lo uno ni lo otro,
una eternidad, por ejemplo, en la que s�lo existan jamones, o s�lo pelotas o
cualquier cosa que se te ocurra, o todas las mezclas que se te ocurran, y todas
ellas infinitas en el tiempo.

Parkinson continu� su exploraci�n y en su camino encontr�, en pleno pasillo de


recepci�n del infierno, el famoso �rbol de la Ciencia del Bien y del Mal,
conservado id�ntico, en sorprendente estado de conservaci�n, como las momias de
todas las malas novelas, tal cual fue encontrado entre las ruinas del Para�so, como
monumento a los mejores tiempos de la rebeli�n contra Dios. A�n pend�an de �l
manzanas apetitosas y Parkinson no resisti� la tentaci�n de comerse una; mir� a sus
lados pero no hab�a mujer alguna para echarle la culpa ni serpiente que la
custodiara, pero no bien dio el primer mordisco se dio cuenta que la manzana estaba
llena de gusanos verdes horrorosos, incrustados por el lado que inicialmente no
hab�a podido ver, como el lado oscuro de la luna. Sinti� deseos de vomitar y arroj�
un espumarajo por la boca del cual salieron los peque�os gusanos y empezaron a
crecer como los cabellos de la Medusa y el mayor de ellos creci� tanto que se
enrosc� al cuello de Parkinson, quien sinti� entonces la constricci�n de la
serpiente. Menos mal le dej� libres las manos, de modo que sac� su pistola del
cinto y le propin� un pistoletazo al maldito bicho en toda la cabeza, no sin
peligro de volarse los propios sesos. Al ver a su compa�era muerta, las dem�s
serpientes huyeron despavoridas...
-�Bravo! -tron� una voz por el altoparlante-. Tiene usted agalla, amigo. Parece
Indiana Jones. Veo que no es usted de los tontos que se asustan con amenazas
infernales. Una raz�n m�s para recibirlo bien por aqu�.
-D�game qui�n es usted, replic� Parkinson, porque no crea que con halaguitos
tontos me va a hacer entrar a vivir en su reino. Yo vengo del cielo, soy extranjero
aqu�, tengo mi pasaporte v�lido y en regla...
-Oh, no se preocupe, querido fanfarr�n, que no lo vamos a deportar, as� no tenga
visa de entrada. Usted est� convencido, porque all� le han dicho eso, que esto es
una prisi�n y que no hablamos con los reos antes de torturarlos. Hogueras y
tenazas. No. Nos disgusta la tortura -lo dijo con una afectaci�n tan afectada que
Parkinson empez� a preocuparse m�s por otros vicios ocultos de los diablos que por
la tortura-. Aqu� no le hacemos mal a nadie. Ellos nos calumnian para no quedarse
sin clientes. Simplemente. Tendr�a que haber un infierno s�lo para castigar la
tortura y a los torturadores. Porque uno puede matar, pero algo en el instinto nos
dice que el que tortura tendr� un castigo en alguna parte. Es el �nico argumento
concreto que tengo de la existencia de un castigo en el m�s all�. De hecho, el
�nico argumento concreto que tengo en favor de la idea de un M�s All�. �Por qu�
cree usted que est�n prohibidas las visitas al infierno? Ah, d�gamelo, d�-ga-me-lo.
Parkinson empez� a sospechar que el infierno consist�a en tener que aguantar
semejantes discursos durante toda la eternidad, pero s�lo respondi�:
-Lo ignoro.
-�Ah! Es porque no quieren quedarse sin habitantes. Si todo el mundo fuera como
usted, se�or Parkinson, el cielo se habr�a vaciado hace ya tiempo. Pero esto no es
para todos, es, digamos el sitio le plus exclusif du monde!
A Parkinson le molestaron m�s las maneras que las palabras del diablejo aqu�l.
-�C�mo se llama usted? -dijo Parkinson.
-�Ay! �Cojuelo! El famoso diablo Cojuelo...
-Ah, ya veo, le diable boiteux...
S�, por eso no me dejo ver a menudo, porque cojeo.
-Bah. Eso no importa. Si usted tiene alguna belleza lo de menos es que cojee.
-Bueno. Es que otros me llaman el Diablo amoroso...
Las palabras se le atragantaron a nuestro h�roe.
-Eso tambi�n puede tener remedio, acu�rdese usted de las diablesas como Lilith.
-No, no me hables de mujeres... �La verdad es que las de-tes-to!
Este diablillo ya no me resultaba simp�tico. No tengo nada contra los que tienen
apetencias distintas a las m�as, siempre y cuando no quieran compartirlas
conmigo...

-Ha conseguido usted entrar en el Averno -me dijeron por un altavoz. �Ha ganado
diez puntos y un fin de semana en las playas del infierno en compa��a de dos
personas! Merece usted, que es uno de los que no tragan entero, ser de los
nuestros, cortes�a de jabones Lucifer, por supuesto. De inmediato se encendieron
las luces a mis espaldas y todos los diablos y los condenados, torturadores y
torturados entremezclados, se unieron en un furioso coro de aplausos como si fuera
un acontecimiento que estuvieran esperando desde siempre. Pod�a tambi�n ser el
final de una trampa, por supuesto, como en todo lo que hacemos, nunca sabemos para
qui�n. Se abrieron las puertas a otra sala y todos los actores de aquel curioso
drama se unieron en un fest�n �nico.
Tranquilizado, sonre� con astucia, con los �nimos revenidos y los motores vueltos
a encender. Adentro todo era diversi�n, diversi�n y lujuria, gula, sexo, juego,
violencia, pero de la m�s rara especie que jam�s vi, contra la legi�n de los
�ngeles masoquistas que se entregaban con frenes� a los m�s arduos de los dolores,
con gemidos de satisfacci�n... En tanto el coro de los s�dicos celebraba con
carcajadas que m�s parec�an risa nerviosa adictiva que un original despliegue de
buen humor.
Y es que el infierno es as�, alegre, siempre festivo, pero la suya es una alegr�a
enfermiza, que nunca parece natural, cosa que tampoco sucede en el cielo. Ambos,
aqu� entre nos, me han parecido lugares artificiales, artificiosos, un tanto
mentirosos, como frutos m�s de la invenci�n de mentes creativas que de condiciones
creadas por millones y millones de a�os de evoluci�n y de caricias mutuas entre los
seres y sus ambientes.
Por ello es que la nostalgia de la tierra se me volvi� a encender una vez m�s y
ahora aunada a la fuerza de las ilusiones perdidas, a ese deseo insensato de volver
atr�s, de volver a empezar, que es el deseo humano por excelencia. Es como la
pregunta que me hizo el otro d�a el doctor Alzheimer. �Si te ponen a escoger entre
la vida eterna feliz, sin problemas, o volver a empezar en la tierra otra vez
alguna de tus vidas, qu� escoger�as? Y yo, a mi pesar y m�s por la inercia propia
de la situaci�n que por un �nimo repentino le dije que me quedar�a con la vida
eterna pero que bajo ciertas circunstancias como la abolici�n de algunos males, tal
vez me agradar�a volver a la tierra para empezar de nuevo toda la historia y creo
que hay pocos ex seres humanos, pocos habitantes que rechazar�an seriamente la
propuesta hoy por hoy, porque tu sabes que tantos a�os de ausencia han ido labrando
su camino de nostalgias y que todo a lo lejos parece tan hermoso y que esos
recuerdos de cuando amamos y fuimos amados en el planeta no los cambiamos hoy por
nada y que se venden sus harapos en el mercado negro del cielo como pan caliente y
que hay cuenteros especializados en recordarnos esos tiempos y que lo hacen con un
arte delicioso cuando nos sentamos en las bancas del cielo, pero divago demasiado
aqu�, debo estar ebrio, en medio de la recepci�n triunfal que me hacen en el agudo
infierno, con sinceridad, se les ve que en verdad est�n gozando con mi presencia,
quiz�s imaginan que adquirieron un nuevo compa�ero de farra, de juegos de mesa, de
bares, de borracheras b�quicas -a prop�sito all� en un rinc�n est� el gran Baco
rodeado de un gran corro de borrachos y me saluda con la mano, como si me
reconociera- y de criaturas de los delirium tremens que los acompa�an en medio de
una griter�a infernal, esto es, de la sala dos del infierno, y parecen pas�rsela
bastante bien en medio de todo, y un borracho gritaba, miren, un elefante volador,
una cucaracha gigante, y todos se volteaban hacia esos engendros de pesadilla y los
recib�an con unas carcajadas triunfales y ven�an entonces los brindis por las
visiones y todos encantados, tan felices por estar departiendo nada menos que con
Baco, privilegio que me imagino no est� reservado m�s que a los mejores bebedores
del infierno, pero no todo es tan gratuito porque cuando me pasaron a otra sala me
mostraron a los borrachos del d�a anterior, tirados por ah�, apilados en medio de
ayes y dolores s�lo comparables con los que conocimos alguna vez en la tierra
despu�s de cualquier borrachera, preludios apenas dignos de este curioso infierno.

Del infierno dir� que es uno de los lugares m�s sorprendentes que haya conocido por
la discrepancia entre lo s�rdido de sus instalaciones y lo brillante de sus
diversiones. Me encontr� con un lugar de vacaciones, un poco transtornado, s�, pero
con toda la bulliciosa vitalidad de un burdel cubano. Descubr� que la mayor parte
del infierno tiene forma de playa tropical. Limitado por l�neas rocosas hacia el
norte y el sur, da hacia un espl�ndido oc�ano que desgrana crep�sculos
extraordinarios por sus vivos colores y formas bien definidas y no menos
extravagantes. Y s�lo durante la mejor hora del ocaso es posible contemplar desde
all� la zona de los calabozos y se alcanzan a adivinar las sombras de los demonios
en medio de las nubes que se van oscureciendo en el horizonte. Pero son unas playas
que a m�, al menos, me resultan insoportables. Todo el mundo vive all� en vestido
de ba�o y toma el sol de la estrella adyacente todo el santo d�a, digo, todo el
maldito d�a. Y por lo dem�s, el infierno es el mejor lugar del universo para el que
guste de la diversi�n inmoderada. Que no son muchos, �eh?, y tampoco es que
abunden, porque para ello hay que tener no solamente talento sino tambi�n cierta
vocaci�n, la vocaci�n de la d�bauche. Los calmados no est�n hechos ni satisfechos
para y con el infierno; pero tampoco los sangu�neos ni los que sufren repentinos
ataques de remordimiento de conciencia. Tendr�amos que saber que las org�as
cotidianas albergan un poco de sana distracci�n y un mucho de desesperanza en
ellas, como el juego en los casinos y qui�n no quisiera llevarse al cielo millones
de juegos para pasar el rato, para vencer al tiempo con calculada indolencia en
sesiones maravillosas de a quince d�as sin pensar en nada m�s que en las cartas, y
sin fatigarse entre tanto, sue�o de cualquier croupier respetable y de sartas de
los playboys en decadencia que aspiran a quebrar la banca un d�a, cosa posible
hasta donde se ha visto, que se han ido quedando cortos de divisas en tanto los
r�probos se divierten comprando los placeres, por pura gana adem�s, que de
cualquier manera son gratuitos y lo hacen por el s�lo gusto de lo prohibido, pero
la conciencia del poder que da el dinero acrecienta el goce, dicen muy ufanos, como
probados que son y sabidos en vicios mundanos...
Pero yo no lo sab�a y continuaba sumergido en las tinieblas buscando el famoso
pasadizo que aparece en todas las visitas al infierno, por donde pudiera buscar a
Salmonella. Apenas percib�a que detr�s de esas cavernas se escuchaban difusos
acordes de agradables m�sicas tropicales y se adivinaban lentos y deliciosos aromas
lejanos. Me acerqu�, temblando, y dobl� un recodo milagroso que me hizo encontrar,
de sopet�n, metido en el lugar m�s maravilloso que imaginarse pueda; un sol inmenso
desgarr� las tinieblas anteriores y aparecieron a los ojos del c�ndido viajero las
inmensidades de una playa atestada en un florecido mar caribe�o. Una humanidad
entera, y miles y miles de r�probos junto con diablos y diablesas, �ncubos y
s�cubos con pezu�a de cabra y tal cual curioso del limbo o del purgatorio, se daban
al placer pecaminoso de la danza en una algarab�a descomunal, con contorsiones
atrevidas si no hubieran sido tan extendidas entre los danzantes, amenizada por una
fenomenal orquesta, en medio de copiosas libaciones de rones y cubanos -que por
cierto en los infiernos, lo constat�, no han podido todav�a superar con otros-.
-�Guuau! (Wow en la versi�n americana del ladrido que se ha convertido en
expresi�n proverbial de dicha y asombro al mismo tiempo!) -exclam� Parkinson,
completamente aturdido y deslumbrado como un pez cuando descubre el se�uelo bajo el
mejor bocado de su vida.... El infierno era entonces eso, un lugar ch�vere,
tropical, lleno de baile, de rumba, en el cual se paseaba alguna gente interesante,
pero era evidente para Parkinson que aquello s�lo pod�a ser bueno por ratos, ya que
uno se cansa, uno se aburre, uno se desborda, y no hay soledad porque la soledad la
llevan todos por dentro, o algo as�, y por eso es que algunos intentan fugarse de
all� sin saber que nadie va a evitar que lo hagan y aunque ya conocen las salidas y
a los guardianes, no se atreven porque les da miedo regresar a... la tierra.

Buscaba habitantes del infierno, pero s�lo encontr� un japon�s que andaba para
arriba tomando fotograf�as con su c�mara. No se quer�a perder nada. Importunaba en
todo momento y no entend�a ni jota de lo que se habla, pero sonre�a a todos los
diablos, a empezar desde luego por los diablos de la guarda que lo miraban
fastidiados y con ganas de darle una patada y expulsarlo de all�.
Por fin Parkinson encontr� a un vagabundo que daba vueltas, con las manos en los
bolsillos, aparentemente dedicado al arte del bostezo regado de cuando en cuando
por un cigarrillo.
-�Podr�a decirme por d�nde se va a las salas de los condenados?
-No tengo la menor idea, ni me interesa. Yo no soy de aqu�, preg�ntele a alguien
que conozca.
-�Puede saberse, si no le molesta, de qu� lugar del universo viene usted?
-Del cielo, por supuesto. Me aburr�. Yo ya no estoy para esos trotes. Y por eso
escap�.
Parkinson lo interpret� como deb�a ser y no quer�a contar. Se hab�an aburrido de
�l y lo hab�an expulsado del Para�so. Era, pues, un t�pico habitante del infierno,
infiri� Parkinson, pero pronto se llevar�a una sorpresa que sin embargo ha debido
prever: que los indeseables son indeseables partout y que nadie quiere quedarse con
ellos en el perpetuo asalto de la eternidad por lo que constituyen un problema de
dimensiones colosales. Y puesto que no se cansan ni se fatigan -la mayor cualidad
de cualquier indeseable- est�n siempre rondando de aqu� para all�, fastidiando a
todo el mundo.

De hecho, a nadie le est� prohibida la entrada en los infiernos y casi todo est�
permitido, es cierto, pero no todo. Es frecuente escuchar a los supliciados
gritando de pronto con voz estent�rea: �Dios m�o! De inmediato, y sin juicio
previo, como lo pude constatar por mis propios ojos, unas diablesas los llevan
presos y los mandan a fre�r esp�rragos por fuera del averno. O, mejor, son los
esp�rragos quienes los fr�en a ellos. Pregunt� a qu� se deb�a aquello y fue cuando
aprend� la prohibici�n que m�s gracia me caus�. Y es que el diablo prohibe
mencionar por ning�n motivo a ninguno de sus enemigos del cielo. Y es el caso que
hay muchos que han sido expulsados del infierno por haber proferido en alta voz el
nombre de Dios o de sus secuaces y arrojados vaya uno a saber d�nde, acaso a las
letrinas del cielo.

Fue entonces cuando lo llevaron a los salones musicales del infierno. Y all�
estaban todos los rockeros, todos los metaleros, todos los expertos en subliminales
mensajes sat�nicos, y se estaban dando un concierto de maravilla, las jovencitas
entre el p�blico volaban encima de cientos de torsos, de cabezas melenudas
enloquecidas, con los torsos invariablemente desnudos y a veces m�s que eso, miles
de brazos que las iban pasando de un lado a otro en medio del estruendo de las
guitarras el�ctricas a un volumen desconocido y unos no menos melenudos desgranaban
en el escenario sus roncas voces de aspirantes a demonios y como el ritmo me agrad�
me qued� un buen rato all� antes de salir aturdido, con los o�dos a punto de
reventar y de toparme con un individuo de la m�s atroz catadura all� por donde
dec�a exit, con chaqueta de cuero y mil admin�culos cortopunzantes pegados a todos
su cuerpo y tatuajes y dem�s que me dijo, oye tu, amigo, la vas a pasar bien en el
infierno, y con los dientes o mejor con una calza de titanio destap� una botella de
cerveza y le rod� algo de sangre de las fauces en tanto me la ofrec�a pero yo la
rechac� con muy buenos modales antes de ser conducido al sal�n de la m�sica
sinf�nica.
�Por qu� raz�n el dios de la m�sica habr� bajado un d�a a los infiernos? Porque
todos los dioses de la m�sica deben bajar alg�n d�a a los infiernos en busca de
inspiraci�n y es que el infierno, seg�n dice el doctor Alzheimer, es el para�so de
los m�sicos. Mire bien, que todos los buenos m�sicos deben estar en �l, salvo tal
vez Messiaen. Oh, en el cielo no saben nada de eso. All� s�lo se toca la lira y de
vez en cuando, para las grandes ocasiones, la trompeta. Bueno, algunos s�, ah� est�
Bach, nunca sabremos cu�nto le debe Dios a Bach, como dijo Cioran. Pero el resto es
insoportable, �y lo dir� yo!, puras liras y m�sica new age y desde luego el rap y
dem�s porquer�as inventadas para seres infernales.
Pero era la hora de la comida. Se interrumpieron todos los ruidos:
�Vaya! �Esto debe ser pasto de dioses, manjar de dioses!, se dijo muy apurado,
tragando un poco de esa masa de man� llovido del cielo... del infierno, si se me
permite, perd�n.

Que si todos somos inmortales lo mejor es vivir en paz por los siglos de los
siglos, pero nosotros, los habitantes del infierno no nos podemos estar quietos,
siempre tenemos que estar haciendo algo, y ese algo tiene que ser adem�s
emocionante. Por eso, mientras existamos, habr� lucha, mientras podamos disfrutar
haciendo el mal, lo haremos, mientras tengamos una oportunidad de desbancar a los
de arriba, lo haremos. �Qui�n quita que un d�a el universo sea nuestro? Entonces
crearemos un nuevo mundo. Y al final lo crearon en verdad.

Y son tan contestatarios en el infierno y se oponen a toda autoridad y a todo lo


establecido con tal ah�nco y de tal manera, que tengo para m� que los demonios se
deben haber visto obligados a fingir que all� se hace precisamente lo que no desean
que se haga, de modo que los r�probos se comporten -por llevar la contraria- de una
manera medianamente aceptable.

