Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
LA ANTIGEDAD GRECOLATINA
WENCESLAO CASTAARES
Wenceslao Castaares
HISTORIA
DEL
PENSAMIENTO
SEMITICO
1
LA ANTIGEDAD
GRECOLATINA
E D I T O R I A L
ISBN 978-84-9879-496-0
9 788498 794960
T R O T T A
contenido
Introduccin..........................................................................................
15
37
57
101
133
Bibliografa............................................................................................
ndice de materias..................................................................................
ndice de nombres..................................................................................
ndice general........................................................................................
271
287
297
301
159
205
INTRODUCCIN
, ,
- .
Homero, Odisea, XXIV,547-548
Quasi nanos gigantium humeris insidentes
Bernardo de Chartres
El libro que el lector tiene en sus manos es el resultado de una particularidad idiosincrtica: mi incapacidad para entender bien un problema si no tengo alguna perspectiva histrica. S que no a todos les pasa.
Tengo colegas que pueden prescindir sin demasiadas dificultades de la
perspectiva histrica de las cuestiones de las que se ocupan en sus investigaciones. Mi inters por la historia de la semitica tuvo su origen
a principios de los aos ochenta, cuando abordaba los problemas de los
que termin ocupndome en mi tesis doctoral. All se encuentra el embrin de esta obra que inevitablemente tendr otras entregas. Este inters no tuvo mayor concrecin durante muchos aos, pero no por ello
desapareci. Qued aparcado ante otras urgencias y, con el tiempo, termin convirtindose en una aficin para tiempos de ocio escasos, cuando
no inexistentes. A pesar del esfuerzo que exiga retomar una y otra vez
el hilo de la historia, la empresa se mantuvo porque hubo una motivacin inquebrantable: el goce de la bsqueda y el hallazgo. Pero lleg un
momento en el que esa aficin privada, casi ntima, empez a solicitar
una presentacin pblica. He aqu el resultado.
La semitica, tal como la entendemos hoy, es un campo disciplinar
que empez a adquirir cuerpo y autonoma a finales del siglo xix. Dos
hombres de orgenes intelectuales e inquietudes muy distintos llegaron,
por caminos tambin diversos, a expresar de forma apremiante la necesidad de elaborar una teora general sobre los procesos de construccin de
sentido. Esos dos hombres se llamaron Charles Sanders Peirce y Ferdinand de Saussure. A la disciplina que deba ocuparse de satisfacer esa necesidad, el primero la denomin semitica; el segundo, semiologa. Pero,
en la ciencia, como en cualquier otro proceso biolgico o cultural, nada
ocurre sin que haya precedentes. El inters por los signos y por lo que es9
la antigedad grecolatina
tos son capaces de hacer es, probablemente, tan antiguo como el hombre
mismo. Ese inters fue en primer lugar, como ha ocurrido tantas veces,
un inters de carcter prctico. Formaba parte del saber de cazadores,
marineros, adivinos, estrategas, poetas y mdicos. Pero en un determinado momento se hizo ms general y el saber sobre lo que los signos hacen
o pueden hacer quiso poseer una generalidad que ya no era la de un saber prctico, sino la de un saber experto con pretensiones de convertirse
en epistme. El nombre para ese saber no fue inventado por ninguno de
esos dos grandes hombres decimonnicos a los que antes nos referamos.
Lo inventaron los mdicos y lo usaron despus, entre otros, los lgicos y
los filsofos. Habra que esperar hasta el siglo xvii, para que el nombre
fuese conocido y aceptado fuera del contexto de la medicina, mrito que
hay que atribuir sobre todo al filsofo ingls J.Locke. Sin embargo, no
exista un discurso histrico capaz de dar razn suficiente de esos hechos.
Y eso es lo que aqu hemos empezado a hacer.
Para escribir esta historia, no tanto de la semitica, porque su existencia es ms bien dudosa, sino del pensamiento semitico, me he limitado a explorar sub specie semioticae la literatura, la filosofa y la ciencia
de lo que hemos dado en llamar Occidente. Es una mirada reduccionista, resultado de la plena conciencia de la magnitud de la tarea emprendida. Cualquier otra consideracin hubiera sido no ya pretenciosa, sino
imposible. Muy probablemente, esta reduccin no consiga escapar tampoco a esa crtica. Son muchos los lugares por escudriar y demasiado
grande el saber enciclopdico necesario para conseguir una descripcin
aceptable. La lectura realizada es tambin personal en el sentido de que
los textos se han ledo desde una perspectiva infrecuente. Cuando lea los
textos de un autor o de una escuela no lo haca con la pretensin de explicar de forma global sus teoras. Buscaba en ellos lo que especficamente
decan a propsito de cuestiones que hoy consideramos semiticas, pero
que en ese momento no tenan una identidad precisa. Esa perspectiva me
ha obligado a un examen que se ha detenido en los detalles (muy micro,
si hablamos la jerga de los socilogos). Lo que para muchos especialistas
o traductores no tena mayor relevancia, para m poda adquirir una importancia capital. No daba lo mismo que se utilizara un sustantivo u otro,
este verbo u otro de sentido prximo. Sin ser fillogo me he obligado a
leer los textos de los autores griegos y latinos pendiente de los ms mnimos detalles semnticos, a la bsqueda, como si de un detective se tratara, de los indicios que pudieran conducirme al descubrimiento de teoras
semiticas solo entrevistas a travs de la bruma producida por la discusin de otros problemas. Esta mirada me ha obligado en ocasiones a modificar las versiones de traductores a los que, sin embargo, he de atribuir
una competencia mucho mayor que la ma, pero que se enfrentaron a los
textos con una mirada distinta.
10
INTROD U CCI N
El intento de seguir el rastro de teoras que, la mayor parte del tiempo, son subterrneas, sepultadas por discusiones que ponen el foco en
otras cuestiones, se vio frecuentemente obstaculizado por la falta de informacin. Esta dificultad es especialmente constatable durante la poca
helenstica. Durante esa poca muchos rastros se pierden y, en esas circunstancias, solo cabe hacer hiptesis arriesgadas. Pero ni siquiera puede
decirse que, con ser significativo, ese sea un rasgo especfico de la poca.
Siempre existe la posibilidad de que en textos no ledos con la perspectiva
requerida aparezcan datos relevantes. De hecho, a lo largo de la investigacin ha ocurrido que mis hiptesis iniciales fueron desmentidas por textos que no conoca y que fueron encontrados por puro azar. A veces, una
comprobacin de rutina en textos en los que inicialmente no haba puesto
mayor inters, me llev a un descubrimiento de consecuencias importantes para mi investigacin. De todo ello aprend una gran leccin: la lectura
de textos poco conocidos o ignorados puede modificar algunas de las conclusiones a las que he llegado. Y es mucho lo que todava queda por hacer.
La estructura de la obra ha tratado de adaptarse a las dificultades derivadas de la pretensin de ser histrica y, al mismo tiempo, de mantener la necesaria homogeneidad en las cuestiones abordadas. La narracin
histrica me obligaba a un relato que evitara en lo posible grandes saltos
en el tiempo, lo que no siempre era fcil de conciliar con la continuidad exigida por la exposicin de ideas que se mantienen durante largos
periodos o evolucionan lentamente. A esta dificultad haba que aadirle
otras, derivadas de la forma misma en que nos ha llegado el pensamiento
antiguo, a veces ligado a la obra de una figura estelar, otras a las de una
escuela, en ocasiones a la prctica de una actividad. El resultado ha sido
una obra que no obedece a un nico criterio organizativo: cada captulo tiene una estructura diferenciada. Esta anarqua organizativa me ha
permitido una cierta libertad para exponer lo que consideraba relevante,
aunque haya tenido que pagar el precio de renunciar a una estructura comn para todos ellos. As en algunos captulos lo que predomina es una
agrupacin temtica, mientras que en otros el criterio ha sido ms bien
histrico. La ordenacin misma de los captulos ha querido ser histrica,
pero el contenido no siempre se ha adaptado a ese criterio. En el captulo1, se ha terminado por agrupar cuestiones muy distintas de pocas
tambin diversas. Se opt por una agrupacin temtica sui gneris; soy,
pues, consciente de que caben otras organizaciones. Si me decid por la
organizacin temtica fue porque, al tratarse de un periodo dilatado y
de problemtica muy variada, esa era la organizacin que me permita
darle mayor coherencia. De todos modos, soy consciente de que el resultado final es un cajn de sastre en el que se han introducido cuestiones distintas. Confo en que la diversidad tenga aqu la connotacin positiva de la riqueza.
11
la antigedad grecolatina
Los captulos2 y3 tienen en comn el estar centrados en las dos figuras ms rutilantes de la filosofa griega: Platn y Aristteles. A partir
de ah, pocas similitudes pueden encontrarse. Podra argumentarse que
Platn se ocupa ms del lenguaje que de los procesos semiticos en sentido estricto. Pero siendo esto verdad en parte, como explicamos en la introduccin del captulo, ese tratamiento tiene una perspectiva claramente
semitica. Y es esa perspectiva lo que he querido resaltar. En la obra de
Aristteles, el tratamiento lingstico y semitico est claramente diferenciado y as he querido transmitirlo. He incluido tambin en ese captulo cuestiones que algunos considerarn algo alejadas de lo estrictamente
semitico. He procurado explicar las razones. Se ha incluido tambin en
l la referencia a la Retrica a Alejandro de Anaxmenes de Lpmsaco, lo
que parece poco coherente con el resto del captulo y con su ttulo. Pero
creo que hay razones que lo justifican: el hecho de que durante algn
tiempo se atribuyera la obra a Aristteles y el que no se hayan conservado
otros tratados retricos me llev a cometer esa pequea incongruencia.
En general, los distintos captulos pueden considerarse bastante independientes unos de otros, pero no siempre. Los captulos4 y5, dedicados a epicreos y estoicos, plantearon problemas especiales que me
obligaron a cambiar de planes en varias ocasiones. A los problemas derivados de la prdida de fuentes, hay que aadir la vinculacin polmica de sus respectivas teoras. Si otros captulos pueden leerse de forma
independiente, estos solo pueden leerse conjuntamente. Por lo dems,
los dos adolecen, quiz, de concisin, pero haberlos desarrollado ms
supondra haber entrado en la explicacin de cuestiones que nos hubieran distrado de nuestro objetivo.
El captulo6 est dedicado, fundamentalmente, a la retrica romana,
pero finalmente tuve que incluir otras cuestiones ajenas. La referida a la
adivinacin se justifica por el criterio de coherencia temtica: no solo estamos ante un contexto de reflexin semitica relevante, sino que el mismo ya haba sido abordado en la tradicin griega, con la que mantiene
similitudes muy evidentes. En cambio, la inclusin de Galeno en este captulo se debe a razones histricas. Su aportacin, como la de los mdicos hipocrticos, parece inexcusable si se quiere entender la historia de la
semitica. Y, sin embargo, como en el caso de Anaxmenes de Lmpsaco,
no era posible dedicarle un captulo aparte.
El captulo7 est dedicado a san Agustn y, como los dedicados a
Platn y Aristteles, tiene su propia lgica. La cantidad de informacin
que tenemos sobre el autor hace posible una exposicin que puede ser
especialmente coherente. Quedan, sin duda, enigmas por resolver, pero
no son comparables con los que nos plantean otros autores o escuelas.
En cualquier caso, el ltimo apartado, dedicado a la patrstica cristiana, bien pudiera haber sido un captulo aparte. Pero dada la estructura
12
INTROD U CCI N
la antigedad grecolatina
14
1
LA GRECIA PREPLATNICA:
LAS TRIBUS DE LOS SEMAS
ntes que el conocimiento experto y la ciencia estn las palabras y las coA
sas. Si es cierto que la ciencia en algn sentido construye su objeto, no
lo es menos que sin el suelo de las cosas y las expresiones que las nombran no existira la ciencia. Antes de que la semitica entendida como
la reflexin acerca de aquello que significa o, lo que es lo mismo, de los
procesos de semiosis, empezara a ver la luz, estaban los fenmenos
que los hombres consideraban significativos y las palabras que los nombraban. En el caso de la cultura griega, que es, para nosotros, el mundo
de referencia, antes de que Platn y Aristteles empezaran a pensar sobre los procesos en los que se ven involucradas las realidades significativas, estaban ya esas mismas realidades y las palabras que las designaban.
Una de las aportaciones que han sido reconocidas a uno de los padres fundadores de la semitica moderna, Ferdinand de Saussure, es la
de que las palabras (en su terminologa, los signos lingsticos) son arbitrarias, lo que no quiere decir, como se ha puntualizado despus, que
sean inmotivadas. Justamente porque las palabras no son inmotivadas
es por lo que resulta tan til la bsqueda de los motivos por los que fueron usadas en un principio. Para entender lo que los autores del Corpus
Hippocraticum, Platn, Aristteles y los que vinieron despus, quisieron
decir sobre lo que hoy consideramos el objeto de la semitica tenemos
que saber lo que las palabras que utilizaron significaban para aquellos que
mucho antes de ellos ya las haban utilizado, quiz incluso con algn sentido o matiz distinto. Nuestra investigacin no comienza, pues, con la
descripcin de las teoras semiticas. En sentido estricto, en este primer
captulo no hacemos, pues, historia de la semitica, sino historia de las
palabras o, mejor, de la lengua: un intento de describir el uso de una
familia de trminos que para nosotros (quiz no todava para aquellos
que las usaban) estaban emparentados.
15
la antigedad grecolatina
De los diversos trminos utilizados por los griegos que podemos considerar pertenecientes a las tribus de los que significan hay dos que han
tenido un mayor xito posterior. Se trata de semeon y smbolon y, naturalmente, de los ms directamente relacionados con ellos. La historia
de estos dos trminos es, sin embargo, bastante diferente y solo cuando
la reflexin semitica adquiri ya una notable madurez, llegaron a adquirir una relacin ms estrecha. Pero hasta que esto sucediera tuvieron que
ocurrir otras muchas cosas.
1. Signos y seales
El trmino semeon no es, a pesar del protagonismo adquirido, el ms
antiguo miembro de la familia de los sem-, antes que l fue el sustantivo
sma y tambin el verbo que se refiere a su actividad, semanein, as como
otros derivados a los que conoceremos un poco ms tarde. Tanto a sma
como a semano los encontramos con relativa profusin en Homero. En
l encontramos casi por igual los dos sentidos de sma: tumba, o mejor,
tmulo, y seal (natural o convencional). La razn de que un mismo
trmino sea utilizado en dos acepciones aparentemente tan distintas, parece residir en que desde antiguo se llamaba sma a la columna que sealaba el lugar en que alguien haba sido enterrado y, consecuentemente, ms
adelante, al tmulo. Sea como fuere, el doble sentido permaneci con el
tiempo y dio lugar a que Platn en un famoso pasaje del Crtilo (400c),
que ms abajo comentaremos, pudiera jugar con la semejanza entre sma
(cuerpo) y sma (tumba y signo) para justificar su escasa valoracin del
cuerpo, a la vez signo y tumba del alma.
Como decamos antes, en Homero encontramos mltiples pasajes
en los que aparecen sma y semano con un sentido bastante amplio y
poco preciso. Sma puede entenderse como una seal de los dioses, de
la naturaleza o de los hombres. As, por ejemplo, es utilizado para referirse a los relmpagos de Zeus que son interpretados como de buen o
mal augurio (Il. IV,381; IX,236); pero tambin, muy frecuentemente, para referirse a las seales de mando que hacen los jefes militares
(II,805; X,58), a los signos escritos en una tablilla (VI,168) o a la marca que se hace en una tarja para echar a suertes (VII,175,189). En la
Odisea se usa tambin en el sentido de seal secreta o marca que permite reconocer a alguien, como la cicatriz que dej a Ulises la herida que
le produjo un jabal (Od. XXI,217) y que sirvi a la esclava Euriclea
para reconocerlo (XIX,386ss.); o cuando el mismo Ulises utiliza una
marca en el techo labrado del lecho matrimonial para revelar su identidad a Penlope (XXIII,188ss.). Semanein es utilizado tambin con frecuencia en el sentido de dar una orden, y, consecuentemente, al que
16
17
la antigedad grecolatina
2. Signos y pruebas
Pero el panorama que acabamos de dibujar no deja de ser parcial porque
con la familia de los sem- convive otra familia con la que est emparentada, la de los tekm-. Como veremos ms adelante, tkmar (o tkmor), tekmrion y tekmano son expresiones que, junto a semeon y semano, van
a adquirir sentidos bastante precisos.
El trmino tkmor lo encontramos en la Ilada con el sentido de
prueba en una ocasin (I,526), pero ms frecuentemente significa
trmino, fin o meta (VII,30; IX,48; IX,418; IX,685; XIII,20).
Consecuentemente, tekmaretai es usado con el sentido de fijar el trmino o limitar (Il. VII,70). Pero este sentido convive con otro que
encontramos tanto en la Ilada (XVI,472) como en la Odisea (IV,373,
IV,466): el de solucin o remedio para un problema. Encontramos
18
19
la antigedad grecolatina
Consecuentemente, en el contexto del arte de la navegacin, el verbo tekmaresthai significaba conjeturar, reconocer los signos, un contexto que hace comprensible la sinonimia entre perar y tkmar a la que
se refiere Aristteles, pero que, como tambin sealan Detienne y Vernant, permite aclarar, desde otra perspectiva, el uso que de semanein
hace Herclito en el fragmento citado ms arriba. Tal sentido est confirmado en autores posteriores. Para referirse a la actividad conjetural
que implica la interpretacin de los signos celestes, absolutamente necesaria para la navegacin, Hesiquio de Alejandra (siglov d.C.) en su
Lxikon (alpha7911) utiliza la expresin strois semeiosthai, y en la
Suda (I,p.393) nos encontramos una expresin parecida: strois tekmaresthai. Apolonio de Rodas (ca.295-ca.230) al que se referan Detienne y Vernant en la cita anterior asocia tambin perata y tkmar para
referirse a cmo la tripulacin, interpretando correctamente los signos,
logra encontrar el camino entre las rocas (II,412-13).
Conjeturar (tekmaresthai) es, pues, abrirse camino, adivinar;
hace referencia a un saber hipottico, sobre lo probable, que est asociado y este es el gran tema ampliamente desarrollado por nuestros
autores a la diosa Metis. Frente al saber omnisciente de Tetis un
saber categrico, asertivo, que est en relacin con un orden fijo, establecido definitivamente el saber de Metis3 est relacionado con el
conocimiento acerca de un futuro que se presenta como aleatorio, por
lo que solo tiene un valor hipottico o problemtico (Detienne y Vernant,1988:99-100). Poseen metis aquellos hombres que son astutos,
que son hbiles para tender trampas, para encontrar un camino o la solucin a un problema que nadie parece ver4. La clase de hombres dotados de metis est asociada a los poseedores de ciertas artes: el carpintero de ribera, el cazador, el pescador, el piloto, el estratega, el mdico,
el sofista. De todos ellos, estas dos ltimas figuras, la del mdico y la del
sofista (en tanto en cuanto puede ser asociado al poltico), tienen para
nosotros una especial relevancia. En el contexto de la medicina, primero, y de la retrica, despus, encontraremos la forma lingstica (tekmrion) y el sentido preciso (signo, indicio, prueba) de un tipo de
signo y de una forma inferencial (la inferencia conjetural o abductiva)
peculiares, pero que estn llamados a tener un gran protagonismo en la
historia de la semitica.
3. Cuando Platn cuenta en el Banquete (203b ss.) el nacimiento de Eros, encontramos a Metis asociada a Poros y Pena. Metis es la madre de Poros, a quien mediante
una estratagema se une Pena (Escasez) para concebir a Eros. Este paralelismo no ha pasado desapercibido ni a Detienne y Vernant (1988:135) ni a otros.
4. Segn comenta H.Fraenkel (citado por Detienne y Vernant,1988:140), en algunos de sus usos, tkmar contiene las mismas implicaciones psicolgicas que mchos: plan o
remedio para una situacin difcil.
20
21
la antigedad grecolatina
En la constitucin de la medicina hipocrtica como un conocimiento especfico, especializado y reconocido, influyeron factores muy variados. Tienen que ver, desde luego, con una larga tradicin compuesta
por un amplio repertorio de observaciones y experiencias de mdicos,
maestros de gimnasia y cuidadores de atletas (Vegetti,1976:25; Garca
Gual,1983:43). Pero con el tiempo esta tradicin prctica se completa
con una serie de principios tericos semejantes a los que mantenan los
filsofos de la phsis. En estas dos tradiciones se contienen los principios que hacen posible que la medicina sea, en definitiva, un saber diferente y diferenciado de la filosofa, como expresamente argumenta el
autor del tratado Sobre la medicina antigua (20):
Dicen algunos mdicos y sabios (ietro ka sophista) que no sera posible
saber medicina sin saber qu es el hombre; que, por el contrario, eso es
algo que tiene que aprender el que quiere curarlo correctamente. Tiende su
lenguaje hacia la filosofa (philosophen), como es el caso de Empdocles y
otros que en sus tratados Sobre la naturaleza han descrito desde el origen
qu es el hombre, cmo lleg a existir y de qu fue formado. Pienso, por
mi parte, que todo aquello que los sabios y mdicos han dicho y escrito sobre la naturaleza se ajusta menos al arte de la medicina que al de la literatura (graphik); y creo, adems, que solo a partir de la medicina es posible
conocer algo cierto en torno a la naturaleza.
22
Las consecuencias metodolgicas que han de derivarse de este principio resultan desde luego revolucionarias, pues, como dice Vegetti (1976:
33), suponen la sustitucin del principio de analoga por el de la observacin y la prueba. El principio de analoga, que mantienen los filsofos
de la naturaleza (incluido Empdocles) se basa en la concepcin de la
phsis como un cosmos, una realidad acabada, ordenada por leyes que
imponen una necesidad cclica que, en ltimo trmino, nos remiten a
una arch o principio (ya sea nico como el agua o el aire o el peiron
23
la antigedad grecolatina
de los primero jonios, o los cuatro elementos conjuntamente, como pretende Empdocles) que explica la existencia tanto del cosmos en su conjunto como de cada una de las cosas que lo componen. Las cosas singulares que pueden ser observadas poseen en s mismas el principio del
que proceden. As pues, para conocer la phsis, el procedimiento ms
adecuado es el analgico, pues el conocimiento de las realidades singulares, o de una parte, permite el conocimiento de la totalidad. Desde una
perspectiva como esta puede sostenerse, como hace Empdocles, que el
hombre es un microcosmos (una phsis en miniatura); o que lo semejante conoce lo semejante (las emanaciones que proceden de las cosas
entran por los poros del cuerpo hasta que encuentran lo que de semejante
hay en este)8. Alcmen no solo mantiene una teora de la sensacin por
los contrarios, sino que abre una va hacia el saber que no convencer
a los filsofos, pero que encontrar en la medicina hipocrtica un desarrollo definitivo: el proceder por indicios, conjeturas y pruebas (Vegetti1976:33). Este procedimiento entraa recursos semiticos muy
distintos; tan distintos como lo son, por utilizar la terminologa que
veinticinco siglos ms tarde impondra Peirce, los iconos y los ndices,
as como el tipo de regla interpretativa que cada uno exige; ms imaginativa la primera, eminentemente experiencial la segunda. El mtodo
cientfico moderno tendr que encontrar un lugar adecuado para cada
una de ellas en el proceso de investigacin.
Pero la medicina hipocrtica no solo se construye en esa relacin
tensa con la filosofa de la que acabamos de hablar, sino en un proceso
de distanciamiento con respecto a la prctica de la medicina tal como era
entendida en las otras dos grandes escuelas helenas, la itlica y la cnidia. El autor del tratado hipocrtico titulado Sobre la medicina antigua
expone de forma clara cules son las diferencias entre su concepcin y
la de las otras escuelas. De la escuela itlica rechaza categricamente su
proceder basado en hiptesis sin contenido real (kaines hipothsios),
es decir, en postulados que reducen el origen (arch o causa) de la enfermedad a uno o dos principios de los que deducen la multiplicidad de
fenmenos observados, lo que les impide, en definitiva, conciliar unos
principios tan generales con la enorme diversidad de la etiologa de las
enfermedades. En el extremo contrario se encuentra la prctica de la
escuela de Cnido: el de una descripcin diagnstica tan detenida y minuciosa que acumula la descripcin desordenada de todo aquello que
consideran sntomas de la enfermedad y que, en definitiva, impide cualquier intento de teorizacin.
8. Dice Empdocles: Vemos la tierra por la tierra, el agua por el agua, el aire brillante por el aire y el fuego destructor por el fuego. Comprendemos el amor por el amor
y el odio por el odio (DK109).
24
25
la antigedad grecolatina
26
27
la antigedad grecolatina
de lo que se observa (diagignoskein) que es lo que da carcter especfico al arte mdico (tekn iatrik), es una sabia mezcla de anmnesis
(memoria, experiencia acumulada en el transcurrir del tiempo), asthesis (observacin de lo que ocurre) y prognosis (previsin de lo que va a
ocurrir). Para el historiador, la anmnesis representaba la exigencia de
recuperar el pasado, encontrar su significado mediante los instrumentos de la ciencia, proyectarlo sobre la situacin presente para entender
mejor los problemas y prever lo porvenir, no en la forma de una repeticin cclica de los hechos (como en el caso del mito o de la previsin
de los physilogoi), sino ms bien bajo la perspectiva de la modalidad (lo
posible, imposible, contingente o necesario), de la estructura posible de
la historia, es decir, de un determinismo que tiene que ver ms con la
eleccin de valores tico-polticos que pueden, como mnimo, orientar
el camino de los hombres (Vegetti,1976:66), que con las leyes de la necesidad causal.
Por lo que se refiere a la influencia que la tcnica hipocrtica pudo
ejercer en la filosofa, parece ser clara, sobre todo, en la forma de entender los problemas que encontramos en Scrates. W.Jaeger (1981:409410) ha sealado una serie de coincidencias que no son anecdticas. En
el terreno de los principios les una la preocupacin por la naturaleza
del hombre ms que por el conocimiento del universo en su totalidad, al
menos tal como lo haban entendido los fisilogos. El argumento sera
que el hombre es la parte del mundo que mejor conocemos y, por tanto,
es su conocimiento lo que nos permitir la comprensin de lo real en su
totalidad. En el terreno de los procedimientos, su decidida apuesta por
la induccin y, en definitiva, su concepcin del saber como tchne, estn
muy prximas a la concepcin de los mdicos. Para Jaeger, Scrates es
un verdadero mdico, afirmacin que estara justificada por un testimonio de Jenofonte, segn el cual, Scrates no se preocupaba menos de la
salud de sus amigos que de su bienestar interior, aunque, sin duda, fuera
sobre todo, mdico del hombre interior. A todo ello habra que aadir
el que tanto Scrates como la actitud emprico-mdica sean los responsables del giro teleolgico que se va a producir en la concepcin de la naturaleza y del hombre, que confluir en la concepcin biolgica del mundo
que mantiene Aristteles.
De todos modos, este acercamiento entre filosofa y medicina es ms
bien coyuntural. A pesar del aprecio por la medicina que Platn muestra en el citado fragmento del Fedro (270b-d), su posicin es algo ms
compleja. En ese mismo pasaje Platn establece un paralelismo que
mantendr en otras ocasiones: el de la medicina con la retrica. No es
de extraar que en esta ocasin, considere la retrica un arte del alma,
aunque mal utilizada por aquellos que ahora escriben sobre el arte de
las palabras, pues son astutos y disimulan, aunque saben perfectamen28
29
la antigedad grecolatina
31
la antigedad grecolatina
32
dice Bouch-Leclercq (1879-1982, I:113), despus de una primera etapa de elaboracin mntica se vieran prodigios por todos los sitios. Con
el tiempo, los prodigios se fueron distinguiendo de los hechos regulares
y naturales. En cualquier caso, los adivinos homricos basan sus predicciones en fenmenos que unas veces son verdaderamente extraordinarios
(Od. XII,394)19 y otras veces fenmenos tan naturales como el trueno (Od. XX, 100-120). Pero, como decamos, con el tiempo, no todos
los acontecimientos interpretables como signos mnticos tuvieron este
carcter extraordinario. Para referirse a esos signos no prodigiosos, pero
que se interpretan como seales divinas, Filcoro (ca.340-267/261 a.C.)
utiliza, un tanto ambiguamente, el trmino smboloi20.
Sin embargo, tanto Aristfanes como Jenofonte lo utilizan de forma
ms precisa para referirse a encuentros fortuitos que son interpretados
como signos enviados por los dioses. Aristfanes lo utiliza en un pasaje
de las Aves que es una sntesis de los fenmenos que los griegos consideraban signos de buen o mal augurio:
Antes de obrar en cualquier cosa, venid aqu a consultarnos,
si hacis comercio, adquirs bienes o, en fin, si es que intentis casaros.
Todo lo que es signo de augurio los hombres llaman siempre pjaro:
Sea rumor o un estornudo, un pjaro es denominado;
decs que es pjaro un encuentro fortuito (smbolos), una voz, criado
[o asno.
Somos Apolo el adivino: no veis ahora esto bien claro? (715-721).
33
la antigedad grecolatina
2
PLATN:
REFLEXIONES SOBRE EL LENGUAJE
Si no podemos negar el uso perspicaz y elaborado de la terminologa semitica por parte de Herclito, como tampoco una cierta conciencia terminolgica que cristaliza en un proceder metodolgico muy prometedor
en los autores de los tratados que componen el Corpus Hippocraticum,
no es menos cierto que todava no podemos hablar de una reflexin estrictamente semitica. Entindase como se entienda la moderna disciplina a la que hemos dado ese nombre, para que haya reflexin semitica
debe haber una teora general acerca del funcionamiento de los procesos de semiosis. A pesar de algunas opiniones en contrario, no podemos,
pues, atribuir ni al filsofo de feso ni a los mdicos de Cos paternidad
alguna sobre dicha disciplina. Como decamos en el captulo anterior, el
caso de Platn es diferente. Lo es al menos en un aspecto fundamental:
en los dilogos del ateniense podemos encontrar una reflexin explcita
no todava sobre los procesos de significacin en general para ello habr que esperar varios siglos pero s, al menos, sobre algunas cuestiones clave relacionadas con el uso del lenguaje. No encontraremos, pues,
tampoco esa reflexin capaz de establecer las semejanzas y las diferencias que pueden observarse en los distintos procesos significativos, pero
s una reflexin sobre el lenguaje que cabe considerar como semitica.
1. La terminologa semitica de Platn
Al igual que ocurre en el contexto filosfico en general, Platn recoge
toda la herencia anterior: en sus dilogos podemos encontrar la riqueza terminolgica y la precisin conceptual que se fueron institucionalizando a travs del tiempo y cuyos fundamentos los encontrbamos ya
en los poemas homricos. As, como decamos en el captulo1, halla37
la antigedad grecolatina
No volveremos a encontrar fcilmente en los textos platnicos el trmino sma en el sentido de signo; aunque s en el sentido de tumba, por ms que sea casi siempre en citas de Homero u otros escritores
antiguos. En la poca de Platn el uso de semeon se ha generalizado
y en sus escritos es posible encontrarlo frecuentemente, aunque con
sentidos bastante diversos segn los contextos. As, por ejemplo, sigue
siendo usado como seal divina (Rep.382e), aunque referida en varias ocasiones a la voz que proviene de ese daimon interior que posee
Scrates (Apol.40b; Fedr.242c). Otras veces tiene el sentido de signo
adivinatorio, como cuando se refiere al vuelo de las aves y a otros fenmenos semejantes que son objeto de interpretacin para los augures
(Fedr.244c). Encontramos tambin otros usos corrientes. Por ejemplo,
para referirse al llanto infantil, que es expresin (dloma) de lo que los
nios aman u odian (Ley.792a); o como indicio, es decir, como fenmeno que inferencialmente nos remite a otro, como es el caso del calor
y el fuego (Teet.153a). En otras ocasiones adquiere un sentido menos
frecuente, por ejemplo, cuando lo usa para referirse a la impronta (tpos) que las sensaciones dejan en el alma, como si aquellas fueran el sello de un anillo y esta una tablilla de cera (Teet.191c ss.). Junto a estos
diversos usos podemos encontrar otros en los que adquiere un sentido
ms difuso o ambiguo. As en el Crtilo (427c) no tiene inconveniente
en considerar que el sonido2 o es signo de lo redondo, como el sonido
a lo es de lo grande y el de e, de la extensin.
En otros contextos semeon podra entenderse como indicio probatorio (Crt.395a), pero Platn suele ser bastante preciso y utiliza el trmino
1. J.L.Calvo, responsable de una de las traducciones al espaol del Crtilo (Madrid, Gredos,1983: 394, n. 61), aclara que el trmino sma significaba originariamente
cadver, es decir, lo que se recobra despus del combate. Este sentido dara proximidad semntica a dos trminos muy cercanos desde el punto de vista fnico.
2. Habra que decir, para ser precisos, que en este pasaje se da una cierta confusin
entre los sonidos y las letras. Platn utiliza el trmino grmmata (letras), aunque segn el
contexto debera referirse a los sonidos. Esta confusin no es, sin embargo, relevante para
nuestro propsito y tambin la encotraremos en otros autores.
38
la antigedad grecolatina
Extranjero: [...] El gnero que permite manifestar el ser (ten ousan delmaton) mediante un sonido es doble.
Teeteto: Cmo?
Extr.: Uno se llama nombre (onmata); el otro, verbo (rhmata)
Teet.: Di qu es cada uno.
Extr.: Llamamos verbo (rhma) al que muestra las acciones.
Teet.: S
Extr.: Mientras que el nombre (noma) es signo sonoro (semeon tes
phons) aplicado a los autores de aquellas.
Teet.: Perfectamente
Extr.: No obstante, los nombres tomados por s solos, y mencionados
en forma continuada, no constituyen discurso (lgos) alguno, ni tampoco
los verbos mencionados separadamente de los nombres.
Teet.: Eso, yo no lo saba.
Extr.: Es evidente que cuando decas que estabas de acuerdo conmigo,
tenas en cuenta alguna otra cosa, porque eso era lo que yo quera decir:
que no hay discurso (lgos) cuando estos son enunciados as, de forma continuada (261e5 262b3).
40
epistemolgicas. A pesar de todo, no ha dejado de reconocerse el inters que sus reflexiones lingsticas presentan. Platn aborda cuestiones
lingsticas en dilogos como Eutidemo, Crtilo, Teeteto y Sofista. Tambin veremos alguna referencia interesante en la Carta VII.Es, sin duda,
el Crtilo el dilogo lingstico por antonomasia: todo l est dedicado a hablar sobre el lenguaje, mientras que en los que acabamos de citar, los temas principales de la conversacin solo tienen una vinculacin
circunstancial con l. Pero es tambin algo ms. Como ha dicho Gadamer (1988:488), estamos ante el escrito bsico del pensamiento griego sobre el lenguaje, porque difcilmente encontraremos en la filosofa
griega posterior otra reflexin que pueda igualarse a la platnica. Y, sin
embargo, la conversacin que Scrates mantiene con los otros dos interlocutores, Hermgenes y el personaje que da nombre al dilogo, Crtilo, no se centra en la naturaleza o funciones del lenguaje en general, ni
en su origen como a veces se ha querido ver, ni siquiera en el tema
que enunciamos en este apartado, sino en la exactitud o correccin
de los nombres para designar aquello que representan. Expresan los
nombres la naturaleza de las cosas o son simples etiquetas debidas a un
acuerdo o convencin entre los hombres? Se trata de una pregunta que
a nosotros, en una situacin cultural distinta, nos puede parecer banal,
pero que adquiere todo su sentido en un contexto en el que, como antao sealara Wilamowitz4, se parte de la idea de que entre los nombres
incluidos los nombres propios y las cosas existe una ntima unidad,
de tal manera que el nombre es como una parte de su portador. En trminos semiticos diramos hoy que el nombre es ms un ndice que un
smbolo. Solo desde esta perspectiva adquiere sentido la discusin etimolgica que ocupa gran parte del dilogo.
El dilogo comienza exponiendo de forma sinttica las tesis de Crtilo y Hermgenes. El primero mantiene que los nombres son exactos
(onmatos orthteta) por naturaleza (phsei); el segundo, que son exactos por acuerdo (synthek) o convencin (nmos). Ambos coinciden, por
tanto, en la exactitud de los nombres, aunque discrepen en la razn de
la exactitud. Como veremos, Scrates terminar distancindose tanto de uno como de otro. La estrategia socrtica consistir en someter a
juicio precisamente aquello que sus dos interlocutores comparten como
un presupuesto que no ponen en duda: la exactitud de los nombres. La
tctica es bien conocida: se trata de ir consiguiendo que sus interlocutores acepten ciertos principios que les llevarn a la contradiccin.
La primera parte del dilogo est dedicada a contradecir las tesis de
Hermgenes. Scrates comienza hacindole aceptar dos principios que
4. Ms cercanos a nosotros comentan esta cuestin, entre otros, Guthrie (1992,
V:27), que remite a Wilamowitz (1920:287ss.) y Gadamer (1988:487).
41
la antigedad grecolatina
43
la antigedad grecolatina
idea. Desde la perspectiva de un pensamiento que determina el lenguaje, en cuanto que es en algn sentido diferente de l, es posible entender
que se pueda hablar falsamente.
De todos modos esta interpretacin no contesta a todos los interrogantes porque cmo puede expresarse mediante nombres engaosos
lo que no es, si, como nos dice antes, lo que no es real no puede pensarse ni expresarse? No debera decirse, como ms tarde mantendra Antstenes7, que no es posible hablar falsamente (lo que nos llevara a adoptar
las tesis naturalistas)? Y, sin embargo, las respuestas a estas preguntas
desde la perspectiva parmendea no entraan necesariamente contradiccin con lo anteriormente dicho, ni, desde luego, lo dicho avala una
teora naturalista como la de Antstenes. Tal como interpreta Guthrie
(1992, II:55), lo que Parmnides quiere decir es que, cuando los hombres usan las palabras para referirse a las cosas cambiantes que se perciben por los sentidos, no estn diciendo nada, y tampoco puede decirse
que piensen o aprehendan nada. Guthrie se basa en que el verbo utilizado por Parmnides, noein, ms que referirse a alguna cosa, ha de ser
entendido como tener sentido o significado. En otros trminos, como
se dir ms adelante, algunos nombres son usados incorrectamente porque ni se refieren a nada ni tienen sentido, como esos sonidos que podemos componer vocalmente, pero que no reproducen ninguna palabra
en ninguna lengua. Curiosamente, el Crtilo platnico mantiene una
teora prxima a esta. Aunque se empea en defender que los nombres
no pueden usarse falsamente, utiliza un argumento semejante: no hay
propiamente un nombre sino la emisin de meros ruidos; como cuando
alguien golpea una vasija de bronce (430a)
Todo esto nos llevara a una conclusin: para Parmnides los nombres que se dan a los objetos del mundo de la experiencia no pueden ser
naturales, y no simplemente porque sean convencionales, sino porque
no existe un objeto real al que puedan atribuirse.
De todos modos, interpretar a Parmnides desde la perspectiva del
enfrentamiento entre naturalistas y convencionalistas puede llevarnos a
hacerlo de forma inadecuada porque (y en esto parece haber acuerdo entre los especialistas) tal controversia solo aparece con claridad en el
siglov. Aunque en el Crtilo Platn no se refiere a l, Proclo (ya en el siglov de nuestra era), en su comentario de ese mismo dilogo, atribuye a
Demcrito las mismas tesis convencionalistas que Hermgenes mantiene
en el dilogo8. Esta atribucin no es, desde luego, descabellada, pues re
7. Vase a este propsito el comentario de J.L.Calvo en la edicin citada de los
Dilogos platnicos, vol. I:355-356; tambin Aubenque,1962:100-101.
8. Cuatro son los argumentos que, segn Proclo, mantiene Demcrito para justificar las teoras convencionalistas: a) la homonimia (el mismo nombre para varias cosas);
45
la antigedad grecolatina
sulta coherente con otras teoras de Demcrito (Guthrie, 1992, II:481482). De todas formas, la discusin encuentra su lugar ms natural en
el contexto de las controversias sofsticas en torno al uso eficaz del lenguaje y, en un sentido ms amplio, en relacin con las posibilidades de
conocer lo real. Como no poda ser de otra manera, la tesis del convencionalismo fue bien acogida entre los sofistas. De ellos Prdico y
Protgoras son citados expresamente por Scrates en el Crtilo. La referencia al primero no pasa de ser una mera alusin irnica (384b). Por
lo dems, su inters por el empleo correcto de los nombres, tal como
aparece en el Eutidemo (277e) y su prevencin hacia las palabras consideradas sinnimas cuestin sobre la que tambin ironiza Scrates
en el Protgoras (337a-c;340a-c;358a-b), poco tiene que ver con
el enfoque que Platn da al Crtilo. Las alusiones a Protgoras (385e386c;391c), aparte de su intencin satrica, estn destinadas a criticar
su famosa mxima El hombre es la medida de todas las cosas. En su
conversacin con Hermgenes, Scrates pretende establecer una relacin entre dicha afirmacin y el convencionalismo de este. Hermgenes no acepta, sin embargo, la epistemologa de Protgoras. No sabemos, por otra parte, si Protgoras mantuvo de forma explcita la tesis
convencionalista. El sofista de Abdera comparta con Herclito tesis
como la de la coexistencia de los opuestos; pero, si tenemos en cuenta
lo que hemos dicho ms arriba, esta coincidencia no nos permite sacar
conclusiones seguras. Por lo dems, aparte de que no utilizaba que
sepamos el mtodo etimolgico, su mxima epistemolgica y su tesis de que nadie tiene derecho a contradecir a otros no pueden ser consideradas como el origen de las teoras convencionalistas al uso de la
poca o, por lo menos, como el nico origen si tenemos en cuenta las
ms que probables teoras convencionalistas de Demcrito, incluso de
Anxagoras y otros presocrticos.
