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D. AGUILERA MALTA
EDITORIAL CENIT, S. A.
CUSUMBO
Y ahora.
Desnudos otra vez. Hundidos en el agua. Nadando
--ms peces que hombres-levantaban las redes so-
bre el nivel del agua. Estirndolas. Formando una ba-
lTera, para evitar la huida sbita del pez.
Habl el ms viejo de los dos:
-Habj echao er barbajco?
-Toava, no.
---Y qu ej peraj en ton ces? Que ar!5 un ca tan u do
nos rompa las reles? Aprate! Vos sabs: Camarn
que se duerme ...
-Ya vo!
Se encaram en las ngas, como el mono ms gil.
Se asi de las ramas flexib1es. Pis indiferente las
conchas filudas y los caracoles taciturnos. Se inter-
n, siguiendo el cauce del estero tapado. Y entonces,
s. Reg la masa amarilla de la fruta traicionera. Se
inclin sobre el agua. Sacudiendo de vez en vez el
cuerpo, salpicado de nubes de gegenes y gitifes.
Cusumbo murmur:
-Hemoj tenio suerte.
-Por qu?
-Porque ningn pejeco nos ha roto las veles.
----:-Es que no ha habido nenguno grande. Ni tinto-
rera, ni lagarto, ni catanudo ...
-Tenej razn.
La canoa se llenaba. La canoa se hunda. La enor-
me canoa de pechiche. Los cholos miraban con ls-
tima la gran cantidad de pez que quedaba an en el
!S tero.
1
Era la historia brava de una mujer indomable. En
Daule habla nacido. Y en Daule haba empezado a
amar y a vivir. La llamaban la Agalluda. Porque dis-
que todo lo quera para ella. Porque slo andaba tras
de la plata. Como si un apetito insaciable de di-
nero le desgarrara perennemente las entrafias. Con
sus caderas ondulantes. Con sus vaivenes de canoa
balumosa, conquistaba a los hombres. Nadie en el
_pueblo la quera. Y cuando ella pasaba por el lado
..,'ro ""'
"' ~
-Yast..
-No, as, no.
Ella se haba arrojado boca arriba, ofrecindose.
Sus ropas, levantadas. sobre el vientre, dejaban ver.
Cusumbo la sondeaba con las manos vidas.
-Cmo, pu?
-As, como se ponen las vacas a los toros.
-No, no es as. Sabes vs? No es as.
-S. Yo hei mirao er otro da ar Fajao y la Ja-
boncillo.
-Ej que ... Aguarda .... Loj animale son distinto ...
T, nunca?
-No.
-Aj. Mejor entonce.
Lo gui. Lo ayud. El sinti un dolor agudo y vio-
lento. Pero ...
-Ya ves, Cusumbo!
-S.
Ell viento sacuda las hojas de los rboles. La luna
asomaba su rostro plcido. De la casa montuvia venia
el charrasqueo de la guitarra medio ebria. Y la voz
aguardentosa del montuvio borrachn.
Se haca hombre.
Poco a poco, su carne se iba hinchando para dar-
le salida a los msculos vigorosos. Se senta ms
-Tas genaza.
-Me icen que toms dflmasiao.
-Me gusts mj que .antej.
-Te vo a sacar.
Pero una tarde s fu de verdad. El lleg con su
canoa hasta la chacra de los viejos de ella. La llam.
La Nica baj de la casa. Y se asom sobre el ba-
rranco:
-Qu quers? .
-Baja, que tengo que ecirte una cosa.
--Qu cosa?
-Baja pa ecrtela.
-Geno, ya vo. Pero cuidao ...
En seguida estuvo al lado de la canoa, sobre los
palos de balza, que servan de muelle. El admir
una vez ms la carne prieta y vibrante de ella, que
se adivinaba tras el vestido, tosco, pegado al cuerpo.
-Qu pasa?
Empez a sondearla vidamente con la mirada. Le
estaba duro decir: 1
-'-Pues... que quiero que te vengas a vivir con-
migo ...
La Nica hizo la cabeza para atrs. Y se ech a rer.
