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LUIS H. ARISTIZABAL
PRIMERA PARTE
1. APERITIVO
Las leyes del Cielo y del Infierno son vers�tiles. Que vayas a un lugar o a otro
depende de un �nfimo detalle. Conozco personas que por una llave rota o una jaula
de mimbre fueron al Infierno y otras que por un papel de diario o una taza de
leche, al Cielo.
Silvina Ocampo
Que la trompeta del Juicio Final suene cuando quiera, yo vendr�, con este libro en
la mano, a presentarme delante del juez soberano. Dir� en voz alta: Esto es lo que
yo he hecho, lo que he pensado, lo que fui.
Jean Jacques Rousseau
Los resucitados, de repente, acusan a Dios en todas las lenguas: el real Juicio
final.
Elias Canetti
Para un inveros�mil observador exterior, lo que habr�a sido m�s contundente en ese
Juicio de Dios que marcaba el triunfo de la justicia y de la verdad, es que nadie
re�a.
Jean d'Ormesson
�Qu� maravilla que todos resuciten! Pero, �es necesario juzgarlos de inmediato...?
Elias Canetti
Acaso ese sea el modo en el que Dios abre las casas al final de la noche cuando El
est� dando un tranquilo paseo con un �ngel....
Khaterine Mansfield
2. EL JUICIO
Cuando yo era peque�o mi madre me dijo que la gente cre�a equivocadamente que el
Juicio Final era el fin de todo y que mientras los unos se quedaban c�modamente
instalados en el Para�so los otros se iban a podrir en los infiernos por los siglos
de los siglos. �Olvidan�, le dijo mi madre a ese ni�o impresionable de siete a�os
que era yo, �que el Juicio no es un final, sino solamente el principio de todo...�
Esta es la cr�nica de unas palabras de mi madre que resultaron prof�ticas cuando no
quer�an ser m�s que tranquilizantes.
Yo soy uno de esos privilegiados que nunca conocieron la muerte. No todos los d�as
tiene uno la dicha de ver que se acaba un mundo, pero a m� me toc� en suerte que se
acabara �ste cuando a�n estaba en vida y es eso lo que quiero contar. Fue durante
un largo d�a aterrador, al paso de unas horas que vieron como todo se desmoronaba
en escombros en una sola gran sacudida.
Cuando el �ltimo de los condenados escuch� su sentencia con el �nimo perturbado y
la l�grima a flor de piel est�bamos tan cansados que nos era casi imposible
mantener los ojos abiertos a pesar de las amenazas que para el porvenir se
desvelaban en el inflexible texto de las duras sentencias coloreadas de cinismo por
lo extremas. Para nuestros cuerpos apenas resucitados unas horas antes ya hab�a
sido demasiado de esa remota tarde en la que ocurri� el Apocalipsis, esa tremenda
jornada de sellos y trompetas que vibra en la memoria, y tanto los que hab�amos
sido exonerados -m�s de los que se esperaba, eso no cabe duda- como los tambi�n
numerosos condenados, ca�mos primero adormilados y luego profundos en medio del
prado, sin distinci�n, como lirones fatigados. Ni siquiera nos hab�an dejado
contemplar al Creador como lo promet�a el libro del Apocalipsis y s�lo nos quedaba
en el est�mago una desaz�n de cosa mal terminada y -al menos en mi caso- una
impaciencia de esas que hac�an rabiar a San Agust�n cuando dec�a que Dios era el
�nico que sab�a ser paciente porque era el �nico que era eterno. Pero ahora ya no
es el �nico. Todos lo somos.
Parkinson se levant� luego de restregarse los ojos. Poco a poco fueron despertando
los unos y los otros y de cuando en cuando se alzaba un grito de dolor cuando un
r�probo recordaba lo que hab�a pasado el d�a anterior y se resist�a a creer que
despertaba a la continuaci�n de su pesadilla pero lo acallaban los suspiros de
alivio de aquellos que se daban cuenta, sin dar tampoco demasiado cr�dito a su
memoria, que ya lo peor hab�a pasado y que de alguna manera hab�an apostado en la
vida a la verdadera verdad y que ahora ver�an recompensada su atrevida decisi�n de
agarrarse para no ahogarse a la �nica ramita que sobresal�a en la superficie del
gran r�o del mundo.
Ese primer y �nico d�a despu�s del Juicio fue muy aburrido y plagado de
nerviosismo. El p�nico apenas acababa de empezar a disolverse y flotaba en el
ambiente una sensaci�n de malestar, que no hab�a menguado, sino antes bien crecido,
ante la indefinici�n de ciertas cosas. Se detuvo Parkinson a observar las filas de
reos ya libres de sus cadenas que estrenaban libertad y respiraban tras haber
pasado el mayor susto de sus vidas durante el Juicio espantoso y se dijo que
todav�a estaban los esp�ritus convulsionados y que nadie quer�a hablar de lo que
hab�a ocurrido, y los rostros contra�dos por muecas de terror apenas empezaban a
recobrar sus antiguas formas de reposo mientras confusos y deprimidos los nuevos
habitantes del cielo deambulaban en busca de sus seres queridos, remisos a
convencerse de haberlos perdido para siempre entre las llamas del averno, as� como
otros se consolaban confirmando nombres sobre los listados pegados en las puertas o
escarbando en los archivos y advert�an con cierto asombro mezclado con alivio que
sus deudos tendr�an que pasar una temporada en ese jard�n de aclimataci�n que
llam�bamos purgatorio, unos d�as breves, que por largos que fueran representaban
apenas un leve escarceo en el contexto de la eternidad. Todos daban vueltas, unos
fumando, otros rezando, otros apenas conversando, nerviosos los unos y los otros
como si no se tratase de un final sino de un comienzo de hostilidades que mejor se
hubiesen disuelto en un aburrimiento concreto. Pero el temor a lo desconocido se
sent�a como una advertencia de pesadumbres a venir y los �ngeles guardianes ped�an
prisa a los viajeros, hab�a que afanarse o los carros partir�an sin los absueltos,
convirti�ndolos en r�probos a la fuerza, dej�ndolos abandonados a su propia suerte
en medio de la tierra arrasada.
Unos y otros fueron conducidos por un extra�o camino, seguidos por una fuerte
escolta, vestidos como peregrinos con t�nicas blancas, hacia un destino ignorado.
Se preguntaba nuestro h�roe si ser�a que el transporte en el M�s All� era tan
dificultoso como los trasteos cada vez que cambiaba de residencia en su vida
anterior en la tierra. Se le iba haciendo cada vez m�s dif�cil entender el juego,
si es que era un juego, pero el aspecto que m�s le preocupaba era el del montaje de
las nuevas casas de los habitantes del cielo y el l�o de esos primeros d�as de
aparente felicidad absoluta. Pero s�lo tuvo como respuesta d�as de fatigoso
peregrinar, atravesando praderas innumerables de un cielo que cualquiera habr�a
pensado apto apenas para las vacas, bastante agr�cola cuando no ten�an que sortear
terrenos anegados por las copiosas lluvias, o bancos de arenas movedizas, o
murallas de infinito espesor o bosques de casta�os maduros o fosos amparados con
puentes levadizos.
Parkinson observ� que iban dejando en el camino a los diversos condenados, y que
los enviaban hacia otras rutas, por t�neles abiertos en la espesura, hacia las
regiones seguramente malsanas del infierno, pero no se atrevi� a preguntar nada, no
fueran a cambiarle su serena suerte por un capricho de �ngeles malgeniados de modo
que mantuvo el silencio hasta cuando llegaron a un pa�s, el m�s raro de todos y
desde luego Parkinson se pregunt� si aquello ser�a el cielo o siquiera su puerta de
entrada. No se parec�a en absoluto a nada que hubiese visto antes pero tampoco
difer�a demasiado de sus previas imaginaciones. Era una ciudad como muchas otras,
que abundaba en edificios descomunales, en muebles tapizados de extra�os aspectos,
c�modos en extremo, entabladuras de acogedor aspecto antiguo, en suma albergues de
lujo, agradables nidos para el descanso y acaso para el amor. Esto es, pens�
Parkinson, que hab�an llegado a una ciudad un tanto extra�a, a una ciudad
celestial. Un �ngel custodio anunci� que los que quisieran se pod�an quedar all�,
en Gastralgia, la ciudad de las mil nubes, que ya estaban surcando los linderos de
las regiones m�s altas, y que los dem�s siguiesen su camino, pues ya no hab�a
ning�n af�n, qu� af�n iba a haber con toda una eternidad por delante, y que
seguir�an hasta encontrar cada uno su sitio verdadero, el lugar que m�s le agradase
para quedarse a vivir por los siglos de los siglos si quisieran, y fue acaso m�s
por adentrarse todav�a otro poco adentro del reino de los cielos y por alejarse del
camino de los pecadores que porque le disgustase el sitio, que Parkinson, aunque
temeroso de andar en el grupo mayor -que supuso deb�a ser el de los condenados-
decidi� jug�rsela toda y seguir adelante con la compa��a, junto con la mayor parte
de los bienaventurados.
Los paisajes iban cambiando a trav�s de los d�as y a medida que progresaban en la
peregrinaci�n hacia la morada final y definitiva, hab�a sitios que a unos parec�an
no muy atractivos, otros que resultaban un tanto mejores, eso seg�n los
temperamentos. Los grupos no lo dudaban, era como si el cielo estuviera en verdad
bien construido, una vez encontraban su sitio declaraban sin dilaciones su
intenci�n de quedarse, se dec�an, caramba, aqu� es donde yo hubiera querido vivir,
en este chalet, o en esta caba�a entre las monta�as, o en aquella casa playera de
estilo tropical azotada por los vientos, en aquel bungalow, o en alguna suntuosa
mansi�n se�orial, o en dudosos castillos medievales, y as� en todo tipo de
edificaciones, siempre atendidas por clones ang�licos o por �ngeles de verdad,
qui�n pod�a saberlo...
Pero cuando llegaron a la villa de Almorrana y se detuvieron en una especie de
copia de la familiar avenida, Parkinson sinti� desbordarse su alegr�a, este lugar
s� le gustaba, era su elemento, se parec�a al sitio donde hab�a vivido toda su
vida. Era como un �brete s�samo que alg�n extraviado entre la multitud dijera
irreverente frente a lo que le pareci� eran las puertas, as� fueran un poco
deterioradas, del verdadero cielo.
Esta es la escena que desfila ente mis ojos: una amplia calle, como la Quinta
Avenida, sin veh�culos y cientos de personas circulando por ella, con disfraces de
todas las �pocas. La mayor parte tiene traje cibern�tico del siglo veintidos. Hay
muchos del siglo veintiuno, unos menos del veinte, otros menos del diecinueve y as�
hacia atr�s en el laberinto del tiempo... Caminan en grupos, sin saludarse unos a
otros, como si se dirigieran a algo muy importante. Todos tienen cara de
satisfechos, de buenos, como si les hubiera ocurrido alguna transfiguraci�n.
Un ruido que al principio parece el del metro, lejano, se va acercando, es el
batir de alas de los grupos de �ngeles que hacen su ronda diaria de vigilancia.
Se preguntaba qu� idioma hablar�an los �ngeles de Almorrana City y obtuvo pronta
respuesta: ninguno, puesto que eran mudos como jirafas y se hac�an entender por
medio de un int�rprete que los asist�a todo el tiempo como una especie de
parad�jico �ngel custodio de �ngel custodiado que les musitaba palabras al o�do
cuando los habitantes quer�an decir algo, como si se negaran a escuchar a seres m�s
imperfectos que ellos mismos, y tocaban todo el d�a una faramalla o m�sica
celestial y crey� entender Parkinson que era mediante ella que se comunicaban y no
con palabras, d�biles ecos de lenguajes m�s perfectos y tuvo para s� que, as� como
los �ngeles de la guarda para nosotros, esos int�rpretes eran tambi�n invisibles
para ellos y les era preciso acudir a alg�n expediente circunstancial como nos
tocaba a nosotros para ver a nuestros �ngeles de la guarda con esas gafas
panor�micas que distribu�an gratuitamente en los supermercados del cielo o el uso
de los conjuros m�gicos que se sab�a el viejo mendigo Chagas, o alguna vestimenta
especial, una f�rmula, porque s�lo los pod�an ver algunos, estoy seguro, porque uno
no ve�a nunca a su �ngel custodio, como lo pod�an ver todos los dem�s, al de uno,
me refiero, aunque despu�s supe que hab�a una �poca del a�o en la cual era posible
verlos pero todo eso ir�a a cambiar durante el tenebroso asunto de los cuerpos, m�s
adelante, cuando los �ngeles entraron en el mismo negocio que los habitantes y
empezaron a sentir envidia de nosostros porque dizque tambi�n quer�an tener
cuerpos, pero no me adelanto porque simplemente respondi� al agente c�lico, vaya,
vaya, no est� nada mal, y Parkinson contempl� los inmensos espacios, el techo alto,
las columnatas corintias, en fin, el lujo desmesurado desde el vest�bulo mismo.
Entr�. Se despoj� del pesado abrigo y el clon de �ngel se apresur� a colgarlo en
una percha en el parag�ero. Pero algo le molestaba y nuestro hombre sab�a muy bien
de qu� se trataba. No le iban a cambiar sus gustos aunque intentaran cambiarle sus
costumbres. Parkinson se sent�a inc�modo con servidumbre, siempre se hab�a sentido
as�, y no tanto porque no le gustara que le sirvieran -a qui�n no le gusta que le
sirvan, aunque sea pagando, dir�a Chagas- sino porque prefer�a que no le sirvieran
si el precio a pagar era que se metieran en su vida privada, como en el matrimonio,
pens�, pero dej� de pensar y se puso a mirar la casa por todos lados, que luc�a
silenciosa por todos los costados y que parec�a no recelar otro habitante que el
mismo Parkinson.
-�Est� usted seguro que esta es mi casa? -indag� al alado emisario, como por decir
algo.
-Con toda seguridad.
-�Quiere eso decir que yo soy el due�o?
-Desde luego, se�or.
-�Y que puedo hacer lo que desee aqu� dentro?
-Siempre y cuando no perturbe a la vecindad, no veo por qu� no. Sepa usted que la
libertad del uno va hasta donde comienza la del otro.
El imb�cil es moralista, se dijo nuestro h�roe. Pero haciendo caso omiso de la
ajada reflexi�n filos�fica que le pareci� frase como para envolver chocolates,
Parkinson apunt�:
-�Quiere decir eso que usted trabaja para m�?
-S�, se�or.
-�Y que puedo darle �rdenes?
-C�mo no. Estoy enteramente a su servicio.
-�Puedo ordenarle que desaparezca en el acto de mi vista?
No era propiamente el acto, ni el primer acto ni el quinto, sino el preludio de la
obra, por lo que el �ngel pareci� perturbarse un poco, como un esgrimista rozado
por vez primera por el filo cortante del florete.
-Si el se�or as� lo desea, no hay ning�n problema.
-Entonces quiero que desaparezca de inmediato y que no vuelva a poner sus pies ni
sus apestosas alas por aqu�, nunca jam�s.
Lo de apestosas no lo dijo, pero lo pens�. Lo consigno as� porque as� le hubiera
gustado a Parkinson que quedara registrado en estos anales.
Respir� hondo, con cara de profunda satisfacci�n y esper�. El �ngel hizo entonces
un moh�n de disgusto pero se esfum� como el genio que regresa dentro de la l�mpara.
Parkinson qued� aparentemente solo y se dispuso a recorrer la casa, la que ir�a a
ser, si se descuidaba, su morada para toda la eternidad.
�A todas estas, se preguntar� usted, c�mo fue la cosa? Pues muy sencillo, cuando el
hongo at�mico empezaba a cubrir el planeta se oy� en todas las lenguas, sin dejar
por fuera ni las africanas ni las muertas, el grito de un vozarr�n inmenso y
descomunal:
-�Corten!...
Y de pronto se desvaneci� la cat�strofe que nos ven�a aquejando desde siglos atr�s
y el cielo qued� en silencio, mudo y azul, desprovisto de nubes (despu�s supimos
que las nubes hab�an sido ensambladas, embalsamadas y recogidas para servir de
tapicer�a en el nuevo cielo que nos estaba esperando). La tierra se resquebraj� y
se abri� por todas partes. Lo dir� en tono apocal�ptico para que suene mejor: al
abrirse la tierra hab�a llegado el Verbo nuevo, el verbo Resucitar, que se a�ad�a
para siempre a las conjugaciones, yo resucit�, tu resucitaste, tal vez tu no
resucitar�s. Verbo de un d�a, verbo verbatim para un d�a, que despu�s volver�a a
caer en un largo desuso. Fue entonces cuando se desat� la pol�tica de tierra
arrasada y ah� fue el famoso y tan anunciado rechinar de dientes, una odontorragia,
un holocausto descomunal, inmensas nubes de polvo que se iban convirtiendo en seres
humanos de diferentes �pocas y tama�os, ancianos los m�s, beb�s reci�n nacidos los
menos, amagos de abortos casi todos. �De manera que eso era la resurrecci�n de los
muertos! Una mataz�n inversa, un pandemonio de parajes inauditos regados de sangre
descoagulada. Donde yo estaba situado, una calle c�ntrica de mi ciudad, vecina del
cementerio, la cosa tuvo tintes que a no haber sido tan postreros, habr�an sido
pintorescos; los muertos se arremolinaron y se abrieron como una explosi�n vista
hacia atr�s, espect�culo que s�lo pudimos disfrutar a cabalidad los que est�bamos
vivos en el momento de la transici�n, y es que, si bien lo pienso ahora, fuimos en
extremo privilegiados unos pocos, porque nunca estuvimos muertos sino que pasamos
derecho y sin v�as intermedias, sin que nos aplastara un autom�vil desbocado, sin
que nos hubiera rozado un c�ncer, sin siquiera un breve paseo por el fastidioso
purgatorio, a las delicias del Para�so, que es precisamente lo que ahora ir�
narrando mientras veo los cuerpos recomponi�ndose con dificultad y as� me toc� ver
c�mo volv�an a la vida primero los muertos recientes, que ocupaban las capas m�s
superficiales del terreno, pero a medida que avanzaban los estratos iban surgiendo
m�s y m�s extra�os engendros, damas del siglo dieciocho, conquistadores engolados y
en armadura, uno de ellos abri� la fosa a puntapi�s y sali� escupiendo improperios
y blasfemias acerca de todo lo sagrado, lo divino y lo humano, mascullando insultos
contra un tal gobernador, y se qued� con la boca abierta al ver el pandemonio que
se le ven�a encima y el juicio del que no iba a poder escapar. Vi luego salir un
dorso ro�do por los gusanos, hacerse visible un pecho, una carcoma, una osamenta.
Despu�s recobraron la vida antiguos seres de antes de las conquistas, de cobrizas
pieles desnudas y por ah� vi salir de sus tumbas a dos extraterrestres que se
habr�n extraviado en un viaje interestelar y muerto en la tierra miles de a�os
atr�s, pero poco me fij� en ellos porque en seguida empez� el desfiles de miles y
millones de neanderthales y de cromagnones, de la mism�sima Lucy y de los hom�nidos
de millones de a�os, hombres de las cavernas, semihombres mejor, medio brutos y
animales, para los cuales habr� desde luego cielos e infiernos particulares o tal
vez diversas dependencias arqueol�gicas especializadas en los cielos y los
infiernos, museos antropol�gicos donde se cobre boleto de entrada y se vendan
palomitas de ma�z y algod�n de az�car junto a los portones, celdas amparadas por el
limbo y el purgatorio, o acaso con acceso al zool�gico celestial Charles Darwin, al
cual van a parar seg�n dicen aqu� diversas especies inferiores, insulsos
antepasados del homo sapiens, para su reeducaci�n y reinserci�n en la vida civil
como hubiera dicho un sargento mayor, y fue cuando se vino el gran Juez, y ven�a
entre nubes, y todos lo vimos, imposible no verlo con la polvareda que levant�,
hasta los ciegos levantaban la mirada, asustados, acongojados, e imaginaban que
ve�an, porque el Verbo se hizo visible para ellos tambi�n y su luz era tan intensa
como la de un sol canicular imbuido de crep�sculos, y el espanto tan grande como la
eternidad y por eso, enceguecidos delante de tanto brillo, al principio no pudimos
contemplar nada m�s que un gigantesco hongo de luz, y ahora lo vimos m�s de cerca,
sus cabellos blancos, como la lana, como la nieve, sus ojos como una llama de
fuego, y nos fue dado vislumbrar la ira de los siete esp�ritus, que est�n sentados
delante del trono, pero no se trataba del Alt�simo sino de uno de sus enviados
especiales, casi dir�ase un impostor, por qu� no decirlo de una vez, as� se tratara
del mism�simo arc�ngel Gabriel. Su voz, al dar inicio al juicio, era como el rumor
de muchas aguas y era tan poderosa como el sonido estent�reo de una trompeta, de
mil trompetas dir�, de esas que se deshacen en acordes armoniosos en medio de las
tempestades.
Luego qued� el silencio sepulcral y ya no hubo m�s sepulcros ni cementerios porque
el Apocalipsis profetiz� que cuando las copas de la ira divina estuvieran a punto
de ser derramadas se har�a silencio en el cielo por el espacio de diez minutos y
que llegar�a el tiempo de las grandes venganzas en el que los �ngeles
exterminadores descender�an a tiempos pret�ritos, bueno, acaso exagero, desde
luego, porque como dec�a sir Francis Bacon, una pizca de mentira a�ade siempre
placer al relato, no es cierto entonces que existan �ngeles exterminadores, es s�lo
un decir, un s�mil, una met�fora un poco descomunal, si no desbocada, ning�n �ngel
tiene poderes para exterminar nada, m�s bien suena ir�nico pues no tienen poder
alguno sobre la materia, de ah� la ignominia e inanidad de los �ngeles de la
guarda, aunque a decir verdad la gran mentira del �ngel de la guarda no es que no
lo haya sino que est� siempre acompa�ado por un peque�o demonio, el diablo de la
guarda, que se encarga de equilibrar las cargas de presi�n psicol�gica sobre el
pobre habitante que las debe soportar tratando de no enloquecer.
Cu�nta basura, cu�nta basura, cuanta porquer�a, Dios m�o. Se examinaron con el
cedazo las acciones m�s nimias de todos los hombres para calibrar cu�nta porquer�a
se habr�a quedado escondida y yo que pensaba que si Dios todo lo ve, lo que deber�a
contemplar m�s a menudo ser�a masturbaciones, salvo acaso en Par�s, la ciudad en
la que todo el mundo se la pasa haciendo el amor como si fuera permitido por las
leyes divinas, pero no, fue verdaderamente aterrador el espect�culo de miserias
in�ditas que desfil� ante nuestros ojos at�nitos durante ese d�a desmesurado del
Juicio y que bastar�a para llenar la eternidad de folletines llenos de historias
incre�bles de padres que ped�an que se les permitiera regresar al pasado a reparar
los honores ensuciados de sus hijas vejadas cuando ellos ya hab�an muerto,
estigmatizados por sirvientes malagradecidos e ingratos, hay que ver cu�ntas
sorpresas a pesar de las hip�critas cohortes ang�licas pidiendo gracia para los
pobres humanos durante el pretendido Juicio, que m�s me pareci� desde el principio
una odiosa pantomima en la que ya se sab�an de antemano los resultados, es decir
los sab�an ellos, los que sab�an desde siempre, los �ngeles calvinistas y todos los
dem�s deterministas que por ello solo se ir�an al infierno, una verdadera delicia
sus caras de bobalicones a la hora de enfrentarse a esta nueva realidad, eso s�,
s�lo superada por el placer de observar a los que advirtieron que hab�an perdido
setenta a�os de rezos continuos, a los que derrocharon sus vidas en medio del
silencio sepulcral de sus inhibiciones y no se atrevieron nunca a vivir sus vidas
por temor a perder las siguientes, los mismos que ahora se arrancaban los cabellos,
arrepentidos por haberse arrepentido un d�a y por no haber hecho nada de provecho
en la tierra o al menos para su placer.
No todos los casos fueron iguales. Lo estuvo pensando, muerto de miedo. Se trataba
de correr rumores entre las filas. Que todos ser�amos condenados si no nos
rebel�bamos. In�til, como siempre. Tal vez, si hubiera repartido dinero o alguna
cosa que pudiera verse, tocarse, palparse, habr�a podido inducir algunos esp�ritus
a defenderse acusando. El argumento era muy simple: no nos pod�an condenar a todos.
Hubo otro, dicen las cr�nicas, que intent� replicar en lugar de bajar los ojos y
aceptar. Dicen que en el infierno es un l�der popular, que se queja con las mismas
palabras con las que se lamentaban los l�deres populares que fracasaban en la
tierra o a los que la edad mostraba la verdadera cara de sus protestas sin sentido.
Terminaron convertidos en el castigo de todos los que viv�an a su lado. Y lo
merec�an, en verdad.
Hubo uno que se atrevi� a re�r. Era un payaso. Estaba en mi grupo. Las l�grimas
rodaban y �l, como si nada, como si estuviera estrenando dignidad, re�a. Fue un
leal ejemplo para todos y muchos a�os despu�s, cuando se anunciaron las rebeliones,
su nombre sali� a relucir. Lo buscar�an en los infiernos para traerlo de regreso.
Era en verdad, como lo se�al� muy bien el doctor Alzheimer, un hombre de verdad, un
hombre digno. Como el diablo de Milton, pero a�n m�s conmovedor, porque �ste no
ten�a ning�n poder. Lo perdi� todo por atreverse a re�r. Pero los bromistas, por
fuerza, van al infierno, donde ejercen su arte a las maravillas.
Otro cuenta su caso. Resucit� un primero de mayo, entre azaleas y nen�fares. Y
hubo, como despu�s me lo contar�a, unas vacaciones. A algunos -me dijo- los dejaron
disfrutar de las primicias del cielo, en prisi�n preventiva, antes de juzgarlos.
Supongo que se tratar�a de casos dif�ciles, que hasta para los jueces celestiales
los hay. Eso demuestra que la moral no es una cosa indivisible y que los grados
existen. �D�nde situar esa frontera que separa cielo de infierno? �No se tratar�
por el contrario de una enorme gama de frecuencias de modo que nunca se sabe d�nde
termina el uno y comienza el otro? Cielo e infierno, dijo Bernard Shaw, son la
misma cosa, mirada desde puntos divergentes. Pero sus praderas est�n hechas todas
con la misma hierba.
Me llamo Escarlatina y ten�a doce a�os cuando todo acab�, bueno, todav�a tengo
doce a�os y me dicen que si nada cambia los tendr� para siempre, todo acab� una
tarde, no recuerdo muy bien, cuando yo recog�a flores para mi madre en el campo...
Hac�a mucho tiempo estaba anunciado y por eso no me asust�. El fin del mundo hab�a
llegado, como lo hab�a anunciado nuestro sacerdote en la misa dominical, s�, yo
ten�a doce a�os cuando todo se termin� y me dejaron como estaba, as�, es un poco
aburrido jugar con mu�ecas todo el tiempo y creo que alg�n d�a me casar�, es lo que
dice el se�or Chagas, pero no importa porque no me he atrevido a preguntar si alg�n
d�a me dejar�n casar y yo s� que quisiera casarme, me encantar�a, con un hombre
bien apuesto, como Parkinson, que no es mi pap� aunque muchos lo crean. �Ser� que
me dejar�n crecer un d�a o estar� condenada a ser siempre una ni�a?
La ni�a se recrea en medio de la llanura, con una cesta de flores en las manos,
alegre, y canta y baila por entre los matorrales. La inmensa pradera, un poco
est�ril, est� limitada a lo lejos, por todos los costados hasta donde llega la
vista, por altas y s�lidas monta�as. Es casi la hora del crep�sculo, uno de esos
crep�sculos meridionales de perfiles violentos que se estremecen entre vi�edos y
olivos, de un rojo profundo que reparte destellos rosados y azulosos por todo el
terreno, denso y maravilloso espect�culo de nubes en el horizonte en un ocaso
espectacular. En medio de la pradera, est� presente para siempre, como una
instant�nea, la hermosa ni�a de doce a�os, virginal y pura, viste una camisa de
dormir, perfectamente blanca, y una diadema blanca que le sostiene el pelo. Nada
m�s. Sus pies est�n descalzos, por supuesto y ella est� de pie, mirando hacia el
ocaso.
De pronto se escucha un trueno desgarrador, profundo, devastador. Hasta el m�s
prevenido se hubiera asustado. Una c�mara estrat�gicamente emplazada por el
narrador omnisciente deber�a enfocar ese ocaso �nico, irrepetible, en medio del
cual hay una luz blanca intensa tras de la cual parecen moverse formas negruzcas,
como una espl�ndida aurora boreal transplantada al tr�pico. La m�sica de fondo
esconde amenazas siniestras, hace prever la cat�strofe, la preludia. Es algo
irregular, inesperado, extra�o, perturbador, nunca visto. El suspenso se ha tomado
la escena. De ese fondo blanco y luminoso que podr�a ser el sol empiezan a surgir
dos hileras de �ngeles; una toma su vuelo pausado hacia el oriente, la otra hacia
occidente. Al principio no se distingue de qu� se trata, pero no obstante es algo
que por la misma apariencia de orden en la que transcurre parece aterrador... Tras
el trueno empieza a dejarse escuchar el sonido del confuso aleteo de muchas
criaturas, como el de una invasi�n de langostas y los �ngeles por mir�adas se van
acercando, pero siempre en semic�rculos, como si trataran de abarcar el paisaje
entero y de ocultar el sol con su presencia. Son �ngeles o arc�ngeles, qui�n puede
saberlo entre tanto estruendo, armados con trompetas de tenebrosas y potentes
armon�as. Cuando las filas ocupan todo el horizonte y se unen en el fondo, elevan
hacia el cielo las trompetas de plata y empiezan a entonar el poderoso himno
apocal�ptico. Entre tanto, la ni�a se ha quedado mir�ndolos, alelada, con la
atenci�n serena de la inocencia perturbada por las cosas que s�lo suceden una vez
en la vida. Su rostro pl�cido no demuestra terror alguno, m�s bien un asombro
curioso.
Pero algo diab�lico sucede. Otro sonido perturbador anuncia lo que se empieza a
mostrar: que por todo el valle la tierra empieza a resquebrajarse y a abrirse en
diversos lugares, como lo hicieran diversos brotes de plantas filmados por una
c�mara a la que se le hubiera dejado el objetivo abierto durante meses... Al mismo
tiempo las nubes se mueven con rapidez desconcertante como arrastradas por densos
ventarrones, los cabellos y el traje de la ni�a se estremecen y de la tierra
comienzan a surgir huesos humanos, primero all� una mano, luego la otra, luego
surge un cr�neo que ensaya a levantarse, vacilante, luego otro por all�, otro por
all� y se van cubriendo con pelo primero, luego con carne, como en una
descomposici�n al rev�s, hasta que salen a la luz los cuerpos completos de diversas
personas, los unos con trajes de campesinos, otros con vestidos muy elegantes de
coctel como si se hubieran ataviado para morirse, tal como los enterraron. Otros
emergen de ata�des, cuyas formas se ven o se adivinan, un par de soldados romanos
con sus uniformes de la legi�n empu�an sus espadas mientras el uno le pregunta al
otro, azorado, ubi summus y de una eminenecia rocosa, del fondo de una caverna
surgen para ese espectador ideal que somos nosotros un par de trogloditas azorados
que visiblemente no comprenden lo que sucede. Los �ngeles siguen aleteando en el
cielo, con su sonido de banda de insectos, y tocando el himno que anuncia con su
trompeteo la venida del fin de las cosas.
Dos �ngeles descendieron raudos hacia la ni�a y la tomaron cada uno por un brazo,
se elevaron con ella y se dirigieron, en medio del coro estent�reo de las
trompetas, hacia la misma abertura por la que hab�an aparecido. La ni�a contempl�
admirada, hacia abajo, a aquellas personas que miraban hacia arriba con terror
unas, con alegr�a las otras. Luego, desaparecieron en el fondo de luz brillante.
�Cronolog�a ! �Al diablo la cronolog�a ! �Qu� cronolog�a puede haber cuando siempre
estamos en el centro de la eternidad?
Dr. Alzheimer
�Un jard�n, �qu� jard�n aqu�l al que jam�s se accediera por el mismo lugar!�
Elias Canetti
...dos o tres conversadores, que toman su inmortal bienestar como si ya estuviera
en el Para�so.
Chesterton
Estaba todo resplandeciente de luz. Ten�a seis bellas alas, pero ni pies, ni
cabeza, ni cola, y no se parec�a a nada.
Voltaire
El cielo es una civilizaci�n mucho m�s vieja y madura (al fin y al cabo es varios
millones de a�os mayor que nuestro mundo)... Es una tierra de praderas y sombras
oto�ales.
Scott Fitzgerald
La eterna movilidad del universo constituye sin duda el asombro del Creador.
Marguerite Yourcenar
Que todos se mueran con tal de que yo viva eternamente as� sea solo en un desierto
sin l�mites. Ya me las arreglar� con la soledad. Guardar� el recuerdo de los otros,
los echar� de menos sinceramente. Puedo vivir en la inmensidad transparente del
vac�o. M�s vale recordar que ser recordado. Adem�s, nadie lo recuerda a uno. �Luz
de los d�as, socorredme!
Eugene Ionesco
El cielo se gana por favores. Si fuera por m�ritos, usted se quedar�a afuera y su
perro entrar�a.
Mark Twain
�Y cu�ntas veces he pensado que hab�a tal vez en alguna parte (�qui�n sabe,
despu�s de todo?), para recompensar tanto coraje, tanta paciencia y trabajo, un
para�so especial para los perros buenos, los perros pobres, los perros sarnosos y
desolados. Swedenborg afirma bien que hay uno para los turcos y para los
holandeses!
Charles Baudelaire
Para un sabio, una vida humana es suficiente, en tanto que el est�pido no sabr�a
que hacer ni siquiera con la eternidad.
Epicuro
Toda verdadera m�sica procede del llanto, puesto que ha nacido de la nostalgia del
para�so.
Cioran
�En el para�so� -ella le espet�, mientras sus ojos grises brillaban -�no habr�
experiencias. S�lo dicha. All� seremos capaces de decirle la verdad a cada uno. O
no tendremos en absoluto necesidad de hablar.�
Susan Sontag
En el Universo, hay planetas de punici�n en los que el sol sigue encendido toda la
noche.
Romano Bertola
Nuestro h�roe advirti� que frecuentando las cavernas y tomando como refugio los
lugares inaccesibles, transgred�a las reglas de la l�gica y comet�a un c�rculo
vicioso.
Lautreamont
Hay en la enfermedad une gracia que nos acerca a las realidades de m�s all� de la
muerte.
Marcel Proust
�Es �ste tu para�so? �Estas et�reas figuras vestidas de blanco, que se deslizan
entre las blancas nubes?
Susan Sontag
Antes de emprender la sustracci�n de las almas a las penas del purgatorio, comezad
por librar las vuestras del infierno.
San Francisco Javier a San Ignacio
Debe ser uno de los desastres de la muerte, ese descubrimiento de los pensamientos
secretos de aquellos a los que hemos amado.
Armand Salacrou
Jam�s somos enga�ados por las mujeres, porque no tenemos; no tenemos excesos en la
mesa, porque no comemos; no tenemos bancarrotas, porque no hay entre nosotros ni
oro ni plata; no nos pueden reventar los ojos, porque no tenemos cuerpos hechos
como los vuestros; y los s�trapas no nos hacen jam�s injusticia, porque en neustra
peque�a estrella todo el mundo es igual..
Voltaire
Un ruido de aleteo continuo me despert�. Alc� la vista hacia el cielo del cielo:
una cohorte de �ngeles se dirig�a, a toda prisa, hacia el remoto sur, dejando una
estela de halos dorados a su paso...
Parkinson se despert� muy temprano para saborear la leve tibieza del lecho. Sinti�
un estremecimiento de placer. El aposento era hermoso, como todos los de aquella
casa que parec�a tener miles entre un laberinto de muros de m�rmol. Oli� y palp�
los brocados de oro, las cintas de brocal de holanda, los adornos de n�car, las
borlas de terciopelo, el edred�n, la almohada de plumas. La rasg�, curioso. Eran
plumas aut�nticas, vaya uno a saber si de �ngel o de ave, pero eran plumas. Mir�
hacia el alto techo pintado por alg�n Miguel Angel de aquellos lares, un Miguel
Angel dos veces �ngel: �Me va a costar trabajo acostumbrarme a pensar que estoy en
verdad en el cielo, se dijo. �Ser� cierto que con el tiempo me olvidar� de todas
las preocupaciones? � Nunca hab�a podido soportar la idea de que la felicidad
consistiera en estar tendido mucho tiempo en una cama pero comenz� a calibrar la
posibilidad de que alg�n tiempo en el lecho, sobretodo durante el recorrido de una
larga eternidad, pudiera pasar a formar parte de la confusa idea de una dicha
perfecta.
Al entrar por segunda vez en casa fue cuando descubri� al angelito femenino y
delicado que dorm�a pl�cidamente en el sof�. Desde el mismo instante en que la vio
supo que la adorar�a. No sab�a y tal vez nunca supo si la querr�a como a una hija o
como a una mujer, o como a ser humano o como a diosa, aunque sospecho que hab�a
algo de todo ello al mismo tiempo; s�lo supo que algo en su interior se conmovi� y
se resquebraj� hasta la ra�z misma de su ser e intuy�, cosas del instinto de
supervivencia, que en adelante iba a ser un prisionero voluntario o involuntario de
la m�s tirana de las carceleras: de la diosa belleza, la que da frutos sin
perd�rselos, �o de la diosa ternura?, la cosa era en verdad ambigua como en todo
verdadero amor, pero ternura es la �nica palabra que se le vino a la mente.
Advirti� que en adelante esa ternura iba a ser su principal alimento. No iba a
comer s�lo misereres y de profundis, los alimentos preferidos de estas pobres almas
abandonadas a su suerte. No, ternura infinita y dulzura, un deseo de no apartarse
de ella y de apartarla al mismo tiempo de todo lo impuro. Andaba vestida, en su
sue�o y desgre�o, como siempre la iba a recordar; una t�nica blanca casi
transparente que dejaba adivinar sus formas espigadas de ligera cervatilla en
ciernes, todav�a un poco confusas, y una hermosa guirnalda de flores recogi�ndole
los cabellos de tal manera que el cuello de marfil, perfecta invitaci�n al beso
casto, quedara deliciosamente al desnudo. Parkinson pareci� desvancerse en medio de
una neblina de sus sentidos.
-Tengo fr�o -casi que suplic� Escarlatina.
Parkinson estaba recostado en el sof�.
-Ven aqu�, preciosa -le dijo-. Se ve�a tan vulnerable.
Ella se sent� delante de �l y recost� su espalda contra su pecho. Su cabeza daba
apenas contra la barbilla de �l. Parkinson le pas� el brazo por la cintura
sintiendo toda la precisa contundencia de ese cuerpo c�lido aunque fr�gil, que no
era el suyo. En un instante ella estaba de nuevo dormida. El pobre Parkinson, entre
preocupado por verse de pronto en el papel de padre adoptivo y feliz por el acierto
de la personita que tendr�a que adoptar, tard� bastante tiempo en conciliar el
sue�o. Luego dio un sinn�mero de vueltas en la cama mientras le daba vueltas
tambi�n a todo lo que ocurr�a y no comprend�a y se sent�a transplantado a una
extra��sima pel�cula. Imagin� los cr�ditos: �Un d�a despu�s del juicio�,
protagonizada y agonizada por Jonathan Parkinson en el pobre papel de Jonathan
Parkinson, aunque se apresur� a apuntar el cr�tico que anidaba en su cabeza que
tendr�a que ser una pel�cula comentada, porque lo que se dice en los libros es lo
que no se puede ver nunca en la pantalla.