La sofstica, tan preocupada por los problemas pragmticos del lenguaje, acaba con el naturalismo, que probablemente tuvo su origen, primero, en la creencia en la relacin mgica entre los nombres y los objetos
y, ms tarde, en la concepcin de un lgos divino creador de un lenguaje
que tiene un sentido unnimemente compartido por todos. Estas creencias sern sustituidas por argumentos ms racionalistas que ven en el lenguaje un instrumento de gran utilidad, que es causa y efecto de su enorme fuerza social (Rey, 1973: 14). No hay posibilidad alguna de acceso
al ser de las cosas a travs del lenguaje. Por ms que las razones sean muy
b) polinimia (varios nombres para la misma cosa); c) metonimia (como cambiar el nombre
de Aristocles por el de Platn); d) elipsis de nombres semejantes (anonimia: unas veces derivamos unos trminos de otros, y otras veces no) (Proclo, Lecturas del Crtilo de Platn,
XVI,20ss. [trad. esp.1999:72]).
46
diferentes, en este aspecto hay un pequeo acuerdo entre Platn y un sofista tan radical como Gorgias. Para Gorgias el acceso al ser es imposible
con lenguaje y sin l: no podemos conocerlo de ninguna manera. Pero
aun en el caso de que el conocimiento del ser fuera posible, el lenguaje
no nos servira ms que para mentir. La desproporcin entre lenguaje y
ser es tan abismal que en ningn caso este podra ser expresado o representado por aquel9.
Enfrentado a las tesis naturalistas y convencionalistas, el Scrates platnico no parece inclinarse por ninguna de ellas; ms bien parece que se
mantiene equidistante: si el ideal es que los nombres manifiesten la esencia de las cosas, lo cierto es que el lenguaje que podemos usar tiene que
recurrir a la costumbre y al acuerdo (como el mismo Crtilo tiene que admitir [434e]) y estos estn lejos de garantizarnos el conocimiento. Como
vimos, el problema que le interesa a Scrates realmente no es ese y, por
tanto, el dilogo termina sin que se d una respuesta al problema que se
ha planteado inicialmente. Por ello parece razonable preguntarse cul es
la respuesta definitiva de Platn a una cuestin tan debatida. Para responder a esta pregunta no puede ignorarse que en la Carta VII (343a-b)
mantiene sin ningn tipo de ambigedad que nada impide que las cosas
ahora llamadas redondas se llamen rectas, y las rectas, redondas. Sin embargo, en el dilogo queda claro tambin que, para l, el problema est
mal planteado porque intentar el acceso a la realidad por la va del lenguaje es un extravo o, al menos, un riesgo que no merece la pena correr
(436b). Es necesario buscar algo ajeno a los nombres que nos aclare
cules de ellos son usados correctamente. Esto que es ajeno al lenguaje,
es la cosa en s misma, la forma (edos) que no cambia, verdadero objeto
de conocimiento. La conclusin del dilogo es que puede conocerse lo
que las cosas son sin necesidad de los nombres. Cmo pueda conocerse la cosa en s es algo que Platn reserva para otro momento, pero no
cabe duda de que ya aqu aparece de forma incipiente lo que ser el
ncleo de la teora platnica acerca del ser y del conocer: la teora de las
formas o de las ideas. La actitud mantenida por Scrates al final del Crtilo, la dificultad del acceso al conocimiento de lo que las cosas son por
medio del lenguaje, nos permite aclarar cul es la verdadera intencionalidad de un dilogo que aparentemente tiene el lenguaje como centro de
discusin. A pesar de las apariencias, el lenguaje en este caso, como en
otros en que Platn trata de l, no es ms que un pretexto para la investigacin de problemas epistemolgicos y, en ltimo trmino, ontolgicos
(Meridier, 1969:30).
9. En Aubenque,1962:98-106 puede verse una exposicin ms amplia de las tesis de Gorgias, as como su relacin con Antstenes. Su teora del signo es estudiada por
F.Rodrguez Adrados (1981).
47
la antigedad grecolatina
49
la antigedad grecolatina
realidad, se est proponiendo un modo de significar tambin muy diferente: el de la palabra como signo (nosotros diramos como smbolo) y
no como imagen (icono)12.
De todos modos, del principio de que los nombres (algunos al menos) manifiestan (o pueden manifestar) lo que las cosas son, se deriva una
teora de la significacin que entiende que los nombres representan, de
forma inmediata, una realidad que tiene un carcter, no individual, sino
ms bien genrico (un tpos), e, indirectamente, los objetos concretos.
Estaramos as ante una primera teora semntica que, como veremos,
difiere de la que entraan los argumentos utilizados en la conversacin
con Crtilo (lo que podra llamarse, como hace Manettti13, un segunda
teora semntica). Pero como ninguno de los principios subyacentes a
cada una de esas teoras es aceptable para Platn, deberamos pensar en
la existencia de una tercera teora semntica que sera la alternativa a las
dos anteriores. El final del dilogo, sin embargo, nos deja con la incgnita de cmo podra formularse esa tercera teora.
La primera teora semntica brevemente expuesta consistira, como
ha puesto de manifiesto Di Cesare (1980:103), en lo siguiente: a) el nombre no representa la apariencia, sino la esencia de algo (funcin didctico-informativa); b) el nombre permite asociar un individuo a un gnero
(funcin predicativa), y c) la esencia de una cosa puede ser expresada mediante sonidos diversos (convencionalidad de los nombres).
Pero la consideracin del lenguaje como un arte imitativo y su comparacin con las otras artes ha llevado a los contertulios a la idea del nomothtes o legislador. Scrates y Crtilo parecen estar de acuerdo en el
carcter imitativo del lenguaje; difieren, sin embargo, en que haya legisladores buenos y malos. Es esto lo que Crtilo niega. Sin embargo, Scrates acorrala a Crtilo. El legislador que impone los nombres, que no
es de naturaleza divina, no parece haber acertado siempre. Este hecho les
lleva a concluir que el primero que impuso los nombres pudo no haberlos conocido bien (436b ss.), lo que nos obliga a considerar otra cuestin de gran importancia: si el legislador impuso un nombre es porque
an no exista el nombre, pero s posea un conocimiento de las cosas
a las que se les impona tal nombre. Este argumento viene a demostrar
que los nombres no son necesarios para el conocimiento (438e) y que,
sin necesidad de ellos, pueden conocerse las cosas en s mismas. Este tipo
de argumentacin es la que ha dado lugar a que pueda decirse que, en
12. El anlisis de Gadamer es enormemente sugerente por ms que un vocabulario
semitico tcnicamente deficiente pudiera dificultar la comprensin del alcance de sus reflexiones.
13. Vase los comentarios de Manetti (1987:93) a propsito de Donatella di Cesare
(1980).
50
esta ltima parte del dilogo, se plantea una segunda teora semntica
segn la cual el nombre no significa directamente ni el objeto en cuanto
tal ni su esencia, sino el conocimiento que el legislador tiene acerca de
la cosa en s. Es decir, el nombre manifiesta de forma inmediata una representacin subjetiva que puede corresponder o no a la esencia de las
cosas. El significado del nombre no es ya una realidad ontolgica (como
en la primera teora semntica) sino psicolgica, y expresable lingsticamente, que puede referirse (adecuadamente o no) al plano ontolgico
(Di Cesare,1980:131). Puede decirse, pues, que el nomothtes no crea
solo el nombre como forma fnica, sino que da nacimiento a una representacin de carcter psicolgico.
De cualquier modo, ni la primera ni la segunda teora semntica resultan demasiado relevantes desde el punto de vista platnico. Los argumentos que Scrates mantiene al final del dilogo sugieren la existencia de un discurso (un lgos) que no es lingstico porque es previo
al lenguaje. En definitiva, aluden a la necesidad de un pensamiento sin
lenguaje. Este problema, apenas apuntado al final del dilogo, nos lleva necesariamente a formularnos otras preguntas: Cul es la naturaleza de este saber no lingstico? Es que acaso el lenguaje no juega papel
alguno en el descubrimiento de la verdad? Qu nos queda entonces del
proceso dialctico? De todos modos, queda claro que, aunque la discusin se ha centrado en el lenguaje, lo que realmente preocupa a Platn
no es tanto la correccin de los nombres (o del discurso), sino la correccin del conocimiento y el modo de alcanzarlo. Sobre este problema nos hablar Platn en otros muchos dilogos, pero ni siquiera en
aquellos en los que de nuevo se recupera el problema del lenguaje ofrece respuestas claras a las preguntas que acabamos de formular. Tendremos que esperar hasta la Carta VII para poder entrever qu respuestas
podran darse a estas cuestiones desde una perspectiva que aborde el
problema del conocimiento sin obviar su vinculacin con el lenguaje.
4. Semitica y teora del conocimiento
La exposicin ms estrictamente filosfica de la Carta VII nos ofrece una
reflexin bastante sinttica de las cuestiones que acabamos de abordar. Esta exposicin es especialmente digna de atencin si tenemos en
cuenta que, si aceptamos su autenticidad (y con ello nos adherimos a
la opinin de la mayora), habremos de considerar, como hace Guthrie
(1992, V:423), que estamos ante la expresin definitiva por ms tarda de su pensamiento acerca de la realidad y del conocimiento. Y de
nuevo encontramos aqu las cuestiones de la significacin en un contexto que es fundamentalmente epistemolgico, pero que nos ofrece datos
51
la antigedad grecolatina
Al contrario de lo que ocurra al final del Crtilo, Platn s dice ahora cmo alcanzar el quinto elemento que es la realidad en s. En primer
lugar es necesaria una disposicin natural de aquel que conoce: hay personas que no tienen ninguna afinidad con la cuestin, algo que no puede
aprenderse ni la memoria puede proporcionar (344a). Pero, adems, es
algo que solo se consigue con mucho esfuerzo y a travs de los otros cuatro elementos, a fuerza de manejarlos todos, subiendo y bajando del uno
al otro (343e); es decir, con el movimiento dialctico del que nos habla
en el libro VII de la Repblica. En definitiva, como nos dice ms adelante (344b), en el intercambio del dilogo en el que varias personas exponen sus ideas y las someten a la crtica benvola y sin mala intencin.
De todo ello saca Platn una conclusin que ya conocemos: las palabras son un medio muy dbil (343a) para alcanzar el conocimiento de
la realidad en s. Ninguna persona sensata confiar a la palabra su pensamiento sobre estas cuestiones, y, sobre todo, para que quede fijado
en los caracteres escritos. Nos viene a recordar de esta manera lo que
nos deca a propsito del conocido mito sobre la invencin de la escritura que Scrates relata en el Fedro (274c ss.): la escritura no nos hace
ms sabios; es solo apariencia de sabidura, porque la sabidura, el autntico conocimiento, se encuentra en el interior, en el alma, y no fuera. Como nos deca tambin al final del Crtilo, la palabra no es nunca
adecuada para manifestar la naturaleza de las cosas. Por ello en la Carta
VII critica duramente a quienes como Dionisio de Siracusa y otros, que
no saben siquiera quines son, pretenden escribir sobre cuestiones tan
serias como el conocimiento de la realidad en s. El mismo discurso platnico no es ms que un mito exploratorio (mythoi te ka planoi)14,
una digresin aproximada, una metfora, una forma de expresarse no
literal. Un argumento ms para acercarse a los convencionalistas, pero sin
aceptar la tesis de la correccin de los nombres como en el caso del
Hermgenes del Crtilo.
En la exposicin de la Carta VII no encontramos, pues, una respuesta
directa a la pregunta por el significado. La perspectiva de Platn es tratar
de explicar en qu consiste el verdadero conocimiento. Ni siquiera se detiene es su breve digresin a hacer las precisiones que hace en los dilogos sobre el conocimiento no cientfico o en la diferencia entre la simple
opinin y la recta opinin. Su referencia al lenguaje tampoco va ms
all de sealar sus deficiencias, aunque tambin su utilidad. Todos los elementos sealados son necesarios para el conocimiento. Pero hay detalles
que nos permiten responder con verosimilitud a algunas preguntas. El
lenguaje es de naturaleza muy diferente tanto al conocimiento (que reside
14. Carta VII,344d. La expresin es difcil de traducir. Seguimos aqu a Guthrie
(1992, V:428, n.35) no solo en la traduccin sino en su interpretacin.
53
la antigedad grecolatina
la antigedad grecolatina
ceptos verdaderos. Un sistema que explica todo lo que hay, y que es capaz de tamaa proeza porque, en definitiva, representa y reproduce el
clculo divino, la razn de Dios.
Probablemente tiene tambin razn Gadamer (1988:490) cuando
afirma que el descubrimiento de las ideas por Platn oculta la esencia del
lenguaje an ms que las artes abusivas de los sofistas. De todos modos,
como tambin seala en otro lugar (1988:501), el pensamiento griego
tuvo que defenderse de la angostura de la relacin entre palabra y cosa
dentro de la que vive el hombre hablante para encontrar un espacio ms
amplio que le permitiera avanzar por encima de esa relacin. Ese intento
de independizar el pensamiento del lenguaje y de las cosas tena un precio. Lo hemos visto en Parmnides, en Platn y, en una perspectiva radicalizada y opuesta, en Gorgias. En Aristteles y los que vinieron despus
se presenta de otra manera, pero, en definitiva, se aprecia la misma dificultad. Este dficit impide tanto una filosofa del lenguaje en sentido
estricto como una semitica capaz de hacer posible una visin totalizadora de los problemas implicados.
56
3
ARISTTELES:
SEMITICA Y TEORA DE LA ARGUMENTACIN
la antigedad grecolatina
ca que tiene unos mrgenes amplsimos. No obstante, cuando se ha intentado dar una visin de la semitica aristotlica se ha olvidado estos
ltimos problemas, quiz por considerarlos ms propios de una teora
literaria. Implcitamente se hace una distincin que no est totalmente injustificada. Segn esta perspectiva habra una semitica en sentido
estricto que sera la teora del signo, tanto del lingstico como del indicial y probatorio, y una teora literaria, no estrictamente semitica,
que abarcara los temas de la Potica. Hay que sealar, desde luego, que
Aristteles no consider que los problemas en torno a la mmsis o la
metfora constituyeran problemas semiticos. Dicho en otros trminos,
el problema de la semejanza, de la iconicidad (como diramos hoy), no
fue para Aristteles un problema semitico. Pero hoy no puede obviarse que la teora de la mmsis es, antes que nada, una teora de la representacin que no es especfica del lenguaje, sino tambin de otros sistemas expresivos, muy especialmente de los que utilizan la imagen. Y lo
mismo podramos decir de la metfora. De ah que, dada la naturaleza
de nuestro estudio, nosotros nos centraremos en las primeras cuestiones, pero no dejamos de reconocer como semiticos los problemas que
aborda Aristteles en la Potica en tanto en cuanto tienen manifestaciones discursivas que no son nicamente las lingstico-literarias.
1. El lugar de la semitica en la teora aristotlica
La reflexin semitica en el sentido restringido al que acabamos de aludir se encuentra en los tratados del rganon (ms concretamente, en el
tratado Sobre la interpretacin y los Primeros Analticos) y en la Retrica. En un intento de definicin rpida de esas aportaciones suele decirse que la teora semitica aristotlica es una teora de la inferencia
y, por tanto, que tiene un inters lgico y epistemolgico (Manetti,
1987:106). Tal apreciacin no es totalmente inexacta, pero puede dar
lugar a interpretaciones que, en nuestra opinin, ya no son tan apropiadas. Estas interpretaciones provienen de la concepcin moderna que,
primero, identifica el rganon aristotlico con la lgica y, despus, entiende la lgica en un sentido ms bien restringido: el de la ciencia formal de la inferencia vlida (de la que se ocupara la lgica en sentido
estricto) o cientfica (de la que se ocupara la teora de la ciencia). Desde nuestro punto de vista, entendemos que el verdadero contexto de
la teora semitica de Aristteles es, ms que la lgica o la epistemologa, la teora de la argumentacin y, en definitiva, del discurso. Se trata,
pues, de una cuestin de perspectiva; pero contrariamente a lo que pudiera parecer tras una primera impresin, es una cuestin de gran importancia para la concepcin de la semitica.
58
59
la antigedad grecolatina
Queda, pues, meridianamente claro, por una parte, que lo que Aristteles pretende es llevar a cabo un tratamiento sistemtico acerca de la
argumentacin que pueda utilizarse en las discusiones y, por otra, distinguir el razonamiento dialctico de otros tipos de razonamiento, en especial del razonamiento cientfico. En cuanto a su objeto, la dialctica tiene un carcter muy general: se ocupa de todo tipo de problemas siempre
que se trate de cuestiones plausibles. Lo que caracteriza al argumento dialctico es que parte de lo que es probable (ndoxos). Por eso, inmediatamente despus, establece Aristteles la diferencia entre la demostracin
(apodeixis), que es el razonamiento (syllogisms) propio de la ciencia, y
el razonamiento dialctico. La demostracin parte de cosas verdaderas
o de principios que tienen credibilidad por s mismos. En cambio, el razonamiento dialctico parte de afirmaciones plausibles que parecen bien
a todos, a la mayora o a los sabios. La diferencia del razonamiento dialctico con respecto al razonamiento demostrativo no est, pues, en la
forma, sino en el punto de partida. El dialctico tiene que razonar bien y
no le est permitido hacer razonamientos ersticos (o sofsticos), que no
son correctos aunque lo parezcan, pero tendr que partir de afirmaciones
sobre las que solo cabe tener una certeza probabilstica.
Las relaciones de la dialctica con el mtodo de la ciencia quedan establecidas cuando Aristteles habla de la utilidad de la primera. La dialctica, dice (Top.101a25 ss.), es til como gimnasia o ejercicio mental; es til tambin para la conversacin o discusin, porque permite, a
partir de las propias opiniones, forzar a otro a cambiar aquello que no
ha enunciado bien; y, finalmente, es til para la filosofa, no solo porque permite discernir ms fcilmente lo verdadero de lo falso, sino tampeticin, hay contendientes y un rbitro que otorga la victoria a aquel que o bien ha sido
capaz de mantener una tesis frente a su adversario, o bien ha sido capaz de hacerle incurrir
en contradiccin. (Para ms detalles puede verse, por ejemplo, Mostern,2006:118ss.).
60
61
la antigedad grecolatina
podra decirse que la dialctica es ms rigurosa. Pero en definitiva, el parentesco entre las dos disciplinas es muy prximo. Y como ocurre con la
dialctica, entre la retrica y la ciencia tampoco hay una separacin neta
porque, como dice el mismo Aristteles, lo verdadero y lo verosmil son
aprehendidos por la misma facultad (Ret.1355a15). Lo verosmil y las
opiniones son el camino hacia la verdad5.
Las vinculaciones entre retrica y potica permiten articular algunos
aspectos de la teora semitica y lingstica aristotlica. La retrica y la
potica son artes que utilizan el mismo medio: el lenguaje (de forma
ms concreta podramos decir, el discurso, lgos); pero sus objetivos son
distintos. Si la retrica tiene como objeto lo persuasivo (to pithann), la
potica se centra en el estudio de un tipo muy caracterstico de representacin: la mmsis. La mmsis no es procedimiento estrictamente lingstico, sino, diramos hoy, semitico. La potica no es sino una de las artes
mimticas, entre las que cita en primer lugar, las musicales el arte de
tocar flauta (aultica), la ctara (citarstica) y la siringa, adems de la danza y despus la pintura, pero a las que habra que aadir otras como la
escultura (1447a14 ss.). Aristteles no pretende hacer una enumeracin
de las artes mimticas. Aclara, sin embargo, de forma inmediata que lo
que distingue a cada una de las artes mimticas, y a sus diversas especies,
son el medio que utilizan, los objetos que representan y el modo de la representacin. Lo que en definitiva distingue a la potica del resto de las
artes es que se ocupa de una produccin lingstica (poisis) que consiste
en imitar las acciones humanas (1448a1 ss.). A eso habra queaadir su
finalidad: la de producir ese placer especficamente humano que se obtiene del aprender y que, en el caso de las artes mimticas, surge del reconocimiento de que esto es aquello (1448b4-19). Esta finalidad genrica
adquiere un aspecto peculiar en el caso de la tragedia (objeto principal de
la Potica aristotlica): la kathrsis6, es decir, la purga o eliminacin de
los afectos (la compasin y el temor, dice Aristteles) que embargan el
nimo y cuya expulsin no solo produce alivio, sino que hace mejores ciudadanos a quienes contemplan la accin trgica.
As pues, Aristteles utiliza dos procedimientos para definir la retrica y la potica. Aunque las dos artes utilizan el mismo medio, el discurso, desde el punto de vista semitico-comunicativo las diferencias
son importantes: la primera se define fundamentalmente por su finalidad (la persuasin por medio de la prueba); la segunda lo hace por la
5. A este respecto merece la pena recordar lo dicho por Ricoeur (1980:17): la causa de la dispersin y muerte de la retrica fue la prdida de su conexin con la filosofa a
travs de la dialctica, con lo que se convirti en una disciplina errtica y ftil.
6. Potica,1449b27-28. Aristteles tom el trmino del vocabulario mdico. Como
en otras ocasiones que tendremos que comentar, Aristteles recurre a la medicina en busca de trminos o ejemplos que le permiten explicar sus teoras filosficas.
62
63
la antigedad grecolatina
Las partes de toda elocucin (lxeos) son estas: elemento (stoicheon), slaba (syllab), conjuncin (sndesmos), nombre (noma), verbo (rhma), artculo (rthron), caso (ptsis) y enunciado (lgos) (1456b20-21).
65
la antigedad grecolatina
se han relacionado con lo que los medievales llamaran trminos sincategoremticos, en el primer caso, y artculos, en el segundo.
De las otras cuestiones de especial inters para la semitica baste decir
por ahora que Aristteles lleva a cabo tambin una reelaboracin interesante del concepto de mmsis. Este trmino, que tambin hemos visto en
Platn, no se empieza a utilizar hasta el siglo v a.C.Aunque su origen es
ms bien incierto, parece que proviene de mmos (el que hace la imitacin
o representacin), del que se derivara mimeisthai (imitar, representar) y,
de este, mmsis, mmma, mimts, mimtiks, etc. (Srbom1966:1213). Ya en la tradicin preplatnica mmsis se utiliza con el sentido de
imitacin, representacin o, simplemente, expresin. En algunos
pasajes de los dilogos platnicos y en Aristteles el trmino adquiere un
sentido especficamente esttico y de l partir una tradicin especialmente rica. En ntima relacin con l, aparecer un problema tan tradicional
para la potica como es el de los gneros, aunque Aristteles no utilice
esa expresin. Dentro del arte que utiliza el lenguaje como medio, que
carece de nombre hasta ahora (Pot.1447b2), pueden distinguirse varias especies que se diferencian entre s tanto por los medios de expresin
(prosa, verso, ritmo, canto), por el objeto de imitacin (acciones de hombres superiores, inferiores o iguales a nosotros) (Pot.1448a1-5) o por
el modo de imitar (narracin o representacin, es decir, epopeya, y poesa dramtica) (Pot.1447b20-24). Es precisamente este el pasaje al que
errneamente sola aludirse para justificar la divisin clsica de los gneros en pica, lrica y dramtica, pero lo cierto es que Aristteles no utiliza
el trmino gnero ni hay referencia alguna a la lrica11.
En la Poltica (VIII,5,1340 a6-39) la nocin de mmsis est asociada a la de homooma, expresin que ocupa un lugar importante en la definicin de la semiosis lingstica que hace Aristteles en el De Interpretatione12. En la Poltica, el trmino se asocia no a la mmsis en general sino,
de forma especfica, a la mmsis que llevan a cabo los msicos. Lo que
mantiene Aristteles es que en los ritmos y melodas se dan imitaciones
(homoimata) muy perfectas de la verdadera naturaleza de la ira y de la
mansedumbre, y tambin de la fortaleza y de la templanza y de sus conimpide ni produce de varias voces una sola voz significativa y es apta por naturaleza para
ser puesta en los extremos y en el medio (Pot.1456b38-1457a1-9). Como puede verse, estas definiciones difieren bastante de la forma en que entendemos hoy el artculo y
la conjuncin. De todos modos hay que sealar que los especialistas estn de acuerdo en
que el texto griego que nos ha llegado est corrompido.
11. Para una discusin ms amplia sobre esta cuestin, Genette,1986.
12. Resulta en cualquier caso destacable que el trmino homooma no sea utilizado
por Aristteles en la Potica. S lo utiliza en cambio en tres ocasiones en la tica a Nicmaco
(VIII,5,1157 a1; VIII,10,1160 b22; X,81178b26-27), en la Metafsica (A5,985 b27-28)
y otra en la Retrica (I,2,1356a31), precisamente al hablar de su semejanza con la dialctica.
66
la antigedad grecolatina
una larga tradicin como necesarios en los procesos de semiosis lingstica: palabra hablada o escrita, significado mental y cosa. El comentado
texto de Aristteles dice lo siguiente:
Pues bien, hay que saber que los sonidos vocales (t en ti phoni) son smbolos (smbola) de las afecciones (pathmaton) que hay en el alma, y las
palabras escritas (t graphmena) son smbolos de los sonidos vocales. Y as
como las letras (grmmata) no son las mismas para todos, tampoco los sonidos son los mismos. Pero aquello de lo que estos son en primer lugar signos (semea prtos)13, las afecciones del alma, son las mismas para todos, y
aquello de lo que estas son semejanzas (homoimata), las cosas (prgmata),
son tambin las mismas (De Int.16a3-8).
69
la antigedad grecolatina
El argumento aristotlico es breve y contundente: la prueba de la convencionalidad, vendr un poco ms adelante: no todos los hombres utilizan
los mismos sonidos y las mismas grafas. Una relacin muy distinta es, en
cambio, la relacin entre las afecciones del alma y las cosas. Esta relacin
es natural y el argumento es semejante al anterior: en todos los hombres
son iguales esas representaciones. Sin embargo, la oscuridad aparece de
nuevo en la frase que cierra el texto (16a6-8), en la que nos encontramos
con dos cuestiones ampliamente debatidas porque tambin resultan de
difcil interpretacin. La primera de ellas se refiere a la expresin semea
prtos, la segunda, al trmino homoimata. Por razones de claridad expositiva vamos a referirnos primero a los problemas que plantea esta ltima.
Aristteles ha escogido el trmino homoimata para referirse a las
relaciones que las afecciones mantienen con las cosas15. Si tenemos en
cuenta lo dicho anteriormente sobre este trmino, no cabe duda de que
al utilizarlo Aristteles pretende decir que se trata de una relacin de
semejanza. Ahora bien, el problema surge al tratar de explicar cmo ha
de ser entendida esa semejanza. El uso que, como comentbamos ms
arriba, Aristteles hace del trmino en otros contextos, como el de la
Poltica, excluye que esta similitud haya que entenderla en un sentido
semejante a como hoy entendemos imagen. El sentido que Aristteles quiere darle es, sin duda, ms amplio. Hay que excluir tambin que
haya que entenderlo como signo o, de forma ms precisa, como signo
icnico. Tanto los textos citados ms arriba como el sentido del fragmento que comentamos, no solo no permiten hacer esta interpretacin,
sino que la excluyen. Las relaciones entre la palabra escrita y la palabra
hablada y las de la palabra hablada y las afecciones del alma son semiticas, pero no as las que existen entre las afecciones del alma y las cosas. En otros trminos, las afecciones del alma no significan las cosas.
Esta apreciacin, al igual que la distincin que Aristteles hace en los Primeros Analticos y en la Retrica entre ejemplo (paradeigma) y entimema,
nos sirven de base para afirmar que la relacin de semejanza fue excluida
de las relacin semiticas.
Otra de las cuestiones que, a pesar de su brevedad, el texto deja clara es que las relaciones entre los tres elementos no son simtricas. Podemos construir un tringulo con esos tres elementos esenciales que son
los sonidos vocales, las afecciones del alma y las cosas en cada uno de los
vrtices, pero ni las relaciones son homogneas ni, en sentido estricto, el
tringulo llega a cerrarse. Dicho en otros trminos, la relacin entre los
15. Aislado de las consideraciones anteriores no cabe duda de que estamos ante un
problema que puede abordarse tambin desde el punto de vista psicolgico (o de la teora
del conocimiento). As lo han entendido otros comentaristas posteriores. Nosotros nos limitaremos, sin embargo, a la cuestin lgico-semitica que ahora nos ocupa.
71
la antigedad grecolatina
72
73
la antigedad grecolatina
La resolucin del problema del decir verdad est, pues, relacionado con la distincin que ha hecho Aristteles en el prrafo anterior de los
18. Magee (1989:44) reprocha a Ppin que no contemple un hecho probado: que en
los documentos ms antiguos aparezca prton, mientras que prtos solo lo hace posteriormente. No nos parece este, sin embargo, un argumento definitivo, porque no explica si hubo
o no corrupcin del texto. Lo que nosotros tenemos claro es que Aristteles diferencia entre semeon y smbolon y la teora de Ppin es coherente con esa distincin. Lo que hay que
considerar no es solo el texto del Peri hermenias, sino la teora aristotlica en su globalidad.
74
diversos elementos que constituyen la semiosis (sonidos, afecciones y cosas) y con otro criterio que va a desarrollar a continuacin: el de composicin y separacin. El lugar de lo verdadero y lo falso hay que situarlo
primariamente en las afecciones del alma y, despus, en el lenguaje. Pero
adems, hay que tener en cuenta su composicin. Los conceptos, en el
nivel noemtico, y los nombres y los verbos en el lingstico, en cuanto no
tienen partes que signifiquen separadamente, no pueden ser ni verdaderos ni falsos. De ah que expresiones como hombre o hircocervo (que
es un trmino solo aparentemente compuesto) no sean ni verdaderas ni
falsas. Los nicos que pueden ser verdaderos o falsos son los enunciados.
En definitiva, Aristteles establece una distincin muy pertinente: la que
hay que establecer entre lo semntico y lo apofntico. Las expresiones
cuyas partes no son significativas de forma separada, como el nombre
(16a19-20) y el verbo (16b6-7), tienen un sentido o un significado, pero
no son enunciativos o asertivos, cualidad que hay que reservar para el
enunciado (lgos apophantiks) cuyas partes, precisamente el nombre y
el verbo, son significativas tomadas por separado. Si tenemos en cuenta lo
dicho anteriormente, el lugar propio de la verdad es el del nivel noemtico
de los pensamientos compuestos, por lo que tienen que ser igual para
todos los hombres. La verdad de los enunciados lingsticos, que podrn
ser diferentes en funcin de la lengua hablada, es, pues, derivada de la anterior, en tanto expresen pensamientos compuestos que sean verdaderos.
4. La concepcin inferencial de los signos
Si, como decamos al principio, hiciramos una interpretacin restrictiva de la semitica y la redujramos a una teora del signo (algunos iran
ms all y la reduciran a los signos que no son smbolos), la semitica
de Aristteles tendramos que situarla en el mbito de la dialctica y la
retrica, y concebirla como una teora acerca de la argumentacin. Los
textos en los que Aristteles es ms preciso y riguroso los encontraremos al final de los Primeros Analticos y en un pasaje complementario
de la Retrica. En los Primeros Analticos tenemos la primera definicin
explcita de signo de toda la filosofa griega, con lo que, de nuevo, nos
hallamos ante un texto fundacional. Y como en otros casos, Aristteles
es bastante respetuoso con una tradicin en este caso la que de forma
ms inmediata han establecido los mdicos hipocrticos, pero, al mismo tiempo, imprime al problema una nueva perspectiva. En este nuevo
contexto, al tiempo que la reflexin se hace mucho ms explcita, no
tiene ya el sentido metodolgico caracterstico de la medicina, sino el del
arte de la discusin, del discurso que trata de convencer a otro sin el
firme apoyo de lo que es evidente o de lo que ha sido demostrado, sino
75
la antigedad grecolatina
76
77
la antigedad grecolatina
como el siguiente: como las mujeres que han dado a luz estn plidas y
esta mujer est plida, se cree haber demostrado que ha dado a luz. En
este caso A representa plida, B dar a luz y C mujer. Para demostrar que los sabios son honrados porque Ptaco es ambas cosas, ha de utilizarse la tercera figura, en la que honrado sera A, sabios B y Ptaco C. (Anal. Pr.70a16-24). En estos dos ltimos casos tenemos, pues,
una relacin de lo particular a lo universal, por lo que no podemos llegar
a conclusiones seguras.
De todos modos, en la explicacin aristotlica quedan algunos cabos
sueltos. En primer lugar, no resulta fcil establecer la diferencia entre lo
verosmil (eiks23) y el signo (semeon). Grimaldi ha sealado (1980:389390) que la diferencia se encuentra en el tipo de razonamiento que entraa partir de algo probable o de un signo. Mientras que el razonamiento que parte del eiks es una argumentacin deductiva que conduce a un
pensamiento claro, cuando se parte de un signo se hace una deduccin
que incluye la posibilidad de una argumentacin inductiva. Segn esta interpretacin, lo probable posee una cierta estabilidad que es intrnseca a
la naturaleza de las cosas, que son el fundamento de la proposicin probable. De ah que ofrezcan un fundamento slido para un conocimiento
nuevo, aunque no tenga la fuerza de lo necesario. En cambio, los razonamientos que parten de signos se basan frecuentemente en la relacin
entre hechos, relacin que es ms segura en unos casos (tekmria) que en
otros (semea annima).
Aunque la explicacin de Grimaldi apunta a cuestiones dignas de
mencin, a nuestro entender, no resulta totalmente convincente. Sin
duda, la diferencia estriba en el tipo de inferencia que se puede hacer,
pero esa diferencia no est donde Grimaldi ha credo verla. Para resolver esta cuestin creemos que es necesario, en primer lugar, analizar detenidamente tanto la definiciones como los ejemplos con los que Aristteles trata de ilustrarlas. La definicin de eiks es ms genrica que la
de semeon. Eiks, dice Aristteles, es lo que se sabe que unas veces
se da y otras no, definicin tan abstracta que resulta sin duda bastante
ambigua. De hecho podra aplicarse tambin a algunos de los razonatercera: P-M, S-M: P-S.Puede apreciarse as que en la segunda y tercera figuras, el trmino
medio est en los extremos (en la segunda es el sujeto de las dos premisas y en la tercera, el predicado), por lo que los trminos no mantienen las relaciones de inclusin caractersticas de la primera figura.
23. Quiz no sea ocioso sealar que eiks y eikn tienen la misma raz. El trmino eiks es el participio neutro de oika, perfecto de eko, que significaba parecer, ser
como. Por su parte, eikn es imagen, pero tambin semejanza. Vemos, pues, que en
el fondo existe un sentido que es comn a ambos y que tiene que ver con el parecer y
la semejanza. Vase a propsito de Platn en el Sofista (236a10) lo que dice Antonio
Tovar (Madrid, Instituto de Estudios Constitucionales,1970: 39, n.32).
78
mientos que parten del signo: la de los signos annimos. En definitiva, lo que caracteriza al eiks es el ser una opinin compartida por muchos porque resulta verosmil, pero que no puede pretender la fuerza de
una proposicin evidente o ya probada que pudiera ser premisa en un
razonamiento cientfico. En cambio, en la definicin de signo, aunque
en su literalidad solo se alude a la aparicin consecutiva del signo y lo
significado, puede presumirse que esa aparicin no es casual, sino ms
bien causal o, en todo caso, natural. De los ejemplos citados, en sentido estricto, solo el de Ptaco en los Analticos y su paralelo de la Retrica referido a Scrates no implican una relacin causal, o al menos no
est probado que lo sea. Estos ejemplos, como otros que se dan en la
Retrica24, indican que Aristteles entiende los indicios de una manera bastante amplia. Pero el resto, incluidos los que se citan en el breve tratado de fisiognmica con el que terminan los Analticos, son signos que mantienen con lo significado una relacin de causa-efecto, de
efecto-causa o, al menos, una relacin natural que hace que se den al
mismo tiempo el signo y lo significado. El hecho de que los ejemplos
ms elocuentes se tomen de la medicina, no debera pasar desapercibido. Que Aristteles entienda semeon y tekmrion como lo entendan
los mdicos hipocrticos no puede considerarse una mera coincidencia.
Y si tenemos en cuenta esta vinculacin, tanto la definicin del signo
como la diferencia entre semeon annimon y tekmrion resulta mucho
ms clara y justificada. Semeon es un indicio, su vinculacin con lo significado no depende de la apreciacin subjetiva, sino que est basado
aunque sea hipotticamente en una relacin natural y, por tanto,
objetiva. Tener fiebre es un indicio de enfermedad, como puede serlo
la palidez. Ahora bien, conocer que entre un signo y lo significado hay
una relacin de causalidad no es por s mismo una prueba. Probar el
efecto por la causa puede dar lugar a un razonamiento necesario (Anal.
Pos. I,13,78a22ss.). Pero probar la causa por el efecto, como en los
ejemplos citados, no lo es, y as lo explica Aristteles con claridad en
las Refutaciones sofsticas (167b1-20), donde alude expresamente a los
razonamientos retricos que parten de los signos (167b7-8). En esos
mismos pasajes alude Aristteles a otros errores frecuentes. Ocurre en
ocasiones que se establece una relacin de causalidad donde no hay tal,
como en aquellos casos de errores que proceden de la sensacin, de los
que seran ejemplos confundir la hiel con la miel porque ambas son amarillas o decir que alguien es adltero porque se adorna con afectacin
o se lo ve vagar de noche. En estos casos, la inferencia a partir de lo
que se toma como signo se basa en la aparicin consecutiva de cuali 24. Algunos, como el tener cabellos largos entre los espartanos (Ret.1367a29-30),
los citamos ms abajo.
79
la antigedad grecolatina
80
26. Recurdese el comentado texto del captulo5 del libro II de la tica a Nicmaco
donde Aristteles define la virtud.
81
la antigedad grecolatina
82
83
la antigedad grecolatina
84
85
la antigedad grecolatina
87
la antigedad grecolatina
los dioses como los malos pintores (Repblica,337e). Esta crtica incluye al intocable Homero y a los grandes tragedigrafos. Sin embargo, en
el mismo dilogo reconoce a los mitos, a la msica y a la gimnasia, un
importante papel en la educacin de los gobernantes (Repblica,376e
ss.,521 e-d). En cualquier caso, algunas formas de entender la mmsis,
como las que estn impulsadas por el xtasis bquico y arrastradas por
los meros sentidos (Leyes700d; Jaeger1981:1047) no le parecen aceptables. No es de extraar, pues, que en su dilogo ms conservador, las
Leyes, prohba todo lo que no sean canciones y danzas oficiales.
Aristteles sigue en algunos aspectos la perspectiva platnica: de nuevo encontramos algn comentario sobre su carcter educativo y, desde
luego, insiste en la naturaleza esttica de la nocin. Hay, sin embargo,
tambin, notables diferencias. En el libro VIII de la Poltica queda explcito que el discpulo no comparte la crtica que el maestro hace del valor
educativo y moral de la imitacin artstica. As, por ejemplo, aunque no
todos de la misma manera, los ritmos y melodas no solo producen placer,
sino que permiten la formacin del carcter y del alma (Pol.1340a6)
en sentidos que son positivos.
Pero donde verdaderamente encontramos el desarrollo de nuevos
matices es en la Potica, obra en la que la mmsis se convierte en la nocin que articula todo el texto. En ese contexto aparece la riqueza de un
concepto que adquiere distintos sentidos en funcin de su aplicacin ms
o menos general. Como hemos explicado ms arriba, la nocin de mmsis aparece desde el primer momento como concepto genrico que permite definir una serie de artes que tienen como objetivo la imitacin o
representacin de las acciones humanas, aunque cada una de ellas lo haga
por procedimientos y modos diferentes. Mmsis est en este contexto estrechamente ligado a la nocin de poisis en su sentido ms general, es
decir, en cuanto alude a la accin de disponer o realizar una operacin
(poein). Esta operacin consiste, como veremos, en una representacin37
o disposicin que tiene como resultado, por ejemplo, una imagen (eikn)
pictrica, una meloda o una trama dramtica (mythos).