-No seas ...
El agach la cabeza. Y sigui hablando:
-Conmigo no te fartar nada. S trabajar en
cuarquier forma. Soy bravo pa los hombres y juer-
te pa las mujeres. Y me gusts muchsimo.
La Ni ca segua riendo a carcajadas. El no pudo
aguantarse. Se tir de la canoa. Le brinc encima
4
La muy puta!
Pero es que s'eria verdad? Poda ser verdad
aquello que le haba dicho? No lo poda creer. Re-
pasaba en su mente excitada todas sus caricias. Las
noches de fiebres locas, en que vibraba como una
guitarra bajo su cuerpo volcnico. La tranquilidad
-Pasa!. ..
Los perros, como si no hubieran odo. Cusumbo
y don Leitn siguieron.
-Genos das, a Andrea..
-Genos das.
-Cmo est?
-Ai!, regular. Y ustede?
-Pasandito, no m.
-Suban. Por qu no suben?
-Ah vamo.
Se treparon rpidamente por la escalera de caa.
Cusumbo entraba a esa casa por primera vez. De-
tenidamente, mir.
La casa era grande. Toda de ca.a brava picada,
clavada sobre las arengas de mangle. No tenia ni
una divisin, ni una pared. Todo en ella se amon-
tonaba en gestos de abandono. Haba varios fogo-
nes, hechos de cajn de kerosene, rellenos de barro.
Muchos toldos a medio colgar. Racimos de verdes,
suspendidos por todas partes. Sacos de arroz en las
esquinas. Hamacas, hachas, redes. Sin orden ni con-
cierto. En el centro se vean algunos cholos con las
muj,eres sentadas en las piernas o hacindose espul-
gar, reclinados en sus faldas.
-Genos diasr
-:Oenos.
a Andrea-opulenta todava, a pesar de su edad
inabordable-se adelant:
-Geno, y qu >les ha pasao?
Don Leitn contest:
La Tahona.
Sacos de carbn hechos montaa. Vocinglera de
hombres, de balandras y de muelles. El ro Guayas,
que se enciende en mpetus de aguaje. Las cantinas,
que esperan entreabiertas. Mujeres que sonren ofre-
cidose. Un extrao olor a carne sudorosa y jadean-
te. De vez en vez, el chirriar de una carreta. Acaso,
el bullicio de un poco de hombres, golpendose. Toda
la fiesta del puerto hecha cancin de carne Jg~='"'
vimiento. .x&'" '(\}t'fUflA
.(!~ ;;~
(~
-Cusumbo!
Levant los ojos. Mir. Le pareci que estaba so-
ando, pero esta vez s de verdad.
-Gertru!
La Gertru y a Andrea se lo coman con los ojos:
~---Caray, quej taj flaco.
---Ej que recin sargo der hospitar.
--Aj. Y ejtaj mejor?
---Toy mj pior que antej.
-Ej que voj erej un pendejo. Don Goyo te hubie-
ra curao en seguidita. Si querj te llevo donde r. Er
te cura aimismo.
-Ta bien, pue.
-Sabs vos?
-Qu?
-La semana que viene te robo pa casarnoj ...
-Aj ...
La apret fuertemente contra su cuerpo. Le hizo
sentir un cosquilleo extrao entve lo muslos. Ella pro-
test:
-No seas bestia!. .. Me ests fregando el traje!. ..
Las botas de la Gertru sonaban sobre el piso de
caa en desborde de alegra. Con toda la alegra de su
carne entusiasta. Senta que Cusumbo la estaba hin-
cando. Senta que el hombre la apretaba cada ves
ms y ms. Pero no podfa evitarlo. Le gustaba. Le
gustaba demasiado. Y, adems. No se iban a ca-
sar tan pronto? No se haban palabreao desde ha-
ca tanto tiempo?
cusumbo le acerc el rostro, lo ms que pudo. Y
le dijo casi al odo:
-Oye, Gertru... Don Caslo est charlando mucho
con don Goyo. Malo. Don Casio ej muy jodio ... Vos
no lo conocs. Po arriba tiene mala fama. Dicen que
se ha com o argunas corvinas!