Ahora, pasados un par de d�as, hablo de como eran antes los d�as terrestres, se
evidencia que salvo porque todos andamos entre nubes, y que los tropezones han
aumentado, todo es m�s o menos lo mismo aqu� que en la tierra. Ahora s� puedo decir
con toda justicia que vivo en las nubes: el pensamiento se me nubla con s�lo
pensarlo. Las ciudades son tan semejantes a los feos y s�rdidos complejos de
cemento de all� abajo, que podr�amos confundirlas si no fuera por esa capa de
neblina permanente que nos llega hasta las rodillas y a veces m�s arriba, hasta la
cintura, cuando sube la marea neblinosa, casi londinense, que cubre las calles por
completo, tanto que nadie ha logrado ver el piso que hay debajo, y nos han dicho
que es de nubes solamente y que m�s all� est� el vac�o y, mucho m�s abajo, la
tierra. Y es extra�o que la neblina a veces se niegue a entrar en las casas. Una
vez que cruzas el umbral, si te concentras debidamente est�s al resguardo de ella,
como si la interdicci�n operara en sentido inverso a lo esperado. El M�s All�,
piensa por el contrario Parkinson, es un mundo en el que la l�gica est� toda
alborotada. Eso excusa las fallas l�gicas del relato, y el mismo autor puede pedir
excusas por ellas. La vida aqu� es maravillosa, como la juventud de San Agust�n
antes de la conversi�n. Aqu� ninguna decisi�n se toma por mayor�a de votos ni se
ven otras necedades democr�ticas por el estilo; aqu� el que manda, manda, y de ah�
la sorpresa de tantos terr�colas y sus reticencias y protestas continuas,
acostumbrados como estaban por all� a que todo el mundo les dijera que sus tontas
opiniones ten�an importancia; fatuos idiotizados, todos aquellos que en la tierra
fueron miembros de gobiernos y c�maras legislativas, apenas ahora empiezan a darse
cuenta de su verdadera situaci�n, mientras que los pocos verdaderamente humildes de
la tierra se sienten hoy a sus anchas y se divierten viendo las caras de sorpresa
de los que de ellos alg�n d�a se burlaron. Esa era la bienaventuranza anunciada.
Podemos vernos unos a otros, y no s�lo eso, sino que cada quien, en su fuero
interno y apariencia, adopta a gusto la edad de su vida que mejor le plazca. Por
eso, como dec�a el �ngel, no hay ancianos. Entonces el espect�culo en las extensas
avenidas del cielo en pleno mediod�a no puede ser m�s encantador: miles, millones
de ni�as adolescentes (algunas, las que llegaron a la belleza un tanto mayores)
pasean lo mejor de sus vidas por las alamedas sombreadas y, para ser sincero, debo
confesar que las que m�s me gustan de ellas son las muchachas italianas del siglo
diecis�is (�qu� tendr�n?, me pregunto azorado) y las neoyorquinas del veintiuno.
Del mismo modo, desechando el intento de uniformizar con c�modos trajes
aerodin�micos, se visten al gusto de su propia �poca, lo cual las hace ver m�s
atractivas. Pero, �ay! �qu� dolor! Si trata uno de tocarlas, aparte que se
retuercen y saltan como cabritillas asustadas, los dedos se deslizan a trav�s de
sus cuerpos; no hay nada en ellos, salvo las deseables formas vac�as,
�absolutamente vac�as! Adi�s a las carnes, hemos dicho, y as� nos han dejado con
los crespos hechos, pero bueno, hay que someterse sin prisas al r�gimen de la
contemplaci�n inefable de lo hermoso, de lo infinito y perdurable, uno de los
placeres, y ciertamente no el menor, del reino de los cielos. Entonces pienso, �por
qu� no puedo tocarlas a ellas como lo he hecho con Escarlatina?... Mucho m�s tarde
entend� que para hacerlo sin cuerpo se requiere que ambos concedan y as� y todo es
una sensaci�n bastante et�rea. Y mirad lo que es la vanidad femenina: no hay mejor
espect�culo para los inexistentes ojos que la contemplaci�n extasiada de las que
fueron una vez mujeres cuando a cortejarlas se entromete alguien que no es de su
gusto, pues de inmediato se transforman en venerables ancianas o en peque�uelas
escurridizas y atrevidas que dan pisotones imaginarios -ya que no pueden reales- a
los impertinentes que desean mantener alejados. Pero por fortuna tantos son los
esp�ritus y las calles est�n tan atiborradas de ellos, que he empezado a sospechar
que el fin del mundo fue apenas una treta del Alt�simo para podernos albergar a
tantos en estas suntuosas moradas; y eso sin contar que la inmensa mayor�a de
nosotros los terrenales fue a parar a los infiernos, pero como no tenemos cifras
concretas, sino meros rumores, y nadie ha ido all� y regresado para contarlo, nos
basta con mirar hacia las puertas del infierno que, aunque un tanto lejanas,
tenemos siempre a la vista, para medir por lo atestadas que se ven las ventanillas,
una densidad de poblaci�n que linda con el atiborramiento... Pero bueno, ese no es
problema nuestro... �all� se tengan ellos con su exceso de poblaci�n carcelaria que
a nosotros poco y nada se nos importa!
Era una habitaci�n muy grande, semejante a la recepci�n de un hotel muy elegante o
al sal�n principal de un centro de convenciones, con techos muy altos, sin
ventanas, y sobretodo cuatro puertas muy grandes, una en cada costado. El piso
estaba recubierto por la misma neblina que imped�a verlo a menos que se pusiera la
cara a la altura de los pies. Hab�a un par de sillones amplios encima de sendos
pedestales que los sosten�an elevados por encima de la niebla. La ni�a estaba
sentada en uno de ellos, que parec�a mirar de frente al otro, que estaba vac�o.
�Aqu� se est� muy bien. Ahora soy una habitante�.
Se baj� de la silla con un salto mortal. Hab�a advertido que all� se pod�an hacer
cosas que antes no se pod�an hacer en la tierra... Dio tres botes de bastonera en
el suelo, gigantescos, como si hubieran sido dados en la luna, luego salt� hasta
tocar el techo y en seguida brinc� en un salto largu�simo de lado a lado del
recinto, al menos unos veinte metros. Entretanto, se iba diciendo a s� misma:
-As� es la vida en el cielo. �Ah! Pero no les he mostrado lo mejor. Lo mejor...
Son las puertas. Abro esta: miren, �sta, es la avenida principal del cielo.
Sali� breves instantes a la calle y el sal�n se inund� con el fr�o glacial del
exterior. Afuera todo estaba muy blanco y se observaban a lo lejos las mismas
gentes que ya hemos visto cuando Parkinson camin� sin ton ni son por la avenida
desfilando sin concierto como si no supieran para donde iban, como todo el mundo
antes, en la tierra. Un par de �ngeles hac�an guardia frente a la puerta, mirando
hacia la calle. Escarlatina se plant� en la escalerilla frente al dintel y le gui��
un ojo a un �ngel, dici�ndole:
-Hola.
El �ngel no tuvo m�s remedio que gui�arle un ojo en respuesta:
-Hola, ni�a.
La ni�a regres� dentro de la casa y prosigui� su soliloquio:
-Son �ngeles. Son simp�ticos, �verdad que s�?
Tom� de una mesa una cuerda y comenz� a saltar en ella:
-Nos llevamos muy bien. El de la izquierda se llama Surmenage cuarenta y cuatro.
El de la derecha, no s�, porque es muy callado y nunca quiere hablar. Debe ser por
timidez. He tratado de mirarle el n�mero en la espalda pero no es claro porque las
alas no lo dejan ver; tal vez lo tenga tatuado en su cuerpo, o en un brazo...
Se dirigi� a otra de las puertas y la abri�.
-Esta puerta, desde luego, da a la ciudad de Causalidad -parec�a haciendo el
muestrario de la casa para alg�n eventual comprador. Y a�adi�:
-Causalidad es un lugar muy verde, c�lido y hermoso, lleno de personas festivas y
alegres. Pero desde aqu� s�lo se puede ver, es imposible visitarla.
En efecto al fondo, aunque no se vislumbraba m�s que el resplandor de un sol
canicular y entraban relentes de aire caliente en el sal�n, se escuchaba una m�sica
alegre, de jolgorio, que se disip� como por encanto en cuanto Escarlatina volvi� a
cerrar la puerta para mostrarnos a d�nde daba la siguiente.
-Esta da a... -Pero no dijo nada hasta no haberla abierto. -Oh, eso pens�, ahora
da a un jard�n.
Un observador no omnisciente, situado en nuestro lugar, hubiese alcanzado a
contemplar en el fondo de la escena un lindo jard�n, de �ndole completamente
diversa al t�rrido espect�culo de la puerta anterior.
La ni�a volvi� a cerrar esta vez y se dirigi� hacia la �ltima de las cuatro
puertas.
-Y esta debe dar a...
La abri�...
-�Al infierno!
Fue como si hubiera abierto la puerta de un 747 en pleno vuelo. Un ventarr�n
despresuriz� el sal�n mientras por la abertura s�lo se percib�an pavorosas nubes
muy blancas sobre el fondo azul del cielo. Al fondo de las nubes, muy arriba, una
c�pula de color rojo a la que se le adivinaba una puerta de color negro deb�a ser,
si hemos de creer la versi�n de la ni�a, la puerta del infierno.
-S�. All� al fondo... Ese es el infierno. El sitio al que mandaron a los malos.
Pero creo que nosotros no podemos ir. No estamos autorizados. Y adem�s tampoco se
me ocurre como har�amos para llegar hasta all�.
Asom� un pie al abismo, como desafiando a las potencias celestiales.
-Si damos un paso all�, simplemente caemos al vac�o y no quiero saber a d�nde
iremos a parar.
Regres� al centro de la habitaci�n de un salto y se sent� en el otro sill�n.
-Pero lo mejor de aqu� es que cada vez que abres una puerta entras a un mundo
distinto, totalmente diferente del anterior. Hay una docena de mundos, creo, y
siempre salen a la suerte de modo que nunca puedes saber cu�l te va a tocar; no hay
regla fija para ir a parar a uno de ellos; es preciso ensayar varias veces la
abertura de la puerta si quieres ir a alg�n lugar en especial, pero es mejor
dejarse llevar por la suerte. Es bastante divertido. Corri� a una de las puertas,
la abri� de un empuj�n y apareci� ante los ojos maravillados una ciudad del futuro,
abri� luego otra, r�pidamente, y se encontr� en un jard�n lleno de perros que
ladraban, luego ensay� una tercera y volvi� a quedar en el umbral de la avenida,
cara a cara con los �ngeles guardianes, abri� otra y de nuevo apareci� la roja
puerta del infierno... Era una cosa de locos.
-No vayan a creer que el infierno queda siempre del lado de la puerta occidental.
En el cielo no abundan los ni�os, pues como hasta el m�s ignorante lo sabe est�n
destinados por naturaleza al limbo. Los que se han quedado en el cielo son esos que
tiene vocaci�n de alicias y de peterpanes con tambores de hojalata que decidieron
no crecer m�s y prefirieron vivir en la eternidad, en su forma primaria y elemental
de ni�os. Y si me preguntaran c�mo es lo que hasta ahora conozco del cielo s�lo
podr�a contestar que a lo que m�s se parece es a un episodio largu�simo y no menos
intenso de Alicia en el pa�s de las maravillas...
-Y tal vez no sea mala idea pasar una temporada en el limbo- sugiri� Parkinson,
menos por el deseo de ser ni�o que por el de escapar de la bruja instalada en su
casa. Le empez� a parecer que podr�a cometer un falso acto terrorista para conmover
la estructura del cielo y hacerse expulsar. Intentar el rapto de un grupo de ni�os
del limbo pod�a ser una aventura apasionante, pero no ten�a tiempo para ello ni
verdaderos motivos y no sab�a como dirigirse a algo que se le antojaba como un
sat�lite geoestacionario que se mantiene a duras penas en el punto en el que se
igualan la fuerza centr�fuga del cielo y la fuerza centr�peta del infierno.
-Eso parece escrito por Pascal -dijo el doctor Alzheimer cuando ley� estas notas.
Tras varios d�as de paseos por las alamedas del cielo, Parkinson comenz� a
advertir la complacencia que se dibujaba sobre la mayor parte de los semblantes de
los habitantes. Todo el mundo parec�a no solamente resignado sino contento con su
suerte. Pero lo que m�s le empez� a llamar la atenci�n era la cantidad de parejas
que sal�an a caminar. Era como si cada quien hubiera encontrado su media naranja
por fin en el cielo, aquella persona para la cual estaban destinados desde siempre.
Los escasos transeuntes desparejados a los que interrog� le dijeron que ellos
prefer�an vivir solos y que nunca hab�an querido tener compa��a permanente.
El pobre s�lo se preguntaba ahora por qu� en realidad luc�an todos felices y si �l
y Escarlatina eran los �nicos inconformes en el cielo. Le parec�a extra�o que �l se
acordara de todo, de su vida pasada en la tierra, as� como de los detalles
escabrosos del Juicio. Pero por m�s que la interrogaba, la ni�a s�lo pod�a decir
que no recordaba nada de su pasado sino que unos �ngeles hab�an cargado con ella
por los aires y vagamente evocaba a un sacerdote que preven�a en la iglesia a las
gentes sobre la pronta venida del Juicio, pero no recordaba d�nde ni cuando, aunque
s� recordaba que estaba vestida con la misma prenda que ahora llevaba siempre y
que, desde luego, jam�s se ensuciaba, pues en el cielo no existe suciedad alguna.
�Ser�a que nadie a�oraba a sus familias, a su madres, a sus hijos, porque todo el
mundo hab�a perdido la memoria, acaso para siempre? Parkinson pregunt�, indag�,
pero nadie le dio raz�n de ello. Le contestaban con una indiferencia rayana en el
cinismo. S�lo en uno que otro caso supuso que quedaban leves indicios de memoria,
cuando algunos le contestaban con el suspiro ahogado del que furtivamente viera
pasar una presencia ante sus ojos y de la cual no fuera demasiado consciente. Era
como si se hubiera hecho un lavado general de memorias tras el Juicio del cual �l
habr�a escapado por alguna raz�n que se le escapaba.
Fue entonces cuando se atrevi� a preguntar a un �ngel.
-En casa hay un ser muy extra�o... -Parkinson se esforzaba en explicar-. Me han
dicho que es mi esposa, pero me niego a creerlo. Tanto es as� que me he asustado y
he solicitado informes para iniciar la b�squeda de mi verdadera familia.
-Eso, aqu� no se usa -le dijo uno de los �ngeles custodios.
No parec�a proposici�n de buen recibo.
-Pero yo...
-�Silencio! -rugi�-. Usted debe tener alg�n problema serio, porque aqu� todos
estamos ubicados de acuerdo con la programaci�n inicial y no se ha contado con los
insatisfechos. Vaya si quiere donde los �ngeles sic�logos. O recurra a las v�as
ordinarias, como todo el mundo. �O qu� se ha cre�do usted?
El �ngel empez� a soltar espumarajos por el pico, tanta era la ira que sent�a que
parec�a deshacerse en una nube de polvo.
�Que es en verdad dif�cil encontrar sitio para un elogio del cielo! El bar�n de
Montesquieu, que est� reclinado delante del pergamino, escribiendo tal vez sus
cartas persas, recibe de pronto una revelaci�n. Ha visto las cosas del M�s All� y
deja correr la pluma un instante: �Los bienaventurados tienen placeres tan vivos,
que pueden raramente gozar de esta libertad de esp�ritu: es por eso que atados
invenciblemente a los objetos presentes, poerden por completo la memoria de las
cosas pasadas, y nose vuvleven a ocupar de lo que han conocido o amado en la otra
vida.�
Ha recordado la peste de la memoria que aquejar�a a los habitantes del cielo
despu�s del final de las cosas. Muchos a�os antes, desde la tierra, el bar�n
recuerda el futuro, sin manchas. Un minuto despu�s habr� olvidado todo y seguir�
indagando sobre sus mezquinos mundos de intrigas palaciegas y de democracias
representativas, divisiones de poderes e influencia del clima en los estados de
�nimo de los poderes p�blicos.
Durante gran parte de la eternidad olvidamos todo lo que nos ocurre. Como en la
tierra, cuando no record�bamos nada de antes del nacimiento.
Muy de ma�ana decidi� dar un paseo por la larga calle celestial. Las parejitas
iban saliendo de sus casas y sus semblantes reflejaban una beatitud perfecta, lo
cual, aunque sin intenci�n, era como una burla hacia Parkinson, que hab�a pasado la
noche en vela, acompa�ado por la horrible bruja, sin poder quit�rsela de encima.
No. El cielo no pod�a ser esto, volv�a a decirse.
Resolvi� utilizar las v�as ordinarias. Lo primero que hizo fue dirigirse a uno de
los �ngeles guardianes de su cuadra:
-Perd�n, se�or �ngel, �podr�a usted decirme qui�n pueda resolverme una consulta?
-�Como para qu� ser�a? -contest� con todo el aplomo del mejor bur�crata.
-Para un asunto de repartici�n de... -estuvo a punto de decir que �de mujeres�
pero se contuvo, atento al peligro que intuy�...
-... de habitaciones, de casas.
-Yo de eso no s�, mi oficio es cuidar la cuadra.
-�A qui�n podr�a preguntar?
-Vaya donde el jefe.
-�Y qui�n es el jefe?
-El potestad 549.
-�D�nde podr� encontrarlo? -le dijo ya un poco amoscado con tanta dilaci�n a todas
luces malintencionada.
-Debe andar unas diez cuadras hacia all� -y se�al� hacia la zona de la playa.
-Est� bien, lo buscar�. Gracias, se�or �ngel.
Ni lo mir� en respuesta, como si no existiera. Camin� Parkinson las diez cuadras
prometidas, no sin antes haber tenido que preguntar a otros tres �ngeles guardianes
que lo peloteaban sin piedad, los unos lo enviaban hacia la derecha, los otros
hacia la izquierda y hacia el fondo, ignorantes como petardos, como si lo que
estuviera buscando fuese un ba�o.
Por fin encontr� al potestad. Estaba metido en un casino, jugando billar, que
seguramente fue uno de los mejores aportes que la tierra hizo al cielo. Embebido
como estaba en cosas m�s mundanas, apenas si le hizo caso.
-Vaya a la oficina de reclutamiento para las viviendas -le dijo mientras levantaba
el taco mirando las tres bolas. En realidad era una carambola muy dif�cil, parec�a
imposible pasar la bola uno por encima de la tres para pegarle a la dos.
-�Y eso d�nde es? -se atrevi� a preguntar Jonathan Parkinson.
-En Causalidad, la ciudad sede del principio de casualidad, a la que no debes
confundir con Casualidad, la ciudad sede del principio de causalidad, que son dos
ciudades diferentes en una sola, como la Sant�sima Trinidad, o como Budapest...
-�Y d�nde es esa tal Causalidad?
-Vaya siempre hacia adelante, y pregunte, que aqu� decimos que preguntando se
llega a cualquier parte, incluso a Causalidad.
�Como si fuera Roma! �De modo que Causalidad es la Roma del cielo!
Se devolvi� a casa y empez� a hacer maletas. La bruja aquella que le dieron por
mujer lo miraba, incr�dula y retadora.
Me agrada Parkinson. Anoche me cont� la historia de un sastre que entr� vivo al
cielo y desde all� contempl� el universo. Qued� maravillada y me dorm� antes de que
el cuento se acabara y acabo de conocerlo, y �l s� me agrada, Parkinson, me agrada
mucho su manera de caminar y la manera en que toca las cosas, me parece lindo y
tierno y es muy especial conmigo, pero, c�mo decirlo, como es nuevo aqu�, no s� si
ser� el esposo de la horrible bruja que vive en esta casa, sinceramente y ahora que
bien lo veo y no lo creo, porque si fuera as�, pobre, no s� qu� pecado cometi� y
algo debi� hacer para tener que soportar este infierno, ah, y se me olvidaba
decirles, esa que grita all� al fondo como una desaforada, la energ�mena como �l la
llama, es Gangrena, mi ma... Bueno, quer�a decir mi madre, pero lo cierto es que no
es mi madre sino mi madrastra, porque eso dice el �ngel al que le gui�o el ojo,
pero ella no se ha casado tampoco con Parkinson, aunque tampoco estoy muy segura si
se han casado y creo que �l s�lo la odia como yo y esa es apenas una de las muchas
cosas que me gustan de �l y lo cierto es que a �l tampoco le agrada casi nada la
vieja rega�ona. No recuerdo ya qui�n era mi madre, porque creo que ya les dije que
aqu� en el cielo nos han quitado, nos han robado la memoria, pero estoy segura que
esa tal Gangrena no es ni pudo ser nunca mi madre.
Movi� una palanca en su asiento y la habitaci�n gir� en �ngulo recto. Eso no tiene
importancia, se dijo. Al fondo estaba el infierno, como una tentaci�n patente, con
el atractivo de las cosas inalcanzables. Pero ahora la ni�a volvi� a cerrar todas
las puertas, no tanto porque estuviera entrando un ventarr�n en el sal�n,
levantando polvo y papeles a su paso, ni disipando la neblina que flotaba a unos
cincuenta cent�metros del suelo, sino porque una voz poco femenina, estruendosa,
ruda, reson� desde el fondo ignoto de las habitaciones, tal vez de la cocina.
Tendremos ahora que escuchar ese ruido altamente desagradable, exc�senme aquellos
de los lectores que sean d�biles de o�do o tengan una sensibilidad demasiado aguda.
-�Escarlatina! �Deja de darle vueltas a la casa que ya me estoy mareando!
Escarlatina hizo un gesto c�mico, como imitando burlonamente el llamado.
Queda claro que no le agradaba en absoluto la voz que la llamaba o m�s bien la
presencia misma de la mujer que la llamaba, si es que se trataba en verdad de una
mujer y no de alg�n engendro infernal infiltrado como esp�a por el enemigo.
-Uy, dijo confidencialmete la ni�a al imaginario camar�grafo que nos acompa�a y
que estaba en el lugar desde el cual estamos siguiendo los hechos. -Vive mareada.
Luego, sin hacer mayor caso de los gritos, a�adi� con mucha seriedad:
-Es raro pero yo noto que todo el mundo parece contento en el cielo menos
Parkinson y yo. Ah, es que se me olvidaba decirles que se supone que aqu� vivimos
todos con las almas gemelas o algo as�, mejor dicho, con los que vamos a vivir
durante toda la eternidad, y eso, si es cierto, ser�a horrible para nosotros dos.
De adentro surgi�, como una esponja, la voz apaciguadora de Parkinson:
-Gangrena, no rega�es a la ni�a...
-�Me vas a decir t�, desgraciado, qu� tengo que hacer o decir en mi propia casa?
La ni�a segu�a hablando al imaginario interlocutor que somos nosotros:
-Entonces Parkinson no es mi padre. Pero �l s� es una buena persona. Nos llevamos
muy bien.
-Solamente te dije que no la rega�aras.
El ruido de una lluvia de golpes de platos y ollas lanzados con furia por los
aires fue el �nico resultado perceptible de su intervenci�n:
-Oye, oye... Nos vamos a ir tranquilizando, que aqu� no pasa nada...
Sin embargo entr� en el sal�n corriendo, como si hubiera subido al piso superior
por una escalera invisible situada por debajo de la niebla, perseguido por una
gorda en rulos y energ�mena.
La calma de Parkinson vacil� y s�lo dijo:
-No soporto m�s esta situaci�n. �V�monos de aqu�, Escarla!
-S� -lo apoy� la ni�a- pero yo me voy contigo.
La tom� por la mano, abri� al azar una de las puertas para escapar, pero esta vez
se abri� la que daba al infierno, la volvi� a cerrar con cierto disgusto como quien
baraja las cartas en busca de un mejor golpe de suerte, y la volvi� a abrir.
-�Ahora me va a decir que se va? -rugi� la fiera.
-S�. �Hay alg�n problema?
El hipop�tamo parec�a desconocer que �l ya llevaba encima la experiencia de la
tierra y que a su edad actual ya no hab�a mujer que se le pudiera imponer. Pero
ignoraba el trabajo que le cost� arribar a esa persuasi�n.
-Haga lo que quiera -respondi�, agria como el vinagre pasado. Parec�a que siempre
hubiese vivido en la tierra, quiz�s en una banlieu francesa, o en alg�n lugar a�n
peor.
-Pues claro que har� lo que quiera -enfatiz�, retador-. �O es que ten�a usted
alguna otra idea? -se atrevi� a a�adir, como para fijar de una vez las distancias
entre los dos.
Se qued� callada. S�lo articul� una mirada que en la tierra hubiera dejado
petrificado de terror a cualquier marido. Pero como por casualidad est�bamos en el
cielo, donde no se le tiene miedo a nada, ni siquiera a una mujer irritada, y de
contera las miradas son inocuas, pas� frente a ella, con su morral cargado, no sin
antes decirle:
-Es posible que nos volvamos a ver... Para despedirnos del todo.
Y dio un portazo.
Quiz�s al regreso encontrara que la gorda se hab�a marchado de casa de una vez por
todas.
En un abrir y cerrar de ojos se encontr� en la avenida principal de Almorrana,
ciudad del cielo. Aferrada a su mano estaba Escarlatina.
Por primera vez se ve�a Parkinson en el problema de no tener vivienda en el cielo
y con el vago proyecto de un viaje a Causalidad, la ciudad de las reclamaciones.
Parkinson pens� en los vagabundos de la tierra, en los que no ten�an techo y se
pregunt� si aqu� los habr�a tambi�n.
El trabajo forzado que era nuestro pan de cada d�a en la tierra, ese del cual
dependi� siempre nuestra subsistencia, cualquiera fuera el nombre eufem�stico que
le di�ramos, parece no formar parte de este universo, pero claro est� que el que
quiere trabajar lo puede hacer sin que nadie lo moleste, porque �ste se jacta de
ser el reino de las libertades absolutas e ilimitadas y aqu� no se le prohibe nada
a nadie. De hecho son muchos, sobre todo los que provienen de los �ltimos siglos de
la humanidad, los que llevan consigo tan arraigado el trabajo por la inercia de la
costumbre, que no logran dejar de hacerlo por m�s que se lo propongan con ahinco
cada ma�ana al despertarse. Son una especie de viciosos del oficio forzado y le
dedican todo su tiempo, con una constancia que ser�a digna de encomio en otro
entorno m�s propicio. Madrugan d�a a d�a, se ba�an y se visten atropelladamente
porque no pueden ya hacer otra cosa que lo que hacen, desayunan en un santiam�n y
salen disparados hacia los lugares de labor que en sus mentes han fabricado, y en
los que encuentran, si no la felicidad, por lo menos el sosiego de una droga para
sus ansiedades laborales. Me pregunto si no ser�n estos desdichados quienes m�s
echen de menos la tierra que perdieron para siempre. Y yo mismo quedo perplejo
cuando, tras una semana de ocio completo, tendido en el div�n y contemplando las
mejores diversiones celestes, empiezo a pensar en el trabajo, porque ya hasta se me
est� viniendo al recuerdo mi vieja adicci�n por ciertos esplendores que se
desprenden en ocasiones de los oficios m�s menudos y me pregunto, si hubiera sido
posible en la tierra vivir sin trabajar, cu�ntos habr�an trabajado y creo que
nadie, salvo los que han adquirido el vicio que, como el del cigarrillo o el del
alcohol, s�lo ataca cuando no hay en verdad necesidad de ellos.
Pero el vicio verdadero que descubri� Parkinson viviendo al lado de los mendigos
fue el uso del imagin�metro p�blico. Y es que en el cielo hay zonas en las cuales
se purgan las equivocaciones y es posible purgar tambi�n all� todas la
preocupaciones terrestres como si fuera una especie de centro de terapia para ir
olvidando los malos tragos de la tierra, y gozar del profundo placer de devolver lo
mal vivido, de completar lo que alguna vez dejamos comenzado, casi siempre mal
comenzado por cierto, el imagin�metro que permite a los habitantes desahogar sus
iras mal habidas... Cuando los pacientes entran, lo primero que hacen es ponerse el
imagin�metro que les mida cuantas frustraciones se llevaron consigo desde la tierra
y luego comienzan a vibrar hasta que poco a poco recuperan el sentido del
equilibrio y salen a pedir limosna con el alma reci�n estrenada.
-De manera que piensan ir a Causalidad -dijo Chagas-, donde se ponen las quejas,
los tribunales de lo contencioso, todo eso. Dicen que all� suceden las mejores
cosas del cielo, pero no me consta, s�lo digo lo que he escuchado.
Ten�an pues que ir a Causalidad.
Fue un largo viaje de varios meses pero dir� que inolvidable hasta donde me
acuerdo. Recorrimos comarcas nunca vistas, levantamos azorados la vista delante de
edificaciones espl�ndidas, visitamos zonas del cielo a las que de otro modo jam�s
habr�amos acudido, volcanes, monta�as, praderas, desiertos, selvas, y vimos
animales que nunca hab�amos visto y personajes que jam�s existieron porque se
quedaron en proyecto antes de bajar a la tierra. Montamos en unicornios y en
centauros para atravesar las llanuras que separan al Olimpo de la vertiente del
Leteo y vimos atardeceres de maravilla, imaginados por alguna deidad bienhechora
para semejarnos en el cielo algunas de las delicias para siempre perdidas.
El M�s All� tiene una geograf�a muy complicada. Es una geograf�a como la de los
libros de caballer�a y el Orlando furioso: an�rquica aunque sugerente. Existe
incluso un cielo del Islam, que es mucho m�s llamativo que el de los cristianos y
muchos se refieren a �l con envidia, como algo muy lejano y grandioso. Los
interiores de las cavernas est�n llenos de estalactitas y estalagmitas y muchos
nichos llenos de fieras asechantes, o eso me pareci� por los ruidos que hac�an,
aunque no vi ninguna, y con secretas comunicaciones interiores dignas del mejor de
los laberintos, agujeros y cavernas, s�lo que sin afanes pues ten�amos toda la
eternidad para aprender todos esos recovecos por largos y complicados que fuesen de
modo que algo gan�bamos al reducir la ansiedad, que era preferible estar en esas
cavernas h�medas y mohosas que tener que contemplar el rostro perverso del diablo y
aqu� hasta ahora nadie nos hab�a molestado porque, como supimos m�s adelante, no
era sino un lugar ambiguo, de paso, un l�mite, una frontera, una linde de regiones.
Ella sent�a el reflejo del hambre que no ten�amos manera de aplacar aunque
tampoco, imagino, morir�amos de inanici�n en aquel mundo en el que la muerte es
cosa harto desconocida fuera de las mitolog�as naturales de los habitantes aunque
alcanc� a temer que muri�ramos y nos convierti�ramos en arrugados pergaminos
olvidados hasta la fosilizaci�n en el fondo de aquella abandonada tierra de nadie
que nos mostraba con toda su evidencia que hab�a regiones de los mundos superiores
que jam�s hab�an sido pisadas por ser alguno, ni por �ngeles siquiera, que aunque
esp�ritus siempre dejan detritus detr�s, pero all� no se percib�a siquiera el olor
agridulce y tan desagradable y nauseabundo para los humanos de las heces
angelicales que inundan en relentes de cuando en cuando los vientos del cielo, por
no hablar de esas horribles heces del infierno, acaso el �nico motivo para hu�r de
aquellos antros de pesadilla. S�lo hasta hac�a poco hab�a identificado de donde
proven�an estas emanaciones, que no hay �ngel, por puro que sea, que no tenga
intestinos, tripas sucias, as� estas sean espirituales, y que son m�s sucios que un
chiquero. Y adem�s hieden. �Nadie ha advertido el mal olor de un �ngel de la
guarda? Ese olorcito que no te deja ni dormir...
Un d�a, llegando a Causalidad, la divis� en lontananza. Era, sin duda alguna, uno
de los lugares m�s hermosos del cielo, acaso despu�s de Sanies, la ciudad de los
santos del santoral, que nos ha sido vedada a los simples inmortales pero que es
posible visitar ciertos d�as del a�o, aunque s�lo como turistas. Escarlatina se
qued� provisionalmente en un refugio mientras yo hac�a las averiguaciones
pertinentes.
Horas m�s tarde entraba en la ciudad, llena de veh�culos de tracci�n et�rea y
tomaba un taxi hacia la oficina principal de la enorme edificaci�n que presid�a la
urbe.
-De d�nde viene usted -me pregunt� el �ngel taxista.
-De alguna regi�n hacia el poniente, la verdad es que no s� siquiera su nombre. La
capital es Almorrana City.
-Eso me parec�a, ya me lo hab�a dicho, porque el se�or, y perd�n que se lo diga,
tiene cara de extranjero, de no ser de por ac�.
-Ha acertado usted -le dije-. He venido para hacer una diligencia.
-�Va a las oficinas centrales?
-S�. A la de reclutamiento de vivienda.
-Debe usted tener un problema muy serio porque nunca viene por aqu� nadie a
reclamar. �Sabe usted? En el cielo todos viven muy felices. Cu�dese -me dijo
mientras me bajaba en frente del gran edificio- porque de pronto se dan cuenta que
se equivocaron y lo mandan a fre�r esp�rragos en el infierno.
Temeroso por las palabras del �ngel taxista, entr� al edificio dici�ndome que era
preferible el infierno a tener que vivir con la bruja tenebrosa y tom� el ascensor
hacia los pisos superiores.
Tras un viaje tan largo, estaba exhausto, pero sab�a que mi oportunidad era tan
calva como el principio mismo de Causalidad y que si no era ahora no ser�a nunca,
de modo que obr� para introducirme por las buenas o por las malas en la sede de tan
odiado principio l�gico.
Las paredes estaban adornadas con equipos sofisticados capaces de intimidar al m�s
valiente de los ingenieros, pero aparec�a tan desarmada a aquella hora, tan
dispuesta a dejarse violar por cualquier primer venido como si nunca en su vida
hubiese tolerado la menor invasi�n de su privacidad y perdido ya todo rastro de
autodefensa frente a los ataques del exterior, que no la habr�an siquiera rozado en
siglos, milenios, millones de a�os de invariable actuar sin que nadie le opusiera
resistencia. De modo que Causalidad parec�a vac�a, desprovista de todo inter�s,
como si una inercia inveterada la tuviera andando desde el comienzo de los tiempos
y no se hubiera ocupado m�s de ella el resto del tiempo y hasta el final de las
edades.
Estaba yo ahora en el centro mismo de la ciudad, enfrentado a la necesidad de dar
un sentido a mi presencia en ese recinto sagrado para los dem�s, profano para quien
atenazado por el deseo no ve m�s que el momento de recobrar su presa codiciada.
-De manera que cree usted haber quedado mal asignado -me dijo el �ngel asignador,
con mirada ir�nica y voz aflautada. �Ah! �qu� tontos son los exhumanos! �Siempre
est�n pensando que los que se han equivocado somos NOSOTROS! �Qu� ingenuos!-. Me
mir� casi con compasi�n, para a�adir casi con furia:
-�Pues aqu� NO NOS EQUIVOCAMOS!... Pero espere usted un instante -revisaba unos
papeles- �c�mo me dice que es su nombre? �Parkinson? �Jonathan Parkinson, John...?
Ah, bueno, eso ya es otra cosa. Entonces el �ngel quiso explicar. Busc� el libro de
indulgencias, la cuenta corriente de oraciones y plegarias...
Ciertamente hab�a un exceso de oraciones en el haber de Parkinson, mucha gente
hab�a implorado por �l, y el �ngel intentaba explicarle que ten�a derecho a
cambiarlas por bonos si lo deseaba o a realizar alg�n viaje no proyectado, en fin,
lo que quisiera... Pero no, eso era imposible, conseguir una mejor habitaci�n, eso
ya estaba otorgado para siempre y no se pod�a cambiar, era una ley universal
inviolable y no admit�a excepciones...
Cre�a que con eso hab�a dado por cerrada la conferencia, de modo que volv�
espaldas y me dispuse a salir de la oficina adornada con panoplias y s�mbolos de
alguna arcangel�a para m� desconocida.
-Espere un momento, cu�l es la prisa. Venga, t�mese un trago conmigo. Tengo n�ctar
y ambros�a, mire usted, cosecha de los tiempos hom�ricos, siglos antes de Cristo,
de las mejores vi�as de la Grecia Cl�sica...
-�Vaya! -exclam�-.
Me escanci� en un vaso griego el regio licor.
-Cu�nteme, amigo, �c�mo es que ha hecho usted un viaje tan largo para venir a
quejarse? �No sabe usted que una de las bondades del cielo consiste en que a cada
uno de ustedes se le ha asignado, y para siempre, por los siglos de los siglos, su
verdadera media naranja?
Me qued� mir�ndolo con desconcierto.
-Oh, ya comprendo, no estar� usted acostumbrado. Las medias naranjas eran extra�as
en su mundo. Nadie estaba con quien quer�a, eso al menos hasta donde sabemos, hasta
los sexos de los humanos estaban equivocados a veces. Hab�a hombres y mujeres que
se ve�an obligados a vivir sus vidas con personas que no ten�an nada que ver con
ellos, nada en com�n, digamos. La mayor parte de ellos, es triste a decir verdad. Y
esas cosas fueron esc�ndalo aqu�, hace muchos siglos. Entre nosostros usted ha sido
programado para olvidarse de esa familia terrestre que tuvo alg�n d�a, todo el
mundo ha olvidado a los de antes... -se qued� pensativo- ...Si no fuera as�,
imag�nese los problemas que tendr�amos, todo el mundo pensar�a solamente en sus
madres y en sus hijos, ser�a como una epidemia de infelicidad, y eso aqu� no lo
podemos permitir, nos dar�a problemas y ya tenemos bastantes sin eso. S�, era
triste, muy triste -reflexion�-. Nadie, absolutamente nadie, coincidi� en la tierra
con su media naranja, ni por azar, es incre�ble, �no es cierto?... -me mir�
inquisidor, como si esperara que yo accediese y le diese la raz�n y prosigui� como
si hubiera interpretado mi mirada atenta por ese asentimiento que acaso esperaba-.
Todas las medias naranjas estuvieron regadas en el espacio y en el tiempo, al azar,
alejadas las unas de las otras. Apenas si hubo comunicaciones espirituales
extra�as... Debi� ser horrible para ustedes, pobres humanos, pero aqu� cada uno ha
sido acompa�ado por su media naranja real, as� es que me extra�a que usted no se
sienta bien con la mujer que se le ha programado. Es la suya, no lo dude, s�lo d�le
una oportunidad y lo ver�.
Sent� ganas de vomitar.
-Tiene usted un problema, es cierto. Veo que no parece gustarle mucho la idea.
�Ser� que tiene usted, digamos, ideas distintas? �Le gustan, por casualidad...
ejem... los hombres?
Me recorri� con una mirada que si yo no supiese que los �ngeles son hermafroditas
la habr�a tomado por una abierta invitaci�n a placeres indebidos.
-Nada de eso -le dije r�pidamente.
-Entiendo. Tambi�n es posible que a usted le guste la poligamia, para lo cual
podr�amos pensar en acondicionarle un harem y le enviamos a un serrallo debidamente
reconocido. Ver� usted: aqu� tenemos mujeres en profusi�n, tantas que sobran.
Tenemos muchas que no hemos podido asignar y que est�n en Solitaria, un pa�s no
lejano pero no tan infeliz como podr�a pensarse, all� cerca de Miserere.
-�C�mo es eso? -mi curiosidad se despert�.
-Ver� usted. Hubo m�s mujeres en la tierra, por lo menos hasta la �poca en la que
se pudo determinar previamente el sexo, porque hab�a algunos con vocaci�n de
pol�gamos y quer�an hacerse a un harem y vivir con muchas mujeres a la vez. Fueron,
como usted imaginar�, muy desgraciados en el mundo, pero aqu� ser�n recompensados
con creces. Ellos piensan que la felicidad consiste en tener una infinidad de
mujeres hermosas, y aqu� las tendr�n, y no comprendo por qu� raz�n, pero se les ve
muy felices.
Parkinson tampoco comprend�a, pero escuchaba alelado.
-Otros tienen vocaci�n irrevocable de soledad -prosigui� el �ngel tras una pausa-
pero son m�s o menos el mismo n�mero en ambos sexos. Unas cuantas mujeres,
oponi�ndose a su tendencia natural, son inclinadas a la poliandria, esto es, a
tener varios hombres para s�... �Ser� ese su caso?
-No, no es eso tampoco.
En alg�n momento Escarlatina hab�a entrado en el recinto, y el �ngel apenas ahora
se dio cuenta de su presencia. Se sobresalt�, temeroso de haber dicho algo
imprudente delante de la jovencita.
-�Su hija?
-No -me adelant� a contestarle al impertinente- soy su novia.
Parkinson le asest� una mirada matadora...
-Respeta al �ngel -le dijo.
Pero el �ngel ni se dio por enterado.
-Ya veo cual es su problema, amigo...
-Parkinson... Jonathan Parkinson...
- Usted debe ser un lol�tico. Bueno, para eso tambi�n tenemos remedio. Cada loco
con su tema.
Y se rasc� la base de las alas como diciendo, qui�n comprende a estos habitantes
inferiores que llaman humanos, qu� clase de bestias m�s miserables hizo el Creador
inmediatamente despu�s de nosotros y de los delfines en el orden de lo seres
susodichos racionales.
-Perd�neme usted, se�or alado, pero creo que no me he hecho entender.
Me volvi� a mirar con reprobaci�n.
-Entonces, ya s� -continu� imperturbable el �ngel-. Usted tiene vocaci�n de
soledad, es y fue siempre un hombre solitario. No se preocupe entonces, le
asignaremos una casa en Cien a�os de soledad o en Misantrop�a, otros barrios muy
exclusivos y llenos de gentes felices, porque ha dicho San Agust�n, una autoridad,
que un alma contemplativa se hace una soledad para ella misma.
-Mire usted, se�or �ngel repartidor o lo que quiera que sea. No estoy seguro de
preferir la soledad a la vida con una buena mujer. Pienso que es posible que exista
mi media naranja, por lo menos siempre so�� con ella cuando viv�a en la tierra.
Podr�a vivir con ella y con esta ni�a.
Yo quer�a protestar. �Qu� tal si yo no quer�a vivir con otra mujer sino s�lo con
�l? Parkinson me mir� con el desd�n de la emperatriz Sisi cuando estaba enfadada.
Pero �l segu�a con el �ngel:
-Lo que s� puedo decirle es que preferir�a vivir con usted que con esa mujer que
pusieron en mi casa.
-�Vaya, vaya, vaya! Parece que el hombre en serio est� en problemas. Luce usted
desesperado, querido amigo. No desespere usted, que es pecado de demonios. No
suelen darse esos errores por aqu�. Creo, de hecho, que son imposibles, como ya le
dije. Pero si hay una equivocaci�n, siempre podremos repararla. Le voy a decir
algo. Qu�dese a vivir en Causalidad unos meses. Aqu� disfrutar� usted del tipo de
vida celestial que des�e. Lo mismo da si usted tiene un cuerpo que si no lo tiene
porque ya sabe que los habitantes cargan con la costumbre de sus antiguos cuerpos y
aunque usted no crea que los cuerpos existen le garantizo que todo el mundo tiene
no solamente un alma sino un cuerpo, no vaya a pensar que todos son solamente
esp�ritu. No crea usted en las apariencias. Le daremos el alojamiento y la
alimentaci�n para usted y su peque�a acompa�ante. Tenemos los mejores casinos y
discotecas, o puede usted jugar al ajedrez, o puede dedicarse a hacer ejercicio, a
nadar en las piscinas, a conocer j�venes no adjudicadas y j�venes no adjudicados,
ambiguos, �me entiende usted? Qui�n quita que encuentre su verdadera vocaci�n -me
dijo con ojos saltones aunque supongo que sin deseos de ofender.
-Est� bien -le dije-. Me quedar� un tiempo, si me dan una adecuada habitaci�n y si
puedo hacer lo que desee.
-Un momento, se�or. No se vaya a confundir, porque eso s�, tanto en el cielo como
en el infierno, siempre podr� usted hacer lo que des�e. Aqu� no hay trabas.
�Estamos? En todo el M�s All�, bueno, ejem, el M�s Ac�, perd�neme usted si no soy
del todo claro, reina la libertad m�s absoluta. Usted se ha ganado el cielo
leg�timamente y puede andar por �l con toda libertad. Lo �nico que usted no podr�
hacer, porque fue una persona buena en la tierra, es irse para el Infierno. Eso
est� absolutamente prohibido, �igalo bien, no se le vaya a ocurrir. Adem�s -lo dijo
con mucha decisi�n y como por descorazonarme ante cualquier probable fuga- no vale
la pena ir a darse un paseo por el Infierno. No le gustar�a.
Me sonroj�. Ya lo sab�a. Sac� unos papeles de un caj�n de su escritorio y llam� a
un ayudante.
-Lleve a este se�or a la habitaci�n 353. Es un recomendado m�o. Tr�tenlo como a un
pr�ncipe y que se cumplan todos sus deseos.
-C�mo no, se�or -respondi� el �ngel sirviente.
-Ah, se me olvidaba -me dijo su superior antes de yo salir-. Puede echarse un
paseo de cuando en cuando por C�lico Miserere, que no est� lejos de aqu�, apenas a
unos diez minutos en veh�culo et�reo. Es una de nuestras principales atracciones
tur�sticas. Creo que le gustar�. Es un lugar para los rom�nticos nost�lgicos que
tienen buenos recuerdos de la tierra. Como yo no he estado nunca en la tierra, no
comprendo mucho de aquello. Pero usted, probablemente, s�. All�, de alg�n modo, se
le calmar�n sus nostalgias. Vaya y ver�. Adem�s -lo dijo mirando a Escarlatina- hay
unos imagin�metros del otro mundo, con visiones espectaculares sobre las praderas
del cielo y sobre regiones de la tierra. Se los recomiendo para que estudien un
poco de historia. Les har� bien. Cr�anme.
Se rasc� la cabeza como pregunt�ndose qu� clase de locos hab�a tenido que atender
hoy.
�Se trataba de milagros o de leyes del cielo? D�cese que hay un milagro cuando a
Dios le da por hacer lo imposible, lo que por cierto deber�a ser uno de los estados
normales y cotidianos de un ser Todopoderoso que no conoce sino como an�cdota la
barrera que separa lo posible de lo imposible. �Por qu� son entonces tan raros los
milagros? Quiz� para no causar esc�ndalo. Un milagro s�lo se da cuando Dios quiere
lucirse.
-Me das miedo con tus definiciones, doctor Alzheimer -dijo Escarlatina.
Ya el doctor Alzheimer puede comenzar a elaborar un listado de las leyes que rigen
el universo celeste. Como un aplicado disc�pulo de Kant se convierte en el primer
fil�sofo del M�s All�. Se dice que no puede continuar con la idea de una serie de
relaciones de causalidad basadas �nicamente en el caos, lo que se reduce a
relaciones de caosalidad. As� no parece funcionar el cielo. A cambio tiene que
haber un orden secreto, oculto, se dice, y eso es lo que tiene que encontrar. Tras
largas vueltas se le ocurre que puede estar basado en dos ideas rectoras: el deseo
y el poder. Al fin y al cabo el cielo es el lugar en el cual se realizan siempre
los deseos incumplidos. Lo malo es que se realicen ad infinitum, en eterna
repetici�n de pesadilla.
Cuando Parkinson lo interrog� al respecto, su respuesta fue tanto m�s humilde
cuanto cauta:
-Yo apenas soy un presocr�tico de este nuevo universo en el que usted y yo
tendremos que vivir para siempre. Ya vendr�n con el tiempo los verdaderos
fil�sofos. Y si los dioses me conceden eternidad, quiz�s mi nombre figure un d�a en
esa dichosa lista.
Parkinson quiso darse una vuelta por C�lico Miserere pero a pesar de quedar tan
cerca, no encontr� un medio de transporte adecuado. En el cielo los habitantes
simplemente no viajaban, no ten�an a d�nde viajar ni motivo para hacerlo, ni el
h�bito. Cuando tienes todo al alcance de la mano, ya lo hab�a observado Darwin en
el antiguo planeta llamado Tierra, tiendes a perder las piernas. Algo cercano a la
desesperaci�n era lo que resent�a Parkinson cuando parti� de Causalidad en viaje
hacia C�lico Miserere en compa��a de la peque�a Escarlatina. Quiz�s en aqu�l sitio
cercano al mar encontrara una respuesta en esas visiones de la tierra que le
prometieron los nost�lgicos. Caminaron largo trecho, cuando le pareci� que unos
�ngeles que ven�an en bicicleta con rumbo contrario se burlaban de ellos. Errantes,
Parkinson y Escarlatina se aferraban el uno al otro bajo el chaparr�n infernal que
ca�a en las anchas praderas del cielo. La noche comenzaba a caer. Tiritantes, �l le
pas� su chaqueta por encima de los hombros a ella. Buscaron un refugio en una
caba�a olvidada. En el interior hab�a un hombre santo al que se le hab�a desbordado
la copa de los ruegos y de las oraciones. Se march� para siempre del cielo, o al
menos �l cre�a que se hab�a marchado, al ponerse furioso porque, seg�n les dijo, se
le estaba haciendo imposible la vida en la ciudad de Almorrana. �Para eso vivi�
toda su vida en un monasterio, para que vinieran ahora a obligarlo a su pesar a
hacer vida p�blica como heraldo divino, para ponerlo a hacer lobbie delante de los
�ngeles? Que se fueran todos al diablo junto con quienes ven�an a importunarlo a
estas horas y a echar a perder su tranquilidad.
Aqu� somos apenas uno de los renglones m�s bajos de los seres. Los que hemos sido
mortales estamos reducidos a la obediencia pasiva a las nueve categor�as de
�ngeles, esa estirpe de suplantadores de Dios que se estiman a s� mismos la �ltima
de las maravillas del universo conocido, escarban en nuestros corazones
continuamente en busca de rincones inexplorados de las imaginaciones como si no
pudieran soportar la riqueza de nuestras invenciones y si bien es cierto que la
mayor�a de ellos son discretos y escuchan razones, los hay tambi�n presuntuosos,
pedantes y engre�dos, e incluso tir�nicos, como Uriel, un imb�cil que no aguanta
humanos, que los detesta, que conspira en silencio para arrojarnos de nuevo del
Para�so y que se presenta como un hip�crita ante el Ser Superior. Los hay
igualmente que tiran la piedra y esconden la mano y cuando viene un arc�ngel se
hacen los desentendidos; sobretodo, aqu� se observa que el gusto y las costumbres
se corrompen por doquiera, pues hay una categor�a especial de �ngeles cuyo porte y
presencia son absolutamente rid�culos y ninguno de ellos parece darse cuenta de
ello; antes bien, se pasean muy ufanos y se pavonean de continuo por las sombreadas
avenidas celestes, a veces llevando de la mano a sus peque�as e inmundas larvas de
�ngeles. Acaso de tanto observar a los modistos de la tierra fueron adquiriendo
esas costumbres de indolencia vanidosa. Se les ve por las calles, envueltos en la
amarillez de sus rostros, apresurando adrede el paso, contone�ndose como cualquier
modelo de revista. Y si de los �ngeles tengo m�ltiples quejas, qu� no dir� de los
humanos, de tantos desagradables que andan por ah� sueltos. �Dir� que no me soporto
a buena parte de aquellos con los que tengo que compartir el cielo? Por eso he
tomado la resoluci�n de aislarme. Pero tambi�n, debo decirlo, hay �ngeles
simp�ticos y una cohorte especial, a la que he llamado los �ngeles humoristas, que
me hacen recordar que el ser ideal es un �ngel devastado por el humor, y hay un sol
artificial que nunca es posible ver pero que sale con regularidad asombrosa y que
llega a semejar las estaciones en alguna regiones cuando brota un poco m�s tarde en
invierno y un poco m�s temprano en verano y que se oculta igualmente pronto, pero
la ausencia y prohibici�n de tener relojes no nos permite hacer buenos c�lculos
acerca del tiempo y tampoco es que importe mucho, nos deja un poco en penumbra pero
nos trae una perpetua luz, p�lida, casi polar, como la de un tubo de ne�n que
estorba el sue�o de los que gustamos de la siesta cotidiana despu�s de la hora del
almuerzo. Constato que ese era uno de los deseos de mi infancia. Cuando ten�a
cuatro a�os pensaba que ser�a mejor que no existiera el cansancio ni que existiera
la noche, que todo el tiempo fuese de d�a, un solo sol eterno, pero lo mejor es que
aqu� no hay una mota de polvo, las cosas por lo tanto no se llenan de mortalidad y
en fin todo es m�s o menos lo mismo que en la tierra, salvo que el macabro
espect�culo de la muerte est� excluido de modo que no nos obliga a los falsos
consuelos, a las irrisorias pretensiones de alivio en el olvido, a la asistencia
cotidiana a entierros que preferir�amos evitar, a toda esa parafernalia que
acompa�aba en la tierra la tristeza del vivir y del morir. Pero el cielo es tan
agradable que no hay palabras para describirlo. �De qu� manera explicar un deleite,
que se justifica por s� mismo? La felicidad es interna y externa. No m�s
depresiones, no m�s dolores, no m�s enfermedades, no m�s impuestos, no m�s jefes de
estado, no m�s bur�cratas terrestres. No m�s, sobretodo, angustias, no m�s dolores,
eso es lo mejor. Tendr�a raz�n el fil�sofo cuando sosten�a que la felicidad suma
consistir�a en la mera ausencia de dolor, tendr�a raz�n el estoico que se armaba un
cielo imaginario para suprimir en su fuero interno los dolores, soportando las
penas con una resignaci�n lindante en el olvido de s� mismo. As�, pues, el cielo.
Hay algunas ventajas, por cierto, y por qu� vamos a negarlas. El dinero se sigue
manejando por puro gusto de los habitantes, ansiosos por el temor de abandonar sus
antiguas costumbres y quedar vagando en un universo de indeterminaci�n en el que
campee el tedio e incluso el despilfarro. Y si bien estamos exentos de impuestos,
hay malas lenguas que vienen pregonando en corrillos secretos rumores de posibles
taxaciones futuras, que ya se vienen pensando como medida extraordinaria para
solucionar ciertos problemas de reubicaci�n de quienes no encuentran su verdadero
puesto en el cielo, como la horrible Gangrena. Y nos habr�n vejado. Claro est� que
no dejan de ser habladur�as y, conociendo como creo conocer la naturaleza de los
habitantes y sus temperamentos tan proclives al comadreo, no me hago muchas
ilusiones, pero claro, no todo pod�a ser perfecto y ya se dejan escuchar las voces
de los que se consideran agredidos porque c�mo vamos a pagar, ahora s�, justos por
pecadores, como si fu�ramos la misma cosa, que no es justo, no, que no se nos mida
con el mismo rasero a todos, a los que nos hemos merecido el cielo a trav�s de
arduas penitencias y de negaciones de todos los placeres humanos que aunque fuesen
nimiedades frente a las delicias del cielo no dejaban de ser acrecentados por el
hecho de ser desconocidos para nosotros los venideros de la otra vida y como no
sab�amos c�mo era esa otra vida se nos exig�a un doble esfuerzo para no sumergirnos
d�a a d�a en la molicie y en el disfrute de las playas y de las discotecas y de los
chocolates almendrados o trufados y de las mujeres, oh placer infernal, o de los
hombres, seg�n el caso, y la vanidad de sentirse hermosos y todas esas cosillas que
hac�an de aquel planeta un lugar medianamente bueno sobretodo a algunas horas de la
tarde, ciertos d�as, incluso a veces delicioso para unos pocos afortunados y debe
saberse que renunciaron a todo eso a cambio de una recompensa incierta que ahora
les quieren arrebatar as� no m�s, s� se�or, cosa inaceptable del todo.
De modo que empezaron a aparecer los carteles de protesta en los ventanales de las
suntuosas mansiones y se vieron, t�midas al principio, atrevidas una vez asimilado
el susto, las primeras manifestaciones de rechazo sobre la avenida principal de
Miserere, el status quo comenz� a resquebrajarse sin que los �ngeles se atrevieran,
ignoro la raz�n, a poner fin a las protestas multitudinarias con gases que nosotros
calificar�amos como urinarios o urin�genos, acaso porque como propuso Jorobado
Chagas, de alguna manera se sent�an solidarios con los manifestantes, solidaridad
debida a sucesos similares acaecidos entre ellos como recordaban sus cr�nicas
durante antiguas generaciones espirituales que vieron profundas reformas sociales y
que, al decir de Chagas, el de la facha pordiosera y la lengua estropajosa, estaban
tan acendradas en sus mitos, que las malas lenguas atribu�an a dichas
reivindicaciones salariales la mism�sima rebeli�n de Sat�n, perdida en el comienzo
de los tiempos y de la cual ya nadie se acordaba c�mo hab�a sido por haberse
ubicado en el nacimiento mismo de la eternidad pero la cual dec�an hab�a sido cosa
de sindicatos y de descontentos irrazonables que hab�an llevado la subversi�n y el
mal a los terrenos hasta entonces impolutos del cielo.
Son pocos y parecen haber escapado al control de las altas esferas. Se trata de
los �ngeles lun�ticos. Andan por las calles, rara vez en grupos, casi siempre
solitarios. Llevan en la mirada una melancol�a casi humana. Nos hacen sentir pena
por ellos. Pero de repente se tornan fren�ticos, desaforados, lustrosos. Necesitan
algo, no sabemos qu� es. Nos acosan, se meten en nuestras casas y tratan de
perturbar nuestros sue�os de modo que tenemos que llamar, asustados, a los �ngeles
guardianes en ayuda. Los sacan de mal modo, a empellones invisibles, como si
tuvieran cuerpos, cubiertos de verg�enza y los llevan a los tribunales donde son
juzgados y enviados al castillo de los r�probos.
La noche segu�a cayendo con ese sol noruego de color gris�ceo que no llega jam�s a
la impenetrabilidad infernal de la oscuridad absoluta. Los viajeros apresuraron su
marcha. Y fue entonces cuando hicieron su entrada sin saberlo en Sanies y la
asamblea de santos, pero en el mismo umbral sali� a recibirnos, muy acucioso, un
tal Tom�s de Aquino, un hombre muy gordo y de malos modales y maneras y como no era
la fecha permitida para las excursiones tur�sticas, nos ote� con recelo y nos
pregunt� con resentimiento si ya nos hab�amos le�do su Summa Teol�gica. Parec�a
esperar nuestra respuesta, que deb�a ser la misma que todo el mundo le daba. Nadie
hab�a le�do tal cosa ni pensaba leerla jam�s. Y como yo no pude soportar esa
presencia que se paseaba por los corredores del cielo como Pedro por su casa,
porque ni siquiera Pedro se paseaba con tales �nfulas de pedanter�a por el cielo,
decid� partir de esa ciudad, que tampoco me agradaba. Quiz�s antes de media noche
lleg�semos a C�lico Miserere.
En mayo de ese a�o hubo una exposici�n temporal en el cielo, la primera desde que
se levant� la interdicci�n de los espect�culos: objetos de culto de dioses de otros
planetas y de otros cielos, junto con antig�edades que ech�bamos de menos,
rescatadas por los �ngeles de las iglesias terrestres, preciosas custodias llenas
de esas reliquias de santos que hacen que Sanies, la ciudad de los santos, parezca
un truculento museo de las mutilaciones. Y dicen que pidieron los santos que se les
devolvieran sus miembros amputados y que Dios se neg�, alegando que sin la
adoraci�n de esos brazos, pies, pedazos de piel o de huesos calcinados, pronto se
perder�a el respeto por las cosas sagradas. Y creo que no le falta raz�n.
Fue as� como asist� a la muestra. Y fue as� como de pronto, no m�s acabando de
entrar en el vasto sal�n iluminado de falsas nubes, me entraron unas ganas enormes
de robar, un ataque de cleptoman�a intensiva que se fue apoderando de mi cuerpo y
que me hizo llevar las manos a la boca, arrancarme las u�as, arrancarme la piel de
los nudillos, de puro deseo aguijoneado por la visi�n de tantos recuerdos de
santidad. Hice entonces un esfuerzo para que desaparecieran las ganas de apropiarme
de alguno de los elementos de la colecci�n que reposaba all�. Y me dije, Jorobado
Chagas, no debes volver a robar, sigue con tu vida tranquila de mendigo. Y record�
que me hab�an dicho, aunque no me consta, que a todo el que roba en el cielo se le
cae pronto una mano, as� que imagin� que pronto la m�a ir�a a adornar las salas del
museo. As�, seg�n me contaban, pronto desaparecen todos los robos y por eso hay tan
pocos ladrones, aunque yo creo que es porque no hay necesidad de robar. Pero
olvidan los que as� razonan que siempre habr� un coleccionista que no resiste a la
tentaci�n y un clept�mano que roba por el puro placer de robar as� como un fumador
fuma por el puro placer de fumar. Y yo soy un clept�mano.
Me apropi� de un par de tibias de santas y me las llev� a casa y ahora las
conservo en formol en el aparador y las muestro a todo el que quiera verlas.
M�s inquieto que un adolescente, se acerc� a la ma�ana siguiente a los l�mites del
cielo y contempl� con nostalgia esas nubes que se despliegan hacia abajo con un
abanico de vagas posibilidades prometidas. No lo sab�a a�n, pero estaba en
Miserere. C�lico Miserere, como lo sabe hasta el m�s ignorante de los habitantes,
es el lugar desde el cual se puede contemplar a trav�s de los imagin�metros de los
balcones todo el mundo que dejamos atr�s. Por eso los llaman �balcones de C�lico
Miserere�.
El gu�a tur�stico de C�lico Miserere lo condujo a una roca. All� estaba sentado,
impeturbable, un anciano ciego, mascullando frases misteriosas.
-�Qui�n es? -pregunt� Parkinson. -Parece S�crates, o por lo menos Arist�teles...
Si tuviera los ojos m�s rasgados dir�a que puede ser Confucio...
-No. Esos que mencion�is est�n en el infierno. Este es uno mucho m�s sabio que
aquellos. Nunca predic� nada y muri� desconocido. Un verdadero sabio.
-Ah. Ya veo. Un sabio. Pens� por un momento que era el famoso sabio de la
Antig�edad que invent� a Dios...
-Por supuesto. �D�nde, si no, dejamos a aquellos que en la vida en la tierra se
retiraron dentro de s� mismos y despreciaron los bienes terrenales? Deber�as saber,
agreg� el �ngel con did�ctico tono doctoral, que existe y existi� una multitud de
hombres m�s importantes que aquellos a los que dieron prebendas y fama en la
tierra. El menor disc�pulo de la escuela estoica vale m�s que el m�s reputado de
los fil�sofos; cualquier aplicado alumno de Zen�n, o de Ep�cteto, o de S�neca,
hasta los epic�reos o los diogenianos valen m�s que muchas de estas gentes. Es por
lo que nos vimos obligados, luego del tr�nsito del Mes�as, a abrir los salones de
los virtuosos que vivieron antes y el de los virtuosos que vivieron despu�s y que
nunca fueron cristianos. Y su prestigio es enorme. Ah� est�n los hombres buenos y
probos de todas las religiones, bien pocos por cierto a la hora de hacer un
balance, pero hubo muchos de ellos en la China, otros tantos en Arabia, una buena
parte de gentes sin religi�n, otra buena cuota de ateos y de agn�sticos...
Algo se ilumin� en la mente de Parkinson:
-�Va por all� en ocasiones un te�logo sueco?
-�El que dice venir del siglo dieciocho?
-S�.
-Desde luego. Es uno de nuestros preferidos. Si quisiera podr�a vivir all�, pero
es un peripat�tico -de esos tambi�n tenemos una buena cantidad, y de los que gustan
vivir dentro de toneles y de los que vagan por las calles en traza de mendigos- y
no les gusta vivir en lugar fijo sino dando vueltas por ah�...
-�Sabe usted, se�or �ngel, si el te�logo al que me refiero ha dado alguna vuelta
por las comarcas infernales?
-Ah, no. Eso no. Ni por pienso. Si bien los habitantes de la antis�ptica sala
estoico est�tico esc�ptica antis�ptica tienen libertad de movimientos, no suelen
ser demasiado curiosos. Ver� usted que ellos profesan que cualquier lugar del
universo es lo mismo y que en todas partes se sienten igualmente a gusto -o a
disgusto, no lo s�-, pero ah� se les ve con apariencia de felices...
-�Y Jorobado Chagas, un mendigo de Manhattan, del siglo veintidos, ir� por all�?
-No. A las gentes del cielo se les ha prohibido esta visita. No es que le temamos
a una huida sino a un secuestro, y una vez que entren all� ser� dif�cil que puedan
volver a salir.
Parkinson record� las palabras del doctor Alzheimer sobre el libre albedr�o en el
cielo. La del �ngel bien pod�a ser una disculpa, pero como s�lo se vive una vez,
as� sea en la Eternidad, era imposible comprobar qui�n ten�a la raz�n sin
arriesgarse a verlo con los propios ojos. De buena gana �l hubiera hecho la
experiencia, aburrido como estaba en su situaci�n, pero le ocurr�a lo mismo que a
tantas personas en lo que fue una vez la tierra: no ten�a un buen motivo para
hacerlo. Por el momento lo reten�a el amor hacia la peque�a Escarlatina. Era un
triste amor aqu�l, como el que inspiran las personas d�biles, y Parkinson lo sab�a.
Escarlatina tambi�n lo sab�a pero su juventud la ayudaba a no naufragar delante de
esas certidumbres inaguantables. Parkinson se sent�a responsable de ella porque
ella lo necesitaba, se lo hab�a demostrado, se hab�a aficionado a �l y en el fondo
del alma, as� no encontrara jam�s a su pareja adecuada, no estaba dispuesto a dejar
abandonada a su suerte a aquella que parec�a iba a ser una ni�ita para siempre, que
combinaba las cualidades y defectos del beb� con los del adolescente.
Bautismo, s. Rito sagrado de tal eficacia que aquel que entra en el cielo sin
haberlo recibido, ser� desdichado por toda la eternidad.
Ambrose Bierce
�Qui�n podr� miraros, qui�n / aunque al sol sus rayos pida, / si dais para eterno
bien, / no s�lo a las almas vida / pero a los cuerpos tambi�n?
Calder�n
�Pod�a haberse imaginado Parkinson que todas las ma�anas, con el rigor de la
pesadilla carcelaria, en el cielo hubiera un altavoz que llamara a desayunar?
Sobretodo, si tenemos en cuenta que no hay gaznates, ni papilas gustativas, ni
�cidos g�stricos con los cuales digerir. Al menos llamaban en su zona. Por supuesto
quiso marcharse de all�. Empez� a columbrar algo que le hel� la sangre que ya no
ten�a en las venas que tampoco ten�a. El cielo no estaba hecho para los solitarios,
el cielo no era sino para los gregarios. �Quien no se siente bien entre las
multitudes, que se cuide bien de ir a parar al cielo!
S� se�or, por los siglos de los siglos, ese es nuestro destino. �Ser� tan deseable
en realidad? Recuerdo alguna cosa que le� en mis tiempos de la tierra; era alguien
que dec�a que quer�a vivir por toda la eternidad, as� fuera con un eterno dolor de
muelas.
Yo tend�a a la desesperaci�n, al igual que todos los hombres. Las mujeres, por el
contrario, se fueron acomodando, acondicionando sus viviendas para un largu�simo
sejour dom�stico. Algunas iban por ah� portando ollas imaginarias, preguntando por
las cocinas, observando la calidad de los pisos porque no hay mujer que no quiera
tener los pies bien puestos sobre la tierra. �Oh realismo preciso de las mujeres!,
dice un gran escritor franc�s. Les hablamos de eternidad y ellas responden
topograf�a.
-�Y no era lo mismo el cielo antes del Juicio? Quisiera saber qu� pasaba porque
nadie aqu� parece tener recuerdos de esos tiempos, aunque podemos atribuirlo
tambi�n a que nos han robado la memoria. �Era acaso que los cuerpos mor�an junto
con las almas, o que �stas eran puestas en congelamiento en espera del Juicio?
Porque usted bien sabe que sobre esa �poca es mucho lo que se ha escrito aunque
poco lo que en verdad se sabe, pero yo no alcanzo a imaginar c�mo fuera posible que
las almas quedaran en un infierno o en un cielo provisorios en espera del Juicio
como si estuvieran en detenci�n preventiva por simples sospechas o premiados por
falta de pruebas y usted bien sabe que nadie puede ser condenado sin haber sido
previamente escuchado y vencido en juicio. Si no, �para qu� el Juicio Final?
-Oh, s� -respondi� el te�logo-. Las almas sobrevivieron. Pero el cielo antes del
Juicio Final era una calamidad. Estaba lleno de ancianos que ya ni siquera se
acordaban de quienes eran y de almas que hab�an sufrido tanto en su �ltima agon�a
que no sent�an m�s que despecho y resentimiento y ganas de vengarse contra quien
fuera...
Se qued� pensando, recordando...
-S�. Era todo un acontecimiento, s� se�or, cada vez que hab�a guerra o que se
estrellaba un avi�n, porque llegaban almas en perfectas condiciones, sanas,
limpiecitas, como nuevas, que era un gusto verlas y sacarlas a pasear y limpiarlas
y acicalarlas y ponerlas relucientes, en medio de la nube m�s blanca, para regocijo
de todos los ojos.
-La muerte, dijo, tiene eso de bueno que, como del nacimiento, uno no se acuerda
despu�s de nada.
-Eso, si est�s aquejado con la peste de la p�rdida de la memoria.
Pocos eran los que sal�an de su nube a conocer el cielo como lo hab�an hecho
Parkinson y Escarlatina. �Para qu� hacerlo con toda la eternidad por delante? Pero
todo, para los que se aventuraron, bien visto, era igual, una ubicuidad
incomprensible para sus mentes a�n acostumbradas a las localizaciones y a las
concretas coordenadas espaciales. Tan s�lo pasaban vendedores de todo tipo de
artilugios, no porque necesitaran hacerlo ni porque nosostros, los habitantes,
necesit�ramos de ellos. Lo hac�an por simple costumbre, por inevitable rutina,
porque tras cien a�os haciendo lo mismo en la tierra no sab�an ya hacer nada
distinto y se aburrir�an infinitamente a la hora de enfrascarse en otras tareas.
Esto fue lo que se le olvid� a los creadores, que nos dotaron con una l�gica
imperfecta, una l�gica de h�bitos invencibles que nos hiciera insoportable la vida
a unos as� como soportable a otros. Predicadores estrafalarios vagaban de nube en
nube exponiendo doctrinas del pasado, reg�ndolas con l�grimas de amor. Porque amor
es lo que siente el hombre por sus quimeras absurdas, ese es el verdadero amor.
Pasaban y se deten�an, expon�an, maldec�an, se enfundaban en sus h�bitos y segu�an
su camino con una plegaria o una moneda que les d�bamos quienes nos apiad�bamos de
tales desvar�os, antes de que los �ngeles los echasen a latigazos hacia otras
regiones menos habitables o hacia los infiernos, donde ser�an acaso mejor aceptados
que aqu�.
Al te�logo sueco le ha dado por plantar un manzano en la mitad del cielo. Dice que
es el �rbol del Bien y del Mal. Ahora resulta que el que se coma una manzana y
hable con la serpiente que all� se enrosca se va para el infierno. La manzana de la
discordia. Hay varias formas de irse al infierno; una de ellas es voltear la cabeza
para mirar hacia el Hades, otra, para mirar hacia la r�plica de la rep�blica de
Sodoma, una ciudad pr�spera y floreciente del purgatorio en la que florecen los
vicios y a la que s�lo est� permitido entrar a los �ngeles.
Y comenz�, como en todo Para�so, la p�rdida paulatina de los derechos, y todo fue
por supuesto por culpa de las mujeres o, mejor dicho, por culpa de su belleza
insoportable. Primero fueron las enfermedades, que casi todas ellas tienen nombres
femeninos y luego fue la epidemia de belleza que atac� en especial a las
habitantes: desde hace unos d�as el cielo se ha tornado un lugar infernal. De un
momento a otro todo el mundo se ha vuelto hermoso, insoportablemente bello. Son
notables sobretodo en las habitantes los estragos que el exceso de belleza est�
haciendo en ellas. El mismo Chagas, que apenas si alcanza con la epidemia a ser un
ser de apariencia normal y no el horroroso engendro que parec�a ser antes, se
apresur� a anunciar que todo se deb�a a que las autoridades del cielo han decidido
hacer m�s palpable un hecho natural, que aqu� todas las mujeres deben ser hermosas
mientras en el infierno todas son feas, lo cual no es m�s que cambiar el orden del
problema, puesto que en vida terrenal eran las feas las que sol�an ganarse el cielo
mientras las hermosas terminaban as�ndose en las parrillas de Sat�n, entonces se ha
dado fealdad a las hermosas y belleza a las feas para justificar, digamos, la
bondad est�tica del cielo, que no pod�a limitarse, cuando no hab�a cuerpos ni
manera de comprobar la belleza, a pasarse de esas hermosas construcciones de carne
y hueso. Supone Chagas, y lo teme, ante todo, encontrarse en los infiernos con
todas las brujas, si es que alguien tiene los ri�ones tan endurecidos por los
continuos viajes en escoba como para intentar siquiera emprender tan infortunado
viaje. Pero claro, con la epidemia de belleza apenas comenzaron a llegar los
problemas.
Hoy ha sido un d�a perverso como pocos. Las quejas arrecian. Se nos hab�a
prometido que tras el Juicio vivir�amos todos tanto en cuerpo como en alma. La
s�bita decisi�n de dejarnos s�lo en alma, tomada al parecer por motivos t�cnicos,
ha ca�do como un baldado de agua fr�a y por supuesto no ha satisfecho a nadie. De
manera que hoy nos quitaron los cuerpos a todos no sin algunos alardes de rebeli�n
y de vana resistencia y nadie sabe d�nde los pusieron pero Chagas insiste que en
medio de la confusi�n general tuvo el coraje de seguir la caravana y observar c�mo
los hab�an apilado en un dep�sito y que d�as despu�s hab�an aparecido las brigadas
de limpieza que �l estaba esperando y que acerc�ndose furtivamente hab�a escuchado
a los �ngeles hablando entre s� y que los cuerpos fueron arrojados por un hueco a
la mism�sima tierra. A la tierra caen los desechos celestiales. Bueno, es lo que
siempre ha sucedido. Desde entonces me persigue esa idea de millones de cuerpos
apilados a la luz de la luna como cad�veres insepultos en un mundo abandonado. La
verdad es que la existencia de los cuerpos supon�a un verdadero peligro para la
poblaci�n del cielo. As�, por lo menos, me lo explic� el �ngel mucho tiempo m�s
tarde, pero sin agregar, como siempre ocurre, por qu� no nos lo dijeron antes o por
qu� a ellos, que se supone que lo saben todo, les puede salir algo mal. Es lo que
explica acaso por qu� existen los demonios y siguen existiendo, �ngeles que una vez
sublevados se impusieron a Dios mismo y se quedaron all� como exponentes
autorizados del mal, representantes indeseados en el universo de la malignidad, que
si los hubieran podido destruir los destruyen, pero no pudieron hacerlo,
evidentemente, sino que cuentan con poderes tan grandes como los divinos para ganar
adeptos, y no es nada despreciable su n�mero y su fuerza a la hora de contar
cabezas ang�licas apostadas a uno y otro lado de la frontera, por lo que la
propaganda infernal, cuenta Chagas, ha siempre proclamado que los �ngeles
sublevados son m�s del ochenta por ciento del total de �ngeles que en el universo
pasean sus alas, que no lo creo, como s� creo que quiz�s haya muchos m�s habitantes
en los infiernos que en el cielo, porque la vida all� se adpata mucho m�s
f�cilmente a las necesidades y deseos humanos aunque no sea sino un p�lido reflejo
de lo que deber�a ser el Para�so, esto es, un lugar como la tierra, pero sin sus
inconvenientes, pero tendr� que visitar los infiernos para saberlo y comprobar los
�ndices de aglomeraci�n urbana pues no cuento m�s que con los rumores de Chagas y
con mi sentido com�n que me advierte, ojal� no me escuchen, que el infierno es
lugar bastante m�s atractivo que el insulso cielo, pero en fin, ya es mucho que no
haya un solo poder en el universo sino varios, y que la cosa est� mal que bien
democr�ticamente repartida y que uno se pueda ir tranquilamente a donde le venga en
gana y se sienta a sus anchas, que para todos hay sitio en estas moradas
celestiales.
Y por cierto que se rumora que parte del problema de los cuerpos surgi� en las
altas esferas cuando Zeus, que andaba suelto por ah�, empez� a acechar doncellas
con el �nimo muy amistoso aunque totalitario de fecundarlas y que debido a eso las
autoridades hab�an tenido que abolir los cuerpos para evitar los penosos incidentes
que suelen protagonizar de cuando en cuando las bestias alocadas que llamamos
dioses, y que los hay de toda catadura, sexo, estirpe y condici�n, y que en lugar
de estar a buen resguardo en los zool�gicos celestiales andan pavone�ndose por all�
dizque amparadas en la inmunidad que les otorga su condici�n de deidades antiguas y
en la tolerancia que les depara un Alt�simo que aparentemente no se digna descender
del trono a solucionar semejantes nimiedades. Pero eso es lo que le pasa a uno por
venir a parar al cielo. Con ello se lo tenga, que cuando hay ventajas tambi�n hay
desventajas y hasta desagradables, como tener que aguantarse a pelmazos como Zeus y
Hera, ese par de griegos de pasiones desenfrenadas que usan y abusan de los
habitantes como si fuesen suyos y que nos consideran apenas mercader�a sexual para
su uso personal. �Es un asco ! �Es incre�ble que a estas alturas de la eternidad
ese tipo de cosas est�n permitidas! Unos pocos dicen que es m�s c�modo, que se
sufre menos, que si tuvi�ramos cuerpos nos distraer�amos demasiado del disfrute de
los goces eternos, mientras que los otros pregonan que no importa, que prefieren la
concupiscencia de la carne a la beatitud espiritual y que no se puede pedir una
eterna felicidad a esp�ritus puros, lo que desde luego ha llevado a que
naturalmente se hayan formado dos partidos, los Cuerpistas y los Almistas, �ste
�ltimo subdividido en tres facciones: los Animistas, los Unanimistas y los
Reformados. No he podido entender bien cual es la diferencia pero entiendo que las
tres rechazan el cuerpo como cosa impura y digna apenas de la miserable existencia
que antes llev�bamos, puesto que su doctrina predica que en la sola cabeza de un
alfiler caben m�s almas que en la cabeza de un �ngel, mientras los otros pregonan
que como los ricos est�n ya todos en el infierno, ahora todas las almas corporales
caben por el ojo de una aguja, con o sin camello. Y si bien no entiendo los
argumentos de los unos ni de los otros -cosa semejante me pasaba en la tierra
cuando escuchaba perorar a los l�deres pol�ticos o a los jefes de las diversas
sectas dispersas-, me alivia pensar que ellos tampoco se entienden entre s� y que
m�s bien se las ingenian para canalizar esas diferencias perennes transmitidas de
generaci�n en generaci�n a trav�s de las artificiosas divisiones sectarias que
permiten socializar el esc�ndalo y el pecado e individualizar el bien de modo que
cada individuo por separado pueda merecer el cielo mientras que el grupo en pleno
no puede ser condenado porque las leyes celestiales ense�an que ninguna asociaci�n,
sociedad y en general esos engendros que se llaman personas jur�dicas no es
susceptible de pecado porque el pecado es uno y s�lo y es personal y los que se
condenan son y ser�n siempre los seres humanos y no las ficciones, como este
relato.
De modo que en adelante, nada m�s de cuerpos, as� que recogieron las ropas y las
quemaron en grandes hogueras y nos dejaron desnudos con nuestras meras almas al
descubierto, imag�nense el poco inter�s de la cosa. Pero los grandes males vienen
tambi�n con sus grandes soluciones atadas a la grupa. Un d�a lleg� Chagas, muy
alegre al bar.
-�Sexo en el cielo, viejo! �Van a permitir el sexo en el cielo!
-�C�mo eso?
-S�, s�lo una hora a la semana, los mi�rcoles, creo, pero eso ya es algo, por ah�
comienzan, calculo, si no me equivoco, que en dos meses tendremos el sexo
c�modamente instalado por estos lares... Yo me s� bien lo que digo. Pues es que si
ya hab�an permitido tener cuerpos, ergo... O si no, �para qu� sirven los cuerpos si
no es para tener sexo con ellos? Si bien se fijas, patroncito Parkinson, el sexo es
lo �nico en la vida a lo cual podemos dedicar todo el cuerpo y toda el alma,
ergo... Nada m�s, �ni siquiera a dormir!
-�Vaya, nunca lo hab�a pensado!
Hubo una vez unos muertos que se sentaron juntos, en cualquier parte, en la
oscuridad. No sab�an d�nde estaban. Tal vez en ninguna parte. Se sentaron y se
pusieron a charlar para salvar la eternidad.
P. Lagerkvist
Como son incapaces de recibir cualquier influjo del cielo, donde el Se�or s�lo
tiene la sabidur�a, pierden gradualmente la abilidad de pensar lo que es verdad
sobre cualquier sujeto; y finalmente se vuelven sordos, o hablan de forma est�pida,
y se pasean con sus brazos balance�ndose como si se hubieran debilitado en las
coyunturas.
Swedenborg
Vivir eternamente ser�a tan dif�cil, me parece, como dormir toda la vida.
A. Ch�jov
Nunca entender� c�mo se puede vivir sabiendo que no se es, por lo menos, eterno.
Cioran
Vivir sin quererlo es cosa aterradora, pero ser�a mucho peor ser eterno sin
haberlo pedido.
Lichtenberg
El reino de los cielos invade poco a poco los vac�os de nuestra vitalidad. El
objetivo del imperialismo celeste es el cero vital.
Cioran
Np cultivemos nuestra pena, / La Eternidad se encargar�...
Maeterlink
Siempre guardamos algo de nuestro pa�s. / En vano nuestra alma est� en el para�so.
Voltaire
Memnon le dijo entonces: �Se�or, sin mujer y sin cena, �a qu� dedicais vuestro
tiempo?�
Voltaire
Ser�a un gran est�mulo a la amistad virtuosa, si fuera probable, que esa uni�n que
ha recibido la aprobaci�n divina continuara en la eternidad.
Samuel Johnson
Le�do en Raymond del anglosaj�n Sir Lodge: "Algunos difuntos, poco repuestos de las
costumbres de la tierra, solicitan, al ingresar al cielo, whiskey escoc�s y
cigarros de hoja. Listos a toda eventualidad, los laboratorios del cielo afrontan
el pedido. Los bienaventurados degustan esos productos y no vuelven a pedir m�s.
Jules Dubosc
En numerosas cavidades del coraz�n femenino la piedad y el deseo son vecinos tan
pr�ximos que nuestras mujeres no ser�an jam�s virtuosas sino en el infierno donde
los humanos deben soportar tantos sufrimientos horrorosos y en ninguna otra parte
pecadoras que en el cielo donde la gente tiene demasiada felicidad.
Jean Paul Richter
San Bernardo ense�� a prop�sito del alma que despu�s de la muerte, ella no ve�a a
Dios en el cielo, sino que conversaba solamente con la humanidad de Jesucristo.
Voltaire
�Despu�s pensaba que toda criatura humana forma parte, sin saberlo, de los sue�os
amorosos de aquellos que con ella se cruzan o la rodean y que, por la otra, de la
timidez o el pudor del objeto codiciado, o de sus propios deseos tal vez dirigidos
a otra persona, cada uno de nosotros se halla de esta suerte abierto y entregado a
todos�.
Marguerite Yourcenar
Dado que el lector moderno no es tan paciente como los Tronos, los Serafines y las
Dominaciones, suspendo en la mitad la exposici�n del regio discurso.
Taine
9. NOSTALGIAS DE LA TIERRA
Ante tanta inactividad, contin�o mi descripci�n del cielo. Observo ahora que ese
fr�o glacial que nos ataca con insistencia no es un fr�o real, sino m�s bien una
ausencia de calor en el cielo, lo que intento decir es que falta aqu� el grillo del
hogar, esa sensaci�n de calor que un d�a conocimos en la tierra, porque a decir
verdad la temperatura es constante y no sufrimos a causa de ella y no obstante
nadie se siente c�modo. No s� si escribirlo, mas resisto. Bueno, puede ser
impresi�n m�a, pero lo cierto es esto. El tigre no es tan lindo como lo pintan.
Mejor dicho, quiero decirlo pero no me atrevo, la verdad es que si me lo preguntan,
tengo que responder que s�, que el cielo es agradable, agradabil�simo, pero yo no
acabo de sentirme del todo c�modo y espero que no me escuchen ahora, porque me
siento rodeado como si tuvieran micr�fonos invisibles por todos lados; es cierto
que tenemos a nuestro alcance todas las cosas que conforman lo que conocemos como
mundo de lo material, todas las delicias hed�nicas que podamos desear, que podemos
saciar y resaciar los apetitos de todos los �rdenes cada vez que queramos, pero la
verdad es que prefiero acordarme, y de hecho me acuerdo con nostalgia, de los
perdidos reinos imaginarios de mi infancia. Puede ser simple falta de costumbre o
de cordura. La verdad es que padezco la nostalgia de la tierra.
Tal vez el error consista en que si bien podemos cambiar todo, nuestros esp�ritus
resabiados son los mismos de anta�o. Yo soy el mismo que fui en la tierra, m�s
maduro si se quiere, pero si hubiera cambiado no ser�a yo sino otro el que estar�a
purgando su felicidad en estas moradas encantadoras. Menos mal nos han dicho que se
van a organizar expediciones peri�dicas, de puro recuerdo, para los aficionados a
estas cosas, a diversas �pocas y sitios del extinto planeta, buena esa, es una gran
noticia, es una idea que debemos celebrar, tal vez sin caer en exageraciones
optimistas porque ya hemos visto que cuando cedemos al entusiasmo somos pronto
d�sabus�s y todo se nos viene abajo como la torre de Pisa cuando finalmente se
derrumb� con el estr�pito de un trono celestial al que se le ha partido una pata.
Pero como llevamos ya tantos d�as, y aunque aqu� no la pasamos nada mal, me parece
que hay algo intensamente vulgar en este sitio. �Mentir� si digo que no me acaba de
agradar? Por mi parte, y digan lo que digan, estoy seguro de que en alguna parte
existe ese mundo en el que todo, absolutamente todo, es pura exaltaci�n y poes�a.
Yo cre�a que era en el cielo. Pero, �d�nde estar�? �Ser� una tentaci�n la que me
empuja a tratar de buscarlo en el infierno?
Que si fuera tanta la dicha de estar aqu� no deber�amos ni por equivocaci�n, pues
ser�a una blasfemia, deplorar la muerte de nuestros seres queridos...
-Y sin embargo los lloramos.
-Eso es lo que yo digo. Hay algo en eso que me revuelca el est�mago.
�Tendr� que explicar que s�lo los esp�ritus superiores pueden advertir una
constante, leve pero firme degradaci�n de la vida en el lapso de varios milenios,
como el planeta que gira alrededor de una estrella unas mil�simas de segundo m�s
lentamente cada a�o?
El doctor Alzheimer siente la necesidad inaplazable de hacer la cr�tica de todo lo
que sucede en el cielo. Es un cr�tico implacable, tanto m�s cuanto que est�
amargado porque en sus esperanzas y en sana l�gica �l esperaba y quer�a que el M�s
All� fuese �la nada� -o quiz�s inconscientemente se hab�a adaptado a esperarla- y
pensaba en qu� ser�a lo que habr�a al final de la vida carnal, terrestre, y en
verdad que prefer�a la aniquilaci�n a esta farsa que le dicen ahora que es el
cielo, y que, como la vida en la tierra, tiene que vivir a su pesar. Comienza a
hilvanar esas frases afortunadas que ser�n el asombro de los tiempos por venir...
�Dicen que el hombre fue hecho a su imagen y semejanza. No me cabe ninguna duda de
ello... A juzgar por esos hijos no es mucho lo que se podr� esperar de los padres,
�no?�
El escritor, triste amanuense de los dioses que ignora su misi�n, contin�a
recopilando citas sobre el cielo. No sabe con qu� fin lo hace. Cambia
constantemente la voz narradora, se pierde en el laberinto de la eternidad. Ignora
que sin quererlo est� armando el rompecabezas, aunque quiz�s le falten datos y otro
venga a hacerlo luego, pero alguien lo har� finalmente y �l lo sabe porque ha
tenido la visi�n de un �ngel, que se lo ha dicho todo. Pero los dioses se las
ingenian para pasar su mensaje a los hombres, nos escogen sin que lo sepamos y nos
advierten. Pocos son los que escuchan y saben escuchar.
�Y como diablos, en verdad, escribir una historia que se desarrolle en la
Eternidad? Ese es el primer aprieto con el que tropezaba el primer novelista en el
cielo, que es lo que se cre�a ahora. Si bien, se dijo, �no es en el fondo el mismo
aprieto que tendr�a un novelista en la tierra? �Su problema no ser�a a�n m�s
acuciante? El por lo menos ten�a certezas, el pobre humano no ten�a m�s que vagas
expectativas y s�lo una promesa cierta, la de la muerte. Quiz�s para el de la
tierra era mucho peor, puesto que no sab�a si estaba agotando un gran pedazo de
algo que no iba a ser la eternidad sino que se le iba a agotar poco a poco, con una
rapidez que resultaba inicua a la hora de calibrarla con la eternidad. Y as�, se
preguntaba, �no era peor echar a perder lo poco que nos quedaba, jug�ndolo a los
dados? Si al menos cuando viv�amos en la tierra nos hubieran dejado saber que
despu�s tendr�amos toda la eternidad para escribir... As� lo que echar�amos de
menos era no haber vivido m�s la vida, no haber hecho m�s veces el amor, no haber
conocido m�s lugares del mundo que ahora se nos esquivaba por una Eternidad
abominablemente pareja y mezquina en la que no hab�a nada que jugarse m�s que el
derecho a no estar aburridos.
Hay una zona del cielo que se llama Indiferencia, a donde van a parar todos esos
tarados para los cuales da lo mismo estar en cualquier parte... Todo les es
indiferente, su cerebro vacuno no les permite distinguir y est�n impasibles tanto
en el cielo como en el infierno... Su �ngeles guardianes se desesperan, no hay
suplicio que valga, ni ponerles dinamita donde sabemos, ni ofrecerles d�divas sin
cuento, porque a ellos, en definitiva, nada les importa... Constituyen una de las
mayores paradojas del cielo, un problema inveterado, un inefable argumento contra
la planificaci�n del universo.
-�Sabe usted, le dijo el doctor Alzheimer? No los han podido clasificar. Esos
idiotas no son ni buenos ni malos. Y todo les da lo mismo. No los quieren aqu�, y
tampoco all�.
Los �ngeles les dijeron que cuando llegaron all� eran apenas unos ni�os. Son pocos
en medio del tropel de almas y s�lo vivieron su situaci�n porque por casualidad
eran ni�os cuando lleg� el Juicio. Parec�an engendros del limbo, de diversas
edades, pero eran ni�os de carne y hueso cuando los trajeron, los �nicos inocentes
que no fueron juzgados sino llevados directamente a los refrigeradores antes de
echarlos a vagar desnudos y hambrientos por las nubes. Discut�an, aunque no lo
crean, sobre su derecho al cielo, parejo a su derecho al infierno, pero la ley de
la norma m�s favorable los ampar�. Merec�an el cielo. Y eso fue lo que se
determin�. Pero los �ngeles los fueron recogiendo cuando se desperdigaban por los
rincones del cielo durante los interminables d�as de las sentencias irremediables.
Despu�s intentaron educarlos pero el experimento fracas� porque sus infancias
manifestaron cierta tendencia a extenderse una eternidad. Unos apenas comenzaron a
hablar despu�s de un siglo, otros se quedaron en el umbral de la adolescencia hasta
el primer interregno de mil a�os, cuando se hizo la pausa que ocasion� la segunda
guerra celestial. Y al despuntarles el bozo, fueron reclutados. Luego aqu�l era un
cielo de ni�os, un cielo coloreado e inocente, en el cual nadie, o muy pocos, se
acordaban del pasado. Algunos, los m�s peque�os, ve�an las visiones de pesadilla de
las explosiones y tardaron mucho tiempo en curarse, si es que alguna vez se
curaron. Los �ngeles los sometieron a largas sesiones de tortura y a tratamientos
intensivos de readaptaci�n a la felicidad pero ellos, como buenos humanos, se
mantuvieron fieles a sus obsesiones y traumas. Otros pensaban, por lo que contaban
los mayorcitos, que la tierra era otra dependencia del cielo, al igual que el
infierno, una especie de trinidad de posibilidades para cuando crecieran. No
dec�an, cuando sea grande quiero ser polic�a o bombero, sino, cuando sea grande
quiero ser humano o diablo o �ngel. Muchos pensaban que en realidad alg�n d�a
llegar�an a ser �ngeles, les parec�a el camino m�s l�gico hacia la edad madura. Por
fortuna para ellos sus profec�as nunca llegar�an a cumplirse.
-�Qu� es eso?
Sus ojos estaban llenos de l�grimas. Acariciaba su tesoro, con el rostro casi
pegado al suelo.
-Dime que es.
Escarlatina s�lo lloraba, inconsolable.
Parkinson se acerc� un poco m�s.
Era algo peque�ito, pero el olor era inconfundible.
Tom� el pedacito en sus manos, lo dej� rodar entre ellas, acarici�ndolo,
palp�ndolo.
Bes� el suelo y se puso a llorar de la emoci�n.
Parkinson sinti� otra vez el olor dulce y sus ojos se aguaron, se disolvieron en
nostalgia, se le derriti� el coraje.
Era un trozo de tierra.
Fue Chagas el que esculcando un d�a en sus bolsillos encontr� el peque�o tesoro.
No nos lo dijo, pero sembr� la semilla, de lo que fuera, contra los muros desnudos
de la que llamaba su celda celestial. En ese medio h�medo, la semilla germin� y la
celda se cubri� de yedra.
Cuando devolvieron los cuerpos empez� el problema de las comidas apetitosas. Los
manjares palaciegos, as� como el �mbar, el n�ctar y la ambros�a, llevaban taciturno
a m�s de uno y lo cierto es que quer�amos comidas m�s concretas, que mor�amos por
ellas. Los unos suspiraban por helados de chocolate, los otros por jugosos roast
beafs. Lo que est�bamos echando de menos eran los sabores, sabores de pi�as, de
manzanas, de naranjas, de toronjas, de salsas terrestres, de aderezos trabajados,
recuerdos que nos persegu�an a todas partes en el cielo. Algunos de los habitantes
hab�an amenazado ya con iniciar una huelga de hambre pero yo me preguntaba un poco
perplejo con qu� objeto, si aunque no comi�ramos nada, lo mismo seguir�amos vivos,
lo mismo no �bamos a crecer ni a superarnos en nada, pues el n�ctar y la ambros�a
no alimentan en absoluto. Alguien propuso eliminar por un tiempo el n�ctar y
reemplazarlo por miel de abejas, para lo cual podr�amos montar panales en el cielo,
pero las autoridades dijeron temer, si no las picadas, si desagradables efectos del
ruidoso aleteo de los insectos. Y siguen las protestas. Por ah� se les ve a los
unos, empu�ando pancartas: �queremos comer!, gritan, �para qu� tenemos bocas, acaso
para mir�rnoslas?, dicen los otros. Y ni qu� hablar de los santos en el cielo, que
se la pasan borrachos, bebiendo whisky, fumando, dados a los placeres de la carne,
que por algo renunciaron a ellos cuando estaban en la tierra, para poder tenerlos
eternamente. O si no, �para qu�? Si eran placeres, es porque eran buenos, y en el
cielo la bienaventuranza est� compuesta solamente por placeres, de manera que
alguien como Chagas s�lo pudo ocuparse de pecar, es lo �nico que sabe hacer. Era lo
�nico que le sal�a naturalmente de su ser inclinado a la devoci�n hacia los dem�s
en un sitio donde se le prohib�a cualquier clase de sentimiento filantr�pico. De
modo que se afinc� de una vez por todas en Miserere, donde esperaba poder prodigar
sus favores a tantos y tantos damnificados...
Y con el odio a lo celeste lleg� el amor entre los habitantes. Acaso la amistad y
el amor se hab�an perdido en el cielo, se los hab�an llevado para otra parte, quiz�
fueran ahora patrimonio exclusivo del infierno, no me extra�ar�a, porque encuentro
invariablemente en el amor verdadero las se�ales ineludibles de lo pecaminoso.
Pecaminoso, el camino de las pecas. El mundo del cielo tiene el encanto de las
tierras v�rgenes pero es como un campo de concentraci�n, una jaula dorada plena de
lujos y artificios en el cual se est� condenado a la felicidad eterna, que acaso si
no fuese eterna ser�a m�s felicidad y menos tedio interminable, bueno, y es que he
aqu� llegado el momento de relatar el tedio y la nostalgia irredimibles; en esta
felicidad desapacible me hacen falta Swedenborg y los pitag�ricos, echo de menos a
Beethoven y a los Beatles, me hace falta la mitad de mi familia, arrebatados al
infierno por meras casualidades de la vida y separados para siempre de sus seres
queridos como se hac�a en los puertos a la llegada de los barcos negreros. Me hacen
falta la amistad, las largas charlas intrascendentes con los amigos, los ratos de
ocio, sin hacer nada m�s que contemplarme el ombligo como un dios antiguo en la
cima de los Olimpos. Y es que aqu� somos los reyes del ocio pero no tener que
trabajar pasa aqu� por ser una gran desgracia. Los unos van, los otros vienen,
todos siempre atareados porque no saben qu� hacer con sus ocios, preferir�an con
mucho, estoy seguro de eso, que se les impusieran tareas, tienen todav�a almas de
esclavos, porque a quienes Dios ha hecho esclavos nada ni nadie podr� redimir
jam�s, �qui�n dijo eso? �acaso el te�logo sueco? Pero el problema no es ese; en
realidad el problema est� en la escasez de cosas que es posible hacer; no es que no
seamos felices, s� lo somos, tenemos todas las comodidades, disfrutamos de todos
los bienes posibles pero ni siquiera los que gozamos de nuestro ocio tenemos c�mo
mejorarlo, espero que me entiendan, el problema es que ya no hay casi nadie con
quien hablar aqu�, es como si la inteligencia se hubiera esfumado, que se hubiera
ido a refugiar al infierno o qui�n sabe d�nde, todos viven en sus tonter�as, se han
ido idiotizando, andan por ah� como asnos, se han acostumbrado al mal ocio, a la
pereza est�ril y eso explica por qu� siempre la han combatido con tanta acrimonia y
han hecho hasta lo imposible por permancer ocupados en tonter�as no menos absurdas,
y cuando el tedio te agarra ya no puedes luchar contra �l, porque los mismos
lugares en los que antes disfrutabas se te empiezan a hacer insoportables, eso es
lo que no aguantas y te revienta.
Escarlatina y yo est�bamos ya hartos de cielo. So��bamos con estar alg�n d�a en la
tierra, con saltar, con jugar, con sentarnos a leer o a conversar, porque aunque no
se crea la peque�a sabe del arte de la conversaci�n como ninguna, tiene unas
ocurrencias que hacen que cada vez que se encuentra con Chagas �ste se sorprenda y
apenas atine a decir:
-Esta ni�a piensa, esta ni�a sabe pensar...
Y lleg� el momento en que hasta los ecos de las b�vedas celestiales empezaron a
impacientar a los habitantes. A Parkinson le entra un prurito, una piqui�a
insoportable. El descontento contin�a, se extiende, se acendra, se exacerba, crecen
en las almas m�s d�scolas los muchos deseos insatisfechos, los malestares que
conducen a los per�odos susodichos revolucionarios. Los �ngeles han redoblado la
guardia, temerosos. Se los nota preocupados. Nos han amenazado por los
altoparlantes con quitarnos no ya los cuerpos sino hasta la misma inmortalidad. Qu�
m�s da, me digo. Acaso nos propongan no un castigo, sino un premio. Que nos la
quiten, me digo. Que nos la quiten, reclaman mis amigos y parientes, solidarios.
�Qui�n perder� al final? Seguramente nosotros no, y as� contin�a el diario de
Parkinson, luego de las manifestaciones de esta �ltima semana hubo hoy una cierta
distensi�n, los �ngeles han impuesto sus condiciones, y si queremos volver a
comenzar, est� bien, pero reanudar las antiguas relaciones, los antiguos lazos,
jam�s... Eso, ni por pienso.
Y claro, por aqu�l tiempo comenzaron a hacer carrera las historias de �ngeles
s�dicos y de sus atropellos y empezaron a aparecer panfletos y escritos an�nimos
en las paredes.
Un d�a lleg� del mar del cielo una botella. Dentro hab�a un mensaje: � Tengo que
denunciarlo... ojal� llegue a manos de alg�n habitante... nos atropellaron... nos
llevaron atados... torturas... vejados... dos desaparecidos... �
Y cuando se le present� una copia de los papeles al �ngel encargado s�lo
respondi�:
-Eso no es cierto. Esas cosas no pueden pasar en el cielo.
-No tan r�pido, respondi� el doctor Alzheimer. Vamos con calma. Y, con todo el
respeto que usted me merece, se�or alado...
-�Agitadores!
Era pues, como siempre, labor de agitadores profesionales. Eso deb�a provenir
directamente del infierno. Y como no ten�amos la violencia de los manifestantes
pacifistas, soportamos las injurias sin pesta�ear. Pero algo se coc�a.
Cuando el mensaje fue llevado por Chagas, jugando a Hermes, al infierno, la
respuesta de los diablos no fue menos interesante:
-Realmente no creemos que estas cosas puedan ocurrir en el infierno, puesto que no
tendr�an sentido.
�Ah ! Olvidaba decir que el cielo es, por encima de todo, y eso lo sabe
cualquiera, el reino del amor, del amor m�s puro y m�s invencible. La finalidad del
cielo es amar y compartir ese amor con los dem�s y con los �ngeles, no obstante la
persistente antipat�a que nos tienen, a juzgar por ese ambiente tenso y casi
insoportable en el que se ha convertido en los �ltimos meses el retiro en el
Para�so. Intentar� narrar ahora esa antipat�a que fue surgiendo entre �ngeles y
humanos y que no puedo explicar de otra manera que gen�tica. Natural. Ineluctable.
Poderosa.
Muchas gentes se dedican y se dedicar�n por toda la eternidad a AMAR. Es lo que
mejor saben hacer. Pero, �en qu� consistir� ese amar, me dir�n ustedes? �Qu�
diablos puede hacer uno �amando� todo el tiempo? Ah, muy sencillo. Amar es amar,
sencillamente, porque el amor es menos complicado que cualquier explicaci�n que de
�l se haga. Les ve uno bes�ndose por las avenidas, sin importar los sexos, que aqu�
no cuentan demasiado habida cuenta de la limitaci�n de los h�bitos de reproducci�n,
aunque ya se ha dado el caso de parejas que han pedido tener hijos en el cielo,
peque�os angelitos de origen incierto que formar�an una categor�a distinta,
intermedia entre los �ngeles y los hombres, con gran turbaci�n para los primeros,
lo que tal vez explique la extrema vehemencia con la que se han opuesto a la
medida.
Claro, si el amor es compartir, entonces todos ellos viven juntos y se soportan,
conforman grandes urbes celestes elaboradas de puro amor, se dicen cosas hermosas
todo el tiempo, est�n unidos, as� est�n dedicados a diversas tareas; personalmente
no entiendo ciertas formas de soportar a los otros, pero debo considerarlo como una
falencia propia m�s que como un desacierto de ellos, porque �con qu� criterio
juzgar� a tantos y tantos que parecen divertirse con cosas que a m� me dejan hasta
cierto punto indiferente cuando no me parecen formas desconocidas del masoquismo
m�s puro? Pero ellos lucen felices y eso, finalmente, es lo �nico que cuenta aqu�,
en el limbo y en el mismo infierno. Ser felices. As� lo dice el te�logo sueco,
haci�ndose el sueco: El cielo tiene dos caracter�sticas b�sicas: Eternidad y
Felicidad. El Infierno tambi�n.
Pero resulta -y esto no fue tenido en cuenta a su debido tiempo por las
autoridades- que el amor tambi�n es compasi�n por los que sufren, y los que aman se
han entregado con pasi�n devoradora a una nueva misi�n, mejor dir� man�a,
impulsados por sus l�deres espirituales, en una batalla redentora. Se trata de
salvar a los desdichados que purgan pena en los infiernos, idea que ha sido muy mal
tomada por las cohortes de los �ngeles guardianes, pero desde que Dios no la ha
impedido es porque de alguna manera est� de acuerdo con ellos, eso supongo aunque
no me conste, pero lo cierto es que han conformado brigadas m�viles que andan
pidiendo fondos por todo el cielo para ir al rescate de las pobres almas perdidas
en el fondo de los infiernos y andan para aqu� y para all� haciendo peticiones para
aliviar la situaci�n de esos pobres ca�dos en desgracia y enviarles ropajes, togas
de asbesto, refrigeradores a prueba de incendios, comidas fr�as, helados. �Se
imaginan ustedes -piensa Escarlatina- a lo que debe saber un helado de chocolate y
fresa en el infierno?
Y poco a poco me fui metiendo, durante los meses siguientes, en el mundo del amor.
Hice una visita a una de esas urbes encantadas en las que los lujos no son de tan
buen recibo, aunque tambi�n los hay, en las que se vive s�lo de amor y por amor. Me
recibieron dos amables jovencitas que me condujeron a lo largo de los pasillos
neblinosos hasta las habitaciones destinadas al amor, no sin antes preguntarme si
deseaba amor al aire libre, pero yo les dije que prefer�a probar primero el amor a
puerta cerrada para ver a qu� sab�a semejante cosa que se me antojaba un poco
empalagosa, y me dijeron que si prefer�a una terapia amorosa antes de empezar y
cuando les pregunt� si eso se hac�a en grupos o en parejas heterosexuales me
dijeron que eso era como yo quisiera, que en el cielo no se le negaba nada a nadie,
cosa que bien sab�a pero que en ciertas situaciones a uno se le olvida, y me
dejaron a solas con una criatura de mi imaginaci�n, una especie de novia ideal,
formada con todos los retazos de las mujeres que me hab�an gustado en mi vida
terrena, ahora me imagino que se trataba de un �ngel disfrazado, y empec� a amarla
locamente, le dije palabras que inescrupulosas hubieran sido en tierra pero grandes
elogios en cielo y le busqu� la ternura y le prob� diversos rostros distintos,
cerraba los ojos y cuando los volv�a a abrir he ah� otra mujer diferente de la
anterior, no dir� ya mejor o peor sino distinta, siempre digna de amor pues era
creada en el fondo de mi propio ser, nutrida de mis fantas�as y la fui
recomponiendo como quien pone y quita m�scaras en el teatro y segu� haci�ndolo y me
empec� a asustar cuando ese rostro se fue pareciendo cada vez m�s a un rostro que
yo amaba en verdad, dir� que era la faz de mi media naranja perdida la que se iba
recomponiendo y fue entonces cuando ca� en cuenta que estaba delante de una ficci�n
y me doli� el coraz�n al pensar que ella deb�a estar en otra parte del cielo y que
yo no pod�a encontrarla as� en el cielo no se le negara nada a nadie. Dije entonces
que no quer�a m�s aquella sesi�n de terapia intensiva y que prefer�a pasar de
inmediato a una sesi�n de hechos. Me llevaron entonces a una habitaci�n envuelta en
tejidos persas, con aire de serrallo oriental. Tendidos al garete, fumando en
largas pipas de kif, los bienavenurados enamorados yac�an desperdigados por el
suelo, embebidos en amarse. �C�mo dir� que era este amor? El amor no puede
describirse, es simplemente amor. Se miraban, se acariciaban, se dec�an idioteces,
trataban de tocarse como si tuviesen cuerpos todav�a, se hac�an el amor de las
formas espirituales m�s inauditas, in�ditas en otros mundos, y una corriente de
felicidad se me traspas� cuando vi sus miradas tan llenas de cari�o venirse hacia
m�, de tal modo que pens� que mi inviolable esencia celestial iba a ser violada por
tantos y tantos que me amaban con miradas golosas y parec�an querer poseerme todo
entero y fue cuando me sent� como deber�a sentirse la pobre Marilyn Monroe
abandonada entre soldados rasos en un casino del ej�rcito o en una barraca y la
palabra antropofagia se me vino a la mente y fue cuando empec� a temerme lo peor,
que me devorasen vivo, all� mismo, y pasar a formar parte, como por �smosis
celestial, de los esp�ritus all� reunidos en uno solo, a ser parte de ese Gran Todo
al que muchos aspiran y que es, seg�n el te�logo sueco, apenas una pesta�a del Gran
Dios al que no nos a sido dado contemplar.
Pero pronto me acostumbr�, y ahora me considero un asiduo visitante de esas
habitaciones del amor.
Pensaba Parkinson que todos y cada uno de nosotros entra en alg�n momento de su
vida, a menos que se meta en un convento, a formar parte de un mercado sexual
sujeto a alzas y bajas en las cotizaciones y accionistas dispuestos a invertir, en
un negocio llamado matrimonio. La mercanc�a en juego estar�a compuesta por juventud
y belleza en una buena dosificaci�n y el detrimento de la una o de la otra, al
bajar la demanda, baja los precios.
Y eso me recuerda y ahora voy a contar lo que fue el episodio de amor entre un
�ngel y un hombre, que se enamoraron perdidamente en un lugar a dos millas de
Causalidad. Desconozco los sexos de los presuntos implicados pero eso no viene al
caso porque se trata de una historia de amor imposible que dejar� perplejo a m�s de
uno de los leyentes. Resulta que uno de los guardianes se asom� por casualidad a
una de las habitaciones del amor y pas� su mirada fr�a sobre todos los presentes,
que embebidos como estaban en amarse, no le prestaron mucha atenci�n. De pronto
repar� en un habitante que le debi� parecer hermoso en su �xtasis amoroso y qued�
prendado de �l. Se le acerc�, disfrazado de humano y le declar� su amor, dici�ndole
que si el de los humanos permit�a diversos compartires, el suyo era �nico y que no
soportar�a vivir por m�s tiempo en el cielo si no viv�an el uno para el otro,
porque era su media naranja, a lo que el humano contest� que a �l no le hab�a sido
asignada ninguna media naranja puesto que su amor era universal y eterno hacia
todos los seres humanos, que ya en la tierra hab�a sido misionero o misionera y que
hab�a compartido con los desgraciados todo su haber, tanto material como espiritual
y que aqu� s�lo deseaba estar en paz con todos y amarlos con amor m�stico por los
siglos de los siglos en aquellas habitaciones, a lo cual el �ngel disfrazado mont�
en c�lera y lo amenaz� con raptarlo a la fuerza a lo cual el otro, humilde le dijo,
haz lo que quieras, pero d�jame amarte a ti tambi�n porque eres parte del todo, y
el �ngel enfurecido le agarr� por la cola la oportunidad y am� a esa pobre alma
humana como nadie jam�s ha sido amado, de modo tal que consigui� lo imposible, que
aqu�l ser gregario con vocaci�n de santo se convirtiera en el m�s ego�sta de los
amantes y de ah� en adelante no quiso estar con nadie m�s y se fug� de las
habitaciones con el �ngel para amarse el uno al otro uno por los siglos de los
siglos o hasta que se cansasen, porque no hay amor que dure cien a�os, dice el
doctor Alzheimer, y menos cuando se trata de un amor contra natura, como aqu�l,
pero lo cierto es que pidieron dispensa especial para desposarse a una de las
maneras antiguas, y se las otorgaron y dicen que viven muy felices en Causalidad,
entregados a sus mutuas complacencias que son de naturaleza mixta a lo que entiendo
y plagada de los peque�os trucos irresistibles que hacen del verdadero amor un
para�so incluso en los ya conquistados territorios del cielo.
Pero existe un amor m�s grande, como es bien sabido, la meta de todos los amores
grandes, y es el amor a Dios y el amor de Dios. La mayor ambici�n de quienes aman
es la contemplaci�n de Dios. La forma m�s alta del amor es la contemplaci�n de
Dios... Si el oficio de Dios consiste nada m�s que en pensar.
Un d�a supe que nunca hab�a visto a Dios, que lo que hab�a cre�do ver no era m�s
que un placebo; result� que durante el Juicio el que estaba sentado parec�a una
piedra de jaspe y de sard�nica, pero no era el Alt�simo sino uno de sus m�s
cercanos allegados, nos dijeron, y el trono estaba rodeado por un arco iris de un
verde parecido a la esmeralda, aunque con aires de falsa pedrer�a rococ�.
Veinticuatro tronos hab�a alrededor, en un pabell�n de oro y escarlata al que
llamar� pabell�n de los ancianos de la tribu, y en ellos presid�a el consejo de los
ancianos, decr�pitos adoradores ebrios de juventud, todos de blanco vestidos y
coronados con coronas de oro. Sal�an voces, rayos y truenos del trono y siete
l�mparas de fuego ard�an delante suyo. Se nos dijo que moraba en la c�spide del
cielo y que su visi�n era imposible debido al intenso deslumbramiento, insoportable
para cualquiera que haya sido mortal alguna vez, pues como dijo el profeta, los
montes aquel d�a se derretir�an delante de la mirada de Dios, de modo que no nos
permiten verlo, pues su vista est� reservada a los �ngeles y a los santos, pero
creo que me las arreglar� para contemplarlo alg�n d�a. Tendr� que burlar la
vigilancia y acceder a los recintos de los santos, en ese reino que se llama
Sanies.
Dios no se deja ver porque le da verguenza, replica Chagas. Para el m�s tonto es
evidente que el mundo le qued� mal hecho. Los m�s recientes estudios han demostrado
que hubo una falla durante el tercer d�a de la Creaci�n. Despu�s sigui� una cadena
de errores a fortiori que a�n no termina.
Chagas aventura varias hip�tesis. Si Dios existe debe ser mis�ntropo. O acaso
depende de un Dios mucho m�s poderoso y sobretodo, mucho m�s bueno que el nuestro,
pero que est� muy lejos, por lo cual no se digna intervenir. Sat�n y sus secuaces
son sus enviados que vigilan permanentemente a este Dios de pacotilla. O quiz�s el
diosecito nuestro purga una pena de qui�n sabe cu�ntos millones de a�os en un
remoto lugar de esta creaci�n. O s�lo es un modesto lugarteniente, alg�n sargento
torpe e ineficaz que hace todo a su antojo sin que todav�a se hayan dado cuenta sus
superiores de otras galaxias. O acaso el que conocemos es el universo que cre� el
diablo desde su exilio o desde su prisi�n. Somos solamente un mal sue�o de Sat�n o
de ese dios malvado o adolescente que se le apareci� un d�a a Abraham y a Agamen�n
y que de cuando en cuando baja a la tierra a hacer de las suyas.
�O ser� que este dios naci� manco?
-Dicen que los mancos y sin piernas sufren menos en el infierno porque tienen
menos volumen para ser atormentados.
-�Sabe, se�or Parkinson, que todo lo que dicen del infierno es mentira? -me dijo
Chagas, el vagabundo, mientras erraba por el parque-. Pura mentira. Lo puedo decir
yo, que he ido y regresado. Pues s�. Todo lo que dicen es mentira, se�or. Lo de los
suplicios es mentira, es s�lo una fachada para aterrorizar a los buenos. Todo es
una patra�a, una pantalla hasta donde alcanza la mirada de los temerosos y
mantenerlos alejados no se vaya a llenar hasta las banderas el infierno con los que
quieren ir all� donde se les ocurra no volver a salir, pero de ah� para adentro,
nada que ver, hijo m�o, todo es bulla, casinos, placeres inauditos, vida buena,
mujeres, licores, drogas, en fin, tienes todo lo que quieras, y en la cantidad que
quieras, �y lo mejor es que all� nada es pecado, salvo el aburrirse!
Me estaba dando toda una lecci�n de topograf�a infernal.
-�C�mo es que sabes tanto de esas cosas, Chagas?
-Ah, simple sentido com�n, patr�n, cacumen, frotamiento continuo de las c�lulas
grises, como dec�a Poirot -y se frot� lo que le quedaba del cerebelo con sus u�as
llenas de ro�a y mugrientas hasta la saciedad de una suciedad inexistente en la
cut�cula.
-�Has le�do mucho?
-Oh, s�. Tambi�n he le�do y seguir� leyendo el resto de mi vida en este lugar...
-se qued� pensativo-. Hay un lugar en el que puedes leer lo mejor que fue escrito
all� abajo y lo que han escrito aqu� arriba, que dicen que es muy superior pero,
�sabe usted?, A m� no me acaba de convencer, me parece, digamos... tan cl�sico, tan
formal, tan comme il faut, que no lo soporto, simplemente no lo soporto...
Y se alej�, envuelto en su abrigo, dando patadas a una lata vac�a que se adivinaba
por el ruido, bajo la niebla...
Las palabras del viejo mendigo, aunque aparentemente faltas de l�gica, me dieron
valor y sobretodo, imaginaci�n. Con ello tuve para reforzar el plan que se me
estaba viniendo a las mientes. Si las palabras de Chagas eran ciertas, como hab�an
demostrado serlo tantas veces, ir�a y buscar�a a mi media naranja verdadera donde
fuese, en compa��a de Escarlatina, y lo dem�s me ten�a sin cuidado.
Era mejor que Chagas tuviera raz�n. Pero a Parkinson le preocupaba Jorobado Chagas
por su salud mental. Deliraba tan a menudo o se encontraba totalmente ebrio que ya
era imposible saber cu�ndo estaba en sus cinco sentidos y cuando no, de modo que
prefiri� pensar que siempre estaba loco para disfrutar mejor de sus raros instantes
de cordura.
Un buen d�a Chagas se le acerc� y le musit� al o�do:
-�Sabes por qu� no puedes ver a Dios? Porque est� dormido. S� se�or, lleva mil
a�os dormido -y a�adi� en voz muy baja y en tono que quer�a ser confidencial:
-Creo que ahora hay un usurpador que ocupa su puesto.
Y agreg� de manera bastante misteriosa:
-Dios debe tener motivos muy poderosos para mantenerse escondido.
En esta zona del cielo oficia como consejero de los �ngeles el te�logo sueco, cuyas
ideas de vieja data a�n imperan entre sus �ngeles adeptos. Alma curiosa, �sta. Su
m�rito consiste en que es el �nico humano que ha logrado pros�litos entre los
�ngeles. �Y pensar que en la tierra no pas� de ser un visionario de segundo orden a
quien todos ten�an por loco! Pretende aplicar reformas en los m�todos para
cualquier cosa... Aqu�, en la zona veintitr�s, se predica mucho, se echan sermones
cada rato, pero se permiten lujos no adoptados en otras zonas. Es el cielo de los
librepensadores laicos, que pueden entrar y salir a su antojo cuando les parezca e
ir de visita a los infiernos cuando lo deseen, no solamente en d�as domingos. He
o�do decir que los habitantes del infierno resienten cierta simpat�a por estos
bienaventurados, los �nicos que son de buen recibo en ambas partes; son los
ecl�cticos, los de la l�nea media, odiados sin piedad por los de la l�nea dura, los
vers�tiles, un poco veletas en ocasiones, pero, en fin, seres muy bien organizados
y dispuestos para la supervivencia y por dem�s aptos para el disfrute de las cosas
buenas de la vida del M�s All�. Son los gocetas espirituales del cielo.
Le dije al te�logo que si sab�a tener paciencia le contar�a cosas que le pasmar�an
y con la persistencia del sabio que desconoce el descanso, el te�logo sueco se
destinar�a a s� mismo despu�s del Juicio a componer la primera historia comentada y
revisada del cielo y a descifrar las complejas leyes que rigen este otro universo
y, si no lleg� nunca a resultados muy concretos, en cambio nos dio las claves para
enfrentar las argucias de los �ngeles y para tener las perspectivas que tienen los
pueblos con historia sobre los que carecen de ella. Como los italianos. El idioma
oficial del cielo es el italiano, por la simple raz�n de que m�s de la mitad de los
santos oficiales de la iglesia son italianos.
-Aunque tambi�n hay una buena cantidad de espa�oles...
-S�, pero tan pocos americanos que no hay sino un pu�ado de santos americanos...
-Bueno, se lo merecen, Am�rica fue incapaz de dar nada, ni siquiera santos -dijo
con cierta acrimonia.
Almas bondadosas han hecho donaciones para conseguir equipos sofisticados de aire
acondicionado para las celdas infernales. Falta ver a todas estas qu� dir� el
diablo de todo esto, pero como no lo podemos saber y no tenemos informaci�n
suficiente de un mundo al que desconocemos casi por completo, el te�logo sueco ha
dicho que lo podemos hacer sin problema en tanto aqu� nos lo permitan.
Los �ngeles de la ventana occidental se muestran muy disgustados con esas ideas, a
las que califican de subversivas, y los vemos pasearse inquietos como si temieran
males sin cuento de resultas de nuestros inventos. A m� en principio me ha parecido
rid�cula la idea de acudir en auxilio de los del infierno, que con su mal se lo
tengan, qui�n los manda a haber robado, delinquido, mandado a los dem�s y otras
barbaridades, pero cuando empec� a notar el desaliento de los �ngeles, sus
malestares evidenciados en formas nunca vistas, me empec� a emocionar con la idea,
los enemigos de mis enemigos son mis amigos, no es que yo le desee mal a nadie, as�
sean �ngeles, que bastante nos han servido por estos lares, sino que me interes� la
cosa como aventura, como cambio notorio en el status quo, y me aficion� a esas
damas caritativas que se paseaban de madrugada por las casas de los senderos
hermosos en busca de ayuda y en lugar de tirarles la puerta en las narices empec� a
observar con regocijo los rostros adustos de los �ngeles custodios y sus miradas
at�nitas frente a los que los echaban para siempre de sus casas por mostrarse tan
fr�os frente a esa cosa extra�a que los humanos denominamos amor.
Los domingos son aqu� m�s tediosos que los de la vida anterior... Por la pretensi�n
de o�r misa que ten�an unos y por la de asistir a f�tbol o a toros que ten�an los
otros.
-Es un vicio -dijo el doctor Alzheimer-. El d�a domingo es un vicio.
Pero lleg� el momento mismo de la confirmaci�n, cuando nos llamaron, en un d�a muy
emotivo y halagador, a que escogi�ramos religi�n; por lo visto ya nos consideraban
llegados a la edad adulta en el cielo, de modo que se organiz� el ceremonial y
acudimos de todos los rincones y se celebraron festines durante muchos d�as
seguidos en conmemoraci�n del suceso, o insuceso, seg�n queramos mirarlo. Fue parte
de las campa�as en el cielo para extirpar la herej�a. Y el resultado fue bastante
desagradable. Cuando pienso en todas esas beatas rid�culas e in�tiles que infestan
el cielo me dan unos deseos enormes de irme al infierno.
Ese d�a los habitantes est�bamos de juerga. Y no era para menos. Acababan de darnos
la carta de ciudadan�a celeste. Algunos la pusieron a prueba acerc�ndose a las
puertas del infierno, incitando a los �ngeles custodios a ejercer su don de mando
para poderlos demandar despu�s ante las autoridades. De lejos los vimos exhibir el
carnet con fotograf�a incluida ante los m�s pr�ximos guardianes del infierno, los
cuales apenas atinaban a esconder sus colas entre las patas y a dejar pasar, con
mucha deferencia, a nuestros hombres, que les hac�an caras casi tan horribles como
las suyas, les escup�an y les gritaban sandeces y palabras soeces.
-�Sabe usted cual es el m�s grave pecado de los inventores del cielo y del
infierno? -me dijo Chagas un d�a, sentado en el banco aqu�l al borde de los
balcones de Miserere...- La total ausencia de matices, s� se�or, de matices, de ma-
ti-ces, esc�cheme bien. No saben, nunca supieron qu� era eso, todo lo vieron en
blanco o en negro, en grande o en peque�o, en alto o en bajo, en moral o en
inmoral, en maniqueo o en maniqueo. El artista es el que reconoce los matices, s�
se�or, ese es todo el cuento. Lo dem�s son puras paparruchas.
Se alej� bebiendo un gran trago de whisky...
Escarlatina alcanz� a pensar que ella lo hab�a suscitado al abrir demasiado los
grifos del agua. Hab�a estado lloviendo m�s de la cuenta, aunque no tanto como para
pensar en lo que ocurrir�a, pero todos los proyectos de redenci�n se vinieron abajo
de golpe cuando cay� un diluvio como nunca se hab�a visto en los salones
celestiales. �Y eso por qu�, se dir�n? Pues porque, como lo vine a saber m�s tarde,
resulta que los dioses (lo digo en plural por respeto), se aburrieron porque todo
les volvi� a salir mal y acaso es por eso que en el infierno los llaman �los
grandes frustrados�, y como en el infierno todo es llamas y calor, en el cielo se
derrochan el agua y la nieve y esa noche, pues era noche como en todas las
inundaciones de importancia vital, se desgajaron los aguaceros por falta de
vigilancia de los diablos plomeros, qu� se yo, o de los diablos burladores de
truenos, oficio manifiestamente inoficioso, y un buen d�a empez� a llover por los
despe�aderos rezumantes. El agua se col� por los resquicios, primero como un menudo
goteo o golpeteo palpitante que resonaba contra las piedras en los ecos de la
inmensa b�veda celeste, luego con la furia de peque�as cataratas que se deslizaban
por los bordes y dejaban a su paso un olor a humedad permanente. Nada pas� sino
hacia el quinto d�a, cuando las predicciones meteoroneurol�gicas del cielo
empezaron a pasar datos contradictorios. Se ve�a a todas luces, si es que todav�a
hab�a luces que ver, que algo se estaba cocinando, si es que algo pod�a cocinarse
en medio de esa apariencia de fr�o y de esa humedad pegajosa que se fue tomando los
�mbitos con morosa persistencia. Al principio abr�as dos de las puertas de
cualquier casa y tras ellas diluviaba, pero el jard�n y el camino hacia el infierno
como por milagro permanec�an secos, pero hacia el d�cimo d�a se fueron empantanando
en conjunci�n con las otras puertas y el agua empez� a colarse por debajo y a
meterse por entre los resquicios de la niebla, lo que oblig� a los habitantes a
usar botas pantaneras d�a y noche y a una acci�n no por decidida menos in�til, de
los desesperanzados �ngeles bomberos, aturdidos con la inutilidad de sus esfuerzos,
no acostumbrados a enfrentar hecatombes en el cielo sino breves problemas sin
mayores complicaciones.
Fue entonces cuando hasta los m�s recalcitrantes de los partisanos del cielo, los
que mejor dec�an sentirse, empezaron a dar muestras de estar molestos y de querer
huir hacia comarcas m�s seguras donde no se fueran a ahogar y los catarros hicieran
menos de las suyas. Y fue cuando unos pocos nos atrevimos a hablar de un posible
refugio incre�ble: la Tierra.
Pues bien, dicen que irse con una muchacha es cosa del demonio. Y yo comenc� a
pensar c�mo diablos, perd�n..., C�mo el demonio pod�a introducirse en una muchacha.
Era de esperar que en esas circunstancias el demonio tendr�a tanta posibilidad de
entrar en ella como una bola de nieve de mantenerse en el infierno.
John Steinbeck
Amamos porque no somos capaces de soportar la soledad. Y es por esa misma raz�n
por lo que le tenemos miedo a la muerte.
Marguerite Yourcenar
Imaginemos ese hombre se�ero del que habla Goethe, un solitario anclado en medio
del cielo. No hay nadie m�s, se ha quedado completamente solo en el universo. Ahora
el universo es �su� universo. Pero est� en el cielo. Quiero decir que su cerebro, o
mejor su alma si ustedes quieren, est� programado para captar y asimilar todas las
felicidades posibles. Esto es, puede imaginar, sin ning�n l�mite, todos los goces
espirituales y aun corporales que desee. Naturalmente ejercer� sus poderes durante
alg�n tiempo de manera franca y plena. Pero pronto, podemos imaginarlo, su sentido
del placer comenzar� a embotarse, a enmohecerse y su memoria se ir� perdiendo, de
modo que ir� dotando de rasgos extra�os a los personajes de sus sue�os -no s� por
qu� he de suponer que son todos surgidos de sus recuerdos de la tierra y en su
mayor parte dotados de atractivos femeninos, lo m�s apropiado al placer que se
puede imaginar nuestro personaje-, y su alma ir� creando seres de ficci�n dotados
de los m�s disparejos atributos, hasta que olvidar� por completo las figuras
humanas y procrear� con monstruos de todas las pelambres. As�, y no de otra manera,
los peligros amorosos en el cielo.
Mientras esperaba su turno para el Juicio, Parkinson hab�a tenido tiempo para
recordar esos episodios de su vida pasada que yac�an relegados en el desv�n.
Rastre� un poco y hoje� en el fondo de su memoria. Con un poco de esfuerzo record�
ese d�a, cuando lleg� a casa no solamente cansado, sino decepcionado y trag�ndose
las ganas de llorar. Hab�a pagado lo que para su exiguo bolsillo resultaba toda una
fortuna y se sent�a ahora, tras vejado, estafado, y maldec�a a todos los brujos y
brujas de la creaci�n. Su �ltima esperanza de encontrar mujer se hab�a desvanecido
desde el d�a aqu�l en que su novia Esquizofrenia le hab�a dicho con toda la calma
de la que sabe bien que va a abandonarte:
�Tu reino, Jonathan Parkinson, no es de este mundo�.
Mis sue�os de esta noche fueron una sucesi�n de visiones a cu�l m�s er�tica.
Record� en ellos un episodio de mi muy temprana juventud, en un teatro en el que
pasaban los fines de semana pel�culas para j�venes. Ocurri� que en un extra��simo
acto de atrevimiento, absolutamente inesperado en el adolescente t�mido y fe�simo
que yo era por entonces, puse mi mano, poco a poco, sobre la pierna de mi
desconocida vecina de silla, en un rozamiento de un masoquismo delicioso, mientras
pasaba, con una lentitud de tortura, la pel�cula entera frente a mis ojos que
intentaban mantenerse fijos en la pantalla. Tras much�simo tiempo de dudas y
vacilaciones pude dejar mi mano sobre su pierna y tampoco me hubiera atrevido a
quitarla por ning�n motivo, de modo que me fui acostumbrando y apenas si desviaba
la mirada r�gida de la pantalla, como si nada ocurriera. Luego de sudar fr�o
durante un rato interminable, acab� la pel�cula. A la salida del teatro ella me
esperaba con sus amigas y me se�alaba sin ning�n reparo mientras todas re�an con
esa sonrisa lol�tica que te persigue hasta la eternidad, en la cual se mezcla la
ingenuidad infantil con la m�s profunda de las depravaciones, para mi eterna
verg�enza. Me imagino que me puse rojo como un tomate y todo termin� all�. En
realidad era una ni�a que me gustaba mucho y siempre supe qui�n era, aun antes de
poner mi mano en su pierna, aunque ella quiz� jam�s supo qui�n era yo y enseguida
desaparec� para siempre de su vida. Ese d�a pas� con toda mi timidez a cuestas, tan
distinta de los avances que hab�a conseguido en dos horas de oscuridad, por entre
aquellas ninfetas aprovechadas, v�ctima de la verg�enza, con los ojos bajos. Esa ha
sido una de las experiencias fundamentales de mi vida. Y ahora... Eran los mismos
roces que yo, Parkinson, repet�a desde alg�n lugar muy lejano, en un contacto
extra�o, pero era id�ntica la tentaci�n y sobretodo la quemadura. Era como si
hubiese entrado en los sue�os de un ser humano, de ese ser tan especial que yac�a a
mis pies como una diosa inocente y perfumada, como si tuviera la capacidad de
meterme en ellos, cuando viv�a a�n en la tierra, mucho tiempo antes del Juicio,
como entraba en los sue�os de aquella otra a la que imaginaba llamarse Salmonella,
hermosa como la primera, igualmente dolorosa en su cercan�a que casi me quemaba la
piel. Y as� como la hab�a contemplado desde Miserere por vez primera, con los
resultados que ya he mostrado, ahora la ten�a frente a m�, en un sue�o que no se
diferenciaba de la realidad m�s que acaso en lo que ella deb�a estar so�ando, que
tal vez fuera yo, pero sin molestias ni reticencias puesto que no se puso nerviosa
ni grit� sino que guard� toda su placidez de doncella imperturbada, pues lo m�o era
realidad pura, m�s concreta que cualquier cuerpo y que cualquier sensaci�n corporal
que jam�s experimentara. Y ese rozamiento nocturno, tan perturbador para m�...
Id�ntica sensaci�n, id�ntica piel. Algo as� como mi presencia f�sica junto a su
lecho, puesto que sent�a los roces de las sedas y las holandas, pero apenas pod�a
tocarla. Y eso me gustaba, estaba muy bien. Sin ser nada, era ya demasiado, mucho
m�s de lo que en cualquier otra situaci�n hubiera podido esperar. Sent� que la cosa
era por ah�... Aparec�a un lenguaje nuevo, desconocido antes para m� y quiz�s para
el resto de los habitantes, como si en el nuevo status quo hubieran olvidado las
bases de las relaciones del m�s ac� con el m�s all� y quedaran al vaiv�n de un
delicioso azar. El tacto, los rozamientos se habr�an conviertido en el lenguaje de
los habitantes, pero �por qu�?, �acaso por ser el sentido que no comprenden los
�ngeles? S�, tal vez, quiz�s. La sensualidad iba aumentando, como en un contador
geiger, y los habitantes est�bamos empezando a elaborar un himno al tacto. Este s�,
me dije, es el verdadero tema profundo del cielo, �c�mo no lo hab�a percibido
antes!...
Record� algo en uno de los primeros d�as cuando de pronto sinti� que su mano
sent�a, que era capaz de rozar y de impregnarse de las cosas. Fue un
estremecimiento el�ctrico, sus dedos estaban tocando la mesa, fue y toc� las
paredes fr�as de la casa con una alegr�a inmensa. Era su descubrimiento. Intent�
tocar cosas delante de los �ngeles y pronto advirti� que ellos no lo notaban, que
no se encend�an sus semblantes con sospechas. �Qu� maravilla! �No conoc�an el
sentido del tacto! Se sent�a estrenando cuerpo y fue al encuentro de Escarlatina y
la tom� de la mano:
-Ven aqu�, peque�a.
Y la roz� suavemente. El rozamiento era ahora la clave de la vida en el cielo, el
�nico lenguaje subrepticio posible.
Desde entonces empec� a descubrirme la facultad de penetrar en los sue�os, sue�os
redondos, sue�os delgados por los cuales infiltr� mi presencia y que fueron
respondidos en los recuerdos de los durmientes por medio de se�ales que me llegaron
claras y desbordantes, cuando me introduje en la noche florentina en los sue�os de
la bella Salmonella y supe que hab�an sido ellos felices y tranquilos. Eran sue�os
dulces e inesperados, mostraban cosas que nunca imagin� en mi mundo y estaban
atravesados por ingenuidades y timideces acaso excesivas para una doncella y a la
vez tan dulces, tan suaves como terciopelo embebido en vino tinto.
Quiere partir, pedir permiso, pero �c�mo equiparar sus �pocas? �C�mo dirigirse al
siglo quince o lo que fuere? En el cielo todo es posible, se dice, todo lo bueno,
claro est�, porque lo malo es un imposible metaf�sico, una paradoja m�s de las
muchas de que est� impregnado el M�s All� esencial...
Esa noche celeste me despert� con la inclemente sensaci�n de una pesadilla atroz.
S�lo los buenos sue�os nos llevan ahora a la tierra mientras que todos los sue�os
malos est�n relacionados con horribles mundos mentales en los que nada se puede
tocar y persisten mutaciones horripilantes, todas ellas en el cielo o en el
infierno. Pero yo creo que las pesadillas se dan �nicamente porque tenemos
recuerdos y no porque exista nada malo en el cielo y es por eso que se dice que se
necesitar�n largos a�os de curaci�n antes de poder dormir buenas noches. Pero me
llen� de terror en la pesadilla nocturna. Entonces record� los animales del
apocalipsis, junto con las siete l�mparas de fuego, cuando delante del trono hab�a
como un mar de vidrio, y en medio del trono y a su alrededor, cuatro animales,
llenos de ojos por delante y por detr�s; el primero se parec�a a un le�n, un toro,
un hombre y un �guila. Cada uno ten�a seis alas y estaban llenos de ojos por todos
los costados. Fue una visi�n fugitiva, un terror acendrado en su subconsciente, que
vive en otros cielos paralelos.
Idea genial de Escarlatina: el cielo est� situado a un d�a y medio de viaje desde
la tierra. Esa es la raz�n por la cual Cristo resucita al tercer d�a. D�a y medio
de d�a y d�a y medio de vuelta.
El Arno resplandec�a a esa hora del mediod�a en que el calor le arrancaba reflejos
plateados y era, m�s que una invitaci�n a ahogarse, una invitaci�n a navegar por la
ciudad irredenta y repleta de pecadores y artistas.
Camin� y camin� por entre florentinas damas galantes y toscos mercaderes, aunque
debi� dejar entre ellos sin saberlo a alg�n fil�sofo inadvertido. Le impresion� la
libertad de las damas. Miraban a trav�s de ciertas ventanas a las que llamaban
celos�as, por aquello de celar, sal�an a la hora que deseaban en compa��a de sus
damas de compa��a, apenas cubiertas por un velo y hac�an corrillos en las plazas y
comentaban las �ltimas noticias e historias de amores y desamores con tanta
parsimonia como encono con las j�venes ca�das en desgracia o abandonadas por sus
maridos as� como los �ltimos sermones incendiarios del obispo que incitaban, como
en el cielo, a otra rebeli�n, al fin y al cabo todos los tiempos son lo mismo...
Dicen que el extranjero baj� desde San Miniato, con la mirada perdida y el andar
errante y atraves� como un fantasma apresurado la galer�a de los oficios y pas� por
el Ponte Vecchio como alma que lleva el diablo para dirigirse sin mirar a ning�n
lado directamente a la casa de Pelagro degli Onestti con intenciones de raptarse a
su hija, pero evidentemente los due�os no estaban en casa sino en Fi�sole a donde
iban a residir en una villa en aquellos d�as, como todos los ricos de la ciudad.
Pero en el camino se encontr� con una procesi�n o un misterio, que no lo s� bien
porque no lo vi y apenas me lo contaron, que se dirig�a por la calles de Florencia
y las gentes iban vestidas como para un carnaval, eso s�, pues por esos d�as
Florencia era la m�s divertida y adelantada de las ciudades, en ese aspecto como en
tantos otros, de toda Italia.
La cosa ven�a de mucho tiempo atr�s y todos recordaban cuando una representaci�n
del Infierno, con andamios y botes en el Arno termin� malamente cuando el Ponte
alla Carraia se derrumb� sobre los espectadores. Era el a�o de 1304. Pero hoy era
la fiesta de la Anunciaci�n y la representaci�n iba a ser la mejor de las que nunca
se hab�an visto. En la Piazza San Felice un artista mand� poner un aparato
maravilloso, un globo que representaba el cielo circundado por dos c�rculos de
�ngeles de los cuales emerg�a el arc�ngel Gabriel de una especie de almendra
gigantesca. �Pero c�mo describir la brillantez de los efectos, la piazza, las
delgadas columnatas, las cortinas, la tapicer�a, las guirnaldas, los actores que
representaban el combate entre el Arc�ngel Miguel y los demonios acompa�ados por
una orquesta de �ngeles y, bien visto, pens� Parkinson, no lo hac�an tan mal, la
imaginaci�n supl�a con creces lo que la realidad no les daba... La m�sica de los
�ngeles, incluso, la faramalla esa, era mejor que la de los �ngeles de verdad,
ten�a un sabor m�s natural, mucho m�s terreno, y las c�taras y la�des desplegaban
sones m�s hermosos que los celestiales y hasta las salvas de artiller�a, que eran
caracter�sticas de la �poca de los Borgias le parecieron menos agresivas y m�s
marciales que las llamadas a filas matutinas de los �ngeles, cuando acompa�aban la
cabalgata de camellos adornados con m�scaras que representaban prisioneros
otomanos.
Esper� el resto del d�a, sentado bajo un �lamo. Ve�a en la noche subir la neblina
por entre los jardines cuando me acerqu� a su casa.
Ten�a la desvalida perfecci�n de la rosa. Su desamparo estaba envuelto en tules y
en sedosas vestimentas que recordaban a las ninfas de los tr�pticos boticellianos y
a los esplendores de Arabia y estaba rodeada por una corte de doncellas que
parec�an haber sido elegidas dentro de rangos de belleza parangonables a los suyos.
Parkinson se le acerc� lentamente al principio, con timidez invencible, como todo
aquel que marcha en pendiente hacia la perdici�n.
Ella sal�a de su casa, como la venus de Botticelli del cuadro en el que aparece
con Marte, por el jard�n, con una cesta de flores en las manos. De repente se qued�
yerta, m�s de la sorpresa que del susto, mirando al hombre que ven�a hacia ella por
la alameda sombreada del camino de Florencia. Era el hombre con el que hab�a so�ado
todas esas noches que le parec�an ahora noches antiguas, noches florentinas. Era
como si lo conociera desde hac�a siglos.
Yo sab�a que no pod�a anunciar el futuro, pues crear�a una paradoja l�gica, una
contradicci�n y por eso me abstuve de halar el hilo con demasiada fuerza. La
encontr� a la entrada del jard�n, hacia el lado de Fi�sole. Estaba como
esper�ndome, y apenas sonri� cuando me vio como si nos conoci�ramos de toda la
vida. Sin mediar palabra paseamos un rato por la alameda hasta el bosque. Cuando
una toronja casi cae sobre mi cabeza, ella ri� de buena gana:
-Dime la verdad, �de d�nde vienes?
-Si te lo dijera, jam�s me creer�as.
-Si eres sincero no veo raz�n alguna para no creerte...
-�Qu� dir�as si te digo que vengo del M�s All�?
-Que no s� d�nde sea, pero tal vez lo aceptar�a, si me llevaras all� contigo.
La propuesta era demasiado abierta, aun para una doncella del siglo quince.
-No puedo llevarte all�. S�lo van los que han muerto.
-�Quieres decirme que eres un muerto?
Lo mir� en principio horrorizada m�s por la idea que por creer un instante que se
tratara de un difunto, temerosa de que ese rostro tan agradable se tornara de
pronto en el de un fantasma, no sab�a como era un fantasma porque nunca hab�a visto
uno, horror que fue cediendo ante la contundencia de su presencia no tan p�lida
como para un difunto.
-No tienes la palidez de los muertos -a�adi� con una sonrisa-. Me est�s mintiendo
otra vez. Vamos, dime la verdad.
-Tienes raz�n. No estoy muerto y nunca lo he estado. Pero s� es cierto que vengo
del M�s All�. D�jame te voy a explicar.
Se sentaron en una banca en el parque, en tanto los ruise�ores cantaban alabando
al sol de la tarde. El extranjero pareciera conocer todo de la vida de ella, s�lo
ha descendido cuando puede encontrarla a solas dando un paseo por la carretera
ombreada de lindos �rboles frondosos, los olivos, los vi�edos. Por un lado est� el
seto, por el otro el infinito...
-Es un cuento muy hermoso, ese. Me gustar�a que existiera ese mundo del que me
hablas.
-Pero si es real. �Qu� otra cosa dice tu religi�n?
-Que habr� un d�a un para�so, pero eso ser� al final de los tiempos, no ahora.
Por lo visto, no hab�a entendido nada. Decidi� pues, cambiar de tema. Quer�a su
amor, no su comprensi�n de otros mundos tan ajenos al de ella.
Lo cierto es que no puede imaginarse nada m�s perfecto, en lo que fuera la tierra,
que un jard�n toscano en un medio d�a de agosto de cualquier a�o de fines del siglo
quince. Todo fue tan f�cil que resulta dif�cil contarlo. Y como ten�a poco tiempo y
muchas ganas, Parkinson actu� porque a la ocasi�n la pintan calva. Y bien es cierto
que en la espesura de ese jard�n le declar� su amor, sin reparos y le dijo cosas
tan hermosas que ruboriza contarlas y se meti� todo en ella, en sus ojos
entrecerrados de mujer entregada, cuando en el bosque la tendi� mansa y la bes�
apasionadamente...
-�Qu� forma es esa de amar? Deber�ais hablar primero con mi padre y con... �Y esa
forma de besar!...
Creo que tu eras el que yo estaba esperando, le dijo Salmonella, toda temblorosa,
espasm�dica, desde el hueco de sus brazos y �l se sinti� Romeo junto al balc�n...
Le cant� romanzas, le recit� Petrarca, del que se acordaba vagamente... Pos� para
ella en forma de arc�ngel Gabriel, imit�ndolo lo mejor que pudo, �l, que bien lo
conoc�a, en un cuadro famoso de la �poca pero no dir� en cual.
Acept� el convite a palacio y lleg� muy orondo con una canastilla de frutas para
el ama y otro tanto para la joven. Una criada le hizo pasar a un recibidor mal
iluminado.
-La se�orita lo est� esperando.
Penetr� en la habitaci�n enyesada en cortinas de terciopelo.
Ella estaba echada en el lecho, apoyada en blandos y gigantescos cojines de seda y
sobre tapices de Oriente.
-Tengo que marcharme -fue lo �nico que acert� a decirle.
-�Volver�s? -fue su �nica respuesta.
-Desde luego.
-Ah, entonces no pongas esa cara de tristeza. -La vida es larga y ya nos podremos
ver.
-Te visitar� esta noche...
Ella imagin� un rapto y le lati� el coraz�n con furia durante unos instantes.
-Te vendr� a ver... En tus sue�os.
�De manera que ese espectro que en las noches se le aparec�a era Parkinson! Esa
era la familiaridad que la hac�a sentirse tan bien a su lado.
Ella sonri�.
-Sue�a con los angelitos... Como yo.
-Bueno. Tengo que regresar. En un minuto termina el hechizo.
-�Hechizo?
-S�. Dame una zapatilla -se ri� para sus adentros...
Estaba con el �nimo levantado, y lleg�ndose a ella, le dijo:
-Vengo a llevarte.
-�Ad�nde? -pregunt� ella, divertida.
-Pues... al cielo. Quisiera que halagues mis ojos con tu belleza como halagar�s
los de los habitantes del cielo, cuando all� te lleve en un venturoso futuro.
Ella suspir�:
-Dices palabras hermosas, caballero andante, pero no podr� seguirte hasta que
muera...
Un risita incr�dula le record� que ya no estaba en el cielo, sino en la tierra, el
sempiterno reino de los imposibles, el para�so de todos los malogros...
-�Quieres decir que me propones matrimonio?
Parkinson hab�a olvidado por completo que en la tierra el matrimonio era para la
mayor parte de las mujeres la mejor representaci�n del cielo, la concreci�n de
todos los buenos decires y prop�sitos, bueno, por lo menos la idea del matrimonio
antes del matrimonio, porque despu�s la bendita instituci�n sol�a convertirse en
una buena muestra de lo que deb�a ser el infierno.
-No, nos le escaparemos a tu institutriz...
-Dama de compa��a...
-No me importa c�mo se llame, en todo caso nos le escaparemos.
Ella le puso un dedo sobre los labios.
-Imposible. Est�s delirando. Mi padre me matar�a, como ha matado a Bacilo de
Montefeltro...
Le dio, irritado, una patada a la puerta, lo que fue recibido por �sta con muy mal
car�cter a juzgar por su crujido de malos presagios, tanto que lo sacaron los
guardias a empellones y debi� s�lo a la magnanimidad del gran duque que no lo
hubieran ahorcado en el mismo sitio como a cualquier asaltante de caminos de
cualquier �rbol en cualquier plazoleta vac�a, pero tal vez hubiera preferido
aquello a estar en la prisi�n, donde lo metieron a la fuerza y agarraba los
barrotes con el vigor que da la desesperaci�n. Al escapar de la c�rcel sent�ase
h�roe rocambolesco. Y es cierto que escap� en la noche, pero hacia el otro mundo.
Hab�an dado las doce y el efecto del imagin�metro se hab�a terminado.
***
SEGUNDA PARTE
Un cristiano no deber�a temer la bomba demasiado. Para �l el fin del mundo tendr�a
un sentido. Lo ser�a el Juicio Final.
Mircea Eliade
Aunque ma�ana fuera el d�a del fin del mundo, yo plantar�a todav�a manzanos en el
d�a de hoy.
Lutero
�Lo que siempre me hab�a temido no es que alg�n d�a fueran a volar la tierra en
mil pedazos. Lo que me preocupaba es que la dejaran mal volada.�
Los llamaremos Salpullido y Erisipela, como ellos mismos quisieron llamarse
despu�s de los aconteceres nefandos.
�El d�a que un aerolito golpee contra la tierra, yo me salvar�, hab�a dicho
Salpullido. Nadie le crey�.
�El d�a que la explosi�n at�mica vuele medio globo en pedazos, yo me salvar�,
hab�a agregado. Lo creyeron loco.
�Esto ha pasado ya muchas veces�, ajust� finamente, antes de que le quitaran la
licencia de bi�logo. Por lo tanto se hallaba sin trabajo cuando conoci� a Erisipela
en los suburbios de Par�s.
Erisipela y Salpullido paseaban ese d�a en coche por las afueras de Saint-Denis.
Era una tarde normal como tantas otras, no sab�an, nunca supieron que ser�a la
�ltima. Y para ellos no lo fue. Agazapados en su amor, ignorantes del mundo, no
tuvieron ojos ni o�dos para otra cosa. Quiero decir que estaban enamorados como dos
vampiros hermanos de sangre y de m�dula espinal. De pronto el cielo se fue
oscureciendo y fue cuando en alguna parte abrieron el libro de los siete sellos. El
que estaba sentado en el trono ten�a un libro escrito por dentro y por fuera, y
sellado con siete sellos y un �ngel poderoso exclamaba a grandes voces: �Qui�n es
digno de abrir el libro y romper los siete sellos? Y por m�s que lo intentaban, en
busca de alg�n Arturo que lo abriese, los siete sellos no se abr�an... Tal vez por
eso no los vieron.
Y hab�a una puerta abierta en el cielo y quer�an todos lanzarse a trav�s de ella.
Una multitud inmensa se api�aba, tratando de forzar la entrada. Un ej�rcito de
�ngeles se daba ma�a para contener a los desadaptados api�ados que quer�an colarse
a como diera lugar. Y hab�a un cordero, como degollado, con siete cuernos y siete
ojos, y el cordero rompi� los sellos. Despu�s, vi y o� la voz de una multitud de
�ngeles, que estaban alrededor del trono. Eran mir�adas de mir�adas y millones de
millones.
Cuando se abri� el primer sello apareci� un caballo blanco; el jinete portaba
consigo un arco y se le dio una corona como vencedor; luego sali� un caballo rojo y
a su jinete se le dio el poder de quitar la paz de la tierra, de hacer que se
degollasen los hombres; luego un caballo negro, y su jinete ten�a en la mano una
balanza, y una voz en medio de los cuatro animales dijo: Dos libras de trigo por un
denario, pero el aceite y el vino, ni tocarlo. Luego apareci� un caballo amarillo y
su jinete se llamaba Muerte, y el Hades lo acompa�aba. Y esa Muerte ten�a el poder
de acabar con la espada, con el hambre, con la peste y con las fieras la cuarta
parte de la tierra (por eso fue que arras� un continente).
Tres d�as estuvieron aterrorizados con el recuerdo. Era como si una inmensa
aspiradora los hubiese succionado a todos, que desaparecieron dentro de un tornado
por entre las nubes oscuras. Lo que m�s aterraba a Erisipela era el recuerdo de los
jirones de ropas que ca�an a tierra junto con sillas, mesas y enseres varios, dando
vueltas dentro de un remolino de escombros, mientras los gritos de la turbamulta
envuelta en el maremagnum eran apagados por los truenos lejanos.
Entretanto pas� el heraldo divino recogiendo gente. La limpieza hab�a comenzado.
Ellos, perplejos, no se atrevieron a moverse de donde estaban, y el carro pas� por
un lado, como esos que anta�o barr�an las calles con chorros de agua a presi�n, con
los reflectores mirando hacia el lado contrario, como los p�simos vigilantes de la
Gestapo, de tal manera que, aunque pueda parecer incre�ble, pasaron inadvertidos y
no fueron recogidos. Claro est� que tampoco hicieron nada para que los recogiesen.
Ten�an demasiado miedo. Cuando empez� el Juicio, se acercaron t�midamente, por
detr�s de las filas de �ngeles guardianes y se escondieron tras una hilera de
arbustos. Nadie pareci� reparar en ellos. No se atrev�an a hacer ruido y Salpullido
temi� que, si los agarraban ahora, los iban a juzgar a�n con mayor rigor que a los
dem�s. Si todo lo ven, le dijo a Erisipela, ya nos encontrar�n. Al fin y al cabo no
es nuestro problema. Seguros de la imposibilidad de esconderse, tampoco pusieron
especial cuidado en desaparecer de las miradas avizoras. Pero cuando vieron que
todo termin�, que nunca fueron llamados a lista ni se iniciaron b�squedas
especiales y que se desmont� el tinglado y se apagaron los reflectores y que todo
el mundo de march�, Erisipela crey� que estaba en la mitad de un sue�o del cual
pronto se iba a despertar con porrazo doloroso. Buscaron el coche, aparcado a unos
metros de la carretera y lo encontraron igual a como lo dejaron, abandonado. Pero
todos los coches estaban abandonados en la hondonada del parking. El sol segu�a su
curso acostumbrado y el mundo en verdad parec�a no haber cambiado mayor cosa, salvo
por los colores de la ciudad que se hab�an hecho m�s ocres e indeseables, como si
la primavera se hubiera muerto de pronto, atacada por una enfermedad s�bita y
letal.
Hac�a un calor infernal. Era como si el sol se les hubiera quedado encendido a eso
de las dos de la tarde, junto con los relojes que siguieron rotando su
desesperaci�n herrumbrosa hasta que se agotaron las cuerdas, los pulsos, los
impulsos. Era la primera vez desde que el mundo existe en que el tiempo sal�a
derrotado y los pedazos quedaban abandonados a s� mismos en la desolaci�n m�s
absoluta. Muertos de miedo, tomaron rumbo a Par�s por la autopista, y fue cuando
empezaron a percatarse de la ausencia de coches en el camino, salvo los abandonados
por sus fantasmales conductores que ahora qui�n sabe por d�nde andar�an, y
adviertieron que ni el peaje ni los sem�foros estaban funcionando en la noche que
se acercaba, ni el alumbrado p�blico desped�a fulgor alguno. Nadie podr� imaginar
el tama�o de la desolaci�n en una autopista vac�a, mucho mayor que en ninguna otra
parte como no sea un estadio de f�tbol en baja racha del equipo local, como
aparec�a ahora el viejo estadio de Saint-Denis, reliquia monumental y ruinosa de
viejos triunfos deportivos. El mundo estaba vivo, pero los animales, incluidos los
humanos, parec�an haber muerto. Nada, nadie en esas calles de Par�s que ahora
recorr�an con terror en el alma tras haber atravesado el bulevar perif�rico sin
encontrar a su paso m�s que cemento y asfalto y la torre del Sacre-C�ur
perfil�ndose fantasmal en el horizonte plomizo, deseosos nada m�s de llegar al
hotel y de echarse a dormir en espera de que la pesadilla se desvaneciese con la
llegada de otro d�a. Pero ni siquiera se ve�an por ah� las ratas que se hubieran
esperado si todo el mundo hubiera muerto. Simplemente no estaban. El mundo parec�a
haber sido desmantelado en media hora y dejado a su entera inercia, sin habitantes.
Esa primera noche comieron de las sobras que hab�a por ah� en los restaurantes
abandonados; la ausencia de electricidad, de ahora en adelante y probablemente para
siempre, hac�a in�tiles los refrigeradores. Era como si no quisieran despertar de
un mal sue�o; se frotaban los ojos, se besaban el uno al otro y todav�a no lo
pod�an creer. No se atrev�an a rezar, sobretodo ella, mucho m�s religiosa que �l,
no fueran a atraer sobre s� llamadas de atenci�n de �ngeles retrasados en la
expedici�n del Juicio. La desolaci�n era apenas atemperada por la presencia de la
luna y de las estrellas, testigos mudos que no dejaron de acudir puntuales a su
cita acostumbrada, como faros en medio del desierto, como un ment�s de tranquilidad
al espanto de la aniquilaci�n completa. Y no es que se hubiera echado sal sobre las
ciudades ni venenos mort�feros sobre todo lo viviente como en tiempos b�rbaros. No.
Las cosas segu�an su curso normal, el curso que ten�an antes de que el hombre
estuviera sobre el planeta y como estar�n despu�s de que desaparezca de �l. Ten�an
gasolina de sobra, y todos los autos a su disposici�n, al menos durante un buen
tiempo, antes de que el �xido y la ro�a hicieran su trabajo y no pudieran ser
reemplazados. Pero ello demorar�a un tiempo y quiz�s ellos no iban a estar vivos
por entonces.
�Pero acaso habr�a m�s olvidados? Tener todo el planeta para ti solo, se dec�a
ella, debe ser una experiencia desoladora.
Despu�s de otros tres d�as la podredumbre empez� a hacer su agosto aunque era
pleno abril y el mundo ahora, como una pestilencia medieval exhib�a sus
purulencias, se estaba pudriendo a gusto. Intentaron esconderse, evacuarse,
ocultarse a la vista de cualquier guardi�n de ojos acerados y se sumergieron otra
vez en su laboratorio equipado para un largo invierno polar o nuclear, se fueron a
vivir juntos los cuatro, cual hippies de los sesentas, que ya lo mismo daba y
esperaron prudentemente que las podredumbres pasaran sobre los cielos y que los
olores se arrastraran a ras de los campos antes de que la tierra se ventilara de
nuevo con el suave relente de nuevos brotes de vida vegetal que anunciar�an el
olvido definitivo y una esperanza de vida en una nueva tierra prometida. Pero los
temores no abandonaban a los fugitivos, que se ocultaron a�n, prudentemente, y
porque no pod�an hacer otra cosa, entre los hidrop�nicos de su c�pula
autoabastecida.
�Los ver�an? Es poco probable. �El hecho de que Dios todo lo vea no significa que
todo lo observe -reflexionaba Astigmatismo, o acaso fue Lepra la que lo dijo-.
Quien todo lo ve, por ventura para nosotros, pierde el inter�s y pocas cosas
observa. Es como el s�ndrome del jefe que s�lo se ocupa de las cosas de mayor
importancia y deja los detalles menudos en manos de subalternos ineptos y menos
interesados en lo que pasa que �l mismo�.
Al salir, si es que alg�n d�a sal�an con la renaciente primavera de la vida,
habitar�an en los mu�ones de las ciudades, esos ciegos recintos de pasto
esclavizado, desaparecidas para siempre en escombros llenos s�lo de abandono.
Fue al final de la semana cuando empez� la lluvia de cuerpos muertos... Iban por
la autopista en el coche cuando vieron que algo ca�a del cielo y tropezaba contra
la capota de un cami�n: era un cuerpo humano que se deshizo en pedazos.
Astigmatismo lo examin�. Era evidente, aunque se hubiera reventado, que estaba vivo
poco tiempo atr�s... Entonces cay� otro; lo vieron surgir por encima de una nube.
Volvieron a mirar y ahora eran otros tres cuerpos que parec�an haber sido arrojados
al vac�o desde un avi�n sin paraca�das. Tropezaban contra las piedras y quedaban
destrozados, pero no ven�an vivos; era evidente que se trataba de cuerpos inertes
arrojados desde el cielo...
Era como si los descorcharan, como si los descascarasen como frutas y echaran
luego los cuerpos a la basura. �Qu� mejor lugar para los desperidicios que la
tierra!, dijo Erisipela entusiasmada...
En adelante, por si fuera poco, tendr�an que cuidarse de los aplastamientos. Ca�an
y ca�an cuerpos y la lluvia arreci� durante meses. Aunque no lo sab�an aunque lo
adivine el lector, eran los cuerpos que les quitaron en el cielo a los habitantes.
Pido, yo, que nos aferremos a los espect�culos de la tierra antes que tratar de
ver claro en el fondo del cielo.
Jules Vall�s
Y la idea misma de salir del cielo sonaba tan absurda que nadie se preocup� jam�s
por apretar los cerrojos o por echar las aldabas -qui�n iba a ser el loco que iba a
querer irse- pero no contaban con los apremios del doctor Alzheimer, que
consideraba que todo aquello era propaganda pol�tica, pan y circo destinados a
mantener satisfechos a los poqu�simos descontentos.
Y su disculpa, navegante perdido en lontananza, era que andaban por ah� en busca
de una perfecci�n que no hab�an alcanzado todav�a porque, como dec�a Parkinson a
todo el que quisiera escucharle, aun en el cielo es posible perfeccionarse y
evolucionar y que iba en peregrinaci�n por los diversos caminos del cielo porque,
ya lo dijo el Se�or, muchas son las moradas en la casa de mi padre...
Busqu� a Chagas para darle la buena nueva. Vagu� por los parques llenos de
imitaciones de olmos centenarios blanqueados por la nieve. Tras larga caminata lo
encontr�. Agazapado como el mendigo que era, el hombre me esperaba en el parque,
revolc�ndose entre la niebla y envuelto en un halo de silencio, mientras devoraba
bocados de ambros�a pas�ndolos con sorbos de n�ctar, fruto de sus m�s fecundas
lamentaciones.
-Yo sab�a que vendr�a, patroncito. Camine vamos con mis amigos, que ya casi son
las dos de la madrugada.
En eso se present� el te�logo sueco, como si hubiera estado citado de antemano.
Nos solt� una parrafada m�stica mientras nos dirig�amos al refugio. Salimos de la
avenida a una calle estrecha y mal ventilada. A lo lejos se adivinaban los extremos
de la b�veda celestial, cerrados a aquellas horas con gruesos candados y cadenas,
como si las fugas hubiesen aumentado en los �ltimos d�as de afanosos ires y
venires. In�til y torpe advertencia. �Qui�n hubiera querido salir a aquellas horas
a tentar fortuna en otros mundos? Creo que habr�a que estar loco para pensarlo
siquiera. La marea de nubes estaba ya por aquellas horas a la altura de la rodilla
y con la pl�mbea oscuridad daba la impresi�n de ser un viejo callej�n de la tierra,
lleno de desperdicios arrojados por el suelo. Mientras camin�bamos, el doctor
Alzheimer prosigui� su perorata, sin parar. A Chagas hay que hablarle con
sencillez, decirle que las cosas son a, b o c, como en sus tugurios y basureros, no
con mon�logos metaf�sicos. La verdad es que no entendi� nada, o muy poco, de la
perorata del te�logo, como el ser simple que es y que vive en un medio simple y
evita casi con humildad los medios complejos habitados por personajes complejos que
dicen s�lo cosas complejas. Por eso se molest� y, colmada su paciencia, agarr� por
los hombros de pronto al viejo sueco.
-�C�llese, hombre! O lo mando de visita al infierno.
-All� ya he estado.
-Pues lo devuelvo.
Despu�s de ese �xito m�s rutilante por lo inesperado que por lo concreto quisimos
infiltrar un aparato de radio en el Infierno con tan buen resultado que a los pocos
d�as ya escuch�bamos por onda corta los diversos sonidos de un universo en adelante
olvidado a su suerte. Chagas ten�a como lo hemos visto sus contactos en el
infierno, de modo que consigui� entrar el aparato, de contrabando. Nadie lo
advirti�, nadie se dio por enterado. �A qui�n se le iba a ocurrir que se pudiese
conspirar con un aparatejo de pilas con gentes que aun quedaban vivas en el planeta
abandonado? Entretanto Chagas y el resto de los mendigos llevaban consigo en sus
bolsas de desperdicios los aparatos de radio y se reun�an en las noches a escuchar
la est�tica est�tica del universo junto con los extra�os mensajes de abajo...
Ven�an estos mensajes de cuando en cuando y ten�amos que estar siempre pendientes
de las comunicaciones, con un guardi�n permanente hasta que aprendimos, casi no lo
advertimos, que los mensajes ven�an con horarios regulados por el sol de la tierra,
cada veinticuatro horas terrestres y nos hubiera costado gran trabajo conocer la
hora exacta de la tierra en medio de nuestro d�a perenne, hasta llegamos a pensar
en poner a alguien como los monjes de la edad media a recitar sin fin letan�as de
duraci�n precisa para calcular el paso del tiempo, si el doctor Alzheimer con
infinita paciencia no hubiera inventado un reloj de nubes acorde con esta
necesidad. Pero nos hac�a falta un ingeniero. Y para eso estaba Aids Dawn. Como
experto en radio hab�a trabajado en las �ltimas guerras y sab�a a la perfecci�n las
artes de la comunicaci�n en todos los medios et�reos... Desarm� el aparato y se las
ingeni� para ponerle una antena de electrodos. Despu�s, en la noche, lo encendimos,
tras pasar una tarde de angustiosa espera. Y hacia la medianoche escuchamos por vez
primera las voces, distintas, de los terr�colas.
-Al�, al�, mayday, mayday, �alguien nos escucha?
Saltamos exaltados. �Milagro!
Sali� en seguida nuestro mensaje. A juzgar por el tiempo que tom� la ida y vuelta
de �ste, la distancia con la tierra deb�a poner al cielo a la altura de los
asteroides esteroides que vagan entre Marte y J�piter.
Con esfuerzo se lograron comunicar... Hab�a gentes all� abajo, y esta era una de
las mejores noticias. Quer�a decir que era posible sobrevivir al cielo y al
infierno, y esto alent� las expectativas de liberaci�n de muchos de nosotros. Pero
los libres por ahora eran ellos, de modo que era m�s f�cil que aquellos se movieran
y tomaran una decisi�n para viajar hacia ac�, si es que quer�an hacerlo.
-M�tanse por la boca de un volc�n.
-Por ning�n motivo.
Pero, �de qu� otra manera viajar al cielo?
-Tal vez sea m�s sencillo si nosotros bajamos a la tierra.
-�Pero c�mo lo har�n?
-A�n no lo sabemos. Ni siquiera sabemos a qu� distancia estamos.
-Si hay comunicaci�n, insisti� Chagas, es que no estamos muy lejos de ellos. Estos
aparaticos no tienen gran alcance, a decir verdad. A la velocidad de la luz, no
creo que estemos a m�s de un d�a de viaje en televeh�culo espacial.
-Tal vez por medio del imagin�metro -sugiri� Parkinson.
-�Qu� es eso y d�nde est�?
-Bueno, es el sitio que permite viajar al pasado. El se la pasa all� -dijo la
ni�a, con aire reprobador que no ocult� la espina que quer�a picar con aguij�n
envenenado.
Los que se quedaron se aferraban a ese aparato de radio cuya pila se iba
extinguiendo. Estaban en la base del ej�rcito franc�s en la que trabajaba
Astigmatismo.
Encendieron los motores de un generador, esperaron un poco, pero nada sucedi�.
-Caramba, yo s� una mejor manera de viajar al cielo -dijo Salpullido.- Es m�s
sencillo de lo que parece. Basta suicidarse.
-No, hombre. Acu�rdate que suicidarse es pecado. Por bien que te vaya, llegar�s al
infierno.
-Bueno, pero por lo menos habr� hecho el intento.
Por fin un d�a las autoridades emitieron un veredicto en cuanto a las peticiones
de Parkinson. Como suele suceder en las decisiones judiciales no solamente perdi�
la apelaci�n sino que le revirtieron a Gangrena, que no lo hab�a pedido, sus
derechos y ordenaron regresarla a Almorrana City. Como era de esperarse, le
denegaron a Parkinson todos los permisos, le respondieron que su sitio, as� como el
de la ni�a, estaba al lado de la atroz Gangrena, su leg�tima esposa, que andaba
removiendo cielo e infierno en su b�squeda. Le daban una semana para regresar y le
negaban toda nueva utilizaci�n del imagin�metro.
En adelante s�lo Chagas y sus hombres tendr�an derecho para intentar comunicarse
con la tierra, cualquiera que fuese la �poca.
Desde luego Parkinson se fue a casaci�n. La respuesta fue que si segu�a molestando
lo iban a encerrar en el pabell�n de las blasfemias, donde podr�a desfogarse
durante el tiempo que quisiese, pero nuestro h�roe, indignado, empez� a proferir
juramentos en voz alta, para esc�ndalo de los dioses. Estos, temerosos de que la
cosa pasara a mayores, se abstuvieron de castigarlo y ni siquiera les pas� por la
cabeza la idea de mandarlo a pasar una buena temporada en el infierno. Y es que,
acaso, el hombre ten�a raz�n. Era una injusticia, una verdadera injusticia la que
se estaba cometiendo con �l y con Escarlatina y, por si fuera poco, con Salmonella.
�Por qu� no iba a poder visitar a la joven florentina cuando le diera la gana?
�Acaso ...? No. M�s bien se trataba de mantener las normas en pie. Era una cuesti�n
de dignidad para los dioses, de no dar su brazo a torcer. Las normas, pues, eran
las normas, como siempre, ciegas, torpes, retrato de la imbecilidad de este
universo. Tan ciegos estaban all� como en cualquier otra parte. Y eso fue lo que lo
decidi� a dar de pronto el gran salto.
Los grandes viejos desafiadores de Dios no temen una eternidad de tormento. Hemos
llegado a temer una eternidad de dicha.
Chesterton
That shabby corner of God's allotment where He lets the nettles grow, and where
all unbaptized infants, notorious drunkards, suicides, and others of the
conjecturally damned are laid.
Thomas Hardy
Abrigamos un �ngel al que sin cesar chocamos. Debemos ser los guardianes de ese
�ngel.
Jean Cocteau
La Fontaine, oyendo compadecer la suerte de los condenados en medio del fuego del
infierno, dijo: �Me hago a la idea de que se acostumbran, y que al final, estar�n
all� como pez en el agua.�
Chamfort
-Ya sabe usted, la existencia de Dios no debe ser muy amable, debe estar llena de
problemas.
-Me gustar�a tener Sus problemas... al menos por un d�a.
-No sabe usted de lo que habla -me replic� el �ngel-. Son palabras necias en o�dos
sordos. Pero si quiere una prueba de lo que puede hacer como dios durante un d�a,
prop�ngalo al consejo. Aqu� escuchamos todas las propuestas, si est�n bien
fundadas, y no olvide nuestro lema: �En el cielo no se le niega nada a nadie�.
-�Ni siquiera ir al infierno?
-Si desea usted no regresar de all�, estar� a su disposici�n, pero le aconsejo que
lo piense bien antes de hacer esa petici�n, porque una vez tomada la decisi�n, no
hay vuelta atr�s, es tan irrevocable como la misma Eternidad.
Sus palabras trataban evidentemente de asustarme, pero no soy de los que se
arrugan ante las invectivas y mucho menos ante las intimidaciones...
Eso es lo m�s ruin que he escuchado en la otra vida -se limit� a decir el doctor
Alzheimer antes de refugiarse en su mutismo acostumbrado.
Iron�a del doctor Alzheimer. Finalmente todo era mejor que seguir soportando tanta
felicidad. Creo que cuando nos hicieron no tuvieron en cuenta que no estar�amos
capacitados para un exceso de bienestar o de alegr�a, de ah� nuestra alergia a la
alegr�a.
Finalmente, cuando se sinti� listo, al fin y al cabo no hab�a el menor af�n, tom�
la decisi�n de partir.
-Tengo que irme ya, mu�eca.
Ella rompi� a llorar.
-No. No te dejar�, no me puedes dejar abandonada aqu�. Tu eres lo �nico que tengo,
lo �nico que me queda -me dijo.
Sus breves a�os no le ahorraron el patetismo de una confesi�n de mujer.
-Pero si no voy a abandonarte, ni�a m�a. Regresar�, te lo prometo.
-�Me lo prometes en verdad?
Por toda respuesta, �l le estamp� un beso en la frente. Ella se calm� un poco.
-Si no vuelves, sabes que ir� a buscarte.
-No. Te quedar�s aqu�...
-�Qui�n lo dice? -lo desafi�.
El se abland�:
-Mira. Tienes que quedarte, hazlo por m�.
-Pero es que simplemente no podr�a vivir sin ti.
El la abraz� con ternura y s�lo alcanz� a pensar que si a ella le hubiera sido
dado crecer un poco, �l no estar�a ahora programando viajes inciertos al infierno
en busca de la amante perdida. Si aquella chiquilla no era su media naranja, su
presencia por lo menos explicaba la equivocaci�n pues sent�a un afecto, un apego
hacia ella no inferior al que sent�a por esa Salmonella que lo esperaba tras los
muros espesos de la prisi�n infernal... Pens� con cierta confusi�n que s�lo
imaginaba su vida acompa�ado por las dos y no por una sola pero intu�a que la
peque�a no iba a soportar ese compartir que �l le propon�a y que se le iba a morir
de celos, y eso no encuadraba con ninguno de los par�metros conocidos en el cielo o
por lo menos no con el suyo, que no contemplaba en modo alguno una poligamia que
hac�a las delicias de otros a los que no sab�a si considerar m�s afortunados, pero
a�n menos contemplaba un impensable desapego hacia la dulce ni�a enamorada.
Pero a �l yo no le hac�a ninguna falta, eso estaba claro, ni le hac�a gracia la
escena. La despedida, pues, termin� siendo atroz para ambos, ya que no pod�an
derrotar la incertidumbre, algo tan extra�o, tan desacostumbrado en el cielo. Pero
los �ngeles guardianes velaban. Sus linternas pasaban una y otra vez sobre mi
cabeza. Intent� pasar entre dos rayos de luz. Parkinson se arm� de algo m�s que de
valor, envi� al vac�o un pu�ado de alcanfor y en esa madrugada oscura, burlando la
vigilancia de los �ngeles a los que Escarlatina por amor suyo enga�ara, mientras
Gangrena dorm�a se lanz� sin mirar atr�s por el hueco de una de las cuatro puertas,
la que daba al infierno, dejando a Escarlatina como a la desolaci�n personificada
atr�s y aquello fue bueno porque el dolor en el alma le impidi� ver los peligros
del camino.
Melanc�lica y triste la peque�a, se qued� a la orilla del vac�o, abandonada a sus
meditaciones l�bregas, envuelta en sus sollozos de ni�a, apenas perceptibles desde
las nubes aleda�as...
Largo fue en verdad el recorrido porque contra lo que pudiera creerse, el trayecto
entre el cielo y el infierno es arduo y dif�cil y todo erizado de escollos a�reos.
Hincado en los deslizadores, luchando contra el viento, Parkinson desafi� las leyes
f�sicas celestiales y tuvo que soportar la turbulencia de las nubes, la tempestad
que se arm� una vez los elementos se dieron cuenta que estaban siendo indebidamente
utilizados por un habitante, de modo que irritados redoblaron su resistencia. El
c�firo y el noto y todos los dem�s vientos se confabularon, airados, y se
debatieron con fuerza sobre el hombre con lluvia de granizo y una tempestad
fenomenal. Se sumi� en precipicios aterradores, remont� vuelo gracias a su pericia
de esquiador profesional ducho en artes tan poco ret�ricas como el deliz...
amiento.
Ahora vengo a saber que entre el cielo y el infierno existe un abismo, pero que
�ste no es infranqueable. Todo el que quiera puede pasar de un lado al otro, pero
est� obligado a permanecer all� por lo menos un a�o. En las playas de uno y otro
hay peque�as y fr�giles embarcaciones que permiten c�modos viajes por el �ter, bien
sea al purgatorio o al limbo, lugares estos s� encadenados y bien custodiados con
muros de amplio espesor para que no escapen los purgantes del uno ni los beb�s
limb�ticos del otro.
Pronto se dio cuenta que si quer�a llegar al infierno ten�a que pasar primero por
el limbo, lo cual le cay� de perlas porque una patrulla de �ngeles lo ven�a ya
persiguiendo. Se refugi� a toda prisa en el limbo, ese remolino antes de llegar al
cielo, que sirve de parapeto para esconderse de las persecuciones enfadosas; y fue
cuando Parkinson adquiri� su cualidad de anfibio, que tanto le ir�a a servir en el
futuro.
Fue una visita inesperada. Hay algo pat�tico con las criaturas del limbo,
solitarias, sin nadie que les se�ale una ruta, sin nadie que haga de gu�a, que las
eduque, salvo tal vez un Marco Aurelio o un Cat�n y los dem�s hombre probos que no
conocieron la fe de Cristo, esos hombres de la estirpe de los preceptores del
limbo, los paganos nacidos en las edades remotas. Por eso el limbo parece el
Parnaso, todo lleno de griegos sabios y de beb�s muertos. El limbo est� habitado
por esos beb�s y por personas entre los cuarenta y los cincuenta a�os, la edad en
la que no se es ni joven ni viejo, y es un lugar m�s bien agradable, salvo por el
olor penetrante a leche agria y a pa�ales reci�n cambiados que emana de todas sus
hendiduras que parecen celdas de panal de abejas como las de las torres de Babel de
Bruegel.
Pero por esconderse se meti� donde primero pudo. Fue a parar a la regi�n m�s
pantanosa del limbo, la de los que nunca nacieron y se quedaron en pura
posibilidad, en mero pudo ser, ese reino extraordinario de los abortados, y all�
fue donde pronunci� su frase que tanto se recuerda, frente al limbo: � Lo m�s
grande no es haber muerto, es haber nacido y s�lo por eso no estamos aqu� �.
Pero ninguna regi�n m�s pat�tica que la de los que hubieran debido nacer y nunca
nacieron, los hijos de uniones frustradas, los hijos de los espermas que llegaron
en segundo lugar y encontraron las puertas cerradas a la vida, pero los m�s
pat�ticos y m�s hermosos son los millones de hijos de las mujeres y de los hombres
que se desearon alguna vez m�s que a cualquier otra persona y que nunca llegaron a
encontrarse, las l�grimas de aquellos cuyos padres s�lo los concibieron en
sue�os... �Que por qu� jam�s se hablaron? �Por qu� no se lo dijeron?...
Lamentaciones que llenan sus pechos. Los que pasaron por el universo,
contempl�ndose, ador�ndose en silencio toda una vida, por qu�, porque en amores no
se pueden dejar las cosas comenzadas porque los arrepentimientos te pueden arruinar
la vida... Lo m�s sorpresivo de este sitio es la cantidad de uniones abortadas, que
supera con mucho a las logradas. Es un sitio que da a pensar que algo fall� siempre
en los sistemas de comunicaci�n de los seres humanos. �C�mo era posible que tantos
de ellos se hubieran ido tan frustrados, imagin�ndose equivocadamente que no los
quer�an, que aquello no hubiera podido ser? Y se caracterizan por su odio
irrefrenable hacia los hijos no deseados que s� tuvieron acceso a la vida, que
consiguieron viajar al planeta aqu�l, que fueron los causantes de todas las
guerras, su odio impregnado de melancol�a hacia aquellos que envenenaron el mundo
porque sus padres no los quisieron nunca, odio que no comprend�, porque �qu� mayor
castigo puede haber que esas vidas frustradas? M�s abortos del infinito que
aquellos otros... Derram� unas cuantas l�grimas de pena.. Lo hubi�ramos sabido en
la tierra acaso hubi�semos sido m�s felices, hubi�ramos planeado los nacimientos
con mejores perspectivas.. Si apenas nos hubi�ramos preguntado unos a otros... Yo
hubiera querido perpetuarme en ella, y ella hubiera querido perpetuarse en m�...
S�, el infierno debe ser as�: calles con se�ales y ning�n modo de entenderlas. Uno
est� clasificado de una vez por todas.
Albert Camus
Entonces nadie vino por un tiempo. No era usual que los dioses no mandaran a nadie
desde la Tierra por aquel espacio de tiempo. Mas los Dioses saben.
Lord Dunsany
Agradezco a Dios, y con alegr�a lo menciono, nunca tuve miedo del infierno, ni me
puse p�lido con la descripci�n de ese lugar. He fijado tanto mis contemplaciones en
el cielo,que casi he olvidado la idea del infierno; y tengo m�s miedo de perder las
alegr�as del uno, que de soportar la miseria del otro: ser privado de ellas es un
perfecto infierno.
Sir Thomas Browne
A veces los �ngeles no saben / si andan entre los muertos o los vivos.
Xavier Villaurrutia
Un demonio nos sigue los pasos para atormentarnos y derrotarnos en todo, incluso
en las cosas m�s peque�as.
William Hazlitt
Entre varias diferencias que distinguen el infierno cristiano del T�rtaro antiguo,
una sobretodo es muy notable: los tormentos que sufren los mismos demonios.
Chateaubriand
El vago Universo sin playas se hab�a convertido para �l en una ciudad firme, y
habitaba donde quer�a.
Thomas Carlyle
8. COSTUMBRES INFERNALES
Los goznes rechinaron como de costumbre. El �xido los estaba carcomiendo desde la
inauguraci�n misma del infierno. �Y las llaves qui�n las ten�a? Vaya enigma.
Llegu� al primer sal�n del infierno hediondo a azufre, recubierto por muros de
diamante. Cerr� los ojos para no ver todos esos suplicios horribles... Me encamin�
a trav�s del pasillo, agarr�ndme de las barandas, como un fakir que caminara sobre
brasas ardientes. En esta fantasmal zona del infierno era como si los soles en el
cielo estuvieran muriendo en sus p�lidos reflejos escarlatas sin sombra y nos
sumergieran en un mundo subterr�neo, -fue cuando comprend� por qu� los antiguos
situaban los infiernos en el centro de la tierra-. Pero el fuego no me quemaba,
apenas abr�a los ojos para mirar la l�nea por la cual iba andando, sin hacer caso
de las lamentaciones y de los gritos de terror y cuando al final del t�nel divis�
una luz, se encendieron las alarmas.
�Ten�a raz�n el doctor Alzheimer!
Los justos, los justos. �Qui�nes diablos son los justos? �Acaso el libre albedr�o
daba para tanto?
La idea de castigo depende �nicamente del castigado. Por mucho que el castigador
se esfuerce, en tanto el castigado no se de por enterado del castigo, no hay
castigo. Eso es lo que pasa aqu�, pensaba despacio el doctor Alzheimer.
Los fil�sofos disputan en el cielo. El doctor Alzheimer opina que no s�lo la tierra
sino el cielo tambi�n es ilusorio y que no entiende nada. Conjetura. Concluye que
al cielo o al infierno se va por mero azar. Como una balanza. Por poco que se
incline hacia un costado, plash. No s� por qu� estoy aqu�, dice. No creo haber sido
ni bueno ni malo. Como buen te�logo a�ade: �Ignoro lo que significa la eternidad,
el infinito pero creo que si tienen un sentido es que todo lo que pueda pasar
pasar�, y que pasar� un n�mero infinito de veces; t� volver�s a vivir tu misma
vida, un n�mero infinito de veces, y volver�s a vivir otras vidas diferentes, todas
ellas otro n�mero infinito de veces; es algo que no te cabe en la cabeza,
absolutamente una locura �.
-Pero una de esas cosas posibles es una eternidad de hechos siempre nuevos en los
que nada se repita.
-Es una buena observaci�n, que nos lleva de nuevo a una paradoja.
-Esa eternidad ser�a incompatible con la anterior.
-Bueno, es posible, como es posible otra u otras que no sean ni lo uno ni lo otro,
una eternidad, por ejemplo, en la que s�lo existan jamones, o s�lo pelotas o
cualquier cosa que se te ocurra, o todas las mezclas que se te ocurran, y todas
ellas infinitas en el tiempo.
-Ha conseguido usted entrar en el Averno -me dijeron por un altavoz. �Ha ganado
diez puntos y un fin de semana en las playas del infierno en compa��a de dos
personas! Merece usted, que es uno de los que no tragan entero, ser de los
nuestros, cortes�a de jabones Lucifer, por supuesto. De inmediato se encendieron
las luces a mis espaldas y todos los diablos y los condenados, torturadores y
torturados entremezclados, se unieron en un furioso coro de aplausos como si fuera
un acontecimiento que estuvieran esperando desde siempre. Pod�a tambi�n ser el
final de una trampa, por supuesto, como en todo lo que hacemos, nunca sabemos para
qui�n. Se abrieron las puertas a otra sala y todos los actores de aquel curioso
drama se unieron en un fest�n �nico.
Tranquilizado, sonre� con astucia, con los �nimos revenidos y los motores vueltos
a encender. Adentro todo era diversi�n, diversi�n y lujuria, gula, sexo, juego,
violencia, pero de la m�s rara especie que jam�s vi, contra la legi�n de los
�ngeles masoquistas que se entregaban con frenes� a los m�s arduos de los dolores,
con gemidos de satisfacci�n... En tanto el coro de los s�dicos celebraba con
carcajadas que m�s parec�an risa nerviosa adictiva que un original despliegue de
buen humor.
Y es que el infierno es as�, alegre, siempre festivo, pero la suya es una alegr�a
enfermiza, que nunca parece natural, cosa que tampoco sucede en el cielo. Ambos,
aqu� entre nos, me han parecido lugares artificiales, artificiosos, un tanto
mentirosos, como frutos m�s de la invenci�n de mentes creativas que de condiciones
creadas por millones y millones de a�os de evoluci�n y de caricias mutuas entre los
seres y sus ambientes.
Por ello es que la nostalgia de la tierra se me volvi� a encender una vez m�s y
ahora aunada a la fuerza de las ilusiones perdidas, a ese deseo insensato de volver
atr�s, de volver a empezar, que es el deseo humano por excelencia. Es como la
pregunta que me hizo el otro d�a el doctor Alzheimer. �Si te ponen a escoger entre
la vida eterna feliz, sin problemas, o volver a empezar en la tierra otra vez
alguna de tus vidas, qu� escoger�as? Y yo, a mi pesar y m�s por la inercia propia
de la situaci�n que por un �nimo repentino le dije que me quedar�a con la vida
eterna pero que bajo ciertas circunstancias como la abolici�n de algunos males, tal
vez me agradar�a volver a la tierra para empezar de nuevo toda la historia y creo
que hay pocos ex seres humanos, pocos habitantes que rechazar�an seriamente la
propuesta hoy por hoy, porque tu sabes que tantos a�os de ausencia han ido labrando
su camino de nostalgias y que todo a lo lejos parece tan hermoso y que esos
recuerdos de cuando amamos y fuimos amados en el planeta no los cambiamos hoy por
nada y que se venden sus harapos en el mercado negro del cielo como pan caliente y
que hay cuenteros especializados en recordarnos esos tiempos y que lo hacen con un
arte delicioso cuando nos sentamos en las bancas del cielo, pero divago demasiado
aqu�, debo estar ebrio, en medio de la recepci�n triunfal que me hacen en el agudo
infierno, con sinceridad, se les ve que en verdad est�n gozando con mi presencia,
quiz�s imaginan que adquirieron un nuevo compa�ero de farra, de juegos de mesa, de
bares, de borracheras b�quicas -a prop�sito all� en un rinc�n est� el gran Baco
rodeado de un gran corro de borrachos y me saluda con la mano, como si me
reconociera- y de criaturas de los delirium tremens que los acompa�an en medio de
una griter�a infernal, esto es, de la sala dos del infierno, y parecen pas�rsela
bastante bien en medio de todo, y un borracho gritaba, miren, un elefante volador,
una cucaracha gigante, y todos se volteaban hacia esos engendros de pesadilla y los
recib�an con unas carcajadas triunfales y ven�an entonces los brindis por las
visiones y todos encantados, tan felices por estar departiendo nada menos que con
Baco, privilegio que me imagino no est� reservado m�s que a los mejores bebedores
del infierno, pero no todo es tan gratuito porque cuando me pasaron a otra sala me
mostraron a los borrachos del d�a anterior, tirados por ah�, apilados en medio de
ayes y dolores s�lo comparables con los que conocimos alguna vez en la tierra
despu�s de cualquier borrachera, preludios apenas dignos de este curioso infierno.
Del infierno dir� que es uno de los lugares m�s sorprendentes que haya conocido por
la discrepancia entre lo s�rdido de sus instalaciones y lo brillante de sus
diversiones. Me encontr� con un lugar de vacaciones, un poco transtornado, s�, pero
con toda la bulliciosa vitalidad de un burdel cubano. Descubr� que la mayor parte
del infierno tiene forma de playa tropical. Limitado por l�neas rocosas hacia el
norte y el sur, da hacia un espl�ndido oc�ano que desgrana crep�sculos
extraordinarios por sus vivos colores y formas bien definidas y no menos
extravagantes. Y s�lo durante la mejor hora del ocaso es posible contemplar desde
all� la zona de los calabozos y se alcanzan a adivinar las sombras de los demonios
en medio de las nubes que se van oscureciendo en el horizonte. Pero son unas playas
que a m�, al menos, me resultan insoportables. Todo el mundo vive all� en vestido
de ba�o y toma el sol de la estrella adyacente todo el santo d�a, digo, todo el
maldito d�a. Y por lo dem�s, el infierno es el mejor lugar del universo para el que
guste de la diversi�n inmoderada. Que no son muchos, �eh?, y tampoco es que
abunden, porque para ello hay que tener no solamente talento sino tambi�n cierta
vocaci�n, la vocaci�n de la d�bauche. Los calmados no est�n hechos ni satisfechos
para y con el infierno; pero tampoco los sangu�neos ni los que sufren repentinos
ataques de remordimiento de conciencia. Tendr�amos que saber que las org�as
cotidianas albergan un poco de sana distracci�n y un mucho de desesperanza en
ellas, como el juego en los casinos y qui�n no quisiera llevarse al cielo millones
de juegos para pasar el rato, para vencer al tiempo con calculada indolencia en
sesiones maravillosas de a quince d�as sin pensar en nada m�s que en las cartas, y
sin fatigarse entre tanto, sue�o de cualquier croupier respetable y de sartas de
los playboys en decadencia que aspiran a quebrar la banca un d�a, cosa posible
hasta donde se ha visto, que se han ido quedando cortos de divisas en tanto los
r�probos se divierten comprando los placeres, por pura gana adem�s, que de
cualquier manera son gratuitos y lo hacen por el s�lo gusto de lo prohibido, pero
la conciencia del poder que da el dinero acrecienta el goce, dicen muy ufanos, como
probados que son y sabidos en vicios mundanos...
Pero yo no lo sab�a y continuaba sumergido en las tinieblas buscando el famoso
pasadizo que aparece en todas las visitas al infierno, por donde pudiera buscar a
Salmonella. Apenas percib�a que detr�s de esas cavernas se escuchaban difusos
acordes de agradables m�sicas tropicales y se adivinaban lentos y deliciosos aromas
lejanos. Me acerqu�, temblando, y dobl� un recodo milagroso que me hizo encontrar,
de sopet�n, metido en el lugar m�s maravilloso que imaginarse pueda; un sol inmenso
desgarr� las tinieblas anteriores y aparecieron a los ojos del c�ndido viajero las
inmensidades de una playa atestada en un florecido mar caribe�o. Una humanidad
entera, y miles y miles de r�probos junto con diablos y diablesas, �ncubos y
s�cubos con pezu�a de cabra y tal cual curioso del limbo o del purgatorio, se daban
al placer pecaminoso de la danza en una algarab�a descomunal, con contorsiones
atrevidas si no hubieran sido tan extendidas entre los danzantes, amenizada por una
fenomenal orquesta, en medio de copiosas libaciones de rones y cubanos -que por
cierto en los infiernos, lo constat�, no han podido todav�a superar con otros-.
-�Guuau! (Wow en la versi�n americana del ladrido que se ha convertido en
expresi�n proverbial de dicha y asombro al mismo tiempo!) -exclam� Parkinson,
completamente aturdido y deslumbrado como un pez cuando descubre el se�uelo bajo el
mejor bocado de su vida.... El infierno era entonces eso, un lugar ch�vere,
tropical, lleno de baile, de rumba, en el cual se paseaba alguna gente interesante,
pero era evidente para Parkinson que aquello s�lo pod�a ser bueno por ratos, ya que
uno se cansa, uno se aburre, uno se desborda, y no hay soledad porque la soledad la
llevan todos por dentro, o algo as�, y por eso es que algunos intentan fugarse de
all� sin saber que nadie va a evitar que lo hagan y aunque ya conocen las salidas y
a los guardianes, no se atreven porque les da miedo regresar a... la tierra.
Buscaba habitantes del infierno, pero s�lo encontr� un japon�s que andaba para
arriba tomando fotograf�as con su c�mara. No se quer�a perder nada. Importunaba en
todo momento y no entend�a ni jota de lo que se habla, pero sonre�a a todos los
diablos, a empezar desde luego por los diablos de la guarda que lo miraban
fastidiados y con ganas de darle una patada y expulsarlo de all�.
Por fin Parkinson encontr� a un vagabundo que daba vueltas, con las manos en los
bolsillos, aparentemente dedicado al arte del bostezo regado de cuando en cuando
por un cigarrillo.
-�Podr�a decirme por d�nde se va a las salas de los condenados?
-No tengo la menor idea, ni me interesa. Yo no soy de aqu�, preg�ntele a alguien
que conozca.
-�Puede saberse, si no le molesta, de qu� lugar del universo viene usted?
-Del cielo, por supuesto. Me aburr�. Yo ya no estoy para esos trotes. Y por eso
escap�.
Parkinson lo interpret� como deb�a ser y no quer�a contar. Se hab�an aburrido de
�l y lo hab�an expulsado del Para�so. Era, pues, un t�pico habitante del infierno,
infiri� Parkinson, pero pronto se llevar�a una sorpresa que sin embargo ha debido
prever: que los indeseables son indeseables partout y que nadie quiere quedarse con
ellos en el perpetuo asalto de la eternidad por lo que constituyen un problema de
dimensiones colosales. Y puesto que no se cansan ni se fatigan -la mayor cualidad
de cualquier indeseable- est�n siempre rondando de aqu� para all�, fastidiando a
todo el mundo.
De hecho, a nadie le est� prohibida la entrada en los infiernos y casi todo est�
permitido, es cierto, pero no todo. Es frecuente escuchar a los supliciados
gritando de pronto con voz estent�rea: �Dios m�o! De inmediato, y sin juicio
previo, como lo pude constatar por mis propios ojos, unas diablesas los llevan
presos y los mandan a fre�r esp�rragos por fuera del averno. O, mejor, son los
esp�rragos quienes los fr�en a ellos. Pregunt� a qu� se deb�a aquello y fue cuando
aprend� la prohibici�n que m�s gracia me caus�. Y es que el diablo prohibe
mencionar por ning�n motivo a ninguno de sus enemigos del cielo. Y es el caso que
hay muchos que han sido expulsados del infierno por haber proferido en alta voz el
nombre de Dios o de sus secuaces y arrojados vaya uno a saber d�nde, acaso a las
letrinas del cielo.
Fue entonces cuando lo llevaron a los salones musicales del infierno. Y all�
estaban todos los rockeros, todos los metaleros, todos los expertos en subliminales
mensajes sat�nicos, y se estaban dando un concierto de maravilla, las jovencitas
entre el p�blico volaban encima de cientos de torsos, de cabezas melenudas
enloquecidas, con los torsos invariablemente desnudos y a veces m�s que eso, miles
de brazos que las iban pasando de un lado a otro en medio del estruendo de las
guitarras el�ctricas a un volumen desconocido y unos no menos melenudos desgranaban
en el escenario sus roncas voces de aspirantes a demonios y como el ritmo me agrad�
me qued� un buen rato all� antes de salir aturdido, con los o�dos a punto de
reventar y de toparme con un individuo de la m�s atroz catadura all� por donde
dec�a exit, con chaqueta de cuero y mil admin�culos cortopunzantes pegados a todos
su cuerpo y tatuajes y dem�s que me dijo, oye tu, amigo, la vas a pasar bien en el
infierno, y con los dientes o mejor con una calza de titanio destap� una botella de
cerveza y le rod� algo de sangre de las fauces en tanto me la ofrec�a pero yo la
rechac� con muy buenos modales antes de ser conducido al sal�n de la m�sica
sinf�nica.
�Por qu� raz�n el dios de la m�sica habr� bajado un d�a a los infiernos? Porque
todos los dioses de la m�sica deben bajar alg�n d�a a los infiernos en busca de
inspiraci�n y es que el infierno, seg�n dice el doctor Alzheimer, es el para�so de
los m�sicos. Mire bien, que todos los buenos m�sicos deben estar en �l, salvo tal
vez Messiaen. Oh, en el cielo no saben nada de eso. All� s�lo se toca la lira y de
vez en cuando, para las grandes ocasiones, la trompeta. Bueno, algunos s�, ah� est�
Bach, nunca sabremos cu�nto le debe Dios a Bach, como dijo Cioran. Pero el resto es
insoportable, �y lo dir� yo!, puras liras y m�sica new age y desde luego el rap y
dem�s porquer�as inventadas para seres infernales.
Pero era la hora de la comida. Se interrumpieron todos los ruidos:
�Vaya! �Esto debe ser pasto de dioses, manjar de dioses!, se dijo muy apurado,
tragando un poco de esa masa de man� llovido del cielo... del infierno, si se me
permite, perd�n.
Que si todos somos inmortales lo mejor es vivir en paz por los siglos de los
siglos, pero nosotros, los habitantes del infierno no nos podemos estar quietos,
siempre tenemos que estar haciendo algo, y ese algo tiene que ser adem�s
emocionante. Por eso, mientras existamos, habr� lucha, mientras podamos disfrutar
haciendo el mal, lo haremos, mientras tengamos una oportunidad de desbancar a los
de arriba, lo haremos. �Qui�n quita que un d�a el universo sea nuestro? Entonces
crearemos un nuevo mundo. Y al final lo crearon en verdad.
Casi no hay salas de tormento aqu�, pero s� las hay, en contados casos, como
regalo a los masoquistas. Empez� a pasearse por las diversas salas de torturas sin
que ning�n demonio se opusiera a su paso. Antes bien, en alguna lo recibi� una
especie de ujier que le pregunt� si ten�a prendas para dejar en el vestier en tanto
asist�a al espect�culo.
Parkinson vacil� un poco antes de continuar. Hab�a una sala de torturas para los
�ngeles prisioneros, raptados en el cielo en alguna guerra y olvidados sin pagar el
rescate, y otros que son torturados con un lento desplume, arranc�ndoles pluma por
pluma con sevicia sin igual y son devueltos luego, en canje de prisioneros, al
igual que pollos de congelador. En el cielo, dicen aqu�, han dado por dar semejante
trato a los diablillos tomados como rehenes en combate y dizque por eso lo hacen
porque a ellos ni les va ni les viene y s�lo piensan en divertirse. Les cortan los
cuernos y con ellos se fabrican esos objetos de marfil que brillan con tanto
esplendor y que por eso es llamado all� marfil de los diablos y que sostienen que
va a desaparecer junto con la caza de �ngeles no vaya y sean declarados especie en
v�a de extinci�n. Y con sus colas los �ngeles hacen unos caldos que les parecen
deliciosos y son considerados banquetes de demonios gourmets pero que son
simplemente insoportables para nosotros, m�s que las deyecciones de cualquier
animal terrestre de nuestro tiempo.
Pero eso era solamente en la regiones especiales del suplicio, porque aqu� la
tortura eran los d�as largos. Cu�n cierto lo que dec�an, que muchos desean la
eternidad pero no saben qu� hacer en un domingo lluvioso.
Y me met� en una sala que daba m�s para risas que para dolores. �Pudiera
imaginarse alguien que haya demonios masoquistas? Pues s�. Unos demonios parec�an a
punto de descargar sus iras sobre unos inermes ciudadanos que parec�an -qui�n va a
creerlo- implorar sus golpes. Pero cuando el primero de los demonios iba a asestar
el golpe sobre el primer desdichado un dolor enorme pareci� abatirse sobre el
demonio.
Habituados al castigo que el cielo les impuso, disfrutan de un extra�o dolor que
les viene cada vez que van a castigar a alg�n humano y lo mejor es el castigo doble
porque lo hacen con sadismo sobre los masoquistas humanos que se quedan por los
siglos de los siglos con los crespos hechos y las ganas de ser golpeados, mutilados
y humillados.
Y los despanzurra y los espicha y los estruja el diablo, como hubieran querido
todos los pintores de Juicios Finales.
Y a prop�sito, ojo con eso de trabajar como un condenado. �Es que acaso los
condenados trabajan? Hay adictos al trabajo, esos merecer�an todos el infierno
entonces. Es cuesti�n de temperamento. Para los unos el ocio es una recompensa,
para los otros, lo es el trabajo. Unos se han acostumbrado tanto a la tristeza que
ya les resulta imposible vivir sin ella y no la cambiar�an por nada en el cielo, ni
siquiera por la felicidad, ni siquiera por una felicidad conocida, no in�dita.
Podemos imaginar el infierno como una gigantesca f�brica en la cual nadie puede ver
al jefe. No hay salarios, sino raciones miserables, fuete todo el d�a, l�tigo, y
tienen que cargar con enormes pesos en la labor in�til de construir torres de Babel
o instalaciones industriales que cada vez les envenenan m�s el ambiente. Problemas
respiratorios.
Parkinson se hallaba perdido en las profundidades del infierno y sin medio alguno
de echar hacia atr�s trepando por las resbalosas paredes; poco a poco se deslizaba
en lenta aunque irremediable ca�da, como el profesor Liddenbrock hacia el centro de
la tierra. Y de hecho las paredes rocosas del infierno semejaban mucho a las que
conducen a las entra�as del planeta, donde desde siempre ha sido fama encontrarse
la morada de los diablos. Comprendi� qu� era lo que se quer�a decir cuando se
hablaba de los �ca�dos�. Pero ya hab�a recorrido todas las estancias, todos los
pa�ses y ten�a que descender hasta el fondo mismo de todos los infiernos si quer�a
encontrar siquiera la sombra de su querida Salmonella.
Ten�a en mente naturalmente que mientras est�s entrando tienes que fijarte muy
bien por donde te van metiendo para poder salir despu�s, de modo que como Hansel y
Gretel fui desenrrollando un ovillo de im�genes para no irme a perder en los mil
recovecos, asociando la figura de Baco que vendr�a despu�s de los bebedores
resacados. Me sent�a un poco Orfeo, pero el del cuadro de Moreau, me sent�a Dante,
me sent�a Lot, loter�a, que si miras atr�s, que si no miras te vas a convertir en
estatua de piedra o de sal, que es lo mismo y segu�a desmadejando su ovillo,
dejando atr�s un hilo de lana largu�simo pero como en todos los cuentos pasa lo
mismo, se le olvid� recubrirlo de asbesto y cuando lo fue a recuperar pues claro,
se hab�a quemado s�lo con los vapores de las primeras salas y no quedaba m�s que el
rastro de una lev�sima ceniza que fue barrida pronto por los vientos ardientes y
nuestro h�roe se qued� ah�, solo y abatido, sin rumbo, perdido el camino, como un
tonto y sin saber para d�nde agarrar, salvo hacia donde estaba su Eur�dice adorada,
que en este caso se llamaba Salmonella.
Pero tambi�n como a pesar de la f�rmula de las infinitas postergaciones Parkinson
es un Orfeo que finalmente s� consigue su cometido, y lo digo de antemano para
perjudicar a cualquier Hitchcock que se quiera entrometer aqu�, con lo cual
subvierto las reglas de todos los Orfeos, de todos los Lots (�aunque a medias?) y
tengo como evidente que hay que dar una versi�n moderna del rapto, me quedo callado
un rato y posmodernamente los dejo con la madeja de hilo en las manos, como
cualquier Pen�lope.
Llevaba varios d�as sumergido en ese infierno. Pero fue s�lo despu�s de darle
muchas vueltas que empec� a encontrar el sentido del infierno, su punto distintivo,
su esencia; y ya va siendo el momento de decirlo: simplemente el infierno es toda
una requisitoria contra el aburrimiento, esa es su �nica raz�n de existir y por eso
mismo existe, porque hay seres en el cielo, no digo nombres, interesados en su
perpetuaci�n como �nico lugar que garantiza la diversidad completa en el universo
pues el infierno es un espejo del cielo, como un cielo puesto boca abajo, con todos
sus atractivos precisamente presentes en gracia de discusi�n, una aparici�n de la
dial�ctica, un puente entre las dos fases de la existencia, un maniqueo carrusel
entre el ying y yang... Y si es el lugar para acallar las penas de los aburridos
tambi�n lo es para conseguir la paz o para vacacionar o, en fin, para variar de
temperatura y de diversiones por unos d�as cada vez que se quiera, el infierno es,
en verdad, un hervidero total, pero no s�lo de cuerpos que destilan un delicioso
olor a olla podrida, sino de pasiones desbordadas, un sitio verdaderamente
delicioso para quien tenga vocaci�n y temperamento al decir del te�logo sueco, edad
tambi�n, dir�a el doctor Alzheimer, y es as� como las gentes se pasean por las
playas, armadas de pi�as coladas y gafas de sol, infernales... As� se comprende que
vengan unos de visita y que otros lo tomen como su morada permanente, como vivir en
un hotel de cinco estrellas en Canc�n, de por vida, porque una de las ventajas de
no haber sido condenado es la de poder escoger libremente el infierno si se desea,
as� como los condenados, si les viene en gana, pueden pasarse al cielo cuando lo
quieran, cosa que hab�a sido perfectamente observada por Bernard Shaw...
Y encontr� que todos tenemos nuestro reverso all� cuando observ� un grupo de
personajes semejantes a los del cielo y en los que cre� reconocer a algunos
allegados o conocidos. All� conversaban y viv�an sus vidas igual que los del cielo,
pero como en un espejo. Empiezo a sospechar que la cosa es m�s o menos igual,
cuesti�n de temperamento, hemos dicho. Ello me decidi� a buscarme afanosamente a m�
mismo, de modo que afanosamente me dirig� a la avenida principal del infierno para
hallarme a m� mismo o cuando menos para hallar mi casa, la sombra de mi casa
celestial en la que deb�a habitar mi otro yo, la parte oscura de m�, mi costado
negro y all� estaba efectivamente mi propia casa, envuelta en penumbras, pero sin
nubes en el piso.
Y entr� en ella. Fue cuando descubr� que Escarlatina ya no estaba a mi lado.
-�Y c�mo quieres que vivamos en un mundo sin reglas? Aqu� no hay ning�n misterio
que solucionar fuera del de la contemplaci�n del Alt�simo, aqu� se aburre
infinitamente el detective que hay dentro de m�. Nada nos amenaza, salvo la idea
horrible de la eternidad. �Sabes? Lo m�s espantoso es la ausencia de lo inesperado.
Yo vivo en un mundo de fantas�a pero la fantas�a precisa de reglas de juego si no
quiere perderse en vaguedades sin sentido. El drama se ahonda cuando conocemos
exactamente el alcance de los peligros.
-Estamos metidos en un laberinto de sinrazones.
Era s�lo un inmenso hueco en el espacio, desnudo. Se qued� mirando ese vac�o
inexpugnable. Hab�a hecho el viaje con toda su familia. Bastante trabajo le hab�a
costado convencerlos de mudarse del cielo al infierno. Y ahora...
�De manera que el Infierno no exist�a! �Era un espejismo a lo sumo!
-Un simple espejismo detr�s de una tramoya destinada a mantener a raya a los
demasiado revoltosos... asegur� Chagas, quien no ocultaba su cara de satisfacci�n.
-�Y pensar que entonces ten�a raz�n Sartre, y que el infierno son los otros! -dijo
Hepatitis B- Por no olvidar, claro est�, entre los innumerables infiernos que ha
inventado la literatura, el de Albert Camus, una serie de calles llenas de avisos y
no hay manera de explicarlos porque no hay lenguaje, porque no hay m�s que se�ales
de las que nadie conoce el c�digo.
La decepci�n le rodaba por las mejillas en forma de sudor. Tanto trabajo perdido,
se dijo.
-No. Creo que ten�a raz�n el te�logo sueco... asever� Chagas, como para
consolarlo. Cada uno lleva su infierno o su para�so dentro de s� mismo. Es apenas
una cuesti�n de temperamentos, no de mucho o de poco viajar.
No era una verdad f�cil de aceptar, como no lo hab�a sido casi ninguna desde su
llegada a ese malhadado lugar que m�s le parec�a una prisi�n que un para�so lleno
de delicias. Trat� de tomarlo por el lado divertido:
-Qu� vaina, y yo que quer�a pasar una temporadita por all�...
-No te preocupes. Aqu� tienes tu propio infierno, si lo quieres. Lo que ocurre es
que no lo vemos si no lo queremos. Ah� est�n los malos a tu lado, y tu los ves si
quieres, y est�n lo buenos, y lo mismo digo de ellos... Y si todos somos un poco
dobles pues ah� nos tenemos, estamos al mismo tiempo en las dos regiones, todos. Es
lo m�s probable, al menos.
-Tal vez no lo santos.
-Qui�n sabe, a lo mejor tambi�n se cansen y salgan a dar sus paseos.
-Esos deben habitar en C�lico Miserere o no s� d�nde diablos, puesto que nunca los
he visto -dijo Hepatitis B.
-Basta saberlos observar -intervino uno de los hijos-. Todo es cuesti�n de punto
de vista. El ojo con el que se mire hace la diferencia. Yo los he visto.
-�Entiendes ya? Escucha a tu hijo -sugiri� Chagas-, es lo mejor que puedes hacer.
-Un poco, pero no mucho. Yo esperaba otra cosa. La justicia no existe. �O si no
para qu� crees que me sacrifiqu� toda la vida comport�ndome de un modo y no de
otro?
-Te gustar�a creer que lo hiciste por virtuoso. Te costar�a mucho trabajo aceptar
otra cosa, �no es cierto?
Le dio una palmadita en el hombro. En verdad Chagas estaba apenado con el pobre
hombre. -Te aseguro que en el fondo no lo hiciste m�s para ganar el cielo o el
infierno que para seguir tus propias inclinaciones naturales. Ahora, si te forzaste
a algo que no quer�as, era porque en el fondo s� quer�as, porque te daba alg�n
placer, as� fuera el de pensar en futuras recompensas, pero siempre para t� y para
tu ego�smo y vanidad. �Sabes? Hay mucha gente que disfruta sufriendo, te lo digo
yo, mucha m�s de la que crees, lo que pasa es que prefiere m�s el sufrimiento que
uno se da a si mismo que el que le llega de fuera. Les gusta el sufrimiento... pero
tambi�n la libertad, s� se�or.
El hombre no respondi� nada. Hizo una se�al, los hijos recogieron sus maletas que
yac�an en el suelo, y emprendieron el camino de regreso al cielo.
Yo hab�a imaginado en una fantas�a un mundo del M�s All� al cual llegaran todos los
muertos poco antes de la aniquilaci�n definitiva, y sus caras de fastidio, de
espanto al ver que no hab�a Dios ninguno. Es, digamos, una instancia preparatoria
para la nada... Era m�s una sensaci�n de enga�o, s�, de haber sido estafados por
alguien, por sus padres, por su sociedad, por el mundo, por los que se inventaron a
Dios, y de haber vivido vidas falsas, las vidas que no hubieran querido vivir m�s
que por un motivo muy definido y que lo hicieron �nicamente para ganarse el cielo
(o el infierno), �comprende usted? Pecar, no pecar. Cuesti�n pr�ctica. La sorpresa,
el deseo de devolverse para volver a comenzar ser�an las m�s explicables de las
sensaciones de estos pobres abandonados... Me gustar�a ser ese testigo de tal
momento... Pero claro, si yo cre�a que no hab�a nada despu�s de la muerte, tampoco
habr�a esa sorpresa, ese momento digno de ser disfrutado por el mejor de los
voyeuristas. Pero lo pensaba y lo disfrutaba con algo de sadismo, con algo de
inteligencia vengativa... Se imagina usted todas esas monjas preguntando en la
entrada del cielo, cuando se les diga que perdieron su tiempo, que aqu� no es, que
no hay dios ninguno, que qu� l�stima pero que no las pueden recibir en ninguna
parte, que busquen por donde puedan pero que el cielo no existe... �Se imagina
usted sus caras? Pues esa fue la cara que puso Hepatitis B. cuando descubri� que
tampoco hab�a infierno... Era como querer tropezarse con dios y darse cuenta que no
exist�a ni siquiera el diablo.
III - APENAS UN INFIERNO PROVISORIO. CUESTIONARIO CORTESIA DE BERNARD PIVOT Y
JAMES LIPTON
� -�Por qu� no entras y te das una vueltica antes de seguir para el infierno? De
pronto te gusta y te puedes quedar all� para siempre, o una temporadita. �
Pero lo mejor, para un nihilista, es la injusticia que hay en ese silencio despu�s
de la muerte. Siempre he pensado que al morir, una justicia m�nima exige que
deber�a haber al menos un infierno provisorio, hecho para los tontos, en cuya
entrada los recibiera un ujier, delante de todos nosotros: -Bueno, no existe ning�n
Dios, tienes veinticuatro horas para sufrir por todo lo que perdiste en la vida
sacrific�ndolo a esta tonter�a de la Vida Eterna. Arrepi�ntete y despu�s deshazte
en la nada.
10. ESTO SE PONE UN POCO EXTRA�O Y EMPIEZAN LAS SORPRESAS PARA LOS DIOSES
Uno no puede ayudar al otro a salir del infierno a menos que haya descendido a ese
infierno en cualquiera de sus grados.
Bruno Bettelheim
Para m� ubi Caesar, ibi Roma: donde estaba mi hermana ah� estaba el para�so, no
importa que fuese en los cielos o aqu� abajo en la tierra.
Thomas De Quincey
El �nico reino movido por la justicia es el reino de los cielos. Los reinos de la
tierra marchan con petr�leo. Y los �rabes tienen petr�leo.
Le�n Uris
Siguieron varios d�as por entre las cavernas y aberturas de la inmensa monta�a.
Parkinson estaba preocupado porque sab�a que la ni�a sufr�a. Ten�a los pies casi en
carne viva y dif�cilmente caminaba. Pero no pod�an retroceder ni detenerse. Y ella
no se quejaba. Por tanto, �l la amaba m�s y m�s.
Un d�a, tras mucho andar, divisaron por fin una luz, un d�bil destello apagado
hacia el oeste de aquel fondo. Era una luz distinta, no aquella p�lida claridad
fosforescente y rojiza de las cavernas sino algo como el d�bil resplandor de una
estrella; anduvieron largo rato antes de que aquel destello luminoso se agrandase
lo suficiente como para convertirse en una esperanza de salvaci�n y anunciara uno
de los finales de la caverna. Y all� estaba, n�tida y contundente, una abertura,
una salida hacia el exterior. No importaba a donde fuese a dar, era uno de los
l�mites del infierno, un punto por donde escapar. El paso era estrecho pero no
importaba. Parkinson empuj� a la ni�a y ella se desliz� por la abertura como una
serpiente y se tropez� con una luz que la encegueci� tras tantos d�as en la
penumbra.
-Parkinson, esto es hermoso. Luz, nada m�s que luz.
Escarlatina parec�a haber enceguecido. Lograron salir por aquella abertura como
los h�roes de Julio Verne en Stromboli y se encontraron en medio de una pradera
inmensa, llena de verdor. Se demoraron un buen tiempo antes de saber de qu� color
era aquello, pero lo adivinaban. Se abrazaron con felicidad; fuera donde fuera que
se encontraban, una sola cosa era cierta: aquello no era el infierno. Parkinson
tuvo deseos de clausurar aquella entrada a las profundidades sell�ndola con cemento
o con piedras pero pens� que quiz� alg�n d�a otros viajeros extraviados que
quisieran escapar del infierno podr�an hacerlo al igual que ellos, de modo que la
dej� abierta para siempre.
En la negra noche sin hogueras ni m�s luces que las de la luna y las estrellas, el
inmenso vac�o de las ciudades italianas se agranda como una visi�n nocturnal.
Apuntaron para caer all�, as� fuese aplastados contra las rocas, se lanzaron sin
mirar atr�s y cayeron en una Stromboli de pesadilla...
Ah� est�bamos ahora, emancipados de nuevo de toda intervenci�n divina, en el �nico
lugar posible para el hombre.
�El hecho de que Dios todo lo vea -comentar�a m�s tardel doctor Alzheimer- no
significa que todo lo observe. Quien todo lo ve, por ventura para nosotros, pierde
el inter�s y pocas cosas observa. Es como el s�ndrome del jefe que s�lo se ocupa de
las cosas de mayor importancia y deja los detalles en manos de subalternos ineptos
y menos interesados a�n que �l en lo que pueda estar ocurriendo�.
-�As� que el camino hacia la tierra pasaba a trav�s de los infiernos! �Y c�mo no
se me hab�a ocurrido antes! -se dijo ahora el doctor Alzheimer, cuando se enter�
del �xito de la operaci�n de Escarlatina-. �C�mo pude haber sido tan tonto y no
darme cuenta! Ah, c�mo he perdido el uso de mis buenas facultades en esta �o�ez
perpetua del cielo. Eso le pasa a uno por ser tan bueno y por dedicarse a rascarse
el ombligo durante la eternidad; digamos que se pierde un poco de forma. S�lo a
trav�s del pecado podemos llegar a ser humanos, est� claro, qu� ingenuo he sido.
Y se mesaba las barbas vacilando entre la diversi�n y la perplejidad.
Una corte de demonios los persegu�a y se acercaba. Sent�an retumbar sus pasos
sobre los cardos secos.
-�Sabes una cosa en la que estoy pensando? -dijo de pronto Parkinson, con
desaliento-. Si las cosas fueran aqu� como en el cielo, ma�ana encontrar�amos un
rico bot�n, seg�n la quinta ley de la termodin�mica celestial. Pero como no es as�,
prepar�monos para lo peor; con seguridad nos caer� una desgracia encima.
No fue sino que lo dijera para que los rodearan los demonios. Ahora no se sent�an
invulnerables, como si el contacto con el ox�geno fuera una renovaci�n de la
antigua mortalidad:
-Nos van a matar o a llevar de regreso, �qu� diablos hacemos?
Un demonio poco prudente se adelant� a sus compa�eros.
Escarlatina se imagin� un basilisco, o lagarto Jesucristo, el animal que camina
sobre las aguas, como �ltimo remedio, porque se le ocurri� de sopet�n �y dio
resultado! El demonio aqu�l empez� a lamentarse como si le dolieran los pies, y se
fue deshaciendo en licuefacci�n de una sulf�rica sustancia que se reg� por los
suelos, quemando los cardos a su alrededor.
Estoy cierta de que antes de haber consumado del todo su rebeld�a, Lucifer
nombraba a Dios el Ser Supremo.
Fern�n Caballero
Cuando ve�an abrirse el cielo, lo ve�an tan lleno que no les qued� m�s que un solo
deseo: encontrar un sitio all�.
Elias Canetti
Nos preparamos para la primera agresi�n de los �ngeles rebeldes. Cada tanto se nos
dan informes de lo que se va conociendo. Son los informes de la invasi�n. Las
alarmas est�n prestas. Si fracasan las gestiones diplom�ticas y hay guerra,
nosotros, como viles criados, soldados rasos, estamos obligados a batirnos con los
ex-humanos del infierno, gentes falsas y malintencionadas, expertos todos ellos en
viles trampas. Y desde luego llevamos todas las de perder. Menos mal tenemos a Dios
de nuestro lado.
�Por qu� tolerar� el Omnipotente la existencia del Maligno?, se pregunta el doctor
Alzheimer en sus reflexiones. Si lo puede aniquilar, �por qu� no lo hace? Me temo
que el diablo tiene m�s poderes de los que imaginamos. Hay algo que le ha dado un
poder al que el mismo Bondadoso no puede sustraerse. �O ser� que el Supremo Hacedor
quiere divertirse a nuestra costa? En cualquier caso, no me gusta nada esta manera
biol�gica de evolucionar, preferir�a una menos espiritual y m�s tecnol�gica. Me
siento cansado y deprimido y no soporto tanto uso y abuso.
�Qu� como fue? Las hostilidades se desencadenaron y no pas� nada digno de memoria
hasta el d�a en que el demonio se dio a entender cuando solt� un diluvio de
meteoros que llovieron sobre el cielo en una tarde infernal de asedio infernal.
Bombardeos nocturnos nos ense�aron que los diablos estaban en serio en contra de
nosotros. Entrega de rehenes, ni por pienso, dijo el �ngel de la ventana
occidental, y la inmensa guerra celestial, una guerra miltoniana m�s que
pedantescamente dantesca, se desat�.
Fueron meses de intensos combates. Parkinson y Escarlatina, Astigmatismo, Lepra,
Salpullido y Erisipela, refugiados en la mansi�n solariega no quer�an darse cuenta
de nada. Cuando los ca�ones comenzaron a tronar una lluvia de proyectiles se abati�
sobre la sabana de nubes, perfor�ndolas en todas direcciones y descubrimos con
espanto que en el inmenso conflicto jug�bamos el papel dudoso de inerme poblaci�n
civil. He dicho ya, o no s� si lo he dicho, que el cielo es un conjunto de b�vedas
superpuestas, en tanto que el infierno es como un complejo de profundas cavernas
desoladoras. Pues bien, cuando el ataque arreci�, la b�veda nuestra se estremeci�
con un estruendo de terremoto, y tres cuartas partes de ella se resquebrajaron y se
vinieron abajo con el estr�pito de un desfondamiento monumental. El infierno ataca
-dijeron por los altoparlantes con una frialdad digna de altos jerarcas, y eso lo
escuchamos hasta en la tierra-. Ref�giense bajo los doseles. Corrimos a ponernos a
salvo. Algunos cayeron heridos y sufrieron durante el ataque, aunque ninguno muri�.
La batalla hubiera sido sangrienta si los dioses o sus inferiores tuvieran sangre
dentro de sus venas, pero como no la ten�amos no nos pas� nada. S�lo dos horas m�s
tarde, cuando los dioses volvieron a hacer patente su presencia, retorn� la calma
al campo y los heridos sanaron como por arte de magia, reanudando nuestra vida de
contemplaci�n y beatitud, aunque no sin una pizca de angustia y perturbaci�n, un
ligero estremecimiento pre�ado de malos presagios, como si la guerra infernal no
tuviera por objeto m�s que perturbarnos los �nimos y dejarnos pagando en arroyos de
desasosiego. Y es que de todos los suplicios, el del ruido infernal fue el peor de
todos, pues nuestros o�dos que ya se hab�an acostumbrado a la serenidad de los
cantos ang�licos y a una que otra fanfarria celeste con m�sica de cantatas de
Johann Sebastian Bach, retumbaron a cada ca�onazo. Las alarmas, largos siglos en
desuso, fueron puestas en funcionamiento y sonaban todos los mediod�as con un
estruendo que se me hac�a vergonzoso.
La situaci�n lleg� a ser tan apretada para las fuerzas celestes que los dioses
prometieron la libertad, esto es, cumplir despu�s de la guerra, como genios de la
l�mpara o de la botella, los deseos de los que nos jugamos la piel que no ten�amos
en bien de nuestra patria, el cielo. Y tan bien lo hicimos que conseguimos filtrar
una vez m�s a Chagas a sabotear los imagin�metros y carentes de imaginaci�n, las
fuerzas infernales quedaron poco a poco a nuestra disposici�n. Nuestra intervenci�n
tambi�n consisti� en sugerir a los �ngeles del cielo establecer cambios clim�ticos
en el infierno, echando a perder su capa de ozono protectora con el humo de
infinidad de complejos industriales y con n�ctar y ambros�a en su versi�n en spray.
Entramos al infierno con las primeras tropas celestes de ocupaci�n... Todo eran
vivas y aplausos desde las grader�as atestadas de r�probos, digo, ex r�probos, que,
arrepentidos o no, ya hab�an purgado suficientemente sus culpas, como dijo el �ngel
vengador en su discurso a los nuevos v�stagos del Se�or... Se empez� a preparar el
suplicio para Lucifer, que bien custodiado andaba en las propias mazmorras del
infierno, que en el cielo no hab�a y acaso se nos hubiera muerto de fr�o o de
tristeza, no lo s�.
Una humedad pura y densa como la de una l�grima descendi� por el recinto y se
expandi� triunfante sobre las brasas a�n humeantes de lo que hab�an sido las
calderas infernales.
14. QUE TRATA DE CIERTOS EPIGRAFES PARA CELEBRAR EL RETORNO DE LOS HIJOS PR�DIGOS Y
LA RECUPERACION DE LOS CUERPOS, ASI COMO DE OTROS MUCHOS SUCESOS DIGNOS DE RECORDAR
QUE PREPARARON EL MAYOR EXPERIMENTO QUE SE HAYA INTENTADO EN LA HISTORIA DE LA
ETERNIDAD.
�Qu� vida la de este pobre Rey! �Qu� condici�n tan cruel la de escuchar sus
propias alabanzas durante toda la eternidad!
Taine
El otro mundo ser�a bien bello, si fuera solamente este mundo rectificado.
Jules Renard
Una de esas personas que parecen tener la obligaci�n de vivir bajo protesta, como
un peso que nunca habr�an consentido soportar si s�lo les hubieran consultado
primero.
Wilkie Collins
Si quieres que tus hijos, tu mujer y tus amigos vivan para siempre, eres un tonto;
quieres, en efecto, que lo que no depende en absoluto de ti, de ti dependa, y que
lo que es de otro sea tuyo.
Ep�cteto
Mis amigos tornaron a ser hombres, pero m�s jovenes a�n y mucho m�s hermosos y m�s
altos.
Homero
Equipar una obtusa, respetable persona, con alas, no ser�a m�s que hacer la
parodia de un �ngel.
Robert Louis Stevenson
Aun cuando el inter�s inicie toda acci�n, el alma noble la prolonga en juegos
gratuitos.
Nicol�s G�mez D�vila
�Cree usted, querida se�ora, que un hombre, cualquiera que sea,, que luche hoy por
o contra tal causa, pregunt� Ulrich, si un milagro hiciera de �l ma�ana el due�o
todopoderoso del mundo, relizar�a el mismo d�a lo que ha reclamado toda su vida?
Estoy persuadido de que se dar�a algunos d�as de plazo.
Robert Musil
Lleg� la �poca de las grandes rectificaciones y con ellas vinieron los perdones,
los arrepentimientos de los de arriba, a diestra y siniestra llovieron los perdones
y las penitencias voluntarias llenaron de pedidos al establecimiento. Fueron
tiempos de grandes movilizaciones entre el infierno y el cielo, pero a�n m�s entre
el cielo y la tierra. Pero ya no hab�a punto de retorno. Y as�, empezando por los
pecados m�s veniales se vio llegar el anhelado perd�n general de una gran cantidad
de pecados al principio, y de todos al final, cuando s�lo quedaban sometidos al
infierno los m�s grandes criminales y se comprend�a la inutilidad de guardarlos
all� pues su arrepentimiento era ostensible y su reinserci�n en la sociedad futura
era esperada por todos en un mundo en el cual ya no iba a existir el pecado. El
pacado, ya lo dec�a yo, dijo el te�logo sueco, s�lo es fruto de la infelicidad, de
la insatisfacci�n de las necesidades.
�No crees que siga habiendo una maldad oculta entre nosotros?, le pregunto, �algo
que nos lleva a seguir atormentando a los dem�s por el s�lo placer de hacerlo?
-Oh, no, en absoluto -fue su respuesta... La necesidad crea el �rgano y con �l el
crimen. Y se alej�.
Todav�a estoy pensando en sus palabras.
En el mejor de los mundos posibles todo lo que ocurra es natural y toda mejor�a no
es m�s que la expresi�n de lo esperado mientras que todo descenso, toda ca�da en el
abismo es simplemente otra forma de lo mismo, del eterno devenir que
inevitablemente va a parar al mismo lado, es decir, al reino de las armon�as
preestablecidas.
Sali� un �ngel muy bien vestido, deb�a ser un arc�ngel a juzgar por la
magnificencia de su resplandor:
-Sabed que el Supremo Hacedor est� sorprendido, asombrado por vuestro
comportamiento y se siente orgulloso de vosotros.
Una lluvia de hurras sacudi� el firmamento del cielo.
-Hab�is demostrado ser dignos Hijos de El.
Nueva lluvia de aplausos y vivas.
-�Desea el Alt�simo declarar a todos los vientos que la Creaci�n se ha cumplido!
�Viva la Creaci�n!
Sonaron las trompetas y se iniciaron las festividades, con bailes y canciones en
las plazas para celebrar el triunfo y el retorno de los hijos pr�digos de sus mal
emplazados lugares.
El diablo ven�a exhibido en una jaula, y tras �l desfilaba el cortejo siniestro de
sus m�s allegados.
-�Qu� quer�is que hagamos con ellos? -pregunt� Azrael.
-�Que los perdonen, que los perdonen! -fue el clamor general.
-Comprendo que quer�is que los perdonemos, pero es por todo lo que hab�is sufrido
que lo dec�s. Estos que est�n aqu�, creedme, merecen un castigo m�s que ejemplar.
-Castigo ejemplar, me dije. �Qu� diablos es un castigo ejemplar m�s que una
denegaci�n de justicia? Alguien dijo que el que es m�s severo que las leyes es un
tirano.
-Si est�n dispuestos a darles un castigo ejemplar, en lugar de un castigo justo,
tambi�n podr�an liberarlos. Yo propongo, como si fuera Dios por un d�a, que
simplememte se les quiten sus poderes como �ngeles, los dejen un poco por debajo de
los humanos terrestres y que los degraden a sirvientes por la Eternidad, en
reemplazo de los �ngeles que hacen esos oficios viles...
Ahora la lluvia de hurras vino de las filas de atr�s de los �ngeles congregados.
Los de adelante apenas se movieron.
-�S�, viles! -se escuch� un murmullo por all� atr�s.
-�Malvados!
-Bueno, no tanto -dije-. Pero es mejor que los oficios de demonios los hagan los
demonios.
-Dime, Parkinson -lo interrog� el enviado del Supremo Hacedor-. Pongamos, a modo
simplemente de conjetura que si Dios se sintiera aburrido de su mundo y te diese la
oportunidad de tomar su puesto por un d�a, di, �aceptar�as?
-No lo s� -respondi� prudente. Pero en todo caso vivo como si eso hubiera
ocurrido. Tal vez fue lo que sucedi� al demonio...
-Vamos a darles una oportunidad -anunci� el �ngel de las antiguas venganzas, ahora
apiadado como si le hubieran bajado el ritmo a sus �mpetus hormonales a fuerza de
admoniciones-. El Creador, cansado ya de la Creaci�n, ha decidido que ustedes deban
gobernarse por s� mismos de ahora en adelante y por los siglos de los siglos, am�n,
y El se retirar� a descansar de nuevo, pues han pasado ya otros siete d�as desde
que el mundo fuera creado.
-El Universo result� un fracaso -me murmur� Chagas al o�do-, un espl�ndido
fracaso, s� se�or! No crea usted una palabra de lo que est� diciendo: esa es la
versi�n oficial, pero yo estoy mejor enterado: dicen las buenas lenguas que Dios
decidi� declarar de una vez el fracaso de este su universo -y hasta hubo una
reuni�n de emergencia de las altas jerarqu�as para tomar la medida porque se
escuchaban voces disidentes- y que se retir� a otro, para dedicarse a m�s altas
empresas, dignas de Su Majestad. La verdad -a�adi�- es que nunca entendimos por qu�
raz�n condescendi� a ocuparse de un universo tan pobre como �ste. Pero as� son los
desginios del Alt�simo, inescrutables e incomprensibles -y se sacudi� a s� mismo
con todo su escepticismo y el asombro tranquilo de que las cosas sean como son y no
de otro modo distinto.
Y el mundo nos qued� a nosotros solos, que ahora tendr�amos que vernos las caras
sin la esperanza secreta de Dios, que era la que nos sosten�a antes... Pero quiz�s
adquiramos mayor sentido de la responsabilidad ahora que hemos dilucidado los
principales enigmas del universo y que podemos trazar los mapas tanto de nuestro
pasado como de nuestro futuro. Ahora sabemos hacia d�nde vamos... Y si antes
nuestra esperanza resid�a en Dios, nuestra esperanza era Dios, as� fuera en la
forma menor de la adoraci�n a nuestros hijos, ahora y en adelante nuestra esperanza
somos nosotros mismos, porque somos inmortales. Podemos dedicar nuestras energ�as
siempre juveniles a construirnos a nosotros mismos, elemental derecho del que
est�bamos despose�dos en nuestra lamentable vida anterior.
Que no se diga entonces que este mundo es peor y que los lamentadores, que siempre
los hay y abundan aun en los esplendores, hablen ahora o callen para siempre...
Antes del retiro definitivo de los dioses se hizo justicia y nos premiaron nuestra
intervenci�n en la guerra. Fue cuando vimos que sus poderes eran algo limitados. Lo
mejor que obtuvimos, a instancias del te�logo sueco fue que nos dejaran ser Dios
por un d�a a cada uno de nosotros y que al final escogi�ramos cual de los mundos
que cre�ramos era el que m�s nos conven�a y nos qued�ramos a vivir en �l.
Los dioses cumplieron su promesa. Parkinson iba a ser Dios por un d�a, lo mismo
que Chagas, y Escarlatina, aunque a instancias del doctor Alzheimer no dej� de
protestar ante el �ngel de las ejecuciones:
-Pero no es justo. Dif�cilmente me las arreglar�a con un s�lo d�a. Necesitar�a al
menos siete, que no le bastaron a Dios mismo para acabar de crear bien el mundo...
-Yo creo patroncito, que el s�ptimo d�a hubo huelga de trabajadores y por eso Dios
no pudo terminar lo que hab�a comenzado bien -a�adi� la imprudencia de Chagas y de
su boca blasfema-. �O qu� tal que a Dios le haya dado un infarto poco despu�s del
final del sexto d�a?
-�Qui�n sabe si tan bien? Para m� es evidente que le faltaron asesores que le
hubieran dado buenas sugerencias en el momento.
-Si nos hubiera creado a nosotros antes, podr�a habernos preguntado, �no es
cierto? Quiz�s no habr�a en el mundo tantos quejosos si les hubieran preguntado
antes como quer�an que fuera la fiesta, antes de que se las aguaran, �no es cierto?
-Y adem�s despu�s de semejante esfuerzo debi� quedar muy fatigado. Acu�rdense que
crear cansa...
-S�, qued� tan fatigado que se retir� a descansar para nunca m�s volver a
aparecer.
Parkinson segu�a el juego.
-Quiz�s muri� de un ataque cardiaco cuando estaba pensando en regresar para
continuar su obra y somos los hu�rfanos abandonados de un Dios extinto.
-Qu� idea.
Ahora era Escarlatina la que hablaba.
La respuesta del �ngel no se hizo esperar:
-Esta bien. Hagan lo que quieran...
Esperaban una r�plica helada como siempre, pero el heraldo del cielo accedi� con
tanta facilidad que Parkinson sospech� que le hab�an otorgado plenos poderes para
conceder lo que quisiera a los exterr�colas. En eso hubo el item esperado:
-Ah, pero... Con una condici�n.
-�Cu�l?
-Tienen siete d�as para la creaci�n... el primero ya lo gastamos en estas
conversaciones, as� pues la creaci�n empez� ayer sin que ninguno de ustedes parezca
haberlo notado, luego a cada uno de los cuatro se les asignar� un d�a para ser
dios... El sexto ser� para discusiones, el s�ptimo de votaci�n y luego a descansar
como en un principio. Es una sugerencias de las altas esferas del cielo. Me env�an
a decirles que as� ser� mejor. Cada uno de ustedes inventar� un mundo y todos
juzgar�n cu�l de ellos es el mejor y escoger�n en cu�l de ellos querr�n vivir. �Les
parece?
-No est� mal -dijo Escarlatina.- �Cu�ndo comenzamos?
-Ma�ana al alba. Pueden prepararse.
Y el �ngel parti� raudo hacia las regiones boreales.
La idea es que su deseo es echar todo para atr�s y volver a comenzar... �Pero qu�
tal si les dicen que es imposible, que hay cosas imposibles acaso para Dios?
El primer experimento tuvo lugar dos semanas despu�s de la toma del infierno a
sangre y fuego...
Pero antes hubo un acontecimiento inesperado.
Hoje� un poco mi memoria en busca de algo que me pudiera ayudar. Alcanc�, en las
horas tempranas, a crear tres mundos y tres infiernos, pero no me gustaron. Creo
que mi naturaleza humana se interpuso frente a mis deseos de divinidad y as� no se
puede ser un buen dios. Al final de la tarde, cansado, me dej� llevar por
consideraciones min�sculas, peque�as y mezquinas, y decid� que lo mejor era volver
a crear el mismo mundo que hab�a conocido de ni�o, el �nico en el que podr�a
sentirme bien. Mejor la comodidad que la perfecci�n, me empec� a decir, acuciado
por el paso de las horas sin conseguir progresos apreciables. Ahora, simplemente,
har�a felices a los hombres, nada de para�sos perdidos esta vez, pero, eso s�,
impondr�a un severo control de la natalidad para que el mundo no se volviera a
hacer invivible, y ahora hice a los hombres t�cnicamente mucho mejores: instal� el
tubo del desag�e en el tal�n: el tal�n de Aquiles, porque no me parec�a correcto
que las impurezas vinieran tan cercanas a las recreaciones y no solamente les puse
ahora la evacuaci�n de todos los excrementos en las plantas de los pies, un lugar
bastante m�s higi�nico que aqu�l en el que los ten�an hasta entonces, sino que los
dot� con los mayores avances de la tecnolog�a en materia de �rganos, aunque, claro
est�, tuve que solucionar algunos problemas que se iban a plantear, como el de la
poblaci�n, porque en un mundo sin muerte la poblaci�n no puede crecer ni
desbordarse, de modo que hice a todo el mundo est�ril...
Fue cuando advert� que Dios los hab�a hecho iguales a como yo los ten�a pensados,
s�lo que se hab�an quedado a medio camino en su evoluci�n por culpa de ellos mismos
y del diablo, o sea, por culpa de las mismas creaciones de Dios.
Hoy he propuesto un mundo en el que los d�as sean mucho m�s largos. �Los de aqu�
no duran nada! Claro est� que llevo conmigo el tedio de los inacabables d�as del
cielo. Otro de mis proyectos es alargar los amores, que en la tierra se quedaron
miserablemente cortos. En cuanto a alargar las vidas, no lo s� a�n, lo estoy
consultando con mi conciencia.... Ah, pero lo principal es hacer posible un mundo
sin vocaciones frustradas en el que todas las vidas lleguen a su perfecta
realizaci�n. Pero, me pregunto �la perfecta realizaci�n de la mayor parte de las
vidas no lleva impl�cito el rebajamiento de los otros? Buena parte de los hombres
no ven el triunfo sino en la ocupaci�n de esos imaginarios primeros lugares entre
los hombres. �C�mo, pues, satisfacerlos a todos? Imagin� un mundo en el que la
informaci�n fuera diferente para cada persona, de modo de hacer creer a cada uno
que es el mejor y el principal en lo que se le antoje, algo as� como una especie de
noticiero virtual para cada uno de los humanos en el que s�lo se registren noticias
que le sean gratas, diferentes para cada uno de ellos.
Pude crear lo que quise, y no lo hice, porque, sometido por mis circunstancias
humanas, me domin� la nostalgia por el mundo que hab�a perdido antes del Juicio y
prefer� dirigirme a �l. La tarde oscurec�a cuando entr� de nuevo al viejo planeta
querido. No soy ambicioso, s�lo quiero vivir mi vida de nuevo en la tierra. Para m�
el �nico cielo perfecto ser�a este planeta, que es el que conozco. Quiz� escond� mi
incapacidad bajo la idea de tener ante m� el mejor de los mundos posibles, el m�o.
Simplemente evacuar� la maldad de los hombres, las enfermedades, la vejez y la
muerte, que ya es mucho vivir sin el corrosivo miedo a la muerte encima, y me
dedicar� a pasarla bastante bien (�hasta que el tedio tambi�n me encadene y
descubra que no he hecho m�s que una mala r�plica del cielo?).
El mundo de Chagas:
Lo jugaron a suertes y le toc� primero a Chagas la hora de inventar su universo
posible. Se sinti� amarrado a la presi�n infame de cualquier apocalipsis aunque lo
dejamos trabajando en la ma�ana. Pero el d�a pasaba y no acababa de dar forma a su
Creaci�n, de modo que pidi� que el d�a se le duplicara a lo cual accedi� el Mas
Grande, como concesi�n especial�sima. �Una palanca, necesito una palanca! �Dadme
una palanca y mover� el mundo! Entonces se decidi� por la sinceridad y como no
sab�a que aquello era imposible y que estaba prohibido por todas las leyes l�gicas
e il�gicas, lo hizo... Algunos de los inventos de Chagas eran simplemente geniales:
el que m�s agrad� a Escarlatina fue el invento de los hom�nculos especiales para
disipar las iras, como robots con figuras humanas, para disparar sobre ellos y as�
calmar los deseos inmensos e inevitables de asesinar que se toman a veces a los
hombres sin que se conozca otro remedio que el asesinato o la rabia fren�tica
contra el que m�s se nos acerque.
Chagas propuso una idea interesante. No una inmortalidad absoluta sino diversas
mortalidades parciales. En adelante los habitantes sabr�an cu�ndo van a morir y
vivir�an unos trescientos a�os. Nacer�an todos de trescientos a�os e ir�an contando
hacia atr�s, cada a�o un a�o menos. La idea es que cada trescientos a�os est�s tan
aburrido de la vida que pides que te reformen, que te devuelvan el alma joven que
tanto te mereces..
El trabajo, por ejemplo, y en eso estuvieron todos de acuerdo, es cosa que no tiene
ninguna excusa. La vida es buena si no hay obligaci�n de trabajar.
-Te aburres -alcanz� a objetar alguien.
-Al principio es un poco dif�cil pero cuando te acostumbras es lo mejor que
existe. Te la pasas de maravilla.
Y que la gente coma o no coma seg�n la calidad de su trabajo y no de la simple
producci�n de alimentos para todos, siempre me ha parecido una monstruosidad, un
invento de la mente enferma de alg�n dios menor. Pero en fin, dir�n que al fin y
al cabo la vida es as� en el mejor de los mundos posibles y que no es posible
cambiar lo que ha sido establecido desde siempre.
Leyes l�gicas las de la naturaleza, il�gicas las del Derecho, dijo el doctor
Alzheimer, quien no consegu�a dominar ni all� su aversi�n por los abogados, y por
cierto, ya lo sab�a, se lo hab�an dicho poco despu�s de su llegada, pero lo hab�a
olvidado, la palabra �imposible� no existe en el cielo... Que el Maestro nos pidi�
la fe de un grano de mostaza para conseguir lo imposible.
Despu�s de madura reflexi�n hemos decidido que el mejor de los mundos posibles es
la tierra, Se�or. Queremos la tierra, la tierra es nuestro elemento, es lo que
conocemos, aquello en lo cual estamos acostumbrados a vivir... Por eso hemos
decidido que lo que queremos es algo como la tierra, pero desprovista de algunos de
sus inconvenientes y con algunas mejoras incorporadas para siempre.
-Supongo que la inmortalidad estar� en primer t�rmino.
-�La trampa de la inmortalidad de nuevo?
-S�.
-No s�. Tenemos que ver. Tenemos que probarla. Hasta ahora s�lo nos han dado unos
cuantos d�as para probarla, en tiempos de Ad�n, y luego en el enfadoso cielo. Pero
la queremos en la tierra y que seamos nosotros mismos los que renunciemos a ella si
queremos, eso es todo. O que descansemos por per�odos, mejor. Morirse por unos
a�os, descansar del todo para luego volver. Como bien le digo, no lo sabemos a�n.
Queremos probar la inmortalidad.
-Se van a aburrir con ella y luego con el resto.
-Es posible, pero queremos hacerlo.
-Yo por mi parte -exclam� el doctor Alzheimer- prefiero estar pensando en el
suicidio a los ochocientos a�os a que me arrebaten la vida a los ochenta, a las
malas y deteriorado.
-Ah, s�. Lo del deterioro va sin necesidad de decirlo, se cae de su peso. Nada de
deterioro, eso se acab�... �Qu� idea la que tuvo el que invent� la belleza! �Como
se le pudo siquiera pasar por la mente el suplicio atroz de hacer la belleza
perecedera? No. La belleza no volver� a caducar jam�s. No vamos a permitir que eso
vuelva a ocurrir. Nos instalaremos en el reino de la belleza. Y del amor, claro
est�, siempre, porque lo mejor del amor es que consuela, porque no se puede hacer
solo.
Calibr� la falsedad de todas esas filosof�as; el estoicismo es solamente un
remedio a las limitaciones. En un mundo mejor todos los estoicos se retirar�an de
sus creencias. Por eso la considero una filosof�a provisoria y sobretodo, lo que
m�s me gusta en ella, muy humana, muy pr�ctica, muy adaptada al mundo en el cual
vivimos hasta entonces, una filosof�a de las carencias, de la consolaci�n que ahora
quedar�a desueta... Se acabar�an las filosof�as o quiz�s comenzaran aquellas para
exhortar a soportar la eternidad de felicidad...
Y eso nos permiti� advertir que la vida anterior era una cadena de frustraciones
tan grande que ni cuenta nos d�bamos. Yo quiero un mundo y una vida en la que
alcances a hacer todo lo que ten�as que hacer y que lo hagas bien. Una vida en la
que no se te vayan a quedar sin terminar los d�as en la playa, en la cual la
llegada del ocaso no destruya los placeres en los que estabas sumergido, una vida
en la cual la llegada del alba no eche a perder esa cita que no has comenzado o a
la que aun no has dado fin ni tienes el menor deseo de d�rselo.
Y por otra parte es inevitable que si se iban los dioses tambi�n se fueran los
diablos. �Valdr�a la pena crearlos para sostenerse moralmente? No lo cre�a. Sin la
muerte no hab�a necesidad de dioses, los dioses simplemente ser�an los otros. Si
cada uno pudiera tener su Salmonella o sus muchas Salmonellas, que eso va en
gustos, por toda la eternidad, �para qu� otra deidad?
�Y porqu� no imaginar un mundo de tolerancia en el cual puedan coexistir Dios y el
diablo cada vez que uno est� cansado de uno de ellos? Y fue lo que se ensay� a
continuaci�n.
�Pero, entre todos los seres posibles, cu�les crear para el mundo nuevo? Esa era
una buena pregunta, sin duda. No quer�a imponerle ninguna de las virtudes de los
�ngeles, entre ellas la invisibilidad que viene aparejada con la falta de cuerpos,
cosa que hab�a demostrado ya ser un suplicio horroroso e inaguantable para los
antiguos humanos. Entonces se puso a inventar un hom�nculo con lo mejor de las
especies animales pero pronto tuvo que ceder hacia la variedad de criaturas, unas
microsc�picas, otras terrestres, otras marinas... Quiso hacer un anfibio ov�paro y
mam�fero, y s�lo le result� una criatura monstruosa y hermafrodita, muy semejante a
un ornitorrinco. Ensay� divers�simas criaturas. Imagin� la primera, con cerebro y
manos humanas, ojos de �guila, hocico y o�do de perro, junto con todo su aparato
olfativo, aunque empez� a pensar si no ser�a mejor dotarlo de un o�do de ballena o
de delf�n y sus dudas se extendieron de inmediato al sentido del gusto. �Qu� ser�a
mejor, el paladar refinado de un Brillat-Savarin, o el que no hace distinciones, de
un cerdo o quiz�s de un gato? Ensay� entonces variedades con el uno y con el otro.
Le puso garras de le�n y piernas y torso de guepardo para ganar velocidad, y luego
le engarz� las alas del halc�n, con lo cual su bestia empezaba a parecerse mucho a
un monstruo mitol�gico del mundo del manual de la zoolog�a fant�stica o del libro
de los seres imaginarios, pero advirti� que a un animal veloz en la tierra le
sobraban las alas, le hac�an estorbo m�s que ayuda y entonces hizo a los unos de
una manera y a los otros de otra, y de tal manera adelant�, que al caer de la tarde
ya hab�a creado animales casi perfectos: al uno lo llam� le�n, al otro perro, al
otro delf�n, al otro gato, y dem�s, y se dio cuenta que los animales estaban bien
creados como estaban, que s�lo faltaba agudizarles un poco sus sentidos, hacerles
evolucionar los cerebros o al menos la medulas, pero esa era una labor que estaba
cumpliendo desde tiempo atr�s la evoluci�n, que era invento de Dios y no nuestro,
de tal manera que a la decadencia de los m�s avanzados como el hombre y a su total
extinci�n, as� como el hombre hab�a acabado con sus mayores competidores en �pocas
remotas, seguir�an per�odos de dominios de otros de lo seres del planeta a los que
les llegar�a tarde que temprano su turno evolutivo, de modo que simplemente aceler�
la evoluci�n para tener un mundo compartido con lo mejor de los leones y de los
tigres junto con lo mejor de los hombres para vivir en paz y armon�a. Pero
entonces, �de qu� iban a vivir los leones, si no cazaban otros animales, en otras
palabras, si no mataban?, y se le complic� tanto la cosa que la dej� en manos de la
sapiente serpiente que todo lo sabe y del sapiente tiempo y que cada uno se las
arreglara como pudiera, de modo que a las nueve de la noche de su d�a de creaci�n
su turbaci�n era tanta que decidi� dejarlo todo como estaba antes, no fuera a crear
un caos irreprimible del que no pudiera salirse y ya se imaginaba la sonrisa de los
�ngeles a su regreso, �ves que no era tan f�cil como imaginabas, que siempre es m�s
sencillo ponerse a criticar a los que act�an que actuar, no?, pero poco antes de
acabar de pronto me entr� una tentaci�n profunda, grandiosa e impura de dar todo
por terminado... Expulsar a los dioses de sus tronos, aniquilarlo todo, sumergir el
universo en la nada, deb�a ser una sugerencia que me estaba haciendo el diablo,
metempsic�tico, all� agazapado en las mazmorras, pero m�s inquieto y da�ino que
nunca, y s�lo esa idea me mantuvo para no suicidar el universo en un segundo,
destruirlo, caer en la pureza suprema de la inanidad, ser superior a todos los
dioses. Esa es la raz�n, me susurr� el Alt�simo en la conciencia, por la cu�l es un
peligro hacer dioses a seres tan peque�os e insignificantes, porque no es que no
tengan buenas ideas sino que son capaces de echarlo todo a perder en un instante de
insensatez. Ese, y no otro, es su pecado, su falencia mayor, su instinto de
autodestrucci�n tan desarrollado tras los milenios de miserias sufridas sin poder
enfrentarse contra ellas m�s que con el alivio de la propia destrucci�n. S�, que se
caigan estrepitosamente, que con el trueno se tambalee y se venga abajo el trono de
Yahv�, ese ser�a el mayor triunfo del ser humano, destruir sus dioses, pero claro
est� que todas las inquisiciones nos perseguir�n si proponemos eso, que tarde o
temprano, estoy persuadido, suceder�.
A estos nuevos seres los cre� sin �rganos, puesto que la necesidad crea el �rgano,
de modo que desarrollaran solamente los precisos para ejercitar sus placeres,
puesto que �ste era un mundo hecho �nicamente para los placeres. �O es que acaso
hay otro motivo para crear un mundo? Bueno, pens�ndolo bien, para hacerse a mano de
obra barata o simplemente esclava. De modo que les puse una buena cantidad de
�rganos sexuales inmensos y llenos de terminaciones nerviosas, y los equip� con
ojos y o�dos gigantes en hi-fi, as� como con lenguas monumentales para que pudieran
hablar y comer a su plenos gusto y, desde luego, lo principal, casi que olvido
decirlo, les puse unos cerebros tan grandes como los de los lun�ticos de H. G.
Wells y los lanc� as�, uno por uno. Al primero lo bautic�, con algo de nostalgia,
Ad�n, y a la primera hembra, que saqu� de su costilla en recuerdo de otros tiempos,
la llam� Eva...
Y como los hijos pod�an ser a�n una buena cosa y un aliciente para vivir pero la
tierra se ir�a llenando, pidieron que se crearan cuantas tierras fueran necesariase
para irlas llenando. Miles de ciudades, miles de campos de dulce clima y buenos
frutos, cuidados por los �ngeles esclavos y por los habitantes amantes de la
agricultura.
Parkinson pidi� humildemente, en un despacho, que el r�gimen del dios por un d�a
fuera instaurado en adelante sobre el planeta... As� tendr�amos diluvios cada
tanto, y sequ�as, por olvido. Se instaurar�a un reino del hombre sobre la tierra.
Ni el m�s tonto de los dioses habr�a imaginado jam�s que el experimento pudiese
tener �xito.
Pero estos idiotas de los humanos parec�an contentos y con deseos de ir a vivir en
sus cloacas, en su mundo lleno de porquer�a. El ambiente no pod�a ser m�s pesado en
eso que otrora prometiera la felicidad eterna. Se respiraba resentimiento por parte
de los seres espirituales. Definitivamente un mundo as� no val�a la pena.
-En fin, todo el que crea algo original, es Dios por un d�a.
Una revoluci�n que hiciera a todos los hombres realmente soberanos, no los
contentar�a m�s que la que los hiciera a todos esclavos. Son las desigualdades lo
que amamos, aun predicando la igualdad.
L. De Bonald
El suicida ama la vida; lo �nico que pasa es que no acepta las condiciones en que
se le ofrece.
Schopenhauer
Los dioses han ca�do y ha desaparecido toda seguridad. Y hay una cosa infalible,
cuando de la ca�da de los dioses se trata: no caen un poquito tan s�lo, sino que se
aplastan y se hacen a�icos, o bien se hunden profundamente en el verdusco
esti�rcol. Es una tarea muy fatigosa la de reconstruirlos; ya no vuelven a brillar
jam�s con su antiguo resplandor.
John Steinbeck
Algunos sabios admiran hasta la ara�a, hasta el sapo y otras porquer�as, en las
cuales no se puede ver sino un t�tulo de verg�enza para el creador.
Charles Fourier
�Qu� es el hombre? Es esta fuerza que termina siempre por echar abajo a los
tiranos y a los dioses.
Albert Camus
No hay nada por imposible que sea de hacer que sea imposible de creer.
Thomas Hobbes
Amando coisas que nos foram dadas, / N�o para ser amadas, mas usadas.
Camoens
�Pues el mundo ha sido hecho por locos a quienes los sabios dejaron vivir en �l!
Oscar Wilde
En los sue�os (escribe Coleridge) las im�genes figuran las impresiones que pensamos
que causan; no sentimos horror porque nos oprime una esfinge, so�amos una esfinge
para explicar el horror que sentimos. Si esto es as� �c�mo podr�a una mera cr�nica
de sus formas transmitir el estupor, la exaltaci�n, las alarmas, la amenaza y el
j�bilo que tejieron el sue�o de esa noche? Ensayar� esa cr�nica, sin embargo; acaso
el hecho de que una sola escena integr� aquel sue�o borre o mitigue la dificultad
esencial.
El lugar era la Facultad de Filosof�a y Letras; la hora, el atardecer. Todo (como
suele ocurrir en los sue�os) era un poco distinto; una ligera magnificaci�n
alteraba las cosas. Eleg�amos autoridades; yo hablaba con Pedro Henr�quez Ure�a,
que en la vigilia ha muerto hace muchos a�os. Bruscamente nos aturdi� un clamor de
manifestaci�n o de murga. Alaridos humanos y animales llegaban desde el Bajo. Una
voz grit�: �Ah� vienen! Y despu�s �Los Dioses! �Los Dioses! Cuatro a cinco sujetos
salieron de la turba y ocuparon la tarima del Aula Magna. Todos aplaudimos,
llorando; eran los Dioses que volv�an al cabo de un destierro de siglos. Agrandados
por la tarima, la cabeza echada hacia atr�s y el pecho hacia adelante, recibieron
con soberbia nuestro homenaje. Uno sosten�a una rama, que se conformaba, sin duda,
a la sencilla bot�nica de los sue�os; otro, en amplio adem�n, extend�a una mano que
era una garra; una de las caras de Jano miraba con recelo el encorvado pico de
Thoth. Tal vez excitado por nuestros aplausos, uno, ya no s� cual, prorrumpi� en un
cloqueo victorioso, incre�blemente agrio, con algo de g�rgara y de silbido. Las
cosas, desde aquel momento, cambiaron.
Todo empez� por la sospecha (tal vez exagerada) de que los Dioses no sab�an
hablar. Siglos de vida fugitiva y feral hab�an atrofiado en ellos lo humano; la
luna del Islam y la cruz de Roma hab�an sido implacables con esos pr�fugos. Frentes
muy bajas, dentaduras amarillas, bigotes ralos de mulato o de chino y belfos
bestiales publicaban la degeneraci�n de la estirpe ol�mpica. Sus prendas no
correspond�an a una pobreza decorosa y decente sino al lujo malevo de los garitos y
de los lupanares del Bajo. En un ojal sangraba un clavel; en un saco ajustado se
adivinaba el bulto de una daga: Bruscamente sentimos que jugaban su �ltima carta,
que eran taimados, ignorantes y crueles como viejos animales de presa y que, si nos
dej�bamos ganar por el miedo o la l�stima, acabar�an por destruirnos.
Sacamos los pesados rev�lveres (de pronto hubo rev�lveres en el sue�o) y
alegremente dimos muerte a los Dioses.
Jorge Luis Borges
Y lleg� por fin el fallo de las regiones centrales del Universo. El Dios de
aquellas regiones se equivoc�. El mundo le hab�a quedado mal hecho. El abogado de
Dios dijo que apelar� tan injusta sentencia.
Entonces les hicieron algunos cambios en el ADN y los volvieron inmortales. Para
reiniciar la aventura de la tierra, ya no quedaba m�s que partir en el arca.
Fue el doctor Alzheimer el que la bautiz�: el arca de No�, aunque era m�s bien un
trasatl�ntico parecido a un inmenso tren de carga. Lo fuimos fabricando en los
astilleros, fuera de la mirada escrutadora de los envidiosos alados. No nos
importaba mucho hacer un recuento de los animales del zool�gico. Simplemente �bamos
a aprovechar la oscuridad, el momento de las fiestas, y los �bamos a embarcar,
todos los que pudi�ramos, si no en parejas s� en peque�as manadas y los insectos y
los microbios pues que se pegaran en el viaje a su alimento porque no pod�amos
verificar y adem�s a lo mejor en la tierra queden algunos animales vivos, qui�n lo
va a saber, a lo mejor ahora la tierra es su reino, el reino que tanto nos
anunciaron un d�a como lo m�s horrible, el reino de las cucarachas que
sobrevivieron a la hecatombe.
Llegaron pues las fiestas y en tanto los habitantes puestos al tanto y con la
esperanza de la resurrecci�n a la vida normal enga�aban la perspicacia de los
�ngeles, nuestros amigos se dirigieron al zool�gico y abireron las puertas. Los
animales, como sabedores de su suerte se embarcaron en desbandada, como si tambi�n
ellos estuvieran absolutamente aburridos con su vida eterna.
Lograron desatar las amarras del arca de No� y tomaron por el r�o en lo que
parec�a una com�n excursi�n de placer. Nadie se imaginaba que iban hacia las
cataratas que conduc�an al infierno y menos a�n que algunos sab�amos que �bamos no
hacia el fondo de los abismos infernales sino hacia la tierra prometida...
Llenaron apresuradamente el arca de Parkinson. Apenas lo estrictamente necesario y
todos lo animales hacinados como animales...
Partieron una ma�ana con un arca en la que hab�a todo lo que lograron recopilar en
el cielo y en el infierno. Tomaron una pareja de cada animal que encontraron aunque
por desgracia se quedaron para siempre sin algunas especies por los animales que
murieron en el camino.
Parkinson y sus compa�eros desembarcaron en tierra. Ven�an con el arca repleta de
alima�as y con la idea de repoblar el mundo.
Se anunci� a los cuatro vientos que los dioses emigraban, pero hab�a un ambiente
de desastre. Era una buena noticia y a la vez un canto de derrota, pues el indulto
significaba tambi�n una resignaci�n, una conciencia de fracaso. Es triste tener que
soportar el espectaculo �nico de los dioses deprimidos ante su propia verg�enza y
vencidos por la conciencia de su fracaso en la empresa de construir y mantener un
universo.
He de contarlo, aunque s� bien que los censores juzgar�n her�ticas estas cosas,
pero yo les digo que ya estaban escritas en el Apocalipsis y que todo esto estaba
ya profetizado en los libros santos, de manera que tendr�n que soportar todas mis
impertinencias sin hacer uso de esa supuesta Nueva Inquisici�n, con la que tanto
nos han amenazado por estos lares. Y es que aquel d�a de la Eternidad, de eterna
recordaci�n ese s�, muy cabizbajos ellos, conscientes de todo el peso de su
fracaso, ese d�a hicieron maletas, liaron sus b�rtulos y se prepararon para la gran
emigraci�n. Sus rostros estaban tan serios como ap�ticos; resultaban pat�ticos, tan
abandonados, tan in�tiles, tan fracasados en suma. Era una p�rdida para la regi�n
la de sus dioses de millones de a�os. Pero su hora hab�a llegado. Un derroche tal
de poder y para tan poca cosa, lo mejor que pudieron hacer en este universo fueron
los hombres. �T�nto tiempo para tan poca cosa!
Esto era la tierra, casi nueva, preparada para estrenar. De manera que est�bamos
en la tierra, una nueva tierra reparada, sometida a refacciones y en mucho mejores
condiciones que anta�o...
Y ahora, como tu quer�as, volver�s a vivir tu vida, pero la vivir�s bien. Que
tengas buen viaje... No recordar�s nada de esta vida anterior. Ve con Dios, pues...
Despu�s del indulto s�lo pod�a venir el abandono, sab�an los dioses que su
verg�enza les impondr�a tener que marcharse para siempre en busca de otro universo
en el cual iniciar ellos tambi�n, de nuevo y sin testigos, su aventura de la vida.
�Qu� queda de todo esto?, se pregunta el doctor Alzheimer. �La grandeza del
hombre, ahora s� el rey de la creaci�n? El doctor Alzheimer siempre pens� que todo
el proceso hab�a sido un fracaso. Yo no estoy de acuerdo con �l y creo mi deber
decirlo. Pues al cielo lo salv� una sola cosa, su plan fundamental: que todos
fu�ramos felices. Esa era su �nica finalidad, la raz�n de ser de su existencia, el
faro en medio de la oscuridad, la meta de todas las razones. Y hacia all� nos
encaminamos en medio de tanto tumulto. Creo que si no hubi�ramos obviado todo lo
dem�s, si no hubi�ramos encontrado ese faro de luz, hubi�semos preferido perecer
miserablemente.
Pero ahora todo parec�a distinto. �Para qu� vivimos aqu�?, Pregunt�bamos. Y nos
contest�bamos muy orondos: para ser felices. Y todav�a cre�amos que no nos lo
merec�amos, est�bamos todav�a imbu�dos del pecado original, nos cre�amos con poco
suficientes derechos a la felicidad, tan desacostumnbrados est�bamos a ella. A
estas alturas, la pernicia nos llevaba deshechos.
El reverso de la visi�n. Despu�s de una hora para despedirse, todo el tiempo queda
para nosotros. Por fin los hombres somos due�os del tiempo. �Que qu� vamos a hacer
con �l? Ya veremos.
�Se imaginan lo que es no tener que volver a trabajar, jam�s? �Poderse echar el
d�a entero en los parques? Por m�s que le he dado una y mil vueltas al asunto, creo
que he perdido el tiempo y que morir� sin conocer la diferencia espec�fica que hay
entre el hombre que pasa el d�a en su oficina y el que se sienta en un parque a dar
migas de pan a los gorriones. Y, si hay alguna superioridad de uno de ellos sobre
el otro, ignorar� siempre de qu� lado est�.
Los ojos de Parkinson no pod�an dar cr�dito a lo que ve�an. �En contacto con el
planeta comenc� a crecer, mejor dicho dej� de tener doce a�os!
Un d�a me dijo:
-�Est�s id�ntica a Salmonella!
Yo s� hab�a notado que sus ojos cambiaban y yo lo amaba como siempre lo hab�a
amado.
Junto con la carne, iba creciendo la memoria de la mujer... Y un d�a pudo
exclamar:
-�Pero claro! �Salmonella Escarlatina! Ese es mi nombre completo.
Parkinson se qued� anonadado.
-S�. Salmonella Escarlatina del Sant�simo Sacramento... Hasta los quince a�os me
hice llamar Escarlatina... Me gustaba m�s. Ahora te reconozco, hermoso m�o -a�ad�-.
Fuiste a buscarme en tus sue�os y me encontraste. Pero luego, nada, diste vueltas
por todo el M�s All� busc�ndome, y mal pod�as encontrarme puesto que estaba
contigo, a tu lado.
-No puede ser -objet� Parkinson con l�grimas en los ojos-. Entonces la repartici�n
estaba bien hecha. S�lo se hab�an confundido... en tu edad. �Por qu� no me lo
dijiste antes?
-Porque nunca me lo preguntaste.
Y le dio un beso.
Dicho sea al pasar, Parkinson se siente mal. No sabe qu� m�s decir, qu� escribir,
esta cr�nica le parece abortada, un rompecabezas del diablo que no lo entiende
nadie. Toma entonces la palabra el doctor Alzheimer:
�Y acaso tengo que decir c�mo se compusieron pol�ticamente los hombres despu�s de
que los dioses los abandonaron? �Y a m� qu� me importa? �Acaso se arreglaron?
Bueno, pero est� la ni�ita y quiere decir cosas interesantes, �o es un ni�o? No
tengo la menor idea. Por ejemplo, ella dice que ahora las cosas s� son en verdad
felices, �pero eso no ser�a volver a comenzar? Antes les faltaba algo, ahora
tambi�n seguramente les volver� a faltar o si no les falta se van a aburrir de lo
lindo con las buenas compa��as que ahora s� que tienen. Y si han pedido la tierra y
perdido el cielo, pienso, pues es para poder hacer todas sus porquer�as, para poder
volver a ser animales instintivos, ego�stas, malvados, y ahora sin ninguna
jurisdicci�n para el demonio.
Sinceramente no puedo imaginar ese estado de felicidad nueva, perfecta. Acabamos
las enfermedades, est� bien, todo el mundo va a vivir tranquilo porque no hay
necesidad de alimentarse o si la hay tenemos todo asegurado porque los dioses
decidieron cambiar las reglas del juego y ahora el planeta es un planeta op�paro,
yo creo que en �ltimas nos cambiaron de planeta. �Por qu� no puede existir en Vega
o en cualquier otra parte, un planeta errante que se acerque un d�a a la tierra y
en el cu�l se encuentre f�sicamente �todo� lo que necesitamos? Una especie de
planeta hospital que venga con el alivio a todas las enfermedades, con el remedio a
todos los males de los hombres, es decir, todo lo que necesitamos para no ser tan
miserables. Ese planeta ser�a de alguna manera el cielo. Digamos que all� el
proceso de envejecimiento se detiene, los seres humanos y todos los dem�s animales
nacen y crecen (�y qu� pasa con la superpoblaci�n?), digamos que la tierra es all�
de una exuberancia maravillosa y pululan todos los alimentos naturalmente y en las
cantidades que se quieran... Pero tambi�n es cierto que ese planeta puede ser
mental y que una vez satisfechas las necesidades sin las cuales no podemos vivir
todo lo dem�s queda por cuenta del cerebro....
Entonces tenemos por ahora, como para avanzar algo, detenci�n del envejecimiento
(de por s� una gran cosa que abre todos los caminos que se quieran en adelante
porque usted guardar� su presencia y no morir� salvo en el caso de un accidente,
narrar un accidente as�, se dice Alzheimer, ser�a muy interesante, f�jense que se
multiplica el patetismo de manera tenebrosa, si hoy es tan dif�cil soportar la
muerte de un ser querido, cu�nto m�s no lo ser�a si supi�ramos que su naturaleza
era la inmortalidad, todos ir�an muriendo poco a poco y la tragedia ser�a
espantosa... Pero supongamos que salimos de todo eso, al fin y al cabo somos dioses
y podemos hacer lo que nos d� la gana, la muerte no existe, los cuerpos que se
da�en los cambiamos y asunto arreglado, pero entonces nos queda ese escalofriante
problema de las mentes, si las arreglamos entonces ya no somos nosotros mismos y es
cuando me recorre un estremecimiento porque eso demuestra que la individualidad es
una cosa fragil�sima y que bastan ligeros cambios mentales, como lo observamos en
ciertos enfermos, para que simplemente seamos otra persona, todos somos iguales y
parte del mismo todo, es casi lo que se podr�a concluir, en suma, un pante�smo
generalizado, todos somos la humanidad y al mismo tiempo los dioses. Recordemos que
la caridad y la misericordia son, en la visi�n de Schopenhauer, recuerdos vagos de
que finalmente todos somos uno y un mismo ser.
Bueno, quedamos en que la muerte no existe en ese mundo improbable que, no
obstante, podr�a existir y ser el cielo (lo que aumenta el deseo de convertir el
apocalipsis en un viaje a otros mundos, algo mucho m�s real y eficaz) y que si la
muerte existe, tambi�n existe la resurrecci�n (los adelantos gen�ticos permiten
mirar esto como una probabilidad), pero de nuevo somos dioses y vamos a hacer lo
que nos de la gana: entonces tenemos que no hay muerte y que nos re�mos de ella,
nos reparan y basta, luego no tenemos que alimentarnos, pero alimentarse es un
placer, entonces sigue existiendo como fuente de placer, as� como el amor, por
supuesto, este es uno de los puntos fundamentales, pero como imaginar una amor que
sea atractivo si no es polig�mico, si no es un compartir absoluto y con toda
naturalidad el comercio sexual sin barreras...
En este punto en el que vamos ya se vislumbra una especie de para�so. Habr�a que
organizar la vida. Quitemos los problemas clim�ticos, en ese mundo la temperatura
est� siempre a nuestro gusto, cuando nos gusta el sol lo tomamos y cuando la noche,
tambi�n, y cuadramos a nuestro alrededor el clima a voluntad. Las enfermedades,
para ser realistas, comienzan cuando alg�n �rgano comienza a envejecer y de
inmediato nos lo cambian, pero podemos pensar tambi�n en cuerpos mejorados y que
cada cual escoja la apariencia que mejor le convenga.... Nalgas inmensas, cuerpos
extra�os, pero eso no me gusta, se me sale de las manos..
Y bueno, �qu� ocurri� despu�s? Ah, pues lo de siempre. Todo iba bien al principio.
Pero luego sali� a relucir la naturaleza humana. Envidia, corrupci�n, deseos de
causar dolor injustificado y a quienes no pod�an caus�rselo; algunos la tomaron
contra los pobres animales, otros organizaron asonadas, pleitos. Finalmente vino
una gran revoluci�n, la primera de ellas, que se estaba fraguando desde anta�o...
El antiguo pueblo del cielo se rebel�, pidi� que se volviera a ocupar el abandonado
cielo, hoy por hoy en ruinas circulares, estall� con furia, saque�, plant�
guillotinas espirituales, mejor dicho, ech� a perder la �nica oportunidad que se
tuvo para hacer algo mejor... Y nosotros, pues seguimos viviendo nuestra vida,
nuestra eternidad y seguimos ensayando a ser felices para siempre, Salmonella y yo
y algunos de los dem�s, los que tienen temperamento... Aunque estoy llegando a la
conclusi�n de que no nacimos para esto. Por momentos, aunque me niego a confesarlo,
me ha nacido la idea de la nada absoluta como una soluci�n adecuada, f�cil,
sencilla, simplemente dejar de ser, como ha debido ocurrir desde el principio, dar
el paso, correrse para que otros ocupen el lugar, no lo s�, lo sigo pensando, le
sigo dando vueltas y pronto lo consultar� con Chagas, porque con el doctor
Alzheimer s� que no podr�a ni hablar...
-Siempre os lo dije, �ramos animales hechos para el cautiverio -dijo con pena el
doctor Alzheimer -Puede parecer extra�o pero al parecer s�lo podemos ser felices en
prisi�n.
El doctor Alzheimer sabe que escribir una historia sin sentir fiebre por ella, es
imposible, es una locura, un sinsentido; piensa: �Qu� es lo que m�s nos gustar�a
que sucediera y que nunca sucede? �Que me coronen rey? �Tener todas las mujeres a
mi disposici�n o a mis pies? �Que todas las cosas que uno emprenda salgan bien? Las
gentes ya no son tan col�ricas porque todas las cosas salen bien, porque todos los
trabajos son bien hechos, aunque, por otra parte, no tengo ni que decir que las
gentes angustiadas siguen existiendo, que los malgeniados tambi�n, as� como ese
ej�rcito de los desagradables, que no son muchos pero siempre se hacen f�ciles de
identificar, los que contestan golpeado, los que miran mal a la gente, los que no
saludan o no se depiden, como los franceses, los que se creen de sangre azul, los
que se sienten por encima de todos los dem�s, los que clasifican a las gentes en
sus amigos o sus enemigos.
Versi�n del doctor Alzheimer... Me ha sido dado narrar el drama de los dioses y sus
desventuras: Ragnarok. La chute. La d�bacle. Qu� m�s da. Nos fue dada la ceguera
inmortal como a otros les fue otorgada la memoria de lo que ocurri�... Y aqu� estoy
yo, fatigando, frecuentando la eternidad, como si se tratase de cualquier calle de
provincia...
Se sab�a desde el principio. El cielo iba a terminar mal, porque no contaban con
esa fuerza an�rquica del universo que es el ser humano. Criatura que se arrastra,
melindrosa, tramposa, hip�crita, de bajas pasiones, sin embargo carga una energ�a
tan grande que fue capaz de echar abajo el cielo y de resquebrajar sus cimientos
para siempre.
As� que todo hab�a sido en un d�a. Un largo, largu�simo d�a de pesadilla sin un
solo momento de oscuridad. Ahora la noche, la primera noche despu�s del d�a del
Juicio reinaba bienhechora sobre la tierra mientras las estrellas, inmutables,
brillaban a lo lejos.
Y no creo que sea dif�cil convencernos de que todo esto sucedi� un d�a despu�s del
Juicio, porque en la eternidad el precio de un d�a es inabarcable y no se le puede
sumar ni restar un minuto.
V�rice y Varicela comenzaron el repoblamiento. El peque�o Varicocele fue el primer
humano de la segunda camada, de hecho, el primer superhombre. La familia salud� con
regocijo al reci�n venido. El beb� llor� al nacer, como si hubiera sido consciente
de haber empezado a vivir una tragedia desconocida hasta entonces para �l, y para
la cual no hab�a sido preparado: la tragedia del eterno retorno. Nietzsche ten�a
raz�n.
FIN
***
??