Pero en el captulo4, Aristteles nos sorprende con otro sentido mucho ms general de la imitacin que trasciende ampliamente los mrgenes de la Potica, aunque, en definitiva, tiene que ver con su origen.
Dice Aristteles:
Parecen haber dado origen a la potica fundamentalmente dos causas, y ambas naturales. El imitar, en efecto, es connatural al hombre desde la niez, y
37. El sentido general de la mmsis como representacin podemos verlo en pasajes
como Ret.1404a 21. Aristteles, aunque est hablando de la recitacin potica, dice que los
nombres son imitaciones y que la voz es el ms imitativo de todos los rganos que tenemos.
88
89
la antigedad grecolatina
permite descubrir (yendo ms all, sin duda, de donde Aristteles quera llegar), no ya el mecanismo de produccin e interpretacin de toda
accin mimtica, sino de una parte muy importante de los mecanismos
semiticos. Es cierto que la semiosis no siempre es una representacin.
Prueba de ello es que el funcionamiento de la inferencia a partir de los
tekmeria, como hemos explicado ms arriba, no puede decirse que sea
semejante a la que exigen las representaciones. Pero no es menos cierto que, para un gran nmero de casos, podra decirse que un signo es
algo que representa o est en lugar de otra cosa y, por tanto, que da lugar a ese tipo de inferencias a las que Aristteles tipifica con la expresin
esto es aquello. En otros trminos, el tipo de representacin mimtica
a la que se refiere Aristteles coincide bastante con la semiosis icnica
de la que hablara Peirce. Ahora bien, en la mmsis hay algo ms. Como
observa Bozal (1987:83), Aristteles no est diciendo esto se parece a
aquello, sino esto es aquello. No estamos, por tanto, nicamente en
el terreno del parecer, sino en el del ser. Como dice un poco ms adelante en la Retrica, esto y aquello, la representacin y lo representado, son afines, congneres (syngens), y los afines son conformes
a la naturaleza (1371b12-14). La representacin y lo representado
tienen algo en comn y lo que hace la representacin mimtica es precisamente ponerlo en evidencia. A este respecto resulta muy interesante
que Aristteles diga expresamente en la Retrica (1411b) que lo que hace
la metfora es poner las cosas ante los ojos. La mmsis es una accin
que, a travs de la representacin, constituye y descubre un nuevo sentido. Este descubrimiento (admiracin) es el que nos permite aprender y
complacernos en lo descubierto. Como ha explicado Ricoeur (1987,
I:33), coinciden en ello la mmsis y la metfora: Los efectos de sentido
producidos por ambas incumben al mismo fenmeno central de innovacin semntica. Difieren ambas en que, en la metfora, la innovacin
consiste en una nueva pertinencia semntica nacida de una atribucin
impertinente; mientras que en la mmsis, entendida por Ricoeur en el
sentido restringido al que aludiremos ms adelante, la innovacin consiste en la invencin de una trama. Pero no cabe duda de que, estructuralmente, el procedimiento es el mismo40.
Indudablemente, como tambin observa Ricoeur, esta innovacin
semntica hay que relacionarla con la imaginacin creadora, de tal manera que estamos, no ya ante un tipo especfico de innovacin, como
puede ser el de la metfora, sino ante uno de los procedimientos ms
40. En este contexto, Ricoeur entiende la mmsis en el sentido ms restringido que
examinaremos ms adelante. En cambio, nosotros la entendemos aqu en un sentido ms
amplio, el que se deriva de la afirmacin esto es aquello. Creemos que, visto desde nuestra perspectiva, el mecanismo de la metfora es, fundamentalmente, mimtico.
90
habituales de la creacin en general. Esta es la tesis que nosotros mismos hemos defendido (Abril y Castaares,2006): si hemos de aceptar
la importancia de la imaginacin en los actos creativos, el procedimiento mimtico y, en definitiva, la semiosis icnica, estn en la base de la
creacin humana. Por lo dems, la inferencia de esto es aquello es el
esquema, no ya de un acto perceptivo, ni tampoco, como dice Aristteles, el de una inferencia deductiva, sino, como seal Peirce, el de una
abduccin; es decir, el de una inferencia creadora41.
Pero por ms sugerente que pueda parecernos este sentido ms general que adquiere la mmsis, lo cierto es que Aristteles lo utiliza de
manera bastante ms restringida. Cuando en el captulo2 se ocupa del
objeto de la mmsis, insiste en que lo que esta representa son las acciones humanas. Este es el sentido que Aristteles quiere darle en una obra
que, no lo olvidemos, va a tener como objeto primordial la tragedia. De
ah que la mmsis en este contexto ms restringido se asocie a mythos
(trama), hasta el punto de identificarse con la construccin o disposicin
de la trama propia de la tragedia. La imitacin de la accin es el mythos
(trama o fbula), pues, dice Aristteles, llamo aqu mythos a la composicin de los hechos, caracteres [...] y pensamientos (1450a4-7). Ahora
bien, Aristteles insiste en que lo que verdaderamente representa la mmsis no son los hombres mismos, ni sus caracteres, ni sus pensamientos,
sino las acciones que son, en definitiva, lo que nos hace mejores o peores42. Y este modo de representarlos es lo que distingue los distintos tipos de poesa (gneros, segn la terminologa tradicional).
As pues, la mmsis est ligada a la accin en un doble sentido. En
primer lugar, porque ella misma es una accin, el proceso de creacin
que lleva a cabo el artista; y, en segundo lugar, porque representa acciones, en definitiva, porque es una narracin. Esta doble vinculacin de la
mmsis con el tiempo ha permitido a Ricoeur (1987) un amplio desarrollo de la nocin aristotlica en tres direcciones: la de la historia, la de
la ficcin y las vinculaciones que historia y ficcin tienen entre s. Esta
reflexin est guiada por una hiptesis que en realidad acta como un
principio que adquiere el carcter de un universal antropolgico: entre
la actividad de narrar y el carcter temporal de la existencia humana
existe una correlacin que presenta la forma de una necesidad transcultural. En otros trminos: el tiempo se hace tiempo humano en la
41. Hay que decir, no obstante, que, como seal tambin Peirce (CP5.184,1903),
la inferencia abductiva se encuentra ya de forma embrionaria en el acto perceptivo. En
definitiva, la percepcin es ya una interpretacin, una sntesis de algo que viene dado y de
algo que es puesto por el sujeto que percibe (Castaares,1994:150-152).
42. Eludiremos tambin esta cuestin por la que la potica se conecta con la tica,
aunque tambin con otra cuestin sin duda importante, por cuanto tiene que ver con los
efectos, como es la de la kathrsis.
91
la antigedad grecolatina
mos al problema de los gneros literarios (y, por extensin, a los gneros del discurso) y al de la metfora, dos cuestiones que representan dos
formas muy distintas de enfrentarse al legado aristotlico.
La teora de los gneros en la forma que nos ha llegado ms frecuentemente es en realidad una construccin que se desarrolla en la
poca neoclsica y romntica. El principio fundamental de esa teora establece la existencia de tres gneros fundamentales: la pica, la lrica
y la dramtica. Estos tres gneros fundamentales se concretan despus
en los gneros propiamente dichos como la epopeya, la novela (picos),
la tragedia, la comedia, el drama burgus (dramticos), la oda, la elega,
el epigrama (lricos), etc., en los que es posible incluir cualquier obra literaria. Segn esta teora, los gneros no son producto de la convencionalidad, sino que se corresponden con las actitudes fundamentales o
naturales desde las que el artista se enfrenta a la realidad. Posteriormente estas tres formas son interpretadas como disposiciones naturales
del ser humano: a la epopeya le corresponde el ser humano que conoce
y contempla; a la poesa, el que siente y se expresa; a la poesa dramtica, el que quiere y desea. Uno de los procedimientos utilizados para
fortalecer sus argumentos fue la autoridad de la Potica de Aristteles y
la menos desarrollada teora de Platn. Pero, como se ha encargado de
demostrar brillantemente G.Genette43, dicho argumento estaba basado
en interpretaciones interesadas que haban producido una serie de deslizamientos y suposiciones no fundadas. Las poticas modernas, aquejadas de la ilusin retrospectiva, proyectan ciegamente sobre Aristteles
y Platn sus propias contribuciones, ocultando as sus diferencias (Genette, 1986:93). Es verdad que, como hemos dicho ms arriba, Aristteles cita al principio de la Potica (1447a14-15) la epopeya, la poesa
trgica, la comedia y la ditirmbica como distintos modos de la imitacin potica. Pero no lo es menos que su obra es, fundamentalmente,
una teora de la tragedia. Poco se dice de las dems y, desde luego, la lrica, considerada en la Edad Moderna como la manifestacin ms eminente y peculiar de la poesa, ni siquiera es mencionada. Habra que
precisar, adems, que Aristteles no habla de gneros, sino de modos
(narracin y dramatizacin), medios de imitar (prosa y verso) y objetos imitados (hombres superiores, inferiores o iguales a nosotros).
Habra que esperar hasta la publicacin de LArte poetica de Antonio
Sebastiano Minturno (1564) para que apareciera perfectamente delimitada esa divisin tripartita que posteriormente se ha mantenido como
43. Genette expuso su teora, primero, en Genres, types, modes: Poetique (noviembre de1977) (hay trad. esp. de este artculo en Garrido Gallardo [ed.],1988) y, posteriormente, en Lintroduction larchitexte, Pars, Seuil,1979. Nosotros seguimos esta
ltima versin, aunque en la edicin de1986.
93
la antigedad grecolatina
95
la antigedad grecolatina
ms adelante: entre los objetos significados tiene que darse una cierta
semejanza. Hacer buenas metforas es percibir las semejanzas, dice el
Estagirita (Pot.1459a8).
Pero lo cierto es que el anlisis de los ejemplos que nos propone
Aristteles algunos de difcil comprensin para el lector actual pone
de manifiesto la dificultad de encontrar una explicacin que sirva para
todos los casos, dificultad que el mismo Aristteles reconoce. As, por
ejemplo, en ocasiones la metfora permite al poeta inventar un trmino
que no existe, como sera el caso de sembrando luz, porque no hay una
expresin especfica para emitir luz mientras que s la hay para emitir
una semilla: sembrar. En estos casos, difcilmente podemos hablar de
sustitucin. Esta cuestin nos remite a otra que est subyacente en la
teora aristotlica, pero que no se explicita totalmente: el del nmero de
trminos involucrados en el mecanismo metafrico. En nuestra explicacin hemos obviado conscientemente que, en el ejemplo de la copa de
Ares y el escudo de Dioniso que hemos venido utilizando, no son dos los
trminos involucrados, sino cuatro trminos que mantienen entre s una
relacin de proporcionalidad, mientras que en otros casos son dos o tres
trminos los que mantienen entre s relaciones de inclusin. Aristteles
sabe que existen diferentes tipos de metfora y quiere hacerlo evidente
inmediatamente despus de haberla definido como epiphor del nombre
en una clasificacin que tambin plantea dificultades.
Como acabamos de decir, el criterio utilizado por Aristteles para
clasificar la metfora es el de las relaciones entre los trminos involucrados. Hay ocasiones en que la palabra metafrica es el nombre de un
gnero al que pertenece como especie la nocin significada por el trmino sustituido. Es lo que ocurre en el ejemplo la nave est detenida,
pues est anclada. En otras ocasiones ocurre al revs, el trmino utilizado es una especie de un gnero; como en el caso innumerables cosas
buenas ha llevado a cabo Odiseo, en el que innumerables sustituye a
muchas. La tercera posibilidad es la relacin de especie a especie, lo
que implica ya, no dos, sino tres trminos. As, en el ejemplo habiendo agotado su vida con el bronce, agotar sustituye a cortar, dos
formas de quitar. Estos tres tipos de metfora se basan en relaciones
de inclusin; pero en el cuarto tipo, Aristteles cambia de criterio: la
analoga es una metfora en la que en realidad estn implicados cuatro
trminos que tienen entre s una relacin de proporcionalidad. El ejemplo ms ilustrativo es el ya citado del escudo de Dioniso o la copa de
Ares porque el escudo es a Ares lo que la copa a Dioniso. Lo mismo
valdra para el caso de llamar a la tarde vejez del da. De la dificultad para explicar los diferentes casos habla el hecho mismo de que los
modernos hayan considerado que, en realidad, los dos primeros tipos,
ms que metforas, sean sincdoques (Eco,1990:177 ss.); que cier96
la antigedad grecolatina
la antigedad grecolatina
100
4
LOS EPICREOS: LA INFERENCIA SGNICA
Epicreos y estoicos constituyen una de esas parejas que los escolares han
aprendido a asociar para despus contraponer, lo que, en ocasiones, da
lugar a ciertas exageraciones. Los filsofos pertenecientes a estas escuelas
mantuvieron, sin duda, posiciones contrapuestas en cuestiones puntuales
y sus controversias nos han sido transmitidas por la tradicin doxogrfica. Pero, a pesar de los juicios sumarsimos que muchas veces se hacen, lo
que les una fue quiz ms que lo que les separaba y, en cualquier caso,
bastante ms de lo que se admite en esos juicios. Comparten ambos una
poca difcil porque las campaas militares de Alejandro1 ponen fin a las
formas de organizacin poltica caractersticas de la llamada poca clsica y acaban con supuestos tericos, actitudes y valores que hasta entonces
haban estado vigentes. Epicreos y estoicos tuvieron que aprender a
vivir en un mundo en el que lo prximo ya no era una referencia y la vida
en la ciudad ya no poda ser un ideal poltico ni tico. La buena vida, una
aspiracin irrenunciable, haba que alcanzarla por otros medios y ambos
coincidirn en esa bsqueda aunque terminen proponiendo caminos distintos. Las dos escuelas compartirn el valor utilitario de la filosofa. Solo
el conocimiento de la naturaleza puede servir al hombre de slido fundamento para liberarse de los obstculos que la cotidianidad coloca en
su camino y proporcionarle una orientacin hacia un objetivo que ya no
es la autarqua de la polis sino la autonoma personal.
Coincidentes, pues, en el punto de partida y, en gran medida, en
la meta, estn de acuerdo tambin en la necesidad de organizar sistemticamente el saber. En el helenismo se impone una organizacin de
1. Epicuro lleg a Antenas procedente de Samos, donde haba nacido en el341 a.C.,
para cumplir sus deberes militares por la misma poca en que muere Alejandro (junio de323
a.C.). Zenn de Citio, el fundador de la Estoa, nacera diez aos ms tarde, en el333.
101
la antigedad grecolatina
102
lenguaje, pero sus reflexiones en torno a los preconceptos (prlepsis) esbozan caminos que, de haber sido explorados, habran conducido a hallazgos de gran riqueza. Todo ello hace de las teoras epicreas un lugar
de inevitable paso para la reconstruccin del discurso griego en torno a
los signos y la significacin.
Es bien conocida la animadversin que persigui a los epicreos desde sus comienzos. Unas veces las calumnias, otras los malentendidos o,
simplemente, las interpretaciones interesadas, lograron crear un estado
de opinin nada favorable que les perseguira durante la Antigedad y
que tanto romanos (en su mayora) como cristianos favorecieron y auspiciaron. Este factor ha sido para algunos la causa principal de que se haya
perdido no solo la extensa obra de Epicuro, sino la de sus seguidores. No
habra que olvidar, sin embargo, que la misma desgracia sufrieron sus colegas estoicos. Es ms, en trminos comparativos, el fundador de la escuela del Jardn tuvo ms fortuna que el fundador de la Estoa o sus ms inmediatos seguidores. La suerte ha permitido que aunque la mayor parte
de sus obras no se han conservado (la tradicin habla de trescientos tratados), la simpata que Digenes Laercio tena por Epicuro le llevara a reproducir en el ltimo captulo de su Vida de los filsofos algunas cartas (a
Herdoto, Ptocles y Meneceo) y mximas (las llamadas Mximas capitales) que nos dan en ocasiones ideas muy precisas del pensamiento de su
autor. A ello hay que aadir los fragmentos encontrados entre los papiros
carbonizados de la biblioteca que uno de sus seguidores, Filodemo de Gdara, haba reunido en la villa de Lucio Calpurnio Pisn, en Herculano,
que quedara sepultada por las cenizas del Vesubio. De esta manera hemos
podido conocer algunos fragmentos de una de las obras fundamentales
del fundador de la escuela, Sobre la naturaleza, as como otros tratados de
Filodemo, entre ellos, el De signis, que nos han permitido reconstruir con
alguna precisin el pensamiento de sus autores. A todo ello hemos de aadir los testimonios de convencidos epicreos como Digenes de Enoanda
y Lucrecio y, ya ms alejado de sus tesis, los del escptico Sexto Emprico.
Por ms que algunas cuestiones son objeto de conjeturas no suficientemente contrastadas, este conjunto de documentos ha permitido
reconstruir los aspectos fundamentales del sistema epicreo. Nosotros
nos detendremos solo en aquellos aspectos vinculados al problema de la
significacin, que son sus teoras de la representacin, del lenguaje y de
los signos. En definitiva, nos interesan en general los problemas incluidos en la cannica, aunque aludiremos, no obstante, a algunos aspectos de la fsica que resultan necesarios para explicar el problema del conocimiento y de la ciencia. Estos problemas los abordaremos, en primer
lugar, tal como son tratados en las obras de Epicuro que han llegado a
nosotros y, posteriormente, tal como fueron expuestos por Filodemo
de Gdara en su tratado De signis.
103
la antigedad grecolatina
1. La cannica de Epicuro
La clida exposicin que Digenes Laercio hace de la doctrina de Epicuro incluye, como hemos dicho, tres cartas que tratan de ser un eptome
de las tres partes de la filosofa. En la dirigida a Herdoto se ocupa de las
cuestiones fundamentales de la cannica; la segunda, dirigida a Ptocles,
se ocupa de fenmenos meteorolgicos, es decir, de astronoma; y la
tercera, dirigida a Meneceo, tiene una tonalidad claramente moral que
es completada por Digenes con la inclusin de las Mximas capitales.
Los numerosos tratados escritos por Epicuro, que se han perdido, desarrollaban estos temas mucho ms ampliamente, pero no tenemos dudas
de que, gracias a la estrategia textual de Laercio, se nos han conservado
los pilares de su filosofa.
Es el mismo Laercio (X,30) el que define la cannica como una introduccin al sistema doctrinal de Epicuro. La cannica no es dialctica, ni lgica, ni retrica, cuestiones que segn el bigrafo, desdea el
biografiado, pero tiene un objetivo similar: encontrar un criterio (canon)
de verdad sobre el que fundar slidamente el saber cientfico. La cannica resulta ser, por tanto, una epistemologa que, a pesar de las declaraciones desdeosas, tiene que aludir explcita o implcitamente a cuestiones lgicas y dialcticas, y, como toda teora del conocimiento, ha de
incluir referencias a los problemas de la fsica (entre los que Epicuro incluira los psicolgicos) y el lenguaje. En definitiva, en la cannica est
involucrada toda la filosofa epicrea a excepcin de lo que sin duda era
su objetivo ms importante: la tica.
1.1. El conocimiento sensible
Segn el mismo Laercio (X,31) tres son los criterios de verdad en los que
se basa la epistemologa epicrea: las sensaciones (aisthseis), los preconceptos (prolpseis) y las afecciones o sentimientos (pthe). Pero, como si
esos criterios no fueran privativos de la escuela, sino compartidos por
otros, en una especie de coletilla, dice Laercio: Los epicreos aaden las
proyecciones representativas (phantastiks epibols tes dianoas)3. Examinaremos, pues, estos criterios siguiendo el orden referido.
Como haran posteriormente los estoicos, Epicuro establece inicialmente una importante distincin: toda investigacin puede ser o bien
acerca de las cosas, o bien a cerca de las palabras (DL X,34). En el pasaje al que hacemos referencia, la actitud desdeosa hacia el lenguaje no
debe, como decamos ms arriba, llamarnos a engao. La investigacin
3. A este ltimo criterio alude tambin Filodemo en el primero de los fragmentos
que se nos han conservado al final de su tratado (De Lacy,1978:83).
104
la antigedad grecolatina
107
la antigedad grecolatina
109
la antigedad grecolatina
110
7. Cf.Greimas y Courts,1987:96ss.
111
la antigedad grecolatina
tra (ouk antimartyresis) y ausencia de testimonio a favor (ouk epimartyresis) que se que se relacionan entre s segn relaciones de oposicin.
confirmacin
(epimartyresis)
verdad
testimonio en contra
(antimartyresis)
falsedad
ausencia de confirmacin
(ouk epimartyresis)
112
Pero ms all de estas declaraciones, lo cierto es que la teora probatoria de Epicuro se basa, como ha explicado Long (1984:36ss.), en
una serie de principios que funcionan como axiomas. El primero de
ellos es que las impresiones claras de los sentidos constituyen una prueba acerca de la apariencia externa y las propiedades de los objetos. Las
imgenes claras de las sensaciones confirman o son testimonios a favor
de los juicios que se realizan sobre la base de estas sensaciones. Pero,
indudablemente, Epicuro necesita otra forma de prueba para aquella
realidad que no puede ser percibida (delon), pero que puede ser conocida. Tal es el caso de los tomos o del vaco. Para estos casos, Epicuro
establece un procedimiento de prueba ms dbil, pero que es fiable y
conduce a la verdad. Este segundo axioma establece que podemos afirmar algo si no hay una prueba que contradiga lo que observamos por
medios de imgenes sensoriales claras. De este principio se deriva otro
que expone Epicuro en la Carta a Ptocles (87): si ms de una prueba de
un fenmeno no evidente se halla de acuerdo con la experiencia, todas
esas explicaciones han de ser consideradas verdaderas. As ocurre con
diversos fenmenos astronmicos, como pueden ser el surgir y desaparecer del sol o las diversas fases de la luna. (Cart. Pt.92ss.). Este ltimo fenmeno, por ejemplo, puede ser debido a la transformacin del
astro o a la composicin de la atmsfera o porque se oculte, o por otras
diversas razones. En definitiva, se trata de no abandonar ninguna forma
de investigacin que no contradiga lo que puede ser observado, porque
si adoptamos una posicin que se contraponga a la evidencia de los hechos, nunca alcanzaremos la serenidad (Cart. Pt.96).
La posicin de Epicuro respecto a la realizacin de las inferencias
prefigura ya lo que ser la posicin de los epicreos posteriores en su
discusin con los estoicos sobre cuestiones lgicas y metodolgicas y es,
por tanto, una cuestin conocida. Lo que no se suele comentar es que la
realizacin de las inferencias, aunque de forma menos explcita que en
los epicreos tardos, est ligada, tambin en los textos de Epicuro, a la
accin de los signos, lo que se pone de manifiesto en la utilizacin del
verbo semeioo en pasajes en los que claramente se alude a la inferencia
de lo desconocido partiendo de lo conocido. En otros trminos, creemos
que no hacemos una interpretacin muy interesada de este uso si afirmamos que de alguna manera Epicuro sostiene que la inferencia que llevamos a cabo, tanto en la confirmacin de lo que espera a ser confirmado
(epimartyresis) como en la utilizacin del criterio de la ausencia de testimonio en contra (ouk antimartyresis), es semejante a aquella en la que
estn involucrados los signos.
En los textos que nos han llegado, Epicuro no utiliza profusamente
el trmino, pero los pasajes en que lo hace resultan muy clarificadores.
Su sentido aparece claro en un pasaje de la Carta a Ptocles (104), donde
113
la antigedad grecolatina
trata de explicar las causas de los fenmenos meteorolgicos, en particular, de los rayos. A modo de conclusin dice entonces Epicuro:
Y tambin puede admitirse que los rayos se produzcan de otros modos. Solo
debe rechazarse el mito. Y queda rechazado siempre que observando bien los
fenmenos se saquen indicios acerca de las cosas que no son visibles (per ton
aphann semeitai).
Queda claro en este pasaje que la inferencia nos permite llegar a causas no conocidas de fenmenos que conocemos gracias a la experiencia.
En realidad Epicuro est diciendo que estamos ante el mismo tipo de
problema con el que se encuentra un mdico que trata de llegar a la causa de la enfermedad interpretando un sntoma (semeon). No puede sorprender, pues, que Epicuro utilice un verbo que tiene en su raz misma el
trmino semeon. En otros dos pasajes de la misma carta (87 y97) queda tambin atestiguado que, segn Epicuro, los fenmenos que observamos son signos de los fenmenos celestes mismos. Por otra parte, que la
existencia del vaco suponga la realizacin de una inferencia del mismo
tipono puede llamar la atencin: en cierto sentido, el movimiento es un
signo del vaco y su existencia es una realidad que resulta tanto ms incontrovertible cuanto que no existe ningn testimonio en contra. As nos
lo confirma Laercio en un pasaje (X,32) en el que dice que, segn Epicuro, es preciso inferir mediante signos (semiousthai) lo invisible u oculto
(delon) a partir de los fenmenos (phainmena).
Pero hay, adems, otro pasaje de la Carta a Herdoto que, aunque
plantea algunos problemas de interpretacin, da pie tambin para ir un
poco ms all. Se trata de un pasaje al que tendremos que volver en el siguiente apartado porque comienza estableciendo la necesidad de atenerse
al sentido primero de las palabras que usamos. Despus dice Epicuro:
Hay que velar en todo caso por nuestras sensaciones y de forma simple por
las percepciones presentes (en nosotros), ya sean de la mente o de cualquier
otro de los criterios, y del mismo modo por nuestros sentimientos actuales, para que podamos inferir mediante signos (semeiosmetha) tanto lo que
aguarda confirmacin como lo no evidente (delon) (a la percepcin sensible) (X,38)9.
9. La cursiva es nuestra. El texto griego dice:
. C.Garca Gual (2007) lo traduce de la siguiente manera: ...
para que podamos referir a estos signos (semeiosmetha) tanto lo que aguarda confirmacin
como lo no evidente (delon) (a la percepcin sensible). Su traduccin se aproxima a la
que proponemos, pero creemos que es menos clara. G.Arrighetti traduce al italiano:
per poter avere con ch procedere a delle induzioni sia su ci che attende conferma, sia su
ci che non cade sotto il dominio dei sensi. Esta versin encubre la alusin a la inferencia
sgnica; aparte de que, como dira Peirce, la inferencia realizada haya de ser entendida ms
114
115
la antigedad grecolatina
pero al mismo tiempo interesante, teora del origen del lenguaje, una
cuestin que probablemente, como dice Arrighetti (1970: LIV), era especialmente querida para Epicuro debido a las consecuencias que comportaba para la teora del conocimiento y para la lgica.
Segn nos dice Epicuro, hay que suponer que el lenguaje (en particular los nombres) no surgi desde el primer momento por convencin,
sino que, en cada lugar, los hombres primitivos, al experimentar afecciones particulares y recibir impresiones concretas, emitan al aire sonidos de
acuerdo con esos sentimientos e imaginaciones y tambin de las peculiaridades del lugar en que habitaban. En este sentido, como explicar detalladamente Lucrecio (V,1028ss.), la aparicin del lenguaje es el resultado de un instinto que podemos apreciar en los nios pequeos cuando
utilizan gestos y sonidos para sealar los objetos (V,1031-1032), pero
que nos remite tambin a la mltiples formas de expresin que encontramos en los animales (V,1060ss.). Ms tarde llegara la convencin
y cada pueblo codific sus propias palabras con el fin de que los significados resultaran menos ambiguos y las expresiones ms concisas. No
hubo, pues, en el nacimiento ningn dios que otorgara el lenguaje a los
hombres, ni tampoco un primer nomothtes que enseara a los hombres
cmo deben nombrase las cosas. Lo que cabe decir es que algunos hombres ms expertos que sus congneres contribuyeron al proceso de construccin de las diversas lenguas proponiendo nuevas expresiones para las
cosas desconocidas eligiendo vocablos, unas veces dictados por la naturaleza, otras eligindolos calculadamente en funcin de los motivos ms
adecuados para su interpretacin (Cart. Herd.76).
En esta breve descripcin llama la atencin, en primer lugar, la neta
distincin de dos problemas relacionados, pero que, como vimos en el
Crtilo platnico, no siempre los griegos fueron capaces de deslindar
suficientemente: el de origen del lenguaje y el de la relacin de las expresiones lingsticas con lo designado por ellas. En su breve explicacin, Epicuro declara explcitamente que el lenguaje humano tiene un
origen natural, de tal manera que, en un principio, los sonidos que lo
constituyen son reacciones naturales de los hombres frente a los estmulos del medio en que viven. Estas reacciones no son, sin embargo,
iguales en todos los hombres, porque tampoco los estmulos son iguales sino que dependen de la diversidad de medios en los que los hombres han tenido que vivir. De esta manera, Epicuro trata de explicar de
una forma sencilla la diversidad de las lenguas. Esa diversidad es tanto
de origen como de evolucin. Los hombres tienen sentimientos e impresiones diferentes segn el medio en que viven y, como reacciones a
ellos, emiten sonidos diferentes. Adems, cada pueblo codifica sus propios vocablos en funcin de sus propias necesidades (Cart. Herd.76).
Queda claro en este pasaje que lo que Epicuro se plantea de forma di116
recta es el origen del lenguaje y, secundariamente, el problema de la naturalidad y convencionalidad de los nombres, dando a entender que la
naturaleza de los nombres tiene que ver con su origen. Al principio los
nombres no aparecen por convencin y, en este sentido, podra decirse
que son por naturaleza. Pero despus, progresivamente, con el fin de
que los significados resultaran menos ambiguos y las expresiones fueran ms concisas, se va imponiendo la convencionalidad. Este proceso
se completa con los nuevos nombres que los expertos recomiendan para
referirse a cosas antes desconocidas.
Pero despus de estas breves explicaciones, quedan sin duda muchas
preguntas por contestar. As, por ejemplo, no queda nada claro por qu
las afecciones producidas por el mundo que les rodea produce en los
hombres pertenecientes a la misma tribu los mismos sonidos y, en cambio, distintos en los de otra. Podra contestarse que la explicacin sera
la misma que la que aporta Lucrecio cuando dice que tambin los animales reaccionan con voces varias y distintas, segn los afecte el miedo o el dolor o el placer los penetre (V,1060-1062). Sin embargo, este
pasaje lo nico que demuestra es la naturalidad de la respuesta pero
no su diversidad. La respuesta de los animales es especfica, igual para
todos los individuos, pero no es este el caso de los hombres, que responden de forma distinta segn los medios en que viven. Mediante el
recurso, interesante sin duda, de respuestas humanas segn los diversos
medios y necesidades de los que en ellos viven, Epicuro aporta un argumento que trata de explicar la diversidad de las lenguas, pero deja sin
explicar por qu realidades semejantes dan lugar a palabras diferentes
segn los distintos pueblos, pues si bien puede aceptarse que en lugares distintos hay realidades distintas, hay que admitir tambin la existencia de cosas idnticas o semejantes en medios diversos.
En el pasaje referido de la Carta a Herdoto se nos habla de la existencia de nombres no convencionales, pero nada se dice del estado de
la lengua en su tiempo y, por tanto, de la naturalidad de los nombres tal
como son usados en ese momento, cuestin relevante porque complica
la respuesta a la pregunta sobre qu tipo de semntica subyace a su concepcin del lenguaje. Nada se dice tampoco en este pasaje de uno de los
aspectos ms discutidos en el Crtilo: el de la correccin de los nombres y su vinculacin con su origen natural o convencional. De lo dicho cabe inferir, sin embargo, que Epicuro no vincula la correccin
de un nombre a que este tenga un origen natural o sea producto de la
convencin. No cabe inferir que solo los nombres naturales son correctos, porque contradira lo que dice sobre los nombres introducidos por
los expertos. Epicuro, como decamos, no analiza esa cuestin. Cuando en otros lugares advierte contra el lenguaje como fuente de errores
(Cart. Herd.37-38), aconseja atender al sentido primero (prton en117
la antigedad grecolatina
nema) que las palabras tienen, pero difcilmente puede aludir con esta
expresin al significado natural porque segn eso los nombres introducidos por los expertos a los que alude en el prrafo76, no lo tendran y
seran falsos, algo que desde luego contradice el sentido del texto.
La teora epicrea del origen del lenguaje nos remite inevitablemente, como decamos, a la pregunta sobre qu tipo de teora semntica cabe
atribuirle, cuestin sobre la que se ha discutido profusamente. Pero habra que advertir que aunque no pueda evitarse plantear una cuestin que
vemos expuesta de forma explcita en las obras de autores anteriores y
posteriores a Epicuro, este pasaje en concreto se refiere al origen del lenguaje y no cabe inferir de l respuestas precisas sobre la teora semntica
subyacente, por lo que hay que acudir a lo poco que nos dice Epicuro en
los textos conservados y a lo que otros autores pueden aportar.
Si nos atenemos a lo que dicen tanto Plutarco (Adv. Colotes1119F)
como Sexto Emprico (Adv. Math. VIII,13), Epicuro mantena que los
nombres significan directamente las cosas, eliminando as ese tercer elemento que, para los estoicos, eran los lekt. Algunos autores modernos
como D.Glidden (1983) han defendido tambin que Epicuro mantuvo
una teora semntica no psicologista que no necesita acudir a un elemento de naturaleza mental, como sera el caso de Aristteles o de los
mismos estoicos, para explicar los procesos de significacin10. Sin embargo, tanto los testimonios de Laercio como los mismos textos de Epicuro
no parecen justificar esta interpretacin. Si lo que hemos dicho acerca de
la prlepsis es correcto, no cabe ninguna duda de que Epicuro mantuvo
una teora semntica semejante en algunos aspectos a la de Aristteles y
a la de los estoicos, aunque mantenga diferencias con ambos. Por lo dems, esta teora no entra en contradiccin con su teora gnoseolgica y,
en ltimo trmino, con el atomismo (Everson,1994:83).
La breve explicacin que nos da Laercio (X,33) acerca de la prlepsis, que ya hemos comentado, es explcita: Porque en cuanto se pronuncia la palabra hombre, enseguida de acuerdo con la prlepsis la imagen
de este es pensada, siendo los sentidos sus introductores previos. Y un
poco ms adelante, en ese mismo prrafo, afirma Laercio: Y [yo] no habra dado un nombre a algo antes de conocer su imagen por prlepsis.
Si la interpretacin de Laercio es correcta, no cabe sino concluir, como
hace Long (1971b:120), que la prlepsis es una condicin necesaria del
lenguaje. Pero en cualquier caso, el mismo Epicuro al menos tal como
nos lo trasmite Laercio avalara esta interpretacin cuando, en su advertencia a Herdoto sobre el significado de las palabras, utiliza la expresin prton ennomata (significado primero). Es esta una expresin
10. Para una discusin ms detallada de la interpretacin de Glidden, vase Everson,1994.
118
11. Hay que advertir, no obstante, que Aristteles utiliza otras muchas veces el trmino noema, muy prximo al anterior, aunque con un sentido menos preciso.
12. Vase ms abajo el captulo5, apartado2.
119
la antigedad grecolatina
Planteada en estos trminos, cabe establecer13 las semejanzas y diferencias de la teora epicrea con la de Aristteles y la de los estoicos, que
tambin contemplan tres elementos relacionados en los procesos de significacin. Por lo que se refiere a la teora aristotlica, no cabe duda de
que la referencia inevitable es el pasaje del tratado Sobre la interpretacin
(16a3-8) en el que Aristteles describe los procesos de significacin lingstica. No debera olvidarse, sin embargo, que el texto de Epicuro que
estamos comentando y el de Aristteles tienen finalidades distintas. Si a
eso aadimos que tanto uno como otro se prestan a interpretaciones diferentes en cuestiones no explicitadas en dichos contextos, las comparaciones pueden ser engaosas. Encontramos, en primer lugar, una aproximacin notable entre las teoras aristotlica y epicrea en la consideracin
de las afecciones a las que los nombres se refieren, tanto en lo que toca
a su semejanza con las cosas (Aristteles utiliza expresamente el trmino
homoimata) como en su carcter mediador. Se ha dicho, en cambio, que
existe una clara diferencia en la cuestin de la convencionalidad o naturalidad de los nombres: si Aristteles es convencionalista, Epicuro admite
la existencia de nombres naturales. Hay aqu, sin duda, una clara discrepancia, sobre todo si nos atenemos a la literalidad de los textos. Habra
que decir, sin embargo, que la naturalidad que defiende Epicuro se refiere ms al origen del lenguaje que a los nombres mismos. Si bien es verdad
que Epicuro dice expresamente que los nombres no surgieron desde un
principio por convencin, tambin admite que en un estadio evolutivo
posterior aparecen nombres por convencin, quedando en la oscuridad
si la lengua de su tiempo conserva o no nombres naturales y cmo se caracterizan estos ltimos. Aristteles nada dice sobre el origen del lenguaje
y, por tanto, es difcil hacer hiptesis sobre el juicio que le merecera una
afirmacin como la de Epicuro.
Otra cuestin discutida es la que se refiere a la universalidad de las
afecciones del alma que Aristteles defiende y que podra entrar en contradiccin con la teora epicrea de que las afecciones pueden variar de
unos hombres a otros en funcin de la diversidad de medios en los que
han vivido. Hay aqu sin duda una diferencia, aunque sus lmites sean difciles de determinar desde el momento en que la teora epicrea deja de
explicar cmo se produce tanto el acuerdo entre los individuos de una
misma tribu como la diversidad de lenguas entre pueblos no muy distantes
que han compartido o pueden compartir entornos muy parecidos. La convencionalidad de los nombres explicara para Aristteles la diversidad de
las lenguas, aunque plantea problemas para explicar cmo se ha llegado
al acuerdo. En cambio, Epicuro hace verosmil el acuerdo entre los miem
13. Vase, por ejemplo, Long (1971b), Manetti (1987) y Everson (1994).
120
121
la antigedad grecolatina
122
El caso de Filodemo es muy distinto. Nacido en Gdara (Siria) alrededor del110 a.C., recibi una slida formacin griega que completara a
su paso por Atenas, donde tendra como maestros a los epicreos Zenn
de Sidn y Demetrio de Laconia. No sabemos si fue en Grecia donde conoci al que sera su patronus y amigo, Lucio Calpurnio Pisn. Lo cierto
es que Filodemo llega a Campania hacia el ao80 y all se une a un grupo
de epicreos. Con el tiempo Filodemo, junto con Siro, terminara liderando a este grupo que se concentra alrededor de la conocida como Villa de
los Papiros, en Herculano, que perteneci al patronus de Filodemo y que
debi de ser construida en la poca de Lucrecio y Cicern. La milagrosa
conservacin de la Villa tras ser sepultada por la erupcin del Vesubio (79
d.C.), nos ha permitido reconstruir en gran medida lo que pudo ser el florecimiento de la irrepetible primavera epicrea en la Italia del sigloi (Gigante1990:12). La Villa debi de ser, aparte de una residencia solariega,
un centro que aglutin a los epicreos congregados alrededor de Sirn17
y Filodemo, y desde el que irradiaron ideas epicreas que terminaran
influyendo en personajes de la elite cultural romana tan decisivos como
fueron el mismo Virgilio, al parecer discpulo de Siro, y Horacio. Que la
Villa fue decisiva para este resurgir epicreo parece atestiguarlo tanto la
rica decoracin estatuaria de sus peristilos como la composicin de la biblioteca, hasta el punto de que, segn algunos especialistas, el compilador de las estatuas de la galera de la Villa pudo ser el mismo que ide y
cre la biblioteca, papel que hay que atribuir en gran medida a Filodemo.
La biblioteca, tal como nos ha llegado, contena obras fundamentales del epicuresmo, entre ellas el tratado Sobre la Naturaleza de Epicuro, aunque tambin de otros autores, en especial de Demetrio de Laconia, y la extensa produccin de Filodemo. De los tratados de Filodemo,
algunos se refieren a cuestiones morales como Sobre la libertad de palabra, Sobre la piedad, Sobre la adulacin, Sobre los vicios, Sobre la muerte, etc. A la poltica est dedicado otro de los ms conocidos: Acerca del
buen rey segn Homero. Pero sin duda los que han llamado ms la atencin versan precisamente sobre cuestiones que la historiografa tradicional consideraba que haban sido despreciadas por los epicreos. De ah
que sus tratados sobre Retrica, Msica, Potica y el De signis hayan permitido reconstruir las teoras que los epicreos debieron elaborar para
contestar a sus adversarios, especialmente a los estoicos y a los acadmicos tardos, en cuestiones que aparentemente, como decamos, no haban gozado del inters de la escuela.