-Aj!
Qu le importaba a ella don Cajlo ni don Goyo?
Aunque ste fuera su bisabuelo. A ella lo nico que
le importaba----,ahora-era su Cusumbo. Ella lo nico
que quera era dormir-y no slo dormir-con l en
el mismo toldo, sobre el mismo cuero de venado. All
que hablasen don Cajlo y don Goyo lo que les diera
la gana ...
Apretaba tambin. Sentia ms que nunca la fuerza
del amor con un solo valor de ip.stinto. SentialJ~\::.2::,
''1,,\tTIJRj
-Abandonados! .. .
-Abandonados! .. .
-Abandonados! .. .
Los mangles parecieron agruparse, acercndose al
,que hablaba. La corriente se detuvo. Don Goyo hu-
biera querido gritar. Se asfixiaba. Sudaba copiosa-
mente. 'IIemblaba. Sus pobres carnes se mecan como
hamacas. El mangre ms viejo de las islas prose-
gua:
-Ah, Goyo!. .. Si pudiera correr. Alejarme de este
ambiente hostil. Desclavar mis pesadas races. Mis
brazos colgantes e innumerables. Hundirlas en los
barros de otras islas no profanadas todava. No asis-
tir a la muerte de lo que ms he querido. Trepar-
me sobre el pasado como una arafia monstruosa. O
hundirme en el ocano en que nac y en el que pas
toda mi infancia ... Ah, Goyo, viejo amigo, eterno
compa:ero de siempre, si pudiera correr! ... Si pu-
diera huir ...
El cholo senta fiebre. Miraba con los ojos desorbi-
tados, sin saber qu hacer. La canoa se haba de-
tenido. Se dira que el estero se abra y que de su
seno emergan peces de mil variadas clases, que mi-
raban irnicamente a don Goyo, el viejo cholo, pa..
dre de cinco generaciones.
El mangle ms viejo de las islas continuaba:
-Pero es que no quiero ... Es que no puedo lar-
garme, Goyo. No puedo dejarte solo. A ti, qu~ eres
mi hermano. A ti, a quien vi nacer y a quien pro-
teg siempre. No puedo, Goyo, no puedo ... Y, ade-
Cusumbo se reanim:
-:-Aflj ame!
-No: No te aflojo ... No puedo!
La apret ms toda va. Le adhiri largo rato los
labios como dos llamaradas. La chola tembl.
-Cusumbo! ...
Rugi. Vi sombras. Sinti que los nervios se le
hinchaban. Que toda la carne se le electrizaba. Ha-
cia tanto tiempo ...
-Gertru! ...
~.
.
S
Biblioteca Nacional del Ecuador "Eugenio Espejo" ~~
112 D. AGUILERA MAL'I'A
1
Regresaban. Para primer da no estaba mal. Boga-
ban perezosamente. El sol les incendiaba las mag-
nficas espaldas. Un rimero de peces se agitaba en
la canoa. Porque muchos de ellos no fueron alcanza-
dos ms que por la cola. Pero lo que haba dicho
Cusumbo era verdad. El arpn no perdonaba. Pez que
coga entre sus gavilanes vigorosos, era pez cautivo.
Por ms que protestara. Que se agitara, Que trata-
ra de huir. Y la vieja sangre de los mangles, que
curta las bordas, pareca mezclarse con la nueva
de los peces moribundos.
La canoa andaba despacio. Ahora, las lisas salta-
ban-de vez en vez-al lado de ellos, como desafin-
dolos. Se dejaba ver incesante la plata de sus esca-
mas veloces.
-Si hubiramoj traa la atarraya ...
-De verd.
--Pero eso no importa. Tas nochej ,son oscuras. As
que mejor ej salir de noche. Se puee atarrayar me-
jor. Y se coge muchsimo peje.
-Tonce, vamo ejta noche ...
-No. Maana! Tamo muy cansaos.
-Geno!
-Vamoj, puej!
La Gertru se sent en la popa. Y empez ella a
guiar la canoa. Cusumbo ira en la proa, atisbando
los cardumen de lisas, para tenderles el abrazo fatal
de la atarraya.