Casi no hay salas de tormento aqu�, pero s� las hay, en contados casos, como
regalo a los masoquistas. Empez� a pasearse por las diversas salas de torturas sin
que ning�n demonio se opusiera a su paso. Antes bien, en alguna lo recibi� una
especie de ujier que le pregunt� si ten�a prendas para dejar en el vestier en tanto
asist�a al espect�culo.
Parkinson vacil� un poco antes de continuar. Hab�a una sala de torturas para los
�ngeles prisioneros, raptados en el cielo en alguna guerra y olvidados sin pagar el
rescate, y otros que son torturados con un lento desplume, arranc�ndoles pluma por
pluma con sevicia sin igual y son devueltos luego, en canje de prisioneros, al
igual que pollos de congelador. En el cielo, dicen aqu�, han dado por dar semejante
trato a los diablillos tomados como rehenes en combate y dizque por eso lo hacen
porque a ellos ni les va ni les viene y s�lo piensan en divertirse. Les cortan los
cuernos y con ellos se fabrican esos objetos de marfil que brillan con tanto
esplendor y que por eso es llamado all� marfil de los diablos y que sostienen que
va a desaparecer junto con la caza de �ngeles no vaya y sean declarados especie en
v�a de extinci�n. Y con sus colas los �ngeles hacen unos caldos que les parecen
deliciosos y son considerados banquetes de demonios gourmets pero que son
simplemente insoportables para nosotros, m�s que las deyecciones de cualquier
animal terrestre de nuestro tiempo.

Pero eso era solamente en la regiones especiales del suplicio, porque aqu� la
tortura eran los d�as largos. Cu�n cierto lo que dec�an, que muchos desean la
eternidad pero no saben qu� hacer en un domingo lluvioso.
Y me met� en una sala que daba m�s para risas que para dolores. �Pudiera
imaginarse alguien que haya demonios masoquistas? Pues s�. Unos demonios parec�an a
punto de descargar sus iras sobre unos inermes ciudadanos que parec�an -qui�n va a
creerlo- implorar sus golpes. Pero cuando el primero de los demonios iba a asestar
el golpe sobre el primer desdichado un dolor enorme pareci� abatirse sobre el
demonio.
Habituados al castigo que el cielo les impuso, disfrutan de un extra�o dolor que
les viene cada vez que van a castigar a alg�n humano y lo mejor es el castigo doble
porque lo hacen con sadismo sobre los masoquistas humanos que se quedan por los
siglos de los siglos con los crespos hechos y las ganas de ser golpeados, mutilados
y humillados.
Y los despanzurra y los espicha y los estruja el diablo, como hubieran querido
todos los pintores de Juicios Finales.

El sistema de castigos infernales, al final mucho m�s justo de lo que era de


esperarse, consiste en hacer sufrir a los r�probos el mismo dolor que en la tierra
hicieron sufrir a sus semejantes, es m�s, a toda criatura viviente. As�, los que
mataron muchas moscas, son aplastados de cuando en cuando por gigantescos
matamoscas. �No es muy grave� me dice uno de ellos con seguridad. �Por fortuna no
se siente casi nada. Apenas si nos damos cuenta del golpe que se viene encima,
cuando ya estamos muertos otra vez�. Y as�, pobres T�ntalos, pobres S�sifos
llegando a insectos, viven en sus pesadillas sempiternas.
Claro est� que hay adem�s la zona en la que las almas prueban las venganzas de
todos los seres a los que hicieron sufrir en vano y a los que quitaron la vida sin
necesidad. Es el infierno de los perros, de las ratas, de las vacas, de los
marranos, de los insectos malignos y de todas las plagas...

Y a prop�sito, ojo con eso de trabajar como un condenado. �Es que acaso los
condenados trabajan? Hay adictos al trabajo, esos merecer�an todos el infierno
entonces. Es cuesti�n de temperamento. Para los unos el ocio es una recompensa,
para los otros, lo es el trabajo. Unos se han acostumbrado tanto a la tristeza que
ya les resulta imposible vivir sin ella y no la cambiar�an por nada en el cielo, ni
siquiera por la felicidad, ni siquiera por una felicidad conocida, no in�dita.
Podemos imaginar el infierno como una gigantesca f�brica en la cual nadie puede ver
al jefe. No hay salarios, sino raciones miserables, fuete todo el d�a, l�tigo, y
tienen que cargar con enormes pesos en la labor in�til de construir torres de Babel
o instalaciones industriales que cada vez les envenenan m�s el ambiente. Problemas
respiratorios.

Parkinson se hallaba perdido en las profundidades del infierno y sin medio alguno
de echar hacia atr�s trepando por las resbalosas paredes; poco a poco se deslizaba
en lenta aunque irremediable ca�da, como el profesor Liddenbrock hacia el centro de
la tierra. Y de hecho las paredes rocosas del infierno semejaban mucho a las que
conducen a las entra�as del planeta, donde desde siempre ha sido fama encontrarse
la morada de los diablos. Comprendi� qu� era lo que se quer�a decir cuando se
hablaba de los �ca�dos�. Pero ya hab�a recorrido todas las estancias, todos los
pa�ses y ten�a que descender hasta el fondo mismo de todos los infiernos si quer�a
encontrar siquiera la sombra de su querida Salmonella.

Entretanto, la peque�a Escarlatina continuaba busc�ndolo a �l por entre las


diversas dependencias pestilentes y mal iluminadas y por los convent�culos con
aires de para�sos artificiales; por donde quiera que pasaba preguntaba por �l pero
nadie le daba raz�n, de tanta gente perdida que anda vagando por all�.
-�Y tu que crees, le pregunt� alguno, de infame catadura, que aqu� estamos
pendientes de todo el que pasa? Bastante tenemos ya en pensar en divertirnos como
para ponernos a mirar qu� anda haciendo cualquier extraviado.
A la ni�a le doli� esa respuesta tan inhumana y desprovista de compasi�n por parte
de un r�probo, pero como toda mujer que lucha por un hombre, no estaba dispuesta a
arredrarse sino a ir hasta el fondo de los infiernos pues, como todas las mujeres,
present�a que �l estaba en peligro en el lugar m�s inapropiado en que pudiera
estar, as� fuera por causa de otra.
Entre tanto, Parkinson preguntaba por su amada Salmonella, entrevista en los
sue�os florentinos, seguro de encontrarla en el infierno por asesinato. Pero nadie,
absolutamente nadie dec�a saber nada de la muchacha. O acaso no quer�an hablar con
extra�os que fueran a da�arles la diversi�n. Revis� una y otra vez los listados en
las salas de inscripci�n. Muchas Salmonellas, pero ninguna que correspondiera en la
fotograf�a del archivo o que tuviera siquiera un breve parecido a una hermosa
florentina del Renacimiento. No estaba. Ten�a que convencerse de ello, dar cr�dito
a sus sentidos. La mujer que persegu�a desde hac�a tanto tiempo, desde el principio
de los tiempos, seg�n le parec�a, se hab�a esfumado. Acaso ni siquiera exist�a.
�D�nde demonios estar�a entonces, si no en el cielo ni en el infierno, ni en sus
aleda�os limbo y purgatorio? He ah� el dilema, se dijo Parkinson.
De pronto se dio cuenta que las paredes del infierno se estrechaban. Se hallaba
solo y abatido, sin deseos de continuar caminando por los estrechos corredores del
fondo de la perdici�n, como si se acercara ya a las moradas de Sat�n, cuando lo
atac� un drag�n de fuego, custodio de alg�n jard�n crepuscular que emiti� por su
garganta una nube sulfurosa que le ceg� la respiraci�n al h�roe. Es el final, ahora
s�. Hasta aqu� llegu�, como Orfeo en los infiernos. Y se puso a cantar como un
cisne herido a punto de morir.
Pero como en las pel�culas y en los malos libros, hasta los o�dos de Escarlatina
lleg� esa s�plica vacilante y llena de dolor y se intern� en las cavernas del fondo
del infierno, por los basureros, por los vertederos de deshechos donde finalmente
lo hall� al amado todo escaldado y lleno de quemaduras de aliento de drag�n.
Y lo encontr� casi muriente.
-Tenemos que salir de aqu�, pronto, le dijo mientras le humedec�a los labios con
sus besos y sus l�grimas.
Parkinson entreabri� los ojos, convencido de estar viviendo un espejismo porque
Escarlatina no hab�a podido llegar hasta all� si hubiera estado atenta a su
prohibici�n. Con dificultad se incorpor� y ella lo gui� por entre corredores,
siguiendo el rastro de las migas de pan desperdigadas por el piso, hacia una salida
que supon�a deb�a haber en el fondo, donde brillara una luz. Hijos somos de la luz,
y as� como el reci�n nacido contempla un resplandor lejano en la oscuridad y lo
identifica con su madre, as� los muertos buscamos la luz por doquiera. La tiniebla,
la opacidad no van con nosotros, sino con los infernales, esos que se refugian tras
oscuros cortinajes y duermen con anteojeras de pa�o negro sobre los rostros
espantados.
�C�mo salir del negro antro de pesadilla? �Y si aqu� funcionaran id�nticas leyes
que en el cielo, ser�a posible, pero hemos visto que todo sucede exactamente al
rev�s, como en un espejo.
-No mires hacia atr�s, le dijo a Parkinson, que podr�as convertirte en estatua de
piedra. Yo te voy a sacar de aqu�. Vamos a ser los primeros que salen del infierno.
Viniste en busca de alguien que no se quiso ir contigo y ahora sales conmigo... Es
como para que veas como es la vida.
El otro, todo magullado y golpeado, apenas le prest� atenci�n.

En eso llegaron, como Virgilio y Dante, a otra zona del infierno:


-Esos otros de all� son los que no tienen redenci�n posible, porque han cometido
el pecado imperdonable.
-�Y cu�l es el pecado imperdonable?
-No lo s�. Los te�logos deben saberlo. Yo no s� mucho de esas cosas. Creo que han
estado tratando de ponerse de acuerdo durante siglos acerca de cu�l sea el pecado
imperdonable, pero seg�n he o�do decir, creo que aun hay divergentes opiniones y
varias escuelas. En cualquier caso, debe ser un pecado grav�simo, tanto que no
tiene perd�n que valga.
-S�. �Pero cu�l es? �No crees que es justo que lo sepamos? No alcanzo a imaginar
un solo pecado que no pueda ser perdonado con un sincero arrepentimiento.
-Vaya a saberse.

Y llegamos despu�s a la zona de los calabozos, la �nica firmemente cerrada y


adaptada a las torturas y de la cual no se puede escapar, por decreto diab�lico.
Fue cuando pudimos constatar que aqu� los �ngeles s� son custodios, como Azrael, y
que est�n destinados a no permitir escapar a los presidiarios, presos diarios,
condenados, por ninguna de las puertas no condenadas...
Parkinson y Escarlatina estaban alelados con el espect�culo. No se atrev�an a
moverse, para no perderse alguno de los m�ltiples espect�culos. Era como si en
verdad se hubieran sumergido en una pintura del Bosco o de Bruegel.
Se miraban entre s�, no dando cr�dito a sus ojos. Ella se aferraba a su mano con
una fuerza tremenda. Tem�a que alg�n diablo fuera a separarlos para siempre. Y si
se perd�an en las cavidades del averno, �c�mo iban a encontrarse despu�s?
Escarlatina ensay� alguna argucia del estilo de las de Hansel y Gretel, aunque
menos tonta, para encontrar a Parkinson en caso de p�rdida, alg�n hilo de Ariadna
que la guiara por esos laberintos que ten�an delante de sus ojos.

Ten�a en mente naturalmente que mientras est�s entrando tienes que fijarte muy
bien por donde te van metiendo para poder salir despu�s, de modo que como Hansel y
Gretel fui desenrrollando un ovillo de im�genes para no irme a perder en los mil
recovecos, asociando la figura de Baco que vendr�a despu�s de los bebedores
resacados. Me sent�a un poco Orfeo, pero el del cuadro de Moreau, me sent�a Dante,
me sent�a Lot, loter�a, que si miras atr�s, que si no miras te vas a convertir en
estatua de piedra o de sal, que es lo mismo y segu�a desmadejando su ovillo,
dejando atr�s un hilo de lana largu�simo pero como en todos los cuentos pasa lo
mismo, se le olvid� recubrirlo de asbesto y cuando lo fue a recuperar pues claro,
se hab�a quemado s�lo con los vapores de las primeras salas y no quedaba m�s que el
rastro de una lev�sima ceniza que fue barrida pronto por los vientos ardientes y
nuestro h�roe se qued� ah�, solo y abatido, sin rumbo, perdido el camino, como un
tonto y sin saber para d�nde agarrar, salvo hacia donde estaba su Eur�dice adorada,
que en este caso se llamaba Salmonella.
Pero tambi�n como a pesar de la f�rmula de las infinitas postergaciones Parkinson
es un Orfeo que finalmente s� consigue su cometido, y lo digo de antemano para
perjudicar a cualquier Hitchcock que se quiera entrometer aqu�, con lo cual
subvierto las reglas de todos los Orfeos, de todos los Lots (�aunque a medias?) y
tengo como evidente que hay que dar una versi�n moderna del rapto, me quedo callado
un rato y posmodernamente los dejo con la madeja de hilo en las manos, como
cualquier Pen�lope.

Llevaba varios d�as sumergido en ese infierno. Pero fue s�lo despu�s de darle
muchas vueltas que empec� a encontrar el sentido del infierno, su punto distintivo,
su esencia; y ya va siendo el momento de decirlo: simplemente el infierno es toda
una requisitoria contra el aburrimiento, esa es su �nica raz�n de existir y por eso
mismo existe, porque hay seres en el cielo, no digo nombres, interesados en su
perpetuaci�n como �nico lugar que garantiza la diversidad completa en el universo
pues el infierno es un espejo del cielo, como un cielo puesto boca abajo, con todos
sus atractivos precisamente presentes en gracia de discusi�n, una aparici�n de la
dial�ctica, un puente entre las dos fases de la existencia, un maniqueo carrusel
entre el ying y yang... Y si es el lugar para acallar las penas de los aburridos
tambi�n lo es para conseguir la paz o para vacacionar o, en fin, para variar de
temperatura y de diversiones por unos d�as cada vez que se quiera, el infierno es,
en verdad, un hervidero total, pero no s�lo de cuerpos que destilan un delicioso
olor a olla podrida, sino de pasiones desbordadas, un sitio verdaderamente
delicioso para quien tenga vocaci�n y temperamento al decir del te�logo sueco, edad
tambi�n, dir�a el doctor Alzheimer, y es as� como las gentes se pasean por las
playas, armadas de pi�as coladas y gafas de sol, infernales... As� se comprende que
vengan unos de visita y que otros lo tomen como su morada permanente, como vivir en
un hotel de cinco estrellas en Canc�n, de por vida, porque una de las ventajas de
no haber sido condenado es la de poder escoger libremente el infierno si se desea,
as� como los condenados, si les viene en gana, pueden pasarse al cielo cuando lo
quieran, cosa que hab�a sido perfectamente observada por Bernard Shaw...
Y encontr� que todos tenemos nuestro reverso all� cuando observ� un grupo de
personajes semejantes a los del cielo y en los que cre� reconocer a algunos
allegados o conocidos. All� conversaban y viv�an sus vidas igual que los del cielo,
pero como en un espejo. Empiezo a sospechar que la cosa es m�s o menos igual,
cuesti�n de temperamento, hemos dicho. Ello me decidi� a buscarme afanosamente a m�
mismo, de modo que afanosamente me dirig� a la avenida principal del infierno para
hallarme a m� mismo o cuando menos para hallar mi casa, la sombra de mi casa
celestial en la que deb�a habitar mi otro yo, la parte oscura de m�, mi costado
negro y all� estaba efectivamente mi propia casa, envuelta en penumbras, pero sin
nubes en el piso.
Y entr� en ella. Fue cuando descubr� que Escarlatina ya no estaba a mi lado.

Se qued� mudo, espantado. Indag� delante de un diablo, en el que reconoci� la


misma indolencia perversa de los �ngeles del cielo. Le quedaba como supremo recurso
atizar su bestialidad. Parkinson se acerc� y trat� de hablar con el diablo, pero
�ste estaba muy ocupado aplicando unas tenazas sobre la lengua de un condenado por
maledicencia; se o�a el chisporroteo de las llamas al contacto con la sangre, en
peque�os estallidos olorosos en tanto lanzaba una invocaci�n a los ochenta gatos
infernales, destinados a morder el coraz�n de sus enemigos.
-Eso preg�nteselo al gran frustrado -me dijo el demonio ese.

Y es que yo quiero destacar, llegado el momento, ese ejemplar trabajo infatigable


del �ngel de las ejecuciones, que no da descanso al pu�o de su espada ni de d�a ni
de noche con un empe�o de Prometeo realmente notable puesto que los ejecutados
resucitan de inmediato despu�s de los golpes. El te�logo me lo hab�a advertido, que
seg�n Milton hab�a en los infiernos un demonio que s�lo conservaba los deseos y
que, convencido de su degradaci�n, quer�a servirse de su propia impotencia.
Y lo que vio Parkinson lo llen� de pavor: un demonio hurgaba las entra�as de un
cad�ver mientras a su lado, como buitres, otros luzbeles esperaban el momento de
intervenir en el fest�n. Se ve�an en realidad hambreados, como si llevaran siglos
sin comer nada. Luc�an flacos, fam�licos. Uno de ellos se quejaba amargamente:
-Desde cuando la tierra termin� la escasez nos est� matando de hambre.
As�, de pronto descubri� Parkinson que los demonios se alimentaban de carro�a, de
los cad�veres de los condenados y que se les estaban acabando. Calibr� el peligro.
De ah� a que la horrorosa profec�a del doctor Alzheimer se cumpliera no hab�a m�s
que un paso. Era evidente que la necesidad los llevar�a pronto a atacar el cielo.

Y en busca de Escarlatina lleg� Parkinson a la ciudad de los diablos en descanso,


Provectud, una especie de espejo de Sanies. Y en el camino hab�a visto instalados
los famosos imagin�metros que hab�a tra�do Chagas al infierno. Y si all� en el
mundo de los condenados hac�a calor, en el de los solos diablos la temperatura era
g�lida, porque son mundos desde luego separados. �Y qui�n fue el loco que invent�
que a los demonios les gusta el calor? Si acaso les gusta es porque no lo tienen
pues, por el contrario, su ambiente espec�fico es un fr�o glacial de cuarenta
grados bajo cero impregnado de alcanfor et�lico. A los demonios no les gusta
meterse mucho con los condenados y estos desprecian en el fondo a los demonios
aunque los utilizan en su provecho, claro est�.

Como escritor en ciernes he imaginado poner como personaje de este relato al


mism�simo Cerbero, un perro de mal augurio y peor car�cter, guardi�n del Hades, y
algo tal vez de Orfeo, mezclado con la historia de la estatua de sal, y de no poder
mirar hacia atr�s a la salida del infierno, hacia el final del cap�tulo, y me digo
a m� mismo que tiene que ocurrir algo curioso, o algo risible, alguien que se quede
a medias y s�lo pueda bajar con medio cuerpo, pero resulta que nada de eso pas� y
me tengo que limitar a contar la estricta verdad, esto es, un par de piernas que se
ven a lo lejos, pataleando como locas, sin cerebro ni Cerbero que las dirija, son
s�lo el pobre Parkinson, un Parkinson de pesadilla boschiana dando botes en el
infinito...
-Mierda, se qued� media mujer atr�s.
-Ese s� es un desenlace muy posmoderno -dijo uno de los demonios.
Pero sigo d�ndole la voz a mi h�roe para no dejarlo perdido all� en medio del
infierno y menos en medio de diablos y diablesas que son fabricantes de truenos y
rayos, que lo tomaron por la mano de modo que se acab� el extrav�o.

-�Y c�mo quieres que vivamos en un mundo sin reglas? Aqu� no hay ning�n misterio
que solucionar fuera del de la contemplaci�n del Alt�simo, aqu� se aburre
infinitamente el detective que hay dentro de m�. Nada nos amenaza, salvo la idea
horrible de la eternidad. �Sabes? Lo m�s espantoso es la ausencia de lo inesperado.
Yo vivo en un mundo de fantas�a pero la fantas�a precisa de reglas de juego si no
quiere perderse en vaguedades sin sentido. El drama se ahonda cuando conocemos
exactamente el alcance de los peligros.
-Estamos metidos en un laberinto de sinrazones.

9. TRES VISIONES DEL DOCTOR ALZHEIMER

I - EL INFIERNO SON LOS OTROS

Era s�lo un inmenso hueco en el espacio, desnudo. Se qued� mirando ese vac�o
inexpugnable. Hab�a hecho el viaje con toda su familia. Bastante trabajo le hab�a
costado convencerlos de mudarse del cielo al infierno. Y ahora...
�De manera que el Infierno no exist�a! �Era un espejismo a lo sumo!
-Un simple espejismo detr�s de una tramoya destinada a mantener a raya a los
demasiado revoltosos... asegur� Chagas, quien no ocultaba su cara de satisfacci�n.
-�Y pensar que entonces ten�a raz�n Sartre, y que el infierno son los otros! -dijo
Hepatitis B- Por no olvidar, claro est�, entre los innumerables infiernos que ha
inventado la literatura, el de Albert Camus, una serie de calles llenas de avisos y
no hay manera de explicarlos porque no hay lenguaje, porque no hay m�s que se�ales
de las que nadie conoce el c�digo.
La decepci�n le rodaba por las mejillas en forma de sudor. Tanto trabajo perdido,
se dijo.
-No. Creo que ten�a raz�n el te�logo sueco... asever� Chagas, como para
consolarlo. Cada uno lleva su infierno o su para�so dentro de s� mismo. Es apenas
una cuesti�n de temperamentos, no de mucho o de poco viajar.
No era una verdad f�cil de aceptar, como no lo hab�a sido casi ninguna desde su
llegada a ese malhadado lugar que m�s le parec�a una prisi�n que un para�so lleno
de delicias. Trat� de tomarlo por el lado divertido:
-Qu� vaina, y yo que quer�a pasar una temporadita por all�...
-No te preocupes. Aqu� tienes tu propio infierno, si lo quieres. Lo que ocurre es
que no lo vemos si no lo queremos. Ah� est�n los malos a tu lado, y tu los ves si
quieres, y est�n lo buenos, y lo mismo digo de ellos... Y si todos somos un poco
dobles pues ah� nos tenemos, estamos al mismo tiempo en las dos regiones, todos. Es
lo m�s probable, al menos.
-Tal vez no lo santos.
-Qui�n sabe, a lo mejor tambi�n se cansen y salgan a dar sus paseos.
-Esos deben habitar en C�lico Miserere o no s� d�nde diablos, puesto que nunca los
he visto -dijo Hepatitis B.
-Basta saberlos observar -intervino uno de los hijos-. Todo es cuesti�n de punto
de vista. El ojo con el que se mire hace la diferencia. Yo los he visto.
-�Entiendes ya? Escucha a tu hijo -sugiri� Chagas-, es lo mejor que puedes hacer.
-Un poco, pero no mucho. Yo esperaba otra cosa. La justicia no existe. �O si no
para qu� crees que me sacrifiqu� toda la vida comport�ndome de un modo y no de
otro?
-Te gustar�a creer que lo hiciste por virtuoso. Te costar�a mucho trabajo aceptar
otra cosa, �no es cierto?
Le dio una palmadita en el hombro. En verdad Chagas estaba apenado con el pobre
hombre. -Te aseguro que en el fondo no lo hiciste m�s para ganar el cielo o el
infierno que para seguir tus propias inclinaciones naturales. Ahora, si te forzaste
a algo que no quer�as, era porque en el fondo s� quer�as, porque te daba alg�n
placer, as� fuera el de pensar en futuras recompensas, pero siempre para t� y para
tu ego�smo y vanidad. �Sabes? Hay mucha gente que disfruta sufriendo, te lo digo
yo, mucha m�s de la que crees, lo que pasa es que prefiere m�s el sufrimiento que
uno se da a si mismo que el que le llega de fuera. Les gusta el sufrimiento... pero
tambi�n la libertad, s� se�or.
El hombre no respondi� nada. Hizo una se�al, los hijos recogieron sus maletas que
yac�an en el suelo, y emprendieron el camino de regreso al cielo.

II - EL SUE�O DEL ATEO O PREPARACION PARA LA NADA

Yo hab�a imaginado en una fantas�a un mundo del M�s All� al cual llegaran todos los
muertos poco antes de la aniquilaci�n definitiva, y sus caras de fastidio, de
espanto al ver que no hab�a Dios ninguno. Es, digamos, una instancia preparatoria
para la nada... Era m�s una sensaci�n de enga�o, s�, de haber sido estafados por
alguien, por sus padres, por su sociedad, por el mundo, por los que se inventaron a
Dios, y de haber vivido vidas falsas, las vidas que no hubieran querido vivir m�s
que por un motivo muy definido y que lo hicieron �nicamente para ganarse el cielo
(o el infierno), �comprende usted? Pecar, no pecar. Cuesti�n pr�ctica. La sorpresa,
el deseo de devolverse para volver a comenzar ser�an las m�s explicables de las
sensaciones de estos pobres abandonados... Me gustar�a ser ese testigo de tal
momento... Pero claro, si yo cre�a que no hab�a nada despu�s de la muerte, tampoco
habr�a esa sorpresa, ese momento digno de ser disfrutado por el mejor de los
voyeuristas. Pero lo pensaba y lo disfrutaba con algo de sadismo, con algo de
inteligencia vengativa... Se imagina usted todas esas monjas preguntando en la
entrada del cielo, cuando se les diga que perdieron su tiempo, que aqu� no es, que
no hay dios ninguno, que qu� l�stima pero que no las pueden recibir en ninguna
parte, que busquen por donde puedan pero que el cielo no existe... �Se imagina
usted sus caras? Pues esa fue la cara que puso Hepatitis B. cuando descubri� que
tampoco hab�a infierno... Era como querer tropezarse con dios y darse cuenta que no
exist�a ni siquiera el diablo.
III - APENAS UN INFIERNO PROVISORIO. CUESTIONARIO CORTESIA DE BERNARD PIVOT Y
JAMES LIPTON

-�Qu� quisiera usted que le dijera Dios al llegar al cielo?

� -�No pod�a permitir que ese p�caro de Satan�s se quedara contigo! �

� -Bueno, este es el �ltimo al que recibo personalmente. �

� -�Por qu� no entras y te das una vueltica antes de seguir para el infierno? De
pronto te gusta y te puedes quedar all� para siempre, o una temporadita. �

� -No sabes la falta que me estabas haciendo. �Esto ya se me estaba saliendo de


las manos! �

� -Menos mal llegaste a tiempo. Ahora ya podr� morir tranquilo. �

Pero lo mejor, para un nihilista, es la injusticia que hay en ese silencio despu�s
de la muerte. Siempre he pensado que al morir, una justicia m�nima exige que
deber�a haber al menos un infierno provisorio, hecho para los tontos, en cuya
entrada los recibiera un ujier, delante de todos nosotros: -Bueno, no existe ning�n
Dios, tienes veinticuatro horas para sufrir por todo lo que perdiste en la vida
sacrific�ndolo a esta tonter�a de la Vida Eterna. Arrepi�ntete y despu�s deshazte
en la nada.

10. ESTO SE PONE UN POCO EXTRA�O Y EMPIEZAN LAS SORPRESAS PARA LOS DIOSES

Uno no puede ayudar al otro a salir del infierno a menos que haya descendido a ese
infierno en cualquiera de sus grados.
Bruno Bettelheim

Toda la humanidad ama a un amante.


Emerson

Para m� ubi Caesar, ibi Roma: donde estaba mi hermana ah� estaba el para�so, no
importa que fuese en los cielos o aqu� abajo en la tierra.
Thomas De Quincey

Respir� hondamente y un ansia de vivir, de seguir de pie sobre la tierra, de gozar


de esas cosas perdurables y simples que hacen del mundo el �nico lugar posible para
el hombre...
Alvaro Mutis

El �nico reino movido por la justicia es el reino de los cielos. Los reinos de la
tierra marchan con petr�leo. Y los �rabes tienen petr�leo.
Le�n Uris

11. ESCAPE HACIA LA TIERRA

-Conozco maneras de enga�ar a los �ngeles -dijo Escarlatina despu�s de que


Parkinson la encontr� feliz y a salvo leyendo una novelita en compa��a de un diablo
de la guarda.
Considero in�til a�adir que no se convirti� en estatua de sal ni en otra tonter�a
parecida de las que s�lo ocurren en las novelas.
-Ellos no distinguen entre un muerto o un vivo. Si logr�ramos hacernos pasar por
muertos y nos lanzaran a la tierra, qui�n sabe... -se mes� las luengas barbas.
-Tendr�amos que ser expertos en paracaidismo -sugiri� Parkinson.

Siguieron varios d�as por entre las cavernas y aberturas de la inmensa monta�a.
Parkinson estaba preocupado porque sab�a que la ni�a sufr�a. Ten�a los pies casi en
carne viva y dif�cilmente caminaba. Pero no pod�an retroceder ni detenerse. Y ella
no se quejaba. Por tanto, �l la amaba m�s y m�s.
Un d�a, tras mucho andar, divisaron por fin una luz, un d�bil destello apagado
hacia el oeste de aquel fondo. Era una luz distinta, no aquella p�lida claridad
fosforescente y rojiza de las cavernas sino algo como el d�bil resplandor de una
estrella; anduvieron largo rato antes de que aquel destello luminoso se agrandase
lo suficiente como para convertirse en una esperanza de salvaci�n y anunciara uno
de los finales de la caverna. Y all� estaba, n�tida y contundente, una abertura,
una salida hacia el exterior. No importaba a donde fuese a dar, era uno de los
l�mites del infierno, un punto por donde escapar. El paso era estrecho pero no
importaba. Parkinson empuj� a la ni�a y ella se desliz� por la abertura como una
serpiente y se tropez� con una luz que la encegueci� tras tantos d�as en la
penumbra.
-Parkinson, esto es hermoso. Luz, nada m�s que luz.
Escarlatina parec�a haber enceguecido. Lograron salir por aquella abertura como
los h�roes de Julio Verne en Stromboli y se encontraron en medio de una pradera
inmensa, llena de verdor. Se demoraron un buen tiempo antes de saber de qu� color
era aquello, pero lo adivinaban. Se abrazaron con felicidad; fuera donde fuera que
se encontraban, una sola cosa era cierta: aquello no era el infierno. Parkinson
tuvo deseos de clausurar aquella entrada a las profundidades sell�ndola con cemento
o con piedras pero pens� que quiz� alg�n d�a otros viajeros extraviados que
quisieran escapar del infierno podr�an hacerlo al igual que ellos, de modo que la
dej� abierta para siempre.

La versi�n del doctor Alzheimer es un poco diferente :


Cruzaron un puente bajo el cual no pasaban m�s que porquer�as, pero como se
trataba del infierno, donde todo es como en un espejo, su olor no era nauseabundo
sino de �mbar y especias aunque saturado de tinieblas. Al final de un t�nel se
pod�a sentir la presencia de una corriente de aire y se o�a el chapoteo de las
aguas infectas al precipitarse como una catarata en los vertederos del infierno.
Sin dudarlo un instante y por pura intuici�n femenina, Escarlatina arrastr� los
restos, lo que quedaba de Parkinson hasta donde se precipitaban las aguas.
-Ahora cierra los ojos -dijo al hombre.
Y se arrojaron los dos al vac�o, por la salida del servicio, hacia algo m�s bajo,
si fuera posible, que el infierno. Pero el todo era salir de all�. Y juntos.
El doctor Alzheimer s�lo sabe que un d�a salieron del infierno. Habr�n salido, se
dice, de las oscuras cavidades merced a un subterfugio extraordinario, me imagino
que �l la ha rescatado y que ella no ha querido mirar hacia atr�s: ser�a record
guinnes como primer rescate efectivo en el infierno, el diablo burlado y dem�s. Y
no puede contener una sonrisa de satisfacci�n.

Existe a�n otra versi�n del mismo asunto.


Parkinson piensa que el infierno se comunica con el cielo por la parte de atr�s.
�Y qu� tal que fuera, seg�n las apariencias, un pasaje hacia otro mundo peor que
�ste?
Desesperado, y tratando de acelerar el fin, se arroj� al abismo de llamas y, como
un hoyo negro, o como el piloto que sale de la ca�da en picada, se salva y descubre
que es la verdadera manera de salir de all�; qui�n lo iba a pensar, que el cielo
comunicara con el infierno en una zona indeterminada, en el inmenso territorio de
Ambig�edad.
Luego, para ir a la tierra, convenci� a Escarlatina de saltar juntos al vac�o.
Apresado por el v�rtigo, ese demonio que te dice dulcemente: �D�jate caer!, se
lanz� por los aires en brazos de los vientos y con todo el temor de ir a parar con
todos sus huesos en alg�n antro oscuro.

En la negra noche sin hogueras ni m�s luces que las de la luna y las estrellas, el
inmenso vac�o de las ciudades italianas se agranda como una visi�n nocturnal.
Apuntaron para caer all�, as� fuese aplastados contra las rocas, se lanzaron sin
mirar atr�s y cayeron en una Stromboli de pesadilla...
Ah� est�bamos ahora, emancipados de nuevo de toda intervenci�n divina, en el �nico
lugar posible para el hombre.
�El hecho de que Dios todo lo vea -comentar�a m�s tardel doctor Alzheimer- no
significa que todo lo observe. Quien todo lo ve, por ventura para nosotros, pierde
el inter�s y pocas cosas observa. Es como el s�ndrome del jefe que s�lo se ocupa de
las cosas de mayor importancia y deja los detalles en manos de subalternos ineptos
y menos interesados a�n que �l en lo que pueda estar ocurriendo�.

-�As� que el camino hacia la tierra pasaba a trav�s de los infiernos! �Y c�mo no
se me hab�a ocurrido antes! -se dijo ahora el doctor Alzheimer, cuando se enter�
del �xito de la operaci�n de Escarlatina-. �C�mo pude haber sido tan tonto y no
darme cuenta! Ah, c�mo he perdido el uso de mis buenas facultades en esta �o�ez
perpetua del cielo. Eso le pasa a uno por ser tan bueno y por dedicarse a rascarse
el ombligo durante la eternidad; digamos que se pierde un poco de forma. S�lo a
trav�s del pecado podemos llegar a ser humanos, est� claro, qu� ingenuo he sido.
Y se mesaba las barbas vacilando entre la diversi�n y la perplejidad.

El mundo es ahora una soledad primitiva y dolorosa, se ve a�n la pat�tica luna,


las tinieblas son tanto menos amenazantes. Han llegado a un mundo completamente
desierto, un mundo en el que ya no hay dios ni diablo.
Y en el fondo de la noche cerrada ocurri� de pronto el milagro. Un cuadrito de luz
apareci� en el horizonte y brill� para ellos. �La ventana de una casa lejana se
hab�a iluminado!
Acaso los estuvieran esperando.

Una corte de demonios los persegu�a y se acercaba. Sent�an retumbar sus pasos
sobre los cardos secos.
-�Sabes una cosa en la que estoy pensando? -dijo de pronto Parkinson, con
desaliento-. Si las cosas fueran aqu� como en el cielo, ma�ana encontrar�amos un
rico bot�n, seg�n la quinta ley de la termodin�mica celestial. Pero como no es as�,
prepar�monos para lo peor; con seguridad nos caer� una desgracia encima.
No fue sino que lo dijera para que los rodearan los demonios. Ahora no se sent�an
invulnerables, como si el contacto con el ox�geno fuera una renovaci�n de la
antigua mortalidad:
-Nos van a matar o a llevar de regreso, �qu� diablos hacemos?
Un demonio poco prudente se adelant� a sus compa�eros.
Escarlatina se imagin� un basilisco, o lagarto Jesucristo, el animal que camina
sobre las aguas, como �ltimo remedio, porque se le ocurri� de sopet�n �y dio
resultado! El demonio aqu�l empez� a lamentarse como si le dolieran los pies, y se
fue deshaciendo en licuefacci�n de una sulf�rica sustancia que se reg� por los
suelos, quemando los cardos a su alrededor.

Astigmatismo y Salpullido se agazaparon entre las tinieblas. El volc�n rug�a pero


Chagas les hab�a advertido. En cualquier momento los habitantes del cielo llegar�an
desde el fondo de los infiernos. Las dos mujeres esperaban, mordi�ndose las u�as.
De pronto el volc�n hizo erupci�n en las tinieblas de la noche y arroj� los cuerpos
de Jonathan Parkinson y de la peque�a Escarlatina. Intentaron reanimarlos pero
parec�an estar m�s muertos que los cuerpos de la pila de cad�veres arrojados desde
el cielo. Aunque estaban hirvientes a causa del calor del volc�n. Les dieron
respiraci�n boca a boca. Cre�an haberlos perdido. Tras muchos esfuerzos Escarlatina
abri� los ojos.
-�D�nde estamos?
Los habitantes de la tierra eran ahora media docena.

12. SE EMPIEZAN A AGOTAR LOS EPIGRAFES... Y TAMBIEN ESTE DIVERTIMENTO

Estoy cierta de que antes de haber consumado del todo su rebeld�a, Lucifer
nombraba a Dios el Ser Supremo.
Fern�n Caballero

En el cielo, me gustar�a participar a veces en una guerra, en una batalla.


Detlev von Liliencron

Cuando ve�an abrirse el cielo, lo ve�an tan lleno que no les qued� m�s que un solo
deseo: encontrar un sitio all�.
Elias Canetti

Quememos incluso el cielo, si se comporta como her�tico.


Agrippa d'Aubign�

No se frecuenta sin infectarse el lecho de lo divino.


Saint John Perse.

13. PRIMERA GUERRA CELESTIAL. ASEDIO Y OCUPACION DEL INFIERNO

30 de octubre, a�o 125 del imperio celestial


Hoy ha sido d�a de fiesta en el cielo. Se ha fijado el ascenso del doctor
Alzheimer, te�logo sueco, al estado de �ngel. Con toda modestia perm�taseme
expresar el orgullo que siento como antiguo humano por esta exaltaci�n que nos
enaltece a todos los simples hijos de vecino. Es el primer humano que alcanza tal
honor. Lo m�s parecido que conoc�amos era el ascenso de H�rcules a semidios y el de
la pur�sima Mar�a a los cielos. Enhorabuena. Felicitaciones. Estamos contigo. Tus
cong�neres que te queremos y no te olvidamos.
Pero resulta que casi todos los que van al infierno tambi�n son enviados primero
al purgatorio, una especie de sauna o ba�o turco, para su aclimataci�n. Pobre
doctor Alzheimer. Pero pensar en eso es vana frivolidad indigna de un te�logo, como
dir�a Erasmo de Rotterdam

Azrael andaba pensativo. No le gustaron las palabras de Luzbel. Lo escupi� a la


cara. El otro ripost� con un pu�etazo al ojo y ahora Azrael estaba con una bolsa de
hielo sobre el amoratado ojo izquierdo. Sat�n tom� partido por Luzbel y amenaz� con
mandar al cielo al que siguiera peleando. De inmediato se calmaron los �nimos y
comenzaron las protestas, que no, que c�mo iba a ser, que tampoco era para tanto,
que los castigos desmesurados ya no estaban a la orden del d�a, que ellos estaban
sindicalizados y que no iban a permitir semejante trato por parte de las
autoridades centrales, que hab�a que hablar en t�rminos mesurados, que las
sanciones deber�an ser proporcionadas a las faltas cometidas y no semejante
exabrupto de mandarlos al cielo de por vida, de por eternidad, de obligarlos a la
felicidad, ni m�s faltaba, eso era cosa de ellos, pero obligados, ni por pienso,
�no hab�an escogido desde siempre compartir la suerte aciaga de sus jerarcas para
que viniesen ahora, por un simple pecadillo, a echarlo todo abajo, los muy
ingratos, los muy malagradecidos...?
Entretanto se debaten los diablos en discusi�n infernal, Baal apenas bosteza. Est�
aburrido y no se siente c�modo para discusiones. El est� aqu� para complicarle la
vida a Yahv�, el dios de los ej�rcitos, y lo dem�s lo tiene sin cuidado. Pero
Yahv�, mejor llamado Jehov� por algunos de sus adeptos, se mantiene apartado en el
cielo, fuera de la pugna con los dem�s dioses. El no quiere compartir nada, aunque
tiene su reducto de adeptos dentro de cada zona. Ellos forman c�rculos cerrados y
concilian una especie de aristocracia que maneja cierto poder dentro de cada zona.
Lo cierto es que su verdadera lucha es con Al�, quien no soporta en absoluto su
presencia y quiere desalojarlos a toda costa. Mahoma, su ex-profeta, mantiene muy
malas relaciones con los adeptos de Cristo, aunque se lleva a las maravillas con
las m�s altas esferas ang�licas, en especial con ese arc�ngel al que llaman
Gabriel, su amigo de viejas aventuras.
Nota bene: Los pasajes que tienen que ver con la religi�n isl�mica se han perdido;
no soy Salman Rushdie ni tengo vocaci�n de m�rtir. Adem�s s�lo hay algo m�s
susceptible que una mujer o que un imb�cil, un fan�tico religioso...
Hay personas que insultan pero tambi�n hay personas que se sienten insultadas sin
que nadie las haya insultado. Son los susceptibles. Digamos que llevan el insulto
de dentro de ellos, como una segunda piel.

Pero en medio de la pelea volcaron una pila de �cido y el infierno se incendi�. Y


pronto el incendio del infierno se les sali� de las manos, y el fuego se extendi�
al purgatorio, y del purgatorio al cielo, y consumi� extensas regiones del cielo
sin que nada pudiera hacerse para evitarlo. El universo entero se cubri� con un
olor a humo, y severas enfermedades respiratorias en el cielo obligaron a repetidas
evacuaciones al limbo. Aunque intentaron apagarlo rociando toneladas de agua
bendita, ardi� todo, con explosiones, como �cido sulf�rico sobre la piel. Los
dioses se ingeniaron entonces un diluvio para apagarlo y tambi�n se les desboc�...
El problema de los dioses, piensa el doctor Alzheimer, es que no saben calcular
bien las consecuencias de lo que hacen.
Eso fue en cualquier caso antes de la gran Enfermedad de Dios. Nunca la vimos, es
verdad, pero sabemos que ocurri� porque las �rdenes fueron ca�ticas durante cerca
de un milenio. Los �ngeles cuchicheaban, se acercaban al centro del cielo
protegidos los rostros con pa�uelos, ten�an un inocultable olor a cloroformo bajo
sus cuerpos de alabastro.
Eso fue cuando insinu� Chagas que en los ambientes del cielo se murmuraba que Dios
era prisionero del diablo desde hac�a millones de a�os. Caus� un revuelo may�sculo
y se anunciaron castigos. Pero nada ocurri�, como siempre. S�lo fueron habladur�as.
Y todos temimos por nuestros amores.

Bit�cora de vuelo No. 3846299:


Lucifer subi� por esos d�as al cielo. Hac�a tiempo no ven�a, desde mucho antes del
final, a decir verdad. Y aunque se le dio una bienvenida de alt�simo dignatario,
puesto que la parte pacifista de las autoridades confiaba todav�a en un arreglo
pac�fico, la mayor�a no se hac�a falsas ilusiones y sab�a que esto iba a terminar
igual que un mill�n de a�os atr�s, con una pelotera estruendosa y, qui�n sabe, de
pronto el ganador, fortalecido tras eras enteras de maleza y maldad, fuera esta vez
el ganador. As� lo predec�a el pesimista te�logo sueco, que no obstante pidi�
asiento en primera fila porque no quer�a perderse nada de las hostilidades y fue
uno de los primeros damnificados cuando le volaron una oreja en uno de los primeros
bombardeos. Volviendo a mi cuento, estaba verdaderamente demacrado Lucifer, se le
ve�an las ojeras del lado de las orejas, pero tambi�n se echaba de ver que no
perd�a la esperanza de una reconciliaci�n. Todos los diablos segu�an en
concili�bulo y no consegu�an ponerse de acuerdo, y es que la soberbia, que es el
pecado ang�lico por excelencia, les corro�a el alma. Pero las posiciones fueron
irreconciliables como siempre. Los unos quer�an solamente el bien y los otros
solamente el mal. Y as� no se puede, sosten�a el te�logo. Hay que ceder para llegar
a un acuerdo y tomar una posici�n intermedia si se quiere tener la paz en casa,
pero vaya usted a hablarles a los �ngeles de concilios con el mal o a los diablos
de hacer el bien as� sea por hacer el mal; prefieren llagarse los codos que ceder
un �pice y ah� los tienes ya dispuestos a batirse por cualquier frusler�a como en
efecto se batieron y se restregaron sus pasiones contrarias con una sevicia que de
pertinaz parec�a casi humana.
La guerra se desat� por causa de los terr�colas, fue un problema de
jurisdicciones, que a qui�n correspond�an, que si eran del cielo o del infierno los
acusados, que si iban a ser juzgados all� o aqu�, y entre tanto barullo se
rompieron las hostilidades, se tomaron rehenes, se arm� la bara�nda y s�lo los m�s
blandengues, como siempre sucede, hablaron de la paz y de treguas y de concesiones
y de no s� qu� m�s cosas que a nadie interesaban en el momento pues casi todos los
habitantes, qui�n lo creyera, con toda su bonhom�a a cuestas, se mostraron felices
al comprobar que las cosas pod�an cambiar, que cualquier cambio en sus vidas
eternas llegar�a como un regalo inesperado y por eso no se conmovieron demasiado
cuando el primer ca�onazo enemigo reson� en las b�vedas celestiales con aterradores
ecos, premonici�n de duras batallas a por venir, y no te imaginas lo que quer�an
batirse, con esos instintos agresivos reprimidos durante tanto tiempo, que estaban
todos alterados...

Se demor� pero al final apareci� el �ngel custodio encargado de entrenarnos; se le


ve�a demacrado pero sereno y dispuesto a la lucha y a decir las cosas por su nombre
como si no lo hubiera hecho durante milenios de continua fatiga y como las cosas se
estaban precipitando y ya se hab�a roto la barrera que separa lo decible de lo
indecible declar� el �ngel en un en�rgico discurso que levant� ampollas, que la
existencia del Purgatorio no era m�s que una toma de rehenes aceptada desde anta�o
ante la complacencia y la mirada indiferente de las autoridades celestiales, cosa
que no se iba a permitir en absoluto de ahora en adelante y que ser�a debidamente
castigada y que todo c�mplice de llevar almas all� tambi�n iba a ser juzgado con
severidad...
-Cuando se permite un abuso sin protestar se est� cometiendo un crimen contra las
v�ctimas inocentes -dijo muy convencido, en medio del estupor general de un pueblo
que empezaba a salir como de un viejo y letal letargo...
-�Qu� crees que pase ahora? -me dijo Escarlatina-. �Crees que estalle la guerra?
-No lo s� a�n, peque�a, pero no me extra�ar�a. Ven, dame un beso.
Ella salt� como un gato y me bes�.
Y en la caverna los habitantes de la tierra esperaban con impaciencia el
desenlace.

Nos preparamos para la primera agresi�n de los �ngeles rebeldes. Cada tanto se nos
dan informes de lo que se va conociendo. Son los informes de la invasi�n. Las
alarmas est�n prestas. Si fracasan las gestiones diplom�ticas y hay guerra,
nosotros, como viles criados, soldados rasos, estamos obligados a batirnos con los
ex-humanos del infierno, gentes falsas y malintencionadas, expertos todos ellos en
viles trampas. Y desde luego llevamos todas las de perder. Menos mal tenemos a Dios
de nuestro lado.
�Por qu� tolerar� el Omnipotente la existencia del Maligno?, se pregunta el doctor
Alzheimer en sus reflexiones. Si lo puede aniquilar, �por qu� no lo hace? Me temo
que el diablo tiene m�s poderes de los que imaginamos. Hay algo que le ha dado un
poder al que el mismo Bondadoso no puede sustraerse. �O ser� que el Supremo Hacedor
quiere divertirse a nuestra costa? En cualquier caso, no me gusta nada esta manera
biol�gica de evolucionar, preferir�a una menos espiritual y m�s tecnol�gica. Me
siento cansado y deprimido y no soporto tanto uso y abuso.

�Qu� como fue? Las hostilidades se desencadenaron y no pas� nada digno de memoria
hasta el d�a en que el demonio se dio a entender cuando solt� un diluvio de
meteoros que llovieron sobre el cielo en una tarde infernal de asedio infernal.
Bombardeos nocturnos nos ense�aron que los diablos estaban en serio en contra de
nosotros. Entrega de rehenes, ni por pienso, dijo el �ngel de la ventana
occidental, y la inmensa guerra celestial, una guerra miltoniana m�s que
pedantescamente dantesca, se desat�.
Fueron meses de intensos combates. Parkinson y Escarlatina, Astigmatismo, Lepra,
Salpullido y Erisipela, refugiados en la mansi�n solariega no quer�an darse cuenta
de nada. Cuando los ca�ones comenzaron a tronar una lluvia de proyectiles se abati�
sobre la sabana de nubes, perfor�ndolas en todas direcciones y descubrimos con
espanto que en el inmenso conflicto jug�bamos el papel dudoso de inerme poblaci�n
civil. He dicho ya, o no s� si lo he dicho, que el cielo es un conjunto de b�vedas
superpuestas, en tanto que el infierno es como un complejo de profundas cavernas
desoladoras. Pues bien, cuando el ataque arreci�, la b�veda nuestra se estremeci�
con un estruendo de terremoto, y tres cuartas partes de ella se resquebrajaron y se
vinieron abajo con el estr�pito de un desfondamiento monumental. El infierno ataca
-dijeron por los altoparlantes con una frialdad digna de altos jerarcas, y eso lo
escuchamos hasta en la tierra-. Ref�giense bajo los doseles. Corrimos a ponernos a
salvo. Algunos cayeron heridos y sufrieron durante el ataque, aunque ninguno muri�.
La batalla hubiera sido sangrienta si los dioses o sus inferiores tuvieran sangre
dentro de sus venas, pero como no la ten�amos no nos pas� nada. S�lo dos horas m�s
tarde, cuando los dioses volvieron a hacer patente su presencia, retorn� la calma
al campo y los heridos sanaron como por arte de magia, reanudando nuestra vida de
contemplaci�n y beatitud, aunque no sin una pizca de angustia y perturbaci�n, un
ligero estremecimiento pre�ado de malos presagios, como si la guerra infernal no
tuviera por objeto m�s que perturbarnos los �nimos y dejarnos pagando en arroyos de
desasosiego. Y es que de todos los suplicios, el del ruido infernal fue el peor de
todos, pues nuestros o�dos que ya se hab�an acostumbrado a la serenidad de los
cantos ang�licos y a una que otra fanfarria celeste con m�sica de cantatas de
Johann Sebastian Bach, retumbaron a cada ca�onazo. Las alarmas, largos siglos en
desuso, fueron puestas en funcionamiento y sonaban todos los mediod�as con un
estruendo que se me hac�a vergonzoso.

Fue cuando perdimos a nuestra m�xima autoridad y representante de los menos


r�probos. El doctor Alzheimer, como loco, decidi� marcharse al infierno, seguro de
que de all� podr� regresar. Desde luego se quedaron con �l, como reh�n, y al
principio le gust�, pero con el tiempo ya no, cuando sus teor�as teol�gicas
empezaron a levantar no m�s que bostezos entre quienes manipulaban las tenazas y
entre quienes soportaban las torturas.

La situaci�n lleg� a ser tan apretada para las fuerzas celestes que los dioses
prometieron la libertad, esto es, cumplir despu�s de la guerra, como genios de la
l�mpara o de la botella, los deseos de los que nos jugamos la piel que no ten�amos
en bien de nuestra patria, el cielo. Y tan bien lo hicimos que conseguimos filtrar
una vez m�s a Chagas a sabotear los imagin�metros y carentes de imaginaci�n, las
fuerzas infernales quedaron poco a poco a nuestra disposici�n. Nuestra intervenci�n
tambi�n consisti� en sugerir a los �ngeles del cielo establecer cambios clim�ticos
en el infierno, echando a perder su capa de ozono protectora con el humo de
infinidad de complejos industriales y con n�ctar y ambros�a en su versi�n en spray.

Una estaci�n en el infierno, m�s exactamente un invierno. Invierno contra infierno.


Una nevada en el infierno, ese ardid troyano, nos permiti� quebrantar las s�lidas
defensas y franquear las murallas. Este s� hab�a sido un buen ataque, tras los
repetidos fracasos de las tropas celestes durante los meses anteriores.
Acostumbrados ya a la falta de la sensaci�n de calor, est�bamos indemnes, en tanto
los habitantes del infierno se vieron reducidos a la penosa situaci�n de tener que
aguantar algo para ellos inusitado: la falta de la sensaci�n de fr�o...

Para el oto�o siguiente nuestras tropas hab�an hecho avances significativos.


Hab�an dejado atr�s el limbo, ocupado casi desde el comienzo de la refriega, e
incluso el Purgatorio, por donde las tropas pasaron de largo liberando a los
�ltimos rehenes de Lucifer, se convirti� en lugar de avanzada y all� se despleg� el
nuevo armamento del cielo, de tecnolog�a altamente especializada, con lo cual el
Infierno se vio asediado por todos los costados con tanta fiereza que tras seis
meses sin poder alimentarse, se vieron obligados a capitular. Primero entregaron
los prisioneros, �ngeles unos, humanos los otros, y luego fueron entregando a los
pecadores menos graves, que resultaban a estas alturas una carga gravosa para
ellos, y a medida que las hostilidades cobraron fuerza y que el asedio inclemente
los fue poniendo contra los muros, y el fuego se les fue extinguiendo en sus
mazmorras horrendas, se vieron precisados a dejar libres a los pecadores m�s
graves, de modo que el Purgatorio, lugar de recepci�n de los refugiados de la
guerra se vio superpoblado de almas, que poco a poco fueron evacuadas hacia las
regiones menos salubres del cielo y cuando los diablos se vieron solitarios el
des�nimo se apoder� de ellos, porque sin pecadores qu� castigar, como despu�s nos
dijeron, �qu� sentido tendr�a para ellos la Eternidad? Deseperados, abandonaron a
Lucifer, salvo sus generales m�s allegados, que se mostraron valientes hasta el
�ltimo momento y se negaron a dejar sus posiciones pese a las ofertas de
indulgencia que les llegaron desde el cielo y a las misiones de paz que prometieron
juicios justos despu�s de la rendici�n, pero nada, all� se mantuvieron en su
puesto, como en la guerra del principio de los tiempos, como la ha narrado el
vidente ciego se�or Milton de Inglaterra, y demostraron con su terquedad de
vencidos que no eran hueso f�cil de roer. Dir�ase que murieron en sus puestos, si
es que hubieran podido morir, pero como eran inmortales fueron capturados en medio
de la ruinas. �Y qu� pas� con Sat�n? Algo extra�o. No apareci� por ninguna parte.
Dicen las malas lenguas que consigui� escapar hacia otro Universo que se ofreci� a
brindarle asilo pol�tico. En ese otro Universo, me recalc� el doctor Alzheimer
pic�ndome un ojo, eso quiere decir que en alguna parte hay un diablo m�s poderoso
que en �ste.

Entramos al infierno con las primeras tropas celestes de ocupaci�n... Todo eran
vivas y aplausos desde las grader�as atestadas de r�probos, digo, ex r�probos, que,
arrepentidos o no, ya hab�an purgado suficientemente sus culpas, como dijo el �ngel
vengador en su discurso a los nuevos v�stagos del Se�or... Se empez� a preparar el
suplicio para Lucifer, que bien custodiado andaba en las propias mazmorras del
infierno, que en el cielo no hab�a y acaso se nos hubiera muerto de fr�o o de
tristeza, no lo s�.
Una humedad pura y densa como la de una l�grima descendi� por el recinto y se
expandi� triunfante sobre las brasas a�n humeantes de lo que hab�an sido las
calderas infernales.

14. QUE TRATA DE CIERTOS EPIGRAFES PARA CELEBRAR EL RETORNO DE LOS HIJOS PR�DIGOS Y
LA RECUPERACION DE LOS CUERPOS, ASI COMO DE OTROS MUCHOS SUCESOS DIGNOS DE RECORDAR
QUE PREPARARON EL MAYOR EXPERIMENTO QUE SE HAYA INTENTADO EN LA HISTORIA DE LA
ETERNIDAD.

... Estar�n en un para�so lleno de bellezas celestes y encantadoras, y tales que,


si un mortal las hubiera visto, se dar�a de inmediato la muerte, en la impaciencia
de gozar de ellas; tambi�n las mujeres virtuosas ir�n a un lugar de delicias, en el
que ser�n embriagadas en un torrente de voluptuosidades, con hombres divinos que
les ser�n sumisos.
Montesquieu

�Qu� vida la de este pobre Rey! �Qu� condici�n tan cruel la de escuchar sus
propias alabanzas durante toda la eternidad!
Taine

�Los de la tierra?... Los del infierno?...


An�nimo

El otro mundo ser�a bien bello, si fuera solamente este mundo rectificado.
Jules Renard

Inmediatamente advert� en �l un defecto terrible: era su apenas encubierta


convicci�n de que si �l hubiera vivido en el momento en que se cre� el mundo,
podr�a haber contribuido con algunas sugerencias valiosas.
Hermann Melville

Una de esas personas que parecen tener la obligaci�n de vivir bajo protesta, como
un peso que nunca habr�an consentido soportar si s�lo les hubieran consultado
primero.
Wilkie Collins

-Las cosas, tal como son, no me parecen satisfactorias.


-Es una opini�n muy difundida.
Albert Camus

-�No es hermosa la vida?


-S�, si yo hubiera creado el mundo, no lo habr�a hecho mejor.
Montherlant
Tengo el honor de haceros saber que si yo hubiera tenido la posibilidad de saltar
hasta el m�s alto grado en la escala de la evoluci�n, os pedir�a cuenta por todas
las v�ctimas de la vida y de la historia. Yo no quiero felicidad, ni siquiera
gratuita, si no estoy tranquilo por todos mis hermanos de sangre.
Bielinski

El hombre que comprendiese a Dios ser�a otro Dios.


Chateaubriand

El alma quiere ser cielo en el cielo.


Lope de Vega

No es anegarse en el gran Todo, en la Materia o en la Fuerza infinitas y eternas o


en Dios lo que anhelo; no es ser pose�do por Dios, sino poseerle, hacerme yo Dios
sin dejar de ser el yo que ahora os digo esto.
Unamuno

A todo hombre le est� permitido representar las tragedias celestiales y


convertirse en Dios.
Albert Camus

�Y si resultase que s� hay secretos para Dios?


Elias Canetti

Si quieres que tus hijos, tu mujer y tus amigos vivan para siempre, eres un tonto;
quieres, en efecto, que lo que no depende en absoluto de ti, de ti dependa, y que
lo que es de otro sea tuyo.
Ep�cteto

Mis amigos tornaron a ser hombres, pero m�s jovenes a�n y mucho m�s hermosos y m�s
altos.
Homero

�Qui�n so�� que la belleza pasa como un sue�o?


W. B. Yeats

Equipar una obtusa, respetable persona, con alas, no ser�a m�s que hacer la
parodia de un �ngel.
Robert Louis Stevenson

Aun cuando el inter�s inicie toda acci�n, el alma noble la prolonga en juegos
gratuitos.
Nicol�s G�mez D�vila

�Cree usted, querida se�ora, que un hombre, cualquiera que sea,, que luche hoy por
o contra tal causa, pregunt� Ulrich, si un milagro hiciera de �l ma�ana el due�o
todopoderoso del mundo, relizar�a el mismo d�a lo que ha reclamado toda su vida?
Estoy persuadido de que se dar�a algunos d�as de plazo.
Robert Musil

Incluso las consecuencias racionales de un mundo sin la muerte no han sido


pensadas jamas a fondo.
Elias Canetti

All� arriba hablan de la muerte natural, pero es la muerte natural lo que no es


natural. Si vivimos mil a�os, y no hay raz�n para que no sea as�, siempre habr� un
golpe, una bomba, algo, �sas son muertes naturales.
Graham Greene
15. DIOS POR UN DIA

Lleg� la �poca de las grandes rectificaciones y con ellas vinieron los perdones,
los arrepentimientos de los de arriba, a diestra y siniestra llovieron los perdones
y las penitencias voluntarias llenaron de pedidos al establecimiento. Fueron
tiempos de grandes movilizaciones entre el infierno y el cielo, pero a�n m�s entre
el cielo y la tierra. Pero ya no hab�a punto de retorno. Y as�, empezando por los
pecados m�s veniales se vio llegar el anhelado perd�n general de una gran cantidad
de pecados al principio, y de todos al final, cuando s�lo quedaban sometidos al
infierno los m�s grandes criminales y se comprend�a la inutilidad de guardarlos
all� pues su arrepentimiento era ostensible y su reinserci�n en la sociedad futura
era esperada por todos en un mundo en el cual ya no iba a existir el pecado. El
pacado, ya lo dec�a yo, dijo el te�logo sueco, s�lo es fruto de la infelicidad, de
la insatisfacci�n de las necesidades.
�No crees que siga habiendo una maldad oculta entre nosotros?, le pregunto, �algo
que nos lleva a seguir atormentando a los dem�s por el s�lo placer de hacerlo?
-Oh, no, en absoluto -fue su respuesta... La necesidad crea el �rgano y con �l el
crimen. Y se alej�.
Todav�a estoy pensando en sus palabras.

-Definitivamente no comprendo a Dios -fue su �nico grito desesperado.


-El hombre que comprendiese a Dios ser�a otro Dios.

En el mejor de los mundos posibles todo lo que ocurra es natural y toda mejor�a no
es m�s que la expresi�n de lo esperado mientras que todo descenso, toda ca�da en el
abismo es simplemente otra forma de lo mismo, del eterno devenir que
inevitablemente va a parar al mismo lado, es decir, al reino de las armon�as
preestablecidas.

Sali� un �ngel muy bien vestido, deb�a ser un arc�ngel a juzgar por la
magnificencia de su resplandor:
-Sabed que el Supremo Hacedor est� sorprendido, asombrado por vuestro
comportamiento y se siente orgulloso de vosotros.
Una lluvia de hurras sacudi� el firmamento del cielo.
-Hab�is demostrado ser dignos Hijos de El.
Nueva lluvia de aplausos y vivas.
-�Desea el Alt�simo declarar a todos los vientos que la Creaci�n se ha cumplido!
�Viva la Creaci�n!
Sonaron las trompetas y se iniciaron las festividades, con bailes y canciones en
las plazas para celebrar el triunfo y el retorno de los hijos pr�digos de sus mal
emplazados lugares.
El diablo ven�a exhibido en una jaula, y tras �l desfilaba el cortejo siniestro de
sus m�s allegados.
-�Qu� quer�is que hagamos con ellos? -pregunt� Azrael.
-�Que los perdonen, que los perdonen! -fue el clamor general.
-Comprendo que quer�is que los perdonemos, pero es por todo lo que hab�is sufrido
que lo dec�s. Estos que est�n aqu�, creedme, merecen un castigo m�s que ejemplar.
-Castigo ejemplar, me dije. �Qu� diablos es un castigo ejemplar m�s que una
denegaci�n de justicia? Alguien dijo que el que es m�s severo que las leyes es un
tirano.
-Si est�n dispuestos a darles un castigo ejemplar, en lugar de un castigo justo,
tambi�n podr�an liberarlos. Yo propongo, como si fuera Dios por un d�a, que
simplememte se les quiten sus poderes como �ngeles, los dejen un poco por debajo de
los humanos terrestres y que los degraden a sirvientes por la Eternidad, en
reemplazo de los �ngeles que hacen esos oficios viles...
Ahora la lluvia de hurras vino de las filas de atr�s de los �ngeles congregados.
Los de adelante apenas se movieron.
-�S�, viles! -se escuch� un murmullo por all� atr�s.
-�Malvados!
-Bueno, no tanto -dije-. Pero es mejor que los oficios de demonios los hagan los
demonios.

Ante la perspectiva de un futuro lleno de sensaciones, no les qued� m�s remedio


que devolver los cuerpos. Los recogieron de la tierra, los desenpolvaron, los
lavaron y se llam� a censo para la devoluci�n, sin distingos de razas, credos,
religiones o condenaci�n eterna. En adelante todos ser�amos iguales. La democracia
se instalaba en su reino milenario.
Con el regreso de los cuerpos surgieron aqu� y all� fabulosos locales enteramente
dedicados a los placeres corporales y de los sentidos. Una vez aceptada por los
jerarcas la idea de que el placer constituye parte importante de la felicidad
humana, y bien pod�an verlo con sus propios ojos, surgieron zonas celestes de
tolerancia, y la principal fue una zona especial de sexo libre, la zona de libre
comercio sexual, donde cada quien en adelante iba a hacer lo que le diera la gana
con su cuerpo, lo podr�a vender, alquilar, prestar, eso es asunto suyo y de nadie
m�s, como debe ser en toda comunidad bien ordenada... Lo dijo el doctor Alzheimer,
el mismo que tuvo la feliz inspiraci�n de llamar a la tierra, desde entonces, la
tierra prometida, un sitio para regresar.

-Dime, Parkinson -lo interrog� el enviado del Supremo Hacedor-. Pongamos, a modo
simplemente de conjetura que si Dios se sintiera aburrido de su mundo y te diese la
oportunidad de tomar su puesto por un d�a, di, �aceptar�as?
-No lo s� -respondi� prudente. Pero en todo caso vivo como si eso hubiera
ocurrido. Tal vez fue lo que sucedi� al demonio...

-Vamos a darles una oportunidad -anunci� el �ngel de las antiguas venganzas, ahora
apiadado como si le hubieran bajado el ritmo a sus �mpetus hormonales a fuerza de
admoniciones-. El Creador, cansado ya de la Creaci�n, ha decidido que ustedes deban
gobernarse por s� mismos de ahora en adelante y por los siglos de los siglos, am�n,
y El se retirar� a descansar de nuevo, pues han pasado ya otros siete d�as desde
que el mundo fuera creado.
-El Universo result� un fracaso -me murmur� Chagas al o�do-, un espl�ndido
fracaso, s� se�or! No crea usted una palabra de lo que est� diciendo: esa es la
versi�n oficial, pero yo estoy mejor enterado: dicen las buenas lenguas que Dios
decidi� declarar de una vez el fracaso de este su universo -y hasta hubo una
reuni�n de emergencia de las altas jerarqu�as para tomar la medida porque se
escuchaban voces disidentes- y que se retir� a otro, para dedicarse a m�s altas
empresas, dignas de Su Majestad. La verdad -a�adi�- es que nunca entendimos por qu�
raz�n condescendi� a ocuparse de un universo tan pobre como �ste. Pero as� son los
desginios del Alt�simo, inescrutables e incomprensibles -y se sacudi� a s� mismo
con todo su escepticismo y el asombro tranquilo de que las cosas sean como son y no
de otro modo distinto.
Y el mundo nos qued� a nosotros solos, que ahora tendr�amos que vernos las caras
sin la esperanza secreta de Dios, que era la que nos sosten�a antes... Pero quiz�s
adquiramos mayor sentido de la responsabilidad ahora que hemos dilucidado los
principales enigmas del universo y que podemos trazar los mapas tanto de nuestro
pasado como de nuestro futuro. Ahora sabemos hacia d�nde vamos... Y si antes
nuestra esperanza resid�a en Dios, nuestra esperanza era Dios, as� fuera en la
forma menor de la adoraci�n a nuestros hijos, ahora y en adelante nuestra esperanza
somos nosotros mismos, porque somos inmortales. Podemos dedicar nuestras energ�as
siempre juveniles a construirnos a nosotros mismos, elemental derecho del que
est�bamos despose�dos en nuestra lamentable vida anterior.
Que no se diga entonces que este mundo es peor y que los lamentadores, que siempre
los hay y abundan aun en los esplendores, hablen ahora o callen para siempre...

Antes del retiro definitivo de los dioses se hizo justicia y nos premiaron nuestra
intervenci�n en la guerra. Fue cuando vimos que sus poderes eran algo limitados. Lo
mejor que obtuvimos, a instancias del te�logo sueco fue que nos dejaran ser Dios
por un d�a a cada uno de nosotros y que al final escogi�ramos cual de los mundos
que cre�ramos era el que m�s nos conven�a y nos qued�ramos a vivir en �l.
Los dioses cumplieron su promesa. Parkinson iba a ser Dios por un d�a, lo mismo
que Chagas, y Escarlatina, aunque a instancias del doctor Alzheimer no dej� de
protestar ante el �ngel de las ejecuciones:
-Pero no es justo. Dif�cilmente me las arreglar�a con un s�lo d�a. Necesitar�a al
menos siete, que no le bastaron a Dios mismo para acabar de crear bien el mundo...
-Yo creo patroncito, que el s�ptimo d�a hubo huelga de trabajadores y por eso Dios
no pudo terminar lo que hab�a comenzado bien -a�adi� la imprudencia de Chagas y de
su boca blasfema-. �O qu� tal que a Dios le haya dado un infarto poco despu�s del
final del sexto d�a?
-�Qui�n sabe si tan bien? Para m� es evidente que le faltaron asesores que le
hubieran dado buenas sugerencias en el momento.
-Si nos hubiera creado a nosotros antes, podr�a habernos preguntado, �no es
cierto? Quiz�s no habr�a en el mundo tantos quejosos si les hubieran preguntado
antes como quer�an que fuera la fiesta, antes de que se las aguaran, �no es cierto?
-Y adem�s despu�s de semejante esfuerzo debi� quedar muy fatigado. Acu�rdense que
crear cansa...
-S�, qued� tan fatigado que se retir� a descansar para nunca m�s volver a
aparecer.
Parkinson segu�a el juego.
-Quiz�s muri� de un ataque cardiaco cuando estaba pensando en regresar para
continuar su obra y somos los hu�rfanos abandonados de un Dios extinto.
-Qu� idea.
Ahora era Escarlatina la que hablaba.
La respuesta del �ngel no se hizo esperar:
-Esta bien. Hagan lo que quieran...
Esperaban una r�plica helada como siempre, pero el heraldo del cielo accedi� con
tanta facilidad que Parkinson sospech� que le hab�an otorgado plenos poderes para
conceder lo que quisiera a los exterr�colas. En eso hubo el item esperado:
-Ah, pero... Con una condici�n.
-�Cu�l?
-Tienen siete d�as para la creaci�n... el primero ya lo gastamos en estas
conversaciones, as� pues la creaci�n empez� ayer sin que ninguno de ustedes parezca
haberlo notado, luego a cada uno de los cuatro se les asignar� un d�a para ser
dios... El sexto ser� para discusiones, el s�ptimo de votaci�n y luego a descansar
como en un principio. Es una sugerencias de las altas esferas del cielo. Me env�an
a decirles que as� ser� mejor. Cada uno de ustedes inventar� un mundo y todos
juzgar�n cu�l de ellos es el mejor y escoger�n en cu�l de ellos querr�n vivir. �Les
parece?
-No est� mal -dijo Escarlatina.- �Cu�ndo comenzamos?
-Ma�ana al alba. Pueden prepararse.
Y el �ngel parti� raudo hacia las regiones boreales.

La idea es que su deseo es echar todo para atr�s y volver a comenzar... �Pero qu�
tal si les dicen que es imposible, que hay cosas imposibles acaso para Dios?
El primer experimento tuvo lugar dos semanas despu�s de la toma del infierno a
sangre y fuego...
Pero antes hubo un acontecimiento inesperado.

Se�or Jonathan Parkinson, decidimos enviarlo a usted al pasado, a su propia vida,


por una semana, para que trate de cambiar lo que pueda. Luego nos dir� cu�les hayan
sido los resultados.
Y as�, armado con ese salvoconducto, me descendieron a tierra una vez m�s, era
�ste ya como mi cuarto viaje. Los boletos lo dec�an claramente: ten�a una semana
completa para hacer lo que me viniera en gana. La experiencia no hab�a sido grata
para muchos. Los que no hab�an enloquecido hab�an ca�do en un estado de melancol�a
incurable, aunque no hay nada que se pueda predicar incurable aqu�. Naturalmente lo
interesante del viaje era la perturbaci�n en la escala de valores. Pero hab�a que
intentarlo. Me apresur� a fijarme en lo esencial.
Me preguntaron a d�nde quer�a viajar, yo dije que a mi ciudad natal, luego que en
qu� �poca y despu�s de pensarlo detenidamente durante un par de noches que me
dieron de sana gracia, dije que hacia los treinta a�os (era la edad en la cual
estaba poco antes del Apocalipsis y adem�s fue la de mi �xito entre las mujeres y
pens� que, mientras no se demuestre lo contrario, esta es la �nica etapa de la vida
que merecer�a repetirse para aprender de la experiencia sin tener que escarmentar
en una para pasar a otra, con todo el dolor del rompimiento y todas las dem�s
desgracias paralelas).... La �ltima tarde, rendido, vencido, decidi� dejarse
simplemente llevar por la inercia.

El problema, les dije, es que la �poca a la que ustedes me enviaron ya estaba


demasiado deteriorada y no val�a la pena repetir el intento de vivir en ella.
Propongo que me env�en de nuevo, pero a un lugar mejor. �A d�nde?, Preguntaron los
dioses. Y yo aprovech� mi oportunidad. Quisiera ir, por ejemplo, a Florencia, por
all� por el siglo quince, si es que tienen alguna misi�n que cumplir all�.
Aceptamos, me dijeron, pero pondremos nuestras condiciones. Si vuelves, los �ngeles
se hab�an vuelto confianzudos, ser� para que trates de cambiar el pasado, pero si
lo cambias, jam�s podr�s regresar aqu� y es posible que te dejemos a vivir all�
hasta que mueras porque de otra manera crear�as una paradoja. Pasar�n muchos a�os
antes de que vuelvas a encontrarte en este preciso momento.
Sin vacilar dije que me agradaba mucho la propuesta, a lo cual pusieron caras de
incredulidad, sin duda creyeron que me hab�a picado alg�n bicho y que estaba loco
de atar, pero como no se iban a echar atr�s en su palabra me dejaron hacer y aqu�
me tienen, hoy, una vez m�s, dispuesto a enmendar ahora s� y de una vez por todas
mis asuntos con Salmonella.
Volv� a aterrizar con porrazo en San Miniato, dispuesto a decirle a mi amada que
esta vez no me ir�a, que regresaba para quedarme, que las cosas se arreglar�an para
siempre, que nos casar�amos y vivir�amos felices, qu� no le dir�a si s�lo me diera
la ocasi�n.
Pero no la encontr�. S�lo me dijeron que hab�a desaparecido misteriosamente,
raptada por los �ngeles. Regres� al cielo con el �nimo por el suelo y me prepar� a
crear mi propio universo.

Una vez hecho el nombramiento me llevaron al sal�n de la fama. All� el �ngel me


anunci� con tono a lo que me pareci� envidioso:
-Tengo �rdenes precisas. Se me ha ordenado que os d� facultades extraordinarias y
que os permita ejercer como Dios durante veinticuatro horas, que ser�n contadas a
partir de ma�ana a las 00.00 gmt.
�Buena esa! Ahora si van a ver lo que es bueno, me dije. Ni vayan a creer que voy
a desaprovechar esas veinticuatro horas, mi cuarto de hora.
Jam�s imagin� que prepararse para ser dios fuese tarea tan dispendiosa,
dificultosa y agobiante. Si lo hubiera sabido antes habr�a tenido tiempo para
pensarlo, raz�n por la cual recomiendo a todos los que me lean que de cuando en
cuando realicen ese ejercicio, qu� har�n el d�a que sean dioses, qu� har�an si les
dieran la posibilidad de todo cambiar. Ver�n como se queman las pesta�as, as� la
cosa no sea en serio. Y es que muy f�cil es decirlo pero cuando se enfrenta uno al
trance, ya no hay peros que valgan, como me ocurr�a a m�. Tuve un d�a escaso para
prepararme; mi idea, como la de casi todo el mundo en id�ntica circunstancia aunque
s�lo a grandes rasgos, era la de crear todo lo que no es y deber�a ser y de abolir
lo desueto y que causa mal a los seres vivientes. En principio iba a cambiar casi
todo. �Qu� es lo que m�s nos gustar�a que sucediera y que nunca sucede?, me
pregunt�. �Que me coronen rey? �Tener todas las mujeres a mi disposici�n o a mis
pies? �Que todas las cosas que uno emprendan salgan bien? Y claro, la primera hora
de mi nueva tarea, que emprend� m�s con entusiasmo que con inteligencia, fue casi
tan ca�tica como el primer d�a de la Creaci�n, cuando Dios estaba estren�ndose,
principiando como es l�gico, por el Caos.
Poco a poco fui advirtiendo que el problema era m�s de circunstancias que de
seres. Cualquiera, en un medio bueno, se vuelve bueno. Cualquiera, en un medio
malo, se vuelve malo. Es el principio mismo que nos hace negar la realidad del
infierno. Se trataba de hacer apenas a las gentes menos col�ricas porque todas las
cosas salen bien, porque todos los trabajos son bien hechos, aunque, por otra
parte, hay que anotar que las gentes angustiadas siguen existiendo, que los
malgeniados tambi�n, que ese ej�rcito de los desagradables, que no son muchos pero
siempre se hacen f�ciles de identificar (los que contestan golpeado, miran mal a la
gente, no saludan, se creen de sangre azul, se sienten por encima de todos los
dem�s, clasifican a las gentes en sus amigos o sus enemigos, etc.)
Estaba bien inventar un mundo nuevo. �Pero c�mo evitar que poco a poco fuera
evolucionando hacia el antiguo? �C�mo, por ejemplo, evitar las guerras? Realmente
no consigo imaginar un solo lugar del universo en el cual no exista la guerra, de
una manera o de otra, como una simple lucha por la supervivencia. Me parece tan
natural como el salto de la leona sobre su presa. Mientras no haya en el universo
un ser que no haya satisfecho "todos" sus apetitos, habr� guerra. Podemos imaginar
que ese ser colmado existe, pero entonces tendr�amos que agregarle todos los
atributos divinos: simplemente ser�a Dios. �Un planeta de simios, evitar�a las
guerras? �C�mo evitar que los deseos afloren y junto a ellos las envidias puras y
simples? Podr�amos cambiar de planeta pero no de naturaleza. �O reeducarnos?
Entonces nos vamos al mundo de Huxley. Si estoy reeducado fundamentalmente soy
�otro�, entonces volvemos al mismo problema, si soy otro, �qu� importa que sea o no
sea inmortal? Entonces ah� est�n nuestros hijos para continuar la cadena y lo peor
es que siempre me he temido que as� sea la cosa, que toda nuestra supervivencia
hacia el futuro sea no m�s que como especie porque esencialmente todos somos lo
mismo, nuestra individualidad no es m�s que una leve variaci�n de �tomos y nada
obsta para que seamos gen�ticamente repetidos, ya lo sabemos, y si simplemente nos
colocan nuestra antigua memoria, incluso mejorada, pues volveremos a ser,
resucitaremos y seguiremos viviendo, los secretos de la individualidad del ser
humano est�n a la vuelta de la esquina as� rabien todos los religiosos... El cuento
del castigo o del premio individual se volver�a cosa de risa, como pensar en que la
tierra es plana o el mundo el centro del universo...

Hoje� un poco mi memoria en busca de algo que me pudiera ayudar. Alcanc�, en las
horas tempranas, a crear tres mundos y tres infiernos, pero no me gustaron. Creo
que mi naturaleza humana se interpuso frente a mis deseos de divinidad y as� no se
puede ser un buen dios. Al final de la tarde, cansado, me dej� llevar por
consideraciones min�sculas, peque�as y mezquinas, y decid� que lo mejor era volver
a crear el mismo mundo que hab�a conocido de ni�o, el �nico en el que podr�a
sentirme bien. Mejor la comodidad que la perfecci�n, me empec� a decir, acuciado
por el paso de las horas sin conseguir progresos apreciables. Ahora, simplemente,
har�a felices a los hombres, nada de para�sos perdidos esta vez, pero, eso s�,
impondr�a un severo control de la natalidad para que el mundo no se volviera a
hacer invivible, y ahora hice a los hombres t�cnicamente mucho mejores: instal� el
tubo del desag�e en el tal�n: el tal�n de Aquiles, porque no me parec�a correcto
que las impurezas vinieran tan cercanas a las recreaciones y no solamente les puse
ahora la evacuaci�n de todos los excrementos en las plantas de los pies, un lugar
bastante m�s higi�nico que aqu�l en el que los ten�an hasta entonces, sino que los
dot� con los mayores avances de la tecnolog�a en materia de �rganos, aunque, claro
est�, tuve que solucionar algunos problemas que se iban a plantear, como el de la
poblaci�n, porque en un mundo sin muerte la poblaci�n no puede crecer ni
desbordarse, de modo que hice a todo el mundo est�ril...
Fue cuando advert� que Dios los hab�a hecho iguales a como yo los ten�a pensados,
s�lo que se hab�an quedado a medio camino en su evoluci�n por culpa de ellos mismos
y del diablo, o sea, por culpa de las mismas creaciones de Dios.

Hoy he propuesto un mundo en el que los d�as sean mucho m�s largos. �Los de aqu�
no duran nada! Claro est� que llevo conmigo el tedio de los inacabables d�as del
cielo. Otro de mis proyectos es alargar los amores, que en la tierra se quedaron
miserablemente cortos. En cuanto a alargar las vidas, no lo s� a�n, lo estoy
consultando con mi conciencia.... Ah, pero lo principal es hacer posible un mundo
sin vocaciones frustradas en el que todas las vidas lleguen a su perfecta
realizaci�n. Pero, me pregunto �la perfecta realizaci�n de la mayor parte de las
vidas no lleva impl�cito el rebajamiento de los otros? Buena parte de los hombres
no ven el triunfo sino en la ocupaci�n de esos imaginarios primeros lugares entre
los hombres. �C�mo, pues, satisfacerlos a todos? Imagin� un mundo en el que la
informaci�n fuera diferente para cada persona, de modo de hacer creer a cada uno
que es el mejor y el principal en lo que se le antoje, algo as� como una especie de
noticiero virtual para cada uno de los humanos en el que s�lo se registren noticias
que le sean gratas, diferentes para cada uno de ellos.

Pude crear lo que quise, y no lo hice, porque, sometido por mis circunstancias
humanas, me domin� la nostalgia por el mundo que hab�a perdido antes del Juicio y
prefer� dirigirme a �l. La tarde oscurec�a cuando entr� de nuevo al viejo planeta
querido. No soy ambicioso, s�lo quiero vivir mi vida de nuevo en la tierra. Para m�
el �nico cielo perfecto ser�a este planeta, que es el que conozco. Quiz� escond� mi
incapacidad bajo la idea de tener ante m� el mejor de los mundos posibles, el m�o.
Simplemente evacuar� la maldad de los hombres, las enfermedades, la vejez y la
muerte, que ya es mucho vivir sin el corrosivo miedo a la muerte encima, y me
dedicar� a pasarla bastante bien (�hasta que el tedio tambi�n me encadene y
descubra que no he hecho m�s que una mala r�plica del cielo?).

El mundo de Chagas:
Lo jugaron a suertes y le toc� primero a Chagas la hora de inventar su universo
posible. Se sinti� amarrado a la presi�n infame de cualquier apocalipsis aunque lo
dejamos trabajando en la ma�ana. Pero el d�a pasaba y no acababa de dar forma a su
Creaci�n, de modo que pidi� que el d�a se le duplicara a lo cual accedi� el Mas
Grande, como concesi�n especial�sima. �Una palanca, necesito una palanca! �Dadme
una palanca y mover� el mundo! Entonces se decidi� por la sinceridad y como no
sab�a que aquello era imposible y que estaba prohibido por todas las leyes l�gicas
e il�gicas, lo hizo... Algunos de los inventos de Chagas eran simplemente geniales:
el que m�s agrad� a Escarlatina fue el invento de los hom�nculos especiales para
disipar las iras, como robots con figuras humanas, para disparar sobre ellos y as�
calmar los deseos inmensos e inevitables de asesinar que se toman a veces a los
hombres sin que se conozca otro remedio que el asesinato o la rabia fren�tica
contra el que m�s se nos acerque.

Chagas propuso una idea interesante. No una inmortalidad absoluta sino diversas
mortalidades parciales. En adelante los habitantes sabr�an cu�ndo van a morir y
vivir�an unos trescientos a�os. Nacer�an todos de trescientos a�os e ir�an contando
hacia atr�s, cada a�o un a�o menos. La idea es que cada trescientos a�os est�s tan
aburrido de la vida que pides que te reformen, que te devuelvan el alma joven que
tanto te mereces..

El mundo perdido de Escarlatina:


Hizo acopio de ingenio durante cuatro horas y no encontr� m�s que bocetos
frustrados, experimentos fracasados. Definitivamente la hab�an tomado por sorpresa,
quiz�s no era su d�a, era como si la hubieran agarrado en plena menstruaci�n... Al
fin, a las once de la noche, y despu�s de mucho vacilar, se invent� una martingala
y la puso en pr�ctica... Y en adelante todo funcion� a la maravilla.
Uno puede imaginar mundos que privilegien lo humano. El de Escarlatina era de ese
tenor. M�s una correcci�n en estilo propio que una rendici�n de cuentas: perdonaba
pero no olvidaba. Era un llamado al orden: no m�s v�ctimas, no m�s verdugos, no m�s
historia aplastante encima de nosotros. La felicidad de uno deber�a ser la
felicidad de todos. Si todos no nos quedamos en la cama nos quedamos en el piso,
era lo que parec�a querer decir Escarlatina. La felicidad no es nada si no es de
todos al mismo tiempo. Y eso era todo lo que ten�a que decir, algo tan sencillo,
aquello en lo que hubiera pensado Dios si hubiera sido mujer. Simplemente. La
felicidad de los unos no excluye la de los otros en un mundo en el que hay igual
cantidad a disposici�n de todos. Esto suena de una obviedad casi boba.
Y el de Escarlatina era sobre todo un mundo de fraternidad. En un d�a consigui�
odenar las cosas como en una buena casa. Desde ese d�a me he convencido de que las
mujeres no son muy ambiciosas. La felicidad para ellas no necesita grandes
decorados aunque algunas, como los indios, no se pueden pasar de las joyas y los
espejitos.
Creo que sus deseos no eran demasiados y sus anhelos f�ciles de cumplir. Todo el
mundo ten�a all� su pareja, todo estaba muy ordenado y limpio...

Le�do en �El mundo de Parkinson�:


Y tanto le aburri� su nueva creaci�n que decidi� enviar un diluvio, como hacen
todos los dioses, peri�dicamente, cada vez que se cansan de su nuevo mundo y desean
ensayar con otro nuevo. Pero s�lo ten�a un d�a para hacerlo de modo que lo �nico
que desat� fue una terrible tempestad seguida de una inundaci�n que hizo estragos,
pero al d�a siguiente el mundo amaneci� como nuevo.
Quiz�s, se dijo Chagas mirando su casa destruida, cada vez que hay una inundaci�n
es porque Dios estaba cansado y lo dej� todo en manos de cualquir imb�cil llamado
Parkinson.

�Por qu� ser� una constante en la literatura y en la filosof�a compadecer a aqu�l


que consigue ver sus deseos cumplidos, o al que tiene dinero o al que ha conseguido
el �xito? �No ser� la gran conspiraci�n de los mediocres o de los que se sienten
oprimidos o enga�ados con la vida la que se expresa all�? �Si los deseos de todo el
mundo se cumplieran, dir�an lo mismo? Es simple, un mundo en el que se cumplan los
deseos de todos, aunque piensa tambi�n en un mundo al rev�s, en el que haya que
cultivar los placeres para mantenerse en forma; un mundo en el que los vicios
fortifiquen el alma, como suced�a anta�o en el nuestro, pero que no echen a perder
el semblante; un mundo en el que nada de lo que sea agradable cause da�o al
individuo ni a la sociedad; un mundo en el que para mantener la l�nea sea preciso
comer una buena cantidad de los m�s delicados manjares y beber varias copas de los
mejores vinos, hasta embriagarse de verdad y todo impunemente, sin d�a siguiente,
sin resaca, sin dolor de cabeza, sin mal aliento; un mundo en el que el placer de
descanso al cuerpo y sirva como est�mulo...
De modo que me sumerg� valientemente en los vicios. Primero, por supuesto, fue el
alcohol, luego las mujeres, luego, �las drogas? �Qu� tal un mundo en el que est�
extirpado el dolor de cabeza?

Un mundo para el doctor Alzheimer:


El doctor Alzheimer adopt� un m�todo algo diferente. Se propuso, como todo hombre
que se enfrenta un d�a a los dioses, retarlos, proponerles enigmas y arrancarles
informaci�n antes de comenzar su periplo creador. Al igual que a la Esfinge, al
final, los derrot� con un ardid, una estratagema. Y es que al caer de la tarde y
sin mucho apresurarse decidi�, en uso de su voluntad soberana, que deb�an intentar
hacer algo en equipo, aunque fracasaran. Se propuso un consejo de administraci�n,
luego un Parlamento, una democracia participativa, una junta central de gobierno,
una federaci�n de estados anclada en un fuerte gobierno central...
-Nada de grupos. Si quieren que nada funcione, d�jenlo en manos de una junta o de
un comit� -dijo el te�logo antes de a�adir: -El verdadero pensamiento s�lo puede
ser individual.Si quieres que algo fracase, d�jalo en manos de una junta, hab�a
dicho Chagas, con sabidur�a que era aplicable en la antigua tierra. Pero a la hora
de la verdad y como se trataba del bienestar general y eran como pilotos de un
avi�n que son los primeros interesados en que �ste no se caiga, hicieron todos
sugerencias valiosas para ese mundo nuevo, abordando la experiencia de sus fracasos
comunes.
Pero lo m�s complicado fue que todos estaban tan obsesionados por el ansia de
tener un mundo mejor, que las ideas se les atropellaban y pugnaban por salir a
borbotones de todos los labios al mismo tiempo.
Entonces el jefe de los �ngeles decidi� darnos tiempo para reflexionar. Yo me hice
a un lado, pero los ciudadanos insistieron en elegirme su representante, a lo que
no pude negarme, tanto estaban ansiosos de verse bien representados.
La versi�n de Chagas difiere un tanto:
A las ocho de la noche, muertos de hambre, no hab�an conseguido ponerse de acuerdo
ni siquiera en los principios deseables que deber�an regir ese universo nuevo.
Entonces fue cuando el te�logo sueco, que era el que menos hab�a trabajado en toda
la velada, mont� en c�lera y quiso imponer su punto de vista, a las malas.
-Pero si ya tuvo usted su oportunidad -dijo el �ngel moderador.
-Y no logr� hacer nada -agreg� la bella Escarlatina...
-Pero fue porque fallaron algunos detalles, no por culpa m�a.
-El mismo cuento de siempre. Y as� pretenden regir el universo.
Pero esta vez la cuesti�n era tan de vida o muerte que le callaron la boca a las
malas. Chagas le dio una trompada y lo mand� a dormir al fondo del sal�n.
El mundo, otra vez, se hab�a salvado.
Pero s�lo quedaban unas tres horas.
Y no hab�an comido. Y ten�an hambre.
�Ser� mejor tener hambre para crear un nuevo universo, o estar saciado?
�Por qu� no se lo habr�an preguntado antes de tener que crear mundos nuevos?
Evidentemente, ninguno de ellos era un creador ni ten�a la menor idea de en qu�
pod�a consistir semejante ejercicio.

El trabajo, por ejemplo, y en eso estuvieron todos de acuerdo, es cosa que no tiene
ninguna excusa. La vida es buena si no hay obligaci�n de trabajar.
-Te aburres -alcanz� a objetar alguien.
-Al principio es un poco dif�cil pero cuando te acostumbras es lo mejor que
existe. Te la pasas de maravilla.
Y que la gente coma o no coma seg�n la calidad de su trabajo y no de la simple
producci�n de alimentos para todos, siempre me ha parecido una monstruosidad, un
invento de la mente enferma de alg�n dios menor. Pero en fin, dir�n que al fin y
al cabo la vida es as� en el mejor de los mundos posibles y que no es posible
cambiar lo que ha sido establecido desde siempre.

Leyes l�gicas las de la naturaleza, il�gicas las del Derecho, dijo el doctor
Alzheimer, quien no consegu�a dominar ni all� su aversi�n por los abogados, y por
cierto, ya lo sab�a, se lo hab�an dicho poco despu�s de su llegada, pero lo hab�a
olvidado, la palabra �imposible� no existe en el cielo... Que el Maestro nos pidi�
la fe de un grano de mostaza para conseguir lo imposible.

En eso son� la voz clara y acompasada del sabio doctor Alzheimer.


-No hay un mundo mejor que otro. Estemos en el mundo que estemos siempre ser� el
mejor de los mundos posibles y a la vez el peor. El universo, como dec�a Pascal, es
una esfera cuyo centro est� en todas partes y la circunferencia en ninguna, o al
rev�s. Entre la pluralidad infinita de mundos posibles, propongo hacer uno por
completo al azar. Jugu�moslo a las cartas.
-Igual nos llevar�a mucho tiempo establecer siquiera los principios esenciales.
Deber�amos pedir al menos siete d�as, que fue lo que tuvo Dios para hacerlo. Ser�a
lo m�s justo.
-Ese es el problema verdadero, que no tenemos tiempo, dijo el doctor Alzheimer.
-Pid�moslo. Lo peor que puede pasar es que no nos lo otorguen. Y al fin y al cabo
el problema es m�s de ellos que nuestro. Los dioses est�n en crisis, se quieren
largar de aqu� y no creo que tengan demasiadas alternativas.

16. EL MUNDO PARA UN MUNDO

Despu�s de madura reflexi�n hemos decidido que el mejor de los mundos posibles es
la tierra, Se�or. Queremos la tierra, la tierra es nuestro elemento, es lo que
conocemos, aquello en lo cual estamos acostumbrados a vivir... Por eso hemos
decidido que lo que queremos es algo como la tierra, pero desprovista de algunos de
sus inconvenientes y con algunas mejoras incorporadas para siempre.
-Supongo que la inmortalidad estar� en primer t�rmino.
-�La trampa de la inmortalidad de nuevo?
-S�.
-No s�. Tenemos que ver. Tenemos que probarla. Hasta ahora s�lo nos han dado unos
cuantos d�as para probarla, en tiempos de Ad�n, y luego en el enfadoso cielo. Pero
la queremos en la tierra y que seamos nosotros mismos los que renunciemos a ella si
queremos, eso es todo. O que descansemos por per�odos, mejor. Morirse por unos
a�os, descansar del todo para luego volver. Como bien le digo, no lo sabemos a�n.
Queremos probar la inmortalidad.
-Se van a aburrir con ella y luego con el resto.
-Es posible, pero queremos hacerlo.
-Yo por mi parte -exclam� el doctor Alzheimer- prefiero estar pensando en el
suicidio a los ochocientos a�os a que me arrebaten la vida a los ochenta, a las
malas y deteriorado.
-Ah, s�. Lo del deterioro va sin necesidad de decirlo, se cae de su peso. Nada de
deterioro, eso se acab�... �Qu� idea la que tuvo el que invent� la belleza! �Como
se le pudo siquiera pasar por la mente el suplicio atroz de hacer la belleza
perecedera? No. La belleza no volver� a caducar jam�s. No vamos a permitir que eso
vuelva a ocurrir. Nos instalaremos en el reino de la belleza. Y del amor, claro
est�, siempre, porque lo mejor del amor es que consuela, porque no se puede hacer
solo.
Calibr� la falsedad de todas esas filosof�as; el estoicismo es solamente un
remedio a las limitaciones. En un mundo mejor todos los estoicos se retirar�an de
sus creencias. Por eso la considero una filosof�a provisoria y sobretodo, lo que
m�s me gusta en ella, muy humana, muy pr�ctica, muy adaptada al mundo en el cual
vivimos hasta entonces, una filosof�a de las carencias, de la consolaci�n que ahora
quedar�a desueta... Se acabar�an las filosof�as o quiz�s comenzaran aquellas para
exhortar a soportar la eternidad de felicidad...

Todav�a no s� a qu� fuimos alguna vez a la tierra -reflexiona el doctor Alzheimer-.


Tal vez fuimos a ese mundo como invitados especiales a un acontecimiento que en el
m�s all� no quer�an que nos perdi�semos por motivo alguno: y ese acontecimiento no
puede ser otro que nuestra propia muerte. Pero no, esto no encuadra con mi mon�logo
interior, tengo que darle m�s vueltas y revueltas, torcerle el cuello al cisne...

Y eso nos permiti� advertir que la vida anterior era una cadena de frustraciones
tan grande que ni cuenta nos d�bamos. Yo quiero un mundo y una vida en la que
alcances a hacer todo lo que ten�as que hacer y que lo hagas bien. Una vida en la
que no se te vayan a quedar sin terminar los d�as en la playa, en la cual la
llegada del ocaso no destruya los placeres en los que estabas sumergido, una vida
en la cual la llegada del alba no eche a perder esa cita que no has comenzado o a
la que aun no has dado fin ni tienes el menor deseo de d�rselo.

Reflexiona el doctor Alzheimer:


La gente tiende a tener una idea bastante r�gida del hombre como ser ya completo y
perfeccionado. Creo que la evoluci�n de Darwin, el d�a que sea comprendida, es un
golpe demasiado fuerte sobre esa concepci�n. En un mundo evolutivo, �qu� sentido
tiene un Dios? �Por qu� no crea desde el comienzo a los seres perfectos, sino que
los deja evolucionar poco a poco? �Ser� porque no pudo?, me pregunto.
Entre un Dios mediocre y un no-Dios prefiero la idea del No-Dios. Ahora bien, todo
eso no me interesa m�s que desde el punto de vista literario, pero puede golpear la
imaginaci�n del lector. Espero que no sus escr�pulos y sus creencias, y si lo hace,
peor para ellos. Me divierte otra posibilidad. Que se trate de un juego, de una
apuesta. Dios ha apostado, se ha apostado a s� mismo, o le ha apostado al diablo,
que es capaz de hacer un ser que llegue alg�n d�a a ser como El mismo en su
infinito poder. El secreto de Dios, que el diablo no ha podido igualar, es la
mente. Pero esto me suena falso porque si existe, no hay nada m�s inteligente que
el diablo. �Entonces? Tengo que pensarlo mucho, darle vueltas.
As� fue como, dignos �mulos de Arist�teles, pidieron cohortes de �ngeles esclavos,
con cuerpos, para realizar todas las tareas duras...
�Por qu� ser� tan inteligente el diablo?, reflexionaba Parkinson despu�s de la
terrible experiencia. Pero se equivocaba. El diablo no solamente no es inteligente:
es peor a�n que eso: no existe. Fue en 1994. Ese a�o el papa aboli� el infierno y
mand� al diablo al diablo. Y viceversa. O el diablo al infierno. Y viceversa.
Aunque algunos dicen que fue debido al Parkinson. Imag�nese usted, Parkinson dando
cuenta del diablo. Pero el demonio es una entidad metaf�sicamente imposible, aun
aceptando la existencia de un Dios. Un Dios todopoderoso aceptando compartir el
Universo con un miserable �ngel ca�do, que por mucho rango que tenga no pasa de ser
un vulgar arc�ngel a la hora de hablar de omnipoderes? Se le acumulaban las
suposiciones terr�ficas a Parkinson. Una de ellas era particularmente ingrata, la
idea de que Dios no pod�a exterminar a los �ngeles, puesto que �stos eran
inmortales, aun para Dios. Ese aun era una piedra en el zapato de Alt�simo.

Y por otra parte es inevitable que si se iban los dioses tambi�n se fueran los
diablos. �Valdr�a la pena crearlos para sostenerse moralmente? No lo cre�a. Sin la
muerte no hab�a necesidad de dioses, los dioses simplemente ser�an los otros. Si
cada uno pudiera tener su Salmonella o sus muchas Salmonellas, que eso va en
gustos, por toda la eternidad, �para qu� otra deidad?
�Y porqu� no imaginar un mundo de tolerancia en el cual puedan coexistir Dios y el
diablo cada vez que uno est� cansado de uno de ellos? Y fue lo que se ensay� a
continuaci�n.

�Pero, entre todos los seres posibles, cu�les crear para el mundo nuevo? Esa era
una buena pregunta, sin duda. No quer�a imponerle ninguna de las virtudes de los
�ngeles, entre ellas la invisibilidad que viene aparejada con la falta de cuerpos,
cosa que hab�a demostrado ya ser un suplicio horroroso e inaguantable para los
antiguos humanos. Entonces se puso a inventar un hom�nculo con lo mejor de las
especies animales pero pronto tuvo que ceder hacia la variedad de criaturas, unas
microsc�picas, otras terrestres, otras marinas... Quiso hacer un anfibio ov�paro y
mam�fero, y s�lo le result� una criatura monstruosa y hermafrodita, muy semejante a
un ornitorrinco. Ensay� divers�simas criaturas. Imagin� la primera, con cerebro y
manos humanas, ojos de �guila, hocico y o�do de perro, junto con todo su aparato
olfativo, aunque empez� a pensar si no ser�a mejor dotarlo de un o�do de ballena o
de delf�n y sus dudas se extendieron de inmediato al sentido del gusto. �Qu� ser�a
mejor, el paladar refinado de un Brillat-Savarin, o el que no hace distinciones, de
un cerdo o quiz�s de un gato? Ensay� entonces variedades con el uno y con el otro.
Le puso garras de le�n y piernas y torso de guepardo para ganar velocidad, y luego
le engarz� las alas del halc�n, con lo cual su bestia empezaba a parecerse mucho a
un monstruo mitol�gico del mundo del manual de la zoolog�a fant�stica o del libro
de los seres imaginarios, pero advirti� que a un animal veloz en la tierra le
sobraban las alas, le hac�an estorbo m�s que ayuda y entonces hizo a los unos de
una manera y a los otros de otra, y de tal manera adelant�, que al caer de la tarde
ya hab�a creado animales casi perfectos: al uno lo llam� le�n, al otro perro, al
otro delf�n, al otro gato, y dem�s, y se dio cuenta que los animales estaban bien
creados como estaban, que s�lo faltaba agudizarles un poco sus sentidos, hacerles
evolucionar los cerebros o al menos la medulas, pero esa era una labor que estaba
cumpliendo desde tiempo atr�s la evoluci�n, que era invento de Dios y no nuestro,
de tal manera que a la decadencia de los m�s avanzados como el hombre y a su total
extinci�n, as� como el hombre hab�a acabado con sus mayores competidores en �pocas
remotas, seguir�an per�odos de dominios de otros de lo seres del planeta a los que
les llegar�a tarde que temprano su turno evolutivo, de modo que simplemente aceler�
la evoluci�n para tener un mundo compartido con lo mejor de los leones y de los
tigres junto con lo mejor de los hombres para vivir en paz y armon�a. Pero
entonces, �de qu� iban a vivir los leones, si no cazaban otros animales, en otras
palabras, si no mataban?, y se le complic� tanto la cosa que la dej� en manos de la
sapiente serpiente que todo lo sabe y del sapiente tiempo y que cada uno se las
arreglara como pudiera, de modo que a las nueve de la noche de su d�a de creaci�n
su turbaci�n era tanta que decidi� dejarlo todo como estaba antes, no fuera a crear
un caos irreprimible del que no pudiera salirse y ya se imaginaba la sonrisa de los
�ngeles a su regreso, �ves que no era tan f�cil como imaginabas, que siempre es m�s
sencillo ponerse a criticar a los que act�an que actuar, no?, pero poco antes de
acabar de pronto me entr� una tentaci�n profunda, grandiosa e impura de dar todo
por terminado... Expulsar a los dioses de sus tronos, aniquilarlo todo, sumergir el
universo en la nada, deb�a ser una sugerencia que me estaba haciendo el diablo,
metempsic�tico, all� agazapado en las mazmorras, pero m�s inquieto y da�ino que
nunca, y s�lo esa idea me mantuvo para no suicidar el universo en un segundo,
destruirlo, caer en la pureza suprema de la inanidad, ser superior a todos los
dioses. Esa es la raz�n, me susurr� el Alt�simo en la conciencia, por la cu�l es un
peligro hacer dioses a seres tan peque�os e insignificantes, porque no es que no
tengan buenas ideas sino que son capaces de echarlo todo a perder en un instante de
insensatez. Ese, y no otro, es su pecado, su falencia mayor, su instinto de
autodestrucci�n tan desarrollado tras los milenios de miserias sufridas sin poder
enfrentarse contra ellas m�s que con el alivio de la propia destrucci�n. S�, que se
caigan estrepitosamente, que con el trueno se tambalee y se venga abajo el trono de
Yahv�, ese ser�a el mayor triunfo del ser humano, destruir sus dioses, pero claro
est� que todas las inquisiciones nos perseguir�n si proponemos eso, que tarde o
temprano, estoy persuadido, suceder�.

A estos nuevos seres los cre� sin �rganos, puesto que la necesidad crea el �rgano,
de modo que desarrollaran solamente los precisos para ejercitar sus placeres,
puesto que �ste era un mundo hecho �nicamente para los placeres. �O es que acaso
hay otro motivo para crear un mundo? Bueno, pens�ndolo bien, para hacerse a mano de
obra barata o simplemente esclava. De modo que les puse una buena cantidad de
�rganos sexuales inmensos y llenos de terminaciones nerviosas, y los equip� con
ojos y o�dos gigantes en hi-fi, as� como con lenguas monumentales para que pudieran
hablar y comer a su plenos gusto y, desde luego, lo principal, casi que olvido
decirlo, les puse unos cerebros tan grandes como los de los lun�ticos de H. G.
Wells y los lanc� as�, uno por uno. Al primero lo bautic�, con algo de nostalgia,
Ad�n, y a la primera hembra, que saqu� de su costilla en recuerdo de otros tiempos,
la llam� Eva...

Y como los hijos pod�an ser a�n una buena cosa y un aliciente para vivir pero la
tierra se ir�a llenando, pidieron que se crearan cuantas tierras fueran necesariase
para irlas llenando. Miles de ciudades, miles de campos de dulce clima y buenos
frutos, cuidados por los �ngeles esclavos y por los habitantes amantes de la
agricultura.

Parkinson pidi� humildemente, en un despacho, que el r�gimen del dios por un d�a
fuera instaurado en adelante sobre el planeta... As� tendr�amos diluvios cada
tanto, y sequ�as, por olvido. Se instaurar�a un reino del hombre sobre la tierra.
Ni el m�s tonto de los dioses habr�a imaginado jam�s que el experimento pudiese
tener �xito.
Pero estos idiotas de los humanos parec�an contentos y con deseos de ir a vivir en
sus cloacas, en su mundo lleno de porquer�a. El ambiente no pod�a ser m�s pesado en
eso que otrora prometiera la felicidad eterna. Se respiraba resentimiento por parte
de los seres espirituales. Definitivamente un mundo as� no val�a la pena.

Y los dioses decidieron marcharse, aburridos, a otros universos, en busca de


mejores horizontes. Nunca supimos si se cansaron de nosotros o si fue que nos
cansamos de ellos. El hecho es que se largaron, como contar� en el siguiente
cap�tulo.

-En fin, todo el que crea algo original, es Dios por un d�a.

17. DEUS EX MACHINA EN FORMA DE EPIGRAFES

Siempre es triste recordar un para�so y contarlo, cuando se lo ha perdido sin


remedio.
Jean de Richepin

Estos villanos, los Dioses, no se saldr�n �ntegramente con la suya.


Virginia Woolf

Perdiendo a Dios, el mundo ha perdido tambi�n al diablo.


Robert Musil

S�lo hay un puesto adecuado para usted, y es la oficina de presidente perpetuo de


la "Heaven and Hell Amalgamaci�n Society".
Carlyle

Yo quisiera que la inteligencia le fuera arrebatada al demonio y devuelta a Dios.


Jean Cocteau

Una revoluci�n que hiciera a todos los hombres realmente soberanos, no los
contentar�a m�s que la que los hiciera a todos esclavos. Son las desigualdades lo
que amamos, aun predicando la igualdad.
L. De Bonald

He dormido durante millones de a�os; durante millones de a�os voy a dormir... No


tengo m�s que una hora. �Ibais a estrope�rmela con explicaciones y m�ximas? Me
estiro al sol, apoyado en la almohada del placer, en una ma�ana que jam�s volver�.
Marguerite Yourcenar

El suicida ama la vida; lo �nico que pasa es que no acepta las condiciones en que
se le ofrece.
Schopenhauer

Muri� mi eternidad y estoy vel�ndola.


C�sar Vallejo

Si existiera un pueblo de dioses, se gobernar�a democr�ticamente.


Rousseau

Los dioses han ca�do y ha desaparecido toda seguridad. Y hay una cosa infalible,
cuando de la ca�da de los dioses se trata: no caen un poquito tan s�lo, sino que se
aplastan y se hacen a�icos, o bien se hunden profundamente en el verdusco
esti�rcol. Es una tarea muy fatigosa la de reconstruirlos; ya no vuelven a brillar
jam�s con su antiguo resplandor.
John Steinbeck

Algunos sabios admiran hasta la ara�a, hasta el sapo y otras porquer�as, en las
cuales no se puede ver sino un t�tulo de verg�enza para el creador.
Charles Fourier

�Qu� es el hombre? Es esta fuerza que termina siempre por echar abajo a los
tiranos y a los dioses.
Albert Camus

�Qui�n me ha forjado hombre si no es el Tiempo todopoderoso? �No conozco bajo el


sol nada m�s miserable que vosotros, dioses! �Vuestra majestad se nutre penosamente
de ofrendas, de v�ctimas, de humos, de oraciones, y perecer�a si no hubiese ni�os y
pordioseros, pobres locos que se mecen en las esperanzas!
Goethe

Realmente es nuestra situaci�n muy deplorable; vivir un lapso de tiempo lleno de


dificultades, miserias, angustias y dolores sin saber ni siquiera de d�nde venimos,
a donde vamos, y con todo esto tener que o�r aun a los cl�rigos de todos los
colores, con sus respectivas revelaciones y sus amenazas contra los incr�dulos.
Schopenhauer

Todo deja de moverse cuando llega a su lugar apropiado.


Arist�teles

�Insensatos que somos, queriendo conquistar todo, como si tuvi�ramos el tiempo de


poseerlo todo!
Federico II de Prusia

No hay nada por imposible que sea de hacer que sea imposible de creer.
Thomas Hobbes

Ser�a preferible que los dioses sencillamente hubieran emigrado y pudi�semos


reencontrarlos en otra estrella.
Elias Canetti

Hay algo horrible en el agotamiento de los dioses.


Elias Canetti

�Oh villano! Ser�s condenado a la redenci�n final por esto.


Shakespeare

Amando coisas que nos foram dadas, / N�o para ser amadas, mas usadas.
Camoens

Nuestros primeros padres de la iglesia cre�an a Dios y a los �ngeles corporales.


Voltaire

La eternidad abolida, �qui�n tendr�a todav�a deseos de vivir?


Elias Canetti

�Pues el mundo ha sido hecho por locos a quienes los sabios dejaron vivir en �l!
Oscar Wilde

En los sue�os (escribe Coleridge) las im�genes figuran las impresiones que pensamos
que causan; no sentimos horror porque nos oprime una esfinge, so�amos una esfinge
para explicar el horror que sentimos. Si esto es as� �c�mo podr�a una mera cr�nica
de sus formas transmitir el estupor, la exaltaci�n, las alarmas, la amenaza y el
j�bilo que tejieron el sue�o de esa noche? Ensayar� esa cr�nica, sin embargo; acaso
el hecho de que una sola escena integr� aquel sue�o borre o mitigue la dificultad
esencial.
El lugar era la Facultad de Filosof�a y Letras; la hora, el atardecer. Todo (como
suele ocurrir en los sue�os) era un poco distinto; una ligera magnificaci�n
alteraba las cosas. Eleg�amos autoridades; yo hablaba con Pedro Henr�quez Ure�a,
que en la vigilia ha muerto hace muchos a�os. Bruscamente nos aturdi� un clamor de
manifestaci�n o de murga. Alaridos humanos y animales llegaban desde el Bajo. Una
voz grit�: �Ah� vienen! Y despu�s �Los Dioses! �Los Dioses! Cuatro a cinco sujetos
salieron de la turba y ocuparon la tarima del Aula Magna. Todos aplaudimos,
llorando; eran los Dioses que volv�an al cabo de un destierro de siglos. Agrandados
por la tarima, la cabeza echada hacia atr�s y el pecho hacia adelante, recibieron
con soberbia nuestro homenaje. Uno sosten�a una rama, que se conformaba, sin duda,
a la sencilla bot�nica de los sue�os; otro, en amplio adem�n, extend�a una mano que
era una garra; una de las caras de Jano miraba con recelo el encorvado pico de
Thoth. Tal vez excitado por nuestros aplausos, uno, ya no s� cual, prorrumpi� en un
cloqueo victorioso, incre�blemente agrio, con algo de g�rgara y de silbido. Las
cosas, desde aquel momento, cambiaron.
Todo empez� por la sospecha (tal vez exagerada) de que los Dioses no sab�an
hablar. Siglos de vida fugitiva y feral hab�an atrofiado en ellos lo humano; la
luna del Islam y la cruz de Roma hab�an sido implacables con esos pr�fugos. Frentes
muy bajas, dentaduras amarillas, bigotes ralos de mulato o de chino y belfos
bestiales publicaban la degeneraci�n de la estirpe ol�mpica. Sus prendas no
correspond�an a una pobreza decorosa y decente sino al lujo malevo de los garitos y
de los lupanares del Bajo. En un ojal sangraba un clavel; en un saco ajustado se
adivinaba el bulto de una daga: Bruscamente sentimos que jugaban su �ltima carta,
que eran taimados, ignorantes y crueles como viejos animales de presa y que, si nos
dej�bamos ganar por el miedo o la l�stima, acabar�an por destruirnos.
Sacamos los pesados rev�lveres (de pronto hubo rev�lveres en el sue�o) y
alegremente dimos muerte a los Dioses.
Jorge Luis Borges

18. EL CREP�SCULO DE LOS DIOSES... Y OTRAS BARBARIDADES. EMIGRACI�N DE LOS DIOSES.


EN EL QUE SE PROPONEN ALGUNAS EXPLICACIONES DE LO QUE EN VERDAD PASO EN EL MAS ALLA

Y lleg� por fin el fallo de las regiones centrales del Universo. El Dios de
aquellas regiones se equivoc�. El mundo le hab�a quedado mal hecho. El abogado de
Dios dijo que apelar� tan injusta sentencia.

Entonces les hicieron algunos cambios en el ADN y los volvieron inmortales. Para
reiniciar la aventura de la tierra, ya no quedaba m�s que partir en el arca.
Fue el doctor Alzheimer el que la bautiz�: el arca de No�, aunque era m�s bien un
trasatl�ntico parecido a un inmenso tren de carga. Lo fuimos fabricando en los
astilleros, fuera de la mirada escrutadora de los envidiosos alados. No nos
importaba mucho hacer un recuento de los animales del zool�gico. Simplemente �bamos
a aprovechar la oscuridad, el momento de las fiestas, y los �bamos a embarcar,
todos los que pudi�ramos, si no en parejas s� en peque�as manadas y los insectos y
los microbios pues que se pegaran en el viaje a su alimento porque no pod�amos
verificar y adem�s a lo mejor en la tierra queden algunos animales vivos, qui�n lo
va a saber, a lo mejor ahora la tierra es su reino, el reino que tanto nos
anunciaron un d�a como lo m�s horrible, el reino de las cucarachas que
sobrevivieron a la hecatombe.
Llegaron pues las fiestas y en tanto los habitantes puestos al tanto y con la
esperanza de la resurrecci�n a la vida normal enga�aban la perspicacia de los
�ngeles, nuestros amigos se dirigieron al zool�gico y abireron las puertas. Los
animales, como sabedores de su suerte se embarcaron en desbandada, como si tambi�n
ellos estuvieran absolutamente aburridos con su vida eterna.
Lograron desatar las amarras del arca de No� y tomaron por el r�o en lo que
parec�a una com�n excursi�n de placer. Nadie se imaginaba que iban hacia las
cataratas que conduc�an al infierno y menos a�n que algunos sab�amos que �bamos no
hacia el fondo de los abismos infernales sino hacia la tierra prometida...
Llenaron apresuradamente el arca de Parkinson. Apenas lo estrictamente necesario y
todos lo animales hacinados como animales...

Partieron una ma�ana con un arca en la que hab�a todo lo que lograron recopilar en
el cielo y en el infierno. Tomaron una pareja de cada animal que encontraron aunque
por desgracia se quedaron para siempre sin algunas especies por los animales que
murieron en el camino.
Parkinson y sus compa�eros desembarcaron en tierra. Ven�an con el arca repleta de
alima�as y con la idea de repoblar el mundo.

Se anunci� a los cuatro vientos que los dioses emigraban, pero hab�a un ambiente
de desastre. Era una buena noticia y a la vez un canto de derrota, pues el indulto
significaba tambi�n una resignaci�n, una conciencia de fracaso. Es triste tener que
soportar el espectaculo �nico de los dioses deprimidos ante su propia verg�enza y
vencidos por la conciencia de su fracaso en la empresa de construir y mantener un
universo.

He de contarlo, aunque s� bien que los censores juzgar�n her�ticas estas cosas,
pero yo les digo que ya estaban escritas en el Apocalipsis y que todo esto estaba
ya profetizado en los libros santos, de manera que tendr�n que soportar todas mis
impertinencias sin hacer uso de esa supuesta Nueva Inquisici�n, con la que tanto
nos han amenazado por estos lares. Y es que aquel d�a de la Eternidad, de eterna
recordaci�n ese s�, muy cabizbajos ellos, conscientes de todo el peso de su
fracaso, ese d�a hicieron maletas, liaron sus b�rtulos y se prepararon para la gran
emigraci�n. Sus rostros estaban tan serios como ap�ticos; resultaban pat�ticos, tan
abandonados, tan in�tiles, tan fracasados en suma. Era una p�rdida para la regi�n
la de sus dioses de millones de a�os. Pero su hora hab�a llegado. Un derroche tal
de poder y para tan poca cosa, lo mejor que pudieron hacer en este universo fueron
los hombres. �T�nto tiempo para tan poca cosa!

Comenz� la marcha silenciosa de la emigraci�n: los dioses estaban en ruta. Se


fueron marchando, primero los menos importantes, con sus atados a cuestas, luego
las castas intermedias, con todos los �ngeles malhumorados que bat�an mec�nicamente
y con desgano las alas a medio plegar, apenas como para movilizarse, atacados por
la pereza de quien se niega a creer que en adelante tendr� que cumplir �rdenes de
un inferior no s�lo jer�rquico sino metaf�sico; algunos lanzaban maldiciones a
diestro y siniestro, otros apenas pasaban en una fila interminable de
resentimientos como si jam�s les hubiera pasado por la cabeza tener que largarse de
una morada que supon�an iba a ser eterna.
Cuando el �ltimo se hubo esfumado nos sentimos un poco m�s tranquilos, como si
hubieran escapado las fuerzas ocultas que mov�an todo lo malo. El sol hab�a quedado
a su entero arbitrio, mejor dicho al de las simples leyes f�sicas, de ahora en
adelante los seres nacer�an y crecer�an y no morir�an, sin ayuda ninguna. La
presencia divina, que de formas tan discontinuas intervino siempre hasta ahora, se
esfumar�a, vivir�amos nuestras vidas al azar, dependiendo de nosotros mismos, de
nuestras construcciones, de nuestras propias evoluciones e involuciones e ir�amos
contruy�ndonos, poco a poco, en nuestros propios dioses, due�os y se�ores de
nuestros destinos.
Daba un poco de temor verse a solas consigo mismo, era verdad. Como para fumarse
un par de cigarrillos y reflexionar un rato. Era la soledad frente al cosmos, no
como antes, cuando apenas la intu�amos, sino ahora s� real y comprobada. Sent�amos
ganas de llorar y de re�r a un tiempo, le tem�amos a un futuro simplemente nuestro.
�Qu� ser�a de nosotros, entregados a nuestros propios medios, el d�a que comenzaran
a aparecer los problemas? Tal vez no existieran los problemas: ya no habr�a m�s
infierno a menos que lo cre�ramos nosotros mismos.

Esto era la tierra, casi nueva, preparada para estrenar. De manera que est�bamos
en la tierra, una nueva tierra reparada, sometida a refacciones y en mucho mejores
condiciones que anta�o...
Y ahora, como tu quer�as, volver�s a vivir tu vida, pero la vivir�s bien. Que
tengas buen viaje... No recordar�s nada de esta vida anterior. Ve con Dios, pues...

Despu�s del indulto s�lo pod�a venir el abandono, sab�an los dioses que su
verg�enza les impondr�a tener que marcharse para siempre en busca de otro universo
en el cual iniciar ellos tambi�n, de nuevo y sin testigos, su aventura de la vida.
�Qu� queda de todo esto?, se pregunta el doctor Alzheimer. �La grandeza del
hombre, ahora s� el rey de la creaci�n? El doctor Alzheimer siempre pens� que todo
el proceso hab�a sido un fracaso. Yo no estoy de acuerdo con �l y creo mi deber
decirlo. Pues al cielo lo salv� una sola cosa, su plan fundamental: que todos
fu�ramos felices. Esa era su �nica finalidad, la raz�n de ser de su existencia, el
faro en medio de la oscuridad, la meta de todas las razones. Y hacia all� nos
encaminamos en medio de tanto tumulto. Creo que si no hubi�ramos obviado todo lo
dem�s, si no hubi�ramos encontrado ese faro de luz, hubi�semos preferido perecer
miserablemente.
Pero ahora todo parec�a distinto. �Para qu� vivimos aqu�?, Pregunt�bamos. Y nos
contest�bamos muy orondos: para ser felices. Y todav�a cre�amos que no nos lo
merec�amos, est�bamos todav�a imbu�dos del pecado original, nos cre�amos con poco
suficientes derechos a la felicidad, tan desacostumnbrados est�bamos a ella. A
estas alturas, la pernicia nos llevaba deshechos.

El reverso de la visi�n. Despu�s de una hora para despedirse, todo el tiempo queda
para nosotros. Por fin los hombres somos due�os del tiempo. �Que qu� vamos a hacer
con �l? Ya veremos.
�Se imaginan lo que es no tener que volver a trabajar, jam�s? �Poderse echar el
d�a entero en los parques? Por m�s que le he dado una y mil vueltas al asunto, creo
que he perdido el tiempo y que morir� sin conocer la diferencia espec�fica que hay
entre el hombre que pasa el d�a en su oficina y el que se sienta en un parque a dar
migas de pan a los gorriones. Y, si hay alguna superioridad de uno de ellos sobre
el otro, ignorar� siempre de qu� lado est�.

Los ojos de Parkinson no pod�an dar cr�dito a lo que ve�an. �En contacto con el
planeta comenc� a crecer, mejor dicho dej� de tener doce a�os!
Un d�a me dijo:
-�Est�s id�ntica a Salmonella!
Yo s� hab�a notado que sus ojos cambiaban y yo lo amaba como siempre lo hab�a
amado.
Junto con la carne, iba creciendo la memoria de la mujer... Y un d�a pudo
exclamar:
-�Pero claro! �Salmonella Escarlatina! Ese es mi nombre completo.
Parkinson se qued� anonadado.
-S�. Salmonella Escarlatina del Sant�simo Sacramento... Hasta los quince a�os me
hice llamar Escarlatina... Me gustaba m�s. Ahora te reconozco, hermoso m�o -a�ad�-.
Fuiste a buscarme en tus sue�os y me encontraste. Pero luego, nada, diste vueltas
por todo el M�s All� busc�ndome, y mal pod�as encontrarme puesto que estaba
contigo, a tu lado.
-No puede ser -objet� Parkinson con l�grimas en los ojos-. Entonces la repartici�n
estaba bien hecha. S�lo se hab�an confundido... en tu edad. �Por qu� no me lo
dijiste antes?
-Porque nunca me lo preguntaste.
Y le dio un beso.

El doctor Alzheimer tiene una explicaci�n. La equivocaci�n tuvo lugar durante la


resurrecci�n de los cuerpos. Los primeros �ngeles, mal informados, bajaron en pleno
siglo quince y raptaron y se llevaron al cielo a una ni�ita, antes de que todo se
esclareciera y tuvieran que dirigirse al siglo veintidos al verdadero fin del
mundo. Bueno, eso pasa hasta en las mejores familias.
A los campesinos que lo vieron por supuesto nunca les creyeron, aunque el se�or Da
Vinci nunca olvid� esa visi�n e incluso la describi� en un op�sculo.

Un d�a Salmonella me cont� su vida... Muri� de mala muerte, envenenada por su


esposo. Pero no le guardaba rencor por ello, y tal vez por eso se hab�a ganado el
cielo. No ten�a deseos de irlo a buscar al infierno para vengarse, nada de eso.
Antes bien, esperaba rescatarlo de las llamas del averno porque la mujer es la
mujer y todo lo perdona menos el enga�o puro y simple.

Dicho sea al pasar, Parkinson se siente mal. No sabe qu� m�s decir, qu� escribir,
esta cr�nica le parece abortada, un rompecabezas del diablo que no lo entiende
nadie. Toma entonces la palabra el doctor Alzheimer:
�Y acaso tengo que decir c�mo se compusieron pol�ticamente los hombres despu�s de
que los dioses los abandonaron? �Y a m� qu� me importa? �Acaso se arreglaron?
Bueno, pero est� la ni�ita y quiere decir cosas interesantes, �o es un ni�o? No
tengo la menor idea. Por ejemplo, ella dice que ahora las cosas s� son en verdad
felices, �pero eso no ser�a volver a comenzar? Antes les faltaba algo, ahora
tambi�n seguramente les volver� a faltar o si no les falta se van a aburrir de lo
lindo con las buenas compa��as que ahora s� que tienen. Y si han pedido la tierra y
perdido el cielo, pienso, pues es para poder hacer todas sus porquer�as, para poder
volver a ser animales instintivos, ego�stas, malvados, y ahora sin ninguna
jurisdicci�n para el demonio.
Sinceramente no puedo imaginar ese estado de felicidad nueva, perfecta. Acabamos
las enfermedades, est� bien, todo el mundo va a vivir tranquilo porque no hay
necesidad de alimentarse o si la hay tenemos todo asegurado porque los dioses
decidieron cambiar las reglas del juego y ahora el planeta es un planeta op�paro,
yo creo que en �ltimas nos cambiaron de planeta. �Por qu� no puede existir en Vega
o en cualquier otra parte, un planeta errante que se acerque un d�a a la tierra y
en el cu�l se encuentre f�sicamente �todo� lo que necesitamos? Una especie de
planeta hospital que venga con el alivio a todas las enfermedades, con el remedio a
todos los males de los hombres, es decir, todo lo que necesitamos para no ser tan
miserables. Ese planeta ser�a de alguna manera el cielo. Digamos que all� el
proceso de envejecimiento se detiene, los seres humanos y todos los dem�s animales
nacen y crecen (�y qu� pasa con la superpoblaci�n?), digamos que la tierra es all�
de una exuberancia maravillosa y pululan todos los alimentos naturalmente y en las
cantidades que se quieran... Pero tambi�n es cierto que ese planeta puede ser
mental y que una vez satisfechas las necesidades sin las cuales no podemos vivir
todo lo dem�s queda por cuenta del cerebro....
Entonces tenemos por ahora, como para avanzar algo, detenci�n del envejecimiento
(de por s� una gran cosa que abre todos los caminos que se quieran en adelante
porque usted guardar� su presencia y no morir� salvo en el caso de un accidente,
narrar un accidente as�, se dice Alzheimer, ser�a muy interesante, f�jense que se
multiplica el patetismo de manera tenebrosa, si hoy es tan dif�cil soportar la
muerte de un ser querido, cu�nto m�s no lo ser�a si supi�ramos que su naturaleza
era la inmortalidad, todos ir�an muriendo poco a poco y la tragedia ser�a
espantosa... Pero supongamos que salimos de todo eso, al fin y al cabo somos dioses
y podemos hacer lo que nos d� la gana, la muerte no existe, los cuerpos que se
da�en los cambiamos y asunto arreglado, pero entonces nos queda ese escalofriante
problema de las mentes, si las arreglamos entonces ya no somos nosotros mismos y es
cuando me recorre un estremecimiento porque eso demuestra que la individualidad es
una cosa fragil�sima y que bastan ligeros cambios mentales, como lo observamos en
ciertos enfermos, para que simplemente seamos otra persona, todos somos iguales y
parte del mismo todo, es casi lo que se podr�a concluir, en suma, un pante�smo
generalizado, todos somos la humanidad y al mismo tiempo los dioses. Recordemos que
la caridad y la misericordia son, en la visi�n de Schopenhauer, recuerdos vagos de
que finalmente todos somos uno y un mismo ser.
Bueno, quedamos en que la muerte no existe en ese mundo improbable que, no
obstante, podr�a existir y ser el cielo (lo que aumenta el deseo de convertir el
apocalipsis en un viaje a otros mundos, algo mucho m�s real y eficaz) y que si la
muerte existe, tambi�n existe la resurrecci�n (los adelantos gen�ticos permiten
mirar esto como una probabilidad), pero de nuevo somos dioses y vamos a hacer lo
que nos de la gana: entonces tenemos que no hay muerte y que nos re�mos de ella,
nos reparan y basta, luego no tenemos que alimentarnos, pero alimentarse es un
placer, entonces sigue existiendo como fuente de placer, as� como el amor, por
supuesto, este es uno de los puntos fundamentales, pero como imaginar una amor que
sea atractivo si no es polig�mico, si no es un compartir absoluto y con toda
naturalidad el comercio sexual sin barreras...
En este punto en el que vamos ya se vislumbra una especie de para�so. Habr�a que
organizar la vida. Quitemos los problemas clim�ticos, en ese mundo la temperatura
est� siempre a nuestro gusto, cuando nos gusta el sol lo tomamos y cuando la noche,
tambi�n, y cuadramos a nuestro alrededor el clima a voluntad. Las enfermedades,
para ser realistas, comienzan cuando alg�n �rgano comienza a envejecer y de
inmediato nos lo cambian, pero podemos pensar tambi�n en cuerpos mejorados y que
cada cual escoja la apariencia que mejor le convenga.... Nalgas inmensas, cuerpos
extra�os, pero eso no me gusta, se me sale de las manos..

Y bueno, �qu� ocurri� despu�s? Ah, pues lo de siempre. Todo iba bien al principio.
Pero luego sali� a relucir la naturaleza humana. Envidia, corrupci�n, deseos de
causar dolor injustificado y a quienes no pod�an caus�rselo; algunos la tomaron
contra los pobres animales, otros organizaron asonadas, pleitos. Finalmente vino
una gran revoluci�n, la primera de ellas, que se estaba fraguando desde anta�o...
El antiguo pueblo del cielo se rebel�, pidi� que se volviera a ocupar el abandonado
cielo, hoy por hoy en ruinas circulares, estall� con furia, saque�, plant�
guillotinas espirituales, mejor dicho, ech� a perder la �nica oportunidad que se
tuvo para hacer algo mejor... Y nosotros, pues seguimos viviendo nuestra vida,
nuestra eternidad y seguimos ensayando a ser felices para siempre, Salmonella y yo
y algunos de los dem�s, los que tienen temperamento... Aunque estoy llegando a la
conclusi�n de que no nacimos para esto. Por momentos, aunque me niego a confesarlo,
me ha nacido la idea de la nada absoluta como una soluci�n adecuada, f�cil,
sencilla, simplemente dejar de ser, como ha debido ocurrir desde el principio, dar
el paso, correrse para que otros ocupen el lugar, no lo s�, lo sigo pensando, le
sigo dando vueltas y pronto lo consultar� con Chagas, porque con el doctor
Alzheimer s� que no podr�a ni hablar...

-Siempre os lo dije, �ramos animales hechos para el cautiverio -dijo con pena el
doctor Alzheimer -Puede parecer extra�o pero al parecer s�lo podemos ser felices en
prisi�n.
El doctor Alzheimer sabe que escribir una historia sin sentir fiebre por ella, es
imposible, es una locura, un sinsentido; piensa: �Qu� es lo que m�s nos gustar�a
que sucediera y que nunca sucede? �Que me coronen rey? �Tener todas las mujeres a
mi disposici�n o a mis pies? �Que todas las cosas que uno emprenda salgan bien? Las
gentes ya no son tan col�ricas porque todas las cosas salen bien, porque todos los
trabajos son bien hechos, aunque, por otra parte, no tengo ni que decir que las
gentes angustiadas siguen existiendo, que los malgeniados tambi�n, as� como ese
ej�rcito de los desagradables, que no son muchos pero siempre se hacen f�ciles de
identificar, los que contestan golpeado, los que miran mal a la gente, los que no
saludan o no se depiden, como los franceses, los que se creen de sangre azul, los
que se sienten por encima de todos los dem�s, los que clasifican a las gentes en
sus amigos o sus enemigos.

Versi�n del doctor Alzheimer... Me ha sido dado narrar el drama de los dioses y sus
desventuras: Ragnarok. La chute. La d�bacle. Qu� m�s da. Nos fue dada la ceguera
inmortal como a otros les fue otorgada la memoria de lo que ocurri�... Y aqu� estoy
yo, fatigando, frecuentando la eternidad, como si se tratase de cualquier calle de
provincia...

Se sab�a desde el principio. El cielo iba a terminar mal, porque no contaban con
esa fuerza an�rquica del universo que es el ser humano. Criatura que se arrastra,
melindrosa, tramposa, hip�crita, de bajas pasiones, sin embargo carga una energ�a
tan grande que fue capaz de echar abajo el cielo y de resquebrajar sus cimientos
para siempre.

-Dios es el Poder, es la Fuerza, por eso nunca pudimos verlo.


-Dios es m�s que eso -me dijo el te�logo sueco-. Dios es la Imaginaci�n, que puede
inventar todos los Poderes, todas las Fuerzas. Dios es ciertamente la Imaginaci�n.
Escribe lo que has visto en este mundo del M�s All�, para demostrar a los
incr�dulos que la �nica que todo lo puede es la Imaginaci�n.
Ten�a raz�n el viejo te�logo sueco. En esta novela s�lo quise demostrar que la
imaginaci�n es Omnipotente. Al fin y al cabo el cielo es el lugar en el cual se
realizan los deseos incumplidos.

As� que todo hab�a sido en un d�a. Un largo, largu�simo d�a de pesadilla sin un
solo momento de oscuridad. Ahora la noche, la primera noche despu�s del d�a del
Juicio reinaba bienhechora sobre la tierra mientras las estrellas, inmutables,
brillaban a lo lejos.
Y no creo que sea dif�cil convencernos de que todo esto sucedi� un d�a despu�s del
Juicio, porque en la eternidad el precio de un d�a es inabarcable y no se le puede
sumar ni restar un minuto.
V�rice y Varicela comenzaron el repoblamiento. El peque�o Varicocele fue el primer
humano de la segunda camada, de hecho, el primer superhombre. La familia salud� con
regocijo al reci�n venido. El beb� llor� al nacer, como si hubiera sido consciente
de haber empezado a vivir una tragedia desconocida hasta entonces para �l, y para
la cual no hab�a sido preparado: la tragedia del eterno retorno. Nietzsche ten�a
raz�n.

FIN

***

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