Aunque existen algunas dudas, el tratado De signis fue compuesto por
Filodemo alrededor del ao40 a.C.18. El ttulo griego ha sido objeto de
17. No tenemos muchas noticias acerca de Sirn. Su floruit se sita alrededor del 50 a.C.
18. Para mayores detalles vase De Lacy,1978:163-164; Gigante,1990:54-55.
123
la antigedad grecolatina
polmica porque el pasaje est daado. Las variantes propuestas son varias. Todas coinciden en que la palabra final es semeiseon, pero hay discrepancias en torno a si la primera es semeon, phainmenon o phantason. La versin ms difundida es la de Per semeon ka semeiseon [Sobre
el signo y la inferencia sgnica]19. Debido a estas dificultades y para evitar
equvocos De Lacy, a quien debemos la edicin ms completa, propone
utilizar la versin abreviada Per semeiseon, en griego, y De signis, en latn (De Lacy,1978:12)20. Se han conservado, adems, otros fragmentos
de Filodemo dedicados a la lgica, pero no cabe duda de que el De signis
es un tratado de madurez, que aparte de su consistencia tiene una gran importancia histrica, no solo porque nos ha permitido completar y precisar
el contexto de la discusin entre estoicos y epicreos que ya conocamos
gracias a Sexto Emprico, sino porque los problemas semiticos y metodolgicos planteados son de una indudable modernidad. El conocimiento
que de l tuvo C.S.Peirce es la razn de que el trmino semiosis se haya
consolidado como uno de los conceptos clave de la semitica moderna.
El estudio realizado en1883 por su discpulo A.Marquand sobre el De
signis, fue uno de los primeros que se llevaron a cabo21.
3. La controversia sobre la inferencia sgnica
El contexto en que se plantea la discusin semitica entre estoicos y epicreos es, como en el Aristteles de la Retrica y los Analticos, el de la
inferencia. En definitiva, se trata de abordar el problema de la verdad y
de lo que se discute son cuestiones lgicas y epistemolgicas. Un escptico
como Sexto nos plantea las cuestiones discutidas de forma precisa en pasajes paralelos del Adversus Mathematicos (VIII,141ss.) y de las Hipotiposis pirrnicas (II,97ss.). Tanto epicreos como estoicos parecen aceptar que en nuestro conocimiento del mundo se pueden plantear cuatro
tipos de situaciones. Hay cosas que son evidentes y, por tanto, indiscutibles; como es el caso del enunciado Ahora es de da (o su contrario). En
cambio, hay otras que son oscuras. De las cosas oscuras, hay algunas que
lo son en modo absoluto, de tal manera que no cabe esperanza de llegar
a conocerlas; como sera el caso del nmero de estrellas, del que nunca
llegaremos a saber si son pares o impares. Pero hay otras cosas que solo
19. Este ttulo, propuesto inicialmente por Gomperz, ha sido defendido tambin por
investigadores ms modernos como D.Delatre (Manetti,2002:4)
20. No obstante, en su versin inglesa, De Lacy utiliza On Methods of Inference, que
en realidad no traduce literalmente los ttulos griegos citados.
21. A.Marquand, The Logic of the Epicureans, en Studies in Logic by Members
of the Johns Hopkins University, Boston,1883:1-11 <http://www.cspeirce.com/menu/
library/aboutcsp/marquand/ marquand.htm>. Consultada el17 de julio de2009.
124
125
la antigedad grecolatina
muchos de los que son ricos son malvados y otros muchos son buenos. Por
eso mismo el signo particular (dion), si es necesario (anankastikn), no puede existir de otra manera que con la cosa a la que decimos que est relacionada, [es decir,] el objeto no evidente del que es signo (De signis, I,1-17 [2]23).
126
127
la antigedad grecolatina
128
ces de los estoicos citado por Filodemo, para hacer inferencias vlidas
sera necesario conocer la naturaleza de las cosas, pero esta naturaleza
no puede ser conocida empricamente, por lo que el proceso de conocimiento de las caractersticas esenciales y no esenciales se convierte en
infinito (VI,20-VII,5 [8-9]). Los estoicos creen que este tipo de problemas son insolubles y que, en definitiva, el mtodo emprico no permite
hacer inferencias vlidas.
Filodemo, utiliza los argumentos de Zenn, Bromio y Demetrio para
responder a estas crticas. Sus argumentos son tambin de diversa naturaleza. Algunos son de carcter ms general y estn destinados a criticar
el principio a priori de la eliminacin; otros son de carcter particular y
estn destinados a contrarrestar los argumentos de los estoicos en contra
de las inferencias basadas en la analoga o, quiz mejor, en la induccin29.
El primero de los argumentos generales es de carcter ms metodolgico
que lgico y ataca directamente el principio estoico. En esencia, este argumento viene a decir que la prueba de la eliminacin est basada tambin en la experiencia. En el ejemplo del condicional si hay movimiento,
hay vaco, la conclusin de la existencia del vaco no es algo que pueda
inferirse por un principio a priori. De hecho, para establecer la validez de
este condicional no se puede aplicar el principio de eliminacin; solo gracias a la experiencia puede establecerse que es necesario el vaco para que
haya movimiento (VIII,32-IX,3 [13]). En otros trminos, el principio
abstracto de los estoicos est fundado en la verificacin experimental, de
tal manera que lo que ellos establecen como un principio general y a priori no es ms que la conclusin a la que se llega tras una serie sucesiva de
inferencias inductivas contrastadas sucesivamente. Aplicado a un ejemplo
reiteradamente citado, si decimos que los hombres son mortales, se debe
a la constatacin repetida, tanto de la experiencia propia como de otros,
de que en los casos conocidos de hombres as ha sido y, por tanto, puede
inferirse que los hombres no conocidos, los que viven ahora y los que
lo harn en el futuro, tambin morirn. En definitiva, el criterio ltimo
de la validez de nuestras inferencias por similitud es la experiencia y no
un principio formal y a priori.
(1996:159-160) ha cuestionado esta atribucin. Esta autora mantiene que los autnticos
adversarios de los epicreos fueron los acadmicos y no los estoicos.
29. Comenta Asmis (1996:163, n.21) que tanto De Lacy (1978) como Manetti (1987)
utilizan la expresin mtodo de inferencia en lugar de induccin. Hay que aclarar que
Filodemo utiliza el trmino analoga en dos sentidos. En sentido estricto, para hablar
de la similitud entre lo perceptible y lo no perceptible (como los tomos), y en un sentido
ms estricto, para hablar de la similitud entre dos cosas perceptibles. Barnes se decanta por
induccin para referirse a la inferencia sgnica, mientras que Asmis prefiere el trmino
similitud (similarity). Nosotros, cuando sea necesario distinguir, nos decantaremos tambin por similitud por una razn clara: porque, en los trminos actuales, la inferencia sgnica no es tanto inductiva como abductiva.
129
la antigedad grecolatina
130
utilizados para poner en evidencia la inferencia por similitud. En el argumento de los casos nicos, como el de la magnetita, la respuesta de
los epicreos es que la existencia de esos casos no solo no invalida el
procedimiento analgico, sino que lo refuerza. Si unas piedras magnticas atrajeran el hierro y otras no, la inferencia sera invlida. Pero si
todas las piedras magnticas que conocemos atraen el hierro, entonces
podemos concluir que todas lo hacen. Lo mismo ocurre en otros casos
nicos como el del cuadrado, que es la nica figura geomtrica en la que
el permetro coincide con su rea (XIV,28-XVI,1 [20-21]). Con respecto al argumento de Dionisio sobre la remisin al infinito que entraara tratar de establecer empricamente la naturaleza de una cosa mediante las cualidades esenciales, la respuesta de Filodemo es que tanto
nuestra experiencia como la acumulacin histrica permiten distinguir
las cualidades generales o comunes y las particulares. El nmero de casos necesarios para que una inferencia sea vlida depende de la situacin. Unas veces es suficiente un caso; otras, unos pocos, y otras, gran
nmero de casos (XXVI32-39 [43]).
La respuesta a la acusacin de la arbitrariedad de los epicreos en
su aplicacin de la inferencia por similitud, de la que sera muestra su
concepcin de los tomos como cuerpos indestructibles, es ms compleja que las anteriores porque obliga a hacer matizaciones que resultan
fundamentales para distinguir entre cualidades comunes (kointetes)
o esenciales y cualidades particulares (iditetes) o accidentales. La distincin entre ambos tipos de cualidades es retomada ahora para justificar la
validez de las inferencias inductivas. Entre las cualidades que podemos
observar en los cuerpos hay unas que son constantes, es decir, pueden
apreciarse en todos los individuos de una clase (es decir, son comunes),
y otras son variables porque aparecen en unos individuos, mientras que
en otros no aparecen. Esta apreciacin permite distinguir entre las cualidades que un sujeto posee en cuanto que (y los epicreos utilizan las partculas hei y kath para referirse a esta relacin) estn ligadas necesariamente (relacin que denominan synrtesis) a la naturaleza de ese sujeto y
otras que no. El ejemplo de los tomos permite comprender cabalmente
esta distincin. Dice Filodemo:
... los cuerpos que conocemos por experiencia son destructibles no en cuanto
(hei) son cuerpos, sino en cuanto participan de una naturaleza opuesta a lo
corporal y no resistente. De manera semejante, los cuerpos que conocemos
por experiencia tienen color, pero no en cuanto (hei) son cuerpos; para los
objetos tangibles en tanto en cuanto (kath) son resistentes al tacto, son cuerpos, pero en cuanto son tangibles no tienen color. Los cuerpos en la oscuridad no tienen color, pero son cuerpos (XVII,37- XVIII,10 [25]).
131
la antigedad grecolatina
132
5
LOS ESTOICOS: LA COMPLEJIDAD DEL SIGNIFICADO
Aunque cualquier interpretacin de la Historia en trminos de progreso o prosecucin de fines determinados est siempre fuera de lugar, no
es menos cierto que en algunos casos s puede apreciarse un cierto progreso hacia situaciones que de alguna manera hay que considerar meta
provisional de un largo proceso evolutivo que alcanzar otras metas. El
tratamiento que llevan a cabo los estoicos de los problemas hoy considerados como semiticos en algn sentido siguen el camino iniciado por
Aristteles y de alguna manera tambin suponen un paso ms hacia una
situacin que no encontraremos madura hasta que, ya en el Bajo Imperio
romano, aparezca la figura de Agustn de Hipona, deudor a su vez de los
filsofos estoicos pero al mismo tiempo un innovador que ejercer una
gran influencia posterior.
Como en el caso de Aristteles, la aportacin de los estoicos a una
teora de la significacin la encontraremos vinculada a la dialctica. Ahora bien, esta afirmacin no matizada podra resultar engaosa por una
sencilla razn: la forma en que Aristteles y los filsofos estoicos entendieron la dialctica fue diferente. Habr, pues, que poner de manifiesto esas diferencias para su cabal comprensin. Este objetivo no resulta, sin embargo, nada fcil de alcanzar. Su dificultad tiene razones bien
conocidas. Una de ellas es, sin duda, la sistematicidad de una doctrina
que, como sus defensores pretendan, deba ser expuesta en su totalidad, algo que nosotros no podremos hacer. Debemos ser conscientes
de que nuestra exposicin, que no puede abarcar el pensamiento estoico en su totalidad, puede dar una idea bastante inexacta de su filosofa.
El objetivo de los filsofos estoicos era el conocimiento de la realidad
para, desde ese conocimiento, alcanzar una sabidura que les permitiera orientarse en la intrincada selva de la vida. Nuestro objetivo es ms
133
la antigedad grecolatina
1. Para una descripcin detallada de las distintas fuentes vase A. A. Long (1984:
119-120).
134
135
la antigedad grecolatina
solo puede hacer aquel hombre que, ms all de las coyunturas, conoce
los principios que gobiernan la naturaleza y la vida de los hombres. La
tica es, pues, el saber que culmina el resto, pero ha de estar asentada en
los conocimientos que proporcionan la lgica y la fsica.
La lgica estoica estaba constituida por un conjunto de cuestiones
que, como el rganon aristotlico, conformaban una unidad bajo un trmino que, como hemos dicho en el captulo anterior, es tardo. Al mismo tiempo se va constituyendo una tradicin que entiende la lgica
como compuesta de dos partes: la dialctica y la retrica. Esta concepcin pone de manifiesto que los estoicos fueron en esto ms coherentes que los aristotlicos, en especial, que Alejandro de Afrodisias, organizador delos tratados aristotlicos. Si la lgica tiene que ver con
lo que se dice4, no cabe ninguna duda de que la retrica debe incluirse dentro de la lgica. Esta afirmacin resulta ms acertada si se tiene en
cuenta que, como vimos en el captulo anterior, la retrica, en cuanto que
se ocupa de la argumentacin, es una continuacin de la dialctica, por
ms que tambin vaya ms all que ella. Esta no es, sin embargo, ms que
una pequea diferencia entre la concepcin aristotlica y la estoica. Por
lo que se refiere a la dialctica, las diferencias tienen que ver, adems,
con otros aspectos que afectan tanto a su contenido como a su forma
de entender la teora de la argumentacin. Sobre la amplitud de la dialctica hablaremos ms adelante; sobre la forma de entender el razonamiento no abundaremos aqu5. Valga decir que la teora aristotlica est
basada en la lgica de clases; la de los estoicos, en la lgica proposicional.
Esta es una teora de la inferencia; aquella, una teora de matrices lgicamente verdaderas. Tampoco aludiremos a las aportaciones estoicas a la
lgica propiamente dicha que, aunque tardaron en entenderse, son hoy
plenamente reconocidas.
De la retrica estoica, aunque parece que tuvo importantes influencias sobre los autores latinos, apenas tenemos algunos indicios. Digenes
Laercio (VII,42-43) nos da algunas pistas cuando trata de distinguir la
retrica de la dialctica. Mientras que la retrica es la ciencia de hablar
bien acerca de las cuestiones sometidas a una exposicin ininterrumpida, la dialctica es la ciencia de disputar correctamente acerca de aquellas cuestiones que se tratan por el procedimiento de la pregunta y la respuesta. Segn Laercio, los estoicos distinguen las tres aplicaciones de
la retrica que sern recogidas por la tradicin: deliberativa, judicial y
laudatoria; y tambin cuatro de las cinco fases que se considerarn fundamentales en el proceso retrico: invencin, elocucin, ordenacin y eje
4. Vase ms arriba el captulo3.
5. Para un estudio de la teora de la argumentacin de los estoicos, vanse las obras
ya clsicas de Mates,1985 y W. y de M.Kneale,1975.
136
cucin. No aparece, pues, en esta enumeracin la cuarta de las cinco etapas de la enumeracin cannica que nos ofrecen los tericos romanos: la
memoria. Por ltimo, descomponen en cuatro partes el discurso retrico
en una divisin tambin prxima a la de la retrica posterior: prlogo,
narracin, rplica a los oponentes y peroracin (eplogo)6.
Los estoicos definieron la dialctica de varias formas, lo que viene
justificado por las diversas funciones que tiene dentro de su sistema filosfico. Por una parte, como acabamos de decir, por oposicin a la retrica, la dialctica es la ciencia del disputar bien. Este disputar bien no
es una cuestin meramente formal. No estamos ante una repeticin del
pensamiento sofista. El sabio es dialctico (DL VII,83), sabe preguntar
y responder, sabe investigar en el lenguaje y llegar a las conclusiones correctas; pero porque conoce la verdad y, por tanto, utiliza los argumentos correctos tanto desde el punto de vista formal como material. De
ah que, como en el caso de Platn, la dialctica se ocupe de la verdad
y pueda definirse, segn Posidonio, como la ciencia de lo verdadero,
de lo falso y de lo que no es ni una cosa ni la otra (DL VII,62). Consecuentemente, tiene que ocuparse de la teora del conocimiento, de todo
lo relacionado con el lenguaje y de los argumentos.
Desde otro punto de vista, en cuanto tiene que ver con el decir y con
lo que se dice, la dialctica es la ciencia de las cosas que significan (semanonta) y de las cosas significadas (semainmena) (DL VII,62), es
decir, de los pensamientos en cuanto pueden ser dichos (lekt). Desde
esta perspectiva, podramos decir que la dialctica es semitica. Ahora
bien, como aquello que puede ser dicho son representaciones del pensamiento, la dialctica-semitica ha de comenzar por una teora de la representacin que permita dilucidar cmo se producen y en cules de ellas
podemos confiar porque son verdaderas. Es decir, la dialctica ha de comenzar por una teora del conocimiento, debe seguir por una teora del
lenguaje y culminar en una teora de la argumentacin.
2. Del pensamiento y sus representaciones
Como ha mostrado A.Long (1984:126), la divisin de la dialctica en
un estudio de lo que significa y de lo significado pone de manifiesto
que, cuando tratan de lo significado, los estoicos no se refieren solo al
sentido de las expresiones lingsticas, sino a las impresiones sensoriales
y a los conceptos, que no necesariamente se representan mediante expresiones lingsticas. En definitiva, el pensamiento excede los lmites
de lo lingstico y es anterior a l, lo que permite decir que la semitica
137
la antigedad grecolatina
excede los lmites de la lingstica. La perspectiva moderna de este problema no suele ocuparse de una cuestin que, sin embargo, fue esencial
para los estoicos: la naturaleza de lo que puede ser dicho (lektn). Y es
precisamente este problema el que obliga a empezar el estudio de la
dialctica por una teora del conocimiento que explique el origen y la naturaleza de las representaciones mentales.
Los estoicos fueron conscientes de esta prelacin. En su Compendio
de los filsofos, Diocles de Magnesia, citado por Digenes Laercio, dice
lo siguiente:
Los estoicos concuerdan en colocar en primer orden la doctrina de la representacin (phantasa) y de la sensacin (aisthsis), en cuanto que el criterio por el que se conoce la verdad de las cosas es genricamente una representacin, y por cuanto la doctrina del asentimiento (synkatthesis), de la
aprehensin (katlepsis) y del pensamiento (noseos lgos), que preceden a
las dems, no tienen consistencia sin la representacin. Va en primer lugar,
pues, la representacin, luego el pensamiento que es capaz de expresar bajo
forma de proposicin lo que ha recibido de la representacin (DL VII,49).
Si tenemos en cuenta estas afirmaciones, no cabe duda de que la teora de la representacin o phantasa adquiere un papel fundamental en
la epistemologa estoica, pero, adems, resulta una nocin clave para entender en qu consiste el sentido del discurso. Dilucidar en lo posible qu
es la phantasa, sus diversas modalidades y la forma en que genera sus representaciones, constituye el primero de nuestros objetivos. No obstante,
hay que empezar diciendo que el trmino phantasa resulta en ocasiones
ambiguo porque puede referirse tanto a una facultad como a sus representaciones7. En cualquier caso, aqu, salvo indicacin en contrario, lo
entenderemos normalmente en el sentido de una representacin y no tanto como facultad.
Para los estoicos, el proceso de conocimiento empieza con la sensacin. Sin los sentidos no habra conocimiento. Al nacer, la mente del nio
es como una hoja en blanco preparada para escribir sobre ella8 y las primeras de esas representaciones son debidas a las impresiones que producen los objetos en los rganos sensoriales. No hay, pues, ideas innatas.
7. En la traduccin del pasaje que acabamos de citar, Hick (1925) traduce phantasa por presentation. Garca Gual (2007) lo traduce al espaol por representacin, expresin que utilizamos nosotros. Sin embargo, Long (1996) la entiende fundamentalmente
como facultad. Segn este autor, cabe considerar la fantasa como la capacidad de la mente para formar una representacin de algn estado de cosas actual o imaginable que ha
sido percibido mediante los sentidos. Sera, por tanto, la facultad bsica del alma segn
los estoicos, que poseeran tambin los animales. La perspectiva de Long es, pues, psicolgica (como indica el ttulo de su artculo); la nuestra (no hara falta decirlo), semitica.
8. Vase Crisipo, SVF II,83; Aecio, Placita, IV,11.
138
139
la antigedad grecolatina
140
nal (logik phantasa), propias del hombre, y no racional, las que tienen
los animales. Las racionales, dice Laercio, son pensamientos (logika
noseis eisin), y las irracionales no tienen nombre. No queda claro en
este pasaje si los hombres poseen phantasai no racionales, aunque algunos comentaristas modernos como Long (1971a:83) opinan que no
todas las fantasas humanas son racionales. Por lo dems, Laercio aade otra distincin curiosa. Hay unas que son tcnicas o artsticas (technika) y otras que no lo son. Y aade: Una imagen (eikn) es contemplada de una manera por un artista (technitou) y de otra forma distinta
por un profano (atechnou). El comentario se queda ah, como si diera por sentada la obviedad de dicha afirmacin y todo el mundo conociera las diferencias entre ambas visiones12.
Vemos, pues, que la nocin de phantasa alude a representaciones
mentales de diversa naturaleza y no solo a aquellas que provienen directamente de los sentidos. Ahora bien, la cuestin no aparece suficientemente clarificada porque, poco antes (al comienzo del prrafo anterior)
Digenes Laercio nos dice que los estoicos distinguan entre phantasa
y phntasma, aludiendo con este ltimo nombre a las representaciones
que tenemos durante el sueo, que no son el resultado de una impresin
o alteracin de los sentidos. As pues, aunque el trmino phantasa aluda
a algo que aparece, no cabe duda de que no podemos hacer una interpretacin demasiado rigurosa de esta expresin, porque, por una parte,
esas representaciones tienen diverso origen y naturaleza y, por otra, han
de distinguirse de otras representaciones mentales que estn originadas precisamente en la phantasa, pero que son de naturaleza distinta en
tanto en cuanto no remiten a objetos individuales. Estas representaciones son los preconceptos (prlepsis) y las nociones generales (koina
ennoiai). Los preconceptos, como ya vimos en Epicuro, son las nociones que se adquieren espontneamente, por experiencia, sin esfuerzo,
aunque requieran una cierta conciencia de los estados mentales. Las nociones generales requieren mayor esfuerzo, atencin y enseanza (Aecio, De plac. IV,11; SVF II,83)13.
A pesar de estas ambigedades, el carcter representativo de la
phantasa es, sin embargo, claro. Y eso es algo que queda de manifies 12. Sexto Emprico (Ad.Math. VII,241-252) alude tambin a una clasificacin de
las fantasas que incluye la distincin entre phantasai probables (pithana) y no probables (apithana), junto a las catalpticas y no catalpticas.
13. Se ha discutido mucho sobre la naturaleza de la prlepsis y las nociones generales. Para una visin general de este problema, vase Sandbach, Ennoia and Prolepsis in the
Stoic Theory of Knowledge, en Long,1971:22-37. La distincin que hacemos est basada
en el texto citado de Aecio. Tambin parece confirmarla Digenes Laercio (VII,52), cuando alude a los procedimientos (semejanza, analoga, transposicin, etc.) por los que construimos los conceptos.
141
la antigedad grecolatina
142
De este texto podemos inferir que no todas las phantasai adquieren la cualidad de ser catalpticas. Son catalpticas aquellas que presentan ciertas caractersticas propias de las cosas que se pueden ver. O
como dice en otro momento el mismo Cicern, atribuyndoselo a Zenn: a algo impreso, grabado y ejecutado a partir de lo que es tal como
es (Acad. II,77). Tal respuesta no solo resulta poco convincente por referirse a las phantasai como algo grabado, sino porque, como insistiran
sus adversarios, queda por determinar cmo sabemos que una representacin proviene verdaderamente de algo real y no de un simulacro
o, sencillamente, que no es una alucinacin. Digenes Laercio (VII,46)
aborda la cuestin de forma ms precisa, estableciendo una diferencia
entre las phantasai kataleptik y las que no lo son (akataleptn). Es catalptica la phantasa que procede de una cosa existente y en conformidad con la cosa existente en s misma ha quedado impresa y grabada.
Es no catalptica la que no procede de una cosa existente o, aunque proceda de una cosa existente, no ha quedado grabada en conformidad con
esa cosa existente; en definitiva, la que no es clara (tran) y bien formada (xtypon)16. Ahora bien, este pasaje tampoco aclara la cuestin fundamental: cmo distingue el hegemonikn unas de otras para darles ese
15. El texto latino dice: Visis non omnibus adiungebat fidem sed is solum quae propriam quandam haberent declarationem earum rerum quae viderentur; id autem visum cum
ipsum per se cerneretur, comprehendibile (Feretis haec? Nos vero inquit; quonam
enim alio modo katalepton diceres?). Sed cum acceptum iam et approbatum esset, comprehensionem appellabat, similem is rebus quae manu prenderentur.
16. El trmino extpon alude a lo que ha sido formado o modelado, lo que de nuevo nos remite a la tposis. En el contexto podemos entenderlo como lo que ha sido bien
formado o modelado. En algn caso se ha traducido por distinto lo que unido a tran
(claro) conforma una expresin bien conocida en el contexto filosfico. Traducido en es-
143
la antigedad grecolatina
144
145
la antigedad grecolatina
146
la antigedad grecolatina
terior a los que hablan. Si tenemos en cuenta todo esto, solo una clara
explicacin acerca de la naturaleza del lektn nos permitir ver las diferencias que hay entre la teora semitica aristotlica y estoica.
La primera dificultad con la que se han encontrado los comentaristas
ha sido la misma traduccin de la expresin griega. De ah que nos encontremos con interpretaciones no siempre coincidentes. As, por ejemplo, J.A.Fabricius, en su traduccin al latn de la obra de Sexto, traduce lektn por dictum, que parece apropiado si tenemos en cuenta que
el trmino griego es un adjetivo verbal derivado de lgein. Ahora bien,
los traductores modernos estn de acuerdo en que traducido de esta forma puede dar lugar a malentendidos. De ah que a veces se prefieran parfrasis como la de B.Mates (1953:11), que lo traduce al ingls como
that which is meant, aunque A.A.Long (basndose en la distincin entre proferir y decir) sostiene que es mucho ms preciso what is said
(1971a:77). En un sentido semejante A.Rey (1973:29) lo traduce al
francs con la expresin le voulu dire y M.Frede, que hace un anlisis detenido de los sentidos posibles, cree que su sentido viene a ser el del ingls
that what gets said (1994:109-110). Otros autores han tratado de utilizar
un solo trmino que de alguna manera transmitiera este ltimo sentido.
As, por ejemplo, G.Bury, en su traduccin ya clsica de la obra de Sexto,
utiliza expressible. En la misma lnea, Richard Bett19, recurre a sayable.
En francs, tanto E.Brhier (1962:14) como Alain (1964:32) quieren recoger ese mismo sentido con el trmino exprimable. No es extrao
que los traductores espaoles utilicen en ocasiones decible (Gil de Fagoaga en su traduccin de las Hipotiposis [1926]). Estos trminos de
alguna manera nos remiten al dicibile agustiniano del que hablaremos
ms adelante. En espaol encontraremos tambin expresable (A.Lpez
Eire), enunciado (Garca Gual, Martos Montiel) y diccin (J.Ortz y
Sanz). Casi todas estas expresiones estn justificadas y podran usarse,
pero, dado que en ocasiones habra que introducir matices, los comentaristas modernos han optado por utilizar la expresin griega, costumbre
que tambin nosotros seguiremos. De todos modos, traduzcamos como
lo traduzcamos, resulta absolutamente necesario aclarar de forma ms precisa qu era el lektn para los estoicos, algo que si nos atenemos a las
interpretaciones que se han dado de ese concepto, no siempre est claro.
Prueba de ello son los sentidos bastante contradictorios que encontramos en los comentaristas clsicos. As, por ejemplo, para Ammonio de
Hermia (In de Interpr.17,27) el lektn es una entidad intermedia entre
el pensamiento y la cosa. En cambio, para Simplicio (In Cat.11,4), es
idntico al pensamiento. Juan Filopn (In An.Pr.243ss.), Temistio (In
148
149
la antigedad grecolatina
150
toicos fueron precisos a la hora de declarar que solo los cuerpos, que
tienen la capacidad de producir y recibir efectos, existen en sentido estricto. Pero, al mismo tiempo, afirmaron que el lektn, al igual que el
vaco, el lugar y el tiempo, al menos para algunos estoicos, son incorpreos (Adv. Math. X,218). Desde este punto de vista no seran algo
real, lo cual no quiere decir que no tenga algn tipo de existencia. Los
anlisis filolgicos ponen de manifiesto que los estoicos distinguen entre einai (ser), hyphistnai (subsistir) e, incluso, hyprchein (estar ah)23,
que sera una situacin intermedia (Frede,1994:125). Hemos visto ya
como, al referirse al lektn, los textos suelen utilizar el verbo hyphistnai, lo que viene a poner de manifiesto que su existencia es de naturaleza distinta a la de los cuerpos. Hay acuerdo en que esta diferencia fue
ya mostrada de forma bastante ntida por Sneca en sus Epistulae morales donde, al abordar la cuestin, utiliza un ejemplo que nos resulta til
por diversas razones. Lo que dice Sneca es lo siguiente:
Existen se afirma distintas naturalezas corpreas, como son este hombre, este caballo; a estas siguen luego los movimientos del alma que revelan
las caractersticas de los cuerpos. Estos presentan una ndole peculiar, distinta de los cuerpos: por ejemplo, si veo a Catn caminar, esta accin la muestra
el sentido, y la mente lo cree. Lo que veo es el cuerpo en el que fijo la mirada y la mente. A continuacin digo: Catn camina. No es el cuerpo dicen aquello de lo que ahora hablo, sino una frase enunciativa acerca del
cuerpo que unos llaman proposicin (effatum), otros enunciado (enuntiatum), otros dicho (dictum)24. As cuando decimos: sabidura, entendemos
un ser corporal, y cuando decimos: es sabio (sapit), hablamos del cuerpo.
Pero existe notabilsima diferencia entre nombrar una cosa o hablar de ella
(Ep. mor.117,13).
Sneca explica con gran claridad que una cosa es referirse a algo
o alguien y otra muy distinta hablar de l. Esta distincin, apoyada en
otros textos de Sexto (Adv. Math. VIII,71ss.) y Laercio (VII,66ss.) ha
servido para mantener que los estoicos distinguan claramente entre decir algo y lo que se hace al decir. El lektn no es solo lo dicho cuando
alguien afirma algo, sino tambin cuando hace una pregunta, da una orden, hace un juramento, etc. Pero, adems, el texto de Sneca pone de
manifiesto que la existencia del lektn es muy diferente de la del enunlektn fue originalmente una nocin metafsica a la que posteriormente se le da una perspectiva lgica y lingstica (1994:113).
23. Para hacer comprensibles las diferencias entre subsistir (hyphistnai) y estar
ah (hyprchein), Frede (1994:117) lo aplica al tiempo, que como el lektn es incorporal. El pasado y el futuro subsisten; el presente est ah.
24. Estos tres trminos, effatum, enuntiatum y dictum, son, como bien dice Kneale
(1972:133), tres intentos de definir lektn.
151
la antigedad grecolatina
152
puede ser considerado un lektn. Por su parte, los lekt completos pueden
ser proposiciones, preguntas, invocaciones, rdenes, etc.27. Las proposiciones (aximata), como Din pasea pueden ser verdaderas o falsas y
son, por tanto, el lugar de la verdad. Hemos de concluir, pues, que son
lekt, en sentido estricto, mientras que los defectivos solo seran lekt en
sentido amplio (Frede,1994:127).
Una hiptesis alternativa a la implicitacin de un enunciado que podra explicar por qu Sexto pone el ejemplo de Din sera que quiz
pudiera estar influido por la modificacin de la teora estoica de la lxis
que los gramticos alejandrinos, en especial Dionisio de Tracia, llevan a
cabo. Segn los gramticos alejandrinos, el significado no residira tanto
en el enunciado (lgos), sino en la lxis, que es considerada la parte ms
pequea del enunciado que tiene significado28. Si fuera as, el ejemplo
de Din quedara aclarado, pero tambin que la incoherencia hay que
atribursela a Sexto y no a los estoicos, como ponen de manifiesto tanto
la clasificacin del lektn como la teora general de la inferencia sgnica
que los estoicos llevan a cabo.
4. Signo e inferencia
La cercana lingstica de la pareja semanon/semainmenon, as como
las definiciones de Sexto en Adv. Math. VIII,11-12, pudieran hacer pensar que los estoicos identificaron el sentido de los trminos semanon y
semeon. Sin embargo, no es as. El trmino semeon, contrariamente a
lo que ocurre en Aristteles, no aparece mencionado por las fuentes en
los contextos lingsticos. Lo encontraremos, eso s, como tambin ocurra en la obra del Estagirita, en un contexto lgico-dialctico: el de la
inferencia. Como veamos en el captulo3, Aristteles conceda al signo
un papel relevante en la construccin de argumentos dialcticos y retricos, es decir, en los entimemas. Solo los tekmria, los signos necesarios, podan dar lugar a argumentos demostrativos. En las escuelas pos
significan o se refieren a un caso. Su introduccin en un enunciado como Din pasea,
que puede ser verdadero o falso, plantea la interesante cuestin del tipo de existencia que
tienen los casos. Cuando se trata de un enunciado verdadero, puede decirse que el caso
existe; si es falso, como el lektn, subsiste (Frede,1994:125-126).
27. La divisin completa incluye los siguientes tipos: proposiciones (aximata), preguntas (erotmata), inquisiciones (psmata), rdenes (prostaktik), promesas (horkik),
ruegos (aratik), suposiciones (hypothetik), proclamas o invocaciones (prosagoreutik) y
otras que son similares a las proposiciones (como Hermoso, s, es el Partenn).
28. Vase la explicacin ms amplia que Baratin (1981:264) hace de esta cuestin,
que explicara, no la influencia de los gramticos alejandrinos en Sexto, como aqu sugerimos, sino en los gramticos latinos como Varrn y, por su mediacin, en Agustn de Hipona (vase ms abajo cap.7).
153
la antigedad grecolatina
154
te (Adv. Math. VIII,245; Hyp. Pirrh. II,104). Naturalmente, subrayar Sexto, puesto que el axioma es definido como un lektn completo
expresable por s mismo, el signo es un lektn y posee las propiedades
caractersticas del lektn, como su inteligibilidad e incorporeidad. Los
argumentos de Sexto estn basados es una distincin que atribuye a
los estoicos, pero que, como hemos dicho ms arriba (apart.2) resulta,
aparte de dudosamente atribuible a los estoicos, ms bien confusa terminolgicamente. Atenindonos a los que nos dice en los Esbozos (que es
donde expone los argumentos que vamos a analizar), la relacin entre
un signo y aquello a lo que remite puede concebirse como una proposicin condicional. Ahora bien, la revelacin del consecuente que el antecedente lleva a cabo puede hacerse de dos maneras. La primera de ellas
tiene lugar cuando el signo resulta conocido por experiencia y aquello
a lo que nos remite y revela, tambin; por ejemplo, el humo respecto del
fuego. La segunda es cuando el signo es conocido pero aquello a lo que
nos remite, no lo es, como, por ejemplo, los movimientos del cuerpo
que pueden ser interpretados como signos del alma. Al primer tipo de
signos los estoicos lo llaman, segn Sexto aunque no hayamos podido verificarlo con otras fuentes30, signo rememorativo (hypomnestikn); al segundo, indicativo (indeiktikn).
La tesis de Sexto es que hay que aceptar la existencia de los signos
rememorativos porque la experiencia avala la conexin de los dos fenmenos, el antecedente y el consecuente; pero, por el contrario, hay
que negar la existencia de los signos indicativos. Los argumentos de
Sexto apuntan a un error doble por parte de los estoicos. El primero
tiene que ver con la existencia del lektn, cuestin que no solo niegan
otros filsofos, como los epicreos, sino, como ya hemos dicho, algunos entre los mismos estoicos. El segundo gran argumento de Sexto va
a dirigido contra los signos indicativos, aunque apunta a la nocin misma de signo mantenida por los estoicos. Si nos limitamos a los aspectos
ms interesantes, la crtica de Sexto se basa en que un antecedente solo
puede considerarse signo en el caso de que el condicional sea verdadero y, adems, que sirva para revelar el consecuente. As, por ejemplo,
no podra considerarse signo el antecedente del condicional si es de
da, hay luz, porque que haya luz resulta evidente si es de da. Podra
hablarse de signo en casos como si tiene leche, ha dado a luz, porque
es verdadero y revela algo desconocido. Pero, adems, el signo no sera
un lektn. En primer lugar, porque las demostraciones seran ya lekt,
segn los estoicos, y en este caso, se da por supuesto lo que se trata de
30. Esta cuestin, ya examinada en el captulo anterior, no tiene ahora mayor importancia. Lo que tratamos de explicar son los argumentos que Sexto utiliza para criticar
la concepcin del signo de los estoicos y la existencia o inexistencia de los lekt.
155
la antigedad grecolatina
156
157
6
DEL FIN DE LA REPBLICA ROMANA AL ALTO IMPERIO:
LA SEMITICA EN LA ADIVINACIN,
LA RETRICA Y LA MEDICINA
Si nuestra mirada se detuviera estrictamente en lo que parece ms evidente, habra que concluir que el pensamiento semitico romano no aporta
novedades de importancia: lo que podemos encontrar en los textos latinos
vendra a ser una traduccin de lo que escucharon a los filsofos griegos
y leyeron en sus textos. Quiz sea as, pero, como ha puesto de manifiesto la semitica moderna, una traduccin no es, sin ms, la reduplicacin
del sentido de una lengua en otra lengua. Antes al contrario, se trata de
la apropiacin que una cultura hace de otra cultura y en esta apropiacin
algo se pierde y algo se gana. Desde esta otra perspectiva podr apreciarse que la cultura romana aporta sus peculiaridades a la reflexin sobre los
signos y estas peculiaridades tendrn una repercusin posterior mucho
mayor de lo que podra sospecharse en un principio. La primera de estas
peculiaridades reside en la forma misma en que la lengua romana recoge
en su lxico aquello que considera signo. Frente a la dispersin que pudimos apreciar en la lengua griega, la romana responde con una perspectiva
ms unificadora. Signum es un trmino que incluye bajo su paraguas los
distintos modos de significar o construir sentido. Este hecho tendr una
consecuencia que no es posible apreciar en el periodo sobre el que ahora
centramos nuestro inters, pero que veremos ms adelante.
En sentido estricto habra que decir que el lugar del pensamiento semitico romano es la retrica. No es algo anecdtico o fortuito. El lugar
de la semitica griega fue la lgica, la retrica y la potica. Que los intelectuales romanos se interesaran especialmente por la retrica no es un
detalle balad. Tiene que ver, desde luego, con una forma de ser que se
expresa en una cierta prevencin contra la filosofa y un decidido desdn
por la lgica. La transformacin que la retrica sufrira en manos de los
romanos es, en este sentido, significativa. La reticencia inicial fue desapareciendo porque la retrica, al menos tal como es interpretada en los
dos primeros tratados que nos han llegado, se ofrece a s misma como
159
la antigedad grecolatina
un arte de gran utilidad en dos terrenos caros a la elite romana: el poltico y el judicial. Con el tiempo, ese carcter artstico dara paso a una
funcin de mayor calado: el de un proyecto educativo para el ciudadano del Imperio. De todos modos, el resultado no debe hacernos olvidar
que la retrica romana, que adquirira su propia peculiaridad como expresin de un ethos que no es el del griego, fue, como decamos, el resultado de una operacin metasemitica de apropiacin de una cultura
en trminos de otra cultura.
Pero aparte de este lugar, hay otros dos mbitos en los que encontraremos tambin ocasin para comprender la importancia que tiene el pensamiento semitico como punto de partida para dar respuesta a preguntas que estrictamente ya no tienen este carcter. Estos dos mbitos son
la adivinacin y la medicina. Que la adivinacin romana sea un campo
de inters semitico y no lo sean tanto otro tipo de prcticas en las que
tambin intervienen los signos (la agricultura, la navegacin o la caza),
reside justamente en que el ncleo de la polmica entre sus defensores y
sus detractores es una cuestin semitica: la de si los adivinos interpretan
signos o no. En definitiva, estamos ante una polmica perenne: el problema de qu haya que considerar un signo y en qu tipo de prcticas sociales est involucrado.
El otro campo de reflexin privilegiado es el de la medicina. Tambin en este mbito los romanos fueron deudores de los griegos. Incluso
ms que en otros. Lo cierto es que, cuando las estructuras polticas imperiales haban alcanzado ya una cierta estabilidad, tiene lugar, gracias
a la excepcional figura de Galeno, una renovacin de otro campo privilegiado de reflexin semitica. Esta renovacin no es romana, ni siquiera se expresa en latn; pero tiene lugar, principalmente, en la capital del
Imperio, lo que justifica el que nosotros la tratemos aqu.
1. El imperio de los signa
Por ms que conozcamos la debilidad de su fundamento, resulta difcil
sustraerse al embrujo de la analoga. Entre la cultura de griegos y romanos podemos encontrar muchos elementos cercanos; entre otras razones,
porque la comunicacin entre ellos, especialmente en ciertos momentos
de su historia, fue muy estrecha. Tanto que, en algunos momentos, es
acertado hablar de la helenizacin de la cultura romana. Pero una mirada cercana pone de manifiesto lo que, por otra parte, resulta bastante
comprensible: que cada uno tuvo su propio carcter, su propia forma de
ser y, en definitiva, su propia forma de ver a los otros. Algunas de esas diferencias son especialmente notables. A pesar de la conciencia de pertenecer a una cultura comn y hablar la misma lengua, los griegos vivieron
160
divididos en mltiples organizaciones polticas independientes, y cuando alguien tan genial como el gran Alejandro logr darles una estructura poltica comn, fue para llevarlos hacia una debilidad mucho mayor
de la que nunca haban tenido y, en definitiva, a la desaparicin de las
estructuras polticas que les haban caracterizado. Los romanos, por el
contrario, a pesar de las luchas intestinas, a veces de una enorme crueldad, desde sus inicios mantuvieron una estructura poltica unificada que
solo al cabo de muchos siglos de hegemona indiscutible, terminaron dividiendo. Las consecuencias de esta divisin son de todos conocidas. Hay
que reconocer que la peculiaridad de unos y de otros quiz no estuvo tan
marcada en otros aspectos de la cultura y la organizacin social. A nadie
se le escapa que la religin y la adivinacin, dos manifestaciones culturales que a nosotros nos interesan especialmente, mantienen semejanzas
y paralelismos muy notables. Pero igualmente hay que reconocer que el
modo en que los romanos vivieron la religin y practicaron la adivinacin, presenta tambin, como veremos, notables diferencias.
Con todo, lo que ahora nos interesa es poner de relieve ciertas diferencias que afectan a la lengua, y ms concretamente, a cmo la lengua
latina ordena y jerarquiza el campo semntico de los signos. Y en esta
cuestin tambin nosotros hemos cedido a la tentacin de una cierta analoga. El modo en que la lengua griega organiz el campo semntico de
los trminos mediante los que se referan a las cosas que significan, se parece no poco a la forma en que se organizaron polticamente: una serie
de trminos de raz diferente (semeon, tekmerion, smbolon) encarnan
una riqueza que no siempre permite ver su vinculacin mutua. Es muy
posible que esa fuera una de las razones por las que, a pesar de contar con
cabezas tan privilegiadas para la reflexin como quiz ningn otro pueblo haya contado, no fuera posible una teora unificadora de los modos
de significar. A los romanos, por el contrario, les bast un solo trmino
(signum) para referirse a esa diversidad. En la lengua romana se dieron,
por tanto, ciertas condiciones que facilitaron una reflexin terica unificadora. No se consigui de inmediato, pero termin sucediendo porque
todo abocaba a ello. En contrapartida, en ocasiones los romanos tuvieron
dificultades, si no para percibir, al menos para nombrar esa variedad enriquecedora de la que hicieron gala sus hermanos mediterrneos. Y como
no tenan los trminos adecuados, tuvieron que recurrir a los que les proporcionaba una lengua que muchos romanos aprendieron.
Los especialistas no se ponen de acuerdo sobre la dudosa etimologa
de signum. Unos la derivan de la raz sek, y el paso de e a i se explicara
por la nasal velar, como en el caso de decet>dignus. Partiendo de una
e se podra derivar de sek- cortar. Si esta explicacin fuera correcta,
signum sera un corte o una incisin que se hace en un objeto. Este origen justificara que signum denotara inicialmente marca, incisin,
161
la antigedad grecolatina
figura o imagen, como la que deja un sello (sigilla) en la cera. Sin embargo, otros autores como Benveniste lo derivan de la raz sekw-, seguir,
por lo que tendra el mismo origen que sequor. Se apoya en que entre los
usos ms antiguos de signum est el de designar con l las banderas o estandartes, tras los que siguen los soldados. W.Ong (1991:75-76) utiliza
este argumento para subrayar que signum era inicialmente una imagen o
una representacin de carcter pictrico, lo que evidentemente no est en
contradiccin con la opinin de aquellos que se decantan por la primera de
las etimologas que hemos citado. En cualquier caso, con el tiempo, como
ocurrira con otras palabras latinas, por calco semntico fue adquiriendo
el valor y significado que tenan en griego sma y semeon, pero tambin
otros que, segn veremos ms adelante, tienen otro origen, como los que
los griegos atribuan a tekmrion y smbolon, que los romanos no asimilaron (en el caso del primero) o lo hicieron tardamente (el segundo).
En conformidad con lo dicho, los diccionarios latinos que gozan de
ms prestigio (Lewis-Short, Oxford Latin Dictionary de P. G.W.Glare,
etc.) recogen entre las primeras acepciones las que acabamos de mencionar: marca, seal, indicacin; insignias, banderas, estandartes y dems
distintivos militares (incluida el guila); signos visuales o contraseas de
cualquier tipo, que incluyen desde las contraseas militares a las seales
dadas por los instrumentos de viento. Pero tambin otras muchas acepciones. As, por ejemplo, los signos de cosas que van a ocurrir como los meteoros y los sntomas, tanto los que se utilizan en la adivinacin, como los
que usarn los agricultores para pronosticar el tiempo o los mdicos para
sus diagnsticos y pronsticos. Son signos los gestos que podemos hacer
con el rostro o ciertas manifestaciones corporales no voluntarias como el
color o las expresiones de dolor, temor, etc. Igualmente, cubre el campo
semntico de las obras de arte: figuras, imgenes pictricas, estatuas. Por
supuesto, las marcas o figuras que se impriman en un material blando,
como las de los anillos en la cera y, por tanto, las huellas u otras semejantes, como las cicatrices de las heridas en el cuerpo; indicios y vestigios de
diverso tipo como la sangre, etc. Para algunos de estos sentidos se tienen
numerosos sinnimos ms especficos: insignis, tessera, indicium, vestigium, omen, auspicium, portentum, effigies, imago, simulacrum, etc., a
algunos de los cuales tendremos que referirnos expresamente. Sin embargo, todos ellos pueden incluirse bajo el amplio paraguas de los signa.
Por lo que se refiere a la poca en que nos hemos situado, en determinados contextos veremos intentos de definicin del trmino que tienen
una cierta intencionalidad general, como la de Cicern en De inventione (I,48). Sin embargo, estas definiciones, aunque encontremos en ellas
algunos matices interesantes, son bastante dependientes de la definicin
ms corriente entre los griegos: la manifestacin visible de algo invisible.
Algo semejante podra decirse de los intentos de tipificacin, todava muy
162
la antigedad grecolatina
164
to no previsto que el intrprete considera un signo enviado por la divinidad. Los ejemplos ms caractersticos de esta modalidad son las palabras que alguien dice con una intencin determinada, pero que quien las
escucha las interpreta en relacin con lo que se propone hacer o pensar.
Cicern nos proporciona diversos ejemplos de esta modalidad de presagios. Uno de ellos es el siguiente: Marco Craso, a punto de embarcar
su ejrcito en Brindisi, oy a un vendedor de higos gritar [Vendo] cuneas (higos de Caunos), expresin que l interpret como Cave ne eas,
es decir, No vayas (De div. II,84). Pero si bien el trmino tuvo esta
significacin ms precisa, terminaron considerndose como omina no
solo las palabras, sino otros incidentes fortuitos (de los que el mismo Cicern nos da otros ejemplos) que tienen que ver ms con lo que se hace
u ocurre que con lo que se dice (De div. I,103-104). Habra que considerar tambin como una especie de este gnero las predicciones que se
realizaban por medio de las sortes, unas pequeas piezas de madera con
seales, slabas o palabras inscritas, que alguien elega entre un conjunto
de ellas, para ser interpretadas (De div. I,12; II,70)2.
Los auspicios son signos observables por la vista y cuyo sentido depende de circunstancias ya establecidas o convenidas previamente, lo que
los diferenciara de los omina. Etimolgicamente, el trmino proviene de
avispicium, lo que explica que se basaran sobre todo en la observacin
de los vuelos, los gritos u otros comportamientos de los pjaros. Sin embargo, como ocurriera con omen, el trmino fue despojado de su carcter especial y ampliado al sentido ms general de presagio (Bouch-Leclercq,1879-1882, I:161-162). De ah que se consideren tambin como
propios de esta modalidad otros fenmenos como la observacin de las
entraas de los animales sacrificados o de ciertos fenmenos naturales
como los relmpagos. Esta generalizacin explica que el significado de
los trminos auspicium y augurium llegaran a considerarse muy prximos: presagios convenidos, enviados por los dioses ante el ruego de un
impetrante. Esta convergencia de sentido no contradice que, en el momento de mayor pujanza, los auspicios fueran los signos enviados por los
dioses a los magistrados, y los augurios, las observaciones realizadas en el
transcurso de una ceremonia (Bouch-Leclercq,1879-1882, I:164).
Los prodigios son acontecimientos imprevistos contrarios a la naturaleza. Se trata, pues, de acontecimientos muy excepcionales que en
2. Cicern nos explica que se trata de una forma de adivinacin semejante a las de
tirar las tabas o las tseras. En tales procedimientos interviene el azar y no el razonamiento y la deliberacin (nec ratio nec consilium). Aade a continuacin que fueron inventadas de forma fraudulenta para crear supersticiones y desorientacin (De div. II,85). No
obstante, hay que tener en cuenta que las sortes fueron utilizadas tambin como procedimiento adivinatorio vinculado a las prcticas oraculares que tenan lugar en el templo de
Preneste, dedicado a la diosa Fortuna (De div. II,85-86; Bloch,1984:77).
165
la antigedad grecolatina
la antigedad grecolatina
168
la antigedad grecolatina
170
ria). Cada una de ellas se divida, a su vez, en cuatro subtipos. La constitucin racional puede ser conjetural, definitiva, general y traslativa. La legal puede basarse en cuatro tipo de razones: las que proporcionan escritos
y sentencias (es decir, el espritu y la letra de la ley), las leyes contrarias,
la ambigedad (cuando una misma ley puede ser interpretada en sentidos
diversos) y el silogismo (cuando de una ley existente puede deducirse por
no estar explcitamente citado aquello de lo que se trata). El desarrollo de
esta concepcin lo veremos tanto en la Retrica a Herenio como en el De
inventione de Cicern.
3.1. Retrica a Herenio
Durante mucho tiempo este tratado se atribuy a Cicern, lo que le granje un gran prestigio y asegur su pervivencia. Pero ya en el sigloxv,
Rafael Regio demostr que Cicern no fue su autor. Desde entonces
la cuestin de la autora ha sido muy debatida. En el siglo xvi, Petrus
Victorius defendi ya que su probable autor podra ser el Cornificio al
que cita Quintiliano en su Institutio. Esta tesis ha sido retomada en el
sigloxx por J.Tolkien, W.Kroll y, ms recientemente, por G.Calboli,
que ha logrado convencer a no pocos de la verosimilitud de esta atribucin. Esta hiptesis cuenta en su favor con las correspondencias entre
los conceptos citados por Quintiliano y los que se defienden en la Retrica a Herenio. Pero hay argumentos en contra de esta atribucin que
resultan difciles de obviar5. Est en primer lugar que las referencias de
Quintiliano no son suficientes para identificar al tal Cornificio y, consecuentemente, que hay dificultades para fijar con precisin la fecha
en que pudo ser escrito el tratado. De ah que autores como F.Marx,
J.Brzoska, C.Koehler, H.Caplan y otros se hayan manifestado en contra de esta atribucin utilizando como argumento el que un anlisis de
la obra lleva a la conclusin de que el Cornificio que menciona Quintiliano parece haber vivido en una poca posterior a la del autor de la
obra (Nez,1997:14). Ms recientemente G.Achard (1989: xvii-xx)
ha negado tambin esa posibilidad formulando la hiptesis de que el
verdadero autor de nuestro tratado debi de ser, ms que un experto
y estudioso de la retrica, un senador experto en la milicia y en la poltica. Este tipo de argumento es el que ha llevado a muchos crticos a
mantener la opinin de que no es posible establecer con certeza quin
pudo ser el verdadero autor de esta obra, a la que se sigue consideran
5. Vase la sntesis de los diversos argumentos que hace Salvador Nez en su
introduccin a la traduccin espaola de la Retrica a Herenio, Madrid, Gredos,1997:
11ss.
171
la antigedad grecolatina
do annima. Por lo dems, la mayora de los autores se inclina por situar su redaccin entre el86 y82 a.C., aunque otros la siten entre
el75 y el70.
Ya en el libro I (11,18) establece el autor de la Retrica a Herenio
que la victoria del orador, sea acusador o defensor, reside fundamentalmente en la demostracin o en la refutacin de que algo sucedi de
determinada manera. Ahora bien, conseguir este objetivo depende, como
ya estableciera Hermgoras, del conocimiento del estado de causa
(causae constitutio). Aunque como dice el mismo autor, otros reconocen
cuatro estados de causa, l defiende la existencia de solo tres: conjetural,
legal y jurdica. El estado conjetural, frente al legal (que es la discusin
sobre la interpretacin de un escrito) o el jurdico (cuando se coincide en
el hecho pero se cuestiona si es conforme a derecho o no [I,14,24]), se
produce cuando la discusin se refiere al hecho en s (I,11,18). El ejemplo que se nos propone es un tpico innumerablemente repetido en las
narraciones que hoy denominamos policiacas o del gnero negro:
Cuando se encontraba en un bosque, yax se dio cuenta de lo que su locura le haba llevado a hacer y se arroj sobre su espada. Aparece Ulises: ve el
cadver, extrae del cuerpo la espada ensangrentada. Llega Teucro. Ve a su
hermano muerto y al enemigo de su hermano con la espada ensangrentada.
Lo acusa de asesinato (I,11,18).
Sin embargo, es al comienzo del libro II donde el autor de la Retrica a Herenio explica de forma ms detenida cmo debe abordar el
orador el ms importante y difcil de los tres estados de las causas
(II,1,1; II,8,12). El estado o causa conjetural se divide en seis partes:
probabilidad (probabile), comparacin (conlatio), indicio (signum), demostracin (argumentum), consecuencia (consecutio) y prueba (adprobatio). Esta forma de plantear el problema no es fcil de rastrear en la
retrica anterior. Tiene poco que ver con los dos tratados que conservamos de la poca clsica, los de Anaxmenes de Lmpsaco y Aristteles,
y tampoco parece haberse inspirado en las desaparecidas enseanzas de
Hermgoras, al parecer ms fielmente recogidas por Cicern en el De
inventione. Por esta razn quiz debamos considerarla como original
del autor o de ese enigmtico maestro al que se refiere con tanta frecuencia6. Lo cierto es que la forma de entender lo probable, el indicio, la
demostracin o la prueba difiere notablemente de lo que hemos visto en
la Retrica aristotlica o en la Retrica a Alejandro de Anaxmenes.
El autor de la Retrica a Herenio enfoca la cuestin desde el punto
de vista de cmo debe actuar la defensa o la acusacin. De ah que defina
6. Salvador Nez, Introduccin a la Retrica a Herenio, Madrid, Gredos,
1997: 24.
172
la probabilidad como la demostracin de que el acusado tena el inters en cometer el crimen y que nunca se abstuvo de infamias semejantes
(II,2,3); mientras que el defensor, si no puede demostrar la integridad
del acusado, imputar la accin a la irresponsabilidad, necedad, juventud, coaccin o malos consejos (II,3,5). Esta perspectiva lo distancia
del modo en que se haba enfocado la cuestin de la probabilidad entre
los griegos. No es de extraar, por tanto, que, a la hora de definir el indicio, nos encontremos tambin con un enfoque que obvia los aspectos
semiticos que aparentemente nos haca concebir el ejemplo de la muerte de yax, citado ms arriba. De manera sorprendente se define el indicio, desde el punto de vista del acusador, como lo que permite mostrar
que el adversario busc una ocasin favorable para cometer los hechos
(II,4,6). Esta perspectiva enfoca la argumentacin en el sentido de construir una narracin que d respuesta a las cuestiones de lugar, tiempo,
duracin, ocasin, confianza en realizarlo y confianza en ocultarlo.
Este sorpresivo enfoque de los problemas se acrecienta cuando, al
abordar la cuestin de la demostracin y la consecuencia, aparece un
planteamiento que podemos considerar semitico por el papel que en
ellas desempea la inferencia basada en signos o indicios. La demostracin tiene como objetivo confirmar la acusacin mediante pruebas (argumenta) que aumentan la certeza y acrecientan la sospecha (II,5,8).
La terminologa no nos da an muchas pistas, pero la distincin de los
tres tiempos anterior, simultneo y posterior nos recuerda claramente no solo, como ha subrayado Manetti (1987:206), la distincin
que establece Anaxmenes en la Retrica a Alejandro cuando se refiere
al indicio y a su vinculacin con lo significado por l, sino a la misma
definicin que Aristteles hace de signo en Anal. Pr. II27,70 a6-10.
Los ejemplos que ahora se nos proponen, refuerzan claramente cmo
el planteamiento es muy similar al que hemos visto en la tradicin griega, sobre todo cuando se trata de la interpretacin de los indicios observados con posterioridad a los hechos: Un crimen se nota, por ejemplo, en que el cadver est tumefacto o presenta manchas oscuras, seal
de que ha sido envenenado (II,5,8).
Algo parecido ocurre en el caso de la consecuencia. De nuevo estamos ante la utilizacin de argumentos basados en la inferencia sgnica,
esta vez con una terminologa ms precisa: La consecuencia se determina investigando las pruebas (signa) de culpabilidad o inocencia que pueden producirse despus del crimen (II,5,8). Por ejemplo, si se observa
que el acusado enrojeci, palideci, titube, se contradijo, se desmay
o hizo promesas, podr utilizarse como pruebas (signa) de culpabilidad. No hay, sin embargo, ningn intento, como encontraremos posteriormente, de establecer la distincin entre indicios que nos permiten
hacer inferencias seguras y aquellos otros que solo dan lugar a inferen173
la antigedad grecolatina
175
la antigedad grecolatina
La lectura de estos pasajes pone pronto de manifiesto que, aunque sabemos que en la poca en que Cicern escribi el De inventione no haba
ledo la Retrica, tanto el planteamiento de la cuestin, como la terminologa y los ejemplos, son muy semejantes a los utilizados por Aristteles. Esta similitud persiste cuando Cicern aborda la cuestin de forma
ms pormenorizada. Despus de haber explicado que los argumentos
probables se basan en lo que suele ocurrir, en la opinin comn o en la
semejanza, sin solucin de continuidad nos dice que, en realidad, el argumento probable puede ser de cuatro tipos: signo, creble, prejuzgado
y comparable. Ms all de la coherencia de esta doble clasificacin (a la
que volveremos ms tarde), encontramos que, como en Aristteles, es en
este contexto en el que aparece el signo como punto de partida de una
inferencia que solo puede tener la pretensin de ser verosmil. La definicin de signo es, por tanto, al menos en apariencia, bastante similar a la
que Aristteles nos da en los Analticos.
El signo es lo aprehendido por algn sentido, y significa algo que parece salido de l mismo, pues ocurri antes, o bien ocurre en conexin inmediata
con l, o bien ocurre despus, y, sin embargo, necesita de testimonio y de
confirmacin ms firme; por ejemplo, la sangre, la fuga, la palidez, el polvo
y cosas parecidas a esas (I,48)8.
Como en Aristteles, el signo es el punto de partida de una inferencia que est basada en una relacin causal entre el signo y aquello a lo
que conduce, pero Cicern hace explcitos detalles que en la tradicin
griega a veces quedan ms difuminados. Est, en primer lugar, el carcter
sensible del signo (signum est quod sub sensum aliquem cadit). El signo
no deja de ser una cosa, pero se distingue de las cosas justamente porque significa algo (quiddam significat). Este detalle, aparentemente sin
importancia, ser clave en las definiciones que a partir de Agustn sern
frecuentes en la tradicin cristiana. Otro detalle de inters, tambin sobrentendido en la tradicin griega: la inferencia a partir de signos necesita de testimonios o de pruebas confirmatorias (indiget testimonii et gravioris confirmationis). Los ejemplos parecen sacados de un tratado sobre
la inferencia indicial: la sangre, la fuga, la palidez (del rostro) o el polvo
(en las sandalias) son, respectivamente, indicios de homicidio, de crimen,
de enfermedad o de viaje. Tomados por separado, ninguno de ellos resulta definitivo; de ah que necesiten ser corroborados o arropados por
otros para adquirir verdadera fuerza probatoria.
8. El texto latino dice: Signum est quod sub sensum aliquem cadit et quiddam significat, quod ex ipso profectum videtur, quod aut ante fuerit aut in ipso negotio aut post
sit consecutum et tamen indiget testimonii et gravioris confirmationis, ut cruor, fuga, pallor, pulvis, et quae his sunt similia.
177
la antigedad grecolatina
El resto de los argumentos probables tiene tambin para nosotros inters. Lo creble es aquello que el oyente llega a creer sin que haya un testigo: No hay nadie que no desee que sus hijos sean sanos y felices. No
hay relacin de causa-efecto, ni se necesita de un testimonio o prueba,
como ocurre con los signos. En cambio, lo prejuzgado es algo que se basa
en el asentimiento, en la autoridad o en el juicio de una o varias personas.
Este gnero puede subdividirse en tres tipos, dependiendo de que se base
en una sancin religiosa (religiosum), en una prctica comn (commune)
o en algn acto especial de aprobacin (adprobatum). El argumento basado en la semejanza (comparable) puede ser para Cicern de tres clases:
imagen (imago), comparacin (conlatio) y ejemplo (exemplum). La imagen demuestra la semejanza de cuerpos o naturalezas (corporum aut naturarum similitudinem); la comparacin o conlatio confronta dos cosas
porque tienen alguna semejanza; el ejemplo consolida o debilita un hecho por la autoridad de alguna persona o la consecuencia de algo.
Como decamos, Cicern no nos aclara suficientemente la relacin
entre la primera y la segunda divisin de los argumentos. Interpretaciones posteriores han intentado clarificar la cuestin tratando de poner de
manifiesto que no solo no existe entre ellas contradiccin alguna, sino
que pueden ser integradas de forma coherente. Este es el caso de la interpretacin que lleva a cabo Mario Victorino (sigloiv)9, uno de los llamados rtores latinos menores10, que nos propone el siguiente esquema:
Probabile
Id quod in opinione
positum est
iudicatum
adprobatum
9. Vase K.Halm, Rhetores latini minores, Leipzig, Teubner,1863:236,34-40.
10. Mario Victorino fue contemporneo de Agustn de Hipona y africano como l. Segn cuenta l mismo (Confesiones, VIII,2,3-5), Agustn ley sus traducciones de los platnicos y tuvo noticias muy directas de su conversin al critianismo a travs de Simpliciano.
178
179
la antigedad grecolatina
180
Despus de poner ejemplos, concluye que la induccin tiene tres partes. La primera consta de una semejanza o ms; la segunda, de aquello
que queremos que se acepte y por cuya causa se ha utilizado la semejanza;
la tercera, la conclusin que, o bien confirma que lo discutido se ha admitido, o bien muestra qu consecuencia se obtiene de ello (I,54).
Cicern atribuye el desarrollo de la deduccin a Aristteles, Teofrasto y los peripatticos en general (I,61), aunque su definicin se refiere al razonamiento retrico, que es definido de la siguiente manera:
13. Quintiliano dice expresamente (V,10,6) que Cicern traduce por ratiotinatio la
expresin griega epicherema. Por lo dems, hay que hacer notar que Aristteles solo utiliza el trmino epicherema, en los Tpicos, definindolo como silogismo dialctico, por
oposicin al filosofema o razonamiento demostrativo, al sofisma o razonamiento erstico
y al razonamiento dialctico de contradiccin (Top. VIII,11,162a16). En cambio Cicern, y as se ha hecho tambin posteriormente, lo entiende como el razonamiento retrico que posee una forma ms compleja que la del entimema porque trata de probar una
o varias de las premisas de las que parte. El ejemplo propuesto por Cicern es elocuente:
se trata de ilustrar las cinco partes de las que, como veremos, consta la ratiotinatio, lo que
hace de ella un razonamiento muy extenso y complejo (I,58-59).
181
la antigedad grecolatina
Aunque algunos han considerado que la deduccin consta de tres partes, l se decanta por la opinin de aquellos que sostienen que esas
partes son cinco: proposicin, razn de la aprobacin de la proposicin,
suposicin (adsumptio), razn de la aprobacin de la suposicin y conclusin. Al finalizar su exposicin de la argumentacin, Cicern advierte
que la argumentacin filosfica presenta otras dificultades, pero ese tratamiento ms detallado no es parte de la oratoria (I,77).
La problemtica semitica abordada desde el punto de vista retrico solo vuelve a plantearla Cicern en uno de sus tratados de madurez,
las Particiones oratorias. Escrito entre el54 y el44 a.C., se trata de un
tratado breve, en forma de dilogo en el que Cicern trata de explicar
a su hijo Marco Cicern los aspectos fundamentales de la oratoria agrupndolos en tres temas fundamentales: los recursos del orador (vis oratorum), el discurso (oratio) y la bsqueda o investigacin (quaestio). El
planteamiento es, pues, muy distinto del De inventione y la terminologa, plenamente latinizada, aparece ya bastante distanciada de la utilizada por los griegos.
En este tratado, Cicern aborda la cuestin de los lugares (loci) en los
que es posible encontrar los argumentos recuperando la distincin aristotlica que los clasifica en dos gneros: las pruebas externas al arte propiamente dicho (technoi, llamadas por Cicern sine arte), como son los
testimonios, y las propias del arte (ntechnoi o insita), como son la definicin, las diferencias y las semejanzas, etc. (Part.5-7). En cualquier caso, el
lugar de los signos es, como en el De inventione, el estado de causa conjetural; pero tanto el tratamiento como la terminologa difieren notablemente del tratado de juventud.
La conjetura puede basarse en dos tipos de argumentos: aquellos que
utilizan cosas o hechos verosmiles (verisimilia) y los que utilizan las propiedades, marcas o signos de las cosas mismas (in propriis rerum notis posita) (34). Lo verosmil es lo que suele ocurrir (quod plerumque ita fiat),
como La adolescencia es proclive a la libido. Los argumentos basados
en las propiedades de las cosas son aquellos que se fundamentan en lo
que nunca ocurre de otra forma y, por tanto, permiten tener certeza (quod
nunquam aliter fit certumque declarat), como, por ejemplo, el humo con
respecto al fuego. Si tenemos en cuenta tanto la definicin como la explicacin, lo verosmil puede ser asimilado al eiks griego, mientras que
las propiedades de la cosas parecen referirse a los tekmria. El pasaje es,
sin embargo, confuso. Ms adelante (39) Cicern afirma que hay otro
gnero de argumento: aquel que se extrae de los vestigios de los hechos
182
(ex facti vestigii). Son ejemplos de este tipo un arma arrojadiza, la sangre,
un clamor, un titubeo, el cambio de color, un discurso incoherente, el temor, o cualquiera otra cosa percibida por los sentidos (aliquid quod sensu
percipi possit). Tanto los ejemplos como la descripcin final nos remiten
de forma indudable al signum tal como est definido y ejemplificado en
el De inventione. Estaramos, por tanto, ante unas relaciones muy semejantes a las que establece Aristteles entre eiks, tekmria y semeon. Sin
embargo, tal como est expuesto, el pasaje no deja de ser confuso. Despus de haber definido lo que parece ser un tercer gnero de argumentos,
sin solucin de continuidad, Cicern comenta que los verosmiles individuales son tiles para persuadir bien por su propia fuerza o bien, si esa
fuerza es exigua, si se los presenta agrupados. Y aade: En los verosmiles se encuentran en ocasiones caractersticas ciertas y propias de las cosas
(in his verisimilibus insunt nonnumquam etiam certae et propriae notae)
(40), comentario que viene a desdibujar las diferencias establecidas entre
los dos primeros gneros. El prrafo que viene a continuacin no contribuye a aclarar las cosas. Cicern se refiere a que el ejemplo, la semejanza entre las cosas y las fbulas, incluso aquellas que narran algo increble,
son buenos procedimientos para producir verosimilitud.
La cuestin no vuelve a ser tratada si exceptuamos un breve pasaje en
el que reitera la eficacia persuasiva de cualquier signo de lo ya ocurrido
y de aquellas cosas que son como vestigios impresos de los hechos (quaedam signa praeteriti et quasi impressa facti vestigia) (114). Cicern parece
haber perdido el inters por abordar estos lugares de forma ms precisa.
3.3. Quintiliano: la oratoria y su funcin educativa
El tercero de los tres grandes tratados romanos de retrica, la Institutio oratoria de Quintiliano, aparece un siglo ms tarde que los otros dos
grandes tratados a los que nos hemos venido refiriendo; es decir, entre
los aos93 y95 d.C., al final de la vida de su autor, muerto probablemente en el96. Tanto el contexto poltico y social como el desarrollo
mismo del arte retrico han sufrido cambios notables. Desde el punto
de vista poltico, la proclamacin de Augusto como emperador inaugura
una nueva poca en el que la lucha por el poder se desarrolla en un escenario que es ajeno al discurso poltico, al menos como lo fue durante
la Repblica. Desde el punto de vista del desarrollo de la retrica, se conocen y han podido asimilarse las doctrinas de la tradicin griega y romana. Su papel es, por tanto, diferente. Las disputas entre filsofos y
rtores se decantan decididamente a favor de estos ltimos, lo que supone, en primer lugar, una defensa de su derecho a ocuparse de las cuestiones infinitas, aquellas cuestiones de carcter universal ms propias
del filsofo. Esta ampliacin de los lmites de la retrica no se queda ah.
183
la antigedad grecolatina
184
185
la antigedad grecolatina
la antigedad grecolatina
roso, y en ello Quintiliano no hace sino dejarse llevar por esa aversin
que los romanos tuvieron siempre hacia esas cuestiones.
La revisin del grado de certeza le permite a Quintiliano volver a insistir en que no es posible probar nada si no se parte de algo que se admite como cierto. Es necesario, por tanto, que en todo litigio haya algo
que no necesite demostracin porque es aceptado por todas las partes. En
este sentido, el signo indicial, en cuanto que es algo que se percibe por
medio de los sentidos (V,10,12), es un procedimiento de prueba muy
til. De igual manera, son tambin puntos de partida de la argumentacin
retrica lo que est establecido por las leyes y aquello que forma parte de
las costumbres de un pueblo. El orador que quiera utilizar adecuadamente los argumentos tendr que conocer bien la importancia y la naturaleza
de las cosas y qu tipo de efectos puede conseguir. En este sentido tendr que recurrir a todo lo que se considere verosmil (eikta, credibilia)
(V,10,15). Ahora bien, debe saber que hay tres tipos de verosmiles. El
primero es muy fuerte (firmissimum), porque es algo que sucede muy generalmente (quia fere accidit); como, por ejemplo, que los padres amen a
sus hijos. El segundo, es aquello que es muy probable (velut propensius),
como, por ejemplo, que viva maana quien hoy goza de buena salud. El
tercero, lo que no es contradictorio (non repugnans), por ejemplo, que el
hurto en una casa lo haya hecho quien en ella ha estado y no quien no estuvo (V,10,16). Los argumentos del orador debern tener en cuenta cul
es la fortaleza de las pruebas que utiliza.
Este tratamiento nos permite apreciar que Quintiliano es consciente de que el concepto de verosmil o creble es ms amplio que el de los
signos. De hecho, los tres ejemplos que pone para ilustrar los tres gneros de eikta no son tanto signos como creencias que la gente comparte. Este tipo de premisa difiere claramente de las que como veamos
en V,10,12 proporcionan los signos indiciales, que son cualidades de
las cosas que pueden observarse por medio de los sentidos. De alguna
manera, aunque no lo cite, Quintiliano est reproduciendo la distincin
que Cicern estableciera en las Partitiones, entre verisimilia y propriae
rerum notae. Este planteamiento permite distinguir claramente, como en
Aristteles, los eikta, los tekmria (de los que en estos pasajes no se habla porque, como haba dicho anteriormente, no proporcionan propiamente argumentos retricos) y los semea.
Sin duda alguna estas aclaraciones no solucionan el problema de la
distincin de los grados de certeza y su vinculacin con las inferencias
sgnicas y los diversos tipos de signos. El planteamiento de Quintiliano
es, ms que lgico, epistemolgico y desde este punto de vista tampoco
poda ser satisfactorio. Como ha sealado Eco (1990:58), actualmente,
la epistemologa, la lgica inductiva y la probabilidad permiten evaluar
los distintos grados de fuerza epistemolgica de las pruebas; pero Quin188
tiliano no contaba con estas herramientas. Sucede, adems, que gran parte de las pruebas retricas son inferencias que se basan en convenciones
y opiniones difundidas, de lo que es buen ejemplo el de Atalanta paseando por los bosques con jvenes. Pero, como l mismo parece entrever
en el captulo IX, lo que en determinada comunidad cultural resulta verosmil, no tiene por qu serlo en otra.
En otro orden de cosas, Quintiliano incluye en este captulo una distincin que no renunciamos a sealar. Al tiempo que trata de explicar
la diferencia entre los distintos tipos de argumentos, aprovecha para definir tambin este trmino (argumentum) que, como en las lenguas romances, puede adquirir varios sentidos. El sentido en que est usado en
ese contexto es el de razonamiento (ratio) que presenta una prueba, por
la cual se infiere o colige (colligitur) una cosa cierta de otra, o algo que
es indudable por lo que est fuera de toda duda (V,10,11). Pero se llaman tambin argumentos, dice Quintiliano, a las narraciones (fabulae)
compuestas para ser representadas en la escena y, de forma ms amplia,
a toda materia destinada a un tratamiento por escrito. No hay que extraarse, por tanto de que tambin la utilicen los pintores, los escultores
y los poetas; incluso que se haya vulgarizado para referirse a una obra
ms compleja de lo usual (V,10,9-10).
En el captulo11 del mismo libro, aborda Quintiliano la cuestin
de los ejemplos, lo que de nuevo es ocasin para tratar de trasladar al
latn los conceptos utilizados por los griegos. Los griegos, dice, utilizan
el trmino paradeigma en un sentido general para referirse a la yuxtaposicin de cosas similares y, en un sentido ms restringido, para las
semejanzas que se apoyan en algn hecho histrico. Los autores latinos han preferido el trmino similitudo para traducir el griego parabol,
para referirse al primero de los sentidos citados, y el de exemplum para
el segundo. En cualquier caso, para ser comprendido ms fcilmente, l
propone utilizar el trmino paradeigma y su traduccin latina, exemplum, en el sentido ms general al que aludamos antes (V,11,1). No
teme entrar en una cierta contradiccin con Cicern que, como vimos
ms arriba, utiliza el trmino conlatio (que traduce el griego parabol)
distinguindolo del ejemplo (paradeigma), que, como en Aristteles, es
el nombre que recibe la induccin retrica, por oposicin al entimema
(epicherema para Cicern), que es el silogismo retrico (V,11,3). Advierte Quintiliano que el espectro de la semejanza es muy amplio. Una
especie de este gnero es, como en Cicern, la imago, que los griegos
llaman eikn, en la que se expresa la imagen de las cosas o las personas
como en el siguiente ejemplo: Por qu tuerces esa cara como un viejo
con las piernas vendadas? (V,11,24). Comenta tambin ms adelante
que algunos distinguen sin razn la analoga del smil, cuando en realidad es una de sus especies (V,11,34). La analoga griega es, como dice
189
la antigedad grecolatina
en el libro I,6,4, la proportio latina, y es un criterio de correccin lingstica que permite relacionar algo dudoso con otra cosa parecida que
es, por el contrario, cierta.
No ha seguido, pues, Quintiliano ni a Aristteles ni a Cicern en la
exposicin de su teora de las formas de la argumentacin y, al hacerlo
as, se produce una cierta confusin entre lo que habra que considerar
contenido de la argumentacin (las pruebas) y la forma que pueden adquirir los razonamientos. A cambio nos proporciona un valioso testimonio con respecto a la forma en que se traducen al latn expresiones griegas que formulan conceptos semiticos y lingsticos, retricos y
poticos de enorme importancia en la tradicin posterior. En este sentido quisiramos aludir a una cuestin no siempre comentada. Quintiliano es el primero que utiliza la metfora del texto para referirse al
discurso, algo que los traductores no suelen tener presente. El trmino est usado en un pasaje que se refiere a la composicin y los efectos
de esta en la produccin de determinados estados anmicos. Recuerda
Quintiliano (IX,4,12-13) que los pitagricos tenan la costumbre de
tocar la lira al despertarse para animar los corazones y, al retirarse a
dormir, para pacificar sus almas. Su reflexin es que si los ritmos y las
tonalidades de la msica interpretada por la lira poseen esa fuerza, la
de las palabras puede ser an mayor. De ah la importancia de la composicin y el cuidado con el que hay que abordarla. Distintas palabras,
dice Quintiliano, pueden expresar el mismo sentido, pero la fuerza del
discurso depende o bien de las palabras que se unen en lo tejido (texto)
o compuesto, o bien del final de la frase. El texto latino dice as: quod
si numeris ac modis inest quaedam tacita vis, in oratione ea vehementissima, quantumque interest, sensus idem quibus verbis efferatur, tantum
verba eadem qua compositione vel in textu iungantur vel fine clauduntur (IX,4,12-13)16. Quintiliano no vuelve a utilizar la expresin, pero
el tiempo y la historia harn su trabajo.
4. La semitica mdica
Como decamos en nuestra introduccin, si la cultura latina fue deudora de la griega, en pocos campos es esto tan evidente como en la medicina. Como comenta Lan Entralgo (1978:63), la penetracin de la
16. Como no poda ser de otro modo, la frase ha sido traducida de distintas formas
a las lenguas modernas. Unas traducen la expresin textu (participio de texere) en su sentido ms inmediato de tejido, otras en el sentido de compuesto o construido, pero
creemos que el sentido de la frase es claro: el discurso es un tejido de palabras y su fuerza
depende de cmo estas son unidas, o de cmo se termina un periodo o frase.
190
17. Otros autores sitan la muerte de Galeno en los comienzos del sigloiii.
191
la antigedad grecolatina
rante quince siglos una influencia sin igual gracias a que goz del fervor
de sus colegas bizantinos, rabes y europeos hasta casi el sigloxviii.
La obra de Galeno, que conocemos fundamentalmente por los datos
que l mismo nos aporta18, es ingente y no se reduce a la medicina. Sus
intereses incluyen la filosofa, la retrica y el lenguaje. Eso dio lugar a un
conjunto de varios centenares de tratados de los que solo nos han llegado
algunos debido, entre otras razones, a la prdida que supuso el incendio
del Templo de la Paz de Roma, ocurrido en192, en el que estaban depositados. Lo que conocemos del pensamiento de Galeno es, pues, un conjunto ms que sistemtico, enciclopdico (Garca Ballester,1972:18ss.)
en el que pueden distinguirse cuatro elementos fundamentales: la tradicin hipocrtica, el pensamiento filosfico de Platn, Aristteles y Posidonio, los conocimientos mdicos de diversa procedencia que fue acumulando durante sus aos de formacin (Prgamo, Esmirna, Corinto,
Alejandra y Roma), y sus propios hallazgos en la investigacin y la prctica de la medicina.
La sntesis que Galeno llev a cabo con estos diversos elementos,
como no poda ser de otra manera, fue modificndose a lo largo de su
vida; pero hay una actitud fundamentalmente invariable que orient
su concepcin de la medicina y su prctica profesional: el mdico no es
nicamente el depositario de un saber prctico que tiene como finalidad aliviar y, si puede, curar las enfermedades de sus pacientes. Ese tipo
de mdico, al que l desprecia, es un mero dispensador de frmacos
(pharmakus o pharmakopoles). El mejor mdico es tambin filsofo19,
es decir, un iatrs, no un mero technites (I61 K; XI,823 K), un hombre
cultivado (pepaideumnos) que posee un saber de carcter general comparable no ya al de otras artes intelectuales, sino al de la filosofa, la lgica, la geometra, la aritmtica y la astronoma20. Por eso no se cansar
de repetir que el mdico debe abarcar, adems de los conocimientos ca 18. Galeno proporciona una importante informacin sobre sus obras en Sobre mis libros (XIX,8-48 K), una bibliografa razonada que, aunque no alude a algunos tratados de
los que no deba tener copia ni tampoco, lgicamente, a las que escribi posteriormente a su
composicin (alrededor del ao178), nos da datos sobre obras que han llegado hasta nosotros y tambin sobre otras que se han perdido. Son tambin muy interesantes las indicaciones que nos da en Sobre el orden de mis libros (XIX49-61 K), en que trata de orientarnos
acerca del orden en el que deban ser ledos. El ltimo tratado del que tenemos noticia, Sobre mis propias opiniones (un tratado que ha tenido que ser reconstruido recurriendo a distintas fuentes), resulta tambin de una gran utilidad para conocer el pensamiento de Galeno.
19. Este es el ttulo de uno de los varios tratados en los que Galeno expuso sus ideas
al respecto. Este tratado est incluido en el vol. I, 53-63, de la edicin de su obra que llev a cabo C.G.Khn, la cual, a pesar de las crticas recibidas, sigue siendo la referencia
ms utilizada. As lo haremos tambin nosotros.
20. Exhortacin a la medicina (Protrepticus), I,39 K.Sobre esta cuestin vase Vegetti,1981.
192
la antigedad grecolatina
radero (dithesis), que afecta al individuo y que, a pesar de las peculiaridades que puede presentar en cada uno de ellos en funcin de su propia
naturaleza y de las circunstancias de su existencia concreta, tiene una caracterizacin general que es necesario conocer y organizar segn el procedimiento aristotlico de los gneros y las especies. Por lo dems, el desorden morboso no es un acontecimiento azaroso: tiene unas causas que
es necesario conocer. Este ser, por tanto, uno de los objetivos del diagnstico. Pero, adems, la enfermedad est localizada en alguna parte del
organismo21, por lo que el conocimiento anatmico y fisiolgico resulta
fundamental para hacer un buen diagnstico y, en definitiva, para poder
curar la enfermedad. Este objetivo exige el conocimiento de tcnicas teraputicas (diettico-higinicas, farmacolgicas, quirrgicas) que deben
basarse tambin en un conocimiento cientfico. Saber armonizar este conocimiento terico con la observacin concreta de cmo la enfermedad
se presenta en el paciente deba ser el gran objetivo del mdico-filsofo.
Se ha dicho que el mtodo de Galeno fue esencialmente esencialista y deductivo (Garca Ballester,1972:120ss.), basndose para ello en
el hecho de que, tanto a la hora de diagnosticar como cuando es necesario explicar la naturaleza de la enfermedad detectada, se basa en una
serie de principios que no se ocupa de verificar. Pero esta crtica parece
excesivamente rigurosa. Hay que admitir que su concepcin de la naturaleza humana es esencialista, pero, como veremos ms adelante, a la
hora de diagnosticar, Galeno no se comporta de manera muy diferente al cientfico que interpreta desde la teora los fenmenos que observa. Esta interpretacin inferencial no es deductiva sino ms bien, como
diramos hoy, abductiva. Por lo dems, si nos atenemos a lo que dice
en sus diversos tratados, sobre todo en aquellos ms directamente relacionados con el diagnstico, parece claro que Galeno fue extraordinariamente consciente de que sus conocimientos tericos tenan que estar respaldados por la experiencia y la observacin. En los intentos de
conciliar una y otra, sus argumentos insisten en que ni se puede adoptar la actitud dogmtica de aquel que solo est dispuesto a obedecer a
sus principios, ni una actitud radicalmente empirista que lo fa todo a la
apariencia de lo que observa. Este tipo de argumentos estn ampliamente desarrollados en la crtica que hace a las escuelas mdicas de su poca
(racionalista, emprica y metdica), a las que dedica expresamente un
tratado: Sobre las escuelas de medicina (I64-105 K). En l manifiesta
su total rechazo a adscribirse a alguna escuela con el argumento de que,
por permanecer fiel a los principios que sostienen, se termina por negar
21. Uno de sus tratados ms importantes ser precisamente Sobre la localizacin de las
enfermedades o De locis affectis (VIII1-452 K), como es conocido entre los especialistas.
194
195
la antigedad grecolatina
estaran trminos como semanein, semeon, tekmrion, smptoma, semeosis, endexis, etc. Entre los segundos, el mismo nombre de la disciplina, semeiotikn, y el de otros trminos no tan exitosos como los de
semeiotiko theormatos, tkmarsis o silogistikn semeon.
Para la realizacin de un buen diagnstico, el mdico, segn Galeno,
tiene a su disposicin tres tipos de recursos: la observacin que el mdico
puede hacer del cuerpo del paciente (asthesis), la informacin que sobre
su estado puede darle el mismo paciente (lgos) y el razonamiento (logisms) (Garca Ballester,1995:93ss.). Cmo entiende la primera de ellas
y, sobre todo, cmo describe el proceso, tiene para nosotros el mayor
inters, entre otras razones, porque en ese contexto aparece documentado por primera vez el trmino semitica. En el libro III de su tratado
In Hippocratis librum de officina medici commentarii (XVIII2633 K), a
propsito del necesario conocimiento de las distintas partes del arte, dice
Galeno lo siguiente:
No aprendemos o enseamos o escuchamos por s mismas todas las dems
cosas referidas al arte, sino porque, al final, cada una de ellas resulta til.
Y en primer lugar, es necesario para los que van a practicar bien la medicina, estar ejercitados en la parte diagnstica del arte (diagnostikn meros
tes technes), que los ms jvenes (neteroi) llaman semitica (semeiotikn),
para descubrir con exactitud antes de la teraputica, las diferencias de las
enfermedades en los que las padecen.
Sin embargo, Galeno no suele utilizar con frecuencia el trmino semitica. De hecho, en los tratados que conocemos, solo en otro lugar
encontraremos una expresin semejante, en la que el trmino semitica se utiliza como adjetivo. En sus Comentarios al libro VI de las Epidemias de Hipcrates (XVII1,953 K), Galeno dice lo siguiente:
Igual que acabamos de hacer a modo de ejemplo una exposicin sobre la
observacin semitica (semeiotiko theormatos), as tambin sobre las cosas teraputicas es necesario no pasar por alto ni a la ligera ni sin comprobacin, nada de lo que parece ser insignificante, y hay que confiar en las
fuerzas mencionadas de esta como hemos aprendido en el tratado sobre los
procedimientos teraputicos.
La explicacin de las razones que Galeno tuvo para no usar la expresin con ms frecuencia no pasa de ser una especulacin. Si nos atenemos a la literalidad del primero de los pasajes citados, podemos conjeturar que estamos ante un trmino que, al menos en el contexto de la
medicina, empezaba a utilizarse por algunos, aunque an no estaba generalizado. Sea o no esa la razn, lo cierto es que, entre los tratados de
medicina prximos a esa poca que conocemos, solo en la Introductio
seu Medicus (XIV,689 K), un tratado falsamente atribuido a Galeno,
196
197
la antigedad grecolatina
define a este como un sillogistikn semeon, un signo necesario cuya capacidad demostrativa es semejante a la del silogismo. Y es que solo los
tekmria permiten hacer inferencias verdaderamente conclusivas. De
ah que pudiramos traducir tkmarsis por inferencia segura o inferencia necesaria. Las dificultades del mdico para conseguir ese tipo de
razonamiento no siempre pueden obviarse. En uno de sus tratados ms
famosos, De locis affectis, dice Galeno lo siguiente:
Algunos indicios conducen a un diagnstico exacto, como decamos hace
poco respecto de los sntomas que ponen de manifiesto la propiedad de la sustancia afectada. Otros dependen de una conjetura mdica (techniks stokhasms) y por eso su argumentacin es larga, aunque dejemos de lado a los sofistas, como en este caso hemos hecho con Asclepades (VIII18-19 K).
Galeno es consciente de que en la mayora de las ocasiones el diagnstico del mdico no pasa de ser una conjetura tcnica (tekniks stokhasms, stokhastik diagnosis), pero su aspiracin debe ser convertirla en
un diagnstico cientfico (epistemonik diagnosis). La conjetura tcnica
es til y tiene su valor, est entre el conocimiento exacto (akribos te
gnoseos) y la perfecta ignorancia (pantelos agnosas) (VIII14 K), pero
no puede dejar de aspirar a convertirse en una inferencia cientfica. Y
si no puede aspirar de inmediato a la inferencia demostrativa que le facilitan los tekmria, el mdico tiene a su disposicin otros procedimientos
que le permiten tener certeza. A propsito de una afeccin de estmago,
Galeno dice lo siguiente:
En el caso de que nicamente haya una destemplanza en el cuerpo del estmago, con enfriar lo caliente y calentar lo fro conseguirs el alivio inmediato del enfermo. Y tendrs entonces no una simple presuncin de la conjetura mantenida (psil dxa), sino adems la certeza evidente (epistme saphs),
sobre todo si haces una experiencia doble y ves que el paciente mejora con
frmacos y dietas refrescantes y empeora con las que producen calor. O por
el contrario, estas ltimas lo mejoran y se pone peor con las refrescantes
(VIII39 K).
cedimientos inferenciales que el mdico tiene a su disposicin. Frecuentemente tendr que acudir, como ocurre en la retrica, al razonamiento
por analoga. El uso de la analoga en el diagnstico no solo contaba con
el peso de la tradicin mdica y retrica, sino que estaba favorecida por
la observacin diagnstica y por el conocimiento anatmico obtenido
por medio de la viviseccin. Tanto la forma de los rganos como su funcin suscitan comparaciones que no solo a las mentalidades ingenuas,
sino a cualquiera con sentido comn, le resultarn muy verosmiles. As,
por ejemplo, la similitud de los nervios con las cuerdas de la lira hace
verosmil que el comportamiento de unos y otras sea semejante. Si debido a las condiciones ambientales las cuerdas de la lira pueden tensarse
hasta romperse, no puede sorprendernos que con los nervios ocurra lo
mismo. Si todo esto se conoce previamente dice Galeno, no es difcil descubrir si la enfermedad de los que se convulsionan [epilpticos]
es producida por la sequedad (es decir, por falta de sustancia hmeda) o
por exceso de humedad (VIII172 K).
La firmeza de sus convicciones tericas, avaladas como estaban por
el conocimiento de las teoras hipocrticas, platnicas o aristotlicas, as
como su conocimiento de la lgica, la retrica, la anatoma, la fisiologa
y las prcticas teraputicas, explican la seguridad que tena Galeno en
sus diagnsticos. Esa seguridad no solo le lleva a mantener que la medicina ha de ser considerada como una ciencia, sino a proclamarse a s
mismo como el autntico sucesor de Hipcrates.
Sus convicciones sobre la necesidad de que el mdico fuera tambin filsofo le llevaron no solo a la lectura sino al estudio y comentario de numerosas obras de Platn, Aristteles o los estoicos. Escribi
tambin numerosos libros sobre lgica, as como sobre gramtica y retrica. La mayora de ellos se han perdido. Conservamos, sin embargo,
su tratado Sobre los sofismas del lenguaje (XIV582-598 K) en el que
hace breves alusiones a su concepcin de las lenguas. Tratando de demostrar que las modalidades de la ambigedad que estn en la base de
los sofismas son las descritas por Aristteles, Galeno mantiene que los sofismas constituyen vicios del lenguaje y, por tanto, que son contrarios
a su virtud. La virtud de lo que se dice (lxis), como la de cualquier otra
cosa, se encuentra en el desarrollo de aquello que es ms apropiado a
su naturaleza y la naturaleza o funcin para la que el lenguaje o lo que
se dice ha sido creado, es la de significar (semanein) (cap. II, XIV587
K). Este pasaje parece confirmar algo que tambin comenta en el libro I
del tratado Sobre el mtodo teraputico (X,45 K): que el lenguaje existe
por convencin y que no puede hablarse de una relacin natural entre
los nombres y aquellas cosas que son significadas por l. Por lo dems,
Galeno alude tambin a la distincin entre lxis y phon, entre la expresin que significa y los sonidos que no significan nada, por lo que, como
199
la antigedad grecolatina
200
27. Esta clasificacin se relacionar en otros tratados de medicina con la de los signos rememorativos (pasado), indicativos (presente) y pronsticos (futuro).
201
la antigedad grecolatina
Puede verse, como seala Kollesch, que el texto, tal como lo presentan Chartiers (II,252) y Khn (XIX394,16-395,2 K), recoge varias
definiciones que se colocan unas tras otras. La primera presenta el signo
como el objeto del diagnstico, mientras que en la siguiente se recurre
a trminos que nos resultan familiares: el signo nos permite conocer lo
que antes nos era desconocido. Consecuentemente, la semiosis es definida de la manera siguiente:
Semiosis (semeosis) es la forma o apariencia (edos) del signo o la aprehensin (katlepsis) a travs del signo o de los signos. La semiosis es lo que el
signo hace visible (delotikn) de algo invisible (delou) (XIX394,16 K).
Definir la semiosis como forma (edos) que puede ser vista o captada gracias al signo o, de modo quiz ms exacto, como la aprehensin
que el signo hace posible, apunta matices que no aparecan en su concepcin como inferencia. Este leve desplazamiento que veremos consolidado ms adelante, abre la puerta a una concepcin de la significacin
(o mejor, de la significatividad) en la que ir desapareciendo su naturaleza inferencial, caracterstica del signo conjetural, es decir, de aquel
tipo de signo que aparece como un indicio de algo que, por no ser visible (sensible), no puede percibirse y de lo que, por tanto, en la mayora
de las ocasiones, no podemos estar seguros. Para que semeon adquiera
el sentido general que tiene el trmino latino signum, y por tanto, pueda
ser aplicado a cualquier tipo de signo, ha de perder ese carcter conjetural. Cuando eso ocurra, el trmino semeosis podr ser entendido como
el latino significatio y este, como la relacin que vincula un signo (todo
signo) con aquello que significa. La segunda frase del texto que encontramos en Chartiers y Khn, lo que recoge es, ms que una definicin de
semiosis, una definicin del significado. En cualquier caso, las intervenciones producidas en el texto nos impiden hacer una interpretacin adecuada. La interpretacin literal del texto, tal como lo conocemos hoy,
da lugar a una cierta ambigedad. Las discusiones modernas sobre la
203
la antigedad grecolatina
204
7
AGUSTN DE HIPONA:
UNA TEORA GENERAL DE LOS SIGNOS
la antigedad grecolatina
206
AG U S T N DE H I P ONA
la antigedad grecolatina
Este tipo de consideraciones vale tambin, lgicamente, para explicar su inters por las cuestiones semiticas. Por eso resulta fundamental situar cada una de las obras que comentamos en este proceso vital.
Maestro de Retrica en Tagaste, Roma y Miln, es muy probable que la
reflexin acerca de los problemas semiticos tenga para l inicialmente
un inters meramente terico. Y as lo podemos ver todava en el tratado
De dialectica, escrito en el momento en que Agustn inicia su preparacin
para la conversin. En l no encontraremos referencia religiosa alguna y sus reflexiones estn claramente vinculadas a la tradicin de los
maestros romanos de la retrica, la gramtica y la teora literaria. No obstante, como sabemos por otras obras escritas por la misma poca, ya entonces el foco de sus preocupaciones es la verdad cristiana, por lo que sus
reflexiones en torno a los signos hay que situarlas sobre un trasfondo que
no aparece explcito. Esos intereses aparecern de forma clara en el De
Magistro, un tratado en el que las cuestiones gramaticales y dialcticas todava parecen tener entidad propia, aunque finalmente se subordinen al
intento de descubrir una verdad que es ya de orden sobrenatural. Cuando escribi este tratado (en389), Agustn volva a frica despus de su
conversin en Miln. An no haba sido ordenado sacerdote y, por tanto,
tampoco haba asumido las obligaciones que posteriormente adquirira al
ser consagrado obispo. Agustn empez a escribir De doctrina christiana
poco despus, en el397, aunque no lo terminara hasta el426. El inters
de Agustn est centrado en los problemas de la interpretacin de la Escritura. Nada ms natural que la semitica se vincule, ms que a la dialctica, a la hermenutica, lo que tendr tambin importantes consecuencias
tericas. Finalmente, la semitica adquirir en el De Trinitate (399) unos
tintes claramente teolgicos. En cierta manera se cierra el crculo: la teologa sirve ahora de base para explicar un problema semitico.
1. La teora semitica de la Dialctica2
Durante algn tiempo no estuvo claro que Agustn fuera el autor del
De dialectica3. Sin embargo, en la actualidad hay bastante acuerdo en
que el tratado debi de escribirse entre los meses de marzo y abril del
ao387, en Casicaco, adonde Agustn se haba retirado a fin de prepa
2. La edicin ms reconocida de la Dialctica es la realizada por J.Pinborg (Dordrecht-Boston, Reidel,1975), edicin que va acompaada de introduccin, traduccin al
ingls y notas de B.D.Jackson. Existe tambin una edicin bilinge en espaol publicada
en Bogot (Universidad de los Andes,2003) con una introduccin y un estudio complementario de F.Castaeda.
3. Sobre los argumentos a favor y en contra de su autenticidad cf. Ppin, 1976:
21ss.
208
AG U S T N DE H I P ONA
209
la antigedad grecolatina
210
AG U S T N DE H I P ONA
tra del tratado, que expone los temas abordados con fra neutralidad y
sin referencia alguna a cuestiones religiosas, parece decir lo contrario,
la dialctica est al servicio de esa peripecia personal en pos de una verdad que Agustn cree encontrar de forma definitiva en el cristianismo.
Lo que nos queda del tratado De dialectica no se ajusta estrictamente
al programa que acabamos de describir. Los diez captulos de que consta
no pasan de ser un esbozo inconcluso en el que apenas se abordan esas
cuestiones que tan tiles le parecen a Agustn en esas otras obras citadas.
Lo que se conserva del tratado es una disertacin que comienza con la
definicin de la dialctica como la ciencia del discutir bien, pero que inmediatamente despus se centra en cuestiones ms gramaticales y lgicas
que dialcticas. Esta reflexin est introducida por una justificacin incontestable: discutimos por medio de las palabras; por tanto, el conocimiento del lenguaje y, en definitiva, de los procedimientos para evitar
la oscuridad y la ambigedad (que son los temas abordados en los dos
ltimos captulos), son conocimientos esenciales para discutir bien. Sin
embargo, las cuestiones que habra que considerar fundamentales para
el recto razonamiento y la consecucin de la verdad no llegan a abordarse. Afortunadamente para nosotros, esas cuestiones gramaticales, tan
sintticamente abordadas, han resultado ser fundamentales para el desarrollo del pensamiento semitico.
Al principio del captulo IV esboza Agustn lo que probablemente era
el plan de la obra. Este plan consta de cuatro partes. La primera parte (de
loquendo) est dedicada al elemento ms simple del lenguaje que tiene
significado: la palabra; la segunda est dedicada a la frase (de eloquendo);
la tercera (de proloquendo), a la oracin; la cuarta, al razonamiento (de
proloquiorum summa). La primera parte iba a estar dedicada a los cuatro elementos que encuentra en la significacin de un trmino: verbum,
dicibile, dictio y res. Pero de hecho no lleg a desarrollar nada ms que
la primera de estas secciones (captulo V). A pesar de todo, en esos fragmentos encontraremos una teora de la semiosis lingstica que podemos
considerar sin exageracin una de las exposiciones ms originales de la
semitica antigua.
La palabra (verbum) es definida como el signo de una cosa (uniuscuiusque rei signum) que, proferida por el que habla, puede ser entendida por el que escucha (V,5). El lenguaje tiene, pues, como veremos tambin en otros tratados, una clara intencionalidad comunicativa. Aparece
De doctrina christiana dice lo siguiente: La dialctica es de muchsimo valor (plurimum
valet) para penetrar y resolver todo gnero de dificultades que se presentan en los Libros
santos (II,31,48). En cualquier caso, no deja de resear que su gran utilidad es la de
detectar los sofismas y las conclusiones falsas derivadas tambin a veces de razonamientos
que en s mismos son correctos, pero que parten de principios falsos.
211
la antigedad grecolatina
tambin aqu una distincin que, aunque heredada de la tradicin dialctica estoica, resulta clave para el desarrollo de la semitica agustiniana: la necesidad de distinguir los signos y las cosas. Los signos son cosas,
pero se trata de cosas que tienen una peculiaridad que no todas tienen:
la de remitir a otras cosas. De momento, lo que Agustn dice es que la
cosa es aquello que se entiende (quidquid intelligitur) gracias al signo.
Ahora bien, esto no es algo que sea patente: lo que se entiende gracias al
signo es algo que, en determinadas circunstancias, puede ser percibido y
comprendido, pero que, en otras, permanece oculto y desconocido. El
signo, por el contrario, es percibido, pero lo verdaderamente especfico
es que muestra al alma algo distinto de s (quod se ipsum sensui et praeter se aliquid animo ostendit). La palabra es signo, aunque, como ya nos
dir en otro momento, no todo signo es palabra. Lo caracterstico del
signo que es palabra es el ser proferido: Hablar es producir un signo
con voz articulada. Y aclara que llama voz articulada a lo que puede
ser comprehendido con letras (quod comprehendi litteris potest). Las letras no son solo las palabras escritas, sino los sonidos que, articulados,
forman las palabras. Y es que, como dice un poco ms adelante, toda
palabra suena, de tal manera que cuando la escribimos, lo que tenemos
no es signo de algo, sino un signo (escrito) de otro signo (proferido). En
sentido estricto, aunque no siempre seamos rigurosos al hablar, lo que
leemos no son palabras, sino signos de palabras (V,15). Al hilo de esta
reflexin, alude Agustn a una distincin que veremos tambin recuperada en el De Magistro, donde se vuelve sobre ella de forma ms precisa
y extensa: las palabras son signos de las cosas (de las que reciben, dice,
su fuerza); pero tambin pueden ser signos de otros signos, ya que las
palabras pueden usarse para hablar de las palabras. Pero como las palabras tambin son cosas, las palabras siempre son signos de cosas.
La distincin entre palabra y cosa no es suficiente para aclarar el hecho de que las palabras sean signos, es decir, que signifiquen. Contrariamente a lo que ocurre con las cosas, que son percibidas por los sentidos,
lo que entiende el alma, no el odo, gracias a la palabra, ya no es una
cosa sino algo distinto que Agustn llama dicibile (decible). Es necesario
distinguir el decible de la diccin (dictio). Cuando una palabra se pronuncia, no por s misma, es decir, para mencionarla, sino para significar
otra cosa (en trminos modernos, usarla), entonces se llama diccin.
Y, naturalmente, cada una de ellas es distinta de la cosa en sentido estricto. Y a modo de resumen dice Agustn:
Tenemos, por tanto, cuatro [cosas] distintas: palabra (verbum), decible (dicibile), diccin (dictio), cosa (res). Lo que llam palabra es palabra y significa palabra. Lo que llam decible, es palabra; sin embargo, no significa
palabra, sino lo que se entiende por la palabra y est en el alma. Lo que lla-
212
AG U S T N DE H I P ONA
m diccin es palabra, pero de tal manera que hay en ella dos cosas, esto
es, la palabra misma y lo que hay en el alma gracias a la palabra. Cuando
dije cosa, es una palabra, pero significa aquello que resta si exceptuamos
las tres que ya hemos dicho9.
Esta serie de definiciones son ilustradas con un ejemplo: Un gramtico pregunta a su discpulo: Qu parte de la oracin es arma?. En
este caso, arma es una palabra (verbum) que se pronuncia por s misma.
El resto de las palabras, qu parte de la oracin es, son pronunciadas
en funcin de arma. Estas palabras son pronunciadas y aprehendidas
por el alma, pero antes de ser pronunciadas eran ya dicibilia (cum animo
sensa sunt, ante vocem dicibilia erunt). Una vez pronunciadas en funcin
de esos dicibilia, se convierten en dictiones (cum autem propter id quod
dixi proruperunt in vocem, dictiones factae sunt). Por la misma razn,
el trmino arma, que aqu es verbum (palabra mencionada), cuando es
pronunciada por Virgilio, ya no es verbum, sino dictio, porque no es pronunciada por s misma, sino para significar las armas que Vulcano fabric para Eneas. Esas armas en cuanto podan ser vistas, sealadas con el
dedo, tocadas, son las cosas propiamente dichas. La conclusin de Agustn es que esos cuatro conceptos son objeto de estudio para la dialctica.
El captulo VI est dedicado al origen de las palabras, volviendo as
a planteamientos que ya encontramos en Platn. A Agustn el asunto le
parece curioso, pero no demasiado necesario. De hecho, su anlisis no
deja de ser una especie de divertimento al que no concede mayor relevancia. En cualquier caso, el problema parece ms definido de lo que lo
encontramos en Platn, incluso entre los epicreos. De todos modos, a
quien critica Agustn es a los estoicos que son, por otra parte, la fuente
para plantear la cuestin. La pregunta de fondo es si hay alguna relacin
natural entre la palabra y la cosa significada. La conclusin es que,
ms all de que en algunos casos podamos establecer alguna semejanza
entre el sonido de la palabra y la cosa significada, o entre diversas cosas
significadas, lo cierto es que no conocemos ni podemos conocer el origen de muchas palabras. Agustn parece inclinarse hacia la posicin de
aquellos que sostienen que la relacin entre la palabra y lo que significan es convencional y no natural.
El captulo VII est dedicado a la fuerza de las palabras, es decir,
a la capacidad que estas tienen para mover al oyente, lo que puede de
9. El texto latino dice as: Haec ergo quattuor distincte teneantur, verbum, dicibile, dictio, res. Quod dixi verbum, et verbum est, et verbum significat. Quod dixi dicibile, verbum est, nec tamen verbum, sed quod in verbo intelligitur et in animo continetur,
significat. Quod dixi dictionem, verbum est, sed tale quo iam illa duo simul, id est, ipsum verbum et quod fit in animo per verbum, significantur. Quod dixi rem, verbum est,
quod praeter illa tria, quae dictae sunt, quidquid restat, significat.
213
la antigedad grecolatina
AG U S T N DE H I P ONA
215
la antigedad grecolatina
216
AG U S T N DE H I P ONA
217
la antigedad grecolatina
las voces y las cosas (De ling. X,77,1-4); pero estamos todava lejos
de la formulacin y las explicaciones que encontramos en la Dialcticade Agustn. Las consecuencias de esta reformulacin son evidentes:
tanto la semitica griega como la de Cicern y Quintiliano son modificadas sustancialmente. En todos los tratados de retrica que conocemos, el signo aparece concebido como el antecedente de una proposicin condicional. Segn hemos venido manteniendo, esta formulacin
es coherente con otra ms antigua que considera el signo como un fenmeno que puede ser percibido por los sentidos y que nos revela otra
cosa oculta, lo que implica la realizacin de una inferencia ms o menos segura. De ah que la discusin girara siempre en torno al tipo de
certeza que podan proporcionar las inferencias a las que da lugar. Al
considerar la palabra como un tipo de signo, Agustn modifica sustancialmente la problemtica. Los signos lingsticos (palabras) representan las cosas en tanto en cuanto existe una vinculacin entre ellos; pero
esta vinculacin ya no es la del antecedente y el consecuente de una proposicin condicional, sino la de la conjuncin o asociacin15 entre un
signo y un significado que de alguna manera nos reenva a las cosas. La
teora semitica de Agustn viene a aproximarse as a la teora del signo
lingstico tal como la concibi Aristteles. Pero como vimos en el captulo3, la teora aristotlica del signo lingstico considera la palabra
como un smbolo, es decir, como la representacin convencional de una
afeccin anmica que ha sido producida por las cosas significadas. Esta
teora no puede ser asimilada a una teora del semeon o del tekmrion,
que solo es aplicable a los casos de fenmenos perceptibles que se encuentran naturalmente vinculados a otros que, o bien no son percibidos
en un determinado momento, o bien no lo son en ningn sentido. La
semiosis, tal como la concibe Agustn, pierde as su carcter inferencial,
que era precisamente lo que la defina tanto en las teoras aristotlicas
y posaristotlicas como en la medicina, que es la fuente original de la
15. Umberto Eco (1990:51) interpreta esta relacin como una equivalencia, lo
que permite, sin duda, una modelizacin que se opone con facilidad a la relacin de implicacin filoniana que se da entre el signo aristotlico-estoico y su significado. Creemos que esta interpretacin es un poco forzada y tiene una serie de consecuencias que
no podemos explicitar aqu. Entre otras, tiende a ocultar lo que para nosotros es ms
importante: el resultado de esta transformacin es la prdida del carcter inferencial de
la semiosis, como se revela tanto en la teora de Agustn como en las que se elaboran
posteriormente siguiendo su modelo. Por lo dems, si nosotros elegimos el concepto de
asociacin, es porque ese fue el trmino utilizado por Saussure para aludir a la relacin
entre significante y significado, un modelo que es perfectamente extrapolable a la teora
agustiniana (Castaares,2002). Pensamos que Saussure no hace ms que consumar una
tradicin que se remonta a Agustn y que tiene otros antecedentes ms inmediatos en la
filosofa francesa del siglo xvii que, como es bien sabido, es de inspiracin agustiniana
(Castaares,1984).
218
AG U S T N DE H I P ONA
219
la antigedad grecolatina
AG U S T N DE H I P ONA
221
la antigedad grecolatina
ne que las palabras son signos de las cosas, cuando de ellas adquieren su
fuerza (quando de ipsis obtinent vim) (cap. V,1411); pero admite tambin que las palabras pueden significar otras palabras; incluso que las palabras tienen una fuerza que no siempre proviene de lo que significan:
la de mover al oyente (cap. VII). Por otra parte, al abordar el problema
del origen de las palabras, se distancia claramente de la teora atribuida a los estoicos sobre la vinculacin natural entre la palabra y la cosa
significada por ella19 y nada se dice ya del dicibile. Cul sea el origen
del dicibile y qu relacin mantiene con la palabra que lo significa no
queda aclarado. No es, sin embargo, una cuestin balad, porque es ah
donde, como se ver en el De Magistro, se sita el problema de la verdad. A pesar del desplazamiento del enunciado a la palabra, la pregunta
por la verdad, que es el ncleo central de la dialctica, sigue siendo la
misma. En este sentido, Agustn se encuentra en una tesitura semejante
a aquella en que se encontraron Aristteles, los estoicos y los epicreos.
Lo que Agustn nos dice en el inacabado tratado de la Dialctica no nos
permite responder a esa pregunta. Es ms, podra decirse que lo poco
que sugiere es ms bien contradictorio.
Sea como fuere, el problema queda planteado. Agustn no vuelve a
utilizar los trminos dicibile y dictio en ninguna de sus obras posteriores,
aunque, en lo esencial, conserve el mismo modelo semitico. Si leemos
esas obras a la luz de lo que dice en la Dialctica, la nocin de dicibile es
perfectamente identificable con la palabra interior (verbum quod intus
lucet), que no pertenece a ninguna lengua, de la que nos habla en diversas obras. Si esta hiptesis es correcta, el problema de cmo haya que entenderlo resulta mucho ms clarificado cuando se tienen en cuenta tanto
la teora del conocimiento como la teora del lenguaje que desarrolla en
otros tratados. El esquema agustiniano queda reducido entonces a tres
elementos: palabra exterior palabra interior cosa. En este esquema
ya no es necesario el trmino dictio, que queda subsumido bajo la nocin
de palabra exterior20.
19. Vase ms arriba el captulo V, p. 146.
20. E.Bermon (2007) ve problemtica esta interpretacin. En su opinin, si nos atenemos a lo que dice el texto de la Dialctica cuando se define dicibile (nec tamen verbum, sed quod in verbo intelligitur et in animo continetur), habra que concluir que no
puede ser interpretado como palabra mental anterior a su expresin en distintas lenguas (2007:300, n.7). Esto estara en contradiccin con lo que dice en De Trinitate
(2007:302). Creemos, sin embargo, que la dificultad desaparece si en la expresin nec
tamen verbum, interpretamos verbum en el sentido restringido en que ha sido definido
un poco antes, es decir, como la palabra que se dice por s misma. Hay que admitir que
el texto de la Dialctica, tan parco en explicaciones, no facilita una interpretacin precisa, pero si lo interpretamos en su conjunto, incluyendo el ejemplo posterior, no vemos
la contradiccin. Por lo dems, la nica opcin razonable es interpretarlo en funcin de lo
que dice en otras obras y, en concreto, en el De Trinitate. A no ser que mantengamos la
222
AG U S T N DE H I P ONA
223
la antigedad grecolatina
que esto fuera as. Se limita a admitir las teoras heredadas de los gramticos alejandrinos. Hay, adems, otra razn que parece avalar nuestra
hiptesis. La aplicacin posterior de su teora unificada de la semitica
no la contradice, sino que ms bien la confirma. Las causas ms probables de la modificacin del paradigma ya han sido citadas: una lengua
que tiene un solo vocablo para aludir a procesos semisicos que son bsicamente distintos, y desde luego, unas fuentes gramaticales que apuntan en la direccin de la unificacin. Para mayor abundamiento, hay
que decir tambin que los seguidores de Agustn no mantendrn en absoluto una concepcin inferencial del signo. Lo que la tradicin agustiniana viene a consagrar es, como decamos, la teora de la asociacin de
la palabra y el dicibile en la dictio (por ms que esta haya sido reducida
finalmente a verbum). Con el tiempo, esta teora tendr su traduccin
ms perfecta en el signo saussureano, en el que significante y significado
no son ms que las dos caras de la misma moneda.
3. Semitica, lingstica y filosofa del lenguaje: el De Magistro
Sin exageracin puede decirse que el tratado De Magistro es la obra sobre el lenguaje ms importante escrita durante la Antigedad. Su carcter doble (por una parte, la reflexin sobre el lenguaje y los signos, por
otra, la tesis del Maestro interior y la teora de la iluminacin), explica la
forma en que ha sido recibido posteriormente21. Durante la Edad Media
no fue, desde luego, una de las obras de Agustn que suscit ms atencin. Las tesis semiticas y lingsticas agustinianas, que ejercieron una
gran influencia, son tomadas de otros tratados (De doctrina christiana,
De Trinitate, incluso del De Dialectica). Tampoco la tesis del Maestro
interior tuvo una gran acogida hasta que, ya en el sigloxiii, Buenaventura o Aquino se hicieran eco de ella. En cambio, al comienzo de la Edad
Moderna, su influencia en el racionalismo francs fue decisiva. Aunque
no sea citado, sus ideas son fundamentales en las formulaciones semiticas de Port-Royal, y la tesis del Maestro interior ocupa un lugar importantsimo en la filosofa de Malebranche. Comparativamente, el inters
contemporneo por la obra ha sido mucho mayor y ha estado centrado
no poda ser de otra manera en los temas lingsticos y semiticos.
Han sido muchos los autores que desde la lingstica, la semitica o la filosofa del lenguaje, han visto en esta obra de Agustn uno de los referentes antiguos de mayor importancia para problemas que se convirtieron
en motivos centrales de inters una vez producido el giro lingstico
21. Para un desarrollo ms amplio de la cuestin vase E.Bermon (2007:35ss.) del
que nosotros somos en esto deudores.
224
AG U S T N DE H I P ONA
en el pensamiento y la filosofa del sigloxx. Que Wittgenstein comenzara sus Investigaciones filosficas con una cita de Agustn y su correspondiente comentario aunque fuera de las Confesiones, no es ms que
un sntoma de ese inters que contribuy sin duda a que posteriormente
se difundiera an ms.
El tratado fue escrito por Agustn en389, una vez de regreso a frica
despus de haber pasado de nuevo por Roma y haber perdido a su madre
en Ostia. Resulta difcil leer este tratado sustrayndose del contexto y del
momento de la vida de Agustn en que fue escrito. Agustn vuelve a frica
convertido en un ferviente cristiano, pero an no est embargado por los
problemas teolgicos a los que tendr que dedicarse plenamente desde el
momento en que es ordenado. El problema, como en las obras anteriores
que hemos comentado, sigue siendo el de la verdad, pero ya no se trata
de cmo se justifica, sino de cmo se adquiere. De forma ms precisa, lo
que verdaderamente se plantea es si puede o no ensearse. Se recupera de
esta manera un problema antiguo, cuyo referente inevitable es el Menn
platnico, aunque tenga tambin eco en las escuelas helensticas. La forma en que Agustn se acerca a l y le da una respuesta, tiene un componente filosfico que sintticamente podramos denominar dialctico y cuyos ingredientes son estoicos. Pero la solucin final es teolgica, por ms
que su proximidad a las teoras platnicas y neoplatnicas sea indudable.
El resultado es un discurso que tanto en el planteamiento como en la solucin es original y, podramos decir, genuinamente agustiniano en ambos aspectos. El planteamiento est basado en una perspectiva semitica
que, siguiendo el camino marcado en la Dialctica, considera el lenguaje como un sistema de signos. La solucin teolgica es tambin enormemente original. Ms all de algunas veladas alusiones en el De vita beata
(escrito en el386), puede decirse que es en esta obra donde se expone
por primera vez una de las ideas que constituyen un elemento fundamental del pensamiento agustiniano: la teora de la iluminacin.
Si bien el desarrollo de los argumentos ha dado lugar a una divisin
en tres partes (Bermon2007:31ss.), desde el punto de vista formal
hay dos partes plenamente diferenciadas. La primera tiene la forma
de un dilogo (gnero que, por cierto, domina con una gran maestra
pocas veces igualada) entre Agustn y su hijo Adeodato, mientras que
la segunda adopta la forma de un discurso de naturaleza ms retrica
que dialctica, en el que Agustn desarrolla la tesis del Maestro interior.
Estas dos partes se corresponden con los dos grandes temas aludidos:
los argumentos dialcticos de la primera parte; los de naturaleza teolgica de la segunda. La primera parte podra dividirse a su vez en dos
y su punto de inflexin sera la recapitulacin que se lleva a cabo en
los prrafos19-21.
225
la antigedad grecolatina
226
AG U S T N DE H I P ONA
tear una serie de problemas que han sido objeto de disputa desde la Edad
Media. Agustn propone un verso de Virgilio que dice: Si nihil ex tanta superis placet urbe relinqui (En. II,659)24. El objetivo es, sin embargo, plenamente semitico: se trata de comprobar realmente si todos
los signos tienen algn significado. La eleccin del verso de Virgilio no es
azarosa. Las tres primeras palabras ponen ya en entredicho la regla que se
acaba de formular. Nihil es un nombre y, sin embargo, no puede decirse
que signifique algo, justamente porque niega la existencia de algo. La explicacin de Agustn es que, ms que una cosa, lo que significa es la afeccin del alma que se produce en alguien que descubre la inexistencia de
algo. De todos modos, hay una intencin expresa de no detenerse en una
cuestin de la que no se deja de apreciar su complejidad. La conjuncin si
y la preposicin ex plantean un problema diferente: el viejo y debatido de la significacin de los trminos sincategoremticos. La respuesta
de Agustn, en clara contradiccin con la tradicin platnica-aristotlica
que ha sido la dominante hasta ese momento, es que dichos trminos son
partes del discurso, como lo son los nombres o los verbos, y tienen, por
tanto, significado. Sin embargo, su significado no es una cosa, sino ciertas
afecciones del alma. En el caso de si, la duda; en el de ex, la accin de sacar o separar algo de algo (secretionem). Adeodato ha tratado de explicar
el sentido de esta ltima recurriendo a otra preposicin que puede considerarse sinnima, como es de. En apariencia Agustn no est dispuesto a aceptar esa solucin porque lo que busca son las cosas significadas.
Sin embargo, ese problema le da pie para plantear otra cuestin: qu se
puede responder cuando se pregunta por el significado de un signo? La
respuesta a esta pregunta es que si no se responde con palabras, se puede
mostrar la cosa significada, apuntando con el dedo, lo que, en definitiva,
es utilizar otro signo, o bien puede hacerse, si se trata de una actividad
humana. En breve, si se pregunta por un signo para explicar su significado pueden utilizarse otros signos, como Adeodato ha hecho al tratar de
explicar la preposicin ex. Si se pregunta por las cosas significadas pueden o bien mostrarse, como ha hecho con el trmino pared, o bien
pueden hacerse, como en el ejemplo de andar o hablar, por ms que este
ltimo, al tener que mostrarlo hablando no deja de ser un caso especial,
el de la autorreferencialidad. Estas distinciones constituyen una especie
de programa de la reflexin que Agustn va a realizar a continuacin.
mtica. As lo atestigua uno de los ms conocidos gramticos alejandrinos, Apolonio Dscolo (sigloii). Habra que subrayar que para referirse al significado Apolonio utiliza indistintamente ennoia, deiknmenon, nomenon, delomenon, incluso lektn. La utilizacin
en su definicin de la expresin paryphistmenon noetn, remite terminolgicamente a
la definicin del lektn estoico, tal como vimos en el captulo5. Para ms detalles vase
Bermon,2007:168.
24. Si le place a los dioses que nada quede de tan gran ciudad.
227
la antigedad grecolatina
Palabras
Otros signos
Sensibles
Inteligibles
228
AG U S T N DE H I P ONA
229
la antigedad grecolatina
AG U S T N DE H I P ONA
perciben las palabras (VIII,24). De todos modos, lo que quiere subrayar Agustn es que las cosas significadas han de estimarse ms que los
signos porque lo que es por otra cosa, es de menor valor (IX,25).
La primera de las afirmaciones parece tener excepciones, porque las
palabras significan a veces cosas que no solo no tienen valor, sino que
son despreciables. Estas excepciones no deben llevar a considerar falso
el principio del menor valor de lo causado con respecto a su causa. Esa
cuestin lleva a preguntarse no solo si no es preferible el conocimiento
de las cosas al conocimiento de los signos, sino si este tiene algn valor.
La respuesta provisional de Agustn es que el conocimiento de las cosas
es mejor que los signos mismos, lo que no implica que sea superior al
conocimiento de los signos, porque todo conocimiento es bueno.
Estas reflexiones le llevan a recuperar el problema de las cosas que
pueden mostrarse sin necesidad de utilizar signos, lo que conduce a disquisiciones bastantes caticas tanto por los argumentos empleados como
por los giros que Adeodato, conducido por su padre, se ve obligado a
dar. Partiendo de la diferencia entre significar y ensear (el que ensea
significa, pero no todo el que significa ensea), se llega a la contradiccin
de un principio que se haba establecido al comienzo del dilogo: que
hay cosas que pueden mostrarse sin necesidad de utilizar signos. Agustn
conduce el dilogo de tal manera que, puesto que al ensear se utilizan
signos y no puede hablarse sino utilizando signos, hay que concluir que
nada se ensea sin signos. Sin embargo, mediante dos ejemplos, Agustn
lleva de nuevo a Adeodato a la contradiccin. El primero es el encuentro
entre una persona que no conoce el arte de la caza y un cazador con sus
armas. El segundo es un pasaje del libro de Daniel en el que se emplea un
trmino, saraballae, que alude a una especie de tocado que no se conoce
previamente, por lo que el trmino no puede propiamente interpretarse. La conclusin que Agustn saca de estos ejemplos (y aqu el dilogo
se convierte en un discurso persuasivo) es que no es posible aprender
nada con el signo si no se conoce previamente la cosa significada.
Antes de este descubrimiento [que unos sonidos estaban vinculados a una
cosa] la tal palabra era para m solo un sonido; supe que era un signo cuando descubr de qu cosa era un signo; esta cosa, como he dicho, no la haba
aprendido significndoseme, sino vindola yo. As pues, mejor se aprende
el signo una vez conocida la cosa, que la cosa visto el signo (X,33).
La respuesta a la pregunta sobre qu significa una palabra, por ejemplo, cabeza, puede responderse apuntando con el dedo, con lo que
Agustn retoma la cuestin ya aludida de la designacin. La tesis que ahora mantiene Agustn es que al apuntar aprendo, no lo que es la cosa, sino
lo que el signo significa porque
231
la antigedad grecolatina
en el cual signo, como haya dos cosas, el sonido y la significacin, no percibimos el sonido por medio del signo, sino por medio del odo estimulado por l, y percibimos la significacin despus de ver la cosa significada. La accin de apuntar con el dedo no puede apuntar otra cosa que
aquello a lo que el dedo apunta, y apunta no al signo, sino al miembro
que se llama cabeza. En consecuencia, por el acto de apuntar no puedo
yo conocer las cosas que conoca ni tampoco el signo, al cual no apunta el
dedo (X,34).
En este fragmento quedan de alguna manera sintetizados los argumentos que desarrollar a continuacin. En primer lugar, la limitacin
de las palabras (y de los signos en general) que, como dir ms adelante
(XIII,42), no tienen siquiera el valor de manifestar (indicetur) el pensamiento del que habla. Todos tenemos la experiencia no solo de que los
hombres mienten, sino tambin de que aquellos que quieren decir verdad con frecuencia no profieren las palabras correspondientes a las cosas que piensan; aparte, naturalmente, de la existencia del malentendido (XIII,43). Como mucho, las palabras incitan al hombre a aprender,
como resume Adeodato en el prrafo final del dilogo.
La segunda cuestin que se bosqueja en el fragmento citado es que
tenemos dos tipos de conocimiento: el de las cosas sensibles y el de las
inteligibles. Agustn debera plantearse el problema de la verdad de esos
conocimientos, al menos el de los sensibles. Pero lo cierto es que no est
dispuesto a detenerse en ese tipo de problemas. Su inters est en otro
sitio. Lo que pretende Agustn es convencer a Adeodato de que la ver232
AG U S T N DE H I P ONA
En el prrafo siguiente Agustn trata de explicar por qu puede decirse que esta sabidura es una especie de iluminacin: as como es necesaria la luz para ver los colores y, en definitiva, los cuerpos, as para
comprender las cosas inteligibles necesitamos esa luz interior cuyo origen es Cristo.
El dilogo termina, pues, contradiciendo en gran medida todo aquello
que se haba dicho al principio acerca de las palabras y la comunicacin.
Sin embargo, al final de un discurso que tiene como objetivo poner de
manifiesto la imposibilidad de encontrar la verdad mediante su concurso, Agustn deja, sorprendentemente, algn resquicio. Hay que reconocer
que las palabras tienen una utilidad que, bien considerada, no es pequea. Sin embargo esta es una cuestin que ser objeto de discusin, si
Dios lo permite, en otro momento. Opiniones tan radicales sobre la comunicacin y la enseanza como las que aqu vemos, difcilmente pueden
ser mantenidas en contextos diferentes. Sin renunciar a lo que podramos
considerar la tesis central, la de la iluminacin divina, las opiniones sobre
la comunicacin y la enseanza, en definitiva, sobre el carcter performativo del discurso con el que comienza el tratado, tendrn que ser moduladas. As puede verse, por ejemplo, en un tratado tan interesante desde el
punto de vista didctico como el De catechizandis rudibus, un breve escrito en el que Agustn da respuesta a Deogracias, un dicono que acude a l
para que le aconseje sobre la mejor forma de instruir a los catecmenos.
4. Los principios semiticos del De Magistro
El reconocimiento del De Magistro como una obra de singular importancia para la historia de la semitica y la lingstica no la ha librado de crticas severas. Ms all de que determinado aspecto sea criticable, teniendo la perspectiva que tenemos en la actualidad, lo que sobre todo llama la
atencin de los crticos son las contradicciones internas y los giros dialcticos que adquiere un dilogo que, sin embargo, es una muestra excelente
233
la antigedad grecolatina
del gnero. Vistas desde una perspectiva global, las principales reflexiones que se hacen al principio sobre cuestiones semiticas y lingsticas se
quedan en nada cuando son subordinadas a una idea que no es de naturaleza filosfica sino teolgica. Es esa finta dialctica lo que ms puede
desagradar al lector crtico. A pesar de todo, uno puede preguntarse por
qu lo escribi Agustn y, sobre todo, por qu se detiene tanto en cuestiones que, vistas desde la tesis teolgica del final de la obra, pueden parecer nimias e insignificantes. Esa pregunta no tiene respuesta explcita
desde la obra agustiniana. En ese sentido sorprende que en las Retractaciones (I,12) apenas podamos leer una breve alusin al tratado en
la que viene a decirse simplemente que lo que se disputa, investiga y se
concluye es que hay un solo Maestro que es Dios. Nada, pues, nos dice
de las reflexiones que ocupan la mayor parte del dilogo. Cuando Agustn
escribe esa revisin, est casi al final de su vida y sabemos que lo que le
interesa en esos momentos no son precisamente las cuestiones dialcticas
(Brown,2001:444ss.). A pesar de todo, la pregunta sigue ah: por qu se
demor tanto en los temas lingsticos y semiticos.
Sea como fuere, nuestros intereses no coinciden con los de Agustn.
Las cuestiones de la primera parte no solo no nos parecen tan nimias ni
tan insignificantes, sino que, al contrario, nos parecen muy dignas de
consideracin. Como decamos al principio del apartado anterior, el inters de nuestra poca por este tratado tiene que ver con las cuestiones semiticas, lingsticas y de filosofa del lenguaje. Tales intereses han dado
lugar a un extenso catlogo de cuestiones27 que, sin embargo, no vamos
a abordar aqu en su integridad, limitndonos a aquellas que tienen una
vertiente ms semitica.
4.1. Teora de la semiosis
La teora semitica del De Magistro es en gran parte coincidente con la
desarrollada en la Dialctica, por ms que la terminologa ms especfica que all nos encontrbamos haya sido abandonada. Los inicios del
tratado conservan lo que podemos considerar aportacin fundamental
de Agustn: el bosquejo de una semitica general cuyos principios bsicos se elaboran desde la consideracin del lenguaje como el sistema semitico por excelencia, mediante el cual los hombres se comunican entre s y pueden informarse mutuamente. Su teora de la significacin es,
pues, fundamentalmente la de la significacin lingstica, por ms que
aluda tambin a otros sistemas de signos que pueden reformular lo que se
dice mediante el lenguaje.
27. Como muestra vase E.Bermon (2007), en el que podr encontrarse tambin la
amplia bibliografa a que ha dado lugar ese amplio catlogo.
234
AG U S T N DE H I P ONA
la antigedad grecolatina
guaje interior. No del discurso sin palabras exteriores que hace el que
ora interiormente, como dice en I,2; sino de ese lenguaje que no pertenece a ninguna lengua del que nos habla en otros tratados, cuestin
que en ltimo trmino plantea el problema de las relaciones entre pensamiento y lenguaje, algo a lo que nosotros aludiremos ms adelante.
De cmo se resuelven estos problemas depende en definitiva otra
cuestin que ser objeto de discusin a lo largo de toda la historia de la
semitica: la del modelo explicativo de la relacin de significacin o semiosis. La semitica se ha encontrado siempre con la gran dificultad de
ofrecer un modelo de semiosis de carcter general. Las teoras oscilan
entre el modelo tridico para explicar los casos claros de referencia, y un
modelo binario en el que el signo remite a las afecciones del alma (utilizando los trminos empleados por la tradicin antigua), de las que se renuncia a elucidar su origen porque tal elucidacin, como el mismo Agustn pone de manifiesto en el anlisis del verso de Virgilio, presenta serias
dificultades. Agustn parece inclinarse por la opcin de un modelo tridico. As lo hace en la Dialctica y as lo hace tambin en el De Magistro,
tanto cuando establece el principio de que si hay signo tiene que haber
una cosa significada (II,3), como cuando trata de explicar que el aprendizaje del lenguaje consiste en asociar las palabras con las cosas (X,33),
argumento que utiliza para justificar que no es posible ensear mediante
signos. Pero, como hemos dicho, las ambigedades son casi inevitables.
Prueba de ello son las dificultades que aparecen en la explicacin de los
trminos sincategoremticos y de sustantivos como nihil. Algo semejante podra decirse con respecto al origen y naturaleza de las cosas inteligibles, que tambin quedan en la oscuridad en este tratado. A la confusin
contribuye tambin la ambigedad de los trminos utilizados para tratar
de explicar los procesos semisicos en general. Poco despus de haber argumentado la vinculacin de las palabras y las cosas, que ya han de ser
conocidas previamente, Agustn utiliza una frmula que ha tenido xito
posteriormente y que da pbulo a un modelo binario: in quo tamen signo, cum duo sint, sonus et significatio (X,34). La reflexin semitica
es todava incapaz de desambiguar trminos como significatio o significatum, que sera la nica forma de aclarar la cuestin. La pregunta que
podemos plantearnos es: a qu se refiere Agustn cuando utiliza estos
trminos, a las afecciones del alma, a las cosas, a ambas?
Como decamos, los modelos tridicos de la semiosis no tienen ms
remedio que vincular la semiosis con los procesos de conocimiento y, en
definitiva, admitir la pertinencia del problema acerca de cmo se vinculan el pensamiento, el lenguaje y el mundo de las cosas sensibles. De
momento, Agustn sostiene una tesis que veremos en los tericos que
han elaborado la semitica contempornea, como es el caso de Peirce:
el signo supone algn conocimiento previo del objeto. Esta tesis, que
236
AG U S T N DE H I P ONA
en el De Magistro viene a colacin en el intento de dilucidar si es posible ensear o no por medio de signos, haba sido abordada ya en el De
quantitate animae (32,65-66) para poner de manifiesto la existencia
en el signo lingstico de un elemento sensorial (el sonido) y otro elemento que pertenece al alma (la significacin), y, en definitiva, la posibilidad misma de hablar y comunicarse con otros. En ambos casos se
refiere Agustn a las dos fuentes de conocimiento: el que se obtiene por
medio de los sentidos y el inteligible, que es propio de la ciencia. Pero
ni en uno ni en otro tratado puede detenerse Agustn a abordar el problema en profundidad porque sus objetivos son otros. En el De Magistro el inters de Agustn est en poner de manifiesto que el conocimiento tiene un origen que no es el de los signos. Es el conocimiento de las
cosas lo que hace posible el conocimiento de los signos; no al revs. El
modo en que se formula esta tesis lleva a Agustn a posiciones semejantes a las socrtico-platnicas, pero que los escpticos utilizaran tambin
para sus propios fines28. El argumento podra formularse as: conocemos lo que el signo (la palabra) significa o no lo conocemos. Si lo primero, simplemente recordamos; pero si no lo conocemos, entonces no
podemos llegar a conocerlo, porque el signo no puede ensearnos nada.
Como mucho, las palabras (los signos) nos invitan a buscar lo significado (XI,37). Este argumento, sin embargo, conduce inevitablemente a
preguntarse cmo se obtiene ese conocimiento. De momento Agustn
se limita a responder que si conocemos las cosas sensibles, es porque ya
las hemos percibido o alguien nos las ha mostrado. Para ello, como ha
demostrado antes con el ejemplo del cazador y las saraballae de las que
hablan las Escrituras, no son necesarios los signos. En cuanto a los inteligibles, los conocemos gracias a ese magisterio que ejerce la divinidad a
travs de la iluminacin. Dado que no podemos comunicarlos directamente a los dems, usamos los signos que, aunque sean muy distintos de
lo significado, nos permiten dar cuenta de aquellos e incitar a los dems
a que los descubran en su interior. La forma esquemtica en que Agustn aborda la cuestin en este tratado evita, como decamos ms arriba,
preguntas tan obvias como la veracidad de lo conocido por los sentidos o la forma en que se descubren los inteligibles. En el De Magistro
Agustn no est dispuesto a responder a cuestiones que, sin duda, le habran desviado an ms de su objetivo. Las respuestas habr que buscarlas, pues, en otras obras.
28. El argumento utilizado por Agustn viene a ser el mismo que utilizara Sexto Emprico para negarse a admitir la existencia de signos indicativos (vase ms arriba cap.5,
p. 155).
237
la antigedad grecolatina
238
AG U S T N DE H I P ONA
239
la antigedad grecolatina
Agustn es que aprendera el lenguaje de sus padres y no necesariamente el lenguaje hablado y que este aprendizaje no supondra ninguna traba comunicativa. El lenguaje natural, como el de los sordomudos, es un
arte que se aprende, de lo que sera prueba, por otra parte, el que podamos aprender otras lenguas. De la misma forma, el nio normal crecido
entre sordomudos podra aprender a hablar, porque, al fin y al cabo, el
lenguaje es un producto del aprendizaje, y por, tanto del arte.
Esta forma de entender la comunicacin explica mejor la vinculacin
que Agustn establece en el De Magistro entre el lenguaje de los sordomudos y el de los mimos. Ambos son gestuales y permiten significar no
solo las cualidades visibles de los cuerpos, sino cualquiera de las cosas
no visibles que son significadas por el lenguaje oral. Agustn hace explcita su tesis de que con tales lenguajes se puede decir prcticamente lo mismo que con el lenguaje oral. Un buen mimo no tendra demasiadas dificultades en mostrar por medio de gestos lo que significa la preposicin ex
(de), que es lo que Agustn pretende demostrar a su hijo en ese momento.
La vinculacin entre los gestos, el lenguaje de los sordomudos y los
gestos de los mimos no entraa que, por el hecho de tener en comn la
gestualidad, esos tres (cuasi) sistemas semiticos tengan la misma naturaleza. Quiz los ejemplos que Agustn propone en el De Magistro podran
inducir a pensar que los lenguajes gestuales son naturales por ser en gran
medida icnicos. No es eso, sin embargo, lo que piensa Agustn. En el De
doctrina christiana vuelve sobre el lenguaje en dos ocasiones. La primera
de ellas (II,3,4), para situarlo entre los distintos sistemas de signos que
los hombres utilizan para comunicarse entre s; y un poco ms adelante (II,25,38), para afirmar taxativamente que el lenguaje mmico no es
natural, sino convencional. Como prueba de ello recurre Agustn a algo
que ha odo contar a los ancianos: en Cartago, al principio, la actuacin
del mimo deba ser comentada por un pregonero que iba explicando lo
que el mimo quera decir porque no todos comprendan sus gestos y movimientos. Admite Agustn que en este tipo de signos se da una cierta semejanza entre el signo y lo significado, pero aade una observacin de
gran agudeza: Como una cosa puede ser semejante a otra de muchos
modos, no todos los hombres conocen esos signos, sino que se tienen por
convencin32.
Todas estas observaciones ponen de manifiesto algo que cuando se
ha atendido nicamente a las tesis filosficas y teolgicas del De Magistro, ha quedado minimizado. Agustn no solo lleva a cabo una reflexin
profunda sobre el lenguaje y la comunicacin. Su perspicacia y su capacidad de anlisis hacen posibles unas teoras semiticas que supusie 32. El texto latino dice lo siguiente: non constant talia signa inter homines, nisi consensus accedat.
240
AG U S T N DE H I P ONA
la antigedad grecolatina
de desarrollar las ideas que la inteligencia haba percibido de forma fulgurante, ya se han retirado a un lugar secreto (iam se ille in secreta sua
condidit). Sin embargo, dice Agustn:
perduran con las breves pausas silbicas ciertos vestigios que de modo
maravilloso dej impresos en la memoria; y precisamente a partir de esos
vestigios confeccionamos el conjunto de signos sonoros que llamamos lengua latina, o griega, o hebrea, o cualquiera otra, tanto si estos signos se presentan mentalmente solo, como si, adems, se emiten vocalmente. Aquellos
vestigios, en cambio, no son latinos, ni griegos o hebreos, ni propios de cualquier otro pueblo, sino que se originan en el alma como el semblante en el
cuerpo (De cat.2,3).
Para explicar lo que quiere decir propone un ejemplo: cuando alguien est airado, ese estado del alma es expresado por el rostro de modo
comprensible para todo el mundo. En cambio, si alguien dice Iratus sum
(estoy airado), solo ser comprensible para aquellos que conocen la lengua latina. Una cosa es, pues, el discurso (tanto el exterior como el interior) y otra cosa muy distinta son los estados del alma a los que ese discurso se refiere.
Pero ser en el libro XV del De Trinitate donde estas ideas sean desarrolladas ms ampliamente. El contexto es muy distinto del que acabamos de describir. Se encuentra Agustn en el ltimo libro de su gran
obra tratando de resumir lo que ha dicho anteriormente. Es el momento de poner de manifiesto cmo el misterio de la Trinidad se refleja en
la obra creada y, muy especialmente, en el alma humana. En ella, como
dice el apstol Pablo (1 Cor13,12), podemos ver como en un espejo
y de forma enigmtica33 la imagen de Dios. En el alma humana y, ms
concretamente, en sus potencias (memoria, entendimiento y voluntad),
aparecen como en un espejo las tres personas de la Trinidad, y as como
existe un Verbo divino, existe tambin un verbo humano, que viene a
ser como una imagen enigmtica y reflejada en un espejo del Verbo divino que se encarn en Cristo.
El pensamiento, dice Agustn a este propsito, es la visin que el alma
tiene de aquellas cosas que conoce, estn o no estn presentes (XV,9,16),
pensemos o no en ellas. Si no pensamos en ellas, no por ello dejaremos
de conocerlas: las tenemos guardadas en la memoria. Ahora bien, si que 33. Agustn aprovecha para aclarar a aquellos de sus lectores que ignoran las figuras de diccin que el enigma es una alegora oscura. A pesar de que las obligaciones de
su ministerio y la perentoriedad de los problemas teolgicos hayan terminado por alejarle
de los problemas que tan apasionadamente ocuparon su juventud, todava, incluso cuando aborda las cuestiones ms intrincadas del dogma cristiano, aparecen, aunque solo sea
por un momento, los resabios del antiguo maestro de Gramtica y Retrica.
242
AG U S T N DE H I P ONA
remos hablar de ellas, tenemos que pensarlas; porque, aunque las palabras no resuenen fuera, el que piensa, habla en su corazn (X,10,17).
Hablamos de las cosas conocidas en las que pensamos. Los pensamientos
(al menos algunos) son, pues, palabras del corazn (quaedam cogitationes
locutiones sunt cordi) que se ven pero no se oyen (XV,10,18)34. Es precisamente la distincin entre ver y or lo que le proporciona un argumento para distinguir la palabra interior (la del corazn) de esas otras que
se piensan en silencio o se convierten en sonidos. Estas se oyen; aquellas, se ven. Las primeras corresponden al hombre exterior; las segundas, al interior. Podemos producir sonidos para que otros sepan lo que
pensamos. Y podemos tambin hablar en silencio, en nuestro interior, sin
mover los labios (XV,11,20), repasando el ritmo de las estrofas de un
poema, el nmero y la cantidad de las slabas, las melodas de un himno.
Pero el lenguaje del corazn es de naturaleza muy distinta; no tiene sonido, ni slabas, ni palabras.
Como ya nos dijo en el De Magistro, cuando hablamos lo hacemos
refirindonos a esas cosas que ya conocemos. Ahora, aunque de forma
sinttica, nos explica cmo se produce el proceso.
Informado el pensamiento por la realidad conocida, es verbo lo que decimos en nuestro corazn, verbo que no es griego, ni latino, ni pertenece a
idioma alguno conocido; pero siendo preciso hacerlo llegar a conocimiento
de aquellos con quienes hablamos, se emplea un signo que expresa nuestra
palabra interior. Con frecuencia es un sonido; alguna vez, una sea; aquel
habla al odo; esta, a la vista; y estos signos materiales son medios que sirven para dar a conocer a los sentidos del cuerpo el verbo de nuestra mente. Expresarse por medio de seas (innuere) qu otra cosa es sino un habla
visible? (XV,10,19).
243
la antigedad grecolatina
Y es precisamente esta semejanza entre la segunda persona de la Trinidad y el pensamiento humano lo que lleva a Agustn a decir que, al
igual que el Verbo divino se hace carne, aunque no quede reducido a la
carne, as la palabra interior se hace sonido, aunque sin ser mero sonido. Vemos, pues, ahora como un argumento teolgico le sirve a Agustn
para justificar lo que en otros tratados se ha justificado desde los principios de la retrica y la dialctica: si podemos hablar de una semejanza
entre el Verbo divino y el verbo humano, no debemos pensar en la palabra que resuena en los odos, ni cuando en silencio se piensan esas palabras, sino en la palabra que resuena en el interior y que no pertenece a
ninguna lengua. Esos pensamientos humanos no son an lenguaje, sino
una visin del entendimiento anterior al lenguaje en sentido estricto.
5.2. El origen del pensamiento: la ciencia y la sabidura
Los pasajes que acabamos de citar expresan, de forma ms clara an de
lo que habamos visto en otros lugares, la posicin de Agustn con respecto a la debatida cuestin de las relaciones entre el pensamiento y el
lenguaje. Pero queda an por aclarar de dnde procede ese pensamiento que se traduce despus en el lenguaje o en otros sistemas de signos.
Hay que apresurarse a decir que no existe en la obra agustiniana ninguna exposicin sistemtica de una teora del conocimiento. Su forma de
exposicin dista mucho de la que utilizaran posteriormente los escolsticos. A eso hay que aadir acentos diferentes en uno y otro aspecto de
la cuestin segn el tema del que se trate. La imprecisin de Agustn, a la
que se ha unido frecuentemente el intento de explicar su doctrina desde
la de autores posteriores, ha generado no poca polmica entre los especialistas. Quedan, pues, muchas preguntas sin contestar desde la mentalidad que se ha ido imponiendo posteriormente cuando se han abordado
estas cuestiones. Sin embargo, es posible precisar algunas, y para ello la
aportacin del De Trinitate resulta fundamental.
A pesar de que la doctrina del De Magistro sobre el magisterio divino, en sus aspectos fundamentales, no fuera posteriormente puesta en entredicho35, Agustn matizar que tres son las fuentes de las que
el hombre obtiene su saber: el conocimiento sensible, el testimonio de
otros y el conocimiento que obtiene por s mismo (XV,12,21-22). Agustn explica ahora que si no fuera por el testimonio de otros, no coceramos mares, tierras y ciudades en las que no hemos estado y aconte 35. La razn fundamental estara en que, como explica en el De Magistro (X,37),
una cosa es conocer y otra creer. Como dice el profeta: Si no creyereis, no entenderis.
Por lo dems, el magisterio interior tiene que ver ms con la verdad de lo que se dice que
con el origen de lo que creemos y conocemos.
244
AG U S T N DE H I P ONA
245
la antigedad grecolatina
conocimiento (XV,12,21). Agustn vuelve a utilizar argumentos muy semejantes a los que utilizara en Contra los acadmicos. La conciencia
del propio vivir (lo que es independiente de que se est dormido o se
est despierto), el deseo de ser feliz o de no engaarse, son experiencias
que no pueden ser contradichas. Una percepcin determinada puede ser
errnea por diversos motivos, pero no puede dudarse de la verdad de
los objetos percibidos: Ellos dan testimonio de la existencia del cielo y
de la tierra y de cuanto en ellos se contiene y nos es conocido segn voluntad del que nos cre a nosotros y a ellos (XV,12,21).
Pero aparte del conocimiento de las cosas sensibles, que lleva a cabo
la parte de la razn que da lugar a la ciencia, hay otro conocimiento que
es propio de la inteligencia superior que juzga las cosas materiales segn las razones incorpreas y eternas que estn por encima de la mente humana (XII,2,2). Prueba de la existencia de estas razones eternas lo
constituye el hecho de que en nosotros encontramos nociones como las
de nmero, bien, verdad, justicia, igualdad, belleza, etc., que poseen todos
los hombres. Esas razones eternas, ms que conceptos, son como reglas de
juicio37 impresas en el corazn del hombre, como queda impresa en
la cera la imagen del anillo sin abandonar la sortija (XIV,15,21). Esa regla de juicio no puede drsela el alma a s misma. Hay hombres, por ejemplo, que son injustos y, sin embargo, saben qu es la justicia (VIII,6,9).
Hay que preguntarse, pues, de dnde les viene la idea de justicia. Lo
mismo podra decirse de la idea de verdad o de la idea de belleza. No pueden provenir, como acabamos de decir, de las cosas materiales, ni tampoco del alma misma. Rechaza tambin Agustn las tesis del innatismo al
estilo pitagrico o platnico (XII,15,24)38. Las razones eternas estn en
la mente humana gracias a la iluminacin divina. Gracias a la iluminacin
somos partcipes de esas nociones que estn en Dios, aunque a l no lo
contemplemos directamente. La iluminacin no exime del conocimiento
de las cosas sensibles, ni las reglas en las que consisten las razones eternas
pueden aplicarse sino a una materia que es la que le proporciona la experiencia. Como dice Gilson (1949:123), gracias a la experiencia podemos
saber lo que es un arco o un hombre; pero solo gracias a la iluminacin
podemos saber lo que es un arco perfecto o lo que es un gran hombre. Todos nuestros conocimientos parten, pues, de la experiencia; pero aquellos juicios en los que intervienen esas nociones que no proceden de la
37. Sobre la discusin en torno a si las nociones inteligibles son conceptos o reglas,
vase Gilson,1949:123ss.
38. Es posible, sin embargo, que, respecto a esta cuestin, Agustn fuera modificando
su pensamiento con el tiempo. Como ha sealado tienne Gilson (1949:94-95), quiz en
la poca en que ms se aproxim al neoplatonismo pudo mantener una teora prxima a la
de Platn. Aunque hubiera sido as, como pone de manifiesto el texto citado, no cabe ninguna duda de que Agustn abandon dichas posiciones.
246
AG U S T N DE H I P ONA
247
la antigedad grecolatina
por el cuerpo visible; y la segunda, cuando la visin del pensamiento es informada por la memoria.
AG U S T N DE H I P ONA
detena demasiado a la hora de explicar la naturaleza del dicibile. Heredada o no de la tradicin estoica, resulta evidente que dicibile es una
expresin que trata de definir lo que los sonidos enunciados significan.
En cambio, verbum es una expresin que, ms all de su origen, no deja
de ser una metfora instaurada en un texto cannico de la mxima relevancia para los cristianos, el Evangelio de san Juan, para referirse a la
segunda persona de la Trinidad. La afirmacin de Agustn sobre la mayor pertinencia de llamar verbum a la palabra interior que al sonido, no
puede entenderse en un sentido literal o al margen del contexto en que
surge. En este contexto, la dependencia de la perspectiva lingstica de
la teolgica es indiscutible. Pero ms all de estas precisiones, tanto el
dicibile de la Dialctica como el verbum del De Trinitate remiten a lo
decible y, en ese sentido, no parece posible una distincin entre ellas.
Podra pensarse que dicibile es el significado ya informado por las palabras de una lengua, y en este sentido no coincidira con verbum, que es
previo o independiente de una lengua determinada. Hay, sin embargo,
varias razones que nos llevan a descartar esta interpretacin. La primera
de ellas es que en la Dialctica al sonido con significado lo llama Agustn dictio y que si bien pudiera parecer que se refiere al sonido ya proferido y a su significado, creemos que la distincin entre la palabra proferida para que sea captada por los odos de otros y la que solo se piensa
como cuando se recita algo o se lee algo en silencio, no es aqu pertinente. Esas palabras que se dicen interiormente han de ser consideradas
tambin dictiones. Por lo que se refiere al dicibile, si bien remite a lo
decible, su definicin (lo que entiende el alma o est en el alma)
deja claro que se trata de algo independiente de la palabra. Por lo dems, no es necesario decir que ocurre lo mismo con el trmino verbum,
que remite al lenguaje; pero en el De Trinitate tambin queda claro que
puede ser significado por las lenguas o por cualquier otro tipo de sistema semitico (XV,10,19): plerumque sonus, aliquando etiam nutus
(con frecuencia es un sonido; otras veces, una sea o un gesto). No encontramos, por tanto, razones que nos lleven a pensar que lo que quiere
decir Agustn con el trmino dicibile sea distinto de lo que quiere decir
cuando en el tratado De Trinitate utiliza verbum.
6. Clasificacin general de los signos: De doctrina christiana
La prueba definitiva de la mentalidad semitica de Agustn y de cmo
su concepcin de la significacin conforma una teora unificada la hallamos en De doctrina christiana. En este tratado encontraremos una clasificacin unitaria de los signos que no tiene precedente alguno. Esta
obra debi de comenzarla Agustn unos aos antes que el De Trinitate,
249
la antigedad grecolatina
pero como le ocurri en otras ocasiones no fue completada. En un primer momento escribi hasta el captulo25 del libro III, pero ms tarde
(sobre426 o427), al revisar sus obras, la encontr inconclusa, por lo
que termin el libro III y aadi el IV40.
El De doctrina christiana es un tratado que ofrece reglas generales
para la interpretacin de las Escrituras. Y esta naturaleza hermenutica explica que Agustn comience con una distincin que, heredada de los
estoicos, repite con frecuencia, como ya vimos en el De Magistro: toda
teora (doctrina) trata o bien acerca de cosas o bien acerca de signos. Hay
que tener en cuenta que, dice ahora con menos precisin que en el De
Magistro, las cosas se conocen por medio de signos. Agustn quiere dejar claro que en esta distincin se llama cosa lo que es significado por el
signo, pero no se usa para significar otras cosas (I,2,2). Por ejemplo,
una vara, una piedra, un animal. Pero hay que tener en cuenta que los signos tambin son cosas. La definicin de signo que har ms adelante en el
libro II se basa precisamente en que el signo es una cosa perceptible por
medio de los sentidos (lo que es coherente tambin con lo que hemos visto a propsito de la Dialctica y el De Magistro). La diferencia est, por
tanto, en que los signos, aunque sean cosas, significan; las cosas en sentido estricto, no. Sin embargo, la distincin entre los signos y las cosas no
es tan neta como se pudiera pensar. Hay cosas que siempre son signos,
dice Agustn, como las palabras (usando el trmino en el sentido estricto de sonidos que tienen un significado); pero las cosas pueden ser unas
veces simplemente cosas y otras, signos. Los ejemplos que nos propone
ponen de manifiesto cul es su verdadero objetivo: la interpretacin alegrica de las Escrituras41. As la vara de Moiss, la piedra que Jacob us
de almohada, el animal sacrificado por Abraham, solo son cosas aparentemente, ya que tienen una naturaleza semitica que est encubierta bajo
la apariencia que muestran a los sentidos. Podramos concluir, pues, que
Agustn est haciendo una triple distincin: las cosas que no son signos,
las cosas-signos y los signos puros (como las palabras).
Esa distincin es coherente con otra que ya vimos en De Magistro,
entre lo que significa, es decir, el signo, lo significado que tambin significa (otro signo) y lo significado pero que no significa, a lo que Agustn denomina significabilia. Tanto la perspectiva como las definiciones
40. Estos datos nos son aportados por el mismo Agustn en las Retractaciones, II,
4,1-2.
41. Hay aqu tambin una posible vinculacin con la tradicin estoica, responsable
de la expansin universal del alegorismo. Segn Pfeiffer (1981, I:420), los filsofos estoicos recogieron viejas tendencias y las relacionaron con sus propias teoras. Como el lgos
(razn) es el principio fundamental de todas las cosas, tiene que manifestarse tambin en
la poesa, aunque oculto tras el velo de las narraciones mticas y legendarias y de la ficcin
pura. Este mtodo sera iniciado por Zenn y Cleantes, y perfeccionado por Crisipo.
250
AG U S T N DE H I P ONA
mismas son claramente semiolgicas. Agustn no quiere obviar el estatuto ontolgico de las cosas (sean estas signos o no) porque lo que no
es cosa alguna no es nada (I,2,2). Pero lo cierto es que las cosas en
sentido estricto son definidas como aquello que es significado y no significa. Esta definicin semitica de las cosas es una constante en la Dialctica, en De Magistro y en De doctrina christiana. Por esta razn, en
este ltimo tratado, la Trinidad es considerada como una cosa: tiene
existencia y forma parte de aquello de lo que se habla. Lo mismo podra decirse, como veremos ms adelante, de las afecciones del alma,
que tampoco son perceptibles. En otros trminos, como ya vimos en
De Magistro, las cosas son significabilia y estos, a su vez, son sensibles
e inteligibles. Sin embargo, la perspectiva es aqu mucho ms decididamente semitica. Entonces se trataba de dilucidar lo que las palabras
significaban y, en funcin de esa perspectiva, si las cosas pueden ser enseadas mediante signos o no. Aqu, al tratar de distinguir entre cosas
y signos, la perspectiva cambia porque se trata de diferenciar lo ms netamente posible las cosas y los signos. Al fin y al cabo se trata de justificar que, en ocasiones, lo que en un primer momento parece una cosa,
es, a pesar de todo, un signo. No es esta, por tanto, una cuestin fcil
de dilucidar a priori: salvo en el caso de las palabras, que son siempre
signos, en los dems se exige una competencia que ya no es lingstica,
ni siquiera nicamente semitica, sino que tiene que ver con las cosas
mismas significadas.
Esta forma de ver el problema es llevada hasta las ltimas consecuencias cuando se introduce la perspectiva teolgica y la semiolgica queda
en un segundo plano. Si bien es cierto que, como afirma en el De doctrina christiana, desde una cierta perspectiva es posible establecer una distincin entre las cosas, las cosas-signos y los signos-puros, desde la mirada que considera que todas las cosas han sido creadas por Dios, todas
las cosas son signos que nos remiten a l.Esto es lo que literalmente dice
en el captulo VI (10,12) del De Trinitate: las cosas creadas son vestigios
del Creador, de ah que, desde las cosas, podamos elevarnos y conocer la
Trinidad. Desde este punto de vista, el universo se convierte en un enorme sistema de signos y en l, la nica cosa que no puede ser convertida en
signo es Dios mismo. Este cambio de perspectiva lleva a una conclusin
en cierta manera distinta de la que leamos en el De Magistro: las cosas
se conocen por medio de signos. Sin embargo, esta cuestin se convierte
ahora en secundaria. Lo verdaderamente relevante es esa idea de que el
universo es un signo (de forma ms precisa, un vestigio) de su Creador.
Esta idea ser recogida por los telogos medievales y tendr un desarrollo posterior mayor aun cuando se termine por concluir que el universo
es un libro que puede ser ledo. En cualquier caso, lo que ahora resulta
oportuno sealar es que creemos que no malinterpretamos las tesis agus251
la antigedad grecolatina
252
AG U S T N DE H I P ONA
Por lo dems, como las palabras se desvanecen en cuanto han sonado, se invent la escritura, que est constituida por signos visuales de
las palabras. Y, aludiendo al pasaje bblico de la torre de Babel, Agustn explica que las palabras no son comunes a todos los pueblos debido
al pecado de soberbia de los hombres, que no solo tienen palabras diferentes sino voluntades opuestas. Se da as una explicacin religiosa a
la diversidad de las lenguas simplificando un problema al que los griegos, como vimos en el caso de Epicuro, tuvieron que enfrentarse desde
perspectivas antropolgicas. A pesar de todo, gracias a los intrpretes,
253
la antigedad grecolatina
254
AG U S T N DE H I P ONA
de que, y esto es especialmente evidente en la cuestin de la clasificacin de los signos, sus intereses ms inmediatos son otros. En el caso
que nos ocupa, la interpretacin de las Escrituras. No hay, por tanto,
una intencin de enfrentarse especficamente con el problema, sino que
este se aborda en funcin de los objetivos que se persiguen, que son de
otra naturaleza. En cualquier caso, los pasajes del De doctrina christiana que hemos comentado son el lugar en que se detiene de forma ms
amplia en la cuestin.
Las clasificaciones que hace Agustn obedecen a criterios muy distintos. Algunos de ellos son originales; otros los hemos visto ya en otros
autores. A pesar de todo resultan siempre interesantes porque, incluso
en los casos de clasificaciones conocidas, Agustn suele hacer una reinterpretacin personal que no siempre es asimilable a las que otros han hecho. La diversidad de criterios y la subordinacin de las clasificaciones a
los objetivos hermenuticos de la obra es lo que da lugar, como decamos
ms arriba, a un resultado difcilmente articulable en una clasificacin general y homognea.
La primera clasificacin es ya una muestra de lo que acabamos de
decir. La distincin entre signos naturales y signos dados tiene como
base, no la distincin entre naturales y convencionales, como a veces se
ha credo, sino entre los que son intencionales y los que no lo son. La
convencionalidad suele implicar algn tipo de acuerdo cultural, pero est
claro que no es esta la idea de Agustn. Prueba de ello es que tambin
entre los animales encontramos signos dados. Inevitablemente la distincin agustiniana de alguna manera puede recordar la distincin griega entre semea y smbola, pero no puede identificarse con ella. Desde
luego, los signos naturales de Agustn podran coincidir con los semea de
los griegos en cuanto se trata de fenmenos que nos permiten establecer
una vinculacin ms o menos segura entre el signo y lo significado. Sin
embargo, la categora de los signos dados no coincide con la categora
de smbolo. Aristteles deja perfectamente claro en el De interpretatione
(16a,28-29) que los animales no usan smbolos y, por tanto, habra que
concluir que los signos que utilizan son semea. Pero resulta intil pedir
a Aristteles precisin en una cuestin como esta: ni tiene una teora general de los signos ni, por tanto, ha intentado una clasificacin de carcter general. La distincin agustiniana parece ms cercana a la que se ha
establecido ms modernamente entre la semiologa de la informacin y
la semiologa de la comunicacin. La ausencia de intencionalidad excluye la comunicacin en sentido estricto. Por eso, los signos naturales, proporcionan informacin, mientras que los signos dados tienen, adems,
una clara funcin comunicativa.
Pero no todo es claridad. La explicacin deja una zona oscura que
Agustn no se atreve a desarrollar: la cuestin de si las expresiones fa255
la antigedad grecolatina
ciales mediante las cuales se expresan los movimientos del alma (motum animi), que nosotros podramos interpretar como emociones, o los
quejidos de una persona enferma o herida, son o no naturales. Cuando
nos proporciona ejemplos de los signos naturales, Agustn incluye entre ellos las expresiones de las emociones. Sin embargo, despus aparecen dudas. Agustn no nos explica cul es la dificultad, pero lo cierto es
que resulta fcil pensar que alguien puede producir esos signos de forma intencionada. Por otra parte, algunos de esos signos son gestos, por
lo que podra entenderse que son semejantes a aquellos que utilizan los
sordomudos y los mimos, que, segn nos dice en otros lugares, son intencionales y, adems, universales. En algunos momentos Agustn parece inclinarse por su naturalidad, sobre todo cuando los contrapone a las
palabras. Ms arriba citbamos un pasaje del tratado De catechizandis
rudibus (2,3) en el que dice Agustn:
La palabra ira se dice de modo diverso en latn, en griego y en las diversas lenguas; el semblante del airado, en cambio, no es latino ni griego. De
ah que, cuando alguien dice iratus sum no lo entiende todo el mundo,
sino solo los latinos; en cambio si la pasin del alma enardecida asma a su
rostro y origina ese semblante, todos los que lo ven se dan cuenta de que
est airado.
En este pasaje deja claro que esos signos son universales, como las
afecciones mismas significadas, y los entiende todo el mundo, pero no
aclara si son intencionales o no. Quiz en la ltima frase deja traslucir
que la emocin de un alma enardecida (excandescentis animi) asma
(exeat) al rostro sin que haya alguna intencionalidad. De nuevo habra que
concluir que la universalidad no se identifica con la naturalidad.
En las Confesiones (I,8,13) encontramos otro pasaje parecido, aunque dando a entender lo contrario. Agustn explica cmo aprendi a
hablar y comenta (aunque propiamente no est hablando de un recuerdo, sino de lo que ha observado posteriormente) que cuando los que le
rodeaban pronunciaban una palabra, la fijaba en la memoria y llegaba
a saber lo que significaba por lo que los dems hacan con el lenguaje
corporal:
Que esta fuese su intencin, inferalo yo de los movimientos del cuerpo,
que son como las palabras naturales de todas las gentes, que se hacen con
el rostro, el movimiento de los ojos, la posicin de los miembros y el tono
de la voz, que indican las afecciones del alma para pedir, coger, rechazar
o huir de alguna cosa.
AG U S T N DE H I P ONA
tencin de comunicarse con los otros mediante los gestos que acompaan a las palabras. Agustn es, pues, consciente de que algunos de los
gestos, sobre todo los faciales, podran considerarse naturales, pero no
en el sentido estricto utilizado en De doctrina christiana, porque esos
gestos pueden tener intencin comunicativa. Las emociones tambin
pueden expresarse de forma voluntaria y, en el caso de los quejidos del
doliente, dependiendo de la situacin comunicativa, podran tener tambin intencionalidad, algo que no es posible determinar de antemano.
La situacin es, pues, compleja. Pero como Agustn tiene un objetivo muy
claro que es la interpretacin de la Escritura, no tiene intencin de detenerse en una cuestin que desde este punto de vista es secundaria. Son
los signos que los hombres se dan para comunicarse con otros los que
reclaman su atencin.
La siguiente clasificacin es, en cambio, bastante cannica, sobre
todo, en el contexto retrico: la clasificacin de los signos por el tipo de
estmulo sensorial ha sido frecuente y aparentemente es poco conflictiva.
La clasificacin es, por lo dems, bastante coherente con la definicin de
signo de Agustn. Siguiendo la orientacin ciceroniana, los signos son explcitamente definidos como algo perceptible por medio de los sentidos:
speciem quam ingerit sensibus. En esta definicin, lo relevante es que el
signo es algo sensible que est asociado a otra cosa (faciens in cogitationem venire); el carcter representacional, e incluso inferencial (si lo tuviera) del signo, queda subordinado a esta relacin de asociacin. Agustn no contempla ni parece vislumbrar siquiera, el carcter sgnico de las
representaciones de la memoria (imgenes) y del entendimiento (los conceptos y juicios). Por lo dems, no insiste demasiado en una cuestin obvia: la mayor parte de los signos son auditivos y visuales, aunque tambin
haya otros que pertenecen a otros sentidos. Los ejemplos que propone
Agustn para ilustrar esta ltima categora son bien peculiares. Los tres
aluden a pasajes tomados de la Biblia: el olor del ungento derramado a
los pies de Cristo por Mara de Betania (Jn12,3); el sabor del vino y el
pan como signo del cuerpo y la sangre de Cristo (Lc22,19-20), y el tacto de la orla del vestido de Jess en el pasaje de la curacin de una mujer
que padeca flujos de sangre (Mt9,20-22). Si se examinan bien estos
ejemplos veremos que son problemticos. Lo primero que queda de manifiesto es que la sustancia de la expresin de un signo (como hoy decimos) no prejuzga si es natural o dado, propio o transpuesto. Y esto
es sin duda un acierto. Pero los tres ejemplos citados no son interpretados por Agustn; seguramente porque considera que sus lectores conocen
perfectamente, no ya los pasajes citados, sino la interpretacin alegrica
que hay que hacer de ellos. Y es ah donde surgen las dificultades, porque
es el sabor del pan y del vino lo que hace a estos alimentos signos del
cuerpo y la sangre de Jess? No ser ms bien el acto de comer, incluso
257
la antigedad grecolatina
258
AG U S T N DE H I P ONA
la antigedad grecolatina
l, como para la tradicin patrstica griega, todos o casi todos los hechos
que se relatan en el Antiguo Testamento han de entenderse no solo en
sentido propio sino tambin en sentido figurado (III, 22,32). No obstante, Agustn advierte sobre el peligro de la interpretacin figurada y en
especial contra las trampas de la semejanza. A este propsito comenta
algo que pone de manifiesto su agudo temperamento semitico: Las
cosas son semejantes de muy distintas maneras (multis modis res similes rebus apparent) (III,25,35). Hay, pues, que ser precavidos. As, por
ejemplo, el mismo signo puede significar una cosa y su contraria y, en
todo caso, hay muchos pasajes de significacin dudosa. Si adems tenemos en cuenta ese otro comentario, que recuerda el aristotlico, respecto al gusto que producen las comparaciones, la recomendacin de la
precaucin est totalmente justificada.
Por lo dems, la interpretacin de los signos transpuestos o trasladados remite a una cuestin que no abordaremos aqu: las distintas interpretaciones que, segn la tradicin catlica, pueden hacerse de los textos sagrados. Simplemente digamos que en el tratado De Genesi ad litteram lib.
imperf.,2, alude Agustn a cuatro procedimientos de interpretacin: historia, alegora, analoga y etiologa. Estos sentidos no se corresponden exactamente a los cuatro sentidos que se convertirn en cannicos posteriormente, pero, sin duda alguna, la referencia agustiniana resulta ineludible46.
Por ltimo, hay otros dos aspectos de la clasificacin de los signos
dignos de mencin. La primera ya la hemos visto suficientemente desarrollada en el De Dialectica y en el De Magistro: los signos escritos son
signos visuales de las palabras pronunciadas. Podramos preguntarnos
entonces si, atenindonos a la letra de las definiciones, son signos transpuestos o no. No cabe duda, sin embargo, de que es esta una cuestin
que en absoluto le interesa a Agustn y que, en cualquier caso, escapa al
sentido que quiere dar a sus clasificaciones. La segunda, se refiere a una
cuestin en parte ligada con esta. Agustn afirma aqu de forma mucho
ms taxativa que en el De Magistro que las palabras nos sirven para hablar de y traducir todos los otros signos, pero que no ocurre a la inversa (Doc. chr. II,3,4). Esto contradice, sin embargo, lo que entonces nos
deca: que los sordomudos e incluso los mimos pueden decir prcticamente lo mismo que decimos los hablantes, lo que implica que con los
gestos se pueden traducir las palabras y tambin referirnos a ellas, como
cuando con un gesto se trata de explicar el significado de la preposicin
46. La hermenutica cristiana ha distinguido entre el sentido literal y el sentido espiritual de la Escritura. El sentido espiritual puede ser, a su vez, alegrico, moral y anaggico. La clasificacin de la interpretacin en dos grandes gneros remite de alguna manera a los signos propios y transpuestos de Agustn. Las especies de los signos espirituales
no coinciden con los citados en De Gen. ad lit. lib. imp.2, pero pueden relacionarse con
ellos. Vase Todorov,1977:50-51.
260
AG U S T N DE H I P ONA
261
la antigedad grecolatina
262
AG U S T N DE H I P ONA
Pero no solo los que han tratado de Dios lo hacen por medio de smbolos, sino que tambin los escribas, filsofos y poetas utilizan ese procedimiento. No deja de ser sorprendente que sea en un pasaje a propsito de los escribas egipcios donde encontremos una explicacin que de
alguna manera pretende ser una sistematizacin del procedimiento simblico. Quienes son educados por los egipcios, dice Clemente (V,20,3),
aprenden primero el mtodo de todos los gramticos, el llamado epistologrfico o demtico, propio del pueblo; despus el hiertico o sacerdotal, caracterstico de la gente letrada, y finalmente, el jeroglfico.
El lenguaje jeroglfico puede ser de dos clases, el lenguaje propiamente
dicho o lenguaje kyriolgico (kyriologik), y el simblico. El lenguaje simblico se expresa mediante tres procedimientos: por medio de la
imitacin (mmsis), de la escritura figurada (tropiks grphetai) y por
medio de enigmas alegricos. Clemente nos da a continuacin ejemplos
de cada uno de los tres tipos de expresiones simblicas. As, en lenguaje
simblico imitativo, el sol se representa como un crculo, y la luna como
con una figura de media luna, conforme al sistema del lenguaje propiamente dicho (V,20,4). La escritura figurada consiste en representar de
modo figurado, cambiando y modificando el sentido propio, unas veces
eliminando y otras transformando de diversas maneras la representacin. As, por ejemplo, los egipcios representan en bajorrelieves las gestas de los reyes mediante mitos relativos a los dioses (V,20,5-21,1). Y
como ejemplo del tercer tipo refiere que representan el sol como un escarabajo, porque construye una bola con estircol formando una figura
redonda que da vueltas sobre s misma; y tambin porque este animal
vive seis meses bajo tierra y el resto del ao sobre la misma. De modo
semejante representan a los dems astros mediante el modo sinuoso de
andar de las serpientes (V,21,2).
50. Tngase en cuenta que el trmino prgmata, que en sentido no especfico suele
traducirse por realidades, cosas, seres, es utilizado por los cristianos para referirse a
los misterios de la fe. Cf.Strmata IV-V, ed. Merino Rodrguez, Madrid, Ciudad Nueva,2003, 355, n.6.
263
la antigedad grecolatina
Segn Clemente, la expresin indirecta o mediante smbolos que llevan a cabo sacerdotes, profetas, filsofos y poetas tiene su justificacin:
todo lo enigmtico demanda una investigacin y mediante esta se llega a
la verdad (V,24,1). De ah la necesidad de intrpretes que expliquen a los
no iniciados el sentido de lo que est expresado de forma velada y enigmtica. Clemente dedica una parte importante de este libro a explicar los
enigmas, parbolas, alegoras y todo tipo de expresiones oscuras que han
utilizado griegos, brbaros y judos. No encontraremos, sin embargo, una
aplicacin sistemtica de los diversos modos del estilo o mtodo simblico
a los que se refiere a propsito de la escritura jeroglfica. Es posible, por
tanto, que ms que llevar a cabo una sistematizacin del procedimiento,
lo que haya pretendido Clemente sea, simplemente, una descripcin de
los procedimientos de representacin utilizados por los egipcios. Un anlisis detenido de la clasificacin pondr de manifiesto, como ha hecho Todorov (1977:32), ciertas incongruencias y ambigedades. Pero ms all
de estas deficiencias, no cabe duda de que la teora subyacente al estilo
simblico de representacin que nos propone Clemente tiene consecuencias de inters. La primera de ellas, como seala tambin Todorov, que
estamos ante una teora semitica unificada que extiende y aplica el modo
simblico a cualquier tipo de representacin, no solo a la lingstica. La
segunda es tambin de gran importancia para la interpretacin de las Escrituras, tal como la entendieron los primeros intelectuales cristianos: los
hechos que narran los libros sagrados tienen un sentido figurado que
los intrpretes cualificados han de desvelar.
Orgenes tambin utiliza frecuentemente el trmino smbolo, tanto en su Contra Celso como en los Comentarios al Evangelio de san Juan
y en las otras obras que han llegado hasta nosotros, en el sentido general que acabamos de ver en su maestro: los hechos de Cristo de los que
hablan las Escrituras son smbolos porque, siendo de naturaleza visible,
nos reenvan, ponindolo de manifiesto, a un contenido invisible (Contra Celso,2,69). Lo mismo podra decirse de las Escrituras en general:
En las Sagradas Escrituras no ocurre nada de extraordinario que no sea
signo y smbolo de otra cosa que est ms all del acontecimiento sensible (Comm. in Joh.13,64,452). Tanto la definicin de smbolo como
la vinculacin que se lleva a cabo con signo en el ltimo pasaje citado
reflejan un escaso inters semitico: no hay una intencin de distinguir
una categora de la otra. Se trata simplemente de poner de manifiesto el
carcter figurado de los hechos que se narran y cmo estos hechos obedecen al designio divino.
Pero en Orgenes encontramos tambin un sentido ms especfico
del trmino. En la ltima obra que acabamos de citar, la nocin de smbolo est vinculada al ritual de los sacramentos. Las razones de esta interpretacin resultan bastante obvias. En primer lugar, los sacramentos
264
AG U S T N DE H I P ONA
se vinculan a los hechos de Jess y adquieren, por tanto, el valor simblico que tienen los acontecimientos narrados en las Escrituras. Pero
adems, el acto sacramental es una accin que opera y se desarrolla en
un plano sensorial, visible, pero que tiene efectos en un plano espiritual.
As, por ejemplo, el bautismo consiste en un bao fsico y como tal tiene
la funcin de limpiar el cuerpo; pero en el nivel simblico representa y
produce efectivamente el perdn del pecado, incluido aquel pecado de
origen que los hombres han heredado de Adn (Paximadi1999:57).
Esta concepcin simblica de los sacramentos ser una constante en la
literatura patrstica de Oriente y Occidente.
Pero aparte de esta concepcin general del smbolo y su vinculacin al ritual sacramental, en los primeros siglos del cristianismo se va
a consagrar un uso del trmino que, aunque est muy ligado a la liturgia bautismal, adquiere un sentido propio y especfico. Se trata del uso
de smbolo para referirse a una declaracin que constituye el signo de
identificacin de las creencias cristianas: el Credo o Smbolo de los Apstoles, una frmula textual que contiene de forma sinttica las creencias
bsicas del cristianismo. Lo sorprendente es que este uso del trmino para
referirse al contenido de la fe cristiana, se difundiera antes en el mundo
latino que en el mbito griego (Basevi,1988:365-366).
Las primeras referencias y comentarios los encontramos en escritos de Tertuliano (ca.160- ca.220)51, que an no utiliza la expresin
smbolo, sino ms bien regla de fe o simplemente regla. Segn
Lampe (2007), el trmino smbolo como sinnimo del Credo empez a generalizarse a partir del concilio de Laodicea (363-364), pero lo
cierto es que Cipriano de Cartago (ca.200-258), discpulo de Tertuliano y figura central de la Iglesia norteafricana, lo utiliza ya un siglo
antes. En una carta dirigida a Magno (Ep.69,7,1), escrita en255 para
afrontar el problema de los rebautizantes52, se refiere al smbolo y
su uso durante el rito del bautismo, as como a algunas de las frmulas que contena, que no cabe interpretar como lo hacen los cismticos novacianos, que aparentemente utilizan el mismo smbolo. Un ao
despus, en una carta que Firmiliano de Cesarea, un obispo oriental,
dirige a Cipriano (Ep.75,11,1), que versa sobre el mismo problema de
los rebautizantes, se alude tambin al Smbolo de la Trinidad. Estas
referencias hacen pensar que, al menos en determinados ambientes, se
utilizaba con frecuencia el trmino smbolo con el sentido indicado.
51. De praescriptione haereticorum, caps.13 y37; Adversus Praxeam, cap.2; De virginibus velandis, cap.1.
52. Se trataba de herejes como los seguidores de Novaciano, que bautizados en el
seno de comunidades herticas, posteriormente pedan ser bautizados en la fe catlica. De
ah el nombre de rebautizantes.
265
la antigedad grecolatina
El sentido que Ambrosio da al latinizado symbolum est, pues, en relacin con la que los griegos daban a symbol: reunin y tambin contribucin a escote para sufragar gastos. La explicacin de esta interpretacin hay que vincularla al nacimiento de una leyenda que se difundira
por Occidente, cuyo origen exacto no conocemos, pero que tanto Ambrosio de Miln, como despus Rufino de Aquileya, contribuirn a pro 53. Segn H. de Lubac (1988:27), su fecha de composicin ms probable habra
que situarla entre el380 y el390.
54. De Lubac (1988:28) lo sita entre el401 y el409.
266
AG U S T N DE H I P ONA
Pero esta formulacin tiene, segn Ambrosio, otra utilidad, para nosotros muy significativa:
S que, sobre todo en las zonas de Oriente, unos por fraude y otros por celo
por fraude los herejes, por celo, los catlicos; unos tratando de insinuarse mediante el engao, aadiendo lo que no se deba a las verdades transmitidas primeramente por nuestros mayores, mientras que otros, por el empeo
de evitar los fraudes, parece que superaron abiertamente, por una especie de piedad o de ligereza, los lmites establecidos por los antiguos (ibid.).
267
la antigedad grecolatina
268
AG U S T N DE H I P ONA
269
la antigedad grecolatina
270
BIBLIOGRAFA
Fuentes*
Aecio (siglos i-ii a.C.)
Placita philosophorum. H.Diels, Doxographi graeci, Berln,1879 (reed. Berln,
Walter de Gruyter,31958).
Agustn de Hipona (354-430)
Obras completas de san Agustn, ed. bilinge latn-espaol, Madrid, BAC,40
vols.,1946-2002.
Cartas1-123, vol. VIII.
Confessiones, vol. II.
Contra academicos, vol. III.
De catechizandis rudibus, vol. XXIX.
De civitate Dei, vols. XVI-XVII.
De diversis quaestionibus octoginta tribus, vol. XL.
De doctrina christiana, vol. XV.
De fide et symbolo, vol. XXXIX.
De Genesi ad litteram, vol. XV.
De Genesi ad litteram imperfectus, vol. XV.
De Magistro, vol. III.
De musica, vol. XXIX.
De ordine, vol. I
De quantitate animae, vol. III.
De symbolo ad catechumenos, vol. XXIX.
De Trinitate, vol. V.
De vita beata, vol. I.
* Para facilitar la localizacin de los autores y obras hemos ordenado las fuentes utilizadas siguiendo el orden alfabtico del nombre por el que se conoce a los autores citados.
Para facilitar la localizacin histrica, damos el dato en algunos casos aproximado de
nacimiento y muerte de los autores.
271
la antigedad grecolatina
272
B I B LIOGRA F A
Comedias II: Las nubes, Las avispas, La paz, Las aves. Trad., introd. y notas de
L.Gil Fernndez, Madrid, Gredos,2011.
Aristteles (384 a.C.-322 a.C.)
Acerca del alma. Trad., introd. y notas de T.Calvo Martnez, Madrid, Gredos, 1999.
Aristotelis opera. Ed. de I.Bekker, Academia Regia Borussica, Berln, W. de
Gruyter,1960.
Etica Nicomaquea. Ed. de J.Bywater, Oxford, Clarendon,1894. Trad. esp., introd. y notas de J.Pall Bonet, Madrid, Gredos,1995.
Metafsica. Ed. de W.D.Ross, Oxford, Clarendon,1924. Trad. esp., introd. y
notas de T.Calvo Martnez, Madrid, Gredos,1994.
Potica. Ed. trinlinge griego-latn-espaol de V.Garca Yebra, Madrid, Gredos,1974.
Poltica. Ed. de W.D.Ross, Oxford, Clarendon,1957. Trad. esp., introd. y notas de M.Garca Valds, Madrid, Gredos,1994.
Retrica. Ed. bilinge griego-espaol de A.Tovar, Madrid, Centro de Estudios
Constitucionales,1990.
Sobre la interpretacin. Ed. bilinge griego-espaol de A.Garca Surez y J.Velarde Lombraa, Valencia, Teorema,1977.
Tratados de lgica (rganon). Trad., introd. y notas de M.Candel Sanmartn,
Madrid, Gredos,2 vols.,1994-1995.
Artemidoro (sigloii d.C.)
Oneirocritica. Ed. de R.A.Pack, Leipzig, Teubner,1963. Trad. esp., introd. y
notas de E.Ruiz Garca, Madrid, Gredos,1989.
Aulo Gelio (ca.125 d.C.-ca.180 d.C.)
Noctes Atticae. Ed. bilinge latn-ingls de J.C.Rolfe, Cambridge (Mass.)/Londres, Harvard UP/William Heinemann,1927. Trad. esp. de S.Lpez Moreda, Madrid, Akal,2009.
Biblia Vulgata
[On line] <http://www.perseus.tufts.edu/hopper/collection?collection=Perseus:
collection:Greco-Roman>. Consultado28/09/2011.
Boecio, A. M. S. (480-524/525)
In librum Aristotelis De interpretatione commentaria maiora. J.P.Migne, Patrologia Latina, Pars,1841-1842, vol.64,393-640A.
In librum Aristotelis De interpretatione commentaria minora. J.P.Migne, Patrologia Latina, Pars,1841-1842, vol.64,293D-392D.
In Topica Ciceronis commentaria. J.P.Migne, Patrologia Latina, Pars,18411842, vol.64,1039-1174A.
Catn, Marco Porcio (234 a.C.-149 a.C.)
Orationum incertae sedis reliquiae. Introd., texto crtico y comentario filolgico
de M.T.Sblendorio Cugusi, Turn, G.B.Paravia,1982.
273
la antigedad grecolatina
274
B I B LIOGRA F A
275
la antigedad grecolatina
276
B I B LIOGRA F A
277
la antigedad grecolatina
278
B I B LIOGRA F A
Historia de la Guerra del Peloponeso, trad. esp. de J.J.Torres Esbarranch, Madrid, Gredos,4 vols.,1990-1992.
Varrn, Cayo Terencio (116 a.C.-27 a.C.)
De lingua latina. With an English translation by R.G.Kent, Cambridge (Mass.)/
Londres, The Loeb Classical Library,2 vols.,1938. Trad. esp., introd. y
notas de L.A.Hernndez Miguel, Madrid, Gredos,1998.
Victorino, Cayo Mario (ca.300-ca.382)
Explanationum in Rhetoricam M.Tulii Ciceronis, en K.Halm, Rhetores latini minores, Leipzig, Teubner,1863:154-304.
Virgilio Marn, Publio (70 a.C.-19 a.C.)
Eneida. Ed. de J.B.Greenough, Boston, Ginn & Co.,1900. Trad. esp. de J.Echave-Sustaeta, Madrid, Gredos,2010.
VV. AA.
Die Fragmente der Vorsokratiker. Ed. de H.Diels y W.Kranz (con adiciones),
Berln, Weidmann,71954.
Rhetores latini minores. Ed. de K.Halm, Leipzig, Teubner,1863.
Stoicorum Vetera Fragmenta. Ed. de J. von Arnim, Leipzig, Teubner,4 vols.,
1903.
Suidae Lexicon (Suda) (ca. siglo x), ed. de A.Adler, Stuttgart,5 vols.,19281938 (reed. Mnich/Leipzig, K.G.Saur,2001). Ed. online: http://www.stoa.
org/sol/. Consultada el28/09/2011.
Recursos electrnicos
Perseus Digital Library. [En lnea]. G.R.Crane, Editor-in-Chief. Tufts University. <http://www.perseus.tufts.edu/hopper/>. Consultada el3/10/2011.
PHI CD ROM #5.3. [Latin Text]. Los Altos (California), The Packard Humanities Institute,1991.
Thesarus Linguae Graecae [TLG]. TLG. CD ROM E / [project director, Maria
C.Pantelia] [Irvine] University of California, Irvine,2000. [Actualmente en
lnea] <http://www.tlg.uci.edu/>. Consultadael 3/10/2011.
Bibliografa secundaria
Abril, G. y Castaares, W. (2006), La imagen y su poder creativo, en G.Abril
et al. (eds.), Los rascacielos de marfil, Madrid, Lengua de Trapo:179-223.
Achard, G. (1989), Introduction, en Rhtorique Herennius, Pars, Les Belles Lettres.
Alain [mile Chartier] (1964), Thorie de la connaissance des estocienes, Pars,
PUF.
Allen, J. (2008), Inference from Signs: Ancient debates about the nature of evidence, Oxford/Nueva York, Clarendon/Oxford UP.
Arrighetti, G. (1970) (introd., trad. y notas a) Epicuro, Opere, Turn, Einaudi.
279
la antigedad grecolatina
280
B I B LIOGRA F A
281
la antigedad grecolatina
282
B I B LIOGRA F A
283
la antigedad grecolatina
284
B I B LIOGRA F A
285
ndice de materias
anmnesis: 28
anatoma: 193, 197, 199
anticipacin: 109
Antiguo Testamento: 260
antimartyresis: 111-113
antistroph: 126
apodeixis: 60, 187
apofntico: 75, 121
apora: 19
apstoles: 265, 267-269
aprehensin (v. tb. katlepsis): 108-111,
138, 143, 203
aprobacin (v. tb. adprobatio): 178, 182
rabe: 192
aratikn: 15327
arbitrario: 15, 34s., 131
arch: 23s., 151
argonautas: 19
argumentacin: 50, 58-61, 75, 78s., 81, 83,
85, 136s., 140, 154, 167, 173, 176,
179, 182, 185, 188, 190, 198, 217
argumento: 46, 59s., 76s., 80-84, 99,
137, 153, 176-179, 181-183, 185,
187-189, 209s., 225, 228s., 261
falaz: 59
inartstico: 32
aritmtica: 192, 209
arte(s)
liberales: 207, 209
mdico: 28
rthron: 65s., 146
articulacin: 69s., 73, 145, 212,
219-221, 226
artculo (v. rthron)
287
la antigedad grecolatina
cledomancia: 34
comedia: 93
comparable: 177s.
comparacin: 98s., 172, 178, 180-189,
260
complexin: 176
composicin
de los conceptos: 65, 70, 74s.
de los cuerpos: 106, 113
del discurso: 110, 144, 190
mythos: 91s.
concepto: 48, 55, 70, 75, 109s., 119, 13028,
137, 14113, 15225, 246, 248, 257
conclusin (peroratio): 176, 181s.
confirmacin (epimartyresis): 111-113
conjetura: 20, 24
conjetural (v. estado de causa)
conjeturar: 20s., 25-27, 29s., 32, 34, 52,
84s., 102, 108, 112, 164, 168s., 171,
198, 203
conjuncin: 65, 146, 206, 227-229, 235
conlatio (v. comparacin)
conmover: 226
conocimiento
cierto: 22
sensible: 23, 104-111, 244s.
consecuencia: 172s.
constitutio (v. tb. estado de causa): 170,
172, 175, 182
contraposicin (antistroph): 126, 130
contrasea: 162, 262, 268s.
controversia: 175s., 185s.
convencin: 16, 30s., 41, 43-46, 50, 53s.,
64, 67, 69-74, 82, 93, 116s., 120,
189, 199, 213, 218, 240, 255
copia: 86
Corpus Hippocraticum: 15, 21s., 37, 39,
64, 72, 154
correccin de los nombres: 41s., 48, 51,
53, 117
cosmos: 23s.
Credo: 265s., 270
creer (oesthai): 85
creble: 177s., 183, 185, 188
cristianismo: 209, 211, 265, 269s.
criterio: 49, 72, 96, 102, 104s., 110-113,
126-130, 138s., 142, 175
crtica literaria: 184
cualidad(es): 79, 130-132, 146, 188, 239s.
comunes (koinetai): 131
288
ndice de materias
289
la antigedad grecolatina
290
ndice de materias
291
la antigedad grecolatina
292
ndice de materias
293
la antigedad grecolatina
presocrtico: 46
principio
general: 129
inmutable: 29
terico: 22s., 25, 195, 198
probable (v. tb. ndoxos): 20, 60s., 76,
78, 14112, 168s., 172, 174, 176-179
proclama (prosagoreutikn): 153
prodigio: 32s., 163-166
profano: 141
profeca: 164
proferir (prophresthai): 145, 148, 152,
211s., 220s., 249
prognosis: 28, 200, 202
prlepsis: 103s., 109-111, 118s., 121,
127, 141, 144
prlogo: 137, 241
promesa (horkikn): 153, 173
pronstico: 27, 162, 186, 195, 20128, 202
pronunciacin: 175, 214
proportio: 190
proposicin: 48, 76, 78s., 126s., 130, 132,
136, 138, 142, 145s., 153-157, 170,
176, 181s., 210, 218, 220, 230, 238
definida o determinada
(horismna): 238
demostrativa (prtasis apodeiktiks):
76, 82, 156
effatum: 151
indefinida o indeterminada
(arista): 238
intermedia (msa): 238
prorresis: 21, 25, 202
prosa: 66, 93
prosagoreutikn (proclama o invocacin): 153
prosegora (nombre comn): 146
prostaktikn (orden): 153
prtasis apodeiktiks (proposicin demostrativa): 82, 156
proyeccin: 104, 110, 127
representativa (phantastik epibol
tes dianos): 108, 110s.
prueba: 17s., 20s., 23s., 26s., 30, 39, 6264, 67-74, 7619, 77, 79s., 83, 85,
97, 108, 112, 119, 126, 128-130,
172s., 177-179, 182, 185-190, 217,
219, 221
artstica: 175, 182, 185
inartstica: 182, 185
psophs: 70
quadrivium: 209
rationes aeternae (v. razones eternas)
ratiotinatio: 181s.
razn: 18, 26, 43, 55s., 60, 135, 140, 145,
149, 185s., 210s., 226, 246, 250
razones eternas: 245s.
razonable: 76, 168, 207
razonamiento: 21, 26, 59s., 68, 76-80,
89, 110, 115, 119, 136, 1652, 168,
175, 181s., 187, 189s., 195s., 198s.,
211
referencia: 70, 52, 109, 230, 236
refutacin: 83s., 172, 175s.
refutaciones (elnchoi): 83, 175
religin: 161, 163s., 166, 169
rplica: 86, 137
representacin: 47-52, 54, 56-58, 62, 66,
69-71, 73, 82, 85-92, 99, 103s., 111,
121, 127, 137-145, 149, 152, 162,
217s., 243, 257, 263-265
res: 211s., 2139, 220, 248, 260
rtor: 178s., 183s.
rhma: 39s., 48, 52, 54, 64s.
risa: 184
ritmo: 66, 88, 190, 209, 243
rito: 31, 163, 265s.
ruego (aratikn): 153, 165
sabidura: 53, 133, 135, 151, 175, 210,
233, 244s., 248, 252
sacerdote: 21, 206-208, 264
sacramento: 264s.
sacrificio: 24, 186
sapientia (sabidura): 245
sma: 16s., 38, 162
semanein: 16-18, 20, 27, 34, 39, 64, 67,
147, 196, 199, 201, 21714
semainmenon: 121, 137, 145, 147, 150,
153, 156s., 220
semanon: 121, 137, 146, 153, 156s., 220
semntica: 19, 3839, 48-51, 54, 69, 74,
90, 92, 115, 117s., 121, 132, 156
smntor: 17
semeon: 16-18, 26s., 32, 38, 40, 63s.,
67, 69, 71-74, 76, 78-80, 82-85,
114, 124, 126s., 153, 156s., 161s.,
179, 183, 186, 188, 196-198, 202s.,
218, 255
semeio: 20, 113s.
294
ndice de materias
295
la antigedad grecolatina
inarticulado: 70
vocal: 45, 64s., 69-74, 147, 242
sophsmata: 29
sordo: 39, 238-240, 256, 260
sortes: 165
species: 24536, 247s., 252, 257
stasis (v. estado de causa)
status causae (v. tb. estado de causa): 170,
175, 185
subsistente: 147, 150
sueo: 32, 109, 141, 164, 167, 169
suposicin
adsumptio: 182
hipolpsis: 119
hypothetikn: 153
sustancia: 63, 132, 198s., 257
sustitucin: 95s., 223
symbol: 26249, 266, 270
smbolon: 16, 30, 39, 63s., 67, 72-74,
161s., 255, 26147, 262, 268
smbolos: 31, 33s.
smptoma: 196s., 200
syndesms: 65, 146
synkatthesis (v. tb. asentimiento): 138
synthek nmos: 41
tchne: 25, 28s., 31s., 76, 141, 193, 196
tejido (texto): 190
tekmano (tekmaretai, tekmaresthai): 1821, 23, 25
tkmar (o tkmor): 18-21, 30
tkmarsis: 196-198, 200
tekmrion: 18, 20s., 26s., 39, 63s., 7780, 82-85, 90, 126, 153, 161s., 179,
182s., 186-188, 196-198, 200, 218
teologa: 208
trata: 32
tsera (tessera): 162, 165
testimonio: 111-114, 177s., 182, 185,
244, 246s.
thaumzein: 89
thysais: 34
tiempo: 28, 64, 67, 91, 151s., 173, 214
clima: 162, 187
tragedia: 30, 62, 91, 93
trama: 88, 90-92
tran: 143
transposicin: 14113, 144
traslacin: 94s., 127, 259
traslativa, constitucin: 171, 175
translatum (v. signo transpuesto o trasladado)
tringulo semitico: 54, 68, 71
Trinidad, Santsima: 207, 242, 244, 249,
251s., 265
trivium: 209
tropo: 127, 184, 254, 258s.
tropologa: 262
tche: 25
tynchnon: 121, 147, 149, 220
tpos: 107
tposis: 140, 14316
universal: 55, 77s., 91, 109, 119s., 183, 256
unvoco: 214
vaco: 105s., 110, 112-115, 121, 125,
127, 129s., 151s.
validez: 110, 126, 128-132, 176
Verbo divino: 242, 244
verbum: 211-213, 220-224, 228, 230,
243, 248s.
verdad: 18, 21, 25, 30, 42-44, 48, 51-54,
60-62, 65, 74s., 87, 102, 104s., 111113, 120s., 124, 127, 134, 136-139,
142, 144, 147, 152-155, 198, 207211, 214, 217, 219, 222s., 225s.,
230, 232s., 24435, 245-248, 263s.,
267, 269, 270
verisimile: 182s., 188
verosmil (v. tb. eiks): 62, 76-79, 83s.,
176s., 182s., 187-189, 199
vestigio: 162, 182s., 186, 242, 251, 25243
vida buena: 134
visible: 23, 26, 39, 114, 162, 203, 22825,
230, 240, 243, 248, 253, 264s.
visin: 107-110, 140, 242, 24334, 244s.,
247s.
visum: 139s., 14315
voluntad: 19, 164, 233, 242, 246, 252s.
voz: 17, 33s., 38, 52, 65s., 70, 80, 117, 145,
147, 212, 214, 217, 233, 243, 256
296
NDICE DE NOMBRES
Abraham: 250
Adn: 265
Adeodato: 225-232, 239
Aecio: 1388, 141
Agustn de Hipona: 12s., 133, 146, 148,
15328, 177, 17810, 205-270
Alarico: 205
Alcmn: 19
Alcmen de Crotona: 22-24
Alejandra: 192
Alejandro Magno: 83, 101, 161
Alejandro de Afrodisias: 59, 136
Amafinio: 121s.
Ambrosio de Miln, san: 206s., 209,
266-270
Ammonio de Hermia: 70, 72, 148s.
Anaxgoras: 17, 25, 31, 46
Anaxmenes de Lmpsaco: 12, 85-88,
172s.
Andrnico de Rodas: 591
Anfiarao: 35
Antnor: 180
Antoco de Ascaln: 21627
Antpater de Tarso: 12828
Antstenes: 35, 479
Apolo: 33, 263
Apolonio de Rodas: 20
Apolonio Dscolo: 22723
Arcgatos: 191
Arcesilao: 142
Ares: 94-96
Aristfanes: 33
Aristteles: 12, 15, 19-21, 27-31, 4910,
56-100, 102, 105, 118-121, 124,
297
la antigedad grecolatina
Corinto: 192
Cornificio: 171-174
Craso, Marco: 165
Crtilo: 38, 42s., 47, 49s.
Crisipo: 32, 1388, 140, 143, 146,
154, 25041
Demter: 34, 46
Demetrio de Laconia: 123, 127, 129
Demcrito: 35, 46, 105-107
Diocles de Magnesia: 138, 140
Diodoro: 154
Digenes de Babilonia: 12828
Digenes de Enoanda: 103
Digenes de Magnesia: 146
Digenes Laercio: 32, 44, 103s., 109s.,
114, 118s., 127, 12828, 135s., 138,
140s., 143, 145s., 149-152, 154, 216
Dioniso: 94, 96
Dionisio de Cirene: 128, 130s.
Dionisio de Siracusa: 53
Dionisio de Tracia: 146, 153, 21714,
219s.
Dioscrides: 191
Donato: 21714
Empdocles: 22-25, 107
Epicuro: 101-121, 123, 141, 253
Eros: 203
Esfero de Bsforo: 32, 142
Esmirna: 192
Esopo: 17, 215
Espeusipo: 135
Esquilo: 17, 215, 30, 34
Esquines: 181
Estagirita (v. Aristteles)
Etruria: 163
Euriclea: 16
Evodio: 239
Filipo: 83
Filcoro: 32-34
Filodemo de Gdara: 102-104, 112, 121132, 204
Filn: 154, 21815
Filopn, Juan: 591, 148
Firmiliano de Cesarea: 265
Galeno: 12, 160, 191-204
Gorgias: 43, 47, 56
Hades: 34
Hecateo de Mileto: 17
Herclito: 17, 18, 20, 37, 43s., 46
Hermgoras de Temno: 170, 172,
174-176, 184
Hermgenes: 38, 41-45, 48, 53s.
Hermogeniano: 2107
Herdoto (mdico): 201
Herdoto de Halicarnaso: 27
Hesodo: 17, 19
Hesiquio de Alejandra: 20
Hipcrates: 21, 23, 27, 195-197, 199
Homero: 16s., 21, 38, 87s.
Horacio: 123
Iliria: 180
Insubro, Catio: 121
Jacob: 250
Jencrates: 135
Jenofonte: 28, 33s., 85, 87
Jernimo, san: 122, 206
Justino, san: 262
Llull, Ramon: 55
Lucio Vero: 191
Lucrecio: 103, 1074, 108, 116s.,
122s., 238
Marco Aurelio: 150, 191
Mara de Betania: 257
Mario Victorino: 178
Marquand, A.: 124
Melampo: 32, 35
Metis: 20
Moiss: 250
Mopso: 35
Neptuno: 17, 180
Novaciano: 26552
Odiseo (Ulises): 16, 3319, 96, 172
Orgenes: 14618, 207, 262, 264
Pablo de Tarso: 229, 242, 254, 258, 268
Parmnides: 43-45, 56, 105
Parrasio: 87, 142
Peirce, C. S.: 9, 24, 7620, 80, 90s., 1022,
114, 124, 142, 168, 226, 236
Penlope: 16
Pena: 203
Prgamo: 191s., 200
298
NDICE DE NO M B RE S
Persfone: 34
Pisn, Lucio Calpurnio: 103, 123
Platn: 12, 15s., 203, 21, 259, 27-31, 3756, 59, 64-66, 68, 7823, 85-87, 93,
105, 112, 116, 121, 135, 137, 192s.,
199, 213, 246, 262
Plauto: 262
Plinio el Viejo: 262, 269
Plotino: 205
Plutarco: 31s., 118, 121
Pros: 19, 203
Port-Royal: 224
Posidio: 216
Posidonio: 32, 137, 166, 192s.
Prisciano: 146
Proclo: 45, 468
Prdico: 43, 46
Protgoras: 43, 46
Ptolomeo Filopator: 142
Quintiliano, Marco Fabio: 98, 171, 179s.,
18113, 183-190, 215, 218, 258s.
Rabirio: 121
Rmulo Augstulo: 205
Saussure, F. de: 9, 15, 21815, 224
Sneca: 14618, 151s.
Servio Honorato, Mario: 262
Sexto Emprico: 32, 103, 108, 111s., 121,
124-126, 135, 1399, 140s., 147-157,
201s., 216, 220s., 23728
Sila: 166
Sirn: 122s.
Sktos: 19
Scrates: 28, 34, 38s., 41-43, 46-51, 53,
77, 79, 87, 181
Sfocles: 17
Sorano: 191
Spengel, L.: 83
Suetonio: 169
Tcito: 169
Tkmor: 19
Temistio: 148
Teodoro de Mopsuestia: 269
Teofrasto: 181
Terencio: 262, 269
Tertuliano: 265
Tetis: 19, 20
Teucro: 172
Tiresias: 35
Troya: 30, 180
Tucdides: 2511, 27
Varrn: 15328, 215-217, 220, 22118
Veleyo: 12115
Victorius, Petrus: 83, 171
Virgilio: 123, 180, 205, 213, 216, 227,
236, 262
Wittgenstein, L.: 225, 239
Zenn de Citio: 1011, 139s., 142s., 146,
25041
Zenn de Sidn: 123, 127, 129
Zeus: 16s., 19, 31, 3319, 40
299
ndice general
Contenido.............................................................................................
Introduccin..........................................................................................
7
9
15
1. Signos y seales..........................................................................
2. Signos y pruebas.........................................................................
3. Signos y smbolos.......................................................................
16
18
30
37
37
40
48
51
54
57
58
63
68
75
82
85
92
101
104
104
111
115
1.
2.
3.
4.
5.
1. La cannica de Epicuro..............................................................
1.1. El conocimiento sensible....................................................
1.2. El conocimiento inferencial................................................
1.3. El lenguaje.........................................................................
301
la antigedad grecolatina
2. El epicuresmo en Italia..............................................................
3. La controversia sobre la inferencia sgnica..................................
4. La semitica epicrea en el De signis de Filodemo......................
121
124
127
133
135
137
145
153
159
160
163
169
171
174
183
190
191
201
205
208
215
224
226
228
230
233
234
Bibliografa............................................................................................
ndice de materias..................................................................................
ndice de nombres..................................................................................
ndice general........................................................................................
271
287
297
301
1.
2.
3.
4.
302
238
241
241
244
249
254
261