Empezaba a soplar un poquito de viento. El estero
se encrespaba levemente. La noche se adentraba so-
bre el archipilago, rpida y audaz. r
-Carajo! ...
Todos se volvieron.
-Qu te ha pasao, hombre?
Levant el cholo la mano, sacndola de un tirn
desde el hueco en que la tenia metida. Y entonces
todos vieron, atnitos, que un enorme crustceo de
carapacho azul le colgaba. Gruesas gotas de sangre
caan al suelo. Medio advirtieron una tenaza denta-
da cerrndose sobre uno de los dedos del pobre
hombre.
-La sin boca!
El cholo, en esfuerzo loco, estrell el animal contra
una varenga de mangle. El crustceo se agit pesa-
damente unos segundos. Y despus, qued inmvil,
rgido, con las patas abiertas; pero sin aflojar el dedo
mordido. Colgando siempre, en un bailo de sangre,
de la carne del cholo. Con 1os ojos levantados como
dos periscopios diminutos.
-Me ha fregao!. ..
Cost trabajo enorme separar las tenazas del crus-
tceo. Pareca que Se hubieran soldado para siem-
pre. Cuando se logr al fin separarlas, vieron que
el dedo del cholo estaba lleno de una doble hilera
de agujeros hondos. Y entonces, a todos les entr
canillera:
-Lo quej yo, no cojo mj cangrejo. Por mi puee
morirse too 1er mundo de hambre. Pero no me jode
de nuevo un animar de ejtoj.
-Ni a mi.
10
DON GOYO
Se oy gritar al piloto:
-Arreen la mayor! ...
Los dos marineros fueron aflojando lentamente
los cabos de lado y lado de la vela. Por su parte,
el piloto tambin empez a coger la botavara, acer-
cndola hasta ponerla al centro. Y, adems, cuidan-
do de que el pico cayera dentro de los amantillos.
La balandra disminuy de velocidad. Ya estaba
cerquita del cerrito. De todas las casas haban baja-
do los hombres y las muj,eres a recibir a la embar-
cacin.
-Arreen la trinquetilla! ...
Esta vez, como estaban ms cerca, se oy clara-
mente el rodar de las argollas. Slo un marino tuvo
que cuidarse de la cuerda que haba de aflojar. La
balandra casi se detuvo, ayudada en su marcha ni-
camente por el foque.
Se oy, por ltima vez,)el mandato:
-Fondeen el ancla.
Se acercaron los dos marineros a la proa. Y le qui-
-Vamoj a bordo!
-Vamoj!
Se lanzaron en varias canoas. Bogaron f~riosamen
te. En cortos segundos cubreron la distancia que los
separaba de la balandra.
- Genos das de Dios!
-Genos!
-Qu tar lej ha ido?
-As as, no mj.
-Aj!
-Y por aqu?
-Por aqu, regular. Regularcito ...
Se treparon gilmente por la borda. Caminaron
un poco por la cubierta. Estrecharon la mano de los
marinos. Despus, se lanzaron a la bodega. Y, en se-
guida, empezaron a descargar.
Desde dentro del vientre de la balandra venia un
olor sabroso a pltano fresco. Y, efectivamente, se'
erguan ante el apstrofe solar numerosos racimos
del exquisito pan de los trpicos. Tambin se adver-
ta uno que otro saco lleno de quin sabe qu.
-Habis traa argunos barraganes? O toos son
domenicos?
-Hemoj traio argunos barraganas.
Recordaba.
Haca mis de cien a.os que haba ido a esas islas.
Vena de San Miguel del Morro. Y por eso le puso
el Oerrito de los Morre.os al pedazo de tierra en que
se estableci.
Cuando lleg, no haba nadie en los alvededores. Las.
islas, vrgenes y solitarias, se le mostraron hostiles.
Tuvieron siempre para todas sus iniciativas una du-
r.eza de muralla. Como defendiendo hasta el ltimo
instante su inviolabilidad, no profanada jams. Va-
rias veces estuvo a punto de ceder. Pero su deseo
de lucha y de triunfo lo haca proseguir. Siempre
proseguir. Tratando de machacar, de destrozar defi-
nitivamente los obstculos innumerables que encon-
traba en su camino. Igual que si se hubiera conver-
tido en una barrena de carne que pudiera penetrar
en el corazn de las islas y los mangles.
Haba llegado en una canoa pequeita. Sin llevar
otra arma que su machete afilado. Haba cortado
unas cuantas horquetas de los mangles nudosos y
11
Fu suficiente. La mu}er, que se llamaba Marg~ -
rita, se decidi. Y un buen da li su atado de ropa.
li
Se emlbarc n 1a 'Canoa de don Gayo. Y se vino al
cerrito, a vivir con el cholo retozn.
Fu una sola fiesta. Ayuntados, en un agustioso
jadeo, estuv~eron varios das, en que slo se sepa-
raban para comer o hacer lo imprescindiblemente
necesario. Se haban olvidado del resto r1, la huma-
nidad. Los vecinos, muclhas veces lhaJban intentado
acercarse. Pero, al divisar el grupo retorciente. Dn-
dose cuenta de la fiebre amorosa que les haba en-
trado, se retiraban comprensivos. Musitando unas
frases de rbrica. Y en tanto, la pareja infatigable,
ya sobre el cuero de venado, ya sobre el piso de caa,
sobre la tierra dulce o sobre la canoa, segua su
plaoer galopante. Don Goyo haba dicho maliciosa-
mente que estaba haciendo la entrada. Como nada
menos que todo un macho.
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Biblioteca Nacional del Ecuador "Eugenio Espejo"
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178 ---------- D. AGUILERA MALTA
-Aj.
Saltaron. Amarraron las canoas a una vara cla-
vada bien adentro. Empuaron las hachas y medio
se internaron en la tupida red de los palmeros.
Casi en ,seguida cant el golpe del hacha. Un gol-
pe extrao, que se sinti retumbar hostilmente so-
bre todas las islas. Y entonces s. Una especie de
alarido parti de cada mangle picado. Se senta re-
mecerse de rabia. La tierra mvil temblaba en olea-
das angustiosas. Pareca crecer, en el ambiente, un
raro son de protesta.
-No s. Pero no me gusta argo que ejt pasando
todoy.
-Pendejo. Esa son preocupaciones tuyaj. No seaj
flojo.
-Y si er Tin-Tn noj quiere fregar. Como tamo
tan de mala! ...
-Anda, pica. Y djte de lcir pendejadaj.
Empezaron a caer los palos, arrastrando a cien-
tos ms pequeos en su cada. Pareci que agita:..
ron sus ramazones en lo alto, como queriendo aga-
rrarse de los otros. O hacer un equilibrio y soste-
nerse. Pero despus -imposibilitados- cayeron es-
truendosamente, haciendo pedazos sus partes ms
delgadas.
.-Don Goyooooo!. ..
Pero slo se oa el devolver multiplicado del eco~
- Goyoooooooo ... !
Ansiosamente clavaban los ojos como dos interro-
gantes, en medio de la red intrincada de la vegeta-
cin. No haba rastro humano alguno. La busca se
haca cada vez ms montona y fastidiosa. Ahora
bogaban despacio, hundiendo pausadamente el cana-
lete. Haciendo que las canoas siguieran casi el com-
ps de la corriente. Y, de vez en cuando, tornaban
a gritar:
-Ah, don Goyooooo! ...
Y volvia a responder, como siempre, el acento mul~
tiplicado del eco:
- Goyoooooooo ... !
~a Andrea-apenas lo vi-murmur:
-Hay que mandarlo a San Miguel! ...
No arroj una lgrima ms. No tuvo una frase de'
dolor ni de protesta. Se arrincon en una de las es-
quinas de la casa. Y mir con ojos extraviados la
escena que se desarrollaba a su alrededor. Cualquie-
ra, al verla, hubiera pensado que era una extraa,
que asista a un duelo ms.
Don Leitn continu la frase de fa Andrea: