Está en la página 1de 790

Alaska

James A. Michener
REALIDAD Y FICCIN Aunque esta novela se basa en hechos reales, incluye acontecimientos, lugares y personajes ficticios. Los prrafos siguientes aclaran algunos aspectos: I. Formaciones rocosas. Los diferentes conceptos geol gicos que aparecen en este cap!tulo se han desarrollado y comprobado durante las "ltimas d#cadas, pero a"n pueden perfeccionarse. La historia e$acta de las distintas formaciones rocosas de Alas%a a"n no est completamente determinada& en general se aceptan los puntos bsicos, como la e$istencia, g#nesis, movimiento y colisiones de las placas. 'sta es la "nica e$plicaci n posible de los violentos fen menos que se producen en las islas Aleutianas. II. (eringia. )e trata de una teor!a geol gica ampliamente aceptada, y se cree, adems, que en los pr $imos veinticinco mil a*os (eringia volver a surgir. +n general, se admiten las migraciones de animales desde Asia hasta Am#rica del ,orte, pero se discute la e$istencia y el funcionamiento del pasaje libre de hielo hacia el resto de Am#rica del ,orte. -arece irrefutable que los mastodontes llegaron mucho antes que los mamuts. III. Llegada de los humanos. Las huellas ms antiguas de la e$istencia de seres humanos en Alas%a parecen encontrarse en una peque*a isla, situada frente a las Aleutianas, cuyo origen se estima posterior al a*o ./.000 A+A 1Antes de la +ra Actual2. +n 3anad, 3alifornia, 4#$ico y Am#rica del )ur se han hallado otros controvertidos restos, de mayor antig5edad, por lo que varios estudiosos sit"an la llegada de los humanos a Alas%a ya en los a*os 60.000 y 70.000 A+A. )ea cual sea la fecha, parece incuestionable que el orden fue el siguiente: los atapascos llegaron primero, los esquimales mucho des8 pu#s y, finalmente, los aleutas, que probablemente eran una rama de los esquimales. +s casi seguro que los tlingits descend!an de los atapascos. I9. :usos, ingleses y americanos. +l ;ar -edro el <rande, 9itus (ering, <eorge )teller y Ale%sei 3hiri%ov son personajes hist ricos, cuyas acciones se han descrito con bastante fidelidad. +l capitn =ames 3oo% y los oficiales >illiam (ligh y <eorge 9ancouver estuvieron por esa #poca en Alas%a y en las islas Aleutianas, pero en la novela se los sit"a en un marco imaginario y tambi#n son inventadas las citas de sus cuadernos de bitcora. +l buque estadounidense +vening )tar, ,oah -ym y toda su tripulaci n son ficticios, al igual que la isla de Lapa%. +l fusilamiento e$perimental de ocho aleutas ocurri en la realidad.

-gina . de ?@0

Alaska

James A. Michener

9. La religi n ortodo$a rusa y el chamanismo. Los hechos religiosos son aut#nticos, pero todos los personajes religiosos pertenecen a la ficci n. )on reales asimismo los datos referidos a la coloni;aci n de la isla Aodia%. Ale%sandr (aranov, por su parte, es un personaje hist rico de gran relevancia. 9I. La coloni;aci n de )it%a. Aot8le8an fue un verdadero jefe tlingit, mientras que 3ora; n de 3uervo es imaginario. +l pr!ncipe Bmitri 4a%sutov, el bar n +douard de )toec%i y el general estadounidense =efferson 3. Bavis son personajes reales fielmente representados. +l padre 9asili 9oronov y su familia no e$istieron realmente, aunque s! hubo en la ;ona un heroico sacerdote ortodo$o que fue convocado a )an -etersburgo y se convirti en el Ar;obispo 4etropolitano de Codas las :usias. 9II. +l per!odo del caos. +l capitn 4ichael Dealy y el doctor )heldon =ac%son son personajes hist ricos. +l (ear fue un barco real, tal como se lo describe. +l capitn +mil )chrans%y y su +rebus son imaginarios. +n cambio, las dificultades legales de Dealy y =ac%son se dieron en la realidad. 9III. La fiebre del oro. )oapy )mith, de )%agEay, y )amuel )teele, de la -olic!a 4ontada del ,oroeste, al igual que <eorge 3armac% y :obert Denderson, descubridores de las minas de oro del Fu% n, e$istieron en la realidad y eran tal como se los retrata. Codos los dems personajes son imaginarios. Las dos rutas hacia las minas de oro, la del r!o Fu% n y la del paso 3hil%oot, han sido descritas con fidelidad. IG. ,ome. Codos los personajes son imaginarios. La aventura en bicicleta desde BaEson hasta ,ome se inspira en un viaje real. G. )almones. Codos los personajes pertenecen a la fantas!a& sin embargo, los detalles sobre el funcionamiento de la industria del salm n en los primeros a*os del siglo GG se basan en relatos hist ricos. +l papel de :oss H :aglan en la navegaci n, el comercio y la industria conservera de Alas%a es una invenci n y no est inspirado en ninguna empresa real. +l r!o y el lago -leiade son imaginarios, as! como la fbrica de conservas situada en el estuario del Ca%u, lugar que s! e$iste en la realidad. GI. +l valle 4atanus%a. Los personajes estadounidenses son imaginarios, pero es hist rica la locali;aci n, as! como el relato de su coloni;aci n y desarrollo. Los datos relativos a la invasi n japonesa de las islas Aleutianas pertenecen tambi#n a la historia. Los detalles sobre las reclamaciones de tierras del a*o .@?. ocurrieron tal como se relata. II. +l 3intur n de fuego. Codos los personajes son imaginarios, en especial los e$pertos japoneses y rusos de las prospecciones instaladas en Alas%a. La joven maestra y los dos abogados que trabajan en la 9ertiente ,orte son totalmente inventados y no tienen ninguna relaci n con personas reales. +l equipo de escaladores japoneses es imaginario, aunque se narra una ascensi n real. La isla de hielo flotante C87 es aut#ntica y funcionaba tal como se ha descrito& la C8? es imaginaria. Los datos sobre los maremotos originados en Alas%a son ciertos y, aunque esta novela se cierra con el relato de un maremoto imaginario, en cualquier momento podr!a convertirse en realidad. Los detalles sobre la vida esquimal en la aldea imaginaria -unta Besolaci n se inspiran en la realidad. La carrera Iditarod se celebra todos los a*os y la Ley =ones de .@/0 a"n env!a cruceros a 9ancouver antes que a )eattle.

I. FORMACIONES ROCOSAS EN COLISIN

-gina / de ?@0

Alaska

James A. Michener

Dace unos mil millones de a*os, mucho antes de que los continentes se separaran y formasen los antiguos oc#anos, antes incluso de definirse sus contornos, en el e$tremo nordoccidental de lo que ms adelante ser!a Am#rica del ,orte, sobresal!a una peque*a protuberancia. ,o hab!a en ella ni monta*as elevadas ni costas adustas, pero estaba firmemente arraigada en una base de roca s lida y as! seguir!a, adherida para siempre a la Am#rica del ,orte primitiva. )u posici n, que se manten!a fija en relaci n con la masa continental mayor, no permaneci mucho tiempo en el e$tremo nordoccidental ya que, como demuestran las investigaciones reali;adas a mediados del siglo G2 los accidentes de la superficie terrestre reposan sobre grandes placas subterrneas que se mueven sin pausa, ocupan a veces una posici n y a veces otra, y con frecuencia colisionan unas con otras. +n aquellos tiempos remotos, la futura Am#rica del ,orte giraba y se despla;aba a un ritmo marcado: a veces, el saliente se encontraba en el este& otras, en el norte& o, incluso, en el sur lejano. Burante un largo per!odo funcion como un -olo ,orte provisional del planeta. -ero ms adelante se despla; hasta cerca del ecuador y disfrut de un clima tropical. +n realidad se trataba de un fragmento adherido a una masa de tierra que vagaba sin sentido, aunque manten!a una relaci n constante con lo que ser!an algunos de los futuros continentes, como +uropa y, especialmente, Asia, con la que llegar!a a estar estrechamente unida. ,o obstante, la observaci n del movimiento seguido por este peque*o saliente rocoso adherido a la masa mayor no hubiera permitido prever su posici n actual. +n el futuro, este persistente fragmento se convertir!a en la ra!; de Alas%a, pero hasta mucho despu#s de este primer per!odo formativo no fue nada ms que el n"cleo ancestral al que se ir!an incorporando posteriormente partes ms importantes de Alas%a. Dace unos quinientos millones de a*os, durante una de esas interminables vueltas y revueltas, el n"cleo se situ durante un tiempo en la posici n apro$imada que Alas%a ocupa ahora, es decir, cerca del -olo ,orte& ser!a interesante intentar imaginar c mo era en esa etapa. La superficie de la tierra, que se hallaba en un per!odo de calma tras sufrir durante milenios cambios violentos, no alcan;aba gran altura en relaci n con la de los mares circundantes, los cuales a"n no se hab!an separado para formar los oc#anos actuales. +l relieve era bajo, sin monta*as altas, y el peque*o promontorio que era entonces Alas%a carec!a de vegetaci n, dado que todav!a no se hab!an desarrollado los rboles ni los helechos. +n esas latitudes, en invierno, se produc!a un fen meno caracter!stico, incluso hoy en d!a, del norte de Alas%a: nevaba muy poco. A su alrededor el mar estaba casi siempre congelado y generaba tan pocas precipitaciones que en la ;ona no pod!an produ8 cirse las grandes ventiscas que a;otaban otras partes de lo que entonces era el mundo& y el viento aullante arrastraba de un lado a otro la escasa nieve que ca!a, para depositarla suavemente en algunas ;onas mientras en otras quedaba la tierra al descubierto. +ntonces, como ahora, en invierno la noche se prolongaba. Burante seis meses el sol aparec!a a muy baja altura en el cielo, si es que llegaba a aparecer, mientras que durante los seis meses de verano, de deslumbrante calor, el sol se pon!a s lo durante breves per!odos. 3on una humedad relativa menor que la actual, la variaci n de temperatura resultaba e$trema: pasaba de los 6@ grados en verano, a los I@ grados bajo cero en invierno. 3omo consecuencia de ello, las plantas 1que no se parec!an en nada a las que ahora nos son familiares2 para crecer deb!an adaptarse a una fluctuaci n tan intensa: los musgos prehist ricos, los arbustos bajos de ra!ces profundas, poca estructura superior y hojas casi ine$istentes, y los helechos que lograban adaptarse al fr!o, se aferraban a la tierra escasa con sus ra!ces hundidas en las grietas abiertas en la roca. -or esa ;ona no vagaba ning"n animal parecido a los actuales, porque los grandes dinosaurios pertenec!an a"n a un futuro lejano, y en cuanto a los mastodontes y los mamuts, que posteriormente ser!an los reyes del lugar, hab!an de pasar milenios antes de

-gina 7 de ?@0

Alaska

James A. Michener

que se iniciase su evoluci n. )in embargo, s! hab!a comen;ado ya la vida como tal y, en la mitad sur del peque*o promontorio, ciertas formas primitivas de vida abandonaban el mar para probar suerte en la tierra. +n ese tiempo indefinido y remoto, la peque*a Alas%a estaba en suspenso, sin saber con certe;a hacia d nde se despla;ar!a el continente madre, c mo ser!a su clima ni cul su destino. ,o era nada ms que potencia. -od!a convertirse en multitud de cosas diferentes& pod!a adherirse a uno cualquiera de tres continentes distintos y, cuando su n"cleo original creciera, podr!a desarrollar posibilidades e$traordinarias. 4s adelante erigir!a grandes monta*as, las ms altas de Am#rica del ,orte. Acumular!a glaciares inmensos, sin igual en todo el mundo. Antes de la llegada del hombre, albergar!a durante algunas generaciones a los animales ms majestuosos. F cuando por fin sirviera de anfitriona a unos seres humanos errantes, llegados desde alg"n lugar lejano, qui; de Asia, se convertir!a en la residencia de algunos de los pueblos ms apasionantes de la Cierra: los atapascos, los tlingits y, mucho despu#s, los esquimales y los aleutas. La primera cuesti n que se plantea es c mo ese peque*o n"cleo original pudo acumular la gran cantidad de fragmentos de tierra rocosa que, con el tiempo, se unir!an hasta formar la Alas%a que hoy conocemos. +l n"cleo, como una ara*a que aguarda para atrapar la mosca al vuelo, se manten!a pasivo, pero aceptaba cuanta formaci n rocosa 1esos conglomerados de rocas, de tama*o considerable y movimiento aventurero2 se pusiera a su alcance. J3ul era el origen de esas formacionesK J3 mo pod!an despla;arse unos bloques tan grandesK 3uando se mov!an, Jpor qu# se dirig!an hacia el norte, rumbo a Alas%aK JF qu# pas cuando chocaron con el n"cleo original y sus estribacionesK La e$plicaci n constituye una historia de sutil complejidad, por el maravilloso movimiento seguido por las formaciones rocosas, pero tambi#n de gran violencia por los cataclismos que genera la colisi n de una formaci n en movimiento contra algo fijo. La Cierra nos ofrece, con este per!odo de la historia de Alas%a, uno de sus relatos ms instructivos. Los accidentes de la superficie terrestre, incluyendo los oc#anos, descansan sobre unas siete u ocho grandes placas subterrneas identificables 1una de las cuales, evidentemente, es Asia y otra, Australia2, adems de una serie de placas menores, claramente definidas& el lugar que ocupan y la relaci n que guardan entre s! los continentes y los oc#anos depende del movimiento pausado, casi imperceptible, de estas placas subterrneas. J3ul puede ser la velocidad de una placaK La distancia actual entre 3alifornia y Co%io es de @./IL %il metros. )i la placa de Am#rica del ,orte avan;ara sin pausa hacia =ap n a la velocidad infinitesimal de ?L mil!metros por a*o, )an Francisco topar!a con Co%io al cabo de ML0 millones de a*os, solamente. )i el movimiento de la placa fuera de 70 cent!metros por a*o, podr!a recorrer esa distancia en unos /? millones de a*os, lo que no es mucho en t#rminos de tiempo geol gico. -or lo tanto, el movimiento de una formaci n rocosa desde un punto cualquiera de Asia, del oc#ano -ac!fico o de Am#rica del ,orte en direcci n a la incipiente costa de Alas%a no presentaba una dificultad insuperable. 3on el tiempo, si las placas respectivas avan;aban suficientemente, pod!a ocurrir cualquier cosa... y as! fue. +n una ;ona lejana y desolada al sur del oc#ano -ac!fico emergi hace tiempo una masa de tierra tachonada de islas, desaparecida ya, que actualmente conocemos con el nombre de >rangelia& de haber permanecido en su sitio, podr!a haberse convertido en un archipi#lago como los de Cahit! o )amoa. )in embargo, por ra;ones desconocidas se fragment en dos mitades que avan;aron en direcci n norte junto con una parte de la placa del -ac!fico, hasta que la mitad oriental termin en Idaho, a lo largo del r!o )na%e, y la occidental lleg a formar parte de la pen!nsula de Alas%a. -odemos afirmarlo con seguridad, pues los

-gina 6 de ?@0

Alaska

James A. Michener

cient!ficos, que han comparado minuciosamente la estructura de los dos segmentos, han comprobado que todos los estratos de la formaci n rocosa que acab en Idaho coinciden e$actamente con los del que se desvi hasta Alas%a. Los estratos rocosos se depositaron al mismo tiempo, siguieron la misma secuencia y muestran id#ntico grosor relativo y orientaci n magn#tica. La coincidencia es absoluta y queda confirmada por multitud de estratos concordantes. +s probable que a lo largo de milenios quedaran adheridas al n"cleo de Alas%a otras formaciones rocosas similares. Nui; un bloque enorme de tierra rocosa, del tama*o de Aentuc%y, se desli;ase ine$orablemente hacia el norte, desde un punto indeterminado, y colisionara con lo que all! hubiera. Acto seguido, se produc!a una hendidura en los bordes de ambos bloques, se al;aban s"bitamente monta*as nuevas, el paisaje cambiaba radicalmente y el territorio de Alas%a aumentaba de forma significativa. -odr!a suceder que, alguna ve;, colisionaran a cierta distancia de Alas%a dos formaciones rocosas de menor tama*o, que quedaran unidas y formaran durante milenios una isla situada en alg"n lugar del -ac!fico, se despla;aran despu#s imperceptiblemente junto con su placa en direcci n a Alas%a, y la alcan;aran un d!a tan suavemente que ni siquiera los pjaros de la isla percibieran el contacto& pero la antigua isla continuar!a avan;ando ine$orablemente, pulveri;ando los obstculos, hasta arrollar la costa de Alas%a o hundirse bajo ella, y un observador ocasional no podr!a detectar d nde o c mo se habr!a efectuado la incorporaci n de este nuevo territorio al antiguo. +s evidente que, tras el empuje de nueve o die; formaciones rocosas contra el n"cleo primitivo, ning"n punto de su estructura original seguir!a en contacto con el oc#ano, pues las nuevas tierras rodear!an todas las partes anteriormente e$puestas al mar. )e estaba creando una de las mayores pen!nsulas de la tierra, una inmensa prob scide e$tendida hacia el continente asitico, que tambi#n se hallaba en proceso de formaci n. Dace unos setenta millones de a*os, esta pen!nsula incipiente comen; a adquirir una forma vagamente parecida a la de la Alas%a que conocemos, pero poco despu#s adquiri una peculiaridad que hoy en d!a no nos resulta tan familiar. Al parecer, emergi del mar un puente de tierra que conectaba Alas%a con Asia, o a la inversa, y que era tan ancho y estable que mantuvo permanentemente en contacto a ambos continentes. La novedad no tuvo grandes consecuencias, pues en la Cierra en aquel momento hab!a pocos animales y todav!a ning"n ser humano que pudieran beneficiarse de aquel puente surgido misteriosamente, aunque por lo visto unos pocos dinosaurios se aven8 turaron a cru;arlo desde Asia. 3on el tiempo el puente de tierra desapareci bajo el mar, por lo que Asia y Alas%a quedaron separadas& Alas%a continu en libertad para aceptar todas las formaciones rocosas que se le apro$imaran, hasta llegar a doblar o triplicar su tama*o. Ahora estamos en condiciones de observar c mo se form el relieve de Alas%a. -arece ser que, antes de la ane$i n de las "ltimas formaciones rocosas, cuando ya estaba casi definida la mitad septentrional del contorno definitivo, la placa del -ac!fico colision con la placa continental sobre la que descansaba la Alas%a primitiva& la fuer;a del impacto fue tan intensa y de efectos tan marcados que emergi en direcci n este8oeste una enorme cadena monta*osa, ms tarde conocida como cordillera de (roo%s. +n la ;ona sin nieve ni vegetaci n situada al norte de la cadena, mucho ms all del 3!rculo Ortico, surgi una multitud de peque*os lagos, tan numerosos que nunca nadie los cont . Al principio esta cordillera, que estaba compuesta misteriosamente por bloques superpuestos de piedra cali;a, alcan;aba gran altura& pero con el tiempo la erosi n del viento, los hielos, las roturas y la lluvia estival rebaj a /.000 o /.L00 metros los picos ms altos, convirti#ndolos en los mu*ones de monta*as que hab!an alcan;ado en otros tiempos

-gina L de ?@0

Alaska

James A. Michener

el doble de esa altura. A pesar de todo, siguieron formando una respetable cordillera, esencia de la aut#ntica Alas%a. Dab!a amplios valles que se desplegaban ms hacia el sur, iluminados por el sol en invierno y en verano, en los que a veces hac!a un fr!o intenso, pero que la mayor parte del a*o disfrutaban de una temperatura agradable. +n esa ;ona s! nevaba, viv!an animales y todo estaba dispuesto para la llegada del hombre, que no se produjo hasta muchos milenios despu#s. +n un per!odo muy posterior, Alas%a comen; a recibir una nueva serie de formaciones rocosas de or!genes muy diversos, que completaron su contorno principal& llegaban con una fuer;a tan tremenda que no tard en al;arse una nueva cadena monta*osa, paralela a la cordillera de (roo%s pero situada unos L00 %il metros al sur. +ra la cordillera de Alas%a, una majestuosa sucesi n de picos escarpados menos antiguos que los de la (roo%s, y no erosionados todav!a. +stos picos j venes, muy elevados, de contorno afilado y gran envergadura, hieren la atm sfera g#lida a alturas de 7.L00, 6.000 y M.000 metros. La gloria de Alas%a, el monte Benali, supera los M.000 metros y es una de las monta*as ms impresionantes de las Am#ricas. La vieja cordillera de (roo%s y la joven Alas%a cru;an la regi n como dos espinas dorsales gemelas y ofrecen una espesura de cimas poderosas, algunas de las cuales todav!a no han sido pisadas por el hombre. 9ista desde el aire, Alas%a parece a veces formada solamente por cumbres, miles de cumbres, muchas de las cuales ni siquiera tienen nombre, en tan diversa y nevada profusi n que bien podr!a llamarse a Alas%a Pla tierra de las monta*asQ. F cada una de ellas se form cuando alg"n segmento de la placa del -ac!fico arras en su camino a la placa norteamericana, se hundi por el borde y provoc una conmoci n tan tremenda y un movimiento de fuer;as tan grande que a consecuencia de ello surgieron las grandes monta*as. Nuien contempla las gloriosas monta*as de Alas%a puede ver la prueba de la potencia con que la placa del -ac!fico va avan;ando lentamente hacia el norte y el este& si visita Fa%utat, puede observar c mo la placa empuja a Alas%a al ritmo fijo de cinco cent!metros por a*o. 3omo veremos ms adelante, esta presi n provoca grandes terremotos en la ;ona& y, no muy lejos, el monte )an +l!as, de L.M60 metros, es ms alto cada a*o. +n otra regi n de Alas%a se revela a"n ms claramente la actividad de la gran placa del -ac!fico. Al principio, en la ;ona occidental de lo que despu#s ser!a la tierra firme de Alas%a no hab!a ms que aguas turbulentas, pues en ese punto entraban en contacto el mar de (ering con el oc#ano -ac!fico, y en las olas oscuras que se*alaban el encuentro viv!an aves acuticas que sobrevolaban el agua en busca de pescado, junto con focas, morsas y uno de los animales ms simpticos de la naturale;a: la preciosa nutria marina, con su cara redonda y bigotuda como la de un viejo burl n. Cambi#n nadaba en esas aguas el pe; que, con el correr del tiempo, dar!a fama a Alas%a: el salm n, de cuya vida apasionante hablaremos en otro cap!tulo. Las colisiones entre las placas dieron lugar a una magn!fica cadena de islas, las Aleutianas, y tambi#n a dos de los fen menos ms espectaculares de la naturale;a que se manifiestan en la ;ona: los terremotos y los volcanes. Be los die; terremotos ms intensos que ocurren en una #poca determinada en toda la superficie del planeta, tres o cuatro se producen en las Aleutianas o cerca de ellas& algunos de los ms destructivos son los que se originan en el seno del oc#ano, a gran profundidad, porque provocan unos tremendos desli;amientos de tierras que despla;an millones de toneladas de suelo submarino. 3omo consecuencia se forman unas olas inmensas bajo el agua, que se manifiestan como maremotos gigantescos, llamados tambi#n tsunamis, recorren todo el Rc#ano -ac!fico a velocidades que pueden superar los I00 %il metros por hora.

-gina M de ?@0

Alaska

James A. Michener

-or consiguiente, un terremoto submarino acaecido en las islas Aleutianas supone un peligro en potencia para las islas de DaEai, dado que, seis o siete horas despu#s de producirse en Alas%a, el tsunami resultante puede alcan;ar DaEai con una fuer;a devastadora. +l tsunami se e$pande silenciosamente, sin provocar olas ms altas de un metro en la superficie del agua, transmite radialmente su energ!a, y contin"a su curso, si no encuentra obstculos a su paso, hasta que se disipa. Ahora bien, si topa con una isla, esas peque*as olas no ms altas de un metro aumentan de tama*o con lentitud pero implacablemente, hasta que la tierra queda cubierta por casi dos metros de agua. La inundaci n, por s! sola, no resulta muy peligrosa& pero cuando el agua acumulada se precipita de nuevo en el mar puede provocar muertes y graves destro;os. +n las islas Aleutianas se producen incontables terremotos, miles en un siglo, la mayor!a de los cuales, afortunadamente, son poco importantes y, si bien muchos de los terremotos submarinos pueden originar tsunamis, muy rara ve; alcan;an una magnitud amena;ante para DaEai& sin embargo, tal como veremos, con frecuencia provocan maremotos locales de gran potencia destructora. Las fuer;as tect nicas que estn en el origen de la actividad s!smica son tambi#n responsables de los volcanes, y, por esta ra; n, las islas Aleutianas, con su cuarentena de volcanes situados a lo largo de la cadena, son una de las ;onas volcnicas ms activas del mundo. :ara es la isla que no tiene su crter, y, adems, hay unos pocos que no aparecen en una isla determinada, sino como puntos solitarios en medio del mar. A algunos les falta poco para convertirse en islas& durante cientos de a*os humean por encima de la superficie del mar, durante otro medio siglo se aplacan y, de pronto, sus cabe;as sulfurosas asoman sobre las olas y por la noche arrojan llamaradas. Bebido a la gran actividad volcnica que convierte a las Aleutianas en una especie de caldera borboteante, Alas%a ocupa, si no el puesto preeminente, al menos un lugar de honor en el 3intur n de Fuego, esa ininterrumpida cadena de volcanes que recorre el oc#ano -ac!fico siguiendo la l!nea en que la placa del -ac!fico entra en contacto violentamente con otras placas. Los volcanes empie;an en Cierra del Fuego, en el e$tremo austral de Am#rica del )ur, ascienden por la orilla occidental del continente 13otopa$i, Lascar, misti2, contin"an despu#s por m#$ico 1-opocat#petl, I$taccihuatl, Rri;aba, -aracut!n2 y a lo largo de los estados estadounidenses del -ac!fico 1Lassen, Dood, )aint Delens, :ainier2 y a lo largo de los estados estadounidenses del -ac!fico 1Lassen, Dood, )aint Delens, :ainier2 y alcan;an por fin las Aleutianas, donde hay tantos que sus nombres, muchos de los cuales recuerdan a marineros rusos, generalmente son desconocidos. +l 3intur n de Fuego se prolonga espectacularmente a lo largo de la costa este de Asia: hay abundantes volcanes en Aamchat%a& =ap n tiene el monte Fuji y algunos otros& en Indonesia encontramos un impresionante despliegue, y en ,ueva Selanda, finalmente, estn los hermosos volcanes :uapehu y Congariro. +n medio del Rc#ano -ac!fico, como si subrayaran la capacidad que tiene la ;ona de gestar una actividad violenta, se elevan los dos magn!ficos volcanes haEaianos: el 4auna Loa y el 4auna Aea. )umando la altura de la plataforma desde la que se levantan, situada muy por encima de la superficie ocenica, figuran entre las monta*as ms elevadas de la Cierra y, desde luego, entre los volcanes de mayor altitud. +ntre los muchos volcanes que forman el cintur n, las docenas que se distribuyen densamente a lo largo de la cadena aleutiana resultan especialmente fascinantes para un investigador& de hecho, las islas Aleutianas deber!an reservarse como un parque internacional, en el que el mundo pudiera observar la majestad de los volcanes y el poder de la acci n de las placas.

-gina ? de ?@0

Alaska

James A. Michener

Besde el punto de vista de la geolog!a, Jcul es el futuro de Alas%aK 3omo veremos ms adelante, hay ra;ones para pensar que dentro de cierto tiempo, qui; en un pla;o de /0.000 a*os, Alas%a volver a estar unida a Asia por el antiguo puente de tierra y perder, por otra parte, el contacto terrestre con el resto de los +stados Tnidos. F, como la actividad de las grandes placas subterrneas nunca cesa, es probable tambi#n que lleguen a Alas%a nuevas formaciones rocosas, aunque su entrada en escena no se producir, si es que se produce, hasta dentro de varios millones de a*os. +n el futuro, ocurrir otro hecho que causar revuelo, si por entonces viven personas para contarlo. Actualmente, la ciudad de Los Ongeles se encuentra a unos 7.I00 %il metros al sur de Alas%a central& dado que el movimiento incesante de la falla de )an Andr#s la empuja lentamente en direcci n norte, con el correr del tiempo la ciudad est destinada a convertirse en parte de Alas%a. +l despla;amiento se produce normalmente a ra; n de cinco cent!metros por a*o& esto permite calcular que Los Ongeles llegar a la altura de Anchorage dentro de unos ?M millones de a*os, es decir, apro$imadamente en el tiempo que necesitaron otras formaciones rocosas del sur para situarse junto al n"cleo primitivo. -or otra parte, hay que tener en cuenta dos caracter!sticas cuando se habla de Alas%a: su gran belle;a y su implacable hostilidad. +l complejo mosaico de formaciones rocosas ha producido monta*as muy altas, junto con volcanes y glaciares incomparables. )in embargo, al principio sus pobladores encontraron una tierra inh spita. Los animales y los seres humanos que llegaban a aquella ;ona ten!an que adaptarse al fr!o intenso, a las grandes distancias y a la escase; de alimentos& en consecuencia, los hombres y las mujeres supervivientes tendr!an que ser de una ra;a especial: aventureros y heroicos, dispuestos a enfrentarse a los fuertes vientos, a las noches interminables, a los inviernos g#lidos y a la incesante y dura b"squeda de comida. )u vida se desarrollar!a, tanto por necesidad como por el placer del desaf!o, en una estrecha intimidad con la tierra implacable. Aunque Alas%a ser!a siempre un est!mulo para un escogido grupo de hombres y mujeres audaces, tambi#n recha;ar!a a los que no desearan la lucha o se negaran a obedecer sus duras reglas, los cuales, si lograban retroceder antes de que aquella tierra intensamente fr!a los aniquilase, se ver!an obligados a huir de ella. Alas%a nunca estuvo poblada por un gran n"mero de personas, pues, en todas las #pocas, no habr!a nunca ms que unos miles de habitantes que desafiasen los rigores de la tundra helada en la 9ertiente ,orte& pocas personas lograron adaptarse a la e$tremada variaci n del clima en los grandes valles encerrados entre las dos cordilleras& y no se formaron grandes aglomeraciones ni siquiera en los enclaves ms habitables ni en las islas del sur, porque con mucho menos esfuer;o la gente pod!a disfrutar de un clima ms benigno en 3alifornia. )in embargo, Alas%a ha tenido siempre gran importancia, pues se encuentra en la intersecci n de las rutas que unen Am#rica del ,orte con Asia& el dominio de esta encrucijada le ha dado unas posibilidades que s lo han llegado a comprender las mentes ms brillantes de la regi n. ,unca ha faltado alg"n ruso consciente del valor "nico de Alas%a, alg"n estadounidense que ha reconocido su importancia, y de estos visionarios ha dependido siempre la historia de esta tierra e$tra*a y admirable.

II. LA FORTALEZA DE HIELO


+n el pasado ms remoto, y en distintas ocasiones, se produjo, por motivos todav!a no aclarados, una gran acumulaci n de hielo en los -olos, donde se espesaba y e$tend!a cada ve; ms, hasta que se formaron unas inmensas placas heladas que invadieron los

-gina I de ?@0

Alaska

James A. Michener

continentes circundantes. La nieve ca!a con ms velocidad de la normal, por lo que no llegaba a fundirse, tal como hubiera hecho en otras circunstancias. -or el contrario, se amontonaba hasta alcan;ar alturas considerables, y el peso de la parte superior era tan enorme que la nieve de las primeras capas se helaba& mientras sigui nevando, continu formndose hielo, hasta alcan;ar un espesor de casi dos %il metros y medio en ciertos lugares. Algunas ;onas de la superficie terrestre, muy cargadas de hielo, soportaban un peso tan opresivo e ineludible que empe;aron a hundirse visiblemente& de este modo, tie8 rras que se al;aban sobre la superficie del oc#ano descendieron hasta el nivel del mar e incluso por debajo de #l. 3uando en una regi n determinada la acumulaci n de hielo se produc!a sobre una meseta plana, se formaba un enorme casquete de hielo que se e$tend!a con lentitud& pero la violenta formaci n de la superficie de la Cierra hab!a creado un relieve irregular en el que predominaban los valles y las monta*as, por lo que en la mayor!a de ocasiones el hielo se depositaba en pendientes, la fuer;a de la gravedad lo despla;aba poco a poco hacia eleva8 ciones ms bajas y, al descender, por la fuer;a de su peso, arrastraba una masa de escombros compuesta por arena, grava, rocas y alg"n enorme canto rodado. +ste transporte de materiales se produc!a dondequiera que el hielo acumulado entraba en movimiento, pero ten!a consecuencias espectaculares cuando se juntaba gran cantidad de nieve en alguna meseta alta. +n esos lugares se formaban glaciares que descend!an por valles de vertientes pronunciadas, y el hielo desgajaba entonces el suelo del valle y formaba en sus laderas unos surcos muy pronunciados que a"n ser!an visibles a lo largo de los milenios posteriores. +stos glaciares no pod!an fluir eternamente& a medida que se adentraban en tierras ms bajas y clidas empe;aban a fundirse por los e$tremos y originaban grandes r!os que transportaban hasta el mar hielo, cantos rodados y aluvi n. +ran r!os glaciales de una blancura lechosa, coloreada por los fragmentos de roca que arrastraban, y, cuando se depositaban las piedras que acarreaban, se formaban nuevas tierras con los detritus que dejaba el hielo fundido. )i el valle que recorr!a el glaciar llegaba hasta la costa, la impresionante superficie de hielo alcan;aba el borde del mar& all!, con el tiempo, se iban desprendiendo fragmentos del glaciar, del tama*o de una catedral o incluso mayores, y, cuando uno de los icebergs as! formados se estrellaba contra el oc#ano, por donde seguir!a viajando durante meses, a*os o d#cadas como una entidad independiente, el estruendo resonaba en el aire hasta varios %i8 l metros ms all. +ntonces se convert!a en un objeto de majestuosa belle;a, con la lu; del sol que centelleaba en sus altos picos, las olas que jugaban a sus pies y las aves primitivas que le saludaban al pasar, raudas. -or supuesto, con el tiempo, los grandes icebergs acababan fundi#ndose, el agua que llevaban se sumaba a la del oc#ano y las nubes que pasaban por lo alto la recog!an, la transportaban tierra adentro y la depositaban en forma de nieve fresca sobre la acumulaci n de hielo que continuaba e$tendi#ndose y alimentando a los glaciares. ,ormalmente 1si puede aplicarse esta palabra a una funci n natural que por su propio carcter es variable2 la formaci n de nieve quedaba compensada por su desaparici n al fundirse en agua, de modo que los casquetes de hielo no llegaban a ocupar territorios que no estuvieran ya anteriormente cubiertos por #l, aunque el equilibrio se alter durante los per!odos que hemos dado en llamar glaciaciones, cuando el hielo se formaba a gran velo8 cidad sin que le diera tiempo a fundirse y disiparse. Lo que provoc ese desequilibrio es un misterio que fascina a los estudiosos desde hace siglos. Day siete u ocho factores que se han sugerido como posible e$plicaci n de las glaciaciones: una inclinaci n del eje terrqueo hacia el sol, que habr!a provocado la formaci n de hielo en las partes de la Cierra que hubiesen quedado apartadas, siquiera

-gina @ de ?@0

Alaska

James A. Michener

levemente, del calor solar& la traslaci n de los polos terrestres, que no estn fijos y en algunos per!odos se han encontrado cerca del actual ecuador& la rbita el!ptica de la Cierra alrededor del )ol, que se desv!a de forma que la distancia entre ambos planetas puede variar mucho en el curso de un a*o& algunos cambios en el interior del mismo )ol, que podr!an haber alterado la intensidad del calor que #ste emite& posibles alteraciones qu!micas de la atm sfera& cambios f!sicos en los oc#anos& junto con otras interesantes e imaginativas posibilidades. +stos factores podr!an actuar durante un per!odo tan breve como un a*o de calendario o tan prolongado como cincuenta o cien mil a*os, por lo que aventurar una teor!a que e$plique c mo interact"an todos para provocar una glaciaci n resulta, evidentemente, un problema muy complejo y a"n no resuelto. -or ofrecer un ejemplo sencillo, si cuatro factores diferentes de un problema complejo operan en ciclos de .7, .?, /7 y 7? a*os, respectivamente, y si tienen que coincidir todos para producir el efecto deseado, habr que esperar .II.0?. a*os 1.7 $ .? $ /7 $ 7?2 para que ocurra. -ero si el resultado fuese satisfactorio solamente con la coincidencia de los dos primeros factores, podr!amos esperar que ocurriera al cabo de //. a*os 1.7 $ .?2. Doy en d!a se ha planteado una teor!a muy interesante seg"n la cual, en tiempos relativamente recientes, en +uropa y en Am#rica del ,orte se han producido e$tensos per!odos de glaciaci n obedeciendo a tres ciclos, cuya e$plicaci n no se conoce, de unos .00.000, 6 ..000 y //.000 a*os. -or motivos no del todo comprendidos, despu#s de estos intervalos el hielo empie;a a acumularse y se e$tiende hasta cubrir ;onas en las que durante milenios no ha habido casquetes de hielo ni glaciares. +s posible que con el correr del tiempo se descubran las causas de este fen meno, que son naturales& los escritores de ciencia ficci n incluso imaginan que podr!an llegar a ser controlables, de manera que las futuras glaciaciones no se e$tender!an tan al sur por +uropa y Am#rica del ,orte como ocurri en el pasado. +s curioso que en el -olo )ur, que era un continente, con el tiempo lleg a formarse una capa permanente de hielo, mientras que en el -olo ,orte, que era mar, no se form ninguna. Los glaciares que cubr!an Am#rica del ,orte se originaron en los casquetes helados del 3anad& los que inundaron +uropa, en los pa!ses escandinavos& y los que atacaron a :usia, junto al mar de (arents. +n Am#rica del ,orte, el hielo se despla; principalmente hacia el sur, de modo que Alas%a nunca se encontr cubierta por una gruesa capa de hielo, a diferencia de >isconsin, 4assachusetts y una docena de estados ms. Alas%a llegar!a a ser conocida como una tierra fr!a y yerma, cubierta de hielo y de nieve& sin embargo, en toda su historia nunca lleg a tener tanto hielo como el que hubo en ciertas #pocas en estados actualmente ms habitables, como 3onnecticut, 4assachusetts y ,ueva For%. Da habido muchas glaciaciones en el mundo, entre ellas dos que se prolongaron durante una impresionante cantidad de milenios y aplastaron a gran parte de +uropa y Am#rica del ,orte bajo un monstruoso espesor de hielo. +n ese tiempo, los vientos aullaban a trav#s de pramos sin fin, y la noche, g#lida, parec!a no 8acabar. 3uando sal!a el sol, su resplandor resultaba improductivo, pues brillaba sobre superficies congeladas y muertas. Besapareci cualquier forma visible de vida: las hierbas y los rboles, los gusanos y los insectos, los peces y el resto de animales. Burante aquellos vastos per!odos de esterilidad helada imperaba la desolaci n y deb!a parecer imposible que alg"n d!a volvieran el calor y la vida. )in embargo, cada interminable glaciaci n ven!a seguida por un intervalo feli;, igualmente largo, durante el cual retroced!a misteriosamente el hielo, y la tierra quedaba libre de su prisi n helada, estallaba de energ!a y volv!a a ser capa; de recuperar la vida en todas sus manifestaciones. Rtra ve; florec!a la hierba con la que se alimentaban los

-gina .0 de ?@0

Alaska

James A. Michener

animales y #stos se apresuraban a regresar. Los rboles crec!an y daban frutos. Los campos, fertili;ados por minerales que no se hab!an aprovechado desde hac!a tiempo, ren8 d!an cosechas abundantes, y los pjaros cantaban. Los >isconsin y las Austria del futuro rebosaban de vida, mientras el sol tra!a de nuevo el calor y el bienestar. +l mundo hab!a regresado a una vida de abundancia. +stas dos primeras grandes glaciaciones se iniciaron hace tanto tiempo 1digamos unos ?00 millones de a*os2 que podr!amos prescindir de ellas& ahora bien, hace apro$imadamente dos millones de a*os, antes de comen;ar el registro de la historia, se produjo otra serie de glaciaciones mucho ms breves, cuyas fechas, duraci n y caracter!sticas se conocen con tanta precisi n que han llegado a recibir nombres diferentes: de ,ebras%a, de Aansas, de Illinois, de >isconsin 1y en +uropa: <uri;, 4indel, :iss, >5rm2& en total son seis, porque el "ltimo segmento de cada grupo se subdivide en tres partes. ,o volveremos a referirnos a ellas, por lo que podemos ignorar sus nombres, pero hay dos hechos significativos que no podemos pasar por alto: hace s lo .6.000 a*os que termin la "ltima de estas seis recientes glaciaciones& y hace solamente ?.000, en lo que por entonces era Am#rica del ,orte quedaban todav!a restos de glaciares que situaban a sus habitantes en una glaciaci n. (asndose en el ritmo de ampliaci n y reducci n que nor8 malmente ha seguido el casquete polar, puede deducirse que dentro de /0.000 a*os habr otra incursi n de hielo en ;onas de +stados Tnidos situadas tan al sur como ,ueva For%, IoEa y los estados que hay entre ellos. 3laro que, por entonces, si podemos fiarnos de la historia, Alas%a estar libre de hielo y ser un lugar relativamente atractivo, donde podrn refugiarse los habitantes de los estados del norte. Alas%a no lleg a quedar sumergida bajo esos intensos pesos de agua congelada, pero sufri el ataque de glaciares aislados, algunos de tama*o considerable, formados en sus propias monta*as. Burante una de las glaciaciones menores, en el norte, la cordillera (roo%s qued cubierta por un dedo helado, que tall y reajust las monta*as y e$cav hermosos valles. 4ucho despu#s, en el sur, en la cordillera Alas%a, se adentraron glaciares de cierto tama*o, y a"n hoy e$isten enormes casquetes de hielo de donde surgen glaciares que penetran en las regiones situadas ms al sur, donde los vientos del -ac!fico traen continuamente precipitaciones que cubren los casquetes con nieve que se acumula hasta formar hielo, tal como ocurr!a al formarse los primeros casquetes de hielo de Alas%a. -ero la mayor parte del territorio se libr de los glaciares. ,o se form ninguno al norte de la cordillera (roo%s. ,o hubo ninguno en la vasta regi n intermedia situada entre las dos cadenas monta*osas y, en algunas ;onas aisladas de la regi n, hacia el sur, tampoco aparecieron los glaciares. +l hielo no lleg a cubrir ms que un treinta por ciento de la regi n. )in embargo, en Alas%a las consecuencias de las glaciaciones posteriores fueron ms dramticas que en cualquier otro lugar de los +stados Tnidos, y eso por un motivo que resulta evidente cuando uno cae en la cuenta. )i gran parte de Am#rica del ,orte queda cubierta por una capa de hielo de grosor superior al %il metro y medio, el agua congelada tiene que provenir de alg"n sitio, dado que no ha llegado misteriosamente del espacio e$terior. +l agua no puede llegar as! como as! a la superficie de la tierra, sino que debe provenir del agua ya e$istente, es decir, tiene que haber sido robada al oc#ano. +sto es precisamente lo que ocurri : los vientos secos que a;otaban los oc#anos levantaban enormes cantidades de agua, que en las latitudes altas ca!an en forma de lluvia fr!a, y en forma de nieve cerca de los polos. 3uando este agua qued comprimida en forma de hielo, se e$pandi y lleg a cubrir tierras que estaban secas, lo que hi;o que la humedad aportada cayera cada ve; ms en forma de nieve. -or todo ello, los glaciares e$istentes crec!an y se creaban otros nuevos.

-gina .. de ?@0

Alaska

James A. Michener

+n el per!odo que nos ocupa, ms reciente, este robo de agua se prolong durante miles de a*os, hasta que las acumulaciones de nieve hubieron aumentado enormemente de tama*o y los oc#anos vieron reducido considerablemente su caudal. Dace apenas /0.000 a*os, en el peor momento, el nivel de todos los oc#anos del mundo lleg a ser casi cien metros inferior al actual. Las costas de los estados norteamericanos situados junto al oc#ano Atlntico se e$tend!an muchos ms %il metros hacia el este que ahora& el golfo de 4#$ico estaba casi completamente seco y Florida no era una pen!nsula ni 3ape 3od un cabo. Las islas del 3aribe formaban unas pocas islas grandes y la costa del 3anad no pod!a ni verse, pues estaba totalmente sofocada por el hielo. A causa de este marcado descenso del nivel de los oc#anos, ciertos territorios que hasta entonces hab!an estado separados quedaron unidos por unos istmos de tierra que emerg!an al retirarse las aguas. Be este modo, Australia qued ligada a la Antrtida& 3eiln, a la India& 3hipre, al Asia occidental& e Inglaterra, a +uropa. La uni n ms espectacular fue la de Alas%a a )iberia, porque puso en contacto a dos continentes y permiti que de uno a otro pasaran animales y personas. Fue, adems, el "nico ne$o al que se dio un nombre propio& los cient!ficos lo bauti;aron como (eringia, la tierra desparecida del mar de (ering. Los ge grafos designan este fen meno de uni n de territorios con la e$presi n Ppuente de tierraQ, que no es muy afortunada porque la imagen relacionada con la palabra PpuenteQ induce a confusiones. La cone$i n entre Alas%a y )iberia no era un puente en el sentido corriente, es decir, una estructura estrecha por la que se puede circular& era el fondo emergido del mar, una franja que med!a apenas @0 %il metros de este a oeste, y ms de ?L0 %il metros de sur a norte. +n su parte ms ancha cubr!a la misma distancia que media entre Atlanta y ,ueva For% o entre -ar!s y 3openhague. )u anchura era cuatro veces mayor que la de casi toda Am#rica 3entral, medida de oc#ano a oc#ano, y, si un hombre se situaba de pie en el centro, no pensar!a que estaba en un puente, sino que creer!a encontrarse sobre una parte significativa de un continente. Invitaba a cru;arlo, sin embargo, y con este paso podemos iniciar la historia de la Alas%a habitada. 3omien;a con los primeros inmigrantes. Dace unos 7IL.000 mil a*os, cuando los oc#anos y los continentes ocupaban ya la posici n que hoy conocemos, estaba abierto el puente de tierra desde Asia, y un animal enorme y pesado, bastante parecido a un elefante de gran tama*o pero con unos enormes colmillos salientes, empe; a avan;ar lentamente hacia el este, seguido por cuatro hembras y sus cr!as. Aunque no era el primero de su ra;a en cru;ar el puente, s! era uno de los ms intere8 santes porque su e$periencia vital simboli;aba la gran aventura que emprender!an los animales de ese per!odo. +ra un mastodonte, y lo llamaremos as!, pues era el progenitor de todas aquellas bestias grandes y nobles que se e$tendieron por Alas%a. Tn mill n de a*os antes hab!a surgido del mismo tronco que produjo el elefante, pero en Ofrica, en +uropa y, ms adelante, en Asia central, hab!a desarrollado caracter!sticas que lo diferenciaban de este primo suyo. Cen!a unos colmillos ms gruesos y unas paletas delanteras ms bajas, as! como unas patas ms fuertes y el cuerpo cubierto de un pelo ms visible. )u comportamiento era muy similar, com!a el mismo tipo de alimentos F su longevidad era ms o menos la misma. 3uando cru; el puente, que recorr!a unos ciento die; %il metros entre Asia y Alas%a, 4astodonte ten!a cuarenta a*os y, si escapaba de los feroces felinos que codiciaban su carne, pod!a esperar vivir hasta cerca de los ochenta. Las cuatro hembras eran mucho ms j venes y su esperan;a de vida era un poco ms larga, algo habitual en el reino animal. Al llegar a Alas%a, los nueve mastodontes se encontraron con cuatro tipos de terreno radicalmente distintos, algo diferentes de la tierra que hab!an abandonado en Asia. +n la regi n ms lejana, muy al norte, frente al oc#ano Ortico, hab!a una franja estrecha de

-gina ./ de ?@0

Alaska

James A. Michener

desierto rtico& era una tierra est#ril e inh spita, de arenas movedi;as, en la que casi no brotaba nada comestible. +n invierno, durante las doce semanas en que no sal!a el sol, el suelo estaba cubierto de una nieve fina que solamente formaba peque*os mont!culos cuando los intensos vientos barr!an el paisaje hasta llevarla junto a alguna colina o un pe*asco donde la depositaban. 3omo 4astodonte sab!a por instinto que ninguno de su especie podr!a sobrevivir mucho tiempo en aquel desierto, rehuy la regi n apartada del norte& de todos modos, le quedaban por e$plorar otras tres ;onas, ms valiosas. Al sur del desierto, confundi#ndose gradualmente con #l, se e$tend!a otra franja relativamente estrecha& era la tundra, que se encontraba perpetuamente helada desde unos treinta a unos sesenta cent!metros por debajo de la superficie, pero que all! donde el suelo estaba suficientemente seco como para permitir su crecimiento, era rica en vida vegetal. Abundaban los l!quenes suculentos y los musgos, muy nutritivos& hab!a incluso algunos arbustos, cuyas fuertes ramas ten!an hojas que pod!an usarse como alimento. 3omo los veranos eran demasiado cortos, no hab!a verdaderos rboles, porque no hubieran tenido tiempo de florecer o de desarrollar sus ramas& por lo tanto, aunque en verano, cuando el desarrollo de las plantas se ve!a estimu8 lado por la casi continua lu; del sol, la tundra ofrec!a una alimentaci n adecuada para 4astodonte y su familia, #stos ten!an que huir del lugar al acercarse el invierno. Nuedaban, pues, dos reas suficientemente ricas entre los glaciares del norte y del sur: la primera era una regi n espl#ndida y hospitalaria. La gran estepa de Alas%a, un territorio donde abundaba la hierba, muy alta por lo general, y que nunca dejaba de ofrecer alg"n alimento, incluso en los a*os poco productivos. +n la estepa no sol!an crecer rboles grandes, pero arraigaban algunos grupos de arbustos bajos en algunos puntos aislados y protegidos del viento abrasador& hab!a sobre todo sauces enanos, cuyas hojas encantaban a 4astodonte. 3uando estaba hambriento, le gustaba desgarrar con sus fuertes colmillos la corte;a de estos rboles& a veces se pasaba horas entre un grupo de sauces, comiendo un peda;o de corte;a e intentando que las ramas bajas le dieran un poco de sombra que lo protegiera del intenso calor estival. La cuarta ;ona disponible era mayor que las tres anteriores, porque por entonces el clima de Alas%a era bastante benigno y estimulaba el crecimiento de rboles en regiones que estuvieron antes desprovistas de ellos y que, cuando bajasen de nuevo las temperaturas, volver!an a estarlo. +n esa parte hab!a lamos, abedules, pinos y alerces, y hab!a tambi#n algunos animales, como la mofeta moteada, que compart!an el bosque con 4astodonte, a quien le gustaban mucho los rboles, porque pod!a comer erguido, mordis8 queando su abundante follaje. Bespu#s de comer, pod!a rascarse el lomo usando como postes los fuertes troncos de los pinos o de los alerces. Be este modo, tanto la abundancia de la regi n boscosa como la rique;a de la estepa, menos e$uberante pero ms segura, permit!an que 4astodonte y su familia se alimentaran bien& como #stos hab!an llegado a Alas%a en primavera, se encaminaron hacia una regi n parecida a la que conoc!an en )iberia: la tundra, donde les esperaba la hierba y los arbustos bajos. )in embargo, el calor del sol, gracias al cual crec!an las plantas, ocasionaba por otra parte un curioso problema, porque fund!a los veinte o veinticinco cent!metros superiores del subsuelo helado, con lo que se ablandaba la tierra y se convert!a en una especie de cieno pegajoso. +videntemente, la humedad se estancaba, porque la tierra ms profunda estaba, y seguir!a estndolo durante incontables a*os, s lidamente congelada. Al acercarse el verano, se deshelaban miles de peque*os lagos y hab!a cada ve; ms lodo, de modo que algunas veces 4astodonte hab!a llegado a hundirse hasta las rodillas. :esbalaba y chapoteaba por la tundra h"meda, tratando de mantener a raya a la mir!ada de mosquitos que en esa #poca aparec!an dispuestos a atacar a cualquier cosa que se

-gina .7 de ?@0

Alaska

James A. Michener

moviera. A veces, cuando levantaba una de sus enormes patas para librarla del barro en el que se iba hundiendo poco a poco, el ruido que hac!a al sacarla retumbaba hasta lo lejos. +se primer verano, 4astodonte y su grupo pastaron en la tundra casi todo el tiempo, hasta que el sol calent menos, indicando la pro$imidad del invierno& entonces empe;aron a alejarse hacia el sur, rumbo a la estepa, que les ofrec!a sabrosa hierba asomando entre la nieve fina. Al principio del oto*o, se encontraban en la l!nea divisoria entre la tundra y la estepa, y los sauces enanos parec!an tentarles en el hori;onte con un hogar seguro para el invierno& pero los mastodontes obedec!an al impulso, mucho ms imperioso, del sol que se debilitaba, y, por eso, cuando aparecieron las primeras nieves en la ;ona comprendida entre los grandes glaciares, 4astodonte y su familia hab!an pasado ya a la ;ona boscosa, que les aseguraba una amplia provisi n de comida. +l primer semestre que pas 4astodonte en Alas%a result todo un #$ito, aunque #l no era consciente, por supuesto, de haber efectuado la transici n entre Asia y Am#rica del ,orte& solamente hab!a seguido el rastro de mejores fuentes de alimentaci n. ,i siquiera hab!a abandonado Asia, porque en aquellos a*os las s lidas placas de hielo que se e$tend!an hacia el este convert!an a Alas%a en una parte del continente mayor. A lo largo del primer invierno, 4astodonte descubri que #l y los otros mastodontes no estaban solos en aquel f#rtil entorno, pues en su partida del continente asitico les hab!an precedido una variad!sima colecci n de animales& una ma*ana muy fr!a en que 4astodonte estaba solo, sobre la nieve, arrancando los brotes ms accesibles de un sauce, oy un crujido inquietante. -or miedo de que saltara sobre #l alg"n enemigo escondido en lo alto de los rboles, se apart prudentemente, y muy a tiempo, porque justo cuando se alejaba del sauce observ como su enemigo ms temible surg!a de la protecci n de un bosquecillo cercano. +ra una especie de tigre, con unas garras poderosas y un par de amena;adores dientes superiores de casi noventa cent!metros de longitud, incre!blemente afilados. 4astodonte sab!a que, aunque con aquellos terror!ficos dientes el tigre sable no pod!a atravesarle el pellejo en los costados ni en la parte superior, donde era especialmente fuerte y le proteg!a, si llegaba a sub!rsele al lomo podr!a hincarlos en la piel ms fina del cogote. Cen!a que de8 fenderse rpidamente de aquel enemigo hambriento, de modo que, con una agilidad sorprendente en un animal tan grande, gir sobre la pata delantera i;quierda describiendo un semic!rculo con su voluminoso cuerpo y as! se enfrent a la embestida del tigre sable. -or supuesto, 4astodonte ten!a unos largos colmillos, pero no estaban hechos para atacar a un enemigo y ensartarlo con ellos. )u cerebro diminuto empe; a enviar se*ales que le impulsaron a describir grandes c!rculos con los colmillos, y, cuando el felino salt , esperando esquivarlos, el colmillo derecho de 4astodonte golpe con gran fuer;a las patas traseras del tigre sable. Aunque el golpe no logr lan;ar por los aires ni inmovili;ar al felino, consigui desviar el ataque y le provoc una magulladura que, sin llegar a desarmarlo, puso rabioso al tigre. +l felino se tambale entre los rboles hasta recobrar el control y luego gir rpidamente para atacar desde atrs, esperando alcan;ar con un salto gigantesco el lomo de 4astodonte y clavar desde all! los dientes en el cuello vulnerable. +l felino era mucho ms rpido que el mastodonte y, despu#s de una serie de ataques que cansaron al enorme animal, que intentaba rebatirlos, el tigre salt con un gran brinco y, aunque no alcan; , como quer!a, la parte llana del lomo, logr colocarse entre el lomo y un flanco. Crat de subir hasta una posici n ms segura, pero, mientras tanto, 4astodonte, con evidente instinto de supervivencia, se frot contra unas ramas bajas, de modo que, si el felino no hubiera tenido la prudencia de saltar, 4astodonte habr!a logrado aplastarlo.

-gina .6 de ?@0

Alaska

James A. Michener

9encido por segunda ve;, el gran felino, nueve veces mayor que el tigre actual, rugi fero;mente desde su posici n entre los rboles y recuper fuer;as para un ataque definitivo. +sta ve; emprendi un salto a"n ms poderoso contra 4astodonte, desde un lado, pero el enorme animal, que le estaba esperando, volvi a girar sobre la pata delantera i;quierda, describi con los colmillos un arco que alcan; en el aire al tigre sable y lo envi rodando por el suelo, con una pata dolorosamente herida. +l tigre sable tuvo suficiente por aquel d!a. )e alej cabi;bajo, entre gru*idos y protestas& hab!a aprendido que para darse un atrac n de carne de mastodonte tendr!a que ca;ar en pareja y hasta en grupos de tres o cuatro tigres, pues los mastodontes eran bastante astutos para defenderse solos. +n aquella #poca, en Alas%a abundaban los leones, que, comparados con lo que llegar!an a ser despu#s, eran mucho ms grandes y peludos. ,o ten!an unas hermosas melenas ni unos rabos ondulantes, y los machos carec!an del aire regio que los caracteri;ar!a en el futuro& eran como los hi;o la naturale;a, unos grandes felinos admirablemente preparados para la ca;a. 3omo hab!an aprendido la misma lecci n que el tigre sable, nunca atacaban solos a un mastodonte& pero una manada de seis o siete leones hambrientos pod!a acosarle hasta la muerte, y, por eso, 4astodonte nunca se aventuraba en ;onas donde pudiera esconderse un grupo de leones. +vitaba las colinas rocosas cubiertas de rboles, as! como los valles profundos, desde cuyas laderas un grupo de leones pod!a bajar y atacarle& a veces, mientras iba andando ruidosamente, doblando cuando quer!a los dispersos rboles tiernos, ve!a en la distancia alguna familia de leones que com!a los restos de un animal derribado y cambiaba de rumbo para no llamar su atenci n. +n ocasiones 4astodonte se encontraba con un animal acutico, el gran castor, que le hab!a seguido desde Asia. Los castores, que alcan;aban un tama*o gigantesco y ten!an dientes que les permit!an derribar un rbol grande, trabajaban todo el tiempo construyendo unos diques que 4astodonte sol!a ver desde lejos& pero despu#s del trabajo, a las grandes bestias, cuyo pelaje denso brillaba bajo la fr!a lu; del sol, les gustaba jugar rudamente, con una agilidad que contrastaba con los movimientos pesados de 4astodonte, admirado con las cabriolas de los castores. ,o manten!a un contacto estrecho con los castores subacuticos, pero los observaba con perplejidad cuando reto;aban despu#s de trabajar. 4astodonte se relacionaba principalmente con los numerosos bisontes de la estepa, los enormes antecesores del b"falo. +stas bestias lanudas, de cabe;a gacha y cuernos poderosos, paralelos al suelo, pastaban en ;onas donde a #l tambi#n le gustaba vagar y, algunas veces, se reun!an tantos bisontes en una misma pradera que el suelo parec!a completamente cubierto. A menudo, un tigre sable acechaba a los que quedaban re;agados, cuando todos pastaban, dirigiendo sus cabe;as en la misma direcci n. +ntonces, ante al8 guna se*al que 4astodonte no pod!a detectar, los centenares de bisontes gigantescos echaban a correr para huir de los fatales colmillos del felino y atronaban la estepa con su paso. Be ve; en cuando se cru;aba con los camellos. +ran unas bestias altas y desgarbadas que se com!an la parte superior de los rboles y parec!an fuera de lugar en todas partes& se mov!an con lentitud y pateaban fero;mente a sus enemigos, pero en cuanto un tigre sable lograba aferrrseles al lomo, se rend!an de inmediato. +n algunas raras ocasiones, 4astodonte pastaba en la misma ;ona, al lado de un par de camellos& entonces, esos dos animales tan diferentes entre s! se ignoraban mutuamente, y pod!an pasar meses enteros hasta que 4astodonte viera a otro camello. +ran unas bestias misteriosas y prefer!a dejarlas en pa;. 4astodonte viv!a su e$istencia sin sobresaltos, plcida y tranquilamente. -oco ten!a que temer si lograba defenderse de los tigres sable, evitaba quedar atrapado en un pantano y escapaba de los grandes incendios provocados por los relmpagos. Dab!a comida en

-gina .L de ?@0

Alaska

James A. Michener

abundancia. +ra joven a"n y pod!a atraer y retener a las hembras. Los veranos no eran demasiado h"medos y calurosos, y los inviernos no eran tan fr!os y secos. Cen!a una vida agradable que recorr!a a grandes pasos, digna y noblemente. A veces, otros animales, como los lobos o los tigres sable, intentaban matarle para com#rselo, pero a #l s lo le apetec!an los pastos y las hojas tiernas, de los que consum!a casi trescientos %ilos cada d!a. +ra el ms simptico de todos los animales que habitaban Alas%a en esos primeros tiempos. +l movimiento de los animales a trav#s de Alas%a estaba limitado por una curiosa caracter!stica f!sica: el puente de tierra de (eringia s lo e$ist!a cuando los casquetes de hielo polares eran lo suficientemente e$tensos para retener grandes cantidades del agua de los oc#anos. -ara que hubiera un puente, las capas de hielo ten!an que ser inmensas. 3uando esto ocurr!a, el hielo cubr!a la parte occidental de 3anad y, aunque no llegaba a formar una masa ininterrumpida hasta Alas%a, algunos glaciares actuaban como avan;adilla hasta que, con el tiempo, esos dedos helados alcan;aban la costa del -ac!fico y formaban una serie de barreras de hielo que ni hombres ni animales pod!an franquear. )e pod!a entrar fcilmente en Alas%a desde Asia, pero era imposible adentrarse en el interior de Am#rica del ,orte. Alas%a se convert!a, funcionalmente, en una parte de Asia, una situaci n que se mantendr!a durante largos per!odos de tiempo. -arece que en ninguna #poca los animales y los hombres pudieron cru;ar el puente y continuar el viaje hasta el interior de Am#rica del ,orte& no obstante, sabemos que finalmente lograron adentrarse, porque los mastodontes, los bisontes y las ovejas, al igual que los hombres, llegaron al continente estadounidense desde Asia, y cabe deducir que el despla;amiento hacia el interior se produjo despu#s de un largo per!odo de espera en la fortale;a de hielo de Alas%a. 9arios datos lo confirman. Algunos animales permanecieron en Alas%a mientras sus hermanos y hermanas, durante alg"n intervalo en que las barreras estuvieron abiertas, se despla;aron hasta el resto de Am#rica del ,orte. )in embargo, al cerrarse las barreras, los dos linajes quedaron separados durante milenios de aislamiento y se diferenciaron hasta tal e$tremo que cada uno desarroll caracter!sticas propias. +videntemente, el trasiego de animales por el puente no se produc!a en una sola direcci n& si bien las bestias ms espectaculares 1los mastodontes, los tigres sable y los rinocerontes2 llegaron desde Asia y enriquecieron as! el nuevo mundo, otros animales, como el camello, se originaron en Am#rica y ofrecieron sus grandes posibilidades a Asia. +l intercambio entre continentes de consecuencias ms importantes se dio en direcci n oeste, entrando en Asia a trav#s del puente. Tna ma*ana, en el centro de Alas%a, mientras 4astodonte rumiaba entre los lamos situados junto a una ci#naga, observ como se apro$imaba desde el sur una hilera de animales mucho ms peque*os que los que hab!a visto hasta entonces. 3aminaban a cuatro patas, como #l, pero no ten!an colmillos, ni un pelaje denso, ni la cabe;a grande ni las patas fuertes. +ran unas bestias airosas, de movimientos rpidos y mirada viva, a las que observ con el inter#s de un animal indiferente, inspeccionndolas mientras se acercaban. -ermiti que se detuvieran a poca distancia, le mirasen y continuaran la marcha, porque ni uno solo de sus gestos ni de sus movimientos le llev a sospechar que fueran peligrosos. +ran caballos, el hermoso regalo que hac!a el nuevo al viejo mundo, F se despla;aban, n madas, en direcci n a Asia, el lugar desde el cual miles de a*os despu#s sus descendientes se e$tender!an milagrosamente hacia todos los rincones de +uropa. UNu# hermosos se ve!an aquella ma*ana, cuando pasaron junto a 4astodonte dirigi#ndose al cora; n de Alas%a, donde encontrar!an sitio para detenerse en su largo peregrinajeV +n ning"n otro lugar pueden observarse tan claramente las sutiles relaciones de la naturale;a. Dielos altos y oc#anos bajos. -uente abierto, pasaje cerrado. Los mastodontes que avan;an pesadamente hacia Am#rica del ,orte, los delicados caballos que se trasladan

-gina .M de ?@0

Alaska

James A. Michener

a Asia. +l mastodonte, que se dirige torpemente hacia su e$tinci n ineludible. +l caballo, que galopa hacia una larga vida en Francia y en Arabia. Alas%a, rodeada por el hielo, era una estaci n de paso para todos los viajeros, cualquiera que fuese su rumbo. -od!an descansar en sus anchos valles sin hielo, cuyo saludable clima les hac!a realmente acogedores. 3iertamente, Alas%a era una fortale;a de hielo, pero entre sus muros congelados, la vida, aunque fuese dura, pod!a ser tambi#n agradable. +s triste darse cuenta de que esos animales majestuosos que iban llegando a Alas%a durante los intervalos de clima templado de la "ltima glaciaci n, se e$tinguieron en su mayor!a, casi siempre antes de la llegada del hombre. Los grandes mastodontes desaparecieron& los feroces tigres sable se fundieron con la neblina de los pantanos junto a los que ca;aban. Los rinocerontes prosperaron durante un tiempo, para sumirse lentamente en el olvido. Los leones no encontraron un nicho estable en Am#rica del ,orte y ni siquiera el camello pudo progresar en su tierra de origen. Am#rica del ,orte hubiera sido mucho ms hermosa si esas grandes bestias se hubieran quedado para animar su paisaje, pero el destino no lo quiso as!. Bescansaron en Alas%a durante un tiempo y despu#s, sin saberlo, anduvieron hacia su condenaci n. Algunos de los animales inmigrantes lograron adaptarse y, desde entonces, su continua presencia ha hecho de nuestra tierra un lugar habitable& fueron el castor, el carib", el majestuoso alce americano, el bisonte y la oveja. Dubo tambi#n un animal espl#ndido que cru; el puente desde Asia y sobrevivi el tiempo suficiente para coe$istir con el hombre. -od!a haber escapado a la e$tinci n& su batalla contra ella constituye una epopeya del reino animal. +l mamut lanudo vino de Asia mucho ms tarde que el mastodonte y algo despu#s que los animales que acabamos de nombrar. Lleg en un momento de brusca transici n climtica, cuando terminaba un intervalo relativamente benigno y se iniciaba otro ms e$tremo, pero se adapt al nuevo ambiente con gran facilidad, de modo que prosper y se multiplic , hasta convertirse en un ejemplo de inmigraci n con #$ito y en el animal ms caracter!stico de la antigua Alas%a. )us antepasados ms remotos proven!an del Ofrica tropical& eran unos elefantes de tama*o enorme, con largos colmillos y unas orejas grandes que agitaban constantemente, abanicndose con ellas para mantener baja la temperatura del cuerpo. +n Ofrica se alimentaban de los rboles de poca altura y arrancaban la hierba con sus trompas prensiles. +ran unos animales magn!ficos, admirablemente preparados para vivir en un ambiente tropical. Al despla;arse lentamente hacia el norte, esos elefantes fueron convirti#ndose en unos animales adaptados casi a la perfecci n a la vida en el rtico. -or ejemplo, sus grandes orejas se redujeron casi a la duod#cima parte de lo que hab!an sido en los tr picos, porque ahora los animales no necesitaban PabanicarseQ para soportar un calor intenso y, en cambio, requer!an quedar e$puestos lo menos posible a los vientos rticos, que les enfriaban. Cambi#n se desprendieron de la piel suave que les permit!a mantenerse frescos en Ofrica y desarrollaron una gruesa cobertura de pelo, cuyas hebras alcan;aban un metro de longitud& despu#s de pasar varios miles de a*os en climas ms fr!os, se volvieron tan peludos que parec!an cochambrosas mantas ambulantes. +n la #poca que nos ocupa, la incursi n del hielo se encontraba en su punto lgido, de modo que los cambios e$perimentados eran insuficientes para protegerlos de las g#lidas rfagas invernales de Alas%a& por ello, los mamuts desarrollaron, adems de ese pelaje denso y protector, una capa interna e invisible de lana espesa, que aumentaba la protecci n del pelo de un modo muy efectivo y les permit!a soportar temperaturas e$tremadamente bajas.

-gina .? de ?@0

Alaska

James A. Michener

Los mamuts sufrieron tambi#n cambios internos. +l est mago se adapt a la diferente alimentaci n de (eringia, la hierba dura y baja, mucho ms nutritiva que las enormes hojas de los rboles africanos. Besarrollaron huesos ms peque*os, de modo que el cuerpo de un mamut com"n, mucho ms reducido que el de un elefante, quedaba menos e$puesto al fr!o. Los cuartos delanteros se volvieron ms pesados y ms altos que los traseros, con lo que su perfil se parec!a menos al de un elefante que al de una hiena: era alto por delante y ms bajo por detrs. +n cierto modo, el cambio ms espectacular, aunque no el ms funcional, fue el que sufrieron los colmillos. +n Ofrica los colmillos sal!an de la mand!bula superior y segu!an una direcci n ms o menos paralela, se curvaban hacia abajo y remontaban otra ve; hacia adelante. 3onstitu!an unas armas formidables que los machos usaban en los combates que entablaban por el derecho a mantener en su grupo a las hembras. :esultaban tambi#n "tiles para bajar las ramas que les serv!an de alimento. +n las tierras rticas, los colmillos de los mamuts cambiaron espectacularmente. )e volvieron mucho ms grandes que los de los elefantes africanos, hasta medir ms de tres metros y medio en algunos casos. -ero se distingu!an especialmente porque, aunque comen;aban como los de un elefante, en l!nea recta, hacia adelante y hacia abajo, s"bitamente se desviaban hacia afuera, se separaban del cuerpo y describ!an una elegante curva hacia el suelo. Be haber mantenido esa direcci n habr!an sido unas armas poderosas, ofensivas o defensivas& empero, justo en el punto en que parec!an seguir ese camino, describ!an un giro arbitrario hacia atrs, en direcci n al eje central, hasta que se volv!an a encontrar las puntas, que algunas veces llegaban a cru;arse por delante de la cara del mamut. Al adoptar esta forma e$tra*a, los colmillos dejaron de tener funcionalidad alguna& de hecho, en verano dificultaban la alimentaci n, pero en invierno ten!an cierta utilidad, porque los mamuts pod!an usarlos para esparcir la nieve que cubr!a los musgos y los l!quenes, que as! pod!an comer. otros animales, como los bisontes, alcan;aban el mismo resultado hundiendo la cabe;ota en la nieve y movi#ndola de un lado a otro. Be este modo, cuando los mastodontes, mucho ms grandes, ya hab!an desaparecido, los mamuts, protegidos contra el intenso fr!o invernal y adaptados a la abundante alimentaci n del verano, proliferaron y se impusieron en el paisaje. Los mastodontes, al igual que los dems animales de aquel antiguo per!odo, hab!an sufrido el ataque fero; de los tigres sable, pero, tras la e$tinci n gradual de ese depredador, los "nicos enemigos que les quedaban a los mamuts eran los leones y los lobos que trataban de robarles las cr!as. -or supuesto, las manadas de lobos pod!an acosar hasta la muerte a un mamut viejo y d#bil& eso no ten!a importancia, ya que si la muerte no llegaba de esa forma llegar!a de cualquier otra. Los mamuts viv!an unos cincuenta o sesenta a*os, aunque ocasionalmente un ejemplar fuerte pod!a superar los setenta, y es precisamente el modo en que el animal mor!a lo que ha contribuido en gran medida a que se llegue a conocer en la actualidad la fama de la especie. +n muchas ocasiones 1tan numerosas que podr!a hacerse un estudio estad!stico2 tanto en )iberia, en Alas%a como en 3anad, un 4amut, de cualquier se$o y edad, pereci al caer en un foso de barro, le alcan; una inundaci n repentina, cargada de grava, o bien muri a la orilla de alg"n r!o, donde cay el cadver. )i estas muertes accidentales se produc!an en primavera o en verano, los cuervos y otros animales de presa eliminaban el cadver rpidamente, dejando solamente huesos ra!dos y alg"n mech n de pelo que no tardaba en desaparecer. )e han encontrado en algunos lugares estas acumulaciones de huesos y colmillos, muy "tiles para reconstruir nuestros conocimientos actuales sobre los mamuts.

-gina .I de ?@0

Alaska

James A. Michener

-ero si la muerte accidental ocurr!a a finales de oto*o o a principios de invierno, pod!a ocurrir que el cuerpo quedara cubierto rpidamente por una capa gruesa de lodo pegajoso, que en pleno invierno se helaba. Be este modo, el cadver quedaba totalmente congelado, lo que imposibilitaba su descomposici n y lo conservaba. -odemos suponer que, con frecuencia, en primavera y verano se producir!a un deshielo, de modo que desaparecer!an los cristales de hielo del lodo protector y el cuerpo acabar!a descomponi#ndose. +ntonces el cadver se desintegrar!a en la forma habitual, aunque debido a la congelaci n el proceso se hubiese postergado una estaci n. )in embargo, en algunas raras ocasiones, que a lo largo de .00.000 a*os -ueden haber sido bastante numerosas, por alg"n motivo la congelaci n inmediata inicial se mantuvo de forma permanente, de modo que el cadver se conserv intacto durante ..000, 70.000 o L0.000 a*os. 4ucho despu#s, cuando los humanos ocuparan los valles centrales de Alas%a, alg"n d!a un hombre curioso ver!a un objeto, que no ser!a hueso ni madera conservada, sobresaliendo de una ribera en deshielo, y, al e$cavar en la orilla, se encontrar!a frente a los restos completos de un mamut lanudo, muerto hac!a miles de a*os en aquel mismo lugar. 3uando limpiase con cuidado los restos de lodo viscoso aparecer!a un objeto muy interesante, algo "nico en el mundo: un mamut completo, con todo su largo pelaje, con los grandes colmillos de puntas cru;adas retorcidos hacia adelante, con el contenido del est mago tal como qued despu#s de la "ltima comida y con la enorme dentadura en unas condiciones tan perfectas que se podr!a calcular, con una apro$imaci n de cinco o seis a*os, su edad en el momento de morir. -or supuesto, no se tratar!a de un animal erguido, regordete y limpio, dispuesto en un estuche a;ul de hielo, sino que estar!a aplastado, embadurnado de cieno, asquerosamente sucio y con las articulaciones ya medio desarmadas& pero ser!a un mamut completo, que ofrecer!a un gran volumen de informaci n a sus descubridores. Lo que sigue es importante. Los grandes dinosaurios, que precedieron en millones de a*os a los mamuts, nos son conocidos porque durante milenios sus huesos fueron penetrados por dep sitos minerales que han preservado su estructura !ntima. ,o disponemos de aut#nticos huesos sino de huesos petrificados, en los cuales, como en la madera petrificada, no queda ni un tomo de la materia original. Antes de un halla;go efectuado recientemente en el norte de Alas%a, ning"n ser humano hab!a visto los huesos de un dinosaurio, aunque en los museos cualquiera pod!a observar sus esqueletos petrificados, preservados mgicamente, como fotograf!as de piedra de huesos desaparecidos mucho tiempo antes. )in embargo, los mamuts conservados por congelaci n en )iberia y Alas%a nos ofrecen los huesos aut#nticos, el pelo, el cora; n, el est mago y un tesoro valios!simo de conocimientos. -arece ser que el primero de estos g#lidos halla;gos se produjo casualmente en )iberia, en alg"n momento del siglo G9II, y a #ste le siguieron otros, a intervalos regulares. ,o hace mucho que en Alas%a, cerca de Fairban%s, se descubri un mamut casi completo, y es de suponer que antes del fin del siglo se hallarn otros. J-or qu# cuando se encuentra un animal completo siempre es un mamutK Rcasionalmente se descubren otros animales, no muchos, y rara ve; estn en tan buen estado como los mamuts mejor conservados. Tna de las ra;ones es la gran e$pansi n que alcan; la especie. Rtra, que los mamuts viv!an precisamente en las ;onas en las que era posible la conservaci n en lodo congelado. Adems, sus huesos y colmillos ten!an un tama*o considerable& en la misma #poca y en las mismas ;onas murieron seguramente mu8 chos pjaros, pero como sus huesos no pesaban, en su caso se perdieron los esqueletos, junto con la piel y las plumas. La ra; n ms importante, sin embargo, es que esos mamuts

-gina .@ de ?@0

Alaska

James A. Michener

en particular murieron durante una #poca de glaciaci n, cuando no solamente era posible, sino muy probable, que se produjera una congelaci n instantnea. Be cualquier modo, los mamuts lanudos cumplieron una funci n singular, de un valor inestimable para los seres humanos: gracias a que despu#s de morir quedaban rpidamente congelados, continuaron viviendo para mostrarnos c mo era la vida en Alas%a cuando la fortale;a de hielo la convert!a en un refugio para los grandes animales. Dace /@.000 a*os, un d!a de finales de invierno, 4atriarca, una abuela mamut de cuarenta y cuatro a*os que ya comen;aba a acusar su edad, condujo al reducido reba*o de seis ejemplares que ten!a a su cargo por las suaves laderas de una pradera, hasta la orilla de un gran r!o que ms adelante se llam Fu% n. Al; la trompa para olfatear el aire tibio, hi;o se*as a los otros de que la siguieran, se adentr en un bosquecillo de sauces enanos que bordeaba el r!o y, cuando los dems llegaron a su lado, les indic que pod!an empe;ar a comer los brotes de las ramas de los sauces. 3omo estaban contentos de dejar atrs las escasas raciones con que se hab!an visto obligados a subsistir durante el "ltimo invierno, hicieron lo que les indicaba, con mucho ruido y movimiento, y, mientras com!an hasta hartarse, 4atriarca emit!a gru*idos de nimo. +n el reba*o ten!a dos hijas, cada una de ellas con dos cr!as: hembra y macho la mayor, macho y hembra la ms joven. 4atriarca aplicaba sobre los seis una disciplina severa, porque los mamuts hab!an aprendido que la supervivencia de la especie depend!a muy poco de los grandes machos, con sus colmillos tremendos y aparatosos& los machos aparec!an solamente a mediados del verano, durante el per!odo de apareamiento, no se les ve!a el pelo durante el resto del a*o, y no se hac!an responsables de la crian;a y la educaci n de los j venes. 4atriarca, que obedec!a a los instintos propios de su especie y a los impulsos espec!ficos de su condici n femenina, dedicaba toda su vida al reba*o, especialmente a las cr!as. +n esa #poca pesaba unos ..L00 %ilos& para sobrevivir necesitaba cada d!a unos setenta %ilos de hierba, l!quenes, musgo y ramillas& y, si no pod!a conseguir esa cantidad de provisiones, sent!a unas intensas pun;adas de hambre, porque lo que com!a ten!a muy poco valor nutritivo y su organismo lo asimilaba en menos de doce horas, ya que, a diferencia de otros animales, no engull!a y despu#s rumiaba, masticando el bolo alimenticio hasta e$traer los "ltimos restos de su valor nutritivo. Lo que ella hac!a era atracarse con grandes cantidades de alimentos de poca calidad y eliminar los restos rpidamente. )u actividad ms importante era comer. ,o obstante, si mientras pastaba sospechaba levemente que sus cuatro nietos no estaban recibiendo su parte, se quedaba sin alimento para que ellos comiesen primero. Dar!a lo mismo por cualquier mamut joven, aunque no fuera de su familia, si su propia madre y su abuela pastaban en otra ;ona y lo hab!an dejado a su cargo. Aunque el est mago vac!o se le contrajera de dolor y le advirtiese: P, 3ome o perecersV Q, atend!a primero a su descendencia, y solamente cuando ellos hab!an recibido suficiente pasto y ra8 millas, mascaba ella los brotes de los abedules y recog!a hierbas con su elegante trompa. +sta caracter!stica, que la diferenciaba de otras abuelas mamuts, respond!a al amor apasionado que sent!a por sus hijos. A*os atrs, antes de que la hija menor tuviera a su primera cr!a, se uni , durante la #poca de celo, al reba*o un viejo macho orgulloso que, por alg"n motivo ine$plicable, se qued con ellos despu#s del apareamiento, en lugar de volver con los otros machos, que pastaban por su cuenta hasta la pr $ima temporada de celo. 4atriarca no hab!a puesto objeciones cuando el viejo macho apareci por primera ve; en escena, atra!do por sus hijas, que por entonces eran tres. )in embargo, cuando vio que permanec!a con ellas despu#s del cortejo, se inquiet y, de diversas maneras 1por ejemplo, empujndolo fuera de donde hab!a mejor pasto2, le indic que ten!a que alejarse de las hembras y de sus cr!as. 3omo #l se neg a obedecer, 4atriarca

-gina /0 de ?@0

Alaska

James A. Michener

se enfureci , pero el macho pesaba casi el doble que ella, ten!a unos colmillos enormes, era muy alto y la dominaba por completo en tama*o y agresividad, por lo que no pudo hacer otra cosa que demostrar sus sentimientos. Cuvo que conformarse con emitir ruidos y agitar nerviosamente la trompa, e$presando as! su disgusto. Tn d!a, mientras observaba al viejo macho, vio como empujaba con rude;a a una joven madre que estaba instruyendo a su hija de un a*o& podr!a haberlo aceptado, porque tradicionalmente los machos se reservaban los mejores sitios para alimentarse, pero en esa ocasi n 4atriarca no pudo tolerarlo porque le pareci que tambi#n hab!a maltratado a la peque*a. )e arroj contra el intruso emitiendo un alarido agudo y penetrante, sin tener en cuenta que #l era de mayor tama*o y ten!a una gran capacidad para el combate 1pues no hubiera podido montar a las hijas de 4atriarca si no hubiera logrado alejar a otros machos menos capaces e igualmente deseosos2, pero estaba tan decidida a proteger a su descendencia que consigui que su adversario, mucho mayor que ella, retrocediera unos pasos. 'l, que era ms fuerte y dispon!a de unos grandes colmillos cru;ados, impuso rpidamente su autoridad y contraatac con dure;a& la golpe con tanta fuer;a que le rompi el colmillo derecho ms o menos por la mitad. 3on s lo colmillo y medio, 4atriarca se convirti en una mamut envejecida para el resto de su vida. Besequilibrada y con un aspecto ms torpe que el de sus hermanas, cru;aba la estepa con el colmillo quebrado y, para compensar la diferencia de peso, inclinaba su cabe;a enorme hacia la derecha, como si mirara de soslayo con sus ojuelos bi;cos algo que los dems no pod!an ver. ,unca hab!a sido un animal hermoso, ni siquiera gracioso. ,o ten!a la figura admirable de sus antepasados los elefantes, y formaba una especie de tringulo ambulante con el v#rtice situado en su alta cabe;a, la base a lo largo de la l!nea en que sus patas tocaban el suelo, una vertical que bajaba por la cara y la trompa y una pendiente muy caracter!stica, que descend!a larga y fea por entre los cuartos delanteros y el trasero achaparrado. -ara acabar de darle un aspecto casi informe, ten!a todo el cuerpo cubierto de un pelo largo y enmara*ado. Adems de un tringulo andante, era un felpudo ambulante y, como se hab!a roto su colmillo derecho, hab!a perdido incluso la dignidad que pod!an prestarle sus colmillos grandes y grciles. 3iertamente, no ten!a gracia, pero ten!a la noble;a derivada de su amor apasionado por cualquier mamut joven que cayera bajo su protecci n, pues ese animal inmenso y torpe hac!a honor al concepto de la maternidad animal. +n aquellos a*os en que la glaciaci n se encontraba en su apogeo, el territorio que 4atriarca ten!a a su disposici n para alimentar a su familia era algo ms hospitalario que el que hab!an conocido los mastodontes. )egu!a formado por cuatro ;onas: el desierto rtico del norte, la tundra perpetuamente helada, una estepa rica en pastos y una franja con bastantes rboles como para denominarla tierra boscosa e incluso selva. La estepa, sin embargo, hab!a aumentado tanto de tama*o que los mamuts que vagaban por ella encontraban suficiente comida con la combinaci n de las hierbas comestibles y los nutritivos sauces enanos. Be hecho, aquella ;ona ms amplia resultaba especialmente hospitalaria para aquellas bestias enormes y pesadas, hasta el punto de que los cient!ficos, cuando posteriormente trataron de reconstruir c mo se viv!a en Alas%a hace /I.000 a*os, le dieron el descriptivo nombre de P+stepa del 4amutQ& no pod!an haber encontrado una denominaci n mejor, porque aquella ;ona atrapada en el interior de la fortale;a de hielo era precisamente eso, la gran estepa nutricia gracias a la cual los mamuts de lomo inclinado pod!an e$istir en gran n"mero. Burante esos siglos fueron siempre ellos, junto con los carib"s y los ant!lopes, los principales ocupantes de la estepa que recibe su nombre.

-gina /. de ?@0

Alaska

James A. Michener

4atriarca se mov!a por la estepa como si #sta hubiera sido creada para su uso e$clusivo. +ra suya, aunque reconoc!a que, durante algunas semanas de cada verano, necesitaba la asistencia de los grandes machos que, por lo dems, se limitaban a pastar en sus propias ;onas. Cambi#n sab!a que depend!a de ella la supervivencia de los mamuts tras el nacimiento de las cr!as, por lo que le correspond!a elegir los lugares donde se alimentar!an y, cuando la familia ten!a que abandonar un territorio a punto de agotarse, en busca de otros ms ricos en comida, era ella quien daba la se*al. Tn reba*o peque*o de mamuts como el que ella encabe;aba pod!a recorrer ms de seiscientos %il metros en el curso de un a*o, de modo que lleg a conocer grandes e$tensiones de la estepa& durante los peregrinajes que ella dirig!a observ dos fen menos misteriosos, que no resolvi aunque acab por acostumbrarse a ellos. La estepa, en sus ;onas ms ricas, dispon!a de una variedad de rboles comestibles cuyos antecesores seguramente hab!an conocido los desaparecidos mastodontes: alerces, sauces enanos, abedules y alisos& sin embargo, en los "ltimos tiempos, en ciertos lugares en los que hab!a agua y se hallaban protegidos de los vendavales, hab!a comen;ado a aparecer un rbol de una especie nueva, muy vistoso aunque venenoso. ,o perd!a nunca las hojas, largas y en forma de aguja, por lo que resultaba especialmente tentador, pero los mamuts lo evitaban incluso durante la #poca de escase; de comida, en invierno, porque si engull!an sus atractivas agujas enfermaban e incluso pod!an llegar a morir. +ra una p!cea, el mayor de los rboles, y su aroma caracter!stico atra!a y repel!a simultneamente a los mamuts. 4atriarca estaba desconcertada: ella no se atrev!a a comer las agujas, pero hab!a observado que sus compa*eros de bosque, los puercoespines, devoraban gustosamente las hojas pon;o*osas y se preguntaba a menudo por qu#. ,o hab!a observado que, antes de comerse las agujas, los puercoespines trepaban a buena altura por el rbol. La p!cea, que se proteg!a con tanta astucia como los animales que la rodeaban, hab!a ideado una saga; estratagema defensiva. +n sus cargadas ramas inferiores, que un mamut hambriento podr!a arrasar en una sola ma*ana, concentraba un aceite voltil que daba muy mal sabor a las hojas. -ero las ramas superiores, que los mamuts no pod!an alcan;ar ni siquiera con sus largas trompas, segu!an siendo comestibles. La p!cea ofrec!a un segundo acertijo en los escasos sitios donde crec!a. Burante aquellos largos veranos en que el aire se enrarec!a y las hierbas y los arbustos se resecaban, en el cielo aparec!a de ve; en cuando un destello seguido por un gran estruendo, como si un millar de rboles hubiera ca!do en el mismo instante. 4uchas veces comen;aba de pronto, misteriosamente y sin motivo, un incendio en los pastos. R bien alguna p!cea muy alta se quebraba, como desgarrada por un colmillo gigantesco, entre la corte;a surg!a una voluta de humo, luego se formaba una llamita y al cabo de poco ard!a todo el bosque y se incendiaba la estepa cubierta de hierba. 4atriarca hab!a sobrevivido a seis incendios similares, y los mamuts hab!an aprendido que en esos momentos ten!an que dirigirse al r!o ms cercano y hundirse en #l hasta los ojos, respirando con la trompa por encima del agua. -or este motivo, los animales que encabe;aban un reba*o, como 4atriarca, trataban siempre de saber d nde se hallaba el agua ms cercana y, como sab!an por e$periencia que si el fuego llegaba a rodearlos no ten!an escapatoria, se retiraban a aquel refugio en cuanto estallaba un incendio en la estepa. A lo largo de los siglos, hab!a habido algunos machos que se hab!an abierto paso auda;mente a trav#s del aro fatal: su e$periencia hab!a ense*ado a los mamuts la estrategia para sobrevivir. A finales de un verano, cuando la tierra estaba especialmente seca y hab!a dardos de lu; y ruidos y chasquidos en el aire, 4atriarca vio que cerca de un grupo numeroso de

-gina // de ?@0

Alaska

James A. Michener

p!ceas se hab!a iniciado ya un incendio. 3omo sab!a que los rboles no tardar!an en estallar en tremendas llamaradas que atrapar!an a todos los seres vivos, encamin rpidamente a los suyos hacia un r!o& pero el fuego se e$tendi con gran celeridad y atac a los rboles antes de que ella pudiera apartarse. R!a sobre ella el estallido del aceite de los rboles, que desped!a chispas sobre las agujas secas del suelo. Las copas de los rboles y la alfombra de hojas ardieron pronto, y los mamuts se enfrentaron a la muerte. 4atriarca, envuelta en el molesto humo acre, tuvo que decidir en medio del aprieto si era mejor retroceder con su reba*o y salir de entre los rboles, o bien continuar hacia adelante, siguiendo una l!nea recta en direcci n al r!o. Aunque no sabemos si ra;on : P)i retrocedo, el incendio de los pastos no tardar en atraparnosQ, tom la decisi n correcta. (arrit para que pudieran o!rla todos y se lan; contra una muralla de fuego, la atraves y encontr un camino despejado hasta el r!o, donde sus compa*eros se arrojaron al agua salvadora mientras el incendio de los bosques rug!a a su alrededor. -ero #sta es la paradoja: aunque el incendio hab!a sido pavoroso, 4atriarca hab!a aprendido que el fuego era uno de los mejores amigos de los mamuts y no ten!a que abandonar aquella ;ona devastada, sino que deb!a ense*ar a sus vstagos c mo aprovechar la situaci n. +n cuanto se redujeron las llamas, que antes de apagarse por completo consumir!an a"n varias hectreas, condujo a sus pupilos al mismo sitio donde hab!an estado a punto de perder la vida, y all! les ense* c mo usar las trompas para arrancar tro;os de corte;a de las p!ceas quemadas. +l fuego hab!a acabado con los aceites venenosos y hab!a purificado la p!cea, que, ahora, adems de comestible, era un bocado e$quisito, de modo que los mamuts hambrientos se dieron un atrac n. La corte;a estaba tostada, a su gusto. Bespu#s de e$tinguirse completamente el incendio, 4atriarca mantuvo a su reba*o cerca de las ;onas arrasadas, porque los mamuts hab!an aprendido que tras aquellas conflagraciones las ra!ces de algunas plantas cuya parte visible se hab!a quemado aceleraban la producci n de miles de brotes nuevos, que resultaban el mejor alimento que pod!an encontrar. Dab!a otra ra; n ms importante: el suelo quedaba abonado por las ceni;as producidas en los grandes incendios y se volv!a ms fino y nutritivo, por lo que los rboles nuevos crec!an con un vigor e$cepcional. +n la +stepa del 4amut, donde hab!a tanto rboles como hierba, una de las mejores cosas que pod!a acaecer era que peri dicamente se produjera un gran incendio, porque como consecuencia prosperaban la hierba, los arbustos, los rboles y los animales. :esultaba e$tra*o que 4atriarca y sus descendientes recuperaran fuer;as gracias a algo tan peligroso como un incendio, al que ella hab!a escapado a duras penas muchas veces. +l animal no trataba de resolver el acertijo, sin embargo, solamente se proteg!a durante el peligro y disfrutaba con la recompensa. 4atriarca no ten!a ninguna intenci n de imitar a los mamuts que en esa #poca decidieron regresar al territorio asitico que hab!an conocido en sus primeros a*os. La Alas%a que ella conoc!a tan bien era un lugar acogedor que hab!a hecho suyo. Le parec!a inconcebible abandonarlo. -ero al cumplir cincuenta a*os empe;aron a ocurrir algunos cambios que enviaron unos estremecimientos a su cerebro diminuto, como vagas advertencias& el instinto le preven!a de que esos cambios eran irreversibles, y eran tambi#n un aviso de que al cabo de poco tiempo tendr!a que alejarse y dejar atrs a su familia, para ir en busca de alg"n lugar tranquilo donde morir. 3laro que no ten!a ninguna noci n de la muerte ni pod!a comprender el hecho de que la vida terminaba, y tampoco se trataba de la premonici n de que alg"n d!a tendr!a que abandonar a su familia y las estepas en las que tan c moda se encontraba. -ero los mamuts se mor!an, y para morir segu!an un rito ancestral que les

-gina /7 de ?@0

Alaska

James A. Michener

ordenaba apartarse, como si con ese simbolismo devolvieran la estepa familiar, sus r!os y sus sauces, a sus descendientes. JA qu# se deb!a la nueva concienciaK 4atriarca, como los dems mamuts, ten!a desde su nacimiento una dentici n compleja que durante su larga vida la dot con doce enormes pie;as planas y compuestas en cada mand!bula. +n la boca del mamut no aparec!an al mismo tiempo esos veinticuatro dientes monstruosos, pero esto no representaba ning"n problema, porque eran tan grandes que un par de ellos bastaban para masticar. -od!a llegar a tener hasta tres pares de esos enormes dientes y, en tales casos, el mamut ten!a una capacidad masticadora muy desarrollada. -ero esa dentici n no duraba mucho tiempo, porque con los a*os los dientes se iban despla;ando sin remedio hacia la parte delantera de la mand!bula, hasta caerse de la boca, y, cuando al mamut le quedaba solamente el "ltimo par de dientes, present!a que sus d!as estaban contados, porque al caer este "ltimo par se volver!a imposible la vida cotidiana en la estepa. 4atriarca ten!a de momento cuatro grandes pares, pero notaba que se le mov!an hacia adelante y era consciente de que se le acababa el tiempo. 3uando comen; la #poca de celo, empe;aron a llegar machos desde muy lejos, pero el viejo mamut que hab!a quebrado el colmillo derecho de 4atriarca era todav!a un luchador poderoso y logr defender su derecho a las hijas, como en a*os anteriores. ,o volv!a todos los a*os a esta familia, aunque s! lo hi;o en diversas ocasiones, en busca de una ;ona conocida ms que de un grupo particular de hembras. Aquel a*o cortej poco a las hijas de 4atriarca& sin embargo, ejerci una gran influencia sobre el hijo mayor de la ms joven, un macho joven y robusto, que a"n no era bastante maduro para independi;arse, pues al observar la vigorosa actuaci n del viejo macho, el jovencito e$periment una vaga agitaci n. Tna ma*ana, mientras el viejo cortejaba a una hembra joven que no pertenec!a a la familia de 4atriarca, el peque*o se abalan; inesperadamente y sin premeditaci n sobre ella, lo que enfureci al viejo macho, que castig sin piedad al joven insolente, golpendolo con sus cuernos cru;ados y e$tremadamente largos. Al verlo, 4atriarca, no muy enterada de lo que hab!a provocado el arrebato, atac una ve; ms al viejo, pero esta ve; #l la recha; con facilidad y la apart para continuar con el cortejo de la hembra e$tranjera. Tna ve; cumplido su deber, abandon el reba*o y desapareci como siempre en las lomas bajas al pie del glaciar. Burante die; meses no volver!an a verle, pero dejaba tras #l a seis hembras pre*adas y a un joven macho desconcertado, que al cabo de un a*o podr!a cortejar #l mismo a las hembras. )in embargo, mucho antes de que eso pudiera ocurrir, el macho joven se alej hacia un bosque de lamos temblones, situado cerca del r!o grande, donde le aguardaba uno de los "ltimos tigres sable de Alas%a, apostado en la horcadura de un alerce& en cuanto el mamut qued a su alcance, el felino salt sobre #l y le hundi en el cuello sus temibles dientes en forma de cimitarra. +l primer ataque fue mortal y dej al mamut sin posibilidades de defenderse, pero, en su agon!a, el animal emiti uno de aquellos potentes bramidos que resonaban por toda la estepa. 4atriarca lo oy y, como el joven mamut segu!a estando bajo su responsabilidad, aunque ten!a ya edad de abandonar la familia, la abuela, sin vacilar, tan rpidamente como le permit!a su torpe cuerpo peludo, se puso a galopar en direcci n al tigre sable, que acechaba aga;apado junto a su presa muerta. Instintivamente se dio cuenta, nada ms verlo, de que el tigre era el enemigo ms peligroso de la estepa y pod!a matarla, pero estaba tan furiosa que no tom ninguna precauci n. Dab!a atacado a uno de los peque*os mamuts que ella cuidaba y solamente pod!a responder de una forma: si era posible, ten!a que aniquilar al agresor y, si no, dar!a la vida en el intento. +mitiendo un fuerte grito de ira, se lan; desma*adamente hacia el tigre sable, que la esquiv fcilmente. Ante la sorpresa del felino, ella se volvi con una

-gina /6 de ?@0

Alaska

James A. Michener

determinaci n fren#tica, hasta que le oblig a abandonar el cadver y lo arrincon contra el tronco de un robusto alerce. Al ver al tigre en aquella posici n, 4atriarca se impuls con todo el peso de su cuerpo, con la intenci n de atravesar al animal con sus colmillos o de inmovili;arlo, de la forma que fuese. +n esa ocasi n, su colmillo derecho quebrado, grande y romo, no le fue un inconveniente sino una ventaja, porque, adems de atravesar al tigre sable, logr aplastarlo contra el rbol& not c mo se hund!a el colmillo en el costillar del felino y, sin pensar en lo que #ste podr!a haberle hecho, continu empujando. +l colmillo roto hiri al tigre sable y le fractur las costillas i;quierdas, a pesar de lo cual #ste no perdi el control y se apart por si ella volv!a a atacarlo. Antes de que el tigre pudiera recuperar fuer;as y contraatacarla, 4atriarca lo derrib con el colmillo intacto y lo hi;o caer al suelo, al pie del rbol. +ntonces levant una pata inmensa y se la plant en el pecho, muy rpidamente, sin que el tigre pudiera preverlo ni evitarlo. +ntre bramidos, pisote al poderoso felino una y otra ve;, le hundi el resto de costillas y lleg a romperle uno de aquellos magn!ficos colmillos afilados y largos. +nloqueci de furia cuando vio c mo brotaba sangre de una de las heridas, y grit ms a"n cuando vio tendido sobre la hierba el cuerpo inerte del joven macho, su nieto. 3ontinu pateando salvajemente al tigre sable, hasta aplastarlo, y, una ve; ms calmada, se qued gimoteando entre los dos cadveres. Campoco en este caso comprend!a claramente el significado de la muerte, pero cuando se cern!a sobre un animal estrechamente relacionado con la manada, los mamuts y sus descendientes sent!an una gran perplejidad. )in duda alguna, el macho joven estaba muerto& de una forma vaga, 4atriarca comprendi que se hab!an perdido las e$traordinarias posibilidades del joven. Los pr $imos veranos no cortejar!a a las hembras, no luchar!a para establecer su autoridad contra los machos ms viejos, ni engendrar!a sucesores con las hijas y las nietas de 4atriarca. )e hab!a roto una cadena, y, durante ms de un d!a, vel el cadver, como si confiara devolverlo a la vida. -ero al terminar el segundo d!a abandon los cuerpos, sin haber mirado al tigre sable en todo aquel tiempo. +l nieto era quien le importaba, y estaba muerto. La muerte ocurri entrado el verano, cuando la descomposici n se iniciaba inmediatamente y los cuervos y los animales de rapi*a acechaban el cadver, de modo que aquel cuerpo no estaba destinado a permanecer congelado en barro para ilustrar a los cient!ficos muchos miles de a*os despu#s. )in embargo, en los "ltimos d!as del oto*o se produjo otro fallecimiento que tuvo consecuencias muy diferentes. 3uando abandon el grupo el macho viejo que hab!a roto el colmillo de 4atriarca y contribuido en cierta forma a la muerte de su joven nieto, su aspecto era fuerte y promet!a sobrevivir durante muchas ms #pocas de celo. -ero la "ltima hab!a e$igido demasiado de sus fuer;as. Dab!a cortejado ms hembras de lo habitual y hab!a tenido que defenderlas ante cuatro o cinco machos j venes que consideraban que les hab!a llegado el turno de asumir el mando. -as el verano entero combatiendo y procreando, comi -oco, y entrado el oto*o empe; a disminuir su vitalidad. Lo primero que not fue un mareo mientras remontaba una de las orillas del r!o grande. La hab!a subido en diversas ocasiones, pero esa ve; vacil y estuvo a punto de caer contra la ladera cenagosa que le imped!a avan;ar. 4s tarde se le cay el primero de los cuatro dientes que le quedaban y, adems, empe; a notar que dos de los otros se debilitaban. Rtro s!ntoma a"n ms grave era que la inminencia del invierno lo dejaba indiferente, y no empe; , como hac!a habitualmente, a comer en abundancia con la intenci n de crearse unas reservas de grasa para los d!as fr!os, cuando cayera la nieve. ,o escuchaba la orden inapelable: PU3ome, que pronto llegarn las tormentas de nieveV Q, y de este modo pon!a su vida en peligro.

-gina /L de ?@0

Alaska

James A. Michener

+l primer d!a que nev , cuando soplaba desde Asia un viento flagelante y ca!an a ras de tierra carmbanos de hielo, 4atriarca y los cinco miembros de su familia vieron a lo lejos al viejo macho, en el lugar que ms adelante se llamar!a el Facimiento del Abedul, pero no le prestaron mucha atenci n, aunque #l manten!a la cabe;a gacha y apoyaba en el suelo los grandes colmillos. ,o les preocupaba su seguridad, porque era su problema y #l sabr!a c mo solucionarlo. Tnos d!as despu#s volvieron a verlo y, al observar que no se hab!a movido para buscar comida o refugio, 4atriarca, fiel a su papel de madre abnegada, quiso acercarse a #l para ver si estaba en condiciones de defenderse. )in embargo, al ver que ella ven!a a interrumpir su satisfactoria soledad, el macho se alej & no se march deprisa como en los viejos tiempos, se fue pesadamente, emitiendo ruidos de protesta ante su presencia. 4atriarca no insisti , porque sab!a que los machos viejos prefer!an que les dejaran en pa;, y le vio por "ltima ve; mientras caminaba hacia el r!o. Bos d!as despu#s, en medio de una espesa nevada, mientras 4atriarca conduc!a a su familia hacia los grupos de lamos temblones que les refugiaban durante los largos inviernos, la nieta ms joven, un animal inquisitivo y curioso, e$ploraba a solas la orilla del r!o y divis entonces al viejo macho que hab!a pasado con ellos gran parte del verano, el cual se debat!a sin poder liberarse en una hendidura fangosa en la que hab!a ca!do. La joven alert a los dems con un grito agudo, y 4atriarca y su familia echaron a correr hacia el lugar del accidente. 3uando llegaron, el viejo macho, empantanado, estaba en una situaci n desesperada, y 4atriarca y los suyos no pudieron ayudarle. +l fr!o y la nieve arreciaban, mientras ellos contemplaban impotentes c mo forcejeaba en vano el cansado mamut y barritaba pidiendo ayuda, hasta que sucumbi a la atracci n irresistible del lodo y al fr!o glacial. Antes de que cayera la noche hab!a quedado estancado, completamente congelado en su tumba de cieno, de la que s lo asomaba la parte superior de su cabe;ota, y, por la ma*ana, incluso #sta hab!a quedado enterrada bajo la nieve. -ermaneci all! durante los /I.000 a*os siguientes, erguido milagrosamente, como un guardin espiritual del Facimiento del Abedul. 4atriarca se qued dos d!as junto a la tumba, en obediencia a los impulsos que reg!an desde siempre a la casta del mamut, pero, finalmente, intrigada todav!a ante el hecho de la muerte, acab por olvidarlo y se reuni con su familia para conducirla al lugar donde pasar!an el largo invierno, una de las mejores ;onas de la Alas%a central. +ra un enclave situado en el e$tremo occidental del valle, regado por dos arroyos: uno peque*o que quedaba rpidamente congelado y otro mucho ms caudaloso por el que la mayor parte del invierno corr!a agua clara. +n ese lugar que les proteg!a de los peores vientos, ella, sus hijas y sus nietos permanecer!an casi todo el tiempo inm viles para mantener el calor corporal y digerir lentamente la poca comida que encontraran. Tna ve; ms le resultaba "til el colmillo roto, porque con el e$tremo spero y romo pod!a desgarrar la corte;a de los abedules, a los que no les quedaban hojas, y pod!a usarlo tambi#n para apartar la nieve descubriendo los pastos y las hierbas que ocultaba. ,o era consciente de encontrarse atrapada en una vasta fortale;a de hielo, porque no deseaba trasladarse hacia el este, en direcci n al futuro 3anad, ni hacia el sur, a 3alifornia. La prisi n g#lida ten!a unas dimensiones enormes, por lo que no se sent!a acorralada en ab8 soluto, pero, cuando empe; a ablandarse la tierra congelada y los sauces echaron brotes vacilantes, sin poder e$plicar por qu#, sinti que las reas donde ella se hab!a refugiado y hab!a dominado durante tantos a*os se hab!an visto afectadas por un gran cambio. 3ualquiera que fuese la manera en que capt el mensaje, qui; gracias a su agudo sentido del olfato, o tal ve; porque oy unos ruidos hasta entonces desconocidos, 4atriarca supo que la vida en la +stepa del 4amut hab!a cambiado, para empeorar.

-gina /M de ?@0

Alaska

James A. Michener

+sta percepci n se intensific con la p#rdida de uno de los dientes que le quedaban, y, adems, un atardecer, mientras caminaba hacia el oeste con su familia, sus ojos d#biles vieron algo que la confundi . -udo observar que, en la orilla del r!o que iba bordeando, se al;aba una construcci n distinta a todo lo que hab!a visto hasta entonces. -arec!a un nido de pjaros puesto en el suelo, aunque era much!simo ms grande. )al!an de #l unos animales que caminaban sobre dos patas, parecidos a las aves acuticas que pululaban por la costa, pero mucho ms grandes, y uno de ellos comen; a emitir ruidos en cuanto vio a los mamuts. Bel inmenso nido salieron otros en tropel, y, a ju;gar por los e$tra*os sonidos que emit!an, 4atriarca comprendi que su presencia estaba provocando un gran entusiasmo. Algunas de las bestias, que eran mucho ms peque*as que ella o incluso que el menor de sus nietos, empe;aron entonces a correr hacia ella a tal velocidad que 4atriarca comprendi que ella y su reba*o se encontraban ante un peligro nuevo. -or instinto, se apart , empe; a moverse de prisa y acab corriendo, barritando como una loca. -ronto descubri que no pod!a moverse como quer!a, porque, all! donde se dirigiesen ella y sus pupilos, surg!a de la oscuridad uno de aquellos animales y les imped!a escapar. 3uando amaneci , la confusi n era mayor, pues aquellos seres segu!an insistentemente los pasos de 4atriarca, que intentaba conducir a su familia, como lobos que rastrearan a un carib" herido. Al llegar la primera noche no hab!an cesado de perseguirlos, y aterrori;aron a"n ms a los mamuts, pues encendieron fuego en la tundra, y los animales creyeron con pnico que la hierba, seca por el calor del verano, arder!a en un incendio incontrolado, aunque no ocurri as!. 4atriarca miraba con perplejidad a sus vstagos y, a pesar de que no pod!a dar forma a la idea: PCienen fuego, pero no es un incendioQ, e$periment el desconcierto que esa idea le hubiera producido. Al d!a siguiente, las e$tra*as novedades continuaron persiguiendo a 4atriarca y sus mamuts hasta que, finalmente, cuando los animales se encontraban e$haustos, los reci#n llegados consiguieron aislar a la nieta menor. Tna ve; que el joven animal qued separado del grupo, se le acercaron los perseguidores& en las patas delanteras, las que no usaban para caminar, llevaban ramas de rbol con piedras atadas, con las que comen;aron a golpear a la mamut acorralada y la hirieron hasta que barrit para pedir ayuda. 4atriarca, que iba por delante de sus hijas, oy el grito y volvi sobre sus pasos, pero cuando intent ayudar a su nieta algunos de aquellos animales se apartaron del grupo y la golpearon en la cabe;a con las ramas, hasta que tuvo que retirarse. +ntonces los gritos de su cr!a se volvieron tan pat#ticos que 4atriarca tembl de ira, lan; un potente bramido, se arroj contra los atacantes, no se detuvo y continu hasta el lugar en que la mamut ame8 na;ada luchaba por defenderse. 4atriarca se abalan; sobre los animales con un gran rugido y les golpe con su colmillo quebrado hasta obligarlos a retroceder. 9encedora, pensaba conducir a un lugar seguro a la nieta asustada, pero en aquel momento uno de aquellos e$tra*os seres lan; el sonido: PU9arna%V Q, y otro, un poquito 4s alto y pesado que los dems, salt hacia la mamut acorralada, se dej caer entre sus peligrosas patas y empuj hacia arriba lo que llevaba en la mano, hundi#ndole en las entra*as un arma afilada. Aunque 4atriarca vio que la nieta no estaba herida de muerte, cuando los mamuts intentaron escapar a sus torturadores y se alejaron ruidosamente, result obvio que la cr!a no podr!a mantener el paso. +l reba*o aminor la marcha, mientras 4atriarca ayudaba a su nieta, y de este modo pudieron huir las enormes bestias. Ante el horror del grupo, las figuritas de dos patas todav!a les segu!an y se acercaban cada ve; ms, hasta que, el tercer d!a, en un momento de descuido en que 4atriarca conduc!a a los dems a un lugar seguro, las bestias rodearon a la nieta herida. 4atriarca retrocedi para defenderla, decidida a aplastar de una ve; por todas a aquellos intrusos,

-gina /? de ?@0

Alaska

James A. Michener

pero mientras trataba de alcan;ar y golpear con su colmillo roto a los atacantes, como hab!a hecho con el tigre sable, se adelant auda;mente de entre los rboles uno que la oblig a retroceder, armado s lo con un largo tro;o de madera y otra vara ms corta con fuego en el e$tremo. Aunque el tro;o largo de madera ten!a en la punta unas piedras afiladas, 4atriarca le habr!a hecho frente, pero contra el fuego, que el animal acercaba directamente a su cara, no pod!a hacer nada. -or mucho que lo intentara, no pod!a esquivar aquella brasa ardiente. Cuvo que retroceder impotente, con los ojos irritados por el humo y el fuego, mientras mataban a su nieta. Las bestias bailaron saltando alrededor del mamut abatido, dando unos fuertes gritos, parecidos a los aullidos triunfales de los lobos cuando logran derribar a la presa herida& luego empe;aron a descuarti;arla. -or la noche, 4atriarca y el resto de su familia volvieron a ver desde lejos el fuego que ard!a misteriosamente sin arrasar la estepa& #ste fue el trgico y desconcertante encuentro entre los mamuts, que hab!an estado seguros en su fortale;a de hielo durante tanto tiempo, y el hombre.

III. LOS NORTEOS


Dacia el a*o /@.000 A+A 1es decir, Antes de la +ra Actual, tomando como referencia el a*o en que se estableci como un sistema fiable para fechar acontecimientos prehist ricos el m#todo del carbono, el a*o .@L0 de la era cristiana2, la proyecci n oriental de Asia que ms adelante ser!a conocida con el nombre de )iberia pasaba por un per!odo de hambruna e$trema, que era especialmente fero; en una cho;a de barro orientada a la salida del sol. All!, en una estancia grande e$cavada a poco ms de un metro por debajo del nivel de la tierra que la rodeaba, viv!a una familia de cinco miembros, que solamente dispon!a de una peque*a provisi n de comida para enfrentarse al invierno pr $imo y ten!a pocas esperan;as de conseguir ms. La casa no ofrec!a ninguna comodidad, pues apenas los proteg!a de los fuertes vientos del invierno, que soplaban continuamente a trav#s de la mitad superior de la construcci n, elevada sobre el nivel del suelo y formada por ramas entretejidas flojamente y recubiertas de barro. Aunque era poco ms que una caba*a rupestre, la cho;a proporcionaba algo esencial: en el centro del suelo hab!a un hogar, donde ard!an algunos le*os todav!a h"me8 dos, los cuales desped!an un humo que aromati;aba la comida, pero tambi#n causaba una irritaci n permanente en los ojos. +l jefe de las cinco personas que al t#rmino de aquel oto*o se api*aban en la miserable vivienda era 9arna%, un hombre valiente y uno de los mejores ca;adores de la aldea de ,uri%& su esposa se llamaba Cevu%, ten!a veinticuatro a*os, y era la madre de dos hijos varones que pronto podr!an ir con su padre a ca;ar los animales con cuya carne se alimentaba la familia. Aquel a*o, sin embargo, escaseaban los animales hasta el punto de que en algunas cho;as los j venes comen;aban a murmurar: 8Nui; quedar comida solamente para los j venes y entonces ser el momento de que se marchen los ancianos. 9arna% y Cevu% no quer!an escuchar aquellas insinuaciones, aunque ellos ten!an que cuidar a una mujer muy vieja, a quien quer!an mucho, por lo que estaban dispuestos a pasar hambre antes de dejarla a ella sin nada. )e apodaba la Anciana y era la madre de 9arna%, el cual hab!a decidido ayudarla a vivir su e$istencia hasta el final, pues ella era la persona ms sabia de la aldea y la "nica que pod!a hablarles a los j venes sobre su estirpe heroica.

-gina /I de ?@0

Alaska

James A. Michener

8Day quien dice: PNue se mueran los viejosQ 8le susurr una noche a su mujer8, pero yo no pienso hacer caso. 8Fo tampoco 8replic Cevu%. +lla no ten!a madre ni t!as, y sab!a que su esposo estaba hablando de su propia madre, pero pensaba defender a aquella vieja decidida mientras siguiera con vida. )er!a dif!cil, porque la Anciana no era fcil de dominar y tendr!a que ser Cevu% quien se ocupara casi e$clusivamente de atenderla, pero hab!a un v!nculo indisoluble entre las dos mujeres. 3uando 9arna% era un joven casadero, se hab!a fijado en una joven de raro atractivo, a la que cortejaban varios hombres. -ero su madre, cuyo marido hab!a muerto tempranamente en un accidente de ca;a mientras persegu!a un mamut lanudo, vio claramente que, si se ataba a aquella mujer, su hijo se ver!a perjudicado, de modo que intent convencerle de que su vida ser!a mucho mejor si se un!a a Cevu%, una mujer algo mayor, muy sensata y trabajadora. 9arna%, cautivado por la ms joven, se resist!a a los consejos de su madre& cuando iba a unirse a la ms seductora, la Anciana bloque la entrada de la caba*a y no dej salir a su hijo en tres d!as, hasta asegurarse de que otro hombre hab!a capturado a la hechicera. 8+sa mujer trama hechi;os, 9arna%. La he visto recoger musgo y buscar cornamentas para pulveri;arlas. Ce estoy protegiendo de ella. La p#rdida de aquella mujer maravillosa le dej a #l desconsolado, y no pudo volver a escuchar a su madre hasta al cabo de un tiempo& sin embargo, cuando se le pas la rabia, consigui mirar a Cevu% con ojos ms serenos y se dio cuenta de que su madre ten!a ra; n. 3uando fuese una vieja de cuarenta a*os, Cevu% ser!a tan "til como en su juventud. 8+s de las que se hacen ms fuertes con el correr de las estaciones, 9arna%. 3omo yo 8dijo la Anciana. F 9arna% comprob que era cierto. +n aquella #poca dif!cil, sin apenas comida en la cho;a, 9arna% estaba doblemente agradecido por contar con sus dos buenas mujeres: su esposa e$ploraba el territorio y recog!a hasta la m!nima migaja con que alimentar a sus dos hijos& su madre, mientras tanto, reun!a a sus nietos y a los otros ni*os de la aldea, y los distra!a del hambre narrndoles las tradiciones heroicas de la tribu. 8Dace mucho tiempo, nuestro pueblo viv!a en el sur, donde hab!a muchos rboles y animales de todo tipo para comer. J)ab#is qu# significa surK 8,o. 84i abuela me dec!a que all! hace calor. F el invierno no es perpetuo 8les contaba la Anciana, en la fr!a oscuridad de finales del invierno. 8JF por qu# vinieron a esta tierraK Aquel problema siempre hab!a intrigado a la Anciana, que intentaba resolverlo a partir de nociones vagas. 8Day personas fuertes y d#biles. 4i hijo 9arna% es muy fuerte, como sab#is. F tambi#n lo es Cura%, el hombre que mat al gran bisonte. -ero, cuando viv!an en el sur, nuestra gente no era fuerte, y otros nos echaron de aquellas buenas tierras. F cuando nos mudamos al norte, a territorios que no eran tan buenos, tambi#n nos e$pulsaron. Tn verano llegamos aqu!, era un lugar bello y mi abuela me contaba que todo el mundo bail . -ero, Jqu# pas despu#sK 8pregunt , dirigi#ndose a una ni*a de once temporadas. 8Bespu#s lleg el invierno 8respondi la ni*a. 8)!, despu#s lleg el invierno 8repiti la Anciana. +ra un resumen muy acertado de la historia de su clan, y hasta de la historia de la Dumanidad. La vida humana se hab!a originado en climas clidos y h"medos que favorec!an la supervivencia& sin embargo, despu#s de un mill n de a*os, la poblaci n hab!a aumentado hasta provocar una competencia inevitable por el espacio vital, por lo que los grupos ms preparados se encaminaron hacia las ;onas ms templadas del norte y, en aquel

-gina /@ de ?@0

Alaska

James A. Michener

clima ms moderado, comen;aron a desarrollar los sistemas de control, como la agricultura estacional y el cuidado de animales, que posibilitaron formas superiores de civili;aci n. +n tiempos de la requetetatarabuela de la Anciana o qui; aun antes, se repiti una ve; ms la competencia por los lugares ms productivos& en esa ocasi n, quienes se vieron for;ados a continuar la marcha fueron los menos preparados, que dejaron a los ms aptos en las ;onas templadas. 3omo consecuencia, las ;onas subrticas del Demisferio ,orte comen;aron a llenarse de gente que hab!a sido e$pulsada de climas ms gratos. La entrada de gente se produc!a siempre desde las tierras ms clidas situadas al sur, e, inevitablemente, las personas que ocupaban los e$tremos ten!an que vivir en unas tierras fr!as y ridas que apenas pod!an sustentarles. -ero la Anciana narraba a los ni*os, con orgullo, otra interpretaci n de ese movimiento hacia el norte: 8Algunos hombres y mujeres valientes amaban las tierras fr!as y la ca;a del mamut y el carib". Les gustaban los d!as interminables del verano y no ten!an miedo de las noches de invierno como #sta. 84ir a cada miembro de su auditorio, tratando de inculcarles el orgullo por sus antepasados8, 4i hijo es uno de esos hombres valientes, y tambi#n Cura%, el que mat al bisonte. 9osotros tambi#n ten#is que serlo, cuando cre;cis y salgis a luchar contra el mamut. La vieja ten!a ra; n. A muchos de los hombres que llegaron al norte les apasionaba medir sus fuer;as con morsas y ballenas, y deseaban luchar con los blancos osos polares y con los mamuts lanudos. 3a;aban a las focas para aprovechar su piel, que les permitir!a sobrevivir a los inviernos rticos, y conoc!an los secretos del hielo, la nieve y las ventiscas repentinas. Idearon maneras de combatir a los mosquitos que les atacaban fero;mente cada primavera, en hordas capaces de oscurecer el sol, y ense*aron a sus hijos varones a rastrear animales para obtener pieles y comida, para que la vida pudiera continuar tras su muerte. 8'sos son los aut#nticos norte*os 8continuaba la vieja, quien hubiera podido a*adir que en la Cierra nunca hab!a e$istido otra ra;a ms valerosa8. Nuiero que seis como ellos 8conclu!a. 8Cengo hambre 8comen;aba a gemir entonces una de las ni*as. +ntonces, de su chaqueta de piel de foca, la Anciana sacaba un tro;o reseco de grasa de foca, que repart!a entre los ni*os, sin tomar ella nada. Tn d!a en que apenas hab!a lu; en la aldea, la vieja estuvo a punto de perder su entere;a, cuando uno de los ni*os que se reun!an en la cho;a oscura a escuchar sus relatos le pregunt : 8J-or qu# no volvemos al sur, donde hay comidaK 8Los antiguos se preguntaban eso a menudo 8tuvo que contestar la Anciana con toda franque;a8, y a veces se ment!an a s! mismos diciendo P)!, el a*o que viene volveremosQ, pero no lo dec!an en serio. ,o podemos volver. 9osotros no pod#is volver. Ahora ya sois norte*os. La vida en el norte no le parec!a un castigo y no hubiera permitido nunca que creyeran eso su hijo o sus nietos& sin embargo, cuando ca!an sobre ella los d!as insoportables del invierno, ms largos pero ms fr!os y cargados de hielo, esperaba a que se durmiesen los ni*os y, como durante aquellos d!as ten!an que subsistir royendo pieles de foca, que apenas les proporcionaban energ!a, les susurraba al hijo y a la nuera hambrientos: 8Rtro invierno como #ste y nos moriremos todos. 8JAd nde iremosK 8pregunt su hijo. 8Tna ve;, mi padre persigui durante cuatro d!as a un mamut 83ontest ella8. +l animal lo condujo a trav#s de tierras yermas hacia el este, donde pudo ver campos verdes. 8J-or qu# no vamos al surK 8propuso Cevu%.

-gina 70 de ?@0

Alaska

James A. Michener

8+n el sur nunca hubo lugar para nosotros 8replic la vieja8. ,o quiero saber nada del sur. Be este modo, en los angustiosos d!as del principio de la primavera, cuando el rigor del invierno segu!a atormentando a aquella gente establecida en el e$tremo occidental del puente de tierra, el gran ca;ador 9arna%, que ve!a morir de hambre a su familia, comen; a investigar sobre la tierra del este. 8Tna ma*ana 8le e$plic un hombre muy anciano8, cuando yo era joven y no ten!a nada mejor que hacer, camin# hacia el este y, al llegar la noche, aunque el sol estaba alto porque a"n era verano, no sent! deseos de volver a casa& anduve y anduve durante dos d!as ms y al tercer d!a vi algo que me entusiasm . 8JNu#K 8pregunt 9arna%. 8+l cuerpo de un mamut muerto 8contest el viejo, con los ojos centelleantes, como si el incidente hubiera ocurrido tres d!as antes. +sper a que 9arna% comprendiera la importancia de la revelaci n y, como #ste no dijo nada, continu 8: )i un mamut encontr motivos para cru;ar esa tierra desolada, tambi#n habr!a ra;ones para que la cru;aran los hombres. 8)!, pero dices que el mamut muri 8apunt 9arna%. 83ierto 8contest el hombre, riendo8, pero ten!a un motivo para intentarlo. F tus ra;ones son igual de poderosas: si te quedas aqu!, te morirs de hambre. 8J4e acompa*ars, si me voyK 8Fo soy demasiado viejo 8dijo el hombre8. -ero t"... Aquel d!a 9arna% inform a los cuatro miembros de su familia: 83uando llegue el verano, nos iremos hacia donde sale el sol. La ruta estaba abierta desde hac!a /.000 a*os& sin embargo, aunque alguna ve; hubo quien cru; el puente, no resultaba un camino especialmente estimulante. Be norte a sur med!a @00 %il metros de anchura& los vientos soplaban incansablemente, impidiendo que crecieran los rboles y los arbustos& y hab!a tan poca hierba y musgo que los animales grandes no encontraban nada para pastar. +n invierno, hac!a tanto fr!o que hasta las liebres y las ratas se quedaban bajo tierra& y en verano tampoco se aventuraban muchos hombres por el puente. +ra inhabitable. )in embargo, s! pod!a cru;arse: en la direcci n que tomar!an la gente de 9arna% si intentasen atravesarlo, de oeste a este, la distancia no llegaba a .00 %il metros. 3laro est que 9arna% no lo sab!a& por #l, podr!an haber sido .000 %il metros, pero por lo que hab!a o!do pensaba que el trayecto era ms breve. 8-artiremos cuando se igualen el d!a y la noche 8inform a su madre. +lla acept totalmente el plan y difundi la noticia por toda la aldea. 3uando se supo que 9arna% tratar!a de encontrar comida en el este, en las cho;as se iniciaron discusiones apasionadas, y algunos de los hombres decidieron que ser!a buena idea acompa*arlo. A medida que avan;aba la primavera, cuatro o cinco familias sopesaron seriamente la posibilidad de emigrar& finalmente, ante 9arna% se presentaron tres, con una promesa firme: 8,osotros tambi#n iremos. 3uando lleg el d!a de mar;o elegido por 9arna%, aqu#l en que el d!a y la noche se igualaban en todos los rincones de la Cierra, 9arna%, Cevu%, sus dos hijos y la Anciana se dispusieron a partir, acompa*ados por otros tres ca;adores, sus esposas y sus ocho hijos. Las diecinueve personas reunidas en el l!mite oriental de la aldea ofrec!an un aspecto impresionante, pues los hombres usaban vestimentas de pieles muy gruesas, que les daban el aspecto de pesados animales. Llevaban unas picas largas, como si fueran a la guerra, y sobre los ojos les ca!a el pelo negro, revuelto. Codos ten!an la piel de color amarillo oscuro

-gina 7. de ?@0

Alaska

James A. Michener

y los ojos de un negro brillante& y cuando miraban de un lado a otro, en un gesto habi tual, parec!an guilas rapaces. Las cinco mujeres iban vestidas de otra manera, llevaban prendas de -ieles decoradas con conchas en el dobladillo, y sus rostros eran asombrosamente parecidos. Codas ten!an tatuadas, profundamente y en sentido vertical, unas franjas a;ules, algunas sobre el ment n y otras dibujadas a lo largo de la cara, junto a las orejas, de las que colgaban unos pendientes de marfil tallado. 3aminaban con paso decidido, incluso la Anciana, y, cuando tuvieron dispuestos los cuatro trineos en los que cada familia llevar!a sus pertenencias, ellas sujetaron las riendas y se dispusieron a arrastrarlos. Los die; ni*os, que llevaban ropas de diferentes colores, eran como un ramito de flores. Algunos vest!an unas chaquetas cortas a rayas blancas y a;ules& otros, unas t"nicas largas y botas pesadas& todos luc!an alg"n adorno en el pelo, un trocito brillante de concha o de marfil. 3ada prenda de ropa era muy valiosa, porque los hombres hab!an arriesgado su vida para conseguir el cuero con que fabricarla, y las mujeres hab!an trabajado mucho para curtirlo y para preparar los tendones con que las cos!an. Tn par de pantalones de hombre, cosidos con cuidado para que aislaran del fr!o y el agua, ten!a que durar toda una vida& en la pen!nsula pocos ten!an dos prendas de ese tipo. )in embargo, lo ms importante eran las botas, algunas altas hasta las rodillas& cada grupo de familias necesitaba una mujer que supiera fabricar botas con cueros pesados, para evitar que a los varones del grupo, cuando ca;aran en el hielo, se les congelasen los pies. 'se era otro de los motivos por los que 9arna% quer!a mantener con vida a su madre: era la mejor fabricante de botas que hab!a habido en la aldea en las dos "ltimas generaciones, y, aunque sus dedos ya no eran giles, eran todav!a fuertes y con ellos pod!a hacer pasar los tendones de reno a trav#s del cuero de foca ms grueso. Los hombres de aquella e$pedici n no eran altos. 9arna% era el ms corpulento, pero no sobrepasaba el metro sesenta y cinco& y los otros eran bastante ms bajos. ,inguna de las mujeres med!a ms de un metro y medio, y la Anciana era a"n ms baja. Los ni*os eran peque*os y los tres beb#s, diminutos, aunque ten!an grandes cabe;as redondas& cuando se les vest!a con ropas de abrigo, los chiquillos se convert!an en unas hambrientas pelotas de pieles. Los viajeros arrastraban detrs de s!, sobre unos peque*os trineos con patines de asta y hueso, la conmovedora colecci n de utensilios que su gente hab!a reunido a lo largo de .0.000 a*os de vida en el Ortico: valios!simas agujas de hueso, pieles con las que pod!an confeccionar ropa, escudillas talladas en hueso o en madera dura, y cucharas de marfil de mango largo para cocinar& no llevaban consigo ning"n tipo de mobiliario, aparte de una colchoneta para cada uno de ellos y una manta de pieles para cada familia. -ero no abandonaban Asia s lo con aquellas escasas pertenencias f!sicas, pues se llevaban consigo un conocimiento e$traordinario del norte. Canto los hombres como las mujeres conoc!an cientos de reglas de supervivencia en el invierno rtico, y docenas de consejos "tiles para hallar comida en verano. 3onoc!an la naturale;a del viento y el movimiento de las estrellas que los guiar!an durante la larga noche invernal. Cen!an diversos trucos para protegerse de los mosquitos, que de otro modo los hubieran enloquecido, y, por encima de todo, conoc!an las peculiaridades de los animales y sab!an c mo rastrearlos y matarlos, y c mo aprovechar hasta las pe;u*as una ve; concluida la matan;a. La Anciana y las cuatro mujeres j venes sab!an aprovechar de cincuenta maneras diferentes un mamut sacrificado, si sus hombres ten!an la suerte de ca;ar uno. 3uando mataban un ejemplar, la Anciana era la primera que se acercaba al cuerpo e indicaba a gritos a los hombres c mo ten!an que cortarlo, para que le diesen los huesos que necesitaba para fabricar sus agujas.

-gina 7/ de ?@0

Alaska

James A. Michener

+n sus trineos y en sus cerebros hab!a otro bien precioso, sin el cual ning"n grupo humano podr!a sobrevivir mucho tiempo: ocultos y protegidos dentro del trineo, llevaban unos fragmentos brillantes de concha, tro;os de marfil tallados en formas curiosas o guijarros de atractivas dimensiones. +n cierto modo, aquellos abalorios eran ms valiosos que el resto de la carga. Algunos de aquellos recuerdos hablaban de los esp!ritus que reg!an la vida de los hombres, otros indicaban c mo hab!a que ocuparse de los animales para que nunca faltara el alimento, y mientras que algunos estaban destinados a aplacar las grandes tormentas a fin de que los ca;adores no desaparecieran durante las ventiscas, ciertos guijarros y conchas los atesoraban solamente por su particular belle;a. La Anciana, por ejemplo, guardaba en un escondrijo secreto la primera aguja de hueso que hab!a usado en su vida. Fa no era tan gruesa como en otros tiempos y con el tiempo su blancura original se hab!a ajado y convertido en un dorado tenue& sin embargo, hab!a sido "til durante generaciones y por ello ten!a una belle;a especial, que ensanchaba el cora; n de la mujer con el goce de la vida cuando la contemplaba entre sus escasas posesiones. +stos chu%chis que hace /@.000 a*os llegaron caminando a Alas%a eran personas completamente evolucionadas. )u frente era baja, el pelo les nac!a cerca de los ojos y sus movimientos eran un poco simiescos, pero personas e$actamente iguales a ellos estaban establecidas ya en el sur de +uropa, donde creaban obras de arte inmortales en los techos y los muros de sus cavernas y por las noches compon!an himnos al fuego y narraban relatos que simboli;aban su e$periencia vital. +l pueblo de 9arna% no llevaba mobiliario consigo, pero acarreaba un bagaje mental que los capacitaba para las tareas a las que iban a enfrentarse. ,o ten!an lenguaje escrito, aunque llevaban al desierto y la estepa rticos el conocimiento de la tierra, el respeto por los animales con quienes la compart!an y un sentido !ntimo de las maravillas que se suced!an de a*o en a*o. Burante los milenios posteriores, habr!a hombres y mujeres igualmente valerosos que se aventurar!an en aquellas tierras desconocidas& no tendr!an mejores conocimientos que los que cab!an en las cabe;as oscuras de aquellos n madas asiticos. Las emigraciones de este tipo tendr!an consecuencias tremendas para la historia del mundo, como la apertura de dos continentes enteros a la ra;a humana& por ello, tenemos que efectuar algunas precisiones. +s imposible que 9arna% y sus compa*eros fueran conscientes de estar abandonando un continente para adentrarse en otro& no pod!an conocer la e$istencia de esas masas continentales y, aunque hubieran tenido tal conocimiento, por aquel entonces Alas%a formaba parte de Asia, ms que de Am#rica del ,orte. Campoco les hubiera interesado saber que cru;aban un puente, porque el dif!cil territorio que atravesaban no se parec!a en modo alguno a eso. Finalmente, su m vil no era la emigraci n, dado que el trayecto entero no superaba los cien %il metros& ya lo advirti 9arna% a los dems, la ma*ana de la partida: 8)i all no nos van mejor las cosas, el verano pr $imo podemos regresar. A pesar de todo, de e$istir una musa de la historia que registrase aquel d!a decisivo, tal ve; hubiera e$clamado, al mirar desde el Rlimpo: 8UNu# impresionanteV Biecinueve personas envueltas en pieles estn pisando el umbral de dos continentes desiertos. Bespu#s del primer d!a de viaje, todos, e$cepto los ni*os, comprendieron que el trayecto iba a ser sumamente dif!cil, porque en todo el d!a no hab!an visto nada vivo aparte de la hierba, que el viento castigaba sin cesar. ,o hab!a pjaros ni animales que contemplasen la desordenada procesi n, ni corr!a ning"n arroyo cargado de pececitos. 3omparado con el territorio que hab!an conocido antes de la hambruna, de cierta abundancia, aquello era adusto y desolado, y, por la noche, cuando apostaron contra el viento sus trineos de patines gastados por la falta de nieve sobre la que desli;arse, no -udieron evitar pensar en lo peligroso que era el viaje que efectuaban.

-gina 77 de ?@0

Alaska

James A. Michener

+l segundo d!a no fue muy diferente, aunque les produjo peor impresi n, porque los viajeros ignoraban que no necesitaban ms de cinco d!as para llegar al ms hospitalario territorio de Alas%a& durante dos d!as ms, continuaron adentrndose en lo desconocido. ,o hallaron nada comestible en todo aquel tiempo, y empe;aban a agotarse las escasas provisiones que hab!an podido llevar consigo. 84a*ana 8dijo 9arna% la tercera noche, cuando se agruparon a sotavento de los trineos8 no nos comeremos las provisiones, porque estoy seguro de que al d!a siguiente llegaremos a tierras mejores. 8)i la tierra va a ser mejor 8pregunt uno de los hombres8, Jno podemos confiar en que all! habr comidaK 8)i hay ca;a 8ra;on 9arna%8, tendremos que estar fuertes para poder perseguirla, luchar para alcan;arla, y arriesgarnos mucho. -ara hacer todo eso hay que tener la pan;a llena. Be modo que al cuarto d!a nadie comi nada, y las madres abra;aron a sus hijos hambrientos tratando de consolarles. Arropados por el calor de la primavera, todos sobrevivieron a aquel d!a de prueba& entrada la tarde del quinto d!a, se adelantaron 9arna% y otro hombre, provistos de su coraje y las reservas de grasa que quedaban, y regresaron con una noticia muy interesante: hab!a tierras mejores a un d!a ms de camino. +sa noche, antes de la puesta del sol, 9arna% distribuy el resto de los alimentos. Codos com!an lentamente, masticaban hasta que casi no les quedaba nada entre los dientes y saboreaban cada bocado mientras desaparec!a por su garganta. Los siguientes d!as, tendr!an que encontrar animales o, de lo contrario, morir. -ero mediada la tarde del se$to d!a vieron un r!o en cuyas riberas crec!an unos tranquili;adores arbustos. 8Acamparemos aqu! 8anunci 9arna%, en la e$citaci n del momento. )ab!a que si en un lugar tan f#rtil no consegu!an encontrar algo para comer, no tendr!an ms esperan;as. Bispusieron los trineos, encima de los cuales los ca;adores levantaron una especie de tienda baja, y dijeron a las mujeres y a los ni*os que eso ser!a su hogar por el momento. -ara refor;ar la decisi n de no dar un paso ms hasta encontrar comida, encendieron una fogata peque*a que espantaba a los insistentes mosquitos. Al anochecer de ese d!a, el hombre ms joven divis una familia de mamuts que com!a en la orilla del r!o: estaba formada por una matriarca con el colmillo derecho roto, dos hembras ms j venes y tres animales de poca edad. +staban quietos, al este de su campamento, y, cuando 9arna% y otros cinco chu%chis corrieron a observarles, los animales se limitaron a mirarles fijamente antes de continuar pastando. 8+sta noche rodearemos a las bestias, un hombre a cada lado 8dijo 9arna% en la creciente oscuridad, asumiendo el mando8. 3uando amane;ca estaremos en nuestros puestos, intentaremos aislar a uno de los animales ms j venes y le perseguiremos hasta derribarle. 8Los dems se mostraron de acuerdo. 9arna%, que era el ms e$perimentado, continu 8: Fo me situar# hacia el este, para desviar a los mamuts si tratan de volver a los pastos de los que han venido. -ero no avan; en l!nea recta para no acercarse mucho a los animales. Antes de dirigirse hacia el este, cru; el r!o a nado y camin mucho rato tierra adentro. 3orr!a sin perder de vista a las seis bestias enormes y, con un despliegue de energ!a que habr!a agotado a un hombre mejor alimentado, el peque*o ca;ador hambriento lleg al puesto que deseaba ocupar, jadeando bajo la lu; de la luna. +ntonces volvi a cru;ar el r!o a nado y se situ detrs de unos rboles2 de tal modo que los mamuts tendr!an que pasar junto a #l si intentaban huir hacia el este. Al final de la noche, los cuatro chu%chis hab!an ocupado sus puestos& cada uno llevaba dos armas, un s lido garrote y una lan;a larga, con tro;os afilados de s!le$ en un e$tremo y a lo largo de los costados. )ab!an que, para matar a uno de los mamuts, cada uno de ellos

-gina 76 de ?@0

Alaska

James A. Michener

tendr!a que clavar su lan;a cerca de alg"n punto vital y rematar a golpes al animal herido cuando empe;ara a tambalearse. -or su larga e$periencia, sab!an que podr!an necesitar tres d!as para completar el acecho, la lucha culminante y la persecuci n hasta la muerte del animal herido, pero se trataba de cumplir la tarea o morir de hambre, y estaban dispuestos a ello. 3uando se dispusieron a rodear a los mamuts era un apacible d!a de mar;o, y 9arna% advirti : 8,o intent#is clavarle la lan;a a la vieja matriarca, que seguramente es demasiado lista. Lo intentaremos con una de las cr!as. Al salir el sol los mamuts los vieron y comen;aron a alejarse hacia el este, como hab!a supuesto 9arna%& no llegaron lejos, sin embargo, pues, cuando se le acercaron, #l corri sin miedo hacia los animales, blandiendo el garrote en una mano y la espada en la otra, lo que confundi tanto a la vieja matriarca que dio media vuelta e intent llevar a su tropa hacia el oeste& pero se le echaron encima otros dos chu%chis y, por fin, desesperada, olvidando espadas y garrotes, se encamin hacia el norte junto con sus compa*eros. Los mamuts se hab!an librado del ataque, pero los decididos ca;adores continuaron durante todo el d!a tras sus pasos, ya corrieran en una direcci n, ya en otra, hasta que tanto los hombres como los animales comprendieron, al anochecer, que aunque los mamuts les esquivaran y huyeran con alguna astucia, las personas podr!an mantenerse cerca de ellos. -or la noche, 9arna% indic a sus hombres que encendieran otra fogata para alejar a los mosquitos, pues sospechaba, con ra; n, que aquello llamar!a la atenci n de los mamuts agotados, los cuales se mantendr!an en las cercan!as& al amanecer del d!a siguiente estaban todav!a a la vista, pero se encontraban ya muy lejos del campamento donde permanec!an los ni*os y las mujeres chu%chis. A lo largo de la segunda jornada, los mamuts, cansados, intentaron escapar, pero 9arna% se anticipaba a todos sus movimientos. 3ualquiera que fuese el rumbo que tomaban, #l los estaba esperando con aquella amena;adora lan;a y con su garrote& al atardecer, la vieja matriarca se le adelant cuando estaba a punto de aislar a una joven hembra, y, con su colmillo roto se le enfrent . 9arna% olvid su objetivo, salt a un lado un momento antes de que le atravesara el temible colmillo, y, una ve; a salvo del ataque de la vieja matriarca, blandi de nuevo su lan;a y llev a la joven mamut hacia donde esperaban los otros hombres. Los ca;adores, que segu!an diestramente las t#cnicas perfeccionadas durante siglos, rodearon al animal aislado y comen;aron a atacarlo sin que pudiera protegerse. )in embargo, la cr!a pod!a barritar& cuando la vieja matriarca oy sus berridos de terror, dio media vuelta, se arroj directamente contra los ca;adores que la amena;aban y los dispers como si fuesen las hojas ca!das de un lamo tembl n. -arec!a que en aquel momento la sabia y anciana mamut hab!a vencido a los hombres, pero 9arna% no pod!a permitirlo. )ab!a que su vida y la de todo el grupo depend!an de su respuesta, por lo que se lan; de cabe;a bajo las patas del animal joven. +ra su "nica alternativa, aunque no ignoraba que el animal pod!a aplastarlo con una sola de sus poderosas patas, de modo que, con un fuerte impulso, hinc la lan;a hasta el fondo de las entra*as de aquella joven hembra y despu#s rod para apartarse. ,o la mat , ni siquiera la hiri de gravedad, pero el animal hab!a recibido un da*o serio y empe; a tambalearse& cuando 9arna% se levant , los otros ca;adores aullaban ya de j"bilo y comen;aban a perseguir a la presa. 9arna% no pod!a recuperar su lan;a, que segu!a clavada en el vientre de la mamut, pero tambi#n la persigui , gritando con los otros y blandiendo su garrote. Anocheci y los chu%chis encendieron otra ve; una fogata, con la esperan;a de que los mamuts se mantuvieran cerca& adems, las grandes bestias estaban tan fatigadas que no pudieron alejarse mucho. Al amanecer se reanud la cacer!a: los chu%chis continuaron

-gina 7L de ?@0

Alaska

James A. Michener

corriendo, guindose por un rastro de sangre que se iba ensanchando con el paso de las horas, animndolos a seguir. 8,os estamos acercando. 3ada uno a su tarea 8dijo por fin 9arna%. F, cuando vieron a las grandes bestias acurrucadas junto a un grupo de abedules, 9arna% tom la lan;a del ms joven y dirigi a sus hombres hacia la matan;a. Ahora su deber era dominar a la matriarca, que daba patadas y anunciaba con alaridos su decisi n de combatir hasta el final. 9arna% reuni coraje y camin hacia ella con inseguridad, solo contra el gran animal& ella vacil apenas un momento, mientras los otros hombres golpeaban con los garrotes y las lan;as el cuerpo desprotegido de la mamut herida. Al verle, la abuela baj la cabe;a y embisti directamente a 9arna%. 'l sab!a que corr!a un peligro mortal, pero sab!a tambi#n que si aquel animal viejo y fero; alcan;aba a sus hombres, acabar!a con todos para rescatar a su joven pupila. 9arna% no pod!a permitirlo, de modo que, con una valent!a e$cepcional, salt delante de la mamut y le clav la lan;a. +lla se detuvo, confundida, y los hombres tuvieron tiempo de abatir a la presa. 3uando la mamut herida cay de rodillas, sangrando a chorros por varias heridas, los tres chu%chis saltaron sobre ella para rematarla a golpes de garrote y de lan;a.8Tna ve; muerta, los ca;adores siguieron los mismos procedimientos que hab!an observado durante miles de a*os: le abrieron las entra*as en busca del est mago, lleno de vegetales medio digeridos, y se comieron, hambrientos, los s lidos y los l!quidos, pues sus antepasados ha8 b!an descubierto que aquel material conten!a elementos nutritivos vitales para los seres humanos. :ecuperado el vigor tras d!as enteros de privaci n, abrieron al mamut en canal y e$trajeron cortes de carne lo bastante grandes como para alimentar a sus familias hasta el verano. 9arna% no intervino en la matan;a, aunque hab!a sido el primero en herir a la presa y en alejar a la matriarca para que no interrumpiese la cacer!a. -ero ahora estaba e$hausto, despu#s de tantos d!as privado de alimento, y con las pocas energ!as agotadas por la dura persecuci n, permaneci recostado contra un rbol bajo, jadeando como un perro y tan e$tenuado que no pudo compartir la carne que ya humeaba sobre otra hoguera. Lo que s! hi;o fue acercarse al enorme cadver y beber, tomndola con las manos, la sangre que hab!a proporcionado a su gente. 3uando los ca;adores acabaron de descuarti;ar al mamut tomaron una decisi n tradicional. +n ve; de cargar con la masa de carne, hueso y piel hasta donde aguardaban las familias, resolvieron acampar entre los abedules cercanos y enviar a los dos hombres ms j venes en busca de las mujeres, los ni*os F los trineos. +l traslado se efectu con facilidad, pues las mujeres estaban tan hambrientas que, al saber de la matan;a, quisieron irse inmediatamente& pero los hombres les e$plicaron que habr!a que trasladar el campamento entero, de modo que retiraron la tienda, cargaron sin perder tiempo los cuatro trineos y, un poco ms tarde, cuando las mujeres y los ni*os vieron el mamut sacrificado, gritando de contento abandonaron los trineos y corrieron hacia el fuego en el que se asaban ya porciones de la carne. ,ormalmente, un grupo de ca;adores como el de 9arna% s lo ca;aba un mamut al a*o, aunque si ten!an una suerte desacostumbrada o si los dirig!a un ca;ador de e$cepcional habilidad, pod!an aspirar a dos. 3onseguir un mamut era todo un acontecimiento, as! que se hab!an establecido ciertos ritos a lo largo de los siglos, que indicaban c mo hab!a que tratar al animal muerto. La Anciana, custodia de la seguridad espiritual de la tribu, se situ ante la cabe;a cortada de la bestia y le dirigi estas palabras: 8URh, noble 4amut que compart!s la tundra con nosotros, que gobernis la estepa y hac#is correr el r!oV Rs agradecemos el don de vuestro cuerpo. Rs pedimos perd n por haberos quitado la vida y os rogamos que hayis dejado atrs muchos hijos que en el futuro vengan a nosotros. -ronunciamos esta plegaria como muestra del respeto que os tenemos.

-gina 7M de ?@0

Alaska

James A. Michener

4ientras hablaba, hundi en la sangre del mamut los dedos de la mano derecha y moj los labios de todas las mujeres y de los ni*os, hasta dejarlos rojos. +n cuanto a los cuatro ca;adores de los que depend!a la continuaci n de su gente, acarici con los dedos ensangrentados la frente del animal muerto y luego la frente de cada hombre, suplicando a la bestia que impartiera a aquellos hombres nobles un conocimiento ms profundo de su naturale;a, para que en el futuro pudieran perseguir mejor a otros mamuts. Dasta que no hubo cumplido con aquellos ritos sagrados, no se sinti libre de hurgar entre las entra*as del animal, en busca de las tripas que podr!a convertir en hilo de coser. 4ientras tanto, su hijo hab!a desollado la carne de la paletilla derecha y, cuando qued a la vista la paleta, fuerte y de hueso tan blanco como el marfil, empe; a tallarla con un buril de piedra, desprendiendo fragmentos de hueso, hasta que tuvo en las manos un fuerte raspador de bordes afilados que se pod!a utili;ar para descuarti;ar la carne del mamut antes de guardarla en un sitio fresco. La importancia de su trabajo con el buril era doble: por un lado, le permit!a obtener una herramienta cortante "til& por otro, casi 70.000 a*os despu#s, los arque logos desenterrar!an ese instrumento y gracias a #l podr!an demostrar que en el Facimiento del Abedul, en el alba de la historia del ,uevo 4undo, hab!an e$istido seres humanos. 3ada uno de los nueve adultos ten!a una responsabilidad especial en relaci n con el mamut muerto: uno reuni los huesos, que utili;ar!an despu#s como vigas para el techo de las viviendas que llegar!an a construir& otro lav el cuero, muy valioso, y empe; a curtirlo con una me;cla de orina y del cido destilado de la corte;a de un rbol. +l pelo de las patas se pod!a entretejer y formar con #l una tela adecuada para fabricar gorras& y guardaban el cart!lago que un!a la pe;u*a con la pata, para conseguir una especie de engrudo. La Anciana continuaba hurgando en cada tro;o de carne, dispuesta a recuperar los huesos finos y fuertes con los que hacer agujas, y un hombre afilaba los huesos ms resistentes para insertarlos en la punta de sus lan;as. Los chu%chis, que carec!an de agricultura organi;ada y no pod!an cultivar ni acaparar hortali;as, depend!an de su tremenda capacidad para la ca;a& lo ms importante era la cacer!a del mamut, su fuente principal de alimento. -or eso estudiaban sus hbitos, aplacaban su esp!ritu para que les fuera propicio, ideaban c mo enga*arle y le persegu!an sin demencia. 4ientras descuarti;aban el ejemplar reci#n ca;ado, estudiaron todos los as8 pectos de su anatom!a, tratando de prever c mo se hubiera comportado en circunstancias diferentes& una ve; que la tribu lo hubo absorbido como una divinidad, los cuatro hombres se mostraron de acuerdo: 8La manera ms segura de matar a un mamut es la que emple 9arna%: tirarse debajo de #l y clavarle hacia arriba una lan;a afilada. +sta conclusi n les dio seguridad, y se llevaron a los hijos varones para ense*arles a sostener la lan;a con ambas manos, arrojarse al suelo boca arriba y atravesar el vientre de un mamut en movimiento, confiando en que los <randes +sp!ritus les protegiesen de las patadas. Cras instruir a los muchachos mostrndoles c mo caer sin perder el dominio del arma, 9arna% gui* un ojo a otro de los ca;adores y, cuando el mayor de los ni*os corr!a hacia adelante y se lan;aba al suelo boca arriba, el segundo ca;ador, vestido con la piel de un mamut, brinc s"bitamente en el aire emitiendo un prodigioso alarido y dio una patada en el suelo a pocos cent!metros de la cabe;a del jovencito. +l ni*o se qued tan aterrori;ado por aquel golpe inesperado que solt la lan;a y se tap la cara. 8U+res hombre muertoV 8grit el ca;ador al espantado ni*o. -ero 9arna% pronunci la condena ms grave de aquella cobard!a: 8Das dejado escapar al mamut. ,os moriremos de hambre. Bevolvieron la lan;a al asustado ni*o y le obligaron a tirarse veinte veces ms al suelo boca arriba, mientras 9arna% y los otros pegaban patadas ruidosamente cerca de su cabe;a.

-gina 7? de ?@0

Alaska

James A. Michener

8+sta ve; pod!as haberle clavado la lan;a al mamut 8le recordaban, cada ve; que terminaba la pantomima8. )i hubiera sido un macho te podr!a haber matado, pero t" le habr!as dejado la lan;a clavada en el vientre y nosotros, los supervivientes, hubi#ramos podido perseguirlo hasta derribarlo. 3ontinuaron as!, hasta que el ni*o sinti que, cuando se enfrentase a un mamut de verdad, ser!a capa; de herirlo de gravedad para que los dems completasen la matan;a. 83reo que sabrs hacerlo 8le felicit 9arna%, cuando acab la prctica& y el muchachito sonri . +ntonces los hombres dedicaron su atenci n al segundo de los varones, un ni*o de nueve a*os: cuando le entregaron una lan;a y le dijeron que se arrojara bajo el cuerpo de un mamut que lo atacaba, el peque*o se desmay . Los chu%chis descargaron sus escasas provisiones en el campamento nuevo, cerca de los abedules, y se dispusieron a armar sus toscos refugios& estaban en situaci n de recomen;ar, por lo que hubieran podido idear un estilo mejor de vivienda, pero no lo hicieron. ,o llegaron a inventar un igl" de hielo, o una yurta de pieles, ni cho;as construidas a ras de suelo con piedras y ramas, ni ning"n tipo de vivienda c moda. As! pues, volvieron a levantar las caba*as que hab!an conocido en Asia: una cueva de barro e$cavada bajo la tierra, con una especie de b veda superior hecha de ramas entretejidas y pieles recubiertas de barro. La e$cavaci n tampoco ten!a esta ve; una chimenea que permitiese la salida del humo, ni ventanas para que entrase la lu; ni una puerta batiente que pudiera impedir la entrada de bichos. )in embargo, cada caba*a era un hogar, en donde las mujeres cocinaban, cos!an y criaban a sus hijos. +n aquel tiempo, el promedio de vida era de unos treinta y un a*os& los dientes, a causa de la continua masticaci n de carne y cart!lagos, sol!an gastarse antes que el resto del cuerpo, lo que provocaba literalmente la muerte por inanici n. Las mujeres sol!an tener tres hijos que viv!an y otros tres que mor!an al nacer o poco despu#s. Las familias rara ve; permanec!an mucho tiempo en un mismo sitio, porque los animales se volv!an recelosos o se agotaban, obligando a los hombres a mudarse en busca de otras presas. La vida era dif!cil y ofrec!a pocos placeres, pero no hab!a guerras entre tribus o grupos de tribus, porque los grupos viv!an a tanta distancia unos de otros que no disputaban por sus derechos sobre los territorios. A lo largo de .00.000 a*os de ensayos y errores, pacientemente, los antepasados hab!an aprendido ciertas reglas para sobrevivir en el norte, que se respetaban rigurosamente. La Anciana las repet!a sin cesar a su prole: 8,o hay que comer la carne que se ha puesto verde. 3uando empie;a el invierno y no hay suficiente comida, dormid la mayor parte del d!a. ,o tir#is nunca ning"n peda;o de piel, aunque se haya puesto muy grasienta. 3a;ad a los animales por este orden: el mamut, el bisonte, el castor, el reno, el ;orro, la liebre y el rat n. ,o os olvid#is de los ratones, porque gracias a ellos os mantendr#is con vida en tiempos de hambruna. La e$periencia larga y cruel les hab!a ense*ado otra lecci n fundamental: 83uando busqu#is pareja, id siempre, sin e$cepci n, a alguna tribu lejana, porque, si tomis una de vuestro propio grupo de cho;as, pasarn cosas terribles. Rbedeciendo a esta dura regla, ella misma hab!a presidido la ejecuci n una ve; de dos hermanos que se hab!an casado. F no hab!a tenido misericordia con ellos, a pesar de que eran los hijos de su propio hermano. 8Day que hacerlo 8les hab!a gritado a los miembros de su familia8, y antes de que na;ca una criatura. -ues si permitimos que entre nosotros apare;ca uno de esos, ellos nos castigarn. ,unca aclaraba qui#nes eran ellos, pero estaba convencida de que e$ist!an y dispon!an de grandes poderes. +llos regulaban las estaciones, tra!an a los mamuts, cuidaban de las

-gina 7I de ?@0

Alaska

James A. Michener

embara;adas, y merec!an ser respetados por todos estos servicios. La Anciana cre!a que viv!an ms all del hori;onte, donde quiera que estuviese, y, a veces, en momentos de privaci n, miraba al e$tremo ms apartado del cielo y se inclinaba ante los invisibles, los "nicos que ten!an el poder de mejorar la situaci n. +ntre los chu%chis se viv!an algunos momentos de e$trema alegr!a, cuando los hombres abat!an alg"n mamut especialmente grande o cuando una mujer, despu#s de un embara;o dif!cil, alumbraba a un var n fuerte. +n las noches glaciales del invierno, cuando escaseaba la comida y era casi imposible alcan;ar cierta comodidad, a veces go;aban de una alegr!a especial porque los misteriosos tend!an unas grandes cortinas de fuego en los cielos del norte y llenaban el firmamento con formas dan;antes de mil colores y con unas grandes lan;as de lu; que restallaban de uno a otro hori;onte en un despliegue deslumbrante de majestad y poder. +n esas ocasiones, los hombres y las mujeres abandonaban el fr!o barro de sus cuevas miserables y se quedaban de pie cara al cielo en medio de la noche estrellada, mientras los de ms all del hori;onte mov!an de un lado a otro las luces, colgaban los colores y lan;aban grandes flechas que atronaban en el firmamento. )e hac!a el silencio, y los ni*os, a los que hab!an llamado para que viesen el milagro, lo recordar!an todos los d!as de su vida. Tn hombre como 9arna% pod!a contemplar aquel despliegue celestial unas veinte veces en toda su vida. 3on suerte, pod!a ayudar a derribar el mismo n"mero de mamuts, no ms. F cab!a esperar que, a su edad, cercana a los treinta, su fuer;a comen;ara rpidamente a disminuir hasta llegar finalmente a desaparecer. -or eso no le sorprendi que Cevu% le dijera, una ma*ana de oto*o: 8Cu madre no puede levantarse. 3orri adonde ella yac!a, bajo los abedules, y se dio cuenta de que el ataque era mortal& se agach para ofrecerle alg"n consuelo, pero la mujer no lo necesitaba. +n sus "ltimos momentos, quiso mirar el cielo que amaba y dar por cumplida su responsabilidad para con la gente que hab!a ayudado a guiar y proteger durante tanto tiempo. 83uando llegue el invierno 8susurr a su hijo8, recuerda a los ni*os que tienen que dormir mucho. 9arna% la enterr en el bosquecillo de abedules y, die; d!as despu#s, la primera nieve del a*o cubri su tumba. Los vientos barrieron la nieve por toda la estepa, y 9arna%, cuando vio que rodeaba las caba*as, pens : P Nui; tendr!amos que pasar el invierno en el lugar que abandonamosQ. 8+s mejor seguir donde estamos 8fue la opini n unnime de los dems adultos, a los que 9arna% hab!a consultado. Bespu#s de tomar esta decisi n, aquellos dieciocho nuevos alas%anos, provistos de suficiente carne seca de mamut para superar lo peor del invierno, se enterraron en sus cho;as, que los proteger!an contra las pr $imas tormentas. Los primeros que cru;aron desde Asia hasta Alas%a no hab!an sido 9arna% y sus paisanos. -arece que, a lo largo de milenios, en diferentes puntos, se les adelantaron otros, que fueron avan;ando gradual y arbitrariamente hacia el este en una constante b"squeda de alimentos. Algunos hac!an el viaje por curiosidad y, como les gustaba lo que encontraban, se establec!an all!. Rtros, re*!an con sus padres o sus vecinos y se alejaban sin un prop sito fijo. Algunos se un!an a un grupo pasivamente y jams reun!an energ!a suficiente para regresar. Cambi#n hab!a aqu#llos que persegu!an a un animal hasta muy lejos y muy velo;mente y, despu#s de la matan;a, se quedaban en el lugar al que hab!an llegado& y hubo quienes quedaron fascinados por el atractivo de una muchacha del otro lado del r!o, cuyos padres iban a emprender el viaje. )in embargo, nada nos permite deducir que alguien

-gina 7@ de ?@0

Alaska

James A. Michener

reali;ara la traves!a con la intenci n consciente de poblar tierras nuevas o de e$plorar otro continente. 3uando alcan;aban Alas%a se impon!an los mismos esquemas. ,unca pretendieron conscientemente ocupar el interior de Am#rica del ,orte, porque las distancias y las dificultades eran muy grandes y, por s! solo, ning"n grupo humano hubiera podido sobrevivir hasta completar la traves!a. +videntemente, si cuando 9arna% y su gente emprendieron el viaje, la ruta en direcci n al sur se hubiera hallado libre de hielo, y ellos se huieran visto impelidos por alg"n impulso fantico, seguramente habr!an llegado hasta >yoming durante la primera generaci n& sin embargo, tal como hemos visto, muy pocas veces el pasaje estaba abierto al mismo tiempo que el puente. Be modo que, aunque 9arna% hubiese tenido la intenci n de adentrarse en Am#rica del ,orte 1lo que a #l le era imposible concebir2 habr!a tenido que aguardar miles de a*os a que el sendero quedara libre de hielo, y, antes de que sus descendientes pudieran emigrar en direcci n a >yoming, tendr!an que vivir y morir cien generaciones de su estirpe. +n tiempos de 9arna%, desde )iberia a Alas%a pasaron un centenar de chu%chis& apro$imadamente una tercera parte de ellos regres a su tierra natal cuando descubri que, en general, Asia era ms hospitalaria que Alas%a. Los restantes dos tercios vivieron prisioneros en la hermosa fortale;a de hielo, al igual que sus descendientes. )e convirtieron en alas%anos y al cabo del tiempo s lo ten!an recuerdos de aquel bello territorio que los acogi & se olvidaron de Asia& y no pudieron descubrir nada de Am#rica del ,orte. 9arna% y sus diecisiete compa*eros no regresaron jams y tampoco lo hicieron sus descendientes. )e convirtieron en alas%anos. J3 mo deber!amos llamarlosK A sus antepasados, que se aventuraron en el norte, se les llam despectivamente Plos que huyeron del surQ, como si los residentes supieran que los reci#n llegados, de haber sido ms fuertes, nunca se hubieran marchado de las ;onas con climas ms benignos. Burante un tiempo, mientras no encontraron ning"n lugar adecuado para acampar, recibieron el apodo de Pn madasQ. 3uando llegaron por fin a un sitio seguro, en el e$tremo de Asia, tomaron su nombre y pasaron a ser Pchu%chisQ. +l t#rmino apropiado hubiera sido PsiberianosQ, pero como sin saberlo se hab!an comprometido con Alas%a, adquirieron el nombre gen#rico de los indios, aunque ms tarde se les distingui como PatapascosQ. -rosperaron como tales en el sector central de Alas%a y se multiplicaron en 3anad. Tna rama vigorosa habit las bellas islas que forman el sur de Alas%a& y, aunque a 9arna% le hubiera parecido imposible, algunos de sus descendientes viajaron miles de a*os despu#s hacia el sur, hasta Ari;ona, donde se convirtieron en los indios navajos. Los investigadores han descubierto que el idioma de los navajos se parece tanto al atapasco como el portugu#s al espa*ol, y han decidido que no puede deberse al a;ar. Ciene que e$istir alg"n parentesco entre ambos grupos. +stos atapascos n madas no ten!an ninguna relaci n con los esquimales, que son muy posteriores& tampoco podemos suponer que tuvieran la intenci n consciente de emigrar y e$tender su civili;aci n hasta tierras despobladas. ,o eran como los pioneros ingleses, que cru;aron voluntariamente el Atlntico, con unas leyes provisionales adoptadas a bordo antes de desembarcar entre los indios. +s bastante probable que, mientras se diseminaban por Am#rica, los atapascos no tuvieran nunca la sensaci n de haber abandonado el hogar. -or ejemplo, 9arna% y su mujer, que eran ya mayores, seguramente prefirieron permanecer en el lugar donde se encontraban, entre los abedules, pero es posible que, algunos a*os despu#s, uno de sus hijos, junto con su esposa, imaginara que ser!a mejor construir su caba*a algo ms hacia el este, donde habr!a ms mamuts disponibles, y se dirigiesen hacia all!. +s probable que no perdieran el contacto con sus padres, en el campamento de los abedules, y, a su ve;, sus propios hijos decidir!an buscar lugares ms

-gina 60 de ?@0

Alaska

James A. Michener

acogedores, pero tambi#n mantendr!an relaciones con sus padres y qui; tambi#n con los viejos 9arna% y Cevu%, los del bosque de abedules. Be esta manera, si se disponen de /@.000 a*os para hacerlo, se puede poblar tranquilamente un continente entero, solamente con que cada generaci n se traslade algunos %il metros. )e puede llegar desde )iberia hasta Ari;ona sin abandonar nunca la tierra natal. Tna mayor abundancia de ca;a, la afici n a la aventura, el recha;o a antiguas costumbres opresivas: #stas eran las eternas ra;ones que, aun en tiempos de pa;, impulsaban a diseminarse a hombres y mujeres. Las primeras personas que comen;aron a poblar Am#rica del ,orte y Am#rica del )ur, sin ser conscientes de lo que hac!an, se movieron tambi#n por estas ra;ones. Burante el proceso, Alas%a cobr una importancia crucial para ;onas tales como 4inesota, -ensilvania, 3alifornia y Ce$as, porque estaba en el camino que segu!an las personas que poblaron esas ;onas. Los descendientes de 9arna% y Cevu%, herederos del valor que hab!a caracteri;ado a la Anciana, erigieron nobles culturas en tierras que pocas veces conocer!an el hielo y no guardar!an ninguna memoria de Asia, y fueron ellos, as! como los grupos que los seguir!an a lo largo de los milenios posteriores, el gran regalo que Alas%a hi;o a Am#rica. +n el a*o .6.000 A+A, cuando la ruta terrestre quedaba temporalmente inundada debido a la fusi n del casquete polar, en las ;onas atestadas del e$tremo oriental de )iberia viv!a uno de los pueblos ms amables del mundo. +ran los esquimales, esos ca;adores asiticos, rechonchos y morenos, que usaban un flequillo recto sobre las cejas:3onstitu!an una estirpe vigorosa, que ten!a que aventurarse por el oc#ano Ortico y las aguas contiguas para obtener el sustento mediante la ca;a de las grandes ballenas, las morsas de fuertes colmillos y las focas esquivas. +n todo el mundo no hab!a otros hombres que vivieran de una forma tan peligrosa o en un clima ms inh spito que estos esquimales& y, por aquellos a*os, el esquimal que trabajaba con ms afn era un individuo robusto y pati;ambo llamado Tgru%, que pasaba por todo tipo de dificultades. Cres a*os antes hab!a tomado por esposa a la hija del hombre ms importante de -ele%, su aldea, que se al;aba junto al mar& entonces le hab!a desconcertado que una joven tan atractiva se interesara por #l, que no pod!a ofrecerle prcticamente nada. ,o ten!a un %aya% propio para ca;ar focas ni participaba en ninguna de las canoas ms largas llamadas umia%s con las que los hombres ca;aban en grupo las ballenas que pasaban como cumbres flotantes junto al promontorio. ,o ten!a propiedades, e$cepto un solo juego de pieles de foca para protegerse de los mares helados& y lo que jugaba ms en contra suya era que sus padres ya no estaban para ayudarle a abrirse camino en el duro mundo de los esquimales. -ara colmo, era bi;co, con esa particular bi;quera que pone tan nervioso al interlocutor. )i uno miraba a su ojo i;quierdo, creyendo que estaba utili;ando #se, #l cambiaba de foco y uno se quedaba mirando a la nada, porque el ojo i;quierdo se desviaba al a;ar. F cuando uno se apresuraba a buscar el ojo derecho, #l volv!a a cambiar de foco y, una ve; ms uno se encontraba con la nada. ,o era fcil conversar con Tgru%. -oco despu#s del banquete de bodas se resolvi el misterio por el que ,u%lit, la bonita hija del jefe, estaba dispuesta a casarse con semejante sujeto& Tgru% descubri que su flamante esposa estaba embara;ada. +n los botes se murmuraba que el padre era un arponero joven y fornido, llamado )ha%tuli%, que ya ten!a dos esposas y tres hijos. Tgru% no estaba en condiciones de protestar por el enga*o, ni de protestar por ninguna otra cosa, en realidad, de modo que se mordi la lengua, admiti para sus adentros que era una suerte tener una esposa tan bonita como ,u%lit, fuera como fuese, y jur ser uno de los mejores hombres a bordo de las diversas embarcaciones rticas que pose!a su suegro. +l padre de ,u%lit no quer!a a Tgru% en su tripulaci n, porque cada uno de los seis hombres del pesado bote ten!a que ser un e$perto en la ca;a de ballenas, que era una

-gina 6. de ?@0

Alaska

James A. Michener

actividad muy peligrosa. 3uatro remaban, uno se hac!a cargo del tim n y el "ltimo manejaba el arp n, en una formaci n que estaba cubierta desde hac!a ya tiempo en el umia% del jefe. 'l llevaba el tim n, )ha%tua se ocupaba del arp n, y a cargo de los remos hab!a cuatro tipos fornidos, con nervios de granito. +ran hombres que hab!an demostrado sus m#ritos en muchas e$pediciones contra las ballenas y el padre de ,u%lit no pensaba romper el equipo solamente para hacer un sitio a su yerno, que le merec!a tan poca consideraci n. )in embargo, estaba dispuesto a prestarle a Tgru% su propio %aya%, que no ser!a uno de los mejores, pero era una embarcaci n s lida, Pligera como una brisa de primavera entre los lamos temblones, impermeable como la piel de la focaQ, y no se hundir!a por mucho que la atacaran las olas. +ste %aya% no respond!a con rapide; a los golpes de remo, pero Tgru% se sent!a agradecido, porque era much!simo mejor que todo lo que #l hubiera podido poseer por sus propios medios, ya que sus padres hab!an muerto, sin dejarle nada, al naufragar un peque*o bote que volc una ballena. A mediados del verano, cuando emigraban los grandes animales marinos, el suegro de Tgru%, con la ayuda de )ha%tuli%, ech al agua su umia% desde la costa pedregosa en la que se al;aba la aldea de -ele%. Antes de partir hacia su peligrosa e$cursi n, indicaron a Tgru%, encogi#ndose de hombros, que con el %aya% pod!a sorprender a alguna foca que dormitase y, de este modo, aportar piel y carne a la despensa de la aldea. )olo en la playa, con el tosco %aya% varado a cierta distancia, en direcci n este, Tgru% entorn los ojos y contempl c mo part!an, entre plegarias y gritos, los hombres ms hbiles de la aldea, con intenci n de alcan;ar una ballena. 3uando desaparecieron, y las seis cabe;as se hab!an convertido en seis puntos sobre el hori;onte, Tgru% suspir ante la mala suerte de haberse perdido la cacer!a, mir hacia la cho;a, por si ,u%lit le estaba observando, y suspir otra ve; al comprobar que no era as!. +ntonces camin tristemente hacia el %aya%, inspeccionando sus toscas l!neas. 83on eso no se podr!a alcan;ar ni a una foca herida 8murmur . +ra grande, tres veces ms largo que un hombre, y estaba completamente cubierto por piel impermeable de foca que lo manten!a a flote en el mar ms tempestuoso. Cen!a una sola abertura, lo bastante grande para dar cabida a las caderas de un hombre& por arriba, la piel de foca se ajustaba perfectamente a la cintura del ca;ador, y estaba cosida al %aya% con tendones de ballena, que cuando estaban secos eran fciles de manejar y cuando se mojaban se volv!an impermeables. Bespu#s de meterse en la abertura, Tgru% rode su cintura con la parte superior de la piel, y la at con cuidado para que no se filtrara una gota de agua, aunque el %aya% volcase. )i eso ocurr!a, Tgru% s lo tendr!a que manejar con fuer;a el remo para endere;ar la embarcaci n. 3laro que, si el hombre solitario atado al bote comet!a la torpe;a de enfrentarse a una morsa adulta, el animal pod!a perforar la cobertura con sus colmillos, arrojar al hombre al mar y ahogarlo, porque los esquimales no sab!an nadar& adems, se hundir!a por el peso de las ropas empapadas. 3uando desapareci a lo lejos el umia% ca;ador de ballenas, Tgru% prob su remo de lamo y se hi;o a la mar, al este de -ele%. ,o confiaba mucho en hallar una foca y a"n confiaba menos en saber manejarla, si encontraba una grande. )e limitaba a e$plorar& y, si por casualidad divisara una ballena en la distancia o alguna morsa holga;aneando, pensaba tomar nota de su rumbo e informar a los otros en cuanto regresaran, porque, si los esquimales sab!an con certe;a que en una ;ona determinada hab!a una ballena o una morsa muy grande, pod!an seguir su rastro. ,o hab!a ninguna foca a la vista, lo cual no le desilusion del todo, puesto que a"n no ten!a seguridad como ca;ador y antes de remar entre un grupo de focas prefer!a familiari;arse con las particularidades del %aya%. )e content con remar hacia aquella

-gina 6/ de ?@0

Alaska

James A. Michener

tierra lejana que, a veces, en d!as despejados, se ve!a al otro lado del mar. ,ing"n habitante de -ele% hab!a navegado nunca hasta la costa opuesta, pero todos conoc!an su e$istencia porque hab!an visto c mo brillaban bajo el sol de la tarde sus colinas bajas. 3uando estaba ya bastante lejos de la costa, algunos %il metros al sur de la posici n que a aquellas horas deb!a de ocupar el umia%, a su derecha vio algo que le parali; . +ra una ballena negra e$puesta en toda su longitud, que nadaba en la superficie del agua, impulsndose despreocupadamente con su cola enorme. Tgru% no hab!a visto nunca una ballena tan grande en la playa, donde los hombres descuarti;aban las presas. 3laro que no pod!a considerarse un e$perto, pues, en los siete "ltimos a*os, los ca;adores de -ele% s lo hab!an conseguido tres ballenas. Aqu#lla era enorme, sin lugar a dudas, y Tgru% se sinti obligado a avisar a sus compa*eros, ya que #l solo estaba indefenso contra la bestia. -ara vencerla ser!an necesarios seis de los mejores hombres de )iberia. Ahora bien, Jc mo podr!a comunicarse con su suegroK A falta de otra alternativa, decidi acompa*ar a la ballena en su pere;osa navegaci n hacia el norte, con la esperan;a de que, tarde o temprano, su rumbo se cru;ara con el del umia%. +ra una maniobra delicada, porque la ballena, si se sent!a amena;ada por un objeto e$tra*o en las pro$imidades, con tres o cuatro golpes de su cola poderosa hundir!a el %aya% o lo partir!a por la mitad, acabando al mismo tiempo con el hombre y con la frgil embarcaci n. Tgru% pas aquella larga tarde tras la ballena, solo en su bote, tratando de hacerse invisible, y alegrndose cuando la ballena emit!a un chorro de agua, pues entonces ten!a la seguridad de que todav!a estaba all!. La gran bestia desapareci despu#s de lan;ar dos gritos& entonces Tgru% empe; a sudar fr!o, porque su presa pod!a salir a la superficie en cualquier punto, incluso debajo del mismo %aya%, o pod!a perderse para siempre al seguir un trayecto esfor;ado bajo el agua. -ero la ballena ten!a que respirar y, despu#s de una ausencia prolongada, el gran animal oscuro volvi a la superficie, lan; un alto chorro de agua y continu su pere;oso viaje hacia el norte. 4s o menos una hora despu#s de que el sol descendiera hacia el norte en su lento crep"sculo, Tgru% calcul que, si los hombres del umia% hab!an continuado en la direcci n prevista, ahora se encontrar!an, seguramente, bastante al nordeste respecto al rumbo de la ballena, de modo que jams se cru;ar!an con ella. -or eso decidi remar furiosamente, cru;ando el camino seguido por la ballena, con la esperan;a de alcan;ar a los seis ca;adores. A continuaci n ten!a que decidir la mejor forma de situarse al este de la ballena, porque, por un lado, ten!a que evitar incitarla a un ataque que acabar!a con #l y con el %aya%, y, por el otro lado, ten!a que procurar avan;ar aprovechando al m$imo el tiempo y la distancia. :ecord que, seg"n la tradici n, las ballenas eran cortas de vista y ten!an un o!do agudo, as! que decidi avan;ar de prisa y con el menor ruido posible, y cortar directamente el camino de la ballena, por delante de ella, tan lejos como se lo permitiera su habilidad con los remos. La maniobra era peligrosa, pero aparte de en su propia seguridad ten!a que pensar en muchas otras cosas. Besde su infancia le hab!an ense*ado que la responsabilidad suprema de los varones, ni*os o adultos, consist!a en traer una ballena a la playa, para que la aldea pudiera com#rsela, adems de utili;ar sus enormes huesos para construir y emplear las valiosas barbas para tantas cosas a las que se pod!an aplicar por su fle$ibilidad y resistencia. La ocasi n de ca;ar una ballena pod!a presentarse una ve; en la vida, y #l se encontraba en situaci n de hacerlo, puesto que, si conduc!a a los ca;adores hasta la ballena y ellos la mataban, compartir!a los honores por su tes n al seguir a trav#s del mar abierto al gran animal. +n ese momento decisivo, cuando iba a cru;ar justo frente a la boca de la ballena, se apoyaba en un hecho curioso: su malogrado padre, que le hab!a dejado tan poco, le hab!a

-gina 67 de ?@0

Alaska

James A. Michener

proporcionado un talismn de poder y belle;a e$traordinarios. +ra un peque*o disco blanco, de apenas dos dedos de dimetro. +staba hecho con el marfil de una de las pocas morsas que su padre hab!a ca;ado& ten!a unos bonitos dibujos r"nicos tallados que repre8 sentaban el oc#ano helado y a los animales que viv!an en #l y lo compart!an con los esquimales. Tgru% hab!a visto c mo su padre tallaba el disco y pul!a los bordes para que ajustara debidamente& los dos hab!an comprendido desde el principio que el disco, una ve; terminado, ser!a algo especial, as! que no fue ninguna tonter!a la predicci n de su padre: PTgru%, esto te traer buena suerteQ. +l ni*o de nueve a*os no lo dud , y ni siquiera hi;o una mueca cuando su padre tom un cuchillo afilado de hueso de ballena, le perfor el labio inferior y despu#s rellen la incisi n con hierbas. A medida que la herida cicatri;a8 ba, le fueron insertando unas cu*as de madera ms grandes cada mes para ensancharla, hasta que en el labio inferior se fue formando una banda estrecha de piel que defin!a un agujero redondo. Dacia la mitad del proceso se infect el agujero, como ocurr!a con frecuencia en esos casos, y Tgru% tuvo que acostarse en el suelo de barro, temblando de fiebre. Burante tres dolorosos d!as y sus noches, su madre le aplic hierbas en el labio y piedras calientes sobre los pies. -or fin remiti la fiebre, y el ni*o, que hab!a recuperado la consciencia, advirti con satisfacci n que el agujero se hab!a curado y alcan;aba el tama*o requerido. 8 Tn d!a que nunca iba a olvidar, llevaron a Tgru% a una caba*a siniestra en el margen de la aldea y le condujeron ceremoniosamente al interior de uno de los sitios ms mugrientos y desordenados que hab!a visto jams. Be un muro de barro pend!a el esqueleto de un hombre, y de otro, el crneo de una foca. +n el suelo, desparramados, se ve!an unos saquitos sucios de cuero de foca, junto a una colecci n de pieles malolientes sobre las que dorm!a el ocupante. +ra el chamn de -ele%, el sant n que dominaba el oc#ano con sus plegarias, el que conversaba con los esp!ritus que tra!an las ballenas al promontorio. Cen!a un aspecto formidable cuando se irgui de entre las sombras para enfrentarse a Tgru%: era alto, ojeroso, con los ojos hundidos& huecos entre los dientes, y con el pelo sumamente largo y mugriento por la suciedad acumulada a lo largo de die; o doce a*os. -ronunciando unos sonidos incomprensibles, tom el disco de marfil, contempl su elegancia sin disimular su sorpresa por el hecho de que un hombre tan pobre como el padre de Tgru% poseyera aquel tesoro y, por fin, tir del labio inferior del ni*o y, con sus dedos sucios, presion el disco para introducirlo en el agujero. +l tejido endurecido por la cicatri; se ajust dolorosamente, sujetando con firme;a el disco en la posici n que ocupar!a,mientras Tgru% viviese. La inserci n hab!a sido dolorosa, tal como deb!a ocurrir para que el disco se mantuviera en su lugar& pero cuando aquel objeto tan bello estuvo colocado debidamente, todos 1algunos, con envidia2 pudieron ver que Tgru%, el muchacho bi;co due*o de tan pocas cosas, poseer!a en adelante un tesoro: el disco labial ms hermoso de la costa oriental de )iberia. 4ientras remaba a toda velocidad en su %aya%, cru;ando el camino de la ballena, Tgru% chupaba su labio inferior para que la presencia reconfortante del talismn le infundiera nimos. 3on la lengua tocaba el marfil, tallado por ambas caras& pod!a seguir el contorno de la mgica ballena dibujada, y estaba convencido de que su compa*!a le aseguraba buena suerte& estaba en lo cierto, porque, cuando pas rpidamente, tan cerca de la ballena que #sta hubiera podido saltar hacia adelante y aplastarlos a #l y al %aya% con un solo movimiento de su gigantesca cola, la pere;osa bestia mantuvo la cabe;a bajo el agua y ni siquiera se molest en mirar aquella nimiedad que se mov!a en el mar, tan cerca de ella. 3uando el %aya% hab!a pasado de largo, sin sufrir da*o alguno, la ballena levant su cabe;a enorme, arroj grandes cantidades de agua, abri la boca en una especie de

-gina 66 de ?@0

Alaska

James A. Michener

boste;o indiferente, y Tgru%, que hab!a mirado hacia atrs alertado por el ruido del agua, pudo ver la magnitud de la boca a la que hab!a escapado y su tama*o le horrori; . Burante su juventud hab!a ayudado a descuarti;ar cuatro ballenas, dos de ellas de gran tama*o, pero ninguna ten!a la cabe;a o la boca tan grandes. La caverna se mantuvo abierta durante casi un minuto, como una cavidad oscura capa; de engullir un %aya% entero& despu#s se cerr , casi so*olienta, lan;ando un chorro de agua vacilante. +l enorme animal volvi a hundirse bajo la superficie del agua& y continu nadando hacia donde Tgru% sospechaba que esperaban sus compa*eros con el umia%. 'l apret la marcha, haciendo tintinear el amuleto contra sus dientes. Ahora estaba al este de la ballena, segu!a rumbo norte, y se hab!a adentrado tanto en el mar que ya no pod!a ver ni los promontorios de la aldea ni la costa opuesta. )e encontraba solo en el vasto mar del norte, sin ms apoyo que su disco labial y la esperan;a de ayudar a su pueblo en la ca;a de aquella ballena. 3omo era pleno verano, no tem!a que de repente la ballena se perdiese en la oscuridad, pues, mientras remaba, de ve; en cuando miraba por encima del hombro a la bestia perseverante y, bajo la lu; plateada del verano interminable, se aseguraba de que segu!a viajando hacia el norte con #l& sin embargo, cada ve; que miraba a la ballena ve!a otra ve; su boca monstruosa, aquella caverna negra que dejaba entrever el otro mundo, sobre el cual el chamn les alertaba a veces cuando entraba en trance. La e$periencia de viajar hacia el norte, en medio del rumor grisceo de la medianoche rtica, seguido por una ballena oscura, a trav#s del profundo oleaje del mar, pon!a a prueba el valor de un hombre, pero Tgru% estaba decidido a comportarse correctamente& sin embargo, sin la presencia tranquili;adora de su amuleto, se hubiera echado atrs. Al amanecer, la ballena continuaba dirigi#ndose al norte, y, antes de que el sol llegara mucho ms arriba del hori;onte, donde hab!a estado durante la noche, a Tgru% le pareci que hacia el nordeste se ve!a algo parecido a un umia%, por lo que dej de vigilar a la ballena y comen; a remar fren#ticamente hacia la supuesta embarcaci n. Dab!a acertado, pues, en cierto momento, tanto #l como el umia% quedaron en la cresta de sendas olas y entonces pudo ver a los seis remeros, que a su ve; le divisaron a #l. Agit el remo en alto, hi;o la se*al que indicaba que se hab!a locali;ado una ballena y luego les mostr su rumbo. +l umia% se dirigi hacia el oeste con asombrosa rapide;, con la intenci n de interceptar al leviatn, y no prest ninguna atenci n a Tgru%, porque lo importante no era el mensajero sino la ballena. Tgru% lo entendi & se puso a remar para que el frgil %aya% pudiese alcan;ar el umia% justo cuando #ste llegara junto a la ballena, y entonces se desarroll un drama en tres partes: los hombres de la embarcaci n grande jadeaban de entusiasmo, la ballena les preced!a majestuosa, ajena al peligro que le acechaba, y el solita8 rio Tgru% remaba con furia, sin saber qu# papel tendr!a en la reyerta inminente. A su alrededor, se e$tend!a en todas direcciones la suave superficie del mar Ortico, en la que no se ve!an ni los icebergs de la primavera, ni pjaros, ni promontorios, golfos o bah!as. +n la vasta soledad septentrional, aquellos seres del norte se dispon!an a luchar. 3uando el urnia% lleg a las pro$imidades de la ballena, los hombres no pudieron apreciar el tama*o del monstruo, porque pod!an ver la cabe;a y la cola, pero nunca el cuerpo en toda su longitud, lo que les hi;o creer que se trataba de una ballena normal. )in embargo, cuando estuvieron ms cerca, la ballena emergi de repente, ignorando todav!a su presencia, y, por motivos desconocidos, arque el cuerpo, que emergi completamente por encima del agua. Luego, gir de costado con una fuer;a tremenda, como si intentara rascarse el lomo y, con un chapu; n gigantesco, volvi a sumergirse en el mar. +ntonces los seis esquimales comprendieron que se enfrentaban a una ballena e$cepcional, que proporcionar!a a su aldea la comida de varios meses, si lograban capturarla.

-gina 6L de ?@0

Alaska

James A. Michener

+l suegro de Tgru% ten!a que dar s lo unas pocas rdenes. Fa estaban preparadas las vejigas de foca infladas, con las que intentar!an impedir el avance de la ballena, en el caso de que pudieran arponearla. 3ada uno de los cuatro remeros ten!a a mano las lan;as que iban a utili;ar cuando se arrimaran a ella, y el alto y apuesto )ha%tuli% se ergu!a en la proa del umia%, con las rodillas apoyadas contra la borda del bote, y sosten!a en sus fuertes manos el arp n, dispuesto a clavarlo en los rganos vitales de la ballena. Tgru% les segu!a, mucho ms atrs. +l arp n que )ha%tuli% sosten!a con tanto cuidado era un arma poderosa, con el asta rematada por un tro;o de s!le$ afilado, al que segu!an unas p"as en forma de an;uelo, talladas en marfil de morsa. -ero aquel arma letal no pod!a arrojarse con un movimiento de la mano, como si biese una lan;a, porque no servir!a de nada, pues no alcan;ar!a suficiente fuer;a para perforar la gruesa piel de la ballena, protegida por la grasa& el milagro del sistema utili;ado por los esquimales no era el arp n, sino el propulsor con que se impulsaba, que permit!a ingeniosamente triplicar o cuadruplicar la potencia del asta eri;ada de p"as. +l propulsor consist!a en un tro;o delgado de madera, de unos setenta y cinco cent!metros de longitud, al que se daba forma cuidadosamente y que estaba pensado para aumentar considerablemente el alcance del bra;o. +l e$tremo posterior ten!a una especie de ranura en la que encajaba el mango del arp n, y quedaba ajustado al codo fle$ionado del arponero. +l arp n se apoyaba en la madera, que recorr!a el bra;o y alcan;aba hasta ms all de la punta de los dedos. 3erca del e$tremo delantero hab!a un apoyo para el dedo, que permit!a mantener el control del arp n y del tro;o de madera& a poca distancia, hab!a un tro;o ms pulido en el cual el hombre, cuando iba a efectuar su lan;amiento, colocaba el pulgar y sujetaba con #l el largo arp n. +l arponero tomaba apoyo, e$tend!a hacia atrs, hasta donde alcan;aba, el bra;o derecho con el que sujetaba el propulsor y se aseguraba de que el e$tremo posterior del arp n encajara bien en la ranura. +ntonces describ!a un ancho arco con el bra;o, no de arriba a abajo, como se podr!a suponer, sino paralelo a la superficie del mar, y lan;aba la mano con rapide; hacia adelante hasta que, en el momento preciso, soltaba el arp n& como la palanca propulsora duplicaba la longitud de su bra;o, cuando arrojaba contra la ballena el arma rematada de s!le$, #sta alcan;aba tanta fuer;a que pod!a atravesar el pellejo ms grueso. 3on este complicado m#todo se pod!a manejar el arp n de forma muy parecida a la que, doce mil a*os despu#s, utili;ar!a el peque*o Bavid para lan;ar una piedra contra el gran <oliat. A veces se necesitaban a*os de prctica para lograr algo de punter!a, pero cuando consegu!an dominarse a la ve; los diferentes movimientos, aquel arp n honda se convert!a en un arma mort!fera. -arece incre!ble que el hombre primitivo lograra inventar un instrumento tan curioso y complicado, pero as! lo hicieron los ca;adores de varios continentes, en versiones muy parecidas, aunque se les dio a todas el nombre del arma que descubrieron en 4#$ico los europeos: el atlatl. Aquellos hombres, que no sab!an nada de ingenier!a ni de dinmica, dedujeron de alguna manera que la eficacia de los arpones se triplicar!a si, en ve; de arro8 jarlos directamente, los cargaban en un atlatl y los lan;aban hacia adelante 3R4R si utili;aran una honda. )obrecoge la fuer;a intelectual de un descubrimiento tan complejo, pero no hay que olvidar que, durante .00.000 a*os, los hombres pasaron la mayor parte de su vida ca;ando animales para poder alimentarse& era su actividad ms importante, as! que no es tan sorprendente que, despu#s de e$perimentar durante /0.000 o 70.000 a*os, des8 cubrieran que el mejor modo de lan;ar un arp n era describiendo un movimiento lateral, a la manera de las hondas, casi como har!a un muchacho torpe al arrojar una pelota. Aquel d!a, el jefe esquimal hab!a calculado e$actamente c mo acercarse al blanco: planeaba hacerlo desde atrs, a partir de la posici n que ocupaban, algo a la derecha del animal, y lan;arse hacia adelante en un ngulo que permitir!a a )ha%tuli% alcan;ar un

-gina 6M de ?@0

Alaska

James A. Michener

punto vital, justo detrs de la oreja derecha, y no impedir!a que los dos remeros situados a la i;quierda arrojasen tambi#n sus lan;as, mientras el timonel, colocado un poco ms atrs que los otros, en la popa, se dispusiera asimismo a usar la suya. 3on esta maniobra, los cuatro esquimales situados en el lado i;quierdo del umia% podr!an herir al enorme animal& qui; no mortalmente, pero ser!an heridas bastante profundas, que lo debilitar!an frente a los ataques siguientes y lo har!an vulnerable hasta la victoria final. 3omen;aba una batalla de meditada estrategia. 3uando se acerc el umia%, la ballena se dio cuenta del peligro y tuvo una reacci n automtica que dej at nitos a los hombres: gir sobre su centro y movi su enorme cola sin piedad. +l jefe desvi la embarcaci n, pues sab!a que el golpe pod!a destruir el umia%& pero, de este modo, )ha%tuli%, que sujetaba su arp n en la proa del barco, qued desprotegido& y, al pasar, la mitad de la cola golpe la cabe;a y los hombros del arponero, que cay al mar. Be inmediato, con un golpe que s lo pod!a ser casual, la poderosa cola golpe con fuer;a la superficie del agua y aplast al arponero, que se hundi inconsciente en el mar, donde pereci . La ballena hab!a ganado la primera batalla. +l jefe, en cuanto comprendi el cambio de situaci n, actu por instinto. )e alej de la ballena, ote el mar para encontrar a Tgru% y, cuando vio que el %aya% estaba en el punto donde deb!a estar, dirigi el umia% hacia aquella direcci n. 8UA bordoV 8grit . Tgru% estaba ansioso por participar en el combate, pero tambi#n sab!a que la embarcaci n en la que navegaba era propiedad de su suegro. 8JF el %aya%K 8pregunt . 8B#jalo 8respondi el jefe, sin vacilar. Aunque todas las embarcaciones eran valiosas, y adems aqu#lla le pertenec!a, la captura de la ballena era de vital importancia, de modo que Tgru% se subi al umia% y abandon el %aya% a la deriva. La tripulaci n sab!a desde hac!a mucho tiempo que, en caso de que )ha%tuli% o el jefe muriesen o se perdieran en el mar, el remero principal, el primero de la i;quierda, asumir!a el lugar vacante& as! lo hi;o #ste, que dej libre su propio puesto. Tgru% supuso, al principio, que #l iba a ocuparlo, pero su suegro sab!a que no era muy hbil y se apresur a cambiar de sitio a los hombres, dejando vac!o el asiento posterior i;quierdo, donde Tgru% estar!a bajo su supervisi n directa. Be este modo no podr!a causar mucho da*o, y, con esta nueva distribuci n, casi sin pensar en el difunto )ha%tuli%, los esquimales reanudaron la persecuci n de la ballena. +l leviatn ya sab!a que le atacaban y adopt diversas estratagemas para protegerse, pero como no era un pe; y necesitaba respirar aire, de ve; en cuando ten!a que salir a la superficie& entonces le atacaban las irritantes beste;uelas del barco. ,o ten!an ning"n #$ito, pero insist!an en hacerlo, porque sab!an que, si la ballena se ve!a obligada a recha;ar constantemente sus ataques, conseguir!an que se fatigase y llegase al momento cr!tico en que, cansada de huir y e$tenuada por el asedio y arponeo constantes, ser!a vulnerable. +l desigual combate se libr durante todo el primer d!a, conscientes los hombres de que para acabar con ellos bastaba un solo movimiento de la magn!fica cola, un abrir y cerrar de aquellas inmensas mand!bulas. -ero no ten!an alternativa, ya que los esquimales, si no arrebataban su alimento al oc#ano, )e mor!an de hambre y en ning"n momento se les ocurri abandonar la lucha. Aunque el sol descend!a hacia el hori;onte septentrional, indi8 cando que hab!a llegado la noche, si as! pod!a llamrsela, los hombres del umia% continuaron su persecuci n: los seis esquimalitos prosiguieron su cacer!a de la gran ballena a lo largo de todo el crep"sculo, de color de plata, que mostr su belle;a majestuosa hasta convertirse en una aurora tambi#n plateada.

-gina 6? de ?@0

Alaska

James A. Michener

Dacia el mediod!a de la segunda jornada, el jefe calcul que la ballena se estaba cansando y era el momento de intentar un ataque magistral: una ve; ms, situ el umia% detrs de la ballena, y otra ve; avan; con fuer;a para que el nuevo arponero, #l mismo y los dos remeros de la i;quierda, pudiesen lan;ar un disparo certero. Al iniciar la marcha asest un puntapi# a la espalda de Tgru%. 8-repara tu lan;a 8gru* , mostrando su desprecio por aquel yerno inepto que buscaba afanosamente el arma, tan poco familiar para #l. 3uando comen; el ataque, Tgru% no hab!a encontrado todav!a la lan;a, porque el ocupante anterior de su asiento, al trasladarse a proa, se la hab!a llevado y no la hab!a devuelto. ,o obstante, cuando atacaron a la ballena, que pasaba por el lado derecho del umia%, el hombre situado delante de Tgru%, y su suegro, a popa, manejaron sus lan;as hbilmente y le infligieron heridas serias& Tgru% no lo hi;o, y el jefe, cuando se dio cuenta del descuido, comen; a insultarle, mientras la ballena, que sangraba por el flanco derecho, se alejaba. 8UIdiotaV U)i hubieras usado tu lan;a, no se habr!a resistidoV Burante todo el d!a, el jefe repiti tantas veces el comentario que todos los del umia% se convencieron de que la "nica culpa del segundo fracaso era de Tgru% y de su incapacidad para utili;ar correctamente una lan;a. Finalmente, la cr!tica se hi;o tan grave que el bi;co tuvo que defenderse: 8Fo no ten!a lan;a. ,o me dieron ninguna. Los dems inspeccionaron el umia% y tuvieron que aceptarlo, aunque continuaron murmurando, porque deseaban achacar a otro sus propios errores: 8)i Tgru% hubiera sabido usar la lan;a, esa ballena ya ser!a nuestra. Burante la segunda noche, que constituy una e$periencia casi m!stica, vieron de ve; en cuando a la ballena, que elevaba su cola gigantesca por encima del oleaje& el jefe reparti algo de comida y permiti que sus hombres bebieran peque*os sorbos de agua& pero, cuando vieron la escase; de las raciones que quedaban, todos comprendieron que tendr!an que hacer un esfuer;o supremo durante el d!a siguiente. A primera hora de la ma*ana, el jefe volvi a situar el umia% en la posici n preferida, un poco por detrs y al este de la ballena, y coloc hbilmente al arponero de proa en el punto que le permitir!a hacer ms da*o& sin embargo, cuando el hombre asest su golpe, la punta del arp n choc con hueso y se desvi . +l hombre sentado delante de Tgru% asest otro buen golpe, profundo, aunque no fatal, y entonces lleg el turno de Tgru%. ,ot que su suegro le daba una patada al levantarse, de modo que alarg el bra;o que sujetaba la lan;a prestada, apunt perfectamente con ella y la clav profundamente en la ballena, con todas sus fuer;as. )in embargo le faltaba e$periencia, por lo que, en ese momento de triunfo, se olvid de apoyar las rodillas y los pies contra la borda del umia%, y, para colmo, no solt la lan;a y cay al agua. 3uando se sumerg!a en el mar helado, atrapado entre el umia% y la ballena que pasaba, oy las maldiciones de su suegro, pudo ver c mo #ste arrojaba correctamente la lan;a contra la ballena y c mo evitaba caerse mientras volv!a a arrancarla con habilidad viril, para poder hundirla ms a fondo en el siguiente intento. A bordo del umia% se produjo una confusi n, porque algunos gritaban: 8UCras la ballena, que est heridaV 4ientras otros dec!an: 8U:ecojamos a Tgru%, que a"n viveV Cras una breve vacilaci n, el jefe decidi que la ballena no pod!a escapar, mientras que Tgru% no sab!a nadar, por lo que era mejor ocuparse de este "ltimo. 3uando le subieron a bordo, con su disco labial chorreando agua salada, su suegro gru* : 8Fa van dos veces que nos debes la ballena.

-gina 6I de ?@0

Alaska

James A. Michener

,o era del todo cierto, porque la ballena no estaba tan herida como cre!an y avan; rpidamente con las fuer;as que le quedaban, hasta que, al final del tercer d!a, los esquimales comprendieron que la hab!an perdido. 3omo estaban desesperados por haber estado a punto de capturar una ballena de campeonato, volvieron a culpar de la derrota a Tgru%, y otra ve; le reprocharon que no hubiera podido arrojar una lan;a a la ballena y que se hubiera ca!do& en el umia% lleno de rencor se form una leyenda: si no se hubieran detenido para rescatar a Tgru%, no hab!a duda de que hubieran conseguido capturar a aquella ballena. 8U3laroV +s tan torpe que se cay del umia% y nuestra ballena se escap mientras nos deten!amos a rescatarle. 'l escuchaba las acusaciones, mord!a el disco labial y pensaba: P)e olvidan de que fui yo quien les trajo la ballenaQ. F cuando su suegro emprendi un discurso lleno de ra;onamientos rid!culos y comen; a rega*arle por haber perdido el %aya%, Tgru% lleg a la conclusi n de que el mundo se hab!a vuelto loco: PFue #l quien me orden abandonarlo. )e lo pregunt# dos veces, y las dos veces me lo orden Q. +n aquellos tristes momentos, los ms amargos que un hombre pueda conocer, mientras los miembros de su comunidad se volv!an contra #l y le insultaban irracionalmente, culpndole por sus propios errores, Tgru% comprendi que era in"til tratar de defenderse de unas acusaciones tan irresponsables. Nuedarse en silencio no le sirvi de alivio, porque los hombres del umia% se enfrentaban ahora al problema de volver a casa, en un viaje que pod!a durar tres d!as, sin alimentos y con muy poca agua. +n el aprieto, renovaron sus ataques contra Tgru%, y un tripulante lleg a sugerir que le arrojaran por la borda para aplacar a los esp!ritus, ofendidos por su comportamiento. 8(asta ya 8ataj el jefe, ce*udo, desde la popa del umia%, aunque continu e$presando su opini n desfavorable sobre el desdichado. +ntonces los hombres vieron por primera ve;, en direcci n este, la costa del pa!s que se e$tend!a en la orilla opuesta, y que bajo la lu; del atardecer parec!a un lugar atractivo y digno de atenci n. Advirtieron que no hab!a monta*as como las que ellos hab!an conocido en su lado del mar, en el oeste, sino que estaba formado por colinas ondulantes, sin rboles, pero igual de bonitas. ,o ten!an manera de saber si el lugar estaba o no habitado y tampoco estaban seguros de poder encontrar comida, pero, como cre!an que habr!a agua, estuvieron todos de acuerdo en que el jefe encaminara el umia% all!, en busca de un lugar seguro para desembarcar. Los hombres se acercaron a la costa con much!sima aprensi n, porque no sab!an qu# pod!a ocurrir si en aquel lugar tan tentador viv!an seres humanos& cuando rodearon un peque*o promontorio junto a una bah!a, vieron, con el cora; n palpitante, que acog!a una aldea. Antes de que el jefe pudiera detener el avance del umia%, se vieron rodeados por siete veloces %aya%s individuales, que hab!an ;arpado rpidamente desde la playa. Los forasteros estaban armados y hubieran podido arrojar sus lan;as, pero el suegro de Tgru% levant por encima de su cabe;a las manos vac!as y se las llev despu#s a la boca, imitando el gesto de beber. Los forasteros comprendieron el ademn y se acercaron al umia%, para inspeccionarlo en busca de armas& al ver que Tgru% y otro hombre recog!an las lan;as balleneras y las apartaban en un mont n, permitieron que el umia% les siguiera hasta la costa, donde recibieron la calurosa bienvenida de un anciano, que evidentemente era su chamn. )e quedaron tres d!as en )hishmaref, como se llamar!a ms adelante aquel lugar, comieron alimentos muy parecidos a los que ten!an en su tierra natal y aprendieron palabras similares a las suyas. Aunque no les era fcil conversar con aquel pueblo de la costa oriental del mar de (ering, lograron hacerse entender. Los aldeanos, que eran esquimales, sin duda, e$plicaron que sus antepasados hab!an vivido durante muchas

-gina 6@ de ?@0

Alaska

James A. Michener

generaciones en la bah!a& para construir sus casas empleaban los mismos huesos que la gente de -ele%, por lo que era evidente que depend!an del mismo tipo de animales marinos. )e mostraron cordiales y, cuando se marcharon Tgru% y sus compa*eros de tripulaci n, se despidieron con emoci n sincera. <racias a aquella estancia en el este, los hombres del oeste lograron sobrevivir durante el viaje de regreso, pero el antiguo antagonismo contra Tgru% se consolid en el largo trayecto de vuelta, hasta el punto de que, cuando desembarcaron en -ele%, reinaba una opini n general: 8Canto )ha%tuli% como Tgru% se cayeron por la borda. -or culpa de los demonios malignos, perdimos al bueno y rescatamos al malo. Tna ve; en tierra, difundieron esta idea, y fueron tan persuasivos que los que les hab!an esperado en las cho;as llegaron a aceptarla y condenaron al ostracismo a Tgru%& para colmo, el hombre se encontr con un enemigo ms poderoso que los tripulantes del umia%, pues el chamn, aquella me;cla de sant n, sacerdote, mago y ladr n, comen; a divulgar la teor!a de que la causa de la muerte de )ha%tuli% hab!a sido la forma insolente en que Tgru% hab!a cru;ado por delante de la ballena, puesto que la reconocida habilidad del arponero le hac!a muy capa; de protegerse de los peligros habituales. +videntemente, ten!a que haber un hechi;o adverso levantado contra #l por alguna fuer;a maligna, y, l gicamente, el responsable ten!a que ser Tgru%. +ntonces el chamn sacudi sus ri;os largos y grasientos y delat el motivo de su ataque: susurr a varios interlocutores que no era adecuado que un hombre tan miserable como Tgru% poseyera aquel disco labial con poderes mgicos, con una ballena tallada en una de sus caras y una morsa en la otra, y comen; a desarrollar las tortuosas maniobras que le hab!an dado resultado en situaciones similares. )u objetivo inmediato, que no revelaba a nadie, ni siquiera a los esp!ritus, era apoderarse de aquel disco labial. Lament ruidosamente la muerte del arponero )ha%tuli%, llor en p"blico la p#rdida de tan noble joven y trat de procurarse la ayuda del suegro y de la esposa de Tgru%, ,u%lit, la guapa hija del jefe. -ero se encontr con problemas, porque ,u%lit, ante la sorpresa de todos, incluyendo a su padre, en lugar de situarse contra su irrefle$ivo esposo, lo defendi . La mujer se*al las diversas injusticias de los ataques lan;ados contra #l y lleg a conven8 cer a su padre de que, en cierto modo, Tgru% hab!a sido el h#roe y no el villano de la e$pedici n. JNu# ra;ones ten!a ,u%litK )ab!a que su hija no era de Tgru% y que, cuando se cas con el bi;co, a casi todo el mundo, incluido su padre, le pareci mal, pero ya llevaban cuatro a*os juntos, y en ese tiempo hab!a podido comprobar que su esposo era un hombre de gran carcter. +ra honrado. Crabajaba tanto como pod!a. Adoraba a la ni*a y la cuidaba como si fuera suya& adems, mientras otros hombres mucho ms ricos trataban con des8 precio a sus esposas, Tgru% siempre hab!a compartido con ella sus escasas posesiones. Burante aquellos cuatro a*os, hab!a comparado especialmente la conducta de Tgru% con la del padre de su hija, )ha%tuli%, y, cuanto ms observaba el comportamiento del apuesto arponero, ms respetaba a su poco atractivo marido. )ha%tuli% era arrogante, maltrataba a sus dos mujeres, ignoraba a sus hijos, y con diversas maldades hab!a demostrado su vile;a. :obaba las lan;as de los dems y se re!a. <o;aba de las mujeres ajenas y las desafiaba a resistirse. Aunque su valent!a era apreciada por todos, en los dems aspectos hab!a sido un hombre malo& si los otros no quer!an admitirlo, ella s!. -or eso, cuando el chamn arm un gran alboroto por la muerte de )ha%tuli%, ella le observ , le escuch y dedujo qu# estaba tramando aquel hombre malvado. 3uriosamente, aunque estaba convencida de la bondad de Tgru%, no pod!a admitir que fuera inteligente y, por eso, en ve; de hablar con su marido, comunic sus temores a su padre:

-gina L0 de ?@0

Alaska

James A. Michener

8+l chamn quiere e$pulsar de -ele% a Tgru%. 8JF por qu# har!a una cosa as!K8-orque quiere algo que pertenece a Tgru%. 8JNu# puede quererK +se tonto no tiene nada. 84e tiene a m!. 3on gran instinto, ,u%lit hab!a descubierto el otro motivo del chamn para querer deshacerse de Tgru%. 3iertamente, ambicionaba su hermoso disco labial, pero era s lo para ampliar sus poderes chamnicos y para incrementar su dominio sobre el pueblo. -ara s! mismo, un hombre que viv!a aislado en una casucha al borde de la aldea, deseaba a ,u%lit, con su hija y su relaci n privilegiada con el jefe. ,u%lit le parec!a una de aquellas mujeres, tan pocas en su opini n, que aportan una gracia especial a todo lo que ha cen. 3uatro a*os antes se hab!a preguntado, perplejo, por qu# ella prefer!a casarse con Tgru% en ve; de convertirse en la tercera esposa de )ha%tuli%, pero ahora comprend!a que la elecci n demostraba un carcter y una fuer;a especiales: ella quer!a ser la primera del linaje, y no ocupar el tercer puesto. y el hombre se convenci de que, si ella ten!a la oportunidad de convertirse en la mujer del chamn, colaboradora del hombre ms poderoso de la comunidad, no dejar!a escaparla. Aquel hombre estrafalario se enga*aba de mil maneras. +l mundo rtico era peligroso, y la vida y la muerte pod!an depender del #$ito en la cacer!a de una morsa& por ello, los esquimales necesitaban aplacar el esp!ritu del animal, y Jqui#n pod!a hacerlo, si no el chamnK +ra #l quien pod!a alejar las peores ventiscas del invierno y quien pod!a atraer las lluvias que calmasen la sequ!a estival. ) lo #l pod!a asegurar que una mujer sin hijos quedara embara;ada o que su criatura fuera un var n. 3on toda convicci n, identificaba a los esquimales pose!dos por los demonios y, a cambio de un buen precio, los e$orci;aba justo antes de que el clan se levantara para castigar al aturdido portador del mal. Bos veces, en circunstancias e$tremas, hab!a descubierto que la "nica esperan;a de supervivencia del clan consist!a en aplacar a los esp!ritus y, sin ning"n escr"pulo, hab!a identificado al responsable, a quien tuvieron que eliminar. ,ing"n habitante de -ele% se hubiera atrevido a desafiar a aquel d#spota, porque sab!an que el mundo estaba gobernado por fuer;as e$tra*as, y el chamn era el "nico capa; de dominarlas o, cuando menos, de conquistarlas de manera que hicieran el m!nimo da*o. Be ese modo, cumpl!a varias funciones "tiles: cuando mor!a un esquimal, el chamn, mediante complicados rituales, conduc!a a su esp!ritu hasta su lugar de descanso, y aseguraba al clan que por la costa no quedar!an fuer;as malignas que pudieran alejar las focas y las morsas. +ra especialmente "til cuando los ca;adores se hac!an a la mar en sus umia%s, porque entonces sus encantamientos les daban fuer;a y los proteg!an contra los esp!ritus malignos que pudiesen acarrear el desastre a la cacer!a, de por s! peligrosa. +n lo ms profundo de los inviernos ms fr!os, cuando toda vida parec!a haber desaparecido de la Cierra, el clan renovaba sus esperan;as al verle aplacar a los esp!ritus para que se impusieran a los mares helados y trajeran de nuevo a -ele% las brisas clidas de la -rimavera. ,inguna comunidad pod!a sobrevivir sin un chamn poderoso. -or eso, incluso los que sufr!an bajo sus manos reconoc!an la importancia esencial de los ministerios del chamn. A lo sumo, dec!an: PLstima que no sea ms amableQ. +l chamn de -ele% hab!a comen;ado a dominar a las otras personas de un modo pausado, casi accidental. 3uando era ni*o se dio cuenta de que era distinto, porque, a diferencia de los dems, #l pod!a adivinar el futuro. Cambi#n era sensible a la presencia de las fuer;as del bien y las fuer;as malignas. )obre todo, a temprana edad hab!a descubierto que el mundo es un lugar misterioso, que las grandes ballenas van y vienen seg"n unas reglas que ning"n hombre, por s! solo, puede desentra*ar, y que la muerte golpea de forma arbitraria. 3omo a todos, le

-gina L. de ?@0

Alaska

James A. Michener

preocupaban esos misterios, pero #l, a diferencia de los otros hombres, se propuso dominarlos. -ara ello, recogi objetos que encerraban poderes y daban buena suerte, lo que estimulaba su intuici n& por eso, ahora deseaba el poderoso amuleto de Tgru%. 3osi un saquito con brillantes pieles de castor, que llen con piedras escogidas y fragmentos especiales de hueso. Aprendi a silbar como los pjaros. Besarroll sus poderes de observaci n hasta que fue capa; de apreciar relaciones y situaciones que los dems no ve!an. Tna ve; seguro de que pod!a ser un buen chamn, se entren en el arte de hablar con voces diferentes y hasta de proyectar la vo; de un sitio a otro& de este modo, las personas que ven!an a consultarle, atemori;adas y angustiadas, cre!an o!r que los esp!ritus resolv!an sus problemas. -restaba un buen servicio a su comunidad. +n efecto, parec!a que su "nica debilidad era su deseo insaciable de poder y ms poder& y la primera persona de la comunidad que descubri e identific su flaque;a, hab!a sido la joven ,u%lit. 3omen; preocupndose por su esposo, desamparado ante el poderoso chamn, pero no tard en preocuparse por s! misma. 3uando se dio cuenta del aut#ntico peligro, pidi a su padre que la acompa*ara a dar un paseo junto al mar, que comen;aba a cubrirse de hielo. 8J,o te das cuenta, padreK ,o se trata de Tgru% ni de m!. Lo que #l busca, en realidad, es tu poder. +l jefe, cuyo cargo era de gran importancia en todas las comunidades esquimales, se ri de los temores de su hija: 8Los chamanes se encargan de los esp!ritus y los jefes, de la ca;a. 84ientras sean cargos separados. 8+l chamn en un umia% no servir!a para nada, y, en un %aya%, estar!a indefenso. 8-ero, Jy si dominara a los que tripulan el umia%K ,u%lit no consigui convencer a su padre, que pensaba solamente en conseguir ms comida antes de que llegara el invierno, y adems le vio muy poco durante las semanas siguientes, porque #l y sus hombres iban a menudo a alta mar, donde ya se estaba formando hielo& para alivio de los dos, logr traer a casa varias focas gordas y una morsa peque*a. +l chamn bendijo la ca;a y e$plic al pueblo que el #$ito de la cacer!a se deb!a a que, esta ve;, Tgru% se hab!a quedado en tierra. +l invierno fue dif!cil. 3omo no hab!an conseguido una ballena, en la aldea de -ele% faltaban muchas cosas necesarias& adems, cuando se instal la larga noche, se form hielo s lido a lo largo de la costa, hasta bastante adentro en el mar. -ele% se levantaba en el e$tremo oriental de la pen!nsula 3hu%chi, algo al sur del 3!rculo Ortico& en aquella latitud, el sol se asomaba brevemente incluso en pleno invierno, aunque era una esfera fr!a y vacilante que daba poco calor. 3omo si le asustase aventurarse tan al norte, el sol desapa8 rec!a al cabo de dos horas escasas, y durante otras veintid s horas volv!a la oscuridad helada. +l fr!o produc!a un efecto espectacular en el mar: el oc#ano, adems de congelarse, se agitaba y fracturaba, y cambiaba hasta el punto de que en su superficie se al;aban fantasmag ricamente grandes bloques de hielo, ms altos que las p!ceas del sur, erguidos como estructuras que hubiese arrojado un gigante mal#volo. impresionaba el efecto de aquella superficie mellada y rota, que no pod!a recorrerse en trineo durante mucha distancia, sin tener que rodear una de las enormes torres de hielo. +ntre los grandes bloques quedaban ;onas amplias donde el mar se hab!a congelado formando una superficie plana, y all! se dirig!an los hombres y las 4ujeres a pescar con sus ca*as& con unas varas resistentes, que se transmit!an de generaci n en generaci n, romp!an el hielo y abr!an paso hasta el agua, formando unos huecos en los que dejaban caer los an;uelos de marfil de sus ca*as, con las que pescaban su comida para el invierno.

-gina L/ de ?@0

Alaska

James A. Michener

:esultaba muy duro e$cavar los agujeros, y hab!a que pasar un fr!o intenso durante horas y horas, mientras esperaban que picase un pe;& pero los de -ele% ten!an que elegir entre soportar esa tarea, o pasar hambre. Los esquimales imitaban la prudencia de los siberianos que les hab!an precedido y, durante las largas horas de oscuridad, dorm!an mucho para conservar las fuer;as& sin embargo, algunas veces, alg"n grupo de hombres se aventuraba por el hielo hasta donde hab!a agua, y all! intentaba atrapar una o dos focas, para compensar con las propiedades nutritivas de su grasa las carencias de la dieta habitual. 3uando consegu!an una presa, inmediatamente la abr!an en canal, se com!an el h!gado y despu#s acarreaban a trav#s del hielo las tajadas de carne y de grasa, hasta la aldea& a medida que se acercaban a -ele%, iban dando gritos para comunicar la noticia de su #$ito. +ntonces las mujeres y los ni*os corr!an a la playa y se adentraban en el hielo, para ayudarles a arrastrar hasta casa la carne tan esperada& y, durante dos d!as enteros, los de -ele% go;aban del banquete. ,o obstante, la mayor parte del tiempo, en aquellos inviernos dif!ciles, los esquimales de -ele% no se alejaban de las cho;as, iban retirando la nieve que amena;aba enterrarlos y permanec!an acurrucados junto a las d#biles fogatas. Los esquimales de aquella parte del norte no viv!an en igl"s& esas ingeniosas viviendas de hielo, a veces tan bellas con sus espl#ndidas c"pulas, llegaron ms adelante y se construyeron solamente en regiones situadas miles de %il metros al este. Dace .6.000 a*os, los esquimales viv!an en cho;as e$cavadas en el suelo, con unas estructuras superiores hechas de madera, huesos de ballena y pieles de foca, muy parecidas a las que .L.000 a*os antes, en tiempos de 9arna%, usaban los siberianos. Los miedos y las supersticiones nac!an en la oscuridad del invierno, y cuando mejor funcionaba la brujer!a del chamn era en aquella situaci n de inactividad for;ada y nerviosa. )i una mujer embara;ada ten!a un parto dif!cil, #l sab!a qui#n era el culpable y lo identificaba sin vacilar. Nue viviera o muriera no depend!a de #l sino del consenso de la comunidad, pero #l pod!a influir en la decisi n adoptada. )e quedaba solo en la caba*a que ten!a en los l!mites de -ele%, lejos del mar, al que rehu!a, y se sentaba entre sus guija8 rros F sus encantamientos, sus tro;os de hueso y sus preciosos marfiles, sus ramitas de lamo que por casualidad hab!an crecido adoptando formas premonitorias& all! tramaba sus hechi;os. Aquel invierno intent embrujar primero a Tgru%& ten!a motivos serios para hacerlo, porque Tgru%, con sus modales suaves y su bi;quera, era el tipo de hombre que pod!a llegar a ser chamn. F tambi#n pod!a moverlo a ello el amuleto que llevaba en el labio. Lo mejor era obligarle a abandonar la aldea. +ra una tctica inteligente, porque, adems, si Tgru% hu!a, era -oco probable que su atractiva esposa le acompa*ase. )e quedar!a en el pueblo, sin duda, y el chamn podr!a apoderarse de la fuer;a de ,u%lit, y entonces su padre ser!a vulnerable ante #l. Boce mil a*os antes del nacimiento de 3risto y once mil a*os antes de la refinada cultura ateniense, los hombres y mujeres de -ele% comprend!an plenamente los motivos que impulsan la conducta humana. 9aloraban la relaci n que los ligaba a la tierra, al mar y a los animales que los habitan. ,adie comprend!a aquellas fuer;as mejor que el chamn, a no ser aquella e$tra*a joven que le obsesionaba, ,u%lit. 8Tgru% 8susurr ella, en la oscuridad de la cho;a8, creo que si nos quedamos otro a*o en la aldea, #l nos har la vida imposible. 84e odia. +st poniendo a todos los hombres contra m!. 8,o, en realidad odia a #se 8replic ,u%lit, mientras se*alaba al lugar donde dorm!a su padre.

-gina L7 de ?@0

Alaska

James A. Michener

,u%lit asegur a su marido que, aunque #l era el primero en la lista del chamn y ella la segunda, no eran ms que objetivos secundarios, mediante los cuales el hechi;ero intentaba alcan;ar lo que realmente le importaba. 8JNu# es lo que intentaK 8Bestruir a mi padre, y quedarse con su poder. 3uando Tgru%, guiado por su esposa, comen; a desenmara*ar la trama, comprendi que ella ten!a ra; n y comen; a desarrollar una rabia silenciosa. -ero se hallaba indefenso para idear alg"n modo de defender a ,u%lit y a s! mismo de los primeros asaltos del chamn& tampoco pod!a proteger a su suegro contra el ataque principal del brujo. +l chamn ten!a una importancia esencial en la aldea& cualquier cosa que le perjudicara pon!a en peligro a toda la comunidad. -or lo tanto, Tgru% estaba parali;ado. 4s tarde, su furia inicial se convirti en una especie de dolor sordo, en un desasosiego que nunca abandonaba su mente y que produjo en #l una reacci n curiosa. +l bi;co comen; a recoger, en la nieve que rodeaba la cho;a de su suegro, huesos de ballena y remos de madera arrastrados por el mar durante el verano anterior. Cambi#n adquiri pieles de foca y tendones de animales y, mientras reun!a furtivamente aquellos objetos, fue elaborando un plan. :ecordaba el hospitalario grupo de cho;as de la orilla oriental del mar, donde se recobraron #l y sus compa*eros de ca;a cuando ya no les quedaban provisiones, y siempre pensaba: PAll! estar!amos mejorQ. 3uando hubo reunido subrepticiamente suficientes elementos y pudo estudiar seriamente c mo utili;arlos, tuvo que confiarse a ,u%lit y a su padre& entonces e$puso una idea revolucionaria: 8J-or qu# no construimos un %aya% con tres aberturasK Los hombres ir!an en la popa y en la proa, remando. ,u%lit y la ni*a estar!an en el medio. +l suegro recha; inmediatamente aquella idea absurda. 8Los %aya%s tienen una sola abertura. )i quieres tres, te construyes un umia% abierto. -ero Tgru%, aunque parec!a tonto, comprend!a que las convenciones ten!an menos importancia que la necesidad. 8+n alta mar, si un umia% se hunde, la gente se ahoga. -ero a un %aya% bien cosido, se le da la vuelta y sale a flote: entonces sobreviven todos. 83omo su suegro continuaba insistiendo en el umia%, Tgru% manifest , con una fuer;a asombrosa8: ) lo un %aya% puede salvarnos. +l padre tuvo que 3ambiar el tema de discusi n, para salvar su orgullo: 8JB nde ir!amos si tuvi#semos ese %aya%K 8Dacia all 8respondi Tgru%, sin vacilar. +n aquel momento trascendental, mientras Tgru% se*alaba con su !ndice i;quierdo hacia el este, por encima del mar helado, #l y su familia tomaron la decisi n de abandonar la aldea para siempre. Tgru% comen; a construir un %aya%& cuando la noticia lleg a o!dos del chamn, el hombre, con sus melenas y sus harapos malolientes por la suciedad y el uso continuado, se arrodill entre sus objetos mgicos, comen; a urdir hechi;os y formul preguntas inquisitivas por toda la comunidad: 8J-or qu# est construyendo un %aya%K JNu# males est tramando Tgru% el bi;coK 8+l tonto de mi yerno perdi mi estupendo %aya% el verano pasado, cuando persegu!amos aquella ballena 8respondi descaradamente el jefe, al o!r aquella insinuaci n8. Le he obligado a darme uno nuevo. +l jefe se compromet!a con esta mentira. 'l tambi#n estaba dispuesto a abandonar -ele% para siempre y probar suerte al otro lado del mar, aunque sab!a que all! ya no gobernar!a. Cendr!a que renunciar a la serena gloria de dirigir las decisiones de su pueblo. +n la pesca de las ballenas, habr!a otros hombres en la popa del umia%& y hombres mejores,

-gina L6 de ?@0

Alaska

James A. Michener

ms j venes y fuertes, ca;ar!an morsas y trocear!an la carne en la matan;a. +l jefe era ms consciente que su hija o su yerno de lo mucho que dejaba si escapaban, pero tambi#n sab!a que, si el chamn se volv!a contra #l, ya no tendr!a ning"n poder. 3uando el mago se dio cuenta de que el nuevo %aya%, cuyo arma; n ya pod!a verse sobre la nieve, iba a tener tres aberturas, comprendi que pensaban escapar de su dominio todas las personas contra las que maquinaba su plan& y, a finales del invierno, justo antes de que se fundiera el hielo en alta mar y pudieran usarse de nuevo los %aya%s y los umia%s, decidi pasar a la acci n contra los aspirantes a fugitivos: se adelant auda;mente para marcar su autoridad. 8Los %aya%s nunca han tenido tres aberturas& los esp!ritus recha;an una adulteraci n as!. J-or qu# lo han hechoK +l jefe piensa huir de -ele% y, sin su habilidad para la ca;a, pasaremos hambre. Al escuchar aquellas palabras, todos sab!an que el chamn intentaba sentenciar al jefe a una e$istencia cruel: tendr!a que quedarse en la aldea y dirigir la ca;a, pero tambi#n tendr!a que ceder vergon;osamente su jefatura al chamn. )er!a un hombre libre durante las cacer!as, pero en todo lo dems ser!a un prisionero bajo sospecha. )olamente la fe absoluta que aquellos esquimales sent!an por su chamn -od!a hacer posible un castigo tan diab lico& ante #l, el "nico recurso que -od!an encontrar el jefe o sus hijos era huir. -or eso se apresuraron a construir el %aya%, y, a mediados de la primavera, cuando se fundieron las nieves y el mar empe; a dar muestras de librarse de su cubierta helada, Tgru% y el jefe trabajaron afanosamente para completar la embarcaci n. 4ientras tanto, ,u%lit, que hab!a sido en cierto sentido la instigadora de la marcha, recog!a todos aquellos objetos necesarios que, durante la traves!a cargar!an a su lado ella y su hija. Al darse cuenta de que la carga tendr!a que ser pat#ticamente reducida, mientras se ve!an obligados a abandonar tantas cosas, sinti pena, pero no disminuy su decisi n. Be haber tenido alguna duda o de haber estado descontenta con su esposo, ,u%lit habr!a tenido bastantes e$cusas para abandonar el proyecto durante aquella primavera, porque el chamn comen; a poner en prctica su plan para deshacerse de Tgru% y marginar a su padre. 3uando ya casi hab!a desaparecido el hielo del mar y comen;aban a brotar las flores, un d!a el chamn se present en la caba*a del jefe, acompa*ado por tres hombres j venes que cargaban con un %aya% usado, de una sola abertura& ech la cabe;a hacia atrs como si hablase con los esp!ritus y grit con una vo; spera: 8UTgru%V C", que con tus actos malvados dejaste que la gran ballena escapase, t", que traes desgracias a -ele%: los esp!ritus que nos gu!an y los hombres de esta aldea han decidido que tienes que abandonarnos. Los vecinos, que hab!an salido de las cho;as cercanas y se hab!an congregado all!, ahogaron una e$clamaci n al o!r aquella dura condena, y hasta el jefe, que tantas veces y tan capa;mente hab!a dirigido a su pueblo, tuvo miedo de hablar. -ero, en medio del silencio temeroso que se form , ,u%lit se plant junto a su esposo y abra; a su hija de cuatro a*os: hi;o saber, con aquel simple gesto, que, si Tgru% era e$pulsado, ella le acompa*ar!a. +l chamn pretend!a que Tgru% se marchara inmediatamente, pero su plan se vio frustrado por aquel cambio inesperado, y los visitantes se retiraron algo confundidos, llevndose el %aya%. )in embargo, a pesar del momentneo contratiempo, el chamn no renunci a la idea de reorgani;ar la aldea y hacerse con una mujer, de modo que, aquella noche, en medio de la oscuridad, se escurrieron hasta la casa del jefe algunos j venes a los que no se identific y destro;aron casi completamente el nuevo %aya% de tres pla;as. -or la ma*ana temprano, ,u%lit, que hab!a salido en busca de le*a, fue la primera en descubrir aquel acto vandlico, pero no se asust al ver lo que el chamn hab!a causado.

-gina LL de ?@0

Alaska

James A. Michener

3omo su cho;a, aparentemente, estaba condenada por los esp!ritus que custodiaban la aldea, era consciente de que pod!a haber gente espindola, as! que prosigui su camino hacia la playa, en busca de la madera que el mar hubiera arrojado tras el deshielo, y volvi a casa en cuanto hubo reunido una bra;ada. Bespert a los hombres, y les advirti de que no se lamentaran p"blicamente cuando viesen qu# hab!a ocurrido con el %aya%. Tgru% y su suegro salieron en silencio a inspeccionar los da*os, y el primero decidi que las partes rotas del arma; n se pod!an cambiar y la piel desgarrada se pod!a reparar. Cres d!as despu#s, los dos hombres hab!an vuelto a reconstruir el %aya%, pero esta ve; lo introdujeron a medias en la caba*a& Tgru% dormir!a sentado en el agujero que quedaba fuera de la vivienda y apoyar!a la cabe;a sobre los bra;os, cru;ados por encima del borde de la abertura. Los esquimales, tanto los de aquel per!odo como los de #pocas posteriores, eran un pueblo pac!fico que no comet!a asesinatos& por ello, aunque el chamn pod!a declarar la guerra contra los dos hombres, no pod!a matar ni ordenar que los matasen. ,adie lo habr!a tolerado. )in embargo, su condici n de chamn le daba derecho a alertar a su pueblo contra las personas que pudieran acarrear desgracias a la aldea& eso hi;o, con vehemencia y con eficacia. 3oment que la bi;quera de Tgru% demostraba su maldad y, cuando grit : PKNu# otro motivo -odr!an tener los esp!ritus para desviar la mirada de un hombreKQ, su auditorio se divirti mucho porque el chamn mismo bi;que durante un momento, con lo que su cara se volvi a"n ms fea. )e dudaba mucho de no incluir en sus parrafadas una sola palabra contra el =efe, al que alababa efusivamente por su habilidad en la direcci n de los umia%s& de hecho, intentaba introducir una cu*a entre los dos hombres, y lo habr!a conseguido, si no hubiese cometido un error crucial. Tna tarde se acerc a ,u%lit, que recog!a las primeras flores del a*o, movido por su deseo cada ve; mayor de conquistarla& le cautivaron la belle;a morena de la mujer y su forma armoniosa de moverse aqu! y all por la pradera, en busca de los brotes de la primavera, y, contra toda prudencia, se abalan; torpemente sobre ella e intent abra;arla. 3omo ,u%lit, de muchacha, hab!a estado con varios j venes de gran atractivo e incluso hab!a sido durante algunos meses la mujer del apuesto )ha%tuli%, sab!a c mo eran los hombres y nunca, ni con el mayor esfuer;o de la imaginaci n, hubiera imaginado a aquel chamn repulsivo como su pareja. -or otra parte, en Tgru% hab!a descubierto al tipo de compa*ero que cualquier mujer querr!a conservar, a pesar de sus evidentes defectos. +ra delicado, pero valiente& amable con los dems, pero resuelto cuando tomaba una decisi n. Dab!a demostrado su valent!a al desafiar al chamn y hab!a demostrado su habilidad al construir el %aya% nuevo, y ,u%lit, ya en la plena madure; de los veinti"n a*os, se sab!a afortunada por haberle conocido. -or su parte, el chamn, sucio, con su pelo grasiento y sus harapos malolientes, ten!a muy pocos atractivos, al margen de su relaci n privilegiada con los esp!ritus y su capacidad de hacer que trabajasen en su provecho. 3uando ,u%lit sinti que #l la agarraba, se dio cuenta de que tambi#n pod!a desafiar aquellos poderes. 89ete, asqueroso 8le dijo, mientras le empujaba con fuer;a. +ntonces, asqueada, cometi una falta de prudencia: se ri de #l, algo que el hombre no pod!a tolerar. +l chamn retrocedi , tambalendose, y jur destruir a aquella mujer y a todos sus compa*eros, incluyendo a la ni*a inocente. La aldea de -ele% no volver!a a saber de aquellos seres malvados. Tna ve; en su cho;a situada al margen del pueblo, donde viv!a en comuni n con las fuer;as que gobernaban el Tniverso, lleno de ira fue ideando un plan tras otro para castigar a la mujer que le hab!a desde*ado. -ens en venenos, pu*ales y naufragios,

-gina LM de ?@0

Alaska

James A. Michener

hasta que finalmente cedieron sus pasiones ms salvajes y decidi que, al d!a siguiente, al amanecer, convocar!a a los aldeanos y pronunciar!a un anatema absoluto contra el jefe, su hija, el esposo y la ni*a. -ensaba recitar una lista de todas las maldades que hab!an cometido para acarrear la desgracia a la aldea y provocar la enemistad de los esp!ritus. Nuer!a infundir gran violencia a sus acusaciones, de modo que el p"blico, Finalmente, en su frenes! olvidara la aversi n de los esquimales por el asesinato y decidiera matar a aquellas cuatro personas a fin de evitar el castigo de los esp!ritus. )in embargo, al amanecer, cuando comen; a convocar a los aldeanos para llevarlos hasta la cho;a del jefe, donde pensaba efectuar sus denuncias se encontr con que la mayor!a estaban ya reunidos en la playa. )e abri paso entre ellos a coda;os y vio que todos miraban hacia el mar& en el hori;onte, tan lejos que no les alcan;ar!a ni el umia% ms velo;, tres siluetas encajadas en las tres aberturas de un %aya% de estilo nuevo, se dirig!an rumbo al mundo desconocido del lado opuesto. +n su frgil %aya%, los atrevidos emigrantes iban a necesitar tres d!as enteros para cru;ar desde Asia hasta Am#rica del ,orte, porque el agua estaba picada en alta mar y todav!a quedaban algunos icebergs a la deriva, en direcci n al sur& pero en aquel amanecer luminoso todo parec!a posible, y navegaban hacia el este con una alegr!a en el cora; n que nadie que no estuviera tan relacionado con el mar hubiera podido comprender. 3uando ya no se ve!a la costa de Asia y delante suyo no hab!a nada, continuaron la marcha, con el sol cayendo de pleno sobre sus caras. )e encontraban solos en alta mar, sin saber con certe;a qu# podr!a ocurrirles durante los d!as siguientes& conten!an el aliento cuando el %aya% se precipitaba por la pendiente de una ola poderosa y, cuando se encaramaba en la siguiente cresta, lan;aban una e$clamaci n de placer. +staban unidos a las focas que jugaban bajo la llovi;na, y eran parientes de las morsas que iban al norte a aparearse. 3uando vieron una ballena que lan;aba su chorro en la distancia, el jefe grit : 8,o te muevas de ah!, que volveremos por ti ms tarde. 3omo consecuencia de la precipitada marcha de -ele%, se hab!an producido dos situaciones de una gravedad tal que daban sentido a toda una vida. ,u%lit hab!a vuelto plida de espanto de su enfrentamiento con el chamn y, cuando su padre le pregunt qu# hab!a ocurrido, se limit a responder: 8Cenemos que irnos cuando se haga oscuro. 8U,o podemosV 8grit Tgru%. 8+s preciso 8fue la "nica respuesta de la mujer. ,o dijo ms, no e$plic que hab!a recha;ado al chamn y se hab!a rre!do de #l, ni confes tampoco que no pod!an continuar ocupando la cho;a, sobre la cual ella hab!a atra!do tanto peligro. Los hombres comprendieron que se hab!a rebasado alg"n l!mite y se limitaron a preguntar: 8JCiene que ser esta nocheK Al principio, ,u%lit asinti con un gesto, pero comprendi que ten!a que dar una respuesta convincente, de modo que no pudiesen rebatirla. 8,os iremos tan pronto como se duerman en la aldea. )i no, vamos a morir. La segunda ocasi n en que tuvieron que tomar una decisi n comprometida se produjo cuando los obligados emigrantes llegaron a la playa& el suegro y el yerno transportaban el %aya% en silencio, y la madre y la hija llevaban el ajuar que hab!an reunido. Los hombres echaron al agua la embarcaci n y acomodaron a ,u%lit en el espacio central, donde iba a llevar a la ni*a durante la huida& y despu#s el jefe se dirigi con toda naturalidad hacia el asiento trasero, el puesto de mando del %aya%, porque supon!a que iba a ser #l el capitn de la e$pedici n. )in embargo, Tgru% se interpuso antes de que pudiera ocupar su sitio. 8yo llevar# el tim n 8dijo Tgru% en vo; baja a su suegro, que tuvo que cederle el mando.

-gina L? de ?@0

Alaska

James A. Michener

3uando ya estaban lejos de la playa y a salvo de las represalias del chamn, l os cuatro esquimales del frgil %aya% establecieron las reglas por las que iban a regirse durante los tres d!as siguientes. A popa, Tgru% marcaba un ritmo lento y regular: doscientos golpes de remo a la derecha, seguidos de un gru*ido: PU3ambioVQ, luego, doscientos golpes de remo a la i;quierda. +n el asiento de proa, el jefe remaba con todas sus fuer;as, como si el avance dependiese solamente de #l& principalmente era #l quien impulsaba la canoa hacia adelante. ,u%lit, en el asiento central, les daba de ve; en cuando agua de beber y alg"n peda;o de grasa de foca que iban masticando mientras remaban. Alguna ve;, la ni*a intentaba subirse al borde de la abertura, para aliviar el peso que su madre ten!a que soportar, pero ,u%lit la atra!a de nuevo hacia s! y la manten!a en su rega;o por mucho que le pesara. 8)i el %aya% vuelca mientras t" ests afuera 8le advert!a8, Jc mo quieres que te salvemosK -or la noche continu el viaje, porque tanto Tgru% como su suegro eran conscientes de la importancia de seguir avan;ando en medio de la plateada oscuridad y se hab!an impuesto un ritmo lento y continuo, que manten!a la proa del bote apuntada hacia el este incluso despu#s de la puesta del sol, que en aquellos d!as del principio del verano tardaba en producirse. -ero nadie puede remar sin pausa, y, por eso, cuando sali el sol, los hom8 bres se turnaron para dormir un poco, el jefe primero y despu#s Tgru%& para dormir guardaban con cuidado el remo, tan valioso, en el interior de la embarcaci n, junto a una pierna, lo que les permit!a recuperarlo con rapide;. Burante los dos primeros d!as, ,u%lit no durmi , aunque intentaba que su hija s! lo hiciera, y se sent!a ms madre que nunca cuando la ni*a apoyaba sobre ella la cabecita so*olienta, porque ella, ,u%lit, era la "nica que pod!a proteger a su hija de la muerte en aquel mar infinito. Al mismo tiempo e$perimentaba otras dos sensaciones casi igual de intensas. Burante la arriesgada traves!a, apoyaba el pie i;quierdo contra la piel de foca que conten!a el agua, para asegurarse de que segu!a all!, y apoyaba el derecho contra el remo de repuesto, que ser!a tan necesario si uno de los hombres perd!a el suyo por accidente. )e ve!a a s! misma alargando la mano para alcan;ar el remo y drselo a su marido o a su padre. +n la vasta soledad del mar, estaba segura de que, de ocurrir un incidente as!, el remo lo perder!a su padre y no Tgru%. La ma*ana del tercer d!a, ya no pod!a mantenerse despierta, y hubo un momento en que se adormeci y cay en la cuenta de que hab!a dejado a su hija sin protecci n. 8U-adre, encrgate t" un rato de la ni*aV 8le pidi entonces a su padre. 8Crela aqu! 8intervino Tgru%, cuando su mujer iba a llevar a la ni*a hacia proa. 4ientras se dorm!a, ,u%lit pens , con lgrimas en los ojos: P,o es hija suya, pero la lleva en el cora; nQ. Burante la tarde del tercer d!a alcan;aron a ver el territorio oriental, lo que movi a los hombres a remar con ms energ!a, pero se hi;o de noche antes de que llegaran a la costa, y cuando salieron las estrellas, que les parecieron ms brillantes porque las iluminaba la esperan;a adems de su propia lu;, los cuatro silenciosos inmigrantes avan;aron con determinaci n, con ,u%lit abra;ada de nuevo a su hija, y apoyando todav!a los pies contra la seguridad que le ofrec!an el agua y el remo de repuesto. Tn poco despu#s de medianoche, se oscurecieron las estrellas, se levant viento y, en un cambio brusco del tiempo, tal como sol!a ocurrir en la regi n, se descarg s"bitamente sobre ellos una tormenta& el %aya% comen; a girar y a dar tumbos en la oscuridad, mientras se precipitaba en los hondos abismos del mar y se elevaba hasta alturas terror!ficas. Los dos hombres ten!an que remar furiosamente para impedir que volcase la frgil embarcaci n& cuando los bra;os les dol!an tanto que no se sent!an capaces de sopor8

-gina LI de ?@0

Alaska

James A. Michener

tarlo ms, Tgru% gritaba PU3ambioVQ por encima del aullido del viento& entonces, en un ritmo perfecto, cambiaban de lado y manten!an el movimiento hacia adelante. Al sentir que el %aya% se desli;aba de un lado a otro, ,u%lit estrechaba con ms fuer;a a su hija, que no lloraba ni daba muestras de miedo& aunque la peque*a estaba aterrori;ada por la oscuridad y la violencia del mar, su "nica se*al de preocupaci n era la fuer;a con que se aferraba al bra;o de su madre. +ntonces surgi una ola gigantesca de la oscuridad, y el jefe grit : 8U9olcamosV +l %aya% volc y se inclin profundamente hacia el lado i;quierdo hasta hundirse por completo bajo la gran ola. Dac!a mil a*os se hab!a decidido que el remero, en caso de que volcara un %aya%, ten!a que intentar, con un fuerte golpe de remo y con una torsi n de su cuerpo, que la embarcaci n continuara girando en la direcci n que siguiera al ;o;obrar& sumergidos en el agua oscura y helada, los dos hombres obedecieron las antiguas instruc8 ciones: lucharon con los remos y empujaron con todo su peso para que el %aya% siguiera girando. Automticamente, ,u%lit hi;o lo mismo, tal como hab!a aprendido desde su nacimiento, e incluso la ni*a comprendi que la salvaci n depend!a "nicamente de que el %aya% continuara girando: se aferr a su madre con ms fuer;a que nunca y, de este modo, ella tambi#n ayud a mantener la rotaci n. 3uando el %aya% estaba completamente sumergido, con los pasajeros cabe;a abajo en aquellas aguas estigias, se puso de manifiesto el prodigio de su construcci n: la piel de foca, cuidadosamente ajustada, mantuvo el agua por fuera y el aire en el interior& y, gracias a esto, la ligera embarcaci n continu girando, batall contra el poder terror!fico de la tempestad, y acab por endere;arse. 3uando los viajeros se enjugaron el agua de los ojos vieron, al este, las primeras se*ales del nuevo d!a& vieron tambi#n que estaban apro$i8 mndose a tierra, y al ceder las olas y al regresar la calma al mar, los hombres remaron serenamente, mientras ,u%lit estrechaba a su hija, a quien hab!a protegido de las profundidades. Besembarcaron antes del mediod!a, ignorando si la aldea que hab!an visitado en aqu ella ocasi n estaba situada hacia el norte o hacia el sur, aunque estaban bastante seguros de encontrarla. 3uando los dos hombres i;aron el %aya% a tierra, ,u%lit los detuvo un momento y sac del %aya% el remo de repuesto. Be pie entre los dos hombres, irgui el remo en el aire claro de la ma*ana. 8,o ha hecho falta 8les dijo8. Los dos sab!ais qu# ten!ais que hacer. +ntonces los abra; : primero al padre, como muestra de profundo respeto por todo lo que hab!a hecho en la antigua patria y por lo que har!a en la nueva& despu#s, a su valiente esposo, por el amor que le profesaba. As! llegaron a Alas%a aquellos esquimales morenos y de cara redonda. Dace ./.000 a*os, seg"n una cronolog!a que confirman los restos encontrados por arque logos 1el arma; n de piedra de algunas casas y hasta restos de aldeas, ocultos durante mucho tiempo2, en distintos puntos situados cerca del e$tremo alas%ano del puente de tierra, e$ist!a un grupo de esquimales diferente a otros grupos de esa ra;a tan especial. ,o est clara la causa de las diferencias& hablaban el mismo idioma que los otros esquimales, hab!an logrado adaptarse igualmente a la vida en los climas ms fr!os y, en ciertos aspectos, eran a"n ms capaces de sacar provecho de los animales de aquellas tierras y de los mares cercanos. +ran algo ms peque*os que los dems esquimales, y de piel ms oscura, como si provinieran de otra ;ona de )iberia o incluso de un territorio situado ms al oeste, en el centro de Asia& pero ya llevaban bastante tiempo en los territorios cercanos al e$tremo occidental del puente de tierra y hab!an adquirido los rasgos bsicos de los esquimales

-gina L@ de ?@0

Alaska

James A. Michener

de aquel lugar. )in embargo, cuando cru;aron hacia Alas%a, se instalaron aparte, y despertaron la suspicacia y hasta la enemistad de sus vecinos. ,o era e$tra*o que se produjera tal antagonismo entre grupos diferentes& cuando 9arna% y sus antiguos compa*eros llegaron a Alas%a, pasaron a ser conocidos como atapascos y, tal como veremos, ellos y sus descendientes poblaron la mayor parte del territorio. 4s tarde, cuando llegaron los esquimales de Tgru% y pretendieron hacer valer sus derechos sobre la costa, los atapascos les recibieron con hostilidad, pues estaban instalados all! desde hac!a mucho y monopoli;aban las mejores ;onas, entre los glaciares& y se convirti en norma que los esquimales se mantuvieran en la costa, donde pod!an mantener su antiguo estilo marinero de vida, en tanto que los atapascos se quedaban en las tierras ms productivas del interior, donde subsist!an como ca;adores. -asaban d#cadas sin que un grupo se adentrara en el territorio del otro, pero, cuando al fin entraban en contacto, sol!an producirse disturbios, ri*as e incluso muertes, normalmente con la victoria de los atapascos, que eran ms fuertes. Bespu#s de todo, hab!an ocupado aquellas tierras miles de a*os antes de que llegaran los esquimales. Aunque no se trataba del tradicional y universal antagonismo entre los habitantes de la monta*a y los de la costa, se le parec!a bastante& al grupo de Tgru% ya le resultaba dif!cil defenderse de los atapascos, que eran ms agresivos,-ero aquella tercera oleada de reci#n llegados, ms peque*os y apacibles, parec!a incapa; de protegerse de nadie. 3uando surgieron dudas sobre la posibilidad de continuar establecidos en aquella ;ona, una de las mejores de Alas%a, los doscientos miembros del clan comen;aron a plantearse el futuro. -or desgracia, precisamente en aquel momento desafortunado, el sabio que tanto reverenciaban, un anciano de treinta y siete a*os, comen; a encontrarse tan mal que ya no pod!a dirigirles, y todo qued un poco a la deriva, pues las decisiones importantes se postergaron o se abandonaron. -or ejemplo, en su emigraci n obligada, el grupo se hab!a establecido temporalmente en una ;ona muy atractiva situada al sur de la pen!nsula, que, durante los milenios en que el

-gina M0 de ?@0

Alaska

James A. Michener

crecimiento de los oc#anos hab!a llegado a sumergir el puente de tierra, hab!a constituido el e$tremo occidental de Alas%a. +n aquella #poca, el puente estaba a la vista y no hab!a oc#ano en quinientos quil metros a la redonda& en cambio, e$ist!a un recurso natural, de rique;a abundante y variada, que permiti la subsistencia del grupo. Dace unos ./.000 a*os, por motivos que qui; nunca llegaremos a e$plicarnos, en Alas%a y en el resto de la Cierra prolifer la vida animal a un ritmo desconocido hasta entonces. Dab!a una variedad e$traordinaria de especies animales, el n"mero de ejemplares era casi e$cesivo y, cosa a"n ms ine$plicable, su tama*o era much!simo mayor que el de sus descendientes. Los castores eran inmensos. Los bisontes parec!an monumentos peludos. Los alces se elevaban como torres, sus cornamentas eran grandes como algunos rboles& y los desgarbados bueyes almi;cleros alcan;aban un tama*o impresionante. Los animales grandes eran caracter!sticos de aquel per!odo, y los hombres ten!an suerte de vivir entre ellos, porque, si abat!an a un solo ejemplar, ten!an carne asegurada para muchos meses. Los mamuts, que eran con mucho los animales de mayor tama*o y de aspecto ms majestuoso, abundaban como en la #poca de

-gina M. de ?@0

Alaska

James A. Michener

9arna% el 3a;ador. A lo largo de los .L.000 a*os transcurridos desde que 9arna% hab!a perseguido sin #$ito a 4atriarca, los mamuts hab!an aumentado tanto en tama*o como en n"mero, y, en la ;ona que ocupaba en aquel momento el grupo de esquimales, hab!a tal cantidad de aquellas bestias enormes que cualquier ni*o criado en el e$tremo oriental del puente de tierra estaba habituado a ellas. Aunque no las viese cada d!a, ni siquiera cada mes, sab!a que estaban all!, junto a los grandes osos y a los leones astutos. A;a;ru% era uno de aquellos muchachos& ten!a diecisiete a*os, era alto para su edad y todos sus rasgos eran asiticos. )u pelo era de un negro ms oscuro que el de sus compa*eros& su piel, de un color ms pardo& y sus bra;os, de mayor longitud. ,o cab!a duda de que sus antepasados descend!an de los mongoles de Asia. +ra hijo del anciano moribundo, y el padre hab!a albergado la esperan;a de que el ni*o asumiera en su madure; el cargo que #l hab!a ejercido, pero a*o tras a*o se hac!a ms evidente que no iba a ser as!& #l nunca reprochaba esa incapacidad a su hijo, aunque no consegu!a disimular su desenga*o. -ese a sus esperan;as, el anciano no consegu!a determinar un aspecto en que su hijo pudiera contribuir a la vida del clan. ,o sab!a ca;ar, no pod!a fabricar

-gina M/ de ?@0

Alaska

James A. Michener

con tro;os de s!le$ afiladas puntas de flecha, y no demostraba ninguna aptitud de mando en las batallas que a veces emprend!an contra sus enemigos. 3uando quer!a, pod!a hablar con una vo; fuerte, de modo que podr!a haber dirigido las deliberaciones del grupo& pero normalmente prefer!a hablar con mucha suavidad, hasta el punto de que a veces casi parec!a afeminado. )in embargo, era un muchacho bueno, como reconoc!an tanto su padre como toda la comunidad. La cuesti n era, de hecho, de qu# le servir!a su bondad en caso de crisis. )u padre, que era un sabio, sab!a que muy pocos hombres, aunque lleven una vida normal, se libran de los grandes momentos de prueba. Los jefes natos como #l se enfrentaban continuamente con esas situaciones, y las decisiones que hab!a que tomar en el rastreo de un animal, en la construcci n de una cho;a o en la elecci n del pr $imo rumbo que seguir!a el clan, eran sometidas al juicio de sus pares. Los privilegios de la jefatura quedaban justificados por esta carga que se les impon!a. -ero tambi#n hab!a observado que el hombre com"n, el que no ten!a ninguna cualidad de mando, ten!a que enfrentarse a su ve; a momentos de equilibrio inestable. +n esos momentos, cualquier

-gina M7 de ?@0

Alaska

James A. Michener

hombre ten!a que actuar con rapide;, sin pararse a deliberar meticulosamente ni a emprender un clculo cauteloso de las posibilidades. Be repente, el mamut que estaban ca;ando se daba la vuelta y alguien ten!a que enfrentarse a #l. R bien volcaba un %aya% en el agua turbulenta del r!o, y el remero, como era habitual, impulsaba el movimiento de giro para tratar de endere;arlo& pero entonces se encontraba con una piedra y Jqu# ocurr!aK R un hombre que intentaba siempre evitar antipat!as se encontraba de pronto ante un provocador. Las mujeres tampoco estaban e$entas de tener que tomar decisiones rpidas: en un parto, el ni*o sal!a de nalgas, y, en ese caso, Jqu# hac!an las mujeres de ms edadK& o a una ni*a tardaba en llegarle su primera menstruaci n, y Jc mo se resolv!a esoK +n la fortale;a de hielo de Alas%a la vida ofrec!a desaf!os continuos a los seres humanos, de modo que A;a;ru%, a sus diecisiete a*os, ya deber!a haber desarrollado su personalidad& no era as!, sin embargo, y su padre moribundo no lograba adivinar cul iba a ser el futuro de su hijo. Tn d!a de primavera, la fatalidad quiso que los atapascos del norte reali;aran una incursi n contra el clan, justo cuando el anciano agoni;aba. )u hijo se encontraba con #l y no con los guerreros que trataban, bastante

-gina M6 de ?@0

Alaska

James A. Michener

in"tilmente, de proteger sus tierras. Al sentir acercarse la muerte, el padre le susurr : 8A;a;ru%, tienes que conducir a nuestro pueblo a un hogar seguro. Antes de que el joven pudiera responder, o siquiera comunicar a su padre que hab!a escuchado su petici n, la muerte acab con las aprensiones del anciano. Aunque no fue un combate duro, sino una mera continuaci n del hostigamiento que ejerc!an los atapascos contra los esquimales, estuvieran #stos donde estuviesen, el clan se sinti confundido porque coincidi con la muerte de quien hab!a sido su jefe durante mucho tiempo, y los hombres, sentados frente a las cho;as, se preguntaron desconcertados qu# hacer. ,adie, y mucho menos los guerreros, se dirigi a A;a;ru% en busca de direcci n o de consejo. Le dejaron solo, enfrentado al misterio de la muerte. A;a;ru% sali de la aldea mientras cavilaba sobre las "ltimas palabras de su padre, y camin hasta llegar a un arroyo que descend!a desde el glaciar situado al este. 4ientras intentaba desenredar los pensamientos que se le agolpaban en la cabe;a, mir por casualidad el torrente y se dio cuenta de que estaba casi blanco porque arrastraba miles de trocitos de piedra desprendidos de las rocas situadas frente al glaciar& se qued un rato maravillado por aquella blancura y se pregunt si representar!a alg"n tipo de presagio. 4editaba sobre esa posibilidad, hasta que vio que del barro negro de la orilla sobresal!a un e$tra*o objeto, dorado y reluciente& al agacharse para rescatarlo del cieno, vio que se trataba de un trocito de marfil, del tama*o de dos dedos. Cal ve; se hab!a desprendido del colmillo de alg"n mamut o qui; proven!a de la antigua cacer!a de una morsa, pero ten!a algo que, incluso en aquel primer momento, cuando A;a;ru% lo sosten!a, le daba una cualidad especial: por casualidad, o por obra de alg"n artista muerto hac!a ya mucho, el marfil representaba un ser vivo, tal ve; un hombre, tal ve; un animal. ,o ten!a cabe;a, pero s! se ve!a un torso, un par de piernas cortas y una mano o una garra claramente dibujada. (ajo la lu; que ya escaseaba, A;a;ru% hi;o girar el objeto, cuya realidad le dej estupefacto: era marfil, no cab!a duda, pero al mismo tiempo era algo vivo, y la posesi n de la pie;a provoc una sensaci n de respeto religioso en el joven, un

-gina ML de ?@0

Alaska

James A. Michener

nimo de desaf!o y decisi n. ,o pod!a creer que fuera casual el halla;go de aquella peque*a criatura viviente, justo el d!a de la muerte de su padre, mientras en su clan reinaba la confusi n. 3omprendi que los esp!ritus enviaban aquel presagio a alguien destinado a cumplir una tarea importante, y, en aquel instante de descubrimiento, decidi guardar el secreto. La estatuilla era peque*a y pod!a llevarla oculta entre los pliegues de su vestido de pieles de ciervo, donde pensaba guardarla hasta que los esp!ritus que la hab!an enviado le revelaran sus intenciones. 3uando se dispon!a a abandonar el arroyo, cuyas aguas turbulentas segu!an tan blancas como la leche del buey almi;clero, le detuvo un coro de voces, y supo que el sonido proven!a de los esp!ritus responsables de la suerte de su clan, los que le hab!an enviado la figurilla de marfil. 8C" sers el chamn 8le anunciaron las voces, en un susurro de hermosa armon!a que no pod!a o!r nadie ms que #l. +ntonces dejaron de cantar. 3ualquier otro esquimal hubiera estallado de j"bilo al escuchar un mensaje como aqu#l, que significaba autoridad y una relaci n permanente con los esp!ritus que controlaban la vida, pero A;ar;u% s lo sinti consternaci n. Besde su infancia, hab!a visto c mo su sabio padre se enfrentaba a los diversos chamanes que hab!an entablado v!nculos con el clan& el jefe les respetaba por sus poderes, adems de reconocer el hecho de que #l y su pueblo necesitaban la gu!a de los chamanes en los asuntos espirituales, pero no pod!a aceptar que constantemente se entrometieran en sus prerrogativas cotidianas. 8,o te acerques a los chamanes 8advirti a su hijo8. +n todo lo que tenga que ver con los esp!ritus, obedece sus instrucciones& pero, en todo lo dems, ign ralos. Al anciano le molestaban especialmente las costumbres desaseadas de los chamanes, las pieles sucias y las cabelleras grasientas que luc!an mientras oficiaban sus misterios y pronunciaban sus dictmenes. 8-ara ser sabio no hay por qu# apestar 8dec!a. F el ni*o hab!a podido comprobar en numerosas ocasiones que la afirmaci n de su padre era justa. 3ierta ve;, cuando A;a;ru% ten!a die; a*os, un esmirriado esquimal del norte se uni al clan, proclam con arrogancia que era chamn y se Rfreci a ocupar el puesto de un sabio que acababa de morir. 3omo el chamn fallecido hab!a sido algo mejor que lo habitual, la ineficacia del milagrero advenedi;o pronto qued en evidencia. ,o atra!a mamuts ni osos a las ;onas de ca;a, ni hijos varones a los lechos de las parturientas. +l esp!ritu general de la aldea no aument ni mejor , y el padre de A;a;ru% se bas en el ejemplo desafortunado de aquel hombre incapa; para condenar a todos los chamanes: 84i madre me e$plic la importancia esencial de los chamanes, y yo sigo estando de acuerdo con ella 8dec!a8. J)in su protecci n, c mo podr!amos vivir con unos esp!ritus que son capaces de atacarnosK Ahora bien, me gustar!a que los chamanes se quedaran a vivir en el bosque de p!ceas y nos protegiesen desde all!. A;a;ru% estaba de pie junto al arroyo, con la figurilla de marfil escondida contra su vientre, y en aquel momento comen; a sospechar que los esp!ritus le hab!an enviado el tesoro para confirmar la decisi n de que #l, A;a;ru%, estaba destinado a ser el chamn que necesitaban los suyos. Lo que aquello implicaba le estremeci , y trat de descartar la idea, porque el cargo entra*aba una responsabilidad demasiado grave& incluso se le ocurri vol8 ver a echar al arroyo al indeseable emisario, pero, cuando lo intent , la peque*a criatura de marfil, aun sin cara, pareci sonre!rle. F la sonrisa invisible era tan clida y cordial que A;a;ru%, aunque estaba preocupado por la muerte de su padre y por aquellos e$tra*os sucesos, se ri entre dientes, luego solt una carcajada y acab dando saltos, en medio de una alegr!a loca. +ntonces se dio cuenta de que estaba llamado 1o qui; era una orden que

-gina MM de ?@0

Alaska

James A. Michener

ten!a que cumplir2 a servir como chamn de su clan& en aquel momento, cuando A;a;ru% aceptaba espiritualmente su obligaci n, los esp!ritus le demostraron su aprobaci n por medio de un milagro. Be entre los lamos temblones que bordeaban el arroyo mgico, surgi un mamut solitario, que parec!a inmenso entre las sombras del atardecer, aunque no era de tama*o e$cepcional& no se detuvo ni se alej cuando vio a A;a;ru%, sino que sigui avan;ando, inconsciente del peligro que acarreaba. 3uando lleg a una distancia de apenas cuatro veces su cuerpo, se detuvo, mir a A;a;ru% y permaneci quieto en aquel lugar, con las patas enormes apenas hundidas en la blandura del suelo, y se qued all!, royendo hojas de sauce y de lamo tembl n, como si el esquimal no e$istiera. A;a;ru% se retir poco a -R3R, paso a paso, hasta estar bien lejos de los rboles y el arroyo. 3omo en un trance m!stico, volvi solemnemente a la aldea, donde las mujeres estaban preparando a su padre para el entierro, y, cuando se le acercaron varios hombres, impresionados por su grave actitud, #l les habl en un tono severo. 8Rs he tra!do un mamut 8anunci & y comen; entonces la cacer!a. 3uatro d!as despu#s, los hombres, animados por la seguridad que A;a;ru% infund!a en ellos, lograron perseguir al gran animal hasta matarlo& entonces, en la aldea la gente comprendi que, al morir el padre, el esp!ritu del buen hombre hab!a pasado al cuerpo del hijo, quien hab!a predicho que, despu#s de recibir las primeras heridas de lan;a, el mamut vagabundo se marchar!a hacia el este durante dos d!as y que, despu#s, al cabo de otros dos d!as, regresar!a en busca de un territorio conocido donde morir. +fectivamente, el animal regres a muy poca distancia del punto donde lo hab!a encontrado A;a;ru%, de modo que, a su muerte, el cuerpo qued casi en el lugar donde lo iban a consumir. 8A;a;ru% tiene poderes sobre los animales 8dijeron los hombres y las mujeres, mientras descuarti;aban al mamut para atracarse con su carne, tan sabrosa. +so parec!a, porque, dos semanas despu#s, cuando dos leonas atacaron a uno de los aldeanos y le hirieron gravemente en el cuello, todos creyeron que se morir!a, pues las garras de los leones eran muy venenosas y sus heridas mortales. )in embargo, A;a;ru% corri hasta el herido, alej a las leonas e inmediatamente comen; a curar la herida sangrante con un preparado de musgo y hojas recogidas en el bosque, y los hombres se quedaron at nitos cuando vieron que el herido estuvo pronto en pie, caminaba y pod!a mover el cuello como si no le hubiera ocurrido nada. 3uando asumi la jefatura espiritual, A;a;ru% introdujo dos innovaciones que consolidaron su poder y gracias a las cuales su pueblo le acept mejor que a cualquier otro chamn del que se tuviera memoria. 3on una gran fuer;a moral, se neg radicalmente a aceptar ninguna responsabilidad sobre las tareas militares, de gobierno o de la ca;a& en diversas ocasiones observ que eso eran prerrogativas del jefe, un hombre de veintid s a*os, de probada audacia, que A;a;ru% ten!a en gran respeto. +ra un hombre valiente, co8 noc!a bien las costumbres de los animales y nunca le ordenaba a nadie hacer algo que #l mismo no estuviera dispuesto a hacer primero. (ajo su jefatura, el clan estar!a tan bien protegido como antes, si no mejor. +n segundo t#rmino, A;a;ru% estableci unas prcticas que nunca se hab!an llevado a cabo entre su gente. ,o ve!a la necesidad de que el chamn viviera apartado de los dems ni, desde luego, de que fuera desordenado y sucio. 3ontinu ocupando la cho;a de su padre, y guardaba sus pantalones de carib" y su manto de piel de foca en aquel edificio e$cavado en parte bajo tierra y en parte al;ado en una construcci n de piedra y madera. )iempre estaba disponible para las personas con problemas& sobre todo, se dedicaba a los ni*os, a fin de encaminarlos en la direcci n debida. Les asignaba tareas espec!ficas: quer!a que las ni*as supieran trabajar las pieles de animales y los huesos de los mamuts y los

-gina M? de ?@0

Alaska

James A. Michener

renos, y obligaba a los varones a aprender a ca;ar y a construir los utensilios empleados en las cacer!as. Cambi#n quer!a que la tribu contara con un buen tallador de s!le$, con una persona que supiera manejar el fuego y con alguien diestro en el rastreo de los animales. A;a;ru% pensaba que la mayor!a de sus poderes proven!an de su comprensi n de los animales y, cuando caminaba por las tierras e$tendidas entre los glaciares, estaba atento a los seres que compart!an con #l aquel para!so. ,o importaba el tama*o. )ab!a d nde se escond!an los peque*os carcay"s y c mo acechaban los tejones a sus presas. +ntend!a la conducta de los ;orros y los trucos de las ratas y los dems animalitos que anidaban bajo el suelo. A veces, cuando #l mismo ca;aba o ayudaba a los otros ca;adores, durante un momento se sent!a como el lobo que acecha a un reba*o& su mayor placer, sin embargo, eran siempre los animales grandes: los mamuts, los grandes alces, los bueyes almi;cleros, los tremendos bisontes y los leones poderosos. La superioridad de su ingenio y su destre;a manual confer!an cierta dignidad a los hombres, pero aquellos animales de tan gran tama*o e$hib!an una majestad propia, que proven!a del hecho de haber encontrado maneras de protegerse y sobrevivir mientras no llegase la primavera, con su aire ms clido que fund!a la nieve, a aquella ;ona de intenso fr!o invernal. A su modo, eran tan sabios como cualquier chamn, y A;a;ru%, al estudiarlos, confiaba en detectar sus secretos y beneficiarse de ellos. 3uando acab de estudiar a los animales y ampli su sabidur!a con lo que hab!a aprendido sobre los seres humanos, observ que quedaba a"n otro mundo, el del esp!ritu, en el que nunca podr!an penetrar ni los animales ni #l. J-or qu# llegaban desde Asia los fuertes vientos aullantesK J-or qu# hac!a siempre ms fr!o hacia el norte que hacia el surK JNui#n alimentaba los glaciares, cuyos frentes llegaban casi sin fuer;as al mar o a la tierra secaK JNui#n hac!a nacer las flores amarillas en primavera y las rojas en oto*oK JF por qu# nac!an ni*os casi al mismo tiempo que mor!an los ancianosK A lo largo de los primeros siete a*os de su jefatura se enfrent con aquellos interrogantes& durante aquel tiempo ide ciertas reglas. 3uando deseaba convocar a los esp!ritus y conversar con ellos, le eran de gran utilidad los guijarros brillantes que hab!a recogido, las bagatelas atesoradas por su madre, las maderas y los huesos con poderes de presagio. Aprend!a mucho en esos dilogos, pero siempre, en el fondo de su mente, permanec!a la visi n de aquel tro;o de marfil dorado con forma de animal o de hombre, o qui; de un hombre sonriente sin cabe;a. 3omen; a considerar que este mundo era un lugar divertido en el que ocurr!an cosas rid!culas& los hombres y las mujeres, aunque siguieran todas las reglas y evitasen todos los peligros, igualmente pod!an caer en alguna situaci n absurda, y sus vecinos y los mismos esp!ritus se reir!an de ellos, sin ning"n disimulo, a grandes carcajadas. +l mundo era trgico: la muerte atacaba de forma arbitraria a los hombres buenos y a los animales fuertes& pero tambi#n era rid!culo, hasta el punto de que, a veces, las cumbres de las monta*as parec!an doblarse de risa. La risa se acab el noveno a*o que A;a;ru% llevaba como chamn. Besde el mar lleg una enfermedad que asol la aldea, y, cuando ya hab!an enterrado los cadveres, hubo una invasi n de atapascos desde el este. Los mamuts abandonaron la ;ona, seguidos por los bisontes, con lo que sobrevino el hambre& por eso, un d!a, cuando todo parec!a conspirar contra el clan, A;a;ru% reuni a los mayores de la aldea, la mayor!a de los cuales ten!an ms edad que #l. 8Los esp!ritus nos avisan. +s hora de mudarnos 8les habl , con franque;a. 8JAd ndeK 8pregunt el jefe de los ca;adores. Antes de que A;a;ru% pudiera sugerir nada, los hombres adelantaron sus respuestas negativas: 8,o podemos ir hacia el hogar de la +strella <rande. All! estn los ca;adores de ballenas.

-gina MI de ?@0

Alaska

James A. Michener

8Campoco podemos ir hacia donde sale el sol. All! viven los hombres de los rboles. 8+star!a bien ir al pa!s de las (ah!as Amplias, pero la gente de all es hostil y nos recha;ar. Las opciones l gicas quedaban descartadas. -arec!a que en ninguna parte ser!a bien recibido aquel grupo desafortunado, tan reducido que no ten!a ning"n poder, pero entonces se escuch la sugerencia de un hombre t!mido, que dif!cilmente podr!a confundirse con un jefe: 8-odr!amos volver al lugar de donde vinimos. )e hi;o un largo silencio, y los hombres consideraron la posibilidad de una retirada, aunque les resultaba muy dif!cil recordar la tierra abandonada por sus antepasados dos mil a*os atrs& la tribu conservaba relatos que hablaban de un viaje decisivo emprendido desde el oeste, pero ya ninguno de ellos se acordaba de c mo hab!a sido la antigua patria, ni de los motivos que hicieron necesaria la partida de los antiguos. 89inimos de all 8dijo una anciana, se*alando vagamente hacia Asia con la mano8& pero, Jqui#n sabeK ,adie sab!a nada, de modo que no prosper aquel primer enfoque del asunto& sin embargo, algunos d!as despu#s, A;a;ru% vio a una muchacha que, con una concha, estaba cortndole el pelo a una amiga. 8JB nde has encontrado esa conchaK 8le pregunt . Las ni*as le dijeron que, seg"n la tradici n de su familia, en tiempos pasados trajeron esas conchas a la aldea unos hombres de aspecto e$tra*o, que hablaban el mismo idioma que ellos, aunque con un curioso acento. 8JF de d nde ven!anK Las ni*as lo ignoraban, pero al d!a siguiente acompa*aron a sus padres a la cho;a del chamn& all!, los mayores e$plicaron que ellos no hab!an conocido a los hombres de las conchas. 89inieron antes de nuestra #poca. -ero nuestra abuela nos dijo que llegaron desde aquella direcci n. (asndose en sus recuerdos, estuvieron de acuerdo en que los desconocidos hab!an llegado desde el sudoeste. +ran diferentes de la gente del pueblo, pero hab!an sido unos visitantes agradables, e incluso hab!an bailado. Codos aquellos cuyos padres hab!an escuchado los antiguos relatos coincid!an en que los hombres de las conchas hab!an bailado. )in llegar a ning"n ra;onamiento sensato, solamente a partir de aquel dato accidental, A;a;ru% lleg a imaginar un viaje al lugar de donde proven!an las conchas. -ens mucho y lleg a la conclusi n de que, dado que trasladarse a otro territorio no resultaba prctico y cada ve; ten!a resultados peores continuar en la ;ona donde se hab!a establecido su gente, la "nica esperan;a consist!a en ir hacia tierras desconocidas, que pod!an ser habita8 bles. Antes de recomendar un viaje tan peligroso necesitaba la confirmaci n de los esp!ritus, por lo que pas tres largos d!as en su cho;a, prcticamente inm vil, con los fetiches esparcidos ante #l, hasta que cay en un estupor producido por el hambre, y los esp!ritus le hablaron en la oscuridad. R!a voces lejanas, a veces en lenguas que no comprend!a, otras veces tan claras como el bramido de un alce en el fr!o de la ma*ana: 8A;a;ru%, tu pueblo pasa hambre. Los enemigos os atacan desde todas partes y no ten#is bastante poder para luchar. Cen#is que huir. Codo eso estaba claro, y le pareci e$tra*o que los esp!ritus repitiesen algo tan evidente& pero despu#s refle$ion y rectific un juicio tan duro. P+stn avan;ando paso a paso, como el hombre que se aventura con cuidado sobre el hielo recienteQ, pens . Al cabo de un rato, los esp!ritus llegaron a la esencia de su mensaje8

-gina M@ de ?@0

Alaska

James A. Michener

8A;a;ru%, ser!a mejor que fuerais hacia la +strella <rande, hasta el borde de la tierra cubierta de hielo. All! tendr!ais que volver a ca;ar ballenas y morsas, a la manera antigua. )i t" eres valiente y dispones de hombres audaces, id hacia all. 8-ero nuestro jefe no tiene suficientes guerreros 8grit A;a;ru%, dndose una palmada en la frente. 8Fa lo sabemos 8fue la respuesta de los esp!ritus. 3ompletamente frustrado, A;a;ru% se pregunt por qu# los esp!ritus le recomendaban ir hacia el norte, sabiendo que era un lugar tan peligroso& pero a"n se puso ms nervioso cuando escuch lo que le dijeron a continuaci n: 8+n el norte construir!ais umia%s y saldr!ais a ca;ar las grandes ballenas. -erseguir!ais a las morsas, que podr!an mataros si os atrapaban. 3a;ar!ais focas, y pescar!ais a trav#s del hielo, y vivir!ais como siempre vivi vuestro pueblo. +n el norte har!ais todo eso. +ran palabras tan insensatas que A;a;ru% se sofoc . )e ahog y cay desmayado entre sus fetiches. -ermaneci as! mucho tiempo y, en sus sue*os febriles, comprendi que, con aquellas rdenes imposibles, los esp!ritus le recordaban qui#n era y c mo hab!a sido su vida durante incontables generaciones, y le e$plicaban que, a pesar de haber vivido durante dos mil a*os tierra adentro, #l y su clan eran todav!a habitantes de los mares helados, esos mares a los que no se atrever!an a desafiar otros hombres menos fuertes. +ra un esquimal, un hombre con una tradici n e$traordinaria, y ni siquiera el paso de las generaciones pod!a borrar aquel hecho esencial. Al volver en s!, los mensajes insistentes de los esp!ritus hab!an logrado purificarle del miedo. 8Ciene que haber islas en el sudoeste 8le hablaron, con calma8. Be lo contrario, Jde d nde habr!an tra!do sus conchas aquellos forasterosK 8,o comprendo 8repuso A;a;ru%. 8Bonde hay islas, hay mar& y, donde hay mar, hay conchas 8contestaron los esp!ritus8. +l patrimonio de un hombre se encuentra de muchas formas diferentes 8fue lo "ltimo que dijeron. +l cuarto d!a, por la ma*ana, A;a;ru% compareci ante las personas que hab!an pasado la noche anterior delante de su cho;a, preocupados al escuchar los sonidos e$tra*os que proced!an del interior. Alto, flaco, limpio, ojeroso, le inflamaba una iluminaci n desconocida hasta entonces. 8Dan hablado los esp!ritus. Iremos hacia all 8anunci , se*alando al sudoeste. 3uando volvi a la cho;a, donde la gente no pod!a verle, vacil su resoluci n y le sobrecogi el temor por lo que podr!a ocurrir en un viaje semejante, en el trayecto emprendido hacia tierras e$tra*as, que tanto pod!an e$istir como no e$istir. +ntonces vio que la figurita de marfil se estaba riendo, se burlaba de sus miedos y compart!a con #l, a su manera, desde fuera del tiempo, la sabidur!a que hab!a adquirido cuando formaba parte del colmillo de una morsa y mientras hab!a permanecido, durante diecisiete mil a*os, en el fondo lodoso de un arroyo de hielo, viendo pasar todo un universo de peces muertos, mamuts heridos y hombres poco cuidadosos. 8+stars contento, A;a;ru%. 9ers siete mil crep"sculos y siete mil amaneceres. 8J+ncontrar# un refugio para los m!osK 8JImporta esoK A;a;ru% guard de nuevo la figurilla en el saco, y entonces oy las carcajadas del viento que llegaba desde la colina& el grito de entusiasmo de una ballena que emerg!a tras una larga cacer!a submarina, la alegr!a de un ;orrino que persegu!a jugando a un pjaro, y el sonido prodigioso del Tniverso, a quien poco importa que un hombre encuentre o no refugio, mientras disfrute con el placer despreocupado de la b"squeda.A;a;ru% gui durante diecinueve a*os a su pueblo errante a trav#s del sudeste de Alas%a, en un per!odo

-gina ?0 de ?@0

Alaska

James A. Michener

especialmente glorioso para aquella parte del mundo. +l reino animal estaba en su mejor momento y proporcionaba una gran abundancia de bestias nobles y bien adaptadas a aquella tierra e$traordinaria. Las monta*as eran entonces ms altas, los glaciares ms poderosos y los r!os ten!an un caudal ms tumultuoso. +ra una tierra rica, y emit!a notas prodigiosas en todas sus manifestaciones, tanto en invierno, que era tan fr!o que los animales ten!an que pasarlo prudentemente enterrados, como en verano, cuando los valles quedaban cubiertos por una multitud de flores. +l territorio ten!a en aquella #poca unas dimensiones enormes, y ning"n hombre hubiera podido viajar de un e$tremo a otro, ni hubiera conseguido atravesar aquella gran cantidad de r!os helados y picos elevad!simos. +l viajero pod!a ver, desde casi cualquier punto, las monta*as coronadas de nieve& de noche, mientras dorm!a, pod!a escuchar a poca distancia el sonido de los leones poderosos y de los grandes lobos. Dab!a unos osos muy interesantes, de color marr n, a los que les gustaba erguirse sobre las patas traseras como alardeando de su estatura, tan alta como la de los rboles. 4s adelante se les llam osos pardos, y eran los animales ms desconcertantes de todos los que se acercaban a los campamentos de los viajeros. )i hab!a comida disponible, se mostraban tan apacibles como las ovejas de las colinas ms bajas& pero, si no consegu!an su deseo o si una conducta inesperada les enfurec!a, eran capaces de destro;ar a un hombre con un solo ;arpa;o de sus tremendas garras. Los osos eran inmensos por aquel entonces, alcan;aban casi cinco metros de altura, y las personas que no estaban acostumbradas se aterrori;aban al verlos, aunque A;a;ru%, que sab!a conversar con los animales, los ten!a por unos amigos grandes, torpes e imprevisibles. ,o les buscaba, pero, cuando aparec!an en los alrededores del campamento, se sentaba tranquilamente en una roca junto a ellos, les hablaba y les preguntaba qu# tal andaban las ;ar;amoras que crec!an entre los abedules y qu# se tra!an entre manos los poderosos bisontes. Los osa;os, que hubieran podido partirle en dos, le escuchaban con atenci n y alguna ve; se acercaban a #l como si quisieran husmearlo& nunca le hac!an da*o, porque al olfatearlo sent!an que no ten!a miedo. Be una manera muy diferente, se comportaron con un joven ca;ador que atac a un oso, que se hallaba junto al chamn, sin conocer el primero la relaci n especial que e$ist!a entre ellos. +l oso se e$tra* ante un comportamiento tan inesperado y recha; al ca;ador& cuando el hombre le atac por segunda ve;, el oso le lan; un ;arpa;o que casi lo decapit , y entonces se march a paso lento. +n aquella ocasi n resultaron in"tiles los ung5entos de hierbas del chamn, y el hombre muri antes de poder articular una palabra, sin que nadie volviera a ver al osa;o en el campamento. J-or qu# aquellos esquimales esperaron diecinueve a*os, antes de establecer un nuevo hogarK -ara comen;ar, no ten!an prisa por alcan;ar ninguna meta determinada, sino que iban a la deriva, y probaban suerte en lugares diferentes. -or otra parte, a veces se les interpon!an monta*as o r!os que no se helaban en dos o tres veranos seguidos. -ero principalmente la culpa era del chamn, que, cada ve; que llegaba a un lugar agradable, quer!a creer que era el ms apropiado e intentaba mantener su decisi n hasta que las condiciones se hac!an demasiado adversas y ten!an que mudarse de nuevo si quer!an sobrevivir. Los miembros del clan siempre le dejaban decidir, porque eran conscientes de que necesitaban el apoyo total de los esp!ritus para emprender aquel traslado radical hacia territorios nuevos. Tna de las veces, estaban muy bien instalados en la orilla de un gran lago rebosante de peces& los esp!ritus advirtieron al chamn que ya era el momento de continuar el viaje, pero deseaban quedarse all! y perdieron otros dos a*os recorriendo las costas del lago, hasta que, al llegar al e$tremo occidental, donde nac!a un r!o que iba en

-gina ?. de ?@0

Alaska

James A. Michener

busca del mar, empaquetaron obedientemente sus escasas pertenencias y continuaron el viaje. Burante el a*o siguiente, cuando ya llevaban diecisiete de peregrinaci n, tuvieron que enfrentarse a problemas mucho ms graves de lo habitual, pues, sin necesidad de una gran e$ploraci n, pudieron comprobar que el territorio nuevo en el que se adentraban era una pen!nsula, cuyas costas ms estrechas quedaban rodeadas por el oc#ano. Los esp!ritus les animaron a probar suerte en ella, y, cuando volvieron a entrar en un estrecho contacto con el mar, tras una ausencia de dos mil a*os, comen;aron a notar grandes cambios, como si la memoria de su ra;a volviera a aflorar a la superficie, despu#s de estar acallada durante mucho tiempo. +l aire salado y el rumor de las olas consiguieron que los n madas se animaran con entusiasmo a comer marisco y a pescar en el mar, dos cosas que nunca hab!an hecho. Los artesanos comen;aron a construir barquitos bastante parecidos a los %aya%s de sus antepasados, y rpidamente se abandonaban las embarcaciones que no se adaptaban bien a las olas, mientras que las que parec!an ms adecuadas para el mar, se mejoraban. Be mil maneras, algunas muy sutiles, aquellos antiguos esquimales volvieron a adquirir las caracter!sticas de un pueblo marinero. Adentrarse en un mundo tan diferente le produc!a a A;a;ru% el mismo miedo que a los dems, pero #l ten!a el apoyo leal de sus fetiches, los cuales, cuando los e$tend!a en el suelo de su caba*a de pieles levantada junto al oc#ano, siempre aprobaban la aventura& y quien ms le animaba era la estatuilla de marfil. 83reo que t" quer!as traernos al mar 8le dijo una noche A;a;ru%, mientras resonaba en el e$terior el sonido de un oleaje picado8. JDas vivido alguna ve; aqu!K -or encima del ruido de la tempestad escuch las risas de la estatuilla, y, los d!as siguientes, ya con el mar en calma, tuvo la seguridad que surg!an risas ahogadas del saquito donde la guardaba. Burante aquel a*o el clan continu avan;ando hacia el oeste, y e$ploraron la pen!nsula como si el refugio que buscaban tuviera que encontrarse detrs de la siguiente colina, pero algunas veces ve!an en la distancia el humo de unas fogatas desconocidas, lo que significaba que todav!a no estaban a salvo. Llegaron al e$tremo occidental de la pen!nsula en aquel estado de incertidumbre, y all! se les plante un problema de cuya respuesta iba a depender la historia de su pueblo durante los siguientes ./.000 a*os: JCen!an que establecerse en la pen!nsula o era mejor continuar hasta las islas desconocidasK 4uy pocas veces se da la oportunidad de que un pueblo tenga que tomar una decisi n tan importante y en un per!odo tan limitado de tiempo& por supuesto, siempre se toman decisiones, pero normalmente se e$tienden a toda la sociedad a lo largo de un per!odo mucho ms prolongado, o bien resultan del hecho de que se produce una negativa a escoger. Iba a ocurrir algo parecido muchos milenios despu#s, cuando los pueblos negros del Ofrica central tuvieron que decidir si se trasladaban hasta el sur y abandonaban los tr picos en favor de las tierras ms frescas situadas frente a los oc#anos meridionales o cuando un grupo de pioneros ingleses tuvo que resolver la cuesti n de si podr!an vivir mejor al otro lado del Atlntico. +l clan de A;a;ru% vivi un momento parecido cuando, tras una dolorosa deliberaci n, decidi abandonar la pen!nsula y probar fortuna en la cadena de islas que se e$tend!a hacia el oeste. Fue una elecci n atrevida: de las doscientas personas que hab!an abandonado dieciocho a*os antes la relativa seguridad del lugar que ocupaban entonces, menos de la mitad hab!an sobrevivido a su llegada a las islas, aunque nacieron muchas ms a lo largo del camino. +n cierto modo, fue una suerte, porque significaba que quienes

-gina ?/ de ?@0

Alaska

James A. Michener

llevar!an a cabo la decisi n ser!an en su mayor!a personas ms j venes y mejor preparadas para adaptarse a lo desconocido. Los que siguieron al chamn hasta la primera isla, a trav#s del estrecho mar, formaban un grupo robusto, que, para vivir en la severidad de aquellos territorios, iba a necesitar a un tiempo resistencia f!sica y valor moral. Formaban la cadena ms de doce islas grandes entre las que pod!an escoger, F un centenar de islotes, algunos tan peque*os como un pedrusco. +ran islas espectaculares: en muchas de ellas hab!a monta*as altas y en otras, grandes volcanes nevados durante casi todo el a*o& el pueblo de A;a;ru% las admiraba con respeto mientras recorr!a la cadena. +$ploraron una isla grande, que ms adelante se llam Tnima%, y despu#s cru;aron el mar hasta A%utan, Tnalas%a y Tmna%. 4s tarde probaron en )eguam, At%a y la escarpada Ada%, hasta que una ma*ana, mientras reali;aban una incursi n por el oeste, vieron en el hori;onte una isla imponente, cuya entrada oriental quedaba protegida por una barrera de cinco monta*as altas que se elevaban desde el mar. A;a;ru% sinti que aquella costa inh spita les recha;aba. 8U3ontinuad hasta la pr $imaV 8grit a los remeros de la primera embarcaci n. )in embargo, cuando la caravana pasaba junto al promontorio del norte, el chamn divis frente a ellos una espl#ndida y amplia bah!a, y, en la llanura central, vio al;arse un volcn de contornos perfectos y nevada belle;a, que dorm!a apaciblemente desde hac!a .0.000 a*os. 8'sta ser vuestra casa 8susurraron entonces los esp!ritus8. Aqu! vivir#is peligros, pero tambi#n pasar#is por grandes alegr!as 8prometieron despu#s para darles mayor seguridad. 3on esta garant!a, A;a;ru% se encamin hacia la costa. -ero se detuvo ante otro mensaje de los esp!ritus. 8Day algo mejor pasado el promontorio. A;a;ru% continu e$plorando, hasta llegar a una bah!a profunda, rodeada de monta*as, y protegida de las tormentas del noroeste por una cadena de islas que la envolv!an como una mano protectora. Dab!a un estuario, una especie de fiordo flanqueado por acantilados, que se e$tend!a por el lado oriental de la bah!a. 8U+sto es lo que nos hab!an prometido los esp!ritusV 8grit cuando alcan;aron el e$tremo, donde los n madas de su clan instalaron su hogar. 3uando los viajeros no llevaban siquiera una temporada en Lapa%, presenciaron un d!a una erupci n en una isla mucho ms peque*a situada hacia el norte: un diminuto volcn que no alcan;aba ni treinta metros por encima del mar estall en un despliegue deslumbrante de furioso humo, como si fuera una ballena rabiosa que lan;ara llamas en ve; de agua. Los reci#n llegados no pod!an o!r el siseo de las chispas al caer en el mar, ni sab!an que detrs de las nubes de vapor, en la lejana costa, alcan;aba el mar un r!o de lava que parec!a interminable& sin embargo, s! que pudieron presenciar el espectculo, y los esp!ritus aseguraron a A;a;ru% que lo hab!an organi;ado ellos en se*al de bienvenida al nuevo territorio. 3uando estaba a punto de e$plotar, el joven volcn hab!a chisporroteado& por eso los reci#n llegados lo llamaron Nugang, el )ilbador. Lapa% ten!a una abrupta forma rectangular, que, en su punto ms ancho, de este a oeste, med!a treinta y dos quil metros, y diecisiete de norte a sur. La circunferencia e$terior estaba rodeada por once monta*as, algunas de las cuales superaban los seiscientos metros de altura, pero la costa de las dos bah!as era habitable e incluso acogedora en algunos puntos. ,unca hab!an crecido rboles en la isla, pero la hierba brotaba verde y abundante por todas partes, y en cualquier sitio protegido del viento se al;aban los arbustos. Adems de los dos volcanes y la protecci n de las monta*as, se caracteri;aba por tener gran cantidad de ensenadas& tal como hab!an predicho los esp!ritus, la isla estaba totalmente entregada al mar, y cualquier hombre que quisiera

-gina ?7 de ?@0

Alaska

James A. Michener

habitarla tendr!a que pasar su e$istencia obedeciendo a las olas y las tempestades, y vivir de su abundancia. Al e$plorar su nuevo dominio, A;a;ru% repar con alivio en los riachuelos que se entrecru;aban tierra adentro. 8+stos r!os nos traern comida. ,uestro pueblo puede vivir en pa; en esta isla. Antes de la llegada de A;a;ru% y su clan, la isla no hab!a estado habitada, aunque ocasionalmente las tormentas arrojaban a la playa alg"n ca;ador solitario en su %aya% o a un grupo de hombres con su umia%. Tna ma*ana, unos ni*os que jugaban en un valle abierto al mar encontraron los esqueletos de tres hombres, que al parecer hab!an muerto en una soledad espantosa. -ero nunca hab!a tratado de establecerse all! un grupo de personas. )e supon!a que antes de la llegada del clan tampoco hab!a habido mujeres que pusieran el pie en Lapa%. 3ierto d!a, un grupo de hombres que hab!a ido a pescar a uno de los r!os que descend!an por las laderas del volcn central se refugi , al alcan;arles la noche, en una cueva abierta en lo alto de un mont!culo, frente a la ;ona del mar de (ering delimitada por la cadena de islas. 3uando lleg la ma*ana vieron, at nitos, que la cueva estaba ocupada por una mujer incre!blemente vieja. 8U4ilagroV 8gritaron, mientras corr!an en busca de su chamn8. UDay una vieja escondida en una cavernaV A;a;ru% sigui a los hombres hasta la cueva y les pidi que aguardaran afuera, mientras #l investigaba aquella e$tra*a novedad& se adentr en la cueva y se encontr frente a las facciones marchitas y correosas de una vieja cuyo cuerpo momificado se manten!a todav!a erguido, de modo que parec!a viva y casi a punto de contarle las aventuras por las que hab!a pasado durante los "ltimos milenios. +l chamn permaneci un largo rato junto a ella y trat de imaginar c mo hab!a llegado a la isla, cul hab!a sido su vida y qu# manos amorosas la colocaron en aquella posici n protegida y reverencial. La mujer parec!a deseosa de hablarle, de modo que #l se inclin hacia adelante, como para escucharla mejor, y pronunci para s! mismo unas palabras consoladoras, como si las dijese ella misma. 8A;a;ru%, has tra!do a los tuyos a casa. Fa no viajar#is ms. Al volver a su cho;a de la playa, e$trajo sus piedras y sus huesos en busca de orientaci n& oy c mo la vo; tranquili;adora de la mujer dirig!a sus decisiones, y gran parte de las cosas buenas que disfrut su gente en la isla de Lapa% se debi a los sabios consejos de la anciana. J3 mo iban a vivir los inmigrantes, si no hab!a rboles ni suficiente espacio para el tipo de agricultura que conoc!anK Cendr!a que ser de la generosidad del mar, y es impresionante observar c mo se anticiparon los oc#anos a las necesidades de aquel pueblo atrevido, y c mo les proveyeron en abundancia. JCen!an hambreK 3ada bah!a, cada ensenada de la isla herv!a llena de marisco, caracoles de mar, calamares y algas marinas de las ms nutritivas. JLes apetec!a algo ms sustanciosoK -od!an pescar en las bah!as utili;ando un cordel de tripa de foca y un an;uelo de hueso de ballena, con los que casi siempre consegu!an algo& y, si entre los desechos de la playa encontraban un palo alargado, pod!an encaramarse a una roca saliente y pescar en el mismo mar. J,ecesitaban madera para construir una cho;aK +speraban a la pr $ima tempestad y, en la playa, en el umbral de su casa, se encontraban con un gran mont n de madera de deriva. Los que se atrev!an a abandonar la tierra y se aventuraban en el mismo oc#ano, ten!an a su disposici n una rique;a inagotable. )olamente necesitaban cierta habilidad para construir un %aya% individual, y coraje para confiar su vida a una embarcaci n e$tremadamente frgil, que la ola ms peque*a pod!a estrellar contra una roca. Tn hombre en su %aya% pod!a alejarse tres %il metros de la costa y pescar hermosos salmones, largos y

-gina ?6 de ?@0

Alaska

James A. Michener

lustrosos. A quince %il metros encontraba halibuts y bacalaos, y, si prefer!a, como la mayor!a, la carne ms suculenta de los grandes animales marinos, pod!a ca;ar focas o aventurarse en el oc#ano para batirse con las titnicas ballenas y las morsas poderosas. ,o era muy dif!cil divisar una ballena, porque la disposici n de las islas dejaba unos pocos puntos por los que pod!an pasar animales de ese tama*o, y Lapa% se situaba entre dos de aquellos pasos. Aunque regularmente ve!an ballenas que cru;aban muy cerca de los promontorios, era menos habitual ca;arlas. Los valientes de la isla pod!an perseguirlas durante tres d!as y herirlas de gravedad, sin lograr traerlas a la costa. Lloraban mientras ve!an alejarse al leviatn, cuyas heridas le llevar!an a morir en el mar, en alg"n lugar distante donde un grupo de forasteros, que no habr!an desempe*ado papel alguno en su captura, se alimentar!a con #l. Alguna ma*ana, tambi#n ocurr!a a veces que una mujer de Lapa% que se hab!a levantado temprano para recoger algas en la costa ve!a a poca distancia, flotando en el mar, un objeto que por su tama*o solamente pod!a ser una ballena& por un momento la tomaba por una ballena errante que se hab!a aventurado cerca de la costa, pero, al cabo de un rato, al ver que no se mov!a, se entusiasmaba y corr!a gritando hacia sus hombres: 8UTna ballena, una ballenaV +ntonces, los hombres corr!an a sus %aya%s, remaban a toda prisa hacia el gigante muerto y sujetaban unas pieles de foca infladas al cadver, para que se mantuviera a flote mientras lo empujaban lentamente hacia la costa. 3uando la descuarti;aban, mientras las mujeres tocaban los tambores, encontraban las heridas fatales que le hab!a infligido alguna otra tribu y, a veces, el e$tremo de alg"n arp n detrs de la oreja de la ballena. F daban las gracias a los valientes desconocidos que hab!an luchado contra aquella ballena para que Lapa% pudiera comer. -as alg"n tiempo antes de que la gente de A;a;ru% descubriera la aut#ntica rique;a de la isla& un gran ca;ador, )hugna%, hab!a construido el primer umia% para seis personas que hubo en la isla, y, una ma*ana, con el chamn acurrucado en el centro, la embarcaci n se adentr en la cadena de islotes que llegaba hasta el peque*o volcn. Los salientes rocosos eran peligrosos, y A;a;ru% advirti a )hugna%. 8,o pasemos tan cerca de las rocas. +l ca;ador, que era ms joven y atrevido que el chamn, hab!a visto moverse algo entre las algas que rodeaban las rocas, de modo que continu avan;ando& cuando el umia% entraba en la mara*a de algas marinas, casualmente A;a;ru% vio pasar nadando a un animal, y, sobresaltado por su aspecto, lan; un grito& ante las preguntas de sus compa*eros, se limit a se*alar el prodigio que hab!a entre las olas. Fue as! como los hombres de Lapa% conocieron a la fabulosa nutria marina, un animal bastante parecido a una foca peque*a, de constituci n similar y que nadaba ms o menos del mismo modo. Aqu#lla med!a apro$imadamente un metro y medio, ten!a una bonita forma alargada y, evidente mente, se sent!a muy a gusto en el agua helada. -ero la e$clamaci n de A;a;ru% y sus compa*eros al ver al animal se debi a su cara, que parec!a e$actamente la de un viejo bigotudo que hubiera disfrutado de la vida y u biera envejecido bien. Cen!a la misma frente arrugada, los mismos ojos inyectados en sangre, la misma nari;, la misma sonrisa y, lo ms e$tra*o de todo, el mismo bigote fino y desali*ado. La leyenda de las sirenas se form a trav#s de relatos que e$ageraban el aspecto de aquel animal, cuyo rostro era e$traordinariamente parecido al de un hombre, hasta el punto de que, alguna ve;, ms adelante, hubo ca;adores a los que la visi n de la nutria en el agua les sobresalt tanto que por un momento se negaron a matarla por miedo a cometer un asesinato involuntario. A;a;ru% supo intuitivamente, al inicio del encuentro con este animal asombroso, que se trataba de algo especial& tanto #l como )hugna%, que viajaba en la popa del umia%, se

-gina ?L de ?@0

Alaska

James A. Michener

convencieron despu#s de que hab!an descubierto un animal rar!simo. Betrs de la primera nutria ven!a una madre flotando c modamente pan;a arriba, como una ba*ista que tomara relajadamente el sol en la tranquilidad de una piscina, y, por encima de las olas, encaramada sobre su vientre, hab!a una cr!a, igualmente c moda, que contemplaba pere;osamente el mundo. Aquella escena maternal maravill A;a;ru%, el cual, aunque no ten!a mujer ni hijos, amaba a los ni*os y respetaba los misterios de la maternidad. 84irad qu# cunaV 8les dijo a los remeros, cuando la amorosa pareja pasaba cerca de ellos. -ero los ca;adores estaban observando algo todav!a ms e$traordinario, porque detrs de las dos primeras nutrias ven!a un ejemplar de ms edad, que flotaba tambi#n sobre su lomo, y que estaba haciendo algo incre!ble. )obre su ancha barriga, bien sujeta con los m"sculos del abdomen, llevaba apoyada una piedra grande, y, usando sus dos patas delanteras como si fueran manos, golpeaba una y otra ve; contra ella almejas y otros moluscos, para retirar despu#s la carne, que se met!a en la boca sonriente. 8J+s una piedra lo que lleva en el vientreK 8pregunt A;a;ru%. Los que iban en la proa de la embarcaci n gritaron que s!, y en aquel instante, )hugna%, el cual siempre quer!a arrojar su lan;a contra cualquier cosa que se moviera, rem con destre;a hasta que la popa del umia% se acerc a la nutria que tomaba tranquilamente el sol. )hugna% arroj su lan;a afilada, con gran habilidad, atraves al animal que com!a almejas despreocupadamente, y le arrastr hasta la embarcaci n. +n secreto, la desoll y dio la carne a sus mujeres para que la cocinaran, y, al cabo de varios meses, apareci con la piel curtida sobre los hombros. Codos quedaron maravillados por su suavidad, su belle;a reluciente y por su espesor e$cepcional. +n aquel momento comen; la e$plotaci n de las pieles de nutria marina, y tambi#n la rivalidad entre A;a;ru%, el buen chamn, y )hugna%, el gran ca;ador. Besde el principio, este "ltimo comprendi que las pieles de nutria marina iban a convertirse en un tesoro& aunque faltaban miles de a*os para que comen;ase el comercio de pieles con lugares lejanos, en Lapa% todos los ad ultos deseaban una piel de nutria, y hasta dos o tres. -od!an conseguir tantas pieles de foca como quisieran para fabricar vestidos preciosos, pero los isle*os ansiaban las de nutria, y )hugna% era el hombre que pod!a pro8 porcionrselas. 3omo se dio cuenta muy pronto de que no era muy productivo ca;ar nutrias en un umia% de seis personas, encarg a sus hombres, basndose en recuerdos tribales, la construcci n de algo parecido a los antiguos %aya%s. 3uando comprob que eran adecuados para la navegaci n, ense* a los marineros a ca;ar con #l, en grupo. :ecorr!an el mar silenciosamente hasta que encontraban una familia de nutrias, que inclu!a alg"n macho gordo dedicado a romper almejas. +n d!as de suerte lograban ca;ar hasta seis, y lleg un momento en que los isle*os aprovechaban solamente la piel y desechaban la carne. Dab!a comen;ado una masacre despiadada de las nutrias. 8,o es bueno matar a las nutrias 8dijo A;a;ru%, que se vio obligado a intervenir. -ero )hugna%, que en todo lo que no tuviera que ver con la ca;a era un hombre bueno y amable, se resisti . 8,ecesitamos las pieles 8objet . +videntemente, nadie necesitaba en realidad aquellas pieles, porque abundaban las focas y la carne de las nutrias era demasiado dura para comer, pero a los que ya ten!an prendas de nutria les gustaba lucirlas, y los que a"n no ten!an le ped!an ms a )hugna%. 8Las nutrias andan por ah! y no sirven para nada& no hacen ms que nadar y romper las almejas que llevan en la barriga 8dijo el ca;ador, cuyo punto de vista era la simplicidad misma.

-gina ?M de ?@0

Alaska

James A. Michener

8Los grandes esp!ritus han tra!do al mundo a los animales de la Cierra y a los del mar para que el hombre pueda vivir 8contest A;a;ru%, que ten!a un conocimiento ms profundo de las cosas. )e obsesion tanto con aquel concepto que trep una ma*ana hasta la cueva de la anciana momificada y se sent durante mucho rato en su presencia, como si la consultase. 8J+s una tonter!a pensar que las nutrias marinas son mis hermanasK 8pregunt . )olamente le respondi el eco de su propia vo;. J+s -osible que )hugna% tenga ra; n al ca;arlas como lo haceK Tna ve; ms, silencio. 8)upongamos que los dos tenemos ra; n: A;a;ru%, porque ama a los animales F )hugna%, porque los mata. 8Di;o una pausa y a*adi una pre gunta que ms adelante intrigar!a a los fil sofos8: J3 mo pueden ser verdad dos cosas tan diferentes entre s!K +ntonces encontr la respuesta en s! mismo, como ha ocurrido siempre a lo largo de la historia, cuando un hombre o una mujer han consultado a un orculo. -royect su propia vo; hacia la momia, y escuch su respuesta, que le ofrec!a una clida seguridad: 8A;a;ru% tiene que amar y )hugna% tiene que matar, y los dos ten#is ra; n. Aunque la momia no dijo nada ms, all! mismo, en el silencio de la cueva, A;a;ru% imagin la frase que pensaba recitar a los isle*os: P9ivimos de los animales, pero tambi#n vivimos con ellosQ. 4uchos del clan le escucharon mientras #l iba perfilando su intuici n de lo que supon!a eran los deseos de los esp!ritus, pero la mayor!a continu ambicionando las pieles de nutria, y #stos iniciaron una campa*a de rumores contra el chamn, y dijeron que no quer!a que se mataran las nutrias porque se parec!an a las personas, cuando todo el mundo sab!a que no eran ms que grandes peces cubiertos con pieles muy valiosas. La comunidad qued dividida, pues unos apoyaban al chamn mientras otros defend!an al ca;ador, en un antagonismo similar a los muchos que se produjeron en miles de los pueblos primitivos de Asia y Alas%a 1los so*adores, contra los pragmticos& los chamanes responsables del bienestar espiritual de su pueblo, contra los grandes ca;adores encargados de alimentarlos2, y la lucha continu inevitablemente a lo largo de los milenios venideros, porque era un punto que creaba diferencias entre los hombres de buena voluntad. +n la isla de Lapa%, el conflicto alcan; su punto culminante una ma*ana de verano, cuando )hugna% se dispon!a a salir en su %aya% individual en busca de nutrias. 8,o necesitamos ms nutrias 8le detuvo el chamn en la playa8. Beja vivir a los pobres animales. 'l era un asceta y estaba dotado de una cualidad m!stica que lo diferenciaba de los dems hombres. Aunque habitualmente guardaba silencio, cuando #l hablaba los otros ten!an que escuchar. 8 )hugna% era muy diferente: era un hombre fornido, de hombros anchos y de manos fuertes, pero lo que le caracteri;aba como a un gran ca;ador era la e$presi n salvaje de su cara. Cen!a la te; roji;a, en ve; de amarillenta o parda, como la del isle*o t!pico, y se distingu!a por tres l!neas marcadas paralelamente a los ojos. La primera era un tro;o largo de hueso de ballena que llevaba ensartado en el cart!lago de la nari; y que sobresal!a ms all de las fosas nasales. La segunda era un adusto bigote negro y retorcido. La tercera, la ms impresionante, la formaban un par de peque*os discos labiales, insertados a cada lado de la boca y que quedaban conectados por delante del ment n con los tres eslabones de una complicada cadena, tallada en marfil de morsa. )e vest!a con las pieles de leones marinos ca;ados por #l mismo& y ofrec!a un aspecto formidable cuando se ergu!a, con el torso que se ve!a a"n ms ancho porque se prolongaba en sus bra;os poderosos. ,o pensaba permitir que el chamn interrumpiera su ca;a aquella ma*ana& cuando A;a;ru% lo intent , le apart suavemente a un lado. A;a;ru% se dio cuenta de que )hugna%

-gina ?? de ?@0

Alaska

James A. Michener

pod!a derribarle con un simple empuj n, pero no pod!a renunciar a su responsabilidad en bien de los animales y volvi a cerrarle el paso. +l ca;ador se impacient y, sin nimo irreverente, puesto que apreciaba al chamn, cuando se ocupaba de sus propios asuntos, empuj a A;a;ru% con aspere;a hasta que se cay & despu#s )hugna% continu la marcha hacia su %aya%, se alej remando col#ricamente y prosigui su cacer!a. +l nerviosismo se e$tendi sobre la isla& cuando )hugna% volvi , A;a;ru% le estaba esperando, y se pasaron varios d!as discutiendo. +l chamn suplicaba en favor de las nutrias, temiendo que las e$terminaran, y )hugna% contraatacaba con to;udo realismo, argumentando que aquellos animales hab!an sido tra!dos a las aguas cercanas con la evidente intenci n de que pudieran aprovecharlos, como pensaba hacer #l. Bespu#s de largos a*os de jefatura espiritual, A;a;ru% perdi la compostura por primera ve; y despotric contra todos los ca;adores y sus %aya%s, hasta ponerse en rid!culo& lleg a mostrarse tan ofensivo que la gente dej de hacerle caso. )e dio cuenta entonces de que hab!a representado el papel de tonto ante su pueblo, lo que le hab!a alejado de ellos, y ahora no ten!a ms remedio que renunciar a su cargo. Tna ma*ana, antes de que se despertaran los dems, recogi sus fetiches, abandon la cho;a de la playa y camin gravemente hasta las orillas de una bah!a lejana, donde construy una caba*a de barro. Le ocurri como a mil chamanes anteriores a #l: aprendi que el consejero espiritual de un pueblo tiene que mantenerse aparte de las disputas pol!ticas y econ micas. +staba ya viejo, cercano a los cincuenta, y aunque su gente reconoc!a a"n el m#rito de haberles conducido hasta aquella isla, no quer!an que se entrometiera ms en sus asuntos& prefer!an un jefe ms sensato, como )hugna%, que, si quer!a, pod!a aprender tambi#n a consultar y a apaciguar a los esp!ritus. A;a;ru% pas marginado sus "ltimos d!as, aislado en su cho;a. -od!a sobrevivir recogiendo marisco, crustceos y algas en la playa& al cabo de algunos d!as, )hugna% le ofreci generosamente un %aya%, y A;a;ru% lleg a conseguir cierta habilidad remando, aunque no hab!a practicado mucho hasta entonces. A menudo se aventuraba lejos de la playa, siempre hacia el norte, hacia aquellas aguas que eran la continua tentaci n de su pueblo, y all!, en lo profundo de las olas, conversaba con las focas y con las grandes ballenas que pasaban. Be ve; en cuando ve!a un grupo de morsas que segu!a rumbo norte y las llamaba, y, a veces, en los d!as calurosos del verano, pasaba toda la noche, que duraba solamente unas horas, bajo la lu; plida de las estrellas, unido al vasto oc#ano y en pa; con el mar. )us momentos preferidos eran aquellos en que se encontraba con alguna familia de nutrias marinas entre las algas: entonces observaba a la madre que :otaba de espaldas, con su hijo en el seno& ve!a centellear los ojos de la cr!a, deslumbrada por el nuevo mundo que estaba descubriendo, y saludaba al alegre viejo bigotudo, que pasaba flotando con una piedra en la barriga y dos almejas en sus patas gordas. A;a;ru% ten!a una legi n de animales amigos, desde los enormes mamuts a los astutos leones& pero los ms apreciados de todos ellos eran las nutrias marinas, por ser especiales, e, incluso, al final de su vida, sin justificarlo racionalmente, concibi la idea de que las nutrias marinas eran quienes mejor representaban a los esp!ritus que le hab!an guiado durante toda su vida, honorable y productiva. P+ran ellas las que me llamaron, cuando viv!amos en las estepas ridas del este. +llas ven!an por la noche, para recordarme que mi pueblo y yo pertenec!amos al oc#ano.Q Tna ma*ana, al regresar de un viaje nocturno por el oc#ano que lo acog!a como una madre, se sent rodeado de sus fetiches, los desenvolvi para que pudieran respirar y hablar con #l, y, entonces, agradablemente sorprendido, se dio cuenta de que la figurita de marfil sin cabe;a que

-gina ?I de ?@0

Alaska

James A. Michener

tanto le gustaba no era ning"n hombre, sino una nutria marina recostada pere;osamente sobre su espalda& en aquel instante descubri la unidad del mundo, la comuni n espiritual entre los mamuts, las ballenas, los pjaros y los hombres, y aquella sabidur!a e$alt su alma. ,o le encontraron hasta varios d!as despu#s. Bos mujeres embara;adas emprendieron el largo camino hasta su cho;a para que las ayudara a tener unos hijos sanos& cuando le llamaron desde la puerta y no les respondi , supusieron que hab!a salido otra ve; al mar, pero entonces una de ellas divis su %aya% vac!o en la playa y dedujo que el chamn todav!a ten!a que estar en la cho;a. Al entrar, las mujeres le encontraron sentado en el suelo, con el cuerpo desplomado sobre la colecci n de fetiches. 4s adelante se llam Aleutianas a las islas adonde A;a;ru% hab!a conducido a su clan& sus habitantes fueron conocidos con el nombre de aleutas 1ahl8ay8uts2 y formaron uno de los pueblos ms e$tra*os y complejos de la Cierra. Impulsados por el aislamiento, desarrollaron una forma muy especial de vida. +ran hombres y mujeres del mar, y de #l depend!a su subsistencia. +n cada isla un solo grupo se bastaba a s! mismo, por lo que no fue necesario inventar la guerra durante aquellos tiempos remotos. Los aleutas se sent!an seguros en un mundo regido por esp!ritus ben#volos y disfrutaban de una vida satisfactoria. Cambi#n conoc!an la tragedia, porque a veces les amena;aba la muerte por inanici n, y, cuando en el mar del cual depend!an se produc!a una tempestad s"bita, casi todas las familias hab!an llegado a perder a un padre, un esposo o un hijo var n. ,o hab!a rboles ni ninguno de los atractivos animales que hab!an conocido en el continente, tampoco ten!an relaci n con los esquimales del norte ni con los atapascos del territorio central, pero en cambio viv!an en un contacto estrecho con el esp!ritu del mar, con el misterio del peque*o volcn que bull!a desde su costa, y con la animada vida de las ballenas, las morsas, las focas y las nutrias marinas. -osteriormente, los estudiosos descubrieron que la cadena de islas se e$tend!a hacia Asia formando casi un puente de tierra y concluyeron que seguramente lo hab!a atravesado caminando una tribu de mongoles asiticos, hasta llegar al grupo de islas ms occidental, para coloni;ar despu#s gradualmente las islas situadas ms hacia el este. ,o sucedi de este modo. La coloni;aci n de las Aleutianas se produjo de este a oeste, a cargo de esqui8 males como A;a;ru% y su clan, los cuales, si se hubieran desviado hacia el norte despu#s de atravesar el aut#ntico puente de tierra, hubieran llegado a ser id#nticos a los esquimales del oc#ano Ortico. 3omo se encaminaron hacia el sur, se convirtieron en aleutas. A;a;ru%, que en las leyendas isle*as recibi el nombre de <ran 3hamn, dej dos herencias importantes. Los "ltimos a*os de su vida, ide un sombrero aleuta que utili;aba en sus viajes por el oc#ano, y que seguramente constituye el tocado ms curioso del mundo. +ra de madera tallada, aunque se pod!a hacer tambi#n con barbas de ballena, y sub!a por atrs en l!nea recta, hasta una altura considerable. Bescend!a despu#s hacia adelante formando una curva amplia y se e$tend!a con un ngulo gracioso por delante de los ojos, de modo que los ojos del marinero quedaban protegidos del resplandor del sol por una larga visera. ) lo por eso, por la belle;a y el arte de su forma, ya hubiera sido especial& pero, adems, en el punto de contacto entre la parte trasera y la larga pendiente frontal, A;a;ru% dispuso unas pocas plumas sutiles2 los tallos de algunas flores secas o fragmentos decorados de barbas de ballena, que ca!an hacia adelante, por encima de la visera, en forma de arco. +ste sombrero de madera era una obra de arte de proporciones perfectas. 3uando un grupo de media docena de aleutas se dispon!a a cru;ar el oc#ano, cada uno en su %aya% y tocado con un sombrero al estilo de A;a;ru%, con la visera adelantada y las plumas erguidas, formaban una escena memorable, que retrataron ms adelante los artistas europeos que viajaban con los e$ploradores& de este modo, los sombreros se convirtieron en un s!mbolo del Ortico.

-gina ?@ de ?@0

Alaska

James A. Michener

+l chamn tuvo otra contribuci n ms duradera. 3uando los ni*os nacidos en Lapa% le importunaban para que les contase las interesantes leyendas de la tierra de la que proven!an, #l siempre hablaba de ella, de los glaciares y de la interesante colecci n de animales que en ella viv!an, utili;ando el t#rmino PCierra <randeQ, porque hab!a sido verdaderamente grande, y tener que abandonarla fue una triste derrota. 3on el tiempo, aquellas palabras pasaron a representar la herencia perdida. La Cierra <rande se e$tend!a hacia el este, ms all del archipi#lago, y constitu!a un noble recuerdo. La palabra aleuta que significaba Cierra <rande era Ala$s$aq, y, cuando los europeos llegaron a las islas Aleutianas, en su primera parada por aquella ;ona del Ortico, y preguntaron a la gente c mo se llamaban las tierras cercanas, ellos replicaron: PAla$s$aqQ, que en la pronunciaci n europea qued convertido en Alas%a.

IV. LOS EXPLORADORES


+l B!a de A*o ,uevo del .?/7, un cosaco destinado en el puesto ms oriental de )iberia, en la lejana ciudad de Fa%uts%, ucraniano de origen y alto como un gigante, degoll al gobernador, el cual se hab!a comportado como un tirano. Le arrestaron inmediatamente seis j venes oficiales, ya que tres no hubieran bastado para dominarlo, y le golpearon, le encadenaron con grilletes y le e$hibieron atado a una columna del patio de armas, situado frente al r!o Lena. All!, tras recibir diecinueve latiga;os en la espalda desnuda, escuch su sentencia: 8Crofim Shdan%o, cosaco al servicio del ;ar -edro 1cuya vida ilustre guarde el cielo2, se os pondrn grilletes en los tobillos, se os trasladar a )an -etersburgo y all! se os ahorcar. +l d!a siguiente, a las siete de la ma*ana, horas antes de que saliera el sol en aquella lejana latitud septentrional, parti una tropa de diecis#is soldados hacia la capital rusa, distante M.L00 %il metros al oeste, y, al cabo de un arriesgado viaje de trescientos veinte d!as a trav#s de las ;onas deshabitadas y poco transitadas de )iberia y de la :usia central, lleg a 9ologda, que pasaba por ser un lugar civili;ado, desde donde se adelantaron al galope unos veloces mensajeros para informar al ;ar de lo que le hab!a ocurrido a su gobernador de Fa%uts%. )eis d!as despu#s, la tropa entreg al prisionero esposado a una h"meda prisi n, donde le arrojaron a una ma;morra oscura. 8Lo sabemos todo sobre ti, prisionero Shdan%o 8le inform el guardin8. +l viernes por la ma*ana te cuelgan. La noche siguiente, a las die; y media, un hombre todav!a ms alto e Imponente que el cosaco abandon una casa magn!fica situada junto al r!o ,eva y se apresur a subir a un carruaje que le aguardaba, tirado por dos caballos. Iba envuelto en pieles, pero no llevaba sombrero y el viento fr!o de noviembre agitaba su espesa cabellera. +n cuanto se acomod , se dispusieron delante y detrs del carruaje cuatro jinetes fuertemente armados, porque se trataba de -edro :omanov, Sar de Codas las :usias, a quien la historia recordar!a como -edro el <rande. 8A la crcel de los muelles 8orden 8. J,o te alegras de que no sea primaveraK 8grit despu#s el ;ar, inclinado hacia el cochero, que conduc!a -or los callejones helados8. +stas calles estar!an llenas de barro. 8)i fuera primavera, sire 8grit a su ve; el hombre, con evidente familiaridad8, no ir!amos por estos callejones. 8,o los llames callejones 8le espet el ;ar8. +l a*o que viene los van a pavimentar. 3uando el carruaje lleg a la prisi n, que previsoramente -edro hab!a mandado construir cerca de los muelles, donde habr!a peleas entre los marineros de todas las

-gina I0 de ?@0

Alaska

James A. Michener

naciones mar!timas de +uropa, el ;ar baj de su carruaje sin dar tiempo a que su guardia formase, avan; a grandes pasos hasta el port n, fuertemente atrancado, y lo golpe ruidosamente. +l vigilante que dormitaba en el interior tard un minuto en poder acudir, quejoso, a la peque*a mirilla abierta en el centro del portal n. 8JNui#n arma tanto ruido a estas horasK 8pregunt . 8+l ;ar -edro 8respondi amablemente -edro, sin mostrarse ofendido por el retraso que le causaba aquel funcionario. +l 9igilante, invisible detrs de su mirilla, no delat ning"n asombro ante una respuesta tan inusual, pues sab!a desde hac!a tiempo que el ;ar era aficionado a hacer visitas sin avisar. 8UAbro inmediatamente, sireV 8contest en seguida. -edro oy el crujido de los portones mientras el vigilante los abr!a. 3uando el carruaje pod!a pasar por la abertura, el cochero hi;o se*as a -edro para que subiera y pudiesen entrar en el patio de la prisi n con la debida ceremonia, pero el alt!simo gobernante ya se hab!a adelantado a grandes pasos y estaba llamando al jefe de los carceleros. Antes de que se levantara el jefe, los prisioneros, que se hab!an despertado por el ruido, al ver qui#n les visitaba a aquellas horas comen;aron a bombardearle con peticiones: 8U)ire, estoy aqu! injustamenteV 8U)ire, mirad qu# tunante ten#is en Cobols%V U4e rob mis tierrasV 8U=usticia, ;ar -edroV +l ;ar, que aunque no prestaba atenci n a los delincuentes que gritaban s! tomaba buena nota de sus quejas contra cualquier empleado de su gobierno, continu directamente hasta la pesada puerta de roble en la entrada principal del edificio, donde golpe con impaciencia la aldaba de hierro& solamente dio un golpe porque en seguida lleg arrastrando los pies el vigilante del port n. 8U4itrofan, es el ;arV 8anunci a viva vo;. -edro oy entonces el ruido de la actividad fren#tica que se desarrollaba tras las s lidas puertas, construidas con la madera que #l hab!a importado de Inglaterra. +n menos de un minuto, el carcelero 4itrofan hab!a abierto la puerta y se inclinaba con una reverencia. 8+stoy ansioso por obedecer vuestras rdenes, sire. 84ejor as! 8dijo el emperador, mostrando su acuerdo con una palmada en el hombro8. Nuiero que traigas al cosaco Crofim Shdan%o. 8JNue le traiga ad nde, sireK 8A la habitaci n roja que est frente a la tuya. 3onvencido de que sus rdenes se cumplir!an de inmediato, sin que nadie lo guiase, el ;ar se fue a la habitaci n cuya carpinter!a hab!a construido #l mismo unos a*os atrs. ,o era grande, porque -edro la hab!a ideado, ya en los primeros d!as de )T nueva ciudad, e$actamente para el uso que se propon!a darle ahora, y conten!a solamente una mesa y tres sillas porque estaba destinada al interrogatorio de los prisioneros: hab!a una silla detrs de la mesa, para el funcionario, otra al lado, para el empleado que tomar!a nota de las respuestas, y una ms para el prisionero, situada de manera que la lu; de la ventana le diera de lleno en la cara. )i era necesario llevar a cabo un interrogatorio por la noche, la lu; proced!a de una lmpara de aceite de ballena que colgaba del muro, detrs de la cabe;a del funcionario. F, para que el ambiente tuviera la solemnidad que requer!a su prop sito, -edro hab!a pintado el cuarto de un sombr!o color rojo. 4ientras esperaba que trajeran al prisionero, -edro reacomod el mobiliario, pues no quer!a resaltar el hecho de que Shdan%o estaba preso. )in pedir ayuda, traslad la estrecha mesa hasta el centro, puso una silla a un lado y las otras dos enfrente. )egu!a aguardando la

-gina I. de ?@0

Alaska

James A. Michener

llegada del carcelero, y empe; a pasearse de un lado a otro, como si no pudiera dominar su energ!a que era tanta& cuando oy acercarse los pasos por el corredor de piedra, trat de recordar al malhumorado cosaco, a quien cierta ve; hab!a sentenciado a prisi n. <uardaba de #l la imagen de un ucraniano enorme y con bigotes, tan alto como #l mismo, que al salir de la crcel hab!a sido destinado a la ciudad de Fa%uts%, donde iba a servir como polic!a militar, haciendo cumplir las rdenes del gobernador civil. Antes de meterse en problemas serios, hab!a sido un soldado leal. 8Fue una suerte que no le ahorcaran all! mismo 8murmur el ;ar, al recordar aquellos tiempos mejores. +l cerrojo repiquete , se abri la puerta, y all! estaba Crofim Shdan%o, con su metro ochenta y cinco de estatura, los hombros anchos, el pelo negro, un adusto bigote largo y una gran barba que se eri;aba hacia adelante cuando su propietario avan;aba el ment n al discutir. 4ientras iba hacia el cuarto de los interrogatorios, rodeado de guardias, el carcelero le hab!a anunciado qui#n era su visitante nocturno, y por ello el alto cosaco, todav!a con grilletes, se inclin profundamente al entrar y habl con suavidad, no con humildad afectada sino con un respeto sincero: 84e honris, sire. +l ;ar -edro, que detestaba las barbas y hab!a tratado de prohibirlas en su imperio, contempl por un momento a su hirsuto visitante. Luego, sonri . 83arcelero 4itrofan, puedes quitarle los grilletes. 8U-ero si es un asesino, sireV 8ULos grilletesV 8rugi -edro. F a*adi , suavemente, cuando las cadenas cayeron al suelo de piedra8: Ahora, 4itrofan, sal y ll#vate a los guardias. 3omo uno de los guardias parec!a poco decidido a dejar solo al ;ar con aquel notorio criminal, -edro se ri entre dientes, se acerc un poco ms al cosaco y le dio una palmada en el bra;o. 8)iempre he sabido manejar a #ste. +ntonces los otros se retiraron, y, cuando se hubieron ido, -edro indic al cosaco que ocupara una de las dos sillas, mientras #l se sentaba en la de enfrente y apoyaba los codos sobre la mesa. 8,ecesito tu ayuda, Shdan%o 8comen; a decir. 8)iempre la hab#is tenido, sire. 8-ero esta ve; no quiero que asesines a mi gobernador. 8+ra una mala persona, sire. Rs robaba tanto a vos como a m!. 8Lo s#. Los informes de su mala conducta tardaron en llegarme. Los recib! hace apenas un mes. 83uando uno es inocente 8confes Shdan%o, despu#s de hacer una mueca8, viajar encadenado desde Fa%uts% a )an -etersburgo no es ninguna e$cursi n. 8)i alguien pod!a soportarlo, #se eras t" 8se ri -edro8. Ce envi# a )iberia porque sospechaba que all! alg"n d!a podr!as serme "til 8dijo, ms serio. F a*adi , sonriendo al hombret n8: Da llegado el momento. Shdan%o puso las dos manos sobre la mesa, bien separadas, y mir al ;ar directamente a los ojos. 8JNu#K 8pregunt . -edro no dijo nada. )e mec!a hacia atrs y hacia adelante, como si estuviera desconcertado por alg"n asunto demasiado complejo que no pudiera e$plicar con facilidad, y, sin dejar de mirar fijamente al cosaco, le hi;o una primera pregunta decisiva: 8JCodav!a puedo confiar en tiK 83onoc#is la respuesta 8contest Shdan%o, sin mostrarse humilde ni falso.

-gina I/ de ?@0

Alaska

James A. Michener

8J-uedes guardar un secreto importanteK 8,unca me han confiado ninguno, pero... supongo que s!. 8J,o ests seguroK 8,unca me han puesto a prueba. 83omo comprendi que pod!a haber parecido poco respetuoso, a*adi , con firme;a8: )!. )i me advert!s que debo mantener la boca cerrada, s! puedo. 8=uras mantener la boca cerradaK 8Lo juro. -edro acept su promesa con un gesto de satisfacci n, se levant de la silla en direcci n a la puerta, la abri y grit hacia el pasillo: 8Craednos cerve;a. 3erve;a alemana. 3uando entr el carcelero 4itrofan con una jarra llena del l!quido oscuro y con dos grandes vasos, encontr al cosaco y al ;ar sentados delante de la mesa, en el centro de la habitaci n, uno junto al otro, como dos amigos. Dac!a un a*o que no probaba esto 8dijo Shdan%o en cuanto bebi el primer trago. +ntonces -edro inici una conversaci n sobre el asunto que iba a cobrar gran importancia en su vida durante los meses siguientes, y en la e$istencia entera de Shdan%o: 8+stoy muy preocupado por )iberia, Crofim. 8+ra la primera ve; que usaba el nombre de pila del prisionero y los dos fueron conscientes de lo que aquello significaba. 8+sos perros siberianos son dif!ciles de manejar 8asinti el cosaco8, pero son cachorros comparados con los chu%chis de la pen!nsula. 8)on los chu%chis quienes me interesan 8dijo el ;ar8, 3u#ntame. 84e he enfrentado dos veces con ellos y las dos veces he perdido. -ero estoy seguro de que se pueden dominar, si se act"a adecuadamente. 8JNui#nes sonK +ra evidente que el ;ar estaba retrasando la cuesti n. ,o le interesaban las dotes guerreras de aquellos chu%chis establecidos en el lejano e$tremo de su imperio. Codos los grupos que sus soldados y administradores hab!an encontrado durante su marcha irresistible hacia el este se hab!an mostrado dif!ciles al principio, pero sumisos despu#s, cuando se aplicaba un gobierno de confian;a y se les trataba con resoluci n, y estaba seguro de que ocurrir!a lo mismo con los chu%chis. 83omo R) dije en mi primer informe, se parecen ms a los chinos 1en su aspecto y sus costumbres, quiero decir2 que a los rusos como 9uestra majestad, o que a nosotros, los ucranianos. 8-ero no sern aliados de los chinos, espero. 8,ing"n chino les ha visto nunca. ,i tampoco muchos rusos. 9uestro gobernador... 8hubo una breve vacilaci n8, el que muri , les ten!a un miedo mortal. 8-ero, Jt" has estado entre ellosK +ra una invitaci n para que Shdan%o se hiciese el h#roe, pero #l se contuvo. 8Bos veces, sire, aunque no por propia voluntad. 83u#ntamelo. )i lo incluiste en el informe, lo he olvidado. 8,o lo inclu! en el informe porque no me fue muy bien. +ntonces, en el silencio de la habitaci n, cerca de la medianoche, el cosaco narr al ;ar sus dos intentos de navegar hacia el norte, desde los cuarteles de Fa%uts%, en la orilla i;quierda del gran Lena, el mayor r!o del este, y c mo hab!a fracasado la primera ve; debido a la oposici n de las tribus siberianas hostiles que infestaban la ;ona. 84e gustar!a que me hablaras del Lena.

-gina I7 de ?@0

Alaska

James A. Michener

8Tn r!o majestuoso, sire. JDab#is o!do hablar de las bocas del LenaK )on unos cincuenta riachuelos que desembocan todos en el gran oc#ano del norte. Tn pramo de agua. All! me perd!. 8-ero 8repuso suavemente -edro8 seguramente no te encontrar!as con ning"n chu%chi en el Lena ni en sus cincuenta bocas, como las :amas. -or lo que he o!do decir 8continu despu#s de una vacilaci n8, los chu%chis estn mucho ms al este. Shdan%o mordi el an;uelo. 8U)!, s!V +stn all, en la pen!nsula. Bonde acaba la tierra. Bonde acaba :usia. 8J3 mo lo sabesK +l cosaco alarg una mano hacia atrs para tomar su cerve;a y despu#s se volvi a -edro y le hi;o una confesi n: 8,o se lo he dicho a nadie, sire. 3asi todos los hombres que participaron han muerto. 9uestros funcionarios de Fa%uts%, como ese maldito gobernador, nunca se interesaron por esto, como si lo que yo hab!a descubierto no tuviera ning"n valor. F dudo que vuestros otros funcionarios, los de aqu!, de )an -etersburgo, se hubieran interesado tampoco. )ois el primer ruso a quien esto le importa algo, y s# e$actamente por qu# hab#is venido esta noche. -edro no se mostr disgustado por aquel estallido inmoderado de rabia, aquella cr!tica indiscriminada contra sus funcionarios. 8Bime, Shdan%o 8pregunt , sonriendo con un aire conciliador8 Jpo r qu# estoy aqu!K 8-orque cre#is que yo s# algo importante sobre las tierras del este. 8)! 8dijo -edro, sonriendo de nuevo8. )ospecho desde hace tiempo que, cuando hiciste ese viaje por r!o al norte de Fa%uts%, del que s! me informaste, no te limitaste a navegar aguas abajo por el Lena hasta sus muchas bocas, como dec!as en el informe. 8JAd nde cre#is que fuiK 8pregunt Shdan%o, como si #l tambi#n estuviera participando en un juego. 83reo que te adentraste en el oc#ano del norte y navegaste hacia Rriente, hasta el r!o Aolim. 8As! fue. F descubr! que este r!o tambi#n desemboca en el oc#ano a trav#s de varias bocas. 8+so me han dicho otros que tambi#n las han visto 8dijo el ;ar, con un tono que mostraba su aburrimiento. 8,o ser!a nadie que hubiera llegado a ellas desde el mar 8replic speramente Crofim. -edro se ech a re!r 8Fue en el segundo viaje 8continu el cosaco8, del que no me molest# en informar a vuestro despreciable gobernador. 8Fa te encargaste de #l. Beja que su alma descanse. 8Fue en ese viaje cuando me encontr# con los chu%chis. +ra una revelaci n tan importante, y estaba tan relacionada con las dif!ciles preguntas que se planteaban en los c!rculos cultos de -ar!s, Amsterdam y Londres, por no mencionar a 4osc", que a -edro empe;aron a temblarle las manos. Be los mejores ge grafos del mundo, hombres que casi no so*aban con otra cosa, hab!a o!do dos versiones sobre lo que ocurr!a en el e$tremo nordeste de su imperio, en aquellos cabos cubiertos de niebla que pasaban ms de medio a*o congelados, como unas grandes tartas de hielo. 8+minente sire 8hab!an argumentado algunos, en -ar!s8, en el c!rculo Ortico, e incluso ms abajo, vuestra :usia est conectada ininterrumpidamente por tierra con Am#rica del ,orte, por lo que no tiene sentido la esperan;a de hallar un paso mar!timo entre ,oruega y =ap n, rodeando el e$tremo oriental de )iberia. 4uy al norte, Asia y Am#rica del ,orte se convierten en una sola tierra. -ero otros, en Amsterdam y Londres, hab!an intentado convencerle de lo contrario:

-gina I6 de ?@0

Alaska

James A. Michener

8:ecordad lo que os decimos, sire: cuando encontr#is marinos valientes, capaces de navegar desde Ar%angel, ms all de ,ueva Sembla, hasta las bocas del Lena... 8el ;ar no les interrumpi , por no revelar que ya se hab!a conseguido8 descubrir#is que, si lo desearan, podr!an continuar navegando desde el Lena hasta el Aolim, rodear el cabo ms oriental, y descender directamente hasta =ap n. :usia y Am#rica del ,orte no estn unidas. +ntre ellas se interpone un mar que, aunque probablemente est congelado la mayor parte del a*o, no por eso deja de ser un mar, y por lo menos durante el verano quedar abierto. +n los a*os transcurridos desde la #poca en que viajaba por +uropa y ttrabajaba en astilleros holandeses, -edro hab!a ido recopilando cualquier reta;o de informaci n que pudiera obtener de relatos, rumores, evidencias firmes y de las prudentes especulaciones de ge grafos y fil sofos, hasta que, finalmente, aquel a*o .?/7, hab!a llegado a la conclusi n de que, entre sus posesiones ms occidentales y Am#rica del ,orte, e$ist!a un paso ocenico abierto durante la mayor parte del a*o. Cras aceptar esta idea como algo probado, pas a interesarse por otros aspectos del problema y, para resolverlos, necesitaba saber ms cosas sobre los chu%chis y sobre el peligroso territorio que ocupaban. 8Dblame de tu segundo viaje, Shdan%o. 'se en el que te encontraste con los chu%chis. 8+sa ve;, al llegar a la desembocadura del Aolim, me dije: PJNu# habr ms allKQ, y navegu# varios d!as con buen tiempo, confiado en el hbil marino siberiano que capitaneaba mi barco, un hombre que parec!a no conocer el miedo. 3omo ninguno de nosotros entend!a las estrellas, no sabemos hasta d nde llegamos, pero el sol no lleg a ponerse en todo aquel tiempo, de modo que deb!amos de estar bastante al norte del 3!rculo, de eso estoy seguro. 8F Jqu# encontrasteisK 8Tn cabo, y despu#s una desviaci n brusca hacia el sur& y cuando intentamos desembarcar nos topamos con esos condenados chu%chis. 8JF qu# ocurri K 8,os vencieron, dos veces& en batallas campales. )i hubi#ramos tratado de desembarcar por la fuer;a, no dudo que nos habr!an matado. 8J-udiste hablar con ellosK 8,o, pero estaban dispuestos a comerciar con nosotros y conoc!an el valor de lo que ten!an. 8JLes hiciste preguntasK -or se*as, digo. 8)!. F nos dijeron que el mar continuaba infinitamente hacia el sur, pero que hab!a unas islas ms all, entre la niebla. 8J,avegaste hasta esas islasK 8,o. 8+l cosaco vio que el ;ar se mostraba desilusionado, y le record 8: )ire, estbamos lejos de la patria... en un barco peque*o, y no pod!amos adivinar d nde estaba la tierra. A decir verdad, ten!amos miedo. +l ;ar -edro, aunque comprend!a que al ser el emperador de un vasto dominio estaba obligado a conocer cul era la situaci n en todos sus rincones, no replic ante aquel reconocimiento sincero del miedo y del fracaso. 84e pregunto qu# hubiera hecho yo 8dijo, tras beber un largo trago de 3erve;a. 8JNui#n sabeK 8contest Shdan%o, encogi#ndose de hombros. -edro se alegr de que el cosaco no e$clamara efusivamente: PU)ire, estoy seguro de que hubi#rais continuadoVQ, porque #l s! que no estaba nada seguro. 3ierta ve;, en la traves!a de Dolanda a Inglaterra le atrap una fuerte tormenta en el 3anal, por lo que sab!a a lo que el miedo puede conducir a un hombre, en un barco peque*o. -ero despu#s dio una -almada, se levant y empe; a pasearse por el cuarto. 8+scucha, Shdan%o, ya s# que no hay una cone$i n entre :usia y Am#rica del ,orte. F quiero hacer algo al respecto, pero no ahora sino en el futuro.

-gina IL de ?@0

Alaska

James A. Michener

-arec!a que all! se acababa el interrogatorio, que el ;ar iba a volver a su palacio inacabado y el cosaco, a su horca& por eso, Shdan%o, peleando por su vida, alarg auda;mente la mano y agarr la manga derecha de -edro, cuidando de no tocar su persona. 83omerciando, sire, obtuve dos cosas que podr!an interesaros. 8JBe qu# se trataK 8Francamente, sire, quiero cambiroslas por mi libertad. 8)i he venido esta noche ha sido para darte la libertad. Abandonars este sitio para alojarte en el palacio pr $imo al m!o. Shdan%o se levant , y los dos hombretones se miraron de cerca, hasta que apareci una gran sonrisa en el rostro del cosaco. 8+n ese caso, sire, os ofrecer# mis secretos sin compensaciones y con mi gratitud 8dijo, y se inclin para besar el borde forrado de pieles de la t"nica de -edro. 8JB nde estn esas cosas secretasK 8pregunt -edro. 8Las hice sacar a escondidas de )iberia 8respondi Shdan%o8, y las tiene ocultas una mujer que conoc! hace tiempo. 8J9ale la pena que vaya a verla esta nocheK 8)!. 3on esta simple declaraci n, Crofim Shdan%o dej sus grilletes en el suelo de la crcel, acept el manto de pieles que el carcelero le tendi por orden del ;ar y, caminando junto a -edro, cru; la puerta de roble y subi al carruaje que esperaba, mientras los cuatro jinetes armados formaban para protegerles.Abandonaron los muelles del r!o, donde Shdan%o pudo ver los tristes maderos de varios buques en construcci n, pero, antes de llegar a la ;ona que conduc!a al tosco palacio, dieron la vuelta para alejarse del r!o, tierra adentro, y, en la oscuridad de las dos de la ma*ana, buscaron un m!sero callej n, donde se detuvieron ante una casucha protegida por una puerta sin go;nes. Bespertaron al ocupante de la casa que, so*oliento, inform a Shdan%o: 8)e fue el a*o pasado. La encontrar#is tres callejones ms all, en una casa con la puerta verde. All! supieron que 4ar!a, la mujer, segu!a guardando el valioso paquete que el prisionero Shdan%o le hab!a enviado desde Fa%uts%. 3uando volvi a ver a su amigo Crofim, no demostr sorpresa ni alegr!a, porque la presencia de los soldados le hi;o suponer que el corpulento acompa*ante de Shdan%o era alg"n funcionario que iba a arrestar al cosaco por aber robado lo que hubiera en el paquete. 8Comad 8murmur , depositando un bulto grasiento en las manos de -edro. Bespu#s se dirigi a Shdan%o8: Lo siento, Crofim. +spero que no te ahorquen. +l ;ar desgarr ansiosamente el envoltorio y en su interior encontr dos pieles, cada una de un metro y medio de longitud& era la piel ms suave, fina y fuerte que hab!a visto en su vida. )u color pardo oscuro brillaba bajo la d#bil lu;, y ten!a los pelos mucho ms largos que los de las pieles que #l conoc!a, aunque los comerciantes s lo le tra!an las mejores. -roced!an de la valiosa nutria marina, que habita en las aguas heladas al este de las tierras chu%chis, y eran las primeras de su clase que llegaban al mundo occidental. Fa en un primer momento, al e$aminar aquellas pieles tan especiales, -edro se dio cuenta de su valor, y pudo imaginarse la gran importancia que adquirir!an en las capitales europeas, si era posible suministrarlas en cantidades regulares. 8)on e$celentes 8opin -edro8. +$plicad a esta mujer qui#n soy y dadle algunos rublos por hab#rmelas guardado. 8'ste es tu ;ar 8le e$plic a 4ar!a el capitn de la guardia, mientras le entregaba unas monedas8. Ce da las gracias. La mujer se arrodill y le bes las botas. -ero aquella e$tra*a noche no se acab con su gesto, porque -edro grit a uno de los guardias, cuando la mujer iba a incorporarse:

-gina IM de ?@0

Alaska

James A. Michener

8Cremela. Antes de que el hombre regresara, el ;ar ya hab!a obligado al asombrado Shdan%o a sentarse en la "nica silla de la cho;a. +l guardia volvi con una navaja larga, roma y de aspecto asesino. 8,ing"n hombre, ni siquiera t", Shdan%o, llevar barba en mi palacio 8e$clam -edro& y, con una energ!a considerable, procedi a afeitar la barba del cosaco, arrancando tambi#n con ella una buena porci n de piel. Crofim no pod!a protestar, pues, como ciudadano, sab!a que la ley le prohib!a llevar barba& adems, como era un cosaco, ten!a que soportar sin inmutarse que aquella navaja mellada le arrancara los pelos de ra!; o le cortara la cara. -ermaneci impasiblemente sentado hasta el final del afeitado, luego se levant , se limpi la sangre de la cara descubierta, y dijo: 83onservad vuestro imperio, sire. ,unca ser#is un buen barbero. -edro arroj la navaja a un guardia, que la dej caer al suelo para no cortarse. Abra;ando a su at nito cosaco, el ;ar le condujo al carruaje. La aparici n de un nuevo tipo de pieles de gran calidad no distrajo a -edro el <rande de su principal inter#s, que era la lejana )iberia oriental. -or supuesto, hi;o que su sastre, un franc#s llamado BesArbes, a*adiera las pieles a tres de sus atuendos de ceremonia, pero luego se olvid de ellas, porque su continua preocupaci n era la actualidad de :usia: cul era su situaci n, qu# relaciones manten!a con sus vecinos, y c mo la conservar!a para el futuro. Wltimamente hab!a sentido unos ocasionales golpes de sangre en la cabe;a que le advirtieron que incluso #l, tan fuerte, era mortal, por lo que empe; a concentrarse en tres o cuatro grandes proyectos que era preciso orientar o consolidar. :usia no ten!a a"n ning"n puerto mar!timo seguro y, desde luegoX ninguno de aguas clidas. ,o ten!an buenas relaciones con los turcos todopoderosos. A veces, el gobierno interno de :usia era un desastre, sobre todo en los distritos alejados de )an -etersburgo, donde pod!an esperar ocho meses hasta recibir una carta con instrucciones, y, si el destinatario se retrasaba en obedecer o en contestar, la respuesta pod!a tardar dos a*os en regresar a la capital. La red de carreteras era deplorable en todas partes, a e$cepci n de la ruta, bastante pasable, entre las dos ciudades principales, y, en el lejano este, ning"n funcionario parec!a saber qu# ocurr!a. -or lo tanto, a pesar de la importancia de las pieles, y, aunque gran parte de la rique;a de :usia depend!a de los valientes tramperos que ca;aban en los pramos de )iberia, ninguna acci n inmediata se deriv del descubrimiento providencial de que las aguas contiguas a las tierras chu%chis pod!an proporcionar unas pieles tan espl#ndidas como las de la nutria marina. pedro el <rande hab!a aprendido, ms por su e$periencia en +uropa que por lo visto en :usia, que en el lejano oriente su naci n se enfrentaba a dos peligros potenciales: 3hina y la naci n europea que llegase a dominar la costa occidental de Am#rica del ,orte. Fa sab!a que +spa*a, a trav#s de su colonia me$icana, ten!a una posici n de fuer;a en la parte de Am#rica que daba al oc#ano -ac!fico y que, adems, su poder se e$tend!a irrebatible por todo el territorio del sur, hasta el cabo de Dornos. -edro estudiaba constantemente los mapas por entonces disponibles, que cada a*o eran ms completos, y comprend!a que, si +spa*a trataba de proyectar su poder hacia el norte, cosa probable, tarde o temprano entrar!a en conflicto con los intereses de :usia. -or eso le interesaba tanto el comportamiento de +spa*a. -ero, con la intuici n que frecuentemente caracteri;a a los grandes hombres, especialmente si son responsables del gobierno de su patria, preve!a que otras naciones, por entonces ms poderosas que +spa*a, pod!an e$tender tambi#n su poder a la costa norteamericana del -ac!fico, y vio que, si lo consegu!an Francia o Inglaterra, cada una de las cuales ten!a dominios en el Atlntico, podr!a encontrarse con que uno de estos dos

-gina I? de ?@0

Alaska

James A. Michener

pa!ses le atacara en +uropa, sobre sus fronteras occidentales, y en Am#rica, sobre las orientales. A -edro le gustaban los barcos, hab!a navegado mucho y estaba convencido de que, si su vida se hubiera desarrollado de otro modo, hubiera llegado a ser un buen capitn y marino. 3omo consecuencia, le fascinaba la capacidad que ten!a un buque de moverse libremente por los mares del mundo. +staba a punto de conseguir su gran prop sito de convertir a :usia en una potencia mar!tima europea, y esta posici n comportaba tantas ventajas para su imperio que estaba estudiando la posibilidad de construir una flota en )iberia, si la situaci n lo permit!a. -ero antes ten!a que saber cul era la situaci n. -or lo tanto, dedic mucho tiempo a planear un vasto proyecto para fletar en los mares de )iberia un buque ruso s lidamente construido, encargado de e$plorar la ;ona, aunque no en busca de una informaci n espec!fica, sino de aquellos conocimientos generales en los que tiene que basarse el jefe de un imperio para poder tomar una decisi n prudente. +n cuanto a la importante cuesti n del punto de contacto entre )iberia y Am#rica del ,orte, estaba convencido de que no e$ist!a. )in embargo, ten!a grandes intereses comerciales en la ;ona. -edro manten!a con 3hina, por v!a terrestre, Tn comercio ventajoso, pero quer!a saber si ser!a posible establecerlo ms fcilmente por mar. F ten!a mucho inter#s en comerciar con =ap n, cualesquiera que fuesen las condiciones, porque las pocas mercanc!as que llegaban a +uropa desde aquellas tierras misteriosas le entusiasmaban, como a todos los dems, por su calidad. Lo que quer!a saber, por encima de todo, era lo que hac!an en aquel decisivo oc#ano +spa*a, Inglaterra y Francia, y quer!a poder deducir las posibilidades de estos pa!ses. Rchenta a*os despu#s, el presidente estadounidense Chomas =efferson, un hombre bastante parecido a -edro, quiso saber lo mismo sobre las posesiones reci#n adquiridas a lo largo del -ac!fico. 3uando sus ideas se encontraban todav!a en estado embrionario y no estructurado que suele preceder a los pensamientos ms constructivos, mand llamar a aquel cosaco en el que hab!a llegado a confiar, aquel hombre rudo e iletrado que parec!a mejor informado sobre )iberia que los cultos funcionarios destacados all! por su gobierno, y, despu#s de sonsacarle y comprobar con satisfacci n que Shdan%o continuaba conservando su energ!a y su inter#s, lleg a una conclusi n favorable: 8Cienes veintid s a*os, Crofim, una edad estupenda. -ronto entrars en la mejor #poca del hombre. U)e*or, c mo me gustar!a volver a los veintid sV Cengo pensado 8continu , indicando a Shdan%o que se sentara a su lado en el banco8 enviarte de nuevo a Fa%uts%. 4s all, tal ve;. Nui;s hasta la misma Aamchat%a. 8+sta ve;, ponedme a las rdenes de un gobernador mejor, sire. 8,o estars a las rdenes de un gobernador. 8JF qu# podr!a hacer yo por mi cuenta, sireK ,o s# leer ni escribir. 8,o irs por tu cuenta. 8,o comprendo 8dijo el cosaco, que se levant y comen; a pasearse por la habitaci n. 8Irs en un barco 8e$plic -edro8. +stars bajo el mando del mejor marino que podamos encontrar. Irs a Cobols% 8continu -edro completamente entusiasmado, agitando las manos y hablando con vo; cada ve; ms fuerte, antes de que Crofim pudiera mostrar su estupefacci n8, en busca de algunos carpinteros& a Feniseys%, a por hombres que sepan trabajar con brea& luego, a Fa%uts%, donde ya conoces a todo el mundo y puedes aconsejar qu# hombres convendr!a llevar a Rjosts%, donde construirs tu barco. Tn barco grande. Fo te dar# los planos. 8U)ireV 8interrumpi Shdan%o8. ,o s# leer. 8Fa aprenders& comen;ars hoy mismo, pero, mientras estudies, no digas a nadie por qu# lo haces. 8-edro se levant y comen; a pasearse por la habitaci n del bra;o de Crofim8. Nuiero que busques trabajo en los muelles. All! estamos construyendo nuestros barcos...

-gina II de ?@0

Alaska

James A. Michener

8,o entiendo mucho de maderas. 8,o te preocupes por la madera. Cienes que escuchar, ju;gar, comparar, servirme de ojos y de o!dos. 8J-ara qu#K 8-ara informarme de qui#n es el mejor hombre de all!. Alguien que entienda mucho de barcos. Nue sepa c mo tratar a los hombres. )obre todo, Shdan%o, alguien que sea tan valiente como t" has demostrado ser. +l cosaco no dijo nada& no trat de negar su valor con falsa modestia, puesto que lo que hab!a atra!do la atenci n del ;ar sobre #l hab!an sido sus audaces ha;a*as en Tcrania, cuando ten!a quince a*os. -ero -edro apenas pod!a imaginarse qu# valent!a hab!a necesitado aquel hombre, que no sab!a nada del mar, para aventurarse por el r!o Lena y para continuar a lo largo de la costa hasta la tierra de los chu%chis, y para defenderse durante el trayecto. 84e gustar!a ser el capitn de ese barco 8dijo -edro finalmente, mientras paseaban juntos8 y llevarte como oficial al mando de las tropas. Sarpar!amos desde la costa de Aamchat%a, dondequiera que est#, hacia toda Am#rica. Burante la #poca que pas trabajando en los astilleros de d!a y aprendiendo a leer de noche, Crofim descubri que la mayor!a de los logros que llevaban a cabo en )an -etersburgo, 1y eran muchos2 no estaban a cargo de rusos, sino de especialistas procedentes de otras naciones europeas. )u maestro, )oderlein, era un alemn de Deidelberg, igual que dos de los m#dicos de la corte. La ense*an;a de las matemticas estaba en manos de unos brillantes parisinos. Dab!a profesores tra!dos de Amsterdam y Londres que escrib!an libros sobre diversas materias. +$pertos de Lille y (urdeos investigaban sobre astronom!a, que interesaba mucho a -edro. F, all donde se necesitasen soluciones prcticas, Crofim se encontraba con ingleses y escoceses, especialmente estos "ltimos. 'stos dibujaban los planos de los barcos, instalaban las escaleras de caracol en los palacios, ense*aban a los campesinos c mo ocuparse de los animales, y guardaban el dinero. Tn d!a en que -edro y Crofim discut!an la e$pedici n al este, todav!a poco definida, el ;ar dijo: 83uando necesites ideas, recurre a los franceses y a los alemanes. -ero si quieres acci n, contrata a un ingl#s o un escoc#s. Tna ve; que llev unas cartas a la Academia de 4osc", Shdan%o la encontr llena de franceses y alemanes& el portero que le guiaba por los salones reci#n amueblados le susurr : 8+l ;ar ha contratado a los hombres ms brillantes de +uropa. +stn todos aqu!. 8JNu# hacenK 8pregunt Crofim, aferrado al paquete que llevaba. 8-iensan. Burante el segundo mes de su aprendi;aje, Shdan%o descubri otro dato sobre su ;ar: aunque los que se ocupaban de pensar eran los europeos, especialmente franceses y alemanes, eran -edro y un grupo de rusos como #l los que se encargaban de gobernar. +llos proporcionaban el dinero y decid!an d nde ten!a que ir el ej#rcito y qu# barcos se iban a construir& y eran ellos quienes dirig!an :usia, sin ninguna duda. F aquello le dej perplejo, pues, para colaborar en la selecci n del marino que comandar!a la vasta e$pedici n imaginada por -edro, se sent!a obligado a elegir a un ruso que fuera capa; de dirigir una tarea de tal magnitud. -ero, cuanto ms observaba a los hombres de la costa y cuantos ms informes escuchaba sobre ellos, con ms claridad ve!a que no hab!a ning"n ruso remotamente capacitado para aquella tarea, cosa que detestaba decirle a -edro, hasta que un d!a tuvo que ser franco, cuando #ste le pregunt c mo marchaba su investigaci n.

-gina I@ de ?@0

Alaska

James A. Michener

8)# de dos alemanes, un sueco y un dan#s que podr!an servir. -ero los alemanes, con sus modales altaneros, no podr!an dirigir a rusos como FR F, en cuanto al sueco, combati tres veces contra nosotros en las guerras del (ltico antes de pasarse a nuestro bando. 8Le hundimos todos los barcos 8se ri -edro8, de modo que ten!a que unirse a nosotros, si quer!a seguir siendo marino. JCe refieres a LundbergK 8)!, es muy buen hombre. )i le escog#is, confiar# en #l. 8F, Jqui#n es el dan#sK 8pregunt -edro. 89itus (ering, capitn de segundo rango. )us hombres hablan bien de #l. 8Fo tambi#n 8asinti el ;ar, y el asunto no volvi a discutirse. A solas, -edro refle$ion profundamente sobre lo que sab!a de (ering: PLe conoc! hace veinte a*os, el d!a en que nuestra flota de adiestramiento se detuvo en Dolanda. ,uestros almirantes estaban tan ansiosos de contar con alguien con e$periencia en el mar que le nombraron subteniente sin e$aminarle. F eligieron bien, pues ascendi de prisa a capitn de cuarto rango, de tercero y de segundo. 3ombati virilmente en nuestra guerra contra los suecosQ. (ering, ocho a*os menor que -edro, se hab!a retirado con todos los honores a comien;os del a*o .?/6, para establecerse en el majestuoso puerto finland#s de 9yborg, donde esperaba pasar el resto de su vida cuidando su jard!n y contemplando los nav!os que pasaban por el golfo de Finlandia, rumbo a )an -etersburgo. Fa avan;ado el verano de aquel mismo a*o fue llamado a :usia para entrevistarse con el ;ar. 89itus (ering, hice mal en permitir que te retiraras. )e te necesita para una misi n de la mayor importancia. 8Cengo cuarenta y cuatro a*os, 4ajestad. Ahora no me ocupo de barcos, sino de jardines. 8Conter!as. )i yo no hiciera falta aqu!, ir!a personalmente. 8-ero vos sois un hombre especial, 4ajestad. (ering, un hombrecito rechoncho, de mejillas regordetas, con la boca torcida y el pelo que le ca!a sobre los ojos, dec!a la verdad, porque -edro med!a casi cuarenta cent!metros ms que #l y ten!a un porte imponente del que #l mismo carec!a. +ra un dan#s terco y eficiente, como un perro bulldog, que hab!a alcan;ado un puesto importante gracias a su determinaci n y no porque tuviera unas cualidades especiales para el mando. +ra lo que los marinos ingleses sol!an llamar Pun lobo de marQ, y esos hombres, cuando clavan sus dientes en un proyecto, pueden arrasar. 8A tu modo 8dijo -edro8, y de un modo vital para este proyecto, eres tambi#n especial, capitn (ering. 8JF cul es vuestro proyectoK Be manera t!pica en #l, desde un comien;o (ering adjudic el proyecto al ;ar. Fuera lo que fuese, era una idea de -edro, y para (ering ser!a un honor colaborar con #l. Shdan%o no oy la respuesta de -edro a (ering, pero dej ms adelante un informe de cierta importancia, donde contaba que -edro le hab!a dado al capitn ms o menos la misma e$plicaci n que a #l: PBijo que deseaba saber ms cosas sobre Aamchat%a, d nde terminaban las tierras de los chu%chis y qu# naciones europeas ten!an colonias en la costa oeste de Am#ricaQ. Shdan%o estaba seguro de que no se hab!a discutido la posibilidad de que el territorio ruso estuviera unido por tierra con Am#rica del ,orte: PAmbos hombres daban eso por sabidoQ. Bespu#s, Shdan%o vio deambular por los astilleros durante unas semanas, al regordete dan#s, que luego desapareci . 8Le han llamado a mosc" para reunirse con unos acad#micos destinados all 8le cont un obrero8. +sos fulanos de Francia y Alemania, lo saben todo y no son capaces de atarse la corbata. )i les hace caso, se meter en l!os.

-gina @0 de ?@0

Alaska

James A. Michener

Bos d!as antes de ,avidad, una festividad que agradaba especialmente a Shdan%o, el capitn (ering estaba de vuelta en )an -etersburgo, y le hab!an convocado a una reuni n con el ;ar, en la que tambi#n se esperaba la asistencia de Shdan%o. 8+stis trabajando demasiado, sire 8espet el cosaco al entrar en la sala de reuniones del palacio8. ,o ten#is buen aspecto. -asando por alto el comentario, -edro ofreci asiento a los hombres. 89itus (ering 8dijo, cuando el ambiente se revisti de cierta solemnidad8, te he ascendido a capitn de primer rango porque quiero encomendarte la importante misi n de la que hablamos el verano pasado. (ering comen; a protestar, diciendo que era indigno de aquel ascenso, pero -edro, que, desde que hab!a saltado impulsivamente a las aguas heladas de la bah!a de Finlandia para rescatar a un marinero que se ahogaba, estaba constantemente enfermo y tem!a que la muerte interrumpiese sus grandes proyectos, pas por alto las formalidades: 8)!, hars una traves!a por tierra hasta los l!mites orientales de nuestro imperio, donde construirs barcos, y llevars a cabo las e$ploraciones de las que hablamos. 8+$celsa 4ajestad, considerar# esta e$pedici n como vuestra y navegar# bajo vuestro mando. 8(ien 8repuso -edro8. +nviar# a nuestros hombres mejor preparados contigo& y, como asistente, tendrs a este cosaco, Crofim Shdan%o, que conoce bien aquellas ;onas y go;a de mi aprobaci n personal. +s un hombre de confian;a. 3on estas palabras, el ;ar se levant y se situ junto a su cosaco& y el gorde;uelo (ering, al colocarse entre aquellos dos gigantes, parec!a una colina entre dos grandes monta*as. Tn mes ms tarde, el ;ar -edro, merecidamente apodado el <rande, falleci a la temprana edad de cincuenta y tres a*os, sin haber tenido la ocasi n de tra;ar los detalles del plan. +l gobierno de :usia cay entonces en manos de su viuda, 3atalina I, una mujer e$traordinaria, que hab!a nacido en una familia de campesinos lituanos, hab!a quedado hu#rfana siendo joven y se hab!a casado, a los dieciocho a*os, con un drag n sueco que la abandon tras una luna de miel que dur ocho d!as de un verano. Fue la amante de varios hombres bien situados, hasta que cay en manos de Tn poderoso pol!tico ruso que se la present a -edro, el cual, despu#s de que ella le diese tres hijos, se cas con ella de buen grado. Dab!a sido una esposa leal y, ahora, fallecido su esposo, deseaba tan s lo llevar a cabo las rdenes que #l hab!a dejado sin cumplir. +l L de febrero de .?/L, concedi a (ering el nombramiento temporal como capitn de flota que #ste ostentar!a durante la e$pedici n y le entreg las rdenes que deber!a seguir. +staban e$puestas en un confuso documento de tres prrafos, cuyo borrador hab!a redactado -edro en persona poco antes de su muerte& aunque eran claras las instrucciones relativas a la traves!a de :usia y a la construcci n de los barcos, no estaba nada claro qu# hab!a que hacer con aquellos barcos, una ve; construidos. Los almirantes hab!an interpretado que (ering ten!a que averiguar si el este de Asia estaba unido a Am#rica del ,orte& otros hombres, como Crofim Shdan%o, que hab!a hablado personalmente con -edro, cre!an que su intenci n hab!a sido llevar a cabo un reconocimiento de la costa americana, con la posibilidad de reclamar para :usia las tierras no ocupadas. Ambas interpretaciones coincid!an en que (ering tendr!a que intentar encontrar colonias europeas en la ;ona e interceptar los nav!os europeos para interrogarlos. ,ing"n gran e$plorador, como era 9itus (ering, hab!a iniciado antes un viaje tan largo con unas rdenes tan imprecisas por parte de los patrocinadores que pagaban los gastos. Antes de morir, -edro sab!a, seguramente, cules eran sus intenciones, pero los que le sobrevivieron las ignoraban. +ntre )an -etersburgo y la costa oriental de Aamchat%a, donde deb!an construirse los barcos, hab!a la pavorosa distancia de @.600 %il metros, que superaban los @.M00 si se

-gina @. de ?@0

Alaska

James A. Michener

ten!an en cuenta los inevitables desv!os. Las carreteras eran peligrosas o no e$ist!an. +ra preciso aprovechar los r!os, pero no hab!a embarcaciones para hacerlo. Dab!a que conseguir trabajadores durante el trayecto, en pueblos remotos donde no hab!a nadie cualificado. Dab!a que franquear largos trechos de tierra desierta, que nunca antes hab!a cru;ado un grupo de viajeros. F, lo que acab resultando ms irritante que todo lo dems: no hab!a manera de que los funcionarios de )an -etersburgo pudieran avisar a sus delegados en la lejana )iberia de la pr $ima llegada de aquel grupo de hombres, que les plantear!an e$igencias que, sencillamente, no pod!an resolverse en la ;ona. Al cabo de la segunda semana, Shdan%o le dijo a (ering: 8+sto no es una e$pedici n, es una locura 8y esas palabras se repitieron durante la mayor parte del viaje. )e adelantaron a (ering veintis#is de sus mejores hombres, que conduc!an veinticinco carretas cargadas con los materiales necesarios, y #l les sigui poco despu#s con seis compa*eros, incluido su asistente Crofim Shdan%o, con quien estableci la ms firme y productiva de las relaciones. Burante el recorrido en troi%a hasta )oli%ams%, una aldea insignificante que marcaba el comien;o de las tierras deshabitadas, los dos hombres tuvieron oportunidad de descubrir cada uno las debilidades del otro, algo que result de suma importancia, puesto que el viaje no iba a durar meses, sino a*os. )eg"n descubri su asistente, 9itus (ering era un hombre de principios firmes. :espetaba el trabajo bien hecho, estaba dispuesto a elogiar a sus hombres cuando se desempe*aban bien y se e$ig!a a s! mismo id#ntico esfuer;o. ,o era un hombre de libros, lo cual tranquili; a Shdan%o, que hab!a tenido problemas con el alfabeto, pero otorgaba gran importancia a los mapas y los estudiaba habitualmente. ,o era demasiado religioso, aunque re;aba. )in ser un glot n, apreciaba una comida decente y una bebida reconfortante. -or encima de todo, era un jefe respetuoso con sus hombres, y, como siempre ten!a presente que era un dan#s con autoridad sobre rusos, trataba de no ser nunca arrogante, aunque dejaba en claro que el mando era suyo. )in embargo, ten!a una debilidad que inquietaba al cosaco, el cual ten!a un modo muy distinto de dirigir a sus subordinados: (ering, en cualquier momento cr!tico, hac!a lo que los oficiales rusos: reunir a sus subordinados para consultar con ellos la situaci n que deb!an enfrentar. +llos ten!an que elaborar sus recomendaciones y presentarlas por escrito, a fin de que el jefe no se viera obligado a asumir toda la responsabilidad si las cosas sal!an mal. Lo que inquietaba a Shdan%o era que (ering ten!a realmente en cuenta las opiniones de sus colaboradores y se guiaba con frecuencia por ellas. 8Fo les preguntar!a qu# opinan 8gru*!a Shdan%o8, y despu#s quemar!a el documento firmado. )in embargo, a pesar de aquel defecto, el corpulento cosaco respetaba a su capitn y jur servirle bien. -or su parte, (ering ve!a en Shdan%o a un hombre resuelto y valeroso, que hab!a sido capa;, cuando la crisis de Fa%uts%, de arriesgar su vida para matar a su superior, al ver que la conducta irracional de #ste pon!a en peligro la situaci n de :usia en )iberia. +l mismo ;ar -edro le hab!a confesado a (ering, al informarle sobre Crofim: 8+l hombre a quien mat se lo ten!a merecido. Shdan%o me ahorr el trabajo. 8+n ese caso 8pregunt (ering8, Jpor qu# le trajisteis encadenado a la capitalK 8Cen!a que tranquili;arse 8contest -edro. F despu#s a*adi , riendo8: F yo ten!a proyectado desde siempre utili;arle ms adelante para un proyecto importante. +l vuestro. (ering reconoc!a la enorme fuer;a de aquel cosaco, tanto en lo f!sico como en lo moral, y encontraba un motivo especial para tenerle simpat!a, pues, como se dec!a a s! mismo: PDa navegado por el r!o Lena. + intent e$plorar los mares del norteQ. Cambi#n observ que su asistente ten!a un apetito pantagru#lico, se enojaba con rapide;, perdonaba con igual

-gina @/ de ?@0

Alaska

James A. Michener

prontitud, y tend!a siempre a elegir el modo ms dif!cil de hacer las cosas, si representaba un desaf!o. Al principio del viaje decidi que no pedir!a consejo a Shdan%o, aunque s! confiar!a en su ayuda durante los momentos dif!ciles. +n )oli%ams% tuvo oportunidad de poner a prueba sus teor!as sobre el cosaco. )oli%ams% era una de esas estaciones de paso poco importantes, donde los viajeros se paran solamente por algo de comida grasienta, para ellos, y por algo de car!sima avena, para sus caballos. Dab!a solamente diecis#is toscas cho;as y un posadero malhumorado al que llamaban -avluts%y, que empe; a quejarse en cuanto los hombres y las carretas de (ering cayeron sobre #l: 8,unca ha habido tanta gente aqu!. J3 mo quer#is que yo.. (ering intent e$plicar que la nueva emperatri; le hab!a ordenado personalmente aquella empresa. 8Rs lo habr ordenado a vos, no a m! 8se quej -avluts%y. Cen!a ra; n en su protesta. +l pobre hombre, acostumbrado a que s lo de ve; en cuando llegara alg"n correo solitario de la ruta entre 9ologda y Cobols%, estaba abrumado por aquella afluencia inesperada. 8,o puedo hacer nada 8avis . 83laro que s! 8intervino Shdan%o8. -uedes quedarte aqu! sentado y no abrir la boca. Bicho esto, levant en bra;os al posadero y lo dej caer sobre un taburete. Cras amena;ar al hombre con romperle la cabe;a si pronunciaba una sola palabra ms, el corpulento cosaco empe; a dar rdenes a sus propios hombres y a los de -avluts%y, para que sacaran toda la comida que hubiese, y reuniesen todo el forraje posible para los caballos. 3omo en la posada no hab!a ms que una parte de lo que precisaban, orden a sus hombres que registrasen las cho;as cercanas y trajeran, adems de provisiones, mujeres para preparar la comida y hombres para ocuparse de los animales. +n media hora, Shdan%o hab!a movili;ado a casi todos los habitantes de )oli%ams%, y entre el crep"sculo y la medianoche, los aldeanos corrieron fren#ticamente arriba y abajo para satisfacer los deseos de los viajeros. A la una de la ma*ana, cuando hab!an vaciado sus dos barriles de cerve;a, -avluts%y se acerc humildemente a (ering. 8JNui#n pagar todo estoK 8pregunt . (ering se*al a Shdan%o, quien rode con un bra;o los hombros del posadero. 8La ;arina 8le asegur 8. Rs voy a dar una factura que pagar la ;arina. FShdan%o escribi , a la vacilante lu; de una lamparilla de aceite: P+l capitn de flota 9itus (ering consumi 77 comidas y 6? caballos. -guese al proveedor Ivn -avluts%y, de )oli%ams%Q. 8+stoy seguro de que os lo pagar 8afirm , mientras entregaba el documento al desconcertado posadero, quien confi que as! fuese. 9iajaron en troi%as, a trav#s de campos helados, desde )oli%ams% hasta la importante parada de C bols%, pero ms hacia el este hab!a mucha nieve y se vieron for;ados a detenerse all! durante casi nueve semanas, que Shdan%o aprovech para recorrer la ;ona y reclutar ms soldados, desoyendo las protestas de los comandantes locales. -or su parte, (ering orden a un monje y al comisario de una peque*a aldea que se incorporaran tambi#n a la e$pedici n, de modo que el grupo contaba con sesenta y siete hombres y cuarenta y siete carretas en el momento de partir de C bols% rumbo al norte. Al abandonar aquella ciudad, donde hab!an disfrutado de cierta comodidad, llevaban e$actamente cien d!as de viaje y hab!an cubierto la considerable distancia de //,L00 %il metros en lo peor del invierno, pero a partir de all! se acababan los caminos para el correo, que estaban bien atendidos, y ellos se vieron obligados a viajar a lo largo de los r!os, a trav#s de tierras yermas y a la sombra de adustas colinas. -asaron de la c moda troi%a, con sus clidas pieles, a los carros, a los caballos despu#s, y, finalmente, a las

-gina @7 de ?@0

Alaska

James A. Michener

raquetas con las que se cal;aban los pies para andar pesadamente a trav#s de la nieve amontonada. A principios del verano de .?/L, solamente hab!an recorrido 770 %il metros 1Cobols%, )urgut, ,arim2, pero al final fueron a parar a una ;ona fluvial por donde pudieron viajar rpidamente en balsa. Tn d!a llegaron a la l"gubre fortale;a fronteri;a de 4ara%ovs%a, donde (ering pronunci una plegaria por el gran misionero Filofei el ar;obispo, quien, pocos a*os antes, hab!a convertido del paganismo al cristianismo a los habitantes de la ;ona. 8Acercar las almas humanas al conocimiento de jesucristo es una obra noble 8dijo el dan#s a su asistente. 8J3 mo vamos a cru;ar las monta*as hasta el r!o Fenis#i con nuestros hombres y con todo este equipajeK 8le contest Shdan%o, que ten!a otros problemas. Lo consiguieron con grandes esfuer;os, y las siguientes semanas avan;aron fcilmente, porque se e$tend!a ante ellos una serie de r!os que pudieron recorrer navegando hasta el pueblo de llims%, a orillas del Lena, aquel gran r!o cuya lejana parte alta hab!a e$plorado Shdan%o en otros tiempos. -ero les esperaba otro invierno abrumador y tuvieron que abandonar sus intentos de continuar hacia el este. +n unas cho;as miserables, alimentndose mal, sobrevivieron al sombr!o invierno de .?/L y .?/M, y alistaron a otros treinta herreros y carpinteros. Ahora eran noventa y siete en total, y, si alguna ve; se cumpl!a la remota posibilidad de que llegasen al -ac!fico, siquiera con una parte de los materiales que llevaban, estar!an en condiciones de construir barcos. ,inguno de ellos, e$ceptuando a (ering, hab!a visto nunca un aut#ntico barco, y, desde luego, no hab!an construido ninguno. Shdan%o hab!a navegado solamente en embarcaciones improvisadas, pero, tal como dijo un carpintero llamado Liya, cuando le reclutaron: PAlguien capa; de construir un bote para el Lena, puede construir un barco para como quiera que se llame el oc#ano que haya por all!Q. 9itus (ering rara ve; se dejaba arredrar por las circunstancias que escapaban a su control y, cuando se vio encerrado en aquella miserable prisi n aislada por la nieve, demostr a Shdan%o y a sus oficiales hasta d nde pod!a llegar su terquedad. -uesto que no pod!a avan;ar hacia el norte ni hacia el este, dijo: 89eamos qu# hay al sur. 3uando investig , le informaron de que el actual voivoda de la importante ciudad de Ir%uts%, distante casi quinientos %il metros, hab!a prestado servicio en Fa%uts%, la ciudad hacia la que se encaminaban, aqu#lla cuyo gobernador hab!a matado Shdan%o. 8JNu# clase de hombre era ese I;mailovK 8pregunt (ering a su asistente. 8ULe cono;co bienV 8respondi Crofim con entusiasmo8. UTno de los mejoresV )in ms informaci n, los dos hombres emprendieron un arduo viaje en busca de cualquier otro dato que el voivoda pudiera darles sobre )iberia. Fue in"til viajar hacia el sur, porque, tan pronto como Shdan%o vio al voivoda, comprendi que no era el I;mailov que #l conoc!a. +n realidad, el actual gobernador nunca hab!a asomado la nari; por las tierras situadas al este de Ia%uts% y no pod!a prestarles ninguna ayuda para los viajes por aquella ;ona. -ero el gobernador era un tipo en#rgico y deseoso de ser "til. 84e enviaron aqu! desde )an -etersburgo hace tres a*os 8les dijo<rigory 9oronov, a vuestro servicio. Al saber que Shdan%o hab!a e$plorado una ve; el territorio del este F hab!a llegado hasta la aldea siberiana de Rjots%, le interrog e$tensamente sobre la situaci n de aquellos territorios orientales, que se encontraban bajo su autoridad. -ero tambi#n se mostr interesado por los descubrimientos que (ering podr!a efectuar: 8Rs envidio por la oportunidad que ten#is de navegar en esos mares rticos.

-gina @6 de ?@0

Alaska

James A. Michener

Bespu#s de conversar los tres durante una hora, 9oronov llam a un criado: 8Bile a la se*orita 4arina que estos caballeros agradecer!an una ta;a de t# y un platillo de dulces. -oco despu#s, entr en el cuarto una bonita muchacha de diecis#is a*os, de ojos brillantes, huesos grandes, hombros anchos y una forma de moverse que proclamaba: PAhora mando yoQ. 8JNui#nes son estos hombres, padreK 8pregunt . 8+$ploradores de la ;arina. 8+l gobernador se volvi a (ering8: 3on respecto al comercio de pieles, tengo noticias buenas y malas. +n Aya%hta, en la frontera con 4ongolia, los comerciantes chinos nos estn comprando pieles a precios e$traordinarios. +n vuestro viaje deber!ais adquirir todas las que os sea posible. 8J,o es peligroso visitar la fronteraK 8pregunt (ering, a quien hab!an dicho que las relaciones entre rusos y chinos eran tensas. Fue 4arina quien respondi , con una vo; tr#mula de entusiasmo: 8Fo he estado all! en dos ocasiones. UNu# hombres tan e$tra*osV Cienen algo de rusos, algo de mongoles y la mayor parte de chinos. UF qu# bullicio, el del mercadoV Las malas noticias del voivoda se refer!an a la ruta terrestre que conduc!a a Fa%uts%: 84is agentes me dicen que sigue siendo la peor de )iberia. ) lo los ms valientes se atreven a recorrerla. 8Fo fui tres veces 8replic serenamente Shdan%o. F se apresur a a*adir, con una sonrisa8: +n el viaje se pasa un fr!o espantoso, os lo aseguro. 8A m! me encantar!a hacer un viaje as! 8e$clam 4arina. 3uando los visitantes se retiraron para preparar el viaje hacia el norte, (ering coment : 8+sa jovencita parece dispuesta a ir a cualquier parte. Bespu#s de regresar a Ilims%, 9itus (ering y su compa*!a avan;aron con dificultad a trav#s de casi quinientos %il metros de tortuoso territorio, y se detuvieron a orillas del r!o Lena, todav!a congelado, hasta que la primavera deshel por fin los valles y los arroyos y pudieron navegar en balsa, a lo largo de unos ..L00 %il metros, para alcan;ar Fa%uts%, el puesto ms oriental. All!, Crofim, con gran entusiasmo, mostr a (ering la parte del poderoso Lena que #l hab!a recorrido en dos ocasiones, y el capitn dan#s respet todav!a ms a su vigoroso asistente, cuando vio la impresionante masa de agua, que en cierto sentido era ya el oc#ano Ortico. 84e muero por navegar en ese r!o 8dijo (ering, con profunda emoci n8, pero tengo rdenes de ir hacia el este. 8-ero, si nuestro viaje prospera 8repuso Shdan%o, con un sentimiento similar8, Jacaso no veremos el Lena desde el otro e$tremoK 84e gustar!a ver esas cien bocas de las que me hab#is hablado 8respondi (ering. ,ecesitaron todo el verano y parte del oto*o de .?/M para cubrir el recorrido de ../00 %il metros entre Fa%uts% F Rjots%, aquel puerto inh spito F solitario en el gran mar del mismo nombre, y llegaron a comprender claramente el sentido de la temible palabra: P)iberiaQ. )e e$tend!an hasta el hori;onte vastos pramos en los que no hab!a ninguna se*al de habitantes. )e interpon!an colinas y monta*as, y se encontraban con arroyos turbulentos que ten!an que vadear. Los lobos segu!an a cualquier grupo humano, a la espera de un accidente que les proporcionara una v!ctima indefensa. Llegaban desde el norte intempestivas tormentas de nieve, alternadas con rfagas de calor inesperadas procedentes del sur. ,adie pod!a planear un recorrido con la esperan;a de cubrirlo en el tiempo previsto, y era una locura planificar nada con vistas a una semana o a un mes. 3uando uno se encontraba en las mesetas solitarias de aquel territorio des#rtico con un viajero que ven!a en direcci n contraria, pod!an darse dos casos: que fuera un hombre que

-gina @L de ?@0

Alaska

James A. Michener

no hablase en ning"n idioma conocido y no pudiera ofrecer ninguna informaci n& o que fuese un asesino fugado de alguna temible prisi n, invisible desde el camino. +ra #sa la )iberia que aterrori;aba a los malhechores y los antimonrquicos de la :usia occidental, puesto que, si los condenaban a aquella monoton!a absoluta, eso equival!a habitualmente a la muerte. F, por aquellos a*os, lo peor de todo el territorio era la regi n que ten!a que cru;ar el capitn de flota (ering, el cual, a finales del oto*o, cuando no hab!a llegado al puesto oriental ni siquiera la mitad de su equipaje, comen;aba a pensar que jams llegar!a a ser un verdadero capitn de flota, pues aquella flota parec!a condenada a no e$istir. Aquel a*o resultaba enormemente dif!cil ir y volver entre las dos poblaciones, y muchas veces los porteadores se dejaban caer al suelo, totalmente e$tenuados, en cuanto llegaban a Rjots% con sus pesadas cargas. (ering tuvo que efectuar aquel arduo viaje a caballo, pues no era posible atravesar las monta*as ni las planicies cubiertas de barro con carretas ni con trineos, y hasta los trineos de carga se atascaban en la nieve. Shdan%o per8 maneci al principio en el e$tremo occidental del recorrido, custodiando las provisiones, hasta que, finalmente, en un arrebato de energ!a, emprendi dos viajes de ida y vuelta. 3uando consigui traer los "ltimos maderos, enflaquecido por el agotamiento, supuso que podr!a descansar por fin, ya que no cre!a poder 3ompletar otro viaje& sin embargo, tan pronto comen;aron las nieves del invierno, (ering se enter de que un reducido grupo de sus hombres se encontraba todav!a inmovili;ado en las tierras yermas, pero no tuvo necesidad de pedir a su guardia que los rescatara, porque Shdan%o se ofreci voluntariamente. 8Fo ir# a buscarlos 8afirm . :egres , acompa*ado de unos pocos hombres como #l, a aquellos caminos cubiertos de nieve, en busca de las provisiones vitales, y, afortunadamente, consigui su prop sito, porque en el grupo de trineos que rescat estaban muchas de las herramientas necesarias para construir los barcos. )i se contaban los desv!os y los retrocesos, (ering y sus hombres hab!an recorrido ms de I.000 %il metros desde )an -etersburgo, y ya iban a entrar en el tercer invierno de su viaje. -ero las peores dificultades no empe;aron hasta entonces, cuando tuvieron que construir dos barcos sin contar con e$periencia ni con materiales apropiados. Becidieron que lo conseguir!an ms rpidamente si en ve; de trabajar en el pueblo de Rjots% se iban ms lejos, al otro lado del mar, a la pen!nsula de Aamchat%a, que todav!a no estaba coloni;ada. Bespu#s de tomar esa primera decisi n, ten!an que pasar a la siguiente cuesti n, que era algo complicada: si constru!an rpidamente un barco provisional con el cual ;arpaban de Rjots%, desembarcar!an en la costa occidental de la pen!nsula, pero la e$ploraci n ten!a que partir desde la costa oriental. J+n qu# orilla era preciso construir los barcos definitivosK 3uando (ering, siguiendo su costumbre, lo consult con sus subordinados, pronto surgieron dos opiniones claras. Codos los europeos o los que se hab!an preparado en +uropa recomendaban desembarcar en la costa oeste, atravesar las altas monta*as de la pen!nsula y construir en la costa oriental, y afirmaban: PBesde all! podr#is navegar sin obstculos hacia la metaQ. -ero los rusos 1sobre todo Crofim Shdan%o, que conoc!a las aguas del norte2 argumentaban que lo "nico sensato era construir los buques en la costa occidental, la ms pr $ima, y despu#s navegar con ellos alrededor del e$tremo sur de Aamchat%a para continuar rumbo norte, hacia el aut#ntico objetivo. La recomendaci n de Shdan%o era muy sensata, porque eso permit!a que (ering evitase el agotador transporte del equipo de construcci n a trav#s de la cordillera central de Aamchat%a, cuyas monta*as llegaban a alcan;ar los 6.L00 metros& sin embargo, ten!a un importante punto d#bil: como, por entonces, nadie sab!a hasta d nde se e$tend!a la pen!nsula por el sur, si (ering segu!a el consejo de su asistente, se arriesgaban a pasar un

-gina @M de ?@0

Alaska

James A. Michener

a*o in"tilmente en su intento de llegar al cabo sur, dondequiera que estuviese. +n realidad, estaba a unos //0 %il metros del lugar donde se iban a construir los barcos, y hubieran podido alcan;arlo en cinco o seis d!as de c moda navegaci n& pero los mapas de la #poca no se basaban en ning"n dato comprobado, y los que se arriesgaban a opinar situaban el cabo cientos de %il metros al sur. (ering, contra la en#rgica protesta de Shdan%o, decidi desembarcar en un lugar solitario y ventoso de la costa oeste, un asentamiento de catorce m!seras cho;as llamado (olsherets%. A finales del verano, el ind mito dan#s, que ya ten!a cuarenta y siete a*os, comen; all! una operaci n que sorprendi a sus hombres e infundi el asombro en la imaginaci n de los marinos y los e$ploradores que ms adelante supieron de ella. Becidi que no pod!a -ermitirse el lujo de perder un cuarto invierno sin hacer nada y orden transportar todo el equipo, incluida la madera que se usar!a para los barcos, en trineos tirados por perros, cru;ando toda la pen!nsula y por encima de las monta*as, que estar!an cubiertas de nieve. Lo hi;o para poder construir en la costa oriental y embarcarse directamente hacia el norte cuando terminara el invierno. 3uando vio partir a los primeros hombres, e$tremadamente cargados, Shdan%o se estremeci al imaginar lo que les esperaba ms adelante& cuando cerr la marcha con la parte ms valiosa del equipo, seg"n lo planeado, apret los dientes y dijo a sus hombres: 8All! delante, en las monta*as, hay unas tormentas de nieve infernales. 3uando estalle una purga, como las llaman, que cada cual cave su hoyo. 'l y su grupo alcan;aron las monta*as ms altas en el mes de febrero, cuando la temperatura descendi a 6L grados bajo cero, y, aunque a esas temperaturas no suele soplar el viento, lleg rugiendo una temible purga desde el norte de Asia, que descarg nieve y aguanieve como si disparara balas. Shdan%o nunca se hab!a visto atrapado por una tormenta semejante, pero las conoc!a de o!das. 8U3avadV 8orden a sus hombres. +$cavaron furiosamente tres, cuatro, hasta seis metros de nieve a sotavento de unas grandes rocas, y se refugiaron en aquellos agujeros, alrededor de los cuales se iba amontonando la nieve. Shdan%o tuvo que cavar ms de cinco metros antes de tocar base s lida, y, como ten!a miedo de morirse si quedaba cubierto a esa profundidad, se iba empujando constantemente hacia arriba por entre la nieve que ca!a mientras arreciaba la tormenta, hasta que #sta amain al amanecer, cuando consigui salir por fin y busc a sus compa*eros. Tna ve; desenterrados, fuera ya de sus madrigueras, dos de los hombres comen;aron a insistir en regresar al punto de partida, y los otros les hubieran apoyado, de no ser porque Shdan%o, con aquel orgullo fero; que motivaba casi todas sus acciones, derrib sobre la nieve, de un pu*eta;o, a uno de ellos. Al verle caer, salt sobre #l como un gato mont#s, empe; a aporrearle en la cabe;a con sus fuertes manos, y, cuando estaba a punto de matar a aquel hombre indefenso, uno de los que no hab!a dicho nada intercedi , serenamente: 8U,o, CrofimV +l hombret n se ech atrs, avergon;ado de s! mismo, ms por haberse e$cedido de aquel modo que por haber castigado al hombre. Alarg una mano, arrepentido, para ayudarle a levantarse. 8Fa has trabajado bastante por hoy 8le dijo, jocosamente8. 9ete a la retaguardia. -ero no trates de escaparte para regresar 8a*adi despu#s8. ,o lo conseguir!as. Aquel viaje reali;ado en pleno invierno a trav#s de la pen!nsula fue uno de los ms infernales en la historia de la e$ploraci n, pero (ering consigui mantener agrupados a sus hombres hasta llegar a la costa oriental, donde inmediatamente les orden retirar la nieve, a fin de poder iniciar la construcci n del barco. -ara el improvisado astillero hab!an elegido un sitio desolado, que result ser el mejor escenario que tuvo 9itus (ering en toda su vida

-gina @? de ?@0

Alaska

James A. Michener

de aventurero. -arec!a construir #l mismo el buque, porque siempre se presentaba en cualquier punto peligroso, cuando le necesitaban. Crabajaba dieciocho horas al d!a, aprovechando los largos crep"sculos de la primavera, y, cuando parec!a incomprensible alg"n aspecto de los proyectos decididos en )an -etersburgo, #l lo descifraba o bien creaba en el acto sus propias reglas. Cen!a una incre!ble capacidad de improvisaci n. Burante el trayecto se hab!a perdido la brea para calafatear, pero no serv!a de nada culpar a nadie. +n alg"n punto de los @.M00 %il metros recorridos desde la capital 1qui; en uno de los botes improvisados con los que surcaron un r!o sin nombre, o en el espantoso trayecto al este de Fa%uts%, o durante las dos grandes ventiscas sufridas en los pasos monta*osos de Aamchat%a2, se hab!a perdido la brea, y el )an <abriel, como decidieron llamar al barco, no pod!a ;arpar si no lo calafateaban, pues por las costuras abiertas de sus flancos entrar!a agua suficiente para hundirlo en veinte minutos. (ering pas casi todo el d!a estudiando el problema. 8Calad esos alerces 8orden por fin. 3uando consigui un gran mont n de troncos, hi;o que los cortaran a lo largo y destil de la corte;a una especie de sustancia pegajosa que, me;clada con abundante hierba, serv!a para calafatear, lo que permiti proseguir con la construcci n del barco. -ero fue otra invenci n suya la que le hi;o popular entre sus hombres. 8,adie debe hacerse a la mar en un barco sin licores para las noches fr!as 8les dijo. Rrden que recogieran hierbas, pastos y ra!ces, hasta que tuvo un buen surtido, con el que inici un proceso de fermentaci n que, tras vanos intentos fallidos, produjo finalmente una bebida fuerte que #l llam aguardiente, y de la cual se proveyeron sus hombres en gran cantidad. 3on una intenci n ms prctica, pidi a otros hombres que hirvieran agua de mar para obtener nuevas provisiones de sal, e indic a Shdan%o que pescara todo lo posible, a fin de preparar un aceite de pescado que reempla;ar!a a la mantequilla. )ecaron los pescados ms grandes para sustituir a la carne, de la que carec!an, y utili;aron hierbas fuertes entretejidas para fabricar unas sogas que pod!an servirles en caso de emergencia. Aquel hombre tan to;udo construy , en solamente noventa y ocho d!as 1desde el 6 de abril hasta el .0 de julio2, un barco para alta mar, con el que emprendieron uno de los viajes de e$ploraci n ms importantes del mundo, y se hi;o a la mar tras descansar apenas cuatro d!as. +ntonces se produjo uno de los misterios propios de la vida en el mar: aquel ser atrevido, que hab!a desafiado tantos peligros y llevaba ya tres a*os y medio en la gesta, naveg rumbo al norte s lo durante treinta y tres d!as, para dar la vuelta al ver que se acercaba otro invierno, y regresar a la base de Aamchat%a, adonde lleg tras viajar "nicamente cincuenta y un d!as en total, contando la ida y la vuelta, aunque en el )an <abriel hab!a provisiones para un a*o, y medicamentos para cuarenta hombres. Be nuevo en tierra, como estaban a punto de iniciarse las grandes nevadas, los hombres se acurrucaron en unas caba*as improvisadas y pasaron el invierno de .?/I y .?/@ sin hacer nada "til. (ering interrog a un grupo de chu%chis, quienes le dijeron que, con frecuencia, en d!as despejados, se ve!a una costa misteriosa al otro lado del mar, pero, como continu haciendo tan mal tiempo, no lleg a ver aquella tierra. 3uando la primavera trajo el buen tiempo, bot nuevamente el )an <abriel, naveg auda;mente durante tres d!as hacia el este y, despu#s, descora;onado, regres a Rjots%. +sta ve;, ir nicamente, se dirigi hacia el sur, tal como le hab!a sugerido Crofim Shdan%o dos a*os antes, y rode con facilidad el e$tremo sur de Aamchat%a. )i hubiera seguido aquella ruta desde un principio habr!a dispuesto de meses enteros para navegar por el norte del -ac!fico, y se habr!a ahorrado la espantosa traves!a de la pen!nsula bajo las tormentas de nieve. +ra el momento de volver a casa. 3omo ya conoc!a lo bueno y lo malo del sistema siberiano de carreteras y r!os, lleg rpidamente a )an -etersburgo, en siete meses y cuatro

-gina @I de ?@0

Alaska

James A. Michener

d!as. )us heroicos viajes le hab!an mantenido ausente durante ms de cinco a*os& pero e$plorando el mar hab!a pasado apenas tres meses& y la mitad de ese tiempo, en trayectos de regreso. Ahora bien, puesto que no hab!a recibido instrucciones precisas, no se puede decir que el viaje hubiera sido un fracaso. -or supuesto, (ering no logr confirmar la convicci n de -edro de que Asia y Am#rica del ,orte no estaban unidas, y tampoco naveg lo suficiente para encontrar colonias espa*olas o inglesas. )in embargo, espole el inter#s de los rusos y los europeos por el -ac!fico ,orte, y dio los primeros pasos para convertir aquella ;ona desolada en una parte del imperio ruso. 9itus (ering, el dan#s testarudo, antes de que pasaran dos meses tras su regreso a la capital, desoyendo las cr!ticas y los reproches que resonaban en sus o!dos y lo acusaban de no haber navegado hacia el oeste para alcan;ar el r!o Aolim, ni hacia el este para demostrar que Asia no estaba unida a Am#rica del ,orte, tuvo la temeridad de proponer al gobierno ruso una segunda e$pedici n a Aamchat%a, la cual, en ve; de emplear un centenar de hombres, como en la primera oportunidad, se desarrollar!a en una escala que requerir!a ms de tres mil. Adjunt a su propuesta un presupuesto detallado que demostraba que podr!a lograrlo con die; mil rublos. Lo impresionante de su conducta durante aquella negociaci n era que (ering se negaba amablemente a admitir que hab!a fracasado la primera ve;& y, cuando sus cr!ticos le atacaban por sus supuestos fllos, les sonre!a con indulgencia y se*alaba: 8-ero yo hice todo lo que me orden el ;ar. 8,o encontrasteis a ning"n europeo 8le dec!an ellos. 8-orque no hab!a ninguno 8replicaba, y continuaba insistiendo al gobierno para que lo enviaran otra ve;. -ero la suma de die; mil rublos no se pod!a gastar a la ligera y, adems, como el mismo (ering admit!a, la e$pedici n que ten!a pensada podr!a requerir hasta doce mil, por lo que los funcionarios del gobierno comen;aron a valorar cuidadosamente su competencia. Al entrevistar a sus principales asistentes se encontraron con el cosaco Crofim Shdan%o, quien manifest que no hab!a observado nada malo en la conducta de (ering durante la primera e$pedici n y que, por no tener familia ni negocios urgentes en el oeste de :usia, estaba dispuesto a partir otra ve; hacia el este. 8(ering es un buen comandante 8asegur a los e$pertos8. Fo estaba a cargo de las tropas y puedo asegurar que sus hombres trabajaban y esY taban contentos, cosa nada fcil de conseguir. )!, me sentir!a orgulloso de trabajar otra ve; con #l. 8-ero, Jqu# hay del hecho de que no llegara lo bastante al norte para demostrar que los dos continentes no estn en contactoK 8le preguntaron. La respuesta del cosaco les sorprendi : 83ierta ve;, el ;ar -edro me dijo... 8JNuer#is decir que el ;ar os consult K 8le interrumpieron, boquiabiertos. 8+n efecto. 9ino a verme la noche en que iban a ahorcarme. +n ese punto, los interrogadores pusieron fin a la entrevista, para averiguar si el ;ar -edro hab!a acudido realmente a una crcel de los muelles para charlar a medianoche con un cosaco prisionero llamado Crofim Shdan%o& 3omo el carcelero 4itrofan confirm que era cierto que el ;ar hab!a ido con ese prop sito, volvieron apresuradamente a entrevistar a Shdan%o. 8-edro el <rande, que Bios le tenga en su gloria 8comen; solemnemente Shdan%o8, en el a*o .?/7 ya estaba pensando en la e$pedici n, y seguramente le cont ms adelante a (ering lo mismo que discuti conmigo aquella noche. Fa sab!a que :usia y Am#rica no estaban en contacto, pero le interesaba saber ms cosas sobre Am#rica. 8J-or qu#K

-gina @@ de ?@0

Alaska

James A. Michener

8-orque era el ;ar. -orque era conveniente que #l lo supiera. Los investigadores acorralaron durante toda la ma*ana al cosaco, pero "nicamente llegaron a saber que 9itus (ering no hab!a fracasado en ninguno de los encargos del ;ar, salvo en la b"squeda de europeos, y que Shdan%o estaba ansioso por volver a navegar con #l. 8-ero tiene cincuenta a*os 8adujo uno de los cient!ficos. 8F es capa; de trabajar como un hombre de veinte 8replic Crofim. 8Becidme 8inquiri bruscamente el jefe de la comisi n investigadora8, Jconfiar!ais die; mil rublos a 9itus (eringK 8Le confi# mi vida y volver!a a hacerlo 8respondi sinceramente Shdan%o. Aquel interrogatorio y otros parecidos se llevaron a cabo en el .?70, cuando Crofim ten!a veintiocho a*os, y, durante los a*os siguientes, se debati vivamente si la e$pedici n deber!a llevarse a cabo e$clusivamente por mar, lo que resultar!a ms rpido y ms barato, o bien por mar y por tierra, lo que permitir!a al gobierno de )an -etersburgo obtener ms datos sobre )iberia. )e tard dos a*os en tomar una decisi n, y (ering no pudo abandonar )an -etersburgo, por tierra, hasta el .?77, a sus cincuenta y tres a*os. =unto con Shdan%o, pas otros dos crudos inviernos inmovili;ado por la nieve en la :usia central y, una ve; ms, se detuvo en Rjots%& entonces comen;aron sus verdaderos problemas, porque los contables de )an -etersburgo presentaron al erario ruso un informe devastador: 8+ste 9itus (ering, quien nos asegur que su e$pedici n costar!a .0.000 rublos, ./.000 a lo sumo, ha gastado ya ms de 700.000 sin pasar de Fa%uta%. Campoco ha puesto un pie a bordo de sus dos barcos. ,o podr!a, puesto que a"n no los ha construido. 8F los aprensivos contables a*ad!an una inteligente predicci n8: Be este modo, un absurdo e$perimento presupuestado en .0.000 rublos puede llegar a costar dos millones. +n un sordo e in"til acceso de ira, las autoridades redujeron la paga de (ering a la mitad, y le negaron el ascenso a almirante que hab!a solicitado. 'l no se quej F, cuando llevaban cuatro a*os de retraso, se limit a ajustarse el cintur n, luch por mantener el buen nimo de su equipo, y prosigui la construcci n de sus naves. +n el .?60, siete a*os despu#s de abandonar la capital, consigui botar el )an -edro, que estar!a bajo su mando, y el )an -ablo, que capitanear!a su joven y eficiente colaborador Ale$ei 3hiri%ov. +l 6 de septiembre de aquel mismo a*o ;arp con los dos barcos, rumbo a su importante viaje de e$ploraci n de los mares septentrionales y de las tierras que los rodeaban. ,avegaron valientemente por el mar de Rjots%, rodearon el e$tremo sur de Aamchat%a y desembarcaron en la ciudad portuaria de -etropvlovs%, recientemente establecida, que cobrar!a gran importancia a lo largo del siglo y medio siguientes. La ciudad se levantaba en el e$tremo de una bah!a singular, que quedaba protegida por todos sus lados y se abr!a hacia el sur, lejos de las tormentas. Los barcos anclados quedaban salvaguardados por unos largos bra;os de tierra, y en la costa se alineaban c modas casas para los oficiales y barracones para la tripulaci n. A"n no viv!an civiles, pero constitu!a una espl#ndida instalaci n mar!tima que con el tiempo llegar!a a ser un lugar importante. (ering y Shdan%o se establecieron all! para pasar el octavo invierno de su empresa, que se hab!a prolongado desde el .?76 hasta el .?6.. Tno de los hombres que ocupaban las casas construidas sobre la costa era un naturalista alemn de treinta y dos a*os, con un talento fuera de lo com"n& se llamaba <eorg )teller y hab!a llegado junto con los astr nomos, los int#rpretes y los dems cient!ficos que confer!an el necesario prestigio intelectual a la e$pedici n, cosa que #l pod!a reali;ar mejor que nadie. Ansioso por aprender, hab!a estudiado en cuatro universidades alemanas, las de >ittenberg, Leip;ig, =ena y Dalle, de las que sali decidido a ampliar los conocimientos de la Dumanidad& por eso se dedic a estudiar durante el viaje por tierra todo el material

-gina .00 de ?@0

Alaska

James A. Michener

disponible sobre la geograf!a, la astronom!a y la vida natural de :usia, desde el mar (ltico hasta el oc#ano -ac!fico, y, al t#rmino de aquel viaje tedioso e interrumpido por largos retrasos, estaba ansioso por ;arpar para visitar islas desconocidas y pisar las costas ine$ploradas de Am#rica del ,orte. 83on suerte, podr# descubrir un centenar de nuevos animales, rboles, flores y hierbas 8le confi a Shdan%o, en su imbatible entusiasmo. 8Fo cre!a que toda la hierba era igual. 8U3laro que noV F el entusiasta alemn, chapurreando el ruso, le describi a Shdan%o veinte o veinticinco variedades de hierba, cundo florec!an, qu# animales las com!an y la utilidad que podr!an tener para el hombre si se sab!an cultivar. -ara desviar la conversaci n de un tema que le interesaba muy poco, Shdan%o coment : 8A veces hablis de los pjaros y de los peces como si fueran animales. 8U+s que lo son, Crofim, lo sonV 8y sigui otra conferencia que se prolong durante casi toda la ma*ana. 8-ara m!, un pjaro es un pjaro, y una vaca es una vaca 8interrumpi el otro al cabo de un rato. 8UF as! deber!a ser, CrofimV 8aplaudi )teller, casi gritando de go;o8. F para vos, el guila es un pjaro. F el halibut es un pe;. -ero los cient!ficos saben que todas esas bestias, incluido el hombre, son animales. 8Fo no soy un pe;, soy un hombre 8grit Shdan%o, irguiendo la espalda. )teller reaccion como si el hombret n fuera un alumno brillante de la clase preparatoria, y se inclin hacia adelante para preguntarle amablemente: 8-ues bien, maestro Crofim: una gallina, Jqu# esK )eg"n c mo, parece un pjaro, pero anda por el suelo. 8)i tiene plumas, es un pjaro. 8-ero tambi#n tiene sangre. F se reproduce se$ualmente. Be modo que, para los cient!ficos, es un animal. 8JNu# animales nuevos os propon#is encontrarK 8Nu# pregunta tan tonta, Crofim. J3 mo puedo saber qu# voy a encontrar si todav!a no lo he encontradoK 8dijo, ri#ndose de s! mismo. F a*adi 8: -ero he o!do hablar de un animal singular, la nutria marina. 8Tna ve; tuve dos pieles de nutria marina. )teller estaba ansioso por saber todo lo posible sobre aquel animal legendario, de modo que Crofim le relat cuanto recordaba sobre sus dos pieles de nutria, y le cont c mo se las regal al ;ar, bendita fuera su alma, y lo espl#ndidas que quedaron en las vestiduras de -edro. )teller se inclin hacia atrs, observ al cosaco y le dijo, admirado: 8 8Beber!ais dedicaros a la ciencia, Crofim. Rs fijasteis en todo. +s muy interesante. 8+ntonces asumi de nuevo su papel de maestro8. 9eamos: Jcomo llamar!ais a la nutria marinaK Fa sab#is que nada como un pe;. -ero es evidente que no es un pe;, eso tambi#n lo sab#is. 8)i nada, es un pe;. 8-ero si yo os empujara ahora mismo por la borda, vos tambi#n nadar!ais. JRs convierte eso en un pe;K 83omo no s# nadar, sigo siendo un hombre. Las dos naves continuaban amarradas en el puerto de -etropvlovs%, pues unos frustrantes accidentes retrasaron su marcha. -ara aprovechar el verano a fondo, hubieran debido hacerse a la mar antes de mediados de abril& hab!an planeado ;arpar el primero de mayo, pero hacia finales de aquel mes los obreros todav!a estaban haciendo reparaciones y cambios. Adems, se supo que estaba completamente estropeada la provisi n que ten!an de

-gina .0. de ?@0

Alaska

James A. Michener

galleta, el principal alimento de los marineros, por lo que la partida tuvo que demorarse otro invierno ms. -uesto que ten!an que esperar hasta conseguir suficientes provisiones, se convoc una reuni n de emergencia, y la plana mayor propuso y confirm un plan de acci n. +ntonces intervino la ciencia, que tanto alababa el alemn )teller, y la aventura se complic a"n ms. Dac!a ms de un siglo, alg"n sabio hab!a concebido la idea, inspirada en rumores, de que hab!a un vasto territorio entre Asia y Am#rica del ,orte. )eg"n la leyenda, lo hab!a descubierto el a*o .LI@ el ind mito navegante portugu#s Bom =oo da <ama, y se supon!a que conten!a grandes rique;as. )e le dio el nombre de Cerra da <ama, y, como pod!a aportar grandes beneficios al primer pa!s que se apoderara de ella, los rusos ten!an la esperan;a de que (ering descubriera la isla, tra;ara sus mapas, permitiera que )teller la e$plorase en busca de minerales, y ocultara el hecho a las dems naciones. -ero, como las naves no podr!an abandonar el puerto antes de junio F la temporada de navegaci n ser!a corta, era evidente que tendr!an que dedicar la mayor parte de los d!as buenos a la b"squeda de Cerra da <ama, y reservar solamente unos pocos para la b"squeda de Am#rica& aun as!, el 6 de mayo de .?6., los sabios de aquella e$pedici n, que eran muchos, coincidieron en que su obligaci n principal era encontrar Cerra da <ama, y ratificaron con sus firmas la decisi n: el comandante 9itus (ering, el capitn Ale$ei 3hiri%ov, el astr nomo Louis Be Lisle de la 3roy#re, y siete nombres ms. +l 6 de junio de .?6., cuando ya llevaban un retraso fatal, iniciaron su in"til b"squeda de una tierra ine$istente, bauti;ada con el nombre de un portugu#s legendario que no hab!a navegado nunca a ninguna parte, por la sencilla ra; n de que #l tampoco hab!a e$istido nunca. 3uando se convencieron de que Cerra da <ama no e$ist!a nihab!a e$istido nunca, los barcos se dirigieron hacia el este, pero tuvieron la mala fortuna de que un vendaval los separase, y, aunque los dos capitanes actuaron correctamente durante una b"squeda fren#tica que dur dos d!as, los dos barcos nunca volvieron a verse. +l )an -ablo de 3hiri%ov no hab!a naufragado sino que continuaba navegando, pero el )an -edro de (ering ya no pod!a alcan;arlo. Bespu#s de navegar in"tilmente en una y otra direcci n, (ering recuper el rumbo este, y los barcos rusos se dirigieron hacia Am#rica del ,orte, manteniendo una formaci n en tndem. JDabr!a que culpar al capitn de flota (ering 1por usar el t!tulo que se le hab!a concedido temporalmente al iniciarse la desdichada e$pedici n2 por la separaci n de sus dos barcosK ,o. Antes de hacerse a la mar, hab!a dado instrucciones detallad!simas para no perder el contacto, y #l, cuando menos, sigui sus reglas. -ero le acosaba la mala suerte, como hab!a ocurrido en muchas ocasiones durante su larga e$ploraci n de los mares orientales& las tormentas separaron sus barcos y las densas neblinas imposibilitaron su reencuentro. Fue culpa de la mala suerte, no de la ineficacia, y el hecho de que ambos barcos consiguieran llegar a las costas de Am#rica del ,orte demuestra que las rdenes de (ering fueron claras y que fueron obedecidas. -ero el M de julio cambi la suerte de (ering, pues a las doce y media del mediod!a ces de llovi;nar y surgi entre las nieblas que se disipaban un conjunto de las monta*as nevadas ms altas de Am#rica. )e al;aban en el ngulo de lo que ser!a despu#s la frontera entre Alas%a y 3anad, su blanco esplendor alcan;aba los L.000, los L.L00 y hasta los L.?00 metros en el cielo a;ul, y hab!a adems una veintena de picos menores agrupados. +ra un espectculo magn!fico que justificaba todo el viaje, y entusiasm a los rusos con su promesa de lo que podr!a ocurrir si consegu!an alguna ve; la soberan!a de aquella tierra majestuosa. 3uando se hi;o visible la monta*a que (ering llam )an +l!as, con sus ms de L.600 metros de altura, fue un momento sobrecogedor. Los europeos hab!an descubierto Alas%a.

-gina .0/ de ?@0

Alaska

James A. Michener

-ero los mares que custodiaban aquella tierra prodigiosa del Ortico no sol!an facilitar una investigaci n prolongada, y, pocas horas despu#s, el libro de bitcora del )an -edro dec!a: P,ubes pasajeras, aire denso, imposible orientarse porque la costa est oculta tras unas densas nubesQ. Al d!a siguiente, temprano, dec!a: P,ubes densas, lluviaQ, y ms tarde, la anotaci n habitual para cualquier barco que intentara navegar por aquellas aguas: P,ubes densas, lluviaQ. Al tercer d!a, cuando hubiera debido empe;ar la e$ploraci n de la tierra reci#n descubierta, el libro de bitcora indicaba: P9iento, niebla, lluvia. Aunque la tierra no est lejos, debido a la densa niebla y a la lluvia no podemos verlaQ. -or eso, (ering, que descubri Alas%a para +uropa, nunca pis el continente& sin embargo, cuatro d!as despu#s de avistar el monte )an +l!as, lleg a una isla estrecha y larga a la que tambi#n llam )an +l!as, porque era el santo de la fecha. Los rusos posteriores la rebauti;aron con el nombre de isla Aaya%, por su forma. +ntonces ocurri uno de los incre!bles fracasos de las e$pediciones de (ering. +l capitn, a quien preocupaba fundamentalmente la seguridad de su barco y la necesidad de regresar a -etropvlovs%, decidi reali;ar solamente una somera inspecci n de la isla& pero el adjunto )teller, que era qui; el intelecto ms brillante de aquellos viajes, protest casi hasta el l!mite de la insubordinaci n, porque su vida durante la "ltima d#cada hab!a estado dedicada e$clusivamente a aquel instante supremo en que pisar!a una tierra nueva, y arm un alboroto tan infantil que (ering le permiti a rega*adientes que efectuase una breve visita a la costa. 3uando abandon la nave, un trompeta hi;o sonar un toque sard nico, como si saludara a alg"n gran hombre, y los marineros se rieron burlonamente. )teller se llev consigo como "nico ayudante a Crofim Shdan%o, a quien hab!a convencido de la importancia de la ciencia. Besembarcaron, y ambos iniciaron un nervioso recorrido para recoger rocas, observar los rboles y escuchar a los pjaros. Crataban de estudiarlo todo al mismo tiempo, porque sab!an que en cualquier momento ;arpar!a el )an -edro& y, cuando llevaban solamente siete u ocho horas de recolecci n, una se*al del barco indic a Shdan%o que estaba a punto de levar anclas. 8UDerr Bo%tor )teller, ten#is que daros prisaV 8-ero es que acabo de empe;ar. 8+l barco est haciendo se*ales. 8-ues que las haga. 8)e*ales nerviosas, Derr Bo%tor. 8UFo s! que estoy nerviosoVCen!a motivos para estarlo, pues durante largos a*os de estudio se hab!a preparado en Alemania para una oportunidad semejante, hab!a recorrido :usia durante ocho a*os antes de llegar a Aamchat%a, y llevaba "ltimamente varias semanas en el mar& pero, ahora que por fin desembarcaban en el continente americano, o por lo menos en una de sus islas, a menos de cinco %il metros de la costa, no le conced!an siquiera un d!a para llevar a cabo su trabajo. +ra algo demencial, desconsiderado y absurdo, como le dijo a Shdan%o, pero el cosaco, que en cierto modo era un oficial del barco, sab!a obedecer rdenes, y el capitn de flota (ering indicaba con sus se*ales que la embarcaci n ten!a que regresar inmediatamente, junto con )teller. +n realidad, lo que (ering hab!a dicho era: 8Daced se*ales a )teller de que si no sube inmediatamente a bordo nos haremos a la mar sin #l. Cen!a que pensar en su barco, y, aunque podr!a haber concedido fcilmente al cient!fico alemn dos o tres d!as en tierra, era un dan#s nervioso que no olvidaba el acuerdo firmado antes de ;arpar: P-ase lo que pase, el )an -edro y el )an -ablo regresarn a -etropvlovs% antes del "ltimo d!a de septiembre de .?6.Q.

-gina .07 de ?@0

Alaska

James A. Michener

8Adjunto )teller 8dijo severamente Shdan%o, acercndose al sudoroso cient!fico, que ten!a los bra;os cargados con diversas muestras8, vuelvo a la embarcaci n, y vos ven!s conmigo. F, a empujones, se llev a rastras de la isla al alemn, que protestaba. +sa noche se anotaron en el libro de bitcora los siguientes comentarios: +l esquife ha vuelto con agua, y sus tripulantes informan que han encontrado restos de una hoguera, huellas humanas y un ;orro a la carrera. +l adjunto )teller ha tra!do8hierbas. 4s tarde, cuando (ering se dispon!a a emprender el regreso, envi de nuevo a la isla )an +l!as a Shdan%o y a unos pocos miembros de la tripulaci n, con una misi n que simboli;aba su inter#s personal en reali;ar un buen trabajo para los patronos rusos& pero, en esta ocasi n, no permiti que )teller desembarcara, pues le hab!an informado de la negativa del alemn a suspender su recolecci n al final de la primera visita a la isla. Los hombres que han vuelto en el esquife han anunciado el descubrimiento de una cho;a subterrnea, parecida a un s tano, pero sin gente. Dan encontrado en la cho;a pescado seco, arcos y flechas. +l capitn comandante ha ordenado a Crofim Shdan%o que lleve a aquella cho;a varios objetos pertenecientes al gobierno: doce metros de tela verde, dos cuchillos, tabaco chino y pipas. Be este modo, generosa y silenciosamente, se inici el lucrativo comercio que pronto iba a mantener :usia con los nativos de Alas%a. <eorge )teller hi;o un resumen ms spero de la jornada: PDe pasado die; a*os preparndome para una tarea de bastante importancia, y se me han concedido die; horas para llevarla a caboQ. Aunque (ering no reconoc!a el valor de lo que hab!a conseguido )teller en el tiempo asignado, s! lo hi;o la historia, ya que el cient!fico hab!a comprendido, durante las breves horas pasadas en la isla, la significaci n de Am#rica del ,orte, la naturale;a de sus baluartes occidentales y la importancia que pod!a llegar a tener para :usia. )u trabajo de aquel d!a constituye uno de los mejores ejemplos de c mo puede usarse la inteligencia humana dentro de unos l!mites restringidos. 9itus (ering no fue el primer ruso que vio Alas%a, pues, cuando su barco, el )an -edro, perdi contacto con el )an -ablo, el capitn de #ste, Ale$ei 3hiri%ov, pas casi tres d!as enteros buscando a su compa*ero perdido, hasta que anot finalmente en su libro de bitcora: A la quinta hora de la ma*ana hemos abandonado la b"squeda del )an -edro y, con el asentimiento de todos los oficiales del )an -ablo, hemos continuado la marcha. +l joven capitn continu met dicamente con su e$ploraci n, y, el .L de julio de .?6., un d!a antes de que (ering divisara la cordillera de grandes monta*asX 3hiri%ov avist tierra unos ?L0 %il metros ms al sudeste. 4ientras navegaba hacia el norte, a lo largo de la costa, pas cerca de una hermosa isla que ms adelante ocupar!an los rusos, la isla (aranof, y de la preciosa bah!a que albergar!a a la capital, )it%a. Burante el trayecto, vieron un volcn nevado, casi perfecto, al que bauti; ms adelante un e$plorador posterior y mucho ms famoso: era el monte +dgecumbe& pero no se detuvieron a investigar aquella ;ona, una de las mejores de la regi n. )in embargo, un poco ms al norte, el capitn 3hiri%ov envi a otra isla una lancha, al mando del patr n de flota Bementiev, asistido por die; hombres armados. +l bote se perdi de vista entre un nido de peque*as islas y no volvi a saberse de #l. Cras seis d!as de nerviosa inmovilidad causada por el mal tiempo, el capitn 3hiri%ov embarc a tres t#cnicos en un segundo bote 1el contramaestre )avelev, el carpintero -ol%ovni%ov y el calafateador <orin2 y les envi en busca del primer grupo. 8Fo tambi#n quiero ir 8grit en el "ltimo momento el marinero Fadieu, a quien se permiti acompa*arlos. +ste bote desapareci tambi#n, con lo que los hombres del )an -ablo tuvieron que tomar algunas arriesgadas decisiones. ,o ten!an ning"n bote peque*o con el que traer a bordo

-gina .06 de ?@0

Alaska

James A. Michener

agua o alimentos, y, como s lo les quedaban cuarenta y cinco barriles de agua, se enfrentaban al desastre. A primera hora de la tarde, los oficiales han adoptado la siguiente decisi n, que hacen constar por escrito: continuar directamente hasta el puerto de -etropvlovs%, en la costa oriental de Aamchat%a. )e ha ordenado a la tripulaci n que recoja el agua de lluvia y que se racione. Be este modo, la gran e$pedici n propuesta por 9itus (ering avan;aba vacilante hacia un final improductivo. ,ing"n oficial hab!a puesto el pie en Alas%a propiamente dicha, las e$ploraciones cient!ficas se hab!an suspendido, no se hab!a tra;ado ning"n mapa "til, y ya se hab!an perdido quince hombres. La aventura, que seg"n (ering se pod!a emprender con die; mil rublos, habr!a consumido a fin de cuentas los dos millones pronosticados por los contables, y lo "nico, aparte de lo ya sabido, que habr!a llegado a demostrar era que Alas%a s! e$ist!a, y Cerra da <ama, no. +ntonces ocurri lo peor. +l barco de (ering, el )an -edro, se dirigi hacia el oeste tras su encuentro con las grandes monta*as, siguiendo apro$imadamente la grcil curva de las islas Aleutianas, pero la nave avan;aba muy lentamente y, contra el viento, apenas pod!a recorrer unos veinticinco %il metros por d!a. Be ve; en cuando, los vig!as avistaban una de las islas, y tambi#n eran visibles algunos de los volcanes que salpicaban la cadena, elevndose perfectos en el cielo, con sus picos cubiertos de nieve. -oco pod!a consolar aquella belle;a a los marineros, porque les atac un brote especialmente virulento de escorbuto. -rivados de alimentos frescosX y con poca agua potable para acompa*ar la galleta que les quedaba, comen;aron a hinchrseles las piernas, y los ojos se les volvieron vidriosos. sufr!an violentas pun;adas de hambre y perd!an el equilibrio al andar. La situaci n empeoraba d!a a d!a, hasta que las anotaciones del libro de bitcora se tornaron l"gubres y mon tonas: Cormenta espantosa y olas muy altas ... durante todo el d!a, han barrido la cubierta las olas, desde ambos lados ... tempestad muy violenta ... veinti"n hombres en la lista de enfermos ... por voluntad de Bios, Ale$ei Aiselev ha muerto de escorbuto ... veintinueve hombres en la lista de enfermos ... Burante los "ltimos d!as en que fue posible continuar con las actividades habituales, el )an -edro se apro$im a la costa de la isla de Lapa%, all! donde, ./.000 a*os antes, el <ran 3hamn A;a;ru% hab!a conducido a sus emigrantes8, encontraron a unos isle*os que les proporcionaron agua y carne de foca, lo cual les ayud a resistir durante el mes de septiembre. 3omo la mayor parte de los oficiales de menor rango estaban ya incapacitados por el escorbuto, el esquife enviado a la costa Iba a cargo de Crofim Shdan%o, quien solicit la asistencia del adjunto <eorge )teller& fue una elecci n afortunada, pues, a los pocos minutos de estar en tierra, el alemn empe; a corretear de un lado para otro, arrancando hierbas. 8U,o es momento de tonter!asV 8protest Shdan%o. -ero )teller agit un manojo de hierbas ante su cara y grit alegremente: 8UCrofimV U+sto es antiescorb"ticoV U-uede salvar a todos nuestros enfermosV 3on la ayuda de tres ni*os aleutas, continu recogiendo unas hierbas de sabor cido, que pod!an combatir el temible escorbuto. Be haber tenido tiempo, qui; hubiera podido salvar a los miembros de la tripulaci n en los que la muerte ya hab!a fijado su mirada. -ero el hombre en quien aquella breve visita iba a ejercer una influencia ms duradera era Crofim Shdan%o, quien se encontr , ya avan;ado el d!a, con una cho;a e$cavada en el suelo, como las dems, pero con una fachada recubierta de piedras cuidadosamente dispuestas y con un techo s lido, formado por huesos de ballena y fuertes vigas de madera de deriva. Nuiso conocer mejor al hombre que la hab!a construido con tanto cuidado,

-gina .0L de ?@0

Alaska

James A. Michener

cuando finalmente se adelant vacilante un individuo asustado, con el pelo negro ca!do sobre los ojos y un gran hueso de morsa que le atravesaba el cart!lago de la nari;. Shdan%o le entreg algunos de los objetos que le hab!a dado el capitn (ering para entablar relaciones con los nativos. 8Coma: tabaco chino y un espejo de mano. 4!rate. J9erdad que ests guapo, con ese hueso tan grande que llevas en la caraK +sta tela tan fina es -ara tu esposa& estoy seguro de que ests casado, con esa bonita cara que tienes. F un hacha, una pipa y ms tabaco. +l aleuta que recib!a aquellos generosos obsequios, de los que el capitn (ering hab!a querido desprenderse antes de volver a )iberia, comprendi que le estaban haciendo regalos cuyo valor ya quedaba probado solamente con el prodigioso espejo, y decidi , siguiendo la costumbre de su pueblo, dar algo a cambio a aquel corpulento forastero, dos cabe;as ms alto que #l. -ero, al contemplar la magnificencia de lo que Shdan%o le hab!a entregado, sobre todo de aquel hacha de metal, se pregunt qu# pod!a darle que no pareciera pobre. F entonces se acord de algo. Indic por se*as a Shdan%o que le siguiera y baj con #l a un dep sito subterrneo, de donde el aleuta sac dos colmillos de ballena, dos pieles de foca y, de la oscuridad del fondo, la piel de una nutria marina, ms larga y hermosa que las que Crofim hab!a entregado al ;ar. 4ed!a ms de dos metros y era suave y blanda como un ramo de flores. Shdan%o no ocult al aleuta que le parec!a magn!fica. 8JDay muchas de #stas por aqu!K 8pregunt , se*alando el mar. +l hombre demostr que le comprend!a, pues agit los bra;os en el aire para indicar abundancia. Cambi#n indic que su %aya%, varado en la costa, era el mejor de la isla para ca;ar a las nutrias. 4ientras tanto, )teller hab!a logrado recoger una gran bra;ada de hierbajos y estaba masticando algunos furiosamente& cuando el contramaestre hi;o se*as de que la lancha iba a partir, el cient!fico llam a Shdan%o y le ofreci un pu*ado de aquella hierba salvadora, cuyo cido asc rbico contrarrestar!a los ataques del escorbuto. Al ver la piel de nutria marina, le record a Crofim la conversaci n que hab!an mantenido, con la evidente esperan;a de que Crofim se la regalara para aumentar su reducida colecci n. -ero el cosaco no quiso saber nada de eso. 8Nu# isla tan maravillosa 8manifest , volvi#ndole la espalda, J3 mo se llamarK +ntonces el alemn demostr su ingenio. +ntreg a Shdan%o su bra;ada de hierbas, se encar con el aleuta y, con un despliegue muy bien orquestado de movimientos de manos y de labios, le pregunt qu# nombre daba su -ueblo a la isla. 8Lapa% 8contest el hombre, al cabo de un rato. +ntonces )teller se inclin para tocar la tierra, se volvi a levantar y abarc con un gesto de los bra;os la isla entera. 8JLapa%K 8pregunt , y el isle*o hi;o un gesto afirmativo. )teller se volvi para contemplar la isla, y vio, hacia el norte, mar afuera, un peque*o cono de roca que surg!a del agua& entonces volvi a inquirir con gestos si era un volcn, y el aleuta volvi a asentir. 8J+$plotaK JFuegoK J3orre lava hacia el marK J)ilbidosK )teller hi;o todas aquellas preguntas, que se le contestaron. Le encantaba haber descubierto un volcn en activo e intent averiguar su nombre, -ero aquel concepto ten!a un grado de dificultad demasiado grande para el idioma que acababan de inventar esos hombres en s lo media hora& por eso no pudo saber que, a lo largo de los ./.000 a*os transcurridos desde que A;a;ru% viera por primera ve; aquel volcn incipiente, que entonces se al;aba apenas treinta metros por encima de la superficie del mar, hab!a entrado en erupci n cientos de veces, y, alternativamente, se hab!a elevado en el aire hasta gran altura y casi se hab!a sumergido bajo las olas. +n aquel momento alcan;aba una altitud intermedia, de unos @00

-gina .0M de ?@0

Alaska

James A. Michener

metros, y estaba coronado por una ligera cobertura de nieve. )u nombre, en el idioma aleuta, era Nugang, el )ilbador. 84e gustar!a volver 8le dijo a )teller Crofim Shdan%o, mientras observaba c mo el volcn se al;aba bellamente entre las olas. 8Cambi#n a m! 8replic el alemn, recogiendo sus hierbas. +l eli$ir destilado por )teller result ser una cura casi perfecta para el escorbuto, porque proporcionaba todos los elementos nutritivos de los que carec!a la dieta de galleta y manteca salada de cerdo, que llenaba la barriga pero empobrec!a la sangre. )in embargo, se produjo una de las habituales iron!as de la vida en el mar: los mismos hombres cuya vida pod!a salvarse si beb!an aquel brebaje de sabor horrible, se negaron a probarlo. )teller se lo bebi , al igual que Crofim, quien, finalmente, se hab!a convencido de que el cient!fico alemn sab!a lo que hac!a, y les imitaron tambi#n tres oficiales de menor rango, que de este modo salvaron la vida. -ero los otros continuaron negndose, y el mismo capitn (ering les apoyaba. 8Llevaos esta porquer!a 8rugi 8. JNuer#is matarmeK 3omo )teller protestara amargamente contra la estupide; de recha;ar la sustancia salvadora, algunos hombres susurraron: 8,o ser un condenado alemn el que me haga beber hierba. A mediados de octubre, mucho despu#s de la fecha en que el )an -edro hubiera debido estar sano y salvo en -etropvlovs%, los hombres que se mov!an con dificultad por el barco a;otado por las tempestades estaban ya agoni;ando por los efectos fatales del escorbuto, y las anotaciones del libro de bitcora se volvieron pat#ticas: Tna galerna espantosa. Doy he enfermado de escorbuto, pero no me cuento entre los enfermos. Cengo tales dolores en las manos y los pies que apenas puedo cumplir mi guardia. Creinta y dos en la lista de enfermos. -or voluntad de Bios, ha muerto el soldado Aarp -eshenoi, de Fa%uts%, y hemos arrojado su cuerpo al mar. Da muerto Ivan -etrov, el carpintero naval. Da fallecido el tambor Rsip 3henstov, de la guarnici n siberiana A las die; en punto ha muerto el trompeta 4i%hail Cotopstov. Da entregado su vida el granadero Ivn ,ebaranov. +l L de noviembre de .?6., cuando el )an -edro se acercaba a una de las islas ms pobres de los mares septentrionales, mucho ms all de las Aleutianas, el capitn (ering, atacado tambi#n de un grave escorbuto, reuni a sus oficiales para anali;ar objetivamente la trgica situaci n& abriendo la sesi n, Shdan%o ley el informe preparado por el m#dico, que estaba demasiado enfermo para participar: 8Cenemos pocos hombres para manejar este barco. Fa han muerto doce. Creinta y cuatro estn tan d#biles que pueden morir en cualquier momento. +l n"mero total de hombres en condiciones de trabajar con las sogas es de die;, siete de los cuales se mueven s lo con mucha dificultad. ,o tenemos comida fresca y queda muy poca agua. Ante aquellos hechos indiscutibles, (ering no ten!a otra opci n y recomend que su eYnbarcaci n, en la cual hab!a so*ado lograr tantas cosas, fuera varada en aquel desolado lugar, donde intentar!an construir un refugio para los marineros ms enfermos, que qui; all! tendr!an la oportunidad de sobrevivir al crudo invierno que ya se acercaba. As! se hi;o, pero, de los primeros cuatro hombres enviados a tierra, tres murieron en el bote de rescate: el ca*onero Bergachev, el marinero +milianov y el soldado siberiano -op%ov& el cuarto hombre, el marinero Cra%anov, muri en el momento en que le desembarcaban. A esto sigui un vendaval de tristes anotaciones: muri )tepanov, lo mismo que Rvtsin, Antipin, +sselberg& finalmente, una frase pat#tica:

-gina .0? de ?@0

Alaska

James A. Michener

Bebido a la enfermedad, no puedo continuar llevando regularmente el diario y me limito a tomar notas como #sta. +l . de diciembre de .?6., durante el d!a ms negro del viaje, el capitn (ering busc a su asistente y, con un arrebato de energ!a e$traordinario para una persona tan anciana y tan enferma, se pase por el campamento, animando a todo el mundo y asegurndoles que aquel invierno pasar!a, como tantos otros per!odos dif!ciles que hab!an compartido. )e negaba a admitir que la situaci n no era dif!cil, sino algo mucho peor, y cuando Shdan%o trat de e$plicarle el peligro en que se encontraban, el anciano se detuvo y mir a su asistente. 8,o esperaba estas palabras de un ruso sano 8dijo. Al comprender que el capitn divagaba, Shdan%o le condujo amablemente hasta el lecho, pero no consigui que el viejo le n se acostara. (ering continu movi#ndose de un lado a otro y dando rdenes para el gobierno del campamento. Finalmente, se tambale , trat de asirse donde no hab!a nada, F cay en bra;os de Shdan%o. Le llevaron inconsciente a la cama, de donde ya no se levant . Burmi durante el segundo d!a, pero al tercero comen; a preguntar detalles sobre todo lo que se estaba haciendo a bordo y volvi a desmayarse, lo que Shdan%o consider una misericordia divina, porque el anciano luchador sufr!a grandes dolores. +l ? de diciembre, un d!a intensamente fr!o, quiso que le llevaran al barco, pero Shdan%o se neg . +n los momentos de lucide;, (ering anali;aba con inteligencia el trabajo que a"n hab!a que efectuar antes de conseguir el #$ito de la e$pedici n& #l opinaba que lo ms conveniente era atrincherarse all! para pasar el invierno, desarmar el )an -edro y construir con la madera una peque*a embarcaci n de dos palos, navegar con ella hasta -etropvlovs% cuando mejorara el tiempo, y armar all! un barco nuevo de estructura ms resistente, con el que volver a e$plorar seriamente las atractivas tierras pr $imas a la gran agrupaci n de monta*as que se e$tend!a hasta el mar. 4ientras (ering so*aba, Shdan%o le animaba, y pas la noche del ? de diciembre durmiendo junto al e$traordinario dan#s, a quien hab!a llegado a querer y respetar. Dacia las cuatro de la madrugada, (ering se despert con un mont n de planes nuevos y asegur a Shdan%o que las autoridades de )an -etersburgo los aprobar!an& cuando quiso e$plicrselos con detalle recurri al idioma dan#s, pero ninguno de sus compatriotas hab!a sobrevivido para interpretarle. 89olved a dormir, querido capitn 8dijo Shdan%o. +l anciano muri poco despu#s de las cinco, en aquella isla barrida por las tormentas. +ntonces los supervivientes se hicieron cargo de la situaci n, tal como (ering hab!a esperado, y, a pesar de las ventiscas y de la mala comida, los cuarenta y seis valientes lograron inspeccionar la isla, establecieron una relaci n de todas sus posibilidades, y cumplieron e$actamente lo que (ering hab!a pensado: aprovechando los restos del antiguo )an -edro, construyeron otro peque*o )an -edro de die; metros de longitud, tres y medio de ancho y uno y medio de profundidad. +n aquella embarcaci n frgil y atestada, los cuarenta y seis hombres navegaron durante los LL0 %il metros que les separaban de -etropvlovs%, donde desembarcaron el /? de agosto de .?6/, despu#s de haber pasado unos agotadores nueve a*os y ciento sesenta y tres d!as desde su partida de )an -etersburgo, el .I de mar;o de .?77.3uando desembarcaron, supieron que el otro barco, el )an -ablo, tambi#n hab!a tenido dificultades. Be los setenta y seis oficiales y marineros que hab!an ;arpado en junio, cuatro meses despu#s, en octubre, hab!an regresado solamente cincuenta y cuatro. )e enteraron de la triste desaparici n, en las cercan!as de una bella isla, de dos botes con quince marinos e$perimentados a bordo& y pudieron imaginar los sufrimientos de sus compa*eros, cuando escucharon la informaci n de un oficial de la ;ona: 8+n el viaje de regreso a -etropvlovs% les atac el escorbuto, y murieron muchos de ellos.

-gina .0I de ?@0

Alaska

James A. Michener

Lo peor que se dijo de 9itus (ering fue que hab!a tenido mala suerte. -arec!a que todo hab!a conspirado contra #l: sus barcos hac!an agua, no llegaban a tiempo las provisiones que esperaba, o se perd!an, o se las robaban. 4uchos capitanes hab!an emprendido viajes mucho ms largos, tanto en distancia como en tiempo, que el de ida y vuelta entre Aamchat%a y Alas%a reali;ado por (ering, pero el escorbuto no les hab!a atacado con aquella violencia& #l, en cambio, estaba marcado por un destino tan adverso que, en su traves!a, relativamente breve, perdi a treinta y seis hombres en un barco y a veintid s en el otro. F muri sin haber encontrado nunca a los europeos que buscaba. )in embargo, aquel dan#s menudo y valiente dej un honroso legado, y una tradici n marinera en la que se inspir la flota de una gran naci n. ,aveg por los mares del norte con una energ!a que entusiasmaba a sus compa*eros, y en los libros de bitcora de sus barcos no hay una sola anotaci n que indique mala voluntad contra el capitn o que refiera peleas entre los hombres bajo su mando. Las mismas aguas que recorri tan infructuosamente, conmemoran en dos lugares su valor. +l agua helada que se e$tiende entre el oc#ano -ac!fico y el Ortico lleva su nombre: es el mar de (ering& y parece que el marino le prest tambi#n su carcter. +s un mar severo, se congela hasta endurecerse, es dif!cil navegar por #l cuando se llena de hielo, y castiga a quienes no han sabido calcular su poder. -ero, al mismo tiempo, bulle con una rica fauna, y recompensa generosamente a los buenos ca;adores y pescadores. +n repetidas ocasiones a lo largo de esta narraci n, que siempre lo tratar con respeto, volveremos a encontrarnos con este mar, el cual merece llevar el nombre de una personalidad tan firme como la de (ering. A finales del siguiente siglo, acudieron en tropel miles de personas a sus costas, y algunos hallaron en sus mgicas arenas la dorada rique;a de 3reso. Los rusos dieron tambi#n su nombre a la desolada isla en la que muri , que constituye la conmemoraci n ms triste que se ha concedido nunca a un buen marino. Cambi#n habr siempre quien afirme que no fue tan buen marino, cr!ticos que clamen: P,unca un navegante tan bueno intent tanto, lo llev a cabo con tanta dificultad, y logr tan pocoQ. F a la historia le resulta dif!cil dirimir tal debate. La e$ploraci n de Alas%a corri a cargo de dos tipos contrarios de hombres: unos eran decididos e$ploradores de s lida reputaci n, como 9itus (ering y los dems personajes hist ricos que conoceremos dentro de poco& y otros, eran aventureros tercos y an nimos, en busca de negocios, que muchas veces consiguieron mejores resultados que los profesionales que les hab!an precedido. +n los primeros tiempos, esta segunda oleada de hombres estaba formada por p!caros, ladrones, asesinos y vulgares matones, nacidos en )iberia o que hab!an prestado servicio all!, y el lema de sus primeras incursiones en las islas Aleutianas era breve y claro: P+l ;ar est lejos, en )an -etersburgo, y Bios, tan alto en el cielo que no puede vernos. -ero nosotros estamos aqu!, en la isla, de modo que hagamos lo que nos convengaQ. Crofim Shdan%o, que hab!a sobrevivido milagrosamente a la muerte por inanici n durante el invierno pasado en la isla de (ering, se convirti , por una e$tra*a combinaci n de circunstancias, en uno de esos comerciantes aventureros. Dab!a llegado al punto ms oriental de :usia, el puerto mar!timo de Rjots%, y supon!a que desde all! le enviar!an a su casa, pero durante una espera de seis meses fue comprendiendo que no ten!a ning"n deseo de regresar. PCengo cuarenta y un a*os 8se dec!a8, y mi ;ar ha muerto: Jqu# me queda, pues, en )an -etersburgoK 4i familia tambi#n ha muerto: Jqu# me queda, entonces, en TcraniaKQ 3uanto ms consideraba sus limitadas perspectivas, ms le atra!a quedarse en el este, de modo que comen; a interesarse por las posibilidades de conseguir un empleo p"blico de cualquier tipo& pero, tras unas pocas averiguaciones, aprendi un hecho bsico de la sociedad rusa: P)i hay un buen puesto en cualquiera de las provincias alejadas, como

-gina .0@ de ?@0

Alaska

James A. Michener

)iberia, se concede siempre a un funcionario nacido en la madre :usia. +s in"til que los dems presenten una solicitudQ. 3omo ucraniano afincado en Rjots%, el mejor trabajo al que pod!a aspirar era el de pe n en la construcci n del nuevo puerto que se pensaba destinar al comercio con =ap n, 3hina y las Aleutianas& eso si alguna ve; llegaba a emprenderse tal comercio, algo que parec!a improbable puesto que los puertos de las dos primeras naciones estaban cerrados a los barcos rusos y en las Aleutianas no e$ist!a puerto alguno. +staba deprimido y desconcertado, pues pensaba que, de regresar a )an -etersburgo ahora que el gobierno estaba en otras manos, podr!a encontrarse en situaciones desagradables -ero, una ma*ana de junio del a*o .?67, cuando estaba holga;aneando al sol, le abord un hombre moreno, de cuello muy corto y de rasgos mongoles, que evidentemente era un siberiano. 8)oy el caballero -o;ni%ov, comerciante 8le dijo8. -arec#is un hombre fuerte. 8De conocido hombres que pod!an superarme. 8JDab#is navegado alguna ve;K 8De estado en la otra costa 8contest Shdan%o, se*alando hacia Am#rica. +l comerciante se sorprendi mucho, le tom del bra;o y le hi;o girar en redondo para observarlo mejor. 8J+stuvisteis con (eringK 8Fo le enterr#. +ra un gran hombre. 8Cen#is que venir conmigo. 9oy a presentaros a mi esposa. +l comerciante le condujo a una elegante casa que daba al puerto, y all! conoci Shdan%o a madame -o;ni%ova, una arrogante mujer que no era siberiana, desde luego. 8J-or qu# me presentas a este obreroK 8pregunt con cierta aspere;a a su marido. 8,o es un obrero, cari*o 8respondi #l, muy d cilmente8. +s un marinero. 8J-or d nde ha navegadoK 8inquiri ella. 8+stuvo en Am#rica... con (ering. Al escuchar aquel nombre, la mujer se acerc ms a Crofim y, tal como hab!a hecho su esposo en la calle, le hi;o volverse para inspeccionarlo mejor, y le movi de un lado a otro la cabe;ota como si tuviera la impresi n de haberle visto antes. Luego se encogi de hombros. 8J9os viajasteis con (eringK 8pregunt , con cierto tono desde*oso. 8+n dos ocasiones. +ra su asistente. 8JF visteis aquellas islasK 8(aj# a tierra dos veces y, como sab#is, pasamos all! un invierno entero. 8,o lo sab!a 8reconoci ella. 3omo le interesaba continuar con la conversaci n, invit a Crofim a sentarse mientras iba en busca de una bebida hecha con los arndanos que abundaban en la ;ona. Antes de reanudar el interrogatorio, se aclar la garganta. 8Becidme ahora, cosaco, Jes cierto que hay pieles en aquellas islasK 8por todas partes donde estuvimos. 8)in embargo, los del primer barco que regres , el del capitn 3hiri%ov, me dijeron que no hab!an visto pieles. 8porque ellos no desembarcaron& pero nosotros, s!. La mujer se levant bruscamente y empe; a pasearse por la habitaci n& se sent despu#s junto a su esposo y le puso una mano en la rodilla, como si le pidiera consejo o le rogara permanecer en silencio. 83osaco 8pregunt entonces, muy lentamente8, Jestar!ais dispuesto a volver a las islasK Nuiero decir, enviado por mi marido. -ara traernos pieles. Shdan%o aspir profundamente, tratando de disimular el entusiasmo que e$perimentaba ante aquella ocasi n de escapar a una e$istencia gris en la :usia occidental.

-gina ..0 de ?@0

Alaska

James A. Michener

8(ueno, si se puede... 8JNu# quer#is decirK 8pregunt la mujer, speramente8. U)i ya lo hab#is hechoV Cripulaciones, barcos... 8continu , descartando cualquier otra pregunta con un gesto de la mano8, para eso est Rjots%. JIr!aisK 8pregunt finalmente, poni#ndose bruscamente de pie frente a #l. 8U)!V 8contest #l, que no vio motivos para retrasar el entusiasmado asentimiento. Burante la discusi n que sigui sobre la organi;aci n de la e$pedici n, fue la mujer quien estableci las reglas: 8,avegar#is hasta el nuevo puerto de -etropvlovs%& el viaje de ..L00 %il metros se puede hacer fcilmente en un s lido barco de Rjots%, propiedad del gobierno. All estar#is a apenas ..000 o ..700 %il metros de la primera isla, as! que podr#is construir vuestro propio barco y ;arpar a principios de la primavera. -asar#is todo el verano pescando y ca;ando, para volver en oto*o, y cuando llegu#is aqu!, -o;ni%ov llevar vuestras pieles a Iacuts%... 8J-or qu# tan lejosK 8pregunt Shdan%o. 8+s la capital de )iberia 8le espet ella8. +n esta parte de )iberia, todo lo bueno proviene de Ia%uts%. Fo misma soy de Ia%uts% 8continu , con una e$hibici n de modestia8. 4i padre era el voivoda de all!. Al decir estas palabras, ella y Crofim se se*alaron de repente el uno al otro, y rompieron a re!r. 8J3ul es el chisteK 8pregunt -o;ni%ov. +lla, muerta de risa, tom a Crofim de la mu*eca y la sacudi con fuer;a. 8U+s cierto que viaj con (eringV UFo le vi con #lV J3untos a*os hace de aquelloK 8pregunt , apartndolo un poco para observarlo. 8Biecisiete 8contest Crofim8. ,os servisteis el t#, y vuestro padre nos habl del trfico de pieles con 4ongolia. JAlguna ve; regresasteis a aquel puesto comercial de la fronteraK 8pregunt , al cabo de un momento. 8)!. All! le conoc! a #l 8se*al al marido que les escuchaba impasible, sin demostrar un gran cari*o aunque s! un gran respeto por #l8. 9oy a contratar a este cosaco ahora mismo, Ivn 8e$clam , dando una palmada8& ser nuestro capitn. Ivn -o;ni%ov era un cincuent n curtido por los crueles vientos de siberia, y todav!a ms por las duras prcticas que se hab!a visto obligado a emplear en sus tratos con los chu%chis, los %almuc%s y los chinos. +ra alto, menos que Shdan%o aunque ms ancho de hombros, y ten!a los bra;os igual de fuertes& sus manos eran muy grandes y, en varias ocasiones en que tuvo que enfrentarse a un peligro mortal, hab!a ce*ido con sus largos dedos el cuello de su adversario y hab!a continuado apretando hasta que el hombre hab!a quedado inerte en sus manos y hab!a muerto. +ra igualmente brutal en los negocios, pero como su esposa le hab!a insistido desde el principio de su desigual matrimonio, hab!a permitido que ella se encargase de los asuntos de la familia. La ma*ana en que conoci a los -o;ni%ov, Crofim se pregunt c mo era posible que aquella dinmica mujer, la hija de un voivoda enviado desde la capital, hubiera aceptado casarse con un vulgar comerciante siberiano, -ero durante las semanas siguientes advirti que la pareja controlaba el comercio de pieles de la ;ona este y record el inter#s que ella hab!a demostrado en esta actividad, cuando era todav!a la jovencita que conoci en Ia%uts%. Al parecer, hab!a considerado que -o;ni%ov le dar!a la mejor oportunidad de conocer los misterios de la )iberia oriental, por lo que hab!a renunciado a sus ambiciones sociales, le hab!a aceptado como esposo y hab!a multiplicado por seis el volumen de los negocios del comerciante. +ra ella quien controlaba el comercio y tomaba la mayor!a de las decisiones importantes. 84e va mejor cuando le hago caso 8confesaba -o;ni%ov.

-gina ... de ?@0

Alaska

James A. Michener

Tn d!a, mientras los dos hombres intentaban perfeccionar sus proyectos para establecer una cadena de puestos comerciales en las Aleutiannas, -o;ni%ov hi;o un comentario casual, que daba a entender que tal ve; la proposici n de matrimonio hab!a partido de la madame, como la llamaban los dos: 8+stbamos en la frontera con 4ongolia y yo, at nito por lo bien que ella conoc!a los precios de las pieles, le dije: PU)ois maravillosaVQ. -ara sorpresa m!a, ella replic : P9os sois maravilloso, -o;ni%ov. juntos formar!amos un equipo poderosoQ. ,inguno de los dos hi;o ms comentarios. 3uando result evidente que iban a necesitar mucho ms tiempo del previsto para organi;ar el primer viaje a las Aleutianas, fue madame -o;ni%ova quien sugiri : 8Da llegado el momento de llevar nuestras pieles a Aya%hta, en la frontera con 4ongolia. -ropuso que Shdan%o contratara a seis guardias armados para que lo escoltaran durante los primeros ochocientos %il metros, entre Rjots% y Lena, que estaban llenos de bandidos. +mpero, una ve; arreglados los detalles, Crofim se enter de que, adems de al comerciante y a su esposa, tendr!a que proteger tambi#n al hijo de ambos, un jovencito de diecis#is a*os, descarado y de malos modales, que llevaba el muy inapropiado nombre de Irmo%enti. Fa durante las primeras horas pasadas en su compa*!a, Crofim descubri que el hijo era arrogante, testarudo, brutal en el trato con sus inferiores y absolutamente malcriado por culpa de la madre. Irmo%enti lo sab!a todo y pretend!a tomar todas las decisiones. 3omo era un muchacho corpulento, sus firmes opiniones ten!an ms peso del que hubieran tenido de otro modo, y adems, e$perimentaba un placer especial en dar rdenes a Shdan%o, a quien consideraba poco ms que un siervo. La distancia a Fa%uts% era de ..700 %il metros, y pronto se vio que aquel viaje con las pieles no resultar!a muy agradable. Tcrania: UBe Ir%uts% a Ilims%, a Fa%uts%, a Rjots%V ,ombres como #sos qui#n los va a pronunciar. UBe Rjots% a Fa%uts%, a Ilims%, a Ir%uts%V -ara un cosaco son coser y cantar. 8Nu# canci n tan est"pida 8dijo Irmo%enti8. U(asta yaV -ero a los seis guardias les gustaban tanto los e$tra*os nombres y el ritmo quebrado que pronto la columna entera, salvo el muchacho, estaba cantando: PBe Rjots% a Fa%uts% a Ir%uts% ... Q, y los tediosos %il metros se hab!an vuelto ms soportables. 3uando ya hab!an cubierto ms de la mitad del trayecto hasta Fa%ust%, Crofim se sent!a muy complacido con el avance de la marcha y con la amabilidad de los dos -o;ni%ov mayores& por ello, una noche, mientras acampaban en la ladera yerma de una de las monta*as de )iberia, llam por se*as al corpulento negociante de cuello corto y bigotes ca!dos. 8Craje conmigo una piel especial. 3reo que es valiosa 8murmur , a la lu; de la luna8. J4e har!ais el favor de venderla cuando llev#is las vuestras a 4ongoliaK 83on mucho gusto. JB nde estK Crofim sac del interior de su voluminosa blusa aquella piel tan especial que hab!a adquirido en la isla de Lapa%. +n cuanto -o;ni%ov apreci su e$traordinaria calidad, aun antes de acercarla a la lu;, adivin : 8)eguro que esto es nutria marina. 8+n efecto 8confirm Crofim. 8,o sab!a que fueran tan grandes 8silb el comerciante. 8-or all el mar est lleno. Al cabo de un momento, -o;ni%ov dispuso la vacilante lu; de modo que iluminara la piel sin descubrir su e$istencia a los seis guardias, que -od!an estar espiando, y Shdan%o tuvo ocasi n de comprender por qu# el siberiano cuellicorto hab!a tenido tanto #$ito, incluso

-gina ../ de ?@0

Alaska

James A. Michener

antes de casarse con su eficiente mujer. +l comerciante levant las puntas una por una y comprob su calidad frotndolas entre los dedos& estir primero suavemente, para asegurarse de que el pelaje no estuviera pegado al cuero con cola, y, despu#s, mientras Shdan%o no miraba, dio un fuerte tir n. 3uando se hubo asegurado de que la piel era aut#ntica, aunque de una clase que le resultaba desconocida, se la llev a la cara y luego sopl para separar los pelos y apreciar las sutiles variaciones de color que se produc!an en toda su longitud. )"bitamente, con un gesto que sobresalt a Crofim, presion el pelaje con las dos manos y lo separ para dejar a la vista la piel del animal, a fin de comprobar su estado& y, para acabar, se levant , se alej de la lmpara de modo que s lo pod!a verle Shdan%o, levant en el aire, por encima de su cabe;a, la mano derecha con la que sujetaba un e$tremo de la magn!fica piel, y la dej caer para que #sta pudiera verse en toda su longitud. +ntonces se acerc de nuevo a la lu;, envolvi la piel, se sent junto a Crofim y se la entreg . 84adame tiene que ver esto 8susurr . 'l y Crofim se desli;aron silenciosamente en el interior de la tienda de la se*ora. 8Demos encontrado un tesoro 8le e$plic el marido. Indic a Crofim que ense*ara la piel a su esposa y a Irmo%enti. +n cuanto la mujer la vio, trat de calcular su valor utili;ando unos recursos muy diferentes a los de su marido. Be pie, muy erguida y con la actitud de una princesa, aquella imponente mujer de treinta y cuatro a*os se cubri los hombros con la piel, dio unos pasos, se volvi , dio algunos pasos ms y se inclin ante su hijo, como si #l la hubiera invitado a bailar. ) lo entonces pronunci su opini n: 8+s una piel muy buena& vale una fortuna. 83untoK8pregunt Crofim, titubeando. +lla aventur una cantidad en rublos que equival!a a ms de setecientos d lares, y el cosaco e$clam : 8All, en el mar, las hay a cientos. La mujer volvi a e$aminar la piel, la sopes y se la llev a la cara. 8,ovecientos, qui;. -or desgracia, Irmo%enti les oy , y a la ma*ana siguiente no pudo evitar presumir ante uno de los guardias siberianos: 8Cenemos un nuevo tipo de piel. 9ale ms de mil rublos. F el guardia lo fue contando a los dems guardias durante los d!as siguientes: 8+n esos fardos que siempre estn cerrados tienen cientos de pieles que valen mil quinientos rublos cada una. +ntonces los siberianos comen;aron a planear una conspiraci n. 3uando la peque*a caravana entraba en un ca* n flanqueado por unas colinas bajas, uno de los siberianos silb y, acto seguido, los seis se arrojaron contra los -o;ni%ov y contra Shdan%o, su guardaespaldas personal. 3omo sab!an que ten!an que eliminarlo primero a #l, se echaron sobre Crofim los tres guardias ms corpulentos, armados con garrotes y cuchillos& pensaban que lograr!an matarlo inmediatamente, pero #l, con el instinto que hab!a desarrollado a lo largo de muchos enfrentamientos similares, previ su ataque y consigui desembara;arse de ellos haciendo acopio de su enorme fuer;a. -ara asombro de los guardias, que al atacar a los tres -o;ni%ov hab!an confiado en una fcil victoria, la familia result ser una manada de tigres siberianos, o algo peor. 4adame -o;ni%ova empe; a gritar y a blandir a su alrededor un bast n, que empu*aba con furia y con tino. )u hijo no corri a esconderse, como hubiera hecho cualquier jovencito asustado de diecis#is a*os, sino que asi a uno de los hombres por un bra;o y le hi;o girar hasta arrojarlo contra un rbol, y, cuando el canalla comen; a tambalearse, Irmo%enti salt sobre #l y le dej inconsciente a fuer;a de pu*eta;os. -ero fue -o;ni%ov en persona quien

-gina ..7 de ?@0

Alaska

James A. Michener

demostr ser el ms valiente, porque, despu#s de librarse del hombre que le hab!a atacado, tras estrangularlo con sus manos enormes, corri en ayuda de Shdan%o, que a"n se defend!a de sus tres agresores. 3omo uno de los hombres amena;aba el cuello de Crofim con una navaja larga y afilada, -o;ni%ov, que hab!a vencido a los otros dos, salt sobre #l aunque no logr quitarle el arma& desesperado, el hombre hundi profundamente el pu*al en el vientre del comerciante, tir de #l hacia arriba y a un lado, y lo dej clavado para que completara su obra. -o;ni%ov comprendi que estaba herido de muerte, pues la navaja hab!a atravesado fatalmente sus rganos vitales, y en una antigua lengua siberiana llam a gritos a su esposa, que ces de blandir su bast n y corri a su lado. Al ver lo ocurrido, se convenci , como #l, de que la muerte era segura, y entonces tom el mango del largo cuchillo y lo arranc del vientre de su esposo, mirando nerviosamente a su alrededor. 9io al hombre a quien su hijo hab!a dejado inconsciente, se arroj sobre #l y le hundi el pu*al en la garganta. )e detuvo solamente para arrancarlo y se volvi hacia el bandido que su esposo hab!a derribado, se inclin sobre #l con un grito salvaje y le asest tres pu*aladas en el cora; n. Los otros cuatro guardias, que observaban horrori;ados lo que estaba haciendo aquella mujer enloquecida, intentaron huir, abandonando el supuesto bot!n de pieles de nutria, pero Irmo%enti le hi;o la ;ancadilla a uno, le sujet cuando ca!a, pidi la navaja a su madre, que se la dio, y entonces apu*al varias veces al hombre. +n el ca* n yac!an muertos los tres bandidos siberianos y el comerciante -o;ni%ov, y, despu#s de que Crofim e Irmo%enti hubieron sepultado a #ste bajo un mont n de piedras, la madame, con solemnes palabras, describi lo ocurrido en la lucha: 8Irmo%enti ha demostrado mucho coraje y me siento orgullosa de #l. F yo supe qu# hacer con la navaja. -ero nos hubieran asesinado a todos si Shdan%o no hubiese logrado mantener a raya a los tres primeros... durante tanto tiempo y con tanto valor. Inclin la cabe;a ante #l e indic a su hijo que hiciera lo mismo, como muestra de respeto ante su comportamiento de aut#ntico cosaco, pero el muchacho se neg a hacerlo, porque lloraba todav!a la muerte de su padre. 4ontaron guardia por si los tres guardias fugitivos intentaban volver con refuer;os para capturar la caravana y, mientras, los viajeros discutieron qu# pod!an hacer para defenderse y proteger el valioso cargamento. 3omo ya hab!an cubierto ms de la mitad del trayecto, estuvieron de acuerdo en que lo ms prudente era continuar a lo largo de los trescientos %il metros restantes para llegar al r!o Lena, y por la ma*ana, despu#s de despedirse llorando de la tumba de Ivn -o;ni%ov, el comerciante guerrero, se pusieron en marcha dispuestos a cru;ar uno de los territorios ms solitarios del mundo: las est#riles mesetas de la )iberia central, donde los d!as transcurr!an en un vac!o desolado, sin nada visible hasta el hori;onte, y las noches en un terror!fico aullar del viento. Fue en aquel inh spito territorio donde Crofim lleg a apreciar a la e$traordinaria familia de la que hab!a pasado a formar parte. Ivn -o;ni%ov hab!a sido intr#pido en la vida y valeroso en la muerte. 4arina, su viuda, una mujer especial, que sab!a comerciar tan bien como cualquier hombre y que se hab!a comportado de forma asombrosa cuando se volvi loca con el largo pu*al. Al ver c mo se adaptaba a la p#rdida de su esposo y a los rigores de la marcha, Shdan%o comprendi por qu# Ivn hab!a dejado en sus manos el manejo del negocio. +n los momentos ms peligrosos del viaje, ella tambi#n se ofreci a montar guardia mientras los hombres dorm!an. 3om!a tan frugalmente como ellos. Avan;aba sin quejarse a lo largo de los dificultosos %il metros, ayudaba a cuidar de los caballos, y sonre!a cuando Crofim le dedicaba un cumplido: )ois un cosaco con faldas 8le dec!a #l.

-gina ..6 de ?@0

Alaska

James A. Michener

+l problema era su hijo Irmo%enti, que durante el ataque a la caravana se hab!a comportado muy bien y hab!a luchado como un hombre que le triplicara la edad, pero que, a pesar de ello, continuaba siendo un muchacho desagradable y se hab!a vuelto a"n ms arrogante por haber matado a un hombre. )ent!a un odio visceral por Crofim, no le gustaba el protagonismo de su madre, y tend!a a actuar de un modo irritante que provocaba la desconfian;a de los adultos. +ra eficiente, pero no ser!a nunca simptico. 8Cres asaltantes muertos, y el cosaco no ha matado siquiera a uno. Tna mujer y un muchacho han salvado la caravana 8le oy quejarse Crofim. 4adame -o;ni%ova no quer!a ni o!r hablar de aquello: 8Fa sabemos qui#n nos salv aquella noche, qui#n mantuvo a raya a esos tres... 4ilagrosamente, en mi opini n. Adems, era Shdan%o quien les guiaba en su recorrido a trav#s de aquellos peligrosos pramos. 'l decid!a d nde detenerse y se ofrec!a para cubrir las guardias nocturnas. 9igilaba por si ven!an osos, iba delante cuando ten!an que vadear un arroyo, y se comportaba siempre como un verdadero cosaco. -ese a aquella demostraci n constante de su capacidad, Irmo%enti no lo consideraba ms que un siervo& sin embargo, obedeci a Crofim durante el viaje, aunque pretend!a librarse de #l en cuanto terminara. Be esta forma tan disciplinada, los tres viajeros completaron catorce peligrosos d!as de viaje por sendas solitarias, hasta llegar a una colina desde la cual, e$haustos pero dispuestos a seguir avan;ando, contemplaron un bell!simo panorama: el ancho y caudaloso r!o Lena. All! descansaron. 8Bespu#s de vender las pieles, tendr#is rublos en ve; de mercanc!aV 8dijo Shdan%o, mirando el r!o8. F entonces tendremos que preocupar nos para que lleguen sanos y salvos a Rjots%. 8+sta ve; contrataremos a guardias honrados 8repuso secamente la madame. +n Fa%uts%, la madame se enfrent con otro problema: encontrar comerciantes honrados, dispuestos a llevar sus fardos en barca;a por el Lena hasta los grandes mercados de la frontera con 4ongolia& recurri finalmente a unos antiguos conocidos de su esposo y cerr con ellos un trato ventajoso. Antes de despedirse, llev aparte a los comerciantes y les ense* aquella piel tan especial que pensaba introducir en el mercado. 8,utria marina. ,o hay nada igual en el mundo. F yo puedo proporcionaros una cantidad segura. Los hombres observaron las e$traordinarias pieles y preguntaron por qu# no era el marido quien llevaba algo tan valioso. 89en!a con nosotros, pero le asesinaron nuestros guardias8dijoella. F a*adi 8: Rs ruego que me ayud#is a conseguir seis hombres en quienes pueda confiar, y que no vayan a matarme durante el trayecto de vuelta. +llos le enviaron algunos de sus propios hombres de confian;a, y entonces le hicieron un encargo: 8Craednos todas las nutrias marinas que podis ca;ar. Los comerciantes chinos se pelearn por estas pieles. 84e ver#is con frecuencia en Fa%uts% 8les garanti; ella, con una leve sonrisa. +n el camino de regreso discuti con Crofim y con su hijo c mo podr!an e$plotar las islas Aleutianas. 3uando apenas llevaba un d!a en su casa de Rjots%, una peque*a poblaci n que estaba convirti#ndose en una ciudad importante, llam a Crofim para hablarle francamente: 8)ois un hombre e$cepcional, cosaco. )ois valiente y al mismo tiempo ten#is cerebro. Cen#is que quedaros conmigo, porque necesito vuestra ayuda para controlar las islas de las pieles. 8,o tengo intenciones de casarme 8dijo #l. 8JNui#n ha hablado de matrimonioK Rs necesito para mi negocio.

-gina ..L de ?@0

Alaska

James A. Michener

8)oy marino. ,o servimos para los negocios. 8Fo har# que sirvis. -o;ni%ov, que en pa; descanse 8a*adi la madame, suplicante8, hab!a sido comerciante durante muchos a*os. ,o hab!a conseguido nada, hasta que yo no le hice poderoso. 84! trabajo est en las islas. 89os y yo juntos, cosaco, podr!amos ser los due*os de las islas y de todas las pieles que contienen. 8+ntonces le mir de cerca, cara a cara8: -ero ninguno de los dos puede hacerlo solo. Rs necesito, cosaco 8a*adi , elevando la vo; hasta convertirla en un chillido irritado. 8Ir# a las islas 8le contest Crofim, que sab!a cul era su destino8. F os traer# pieles. F vos las vender#is 8acab , con la intenci n de no variar su decisi n. 8)i os vais, llevaos a Irmo%enti 8pidi entonces la mujer, con mal disimulado disgusto8. +nse*adle a ser sabio y a tener dominio de s! mismo, porque necesita aprender las dos cosas. 8,o me gusta. 4e temo que el chico ya no tiene remedio, pero le llevar# conmigo 8asinti el cosaco. 8Al diablo con la sabidur!a y el dominio de s! mismo 8contest la madame, asi#ndole el bra;o8. +nse*adle solamente a ser un hombre honrado, como su padre y como vos. Be lo contrario, mucho me temo que no llegar a serlo. 3ualquier armador se hubiera horrori;ado al ver la pat#tica embarcaci n en la que pensaban ;arpar hasta la isla de Attu, la ms occidental de las Aleutianas, Crofim Shdan%o, Irmo%enti -o;ni%ov, que ya ten!a dieciocho a*os, y otros once hombres de -etropvlovs%. Dab!an utili;ado madera verde para la estructura principal y hab!an formado los costados con piel de foca, que era lo bastante gruesa en algunos puntos como para soportar impactos fuertes, y tan delgada en otros que cualquier arista de hielo la podr!a perforar. 3omo prcticamente no hab!a clavos en Aamchat%a, utili;aron los pocos que pudieron conseguir para clavar las pie;as de madera ms importantes, y en otras partes tuvieron que conformarse con correas de piel de morsa y de ballena. 8+sa cosa no la construyeron, la cosieron 8gru* , al ver el barco, un ave;ado marinero. +l producto terminado era algo as! como un umia% de piel de foca, algo refor;ado y lo bastante grande como para dar cabida a trece traficantes de pieles junto con sus equipos y, especialmente, con sus armas. Be hecho, a bordo hab!a tantas armas de fuego que el bote parec!a un arsenal flotante, y sus propietarios ten!an muchas ganas de usarlas. -ero resultaba bastante improbable que una embarcaci n tan endeble consiguiera llegar alguna ve; a las Aleutianas, y a"n ms que regresara cargada con fardos de pieles. -ero Shdan%o estaba ansioso por probar suerte, y ;arp un d!a de primavera del a*o .?6L, en busca de Alas%a para el imperio ruso, y de rique;as para su variopinta tripulaci n. +ran un grupo de hombres brutales, dispuestos a correr peligros y decididos a ganar fortunas con la e$plotaci n de las pieles. +sta avan;adilla de la e$pansi n rusa hacia el este constituy el modelo de la conducta que :usia observ ms adelante en su coloni;aci n de Alas%a. JNu# clase de hombres eranK Dab!a tres grupos bien definidos: aut#nticos rusos, que proced!an de los dominios del ;ar en la +uropa del noroeste, un territorio relativamente peque*o centrado en dos grandes ciudades: )an -etersburgo y 4osc"& aventureros llegados de otras ;onas del imperio, sobre todo siberianos del este& y un curioso grupo, que recib!a el dif!cil nombre de promyshlermi%i, compuesto por delincuentes de poca monta que hab!an sido sentenciados a elegir entre la muerte o los trabajos for;ados en las islas Aleutianas. <lobalmente se les sol!a considerar rusos a todos. +sos feos hombres recibieron la bendici n de un viento suave que mantuvo henchida la vela improvisada, y despu#s de veinte d!as de navegar con facilidad y con poca necesidad de remo, Shdan%o dijo:

-gina ..M de ?@0

Alaska

James A. Michener

8Nui; ma*ana. R pasado ma*ana. Les animaba el creciente n"mero de ballenas que iban viendo& y una ma*ana, temprano, Irmo%enti pudo ver hacia el este, nadando entre las olas, la primera nutria marina. 8UCrofim, venV 8grit , pues continuaba tratando al cosaco como a un siervo8. J+s esoK +n aquel bote descubierto hab!a poco espacio para moverse, pero Crofim se abri paso hacia proa y for; la vista en la lu; matinal. 8,o veo nada 8dijo. 8UAll!, all!V 8grit Irmo%enti muy irritado, con impaciencia8. +)R que flota boca arriba. Al mirar mejor, Crofim pudo ver uno de los espectculos ms e$tra*os y hermosos de la naturale;a: una nutria hembra nadaba de espaldas, con una cr!a firmemente acomodada sobre el vientre& parec!an las dos muy tranquilas y disfrutaban mirando las nubes que se mov!an por el cielo. Aunque Crofim todav!a no estaba seguro de que fueran nutrias marinas, sab!a que no eran focas, as! que volvi a proa y condujo la embarcaci n en direcci n a la flotante pareja. La madre nutria, ignorante de lo que eran un barco o un hombre, continu nadando pere;osamente mientras los ca;adores se apro$imaban, y no intent apartarse ni siquiera cuando Irmo%enti levant su arma y afin la punter!a. )e escuch un fuerte estallido, la nutria sinti un dolor opresivo en el pecho y se hundi inmediatamente en las profundidades del mar de (ering& hab!a muerto sin resultar de ninguna utilidad para nadie. )u cr!a, que hab!a quedado a flote, recibi un fuerte golpe de remo y se hundi tambi#n hasta el fondo. Burante los a*os siguientes, de todas las nutrias marinas que llegaron a matar unos ca;adores descuidados que muchas veces disparaban antes de tiempo, siete de cada die; se fueron al fondo sin que nadie aprovechara sus pieles. Aquel primer disparo de Irmo%enti daba comien;o al e$terminio. 3omo hab!a echado a perder lo que tanto Crofim como los otros aseguraban que era una aut#ntica nutria marina, el joven no estaba de buen humor aquella ma*ana& cuando, un poco ms tarde, uno de los hombres lan; el grito de PUCierraVQ, el chico no sinti ninguna alegr!a al ver la solitaria isla de Attu, que emerg!a de entre las nieblas que la cubr!an. Dab!an recalado en el e$tremo noroeste de la isla, y navegaron durante un d!a entero a lo largo de la costa septentrional, sin encontrar otra cosa que peligrosos acantilados y la visi n sin vida de tierras que parec!an est#riles, sin rboles, sin siquiera un arbusto. -asaron ante la embocadura de una bah!a, pero las orillas eran tan escarpadas que hubiera sido una locura intentar desembarcar. 8Attu es una roca 8coment quejumbroso Irmo%enti aquella noche, cuando se iba a dormir. )in embargo, a la ma*ana siguiente, cuando rodeaban un peque*o promontorio en el cabo este de la isla, vieron ante ellos una amplia bah!a, que ten!a una agradable playa de arena y unos prados e$tensos. Besembarcaron con cautela y, como cre!an que la isla estaba deshabitada, se encaminaron tierra adentro. 3uando hab!an recorrido apenas un trecho, descubrieron el milagro de Attu. Bondequiera que iban se encontraban con un tesoro de flores de colores, en una gran variedad: margaritas, a;aleas rojas, altramuces de muchos colores, orqu!deas, cardos, adems de dos tipos de flores que les asombraron especialmente: unos iris de color p"rpura y unas orqu!deas de color gris verdoso. 8U+sto es un jard!nV 8e$clam Crofim. 8U4iradV 8gimi de pronto Irmo%enti, que le hab!a dado la espalda. Besde el fondo de la pradera se les acercaba una procesi n de nativos, tocados con los sombreros caracter!sticos de la isla, con la gran visera que desde la parte anterior descend!a recta por atrs, y con las flores o las plumas que pend!an de la corona. ,unca hab!an visto antes a un hombre blanco, y ninguno de los invasores, salvo Shdan%o, hab!a visto a un isle*o, de modo que por ambas partes surgi una gran curiosidad. 8,o son hostiles 8asegur Shdan%o a sus hombres8, mientras no se demuestre lo contrario.

-gina ..? de ?@0

Alaska

James A. Michener

+ra muy dif!cil convencerles de ello, porque todos los isle*os llevaban largos huesos ensartados en la nari;, y uno o dos discos tallados en el labio inferior, lo cual les confer!a un aspecto fero;. 8UBisparadV 8grit Irmo%enti, al verlos. Crofim anul la orden y se adelant , llevando en las manos una colecci n de abalorios& cuando los isle*os vieron tanta belle;a centelleante se pusieron a murmurar entre ellos, hasta que uno acab por adelantarse hacia Shdan%o, ofreci#ndole una pie;a de marfil tallado. Fue as! como comen; la verdadera e$plotaci n de las islas Aleutianas. Los primeros contactos fueron cordiales. Los isle*os constitu!an un grupo pac!fico: eran hombres menudos y de oscuras facciones orientales que, por su aspecto, podr!an haber llegado de )iberia un a*o atrs& iban descal;os, usaban ropas hechas con pieles de foca y se tatuaban la cara. )u idioma no se parec!a a ninguno de los que hab!an o!do alguna ve; los hombres de la embarcaci n, pero con sus amplias sonrisas e$presaban su bienvenida. ,o obstante, ocurrieron dos cosas cuando Shdan%o y su tripulaci n llegaron a una de las cho;as en las que viv!an los isle*os: era evidente que los hombres de Attu no quer!an que los forasteros se acercaran a sus mujeres y a sus hijos, y, cuando los siberianos entraron a la fuer;a en una vivienda, sintieron repulsi n por la oscuridad de la cueva subterrnea en la que se encontraban, por el desorden y por el desagradable olor a pescado y a grasa de foca podrida. +ntonces comen;aron las tensiones. 8U,o son humanosV 8gru* desde*osamente uno de los hombres de Shdan%o& y eso se convirti en la opini n general. )in embargo, en varias de las treinta y tantas cho;as los reci#n llegados descubrieron peque*os montones de pieles de foca, aunque no se les ocurr!a con qui#n pod!an estar comerciando los isle*os, y en dos viviendass hallaron unas pieles ya curtidas de nutria marina. La larga b"squeda que hab!a comen;ado en Rjots% para terminar en la auda; traves!a del mar de (ering, en su inveros!mil embarcaci n, parec!a tener asegurado el #$ito. Shdan%o, que era un hombre ingenioso, no tuvo dificultades para e$plicar a los hombres de Attu que si les proporcionaban pieles de foca, #l les dar!a a su ve; lo que quisieran de las cosas que llevaban en el barco& un poco despu#s les inform de que lo que quer!an en realidad los e$tranjeros, eran las pieles de nutria. -ero eso era otra cuesti n, porque los isle*os hab!an descubierto a lo largo de los siglos que la nutria marina era el animal ms e$tra*o del oc#ano, y que no resultaba fcil ca;arla. Be todos modos, los comerciantes consiguieron convencer a los isle*os de que ten!an que salir con sus %aya%s en busca de pieles, especialmente de nutria. +ntonces, un joven remero tom la responsabilidad de ense*ar a Irmo%enti los ritos de la isla: se llamaba Ilchu%, era unos cinco a*os mayor que Irmo%enti, y un hbil ca;ador que hab!a sido uno de los art!fices de la captura de la "nica ballena que los de Attu hab!an ca;ado en die; a*os& las hermanas de Ilchu% hab!an fabricado con las barbas de la ballena muchos objetos "tiles y un par de cestos que, adems de prcticos, eran tambi#n una obra de arte. 3uando Crofim vio los cestos, adems de otros objetos hechos de marfil o hueso de ballena, comen; a modificar su opini n sobre los isle*os de Attu. Finalmente, Ilchu% les invit a #l y a Irmo%enti a su cho;a, y Crofim pudo comprobar que no todos viv!an como animales. La cho;a estaba limpia y dispuesta de forma muy parecida a la de cualquier vivienda siberiana, e$ceptuando el hecho de que era subterrnea en su mayor parte& pero tan pronto como comen;aron a soplar los vientos del invierno, Crofim comprendi por qu# las constru!an as! de bajas: de haber sido ms altas, los vendavales se las hubieran llevado. Las tensiones entre los dos grupos estallaron al llegar el sombr!o invierno, porque los reci#n llegados, ansiosos de ms pieles, quer!an que los isle*os continuaran ca;ando sin

-gina ..I de ?@0

Alaska

James A. Michener

tener en cuenta el clima& pero los hombres de Attu, que conoc!an la potencia de las tormentas invernales, sab!an que era mejor permanecer en tierra hasta la primavera. +l que ms insist!a era Irmo%enti, que ya ten!a diecinueve a*os y se mostraba cada ve; ms brutal en su relaci n con los dems. 3omo nunca olvidaba que era su familia la que hab!a puesto en marcha la e$plotaci n de las pieles, le resultaba imposible aceptar a un intruso como Shdan%o, as! que #l mismo comen; a encargarse de los fardos, que cada ve; eran ms, y de las operaciones que promet!an aumentar su n"mero. Crofim, veinticinco a*os mayor que aquel joven ine$perto, renunci a dirigir las cacer!as, pero decidi mantener el mando de todo lo dems. +n cuanto cesaban las tormentas 1y a veces se produc!a una relativa calma que duraba dos o tres d!as seguidos2, Irmo%enti ordenaba a Ilchu% y a sus hombres que se aventurasen a salir al mar y, si no se mostraban dispuestos, vociferaba hasta dejar claro ante los de Attu que, de alg"n modo, a lo largo de un proceso cuyas etapas ya no pod!an recordar, los isle*os hab!an llegado a ser esclavos de los forasteros. +sa sensaci n se intensific cuando dos hombres de Irmo%enti se apoderaron de unas mujeres j venes de la poblaci n, con unos resultados tan agradables que un tercer hombre se llev bruscamente a una de las hermanas de Ilchu%. Aunque se produjo cierto resentimiento, por costumbre en Attu los hombres y las mujeres adultos manten!an relaciones sin complicaciones, de modo que all! no estallaron las reacciones temperamentales que en otro lugar hubieran podido entrar en erupci n& lo que realmente molestaba a los isle*os era la continua insistencia de Irmo%enti para que los hombres salieran al mar, cuando su instinto y su larga e$periencia les aconsejaban permanecer en tierra. ,o pod!an dejar de oponerse a esa radical alteraci n de su sistema de vida, y cuando Irmo%enti, un d!a de buen tiempo, e$igi a Ilchu% y a cuatro de sus hombres que se hicieran a la mar, se produjo una momentnea reacci n de rebeld!a, que el joven ataj sacando su arma. 8)i no vais, disparo 8orden por gestos a los hombres. )alieron de mala gana, se*alando el cielo como si dijeran: PUCe lo advertimosVQ, y antes de que se perdieran de vista se desat un fuerte viento que llegaba desde Asia y tra!a consigo rfagas de lluvia helada, paralelas al mar, que destruyeron dos de los %aya%s y ahogaron a sus tripulantes. Ilchu% condujo los botes supervivientes a la playa, y all! comen; a apostrofar a Irmo%enti, el cual guard silencio durante algunos minutos, hasta que, al sumarse a las recriminaciones los otros hombres de Attu, que le rodearon, perdi la compostura, levant el arma y dispar contra uno de los que protestaban. Al verle caer, Ilchu% comprendi que estaba fatalmente herido e intent abalan;arse contra Inno%enti, pero dos de los siberianos le sujetaron, le arrojaron al suelo y comen;aron a patearle la cabe;a. Crofim, que estaba trabajando en la construcci n de una casa con madera de deriva, se acerc corriendo al o!r el disparo& gracias a su corpulencia y a su autoridad, puso orden en lo que, de otro modo, pod!a haber degenerado en un al;amiento y en la muerte de todos los invasores. -ero en adelante ya no continuar!a ejerciendo tal autoridad sobre los hombres. 8JNui#n ha hecho estoK 8grit . 8De sido yo 8contest con descaro Irmo%enti, que dio un paso al frente8. 4e estaban atacando. Los otros apoyaron su declaraci n y adelantaron el ment n en un gesto retador, y Shdan%o comprendi que la jefatura de la e$pedici n hab!a pasado a Irmo%enti. 8)e ha declarado la guerra 8dijo, casi mansamente8. Nue cada uno asuma su propia defensa. -ero fue el joven quien dio rdenes espec!ficas:

-gina ..@ de ?@0

Alaska

James A. Michener

8Craed el barco ms cerca de nuestras cho;as. F los hombres dormiremos todos juntos, no con las nativas. +l hombre que hab!a tomado como compa*era de cama a la hermana de Ilchu% no hi;o caso de esta "ltima orden, y dos ma*anas despu#s, al levantarse la niebla invernal, encontraron su cadver en la playa, con varias pu*aladas. La guerra se carg de odio y resentimiento, de sombras oscuras y bruscas represalias. 3omo quedaban solamente doce hombres, incluido #l mismo, Crofim trat de recobrar el mando haciendo las paces con los isle*os, que eran ms numerosos& de no haberlo frustrado un mal asunto, hubiera podido tener #$ito. +l sensato isle*o Ilchu%, que lamentaba el triste deterioro de las relaciones, se acerc a Crofim en compa*!a de dos pescadores para acordar una especie de tregua& pero Irmo%enti, que observaba de cerca la escena con cuatro de sus seguidores, permiti que se apro$imaran y despu#s hi;o una se*al, ante la cual los rusos apuntaron con sus armas y mataron a los tres negociadores. Al d!a siguiente, una de las muchachas isle*as acus a Irmo%enti de haber asesinado a su hermano en la emboscada& #l le dio la ra; n, pues tambi#n la asesin . Crofim se esfor; en vano por impedir las matan;as, pero en una rpida sucesi n cayeron otros seis isle*os, tras lo cual se acept con sumisi n que Attu hab!a entrado en un orden nuevo. 3uando la primavera hi;o posible una ca;a met dica de las nutrias marinas, Irmo%enti y su grupo ten!an ya tan rigurosamente organi;ada la vida en la isla que los %aya%s sal!an regularmente y volv!an con las pieles que reclamaban los comerciantes. :esulta dif!cil e$plicar c mo aquellos once hombres 1cinco siberianos, tres delincuentes rusos, dos de otros lugares del imperio y el joven Irmo%enti2 lograron mantener bajo su mando a toda la poblaci n de la isla, pero as! ocurri . +l asesinato era el elemento ms convincente& ejecutaron fr!amente a ocho, veinte o treinta personas, eligiendo el momento y el lugar que pod!an -rovocar un efecto ms intimidatorio, hasta que toda Attu supo que, si los -escadores y ca;adores se demoraban en cumplir los deseos de los forasteros, ellos matar!an a alguien, por lo general al pescador que hubiese fallado, y, a veces, a algunos de sus amigos. Codav!a resulta ms dif!cil e$plicar por qu# Crofim Shdan%o permiti que Rcurriera todo aquello, aunque hay que tener en cuenta que cuando los hombres se hallan bajo presi n, normalmente las decisiones que toman dependen de hechos que escapan a su control& lo determinante es el a;ar, no el pensamientR organi;ado, y cada uno de los sangrientos incidentes de Attu fortalec!a el poder de Irmo%enti y debilitaba el de Crofim. 'l no particip en ninguna de las matan;as, porque era un cosaco adiestrado para matar por orden del Sar y hab!a aprendido que el asesinato s lo se justificaba si con #l se 3onsegu!a rpidamente establecer la pa;. +n Attu, las masacres sin sentido de Irmo%enti no permit!an conseguir la pa;, sino solamente ms pieles, y por eso Crofim comprendi , a mediados del verano, que la "nica estrategia sensata en una situaci n tan cr!tica era abandonar la isla con las pieles acumuladas y poner proa hacia -etropvlovs%. )u propuesta le permiti recuperar otra ve; cierta posici n de mando, porque muchos de sus compa*eros de tripulaci n estaban ansiosos por salir de Attu& sin embargo, la casualidad se interpuso una ve; ms para negarle esta posici n. A mediados de julio de .?6M, cuando organi;aba secretamente a los hombres para la huida, una isle*a descubri la estrategia e inform a sus hombres, que planearon matar a todos los forasteros antes de que llegaran al bote. Fa con los fardos embarcados y los doce supervivientes a punto de ;arpar, los isle*os trataron de atacarles& pero Irmo%enti estaba prevenido y, cuando hombres y mujeres corrieron gritando hacia el barco, orden a sus hombres que dispararan directamente sobre el grupo de personas y que recargaran sus armas para volver a disparar. As! se hi;o, con fatal efectividad.

-gina ./0 de ?@0

Alaska

James A. Michener

3uando el grupo de invasores rusos, el primero que hab!a pasado un invierno en las Aleutianas, regres finalmente a la seguridad del mar de (ering, hab!an asesinado, contando desde el d!a de su desembarco, a sesenta y tres aleutas. La traves!a de regreso fue un relato de terror, porque en la frgil embarcaci n, sin cubierta y con una modesta vela fijada al endeble palo, trope;aron con vientos adversos que soplaban desde Asia y tuvieron que enfrentarse sucesivamente a diversas calamidades: la rotura del palo, un conato de hundimiento, la comida que se pudr!a, un marinero luntico que estuvo a punto de volverse loco y tambi#n a punto de morir a manos de Irmo%enti, el cual no soportaba sus chillidos& y tormentas interminables que amena;aron durante d!as enteros con volcarles. 3omo Crofim era el "nico a bordo con e$periencia en la navegaci n, recuper el mando de aquel triste barco, que consigui mantener a flote, gracias a su valent!a, ms que a su habilidad& incluso en cierto momento, cuando la supervivencia parec!a imposible, #l hubiera accedido a los consejos de algunos, que e$clamaban: 8UArrojad los fardos por la borda para aligerar el barcoV 8UNue nadie los toqueV 8se opuso entonces Irmo%enti, con f#rrea decisi n8. 4ejor morir tratando de llegar a puerto con nuestras pieles que llegar vivos sin ellas. Al amainar las tormentas, el barco continu su renqueante marcha hacia la patria, con los fardos intactos, y de este modo se puso en marcha el intercambio de pieles con las Aleutianas. Al desembarcar en -etropvlovs%, a Crofim y a Irmo%enti les aguardaba una sorpresa: durante su ausencia, madame -o;ni%ova hab!a trasladado su cuartel general a aquel e$celente puerto de nueva creaci n, y en un terreno elevado situado frente a la costa hab!a construido una amplia casa de dos plantas, con un mirador en el piso alto. 8J-or qu# es tan grande la casaK 8pregunt Crofim. 8-orque aqu! viviremos los tres 8respondi ella sin rodeos. A pesar de la sorpresa de Crofim, la mujer prosigui 8: Rs estis haciendo viejo, cosaco, y a m! los a*os no me hacen ms joven. 'l cumpl!a cuarenta y cuatro aquel a*o, y ella, treinta y siete& aunque Crofim no se sent!a viejo, la e$periencia de perder el mando sobre sus hombres en la isla de Attu le hab!a demostrado que ya no era aquel infatigable joven de Tcrania para quien el mundo era una interminable aventura. -idi algo de tiempo para refle$ionar sobre la proposici n y se dedic a pasear por la playa, contemplando los botes varados e imaginando las islas hacia las cuales habr!an navegado. +n sus pensamientos, dos hechos se manten!an incuestionables: P4adame -o;ni%ova es una mujer e$cepcional. F yo echo de menos aquellas islas y las tierras del esteQ. )er!a un honor tener como esposa a una mujer como la madame, y un placer trabajar con ella en la e$plotaci n de las pieles, pero antes de comprometerse ser!a necesario establecer un acuerdo sobre ciertas cosas, de modo que regres a su nueva casa, llam a la mujer a la sala, y sentado con la rigide; de un comerciante nervioso que pidiera un pr#stamo al banquero, le habl : 84adame, admir# a vuestro esposo y respeto lo que con #l hab#is loY grado. 4e honrar!a asociarme con vos en el comercio de las pieles. -ero no volver# nunca ms a las Aleutianas sin un barco decente. La mujer estall en carcajadas, at nita ante aquella singular respuesta a su proposici n de matrimonio. 8U9enid a ver, cosacoV 8e$clam con energ!a. 3ondujo al hombre por la calle principal de -etropvlovs%, hasta un astillero oficial que no e$ist!a dos a*os antes, cuando #l se hab!a hecho a la mar. 8U4iradV 8se*al , con orgullo8. 'ste es el barco que he estado construyendo para vos. 8+s perfecto para la e$plotaci n de las Aleutianas 8opin #l, al observar su solide;.

-gina ./. de ?@0

Alaska

James A. Michener

Bespu#s de la boda, la mujer oblig a su hijo Irmo%enti a adoptar el apellido Shdan%o y a llamar PpadreQ a Crofim, pero el joven se neg : 8+se maldito siervo no es mi padre. Llegaba a encoleri;arse cuando alguien le llamaba Pel hijastro del cosacoQ. )u madre, avergon;ada por semejante conducta, llam un d!a a los dos hombres. 8Besde hoy en adelante, todos somos Shdan%os 8les dijo8, y cada uno de nosotros comien;a una nueva vida. 9osotros dos conquistar#is las islas una a una. F despu#s, har#is lo mismo con Am#rica. Crofim protest diciendo que aquello pod!a resultar ms dif!cil de lo imaginado. 8+stamos destinados a avan;ar hacia el este 8manifest ella8, siempre hacia el este. 4i padre abandon )an -etersburgo para irse a Ir%uts%. Fo sal! de all! para ir a Aamchat%a. F ms all nos esperan las pieles y el dinero. Fue as! como el cosaco ucraniano Crofim Slidan%o consigui un barco que deseaba, una esposa a quien admiraba y un hijo a quien aborrec!a. <racias al ejemplo de madame Shdan%o, la corte de )an -etersburgo descubri que se pod!an cosechar grandes beneficios con la e$plotaci n de las pieles aleutianas, y comen; a promover ms viajes a las islas, donde pod!an probar fortuna las compa*!as que estuvieran a cargo de hombres decididos. +ran grupos e$traoficiales, formados principalmente por cosacos, sobre todo por aquellos que se hab!an entrenado en la dura disciplina de )iberia, y fueron los invasores ms crueles que cayeron nunca sobre un pueblo primitivo. +staban acostumbrados a aplicar una dura disciplina entre las tribus no civili;adas de la :usia oriental, y en su trato con los amables y sencillos aleutas se comportaron a"n ms brbaramente. Irmo%enti Shdan%o hab!a sentado un precedente brutal en su primer encuentro, en la isla de Attu, que se convirti en norma a medida que los cosacos avan;aban hacia el este& y los intrusos idearon nuevas atrocidades al llegar a las islas ms grandes, las que estaban situadas en el centro de la cadena. -or supuesto, cuando intent desembarcar en Attu el primer grupo que segu!a a la llegada de Crofim e Irmo%enti en su bote de piel de foca, los enfurecidos nativos, recordando lo que hab!a ocurrido, bajaron en tromba a la playa y asesinaron a siete traficantes& despu#s de este suceso, la tradici n rusa conserv siempre la creencia de que los aleutas eran unos salvajes a los que s lo se pod!a dominar a tiros y latiga;os. -ero cuando la segunda e$pedici n arrib a Ais%a, isla que segu!a en tama*o a Attu, se encontr con nativos que no sab!an nada del hombre blanco, y all! los cosacos instauraron un reinado del terror gracias al cual se consiguieron muchas pieles, pero todav!a ms muertes entre los aleutas. +n la siguiente isla de la cadena, la e$tensa Amchit%a, los invasores sometieron rpida e implacablemente a los isle*os. Los nativos ten!an que aceptar sin rechistar que aquellos hombres se llevaran a sus mujeres. )e les obligaba a hacerse a la mar, hiciera el tiempo que hiciese, para ca;ar nutrias. Los nuevos m#todos de ca;a que hab!an introducido los rusos despilfarraban los recursos, y ms de la mitad de las nutrias que resultaban muertas, acababan hundi#ndose, desaprovechadas, en el fondo del mar de (ering& sin embargo, las que lograban traer a la costa, alcan;aban precios cada ve; ms altos cuando las transportaban en caravana hasta la frontera con 4ongolia, por lo que iba en aumento la presi n para continuar la ca;a, y, como consecuencia, se multiplicaban las barbaridades. +l a*o .?M., madame Shdan%o, que ansiaba asistir antes de su muerte al dominio de los rusos sobre las islas Aleutianas y Alas%a, sustituy el viejo barco de Crofim por uno nuevo, construido con aut#nticos clavos, y envi en #l a Irmo%enti, el cual era ya un hombre maduro, de treinta y cuatro a*os, que se empe*aba implacablemente en volver a casa con el m$imo de carga. -ara proteger la inversi n que hab!a hecho en el barco, sugiri que lo capitaneara Crofim, aunque #ste ya ten!a cincuenta y nueve a*os.

-gina .// de ?@0

Alaska

James A. Michener

8Aparentas tener treinta a*os, cosaco, y este barco es muy costoso 8le dijo ella8. 4ant#nlo a salvo de las rocas. ,o era un ruego superfluo, porque, al igual que ocurr!a con las nutrias, de cada cien nav!os que los rusos constru!an en aquellas ;onas, la mitad se hund!a por defectos de construcci n, y en cuanto a la mitad restante, normalmente estaba a cargo de capitanes tan ineptos que muchos de los barcos se estrellaban contra las rocas y los arrecifes. Burante la d#cada siguiente, los Shdan%o, padre e hijastro, pasaron por alto muchas islas menores con el fin de desembarcar directamente en Lapa%, aquella atractiva isla custodiada por el volcn del que Crofim hablaba a menudo cuando relataba sus aventuras con el capitn (ering. 3uando el barco se acerc a la costa norte y Crofim vio aquella tierra inolvidable, la que hhab!a e$plorado con <eorge )teller en el .?6., record a su tripulaci n la generosidad con que le hab!an tratado entonces, y dio rdenes severas: 8+sta ve;, no hay que importunar a los isle*os. <racias a esta advertencia humanitaria, durante las primeras semanas en tierra no ocurri ninguna de las atrocidades que hab!an ultrajado las dems islas. 3uando Crofim busc al nativo que le hab!a dado las pieles de nutria, se enter de que hab!a muerto, pero uno de los traficantes de pieles hab!a aprendido unas pocas palabras de aleuta en una misi n anterior y pudo informarle que el hijo de aquel hombre, un tal Ingali%, hab!a heredado los dos %aya%s del anciano y tambi#n su posici n como jefe del clan. Crofim fue a visitarlo, con la esperan;a de trabar amistad con el joven y evitar as! lo que hab!a ocurrido en las otras islas, pero averigu entonces, con gran consternaci n, que a todas partes hab!a llegado noticia de la conducta de los rusos y que los habitantes de Lapa% ten!an mucho miedo por lo que pod!a sucederles. Crofim intent calmar al joven, y las relaciones con los nativos hubieran podido comen;ar bien, de no haber sido por un rudo cosaco que ven!a entre los traficantes, un hombre de cabe;a rasurada y grandes bigotes pelirrojos, llamado Sagos%in, que estaba tan obsesionado con las pieles de nutria que insisti para que los hombres de Lapa% emprendieran inmediatamente la ca;a. +l joven Ingali% intent e$plicarle que en aquella temporada hab!a pocas posibilidades de locali;ar a ning"n animal, pero Sagos%in no le escuch . (ajo su mando, un par de traficantes alinearon seis %aya%s en la costa y ordenaron entonces que sus propietarios, sin saber todav!a qui#nes eran, se embarcaran y salieran a ca;ar nutrias marinas. 3omo nadie hi;o caso de esa orden insensata, Sagos%in tom un hacha, se lan; sobre los %aya%s, destro; sus delicadas membranas e hi;o tri;as los frgiles arma;ones de madera que los sustentaban. +ra un acto de destrucci n tan demencial que varios de los isle*os, incapaces de comprender tal locura, empe;aron a murmurar y avan;aron hacia el cosaco enfurecido, que continuaba descargando hacha;os. )in embargo, como Irmo%enti no pod!a permitir el menor s!ntoma de rebeli n, orden por se*as a los hombres de Lapa% que retrocedieran, hasta que comprob que no pensaban obedecer y entonces abandon sus intentos de disuadirlos. Levant su arma, orden al resto de sus hombres que hicieran lo m!smo, y, a un ademn de su mano i;quierda, todos dispararon. La primera descarga mat a ocho aleutas, y la segunda a otros tres& para entonces, Sagos%in hab!a empe;ado a brincar como un loco entre los cadveres y les asestaba golpes con el hacha. )e hi;o un triste silencio sobre la playa, y comen;aron a sollo;ar algunas mujeres, con unos espantosos y agudos sollo;os que colmaron el aire y atrajeron a Crofim al escenario de la carnicer!a. Aunque no hab!a presenciado lo ocurrido y no sab!a a qui#nes culpar por la tragedia, estaba seguro de que los principales responsables eran su hijo y Sagos%in, pero no lograba comprender c mo hab!a sucedido. )e sinti asqueado esta ve;, pero no mucho tiempo despu#s tuvo que soportar otras dos acciones tan viles que mancillaron el anteriormente honorable nombre de Shdan%o.

-gina ./7 de ?@0

Alaska

James A. Michener

La primera ocurri s lo dos meses despu#s de la primera matan;a de la playa. +l malvado Sagos%in estimul la tendencia natural de Irmo%enti hacia las atrocidades, y, durante las semanas que siguieron a la primera serie de muertes, se produjeron varios incidentes aislados en el curso de los cuales Sagos%in o Irmo%enti asesinaron a aleutas que se mostraban poco dispuestos a obedecerles. A los dos canallas les encantaba participar en las estimulantes cacer!as de nutrias, y ordenaron a los isle*os que les construyeran un %aya% de dos asientos, con el que podr!an tomar parte en la ca;a. Sagos%in, que ten!a ms fuer;a en los bra;os, remaba en la popa, e Irmo%enti hac!a lo mismo en la proa. A lo largo de los .6.000 a*os transcurridos desde que Tgru% hab!a tripulado su %aya% persiguiendo a la gran ballena, los hombres del norte hab!an conseguido un tipo perfeccionado de remo que ten!a una pala en cada e$tremo, de modo que el remero no necesitaba invertir la posici n de las manos cada ve; que quer!a cambiar de lado para remar. F tanto Sagos%in como Irmo%enti se convirtieron en unos e$pertos en el uso de este instrumento. +n realidad, en la cacer!a no se necesitaba su %aya%, y ambos hombres se daban cuenta de que, algunas veces, resultaban ms bien un estorbo que una ayuda, pero era tan interesante la persecuci n que insist!an en participar. La cacer!a se reali;aba del siguiente modo. 3uando alg"n aleuta de buena vista detectaba algo parecido a una nutria nadando hacia Nugang, el volcn silbador, hac!a una se*a y se dirig!a velo;mente hacia el lugar, mientras las otras embarcaciones se dispon!an formando un c!rculo alrededor del punto donde parec!a encontrarse el animal. +ntonces se hac!a el silencio, no se mov!a ning"n remo, y no pasaba mucho tiempo sin que la nutria, que no era un pe;, tuviera que salir para tomar aire. +ntonces todos se arrojaban sobre ella, el animal se sumerg!a y los botes formaban rpidamente otro c!rculo, en cuyo centro acabar!a emergiendo la presa. Cras repetir esta maniobra siete u ocho veces la nutria, que cada ve; se ve!a obligada a emerger en busca de aire en medio de los %aya%s que la importunaban, se acercaba a la e$tenuaci n y, al final, acababa surgiendo medio muerta. Antes de que el animal se hundiera, con un velo; manota;o le daban un golpe en la cabe;a, F ataban la valiosa nutria a uno de los %aya%s, con la cabe;a destro;ada pero la -iel intacta. Sagos%in e Irmo%enti se divert!an intensamente cuando el c!rculo encerraba a una nutria madre que flotaba de espaldas con su cr!a sobre el vientre, movi#ndose con ella como si la llevara de paseo. Irmo%enti, a proa, obligaba a la madre a sumergirse. -ero la cr!a no pod!a permanecer bajo el agua tanto tiempo como su madre y #sta, en cuanto percib!a que su criatura necesitaba aire, volv!a a la superficie aun sabiendo que pod!a entra*ar un peligro para s! misma. 3uando volv!a a flotar, se convert!a en el blanco de las canoas dispuestas en c!rculo, que se cerraban nuevamente sobre ella, impulsadas por los salvajes gritos de Irmo%enti. )e sumerg!a otra ve;, la cr!a volv!a a boquear en busca de aire y ella emerg!a de nuevo, en medio de los amena;adores %aya%s. 8UFa la tenemosV 8gritaba Irmo%enti. +ntonces, con un movimiento rpido, #l y Sagos%in prcticamente se abalan;aban sobre la angustiada madre y la golpeaban hasta que la cr!a se desprend!a de su abra;o protector. 3uando los perseguidores ve!an flotar a la peque*a nutria, Sagos%in le asestaba un garrota;o, la recog!a con una red y la sub!a a su %aya%. La madre, privada de su cr!a, comen;aba a nadar en su busca de un bote a otro, como enloquecida, y, cada ve; que se acercaba a una de las embarcaciones, lamentndose como una madre humana, recib!a los golpes de aquellos hombres regocijados con el espectculo& nadaba entonces otra ve; hacia el bote ms cercano, sin dejar de suplicar, con un gemido agudo, para que le devolvieran a su criatura. Acababa tan d#bil y aturdida por la infructuosa b"squeda que no se atrev!a a sumergirse, y se manten!a en la superficie, con la cara casi humana vuelta hacia sus torturadores, sin

-gina ./6 de ?@0

Alaska

James A. Michener

dejar de buscar a su cr!a& permanec!a as! hasta que alguien como Irmo%enti le daba un golpe en la cabe;a que la dejaba inconsciente, la sub!a al %aya% y la degollaba. Tn d!a, cuando volv!an a la playa despu#s de matar a dos animales de esta manera, algunos de los pescadores aleutas protestaron contra la matan;a de la nutria madre y de su cr!a y, por se*as, advirtieron a Irmo%enti que, si #l y Sagos%in continuaban con aquello, agotar!an las nutrias que quedaban en los alrededores de la isla de Lapa%. 8F entonces 8se quejaban8 tendremos que adentrarnos mucho en el mar para conseguir las nutrias que quer#is. Irmo%enti, molesto por la interrupci n, no hi;o caso de sus objeciones, pero Crofim, al enterarse de la discusi n, dio la ra; n a los aleutas. 8J,o os dais cuenta de lo que va a acarrear en muy poco tiempo esa matan;a de madres y de cr!asK ,o quedarn ms nutrias para venderlas nosotros, ni para que ellos las usen como siempre han hecho. 8Fa es hora de que aprendan 8replic con insolencia Irmo%enti, enfurecido ante la advertencia de su propio padrastro8, de que aprendamos todos. Be ahora en adelante, tienen que limitarse a ca;ar nutrias marinas. ,ada ms. Nuiero fardos enteros de esas pieles, no unos pocos pu*ados. Sagos%in y #l ignoraron el consejo de Shdan%o y emprendieron la dura rutina de enviar diariamente a los aleutas a ca;ar nutrias, y de disciplinarlos a fuer;a de golpes, o privndoles de comida cuando no ten!an #$ito. 4ientras tanto, los dos jefes continuaron haci#ndose a la mar y ca;ando ms nutrias madres con sus cr!as, con la obligada ayuda de los dems& una tarde nublada, Irmo%enti avist una de aquellas parejas y grit a los aleutas que le acompa*aban: 8U-or all!V La cacer!a concluy como era habitual, con la cr!a muerta y la madre nutria nadando, entre pat#ticas s"plicas, hasta llegar casi a los bra;os de un aleuta. +ste hombre, que era un e$celente ca;ador y manten!a una relaci n respetuosa con todos los seres vivos, no quiso responsabili;arse de esa muerte innecesaria puesto que en realidad no hac!an falta alimentos ni pieles, y por eso ignor los chillidos de Irmo%enti, que le gritaba: 8U4talaV +l aleuta dej escapar a la nutria y contempl asqueado a Sagos%in, que golpeaba el agua con su remo para descargar su frustraci n. 3uando volvieron a la playa, Irmo%enti corri hacia el hombre que se hab!a negado a matar a la nutria y le rega* por su desobediencia, cosa que indign tanto al ca;ador que tir su remo al suelo, y dio a entender as!, de modo inconfundible, que no volver!a a ca;ar nutrias, ni machos ni hembras, con los blancos, y que, desde aquel d!a en adelante, ni #l ni sus amigos matar!an a una madre con su cr!a. Irmo%enti se enfureci ante aquel desaf!o de su autoridad, asi al isle*o por el bra;o, le oblig a darse la vuelta y le asest tal pu*eta;o que el hombre cay al suelo. Los dems isle*os comen;aron a murmurar entre ellos, y pronto hubo se*ales de rebeld!a general, que hicieron retroceder atemori;ado a Sagos%in& entonces los aleutas, que equivocadamente hab!an cre!do que su opini n se ten!a en cuenta, acudieron en tropel a Irmo%enti para convencerle de que no continuara maltratndolos. )u reacci n fue radicalmente distinta a la que ellos esperaban: Irmo%enti llam en su ayuda a todos sus hombres, corri en busca de su fusil y el de Sagos%in, y los rusos avan;aron en un apretado grupo hacia los asustados aleutas, los cuales retrocedieron, pues ya conoc!an la potencia de tales armas. -ero Irmo%enti no quer!a que su e$hibici n de poder quedara como un simple alarde y, una ve; consigui intimidar a los isle*os, pronunci la 8te4ible frase que se utili; con tanta frecuencia en aquellos tiempos, cada ve; que los europeos civili;ados se encontraron con nativos sin civili;ar: 8+s hora de darles una lecci n.

-gina ./L de ?@0

Alaska

James A. Michener

3on la ayuda de tres de los traficantes rusos, que se ofrecieron voluntarios, escogi al a;ar a doce ca;adores aleutas y les oblig a ponerse en fila india, encabe;ados por el que hab!a iniciado la protesta. +mpujaron hacia adelante a cada uno de los aleutas hasta que quedaron todos estrechamente apretados contra el primero de la fila, y entonces Irmo%enti grit : 8Les vamos a ense*ar c mo funciona un buen mosquete ruso. 8 3arg pesadamente su arma, se acerc al primero de la fila y apunt cuidadosamente al cora; n del primer rebelde. -ero en aquel momento lleg Crofim Shdan%o y contempl la vil acci n que estaba a punto de producirse. 8UDijoV 8grit 8. -or Bios, Jqu# ests haciendoK La desafortunada elecci n de la palabra PhijoQ enfureci a Irmo%enti, que golpe a Crofim en la cara con la culata del arma. Bespu#s, con una fr!a rabia, dispar , y ocho aleutas cayeron muertos, uno tras otro, mientras el noveno se desmayaba, porque la bala hab!a chocado contra sus costillas. Los tres "ltimos permanecieron en pie, parali;ados por el miedo. Irmo%enti hab!a dado una lecci n a los aleutas, y gracias a ello consigui instaurar en la isla de Lapa%, que antes hab!a sido un lugar muy agradable para vivir si a uno le gustaba el mar e ignoraba la e$istencia de los rboles en otros lugares del mundo, una dictadura tan absoluta que todos los hombres de la isla, tanto rusos como aleutas, ten!an que trabajar a sus rdenes, y las mujeres, someterse a sus deseos. La isla de Lapa% se convirti en uno de los sitios ms l"gubres de la Cierra, y el viejo y honrado cosaco Crofim Shdan%o permanec!a aislado en su cho;a, sumido en la verg5en;a, Uinpotente para oponerse al mal que hab!a creado su hijastro. Al acercarse el siglo G9III a su fin, los gobiernos de varias naciones se enteraron de las rique;as disponibles en las aguas del norte, y de los vastos territorios que esperaban a ser descubiertos, e$plorados y coloni;ados.8Los espa*oles avan;aron hacia el norte desde 3alifornia y enviaron una flota de audaces e$ploradores entre los que se contaban Alejandro 4alaspina y =uan de la (odega, que efectuaron importantes descubrimientos, aunque como su gobierno no les apoy para coloni;ar aquellas tierras, su "nico logro permanente fue bauti;ar algunos de los promontorios de la costa. Los franceses destinaron en viaje de e$ploraci n a un hombre intr#pido y de deslumbrante t!tulo, =ean FranZois de <alaup, conde de La -#rouse, el cual escribi un relato de sus arriesgadas aventuras, pero dej pocos conocimientos firmes sobre aquellos mares sembrados de islas, entre cuyos arrecifes tendr!an que navegar los marinos del futuro. +l a*o .??I, los ingleses enviaron a aquellas aguas a un hombre delgado y nervioso, de ascendencia vulgar, que se convirti en el marinero ms importante de la #poca y en uno de los dos o tres mejores de todos los tiempos, gracias a su talento para la navegaci n, a su resuelta valent!a y a su sentido com"n: era =ames 3oo%. :eali; dos viajes mod#licos al sur del -ac!fico, en el curso de los cuales defini , en cierto sentido, el mapa del oc#ano, situ las islas donde correspond!a, describi las costas de dos continentes 1Australia y la Antrtida2, dio a conocer al mundo las belle;as de Cahit! y, durante el trayecto, descubri un remedio para el escorbuto. Antes de 3oo%, un barco de guerra britnico pod!a ;arpar con cuatrocientos marineros desde Inglaterra, con la certe;a de que antes del fin del viaje habr!an muerto ciento ochenta, si es que el die;mo no alcan;aba, como ocurr!a a veces, la espantosa cifra de doscientos ochenta tripulantes. 3oo% era reacio a ser el capitn de un barco que ms parec!a un ata"d flotante, y decidi cambiar la situaci n, con su tranquila eficiencia, instituyendo unas pocas reglas sensatas. 8)e ha descubierto 8e$plic a la tripulaci n al inicio de su memorable tercer viaje8 que el escorbuto se puede atajar si cada uno mantiene limpio su camarote. )i usa ropa seca tan a

-gina ./M de ?@0

Alaska

James A. Michener

menudo como se pueda. )i se hace un turno de guardia por cada tres, de modo que quede tiempo para descansar. F si todos los d!as se consume una raci n de Eort y de rob. 3uando los marineros preguntaron qu# era eso, 3oo% dej que los oficiales se lo e$plicaran. 8+l Eort es una bebida hecha con malta, vinagre, col fermentada, las verduras frescas que se puedan conseguir y algunas otras cosas. Duele mal, pero si se bebe como es debido, no se pilla el escorbuto. 8+l rob 8cont otro oficial8 es una me;cla condensada de lima, naranja y ;umo de lim n. 8JNu# significa PcondensadaQK 8nunca faltaba quien hac!a esa pregunta. 8+s una palabra que el capitn 3oo% emplea constantemente 8respond!a el oficial. 8-ero, Jqu# significaK 8insist!a alguien. 8)ignifica: PRs lo tomisQ 8gru*!a el oficial8. )i lo hac#is as!, os librar#is del escorbuto. Los oficiales ten!an ra; n. Tn marinero que tomase su Eort y su rob consegu!a una milagrosa inmunidad frente al sombr!o asesino del mar& la mitad de los ingredientes del Eort, sobre todo la malta, eran ineficaces por separado, pero la col y en especial su jugo fermentado obraban milagros, y, en cuanto al rob, aunque el ;umo de lima y el de naranja serv!an efectivamente de muy poco, el ;umo de lim n era un remedio espec!fico. +n cuanto a la condensaci n, a la que tanta importancia conced!a 3oo%, no ten!a ning"n efecto, pero el procedimiento serv!a para espesar el jugo de lim n y facilitar as! su transporte y su administraci n. Aquel hombre tranquilo, y jefe entregado, consigui , gracias a su inquebrantable insistencia en la posibilidad de curaci n del escorbuto, la salvaci n de miles de vidas, y permiti adems que los britnicos construyesen la flota ms poderosa del mundo. -or entonces, en los a*os en que Inglaterra estaba en guerra con sus colonias americanas en sitios como 4assachusetts, -ensilvania y 9irginia, el gobierno britnico envi una ve; ms de viaje al gran e$plorador, con la intenci n de terminar con las especulaciones sobre el -ac!fico ,orte. 'l, que hab!a desvelado los misterios del -ac!fico )ur, acept de buena gana el desaf!o de confirmar, de una ve; por todas, si Asia estaba unida con Am#rica del ,orte, si e$ist!a un pasaje nordoccidental en la cima del mundo, si el oc#ano Ortico estaba libre de hielo 1pues un sabio cient!fico hab!a demostrado que, a menos que el hielo estuviera de alguna manera anclado a la tierra, no pod!a formarse en el mar abierto2 y, sobre todo, c mo era la costa de la reci#n descubierta Alas%a. )i lograba resolver aquellas intrigantes cuestiones, <ran (reta*a estar!a en situaci n de reclamar para s! todo el norte de Am#rica, desde Nuebec y 4assachusetts en el este, hasta 3alifornia y el futuro Rreg n en el oeste. Burante su famosa tercera e$ploraci n, que se prolong , aunque con interrupciones, a lo largo de cuatro a*os 1entre el .??M y el .??@2, 3oo% no se limit a descubrir las islas de DaEai, sino que fue adems el primer europeo que e$plor debidamente la irregular costa de Alas%a. :egistr y bauti; el monte +dgecumbe, ese espl#ndido volcn de )it%a& e$plor la ;ona en que se levantar!a la futura ciudad de Anchorage& recorri las islas Aleutianas para situarlas en el mapa en la posici n correcta que ocupaban en relaci n con el continente& y naveg muy al norte, hasta el punto en que el fr!o oc#ano Ortico le enfrent con una muralla de cinco metros y medio de altura: el hielo que, seg"n hab!a demostrado anteriormente aquel cient!fico, no pod!a e$istir. Fue un viaje fantstico, un #$ito en todos los sentidos& aunque no hall el fabuloso pasaje nordoccidental que buscaban los marinos desde hac!a casi trescientos a*os, es decir, desde que 3ol n hab!a descubierto Am#rica, consigui demostrar que el supuesto pasaje no se adentraba en el -ac!fico en una ;ona de agua libre de hielo. -ara demostrarlo, 3oo% naveg hacia el norte y tuvo que atravesar la muralla que constitu!an las islas Aleutianas, para lo cual busc el paso situado al este de la isla de Lapa%. 3uando dej atrs la costa y mir

-gina ./? de ?@0

Alaska

James A. Michener

hacia el oeste, vio elevarse en el mar de (ering el volcn Nugang, el )ilbador, que ahora alcan;aba la altura de 770 metros por encima de la superficie del mar. 3oo% e$amin la constituci n de Lapa%, y fue el primero que logr deducir, a partir de su forma semicircular, que la isla hab!a sido en otro tiempo un volcn de enormes dimensiones, cuyo centro hab!a e$plotado y cuyo borde norte hab!a desaparecido debido a la erosi n& pero le impresion todav!a ms el atractivo puerto, adonde envi un grupo en busca de las provisiones que los isle*os pudieran ofrecerles. Los dos j venes oficiales que design eran hombres que, en los a*os posteriores, lograr!an la fama por sus propios m#ritos. +l de mayor rango era el capitn mercante >illiam (ligh, y su asistente era <eorge 9ancouver. +l primero observ con atenci n todo lo que ocurr!a en la isla, y tom nota cuidadosamente de los dos rusos que parec!an ostentar el mando, Sagos%in e Irmo%enti, que no le agradaron en absoluto y cuyos modales insolentes dijo que corregir!a #l mismo muy pronto, si estuvieran bajo sus rdenes. 9ancouver, que era un marino nato con un talento fuera de lo com"n, registr la situaci n de la isla, la capacidad de su puerto, sus posibilidades para el aprovisionamiento de barcos grandes y el clima del que probablemente disfrutaba, hasta donde permit!a ju;gar una visita tan breve. +ra evidente que 3oo% hab!a escogido con mucho cuidado a su tripulaci n, porque aquellos dos hombres figuraban entre los ms competentes de los que navegaban aquel a*o por el -ac!fico. La visita dur menos de medio d!a, porque hacia media tarde 3oo% consider que ten!a que continuar hacia el norte con el :esolution, aunque solamente hab!an recogido una peque*a parte de la informaci n que ofrec!a la isla, y la culpa era suya. )i se tiene en cuenta la meticulosa previsi n con la que 3oo% planeaba sus traves!as, resulta asombroso que al adentrarse en los oc#anos del norte, donde se sab!a que hab!an ya hecho incursiones los rusos, no llevara consigo a nadie que supiera hablar ruso, y ni siquiera un diccionario de este idioma. Las autoridades de Londres se negaban a"n a creer que :usia ya hab!a establecido un dominio considerable en el oeste de Am#rica del ,orte, y ten!a toda la intenci n de aumentarlo. )in embargo, 3oo% efectu la siguiente anotaci n: Llegamos a una atractiva cadena de islas sin rboles, cuyos ocupantes salieron a saludarnos en canoas de dos asientos, tocados con unos sombreros muy bonitos, con largas viseras y con adornos. Fo inst# al artista >ebber a reali;ar varias representaciones de los hombres con sus sombreros, y #l as! lo hi;o. +n la cadena de islas hab!a una llamada Lapa%, si entendimos bien lo que nos dijeron sus ocupantes rusos. Levantamos mapas de su totalidad y registramos un hermoso puerto de la costa norte, custodiado por un bello volcn e$tinguido, de 770 metros de altura, a nueve %il metros hacia el norte. )u nombre era algo as! como Lugong, pero cuando les ped! que me repitieran el nombre, silbaron& no s# qu# quisieron decir con eso. Cal ve; fuera su volcn sagrado. +n la "ltima hora de su estancia en tierra, <eorge 9ancouver conoci a un ruso llamado Crofim Shdan%o y se dio cuenta de que el canoso guerrero era un hombre muy distinto a los dos j venes presuntuosos que #l y (ligh miraban con antipat!a. Ansiaba desesperadamente compartir sus ideas con aquel viejo sabio, y el ruso sent!a el mismo deseo de preguntar a los forasteros c mo hab!an conseguido un barco tan bueno, qu# viaje hab!an hecho desde +uropa y c mo imaginaban el futuro de aquellas islas. -ero desgraciadamente no pudieron conversar ms que en un limitad!simo lenguaje de se*as. 3uando el :esolution hi;o o!r los disparos que advert!an a (ligh y a 9ancouver que se acercaba la hora de ;arpar, el viejo cosaco entreg una piel de nutria a cada uno de aquellos oficiales que se hab!an mostrado tan cordiales& desgraciadamente, su generosidad le hab!a impulsado a ofrecerles dos de las mejores, e Irmo%enti, cuando se dio cuenta, arrebat bruscamente las dos pieles de manos de los oficiales ingleses y las sustituy por

-gina ./I de ?@0

Alaska

James A. Michener

dos de inferior calidad. 9ancouver, como buen caballero, le hi;o una venia y agradeci tanto al padre como al hijo su generosidad, pero (ligh mir con ferocidad a Irmo%enti, como si quisiera fulminar con la mirada su cara insolente. )in embargo, cuando los dos llegaron al barco, (ligh escribi en el libro de bitcora un comentario revelador: +n esta isla de Lapa% he conocido a un ruso muy desagradable, llamado algo as! como Inocente, si es que he entendido bien lo que me ha dicho. 4e ha repelido desde el momento en que le he visto y, cuanto ms he tenido que soportar sus molestas cortes!as, ms profunda ha sido mi aversi n, pues me ha parecido un ruso de los peores. Ahora bien, cuando he comprobado la docilidad con que los nativos le obedecen y la pa; y el orden envidiables que reinan en la isla, he visto con claridad que este lugar est firmemente gobernado por alguien con autoridad, cosa siempre deseable. )ospecho que, antes de nuestra llegada, pueden haberse producido all! algunos disturbios, pero alguien los ha sofocado con una acci n inmediata, y, si es ese Inocente quien merece el cr#dito, retiro mis reparos contra #l, pues en cualquier sociedad el orden tiene un m$imo valor, aunque se haya alcan;ado con severidad. 3on este comentario ocasional que demostraba tan fr!a aprobaci n por lo que el terror ruso hab!a conseguido, el rumbo del gran navegante ingl#s =ames 3oo% se cru; con el del navegante ruso 9itus (ering. Los dos anclaron brevemente en Lapa%& ambos permanecieron en la isla ms o menos el mismo tiempo& los dos enviaron a tierra a un subordinado que se labrar!a su propia fama 13oo% envi a dos, (ligh y 9ancouver& (ering, s lo a uno, <eorge )teller2& y luego los dos continuaron navegando, el ruso, en .?6., y el ingl#s, treinta y siete a*os ms tarde, en .??I. Nu# diferentes eran los dos hombres: (ering, un jefe con mala suerte e ineptitud para el mando, y 3oo%, un capitn impecable, con un solo defecto visible, que no apareci hasta el final& (ering, que embarcaba bajo las rdenes ms rigurosas de su ;ar o su ;arina y 3oo%, que una ve; perd!a de vista a Inglaterra, quedaba libre de toda orden& (ering, el e$plorador vacilante que retroced!a a la primera se*al de adversidad, dejando la tarea incompleta, y 3oo%, el aventurero sin igual que avan;aba invariablemente una milla ms, un continente ms& (ering, que en nada contribuy al arte de la navegaci n, y 3oo%, quien alter el significado de las palabras Poc#anoQ y Pcartograf!aQ& (ering, que tuvo un apoyo renuente por parte de su gobierno y no recibi ning"n reconocimiento internacional, y 3oo%, que gracias a Inglaterra no careci de nada y que escuch durante ms de una d#cada las aclamaciones del mundo entero& (ering, quien no sol!a usar uniforme o, si acaso, llevaba uno miserable que le sentaba mal, y 3oo%, que luc!a un estirado atuendo de oficial hecho a medida, rematado por un costoso gorro de marino, con escarapela incluida. Nu# diferente fue la conducta de ambos y qu# diversas sus carreras y sus logros. 3uando 3oo% se embarc en el segundo de sus tres grandes viajes, Inglaterra estaba en guerra con Francia y se llevaban a cabo intensas batallas navales, pero ambas naciones acordaron que =ames 3oo% podr!a pasar libremente con su :esolution por donde quisiera, porque se acept que estaba reali;ando una obra civili;adora que no beneficiaba a nadie en particular, y que no disparar!a contra un barco de guerra de sus enemigos franceses si encontraba alguno. Burante su tercer viaje, el que hi;o rumbo a Alas%a, Inglaterra combat!a con sus colonias americanas y, por e$tensi n, contra Francia. Tna ve; ms, las tres naciones en lucha acordaron permitir a james 3oo% navegar por donde quisiera, porque, al perfeccionar el remedio para el escorbuto descubierto por <eorge )teller y al difundir el tratamiento por toda la flota, hab!a logrado salvar muchas ms vidas de las que se pod!an ganar en una batalla victoriosa. +ste segundo salvoconducto hab!a que agradecerlo en parte a (enjamin Fran%lin, el pragmtico embajador estadounidense ante Francia, que fue capa; de reconocer a un benefactor internacional como era 3oo%.

-gina ./@ de ?@0

Alaska

James A. Michener

Demos comentado anteriormente que, como marino, 3oo% tuvo un solo defecto. 3uando estaba cansado, se volv!a irritable, lo que fue la causa de un incidente en febrero del .??@: en la bah!a Aeala%e%ua de la Isla <rande de DaEai se vio rodeado por nativos, los cuales demostraban una leve hostilidad que se habr!a calmado con regalos, pero 3oo% perdi la paciencia y dispar un arma contra la multitud acobardada, lo que produjo la muerte de un haEaiano de cierta categor!a. +n un segundo, los enfurecidos espectadores cayeron sobre 3oo%, le asestaron un garrota;o en la espalda y sostuvieron su cabe;a bajo el agua cuando cay en el oleaje. 9itus (ering y =ames 3oo%, dos de los nombres ms importantes en la historia de Alas%a, acabaron sus vidas de forma lamentable: el primero muri de escorbuto en una isla desolada y sin rboles, barrida por Los vientos, a la edad de sesenta y un a*os, dejando incompletas su vida y su obra. +l segundo, que hab!a conseguido vencer al escorbuto y a los oc#anos ms lejanos, muri a los cincuenta y un a*os por culpa de su propia impetuosidad, en una bella isla tropical situada mucho ms al sur. Las e$ploraciones de los dos facilitaron en gran medida el acceso a los oc#anos del mundo. -or aquellos a*os, hab!a tambi#n Rtro tipo de e$ploradores, los comerciantes aventureros, uno de los cuales arrib a la bah!a de Lapa% el a*o .?I0, casi por casualidad, en un barquito peque*o pero asombrosamente s lido llamado +vening )tar, un bergant!n ballenero de dos palos y velas cuadradas originario de (oston. +l capitn del velero era un hombre peque*o y fibroso, tan resuelto en lo moral como su barco lo era en lo f!sico: era ,oah -ym, de cuarenta y un a*os de edad, un marino veterano curtido en los terror!ficos vendavales del cabo de Dornos, en los mercados de 3ant n, en la hermosa costa de DaEai y en los vastos espacios vac!os del -ac!fico, donde qui; se ocultaban las ballenas. Aunque su barco no era grande, s! era bastante fuerte, y -ym estaba dispuesto a desafiar con #l cualquier tormenta y a cualquier grupo de nativos hostiles reunidos en una playa. A diferencia de (ering y de 3oo%, -ym nunca se embarc apoyado por su gobierno ni aclamado por sus conciudadanos. Lo ms que pod!a esperar era una noticia breve en el peri dico de (oston: P+n el d!a de hoy, el +vening )tar, con ,oah -ym y veinti"n tripulantes, ha ;arpado hacia los 4ares del )ur& estancia proyectada, seis a*osQ. Campoco las grandes naciones acordaron entre ellas dejar el paso libre a aquel terco hombrecillo, y lo ms probable era que intentaran hundirle tan pronto lo vieran, suponiendo que estaba navegando bajo las rdenes del enemigo. +n realidad, en sus tiempos -ym hab!a combatido contra los buques de guerra franceses e ingleses, aunque la palabra PcombatirQ no est muy bien aplicada, porque lo que hac!a era mantenerse muy alerta y huir como un demonio asustado a la primera visi n de una vela de aspecto amena;ador. Sagos%in e Irmo%enti se encontraban ca;ando nutrias marinas en su %aya% de dos pla;as, cuando apareci ante su vista el +vening )tar, frente a la costa sur de la isla de Lapa%, y los dos hombres se quedaron at nitos cuando oyeron una vo; que les hablaba correctamente en ruso desde la cubierta de popa: 8U+h, vosotrosV ,ecesitamos agua y provisiones. 8JNui#nes soisK 8pregunt Irmo%enti, apropindose del mando. 8+l ballenero +vening )tar, de (oston, con ,oah -ym como capitn. 8UDaybuen puerto en la costa norte, al sur del volcnV 8grit a su ve; Irmo%enti, sorprendido de que un barco hubiera conseguido llegar desde tan lejos a la isla de Lapa%. Les indic el camino, mientras Sagos%in remaba en#rgicamente en el asiento trasero. 3uando el barco ancl entre la costa y el volcn, Irmo%enti y Sagos%in subieron a bordo, y en dos minutos comprobaron que el +vening )tar, aunque llevaba un ca* n a proa, no era un barco de guerra. ,inguno de los dos hab!a visto antes un ballenero, pero bajo la tutela del marinero que les hab!a hablado en ruso aprendieron muy pronto cules eran los procedimientos que empleaba, y se dieron cuenta con la misma prontituc de que no les

-gina .70 de ?@0

Alaska

James A. Michener

conven!a re*ir con el capitn ,oah -ym, de (oston, que, a pesar de su peque*a estatura, era un individuo curtido. Cambi#n se enteraron de que el asombroso bergant!n, tan peque*o, hab!a viajado mucho 1hab!a estado en el cabo de Dornos, en 3hina, hab!a intentado llegar a =ap n, hab!a visitado DaEai2, y ten!a en su tripulaci n a marineros que dominaban casi todos los idiomas del -ac!fico, de mmodo que dondequiera que anclaran, alguien pod!a tratar de negocios con los nativos. ) lo uno, el marinero At%ins, sab!a hablar en ruso, cosa que hac!a encantado, y, durante dos d!as que resultaron de gran provecho, #l, Irmo%enti y el capitn -ym intercambiaron informaci n sobre el -ac!fico. 8Los propietarios del +vening )tar son seis bostonianos [e$plic -ym, quien, una ve; roto el hielo, lo pasaba muy bien con el rpido dilogo8, y yo tengo una participaci n importante en los beneficios a cambio de trabajar como capitn. 8JCambi#n recib!s una pagaK 8pregunt Irmo%enti. 8-eque*a, pero regular. 4is verdaderos ingresos provienen de la participaci n que me corresponde como capitn en el aceite de ballena que nos compran, y en la venta de las mercanc!as que traemos a casa desde 3hina. 8F los marineros, Jreciben participaci nK 8Igual que yo, una peque*a paga y grandes recompensas si ca;amos alguna ballena. 'se es Aane, nuestro arponero 8continu -ym, se*alando a un fornido joven de ,ueva Inglaterra, casi tan corpulento como Sagos%in y ce*udo como #l8. +s muy hbil. 3uando tiene #$ito recibe el doble. 8JF por qu# hab#is venido a nuestro marK 8pregunt Irmo%enti. +l arponero Aane frunci el entrecejo al o!r la palabra PnuestroQ, pero el capitn -ym respondi cort#smente: 8-or las ballenas. Ciene que haber muchas por aqu! [coment , mientras se*alaba hacia el Ortico. 8Be ve; en cuando vemos pasar algunas 8interrumpi bruscamente Sagos%in. Iba a decir algo ms, pero Irmo%enti le indic por se*as que aquello era informaci n reservada. +l calvo ruso se molest visiblemente por la tcita reprimenda, pero, aunque tanto -ym como At%ins se dieron cuenta de la advertencia, ninguno de los dos hi;o comentarios. +l tercer d!a, los hombres del +vening )tar fueron presentados a Crofim Shdan%o, que ya se acercaba a los ochenta a*os y continuaba afeitndose la barba por respeto a la memoria del ;ar -edro& les gust desde el principio, en contraste con el recha;o que hab!an e$perimentado hacia los dos ms j venes. +l anciano, que por fin se encontraba con alguien que supiera hablar ruso, se e$play contndoles sus recuerdos del capitn (ering, el duro invierno pasado en la isla de (ering y los e$traordinarios descubrimientos del cient!fico alemn <eorge )teller. 8Dab!a estudiado en cuatro universidades& lo sab!a todo 8les e$plic 8. 'l me salv la vida, porque prepar un brebaje con malas hierbas y con cosas que curaban el escorbuto. 8JNu# pod!a ser esoK 8pregunt -F4, que cuando hablaba de temas importantes ten!a el hbito de mirar con mucha atenci n a su interlocutor, cerrando los ojillos hasta que se convert!an casi en dos cuentas, e inclinando hacia adelante la cabe;a, cubierta de un pelo casta*o muy rapado. 8J+l escorbutoK +s lo que mata a los marineros. 8Fa lo s# 8replic -ym, impaciente8. 4e refiero a qu# hab!a en el brebaje que preparaba el tal )teller. 8Dierbajos y algas, seg"n recuerdo 8le contest Crofim, que no lo sab!a con e$actitud8. La primera ve; que lo prob#, lo escup!, pero )teller me lo dijo. +stbamos all! mismo, detrs de ese grupo de rocas, y me dijo: PAunque t" no lo quieras, tu sangre s!Q. F ms adelante,

-gina .7. de ?@0

Alaska

James A. Michener

cuando pasamos aquel horrible invierno en la isla de (ering, yo esperaba durante todo el d!a la peque*a cantidad de brebaje que me daba diariamente. 4e sab!a mucho mejor que la miel porque lo sent!a correr por la sangre para mantenerme con vida. 8JA"n lo beb#isK 8,o. La carne de foca es igual de buena, sobre todo la grasa y las entra*as. )i uno come foca nunca pilla el escorbuto. 8JNu# va a ocurrir por aqu!K 8pregunt -ym8. Lo digo por +spa*a, Inglaterra, Francia, tal ve; tambi#n por la misma 3hina. JAcaso no tienen todas intereses en esta ;onaK 8inquiri , se*alando al este, hacia el territorio desconocido que el <ran 3hamn A;a;ru% hab!a llamado un d!a Ala$s$aq, la Cierra <rande. 8+so ya es ruso 8contest Crofim sin vacilar8. Fo estaba con el capitn (ering cuando #l lo descubri para el ;ar. La noche anterior a la partida, el capitn -ym abord con Shdan%o el problema de navegaci n que le hab!a tra!do a Lapa%& instintivamente, no plante sus preguntas a ninguno de los dos jefes rusos, porque ya desconfiaba de ellos. 8JNu# sab#is del oc#ano que hay ms al norte, Shdan%oK 8inquiri . +staba claro que -ym ten!a en mente la idea de navegar hacia el norte, lo que resultaba una aventura dif!cil, seg"n hab!a descubierto Shdan%o a lo largo de las e$ploraciones que #l mismo hab!a emprendido ms all del 3!rculo Ortico& por ello, el cosaco se sinti en la obligaci n de advertir al estadounidense. 8+s muy peligroso. +n invierno el hielo se forma muy rpidamente. 8-ero all! hay ballenas, sin duda. 8Las hay, s!. -asan por aqu! constantemente. 9an y vienen. 8JAlg"n barco peque*o, como el nuestro, ha navegado hacia el norteK 8,o 8contest Shdan%o sin mentir, puesto que #l no sab!a hacia d nde se hab!a dirigido el capitn 3oo% al abandonar la isla de Lapa%8. )er!a demasiado peligroso 8advirti . A pesar del consejo, -ym estaba decidido a e$plorar los mares rticos antes de que otros balleneros se atrevieran a aventurarse en aquel agua helada, y se mantuvo firme en su deseo de recorrerlos, pero no comparti sus planes con Shdan%o, pues no quer!a que los otros rusos se enteraran de ellos. A la ma*ana siguiente, -ym se permiti un gesto al que no era muy dado: abra; al viejo cosaco, porque su noble porte y la generosidad con que hab!a compartido sus conocimientos sobre el oc#ano le distingu!an como un marino de aut#ntica estirpe, y -ym sent!a que el contacto con Crofim hab!a renovado sus energ!as. 8-reguntad al anciano por qu# vive solo en esa peque*a cho;a 8le indic a At%ins que averiguara. Ante la pregunta, Shdan%o se encogi de hombros y se*al a su hijastro y a Sagos%in que conversaban entre susurros. 8-or esos dos 8contest , harto y resignado. 3uando -ym ;arp de Lapa% hacia el norte en su +vening )tar, sin conocimientos y sin ning"n mapa para guiarse, se adentr en un mundo en el que no se hab!a aventurado nunca, ni lo har!a en un futuro cercano, ning"n otro estadounidense. Los barcos yanquis recorr!an los dems oc#anos importantes, siguiendo tranquilamente la estela ms espectacular que hab!an dejado los barcos del capitn 3oo%. -ero la constante b"squeda de ballenas, que pod!an ofrecer grandes fortunas a los armadores y sus capitanes, pues el aceite del animal se usaba para las lmparas& el mbar gris, en perfumer!a& y las barbas, como sost#n en los cors#s femeninos, obligaba a e$plorar los mares todav!a no e$plotados. +ra peligroso ir ms al norte de las islas Aleutianas, pero val!a la pena correr el riesgo si e$ist!an ballenas en la ;ona, y ,oah -ym era la persona indicada para arriesgarse.

-gina .7/ de ?@0

Alaska

James A. Michener

Llevaba una vida dura. +ra un padre abnegado, pero se ausentaba en sus viajes durante varios a*os seguidos, de modo que cuando regresaba a su casa apenas reconoc!a a sus tres hijas. )in embargo, los resultados eran tan provechosos para todos los participantes en sus e$pediciones que tanto los armadores como la tripulaci n le instaban a ;arpar una ve; ms, y #l ten!a que hacerlo mucho antes de lo que le hubiera gustado. 4anten!a consigo a un grupo de confian;a: =ohn At%ins, que hablaba chino y ruso& Com Aane, el e$perto arponero sin el cual el barco no tendr!a ninguna posibilidad al avistar una ballena& y 4iles 3orey, el primer oficial irland#s, mucho mejor marino que el mismo -ym. Incluso con mal tiempo, dorm!a con tranquilidad, pues sab!a que todo estaba a cargo de aquellos hombres y de otros tan competentes como ellos. )ospechaba que 3orey era un criptocat lico, pero, en cualquier caso no provocaba problemas a bordo. Al dejar atrs las islas Aleutianas, el +vening )tar entr en aquellas peligrosas aguas que tan agradables parec!an a principios de primavera y tan temibles resultaban a mediados del oto*o, cuandoXel hielo pod!a formarse de la noche a la ma*ana, o bien quebrarse en una sola tarde, con lo que los grandes icebergs que se hab!an formado en el norte comen;aban a circular libremente. ,oah -ym no iba en busca de conocimientos sino de ballenas, y captur una al sur del estrecho en el que parec!an unirse los continentes. +n DaEai hab!a o!do el rumor de que (ering y 3oo% hab!an continuado hacia el norte sin incidentes, con unos barcos ms grandes que el suyo, de modo que decidi hacer lo mismo. +n el oc#ano Ortico, el arponero Aane hi;o blanco en una gran ballena, -ym apro$im el barco al animal moribundo, y tendieron unas pasarelas que les permitieran llegar hasta el cadver, a fin de que los marineros pudieran trocearlo, e$traer las barbas y el mbar gris, y arrojar a la cubierta grandes tro;os de grasa, que reducir!an a aceite en unas cacerolas humeantes. +l bergant!n permanec!a quieto mientras esperaba a que el aceite estuviera listo, pero, mientras tanto, 3orey advirti al capitn, sin que su vo; demostrara pnico alguno: 8Beber!amos estar preparados para huir, por si el hielo empie;a a bajar hacia nosotros. -ym le escuch , pero no ten!a e$periencia en aquel mar y no sab!a calcular la rapide; con que pod!a e$pandirse el hielo. 8+staremos los dos alerta 8asegur . )in embargo, el arponero acert entonces a una segunda ballena con un estupendo lan;amiento, y -ym se entusiasm con el trabajo que llevaba aprovecharla, ya que les ofrec!a la posibilidad de llenar los barriles para el largo viaje de regreso. Bespu#s de ocuparse, durante varios d!as triunfales, solamente de subir a bordo las barbas y la grasa del animal, acab olvidndose de la inminencia del hielo. +ntonces, como una gigantesca amena;a surgida de un sue*o febril, el hielo del rtico empe; a avan;ar hacia el sur& no lo hac!a con la lentitud de un vagabundo, sino que formaba unos enormes t#mpanos de hielo que en el curso de una ma*ana reali;aban un tremendo avance, y cobraban una e$traordinaria celeridad durante la noche. 3uando aparec!an aquellos t#mpanos, como salidos de la nada, el agua que quedaba libre a su alrededor empe;aba a congelarse, y el capitn -ym se dio cuenta en unos minutos de que ten!a que volver inmediatamente la proa hacia el sur, si no quer!a correr el riesgo de quedar inmovili;ados all! todo el invierno. 3uando iba a dar la orden de i;ar todas las velas, el primer oficial 3orey se opuso, con una vo; que segu!a desprovista de emoci n: 8Bemasiado tarde. 9ayamos hacia la costa. +ra un buen consejo, pues aqu#lla era la "nica forma de que el +vening )tar evitase que el hielo que iba e$tendi#ndose lo aplastara& y aquellos dos hombres de ,ueva Inglaterra, e$hibiendo una destre;a que qui; no habr!an demostrado otros marineros mucho mejores, supieron aprovechar hasta la m!nima brisa para conducir el peque*o ballenero, con su carga tres veces valiosa, hacia la costa septentrional de Alas%a, donde, por pura suerte,

-gina .77 de ?@0

Alaska

James A. Michener

encontraron, a casi ?. grados de latitud norte, en un lugar que ms tarde ser!a bauti;ado como -unta Besolaci n, una abertura que conduc!a a una e$tensa bah!a, que ten!a un puerto abrigado y protegido por colinas en el e$tremo situado ms al sur. All! pasaron, escudados contra el rpido avance de\ hielo, los nueve meses del invierno del .?I0 y el .?I.& y, durante aquel interminable encarcelamiento, en ve; de maldecir a -ym por su tardan;a en abandonar el Ortico, los marineros le alabaron muchas veces por haber encontrado Pel "nico sitio de esta costa abandonada de la mano de Bios en donde el hielo no puede hacernos astillasQ. Apenas hab!an comen;ado a construir un refugio en la costa, cuando el marinero At%ins, el que hablaba ruso, grit : 8U+nemigo acercndose por el hieloV Los otros veinte tripulantes, con una e$presi n de miedo que no lograban disimular, apartaron la vista de su trabajo y vieron venir hacia ellos por la bah!a congelada a un grupo de unos veinticuatro o veinticinco hombres bajos y morenos, envueltos en gruesas pieles. 8U-reparados para la acci nV 8orden el capitn -ym, en vo; baja. 8U,o estn armadosV 8e$clam At%ins, que pod!a ver mejor a los hombres. +n la tensi n de los momentos siguientes, los reci#n llegados se acercaron a los estadounidenses, observaron con asombro sus rostros blancos y sonrieron. Burante los d!as posteriores, los estadounidenses averiguaron que aquellos hombres viv!an un poco ms al norte, en una aldea de trece cho;as subterrneas que albergaban a un total de cincuenta y siete personas, y, para gran alivio de los balleneros, los aldeanos resultaron ser de tendencias pac!ficas. +ran esquimales, descendientes directos de los aventureros que hab!an seguido a Tgru% desde Asia, .6.000 a*os antes. Be Tgru% les separaban MM0 generaciones, en el curso de las cuales hab!an desarrollado las habilidades que les permit!an sobrevivir e incluso prosperar al norte del 3!rculo Ortico, que se hallaba casi quinientos %il metros ms al sur. Al principio, los estadounidenses observaron con repulsi n la pobre;a de la vida que llevaban los esquimales y la miseria de sus cho;as subterrneas, con sus techos de huesos de ballena cubiertos con piel de foca& pero muy pronto llegaron a apreciar la sabidur!a con que aquellos hombrecitos fornidos hab!an conseguido adaptarse a un ambiente tan inh spito, y se quedaron at nitos ante la valent!a y la habilidad que e$hib!an cuando se aventuraban por el oc#ano congelado para arrebatarle su sustento. Los marineros se quedaron todav!a ms impresionados cuando seis aldeanos les ayudaron a construir una cho;a larga, utili;ando los materiales disponibles: huesos de ballena, madera de deriva y pieles de animales. Tna ve; terminada, ten!a el tama*o suficiente para albergar a los veintid s estadounidenses y ofrecerles una protecci n bastante c moda contra el fr!o, que pod!a descender hasta los 6L grados bajo cero. Los marineros contemplaron tambi#n asombrados c mo aquellos hombres, que rara ve; sobrepasaban el metro y medio de estatura, eran capaces de cargar grandes pesos cuando les ayudaban a llevar las provisiones del )tar a la playa. Tna ve; todo estuvo en su sitio, cuando ya los balleneros se dispon!an a pasar all! un invierno que cre!an iba a ser como los que hab!an conocido en ,ueva Inglaterra 1cuatro meses de nieve y fr!o2, se quedaron estupefactos, porque At%ins se enter , gracias al lenguaje de se*as, que bien pod!an permanecer aislados por el hielo durante nueve meses, qui; die;. 8UBios nuestroV 8se lament un marinero8. J,o podremos salir hasta julio pr $imoK 8+so es lo que este hombre parece estar diciendo, y #l debe de saberlo 8replic At%ins. La primera demostraci n de la habilidad con que los esquimales sacaban provecho del oc#ano congelado se produjo cuando uno de los ms j venes y fuertes, llamado )opila% 1seg"n At%ins cre!a entender2, volvi de una cacer!a con la noticia de que hab!an avistado un gigantesco oso polar en el hielo, a algunos %il metros de la costa. +n un abrir y cerrar

-gina .76 de ?@0

Alaska

James A. Michener

de ojos, los esquimales se prepararon para una larga persecuci n, pero aguardaron hasta que sus mujeres proporcionaron al capitn -ym, a quien reconoc!an como =efe, al marinero At%ins, que hab!a inspirado una inmediata simpat!a, y al ce*udo arponero Aane, las ropas adecuadas para protegerse del hielo, la nieve y el viento. 9estidos con las gruesas pieles de los esquimales, los tres estadounidenses echaron a andar sobre el hielo yermo, cuyas confusas formas dificultaban sus movimientos. +l trayecto no se parec!a en nada a un paseo por encima del hielo de ,ueva Inglaterra, cuando en invierno se congelaban los estanques o alg"n r!o plcido& era un hielo primitivo, que hab!a nacido en las profundidades de un oc#ano de agua salada, se hab!a elevado hasta el cielo empujado por s"bitas presiones, y se hab!a quebrado a causa de fuer;as que proven!an de todas partes& era un hielo torturado, esculpido locamente, que surg!a en formas llenas de aristas y en ondulaciones interminablemente largas, como si se elevara desde las profundidades. ,o se parec!a a nada de lo que ellos hubieran visto o imaginado hasta entonces& era el hielo del Ortico, que estallaba, que cruj!a por la noche, cuando se mov!a y se retorc!a, que encerraba una violenta capacidad de destrucci n y, lo peor de todo, que se e$tend!a eternamente, como una constante amena;a en el gris resplandor. Los hombres de -unta Besolaci n se adentraron en el hielo para ca;ar su oso polar, pero no encontraron nada despu#s de buscar durante un d!a entero& y, como en aquellos primeros d!as de octubre se hac!a muy rpidamente de noche, los aldeanos advirtieron a los marineros que probablemente se iban a ver obligados a pasar la noche en el hielo, sin poder estar seguros de hallar alguna ve; al oso. -ero, justo antes de que se hiciera oscuro, )opila% volvi dando grandes pasos con sus raquetas para la nieve. 8UAll! delanteV UFalta pocoV Los ca;adores se acercaron a su presa, pero el oso era astuto y, antes de que el grupo consiguiera ver al animal, que era el primero de su especie que un estadounidense ve!a en aquellas aguas, se hi;o de noche, y los ca;adores se desplegaron formando un amplio c!rculo, para poder seguir al oso si #ste decid!a huir en la oscuridad. At%ins, que se manten!a cerca de )opila%, y al parecer estaba aprendiendo muchas palabras esquimales, se pase por entre sus compa*eros y les advirti : 8,os avisan que el animal es peligroso. +st todo tan blanco, que se aparece como un fantasma. )i se os acerca, no corris, porque no habr!a posibilidad de escapar. Luchad a pie firme y gritad para llamar a los otros. 8-arece arriesgado 8repuso Aane. 83reo que intentaban decirme que, cuando siguen el rastro de un oso -olar, suelen perder a uno o dos hombres. 8,o ser# yo 8replic Aane. At%ins propuso que, durante la inminente lucha, los tres estadounidenses se mantuvieran juntos: 8,osotros tenemos armas. +s mejor que estemos listos para usarlas. Los estadounidenses y casi todos los esquimales durmieron mal aquella noche& pero )opila% no durmi en absoluto, porque hab!a ca;ado osos -olares antes, con su padre, y una ve; hab!a visto c mo un gran animal blanco, que si se al;aba sobre sus patas traseras era ms alto que dos hombres juntos, machacaba a un ca;ador de Besolation con un solo golpe fulminante de su ;arpa. Bespu#s hab!a arrojado al hombre contra el hielo y le hab!a hecho tri;as con sus cuatro garras. Canto el hombre como su ropa quedaron reducidos a tiras, y no pudieron atrapar al oso. +n otras cacer!as, algunas encabe;adas por el mismo )opila%, hab!an rastreado durante d!as enteros a aquellas bestias monstruosas, ms hermosas que un sue*o de blancas tormentas de nieve, hasta que, gracias a su sabidur!a y su valent!a, hab!an conseguido hacerse con ellas.

-gina .7L de ?@0

Alaska

James A. Michener

8Bi a tus hombres que no me pierdan de vista 8indic )opila% a At%ins hacia el amanecer. +l marinero trat de e$plicarle que los estadounidenses ten!an armas, lo que les proporcionar!a una ventaja considerable si se materiali;aba la lucha, pero )opila% no le entendi , por mucho que At%ins levantara los bra;os y gritara PUSas, ;asVQ. +l esquimal s lo sab!a que los forasteros no ten!an garrotes ni lan;as, y tem!a por ellos. 3uando se levant una plida y fr!a lu; plateada, uno de los rastreadores les indic por se*as desde donde se encontraba, mucho ms al norte, que hab!a visto al oso polar, y ninguno de los tres estadounidenses olvidar!a jams los momentos que e$perimentaron despu#s. :odearon un enorme bloque de hielo que se al;aba muy por encima de la superficie congelada del mar y vieron frente a ellos a una de las criaturas ms majestuosas del mundo, un animal tan grandioso como los mastodontes y los mamuts que en otros tiempos se hab!an adentrado en Alas%a, no muy lejos de all!. +ra enorme y de una blancura tan absoluta que se confund!a con la nieve, era gil, ten!a unos graciosos movimientos tambaleantes, y, en cuanto comen;aba a moverse, su belle;a sobrecogedora y la torpe energ!a que e$hib!a dejaban en suspenso el cora; n humano. 3onstitu!a un ejemplo supremo de majestuosidad animal, y parec!a formar una unidad con el hielo y con el firmamento helado. 3uando el d!a se ilumin , comen; a caer una tenue nevada, que refor; la apariencia on!rica de la cacer!a que hab!an emprendido ya los hombres de )opila%. +l oso polar, "nico en su especie por su color, su tama*o y su velocidad, pod!a escapar fcilmente de un solo hombre, y adems era capa; de ;ambullirse de cabe;a en las pocas aberturas del hielo en las que corr!a libremente el agua, para nadar vigorosamente hasta el otro lado, trepar con asombrosa facilidad al hielo nuevo y correr por otras ;onas heladas donde los hombres no pod!an perseguirlo, porque les era imposible cru;ar el agua. -ero no pod!a huir de la insistencia de seis hombres, sobre todo si con sus lan;as, sus garrotes y sus gritos salvajes le imped!an alcan;ar el mar abierto. Aquella larga jornada de lucha result ms o menos igualada: los hombres consiguieron acosarlo y mantenerlo lejos del mar abierto& y el oso logr escapar de la persecuci n, y nadar alg"n breve trecho hasta alcan;ar otros sitios. -ero, al final, los hombres, gracias a su insistencia y a que pod!an prever los movimientos del oso, consegu!an mantenerse siempre cerca de #l y le acosaban hasta hacerle perder el aliento, de modo que continuaba la lucha. )in embargo, cuando comen; a declinar el d!a, que era breve en oto*o en aquella latitud, los hombres comprendieron que corr!an el riesgo de perder al oso durante la larga noche, si no le atacaban pronto. +ntonces, dos de los esquimales, )opila% y un compa*ero, empe;aron a actuar con ms audacia y, con un par de avances coordinados, corrieron hacia el oso, le aturdieron, y )opila% le alcan; con su lan;a en la pata trasera i;quierda. Al ver que el animal estaba herido, otros dos hombres corrieron desde atrs, consiguieron evitar uno de sus mort!feros manota;os cuando el oso se volvi hacia ellos, y le asestaron otro golpe en la misma pata. +l oso estaba ahora seriamente herido, y lo sab!a, por lo que retrocedi hasta que top con el lomo contra un gran bloque de hielo que le proteg!a la retaguardia y obligaba a los hombres a atacarle desde el frente, con lo que podr!a verles tan pronto comen;aran a acercrsele& resultaba formidable en aquella postura: un imponente gigante blanco, con una pata ensangrentada, pero due*o de unas ;arpas capaces de arrancar las entra*as de un hombre. +n aquel momento se igual la batalla& el esquimal que hab!a atacado primero sab!a que corr!a el riesgo de que el oso le destripara, pero, como ninguno de los ca;adores de )opila% se ofreci para efectuar un asedio que pod!a ser definitivo, el jefe comprendi que le correspond!a hacerlo a #l. Logr alcan;ar al oso en la pata derecha, hasta entonces

-gina .7M de ?@0

Alaska

James A. Michener

indemne, pero al intentar escapar cay bajo la mirada fero; del oso, y un potente ;arpa;o le arroj despatarrado sobre el hielo, e$puesto a la vengan;a del animal. +n tal apuro, dos esquimales se precipitaron valerosamente para inmovili;ar al oso, sin prestar atenci n a la suerte que hab!a corrido )opila%& pero tardaron tanto que el animal tuvo tiempo de saltar hacia el enemigo ca!do, y lo hubiera aplastado y hecho tri;as, de no haber descargado en aquel momento sus rifles el capitn -ym y el arponero Aane, ante el asombro del gran monstruo blanco. 3on dos balas en el cuerpo, una e$periencia desconocida por #l hasta entonces, el oso se detuvo jadeante, tras lo cual At%ins dispar su arma e incrust una bala en la cabe;a del animal, que le hi;o perder el dominio y caer, impotente, sobre el cuerpo tendido del jefe de los ca;adores. 'sta fue la muerte del espl#ndido oso, el animal del mar congelado, el magn!fico gigante cuya piel llegaba a ser ms blanca que la nieve sobre la que se mov!a. 3uando los siete esquimales vieron que estaba realmente muerto, hicieron algo que asombr a los tres estadounidenses: comen;aron a dan;ar con aire solemne, con las lgrimas corri#ndoles por la cara, el hombre que sosten!a al herido )opila% para que tambi#n #l pudiera participar empe; a entonar un cntico de cinco mil a*os de antig5edad, y, mientras se hac!a de noche, los hombres de Besolation lloraron y bailaron en homenaje al gran animal blanco que acababan de matar. Al contemplar la escena, el marinero At%ins comprendi inmediatamente su significado y, respondiendo a alguna antigua fuer;a que hab!an adorado sus antepasados, dej caer el arma que hab!a tenido un papel esencial en la matan;a del oso y se incorpor a la dan;a& )opila% le tom de la mano y le dio la bienvenida al c!rculo, y At%ins retom el ritmo y cant con los dems, porque tambi#n #l honraba al espl#ndido oso blanco, aquella criatura del norte que hab!a sido tan majestuosa en vida y tan valiente al morir. )opila% ten!a una hermana de quince a*os llamada Aiina%, que durante los d!as que siguieron a la cacer!a del oso polar, trabaj junto con su madre y las otras mujeres de Besolation descuarti;ando al animal y aprovechando los valiosos huesos, los tendones y la magn!fica piel blanca. 4ientras lo hac!a, se dio cuenta de que el joven marinero del +vening )tar permanec!a cerca de ella y la observaba. Ttili;ando las palabras del idioma esquimal que iba aprendiendo con gran celeridad, At%ins consigui e$plicar a )opila% y a su madre que, ya que era uno de los cocineros del barco estadounidense, le interesaba aprender c mo preparaban los esquimales la carne de los osos, las morsas y las focas que ca;aban durante el invierno, y ellos aceptaron su e$plicaci n. -ero los esquimales que hab!an participado en la famosa cacer!a del oso sab!an tambi#n que )opila% se hab!a salvado gracias al valor de At%ins y de su jefe, ,oah -ym, y, cuando relataron aquellos momentos culminantes, el hero!smo del joven se conoci en toda la aldea& por eso, la presencia de At%ins en los trabajos de descuarti;amiento, y ante Aiina%, se acept de buen grado. 8+l joven me salv la vida 8contaba )opila% a los aldeanos, y, cada ve; que lo dec!a, Aiina% sonre!a. +ra una muchacha alegre, de casi metro y medio de estatura, ancha de cara y de hombros y cuya sonrisa seduc!a a cuantos la contemplaban. -ero su caracter!stica ms singular era la espesa y negr!sima melena, que cortaba con un flequillo largo que le tapaba las cejas y que sacud!a de un lado a otro cada ve; que se re!a, lo que hac!a muy a menudo, divertida ante las tonter!as del mundo: la vanidad de su hermano cuando mataba una morsa o capturaba una foca, las poses de alguna joven que trataba de llamar la atenci n de )opila%, y hasta los lloriqueos de un ni*o que intentaba imponer su voluntad a su madre. 3uando hablaba, sol!a apartarse el pelo de los ojos con un amplio y displicente ademn de la mano i;quierda, y parec!a entonces un golfillo& las mujeres mayores sab!an muy bien que aquella ni*a,

-gina .7? de ?@0

Alaska

James A. Michener

Aiina%, dar!a bastantes quebraderos de cabe;a a los j venes de la aldea, cuando le llegara el momento de escoger marido. =ohn At%ins, desde la primera ve; que la vio en la cho;a que ella compart!a con )opila% y su joven esposa, hab!a advertido otro detalle encantador: a diferencia de muchas mujeres esquimales, Aiina% no llevaba grandes tatuajes en la cara, aparte de dos finas l!neas a;ules que bajaban en sentido paralelo desde el labio inferior hasta el borde del ment n y confer!an a su rostro, grande y cuadrado, un toque de delicade;a, porque las l!neas parec!an participar en su clida sonrisa, que se volv!a a"n ms generosa. Bespu#s de que los esquimales acabaron de descuarti;ar el oso, en el mismo lugar donde lo hab!an matado, y llevaron a la playa cientos de %ilos de sabrosa carne que pensaban preparar de diversos modos, At%ins comen; a pasar mucho tiempo cerca de la cho;a de )opila%, aunque ya no ten!a ninguna e$cusa para hacerlo, y, al poco tiempo, las mujeres chismosas de Besolation comen;aron a prever interesantes acontecimientos. )in embargo, se daba una de esas curiosas contradicciones t!picas de muchas sociedades humanas: aunque las mujeres mayores eran unas romnticas que disfrutaban observando c mo las ms j venes atra!an y hac!an perder la cabe;a a los muchachos y pasaban muchas horas discutiendo qui#n se acostaba con qui#n y qu# clase de escndalo iba a ocurrir, al mismo tiempo eran tambi#n unas estrictas moralistas, responsables de la continuidad de la tradici nn de la aldea. A lo largo de muchos siglos, hab!an descubierto que la sociedad esquimal funcionaba mejor si las muchachas postergaban el momento de tener hijos hasta que se un!an a alg"n hombre que les proporcionaba la seguridad de que ser!a capa; de alimentar a los ni*os. )e permit!a, e incluso se alentaba, que las j venes coqueteasen un poco con todo el mundo, y, en algunos casos, tambi#n que se acostaran con tal o cual joven atractivo& por ejemplo, dos t!as aceptar!an que esto lo hiciera una sobrina fe"cha, con aspecto de que nunca iba a pescar a un hombre, pero si esa misma sobrina ten!a un hijo antes de haber conseguido un marido, sus t!as la iban a criticar, y llegar!an a e$pulsarla de la cho;a. 3omo dijo una anciana muy sabia, que hab!a asistido atenta al novia;go del marinero At%ins y la hermana de )opila%: 8)iempre es mejor que las cosas sigan su orden. -ronto qued resuelto el aspecto romntico de las refle$iones que seac!an las mujeres, porque cuando se acab la matan;a del oso, At%ins regres a su larga cho;a, distante casi un %il metro, aunque s lo permaneci all! dos d!as y volvi despu#s a Besolation con sus raquetas de nieve, ansioso por volver a ver a su novia esquimal. Lleg a mediod!a, y llev consigo cuatro rraciones de galleta, que regal a )opila%, su joven esposa, Aiina% y su anciana madre. +llos probaron la e$tra*a comida fuera de la vivienda, para disfrutar de las "ltimas horas que quedaban de lu;, antes de que el invierno lo cubriera todo con una oscuridad helada. 8J+ra esto de lo que nos hablabasK J+s esto lo que comen los blancosK 8preguntaron a At%ins. F a*adieron, sin asomo de desprecio, cuando #l asinti 8: La grasa de foca es mucho mejor. +ngorda, y as! uno puede conservar el calor durante el invierno. 8-ronto lo averiguaremos, porque casi se nos ha acabado la galleta 8ri At%ins. +n el curso de la semana siguiente, los esquimales comen;aron a ofrecer a los marineros aislados carne de foca, que acab por gustarles, y grasa del mismo animal, gracias a la cual ellos consegu!an sobrevivir en el Ortico, pero que los blancos no se atrev!an a comer. Tna tarde, despu#s de llevar carne al barco, acompa*ado por )opila%, que hab!a ca;ado una foca, =ohn At%ins regres a -unta Besolaci n y se qued a vivir en la cho;a de )opila%, compartiendo all! un lecho de piel de foca con la risue*a Aiina%. Los "ltimos d!as de noviembre trajeron la oscuridad total al barco bloqueado en el hielo, y los veinti"n estadounidenses que habitaban en la cho;a alargada 1puesto que At%ins ya no

-gina .7I de ?@0

Alaska

James A. Michener

estaba con ellos2 establecieron una rutina que les permitiera soportar el espantoso aislamiento. Lo ms importante era que, todos los d!as, cuando calculaban que eran las doce, el capitn -ym se acercaba al tosco reloj del barco, en compa*!a del primer oficial 3orey, y le daba cuerda ceremoniosamente, lo que les permit!a conocer con seguridad la hora de <reenEich, y por lo tanto calcular d nde se encontraban con relaci n a Londres. +l principio era sencillo, como e$plicaba siempre el capitn -ym a los marineros nuevoss que se embarcaban: 8)i el reloj indica que son las cinco de la tarde en el meridiano principal de Londres, y nuestra medici n del sol se*ala que aqu! es mediod!a justo, es obvio que estamos cinco horas al oeste de Londres. 3omo cada hora representa .L grados de longitud, sabemos con certe;a que estamos a ?L grados oeste, lo cual nos sit"a en el Atlntico, algunos %il metros al oeste de ,orfol%, 9irginia. Tnos pocos a*os ms tarde, los capitanes errantes como -ym contar!an con uno de los nuevos cron metros que estaban perfeccionando los geniales relojeros ingleses, que les permitir!an calcular con e$actitud la longitud& sin embargo, por el momento, con los toscos relojes disponibles, s lo pod!an calcularla de forma apro$imada. La latitud, por supuesto, pod!a determinarse con asombrosa precisi n desde hac!a 7.000 a*os: a la lu; del d!a se tomaba la altura del sol, justo a mediod!a& y, por la noche, se calculaba la de la estrella polar. 3ada jornada, cuando terminaba de dar cuerda al reloj, -ym anotaba: P .L@ grados de longitud oeste, ?0 grados, 77 minutos de latitud norteQ. ,ing"n otro e$plorador hab!a llegado tan al norte en aquellas aguas. +l capitn -ym, con las rudimentarias tablas que los marinos como #l llevaban consigo, calculaba que en aquellas latitudes el sol abandonar!a el cielo alrededor del .L de noviembre, y hasta finales de enero no mostrar!a siquiera un rayo. 8J)ignifica eso que no habr nada de lu; durante setenta d!asK 8pregunt estupefacto el arponero Aane, a lo que -ym asinti . -ero el d!a .L de noviembre, el sol fue algo visible todav!a durante algunos minutos, a baja altura en el cielo. 84a*ana desaparecer 8oy -ym que Aane les dec!a a los dems. +l d!a .M a"n permanec!a all!. )in embargo, dos d!as despu#s, apenas pudo verse durante dos minutos el borde del sol, que finalmente desapareci & entonces los marineros dejaron en suspenso su mente y sus emociones, y entraron en una especie de hibernaci n como la de muchos otros animales del Ortico. )in embargo, les sorprendi descubrir que, incluso tan al norte, cada mediod!a aparec!a una especie de resplandor mgico que iluminaba aquel mundo helado durante unos pocos y e$traordinarios minutos, aunque no con aut#ntica lu; diurna, sino con algo ms precioso: una maravillosa aura plateada, que les recordaba que no ser!a eterna la p#rdida del sol. -or supuesto, cuando se borraba aquel resplandor de la atm sfera, resultaban a"n ms opresivas las siguientes veintid s horas de absoluta oscuridad, y a"n ms devastador el intenso fr!o. -ero, justo cuando parec!a que las cosas hab!an llegado a su peor momento, se presentaba la aurora boreal, que inundaba el cielo nocturno con unos colores que nunca antes hab!an imaginado aquellos hombres de ,ueva Inglaterra. +l marinero At%ins, en una de sus ocasionales visitas a la cho;a alargada, les inform : 8Los esquimales dicen que los de All Arriba estn de fiesta, y ca;an osos en el cielo. 'sas son las luces de los ca;adores. -ero cuando la temperatura lleg a ser, seg"n los clculos del capitn -ym, inferior a los 6L grados bajo cero 1pues incluso el aceite se congel 2, los hombres no hicieron ms caso de aquellas luces y permanecieron acurrucados junto a la fogata que hab!an encendido con madera de deriva.

-gina .7@ de ?@0

Alaska

James A. Michener

-ym, que era un capitn prudente, insist!a en que sus hombres se levantaran a la hora que ser!a la del alba si hubiera salido el sol, y en que comieran a las horas establecidas lo que pudieran recoger. -idi al se*or 3orey que montara una guardia durante las veinticuatro horas del d!a, sobre todo frente a -unta Besolaci n. 8+n el -ac!fico, hay muchos barcos que han sido atacados por nativos que parec!an cordiales 8le advirti . Asign a cada uno una tarea para que todos se encontraran siempre ocupados y fue ideando, semana tras semana, diversas maneras de que la cho;a alargada fuera ms habitable& adems, todas las tardes, despu#s del almuer;o, caminaba durante dos horas por el hielo junto con 3orey y Aane, para comprobar el estado del +vening )tar. Inspeccionaban las tablas de la cubierta para ver si la presi n del hielo hab!a conseguido romper el s lido casco del barco, pero siempre comprobaban, aliviados, que gracias a la adecuada inclinaci n de los flancos, el hielo no hab!a podido empujar sobre ning"n punto firme. 3uando avan;aba, con una fuer;a tan tremenda que hubiera destro;ado una embarcaci n construida con menos esmero, topaba solamente con los costados curvos del +vening )tar y, al presionar contra ellos, no hac!a sino levantar suavemente el barco, hasta que la quilla acab situada medio metro por encima del nivel que tendr!a la superficie del agua, si no estuviera congelada. +l barco hab!a sido levantado en el aire, y se qued as!, como el nav!o mgico de un sue*o oscuro y gris. 8Codav!a aguanta 8informaba todas las tardes el capitn -ym, al regresar de sus inspecciones. -ero llegaba entonces el momento solemne de lo que seg"n el horario hubiera debido ser el crep"sculo& entonces, en la negrura de la noche perpetua, ,oah -ym reun!a a sus marineros y, a la lu; de una lmpara de aceite de ballena, conduc!a los oficios nocturnos. 8Bios nuestro, os damos las gracias por mantener un d!a ms a salvo a nuestro barco.8Rs agradecemos los minutos de lu; del mediod!a. Rs agradecemos los alimentos que nos trae 9uestro mar. F os rogamos que cuid#is de nuestras esposas, nuestros hijos y nuestros padres que dejamos en (oston. +stamos en 9uestras manos y, en la oscuridad de la noche, dejamos a 9uestro cargo nuestros cuerpos y nuestras almas inmortales. Bespu#s de pronunciar una plegaria como #sta, aunque con alguna variaci n, puesto que normalmente se solicitaba la atenci n del )e*or por los problemas cotidianos, el capitn entregaba la (iblia que le acompa*aba en todos sus viajes a los marineros que sab!an leer y les rogaba que recitaran por turnos un pasaje elegido a su gusto& entonces, en aquella cho;a junto al oc#ano Ortico, las sublimes palabras del Libro resonaban con un sentido especial, cuando los marineros le!an los conocidos vers!culos que hab!an aprendido de ni*os en su lejana ,ueva Inglaterra. Tna noche en que era el turno de lectura de Com Aane, aquel hombre por lo general tan violento seleccion de los Dechos de los Ap stoles una serie de vers!culos que parec!an referirse directamente a su situaci n de aislamiento y a su encuentro con los esquimales: -ero al poco tiempo cay contra la nave un viento tempestuoso... Arrebatada la nave, y no pudiendo resistir al torbellino, #ramos llevados a merced de los vientos. Arrojados con !mpetu hacia una isleta, ... pudimos con gran dificultad recoger el esquife. ... 4as llegada la noche del d!a catorce, navegando nosotros.... los marineros, a eso de la media noche, barruntaban hallarse a vista de tierra. ... +ntonces, temiendo cay#semos en alg"n escollo, echaron por la popa cuatro ncoras, aguardando con impaciencia el d!a... )iendo ya d!a claro, no reconoc!an qu# tierra era la que descubr!an: echaban, s!, de ver cierta ensenada que ten!a playa, donde pensaban arrimar la nave, si pudiesen. ... 4as trope;ando en una lengua de tierra que ten!a mar por ambos lados, ... as! se verific que todas las personas salieron salvas a tierra.

-gina .60 de ?@0

Alaska

James A. Michener

)alvados del naufragio ... los brbaros ... nos trataron con mucha humanidad. -orque encendida una hoguera, nos refocilaban a todos contra la lluvia y el fr!o. +l capitn -ym no olvidaba nunca que segu!a siendo el prroco de una iglesia de (oston, y se sent!a el responsable, en un sentido muy literal, del bienestar moral de sus marineros, lo cual sol!a llevarle a situaciones dif!ciles. -or ejemplo, cuando su ballenero anclaba en alg"n puerto isle*o y sus hombres se desmandaban con las atractivas muchachas, que hab!an llegado hasta ellos desli;ndose en sus barcas sobre el agua, con sus cabelleras adornadas de flores. 3omo no era demasiado mojigato, no hac!a caso mientras sus hombres se divert!an, aunque luego, cuando les ten!a de nuevo en el mar, en las plegarias vespertinas les recordaba sus eternos deberes. ,o ignoraba tampoco que sus hombres organi;ar!an escndalos cuando llegaran a puertos como el de 3ant n, pero se dec!a: P,o te entrometas. Nue sean los chinos quienes les rompan la cabe;aQ. )in embargo, en cuanto hab!a por medio cuestiones de matrimonio, o del equivalente local, su magnanimidad terminaba& por ello, cuando comprob la intensidad de las relaciones entre el marinero At%ins y la hermana de )opila%, comprendi que no pod!a pasar por alto las implicaciones morales resultantes, de modo que, una ma*ana de diciembre en que no hab!a ninguna cacer!a de focas, se cal; las raquetas para la nieve que #l mismo hab!a fabricado y se dirigi a -unta Besolaci n en busca de la cho;a que ocupaba )opila%. Tna ve; all!, quiso entrevistarse con At%ins y con la muchacha que viv!a con #l, aunque quisieron intervenir otras tres personas, a quienes el asunto interesaba tambi#n: )opila%, su madre y ,i%alu%, su joven esposa. )entados todos en c!rculo en el suelo, el capitn -ym inici su anlisis de los eternos problemas referidos a los hombres y las mujeres: 8At%ins, Bios no ve con buenos ojos que un joven viva con una muchacha sin el v!nculo matrimonial... por el perjuicio posterior que puede sufrir esa joven cuando el barco se haga a la mar y ella quede abandonada +ntonces se produjo una e$tra*a situaci n, porque el joven At%ins, que era el int#rprete del grupo, ten!a que repetir en idioma esquimal el reproche que su capitn le hab!a endilgado& pero se sinti obligado a traducirlo con sinceridad, intimidado por la peculiar relaci n que ,oah -ym, uno de los mejores capitanes de ,ueva Inglaterra, manten!a con sus hombres. 8s! 8le interrumpi con vehemencia la madre de )opila%8, est muy bien hacer... lo indic con un ademn inconfundible8& pero abandonar a un ni*o, sin un hombre para alimentarlo, eso no est nada bien. Burante casi dos horas, las seis personas reunidas cerca del poderoso oc#ano, cuyos bloques congelados cruj!an y bramaban mientras ellos hablaban, discutieron un problema que hab!a desconcertado a los hombres y a las mujeres desde el tiempo en que se inventaron las palabras y surgi la familia, destinada a la alimentaci n y la crian;a de las nuevas generaciones. +ran contradicciones intemporales, pues las obligaciones no hab!an cambiado a lo largo de L0.000 a*os, y las soluciones estaban tan claras entonces como .6.000 a*os antes, en la #poca en que Tgru% hab!a buscado refugio en aquella ;ona, debido a los problemas familiares que ten!a en la costa opuesta. La discusi n, con tantos participantes y conducida de manera tan inc moda, lleg a su culminaci n cuando se supo que =ohn At%ins, un buen protestante, soltero, que proced!a de una peque*a poblaci n de las afueras de (oston, estaba profundamente enamorado de Aiina%, la muchacha esquimal, y ella, a su ve;, estaba tan perdida de amor por #l que esperaba un hijo suyo para el pr $imo verano. ,o hi;o falta traducir esta "ltima informaci n, pues, cuando Aiina% se*al hacia su vientre, que ya aumentaba de tama*o, su madre se levant de un salto y corri a la puerta. 8+sta indecente va a tener un hijo y no tiene un hombre 8comen; a gritar en la oscuridad8. UAy, ayV JNu# est pasando en el mundoK

-gina .6. de ?@0

Alaska

James A. Michener

)us gritos atrajeron a otras tres mujeres chismosas de su edad, y entonces la cho;a de )opila% se llen de recriminaciones, ruido y cr!ticas contra la muchacha y su amante& una ve; se calm el alboroto, el capitn -ym descubri con perplejidad que, mientras le parec!a muy inmoral que At%ins hubiera dejado embara;ada a aquella bonita joven de quince a*os, los pasos que hab!an seguido hasta llegar al infortunado acontecimiento se pod!an considerar aceptables. +n el colmo de aquella confusi n moral, -ym repar por primera ve; en que la esposa de )opila% le sonre!a con indulgencia, como diciendo: PC" y yo estamos por encima de todas estas tonter!asQ& y enrojeci , inc modo, al cobrar conciencia de que entre los dos se hab!a formado una especie de complicidad. ,i%alu% era alta para ser esquimal, ms delgada que la mayor!a, y todav!a no llevaba tatuajes en su cara ovalada. Cen!a el pelo negro como el a;abache y cortado en l!nea recta a la altura de las cejas, pero carec!a del aire travieso de Aiina%, quien, en aquellos momentos, se hab!a acercado a At%ins como para protegerle de las mujeres acusadoras que le gritaban. La situaci n se resolvi cuando s"bitamente At%ins se levant y anunci en el idioma esquimal que deseaba casarse con Aiina% y que ella, seg"n le hab!a asegurado, tambi#n deseaba casarse con #l. +ntonces las cuatro mujeres mayores se pusieron a bailar de alegr!a y abra;aron al marinero dici#ndole que era muy buen hombre, mientras el capitn -ym se sent!a horrori;ado ante las inesperadas consecuencias de su visita a -unta Besolaci n. -ero ,i%alu%, que continuaba sonriendo con aire condescendiente desde el fondo de la cho;a, no hi;o nada por calmar la confusi n, ni le dio ninguna se*al a -ym de que reprobase el escndalo que hab!an producido #l y At%ins. 3uando ya se acercaba el fin de aquella agitada ma*ana, -ym indic a los reunidos que At%ins deber!a regresar con #l a la cho;a grande para discutir la situaci n& aunque las ancianas tem!an que aquello fuera una treta para impedir la boda prometida, estuvieron de acuerdo con )opila%, el jefe de la aldea, en que ten!an que permitirlo, de modo que el marinero At%ins, tras estrechar efusivamente las manos de su joven amante, se cal; con solemnidad los esqu!es que le hab!a fabricado )opila% y sigui al capitn hasta su caba*a. All! -ym reuni a la tripulaci n, les inform de lo ocurrido en la aldea y aguard sus asombradas reacciones& pero, justo cuando el arponero Aane iba a comentar algo, el capitn le interrumpi : 83reo, se*or 3orey, que hemos olvidado dar cuerda al reloj. Los dos cumplieron gravemente con el ritual y -ym volvi a establecer su posici n a orillas del oc#ano Ortico: P3iento cincuenta y nueve grados de longitud oeste ... Q. )e celebr una reuni n para discutir la posibilidad de que =ohn At%ins tuviera que casarse con la muchacha esquimal, y la primera soluci n que se e$pres fue enormemente prctica: 8)i est embara;ada, busquemos a alg"n esquimal que se case con ella. -odemos darle un hacha. -or un hacha hacen cualquier cosa. Antes de que el capitn -ym pudiera oponerse a algo tan inmoral, varios marineros opinaron que para un buen cristiano, para un hombre de la civili;ada (oston, ser!a imposible volver a casa con una salvaje que nunca hab!a o!do hablar de jes"s& pero, cuando iba a imponerse aquel criterio, un comentario sorprendente alter el curso entero de la conversaci n: 83ono;co a la chica 8gru* el corpulento Com Aane8, y ser much!simo mejor esposa que esa ;orra que me espera en (oston. Algunos marineros que no ten!an a"n una opini n formada y estaban mirando al capitn -ym cuando Aane pronunci esas duras palabras, vieron c mo el capitn palidec!a, asombrado. 8+n este barco no fomentamos ese tipo de comentarios, se*or Aane 8repuso -ym, severamente.

-gina .6/ de ?@0

Alaska

James A. Michener

8Ahora no estamos a bordo del barco. -odemos e$presarnos con libertad. 8)e*or 3orey 8dijo entonces el capitn -ym, en vo; muy baja8, Jnos acompa*is, al arponero Aane y a m!, en nuestra inspecci n del +vening )tarK 9os tambi#n vendr#is, marinero At%ins. Los cuatro hombres avan;aron a trav#s del hielo, y, una ve; a bordo del barco, el capitn -ym inici el e$amen diario, como si no ocurriera nada malo. Rbservaron que el hielo, que continuaba presionando desde el oc#ano, hab!a empujado los flancos curvos de la nave y la hab!a levantado ms en el aire en ve; de aplastarla contra la costa& el casco continuaba firme, el calafateo se manten!a, y, cuando se produjera el deshielo, la nave volver!a a sumergirse en el mar, lista para viajar hasta DaEai. 84e ha dolido profundamente vuestro insolente comentario, se*or Aane 8dijo pym con cierta triste;a, cuando termin la inspecci n. F a*adi , antes de que el hombre pudiera disculparse8: 3onocemos los problemas que ten#is en (oston, y simpati;amos con vos. Ahora bien, Jqu# tenemos que hacer con At%insK 8Lo que ha dicho Comp%in es cierto 8interrumpi 3oreyY. +s una salvaje. 8A su modo, es tan civili;ada como vos o como yo 8le corrigi -ym8. )u hermano ca;a osos, focas y morsas con tanta habilidad como vos y yo pescamos ballenas. 8 8=ams podr!ais llevarla a (oston 8continu 3orey, a quien la adecuada comparaci n no hab!a acallado, dirigi#ndose esta ve; a At%ins8. +n (oston nadie aceptar!a a una salvaje de piel oscura como ella. +ntonces, At%ins dej at nitos a los tres hombres, pues contest con e$presi n inocente, como si aquella intromisi n en sus asuntos no le molestara en absoluto: 8,o ir!amos a (oston. Abandonar!amos el barco en DaEai. 4e gust lo que vi all. )iempre que nos dierais vuestro permiso, se*or 8a*adi , con un ademn deferente hacia el capitn, antes de que los hombres pudieran reaccionar. +n la oscura bodega del ballenero, rodeados por los toneles del valioso aceite, el capitn -ym anali; aquella sorprendente noticia. 3omo si hubiera descendido sobre el barco la ayuda divina, al mismo tiempo pod!a calmar su conciencia de cristiano, contribuir a la salvaci n del alma de una muchacha esquimal, y librarse de las consecuencias dejando a la joven pareja en DaEai. Tn marino, en muy pocas ocasiones a lo largo de su vida se encuentra con la oportunidad de hacer tantas cosas sensatas al mismo tiempo, consiguiendo que se cumpla el deber de todos los implicados. 8Cen#is mi autori;aci n 8dijo, mientras el hielo presionaba contra la nave, haciendo crujir los maderos. Be regreso a la cho;a grande, inform a la tripulaci n de que, en su papel de capitn legalmente autori;ado para ello, celebrar!a el matrimonio del marinero At%ins y la se*orita esquimal, pero coment tambi#n que la boda s lo tendr!a valide; si se reali;aba a bordo de la nave, que era el "nico lugar donde #l pod!a cumplir aquella funci n. Luego se dirigi esquiando hasta la aldea para transmitirles el mismo mensaje& cuando la futura novia, que ya hablaba un poco de ingl#s, comprendi claramente que iba a haber una celebraci n a la que toda la aldea estaba invitada, ech a correr por entre las caba*as. 8U9enid todosV 8gritaba. Bespu#s bes calurosamente al capitn -ym, tal como At%ins le hab!a ense*ado. )u descaro sorprendi a -ym, que se rubori; intensamente, y entonces vio c mo la joven ,i%alu% sonre!a de nuevo. Aquella boda a bordo del ruidoso +vening )tar fue uno de los episodios ms amables en la larga historia de las relaciones entre blancos y esquimales. Los marineros de (oston decoraron la nave con los adornos que consiguieron fabricar, que no fueron muchos: alguna talla en hueso de ballena, una mu*eca de piel de foca y un espectacular bloque de hielo tallado a martillo y cincel por un carpintero, que representaba

-gina .67 de ?@0

Alaska

James A. Michener

un oso polar erguido sobre sus patas traseras. 3uando los esquimales vieron que se trataba de decorar el barco vac!o, se mostraron mucho ms imaginativos que los marineros y llegaron a trav#s del hielo con tallas de marfil, cosas hechas con un colmillo entero de morsa, y maravillosos objetos tejidos o construidos con barbas de ballena& al compararlos con lo que hab!an hecho los estadounidenses, el capitn -ym pregunt al primer oficial 3orey: 8JNu# os parece, qui#nes son los civili;adosK 8Codo junto, lo que han tra!do no valdr!a nada en (oston 8argument con vehemencia el irland#s, aunque ten!a sus dudas. +l capitn -ym celebr un oficio solemne, siguiendo las "ltimas pginas impresas de su (iblia, y cit al a;ar un prrafo de los -roverbios que aument la significaci n de la ceremonia. Cres cosas me son dif!ciles de entender, o ms bien, cuatro& las cuales ignoro totalmente: +l rastro del guila en la atm sfera, el rastro de la culebra sobre la pe*a, el rastro de la nave en alta mar, y el proceder del hombre en la mocedad. 8+n este viaje hemos visto guilas en la atm sfera y serpientes sobre la tierra. Fue realmente misterioso el modo en que nuestro barco se salv del hielo en el mar, y, Jqui#n de nosotros puede comprender la pasi n que ha llevado a que nuestro hombre =ohn At%ins tome como esposa a Aiina%, esta encantadora muchachaK La ceremonia caus profunda impresi n en los esquimales, quienes, aunque no comprend!an su importancia religiosa, como observaban que -ym la llevaba a cabo con tan profunda seriedad se daban cuenta de que deb!a tratarse de un aut#ntico matrimonio. Al terminar, las mujeres mayores que acompa*aban a Aiina% comen;aron a entonar unas palabras rituales reservadas para tales ocasiones, y, en la oscuridad del +vening )tar, las dos culturas se encontraron, durante algunos momentos preciosos, en una armon!a que no se repetir!a demasiado a lo largo de los a*os venideros y que nunca se iba a superar. Be entre todas las personas que participaron en la celebraci n y en el limitado banquete que la sigui , la "nica que se dio cuenta de un detalle que ms adelante iba a cobrar gran importancia fue la novia embara;ada, Aiina%, quien, mientras contemplaba a las mujeres de la fiesta, se fij en su cu*ada. 8U4ira a ,i%alu%V 8le susurr a su flamante esposo8. +st enamorada de tu capitn. A medida que se acercaba el final del largo y oscuro invierno, cuando el sol regresaba a los cielos, al principio como una sombra plateada que apenas asomaba el borde en el hori;onte durante unos pocos minutos para huir luego estremecido, ,i%alu% se sent!a incapa; de ocultar el intenso afecto que le inspiraba aquel hombre e$tra*o, tan diferente de su marido, el gran ca;ador )opila%. +ra fiel a su marido y respetaba su habilidad para dirigir a los aldeanos y proporcionarles comida, pero tambi#n ve!a que el capitn -ym era un hombre de sentimientos profundos y de gran responsabilidad, que estaba en contacto con los esp!ritus que gobernaban la tierra y el mar. Dab!a observado que sus hombres le respetaban y que era #l quien tomaba las decisiones y dec!a las palabras importantes. -ero, adems de admirar sus cualidades, su presencia hac!a que ella se estremeciera de emoci n, como si supiera que #l tra!a a aquella aldea solitaria, en el borde de un oc#ano cercado por el hielo, un mensaje de otro mundo, que, aunque no pod!a siquiera imaginarlo, s! lograba adivinarlo por intuici n& un mensaje dotado de gran poder y de bondad. 3onoc!a a dos hombres de aquel mundo: At%ins, que amaba a la hermana de su esposo, y el capitn -ym, que gobernaba en el barco y era, a su modo, tan buen hombre como su marido. -ero tambi#n se sent!a cautivada por la imagen de -ym y por la posibilidad de acostarse con #l, como hab!a hecho tan fcilmente At%ins con Aiina%, y con tan agradables resultados. Llevada por tales impulsos, empe; a frecuentar los lugares donde sol!a hallarse -ym y se convirti en el objeto de los chismes de la aldea& hasta los marineros de

-gina .66 de ?@0

Alaska

James A. Michener

la cho;a alargada se dieron cuenta de que el capitn, un hombre casado que se tomaba muy en serio la (iblia y que ten!a tres hijas en (oston, hab!a despertado el amor de una esquimal, casada a su ve;. -ym era un hombre austero que se tomaba la vida muy en serio, y se debat!a en una turbulenta confusi n moral: a veces se negaba a reconocer que ,i%alu% estaba enamorada de #l, y, ms adelante, cuando se atrevi a confesarse a s! mismo que podr!an e$istir complicaciones, no asumi ninguna responsabilidad sobre ellas. Be cualquier modo, no hac!a el menor gesto hacia ,i%alu% y ni siquiera la miraba, pues estaba absorbido por un problema que consideraba mucho ms importante. 8J3undo es posible que se funda el hieloK 8pregunt el B!a de A*o ,uevo a sus oficiales. Tno de ellos, que hab!a le!do algunos de los libros que los europeos hab!an escrito sobre <roenlandia, calculaba que el hielo no empe;ar!a a fundirse hasta mayo, pero, cuando At%ins se lo pregunt a los parientes de su esposa, ellos le dijeron una fecha que le constern , pues equival!a a principios de julio& era probablemente la fecha correcta, como se confirm cuando -ym en persona lo consult con )opila%. Dasta entonces, los hombres del +vening )tar no hab!an conocido la desesperaci n, pues, en oto*o, cuando se encontraron atrapados por el hielo, hab!an aceptado su encarcelamiento suponiendo que durar!a hasta finales de mar;o, la #poca en que, en ,ueva Inglaterra, la primavera consegu!a deshelar los estanques. Al comien;o del invierno casi estaban ansiosos por comprobar si tendr!an suficientes fuer;as para soportar sus hist ricas rfagas de viento, y se hab!an sentido orgullosos al comprobar que s!. -ero, ahora que empe;aba otro a*o y sab!an que para el verano faltaban todav!a ms de seis 4eses, la idea les result intolerable, y comen;aron a surgir desavenencias entre ellos. Algunos quer!an trasladar su alojamiento al barco, pero los esquimales se lo desaconsejaron rotundamente: 83uando el hielo se funde pasan cosas muy raras. +s qui; la -eor temporada 8les advirtieron. +l capitn -ym orden entonces permanecer en tierra, y cada d!a pon!a ms cuidado en sus inspecciones. Crataba con consideraci n a los hombres que ocasionaban problemas, pero les aseguraba que, si bien comprend!a su nerviosismo, no pod!a tolerar la ms leve muestra de insubordinaci n. -or todo ello, le complac!a que los esquimales organi;aran cacer!as durante las cuales se alejaban por el hielo, que a"n no presentaba se*ales de fundirse, porque entonces los ms atrevidos de sus hombres pod!an acompa*arles y compartir con ellos los peligros. +n cierta ocasi n, #l mismo hab!a ido hasta cierta larga l!nea de agua abierta que atra!a a los leones marinos del norte, y hab!a participado en la arriesgada tarea de matar a dos de ellos y arrastrarlos por encima del hielo, hasta la aldea. 8)i nos mantenemos ocupados 8dec!a a sus hombres, del mismo modo en que se lo dec!a a s! mismo8 llegar el d!a en que nos veremos libres. Al acercarse el d!a que el capitn -ym calculaba como el /6 de enero, dio nimos a su tripulaci n dici#ndoles que el sol, que se escond!a todav!a bajo el hori;onte, no tardar!a en regresar al hemisferio norte, con tanta rapide; que pronto el resplandor del mediod!a se har!a ms largo y ms intenso. 8)!, el sol se dirige hacia el norte, y continuar haci#ndolo hasta quedar justo por encima del c!rculo Ortico 8e$plic a aquellos marineros que no sab!an nada de astronom!a8. +ntonces habr lu; solar durante veinticuatro horas. 8-ues decidle que se d# prisa 8murmur uno de los marineros. 83omo ocurre con todas las cosas ordenadas por Bios [replic -ym8, como la siembra del ma!; y el regreso de los gansos, el sol tiene que cumplir las fechas que 'l le ha dado. 8A*adi una curiosa informaci n8: Los antiguos druidas, que no conoc!an a Bios,

-gina .6L de ?@0

Alaska

James A. Michener

e$presaban con plegarias y cnticos su j"bilo por la conducta responsable del sol& y, puesto que los esquimales tambi#n son un pueblo primitivo, supongo que harn lo mismo. )in embargo, lo que ocurri en -unta Besolaci n no se lo esperaba, porque el /7 de enero el sol dio se*ales inconfundibles de que iba a mostrar su rostro durante el mediod!a siguiente, y entonces los habitantes de la aldea se volvieron locos. 8U9uelve el solV 8gritaban los ni*os. )acaron tambores y tamboriles, hechos con piel de foca tensada sobre un arma; n de madera de deriva, aunque, al parecer, la atenci n y el go;o de todo el mundo estaban centrados en una enorme manta tejida hac!a a*os con unos preciosos cordeles hechos de piel, entretejidos hasta formar una tela resistente. La manta estaba coloreada con tinturas recogidas en la costa durante el verano y con las e$udaciones de focas y morsas. Aquella tarde, )opila% y otros dos hombres vestidos con atuendo ceremonial se acercaron a la cho;a alargada con sus esqu!s, solemnemente, para anunciar la celebraci n del d!a siguiente, que se llevar!a a cabo en pleno mediod!a, cuando reapareciera el sol, y a la que estaban invitados los marineros& #stos se inclinaron en una severa reverencia, como hab!a hecho el capitn al oficiar la boda en el barco. +l primer oficial 3orey prometi , hablando en nombre de la tripulaci n, que estar!an presentes. 89eamos qu# se traen entre manos estos salvajes 8coment , con cierto cinismo aunque sin maldad, cuando los esquimales se hubieron ido. +l /6 de enero, media hora antes del mediod!a, #l y el capitn -ym se pusieron al frente de toda la tripulaci n, y emprendieron el camino sobre la nieve helada, hasta -unta Besolaci n. (ajo la plateada oscuridad, se encontraron con una multitud solemne, un grupo de personas que hab!an vivido durante muchos meses sin lu; solar. Los esquimales miraban con un nerviosismo controlado hacia el este, hacia el punto por donde el sol hab!a reaparecido todos los a*os pasados, como un disco vacilante que tra!a consigo el rejuvenecimiento del mundo. 3uando parpadearon un momento los primeros y d#biles rayos, y el cielo se inund de una lu; gris, los hombres empe;aron a susurrar, y acabaron gritando con un j"bilo incontenible cuando se produjeron los chispa;os de fuego que anunciaban la verdadera aurora. Los que observaban el espectculo desde la oscuridad de sus cho;as sonre!an, y hasta los marineros sintieron una s"bita alegr!a cuando se hi;o evidente que el sol iba a aparecer, porque hab!an sufrido todav!a ms que los esquimales durante aquel e$tra*o y oscuro invierno& cuando los aldeanos contemplaban sobrecogidos el sol que se asomaba por encima del borde del mundo para ver c mo hab!an soportado su ausencia aquellas ;onas heladas, una mujer empe; a cantar. 8UBios m!oV 8grit uno de los marineros de -ym8. UCem!a que nunca iba a volverV +ntonces, durante los breves momentos de aquel d!a glorioso en que regres la esperan;a y los hombres comprobaron que el mundo iba a continuar tal como siempre, por lo menos durante un a*o ms, la gente empe; a dar gritos de alegr!a, a cantar y a abra;arse, y los marineros, cal;ados con sus pesadas botas, bailaron con viejas enfundadas en abrigos, que ya hab!an perdido las esperan;as de volver a bailar con un joven. F algunos lloraron. +ntonces sucedieron cosas que los marineros no habr!an podido imaginar, y que qui; no hab!an ocurrido nunca antes en -unta Besolaci n y eran solamente acciones no premeditadas que encerraban la esencia del glorioso momento en que la vida comen;aba de nuevo. +n la playa, donde sobresal!an los grandes bloques de hielo como el tel n de fondo de alg"n drama representado por los dioses del norte, comen; a bailar un grupo de ni*as de ocho o nueve a*os, y sus piececitos encerrados en unos enormes mocasines forrados de piel se mov!an con tanta gracia, mientras sus cuerpos envueltos en pieles se inclinaban en e$tra*as direcciones, que los marineros enmudecieron pensando en sus hijas o en sus hermanas peque*as, a las que no ve!an desde hac!a a*os.

-gina .6M de ?@0

Alaska

James A. Michener

La dan;a de las ni*as segu!a y segu!a: eran esp!ritus mgicos que presentaban sus respetos al mar congelado, pisando la nieve con elegancia, marcando los pasos que desde hac!a die; mil a*os se utili;aban para honrar aquel d!a y aquella costa. Codos los estadounidenses que estuvieron presentes conservaron en su memoria aquel momento, y dos marineros corpulentRs, sobrecogidos por la s"bita belle;a del espectculo, aunque permanecieron atrs, remedaron torpemente los movimientos de las ni*as& y las viejas aplaudieron, pues recordaban los lejanos a*os en que ellas hab!an saludado el retorno del sol con bailes similares. -ero, entre quienes observaban a las ni*as, nadie reaccion como el capitn -ym. 4ientras segu!a aquellos pasos naturales y contemplaba el j"bilo de las sonrisas que las ni*as ofrec!an al sol, pensaba en )T) tres hijas, y acudieron a sus labios comparaciones sin precedentes: P4is hijas nunca en su vida han mostrado tanta alegr!a. +n nuestro hogar se bailaba -R3RQ. )e le llenaron los ojos de lgrimas, como un s!mbolo de su confusi n, F continu mirando la dan;a, en la que no se atrevi a participar como sus marineros, pero cuyo significado comprendi bien. 3uando todav!a era visible el sol durante su breve visita de saludo, aument el entusiasmo entre las cho;as, donde los esquimales se afanaban en algo que el capitn -ym no alcan;aba a ver& al cabo de unos momentos, todos los aldeanos rompieron en v!tores cuando )opila% y sus compa*eros de cacer!a, todos hombres maduros, se adelantaron con la gran manta que el capitn hab!a visto antes y cuya finalidad no hab!a adivinado. Avan;aron, entre risas y gestos nerviosos, hasta el lugar donde hab!an bailado las ni*as, sin que ninguno de los estadounidenses imaginara todav!a por qu# una simple manta causaba tanta conmoci n. 3uando la desplegaron, -ym vio que estaba tejida en forma circular y ten!a un borde refor;ado que sujetaron con fuer;a casi todos los hombres de la aldea. A una se*al de )opila%, tiraron simultneamente hacia afuera, y la manta tom la forma de un enorme tambor, que s"bitamente se aflojaba y volv!a a tensarse con la misma rapide;. 3on la diestra sincroni;aci n marcada por )opila%, los esquimales pulsaban la manta como una membrana viviente, ahora floja, ahora tensa. 3uando los hombres indicaron que pod!an manejar la manta con seguridad, )opila% hi;o una pausa, se volvi hacia la multitud y se*al ha una muchacha bastante bonita, de unos quince o diecis#is a*os, que llevaba el pelo tren;ado, un gran disco tallado en el labio inferior y unos prominentes tatuajes en la cara. La muchacha, que mostraba su orgullo por haber sido escogida, se adelant de un salto, fle$ion las rodillas y dej que dos hombres la tomaran en bra;os y la arrojaron en el aire, hacia la manta tensa para recibirla. +ntre los v!tores de las mujeres, la muchacha agit la mano para asegurarles que las dejar!a en buen lugar, y los hombres de )opila% empe;aron a estirar la manta, elevando a la joven cada ve; ms en el aire& pero ella, tal como hab!a prometido a las mujeres, conservaba diestramente el equilibrio y se manten!a de pie. )"bitamente, los hombres tensaron con furia la manta, empujando to dos hacia afuera al mismo tiempo, y la muchacha fue impulsada a bastante altura, qui;s hasta tres metros y medio, y pareci quedar por un momento suspendida en el aire, antes de caer de nuevo y todav!a en pie sobre la manta. Los nativos aplaudieron, y algunos marineros gritaron, pero la muchacha, sorprendida por lo alto que hab!a sido arrojada esta primera ve; y sabiendo que le esperaba mucho ms, mordi el borde superior del disco labrado F )e prepar para el pr $imo vuelo. +sta ve; se al; hasta una altura considerable, pero a"n mantuvo el equilibrio& sin embargo, en el "ltimo impulso subi tanto que su cuerpo envuelto en gruesas ropas, bajo la acci n de la gravedad y de un movimiento de giro, cay de manera informe, y ella se mor!a de risa mientras los hombres la ayudaban a bajar de la manta.

-gina .6? de ?@0

Alaska

James A. Michener

8,adie ha llegado ms alto que yo, pero eso fue el a*o pasado 8e$plic Aiina% a su esposo, tomndolo de la mano. 8+so fue el a*o pasado 8repiti #l, preocupado por su embara;o. )in embargo, despu#s de que otras dos coquetas muchachas se elevaron volando hacia el cielo, )opila% dej su puesto junto a la manta y se acerc a su hermana. 8-ara que el ni*o sea fuerte 8le dijo, mientras la tomaba gravemente de la mano y la acompa*aba hasta la manta. 8U+speraV 8grit At%ins, aterrori;ado ante la perspectiva de que su grvida esposa volara por los aires y aterri;ara sobre la manta tensada, con un golpe seco& pero Aiina% le indic que no se moviera, con un gesto de su mano derecha. ,ervioso como nunca antes lo hab!a estado, At%ins vio c mo sub!an a su mujer a la manta, y c mo el hermano recuperaba su puesto en el c!rculo de los hombres que la sujetaban. )uavemente, como si estuvieran con un ni*o reci#n nacido, los hombres iniciaron el ritmo de la manta, entonando una canci n, y a un gesto de )opila% le impartieron una suave tensi n que elev ligeramente en el aire a la muchacha embara;ada, a quien recogieron e$pertamente cuando descendi , sin haber sufrido ning"n golpe durante el breve vuelo. 8+s para que el ni*o sea valiente 8susurr Aiima% a su esposo cuando se reuni con #l. Tna mujer muy anciana, que hab!a volado hasta los cielos en su juventud, recibi de nuevo el mismo honor, pero el salto result esta ve; demasiado modesto para su gusto. 8U4s altoV 8grit . 8C" lo has pedido 8le advirti )opila%. )us hombres ejercieron suficiente presi n y lan;aron a la anciana por los aires, donde consigui milagrosamente dominar sus pies y aterri; erguida. Los marineros la vitorearon. +ntonces los nativos hicieron lo mismo, porque )opila% se acerc solemnemente a su mujer y la invit a subir a la manta, cosa que ella hi;o sin ayuda. Burante algunos a*os, entre los diecis#is y los diecinueve, ,i%alu% hab!a sido la campeona de la aldea& volaba con una gracia y a una altura que ninguna otra muchacha pod!a igualar, pues no depend!a solamente de los hombres hasta d nde se elevar!a una joven, sino que las muchachas contribu!an con una fle$i n de sus rodillas y un impulso de sus piernas, y en esto ,i%alu% era ms auda; que la mayor!a, como si estuviera ansiosa por respirar el aire de las alturas. )e inici el ritmo. La manta palpit . +l entusiasmo se intensific cuando ,i%alu% se preparaba para el primer salto, y los marineros se inclinaron para verlo mejor, pues At%ins les hab!a dicho: 8+s la campeona. ,inguna salta ms alto. )in embargo, tanto ella como los hombres que manejaban la manta sab!an que en los tres o cuatro primeros intentos no se elevar!a mucho, porque todos ten!an que poner a prueba sus fuer;as y calcular el momento justo en que hab!a que tensar la manta con la m$ima potencia, sincroni;ndola con la fle$i n de las rodillas de la mujer. Incluso en los cuatro primeros saltos, que no eran ms que una tentativa, se hi;o evidente la gracia e$cepcional de aquella joven tan gil, y los marineros dejaron de charlar para poder contemplar la elegante manera en que ella mov!a los bra;os, las piernas, el torso y la cabe;a durante el ascenso& pero quien qued ms impresionado por la belle;a del movimiento fue el capitn -ym, que, mientras ella flotaba en el aire, la observaba fijamente como si la viera por primera ve;. 8UAy,Bios m!oV 8e$clam asombrado, cuando de pronto ella, sin ning"n aviso, se impuls hasta el cielo a gran velocidad y hasta mucha altura.

-gina .6I de ?@0

Alaska

James A. Michener

,i%alu% hab!a quedado inm vil, suspendida a ms de seis metros por encima de su cabe;a, con cada parte de su cuerpo dispuesta con gran cuidado, como si fuera una famosa bailarina de un ballet de -ar!s, como un ser de suma gracia y belle;a. Inici el descenso lentamente, con mayor velocidad despu#s, en una postura que parec!a condenarla a aterri;ar torpemente, pero recuper el control en el "ltimo instante y cay de pie en medio de la manta, sin sonre!r a nadie y preparada para agacharse y emprender el vuelo siguiente, que todav!a ten!a que ser ms alto. 3oordinando su acci n con mudas se*ales de su esposo, ,i%alu% fle$ion las rodillas, tom aliento y salt en el aire como un pjaro en busca de nuevas altitudes& en tanto ella se elevaba por los aires, el capitn -ym advirti un e$tra*o aspecto de su vuelo:XP+sas grandes botas de piel que lleva puestas, esas ropas gruesas, parece que la vuelvan ms grcil en lugar de entorpecerla, y aumentan la impresi n que ejerce su dominioQ, pens . +ra una joven que sab!a volar maravillosamente, y, en aquel momento, no habr!a en toda la Cierra ms de die; o doce mujeres, de cualquier ra;a, que pudieran igualarla, y ninguna, desde luego, capa; de superarla. 3on el sol a punto de despedirse, cuando se encontraba a gran altura en el aire, ella alcan; la cumbre de su arte,y era consciente de ello. +n el "ltimo impulso de la manta se elev ms que nunca en su vida, lo que no se debi solamente a que su esposo tiraba de la manta con una fuer;a especial, sino a que ella sincroni; todo el cuerpo en un supremo esfuer;o& lo hi;o porque deseaba agradar al capitn -ym, quien sab!a que estaba mirndola boquiabierto. Bibuj un hermoso arco a trav#s del cielo, frente al sol que se pon!a rpidamente, sonri por primera ve; aquella ma*ana cuando volvi a la tierra como un pjaro cansado, y mir descaradamente a su capitn, con un gesto de triunfo. Dab!a llegado hasta una altura que no hab!a alcan;ado nunca ninguna mujer de la aldea& se hab!a unido al sol renacido y a la enorme e$tensi n de hielo que, ahora que la tierra avan;aba hacia el calor, ten!a ya los d!as contados. F, cuando la bajaron de la manta, e$periment tal sensaci n de victoria que no se dirigi hacia su marido sino hacia ,oah -ym, le tom de la mano y se lo llev . La celebraci n del sol se prolong veinticuatro horas, y en el transcurso de la fiesta ocurrieron tres hechos que pasaron a formar parte de las tradiciones de -unta Besolaci n, aunque unos eran dignos de ser recordados, mientras los otros hubiera sido mejor olvidarlos:La joven ,i%alu% se fue con el capitn ,oah pym a una cho;a y pasaron all! toda la noche haciendo el amor. +l rudo marinero Darry Comp%in, que proven!a de un pueblo costero cercano a (oston, se desli; hasta las entra*as del +vening )tar y abri un peque*o barril de ron jamaicano, que hab!an subido a bordo para usos medicinales y otras emergencias. =unto con dos de sus compa*eros, se emborrach con aquel l!quido oscuro y delicioso& sin embargo, lo que result de una mayor importancia para la historia de Alas%a fue que, en su generosidad y en su humor festivo, los marineros compartieron el alcohol con )opila%, el cual qued apabullado f!sica y emocionalmente con sus estupendos efectos. 3uando el sol se elev en una segunda aurora, demostrando que realmente hab!a regresado, las ancianas de Besolation entregaron al capitn -ym un regalo que, con el tiempo, le produjo un remordimiento imposible de mitigar. )u relaci n se$ual fue una e$periencia muy hermosa& una espl#ndida mujer esquimal, el orgullo de su aldea, hab!a tratado de comprender la importancia de la llegada de aquel barco a su costa, y hab!a intentado aferrarse al significado que logr discernir. 3rey que en toda la vida, que era tan breve, nunca encontrar!a a un hombre tan atractivo como ,oah -ym y, como ansiaba estar con #l desde hac!a tres meses, le pareci bien dar a conocer sus deseos durante la celebraci n del sol, tras ejecutar su acto definitivo de reverencia, su impecable salto hasta alturas nunca antes alcan;adas. +n la aldea esquimal, no sorprendi el atrevimiento de ,i%alu% cuando se llev a -ym a la penumbra de la cho;a, puesto que, aunque las mujeres mayores velaban por que las

-gina .6@ de ?@0

Alaska

James A. Michener

ms j venes cumplieran con sus obligaciones y se casaran, tal como estaba establecido, para poder criar a los hijos protegidos y seguros, nadie pretend!a que los deseos de las personas terminaran con una boda, y no era e$tra*o que una esposa o un marido j venes se comportaran como ,i%alu% lo hab!a hecho& ello no comportaba ning"n estigma, y despu#s de una aventura semejante la vida continuaba ms o menos como siempre, sin que nadie resultara perjudicado por ello. -ero cuando algunos marineros del +vening )tar volvieron a casa despu#s de abandonar la tierra esquimal, aseguraron: 8Tn hombre casado le ofreci su mujer a nuestro capitn, como demostraci n de hospitalidad, fijaos. Be este modo se form la leyenda de que los esquimales ten!an por costumbre ofrecer sus esposas a los viajeros. ,o era as!. +ntre los viajeros y las mujeres de -unta Besolaci n seoriginaba el mismo tipo de afecto que en cualquier comunidad rural pr $ima a 4adrid, -ar!s, Londres o ,ueva For%. ,i%alu%, la esquimal de Besolation que bailaba por los aires, ten!a hermanas en el mundo entero, y muchas de las cosas buenas que ocurr!an en el mundo se produc!an gracias al deseo que sent!an esas mujeres de carcter fuerte por descubrir el mundo antes de que el mundo las dejara de lado o lo abandonaran ellas. -ero la desastrosa iniciaci n de )opila% al ron no constitu!a una e$periencia universal. Los hombres blancos llevaban muchos a*os destilando aquella bebida tan estimulante y tan liberadora, la hab!an dado a conocer a los -ueblos del mundo entero& y los espa*oles, los italianos, los alemanes o los colonos estadounidenses eran capaces de beberlo con moderaci n, o disfrutarlo sin moderaci n en alguna fiesta y a la ma*ana siguiente no notar demasiado sus efectos. )in embargo, otros, como por ejemplo los irlandeses y los rusos, los indios de Illinois o los tahitianos a quienes tanto respetaba el capitn 3oo% cuando no estaban ebrios, y especialmente los esquimales, los aleutas y los atapascos de Alas%a, no eran capaces de beber un d!a alcohol y dejarlo al siguiente. 3uando beb!an, los efectos que provocaba en ellos el alcohol eran muy fuertes. La larga decadencia de -unta Besolaci n comen; la ma*ana en que )opila%, el gran ca;ador, acept el licor que le ofrec!a Darry Comp%in, quien no pod!a saber lo que iba a ocurrir. 3uando )opila% hi;o girar en su boca el primer sorbo de ron, le pareci demasiado picante y fuerte, pero cuando lo trag y e$periment sus efectos mientras descend!a hasta las honduras del est mago, quiso probarlo otra ve;, y a su calide; la acompa* un torbellino indescriptible de sue*os, visiones e ilusiones de omnipotencia. +ra una bebida mgica, como descubri desde el primer momento, y quiso ms, y ms todav!a. 3uando lleg la primavera se hab!a convertido en el prototipo de los miles de alas%anos que ms adelante se volvieron alcoh licos y que rondaban por las playas esperando la llegada del siguiente ballenero que vendr!a de (oston. )ab!an que aquellos barcos tra!an ron, que era el mejor de los dones que ofrec!a el mundo. Los buenos cristianos de (oston, y entre ellos el hermano y el t!o del capitn -yrn, se dedicaban a negocios sucios: comerciaban con telas para los ansiosos compradores de las Indias Rccidentales, esclavos para 9irginia, ron para los nativos de DaEai y Alas%a, y aceite de ballena para (oston. )in duda alguna se estaba creando rique;a, pero a costa de los esclavos, las ballenas y los esquimales de -unta Besolaci n. Las ancianas de la aldea entregaron al capitn -ym su regalo la segunda ma*ana, cuando #l ya hab!a abandonado la cho;a del amor con un remordimiento que hasta entonces nunca hab!a e$perimentado, y hab!a acompa*ado a ,i%alu% a su casa, donde se encontr con el marido tendido en el suelo, sumido en un estupor alcoh lico. +n aquel triste momento, -ym vio c mo dos viejas les se*alaban a #l y a )opila%, y dedujo que le estaban alabando porque hab!a utili;ado la hechicer!a con el hombre ca!do, para poder

-gina .L0 de ?@0

Alaska

James A. Michener

go;ar de su esposa. Las mujeres no criticaban a -ym ni a )opila%& en cierto sentido, estaban felicitando al primero porque hab!a usado una treta muy ingeniosa. +ntonces llegaron otras mujeres, que llevaban en los bra;os una prenda en la que trabajaban desde hac!a alg"n tiempo, y, cuando consiguieron levantar a )opila% y le dieron un par de bofetadas para despejarle, el esquimal tom la prenda, sonri t!midamente a los hombres que se hab!an reunido all! y tendi los bra;os al capitn -ym. =ohn At%ins, que comprend!a todo lo que ocurr!a, tradujo sus palabras: 8Donorable gran capitn, t" que con tu fusil me salvaste la vida cuando luchbamos con el oso, y t" que ayudaste a matarlo a Cayu% y a Rgloyu%, cuando yo no pude hacerlo: nuestra aldea te entrega este regalo. Cus hombres han sido buenos con nosotros. Ce ofrecemos nuestros honores. )e inclin y dej que la prenda se desplegara en libertad, y entonces los marineros que estaban todav!a de fiesta guardaron silencio cuando vieron la hermosa capa que estaban entregando a su capitn. +ra larga y pesada, de un blanco inmaculado, pues estaba hecha con la piel del oso polar que hab!an derribado en la primera cacer!a. Codos insistieron en que se la pusiera, y -ym se irgui , inc modo y avergon;ado, mientras )opila% y ,i%alu% dispon!an la capa de gloria sobre sus hombros indignos. La llev puesta durante el trayecto de vuelta hasta la cho;a alargada y tambi#n durante la inspecci n del barco, pero, por la noche, a la hora del oficio vespertino, la dej a un lado y, cuando los hombres le miraron para comen;ar la oraci n, se volvi hacia su primer oficial. 8JNuer#is ofrecer vos las plegarias, se*or 3oreyK 8le dijo, plido como la cera8. Fo no soy digno de hacerlo. +l hecho de que -ym cediera a otros las plegarias vespertinas tuvo una consecuencia positiva, pues, con la llegada de los d!as dif!ciles de finales de abril, cuando hab!a lu; durante todo el d!a, pero no se daba ninguna se*al de que el mar congelado estuviera dispuesto a aflojar su absoluto dominio sobre el +vening )tar, los marineros comen;aron a mostrarse inquietos y, al final, francamente agresivos. -or cualquier motivo se en;ar;aban a pu*eta;os y, aunque 3orey, que estaba atento, interrump!a inmediatamente las peleas, reinaba un mal humor general. 3uando parec!a que estaban a punto de estallar problemas serios, uno de los hombres ms silenciosos de la tripulaci n se present ante el capitn -ym. 8)e*or capitn 8le dijo con timide;8, he encontrado pruebas en la (iblia de que Bios sabe que estamos en aprietos y ha prometido rescatarnos. -ym demostr su asombro ante la posibilidad de que el )e*or se preocupara por aquel barquito perdido y por el pecador de su capitn, pero el marinero le pregunt : 8J-odr!a leer yo las +scrituras esta nocheK 8+so ya no queda bajo mi autoridad 8se vio obligado a replicar -ym8. Beb#is preguntrselo al se*or 3orey. 3uando el joven lo hi;o, 3orey se apresur a acceder, pues quer!a intentar cualquier cosa que prometiera aliviar las tensiones. Bespu#s de la cena, bajo tanta lu; como si fuera mediod!a, aquel joven delgado ley , con la vo; palpitante por la emoci n, un oscuro pasaje del libro de Sacar!as, que muchas veces se pasaba por alto: De aqu! que vienen los d!as del )e*or, y se har en medio de ti la repartici n de tus despojos. F en aquel d!a no habr lu;, sino fr!o y hielo. F vendr un d!a que es conocido del )e*or, que no ser ni d!a ni noche, mas al fin de la tarde aparecer la lu;. F el )e*or ser el rey de toda la Cierra: en aquel tiempo el )e*or ser el "nico& ni habr ms nombre venerado que el suyo.

-gina .L. de ?@0

Alaska

James A. Michener

+l marinero cerr la (iblia respetuosamente, y se inclin hacia adelante -ara ofrecer una breve e$plicaci n: 8+st claro, compa*eros, que esta profec!a se refiere a nosotros. 3uando vendamos nuestro aceite de ballena, se repartirn las ganancias. 3uando el hielo se funda, cosa que no dejar de ocurrir, seremos libres. Ahora ya tenemos lu; todo el d!a, como dispuso el )e*or. F a la hora del atardecer hay claridad, y Bios nuestro )e*or reina sobre toda la Cierra. -uesto que 'l ha prometido salvarnos, no hay motivos para el odio. Algunos marineros aplaudieron cuando acab de hablar, agradecidos por lo que parec!a una intervenci n divina, pero el capitn -ym se estremeci y clav la vista en sus nudillos, porque pensaba que se hab!a puesto #l mismo al margen de la misericordia del )e*or& de todos modos, su remordimiento no le impidi pasar horas, d!as y hasta noches enteras con ,i%alu%, y, cuando el hielo comen; finalmente a fundirse y el +vening )tar fue recuperando lentamente su l!nea de flotaci n en el agua, ,i%alu% formul por primera ve; preguntas que eran inevitables, empleando la jerga que los marineros y sus mujeres hab!an creado durante los nueve meses de bloqueo: 83apitn -ym, At%ins puede llevar a Aiina% con #l. J-or qu# t" noK 8)abes que tengo mujer e hijas 8le respondi #l, con franque;a8. C" tienes marido. +s imposible. 8J)opila%K )iempre est borracho, como vosotros dec!s 8observ ella entonces, sin rencor, aunque reconociendo con realismo la situaci n. +ntonces empe; a insistir en que -ym la llevara consigo. ,o ten!a idea de lo que era DaEai, adonde iba a ir At%ins, ni tampoco de (oston, adonde se dirig!an los dems, pero estaba segura de poder adaptarse y encontrar una vida aceptable para ella y para ,oah& pero a #l le resultaba inconcebible llevarla a (oston, por dos ra;ones decisivas: PFa tengo familia 8se dec!a8, y, aunque no fuera as!, a ella no podr!a presentarla en p"blico. ,adie lo entender!aQ. ,o ten!a ni remotamente el valor necesario para comunicarle a ella el segundo motivo, sobre todo porque At%ins no hab!a vacilado en casarse con Aiina%, prescindiendo de (oston& por esa ra; n, postergaba el momento de decirle definitivamente que la iba abandonar cuando el barco ;arpara. )in embargo, no pod!a apartarse de ella, pues estaba atrapado en la gran pasi n de su vida, #sa que abre de pronto los ojos de un hombre y le permite ver lo que representan el amor, las mujeres y el destino. +lla hab!a dejado ya una huella en su vida que no se borrar!a jams, ni por obra del tiempo ni por el remordimiento, y #l e$perimentaba un placer intenso y perverso cuando intentaba intensificar la e$periencia. +staba enamorado de ,i%alu% y, si se encontraba lejos de ella, la imaginaba volando por los aires, con sus pesadas botas listas para aterri;ar s"bitamente, con los bra;os y el pelo al viento, en una visi n mgica que pocas veces tiene un hombre de su mujer. +lla pertenec!a al firmamento, al hielo, a las noches interminables y a la tranquila armon!a de aquella aldea a orillas del oc#ano Ortico. 8UAy, ,i%alu%V 8e$clamaba a veces, cuando estaba solo8. JNu# ser de nosotrosK ,o se entreg a refle$iones sentimentales sobre la pobre isle*a abandonada, como hac!an muchos de los estadounidenses que en aquella #poca se encontraban de e$ploraci n por el mundo y se relacionaban con sociedades desconocidas, los cuales sol!an pensar que a sus mujeres se les partir!a el cora; n cuando ellos regresaran a un mundo mejor, sin saber que las muchachas superar!an la situaci n con bastante facilidad en su isla paradis!aca, mientras ellos, al volver a Filadelfia o a 3harleston, iban a verse atormentados por los recuerdos de su vida en la isla. ,o era as!, pues -ym ve!a a ,i%alu% como un ser humano igual a #l en todos los sentidos, e$cepto en la imposibilidad de vivir en la cristiana ciudad de (oston. 3orey ten!a ra; n& en muchos aspectos importantes, ella era una salvaje.

-gina .L/ de ?@0

Alaska

James A. Michener

-ero el capitn continuaba usando la capa de piel de oso polar y disfrutaba de su lujo, que le recordaba los grandes d!as de ca;a en el hielo. +l largo abrigo se convirti en su s!mbolo cuando caminaba de un lado a otro a bordo del +vening )tar, preparndolo para navegar. Tna ma*ana, At%ins trajo a su mujer a bordo, y el capitn -ym, al verla tan sonriente y ansiosa de aventuras, contuvo la respiraci n y lament no ser aquel joven marinero para poder llevarse con #l a bordo a ,i%alu%, que era mucho ms madura y bonita que Aiina%, y emprender un largo viaje hasta el fin de sus d!as. +l sol brillaba. +l mar estaba en calma. +l hielo se iba retirando, derrotado por un verano ms, aunque reun!a hoscamente sus fuer;as para volver rpidamente con el oto*o& las velas estaban listas. Codo el pueblo de Besolation baj andando por el barro para presenciar la partida& podr!a haber sido una ma*ana de fiesta, de no ser porque ,i%alu% se separ de su marido y corri hacia el barco cuando se retir la pasarela, que era el "ltimo v!nculo con aquella costa que hab!a tratado tan hospitalariamente a los visitantes, que les hab!a ofrecido grasa de foca, y cuyas mujeres hab!an bailado y les hab!an amado. 8U3apitn -ymV 8sollo;aba ,i%alu%. )u marido corri tras ella, para consolarla, no para rega*arla& pero como se hab!a bebido aquella ma*ana lo que quedaba del ron de Darry Comp%in, se cay sobre el barro antes de alcan;ar a su mujer, y all! se qued , mientras el barco se alejaba. Comaron rumbo sur, en direcci n a la isla de Lapa%, donde pensaban abastecer lo mejor posible al ballenero para continuar la larga traves!a hasta DaEai& cuando apenas hab!an perdido de vista la costa, el capitn -ym grit bruscamente desde el puente: 8U)e*or 3orey, este oso polar me est estrangulandoV +stir la bonita capa con sus manos, nerviosamente, la arroj al suelo y la ech a un rinc n, de una patada. 3uando el arponero Aane se enter del incidente, se present ante el capitn. 8FR tambi#n ayud# a matar al oso 8le dijo8. J-uedo quedarme con la capaK 8Cen#is derecho, se*or Aane. 9os no la hab#is cubierto de verg5en;a 8se apresur a contestar -ym, con un abrumador sentimiento de culpabilidad. Burante el largo y fr!o viaje hasta la isla de Lapa%, ,oah -ym continu negndose a leer las plegarias vespertinas, porque se sent!a verdaderamente ahogado por el remordimiento: las visiones del oso, de )opila% ca!do sobre el barro, de ,i%alu% volando magn!ficamente en el aire, todo formaba parte de su agon!a, sobre todo el recuerdo de aquellas ni*as, tan ajenas a la llegada del +vening )tar, que bailaban en la playa helada para celebrar el regreso del sol. La obligada escala en la isla de Lapa% les fue mal, aunque fue breve. +l peque*o bergant!n se adentr en aquel mar conocido, entre el volcn y la isla, y pronto vieron a los aleutas, con sus %aya%s y sus elegantes sombreros. 8U-uerto de origenV 8grit el arponero Aane. 3uando apenas hab!an echado anclas, los dos r#probos, Irmo%enti y el calvo Sagos%in, se entusiasmaron ante la visi n de Aane vestido con la lujosa capa blanca. 8)eguro que ese barco est repleto de pieles 8empe;aron a murmurar entre sus hombres. Cras retrasarse deliberadamente en la entrega de provisiones al barco y despu#s de ejercer durante dos d!as un hbil espionaje, el rumor se transform : 83on un buen jefe, diecis#is hombres valientes podr!an apoderarse del barco. )iete cabecillas discutieron en secreto la situaci n, y entonces Irmo%enti record a sus compa*eros algo que hab!a visto la otra ve; que el +vening )tar, en su trayecto hacia el norte, se hab!a detenido en la isla: 8+l capitn 3oo% llevaba soldados a bordo de su barco. +n #ste no hay ninguno y con este comentario se inici la conspiraci n.

-gina .L7 de ?@0

Alaska

James A. Michener

,adie hab!a propuesto todav!a de manera concreta un acto de pirater!a, pero Irmo%enti, que recordaba que al capitn -ym le agradaba mucho conversar con Crofim Shdan%o, anim al bostoniano para que visitara la cho;a del viejo cosaco& para eso se requer!a la presencia del int#rprete, el marinero At%ins, que llevaba consigo a su mujer. Las visitas eran prolongadas, y Crofim tuvo ocasi n de apreciar que el joven estadounidense hab!a encontrado a una e$celente esposa en la joven esquimal Aiina%, y se interes especialmente por su embara;o. 8U4e parece magn!fico que uno de los primeros estadounidenses que navegan por estos mares haya querido casarse con una muchacha esquimalV F ante un sacerdote, como personas decentes. 8Insisti varias veces en el tema y, finalmente, e$pres su preocupaci n ms honda8: U+stas islas ser!an mucho mejores si los hombres como mi hijo se hubieran casado con mujeres aleutasV +ntonces sonri a la joven pareja, y a*adi 8: 9osotros estis iniciando una ra;a nueva. UNue Bios os bendigaV Acompa*aba a Crofim un muchacho llamado Ayril, hijo de un bandido ruso y de una mujer aleuta a quien #ste hab!a violado y a quien ms tarde hab!a asesinado. +l ruso hab!a ;arpado hasta una de las islas orientales de las Aleutianas y hab!a abandonado a su hijo, el cual hab!a comen;ado a frecuentar la cho;a del anciano Shdan%o, a quien ayudaba. Crofim quer!a que Ayril comprobara que para un hombre como At%ins hab!a sido fcil y normal casarse con una muchacha esquimal como Aiina%. 8C matelo como una lecci n. Tna vida buena necesita empe;ar bien. 8J+stis casadoK 8pregunt el capitn -ym a Crofim. 83on la mujer ms poderosa de )iberia 8respondi orgullosamente el anciano8. -odr!a ser una gran ;arina. F vos, Jten#is familiaK 8le pregunt a -ym. +l capitn se rubori; intensamente y no respondi , pero Crofim no necesitaba conocer la respuesta, porque era evidente que -ym ten!a problemas, aunque no pod!a adivinar cules eran. 4ientras en la cho;a se desarrollaban estas conversaciones, Irmo%enti y Sagos%in, esos hombres fracasados que hab!an llegado a la madure; sin conseguir nada, aparte de destruir, conspiraban con sus compa*eros y preparaban el ataque al +vening )tar 84a*ana, cuando el capitn y la parejita se vayan a charlar con ese viejo tonto, t" y t" los reten#is dentro de la cho;a. Sagos%in y yo, con vosotros tres, abordaremos el barco como si fu#ramos a llevar provisiones. +ntonces baja #l con un ayudante. Fo me quedo en cubierta con los otros dos. F todos vosotros sal!s a toda prisa en vuestros %aya%s. 3uando d# esta se*al 8entonces lan; un grito en ruso8, tomaremos el barco. 8JF si se resistenK 8pregunt uno de ellos. 84atamos a todos los que sea necesario. 8JFlos otrosK 8JLos de la cho;aK 4s tarde nos ocuparemos de ellos. -ero lo primero es apoderarnos del barco, porque as! podremos hacer cualquier cosa. Irmo%enti y Sagos%in hab!an acordado secretamente que, despu#s de capturar el barco, asesinar!an a todos lossupervivientes en la cercana Ada%, con lo que la culpa recaer!a sobre los aleutas que resid!an all!. +l plan era sencillo y cruel, y hubiera tenido e$celentes posibilidades de triunfar, de no ser porque el d!a fijado el capitn -ym no visit a Crofim y a Ayril, sino que permaneci a bordo, y tampoco desembarcaron At%ins y su esposa& pero los conspiradores estaban tan seguros del #$ito que continuaron adelante con su plan. A la una de la tarde, los dos jefes se presentaron en el +vening )tar acompa*ados por tres traficantes, tal como estaba acordado. Llevaban consigo una considerable cantidad de provisiones y, mientras ellos iban reparti#ndolas, salieron desde la costa otros hombres con ms mercanc!as.

-gina .L6 de ?@0

Alaska

James A. Michener

,oah -ym, que hab!a escuchado historias sobre barcos atacados por nativos, se encontraba abajo cuando comen; a subir a bordo el segundo contingente, y el instinto le llev a correr hacia la puerta de su camarote. 8JNu# ocurre, se*or 3oreyY 8grit . All! le esperaba Sagos%in, que lan; un fuerte grito para indicar que comen;aba el combate, mientras golpeaba con un garrote la cabe;a de -ym, le fracturaba el crneo y le dejaba tendido en el suelo. +l capitn se incorpor aturdido, apoyndose sobre un codo, y trat de defenderse, pero Sagos%in le dio una fuerte patada en la cara con la bota, y despu#s de eso su ayudante siberiano mat a golpes al hombrecito de ,ueva Inglaterra. -ym muri tratando de salvar su barco y creyendo, en sus "ltimos instantes, que lo hab!a perdido. ,o pronunci unas palabras finales, ni tuvo un postrer pensamiento. ,i siquiera tuvo tiempo de pronunciar las plegarias que durante tanto tiempo hab!an estado ausentes de sus labios. +l joven At%ins y su mujer corrieron en ayuda del capitn en cuanto Ryeron el barullo que ven!a de su camarote, y llegaron justo a tiempo para que Sagos%in y su ayudante les mataran a golpes& los dos agresores pudieron subir entonces a cubierta para ayudar a Irmo%enti, que estaba tratando de despejar las cubiertas, pero al llegar se encontraron con una situaci n ms complicada de lo que esperaban, porque el primer oficial 3orey, un irland#s de acero, hab!a supuesto que -ym estaba muerto y que la salvaci n del barco depend!a ahora de #l. Armado con pistola y espada, mat a dos de los agresores y mantuvo a raya a Irmo%enti, su jefe. 8UAyudaV UAyudaV 8comen; a gritar, cuando vio que el corpulento Sagos%in se le acercaba& entonces arroj al suelo su pistola descargada y asi una barra para atar las cuerdas, decidido a matar a tantos piratas rusos como le fuera posible antes de entregar la embarcaci n. +n aquel momento, un hombret n vestido con una larga capa de color blanco corri a cubierta, blandiendo un largo arp n en cada mano. +ra Aane, que gritaba: 8U-ym ha muertoV U4at#moslos a todosV )in detenerse para afinar la punter!a, arroj una de sus mort!feras armas contra Sagos%in, que se le apro$imaba. La lan;a vol por los aires como un fino relmpago, alcan; al ruso justo por encima del cora; n y le dej clavado como una foca indefensa en el palo mayor. Aane no estaba seguro de que el arp n hubiera matado al hombre, por lo que salt hacia #l y le clav con el otro dos estocadas, una de las cuales le atraves el cuello y la otra, la cara. Luego intent arrancar el primer arp n y, como no pudo, se apoder del garrote con el que Sagos%in hab!a matado a At%ins y a su esposa y corri por cubierta, golpeando con furia a todos los rusos que encontr . Aane se acerc a 3orey, que se estaba defendiendo solamente con la barra que hab!a recogido en cubierta, y entonces se*al a Irmo%enti. 8U'se es el hijo de putaV U4atadleV 8les grit a todos los estadounidenses que pod!an o!rle, mientras arrojaba su otro arp n contra el instigador del ataque. 3all , y, cuando 3orey se lan; sobre Irmo%enti, #ste se apart hbilmente, lo que le permiti observar durante un momento la cubierta, donde sus planes estaban fracasando tan estrepitosamente. 9io a los rusos muertos y a su socio Sagos%in ensartado contra el palo mayor& Aane y aquel maldito irland#s estaban reuniendo a sus hombres, as! que tom una decisi n, en un solo instante sangriento. )e ;ambull en el agua, con un salto salvaje por encima de la borda, y abandon a su cohorte, olvidando que no sab!a nadar. 3on la fuer;a sobrehumana que suele infundir a los hombres la e$periencia de un desastre, aquel singular bandido se debati en el mar como un pe; herido, hasta que alcan; un %aya% desocupado, lo volc sobre el flanco e introdujo las piernas por una de las aberturas, lo

-gina .LL de ?@0

Alaska

James A. Michener

endere; y huy despu#s hacia la costa con largos y hbiles golpes de remo. 3uando 3orey vio que Irmo%enti escapaba al castigo, arrebat la pistola de un marinero e intent dispararle, pero fall Bespu#s de que los bostonianos hubieron arrojado por la borda los cadveres de Sagos%in y de sus compa*eros piratas, 3orey habl con una vo; calmada, como si no hubiese ocurrido nada importante: 8Levad anclas y preparad las velas. )e os asciende a primer oficial, se*or Aane. Informadme de cul es el estado de la tripulaci n. La "ltima imagen que tuvieron los traficantes de pieles rusos de aquel esfor;ado barquito que hab!a e$plorado el mar, hab!a ca;ado ballenas y hab!a logrado sobrevivir a un invierno de aislamiento en el Ortico, fue la de una hilera de hombres dispuestos en posici n de firmes junto a la borda de babor, mientras el nuevo capitn le!a solemnemente algunos vers!culos de la (iblia, y un hombre corpulento, vestido con una larga capa blanca, levantaba del suelo, uno por uno, tres cadveres 1los del capitn -ym, el marinero At%ins y Aiina%, la esquimal embara;ada2, y los sepultaba en el mar de (ering. -ero eso no fue todo. Al terminar la ceremonia, el nuevo capitn orden que se preparara el inefica; ca* n del barco, y que apuntaran hacia la costa y dispararan. +n el suelo de Lapa% rebot una bala de ca* n de poco peso, que fue a parar, sin hacer da*o, ante la cho;a de Crofim Shdan%o, quien hab!a presenciado los sucesos de aquel d!a con verg5en;a y espanto. Bespu#s de aquel intento de pirater!a, que se produjo en la primavera del .?I., y el peligro que el +vening )tar hab!a corrido en las placas de hielo frente a -unta Besolaci n, los otros balleneros estadounidenses desistieron de aventurarse en el mar de los chu%chis y en el oc#ano Ortico durante medio siglo& pero hacia el .I67 comen; una nueva afluencia y, pocos a*os despu#s, casi trescientos balleneros desafiaban las aguas del ,orte. 3uando escap hacia el sur el +vening )tar, el primero de aquella valiente estirpe, los traficantes de pieles erigieron un monumento de piedra que conmemoraba el lugar donde el cuerpo mutilado de Sagos%in hab!a llegado a la costa& parec!an dispuestos a olvidar el episodio, como si simplemente hubieran corrido un riesgo y les hubiese salido mal. 8+stuvimos a punto de apoderarnos del barco 8dijo Irmo%enti a los hombres que cerraban filas a su alrededor8. U+se condenado arponeroV 8J-or qu# tuviste que matar a aquel joven y a su mujerK 8le pregunt Shdan%o. )u hijo ni siquiera le contest , porque consideraba que una cosa as! pod!a ocurrir en cualquier operaci n arriesgada. +n cuanto a la muerte del capitn, que se hab!a mostrado tan agradable con ellos en sus dos visitas, era otro accidente de guerra. 8JAcaso se trataba de una guerraK 8volvi a inquirir su padrastro. 8+stamos en guerra contra todo el que pretenda quitarnos esta nueva tierra 8espet Irmo%enti. Shdan%o insisti entonces en preguntar por qu# su hijo cre!a que los estadounidenses deseaban apoderarse de una isla como Lapa%, donde no hab!a rboles y donde cada ve; quedaban menos focas y nutrias marinas. 8)!, esta isla est agotada 8reconoci #l8. F los nativos son unos in"tiles. -ero ms hacia el este hay lugares mejores. +l anciano, que pudo comprobar as! que su hijo planeaba proseguir en los territorios situados ms al este con sus asesinatos, su pirater!a y sus desenfrenadas matan;as, tom entonces una decisi n. Tn hermoso d!a nublado, sin lluvia ni viento, perfecto para ca;ar nutrias, Shdan%o se dirigi a Irmo%enti. 8(onito d!a 8le dijo, ante la sorpresa del otro8. Dace demasiado tiempo que somos enemigos. Ahora que ya no est Sagos%in, veamos si podemos conseguir algunas pieles ms.

-gina .LM de ?@0

Alaska

James A. Michener

)e embarcaron en el %aya%, y el viejo ocup el lugar de proa desde donde sol!a remar Sagos%in, para que Irmo%enti pudiera asestar sus golpes a las nutrias. 8Fo remar# desde aqu! 8dijo. 89enid a ayudarnos a formar el c!rculo 8grit su hijo a unos hombres que descansaban en la playa& pero s lo acudieron otros dos. Crofim condujo la embarcaci n lejos de la costa, a la sombra del Nugang, asegurando a Irmo%enti que por all! hab!a visto nutrias, hasta que finalmente llegaron a un lugar donde las maniobras de los tres %aya%s no resultaban muy visibles a los hombres de la playa. +ncontraron nutrias, y, cuando Irmo%enti comen; a formar el reducido c!rculo para ca;ar una hembra que llevaba a su cr!a sobre el vientre, la madre demostr una asombrosa agilidad y los esquiv de un lado a otro, aprovechando que el c!rculo no estaba formado por suficientes botes. Irmo%enti se enfureci porque su padrastro tardaba en responder a las maniobras de la nutria, y empe; a maldecirle a #l y a los dems remeros, a los que amena; con darles una pali;a en cuanto volvieran a la playa. 8UFormadV UAcercaos ms pronto a ella cuando yo la ahuyente hacia vosotrosV -ocos minutos despu#s, cuando por culpa de la impericia de Crofim los ca;adores hab!an quedado muy mal distribuidos, Irmo%enti se volvi para rega*ar otra ve; al anciano, el cual, desde su puesto en la popa, sacudi tan violentamente el %aya% que la proa gir por completo y arroj a Irmo%enti por la borda. 'l no se asust . 4ientras volv!a a maldecir a Crofim, repiti lo que hab!a hecho la ve; que se hab!a ;ambullido en el agua desde el +vening )tar, es decir, agit violentamente los bra;os y trat de asirse al agujero de proa del %aya%& seguramente hubiera conseguido salvarse por segunda ve;, de no ser porque Shdan%o se apart rpidamente, mir a su hijastro, y le golpe en plena cara con la parte plana del remo. Luego, como si esperase a que se viera obligada a emerger una indefensa madre nutria para ca;arla, aguard a que la cabe;a de Inno%enti asomara por la superficie, avan; hasta ese punto con rapide;, y le asest un segundo golpe que estuvo a punto de partirle el crneo. :em tranquilamente, sin apresurarse, aguardando la reaparici n de la cabe;a ensangrentada, y, cuando #sta asom , la hundi con calma en el agua, y la mantuvo sumergida durante varios segundos. ) lo entonces comen; a agitar vigorosamente el remo, y grit : 8U)ocorroV Irmo%enti se ha ca!do. 9arios d!as despu#s, el cadver lleg a la costa tan descompuesto e inflado por el agua que nadie pudo adivinar lo ocurrido durante la cacer!a de nutrias& ese d!a, Ayril acudi como sol!a a la cho;a de Crofim, y se hi;o un prolongado silencio durante el cual el anciano cosaco pens : PCiene la misma edad que Irmo%enti cuando le conoc!, pero Uqu# distinto esVQ. 89i lo que ocurri cuando ca;bamos esas nutrias 8dijo el muchacho, tras una vacilaci n. Crofim no dijo nada, y el joven a*adi , al cabo de un rato8: ,adie ms lo vio. Fo iba delante. Los ojos del anciano se llenaron de lgrimas, aunque no por el remordimiento, sino en respuesta a las grandes contradicciones de la vida. +l joven ca;ador no repar en su llanto, porque #l tambi#n estaba sumido en la perplejidad ante el hecho de que aquel anciano, a quien #l quer!a, hubiera matado a su propio hijo. 8)e cay del %aya% porque se volvi demasiado deprisa 8dijo Ayril por fin, cuando logr recuperar la compostura necesaria para hablar8. La culpa fue suya. Fo lo vi. +s lo que les he dicho a los dems. )e hi;o el silencio de nuevo, mientras cada uno de ellos se daba cuenta de que el otro se hab!a implicado en una mentira deliberada.

-gina .L? de ?@0

Alaska

James A. Michener

8'l era malo, abuelo 8a*adi Ayril, intentando absolver sus mutuas culpas8. U4atar a esa muchacha que hab!a sido tan amable con nosotrosV U4atar a tantos isle*osV 4erec!a la muerte, y, si no se hubiera ahogado como ha ocurrido, yo mismo le habr!a asesinado. ,o s# c mo 8dijo tras una vacilaci n, que convirti el silencio en algo siniestro8, pero le habr!a matado, abuelo. Shdan%o pens con mucho cuidado lo que iba a decir despu#s, porque quer!a que cada palabra por s! sola transmitiera su significado e$acto, y durante casi media hora contempl el volcn y habl de cosas sin importancia. 8Fa es hora de que vuelva a -etropvlovs% para llevar nuestras pieles, Ayril 8dijo al final, en vo; baja8. 4adame Shdan%o estar esperando all!, con otros fardos que habr reunido por su cuenta& tendr preparado un barco para llevarme a Rjots% y luego tendr# que viajar por tierra hasta el r!o Lena, atravesando un territorio muy malo. 8)"bitamente, habl en plural8: Luego iremos en barca;a hasta Ir%uts%. 'sa s! que es una ciudad bonita, cr#eme. )eguiremos hasta 4ongolia, y all! venderemos nuestras pieles a los compradores chinos& pero hay que tener cuidado con ellos, si no quieres que te roben hasta las muelas. 8)e meci hacia atrs y hacia adelante bajo la fr!a lu; del sol, y entonces pregunt 8: JCe gustar!aK 8U3laro que s!V 8e$clam el muchacho. 8Cal ve; tardemos tres a*os, JsabesK F con este barco lleno de filtraciones que tenemos, es posible que no lleguemos siquiera a Aamchat%a, pero vale la pena intentarlo. F cuando volvamos a Lapa% dejaremos este lugar miserable y nos iremos ms al este, a Aodia%, donde dicen que hay muchas pieles. 8-ero, si quer#is ir a Aodia%, Jpor qu# no nos vamos ahoraK 8pregunt Ayril, tras pensrselo un momento. 8-orque tengo que informar a madame Shdan%o de que su hijo ha muerto 8le e$plic Crofim8. :espeto mucho a esa mujer, y merece que sea yo quien se lo diga. 8J)ab!a ella... lo de Irmo%entiK 84e parece que las madres siempre lo saben todo. 8+ntonces, Jc mo pod!a quererleK 8+so es lo misterioso de las madres 8contest Crofim. F el anciano, a sus setenta y nueve a*os, cuando ya deber!a llevar mucho tiempo retirado, permaneci sentado, so*ando con mares turbulentos, con ataques de ladrones en un paso a;otado por las tormentas de )iberia, con la tortura de impulsar una barca;a con una p#rtiga por el r!o Lena, con el entusiasmo de regatear con los chinos el precio de una piel de nutria& y se sinti impaciente por enfrentarse una ve; ms a los antiguos desaf!os, F por medir sus fuer;as con todas las novedades que encontrar!a en Aodia%. )ab!a que un e$plorador ten!a que dedicar su vida a avan;ar hacia el este, siempre hacia el este, rumbo al amanecer: cuando era un muchacho, hab!a salido de su pueblucho ucraniano, al norte de Lvov, para viajar hacia el este con la intenci n de servir al ;ar -edro en 4osc". 4s adelante, hab!a recorrido )iberia para encontrarse con madame -o;ni%ova& hab!a continuado hasta las islas Aleutianas, donde conoci a muchos capitanes honorables 1a (ering, a 3oo%, a -ym... 2& e incluso hab!a llegado a las costas de Am#rica del ,orte, como asistente del gran <eorge )teller. F siempre le quedaba otro importante desaf!o para el d!a siguiente, la isla vecina, el pr $imo mar tormentoso. 8,o tengo hijos 8dijo Crofim, serenamente8, y t" no tienes padre. J3argamos nuestro barco agujereado y nos llevamos las pieles a Ir%uts%K

-gina .LI de ?@0

Alaska

James A. Michener

V. EL DUELO
+l a*o memorable de .?I@, en el que Francia inici la revoluci n que liber a su pueblo de la tiran!a, y en el que las antiguas colonias norteamericanas ratificaron su propia revoluci n e instauraron una nueva forma de gobierno, regido por una e$traordinaria constituci n que defend!a la libertad, un grupo de malvados tratantes de pieles rusos cometi una grave atrocidad contra los aleutas de la isla de Lapa%. +ntraron en el puerto dos peque*as embarcaciones, tripuladas por unos traficantes barbudos y despiadados, que ordenaron cruelmente: 8Codos los varones mayores de dos a*os, a los barcos. 3uando las mujeres se presentaron muy serias en la playa y preguntaron el motivo de aquella orden, les respondieron: 8Los necesitamos para ca;ar nutrias en la isla de Aodia%. 8J-orcunto tiempoK 8preguntaron ellas. 8JNui#n sabeK 8les respondieron. Aquella misma tarde, cuando ;arparon los dos barcos, los maridos y las mujeres sintieron un pnico premonitorio y se dijeron: 8,unca volveremos a vernos. Las mujeres, cuando terminaron de lamentarse, se enfrentaron a la odiosa necesidad de reorgani;ar su vida de una manera completamente nueva. Los isle*os viv!an del mar, pero ahora no quedaba nadie que supiera ca;ar focas, pescar peces o seguir el rastro de las grandes ballenas que pasaban junto a la isla, rumbo al norte. +n la playa estaban los %aya%s, los arpones y unos largos garrotes con los que golpeaban a las focas en la cabe;a, pero no quedaba nadie e$perimentado para manejarlos. Adems de peligrosa, la situaci n era muy descora;onadora, porque las islas Aleutianas marcaban la l!nea donde se un!an el vasto oc#ano -ac!fico y el mar de (ering, y las fuertes corrientes que se produc!an, al ascender, llevaban constantemente a la superficie los elementos comestibles del oc#ano: hab!a mucho plancton, de modo que los peque*os crustceos pod!an engordar, entonces los salmones se alimentaban con ellos y, si abundaban los salmones, tambi#n prosperaban las focas, las morsas y las ballenas. La naturale;a arrojaba comida en abundancia a la superficie del mar, frente a las Aleutianas, pero s lo los hombres valientes y atrevidos pod!an recogerla, y ya no quedaban hombres. 3uando soplaban los vientos desde Asia, parec!an preguntar con sus aullidos: 8JB nde estn los ca;adores de Lapa%K Al ejecutar aquella brbara pol!tica, los rusos no ignoraban que perjudicar!a, a largo pla;o, sus propios intereses, porque necesitaban a los aleutas para que ca;asen y pescasen a sus rdenes y, si e$pulsaban a todos los varones adultos, o bien si llegaban a matarlos, la poblaci n no podr!a reproducirse, pues no habr!a tiempo de que los ni*os de dos a*os madurasen hasta alcan;ar la edad de ser padres. )in embargo, les impulsaba a aquella conducta insensata su falta de consideraci n de los aleutas como seres humanos, y pensaban que pod!a funcionar el mecanismo de su repugnante plan, porque si faltaban los hombres, la provisi n de alimentos disminuir!a rpidamente. -ero los rusos olvidaban una caracter!stica propia de Lapa% y de las otras islas Aleutianas: all!, las personas viv!an ms tiempo que en ning"n otro lugar del mundo, y no era e$tra*o que hombres y mujeres sobrepasaran los noventa a*os. +n parte se deb!a a su dieta equilibrada, que se basaba ms en el pescado que en la carne, aunque influ!an tambi#n el aire puro que ven!a del mar, la vida ordenada, el trabajo duro y la robusta herencia de sus antepasados llegados desde Asia. +n cualquier caso, el a*o .?I@ hab!a en Lapa% una

-gina .L@ de ?@0

Alaska

James A. Michener

bisabuela de noventa y un a*os, cuya nieta de cuarenta ten!a una alegre hija de catorce a*os& y esta fuerte anciana no estaba dispuesta a morir tan fcilmente. Los parientes y los amigos llamaban a la bisabuela la 9ieja& su nieta se llamaba InnuEu%. La ni*a de catorce a*os ten!a el encantador nombre de 3idaq, que significaba Panimal joven que corre en libertadQ, lo que era la forma ms apropiada de llamarla, porque mirar a aquella criatura era ver movimiento, vitalidad y gracia. ,o era alta ni regordeta, como otras ni*as aleutas a su edad, pero s! ten!a la cabe;a grande y redonda que indicaba su origen asitico, el misterioso pliegue mong lico en los ojos y la piel de un elegante color oscuro. +n la comisura i;quierda del labio inferior luc!a un fino disco labial, tallado en un antiguo colmillo de morsa& pero lo que la caracteri;aba era su negra cabellera, larga y sedosa, que le llegaba casi hasta las rodillas y que ella cortaba en l!nea recta a la altura de las cejas, lo que le daba el aspecto de llevar puesto un casco, y sol!a fruncir el ce*o por debajo del flequillo. -ero como la muchacha amaba la vida, con frecuencia su cara redonda se abr!a en una sonrisa tan grande como el sol naciente: entonces entornaba los ojos hasta casi cerrarlos, sus dientes blancos brillaban y ella echaba la cabe;a hacia atrs, emitiendo sonidos de alegr!a. 3omo casi todas las mujeres aleutas y esquimales, hablaba con los labios apenas entreabiertos, de modo que parec!a musitar o murmurar continuamente, pero cuando se re!a con la cabe;a echada hacia atrs era 3idaq, el cervatillo, la cr!a de salm n que salta, el ballenato que surca el mar siguiendo la estela de su madre. +lla era tambi#n un adorable animalito, y pertenec!a a la tierra de la que se alimentaba. F ahora estaba a punto de morir de hambre. 3on toda la rique;a que los dos mares proporcionaban en su encuentro, ella y su gente iban a morir de hambre. -ero una tarde en que la 9ieja, que a"n caminaba con facilidad, contemplaba el estrecho entre la isla de Lapa% y el volcn, vio desli;arse una ballena, que avan;aba lenta y pere;osamente, emitiendo su sonido de ve; en cuando, y e$poniendo su enorme longitud cuando ocasionalmente daba un coleta;o o giraba sobre su costado. F la mujer pens : PTna ballena como #sta nos alimentar!a durante mucho tiempoQ. +ntonces decidi actuar. :ecorri la playa apoyndose en un bast n que hab!a tallado con le*a de deriva, escogi seis de los mejores %aya%s de dos pla;as y luego pidi la ayuda de InnuEu% y 3idaq para separarlos. +ntonces se dirigi a las mujeres de la isla y les pregunt qui#n sabr!a manejar un %aya%, pero nadie respondi . Tnas cuantas hab!an desobedecido alguna ve; los tab"es y hab!an subido en un %aya%, y algunas incluso hab!an intentado remar, pero ninguna conoc!a las complicadas normas de su uso para la ca;a de nutrias o de focas y les hubiera resultado inconcebible acompa*ar a sus maridos a rastrear una ballena. -ero s! conoc!an el mar y no le tem!an. )in embargo, cuando la 9ieja comen; a organi;ar un equipo de seis embarcaciones con doce remeras, descubri que algunas se opon!an a la idea: 8J-ara qu# hacemos estoK 8pregunt temerosamente una mujer. 8-ara matar ballenas 8espet la 9ieja. 8Fa sabes que las mujeres no podemos acercarnos a las ballenas 8gimote aquella mujer, junto con otras8, ni podemos tocar el %aya% que va tras ellas, ni se permite siquiera que nuestra sombra roce a un %aya% que sale de cacer!a. La 9ieja refle$ion durante varios d!as sobre aquellas objeciones y, tras consultarlo con su nieta InnuEu%, tuvo que reconocer que, en circunstancias normales, las afligidas mujeres hubieran podido consultar al chamn, el cual con toda seguridad les hubiera advertido de que los esp!ritus maldecir!an gravemente la isla si las mujeres se adentraban en el camino de las ballenas y de que tocar un %aya% preparado para una cacer!a aseguraba la huida de las ballenas y qui; incluso la muerte de los ca;adores. La evidencia de die; mil a*os estaba contra las amena;adas mujeres de la isla de Lapa%.

-gina .M0 de ?@0

Alaska

James A. Michener

Bespu#s de considerarlo durante tres d!as, la 9ieja mantuvo su decisi n, porque record el precepto que le hab!a ense*ado su abuela, mucho antes de que aparecieran los rusos: PJ)e puede hacerK U+ntonces hay que hacerloV Q, lo cual significaba que si hab!a algo que uno deseaba y se pod!a conseguir, uno estaba obligado a intentarlo. +ntonces le e$plic a InnuEu% aquel principio bsico. 8-ero todo el mundo sabe que las mujeres y las ballenas nunca... 8dijo su nieta, con evidente aprensi n. La anciana, disgustada, se volvi hacia 3idaq, que guard silencio por un momento, refle$ionando sobre la gravedad de lo que iba a decir. +ntonces habl con la firme;a y la voluntad de romper con viejos esquemas que la caracteri;ar!an durante el resto de su vida: 8)i no hay hombres, tendremos que romper sus tab"es. +stoy segura de que podemos capturar una ballena. 8Bespu#s de todo 8dijo la 9ieja, alentada por esa animosa respuesta8, los hombres hacen unas cosas determinadas para ca;ar una ballena. ,o hay ning"n misterio. ,osotras podemos hacer las mismas cosas. F las dos estuvieron de acuerdo en que era una tonter!a pensar que los esp!ritus desear!an matar de hambre a toda una isla de mujeres, s lo porque no quedaban hombres para ca;ar ballenas a la manera tradicional. La 9ieja reuni a las otras mujeres y entonces, flanqueada por InnuEu% y 3idaq, les dirigi una arenga: 8,o podemos quedarnos cru;adas de bra;os hasta morirnos de hambre. Cenemos bayas y tambi#n podemos pescar cangrejos en las lagunas, y qui; alg"n salm n cuando llegue el oto*o. Cambi#n podemos ca;ar pjaros, pero eso no basta. ,ecesitamos focas y alguna morsa, si fuera posible, y tenemos que capturar una ballena. Invit a su nieta a que e$pusiera sus temores, e InnuEu% se e$plic con gran elocuencia: 8Los esp!ritus siempre han advertido que las mujeres no debemos acercarnos a las ballenas. 3reo que a"n lo quieren as!. )us palabras provocaron una ruidosa reacci n de asentimiento por parte de las mujeres ms apegadas a la tradici n, pero entonces se adelant la peque*a 3idaq: 8)i tenemos que hacerlo, podemos hacerlo 8dijo, sacudiendo su larga cabellera, que se movi de una cadera a la otra8 y los esp!ritus lo entendern. 8Las ms j venes asintieron, vacilantes2 y entonces 3idaq se volvi hacia su madre, le tendi las manos,y le suplic 8: Ay"danos. La mujer, confundida, se trag sus miedos ante un coda;o de la 9ieja y se uni a las que afirmaban estar dispuestas, a pesar del tab", a salir al mar, a la sombra del volcn, para intentar ca;ar una ballena. Besde aquel momento, en Lapa% la vida cambi espectacularmente. La 9ieja no cedi nunca en la decisi n de alimentar a su isla, y lleg a convencer incluso a algunas recalcitrantes de que los esp!ritus cambiar!an las antiguas normas y las apoyar!an, puesto que estaban esfor;ndose para salvar su vida. 8-ensad en lo que sucede cuando una mujer embara;ada da a lu; y el ni*o asoma en posici n invertida. +videntemente, la intenci n de los esp!ritus es que el ni*o muera, pero )iicha% y yo misma 1es algo que hemos hecho muchas veces2 damos la vuelta al ni*o, golpeamos suavemente el vientre de la madre y el ni*o nace bien, y los esp!ritus sonr!en porque hemos rectificado su obra por ellos. 3omo algunas mujeres se mostraban a"n renuentes, la anciana se enoj y e$igi que se adelantara )iicha%, la partera, y, cuando la mujer acudi con paso inseguro, la 9ieja tom a su nieta de la mano y e$clam :

-gina .M. de ?@0

Alaska

James A. Michener

8U)iicha%V J,o te llam# cuando #sta iba a tener a 3idaqK JF no contradijimos a los esp!ritus para que esta ni*a naciera como es debidoK La partera se vio obligada a reconocer que 3idaq hubiera nacido muerta si no hubieran intervenido ella y la anciana. Bespu#s de aquello, el -lan para ca;ar una ballena se desarroll con ms facilidad. La 9ieja hab!a decidido desde el principio que era demasiado mayor para manejar un arp n y, buscando a la mujer ms indicada, lleg a la conclusi n de que s lo hab!a una candidata con fuer;a suficiente, su -ropia nieta. 8J)ers capa; de esfor;arte en todo lo posible, hijaK Cienes los bra;os que hacen falta. JCienes tambi#n la voluntadK 8Lo intentar# 8murmur InnuEu%, sin mucho entusiasmo& y la 9ieja pens : PNuiere fracasar. Ciene miedo de los esp!ritusQ. Los seis equipos comen;aron a practicar en la ;ona de aguas tranquilas que se e$tend!a entre la isla de Lapa% y el volcn, y algunas mujeres intentaron recordar varios detalles del procedimiento. Tna sab!a colocar la punta de s!le$ en el arp n& otra, c mo fabricar e inflar las vejigas de foca que ten!an que quedar flotando detrs de los arpones, una ve; los hab!an clavado en una ballena, para tener siempre un rastro visible. F otras recordaban comentarios de los maridos ausentes sobre una u otra cacer!a. ,o lograron recuperar todos los conocimientos necesarios, aunque s! acumularon los suficientes para efectuar el intento. )in embargo, como la 9ieja hab!a imaginado, su nieta fracas miserablemente cuando intent dominar la t#cnica de arrojar el arp n. 8,o puedo sostener el palo y el arp n al mismo tiempo y, cuando lo intento, no consigo que el arp n vuele como deber!a. 8UInt#ntalo otra ve;V 8suplicaba la anciana, pero no hab!a manera. A los ni*os varones se les entrenaba, desde que ten!an un a*o, para manejar aquel arma tan complicada, y era absurdo pensar que una mujer, sin ninguna prctica, podr!a llegar a dominarla en unas pocas semanas. Finalmente, las mujeres decidieron que cuando se apro$imara una ballena remar!an en las canoas hasta acercarse lo suficiente para que InnuEu% pudiera estirar el bra;o y clavar directamente el arp n en el enorme cuerpo oscuro. :ara ve; se ha ideado una estrategia ms insensata. A finales de agosto, una ni*a de nueve a*os que montaba guardia en la playa lleg gritando: 8UTnaballenaV Dab!a un animal monstruoso, de cuarenta toneladas por lo menos, nadando all! mismo, en el estrecho entre las islas& y era tan absurda la pretensi n de que aquellas mujeres ine$pertas salieran a presentarle batalla en sus frgiles canoas que una de las tripulantes huy , sin dar ninguna e$plicaci n. -ero quedaban cinco %aya%s disponibles, y la 9ieja record la ocasi n en que su marido, junto con otra embarcaci n, hab!a conseguido herir a una ballena y la hab!a perseguido hasta matarla. Be modo que los cinco equipos bajaron solemnemente a la playa, aunque ninguna de las mujeres demostraba entusiasmo ante la perspectiva de entrar en combate& se hab!a decidido que 3idaq, una muchacha fuerte pese a sus catorce a*os, ocupar!a el puesto trasero en el %aya% de InnuEu% y conducir!a a su madre hasta la ballena, lo bastante cerca como para alcan;arla con el arp n, pero cuando se acercaron a la bestia y las mujeres comprobaron la enormidad de su tama*o y lo pat#ticamente peque*as que resultaban en comparaci n, perdieron todas el valor, incluso 3idaq, y ninguna de las embarcaciones acab de apro$imarse a la ballena, que sigui su camino serenamente. 8-arec!amos pececitos 8confes 3idaq ms tarde, hablando con su bisabuela, que estaba desilusionada8. Fo quer!a remar hasta acercarnos 4s, pero mis bra;os se negaban. 8La muchacha se estremeci y ocult la cara entre las manos, luego levant la vista por debajo

-gina .M/ de ?@0

Alaska

James A. Michener

de su flequillo y dijo8: ,o puedes imaginar lo grande que era. R lo peque*as que #ramos nosotras. 83laro que puedo 8repuso la anciana8. F tambi#n puedo imaginarme c mo vamos a morir todas aqu!, ojerosas, con las mejillas enflaquecidas ... y sin nadie que nos entierre. +l proyecto de ca;ar una ballena para Lapa% se solucion de una forma curiosa. Las die; mujeres hab!an vuelto cabi;bajas por no haberse acercado a la ballena y estaban tan avergon;adas que una joven, que se hab!a casado poco antes de que se llevaran a los hombres, dijo: 8,orutu% se habr!a re!do de m!. +n el silencio que sigui a su declaraci n, todas las mujeres se imaginaron las burlas que les habr!an dedicado sus maridos: PUA qui#n se le ocurreV UTn pu*ado de mujeres, yendo en busca de una ballenaVQ& y echaron de menos sus bromas. 8-ero despu#s de re!rse 8continu aquella mujer reci#n casada8, me parece que ,orutu% me hubiera dicho: P9uelve y ha;lo bien esta ve;Q . . 4s que la voluntad de la 9ieja, fue la vo; tranquili;adora de sus queridos hombres ausentes lo que inflam el cora; n de las mujeres, que tomaron la firme decisi n de ca;ar la ballena. La 9ieja, fortalecida por esta decisi n, reanud con severa concentraci n el entrenamiento de sus equipos y les repiti hasta el cansancio que la pr $ima ve; ten!an que acercarse hasta la misma boca de la ballena, por grande que fuera, y capturarla. +l quinto d!a del entrenamiento, se present con un %aya% de tres pla;as. 83uando vengan las ballenas, yo estar# aqu! sentada, con mi propio remo, 3idaq ir atrs para dirigir el %aya% e InnuEu% se pondr aqu! con su arp n& nos hemos prometido entrar en las fauces de esa ballena, si es preciso, pero conseguiremos clavarle el arp n 8asegur la 9ieja a las mujeres, aunque dudaba, incluso mientras les estaba hablando, de que InnuEu% tuviera el valor de hacerlo. +ntonces se produjo una de esas revelaciones que permiten el progreso de la ra;a humana: una noche, InnuEu% so* horrori;ada con el momento en que estar!a sentada en su %aya%, alargando el bra;o con el arp n para ensartar a la gran ballenaX y se despert ba*ada en sudor y espanto, pues se daba cuenta de que no ser!a capa;. -ero as!, temblando en la oscuridad, tuvo s"bitamente una visi n, una especie de s!ntesis producida por el cerebro, la imaginaci n y la tensi n controlada de sus m"sculos, y en un destello cegador entendi el funcionamiento de la palanca propulsora del arp n. +ch el bra;o derecho hacia atrs una y otra ve;, mientras imaginaba la sensaci n de un propulsor y un arp n dispuestos en su lugar, y cuando adelantaba el bra;o pod!a notar la armon!a de todas las partes del maravilloso mecanismo 1hombro, bra;o, mu*eca, dedos, propulsor, arp n, punta de s!le$2& salt de la cama y corri hasta la playa, tom un arp n y un propulsor, movi )u bra;o en forma de arco y arroj el arp n con punter!a y a una larga distancia. Bespu#s de intentarlo seis veces, consigui dominar los misterios del lan;amiento, y corri en busca de las dems mujeres. 8U-uedo hacerloV 8gritaba. Al amanecer todas -udieron comprobar el tino con el que ella lan;aba ahora su arp n y la distancia que alcan;aba, y tuvieron la certe;a de que, cuando la pr $ima ballena pasara nadando por su mar, hab!a muchas posibilidades de que lograran traerla a la costa. Los seis equipos estaban en tierra cuando la ni*a que vigilaba el estrecho se acerc dando voces: 8UTna ballenaV 8Be inmediato, al comprender el terror que esa informaci n causar!a en algunas, a*adi 8: UTna ballena peque*itaV Las mujeres corrieron entonces a sus %aya%s. +ran menudas, las mujeres que pretend!an atacar al monstruo, pues ninguna sobrepasaba el metro cincuenta de estatura, y la 9ieja, la

-gina .M7 de ?@0

Alaska

James A. Michener

que hab!a planeado el ataque, apenas med!a un metro cuarenta y cinco y no pesaba ms de cuarenta y dos %ilos, menos de la mitad de los a*os de su dif!cil vida. 3uando la vio subir al %aya% con su remo fabricado con madera de deriva, 3idaq comprendi que la frgil viejecita no iba a resultar de ninguna ayuda para que el %aya% se desli;ara con rapide;, pero ser!a esencial para mantener el nimo de las otras cinco tripulaciones. +n cuanto a s! misma, 3idaq estaba decidida a conducir su embarcaci n hasta delante mismo de la ballena. 8U-reprate, madreV 8grit 8. U+sta ve; no fallaremosV F, detrs de la 9ieja, los otros equipos se adelantaron dispuestos a entablar el combate. La peque*a vig!a ten!a ra; n, porque aquella ballena s lo pesaba diecinueve toneladas, much!simo menos que el gigante que hab!an encontrado la primera ve;. 3uando las mujeres la vieron acercarse, muchas de ellas pensaron: P3on #sta, puede serQ, y avan;aron con una valent!a que desconoc!an poseer. +n el puesto trasero de su canoa, 3idaq remaba sin desviarse, ayudada por las indicaciones de la 9ieja que, sentada en el medio, segu!a hundiendo el remo a un lado y otro& ambas alentaban a innuEu%, encaramada en la proa: 8UCranquilaV Das demostrado que puedes conseguirlo. -or fin el arp n se clav en su sitio, impulsado con una fuer;a bastante intensa para tratarse de una mujer desentrenada& desde otro %aya% asestaron un nuevo lan;a;o para mayor seguridad, desplegaron las vejigas, y los seis grupos, impulsados por el entusiasmo invencible de la 9ieja, siguieron durante dos d!as llenos de grande;a, terror y esperan;a el rastro de la ballena herida y, a su debido tiempo, la remolcaron lenta y triunfalmente por el mar de (ering, para salvaci n de su isla. +n .?@0, cuando las mujeres ya hab!an demostrado durante un a*o entero que eran capaces de sobrevivir, anid en Lapa% un peque*o y maltrecho nav!o llamado Sar Ivn, para cargar agua dulce. Lo hab!a enviado desde -etropvlovs% madame Shdan%o, aquella invencible empresaria, quien lo hab!a llenado con una fea colecci n de lo peorcito de las crceles rusas, con gente que hab!a escuchado la sentencia habitual entre los jueces de la #poca: PAl -at!bulo o a las AleutianasQ. F hab!an elegido lo "ltimo, el e$ilio permanente sin esperan;a de indulto, con la intenci n de asesinar a los funcionarios de las islas si se les presentaba la oportunidad. 3uando ancl el Sar Ivn, su tripulaci n, que no sab!a que el gobierno ruso hab!a abandonado la isla, se encontr con que aquellas mujeres abandonadas estaban totalmente confundidas. Albergaban la esperan;a de que el barco hubiera venido para devolverles a sus esposos, pero como conoc!an a los rusos, tem!an nuevos abusos por su parte y, en cuanto los marineros abrieron la boca, comprendieron que ms bien se tratar!a de esto "ltimo. 8U,inguna mujer subir a ese barcoV 8decidieron& y sintieron una profunda pena, porque se dieron cuenta de que realmente las hab!an abandonado all! para que murieran. +ntre los criminales se contaba un asesino reincidente llamado Ferma% :uden%o, de treinta y un a*os de edad, alto, corpulento y barbudo, un canalla casi imposible de disciplinar. 3omo era consciente de que no ten!a nada que perder, andaba fanfarroneando, por todas partes, y los funcionarios le dejaban en pa;, porque con su gesto dec!a claramente: PUNue nadie 4e toqueV Q. La astuta 9ieja repar en #l cuando el hombre llevaba poco tiempo en tierra, se le acerc cautelosamente y, utili;ando las palabras rusas que hab!a aprendido, comen; a hablarle de varias cosas, sin dejar de mencionar a su bisnieta 3idaq& para encau;ar los pensamientos del hombre en esa direcci n, un d!a en que los otros hombres estaban cargando agua se las compuso para que :uden%o y 3idaq se quedaran solos en su cho;a.

-gina .M6 de ?@0

Alaska

James A. Michener

8J-or qu# no llevas a 3idaq contigo a Aodia%K 8le propuso esa misma tarde. La idea sorprendi al marinero, pero la mujer a*adi 8: Dabla ruso. +s una ni*a estupenda. F, aunque no lo creas, ya ha ayudado a matar una ballena. +sta "ltima declaraci n era tan absurda que :uden%o comen; a preguntar a las isle*as si realmente esa muchacha, que no pod!a tener ms de quince a*os, hab!a podido matar una ballena& ellas le confirmaron que era cierto y, para demostrarlo, les ense*aron a #l y a los dems rusos el esqueleto del animal, que estaban aprovechando de las maneras ms imaginativas. InnuEu% protest amargamente cuando descubri que su abuela se propon!a vender a 3idaq a aquel rudo marinero, pero la vieja se mostr infle$ible: 8+s preferible que viva en el infierno, a que no viva siquiera. Nuiero que la ni*a cono;ca la vida 8a*adi , sin admitir discusi n8. F no me importa qu# clase de vida sea. 3omo :uden%o se mostr interesado por la proposici n de la 9ieja, #sta se llev un d!a a 3idaq aparte. 8Ce traje al mundo estirndote por un pie 8le dijo8. 3on un cachete, insufl# la vida en tus pulmones. Ce he querido siempre, ms que a mis propios hijos, porque eres mi tesoro. +res el pjaro blanco que viene del norte. +res la foca que se ;ambulle para escapar. +res la nutria que defiende a su cr!a. +res la hija de este oc#ano. +res la esperan;a, el amor y la alegr!a. 8)u vo; casi se elev en un cntico apasionado8: 3idaq, no puedo verte morir en esta isla desamparada. ,o puedo ver c mo t", que ests hecha para el amor, te conviertes en un pellejo sin vida, como las momias que haF en esas cuevas. )e acordaron las condiciones de la venta, y las mujeres de Lapa% recibieron unas cuantas baratijas y unos retales de telas chillonas& la 9ieja e InnEu% vistieron a 3idaq con sus mejores pieles, le advirtieron que se mantuviera alerta contra los esp!ritus malignos y la condujeron hasta la playa, donde aguardaba el %aya% de tres pla;as 8Ce llevaremos al barco 8dijo la 9ieja, mientras 3idaq guardaba cuidadosamente el hatillo que conten!a sus escasas pertenencias. )in embargo, en el "ltimo momento se acerc una mujer a quien la familia no ten!a mucho respeto& tra!a un disco labial de hermosa talla, que encajaba en el agujero que la muchacha ten!a en la comisura de la boca. 8Lo hice con un hueso de la ballena que ca;amos t" y yo 8asegur . Antes de subir al puesto trasero del %aya%, 3idaq se quit el disco dorado que hab!a usado hasta entonces, tallado en hueso de morsa, y se lo entreg a la sorprendida mujer& en su lugar insert el nuevo disco de color blanco, fabricado con un hueso de su ballena. Dab!a llegado el momento de que la 9ieja ocupara su lugar en el medio, pero antes de hacerlo ocasion cierto alboroto en la playa, porque le hab!a pedido a otra anciana que trajera para la despedida unos objetos ante cuya inesperada aparici n se emocionaron todas las presentes. La 9ieja se inclin con gravedad, tom de las manos de su c mplice tres de los famosos sombreros de visera que fabricaban y usaban los ca;adores de la isla de Lapa%, entreg uno a cada miembro de su familia, despu#s se puso el tercero, una elegante prenda gris y a;ul con penachos de plateadas barbas de ballena y bigotes de le n marino, y, as! ataviada, indic a 3idaq que pusiera rumbo hacia el Sar Ivn& pero cuando las mujeres que quedaban en la playa vieron otra ve; entre las olas aquellos espl#ndidos sombreros, comen;aron a gritar P UAy de m!V UAy, ayV Q, y entonces se desprendieron sus lgrimas como una llovi;na, porque nunca ms volver!an a ver aquella escena: los hombres de Lapa% haci#ndose a la mar con sus sombreros ceremoniales. Al llegar a la pasarela del barco, la 9ieja tom a 3idaq de las manos, sin prestar atenci n a los insultos soeces que gritaban los marineros desde la borda.

-gina .ML de ?@0

Alaska

James A. Michener

8,o est bien lo que hacemos, ni*a 8le dijo, mientras estrechaba sus dedos con fuer;a8. F seguramente los esp!ritus no lo aprueban. -ero es mejor que morir sola en esta isla. ,o lo olvides nunca, 3idaq. -ase lo que pase, ser mejor que lo que dejas aqu!. Apenas el Sar Ivn hab!a dejado atrs la sombra del volcn, la filosof!a prctica de la 9ieja se vio puesta a prueba, porque :uden%o, que ahora era el propietario de 3idaq, la llev a rastras al interior del barco, desgarr sus vestidos de -iel de nutria e inici una serie de actos brutales que la dejaron aturdida y humillada. Lo peor fue que, cuando se hubo cansado de la joven, la entreg a sus brutales compa*eros, que abusaron obscenamente de ella& la encerraron en la f#tida bodega del barco y le dieron de comer s lo de ve; en cuando, despu#s de obligarla a someterse a sus indecencias. :uden%o no se sent!a en absoluto responsable del bienestar de la muchacha, y la forma en que la trataban degener tan salvajemente que en varias ocasiones, durante los cincuenta y dos d!as de viaje hasta Aodia%, ella temi que iban a arrojarla -or la borda antes de llegar a puerto, como un objeto casi muerto que ya no tuviera utilidad. +ra la e$periencia ms triste por la que pod!a pasar una muchacha, porque ni uno s lo de los siete u ocho hombres que se acostaron con ella le demostr la menor muestra de afecto ni le dio ninguna se*al de que quisiera protegerla de los otros. Codos la trataban como si no fuera humana, como a un objeto indigno. -ero ella sab!a que en Lapa% hab!a sido ni*a apreciada, alguien respetado por las chicas de su edad y que estaba en pie de igualdad con los muchachos, y sab!a tambi#n que las espantosas indignidades que padec!a eran el precio que ten!a que pagar -or huir de una situaci n todav!a peor. :ecord las palabras de su bisabuela y ni una sola ve; quiso arrojarse por la borda para acabar con aquellos abusos, cuando sus tribulaciones se volvieron casi insoportables. UBe ning"n modoV )oportar!a aquel viaje hasta Aodia% porque era su "nica posibilidad de sobrevivir, pero tom cuidadosamente nota de los que la humillaban y le daban puntapi#s cuando se cansaban de ella y se prometi que 1si alguna ve; el barco llegaba a atracar en Aodia%, se tomar!a su revancha. Algunas veces, en la oscuridad, una sonrisa que llegaba como la marea se apoderaba de su cara, y ella se tocaba con la lengua el disco labial y se dec!a: P)i ayud# a matar aquella ballena, sabr# c mo tratar a :uden%oQ. )e imaginaba entonces diversas formas de vengarse, y eso le resultaba tan reconfortante que los crujidos del barco y el odioso comportamiento de sus pasajeros dejaban de afligirla. +l viaje lleg a su fin. 3ontra todas las e$pectativas, el desvencijado Sar Ivn lleg penosamente a la isla de Aodia% y, cuando se vaciaron las bodegas, para alegr!a de los hambrientos rusos que estaban destinados en la isla, los marineros permitieron que 3idaq recogiese su triste hatillo y subiera a la barca;a que iba a conducirla a la agitada vida de la colonia. -ero, aunque quedaba en libertad, no pod!a abandonar sin despedirse a aquel odioso barco y a sus igualmente odiosos pasajeros y, cuando ;arp la barca;a, al; la vista hacia los hombres que la hab!an maltratado y que ahora se re!an de ella desde la cubierta. 8URjal os ahogu#isV 8grit , en ruso8. URjal la gran ballena os arrastre hasta el fondo del oc#anoV F, a pesar de su rabia, por su cara pas como un relmpago una hosca sonrisa que parec!a advertir: P U3uidado, se*oresV )eguramente volveremos a encontrarnosQ. La primera visi n de Aodia% indic a 3idaq que la isla era parecida a la de Lapa% y, a la ve;, muy diferente. Al igual que su isla natal, era un territorio rido, de contorno serrado por las bah!as y rodeado de monta*as& pero all! terminaba el parecido, porque no conten!a ning"n volcn, aunque ofrec!a algo que ella nunca hab!a visto hasta entonces. +n algunas praderas hab!a alisos y rboles tan bajos como arbustos, y le intrig ver la forma en que se mov!an las hojas y las ramas. +n unos pocos lugares protegidos se hab!an juntado grupos de lamos blancos, con la clara corte;a desprendida, y en el e$tremo opuesto de la aldea

-gina .MM de ?@0

Alaska

James A. Michener

donde iba a vivir se elevaba una p!cea aislada y majestuosa, que la sorprendi por su gran altura y su deslumbrante color verde a;ulado. 8JNu# es esoK 8pregunt a una mujer, que recog!a pescado de una barca. 8Tn rbol. 8JF qu# es un rbolK 8+so de ah! 8le contest la mujer& y 3idaq se qued largo rato contemplando la p!cea. Los Cres )antos estaba formada por un conjunto de toscas cho;as que bordeaban la playa de una bah!a con forma de ele may"scula invertida, la cual, gracias a la protecci n de una isla grande, situada a unos cuatrocientos metros de la costa, permit!a un anclaje seguro para los barcos dedicados al trfico de pieles. )in embargo, ms al interior ofrec!a poco espacio para ampliarse, -orque quedaba encajada al pie de unas altas monta*as. -asaron dos d!as antes de que 3idaq, que subsist!a como pod!a, yendo de cho;a en cho;a, descubriera la principal diferencia entre Lapa% y Aodia%: en su nuevo hogar, la poblaci n se divid!a en cuatro grupos distintos. -or una parte, estaban los aleutas como ella, que los rusos hab!an llevado hasta all! y que eran de poco tama*o y escasos en n"mero e importancia. Luego ven!an los nativos que viv!an desde siempre en la isla& se llamaban %oniags, eran corpulentos, de dif!cil trato y de genio vivo, y superaban a los aleutas en una proporci n de veinte a uno o ms. Tn aleuta que hab!a conocido a 3idaq en Lapa% le asegur que los rusos les hab!an llevado a la isla porque no pod!an dominar a los %oniags. +l siguiente pelda*o de la escala social lo ocupaban los tratantes de pieles, unos hombres salvajes y malvados, asentados all! de por vida, a menos que ms adelante llegaran a idear alguna e$cusa que les permitiera acompa*ar un embarque de pieles hasta -etropvlovs%. F finalmente, estaban los aut#nticos rusos, muy pocos, por lo general hijos de familias privilegiadas, que prestaban servicios all! durante unos cuantos a*os, hasta que hab!an robado lo suficiente para retirarse a una finca cercana a )an -etersburgo. +ran la #lite, las otras tres castas se comportaban como ellos ordenaban, y, de ve; en cuando, llegaban barcos de guerra a Los Cres )antos, para imponer la disciplina que dictaban estos rusos. Aquellos primeros d!as, a 3idaq le faltaba la e$periencia para comprender que sus aleutas eran esclavos& no hab!a otra palabra para definir su situaci n, porque los se*ores rusos ejerc!an sobre ellos un poder absoluto, del que no hab!a escapatoria, y, si un aleuta intentaba escapar, los hostiles %oniags pod!an matarle. 3omo no ten!an cerca mujeres con las que compartir su sufrimiento ni pod!an tener hijos que llegaran a sustituirles, la situaci n de los varones aleutas esclavi;ados en Aodia% era e$actamente la misma que la de las mujeres aisladas en Lapa%: unos y otras se ve!an condenados a vivir una breve e$istencia, morir y contribuir al e$terminio de su ra;a. Los traficantes de pieles tampoco estaban mucho mejor, porque ellos ten!an la condici n de siervos y estaban atados a aquella tierra, sin ninguna -osibilidad de progresar ni de llegar a formar un verdadero hogar en la :usia que los hab!a e$iliado. )u "nica esperan;a consist!a en conquistar una 4ujer nativa, o robarla a su esposo, y tener hijos con ella, a los que se consideraba criollos y que con el tiempo pod!an aspirar a la ciudadan!a rusa. -ero la mayor!a dXe ellos eran propiedad de la compa*!a que les empleaba y ten!an que trabajar duramente y sin descanso, hasta su muerte, para aumentar las rique;as del imperio. +stas crueles tradiciones no eran una e$cepci n, sino la forma en que se gobernaba :usia entera& y los altos funcionarios que llegaban a Aodia% no encontraban nada malo en aquel modelo de eterna servidumbre, pues, en la tierra natal, sus fincas familiares se administraban as!, y ellos confiaban en que las cosas continuar!an siempre de este modo en :usia. La vida en Aodia% era un infierno, tal como comprob 3idaq, quien descubri que no hab!a suficiente comida, faltaban medicinas, y no ten!an agujas para coser ni pieles de foca

-gina .M? de ?@0

Alaska

James A. Michener

con las que fabricar ropas. -ara su sorpresa, advirti que en Aodia% los rusos se hab!an adaptado al ambiente de una forma mucho menos inteligente que los aleutas en Lapa%. +lla viv!a fuera de los canales oficiales, se escond!a con una familia pobre despu#s de otra, y, siempre al borde de la inanici n, observaba el e$tra*o desarrollo de la vida en Aodia%. -or ejemplo, una ma*ana lleg a ver c mo unos funcionarios rusos, con el apoyo de un pat#tico grupo de soldados harapientos, reun!ana la mayor!a de los traficantes de pieles reci#n llegados que hab!an compartido con ella el Sar Ivn y les obligaban, a punta de bayoneta, a embarcarse en una flota de peque*as embarcaciones que estaba a punto de hacerse a la mar, entre mucho alboroto y abundantes maldiciones, para emprenderlo que un aleuta calific en un susurro como Pel peor de los viajes por marQ: los mil doscientos %il metros que les separaban de las dos lejanas islas de las Focas, que ms adelante ser!an conocidas con el nombre de islas -ribilof, donde hab!a una incre!ble abundancia de estos animales. 8J9olvernK 8pregunt ella. 8,unca vuelven 8musit el aleuta. +n aquel momento 3idaq ahog un grito de asombro, porque reconoci a tres de los hombres que hab!an abusado de ella, los cuales estaban al final de la hilera que se dirig!a hacia los barcos& aunque estuvo tentada de gritarles alg"n insulto, no lo hi;o, pues a poca distancia detrs de ellos ven!a esposado Ferma% :uden%o, que llevaba el pelo revuelto, como si acabara de pelearse, las ropas desgarradas, y echaba fuego por los ojos. Al parecer, estaba avisado de c mo iba a ser la vida en las islas de las Focas y, aunque no hab!a absoluci n posible para esa sentencia, a"n se resist!a a obedecer. 8UAnda ms de prisaV 8oy 3idaq que gru*!an en ruso los soldados, mientras le empujaban. Burante un fuga; instante, 3idaq pens : P UCienen suerte de que est# encadenadoVQ. F se entretuvo imaginando lo que har!a :uden%o con aquellos hombres esculidos y desnutridos, si llegaban a soltarle las manos. -ero entonces record la brutalidad de su comportamiento y sonri al pensar que #l iba a soportar un poco del mismo sufrimiento que le hab!a infligido a ella8 )on un silbato. Dicieron subir a empujones a bordo a :uden%o y a los otros re;agados, y la hilera de once peque*as embarcaciones parti hacia un viaje arriesgado incluso para barcos mayores y mejor construidos. Al verlas desaparecer, 3idaq descubri que sus sentimientos oscilaban entre el deseo vengativo de que se hundieran y la esperan;a de que se salvaran, a causa de los pobres aleutas que tambi#n eran conducidos, para un cautiverio que durar!a toda su vida, a las islas de las Focas. ,o sent!a la misma ambivalencia respecto a su propia situaci n, porque cada d!a que lograba sobrevivir le daba un motivo ms para agradecer el haber escapado al solitario terror de la isla de Lapa%. Aodia% estaba viva y, aunque sus habitantes se hab!an enredado en tempestades de odio y de frustrados sentimientos de vengan;a, aunque sus administradores viv!an preocupados por la merma de las nutrias marinas y la necesidad de navegar hasta muy lejos en busca de focas, el aire estaba lleno de energ!a y bull!a con el entusiasmo de construir un mundo nuevo. A 3idaq le gustaba Aodia% y, a pesar de subsistir de manera mucho ms precaria que en Lapa%, constantemente se recordaba a s! misma que segu!a viva. 3omo ya ten!a quince a*os y todo le despertaba un intenso inter#s, se dio cuenta de que las cosas no marchaban bien para los rusos, los cuales se enfrentaban a una guerra franca con los %oniags y a la rebeli n de los nativos de otras islas situadas ms al este. Bocenas de hombres procedentes de 4osc" y Aiev, que se consideraban superiores en todos los sentidos a aquellos isle*os primitivos, ahora mor!an a sus manos, y ellos les demostraban

-gina .MI de ?@0

Alaska

James A. Michener

que hab!an llegado a dominar las t#cnicas de la emboscada nocturna y del ataque por sorpresa durante el d!a. -ero lo que entristec!a a 3idaq era la evidente degradaci n de los aleutas, estrangulados por la desnutrici n, las enfermedades y los malos tratos& la tasa de mortalidad entre ellos era escalofriante y a los rusos no parec!a importarles. -or todas partes 3idaq ve!a se*ales de que su pueblo se enfrentaba a un e$terminio ine$orable. Burante una breve temporada vivi con un aleuta y una mujer nativa que no estaban casados puesto que no e$ist!a una comunidad aleuta que celebrara los enlaces y les diera su bendici n2, los cuales luchaban por llevar una v!da digna. 'l cumpl!a las instrucciones de la 3ompa*!a, sal!a diariamente en busca de nutrias y ca;aba con gran habilidad, se portaba bien y viv!a de la escasa comida que le proporcionaba la 3ompa*!a. ,o se quejaba ante nadie, por miedo de que le sentenciaran a las islas de las Focas, y su mujer mostraba id#ntica obediencia. )in embargo, cay sobre ellos una tragedia que no pod!a ser ms arbitraria y cruel. Apartaron al hombre de su trabajo en la ca;a de nutrias y, sin previo aviso, le condenaron al e$ilio en las islas de las Focas. Tna noche, uno de los peores traficantes del Sar Ivn entr en su cho;a, en busca de 3idaq, y como no la encontr , golpe a la mujer en la cabe;a y la arrastr hasta el lugar donde estaban de juerga cuatro de sus compa*eros& abusaron todos de ella a lo largo de tres noches y, al terminar la org!a, la estrangularon. 3idaq pas dos semanas escondida en la cho;a, sola, hasta que los mismos cinco traficantes la capturaron y la violaron repetidas veces. -robablemente la hubieran matado tambi#n al concluir la diversi n, de no ser por la silenciosa llegada a Los Cres )antos de un hombre e$traordinario, que hab!a tomado la firme decisi n de impedir la lenta muerte de su pueblo. Dab!a aparecido misteriosamente una ma*ana, y su silueta enjuta hab]!a surgido del territorio boscoso del norte, como la de un animal habituado a los bosques y a las altas monta*as& sin duda, si los rusos le hubieran visto llegar, le habr!an obligado a alejarse otra ve;, porque era un hombre demasiado viejo para prestarles servicios y estaba tan consumido que ya no pod!a ser muy "til para nadie. Cen!a ms de sesenta a*os, un aspecto desali*ado y la mirada salvaje, y no llevaba consigo ms que una chocante colecci n de trastos cuya utilidad los rusos no pod!an adivinar: un saco de piedras parecidas al gata, pulidas tras una larga estancia en el lecho de alg"n r!o, otro saco lleno de huesos, siete varas de distintos tama*os, seis o siete tro;os de marfil, la mitad de los cuales proced!an de mamuts muertos mucho tiempo atrs y la otra mitad de morsas ca;adas en el norte& y una -iel de foca bastante grande que envolv!a un fardo cuadrado al que deb!a sus e$traordinarios poderes. 3onten!a una momia bien conservada, la de una 4ujer que hab!a muerto miles de a*os antes y a la que hab!an sepultado en una cueva de la isla de Lapa%. :ecorri silenciosamente la parte norte de la aldea e instintivamente se dirigi hacia la alta p!cea, cuyas grandes ra!ces estaban parcialmente e$puestas por la erosi n: Bej caer a un lado su valioso fardo y comen; a cavar la tierra entre las ra!ces, como un animal cuando construye su madriguera. Tna ve; hubo e$cavado un hoyo de tama*o considerable, levant a su alrededor y por encima de #l una especie de cho;a en la que instal su residencia y coloc su fardo en el lugar de honor. -as tres d!as sin hacer nada y despu#s comen; a visitar discretamente a los aleutas. 8UDe venido a salvarosV 8les informaba con f"nebre gravedad. +ra el chamn Lunasaq, que hab!a adquirido e$periencia en varias islas, aunque nunca hab!a logrado hacer nada importante ni hab!a alcan;ado un verdadero prestigio, porque hab!a preferido vivir apartado de la gente, en comuni n con los esp!ritus que gobiernan a la Dumanidad y a los bosques, a las monta*as y a las ballenas, y se hab!a limitado a ayudar cuando se le necesitaba. ,o se hab!a casado nunca porque le molestaban los ruidos de los

-gina .M@ de ?@0

Alaska

James A. Michener

ni*os, y se esfor;aba en evitar el contacto con sus se*ores rusos, desconcertado ante su e$tra*o comportamiento. -or ejemplo, no pod!a concebir que los que ostentaban el poder separasen a los hombres de las mujeres, como hab!an hecho los rusos al secuestrar a todos los hombres de Lapa% y abandonar a las mujeres para que murieran. PJ3 mo creen que va la gente a producir nuevos trabajadores para sus barcosKQ, se preguntaba. Campoco comprend!a que pudieran matar a todas las nutrias del mar, cuando con un poco de moderaci n se hubieran asegurado todas las necesarias, a*o tras a*o, hasta el final de los tiempos. -ero por encima de todo, no lograba entender el crimen de que hombres adultos corrompiesen a muchachas muy jovencitas, con las que tendr!an que casarse ms adelante, si tanto hombres como muchachas quer!an sobrevivir y dar sentido a la e$istencia. +n realidad, hab!a llegado a contemplar tantas maldades en las diversas islas ocupadas por los rusos que no se le hab!a ocurrido nada ms sensato que ir a Aodia%, donde estaba el cuartel general de la 3ompa*!aX para intentar llevar alg"n alivio a su pueblo, porque le dol!a pensar que pronto tendr!a que abandonarles, dejndolos en las tristes condiciones que estaban padeciendo. Al igual que Coms de Aquino, 4ahoma y )an Agust!n, sent!a la ne8 cesidad de dejar este mundo un poco mejor de lo que estaba cuando #l lo hab!a heredado& pero cuando se instal entre las ra!ces del gran rbol protector, comprendi que, si se comparaba con el poder!o de los invasores rusos, con sus barcos y sus armas, #l se encontraba casi indefenso, e$cepto -or el hecho de que contaba con una ventaja de la que ellos carec!an. +n su hatillo de piel de foca estaba aquella anciana, con sus trece mil a*os de antig5edad, y que con cada a*o de su e$istencia ms poderosa se volv!a. 3on su ayuda, el chamn salvar!a a los aleutas de sus opresores. )ilenciosamente, como el tranquilo viento del sur que a veces sopla desde el turbulento oc#ano -ac!fico, empe; a frecuentar a los peque*os aleutas que con tanta obediencia cumpl!an los dictados de los rusos y les record insistentemente que les tra!a mensajes de los esp!ritus: 8)iguen siendo ellos quienes gobiernan el mundo, a pesar de los rusos, y ten#is que escucharles, porque os servirn de gu!as a trav#s de esta #poca dif!cil, como supieron guiar a vuestros antepasados, cuando se vieron atacados por tempestades. Les comunic que guardaba entre las ra!ces del rbol los objetos mgicos que le permit!an comunicarse con aquellos esp!ritus omnipresentes y se sinti ms tranquilo cuando los hombres, de dos en dos o de tres en tres, comen;aron a acudir para consultarle. :epet!a siempre el mismo mensaje: 8Los esp!ritus saben que ten#is que obedecer a los rusos, por absurdas que sean sus rdenes, pero tambi#n quieren que os defendis. <uardad algo de comida para los d!as en que no reparten nada. 3omed cada d!a un poco de algas, porque la fuer;a viene de ellas. Bejad escapar a las cr!as de las focas y de las nutrias. )abr#is c mo hacerlo sin que los rusos se den cuenta. F cumplid las antiguas normas, que son las mejores. Ayudaba a los que ca!an enfermos& acostaba a la v!ctima en una estera limpia, despu#s le rodeaba la cabe;a con caracolas, para que el mar pudiera hablarle, y pon!a junto a sus pies piedras sagradas, para que conservara la estabilidad. 3uando se enfrentaba a problemas que no pod!a solucionar, sacaba a la momia, aquella marchita criatura cuyos ojos, hundidos en la cara ennegrecida, miraban fijamente para tranquili;ar y aconsejar: 8+lla dice que te vers obligado a ir a las islas de las Focas, no tienes escapatoria. -ero all! encontrars a un amigo de confian;a, que te apoyar toda la vida. ,unca ment!a a los hombres sentenciados a vivir en las islas, ni les aseguraba que encontrar!an una mujer o que tendr!an hijos, pues sab!a que era imposible& sin embargo, s! les hac!a ver que era posible la amistad, ese sentimiento que dignifica la vida, y afirmaba que un hombre sensato ten!a que ir en su busca, aunque estuviera viviendo un gran horror.

-gina .?0 de ?@0

Alaska

James A. Michener

8+ncontrars un amigo, Anasu%, y trabajars en algo que s lo podrs hacer t". F los a*os irn pasando. 4s tarde, cuando los botes ;arpaban hacia las islas de las Focas, el chamn aparec!a en la playa, sin ocultarse, para despedir a los aleutas, y, durante los "ltimos meses del .?@0, los funcionarios rusos se habituaron a su figura espectral, aunque de ve; en cuando se preguntaban de d nde hab!a salido y qui#n era e$actamente. -ero nunca sospecharon que, gracias a #l, los esclavos hab!an recuperado una peque*a parte de su dignidad e integridad, pues a ju;gar por la situaci n de su propia gente, tanto la de los funcionarios como la de los tratantes de pieles convertidos en siervos, todo se iba rpidamente al diablo. 3on el correr del tiempo, el chamn Lunasaq se enter de uno de los casos ms tristes y desesperados que sufrieron los aleutas, el de 3idaq, la muchacha que aquellos criminales se estaban pasando de uno a otro, pese a que las normas de la 3ompa*!a lo prohib!an. Tn d!a, cuando el siervo traficante de turno se encontraba ausente porque hab!a ido a descargar un %aya% lleno de pieles, el chamn se present en la cho;a donde estaba viviendo por aquel entonces la muchacha y, al verla con el pelo sucio, con la cara plida y tan demacrada que el disco labial casi se desprend!a de su boca, la tom de las manos y la atrajo hacia s!. 8UDija m!aV Los esp!ritus buenos no te han abandonado. 4e env!an para ayudarte. Insisti en que 3idaq le acompa*ara inmediatamente y abandonara la miseria moral en la que estaba viviendo. Besafiaba las normas de la 3ompa*!a y se arriesgaba a que el traficante ruso le matara a golpes para recobrar a su mujer, pero la condujo hasta su cho;a entre las ra!ces y, una 9e; dentro, destap su tesoro ms valioso, la momia, frente a cuya cara de pergamino hi;o sentar a 3idaq. 8,i*a 8enton 8, esta anciana pas por calamidades mucho peores que las tuyas. Dubo volcanes que estallaron en la noche, inundaciones, el furor del viento, la muerte, las infinitas pruebas que nos asaltan. F luch . 3ontinu hablando as! durante varios minutos, sin ver que la peque*a 3idaq hac!a lo posible por no re!rse de #l. Finalmente, la muchacha alarg las dos manos, con una toc la de #l y con la otra ro; los labios de la momia. 8,o necesito que ella me ayude, chamn. 4ira este disco labial. +s hueso de ballena& yo ayud# a matarla. Llegar el d!a en que matar# a cada uno de los rusos que me han maltratado. )oy como t", viejo& yo lucho cada d!a. +n ese momento, en la oscuridad de la cho;a, se cre un v!nculo entre 3idaq y la momia, porque la vieja que hab!a muerto en Lapa% hac!a tanto tiempo habl a la joven de su isla. Dabl , s!. Bespu#s de practicar durante d#cadas, Lunasaq hab!a llegado a perfeccionar sus dotes para la ventriloqu!a hasta el punto de que no s lo pod!a proyectar su vo; hasta una distancia considerable, sino que tambi#n pod!a imitar la forma de hablar de diferentes personas. -od!a ser un ni*o que pidiera ayuda, un esp!ritu enfadado que amonestara a un hombre malo o, especialmente, la momia, con su vasta acumulaci n de conocimientos. +n esa primera conversaci n, a la que siguieron muchas ms, los tres hablaron sobre los tiranos rusos, sobre las nutrias marinas, sobre los hombres sentenciados a las islas de las Focas y, especialmente, discutieron la vengan;a que 3idaq planeaba contra sus opresores. 8-uedo esperar 8aseguraba ella8. 3uatro, y entre ellos el peor, estn ya en las islas de las Focas. ,o volveremos a verles. -ero tres contin"an aqu!, en Aodia%. 8JNu# vas a hacerlesK 8pregunt la momia. 8+stoy dispuesta a desafiar a la muerte, pero no dejar# de castigarles 8respondi 3idaq. 8J3 moK 8quiso saber la anciana. 8-uedo degollarles mientras duermen 8contest 3idaq.

-gina .?. de ?@0

Alaska

James A. Michener

8Da;le eso a uno, y ellos te degollarn a ti. )eguro 8repuso la momia. 8JCe enfrentaste t" a problemas tan gravesK 8inquiri 3idaq. 83omo todo el mundo 8inform la vieja. 83onseguiste vengarteK 8)!. Les sobreviv!. 4e re! sobre sus tumbas. F aqu! sigo. 4ientras que ellos Besaparecieron hace mucho. Dace mucho. La cho;a se llen con las risas ahogadas que la momia emit!a al recordar su vengan;a& y era muy dif!cil advertir la destre;a con que Lunasaq usaba su vo; para que sonara como esas risas o detectar cundo dejaba de ser la momia y se pon!a a hablar severamente con su propia vo;. 8Cengo que recordarte que el problema de 3idaq no es la vengan;a 8dijo el charnn8, sino la supervivencia de su pueblo. )u problema es encontrar marido y tener hijos. 8Las focas tienen hijos. Las ballenas tienen hijos. 3ualquiera puede tener hijos espet la momia. 8JLos tuviste t"K 8pregunt 3idaq. 83uatro. F eso no cambi nada 8contest la anciana. 8-ero t" viv!as sin ning"n peligro, junto a los tuyos 8interrumpi otra ve; Lunasaq. 8,adie vive nunca sin ning"n peligro 8dijo la momia8. Bos de mis hijos se murieron de hambre. 8J3 mo fue que ellos murieron y t" sobrevivisteK 8inquiri el chamn. 8Los viejos pueden soportar los golpes 8e$plic la anciana8. 4iran ms all. Los j venes se los toman demasiado en serio. F se dejan morir. C" 8se dirigi con bastante brusquedad al chamn8, a esta ni*a la tratas con demasiada severidad. B#jala que se tome su vengan;a. Los dos os sorprender#is cuando veis la forma en que se produce. 8JLlegarK 83laro. Igual que muy pronto van a llegar los rusos a esta cho;a, para darnos una pali;a a todos. -ero Lunasaq, mi ayudante, ya ha pensado en eso, y t" resultars de gran ayuda, de una forma que ahora no puedes adivinar. Cu ayuda llegar de tres maneras, que vendrn en diferentes direcciones. -ero ahora, escondedme. Apenas hab!an ocultado a la momia cuando irrumpieron en la cho;a dos de los traficantes siervos y atacaron al chamn con unos golpes tan brutales que 3idaq temi por su vida. -ero tan pronto hab!a comen;ado la pali;a, un grupo de cinco aleutas armados con garrotes corrieron hasta la casucha y en ese reducido espacio pegaron con fuer;a en la cabe;a a los agresores, con tanta aplicaci n que el ms fuerte de ellos sali de la cho;a tambalendose, con la cabe;a destro;ada, hasta que cay muerto, mientras el otro hombre escapaba gritando, perseguido por dos aleutas que le golpeaban en la espalda. 4ilagrosamente, los otros aleutas consiguieron llevarse en secreto el cadver y lo escondieron en un barranco, bajo un mont n de piedras. +l traficante que sobrevivi a la pali;a trat despu#s de acusarles, diciendo que unos aleutas le hab!an atacado con garrotes, pero tanto #l como su compa*ero muerto ten!an tan mala reputaci n que la 3ompa*!a no lament borrarlRs de su -lantilla, y, unos d!as despu#s, se envi al superviviente a pasar el resto de su vida entre las focas. 3idaq presenci su marcha con infle$ible satisfacci n y regres a la cho;a del chamn, donde, para su sorpresa, la momia no demostr mucho entusiasmo por el incidente. 8,o tiene importancia 8dijo8. A esos dos no les vamos a echar de menos, y t" no has ganado nada con esta historia. Lo importante es que estn a punto de producirse las tres maneras de ayudarnos de las que te habl#. -reprate. Cu vida est cambiando. +l mundo est cambiando.

-gina .?/ de ?@0

Alaska

James A. Michener

+ntonces el chamn hi;o que la momia hablase como si se estuviera alejando de la cho;a, y 3idaq le suplic que se quedara& como la 9ieja no acababa de irse, fue el chamn quien la interrog primero: 8+sas ayudas, Jtambi#n a m! me sern "tilesK 8JNu# significa ser "tilK 8espet la anciana, con bastante impaciencia8. JAcaso a 3idaq le resulta "til que uno de sus agresores haya muerto y el otro est# e$iliadoK )olamente si ella hace algo que le permite obtener un beneficio. 3on el correr de los a*os, la momia hab!a adquirido una personalidad propia y con frecuencia e$presaba opiniones contrarias a las del chamn. +ra como un voluntarioso estudiante que se hubiera liberado de la tutela de su maestro y, en algunas ocasiones en que hablaban sobre asuntos inportantes, el chamn y la obstinada momia llegaban a entablar una discusi n. 8-ero, esas nuevas maneras, Jno sern perjudicialesK [pregunt el chamn. 8-or s! mismo, Jqu# es lo que resulta perjudicialK 8respondi la vieja, con otra irritada pregunta8. )olamente lo que permitimos que lo sea. 8J-uedo emplear esas nuevas manerasK JF ayudar con ellas a los m!osK 8pregunt Lunasaq. ,o hubo respuesta, porque la vieja sab!a que la soluci n se encontraba en el propio chamn. -ero cuando 3idaq formul casi la misma pregunta,la momia suspir y guard silencio, como sumida en antiguos recuerdos,y luego suspir otra ve;. 8Be todos mis a*os 8dijo finalmente8, y he disfrutado de varios miles, recuerdo solamente los que me enfrentaron con desaf!os: mi marido, al que no llegu# a apreciar hasta que vi de qu# modo se comportaba ante la adversidad& mis dos hijos, que se negaron a ser ca;adores, pero se convirtieron en unos e$pertos constructores de %aya%s& el invierno en que todos se pusieron enfermos y s lo quedamos otra vieja y yo para conseguir pescado& aquel espantoso a*o en que el volcn de Lapa% estall sobre el oc#ano y cubri nuestra isla con dos palmos de ceni;a, y mi marido y yo tuvimos que llevarnos a los sobrevivientes mar adentro, durante cuatro jornadas, -arXa poder respirar& y las noches apacibles en que yo imaginaba planes que nos permitir!an llevar una vida mejor. 8)e interrumpi y entonces pareci dirigir su vo; directamente hacia 3idaq, para despu#s volverse hacia el chamn, que le hab!a permitido continuar su e$istencia durante el per!odo actual8: +stn llegando tres hombres a Aodia%. Craen con ellos el mundo y todo el significado del mundo. F vosotros les recibir#is, cada uno a vuestra manera. +ntonces habl con una vo; mucho ms suave, dirigi#ndose solamente a 3idaq: 8JCe sentiste bien cuando viste c mo mataban a aquel rusoK 8,o 8contest 3idaq8. Cuve la sensaci n de que algo acababa. 3omo si algo se hubiera terminado. 8JF no te sentiste satisfechaK 8,o& s lo se acababa. Algo malo hab!a terminado, sin que yo tuviera mucho que ver con ello. 8+sts preparada para recibir a los que vienen 8afirm la momia. Bespu#s pregunt , dirigi#ndose a su chamn8: JNu# sentiste t" cuando a #l le asesinaronK 8)ent! lstima por #l 8contest Lunasaq con sinceridad8, porque hab!a vivido una vida tan miserable. F me alegr# por m!, porque todav!a me queda mucho trabajo por hacer aqu!, en Aodia%. 8+stoy orgullosa de vosotros dos. +stis preparados. -ero nadie me ha preguntado qu# es lo que yo siento. +sos tres que vienen, tambi#n se dirigirn a m! con sus problemas. 8JNu# sientes t"K 8pregunt entonces el chamn, pues el bienestar de la momia fortalec!a el suyo.

-gina .?7 de ?@0

Alaska

James A. Michener

8Rs he dicho que para m! los a*os buenos eran aquellos en que algo tra!a desaf!os 8dijo ella8. Fa va siendo hora de que pase algo interesante en esta condenada isla. F, despu#s de darles aquella alentadora informaci n, se retir para preparar el pr $imo reto que le reservaban sus trece mil a*os de edad. +l primero que lleg fue un hombre que regresaba ilegalmente. ,adie esperaba verle otra ve; en la isla de Aodia%, pero reapareci con una misi n que dej at nitos a todos los que hablaron con #l. +ra Ferma% :uden%o, aquel traficante corpulento y barbudo que hab!a comprado a 3idaq y se hab!a escapado de las islas de las Focas, decidido a hacer cualquier cosa antes que volver all!. Los funcionarios de la 3ompa*!a descubrieron que hab!a llegado como poli; n en un barco que regresaba con un cargamento de pieles, le arrestaron y le llevaron a la tosca oficina del puerto. 8J)ab#is c mo es aquelloK 8les pregunt , fingiendo arrepentirse8. Antes all! s lo viv!an las focas. Ahora, hay unos pocos aleutas y unos cuantos rusos. Llega un barco al a*o, no hay casi nada para comer y nadie con quien hablar. 8-or eso te enviaron 8le interrumpi un joven oficial, que nunca hab!a pasado privaciones8. Aqu! eras incorregible, y en el pr $imo barco volvers a ir all, que es donde tienes que estar, y para siempre. :uden%o se puso plido y se desvaneci toda la furia que hab!a desplegado cuando era el rey del Sar Ivn y de los traficantes de Aodia%. Le resultaba insoportable tener que enfrentarse durante el resto de su vida a la espantosa soledad de las islas -ribilof y empe; a suplicar a aquellos funcionarios que controlaban su destino. 8,o hay ms que lluvia. ,i un rbol. +n invierno el hielo lo envuelve todo F, cuando vuelve el sol, solamente estn las focas, que abarrotan la isla. +n s lo una semana, un ni*o de seis a*os ser!a capa; de ca;ar tantas como le -idieran. F no hay nada ms. -areci que toda la fuer;a escapaba de su cuerpo enorme, de grandes m"sculos y hombros pesados, y, desde luego, toda su arrogancia se esfum . )i la sentencia le obligaba a embarcarse en un bote y regresar a aquella isla desolada, prefer!a saltar al agua durante el trayecto o matarse despu#s de desembarcar& porque malgastar los a*os de su vida en aquella inutilidad improductiva era ms de lo que pod!a soportar. 8U,o me hagis volverV 8les rog . 8Ce enviamos all! porque aqu! no pod!amos hacer nada contigo 8los funcionarios se mostraron infle$ibles8. +n Aodia% no hay lugar para ti Besesperado, debati#ndose en busca de alguna salida, balbuce una petici n, y entonces, a pesar de que no hac!a al caso, la isla de Aodia% adquiri un compromiso que dur tanto como la violenta vida de aquel hombre. 8UAqu! vive mi mujerV U,o pod#is separar de su mujer a un ruso creyenteV La noticia dej at nitos a los presentes, que intercambiaron miradas. 8JAlguien conoce a la mujer de este hombreK 8se preguntaban unos 8J-or qu# no nos dijeron nada de estoK 8dec!an otros. +l resultado fue que el funcionario que estaba temporalmente a cargo de los asuntos de la 3ompa*!a tom una decisi n. 8Llevaos a este hombre& ya veremos 8dijo. 8 +ncarg la investigaci n a un joven oficial de la 4arina, el alf#re; Fedor (elov, quien inici las averiguaciones mientras volv!an a encarcelar a :uden%o& tras algunos aburridos interrogatorios, el joven oficial descubri que el prisionero :uden%o hab!a comprado a una muchacha aleuta en la isla de Lapa% y, aunque la trataba mal, en cierto modo se le pod!a considerar como su marido. (elov inform a sus superiores, que se mostraron preocupados.

-gina .?6 de ?@0

Alaska

James A. Michener

8La ;arina nos ha ordenado favorecer el establecimiento de familias rusas en estas islas 8se*al el director en funciones8 y, ms concretamente, pidi que se promocionara el matrimonio con las muchachas nativas, si se convert!an al cristianismo. -uesto que la ;arina en cuesti n era 3atalina la <rande, aut crata de aut cratas, que lograba enterarse de lo que ocurr!a en los puntos ms remotos de su imperio, era aconsejable cumplir todas sus consignas. -or lo tanto, ordenaron al alf#re; (elov que volviera al trabajo y comen;ara a investigar a la supuesta esposa de :uden%o. J+$ist!a de verdadK J+ra cristianaK J)er!a posible que el "nico sacerdote ortodo$o de Aodia%, que casi siempre estaba borracho, bendijera su matrimonioK +l oficial se ocup primero de esta "ltima cuesti n y se fue en busca del padre -#tr, un derrotado sacerdote de sesenta y siete a*os, que repetidas veces hab!a solicitado que le permitieran regresar a :usia. Bescubri que el anciano estaba dispuesto a satisfacer cualquier encargo que le hiciera la 3ompa*!a, que era quien le proporcionaba alojamiento y comida. 8U-or supuesto que s!V ,uestra adorada ;arina, que Bios la proteja, nos ha dado instrucciones, y nuestro venerado obispo de Ir%uts%, que Bios le proteja, a quien tenemos en gran respeto... Al mencionar el nombre del obispo, sus pensamientos se desviaron hacia la s#ptima solicitud que pensaba dirigir al dignatario, suplicndole que le liberara de las dif!ciles responsabilidades que ten!a a su cargo en la isla de Aodia%. +ntonces perdi el hilo de su discurso y, con una mirada ine$presiva en su rostro blanco y barbudo, inquiri con humildad: 8JNu# deseisde m!, jovenK 8J:ecordis al traficante de pieles Ferma% :uden%oK 8,o. 8Tn hombre corpulento, muy pendenciero... 8Ah, s!. 8Crajo una muchacha de Lapa%. Tna aleuta, claro. 8+s algo muy normal entre los marineros. 8Da pasado casi un a*o entero en las islas de Las Focas. 83laro, claro& es un mal tipo. 8J3asar!ais a ese tal :uden%o con su muchacha aleutaK 8-or supuesto. La ;arina nos orden que... )!, lo orden . 8-ero solamente si las muchachas se convert!an al cristianismo. JLa bauti;ar!aisK 8)!& para eso me enviaron aqu!, para bauti;ar. -ara que los paganos cono;can el amor de =esucristo. 8JDab#is bauti;ado a algunoK 8A unos pocos& son tipos muy to;udos. 8J-ero a #sta, la bauti;ar!ais y la casar!aisK 8)!, porque son rdenes de la ;arina. Le! la orden, me la envi nuestro obispo de Ir%uts%. +l alf#re; (elov comprendi que el anciano no ten!a muy claro qu# estaba haciendo all! o qu# ten!a que hacer. Llevaba varios a*os en las islas y, a pesar de ello, hab!a bauti;ado a muy pocas personas, hab!a celebrado todav!a menos matrimonios y no hab!a llegado a dominar ninguno de los idiomas de los nativos. +ra el peor ejemplo del esfuer;o civili;ador ruso, y los chamanes como Lunasaq se hab!an colado en el amplio vac!o que dejaba su falta de entusiasmo misionero. 8+nviar# vuestra solicitud al obispo de Ir%uts% 8prometi (elov8. +n cuanto a vos, Jestar#is dispuesto a celebrar ese matrimonioK 8<racias, gracias por enviar la carta. 8Rs he preguntado por la boda.

-gina .?L de ?@0

Alaska

James A. Michener

8Fa sab#is lo que ha manifestado la ;arina, que los cielos protejan a )u Alte;a :eal. +l alf#re; (elov inform , pues, a los funcionarios de que :uden%o ten!a algo as! como una esposa y de que el padre -#tr estaba dispuesto a bauti;arla y a celebrar la boda, siguiendo las instrucciones de la ;arina. +ntonces los funcionarios preguntaron a (elov si hab!a visto a la joven y si la ju;gaba digna de convertirse en ciudadana rusa. 8Codav!a no la he visto 8respondi #l8, pero creo que est aqu!, en Los Cres )antos, y proseguir# diligentemente con la investigaci n. -or medio de nuevos interrogatorios, se enter de que la joven se llamaba 3idaq y que resid!a, si es que se pod!a emplear esta palabra, en una cho;a cuyo ocupante anterior hab!a sido asesinado, sin saberse muy bien c mo, -ues los detalles eran poco claros. Bescubri con sorpresa que se trataba de una joven sencilla, de quince o diecis#is a*os, que no estaba embara;ada, era e$cepcionalmente limpia para ser una aleuta y ten!a nociones de ruso. Advirti que su presencia la aterrori;aba, aunque ignoraba que era por el miedo de verse complicada en el asesinato del traficante un asunto que ya desde el principio se hab!a abandonado& hi;o lo posible por tranquili;arla: 8Craigo buenas noticias, muy buenas noticias. +lla suspir , sin lograr imaginar de qu# pod!a tratarse. 8)e te ha concedido un gran honor 8le dijo (elov, mientras se inclinaba hacia ella, y ella se inclinaba tambi#n para escuchar8. Cu marido quiere casarse legalmente contigo. -or la religi n rusa. 3on sacerdote. (autismo. 8Di;o una pausa y luego a*adi , con gran pompa8: ciudadan!a rusa plena. )in abandonar su postura, le sonri y se sinti aliviado cuando vio la enorme sonrisa que estall en el rostro de la muchacha. La tom de las manos y, embargado por su propia alegr!a, e$clam : 8J,o te lo hab!a dichoK U<randes noticiasV 8J4i maridoK 8pregunt ella, por fin. 8)!. Ferma% :uden%o. Da vuelto de las islas de las Focas. 'ste fue el inicio del fraude mediante el cual 3idaq iba a lograr vengarse de :uden%o, porque la muchacha consigui disimular, con la astucia de un animalillo, cualquier reacci n f!sica o verbal que pudiera delatar su repugnancia ante la idea de volver a reunirse con :uden%o y, durante la pausa que sigui , comen; a imaginar varias formas de cobrarle la deuda a aquel hombre malvado. -ero comprendi que ten!a que saber ms cosas antes de dar el paso siguiente y se fingi encantada por la noticia. 8JB nde est mi maridoK J3undo puedo verleK 8U,o vayas tan de prisaV +st aqu!, en Los Cres )antos. F la 3ompa*!a dice que, si os casis como es debido, #l puede quedarse 8a*adi solemnemente el joven oficial, como si le estuviera comunicando un "ltimo favor. 8UNu# maravillaV 8e$clam la joven. +ntonces el oficial a*adi una condici n que a ella le permiti complicar las cosas: 8-or supuesto, para que se celebre la boda por la iglesia tendrs que convertirte antes al cristianismo. 8JF de lo contrario le harn volver a las islas de las FocasK 8pregunt entonces 3idaq, fingiendo estar horrori;ada. 8R puede que le fusilen. 8J)ignifica eso que ha vuelto sin permisoK 8)!. Ard!a en deseos de estar otra ve; contigo. 8J3ristianismoK J4atrimonioK J+so es todo lo que hace faltaK 8)!& y el padre -#tr dice que est dispuesto a encargarse de tu conversi n y a celebrar tu boda.

-gina .?M de ?@0

Alaska

James A. Michener

3idaq sonri al alf#re; (elov con su redonda cara radiante por la fingida gratitud y le dio las gracias por sus alentadoras noticias. 8JF cundo puedo ver a mi se*or F#rma%K 8quiso saber despu#s, como si estuviera profundamente enamorada. 8Ahora mismo. +n la bah!a de Los Cres )antos no hab!a crcel, lo que no debe e$tra*arnos, pues contaba con muy pocas cosas de las que precisa una sociedad organi;ada, pero en las oficinas de la 3ompa*!a hab!a un cuarto sin ventanas y con una puerta doble, que pod!a cerrarse con llave por ambos lados& descorrieron los cerrojos, y el joven oficial condujo a 3idaq al cuarto oscuro donde estaba sentado su supuesto marido, encadenado con grilletes. 8UFerma%V 8e$clam ella, con una alegr!a que complaci al prisionero sin sorprenderle, porque, aunque comprend!a que resultaba arriesgado confiar en ella para lograr su libertad, era tan arrogante que pensaba que la joven se iba a deslumbrar ante la tentadora posibilidad de convertirse en la esposa legal de un ruso y le iba a perdonar todo lo que le hab!a hecho en el pasado8. UFerma%V 8volvi a e$clamar 3idaq, como una esposa sumisa. )e desprendi del alf#re; (elov y corri hacia su perseguidor, tom sus manos esposadas y las cubri de besos, y despu#s hundi su rostro sonriente en la barba del hombre para besarle de nuevo. Al presenciar aquel emotivo reencuentro entre el traficante de pieles ruso y la muchacha isle*a que tanto le adoraba, (elov disimul un sollo;o y sali para informar a las autoridades de que era necesario continuar con los preparativos de la boda. +n cuanto 3idaq se vio libre de :uden%o y (elov, corri a la cho;a del chamn, gritando: 8ULunasaqV UCengo que hablar con tu momiaV 3uando desenvolvieron el fardo de piel de foca, 3idaq e$plic entre risas la asombrosa oportunidad que acababa de ofrec#rsele: 8)i me caso con #l, se queda& si no, vuelve con sus focas. 8U+s e$traordinarioV 8e$clam la momia8. JLe has vistoK 8)!. Llevaba grilletes. Le custodia un soldado armado con un rifle. 8F, Jqu# has sentido al verleK 84e he imaginado que le estrangulaba con mis propias manos. 8JF qu# vas a hacerK +n el tiempo transcurrido desde que hab!a visto por primera ve; la odiosa cara de :uden%o, 3idaq hab!a perfeccionado su enrevesada estrategia. 8Dar# creer a todo el mundo que soy muy feli;. Bejar# que piensen que voy a casarme con #l. Dablar# con #l sobre la vida que vamos a llevar aqu!, en Los Cres )antos... 8JF disfrutars de cada minutoK 8pregunt la anciana. 8)!& y en el "ltimo instante dir# que no, para ver c mo le arrastran otra ve; a su prisi n eterna entre las focas. 8-ero, Jqu# motivo vas a alegar... para cambiar de opini nK 8pregunt la momia, que en vida hab!a sido una mujer prctica, lo cual e$plicaba su larga e$istencia posterior. Las palabras con las que respondi 3idaq resultaron ser el origen de graves complicaciones: 8Bir# que no puedo renunciar a mi antigua religi n para convertirme en cristiana. Lunasaq ahog un grito, escandali;ado ante aquella fr!vola declaraci n, pues ahora se trataba de la religi n, que era la esencia de su vida, y pod!a darse cuenta del peligro que encerraba aquel juego. Apart a un lado a la marchita momia, envuelta en su piel de foca, y el chamn Lunasaq, ante la amena;a, asumi la conversaci n. 8JDas dicho que estabas pensando en convertirte al cristianismoK

-gina .?? de ?@0

Alaska

James A. Michener

8,o& lo han dicho ellos. -ara poder casarme con :uden%o, tendr!a que unirme a su religi n. 8-ero no estars pensando hacerlo, JverdadK 3ontinuando con el juego, la joven respondi , medio en broma: 8(ueno, si #l fuera un ruso simptico... como el joven (elov, por ejemplo ... 4uy serio, el chamn hi;o sentar a 3idaq en una banqueta, se sent ante ella y se puso a hablarle, como si estuviera haciendo un resumen de toda su vida: 8J+s que no has visto la cristiandad de los rusos, jovencitaK JAcaso ha ayudado en algo a nuestro puebloK J,os ha tra!do la felicidad que promet!anK JR nos ha dado casas donde refugiarnosK JR comidaK J,os aman ellos como su Libro dice que tendr!an que amarnosK J,os respetanK J,os permiten entrar en sus casasK J,os han dado alguna libertad nueva o siquiera han mantenido las que nosotros hab!amos conseguidoK JDay algo... se te ocurre una sola cosa... algo bueno que su dios nos haya dadoK F de las cosas buenas que ya ten!amos, Jhay una sola que no nos hayan quitadoK La momia gru* , desde dentro de su saco, ante aquel acertado resumen de la autoridad cristiana bajo el dominio ruso, y el chamn continu , animado por ella& sacud!a sus desali*ados mechones cada ve; que presentaba un nuevo argumento para convencer a 3idaq: 8J+s que en los viejos tiempos, con nuestros esp!ritus, no hab!a felicidad en nuestras islasK JAcaso ellos no hac!an que siempre encontrramos animales nadando en torno de nuestras islas, que pod!amos ca;ar -ara comerK, Jacaso no nos proteg!an cuando !bamos en nuestros %aya%sK, Jno tra!an a nuestros hijos sanos y salvos al mundoK, Jno nos devolv!an el sol cada primaveraK, Jno aseguraban la armon!a de nuestra e$istencia y nos permit!an construir unos pueblos agradables, donde los ni*os jugaban al sol y los ancianos mor!an en pa;K 8)e conmovi tanto ante aquella visi n del para!so perdido de los aleutas que su vo; se elev hasta convertirse en un gemido quejumbroso8: U3idaqV U3idaqV Das sobrevivido a grandes calamidades. F, sin duda, los esp!ritus te han salvado para que cumplas una noble misi n. +n este momento de crisis, no pienses siquiera en abra;ar sus innobles costumbres. -ermanece junto a nuestro pueblo, 3idaq. Ay"dale a recobrar su dignidad. Ay"dale a elegir un camino honrado en estos tiempos de prueba. Ay"dame a m! a au$iliar a nuestro pueblo. +staba temblando cuando acab de hablar, porque sus esp!ritus, las fuer;as que impulsaban los vientos y encend!an el sol, le hab!an ofrecido una visi n del futuro y hab!a podido ver que su pueblo iba a morir rpida y dolorosamente si abandonaba sus antiguas costumbres. 9io c mo los hombres perd!an el sentido, cada ve; ms borrachos& vio c mo los morenos aleutas mor!an a causa de enfermedades desconocidas que nunca atacaban a los blancos rusos& vio c mo j venes alegres como 3idaq eran corrompidas y despreciadas& y, por encima de todas las cosas, contempl el declive ine$orable y la desaparici n definitiva de todo lo que hab!a hecho resplandecer la vida en Attu, en Ais%a, en Lapa% y en Tnalas%a y vio que todo era arrastrado por los suelos, hasta que los mismos esp!ritus que hab!an gobernado aquella vida llegaban a desaparecer. Tn universo, un universo entero que hab!a conocido episodios de grande;a, como cuando dos hombres solos en medio de la vastedad del mar, protegidos "nicamente por un %aya% de piel de foca, cuyos costados podr!a agujerear cualquier pe; que se lo propusiera, atacaban al monstruo, unos hombres que en total pesaban s lo ciento die; %ilos, mientras el animal alcan;aba cuarenta toneladas, y luchaban hasta matarlo. Aquel universo y todo lo que abarcaba estaba en peligro de e$tinci n, y Lunasaq sent!a que era el "nico responsable de salvarlo. 83idaq 8susurr , suplicndole con vo; casi ahogada por la angustia8, no desde*es las antiguas y seguras costumbres que te han protegido, en favor de otras nuevas y perversas, que te prometen vivir bien y solamente te conducen a la muerte.

-gina .?I de ?@0

Alaska

James A. Michener

)us palabras ejercieron un efecto poderoso sobre 3idaq, que permaneci sentada en una especie de trance, mientras #l sacaba de sus hatillos los s!mbolos reverenciados que hasta entonces la hab!an guiado en la vida: los huesos, los tro;os de madera, los guijarros pulidos, el marfil que tanto hab!a costado conseguir en el mar. +l chamn los distribuy alrededor de la muchacha, formando dibujos que ella ya conoc!a, e inici un cntico, usando palabras y frases que la muchacha no comprend!a, pero tan poderosas que trajeron hasta la habitaci n a los esp!ritus que gobernaban la vida, los cuales hablaron a la joven como en los d!as de su ni*e;. 8U3idaq, no nos abandonesV 3idaq, los otros te prometen una vida digna, pero no te la dan& no se la dan nunca a nuestra gente. 3idaq, sigue las costumbres que permitieron que tu bisabuela viviera tanto tiempo y con tanto valor. 3idaq, no te al!es con esos dioses nuevos y e$tra*os que solamente alardean, pero no tienen ning"n poder. U3idaq, 3idaqV )u nombre reson por todos los rincones de la cho;a, hasta que la muchacha temi desmayarse& pero entonces, desde el saco de la momia surgieron unas palabras de nimo: 8-aso a paso, 3idaq. )onr!e a :uden%o. Bale esperan;as. F ms tarde env!ale otra ve; al e$ilio con las focas. Bespu#s nos enfrentaremos a esas cosas que desconciertan a nuestro chamn y que a m! tambi#n me desconciertan. La ni*a de cara redonda y sonrisa como un sol agit con fuer;a la cabe;a, como si quisiera dejarla preparada para la tarea que ten!a que emprender. 8,o permitir# que me conviertan en cristiana 8le prometi a su chamn8& es decir, en una aut#ntica cristiana. F sali de la cho;a, sonriendo una ve; ms, mientras intentaba imaginar la cara que pondr!a :uden%o en el "ltimo instante, cuando ella se negara a casarse y #l comprendiera que le hab!a enga*ado, para obligarle a volver con las focas. La momia hab!a predicho que a Aodia% llegar!an tres hombres con mensajes de inquietud o de esperan;a, y :uden%o hab!a sido el primero, con malas noticias& pero se acercaba un segundo hombre, que tra!a ideas creativas, que lleg muy a tiempo. Dacia el .?@0, la coloni;aci n rusa de los territorios americanos se degrad hasta el nivel ms bajo que hab!a alcan;ado nunca una naci n europea al llevar la civili;aci n hasta las tierras reci#n descubiertas. +spa*a, -ortugal, Francia e Inglaterra se hab!an comportado mejor, y el "nico -a!s que se acerc a la desastrosa actuaci n de los rusos en las Aleutianas fue (#lgica, que tantas atrocidades cometi en el 3ongo. Los rusos acabaron con los )istemas de vida que siempre hab!an permitido a los isle*os gobernarse ra;onablemente. Agotaron las fuentes de alimentos hasta el punto de que la gente lleg a pasar hambre. +$terminaron, o poco menos, a las nutrias marinas y casi provocaron la desaparici n de una rique;a que podr!a haber continuado eternamente. F, peor a"n, eliminaron las antiguas creencias sin sustituirlas por otras viables. Los viejos sacerdotes borrachines, como el -adre -#tr, de Los Cres )antos, no llegaron a convertir al cristianismo a ms de die; aleutas en diecinueve a*os y ni siquiera ofrecieron a esas almas bien dispuestas un poco de consuelo espiritual o alguna mejora en su vida terrena. La situaci n era tan desastrosa que un observador imparcial hubiera podido concluir con bastante justificaci n que los rusos degradaban todo lo que tocaban. )in embargo, ahora iba a llegar una soluci n desde Ir%uts%. +n aquel invierno del .?/M en que 9itus (ering y su asistente Crofim Shdan%o hab!an quedado aislados por la nieve durante su viaje a Aamchat%a, se desviaron voluntariamente hasta la capital regional de Ir%uts%, no muy lejos de la frontera con 4ongolia, para entrevistarse con el voivoda <rigory 9oronov, cuya hija 4arina, tan trabajadora y eficiente, les caus muy favorable impresi n. 4arina se cas con Ivn -o;ni%ov, el comerciante de pieles siberiano, y, ms adelante, despu#s de que unos maleantes asesina8 ran a su primer marido cuando viajaban hacia Fa%uts%, se cas con el cosaco Shdan%o.

-gina .?@ de ?@0

Alaska

James A. Michener

3uando le presentaron a Crofim, 4arina le hab!a dicho que en )iberia, todas las cosas buenas proven!an de Ir%uts%, lo que todav!a era cierto. La ciudad hab!a florecido durante los a*os transcurridos desde entonces y se hab!a convertido en el centro administrativo y comercial de la :usia oriental, adems de en el foco desde el cual irradiaban ese tipo de ideas creadoras que permiten prosperar a una sociedad& de todas las instituciones all! presentes, la ms poderosa era la Iglesia Rrtodo$a, cuyo obispo local estaba decidido a inyectar vitalidad religiosa en Aodia%, que era el territorio ms oriental y el ms retrasado de los que ca!an bajo su administraci n. 3uando (ering y Shdan%o conocieron a 4arina 9oronova, ignoraban que ten!a un hermano menor, llamado Ignaci, que se hab!a quedado en 4osc" cuando su padre se traslad al este para ocupar el cargo de gobernador. +ste Ignaci ten!a un hijo llamado Lu%a, quien, a su ve;, en .?MM, tuvo Tn var n al que bauti; con el nombre de 9asili, y el ni*o, desde su infancia, mostr inclinaci n por las rdenes sagradas. Tna ve; terminados los estudios primarios, 9asili no tard en solicitar el ingreso en el seminario de Ir%uts% y, el .?@0, a la edad de veinticuatro a*os, ya estaba preparado para la ordenaci n. -or entonces, la familia 9oronov se hallaba inmersa en un tenso debate, y la t!a abuela 4arina Shdan%o, que ya ten!a ochenta y tres a*os, viaj desde -etropvlovs% hasta Ir%uts% para darles a conocer los vehementes opiniones, las cuales originaron la irritaci n de varios miembros de la familia. La familia se enfrentaba a un curioso problema. +n el momento de ordenarse, los sacerdotes de la iglesia ortodo$a rusa ten!an que tomar una dif!cil elecci n, que determinaba el rumbo futuro y los l!mites de su vida. Tn hombre joven, con el cora; n inflamado de entusiasmo, pod!a elegir entre convertirse en sacerdote negro o en sacerdote blanco, nombres que se refer!an a las vestimentas que proclamaban su decisi n. +l sacerdote blanco era el que eleg!a servir al pueblo, como jefe de una iglesia local, como misionero o como asistente menor en la obra divina. Lo importante es que no s lo se le permit!a, sino que se le animaba a casarse y, cuando establec!a una familia en su comunidad, quedaba ine$tricablemente ligado a ella. +l sacerdote blanco era un hombre del pueblo, y a ellos y al esfuer;o de sus familias se deb!a la mayor parte de las buenas obras de la iglesia. Lu%a 9oronov, el padre de 9asili, hab!a sido sacerdote blanco en la ;ona rural de Ir%uts%, y su hijo, que hab!a crecido en esa tradici n, hab!a sido adoctrinado sobre los m#ritos de esta elecci n. -ero otros j venes sacerdotes, impulsados por la ambici n de la carrera eclesistica o por el deseo sincero de ver a su Iglesia bien administrada, eleg!an ser sacerdotes negros, pues, aunque sab!an que eso les impedir!a casarse, eran conscientes tambi#n de que se les conceder!a a ellos el gobierno de su Iglesia. 3ualquier muchacho que aspirara a ejercer un alto cargo religioso en :usia o en una provincia importante, como Ir%uts%, ten!a que elegir el hbito negro, hacer votos de castidad y respetar aquellas decisiones de por vida, si no quer!a verse rigurosamente e$cluido de cualquier puesto importante en la jerarqu!a. Dab!a una regla infle$ible, que no admit!a e$cepciones: PLos dignatarios religiosos s lo surgen de entre los sacerdotes negrosQ. +l joven 9asili sent!a la clara vocaci n de seguir los pasos de su padre, pues en la ;ona de Ir%uts% no hab!a habido un sacerdote ms apreciado que Lu%a 9oronov, ni siquiera el obispo, que era sacerdote negro, naturalmente. 9asili contaba con el apoyo seguro de su padre y hubiera seguido su ejemplo, de no ser porque su t!a abuela 4arina e$pres firmemente su opini n en contra. 8UDijoV )er!a un desastre que t" mismo te negaras la posibilidad de alcan;ar un alto cargo en nuestra iglesia. ,o pienses siquiera en elegir el hbito blanco. Besde tu nacimiento has estado destinado a ser un jefe& qui; el jefe supremo.

-gina .I0 de ?@0

Alaska

James A. Michener

)u sobrino Lu%a, el padre del joven, reaccion con bastante energ!a ante aquel consejo, que le parec!a fantasioso. 84i querida t!a 4arina, t" sabes tan bien como 9asili que la jerarqu!a de nuestra iglesia no busca sacerdotes de )iberia. 8UTn momento, un momentoV ) lo porque t", Lu%a, renunciaras al camino recto y volvieras la espalda a los ascensos, cosa que nunca comprend!, no es motivo para que tu hijo, que tiene tanto talento, haga lo mismo. U4!raleV JAcaso el mismo Bios no le ha escogido para formar parte de la jerarqu!aK La familia volvi la vista hacia 9asili, muy digno con su t"nica de seminarista, rubio, alto y erguido, de aspecto apuesto y de modales respetuosos, y vieron que era un joven apto para prestar un servicio distinguido a su iglesia. Cal como hab!a comentado su t!a abuela, era un hombre destinado a alcan;ar la grande;a. -ero su padre ve!a algo ms noble que la posibilidad de ascender& ve!a a un joven nacido para servir, tal ve; en el puesto ms humilde que ofreciera la iglesia, tal ve; en un alto cargo, pero que siempre cumplir!a con las nobles responsabilidades de su religi n, como #l mismo, Lu%a, hab!a tratado de hacer toda su vida. +l joven seminarista pose!a el toque de gracia que dignifica a un hombre, cualquiera que sea la tarea que se le asigne& ten!a vocaci n, una llamada e$terior tan apremiante como el grito insolente de un sargento en el fr!o de la ma*ana. +staba destinado a cumplir el trabajo del )e*or y se sent!a ansioso por hacerlo en el puesto que se le asignara. 3uando finalmente se dispon!a a anunciar la decisi n de elegir el hbito blanco, la t!a abuela 4arina dej at nita a la familia: 83omo sab!a que la reuni n era importante, me he permitido consultar la cuesti n con el obispo y le he pedido que viniera a vernos, para servirnos de orientaci n. 9e a ver si ha llegado su carruaje, Lu%a. -oco despu#s apareci el obispo en persona, quien hi;o una reverencia ante aquella gran dama, la cual hab!a contribuido con su dinero, generosa y frecuentemente, para que #l pudiera llevar a cabo el trabajo iniciado por la Iglesia, especialmente en las islas. 83omo os dije el otro d!a, madame Shdan%o, sois un honor para Ir%uts%. 83omo mi padre en sus tiempos 8replic ella, sin a;orarse. F a*adi , aunque un poco tarde8: F como Lu%a, a su modo. 83omo no quer!a que el obispo perdiera su tiempo con tonter!as, continu 8: 9asili opina que, para servir al )e*or, tiene que elegir el hbito blanco. 8A su edad, yo eleg! el negro. 8JF pudisteis ejecutar la obra del )e*or con la misma capacidadK 83reo que el deseo ms imperioso del )e*or es mantener la prosperidad de su Iglesia. 4arina no se conform con esta victoria, pues quer!a escuchar algo ms que lugares comunes. 8Becidme la verdad, obispo 8le pidi 8, si este joven tomara el hbito negro, Jle tendr!ais en cuenta para ocupar un puesto en las AleutianasK Los miembros de la familia quedaron asombrados ante una pregunta tan impertinente sobre la pol!tica de la Iglesia, pero la vieja sab!a que le quedaban pocos a*os de vida y que en las islas que tanto le gustaban a su segundo marido hab!a todav!a mucho trabajo por hacer. +l obispo tampoco

-gina .I. de ?@0

Alaska

James A. Michener

se sorprendi ante la claridad con que hab!a hablado la anciana se*ora, pues sus antiguas obras ben#ficas le daban derecho a entrometerse un poco, especialmente en lo que concern!a a un miembro de su propia familia. +l obispo pidi ms t#, sostuvo su ta;a en equilibrio, mordisque un pastelito y dijo: 83omo bien sab#is, madame Shdan%o, estoy gravemente preocupado por la situaci n de nuestra Iglesia en las islas. La ;arina ha dispuesto sobre mis hombros la responsabilidad de velar por la divulgaci n de la -alabra )agrada y por que los salvajes ingresen en la familia de 3risto. 84ir sucesivamente a cada miembro de la familia, tom un sorbo de t# y dej la ta;a. +ntonces continu X con cierto tono de triste;a8: F he fracasado. De enviado a aquella ;ona a un sacerdote tras otro, a hombres que qui; hab!an sido buenos en sus tiempos, pero que cuando van all son ancianos y ya no arden en el fuego de la ambici n y el entusiasmo. 4algastan sus vidas y los recursos de la iglesia. (eben, discuten con los funcionarios de la 3ompa*!a, no prestan atenci n a los que de verdad estn a su cargo, que son los isle*os, y no atraen ning"n alma hacia =esucristo. 8Dab#is resumido cuanto yo quer!a decir 8manifest la luchadora anciana, con aquella vehemencia que no hab!a disminu!do desde sus tiempos de muchacha, cuando viv!a en Ir%uts%8. ,ecesitamos hombres de verdad en las islas. +s decir, si queremos llevar all la civili;aci n. Nuiero decir que hay que hacerlo si queremos conservar ese nuevo imperio, en lugar de entregarlo, como unos cobardes, a los ingleses o a los espa*oles, por no mencionar a esos condenados estadounidenses, cuyos barcos ya comien;an a hacer incursiones en aguas que deber!an ser nuestras. 8+ra evidente que se habr!a embarcado inmediatamente hacia las islas, ya fuera como gobernadora, como almiranta, como generala o como jefa de la iglesia local. 8De estudiado la sugerencia que hicisteis el otro d!a, madame Shdan%o, y estoy de acuerdo& si este e$celente joven elige el hbito negro, lo har con mi bendici n. Ciene un gran futuro en esta Iglesia. F no puede comen;ar en mejor sitio que en las Aleutianas, donde podr inaugurar una civili;aci n completamente nueva. 3umplid bien con vuestro trabajo all!, joven, y tendr#is inmejorables posibilidades para servir a la Iglesia. [Bespu#s hi;o una reverencia a 4arina, y a*adi un comentario de orden prctico8: -ara dirigir la iglesia de Aodia%, no necesito a un joven que se case con una muchacha de la ;ona y se hunda lentamente en el alcoholismo, como sus predecesores, sino a alguien que se despose con la Iglesia y construya un edificio nuevo y fuerte. Animado por aquellas palabras, 9asili 9oronov, el joven ms prometedor de cuantos se hab!an graduado en el seminario de Ir%uts%, eligi el hbito negro, hi;o votos de celibato y se consagr al servicio del )e*or y a la resurrecci n de )u bochornosa Iglesia Rrtodo$a en las Aleutianas. -ese a tener ms de ochenta a*os, 4arina Shdan%o segu!a conservando una energ!a endemoniada y, en cuanto termin de dar instrucciones a su sobrino nieto 9asili sobre c mo ten!a que orientar su vida religiosa, se dedic con e$traordinario vigor a poner en orden sus propios asuntos. Aprovechando que se encontraba en Ir%uts%, donde estaba establecida la casa central de la 3ompa*!a, de la que era uno de los socios principales, decidi proponer ciertos cambios en la administraci n, y los miembros masculinos de la junta directiva se sorprendieron cuando la vieron llegar a su despacho con paso majestuoso. 8Nuiero enviar a un verdadero gerente para que organice nuestras -ropiedades en las Aleutianas 8les anunci , con firme;a.

-gina .I/ de ?@0

Alaska

James A. Michener

8Fa aseguraron los hombres. lugar de quejarse 8espet ella.

tenemos

un

gerente

8le

8Nuiero un hombre que trabaje, en 8JDab#is pensado en alguienK 8le preguntaron. 8Besde luego 8contest ella, entusiasmada. +n aquella #poca, en Ir%uts% hab!a un comerciante fuera de lo com"n, llamado Ale%sandre (aranov, que ten!a cuarenta y pocos a*os y era un veterano de las duras guerras comerciales siberianas. 4arina le hab!a visto de ve; en cuando, caminando por las calles con la cabe;a inclinada, como si preparara alg"n movimiento magistral, y le intrigaban las historias que se contaban de #l. 8+s de baja cuna, no tiene ning"n tipo de antecedentes familiares. Ciene una esposa a la que nadie conoce, porque cuando #l vino a )iberia la mujer le prometi reunirse pronto con #l, pero nunca acudi . +s un hombre que ha prestado servicio en todas partes y es honrado como la lu; del sol, pero siempre le acaba arruinando alg"n desastre del cual #l no tiene culpa alguna. 8J+s honrado de verdadK 8pregunt ella. 8+l que ms 8en eso estaban todos de acuerdo. 8JNu# es eso que he o!do decir sobre una fbrica de vidrioK 8pregunt ella. +ntonces escuch un relato incre!ble: 8Fo estaba con #l cuando ocurri . Tn d!a, mientras estbamos bebiendo cerve;a, a una criada, una aut#ntica campesina, se le cay una jarra, que se rompi . 3omo bien sab#is, el vidrio es muy caro en un puesto de frontera como Ir%uts%, de modo que el tabernero empe; a dar golpes a la pobre muchacha por haber roto algo tan valioso. -avel y yo censuramos al hombre por su brutalidad, pero (aranov se qued sentado, con los fragmentos de la jarra en las manos, y al cabo de un rato dijo: PCendr!amos que fabricar el vidrio aqu! mismo, en Ir%uts%. ,o har!a falta acarrearlo desde 4osc"Q. JF sab#is lo que hi;oK 8,o me lo imagino 8reconoci 4arina. 8+scribi a Alemania 8e$plic otro hombre8 para pedir un libro que tratase sobre la fabricaci n del vidrio y despu#s aprendi alemn con un comerciante, para poder descifrarlo, y, sin ninguna e$periencia prctica, sin haber visto nunca soplar una pie;a de vidrio, abri su fbrica. 8JF fracas , como sus otros sue*osK 8U+n absolutoV Fabricaba vidrio de muy buena calidad. Burante la cena hab#is bebido con una de sus pie;as. 8JF qu# ocurri K 8Nue se empe; a importar un mont n de vidrio de otras grandes fbricas del oeste, a precios mucho ms bajos. 3uando 4arina pregunt si aquella competencia hab!a apartado a (aranov del comercio de la ;ona, todos los hombres quer!an contestarle a la ve;: 8JA (aranovK. U+n absolutoV +$amin las cristaler!as que se importaban y opin que eran mejores que el vidrio que fabricaba #l, de modo que clausur su negocio y se puso a trabajar como agente de ventas para sus competidores. 84e gustar!a conocer a ese hombre, que parece tener tanto sentido com"n 8decidi 4arina. Le presentaron a (aranov, y vio ante ella un hombre bajo, desali*ado y gordinfl n, calvo como un t#mpano, que cru;aba las manos sobre la barriga como si se dispusiera a hacer una reverencia ante alg"n superior, pero su mirada penetrante y m vil delataba que considerar!a con inter#s cualquier proposici n que se le ofreciera.

-gina .I7 de ?@0

Alaska

James A. Michener

8J3onoc#is el comercio de pielesK 8pregunt ella. Burante media hora, el hombre le describi los progresos que se hab!an conseguido "ltimamente en las Aleutianas, en Ir%uts% y en 3hina, y le recomend que al llevar las pieles aleutianas hasta )an -etersburgo siguieran un recorrido mejor, que permitir!a transportarlas con mayor rapide;. 8J<anis mucho vendiendo cristalK 8fue la siguiente pregunta de la mujer, F #l tuvo la oportunidad de e$playarse sobre c mo se podr!an mejorar los beneficios en las Aleutianas, si se contaba con imaginaci n y con la seguridad de un peque*o capital. +n menos de una hora, 4arina se hab!a convencido de que aquel hombre era el indicado para representar en las Aleutianas tanto a :usia como a la 3ompa*!a. 8+stad preparado, se*or (aranov, tengo que hacer algunas averiguaciones. 3uando #l se march , 4arina se present nuevamente ante sus directores y les hi;o una sucinta recomendaci n: 8+l hombre que necesitamos en las islas es Ale%sandre (aranov. Los hombres protestaron y le recordaron que aquel hombre hab!a fracasado en todo, pero ella les record : 8Tstedes mismos dijeron que era honrado. F yo a*ado que tiene imaginaci n, fuer;a de voluntad... y sentido com"n. 8+n ese caso, Jpor qu# ha fracasadoK 8le preguntaron. 8-orque no ten!a a una persona e$perimentada como yo para marcarle una orientaci n, ni a unos j venes inteligentes como ustedes, que le proporcionaran fondos 8contest la anciana. +ra el mejor resumen que se hab!a o!do nunca, en Ir%uts% o en )an -etersburgo, de las necesidades de :usia en su aventura americana, y eso lo sab!an los directores. 8-uede que (aranov sea demasiado viejo 8protest , sin embargo, un hombre muy precavido. 8Fo le doblo la edad 8dijo 4arina, con un bufido de rabia8, y ma*ana mismo me embarcar!a hacia Aodia%, si fuera preciso. 8)er mejor que le hagis entrar 8decidieron los hombres, a rega*adientes. Bespu#s de que 4arina le interrogase hbilmente durante unos minutos, (aranov se revel como un hombre dotado de una clara visi n de futuro, y ella le elogi por su astucia: 8<racias, se*or (aranov. -arec#is tener las tres cualidades que necesitamos. Tn e$ceso de energ!a, un entusiasmo imbatible y una clara perspectiva de lo que :usia puede conseguir en sus islas. 8+so espero 8dijo #l, con modestia, mientras hac!a una sencilla reverencia. Los directores eran conscientes de que 4arina les empujaba a tomar una decisi n que tal ve; no les conven!a y, resentidos por su intromisi n, comen;aron a poner en evidencia los fallos de su candidato: 8)in duda comprender#is que la 3ompa*!a tiene dos obligaciones, se*or (aranov. Ciene que ganar dinero para nosotros, los directores que vivimos aqu!, en Ir%uts%. F representa la voluntad de la ;arina, que est en )an -etersburgo. (aranov asinti con entusiasmo y uno de los directores hi;o entonces un morda; comentario: 8-ero vos no hab#is conseguido nunca una ganancia segura, en nada de lo que hab#is emprendido. 8)iempre he comen;ado bien y despu#s me he quedado sin dinero 8contest con una sonrisa el rechoncho comerciante, sin molestarse8. Ahora podr!a tener ideas igual de buenas, y ser!a asunto vuestro proporcionarme la inversi n necesaria. 8F en cuanto a la ;arina, Jpodr!ais contentarlaK 8le preguntaron. 83uando se gana dinero todo el mundo est contento 8respondi #l, con la sencille; del comerciante.

-gina .I6 de ?@0

Alaska

James A. Michener

8U4uy bien dichoV 8e$clam 4arina8. 'se podr!a ser el lema de nuestra compa*!a. -ero entonces los directores presentaron una objeci n a"n ms sutil: 8)i os nombrramos representante nuestro en las Aleutianas, como parece ser el deseo de madame Shdan%o, os convertir!ais en el comerciante Ale%sandr (aranov y os ver!ais obligado a confiar vuestra protecci n a alg"n oficial de la 4arina, de noble linaje. ,adie dijo nada, hasta que continu un hombre ms viejo: 8F, como sab#is, no hay nada ms despectivo en la fa; de la Cierra que un oficial de la 4arina rusa cuando mira por encima del hombro a un comerciante. Rtro de los directores se mostr de acuerdo y le pregunt , mientras todos se inclinaban esperando su respuesta: 8J-ensis que sabr#is tratar a un oficial de la 4arina, se*or (aranovK 8,unca he sido vanidoso 8respondi aquel hombre e$cepcional, con la elegancia natural que le caracteri;aba8. )iempre estoy dispuesto a reconocer en los otros todos los derechos que ellos mismos crean merecer. -ero eso nunca me ha apartado de la tarea que se esperaba de m!. ) lo soy un comerciante 8a*adi , tras mirar a cada uno de los hombres8, y la noble;a queda absolutamente fuera de mi alcance, pero tengo algo que nunca tendr un noble oficial. 8JNu# esK +n el silencio de aquel despacho de Ir%uts%, (aranov, el so*ador infatigable, dio su respuesta: 8Fo s# que la :usia Imperial necesita utili;ar las islas Aleutianas como escalones que le permitan alcan;ar una importante ocupaci n rusa de Am#rica del ,orte. )# que empie;an a escasear ya las pieles de nutria marina F que es preciso hallar otras fuentes de rique;a. 8J3ules, por ejemploK 8pregunt uno de los directores. )in la ms m!nima vacilaci n, aquel gracioso hombrecillo, de mente tan gil, e$puso su compulsiva visi n del futuro: 8+l comercio. 8J3on qui#n se comerciar!aK 8pregunt alguien. 83on todos 8repuso (aranov8. 3on la (ay 3ompany de Dudson, establecida en ,oot%a )ound& con los espa*oles de 3alifornia& con DaEai. F al otro lado del oc#ano, con =ap n y con 3hina. F con los barcos estadounidenses que ya comien;an a invadir nuestras aguas. 8-arec#is ansioso por abarcar todo el -ac!fico 8opin uno de los directores. 8Fo no& :usi. a 8replic #l8. 4e imagino c mo se e$tiende constantemente nuestro imperio, hasta alcan;ar los puntos ms lejanos. )u visi n del futuro eran tan amplia y elevada que las posibles consecuencias asustaron a los directores, los cuales, al d!a siguiente, fueron en busca de un oficial que representaba a la ;arina y a los miembros ms poderosos de su gobierno. 8+stos hombres me dicen que ten#is sue*os muy ambiciosos, se*or (aranov 8coment el oficial. 8As! lo e$ige el futuro de :usia. 8-ero, Jcomprend#is vos algo de la pol!tica rusaK J,oK -ues bien, permitidme que yo os lo e$plique, sin emplear t#rminos de significado oscuro ni referencias cru;adas. ,uestra pol!tica consiste en defendernos a cualquier precio de los peligros que presenta +uropa. +sto significa que no podemos hacer nada que ponga en alerta a ning"n pa!s del -ac!fico o que ofenda a nadie. )i vos os convert!s en nuestro representante en las islas Aleutianas, tendr#is que evitar atacar los intereses de <ran (reta*a en Am#rica del ,orte o los de +spa*a en 3alifornia, u ofender a los +stados Tnidos, a =ap n o a 3hina, o incluso a DaEai. -orque el destino de :usia no va a decidirse en esas aguas. )e decidir "nicamente en +uropa. JDab#is comprendidoK

-gina .IL de ?@0

Alaska

James A. Michener

Lo que (aranov comprend!a era que, aunque :usia en aquel momento estaba interesada en +uropa, sus intereses a largo pla;o estaban en el -ac!fico y en el futuro iba a cobrar la mayor importancia el contar con un asentamiento poderoso en Am#rica del ,orte. )in embargo, tambi#n sab!a que #l no era ms que un simple comerciante, sin ninguna autoridad que le permitiera llevar a la prctica sus grandiosos proyectos, y ten!a que aparentar sumisi n. 83omprendo lo que me ordenis 8contest 8. )i me enviis, tendr# que ocuparme de los asuntos de las islas, sin intentar ir ms all. A continuaci n recibi su primera lecci n de diplomacia imperial, pues el oficial pase la vista por la habitaci n y dijo, bajando la vo;: 8Tn momento, se*or (aranov. ,adie ha dicho eso, desde luego. )i seX os env!a a Aodia% tendr#is que tantear el terreno, en todas direcciones. Dabr que construir un fuerte, si los nativos lo permiten. 3omerciar con DaEai, si es posible. +$plorar 3alifornia, a espaldas de los espa*oles. F lo ms importante es que tendr#is que asegurarnos un asentamiento en Am#rica del ,orte. +n el silencio que sigui , (aranov se cuid de e$clamar triunfalmente que precisamente eso era lo que #l hab!a dicho. +n cambio, inclin la cabe;a ante el funcionario y repiti luego el ademn ante cada uno de los directores. 8+$celencia, sois un hombre sabio y prudente. 4e hab#is mostrado hori;ontes que yo no hab!a visto antes 8dijo, mientras el oficial de la ;arina sonre!a tristemente, como el sol del invierno en el norte de )iberia. +n muy pocas ocasiones a lo largo de la historia, a un visionario como Ale%sandr (aranov se le ha encomendado una misi n diplomtica tan ajustada a la medida de su capacidad. +ra un vulgar comerciante sin ning"n prestigio social, que se ver!a obligado a competir en pie de igualdad con los altaneros oficiales de la 4arina, miembros de la noble;a. Cendr!a que conseguir beneficios con el comercio de las pieles, que se encontraba en plena decadencia. -"blicamente, no se le permit!a emprender ning"n movimiento por aquel oc#ano y, sin embargo, se le encomendaba e$tender el -oder!o ruso en todas direcciones. Adems, #l, que ten!a que soportar la carga de una esposa siempre ausente, deber!a civili;ar y educar aquellas salvajes islas de los mares rticos. )alud con la cabe;a a quienes pensaban encomendarle aquella misi n imposible y habl con serena dignidad: 8Lo har# lo mejor que pueda. Al d!a siguiente se enter de que iba a tener ayuda, pues, en un almuer;o organi;ado por madame Shdan%o, le presentaron al obispo de Ir%uts%. 8La ;arina 8dijo el obispo en tono amena;ador8 es consciente de que el prestigio internacional de :usia depende del #$ito que obtengamos al e$tender la religi n cristiana entre los nativos, y, francamente, en esta cuesti n no hemos logrado mucho. )i la ;arina se entera de nuestra ineficacia, la 3ompa*!a perder el control de la Am#rica rusa y no volver a ver ms pieles. +speremos 8vocifer , mirando fero;mente a (aranov, como si #l fuera el responsable de los errores pasados8 que sepis arreglar la situaci n. 8,o puedo hacerlo solo 8respondi el prctico comerciante8. F, desde luego, no puedo conseguirlo con el tipo de sacerdotes que hab#is estado enviando a la parte oriental de )iberia. 83on la intenci n de corregir las pasadas deficiencias de mi Iglesia 8asegur el obispo, que tuvo que rendirse ante unas verdades dichas con tanta sinceridad8, pienso enviar con vos a un sacerdote de devoci n probada, e$traordinariamente prometedor& es el sobrino de madame Shdan%o, un joven llamado 9asili 9oronov. 4arina hi;o sonar entonces una campanilla y entr un sirviente que acompa*aba al joven, ataviado ya con el hbito negro de los sacerdotes que eleg!an dedicar su vida a la prosperidad de su iglesia& fue el primer encuentro entre los dos conspiradores: el joven y

-gina .IM de ?@0

Alaska

James A. Michener

ambicioso eclesistico, que estaba dispuesto a salvar almas en las islas, y el voluntarioso empresario, deseoso de e$tender el poder de :usia. +n aquel momento ninguno de los dos pod!a imaginar la importancia que el otro iba a cobrar en su vida, pero ambos supieron que acababa de establecerse una asociaci n, cuyo prop sito era cristiani;ar, civili;ar, e$plorar, ganar dinero y e$tender el poder!o de :usia hasta lo ms profundo de Am#rica del ,orte. +l padre 9asili 9oronov sali de Ir%uts% en .?@., unos meses antes de que (aranov pudiera arreglar sus asuntos, y, antes de completar su primer d!a en la isla, descubri al hombre que le disputar!a el dominio espiritual de la Am#rica rusa. +staba paseando e inspeccionando su parroquia, cuando vio acercarse a un aleuta alto y desgarbado, de aspecto desali*ado y con una mirada obsesiva, que parec!a deambular sin ning"n prop sito& aparentemente, no ten!a ninguna vinculaci n con la compa*!a no ten!a ninguna vinculaci n con la 3ompa*!a y, a ju;gar por su aspecto harapiento, ni siquiera ten!a un hogar. +ra el tipo de personas que 9asili, en drcunstancias normales, s lo tratar!a s! las encontraba en una visita pastoral para repartir limosnas o para dar el p#same por un fallecimiento, pero la mirada del anciano era tan intensa y demostraba un inter#s tan manifiesto por el nuevo sacerdote, que 9asili se sinti obligado a averiguar algo ms sobre #l. Le salud severamente con la cabe;a, sin que el otro correspondiera a su gesto, y se volvi apresuradamente hacia los funcionarios de la 3ompa*!a. 8J+s posible que ese aleuta de aspecto e$tra*o sea un chamnK [les pregunt . 8+so creemos 8respondieron los rusos. -ero 9asili no lo comprob hasta interrogar al alf#re; (elov. 8s!, es un conocido chamn 8reconoci #ste8. 9ive en una cho;a e$cavada entre las ra!ces de la p!cea grande. 9asili, que se convenci de estar sobre la pista del demonio, pidi ver al director en funciones, quien escuch respetuosamente las advertencias del joven cl#rigo sobre Pla presencia del Anticristo entre nosotrosQ, y reconoci que 9oronov tendr!a que Pvigilar de cerca a ese individuoQ. -ero el sacerdote no tard en centrar su atenci n en su tarea ms importante. 8Llegis en el momento propicio 8le inform un oficial de la 3ompa*!a8. +ntre los j venes aleutas, hay alguien que quiere unirse a nuestra iglesia, de modo que os aguarda vuestra primera conversi n. 8Le recibir# de inmediato 8asinti 9asili. 8)e trata de una muchacha 8aclar el oficial. +l joven sacerdote sigui ocupndose del asunto y descubri que se trataba de una conversi n complicada, porque cuando se reuni con 3idaq para e$plicarle el significado de aquel proceso, detect en ella una e$tra*a ambivalencia. +ra evidente que le interesaba convertirse en cristiana, porque eso le permitir!a ingresar en el mundo privilegiado de los rusos, pero no demostraba la intensidad emocional propia de una verdadera conversa, y aquel dualismo resultaba desconcertante. ,i siquiera despu#s de tres largas conversaciones, durante las cuales la muchacha le dirig!a miradas sentimentales, como en busca de una iluminaci n, 9asili logr descubrir que la chica estaba fingiendo, y se hubiera indignado profundamente si hubiera sabido que a la joven el cristianismo le interesaba s lo como un arma con la que castigar a su futuro marido. )in embargo, en su inocencia, el padre 9asili continu con la instrucci n de 3idaq, y para #l era tan verdadera la belle;a del cristianismo, que la muchacha comen; a escucharle, a pesar de su desprecio inicial. Lo que ms le impresionaron fueron los relatos sobre el amor que =es"s hab!a sentido por los ni*os peque*os, porque eso era muy propio de los aleutas, y ella lo echaba de menos con especial triste;a& en dos ocasiones, 9asili observ c mo a la

-gina .I? de ?@0

Alaska

James A. Michener

joven se le llenaban los ojos de lgrimas mientras el sacerdote se e$tend!a sobre aquel punto. )in saber que en aquella esgrima teol gica con el padre 9asili se enfrentaba a un adversario mucho ms peligroso que el alf#re; (elov o el viejo padre -#tr, 3idaq descubri que cada ve; le seduc!a ms el testimonio cristiano de la redenci n, porque era completamente ajeno a las ense*an;as del chamn y la momia& para #stos e$ist!an el bien y el mal, la recompensa y el castigo, sin admitir ning"n mati; en estas dicotom!as, y a ella le resultaba nuevo y desconcertante averiguar que e$ist!a otra visi n de la vida, seg"n la cual una persona pod!a pecar, arrepentirse y obtener la redenci n, con su pecado totalmente borrado. Bespu#s de hacer algunas preguntas preliminares, que demostraban su inter#s sincero y que proporcionaron a 9asili la oportunidad de e$playarse con entusiasmo sobre aquel principio cardinal la joven formul una pregunta, ignorando que eso iba a enredarla en los hermosos y verdaderos misterios del cristianismo. 8JNuer#is decir que un hombre puede alcan;ar la redenci n aunque haya cometido verdaderas maldadesK 8U)!V 8replic #l, con intenso fervor8. jes"s vino precisamente para salvar a ese hombre. 8J9ino tambi#n para los aleutasK 89ino a todas partes. 9ino especialmente para salvarte a ti. 8-ero este hombre... 83idaq vacil , abandon la pregunta y mir durante unos instantes por la ventana, hacia la p!cea. Luego dijo, en vo; baja8: +stoy hablando de un hombre real. 4e trat muy mal, y ahora quiere casarse conmigo. 9asili retrocedi de un brinco, como si le hubieran pegado, porque cre!a que 3idaq ten!a trece o catorce a*os, y a esa edad las ni*as no se casabhan en la sociedad que #l hab!a conocido, en Ir%uts%. 8J3untos a*os tienesK 8pregunt , estupefacto. 8Biecis#is 8contest 3idaq. +ntonces #l la mir como si la viera por primera ve;. -ero su declaraci n implicaba muchas cosas que #l desconoc!a y crey conveniente aclararlas. 8JCienes diecis#is a*osK 8le pregunt . 8)!. 8JF un hombre quiere casarse contigoK 8)!. 8JF es un hombre malvadoK 8)!. 8JNu# es lo que le hi;o a la genteK 84e lo hi;o a m! 8respondi ella, en vo; baja y calmada. 9asili se sorprendi , porque hasta aquel momento hab!a cre!do que 3idaq era una ni*a bastante madura, desconcertada ante la llegada a su primitiva comunidad de los avan;ados conceptos del cristianismo, y ahora le confund!a descubrir que estaba ya en edad de casarse y que los problemas que aquello implicaba la desorientaban. )e hubiera quedado at nito si hubiera sabido que la joven se estaba enfrentando, a la manera menos civili;ada que le era propia, con los dilemas morales y filos ficos ms profundos, nada menos que la naturale;a del bien y el mal. 8JNu# puede haberte hechoK 8pregunt 9asili, manteniendo la conversaci n en el "nico plano que comprend!a. 3idaq le encontr muy atractivo al verle tan inocente y, llena de simpat!a por el sacerdote, comprendi que ella le superaba en madure; y en informaci n. 8+ra malo 8le pareci que, por el momento, #l no podr!a comprender ms. -ero 9asili insisti , ignorando que estaba a punto de activar una bomba cuyo estallido tendr!a para #l consecuencias mucho peores que para ella.

-gina .II de ?@0

Alaska

James A. Michener

8JBe qu# modo te hi;o da*oK J:obabaK J4ent!aK -or la cara de la muchacha cru; una media sonrisa, y mir a los ojos a aquel joven piadoso, empe*ado en atraerla a su religi n& aunque pod!a darse cuenta de su bondad de esp!ritu y su deseo de ayudarla, pens que ya era hora de hacerle comprender ciertos aspectos de la vida que, al parecer, el sacerdote desconoc!a. 3on palabras serenas y desapasionadas, le e$plic la e$pulsi n de los hombres de Lapa% y la condena a muerte a la que hab!an sentenciado a las mujeres que permanecieron en la isla, y el rostro del sacerdote e$pres tal aturdimiento, que ella comprendi que el hombre no pod!a creer que su gente hubiera sido capa; de tales brutalidades. Burante un rato el sacerdote se qued absorto en la contemplaci n de :usia, pero ella retom su relato y le devolvi a la realidad, con una fuer;a devastadora. 8+ntonces me vendieron a ese hombre del Sar Ivn, que me encerr en la bodega del barco, con poca comida, y cuando estaba harto de m! me pasaba a sus amigos, y ya no hab!a ni d!as ni noches. 9asili cerr los ojos y trat de cerrar los o!dos, pero ella continu con la historia de su vida en Aodia%. 8Bespu#s a aquel hombre malvado le embarcaron para las islas de las Focas y yo qued# libre, pero aqu! en Los Cres )antos me atraparon otros de su cala*a, que qui; me hubieran asesinado, pero el chamn vino en mi ayuda y matamos al peor de los hombres que hab!an abusado de m!. Los detalles volvieron a sucederse con tanta rapide; que 9asili no pod!a asimilarlos. 8J+n qu# sentido abusaban de tiK 8+n todos 8respondi ella. 8Bices que matasteis a uno, pero no querrs decir que lo asesinasteis, espero. 8,o e$actamente. 9asili suspir , pero las siguientes palabras de la joven volvieron a dejarle boquiabierto. 8+l chamn trajo a cinco aleutas armados con garrotes, que mataron al hombre a golpes, y despu#s escondimos el cuerpo bajo unas piedras. +l sacerdote se apart , junt las manos y contempl a la ni*a& cuando ya se hab!a desvanecido el espanto f!sico que sinti ante su relato, continuaba sintiendo una conmoci n emocional. 84e has dicho dos veces que recurriste al chamn. JCe refieres a aquel viejo estrafalario que vive entre las ra!ces del rbolK 8'l custodia a nuestros esp!ritus 8e$plic 3idaq8. 'l y los esp!ritus me salvaron la vida. 83idaq 8dijo 9asili, que no pod!a aguantar ms8, sus esp!ritus no rigen el mundo. +so lo hace Bios nuestro )e*or, y mientras t" y tu pueblo no lo recono;cis, no podr#is salvaros. 8-ero a m! me salv Lunasaq, y fue gracias a que la momia nos advirti de que esos hombres ven!an a matarnos. 8JLa momiaK 8)!. 9ive en un saco de piel de foca y es muy vieja. +lla dijo que tiene miles de a*os. 8JBijoK 8repiti #l, incr#dulo. 8)! 8le contest la muchacha8, habla con nosotros de muchas cosas. 8JNui#n sois vosotrosK 8Lunasaq y yo. 8+s un enga*o, hija. J,o sabes que los hechiceros pueden proyectar la vo;K Dacen hablar a cualquier cosa, hasta a las momias viejas. +l )e*or me ha enviado aqu! para poner fin al reinado de hechiceros y chamanes, para acercarte a la salvaci n de =esucristo. 8)e interrumpi , volvi a situarse junto a ella, y mir una ve; ms a sus ojos oscuros8. 4e han dicho que deseas unirte a )us huestes.

-gina .I@ de ?@0

Alaska

James A. Michener

8JNu#K 8pregunt 3idaq, que no hab!a comprendido la metfora. 84e han contado que quieres convertirte en cristiana 8tradujo #l. 8+s cierto. 8J-or qu#K 8-orque me dijeron que, si no lo hac!a, no podr!a casarme con :uden%o, ese hombre malvado de quien os he hablado. Las e$plicaciones de 3idaq continuaban siendo incomprensibles, pero, tras un paciente interrogatorio, 9asili descubri la verdad. 8JCe conviertes s lo para casarteK 8)!. 8J-or qu# quieres casarte con un hombre que te ha tratado tan malK 8Lo discut! con el chamn y la vieja 8le e$plic 3idaq, que era una joven sincera y carec!a de dobleces, a menos que estuviera tramando algo8, y ellos estuvieron de acuerdo con mi idea de enga*aros a los rusos, haci#ndoos creer que me convertir!a al cristianismo para poder casarme con :uden%o. 8-ero, Jqu# esperabas obtener con esa trampaK 8pregunt 9asili, que se hab!a quedado completamente desconcertado, sin poder creer que la muchacha hubiera ideado semejante estrategia, y confuso ante las ra;ones que pod!an haberla llevado a ello. +lla tuvo que responder otra ve; con sinceridad: 83uando ese hombre malvado estuviera feli; ante la idea de escapar a las islas de las Focas, yo pensaba mirarle a #l y a todos los rusos y decir en vo; bien alta: PCodo ha sido un enga*o. Lo he hecho para castigarte. ,unca me casar# contigo. 9uelve con tus focas... para el resto de tu vidaQ. +n aquel triste momento en que ella se hab!a confesado completamente, 9asili dej de ver a 3idaq como a una ni*a de trece a*os, amable e inocente. R!a su vo; grave como si fuera el grito cruel del pasado remoto, cuando los esp!ritus malignos vagaban por la Cierra y aniquilaban las almas. )e hundi al descubrir que en una muchacha como 3idaq pod!a e$istir tanta dure;a de cora; n, y se tambale la seguridad de su propio mundo. ,o pod!a imaginarse los horrores que ella hab!a soportado en la bodega del Sar Ivn y pod!a quitar importancia al asesinato que la liber de una continuaci n en tierra del mismo sufrimiento, pues lo consideraba el resultado de una ms de las batallas que normalmente se daban entre marineros& sin embargo, no pod!a tolerar que ella se propusiera utili;ar el cristianismo para tomarse su vengan;a y, al descubrir que su chamn la hab!a incitado a aquella perversi n, ratific su decisi n de eliminar el chamanismo de Aodia%. A partir de aquel momento, la batalla ser!a a muerte. -ero antes ten!a que ocuparse de las necesidades espirituales de aquella ni*a y, como la sencilla fe campesina de sus padres le hab!an dotado de un alma pura, que se hab!a desarrollado y conservado sin mcula, fue capa; de contemplar a 3idaq tal como era: medio ni*a, medio mujer, valiente, sincera y asombrosamente no contaminada a pesar de lo que le hab!a ocurrido. 3omo #l, era un esp!ritu puro, aunque a diferencia de #l, estaba en peligro mortal a causa de su trato con un chamn. +l sacerdote dej a un lado otras tareas y centr su gran fuer;a espiritual en la salvaci n del alma de 3idaq: con largas plegarias y e$hortaciones y con el relato de hermosas historias b!blicas le mostr la naturale;a ideal del cristianismo. 3omo descubri que a ella le conmov!a la relaci n de 3risto con los ni*os, subray aquel aspecto& y tambi#n puso un #nfasis especial en la teor!a de la redenci n, porque sab!a que la muchacha hab!a sido obligada a pecar. Fa no importaba si 3risto pod!a redimir a :uden%o, que seguramente era un pecador& lo que importaba es que 3risto pod!a redimir a 3idaq.

-gina .@0 de ?@0

Alaska

James A. Michener

84e siento llamada hacia =esucristo 8declar 3idaq tras cinco d!as ininterrumpidos de presi n incesante, sin decirlo con mucha convicci n, sino solamente para complacer al joven sacerdote. 8U3idaq est salvadaV 8e$clam 9asili, que lo interpret como una aut#ntica conversi n, y se lo e$plic a todos los miembros de la reducida sociedad en la que viv!a. A los administradores de la 3ompa*!a, a los marineros, a los aleutas, que no pod!an comprenderlo, les cont que aquella ni*a, 3idaq, iba a salvarse, y el traficante que se hab!a librado de morir a sus manos gru* : 8U'sa no es una ni*aV +l domingo, despu#s de celebrar los oficios en su r"stica iglesia perdida en el fin del mundo, el padre 9asili inform a la reducida congregaci n de que 3idaq hab!a decidido marchar bajo el estandarte de 3risto y que, seg"n las leyes del imperio, iba a tomar un honrado nombre ruso. 8Be ahora en adelante ya no la llamaremos por el feo nombre pagano de 3idaq, sino por su bello nombre cristiano, )of!a Auchovs%aya. P)of!aQ significa Psabia y buenaQ& Auchovs%aya es el nombre de una buena cristiana de Ir%uts%. Fa no eres 3idaq 8proclam , despu#s de besar a su conversa en ambas mejillas8& eres )of!a Auchovs%aya, y es ahora que empie;as a vivir. +l padre 9asili, el cual, como muchos devotos, pod!a resultar de una simplicidad desconcertante, se fij un programa de acci n teol gica que, a su modo de ver, era completamente racional, por no decir ineludible: P)of!a se ha vuelto cristiana y, con su amor y su fe, puede redimir a :uden%o, el hijo pr digo. =untos conseguirn llevar una vida nueva que traer honor para :usia y dignidad para Aodia%Q. +l joven sacerdote era incapa; de creer que un hombre fuera intr!nsecamente malvado y estaba dispuesto a convencerse de que :uden%o no era sino una repetici n del hijo pr digo de la (iblia, que tal ve; hab!a bebido en e$ceso o hab!a malgastado su dinero en lo que se llamaba, eufem!sticamente, Puna vida licenciosaQ. 3onsider que su pr $ima tarea era convertirle a #l tal como hab!a convertido a )of!a y, como no conoc!a al delincuente, pidi al alf#re; (elov que le llevara al cuarto oscuro donde a"n permanec!a :uden%o. 8Cened cuidado con #ste 8le previno el joven oficial8. +n )iberia mat a tres hombres. 8'stos son los hombres que busca jes"s 8repuso 9asili. )e sent junto a :uden%o, que segu!a encadenado y ten!a que regresar a las -ribilof en el pr $imo barco, y encontr al asesino todav!a convencido de que la muchacha que hab!a adquirido en Lapa% iba a ser el instrumento que le salvar!a de las islas de las Focas. :uden%o clasific correctamente al padre 9asili como a uno de esos bondadosos sacerdotes a los que se pod!a convencer de cualquier cosa y comprendi que era importante ganarse la buena voluntad del joven. 8)! 8le dijo, fingiendo estar sumido en el arrepentimiento8, la muchacha a la que ahora llamis )of!a es mi esposa. La compr#, s!, pero he llegado a cobrarle un sincero afecto. +s una buena chica. 8JNu# me dec!s de esa conducta pecaminosa a la que os entregasteis en la bodega del barcoK 8Fa sab#is c mo son los marineros, padre. ,o pude detenerles. 8JF en cuanto a ese mismo comportamiento, aqu!, en la bah!a de Los Cres )antosK 8)ab#is que a uno de ellos le asesinaron los aleutas, JnoK Coda la culpa fue de #l. J4e preguntis por m!K 4i padre y mi madre eran devotos de =es"s. F yo tambi#n lo soy. Nuiero a )of!a y no me sorprende que se haya incorporado a nuestra religi n& espero que nos declar#is marido y mujer 8suplic esto "ltimo con los ojos llenos de lgrimas. A 9asili le emocion la aparente transformaci n del prisionero y crey que s lo le restaba por aclarar los asesinatos en )iberia& :uden%o se mostr dispuesto a e$plicrselo.

-gina .@. de ?@0

Alaska

James A. Michener

84e acusaron injustamente. Los cometieron otros dos tipos. +l jue; ten!a prejuicios en contra m!a. Fo siempre he sido un hombre honrado F nunca he robado un solo %opec%. ,o ten!an por qu# haberme enviado a las Aleutianas, fue una equivocaci n. 8+ntonces emple un tono todav!a ms meloso para hablar del profundo amor que le inspiraba su esposa8: 4i "nico objetivo es iniciar una nueva vida en Aodia% con la muchacha a la que llamis )of!a. Becidle que a"n la quiero. +$pres aquellos sentimientos con tal despliegue de convicci n religiosa que 9asili disimul una sonrisa, pero el sacerdote deseaba aceptar los anhelos de :uden%o por iniciar una vida mejor, aunque sab!a que s! hab!a cometido los asesinatos. 9asili estaba predispuesto, por todas las ense*an;as que hab!a recibido sobre los deseos de Bios y de )u Dijo =es"s, a creer que el arrepentimiento era posible, de modo que regres al d!a siguiente para conversar de nuevo con el antiguo criminal y pidi que le retiraran los grilletes de las mu*ecas para poder hablar con #l de hombre a hombre& termin el dilogo convencido de que la iluminaci n hab!a llegado a la vida de :uden%o. 8si te casas con #l y formis un verdadero hogar cristiano, cumplir#is los deseos del )e*or 8inform 9asili a )of!a, ansioso por salvar lo que el profeta Amos llamaba Puna antorcha arrebatada del incendioQ. Al decir aquellas palabras no la miraba como a un individuo humano aislado, con sus propios deseos y aspiraciones, sino como a una especie de agente mecnico del bien, pero se habr!a quedado at nito si alguien se lo hubiera hecho notar. ,o hab!a llegado a esta conclusi n impersonal a trav#s de una tortuosa cadena de ra;onamientos teol gicos, sino ms bien impulsado por las ense*an;as que le hab!an inculcado sus padres: PDasta el peor de los pecadores puede ser salvado. Bios siempre desea perdonar. +s misi n de la mujer llevar a su hombre a la salvaci n. La mujer tiene que ser para el hombre como el faro en la oscuridad de la nocheQ. 8C" eres el faro de :uden%o en la noche oscura 8le dijo a )of!a, cuando le e$plic sus planes. 8JNu# significa esoK 8inquiri ella. 8Bios, que ahora te tiene bajo )u cuidado 8le e$plic #l8, ama a todos los hombres y a todas las mujeres de esta tierra. ,osotros somos )us hijos y 'l ans!a que todos nos salvemos. :econo;co que tu esposo ha tenido un pasado turbulento, pero se ha reformado y quiere comen;ar una nueva vida, en la obediencia de 3risto. -ara eso necesita tu ayuda. 8Fo nunca he querido ayudarle. Nue vuelva con sus focas. 8U)of!aV +s una vo; que llora en la noche pidiendo ayuda. 8FR lloraba en la noche, con lgrimas de verdad, y #l no me ayud . 8Bios quiere que cumplas tu promesa, que te cases con #l, que le salves, que le condu;cas hasta la lu; eterna... 8'l me dej en la oscuridad eterna. ,o quiero. Lo que 9asili le propon!a era tan repugnante, tan contrario al sentido com"n, que no le dio tiempo de e$plicarse ms. )e fue bruscamente de su lado y se dirigi sin disimulos a la cho;a de Lunasaq, sin saber que, al ingresar en la religi n cristiana, se hab!a comprometido a renunciar a todas las dems, especialmente al chamanismo. 8U)aca la momiaV 8e$clam , en cuanto lleg a lo que hab!a sido su fuente de ense*an;as espirituales8. Nuiero hablar con una mujer que entienda de estas cosas. 8F, en cuanto la momia apareci ante su vista, 3idaq balbuce 8: 4e han hecho cambiar el nombre por el de )of!a Auchovs%aya, para que pueda ser una buena rusa. 8,o puedes llamarte )of!a 8dijo la momia, echndose a re!r8. )iempre sers 3idaq. 8F dicen que tengo que decidirme y casarme con :uden%o, para salvarle8 porque su Bios as! lo quiere. La momia suspir tan bruscamente que emiti un silbido.

-gina .@/ de ?@0

Alaska

James A. Michener

8)upongamos que arruinas tu vida para salvar la de #l 8le dijo8. JNu# se gana con esoK 8+so se llama salvaci n 8e$plic 3idaq8& la de #l, no la m!a. +ntonces el chamn conden , atrevido e implacable, todo lo que representaba el sacerdote: 8)iempre est primero el inter#s de los rusos. )acrifiquemos a la muchacha aleuta para que el hombre ruso sea feli;. JNu# clase de dios es el que da tales consejosK 3ontinu despotricando hasta que 3ida% advirti sus motivaciones y pens para sus adentros: PCiene miedo del sacerdote porque sabe que la nueva religi n es poderosa, pero es un chamn y seguramente sabe lo que nos conviene a los aleutasQ& por ello escuch con respeto a Lunasaq, hasta que #ste concluy su diatriba. 8-oco a poco nos van aniquilando, estos rusos. La 3ompa*!a nos convierte en esclavos y trae a sus sacerdotes para asegurarse de que todo sea como sus esp!ritus lo quieren. F d!a a d!a caemos ms bajo, 3idaq. +n aquel momento qued demostrado hasta qu# punto el chamn, al inutili;ar a la momia, hab!a dotado a la vieja reliquia con un carcter y una inteligencia propios, pues cuando Lunasaq fingi ser la anciana se convirti en una mujer, recurriendo a su antiguo conocimiento del modo en que las mujeres pensaban y se e$presaban. 8+n las islas, las mujeres estbamos al servicio de nuestros hombres: les hac!amos la ropa, pescbamos y recog!amos bayas, y cantbamos cuando ellos sal!an a ca;ar ballenas. -ero nunca me pareci que fu#ramos inferiores& s lo diferentes, con otras habilidades. J+n qu# isla un hombre podr!a dar a lu; a un ni*oK -ero es muy mala esta nueva religi n, si permite que una muchacha como t" se sacrifique por un bestia como :uden%o, para que #l se sienta mejor. 8La momia se ech a re!r ante la sorpresa de 3idaqY8: 3ierta ve; tuvimos a un hombre como tu :uden%o. Amena;aba a todo el mundo y pegaba a su mujer y a sus hijos. Tn d!a, un buen pescador muri porque #l no hab!a cumplido con su obligaci n. 8JF qu# hicisteis para solucionarloK 8pregunt el chamn. 8+n nuestra aldea hab!a una mujer que pescaba como nadie y cos!a los mejores pantalones de piel de foca 8respondi la anciana8. Tna ma*ana nos dijo: P+sta noche, cuando vuelvan los %aya%s, vosotras tres venid conmigo cuando yo vaya a descargar su pescado y, antes de que #l baje de la canoa, observadmeQ. 8JNu# ocurri K 8pregunt 3idaq. 83uando el hombre se acerc a la playa, nosotras entramos en el agua para ir a recoger su pescado. F, a una se*al de aquella mujer, ella y yo le hicimos caer del %aya% y, con la ayuda de las otras dos, le sujetamos bajo las olas. 8F la momia afirm , sin mostrar una especial satisfacci n8: A veces, no hay otra manera. 8Los otros pescadores tuvieron que veros. JNu# hicieronK 8pregunt 3idaq. 8Apartaron la mirada. )ab!an que estbamos haciendo el trabajo -or ellos 8JF qu# tendr!a que hacer yoK 8inquiri de nuevo 3idaq. 8+stamos en una #poca de conflictos, hija 8respondi la anciana con gravedad. F al comprender que la respuesta no era muy acertada, a*adi 8: Tna noche de #stas, cuando los %aya%s regresen entre las brumas, descubrirs qu# es lo que hay que hacer. 8JCendr!a que dejar que me casaran con #seK 3idaq no ve!a mal alguno en plantearles la pregunta y buscar el consejo moral del chamn y su momia, pues a"n se consideraba una parte de su misma sociedad. 3uando necesitara ayuda para asuntos ms espirituales, recurrir!a a su nuevo sacerdote, pero su antiguo chamn era quien pod!a aconsejarla sobre las cuestiones prcticas. +l chamn, que vio una ocasi n de refor;ar su dominio sobre la muchacha, se apresur a contestar su pregunta: 8U,oV Ce estn utili;ando en su propio provecho, 3idaq. +sto es corrupci n, la destrucci n de los aleutas. 8+n su afn por preservar el universo aleuta de mar,

-gina .@7 de ?@0

Alaska

James A. Michener

tempestades, morsas y salmones que saltaban en la corriente, e$clam 8: Al que tendr!amos que ahogar al atardecer no es a :uden%o, sino al sacerdote que da semejantes consejos. +st aqu! para destruirnos. -ero la momia ten!a otra opini n: 8+spera& veamos qu# ocurre. +n mis muchos a*os he descubierto que la mayor!a de los problemas se resuelven con s lo esperar. La criatura que va a nacer, Jser ni*o o ni*aK +spera nueve lunas y lo sabrs. Al salir de la cho;a, 3idaq comprendi que el chamn hablaba s lo de aquel a*o, de aquel conjunto de contradicciones, mientras que la momia hablaba de todos los veranos y los inviernos por venir& y, para la muchacha, ten!an ms sentido los consejos de ambos que los del padre 9asili. )of!a, al regresar abiertamente a la cho;a del chamn y a una religi n de la que supuestamente hab!a abjurado, hi;o temer al padre 9asili que faltaba mucho para resolverse la lucha por el alma de la joven. Dab!a sido bauti;ada y, t#cnicamente, era cristiana, pero su fe era tan vacilante que ser!a preciso tomar medidas radicales para completar su conversi n. 9asili invit a 3idaq al edificio construido con madera de deriva que #l llamaba su iglesia y la hi;o sentar en una silla fabricada por #l mismo. 8)of!a 8comen; 8, cono;co la atracci n que ejercen las viejas costumbres. 3uando =esucristo llev )u nueva fe a los jud!os y a los romanos... 8La muchacha no comprend!a una palabra de lo que el sacerdote le estaba diciendo8. ,o soy yo quien ha tra!do la verdadera religi n a Aodia%. +s Bios mismo, quien ha dicho: P+s hora de que estos buenos aleutas sean salvadosQ. Fo no vine& Bios me envi . F no me envi a la isla, me ha enviado a ti. Bios ans!a acogerte en )u seno, )of!a Auchovs%aya. F, aunque no quieras escuchar lo que yo te digo, no puedes dejar de escuchar lo que dice 'l. 8J3 mo puede pedirme Bios que me case con un hombre como :uden%oK 8-orque los dos sois hijos )uyos. 'l os ama por igual y quiere que, como hija )uya, le ayudes y salves a )u hijo Ferma%. +l sacerdote pas ms de una hora suplicando a 3idaq que adoptara sin reservas el cristianismo y renunciara al chamanismo, que se entregara a la 4isericordia de Bios y a la benevolencia de )u Dijo =es"s& y le espant que la muchacha atajara sus intentos de convencerla espetndole los argumentos que hab!a escuchado en la cho;a. 8Cu dios se interesa muy poco por las mujeres, por m!& s lo le importan los hombres, como :uden%o. 9asili se apart como si le hubieran pegado, porque o!a, en el duro recha;o de la muchacha isle*a, una de las eternas quejas contra la Iglesia ortodo$a rusa y contra otras versiones del cristianismo: que era una religi n de hombres, establecida para salvaguardar y perpetuar los intereses masculinos. 3omprendi que a aquella inteligente joven solamente hab!a logrado inculcarle la mitad de las creencias principales de su doctrina. 8,o te he hablado de lo hermoso de mi religi n 8le confes , tomndola humildemente de las manos8. +stoy avergon;ado. 8Intentando e$presar de forma clara los aspectos de su fe que hab!a pasado por alto, musit 8: Bios ama especialmente a las mujeres, porque gracias a ellas la vida puede continuar. Aquel concepto nuevo, que el vehemente sacerdote e$plic muy bien, tuvo un gran efecto sobre )of!a, la cual permaneci clavada en su silla, en una especie de trance, en tanto 9asili recog!a de su altar los s!mbolos venerados que resum!an su religi n: una imagen de la crucifi$i n& una bonita talla, hecha por un campesino de Ir%uts%, de la 9irgen con el ,i*o& un icono rojo y dorado que representaba a una santa& y una cru; de marfil. Los dispuso delante de la joven, casi de la misma forma que Lunasaq hab!a e$hibido sus s!mbolos, y comen; a rogar a la joven, meditando bien las palabras y las frases, para que consiguieran e$presar el hermoso significado del cristianismo:

-gina .@6 de ?@0

Alaska

James A. Michener

8)of!a, Bios nos ofreci la salvaci n por medio de la 9irgen 4ar!a. +lla te protege a ti y a todas las mujeres. Los santos ms gloriosos fueron mujeres clarividentes que ayudaron a los dems. Bios habla por medio de estas mujeres, y ellas te suplican que no rechaces la salvaci n que representan. Abandona las antiguas costumbres pecadoras y toma el camino nuevo de Bios y =esucristo. U)us voces te llaman, )of!aV )u nombre pareci retumbar por todos los rincones de la tosca capilla, hasta que la muchacha temi desmayarse& pero entonces siguieron unas palabras apremiantes: 8As! como Bios me ha enviado a Aodia% para salvar tu alma, as! t" has sido tra!da hasta aqu! para salvar la de :uden%o. Cu deber est claro: eres el instrumento elegido por la gracia de Bios. Igual que 'l no pudo salvar al mundo sin la ayuda de 4ar!a, tampoco puede salvar a :uden%o sin tu ayuda. Al escuchar aquellas hermosas palabras, )of!a comprendi que se hab!a convertido plenamente en una cristiana. Dasta entonces, el cristianismo concern!a solamente a los hombres y a su bienestar, pero esta nueva definici n demostraba que tambi#n hab!a lugar para 3idaq, la cual, en aquel trascendental momento de revelaci n, tuvo una visi n totalmente nueva de lo que pod!a ser la vida humana. jes"s se convirti en una realidad: gracias a la benevolencia de Bios, =es"s era el Dijo de 4ar!a& y por la intercesi n de mar!a, las mujeres pod!an alcan;ar lo que durante tanto tiempo les hab!a sido negado. Las santas eran reales& la cru; era tangible madera de deriva que hab!a llegado hasta la isla donde habitaban aquellas santas, cualquiera que fue se& y, por encima de los dems misterios y de los hermosos s!mbolos de la nueva religi n, se elevaba el prodigioso mensaje de redenci n, perd n y amor. +l padre 9asili hab!a tra!do a Aodia% una nueva visi n del Tniverso, y )of!a Auchovs%aya la reconoc!a y la comprend!a, por fin. 8+ntrego mi vida a jes"s 8declar , con dulce sencille;& y esta ve; lo dec!a en serio. )u conversi n se hab!a completado. 3idaq era una joven honrada y al salir de la capilla se dirigi directamente a la cho;a del chamn, donde aguard a que Lunasaq sacara su momia. 8De tenido una visi n de los nuevos dioses. +n el d!a de hoy vuelvo a nacer, como )of!a Auchovs%aya. De venido a agradeceros, con lgrimas en los ojos, el amor y la ayuda que me ofrecisteis antes de que yo encontrara la lu;. +n la cho;a reson una lamentaci n,que proven!a a la ve; de Lunasaq, quien comprend!a que estaba perdiendo una de las batallas ms importantes de su vida, y de la momia, quien sab!a desde hac!a muchas estaciones que los cambios acaecidos en sus islas no presagiaban nada bueno: 8+res como una cr!a de morsa que avan;a tambalendose sobre el hielo peligroso, 3idaq. UCen cuidadoV Aquel recuerdo fortuito del significado de su nombre, el animal joven que corre en libertad, hi;o que 3idaq se diera cuenta de la inmensa p#rdida a la que se enfrentaba. 84e tambalear#, sin duda 8susurr 8, y echar# de menos vuestro consuelo& pero sobre el hielo soplan vientos nuevos y yo tengo que escucharlos. 8U3idaqV U3idaqV 8e$clam la momia. +n aquel l"gubre clamor fue la "ltima ve; que la hija de las islas escuch su precioso nombre& despu#s la joven se arrodill delante del chamn y le agradeci sus consejos, y delante de la momia, cuyo sensato apoyo hab!a sido tan importante para ella en los momentos de crisis. 84e parece como si fueras la abuela de mi abuela. Ce echar# de menos. +l chamn, ansioso por no perder el contacto con la ni*a que tanto apreciaba, hi;o hablar a su momia, sin que aparentase estar muy preocupada: 8(ueno, siempre podrs venir a charlar conmigo.

-gina .@L de ?@0

Alaska

James A. Michener

+n aquel momento se confirm la dolorosa separaci n: 8,o, no podr#, porque ahora soy otra persona. )oy )of!a. Al decir esto, 3idaq hi;o una nueva reverencia ante aquellas fuer;as ancestrales de su vida y, con lgrimas en los ojos, les abandon , al parecer para siempre. 3uando la cho;a qued privada de su presencia, el viejo chamn y la anciana permanecieron callados durante algunos minutos, hasta que surgi del saco un alarido de mortal angustia, como si hubiera llegado el fin de una vida, no s lo el fin de una idea: 8U3idaqV U3idaqV -ero la antigua poseedora de ese nombre ya no pod!a o!rles. Fue una boda inolvidable para todos los asistentes. Ferma% :uden%o, corpulento y ce*udo, apareci muy plido tras el largo encarcelamiento, resentido, encorvado, amargado por el trato recibido, pero aliviado por no tener que regresar a las islas de las Focas& no parec!a en absoluto un novio, pues su aspecto era ms o menos el mismo que en su encarnaci n anterior: el asesino al acecho de indefensos viajeros. )of!a Auchovs%aya, por su parte, ofrec!a un llamativo contraste. joven, e$uberante, sin la menor se*al de los malos tratos que hab!a recibido a manos de su futuro esposo, con el cabello e$traordinariamente largo suelto sobre la espalda, cortado recto por delante casi a la altura de las pesta*as, y con aquella gran sonrisa en la cara, parec!a e$actamente lo que era: una joven novia, algo desconcertada por lo que estaba ocurriendo y en absoluto segura de poder controlarlo. Los invitados eran todos rusos o criollos& no se invit a ning"n aleuta porque los funcionarios consideraron que aquel d!a una muchacha nativa ingresaba en la sociedad rusa. -ara ella hab!an acabado los d!as pecadores del paganismo y comen;aban los brillantes d!as de la religi n ortodo$a, y se esperaba que estuviera agradecida por mejorar de posici n social. Incluso :uden%o vivi una metamorfosis. Dab!a dejado de ser uno de tantos crueles convictos sentenciados a las Aleutianas o el fugitivo de las islas de las Focas& ahora era el instrumento que permitir!a llevar a cabo una importante misi n encargada por la ;arina, el ingreso en el cristianismo del alma pagana de una aleuta. :uden%o se impregn de su reci#n adquirida respetabilidad y se comport como un aut#ntico colono ruso. +l padre 9asili estaba profundamente emocionado, pues )of!a era la primera mujer aleuta que hab!a convertido y la primera de su ra;a cuya conversi n pod!a tomarse en serio. -ero )of!a era, para #l, mucho ms que un s!mbolo del cambio que iba a invadir las islas& era un ser humano admirable, triunfante pese a las calamidades padecidas, que hubieran enloquecido a una persona de menor val!a, y dotada de una aguda percepci n de lo que le ocurr!a a su gente. PAl salvar a esta joven 8se dec!a 9asili mientras se dirig!a hacia el dosel bajo el cual iba a leer el oficio de boda8, :usia obtiene a una de las mejores.Q F les cas , ataviado con su hbito negro. Los marineros rusos bailaron y cantaron, y los funcionarios pronunciaron discursos y felicitaron a )of!a :uden%o por su ingreso en la sociedad y a su esposo Ferma% por su liberaci n. Al tercer d!a, las celebraciones se vieron empa*adas por la s"bita intromisi n del desharrapado chamn, que hab!a salido de su cho;a y hab!a entrado en las propiedades de la 3ompa*!a, el cual, con vo; temblorosa y salvaje, recrimin al padre 9asili que hubiera consagrado una boda tan infame. 8U9ete, viejo locoV 8advirti un guardia. ,o sirvi de nada, pues el viejo no cej en sus molestas acusaciones, hasta que :uden%o, irritado por aquella interrupci n de los festejos que protagoni;aba, corri hacia el chamn, vociferando: 8UFuera de aqu!V 8UAsesinoV 8grit entonces en ruso el anciano, mientras se*alaba al novio con un largo dedo8. U9iolador de mujeresV U3erdoV

-gina .@M de ?@0

Alaska

James A. Michener

:uden%o se enfureci y comen; a pegarle pu*eta;os, y le golpe tantas veces y con tanta fuer;a que Lunasaq se tambale e intent mantenerse en pie asiendo a su agresor, hasta que recibi dos secos golpes en la cabe;a y se desplom en el suelo. +ntonces intervino )of!a. Apart a su esposo, se arrodill junto a su antiguo consejero y le dio unas palmaditas en la cara hasta hacerle recobrar la conciencia. Luego, sin prestar atenci n a los invitados, quiso llevarle hasta su cho;a& sin embargo, para sorpresa de la joven, intercedi el padre 9asili, quien rode con sus bra;os el tembloroso cuerpo de su enemigo y le condujo a un lugar seguro. )of!a les sigui con la mirada, sabiendo que deber!a acompa*arles& pero cuando quiso correr tras ellos, :uden%o, enfurecido por lo que hab!a ocurrido y por la participaci n de su esposa, la agarr por un bra;o, la hi;o girar en redondo y le dio tal bofetada en la cara que la dej tendida en el suelo. Dubiera comen;ado a darle patadas, de no ser por la intervenci n del alf#re; (elov, que levant a )of!a del suelo y le quit el polvo con que se hab!a ensuciado. )in embargo, no pudo limpiar la oscura sangre que goteaba por el ment n de la muchacha, donde el pu*o de :uden%o hab!a abierto un corte en la carne que rodeaba el disco labial de marfil. ,o se castig a Ferma% :uden%o por haber pegado a su esposa o por haberle dado una pali;a al chamn, porque la mayor!a de los rusos consideraban a los aleutas inferiores a las personas, como unos objetos a los que se pod!a castigar con brutalidad. Los rusos de Aodia%, la isla sin ley, pensaban que a todas sus esposas nativas, fueran aleutas o criollas, les conven!a recibir de ve; en cuando una tunda justificada, y, en cuanto al castigo que se dio al chamn, se consider que hab!a sido un servicio a la comunidad rusa. )in embargo, cuando el padre 9asili se enter de lo que hab!a hecho :uden%o mientras #l ayudaba a llevar al chamn a su cho;a y cuando vio, durante los oficios, la gravedad de los cortes que hab!a sufrido )of!a, en ve; de consolar a la muchacha se fue directamente a hablar con Ferma%: 8De visto lo que le hab#is hecho a )of!a. +sto no tiene que volver a ocurrir. 8Rc"pate de tus asuntos, Faldas ,egras. 8Be mis asuntos me estoy ocupando. La humanidad es asunto m!o. +l flaco sacerdote, hablando de este modo con el corpulento traficante, ofrec!a un aspecto rid!culo, y ambos hombres lo sab!an, de modo que :uden%o apart de un manota;o a 9asili, sin usar el pu*o, y al sacerdote se le enredaron los pies de tal manera que se cay . Los que presenciaron el accidente 1as! hab!a que llamarlo, puesto que :uden%o no hab!a pegado al religioso2 lo interpretaron como otro castigo impuesto por el mat n del grupo a un sacerdote entrometido y, cuando vieron que 9asili tem!a tomar represalias, comen;aron a criticarle, hasta que la opini n general acab siendo que Pestbamos mejor con el borrach!n del padre -#tr, que ten!a la prudencia de no meterse en nuestros asuntosQ. Tnos d!as despu#s, )of!a apareci en la capilla con el ojo i;quierdo amoratado, y el padre 9asili comprendi que no pod!a postergar ms su intervenci n, por lo que se acerc al mat n al concluir los oficios. 8)i vuelves a maltratar a tu esposa har# que te castiguen 8le dijo, con vo; lo bastante alta para que los dems le oyeran. Los que le escuchaban se echaron a re!r, porque era evidente que el sacerdote no ten!a suficiente fuer;a f!sica para pegar a :uden%o ni autoridad para e$igir que alg"n funcionario lo hiciera, y su pusilanimidad demostraba lo bajo que hab!a ca!do la 3ompa*!a. -ero aquella situaci n estaba a punto de cambiar, porque hab!a ya un tercer visitante camino de Aodia%, cuya llegada iba a producir grandes transformaciones. Tn d!a de finales de junio de .?@., un marinero que contemplaba la bah!a en cuyas orillas se al;aba Los Cres )antos divis una peque*a embarcaci n de vela que parec!a armada con tro;os de le*a y piel de foca. ,o era adecuada para navegar por el oc#ano, ni siquiera para cru;ar un

-gina .@? de ?@0

Alaska

James A. Michener

lago, y en aquellos momentos hac!a lo posible por acercarse a la orilla sin desarmarse. +l marinero que la divis , se pregunt si ser!a mejor acercarse a la playa rpidamente para tratar de salvarla o acudir corriendo en busca de ayuda. )e decidi por la segunda posibilidad y corri hacia la ciudad, gritando: 8ULlega un boteV UDay hombres a bordoV Cras asegurarse de que le hab!an o!do, regres apresuradamente a la orilla y trat de empujar el bote hasta las rocas de la playa, sin que pudieran ayudarle los marineros, que estaban medio muertos, con las barbas blancas por la sal. Intent hacer solo el trabajo pero retrocedi espantado al ver que en el fondo del bote yac!a el cadver de un hombre calvo, demasiado viejo para haber emprendido una aventura semejante. +l primero en llegar a la embarcaci n encallada fue el padre 9asili, que gritaba a los que les segu!an: 8UBe prisaV U+sta gente est a punto de morirV 4ientras iban llegando los dems, comen; a administrar los "ltimos sacramentos al cuerpo que hab!a tendido en el fondo de la embarcaci n, pero en aquel momento el hombre lan; un gemido ronco, abri los ojos y e$clam con alegr!a: 8U-adre 9asiliV +l sacerdote dio un respingo y le mir con ms atenci n. 8UAle%sandr (aranovV 8e$clam 8. UNu# manera de acudir a vuestro puestoV Los e$haustos marineros fueron conducidos a tierra y se les dieron bebidas calientes, y, entonces, (aranov, que hab!a resucitado milagrosamente, ante la sorpresa de sus compa*eros y de quienes les hab!an rescatado, se quit la ropa embarrada, se atus los escasos cabellos y asumi el mando de la improvisada reuni n en la orilla de la bah!a. ,o alarg mucho su informe, porque los detalles eran conocidos por cualquiera que hubiera navegado en un barco ruso: 8)oy Ale%sandr (aranov, comerciante de Ir%uts% y principal administrador de los asuntos de la 3ompa*!a en la Am#rica rusa. Sarp# de Rjots% en agosto del a*o pasado y aqu! tendr!a que haber llegado en noviembre, pero ya pod#is imaginar lo que ha ocurrido. ,uestro barco ten!a v!as de agua, nuestro capitn era un borracho y nuestro timonel se desvi mil quinientos %il metros de la ruta, nos hi;o chocar contra unas rocas, y el barco se perdi en el accidente. QDemos pasado un invierno catastr fico en una isla desierta, sin alimentos, herramientas ni mapas. Demos logrado sobrevivir gracias a este gran compa*ero, Ayril Shdan%o, hijo de nuestra directora de -etropvlos%, que ten!a e$periencia en las islas y se ha comportado como un valiente. 'l construy este bote y lo ha hecho llegar a Aodia%. Ahora le asciendo a asistente m!o. Q)i el padre 9asili, amigo m!o de Ir%uts%, quiere conducirnos a su iglesia, daremos gracias a Bios por habernos salvado. )in embargo, cuando la procesi n lleg a la miserable caba*a que el sacerdote utili;aba como capilla, (aranov e$pres en vo; alta una decisi n que acababa de tomar, y los isle*os descubrieron que el mando estaba ahora en manos de un hombre nuevo, de ideas muy claras. 8,o pienso dar las gracias a Bios en esta pocilga. ,o es digna de la presencia de Bios, de la obra de un sacerdote ni de la asistencia de un director general. (ajo el cielo abierto, junto a la bah!a, inclin su cabe;a calva, cru; los bra;os sobre su fofa barriga y e$pres su respetuoso agradecimiento por los diversos milagros que le hab!an salvado de capitanes borrachos, timoneles est"pidos y de morir de hambre durante el invierno. Fue #l, y no el sacerdote, quien pronunci la plegaria y, al terminar, tom a Ayr!l Shdan%o del bra;o y e$clam : 8,os salvamos por poco, hijo.

-gina .@I de ?@0

Alaska

James A. Michener

Antes de que el d!a terminara dict algunas instrucciones que parec!an contradictorias: 83omen;ad inmediatamente a organi;ar el traslado de nuestra central a un lugar ms adecuado 8le dijo a Shdan%o. 84a*ana comen;aremos a construir una aut#ntica iglesia 8le e$plic , sin embargo, al padre 9asili. Sbdan%o, que sab!a que #l iba a cargar con la mayor parte del trabajo, protest : 8-ero si vamos a irnos de aqu!, Jpor qu# no nos esperamos y construimos la iglesia en el nuevo empla;amientoK 8-orque mi misi n ms importante es brindar a nuestra iglesia el apoyo que se merece. Nuiero conversiones. Nuiero que los ni*os aprendan los relatos b!blicos y quiero, desde luego, una iglesia decente porque representa el alma de :usia. Shdan%o consider con ms detalle aquella absurda decisi n y comprendi queX en realidad, lo que (aranov quer!a era un edificio, no importaba c mo fuera, que ostentara en el techo la tranquili;adora c"pula en forma de cebolla, t!pica de las iglesias rusas. 8,o creo que en Aodia% haya nadie capa; de construir una c"pula en forma de cebolla, se*or 8aventur . 8U3laro que s!V 8JNui#nK 8Fo mismo. )i fui capa; de aprender a fabricar vidrio, puedo aprender a construir una c"pula. F aquel voluntarioso hombrecillo, el tercer d!a que llevaba residiendo en Los Cres )antos, locali; un edificio que pod!a servir como base, si se le quitaba el tejado, para sostener la c"pula que el mismo (aranov pensaba construir. :euni a varios le*adores para que le trajeran madera y a algunos aserradores para que cortaran planchas curvas, rebusc hasta el "ltimo clavo e$istente en Aodia% y requis los escasos y toscos martillos que hab!a en la isla, y pronto consigui erigir en el aire fr!o, junto a los lamos blancos, una bonita c"pula en forma de cebolla, que quiso pintar de a;ul, aunque tuvo que conformarse con pintarla de marr n, que era el "nico color disponible en Aodia%. +$plic sus planes durante el acto de consagraci n de la iglesia: 8Nuiero que se numeren correlativamente todas las tablas para -oder llevarnos la c"pula cuando nos mudemos al nuevo empla;amiento, pues me parece que est muy bien construida. +n Aodia%, con el asunto de la c"pula la gente se convenci de que aquel dinmico hombrecillo, tan parecido a un gnomo y tan distinto a los gerentes que se ocupaban de los puestos fronteri;os, estaba decidido a convertir la Am#rica rusa en un centro principal de comercio y de gobierno, F adems ten!a unos intereses bastante amplios que se e$tend!an a todos los aspectos de la vida en la colonia. -or ejemplo, un d!a en que la hermosa )of!a apareci con un ojo morado, (aranov llam al padre 9asili. 8JNu# le ha pasado a esta criaturaK 8pregunt . 8)u marido le pega. 8U+l maridoV U-ero si parece una ni*aV JNui#n es #lK 8Tn tratante de pieles. 8Beber!a hab#rmelo imaginado. Dacedle venir. +l hombret n acudi arrastrando los pies, y (aranov le habl a gritos: 8U-onte firme, canallaV 83uando se hi;o posible sostener ra;onablemente una conversaci n disciplinaria, el nuevo gerente le espet 8: JNui#n te ha dado permiso para pegarle a tu joven esposaK 8+s que ella... 8+lla, Jqu#K 8vocifer el hombrecillo, acercndose mucho a :uden%o. F sin esperar a que le contestara, (aranov grit 8: UNue venga Shdan%oV 8+n cuanto se present el sensato

-gina .@@ de ?@0

Alaska

James A. Michener

criollo, hijo adoptivo de la poderosa madame Shdan%o y futuro gobernador de las Aleutianas, (aranov le dio una sencilla orden8: )i este cerdo vuelve a pegar a su esposa, le fusilis. 8)e volvi con desd#n hacia :uden%o, y a*adi 8: 4e han dicho que tambi#n te gusta maltratar a los sacerdotes. Ayril, en cuanto ponga un dedo encima del padre 9asili o le amenace de alg"n modo, fusiladle. +n consecuencia, se consigui establecer una especie de violento orden en la disoluta ciudad de Los Cres )antos, en el hogar de los :uden%o rein un poco de pa; y la nueva religi n, alentada por (aranov, prosper a medida que la antigua se retiraba a"n ms a las sombras. La tarea principal de (aranov, el director general, consist!a en preparar el traslado de Los Cres )antos a un lugar ms adecuado, en el otro e$tremo de Aodia%& cuando apenas hab!a desarrollado un proyecto provisional, :uden%o, intimidado -or las amena;as de muerte de (aranov, se le acerc humildemente en busca de sus favores. 8JDab#is ca;ado alguna ve; los grandes osos de Aodia%, se*orK8UX pregunt . (aranov respondi que no hab!a o!do siquiera hablar de esa clase de osos, y :uden%o se apresur entonces a ofrecer su e$periencia para guiarle por el bell!simo territorio de bosques que hab!a bastante al norte de Los Cres )antos, donde las monta*as se elevaban desde el mar y alcan;aban la majestuosa y nevada altura de mil trescientos metros. )e organi; un grupo de seis hombres, y, durante la e$pedici n, :uden%o mostr el aspecto ms favorable de su carcter, pues estuvo atento a todo y trabaj con diligencia, hasta el -unto de que (aranov crey que hab!a conocido al traficante de pieles en un mal momento pasajero. 83uando os portis bien, pod#is ser un hombre admirable 8le dijo a Ferma%, la tercera noche. 8con vuestras nuevas normas, me porto siempre bien [respondi :uden%o. -ronto descubrieron se*ales que indicaban que uno de los gigantescos osos de Aodia% andaba por una regi n de ondulantes colinas pobladas de p!ceas& :uden%o tom el mando y envi a cuatro eficaces ayudantes en distintas direcciones, hasta que hubieron rodeado a la bestia, a"n invisible. Luego todos avan;aron hacia el centro de la ;ona as! delimitada y se acercaron al oso, que, seg"n le susurr :uden%o a (aranov, era muy grande. 84anteneos detrs de m!, director general. +stos animales son peligrosos. 3on el bra;o i;quierdo, empuj a (aranov hacia atrs, lo que result una intervenci n afortunada, pues, en aquel momento, uno de los ca;adores situados al otro lado del c!rculo hi;o un ruido imprevisto y alert al oso, que ech a correr en direcci n a :uden%o. 3uando el oso surgi de entre un grupo de rboles, se par y se irgui sobre sus patas traseras para ver lo que ten!a delante suyo, (aranov resopl , porque era un animal inmenso e imponente, de impresionantes garras. Instintivamente, (aranov busc un rbol para esconderse, pero el ms pr $imo estaba demasiado lejos y, antes de que pudiera alcan;arlo, el oso le asest un ;arpa;o demoledor. Los pocos pasos que el director hab!a logrado dar le salvaron la vida, pues las garras fatales s lo consiguieron atravesar la espalda de su chaqueta y la desgarraron con un escalofriante ruido. )in embargo, como (aranov era tan lento y el oso, tan velo;, con toda seguridad hubiera acabado con #l con un nuevo ;arpa;o de sus poderosas garras, pero :uden%o se abalan; auda;mente entre su jefe y el animal, levant su rifle, dispar e incrust en la garganta de la bestia una bala que le lleg hasta el cerebro. +l oso se tambale de un lado a otro, durante casi medio minuto se esfor; en mantener el equilibrio y, finalmente, se derrumb sobre la nieve. 3uando :uden%o y el tembloroso (aranov midieron el animal muerto, descubrieron que, erguido sobre sus patas traseras, deb!a de haber alcan;ado la impresionante altura de tres metros y treinta cent!metros. 8J3 mo es posible que sean tan grandesK 8pregunt (aranov.

-gina /00 de ?@0

Alaska

James A. Michener

8Aodia% es una isla 8e$plic :uden%o8. ,unca habr#is visto tantas bayas como hay aqu!. F tambi#n hay hierba en cantidad, y nadie que moleste a los osos. 3omen y crecen, comen y crecen. (aranov orden que despeda;aran a la bestia y enviaran las partes comestibles a Los Cres )antos, mientras que la piel se reservaba y se arreglaba para su despacho& ms adelante, aquel enorme oso disecado, que se ergu!a en un rinc n, salv la vida de :uden%o, porque #ste, cuando hubo conquistado la buena voluntad del nuevo administrador, crey equivocadamente que eso le restitu!a el derecho de a;otar a su mujer, la cual no era ms que una aleuta y no merec!a ning"n respeto. Arm una escena vergon;osa, acusndola de una falta sin importancia, y ella, como era habitual, neg la acusaci n y adems le puso en rid!culo con su silencio, por lo que :uden%o se enfureci y la golpe en plena cara. Tnos ni*os corrieron a la cho;a del chamn, para informarle de lo que :uden%o acababa de hacer. 8JBec!s que ella sangrabaK 8pregunt "nicamente el chamn. 8)!, por la boca 8respondieron los ni*os. +ntonces el chamn comprendi que ten!a que intervenir, pues le correspond!a a #l hacerlo, ya que los administradores rusos, aun con pruebas visibles de semejante conducta, se negaban a actuar. -or ello, se despidi de su momia y se encamin resueltamente hacia lo que cre!a que iba a ser su "ltima e ineludible misi n como chamn. Flaco, sucio, algo encorvado y con la vehemente determinaci n de preservar su "nica y verdadera religi n y combatir las influencias malignas que estaban parali;ando a su pueblo, el anciano camin auda;mente hasta la caba*a de :uden%o. 8ULos esp!ritus te maldicen, :uden%oV 8grit 8. U,o vers nunca ms a tu mujerV U,o podrs volver a maltratarlaV :uden%o estaba dentro de la caba*a, bebiendo junto con dos compa*eros una especie de cerve;a hecha con arndanos, hojas tiernas de p!cea y algas marinas& le molest el ruido del e$terior, especialmente cuando oy unas palabras amena;adoras. )e acerc a la improvisada puerta construida con madera de deriva y contempl con repugnancia la triste silueta del chamn. 8U9ete, viejoV UBeja a la gente honrada beber en pa;V 8U+sts maldito, :uden%oV U)obre ti caern penas muy grandesV 8Beja de chillar, si no quieres que te d# una pali;a. 8,o volvers a castigar a tu mujer, :uden%o. ,unca ms... Besde la puerta, :uden%o se abalan; sobre el chamn, mientras sus dos compinches sal!an tambi#n rpidamente, con la intenci n de darle una pali;a al viejo, y dispuestos incluso a matarle& pero :uden%o s lo pretend!a asustar al chamn, para hacerle volver a su cho;a. 8U,o le pegu#isV 8grit . +ra demasiado tarde, porque sus amigos hab!an dado tales golpes al anciano que #ste retrocedi , intentando no perder el equilibrio, y regres tambalendose a su cho;a, donde se desplom entre las ra!ces. +l padre 9asili no tard en enterarse de lo ocurrido y, aunque siempre se hab!a opuesto a todo cuanto hac!a el hechicero, la caridad cristiana le obligaba a ayudar a aquel hombre que tanto se hab!a esfor;ado por mantener unida a su comunidad, antes de la llegada de =es"s. 3orri a la cho;a y entr , por primera ve;, en el oscuro mundo del chamn. )e espant ante la penumbra, el h"medo suelo de tierra y los fardos amontonados aqu! y all, pero todav!a le impresion ms el estado del anciano, que yac!a de cualquier modo, con el pelo desgre*ado y el enjuto rostro salpicado de sangre. Com la cabe;a del chamn y la meci entre sus bra;os, susurrndole: 8U+sc"chame, ancianoV Ce curars.

-gina /0. de ?@0

Alaska

James A. Michener

Burante mucho rato no obtuvo respuesta, hasta que 9asili lleg a temer que su adversario hubiera muerto, pero el incansable luchador recobr poco a poco las energ!as que, durante los a*os de ocupaci n rusa y en los embates del cristianismo, le hab!an permitido presentar batalla en franca desventaja. 3uando por fin abri los ojos y vio qui#n era su salvador, volvi a cerrarlos y cay en un estupor inerte. +l padre 9asili pas con #l casi toda aquella tarde. Al anochecer pidi a unos ni*os que fueran a buscar a )of!a :uden%o, que se present a la entrada de la cho;a y observ con angustia la escena que ten!a ante s!. 8Le han herido. ,ecesita cuidados 8se limit a decir el sacerdote. +ch una temerosa mirada a aquel lugar mugriento y desordenado y pregunt con e$tra*e;a8: J3 mo pudiste pensar que aqu! encontrar!as la iluminaci n, )of!aK 8F 9asili se fue, sin esperar respuesta, ignorando que acababa de presenciar el momento en que la antigua religi n del chamanismo perec!a en su combate con el cristianismo. -or desgracia, cuando :uden%o volvi a su casa, estaban por all los ni*os que el sacerdote hab!a enviado en busca de )of!a. 8JB nde est mi mujerK 8vocifer :uden%o. 8Da ido a casa del chamn 8le respondieron los ni*os. 8U9amos a terminar con ese viejo idiota ahora mismoV 8grit :u den%o a sus dos compa*eros de borrachera, enfurecido por la respuesta de los ni*os. Los tres se dirigieron rabiando hasta la cho;a levantada entre las ra!ces, donde encontraron a )of!a, que estaba cuidando al chamn, y :uden%o le peg en la cara y la ech afuera. Luego pusieron de pie al viejo y, cuando #ste cay hacia adelante, :uden%o le recibi con un potente pu*eta;o en el rostro, derribndolo en el suelo. 3uando el chamn cay , le mataron a puntapi#s, y #sta fue la violenta conclusi n del debate que los cristianos rusos sostuvieron con una religi n pagana que estaban destinados a reempla;ar. +l asesinato del chamn desconcert a los dos administradores de Aodia%. Al enterarse, el padre 9asili corri a la cho;a y se ocup de todo, como si el chamn hubiera sido un asistente de su iglesia, lo que en cierto sentido era cierto. )in ninguna sensaci n de triunfo personal por la derrota de su rival, encendi una vela junto al cadver, contempl asqueado la sangre que manchaba la tierra y, cuando los marineros se llevaron finalmente el cuerpo, sinti correr por sus ojos unas lgrimas de compasi n. )in embargo, despu#s de haberse arrodillado a re;ar por el alma de su valiente, aunque equivocado, adversario, se incorpor con la renovada decisi n de poner fin a la plaga del chamanismo. 3on el entusiasmo que e$perimentan los j venes cuando saben que estn haciendo lo correcto, apil la rid!cula colecci n de piedras, ramitas, tro;os de madera tallada y fragmentos de marfil pulido mediante los cuales el chamn pretend!a conversar con los esp!ritus, amonton toda aquella basura en el espacio que hab!a ocupado el cadver y, despu#s de esparcir encima las inflamables agujas de la p!cea, us la vela para prenderle fuego. 3uando el mont n comen; a arder, la gente se acerc corriendo. 8U-adre 9asili, salid prontoV 8gritaban. 3uando iba a salir de la cho;a, el sacerdote vio en un rinc n oscuro un saco hecho con piel de foca, lo abri y descubri que conten!a una materia oscura y correosa. 8'sta debe ser la momia que mencionaba )of!a 8murmur , medio sofocado por los vapores t $icos que desped!an los s!mbolos que estaba quemando. Al desenvolver el fardo, se encontr cara a cara con aquella terca anciana de trece mil a*os. )e estremeci ante la herej!a que la momia simboli;aba, y se dispon!a a arrojarla al fuego cuando )of!a irrumpi en la cho;a. 8U,o, noV 8grit la muchacha al ver lo que ocurr!a, aunque era demasiado tarde. )e qued mirando horrori;ada las llamas que consum!an a la anciana cuyo esp!ritu se hab!a negado a morir y e$clam 8: JNu# hab#is hechoK

-gina /0/ de ?@0

Alaska

James A. Michener

+l sacerdote sali de la cho;a, y ella fue tras #l, gritndole en medio del aire de la noche, aunque pronto la acall su marido, indignado. Le dio una fuerte bofetada que la tir al suelo. )of!a permaneci un momento en el suelo, con la vista fija en la cho;a en llamas, y luego se rindi ante la tremenda confusi n de su vida. 8)e ha desmayado 8e$clam el padre 9asili, y dos aleutas la levantaron del suelo. +n aquel momento lleg el director general (aranov, que se horrori; al enterarse del asesinato del chamn, porque pod!a imaginarse las complicaciones que aquel acto pod!a causar. Bespreciaba a los chamanes, como todos los rusos, aunque les consideraba tambi#n un instrumento que ayudaba a mantener a los aleutas bajo control. 8JNui#n ha hecho estoK 8pregunt . +ntonces vio a )of!a :uden%o, a quien los dos hombres sosten!an en -ie, con la cara hecha una masa de cardenales. 8:uden%o 8respondi Ayril Shdan%o8. 'l ha hecho las dos cosas. Da matado al chamn y ha pegado a su mujer. )in necesidad de que se lo ordenaran, Shdan%o parti en busca del criminal, que acababa de cometer su cuarto asesinato. 3uando llevaron a rastras al despacho provisional del director general al barbudo ca;ador para que lo castigasen, (aranov le mir y record su antigua amena;a de fusilarle si volv!a a pegar a su mujer& puesto que aquel delito se hab!a complicado con un asesinato, ahora ten!a un doble motivo para actuar. )in embargo, al enfrentarse a :uden%o, vio, en el rinc n de atrs, el enorme oso de Aodia% disecado y record que segu!a con vida gracias al valor de aquel renegado. Avergon;ado, pronunci su veredicto: 8+res la deshonra de :usia y de la Dumanidad, :uden%o: ,o tienes derecho a vivir, salvo por una cosa: me salvaste la vida cuando #se me atac . -or eso no puedo cumplir mi amena;a y fusilarte. +n cambio, se anula tu matrimonio con )of!a Auchovs%aya, porque nunca deber!a haberse celebrado. 9olvers otra ve; a las islas de las Focas, el "nico lugar en que se me ocurre que Bios puede permitirte vivir. )in escuchar las apasionadas promesas de reforma de :uden%o, (aranov dijo a Shdan%o: 84ant#nlo bajo custodia hasta que ;arpe hacia el norte el pr $imo barco. Lan; a :uden%o una mirada de desprecio y sali para consolar a )of!a con la noticia de que se hab!a anulado su indigno matrimonio con aquel hombre, pero no hab!a tenido en cuenta al sacerdote, el padre 9asili, a cuyos devotos padres hab!a conocido en Ir%uts% y a quien respetaba por su piedad. 8Nueda anulado el matrimonio entre )of!a Auchovs%aya y el animal de Ferma% :uden%o 8le inform 8. Dicisteis mal en casarles, para empe;ar. 8PLo que Bios ha unido, que no lo separe el hombreQ 8contest 9asili muy convencido, citando el +vangelio seg"n )an 4arcos. F luego pronunci una prohibici n igualmente firme, repetida en la campi*a de Ir%uts%8. ,i los rayos ni los truenos han de separar a un hombre de su mujer, aunque sea el mismo Bios quien env!e el trueno. 8,o he querido decir que yo mismo anulaba el matrimonio 8se disculp (aranov8. -uesto que vos celebrasteis la ceremonia, vos lo har#is. -ero (aranov subestimaba el celo con que aquel joven sacerdote segu!a las ense*an;as de la (iblia: 8Tn voto es un compromiso solemne asumido a los ojos del )e*or. ,o haymodo de que yo pueda anularlo. 8JNuer#is decir que esta e$celente criatura, con el esposo desterrado en las islas de las Focas, tiene que vivir sola por ser cristiana... durante el resto de su vidaK La respuesta del -adre 9asili puso al descubierto la dure;a de su cristianismo, porque ahora que los problemas prcticos de una vida humana, en este caso el bienestar de la

-gina /07 de ?@0

Alaska

James A. Michener

inocente )of!a Auchovs%aya, entraban en conflicto con las ense*an;as de la (iblia, resultaba que quien ten!a que sacrificarse era la joven. 8:econo;co que en su vida )of!a ha pasado por grandes penalidades, por las tribulaciones de =ob, y que ahora echaremos una ms sobre ella. -ues bien, Bios elige a algunos de nosotros para soportar )u yugo, a fin de que otros puedan apreciar )u e$trema gracia. 'sa es la misi n de )of!a. 8)in embargo, malgastar su e$istencia... 8'sa es la cru; que le toca soportar 8respondi infle$iblemente el sacerdote& y no modific aquella dura sentencia. )eguramente que en aquellos momentos los habitantes de Aodia%, tanto los rusos como los aleutas, pensaron que el padre 9asili hab!a sido el triunfador en la batalla entre las dos religiones. Dab!a vencido al chamn, que estaba muerto& hab!a acabado con la perniciosa influencia de aquella amena;adora momia, cuyas ceni;as se hab!an enterrado en una tumba decente& y se hab!a hecho con una iglesia coronada con una c"pula en forma de cebolla, que simboli;aba lo mejor de la religi n rusa. -ero esta impresi n superficial no ten!a en cuenta la capacidad de contraataque de las islas Aleutianas. Aunque el desastre que se avecin pod!a recibir una fcil e$plicaci n cient!fica, para los aleutas se trat sin lugar a dudas de la vengan;a que Lunasaq y la momia destruida se tomaron contra el padre 9asili. )e produjo un intenso terremoto, a treinta %il metros por debajo de la superficie del oc#ano -ac!fico, que provoc el derrumbamiento de un gran acantilado submarino, que estaba a cinco mil metros de profundidad. Al desmoronarse, el acantilado dej caer casi mil quinientos metros c"bicos de lodo y piedras, y el transtorno origin un tsunami monstruoso que se despla; hacia el este bajo la forma de una gigantesca y profunda corriente lateral, que en la superficie no produjo ninguna ola visible de ms de medio metro de altura, pero que avan; hacia Aodia% con una temible potencia, a una velocidad de setecientos cuarenta %il metros por hora. A la bah!a de Los Cres )antos no lleg un "nico maremoto que lo inundara todo, sino que se acerc lentamente una primera avan;adilla, a la que siguieron ms y ms olas, que iban tomando mayor velocidad y una fuer;a ms imperiosa, haciendo que el agua fuera elevndose poco a poco, hasta tres metros, hasta seis y, finalmente, hasta diecisiete. +l agua mantuvo esa altura durante nueve fatales minutos y despu#s se precipit fuera de la bah!a, gorgoteando con tal fuer;a que lo trag todo a su paso. +l padre 9asili trep por los pe*ascos para salvar los valiosos iconos de su nueva iglesia abovedada y, cuando acababa de subir a una peque*a colina, contempl un espectculo demencial que le hi;o dudar de la justicia del Bios al que obedec!a. +l torrente de agua ni siquiera ro; la solitaria p!cea que hab!a servido de templo al chamn y, en cambio, arranc de cuajo la iglesia cristiana y la ;arande de un lado a otro hasta que la construcci n acab chocando contra unas rocas y se hi;o astillas. +n Los Cres )antos, que se apretujaba a lo largo de la bah!a, hubiera podido producirse una catastr fica p#rdida de vidas de no ser porque el joven Ayril Shdan%o reaccion a la primera se*al de la marejada. 8U3orremos un gran peligroV UTna ve; pas lo mismo en Lapa%V +ntonces liber al prisionero Ferma% :uden%o para que ayudara a evacuar a la gente a terrenos ms elevados. La reacci n del fornido presidiario fue llevar a rastras a un aturdido padre 9asili, en primer lugar, y despu#s al director general (aranov, por la ladera de una empinada colina. 3omo si fueran ni*os, les subi a un pe*asco que ten!a aspecto de poder mantenerse por encima de la inundaci n y, cuando se dispon!a a bajar de la colina por tercera ve; para rescatar a otras personas, una ola gigantesca que lo arras todo le arrastr hasta la muerte.

-gina /06 de ?@0

Alaska

James A. Michener

+l maremoto del a*o .?@/ resolvi los problemas de uno de los rusos de Los Cres )antos pero a otro le trajo desconcertantes dificultades. Las primeras horas despu#s de su llegada al lugar, el director general (aranov hab!a decidido que la posici n estaba mal elegida y que ser!a mejor buscar otro enclave ms al norte. )iete meses antes de la inundaci n, hab!a escogido un empla;amiento que resultaba indicativo de su disposici n intelectual, porque as! como Los Cres )antos, tanto espiritual como afectivamente, miraba hacia atrs, hacia :usia y sus relaciones con el pasado, la ciudad de Aodia% mirar!a al este, hacia el futuro y los desaf!os que proven!an de Am#rica del ,orte. Los Cres )antos manten!a un cord n umbilical que la ligaba a la antigua )iberia& Aodia%, con la nueva Alas%a. Tn d!a, mientras trabajaba con Shdan%o en el dise*o de los planos de la nueva capital, (aranov le pregunt a Ayril: 8J)ois hijo natural de madame Shdan%o, la de -etropvlovs%K 8Adoptivo. 8vuestro padre, Jera aquel comerciante del que habla la genteK 84i padre carnal debi de ser alg"n ruso destinado en la isla de Lapa%. 4i verdadero padre fue Shdan%o. 8JNu# ha sido de #lK 8Cen!a ochenta y tres a*os. 9olv!amos a casa con un cargamento de pieles. ^bamos andando desde Fa%uts% hasta Rjots%... 8Fo he hecho lo mismo. 8+staba muy cansado, ms bien agotado, a mi modo de ver. 3uando llegamos a -etropvlovs% le dije: PBescansemos, padreQ, pero #l segu!a anhelando conocer Aodia%. Nuer!a controlar las pieles de esta isla, de modo que nos pusimos en camino otra ve;, cuando ya ten!a ochenta y cinco a*os. 8JF qu# ocurri K 84uri en el viaje. Le atamos piedras del lastre y le arrojamos al mar de (ering, no muy lejos del volcn que custodia la isla de Lapa%. 3uando era ni*o, sol!a sentarme junto a mi padre para contemplar el resplandor del volcn en la oscuridad. (aranov interrumpi su trabajo, toc madera y e$clam con vehemencia: 8)i Bios quiere, me gustar!a llegar a los ochenta y cinco a*os. U3unto podr!amos construir vos y yoV +l maremoto alter profundamente la vida de otro hombre, la del padre 9asili, quien, el triste d!a en que se dio sepultura a las diecis#is v!ctimas de la inundaci n, acogi de mala gana el ruego de pronunciar una oraci n por el alma de Ferma% :uden%o, pues el pudor no le permit!a, ante tantas personas que conoc!an la verdad, adornar con frases hechas la vida de aquel canalla. Aunque hubiera sido capa; de ensal;ar la caridad por encima de la realidad, se lo habr!a impedido ver al otro lado de la tumba a )of!a Auchovs%aya, contemplando impasible la tierra que iba a cubrir a su maldito esposo. Al mirarla, al joven sacerdote se le present en s"bitos destellos la historia de aquella valiente muchacha: su abandono en Lapa%, su espantosa huida dentro de la bodega de un barco, las pali;as y los malos tratos, su fidelidad a la antigua religi n y la adopci n de la nueva. +ra una joven de temperamento cristalino, se dijo, que no hab!a dejado que nada la degradase y que hab!a representado lo mejor de una antigua sociedad que estaba acabando para dejar paso a otra nueva. Rbserv la decisi n que demostraba su barbilla, sus ojos oscuros y sabios, su peque*o cuerpo sereno y, finalmente, mientras cubr!an la sepultura, su sonrisa irreprimible, que no se deb!a al triunfo sobre el mal, sino al placer que le produc!a el final de una etapa. 3asi pudo o!r su suspiro cuando la muchacha elev la vista al cielo, como si preguntara: PF ahora, Jqu#KQ. +l d!a despu#s del funeral, (aranov llam al padre 9asili a lo que quedaba de su despacho y le encarg una e$tra*a misi n:

-gina /0L de ?@0

Alaska

James A. Michener

84e considero responsable de todas las personas que viven en estas islas, sean rusos, criollos, aleutas o %oniags. -ara m! no hay diferencias. 8Fo pienso lo mismo, se*or director general. 8+stoy decidido a hacer algo al respecto. J3untos ni*os han quedado hu#rfanos despu#s del maremotoK 8-or lo menos catorce o quince. 8Rrgani;ad un orfanato para ellos. +sta misma tarde. 8U-ero si no tengo fondosV +l obispo prometi ... 8A vos, 9asili, el obispo os promete y nunca os entrega nada. +n mi caso se trata de la 3ompa*!a. PCendr#is todo lo que haga falta, (aranovQ, pero el dinero nunca llega. 8+ntonces, c mo voy a... 8Lo pagar# yo. +l honor de :usia as! lo e$ige, y, si a los caballeros que dirigen la 3ompa*!a no les importa el honor de :usia, no se dir lo mismo del comerciante que dirige Aodia%. 8F sin ms dilaci n, (aranov ofreci el dinero necesario para el orfanato, tomndolo de su escaso sueldo. 8-ero Jqui#n se encargarK 8pregunt el sacerdote. )in embargo, despu#s de algunas refle$iones, 9asili record que )of!a, durante su conversi n, se hab!a emocionado intensamente ante las historias del cari*o que 3risto profesaba a los ni*os, y propuso8: )of!a :uden%o ser!a la persona perfecta. 8,o tiene ms de quince a*os. +n realidad, es s lo una ni*a. 8Ciene diecisiete. 8,o puedo creerlo. 4andaron llamar a la muchacha y (aranov le pregunt , bruscamente: 8,i*a, Jqu# edad tienesK 8Biecisiete 8contest la joven. 8JCe ves capa; de encargarte de un orfanatoK 8inquiri (aranov. 8JNu# es esoK 8pregunt ella. F, cuando se lo e$plicaron, repuso8: +l padre 9asili me e$plic una ve; que =es"s dijo: PBejad que los ni*os se acerquen a m!Q. 4e encantan los ni*os. As! se fund el orfanato de Aodia%, con el dinero de (aranov y con el amor de )of!a. 8+ncargaos de que la muchacha comience su trabajo como es debido 8le orden (aranov a 9asili, pues estaba decidido a que todo lo que emprend!a tuviera #$ito. +l joven sacerdote se hi;o cargo de la supervisi n del trabajo, ense* a )of!a los rudimentos de su nueva ocupaci n y comen; a inculcar la nueva religi n a los hu#rfanos. 3omo trabajaba muy cerca de )of!a, se anim al contemplar el entusiasmo con que ella se convirti en una madre para los ni*os ms peque*os y en una hermana mayor para los muchachos y muchachas de ms edad. Adquiri tanto prestigio entre los ni*os que un anciano aleuta le dijo a (aranov: 8)i esa joven fuera un hombre, ser!a nuestro nuevo chamn. )in embargo, )of!a sab!a que eso no era del todo cierto, porque entre las ruinas de Los Cres )antos se hab!a colado antes un chamn aut#ntico que hab!a intentado mantener a los aleutas apartados del cristianismo, pero su magia parec!a ahora poca cosa y, si se comparaba con los milagros espirituales que lograban )of!a en su orfanato y el padre 9asili en su improvisada iglesia, el hombre se hab!a ido sin conseguir nada. 4ientras )of!a trabajaba con los hu#rfanos, 9asili pudo comprobar en varias ocasiones c mo maduraba la muchacha desde que hab!a ingresado en su nueva vida y se sinti atra!do por ella de muchas maneras. Aunque seria, )of!a estaba siempre dispuesta a desplegar su radiante sonrisa. +ra trabajadora, pero nunca se negaba a jugar con los ni*os& y, por encima de todas las cosas, consegu!a que todo el mundo, de cualquier edad y de cualquier ra;a, se sintiera feli; en su presencia. Adems, como suele ocurrirles a ciertas

-gina /0M de ?@0

Alaska

James A. Michener

afortunadas mujeres, al acercarse a los veinte a*os se iba volviendo ms encantadora, ms completa. Dab!a ganado dos o tres cent!metros de estatura, su cara era menos redonda y el disco labial, algo menos visible& era, como dijo un capitn marino que estaba de paso por la ciudad, Puna muchacha muy bonita. 8Fo nunca quise ser un sacerdote negro 8e$clam en vo; alta el padre 9asili un anochecer estrellado en que caminaba desde la calide; del orfanato hasta el triste edificio que le serv!a de iglesia, mientras levantaba la vista hacia la p!cea del chamn8. +stoy enamorado de ella desde el d!a en que pis# esta isla. 3onsider acertadamente aquel hecho como algo inevitable, que no comportaba el escndalo que hubiera tenido en el caso de haberse tratado de un sacerdote cat lico romano, para quienes el celibato era un acto de fe y devoci n. +n la religi n ortodo$a, ms de la mitad de los sacerdotes eran blancos, como su propio padre, y se casaban con el beneplcito de sus obispos, los cuales, pese a ser sacerdotes negros y c#libes, predicaban: P+l matrimonio es el estado normal del hombreQ. -asar del hbito negro al blanco no involucraba un cambio de fe, sino s lo de orientaci n. )in embargo, pese a no ser un cambio radical, no era fcil de lograr& por eso, el d!a en que se clausuraba Los Cres )antos y comen;aba la mudan;a de la 3ompa*!a entera a Aodia%, 9asili se acerc a (aranov, que estaba guardando en una caja las pocas pertenencias que hab!a podido reunir en la colonia. 8Nuiero pediros un favor, director general. 83oncedido. ,ing"n gerente ha dispuesto de mejor sacerdote. 8Beseo que escribis a mi obispo, el de Ir%uts%. 8,o os dar ni un %opec%. Cendr#is que arreglaros como podis. 8Nuiero que me libere de mis votos. 8UBios m!oV J9ais a abandonar la IglesiaK 9uestros padres... 8U,o, noV -ero quiero abandonar el hbito negro. Nuisiera ser un sacerdote blanco. (aranov se sent pesadamente sobre la caja y clav la mirada en el joven cl#rigo. 8Rs he estado observando, 9asili 8dijo, tras un prolongado silencio, en vo; tan baja que 9asili apenas le oy 8, y s# cul es vuestro problema. Lo s# porque yo tambi#n me he enamorado de una isle*a y pretendo tomarla como esposa. +l joven se escandali; ante aquella confesi n y volvi a ser el sacerdote admonitorio: 8Ale%sandr Andreevich, ests diciendo algo vergon;oso. +n :usia tienes una esposa. 8+s cierto, y adems dice que un d!a de #stos se reunir conmigo& pero hace veintitr#s a*os que dice lo mismo. 8)i incurres en bigamia, Ale%sandr Andreevich, tendr# que denunciarte a )an -etersburgo. 8,o voy a casarme con ella, padre 9asili& s lo quiero tomarla por mujer hasta que venga mi verdadera esposa. 8Luego a*adi , en vo; baja8: 3osa que no ocurrir jams. F yo no puedo vivir solo. 9asili, que hab!a ido a consultar su propio problema, se encontr envuelto en el de (aranov. 8+s una mujer maravillosa, 9asili. Dabla ruso, tiene unos padres responsables, lleva muy bien la casa y sabe coser. Da prometido adoptar el nombre ruso de Ana y asistir regularmente a nuestra iglesia. 8(aranov levant la vista desde la caja donde se hab!a sentado y, con una e$presi n radiante en su cara redonda, pregunt 8: J3uento con vuestra bendici nK +l joven sacerdote no pod!a autori;ar de ninguna manera que se trataran tan sin miramientos los votos matrimoniales, pero, por otra parte, necesitaba la carta de (aranov al obispo para poder solucionar sus propios asuntos, de modo que intent negociar.

-gina /0? de ?@0

Alaska

James A. Michener

8J+scribir#is a mi obispoK 84ediante esta disgresi n, 9asili daba a entender que no castigar!a p"blicamente a (aranov si #ste tomaba una concubina8. Bespu#s de todo, director general, no abandono la iglesia& s lo pretendo cambiar el hbito negro por el blanco. 8J-ara casaros con )of!aK 8As! es. 8Le escribir#. )i fuera ms joven, yo mismo me casar!a con )of!a. +ntonces (aranov estall en una carcajada tan irrespetuosa que 9asili se rubori; , creyendo que (aranov se burlaba de #l. )e estaba burlando, pero no por las ra;ones que tem!a 9asili. 8:ecordis lo que dijisteis cuando quise anular el matrimonio de )of!a y :uden%oK 8Imit la seriedad del joven sacerdote8: PTn voto es un compromiso solemne asumido a los ojos del )e*or. ,o hay modo de que yo pueda anularlo.Q -ues bien, joven amigo m!o, os veo muy ansioso por anular vuestros propios votos. 9asili volvi a enrojecer, muy intensamente, y (aranov chasque los dedos, como si acabara de descubrir algo: 8+lla a"n no sabe nada, JverdadK 9asili tuvo que reconocerlo. 8U9enid conmigo, entoncesV 8e$clam el voluntarioso gerente8. )e lo diremos ahora mismo. 3on sus regordetas piernas, ech a correr hacia el orfanato y mand llamar a la sorprendida encargada. 3uando la muchacha estuvo frente a #l, asi la mano de 9asili. 83omo te considero hija m!a 8le dijo8, tengo que informarte de que este joven ha pedido tu mano. )of!a no se rubori; o, al menos, en su te; dorada no pudo apreciarse el rubor& hi;o una profunda reverencia y agach la cabe;a hasta que oy hablar dulcemente al sacerdote: 8De trabajado duramente para salvar tu alma, )of!a, pero tambi#n para salvarte a ti. JCe casars conmigoK +lla sab!a ahora bastantes cosas y pod!a comprender el significado del hbito negro. 8JF estoK 8pregunt , alargando la mano y tomando la tela entre sus dedos. 8Lo he recha;ado, tal como t" recha;aste tu vestido de piel de foca al convertirte en cristiana. 8)er un orgullo para m! 8acept ella, con una sonrisa que le invadi la cara. +n Aodia%, pod!an transcurrir dos o tres a*os entre la llegada y la partida de un barco, por lo que la solicitud del cambio de hbito que hab!a presentado 9asili no iba a recibir una rpida respuesta, y, adems, aun cuando le otorgaran el permiso, pod!an pasar otros tres a*os antes de que llegara un sacerdote para consagrar la boda& por eso (aranov propuso una soluci n prctica: 8Ceniendo en cuenta que Ana y yo vamos a convivir como marido y mujer, vos y )of!a tendr!ais que hacer lo mismo... hasta que llegue un sacerdote que lo ponga todo en orden, claro est. 8,o puedo hacer eso. +ntonces (aranov cit la teolog!a imperante en las lejanas islas Aleutianas: 8La ;arina est en )an -etersburgo y Bios est muy alto en el cielo. -ero nosotros estamos aqu!, en Aodia%, de modo que hagamos lo que sea preciso. As!, de esta e$tra*a manera, tomaron esposas isle*as los dos dirigentes de la Am#rica rusa, el viejo director y el joven sacerdote. 3idaq )of!a Auchovs%aya :uden%o 9oronova se convirti en la madre de otro 9oronov que trajo la lu; a la Am#rica rusa y llev a cabo los proyectos con los que so*aba (aranov. Ana (aranova, una mujer de talento, fue durante muchos a*os la amante del director general y le dio dos hijos e$celentes, entre

-gina /0I de ?@0

Alaska

James A. Michener

ellos una muchacha que se cas ms adelante con un gobernador ruso. 3uando se supo que hab!a muerto la verdadera madame (aranova, a quien nadie vio nunca ni en )iberia ni en las islas, Ana pas a ser la esposa leg!tima de (aranov, quien la presentaba siempre como Pla hija del antiguo rey de AinaiQ. Los visitantes cre!an fcilmente la leyenda, porque la mujer ten!a el porte de una reina. Fue el cristianismo el que gan la larga batalla entablada entre esta religi n y el chamanismo& sin embargo, se trat de una victoria sanguinaria, porque, mientras que en el .?6., cuando los hombres de 9itus (ering pisaron por primera ve; las costas aleutianas, viv!an pr speramente en las islas dieciocho mil quinientas personas, que se hab!an adaptado magistralmente a su entorno sin rboles aunque rodeado de un mar f#rtil, a la partida de los rusos, la -oblaci n total no llegaba a las doce mil personas. +l noventa y cuatro por ciento hab!an muerto de hambre, ahogados, como consecuencia de la esclavitud, se les hab!a asesinado o se les hab!a hecho desaparecer de alg"n modo en el mar de (ering. F los pocos que sobrevivieron, como 3idaq, lo consiguieron porque se integraron en la civili;aci n triunfante.

VI. MUNDOS DESAPARECIDOS


A la sombra del espl#ndido volcn que resguardaba el estrecho de )it%a, el <ran Coy n agoni;aba. Dab!a gobernado durante treinta a*os la multitud de islas monta*osas que compon!an sus dominios y hab!a impuesto el orden entre los indios tlingits, obstinados y a veces rebeldes, que se mostraban reacios a someterse a nadie. Los tlingits formaban un grupo belicoso, en nada parecido a los esquimales del norte, ms tranquilos, ni a los apacibles aleutas de la cadena de islas. Les gustaba la guerra& en cuanto ten!an la opor8 tunidad, convert!an a sus enemigos en esclavos, y no tem!an a ning"n hombre. -or eso, a la muerte del <ran Coy n, cuando qued vacante el puesto de mando que se hab!a ganado con tanta sagacidad, los tlingits pensaron que2 antes de que se proclamara y estableciera un nuevo toy n, habr!a un per!odo de des rdenes, guerras y muertes violentas. 3uando el corpulento esclavo conocido por el nombre de 3ora; n de 3uervo se enter de que su amo agoni;aba, el pnico se apoder de #l, al comprender que las mismas cualidades que le hab!an convertido en el esclavo favorito del toy n 1su valent!a en el combate y la diligencia con que acud!a a defender a su se*or2 iban a condenarle a muerte, ya que entre los tlingits e$ist!a la costumbre, cada ve; que mor!a un toy n, de matar casi en el mismo momento a tres de sus mejores esclavos, para que estuviera bien atendido en el mundo de ms all de las monta*as. F puesto que 3ora; n de 3uervo era, seg"n la opini n general, el mejor de los esclavos del toy n, recibir!a el honor de ser el primero en apoyar el cuello sobre el tronco usado en el ritual, para que cuatro hombres apretaran un tronco ms peque*o contra su garganta hasta dejarlo sin vida, estrangulndolo sin estropearle el cuerpo, que le ser!a "til en el otro mundo. -or primera ve; aquel hombret n ten!a miedo. La historia de su vida era la de una lucha constante contra las adversidades, porque hab!a sido uno de los principales defensores del valle donde habitaba su clan, contra los enemigos que hab!an tratado de invadirles desde tierras ms altas, situadas al este. 3obr fama de palad!n, de quien depend!an la seguridad y la libertad de los tlingits del valle& e incluso los tlingits de la isla de )it%a, que eran ms numerosos y estaban encabe;ados por el <ran Coy n, cuando les invadieron, tras llegar en sus canoas y arrasarlo todo a su paso, tuvieron que detenerse al topar con 3ora; n de 3uervo y nueve camaradas, y los veinticuatro invasores tuvieron que luchar duramente

-gina /0@ de ?@0

Alaska

James A. Michener

cuatro d!as enteros antes de vencerles. Cres de los compa*eros de 3ora; n de 3uervo murieron en la batalla, y #l tambi#n habr!a figurado entre las bajas, de no haber ordenado el toy n en persona: 8U:eservadme a #seV Los atacantes arrojaron hbilmente unas redes sobre 3ora; n de 3uervo, le inmovili;aron y le llevaron a rastras ante el jefe vencedor. 8J3 mo te llamasK 8le pregunt el jefe. 8)eet8yeil8tei$ 8respondi #l secamente, con tres palabras tlingits que significaban Pcora; n del cuervo de la p!ceaQ. +l toy n sonri al o!r que el singular cautivo era del clan del 3uervo, pues #l, por su parte, pertenec!a al del Oguila, lo que implicaba una competencia natural con los cuervos, aunque ten!a que reconocer que los guerreros de ese clan pod!an ser e$cepcionalmente astutos y temibles. 8J3 mo obtuviste el nombreK 8pregunt el toy n. 8Intentaba saltar de una roca a otra y me ca! al arroyo 83ontest su prisionero8. +staba empapado, y furioso, pero lo intent# otra ve; y me volv! a caer. Lleno de rabia, lo volv! a intentar. +n aquel momento, un cuervo que trataba de arrancar algo de una rama de p!cea, resbal , se cay para atrs y lo intent otra ve;. F mi padre grit : PC" eres el cuervoQ. 8La tercera ve;, Jlograste saltarK 8,o& y el cuervo tambi#n fracas . Be mayor, consegu! saltar, pero conserv# el nombre. )u e$traordinaria tenacidad le hab!a convertido en alguien muy valioso cuando su tribu ten!a que enfrentarse a tareas fuera de lo com"n& como a menudo ten!a #$ito, se atrev!a a emprender cualquier cosa, ya fuera la guerra con otros clanes, la construcci n de una casa o su decoraci n, al acabarla, con los caracter!sticos t temes. Fue precisamente su audacia la causa de que le capturaran, pues cuando el ej#rcito del <ran Coy n atac a su clan, 3ora; n de 3uervo se hi;o cargo de la defensa y se adelant tanto a sus compa*eros que fue fcil rodearle. 3uando el toy n estaba a punto de e$halar el "ltimo suspiro, lo que convertir!a en inevitable la muerte de 3ora; n de 3uervo, el cautivo llev a cabo su maniobra ms osada. )e escabull de la gran casa de madera en la que hab!a vivido el toy n desde el momento en que hab!a llegado al poder, cru; con cautela el lugar se*alado por seis altos t temes y se alej hacia los espesos bosques que crec!an ms al sur. Intent adentrarse en lo ms profundo del bosque, pero no pudo, porque se acercaban ruidosamente diecis#is asistentes al velatorio. 3on un brinco gil, se ocult tras una gran p!cea y les oy pasar, entre lamentos por la inminente muerte de su jefe& en cuanto desaparecieron, salt de nuevo al sendero y se precipit hacia el abrigo protector de los altos rboles y los claros sombreados que #stos amparaban. Tna ve; se encontr seguro entre las p!ceas, ech a correr con furia demon!aca, porque, seg"n su plan, cuando el viejo muriera #l tendr!a que estar tan lejos como le fuera posible. P)i no me encuentran cuando el toy n muera, no podrn matarme. 3laro que, si ms adelante consiguen capturarme, me matarn por haber huido. -ero de esa forma tengo una oportunidad: si consigo subir a bordo de un barco, puedo decirles que hab!a ido a comerciar, y no tendrn ms remedio que creermeQ, ra;onaba. ,o era un plan insensato ni estaba falto de fundamento, porque 3ora; n de 3uervo era uno de los tlingits que hab!an aprendido los rudimentos del ingl#s y pod!an tratar de negocios con los estadounidenses, cuyos barcos se deten!an con cierta frecuencia en el estrecho de )it%a. -or eso, mientras corr!a, invoc en silencio a los barcos a los que recordaba haber llevado carne de ciervo y agua dulce, cuando los estadounidenses hab!an llegado en busca de

-gina /.0 de ?@0

Alaska

James A. Michener

pieles: P >hite Bove, paloma blanca, ven volando. =. (. Aenton, ay"dame. +vening )tar, lucero de la tarde, brilla para indicarme el caminoQ. -ero entonces descendi la niebla que daba fama a )it%a, como si fuera un edred n grueso y gris, suspendido a poca altura por encima de la tierra y de la superficie de la bah!a. +n poco tiempo se volvi impenetrable, con lo que 3ora; n de 3uervo perdi cualquier posibilidad de abordar un barco mercante que le salvara la vida& durante tres d!as llenos de angustia permaneci Rculto entre las p!ceas, en la orilla de la bah!a, aguardando a que la niebla se levantara. +l tercer d!a, al anochecer, mortificado por el hambre, oy un ruido sordo que le alert . -arec!a un ca*ona;o como los que disparaban los marineros para deducir, a partir del eco, la distancia apro$imada que les separaba de los peligros que acechaban en las rocas de la costa& pero no se repiti , como hubiera sucedido si se hubiera tratado de una de estas pruebas. -or otra parte, pod!a haber ocurrido que un solo ca*ona;o hubiera surtido efecto, y 3ora; n de 3uervo, reconfortado por esta esperan;a, se qued dormido al socaire de una p!cea ca!da. Al amanecer, le despert el estridente gra;nido de un cuervo& era la mejor se*al que pod!a recibir del otro mundo, pues los tlingits, desde siempre, se divid!an en dos grupos familiares: el clan del Oguila y el del 3uervo, y todos los seres humanos de la Cierra pertenec!an a uno o a otro. -or supuesto, 3ora; n de 3uervo pertenec!a al clan del 3uervo, lo que significaba que ten!a que defender a su grupo en las competiciones que enfrentaban a los dos clanes o en disputas ms serias, por el al;amiento de t tems en el terreno comunitario de la aldea o por la pesca. 3omo cuervo, s lo pod!a casarse con un guila, seg"n lo estipulado miles de a*os atrs para conservar la pure;a de la ra;a, pero los hijos de un hombre cuervo y de una mujer guila se consideraban guilas y, como tales, se consagraban a la subsistencia de ese clan. +ntre los tlingits e$ist!a una creencia que #l suscrib!a: )i bien los guilas sol!an ser ms fuertes, los cuervos eran, con mucho, los ms prudentes, ingeniosos y astutos cuando se trataba de aprovechar los recursos de la naturale;a o de vencer a los adversarios sin recurrir a la lucha. +ra cosa sabida que la Dumanidad hab!a recibido el agua, el fuego y los animales con los que se alimentaba gracias a la sagacidad del -rimer 3uervo, que logr enga*ar a los antiguos custodios de estos bienes. 8Codas las cosas buenas estaban fuera de nuestro alcance 8le hab!a e$plicado el hermano de su madre8, y viv!amos en la oscuridad, pasando fr!o y hambre, hasta que el -rimer 3uervo, que se dio cuenta de nuestros pesares, enga* a los dems para que nos dejaran compartir esas cosas buenas. Al o!r que el cuervo gra;naba con las primeras luces del alba, comprendi que era la se*al de que en la bah!a podr!a rescatarle alg"n barco y corri a la orilla del agua con la esperan;a de ver el nav!o que qui; hab!a disparado el ca*ona;o la noche anterior, si es que hab!a sido eso aquel ruido. sin embargo, cuando mir hacia la niebla no pudo ver nada y, desilusionado, crey sentir el tronco apretado contra su cuello. Besconsolado y hambriento, se recost contra una p!cea y mir fijamente hacia la bah!a invisible, todav!a envuelta en la oscuridad& en tal aprieto, vi#ndose muy cerca de la muerte, volvi a suplicar en silencio que se presentaran los barcos estadounidenses: P,athanael -ar%er, ay"dame. Lared Darper, ac#rcate a salvarme la vidaQ. )ilencio& luego, el ruido del hierro contra la madera y la llegada de una imprevista brisa que despej un poco la niebla& despu#s, misteriosamente, como si una mano poderosa descorriera un tel n, la revelaci n de la silueta de un barco, seguida por su rpida inmersi n en la cambiante bruma. -ero Uall! estaba el barcoV +n su desesperaci n, 3ora; n de 3uervo pas por alto el peligro que corr!a si dejaba que sus perseguidores descubrieran su posici n, corri a la playa y se adentr en el agua hasta las rodillas, gritando en ingl#s:

-gina /.. de ?@0

Alaska

James A. Michener

8U(arcoV U(arcoV U-ielesV )i algo pod!a atraer a los estadounidenses a la costa 1suponiendo que el barco viniera de los +stados Tnidos2, era la perspectiva de contar con pieles de nutria& pero no hubo respuesta. +l tlingit se adentr ms en el mar, aunque no sab!a nadar, y grit otra ve;: 8UAmericanos, por favorV U-ieles de nutriaV Campoco esta ve; hubo respuesta& pero entonces sopl una rfaga de viento ms fuerte que despej la niebla, y all!, apenas a doscientos metros de distancia, milagrosamente a salvo entre las die; o doce islas boscosas que resguardaban el estrecho de )it%a, estaba el +vening )tar, un barco mercante de (oston, con el que 3ora; n de 3uervo hab!a comerciado en otros tiempos. 8U3apitn 3oreyV 8grit , corriendo entre las olas con los bra;os en alto. Arm tal alboroto que alguien le vio desde el bergant!n. Tn oficial le enfoc con un catalejo y anunci al puente: 8UTn nativo nos hace se*as, se*orV (ajaron un bote y cuatro marineros remaron inseguros hacia la orilla. 3uando 3ora; n de 3uervo, lleno de alegr!a porque le rescataban, se adentr ms en el agua para recibirles, se encontr con dos rifles que le apuntaban directamente al pecho. 8UNuieto o disparamosV 8ordenaron secamente los marineros. 4iles 3orey, el capitn del barco mercante +vening )tar, un hombre de cincuenta y tres a*os y curtido en sus viajes por el -ac!fico, sab!a de muchos capitanes que hab!an perdido los barcos y jams corr!a ning"n riesgo. Antes de abandonar el +vening )tar en el esquife, los marineros recibieron una advertencia: 8Day un solo indio, pero podr!a haber cincuenta ms acechando entre los rboles. 8UNuieto o disparamosV 8repitieron los hombres. 3ora; n de 3uervo se qued parali;ado, sumergido en el agua hasta la cintura. 8U-or Bios, si es 3ora; n de 3uervoV 8grit uno de los hombres. F le alarg el remo, para que pudiera subir al bote aquel tlingit con quien ya antes hab!an tenido tratos. +l capitn 3orey y el primer oficial Aane ofrecieron un festivo recibimiento a su viejo amigo, y le escucharon atentamente cuando les e$plic la situaci n que le hab!a obligado a adentrarse solo en el bosque. 8JNuieres decir 8pregunt el capitn8 que te hubieran matadoK J) lo porque se ha muerto el viejoK 8C" dices yo cuatro d!as en barco, JehK 8les suplic 3ora; n de 3uervo, en su imperfecto ingl#s8. C" dices niebla demasiado, JehK 3uatro d!as. 8J-or qu# son tan importantes esos cuatro d!asK 8pregunt Aane. 3ora; n de 3uervo se dirigi a #l para e$plicrselo. Los dos hombres eran ms o menos igual de corpulentos, los dos igual de musculosos y temerarios, F por esa ra; n el antiguo arponero se interesaba por el tlingit. 8Fo tener que morir tres d!as atrs 8e$plic 8. )i yo huir, ellos atrapar, ahora muerto. -ero si yo en barco, negocios... 8al; las manos como si las liberase de ataduras, indicando que con esta e$cusa tal ve; pudiera salvarse. La omnipresente niebla de )it%a hab!a descendido una ve; ms sobre el +vening )tar y era ya tan densa que hasta los e$tremos de los dos mstiles resultaban invisibles desde cubierta. 8)eguramente la bruma se mantendr durante dos d!as ms. +sts a salvo aseguraron 3orey y Aane al esclavo en peligro. -ara celebrarlo, sacaron una botella de un estupendo ron jamaicano y brindaron all! mismo, en el estrecho de )it%a, protegidos por el volcn y por el c!rculo invisible de monta*as. 3uando 3ora; n de 3uervo sinti en la garganta el calor del e$quisito l!quido oscuro, se relaj y cont a los estadounidenses que hab!a ayudado a conseguir muchas

-gina /./ de ?@0

Alaska

James A. Michener

pieles para ellos& sus salvadores se mostraron muy complacidos con la informaci n y, a su ve;, le ense*aron las mercanc!as que tra!an desde (oston para que los tlingits se enriquecieran. 8+sto son toneles de ron 8dijo el capitn 3orey, se*alando los dieciocho barriles que guardaban en la bodega8. F Jqu# crees que es esoK 3ora; n de 3uervo, con su arete de cobre atravesado en el cart!lago de la nari;, e$amin doce cajones rectangulares de madera. 84! no sabe 8dijo. +ntonces 3orey orden a un marinero que arrancara los clavos 1y que los guardara2 de una de las tapas& all!, envueltos en trapos empapados en aceite, hab!a nueve preciosos rifles, debajo de los cuales, tambi#n en hileras de nueve, hab!a otros veintisiete. Las doce cajas, que los armeros de (oston hab!an empaquetado con gran cuidado, conten!an cuatrocientas treinta y dos escopetas de la mejor calidad, y detrs hab!a barriletes con suficiente - lvora para dos a*os, adems de reservas de plomo y moldes para fabricar balas. 3ora; n de 3uervo, convencido de que sus perseguidores, si recib!an tal -oder de sus manos, no se atrever!an a ordenar su ejecuci n, sonri , estrech la mano del capitn y le agradeci efusivamente los e$traordinarios bienes que los bostonianos tra!an para los tlingits: el ron y las armas. Los tlingits, una rama secundaria de los poderosos atapascos que poblaban el interior de Alas%a, el norte de 3anad y gran parte del oeste de los +stados Tnidos, eran un grupo de unos doce mil indios de caracter!sticas muy diferenciadas, que hab!an emigrado hacia el sur, a lo que ms adelante ser!a canad, y despu#s hab!an regresado al norte, otra ve; a Alas%a, con un idioma y unas costumbres propias. )e divid!an en varios clanes, instalados en el litoral sur de Alas%a y, especialmente, en las grandes islas situadas frente a la costa& la mayor parte se hab!a establecido en la isla de )it%a, en la e$celente tierra que bordeaba el estrecho del mismo nombre. Los paisanos del difunto toy n hab!an elegido para establecerse un destacado promontorio del estrecho que ascend!a hasta una peque*a colina, la cual ofrec!a una gran vista. +ra un lugar e$celente: en el este, estaba rodeado por doce o catorce abruptas monta*as que formaban un semic!rculo protector, y, en el oeste, se ergu!a como una torre el majestuoso cono del volcn. )in embargo, tal como hab!a descubierto el ruso (aranov al contemplar por primera ve; el estrecho, unos a*os antes, una de sus caracter!sticas ms atractivas era la profusi n de islas, algunas tan peque*as como una mesilla de t# y otras de tama*o considerable, que salpicaban la superficie del agua y dispersaban el agitado oleaje que, de otro modo, hubiera llegado rugiendo desde el -ac!fico. 3uando por fin se levant la niebla, el capitn 3orey se abri paso con decisi n con su +vening )tar por entre las islas, hasta llegar a unos cientos de metros del pie de la colina, y dispar un ca* n para informara los indios de que estaba dispuesto a comprarles pieles& pero cuando se dispon!an a reali;ar el intercambio, los estadounidenses se encontraron en un aprieto. Besde que el capitn 3oo% hab!a sido v!ctima de una emboscada en las islas de DaEai, los capitanes y las tripulaciones se quedaban en sus barcos y ped!an a los nativos que subieran a bordo con sus mercanc!as, mientras algunos marineros montaban guardia, armados con rifles. )in embargo, como en )it%a los tlingits estaban ocupados con el entierro del <ran Coy n, los estadounidenses no siguieron la costumbre, sino que botaron una chalupa y, con 3ora; n de 3uervo encaramado en la proa, remaron hasta la playa. Al principio, los afligidos tlingits les hicieron se*as de que se alejara, pero los encargados de la ceremonia vieron al esclavo 3ora; n de 3uervo de pie entre los visitantes y declararon que llevaban buscndole los "ltimos cinco d!as, porque era uno de los tres esclavos que hab!a que sacrificar para que el toy n dispusiera de sirvientes en el otro

-gina /.7 de ?@0

Alaska

James A. Michener

mundo. +l capitn 3orey y el primer oficial Aane se dieron cuenta de que los tlingits pretend!an arrebatarles a 3ora; n de 3uervo para darle muerte y afirmaron que no estaban dispuestos a permitirlo& pero s lo hab!a cuatro marineros en el bote F, como no iban armados, pensaron que, si trataban de oponerse seriamente, los tlingits les vencer!an. +ntonces, abrumados por la verg5en;a de abandonar a un buen hombre que les hab!a confiado la vida, no opusieron resistencia alguna cuando algunos de los ancianos prendieron a 3ora; n de 3uervo y le llevaron a rastras hasta el tronco ceremonial. +n aquel momento intervino un hombre que ms adelante alcan; relevancia en la historia de los tlingits: 8era un joven y valiente jefe de tribu llamado Aot8le8an, un individuo alto y nervioso de unos treinta a*os, vestido con una camisa y unos pantalones hechos con pieles escogidas y envuelto en una decorada chaqueta blanca de piel de ciervo. Llevaba en el cuello una cadena de conchas y en la cabe;a, el caracter!stico sombrero de los tlingits, una especie de embudo invertido, del que brotaban seis vistosas plumas. Igual que 3ora; n de 3uervo, luc!a un fino aro de cobre en la nari;, pero su cara rolli;a se distingu!a por un bigote negro ca!do y una perilla bien recortada. -or su estatura, su delgade; y su porte, ten!a un aspecto muy diferente al de los dems indios& y su vo;, su decisi n y su osad!a delataban la fuer;a moral que le hab!a convertido en un c#lebre jefe militar y en el principal colaborador del toy n. +n sus viajes anteriores, los seis estadounidenses no hab!an visto a Aot8le8an, que se encontraba ausente, en alguna incursi n de castigo contra vecinos rebeldes& de todos modos, aunque hubiera estado en el pueblo poco le hubieran conocido, pues Aot8le8an consideraba el comercio in digno de #l. +ra un guerrero, y como tal se adelant para impedir la ejecuci n de 3ora; n de 3uervo. 3on palabras que los estadounidenses no en tendieron y que nadie les tradujo, pues hasta entonces hab!a sido el prisionero quien prestaba tal servicio, el joven cacique e$pres una decisi n que result prof#tica: 8Tno de estos d!as, tendremos que defender nuestras tierras de americanos como #stos o de los rusos de (aranov, que cada ve; tienen ms poder en Aodia%. )oy vuestro jefe guerrero y voy a necesitar hombres como 3ora; n de 3uervo& no puedo permitir que os lo llev#is. 8-ero el <ran Coy n tambi#n le necesita 8protestaron algunos de los ancianos8. )er!a inmoral enviar... Aot8le8an, que detestaba la ret rica y las discusiones largas, respondi a los ancianos con una inclinaci n de cabe;a y, sin prestarles ms atenci n, asi a 3ora; n de 3uervo de la mano para apartarle de los estadounidenses y de los encargados del funeral. 8A #ste le necesito para cuando comience la lucha 8con esta brusca contestaci n, salv la vida del corpulento tlingit. +ntonces, los norteamericanos observaron horrori;ados c mo dos esclavos adolescentes eran arrastrados colina abajo, hasta la playa, y c mo les sumerg!an la cabe;a en el agua hasta ahogarles. Los tlingits llevaron cuesta arriba los cuerpos intactos de los dos muchachos, que depositaron ceremoniosamente junto al cadver del <ran Coy n& despu#s de esto, cuatro indios muy corpulentos prendieron al esclavo elegido para sustituir a 3ora; n de 3uervo, le acostaron sobre el tronco de madera usado para el sacrificio y le pusieron sobre el cuello un tro;o ms fino de madera de deriva, que apretaron hasta que el cuerpo ya no se agit ms. 3on triste;a, como si lloraran la p#rdida de un amigo, los tlingits dispusieron el tercer cadver junto a los pies del toy n e indicaron por se*as a los indios presentes que pod!a llevarse a cabo la sepultura del jefe. 3uando acab la ceremonia f"nebre, se reali; el trueque de las -ieles recolectadas por los tlingits& 3ora; n de 3uervo actu como mediador en el intercambio de die; de los dieciocho barriles de ron por pieles de foca. ,o hab!a a la vista ninguna piel de nutria marina, de las que estaban tan solicitadas en 3hina, :usia y 3alifornia& al parecer, el

-gina /.6 de ?@0

Alaska

James A. Michener

+vening )tar tendr!a que ;arpar llevndose las armas que ansiaban los tlingits. )in embargo, en el momento en que el capitn 3orey iba a dar la orden de levar anclas, cora; n de 3uervo y Aot8le8an se acercaron al barco en un peque*o bote de madera, construido recientemente a imitaci n de los barcos americanos, y, cuando estuvieron a bordo del +vening )tar, 3ora; n de 3uervo ense* las doce cajas de armas al joven cacique que le hab!a salvado la vida. 8Aqu! estn las armas que necesitas 8le dijo, en idioma tlingit. Inmediatamente, Aot8le8an observ la caja que un poco antes hab!an destapado para mostrar las armas a 3ora; n de 3uervo y apart las tablas sueltas para ver los ca*ones de un elegante color a;ul oscuro y las lustrosas culatas de color marr n. Las armas eran bonitas, al margen de su finalidad prctica& pero, adems, eran objetos de gran importancia, puesto que gracias a ellos los tlingits podr!an defenderse de futuros invasores. 8Los quiero todos 8anunci Aot8le8an. 8) lo los cambiaremos por nutrias marinas 8objet el capitn 3orey, cuando alguien interpret las palabras del jefe tlingit. Al escuchar la traducci n, Aot8le8an no pudo dominar su rabia y dio una patada en el suelo con su mocas!n. 8Biles que tenemos hombres suficientes para apoderarnos de los rifles 8grit . -ero antes de que 3ora; n de 3uervo pudiera hablar, 3orey asi a Aotle8an por el bra;o y le hi;o darse la vuelta para se*alarle los cuatro ca*ones de babor, que apuntaban directamente a las casas de la colina, y los cuatro de estribor, que se pod!an cambiar de posici n. 8F dile 8gru* 8 que tambi#n tenemos uno a proa y otro a popa, die; en total. ,o hac!a falta traducci n, porque Aot8le8an sab!a lo que eran los ca*ones. Tn a*o antes, un buque ingl#s que hab!a entrado en conflicto con los tlingits del continente perdi a un marinero en una ri*a, y en revancha, los ingleses bombardearon la aldea culpable hasta que s lo qued en pie una casa& Aot8le8an sab!a que los balleneros estadounidenses eran a"n ms rpidos cuando se tomaban una vengan;a. -or eso cedi ante la fuer;a superior del capitn 3orey e indic a 3ora; n de 3uervo: 8Bile que dentro de cinco d!as tendremos muchas pieles de nutria 3orey celebr la informaci n como si Aot8le8an fuera el embajador de una potencia soberana, y los tlingits se retiraron. 8+speraremos cinco d!as 8les asegur el primer oficial Aane, cuando se iban. Burante la hora siguiente, los estadounidenses vieron ;arpar muchas barquitas desde el estrecho de )it%a, rumbo a otros pueblos ms apartados& las vieron regresar a lo largo de los d!as que siguieron, ms hundidas en el agua de lo que estaban al partir. 8,os traen pieles 8asegur Aorey a sus hombres& pero justo cuando se dispon!a a abandonar el barco orden a Aane8: 3uando Aot8le8an est# mirando, apunta la mitad de nuestros ca*ones hacia la colina y la otra mitad, hacia la costa, hacia donde est# #l& y que la tripulaci n est# preparada. le8an, al ver tales preparativos, comprendi que no tendr!an #$ito si emprend!an un ataque por sorpresa desde su bando& sin embargo, sab!a tambi#n que los estadounidenses, que hab!an venido desde muy lejos, desde (oston, no pod!an regresar con las bodegas vac!as. ,ecesitaban las pieles tanto como #l necesitaba los rifles, por lo que, tomando la decisi n ms prctica, el trueque se llev a cabo. Can pronto como 3orey desembarc y vio la gran cantidad de pieles que los tlingits, bajo coacci n, hab!an conseguido reunir, se dio cuenta de que las nutrias marinas, aunque se hab!an e$tinguido en las Aleutianas, en las -ribilof y en Aodia%, continuaban nadando sin problemas en aquellas aguas del sur& inspeccion atentamente la mercanc!a durante dos

-gina /.L de ?@0

Alaska

James A. Michener

horas y decidi que, aunque entregara las doce cajas de rifles, su barco obtendr!a grandes beneficios. Be modo que cerr el trato. 8Bi a Aot8le8an que le dar# todos los rifles 8propuso8. Fa los ha visto, son cuatrocientos treinta y dos. -ero quiero todas estas pieles, y este tanto ms. )epar casi un tercio de las pieles para indicar que #sa era la cantidad solicitada& luego se apart , para que Aot8le8an tuviera tiempo de considerar la nueva condici n. Al joven cacique, que era un guerrero, no le gustaba demasiado comerciar y estaba ms acostumbrado a mandar, pero, como abrigaba grandes temores sobre el futuro, pens que necesitar!a todas las armas del +vening )tar, por eso, con un gesto que asombr a 3orey, dio algunas rdenes en vo; baja a sus hombres, que se acercaron a un bote varado en la playa y destaparon otro mont n de pieles que hab!a all! escondido, bastante mayor que la cantidad reclamada por el capitn. )in disimular su desprecio, Aot8le8an comen; a dar patadas a las pieles arrojndolas hacia el mont n que ya pertenec!a a 3orey y, cuando ya hab!a a*adido unas doce pie;as, gru* a 3ora; n de 3uervo: 8Bile que puede quedarse con todas. Bespu#s de almacenar en el +vening )tar la valiosa carga, que superaba varias veces el coste de las armas, Aot8le8an y 3orey se miraron cara a cara, y el tlingit, ceremoniosamente, tal como hab!a visto hacer a los capitanes ingleses, tendi la mano derecha para que 3orey se la estrechara. Al estadounidense le sorprendi el gesto y, como hab!a quedado muy complacido con los resultados del intercambio, dijo de improviso a 3ora; n de 3uervo: 8Bile a Aot8le8an que, como nos ha dado ms pieles, le daremos ms -lomo y ms p lvora 8y orden a sus marineros que trajeran una cantidad considerable de plomo y medio barril de p lvora. )e cerr el trato, satisfactorio para ambas partes, y, dos d!as despu#s, el +vening )tar ;arp de )it%a cargado con una fortuna en pieles de nutria, que en 3ant n alcan;ar!an el doble del precio previsto por 3orey& entonces se confirm que Aot8le8an, al aceptar un intercambio tan desventajoso, hab!a actuado con prudencia. +ntr en la bah!a una peque*a escuadra de barcos rusos y %aya%s aleutas, que pas descaradamente bajo la colina donde se concentraban los tlingits locales y avan; doce %il metros hacia el norte, hasta un lugar que parec!a completamente resguardado por monta*as, donde comen; a descargar el material necesario para la construcci n de un gran fuerte. La escuadra encabe;ada por el administrador general Ale%sandr (aranov no era peque*a, puesto que estaba formada por cien rusos, algunos acompa*ados de sus esposas, y por novecientos aleutas& hab!an llegado a )it%a con el prop sito declarado de establecer all! la capital de la Am#rica rusa y con la intenci n de partir desde ese punto para coloni;ar el norte de 3alifornia. +l YI de julio de .?@@, (aranov condujo a su gente a tierra, y su asistente Ayril Shdan%o plant una bandera rusa en el terreno margoso que hab!a junto a un r!o de plcida corriente. Luego, (aranov rog al padre 9asili 9oronov, quien le acompa*aba como mentor espiritual de la nueva capital, que diera gracias a Bios porque, aunque hab!an pasado por graves dificultades en el largo viaje por mar desde Aodia% 1hab!an fallecido much!simos aleutas por haber comido pescado en malas condiciones, y cientos de ellos hab!an muerto ahogados2, todos los rusos hab!an llegado sanos y salvos, y eso era lo importante. Bespu#s de las plegarias, el rechoncho impulsor del imperialismo ruso se puso en pie, se quit el sombrero, se enjug el sudor de la calva y proclam : 8Ahora que se acerca a su fin el viejo siglo, cuando est por comen;ar otro nuevo y brillante, cargado de promesas, dediquemos todas nuestras fuer;as a la construcci n de una noble ciudad, capital de la grande;a que alcan;ar en el futuro la Am#rica rusa.

-gina /.M de ?@0

Alaska

James A. Michener

Bespu#s de esto, en vo; muy alta, bauti; al futuro fuerte con el nombre de P:educto de )an 4iguelQ& la edad de oro de )it%a acababa de comen;ar. 3uando Aot8le8an y su asistente 3ora; n de 3uervo vieron pasar la escuadra rusa junto a la colina que ocupaban en la parte sur de la bah!a, su primer impulso fue reunir a todas las tropas tlingits y llevar a cabo las maniobras necesarias para ahuyentar a los invasores e impedir que desembarcaran, sin esperar a conocer sus intenciones: -ero, tan pronto como Aot8le8an se dispon!a a llevar a la prctica el plan, comen; una singular relaci n que en adelante tuvo gran importancia en la vida de 3ora; n de 3uervo. 8Bime qu# tengo que hacer 8dijo 3ora; n de 3uervo a Aot8le8an& con estas palabras, e$presaba su disposici n a ejecutar cualquier orden que su jefe le diera, en cualquier momento, sin reparar en el peligro. F a*adi 8: Fo ya estoy muerto. Cengo el tronco sobre el cuello. ) lo respiro porque t" lo quieres. 8As! sea 8respondi el joven cacique8. Lo que tienes que hacer primero es comprobar la posici n y el poder de los rusos. 3ora; n de 3uervo recorri sigilosamente doce %il metros a trav#s de los bosques, hasta llegar al reducto de )an 4iguel& all! instal su puesto de observaci n, desde donde observ cuidadosamente el potencial ruso: tres barcos, menos s lidos que el +vening )tar, pero con una tripulaci n much!simo mayor que la del barco estadounidense. Dab!a un millar de hombres, aunque solamente uno de cada die; eran rusos. JNu# pod!an ser los demsK 3ora; n de 3uervo les observ atentamente y dedujo que no pod!an ser tlingits ni pertenecer a ning"n clan de esa ra;a, porque eran ms bajos y ms morenos. Llevaban huesecillos atravesados en la nari; y algunos iban tocados con unos e$tra*os sombreros inclinados. -udo apreciar dos de sus cualidades: P)aben construir barcos y manejan los remos mucho mejor que cualquiera de nosotrosQ. )upuso que los hombrecitos resultar!an imbatibles en un combate naval y que los rusos, si ochocientos o novecientos de aquellos guerreros les apoyaban, vencer!an rpidamente a los tlingits. P)on %oniagsQ, decidi . +n los "ltimos a*os, por las islas hab!a corrido el rumor de que los hombres de Aodia% eran muy buenos guerreros y que era preferible evitarles, pero 3ora; n de 3uervo, antes de informar a Aotle8an quer!a estar seguro de los hechos& por eso, una noche sin luna, se acerc al lugar donde se hab!an e$cavado los contornos del fuerte y aguard en la oscuridad hasta que vio salir a uno de los obreros. Bio un salto, puso una de sus mana;as sobre la cara del hombre, le arrastr hasta los rboles y all! le amorda; con un pu*ado de hojas de p!cea y le at con correas fabricadas con tendones. )e qued sentado sobre #l y, cuando se hi;o de d!a, se lo carg sobre los hombros como si fuera un fardo de pieles y regres con #l a la colina de )it%a. Algunos de sus paisanos sab!an hablar los idiomas del mar de (ering y pudieron identificar al obrero como un aleuta& al interrogarle, averiguaron que hab!a nacido en la isla de Lapa%, desde donde le hab!an llevado a Aodia% como esclavo. +l hombre e$plic tambi#n que, en el fuerte, todos los que no eran rusos eran aleutas. 8JA los tuyos, les gusta trabajar aqu!K 8le preguntaron. 8+s mejor que ir a las islas de las Focas 8replic #l. Aot8le8an y 3ora; n de 3uervo continuaron investigando hasta convencerse de que los hombres eran realmente aleutas y decidieron que, si emprend!an un ataque con toda su tropa, ten!an bastantes posibilidades de e$pulsar a los rusos. 8)i todos fueran de Aodia%, podr!amos tener dificultades, pero sabemos que a los aleutas podemos vencerles en la batalla 8opin Aot8le8an. ,o obstante, no se produjo ning"n ataque, porque, para el asombro de Aot8le8an, el nuevo toy n, sin haber consultado el asunto con los guerreros de la tribu, instituy un tratado de pa; con los rusos y adems les vendi el terreno donde estaban construyendo el fuerte.

-gina /.? de ?@0

Alaska

James A. Michener

Aot8le8an, enfurecido por aquella absoluta capitulaci n, que acertadamente consider una amena;a mortal a las aspiraciones de los tlingits, reuni a todos los disconformes con lo que era una invitaci n a la interferencia rusa en sus antiguas costumbres, y les lan; una arenga: 8)i los rusos asientan su fuerte en la bah!a, los tlingits estaremos perdidos. )# c mo son, por lo que se cuenta de ellos. Fa no se irn y, antes de que nos demos cuenta, reclamarn la colina y esta parte de la bah!a. Nuerrn quedarse con esa isla, con el volcn, con nuestros ba*os termales y con la otra costa. Las nutrias sern suyas y ya no nos pertenecern& y por cada barco estadounidense que venga a comerciar con nosotros y nos traiga las cosas que necesitamos vendrn seis de los rusos, y no precisamente para comerciar. Llegarn armados, dispuestos a robarnos todo lo que tenemos. Q,o me gusta el destino que nos espera si les dejamos quedarse sin protestar. ,uestros t temes se derrumbarn. ,uestras canoas desaparecern de la bah!a. Bejaremos de ser los due*os de nuestras tierras, porque los rusos nos asfi$iarn, en todas partes y en todo lo que pretendamos. )iento que la mano fatal de los rusos nos aprieta, igual que el tronco aprieta la garganta del esclavo condenado. QRigo c mo nuestros hijos ya no hablan nuestro idioma, sino el suyo& y ya siento c mo se acerca a nosotros su chamn, que echar a perder nuestras almas las cuales vagarn eternamente por los bosques, sin dejar nunca ms de gemir. 9eo cambios en las islas, el mar ya sin vida y los cielos enojados. 9eo que nos impondrn rdenes e$tra*as, nuevos mandamientos, modos de vida totalmente distintos. F, por encima de todo, veo la muerte de los tlingits, la muerte de todo aquello por lo que hemos luchado a lo largo de los a*os. 3omo sus palabras eran muy convincentes y anunciaban claramente un futuro que muchos de los presentes comen;aban a temer, Aot8le8an podr!a haber reclutado a cientos de hombres dispuestos a eliminar a los rusos y a sus aliados aleutas& pero el jefe de los invasores, el peque*o (aranov, que previ la marejada, se lo impidi . Tn d!a de agosto, cuando el verano empe;aba a esfumarse, el astuto ruso, que no dejaba de preocuparse por la seguridad de sus flancos, subi a bordo del mayor de sus barcos y pidi a los mari neros que le llevaran por la bah!a hasta la aldea tlingit& cuando se acercaba al embarcadero, mientras los marineros le llevaban a tierra por entre las olas, el sol surgi con todo su fulgor, y (aranov ascendi por primera ve; la colina en uno de los d!as ms hermosos que pod!an darse en aquella ;ona de Alas%a. P+s un presagioQ, se dijo, como si adivinara que iba a pasar los mejores a*os de su vida precisamente en lo alto de aquella colina& al llegar a la cima, mientras el nuevo toy n se acercaba a recibirle, (aranov se detuvo, mir en todas direcciones y contempl , como en una revelaci n, la incre!ble majestuosidad del lugar. Al oeste se e$tend!a el oc#ano -ac!fico, visible hasta ms all del centenar de islas, el camino de regreso a Aodia%2 a las distantes Aleutianas y a Aamchat%a y las estribaciones de :usia. Dacia el sur se elevaba un escuadr n de monta*as que se suced!an hasta el fin del hori;onte: verdes, luego a;ules, despu#s de un brumoso gris y, finalmente, casi blancas en la lejan!a. +n el este, bastante cerca, se ergu!a el orgullo de )it%a: las monta*as que parec!an surgir del mar, grandes e imponentes, pero tambi#n amables con sus verdes galas. +ran monta*as de infinita variedad y cambiantes colores, de una altura sorprendente para estar tan cerca del mar. F ms al norte, donde (aranov hab!a empe;ado a construir, contempl el espl#ndido estrecho sembrado de islas y rodeado a su ve; de monta*as, algunas afiladas como agujas talladas en hueso de ballena& otras grandes, redondeadas y acogedoras. La rica variedad del paisaje que se divisaba desde la colina le maravill hasta tal punto que casi lan; un grito& pero su e$periencia como comerciante ruso le advirti que ser!a

-gina /.I de ?@0

Alaska

James A. Michener

mejor no revelar su sorpresa, para que los anfitriones tlingits no adivinaran el inter#s que le despertaba aquel para!so. (aj la cabe;a y, con los bra;os cru;ados sobre el vientre, en un gesto caracter!stico suyo, se limit a decir: 8<rande y poderoso Coy n, en agradecimiento por tus muchas bondades al ayudarnos a instalar nuestro fort!n en la bah!a que te pertenece, te Rfre;co unos humildes presentes. Di;o se*as a los marineros que le acompa*aban de que desenvolvieran unos fardos en los cuales hab!a abalorios, objetos de lat n, telas y botellas. Tna ve; distribuido todo, pidi a sus hombres la pi#ce de r#sistance 1lo dijo en franc#s2, y ellos sacaron un anticuado mosquete, algo o$idado, que (aranov entreg ceremoniosamente al toy n, mientras solicitaba a uno de los marineros que trajera p lvora y una bala y que hiciera adems una demostraci n de c mo se disparaba aquella vieja arma. 3uando el marinero lo tuvo todo dispuesto, (aranov ense* al toy n a manejar el mosquete, aplicar el dedo !ndice al gatillo y disparar la bala. )e produjo un destello de fuego al quemarse el e$ceso de p lvora, un d#bil estallido en el e$tremo del arma y el leve susurro de las hojas cuando el proyectil cay sin hacer da*o entre el follaje, al pie de la colina. +l toy n, que nunca hab!a disparado un arma, qued entusiasmado, pero Aot8le8an y 3ora; n de 3uervo sonrieron con indulgencia, pues ten!an ocultos casi quinientos rifles nuevos de la mejor calidad. )in embargo, al parecer quien sali ganando fue el astuto (aranov, pues, en respuesta a aquellos impresionantes regalos, ofrecidos con tan buena voluntad, recibi en pr#stamo a quince tlingits para que le acompa*aran al fuerte y supervisaran a los aleutas en la tarea de pescar y secar la multitud de salmones que hab!an comen;ado a remontar el riachuelo que corr!a al norte del reducto. Aot8le8an, furioso por la facilidad con que su toy n se hab!a rendido ante los halagos de los e$tranjeros, consigui una sola ventaja con la situaci n: infiltr a su hombre, 3ora; n de 3uervo, en el grupo de trabajadores cedidos temporalmente. Be este modo, (aranov regres al fuerte acompa*ado por los e$pertos en salmones, as! como por un esp!a dotado de una e$traordinaria capacidad de observaci n y deducci n. Tna ve; en el fuerte, 3ora; n de 3uervo se comport como los dems tlingits& se sumerg!a hasta las rodillas en la desembocadura del r!o y hund!a un gnguil de mimbre entre la gran cantidad de salmones, largos y gordos, que regresaban a su arroyo natal para desovar y dar origen a la nueva generaci n. Abandonaban el agua salada como si fueran mirmillones, un pe; detrs de otro, cincuenta o sesenta hileras de un lado a otro del r!o, de manera que en unos pocos d!as pasaban miles de peces por un punto determinado de la desembocadura, impulsados s lo por la urgencia de volver a las dulces aguas donde hab!an nacido algunos a*os antes, para depositar all! los huevos que permitir!an la renovaci n de la especie. Dasta un ciego con una red desgarrada hubiera podido pescar salmones en aquel enclave. 3uando 3ora; n de 3uervo y sus compa*eros tuvieron ya varios miles en la playa, ense*aron a los rusos a distinguir las hembras cargadas de huevas, a sacar las v!sceras al pescado y a prepararlo para -onerlo a secar al sol. 8+ste invierno nadie pasar hambre 8coment (aranov a los rusos, al contemplar los incre!bles montones de comida. Al anochecer, despu#s del trabajo, cuando los tlingits descansaban, 3ora; n de 3uervo dedicaba su tiempo a memori;ar los detalles del fuerte en construcci n. 9io que el promontorio estaba dividido en dos mitades. Tna parte interior, consistente en un blocao que, gracias al empla;amiento de los ca*ones y a las troneras para disparar los rifles, se pod!a defender violentamente& y la otra mitad, una serie de peque*os edificios en el e$terior del fort!n principal, sin mayor defensa. Bedujo que, en caso de ataque, se abandonar!an estos coberti;os y graneros, puesto que los defensores se retirar!an al interior

-gina /.@ de ?@0

Alaska

James A. Michener

de la fortale;a, en cuya parte trasera, lejos de la -laya, hab!a un enorme patio cuadrado, con muros de sesenta cent!metros de espesor. ,o iba a ser fcil invadir y tomar el fuerte. -ero cuanto ms inspeccionaba el reducto, con mayor 3laridad se daba cuenta de que podr!a tener #$ito un ataque decidido que tomara primero los edificios e$teriores, sin destruirlos, y sitiara despu#s el fort!n 1si hab!a manera de penetrar en el gran patio trasero fortificado2, pues entonces los asaltantes podr!an lan;ar dentelladas al reducto central, protegidos por los mismos edificios construidos por los rusos& y con el tiempo, #stos tendr!an que rendirse. +ra posible conquistar el reducto de )an 4iguel, si el jefe de los asaltantes era un hombre como Aot8le8an, y si le ayudaba alguien tan osado como 3ora; n de 3uervo. A fines de septiembre, cuando acab la temporada del salm n, se envi a los tlingits de regreso a su colina& se sobreentend!a que el a*o siguiente ya no ser!an necesarios, puesto que tanto los rusos como los aleutas hab!an conseguido dominar la tarea de pescar y conservar el valioso pescado. 3atorce tlingits abandonaron el reducto sin ms recuerdos que los de una estancia moderadamente agradable& pero 3ora; n de 3uervo parti con un plan completamente desarrollado para apoderarse del fuerte y, en cuanto se reuni con Aot8le8an, los dos prepararon esquemas de las instalaciones rusas y de los procedimientos con que podr!an destruirlas. Los impetuosos j venes no pudieron poner en prctica el plan en lo que quedaba del .?@@, porque se lo impidieron las vacilaciones del toy n, abrumado por el poder!o ruso, y la astuta direcci n de Ale%sandr (aranov, que preve!a y frustraba todas las maniobras de los tlingits. 3ada ve; que los indios de la colina parec!an inquietos, #l, con asombrosa generosidad, les ofrec!a tratos comerciales que les desconcertaban& y cierta ve;, cuando algunos centenares de tlingits amena;aron con una verdadera rebeli n, el peque*o ruso avan; auda;mente entre ellos y les aconsej que entraran en ra; n. 8+s valiente 8opinaron los tlingits& y, de este modo, (aranov, con sus astutas maniobras, consigui anular la influencia de Aot8le8an y 3ora; n de 3uervo, quienes, a pesar de todo, continuaron considerndole su enemigo principal. +l verano de .I00, al cumplirse el primer a*o desde la llegada de los rusos al reducto de )an 4iguel, 3ora; n de 3uervo, gracias a su espionaje, advirti que la fortale;a hab!a quedado, antes de lo previsto, impecablemente terminada. (aranov, para sorpresa general, carg uno de sus barcos con las pieles de las aguas de )it%a, despleg las velas y ;arp hacia Aodia%, donde le esperaban su esposa Ana y su hijo Antipatr, en la gran casa de troncos que hac!a las funciones de sede del gobierno de la Am#rica rusa. (aranov se fue a Aodia% con el prop sito de cargar all! las provisiones enviadas desde la :usia continental, pero al desembarcar recibi una triste noticia: 8,o ha llegado ning"n barco desde hace cuatro a*os. +stamos pasando hambre. +ntonces, (aranov dej de preocuparse por la avan;ada de )it%a, para centrarse en el problema que le domin durante todo el tiempo que pas viviendo en Alas%a: PJ3 mo puedo aumentar el poder de la colonia, si la patria me ignora y me abandonaKQ. -uesto que (aranov estaba inmovili;ado en Aodia%, en el nuevo empla;amiento de )it%a no pod!a esperarse ninguna ayuda proveniente de esa regi n& por ello, en el verano de .I0., Aot8le8an y 3ora; n de 3uervo sospecharon que los rusos hab!an perdido ya mucho poder y les iba a ser dif!cil defenderse. 4ientras los tlingits iniciaban los preparativos para un ataque, el barco mercante bostoniano +vening )tar, que ven!a de regreso de 3ant n, hi;o escala en el estrecho, pero, aunque en todas las visitas anteriores hab!a anclado cerca de la colina para negociar con los

-gina //0 de ?@0

Alaska

James A. Michener

tlingits, en esta ocasi n pas de largo, como si hubiera decidido que ahora lo importante era el fuerte ruso. 4uy indignado, Aotle8an soport la afrenta de verse obligado a remar en un bote tras el barco mercante, como si estuviera hambriento de sus favores, y de aguardar en el estrecho hasta que los estadounidenses hubieran acordado detalles con los rusos. 84e han convertido en un e$tranjero en mi propia casa 8se quej amargamente el joven cacique ante 3ora; n de 3uervo, quien aprovech las ventajas de la for;ada ociosidad para e$plicar a su jefe los pasos que habr!a que seguir cuando atacaran el reducto. Be que el ataque iba a producirse, ninguno de los dos ten!a duda alguna. -ero no lo llevaron a cabo en .I0., porque los cuatrocientos cincuenta rusos que hab!an quedado a cargo del lugar recuperaron fuer;as con las provisiones que les llev el +vening )tar y, en tales circunstancias, un asalto hubiera resultado imprudente. )in embargo, cuando se marchaba de la bah!a, el +vening )tar se detuvo ante la poblaci n tlingit& all!, el capitn 3orey y el primer oficial Aane demostraron que segu!an siendo amigos de los indios, -ues les ense*aron, en un rinc n de la bodega, donde hab!an permanecido ocultas de las miradas de los rusos, las mercanc!as que tanto ansiaban los tlingits: toneles de ron y cajas planas con ms rifles, que estaban fabricados en Inglaterra pero hab!an sido enviados por barco a 3hina. 8Demos reservado lo mejor para el final 8asegur 3orey a los indios. Igual que en anteriores ocasiones, 3ora; n de 3uervo recorri los pueblecitos del litoral, para recolectar la cosecha de pieles de nutria marina, que segu!a produci#ndose en sorprendente cantidad. 3uando hubo concluido el trueque, 3orey y Aane se reunieron con Aot8le8an en la colina y compartieron una botella de ron, de la cual los estadounidenses bebieron muy poco, aunque sirvieron generosamente a los tlingits. 8J,o ser!a mejor unirlos dos asentamientos, y que los rusos y los tlingits trabajaran juntosK 8coment el capitn. 8JAcaso en (oston 8pregunt Aot8le8an, con sorprendente agude;a8 trabajis juntos, vosotros y vuestros tlingitsK 8,o. ,o ser!a posible. 8-ues aqu! tampoco es posible. 3orey, al recordar que hab!a vendido una gran cantidad de armas a los belicosos tlingits, mir a su primer oficial e hi;o un gesto tan leve que s lo Aane pudo verlo, encogi#ndose de hombros como si dijera: PLo que ocurra es asunto suyo, no nuestroQ& esa tarde acab de hacer las cuentas del cargamento de aceite de ballena y pieles de nutria, lev anclas y se dirigi hacia (oston, donde no hab!a estado en los "ltimos seis a*os. 8+speraremos 8dijo Aot8le8an a 3ora; n de 3uervo, cuando se march el capitn 3orey8. )i quieres construirte una casa junto al arroyo de salmones que est al sur, puedes hacerlo. La propuesta, que Aot8le8an hab!a declarado con tanta indiferencia, marc un punto decisivo en la vida del esclavo, porque impl!citamente significaba que quedaba liberado de su servidumbre. 3uando a un tlingit se le permit!a construir su propia casa, eso significaba que tambi#n ten!a derecho a tomar una esposa que le acompa*ara en la vivienda& desde hac!a alg"n tiempo, 3ora; n de 3uervo miraba con creciente inter#s a una muchacha tlingit que llevaba el bonito nombre de Aa%ina, un apelativo, cuyo significado se desconoc!a, que hab!a sido el de su bisabuela. Adems de una e$presi n dulce y franca que manifestaba su serenidad espiritual, ten!a tambi#n un porte digno que e$presaba: P9oy a hacer muchas cosas, a mi maneraQ. +ra la hija de un buen pescador y

-gina //. de ?@0

Alaska

James A. Michener

ten!a diecis#is a*os& por alguna afortunada ra; n, se hab!a librado tanto de los tatuajes como de la inserci n de un disco en el labio inferior. +n los primeros a*os del nuevo siglo, representaba el tipo de joven pudorosa pero segura de s! misma que, en esa #poca de cambios, pod!a aspirar a casarse con alg"n e$iliado ruso, para formar con #l un puente entre el pasado y el presente, entre los tlingits y los rusos. -ero ya de ni*a presinti la imposibilidad de que tal cosa ocurriera, porque era orgullosamente fiel a las costumbres de su ra;a y le parec!a que, entre la aldea tlingit y el fuerte ruso, hab!a una distancia espiritual imposible de franquear dignamente, a menos que la mujer tlingit renunciara a su identidad, y estaba segura de negarse a ello. Los "ltimos meses, sus padres hab!an comen;ado a preguntarse qu# ser!a de su hija, como si fueran ellos los responsables de su salvaci n y no la misma Aa%ina. Les complac!a que varios j venes, tanto tlingits como rusos, no ocultaran el intenso inter#s que sent!an por ella& adems, durante la "ltima visita del +vening )tar descubrieron que el primer oficial Aane hab!a tratado repetidas veces de acostarse con ella& pero la muchacha hab!a recha;ado tanto a Aane como a los muchachos de )it%a: ten!a buenas ra;ones para hacerlo, ya que, cuando s lo ten!a catorce a*os, hab!a decidido que el esclavo 3ora; n de 3uervo era el mo;o ms atractivo de la regi n. Burante los a*os posteriores, Aa%ina pudo apreciar su tena; valent!a, su lealtad hacia Aot8le8an, el talento que demostraba al negociar con los estadounidenses y, sobre todo, su apostura& en el rostro del esclavo descubri la misma majestuosa serenidad que hab!a visto en su propio rostro, cuando le prestaron uno de los espejos mgicos tra!dos por el capitn 3orey. -or consiguiente, aquel apacible verano de .I0. 3ora; n de 3uervo se enfrent con tres tareas, cuya reali;aci n requer!a toda su energ!a: conquistar a Aa%ina como esposa, construir una casa en la orilla del arroyo de los salmones, bajo las grandes p!ceas, y tallar un t tem como los que adornaban su aldea natal, en el sur, antes de que le capturaran y convirtieran en esclavo. Las diversas tribus de tlingits eran de naturale;a tan diferente que apenas parec!an miembros de la misma familia. Los tlingits de Fa%utat, hacia el norte, eran prcticamente salvajes: todo su inter#s se centraba en la guerra, las invasiones y la matan;a de prisioneros. Los del clan de la colina que dominaba el estrecho de )it%a, como Aot8le8an, eran guerreros si era necesario defender su territorio, pero tambi#n lo suficientemente tranquilos como para apreciar los beneficios de la pa;, siempre que pudieran obtenerla sin renunciar a sus principios. Los del sur, de donde 3ora; n de 3uervo era originario, viv!an junto a las fronteras del pueblo haida, una rama diferenciada de los atapascos que ten!a un idioma propio& hab!an tomado de ellos la art!stica costumbre de tallar, para instalarlos en todas las aldeas y en los hogares importantes, postes tot#micos de madera de cedro rojo, altos, imponentes y llenos de color, donde se registraban los acontecimientos principales de la aldea o de la casa. +l pueblo de Aot8le8an no acostumbraba a tallar t temes y los ya%utats los quemaban en cuanto invad!an una aldea& pero 3ora; n de 3uervo, obligado a vivir en tierra e$tra*a, no pod!a sentirse a gusto en una casa que no contara con la protecci n de un t tem. 3on la energ!a que le caracteri;aba, 3ora; n de 3uervo se aplic simultneamente a los tres cometidos. -idi a Aot8le8an que le acompa*ara y se fue resueltamente a la caba*a de pescadores donde viv!a Aa%ina. 8J4e conceder!as el honor de tomar a tu hija por esposaK [pregunt solemnemente al padre de Aa%ina. 8 8-uedes confiar en este hombre 8asegur Aot8le8an al padre, antes de que #l pudiera dar una respuesta. 8-ero es un esclavo 8protest el pescador.

-gina /// de ?@0

Alaska

James A. Michener

8Fa no. +l honor no lo permite 8replic Aot8le8an. F, de este modo, se acord el matrimonio. Aquella misma tarde, en la orilla del arroyo de los salmones, un %il metro y medio al este de la colina y en lo ms profundo de un magn!fico bosque de p!ceas, 3ora; n de 3uervo y Aa%ina comen;aron a talar los rboles con los que iban a construir su hogar& al anochecer, cuando ya hab!an tra;ado los contornos de la casa, llevaron a rastras hasta la orilla un tronco de cedro, que 3ora; n de 3uervo pensaba utili;ar para tallar un t tem. Al d!a siguiente, con la ayuda de Aot8le8an en persona y de tres de sus colaboradores, subieron el tronco sobre unos soportes que permitir!an mantenerlo separado del suelo mientras 3ora; n de 3uervo se dedicaba a esculpir, una tarea que iba a ocupar todo su tiempo libre durante casi un a*o. 3uando trabajaba en el tronco, tall solamente la cara que se ver!a desde el frente e incluy una selecci n propia de las hermosas imgenes que resum!an la historia espiritual de su pueblo: los pjaros, los peces, los grandes osos, los barcos que surcaban las aguas, los esp!ritus que gobernaban la vida. -ero no las dispuso al a;ar, sino que, respetando los mismos principios que hab!an guiado a -ra$!teles y a 4iguel Ongel al crear sus esculturas, sigui los modelos que marcaba la tradici n para relacionar las formas y los colores, y lo hi;o de forma magistral. A medida que surg!a el t tem, dejaba de ser "nicamente un poste con dibujos que se iba a plantar delante de una casa, y se convert!a en una obra de arte refinada y vital, magn!fica cuando estuvo acabada. 3ora; n de 3uervo y Aa%ina quedaron muy complacidos en el momento en que todo estaba ya listo para levantarlo en el lugar elegido, y se sintieron honrados cuando el toy n, Aot8le8an y el chamn se acercaron para rendir homenaje y bendecir el t tem que ya se ergu!a en el aire, como se*al de que en aquella casa viv!a una familia tlingit que se tomaba la vida en serio. 3ora; n de 3uervo se hab!a casado, su casa estaba casi terminada y hab!a instalado un vistoso t tem& un d!a de junio de .I0/, mientras trabajaba, Aot8lean y dos de sus hombres corrieron al arroyo de los salmones con interesantes noticias: 8Los rusos estn ms d#biles que nunca. +s el momento de acabar con ellos. )e encomend a 3ora; n de 3uervo que continuara espiando, y desde un matorral, al este del reducto de )an 4iguel, consigui descubrir varios hechos de importancia: (aranov, su peligroso adversario, no estaba& su ayudante de confian;a, Ayril Shdan%o, tambi#n estaba ausente& como eran muchos los aleutas que hab!an regresado a Aodia%, la guarnici n total del fuerte parec!a reducida a unos cincuenta rusos, y apenas doscientos aleutas, n"mero que hac!a posible derrotarlos. Adems, aunque ahora hab!a en la playa ms edificios peque*os y desprotegidos, no se hab!a refor;ado la parte principal del fort!n ni la pla;a cercada. 8)eguiremos el mismo plan que hab!amos decidido 8dijo 3ora; n de 3uervo, cuando inform a Aot8le8an y a sus ayudantes8. Atacamos desde la bah!a, con los barcos, y desde el bosque, por tierra. Comamos los edificios peque*os en la primera acometida, nos atrincheramos y luego invadimos el reducto. 8J+s fcil, lo primeroK 8pregunt Aot8le8an, y 3ora; n de 3uervo asinti . 8JF lo segundoK 8pregunt de nuevo Aot8le8an. 84uy dif!cil 8contest 3ora; n de 3uervo, con franque;a. A fines de junio, una noche, cuando el sol acababa de ponerse 1aunque ya eran las once2, un grupo de embarcaciones tlingits sali de la parte sur del estrecho& mientras la silenciosa flotilla avan;aba hacia el norte, coordinando sus movimientos con los de los guerreros que cru;aban el bosque, el fuerte se recort en el fulgor plateado de la noche estival de Alas%a, a la que nunca llega la oscuridad. Las dos fuer;as convergieron en silencio y, a las cuatro de la ma*ana, coincidiendo con el regreso del sol, cayeron sobre

-gina //7 de ?@0

Alaska

James A. Michener

el campamento ruso, ocuparon inmediatamente los edificios que no ten!an protecci n e invadieron el patio cercado& despu#s, siguiendo las tcticas que dos a*os antes hab!a ideado el esp!a 3ora; n de 3uervo, atacaron los -untos vulnerables, se abrieron paso en el interior de la fortale;a, prendieron fuego a las construcciones rusas y degollaron a los defensores cuando intentaban huir de las llamas. 4urieron tanto rusos como aleutas& s lo se salvaron los afortunados que estaban ausentes, pescando o ca;ando pieles. 8UNue sirva de advertencia a los rusosV 8grit Aot8le8an, el instigador de la matan;a, que se plant entre los cadveres cuando #sta se hab!a consumado8. U,o pueden venir a robar las tierras de los tlingitsV Bespu#s de quemar los barcos y los botes rusos, los victoriosos tlingits regresaron triunfalmente hasta su colina, como conquistadores del estrecho de )it%a y defensores de los derechos de su ra;a. Aot8le8an, aunque estaba sorprendido por la facilidad con que hab!an vencido a los rusos, no imagin ni por un momento que un hombre decidido como (aranov dejara pasar semejante humillaci n sin hacer nada. ,o pod!a prever la reacci n de los rusos ni el momento en que se producir!a, pero estaba seguro de que iban a actuar, por lo que tom precauciones desacostumbradas. )e acerc resueltamente al lugar donde 3ora; n de 3uervo y su mujer continuaban construyendo la nueva casa y anunci , sin rodeos: 8'ste es el mejor empla;amiento de la isla. ,uestro fuerte tiene que estar aqu!. 3ora; n de 3uervo quiso protestar por la invasi n, porque se hab!a esfor;ado mucho para construir la parte de la casa que estaba terminada y para tallar el t tem, pero Aa%ina le interrumpi e intervino con una seguridad que sorprendi a su marido: 8,o podremos descansar hasta haber e$pulsado a los rusos de nuestra tierra, Aot8le8an. Nu#date con nuestra casa. Aa%ina se puso a trabajar con los tlingits que llegaron para convertir su casa en un cuartel militar. 4s adelante, ella misma sugiri cercar toda la ;ona con una empali;ada alta, gruesa y eri;ada de lan;as y tambi#n colabor en la construcci n de la valla. +l fuerte terminado 1una serie de edificios peque*os y s lidos, protegidos por una empali;ada2 quedaba cerca del arroyo de los salmones, por el este, y a poca distancia del estrecho, por el sur. Dacia el este, lo resguardaba un denso bosque, cuyos rboles ms viejos, al morir, hab!an ca!do de manera que los troncos, entrecru;ados, formaban una espesura impenetrable. 8,o podemos defender la colina 8e$plic Aot8le8an a sus paisanos, cuando se termin la construcci n8, porque los barcos rusos podr!an apostarse en el estrecho y bombardearnos con los ca*ones. )in embargo, en el lugar donde est el nuevo fuerte, no podrn acercarse lo bastante para perjudicarnos. 8J3undo nos trasladamosK 8preguntaron algunas mujeres. 8) lo en caso de que vengan los rusos... 8respondi el toy n8, si es necesario. 3ora; n de 3uervo, al o!r la declaraci n del toy n, que se pod!a tomar por una fanfarroner!a, pens : PAot8le8an tiene ra; n. Tn hombre como (aranov regresar. Ciene que hacerloQ. Be este modo, los sue*os de 3ora; n de 3uervo y Aa%ina se esfumaron entre los planes de guerra. Dab!an construido una casa, pero serv!a de cuartel militar& el t tem estaba en su sitio, pero se ergu!a delante de la versi n tlingit de un reducto ruso, y no delante de un hogar. 8J-odemos defenderlo contra los rusosK 8pregunt Aa%ina. 8Lo hemos construido muy s lido 8respondi ambiguamente su marido8. Fa lo ves. 8-ero los rusos, Jno podr!an atacarlo y abrirse paso en el interior, como vosotros hicisteis con ellosK 8Fa se ver, uno de estos d!as 8contest 3ora; n de 3uervo.

-gina //6 de ?@0

Alaska

James A. Michener

)e inici entonces un tiempo de espera, pasiva y nerviosa. -or fin, en septiembre de .I06, en el estrecho de )it%a comen;aron a aparecer barcos rusos cargados de combatientes: primero, el ,eva, que ven!a desde )an -etersburgo& luego, el =erma%, el 3atalina y el Alejandro. Cambi#n se juntaron trescientos cincuenta %aya%s de dos pla;as en el golfo que separaba )it%a de Aodia%, en el e$tremo de un peligroso pasaje. A fines del mismo mes, controlaban el estrecho ciento cincuenta rusos y ms de ochocientos aleutas todos fuertemente armados y ansiosos de vengar la destrucci n del reducto de )an 4iguel, ocurrida dos a*os antes. Los rusos daban por sentado que tendr!an que tomar por asalto la colina que ocupaban anteriormente los tlingits, por lo que (aranov, la noche del /I de septiembre, llev sus naves hasta el pie de la colina, con la intenci n de bombardearla por la ma*ana. )in embargo, al d!a siguiente, al amanecer, cuando los rusos comen;aron a subir la colina detrs del valiente (aranov, dispuesto a presentar batalla, descubrieron con sorpresa que el fuerte estaba vac!o& todos los tlingits hab!an huido a la gran fortale;a nueva, un %il metro y medio ms al este, donde el t tem custodiaba la entrada principal y cuyos muros med!an cincuenta cent!metros de espesor. (aranov, tras anunciar que se hab!a cobrado un triunfo, indic a las tropas que acudieran al fuerte abandonado y subi siete ca*ones, que se dispusieron de manera que controlaban todos los accesos. 8,o s# d nde estn los tlingits, pero ya nunca volvern a ocupar esta colina 8dijo (aranov a sus hombres& y, durante el resto de su vida, hi;o cumplir esta decisi n. Los tlingits, que estaban a salvo en la nueva fortale;a y seguros de poder defenderla contra cualquier amena;a de los rusos, se echaron a re!r al enterarse de que (aranov hab!a atacado un fuerte desierto& sin embargo, se mostraron ms preocupados ante los informes de los esp!as: 8Dan empe;ado a embarcar ms soldados en los cuatro barcos de guerra anclados al pie de la colina. La noticia no asust a Aot8le8an, aunqueXs! le llev a preguntarse cunto da*o podr!an hacer los ca*ones de esas cuatro naves& por eso envi a 3ora; n de 3uervo para que parlamentara con (aranov, a fin de establecer unas condiciones que permitieran a ambos grupos compartir la hermosa bah!a, con todas sus rique;as. Acompa*ado por un joven guerrero y con una bandera blanca en lo alto de un palo largo, 3ora; n de 3uervo recorri el camino que cru;aba el bosque, con la intenci n de e$poner ante los rusos los t#rminos propuestos por Aot8le8an& pero, al llegar al fuerte, se llev la desagradable sorpresa de que le despidieran bruscamente, con palabras desde*osas: 8,uestro capitn no trata con subordinados. )i tu jefe quiere hablar con nosotros, que se presente #l en persona. 3ora; n de 3uervo, humillado y lleno de rabia, volvi hecho una furia y advirti a Aot8le8an que no ten!a sentido continuar con las negociaciones, pero el joven cacique, durante su ausencia, se hab!a afirmado en la convicci n de que era preferible un reparto pac!fico que una guerra declarada. -or la ma*ana, 3ora; n de 3uervo, acompa*ado por un emisario especial, regres a la colina, esta ve; por mar y en una canoa ceremonial. 4ientras el antiguo esclavo llevaba la canoa hasta un desembarcadero, el emisario comen; a entonar un florido mensaje de pa;: 8-oderosos rusos: nosotros, los poderosos tlingits, deseamos vuestra amistad. 9osotros invadisteis nuestra tierra para construir vuestro reducto, nosotros hemos devuelto vuestro reducto a nuestra tierra. +stamos a la par, pie con pie, mano con mano, por eso, respetemos la pa;. Al decir esto, el emisario se dej caer de la canoa y, con el agua hasta la nari;, dirigi una mirada suplicante a los centinelas rusos, que silbaron para llamar a los oficiales. Bos hombres j venes descendieron los pelda*os que remontaban la colina y, al ver al emisario

-gina //L de ?@0

Alaska

James A. Michener

flotante, se echaron a re!r. Bespu#s reconocieron a 3ora; n de 3uervo y le espetaron otra ve; las mismas palabras despectivas: 8)i tu jefe tiene un mensaje que darnos, que venga en persona. Iban a retirarse cuando 3ora; n de 3uervo despleg ante ellos una de las pieles de nutria ms grandes y sedosas que se hab!an encontrado nunca en aquella ;ona. 8U'ste es nuestro regalo para el gran (aranovV 8grit , en ingl#s. 3omo el presente era muy atractivo, los oficiales llevaron al tlingit hasta el fuerte por los escalones de piedra& all!, (aranov acept graciosamente las pieles y, a cambio, le entreg un traje de pa*o, completo. 8Nueremos la pa;, gran (aranov 8dijo, en tlingit, el antiguo esclavo, convertido en un hombre muy digno. +ntonces, el ruso e$puso sus condiciones: 8Bos rehenes se quedarn conmigo. Cen#is que acatar nuestra autoridad sobre la colina y el territorio circundante que yo designe para nuestro cuartel. F ten#is que quedaros en la ;ona, en pa;, y comerciar con nosotros. 8JNuer#is toda esta tierraK 8pregunt 3ora; n de 3uervo, despu#s de haber pedido dos veces al ruso que repitiera las e$igencias. (aranov asinti . 8JF pretend#is que obede;camos vuestras rdenesK +l ruso volvi a asentir, ante lo cual 3ora; n de 3uervo se irgui en toda su estatura y replic : 8Dablo en nombre de nuestro jefe, Aot8le8an, y de nuestro toy n. =ams aceptaremos semejantes condiciones. (aranov ni siquiera parpade . )e limit a mirar inquisitivamente al capitn del ,eva, Lisians%y, quien asinti . +ntonces dijo, con aparente indiferencia: 8Bi a Aot8le8an que comen;aremos el ataque ma*ana al amanecer. 3ora; n de 3uervo regres a la canoa, donde le esperaba el emisario, y los dos tlingits vieron que los soldados rusos y cientos de combatientes aleutas hab!an empe;ado a correr hacia los cuatro barcos y hacia los %aya%s. +l . de octubre de .I06, las cuatro naves de guerra estaban listas -ara recorrer el breve trecho hasta el fuerte tlingit y comen;ar el bombardeo. -ero una calma e$asperante se apoder del estrecho& el gran barco ,eva, del que depend!an en gran parte los rusos, no pod!a moverse. )in embargo, estaba al mando del capitn Trey Lisians%y, luchador resuelto e ingenioso, quien consigui superar la situaci n al alinear ms de cien %aya%s que, por medio de sogas atadas a las popas, jalaron lentamente del pesado nav!o hasta ponerlo en su sitio. 8+stn decididos a luchar 8susurr Aot8le8an a 3ora; n de 3uervo, al contemplar el herc"leo esfuer;o& y orden prepararse duramente. La eficiencia del capitn Lisians%y qued algo deslucida, porque (aranov, un hombre obeso de cincuenta y siete a*os, se cre!a un genio militar capa; de llevar a la batalla a un ej#rcito compuesto por la mitad de los efectivos. 'l, a quien sus hombres hab!an dado el mote de Pel 3omodor_Q, estaba convencido de que su e$periencia en las batallas siberianas y en las peque*as escaramu;as de las islas le convert!a en un estratega& daba rdenes a gritos, como si fuera un veterano curtido en el combate. )in embargo, aunque algunos le tomaban por un payaso, su valent!a y su deseo de vengan;a contra los tlingits por haber destruido el reducto infund!an nimos en sus hombres, que estaban dispuestos a seguirle adonde fuera necesario. -ero antes de arrastrar a sus hombres a la batalla definitiva, (aranov, que recordaba las historias de guerra que hab!a le!do, se consider obligado por el honor a ofrecer a su

-gina //M de ?@0

Alaska

James A. Michener

enemigo una "ltima oportunidad de rendirse, por lo que envi a tres rusos bajo una bandera blanca. Al acercarse al fuerte tlingit, el que iba al mando grit : 8Fa conoc#is nuestras condiciones. Badnos tierras y rehenes. F permaneced aqu!, pac!ficamente, para comerciar. +n el interior del fuerte son una risotada& despu#s, una descarga que hi;o crujir los rboles por encima de las cabe;as de los negociadores. Los hombres temieron que el siguiente disparo les apuntara y huyeron al ,eva, donde contaron a (aranov c mo les hab!an recibido. +l ruso no se enoj , aunque dijo a las personas que le rodeaban: 8Ahora vamos a tomar el fuerte. +ntonces, tal como se hab!a decidido, el capitn Lisians%y envi cuatro botes fuertemente armados para que destruyeran todas las canoas tlingits varadas en la playa. La batalla hab!a comen;ado. (aranov, vestido con una armadura de madera y cuero y enarbolando una espada, avan; por el agua hasta la playa, a la vanguardia de sus hombres, decidido a tomar por asalto las murallas y e$igir la rendici n. 3on el apoyo de tres peque*os ca*ones porttiles, se detuvo a escuchar los ruidos del interior de la fortale;a, pero no pudo o!r nada. 8La han abandonado, tal como hicieron con la colina 8grit , y con el temerario hero!smo de un campesino, condujo a sus hombres directamente hacia las murallas. -ero en cuanto estuvieron al alcance de los mosquetes, los muros estallaron con el fuego disparado por cientos de buenos rifles bostonianos& 8 el efecto sobre los invasores fue desastroso, porque la inesperada descarga alcan; a muchos de ellos en plena cara. Los rusos se batieron desordenadamente en retirada& entonces, los tlingits irrumpieron desde el port n central, custodiado por el t tem, y cayeron sobre la desalineada formaci n, matando e hiriendo a los hombres sin necesidad de esquivar ning"n contraataque. )i el capitn Lisians%y no hubiera corrido en au$ilio de (aranov, se habr!a producido una matan;a general. +l primer asalto, que sin duda hab!an ganado los tlingits, result una funesta derrota para el comodoro (aranov. Tna ve; a bordo del ,eva, (aranov mostr a sus oficiales una grave herida en el bra;o i;quierdo& le acostaron y le dejaron bajo el cuidado de un m#dico, y entonces Lisians%y hi;o un resumen de la derrota: 8Da habido tres muertos entre mis hombres y catorce rusos heridos, adems de much!simos aleutas, que huyeron como conejos al primer disparo. -ero algo hemos ganado: (aranov est herido de bastante gravedad, por lo que no podr continuar. Ahora vamos a organi;ar el asedio y a hacer peda;os ese fuerte. -ero antes de que se iniciara el ca*oneo, contemplaron un atro; augurio de que la batalla ser!a a muerte, como el anterior ataque al reducto de )an 4iguel: aparecieron en la playa, casi al alcance del fuego enemigo, seis guerreros tlingits que llevaban unas lan;as en alto, en las que hab!an ensartado el cadver de uno de los rusos. A un silbido del jefe, los tlingits impulsaron con brusquedad las seis lan;as hacia arriba y las 3lavaron profundamente en el cuerpo, hasta que las puntas metlicas asomaron por el otro lado, rojas de sangre. A una segunda se*al, arrojaron las armas hacia adelante, dejando que el cuerpo cayera al agua de la bah!a. 4inutos despu#s se inici el ca*oneo, y cuando se supo en cubierta que un cuarto ruso hab!a muerto a causa de las heridas, el fuego se intensific . +l bombardeo continu durante dos d!as, y el regimiento a cargo de Lisians%y efectu una salida durante la cual mataron a todos los tlingits que encontraron en las inmediaciones del fuerte& pero entonces

-gina //? de ?@0

Alaska

James A. Michener

se dieron cuenta de que la gran empali;ada construida por Aot8le8an y 3ora; n de 3uervo era muy gruesa y resistir!a incluso las balas de ca* n mayores. 8)i tratamos de derribar la cerca, no lo conseguiremos 8dijo Lisians%y a sus hombres. (aranov, en cuanto le informaron, consult la situaci n con su capitn e hi;o que elevaran los ca*ones& entonces comen;aron a llover balas en el interior del fuerte, balas de tal tama*o y disparadas con tal frecuencia que hac!an inevitable la destrucci n del reducto. 8,o podrn aguantarlo mucho tiempo 8asegur Lisians%y a (aranov, mientras ve!a caer las balas sin apenas un fallo& y el gordo comerciante sonri con gravedad. Los -rimeros d!as del sitio hubo gran j"bilo dentro del fuerte, porque los defensores tlingits se cobraron tres victorias importantes: su empali;ada result Impermeable al fuego ruso& rebatieron el primer ataque por tierra, con grandes p#rdidas para el enemigo, y, sin sufrir represalias, consiguieron burlarse de los rusos en la playa, cuando arrojaron el cadver empalado al mar8. 8U-odemos con ellosV 8gritaba Aot8le8an, en los primeros momentos de victoria. )in embargo, cuando el ca*oneo empe; seriamente y los rusos dispararon por encima de las murallas, cambi radicalmente el curso de la guerra. +n el interior de la estacada hab!a unas quince construcciones independientes, agrupadas alrededor de la casa que hab!an comen;ado a edificar 3ora; n de 3uervo y Aa%ina& las balas rusas, con una suerte endemoniada empe;aron a caer sobre los edificios de madera, destro;ndolos y matando, o hiriendo gravemente a los ocupantes. Los ni*os chillaban en medio de la destrucci n& en unos espantosos momentos, cayeron tres proyectiles seguidos sobre la casa de 3ora; n de 3uervo, saltaron chispas y comen; un incendio que rpidamente arras toda la vivienda. 3ora; n de 3uervo, al contemplar las violentas llamaradas, tuvo la premonici n de que estaba viendo la muerte de todo cuanto veneraban los tlingits, porque aquella casa hab!a sido un s!mbolo de su liberaci n y de su ingreso en la tribu ms poderosa de aquella ra;a. )in embargo, como no pod!a permitir que Aa%ina ni Aot8le8an se dieran cuenta de sus aprensiones, camin entre los defensores del fuerte para infundirles palabras de aliento: 8Fa pararn. )e irn cuando comprendan que no pueden conquistarnos. -ero el tercer d!a de bombardeo, mientras pronunciaba estas palabras, le interrumpi un alarido de Aa%ina& pens que hab!a alcan;ado a su mujer uno de los proyectiles y corri hacia donde la hab!a visto por "ltima ve;& al llegar, la encontr de pie, boquiabierta y mirando hacia arriba. )in poder hablar, Aa%ina se*al el cielo, y entonces 3ora; n de 3uervo vio lo que hab!a provocado su grito: un disparo del ,eva hab!a destro;ado la mitad superior del t tem, con el bonito cuervo tallado, y hab!a dejado un tronco roto, que segu!a siendo alto, aunque estaba decapitado para siempre. Al recordar el cuidadoso trabajo de talla que hab!a reali;ado en el poste, que recog!a las leyendas de su pueblo y representaba a los esp!ritus, 3ora; n de 3uervo se sinti muy afligido& pero no quiso e$presar la inquietud que le inspiraba la p#rdida de una ms de las manifestaciones de una forma de vida que #l hab!a amado y hab!a intentado defender. F el bombardeo no cesaba. +l se$to d!a, al oscurecer, Aot8le8an se acerc a 3ora; n de 3uervo con un mensaje inesperado: 8Amigo m!o, conf!o en ti& toma la bandera blanca y ve a verles. 8JA pedir qu#K 8La pa;. 8J(ajo qu# condicionesK 8Las que ellos propongan. Burante algunos minutos, mientras Aot8le8an reun!a un grupo de seis hombres para que acompa*aran a su mensajero, 3ora; n de 3uervo se detuvo entre las ruinas y le pareci que el suelo se tambaleaba bajo sus -ies. +ra el final de un sue*o, la desaparici n

-gina //I de ?@0

Alaska

James A. Michener

de un mundo, y le hab!an elegido precisamente a #l, para efectuar la rendici n& pero antes de dar la se*al de sumisi n, todo su cuerpo se rebel : los ojos se negaban a ver& los pies, a 4overse& la mente, a aceptar la insoportable tarea& entonces grit a la nada: 8U,o puedoV ,o le convenci Aot8le8an, sino Aa%ina: 8Cienes que hacerlo. 4ira. 8Aa%ina se*al las casas destruidas, las hileras de cadveres sin sepultar, las se*ales universales de la destrucci n8. Cienes que ir 8susurr . At nito al o!r que su voluntariosa mujer pronunciaba tales palabras de derrota, 3ora; n de 3uervo se volvi para mirarla fijamente& entonces vio +n ella una sonrisa l"gubre. 8+sta ve; hemos perdido. )alvemos lo que se pueda. La pr $ima ve;, cuando bajen la guardia, les aplastaremos. 3uando su marido se dirigi a la puerta, dispuesto a salir con los mensajeros de la capitulaci n, Aa%ina camin a su lado hasta la playa& all!, 3ora; n de 3uervo llam en ingl#s a los rusos, que interrumpieron el bombardeo al ver una bandera blanca: 8C" ganas, (aranov. Dablemos. La respuesta, en ruso, lleg a trav#s de una bocina de lat n: 8Id a dormir. (asta de bombardeo. Iremos por la ma*ana. Ante estas palabras, que se*alaban el final del asedio y el fracaso de las esperan;as que ten!an los tlingits de recobrar )it%a, Aa%ina lan; un agudo gemido& los rusos que lo escucharon creyeron que era un lamento por las ilusiones perdidas, aunque se hubieran e$tra*ado mucho de haber podido comprender las palabras de la mujer: 8UAy de m!V, las olas han abandonado nuestra playa y s lo quedan las rocas. -ero nosotros resistiremos, como las rocas, y en a*os venideros regresaremos, como las olas, para ahogar a los rusos. Los marineros enemigos que estaban escuchando en la creciente oscuridad pudieron o!r c mo las voces de los tlingits, una tras otra, se iban uniendo al aparente lamento, hasta que la playa se llen con lo que ellos tomaron por una e$presi n de dolor, aunque era una declaraci n de vengan;a, instigada por Aa%ina. 3ora; n de 3uervo y su contingente regresaron al fuerte, donde les recibi el silencio. Dab!a cesado el ca*oneo, pero tambi#n hab!an acabado las maniobras de los tlingits. Be pie, en grupos desordenados, discut!an qu# hacer, y 3ora; n de 3uervo, que iba de una a otra reuni n, no encontr ms que consternaci n y la ausencia de cualquier tipo de plan sobre las acciones que habr!a que seguir ahora, despu#s de la rendici n& sin embargo, cerca de la medianoche, Aot8le8an y el toy n asumieron el mando y e$pusieron directrices breves y crueles: 83ru;aremos las monta*as y abandonaremos esta isla para siempre. 4ientras estas palabras fat!dicas recorr!an entre susurros todo el fuerte, iba quedando claro su siniestro significado: cru;ar la isla de )it%a, por la parte que fuera, era una empresa desmesurada, teniendo en cuenta que las monta*as eran muy escarpadas y no hab!a senderos. -ero los tlingits hab!an decidido huir y, durante las cuatro horas posteriores a la medianoche, en el fuerte destruido se produjo un huracn de actividad. Los "nicos que realmente hab!an vivido en aquel hermoso enclave, entre el arroyo de los salmones y la bah!a, hab!an sido 3ora; n de 3uervo y Aa%ina& s lo ellos ten!an recuerdos que deseaban llevar consigo 1#l, un fragmento del t tem& ella, un plato roto de madera2, pero todos los que se dispon!an a huir conservaban en la memoria la espl#ndida colina que dominaba la bah!a, y todos ten!an el cora; n triste. Al acercarse el alba, se organi;aron dos grupos de refugiados y se les asignaron cometidos especiales, muy dolorosos: los hombres escogidos recorrieron el fuerte para

-gina //@ de ?@0

Alaska

James A. Michener

matar a todos los perros, sobre todo a los que se hab!an encari*ado con alguna familia en particular, porque ser!a imposible llevarlos en el viaje que se dispon!an a emprender los tlingits& hubo momentos de dolor cuando sacrificaron a alg"n animal que hab!a brincado de alegr!a al o!r la vo; querida de un ni*o, pero muy pronto olvidaron esta triste;a, porque un grupo parecido, compuesto por mujeres y dirigido por Aa%ina, se abr!a paso entre la multitud reunida y mataba a todos los ni*os peque*os. +l ? de octubre, en las primeras horas de la ma*ana, al levantarse la bruma y surgir el brillante sol de oto*o, los marineros del ,eva y de otros tres barcos formaron fila en la playa e iniciaron una marcha triunfal, encabe;ados por el comodoro (aranov, para aceptar la rendici n de los tlingits, pero al acercarse al fuerte no vieron a nadie ni oyeron ning"n sonido& se apro$imaron un poco ms, con indecisi n, y en aquel momento salt al aire el gra;nido de unos cuervos. 8)e estn comiendo a los muertos 8murmur un marinero supersticioso. (aranov se asom para mirar a trav#s de los portones hundidos, que alg"n ca*ona;o hab!a medio derribado, y contempl la desolaci n, la confusi n de perros muertos y de peque*os cadveres humanos. Fue un espantoso momento de victoria, y el horror se acentu al aparecer s"bitamente dos mujeres, que salieron de las ruinas de una casa& eran demasiado ancianas para viajar y cuidaban a un ni*o de seis a*os cojo de una pierna. 8JAd nde han idoK 8inquiri (aranov a las mujeres, que se*alaron hacia el norte. 8JA trav#s de las monta*asK 8pregunt el int#rprete. 8)! 8respondieron ellas. 4ientras ellos hablaban, Aot8le8an, 3ora; n de 3uervo y el toy n, que hab!a perdido el reino, conduc!an a su pueblo a trav#s de territorios escarpados, cubiertos de grandes p!ceas, con troncos altos y rectos como l!neas dibujadas en la arena. +ra un trayecto muy dif!cil, por lo que aquel d!a solamente pudieron cubrir algunos %il metros& tendr!an que pasar varias semanas llenas de penurias antes de alcan;ar los l!mites septentrionales de la isla de )it%a. +ntonces ser!a necesario detenerse para construir canoas con las que cru;ar el estrecho de -eril, despu#s de lo cual habr!a que buscar alg"n refugio en la inh spita isla de 3hichagof, un lugar infinitamente ms cruel e implacable que )it%a. -ero los tlingits se empe*aron en conseguirlo y, finalmente, llegaron a la costa norte de la isla. Al otro lado del estrecho, vieron las monta*as de su nueva patria, y entonces algunos lloraron, porque sab!an que el cambio no era bueno. )in embargo, 3ora; n de 3uervo, que en otro momento de su agitada vida se hab!a visto privado de todo, coment a Aa%ina: 84e parece que all! vamos a poder construir un hogar. 84ientras hablaba, salt un pe; en el estrecho de -eril, y #l dijo a su mujer8: (uena se*al. Los quince a*os siguientesX entre el .I06 y el .I.I, resultaron e$traordinariamente productivos . y confirmaron la reputaci n de Ale%sandr (aranov como padre y principal impulsor del frgil imperio ruso en Am#rica del ,orte. 3uando comen; aquel estallido de vitalidad, #l ya ten!a cincuenta y siete a*os, pero demostr el entusiasmo de un muchacho que ca;a su primer ciervo2 la sabidur!a de un -ericles dedicado a la construcci n de una ciudad nueva, y la paciencia de un =ob isle*o. :esult ser un constructor infatigable& despu#s de que ardiera hasta la "ltima astilla del fuerte tlingit, hasta el "ltimo fragmento del t tem, (aranov apremi a sus hombres para que se -usieran a trabajar en lo alto de la colina, donde #l mismo levant una modesta caba*a desde la cual pod!a divisar el estrecho, el volcn y las monta*as circundantes. +n vida suya, la caba*a se rehi;o para convertirla en una casa ms se*orial, de muchas habitaciones& despu#s de su muerte, lleg a ser una mansi n grandiosa, de tres pisos y con diversos departamentos, incluido un teatro. Aunque #l no lleg a verla ni a vivir en ella, la llamaron el 3astillo de (aranov, y la Am#rica rusa se gobern desde all!.

-gina /70 de ?@0

Alaska

James A. Michener

Al pie de la colina delimit una ;ona amplia, dentro de la cual hab!a un gran lago, y la cerc con una alta empali;ada& ser!a la ciudad rusa. +ntonces ocurri algo curioso: aunque (aranov bauti; la colonia con el nombre de ,ueva Ar%angel, los marinos de todas las procedencias, los tlingits y los aleutas que viv!an en el mismo lugar continuaron llamndola )it%a, que se convirti en el nombre definitivo. Be este modo, la bella ciudad dispon!a de dos nombres que se pod!an utili;ar indistintamente& sin embargo, en ella se acataba una sola regla importante: P,o se permite la presencia de tlingits dentro de la empali;adaQ. Aunque proclam esta ley, (aranov segu!a tra;ando planes para el d!a en que volvieran los indios, dispuestos a colaborar con #l en la ampliaci n de ,ueva Ar%angel& cuando se despej una enorme ;ona adjunta a la empali;ada, e$plic a los habitantes de la ciudad: 8Bejaremos esto para cuando comiencen a venir otra ve; los tlingits. )on gente sensata. 3omprendern que los necesitamos. 3omprendern que, si comparten con nosotros este lugar, vivirn mejor que escondidos en la espesura, all donde est#n ahora. Bespu#s de tomar la crucial decisi n: PLos rusos, dentro de las murallas, los tlingits, afueraQ, (aranov dedic sus energ!as a la construcci n de la capital. 3on la ayuda de Ayril Shdan%o, y en muy poco tiempo, lo que sorprendi a los obreros, levant grandes cuarteles para los soldados& una escuela que, como el orfanato de Aodia%, pag de su propio y reducido salario& una biblioteca& un sal n de reuniones para acontecimientos sociales, c`.. un precioso rinc n donde instal un piano importado de )an -etersburgo, para los bailes que organi;aba, y un escenario para las obritas de un solo acto que representaban, a instancias suyas, sus subordinados, junto con sus esposas. Dab!a tambi#n die; o doce edificios imprescindibles: coberti;os para poner a punto los barcos que anclaran en ,ueva Ar%angel , talleres donde pudieran repararse los instrumentos de navegaci n y los ca*ones. Tna ve; aseguradas las cosas esenciales para la vida cotidiana, se dirigi al padre 9asili: 8Ahora que ya tenemos un buen punto de partida, padre, vamos a construiros una iglesia. 3on todav!a ms entusiasmo del que hasta entonces hab!a desplegado, emprendi la construcci n de la catedral de )an 4iguel, que le agradaba llamar Pnuestra catedralQ. +ra de madera, construida a partir de un barco abandonado, y alcan;aba mayor altura que los edificios anteriores& cuando estuvieron terminados los pisos bajos, (aranov en persona supervis la instalaci n de un modelo algo modificado de c"pula en forma de cebolla. +l d!a de la solemne consagraci n, mientras el coro cantaba en ruso, pudo decir a los feligreses, sin faltar a la verdad: 8Ahora que tenemos una buena catedral, ,ueva Ar%angel se convierte para siempre en una ciudad rusa y en el centro de nuestras esperan;as. Algunas semanas despu#s del acto de consagraci n, (aranov se alegr enormemente porque se confirmaron sus ilusiones& uno de sus colaboradores subi a toda prisa la colina, gritando: 8U+$celenciaV U4iradV 3orri al parapeto que rodeaba su caba*a y vio a unos cuantos indios que miraban indecisos hacia la empali;ada, a la espera de que les dieran permiso para construir algunas casas en el espacio que (aranov les hab!a reservado. Aunque la llegada de los antiguos enemigos hab!a desconcertado a los rusos de guardia, no ocurri lo mismo con (aranov& les estaba esperando, y por eso corri colina abajo, lan;ando rdenes a gritos: 8UCraed comidaV U+sas mantas viejasV UTn martillo y clavosV

-gina /7. de ?@0

Alaska

James A. Michener

)e present ante los tlingits con los bra;os regordetes cargados de regalos y les oblig a aceptar los presentes. 89olvemos, mejor aqu! 8dijo un anciano que sab!a hablar ruso, y (aranov tuvo que contener las lgrimas. )in embargo, ese momento de e$altaci n pas pronto, porque (aranov no tard en e$perimentar diversos fracasos que ensombrecieron los "ltimos a*os de su vida& #l mismo provoc las complicaciones, puesto que, como consigui que ,ueva Ar%angel fuera cada ve; ms importante, el gobierno ruso comen; a enviar cada ve; ms barcos militares para defender la isla, lo que implicaba, inevitablemente, que se presentaran Rficiales de la 4arina rusa, con sus uniformes y sus galones, para inspeccionar Plo que est haciendo por aqu! (aranov, el comercianteQ. Cal como le hab!an advertido en Ir%uts%, hac!a muchos a*os, en la famosa entrevista que puso a prueba su capacidad para administrar las propiedades de la 3ompa*!a, Pno hay nada ms despectivo en la fa; de la Cierra que un oficial de la 4arina rusaQ. +l oficial a quien el ;ar Alejandro I, el a*o .I.0, encarg que recorriera el -ac!fico en el barco de guerra 4oscovia con el objeto de importunar a los funcionarios de Aodia% y de ,ueva Ar%angel 1especialmente a estos "ltimos2 era un aut#ntico petimetre. +l presuntuoso teniente 9ladimir +rmelov, de veinticinco a*os, parec!a una caricatura del joven arist crata ruso, eternamente dispuesto a batirse en duelo si cre!a que se hab!a ofendido su honor& era alto, delgado, bigotudo, de rostro aguile*o, de comportamiento violento, y pensaba que los reclutas, los criados, la mayor!a de las mujeres y la totalidad de los comerciantes, adems de despreciables, no eran dignos de que les tratasen con amabilidad. Bemostraba valent!a en el combate, era bastante buen marino y estaba siempre listo para defender sus acciones a espada o pistola& era el terror de los barcos que hab!a capitaneado y, cuando bajaba a tierra vestido con su uniforme blanco, se convert!a en un deslumbrante centro de atenci n8 +l teniente +rmelov era el vstago de una familia noble de la que proven!an algunos de los consejeros ms tercos e in"tiles que hab!an tenido los gobernantes rusos. +staba casado con la nieta de un aut#ntico gran duque, lo que confer!a a su mujer una evidente aureola de aristocracia& cuando ella le acompa*aba en sus viajes, marido y mujer estaban convencidos de que ella era una especie de representante personal del ;ar. )i +rmelov, cuando estaba solo, era temible, con el apoyo de su arrogante esposa resultaba, tal como dijo un suboficial al padre 9asili, sin que nadie protestara: Pprcticamente inaguantable, maldita sea ... Q. 3uando +rmelov ;arp de )an -etersburgo como capitn del 4oscovia, no sab!a casi nada sobre Ale%sandr (aranov, que tantas fatigas pasaba en las posesiones rusas ms orientales& pero durante el largo viaje, que le llev alrededor del mundo, ancl en muchos puertos y convers con capitanes rusos, ingleses o estadounidenses que se hab!an detenido en Aodia% o en )it%a. +mpe; a escuchar e$tra*as historias sobre aquel hombre e$cepcio8 nal, quien, al parecer, hab!a alcan;ado por casualidad un cargo de cierta importancia en las Aleutianas, Pesas condenadas islas peleteras, siempre cubiertas de niebla, aunque qui; sea en Aodia%, que no es mucho mejorQ& cuanto ms escuchaba, ms le desconcertaba que el gobierno imperial hubiera puesto a un individuo as! a cargo de una ;ona que iba cobrando cada ve; mayor importancia. A madame +rmelova, que antes de casarse con 9ladimir hab!a recibido el tratamiento de princesa y a"n estaba autori;ada a hacer uso del t!tulo, le molestaban especialmente las cosas que o!a decir sobre Pese maldito (aranovQ& cuando el 4oscovia sali de DaEai, en .I.., los +rmelov estaban cansados de escuchar historias sobre Pel ruso loco de ,ueva Ar%angel, como la llaman ahoraQ, y bastante hartos del hombre a quienes ambos

-gina /7/ de ?@0

Alaska

James A. Michener

consideraban un advenedi;o: +rmelov, por motivos pol!ticos& su esposa, por ra;ones so8 ciales. 8 83ono;co en )an -etersburgo a die; o doce j venes estupendos, 9ladimir, que bien merecer!an un cargo de gobernador. ,o sabes c mo me irrita -ensar que un payaso como este (aranov les haya sacado ventaja. )u irritaci n se puso de manifiesto en la primera carta que madame +rmelova escribi desde ,ueva Ar%angel& estaba dirigida a su madre, la -rincesa )cher%ans%aya, hija del gran duque y mujer habituada a las sutile;as de la alta sociedad. 3h#re 4aman: Fa hemos llegado a Am#rica& como un resumen de toda nuestra aventura, voy a contarte, brevemente, lo que ocurri cuando desembarcamos. Besde el mar supimos d nde estbamos, al ver el espl#ndido volcn, tan parecido a los grabados que tenemos del Fuji8Fama japon#s, poco despu#s de dejar atrs este vest!bulo, vimos el peque*o cerro sobre el cual se levanta nuestra capital oriental. +s un lugar atractivo y, si las casas estuvieran mejor edificadas y decoradas, con el tiempo podr!a llegar a convertirse en una capital pasable& lamentablemente, aunque en la ;ona no hay ms que monta*as, no se encuentra aqu! piedra para construir. +n consecuencia, los edificios son bajos y estn hechos de madera sin barni;ar y sin pintar, mal ensamblada y sin se*ales de que en el proyecto haya participado un arquitecto o un artista. Ce reir!as si vieras lo que consideran su catedral. un tosco mont n de madera, mal dise*ado, coronado por una divertida construcci n que pretende ser una c"pula en forma de cebolla, de #sas que tan bonitas resultan cuando estn bien hechas y tan rid!culas cuando las diversas pie;as no ajustan entre s!. -ero esta PcatedralQ es una obra de arte comparada con lo que los nativos llaman, orgullosamente, el castillo de la colina: otra construcci n despintada, mal proyectada y, en cierto sentido, inacabada: no es ms que una colecci n de graneros, uno a continuaci n del otro, siguiendo una a;arosa disposici n que no permite introducir ms adelante ninguna mejora. Aunque viniera un equipo de los mejores arquitectos de )an -etersburgo, este sitio no tendr!a remedio& estoy bien segura de que empeorar con el correr del tiempoX a medida que se vayan a*adiendo nuevas ampliaciones sin seguir ning"n plan. )in embargo, tengo que confesar que en los d!as despejados 1ocasionalmente hay alguno, aunque la mayor parte del tiempo llueve, llueve y llueve2 el territorio que rodea la colina alcan;a una suprema belle;a, como la de los bell!simos paisajes que contemplamos cuando recorrimos los lagos de Italia. -or todas partes se elevan monta*as de e$traordinaria altura, que descienden hasta el agua, formando una especie de nido rocoso y arbolado en donde descansa ,ueva Ar%angel& con el volcn montando guardia, el panorama es digno de un decorador magistral. +n lugar de eso tenemos a Ale%sandr (aranov, un miserable comerciante que se esfuer;a hasta el rid!culo por ser un caballero. ) lo te dir# una cosa sobre este individuo tonto e incompetente. cuando nos lo presentaron a 9olya y a m! 1hasta entonces no le hab!amos visto2 se inclin en una profunda reverencia, tal como indica el protocolo& era un tipejo menudo y gordo, de pan;a redonda y con un atuendo hecho por alg"n sastre provinciano, pues no hab!a dos pie;as que encajaran. 3uando se acerc me sobresalt#, y 9olya me susurr , aunque tan fuerte que #l casi le oy : P-or Bios, Jeso es una pelucaKQ. Lo era y no lo era. Aunque estaba hecha de pelo, no me atrever!a a decir de qu# animal, no se parec!a a ning"n tipo de pelo que yo cono;ca, y estoy segura de que no era pelo humano, a menos que proviniera de alg"n ind!gena decapitado. +vi8 dentemente, pretend!a ser una peluca, porque le cubr!a la cabe;a, que es bastante calva, seg"n descubr! ms adelante. -ero no era de esas pelucas que los caballeros y los funcionarios de +uropa suelen llevar con tanta elegancia, como la del t!o 9ania,

-gina /77 de ?@0

Alaska

James A. Michener

por ejemplo. ,o, era una especie de alfombra, de un color apagado, de e$tra*a te$tura y sin la menor forma. Algo realmente lastimoso. -ero lo ms incre!ble es que, para mantenerla en su sitio, monsieur (aranov usa dos cintas como las que suelen llevar las campesinas francesas para sujetar las cofias mientras orde*an las vacas, y se las ata bajo la barbilla, con un la;o enorme que casi podr!a servirle de corbata. 4s tarde, cuando vi al gordito, con su absurda peluca, junto a mi querido 9olya, en la recepci n de los invitados ms despreciables de toda :usia 1no hab!a un solo caballero entre ellos2, el contraste era tan rid!culo que estuve a punto de llorar de verg5en;a por el honor de :usia. All! estaba aquel hombre, con esa especie de gorro de dormir& y, a su lado, 9olya, erguido, correcto y ms digno que nunca, con el uniforme blanco de charreteras doradas que le regal t!o 9ania. ,o veo la hora de abandonar ,ueva Ar%angel. -or si lo dicho no fuera suficiente, ahora me entero de que ese pesado de (aranov est casado con una nativa a la que llama, absurdamente, la princesa de Aenai, sabe Bios qu# sitio ser #se. -ero cuando protest# por semejante deshonra a la dignidad rusa, mi informante me record que el sacerdote local, un hombre llamado 9oronov, tambi#n tiene una esposa nativa. JNu# le ocurre a la 4adre :usia, que tanto descuida a sus hijosK 3on todo mi afecto, tu hija que te adora, ,atasha +l 4oscovia permaneci en ,ueva Ar%angel nueve aburridos meses& con el transcurrir de las semanas, el teniente +rmelov y su princesa disimulaban cada ve; menos el desprecio que les inspiraba (aranov: se burlaban de #l, delante de sus propios hombres, tildndolo de comerciante de baja estofa F criticando cuanto hac!a para mejorar la capital. 8+ste hombre es tonto perdido 8coment la princesa en una fiesta, en vo; alta. )u marido, en los informes que enviaba asiduamente a )an -etersburgo, criticaba la inteligencia de (aranov, su capacidad administrativa y sus ideas sobre la posici n que :usia ocupaba en el mundo. Lo ms grave fue que, en tres de sus cartas, +rmelov puso en cuesti n el uso que daba (aranov a la asignaci n del gobierno, y, en los a*os posteriores, el comerciante se vio perseguido por tales calumnias. )i tenemos en cuenta el dinero que ha invertido el gobierno en ,ueva Ar%angel y despu#s observamos lo poco que se ha conseguido, cabe preguntarse si este codicioso mercadercillo no se ha quedado con una buena parte para sus fines particulares. (aranov pod!a tolerar que le criticaran, pues le hab!an advertido que cab!a esperar eso de cualquier oficial de la 4arina que perteneciera a la aristocracia. -ero se vio obligado a interceder cuando los +rmelov empe;aron a descargar su mal genio contra el -adre 9asili, acusndolo absurdamente de deshonestidades. 8Nuerida princesa, no tengo ms remedio que protestar. +n toda la :usia oriental no hay mejor sacerdote que 9asili 9oronov, incluso comparndolo con )u :everencia, el obispo de Ir%uts%, cuya piedad es conocida en toda )iberia. 8J+s piadosoK -or supuesto 8concedi la princesa8. -ero, Jacaso no es una verg5en;a que la principal autoridad religiosa de una regi n tan importante como #sta est# casado con una mujer que hasta hace poco era una salvajeK +s indecente. +n circunstancias normales, (aranov, que trataba de no inspirar la animosidad de los +rmelov, hubiera dejado pasar esta cr!tica sin protestar& pero en los "ltimos a*os se hab!a convertido en el ac#rrimo defensor de )of!a 9oronova, a quien consideraba la personificaci n de la mujer aleuta responsable, cuyo matrimonio con el invasor ruso constituir!a la base de la nueva ra;a mesti;a, la que con el tiempo poblar!a y gobernar!a el imperio ruso en Am#rica. 3omo si quisiera demostrar que las predicciones de (aranov eran correctas, )of!a ya hab!a dado a lu; un hermoso ni*o, llamado Ar%ady& sin embargo, la predilecci n que (aranov sent!a por esa mujer encantadora y sonriente se deb!a ms bien

-gina /76 de ?@0

Alaska

James A. Michener

al hecho de que, una ve; ms, se encontraba sin esposa. -or ra;ones que le resultaban ine$plicables, Ana, su mujer nativa, se estaba comportando e$actamente como la rusa: se negaba a abandonar Aodia%, donde viv!a c modamente, para irse con #l a ,ueva Ar%angel, que le parec!a un lugar de residencia menos interesante. Dabiendo perdido a dos esposas, (aranov se fue a )it%a con sus dos hijos criollos y fue para ellos un padre y una madre a la ve;, resignado a ser uno de esos hombres que no consiguen retener a la mujer. -ero, en su )oledad, le causaba cada ve; un placer mayor contemplar los progresos del matrimonio de los 9oronov& observaba la dul;ura y el amor que cada una de esas dos personas encontraba en la otra y descubr!a en ellos la satisfacci n emocional de la que hab!a carecido su propio matrimonio. 9asili 9oronov estaba demostrando ser casi el sacerdote ideal para un lugar como ,ueva Ar%angel. Dab!a demostrado valent!a en los momentos de conflicto de fronteras, apoyaba lealmente al dignatario laico, viv!a consagrado a la ley de =esucristo sobre la Cierra y recorr!a a menudo el amplio territorio de su parroquia, como hab!an hecho los primeros disc!pulos. +n los lugares que visitaba o en cualquier parte donde se detuviera breve mente para ofrecer su consuelo, sus valores cristianos aparec!an casi tangibles. Los primeros traficantes de pieles hab!an deshonrado la idea del imperialismo ruso, pero el amor y la comprensi n del padre 9asili consiguieron borrar la mancha. +n esta tarea, le ayud su mujer aleuta, que continuaba organi;ando y ocupndose de orfanatos y escuelas de prvulos& )of!a tendi un puente resplandeciente entre el paganismo de los aleutas y el cristianismo de su marido ruso. (aranov la consideraba la esposa ideal para un pastor y apoy siempre sus iniciativas, hasta convertirse en una especie de padre para ella& por eso no estaba dispuesto a permitir que la princesa +rmelova la denigrara. 8Rs ruego que me perdon#is, princesa 8dijo (aranov, despu#s de escuchar la "ltima diatriba8, pero he comprobado que madame 9oronova, a quien vos consideris una salvaje, es una verdadera cristiana. +n realidad, es la =oya que la 3orona tiene en estas tierras norteamericanas. La princesa, que no estaba habituada a que nadie la contradijera, mir por encima de su ilustre hombro a aquel rid!culo calvo 1(aranov s lo se pon!a la peluca en las ocasiones solemnes2 y dijo con altaner!a, como si estuviera echando a alg"n campesino: 8Aqu! en ,ueva Ar%angel, monsieur (aranov, veo cientos de aleutas y son todos unos salvajes& entre ellos, la mujer del sacerdote. 8Fo veo en estos mismos aleutas el futuro de la Am#rica rusa 8respondi (aranov, con un gesto desafiante de su regordeta barbilla, plenamente consciente de los peligrosos derroteros que tomaba la conversaci n8, y el ms prometedor de todos es la esposa del sacerdote. 8Comad nota de lo que os digo: ya la ver#is caer de nuevo en el arroyo 8espet la princesa, sorprendida por la severa contestaci n8. )i #sa se finge cristiana es s lo para enga*ar a hombres como vos, tan fciles de burlar. 4s tarde, al encontrarse con su esposo, la princesa protest : 8(aranov ha estado muy antiptico cuando le he reprendido por defender a esa pobre aleuta que se ha liado con el cura. Cienes que informar a )an -etersburgo que el tal 9oronov se est poniendo en rid!culo por causa de esa peque*a salvaje. 9ladimir +rmelov, con la sabidur!a que los hombres casados adquieren tras penosos esfuer;os, hab!a aprendido a no oponerse nunca a la fuerte voluntad de su mujer, sobre todo al tener en cuenta que estaba estrechamente relacionada con la familia del ;ar. )in embargo, esta ve; ignor tranquilamente sus diatribas contra )of!a 9oronova, y en los informes que enviaba a la patria no ten!a sino palabras elogiosas para la conducta de su

-gina /7L de ?@0

Alaska

James A. Michener

esposo& esta valoraci n inicial abri el camino de los e$traordinarios sucesos que acontecieron ms adelante en la vida del padre 9asili. 3uanto peor se presenta (aranov 1y s lo he informado sobre sus defectos y desatinos flagrantes2, con mayor claridad se revela el sacerdote 9asili 9oronov como un cl#rigo e$cepcional. +n el enfoque y en la consecuci n de su tarea ha alcan;ado una perfecci n que le convierte prcticamente en un santo& lo recomiendo a la atenci n de 9uestra +$celencia, por su honestidad como religioso, pero tambi#n porque representa con gran capacidad a :usia. ) lo he podido encontrarle una desventaja, y es que est casado con una se*ora aleuta de te; bastante oscura& sin embargo, si se le ascendiera a un cargo superior, supongo que se le podr!a librar de ella. -or lo tanto, mientras la princesa despotricaba contra (aranov y )of!a 9oronova, el teniente +rmelov e$presaba su acuerdo en relaci n con el hombre, aunque se quedaba callado si la v!ctima era )of!a& insisti en esta actitud y continu socavando el poder de (aranov en la colonia. 8Bel mismo modo que unos campesinos no sirven como tripulaci n de un barco militar, un comerciante no puede gobernar una colonia 8dec!a +rmelov a su esposa y a quien quisiera escucharle8. +n este mundo hacen falta caballeros. 3uando el 4oscovia iniciaba los preparativos para ;arpar de ,ueva Ar%angel y regresar a :usia, llegaron ciertos documentos que apoyaban la actitud de +rmelov& algunos de estos papeles inclu!an severas reprimendas dirigidas a (aranov, por la presunta negligencia con que administraba el capital de la 3ompa*!a y por demorarse en imponer el orden en sus vastos dominios, que se e$tend!an desde la isla de Attu, en el oeste, hasta 3anad, en el este& otros documentos informaban al teniente 9ladimir +rmelov de que el ;ar hab!a autori;ado su ascenso a comandante. (aranov, que se sinti humillado por la severidad de las cr!ticas, pidi consejo al padre 9asili y le habl de su situaci n: 8+speraba al menos que el pr $imo barco trajera dinero para poder continuar con el trabajo pendiente y tambi#n, qui;, la notificaci n de que se me premiaba con alg"n t!tulo& nada importante, ya me entend#is, cualquier cosa de poca categor!a, pero que me permitiera usar alg"n gal n que me identificara como miembro de la baja noble;a... 8entonces perdi el control, se sinti como un sesent n fracasado y durante unos instantes trat de contener las lgrimas. 8(ueno, bueno, Ale%sandr Andreevich 8susurr el sacerdote8, Bios ve el valor de vuestro trabajo. 9e la caridad que os inspiran los ni*os, el cari*o con que acercis a los aleutas al seno de )u Iglesia. (aranov suspir , se enjug las lgrimas y pregunt : 8+n ese caso, Jpor qu# el gobierno no lo veK 9oronov le dio una respuesta que se hab!a repetido a lo largo de los siglos: 8Los cargos no se reparten equitativamente. (aranov rumi pensativo esta verdad, y despu#s se ech a re!r, suspir y dijo: 8+s cierto, 9asili. 9os sois die; veces mejor cristiano que el obispo de Ir%uts%, pero Jqui#n os lo reconoceK 8+ntonces dej de compadecerse, tom al sacerdote de las manos y le dijo, con gran solemnidad8: ya soy viejo y estoy muy cansado, 9asili. +sta obra interminable le carcome a uno el alma. Dace veinte a*os supliqu# a )an -etersburgo que enviara un sustitutoX pero no llega ninguno. +se barco de all abajo trae cr!ticas contra 4i trabajo, pero no me trae nada de dinero para mejorarlo ni ning"n hombre ms joven para ocupar mi puesto. +sta ve;, como hablaba de un desencanto real y no de una herida superficial a su vanidad, ya no pudo dominarse ms y asomaron a sus ojos amargas lgrimas. Ahora, al final de una

-gina /7M de ?@0

Alaska

James A. Michener

vida larga y tortuosa, no era ms que un fracasado y, para colmo, un in"til& se sent delante del sacerdote, se estremeci y agach la cabe;a. 8:e;ad por m!, 9asili. +stoy perdido en el fin del mundo. ,o s# qu# hacer. -ero le esperaba una humillaci n peor. 3uando +rmelov tuvo noticia de su ascenso, su esposa organi; una celebraci n de gala en la que iban a participar las tripulaciones de los barcos de la bah!a y los habitantes de las casas de lo alto de la colina, e incluso los obreros aleutas que viv!an dentro de las murallas y los tlingits de fuera de ellas& la princesa dispuso las cosas de modo que las fiestas de los barcos se pagaran con fondos de la 4arina, mientras que las de tierra se cargaban en el menguado presupuesto de (aranov. +l administrador general, al enterarse de esa duplicidad, se indign : 8,o tengo presupuesto. ,o tengo dinero. )in embargo, cuando comen;aron los festejos, al presenciar la alegr!a de los marineros y de los indios, (aranov se descubri contagiado por la celebraci n& en lo mejor de la fiesta, el comandante +rmelov, tieso y serio como un arp n de madera de fresno, se adelant para recibir el juramento de fidelidad del padre 9asili, y (aranov les vitore con sincera generosidad, aunque tanto #l como el sacerdote sab!an que #l era much!simo ms eficiente, como administrador comercial y pol!tico, que +rmelov como geopol!tico de la 4arina. (aranov se encontr en una e$tra*a situaci n que hubiera podido parali;ar a un hombre de menor val!a: se le acusaba de robar los fondos de la 3ompa*!a, cuando #sta se negaba a enviarle dinero alguno. Adems, se le acusaba de quedarse con el dinero de la 3ompa*!a para su uso personal, precisamente cuando #l estaba invirtiendo su propio dinero en obras que deber!an ir a cargo de la 3ompa*!a, por ejemplo, en el cuidado de las viudas y los hu#rfanos. +ra absurdo, pero no quiso que la situaci n le desorientara, por lo que recurri a un dicho tranquili;ador y a un viaje al sur que le aport a"n mayor consuelo. +l dicho lo e$plicaba y lo perdonaba todo: P UAs! es :usiaVQ& en cuanto a la e$cursi n, le aliviaba de heridas mortales. 9eintisiete %il metros al sur de ,ueva Ar%angel, perdido entre una infinidad de islas y rodeado de monta*as que se elevaban desde el mar, hab!a un milagro de la naturale;a: un manantial que apestaba a a;ufre y arrojaba Tn torrente copioso y humeante, al cual se pod!a a*adir un poco de agua helada, tra!da de un arroyo cercano, para que fuera posible sumergirse en #l. Los tlingits se hab!an ocupado del manantial durante ms de mil a*os y hab!an vaciado troncos de p!cea para usarlos como tuber!as con las que tra!an agua desde la fuente y desde el arroyo cercano& despu#s la me;claban en un hoyo e$cavado en la tierra y revestido de piedras. Los tlingits hab!an provisto un conducto de agua fr!a de un ingenioso pivote, de modo que se pod!a apartar cuando el agua caliente estaba suficientemente templada. +ra un sitio agradable, oculto entre los rboles y protegido -or las monta*as, y su situaci n permit!a contemplar el oc#ano -ac!fico mientras se disfrutaba tomando un ba*o en la tina. +n su lejano e$ilio, uno de los lamentos habituales de Aot8le8an y 3ora; n de 3uervo era: PRjal -udi#ramos volver a los ba*os termalesQ& y una de las primeras cosas que hicieron los rusos al conquistar la colina fue navegar hacia el sur, para construir un buen ba*o cubierto en el manantial sulf"rico, con dos tuber!as de verdad para acarrear los dos tipos de agua. 3on el tiempo, se cre un aut#ntico balneario, como los de la tierra natal, y (aranov, en cuanto consigui pacificar la ;ona, comen; a visitar los ba*os. JNue +rmelov hab!a armado un escndaloK (aranov corr!a hacia los ba*os termales. JNue el sustituto llevaba )iete a*os de retrasoK 'l se somet!a al tratamiento sulf"rico y, mientras se remojaba en la ba*era, manejando los dos grifos con los dedos del pie hasta que el agua caliente le dejaba rosado como una flor, se olvidaba de la rabia que

-gina /7? de ?@0

Alaska

James A. Michener

los dems descargaban sobre #l y, descansando, proyectaba las grandes obras que a"n quedaban por hacer. -or eso, el d!a feli; en que el 4oscovia ;arp finalmente de ,ueva Ar%angel llevando al comandante +rmelov de vuelta a :usia, (aranov baj a la playa y agit el bra;o en se*al de despedida, con el obediente entusiasmo de un subordinado& pero en cuanto el barco se perdi de vista llam a un asistente: 89monos a los ba*os. Nuiero purificarme de este hombre detestable. Inmerso en el agua medicinal, tom importantes resoluciones que convirtieron en muy provechosa su permanencia en el este, adems de interesante para los historiadores del futuro. 3uando regresaba a ,ueva Ar%angel, tras su e$cursi n a los ba*os, su oronda y brillante cabe;a bull!a con ideas nuevas, y le alegr ver que hab!a anclado otro barco e$tranjero durante su ausencia. )onri al acercarse ms y leer el r tulo de proa: P+vening )tar (ostonQ. )in duda, el capitn 3orey cargaba en sus bodegas cosas muy necesarias, como v!veres y clavos, y otras cosas que no lo eran tanto, como ron y armas. A (aranov le tranquili; comprobar que al infle$ible y antiptico 4oscovia lo sustitu!a un barco estadounidense mucho ms tolerante, por lo que salud cordialmente al capitn 3orey y a su primer oficial Aane y les invit a su casa de la colina& ellos le informaron sobre las "ltimas victorias de ,apole n en +uropa. +n la cena, coment a los estadounidenses y al padre 9asili, con la generosidad que caracteri;aba sus negocios y que e$plicaba los errores de su contabilidad, si es que los hab!a: 8UAhora lo comprendoV :usia tiene tanto miedo de ,apole n que el ;ar no ha tenido tiempo de ocuparse de nosotros, tan apartados. ,i de enviarnos el dinero prometido. -ero a medida que avan;aba la velada, comen;aron a aflorar los problemas entre +stados Tnidos y :usia& (aranov habl con mucha franque;a: 83apitn 3orey: es un honor para esta ciudad veros de nuevo por aqu!, pero confiamos en que no vender#is ron y armas a los tlingits. 3orey respondi encogi#ndose de hombros como si dijera: PLos +stadounidenses hacemos negocio con lo que podemos, gobernadorQ, F (aranov, que interpret correctamente el gesto, le advirti amablemente: 8Cengo rdenes de impedir la venta de ron y armas, capitn. +s un comercio que destruye a los nativos y les incapacita para hacer nada digno. 8-ero nuestro pa!s 8respondi 3orey, con gran firme;a8 insiste en su derecho a comerciar en alta mar, en cualquier lugar y con la mercanc!a que queramos. 8+sto no es alta mar, capitn. +s territorio ruso, como pueden serlo Rjots% o -etropvlovs%. 8Fo no lo creo as! 8replic el bostoniano, sin levantar la vo;8. Aqu! donde estamos, s!. )it%a es rusa 8como casi todos los e$tranjeros, se refer!a a la ciudad s lo con el nombre de )it%a, sin llamarla nunca ,ueva Ar%angel, lo que aument la indignaci n de (aranov8. -ero el agua que la rodea es mar abierto, y as! lo consideraremos. 8y mis rdenes son imped!roslo 8respondi (aranov, en el mismo tono. 4iles 3orey era un hombrecito to;udo que se hab!a pasado la vida luchando en el mar y en los puertos, y las amena;as rusas le preocupaban tan poco como las que pudieran llegar de Cahit! o de Fiyi. 8:espetamos, sin poner ninguna objeci n, vuestra autoridad aqu!, en )it%a, pero no ten#is ninguna sobre lo que ju;gamos aguas internacionales.

-gina /7I de ?@0

Alaska

James A. Michener

8JBe modo que pensis repartir ron y armas entre nuestros nativosK 8pregunt (aranov. 8As! es 8respondi 3orey, amablemente pero con firme;a. Los historiadores y los moralistas tienen un curioso objeto de debate en el hecho de que, en aquella #poca, Inglaterra y los +stados Tnidos, los dos pa!ses anglosajones que se jactaban de respetar los dictados ms insignes de la religi n y de la civili;aci n, se consideraran autori;ados, por alguna justificaci n moral que nadie ms pod!a comprender, a comerciar a voluntad con lo que consideraban Plos pa!ses atrasados del mundoQ. +n defensa de este inalienable derecho, Inglaterra consider justo imponer el consumo de opio entre los chinos& por su parte, los +stados Tnidos insistieron en su derecho a vender ron y armas a los nativos de cualquier parte, incluso 1es preciso admitirlo2 a los belicosos indios de su propio territorio, en el oeste. -or eso, cuando Ale%sandr (aranov, el obstinado comerciante, se propuso impedir semejante trfico en su territorio, gente como el capitn 3orey y el primer oficial Aane defendieron con firme;a que los hombres libres ten!an el derecho de comerciar con los ind!genas sometidos al imperio ruso, seg"n su voluntad y sin miedo a represalias. 8+s sencillo, gobernador (aranov 8e$plic 3orey8. ,avegamos hacia el norte, bien lejos de )it%a, y all! cambiamos nuestras mercanc!as por pieles& eso no perjudica a nadie. 8)alvo a los nativos, que se pasan el d!a borrachos, y a nosotros los rusos, que tenemos que gastar grandes cantidades de dinero para protegernos de los rebeldes armados. 8F (aranov se*al la empali;ada, que tan cara costaba de mantener. -or esa ve;, el problema no se resolvi . )e impuso la superioridad moral de los estadounidenses, y el +vening )tar comen; a hacer planes para navegar hacia el norte y vender sus mercanc!as a cambio de las reservas, cada ve; ms reducidas, de pieles de nutria. )in embargo, la "ltima noche pasada en tierra se produjo una conversaci n que tuvo consecuencias importantes para el desarrollo de aquella regi n del mundo. 4ientras el capitn 3orey hablaba con los 9oronov sobre la historia de los tlingits y los aleutas, (aranov y Com Aane, el antiguo arponero, sentados a un lado contemplaban el puerto, que se ve!a con un hermoso color gris plateado. 8,ueva Ar%angel nunca llegar a ser la ciudad importante que proyecto, se*or Aane 8dijo el ruso8, mientras no tengamos nuestro propio astillero. Becidme: Jes muy dif!cil construir un barcoK 8,unca he construido uno. 8-ero los usis para navegar. 8,avegar y construir son dos cosas distintas. 8-ero un hombre como vos, que entiende tanto de barcos, Jpodr!a construir unoK 8)i tuviera los libros adecuados, supongo que s!. 8J)ab#is leer alemnK 8,o aprend! a leer ingl#s antes de los quince a*os. 8J-ero aprendisteis soloK 8As! es. 8Fo tambi#n 8le cont (aranov8. Nuer!a instalar una fbrica de vidrio, consegu! un libro en alemn y aprend! solo a leer ese idioma. 8JFuncion bien la fbricaK 8-asablemente. 4irad. 8)ac un te$to alemn sobre la construcci n de barcos, una versi n del mismo que hab!a usado 9itus (ering un siglo antes. Aane tom el volumen y se lo devolvi despu#s de haber mirado unas cuantas ilustraciones. 8Tna fbrica de vidrio puede funcionar pasablemente. Tn barco, no.

-gina /7@ de ?@0

Alaska

James A. Michener

3on estas palabras, recha; la propuesta de (aranov, aunque no pod!a hacer lo mismo con su aguda concepci n del futuro de )it%a& al interrogarle sobre esto, Aane destap un volcn del que surgi la lava de las ideas. 8Nuiero construir barcos aqu!, muchos barcos. F establecer una colonia en 3alifornia, donde los espa*oles no estn logrando nada. 3reo que tendr!amos que hacer negocios con 3hina. F con un capitn como vos, con un barco propio, podr!amos comerciar fcilmente en DaEai, e incluso ser!a posible coloni;arla. 8Comando a Aane por el bra;o, le pregunt 8: JNu# opinis de DaEaiK All!, al borde del -ac!fico, Aane cay en la tentaci n de revelar su admiraci n y hasta su nostalgia por aquellas islas paradis!acas. 8Alguien tendr!a que tomar posesi n de esas islas 8dijo, entusiasmado8. )i :usia no lo hace, lo harn Inglaterra o los +stados Tnidos. 8Tn hombre de vuestra edad, se*or Aane... 8insisti (aranov8. J3untos a*os ten#isK J4s de cincuentaK Fa deber!ais ser capitn de vuestro propio barco. 8,uestro primer capitn, un buen hombre llamado -ym, prometi ascenderme gradualmente hasta capitn 8Aane sonri amargamente8. -ero le mataron en la isla de Lapa%. )egu! trabajando a las rdenes del capitn 3orey, pensando que #l tambi#n me ascender!a. ,unca lo hi;o. 4e dije que un d!a de #stos el viejo se iba a morir y yo tomar!a su puesto. -ero ya lo veis: pasa de los sesenta y est ms fuerte que nunca, y el otro d!a me asegur que hab!a decidido no morirse. As! que contin"o trabajando. 8se interrumpi con una carcajada y reconoci 8: +s buen capitn. ,o me quejo. +l +vening )tar vendi algunas mercanc!as a los conciudadanos de (aranov, lev anclas y ;arp rumbo al norte, hacia la pr $ima isla& all! busc a Aot8le8an y a 3ora; n de 3uervo y les ofreci gran cantidad de armas, adems de barriles de ron para sus seguidores. -ero cuando lleg el momento de continuar hacia el norte, rumbo a Fa%utat, donde otros tlingits estaban a la espera de armas para atacar al pueblo de Aot8le8an 1pues lo que ms apreciaban los tlingits era una buena batalla de ve; en cuando, entre ellos mismos, si no hab!a rusos a mano2, el primer oficial Aane se entretuvo con 3ora; n de 3uervo y, cuando 3orey envi un bote en su busca, declar : 8Becidle que me quedo 8y el antiguo arponero habl con tanta convicci n que nadie se atrevi a llevarle la contraria. 8JNu# hacemos con tus cosasK 8preguntaron los marineros. 8,o hay nada m!o all. Lo he tra!do todo conmigo 8contest Aane. Bos d!as despu#s, #l y 3ora; n de 3uervo iban remando en una canoa rumbo a )it%a& all!, Aane inform a (aranov de que hab!a vuelto al sur para poner en marcha un astillero, mientras 3ora; n de 3uervo aprovechaba la oportunidad para espiar las defensas rusas, pensando en la noche en que los tlingits volver!an a atacar. +l bostoniano Com Aane, con la ayuda de un manual alemn para la construcci n de barcos cuyo te$to no sab!a leer, pero del cual iba siguiendo las ilustraciones, termin cuatro barcos: el )it%a, el Rt%rietie, el 3hiri%ov y el Lapa%& de este modo, (aranov, su patr n, podr!a llevar a cabo los avances por el -ac!fico que ten!a planeados desde hac!a tiempo. :euni a un grupo de j venes capaces, les dio dos barcos y les encarg que ocuparan un empla;amiento muy bueno al norte de )an Francisco& los espa*oles prestaron muy poca atenci n a esta invasi n de su territorio, lo que permiti que los rusos consiguieran establecerse s lidamente en la ;ona. As! se cre una e$tra*a situaci n en aquella parte del mundo. Antes de que e$istieran siquiera ciudades como 3hicago o Benver, cuando en )an Francisco no viv!an ms que un centenar de personas y ninguna en la futura Los Ongeles, )it%a era ya una pr spera poblaci n de casi un millar de habitantes, con su propia biblioteca, escuela, astillero, hospital, puerto, gobierno civil y flota. -or a*adidura, depend!a de ella un poderoso

-gina /60 de ?@0

Alaska

James A. Michener

asentamiento en 3alifornia y parec!a que, bajo la sabia administraci n de (aranov, conseguir!a dominar toda la costa oriental del -ac!fico, hasta )an Francisco y probablemente hasta ms all de esta ciudad. 3on tan buen comien;o, (aranov decidi adentrarse en el -ac!fico central& cuando Aane acab de construir los barcos, (aranov le puso al mando del Lapa% y le dio rdenes de establecer buenas relaciones con el rey Aarnehameha de Donolul". Aane y el rey ya se conoc!an y cada uno ten!a una opini n favorable del otro, por lo que el cortejo de DaEai progres con gran rapide;, hasta el punto de que las dems naciones comen;aron a temer verse obligadas a tomar medidas para impedir el avance& pero la astuta direcci n de (aranov fortaleci la amistad entre DaEai y )it%a, y durante algunos a*os pareci que las islas doradas acabar!an cayendo bajo el dominio ruso. +ntonces, (aranov comen; a recibir golpes. 3ercano ya al agotamiento, suplic tres favores a )an -etersburgo: dinero para terminar la construcci n de su querida capital de ,ueva Ar%angel& un sustituto que ejerciera como administrador general, y alguna peque*a se*al en reconocimiento de su eficacia a cargo de una de las administraciones ms provechosas de :usia: una medalla, unos galones, un t!tulo por m!sero que fuera, algo que le apartara de la categor!a de despreciable comerciante y le permitiera creer, siquiera brevemente, que su energ!a y su imaginaci n le hab!an otorgado carta de peque*a noble;a. +l dinero nunca lleg . -ero el lejano gobierno reconoci al fin que (aranov se hab!a hecho viejo y design un sustituto que tomar!a a su cargo las responsabilidades de la administraci n& era un hombre eficiente, llamado Ivn Aoch, con una buena hoja de servicios como gobernador de Rjots%. (aranov se alegr ante la perspectiva de tener tiempo libre para trabajar en lo que realmente le interesaba y, como sab!a que Aoch era un buen hombre, le envi una amable carta de felicitaci n que #ste no lleg a recibir, porque mientras estaba en -etropvlovs%, de camino hacia su nuevo cargo, muri repentinamente. Tna ve; ms, (aranov acos a )an -etersburgo solicitando un sucesor& en esta ocasi n, se design a un hombre mucho ms joven, con buenas credenciales, que ;arp hacia ,ueva Ar%angel a bordo del ,eva, un barco seguro y acostumbrado a recorrer el -ac!fico oriental. Besde su mirador, (aranov observaba complacido c mo el ,eva se adentraba en la bah!a& pero entonces le horrori; ver que, frente al volcn +dgecumbe, el barco quedaba inmerso en una tormenta y se hund!a antes de poder llegar a tierra, arrastrando a la muerte a la mayor parte del pasaje, incluido el nuevo gobernador. La desilusi n fue muy grande y la llegada del c#lebre 4oscovia empeor las cosas& el barco estaba al mando de 9ladimir +rmelov, enemigo declarado de (aranov, quien lleg de muy mal humor, pues esta ve; su esposa, la princesa, no le acompa*aba. +n un documento confidencial se le ordenaba investigar los rumores que #l mismo hab!a puesto en circulaci n durante su estancia anterior. Cendr#is que investigar, con la mayor prudencia y secreto posibles, la conducta financiera de (aranov, el administrador general, de quien se nos ha informado que ha utili;ado en beneficio propio fondos pertenecientes a la 3ompa*!a. )i en el curso de vuestra investigaci n descubrierais que es culpable de desfalco, este documento os autori;a a arrestarlo y encarcelarlo hasta que regrese a )an -etersburgo, donde se le ju;gar. +n ausencia suya, vos desempe*ar#is las funciones de administrador general. -ero el gobierno de :usia era e$traordinariamente complicado, como demuestra el hecho de que junto a este documento viajaba una carta, esta ve; dirigida a (aranov en lugar de a +rmelov, que complaci mucho al comerciante. +ra evidente que proven!a de otro departamento del gobierno, pues dec!a: )epan todos que conferimos a Ale%sandr Andreevich el rango de consejero colegiado del 3uerpo de Funcionarios del +stado,

-gina /6. de ?@0

Alaska

James A. Michener

con una posici n social equivalente en rango a la de coronel de Infanter!a, comandante de 4arina o abad de la Iglesia, y con derecho a recibir el tratamiento de )u +$celencia. Alejandro I +l deber y el privilegio de anunciar al mundo que (aranov, el administrador general, era ahora )u +$celencia Ale%sandr Andreevich (aranov, consejero colegiado, correspond!a por tradici n al oficial de mayor rango entre los presentes, que, casualmente, en esos momentos era el comandante 9ladimir +rmelov, oficial al mando del barco de guerra 4oscovia de )u 4ajestad. +l joven arist crata, una preciosa ma*ana que #l encontr sin embargo amarga, tuvo que acudir a la colina y presentarse frente a (aranov, quien, con su absurda peluca atada bajo la barbilla, se adelant para recibir el gran honor que el ;ar le hab!a concedido. 3on la boca tensa, en un susurro casi inaudible, +rmelov ley a rega*adientes las palabras que elevaban a (aranov al rango de noble;a. Bespu#s de esto, le correspond!a colgar del cuello de (aranov una cinta con la reluciente medalla que se le permit!a usar en adelante& entonces ocurri lo peor, porque la tradici n requer!a que +rmelov besara al receptor de tal honor en ambas mejillas. -lant el primer beso con evidente repugnancia y, cuando se dispon!a a conceder el segundo, gru* en vo; alta, de modo que todo el mundo pudo o!rlo claramente: 8-or el amor de Bios, quitaos esta peluca. Bos semanas despu#s, cuando +rmelov manipulaba los confusos libros de las oficinas de la 3ompa*!a en ,ueva Ar%angel, se le encomend una tarea todav!a ms desagradable& uno de sus j venes oficiales, vstago de una de las familias ms aristocrticas de :usia, se le present con una petici n que le dej at nito: 8+stimado comandante +rmelov: con vuestro permiso, se*or, quiero casarme con una muchacha de esta isla, de intachable reputaci n& seg"n lo acostumbrado, os ruego que me represent#is

-gina /6/ de ?@0

Alaska

James A. Michener

cuando pida su mano al padre de la joven. J4e har#is el honor, se*orK +rmelov era consciente de que su responsabilidad consist!a en proteger a las nobles familias de :usia e impedir matrimonios apresurados que las perjudicaran, y por eso trat de ganar tiempo con el apasionado joven. 8JCen#is en cuenta el ilustre rango de que go;a vuestra familia en :usiaK pregunt , muy tieso y con la e$presi n ms severa. 8)!, se*or. 8JF sab#is que no pod#is mancillar su impecable reputaci n con un matrimonio indecorosoK 8-or supuesto. 4is padres quedar!an consternados si yo me comportara indignamente. 8JF acaso en los c!rculos cortesanos no se ju;gar!a imprudente que os casarais con cualquier chiquilla de aqu!, de ,ueva Ar%angelK Tna criolla, sin duda. 8Fo nunca har!a eso. +sta se*orita es hija de una princesa. +s encantadora y brillar hasta en los ms altos c!rculos de la corte. 8JTna princesaK Fo ten!a entendido que mi esposa era la "nica princesa de ,ueva Ar%angel, y no est aqu! 8+rmelov tosi 8. JNui#n es ese dechado de perfeccionesK 8Irina, la hija de (aranov. +rmelov pas de toser a atragantarse& despu#s farfull : 8J3re#is acaso esa tonter!a de que (aranov est casado con la hija de no s# qu# est"pido rey de no s# d ndeK 8)!, +$celencia, lo creo. (aranov me mostr un documento, firmado por el ;ar en persona, que legitima su segundo matrimonio, y otro que confirma el t!tulo de princesa de Aenai de su esposa. 8J3 mo es que nadie me ha hablado de ese ucaseK 8vocifer +rmelov. 8Lleg cuando hab!ais regresado a :usia 8e$plic el joven pretendiente. -idi prestados los valiosos documentos para mostrarlos a +rmelov y el reticente oficial no tuvo ms remedio que acatarlos. Tn solemne d!a de verano, mientras el sol se reflejaba en las numerosas cumbres, el comandante +rmelov, con su mejor uniforme de gala, acompa* a su asistente hasta la colina& all! les recibi )u +$celencia (aranov, con su peluca sobre las orejas y su medalla sobre el pecho. 8+$celencia 8comen; +rmelov, aunque las palabras se le atascaban en la garganta8: mi distinguido asistente, joven de e$celente familia a quien el ;ar tiene en gran concepto, desea que le permitis casarse con vuestra hija Irina, descendiente directa de los reyes de Aenai. (aranov hi;o una reverencia ante aquel hombre que ahora ya no le superaba en rango, pero que merec!a su respeto por ser de linaje ms antiguo, y contest en vo; baja: 8+s un gran honor para nuestro humilde hogar. 3oncedo mi autori;aci n. Los tres hombres salieron a una terra;a desde la que se pod!a contemplar, hacia el oeste, el volcn ante el cual se hab!a ido a pique el ,eva& hacia el norte, el lugar donde se levantaba el reducto de )an 4iguel antes de que Aot8le8an y 3ora; n de 3uervo lo destruyeran& y tambi#n de las monta*as en las que 3ora; n de 3uervo se encontraba planeando su vengan;a. Ahora que su hija se hab!a casado con un arist crata y que #l mismo ten!a su propio certificado de noble;a colgado del cuello 1se pon!a la medalla en cualquier ocasi n, incluso cuando beb!a cerve;a al atardecer2, (aranov tendr!a que haber alcan;ado la cumbre dorada de su vida y ser un hombre respetado en ,ueva Ar%angel, apreciado en las oficinas

-gina /67 de ?@0

Alaska

James A. Michener

centrales de la 3ompa*!a, en Ir%uts%, y estimado en )an -etersburgo por la prudencia con que encaraba los problemas del -ac!fico& sin embargo, con el correr de los meses se supo que el comandante +rmelov investigaba los libros de registro de la 3ompa*!a para demostrar que el anciano era un ladr n, y, a medida que aumentaba el escndalo, (aranov se iba marchitando. Dab!a cumplido ya setenta, hab!a residido en las islas durante un dif!cil per!odo ininterrumpido de veintis#is a*os y, desde el d!a en que lleg a la bah!a de los Cres )antos, medio muerto, en el fondo de un bote improvisado, no hab!a go;ado de buena salud. Bespu#s hab!a estado a punto de morir cuatro o cinco veces, pero continu luchando y consigui superar desgracias que hubieran abatido a un hombre de menor val!a. Logr imponer el orden entre los ca;adores de pieles, emple a los aleutas de una forma creativa y conquist a los belicosos tlingits. +n una isla monta*osa, en los l!mites de Am#rica del ,orte, construy una capital digna de un vasto territorio& pero lo ms importante es que gast su propio dinero para proteger a las viudas y ocuparse de los hu#rfanos. :esultaba insoportable acabar su e$istencia acusado de robos de poca monta& en dos ocasiones, pens en suicidarse, pero no lleg a cometer un acto tan negativo porque se lo impidi la inquebrantable fidelidad de tres amigos de confian;a: el padre 9asili y su mujer, y su asistente Ayril Shdan%o, quien, en los "ltimos tiempos, se estaba convirtiendo en su defensor y en el hombre que se encargar!a de llevar adelante sus importantes proyectos. Al aumentar los rumores sobre el robo, (aranov dej de presentarse en p"blico& en sus raras salidas caminaba furtivamente, como si se diera cuenta de que los habitantes de la colonia se preguntaban cundo le iban a cargar de cadenas y embarcarlo en el 4oscovia para deportarlo a :usia. +l comandante +rmelov no hac!a nada para acallar los rumores, sino que ms bien los alentaba& aguardaba el d!a en que podr!a informar al hombre que enviara )an -etersburgo como sustituto de (aranov: P3reo que podemos levantar un proceso contra #l. -ronto nos iremos a :usiaQ. -or aquellos d!as, ancl en )it%a un barco estadounidense, que se dedic a comerciar abiertamente con ron y armas, cuando a (aranov ya no le quedaban fuer;as para combatir un intercambio tan pernicioso. +l barco ;arp con rumbo norte, hacia el lejano asentamiento donde se encontraban Aot8le8an y 3ora; n de 3uervo, que continuaban reuniendo rifles para el d!a en que volvieran a atacar a los rusos. Los tlingits, cuando se enteraron por los estadounidenses de que su antiguo enemigo (aranov hab!a sufrido represalias y se le deportaba a :usia, decidieron que ten!an una "ltima cuenta pendiente con el anciano. +n cuanto ;arp el barco, aquellos dos hombres que hab!an luchado tantas veces contra (aranov subieron a una canoa y empe;aron a remar hacia el sur, para reunirse por "ltima ve; con su adversario. Les divisaron desde lejos, en el instante en que llegaron al estrecho& y mientras navegaban resueltamente entre la infinidad de islas, por la capital corri la noticia de que se apro$imaban tlingits a la colina, con indumentaria de guerra, y todos los que pod!an corrieron hacia los muelles, para ver a los dos guerreros que se acercaban con mucha dignidad al desembarcadero. 3uando llegaron a una altura que permiti reconocerles, entre los habitantes de la colonia surgi un grito furioso: 8UAot8le8an ha vueltoV ULlega 3ora; n de 3uervoV (aranov en persona descendi los ochenta escalones que separaban su casa de la playa y se encamin directamente hacia el lugar donde hab!a atracado la canoa, sin prestar atenci n a los que se apartaban para 4urmurar sobre #l. 3ora; n de 3uervo, en cuanto pis tierra firme, se detuvo con la mano en alto y pronunci , con grave vo; de trueno, un discurso de die; minutos. Los puntos importantes de su mensaje eran memorables:

-gina /66 de ?@0

Alaska

James A. Michener

8=efe guerrero (aranov, constructor de fuertes, incendiario de fuertes: tus dos enemigos, los que destruimos tu fortale;a del norte, los que perdimos aqu! mismo nuestra fortale;a, venimos a saludarte. +n todas nuestras batallas t" fuiste toy n. 3ombatiste bien. +n la victoria te comportaste con generosidad. Das permitido que nuestra gente, la que vive junto a la empali;ada, tenga una vida agradable. Birector (aranov: te saludamos. Bicho esto, los dos guerreros, que segu!an siendo fuertes y corpulentos, se adelantaron para abra;ar a su antiguo enemigo. 8)ubamos juntos la colina 8sugiri (aranov, despu#s de ofrecerles una cordial bienvenida. +n lo alto de la colina, en el portal de su casa, esos tres hombres de buena voluntad, que estaban a punto de perder tantas cosas, contemplaron el espl#ndido teatro en donde hab!an representado hasta entonces su tragedia. 8All! arriba est el fuerte del que os e$pulsamos 8dijo 3ora; n de 3uervo& y e$plic c mo, en la #poca en que se dedicaba a ahumar salmones, hab!a estado espiando el sistema de defensas. 8F all abajo, el fuerte que vosotros, los tlingits, pensabais que era imposible de conquistar 8replic (aranov. 8)e me parti el cora; n cuando tu ca* n destro; nuestro t tem, pues entonces comprend! que hab!amos perdido 8e$plic Aot8le8an, ante la sorpresa de los otros dos. 3onversaron sobre los tristes reveses que caen sobre los ancianos y sobre la p#rdida de las ilusiones& al anochecer, la oscuridad trajo una intensa triste;a, que se mitig en parte cuando (aranov les dej un momento, para ir en busca de un e$tra*o regalo. )e retir a su cuarto y se puso la peluca, tal como lo requer!a la solemnidad de la ocasi n& se colg del cuello la medalla que proclamaba su noble;a y sac de un arc n un objeto voluminoso, que le inspiraba un considerable orgullo. +ra la armadura de madera y cuero que hab!a llevado en el ataque al fuerte de los tlingits. La carg en sus bra;os y se la llev a Aot8le8an. 89aliente cacique... 8le dijo. +n aquel momento, se qued sin habla. +sper un poco, en la creciente oscuridad, tratando de dominar sus lgrimas& los hombros le temblaban y la peluca se agitaba arriba y abajo, lo que le daba un aspecto demasiado rid!culo para resultar un comodoro convincente. -or fin se domin , pero, como no pod!a contar con su vo;, permaneci en silencio y, demostrando cierto amor por esos hombres que hab!an sido tan valientes, les entreg la armadura, pese a tener buenos motivos para pensar que, en alguna fecha futura, cuando #l ya no estuviera, regresar!an para intentar, una ve; ms, aniquilar a los rusos. (aranov, que hab!a sido castigado y amena;ado con ingresar en prisi n en cuanto llegara a )an -etersburgo 1aunque el padre 9asili 9oronov se hab!a ofrecido a viajar hasta la capital, de su propio peculio, para defender a su amigo de los absurdos cargos presentados contra #l2, abandon )it%a como prisionero a bordo de un barco militar ruso& el buque atraves el -ac!fico hasta DaEai, esas maravillosas islas que (aranov hab!a estado a punto de obtener para el imperio :uso, y luego descendi hasta llegar a =ava, al dif!cil puerto de (atavia, uno de los puestos militares ms calurosos y activos del -ac!fico, donde se qued encerrado a bordo, hasta que su frgil cuerpo se derrumb , rindi#ndose por fin. 4uri el .M de abril de .I.@, cerca del estrecho que separa =ava de )umatra& casi inmediatamente, los marineros le cargaron un lastre de hierro y arrojaron su cuerpo al oc#ano, con su querida medalla colgada del cuello. Cres hombres de admirable comportamiento se hab!an batido con el oc#ano -ac!fico y hab!an perecido en el intento. +n .?6., 9itus (ering muri de escorbuto en una isla perdida en el mar, que recibi su nombre. +n .??@, james 3oo% fue asesinado en una remota isla de DaEai. F en .I.@, Ale%sandr (aranov muri de fiebre y agotamiento cerca

-gina /6L de ?@0

Alaska

James A. Michener

del estrecho de la )onda. Los tres hab!an amado ese gran oc#ano& en parte lo hab!an conquistado, y, cuando #l acab con ellos, sus cadveres se depositaron en sus vastas y acogedoras aguas. (aranov no fue un gran hombre& a veces, como cuando esclavi; a los aleutas, ni siquiera se comport como un hombre bueno. -ero s! que fue un hombre de honor, y siempre se venerar su memoria en la Alas%a que #l contribuy a formar. +n .I/@, die; a*os despu#s de la muerte de (aranov, el antiguo barco de guerra 4oscovia ancl en el estrecho de )it%a. Cra!a un pasajero que ven!a de )an -etersburgo& era un joven de mirada viva, que regresaba a la isla tras haberse distinguido en los estudios universitarios. +n esa misma #poca, Ayril Shdan%o, amigo de su padre, ocupaba provisionalmente el cargo de administrador general& era e$traordinario que le hubieran nombrado, pues se trataba del primer criollo que acced!a a un cargo de tanto poder. +l joven pasajero era Ar%ady 9oronov, tambi#n criollo, hijo del sacerdote ruso y de la aleuta conversa )of!a Auchovs%aya. Cen!a veintiocho a*os y ven!a a ocupar el puesto de subdirector de asuntos comerciales& manten!a una apasionada relaci n con cierta joven a la que hab!a conocido en un viaje a 4osc". -or eso, despu#s de saludar a sus padres con el afecto que siempre hab!a caracteri;ado su trato, present sus respetos al administrador general Shdan%o y se retir a su habitaci n, en la vivienda parroquial situada junto a la catedral de )an 4iguel, aquella peque*a iglesia de madera con una gran c"pula en forma de cebolla, de nombre tan pretencioso.Y Bespu#s de guardar el equipaje, escribi a su amada, que segu!a en 4osc": 4i querida -ras%ovia: +l viaje fue ms tranquilo de lo que me hab!an asegurado. 3inco meses sin complicaciones, con una escala en +l 3abo y otra en DaEai, donde yo esperaba reencontrarme con muchos amigos de los tiempos de (aranov. Lamentablemente, ahora son nuestros enemigos, por culpa de errores cometidos por otros, y temo que hemos perdido nuestra oportunidad de convertir esas islas en parte de nuestro imperio. )it%a es tan bonita como la recordaba& no veo el d!a en que est#s aqu!, a mi lado, para disfrutar de la majestad de las islas, las monta*as y el hermoso volcn. -or favor, te ruego que conven;as a tus padres de que el viaje no es tan largo ni tan peligroso, como tampoco lo es vivir aqu!, en lo que se est convirtiendo en una importante ciudad. Lo primero que he sacado del equipaje ha sido tu retrato, con su marco de marfil, y le he reservado un lugar de honor sobre mi mesa& ahora corro a las oficinas de la 3ompa*!a, a pedir informaci n sobre ,ueva Ar%angel, a fin de que tus padres puedan comprobar que es una verdadera ciudad y no un mero puesto de avan;ada, perdido en tierras salvajes. Antes de acostarme reanudar# la carta. +l joven 9oronov, al salir de la catedral y subir la colina hasta el castillo, donde le aguardaba Shdan%o para e$plicarle sus obligaciones, vio a su alrededor los indicios de una poblaci n bulliciosa& aunque no era una gran ciudad, como se la hab!a descrito a -ras%ovia, s! era una colonia pr spera, cuya rique;a ya no depend!a solamente de las pieles. A un lado, ve!a un alto molino de viento que hac!a funcionar una rueda& en otro, ve!a fogatas humeantes en las que se fund!a grasa de diversos animales marinos, para fabricar jab n. Dab!a un pasaje donde se tren;aban sogas, una herrer!a donde se forjaban diversos aparatos, un calderero que se fabricaba #l mismo los remaches, una fundici n para hacer pie;as de bronce y todo tipo de carpinteros y fabricantes de aparejos o de vidrio. Lo que le sorprendi fue ver un peque*o taller para la construcci n y reparaci n de relojes, adems de otro donde se arreglaban las br"julas F otros instrumentos de navegaci n. La poblaci n dispon!a de un sastre, tres costureras, dos m#dicos y tres sacerdotes. Cambi#n hab!a una escuela, un hospital, una casa de comidas, el orfanato que dirig!a su madre y una biblioteca.

-gina /6M de ?@0

Alaska

James A. Michener

)e detuvo en una esquina donde se cru;aban la calle principal y otra que corr!a perpendicular a la bah!a y pregunt a un hombre cargado de tablones: 8JAqu! siempre hay tanto ajetreoK 8Cendr!a que ver cuando hace escala para comerciar un barco estadounidense 8respondi el hombre. Shdan%o en persona le inform sobre su nuevo destino: 84e enorgullece tener como hombre de confian;a al hijo de dos -ersonas que tan importantes han sido para m!. Cus padres son e$traordinarios, Ar%ady, y conf!o en que no lo olvides. -ero me has pedido datos: la poblaci n total, dentro de la empali;ada, es de novecientas ochenta y tres personas. +s decir, trescientos treinta y dos rusos, que tienen derecho a volver a la patria, y otros ciento treinta y seis entre sus mujeres e hijos. Luego tenemos ciento treinta y cinco criollos, que no tienen derecho de retorno. +n el orfanato hay cuarenta y dos ni*os, un n"mero impresionante, porque ocurren percances y los padres a veces evaden sus responsabilidades. -ara terminar, dentro de las murallas hay trescientos treinta y ocho aleutas que nos ayudan en la ca;a de nutrias y focas. +n total, son novecientos ochenta y tres habitantes. 8J)iguen viviendo los tlingits fuera de la empali;adaK 8pregunt Ar%ady. . 8+s mejor as! 8respondi secamente Shdan%o. Luego habl de la e$periencia de los rusos con esa ra;a valiente y rebelde8: Los tlingits son diferentes. ,o se puede pacificar a un grupo de tlingits. Aman su tierra y siempre estn dispuestos a luchar por ella. 8J3ree usted que las murallas siguen siendo necesariasK 8)in duda. ,unca se sabe cundo esa gente de ah! fuera volver a intentar e$pulsarnos de la isla. Rbserva los ca*ones que tenemos arriba. Ar%ady mir hacia la cumbre de la colina y vio que tres de los ca*ones apuntaban a la bah!a, para alejar a cualquier barco que pudiera colarse inesperadamente& pero nueve estaban dirigidos hacia la aldea que los tlingits hab!an levantado junto a las murallas. Lo que le tranquili; , ms a"n que los ca*ones, fue la energ!a con que rusos, criollos y aleutas afrontaban los problemas de la vida diaria. Tnos pocos criollos instruidos, como #l mismo, o de probada confian;a, como Shdan%o, supervisaban los asuntos de la 3ompa*!a& hab!a alg"n oficinista ruso, como el se*or 4ala%ov, que se encargaba de las cuentas, pero la mayor!a de la gente estaba en la calle, dedicada a las actividades habituales en cualquier puerto mar!timo pr spero. Los criollos, por lo com"n, se ocupaban de las labores manuales& los aleutas, en su mayor!a, ;arpaban regularmente en sus %aya%s. La primera noche, Ar%ady no tuvo tiempo de terminar la carta, porque Shdan%o, el administrador general, y su mujer criolla le invitaron a la colina, donde se hab!an reunido diecis#is rusos acompa*ados de sus esposas 1cada uno convencido de que ser!a capa; de gobernar la colonia mejor que el criollo2 para dar la bienvenida a 9oronov hijo, que se incorporaba a su nuevo cargo. Ar%ady qued impresionado al contemplar el bonito edificio nuevo que ocupaba el lugar de la casa donde hab!a vivido (aranov y que #l alguna ve; hab!a visitado. )e hab!a convertido en una mansi n bastante imponente, con varios pisos, muebles importados y una vista mejor del estrecho, pues se hab!an talado los rboles que ocultaban el panorama. 8Codo el mundo lo llama el castillo de (aranov 8e$plic Shdan%o8, -orque nos parece que est habitado por su esp!ritu. Fue una cena de gala: un matrimonio toc a cuatro manos en los dos -ianos, y 4ala%ov, el secretario principal, cant una serie de solos para bar!tono, e$traordinariamente buenos. 3ant primero una selecci n de arias de 4o;art& despu#s, un alegre popurr! de canciones populares rusas, que los dems invitados corearon& para acabar, interpret una conmovedora versi n del )ten%a :a;in, cuya impresionante melod!a consigui llevar la lejana :usia a la memoria del p"blico.

-gina /6? de ?@0

Alaska

James A. Michener

La siguiente noche, despu#s de pasar la jornada inspeccionando la empali;ada y vigilando el complicado p rtico por el que se permit!a el acceso para comerciar a un n"mero limitado de tlingits, Ar%ady tuvo tiempo de completar su carta: De visitado el interior y el e$terior de ,ueva Ar%angel y te suplico, -ras%ovia, que obtengas el permiso de tus padres para venir hasta aqu! en el pr $imo barco, porque a este pueblo no le falta de nada. Cenemos un buen hospital, m#dicos con e$periencia en 4osc" y hasta un hombre que arregla la dentadura. Las casas son de madera, eso es cierto, pero la ciudad crece de a*o en a*o, tanto el administrador general como yo creemos que alcan;ar dentro de poco los dos mil habitantes. 3laro que, si se cuenta a los tlingits que viven fuera de las murallas, ya los ha alcan;ado. Cengo que a*adir una cosa ms, que te confieso con gran orgullo. 4i padre y mi madre son muy respetados en esta regi n de :usia. La devoci n de mi padre es famosa en todas las islas, los nativos le quieren porque se ha tomado el trabajo de aprender su idioma y porque respeta su modo de vida sin e$igirles que se conviertan en cristianos. )i e$iste hoy un santo en esta tierra, #se es mi padre. +n realidad, le llaman el santo viviente. F mi madre est a su altura. Cal como dije muy e$pl!citamente a tus padres, es aleuta de nacimiento, pero me parece que ha llegado a ser mejor cristiana que mi padre mismo. )u rostro irradia bondad y su esp!ritu, santidad. 3omo recordars, me impresion la importante tradici n de tu familia, los Aostilevs%y, y he repetido muchas veces que tienes derecho a estar orgullosa de tu estirpe& pero yo siento lo mismo respecto a mis padres, que han iniciado un nuevo linaje nobiliario en la Am#rica rusa. Day un dato de grand!sima importancia, -ras%ovia. 3uando salgas de 4osc" para venir aqu!, no tienes que pensar que vas a e$iliarte en el fin del mundo. Codos los d!as salen de aqu! personas que regresan al continente. Ir%uts% es una espl#ndida ciudad, donde mi familia ha ocupado cargos tanto en el gobierno como en la Iglesia. DaEai es un lugar precioso, con una gran variedad de flores. F algunos viajeros vuelven a +uropa pasando por Am#rica& se tarda mucho, si hay que bordear el 3abo, pero me han dicho que vale la pena. )i conseguimos, tal como (aranov indic a Shdan%o, establecer colonias importantes en el continente de Am#rica del ,orte, t" y yo podr!amos ser elementos relevantes en la nueva :usia. +l cora; n me palpita de entusiasmo ante esta posibilidad. 3on todo mi amor, A:AABF por un e$tra*o giro de las cosas, esta carta precipit la inesperada crisis final del matrimonio 9oronov, porque los padres de -ras%ovia, en cuanto la recibieron, quedaron tan impresionados por el apasionado prrafo donde Ar%ady hablaba de los logros de su padre en Aodia% y en )it%a que el se*or Aostilevs%y la ense* a las autoridades eclesisticas de 4osc"& #stas, a su ve;, copiaron el prrafo, a*adieron el referido a )of!a, la esposa del padre 9asili, y lo hicieron circular entre las autoridades de )an -etersburgo. All! se encontraba el comandante 9ladimir +rmelov, a quien solicitaron su opini n sobre el sacerdote 9oronov, de ,ueva Ar%angel. 8+s uno de los mejores 8respondi +rmelov, entusiasmado. +l comandante +rmelov instruy a los padres de la Iglesia, las personas que en aquel momento estaban residiendo en 4osc" y que conoc!an personalmente los territorios orientales, y todos los consultados atestiguaron que 9asili 9oronov, sacerdote blanco originario de la destacada familia de los 9oronov, de Ir%uts%, era uno de los cl#rigos ms fervorosos con los que hab!a contado en mucho tiempo la iglesia ortodo$a. +n el debate que se form se repitieron con frecuencia las afortunadas palabras de Ar%ady: 8Le llaman el santo viviente.

-gina /6I de ?@0

Alaska

James A. Michener

-or improbable que pudiera parecer entonces e incre!ble que pare;ca ahora, los dignatarios de la Iglesia, bajo el impulso del ;ar ,icols I, que intentaba recuperar la fuer;a espiritual de la religi n ortodo$a rusa, decidieron que en )an -etersburgo se necesitaba a un hombre devoto y apasionado, procedente de la frontera, todav!a sin contaminar por la pol!tica eclesistica y reconocido por su santidad. Bebido a una compleja serie de motivos, centraron su atenci n en el padre 9asili 9oronov, el taumaturgo de las islas& cuanto ms investigaban sus referencias, ms se convenc!an de que era la soluci n para sus problemas. -ero en cuanto anunciaron su decisi n al ;ar, que la celebr , surgi un espinoso problema. 8Nueda entendido, por supuesto 8observ el ar;obispo metropolitano8, que si el padre 9asili acepta nuestra invitaci n de venir a )an -etersburgo para convertirse en mi sucesor, tendr que renunciar al hbito blanco y adoptar el negro. 8,o es un problema, santidad. :ecuerde que, cuando se orden en Ir%uts%, lo hi;o como sacerdote negro. 8JF por qu# cambi K J-ara casarseK 8)!& cuando ocup su primer cargo en aquella gran isla que llaman Aodia%... 8Ahora me acuerdo. 4e habl usted de eso la semana pasada, JverdadK 8+ra un d!a muy ajetreado, )antidad. +l padre 9asili 9oronov se enamor de una mujer aleuta, como recordar. 83laro 8el ar;obispo cavil durante algunos instantes, intentando rememorar su propia juventud e imaginarse las lejanas fronteras, que le resultaban completamente desconocidas8. +sos aleutas... son paganos, Jno es ciertoK 8+sta mujer lo era, pero ha demostrado ser una persona e$traordinaria. +s ms cristiana que los cristianos, seg"n dicen. -ractica la caridad entre los ni*os. 8+so siempre es una buena se*al 8opin el metropolitano& pero entonces el que hab!a sido durante tanto tiempo guardin espiritual de su Iglesia, indic el verdadero problema8: )i esa mujer es tan piadosa como dice usted, y su marido tiene que renunciar al hbito blanco para tomar el negro, Jno habr protestas contra #l y contra nosotros si su esposo la abandona a tan avan;ada edadK J3untos a*os tiene ellaK ,adie lo sab!a con e$actitud, pero un sacerdote que hab!a estado en ,ueva Ar%angel intent calcularlo: 8)abemos que el marido tiene sesenta y tres. +lla debe de tener cincuenta y tantos. La vi un par de veces y me pareci que era ms o menos de esa edad. 8Di;o una pausa, pero antes de que nadie pudiera decir algo ms, coment 8: +s una mujer elegante, JsabenK +s de poca estatura, pero no tiene nada de salvaje. 8 8J+star!a dispuesto 9oronov a divorciarse para volver a adoptar el hbito negroK 8pregunt el metropolitano, que no quer!a desviar la discusi n del asunto ms importante. 8-or encabe;ar la iglesia de 3risto, un hombre estar!a dispuesto a todo 8respondi un anciano sacerdote. +l metropolitano le dijo mirndolo con aspere;a: 8Aunque no lo creas, Dilarion, hay ciertas cosas que yo no habr!a estado dispuesto a hacer para conseguir el hbito. 8Bespu#s pregunt a los dems8: (ueno, Jadoptar el hbito negroK 83reo que s! 8dijo un cl#rigo que hab!a trabajado en Ir%uts%8. Le tentar servir a la causa del )e*or. F tampoco se puede dejar pasar a la ligera la oportunidad de hacer el bien. 8)i se refiere al poder, d!galo 8le espet el metropolitano. 8-ues bien, me refiero al poder 8contest secamente el cl#rigo. 8F el tal 9oronov, Jva en busca del poderK 8pregunt el anciano. 8,unca lo ha buscado ni lo ha recha;ado 8afirm con convicci n uno de sus ayudantes ms j venes8. Le aseguro que el hombre es un verdadero santo.

-gina /6@ de ?@0

Alaska

James A. Michener

89aya, vaya 8murmur el metropolitano8. +n una isla perdida de la que nunca hab!a o!do hablar, hay una familia con un santo y una santa. +s curioso. 8Algunos quisieron convencerle de que era realmente as!, pero entonces mir a sus consejeros y formul la pregunta ms dif!cil8: si le tentamos con nuestro deslumbrante galard n para que venga a )an -etersburgo, Jsu mujer lo permitirK 8Lo comprender, si a #l le reclama la gloria 8afirm el sacerdote que la hab!a conocido8. )u marido renunci a sus votos para casarse con ella. +stoy seguro de que si ahora pretendiera desposarse con la iglesia, su esposa le aconsejar!a que hiciera lo mismo. 3on esta convicci n, los dignatarios de )an -etersburgo tomaron 8 la e$traordinaria decisi n, celebrada por el ;ar, de ascender al cargo superior de la iglesia ortodo$a al piadoso sacerdote de la parroquia ms alejada de la capital: el padre 9asili 9oronov, de la catedral de )an 4iguel, de ,ueva Ar%angel. -ero el ar;obispo metropolitano, satisfecho de que se hubiera elegido a un sucesor, aunque sin ningunas ganas de verle aparecer tan pronto por )an petersburgo, sugiri : 8-odemos designarlo este a*o obispo de Ir%uts%, y ar;obispo metropolitano el a*o pr $imo, cuando yo ya estar# demasiado viejo para continuar en el cargo. incluso los sacerdotes ms interesados en que se nombrara de inmediato un nuevo dignatario, reconocieron que era preferible ascender paso a paso al padre 9asili& el ;ar quer!a pronto un hombre nuevo, pero tambi#n capitul ante la estrategia, aunque, a fin de protegerse, anunci p"blicamente que el ilustre dirigente de la iglesia ortodo$a se retirar!a a principios del a*o siguiente. 3omo consecuencia de estas maniobras e$tra*as y retorcidas, se anunci secretamente a 9asili 9oronov que, si retomaba el hbito negro abandonado treinta y seis a*os antes, se le designar!a obispo de Ir%uts%, la ciudad de la que proven!a su familia, con grandes posibilidades de ascender ms adelante. +l oficial de la 4arina que le transmiti la interesante informaci n a*adi , tal como le hab!a indicado el ;ar en persona: 83laro que tal cosa requerir!a un divorcio. F si su esposa, que pertenece a una ra;a que :usia se esfuer;a en conquistar para la cristiandad, se opusiera... 8se encogi de hombros. Al e$aminar los documentos confidenciales que confirmaban la e$traordinaria propuesta, el padre 9asili e$periment dos reacciones que solamente pudo e$presar para sus adentros: PFo no soy digno de este honor, pero si la Iglesia, en su sabidur!a, me reclama, Jc mo voy a negarmeKQ& e, inmediatamente: P-ero Jcul ser el papel de )of!a en todo estoKQ. )in discutir el complicado problema siquiera con su hijo, sali de la catedral y camin arriba y abajo, de una esquina a otra de la empali;ada, pasando junto a los almacenes que hab!a ayudado a construir y junto a las tiendas cuya instalaci n hab!a promocionado Ayril Shdan%o, hasta llegar al otro lado de las murallas, al lugar donde se agrupaban los tlingits, y volvi a esa iglesia que nunca hubiera e$istido sin el duro trabajo que llevaron a cabo #l y su mujer. Al recordar su nombre y su imagen, comprendi la crueldad de la elecci n que le propon!an. ,o pudo mencionar la cuesti n ante ella en tres d!as& ten!a un buen motivo para evitarlo, pues estaba seguro de que, si su esposa se enteraba de la oportunidad que ten!a en Ir%uts% y qui; ms adelante en la capital, le animar!a a cambiar de hbitos y aprovechar la oportunidad, aunque tal cosa significara abandonarla. F #l, por educaci n, no deseaba ponerla en situaci n de ser ella quien eligiera. -ens decidir por s! mismo qu# era lo correcto y e$poner despu#s su idea a )of!a, para pedirle que se opusiera, si consideraba que era su deber. 3onvencido de que ninguno de los dos actuar!a con ego!smo o precipitaci n, pas la mayor parte del cuarto d!a dedicado a sus plegarias, que pronunciaba con la sencille; que siempre le hab!a caracteri;ado:

-gina /L0 de ?@0

Alaska

James A. Michener

8-adre 3elestial, desde que era ni*o supe que deseaba pasar la vida a Cu servicio. De luchado humildemente por hacerlo& siendo joven, pronunci# mis votos sin siquiera pensar en una alternativa. -ero tres a*os despu#s los revoqu# para poder casarme con una muchacha nativa. Q 3omo bien sabes, ella me brind una nueva perspectiva de lo que pod!an ser Cu Iglesia y su misi n. +lla ha sido la santa& yo, el servidor, y no puedo hacer nada que la hiera. -ero ahora se me reclama para un servicio ms elevado dentro de Cu Iglesia, y para aceptarlo es preciso que reconsidere mis votos y cause un grave perjuicio a mi esposa. QJNu# voy a hacerK Aquella noche era la quinta ve; que se iba a dormir preocupado -or su problema& como en las anteriores, dio vueltas y vueltas en la cama, inquieto y sin poder pegar ojo, pero hacia el alba cay en un sue*o profundo y reparador, del que no despert hasta cerca de las die;. )u esposa, sabiendo que, desde la llegada del "ltimo barco ruso, 9asili hab!a estado bajo cierta tensi n nerviosa, le dej dormir& cuando despert , la encontr esperando, con un vaso de t# y unas palabras amables: 8Das estado preocupado por alg"n dif!cil problema, 9asili, pero puedo ver en tu cara que Bios lo ha resuelto mientras dorm!as. 'l acept el t# que su mujer le ofrec!a, sac los pies de la cama y, despu#s de beber un largo trago, dijo con aire pensativo: 8+l ;ar y la Iglesia quieren que vaya a Ir%uts% como obispo y, a su debido tiempo, qui; me nombren para encabe;ar la Iglesia desde )an -etersburgo. 8)in vacilar, pues hablaba con una gran fe, comen; a a*adir8: y eso significar!a... -ero fue su esposa quien acab la frase: 8)ignificar!a que tendr!as que retomar el hbito negro. 8As! es 8afirm 9asili8. F despu#s de consultar con Bios, he decidido. 83omen;aste tu carrera con el hbito negro, 9asili. JCan grande ser!a el cambio que ahora te impide dormirK 8-ero significar!a... Los dos amantes, cada uno de los cuales hab!a adaptado su vida a la del otro, saltando barreras que hubieran asustado a personas menos valientes, ahora que ten!an que tomar sin ayuda de nadie una decisi n, intercambiaron una mirada por encima del corto espacio que les separaba: ella, una mujercita aleuta, que no llegaba al metro y medio de estatura, de te; oscura y con un disco de hueso de ballena en el labio& #l, un alto ruso en camisa de dormir, canoso, barbudo y preocupado. Burante un dif!cil momento ninguno supo qu# decir, pero luego la mujer retir el vaso, tom a su marido de las manos y dijo, con la e$tra*a y encantadora pronunciaci n del ruso que se deb!a a su origen aleuta y a la presencia del disco labial: 89asili, ahora tengo a Ar%ady aqu! para protegerme, y tal ve; pronto podr ayudarme tambi#n su esposa& no tengo nada que temer, y nada de que quejarme. Da; lo que Bios te indique. 8Anoche, cuando sonaron en el castillo las campanadas de medianoche, comprend! que deb!a ir a Ir%uts% 8dijo #l, con dul;ura8, estrech las manos de su mujer y a*adi 8: F que Bios me perdone por el da*o que te estoy haciendo. Tna ve; hubieron tomado una decisi n, ninguno de los 9oronov quiso volver a considerarla ni someterla a dudas o censuras. Aquel memorable d!a, por la ma*ana, pidieron a su hijo que les acompa*ara al castillo, donde solicitaron entrevistarse con Shdan%o& se acomodaron los cuatro en los asientos del porche, desde donde se ve!an la bah!a y las monta*as, y el padre 9asili e$plic fr!amente: 84e han elegido obispo de Ir%uts%. +so significa que tendr# que volver a adoptar el hbito negro que llev# cuando joven. Cambi#n significa que tengo que anular mi

-gina /L. de ?@0

Alaska

James A. Michener

matrimonio con )of!a Auchovs%aya 8hi;o una pausa para permitir que la dramtica noticia hiciera su efecto y estrech las manos de Shdan%o y de Ar%ady8. Cengo que dejar a esta maravillosa mujer a vuestro cuidado 8a*adi & y ya no volvi a hablar en la media hora siguiente. Los otros discutieron algunos problemas evidentes: qui#n iba a sustituir a 9asili en la catedral, d nde vivir!a )of!a y cul ser!a la responsabilidad de Shdan%o y Ar%ady. +n cuanto a #stos: Jqu# har!a Shdan%o cuando terminara su per!odo como administrador general interinoK Incluso se preguntaron si la empali;ada ser!a lo bastante fuerte para resistir un ataque de los tlingits, lo que era una constante amena;a. Rcuparse de estos asuntos prcticos era una forma de recordarse a s! mismos que en ,ueva Ar%angel la vida deb!a continuar, aunque la autoridad espiritual de la comunidad pasara a ms altas obligaciones. Los tres conversadores escogieron entre las diferentes posibilidades que se les ofrec!an, y lo hicieron con mucha sensate;, como si admitieran que el padre 9asili ya no formaba parte de sus vidas. -ero en cuanto el futuro de )of!a estuvo bastante claro, dentro de lo ra;onable, el padre 9asili no pudo controlarse ms, se cubri la cara con las manos y se ech a llorar. +staba a punto de abandonar el para!so que #l mismo hab!a contribuido a crear y cuyos valores espirituales hab!a desarrollado y defendido. Dab!a colaborado en la construcci n de un mundo y ahora renunciaba a #l. )e hab!a convertido en un anciano de pelo blanco, algo encorvado, de movimientos un poco lentos. Dablaba con mayor prudencia y tend!a a pensar ms en sus derrotas que en sus victorias. 3onoc!a bien las locuras del mundo y, aunque estaba dispuesto a perdonar, lamentaba no haber tenido ms tiempo para combatir los aspectos injustos de la vida. -ara decirlo con sencille;, se sent!a ms cerca de Bios que nunca y cre!a estar preparado para llevar a cabo la misi n divina, porque hab!a aprendido a cumplirla desde cualquier puesto que le correspondiera ocupar. +l barco que hab!a tra!do la noticia de su ascenso al obispado necesitaba Rnce d!as para concluir sus obligaciones en el estrecho de )it%a, y durante las "ltimas jornadas de esa estancia, el padre 9asili ultim los detalles relacionados con su partida. -ero el "ltimo d!a, cuando todos sab!an que el barco ten!a que ;arpar a las ocho de la ma*ana )iguiente, se encontr cara a cara con la necesidad de despedirse en pocas horas de su esposa, para siempre, lo que se torn ms doloroso al ponerse el sol, con las largas horas de la noche al acecho. )entado con )of!a en la habitaci n principal de la modesta casa construida junto a la catedral, comen; por decir: 8Fa no recuerdo cundo te vi por primera ve;. )# que fue en -uerto Cres )antos y el chamn tuvo algo que ver 8vacil y solt una risita al recordar su largo enfrentamiento con aquel hombre enloquecido8. Ahora lo comprendo: la "nica diferencia entre nosotros era que mis padres me hab!an dado a conocer a Bios y a =es"s, mientras que los suyos no tuvieron oportunidad de hacer lo mismo. 8+ra muy obstinado 8asinti su mujer8. Rjal yo sepa defender mis creencias con tanto valor como #l defendi las suyas. Dablaron de la trgica manera en que hab!an muerto tantos aleutas durante la ocupaci n rusa, y 9asili dijo, sin faltar a la verdad: 8A veces pasan meses enteros, )of!a, sin que yo piense que eres una aleuta. 8Fo pienso en ello todos los d!as 8replic ella rpidamente8. Lloro la p#rdida de nuestro mundo, y a veces, por la noche, veo a las mujeres abandonadas en Lapa%, demasiado viejas y d#biles para atreverse a salir en busca de la "ltima ballena. F se me parte el cora; n. Luego hablaron de los buenos tiempos: del nacimiento de Ar%ady y de la consagraci n de la catedral, lo que hi;o re!r a 9asili:

-gina /L/ de ?@0

Alaska

James A. Michener

8-arece que ahora voy a tener una catedral de verdad, incluso lujosa& pero, cualquiera que sea su aspecto, no podr ser una casa de Bios ms sagrada que la que construimos t" y yo aqu!, en ,ueva Ar%angel. Al mencionar este nombre, se acordaron de (aranov, gracias a cuya fuer;a de voluntad se hab!a podido edificar la peque*a y pr spera colonia. 8'l la consideraba la -ar!s del +ste 8record 9asili& y en la oscura habitaci n se hi;o el silencio. Tn hombre piadoso se dispon!a a abandonar a su esposa, todav!a ms devota, para el resto de sus vidas, sin que ella le hubiera dado ning"n motivo& y no hab!a ms que decir. 3uando lleg a ,ueva Ar%angel -ras%ovia Aostilevs%aia, hija de la destacada familia moscovita de los Aostilevs%y, los hombres que estaban trabajando en el muelle se detuvieron para mirarla, porque en raras ocasiones se hab!a visto en aquel pueblo de frontera una joven de una belle;a y una elegancia tan llamativas. +ra mucho ms alta que las mujeres aleutas o criollas y su cutis era mucho ms blanco, pues era de esas rusas que tienen una marcada proporci n de sangre alemana& en su caso, sajona, lo cual e$plicaba sus ojos a;ules y su bonito pelo rubio muy claro. Cen!a una sonrisa clida, pero tambi#n unos ademanes inconfundiblemente aristocrticos, de alguien que sabe mostrarse amable con los superiores y altanera con los infe8 riores& en general, daba la impresi n de ser una mujer inteligente y segura de s! misma. 8'l es criollo, no le durar mucho una mujer como #sa 8dijeron los c!nicos, cuando se supo que la joven ven!a desde tan lejos para casarse con Ar%ady 9oronov. La boda con Ar%ady tuvo que esperar tres semanas, para que -ras%ovia tuviera tiempo de cumplir con la Iglesia& durante esos d!as, la muchacha comen; a tener sus dudas sobre ,ueva Ar%angel, al comprobar el mal tiempo propio de esa regi n de Alas%a. Besde =ap n llegaba una corriente clida, a trav#s del -ac!fico ,orte, que se acercaba mucho a la costa y provocaba la formaci n de unas nubes densas y h"medas que se quedaban prendidas de las monta*as, ocultando su visi n durante d!as enteros. Al cabo de diecinueve d!as de lluvia ininterrumpida, -ras%ovia perdi la paciencia y escribi a su familia& como sol!an hacer las rusas cultas, usaba una gran cantidad de e$presiones francesas para describir sus emociones: 3h#res 4aman et )oeur: Llevo ya diecinueve d!as en esta isla lluviosa y no he visto ms que bruma, niebla, nubes y la naturale;a en el aspecto ms sombr!o que puede presentar a un ser humano. Codo el mundo me asegura que, en cuanto salga de nuevo el sol, podr# contemplar una magn!fica serie de monta*as a nuestro alrededor, con un precioso volcn hacia el oeste. 3omo estoy dispuesta a creer que no todos aqu! han de ser unos mentirosos, supongo que las monta*as e$isten realmente&

-gina /L7 de ?@0

Alaska

James A. Michener

pero es preciso aceptarlo como art!culo de fe, porque rara ve; se ofrecen a los ojos del visitante. Tna encantadora dama, intentando animarme, me asegur ayer. P:ara ve; pasa un mes entero sin que, por lo menos un d!a, se aparten las nubesQ& con esta esperan;a me acostar# esta noche, re;ando para que ma*ana sea ese "nico d!a de cada treinta. La compa*!a de Ar%ady resulta a"n ms agradable de lo que cre!amos en 4osc", y yo estoy content!sima. Demos adquirido una casita de madera cerca del castillo y, con imaginaci n e inventiva, la transformaremos en nuestro palacio secreto, porque desde fuera no parecer gran cosa. ,o estoy segura de si circul por 4osc" la interesante informaci n sobre el padre de Ar%ady, pero le han designado obispo de Ir%uts%, con todas las probabilidades de convertirse, antes de que termine el a*o, en el metropolitano de todas las :usias. 3onque vosotras ver#is al padre en vuestra ciudad mientras yo estoy viviendo con el hijo aqu!, en la m!a. F ahora, la noticia mejor de todas. han nombrado administrador adjunto a Ar%ady y le han encargado supervisar la cesi n al administrador general definitivo del mando que ahora ostenta el interino, despu#s de lo cual Ar%ady continuar como adjunto hasta que le llegue el momento de convertirse en jefe. -or ahora su madre vive con nosotros& es una mujer aleuta maravillosa, que no llega al metro y medio de estatura y lleva una especie de pendiente de marfil insertado en el borde del

-gina /L6 de ?@0

Alaska

James A. Michener

labio inferior. )onr!e como un ngel y no me permite hacer nada, pues me dice, hablando el ruso con gran correcci n: P-salo bien con tu esposo ahora que sois j venes, que los a*os transcurren demasiado deprisaQ. 4s adelante, en otra carta, os contar# qu# le ocurri a su matrimonio, aunque lo ms seguro es que vosotras mismas os lo pod#is imaginar. )of!a 9oronova, que prcticamente se hab!a convertido en una viuda, al o!r que su futura nuera se quejaba del clima de )it%a 1prefer!a usar el nombre tlingit para su ciudad2, temi que la aristocrtica joven no resultara una buena esposa para su hijo, por lo que la observ atentamente mientras -ras%ovia se paseaba por la colonia. P)abe lo que est haciendo. F no tiene miedoQ, pens al ver que -ras%ovia sal!a de las murallas para hablar con las tlingits del mercado. -ero esa anciana mujer aleuta hab!a presenciado tantos acontecimientos dramticos en la vida que, instintivamente, cre!a que -ras%ovia, que era muy bonita y proven!a de una ciudad, acabar!a crendole dificultades a su esposo& por eso esperaba la pr $ima boda con cierto temor. -ero aquella brillante hija de la sociedad moscovita, como si hubiera adivinado las aprensiones de )of!a, fue a visitarla dos d!as antes de la ceremonia. 84adre 9oronova 8le dijo8, ya s# que seguramente me encuentra e$tra*a y no tratar# de hacerla cambiar de idea. -ero tambi#n s# otra cosa: Ar%ady es un hombre e$celente, y eso se debe a que quien le educ le ense* buenos modales y la forma en que se debe tratar a una esposa. 3omo estoy segura de que fue usted, se lo agrade;co. 8+ntonces -ras%ovia pregunt , ante la sorpresa de )of!a, que no hab!a conocido en )it%a a otra rusa tan atrevida : J3 mo se llama esa cosa que lleva en el labioK 8+s un disco labial 8respondi )of!a, admirando su franque;a. 84uy bien, ahora d!game qu# es un disco labial 8pregunt con descaro su visitante. La anciana se lo e$plic , pero -ras%ovia no se qued contenta. 8)upongo que #se tiene que ser muy especial. J-odr!a ... K 8no acab de formular la petici n.

-gina /LL de ?@0

Alaska

James A. Michener

Burante un largo momento )of!a la contempl , preguntndose: P)i se lo cuento, Jlo comprenderKQ Finalmente, decidi que no importaba si la joven forastera lo comprend!a o no& iba a convertirse en la esposa de Ar%ady, por lo que, cuanto ms supiera de sus or!genes, mejor. +n vo; muy baja, comen; a e$plicarle c mo era la vida en la isla de Lapa%, c mo hab!an condenado a muerte a los suyos, y c mo su madre, su bisabuela y ella misma hab!an matado a la ballena: 8Tna mujer de la aldea tall el disco con un hueso de la ballena que matamos y me lo dio cuando yo me fui de la isla. 8Al comprobar que la historia estaba impresionando mucho a -ras%ovia, a*adi 8: Fo fui la "nica mujer de Lapa% que consigui escapar, y pienso llevar este disco labial hasta que muera, por amor a mi ra;a. -ras%ovia se qued mucho tiempo sentada en silencio, tapndose la cara con las manos, hasta que se levant y sali sin pronunciar palabra& pero volvi al d!a siguiente y, con una risa alegre y juvenil, dijo a )of!a: 8+n :usia es costumbre que la novia se ponga algo que haya llevado su madre en su propia boda. 4e gustar!a poder llevar, solamente ese d!a, su disco labial. F las dos mujeres se abra;aron, convencidas de que nunca habr!a problemas entre ellas. A partir de entonces, con la e$presi n Plos 9oronovQ, los habitantes de ,ueva Ar%angel se refer!an al joven administrador y a su atractiva esposa& casi se hab!an olvidado de los antiguos poseedores del nombre. Campoco se mencionaba con mucha frecuencia a (aranov, y tambi#n Ayril Shdan%o desapareci de las conversaciones, en cuanto le sustituy el administrador general definitivo enviado desde :usia, un hombre que ten!a un peque*o t!tulo nobiliario. Tna nueva generaci n hab!a accedido al poder y administraba lo que era ya una ciudad nueva& el "ltimo representante de la antigua estirpe desapareci con la muerte del estadounidense Com Aane, el constructor de barcos, mientras que la llegada de un barco de vapor de )an Francisco indicaba el comien;o de una nueva #poca en el mar. Ar%ady 9oronov, cuando llevaba poco tiempo encargndose de los asuntos de la 3ompa*!a, vio puestas a prueba sus dotes de mando: los tlingits de las islas del norte, bajo la direcci n de un nuevo toy n, hab!an decidido que era un buen momento para intentar una ve; ms reconquistar la colina del 3astillo, derribar la empali;ada y devolver la colonia a sus primeros due*os. Lo planearon cuidadosamente, reunieron bastantes armas y, con el sigilo que les caracteri;aba, comen;aron a infiltrarse en los territorios del sur, a un ritmo muy regular, de modo que pronto hubieron formado un ej#rcito importante al este del pueblo, en los valles. 3omo el heroico Aot8le8an hab!a muerto, les encabe;aba el viejo y e$perimentado guerrero 3ora; n de 3uervo, que contaba con el ferviente apoyo de su mujer, la implacable Aa%ina, y de su hijo de veinte a*os, que era conocido con el nombre de Rrejas <randes, porque le hab!an crecido de una manera espectacular. Los tres juntos constitu!an una potente unidad de combate& Aa%ina animaba a sus hombres a continuar y les proporcionaba comida y un lugar seguro cuando ten!an que recuperarse de las heridas o planear el pr $imo ataque. 3ora; n de 3uervo decidi apostar a sus mejores hombres cerca de las puertas de la empali;ada, por donde ten!an que entrar las mujeres tlingits con lo que llevaban al mercado. +n el momento preciso, #l, Rrejas <randes y otros seis hombres se abrir!an paso por la fuer;a a trav#s del port n y lo arrancar!an de sus go;nes, lo que permitir!a que un centenar de guerreros penetrara en la empali;ada. Bel #$ito de la primera oleada depender!a lo que ocurriese despu#s, aunque todos, a fin de vencer a los rusos, estaban dispuestos a aceptar que al principio se produjeran grandes p#rdidas. A las seis de la ma*ana, los hombres que estaban escondidos entre las -!ceas, al norte de la colina del 3astillo, oyeron el toque de corneta matinal& a las ocho vieron que dos

-gina /LM de ?@0

Alaska

James A. Michener

soldados rusos ordenaban a seis obreros aleutas que abrieran de par en par las puertas de mimbre. +ntr una mujer tlingit, cargada con almejas. Lleg otra, con algas marinas. 3uando se adelantaba una tercera, que llevaba pescado, 3ora; n de 3uervo, su hijo y sus audaces compa*eros se abalan;aron en el interior del recinto, mataron a un soldado ruso y obligaron a otro a escapar. Al cabo de unos minutos hab!a comen;ado la batalla por ,ueva Ar%angel, y los tlingits se hab!an adjudicado lo que en un principio parec!a una victoria. -ero Ar%ady 9oronov, que llevaba el mando desde la colina, era uno de los j venes a los que no asusta tomar decisiones rpidas: en el momento en que vio desplomarse las puertas, se dio cuenta de la necesidad de acabar con la amena;a, por lo que, sin tener en cuenta las consecuencias que sufrir!a tanto su -ropia gente como el enemigo, orden abrir fuego a sus ca*oneros. Bos balas de hierro cayeron con una potencia devastadora sobre la muchedumbre que luchaba frente a las puertas y mataron a quince de los atacantes tlingits y a siete criollos, cinco hombres y dos mujeres, que hab!an acudido all! para comerciar con los tlingits sometidos. 3ora; n de 3uervo vio que algunos de sus mejores hombres ca!an bajo las balas de ca* n& entr en c lera al principio, pero se domin al comprender que iban a entrar en funcionamiento los nueve grandes ca*ones instalados en las murallas del castillo. 8U-oneos a cubiertoV 8grit a sus hombres. Los tlingits permanecieron tres horas en el interior de las murallas y refugindose en casas y portales, acabaron con todo cuanto pudieron alcan;ar sin ponerse al alcance de los ca*ona;os. Fue una guerra cruel que, de no ser porque 9oronov decidi tomar medidas drsticas, podr!a haberse prolongado hasta el anochecer. 8-resentadles batalla 8dijo a sus hombres, corriendo de un parapeto a otro8. ,o dej#is que huyan a trav#s de las puertas. -ero retiraros a todo correr en cuanto oigis el toque de corneta, porque voy a disparar los ca*ones. Bicho esto, corri colina arriba hasta las murallas del castillo y apunt seis de los ca*ones hacia el centro del combate: un lugar cercano a las puertas, donde los rusos y los tlingits se confund!an en una intrincada multitud. 8U3ornetaV 8grit . Los rusos abandonaron en seguida el lugar, todos menos un muchacho que trope; y cay entre los tlingits. Burante una fracci n de segundo, 9oronov pens retrasar los disparos para dar al ca!do una posibilidad de escapar, pero finalmente, al ver a los tlingits arremolinados, grit PUFuegoVQ, y cayeron seis balas rebotadas sobre la confusa multitud, que mataron o dejaron lisiados a dos de cada tres tlingits. +l toque de corneta hab!a alertado a 3ora; n de 3uervo, que se salv de los disparos& pero, cuando corr!a hacia la muralla e intentaba dar un gran salto detrs de su hijo, 9oronov orden a sus ca*oneros que dispararan de nuevo: una bala enorme alcan; al jefe tlingit en plena espalda, le rompi los huesos y le lan; despedido contra la cerca que estaba a punto de escalar. Los postes le atravesaron la carne, los huesos y las destro;adas ropas, y durante un momento su cuerpo pendi lnguidamente, hasta que lo derribaron unos disparos de rifle que proven!an de una casa cercana. As! termin el ataque de .I7M y, con #l, las "ltimas esperan;as de los tlingits... durante aquella generaci n. 4s de un tercio de los cuatrocientos sesenta y siete hombres de 3ora; n de 3uervo hab!an muerto dentro del recinto, incluido #l. Las colinas verdes y cubiertas de p!ceas, que tan hermosas se ve!an bajo el sol o bajo la nieve, no volver!an a ver a la ra;a tlingit. Aa%ina, ahora viuda, condujo a su hijo hasta un nuevo refugio en una isla ms apartada que 3hichagof& una ve; all!, el muchacho no olvid aquella jornada y plane dirigir una e$pedici n de vengan;a, porque ning"n tlingit como Aot8le8an o 3ora; n de 3uervo

-gina /L? de ?@0

Alaska

James A. Michener

hubieran aceptado nunca la derrota. F Rrejas <randes, que cavilaba tristemente en su isla, era un buen tlingit como ellos. )of!a 9oronova, la madre del joven comandante, contempl la batalla desde el castillo& al principio se sinti orgullosa por el valiente comportamiento de su hijo, pero cuando los enormes ca*ones, con la victoria asegurada, continuaron bombardeando casas que estaban bastante apartadas de las murallas Ppara dar una lecci n a los tlingitsQ, comprendi que se trataba de una matan;a de los pac!ficos indios que hab!an decidido vivir al lado de los rusos. 8U(astaX 8e$clam , corriendo hacia los artilleros. )u hijo y -ras%ovia se quedaron at nitos al o!r los lamentos de )of!a, tan distintos a los gritos que ellos profer!an en aquel momento de victoria. Apartaron la vista de las "ltimas salvas del bombardeo para volverse hacia ella, asombrados, y vieron que la mujer les miraba como si lo hiciera por primera ve;. +n aquel momento se elev entre ellos una barrera tan alta como el monte Benali. Can pronto como callaron los ca*ones, )of!a volvi la espalda a su hijo y descendi la escalera para ocuparse de los heridos, de dentro y fuera de la empali;ada& ayud a los que hab!an perdido un bra;o, un amigo o un hijo y entonces descubri que no se identificaba con los rusos vencedores sino con los derrotados tlingits, como si supiera que eran #stos y no aqu#llos quienes merec!an su ayuda. Los tlingits la convencieron de que el ataque de 3ora; n de 3uervo les hab!a tomado por sorpresa, igual que a los rusos, y )of!a sinti una repentina triste;a por ese pueblo transtornado, que hab!a renunciado a una vida de completa libertad por establecerse en una comunidad instalada al margen de lo que su marido llamaba la Pcivili;aci n cristianaQ, con el "nico resultado de que les hab!a atrapado una guerra en la que, sin tener arte ni parte, hab!an sido las v!ctimas principales. :ecord otras injusticias cometidas en su ni*e; y lleg a la conclusi n de que era inevitable que ocurrieran ese tipo de cosas cuando chocaban modelos de vida diferentes& sigui yendo y viniendo entre los tlingits de fuera de las puertas y los rusos del interior, asegurando a unos y a otros que la vida pod!a continuar como en el pasado y que nadie ten!a la culpa. 3onvenci a pocas personas: su hijo le coment que los rusos pod!an verse obligados a e$pulsar a todos los tlingits& los que viv!an al otro lado de las puertas no le hicieron caso y la amena;aron con abandonar ,ueva Ar%angel F unirse a los rebeldes para emprender otro ataque. 3omo )of!a se neg a aceptar su desilusi n, record que en Aodia% hab!a desempe*ado un papel indispensable en el acercamiento entre rusos y aleutas e insisti en sus esfuer;os para reunir a los dos obstinados grupos en un conjunto coherente2 hasta que poco a poco se impuso su visi n del futuro. 8Bi a los de fuera 8le pidi su hijo, una ma*ana8 que no deseamos que se vayan. Biles que ma*ana, cuando se abran las puertas, podrn traer sus mercanc!as, como siempre. 8Los necesitis, JverdadK 8sugiri )of!a. 8)! 8reconoci su hijo8, y ellos a nosotros. +sa misma tarde )of!a fue en busca de los tlingits, que segu!an mostrndose recelosos. 84a*ana se abrirn las puertas. Cen#is que traer comida y pescado, como siempre. 8J-odemos confiar en ellosK 8pregunt un hombre que hab!a -erdido a un hijo en el combate. 8+s preciso 8contest )of!a. 4s tranquilos, se agruparon a su alrededor para interrogarla amablemente. 8J+ras aleuta antes de que los rusos llegaran a tu islaK 8pregunt uno. 83ontin"o si#ndolo 8)of!a se ri , llenando de alegr!a el atardecer. 8-ero en esos tiempos Jno formabas parte de su IglesiaK +lla respondi que no.

-gina /LI de ?@0

Alaska

James A. Michener

8-ero ahora ests con ellos, JnoK 8pregunt una mujer curiosa. )of!a les e$plic que hab!a estado casada con el hombre alto y barbudo que predicaba en la catedral. 8JCu nueva religi n es...K 8quisieron saber entonces varios de ellos, pero no supieron c mo terminar la pregunta. 8JDay un dios, como ellos dicenK 8solt por fin un hombre. +sa noche )of!a pas largo rato con los tlingits, hablndoles de la belle;a que hab!a encontrado en el cristianismo, de su mensaje de amor, que se dirig!a tambi#n a los ni*os, del papel ben#fico desempe*ado por la 9irgen )anta y de la promesa divina sobre la vida eterna. Les hablaba con un convencimiento tan natural que por primera ve;, en aquellos momentos de desgracia, algunos tlingits consideraron que hab!a una religi n ms ben#vola y digna de respeto que aqu#lla a la que ellos hab!an pertenecido hasta entonces. )of!a les describi el cristianismo con gran poder de persuasi n, pues aunque hacia el final de su vida esa religi n la hab!a tratado mal y le hab!a arrebatado al marido, quedaba todav!a el esplendor de los a*os intermedios, que parec!an tener ms importancia. )in embargo, si bien contribuy a que los desorientados tlingits encontraran un equilibrio entre lo viejo y lo nuevo, ella misma no consigui alcan;arlo. -or la noche, en la oscuridad de su habitaci n, sent!a una intensa nostalgia por el pueblo al que hab!a pertenecido durante su ni*e;. A veces su mente divagaba y cre!a estar otra ve; en la isla de Lapa% o en el %aya%, con su madre y su bisabuela, ca;ando a la ballena& su a*oran;a del pasado se volvi constante, por lo que una ma*ana atraves las puertas de la empali;ada para hablar con dos tlingits que hab!a conocido durante los d!as que siguieron a la batalla. 8J-odr!ais llevarme a los ba*os termalesK 8pregunt , se*alando hacia el sur, hacia aquel agradable lugar donde hab!an estado tantas veces su marido y ella, acompa*ados por (aranov y Shdan%o, para descansar y recuperar fuer;as. 8Fa te llevarn los rusos 8protestaron los hombres, que tem!an que un comportamiento desacostumbrado por su parte fuera interpretado como una nueva agresi n. 8,o, quiero ir con los m!os 8)of!a descart as! sus temores. 3on estas palabras, tom la "ltima decisi n importante de su vida. +lla no era rusa, no formaba parte de su sociedad& era lo que hab!a sido siempre: una muchacha aleuta muy valiente, una ind!gena como los tlingits, pariente de los jefes Aot8le8an y 3ora; n de 3uervo. +n su visita al manantial que hab!a pertenecido a los indios desde hac!a mil a*os, quer!a que la acompa*aran los valerosos tlingits de las islas cercanas a la costa. 83uando nos hayamos marchado 8orden a algunas mujeres, con la intenci n de proteger a los hombres que la llevar!an al sur8, id hacia las puertas, preguntad por 9oronov y decidle: PCu madre se ha ido al manantial. +st bien y volver al anochecer& y si no, por la ma*anaQ. )eguidamente, se puso en camino hacia una de las regiones ms bellas de )it%a. )e abrieron paso entre la gran cantidad de islas, dejando al oeste el gran volcn, y atravesaron dif!ciles estrechos, con las monta*as al este, protegi#ndoles, y con el tranquilo oc#ano -ac!fico sonri#ndoles, al otro lado de los islotes. Aquel d!a, la traves!a result tan bonita como la primera ve; que hab!a ido a los ba*os con su marido y con (aranov, y )of!a se sorprendi pensando: PRjal no acabara nuncaQ. Bespu#s sinti un deseo ms inquietante. P3uando lleguemos, me gustar!a que 9asili, (aranov y Shdan%o me estuvieran esperandoQ. )umida en tales pensamientos, agach la cabe;a, sin prestar atenci n al c!rculo de monta*as que le daban la bienvenida. 8,o me quedar# mucho tiempo 8asegur a los dos tlingits, cuando la dejaron en la playa& y a*adi , esperan;ada8: +stoy muy cansada, JsabenK& tal ve; las aguas termales me ayuden.

-gina /L@ de ?@0

Alaska

James A. Michener

)ubi lentamente la suave cuesta hasta el lugar donde surg!an de la tierra las aguas sulfurosas y calientes& al entrar en la baja construcci n de madera que hab!a levantado el infatigable (aranov, se quit la ropa y se sumergi con impaciencia en el agua tranquili;adora& al principio la encontr demasiado caliente, pero al cabo de un rato se acostumbr a la elevada temperatura y disfrut del alivio que le procuraba. Bespu#s de permanecer durante alg"n tiempo tendida, con el agua hasta el cuello, de modo que sent!a tan cerca como era posible los terap#uticos efluvios del manantial, entr en un mundo on!rico en el que son una vo; fantasmal que susurraba su verdadero nombre: 8U3idaqV Abri los ojos, asombrada, y mir a su alrededor, pero no hab!a nadie ms en el ba*o& se adormeci otra ve;, y de nuevo lleg la misteriosa vo; desde el techo abovedado: 8U3idaqV +ntonces se despert y se ech agua a la cara& se ri entre dientes, recordando el d!a en que (aranov y su marido la hab!an llevado a la cho;a levantada bajo el rbol grande de -uerto Cres )antos, a fin de convencerla de que el astuto chamn Lunasaq consegu!a hacer hablar a su momia por medio de ventriloqu!a. P+ra un truco, )of!a 8le hab!a e$plicado el regordete (aranov8. Fo no s# hacerlo muy bien, porque no tengo prctica. -ero m!rame los labiosQ& y ella se hab!a quedado at nita al ver c mo (aranov manten!a los labios casi cerrados aunque segu!an brotando las palabras, que parec!an surgir de una ra!; que #l no dejaba de golpear con un palo. U3 mo se hab!an re!do ese d!aV& los dos hombres intentaron no burlarse de )of!a por haber cre!do en los esp!ritus, y a ella le produjo una gran alegr!a entrar en la hermandad de su nueva religi n. Ahora se re!a tambi#n, al pensar en lo equivocada que estaba. Al cabo de un rato, hundida casi hasta la boca en el agua caliente, volvi a divagar& deseosa de conversar otra ve; con la anciana de Lapa%, comen; a hablar, como en una alucinaci n hipn tica, ahora con sus propias palabras, ahora con las de la momia: 8JCe has enterado de que me han quitado al maridoK 8J+l joven 9oronovK 8Fa no es tan joven. +s el metropolitano de todas las :usias, nada menos 8a*adi con orgullo. 8-ero se ha ido. F Lunasaq se ha ido. Aunque t" has vivido bien en Aodia% y en )it%a, JverdadK 8la momia no emple los modernos nombres rusos, sino los antiguos. 8)!, pero al principio no era feli;, porque pensaba que os hab!a perdido a ti y a Lunasaq. 8JCiene eso alguna importanciaK J,o crees que tambi#n #l y yo estuvimos tristes, al haberte perdido durante un tiempoK 84i nueva religi n no me hace sentir desgraciada. 8JF qui#n ha dicho que te sientas as!K 8Acabas de decir que estuvisteis tristes por haberme perdido. 8Al perderte como amiga. JNu# ms da c mo recesK Lo que importaba de verdad hace much!simo tiempo, y lo que nunca dejar de tener importancia... 8la vo; de la anciana se e$tendi por toda la b veda8: es vivir en esta tierra como una reci#n casada con su esposo. :econocer a las ballenas como hermanas. Alegrarse al ver reto;ar una nutria marina con su cr!a. +ncontrar un refugio para las tormentas y un lugar donde disfrutar del sol. F tratar a los ni*os con respeto y cari*o, pues con el pasar de los a*os se convierten en nosotros mismos. 8De tratado de hacer todo eso 8dijo 3idaq.

-gina /M0 de ?@0

Alaska

James A. Michener

8Lo has intentado, ni*a 8acept la vieja , igual que lo intent# yo, y tambi#n tu bisabuela. F ahora ests muy cansada de tanto intentarlo, Jno es ciertoK 8)! 8confes 3idaq. 8JCiene eso alguna importanciaK 8pregunt dulcemente la anciana, antes de desaparecer. +n el silencio que sigui , 3idaq se tendi , dejando que el agua saliera cada ve; ms caliente y sulfurosa, clav la vista en el techo y pens : PLa religi n de la momia tiene que ver con la tierra, el mar y las tormentas, y es necesaria para vivir bien. La religi n de 9oronov hablaba de los cielos, las estrellas y las luces del norte, y tambi#n es necesariaQ. Las paredes del ba*o se cubrieron con imgenes de sus dos vidas: el gran maremoto que hab!a echado por tierra la iglesia de 9asili aunque hab!a dejado en pie la solitaria p!cea del chamn& las sombras que cubr!an el crucifijo de 9asili al atardecer& la primera ballena que hab!a aterrori;ado a las mujeres al pasar por su lado y que aun ahora le parec!a enorme& el grupo de ni*os que hab!a quedado a su cargo despu#s del maremoto& (aranov, con la peluca torcida& la alegr!a con la que hab!a llegado -ras%ovia Aostilevs%aya, de una noble familia moscovita, para casarse con Ar%ady en la lejana ,ueva Ar%angel, y, por encima de todo, el majestuoso volcn blanco, irguiendo en el crep"sculo su perfecta forma c nica. 3omprendi que hab!a sido un privilegio pertenecer por igual a los dos mundos& adems, aunque al recha;ar las costumbres rusas los hab!a perdido a ambos, conservaba lo mejor de cada uno, por lo que estaba agradecida. +l calor iba en aumento y las imgenes se convirtieron en un calidoscopio de los a*os transcurridos entre .??L y .I7?& la vo; hab!a dejado de o!rse, porque su "ltima pregunta lo resum!a todo: PJCiene eso alguna importanciaKQ. 8U)! que importaV 8decidi 3idaq8. Importa much!simo. -ero no hay que tomarlo demasiado en serio. 8JLe habr ocurrido algo a la viejaK 8coment uno de los remeros tlingits, cuando llevaban ms de dos horas esperndola en la playa. Insisti para que su compa*ero subiera con #l la colina, para poder e$plicar la verdad si es que algo hab!a ido mal. 3uando llegaron a los ba*os encontraron a )of!a flotando boca abajo en la superficie del agua. 8Fa sab!a yo que esto nos traer!a problemas 8comen; a quejarse el ms precavido. La envolvieron en sus vestidos, la llevaron cuesta abajo, la cargaron en el centro de la canoa y comen;aron a remar para volver a casa. Al acercarse al embarcadero, al pie del castillo, hicieron se*ales con los remos& las personas que estaban en tierra vieron a los dos hombres a proa y a popa y a la antigua esposa del sacerdote erguida en el asiento del centro, pero se dieron cuenta de que estaba muerta en cuanto la canoa se acerc a la playa. 8U9oronovV 8gritaron entonces algunos hombres, echando a correr hacia el castillo. +n los a*os posteriores a la muerte de )of!a 9oronova, la pr spera ciudad de ,ueva Ar%angel descubri , al igual que tantos otros pueblos en el pasado, que su destino depend!a de acontecimientos ocurridos en lugares muy lejanos y que escapaban a su control. +n .I6I se descubri oro en 3alifornia& en .IL7 estall la guerra de 3rimea, que enfrent a Curqu!a, Francia e Inglaterra, por un lado, con :usia, por el otro, y en .IM. se inici en los +stados Tnidos una atro; guerra civil entre el ,orte y el )ur. +l oro de 3alifornia atrajo la atenci n de personas de todas partes, hi;o que se reuniera una variopinta multitud en )an Francisco y transtorn las alian;as pol!ticas e$istentes en todo el -ac!fico oriental. +n ,ueva Ar%angel tuvo consecuencias totalmente inesperadas porque el administrador general envi a su asistente a DaEai y 3alifornia, en un viaje de reconocimiento, para averiguar c mo afectar!a a los intereses de :usia la afluencia de esta8 dounidenses hacia el oeste. Ar%ady dej a sus hijos al cuidado de dos ni*eras aleutas y

-gina /M. de ?@0

Alaska

James A. Michener

rog a su mujer que le acompa*ara& en Donolul", bajo las palmeras, oyeron por primera ve; un rumor que les sorprendi . Tn capitn ingl#s, reci#n llegado de un viaje a )ingapur, Australia y Cahit!, pregunt al desgaire, como si todos los rusos estuvieran enterados del asunto: 8B!game, Jqu# har un hombre como usted si se llega a pactarK 8JBe qu# pacto hablaK 8pregunt 9oronov, a quien interesaba cualquier insinuaci n de que las negociaciones entre <ran (reta*a y :usia pudieran obtener alg"n resultado. 84e refiero a si :usia da lu; verde y decide vender Alas%a a los yanquis. Ar%ady se inclin hacia atrs, sorprendido, y mir consternado a su mujer. 8U-ero si no hemos o!do hablar de esa ventaV 8,osotros s!, ms de una ve;, cuando llegbamos a puerto 8dijo el ingl#s. 8J+ran ingleses quienes hablabanK 8pregunt atinadamente 9oronov. 8,o hab!a nada en firme, JsabeK& pero los que hablaban del tema eran de distintos pa!ses. 8JAlguno era rusoK 8insisti 9oronov. 83laro que s! 8respondi el hombre sin rodeos8. <eneralmente eran los rusos quienes sacaban el asunto a colaci n. 8,o es mi intenci n presumir 8dijo serenamente 9oronov, reclinndose8, pero desde hace varios a*os soy administrador adjunto en ,ueva Ar%angel. 4i padre era una autoridad en las islas antes de que le ascendieran, y le puedo asegurar que ninguno de nosotros tiene intenci n de ceder un territorio que se est convirtiendo en una joya de la corona rusa. 8Bicen que )it%a es un lugar precioso 8coment rpidamente el ingl#s. +n Donolul" nadie volvi a mencionar una posible venta de las colonias rusas en Am#rica& despu#s de lograr un acuerdo para que se enviara regularmente a ,ueva Ar%angel fruta y carne de DaEai, los 9oronov se trasladaron a )an Francisco, y cuando llevaban tres noches anclados en la magn!fica bah!a abierta detrs de los promontorios, un capitn ruso se hi;o llevar a remo hasta el barco de Ar%ady y, tras un intercambio de saludos, le pidi detalles sobre una eventual venta de Alas%a a los +stados Tnidos. 8 8,o hay nada de eso 8asegur 9oronov al hombre, que se mostraba preocupado& pero en seguida rectific 8: Al menos en Alas%a, y creo que nosotros ser!amos los primeros en enterarnos. ,o se volvi a hablar del asunto. Al d!a siguiente, 9oronov desembarc para visitar por su cuenta la floreciente ciudad y, mientras sudaba por el calor en una taberna del puerto donde se reun!an los marineros, oy decir a uno de los taberneros: 8Lo que se necesita en este sitio es que alguien nos traiga hielo de las monta*as. 8,o se forma hielo aprovechable 8e$plic uno que ten!a e$periencia en las tierras altas8. ,ieva, s!, pero hielo no se forma. 8-ues deber!a formarse 8replic el sudoroso tabernero. F las palabras que a*adi tuvieron como consecuencia un incremento del prestigio de 9oronov en la colonia rusa8: Alguien tendr!a que traer hielo desde el norte. +sa noche, de nuevo en el barco, Ar%ady dijo a su esposa: 8+sta tarde he o!do una idea e$tra*!sima. 8JNue vamos a vender realmente Alas%aK 8,o, eso es asunto acabado. -ero en la taberna hac!a mucho calor y estbamos sudando, y un hombre dijo: PAlguien tendr!a que traer hielo hasta aqu!Q. -ras%ovia, que se abanicaba con una palma tra!da de Donolul", mir detenidamente a su marido durante un momento y e$clam entusiasmada: 8U)e podr!a hacer, Ar%adyV Cenemos barcos, y Ubien sabe Bios si tenemos hieloV

-gina /M/ de ?@0

Alaska

James A. Michener

A principios de octubre, tan pronto volvieron a ,ueva Ar%angel, fueron en seguida a un gran lago que hab!a en el interior de las murallas y, despu#s de bastantes preguntas, se enteraron de que a fines de noviembre se formaba una capa muy gruesa de hielo, que duraba hasta bien entrado mar;o. 8JDasta qu# altura del verano se mantendr!a congelado, si estuviera bien protegidoK 8pregunt Ar%ady a los hombres que le asesoraban. 84ire. 8F 9oronov vio que en las monta*as que rodeaban el estrecho, en cuevas a las que no daba el sol e incluso en barrancos en los cuales hab!an quedado montones aprisionados, hab!a grandes cantidades de nieve, la cual se hab!a mantenido a lo largo de un verano caluroso8. (ien envuelto para que no le toque el aire y guardado en un granero donde no llegue el sol, aqu! conservamos el hielo hasta julio. 8J)e podr!a hacer lo mismo en un barcoK 84ejor a"n. )er!a ms fcil protegerlo del viento y el sol. 9oronov pas tres d!as discutiendo apasionadamente su insensato proyecto con todos los e$pertos que pudo encontrar& el cuarto d!a orden al capitn de un barco que se dirig!a a )an Francisco: 8B!gales que este a*o, el .L de diciembre, les enviar# un barco cargado con el mejor hielo que habrn visto nunca. (usque un comprador. Aquel a*o lleg pronto el fr!o, y cuando se form una gruesa capa de hielo sobre el lago, 9oronov y unos hbiles obreros aleutas inventaron un sistema para cortar rectngulos perfectos de hielo, de cantos rectos, que med!an ciento veinte cent!metros de largo por sesenta de ancho y ten!an un grosor de veinte cent!metros. Lo que hicieron fue construir un form n tirado por caballos: no cortaba directamente, sino que constaba de una reja en el lado i;quierdo que serv!a solamente para tra;ar hileras rectas, y de una afilada punta metlica en el derecho, que tallaba una larga l!nea continua en el hielo. Decho esto, se le daba la vuelta al form n, de modo que el marcador pasara de nuevo sobre la l!nea ya grabada, mientras que la punta metlica hac!a un corte paralelo a una distancia de sesenta cent!metros del primero. Luego se colocaba el artefacto de manera que pudiera cortar el hielo a trav#s de las dos l!neas marcadas, con lo cual se consegu!a perfilar el rectngulo. Decho esto, avan;aban en pareja a lo largo de los rectngulos algunos hombres cargados con grandes troncos de p!cea, los dejaban caer pesadamente sobre el hielo y desprend!an unos bonitos bloques de color verde a;ulado, que llevaban a toda prisa al puerto para almacenarlos en el barco que aguardaba. Bespu#s de llenar la bodega, sin dejar ninguna abertura por la que pudiera entrar el aire y alcan;ar los apretados bloques, se cubr!a el hielo con gruesas esteras y se colocaban encima ramas de p!cea: as! se formaban huecos en donde quedar!a atrapado el aire que se filtrara desde cu8 bierta. Be este modo, por apenas treinta y dos d lares la tonelada, se enviaba a )an Francisco el impecable hielo de ,ueva Ar%angel. Cres semanas antes de la fecha prevista, el primer cargamento de hielo enviado -or 9oronov ;arp hacia el sur, donde se vendi al asombroso precio de setenta y cinco d lares por tonelada. Ar%ady acababa de poner en marcha un negocio que, cuando menos durante los meses ms fr!os, promet!a resultar ms lucrativo que el de las pieles. 3on los beneficios obtenidos, el joven y activo administrador adjunto puso en marcha una pol!tica de construcciones gracias a la cual ,ueva Ar%angel se convirti , con diferencia, en la ciudad ms importante del -ac!fico ,orte. :efor; la empali;ada, reform la catedral de su padre, introdujo mejoras en la asistencia a los barcos en el puerto y levant un aluvi n de edificios nuevos: almacenes, un observatorio astron mico, otra biblioteca, una iglesia luterana con rgano incluido y, en el piso superior del castillo, que se hab!a ampliado

-gina /M7 de ?@0

Alaska

James A. Michener

bastante, un teatro donde pod!an representar comedias o dar conciertos de canto y orquesta las tripulaciones de los barcos que hac!an escala en el puerto. +n la #poca en que se terminaron las obras, ,ueva Ar%angel hab!a alcan;ado una poblaci n de casi dos mil personas, sin contar los novecientos tlingits que segu!an viviendo api*ados fuera de las murallas& tal como coment 9oronov durante una cena ofrecida en el castillo a los prohombres locales: 8)er!a rid!culo que alguien hablara de vender este sitio a nadie. -ero en .ILM la guerra de 3rimea se convirti en una gran carga para la econom!a rusa y amena; gravemente su seguridad en +uropa, por lo que las ms altas instancias del gobierno consideraron seriamente la conveniencia de que el imperio se deshiciera de sus posesiones orientales. )i bien en ,ueva Ar%angel, Ar%ady 9oronov pod!a esgrimir ra;ones muy s lidas que aconsejaban conservar unos territorios con tantas posibilidades como Ao8 dia% y ,ueva Ar%angel, en )an -etersburgo estaba el antiguo a;ote de (aranov, 9ladimir +rmelov, convertido en almirante de encumbrado y poco merecido prestigio, quien, en documentos oficiales sobre la cuesti n, contradec!a speramente los ra;onamientos de Ar%ady: Aunque nuestra actual situaci n en 3rimea no fuera tan peligrosa, y aun si fueran ms estables y previsibles las circunstancias en Am#rica del ,orte, ser!a aconsejable que )u 4ajestad Imperial se deshiciera de la pesadilla que suponen nuestros territorios orientales. )i fuera posible, habr!a que vender todo el territorio llamado Alas%a en la vulgar lengua verncula, o malvenderlo en caso necesario. 3uatro hechos bsicos obligan a tomar esta soluci n prctica. +n primer lugar, Alas%a est a una distancia incre!ble de la verdadera :usia& se tardan meses desde Rjots%, y varias semanas llenas de peligro, desde -etropvlovs%. +s imposible comunicarse por tierra, incluso desde una a otra regi n de Alas%a, y es arriesgado, caro y lento hacerlo por barco. )i se env!a un mensajero desde )an -etersburgo a un lugar como ,ueva Ar%angel, puede transcurrir un a*o antes de que vuelva con la respuesta, sin que haya ninguna posibilidad de acelerar el proceso. +n segundo lugar. al acabarse el trfico de pieles de nutria, dada la prctica e$tinci n de estos animales, no hay modo -osible de obtener beneficios econ micos en Alas%a. +l "nico recurso natural son los rboles, pero los de la cercana Finlandia son mucho mejores. Alas%a no dispone de reservas de metales, actualmente no se lleva a cabo ning"n tipo de comercio y los nativos no estn capacitados para fabricar nada con lo que se pueda comerciar en el futuro. )er siempre una posesi n deficitaria, por lo que deshacerse de ella permitir!a ahorrar dinero. +n tercer lugar: Am#ri%a del ,orte pasa por una situaci n ca tica. +l futuro de los +stados Tnidos, as! como el de los territorios canadienses, es precario, y cabe esperar que 4#$ico lleve a cabo alg"n tipo de acci n b#lica para recuperar los territorios que le robaron. +n cuanto a nosotros, permanecer en Alas%a significa que nos encontraremos, con toda seguridad, con dificultades en varios frentes. +n cuarto lugar 1he dejado para el final el motivo ms importante2: aun cuando los +stados Tnidos muestran indicios de disgregarse, sus ciudadanos tambi#n parecen muy decididos a apoderarse de todo el norte de Am#rica, desde el -olo ,orte hasta -anam, y si nosotros nos quedamos con las posesiones de esa ;ona que los estadounidenses han escogido para ellos, tarde o temprano entraremos en conflicto con esta floreciente potencia. Aunque los +stados Tnidos a"n no se han percatado de ello, sus s"bditos ms previsores han empe;ado a so*ar con Alas%a, y ese deseo se e$tender los pr $imos a*os. Aconsejo encarecidamente que :usia se deshaga lo ms pronto posible de esas condenadas colonias.

-gina /M6 de ?@0

Alaska

James A. Michener

+s posible que una copia del informe llegara clandestinamente a manos del presidente =ames (uchanan, que hab!a sido secretario de +stado y hab!a actuado como embajador en :usia en .I7., #poca en la que adquiri un sincero afecto por ese pa!s. Be cualquier modo, al acercarse a su fin la guerra de 3rimea, varias autoridades estadounidenses se enteraron de que :usia estudiaba la posibilidad de vender Alas%a a los +stados Tnidos. +n aquella #poca la historia mundial vivi una interesante evoluci n, a la que se lleg prcticamente por casualidad. +n los monta*osos campos de batalla de 3rimea luchaban los soldados de varias naciones europeas, aliadas contra :usia, que les plantaba cara sin ayuda. :usia perd!a una y otra batalla, pues sus enemigos eran ms numerosos y estaban mejor dirigidos, pero contaba con un fiel partidario y aliado en los centros de la opini n p"blica mundial: los +stados Tnidos. +n todos los momentos cr!ticos, los estadounidenses tomaron abiertamente el partido de :usia, aunque nunca e$plicaron sus motivos. intentaron evitar que se formara una coalici n todav!a ms poderosa contra el ;ar. +nviaron varias cartas el las que declaraban su apoyo moral y no hicieron nada que comprometiera a :usia en relaci n con la posible venta de Alas%a. Be todas las naciones que intervinieron directa o indirectamente en la guerra de 3rimea, las dos que formaron una alian;a ms estrecha fueron :usia y los +stados Tnidos. -or lo tanto, no resultaba e$tra*o que, despu#s de la guerra, los rusos partidarios de ceder lo que ju;gaban una carga e$cesiva consideraran favorablemente a los +stados Tnidos y, en la #poca en que se estudi seriamente la posibilidad de una venta, en :usia nadie critic a los +stados Tnidos como posible comprador& si la situaci n hubiera sido normal, es bastante probable que el presidente (uchanan hubiera efectuado la compra entre .IL?, a*o en que comen; su mandato, y .IM., a*o en que termin el mismo y se inici la guerra de secesi n. Aquella guerra atro;, que afect a un territorio muy grande y tuvo unos efectos devastadores porque se interrumpi el comercio y se perdieron muchas vidas, impidi llevar a cabo ninguna empresa en el e$tranjero, como era la adquisici n de una regi n desconocida del mundo. La guerra se prolongaba& no hab!a dinero disponible para nada ms, y durante un turbulento per!odo de dos a*os pareci que la Tni n acabar!a destro;ada sin que quedara nadie con autoridad para negociar la compra con :usia. -ero entonces se dio otro momento de aquella e$tra*a evoluci n a la que nos refer!amos: cuando el destino de la Tni n parec!a ms precario que nunca y varias naciones europeas se mostraban ansiosas por lan;arse sobre sus restos, :usia envi su flota a aguas americanas, con la promesa impl!cita de colaborar en la defensa del ,orte contra cualquier incursi n de las potencias europeas, especialmente de <ran (reta*a y Francia. Tna escuadra rusa entr en el puerto de ,ueva For%, y otra, en )an Francisco& aguardaron all!, en silencio, sin hacer ninguna ostentaci n de su presencia, esperando ancladas, simplemente. -ara el ,orte, en .IM7, estos buques significaron lo mismo que hab!an significado para los rusos en .ILM las cartas de apoyo de los estadounidenses& no se trataba de una colaboraci n militar efectiva, sino de algo que qui; ten!a el mismo valor: la seguridad de no estar solo en los d!as funestos. +n la primavera de .IML, al terminar la guerra, las dos naciones que se hab!an apoyado mutuamente en esos momentos de crisis estaban dispuestas a efectuar la transacci n discutida durante tantos a*os, y es significativo que cada una creyera estar haciendo un favor a la otra. Los +stados Tnidos pensaban que :usia buscaba comprador porque necesitaba vender& :usia ten!a la impresi n de que en >ashington todo el mundo ansiaba apoderarse de Alas%a. UNu# equivocados estaban los dos aliadosV Burante la guerra de secesi n estadounidense y la guerra de 3rimea, Ar%ady 9oronov, ya un hombre maduro, y -ras%ovia, su elegante esposa, continuaron viviendo y trabajando en ,ueva Ar%angel como si el futuro de esa regi n de :usia estuviera grabado en mrmol.

-gina /ML de ?@0

Alaska

James A. Michener

:estauraron el castillo F se instalaron en una de las alas nuevas& intensificaron el comercio con pa!ses del -ac!fico central y occidental, como DaEai y 3hina, e introdujeron mejoras en prcticamente todos los aspectos de la vida colonial. Dab!a sido idea de -ras%ovia enviar a estudiar a )an -etersburgo a los j venes criollos con ms posibilidades, y ya hab!an empe;ado a regresar algunos, convertidos en m#dicos, maestros o funcionarios. Inspirndose en las obras de su piadoso suegro, -ras%ovia solicit a los monasterios de toda :usia que cedieran los valiosos iconos, estatuas y brocados que ahora adornaban la catedral y la convert!an en una de las ms ricas, desde el punto de vista art!stico, al este de 4osc". )an -etersburgo, como si pretendiera aumentar el atractivo de Alas%a, envi como gobernador a un gallardo joven, el pr!ncipe Bmitri 4a%sutov, 3TFR t!tulo se remontaba a los tiempos en que invadieron :usia los trtaros del Asia central, a quienes los rusos deben las facciones asiticas que les diferencian de otros europeos. +ra un hombre apuesto y de talento, que cuando pertenec!a al ej#rcito del ;ar se hab!a casado con una atractiva mujer cuyo padre ense*aba matemticas en la Academia de 4arina. +sta elegante se*ora hab!a muerto prematuramente despu#s de darle tres hijos, de modo que el pr!ncipe lleg a Alas%a con su encantadora segunda esposa, una joven llamada 4ar!a, que conoc!a bien la situaci n de Alas%a porque era la hija del gobernador general de Ir%uts%. )e revel como una princesa perfecta para aquel puesto fronteri;o, como una mujer amable que se interesaba por todo, y form una corte en la que permiti participar a sus convecinos. +l primer d!a que pasaron en la nueva casa, el pr!ncipe Bmitri e$plic sus proyectos a 4ar!a: 8-asaremos aqu! die; o quince a*os. 3onvertiremos este lugar en una aut#ntica capital. Bespu#s volveremos a )an -etersburgo, para recibir otro t!tulo y un ascenso importante. 3uando llevaban muy poco tiempo instalados, el matrimonio comprendi que, para alcan;ar lo que ambicionaban, ten!an que contar con un colaborador local de confian;a& no tardaron mucho en locali;ar a la persona ms capacitada para prestarles este apoyo. 8+se tal 9oronov 8dijo el pr!ncipe a su esposa8, es e$cepcional. 8J,o es criolloK 8)!, pero a su padre lo escogi el ;ar ,icols en persona para nombrarlo ar;obispo metropolitano. 8F la madreK J,o era nativaK 8Tna santa, seg"n dicen. Cienes que averiguar cosas sobre ella. Codas las personas a quienes interrog la princesa dijeron que )of!a 9oronova hab!a sido una aut#ntica santa, y la joven se convirti en la ms ferviente partidaria de Ar%ady. +lla misma invit a su casa a los 9oronov y charl con -ras%ovia mientras los maridos iniciaban una importante conversaci n. Dablaron ante una mesa cubierta de mapas, y ya los primeros comentarios del pr!ncipe demostraron que estaba decidido a dar a las l!neas de los mapas una realidad que hasta entonces no ten!an. 89oronov, cada ve; que oigo la e$presi n que usted ha empleado en los "ltimos informes, siento incluso malestar f!sico. 8JNu# e$presi n, +$celenciaK 8pregunt 9oronov, con desarmante naturalidad, porque su edad y su intachable reputaci n le permit!an mantener el aplomo ante el nuevo comandante. 8PLa isla imperial de :usia en el orienteQ. 8Le pido disculpas, pero creo que no comprendo sus objeciones. UTna isla, una islaV )i en )an -etersburgo nos toman por un grupo de islas, no nos darn importancia. )in embargo, Alas%a 8se*al con un gesto de la mano hacia el continente desconocido8 es un vasto territorio, qui; tan e$tenso como toda )iberia. 8Bio una fuerte palmada sobre uno de

-gina /MM de ?@0

Alaska

James A. Michener

los mapas y dijo8: 9oronov, quiero que usted e$plore este territorio, para informar a )an -etersburgo de lo que poseemos realmente. 8+$celencia, ya he estado donde se*ala 8repuso 9oronov, que apart del mapa la mano del pr!ncipe e indic la inh spita regi n en la que, en el futuro, se al;ar!a la capital de =uneau8. +s igual que ,ueva Ar%angel: una costa escarpada y, ms all, nada ms que monta*as, adentrndose en lo que debe de ser el 3anad. 8Aqu! se levant una ciudad bastante buena 84a%sutov se*al con impaciencia el lugar donde se al;aba el castillo8. J-or qu# no se puede hacer lo mismo allK 8Betrs de nuestra ciudad, +$celencia, se e$tiende una bella ;ona de bosques 9oronov mostr la diferencia con su delgado !ndice8, -ero aquel territorio no es ms que una vasta e$tensi n de hielo, una regi n eternamente congelada, de la que surgen continuamente glaciares que fluyen hasta el mar. +l pr!ncipe 4a%sutov sinti -or un momento, en la comodidad de su castillo, la dure;a de la regi n que le correspond!a gobernar, pues, aunque en algunos libros ingleses y alemanes hab!a contemplado grabados que mostraban la fuer;a destructiva de los glaciares, nunca hab!a sospechado que hubiera ninguno tan enorme a ciento cincuenta %il metros del lugar donde estaba sentado. +n cualquier caso, saberlo no le hi;o cambiar de idea, ya que no era su dignidad de pr!ncipe lo que le hab!a permitido avan;ar en la carrera pol!tica, sino su to;ude;. :enunciando a su proyecto de erigir una ciudad nueva en el continente, apart auda;mente la mano para se*alar hacia el norte, donde alg"n entusiasta cart grafo ruso 1basndose en datos parciales contenidos en los documentos que enviaban a )an -etersburgo capitanes de barco, comerciantes de pieles y misioneros2 hab!a tra;ado lo que pensaba que pod!a ser el curso del gran y misterioso r!o Fu% n. +l pr!ncipe y 9oronov observaron la impresionante e$tensi n de ciento cincuenta %il metros de costa donde el Fu% n se convert!a en una mara*a de bocas, algunas de las cuales no llegaban a alcan;ar el mar. A cualquier viajero sin e$periencia le ser!a imposible locali;ar la ruta correcta, tanto desde el r!o como desde el mar, y enviar a alguien, por muy inteligente o atrevido que fuera, a esa peligrosa espesura de r!os, estrechos y pantanos, significaba condenarlo a debatirse por la regi n cuando menos durante un a*o& pero 4a%sutov era un hombre obstinado. 89oronov, quiero que remonte el Fu% n. +sboce mapas. Dable con los habitantes, si los hay. +$pl!quenos qu# tenemos por all!. Ar%ady, que hab!a heredado de sus antepasados ortodo$os el valor y un sentido de la responsabilidad ante los deberes de su cargo, respondi a su superior: 83omprendo que necesita saber qu# pasa por aqu! 8e$tendi la mano y se*al en el mapa una amplia regi n helada8, pero no s# si habr!a que adentrarse desde la desembocadura del Fu% n. 4ejor dicho, desde sus bocas. 8JBe qu# otro modo, puesK 8pregunt 4a%sutov. 8)u +$celencia 89oronov eludi la cuesti n8, piense en lo que puede ocurrir si me introdu;co en esa mara*a de bocas... Adems, Jqui#n me asegura que podr# locali;ar la ruta correctaK 8Ante la mirada atenta del pr!ncipe, 9oronov sigui con el dedo la inmensa curva que describe el Fu% n hacia el sur, en el "ltimo tramo de su curso hacia el mar8: Tno podr!a pasarse un a*o entero avan;ando por un laberinto as!. 8+s cierto 8reconoci 4a%sutov& pero entonces se dio una palmada en el pu*o, que son como un disparo8: UNu# demoniosV, 9oronov, s# que algunos sacerdotes han remontado el Fu% n hasta un asentamiento misionero llamado... ,o pudo acordarse del nombre del lugar, aunque s! record haber o!do que un sacerdote de los que estaban aquellos d!as en la catedral para presentar sus informes a los superiores, hab!a reali;ado e$actamente la misma traves!a que #l acababa de proponer a 9oronov, por lo que envi a un mensajero aleuta en busca del hombre.

-gina /M? de ?@0

Alaska

James A. Michener

8+stoy dispuesto a ir 8asegur 9oronov al pr!ncipe, mientras aguardaban8. Nuiero ver el Fu% n. -ero prefiero llegar como es debido. 8+so es lo que le he propuesto 8repuso 4a%sutov. +l sacerdote, un hombre desali*ado, incre!blemente flaco, de barba descuidada, ojos lega*osos y edad indefinida 1igual pod!a tener cuarenta y siete que sesenta y siete a*os2, se present ante los dos funcionarios y acto seguido comen; a proferir insistentes disculpas, sin que los dos administradores pudieran adivinar por qu#. 8J3 mo se llamaK 8pregunt secamente el pr!ncipe, intentando atajar tal verbosidad. 8)oy el padre Fyodor Afanasi 8respondi el nervioso sacerdote. 8J+s cierto que ha remontado el r!o Fu% nK 8Burante nueve a*os. 8JNu# edad tieneK 8Creinta y seis. 8+sta sencilla declaraci n permiti a los que le interrogaban descubrir algo muy importante sobre ese vasto r!o: all! los j venes envejec!an. 8As! que conoce bien la ;ona 8inquiri el pr!ncipe, en un tono de vo; ms amable. 8:emont# a pie cientos de %il metros 8respondi el sacerdote. 8U,o me digaV ,o puede haber caminado por el Fu% n: es un r!o. 8-ero est congelado la mayor parte del a*o. 8JLa mayor parte del a*oK 8pregunt el nuevo gobernador. 8Besde septiembre hasta julio, digamos 8asinti el padre Fyodor. 8JDasta d nde remont el r!oK 8A lo largo de setecientos cincuenta %il metros. Dasta ,ulato. +s lo ms lejos que han llegado las tropas rusas. 89acil antes de a*adir una mala noticia8: Be hecho, es s lo el comien;o de nuestro territorio, JsabeK ,ulato est s lo un corto trecho r!o arriba. 8J3 mo se podr!a llegar a ,ulatoK 8pregunt 9oronov, tras un silbido de asombro. Lo que ocurri a continuaci n les sorprendi , tanto a #l como al pr!ncipe, pues el sacerdote, despu#s de pedir permiso humildemente, revolvi los mapas hasta encontrar uno que abarcaba gran parte del -ac!fico oriental. 8Lo mejor es navegar desde ,ueva Ar%angel hasta )an Francisco... +ra algo tan absurdo que sus dos oyentes protestaron: 8-ero nosotros queremos ir al norte, al Fu% n, por aqu! 8F )e*alaron en el mapa que el estrecho de )it%a quedaba al sudeste del r!o. 8-or supuesto 8repuso el padre Fyodor8, pero no hay barcos que sigan esa ruta. +s preciso ir a )an Francisco, lo cual requiere unos veintiocho d!as, y cru;ar el mar hasta -etropvlovs%. 8+s que no queremos ir a )iberia 8vocifer el pr!ncipe8, sino al Fu% n. +s el "nico modo de llegar al Fu% n. La etapa dura apro$imadamente un mes. 9oronov, que iba anotando en un papelito los tiempos indicados, observ que ya llevaba dos meses en el mar y a"n le faltaban un oc#ano y un continente para alcan;ar su objetivo. 8Besde -etropvlovs% 8continu en tono mon tono el sacerdote8, cru;a usted el mar hasta )aint 4ichael, ese peque*o puerto tormentoso& sern unos die; d!as. 8-ero no est nada cerca del Fu% n 8protest 9oronov. 8Fa lo s# 8dijo el sacerdote, haciendo una mueca8. Tna ve; pas# ah! dos meses inmovili;ado. 8J-or qu#K 8Los barcos grandes no pueden entrar en el Fu% n. Day que esperar en )aint 4ichael que una canoa de piel le lleve a uno a trav#s de la bah!a, hasta el r!o. 84arc en el mapa la peligrosa ruta y a*adi 8: Las canoas suelen naufragar durante la traves!a.

-gina /MI de ?@0

Alaska

James A. Michener

8F ahora, despu#s de tres meses, Jhemos llegado al r!oK 8pregunt 9oronov, con la boca seca. 8Fa estamos. F con un poco de suerte y dos meses de remo y p#rtiga, se puede llegar a ,ulato antes de que el Fu% n se congele. 8J+n qu# mes estamosK 8pregunt 9oronov. 8Codo tiene que planearse de acuerdo con el Fuc n 8e$plic el sacerdote8. +st libre de hielo durante muy poco tiempo. Sarpando de ,ueva Ar%angel a finales de mar;o, deber!a llegar a )aint 4ichael a finales de junio, justo en la #poca del deshielo. Be ese modo estar!a en ,ulato bastante antes de que el r!o comience a congelarse. 8J+so significa que tengo que pasar todo el invierno en ,ulatoK JDasta que el hielo desapare;caK 8+so es. 3uando 9oronov calcul el tiempo que le tomar!a ir y volver de ,ueva Ar%angel a ,ulato, tanto #l como el pr!ncipe 4a%sutov se dieron cuenta de que, solamente para ir de una a otra base de Alas%a, tendr!a que estar ausente por lo menos durante un a*o y medio. Los dos se horrori;aron. 83ierta ve; segu! una ruta muy diferente 8el padre Fyodor ofreci un leve rayo de esperan;a. 8U4e gustar!a o!rloV 8e$clam 9oronov, y el sacerdote volvi a sus mapas. 8La primera etapa es la misma: )an Francisco, -etropvlovs%, )aint 4ichael. -ero entonces, en ve; de ir en balsa hacia el sur, hasta el Fu% n, se dirige uno hacia el norte, hasta un pueblecito llamado Tnala%leet. +n el mapa, el lugar parec!a un callej n sin salida: no conduc!a a ning"n r!o ni a ning"n camino importante, y estaba a ms de cien %il metros del yu% n, que a esa altura se desviaba hacia el norte& pero el padre Fyodor les tranquili; , al asegurarles: 8Day un sendero que cru;a las monta*as, a bastante altura en algunos tramos, y apro$imadamente por esta ;ona va a parar al Fu% n. 8J-ero c mo voy a recorrer el senderoK 8pregunt 9oronov. 8A pie 8respondi el sacerdote. 8JF cuando llegue al Fu% nK 8Ir!a en grupo, por supuesto. Ciene que hacerlo as!, para que no le maten los indios. 8J)on como los tlingitsK 8pregunt 9oronov. 8-eores. 83on sus largos dedos, el sacerdote se*al algunas instalaciones rusas que los esquimales o los atapascos hab!an incendiado, o en las que hab!an provocado una matan;a8: +n la mayor!a, hicieron las dos cosas. Aqu!, en )aint 4ichael, hubo muchos muertos. +n ,ulato, a donde quiere ir, tres incendios y tres asesinatos. +n esta aldea cercana a la desembocadura del Fu% n, dos incendios y seis asesinatos. 8J3uantos d!as hay desde )aint 4ichael hasta ,ulato, siguiendo la ruta por tierra que proponeK 8pregunt 9oronov, tras un carraspeo. +l sacerdote, que hab!a cubierto el trayecto en ambas direcciones, trat de recordar su propia e$periencia: 8Tna ve; 8calcul 8, sal! de )aint 4ichael el primero de julio 1es una buena #poca, si no se tienen en cuenta los mosquitos2 y llegu# a ,ulato el cuatro de agosto. 89oronov protest , pero el padre Fyodor continu 8: Ahora bien, si a usted no le importara tomar un trineo tirado por perros, no le har!a falta quedarse nueve meses en ,ulato. -odr!a alquilar un trineo de #sos que tanto les gusta usar a los indios, e ir a parar justo en medio del Fu8 % n congelado, atravesarlo hacia Tnala%leet y continuar hasta )aint 4ichael. +n ese momento, el pr!ncipe 4a%sutov, cada ve; ms preocupado por las dificultades que presentaba la e$ploraci n de sus dominios, intervino e$peditivamente:

-gina /M@ de ?@0

Alaska

James A. Michener

8)upongamos, Ar%ady, que env!o uno de nuestros barcos directamente a -etropvlovs%, sin pasar por )an Francisco, y que una ve; all! se requisa un barco ms peque*o para la traves!a hasta Tnala%leet. Atraviesas las monta*as en un trineo tirado por perros, haces una breve visita de inspecci n a ,ulato y vuelves por el Fu% n congelado, mientras el barco te espera junto a la desembocadura. J3unto tiempo ser!a necesarioK 9oronov volvi a sumar, permiti#ndose el m!nimo retraso en cada "na de las etapas, y declar con cierta satisfacci n: 8)uponiendo que no nos retrasramos ni una sola ve;, unos ciento cincuenta d!as. Ceniendo en cuenta los contratiempos habituales, doscientos. )in embargo, el padre Fyodor ech por tierra tales planes: 8-or supuesto, cuando llegue al mar lo encontrar tan congelado como el r!o. 8JDasta cundoK 8pregunt 9oronov. 8Burante el mismo per!odo de tiempo 8respondi el sacerdote8, +l hielo no se deshace hasta julio... o cuando menos hasta mediados de junio Los dos administradores refunfu*aron. -ero el pr!ncipe ma%sutov ms decidido que nunca a obtener informes sobre sus dominios, dijo a 9oronov: 8Daremos lo que permita el hielo. -repare el equipaje. Cras una reverencia, Ar%ady se volvi para salir, pero se detuvo repentinamente y propuso algo bastante ra;onable: 8Tsted conoce la ;ona, padre Fyodor. JNuerr!a acompa*arme para indicarme el caminoK 84e encantar!a volver a ver a mi gente. -as# nueve a*os con ellos, JsabenK 8respondi el sacerdote, entusiasmado& y sonri al pr!ncipe, como si el Fu% n fuera una especie de isla de 3apri, un soleado lugar de 9eraneo. Be modo que se plane el viaje, y el pr!ncipe 4a%sutov, cumpliendo con sus promesas, envi a -etropvlos% un barco bastante bueno con una carta para el comandante destinado all!, con el ruego de que se facilitara a 9oronov una rpida traves!a por el mar de (ering hasta )aint 4ichael. )in embargo, cuando lleg el momento de la partida, 4a%sutov y 9oronov se encontraron con un problema inesperado: -ras%ovia 9oronova comunic su intenci n de ir a ,ulato con su marido. )e arm un gran revuelo, pues si bien a Ar%ady le agradaba la idea de viajar con su inteligente y decidida esposa, el pr!ncipe 4a%sutov se opon!a en#rgicamente: 8U+l Fu% n no es lugar para las damasV As! quedaron las cosas, hasta que un consejo imprevisto permiti resolver la situaci n: el padre Fyodor, al enterarse de la discusi n, declar , al;ando la vo; ms de lo acostumbrado: 8JTna mujer en el Fu% nK U+stupendoV La tropa estar encantada, y yo tambi#n. 8U9aya por BiosV 8e$clam 4a%sutov8. J-or qu#K 8+s en nombre de Bios precisamente que hago esta propuesta 8contest el sacerdote8. +star!a bien que nuestras atapascas vieran c mo viven las cristianas. F qu# aspecto tienen 8a*adi , sonrojndose. Be modo que se decidi que -ras%ovia participara en la e$pedici n. +l trayecto 1de ,ueva Ar%angel a -etropvlovs%, )aint 4ichael y Tnala%leet2 cubr!a dos continentes y varias culturas diferentes. Los viajeros se encontraron con enormes glaciares, una docena de volcanes, ballenas y morsas, frailecillos y golondrinas de mar, hasta que llegaron a una costa pelada F rida, donde el padre Fyodor pas tres d!as llenos de incertidumbre, intentando locali;ar un grupo de nativos para que transportaran su equipaje cuando ellos atravesaran las monta*as que les conducir!an al Fu% n. 4ientras recorr!an ese territorio est#ril aunque atractivo, jalonado por peque*as monta*as, los 9oronov descubrieron la sobrecogedora inmensidad del interior de Alas%a, as! como la agresividad

-gina /?0 de ?@0

Alaska

James A. Michener

de sus mosquitos, que algunas veces se arrojaban sobre los viajeros como si fueran una bandada de gaviotas que cayera sobre un pescado. 8JNu# se puede hacer con estos horribles bichosK 8pregunt -ras%ovia, desesperada. 8,ada 8respondi el sacerdote8. Bentro de seis semanas habrn desaparecido. si estuvi#ramos en septiembre no nos molestar!an en absoluto. 3uando llevaban varios d!as recorriendo el sendero, uno de los ind!genas, que hablaba ruso, dijo: 84a*ana qui; veremos el Fu% n. Los 9oronov se levantaron temprano para echar un primer vista;o a ese amplio r!o, cuyo nombre fascinaba a los ge grafos y a los que investigaban la naturale;a de la tierra. 8Ciene un nombre mgico 8coment Ar%ady al sacerdote, mientras desayunaban algo de salm n ahumado. 8Ciene un nombre cruel 8le corrigi el padre Fyodor8. +se r!o no te deja nunca recorrerlo sin problemas. A 9oronov no pod!an desanimarle las e$plicaciones de otra persona, de modo que, despu#s del desayuno, se adelant con -ras%ovia, y, tras una dura ascensi n, llegaron a un punto desde el cual se ve!a el amplio valle abierto a sus pies. 3omo se hab!a despejado la niebla que de ve; en cuando lo ocultaba, Ar%ady y -ras%ovia pudieron contemplar tranquilamente el enorme y caudaloso r!o, que era mucho ms ancho de lo que se imaginaban, y de un color mucho ms claro, debido a la impresionante cantidad de arena y sedimentos que acarreaba desde las lejanas monta*as. 8UNu# grande esV 8e$clam Ar%ady, cuando el padre Fyodor lleg jadeando a la atalaya. 83uando se desborda 8e$plic tranquilamente el sacerdote al encontrarse de nuevo con su viejo amigo, con su castigo8, lo he visto llegar desde esa colina hasta aqu!.F al final de la primavera, cuando comien;a a deshacerse el hielo, por el centro del r!o se ven bajar tro;os tan grandes como una casa, y Upobre de lo que se interponga en su caminoV 3uando ya hab!a pasado de largo el resto del grupo, los 9oronov siguieron en la colina, imaginando c mo ser!a el r!o mil quinientos %il metros ms arriba, donde estaban los primeros asentamientos del 3anad, esa naci n misteriosa que nunca vieron los rusos. +l Fu% n les cautiv , les impresion su fuer;a turbulenta, y quedaron fascinados por su incesante fluir: era el mensajero de las regiones heladas, el s!mbolo de Alas%a. 89amos 8invit el padre Fyodor8. Fa se cansarn del Fu% n antes de que lo dejemos. 3uando el grupo descendi hasta la altura del r!o y comen; a remontar la orilla derecha, pudieron comprobar la verdad de la opini n que el padre Fyodor hab!a e$presado con tanta franque;a, porque constantemente se les interpon!an peque*os riachuelos que bajaban desde el norte para incorporarse a la corriente principal: hab!a que vadearlos y, como aparec!a uno cada media hora, los 9oronov pasaron casi todo el primer d!a con los pies mojados. -ero al atardecer llegaron a Aaltag, un pueblo peque*o pero importante, y, entre los ladridos de los perros, los ni*os comen;aron a gritar: 8U+l padre FyodorV UDa vueltoV Burante los momentos de tensi n que siguieron, los 9oronov pensaron que la vida en el interior de Alas%a era muy diferente, porque se 9ieron rodeados por unos nativos distintos a los que conoc!an: eran los atapascos ms altos y fornidos, cuyos antepasados hab!an llegado a Alas%a mucho antes que los esquimales y los aleutas. Al igual que los tlingits, sus descendientes, formaban una tribu guerrera& sin embargo, al ver que hab!a vuelto el padre Fyodor, su antiguo sacerdote, se agruparon a su alrededor, gritando, ofreci#ndole regalos y demostrando su cari*o de muchas maneras. Los dos d!as que pasaron los viajeros en la aldea fueron apasionantes, y los 9oronov pudieron hacerse una idea de lo que significaba ser misionero en la frontera.

-gina /?. de ?@0

Alaska

James A. Michener

Aquellos d!as, Ar%ady tuvo ocasi n de comprender el curioso comentario e$presado por el padre Fyodor cuando el pr!ncipe se hab!a opuesto a que -ras%ovia participara en la e$pedici n: P+star!a bien que nuestras atapascas vieran c mo viven las cristianasQ, porque las mujeres de Aaltag la segu!an dondequiera que iba, maravilladas de su aspecto, y ri#ndose con ella. Las que hablaban ruso le hac!an muchas preguntas 1quer!an saber, por ejemplo: PJ+s de verdad, ese pelo tan claro que tienesK J-or qu# es tan diferente del nuestroKQ2. 3omo ella contestaba con gran naturalidad incluso las preguntas ms personales, se dieron cuenta de que las respetaba y las trataba de igual a igual, y su simpat!a las anim a preguntarle ms cosas. 8 Ar%ady, al observar el comportamiento de su mujer, se dijo: PULe gustan la aldea y el r!oVQ, y el deseo que ella mostraba de tratar y aceptar Alas%a tal como era hi;o que la quisiera todav!a ms que antes. 3uando se lo coment , despu#s de una de sus conversaciones con las mujeres, -ras%ovia e$clam : 8U4e gusta mucho esta tierra tan e$tra*aV 4e parece que ahora cono;co Alas%a. La ma*ana del tercer d!a, cuando estaban a punto de marcharse, -ras%ovia, gracias a su intuici n femenina, se dio cuenta de que una atapasca 1que ya no era una ni*a, pero tampoco era todav!a una mujer2 demostraba un inter#s especial por el sacerdote: le llevaba las mejores raciones de comida e imped!a que los ni*os le molestaran. -ras%ovia observ detenidamente a la joven, repar en su porte elegante, en la delicade;a de su te;, en su atractivo peinado de tren;as, y pens : P+st hecha para ser una madre y una buena ama de casaQ. 8+sa muchacha, la que sonr!e, ser!a una buena esposa 8le dijo al padre Fyodor, cuando lleg el momento de dejar la aldea. +l sacerdote enrojeci , mir hacia donde se*alaba -ras%ovia, y dijo, como si fuera la primera ve; que ve!a a la mujer: 8)!, s!. +s hora de que empiece a buscar marido 8e hi;o un ademn con el que parec!a agradecer a -ras%ovia el haberle dado un consejo tan sensato. Dicieron falta tres d!as para remontar el Fu% n hasta ,ulato, pero fueron d!as que los 9oronov no iban a olvidar jams: a medida que avan;aban hacia el norte, el r!o se iba ensanchando hasta alcan;ar dos %il metros y medio de una orilla a otra, convertido en una inmensa e$tensi n de agua que no dejaba de avan;ar en direcci n al oc#ano lejano, el cual, debido a los meandros, quedaba a unos ochocientos %il metros r!o abajo. +n el seno del r!o, que parec!a fluir junto a la barca con una r!gida determinaci n, los 9oronov se sent!an como si estuvieran adentrndose en el cora; n de un vasto continente& nunca hab!an e$perimentado algo as! en la regi n de Alas%a en la que viv!an, menos inh spita, donde predominaban las islas y la amplitud del mar. 8U4ira esos campos desiertosV 8e$clam -ras%ovia, se*alando las tierras que llegaban hasta la orilla del r!o y parec!an prolongarse hasta el infinito. 8Becir PcampoQ 8refle$ion su esposo8 te hace pensar en algo ordenado, en terrenos vallados y cultivados. -ero estas tierras se e$tienden sin l!mites. +ra cierto, y el hombre no hab!a hollado a"n la mayor parte de aquellos parajes& al contemplar su sobrecogedora inmensidad, los 9oronov comen;aron a formarse una idea del territorio que gobernaban. Dab!a grandes trechos sin rboles, colinas ni animales, sin ni siquiera nieve: s lo un interminable vac!o, adusto y solitario. 8Apostar!a a que ni siquiera hay mosquitos 8susurr -ras%ovia. 8JNuieres que te dejemos salir para comprobar tu teor!aK 8le pregunt Ar%ady. 8U,o, noV 8grit su mujer. )in embargo, lo que fascinaba morbosamente a los 9oronov era precisamente el brutal vac!o de aquel viaje aguas arriba del Fu% n.

-gina /?/ de ?@0

Alaska

James A. Michener

8+sto no tiene nada que ver con las huertas del ,eva 8coment Ar%ady, e$presando de antemano la opini n de los hombres que llegar!an a millares desde todo el mundo, y que no tardar!an en api*arse en los espacios vac!os de Alas%a. )e lamentar!an de la soledad, las dificultades del viaje y la atro; e$periencia de vivir a cuarenta grados bajo cero& pero tambi#n se alegrar!an de haber sido capaces de enfrentarse y conquistar aquel vasto y peligroso territorio: cincuenta a*os despu#s, al final de sus vidas, su ha;a*a ms apreciada ser!a haber recorrido el Fu% n. Al acercarse el final de su tercer d!a en el r!o, pasado un recodo, los 9oronov se encontraron con un espectculo que les hi;o prorrumpir en e$clamaciones de alegr!a: el peque*o fuerte cercado de ,ulato, con sus dos torres de madera que desafiaban al mundo y una bandera rusa ondeando en el mstil central. Al acercarse, los soldados de la orilla empe;aron a disparar salvas con un ca* n viejo y rifles herrumbrados. 8'ste es el "ltimo puesto de avan;ada del imperio. UBios m!o, cunto me alegro de haber venidoV 8e$clam Ar%ady, repentinamente emocionado. La veintena de comerciantes y soldados rusos que compon!an la guarnici n, con la misma alegr!a que hab!an sentido los de Aaltag al ver de nuevo al padre Fyodor, corrieron a abra;arle a la orilla, donde descubrieron asombrados que una mujer, bonita por a*adidura, hab!a llegado hasta aquellas alturas del Fu% n. 3uando -ras%ovia quiso desembarcar, cuatro hombres la tomaron en bra;os, levantndola en el aire, y la llevaron al fuerte gritando e imitando el sonido de la corneta, mientras el marido les segu!a, hablando con el comandante de la guarnici n y e$plicndole cul era su cargo en el gobierno y el inter#s que ten!a por el fuerte. )e trataba de un tosco reducto fronteri;o, que se al;aba a cierta distancia de la orilla derecha del Fu% n, aunque su situaci n le permit!a dominar, en todas direcciones, grandes tramos del r!o. +staba construido a la manera tradicional: se e$tend!an cuatro largos pabellones que al juntarse delimitaban una pla;a central, bastante amplia& sobresal!an dos s lidas torres, y estaba defendido por una cerca refor;ada que rodeaba todo el conjunto. Les hab!an invadido ya tres veces, lo que hab!a provocado grandes bajas entre los rusos, pero no pensaban convertirse en un blanco fcil en el futuro: durante las horas de claridad hab!a un soldado en cada torre& por las noches, dos. Los samovares comen;aron a bullir con t# caliente, se pronunciaron unos brindis, y los miembros de la guarnici n narraron sus e$periencias con los atapascos de los alrededores, que en su opini n eran unos salvajes. +l oficial al mando, un joven y vigoroso teniente barbirrapado llamado <re%o, hi;o una se*al a uno de sus hombres, el cual enrojeci , se adelant unos pasos y se inclin ante los 9oronov. 8Amables visitantes 8les dijo8: este humilde fuerte perdido en el fin del mundo se considera honrado por vuestra presencia. +n se*al del respeto que nos merec#is, el teniente <reco y sus hombres os hemos preparado algo especial. +n ese momento estall en un ataque de risa incontrolada, que desconcert a los forasteros& pero <re%o continu : 8,o ha sido idea m!a, sino de este pillo 8dijo, se*alando al muchacho, mientras le daba un golpecito en el bra;o8. Anda, -e%ars%y, cu#ntales qu# hab#is hecho t" y los dems. -e%ars%y se llev una mano a la boca para contener la risa, irgui la espalda, se mordi los labios y rog , como si fuera un mayordomo: 8Acomp*enme, monsieur et madame. -ero le pareci e$cesivo hablar franc#s en esas circunstancias, y estall otra ve; en tales risas que el teniente <re%o tuvo que intervenir de nuevo:

-gina /?7 de ?@0

Alaska

James A. Michener

8+$celencia, mis hombres les han hecho un gran honor. +stoy orgulloso de ellos. Les condujo a la pla;a, donde los soldados, que ansiaban ver otra ve; a la hermosa moscovita, la miraban fijamente y se daban coda;os mientras ella avan;aba, con su pelo dorado brillando en la oscuridad. Fueron hasta un edificio bajo, ante el cual se amontonaba una gran pila de troncos cortados aguas arriba y llevados a flote hasta all!. 8U9oilV 8e$clam el joven oficial. Abri la puerta, y los 9oronov entraron en un t!pico ba*o ruso: las paredes eran gruesas& hab!a un cuarto e$terior para desvestirse, una peque*a ;ona intermedia casi rebosante de le*a, y una habitaci n interior con bancos a lo largo de las paredes, frente a algunas piedras dispuestas sobre una hoguera que las calentaba al rojo vivo. Dab!a tambi#n seis cubos, pues se arrojaba agua sobre las piedras para producir nubes de vapor, de manera que, al cabo de unos minutos en el ba*o, uno quedaba envuelto en unos vapores purificadores y sedantes. 8)in esto no podr!amos mantener aqu! un fuerte 8e$plic <re%o& despu#s hi;o una reverencia a sus distinguidos hu#spedes y se march . +ra tan tentadora la promesa de un buen ba*o de vapor, que el matrimonio 9oronov ech una carrera, para ver qui#n lo tomaba primero& gan -ras%ovia, que no necesitaba desatar unas botas tan altas, y grit : 8Upor fin el para!so, despu#s de un viaje por el OrticoV 8+stamos a ciento noventa y cuatro %il metros al sur del 3!rculo OrticR 8la corrigi su esposo, con e$asperante precisi n8. Lo he comprobado. 8-ara m!, esto es el Ortico 8replic -ras%ovia, mientras les cubr!a el vapor8. -ude darme cuenta de que el r!o estaba a punto de congelarse 8s"bitamente, rompi a llorar. 8-ero cari*o... 8Da sido precioso, Ar%ady. Llevbamos tantos a*os en )it%a, con nuestro bonito volcn, pensando que viv!amos en Alas%a. 3unto me alegro de que me hayas tra!do... 8llorique durante unos momentos, y despu#s tom la mano de su esposo8. +n el r!o, tuve la sensaci n de que avan;bamos hacia la eternidad. -ero despu#s vi a los soldados que bajaban corriendo para abra;ar al padre Fyodor, y comprend! que aqu! viv!an personas y que la eternidad estaba un poco ms lejos. 8Bej de llorar, y dijo8: (astante ms lejos, me parece. -ras%ovia no se hab!a equivocado en cuanto a la llegada del invierno& una ma*ana, despu#s de e$plorar esa parte del Fu% n, remontndolo a lo largo de otra treintena de %il metros, hasta el lugar en donde aflu!a un ancho r!o que llegaba desde el norte, y tras conocer a algunos miembros de tribus atapascas que iban al fuerte a comerciar, Ar%ady comunic : 83reo que estamos listos para ir r!o abajo. 3re!a que podr!an recorrer rpidamente los ochocientos %il metros de trayecto, puesto que se dejar!an llevar por la corriente y no ser!a necesario remar en contra, pero el teniente <re%o le e$plic que se equivocaba: 8Cendr!a usted ra; n, si estuvi#ramos a principios del verano. )er!a un viaje fcil y tambi#n agradable. -ero estamos en oto*o. 8JF si nos pusi#ramos en marcha ahora mismoK 8UperfectoV -or aqu! el r!o no est congelado, y seguir as! una temporada. -ero en la desembocadura se congela antes. Los vientos fr!os que vienen de Asia llegan all! primero. 8+sper un poco, para que comprendieran la importancia de

-gina /?6 de ?@0

Alaska

James A. Michener

lo que les dec!a, y continu 8: +$celencia, si la se*ora y usted partieran ahora, es muy posible que a mitad de trayecto quedaran varados en el hielo: tendr!an que soportar ocho meses de invierno rtico, sin ninguna posibilidad de librarse. Ar%ady fue a buscar a su esposa, para que escuchara ella tambi#n las advertencias del teniente& pero -ras%ovia, sin esperar a que <re%o terminara de hablar, dijo: 8,os quedaremos hasta que el r!o se hiele, y entonces volveremos por donde vinimos. <re%o, temeroso de que se echaran atrs, acept entusiasmado la propuesta: 84TF bienV Les acogeremos con mucho gusto, y adems nos dar tiempo de buscar un buen grupo de perros para tirar del trineo a la vuelta. Be este modo, el matrimonio 9oronov, el hijo del metropolitano de Codas las :usias y la hija de una destacada familia moscovita, se atrincheraron a la espera de que comen;ara un aut#ntico invierno de Alas%a, y observaron fascinados el continuo, a veces rapid!simo, descenso del term metro. Tna ma*ana, -ras%ovia despert a su marido con una brusca sacudida: 8U+l Fu% n se est congelandoV Burante todo el d!a contemplaron c mo el hielo se formaba junto a las orillas, c mo se quebraba, volv!a a formarse y desaparec!a. +se d!a, el r!o no se congel . )in embargo, tres d!as despu#s, a mediados de octubre, el term metro descendi s"bitamente a veinte grados bajo cero: el poderoso r!o cedi , y el hielo empe; a avan;ar de una orilla a otra, como si obrara seg"n )T) propias reglas& dos d!as ms tarde, el Fu% n estaba congelado. Los d!as que siguieron fueron duros: ten!an que comprobar el grosor del hielo& pero el teniente <re%o les e$plic que, por bajas que fueran las temperaturas, el fondo del Fu% n no se congelaba nunca. 8La corriente inferior y el aislamiento producido por la nieve acumulada encima evitan que se imponga el fr!o. A mediados de enero, seguir corriendo el agua por debajo del hielo. A -ras%ovia le encantaron los perros que trajeron para tirar del trineo: eran grandes perros alas%anos de color gris pardu;co& perros esquimales de color blanco& perros cru;ados, de cuerpo robusto y vigor inagotable, y otros que los rusos llamaban hus%ies. +ran distintos a los que ella hab!a visto en :usia& aunque algunos gru*!an al verla, otros la consideraban su amiga y demostraban su gratitud por la amabilidad de la mujer. )in embargo, ninguno se convirti en su perro de compa*!a, ni -ras%ovia lo quiso as!, porque eran unos animales nobles, criados para una determinada finalidad, sin los cuales hubiera sido dif!cil la vida en el Ortico. -ras%ovia descubri que le gustaba vivir bajo un fr!o e$tremo& pero una noche, cuando el mercurio descendi hasta los cuarenta grados bajo cero y el term metro dej de funcionar, qued abatida por la crude;a de tan bajas temperaturas. +l aire g#lido se introduc!a rpidamente en los pulmones y parec!a congelarlos, y uno pod!a pasar en un minuto de encontrarse bien a sentir la cara completamente helada. Al darse cuenta de que el term metro no indicaba los valores inferiores a los cuarenta y cinco grados, pregunt a <re%o cul era realmente la temperatura. 83uarenta y siete grados bajo cero 8le contest , tras consultar un term metro de alcohol. 8JF por qu# parece como si hiciera menos fr!oK 8quiso saber -ras%ovia. 8-orque no hay viento ni humedad 8respondi <re%o8. )olamente este fr!o tan intenso y opresivo.

-gina /?L de ?@0

Alaska

James A. Michener

-ras%ovia no sent!a su opresi n. Codos los d!as sal!a del fuerte y se pon!a a saltar y a correr, sin volver a entrar hasta que no se encontraba agotada y el fr!o empe;aba a calrsele en los huesos. 8)i me quedara ah! fuera 8pregunt a <re%o8, Jcunto tardar!a en congelarmeK +l teniente fue en busca de un soldado, para que -ras%ovia viera sus orejas desfiguradas y la gran marca blanca, como una cicatri;, que ten!a en la mejilla derecha. 8J3unto tard en pasarte esoK 8le pregunt <re%o. 89einte minutos 8contest el hombre8. Dac!a tanto fr!o como hoy. 8J)u cara ha quedado da*ada para siempreK 8pregunt -ras%ovia. 8Las orejas no tienen remedio 8contest el )oldado8& la cara se me curar, aunque tal ve; me quede una mancha oscura. +sa noche, en aquel lugar del interior de Alas%a al que pocos rusos llegar!an nunca,-ras%ovia vivi una e$periencia apasionante: por encima del fuerte de ,ulato, dentro del cual se acurrucaban veintid s rusos que intentaban resistir el intenso fr!o, la aurora boreal inici una dan;a que cubri todo el cielo. Los 9oronov se reunieron con el teniente <re%o en el centro de la pla;a helada, rodeados por los cuarteles de madera y la doble empali;ada, y desde all! contemplaron el hermoso ir y venir de las luces de colores, que giraban en la oscuridad del cielo de medianoche. 8YA qu# temperatura estamosK 8pregunt -ras%ovia. 8A cincuenta y uno o cincuenta y dos bajo cero 8respondi <re%o& pero los 9oronov se limitaron a arroparse ms entre sus pieles, pues no quer!an entrar mientras el fantstico espectculo ocupara el firmamento. 8Fa hemos conocido Alas%a 8coment -ras%ovia ms tarde, mientras beb!an junto a <re%o algo de t# y un estupendo brandy8. )in su ayuda, ni siquiera habr!amos sabido que e$ist!a. 8Nuedan tres cuartas partes de territorio, que ninguno de nosotros ha visto nunca 8replic <re%o& pero estuvo de acuerdo en que dos d!as despu#s podr!an iniciar sin peligro el viaje de regreso al estrecho de )it%a. Aunque tuvieron que cambiar repentinamente los planes para la vuelta, afortunadamente las consecuencias fueron buenas. 3uando llegaron a la aldea de Aaltag, donde ten!an que abandonar el r!o congelado para continuar hasta Tnala%leet por el sendero de monta*a, el padre Fyodor les comunic , un poco a;orado: 89oy a quedarme aqu!. )e necesita un sacerdote. Ar%ady, a pesar de que le inquietaba la perspectiva de continuar el peligroso viaje sin la ayuda del padre Fyodor, tuvo que aceptar su decisi n, pues sab!a que ese escuchimi;ado hombrecito se hab!a adaptado admirablemente a la vida en el Fu% n. 8J-odr e$plicrselo a las autoridades religiosas de la capitalK 8pregunt el sacerdote. 83omprendo que en esta aldea le necesitan 8contest Ar%ady. Iba a agradecerle la ayuda que hab!a prestado al grupo, pero en aquel momento se acerc -ras%ovia, llevando de la mano a la atractiva muchacha que le hab!a llamado la atenci n durante su anterior estancia en la aldea. 8-adre, ha demostrado usted ser muy buen hombre 8dijo al sacerdote8. -ero ser todav!a ms bueno si se casa 8y puso la mano de la joven en la de #l. 3uando hasta los ni*os se hab!an enterado de que el padre Fyodor iba a tomar esposa y a quedarse en la aldea, la novia declar muy convencida: 8,o est bien dejar que esa pareja de rusos cruce sola las monta*as. 3on la ayuda de su padre, organi; un grupo de hombres con trineos para que condujeran a los 9oronov, al sacerdote y a su prometida a trav#s de la nieve y el hielo,

-gina /?M de ?@0

Alaska

James A. Michener

hasta el lugar donde los 9oronov pensaban esperar la #poca del deshielo y la llegada de un barco que les llevar!a de regreso a ,ueva Ar%angel. 4ientras su barco amarraba en el estrecho de )it%a, los 9oronov vieron la nerviosa silueta del pr!ncipe 4a%sutov, que bajaba corriendo desde el castillo, de una forma muy poco decorosa para un gobernador. 8U9ayan hacia aquel barco ingl#sV 8grit el pr!ncipe, en cuanto vio a la pareja. Los 9oronov cambiaron de rumbo y se arrimaron al vapor mercante, en tanto que 4a%sutov sub!a a una barca de remos, que dos marineros llevaron hasta el buque ingl#s. Tna ve; a bordo del barco e$tranjero, el matrimonio aguard a 4a%sutov junto a la barandilla& cuando lleg , le vieron muy plido. 8UNuiero que oigis las noticias que nos traenV 8les dijo, y les llev apresuradamente al camarote del capitn, que era un escoc#s gordo y jovial. 8)oy el capitn 4ac:ae, de <lasgoE 8se present #l mismo. +l pr!ncipe 4a%sutov present a toda prisa a sus dos invitados, y acto seguido orden : 8+$pl!queles lo que me ha contado. 8+s algo tan e$tra*o que me gustar!a llamar al joven Denderson 8dijo el capitn 4ac:ae8. 'l oy primero la historia, y lo verific al enterarse de que yo lo hab!a sabido por otras fuentes. Llamaron a Denderson, mientras los 9oronov aguardaban, sin saber nada de lo que hab!a ocurrido durante su larga ausencia. P-robablemente, Inglaterra y :usia estn otra ve; en guerraQ, se dijo Ar%ady& pero en cuanto Denderson se present ante el capitn, los dos britnicos e$plicaron una historia bastante diferente. 8Al parecer 8empe; el capitn 4ac:ae8, y lo hemos sabido de fuentes fidedignas 1tanto por los estadounidenses de )an Francisco como por nuestro c nsul en aquella ciudad2, :usia ha vendido Alas%a a los estadounidenses: el territorio, la compa*!a, los edificios, los barcos... todo. 8JNue la han vendidoK 8e$clam 9oronov. 4ucho tiempo antes, #l y -ras%ovia hab!an o!do rumores sobre una posible venta, pero en aquella #poca :usia ten!a problemas en 3rimea, y necesitaba dinero. )in embargo, era una locura venderla ahora. su esposa y #l acababan de descubrir la grande;a y las posibilidades de Alas%a, por lo que no lograba entender que se cediera un tesoro semejante. )u imaginaci n saltaba rpidamente de una posibilidad a la otra. Al final, formul una pre8 gunta un poco ofensiva: 8-r!ncipe 4a%sutov, Jc mo sabemos que estos dos hombres no nos estn contando esta historia para perjudicarnosK Nuiero decir que qui; nuestros pa!ses est#n en guerra. Al observar que el pr!ncipe palidec!a, comprendi que hab!a hecho una pregunta demasiado atrevida, y se dirigi a los dos militares britnicos para pedirles disculpas. 8U,o hay por qu# disculparseV 8asegur 4ac:ae, con una sonrisa en su rostro redondo8. +ste caballero tiene mucha ra; n. Cal como le he advertido, pr!ncipe, solamente les hemos contado un rumor que circula por )an Francisco. 4e atrever!a a decir que tiene fundamento& pero mientras no reciban la confirmaci n oficial de su gobierno, no es ms que un rumor. 8:og a los rusos que se quedaran y orden a un camarero que trajera bebidas para todos& como los 9oronov guardaban silencio, estupefactos, 4ac8 :ae dijo, casi en tono alegre8: +l amigo Denderson se luci mucho en la guerra de 3rimea. Bice que los suyos eran muy hbiles con las armas pesadas. +stuvieron un rato hablando del episodio de (ala%lava, como si no hubiera sido ms que un partido de cr!cquet jugado hac!a mucho, sin que quedara ning"n rencor& pero despu#s del amable intermedio, 9oronov se dirigi a Denderson: a-or favor, se*or, Jpodr!a contarnos a mi esposa y a m! qu# ha ocurrido e$actamenteK

-gina /?? de ?@0

Alaska

James A. Michener

+l joven oficial e$plic que en )an Francisco, estando con los oficiales de otro barco britnico y de uno franc#s en una de las mejores tabernas del puerto, un comerciante estadounidense les pregunt : P3hicos, Jalguno de vosotros se dirige a )it%aK Fa sab#is que ahora es de los +stados Tnidos, JnoKQ. Denderson quiso saber ms, puesto que su barco iba rumbo a Alas%a, de modo que se inici una conversaci n en la que participaron tambi#n varios estadounidenses, dos de los cuales estaban enterados de la venta. Denderson volvi rpidamente al barco para avisar al capitn 4ac:ae, que no se crey la historia& sin embargo, el capitn se apresur a locali;ar al c nsul britnico, el cual asegur que, si bien no ten!a noticias firmes de la transacci n, hab!a recibido veladas advertencias de >ashington de que los pol!ticos estadounidenses hab!an aceptado la venta, por un precio acordado en siete millones doscientos mil d lares. 8U)e*orV 8e$clam 9oronov8. J3untos rublos sonK 83omo el rublo vale algo menos de dos d lares, eso hace unos once o doce millones de rublos. 8U)e*orV 8repiti 9oronov8. )olamente el r!o Fu% n vale ms que eso. 8JDan estado en el Fu% nK 8pregunt 4ac:ae. 8Dasta bastante arriba 8contest -ras%ovia8. +s un tesoro. ,o puedo creer que lo hayan vendido. 4ac:ae, compadecido de los graves problemas con los que se enfrentaban esos rusos que se encontraban tan lejos de la patria, les invit a almor;ar con #l e hi;o lo posible por aliviar sus preocupaciones& al preguntarles qu# har!an si los rumores resultaban ser ciertos, las respuestas fueron radicalmente distintas. 8)oy funcionario del gobierno 8precis diplomticamente el pr!ncipe 4a%sutov8. 4e quedar# aqu!, para llevar a cabo una cesi n pac!fica y organi;ar la ceremonia de arriar la bandera& despu#s me embarcar# de vuelta a :usia. 8Y,o se opondr a la cesi nK 8+n los "ltimos tres a*os, he aconsejado seis veces a )an -etersburgo que conservara Alas%a. )i, como usted insin"a, se ha tomado la decisi n contraria, no tengo nada ms que decir. 8JF no querr!a seguir viviendo en el estrecho de )it%aK 8JA las rdenes de los estadounidensesK U,i hablarV 8Al darse cuenta de que el representante de una tercera potencia pod!a encontrar despectivo el comentario, el pr!ncipe a*adi 8: ni a las rdenes de e$tranjero alguno, ni siquiera de ustedes, los britnicos. 8Fo pensar!a lo mismo 8dijo 4ac:ae, que entendi por qu# el pr!ncipe hab!a rectificado. 8JIrnos de este hermoso lugarKU =amsV 8les interrumpi -ras%ovia. 8J:enunciar!a a la ciudadan!a rusaK 8J3 mo podemos saber el criterio que se seguirK 8intervino Ar%ady, intentando impedir que su esposa diera una respuesta que ms adelante pudiera lamentar8. )i los +stados Tnidos han comprado Alas%a, qui; pretendan e$pulsarnos a todos. )u pregunta es prematura. 8U+nabsolutoV 8contest bruscamente la testaruda -ras%ovia8. Dace falta gente en los +stados Tnidos. Day demasiado territorio desierto. Bemasiados hombres murieron en la guerra. ,os suplicarn que nos quedemos. 84ir a sus interlocutores, uno a uno, y a*adi 8: F los 9oronov se quedarn. +sto se ha convertido en nuestro hogar. 8Bespu#s de lan;ar su desaf!o, se calm y se qued mirando al pr!ncipe 4a%sutov8: )e equivoc , se*or, cuando nos envi al fuerte de ,ulato. -ermiti que vi#ramos Alas%a, y nos hemos enamorado de ella. 9amos a quedarnos aqu! y contribuiremos a su progreso& y me importa un comino qui#n sea su propietario.

-gina /?I de ?@0

Alaska

James A. Michener

U(ravoV 8e$clam 4ac:ae8. (rindar# con vosotros en mis pr $imos viajes. -ras%ovia intent sonre!r ante la broma, pero le fue imposible: hundi la cara entre las manos, y se ech a llorar. La cesi n de Alas%a de manos rusas a las de los +stados Tnidos constituye un e$tra*o episodio de la historia: hacia el a*o .IM?, :usia deseaba ardientemente deshacerse de la colonia, mientras que los +stados Tnidos, que todav!a recuperaban fuer;as despu#s de la guerra de secesi n y que estaban preocupados por el inminente proceso del presidente =ohnson, se negaban a aceptarla, bajo ning"n concepto. +n tales circunstancias, el protagonismo recay en un hombre e$traordinario. ,o era ruso 1cosa que cobrar!a importancia ms de un siglo despu#s2, sino un supuesto bar n de origen dudoso, medio austriaco, medio italiano& era un hombre encantador, que en .I6. fue escogido para representar temporalmente a :usia ante los +stados Tnidos, y se qued all! hasta .IMI. +n esa #poca, +douard de )toec%i, que se presentaba como arist crata, aunque nadie sab!a con seguridad c mo ni cundo hab!a obtenido el t!tulo 1si es que ten!a alguno2, se convirti en un apasionado partidario de los +stados Tnidos, hasta el punto de que se cas con una rica estadounidense y asumi la responsabilidad de actuar como mediador entre :usia, que consideraba su patria, y los +stados Tnidos, el pa!s donde resid!a. )e enfrentaba a un dif!cil cometido: al principio, los +stados unidos vacilaban en quedarse con Alas%a, por lo que en :usia perdieron fuer;a los partidarios de la venta& ms tarde, cuando :usia estuvo dispuesta a vender, cinco o seis importantes pol!ticos estadounidenses, encabe;ados por el neoyor%ino >illiam )eEard, secretario de +stado, comprendieron con gran clarividencia las ventajas de tomar posesi n de Alas%a y convertirla en el baluarte de los +stados Tnidos en el Ortico. )in embargo, los sensatos empresarios del )enado y la 3mara (aja, as! como la mayor!a de ciudadanos, se opusieron desde*osamente a la adquisici n. Las pullas ms amables fueron: Pla nevera de )eEardQ y Pel disparate de )eEardQ. Algunos murmuradores acusaron a )eEard de colaborar con los rusos& otros acusaron a )toec%i de comprar votos en la 3mara (aja. Tn morda; escritor sat!rico pretend!a que en Alas%a no hab!a ms que osos polares y esquimales& y muchas personas se opon!an a que los +stados Tnidos se quedaran con una propiedad helada e in"til, aunque :usia se la regalara. 9arios hicieron notar que Alas%a no era rica en nada, ni siquiera en renos, que tanto abundaban en otras ;onas septentrionales, y algunos e$pertos aseguraron que en esa parte del Ortico no pod!a haber minerales ni yacimientos de valor. )e multiplicaron los ataques contra aquel territorio desconocido y algo intimidante& las cr!ticas habr!an tenido gracia, de no ser porque influyeron en la forma de pensar y en la conducta de los estadounidenses y condenaron a Alas%a a un olvido de d#cadas. -ero el bar n de )toec%i era un hombre de recursos, al que era dif!cil apartar de los objetivos que se propon!a, y, gracias a las habilidades de estadista de )eEard, su ac#rrimo partidario, se aprob la compra, por un solo voto de diferencia. 3on un margen tan estrecho, los +stados Tnidos estuvieron a punto de renunciar a una adquisici n que pod!a resultar muy valiosa& sin embargo, los que hab!an podido contemplar Alas%a en .IM?, desde un fuerte ,ulato congelado, con el term metro a casi cincuenta grados bajo cero, y esperando que les invadieran los atapascos rebeldes, pensaban, evidentemente, que venderla por poco ms de siete millones de d lares era muy mal negocio.

-gina /?@ de ?@0

Alaska

James A. Michener

+n ese momento, la situaci n pas de c mica a rid!cula: aunque el )enado de los +stados Tnidos hab!a decidido comprar el territorio, el 3ongreso se negaba a conceder fondos para pagarlo, por lo que durante varios meses llenos de tensi n la venta estuvo pendiente de un hilo. 3uando por fin se consigui una votaci n favorable, estuvo a punto de anularse, pues se descubri que el bar n de )toec%i hab!a gastado ciento veinticinco mil d lares en efectivo y no estaba dispuesto a mostrar sus cuentas. Aunque se e$tendi la sospecha general de que )toec%i hab!a sobornado a algunos congresistas para que votaran a favor de adquirir un territorio que evidentemente no ten!a ning"n valor, el bar n esper a que la operaci n se hubiera llevado a cabo y abandon discretamente el pa!s, tras haber logrado la ambici n de su vida. Tn congresista, con un agudo sentido de la historia, la econom!a y la geopol!tica, coment sobre el asunto: P)i tantas ganas ten!amos de agradecer a :usia la ayuda que nos brind durante la guerra de secesi n, Jpor qu# no le dimos los siete millones y le dijimos que se quedara con su maldita coloniaK ,unca nos servir para nadaQ. -ero la venta se llev a cabo, y el escenario de la comedia se traslad a )an Francisco, donde un apasionado general del ,orte llamado =efferson 3. Bavis 1sin parentesco alguno con el presidente de la 3onfederaci n2 recibi la informaci n de que Alas%a pertenec!a ahora a los +stados Tnidos, y los icebergs, los osos polares y los indios quedaban bajo la autoridad del propio Bavis. +ra un hombre de mal carcter: durante la guerra de secesi n hab!a disparado contra un general del ,orte que le inspiraba antipat!a 1el otro general muri , y se absolvi a Bavis alegando que era un hombre irritable2, -as los a*os posteriores a la guerra persiguiendo a los indios en las <randes -lanicies, y, cuando acept su puesto en Alas%a, ten!a la impresi n de que su funci n all! era continuar acosando a los indios. +l .I de septiembre de .IM?, el vapor =ohn L. )tevens ;arp de )an Francisco cargado con los doscientos cincuenta soldados que ten!an que controlar Alas%a durante las pr $imas d#cadas. Tno de los que se fue ese d!a escribi un l"gubre relato: 4ientras desfilbamos hacia el barco en traje de combate, no hubo doncellas que nos arrojaran rosas desde las esquinas ni multitudes entusiastas que nos vitorearan al pasar. La compra de Alas%a hab!a disgustado tanto a los ciudadanos, que #stos solamente nos demostraban su desprecio. Tn hombre me grit : PUBevolvedla a :usiaVQ. )e arm un gran l!o cuando el )tevens lleg a )it%a. Los rusos siguen un calendario que est once d!as atrasado con respecto al nuestro, por lo que reinaba una confusi n general. Adems, en Alas%a mantienen la hora de 4osc", que est un d!a por delante de la nuestra. -od#is imaginroslo. +l caso es que, cuando llegamos, el gobernador ruso dijo: PDan venido demasiado pronto. +sto sigue siendo :usia y ning"n soldado e$tranjero podr desembarcar mientras no llegue el representante del <obierno de los +stados TnidosQ& de modo que los pobres soldados tuvimos que quedarnos die; d!as en nuestros apestosos camarotes, contemplando un volcn no muy lejos, a babor, un volcn que estoy viendo ahora mismo, mientras escribo. ,o me gustan los volcanes, y Alas%a me gusta todav!a menos. -or fin lleg al estrecho el barco que tra!a a los representantes estadounidenses, y entonces, con cierto retraso, se permiti desembarcar a los soldados& estaban tristes y quejosos, pero en seguida tuvieron que tomar parte en la ceremonia de cesi n, que se celebr esa misma tarde, para sorpresa de todos. +l asunto no estuvo bien llevado. +l pr!ncipe 4a%sutov, que podr!a ha ber manejado estupendamente la situaci n, no pudo hacerlo a causa de la presencia de un remilgado funcionario de segundo rango enviado desde :usia en representaci n del ;ar& por su parte, a Ar%ady 9oronov, el hombre que mejor conoc!a la colonia rusa, no se le permiti

-gina /I0 de ?@0

Alaska

James A. Michener

participar en absoluto. Ahora bien, s! se llev a cabo una peque*a ceremonia que result del agrado de las pocas personas que ascendieron los ochenta escalones que conduc!an al castillo de (aranov, donde la bandera rusa ondeaba en lo alto de un mstil de veintisiete metros, fabricado con el tronco de una de las p!ceas de )it%a. Besde la bah!a se dispararon salvas de ca* n, y se celebr una ceremonia formal para arriar una bandera e i;ar la otra& sin embargo, el ritual qued empa*ado por un incidente muy est"pido, que -ras%ovia 9oronova relat en una carta dirigida a su familia: Aunque ya hab!amos comunicado nuestra intenci n de convertirnos en ciudadanos estadounidenses, Ar%ady, como cab!a esperar, quiso que la ceremonia rusa de despedida se llevara a cabo con la debida dignidad, como correspond!a al honor de un gran imperio. Di;o que nuestros soldados ensayaran cuidadosamente el momento de arriar la bandera, y yo ayud# a ;urcir los uniformes rotos y supervis# el lustrado de los ;apatos. Bebo decir que Ar%ady y yo dejamos impecables a nuestros soldados. Lamentablemente, no sirvi de nada. 3uando un soldado de confian;a comen; a tirar de las dri;as para arriar nuestra gloriosa bandera, una s"bita rfaga de viento la enrosc en el mstil, y qued tan enredada que era imposible soltarla. +l pobre hombre, con la cuerda en las manos, miraba tristemente a Ar%ady, quien le hi;o un gesto indicando que ten!a que dar un buen tir n. +l soldado obedeci , pero s lo consigui desgarrar la tela que adornaba la bandera y dejarla todav!a ms enredada en el asta. +ra evidente que, por ms fuerte que tirara, la bandera no se desplegar!a, yo estuve a punto de prorrumpir en gritos de j"bilo, porque lo tom# por un presagio de que no se llevar!a a cabo la venta. +n aquel momento, Ar%ady se apart de mi lado, despotricando por lo bajo, y le o! decir a dos de sus soldados: P(ajad ese maldito trapo ahora mismoQ. +llos no ten!an ni idea de c mo conseguirlo& me averg5en;a confesar que fue un marino estadounidense el que grit : PUDay que i;ar una silla de calafateVQ. ,o vi c mo lo hicieron, pero muy pronto un hombre trepaba por el mstil, como un mono por una cuerda& consigui desenredar la bandera, aunque con las prisas la desgarr un poco ms. Tna ve; suelta, la bandera cay vergon;osamente: fue a parar sobre las cabe;as de nuestros soldados, que no consiguieron recogerla con las manos, y luego se enganch en las bayonetas. 4e sent!a humillada. Ar%ady segu!a maldiciendo, algo no muy propio de #l& el pr!ncipe 4a%sutov manten!a la vista fija hacia delante como si no hubiera bandera ni mstil, y su guapa esposa se desmay . Fo me puse a llorar. Ar%ady y yo estamos decididos a seguir viviendo en )it%a, como la llaman ahora, y convertirnos en unos buenos ciudadanos de nuestro nuevo pa!s. 'l quiere quedarse porque sus padres estuvieron muy vinculados a estas islas& yo, porque he llegado a tomar cari*o a Alas%a, que encierra enormes posibilidades. +l a*o pr $imo, cuando vengis a visitarnos, creo que encontrar#is una ciudad mucho ms grande y pr spera, pues aseguran que los +stados Tnidos, en cuanto se hagan cargo del gobierno, invertirn millones de d lares en convertir esto en una importante colonia. -ras%ovia y los otros rusos que declararon su intenci n de adoptar la nacionalidad estadounidense no tomaron una decisi n prematura: los d!as anteriores a la cesi n, el pr!ncipe 4a%sutov reuni a los cabe;as de familia para e$plicarles con gran entusiasmo el tratado rusoamericano por el que se regir!a la cuesti n. 3on su impecable uniforme blanco de oficial y con una cordial sonrisa, manifest un evidente orgullo por el trabajo que su comisi n hab!a llevado a cabo. 8Los dos pa!ses se merecen una felicitaci n por las magn!ficas normas que han acordado. Tn maestro joven del colegio local, un tal 4a$im Lu;hin, quiso saber ms detalles, y 4a%sutov e$plic pacientemente:

-gina /I. de ?@0

Alaska

James A. Michener

8Fo colabor# en la redacci n del borrador del reglamento, y puedo asegurar que, cualquiera que sea la decisi n que ustedes tomen, les ampara totalmente. 8J-uede dar un ejemploK 8insisti Lu;hin. 8)i alguien quiere volver a :usia 8precis el pr!ncipe8, tiene tres a*os para hacerlo. -odr viajar gratuitamente hasta su regi n de origen. )i decide permanecer aqu! y convertirse en estadounidense, el nuevo gobierno promete conceder automticamente la plena ciudadan!a, sin ninguna limitaci n por el hecho de ser rusos, y otorgar una completa libertad de culto. 8)onri a su audiencia, que confiaba en #l, y coment con franque;a8: +n la vida no es frecuente poder elegir entre dos alternativas, e$celentes las dos. +scojan lo que les pare;ca mejor y no se equivocarn. -or eso los 9oronov participaron en la ceremonia de cesi n como ciudadanos estadounidenses& sin embargo, el ingreso en su nueva patria result algo violento, porque el primer d!a, en cuanto la bandera estadounidense estuvo i;ada en lo alto del mstil, el general Bavis profiri una orden alarmante: 8UNue los rusos de la colina desalojen sus viviendas antes de la puesta del solV 8F un comandante orden a sus soldados que ocuparan los edificios. Ar%ady se present ante el comandante para e$plicarle, en un tono sereno y respetuoso: 84i esposa y yo hemos adoptado la nacionalidad estadounidense. Aqu! tenemos nuestro hogar 8se*al hacia su vivienda, en lo alto del castillo8 8Tstedes son rusos, JnoK 8refunfu* el comandante8. )algan antes de la puesta del sol. 4e quedo con esa vivienda. 9oronov, muy indignado, le e$plic la orden a su esposa, pero ella se ech a re!r. 8Al pr!ncipe y la princesa tambi#n les han echado de casa. +l general Bavis quiere sus aposentos. 8U,o puedo creerloV 84ira a esos criados. 8F Ar%ady vio c mo se llevaban colina abajo las pertenencias de los 4a%sutov. Los 9oronov trasladaron sus cosas a una casita cercana a la catedral y vieron que sus amigos rusos tomaban angustiosas decisiones. Los que hab!an tenido en )it%a una vida agradable deseaban continuar all!, y estaban dispuestos, como los 9oronov, a confiar su destino a la generosidad estadounidense& pero los amigos que viv!an en :usia insist!an tanto en que regresaran que la mayor!a decidi embarcarse en el primer vapor que les llevara a -etropvlovs%. 8JNu# pasar cuando lleguen a :usiaK 8pregunt -ras%ovia. 8,o quiero ni pensarlo 8respondi Ar%ady. Algunos de los vecinos, preocupados e incapaces de tomar por su cuenta una decisi n, se presentaron en casa de los 9oronov para pedir consejo a Ar%ady. 89olved a casa 8propon!a #l normalmente. F cuando dos esposos ten!an opiniones diferentes, invariablemente les aconsejaba regresar a :usia8: All al menos sabr#is qu# piensan hacer vuestros vecinos. +l repetir esa recomendaci n a las personas que abrigaban dudas tuvo un efecto curioso sobre s! mismo: aunque al principio se hab!a hecho el prop sito firme de quedarse en Alas%a, como continuamente ten!a que ponerse en el lugar de otras personas e imaginar su situaci n y sus opiniones, descubri lo poco seguro que estaba de su elecci n. Tna tarde, mientras volv!a a casa con -ras%ovia de una reuni n con los 4a%sutov, que se hab!an resignado a regresar a :usia e incluso parec!an impacientes por hacerlo, Ar%ady pregunt inesperadamente: 8J3rees que hacemos bien, -ras%aK )u mujer no le contest directamente, porque quer!a saber hasta qu# punto dudaba: 8JA qu# te refieres, As%adyK

-gina /I/ de ?@0

Alaska

James A. Michener

8+n realidad 8Ar%ady le confes sus dudas8, la decisi n me da miedo. +s para toda la vida. Fa no sabemos c mo es :usia, despu#s de una ausencia tan larga. F tampoco sabemos c mo son los +stados Tnidos, porque no podemos prever c mo van a comportarse dentro de die; a*os... ni siquiera ahora, de hecho. +l general Bavis... no s# si tiene idea de lo que es Alas%a. Budo que sea muy inteligente. 8Las primeras decisiones que tom no me gustaron mucho, desde luego 8reconoci -ras%ovia8& pero tal ve; mejore. Anim a su marido a que e$pusiera todos sus temores, y, cuando #l se los e$plic , -ras%ovia comprendi que de lo "nico que se trataba era que la edad les obligaba a actuar con prudencia antes de tomar una decisi n tan grave. 8Bime: Jqu# es lo que te da ms miedoK 8Nue jams nos veremos ante una elecci n tan importante 8contest su marido, muy serio8. ,o es por m!, en realidad. ,unca he sentido mucho cari*o por :usia, como sabes. -ertene;co a las islas. -ero t"... )e la qued mirando, con el intenso amor que siempre hab!a caracteri;ado a los hombres de la familia 9oronov. )u bisabuelo y su abuelo, ambos de Ir%uts%, hab!an tenido la buena suerte de amar a sus esposas. 9asili, su padre, hab!a encontrado en las islas, en su compa*era aleuta, un amor que pocos hombres conocen. F a #l le hab!a ocurrido lo mismo: no hab!a querido a otra mujer que -ras%ovia, desde que la conoci , en su #poca de estu8 diante en la capital& pero ahora tem!a estar comportndose como su padre, que hab!a abandonado a )of!a Auchovs%aya por ascender rpidamente en la Iglesia. Dab!a pensado en s! mismo, en ve; de pensar en su esposa. 8Fo soy un isle*o 8dijo en vo; muy baja8. Ce estoy obligando a una cruel elecci n. +lla no se ri , y ni siquiera sonri ante la ingenuidad de su marido& le tom del bra;o, le llev hasta la catedral, donde entraron juntos para sentarse en las toscas sillas del fondo, entre las sombras, y all! -ras%ovia le e$plic su idea del futuro: 8Cienes sesenta y seis a*os, Ar%ady. Fo tengo cincuenta y ocho. J3untos a*os arriesgamosK ,o muchos. Aunque cometamos un error, si es que lo cometemos, no habremos malgastado la vida entera. 8Antes de que #l pudiera contestar, -ras%ovia continu con vehemencia8: +n ,ulato, cuando ve!amos c mo corr!a el Fu% n delante nuestro, cuando ten!amos que soportar aquel terrible fr!o, cuando me mostraron los perros del trineo, cuando vi c mo recib!an al padre Fyodor en las aldeas... 8sonri y estrech la mano de Ar%ady8, entonces tom# mi decisi n, sin importarme si Alas%a segu!a o no siendo rusa. 'sta es mi patria. Nuiero vivir aqu!, y ver c mo acaba nuestra gran aventura. Ar%ady 8concluy , antes de dejar hablar a su esposo8, creo que si t" decidieras volver a :usia, yo me quedar!a aqu!, sola. ,o se lo digas al pr!ncipe 8a*adi finalmente, en vo; baja8 , pero la verdad es que prefiero el nombre americano de )it%a al nombre ruso de ,ueva Ar%angel. Bespu#s de ese instante de revelaci n, Ar%ady dej de aconsejar a los dems, y tampoco inform a nadie sobre qu# pensaban hacer -ras%ovia y #l cuando ;arpara el primer barco, el que iba a llevarse al pr!ncipe 4a%sutov y a su esposa. +n lugar de eso, el matrimonio 9oronov compr una casa algo mayor, que hab!a dejado libre una familia que volv!a a :usia, y comen;aron a llenarla con algunas chucher!as que, cuando )it%a se convirtiera en una ciudad totalmente estadounidense, representar!an mucho para ellos y les servir!an de consuelo. 8)er una vida nueva y maravillosa 8dec!a -ras%ovia& pero Ar%ady, que d!a a d!a presenciaba la incapacidad de los estadounidenses para gobernar las nuevas posesiones, ten!a motivos para sentirse receloso.

-gina /I7 de ?@0

Alaska

James A. Michener

-oco antes de la ,avidad del fat!dico .IM?, los 4a%sutov ofrecieron una cena de despedida para demostrar su agradecimiento a los fieles amigos que tanto hab!an hecho por :usia, aunque hubieran decidido adoptar ahora la ciudadan!a estadounidense. 8,o puedo criticar la decisi n que hab#is tomado 8dijo amablemente el pr!ncipe8, pero os ruego que sirvis honradamente a vuestra nueva patria. +$plic que, si bien #l se quedar!a dos semanas ms para completar la cesi n, su esposa se embarcar!a al d!a siguiente. -ero la naturale;a les jug una mala pasada. Burante esas semanas de cambios, la niebla y las nubes t!picas de )it%a hab!an hecho que la gente tuviera ganas de despedirse& pero el "ltimo d!a desapareci la bruma, y )it%a se mostr en todo su esplendor: all! estaban el magn!fico volcn, el c!rculo de monta*as cubiertas de nieve, la infinidad de verdes islas, la gran c"pula de la catedral ortodo$a, la ordenada disposici n del puerto ms acogedor de la Am#rica rusa. 8UAy, -ras%aV 8se lament la princesa, abra;ando a su amiga8. Demos perdido la ciudad ms bonita del imperio ruso. 8F se fue con un gran sentimiento de amargura. Bos semanas despu#s, el pr!ncipe 4a%sutov, escoltado por el matrimonio 9oronov, descendi dignamente la colina hasta el bote que le estaba esperando para llevarlo al barco. 8Bejo Alas%a en vuestras manos, queridos 9oronov. La conoc#is mejor que nadie. Besde lo alto de la colina, el general Bavis, que ahora gobernaba el lugar desde el castillo de (aranov, orden que se disparara una salva, y mientras el eco resonaba por las monta*as y los valles de )it%a, lleg a su fin el imperio ruso en Alas%a. Los +stados Tnidos se hicieron cargo de Alas%a el .I de octubre de .IM?& a principios de enero de .IMI, los 9oronov y los Lu;hin se hab!an convencido ya de que no se iba a instaurar ning"n gobierno ra;onable 1de hecho, ning"n tipo de gobierno, ra;onable o no2. )e supon!a que los responsables eran el general Bavis y sus soldados, pero no todo era culpa suya. +l culpable fue el 3ongreso de los +stados Tnidos: con argumentos poco serios, que recordaban los de cuando se hab!an opuesto a la adquisici n de Alas%a, declararon que era un territorio sin valor y que sus habitantes no merec!an ninguna consideraci n. -or incre!ble que pare;ca ahora a los historiadores, los +stados Tnidos se negaron a conceder a Alas%a ning"n tipo de gobierno. Incluso se negaron a darle un nombre adecuado: en .IM? se llam Bistrito 4ilitar de Alas%a& en .IMI, Bepartamento de Alas%a& en .I??, Bistrito Aduanero de Alas%a, y en .II6, simplemente Bistrito de Alas%a. Dabr!a que haberla nombrado, desde el primer d!a, Cerritorio de Alas%a, pero eso habr!a supuesto la posibilidad de que se convirtiera en estado. Los oradores que se opon!an a la idea despotricaban: PU+sa nevera nunca tendr suficientes habitantes para merecer la condici n de estadoVQ. -or eso, al principio se neg a la regi n la e$periencia de aprendi;aje gradual que hubiera representado ser, al principio, un territorio no aut nomo, con jueces y jefes de -olic!a& despu#s, uno aut nomo, con su propia asamblea legislativa F con un gobierno incipiente, y finalmente un estado de pleno derecho. J-or qu# no se concedieron a la regi n los derechos habitualesK -orque empresarios, taberneros, ca;adores de pieles, mineros y pescadores e$igieron carta blanca para e$plotar las rique;as de Alas%a, y tuvieron miedo de que un gobierno aut nomo aprobara leyes restrictivas. F sobre todo, porque en esa #poca 1y posteriormente tambi#n2 los +stados Tnidos ten!an prejuicios sobre Alas%a. -asara lo que pasase 1por muchas rique;as que se descubrieran, por muchos #$itos que se consiguieran2, nunca lo iban a aceptar ni los ciudadanos estadounidenses ni su gobierno. Burante varias generaciones, aquel tesoro qued abandonado a su suerte en el mar congelado, como un barco vac!o cuyo casco se fuera pudriendo lentamente.

-gina /I6 de ?@0

Alaska

James A. Michener

A mediados de enero, Ar%ady 9oronov comen; a temer que una especie de parlisis progresiva se hubiera apoderado de )it%a y el resto de Alas%a, pero no comprendi la gravedad del problema hasta que habl con el joven maestro 4a$im Lu;hin: 8U,o puedes imaginarte la situaci n, Ar%adyV Da venido al norte, en el barco que trajo a los soldados, un entusiasta empresario californiano. Nuiere establecerse aqu! y abrir no s# qu# negocio. -ero no puede comprar tierras para construir una casa y las oficinas, porque no hay una ordenaci n del terreno. F tampoco puede instalar el negocio porque no hay ning"n reglamento de comercio. )i se establece aqu!, no podr legar sus propiedades a sus hijos, porque no hay ning"n departamento que registre o haga cumplir los testamentos. Los dos rusos investigaron si hab!a ms impedimentos: 8,o se puede recurrir al jefe de polic!a para que proteja los derechos de uno 8les aseguraron8, porque no hay polic!a ni crcel& ni se puede reclamar en ning"n tribunal, porque no hay tribunales ni jueces. Los dos hombres subieron juntos la colina para comunicar al general Bavis que a los rusos les preocupaba su seguridad en semejante caos. Al verlo tan c modo en sus habitaciones les sorprendi su aspecto apuesto y militar: alto, delgado, muy erguido, con una poblada barba negra, un voluminoso bigote y una romntica mata de pelo negro que le cubr!a gran parte de la frente. -arec!a haber nacido para gobernar, pero la ilusi n se hi;o tri;as en cuanto habl : 8Rjal pudiera hacer cumplir la ley, pero es que no hay ley alguna. F no puedo imaginar c mo ser porque nadie sabe qu# es lo que har el 3ongreso. 8Le preguntaron qu# tipo de gobierno se hab!a instituido, y respondi 8: 4e parece que seg"n la ley somos un Bistrito Aduanero. )upongo que cuando llegue el funcionario de aduanas, ser #l quien asuma el mando. -ese a la astucia con que le interrogaron, no lograron arrancar al general ninguna e$plicaci n importante, y se fueron confundidos y desalentados& por eso no les sorprendi que, a la llegada de un barco de pasajeros, ms de la mitad de los rusos decidiera irse de Alas%a y embarcarse hacia )iberia. 3uando el general Bavis vio la gran cantidad de personas que se marchaban, trat en vano de persuadirles para que se quedaran& pero ellos estaban hartos de las dudas de los estadounidenses y se negaron a escucharle. 9oronov y Lu;hin, que conoc!an mejor que Bavis la categor!a de las personas que abandonaban )it%a, pensaron sin embargo: PLos que nos quedamos tendremos ms trabajo que hacer y ms oportunidades para hacerloQ& este pensamiento esperan;ado les consol , a ellos y a sus esposas, y cada uno de los cuatro decidi convertirse en tan buen ciudadano estadounidense como le fuera posible. +l resto de la historia de los rusos en Alas%a puede relatarse con triste rapide;. Tna ve; se hubo marchado el primer contingente de emigrantes, los indisciplinados soldados estadounidenses, sin una misi n precisa que les mantuviera ocupados y sin un jefe severo que les controlara, empe;aron a desmandarse& 9oronov, igual que los otros rusos que hab!an decidido quedarse, se escandali; ante lo que estaba ocurriendo. Algunas mujeres aleutas que hab!an trabajado como criadas de familias rusas comen;aron a servir en los cuarteles donde se alojaban los soldados, y en menos de una semana se denunciaron tres desagradables casos de violaci n. 3omo no se adopt ning"n castigo contra los soldados, #stos salieron de las murallas y violaron a dos mujeres tlingits, cuyos maridos mataron inmediatamente a un soldado como represalia, aunque no era uno de los violadores. +ste caso en particular se resolvi pagando a los maridos ofendidos veinticinco d lares estadounidenses por cabe;a& a la madre del soldado muerto se le envi una medalla, con la noticia de que su hijo hab!a muerto valientemente en combate contra el enemigo.

-gina /IL de ?@0

Alaska

James A. Michener

-ero entonces la violencia se e$tendi a las familias rusas, que tuvieron que cerrar las puertas con llaves y trancas. Bos hombres se quejaron amargamente ante el general Bavis, que no hi;o nada. A pesar de todo, 9oronov asegur a su esposa: 8Canta locura tiene que acabar. ,o fue as!. Tn grupo de soldados borrachos baj tambalendose hasta una aldea cercana, donde agredieron a tres mujeres& los tlingits se vengaron con una serie de violentos contraataques, que el general Bavis interpret como una peligrosa sublevaci n contra el gobierno de los +stados Tnidos. +nvi un barco ca*onero a la aldea rebelde y orden que se bombardeara el lugar: la aldea qued completamente destruida y los tlingits sufrieron muchas bajas. +n consecuencia, se rompieron las relaciones entre las fuer;as de ocupaci n y los tlingits, con lo cual dejaron de llegar alimentos frescos a la ciudad. 3reci la tensi n, hasta el punto de que -ras%ovia, una tarde, cuando volv!a de visitar a unos vecinos rusos que ten!an problemas, vio algo que la hi;o llamar a gritos a su marido. 3uando los 9oronov y los Lu;hin llegaron a la puerta principal de la catedral, vieron que en el altar mayor, en el iconostasio y por toda la nave principal de la iglesia, todo lo que se pod!a romper estaba hecho peda;os& las paredes estaban manchadas de pintura y el p"lpito, destro;ado. La catedral estaba hecha una ruina& costar!a miles de rublos restaurarla, aunque ni siquiera esa cantidad permitir!a sustituir los iconos consagrados por el tiempo. )e inform del sacrilegio al general Bavis, que se encogi de hombros y absolvi a sus hombres de toda culpa: 8)in duda, en un momento de descuido se introdujeron algunos tlingits enfadados. Aquella noche, los rusos con e$periencia en la administraci n o en los negocios se reunieron en casa de los 9oronov para discutir qu# se pod!a hacer para proteger sus derechos, qui; incluso la vida& la opini n general fue que, ya que el general Bavis no se hac!a responsable del comportamiento de los soldados, lo ms prctico ser!a recurrir al capitn del -rimer barco e$tranjero que llegara a )it%a, y Ar%ady se ofreci voluntario -ara esta misi n. :esult ser un barco franc#s, cuyo capitn conoc!a bien el c digo naval. Bespu#s de escuchar las quejas de 9oronov, estall : 8,ing"n general decente puede permitir que sus soldados cometan violaciones. )e fue directamente al castillo, para presentar una protesta formal. La intromisi n indign a Bavis& su ayudante, que oy el nombre de 9oronov entre las palabras del capitn, advirti al franc#s que, si volv!a a intervenir, Pese ca* n sabr c mo actuarQ. Aquella noche, tal ve; por casualidad, tal ve; a prop sito, tres soldados entraron en la casa de 9oronov, de quien se sab!a que estaba ausente por haber acudido a una reuni n de protesta, y trataron de violar a -ras%ovia, que se resisti en#rgicamente y sali rpidamente de la casa, pidiendo ayuda a gritos. Antes de que lograra escapar, uno de los hombres la agarr , la arrastr al interior y comen; a desgarrarle la ropa. Los vecinos avisaron a 9oronov, que lleg corriendo a la casa, a tiempo para encontrar a su esposa en el dormitorio, prcticamente desnuda, pelendose con u*as y dientes con tres hombres, que se re!an como locos. Al ver que llegaba el marido, furioso, seguido por tres corpulentos rusos, escaparon, tal como hab!an planeado, por una ventana de la parte de atrs de la casa, tras romper los cristales, adems de toda la vajilla que encontraron a mano. Los otros rusos quisieron perseguir a los soldados, pero 9oronov no lo permiti . +n lugar de esoY recogi la ropa de su esposa, la ayud a vestirse, y despu#s llenaron apresuradamente tres maletas con todo lo que pudieron meter en ellas. +n la oscuridad de la noche, 9oronov acompa* a -ras%ovia y al matrimonio Lu;hin junto con sus hijos hasta el puerto, donde estuvieron haciendo se*as, en vano, al barco franc#s. 9oronov se quit los ;apatos y la chaqueta, se sumergi en la fr!a agua y nad hasta el barco, gritando:

-gina /IM de ?@0

Alaska

James A. Michener

8U3apitn :ulonV U)olicitamos asiloV +n la oscuridad, la familia 9oronov y la familia Lu;hin huyeron de )it%a.

VII. GIGANTES EN EL CAOS


La mala administraci n de los estadounidenses tuvo consecuencias catastr ficas para )it%a: el hermoso puerto, que anteriormente acog!a ms de doscientos barcos de todo el mundo cada a*o, vio reducirse esta cifra a diecinueve embarcaciones, que llegaban espaciadamente, con poco para vender y con escaso dinero para comprar las mercanc!as locales. La ciudad, una de las ms bonitas de los +stados Tnidos, perdi habitantes: pas de ms de dos mil personas a menos de trescientas& adems, como la mano de obra especiali;ada hab!a vuelto a :usia, los ingresos de la aduana disminuyeron: de los ms de cien mil d lares anuales que entraban en los buenos tiempos del gobierno ruso, se pas a veinti"n mil ya bajo gobierno estadounidense, y, finalmente, a la rid!cula cantidad de cuatrocientos cuarenta y nueve d lares con veintiocho centavos. Los jefes tlingits, que a*o tras a*o asist!an al desastre, se volvieron ms temerarios: abandonaron los escondites en los que se hab!an refugiado ante la amena;a rusa y se acercaron cada ve; ms al lugar donde antes se levantaba la empali;ada defensiva, que ahora ya no e$ist!a. )it%a pasaba por grandes dificultades. -ero la falta de gobierno tuvo un efecto todav!a ms devastador en el resto de Alas%a, como demuestra la serie de episodios que vamos a relatar. 3uando lleg a o!dos del consorcio de los ricos armadores de ,eE (edford, que pocas veces hab!an subido a un barco, que el capitn )chrans%y pretend!a bauti;ar el nuevo bergant!n con el nombre de +rebus, se quejaron de que esa referencia al inframundo y al averno no era un nombre adecuado para un barco ballenero cuyos propietarios eran cristianos temerosos de Bios. 8,ing"n nombre ser!a ms apropiado 8afirm ir nicamente el capitn8, porque este barco navegar por el infierno blanco del Ortico, lleno de hielo y nieve. Cambi#n quiso pintar la embarcaci n de un f"nebre color negro intenso, pero los armadores se opusieron: 8Algunos de nuestros antepasados dieron la vida por defender los barcos de ,ueva Inglaterra contra los piratas, as! que no permitiremos que una de nuestras embarcaciones navegue pintada de ese pavoroso color. +l capitn +mil )chrans%y, con su metro noventa de estatura, su n rdico pelo blanco y su espesa barba, insisti en que quer!a usar el color negro. 8Fa que va a ser un barco infernal, pues en otro caso no podr!a conseguir beneficios por aquellos mares, que tenga al menos el color del infierno )e alcan; una soluci n de compromiso: el barco se pint de color a;ul fuerte, tan oscuro que desde lejos parec!a negro& el +rebus, pintado en ese tono amena;ador, ;arp con rumbo sur, hacia el temido cabo de Dornos cuya traves!a lo situar!a de lleno en el -ac!fico. Tna ve; all!, se dirigir!a haciXa el mar de (ering, para pescar ballenas, y pasar!a un a*o entero en e$pediciones contra las focas de las islas -ribilof y las morsas del mar de Thu%ots%. +l aceite de ballena se enviar!a a DaEai& las pieles de foca y los colmillos de morsa se vender!an en 3hina, y, entre uno y otro viaje comercial, el +rebus recorrer!a el -ac!fico, en busca de cualquier tipo de cargamento que valiera la pena. +l siniestro barco oscuro, bajo el mando del corpulento capitn de pelo y barba blancos, nunca se dedic

-gina /I? de ?@0

Alaska

James A. Michener

abiertamente a la pirater!a, a pesar de que )chrans%y no hubiera tenido inconveniente, de haberse presentado una buena oportunidad de hacerlo sin peligro de que le descubrieran. Al tomar el mando del +rebus ten!a cuarenta y cinco a*os y era un gran hombre, en todos los sentidos. Dab!a nacido en Alemania, en una familia rusa y prusiana& a los once a*os le echaron de su casa, bastante agitada, pero no tard en embarcarse en un barco mercante que sal!a de Damburgo para recorrer el mundo entero. La vida de marino fue una cruel academia: a los catorce a*os se hab!a convertido en un rudo pendenciero, dispuesto a medirse con grumetes de dieciocho y diecinueve a*os, a los que a veces #l mismo provocaba. +ra un temible camorrista, capa; de usar todas las tretas sucias, y a los veintid s a*os, cuando alcan; su estatura de adulto, ya casi no necesitaba recurrir a los pu*os. ,o le molestaba hacerlo, pero disfrutaba igualmente apartando a empujones del lugar de la pelea a los peque*os provocadores& se reservaba los demoledores pu*os para los verdaderos enemigos, porque cre!a que era mejor acabar con ellos antes de que ellos acabaran con #l. 3uando se enfadaba pod!a convertirse en un peligroso adversario: una mole rabiosa de ciento treinta y cuatro %ilos, que mov!a los bra;os como aspas de molino, dando puntapi#s sin parar, con la gran barba blanca agitndose en el aire mientras se abalan;aba furiosamente contra cualquiera que se hubiera atrevido a molestarle. +n esos momentos pegaba a matar, y, aunque nunca hab!a llegado a asesinar a pu*eta;os a ning"n marinero estadounidense, hubo dos compa*eros de tripulaci n, uno de 4aine y otro de 4aryland, que nunca se recuperaron de las violentas pali;as que les propin . +l de 4aine muri en Lahaina, cinco meses despu#s& el de 4aryland se fue a vivir al puerto de )antiago, con la mente debilitada y el bra;o i;quierdo in"til. Rtros, a los que peg con menos dure;a, consiguieron recuperarse, con el bra;o un poco d#bil por las fracturas o con alg"n diente de menos. +ra un hombre de mucha corpulencia, mucho vigor y muy apasionado, cuyos instintos agresivos le convirtieron en algo ms que un simple marinero rusoalemn de apetito pantagru#lico. 3ualquier barco en el que ingresara como capitn pasaba a ser suyo: los armadores no eran bien recibidos a bordo, y habr!a sido inconcebible que uno de ellos le acompa*ara en una traves!a, incluso en una sola de las etapas. ,avegaba por dinero, y ten!a un e$traordinario olfato para encontrarlo. 13ierta ve; gan una peque*a fortuna con un cargamento de madera de sndalo que otros capitanes hab!an recha;ado.2 Adems, despreciaba las juntas de gobierno, los controles y los reglamentos. 4anten!a a sus barcos lejos de los puertos de origen a lo largo de cuatro o cinco a*os, para evitar la intromisi n de los propietarios& tan pronto dejaba atrs el cabo de Dornos 1ya que evitaba el de (uena +speran;a, al que llamaba Pla ruta de los mariquitasQ2, parec!a respirar ms tranquilo y aspiraba a grandes bocanadas el aire salado del -ac!fico, al que a veces daba el nombre de Poc#ano de la LibertadQ, porque pod!a cru;arlo desde 3hile hasta 3hina sin que le vigilaran las autoridades locales. )in embargo, hasta que no cru;aba las Aleutianas y aparec!a en el mar de (ering no empe;aba a comportarse con el desenfreno que caracteri; su actividad como capitn. Antes de .IM?, el a*o en que los +stados Tnidos se hicieron cargo de Alas%a y de sus aguas territoriales, )chrans%y hab!a sido un castigo para los due*os rusos del mar de (ering, porque se mofaba de sus intentos de mantenerle alejado de las islas -ribilof, adonde llegaba inesperadamente para recoger todo un cargamento clandestino de pieles de foca. Cambi#n le gustaba asolar las costas de )iberia, al norte de -etropvlovs%, para comerciar con nativos a quienes los mismos rusos tem!an abordar, o asaltar la costa occidental de Alas%a en busca de ballenas, que, al parecer, sab!a pescar mejor que los esquimales de la ;ona. A veces pasaba un a*o entero recorriendo el mar de (ering,

-gina /II de ?@0

Alaska

James A. Michener

sacando provecho de su abundancia y manteniendo medio congelado el bot!n hasta que se decid!a a hacer escala en Lahaina o en 3ant n. 8 Llevaba honradamente las cuentas y enviaba a menudo grandes cantidades de dinero a los armadores de ,eE (edford, aprovechando el regreso de alguno de los barcos que eran rivales suyos desde hac!a a*os& cuando era #l quien ten!a que volver a ,ueva Inglaterra, los capitanes iban a verle para rogarle que llevara sus ganancias, porque se sab!a que era digno de confian;a. 8,o sigue otra ley que la suya 8afirm con vehemencia un capitn de (oston, al recordar las disputas que hab!a tenido con )chrans%y8, y para sus enemigos representa la destrucci n& pero el capitn +mil es la persona de quien ms me f!o a la hora de entregar el cargamento o el dinero. Los rusos, antes de .IM?, y las autoridades estadounidenses, despu#s de esa fecha, no ten!an tan buena opini n de )chrans%y: le consideraban un depredador que no respetaba las leyes, un ladr n nocturno, un saqueador de pieles y el a;ote del mar de (ering. -arec!a merodear por el Ortico bajo la influencia de alguna fuer;a maligna, porque un se$to sentido le permit!a huir de ese mar implacable antes de que el hielo se apoderara de su embarcaci n y la dejara ocho o nueve meses encallada& mientras que algunos capitanes imprudentes pod!an pasar el invierno entero aprisionados, #l nunca se hab!a encontrado en tal situaci n. Nuien mejor le describi fue un esquimal de -unta Besolaci n, que contempl admirado c mo el +rebus abandonaba rpidamente ese puerto norte*o, justo antes de que se endureciera el hielo: 8+l capitn )chrans%y es un oso polar de pelaje negro. +l hielo le susurra: PAll voyQ, y #l se escapa. -odr!a haber sido un capitn ideal en un mundo cruel como #ste, de no ser por tres enojosos defectos que le diferenciaban del resto de los hombres rudos. Cen!a fama de ser un capitn taca*o, que daba poco de comer a su tripulaci n cuando estaban en el mar, pero que en cuanto llegaban a alg"n puerto haEaiano les animaba a hartarse de comida, pagando ellos. Be todos modos, los marineros se resignaban a la cicater!a de )chrans%y porque era generoso en el momento de repartir los beneficios con la tripulaci n. )u segundo defecto era el desprecio que le inspiraban los grandes animales marinos de los que depend!a su rique;a. +ra cruel cuando pescaba y, algunas veces, por cada ballena o cada morsa que sub!a a bordo del barco, dejaba dos heridas o ahogadas. 8+l mar es inagotable. ,unca faltarn ballenas ni ninguna otra cosa 8refunfu*aba si alg"n tripulante se quejaba del brutal desperdicio de animales& durante la larga temporada de pesca de .I?7, llev a la prctica sin ning"n escr"pulo su filosof!a. Bespu#s de que el +rebus franqueara el c!rculo protector de las Aleutianas lo que era siempre un grandioso momento, cuando llevaba apenas dos d!as, en el mar de (ering, uno de los marineros divis un grupo de nueve espl#ndidas ballenas: eran animales grandes y lentos que se dirig!an hacia el norte, en busca de aguas ms fr!as. Antiguamente circulaban por los mares del norte unos cien mil ejemplares de este noble animal& pero en esa #poca no llegaban a die; mil, lo que se e$plica en parte por la desmesura con que las pescaba el capitn )chrans%y. 8UA estriborV 8grit al timonel. +l +rebus vir bruscamente en direcci n a las ballenas, algunas de las cuales med!an doce metros de longitud y pesaban cuarenta toneladas, y se echaron al agua tres botes con remeros y arponeros, que comen;aron a perseguir a las pac!ficas bestias, ignorantes del peligro que se les acercaba. Los balleneros del +rebus contaban con dos importantes ventajas, Tsaban unos arpones largos que, en los afilados e$tremos, llevaban unos ganchos que permanec!an bien ajustados al astil cuando el aparejo se clavaba en el flanco de una ballena, pero que

-gina /I@ de ?@0

Alaska

James A. Michener

se abr!an dentro del cuerpo del animal en forma de una ancha y s lida C, de manera que la ballena ya no pod!a desprenderse del arma& en el otro e$tremo del arp n se sujetaban grandes vejigas de foca infladas, las cuales imped!an que la ballena herida se sumergiera o se marchara nadando rpidamente. Tna ve; que una ballena hab!a recibido el impacto de cuatro o cinco arpones del +rebus y las vejigas flotaban en su estela, estaba perdida. )i consegu!a alejarse nadando del barco, el capitn )chrans%y la dejaba escapar y ya no iba tras ella. PU)e ha escapadoV U-esquemos esa otraQV -or eso, cuando atacaron el grupo de nueve ballenas, aunque su tripulaci n consigui matar a tres, solamente capturaron una para aprovechar el aceite y las barbas& las otras dos se apartaron sin rumbo y murieron lejos de all!. ,o obstante, aqu#lla result ser un don del cielo, ya que permiti obtener muchos toneles de aceite, adems de largu!simas barbas, esas laminillas seas gracias a las cuales las ballenas filtran el plancton contenido en las grandes cantidades de agua de mar que pasan por su boca abierta. 8U)acad todas las barbasV 8gritaba )chrans%y, mientras los marineros troceaban el animal. +l capitn sab!a que las ballenas, como se llamaba tambi#n a las barbas, eran indispensables para las modistas de -ar!s y Londres. (ien pod!a permitirse el lujo de dejar escapar los dos ejemplares heridos, porque con su "nica presa ganar!a ms de siete mil d lares. 3uando ca;aba morsas actuaba con la misma brutalidad: de cada tres animales que llegaba a herir con los rifles, s lo cobraba y aprovechaba los colmillos de dos, e incluso a veces de uno solo. -ero su comportamiento ms despiadado lo ten!a con las focas, que ca;aba por las pieles. Tsando las mismas tretas con las que sol!a enga*ar a los rusos, elud!a la vigilancia de las patrullas estadounidenses y se colaba en las -ribilof, las dos famosas islas donde iban a criar prcticamente todas las focas del mundo. Aguardaba el momento propicio y anclaba de improviso en )an -ablo, la isla situada ms al norte, donde su tripulaci n, armada de garrotes, arremet!a contra las indefensas focas y las golpeaba en la cabe;a hasta partirles el crneo. ,o resultaba una tarea muy dif!cil, porque en esa isla se aglomeraban unas seiscientas mil focas, y en la de )an =orge, situada ms al sur, un n"mero apenas menor& la matan;a pod!a prolongarse durante tanto tiempo como los marineros fueran capaces de seguir empu*ando los garrotes ensangrentados. +n la #poca de los rusos, durante la cual sol!an acudir casi dos millones de focas a las -ribilof, la administraci n era consciente de que en las islas se dispon!a de un tesoro casi inagotable, por lo que controlaba las pie;as cobradas, para asegurar la reposici n del inmenso reba*o& ahora bien, en cuanto se dej de fiscali;ar a hombres codiciosos como )chrans%y, las focas de las -ribilof se vieron amena;adas de e$tinci n. )in embargo, la verdadera carnicer!a, la que combat!an y trataban de abolir todos los +stados mar!timos del mundo, era la ca;a pelgica de focas, precisamente la que ms gustaba a )chrans%y y con la cual obten!a enormes beneficios. La ca;a pelgica 1una palabra que, como Parchipi#lagoQ, proviene de pelagos, PmarQ en griego2 consist!a en acosar a las focas, en su mayor!a hembras pre*adas, cuando estaban en alta mar, indefensas& se les daba muerte fcilmente y se les arrancaban del vientre las cr!as a medio formar, cuya piel era e$traordinariamente apreciada en 3hina. La maniobra repugnaba a muchos de los marineros que se ve!an obligados a participar en ella, pero resultaba lucrativa: un capitn sin escr"pulos cuyo barco fuera lo bastante rpido como para librarse de las patrullas rusas, britnicas o estadounidenses pod!a ganar una cantidad considerable con las e$pediciones de ca;a pelgica. +l capitn )chrans%y, a quien apodaban Pel rey de los ca;adores pelgicos de focasQ, estaba empe*ado aquel a*o en llegar a 3ant n con las bodegas llenas de pieles selectas, por lo que envi a proa a dos vig!as para que intentaran descubrir las ;onas por las que se acercar!an los animales. 3uando uno de los vig!as grit : PU3inco focas a baborVQ, el capitn

-gina /@0 de ?@0

Alaska

James A. Michener

envi el +rebus a toda velocidad hacia el lugar indicado, se echaron unos botes al agua, y los marineros se pusieron a remar entre las focas indefensas y comen;aron a matarlas a golpes y cuchilladas. Bado que las focas no pod!an estar todo el tiempo bajo el agua, y adems los botes, cada uno conducido por cuatro fuertes remeros, las alcan;aban cuando ten!an que salir a respirar, se -rodujo una violenta e interminable carnicer!a. Las hembras pre*adas eran especialmente vulnerables: en las ;onas a las que llegaron los botes, murieron apro$imadamente el noventa por ciento, y su sangre acab ti*endo de rojo el mar de (ering. Be nuevo, sin embargo, el escandaloso porcentaje del ochenta por ciento de todas las focas muertas no se cobr , sino que se hundieron infructuosamente en el fondo del mar, en tanto que el +rebus indicaba por se*as a los botes que regresaran a fin de continuar el viaje hasta 3hina y las rique;as que all! le esperaban. +l tercer defecto del capitn )chrans%y fue el ms grave de todos, porque sus funestas consecuencias perduraron hasta mucho despu#s de que #l abandonara estos mares. Aunque #l mismo era abstemio y no permit!a que se emborrachara nadie en el barco, no tard en descubrir los grandes beneficios que pod!a obtener si llenaba las bodegas en ,eE (edf rd con barriles de ron y de mela;a para introducirlos entre los ind!genas, los cuales ten!an muy poco o ning"n conocimiento de las bebidas alcoh licas. Las consecuencias en las regiones situadas junto al mar de (ering fueron desastrosas: los ind!genas se enviciaron con el ron y con el licor que destilaban a partir de la mela;a 1llevaba el nombre de la primera tribu que prepar el l!quido, hoochinoo, pero muy pronto se abrevi en hooch, una palabra que en ingl#s ha pasado a significar cualquier licor destilado ilegalmente2, hasta el punto de que llegaron a desaparecer aldeas enteras, porque tanto los hombres como las mujeres y los ni*os comen;aron a beber sin parar hasta matarse. Al parecer, en el Ortico todas las personas sensatas se opon!an a semejante trfico: los rusos lo hab!an declarado ilegal ya al principio de su mandato y vigilaban intensamente las costas& los misioneros predicaban contra #l& en ,ueva Inglaterra, los puritanos condenaban los negocios inmorales que llevaban a cabo tales cuadrillas. -ero algunos capitanes, como )chrans%y no pudieron resistirse a adquirir una gran fortuna con este comercio, por lo que lentamente, de aldea en aldea, tanto en )iberia como en Alas%a, pervirtieron a los ind!genas. +n .IM?, a*o en que el pa!s cambi de due*o, los duros capitanes rusos que hab!an mantenido cierto orden en el mar de (ering cedieron la responsabilidad a los ine$pertos marineros estadounidenses del 3uerpo de <uardacostas del Bepartamento del Cesoro, cuyos voluminosos barcos, el :ush y el 3orEin, no consiguieron controlar al +rebus. Burante casi ocho a*os, entre .IM? y .I?L, el capitn )chrans%y go; de una autoridad indiscutible sobre las aguas del norte, mat tantas focas como quiso y abasteci de hooch todos los lugares en los que fonde . )e hab!a convertido en el dictador del mar y no obedec!a ms ley que la suya. +n .I?L no ten!a ms de cuarenta y ocho a*os& con el barco amarrado frente al cabo Arigugon, en la pen!nsula siberiana de 3hu%ots%, el capitn imagin su futuro: P)i regreso otras tres veces a ,eE (edford, puedo necesitar unos dieciocho a*os ms. Cendr# sesenta y seis a*os entonces. La "ltima e$pedici n ser grandiosa: ca;ar# todas las focas de las -ribilof y vender# todo el ron que pueda cargar en el barco. Bespu#s me comprar# una casa junto al mar, tal ve; en ,eE (edford, tal ve; cerca de DamburgoQ. )in embargo, no entraba en sus clculos que fuera a aparecer en aquel mar un hombre casi tan alto como #l, casi igual de valiente y casi tan buen ca;ador, pero much!simo ms decidido porque su biograf!a era e$cepcional. )i el capitn )chrans%y se hubiera dirigido al pueblecito de Besolation, en la orilla alas%ana del mar de 3hu%ots%, durante la temporada ballenera de .I?L, probablemente habr!a evitado un asesinato. )in embargo, como el verano estaba a punto de acabar, no fue

-gina /@. de ?@0

Alaska

James A. Michener

en busca de ninguna de las mercanc!as que pod!a encontrar en Besolaci n. Adems, su bar metro interno le advirti que el hielo iba a congelarse mucho ms pronto que los otros a*os en que hab!a hecho escala en -unta Besolaci n. -or eso se alej rpidamente del mar de 3hu%ots% y tom rumbo sur. 3uando el capitn se march , llevndose a los "ltimos hombres blancos que se ver!an en la regi n en casi todo un a*o, el vengativo esquimal Agulaa% pens que hab!a llegado el momento de la revancha y comen; a tramar planes contra el padre Fyodor, el sacerdote ortodo$o que en .IMI hab!a llegado desde el Fu% n y hab!a establecido una misi n en el pueblo. Los esquimales de Besolation apreciaban al sacerdote porque era un hombre generoso y comprensivo que viv!a al estilo esquimal: hab!a ocupado una vivienda e$cavada con techo de ramas hasta que, junto con su esposa y su hijo, consigui reunir suficiente madera flotante para construir una buena caba*a& es decir, un coberti;o que ten!a una pared maci;a frente al mar congelado y a las g#lidas rfagas que llegaban de )iberia, un tosco hogar con su chimenea improvisada y otro muro que daba completamente al sur y quedaba algo e$puesto a la intemperie, aunque estaba en parte resguardado por tres pellejos de carib" que se usaban como puerta y que hab!a que apartar, uno detrs de otro, para entrar en la casa. La caba*a era abrigada, ya que hab!an introducido en las rendijas pu*ados de musgo que la aislaban del fr!o, y constitu!a el animado centro de las reuniones de amigos, a las que dedican bastante tiempo los esquimales. All! se encontraban y cortejaban los j venes de la aldea, mientras los viejos se sentaban junto a las paredes y escuchaban relatos de los heroicos tiempos pasados. La vida transcurr!a agradablemente y, el d!a en que la mujer del padre Fyodor tuvo su segundo hijo 1una ni*a, esta ve;2, en la caba*a se oyeron canciones porque el sacerdote y su esposa se hab!an convertido en parte importante de la comunidad. La "nica e$plicaci n posible de que el misionero, que ten!a cuarenta y )iete a*os y nunca hab!a mirado a la mujer de otro, se hubiera convertido en el blanco de las intenciones asesinas de Agulaa% era que alguna fuer;a maligna rondaba por el lugar y hab!a embrujado al esquimal. Agulaa% estaba angustiado y habr!a sido in"til intentar convencerle de que no hab!a ninguna -otencia en contra suya, pues eran abrumadoras las evidencias de lo contrario. +n las dos "ltimas cacer!as de morsas se hab!a alejado mucho por el hielo F hab!a conseguido dominar a un animal como por ensalmo, pero se le hab!a escapado en el instante decisivo& por eso, Agulaa% pens : PAlgo ha advertido a la morsa que yo andaba cerca. ,o he podido o!r la vo;, pero s# que ha estado susurrandoQ. La primavera anterior, en la #poca en que los carib"es sol!!an vagar por los territorios del norte, Agulaa% hab!a seguido, como cada a*o, el rastro de una manada que hab!a bajado desde el nordeste& hab!a calculado el lugar por donde ten!an que pasar los animales ms grandes y hab!a comprobado una y otra ve;, desesperado, que las lustrosas bestias llegaban casi al alcance de su lan;a y entonces cambiaban de direcci n. +n otra cacer!a posterior, cuando quiso usar el rifle que hab!a comprado dos a*os antes, durante una de las visitas comerciales del +rebus, volvi a ocurrirle lo mismo: en el hori;onte apareci una gran cantidad de carib"es, enfilaron hacia el loda;al por donde acostumbraban a pasar y s"bitamente se desviaron, porque algo o alguien les advirti que Agulaa% estaba al acecho. Cras una serie de incre!bles derrotas como #stas, no le result dif!cil concluir que alguna persona de -unta Besolaci n le hab!a embrujado& como por entonces en la ;ona no hab!a ning"n chamn que pudiera resolver el misterio con sus conjuros, Agulaa% qued atrapado en su retorcida imaginaci n: cuanto ms cavilaba sobre la magia ejercida contra #l, ms claro le parec!a que el responsable era ese intruso del padre Fyodor. Lo ms importante estribaba en que el padre Fyodor era ruso, lo cual le confer!a poderes e$traordinarios. Adems, era sacerdote, es decir, recitaba ensalmos, quemaba incienso y se

-gina /@/ de ?@0

Alaska

James A. Michener

comportaba de una manera muy sospechosa. Codav!a era ms censurable que su esposa fuera atapasca, porque Agulaa% consideraba que el misionero se hab!a casado con ella "nicamente para infiltrarla en la comunidad esquimal de Besolation y llevar a cabo su destrucci n definitiva. Be ni*o hab!a o!do much!simas historias sobre atapascos confabulados para embrujar a esquimales, y las "ltimas desgracias que le hab!an ocurrido demostraban que en la aldea y en las ;onas de ca;a estaba actuando alguna fuer;a mal#fica. Tna ve; convencido de que la persona que maniobraba contra #l era la esposa india del padre Fyodor, la cual hab!a tomado el b!blico nombre de +sther, Agulaa%, curiosamente, atribuy la culpa a otro: #l era un esquimal inupiat muy digno, curtido en la ca;a y en la guerra, y su moral no le permit!a enojarse con una mujer, por mal#vola que fuera su brujer!a& ahora bien, nada le imped!a atacar al hombre que, mal aconsejado, la hab!a tra!do al pueblo. -or eso la c lera de Agulaa% se volc en el sacerdote, y cuantas ms vueltas daba sobre los da*os que el blanco le hab!a causado, ms intenso era su rencor. Agulaa% decidi que ten!a que acabar con el padre Fyodor, puesto que #l hab!a originado todos sus males. Fa no se ech atrs despu#s de formular su sentencia: el "nico problema era c mo y d nde ejecutarla. Aunque era un tipo listo, que dominaba bastante bien el arte de la ca;a cuando no ten!a en contra las fuer;as del mal, no tram ninguna astucia para ocultar a sus paisanos que hab!a matado al sacerdote, porque todos deb!an saber que Agulaa% hab!a librado a la aldea del agente mal#fico& lo que necesitaba era idear el momento y la situaci n adecuados para la acci n, cuando los evidentes poderes del sacerdote estuvieran mermados o incluso anulados. Codo ello requer!a de un plan artero. Agulaa% imagin en su retorcida mente varias acciones que acab descartando e ide por fin una maniobra que le pareci e$celente. Lo que hi;o fue tomar el fusil, cargarlo bien, dirigirse a la caba*a en la que los mi#rcoles al atardecer se congregaban los feligreses de la misi n y aguardar a que apareciera el padre Fyodor, con seis parroquianos, al terminar los oficios. )e acerc hasta una distancia de dos metros y medio de su enemigo, sac de repente el fusil, apunt cuidadosamente y dispar contra el pecho del sacerdote, en presencia de seis testigos. La muerte fue instantnea, como Agulaa% pudo comprobar, ya que permaneci en la escena del crimen, sonriendo bobamente a los testigos. +n aquel momento se puso de manifiesto el disparate en que se hab!a convertido Alas%a durante esa #poca sin ley, pues a ninguno de los organismos oficiales del distrito le compet!a acudir a -unta Besolaci n, apresar al asesino y llevarlo a juicio ante un tribunal competente y un jurado legalmente constituido. Las personas que viv!an en Besolation y sus alrededores tampoco se consideraban autori;adas para detener a Agulaa%, y mucho me8 nos para ju;garlo& en cuanto a encarcelarlo para evitar ms atropellos, no hab!a ning"n calabo;o en mil quinientos %il metros a la redonda. +n consecuencia, se dej libre al loco, y los vecinos tomaron precauciones para impedir que les atacara, mientras re;aban por que la primavera siguiente llegara a Besolation, en un barco estadounidense, alg"n funcionario capacitado para cumplir con los rudimentos de la justicia oficial. La imposibilidad de resolver un vulgar conflicto ciudadano cre graves problemas a la viuda del padre Fyodor, la cual, adems de tener que cuidar a su hijo Bmitri, de nueve a*os, y a su hija Lena, de dos, se vio convertida en una intrusa atapasca en medio de una comunidad esquimal inupiat. +ra una devota cristiana ortodo$a, por lo que continu prestando su caba*a para que pudieran celebrarse en la intimidad los oficios religiosos, pero s lo logr aumentar las sospechas y el rencor de Agulaa%. Los vecinos le advirtieron que el loco rondaba por la aldea profiriendo amena;as contra ella, pero la mujer no pod!a hacer nada para defenderse. )in embargo, su hijo, que era ya lo bastante mayor para comprender el peligro que representaba Agulaa%, encontr el rifle ruso de su difunto padre. Tn d!a de invierno 1el sol

-gina /@7 de ?@0

Alaska

James A. Michener

no sal!a ms que una hora, al mediod!a, como un deslucido fuego fatuo2 el ni*o vio que Agulaa% se apro$imaba a la caba*a de su madre& de un salto, Bmitri se plant frente al hombre, le apunt al pecho con el arma y grit : 8UAgulaa%, si vuelves a acercarte a mi madre, disparar#V +l loco, convencido de que el esp!ritu del sacerdote se hab!a reencarnado en el hijo, se asust al ver al muchacho y huy , alejndose del rifle. Bespu#s de eso, le vieron deambular por las afueras de la aldea& a veces dorm!a al socaire de alguna cho;a. 3uando hablaba con los aldeanos, les avisaba que el fantasma del padre Fyodor hab!a vuelto para vengarse, sin comprender que, en todo caso, ser!a el mismo Agulaa% quien correr!a peligro. ,unca fue consciente de haber matado al sacerdote, aunque continu temiendo al peque*o Bmitri, al que pocas veces se ve!a sin su rifle. Al carecer de gobierno, los remotos pueblos de Alas%a pasaban por una #poca sombr!a y agitada. Igual que un obscuro cuervo que recorriera las aguas del norte en busca de un naufragio con el que alimentarse de carro*a, el +rebus bordeaba la costa de )iberia, en busca de una aldea 3hu%ots%i para despojar a sus habitantes de las pieles ca;adas durante el invierno& pero los siberianos, que ya conoc!an la crueldad del capitn )chrans%y, se quedaron en sus casas y ocultaron sus tesoros en pieles hasta que el siniestro buque se hubo marchado, con el capitn en cubierta, la canosa cabe;a desnuda, intentando sacar alg"n provecho 3omo esa etapa de la e$pedici n le defraud , el capitn )chrans%y tom rumbo norte, hacia el cabo de la costa asitica que mas cerca queda de Am#rica& desde all! se desvi hacia el este, rumbo a la grande y populosa isla de )an Loren;o, pues en otras ocasiones hab!a conseguido buenas pieles en las tres aldeas situadas ms al norte. )e apro$im con cierto recelo a las poblaciones, ya que los "ltimos a*os sus habitantes hab!an adquirido conciencia del valor de las pieles y las cobraban muy caras al intercambiarlas por sierras y martillos para los hombres o por telas para las mujeres. +l capitn )chrans%y pretend!a acabar con este intercambio complicado, por lo que hab!a decidido, bastante antes de divisar )an Loren;o, que esa ve; sus tcticas le saldr!an menos caras& al anclar frente a Aoo%ooli%, el pueblo ms importante de la costa norte, no desembarc las mercanc!as habituales 1telas y art!culos de ferrreter!a2 sino un barril de ron, y e$plic a los habitantes de )an Loren;o el trato que pensaba establecer a partir de enton8 ces. :eparti generosamente el ron para ganarse a los nativos& cada noche se bailaba y cantaba, y los hombres y las mujeres terminaban yaciendo inertes hasta el amanecer. Dubo fugaces aventuras entre los marineros y las jovencitas de la aldea, mientras los pretendientes de las muchachas yac!an borrachos por los rincones. )in embargo, la principal consecuencia de la perversi n de los isle*os fue que #stos, como cada ve; estaban ms sedientos de licor, sacaron de su escondite las reservas de piel de foca y colmillos de marfil y las intercambiaron por ron, a un precio escandalosamente bajo. Al cabo de tres semanas, tras despojar a Aoo%ooli% de casi todas sus rique;as, )chrans%y baj a tierra dos barriles de la oscura mela;a de las Indias Rccidentales& pero los isle*os, tras probar el l!quido agridulce, aseguraron que no les gustaba y que prefer!an el ron. )chrans%y les inici entonces en un nuevo placer, que provoc la destrucci n de la aldea: ense* a dos viejos a convertir la mela;a en ron, y el destino de los isle*os qued claro en cuanto la destilaci n ofreci el primer embriagador resultado. Los ind!genas, en la #poca en que deber!an haberse hecho a la mar a ca;ar focas y recolectar pieles y carne, organi;aban fiestas en la playa& los meses ms crudos, en ve; de ir en pos de morsas para conseguir marfil y tambi#n para tener ms carne seca que les ayudara a subsistir el invierno siguiente, continuaban alegres y borrachos, sin importarles que pasaran los d!as. +n Aoo%ooli% no se hab!a vivido nunca con tan despreocupada felici8

-gina /@6 de ?@0

Alaska

James A. Michener

dad como el largo verano en que los nativos descubrieron c mo beber ron F destilar ms con los apreciad!simos toneles de mela;a. 3laro que, cuando ;arp el +rebus, se llev todo lo que de valor hab!a en la aldea. 8J3undo saldr#is los hombres a ca;ar la comida que necesitaremos durante el inviernoK 8pregunt , en vano, una vieja a quien no gustaba el sabor del ron& pero nadie hi;o caso del problema que planteaba ni de c mo solucionarlo. +n el pueblo de )eva%, situado en la costa oriental de la isla, adonde se dirigi el +rebus, los marineros se encontraron con una comunidad a la que le gustaba mucho bailar& por eso, cuando en la aldea se conoci el ron y el misterioso secreto de su manufactura, se oyeron las antiguas canciones esquimales, en tanto sus habitantes ejecutaban una rar!sima dan;a: los hombres y las mujeres permanec!an con los pies firmemente asentados en el suelo, como si hubieran quedado atrapados en lava petrificada, mientras rodillas, cintura, torso, bra;os y cabe;a se mov!an r!tmicamente y adoptaban unas contorsiones inimaginables. -ara el resto del mundo, PbailarQ significaba Psaltar o brincar art!sticamenteQ, pero para estos esquimales representaba prcticamente lo contrario: P4ant#n quietos los pies, mientras mueves con gracia el resto del cuerpoQ. Al principio, a los marineros les parecieron mon tonos los bailes de )eva%, pero despu#s de contemplarlos varias noches seguidas, los ms atrevidos se unieron a la dan;a y, siguiendo el ritmo de las canciones, con los pies muy quietos, se retorcieron de una forma completamente nueva para ellos, mientras algunas ancianas bailaban alegremente a su lado. Aquel verano de gloria, los bailarines llegaban borrachos al amanecer, mientras las morsas y ballenas pasaban junto a la isla, sin que nadie las ca;ara. Burante aquel verano en )an Loren;o, presid!a todas las fiestas la silueta alta y severa del capitn )chrans%y, que permanec!a apartado mientras contemplaba la juerga, morbosamente complacido al observar la progresiva degradaci n de los isle*os: P+sa chica se va a acostar ahora con Adams& aquella vieja ya empie;a a hacer eses& el hombre desdentado est a punto de desmayarseQ. )e manten!a al margen, como un dios escandinavo que contemplara las travesuras de los mortales y encontrara un sarcstico placer en ver c mo se encaminaban a la perdici n. +n 3hibu%a%, la tercera aldea, situada en el e$tremo ms occidental de la isla, el capitn )chrans%y consigui much!simas pieles a cambio de muy poco ron, porque en las aguas vecinas no era dif!cil capturar focas y morsas y los habitantes del pueblo hab!an reunido una importante cantidad de pieles& en condiciones normales, las hubieran intercambiado con los barcos que llegaban de )iberia, pero como los rusos ten!an prohibido, desde hac!a un siglo, llevar alcohol a parte alguna de Alas%a, no pod!an proporcionar a 3hibu%a% la interesante mercanc!a que ofrec!a el capitn )chrans%y. La ruina fue all! ms trgica que en los otros dos pueblos: el mar era tan rico que los buenos pescadores necesitaban trabajar solamente unas semanas entre julio y agosto para reunir una buena provisi n de comida& aquel a*o, sin embargo, la temporada "til la pasaron cantando, divirti#ndose y entregados a la concupiscencia. +sta ve; ninguna vieja sabia advirti del peligro a los hombres, pues incluso las mujeres se pasaban el tiempo borrachas, de fiesta en fiesta& los habitantes de 3hibu%a% se agruparon sonrientes en la -laya para decir adi s a sus buenos amigos, el d!a que el +rebus ;arp -or fin hacia el sur, cargado de pieles de foca y morsa. 3uando el siniestro +rebus estaba a punto de marcharse de )an Loren;o, el capitn )chrans%y divis el pueblecito de -oEooilia%, en la costa sur, y -ens que, al estar tan aislado, seguramente no hab!a recibido la visita de los comerciantes siberianos. +n ese caso, era probable que tuvieran grandes reservas de marfil& cuando se dispon!a a averiguarlo, un s"bito cambio de tiempo le advirti que no tardar!a en formarse el hielo, por lo que renunci al marfil de -oEooilia% y se dirigi hacia el sur.

-gina /@L de ?@0

Alaska

James A. Michener

A principios de oto*o, en el l!mite sur del mar de (ering, se encontr un d!a rodeado por una gran cantidad de focas que hab!an abandonado las islas -ribilof y se dirig!an hacia otro mar ms clido para invernar& el capitn, aun sabiendo que estaba prohibido ca;ar focas en esas circunstancias no pudo resistir la tentaci n de llenar hasta los topes la bodega del barco, con pieles que podr!a vender en 3ant n, y orden a la tripulaci n que atacara a las focas, las cuales eran especialmente vulnerables en alta mar. Aunque no se trataba e$actamente de ca;a pelgica, porque se llevaba a cabo en oto*o y las hembras no estaban pre*adas, estaba igualmente prohibida por todos los pa!ses fronteri;os con la ruta que segu!an las focas& no obstante, como era dif!cil que alg"n barco patrullara por la ;ona en esa #poca, el capitn continu con la cruel cacer!a. )in embargo, por pura casualidad, el guardacostas :ush, un barco malo y lento, volv!a dificultosamente a puerto, tras sufrir un contratiempo que lo hab!a obligado a detenerse en las islas -ribilof& el capitn del :ush, en cuanto vio que el +rebus estaba matando focas, lan; un disparo de aviso para indicar su presencia al infractor, aunque ten!a claro que, aparte de amonestarlo, poco pod!a hacer con el barco que ca;aba ilegalmente. A medida que el :ush se acercaba lentamente a la ;ona donde se estaban ca;ando focas, el +rebus se alejaba descaradamente a la misma velocidad& esta comedia se prolong casi toda la ma*ana. -or fin, con las velas desplegadas, el +rebus adquiri velocidad, comen; a maniobrar escandalosamente cerca del impotente :ush y parti hacia 3hina con todo su valioso cargamento. +ra el rey de aquellos mares, y a quien obedecer!a ser!a al capitn )chrans%y, y no al medroso capitn de un guardacostas estadounidense. Los "ltimos d!as de la primavera de .I??, los indios tlingits que viv!an fuera de las murallas de )it%a siguieron con atenci n los acontecimientos de la capital y, con gran sorpresa, pudieron ver que en el estrecho hab!a fondeado el vapor 3alifornia para llevarse a toda la guarnici n militar& las tropas se embarcaron el .6 de junio, y la ma*ana del d!a .L se fueron para siempre de Alas%a. 8JNui#n va a ocupar su puestoK 8pregunt un tlingit a sus compa*eros& pero nadie lo sab!a. Aprovechando la confusi n, tres astutos tlingits 1antiguamente les hubieran llamado guerreros2 se apoderaron de una canoa sin que se dieran cuenta los vigilantes estadounidenses y se marcharon de )it%a, una noche plateada, en la #poca en la que el sol se pon!a solamente durante unas pocas horas& dirigieron el bote directamente al norte, hacia el laberinto de fascinantes canales que desembocaban en el estrecho de -eril, y de all! al magn!fico estrecho de 3hatham, que divid!a en dos partes esa regi n de Alas%a. Al bordear el e$tremo septentrional de la isla de Admiralty, que est situada ms al este, viraron hacia el sur y atravesaron el bello pasaje en el cual se al;ar!a en el futuro la capital de =uneau, y entonces, con un viraje a la i;quierda, en direcci n al 3anad, se adentraron en uno de los canales de la regi n, el estuario del Ca%u& un bonito riachuelo de monta*a, el r!o de las -l#yades, bajaba desde la vertiente i;quierda, cubierta de glaciares, y en la desembocadura se al;aba una caba*a construida muchos a*os antes. Los tlingits hab!an acudido en busca de los consejos del venerable habitante de la r"stica vivienda. 8UDola, Rrejas <randesV 8gritaron al acercarse a la caba*a, pues sab!an por e$periencia que el hombre sol!a disparar contra los intrusos8. UIvn Rrejas <randes, venimos de )it%aV )iguieron llamndole, hasta que un tlingit alto y corpulento, de pelo blanco y de porte erguido pese a sus sesenta a*os, se asom a la puerta de la caba*a y mir hacia la orilla del r!o: vio a tres hombres que hab!a conocido cuarenta a*os antes, cuando los tlingits libraron contra los rusos repetidos combates, la mayor parte perdidos. 8JNu# os trae por aqu!K 8pregunt a sus antiguos compa*eros, acercndose a la orilla para saludarles.

-gina /@M de ?@0

Alaska

James A. Michener

8Los estadounidenses de )it%a. 8Rrejas <randes torci el gesto al escuchar esta respuesta8. +stn perdiendo fuer;as. Rrejas <randes, ya va siendo hora... 8U-asadV -asad y hablaremos. Rrejas <randes escuch sin despegar los labios la descripci n del caos en que hab!a desembocado la ocupaci n estadounidense& cuando sus visitantes concluyeron la triste letan!a, hab!a tomado ya una decisi n: 8+s el momento de atacar. 8Fo tambi#n lo cre!a 8le advirti uno de los mensajeros8. )eguramente podr!amos derrotar a esos in"tiles que ocupan ahora la colina& pero lo que me preocupa es que puede un!rseles otro contingente de soldados. 8,o se trata de librar una gran batalla, con gritos de guerra 8fue la sensata respuesta de Rrejas <randes8. +s mejor hostigarles hasta que se sientan derrotados y podamos recobrar nuestros derechos. Rrejas <randes parec!a un nuevo Aot8le8an, y hablaba como los sabios de la tribu, porque toda la vida hab!a estado obsesionado por la injusticia que hab!a padecido su ra;a al perder el espl#ndido territorio de )it%a& su pasi n se inflam cuando le e$plicaron la decadencia del gobierno estadounidense, pero no perdi sus dotes de estratega: 8Tna verdadera batalla dar!a que hablar, lo que conducir!a rpidamente a que llegaran del sur ms barcos cargados de soldados& sin embargo, si efectuamos cada d!a peque*os ataques, iremos ganando ventaja sin provocar la alarma. Le dio la ra; n el desatino cometido por el incompetente funcionario del Bepartamento del Cesoro que hab!a tomado el mando en )it%a. Tn tlingit que viv!a en la isla de Bouglas se present en el estuario del Ca%u, con inquietantes noticias: 8Cenemos problemas en la aldea. 3uatro mineros blancos intentaron 9iolar a nuestras mujeres, y nos batimos con ellos. 3omo represalia, han enviado desde )it%a un barco de guerra, porque aseguran que les atacamos no)otros. Aunque la palabra tlingit equivalente a Pbarco de guerraQ no indicaba nada sobre el tama*o 1la embarcaci n que se acercaba pod!a ser tanto un gran buque de guerra como una corbeta2, produc!a una impresi n de poder!o militar. Ivn orejas <randes, que se hab!a visto obligado a adoptar un nombre ruso en .IM., cuando ya declinaba el poder del ;ar, quiso comprobar con sus propios ojos la fuer;a de los estadounidenses en los momentos de decadencia de su gobierno, por lo que se embarc en otra canoa junto a sus visitantes, y recorrieron la costa con cautela para que no les descubriera el barco enviado desde )it%a. +n compa*!a del emisario de la aldea amena;ada, se escabulleron del estuario del Ca%u y se ocultaron en un e$tremo del estrecho que desembocaba en la poblaci n& all! estaban cuando un barquito estadounidense entr en las pac!ficas aguas, locali; una aldea que no era la que buscaba y comen; a bombardearla, con tan poca fortuna que, al fallar todos los proyectiles de la salva inicial2 los habitantes de la aldea huyeron a un bosque cercano, desde donde vieron c mo la cuarta salva alcan;aba finalmente las cho;as desiertas y las hac!a peda;os. +l barco naveg cerca de la orilla durante una hora, sin que ning"n soldado tuviera el valor de desembarcar para evaluar los da*os& por fin, con un "ltimo ca*ona;o que no hi;o sino rebotar entre los rboles, se fue, dispuesto a anunciar otra victoria de los +stados Tnidos. 3uando se hubo marchado, Rrejas <randes y sus cornpaneros, incluido el emisario de la aldea que deber!a haber sido el objetivo del ataque, cru;aron el estrecho en las barcas hasta los restos del bombardeo, y e$plicaron a los desconcertados habitantes, que ya sal!an del bosque: 8Dan disparado contra una aldea que no era la que buscaban. Rrejas <randes reclut , tanto en esa aldea como en otras, a varios cornbatientes tlingits, quienes decidieron tambi#n que hab!a llegado el momento de actuar contra los

-gina /@? de ?@0

Alaska

James A. Michener

incompetentes que octipaban )it%a. Burante las semanas siguientes, comen;aron a introducirse secretamente en la capital varios hombres procedentes del estuario del Ca%u. Be haber vivido todav!a en )it%a Ar%ady 9oronov, en menos de una semana hubiera descubierto la creciente amena;a de los tlingits, pero los estadounidenses se dejaban llevar tranquilamente, sin saber que les rodeaba un enemigo cada ve; ms poderoso. +l per!odo ms oscuro de la ocupaci n de Alas%a por los estadounidenses se produjo entonces. -ese a que la presencia del ej#rcito fue desastrosa ya que los ciudadanos gobernados por el general Bavis lo encontraban sumamente rid!culo, al menos hab!a cierta apariencia de gobierno& despu#s de .IM?, un noventa por ciento de sus actuaciones fueron positivas o sin consecuencias negativas, por lo que quedarse incluso sin un remedo de gobierno no pod!a tener ms que consecuencias desgraciadas. Lo primero que desapareci de las calles de )it%a fueron las se*ales visibles de control. Los pocos polic!as que quedaban no ejerc!an autoridad alguna. Las instalaciones del puerto se deterioraron hasta tal punto que los escasos barcos que arribaban se marchaban apresuradamente y juraban no regresar a un puerto tan mal administrado, por lo que cada ve; se ingresaba menos dinero en concepto de aduana. +l contrabando se convirti en end#mico, y por los pueblos circulaba libremente ron, Ehis%y y mela;a. Los mineros y los pescadores actuaban a su antojo, contraven!an las escasas leyes e$istentes y die;maban las rique;as que florec!an antes en )it%a. Los barcos e$tranjeros invadieron las colonias de focas, supuestamente protegidas, y amena;aron con e$terminar las morsas, ballenas y las alegres nutrias marinas, que comen;aban a recuperarse. )in embargo, la situaci n se revel especialmente conflictiva en cuanto 3omen;aron a llegar a la ciudad, desde las regiones apartadas, algunos tlingits, como Ivn Rrejas <randes, que se unieron a los rebeldes locales y 3TFR comportamiento provoc el pnico de los colonos blancos. ,o se trataba de incendios ni asesinatos: sencillamente, volv!a a haber tlingits en las ;onas de las que (aranov les hab!a e$pulsado. -ara la mayor!a de blancos, que no hab!an conocido los viejos tiempos, la s"bita aparici n de un indio alto y corpulento como Ivn Rrejas <randes representaba, a un tiempo, una presencia terror!fica y la premonici n de que iba a ocurrir una desgracia. 8Cenemos que recuperar la libertad de vivir donde queramos8e$plic a sus compa*eros de conspiraci n Rrejas <randes, resumiendo muy bien los deseos de los tlingits8, de acuerdo con nuestras antiguas costumbres, y el nuevo gobierno tiene que respetar nuestra forma de vida y nuestras leyes tribales. )in embargo, como no hab!a ninguna autoridad establecida en la colonia ante la cual Rrejas <randes pudiera presentar estas justas reivindicaciones, la "nica forma que encontr el tlingit de intentar conseguir su prop sito fue introducir a los suyos en la vida cotidiana de )it%a& pero los habitantes de la ciudad creyeron que ten!an que oponerse. +n aquella #poca viv!an en )it%a los 3aldEell, una familia de Rreg n, compuesta por el matrimonio, su hijo Com, de diecisiete a*os, y su hija (etts, de quince& hab!an vivido en )eattle y despu#s se trasladaron al norte, con la idea de que el se*or 3aldEell abriera un bufete de abogado en la capital. +l hombre acudi a la ciudad de frontera muy bien preparado para ejercer su profesi n: se llev tres cajones llenos de libros de derecho, especialmente sobre la administraci n de los territorios no aut nomos y de los nuevos estados federales, porque pensaba que Alas%a pasar!a pronto por las dos etapas. -ero tuvo una gran desilusi n al comprobar que ni la legislaci n ni los tribunales se hab!an interesado en absoluto por la peque*a capital& en cuanto a abrir un despacho, la legislaci n no le permit!a adquirir un terreno para construirlo ni e$ist!an edificios desocupados que uno pudiera comprar con la seguridad de disponer de un t!tulo de propiedad. 8JNu# puedo hacerK 8preguntaba, cada ve; ms desesperado. La respuesta se la dio un hombre que viv!a en )it%a desde la #poca de los rusos:

-gina /@I de ?@0

Alaska

James A. Michener

83reo que su esposa podr!a conseguir un puesto de maestra en la nueva escuela. 8)i hay un puesto vacante 8dijo el se*or 3aldEell, disgustado8, lo ocupar# yo. -ero Jd nde viviremosK 83alle abajo hay una gran casa 8le contest el mismo consejero8. Antes viv!a all! una familia rusa, muy buena gente. 9olvieron a )iberia. 8,o creo que nos interese comprar una casa grande 8dijo el se*or 3aldEell. 84ejor as! 8replic el hombre8, porque no est en venta. -ero vive una mujer aleuta muy simptica, casada con un pescador tlingit, y acepta hu#spedes. +n un solo d!a, los 3aldEell recibieron la buena noticia de que -od!an alquilar algunas habitaciones en la antigua casa rusa, como se la segu!a llamando, y la mala nueva de que, si bien hab!a vacante un puesto de maestra en la escuela, s lo se aceptaban mujeres. +n consecuencia, la se*ora 3aldEell comen; a ejercer de maestra en una escuela que no contaba con una forma clara de financiaci n, puesto que ning"n departamento de la colonia recaudaba impuestos& a su esposo, por su parte, con la inventiva del hombre que se hab!a atrevido a abandonar el civili;ado Rreg n para emprender la aventura fronteri;a de Alas%a, se le ocurrieron unas cuantas maneras de ganar algo de dinero sin ejercer su profesi n de abogado. Llevaba los trmites que algunos convecinos ten!an pendientes con alg"n departamento de la metr poli. Actuaba como representante de los pocos barcos que llegaban a puerto. 3olaboraba en el dep sito de carb n donde esos mismos barcos se aprovisionaban de combustible para seguir viajando hacia el norte. F no le importaba trabajar de jornalero o hacer alguna chapu;a. ,i #l ni su mujer contaban con un sueldo fijo, pero con lo que ganaban, junto con el dinero que pod!a conseguir su hijo, que sab!a adaptarse a las circunstancias tan bien como el padre, los 3aldEell iban tirando& adems, en cuanto los mineros y los pescadores comen;aron a hacer al padre alg"n peque*o encargo, la situaci n de la familia mejor un poco. 3aldEell estaba siempre alerta ante cualquier rumor o informaci n sobre el momento en que se establecer!an tribunales en )it%a y un gobierno formal en Alas%a, que permitieran a un abogado ganarse honradamente la vida. 83uando llegue el momento, ,ora, en Alas%a nadie estar mejor informado que yo sobre los entresijos del comercio, las aduanas, la importaci n de mercanc!as y la administraci n de miner!a y pesca. )eguro que la situaci n mejorar, y entonces 3arl 3aldEell y su familia tendrn lo que se merecen. -or supuesto, en el sombr!o per!odo de .I?? y .I?I fracasaron sus esperan;as de que >ashington actuara: en ve; de calmarse las cosas en Alas%a, se pas a una etapa de graves des rdenes. 3aldEell se dio cuenta del peligro que les amena;aba una tarde en que su esposa lleg de la escuela con noticias desconcertantes: 8Tno de los ni*os de la escuela, que suele jugar con ni*os aleutas, ha dicho que un famoso guerrero tlingit que combati muchas veces contra los rusos ... 8JNu# pasa con #lK 8Da vuelto a )it%a. 8JF qu# significa esoK 8)e lo he preguntado a otra de las maestras& lo "nico que me ha dicho que su hermano le hab!a visto en las afueras del pueblo. )e llama Ivn orejas <randes y es un famoso guerrero, como ha dicho el ni*o. 8,unca he o!do ese nombre 8coment el se*or 3aldEell. Los d!as siguientes investig discretamente y descubri que el tal Ivn orejas <randes, si en verdad se trataba de #l, hab!a luchado contra los rusos antes de e$iliarse voluntariamente en alg"n lugar del este.

-gina /@@ de ?@0

Alaska

James A. Michener

8)i ha vuelto 8e$plic un blanco viejo8 s lo nos traer problemas. yo viv!a aqu! en la #poca en que #l combati contra los rusos. ,unca les venci , pero tampoco acept jams la derrota. 84e parece que el otro d!a le vi 8e$plic otro hombre, con la vo; temblorosa por el miedo, cuando 3aldEell pregunt c mo era ese Rrejas <randes8. Cendr unos sesenta a*os, es alto y robusto, y tiene el pelo blanco. +s muy moreno de piel, incluso para ser tlingit. -or aquellos d!as, 3aldEell comprob que la aleuta y el tlingit due*os de la casa rusa en la que se alojaban los cuatro miembros de su familia adoptaban una actitud distante y no parec!an muy dispuestos a charlar con los hu#spedes. 3arl, como buen abogado, comen; a investigar, intentando averiguar a qu# se deb!a el cambio, y descubri que, por la noche, los propietarios de la casa recib!an secretamente a invitados& el matrimonio y el hijo mayor organi;aron una vigilancia, y el muchacho pudo ver a cuatro tlingits entrando disimuladamente en la casa por la puerta de atrs. 8JTno de ellos era alto, mayor y de pelo blancoK 8pregunt 3arl, en un susurro. 8)! 8respondi su hijo8. +st aqu! ahora. 8-uede que est# pasando algo muy importante. 83arl hi;o jurar al muchacho que guardar!a el secreto8: ,o digas nada a nadie. 'l, sin embargo, pas la noche levantado, vigilando la puerta trasera, hasta que, al amanecer, logr ver claramente a un tlingit alto y apuesto, que deb!a de ser Ivn Rrejas <randes. Las semanas que siguieron, los cuatro 3aldEell 1pues ahora la hija participaba tambi#n en la investigaci n2 descubrieron indicios bastante firmes de que los aleutas y los tlingits tramaban alguna conspiraci n, en la que estaban implicados Ivn Rrejas <randes y por lo menos cincuenta indios de otras poblaciones. Bespu#s de formular esta inquietante teor!a, la saga; familia reuni una perturbadora cantidad de datos que la confirmaban: ms reuniones secretas en la parte trasera de la casa, tlingits que no eran de la ;ona y acechaban en las afueras de la ciudad, alguna que otra arma robada, una misteriosa arrogancia que antes no demostraban los ind!genas... 8Ahora que no est el ej#rcito y no lo ha sustituido ninguna instituci n, los tlingits se han vuelto audaces 8dijo 3arl 3aldEell8. 9a a ocurrir algo malo. 8)i los rumores son ciertos 8opin su esposa8, en la ciudad se han infiltrado suficientes tlingits como para aniquilarnos. 8Los trabajadores del muelle me han dicho que han robado ms armas 8inform Com. -or su parte, (etts e$plic que, en la calle, los ni*os tlingits increpaban a los ni*os blancos. 8U+s el colmoV 8e$clam 3aldEell, furioso8. )i nosotros vemos gestarse los disturbios, Jc mo es posible que las autoridades no se den cuenta de nadaK -ero Jqui#nes eran las autoridadesK 3uando la familia decidi que 3aldEell se presentara ante ellas para informarles de sus sospechas sobre una posible sublevaci n de los indios, result evidente que no quedaba ning"n funcionario con quien pudiera tener una entrevista "til. +l barquito guardacostas que hab!a bombardeado una aldea equivocada cerca de Ca%u continuaba anclado en el puerto, pero su capitn, a quien el episodio hab!a dejado en rid!culo, no quer!a que le ocurriera lo mismo por culpa de las descabelladas sospechas de un hombre que a"n no llevaba un a*o en la ciudad. 8J9iv!a usted aqu! cuando mandaba el general BavisK 8el capitn interrumpi a 3aldEell con una divagaci n, en cuanto el hombre sac el asunto a relucir8. J,oK (ueno, aqu! no se le apreciaba mucho, -ero cuando se fue le destinaron a la frontera entre Rreg n y 3alifornia, donde se hab!an rebelado los indios modocs. Tn indio muy peligroso al que llamaban el 3apitn =ac% declar que se rend!a, pero mat de un disparo a 3anby, el gene8

-gina 700 de ?@0

Alaska

James A. Michener

ral estadounidense. A Bavis le nombraron su sustituto. Bemostrando una gran valent!a, logr capturar al 3apitn =ac% y le hi;o ahorcar. Le condecoraron tras el episodio de los modocs, y el tiempo que le quedaba en el ej#rcito lo pas luchando contra los indios, a los que despreciaba. Fue un verdadero h#roe. 3aldEell no hab!a ido para hablar de un general al que no conoc!a, pero le fue imposible tratar seriamente sobre la inminente crisis, que #l ve!a perfilarse con gran claridad& baj desesperado del guardacostas. 8,i siquiera me han escuchado 8le cont a su mujer. Aquella noche, se reunieron en la casa rusa Ivn Rrejas <randes y cinco de sus lugartenientes& 3aldEell se las compuso para escuchar la acalorada conversaci n, pero como se desarroll en tlingit, s lo pudo captar el sentido general de las palabras, aunque el tono de las voces reflejaba una evidente hostilidad. )in embargo, las sospechas de 3aldEell se confirmaron, ya que los indios, mientras discut!an sobre las maniobras y la distribuci n del tiempo, emplearon algunas palabras y frases en ingl#s: PmunicionesQ, Pbarco en el puertoQ, PtempranoQ, Patacan tres hombresQ, adems de otros t#rminos relativos a acciones militares. Al amanecer, 3aldEell hab!a o!do lo suficiente F reuni a su familia para discutir qu# medidas tomar!an: 8Fa que no podemos contar con el apoyo de los +stados Tnidos y aqu! no hay ning"n gobierno que pase a la acci n, lo "nico que podemos hacer es ponernos a merced de los canadienses. Los otros tres estuvieron de acuerdo en seguir este plan. +l problema era c mo llegar hasta los canadienses para suplicarles ayuda. Com conservaba un mapa de las rutas de acceso a Alas%a que les hab!a dado la compa*!a de vapores con la que hab!an viajado a )it%a. Aunque los datos eran incompletos, calcularon que hasta la isla de -rince :upert y el puerto mar!timo del mismo nombre habr!a una distancia de cuatrocientos cincuenta %il metros. 83on una buena canoa, tres hombres podr!an llegar en cuatro d!as, si estuvieran fuertes. 8JF t" ser!as uno de ellosK 8pregunt el padre. 8-or supuesto 8respondi Com. 8,ora 8pregunt entonces 3arl 3aldEell8: si Com y yo tenemos que ir al sur en busca de ayuda, Jos defender#is solas (etts y t" hasta que nosotros volvamosK 8Antes de que su mujer pudiera responder, se*al hacia la parte trasera de la casa8: F con esos de ah! conspirando. 8,os refugiar!amos en la iglesia, con las dems mujeres y sus maridos 8manifest serenamente su esposa, y mir a su hija, que asinti con la cabe;a. Com ten!a mucha ra; n al proponer que se emplearan al menos tres hombres, ya que ser!a necesario remar casi cuatrocientos cincuenta %il metros& la mitad, lejos de la costa. 8Antes de ponernos en camino tenemos que conseguir un hombre ms 8reconoci el padre. Los d!as siguientes observ a sus convecinos, fijndose en las caras de los blancos para intentar descubrir qui#n era valiente, hasta reducir la elecci n a dos hombres cuyo porte le hab!a impresionado. Tno era un hombre mayor, llamado Comp%ins, que desempe*aba trabajos diversos, igual que #l& el otro, mucho ms joven, se llamaba Alcott, y 3arl le hab!a visto en el puerto, cuando trabajaba en los barcos. )u primer impulso fue abordar a Comp%ins, lo que result un presentimiento acertado, pues el hombre le sorprendi con una rpida respuesta: 8U3laro que va a haber problemasV 8)in embargo, al proponerle 3arl ir en busca de ayuda a 3anad, Comp%ins se acobard 8: +st demasiado lejos: Be todos modos, no van a ayudar nunca a los estadounidenses, porque quieren quedarse con Alas%a. Al parecer, la familia 3aldEell no pod!a contar con su ayuda.

-gina 70. de ?@0

Alaska

James A. Michener

+sa misma tarde, un grupo de indios que hab!an llegado a la ciudad desde el norte armaron un alboroto en el centro de )it%a, los coloni;adores blancos se asustaron, y cundi el pnico& pero otros indios a las rdenes de Rrejas <randes intervinieron rpidamente para calmar el escndalo que hab!an formado aquellos tlingits, de modo que no se produjo el temido al;amiento general. +l incidente hi;o que Comp%ins anunciara su decisi n: 8Cenemos que ir a 3anad en busca de ayuda. )in embargo, 3aldEell hab!a hablado en el puerto con Alcott, un joven 4uy inteligente que tambi#n ten!a formada una opini n clara sobre la situaci n: 8Codo esto se ir al diablo muy pronto. JA 3anadK ,o se me hab!a Rcurrido, pero aqu! no podemos contar con ayuda. 8Alcott insisti en formar parte de la e$pedici n, con lo cual fueron cuatro. La canoa no era como las de -ensilvania, una frgil barquita de corte;a de abedul& Comp%ins consigui una embarcaci n s lida y resistente, con arma; n de madera de p!cea, que ten!a grandes posibilidades de superar la etapa mar!tima de la traves!a. +n aguas ms tranquilas, podr!an haberla llenado ocho remeros& con la mar ms picada, pod!an ir cuatro c modamente. 83on esto llegaremos al 3anad 8opin Com, en cuanto los cuatro hombres acudieron a inspeccionar la embarcaci n. Fa hab!a empe;ado la aventura. Los blancos se escabulleron de )it%a con el mismo sigilo con el que se hab!a introducido Ivn Rrejas <randes. Aguardaron uno de esos amaneceres grises y brumosos de )it%a en los que todo, incluso las sombr!as monta*as, parec!a ocultarse bajo un manto de plata, y se marcharon sin que les vieran los tlingits. )e alejaron rpidamente del estrecho de )it%a, cubrieron el primer tramo del trayecto serpenteando entre el c!rculo de islas, y luego se desviaron hacia el sur y alcan;aron por primera ve; el peligroso mar abierto, donde se encontraron con olas de impresionante tama*o, pero que no resultaban infranqueables. La traves!a fue heroica, se les agotaron los m"sculos y se les encogi el est mago, pero consiguieron llegar al denso grupo de islas por entre las cuales se pod!a llegar hasta cerca de -rince :upert. Dubo un "ltimo tramo de oc#ano abierto y, despu#s de dejarlo atrs, los fatigados mensajeros llegaron remando a la seguridad del puerto canadiense. -or una de esas afortunadas casualidades que tambi#n intervienen en la historia y que llevan al mismo resultado que una cuidadosa planificaci n, al llegar al puerto de -rince :upert, los cuatro se encontraron con el Rsprey, un peque*o barco de guerra canadiense, destinado all! como defensa de los puestos mar!timos de la DudsonXs (ay 3ompany& adems, como -rince :upert estaba en la parte ms occidental del 3anad, los funcionarios sol!an tomar sus propias decisiones sin requerir la aprobaci n de una lejana capital. 8Bicen ustedes que los indios estn a punto de apoderarse de )it%aK JF por qu# no toma medidas el gobiernoK JNue no hay gobiernoK U+s incre!bleV Lo primero que ten!an que hacer los de )it%a era convencer a los canadienses de que la situaci n en Alas%a era realmente mala, pero como 3arl 3aldEell era muy persuasivo, en menos de una hora la tripulaci n del Rsprey estaba segura de que sin su ayuda podr!a ocurrir una verdadera tragedia en )it%a& al anochecer, el peque*o buque canadiense se dirig!a a todo vapor hacia el norte, para defender los intereses estadounidenses. J+ra la situaci n de )it%a, a finales de febrero de .I?@, tan arriesgada como la hab!a descrito el grupo de 3aldEellK -robablemente no. ivn orejas <randes y los dems jefes tlingits responsables no ten!an ninguna intenci n de matar a todos los blancos de la ciudad mientras dorm!an: lo que pretend!an era una posesi n equitativa de la tierra& poder contar con alimentos, herramientas y telas& que se controlara de alguna manera la pesca del sal8 m n, y participar de forma justa en el proceso legislativo. +staban decididos a presentar batalla a cualquier fuer;a militar que se les enfrentara, e incluso algunos hombres, como

-gina 70/ de ?@0

Alaska

James A. Michener

Rrejas <randes, estaban dispuestos a morir por sus ideas& sin embargo, en aquel conflictivo per!odo, los tlingits hostiles no -roXyectaban ninguna revoluci n sangrienta como la que el Rsprey pretend!a sofocar. +n realidad, si hubiera habido en )it%a un gobierno constituido, habr!a podido negociar con los tlingits, resolver pac!ficamente sus inquietudes y evitar un conflicto grave& s lo que, claro est, tal gobierno no e$ist!a. +l Rsprey arrib al estrecho de )it%a el . de mar;o de .I?@& su descarada e$hibici n de poder, con los ca*ones listos y las tropas uniformadas desembarcando marcialmente, acall la ms m!nima posibilidad de una sublevaci n de los tlingits. ,o se produjo ninguna muerte. Las mujeres de la familia 3aldEell no tuvieron que buscar asilo en la antigua iglesia rusa. F los tlingits que se reun!an en la parte de atrs de su casa fueron desapareciendo a medida que IvnXRrejas <randes y los otros rebeldes forasteros regresaban tristemente a sus apartadas poblaciones, seguros de que durante las pr $imas d#cadas seguir!a sin hac#rseles justicia. Bespu#s se form la leyenda de que un buque de guerra canadiense hab!a recuperado Alas%a para los +stados Tnidos, en un momento en que ning"n departamento de la administraci n estadounidense hab!a sido capa; de asumir la responsabilidad. A bordo del Rsprey, 3aldEell, repentinamente emocionado, contribuy a forjar el mito: 8Da sido un d!a sombr!o en la historia de los +stados Tnidos. ,i siquiera ese tal general Bavis, de quien tanto se r!en, habr!a permitido que pasara algo tan vergon;oso. +n abril apareci por fin un barco de guerra estadounidense, y los canadienses se retiraron cort#smente, con el agradecimiento de la poblaci n. 4s adelante lleg a )it%a un hombre inteligente y reservado, el comandante (eardslee& vino a bordo del lamestoEn, cuya cubierta de popa se convirti en la capital de Alas%a, pues (eardslee daba, desde all!, rdenes referidas a asuntos que conoc!a poco. -or suerte, contaba con el asesoramiento de 3aldEell, y muchas de las leyes que el abogado hab!a imaginado las promulg (eardslee, quien estableci un tribunal no oficial y situ a 3aldEell en un cargo similar al de jue;. Ambos sab!an que la forma de gobierno no era demasiado buena, pero era la "nica posible& a lo largo de dos a*os, con toda su buena intenci n, los dos hombres administraron Alas%a como pudieron, sin que ninguno de ellos pensara que ese sistema fuera a durar mucho. 8+s una verg5en;a 8se quej (eardslee, cierto d!a en que algo hab!a salido mal& y el jue; 3aldEell estuvo de acuerdo con #l. )in embargo, no se tomaban a s! mismos muy en serio, porque en aquella #poca viv!an en )it%a solamente ciento sesenta blancos y criollos, adems de unos cien ind!genas, y en toda Alas%a hab!a s lo treinta y tres mil habitantes en total. +l implacable curso de la historia y la propia naturale;a de los seres humanos Impiden que se prolongue una situaci n como aqu#lla en que se encontraba Alas%a en el -er!odo posterior a .IM?. R bien se produce una revoluci n que trae consigo el caos, lo que estuvo a punto de ocurrir cuando se rebelaron los tlingits& o interviene una potencia e$tranjera, que en este caso habr!a sido 3anad& o bien surge un coloso como Abraham Lincoln o como Rtto von (ismarc%, toma el mando y reorgani;a sabiamente las cosas. Alas%a, en aquella #poca cr!tica, tuvo la fortuna de que se acercaran a sus costas dos gigantes muy diferentes que se hicieron cargo de la situaci n& entre los dos, consiguieron que esa regi n abandonada disfrutara de un aparente gobierno. +l primero era un marino ce*udo y malhumorado de nombre t!picamente irland#s: 4ichael Dealy& ten!a un vocabulario grosero, una insaciable sed de licores fuertes y una tendencia innata a usar los pu*os. +ntre su corpulenta estatura de metro ochenta y cinco y el mal genio que le dominaba, no parec!a el tipo de hombre capa; de convertirse en una autoridad respetada& sin embargo, eso es lo que ocurri en los helados mares del norte. Aunque hab!a nacido en <eorgia y detestaba el fr!o, fue el marinero de la #poca que mejor

-gina 707 de ?@0

Alaska

James A. Michener

lleg a conocer los mares rticos y consigui derrotar a las peligrosas costas de )iberia y Alas%a. Burante el vergon;oso episodio de .I?M, cuando el patrullero :ush hab!a intentado, sin #$ito, impedir que el +rebus se dedicara a la ca;a ilegal de focas, #l era uno de los suboficiales del barco aduanero& jams olvidar!a lo que se jur al ver que el insolente capitn de pelo blanco escapaba con una sonrisa desde*osa. PU9oy a atrapar a ese cabr nVQ, se prometi Dealy& pero ser!a inconveniente transcribir lo que decidi hacer con el alemn en cuanto cayera en sus manos. )inti tanta rabia por la humillaci n recibida de un buque de guerra estadounidense que se retir a su camarote, sac su licor de contrabando y se emborrach . Fa avan;ada la noche, algo ms sereno, prometi al loro domesticado que le acompa*aba en los viajes: 8U-or todos los santosV UAtraparemos a ese chulo asquerosoV 3uando se endure;ca el hielo y no pueda escaparse... 8dio un pu*eta;o amena;ador en el aire. A lo largo de su carrera a bordo de los peque*os barcos guardacostas, el teniente Dealy, el comandante Dealy y, por fin, el capitn Dealy mereci progresivos elogios de sus superiores& tambi#n sufri repetidas humillaciones por parte del +rebus, pero tales escaramu;as no las perdi por ser un mal marino o por faltarle valent!a, sino por gobernar barcos peores. Tna ve;, mientras estaba al mando del 3orEin, el mejor de los dos guardacostas, sorprendi al +rebus dedicado a la ca;a ilegal de focas en las islas -ribilof. 8U4uchachos, ya lo tenemosV UA toda marchaV 3omo si le ayudara una brisa divina, el gran barco a;ul oscuro despleg sus velas cuadradas y huy del guardacostas. +ra imposible perseguirlo, de modo que el barco del gobierno regres como pudo a sus otras obligaciones, mientras que el capitn )chrans%y, de pie sobre el puente de su fina embarcaci n, se re!a una ve; ms de los fracasos de Dealy. JAcaso ese irland#s borrach!n y malhablado, que fracasaba siempre en sus intentos de escarmentar al siniestro barco criminal, lleg a alg"n resultado en su per!odo de servicio por los mares rticosK La respuesta nos la da un viaje emprendido hacia el final de la d#cada de .I?0. A principios de primavera, al mando del 3orEin, Dealy ;arp de )an Francisco con una tripulaci n completa y una gran autoridad impl!cita, ya que era el funcionario estadounidense de mayor rango en Alas%a y sus aguas territoriales. +n el tra8 yecto hacia el norte se detuvo en )it%a, escuch las quejas de los habitantes de la ciudad y mand que llevaran a la cubierta de popa a unos granujas acusados de vender hooch a los indios& les impuso una multa y sac copias cuidadosamente de los recibos, para rendir cuentas del dinero cobrado. 3ontinu desde all!, recorriendo en sentido inverso el trayecto hist rico que hab!a conducido a Ale%sandr (aranov a )it%a y a la inmortalidad, y cru; un bra;o del -ac!fico que le llev hasta Aodia%, donde una delegaci n de los antiguos residentes aleutas y otra de los colonos estadounidenses quisieron saber su veredicto en relaci n con un conflicto por los derechos de pesca que envenenaba las relaciones entre los dos grupos. +sta ve; desembarc , pero le acompa* un escribiente del barco& escuch con paciencia las declaraciones de las . partes en conflicto y despu#s sorprendi a todo el mundo al afirmar: 8Day que pensarlo con cuidado. invit a todos a subir al barco, donde organi; un fest!n con las provisiones del 3orEin. -or supuesto, no se sirvieron licores, porque la principal responsabilidad de los barcos guardacostas era poner fin a la venta ilegal de alcohol a los ind!genas& sin embargo, Dealy se escurri hasta su camarote para echar un saludable trago de las botellas que ten!a escondidas. Al terminar el banquete, llev junto a la borda del patrullero a los cabecillas de las dos facciones, un grupo de unos siete hombres, y les dijo:

-gina 706 de ?@0

Alaska

James A. Michener

8Tstedes, los aleutas, tienen derechos ancestrales que hay que respetar. -ero ustedes, los nuevos colonos, tambi#n tienen sus derechos. J,o estar!a bien que lo tuvieran en cuenta y se repartieran el marK -ronunci un veredicto digno de un jue;, y los combatientes lo acataron, pues tanto en Aodia% como en cualquier otro lugar de aquellos mares era cosa sabida que Pno habr nunca nadie ms digno de confian;a que el capitn 4i%eQ. Besde Aodia% tom rumbo oeste, hacia las Aleutianas, y ancl en Tnalas%a, donde encontr a seis valientes marineros que hab!an naufragado y hab!an llegado a puerto entre grandes privaciones, mientras veinte de sus compa*eros continuaban encallados en la costa septentrional de la gran isla Tnima%, situada en el este. 3ambi de rumbo para dirigirse a aquella desolada isla y rescat a los nufragos& entonces regres a Tnalas%a y pag con fondos del gobierno el viaje de los veintis#is marineros a Aodia%, donde hicieron un transbordo para continuar hasta )an Francisco. Besde Tnalas%a inici la traves!a del mar de (ering 1como lo ten!a en cierto modo por su mar particular, le gustaba ms esa ruta que la del oc#ano -ac!fico2, y lleg a una de sus ciudades favoritas: -etropvlovs%, en el e$tremo sur de la pen!nsula de Aamchat%a. +n el hermoso y resguardado puerto se reuni con viejos amigos, que le pusieron al corriente de lo que suced!a en la costa siberiana y de las guerras tribales que se estaban gestando. 3omo los funcionarios rusos le consideraban parte de la polic!a mar!tima, las "ltimas noches en tierra fueron desenfrenadas y alcoh licas& tuvieron que llevar a 4i%e Dealy a la fuer;a hasta el 3orEin, justo a tiempo para ;arpar hacia el norte con la primera lu; del d!a. La escala siguiente fue en el cabo ,avarin, bastante lejos de -etropvlos%& su estancia tuvo importantes consecuencias ese a*o, y todav!a ms los -osteriores. +l capitn puso el barco al pairo, cerca de la abrupta costa, y dispar una salva ante la cual die; o quince canoas se acercaron hasta el 3orEin, aunque en otras ocasiones no le hubiera recibido ms que un adusto silencio. +sta ve;, sin embargo, Dealy hab!a i;ado la bandera de los +stados TnidosX F aquellos hombres y mujeres que, algunos a*os antes, hab!an rescatado a los nufragos de un barco estadounidense, treparon por los costados del 3orEin para dar la bienvenida a los nuevos estadounidenses. Bespu#s de que subieran todos a bordo, Dealy les aline como si fueran los representantes de un soberano e$tranjero, dispar otra salva y pidi al trompeta que convocara a reuni n. )in ocultar la emoci n que le embargaba en los momentos solemnes, chapurreando el ruso 1aunque de haberlo empleado perfectamente le hubieran entendido solamente unos pocos siberianos, porque la mayor!a no hablaba ms que 3hu%ots%i2, Dealy declar : 8+l soberano de >ashington siempre sabe si alguien de buena voluntad ha ayudado a un estadounidense en peligro. C", y t" tambi#n, os hicisteis a la mar para rescatar a los marineros del Altoona cuando este barco naufrag y les acogisteis durante ms de un a*o en vuestras yurtas. Les entregasteis en buen estado de salud al barco de rescate enviado por los rusos, por lo que el soberano de >ashington me ha ordenado que venga a daros las gracias. +ntonces pidi a los componentes del grupo visitante que se pusieran en fila ante #l, para entregar a cada uno de ellos un regalo de considerable valor: un serrucho, un juego de herramientas, tela suficiente para tres vestidos, un chaquet n, un juego de cacerolas y, para el jefe, un sombrero de gala emplumado. Fueron apareciendo ms regalos, todos escogidos personalmente por el capitn Dealy y entregados con sus propias manos. 3uando acab de repartir los obsequios, Dealy susurr al primer oficial: 8La pr $ima ve; que naufrague un barco estadounidense en esta costa, los marineros no tendrn nada que temer. 3asualmente, esta visita de buena voluntad tuvo otra consecuencia ms duradera, pues los siberianos, que estaban muy contentos por tal demostraci n de aprecio, insistieron en

-gina 70L de ?@0

Alaska

James A. Michener

que el capitn les acompa*ara a tierra& una ve; all!, la inquieta imaginaci n de Dealy le llev a preguntar: 8J3 mo pod#is vivir tan bien con una tierra tan pobreK 8y pelli;c las rolli;as carnes de uno de los robustos siberianos. 8Los renos 8le e$plicaron. Le mostraron los rediles construidos con maderos en las afueras de la aldea, en los que hab!a encerradas manadas de renos: nueve animales pertenec!an a una sola familia, un grupo familiar pod!a disponer de treinta, y unos sesenta correspond!an a la comunidad. 8JF qu# comenK Los aldeanos se*alaron a lo lejos, hacia una colina donde un pastorcito cuidaba de una manada de renos sueltos que pac!an el musgo de la tundra. +ntonces el capitn envi a dos hombres, para que uno ocupara el puesto del pastor mientras el otro le acompa*aba a la aldea& cuando lleg el muchacho, Dealy le entreg su propio cintur n y le dijo que el soberano de >ashington se lo regalaba por su valiente conducta de tres a*os atrs. Besde el cabo ,avarin, Dealy continu remontando la costa siberiana, pasando de largo frente a la isla de )an Loren;o y las Biomedes, hasta llegar al mar de 3hulcots%, donde se detuvo en una remota aldea con cuyos habitantes hab!a comerciado en cierta ocasi n& tambi#n le consultaron sus problemas, y el capitn, tan ce*udo como siempre, escuch las e$plicaciones, aunque no alcan; a comprenderlas hasta que entre un marinero que sab!a algo de ruso y un siberiano que hablaba tambi#n algunas palabras lograron desentra*ar el problema y c mo se pod!a solucionar. Dealy pronunci su dictamen y resolvi el asunto, siquiera por el momento. . 8Los rusos de -etropvlovs% no se atrever!an a venir hasta aqu! y escuchar estos problemas 8le dijo uno de los marineros, cuando estuvieron a bordo del 3orE!n8 8-ero #ste es mi mar, y #sta es mi gente 8replic el capitn, no del todo equivocado. Besde )iberia, atraves el mar de 3hu%ots% hasta llegar a un puerto que conoc!a muy bien: -unta Besolaci n. Le constern la noticia de que al padre Fyodor, el buen misionero, le hab!a asesinado un loco que continuaba libre despu#s de tanto tiempo porque no hab!a d nde encarcelarlo. 3uando atraparon al asesino y le llevaron ante Dealy, a bordo del 3orEin, bastaron unas pocas preguntas para comprobar que el pobre hombre era irresponsable, por lo que le encerraron en el calabo;o que ten!an todos los barcos guardacostas. Dealy desembarc para visitar a la se*ora Afanasi y a sus dos hijos, y se enter de que Bmitri, con su rifle ruso, hab!a defendido del loco a su madre. 8A bordo del barco tengo una medalla para un chico valiente como t" 8le dijo. Antes de que el 3orEin ;arpara hacia el sur para continuar con sus obligaciones, llevaron en bote a Bmitri hasta el barco, y el capitn Dealy rebusc entre los regalos hasta encontrar una medalla que hab!a comprado en el puerto de )an Francisco. :epresentaba un guila, y el capitn la prendi en la blusa del ni*o. 8+sto es para un aut#ntico h#roe 8declar con vo; grave y solemne. La siguiente escala del viaje fue en la desolada -oint Dope, donde soplaban sin cesar los vientos del norte, y en la cual el vig!a divis a un grupo de hombres blancos acurrucados entre dunas de arena& se enviaron botes a inspeccionar, pero los marineros descubrieron algo pavoroso y, de nuevo a bordo del 3orEin, se lo e$plicaron al capitn Dealy, que se puso l!vido. 8U,o quiero que se haga ning"n informeV 8rugi 8. Nue no se anote en el cuaderno de bitcora. Aqu! no hemos estado. Cras decir esto, no obstante, salt sin pensarlo a la chalupa, se acerc rpidamente a tierra y recogi a los hombres confinados& les trat amablemente, como si fueran sus hijos,

-gina 70M de ?@0

Alaska

James A. Michener

y les condujo a la seguridad del barco. Bespu#s se refugi en el camarote, donde le encontr el primer oficial. 8UNui#n sabe, qui#n sabe ... V 8musitaba Dealy, mientras acariciaba al loro. 8+st muy claro, Uqu# demoniosV 8e$clam con rabia el primer oficial8. )on can!bales. )e han comido la carne de sus propios compa*eros y, por lo que puedo colegir, probablemente han matado a alguno antes de que muriera de forma natural. 8JNui#n sabeK 8murmur Dealy. 8ULo s# yo, le digoV 8el primer oficial se enfureci 8. Lo sabe Denderson. F )tallings. )on unos malditos can!bales y no les queremos a bordo. 4i%e Dealy dirigi una pat#tica mirada al escandali;ado oficial y pregunt : 8JNui#n sabe qu# habr!amos hecho usted y yoK JNui#n co*o lo sabeK Burante el resto del trayecto, los marineros rescatados comieron aparte, recha;ados por los dems hombres, hasta que se les pudo entregar a otras autoridades& el capitn Dealy, en cambio, se sentaba con ellos para preguntarles c mo hab!a naufragado en el hielo su barco ballenero, y les escuchaba con atenci n cuando le e$plicaban que los maderos se torcieron, se agrietaron y acabaron haci#ndose peda;os, a medida que el hielo iba avan;ando implacablemente. Antes de la siguiente escala, Dealy llam al primer Rficial y le dijo: 8Nuiero incluir una anotaci n en el cuaderno de bitcora: P+n -oint Dope rescatamos a seis marineros que hab!an quedado aislados cuando el ballenero 3asiopea, de ,eE (edford, se hundi en el hieloQ. 8J+so es todoK J)in fechaK J)in nombrarlosK +so es todo 8bram Dealy. F cuando estuvo escrita la anotaci n, la firm . Bespu#s de esto ancl en el cabo -r!ncipe de <ales, un lugar que los a*os siguientes cobrar!a gran importancia para #l y que, en aquella ocasi n, ejerci una influencia decisiva: al desembarcar descubri que un numeroso grupo de esquimales estaba pasando hambre porque los resultados de la ca;a de ballenas y focas hab!an sido nefastos y no dispon!an de ms alimentos. 3uando sus oficiales hubieron dado de comer a los esculidos nativos, les coment , por primera ve;: 8J,o es absurdoK All, en el cabo ,avarin, la tierra no era mucho ms f#rtil que aqu! y los esquimales estaban rolli;os, y creo que unos y otros provienen de la misma ra;a. J3ul es la diferenciaK Los de all tienen renos... 8+n aquel momento se le ocurri una idea genial8: J-or qu# no traemos hasta aqu! cien renos, o milK Los esquimales de esta parte vivir!an como reyes. Besde el cabo -r!ncipe de <ales deriv hacia la desembocadura del Fu% n, y envi dos de las lanchas cuarenta y cinco %il metros r!o arriba, para que llevaran medicamentos y noticias. 84e gustar!a remontar el Fu% n unos mil quinientos %il metros 8dijo, cuando le contaron c mo se viv!a junto al gran r!o. +staba de nuevo en el mar de (ering y, tras un amplio viraje hacia el oeste, lleg a la costa septentrional de la gran isla de )an Loren;o y fonde junto a )eva%, el pueblo situado ms al este. 3omo los ind!genas conoc!an el 3orEin, Dealy esperaba que fueran a recibirle varias canoas, pero la aldea no daba ninguna se*al de vida. )e sent en la proa del primer bote que desembarc y descubri algo que, si bien al principio le dej desconcertado, en )eguida le sumi en una indescriptible amargura: todos los habitantes de )eva% estaban muertos. 4ientras recorr!an la aldea intentando averiguar qu# hab!a ocurrido, uno de los marineros observ que no se ve!a ning"n hueso de foca, de morsa o de ballena. 8,o ten!an nada que comer, se*or. Dan muerto de inanici n.

-gina 70? de ?@0

Alaska

James A. Michener

-ero Jpor qu#K ,o consiguieron resolver el misterio en )eva%, y ni siquiera en Aoo%ooli%, un pueblo ms grande en el cual viv!an antes muchos nativos: all! tambi#n hab!an muerto todos& tampoco hab!a huesos de foca ni de morsa, aunque encontraron restos de toneles que hab!an contenido ron y en los que se hab!a destilado mela;a. ,o hallaron la respuesta hasta que el 3orEin arrib a 3hibu%a%: dos ind!genas de -oEooilia%, la aldea de la costa sur que el capitn )chrans%y no hab!a podido visitar a causa de la tormenta, hab!an acudido para rebuscar entre las ruinas. 84ucho ron 8les e$plicaron8. 4ucha mela;a. Codo julio y agosto, bailar y go;ar en la playa. ,ing"n hombre ca;ar ballenas en umia%s. Al final ellos venir a pedirnos comida. ,osotros no tener para compartir. 4orir todos. 8JNui#n lo hi;oK 8pregunt Dealy, a gritos, de pie entre los resecos cadveres. 8(arco grande y oscuro, capitn muy alto de pelo blanco. Les ense* mela;a, se llev todo el marfil. Dealy no orden a la tripulaci n que sepultara los cuerpos: eran demasiados. Dab!a sido aniquilada la mayor!a de la poblaci n de una isla entera, y, al parecer, el responsable estaba fuera de la ley y ten!a todo un imperio bajo su dominio, desde el -olo ,orte hasta Cahit!, desde Lahaina, en DaEai, hasta 3ant n, en 3hina. +ra ms necesario que nunca apresarlo, pues hab!a corrompido a toda una sociedad. 3uando se acercaba el final del viaje anual de inspecci n de sus dominios, Dealy vio que, hacia el oeste, el +rebus continuaba ca;ando focas en pleno oc#ano y, aunque con el 3orEin no pod!a competir con )chrans%y y su +rebus, no hi;o caso de las diferencias entre los dos barcos y avan; hacia #l como si quisiera chocar con la embarcaci n infractora& pero )chrans%y le evit fcilmente y se alej hacia el oeste. 8,o ser un asqueroso negro quien detenga al +rebus 8dijo el capitn a su primer oficial. +l capitn 4ichael Dealy, el protector de los mares rticos, era un negro estadounidense. Be joven, cuando intentaba hacer carrera en Aduanas, se hab!a acostumbrado a llevar un sombrero que le cubr!a la frente morena y un gran bigote que disimulaba la negrura de alrededor de la boca& muchas personas s lo se daban cuenta de que era negro cuando le conoc!an desde hac!a tiempo. )u padre, 4ichael 4orris Dealy, hab!a sido un duro irland#s propietario de una plantaci n en <eorgia, que se hab!a casado con una encantadora esclava llamada +lisa, con la que tuvo die; hijos, todos de gran belle;a y talento. P+s un crimen que unos ni*os como los nuestros tengan que convertirse en esclavosQ, decidi Dealy& sin embargo, seg"n la ley, as! se les considerar!a en <eorgia en cuanto llegaran a adultos. -or eso, Dealy y su esposa se arriesgaron enormemente para conseguir lo imposible: se llevaron de <eorgia a sus die; hijos& les inscribieron en escuelas del ,orte, dirigidas conjuntamente por cuqueros y cat licos, y les vieron convertirse en los ms eminentes hermanos de ra;a negra de la historia de los +stados Tnidos. b 3uatro de los chicos se hicieron famosos: uno lleg a ser un importante obispo cat lico& otro se convirti en un ilustre catedrtico de derecho can n!co& -atric%, el tercero, mostr desde muy jovencito una capacidad e$cepcional para los estudios, gracias a la cual lleg a dirigir la Tniversidad de <eorgetoEn, adems de ser, durante los "ltimos veinte a*os del siglo GIG uno de los pedagogos de ms prestigio en los +stados Tnidos& el cuarto hijo, 4!%e, se escap de la escuela, se embarc y, con el tiempo, se convirti en uno de los capitanes ms condecorados del 3uerpo de <uardacostas del Cesoro. Cres de las chicas se hicieron monjas, y una de ellas lleg a ser al final de su carrera la superiora de un convento importante. +s muy interesante tratar de averiguar c mo adquirieron esos e$traordinarios ni*os negros un talento tan poco habitual, que admiraron muchos blancos, en campos muy diferentes. Aunque seguramente heredaron la fortale;a de

-gina 70I de ?@0

Alaska

James A. Michener

carcter de la 9aliente disposici n de su padre, la educaci n del irland#s no e$plica demasiado bien la superioridad intelectual de sus hijos& cabe imaginar que proviniera de la singular esclava +lisa. +l caso es que, por aquellos a*os, los hermanos Dealy constitu!an una de las familias ms destacadas de los +stados Tnidos& qui; los "nicos que estaban a su altura eran los hermanos Adams, de 4assachusetts, pero hay que recordar que los Adams disfrutaron desde ni*os de todos los privilegios y nunca les amena; el estigma de la esclavitud. La aportaci n de los Dealy a la historia estadounidense fue e$cepcional, aunque ninguno de los die; hermanos alcan; la popularidad de mi%e. )us ha;a*as en los mares del norte se hicieron legendarias, y a los peri dicos les encantaba relatar sus heroicidades. JNue un imprudente grupo de balleneros tardaba demasiado en marcharse de -unta Besolaci n y se quedaba bloqueado por el hielo, con riesgo de morir de hambreK, 4!%e Dealy, en uno de sus endebles barcos guardacostas, circulaba a toda prisa por entre unos t#mpanos que podr!an aplastar a una embarcaci n seis veces ms grande& se abr!a camino, como por ensalmo, y consegu!a llegar hasta los marineros encallados. JNue ocurr!a alguna tragedia en una aldea remota de la costa siberianaK, el intr#pido 4i%e Dealy acud!a a salvar a los rusos. )i una tormenta hund!a a un ballenero en el mar de (ering, Jqui#n rescataba a los nufragos seis meses despu#sK, 4i%e Dealy, que hab!a acertado a detenerse en una isla deshabitada de las Aleutianas, movido por un presentimiento. F cualquier persona que Dealy llegara a rescatar en un rinc n perdido del Ortico, seguro que cantar!a sus alaban;as al regresar a la civili;aci n. )u popularidad se e$tendi por todo el pa!s, y cuando preguntaron a un canadiense, que viv!a en una peque*a ciudad del oeste, qui#n era el presidente de los +stados Tnidos, respondi sin vacilar: P4i%e Dealy, que manda en todoQ. -ero a los habitantes de la costa, mejor informados, no les enga*aba la irrefle$iva adulaci n que los ciudadanos profesaban a Dealy& sab!an que le atormentaba la frustraci n por haber sido incapa; de e$pulsar a +mil )chrans%y de las aguas que estaban bajo su vigilancia. )iempre que se reun!a un grupo de hombres que conoc!an bien el mar, se admiraban de la impunidad de que go;aba el capitn alemn en las islas de las Focas, de que se dedicara cuanto quisiera a la ca;a pelgica y de que incurriera flagrantemente en el delito de contrabando de ron y mela;a, con los que destru!a las aldeas ind!genas. ,i siquiera la desgracia ocurrida en la isla de )an Loren;o, de la cual los marinos estaban bien enterados, impidi que )chrans%y repitiera su acci n en otros lugares y escapara despu#s a DaEai o a 3hina con su perverso bot!n. )chrans%y era la espina que 4i%e Dealy ten!a clavada, y los defensores de 4!%e siempre lo tomaban como e$cusa: 8)i el barco de Dealy fuera tan bueno como el de )chrans%y, podr!an batirse de igual a igual. -ero tal como estn las cosas, no tiene ninguna posibilidad. -or culpa de la desigual situaci n, la imagen del corpulento capitn, con su melena y barba blancas, continu atormentando al antiguo esclavo de <eorgia. -ero no tardar!a en llegar ayuda, aunque de una forma tan complicada que no podr!a haberse planeado. La ciudad de Bundee, en la costa oriental de +scocia, no destacaba por sus astilleros, si bien hab!a uno que era conocido porque se constru!an nav!os poco comunes, seg"n las indicaciones del cliente. +n .I?7 recibi el encargo de construir un barco lo bastante fuerte para resistir a las placas de hielo del Labrador y de <roenlandia, y en .I?6 bot una embarcaci n tosca y achaparrada que, despu#s de naufragar, tras una intensa vida de ochenta y nueve a*os, se record como uno de los grandes barcos de la historia. Fue bauti;ado con el nombre de (ear, med!a sesenta metros y medio de proa a popa, nueve metros y siete cent!metros de manga y cinco metros y setenta cent!metros de calado, y su despla;amiento era de mil setecientas toneladas. La construcci n era un prodigio de eclecticismo: el casco era de roble del (ltico& la cuaderna, de roble escoc#s, ms pesado& la cubierta, de madera de teca de (irmania& la proa y los costados estaban

-gina 70@ de ?@0

Alaska

James A. Michener

revestidos de carpe australiano& la quilla era de pino americano& las pie;as metlicas se hab!an forjado en )uecia, y los instrumentos de navegaci n proven!an de siete pa!ses distintos, europeos y estadounidenses. +l (ear era un velero de tres palos, con aparejo de fragata: grandes velas cuadradas en el trinquete y velas triangulares ms peque*as y ligeras en el palo mayor y el de mesana& pero en medio del barco, delante del palo mayor, hab!a un aut#ntico motor de vapor, con una gran chimenea roma, que le daba un desma*ado aspecto de tanque. 8Las velas cuadradas le darn impulso 8aseguraron los constructores, al entregarlo a los futuros propietarios para que navegara entre los hielos de Am#rica del ,orte8, las triangulares, rapide; de maniobra, y el motor le permitir abrirse paso entre el hielo. -ero el verdadero secreto es... UF!jense en la proaV +ra tres veces ms gruesa de lo normal, estaba refor;ada con madera de roble F de carpe y, seg"n manifestaron orgullosamente los constructores de barcos que la hab!an ideado, era capa; de Pabrirse paso entre cualquier tipo de hielo con el que se encuentreQ. +n aquel momento, al comien;o de la vida mar!tima del (ear, se pensaba destinar el barco a algunas tareas rutinarias& ms tarde se vio obligado a intervenir en una operaci n de rescate, y fue entonces cuando alcan; la fama y apareci en primera plana en todo el mundo: el estadounidense Adolphus <reely, e$plorador del Ortico, se hab!a adentrado valerosamente en las aguas septentrionales del Atlntico, su barco hab!a naufragado al colisionar con una gran masa de hielo y diecinueve marineros hab!an muerto al intentar regresar caminando a la civili;aci n. Cras el fracaso de todos los intentos de rescate con barcos normales, el gobierno estadounidense hab!a comprado el (ear por el elevado precio de cien mil d lares, y la embarcaci n hab!a acudido a toda prisa al punto donde se supon!a que hab!a ocurrido la desgracia. +ra un barco completamente distinto de los que se hab!an visto antes en el Ortico, y su construcci n refor;ada le permiti abrirse paso entre placas de hielo que no habr!an podido atravesar otras embarcaciones, adems de rescatar a <reely y a seis supervivientes ms, lo que le vali el aplauso general. 4ientras el mundo ovacionaba aquella e$traordinaria nave, alguien tuvo la saga; idea de transferirla al 3uerpo de <uardacostas de Alas%a, donde podr!a ser de gran utilidad. :ode el cabo de Dornos en noviembre de .IIL, y lleg a )an Francisco despu#s de navegar tan s lo ochenta y siete d!as. -or casualidad, cuando el (ear amarr en el puerto, el capitn 4i%e Dealy estaba disponible, de modo que, sin haberlo premeditado, se le destin al mando del aclamado barco, que era ya tan c#lebre como el mismo Dealy. La uni n entre el hombre y la mquina fue singular: al trasladar sus cosas al camarote del capitn, mientras montaba una percha para el loro y buscaba un sitio donde esconder las botellas, 4i%e e$clam : 8U'sta es mi casaV 8-ero hasta que no contempl la imponente proa con el incre!ble revestimiento de madera de carpe, no se atrevi a repetirse el antiguo juramento8: Ahora s! que vamos a echar del mar a ese hijo de puta. +n .IIM, la nueva unidad de Dealy tom rumbo norte, camino de (arroE, el punto ms e$tremo del continente, que hab!a quedado aislado por el hielo& una ve; all!, se abri paso poderosamente entre t#mpanos que una embarcaci n normal no se habr!a atrevido a desafiar, y, como le acompa*aba la suerte, logr rescatar a tres grupos de marineros cuyos barcos hab!an quedado destro;ados por el hielo. 3uando les dej de nuevo en )an Francis8 co, los nufragos alabaron tanto a Dealy como al (ear, lo que hi;o crecer la leyenda del buque: 8-uede navegar en todas partes. +n esa ;ona, podr salvar miles de vidas. F si Dealy es el capitn, el mar estar seguro.

-gina 7.0 de ?@0

Alaska

James A. Michener

+n el trayecto de ida y vuelta a (arroE, el (ear pas cerca de la isla de )an Loren;o& a 4i%e Dealy le atorment el recuerdo de las tres aldeas aniquiladas y se enfureci al pensar que el +rebus continuaba rondando -or aquellas aguas y quebrantando impunemente las leyes. 9arias veces, al echar anclas frente a alguna aldea del litoral de Alas%a, descubri que el +rebus hab!a pasado por all! con su carga de ron y mela;a y se hab!a quedado con el marfil y las pieles de los "ltimos dos o tres a*os. Incapa; de alcan;ar o de sancionar al merodeador, Dealy tuvo que regresar tristemente a )an Francisco e informar: P+l bergant!n +rebus, al mando del capitn )chrans%y, de ,eE (edford, ha estado vendiendo ron a los nativos, se ha dedicado a la ca;a pelgica y ha saqueado las colonias de focas, sin que lograra apresarlo el barco guardacostas, a pesar de los intentosQ. Incluso con su nueva y ms potente embarcaci n, Dealy, el negro, no hab!a conseguido capturar a )chrans%y, el n rdico. ,o obstante, cuando un titn 1y 4i%e Dealy lo era2 emprende valientemente la batalla, a menudo se le une otro dispuesto a prestar ayuda y entre los dos, aunque se cono;can s lo desde poco tiempo atrs, llegan a hacer milagros. Tna fr!a tarde de febrero, desde el territorio monta*oso que rodea Beadhorse, en 4ontana, se apro$imaba a Alas%a el segundo coloso. )heldon =ac%son era un hombre e$tra*o. 9iajaba solo, aunque en el "ltimo pueblo le hab!an advertido que amena;aba ventisca. Cen!a cuarenta y tres a*os, y llevaba barba y un espeso bigote para tener un aspecto ms severo& este asunto le preocupaba mucho, porque quer!a causar buena impresi n a los desconocidos, pese a su diminuta estatura. )u altura e$acta era siempre objeto de discusiones: sus detractores, que eran muchos, aseguraban que no llegaba al metro y medio, lo cual era rid!culo, mientras que #l se atribu!a un metro sesenta, cosa igualmente absurda& como sol!a ponerse al;as en los ;apatos, aparentaba un metro cincuenta y cinco. Be todos modos, cualquiera que fuese su estatura, a menudo parec!a un enano rodeado de hombres mucho ms altos. +n aquel momento intentaba abrirse paso entre la nieve que comen;aba a caer, aunque no dudaba de que ser!a capa; de llegar a su destino antes del anochecer: PBios me quiere all!Q, se dec!a. 3on esto ten!a suficiente para darse nimos, porque era misionero de la Iglesia presbiteriana y estaba absolutamente convencido de que Bios le reservaba una tarea importante, y cada ve; ten!a mayores sospechas de que ser!a fuera de los +stados Tnidos donde iba a lograr sus milagrosas conversiones. -or eso, cuando subi a lo alto de una colina desde donde pensaba que iba a ver el pueblo de Beadhorse, de trescientos ochenta y un habitantes, y no se encontr ante las luces de ninguna ciudad, sino con una colina ms alta que la anterior, se limit a reacomodar la pesada mochila, irgui sus frgiles hombros y dijo en vo; alta: 84uy bien, )e*or. )eguramente has escondido el pueblo al otro lado de esta colina. 8F continu avan;ando a trav#s de la ligera nieve, que ya comen;aba a arremolinarse, deteni#ndose de ve; en cuando para limpiarse las gafas de montura metlica. La pendiente era bastante pronunciada, cosa que #l se e$plic como una protecci n que Bios hab!a dispuesto alrededor del pueblo& no flaque su entusiasmo ni siquiera al llegar al pie de la monta*a y comen;ar a remontarla, porque le resultaba inconcebible que Beadhorse no estuviera ms all de la sierra. 4ientras sub!a a la cima arreci la nevada, pero =ac%son, en lugar de preocuparse, pens : P+s una suerte que falte tan poco para llegar, -orque la tormenta podr!a ponerse feaQ, continu la dif!cil ascensi n, tan arraigado en su fe como en la #poca en que cumpl!a su labor misionera en las monta*as de 3olorado o en las llanuras de Ari;ona. 3uando estaba llegando a lo alto de la colina, le alcan; una rfaga de nieve arrastrada por el intenso viento que aullaba por encima de la cumbre& por un momento, los peque*os pies de =ac%son trope;aron y resbal para atrs, pero en seguida recuper la seguridad y

-gina 7.. de ?@0

Alaska

James A. Michener

consigui subir hasta la cima. All abajo, tal como esperaba, vio las lucecitas de Beadhorse. )e encontr entonces con un problema mucho ms serio: delante de #l no hab!a un pueblo de trescientos ochenta y un habitantes, sino una aldea formada por ocho casas diseminadas. La informaci n que le hab!an facilitado los presbiterianos en la "ltima poblaci n donde se hab!a detenido era totalmente err nea, pero como eran presbiterianos, no cab!a pensar mal de ellos: PCal ve; nunca se hayan despla;ado personalmente hasta aqu!Q. Llevaba en el bolsillo el nombre de la persona a la que ten!a que dirigirse: Rtto Crumbauer. P)uena ms a luterano que a presbiterianoQ, se dijo. )e detuvo delante de la primera casa para preguntar por los Crumbauer, y all! le e$plicaron: 8Tsted debe de ser ese misionero que dijeron que ven!a. Crumbauer le est esperando. 9ive dos casas ms all. Al llamar a la puerta de los Crumbauer, #sta se abri de golpe y se oy un cordial saludo: 8U-adre, le estbamos esperando para cenarV 8y le hicieron entrar en la acogedora habitaci n. La se*ora Crumbauer, una robusta mujer de unos cuarenta a*os, coment mientras cerraba la puerta: 8Llega usted justo a tiempo. Beje esa mochila y qu!tese el abrigo. +l hijo veintea*ero y una joven delgada que parec!a ser su esposa le ayudaron a desprenderse de las gruesas prendas y le acomodaron ante la mesa preparada. Burante la cena, =ac%son se enter de las malas noticias, porque Crumbauer padre e$plic : 8Bebe de haber alg"n error. Aqu! somos s lo ocho familias: dos de ellas son cat licas, dos, ateas, y de las otras cuatro, s lo tres tenemos alg"n inter#s en que se instale una iglesia presbiteriana. =ac%son apenas pesta*e al escuchar la sombr!a relaci n: 8=es"s no comen; con doce disc!pulos. La Iglesia avan;a con los soldados de que disponga, y ustedes dos, se*ores, parecen valientes. Insisti en que fueran a buscar esa misma noche a las otras dos familias presbiterianas, de modo que el primer oficio de la iglesia presbiteriana de Beadhorse se celebr mientras fuera soplaba una ventisca que formaba montones de nieve. Los varones adultos, a quienes correspond!a construir la iglesia, no ten!an demasiadas ganas de entregarse a la tarea, por peque*o que fuera el edificio& pero =ac%son se mostr infle$ible: le hab!an enviado a Beadhorse para instalar una iglesia presbiteriana y estaba decidido a cumplir con su obligaci n. 84e parece que he organi;ado ms de sesenta congregaciones y he ayudado a construir por lo menos treinta y seis iglesias al oeste del 4ississippi& ahora se me han encomendado todos los estados del norte, desde el oeste de IoEa. +ste pueblo tan bonito es un sitio ideal para establecer una iglesia de la que dependa toda la ;ona. Burante las semanas siguientes, los dos hombres de la familia Crumbauer quedaron impresionados por la fortale;a f!sica y moral de aquel hombrecillo que hab!a atravesado a pie las monta*as para vivir con ellos mientras constru!an una iglesia. Crabajaba como el ms fornido de los aldeanos, y los domingos pronunciaba unos inspirados sermones que duraban ms de una hora, aunque toda su congregaci n no constaba ms que de tres familias:)in embargo, la situaci n vari en cuanto =ac%son hi;o una visita a las dos fami8 lias ateas, quienes le informaron de que eran ms bien agn sticas. 89engan al oficio del domingo 8les rog 8. ,o es necesario que crean, s lo que escuchen el mensaje. ,o pasaremos el cepillo 8a*adi , con la falta de tacto que le caracteri;aba, intentando bromear. 3omo se hab!a mostrado muy sincero al invitarles, una de las familias se present en casa de los Crumbauer para escuchar el serm n del domingo siguiente, que trataba sobre el

-gina 7./ de ?@0

Alaska

James A. Michener

cometido del misionero. Burante la comida que celebr despu#s la comunidad, =ac%son confes el origen de su asombrosa energ!a: 8+n mi primer a*o de estudios en el Tnion 3ollege, all en el este, escuch# un llamamiento: P)heldon, hay personas, al otro lado del mar, que no conocen los +vangelios. 9e con ellos y ll#vales 4i -alabra )agradaQ. 8-ero usted no se fue al otro lado del mar. ,os ha dicho que estuvo destinado en Ari;ona y 3olorado. 83uando me licenci# en la facultad de Ceolog!a de -rinceton, me present# ante una comisi n e$aminadora para ir a las misiones e$tranjeras, pero me dijeron: P+s usted demasiado d#bil y enfermi;o para servir en el e$tranjeroQ& por eso me enviaron a 3olorado, >yoming y Ttah, donde ayud# a construir iglesia tras iglesia, y ahora estoy en una de las regiones ms duras: 4ontana e Idaho. 8JA qu# se refiere usted 8pregunt un joven8 cuando dice que escuch un llamamientoK 8A veces sucede 8contest =ac%son, con sorprendente vehemencia8 que uno est solo en una habitaci n, o qui; est re;ando, y =esucristo en persona entra en el cuarto y dice 1su vo; suena tan clara como una campana2: P)heldon, quiero que lleves a cabo mi tareaQ. A partir de entonces, uno se encamina en esa direcci n y le es imposible apartarse. 83omo nadie dijo nada, concluy 8: Tna vo; as! fue la que me hi;o venir a Beadhorse, donde =esucristo quer!a que se construyera una de )us iglesias. F, gracias a ustedes, no a 4!, vamos a construirla. +ra demasiado modesto, porque colabor en gran medida en la construcci n del peque*o edificio de troncos: lleg a trabajar hasta die; horas al d!a, en las tareas ms duras& a veces, las mujeres se re!an al verle venir por el camino, sujetando el e$tremo de un tronco, mientras alg"n corpulento mocet n se esfor;aba en sostener el otro e$tremo. )i consegu!a una de las escalas de mano, se pon!a a manejar el martillo& pero todos los domingos estaba listo para su serm n: si se hubieran recogido en un op"sculo los que pronunci en Beadhorse, habr!an ofrecido una e$posici n l gica de la filosof!a que subyace bajo el esfuer;o de los misioneros. -ero lo que impresionaba especialmente a esas tres familias de la localidad era que el hombrecillo, adems del trabajo cotidiano y de los sermones dominicales, muchas noches, despu#s de la cena, se pon!a a escribir largos art!culos para un c#lebre peri dico religioso que hab!a fundado en Benver y del cual a"n se consideraba responsable. 3uando estaba a punto de acabar la construcci n de la iglesia de madera, los Crumbauer y sus amigos presbiterianos decidieron que =ac%son era un verdadero santo, un perfecto cristiano, y se sintieron contentos por haberle conocido. Al acercarse el momento de que el sacerdote se marchara hacia otra ciudad de Idaho en la que se necesitaba una iglesia, la se*ora Crumbauer dijo: 8+n esta casa no ha habido nunca un hombre, ni mi padre, ni siquiera Rtto, que me causara menos problemas. )heldon =ac%son es un santo. 8Bespu#s a*adi 8: J,o ser!a mejor dec!rseloK )i se entera ms adelante se le partir el cora; n. Las otras familias lo discutieron en sus casas y llegaron a la conclusi n de que, si se ten!a en cuenta tanto el aspecto prctico como las reglas del honor, lo mejor ser!a terminar la iglesia, organi;ar una gran ceremonia de consagraci n y dec!rselo despu#s& de modo que siguieron este plan. Al apro$imarse el momento de consagrar la iglesia al culto de jesucristo, =ac%son fue a ver a las familias que no eran religiosas y les suplic humildemente que participaran en la ceremonia: 8+s por el bien de toda la comunidad, no solamente de los presbiterianos.

-gina 7.7 de ?@0

Alaska

James A. Michener

Luego, sin hacer caso de su orgullo y sus creencias, olvid el continuo combate que libraba contra cat licos y mormones, visit a las familias cat licas y las invit tambi#n a la celebraci n, con argumentos muy similares: 89oy a consagrar una iglesia, y ustedes pueden ayudar a que la comunidad prospere. )e mostr muy persuasivo, de modo que el jueves 1se hab!a elegido ese d!a a prop sito, para que tanto los agn sticos como los cat licos pudieran asistir, cosa que hicieron2 pronunci un serm n e$traordinaria mente lleno de cordialidad y devoci n. Acall sus e$hortaciones habituales& quien le estuviera escuchando, creer!a que la religi n presbiteriana no ten!a ning"n enemigo en todo el mundo y que no estaba en conflicto con ninguna otra secta cristiana. -or encima de todo, deseaba que su iglesia se convirtiera en agente del bien para una comunidad que, sin duda alguna iba a crecer. Burante el banquete, =ac%son circul de familia en familia, sin olvidar a ninguna de las ocho, asegurndoles que la inauguraci n de la iglesia llevar!a un nuevo amanecer a Beadhorse& su propia ret rica le convenci y, al ver lgrimas en los ojos de las mujeres presbiterianas, pens que eran lgrimas de alegr!a por la victoria del cristianismo. Aunque no se trataba de eso, las tres familias hab!an decidido no darle las malas noticias hasta que =ac%son no tuviera listo el equipaje para trasladarse a Idaho. Tna noche, mientras el misionero, en el comedor de los Crumbauer, terminaba de escribir un informe para el peri dico de Benver 1sobre el triunfo del mensaje de jesucristo en la ciudad de Beadhorse, en 4ontana, una poblaci n a la que se resist!a a calificar de aldea2, Rtto Crumbauer tosi y dijo: 8:everendo =ac%son... +l peque*o misionero levant la vista, y se encontr delante de #l a toda la familia Crumbauer. 3omprendi que aquella buena gente estaba inquieta por alg"n asunto importante, aunque nunca se habr!a imaginado de lo que se trataba. 8:everendo =ac%son, hemos hecho todo lo posible por evitar esta situaci n, pero no lo hemos conseguido. =unto con los Lambert, vamos a regresar a IoEa. All! nuestras familias tienen granjas en las que podremos trabajar y ganarnos la vida, cosa que aqu! no podemos hacer. =ac%son dej caer el lpi;, levant la vista, se limpi meticulosamente las gafas y quiso que le repitieran la asombrosa noticia: 8JA IoEaK J)e van ustedesK 8,o hay otro remedio. ,uestros hijos no tienen ning"n futuro aqu!. F nosotros tampoco. -or primera ve; desde que se hab!a visto envuelto en aquella fuerte ventisca, )heldon =ac%son se sinti flaquear, pero en seguida irgui los hombros, dispuesto a seguir colaborando en la obra divina. 8+ntonces, si ustedes ya sab!an que iban a mudarse, Jpor qu# ... K 8J-or qu# le ayudamos a construir la iglesiaK 8fue el se*or Crumbauer quien acab la pregunta, aunque no pudo dar la respuesta, ya que lo hi;o su esposa. 8Lo discutimos entre todas las familias, y decidimos que usted era un verdadero profeta, que hab!a venido a visitarnos con una misi n. 8Acordamos construir la iglesia y dejarla aqu! 8continu su marido, cuando la mujer se ech a llorar8, como una lu; en el desierto. 8UF ha sido una decisi n acertadaV 8e$clam =ac%son, que se levant y comen; a estrechar la mano a todos los Crumbauer8. Bios siempre nos indica el camino correcto. +n las monta*as de 3olorado inaugur# siete u ocho iglesias que no llegaron a funcionar& pero siguen all!, como ustedes dicen, como luces en las monta*as, y recordarn a las personas que lleguen ms tarde que por all! estuvieron los cristianos. 8Dabl entonces con su infatigable optimismo8: U-ero este pueblo no va a convertirse en un desiertoV -reveo una ampliaci n, y familias que vendrn a vivir aqu! desde Ba%ota& cuando lleguen, aqu! estar

-gina 7.6 de ?@0

Alaska

James A. Michener

la iglesia, esperndoles, porque un grupo de casas no es un pueblo hasta que no hay una iglesia en el centro. =ac%son se fue de Beadhorse en un estado de euforia constructiva: era un hombre menudo cargado con una gran mochila, que llevaba las gafas empa*adas y sucias, y ten!a la firme convicci n de que estaba llevando a cabo la obra ordenada por Bios y supervisada por )u Dijo =esucristo. -ero la opini n e$presada por la se*ora Crumbauer en el momento de la despedida 1P:everendo =ac%son, usted es un aut#ntico santoQ2 distaba mucho de la verdad: hab!a otro aspecto de su temperamento que no hab!a tenido oportunidad de manifestarse durante su productiva estancia en Beadhorse. +l nevado d!a en que )heldon =ac%son sali de Beadhorse 14ontana2, en direcci n al oeste, la junta de gobierno de las misiones presbiterianas, que asist!a a un retiro en el campo, junto al r!o Dudson de ,ueva For%, convoc una reuni n imprevista. Tn sacerdote alto y de aspecto preocupado, que no ocultaba su deseo de hablar con sinceridad, inici el debate de la tarde con una declaraci n que puso bastante nerviosa a la audiencia: 83omo presidente, es mi deber hablarles con escrupulosa objetividad, pero tengo que advertirles que nuestro querido y estimado amigo )heldon =ac%son ha vuelto a las andadas. ,o sabemos d nde est ni qu# se trae entre manos. Bespu#s de que se le ech de 3olorado, donde hac!a lo que quer!a, como ustedes saben, obedeci nuestras rdenes una temporada y tom las medidas necesarias para promocionar la ;ona que se le asign . 8J3ul eraK 8pregunt un pastor. 8Los estados del norte y los territorios e$istentes al oeste del 4ississippi, sin incluir Ba%ota, el estado de Rreg n ni el territorio de >ashington. 8+s una ;ona muy amplia, aun para =ac%son. JB nde se cree que estK 8Le enviamos a trabajar a 4ontana. +n cuanto a d nde est ahora, Jqui#n puede saberloK 8J,o va siendo hora 8pregunt con impaciencia un sacerdote de unos sesenta a*os8 de poner en cintura a ese jovenK 8(ueno, ya no es tan joven. Cendr ms de cuarenta a*os. 8+s bastante mayor para saber comportarse. 8,unca aprender 8asegur el presidente, mientras sacaba una hoja con anotaciones8. Antes de tomar ninguna medida contra ese peque*o terremoto, quiero comentar ocho aspectos de su comportamiento, porque es una persona consecuente& los tres primeros tienen que ver con las mejores cualidades de un misionero. -ara empe;ar, =ac%son es un misionero nato. Besde que comen; a estudiar en el Tnion 3ollege se sinti llamado hacia =esucristo y, si bien no teme poner en cuesti n la vocaci n ajena, nunca duda de la sinceridad de la propia. -or lo tanto, es, seg"n #l mismo se define, mejor misionero que ustedes o yo mismo, y no tiene ning"n reparo en remarcarlo. +n segundo lugar, desde la ms tierna infancia ha sido un fiel presbiteriano. 3ree, sin ning"n cuestionamiento, que nuestra Iglesia es superior a todas las dems& las dudas que de ve; en cuando nos asaltan a todos, las grandes discusiones sobre la naturale;a de Bios y los senderos de la salvaci n, a =ac%son no le afectan. )eg"n #l, Ano$ y 3alvino, en este orden, dejaron resuelta la cuesti n. Los sacerdotes discutieron este segundo punto durante unos momentos. Tno de ellos habl en nombre de los dems: 8Tna fe tan firme como la suya... tal ve; se la envidio. 8-uede que no hayas usado la palabra correcta, 3harles 8le corrigi un pastor neoyorquino8. ,o es una fe firme, sino ms bien simple. =ac%son sabe a favor de qu# est y en contra de qu#. 8J-uedes darme un ejemploK 8pregunt 3harles. 8+st a favor de =esucristo 8indic su interlocutor8, y en contra de cat licos, mormones y dem cratas.

-gina 7.L de ?@0

Alaska

James A. Michener

8A m! me gustar!a saber die; cosas, siquiera 8replic 3harles, sin re!rse8, con esa seguridad: sin cuestionamientos, sin dudas. =ac%son sabe die; mil. 8Cambi#n est convencido de que t" y yo no sabemos ni tan s lo tres 8afirm el otro pastor. 8Be esta f#rrea convicci n deriva la tercera cualidad de =ac%son, que todos ustedes han observado 8continu el presidente8: tiene un singular don para conseguir que los dems le escuchen con atenci n. )iendo un hombre bajito, discutidor y to;udo, lo ms l gico ser!a que la gente no le hiciera caso, pero ocurre lo contrario. Atrae a las personas, como la miel atrae a las moscas& le escuchan cuando diserta sobre los principios bsicos de la religi n y, en especial,sobre la obra del misionero. +n ese momento se interrumpi el debate, y los sacerdotes refle$ionaron sobre las buenas cualidades de su problemtico colega: todos reconoc!an su piedad, su abnegaci n y la asombrosa capacidad de colaborar con otros credos protestantes& sin embargo, casi todos hab!an vivido el ataque de su lengua viperina y, tras una pausa durante la cual se observaron muchos gestos de asentimiento con todo lo afirmado hasta el momento, la cr!tica de =ac%son prosigui . 8+n cuarto lugar.. )er mejor que admitamos este defecto desde un principio, pues e$plica muchos de los problemas que hemos tenido con =ac%son y de los que tendremos ms adelante. -ara ser un cristiano devoto, 3omo sin duda es, y para haber dedicado la vida a la obra misionera, demuestra una singular habilidad para atacar cruelmente a quien tenga por enemigo. +sto e$plica el hecho de que, entre cien personas que le hayan conocido, ya sea en 3olorado, en >ashington o dentro de la propia Iglesia, cincuenta le consideren un santo, y otras cincuenta le traten de vil gusano. )e solicit a los presentes que votaran a mano al;ada, y el resultado fue que tres le calificaron de santo, y catorce, de gusano& a muchos de #stos "ltimos les habr!a gustado contar de qu# modo se les hab!a enfrentado =ac%son, por cuestiones sin importancia. -ero esas mismas personas asintieron cuando un inteligente y anciano sacerdote se*al un importante hecho que e$plicaba la situaci n de =ac%son entre los presbiterianos: 8+s nuestro general, en primera l!nea de lucha contra la oscuridad. 4s que cualquier otro, #l es quien garanti;a que nuestros esfuer;os en el campo de batalla estarn a la altura de los de los baptistas y metodistas. ,os guste o no, es nuestro hombre. 8A eso iba 8e$plic el presidente, a quien =ac%son hab!a atacado repetidas veces8, tambi#n tiene sus virtudes. +n quinto lugar: a temprana edad, por ra;ones nada fciles de e$plicar, =ac%son se convenci de que, si deseaba algo, ten!a que dirigirse desde un principio a lo ms alto. JAlguien ha estado en >ashington con #l cuando pretende algo importanteK )e dirige resueltamente al despacho de quien haga falta: de un congresista, un senador, un ministro del gabinete, e incluso al del presidente en persona. Tna ve; me dijo, despu#s de haber endilgado un serm n a un senador: P)on buenas personas, pero necesitan orientaci nQ, y est dispuesto a ofrecer la suya cuando sea, donde sea y sobre el asunto que sea. 4e he preguntado muchas veces c mo es posible que un senador de un metro ochenta pueda sentirse intimidado ante un hombre tan menudo e insignificante, pero as! es. 9arios sacerdotes atestiguaron la e$traordinaria influencia de que =ac%son go;aba en >ashington, y uno de ellos opin : )e ha convertido en el portavo; de la moral, especialmente de la moral de8los presbiterianos, y eso hay que tenerlo en cuenta. +l presidente coment entonces uno de los principales talentos de )heldon =ac%son: 8+n se$to lugar: el origen de su poder est en la capacidad de convencer a una gran cantidad de miembros femeninos de nuestra religi n para que apoyen el programa que est# promocionando en un momento dado. +llas escriben cartas a >ashington y, lo que es ms importante, contribuyen con grandes sumas de dinero para sus diversos proyectos, como ese e$traordinario peri dico eclesistico que a"n publica en Benver, aunque hace a*os que

-gina 7.M de ?@0

Alaska

James A. Michener

no ha estado en la ciudad. 3uenta con estas mujeres y les solicita dinero& de este modo, queda un poco fuera del alcance de nuestro control. Tn pastor muy enfadado, que muchas veces hab!a sido el blanco de las injurias de =ac%son, e$plic : 8+n 4aine, le he visto dirigirse a un grupo de mujeres que acababa de conocer. 3omen; utili;ando los mismos argumentos que le hab!an dado resultado en algunos estados del oeste, como 3olorado e IoEa: les previno contra los peligros de la religi n cat lica, pero en 4assachusetts y 4aine estaban hartos del tema. Al ver que no iba a ninguna parte, =ac%son cambi de estrategia y critic duramente el culto morm n de Ttah& ahora bien, casi ninguna hab!a o!do hablar de los mormones, por lo que tambi#n eso cay en saco roto. 9isiblemente nervioso 1pude darme cuenta de que sudaba2, =ac%son 3omen; bruscamente a relatar una historia conmovedora... J)aben culK Inesperadamente, sin haberlo preparado lo ms m!nimo, hi;o una lacrimosa descripci n de las muchachas esquimales de Alas%a, seducidas a la edad de trece a*os por los malvados buscadores de oro& lo present con unas imgenes tan v!vidas y lastimosas que incluso a m! se me llenaron los ojos de lgrimas. Ahora bien, ese hombre nunca ha estado en Alas%a y no sabe nada del asunto, pero convenci a las buenas presbiterianas de que, si no contribu!an generosamente a la obra misionera que estaba organi;ando en Alas%a... 8JNui#n ha dicho que se le vaya a enviar a Alas%aK 8grit airadamente uno de los sacerdotes. 8Lo dijo #l 8contest el que hab!a relatado la historia8. +n realidad, no dijo que fu#ramos a enviarle all, sino que pensaba ir. +l presidente contempl al grupo con una mirada algo retadora, y pregunt : 8JAlguien entre los presentes le habl de Alas%aK 8+s el "ltimo lugar donde querr!amos que se entrometiera 8dijo uno de los pastores8. +s territorio de Rreg n. B!ganle que se ocupe de sus asuntos. 8Am#n 8murmuraron varios de los asistentes. +l presidente retom el pliego de cargos, pero, antes de pasar al siguiente punto, le interrumpieron unas risitas del decano del grupo. 8JDe dicho algo incorrectoK 8pregunt el presidente. 8U,o, por BiosV 8respondi el anciano8. +s que me he acordado de cuando form# parte del comit# que entrevist a =ac%son hace a*os,cuando quer!a acudir a las misiones de ultramar. Le le! el dictamen: P+s usted demasiado d#bil para el duro trabajo de un destino en ultramarQ. Al darse cuenta de lo equivocado que hab!a estado el comit# en su pron stico, todos los presentes se echaron tambi#n a re!r. 8+n s#ptimo lugar 8continu el presidente8, =ac%son siempre se ha mostrado ansioso de publicidad. Besde el principio supo apreciar el poder que es capa; de alcan;ar un hombre, sobre todo un religioso, si la prensa le considera un agente del bien. 4uy pronto se dio cuenta de que eso le respaldar!a frente a instituciones como la nuestra, que qui; no quisieran apoyar sus planes ms descabellados. F nunca ha dejado su buena fama en manos del a;ar& como todos ustedes saben, ha fundado, o bien han fundado otros bajo su indicaci n, cuatro o cinco peri dicos religiosos que ensal;an sus buenas obras, y en cuyas columnas es siempre #l quien obtiene los resultados, y nunca los abnegados misioneros que hacen su trabajo en silencio. Besde que se doctor en esa peque*a universidad de Indiana 1tengo motivos para creer que #l mismo la fund 2, siempre se refiere a s! mismo en sus peri dicos llamndose Pdoctor )heldon =ac%sonQ& la mayor!a de las personas que trabajan con #l estn convencidas de que se doctor realmente en teolog!a. Los miembros de la junta debatieron sobre la singular habilidad del hombrecillo para promocionarse, y algunos se mostraron envidiosos al recordar diferentes art!culos de

-gina 7.? de ?@0

Alaska

James A. Michener

revista en los que se comentaban sus heroicos esfuer;os& pero la reuni n concluy con un comentario prcticamente irrelevante: 8Rctava cuesti n: =ac%son siempre ha sido un ferviente republicano& est convencido de que, cuando el gobierno de los +stados Tnidos est en manos de este partido, Bios favorece a nuestro pa!s, mientras que, cuando llegan al poder los dem cratas, quedan libres las fuer;as del mal. )u partidismo declarado resulta "til para la iglesia presbiteriana cuando son los republicanos los que estn en el gobierno, como desde hace tiempo es el caso, pero podr!a perjudicarnos si alguna ve; les sustituyen los dem cratas. )igui una discusi n, en la cual todos se mostraron de acuerdo en que, como era improbable que los dem cratas alcan;aran el poder en un futuro cercano, los presbiterianos bien pod!an arriesgarse a permitir que =ac%son continuara siendo su portavo; en >ashington& por otra parte, tambi#n apoyaron con firme;a la resoluci n elaborada por la junta al terminar la reuni n: 8)e ha decidido: Felicitar al reverendo )heldon =ac%son por sus nuevos #$itos misioneros en Ba%ota, as! como advertirle que es necesario informar a esta junta antes de efectuar cualquier tipo de movimiento en el futuro. )e le indica espec!ficamente que no debe actuar en Rreg n ni en Alas%a, puesto que estas ;onas son competencia de la iglesia de Rreg n. Antes de entregar estas severas rdenes a un secretario para que las hiciera llegar a =ac%son, lleg un mensajero al retiro, con un comunicado en el cual mostraban su inquietud las autoridades religiosas de Rreg n: +l reverendo )heldon =ac%son apareci sin previo aviso en nuestra comunidad y su comportamiento enoj a todo el mundo. Bespu#s de provocar un grave conflicto, nos dej para irse a )eattle y Alas%a. Le advertimos que este "ltimo territorio ca!a bajo la responsabilidad de Rreg n, pero nos contest categ ricamente que, seg"n #l lo interpretaba, se le hab!a encomendado toda la ;ona comprendida entre el r!o 4ississippi y el oc#ano -ac!fico, y que ya era hora de que alguien se ocupara de Alas%a. Le informamos de que en >rangell hab!a ya destinados misioneros de nuestra Iglesia, pero replic : P4e refiero a un misionero de verdadQ, y tom un barco hacia el norte. As!, bruscamente y sin autori;aci n, =ac%son llev la -alabra de Bios, la salvaci n de =esucristo hasta lo ms profundo de Alas%a& lo curioso es que durante los siete primeros a*os de su misi n no recibi ni un centavo de la iglesia presbiteriana, indignada ante su insolente conducta. 3oste #l mismo los elevados gastos del e$perimento de Alas%a, que fue una de las tentativas misioneras de los +stados Tnidos que resultaron ms productivas& emple "nicamente el dinero que le entregaban las mujeres, que le adoraban, y que todos los inviernos se dedicaba a visitar en busca de fondos. +n la #poca que estuvo haciendo milagros por las heladas tierras del norte, =ac%son pasaba la mitad del a*o en diversos estados, implorando ayuda a los grupos femeninos, o en >ashington, acosando al 3ongreso para que mejorara las leyes y destinara ms dinero a Alas%a. )e convirti en !ntimo amigo de casi todos los miembros del gobierno a los que aguardaban espectaculares ascensos, especialmente si eran republicanos o presbiterianos& por eso se peg muy pronto a los faldones del senador (enjamin Darrison, de Indiana, que era tanto una cosa como la otra, y que, en cuanto llegara a presidente, solicitar!a el asesoramiento de =ac%son sobre las medidas que hab!a que tomar con respecto a Alas%a. -ese a su baja estatura, de un metro cincuenta y cinco, y a sus regordetas piernas de ni*o, el pastor presbiteriano hab!a alcan;ado la talla de un gigante. 3uando el doctor =ac%son lleg a Alas%a 1ilegalmente, seg"n sus adversarios2, puso a funcionar su gran ingenio y logr dos #$itos clamorosos: convenci a sus amigos del 3ongreso para que le otorgaran el rimbombante t!tulo de Agente <eneral de +ducaci n de Alas%a, cargo sin honorarios y que, al menos los primeros a*os, no recib!a fondos del gobierno, pero que le permiti encargarse unas impresionantes tarjetas de visita con las que

-gina 7.I de ?@0

Alaska

James A. Michener

desarmaba a los que se opon!an a sus planes. Adems, arranc al Bepartamento del Cesoro una autori;aci n para viajar gratuitamente a bordo de cualquier barco guardacostas que se dirigiera a las ;onas que pensaba visitar en ejercicio de sus funciones. 3on estas cartas en la manga, y contando con el permanente apoyo financiero de los clubes femeninos, se dispuso a emprender la obra de su vida: la humani;aci n y la educaci n de Alas%a. Los primeros a*os, =ac%son llev una vida muy agitada. +n los meses de primavera y verano, se sub!a a cualquier guardacostas, dispuesto a e$plorar las aguas del Ortico, combatir el trfico de alcohol, detener a los malhechores, colaborar en la aplicaci n de la ley, viajar a )iberia y organi;ar el desarrollo de Alas%a. 3on su propio dinero, puso en marcha varios de los servicios que hubiera debido costear el gobierno. -asaba los seis meses de oto*o e invierno en >ashington, ,ueva For% o (oston, haciendo propaganda y dando conferencias sobre el futuro de Alas%a. Burante un per!odo anual t!pico, recorri sesenta mil quinientos %il metros& uno de sus colegas sacerdotes calcul que, en ese mismo per!odo, hab!a pronunciado ms de doscientas conferencias en favor del establecimiento de un sistema escolar en Alas%a: P)heldon est dispuesto a dar una conferencia si encuentra a seis personas que le escuchenQ. -ero cada ve; que estaba a punto de conseguir alguna mejora se lo imped!a el hecho de que los +stados Tnidos continuaban sin dotar a Alas%a de ninguna forma de gobierno o de un apropiado sistema de impuestos. +ntonces =ac%son, frustrado y rabioso, regresaba a >ashington con la intenci n de asediar al 3ongreso. Fue precisamente all! donde el misionero, con la vysi n de futuro que le caracteri;aba, entabl una estrecha relaci n con (enjamin Darrison, el influyente senador de Indiana, nieto del noveno presidente. +l senador escuch sus reivindicaciones de un estatuto para el gobierno aut nomo de Alas%a& la autoridad moral de =ac%son le convenci , y en .II7 comen; a actuar en el )enado para conseguir tal estatuto. +n .II6, gracias al en#rgico est!mulo de =ac%son, el senador Darrison logr que el 3ongreso aprobara la Rrganic Act, por la cual se otorgaba a Alas%a una especie de gobierno civil, con un solo jue;, un fiscal de distrito, un secretario del ju;gado y un alguacil& en total, se encargaba a cuatro funcionarios imponer la ley y el orden en un territorio de ms de un mill n de %il metros cuadrados. Aunque la medida resultaba escandalosamente insuficiente, era un primer paso en la buena direcci n. =ac%son, por supuesto, habr!a querido que se concediera a Alas%a el estatuto de territorio aut nomo, pero el 3ongreso no lo autori; , porque eso hubiera permitido que el territorio se convirtiera tarde o temprano en un estado 1como estaba sucediendo en otras partes de los +stados Tnidos2, y los legisladores consideraban absurda tal posibilidad: 8U+sa nevera nunca tendr suficientes habitantes para merecer la condici n de estadoV 8JTn gobierno aut nomoK UNu# diantreV, pero si en toda la ;ona no hay ms que mil novecientos habitantes& hablo de gente blanca, desde luego. 8)i el gobierno no corresponde al +j#rcito, deber!a encargarse la Armada. ,i siquiera =ac%son se dio cuenta de las insuficiencias prcticamente insuperables de la ley que entre #l y Darrison hab!an conseguido que se aprobara. ,o obstante, esa misma primavera, al regresar a )it%a, lo comprendi : llevaba apenas dos horas en su casa de verano cuando recibi la visita de un rabioso 3arl 3aldEell, el antiguo abogado de Rreg n, que se hab!a convertido en uno de los ciudadanos ms importantes de Alas%a: 8J3omo pudo usted permitir que el 3ongreso tomara semejante resoluci n, doctor =ac%sonK 8J-ermitirloK Darrison y yo les obligamos a adoptarla. 8-ero, Jy el asunto de Rreg nK ULo anula todoV 8Tn momento 8interrumpi =ac%son, a la defensiva8. +l 3ongreso se neg a concedernos el estatuto de territorio aut nomo. Lo mejor que pudimos conseguir fue gobernarnos por las mismas leyes que Rreg n.

-gina 7.@ de ?@0

Alaska

James A. Michener

8)i se tratara de las leyes de Rreg n 83aldEell salt de su asiento8, no habr!a ning"n problema. -ero lo que ustedes nos han dado son las antiguas leyes del territorio de Rreg n. -as a ser estado en .IL@. ,os han llevado a la situaci n de Rreg n en .ILI. 83omen; a detallar las desmesuradas limitaciones que supon!a esto para Alas%a, mientras =ac%son le escuchaba boquiabierto8: ,o podr actuar un jurado en los juicios, porque seg"n la ley territorial de Rreg n, s lo podrn integrar un jurado las personas que paguen impuestos. 8+s una norma prudente 8observ el sacerdote8. :eserva la participaci n en un jurado a los hombres responsables. 8-ero en Alas%a no se cobran impuestos& por lo tanto, no habr jurados. 83aldEell prosigui , mientras =ac%son demostraba su sorpresa8: Las leyes ms interesantes del territorio de Rreg n se refer!an a los condados, pero no tienen aplicaci n en nuestro caso, puesto que no hay condados en Alas%a. 8+so es rid!culo 8refunfu* el misionero que hab!a engendrado la ley. -ero 3aldEell estaba lejos de haber terminado con sus cr!ticas: 8,o se pueden comprar terrenos, porque en el estatuto de Rreg n no hab!a nada estipulado sobre la propiedad del suelo. F lo que es peor, por lo mismo, no se puede aplicar en Alas%a la importante Domestead Act, la ley que ha permitido poblar el Reste al conceder gratuitamente tierras a los colonos. -ero lo que limita ms nuestras posibilidades es que no podemos tener nuestra propia asamblea legislativa, porque Rreg n no la ten!a en esa #poca. 3aldEell continu quejndose, mostrando a veces a =ac%son el te$to mismo del anticuado estatuto, y, al terminar, el misionero hab!a comprendido que, con su ayuda, el 3ongreso hab!a puesto a Alas%a una nueva camisa de fuer;a& se dio cuenta de que tendr!a que volver a luchar por las mismas cosas, pero como cuando emprend!a una batalla no hab!a tregua ni rendici n posible, esa misma noche empe; a asediar al 3ongreso con ms cartas informativas y a sus partidarias con nuevas peticiones de dinero. )in embargo, =ac%son no advirti el riesgo que corr!a hasta .II6, cuando llegaron a )it%a los nuevos funcionarios que, seg"n la Rrganic Act, ten!an autoridad para gobernar Alas%a. +l presidente 3hester Arthur, presionado por la arrolladora insistencia de los aspirantes, hab!a designado para estos cargos a algunos de los granujas ms despreciables de la #poca, los cuales, desde el momento en que llegaron a )it%a, decidieron librarse de aquel molesto misionero que despertaba tantas quejas entre los mineros, los pescadores y los traficantes de ron. +l cabecilla de los enemigos de =ac%son era el fiscal de distrito, un hombre con fama de borracho. +l alguacil no era mucho mejor, pero el verdadero desastre era el jue; federal, un hombre muy influyente: el joven >ard 4cAlister era un incompetente que se llamaba igual que su t!o, el cual ejerc!a un poder dictatorial en la sociedad de ,ueva For%. A todos ellos les hab!an nombrado para esos cargos tan bien remunerados gracias a la infidencia pol!tica de sus amigos, y sin que se tuviera en cuenta su nula capacidad. -R3R tiempo despu#s de ocupar sus puestos, en connivencia con el tiscal de distrito y el jue; 4cAllister, ordenaron secretamente el arresto de =ac%son& despu#s aguardaron a que un gran n"mero de ciudadanos se reuniera en el muelle para presenciar la partida del vapor en el que iba a embarcarse el misionero. +n el "ltimo momento, )ullivan, el alguacil, subi a bordo del barco con unas esposas, le detuvo y le llev a rastras a prisi n. Burante las semanas siguientes =ac%son tuvo que soportar incre!bles humillaciones, aunque al final se hi;o justicia con #l, de una forma totalmente inesperada. +l presidente Arthur, el responsable de tan indignantes nombramientos, dej el cargo, y casi de inmediato ocup la presidencia el dem crata <rover 3leveland, un reformista que anul los nombramientos de Arthur y sustituy a los ocupantes de esos puestos por pol!ticos con ms escr"pulos, que prestaron a Alas%a un mejor servicio. Tna de las primeras medidas del nuevo equipo de

-gina 7/0 de ?@0

Alaska

James A. Michener

funcionarios fue dejar sin efecto el procesamiento de )heldon =ac%son& aun as!, el misionero continu convencido de que el pa!s funcionaba mejor cuando los republicanos ostentaban el poder. -or esa #poca, =ac%son tom parte en una de las obras ms l"cidas de la historia de Alas%a, algo sin precedentes en los territorios recientemente coloni;ados. )e puso en contacto con los dignatarios de las dems iglesias estadounidenses, y propuso que se dividiera Alas%a, de com"n acuerdo, en die; o doce esferas de influencia religiosa, cada una de las cuales ser!a reducto de una confesi n y en cuyo interior no podr!an ejercer el proselitismo los misioneros de otras sectas. Lo que propon!a era una e$traordinaria tregua religiosa& debido especialmente a su reputaci n de hombre !ntegro, ampliamente reconocida, los dirigentes de los dems grupos aceptaron su propuesta. 83omo los presbiterianos fueron los primeros en llegar aqu!, nos corresponde )it%a 8e$plic =ac%son a los habitantes de la ciudad8. Ahora bien, puesto que esta regi n es la que ofrece menos complicaciones, nos quedamos tambi#n con la ms conflictiva: (arroE, en el territorio situado ms al norte de Alas%a. 8+l misionero a*adi modestamente8: )er la misi n ms septentrional del mundo. Al ir enumerando otras condiciones del acuerdo, parec!a uno de los seguidores de jesucristo, tal como aparecen en los Dechos de los Ap stoles, en el momento de distribuir las responsabilidades misioneras de la incipiente iglesia cristiana: 8,uestros buenos amigos baptistas se quedan con la isla de Aodia% y con el territorio ms pr $imo. Las Aleutianas, donde hay mucho por hacer, corresponden a los metodistas. Los episcopalianos continuarn la obra que inici hace d#cadas la iglesia anglicana de 3anad, su allegada, en el curso alto del Fu% n. Los congregacionistas se han ofrecido para encargarse de una ;ona muy dif!cil: el cabo -r!ncipe de <ales. F una e$celente iglesia que ustedes qui; no cono;can, la de los moravos alemanes de -ensilvania, llevar la -alabra de Bios a la cuenca del r!o Aus%o%Eim. 4s adelante se desencaden una oleada de entusiasmo ecum#nico, y ms confesiones se ofrecieron a participar en el gran acuerdo: los cuqueros de Filadelfia, que estaban siempre a la vanguardia en ese tipo de obras, recibieron Aot;ebue y una regi n minera cercana a =uneau& los evangelistas suecRs, Tnala%leet& los cat licos romanos, el amplio territorio que rodeaba la desembocadura del Fu% n y en donde hab!an trabajado antes los misioneros ortodo$os rusos. La repartici n de Alas%a constituy un e$traordinario ejemplo de lo mejor del ecumenismo, y el m#rito correspondi principalmente a =ac%son. )in embargo, por muy nobles que sean los acuerdos verbales, son algo completamente distinto a la puesta en prctica: pasaron a*os sin que las principales iglesias estadounidenses cumplieran con sus promesas. ,o se hab!a creado ninguna misi n bautista ni metodista, ni siquiera una de los cuqueros. Besesperado al ver que los ind!genas de Alas%a se corromp!an porque se les hab!a negado la -alabra divina, =ac%son suplic a las iglesias ms importantes que entraran en acci n, si bien no obtuvo ning"n resultado. 9iaj a Filadelfia para hablar con los cuqueros, seguro de que lograr!a convencerles de que se trasladaran al norte, pero no consigui nada. +n estado de desesperaci n moral, =ac%son pas una calurosa noche del mes de agosto de .II7 en la ciudad de los cuqueros, redactando una carta para la iglesia morava, cuya sede estaba en la cercana localidad de (ethlehem: les rogaba que prosiguieran en Alas%a la noble tarea que hab!an iniciado con los esquimales del Labrador, pero, una ve; ms, la "nica respuesta a sus esfuer;os fue el silencio. ,o obstante, su carta debi de causar alg"n efecto en los fieles alemanes de (ethlehem, ya que el invierno siguiente, cuando viaj a los +stados Tnidos, =ac%son recibi sin previo aviso una invitaci n para visitar (ethlehem y e$poner ante los moravos su punto de vista sobre las necesidades de Alas%a. +l misionero tom rpidamente un tren en Filadelfia y se

-gina 7/. de ?@0

Alaska

James A. Michener

encamin hacia el norte, hasta la bonita y antigua ciudad, t!picamente alemana, donde pronunci uno de sus discursos ms inspirados. 8La iglesia morava ha estado siempre a la vanguardia de la obra misionera 8e$plic =ac%son a su audiencia8. +s algo propio de vuestra tradici n y de vuestro esp!ritu. +sta ve;, recib!s de nuevo un llamamiento de Bios: PLos esquimales de Alas%a languidecen sin 4i -alabra )agradaQ. JRsar#is negarosK Aquella noche, los serios ciudadanos encargados de la iglesia decidieron enviar a fines de .IIL una misi n de e$ploraci n al r!o Aus%o%Eim, formada por cinco granjeros j venes y piadosos 1tres hombres y dos mujeres2. 3uando vieron el gran r!o gemelo del Fu% n y comprobaron que sus gentes estaban ansiosas de recibir medicinas, ense*an;a y cristianismo 1pues consideraban que eso e$plicaba la prosperidad de los blancos2, los j venes misioneros escribieron a (ethlehem: PAqu! se nos necesitaQ. A a su debido tiempo, les sigui uno de los mejores grupos de religiosos que trabajaron jams en Alas%a, con lo que se derrib la barrera de indiferencia. Los cuqueros se apresuraron a ocupar las ;onas que les correspond!an& despu#s fueron los bautistas y los metodistas& en poco tiempo, Alas%a qued salpicada de misiones, a menudo perdidas en lugares remotos, que contribuir!an con el tiempo a civili;ar la Cierra <rande. Tn d!a, cuando =ac%son estaba trabajando en )it%a, se adentr en el estrecho el nuevo guardacostas (ear& antes de que pudiera anclar, el misionero hab!a tomado una decisi n que result de gran importancia para la historia de Alas%a: P4e gustar!a navegar en un barco como #seQ. Al mediod!a hab!a ya presentado el permiso de viaje al primer oficial, que mir por encima del hombro al e$tra*o hombrecito y le dijo: 8+ste asunto tendr que resolverlo el capitn. +l misionero entr por primera ve; en el camarote del capitn 4i%e Dealy, que hab!a empe;ado a emborracharse tan pronto como el (ear hab!a llegado a )it%a, y que en aquel momento estaba sentado, con el loro encima de un hombro. 4uy molesto por la inesperada intromisi n, Dealy profiri una sarta de brutales juramentos mientras fulminaba a =ac%son con la mirada. 8F ahora Jqu# co*o quiere ustedK 8concluy . )i la embestida hubiera acobardado al peque*o misionero, se habr!a terminado cualquier posibilidad de relaci n entre los dos hombres& pero =ac%son era muy osado: se irgui , adopt una postura digna y e$clam en tono grandilocuente: 8U3apitn Dealy, soy un sacerdote y no tolero que el nombre de Bios sea profanado en mi presenciaV Adems, tambi#n he venido a Alas%a para acabar con el trfico de licores, y usted, se*or, est borracho. 8Ciene usted ra; n, reverendo... 8comen; a decir Dealy, sorprendido ante aquel gallito. -ero en aquel momento el loro solt unas cuantas palabrotas de su propia cosecha, y Dealy le asest tal coscorr n que el animal corri a refugiarse en su percha, tan rpidamente que pareci que iba a perder las plumas. 8UA ver si te callas, t"V 8Bespu#s Dealy se ocup del visitante8. JNu# dice su documento, reverendoK 8+st e$tendido por el Bepartamento del Cesoro y confirma que puedo viajar gratuitamente a bordo de su barco cuando el cumplimiento de mis funciones lo requiera. 8JF cules son sus funcionesK 8Llevar a los esquimales la -alabra de Bios. +ducar a los ni*os de Alas%a. F acabar con el trfico de licores. -ara asombro de =ac%son, 4i%e Dealy, a quien la educaci n hab!a salvado la vida, se levant de su asiento, tambalendose, le tendi la mano y prometi apoyarle, cosa que hi;o durante veinte a*os:

-gina 7// de ?@0

Alaska

James A. Michener

8+stoy de acuerdo con usted, reverendo. La educaci n salva las almas, F el alcohol es la maldici n de los ind!genas de Alas%a. 8-arece que a usted le ha maldecido tambi#n, capitn. 8) lo en mi vida privada. 3omo capitn de este barco, una de mis principales funciones es acabar con el trfico de hooch. 8JNu# es eso del hoochK 8Tn licor, un aut#ntico matarratas. Bestro;a a los esquimales. Da e$terminado aldeas enteras. 8Dealy se dej caer de nuevo en la silla, alarg la mano hacia un vaso que =ac%son no hab!a visto hasta entonces y acab de vaciarlo. Luego levant la vista con una sonrisa p!cara y dijo8: Craiga su equipaje a bordo. A las cuatro ;arpamos rumbo a Aodia% y )iberia. 8'ste fue el principio de la colaboraci n entre aquellos dos hombres singulares. Dealy med!a un metro ochenta y cinco, era cinco a*os ms joven y veinte veces ms fuerte& =ac%son med!a e$actamente treinta cent!metros menos, de modo que su cabe;a no alcan;aba la altura de la nue; de Dealy. +l capitn era cat lico romano, y sus hermanos y hermanas ocupaban puestos de importancia en esta religi n& =ac%son era un devoto presbiteriano que despotricaba contra los cat licos, como hab!a hecho en su momento =ohn Ano$. Dealy era un negro de <eorgia que seg"n la ley deber!a haberse convertido en esclavo& =ac%son era producto de la agitaci n religiosa y social que se hab!a e$tendido por la ;ona rural del norte del estado de ,ueva For% 1de la misma fuente surgieron +li;abeth 3ady )tanton, Lucretia 4ott y =oseph )mith, a quien fueron revelados los secretos del mormonismo2 y pensaba que los negros, los indios y los esquimales eran seres humanos dignos del amor de Bios, pero no de la equiparaci n social con los blancos. Dealy era aficionado a blasfemar y a emborracharse& =ac%son, un hombre estricto que consideraba su deber aleccionar a los infieles y liberarlos de su locura. Dab!a enormes diferencias entre ellos, y no vacilaban en e$hibirlas. )in embargo, compart!an tres opiniones, lo que prevaleci sobre todas las diferencias: los dos pensaban que se podr!a gobernar Alas%a si alg"n hombre de buena voluntad quisiera intentarlo& estaban dispuestos a ofrecerse para cumplir con este cometido, y ambos quer!an que se tratara con respeto a los ind!genas. )u amistad se consolid durante la primera traves!a que reali;aron juntos, porque cada ve; que se encontraban ante una dificultad, parec!a que se daban cuenta inmediatamente de las implicaciones morales y, de una manera asombrosa, cada uno aprobaba lo que el otro suger!a. +l capitn Dealy ya no ten!a que impartir justicia solo, surcando los mares a bordo de un mugriento barco aduanero, porque ahora el noble (ear llegaba a puerto echando bocanadas de humo, con su digno capitn a bordo, asistido por un presunto doctor en teolog!a. Dealy y =ac%son formaban una impresionante pareja de titanes que circulaba por una regi n anteriormente infestada de enanos, y su autoridad quedaba establecida tan pronto como el (ear llegaba a una nueva aldea. +n su primer viaje juntos, pusieron orden en Aodia% y llevaron provisiones a la guarnici n rusa de -etropvlovs%& en la costa siberiana, dictaron sentencia sobre diversos asuntos y, finalmente, fueron a parar al cabo ,avarin, donde la gente sali a recibirles en canoas tan pronto como se enteraron de que volv!a el capitn Dealy, pues recordaban los generosos regalos que les hab!a hecho en su "ltimo viaje. Dealy pidi a =ac%son que desembarcara, ya que quer!a ense*arle los reba*os de renos, que proporcionaban abundante comida a los siberianos& al principio, el misionero no comprendi la importancia de la visita, porque todav!a no hab!a visto a los esquimales de Alas%a que se mor!an de hambre, sin comida para el invierno. 8U:enosV 8e$clam Dealy8. -odr!amos cargarlos en el (ear y, con buen viento, desembarcarlos dos d!as despu#s en Alas%a. 8J)er!a posibleK

-gina 7/7 de ?@0

Alaska

James A. Michener

8-odr!amos hacerlo ahora mismo, si tuvi#ramos autori;aci n y dinero para comprar los e$cedentes de esta gente. La perspectiva de salvar vidas en Alas%a gracias a la e$periencia siberiana entusiasm a los dos estadounidenses& despu#s de reunir a los pastores de cabo ,avarin, Dealy intent convencerles de la posibilidad de comerciar con renos entre las dos orillas del mar de (ering. 83uando vuelva usted a >ashington, averig5e si podemos conseguir fondos 8dijo Dealy a =ac%son, al ver el inter#s que mostraron los pastores cuando el capitn les e$plic lo que recibir!an a cambio de los animales. 8JCanta falta hacen los renosK 8Fa lo ver usted mismo. Bespu#s de atravesar el mar de 3hulcots% desembarcaron en una serie de poblaciones 1(arroE, Besolation, -oint Dope, cabo <ales2, en las que =ac%son pudo comprobar la devastaci n provocada por la falta de reservas de alimentos& esto le llev a tomar una determinaci n firme: 83apitn Dealy, usted y yo tenemos que hacer dos cosas para salvar a los esquimales: construir una misi n, con su propia escuela, y proporcionarles renos. +n el trayecto de regreso, el (ear cambi de rumbo para hacer escala en la isla de )an Loren;o, donde Dealy mostr a su amigo misionero la destrucci n que hab!an causado el ron y la mela;a del +rebus. =ac%son se horrori; al ver los esqueletos, que continuaban esparcidos por el suelo& por la noche, cuando el tena; (ear retom su camino hacia el sur, se fue a hablar con el capitn Dealy, que dirig!a el barco a trav#s del mar de (ering: 83apitn, usted mismo descubri las ruinas de estas aldeas y sab!a cul era la causa& no entiendo c mo puede seguir bebiendo. 8,o soy perfecto 8dijo DealyY. F usted tampoco lo es, de lo contrario, no habr!a tanta gente furiosa... quiero decir, disgustada con usted. 8(orrachos, mineros sin escr"pulos, la gentu;a de )it%a... 4e alegro de que sean mis enemigos, capitn. 84e refiero a gente de orden. U(ueno, antes de conocerle, o! hablar mucho de usted en )eattleV 8A m! me hi;o venir al mundo Bios para que ejecutara )u voluntad, y tengo que hacerlo a mi manera. 8Fo no tengo ni idea de qui#n me hi;o venir al mundo. +stoy aqu! para gobernar un barco, y lo hago a mi manera. Be esa forma aquellos dos hombres imperfectos, cada uno de los cuales tuvo enemigos mientras ejerci su trabajo en Alas%a, continuaron navegando hacia el sur, imaginando las cosas que esperaban conseguir: convertir a los esquimales, imponer orden en el mar, llevar a Alas%a renos siberianos, educar, educar y educar.. Los dos estaban de acuerdo en cuanto a este "ltimo ideal, como demostraron los trgicos sucesos ocurridos durante el segundo viaje que reali;aron juntos. 8Tsted no me habl del +rebus hasta llegar a )an Loren;o, capitn, pero le carcome el alma, Jno es ciertoK 8pregunt =ac%son, una fr!a noche de octubre, pocos d!as despu#s de ;arpar. 8As! es. 8JLe importar!a e$plicarme por qu#K Dealy, con una sarta de blasfemias, relat la interminable lucha librada contra aquel barco traidor y la crueldad con que desobedec!a las leyes que deb!an proteger, adems de a los esquimales, a las morsas y las focas: 8+n primavera ronda por esta ;ona, contraviniendo las leyes de todos los pa!ses, y espera a que las pobres focas pre*adas pasen nadando cuando se dirigen a criar al norte& entonces

-gina 7/6 de ?@0

Alaska

James A. Michener

les dispara con rifles, las mata y les arranca las cr!as para vender en 3hina las pieles, que son muy suaves. 8Dabr!a que acabar con #l 8asegur =ac%son. 83on este barco s! que podr!a acabar con #l 8respondi Dealy. F se encerr en su camarote, donde se emborrach . Los "ltimos d!as del viaje, =ac%son pas mucho tiempo en cubierta, con su peque*o cuerpo envuelto en prendas de piel de foca compradas en )iberia. )i los marineros le preguntaban qu# estaba haciendo, contestaba con evasivas, porque se hab!a empe*ado en algo insensato: quer!a divisar el +rebus, un barco que ya odiaba, aunque no lo hab!a visto nunca. Tn atardecer distingui una embarcaci n de color negro, o que as! lo parec!a, bastante lejos, al oeste de su barco, y se apresur a informar al capitn Dealy. 8U+s ese hijo de putaV 8e$clam Dealy8. 4ire: con el catalejo se ve su pelo blanco. +mil )chrans%y, al mando de su barco criminal, hab!a visto al (ear mucho antes de que le vieran a #l. Dab!a o!do decir que Dealy ten!a un nuevo patrullero, pero no daba cr#dito a las historias que la gente contaba sobre la embarcaci n, y adems despreciaba a su comandante: 8,o podr vencerme ning"n maldito negro. )in embargo, cuando acababa de desplegar las grandes velas negras para jugar al gato y al rat n, como hab!a hecho en el pasado con las lentas embarcaciones que Dealy hab!a usado hasta entonces, cay en la cuenta de que esta ve; se enfrentaba a un barco muy diferente. 9io la chimenea, que desped!a una negra nube de humo, las enormes velas cuadradas, abiertas para recoger el viento, y, lo que ms miedo le dio, la impresionante proa, refor;ada con madera de roble y de carpe. 8UListos para escaparV 8grit , demasiado tarde. 4ientras los marineros desplegaban como pod!an el "ltimo grupo de velas, vieron con consternaci n que el (ear les hab!a burlado, pues hab!a cambiado de rumbo rpidamente y avan;aba directamente hacia ellos. 8U9a a tratar de embestirnosV 8grit )chrans%y, sin ocultar su temor. Cen!a ra; n, porque 4i%e Dealy, el capitn negro al que tanto despreciaba, se dispon!a a golpear con la peligrosa proa de su barco justo en el centro del +rebus. 8UCodo a baborV 8chill )chrans%y al timonel. +l hombre trat de maniobrar de manera que el barco oscuro tomara un rumbo paralelo al del (ear y #ste pasara junto a #l sin causar da*os, como en los duelos que hab!an mantenido otras veces. +n esta ocasi n, sin embargo, Dealy pudo poner en prctica sus viejos trucos con un barco nuevo y potente& de pie en el centro del barco, con el loro chillando sobre el hombro, dio unas pocas rdenes al timonel, que vir bruscamente el guardacostas y lo hi;o chocar con gran estruendo contra el +rebus. La proa del (ear, impulsada por el motor, hi;o astillas la cuaderna de su siniestro enemigo y qued encajada en sus entra*as. 8UArtilleros, listos para barrer las cubiertasV U4arineros, al abordajeV 8orden serenamente, tal como hab!a ensayado, 4i%e Dealy, el perdedor de tantas batallas anteriores. )chrans%y, at nito, anulado por un barco mejor y gobernado por un capitn ms astuto, tuvo que rendirse y contemplar en silencio c mo invad!an su buque los victoriosos hombres de Dealy. 3uando el (ear abord el +rebus, Dealy salud al capitn, tal como era acostumbrado& despu#s sonri fr!amente a )chrans%y mientras le apuntaba con el rev lver, y envi a sus marineros al interior del barco capturado. Codas sus humillaciones anteriores quedaban sobradamente vengadas, y ambos capitanes lo sab!an. Los oficiales de Dealy encontraron los barriles de ron y mela;a& unos marineros encontraron las bodegas llenas de pieles de foca.

-gina 7/L de ?@0

Alaska

James A. Michener

8U'chenlo todo por la bordaV 8orden Dealy. La tripulaci n de )chrans%y contempl en malhumorado silencio c mo abr!an los toneles y arrojaban el contenido por los imbornales. +n cuanto a las pieles de foca capturadas ilegalmente, que val!an una fortuna en 3ant n, fueron a parar al fondo del mar de (ering. )heldon =ac%son no se atrevi a dejar el (ear y subir al +rebus hasta ese momento& cuando el capitn )chrans%y vio al misionero, vestido con su rid!culo uniforme de pieles de foca, vocifer : 8JNui#n diablos es #steK 8+l hombre que nos ha tra!do hasta aqu! 8respondi Dealy8, y el primero que les ha visto. 8-ues arr jelo tambi#n por la borda 8refunfu* )chrans%y. 84ire mi barco, )chrans%y 8Dealy pronunci su ultimtum8. Rbserve el motor, y la proa que ha abierto un boquete en su embarcaci n. +mpie;a una #poca nueva en Alas%a, )chrans%y. )i le vuelvo a ver por el mar de (ering, le atrapar#, le embestir# y le enviar# al fondo del oc#ano, con toda la tripulaci n. 4ientras se hac!a de noche, Dealy se qued de pie, dando rdenes para apartar el (ear del agujero abierto en el +rebus, era cinco cent!metros ms bajo que el alemn y mucho ms moreno, pero hablaba con la autoridad que hab!a alcan;ado despu#s de muchos a*os y muchas derrotas: por fin mandaba #l en el mar de (ering, y estaba decidido a que siguiera siendo as!. 3uando regres a su barco, =ac%son permaneci en el +rebus, ya que el peque*o 4isionero quer!a endilgar unos cuantos sermones al corpulento y rubio capitn, especialmente sobre las aldeas arrasadas en la isla de )an Loren;o& iba a iniciar su amonestaci n, pero cuando mir aquella cabe;ota gigantesca, mucho ms alta y dura que la suya, pens que ser!a mejor callarse F, sin decir palabra, atraves con cuidado la cuaderna destro;ada y volvi a su camarote. La consecuencia del segundo viaje que =ac%son reali; con Dealy fue que las misiones dejaron de estar instaladas en cho;as de barro y se convirtieron en iglesias y escuelas de verdad. +l robusto (ear ;arp del estrecho de )it%a lan;ando chispas por la chimenea, con la cubierta llena de tablones, -uertas y vigas hasta en el "ltimo rinc n& adems, le segu!a una vieja goleta cargada con ms material. Aquel a*o, el (ear no se detuvo en puertos c modos, como Aodia% o Butch Darbor, sino que continu avan;ando por el mar de (ering, entre fuertes tormentas, hasta hacer una primera escala en el cabo -r!ncipe de <ales, donde un par de misioneros congregacionalistas llevaban dos a*os intentando sobrevivir en una cho;a semienterrada. +l cuatro de julio, B!a de la Independencia, el (ear ech el ancla y los sorprendidos j venes vieron bajar del barco tres botes cargados con maderos. 3uando los marineros de8 sembarcaron y descargaron el material, no se limitaron a dejarlo en la playa para que lo tomaran los misioneros, sino que fueron con ellos y esa misma tarde comen;aron a construir una iglesia y una escuela. Al atardecer, como si viniera a celebrar la festividad, lleg la goleta con la mayor parte de las tablas& a la ma*ana siguiente, el capitn Dealy en persona se uni a los trabajadores, mientras el doctor =ac%son corr!a de aqu! para all y ayudaba a e$cavar los cimientos de las paredes. Coda la tripulaci n del (ear, e$cepto el cocinero, particip en la construcci n de la iglesia y, al cabo de ocho d!as, entregaron a los at nitos misioneros un centro desde el que pod!an comen;ar a evangeli;ar la regi n. +l (ear se dirigi a -oint Dope, una de las aldeas ms aisladas del mundo, y los marineros que desembarcaron para construir la misi n conocieron a los mosquitos de Alas%a& los hab!a de tres tipos, cada uno ms salvaje que el otro, y cada variedad viv!a durante tres semanas, a finales de primavera y principios de verano. Llegaban una detrs de otra, como si dijeran: P+nviaremos a los peque*os para poner nerviosa a la gente, despu#s, a los medianos, y tres semanas despu#s, a los ms grandesQ. +ran unos enemigos despiadados,

-gina 7/M de ?@0

Alaska

James A. Michener

que se colaban entre las aberturas de la ropa y clavaban profundamente el aguij n, hasta volver prcticamente locas a algunas de sus v!ctimas. 8JNu# se hace cuando atacan estos bichosK apregunt un marinero al misionero solitario. 8Bar gracias por que s lo duren nueve semanas 8respondi . 8UNuiero volver al cabo <ales, a la civili;aci nV 8sollo; el marinero. +l segundo d!a que llevaban anclados all!, Dealy y =ac%son se reunieron con los que trabajaban en tierra, y, a pesar de los mosquitos, muy pronto construyeron otra robusta iglesia& pero la madera ms resistente la guardaron para la siguiente escala, en la lejana (arroE, all! donde se termina el mundo, donde el oc#ano Ortico permanece nueve meses al a*o cubierto de hielo, donde el sol se queda tres meses completamente oculto y apenas se asoma en cinco meses. Los marineros conocieron en ese lugar a un misionero que se esfor;aba por poner en prctica la idea de =ac%son sobre el avance de la civili;aci n, que consist!a en llevar los +vangelios hasta los rincones ms remotos del mundo. <racias a la convincente intervenci n del capitn Dealy, se les permiti utili;ar provisionalmente como escuela y misi n parte de un edificio del gobierno, hasta que los marineros levantaron una construcci n normal, aunque con la solide; necesaria para soportar el rigor del clima de (arloE. Aquel a*o, ninguna casa asomaba ms de un metro por encima de la superficie. Dealy y su tripulaci n trabajaron con especial cuidado para que el edificio de la misi n presbiteriana pudiera resistir durante d#cadas la atm sfera del Ortico. Al cabo de once d!as dejaron en manos del joven misionero una obra maestra de la arquitectura rural, una iglesia que iluminar!a la aldea cuando llegaran en junio los barcos balleneros, a los que atrapar!a el hielo si en octubre segu!an all!. -oco despu#s de salir de (arroE, tras disparar una salva para despedirse de la nueva iglesia, que sobresal!a entre las cho;as de la aldea como si fuera un hermoso volcn, el (ear vir en direcci n a la costa y ancl frente al ventoso -ueblecito de Besolation, cuyos habitantes se api*aron en la playa para saludar al capitn que tanto hab!a hecho por la seguridad y la prosperidad de su poblaci n. Dealy les salud a todos con la mano, pero al no ver a cierto individuo pregunt : 8JB nde est BmitriK 8Ahora es el padre Bmitri 8contest un aldeano8. Ah! viene. Bmitri, al considerar la posibilidad de que, a causa de su terquedad, la aldea se quedara sin aquellos bonitos edificios que tanta falta hac!an, se )inti muy afligido y quiso consultarlo con su madre. )e sorprendi cuando la mujer sac , de entre las cosas de valor que guardaba envueltas en una tela, detrs de una de las tablas de la cho;a e$cavada, la medalla que el capitn Dealy hab!a regalado a su hijo varios a*os antes: 8Ce la dio porque te comportaste como un valiente. Cienes que seguir siendo valiente, sin dejar que ese peque*ajo te obligue a renunciar a la religi n de tu padre. Ante su insistencia, Bmitri esper a que el reverendo =ac%son estuviera ocupado con los planos de la escuela, pues pensaba construirla, a pesar de sus amena;as, convencido de que Bmitri acabar!a por apreciar las enormes ventajas de convertirse en presbiteriano, tanto para s! mismo como para la aldea. Cras asegurarse de que =ac%son no le ve!a, Bmitri subi al peque*o umia% en el que navegaba el d!a que lleg el (ear, y no tard en llegar al barco. -idi permiso para hablar con el capitn, y le hicieron pasar al camarote de Dealy& se sorprendi mucho al ver el loro, as! como al comprobar que el capitn estaba casi borracho. -ero Dealy, que era un buen cat lico, al enterarse de lo que pretend!a su buen amigo el misionero 1que un devoto ortodo$o ruso se convirtiera al presbiterianismo2, recobr de inmediato la sobriedad, subi al umia% de Bmitri y orden al joven sacerdote, o postulante, que le llevara a tierra. Tna ve; all!, corri al sitio donde se estaba construyendo la escuela y asi a =ac%son por las pieles de foca que le envolv!an el cuello.

-gina 7/? de ?@0

Alaska

James A. Michener

8JNu# demonios pretende que haga el chico, )heldonK 8quiso saber. =ac%son intent e$plicarse confusamente& la se*ora Afanasi, que lleg a toda prisa, le acus de secuestro, y Bmitri, que no esperaba semejante incidente, se sinti avergon;ado por la situaci n. Burante dos d!as se prolong la agotadora discusi n entre =ac%son y Dealy: el misionero argumentaba que, ya que hab!a tra!do #l la madera para las construcciones, ten!a derecho a decidir el tipo de edificio que albergar!an. +l capitn contestaba, con igual convicci n, que, puesto que el material hab!a llegado en el barco que estaba a su cargo, le correspond!a a #l el privilegio de decidir c mo se utili;ar!a. -or desgracia, no conoc!a muy bien el funcionamiento del sacerdocio en la religi n ortodo$a rusa, y se qued perplejo, el segundo d!a, al enterarse de que Bmitri pensaba casarse con una muchacha esquimal que era pagana, por no decir algo peor. )us hermanos, que ocupaban altos cargos en lo que #l consideraba la verdadera iglesia cat lica, no pensaban en casarse& tampoco sus hermanas, que eran monjas. )e dijo que una religi n que permitiera casarse a los sacerdotes ten!a que estar completamente equivocada. Be todos modos, pensaba que su obligaci n era defender todas las confesiones cat licas, cosa que hi;o con gran vehemencia& pero hasta entonces nunca hab!a discutido sobre religi n con un fen meno de la moral como )heldon =ac%son, de modo que, cuando se terminaron de construir la iglesia y la escuela, fueron consagradas como edificios presbiterianos. +l -adre Bmitri se embarc en el (ear, se fue a )eattle, y all! se convirti , con la ayuda de los presbiterianos de la ;ona, en el padre Afanasi, el primer esquimal inu8 piat que ostent el augusto t!tulo de reverendo. +n el trayecto hacia el sur, el capitn Dealy discuti con el joven y defendi , con gran poder de convicci n, que el catolicismo era la "nica religi n universal, de manera que Bmitri estuvo a punto de dejar el (ear en Aodia%, volver a Besolation en cualquier otro barco y utili;ar las nuevas construcciones como edificios cat licos. -ero cuando sali a relucir el asunto de la boda, Dealy, que por entonces estaba bastante borracho, se neg a comprender lo que ocurr!a. =ac%son, que ya se lo hab!a imaginado, intervino en aquel momento, se hi;o cargo de la situaci n, separ a Bmitri del capitn y le hi;o quedarse en el (ear, que le llev hasta )eattle, en busca de la ayuda de los buenos presbiterianos de la ciudad. Be este modo, Besolation se convirti en el origen de la difusi n del presbiterianismo en el norte. Burante una de las traves!as posteriores de )heldon =ac%son, cuando el (ear llevaba ms de seis meses en el mar, el misionero observ que dos de los oficiales j venes se mostraban molestos por verse obligados a trabajar tanto tiempo sin regresar al puerto de origen, bajo las rdenes de un capitn negro, adems. 3uando acabaron de construir la escuela del cabo -r!ncipe de <ales, oy que uno de los j venes se quejaba: 8,o s# si te habrs dado cuenta, pero el reverendo =ac%son, que deber!a distribuir dinero y materiales con imparcialidad, favorece siempre a las escuelas dirigidas por presbiterianos. Beja bien poco para los baptistas o metodistas& aunque es normal, porque #l es un presbiteriano muy e$altado. 84e gustar!a ver c mo lleva las cuentas ese =ac%son 8dijo el otro oficial, cuando el (ear lleg a Besolation8. Al pastor de este pueblo le ha dado el triple de dinero. 3uando le he preguntado por qu#, me ha contestado: P+sta iglesia es m!aQ, pero no ha e$plicado qu# quer!a decir con eso, y yo no se lo he preguntado. Los oficiales e$presaron abiertamente su enojo contra el capitn Dealy al ver que el (ear emprend!a un largo desv!o hasta el cabo ,avarin, con la rid!cula idea de recoger renos siberianos y llevarlos a Alas%a, para servir de comida a los esquimales que estaban pasando hambre.

-gina 7/I de ?@0

Alaska

James A. Michener

8J-or qu# lo hacemosK 8pregunt uno de los hombres. 8-ara que esa buena gente no muera de inanici n 8respondi el capitn. 8)i Bios hubiera querido que los esquimales de Alas%a se alimentaran de renos, habr!a puesto algunos en nuestra orilla del (ering 8argument el otro. 8+l doctor =ac%son dir!a que estamos haciendo la tarea que se le olvid a Bios 8replic Dealy, sin rencor. -ero los j venes ten!an ra;ones para quejarse: cuando el (ear regres a las aldeas nativas donde hab!a repartido tan generosamente regalos en agradecimiento por el rescate de los marineros estadounidenses, los mismos -astores que hab!an prometido vender renos para ayudar a los esquimales de Alas%a se mostraron muy celosos de sus animales y no quisieron desprenderse de uno solo. Ante el creciente malestar de sus oficiales, Dealy re8 corri mil quinientos %il metros a lo largo de la costa de )iberia, rogando en vano a los tercos asiticos que le vendieran renos& adems, los j venes comprobaron que =ac%son tampoco consegu!a comprar animales. Al t#rmino de la in"til e$pedici n, uno de los oficiales escribi a su padre: +ste viaje ha supuesto un vergon;oso derroche de tiempo y dinero para nuestro pa!s. 3omien;o a sospechar que =ac%son y Dealy planean vender los renos, si llegan a conseguir alguno, en beneficio propio. +l gobierno de los +stados Tnidos deber!a investigar este escndalo. A pesar de sus ardorosos esfuer;os humanitarios, los dos hombres no lograron comprar ning"n reno en el cabo ,avarin& aunque algo ms al norte, en el cabo Be;hnev, donde la costa siberiana se desv!a bruscamente hacia el este y se acerca a Am#rica del ,orte, encontraron una aldea en la que se les permiti comprar diecinueve animales del valioso reba*o. +l mismo oficial escribi : Cras insistir con un fervor indigno de los representantes de una importante democracia, por fin han adquirido diecinueve animales, aunque a un precio insensato por cabe;a. Codo este asunto huele mal. Burante la agitada traves!a del mar de 3hu%ots% murieron tres de los renos, pero los diecis#is supervivientes se convirtieron en el origen del ganado de las Aleutianas, y los a*os posteriores llegaron nuevos ejemplares. +l capitn Dealy se vio pronto sometido a un consejo de guerra& fue en parte por su culpa, porque, una ve; entregados los renos, tendr!a que haber vuelto a )an Francisco, el puerto de origen, y dar licencia para desembarcar a la tripulaci n, harta de navegar. -ero estaba tan enamorado del mar de (ering que decidi efectuar un "ltimo y rpido recorrido de e$ploraci n por el norte 1=ac%son llegar!a a hacer, en total, treinta y dos viajes a la tierra de los 3hu%ots%s2, y durante la traves!a divis el Adam Foster, un ballenero estadounidense, dedicado a la cacer!a pelgica de focas. Avan; a toda vela y a todo vapor hasta colocarse junto al infractor y orden a sus hombres que lo abordaran& treinta de ellos le obedecieron, mientras #l y =ac%son les imitaban, saltando con destre;a al barco capturado. )in embargo, los balleneros, que pod!an ganar mucho dinero si lograban llevar su cargamento ilegal a DaEai o a 3hina, opusieron una sorprendente resistencia, y Dealy recibi una herida en el hombro i;quierdo y una sangrienta cuchillada en la mejilla. 3onsider esa actitud una declaraci n de guerra y, muy enojado, acuci a sus hombres para que sometieran a los agresores& cuando lo consiguieron, se calm y orden que se tomaran represalias: 8+chad todo el ron y la mela;a por los imbornales. F las pieles, al (ering. +n cuanto a los seis cabecillas y a los tres que me atacaron, Ulos vamos a guindarV =ac%son no conoc!a el significado de esta horrenda palabra, pero los j venes oficiales s!& en cuanto Dealy la pronunci , uno de ellos se acerc al misionero y murmur : 8U,o deber!amos hacerloV U)on estadounidensesV

-gina 7/@ de ?@0

Alaska

James A. Michener

-rotest porque cre!a, equivocadamente, que, en caso de conflicto, el sacerdote le apoyar!a contra el capitn Dealy, el cual hab!a demostrado un grosero comportamiento de borracho. )in embargo, descubri que esta suposici n era err nea: =ac%son no estaba con #l, sino con Dealy. Ante el horror de los oficiales, se procedi a guindar a los nueve marineros& es decir, se les pusieron las manos esposadas a la espalda y luego se hi;o pasar una soga por las esposas y por encima de una verga. Bespu#s, los tripulantes del (ear tiraron de los e$tremos libres de las sogas y subieron bastante arriba a los granujas, de manera que apenas pod!an alcan;ar la cubierta con la punta de los pies& permanecieron colgados siete minutos, sufriendo un intenso dolor, hasta que les dejaron caer sobre cubierta, cuando ya algunos de ellos hab!an perdido el conocimiento. 8,o pod#is al;aros en armas contra un barco oficial de los +stados Tnidos 8les dijo Dealy, de pie junto a ellos. 8U-ero si no se hab!an al;ado en armasV 8susurr a =ac%son uno de los oficiales. )in embargo, el misionero, que opinaba que el crimen ten!a que perseguirse, defendi a Dealy: 8+stos hombres a los que se ha aplicado el castigo estaban vendiendo ron y matando focas pre*adas. Be nuevo a bordo del (ear, ocurrieron dos sucesos de importancia: 4i%e Dealy se emborrach para calmar la inquietud producida por el dolor de las heridas y por la e$citaci n de haber abordado un barco en alta mar, y uno de los oficiales inici con )heldon =ac%son una acalorada discusi n sobre los acontecimientos de la tarde. 8,ing"n capitn tiene derecho a abordar otro barco de una forma tan violenta y guindar a nueve de los marineros. 8+l capitn Dealy ha recibido precisamente estas rdenes. Ciene que acabar con la ca;a ilegal de focas y sancionar a hombres y barcos que vendan alcohol a los nativos. 8)in embargo, no puede guindar a los hombres, colgndolos por las mu*ecas atadas a la espalda. U+s algo inhumano, reverendo =ac%sonV 8+s la ley del mar. )iempre lo ha sido. +s eso o la horca. Fa puede alegrarse de que no les haya hecho pasar bajo la quilla. +l oficial, horrori;ado de que un sacerdote defendiera semejante conducta, se sinti tentado a decir algo que, de ser un joven ms sensible, habr!a lamentado ms adelante: 8,o parece usted muy buen cristiano, si defiende a un hombre como Dealy. =ac%son se levant del borde de la litera, donde estaba sentado, se irgui en toda su estatura, mir al joven a los ojos y dijo: 84ichael Dealy en el mar de (ering me hace pensar en )an -edro en aguas de <alilea. +stoy seguro de que -edro, el pescador, era un hombre duro, pero 3risto le escogi entre sus ap stoles para fundar la primera iglesia. La iglesia de Alas%a depende de las buenas obras del capitn Dealy. 8J3 mo puede decir eso de un hombre que blasfema y se emborracha a cada ratoK 8e$clam el oficial, al o!r la odiosa comparaci n. 84e atrever!a a decir que -edro tambi#n usaba un vocabulario grosero a bordo de su barco 8contest =ac%son, a modo de respuesta& pero el joven sali rabiando del camarote. gAquella noche, cuando Dealy estaba algo recuperado de la borrachera, =ac%son fue a verle, dej que el loro se le posara en el hombro i;quierdo y coment : 84ichael, me temo que entre t" y yo hemos convertido a tus j venes oficiales en enemigos. ,o comprenden que no te comportes como los capitanes de las novelas, y en cuanto a m!, creen que deber!a ser como los sacerdotes de su pueblo. 8)on j venes, )heldon. ,unca han tenido que capitanear un barco. ,unca han perseguido al +rebus de un lado a otro del mar de (ering.

-gina 770 de ?@0

Alaska

James A. Michener

8-iensan que tendr!a que criticarte porque dices blasfemias y bebes. 8Fo opino lo mismo. -or otra parte, creo que no tuviste en cuenta que eras un ministro del )e*or cuando obligaste al joven padre Bm!tri a convertirse en presbiteriano para no perder la iglesia que construimos. 8Dealy chasque los dedos, para interrumpir sus l"gubres pensamientos8: Nuieren que seamos dioses, pero no somos ms que hombres. +n el fr!o de la noche, los dos pecadores conversaron largamente, preguntndose de ve; en cuando qu# estar!an planeando los j venes oficiales. -ronto lo averiguaron, pues cuando el (ear regres a Aodia% con tres prisioneros capturados en las -ribilof, los oficiales enviaron un telegrama al 3uerpo de <uardacostas, con sede en )an Francisco, presentando graves cargos contra su comandante: 4ichael Dealy, capitn del guardacostas (ear, se ha emborrachado repetidas veces en horas de servicio, en detrimento de sus obligaciones& ha utili;ado con frecuencia un lenguaje vulgar y ofensivo contra sus oficiales y tripulantes, y ha tratado con e$tremada crueldad a nueve marineros estadounidenses del ballenero Adam Foster. +n calidad de oficiales bajo sus rdenes, solicitamos que sea sometido a un consejo de guerra. +n el momento que el (ear regresaba a su destino en la costa de )iberia, el Adam F ster ya hab!a llegado al puerto de )an Francisco y hab!a ofrecido a los periodistas de la ciudad un espantoso relato de su encuentro con el guardacostas y del injustificado castigo de nueve marineros estadounidenses ordenado por el capitn Dealy. )in embargo, cuando los peri dicos de 3alifornia airearon el escndalo, en la guerrilla contra 4i%e Dealy particip una potencia mucho ms temible que el capitn del Adam F ster. La se*ora Banforth >eigle, presidenta de la Tni n de 4ujeres para la Cemperancia 3ristiana, llevaba alg"n tiempo en busca del caso irrebatiffle de alg"n capitn de barco que hubiera maltratado a su tripulaci n bajo la influencia del licor& al leer las historias sensa8 cionalistas sobre la conducta de 4i%e Dealy, ella y toda la asociaci n presentaron una denuncia formal, e$igiendo que se le enviara al puerto de origen y all! se le sometiera a un consejo de guerra y se le e$pulsara del cuerpo. Be este modo, todos los envidiosos convencidos de que el marinero negro se estaba encumbrando demasiado se unieron para pedir que se le procesara y despidiera. 3ediendo al clamor popular y, especialmente, a las presiones de la Tni n de 4ujeres, los superiores de Dealy no tuvieron ms alternativa que enviarle un telegrama a Aodia% indicndole que regresara inmediatamente a )an Francisco, a fin de defenderse ante un consejo de guerra de los cargos de embriague;, conducta grosera e indebida con los subordinados y, en el caso de nueve marineros estadounidenses, empleo de un castigo cruel ya en desuso en la armada de los pa!ses civili;ados. Dealy, que hab!a ;arpado de Aodia% mucho antes de que llegara el telegrama, pas el verano en las regiones ms remotas de los mares rticos. Al terrninar la temporada, mientras navegaba hacia el sur, se enter de las acusaciones presentadas contra #l y se lo coment al reverendo =ac%son: 8Nuieren liquidarme, )heldon. +se capitn del Adam F ster, Umira que denunciarmeV Dice mal en no colgarle de un penol de su barco. -ero fue =ac%son quien advirti el verdadero peligro del consejo de guerra: 8Las mujeres, 4ichael. )ern tus peores enemigas. )iempre he pensado que las decisiones definitivas dependen de las mujeres. 8J-uedo contar con tu apoyoK 8Dasta el fin, pero estoy preocupado. 8J9endrs a )an Francisco para declarar en mi favorK 8+res el mejor capitn que haya navegado nunca por el mar de (ering, sea ruso o estadounidense. 8=ames 3oo% anduvo por aqu!, JsabesK

-gina 77. de ?@0

Alaska

James A. Michener

8Fo no he mencionado a los ingleses. Be este modo, se decidi que Dealy y =ac%son se enfrentar!an juntos a los numerosos enemigos aliados contra el capitn& pero =ac%son no lleg a cumplir su promesa de testimoniar, pues cuando el (ear lleg al puerto de )it%a, el valiente sacerdote, al desembarcar, tuvo que enfrentarse tambi#n a una especie de consejo de guerra, porque >ashington hab!a enviado a un inspector especial con poderes plenipotenciarios, encargado de investigar las numerosas acusaciones presentadas en su contra por ejercicio irregular de sus funciones. Aunque esta ve; no le encarcelaron, era evidente que no podr!a ir a )an Francisco para declarar en defensa de su amigo, porque ten!a que ocuparse de salvar su propio pellejo. +l consejo de guerra contra 4ichael Dealy constituy un acto triste y solemne. 3inco altos oficiales de las fuer;as armadas estadounidenses ten!an que ju;gar a un h#roe popular ca!do en desgracia, y los mismos peri dicos que le hab!an ensal;ado e$ageradamente como el salvador del norte, parec!an complacerse ahora en denigrarle y le trataban de cruel tirano, de granuja malhablado y de borracho. Be todos modos, la actitud de los peri dicos era comprensible, ya que los primeros d!as del juicio se presentaron impresionantes pruebas en contra de Dealy. Los j venes y formales marineros del Adam Foster testificaron uno tras otro que ellos no hab!an hecho nada malo: 8)implemente tratbamos de defender el barco, como hubieran hecho tambi#n ustedes, caballeros& pero #l nos abord , nos hi;o objeto de maltratos y nos guind . +$plicaron con detalles estremecedores qu# significaba PguindarQ, y un marino ense* al tribunal las cicatrices que le hab!a causado aquel tormento de siete minutos, durante el cual las esposas le hab!an producido cortes en las mu*ecas. Las se*ales eran muy visibles. Nuien termin de hundir a Dealy fue la se*ora Banforth >eigle, de la Tni n de 4ujeres, que se imaginaba el juicio, desde hac!a tiempo, como un triunfo de la lucha emprendida por su organi;aci n contra la presencia de alcohol en los barcos de los +stados Tnidos. +ra una mujer elegante, sin ning"n aspecto de vieja agitadora, que hablaba en vo; baja y afectada& como testigo tuvo un gran efecto, porque su testimonio fue breve y conciso: 8Dace demasiado tiempo que los marineros estadounidenses son v!ctimas de crueles borrachos que, en cuanto sus hombres estn lejos del puerto y de la protecci n legal, les tratan como tiranos. +l del capitn 4ichael Dealy es el caso ms violento que ha ca!do bajo nuestra atenci n& e$igimos que se le encarcele por sus cr!menes y que cese como funcionario de los +stados Tnidos. )olicit que se permitiera comparecer como testigos a algunas mujeres pertenecientes a la Tni n que se hab!an especiali;ado en los aspectos legales del problema, y esas se*oras completaron la demoledora acusaci n contra el oficial negro. Al final del proceso, casi todos los presentes en la atestada sala de tribunales cre!an que Dealy estaba condenado& adems, los art!culos de los peri dicos parec!an necrol gicas, pues lamentaban el triste final de una carrera que hab!a tenido sus momentos de grande;a, como cuando el (ear, en sus diversas misiones de rescate, hab!a salvado a muchos marineros cuyos barcos hab!an quedado atrapados por el hielo. -ero las tradiciones navales tienen un profundo arraigo: durante una pausa del juicio, acudi a presentar testimonio en favor de 4i%e Dealy una serie de marineros a los que el capitn hab!a rescatado despu#s de que naufragaran. Algunos suboficiales que hab!an prestado servicio a sus rdenes no dudaron en declarar que su ind mita fuer;a de voluntad hab!a salvado el (ear cuando parec!a que el hielo iba a aplastarlo. Tn representante del gobierno imperial ruso e$plic al tribunal que, cuando estaba destinado en -etropvlos%, sus oficiales consideraban a 4i%e Dealy y al (ear como su bra;o derecho en el litoral siberiano. Dubo tambi#n un momento muy dramtico, cuando subi al estrado el superviviente de un naufragio ocurrido en -oint Dope:

-gina 77/ de ?@0

Alaska

James A. Michener

8,uestro barco se hundi cuando de repente, en octubre, empe; a formarse el hielo. ,ueve hombres conseguimos llegar a tierra. Los dems )e ahogaron. 8JCen!an ustedes algunas provisiones del barcoK 8Algunas, s!. 8Jcunto tiempo permanecieron varadosK 8Dasta junio del a*o siguiente. 8Jy c mo lograron sobrevivirK 83onstruimos coberti;os para protegernos del viento. 3on madera flotante. 84e refiero a la comida. JNu# com!anK 84atamos dos carib"es y los racionamos estrictamente. ,os com!amos la grasa, todo. 8Di;o una pausa, apart la vista de los jueces y busc la mirada de 4i%e Dealy, su salvador8: F entonces lleg el (ear. 83ontin"e usted. JNu# pas entoncesK +n vo; muy baja, que no se oy en la parte de atrs de la sala, el hombre e$plic : 8A primera vista se dio cuenta de que en abril y mayo, cuando no hab!a carib"esni provisiones, nos hab!amos visto obligados a comer los cadveres de los que iban muriendo. Las "ltimas palabras se perdieron en un susurro& el tribunal pidi al marinero que repitiera lo que hab!a dicho, pero un hombre del p"blico, sentado en primera fila, dijo: 8+ran can!bales. +n la sala se arm una gran confusi n. Tna ve; recuperado el orden, el marinero continu : 8+l capitn Dealy sab!a lo que hab!amos hecho, es decir, lo que nos hab!amos visto obligados a hacery nos tom bajo su protecci n, como si fu#ramos hijos suyos. )in sermones, sin reproches. :ecuerdo e$actamente lo que dijo: PCodos pertenecemos al mar. Cenemos que recorrer un camino pavorosoQ. +l marinero baj del estrado en medio del silencio, y en aquel momento estuvo claro que los cinco jueces ya no estaban tan seguros como el d!a anterior de la culpabilidad de Dealy& aun as!, hubiera sido declarado culpable de algunos cargos, cuando menos, a no ser porque se form un alboroto en el fondo de la sala. 8U,o se puede entrarV 8grit el alguacil. 8U-ues vamos a entrarV 8respondi una vo; ronca. )e col en la ceremonia un marino de un metro noventa, con la cabe;ota cubierta de pelo y barba blancos, seguido por dos oficiales j venes y un marinero. 8JNui#nes son ustedes, que se atreven a irrumpir as!K 8interpel el presidente del tribunal. 8+l capitn +mil )chrans%y 8contest el intruso8, del +rebus, procedente de ,eE (edford 8y a*adi que, puesto que se estaban ju;gando asuntos mar!timos, reclamaba su derecho a testificar. 8J)u testimonio ser pertinenteK 8pregunt el oficial que presid!a el tribunal. 8Lo ser 8respondi )chrans%y. )e le permiti subir al estrado, y el marino comen; a hablar, con vo; contenida, sin dirigir siquiera una mirada a su viejo enemigo: 8)i hay en la sala alg"n periodista de )an Francisco, podr comprobar que, durante ms de die; a*os, el acusado 4i%e Dealy y yo nos hemos enfrentado por todo el mar de (ering. 'l defend!a a los esquimales, que a m! no me importaban un bledo. )e opon!a a la ca;a pelgica de focas, que era mi mina de oro. )e enfrentaba a cualquiera que llevara ron o mela;a a los esquimales, y yo nunca me enfrent#. A*o tras a*o consegu! burlarle, -orque mi barco era el mejor. -ero entonces le dieron el (ear, con su motor de vapor, y me derrot . +stuvo a punto de hundirme el barco. Amena; con matarme si volv!a a entrar en las aguas que estaban bajo su vigilancia. F yo me dije: P)chrans%y, t" ten!as el mejor barco y hac!as lo que se te antojaba. Ahora es #l quien tiene el mejor barco, y har lo que le venga en ganaQ.

-gina 777 de ?@0

Alaska

James A. Michener

8JF qu# es lo que hi;o ustedK 84e dije: PBejemos que se encargue como quiera del (ering. +l -ac!fico es muy grandeQ. F me march#. 8J-or qu# se ha presentado hoy ante este tribunalK 8-orque yo y mi tripulaci n nos enteramos de lo que estaban haciendo ustedes con 4i%e Dealy. Be las cosas de las que se ha quejado la gente del Adam F ster. U+l Adam Foster, ese rid!culo barcoV U9aya un barco para ir acusando a nadieV 4is hombres ni siquiera perder!an el tiempo en escupir al Adam Foster 8sus tres acompa*antes asintieron con la cabe;a8. F estas buenas se*oras, criticando que Dealy beba. J)aben qu# hi;o cuando consigui capturar al +rebusK 9erti en los imbornales todo el ron y toda la mela;a que llevbamos. -regunten a los del Adam Foster qu# hi;o cuando les captur a ellos. Apostar!a a que empe; por arrojar todo el ron al mar. Dealy combat!a fero;mente a los que vend!an alcohol a los esquimales. 83oncluy su testimonio con una sorprendente declaraci n8: -as# toda una d#cada pelendome con Dealy, y mi barco siempre fue el mejor. -ero #l luch conmigo como un tigre, porque es de lo mejor que hay en el mar. -ero incluso un barco fuera de serie como el (ear no sirve para nada si no tiene un capitn como Dealy. +se negro asqueroso, con su lorito, me ech fuera del Ortico, cosa que no hubiera podido lograr nadie menos valiente. F si vol vi#ramos a navegar, volver!amos a pelearnos, y ganar!a el que tuviera el mejor barco. Besde el estrado de los testigos, salud a su antiguo enemigo y se retir al fondo de la sala, seguido por sus marineros. Los jueces salieron en fila y regresaron despu#s de una brev!sima deliberaci n, para pronunciar su veredicto: 8Los ciudadanos que denunciaron al capitn 4ichael Dealy no lo hicieron a la ligera, sino porque pensaban que sus acciones eran censurables. -ero el mar est regido por nobles tradiciones, recogidas a lo largo de siglos y gracias a la e$periencia de muchos pa!ses. A menos que capitanes como 4ichael Dealy hagan cumplir estas tradiciones, ning"n barco puede navegar sin peligro. +ste tribunal le declara inocente de todos los cargos. +l p"blico, dividido en un sesenta por ciento a favor de la condena y un cuarenta por ciento a favor de la absoluci n, dio gritos de protesta y de j"bilo mientras +mil )chrans%y se levantaba de su asiento y con un chiflido, saludaba a Dealy una ve; ms. Tna ve; reinstaurado el orden, el tribunal con tinu con su veredicto: 8)in embargo, puesto que ni al mejor de los capitanes se le puede tolerar una conducta viciosa mientras est embarcado ni el uso de un lenguaje ofensivo contra sus subordinados, este tribunal debe tener en cuenta que, en otras tres ocasiones 1en .I?/, .III y .I@02, el capitn Dealy ha sido seriamente amonestado por embriague; y mal comportamiento. :ecomendamos que sea apartado de su posici n de mando durante un per!odo de dos a*os. -ero la agitada vida de Dealy continu . +n .@00, durante su primer viaje despu#s de recobrar el mando, se libr de otro consejo de guerra ms grave por violar a una pasajera, gracias a que sus defensores consiguieron que se le declarara afectado de enajenaci n transitoria& en .@07, al final de su "ltima etapa como capitn, se le volvi a amonestar por Pemplear un vocabulario grosero, indigno de un oficial, en presencia de los oficiales y de la tripulaci nQ. )in arrepentirse, se instal en tierra, y muri un a*o despu#s. +n )it%a, la investigaci n oficial de )heldon =ac%son reaviv antiguas acusaciones, aunque los ciudadanos que las efectuaron esta ve; tuvieron ms #$ito. Al aumentar la poblaci n de Alas%a, hab!a crecido en la misma proporci n el n"mero de mineros, comerciantes y taberneros: estos grupos siempre se hab!an mostrado como violentos adversarios de

-gina 776 de ?@0

Alaska

James A. Michener

=ac%son, pero ahora sus portavoces eran ms instruidos y supieron presentar al misionero como un siniestro dictador: 8A todo el mundo le dice c mo tiene que comportarse, mientras que #l act"a como un tirano sin Bios y un mal cristiano. =ac%son se hab!a creado tambi#n un nuevo grupo de enemigos: los miembros de la iglesia ortodo$a rusa, los cuales hab!an decidido que si el peque*o misionero declaraba la guerra contra su religi n y su idioma 1cosa que ya hab!a hecho2, tendr!an que combatirle. La cr!tica ms apasionada, que antes nadie hab!a e$presado, result especialmente convincente. 8)i el reverendo =ac%son pasa seis meses al a*o resolviendo en >ashington sus asuntos personales y seis meses viajando en el (ear con ese compinche suyo borracho, Jcunto tiempo dedica a cumplir con sus obligacionnes en Alas%aK Cras estas declaraciones, el futuro de =ac%son se presentaba negro& pero el inspector no era tonto, por lo que, antes de llegar a ninguna conclusi n, se reuni en secreto con 3arl 3aldEell, quien se hab!a convertido en todo un jue; y ejerc!a en el tribunal de Alas%a. 8Codo lo que dicen de =ac%son sus enemigos es cierto 8se confi 8. F tambi#n dicen lo mismo de m!. F si usted estableciera aqu! su despacho, esa gente le har!a a usted las mismas cr!ticas. ,adie puede hablar de =ac%son sin tomar partido. A m! me pone nervioso muchas veces, y estoy seguro de que a usted le ocurre lo mismo. Ahora bien, como seguramente usted ya ha deducido por el tipo de enemigos que tiene, es un elemento irritante en Alas%a. =ac%son representa el futuro. 3omo en el consejo de guerra celebrado en )an Francisco, en )it%a el representante del gobierno comen; por reconocer que las acusaciones contra =ac%son hab!an sido presentadas de buena fe, y as! lo dijo& aunque las personas serias pod!an encontrar desagradable, por muchos motivos, al d!scolo misionero, no dejaba de ser necesario, al igual que 4i%e Dealy, para el bienestar social. -or eso s lo pod!a haber un veredicto: 8)e retiran todos los cargos presentados contra =ac%son. 8F ya no pueden volver a presentarse 8e$plic 3aldEeil. -or supuesto, el final del proceso s lo ten!a efecto en Alas%a: cuando =ac%son regres a >ashington, algunos correligionarios conspiraron contra #l y le acusaron de malversaci n de fondos, incumplimiento de rdenes y despotismo en el ejercicio de sus funciones de misionero. )in embargo, )T) defensores hicieron notar que, mientras otros se hab!an quedado en las oficinas, refle$ionando sobre las sutile;as de la administraci n, #l hab!a estado en primera l!nea, arrimando el hombro y convirtiendo almas para el )e*or. )us leales partidarias, que quisieron recordar a los ciudadanos los espectaculares logros de =ac%son, publicaron un peque*o panfleto en el que hablaban de su obra: Bedicado infatigablemente a la obra divina, desde 3olorado hasta Ari;ona, desde 4ontana hasta Alas%a, regresando a >ashington cada a*o para asesorar al 3ongreso, =ac%son ha recorrido ms de un mill n y medio de %il metros, utili;ando todos los medios de transporte conocidos, yendo incluso a pie. Da creado ms de setenta congregaciones y ha construido personalmente ms de cuarenta iglesias. Da llegado a dar cinco conferencias en un solo d!a, y ha pronunciado varios miles en total. Las asociaciones religiosas fundadas por #l han conseguido, para las misiones y otras obras de la iglesia, la cantidad de veinte millones trescientos sesenta y cuatro mil, cuatrocientos setenta y cinco d lares, porque ha sido incansable en la obra del )e*or. Cardaremos mucho en conocer a un hombre que est# a su altura. -ero el retrato ms revelador del batallador hombrecito, que durante el resto de su vida continu crendose tantos amigos como enemigos, lo ofrece la lucha que mantuvo con el Bepartamento de 3orreos, del cual era funcionario a sueldo. +staba convencido de que, ahora que la Cierra <rande pertenec!a a los +stados Tnidos, los pueblos deb!an ostentar

-gina 77L de ?@0

Alaska

James A. Michener

dignos nombres estadounidenses, y, como #l ten!a derecho a elegir los nombres, le pareci bien honrar a los presbiterianos que hab!an contribuido a civili;ar el nuevo territorio. -or lo tanto, elimin los antiguos nombres esquimales y tlingits y los sustituy por otros como Foung, Dill, :an%in, <ould, >illard y, en especial, ,orcross y 9oorhees& todos recordaban a buenos presbiterianos, y los dos "ltimos eran los nombres de familiares suyos a los que deseaba rendir honores. Tna de las alteraciones ms interesantes que efectu fue sustituir 3hil%oot, el nombre de una bonita aldea situada al oeste de )%agEay, por PDainesQ: as! se llamaba la presidenta del 3omit# de 4ujeres -resbiterianas, que jams hab!a puesto un pie en Alas%a, pero que hab!a apoyado a =ac%son con generosidad. )in embargo, el cambio principal consisti en reempla;ar el hist rico nombre tlingit de DoE%an por el suyo propio: =ac%son. )u idea desencaden un escndalo, ya que los habitantes de la poblaci n no quer!an abandonar la denominaci n hist rica. )in embargo, =ac%son se mostr infle$ible e insisti para que >ashington hiciera caso omiso de las quejas locales y conservara el nombre nuevo, que le ensal;aba. -ero cuando los dem cratas, con <rover 3leveland, llegaron al gobierno del pa!s, el Bepartamento de 3orreos repuso el nombre hist rico, aunque transcri8 bi#ndolo como PDoEcanQ& ante esto, =ac%son, en un acceso de rabia que demostraba su falta de verg5en;a o de sentido del rid!culo, asedi a >ashington con solicitudes para que el nombre de DoEcan volviera a cambiarse por el suyo: =ac%son. ,o consigui nada& sin embargo, cuando los republicanos recobraron la presidencia, envi una dura carta a =ohn >anama%er, el nuevo jefe general de 3orreos, que era presbiteriano: Ahora que los republicanos estn de nuevo en el poder, espero recibir una justa compensaci n... Burante el gobierno de 3leveland, los dem cratas volvieron a cambiar el nombre por el de DoE%an, para llevarme la contraria. 3on la victoria de los republicanos, el nombre volvi a serjac%son. Ahora me entero de que un movimiento local intenta que vuelva a llamarse DoE%an. )!rvase notificar al funcionario encargado de registrar las propuestas que usted desear!a que quedara como =ac%son. 4uy agradecido. -ero se impusieron sus enemigos y la poblaci n volvi a llamarse FloEcan, mal escrito. Los dos colosos de Alas%a, 4ichael Dealy y )heldon =ac%son, recuerdan en ciertos aspectos a otros dos titanes del pasado: 9itus (ering y Ale%sandr (aranov. +l primero de cada una de las dos parejas fue un magn!fico capitn que ejerci su voluntad y dominio en los mares septentrionales& el segundo, un hombre de aspecto insignificante e incluso rid!culo, pero de cicl pea determinaci n cuando se trataba de hacer frente a las adversidades. Codos dejaron una huella imborrable en Alas%a, especialmente los dos de apariencia menos imponente. )u mayor parecido, sin embargo, estriba en que cada uno de aquellos cuatro e$ploradores y so*adores fue un hombre de muchos defectos. ,o fueron ilustres conquistadores, como Alejandro 4agno, ni forjaron continentes, como 3arlomagno. +ran personas corrientes, que beb!an demasiado, eran est"pidamente vanidosas, e iniciaban cosas que no acababan o eran objeto de la burla de sus colegas. Los cuatro fueron v!ctimas de persecuci n oficial, de investigaci n judicial o de procesamiento por parte de un tribunal militar& todos cayeron en desgracia al final de su vida. Alas%a no produjo superhombres, aunque en las etapas de formaci n trabajaron en ella hombres decididos y de carcter: se puede considerar afortunado un pa!s al que administran tales personajes.

VIII. EL ORO

-gina 77M de ?@0

Alaska

James A. Michener

Los cataclismos que originaron la grande;a del paisaje de Alas%a comen;aron hace por lo menos ciento veinte millones de a*os& pero lo que produjo el acontecimiento ms dramtico de la historia de la regi n hab!a comen;ado mucho antes. Dace unos dieciocho mil millones de a*os, hasta donde la ciencia puede deducir, se produjo una e$plosi n de e$traordinaria magnitud, y lo que antes era el vac!o qued ocupado por enormes nubes de polvo c smico. otras personas, de acuerdo con sus intuiciones y su forma de pensar, han descrito de distintas maneras este comien;o del comien;o& no obstante, cualquiera que haya sido su causa, parece que el acontecimiento puso en marcha nuestro Tniverso. Codo lo que ocurri a partir de entonces brot de su complejidad y de su fuer;a abrumadora. Aunque no es fcil adivinar qu# ocurri con la mayor parte del polvo que entr en movimiento de esta forma, hace unos nueve mil millones de a*os una peque*a cantidad 1de un tama*o impresionante, pese a ser s lo una fracci n2 empe; a fusionarse en lo que acabar!a por convertirse en la gala$ia de la que formamos parte. +n ella aparecieron despu#s unos doscientos mil millones de estrellas, y una de las ms peque*as es el sol que nosotros vemos salir cada ma*ana. ,o hay que estar demasiado orgullosos de nuestra gala$ia, por maravillosa que sea, pues se trata s lo de una entre ms de mil millones& muchas de las otras gala$ias son de mayor tama*o y estn -obladas por mayor n"mero de estrellas. Dace unos seis mil millones de a*os, en el interior de nuestra gala$ia, una inmensa aglomeraci n de polvo c smico empe; a formar un gran remolino, muy parecido a los que podr!amos ver esta misma noche en el cielo si tuvi#ramos un buen telescopio, pues todos los procesos de los que estamos hablando contin"an repiti#ndose en otras partes del Tniverso. Be esta masa giratoria de part!culas c smicas surgi una estrella, adems de los nueve o die; planetas que la acompa*an y configuran con ella nuestro sistema solar. -or lo tanto, nuestro sol puede tener unos seis mil millones de a*os de antig5edad, y algunos de los planetas son s lo un poco ms j venes. Ahora podemos emplear cifras ms precisas. Dace unos cuatro mil quinientos millones de a*os, el polvo c smico, seguramente a causa de lo que estaba pasando en el interior del sol, empe; a aglomerarse para formar lo que, con el tiempo, se convertir!a en el planeta Cierra. Al parecer, durante los primeros mil millones de a*os de su e$istencia, la Cierra era una turbulenta caldera en la que ten!an lugar violentos cambios f!sicos y qu!micos. +l interior de la Cierra, al principio compuesto principalmente de hidr geno y helio, acumul tal calor y tanta presi n que se produjeron reacciones nucleares: a consecuencia de ellas comen;aron a formarse ms de un centenar de elementos distintos, a partir de los cuales se constituy el planeta. +l hierro, uno de los elementos principales, al ser ms pesado que la mayor!a se concentr en el n"cleo central, en parte fundido y en parte en estado s lido, y desde all! ejerci la fuer;a unificadora que mantiene la Cierra cohesionada, determina en gran parte su movimiento, establece los polos magn#ticos y confiere estabilidad al conjunto. 4e;clado con grandes cantidades de n!quel, el n"cleo central de hierro contribuy de m"ltiples maneras a mantener la Cierra en funcionamiento. +n el centro, sometidos a incre!bles temperaturas, bajo presiones desconocidas en la superficie e impulsados por reacciones nucleares, los componentes semil!quidos de la Cierra se separaron y formaron los elementos principales que compondr!an ms tarde el planeta tal como lo conocemos. Aparecieron diferentes sustancias esenciales, como el plomo, el a;ufre, el nitr geno y el ars#nico, cada uno de los cuales tiene su propio peso at mico y ocupa una sola y predeterminada posici n entre los elementos vecinos. Tno de estos elementos, el n"mero ?@ de la tabla, con un peso at mico de .@M,@ 1es decir, e$traordinariamente pesado2, era un metal brillante que ten!a un aspecto atractivo y un especial conjunto de cualidades. +l oro, que no se distribu!a con mucha abundancia en el

-gina 77? de ?@0

Alaska

James A. Michener

interior de la masa terrestre, ten!a un peso espec!fico diecinueve veces superior al del agua& esto significa que, si cualquiera de los grandes oc#anos hubiera estado compuesto de oro en ve; de agua, solamente su peso habr!a provocado el hundimiento de todo el sistema. Tna importante caracter!stica del oro era su escasa propensi n a reaccionar con otros elementos, su tendencia a mantenerse aislado. +ste aspecto le diferenciaba radicalmente del carbono, un elemento que establec!a combinaciones casi con cualquier sustancia que entrara en contacto con #l. +l carbono aparece en ms de cuatrocientos mil compuestos diferentes& el oro, en casi ninguno. Adems, el carbono se metamorfose en una serie prcticamente innumerable de productos "tiles o valiosos: petr leo, carb n, antracita, grafito y piedra cali;a. Tna singular caracter!stica del carbono era la capacidad de cambiar su estructura, ya ms avan;ada la vida de la Cierra, cuando las alteraciones en las condiciones del planeta provocaron cambios de forma. Los diamantes, una de las manifestaciones ms espectaculares del carbono, no aparecieron hasta bastante tarde, en el momento en que se dio una singular combinaci n de materiales, temperatura y presi n que transform el carbono en algo deslumbrante. +l oro, por el contrario, fue oro desde el principio y continu siendo oro, a pesar de las elevadas temperaturas, las reacciones at micas y la continua invitaci n a unirse a otros metales para formar nuevas y e$ ticas combinaciones. +l oro tend!a a asociarse con los elementos ms pesados, como el hierro, y mostraba tambi#n una ligera afinidad con el a;ufre. Form alguna combinaci n con un mineral e$tra*o, el telurio, pero se neg a hacer lo mismo con el o$!geno, a diferencia de otros muchos minerales. jams habr!a $ido de oro. +l oro no se o$idaba. A causa de este aislamiento, se le calific de Pmetal nobleQ, empleando un adjetivo que se aplicaba tambi#n a los pocos gases que rehusaban combinarse con otros gases. +l t#rmino no ten!a que ver con el linaje, con el aspecto atractivo ni con el valor& un metal o un gas eran nobles si se manten!an aparte, ten!an una gran estabilidad y poca tendencia a alterarse por medio de uniones con otros elementos. )eg"n esta definici n, el oro era indiscutiblemente un metal noble. -arece que, desde la caldera en que se hab!a formado, se despla; hacia arriba, recorri fisuras de las masas rocosas y se deposit aqu! o all, al a;ar, sin una distribuci n definida. +n cierto momento, como cualquier otro l!quido sometido a una presi n, lleg hasta una grieta apropiada y se esparci lateralmente hasta quedar depositado a diferentes niveles, pero nunca en grandes concentraciones, como el plomo o el a;ufre, sino en puntos muy dispersos, situados de una forma que no podr!a e$plicarse por ninguna ra; n l gica. 3uando el hombre lleg a e$plorar casi toda la superficie de la Cierra, encontr dep sitos de oro en lugares tan diferentes como Australia, 3alifornia, Ofrica del )ur o las orillas de un peque*o arroyo rodeado de nieve, en la frontera entre 3anad y Alas%a, cerca del 3!rculo -olar Ortico. Bos circunstancias completamente diferentes permit!an encontrar oro. 3omo otros elementos metlicos 1el cobre y el plomo, por ejemplo2, pod!a yacer muy por debajo de la superficie terrestre, en concentraciones depositadas millones de a*os atrs. -od!an e$cavarse minas para e$traer este tipo de oro tal como se hab!a hecho durante cuatrocientos mil a*os para e$plotar .yacimientos, sin que hubiera una gran diferencia entre la e$tracci n de oro y la de los dems metales. )e e$cavaba un po;o profundo, se apuntalaban las paredes, y en los niveles apropiados se abr!an galer!as laterales para e$plorar las vetas. JNu# era lo que se encontraba en una de estas minas aur!feras del subsueloK ,o hab!a dep sitos del metal noble esperando ser desenterrados y subidos a la superficie. Lo ms habitual era encontrar una roca de cuar;o con motas de oro, tan diminutas que apenas podr!a reconocerlas una mirada poco e$perta. Tn halla;go importante podr!a ser un gran

-gina 77I de ?@0

Alaska

James A. Michener

tro;o de cuar;o cuya secci n mostrara part!culas de oro, no ms grandes que puntas de alfi8 ler 1puntas, no cabe;as2 y muy dispersas, de modo que el profano no lograr!a apreciarlas a simple vista. +stas rocas, una ve; sacadas de sus escondrijos subterrneos y llevadas a la superficie, se mol!an y se lavaban con agua& el oro, al ser ms pesado, quedaba al fondo mientras que el cuar;o, ms ligero pese a su apariencia, se iba con el agua. +$traer oro de esta manera requer!a coraje para adentrarse en la tierra, dinamita para desprender el cuar;o y un flujo continuo de agua -ara lavar la me;cla triturada. +l segundo modo de descubrir oro era el ms interesante. A lo largo de millones de a*os, mientras la corte;a terrestre cambiaba, elevndose y hundi#ndose, algunas vetas de roca con peque*as cantidades de oro quedaron e$puestas a los elementos, lo que permiti que interviniera la erosi n. Los inviernos helados fracturaron el cuar;o, el incesante salpicar `del agua deshi;o la roca, en el fondo de rpidos arroyos, la grava actu como el papel de lija sobre la madera, y las erupciones volcnicas llevaron a la superficie nuevos dep sitos que tambi#n sufrieron el efecto de la erosi n. +l destino de las part!culas de oro, que s"bitamente hab!an alcan;ado la libertad, depend!a de su peso. Burante un tiempo, se despla;aban con la corriente de agua que las transportaba, hasta que acababan inevitablemente depositadas en el fondo& eran las fuer;as hidrodinmicas las que dictaminaban d nde se detendr!an. )i un arroyo bajaba rpidamente por una pendiente, las part!culas de oro, como impulsadas por una fuer;a interior, buscaban un rinc n tranquilo donde escapar a la agitaci n. )i un plcido riachuelo serpenteaba por un terreno ms bien llano, el oro transportado se posaba en la parte e$terior de alguna curva, donde era ms lenta la velocidad relativa del agua. -ero todas las part!culas acababan depositndose en alg"n sitio. Los lugares de la superficie en los que se encontraba oro se denominaban PplaceresQ& la t!pica imagen del minero de los placeres era la de un hombre barbudo, sosteniendo junto a un arroyo una batea de hojalata en la que iba echando montones de grava para comprobar si se ve!an pepitas de oro& despu#s constru!a una tosca artesa por la que hac!a correr bastante agua, a fin de lavar una gran cantidad de grava. -ara obtener el oro contenido en el cuar;o, hab!a que e$cavar un profundo po;o en la tierra& para obtener oro en un placer, pod!a ser suficiente con e$cavar medio metro, si se trataba de un dep sito accesible, y no hab!a que desalojar toneladas de roca, sino s lo una capa de grava o de arena. A lo largo de los siglos, los buscadores de oro hab!an ideado unos cuantos m#todos que les permit!an locali;arlo en los placeres& en especial, los que hab!an estado en varias ;onas aur!feras desarrollaban una gran habilidad para encontrar el noble mineral. )i llegaba a un terreno aur!fero reci#n descubierto una cuadrilla de buscadores con e$periencia en las minas de Australia, 3alifornia y )urfrica, encontrar!an oro antes que los novatos de Idaho, Londres y 3hicago. Al parecer, las reglas prcticas ms importantes eran tres. Los primeros e$pertos en llegar a un nuevo terreno aur!fero se adue*aban de las mejores posiciones, mientras que los que llegaban tarde ya no encontraban casi nada. La segunda regla, sin embargo, manten!a vivas las esperan;as de la mayor!a de la gente: de ve; en cuando, alg"n buscador afortunado, sin saber nada de oro, trope;aba con una pepita, e$ploraba alrededor y, por pura casualidad, se apropiaba de una bonan;a. ,o era algo frecuente, pero ocurr!a. Aunque muchos no comprend!an la tercera regla, a ella se debieron algunos de los grandes halla;gos. -ara buscar oro de placer hab!a que seguir los lechos de los arroyos, porque estos dep sitos solamente se formaban por la acci n de las corrientes de agua. Ahora bien, como el oro hab!a sido arrastrado a lo largo de millones de a*os, y teniendo en cuenta que el curso de un arroyo puede variar mucho, incluso durante el breve per!odo de una vida humana, el buscador de oro no e$ploraba necesariamente el peque*o arroyo que e$istiera

-gina 77@ de ?@0

Alaska

James A. Michener

en aquel momento, sino el torrente caudaloso que pod!a haber e$istido hac!a mil a*os, o cien mil, o incluso un mill n. +n .I@M, a lo largo del r!o Fu% n y sus afluentes, el mejor lugar para buscar oro no eran las orillas del Alondi%e, esa mgica corriente de mgico nombre, sino ms bien las monta*as, a cientos de metros de altura, en las cuales, trescientos mil a*os atrs, alg"n gran r!o hab!a depositado el oro que acarreaba. +n el verano de .I@M un curtido buscador de oro estadounidense llamado <eorge >ashington 3armac%, que no go;aba de buena reputaci n por culpa de su afici n a mentir, conoci por casualidad a un escoc#s nacido en 3anad, un hombre digno y severo. Be haber querido, :obert Denderson habr!a podido e$igir el t!tulo de caballero, porque se comportaba con gran rectitud en la vida privada y con sobria honrade; en el trabajo. JCen!a alg"n defectoK +ra un esnob incorregible. )e asociaron, a pesar de que entre los dos e$ist!a una diferencia que se impon!a sobre el hecho de que ambos estuvieran dispuestos a trabajar duro y a soportar las penalidades mientras se dedicaran a buscar oro. 3armac% estaba casado con una india, y los hermanos de su mujer, dos vagos llamados )hoo%urri =im y Cagish 3harley, le ayudaban de ve; en cuando en la b"squeda de oro. A Denderson no le parec!a bien& estaba moralmente obligado a compartir la informaci n y las posibles ganancias con 3armac%, aunque <eorge el 4entiroso, como le llamaban, tuviera una esposa india, pero no soportaba a sus dos cu*ados. -or eso, cuando anunci que hab!a encontrado algo en un peque*o afluente del r!o Chrondiuc%, que era a su ve; afluente del Fu% n, 3armac% y los dos indios atravesaron las monta*as para ayudarle a e$plotar el descubrimiento y compartir con #l las ganancias. -ero Denderson trat a los indios con desprecio y se neg a venderles tabaco, por lo que 3armac% decidi renunciar a sus derechos sobre la concesi n e independi;arse. Los tres hombres dejaron a Denderson con su modesto halla;go, se dirigieron hacia el oeste, a trav#s de las monta*as, y comen;aron a buscar oro por su cuenta en el arroyo :abbit, un peque*!simo afluente del Chrondiuc%. +l .? de agosto de .I@M, por la tarde, cuando lavaban la grava en una batea, encontraron depositados en el fondo pedacitos y pepitas de oro por valor de cuatro d lares. +ncontrar oro por valor de die; centavos en una batea ya se consideraba un halla;go interesante, por lo que 3armac% y sus cu*ados comprendieron que hab!an descubierto una bonan;a. )e apresuraron a hacer ms comprobaciones, que continuaron ofreciendo el estimulante promedio de cuatro d lares por batea. +n medio de la e$citaci n, 3armac% record que deb!a cumplir con dos obligaciones: una moral y otra legal. +staba moralmente obligado a informar del halla;go a Denderson, pero le hab!a molestado mucho la forma en que su socio hab!a tratado a los dos indios, por lo que se qued en su ladera de la monta*a e impidi que Denderson se enterara del magn!fico descubrimiento y lo compartiera con #l. +n cuanto a la obligaci n legal, 3armac% no pod!a eludirla. Los mineros que encontraban oro ten!an que cumplir con dos requisitos: presentar ante la administraci n una solicitud oficial de concesi n e informar inmediatamente a los dems mineros sobre la situaci n del descubrimiento y sobre el valor que pod!a tener, para que tambi#n pudieran solicitar sus derechos de e$plotaci n. 3armac% dej a los indios defendiendo el lugar y descendi rpidamente por el Fu% n hasta llegar al antiguo pueblo minero de Fortym^le, en la orilla i;quierda del r!o, donde reclam el privilegio de e$plotar lo que ms adelante se llam Pla concesi n del BescubrimientoQ: ciento cincuenta metros a lo largo del arroyo :abbit, y el terreno situado junto a las dos orillas, hasta la cima de la primera loma. 3umplidas sus obligaciones legales, se encamin a la taberna. 8UDe descubierto el mejor fil nV 8anunci a grandes voces. Cambi#n reclam derechos sobre otros tres yacimientos de ciento cincuenta metros: P,"mero Tno ArribaQ, P,"mero Tno AbajoQ, y P,"mero Bos AbajoQ. 3omo solicitante

-gina 760 de ?@0

Alaska

James A. Michener

principal, 3armac% obtuvo el derecho de e$plotar Pel BescubrimientoQ y PTno abajoQ& los otros dos yacimientos se concedieron a )hoo%um =im y Cagish 3harley. ,o se respetaron los intereses de Denderson. Los visitantes del pueblecito, acostumbrados a las mentiras de 3armac%, se negaron a creer que hubiera descubierto nada. )in embargo, abrieron unos ojos como platos cuando sac los cartuchos de rifle en los que guardaba las pepitas ms grandes y los vaci sobre la balan;a del quilatador. +ran buscadores que llevaban mucho tiempo en el territorio 1los escasos dep sitos de oro de la regi n se conoc!an desde hac!a die; o doce a*os2 y estaban familiari;ados con la calidad del oro propia de cada asentamiento del Fu% n. +ste oro no proven!a de ninguna de las minas conocidas. +ra un oro e$traordinario, de calidad suprema& adems, el tama*o de las pepitas indicaba que no se trataba de los restos de un peque*o placer, sino de un fil n importante. UDab!a empe;ado la fiebre del oroV Antes del anochecer, los ansiosos buscadores de Fortymile remontaron el r!o a toda prisa para marcar sus propias concesiones, ms arriba y ms abajo del PBescubrimientoQ de 3armac%. La muchedumbre que acudi en tropel a la ;ona no quiso usar los nombres tradicionales de aquellos humildes riachuelos. +l Chrondiu%, un nombre e$tremadamente dif!cil de pronunciar, se transform rpidamente en el 4ondi%e. +l peque*o arroyo :abbit en el que trabajaba 3armac% recibi el t!pico nombre minero de (onan;a, mientras que un afluente a"n menor, que acab resultando el ms rico de todos, se llam , con gran propiedad, +ldorado. +sos hermosos nombres se hicieron famosos en todo el mundo. +sta fabulosa estampida, tal ve; la mayor de la historia, tuvo tambi#n su faceta ir nica, especialmente al principio de la competici n. 3omo dec!a un canadiense, en una carta a su esposa: A los canadienses nos disgusta que en las minas de oro de esta regi n se haya tratado tan mal a nuestro compatriota :obert Denderson, procedente de ,ueva +scocia, ,ueva Selanda y Australia. +stamos seguros de que el primer descubrimiento fue suyo y que <eorge 3armac%, ese estadounidense con tan mala fama casado con una india, junto con sus ayudantes, le priv de su leg!timo derecho a compartir el yacimiento. )in embargo, te confesar# algo que no tienes que e$plicar a nadie: creo que Denderson se merec!a lo que le ha ocurrido. 4ucho antes del halla;go, le o! decir. P,o pienso dejar que ning"n 1palabrota2 indio se apropie de mi 1palabrota2 oroQ. Day ra;ones para pensar que 3armac% ha encontrado un fil n tan rico,que Denderson, por negarse a trabajar con indios, ha perdido ms de dos millones de d lares. Rtra iron!a del gran descubrimiento efectuado en el Alondi%e fue que, si bien ocurri a mediados de agosto de .I@M y fue ampliamente comentado a lo largo del Fu% n, en el e$terior no se recibieron noticias fiables de su asombrosa abundancia hasta el .L de julio de .I@?. J3 mo pudo permanecer oculta durante tanto tiempo la e$istencia de aquella bonan;a, por emplear el nombre del arroyo donde se descubri K +l r!o Fu% n, que mide tres mil doscientos %il metros y transcurre en gran medida cerca del Ortico, se congela pronto 1en algunas partes en septiembre2 y se deshiela tarde 1ciertos tramos no lo hacen hasta junio o julio2. -or lo tanto, durante los meses comprendidos entre agosto de .I@M y julio del a*o siguiente, 3armac% y sus millonarios compa*eros permanecieron aislados por el hielo, guardando su secreto. ,o obstante, al final, un tena; barquito del Fu% n, el Alice 1una embarcaci n de poco calado, impulsada por una rueda hidrulica en la popa2, se abri paso a trav#s del hielo de junio y entr echando humo en BaEson 3ity, el pueblo que los mineros reci#n llegados a la regi n hab!an levantado a toda prisa en la desembocadura del Alondi%e. Al enterarse del importante descubrimiento y ver los fardos y las cajas de oro que los afortunados buscadores pensaban llevar al e$terior, la tripulaci n del Alice se apresur a

-gina 76. de ?@0

Alaska

James A. Michener

descargar las frutas y verduras que tra!an para salvar la vida de la poblaci n, casi a punto de morir de hambre& al cabo de pocas horas, viraron la peque*a embarcaci n, cargada de nuevos millonarios, y navegaron aguas abajo hasta la desembocadura del Fu% n, donde aguardaban los vapores que hac!an regularmente la traves!a del oc#ano. Can pronto como el Alice ;arp de BaEson, lleg otro barco similar, de modo que pudieron viajar todos los mineros que quer!an volver a los +stados Tnidos. Al final de una traves!a de dos mil doscientos %il metros, los dos barquitos llegaron al mar de (ering y, una ve; all!, viraron hacia el norte para depositar el hist rico cargamento de hombres y oro en el puerto comercial de )aint 4ichael. Cras varios d!as tomando copiosos almuer;os a base de fruta fresca, verduras y deliciosa comida enlatada, todo con un gran contenido vitam!nico para combatir el incipiente escorbuto que hab!a atacado ya a tantos, los argonautas, junto con su oro, se embarcaron en el +$celsior, con destino a )an Francisco, o en el -ortland, ms conocido, que se dirig!a a )eattle. 4ientras los dos vapores se acercaban a la costa de los +stados Tnidos, -ocos de los pasajeros se imaginaban el vendaval de publicidad que estaban a punto de originar, pues supon!an que en el mundo e$terior se hab!an filtrado ya algunas noticias sobre sus asombrosos descubrimientos. Los funcionarios canadienses hab!an recibido alguna informaci n, pero la hab!an tomado por otra ms de las e$ageradas historias que se contaban sobre el Fu% n: PFa sabemos que hay oro en esa ;ona. )iempre lo ha habido. -ero nunca en tal cantidadQ. Adems, el intr#pido conductor de un trineo tirado por perros hab!a remontado heroicamente el r!o y hab!a cru;ado el -eligroso puerto de 3hil%oot para avisar a los funcionarios estadounidenses destinados en la ;ona& pero como estos hombres tampoco creyeron la importancia del descubrimiento, no se envi ninguna informaci n al sur. Tn periodista hi;o llegar un informe a un peri dico de 3hicago, pero no se public casi nada porque no dieron mucho cr#dito a la historia. +l -ortland se hi;o c#lebre por casualidad: aunque ;arp primero de Alas%a y lleg a puerto en menos de un mes, tras un recorrido ms breve que el del +$celsior, amarr en )eattle dos d!as despu#s de que #ste hubiera atracado en )an Francisco. )i bien en la costa de 3alifornia las noticias se recibieron con cierto entusiasmo, los peri dicos no llegaron a comprender la importancia de lo que hab!a sucedido en el Alondi%e. +l +$aminer, reci#n fundado por >illiam :andolph Dearst, un peri dico siempre en busca de historias impresionantes, prcticamente pas por alto la llegada del oro& en todo el pa!s, no se publicaron ms que unos someros art!culos en los diarios rivales de )an Francisco, el 3all y el 3hronicle. Ahora bien, la ma*ana del .? de julio, cuando el -ortland lleg , con retraso, al muelle de )chEabacher, en el puerto de )eattle, )an Francisco hab!a ya informado a los habitantes de la ciudad del regreso de unos aventureros cargados con montones de oro. Tn tal (eriah (roEn, un imaginativo periodista que merece ser recordado, se revel como un hombre ingenioso: al atardecer se hi;o a la mar en una barquita, se acerc al barco que llegaba y pas toda la noche entrevistando a los pasajeros. 4ientras escrib!a la historia para los peri dicos del d!a siguiente, se pregunt cul ser!a la mejor forma de redactar la interesante noticia y, seguramente, pens en utili;ar e$presiones como Puna enorme cantidad de oroQ, Pmuch!simo oroQ y Pdescubierto un tesoro del noble metalQ. :enunci a todas ellas, y dio con una de las frases ms memorables de la historia del periodismo estadounidense: A las tres en punto de esta madrugada, el vapor -ortland, procedente de )aint 4ichael y con destino a )eattle, cru; el estrecho llevando a bordo ms de una tonelada de oro maci;o. +stas palabras, Puna tonelada de oroQ, se e$tendieron velo;mente por el pa!s, que estaba ansioso del metal y lo necesitaba con urgencia. +n los (ancos, en las tiendas, en los hogares donde era preciso saldar opresivas hipotecas y en el cora; n de los hombres que

-gina 76/ de ?@0

Alaska

James A. Michener

suspiraban por un sistema monetario ms fle$ible, las palabras Puna tonelada de oroQ se convirtieron en un conjuro, en un irresistible aliciente. J3ul fue la reacci n de la gente ante este impresionante clamorK +n un pueblecito de Idaho, un tal =ohn Alope, un solter n amargado por los contratiempos, e$clam al o!r el llamamiento: 8U-or finV URro para todosV +n un humilde barrio de 3hicago, en un desvencijado cuchitril, viv!a un hombre cuyo optimista padre le hab!a dado el nombre de un presidente de los +stados Tnidos: (uchanan 9enn ten!a cuarenta a*os y estaba amargado por el declive de su vida. 3on cierto miedo de e$presar las ideas revolucionarias que le asaltaban, susurr para sus adentros: 8U(uen BiosV UNui;V +n el e$tremo ms septentrional de Idaho, no muy lejos de la frontera canadiense, se encontraba el pueblecito de 4oose Dide. ,o llegaba all! ninguna v!a f#rrea, ya que la l!nea que atravesaba el 3anad avan;aba hacia el norte entre >innipeg y 3algary, mientras que la v!a estadounidense ms pr $ima, la de 3hicago a )eattle, llegaba hasta un enlace en (onners Ferry, algunos %il metros al sur. +n 4oose Dide se recib!an tarde las noticias y, si eran buenas, a veces no llegaban& por eso, el .I de julio de .I@?, los habitantes del pueblecito no pudieron leer en el peri dico 1pues no hab!a ninguno2 que el d!a anterior hab!a llegado a )eattle una tonelada de oro. =ohn Alope, un joven taciturno de veintisiete a*os, no se enter del acontecimiento que, a su debido tiempo, tendr!a para #l una gran importancia. +l padre de Alope era un granjero de Idaho, apenas mayor que el jefe de polic!a o que el presidente del peque*o banco de 3oeur dXAlene en el que ab!a hipotecado su finca algunos a*os antes. A fin de contribuir a la devoluci n del pr#stamo, su hijo =ohn hab!a tenido que abandonar la escuela a los trece a*os y trabajar en lo que pudiera& sin embargo, como por aquellos a*os en los +stados Tnidos estaban tremendamente limitadas las reservas de oro, y todav!a ms la circulaci n de papel moneda, a los Alope les cost bastante devolver la hipoteca. -ero como no se permit!an ning"n lujo e incluso se privaban de algunas cosas necesarias, lo consiguieron. La finca ya les pertenec!a, aunque eso no significaba que fueran ricos, sino solamente que la tenacidad eslava hab!a triunfado. Aunque a las personas orgullosas de su estirpe les parec!a inconcebible, =ohn Alope no sab!a con certe;a el origen de sus antepasados ni qu# apellido llevaban en su pa!s. +n la escuela, sus compa*eros le llamaban Pel polacoQ, aunque #l, por algo que hab!a dicho su padre una noche, pensaba que no proven!a de -olonia& de todos modos, nadie ofreci ninguna alternativa, y =ohn dedujo, acertadamente, que los Alope originarios viv!an en una regi n cercana a los montes 3rpatos, que hab!a cambiado varias veces de due*o. )e conform con eso, afortunadamente, pues su padre no habr!a podido determinar su origen aunque hubiera querido& en cuanto a su madre, sab!a a"n menos de los suyos. 'l era =ohn Alope, ni polaco, ni escandinavo, ni alemn: simplemente estadounidense, y feli; de serlo, como tantos de sus vecinos. +n la familia Alope nunca se o!a la queja: PRjal me hubiera quedado en mi pa!sQ, porque los vagos jirones de la memoria que se aten!an al lugar com"n no tra!an recuerdos nada gratos. Aunque Alope no protestaba por el hecho de que la pobre;a le hubiera -rivado de educaci n, pues habr!a tenido poco #$ito en cualquiera de las materias que por entonces se ense*aban, estaba rotundamente en contra del completo dominio que ejerc!an los bancos y el sistema monetario sobre familias trabajadoras como la suya& de haber vivido en alguna gran ciudad, como 3hicago o )an Luis, qui; hubiera llegado a defender ideas radicales. A veces, despu#s de cenar, cuando los mo;os de 4oose Dide charlaban en la esquina, =ohn escuchaba sin decir nada a los que eran ms inteligentes que #l, que e$plicaban las

-gina 767 de ?@0

Alaska

James A. Michener

dificultades por las que pasaban los granjeros de la ;ona& despu#s, sin embargo, cuando comen;aban a hablar de mujeres, dec!a s"bitamente: 8UNuien sea due*o del oro impondr las reglasV +n .I@7, el pa!s pasaba por una desastrosa situaci n econ mica y los trenes de la <reat ,orthern llegaban con muy poca carga a (onners Ferry& la preocupaci n de Alope por el oro parec!a ms fundada, porque los vecinos que no hab!an acabado de pagar sus hipotecas comen;aban a notar los fatales efectos del mal sistema monetario del pa!s. )e subastaba una granja tras otra al vencer los pla;os, y muchos j venes que hab!an sido compa*eros de escuela de Alope tuvieron que irse a vivir a los suburbios de grandes ciudades como 3hicago y )an Francisco. +sta dolorosa emigraci n tuvo unas consecuencias para Alope que ni siquiera #l comprendi por entonces. Burante sus a*os de escuela se hab!a fijado en una peque*a y alegre campesina llamada +lsie Luderstrom& aunque nunca hab!a hablado con ella y, desde luego, nunca la hab!a acompa*ado hasta su casa, sab!a que la ni*a le miraba con simpat!a y estaba seguro de que, cuando fueran mayores, le gustar!a charlar con +lsie. Antes de que pudiera hacerlo, el banco se qued con la granja de los Luderstrom y la muchacha desapareci en el silencio de la noche, rumbo a Rmaha. Alope nunca volvi a verla, pero con la marcha de la ni*a se fueron sus oportunidades de llevar una vida normal: un novia;go adolescente a los diecinueve a*os, boda a los veintid s, hijos a los veinticuatro y, a los treinta, heredar la granja paterna o la de sus suegros. )in que #l lo supiera, en +lsie Luderstrom estaba la clave de su vida, y esa clave se hab!a perdido. 8Los bancos les han arruinado 8se quej una noche, charlando con los chicos del pueblo. Besde el momento en que e$pres esta seria opini n, que era en parte verdad, empe; a interesarse por la necesidad de que cada persona pudiera controlar sus propias fuentes de rique;a. Tna finca no era bastante, y tampoco era suficiente disponer de lo que en ese momento parec!a un buen empleo en la <reat ,orthern. Incluso tener un carcter responsable serv!a de bien poco, pues en todos los +stados Tnidos no hab!a mejores hombres que su padre y el de +lsie: hab!an luchado, ahorrado y vivido austeramente, pero les hab!a vencido la crisis econ mica del pa!s. )i hab!a alg"n joven estadounidense que encontrara apremiante la llamada del oro del 3londi%e, #se era =ohn Alope. Ry hablar del descubrimiento la tarde del /0 de julio de .I@?. Tn viajante de comercio que iba de )eattle a 3hicago hab!a hecho transbordo en )po%ane y, al llegar a (onners Ferry, hi;o el chiste habitual: 8F el ferry Jd nde estK 8Antes hab!a uno para cru;ar el Aootenai 8e$plicaron por en#sima ve; los viejos del pueblo. Besde entonces, el bromista habl de: P+l no s# qu# que cru;a (onners FerryQ. 4uchos lugare*os habr!an preferido que esos viajantes se quedaran en su casa, pero #ste tra!a noticias muy interesantes, porque llevaba consigo los peri dicos de )eattle& algunos hu#spedes de la pensi n leyeron los titulares y le preguntaron si les dejaba uno de los diarios. 8Nu#dense con #l 8les contest 8. )in duda los peri dicos de 3hicago hablarn de la misma historia. +l /0 de julio por la tarde, llegaron las noticias a 4oose Dide& =ohn Alope estaba tan e$citado que corri a (onners Ferry para hablar con el hombre que hab!a tra!do la informaci n. 84e han dicho que tiene usted dos peri dicos 8le dijo al verle8. J4e presta unoK 8Cenga: invita la casa. 8+ntonces el viajante se ri 8: )i va a las minas de oro, que tenga suerte.

-gina 766 de ?@0

Alaska

James A. Michener

4ientras volv!a a casa, Alope se detuvo tres veces para leer el art!culo sobre la tonelada de oro& se entusiasm tanto que, al llegar a la granja, hab!a decidido marcharse inmediatamente hacia el Alondi%e. ,ada pod!a disuadirle. Be hecho, no se le necesitaba para el cuidado de la finca& entre su padre y su madre podr!an haber llevado una propiedad cuatro veces mayor que las pocas hectreas de las que dispon!an. A decir verdad, el joven era ms bien una carga, y lo sab!a. ,o hab!a intentado apro$imarse siquiera a ninguna jovencita, de modo que su partida no echar!a a perder ning"n posible matrimonio. ,o ten!a amigos de verdad, y hasta los muchachos de la esquina empe;aban a considerarle un tipo raro. ,o es que estuviera decidido a unirse al #$odo hacia el Fu% n: es que no ten!a ms remedio. -or entonces, si Alope hubiera estudiado geograf!a, habr!a visto que las minas de oro del Alondi%e quedaban tan cerca de donde estaba como de los otros puntos de partida: )eattle, en >ashington, o +dmonton, en Alberta. A vista de pjaro, se encontraba a dos mil doscientos %il metros del Alondi%e, no mucho ms lejos que de 3hicago& pero si hubiera intentado recorrer esa distancia habr!a tenido que atravesar uno de los territorios ms inh spitos de Am#rica del ,orte. Antes de llegar a casa decidi , prudentemente, ir primero a )eattle y despu#s al Alondi%e. 84a*ana mismo me voy 8e$plic a sus padres durante la cena, tras ense*arles el peri dico, y sin darles tiempo a asimilar la sorprendente noticia. 8-uedo darte ciento cincuenta 8contest sencillamente su padre, en un gesto caracter!stico de la familia Alope. 8=unto con lo que yo tengo, ser suficiente 8replic =ohn. La se*ora Alope no dijo nada, pero pensaba que ya era hora de que su hijo se fuera de casa y comen;ara a vivir por su cuenta. =ohn no se ech para atrs. ,o se march al d!a siguiente, como hab!a anunciado, pero lo hi;o dos d!as despu#s. Cemprano por la ma*ana, su padre le acompa* a (onners Ferry, donde averiguaron que iba a salir un tren hacia el sur, en direcci n a )po%ane y )eattle. Bespu#s de una embara;osa despedida, =ohn dijo: 8)er mejor que vuelvas a casa, pap. +star# bien. F Alope padre se fue, en absoluto descontento de que su hijo hubiera tomado esta decisi n. 3uando Alope lleg a )eattle, encontr la ciudad alborotada pues parec!a que toda la poblaci n se hab!a concentrado en los alrededores del muelle de )chEabacher, desde donde part!an los vapores hacia Alas%a& desde los tiempos en que embarcaciones de todo tipo recorr!an el 4editerrneo, -ocas veces se hab!a visto en un puerto tan asombrosa variedad de nav!os a punto de hacerse a la mar. Dab!a transatlnticos, pero tambi#n remolcadores de r!o equipados a toda prisa para que pudieran efectuar la relativamente tranquila traves!a hasta =uneau y )%agEay. Dab!a barcos con rueda en la -opa, de los que navegaban por el 4ississippi, y grandes y desvencijadas embarcaciones con ruedas laterales, de las que se empleaban como barcas de recreo por las plcidas aguas que rodeaban a )eattle. Codas las embarcaciones, fueran del tipo que fuesen, ten!an el pasaje completo en el momento que Alope lleg al puerto, dispuesto a embarcarse hacia Alas%a. Aunque busc durante dos d!as enteros, no encontr ni una sola pla;a libre& y, como segu!an llegando trenes desde el este, llenos de hombres como #l, la situaci n empeoraba. Besesperado al verse tan cerca del oro pero sin poder alcan;arlo, pregunt en la tienda de :oss H :aglan, en la que se abastec!an todos los viajeros, y donde #l estaba comprando su equipo: 8J3 mo podr!a encontrar pasaje para el Alondi%eK 8,osotros tenemos un barco 8le dijeron8, el Alacrity, pero est todo el pasaje reservado hasta mar;o del a*o pr $imo.

-gina 76L de ?@0

Alaska

James A. Michener

+l dependiente de la tienda, que se hab!a dado cuenta, mientras Alope adquir!a su equipaje, de que era un hombre al que no importaba gastar el dinero, a*adi al ver su cara de desilusi n: 89aya usted al final del muelle. 4e parece que estn reparando un viejo barco ruso. ,o recuerdo el nombre, pero all! cualquiera podr indicarle d nde est amarrado. 8JF usted cree que no lo tendr todo vendidoK 8pregunt Alope. 8Lo dudo 8contest el dependiente. 3uando locali; el barco ruso, el :omanov, de )it%a, comprendi por qu# sus pasajes no hab!an estado muy solicitados: era uno de los barcos ms e$traordinarios entre los que pretend!an llevar a cabo la traves!a. +ra un barco ruso de ruedas laterales, construido para navegar por las resguardadas aguas del sudeste de Alas%a& hab!a sido adquirido por unos marinos bostonianos en .IM?, cuando :usia abandon la ;ona& se hab!a utili;ado durante mucho tiempo para el comercio de pieles, y despu#s hab!a ido a parar a )eattle: all! hab!a navegado durante unos a*os, por las serenas aguas de bah!as y ensenadas. 4s tarde se equip con una caldera de carb n adicional F con una espasm dica h#lice que funcionaba junto con las dos ruedas laterales. -or lo tanto, ten!a dos sistemas de propulsi n totalmente distintos y tres aparatos que le impulsaban a trav#s del mar: dos ruedas de madera en los costados y una h#lice metlica, algo torcida. +ste viejo barco ten!a varias filtraciones, aunque ninguna tan grave como para hundirse, y se propon!a efectuar una traves!a de cinco mil %il metros por alta mar, a trav#s de aguas a menudo turbulentas, hasta )aint 4ichael, el puerto donde pasajeros y 3arga deb!an embarcarse en los barquitos de vapor que remontaban el Fu% n. +l pasaje costaba ciento cinco d lares por las tres semanas previstas de viaje, y, en el momento de ;arpar, estar!a ocupado hasta el "ltimo rinc n aprovechable de la embarcaci n. +n plena fiebre del oro, esto significaba algo diferente de lo habitual: no es que todos los camarotes estuvieran ocupados, sino que se habr!an llenado todos los espacios en los que se pudiera dormir, tanto en la cubierta como en las bodegas. Tn barco que en .IM0, en su mejor #poca, pod!a llevar unos cincuenta pasajeros, se dispon!a ahora a ;arpar con ciento noventa y tres. Lo parad jico de la situaci n era que ninguno de los pasajeros estadounidenses hablaba de dirigirse a Alas%a. )iempre dec!an: PU9amos al Alondi%eVQ. Alas%a era un ente desconocido, al que a"n no se reconoc!a como una parte de los +stados Tnidos& en cuanto al Fu% n, ese gran r!o que tendr!an que recorrer si ;arpaban en el :omanov, pocos hab!an o!do hablar de #l, y, en todo caso, pensaban que pertenec!a a 3anad. =ohn Alope, como la mayor!a de pasajeros, iba a adentrarse en una ;ona de la que nada sab!a. Alope parti de )eattle el /? de julio de .I@?, con la idea de llegar a )aint 4ichael al cabo de tres semanas 1lo que habr!a sido tiempo suficiente para uno de los vapores grandes2 y, una ve; all!, remontar enseguida el Fu% n en un barco ms peque*o, para desembarcar en el Alondi%e a principios de septiembre, a lo sumoVBurante la traves!a no trab amistad con nadie 1algo muy indicativo de su actitud ante la vida2. ,o era una persona inaccesible: si alg"n desconocido se hubiera molestado en entablar relaci n con #l, el joven habr!a respondido& pero debido a su carcter no era dado a entablar conversaci n ni a hacer confidencias o asociarse con nadie. 'l era =ohn Alope, sin linaje conocido y sin especiales cualidades: era solamente un hombre alto, un poco delgado y de hombros ca!dos, bien afeitado, de maneras dignas, y que prefer!a mantenerse al margen. +l :omanov surcaba aquellas aguas que conoc!a bien a una velocidad algo menor que la prevista& en realidad parec!a arrastrarse, como si sus diversos medios de propulsi n se anularan unos a otros. Tn vapor moderno y bien gobernado tendr!a que haber efectuado la traves!a de cinco mil %il metros en diecinueve d!as, cosa que varios barcos hab!an hecho& pero el :omanov avan;aba a duras penas, a una velocidad que le obligar!a a retrasarse un mes, como m!nimo. Tno de los viajeros, que entend!a de barcos, e$plic : 8,o recorremos

-gina 76M de ?@0

Alaska

James A. Michener

ms que ciento sesenta %il metros al d!a. )i nos topamos con mal tiempo, podr!amos tardar cinco semanas. 3uando el :omanov consigui por fin llegar a )aint 4ichael, el /L de agosto de .I@? 1tres d!as antes de lo previsto2, Alope y el resto de pasajeros descubrieron lo que significaba viajar por Alas%a: no hab!a un puerto esperndoles, ni siquiera un muelle. +l :omanov, como los dems nav!os que hab!an llegado hasta all!, tuvo que andar a un %il metro y medio de la costa y esperar a que se le acercaran unas grandes barca;as en las que desembarcaron los pasajeros, el equipaje y la carga. -ero cuando esas barca;as llegaban finalmente a tierra, se deten!an a unos metros de la orilla, de modo que los pasajeros ten!an que vadear hasta lugar seguro& algunas mujeres desembarcaron a hombros de los varones, que tuvieron que hacer de improvisados estibadores. +n tierra, los del :omanov se encontraron en una situaci n apurada, que afect tambi#n a los pasajeros que llegaron despu#s, en mejores nav!os. ,o hab!a ninguna barca para recorrer el largo trayecto aguas arriba del yu% n, y era bastante probable que ninguna de las que ya hab!an partido regresara lo bastante pronto como para emprender otro viaje antes de que el r!o se congelara. 8U,o es posibleV 8protestaron algunos pasajeros del :omanov. ,o obstante, cuando hablaron con los oficiales descubrieron que la situaci n era verdaderamente desesperada: 8+l Fu% n no es un r!o como los dems. Fluye al norte del 3!rculo polar Ortico, como saben. F cada tramo se hiela en un momento diferente. 8U-ero no puede congelarse en septiembreV 8+n ciertos puntos, sobre todo en septiembre. F cuando se ha congelado en determinado lugar, es evidente que se interrumpe el trnsito. 8JF en qu# momento de la primavera se deshielaK 8+n mayo, con suerte. 3on ms seguridad, en junio. +l a*o pasado, a principios de julio. 8U-or BiosV +ntonces, s lo es navegable... JBurante cunto tiempoK JCres mesesK 8Cres meses y medio, si hay suerte. 8JF suele haber suerteK 8-ocas veces. Tna rfaga de viento helado comen; a castigar al grupo de buscadores de oro aislados en )aint 4ichael. +l tiempo no era todav!a muy fr!o, pero el hielo amena;aba con acercarse cada ve; ms. Alope se enter de que el :o manov se dispon!a a regresar inmediatamente a )eattle, para no quedar atrapado entre los hielos del Ortico que ya descend!an hasta el mar de (ering. 8J+so significa que aqu! se congela todo el marK 8pregunt . 8-or supuesto 8contestaron los del pueblo8. Los capitanes que en septiembre todav!a no se han marchado se arriesgan a quedarse encallados, y si estn aqu! en octubre seguro que el hielo les atrapar. 8JF qu# hacenK 8(ueno, si tienen suerte se quedan nueve meses varados frente a la orilla, desde donde podemos verles. )i no, el hielo les rodea hasta aplastar el barco y hacerlo astillas, como a los de all. =unto a la costa, desierta y sin vegetaci n, Alope pudo ver los restos de varios barcos destro;ados por la inhumana violencia del hielo& se decidi entonces a marcharse de )aint 4ichael y remontar el Fu% n antes de que el hielo le atrapara a #l tambi#n, pero no encontr ni una sola embarcaci n con la cual emprender el viaje. Aunque partieron tres barcas mientras #l buscaba alguna, iban todas repletas: hab!a hombres viajando de pie junto a la borda y no cab!a ni uno ms.

-gina 76? de ?@0

Alaska

James A. Michener

-arec!a que los pasajeros del :omanov tendr!an que quedarse inmovili;ados en )aint 4ichael, un pueblo que ten!a apenas doscientos habitantes, la mayor!a de los cuales eran esquimales& pero Alope oy hablar de un tal capitn <rimm, un hombre que conoc!a bien el Fu% n y ten!a una embarcaci n estropeada, con la cual pretend!a navegar si encontraba suficientes pasajeros dispuestos a pagar por anticipado, de modo que #l pudiera costear la reparaci n de una caldera, sin la cual su vieja barca no podr!a avan;ar ni un palmo. Al principio, Alope dud de que eso fuera un buen negocio, porque sospechaba que el capitn era un hombre malvado, tal como indicaba en ingl#s su apellido. -ens que ser!a una especie de banquero, aunque con otro uniforme& sin embargo, como no ten!a alternativa, tuvo que aceptar la oferta de <rimm. 3omo de costumbre, le result dif!cil hablar de ello con otras personas, pero, afortunadamente, algunos de los posibles pasajeros s! lo hicieron. Tn simptico muchacho californiano, que hab!a estado en varias minas, pregunt ciertos datos importantes a los escasos lugare*os y despu#s inform a los buscadores de oro: 8Codo el mundo dice que <rimm es de fiar. Cambi#n es verdad que necesita dinero. )u barco no puede navegar a menos que la caldera funcione. Cras recibir la informaci n, los viajeros animaron al minero, a quien todos llamaban 3alifornia, para que prosiguiera con sus investigaciones, y #ste les asegur algo muy interesante: 8Bicen que <rimm es uno de los mejores capitanes que han navegado por el Fu% n. 3onoce todas las curvas y meandros. Cambi#n dicen que las curvas tienen mucha importancia cuando se recorre el Fu% n. Aunque no se vot , los nufragos decidieron, por unanimidad, conceder al capitn <rimm la suma que necesitaba& a Alope se le encarg vigilar que el dinero se destinaba s lo a las reparaciones. 'l mismo trabaj con los tres diestros esquimales contratados por <rimm, y en diecis#is d!as dieron un repaso completo al barco. +l .7 de septiembre, el vapor =os. -ar%er, al mando del capitn <rimm, sali de )aint 4ichael con sesenta y tres pasajeros 1que hab!an pagado ya todo el viaje2, a pesar de que en circunstancias normales s lo pod!a llevar treinta y dos. Dab!a tanto equipaje y provisiones que fue preciso construir unos estantes provisionales de madera en la cubierta de proa& la mitad de los viajeros dorm!an sobre esta carga. -ara ir desde )aint 4ichael hasta la desembocadura del Fu% n hab!a que navegar ciento veinte %il metros por el mar de (ering: se hi;o de noche y amaneci de nuevo antes de que la peque*a embarcaci n hubiera llegado al e$traordinario delta. Tna ve; all!, Alope descubri que, en realidad, el gran r!o Fu% n no ten!a una aut#ntica desembocadura, sino que las aguas llegaban al mar en unos cuarenta puntos diferentes, a lo largo de una e$tensi n de apro$imadamente ciento cincuenta %il metros. 8La gracia est en encontrar el camino 8coment el capitn <rimm, mientras maniobraba el barco. Los pasajeros, at nitos, contemplaron c mo el capitn se abr!a paso entre el laberinto de marismas, afluentes y canales sin salida. -or fin encontr el "nico canal de la ;ona que se pod!a remontar hasta llegar a las minas de oro. +l Fu% n tiene cosas e$tra*as. ,ace bastante al sur, en las monta*as, a Tnos cuarenta y cinco %il metros del acceso al paso interior& sin embargo, en ve; de desembocar en el mar en esa ;ona, prefiere recorrer tres mil ciento setenta %il metros antes de adentrarse en las aguas congeladas del mar de (ering. Al principio de su curso se dirige hacia el norte, como los otros grandes r!os del Ortico 1el Rb, el Fems#i, el Lena y el Aofim en )iberia, y, en el 3anad, el mayor de todos: el r!o 4ac%en;ie2, pero, a diferencia de estos, no desagua en el oc#ano <lacial Ortico ni en ninguno de sus mares. Cras atravesar el 3!rculo -olar Ortico en Fuerte Fu% n, parece

-gina 76I de ?@0

Alaska

James A. Michener

como si le intimidara el norte congelado: se desv!a bruscamente hacia el oeste, huye del Ortico y avan;a, a veces sin rumbo claro, hacia el mar de (ering. +l Fu% n tiene otra interesante peculiaridad: en gran parte de su curso, el r!o se separa en diversas corrientes entrela;adas que serpentean aqu! y all, de manera que en algunos tramos no hay un solo Fu% n, sino veinte o treinta& s lo un buen capitn o un indio que cono;ca bien el r!o consiguen abrirse camino sin perderse. +n estos tramos, los forasteros tienen grand!simas dificultades para navegar por el Fu% n. A este formidable r!o quer!a enfrentarse el capitn <rimm con su =os. -ar%er, siempre contra corriente, a lo largo de dos mil doscientos %il metros, cada ve; con ms fr!o. -uesto que el -ar%er pod!a recorrer unos ciento treinta %il metros al d!a, si a lo largo del trayecto consegu!a cargar suficiente le*a, en diecisiete d!as se podr!a completar la traves!a& ahora bien cuando el barco lleg a ,ulato, la poblaci n donde se hab!an instalado antes los rusos, la situaci n se complic y los pasajeros comprendieron que el viaje probablemente iba a alargarse. 3uando el -ar%er se acerc a la orilla, en el lugar donde se hab!a levantado la antigua empali;ada, el capitn <rimm vio con alegr!a que hab!a aguardndole unos cincuenta metros c"bicos de le*a. 8)er!a suficiente 8e$plic a los pasajeros8 para llegar a 3hicago, si el Fu% n se dirigiera hacia all. Nui; lo haga un d!a de estos, si se le mete la idea en la cabe;a. )in embargo, cuando quiso comprar la le*a que necesitaba, le informaron de que la mayor parte de los montones estaban reservados para los barcos de la 3ompa*!a de 3omercio de Alas%a, de )eattle& el resto lo hab!an encargado los barcos de :oss H :aglan, de la misma ciudad. 8J,o puedo adquirir ni siquiera un par de metros c"bicos, s lo para llegar hasta el pr $imo puertoK 8+st todo reservado. 8J-uedo contratar a alguien que corte le*a para nuestro barcoK 8Codo el mundo est contratado. +ra evidente que los pasajeros del =os. -ar%er tendr!an que cortar le*a ellos mismos si quer!an llegar a BaEson antes de que el r!o se helara, de modo que se organi;aron grupos y los viajeros recorrieron aquellas tierras yermas, en busca de alg"n rbol. 3on cuatro d!as de retraso, el barco pudo continuar aguas arriba, aunque en el puesto siguiente la historia se repiti . 8,unca pens# que tendr!a que abrirme camino a hacha;os para llegar al Alondi%e 8protest Alope esta ve;, al bajar del barco. -ero Alope tuvo que seguir dando hacha;os, en tanto que el viaje hasta el oro, que tan rpidamente hab!a esperado reali;ar, se volv!a interminablemente largo. )e acercaba el fin del mes de septiembre, y el hombre al que llamaban 3alifornia plante la cuesti n: 8A este ritmo, Jpodremos llegar a BaEson antes de que el r!o se 3ongeleK 3uando 3alifornia y otro a quien apodaban montana formularon la pregunta al capitn <rimm, #ste sonri para tranquili;arles y les dijo: 8Be eso me encargo yo. Los viajeros olvidaron temporalmente su preocupaci n cuando estaban a punto de entrar en los famosos Llanos del Fu% n, un territorio desolado e impresionante, que se e$tend!a a lo largo de unos trescientos %il metros, en el cual el Fu% n forma un complicado laberinto, como una ni*a caprichosa que se enredara el pelo a prop sito. Los Llanos ocupan unos ciento die; %il metros de ancho y se e$tienden a ambos lados del r!o, cubriendo ms de treinta mil %il metros cuadrados: es decir, seis veces ms que la superficie de 3onnecticut. A primera vista, la ;ona no ten!a nada que la hiciera atractiva: pocos rboles, ninguna monta*a en los alrededores, sin arroyos ni aldeas al borde del r!o. Los implacables Llanos

-gina 76@ de ?@0

Alaska

James A. Michener

del Fu% n no eran ms que una interminable e$tensi n de terreno pantanoso. =ohn Alope, que como buen granjero sab!a cundo una tierra era buena, estaba horrori;ado. )in embargo, los que conoc!an los Llanos terminaban cobrndoles afecto& hab!a una incre!ble cantidad de pjaros, y los ca;adores, de Ba%ota del ,orte hasta la ciudad de 4#$ico, estaban en deuda con aquel territorio pues all! criaban en verano muchas de las aves que ca;aban, que no habr!an podido reproducirse en ning"n otro lugar. Abundaban los patos y los gansos. -roliferaban los ms valiosos animales salvajes: martas, visones, armi*os, linces, ;orros, desmanes, adems de otros animales que Alope no era capa; de nombrar. Dab!a tambi#n ca;a mayor: alces de enormes cornamentas, carib"es en invierno, osos en la orilla, y millones de feroces mosquitos. -ero el orgullo de los Llanos eran los innumerables lagos, algunos poco ms grandes que una mesa, otros del tama*o de un condado. +l propio Fu% n se ensanchaba en un punto y formaba un lago de tama*o enorme, y en alg"n tramo hab!a hasta cincuenta o sesenta lagunas unidas por peque*os riachuelos, formando un collar cuyas perlas resplandec!an bajo la fr!a lu; del sol. J3untos lagos hab!a en los LlanosK Tn e$plorador que hab!a recorrido los dos afluentes ms importantes del Fu% n, que se un!an al r!o en aquella ;ona 8el 3handalar, en el oeste, y el -orcupine, que llegaba tras un largo paseo a trav#s del 3anad8, calculaba que en total deb!a de haber cuanto menos treinta mil lagos diferentes y bien delimitados. 8Lo que ms me e$tra*aba era el e$agerado n"mero de lagos en forma de herradura, formados cuando un tramo casi circular queda separado de la corriente principal, sin entrada ni salida, como una prueba de que en el pasado alguna inundaci n alter el curso de uno de los arroyos, con lo que el r!o acab perdiendo uno de los meandros. Los capitanes que navegaban por el r!o ten!an una opini n menos entusiasta sobre los Llanos& ya lo dijo el capitn <rimm: 8)i se toma el bra;o de r!o equivocado, se puede viajar un d!a entero y encontrarse uno luego en un callej n sin salida. +ntonces se pierde un d!a ms para retroceder hasta el canal principal, si es que uno es capa; de encontrarlo. +l primero de octubre de .I@?, el capitn <rimm se perdi , al parecer, en uno de esos bra;os sin salida. Bespu#s de navegar desorientado durante la mayor parte de una ma*ana larga y fr!a, reconoci ante los pasajeros: 8-arece que nos hemos perdido. Les inform de que faltaban todav!a unos ochenta %il metros hasta Fuerte Fu% n, donde podr!an conseguir otro cargamento de le*a. Algunos protestaron, y cuando <rimm decidi permanecer donde estaban y pasar la noche varados junto a la orilla en ve; de desandar el trecho, dos de los viajeros estuvieron a punto de amena;arle& otros les aconsejaron un poco de prudencia y, al final, no hubo amena;as. Alope no tom partido en la discusi n, ya que, a pesar de que deseaba con desesperaci n llegar a las minas de oro, cre!a que el capitn <rimm sab!a lo que estaba haciendo. +sa noche hi;o much!simo fr!o& por la ma*ana, los pasajeros se despertaron al o!r los gritos de 4ontana, que e$plicaba lo que estaba ocurriendo en el callej n sin salida: 8U4irad esas puntas de hieloV Alope se asom a la baranda y vio unos finos tentculos helados que se e$tend!an desde la orilla, a medida que el agua ms fr!a comen;aba a congelarse. -ocos viajeros hab!an tenido ocasi n de ver helarse un r!o de gran tama*o& aunque el canal en donde estaba varado el -ar%er no formaba parte de la corriente principal, el proceso era el mismo. )i bien el centro del r!o no hab!a cambiado y no daba ninguna muestra de estar a punto de congelarse, se hab!a formado una fina capa de hielo en algunos puntos, all! donde el agua tocaba tierra& sin embargo, por el momento estos casos aislados ten!an poca importancia, porque no ocupaban mucha e$tensi n ni se adentraban lo bastante en el r!o

-gina 7L0 de ?@0

Alaska

James A. Michener

como para constituir un peligro. Campoco se pod!a caminar sobre la frgil capa de hielo que se hab!a formado. -ero, mientras Alope estaba mirando, sucedi algo prodigioso: de repente, sin que se oyera ning"n crujido o estallido, se congel todo un tramo a lo largo de la orilla, y as! se mantendr!a hasta el mes de junio. Los espectadores comen;aron a asustarse& delante del -ar%er, a cierta distancia, bastante cerca del final del bra;o del r!o, contemplaron otro milagro, de mayor magnitud: los tentculos helados que surg!an de la tierra se volvieron ms s lidos& s"bitamente, saltaron hacia fuera desde las dos orillas, se unieron en el centro del canal como en un apret n de manos, y en aquel mismo instante se congel ese trecho del Fu% n. +l proceso era miste8 rioso, rpido y bello. Al atardecer, con la temperatura muy por debajo de los veinte grados bajo cero, comen; a formarse hielo junto a la l!nea de flotaci n del -ar%er. Alope y 3alifornia contemplaron juntos esos dedos helados que se e$tend!an hacia los que surg!an de la orilla, pero se hi;o de noche sin que llegaran a ser testigos de la uni n. La ma*ana del d!a siguiente, el tres de octubre, la mayor parte de los Llanos hab!a quedado bloqueada por el hielo& incluso comen;aban a formarse los primeros tentculos en el caudaloso r!o principal. Al anochecer, ese sector del Fu% n dejar!a de ser navegable. 8-or eso me desvi# hacia aqu! 8e$plic <rimm8. ,o dije nada porque ustedes no habr!an podido creer que el r!o se congelase tan rpidamente. )i hubi#ramos intentado llegar hasta Fuerte Fu% n nos habr!a rodeado una capa de8 hielo ms gruesa, que probablemente habr!a destro;ado el barco al avan;ar. 8J3unto tiempo estaremos aqu! encalladosK 8pregunt 3alifornia. 8Dasta junio 8contest <rimm. 8UBios m!oV 8e$clam 4ontana. 8,o somos los "nicos 8replic el capitn8. An!mense, que he elegido uno de los tramos ms seguros del r!o. Aqu! hay menos viento. ,o hay que temer el avance del hielo. +n un invierno benigno, en el -ar%er se habr!an podido refugiar c modamente, durante ocho meses, unas treinta personas& en cambio, era imposible que los sesenta y tres viajeros estuvieran satisfechos con la situaci n, por lo que, antes de que terminara el d!a, algunos de ellos e$igieron la devoluci n de su dinero. Rlaf <rimm adelant la barba, se puso firme y, con una mirada risue*a, les dijo la verdad lisa y llana: 84e compromet! a llevarles hasta BaEson, pero no dije cundo lo har!a. Ahora todos tendrn que e$plorar el terreno para buscar rboles y traer algo de le*a, porque de lo contrario nos moriremos congelados. Fo tambi#n voy a ponerme a talar. <rimm indic d nde se construir!an las letrinas y amena; con fusilar a cualquiera que no las utili;ara. -idi voluntarios para ca;ar alces y carib"es y les orden que salieran de ca;a en aquel mismo momento, antes de que llegaran las grandes nevadas. Al hablar, el en#rgico capitn daba la impresi n de haberse encontrado antes en situaciones parecidas y parec!a decidido a que sus pasajeros sobrevivieran a aqu#lla. )e mostr conciliador& comprend!a la amarga desilusi n de los hombres, pero no acept e$cusas ni permiti que nadie se librara del trabajo que era preciso reali;ar. 8)i usted sab!a que !bamos a quedar aislados por el hielo, Jpor qu# ;arp de )aint 4ichaelK 8protest 3alifornia, con bastante ra; n. 8-orque ustedes quer!an hacer el viaje 8contest sabiamente <rimm8. Adems, habr!amos llegado a tiempo si hubi#ramos podido comprar le*a en el trayecto. Aquel invierno, once barcos quedaron aprisionados por el hielo, pero ninguno super la situaci n mejor que el =os. -ar%er. Tno de los pasajeros, que regresaba con la noticia de que hab!a matado un alce, coment , despu#s de recibir los merecidos elogios:

-gina 7L. de ?@0

Alaska

James A. Michener

8Besde que sub! a este maldito barco me he preguntado por qu# se llamaba =os. -ar%er. Dace un momento, al volver, lo he entendido: en la tabla donde se pint el letrero no hab!a bastante espacio para escribir el nombre de pila completo. 8As! es 8confirm <rimm, que agradec!a cualquier distracci n8. )e llama como el padre de quien construy el barco: =osiah -ar%er. )iempre he pensado que es un bonito nombre. +l cuatro de octubre, =ohn Alope, que segu!a ansioso por llegar a las minas de oro, habl con el capitn <rimm: 8Farece que aqu! vamos a estar cada ve; peor, JnoK 8)! 8le contest <rimm. 8J-odr!a yo llegar caminando a Fuerte Fu% nK 8)on ms de ochenta %il metros, y el trayecto es 4TF malo. Cardar!a tres o cuatro d!as. 8-ero Jest hacia delante, siguiendo el r!oK 83laro que s!. +l veterano capitn vacil , porque no quer!a que ms adelante dijeran que hab!a alentado a los pasajeros, de los cuales se hab!a hecho responsable cuando hab!an comen;ado a remontar el r!o, para que abandonaran el barco al comien;o de un invierno rtico. Rtros capitanes, en otros barcos, se enfrentaban al mismo dilema moral& de una de las embarcaciones part!a un hombre, sin ms compa*!a que un tiro de perros, y recorr!a sano y salvo dos mil %il metros. Be otra sal!a un viajero aficionado a pintar acuarelas, y mor!a congelado antes de cubrir trescientos metros. 8Alope, usted y yo podr!amos recorrer el trayecto 8dijo prudentemente el capitn <rimm8. Le he estado observando. +s usted un hombre disciplinado. -ero yo no lo intentar!a con ninguno de los otros. F no le aconsejo que lo haga. Nu#dese aqu! y viva. +ra un ruego imperioso, una advertencia para que Alope no abandonara la seguridad del -ar%er, pero era tambi#n un desaf!o, y Alope, sin tener en cuenta lo primero, lo acept como lo segundo. 3uando se supo que intentar!a llegar a Fuerte Fu% n caminando, once hombres se ofrecieron voluntarios para acompa*arle, y algunos de ellos incluso e$igieron ir con #l& de pronto, Alope se encontr al frente de una e$pedici n. La idea le asust , pues si bien estaba seguro de que solo conseguir!a llegar, dudaba de que pudiera mantener unido a un grupo tan dispar si surg!a alg"n problema, y no quer!a hacer la prueba. -rudentemente, pas la responsabilidad sobre la e$pedici n al estent reo 3alifornia, al que le gustaba dar rdenes& fue una decisi n acertada, porque el minero result ser un hombre listo y un buen jefe, aunque un poco mand n, en opini n de Alope. +n la ma*ana del cinco de octubre, temprano, los doce hombres que pretend!an caminar hasta Fuerte Fu% n se despidieron del =os. -ar%er, varado en el hielo, y partieron bien abrigados. +speraban cubrir por lo menos veinte %il metros al d!a, para llegar sanos y salvos a su destino el d!a ocho, al anochecer& no oscurec!a hasta las cinco y media, por lo que creyeron que dispondr!an de bastantes horas de lu;. Lo que no hab!an tenido en cuenta era la e$trema dificultad del trayecto que hab!an escogido. +n el Fu% n no se hab!a formado una capa de hielo plana y lisa, como en los lagos que algunos de ellos hab!an visto congelarse en los +stados Tnidos& el proceso de congelaci n era inesperado y se produc!a en momentos muy diferentes, por lo que la superficie era desigual, se hund!a en algunos puntos y a veces sobresal!an bloques de forma irregular. 8JNu# demonios le ha pasado a este r!oK 8grit 3alifornia, preocupado al ver los obstculos que presentaba el Fu% n. 8)e hiela en unos sitios s! y en otros no 8e$plic 4ontana, que era un hombre acostumbrado a vivir al aire libre8. +l agua sigue corriendo, pasa sobre la superficie congelada y se hiela a su ve;. -asa ms agua por abajo, y el hielo se deforma.

-gina 7L/ de ?@0

Alaska

James A. Michener

Asegur a 3alifornia que era posible encontrar un camino recto entre los tro;os de hielo, pero #ste estaba harto. Bando un puntapi# a los bloques, gru* : 8)algamos de este maldito r!o. Al llevar al grupo hacia otro lado, se encontr con la multitud de lagos y pantanos congelados. La tundra estaba salpicada de unas grandes y enmara*adas matas redondas que en Alas%a recib!an el nombre popular de Pcabe;as de negroQ. -ara andar por all!, hab!a que levantar mucho las piernas, pasar de una parte baja del terreno a otra ms alta, y luego dar pasos bastante largos hasta llegar a la siguiente mata. :esultaba un trabajo agotador. +ntre el irregular hielo del r!o y la desigual superficie del pantano congelado, la improvisada e$pedici n avan;aba a duras penas& a ese paso no cubrir!an veinte %il metros al d!a, como hab!an previsto, sino apenas doce. -or lo tanto, el viaje requerir!a seis d!as en ve; de cuatro& se sintieron desanimados, puesto que se hab!an equipado pensando en una sencilla caminata de cuatro d!as, a trav#s de caminos nevados como los que hab!an recorrido en Ba%ota o en 4ontana. -or suerte, a"n no hac!a demasiado fr!o y no soplaba el viento, de modo que hasta los ms d#biles consiguieron aguantar& al anochecer, estaban absolutamente cansados, aunque no tan e$haustos como para dejar de cuidarse. -ara dormir, hab!an planeado amontonar nieve a su alrededor para que les sirviera de abrigo, porque desviar!a el viento y les ayudar!a a conservar el calor corporal. 3omieron poco, ya que s lo llevaban provisiones para los cuatro d!as previstos. 83omer menos no le har da*o a nadie 8dijo 3alifornia8. Adems, vamos a llegar pronto. La primera noche descansaron poco tiempo, porque les resultaba dif!cil dormir en aquellas camas de nieve& aunque no les faltaba ropa, no iban vestidos como para pasar la noche a la intemperie. Al alba, a eso de las seis y media, estaban ansiosos por reanudar la marcha y, como ya llevaban un d!a de prctica, avan;aron con ms destre;a por el dif!cil terreno. Ahora bien, cuando 3alifornia les llevaba hasta el r!o, ellos quer!an caminar entre los lagos, y, si les hac!a caso, en seguida quer!an volver al r!o. 8Ayer todav!a estbamos aprendiendo. Doy andaremos veinticinco %il metros 8pronostic uno al amanecer. )in embargo, apenas recorrieron la mitad de esa distancia. La segunda noche, Alope durmi profundamente. Dab!a observado que la fila avan;aba ms lentamente si no marcaban el paso 4ontana o #l& -or eso anduvo en cabe;a casi todo el tiempo, e$cepto cuando 4ontana le ve!a cansado y ocupaba su puesto. ,inguno de los dos habl sobre lo que estaban haciendo, y no mencionaron su creciente sospecha de que algunos no llegar!an a Fuerte Fu% n. +l cuarto d!a tampoco se cumplieron sus esperan;as& tres de los hombres estaban ya muy d#biles y casi no pod!an levantar las piernas para andar sobre las matas& por la noche, Alope decidi que era preciso tomar medidas de urgencia y lo consult con 3alifornia y 4ontana. 8Cendr que ir uno de nosotros en la retaguardia 8propuso 4ontana8. Be lo contrario, vamos a perder a alguno de los de atrs. 8-ueden seguir el rastro que dejemos 8dijo 3alifornia. -ero 4ontana no acept esta soluci n: 8+l problema es el fr!o. +l "ltimo de la fila puede pensar: P9oy a echarme un minutitoQ, y ya no volvemos a verlo. )e queda congelado all! mismo. Alope se ofreci a cerrar la marcha& fue una suerte que lo hiciera, -ues los que estaban ms d#biles comen;aron a retrasarse peligrosamente, y #l tuvo que pasar todo el d!a animndoles a continuar. +n dos ocasiones, el resto del grupo se adelant a bastante distancia, y Alope se vio obligado a gritar cuanto pudo para que aminoraran la marcha a fin de que los tres ms fatigados pudieran alcan;arles. Al anochecer, otros dos hab!an quedado

-gina 7L7 de ?@0

Alaska

James A. Michener

re;agados& 3alifornia, gracias a cuyo br!o y valent!a se hab!a mantenido unido el grupo, habl del problema con sus dos lugartenientes. 8,o s# si voy a conseguir que aguanten otro d!a ms 8e$plic Alope. -ara empeorar las cosas, esa noche la temperatura descendi bruscamente. 8)er mejor que caminemos 8dijo 3alifornia poco despu#s de medianoche, tras despertar a los que dorm!an, protegidos por la nieve. (ajo el d#bil resplandor de la luna menguante, emprendieron lo que ms adelante recordar!an como la peor jornada de sus vidas. +l se$to d!a decidieron quedarse en el r!o y abrirse camino lentamente entre los bloques salientes de hielo. =ohn Alope, que cerraba la marcha, ten!a a veces la sensaci n de que las calladas siluetas que avan;aban delante suyo eran como hormigas sobre una manta blanca& pero olvid sus po#ticas comparaciones cuando uno de los re;agados se desplom y no volvi a levantarse, a pesar de los ruegos de Alope. Los que corrieron a ayudar comprobaron, horrori;ados, que el hombre no se hab!a desmayado, sino que estaba muerto. +n efecto: en el r!o Fu% n, a pocos %il metros del fuerte salvador, un empleado de banca de Ar%ansas hab!a muerto de agotamiento. Bespu#s de cubrir el cuerpo con una capa de nieve, los once restantes, serios y asustados, reanudaron la lenta marcha. Alope no se afligi demasiado por su muerte. )ab!a que las personas mor!an de forma imprevista: en una finca vecina, un conocido suyo hab!a muerto estrangulado cuando su caballo se encabrit y las riendas se le enredaron en el cuello& una ve;, estando en la estaci n de (ormers Ferry, oy gritar a unos hombres y vio que a un trabajador le estaban aplastando dos vagones. Be modo que pudo superar la impresi n de la muerte. )in embargo, al mediod!a, cuando el grupo se detuvo para distribuir las raciones de comida, oy algo que le inquiet much!simo. 8+ran ochenta %il metros en total, y calculo que hemos recorrido sesenta y siete 8les anim 3alifornia, intentando aliviar la triste;a que se hab!a apoderado de ellos. 8R! decir al capitn <rimm que faltaban de ochenta a noventa y cinco %il metros para llegar a Fuerte Fu% n 8replic uno de Rhio. Alope se espant ante la posibilidad de que se a*adieran quince %il metros a una traves!a ya de por s! horrorosa& como iba el "ltimo de la fila, pod!a observar mejor que nadie que los ms d#biles del grupo se encontraban completamente agotados. 3alifornia, tras discutirlo con los tres ms fuertes, se hi;o cargo de la situaci n con una energ!a que impresion a Alope: 8,osotros cuatro tenemos que comprometernos a no adelantarnos demasiado, abandonando a los dems. Cenemos que quedarnos junto a ellos y llevarlos hasta Fuerte Fu% n. 8-ero Jy si ocurre que uno de nosotros tiene que separarse para ir en busca de ayudaK 8pregunt 4ontana. 8Lo echis a suertes vosotros tres. Fo me quedo. 8J-odr!an ser noventa y cinco %il metrosK 8pregunt Alope. 8U,oV 8dijo 3alifornia. +sa tarde, la temperatura descendi hasta los veintitr#s grados bajo cero, pero el fr!o, afortunadamente, no lleg acompa*ado de viento& sin embargo, otro hombre, que caminaba no muy lejos de Alope, cay al suelo y muri , aunque no de inmediato, como el anterior, sino que tard cuarenta minutos en hacerlo, entre fuertes y e$asperantes dolores. Bespu#s de que Alope lo enterrara, comen; el aut#ntico horror de la desesperada traves!a: el Fu% n se volvi demasiado abrupto, y los pantanos casi no pod!an franquearse, defendidos por los arbustos. A las cuatro y media, la escasa lu; del d!a rtico comen; a

-gina 7L6 de ?@0

Alaska

James A. Michener

menguar, y los e$pedicionarios se encontraron ante la amena;a de una noche larga e intensamente fr!a, sin contar con la protecci n adecuada. Alope no perdi el valor, nunca lo perder!a, mientras avan;ara atra!do por el oro. ,o obstante, observando las fuer;as cada ve; ms escasas de los re;agados, comprendi , con grave preocupaci n, que durante las pr $imas horas pod!an llegar a morir hasta tres de ellos& entonces llam a sus compa*eros mas vigorosos. 8JNu# vamos a hacerK 8les pregunt . 8)eguir avan;ando 8respondi 3alifornia8. Burante toda la noche. Be lo contrario podr!amos morir todos. 8JF si #sos ... K 3alifornia mir hacia el pat#tico grupo de hombres ateridos sentados en medio de la nieve, los cuales ignoraban 1o qui; no le conced!an importancia2 que se estaba hablando de sus vidas. 8Da; que contin"en mientras puedan. )i mueren, no te detengas a enterrarles 8dijo entonces. F volvi a encabe;ar la fila, para alentar a sus compa*eros. Tn -oco antes del anochecer de aquel terrible d!a, uno de los caminantes ms debilitados divis algo asombroso y llam a Alope: 8UTn tiro de perrosV Al norte, avan;ando con cautela por los pantanos helados de los Llanos, dirigi#ndose claramente hacia Fuerte Fu% n, hab!a un hombre que llevaba un trineo tirado por siete perros grandes y robustos. 9est!a como los esquimales, con la cara descubierta, rodeada por una capucha forrada de -ieles, F con el cuerpo envuelto en prendas muy gruesas, de tal modo que -arec!a una bola. ,o hab!a visto a"n a aquellos hombres que avan;aban con tanta dificultad& como era posible que pasara de largo sin detenerse, Alope dio un fuerte grito y ech a correr hacia el nordeste, con la esperan;a de cru;arse en su camino. Los otros, al o!r sus gritos, se volvieron y divisaron el velo; trineo. )in vacilar ni un momento, 3alifornia tambi#n ech a correr y, como estaba en mejor ngulo, el conductor del trineo le vio a #l primero. Di;o parar a los perros y se acerc a los desconocidos& nada ms ver a ese grupo de hombres e$haustos que se hab!an sentado a descansar en la nieve, el hombre supo que estaba ante unos novatos en peligro. +ra )arqaq, medio esquimal, medio atapasco, y conduc!a un trineo procedente de Fuerte Fu% n. Dablaba mal el ingl#s, pero comprend!a bastantes palabras. 8JFuerteFu% nK 8pregunt a 3alifornia, y entendi la respuesta. 8JNu# distanciaK 8pregunt 3alifornia. 84a*ana 8contest )arqaq, ense*ando un dedo. 8J4a*ana t" o ma*ana nosotrosK 8pregunt entonces 3alifornia, pero )arqaq no le comprendi . Alope solucion el problema: puso la mano sobre uno de los perros, un hermoso ejemplar de color blanco, el quinto del tiro, e imit con los dedos el rpido movimiento de las patas del animal. Bespu#s dio #l mismo unos lentos pasos hacia adelante. 8J-erro un d!aK JDombre cuntoK )arqaq, que ten!a una cara morena y redonda como si estuviera dibujada con comps, se ech a re!r, ense*ando la blanca dentadura: 8FR ahora. 9osotros ma*ana. 8U<racias a BiosV 8suspir Alope, aunque no era en absoluto religioso. Canto #l como 3alifornia y los que todav!a conservaban las fuer;as podr!an sobrevivir hasta la noche siguiente& en cuanto a los ms d#biles, tal ve; podr!an ir en el trineo hasta una cama abrigada. Com al conductor por el bra;o y se*al hacia los hombres que descansaban: 8Bos, tres, pueden morir 8imit con gestos una muerte por agotamiento.

-gina 7LL de ?@0

Alaska

James A. Michener

)arqaq le entendi en seguida: sin dudarlo ni un momento, supo lo que ten!a que hacer. 3omen; a sacar con furia del trineo los montones de pieles y la carne de carib" que llevaba a Fuerte Fu% n& cuando estaba claro que lo estaba descargando para que hubiera espacio donde acomodar a los e$pedicionarios en peligro, Alope le dijo: 89oy a buscarlos. 8Ir yo 8le detuvo )arqaq. 3on secas rdenes hi;o dar la vuelta a los perros y se acerc rpidamente a la fila, donde le recibieron con d#biles gritos de alegr!a. 8JNui#n irK 8pregunt , sacndose uno de los guantes, que le proteg!an del congelamiento, y ense*ando tres dedos. Los hombres aguardaron a que Alope decidiera qui#nes eran los tres que estaban en peores condiciones& cuando termin , los elegidos, apenas conscientes de lo que ocurr!a, fueron cargados en el trineo. A eso siguieron unos momentos de dolorosa incertidumbre, porque los siete restantes no pod!an saber qu# iba a ocurrir. J)e salvar!an "nicamente esos tresK J+ra cierto que Fuerte Fu% n estaba s lo a un d!a de caminoK JLograr!an sobrevivir una noche ms con aquel fr!o espantosoK )arqaq, que imagin sus temores, sonri con su cara de luna: 89igilar carne. Lobos 8le dijo a Alope8 3ortar carne. 4asticar. Capar con pieles. Fo volver. 4uchos trineos 8dijo a los pasajeros del -ar%er. F parti velo;mente en la noche, cada ve; ms oscura. Alrededor de las cuatro de la madrugada, uno de los viajeros, que se estaba paseando para mantenerse con vida, oy ladridos, en direcci n este. Agu;ando el o!do para comprobarlo antes de alertar a sus compa*eros, percibi el inconfundible sonido de gritos humanos alentando a tiros de perros. 8UFa lleganV 8chill 8. UDan vueltoV Los supervivientes, dondequiera que estuvieran durmiendo, se levantaron de un salto e intentaron ver algo a la lu; de la luna. Lentamente, como en un sue*o hipn tico, en el Fu% n fueron apareciendo trineos tirados por perros, con sus conductores& a medida que la visi n iba cobrando realidad, los ateridos viajeros comen;aron a dar gritos de entusiasmo y se echaron a llorar. +n .I@?, Fuerte Fu% n hab!a dejado de ser un fuerte, pero cuando se construy medio siglo antes, era una fortale;a bastante impresionante. +n un dibujo hecho por el intr#pido e$plorador ingl#s Frederic% >hymper en .IM? aparec!an a"n los cuatro imponentes fortines, en cuya pla;a interior se api*aban algunas viviendas y dos enormes almacenes en los que se guardaban las pieles que compraba y las mercanc!as que vend!a la DudsonXs (ay 3ompany, la cual se hab!a atrevido a instalar este puerto comercial, el ms apartado de todos. +n .IM@, Fuerte Fu% n constituy un e$traordinario ejemplo de la buena y sensata relaci n de vecindad entre 3anad y +stados Tnidos: ese a*o, el joven Rtis -eacoc%, con una patrulla militar, demostr que los almacenes de la DudsonXs (ay canadiense estaban dentro del territorio de los +stados Tnidos. +n lugar de en;ar;arse en una disputa, +stados Tnidos y 3anad, muy diplomticamente, trasladaron el puesto comercial. Cuvieron que hacerlo en dos ocasiones, porque despu#s de la primera mudan;a todav!a Rcupaban suelo estadounidense. Fuerte Fu% n hab!a sido durante algunos a*os un pr spero pueblecito de ciento noventa habitantes, que viv!an modestamente comprando pieles a los indios y reparando los barcos que se deten!an a veces por all!, como el =os. -ar%er. -ero con el descubrimiento de oro en el Alondi%e, la ciudad hab!a crecido rpidamente y hab!a aumentado la poblaci n.

-gina 7LM de ?@0

Alaska

James A. Michener

Rcurri algo curioso cuando )arqaq el esquimal 1como le llamaban, pese a ser tambi#n medio atapasco2 y los otros conductores de trineos dejaron en Fuerte Fu% n a los die; blancos. 3alifornia, el principal responsable de que los viajeros hubieran continuado avan;ando, perdi el valor s"bitamente: cuando un tercer hombre muri en el fuerte, se sinti culpable. -as tres d!as sentado en un estado de estupor, sobrecogido por la tragedia que hab!a vivido. -ero #l no pod!a aceptarlo& se sent!a responsable de la muerte de sus tres compa*eros, y de que los dems hubieran estado a punto de perecer. Al decir que gracias a 3alifornia se hab!a salvado la e$pedici n, Alope no era del todo sincero. Canto #l como 4ontana sab!an que tambi#n ellos hab!an contribuido a mantener el equipo unido y que, a no ser por Alope, habr!an muerto muchos ms. -ero no iba en busca de elogios por haber hecho lo que consideraba su deber& en lugar de eso, iba en busca de )arqaq, el hombre que les hab!a rescatado, y pasaba horas enteras con los die; perros del esquimal. A )arqaq le llamaban el esquimal porque era ms fcil nombrarlo as! que decir que era medio esquimal y medio atapasco& adems, ten!a el t!pico aspecto de los esquimales: constituci n robusta, cara redonda y facciones marcadamente asiticas. +ra un hombre cordial, muy dado a sonre!r, lo que hac!a resplandecer su rostro de luna llena& le gustaba que Alope se interesara por sus perros. Cen!a die; animales, aunque prefer!a utili;ar s lo siete con el trineo& pensaba incluir a los otros tres en el tiro cuando sus componentes envejecieran o se volvieran desobedientes. -or ejemplo, pocas veces hab!a incluido en el grupo al perro que ocupaba el quinto lugar cuando )arqaq encontr a los e$pedicionarios en los Llanos. A Alope le hab!a gustado el animal ya en aquel primer momento& instintivamente, se hab!a fijado en el "nico perro que no era de pura ra;a hus%y, como si hubiera observado algo distinto en su carcter. 8,o hus%y 8dijo )arqaq8. Nui; medio medio. Tn blanco, el anterior propietario del perro, le hab!a dado el nombre de 4esti;o, aludiendo a su me;cla de ra;as& al enterarse de que el animal era cru;ado, Alope pens que eso e$plicaba las diferencias que hab!a observado. 4esti;o parec!a un perro hus%y, ten!a blanca una parte de la cara, unos pelos negr!simos en la punta de las orejas, el pelaje espeso y unas robustas patas delanteras. +ra de color blanco alrededor de los ojos y ten!a tambi#n una fina raya blanca en mitad del testu;. Cen!a el cuerpo de color gris pardu;co y manten!a una actitud alerta. )u punto d#bil era que no se entend!a con los otros perros& si no se correg!a pronto, )arqaq tendr!a que sustituirlo, porque bastaba un solo perro para echar a perder un tiro. Alope pas aquellos d!as de octubre con los perros y poco a poco comen; a conocer a esos e$traordinarios animales, tan diferentes de los que estaba acostumbrado a ver en Idaho. +n un tiro, el animal ms importante era el perro gu!a, el que iba en primer lugar& el de )arqaq era incre!blemente inteligente y le encantaba avan;ar a trav#s de la nieve delante de los otros seis perros, casi tan listos como #l. +l perro gu!a mandaba a los otros perros, tiraba de los arreos con toda su fuer;a, hac!a avan;ar el trineo y marcaba el camino. +staba atento a las rdenes de )arqaq e incluso se anticipaba a #l algunas veces& no podr!a decirse que quisiera a su amo, ya que, con las personas, sol!a guardar las distancias, pero estaba muy claro que le encantaba dirigir el tiro y defender el pesado trineo. 8<racias a ti conseguimos seguir andando 8le dec!an Alope y los dems. Al siguiente en la hilera se le daba el nombre de perro de varas y se encargaba de transmitir las decisiones del gu!a a los que le segu!an. 4uchas veces, si el gu!a se mor!a o estaba demasiado viejo para continuar prestando servicio, era el perro de varas el que le sustitu!a& eso no ocurrir!a en el tiro de )arqaq, pues aunque el de varas era perfecto para su misi n, no ser!a un buen -erro gu!a, ya que era demasiado fcil de convencer.

-gina 7L? de ?@0

Alaska

James A. Michener

3asi tan importante como el perro gu!a era el "ltimo del tiro, el perro de trineo, pues su tarea consist!a en cuidar de que los movimientos de los otros perros no pusieran en peligro la seguridad o el avance del veh!culo. Tn buen perro de trineo pod!a valer tanto como el resto del tiro, pues se encargaba de que el gran esfuer;o que hac!an los animales contribuyera adecuadamente al movimiento del trineo, y )arqaq ten!a uno de los mejores de la ;ona. 'stos eran los tres animales ms importantes& en cuanto a los otros, simplemente se les pon!a junto a ellos para formar el tiro, y a veces parec!an hacer el trabajo ms duro. 3ada perro ten!a su nombre, pero Alope s lo pod!a pronunciar el de 4esti;o, porque los dems eran en alg"n dialecto nativo. 3uando el trineo estaba en marcha, 4esti;o no ten!a un aspecto demasiado impresionante& en tres ocasiones, )arqaq dej que Alope le acompa*ara en alg"n corto recorrido por la llanura, y =ohn observ que 4esti;o carec!a de la rara combinaci n de cualidades que caracteri;aba a los mejores perros: la disciplina y la voluntad de tirar, por pesado que fuese el trineo:4esti;o era otra cosa: era un animal fiero, aunque al mismo tiempo parec!a desear la compa*!a humana, y encontr en =ohn Alope a un hombre que tambi#n necesitaba la amistad de un animal. Aquel hombre, que con las personas manten!a un fr!o y dif!cil trato, comen; a cobrar un gran afecto al perro. -or eso le afligi mucho o!r quejarse a )arqaq, una ve; que 4esti;o se hab!a equivocado y por su culpa se hab!an enredado los arneses: 8,o buen perro 8dijo )arqaq, enfadado8. Nui; matar. 8U+speraV 8suplic Alope. -ero esa noche, cuando volvieron a Fuerte Fu% n, otro conductor de trineos que hablaba ingl#s bastante bien, le e$plic : 8Dus%y y malamute igual. ) lo buenos para tirar trineo. )i no buenos para eso, eliminarlos. 8-ero, Jt" matar!as a uno de tus perrosK 8)i no bueno, qui; mejor matar. -erros, toda la vida en camino, tirando. )i dejar este trabajo, qui; perro querer morir. 8J,o te lo quedar!as como animal de compa*!aK +l hombre del trineo, un atapasco, se ech a re!r y anunci a dos compa*eros: 8U-regunta si perro de trineo animal de compa*!aV Los hombres profirieron grandes carcajadas ante esa nueva demostraci n de que los forasteros nunca comprender!an el Ortico. +n los d!as siguientes, Alope pas ms tiempo con 4esti;o& cada ve; estaba ms convencido de que el animal era muy cari*oso y estar!a dispuesto a compartir la vida con ese hombre que se interesaba por #l. Ahora, cuando Alope se acercaba al sitio donde ataban a los perros por la noche 1ya que si se les dejara libres, podr!an desaparecer todos2, 4esti;o daba tirones de la cadena que le sujetaba, intentando ir hacia #l, y, cuando Alope se le acercaba, el perro le saltaba al pecho, tratando de lamerle la barba. A causa de esta conducta, )arqaq se aferr a la idea de que el animal no era lo bastante d cil para formar parte de una reata. Alope no pod!a comprender que el perro tuviera que ser sacrificado, s lo por no haber obedecido los caprichos de un hombre& varias veces intent hablar de ello con )arqaq, que cambiaba desde*osamente de tema. Algunos de los supervivientes del =os. -ar%er, tras recobrarse de la dura e$periencia en los Llanos del Fu% n y recuperar el valor, pensaron continuar hacia el sur, hasta su destino& pero los administradores de Fuerte Fu% n les disuadieron: 8)on casi quinientos %il metros, y ahora el fr!o es ms intenso. Cengan en cuenta que perdieron a tres hombres en una traves!a de s lo ochenta %il metros, con un tiempo que no era a"n demasiado malo para esta ;ona.

-gina 7LI de ?@0

Alaska

James A. Michener

8+s que si esperamos a que el maldito r!o se deshiele, no quedar ning"n yacimiento bueno. 8Demos esperado todos los a*os 8replicaron los funcionarios de Fuerte Fu% n8. Adems, amigo, hace dos a*os que se concedieron los buenos yacimientos. -ara reclamar derechos sobre terreno est#ril, tienen ustedes tiempo de sobra. Nu#dense aqu!, donde tendrn una estufa caliente y no les faltar la comida. +l consejo era muy oportuno. Besde el sur, lleg al pueblo un trineo conducido por dos indios, que e$plicaron una pavorosa historia: 8+n BaEson se mueren de hambre. La -olic!a 4ontada ha ordenado que la gente se vaya. Llegan a 3ircle 3ity en estado lamentable. Day que cortar los dedos de los pies congelados. 4anos sin dedos. Tn hombre perdi una pierna. Los viajeros del -ar%er, al escuchar este relato del estado de las cosas en el sur, se desanimaron y olvidaron el proyecto de continuar hasta el Alondi%e antes de que el deshielo les permitiera ir en barco. +l "nico que no lo olvid fue =ohn Alope, al que todav!a atormentaba la obsesi n por alcan;ar el oro que aguardaba escondido. 3on cada dificultad se volv!a ms decidido a vencer las adversidades& por eso, se ofreci voluntario cuando los fugitivos de 3ircle preguntaron a las autoridades de Fuerte Fu% n si se podr!a organi;ar alg"n tipo de misi n de rescate, para llevar alimentos a los que hab!an quedado aislados all! o en BaEson: 8Ir# yo 8dijo, sin dudarlo ni un momento. Los indios se echaron a re!r. Lo que ellos quer!an saber era si hab!a alg"n conductor de trineo en el pueblo que estuviera dispuesto a intentarlo. Bijeron que ellos no pensaban ir, porque tanto ellos como los perros hab!an terminado agotados despu#s de su traves!a desde el sur. 8JBecir t" irK 8pregunt )arqaq a Alope, dos d!as despu#s de que la petici n de los indios se conociera en el pueblo. 8)!. 8JC", yo, puede serK 83omo Alope acept entusiasmado el Rfrecimiento, el esquimal agreg 8: JC" pagarK Alope ten!a que pensrselo. Intent e$plicar que ya hab!a pagado el pasaje al capitn del =os. -ar%er e indic por se*as que, si se quedaba esperando en Fuerte Fu% n a que el r!o se deshelara, el -ar%er estar!a obligado a llevarle a BaEson sin cobrarle nada ms. Aunque le result dif!cil dar esta e$plicaci n, )arqaq comprendi finalmente que Alope no pagar!a, y no se habl ms del asunto en los dos d!as siguientes. -ero tres d!as despu#s, en el momento en que Alope, ansioso de oro, se dispon!a a ofrecer una peque*a cantidad por el viaje, )arqaq propuso otra cosa: que los dos cargaran el trineo con los v!veres que no fueran necesarios en Fuerte Fu% n, partieran rpidamente hacia BaEson y los vendieran all!, sacando buenos beneficios. -arec!a un negocio sin riesgos: )arqaq estaba seguro de que sus perros pod!an hacer el viaje& tambi#n sab!a que #l aguantar!a y sospechaba que Alope, pese a ser blanco, ten!a tanta resistencia como cualquier esquimal& adems, ambos estaban convencidos de que, si consegu!an llegar a BaEson con la comida, encontrar!an clientes dispuestos a pagar por ella. Codo estaba listo, salvo un detalle: Alope ten!a que comprar los v!veres en el economato de Fuerte Fu% n y pagar en efectivo, confiando en que el #$ito de la misi n le permitir!a recuperar el dinero. Burante varios d!as lo estuvo pensando, pues, a diferencia de )arqaq, se le ocurr!an varias cosas que podr!an hacer fracasar el arriesgado negocio& no obstante, al fin accedi a invertir el dinero, porque estaba decidido a llegar a las minas de oro antes que la multitud de personas que acudir!an tambi#n ese mismo a*o. +l /0 de noviembre de .I@?, todo Fuerte Fu% n sab!a que )arqaq y el estadounidense iban a intentar la traves!a hasta BaEson: quinientos quince %il metros hacia el sur, por sendas completamente

-gina 7L@ de ?@0

Alaska

James A. Michener

heladas y cubiertas de nieve, a lo largo de un r!o lleno de bloques de hielo. )i lograban cubrir cuarenta %il metros diarios y se paraban de ve; en cuando para que descansaran los perros, cre!an poder recorrer esa distancia en dieciocho d!as, con lo cual estar!an en el Alondi%e mucho antes de ,avidad. +l d!a antes de la partida, dos incidentes hicieron aumentar su nerviosismo. Alope fue a hablar con 3alifornia, a quien admiraba, y le dijo: 8J,o quieres venirK +n la otra traves!a fuiste el mejor. -ero aquel hombre que tan valiente hab!a demostrado ser en el trayecto desde el =os. -ar%er a"n no hab!a recobrado el coraje& mejor dicho, todo su valor se hab!a agotado en la desastrosa e$pedici n, que s lo gracias a su fuer;a de voluntad se hab!a librado de acabar en una absoluta catstrofe. 3uando Alope le propuso repetir la e$periencia, no pudo evitar estremecerse. )e encogi de hombros, como si quisiera impedir que Alope descubriera sus sentimientos, y movi la cabe;a. Dab!a visto el Fu% n en oto*o y no pod!a imaginar c mo ser!a en invierno. 8-ero las minas de oro estarn ya ocupadas 8le advirti Alope. 8JLas minas de oroK 8pregunt 3alifornia, mirndole con e$presi n de asombro. 3uando el Fu% n se deshelara, #l pensaba subir a un barco y descender el curso del r!o, para volver a )aint 4ichael y )eattle& por ning"n motivo continuar!a hasta BaEson, ni en primavera, cuando el r!o volviera a ser navegable, ni en ese momento, cuando estaba completamente helado. Alope, al ver el miedo con que 3alifornia recha;aba su propuesta, reconoci para sus adentros los peligros del viaje que iba a intentar. )arqaq hab!a o!do un relato ms espelu;nante. Los dos conductores de trineo que hab!an llegado a Fuerte Fu% n con noticias de la hambruna de BaEson contaron lo que hab!a ocurrido cuando un barco trat de llevar urgentemente provisiones a la amena;ada ciudad: 8(arco llevar mucha le*a, ms comida. (uen capitn, buen piloto indio para los canales. Codo bueno. )i llegar a BaEson, salvar mucha gente. 8JNu# pas K 8pregunt )arqaq. 8'l, yo, llegar a 3ircle un d!a antes barco 8e$plic su informante8. ,o comida all!, no medicinas. Ciempo infernal, te digo 8mir a su compa*ero y #ste hi;o un gesto de asentimiento. 8B!a siguiente muchos gritos de alegr!a 8continu el otro8. Llegar barco. -ero capitn decir: P+sta comida para BaEson. +n BaEson gente hambreQ. -ero gente de 3ircle decir: P<ente hambre aqu! tambi#n. ,osotros quedar tu comidaQ. <ritos, peleas. Dombres con armas. 3apitn decir: PU+st bien, al demonioV 9osotros tomar comida y los otros morir de hambreQ. Dombres echar todo de barco, tomar toda comida. (arco all!, vac!o. 4uy pronto barco encallado en hielo. ,unca ir a BaEson, porque capitn decir: PUNu# diablosVQ. 8)arqaq 8advirti el primer informante8, si t" y perros y comida llegar a 3ircle, mismos hombres pararos. Dombres quedar tambi#n todo. 3omida no pasar de 3ircle, seguro, seguro. Los tres conductores conversaron durante un rato, anali;ando qu# cam!no se podr!a seguir sin que los de 3ircle descubrieran la presencia de un trineo en los alrededores& la noche anterior a su partida, )arqaq comunic su plan a Alope: 8Dombres malos, no& hombres hambrientos. ,osotros ir... [y, con gestos, indic que la ciudad de 3ircle quedaba en la orilla i;quierda del r!o, mientras que el trineo se dirigir!a hacia el este, por la ribera derecha. 3alifornia y 4ontana se levantaron temprano para colaborar en los preparativos de "ltima hora& cuando lleg el alba, casi todo Fuerte Fu% n se hab!a reunido all! y estaba haciendo predicciones: 8,unca lo conseguirn. 8,ing"n blanco puede ir hasta tan lejos en invierno.

-gina 7M0 de ?@0

Alaska

James A. Michener

8)i alguien puede lograrlo, #se es )arqaq. Alope, que con cada retraso se volv!a ms impaciente, quiso escapar a toda prisa, pero una anciana, hija de uno de los primeros mineros canadienses y de una india atapasca, fue a hablar con #l y le detuvo una ve; ms. Llevaba un objeto que, evidentemente, ten!a mucho valor para ella: una vasija de barro, en el interior de la cual hab!a algo envuelto en un pa*o h"medo. La mujer, que era viuda, trabajaba como cocinera en uno de los albergues para comerciantes. Al entregar su tesoro a Alope, habl con la sabidur!a adquirida a lo largo de varias d#cadas de vida en el norte: 8+sto no puede faltar en ninguna casa. Bios no lo permitir!a. Alope pens que el regalo ser!a una (iblia, aunque no comprend!a por qu# hab!a que guardarla en una vasija mojada. 8JNu# esK 8pregunt . La mujer, con dedos deformados por el trabajo, apart orgullosamente el pa*o& en el interior de la vasija, Alope s lo acert a ver una temblorosa bola blanda de algo muy parecido a la masa con la que su madre preparaba galletitas al estilo alemn. 8JNu# esK 8repiti . 8Levadura 8respondi la vieja8. Nue no se enfr!e. Ll#vatela. Dar que la vida sea... 8vacil , pues no se le ocurr!a ninguna palabra para e$presar la diferencia,entre disponer de un buen fermento y no tener ninguno. )u masa fermentada se remontaba a .I6?, a la #poca en que los de la fludsonXs (ay hab!an construido el fuerte, donde su abuela hab!a trabajado de cocinera. La masa hab!a llegado al Fu% n despu#s de un peligroso viaje desde la costa oriental del 3anad, adonde hab!a llegado la levadura original tras un viaje similar desde 9ermont, ciudad en la que se hab!a mantenido fermentada la pasta durante cuarenta a*os, desde .I0@. La anciana estaba entregando a Alope un regalo cargado de antig5edad, civili;aci n y amor, y que, al mismo tiempo, era una responsabilidad. +n vasijas como #sa, envuelta tambi#n en pa*os h"medos, las mujeres de 9ermont, Nuebec y Fuerte Fu% n hab!an conservado activa la levadura& ahora, la anciana encargaba la tarea a otra persona. 8,o puedo ir hasta BaEson cargado con esto 8dijo Alope, sujetando el cacharro con ambas manos. 8+l oro viene y va 8advirti la mujer. )e*al con un gesto de la mano a toda la poblaci n de Fuerte Fu% n8. (uscan y buscan. F si encuentran algo, lo pierden en el juego o se lo gastan con mujeres bonitas. 8Bevolvi la vasija a manos de Alope, mientras a*ad!a8: +n cambio, la buena levadura... eso dura eternamente. +n el mundo que la anciana hab!a conocido en aquel solitario fuerte del r!o Fu% n, el oro ten!a muy poca importancia& pero los hogares con una buena pasta de levadura estaban ms cerca de la felicidad. Aunque la vasija pesaba demasiado para cargarla hasta BaEson, )arqaq, que sent!a un profundo respeto por todo lo relacionado con el fermento, solucion el problema. -idi que alguien fuera a buscar uno de los botes de cristal en los que los agricultores de 3alifornia envasaban hortali;as coc!das, meti en #l la pasta y sugiri a Alope que lo llevara guardado cerca del cuerpo, para que la valiosa levadura no se helara. 3on la bendici n de la anciana y los v!tores de sus compa*eros, los dos audaces viajeros se pusieron en marcha& mientras sal!an del fuerte, la imagen de cada uno de ellos ofrec!a un marcado contraste con la del otro. Alope era alto y delgado, e iba vestido como la versi n estadounidense de un e$plorador del Ortico, es decir, con un atuendo muy parecido al de un granjero de Idaho: prendas gruesas, pesadas botas de cuero y una gorra gruesa, con orejeras. Llevaba ropa buena, muy adecuada para una dura jornada de trabajo en #poca de fr!o, y ten!a un aspecto impresionante cuando andaba detrs del trineo. 3ualquiera que lo mirase habr!a dicho que con una persona as! no se jugaba. ,o obstante, no se pod!a saber

-gina 7M. de ?@0

Alaska

James A. Michener

c mo quedar!a la ropa de Alope despu#s de dieciocho d!as de viaje, teniendo en cuenta que no iba a -oder quitrsela por la noche. )arqaq era un hombrecito rechoncho, vestido en la forma que hab!a ideado su ra;a a lo largo de miles de a*os de vida en el Ortico. ,o usaba ropa gruesa, sino que iba cubierto con varias prendas superpuestas, hechas con el cuero ms fino y ligero que se pod!a conseguir. Llevaba botas de piel de carib" perfectamente curtida, forradas con pieles de cr!a de foca, que pesan muy poco. Los pantalones eran e$traordinariamente ligeros y resistentes& en el momento de pon#rselos estaban tiesos, pero en cuanto empe;aba a mo8 verse se volv!an fle$ibles. Llevaba puestas cinco camisas y chaquetas, a cual ms fina, y una capucha que era una maravilla: una especie de enorme caverna en la que su cabe;a se escond!a de la nieve y el grani;o, y cuyos bordes le proteg!an y abrigaban al mismo tiempo, porque estaba ribeteada con pelo de glot n americano, que tiene una misteriosa propiedad: impide que se forme escarcha encima. +l atuendo rtico de los esquimales ten!a otra importante ventaja: era totalmente impermeable& si alguien vestido de esa forma se ca!a de repente en el mar o en el r!o, consegu!a aguantar seco durante una hora entera. +ra una fantstica vestimenta, que permit!a trabajar todo el d!a y dormir toda la noche con el mayor grado posible de comodidad que se pod!a alcan;ar en el Ortico. 3omo )arqaq iba mucho mejor vestido, conoc!a mejor la ruta y sab!a conducir el trineo, se podr!a creer que aventajaba en todo a Alope& no era as!, sin embargo, porque el hombret n sab!a sacar partido de sus posibi8 lidades y, tal como #l dec!a, Phacer de tripas cora; nQ. 3on siete buenos perros, los esquimales ten!an dos maneras de formar un tiro: a algunos conductores les gustaba distribuirlos en tres yuntas, con los perros de cada pareja uno al lado del otro y con el perro gu!a adelante, sujeto a la correa que iba por el centro del tiro y se fijaba al trineo. )i alguien ten!a ocho o nueve perros muy bien adiestrados y acostumbrados a esta formaci n, sol!a hacerlo as!, aunque enganchar a los perros de esta forma ten!a tambi#n algo de ostentaci n. Rtros conductores ms prcticos, que prefer!an cargar el trineo al m$imo, unc!an sus siete perros uno detrs de otro, atando cada uno a los arreos del siguiente. La ventaja de esta distribuci n era que los tres perros ms importantes 1el primero, el segundo y el "ltimo2 rend!an ms y pod!an emplear todas las habilidades en las que hab!an sido adiestrados. A )arqaq, que hab!a viajado muchas veces a las regiones fronteri;as con los Llanos del Fu% n, le gustaba ms esta formaci n en hilera y sab!a sacarle el mejor partido. Fuera cual fuese el tiro elegido por el conductor, los perros arrastraban el mismo tipo de trineo. )i se hac!a un recorrido de e$hibici n, o hab!a que llevar a unas muchachas o a un matrimonio adinerado, el veh!culo era parecido a los usados normalmente en :usia y en los +stados Tnidos: con un asiento para dos personas, grande y bien tapi;ado, y, en la parte trasera, unos largos patines a los que se sub!a el conductor cuando el trineo avan;aba rpidamente y un pasamanos para que se sujetara en esos momentos. -ero cuando el trineo ten!a que ir totalmente cargado, como en los viajes de )arqaq, se utili;aba un veh!culo bajo y s lido, sin adornos, con patines anchos y resistentes& no ten!a costados, pues la carga se sujetaba mediante varias correas de piel sin curtir. -ara conducir cualquiera de esas maravillosas mquinas 1que aprovechaban la energ!a como pocas2 se necesitaban unas condiciones especiales. 3uando se circulaba por nieve en la que a"n no se hubiera marcado ning"n sendero, el encargado de llevar el trineo ten!a que ir delante, con raquetas de nieve para abrir el camino, cosa que no pod!an hacer los perros, porque hubieran agotado sus fuer;as intentando abrirse paso entre la nieve, tan profunda en algunos tramos que les llegaba hasta el hocico. +l conductor del trineo ten!a que ocuparse de eso.

-gina 7M/ de ?@0

Alaska

James A. Michener

-or supuesto, si ten!a la suerte de recorrer un r!o cuya superficie hubiera adoptado al congelarse la lisura del vidrio 1algo que, incluso en el Fu% n, ocurr!a algunas veces2, pod!a conducir montado en el trineo varias horas seguidas, porque a los perros les encantaba correr cuando el veh!culo se desli;aba frenado "nicamente por una leve fricci n. Lo ms habitual, sin embargo, era que en una traves!a normal, de cuarenta %il metros diarios, el hombre tuviera que pasar por lo menos treinta desli;ndose sobre la nieve con sus grandes raquetas. 3ada perro pesaba unos treinta %ilos, y eran animales musculosos que pod!an arrastrar unos cincuenta %ilos de carga si el terreno no era e$cesivamente abrupto: por lo tanto, los siete perros de )arqaq tendr!an que poder arrastrar trescientos cincuenta %ilos en total. Ahora bien, teniendo en cuenta que el propio trineo, sin a*adir nada ms, pesaba cuarenta y cinco %ilos, el peso neto de las provisiones para la hambrienta ciudad de BaEson tendr!a que ser de unos trescientos %ilos, menos los de la comida para los dos hombres y los animales. +n la primera hora de viaje, )arqaq estableci las normas que deber!an seguir: 8)iempre hacia all! 8dijo, se*alando al sudeste8. -artir antes de amanecer, parar cuando no haber lu;. 8Lo que significaba doce horas diarias, cuanto menos8. Intentar cuarenta %il metros al d!a, con paradas, descanso 8esto lo e$plic con gestos y usando los dedos para indicar los n"meros8. 3inco d!as, parar un d!a, perros dormir 8porque los perros no aguantaban tanto como los hombres8. C", yo, caminar. )i buen tiempo, montar. 8Be hecho, la mayor parte del tiempo ir!an al pasitrote, como sol!a decir Alope de ni*o8. J3omerK C", yo, esto 8)arqaq se*al los alimentos secos que llevaban en el trineo, entre los que hab!a tortas preparadas con carne desecada de carib", alce u oso8. J3omida perrosK 8'se era el problema ms grave. La tarea de los perros de )arqaq era e$tremadamente dura y los animales pasaban hambre todo el tiempo, pero, seg"n la tradici n, s lo se les pod!a dar comida por la noche. Alope ten!a la impresi n de que la cuarta parte de la carga consist!a en salm n seco del verano anterior. 3on tres cuartos de %ilo de este nutritivo alimento, muy graso, un perro grande pod!a mantenerse con vida y en condiciones de trabajar& adems, si se le a*ad!a un poquito de avena o de harina, el salm n proporcionaba a los animales ms energ!a de la necesaria. +l salm n no se pon!a rancio porque el tiempo era muy fr!o, y los perros no se cansaban de comerlo: engull!an grandes peda;os sin masticar, aunque el pescado ten!a unas agudas espinas que hubieran podido causar la muerte a otros animales menos fuertes. -arec!a un poco absurdo que tanta parte de la carga se destinara s lo al alimento de los perros& pero no lo era del todo, pues sin perros las personas no hubieran podido circular -or los vastos territorios del Ortico. -ara acompa*ar el salm n seco, que los perros nunca recha;aban comer, )arqaq estaba siempre alerta por si ve!a huellas de animales: si consegu!a matar un carib" o un alce, o incluso un oso que anduviera cerca del lugar donde hibernaba, podr!a dar de comer otra cosa a los perros durante dos o tres d!as, lo que ser!a ms sano para ellos y permitir!a ahorrar algo del pescado. Al cabo de algunos d!as de viaje, Alope comprendi que )arqaq no hab!a cargado suficiente salm n para los dieciocho d!as previstos, -orque confiaba en a*adir a la dieta alg"n que otro carib". -or eso, ambos se manten!an atentos a cualquier se*al de ca;a& )arqaq incluso estaba dispuesto a interrumpir la marcha un d!a entero e ir tras el rastro de alg"n animal, pues sab!a que, si consegu!a ca;ar algo, aumentar!an las posibilidades de llevar a buen t#rmino la larga y peligrosa empresa. 3ada ve; que #l o Alope sal!an de cacer!a, ten!an en cuenta dos cosas: el ca;ador se llevaba a los perros de repuesto para que arrastraran las presas hasta el trineo& si no hab!a regresado al cabo de tres horas, su compa*ero encend!a una fogata, para que el humo indicara el punto donde estaba parado el trineo, por si el ca;ador no ten!a ni idea de donde se encontraba o donde estaba el veh!culo.

-gina 7M7 de ?@0

Alaska

James A. Michener

+n aquellas tierras del norte, en las que no hac!a viento y apenas se ve!an rboles, una fogata humeante enviaba una se*al que alcan;aba una altura incre!ble, de casi ochocientos metros: una columna muy recta, sin ninguna ondulaci n. +l humo quedaba suspendido en el aire, quieto, hasta que paulatinamente se disipaba. 4uchas veces los viajeros pod!an saber si al otro lado de una colina viv!an personas, por la columna de humo que pend!a sobre el edificio de los ba*os& la se*al se divisaba a %il metros de distancia. Burante una de las incursiones en busca de carne, a Alope se le ocurri algo que ocasion cambios en el viaje: cuando se dispon!a a salir tras un alce cuyas huellas se ve!an junto al r!o, pregunt si pod!a llevarse, en ve; de a los perros de repuesto, a 4esti;o, que estaba echado con los arreos puestos, como los otros seis componentes del tiro. 8Cal ve; bueno 8dijo el esquimal& de modo que Alope parti con la "nica compa*!a de 4esti;o, y dej a los perros de repuesto. Alope jams olvidar!a ese d!a: el cielo, de color a;ul grisceo& el sol, poco brillante, a baja altura& la nieve resplandeciente, aunque sin llegar a deslumbrar& la posibilidad de atrapar un alce y la alegr!a con que le segu!a el perro. A 4esti;o le encantaba ca;ar, estaba bien adiestrado y respond!a a la menor se*al de Alope& el perro tambi#n participaba en la cacer!a y deseaba abatir un alce, para alimentarse #l y los compa*eros del tiro. +ntre Alope y el animal se cre , ya desde el primer d!a, una estrecha colaboraci n. Dacia el crep"sculo, que lleg a hora muy temprana, se acercaron a la presa. Bespu#s de tomar posici n, 4esti;o se puso al lado de Alope F, cuando #ste dispar el rifle, salt como una bala y asi al alce por una pata, por miedo a que estuviera s lo herido. +l problema era c mo arrastrar el pesado cuerpo del animal hasta el trineo& adems, hab!a que locali;ar el veh!culo. Alope escudri* el hori;onte antes de que se hiciera del todo oscuro y logr ver la columna de humo& enganch a 4esti;o a un arn#s y rode el cuello del alce con el e$tremo libre. -arec!a complicado que el perro lograra tirar de una carga tan pesada, de unos doscientos %ilos, pero con la ayuda de un empuj n de Alope, el animal abatido comen; a avan;ar y, gracias al e$cepcional esfuer;o de 4esti;o, se desli; por la nieve. 8)abe que est volviendo con algo importante 8murmur Alope para sus adentros, contemplando admirado la escena. +fectivamente, eso parec!a, ya que el perro caminaba erguido, con el arn#s tirante, los o!dos alerta, mirando a lado y lado con sus ojos oscuros y abri#ndose camino con el hermoso cuerpo de color gris pardo. +l regreso fue triunfal, y Alope, al divisar el trineo, casi de noche, dispar un tiro e$ultante que reson en el aire helado. 8 +n seguida se oyeron sonidos de entusiasmo en el campamento: el ladrido de los otros perros, el grito de bienvenida de )arqaq& despu#s vino el trabajo de trocear la carne y arrojar los despojos a los perros hambrientos, y la agradable sensaci n de estar de nuevo en casa al final del d!a. -or la ma*ana, sin embargo, ocurri algo ms triste: Alope vio que )arqaq no hab!a incluido en el tiro a 4esti;o, que quedaba relegado a mero perro de repuesto. 8Aqu! est 4esti;o 8dijo Alope, empujando el perro hacia delante. 8,o bueno, UmierdaV 8re;ong )arqaq, y e$cluy a 4esti;o del tiro. Alope, comprendiendo que #l sab!a bien poco de c mo llevar un tiro de perros, no dijo nada, pero qued muy desencantado& al parecer, tambi#n lo estaba 4esti;o, que mostr su descontento al no ser enganchado con sus seis compa*eros. F como a los perros de repuesto se los manten!a unidos por un peque*o arn#s aparte, para impedir que se alejaran, 4esti;o ni siquiera pod!a caminar junto a Alope& habr!a sido dif!cil determinar cul de los dos se sent!a ms desilusionado. +n la primera etapa del viaje, )arqaq se mantuvo en el r!o, abri#ndose paso entre el hielo abrupto, pero una tarde despejada lleg a un largo tramo de hielo cristalino, tan liso como

-gina 7M6 de ?@0

Alaska

James A. Michener

un espejo: 3omo era la primera ve; que Alope ve!a este tipo de hielo, el esquimal le invit a subir a los patines y conducir el trineo& durante casi una hora, mientras )arqaq quedaba muy atrs, Alope y los siete perros se desli;aron por el hielo, en medio de la belle;a de un apacible d!a rtico. -ara Alope fue una sensaci n inaudita la que le produjo el silencioso movimiento, fuera del tiempo y del espacio, a trav#s de la blancura. Al terminar el trayecto, los perros, sin muestras de cansancio, se echaron felices sobre el hielo& durante un instante, Alope sinti deseos de gritar, pero los gritos no eran muy propios de su carcter. 8(uenos perros 8dijo, revolviendo la carga en busca de tro;os de salm n para darles. +n el punto en que el Fu% n describ!a una ligera curva hacia el sudoeste, )arqaq se desvi del camino recto, se apart del r!o y continu hacia el este. Besviarse ten!a una sola ventaja: en esa parte los temidos Llanos del Fu% n se suavi;aban y los perros encontraban un terreno relativamente llano& sin embargo, era absolutamente necesario hacerlo, porque 3ircle 3ityY con su poblaci n muriendo de hambre, quedaba justo delante y, si )arqaq y Alope hubieran intentado pasar junto a esa trampa con el cargamento de provisiones, lo habr!an perdido todo. -or eso se alejaron del r!o, sin detenerse para ca;ar ni para conceder a los perros el d!a de descanso que necesitaban. Al volver al Fu% n, al sur de 3ircle 3ity, la temperatura empe; a descender bruscamente, hasta el punto de que )arqaq temi no poder continuar avan;ando e intent encontrar sitios en los que la nieve se hubiera acumulado, para que los perros pudieran cavar madrigueras si el fr!o se hac!a insoportable. As! ocurri . La temperatura baj a treinta y cinco grados bajo cero, el punto en que el term metro de )arqaq dejaba de registrar& despu#s, a cuarenta, y, finalmente, a cuarenta y cuatro grados bajo cero. Be haberse levantado un viento fuerte, probablemente hombres y perros hubieran muerto congelados. )in viento, el fr!o era ms soportable: si uno se quedaba a la intemperie, con la cara descubierta, corr!a peligro de perder la nari; o una oreja& pero si se proteg!a y cuidaba de los perros, resultaba asombrosamente fcil sobrevivir. Alope, en aquel intenso fr!o, avan;aba con el codo i;quierdo apretado contra el cuerpo, porque de este modo pod!a notar contra la piel el bote de levadura& acab sinti#ndose como uno de esos dioses de los que hablaban sus libros de quinto curso, como el custodio de un fuego sagrado, y la idea le agrad mucho. Nui; la levadura no servir!a para nada cuando llegaran a su destino, pero al menos no se habr!a congelado. +n cuanto a los perros, la supervivencia consist!a en enterrarse en la nieve como conejos, hasta que s lo asomaban los hocicos negros& se les pod!a encontrar al descubrir su aliento helado, suspendido en el aire silencioso e inm vil. Los hombres actuaron de forma bastante parecida: a cuarenta y seis grados bajo cero, se parapetaron detrs del trineo, amontonaron nieve alrededor para protegerse mejor del viento y se acomodaron como pudieron. +chados de esta forma, sin poder moverse, )arqaq se reproch la estupide; de haber vuelto al r!o: 8Aqu! ms fr!o 8dijo. F con las manos enfundadas en guantes hi;o un gesto que imitaba el viento. 8-ero no hay viento 8observ Alope8. +n absoluto. 8,o viento 8reconoci el esquimal8, pero fr!o seguir r!o 8F se*al con sus guantes la forma en que el intenso fr!o recorr!a el Fu% n arriba y abajo, como impulsado por alg"n vendaval. 8J3 mo es posibleK 8pregunt Alope. 8Nui#n sabe 8fue la respuesta del esquimal8. -ero hace ms fr!R, JverdadK 8F era cierto. Al amanecer del octavo d!a de viaje, Alope observ que )arqaq se hab!a quitado los guantes y estaba tallando un peque*o objeto. 8JNu# hacesK 8pregunt .

-gina 7ML de ?@0

Alaska

James A. Michener

8-ara ti 8contest el esquimal. +ran unos anteojos, para protegerse de la ceguera de la nieve: cualquier persona 1especialmente un blanco, por tener menos pigmentaci n2 que permaneciera entre la nieve mientras brillaba el sol, pod!a quedarse momentneamente ciego, porque sus ojos se enfrentaban a un e$cesivo resplandor& si el fr!o era muy fuerte, la ceguera pod!a llegar a ser permanente. -ara evitarlo, los esquimales usaban, desde hac!a mucho tiempo, unas protecciones talladas en marfil, hueso o madera, o incluso cortadas en un tro;o de cuero de carib", si no hab!a nada mejor disponible& la protecci n cubr!a completamente el ojo, pero ten!a una ranura estrecha, de unos seis mil!metros en sentido vertical y no ms de dos cent!metros y medio en sentido hori;ontal, para que el viajero pudiera ver por d nde iba. 4uchas veces los anteojos se pintaban de negro, para reducir en lo posible el resplandor. 8)ol fuerte, no ms ca;a advirti )arqaq a su compa*ero, al entregarle el valioso "til de supervivencia, porque aun as! protegido, la e$posici n continua al sol rtico pod!a ser peligrosa. 3uando se suavi; el fr!o, uno de los ms intensos que hab!a vivido )arqaq, los viajeros retomaron el camino hacia el sur, y el esquimal recibi entonces una lecci n que le impresion . +staba claro que Alope le inspiraba un gran respeto, pues de lo contrario no se habr!a mostrado dispuesto a viajar con #l, pero eso no le imped!a sentir cierto desd#n por los blancos en general. 8,o aguantan tanto como nosotros 8dec!a a sus colegas esquimales y atapascos8. ,o saben recorrer la tundra como nosotros. F se ponen a llorar cuando hace fr!o. 8Bado que todos los nativos tomaban esta opini n por art!culo de fe, los conductores de trineo asent!an. )in embargo, en las "ltimas etapas de la traves!a, en las que el blanco deber!a estar ya agotado, Alope estaba demostrando un vigor incre!ble& durante una jornada de cuarenta y tres %il metros, anduvo en cabe;a la mayor parte del camino, no mont en el trineo ni una sola ve; y, al terminar el d!a, se encontraba en mejor estado que el mismo )arqaq. +l esquimal, al ver esto, crey que era por culpa de algo que #l hab!a comido& no obstante, era una teor!a poco ra;onable, pues los dos hombres compart!an la misma mala comida. Bespu#s de tres d!as seguidos, durante los cuales Alope avan; y resisti bastante ms que )arqaq, el esquimal reconoci , admirado: 8C", blanco, aguantar bien 8lo que era un gran elogio. -or suerte, iban por el r!o cuando llegaron a un hermoso trecho en el que corr!a bordeado de pe*ascos, a la altura de una antigua colonia minera que alg"n esperan;ado buscador de fortuna hab!a bauti;ado como (elle Isle, pero a la cual otros que vinieron despu#s, ms realistas, dieron el nombre de +agle, ms apropiado. +ra un bonito enclave, rodeado de monta*as, algunas de las cuales llegaban hasta la misma orilla del r!o. Dab!a tambi#n una isla, que tal ve; en verano justificara el calificativo de bella, seg"n reconoci Alope& sin embargo, lo que ms le gust de (elle Isle fue que daba la sensaci n de ser un mundo aparte& despu#s de ver, en rpida sucesi n, un alce, un par de ;orros y una hilera de carib"es, pens que los animales ser!an de la misma opini n. Rtra ra; n que convert!a en especial esa parte del Fu% n era que all! mismo, o muy cerca, acababa el territorio estadounidense y comen;aba el de 3anad. 4s all de +agle, =ohn Alope entrar!a en un pa!s e$tranjero por -rimera ve;& pero no ten!a a nadie con quien comentarlo, porque para )arqaq no hab!a ninguna frontera entre el -olo ,orte y el -olo )ur: era todo tierra, y a toda hab!a que tratarla por igual. )i la temperatura descend!a hasta los cincuenta y cinco grados bajo cero, uno se enterraba en la nieve& si )ua b!a hasta unos agradables veintitr#s bajo cero, uno adelantaba tanto camino como pod!a. A unos sesenta y cinco %il metros de BaEson les sorprendi de nuevo un fr!o e$tremo, acompa*ado esta ve; por un fuerte viento que remontaba el Fu% n desde el norte, y no tuvieron ms remedio que acampar en un terreno nevado y cubierto de arbustos y rboles

-gina 7MM de ?@0

Alaska

James A. Michener

bajos. Bispusieron el trineo contra el viento, cortaron ramas para conseguir mayor abrigo y dejaron que los perros se enterraran en los montones de nieve, intentando conservar de esta forma tanto calor como les fuera posible. 3uando mejor el tiempo, )arqaq propuso que los dos salieran a ca;ar alces o carib"es para llevarlos a la ciudad hambrienta& despu#s de decidir c mo regresar!an al r!o y se encontrar!an junto al trineo, se pusieron en marcha: )arqaq, con dos de los perros de repuesto& Alope, con la ayuda de 4esti;o y con correas para arrastrar la carne, si se ca;aba algo. Fue una cacer!a solitaria y e$tremadamente fr!a& tanto el hombre como el perro fueron v!ctimas del rigor del clima, y, ademsX Xcon un fr!o tan intenso ning"n animal circulaba por la ;ona. Alope no ca; nada y regres de mal humor al Fu% n, el gran r!o congelado. )arqaq no estaba& como en diciembre cada d!a oscurec!a ms temprano que en la tarde anterior, era evidente que, si Alope no le encontraba de inmediato, se har!a de noche y los dos hombres se ver!an obligados a pasar unas dieciocho horas separados. Lo primero que hi;o Alope fue encender una fogata, pero la fuer;a del viento dispers muy pronto la columna de humo que hubiera debido servir de se*al& no obstante, a*adi ms le*a, con la esperan;a de que a )arqaq le llegara el olor del humo y pudiera seguirle el rastro. Comando la precauci n de recordar cada vuelta que daba, camin en c!rculos cada ve; ms amplios mientras llamaba a gritos a su compa*ero, aunque sin recibir respuesta& cuando se dispon!a a desandar lo andado, 4esti;o, dotado de un o!do ms agudo que el suyo, comen; a ga*ir, mirando hacia el norte. Cras una penosa caminata, Alope encontr a )arqaq y a los dos perros, junto a un alce muerto que, en los estertores de su s"bita agon!a, hab!a destro;ado el tobillo i;quierdo del esquimal. )arqaq le hab!a estado esperando pacientemente, convencido de que, de todos los compa*eros de viaje que hab!a tenido, si alguien pod!a hallarle era el valiente estadounidense. 84atar alce 8e$plic , cuando Alope se arrodill a su lado8. 3orrer con cuchillo. 3abe;a girar, cuerno romper tobillo. 8Ce ayudar# a llegar al trineo 8le dijo Alope& pero )arqaq era un hombre de la tundra y no pod!a permitirlo. 8)i nosotros ir, lobo comer alce. C" buscar trineo, yo vigilar 8F se neg a abandonar la presa. Alope regres al r!o, enganch a los perros y llev el trineo hasta donde les aguardaba )arqaq. +n la noche cerrada, despeda;aron el alce, intentaron curar el tobillo herido, levantaron una protecci n contra el fuerte viento nocturno y se acomodaron a esperar el alba. Dicieron planes en medio de un fr!o cruel. )arqaq, que andaba cojeando y con grandes dolores, actuaba como si no hubiera sufrido ms que un ligero golpe: 8,osotros enganchar todos los perros, tambi#n 4esti;o. 3uando hubieron acabado de engancharlos con improvisados arneses, )arqaq insisti en cargar los tro;os buenos del alce en el trineo, donde hab!a espacio para hacerlo, ya que los perros se hab!an terminado las provisiones de salm n seco. Bespu#s, Alope y #l soltaron a los perros y les dejaron hartarse con las v!sceras y los despojos. +ntonces tomaron una sorprendente decisi n. Alope hab!a cre!do que )arqaq viajar!a en el trineo, sobre la carga, y que los perros de repuesto ayudar!an a tirar, para poder arrastrar tambi#n al hombre y la carne del alce& pero el esquimal, que nunca olvidaba a sus perros ni la finalidad del viaje, se neg a montar en el veh!culo. Apoy una mano en el trineo y, con la ayuda de un palo, se propuso recorrer caminando los %il metros que faltaban para llegar al pueblo de BaEson. 9alientemente se puso en marcha, marcando el paso de una forma que asombr a Alope.

-gina 7M? de ?@0

Alaska

James A. Michener

8J)i yo estar soloK J,o ayudaK Fo caminar igual 8coment el esquimal. :ecurriendo al vigor heredado de sus antepasados, el que les hab!a acompa*ado en la traves!a del mar de (ering y les hab!a permitido sobrevivir en el territorio ms inclemente del mundo, )arqaq mantuvo durante una hora el mismo ritmo& sin embargo, en cuanto estuvieron de nuevo a salvo en el Fu% n, su impresionante determinaci n flaque , y el hombre perdi el sentido. Alope detuvo a los perros y le subi como pudo al trineo& despu#s de atarlo, grit a los animales: P UFaVQ, y se pusieron en camino. -asaron las dos "ltimas noches en el r!o, con fr!o y asustados por lo que pudiera pasar con la pierna de )arqaq, pero a la ma*ana siguiente, despu#s de un corto recorrido, divisaron BaEson, esa turbulenta ciudad en la que se api*aban miles de personas, entre la monta*a y el r!o. Alope hi;o parar a los perros, se inclin sobre los asideros del trineo y baj la cabe;a, agotado. Dab!a conseguido finali;ar uno de los viajes ms duros del mundo: casi seiscientos cincuenta %il metros en tren, hasta )eattle& cinco mil por mar, hasta )aint 4ichael& ciento treinta a trav#s del mar de (ering, hasta el Fu% n, y unos dos mil doscientos sobre este terco r!o hasta BaEson. )e hab!a ganado el derecho a hacerse un sitio en la ciudad y buscar fortuna en las minas de oro. Al entrar en BaEson, entre disparos de los desesperados habitantes a modo de bienvenida, Alope se comport con decisi n: vendi por una peque*a fortuna el cargamento de comida, incluida la carne del alce& convenci a )arqaq para que le regalara a 4esti;o 1el esquimal acept , sabiendo que ese perro cru;ado, tan in"til para tirar, le hab!a salvado la vida2, y corri al Alondi%e, donde se enter de que hasta el "ltimo cent!metro de las orillas del (onan;a y +ldorado estaban adjudicados desde hac!a tiempo. Algunos de los que hab!an ya registrado sus propiedades le dijeron, entre risas, que -od!a quedar terreno libre a unos seis %il metros de distancia, donde no hab!a oro& entonces Alope volvi rabioso al pueblo, dispuesto a luchar a bra;o partido por una concesi n. Nuienes llevaban un par de a*os en las minas hab!an aprendido a apartarse de los advenedi;os como Alope, a los que la desilusi n volv!a muy agresivos& este individuo, en particular, iba acompa*ado por un gran perro esquimal que ense*aba los dientes, de modo que se mantuvieron a bastante distancia. Los buscadores con ms e$periencia opinaban que el hombre no tardar!a en acabar con una bala en el pecho. ,o sab!an que =ohn Alope era de un tipo muy distinto& no ten!a intenci n de morir en alg"n violento tiroteo en uno de los tramos del Fu% n. ,o guardaba rencor contra los hombres que se hab!an apoderado de los mejores sitios, sino contra s! mismo, por haber llegado tan tarde. ,o se le ocurr!a pensar que, desde el momento en que se enter de lo del Alondi%e, el /0 de julio de .I@?, hasta el .M de diciembre de ese mismo a*o, apenas hab!a perdido un d!a. +l retraso de )eattle hab!a sido m!nimo& la espera en )aint 4ichael mientras se reparaba el =os. -ar%er, inevitable, y la estancia en Fuerte Fu% n hab!a sido necesaria para llevar a cabo los preparativos con )arqaq. Aun as!, maldec!a su suerte. )u problema actual consist!a en encontrar un sitio donde dormir. La respuesta no era fcil, ya que la mayor parte de la ciudad se albergaba en tiendas de campa*a, en las que por la noche la temperatura pod!a descender hasta cuarenta grados bajo cero. -ocas veces hab!an vivido tantas personas en una penuria igual& no encontr a nadie que quisiera alojarle, a pesar de que su cargamento de comida hab!a salvado varias vidas. La calle principal de BaEson 1todo aquello hab!a sido pantano desierto hasta apenas un a*o y medio antes2 era una alegre avenida llamada Front )treet, con tabernas a montones, un teatro, un dentista, un fot grafo y otros cuarenta establecimientos por el estilo, dispuestos a dejar a los mineros sin su oro. +n Front )treet no hab!a alojamiento para Alope y su perro& pero en sentido paralelo a #sta corr!a otra calle, nada ms que una hilera

-gina 7MI de ?@0

Alaska

James A. Michener

de tugurios, llamada -aradise Alley& all! viv!an, en destartalados burdeles, las mujeres que hab!an ido a la ciudad para entregarse a los mineros. Tnas hab!an atravesado las monta*as por el puerto de 3hil%oot& otras hab!an remontado el Fu% n con sus chulos, en el =os. -ar%er, y algunas eran actrices, costureras o aspirantes a cocineras en el momento de llegar a BaEson. )i no encontraban el empleo al que aspiraban, terminaban en -aradise Alley, en cualquier cuarto miserable que hubieran podido conseguir ellas o sus chulos. +n uno de los burdeles ms grandes viv!a una belga corpulenta, gritona y ordinaria, de treinta y pocos a*os. Formaba parte de un grupo de once prostitutas profesionales que hab!an sido reclutadas en el puerto de Amberes, y hab!an atravesado el oc#ano y el territorio de los +stados Tnidos para ejercer en las minas de oro. )eg"n se contaba en la ciudad, las hab!a importado un emprendedor hombre de negocios alemn que sab!a lo que se necesitaba en plena fiebre del oro& en el Alondi%e, esas mujeres eran de las personas que ms trabajo ten!an. La jefa del mayor burdel de todos era muy conocida: se apodaba la Fegua (elga& cuando Alope se quej en la taberna de que no hab!a obtenido ninguna concesi n ni hab!a encontrado un sitio donde dormir, un estadounidense le dijo: 8Fo pas# cuatro noches en casa de la Fegua (elga. Ciene una cama para alquilar. Be manera que Alope se dirigi a -aradise Alley, en busca del tugurio de la yegua, a quien, en efecto, le sobraba una cama y ten!a por costumbre alquilarla. 3laro que2 como las habitaciones estaban separadas por delgados tabiques, la persona que alquilaba el cuarto prcticamente ten!a que tomar parte en la animada y reincidente profesi n de la Fegua& pero Alope, que segu!a siendo un solitario, pod!a negar la evidencia de las ocupaciones de la mujer. Be cualquier modo, Alope qued muy agradecido a la Fegua por su generosidad y por la buena voluntad que demostr , ya que, aunque la mujer no hablaba ingl#s, se esfor; en hacerle sentir c modo, tal como hac!a con todos los hombres. Tna ma*ana en que #l la hab!a invitado a desayunar fuera 1tortas y empanadas de carne de alce2, conoci a un hombre cuya propiedad acabar!a heredando. +ra )am 3raddic%, un ce*udo minero de 3alifornia, cuyo padre hab!a ganado una peque*a fortuna en la aut#ntica Fiebre del Rro, la de .I6@, la que se escrib!a con may"sculas. 3raddic% hab!a ido a Alas%a pensando que encontrar!a el oro en filones, como en 3alifornia, y se enojaba al pensar que ten!a que lavar toneladas de arena para obtener s lo unas part!culas. 8JCienes una concesi nK 8le pregunt Alope. 8+l verano pasado, cuando llegu#, todos los sitios buenos estaban ocupados 8le cont el hombre8. 3onoc! a la Fegua de la misma manera que t". 8JF no registraste ninguna concesi nK 8Tna s!, Uqu# demoniosV -ero no en los arroyos, donde est el oro, sino bastante ms arriba, en una colina desde la que se ve +ldorado. 8JF por qu# la registraste all!K 4ientras la Fegua se ;ampaba las tortitas 1era una incre!ble glotona2, 3raddic%, sobre la mesa de caballetes en la que estaban desayunando, e$plic a Alope ciertos conceptos te ricos de la e$plotaci n de las minas: 8Ahora s! que se encuentra oro en los riachuelos de ah! abajo. F es el "nico sitio donde puede encontrarse, suponiendo que a uno le sobre el tiempo, si no es en un fil n, como en 3alifornia. 8J-iensas que el fil n ms importante est en las colinasK 8,o. ,o creo que haya un fil n importante en todo el 3anad, ni tampoco en Alas%a. 8+ntonces, Jpor qu# reclamaste una concesi n en la monta*aK

-gina 7M@ de ?@0

Alaska

James A. Michener

8+l oro actual s! que est aqu! abajo 8contest el minero8, en la corriente de los arroyos. -ero en cuanto al oro de hace tiempo, que qui; sea la cantidad mayor, J-or d nde corr!a el arroyo que lo arrastr K 8JNuieres decir que pudo e$istir otro r!oK +so es lo que dicen los e$pertos. 8-ero Jno estar!a ms abajo, en ve; de ms arribaK 8)i fuera un r!o de hace die; a*os estar!a ms abajo. Ahora bien, pongamos un mill n de a*os atrs. JNui#n demonios sabe por d nde andabaK 8JR sea, que pudo haber estado a mucha ms altura que el r!o de ahoraK 8pregunt Alope. 8JDas visto alguna ilustraci n del <ran 3a* nK 83omo todo el mundo. 8Cen en cuenta que ese riachuelo e$cav un ca* n tan profundo. Tna ve; aqu! ocurri algo parecido. 83raddic% mir a Alope y, bruscamente, pregunt 8: JNuieres comprar mi concesi nK JCoda esa mierdaK 8J-or qu# quieres venderlaK 8-orque estoy harto. +sto es el infierno comparado con 3aliforniaY Alope pens : P+s lo que dec!a aquel tipo de 3alifornia. Cal ve; el 3londi%e es demasiado duro para esta genteQ. F pregunt en vo; alta: 8J3ul es el tama*o de tu propiedadK 3raddic%, consciente de que ten!a en el an;uelo a un comprador al que pod!a endosar la mina, contest con sinceridad: 8Be tama*o medio: quinientos metros a lo largo del r!o, y la distancia normal a este y a oeste. 8J+ste hombre es buena personaK 8Alope interrumpi a la belga, que no hab!a terminado de comer las tortas. 8U+s un buena;oV 8e$clam la mujer, echndose a re!r y abra;ando a 3raddic%. Llam a algunos de los que estaban en la cantina para que lo confirmasen& les hi;o la pregunta por medio de gestos, y los hombres estuvieron de acuerdo con su opini n: 8+s honrado y tiene una propiedad leg!tima en las monta*as que quedan sobre +ldorado. 3uando la Fegua se pon!a a defender la reputaci n de alg"n hombre de cuya honestidad no le cab!a duda, resultaba dif!cil detenerla. )ali de la cantina, se plant en medio de la calle helada y, llevndose a los labios los dedos de la mano derecha, solt un agudo silbido. Be una tienda situada un poco ms abajo, sali un joven vestido con el uniforme rojo y a;ul de la -olic!a 4ontada del ,oroeste. Al ver, tal como esperaba, la robusta silueta de la Fegua (elga, se acerc tranquilamente para averiguar qu# pasaba esta ve;. +ra un oficial apuesto, de veintiocho a*os, sin barba ni bigote y con una actitud franca que revelaba su procedencia de alg"n pueblecito canadiense. +l sargento >ill Airby era ms alto y ms delgado que la mayor!a de los miembros del distinguido cuerpo policial al que pertenec!a. Bebido a su trabajo, hab!a aprendido franc#s, de modo que pudo hablar sin problemas con la belga, quien le e$plic que Alope el americano ped!a referencias sobre 3raddic%, de quien ella sab!a que era un hombre de confian;a. Airby hi;o salir a los hombres de la cantina, porque sus superiores no le permit!an pisar las tabernas ni los burdeles& en seguida reconoci al minero: 8)am 3raddic% es un buen hombre. Dace ms de un a*o que le cono;co. 8)i estaba aqu! hace un a*o, Jpor qu# no se qued con una buena concesi nK pregunt Alope. 8Dace un a*o ya era demasiado tarde 8contest Airby. Aunque el oficial no sospechaba que 3raddic% estuviera tratando de hacer algo ilegal, pues sab!a que era un hombre honrado, le pareci que ser!a mejor averiguar qu# estaba pasando: 8JNuiere venderte su propiedadK 8)!.

-gina 7?0 de ?@0

Alaska

James A. Michener

8JF d nde estK 8pregunt Airby a 3raddic%. 8+n la colina de +ldorado 8respondi el minero. 8+s un buen sitio 8opin Airby, con cauteloso entusiasmo8. Da habido cosas interesantes por all!. 8,o quiso saber cunto ped!a el vendedor, pero al o!r la cifra de cincuenta d lares, dio un silbido y le dijo a Alope8: )i no la compra usted, me la quedar# yo 8dicho esto, salud a la Fegua y se march . Alope ten!a el dinero necesario y ard!a en deseos de ser due*o de una mina de oro, del tipo que fuera& por eso dijo que la comprar!a, pagando en efectivo, si el minero le mostraba el sitio y firmaba un documento de cesi n en la oficina del gobierno canadiense. Ansioso por desprenderse de algo que no le hab!a causado ms que molestias, el minero e$plic : 8Cambi#n te quedas con una caba*a, aunque no est del todo terminada. 9a incluida en el precio. 89amos a verlo ahora mismo. Alope pag el desayuno de la Fegua, desat a 4esti;o y se fue con el minero& despu#s de recorrer a pie los veinte %il metros que les separaban de +ldorado, Alope comprob que todo lo dicho era cierto. +l hombre ten!a una concesi n en lo alto de una colina. Dab!a comen;ado a cavar profundamente en la tierra congelada. Adems, hab!a llegado a construir las tres cuartas partes de una caba*a. Cal como dijo el propio minero, era la mejor compra que se pod!a hacer en el Fu% n. 8,o creo que aqu! haya ni gota de oro, pero es una aut#ntica concesi n, en aut#ntico terreno minero. )e estaba acercando el anochecer del d!a veintid s, y ninguno de los dos ten!a ganas de repetir la caminata hasta BaEson, de modo que el minero propuso: 8J-or qu# no pasamos la noche aqu!K 4ontaron unas toscas camas en la caba*a a medio terminar. A punto ya de acostarse, el hombre e$clam de repente: 8U4ierdaV U3asi me olvidoV Cienes que preparar la masa por la noche si quieres comer tortitas por la ma*ana 8e$plic , ante la e$tra*e;a de Alope. )e levant de la cama y comen; a revolver las provisiones, en busca de harina. 8J-ones levadura en la masaK 8le pregunt Alope. 8,o hay otro modo de hacerlo. 8Craje un poco de masa de levadura desde Fuerte Fu% n y no s# si a"n servir se atrevi a proponer Alope, vacilante. 8-ru#bala un d!a de #stos y vers. 8JF si la probramos ahoraK 3raddic% consider la propuesta y contest , juiciosamente: 8La m!a se termin . ,ed, el de ms abajo, me prest un poco. )# que #sta es buena. )i probamos la tuya y resulta que no sirve, nos quedaremos sin desayuno. 8J-or qu# no probamos las dosK 8propuso Alope a su ve;, tras pensrselo un momento. 8+so s! que es una buena idea 8reconoci el minero. -or la ma*ana se levant antes que Alope, a quien despert con buenas noticias: 8UNu# levadura has tra!do, amigoV 8y le e$plic que si se me;claba una buena pi;ca de masa vieja, rica en esporas de levadura, con un -oco de harina corriente, a;"car y agua, y se dejaba fermentar la pasta durante toda la noche en un sitio resguardado, se formaba la mejor levadura del mundo y una masa nueva con la que se pod!an hacer deliciosas tortas8. 4e parece que tu masa ha funcionado mucho mejor que la de ,ed. Alope mir las dos cacerolas de masa fermentada y estuvo de acuerdo. Las primeras tortas preparadas con su levadura eran, tal como asegur en#rgicamente, las mejores que

-gina 7?. de ?@0

Alaska

James A. Michener

hab!a probado nunca: consistentes, sabrosas y riqu!simas cuando las unt con el alm!bar casi congelado de una lata grande. 83on mantequilla ser!an a"n mejores 8coment el minero. -ero hasta #l debi admitir que, tal como estaban, resultaban muy ricas8. Cienes una buena masa. Ce servir de mucho mientras est#s aqu! arriba, e$cavando el po;o. Bespu#s del desayuno revel a Alope las complejidades de ese tipo de e$plotaci n minera: 8+n esta colina, lo que hacemos todos es encender una fogata cada noche, desde septiembre, cuando el suelo se congela, hasta mayo, cuando empie;a a deshelarse. +l fuego ablanda la tierra hasta unos veinte cent!metros de profundidad. -or la ma*ana, se cavan esos veinte cent!metros de tierra y se amontonan aqu!. A la noche siguiente, como cada noche, se enciende otro fuego. A la ma*ana siguiente, como cada ma*ana, se cavan los veinte cent!metros de tierra deshelada, hasta que se consigue un po;o de nueve metros de profundidad. 8JF qu# se hace con la tierraK 8pregunt Alope. 3raddic% se*al hacia unos cuantos montones de tierra congelada y s lida: 83uando llegue el verano, lava toda esa tierra y qui; encuentres oro. 8+l minero lan; un grito colina abajo, a un hombre que trabajaba a menor altura8: J-odemos ver tu vertederoK 8(ajad, pero sujetad al perro 8respondi el hombre, tambi#n a gritos. Alope, 3raddic% y 4esti;o descendieron hasta la otra concesi n, ms cercana a los ricos terrenos del arroyo, y se quedaron mirando el mont n de barro congelado. 8,o s# cunto oro hay 8les dijo el propietario8, pero 3harlic, tres puestos ms abajo, est convencido de que cuando lave su mont n de barro encontrar cuarenta o cincuenta mil d lares. 8JF c mo lo guarda cuando est abajo, trabajandoK 8pregunt Alope. Los dos mineros se echaron a re!r. 8Ahora mismo, hay millones repartidos por estas e$cavaciones. F tendrn que quedarse donde estn, porque si alguno toca una pi;ca de mi barro congelado, hay cincuenta que le matarn a tiros. Al subir de nuevo la colina pasaron junto a un hombre canoso, de unos sesenta a*os, que ten!a un gran mont n de tierra helada junto a su caba*a. 8Bicen que has encontrado oro de verdad, Louie 8coment 3raddic%. 8A primera vista me dijeron que unos veinte mil d lares 8cont el hombre. 8J-uedo ver c mo es el oro de verdadK 8pidi Alope. +l viejo dio unos cuantos puntapi#s a su mont n hasta desprender un tro;o de tierra congelada& al mirarlo, #l y el californiano sonrieron con satisfacci n, porque ve!an que el yacimiento era rico. Alope, en cambio, no vio nada y su cara e$pres la desilusi n. 8Dijo 8advirti el anciano8, el oro no viene en monedas como las que hay en el banco. )on virutas, peque*!simas part!culas. U-or Bios, este yacimiento es bien ricoV +ntonces, al mover el terr n a la lu; del sol, Alope vio las pi;cas de oro, n!tidas, sumamente peque*as. 3onque eso era lo que hab!a venido a buscar, esas diminutas y mgicas part!culas... Be nuevo en su propia mina, 3raddic% llev a Alope a la abertura cuadrada que tan laboriosamente hab!a abierto en el suelo helado& por primera ve; en su vida, Alope oy la palabra permafrost. 8+s nuestra maldici n y nuestra bendici n. Cenemos que trabajar como animales para cavar. -ero el suelo permanece tan s lido que no hace falta apuntalar el po;o, como hac!a mi viejo en 3alifornia. +l po;o que se cava se queda tal como est hasta el B!a del juicio, o hasta que haya un terremoto. F cuando se alcan;a el lecho rocoso...

-gina 7?/ de ?@0

Alaska

James A. Michener

8JNu# es esoK 8Be donde el r!o primitivo arranc el oro... si es que hubo alg"n r!o, o si es que hubo oro. 8+l californiano suspir por las ilusiones perdidas y a*adi 8: 3uando se alcan;a el lecho rocoso uno se limita a encender ms fogatas, para que ablanden la tierra a los lados, en lugar de cavar hacia abajo& y el permafrostlo sostiene todo ... incluso el techo del t"nel. 3uando el minero dijo esto estaban a unos dos metros de profundidad& Alope mir hacia arriba, preguntando: 8JF c mo se lleva hasta el mont n la tierra ablandadaK )u compa*ero se ri con sarcasmo, lleno de amargos recuerdos: 8La cargas en este cubo que te voy a dar y subes por el po;o, llevndote esta cuerda& luego tiras de la cuerda, vac!as el cubo, vuelves a bajar, y vuelves a empe;ar. 8)e ri entre dientes8: A menos que puedas ense*ar a tu perro a subir el cubo y vaciarlo. 8JF todos esos hombres ... K 8As! lo hacemos todos 8asinti el minero8. Los que estn como yo, sin haber encontrado nada, y los afortunados que se llevaron medio mill n. Los dos volvieron caminando a BaEson, seguidos por 4esti;o, y a la ma*ana siguiente se presentaron en el registro canadiense, donde encontraron al sargento Airby, que estaba presentando un informe. 8De comprado la concesi n 8inform Alope. 8,o se arrepentir 8replic Airby. 4omentos despu#s, el estadounidense ten!a en sus manos un valioso documento, donde se declaraba que se hab!a efectuado una cesi n y que ahora era el propietario de la P3oncesi n ,o I? de la 3olina de +ldorado, antes perteneciente a )am 3raddic%, de 3alifornia, y actualmente en poder de =ohn Alope, de 4oose Dide 1Idaho2, a partir de la fecha, /6 de diciembre de .I@?, por cincuenta d lares estadounidensesQ. Al anochecer, mientras algunos mineros sentimentales recorr!an las calles heladas cantando villancicos, Alope se dijo que hab!a descubierto . punto clave de la b"squeda de oro en el Alondi%e: la suerte. PCuve suerte de llegar vivo hasta aqu!. Cuve suerte al encontrar a )arqaq antes de que fuera demasiado tarde. Cuve suerte al conocer a una mujer hospitalaria como la Fegua. F tuve una condenada suerte al adquirir una concesi n tan buena. )# que las posibilidades de encontrar oro en ese agujero son de una contra mil, pero ning"n sabihondo de Idaho volver a re!rse de =ohn Alope. ,adie podr decir: c U+se granjero idiotaV )e fue hasta el Fu% n y ni siquiera consigui una minac.Q +l "ltimo d!a de julio de .I@?, por las oficinas de :oss H :aglan, una de las principales compa*!as navieras de )eattle, se paseaba un caballero alto, entrado en a*os, vestido con el uniforme de los generales confederados, con su gran sombrero a la :obert +. Lee y sus botas de montar. 4ientras observaba distra!damente a la multitud de aspirantes a buscadores de oro, llegados de todos los rincones del globo, que se api*aban en el muelle de )chEabacher, su mirada curiosa se fij en una familia que, evidentemente, proven!a del este y, con mayor evidencia a"n, demostraba una gran inquietud. 8'stos huyen de algo 8murmur para sus adentros8. +stn nerviosos, pero parecen buena gente. +l marido era un cuarent n delgado que parec!a tener poca confian;a en s! mismo, como si estuviera esperando rdenes de su jefe. PTn oficinista, qui;Q, se dijo el curioso. La esposa ten!a veintitantos a*os y era una mujer que no llamaba la atenci n& el hijo, tambi#n de aspecto vulgar, pod!a tener trece o catorce. +l hombre que les observaba se ri para sus adentros al verles discutir si ten!an que entrar juntos en las oficinas o enviar a uno solo. Fue la esposa quien tom la decisi n: puso una mano en mitad de la espalda del marido y le empuj hacia la puerta abierta.

-gina 7?7 de ?@0

Alaska

James A. Michener

+l antiguo confederado se qued mirando al hombre, que se acerc al mostrador, vacilante. Luego le oy decir al empleado: 8Cengo que ir al Alondi%e. 83omo todo el mundo 8contest el empleado8, pero nuestros barcos grandes ya estn reservados. ,o queda ning"n pasaje hasta octubre& despu#s, todos los puertos importantes estarn cerrados por el hielo. 8JF qu# voy a hacerK8 8pregunt el hombre, desesperado. 8-odr!a conseguirle pasaje en un remolcador adaptado para el viaje 8le dijo el empleado8. )on setecientos d lares& aproveche la ocasi n, porque ma*ana costar ochocientos. 8Al ver que el hombre hac!a una mueca, el empleado demostr un poco de compasi n y continu 8: Nue quede entre usted y yo, amigo: el precio es demasiado alto. ,uestros barcos grandes son para ricos. -uede usted tomar uno de los barcos peque*os de :H: hasta )%agEay y atravesar las monta*as por el puerto de 3hil%oot. Ahorrar mu8 ch!simo. 8Cendr# que discutirlo con mi esposa 8contest el hombre al empleado, al verse enfrentado a una decisi n complicada. 3uando iba a salir de las oficinas, sinti que un desconocido le sujetaba por el bra;o& al levantar la vista se encontr ante la cara sonriente de un oficial confederado& 'ste le pregunt : 8Jpor casualidad est usted pensando seriamente en ir hasta las minas de oro en una de esas cacerolas agujereadasK )obresaltado por el aspecto del general y por su pregunta, el hombre asinti & entonces el desconocido le dijo: 8Le voy a dar un consejo de inestimable valor, cr#ame usted: vale ms que todo el oro que se pueda encontrar en el Alondi%e. )e present como el <rano del Alondi%e y sac tres recortes de peri dicos de )eattle, donde se informaba de que ese honorable veterano de un regimiento de 3arolina del ,orte, que hab!a combatido con Lee y )toneEall =ac%son, hab!a sido buscador en el Fu% n desde .I@7 hasta .I@M, el momento de los mayores descubrimientos2 y hab!a vuelto al sur en el -ortiand Pcon un talego de lingotes de oro, tan pesado que dos miembros de la tripulaci n tuvieron que ayudarle a llevar la carga hasta un coche de alquiler, que le condujo, junto con el oro, al despacho del quilatadorQ. Los peri dicos dec!an que el <rano del Alondi%e, apodo por el que le conoc!an sus compa*eros de fortuna, se negaba a dar su verdadero nombre Pporque los parientes codiciosos caer!an sobre m! como una bandada de buitresQ& pero sus buenos modales atestiguaban que hab!a recibido una buena educaci n en 3arolina del ,orte. +l <rano del Alondi%e ten!a ganas de charlar. Bespu#s de haber pasado tanto tiempo encerrado en caba*as solitarias,y de perder tantos a*os en una b"squeda infructuosa, antes de descubrir una fortuna en la P3uarenta y tres AbajoQ del (onan;a, ahora estaba deseoso de compartir sus conocimientos asesorando a otras personas. 8JDa dicho usted que son tres en su familiaK 8Fo no lo he dicho 8aclar el hombre, visiblemente nervioso. 8Le he visto hablar con su esposa y su hijo 8e$plic el <rano8. (onita familia. 8+ntonces a*adi , con una amplia sonrisa8: )er mejor que me los presente usted, para que todos comprendan bien cul es la situaci n. 89enimos de )an Luis 8dijo el hombre, cuando se reunieron en la calle con su familia. 8)e*ora 8salud el <rano efusivamente, con una reverencia8, qu# joven es usted para tener un hijo tan mayor. 8+s un buen muchacho 8asegur ella.

-gina 7?6 de ?@0

Alaska

James A. Michener

8Nueridos amigos 8les tranquili; el <rano8, no tengo nada que vender. ,o pretendo llevarles a una tienda para que me paguen una comisi n. De recorrido todo el Fu% n, de un e$tremo al otro, y no hubo un momento en que no disfrutara. ) lo quiero contarles mis e$periencias para que ustedes no cometan los mismos errores. 8J-or qu# se fue de allK 8pregunt el marido, a la defensiva. 8JDa visto usted el Fu% n en inviernoK 8-ero si tiene tanto dinero, Jpor qu# no vuelve a su casaK 8JDa visto usted 3arolina del ,orte en veranoK Les dijo que, si le escuchaban, se ahorrar!an dinero y dolores de cabe;a. fue tan convincente, y la manera en que parec!a querer protegerles era tan amable, que la familia acept una invitaci n a almor;ar. La esposa pens que les llevar!a a alg"n restaurante de lujo y ten!a muchas ganas de ir, -orque durante el viaje hasta el oeste no hab!a podido comer bien& en los trenes los precios eran demasiado altos. 8)uelo almor;ar en una peque*a taberna, algo ms all. )irven una comida e$celente por s lo veinte centavos. 8)e detuvo en medio del muelle y a*adi 8: 9ivo como vivir!a cualquier pobre veterano de guerra en un pueblecito de 3arolina, en el a*o .IM@, que fue un a*o muy malo. A"n no puedo creer que tenga oro en el banco. +stoy seguro de que me voy a despertar y que todo esto habr sido un sue*o. +l almuer;o se prolong cuatro horas& el <rano asegur ms de una ve; a sus invitados que le estaban haciendo un favor: 84e gusta conversar, siempre me ha gustado& en los peores d!as de la guerra, era la manera en que consegu!a animar a mis hombres a continuar. 8J+ra usted generalK 8pregunt el marido, sin poder resistirse al encanto del amable caballero. 8,unca pas# de sargento. -ero era yo quien iba a la cabe;a de los soldados. A partir de la segunda hora de conversaci n, comen; a e$plicar a sus invitados qu# encontrar!an en las minas de oro. Bio cinco centavos de propina al camarero, le pidi lpi; y papel y se puso a dibujar con singular habilidad un mapa detallado del camino que, partiendo del embarcadero de )%anEay, cru;aba las monta*as y segu!a los meandros del Fu% n: 8Cienen que entender dos cosas, queridos amigos. +n Alas%a el barco no le deja a uno en el muelle, porque no hay muelles en los que desembarcar. +l barco echa el ancla junto a una e$tensi n de arena. Day que esfor;arse como una mula para llevar las cosas a tierra antes de que la marea se las trague. QLuego hay que cargarlo todo, bulto por bulto, a lo largo de quince %il metros por caminos que apenas se pueden llamar senderos. Al fin se llega a una monta*a muy escarpada, por la que ni siquiera los caballos pueden trepar& hundi#ndose en la nieve, hay que cargar con todos los %ilos de equipaje por esa monta*a. 8Les asust al decirles el ngulo de la pendiente8: Creinta y cinco grados. +s inhumano. 8)i fuera un poco ms empinada no se podr!a subir con nieve 8dijo el muchacho, mirando el dibujo. 8Cal como es 8e$plic el <rano8, hay muchos que no pueden. 83uando le pareci que sus oyentes hab!an quedado suficientemente impresionados, les pregunt 8: JF cunto peso van a transportar por esa monta*aK 3ada uno de ustedes, quiero decir. Tsted, se*ora... Bisculpe, pero no o! bien el apellido. 8La mujer no le dio ninguna respuesta, pero #l encaj el desaire8: J3untos %ilos de equipaje cree usted que tendr que llevar hasta el otro lado de la monta*a, con sus frgiles bra;osK 8Birigi una mirada sombr!a a cada uno de los viajeros& luego dijo, lentamente8: Tna tonelada, 3ada uno de ustedes tendr que llevar una

-gina 7?L de ?@0

Alaska

James A. Michener

tonelada al otro lado de las monta*as. Tsted, se*ora, tendr que levantar una tonelada y llevarla por una pendiente como #sta, cubierta de nieve. 3on sus invitados boquiabiertos, se levant y comen; a recorrer la taberna, pidiendo cort#smente a distintos hombres que le prestaran un momento el equipo& en pocos minutos hab!a formado un peque*o mont n, mientras los due*os de las cosas le observaban, rodendole. +l hombre at juntos varios de los objetos que le hab!an prestado y dijo: 83alculo que esto pesa unos veinticinco %ilos, JnoK Algunos, con e$periencia en estos asuntos, reconocieron que s!, que los bultos pesaban en total unos veinticinco %ilos. De puesto veinticinco como ejemplo, porque es lo m$imo que un hombre puede cargar por esa monta*a. )i es preciso acarrear una tonelada... 8J-or qu# tantoK 8pregunt uno de los espectadores. 8Dijo 8contest el <rano, volvi#ndose hacia #l8, en la cumbre de la monta*a hay un puesto de la -olic!a 4ontada& no le permiten a uno entrar en su pa!s a menos que lleve una tonelada de provisiones. 8J-or qu#K 8-orque no quieren que uno se muera de hambre en BaEson. All yo pas# seis d!as sin comer, y hubo algunos que pasaron ms tiempo. A #sos les enterramos. 8)e dirigi al ni*o8: J)abes dividir una tonelada entre veinticinco %ilos, jovencitoK 8J3unto es una toneladaK 8)e*ora 8dijo el <rano, mirando a la madre del muchacho8, Jno le ense*a usted nada a este ni*oK La mujer no se dej intimidar por el barbudo desconocido, pues se hab!a dado cuenta de su tendencia irrefrenable a conversar y relatar sus e$periencias& #l la desafi en vo; ms alta, para impresionar a los espectadores: 8Apuesto a que usted, se*ora, no sabe cunto es una tonelada. 8+n cualquier caso, s# que es mucho 8dijo ella, echndose a re!r. 8)on mil %ilos, jovencito. Ahora bien: a veinticinco %ilos por carga: Jcuntos viajes a trav#s de la monta*a tienes que hacer para acarrear una tonelada de provisionesK 83uarenta. 8Aprobado. 3alificaci n: regular. 8Bicho esto, levant el bulto que hab!a formado, pidi prestada una correa y lo at a la espalda de la mujer8: F ahora, muchacha, quiero que salga por esa puerta, camine hasta la esquina y vuelva 8y le dio un empuj n. 3uando la mujer regres , ya no sonre!a. -or primera ve; desde la partida se hab!a formado cierta idea sobre la aventura en la cual se hab!an embarcado. 8-esa mucho. ,o creo que pueda trepar por una monta*a cargada con esto. 8JF t", hijoK +l veterano at la carga a la espalda del ni*o y le envi a la esquina. +l chico tambi#n volvi asustado y con ganas de saber ms cosas. 8,o voy a pedirle a usted que vaya, se*or... J3omo dijo que se llamabaK -orque si no puede acarrear veinticinco %ilos por la ladera de la monta*a, no tiene derecho a salir de )eattle. Burante la tercera hora, el caballero les e$plic los secretos de la super vivencia: 8Adems de la comida, es preciso llevar dos cosas esenciales: una buena sierra para cortar troncos, lo que les har falta para construir una embarcaci n en el lago (ennett... Ciene que ser de la mejor calidad, porque aserrar troncos en cabrilla es el peor trabajo del mundo. La mujer pregunt en qu# consist!a, y #l pidi ms papel, dio otra propina al camarero y se puso a dibujar un e$celente esbo;o de un tronco sin corte;a, visto en perspectiva. +staba apoyado sobre un hoyo, dentro del cual hab!a un hombre sujetando el e$tremo de

-gina 7?M de ?@0

Alaska

James A. Michener

una sierra de tres metros de largo& por encima de #l, sobre una plataforma baja, estaba su compa*ero, con el otro e$tremo. 8Day que aserrar arriba y abajo. +l hombre de arriba se queja de que el de abajo no tira fuerte del serrucho& el del fondo maldice a su compa*ero, convencido de que es #l el que no se esfuer;a. 8)e volvi hacia la pareja8: +spero que el sacerdote que les cas a ustedes les atara con un la;o bien fuerte, porque se pondr a prueba cuando se pongan a aserrar las tablas que necesitan para el bote. 8J3ul era la otra cosa esencialK 8pregunt la mujer. 8Tna pala para carb n 8contest el <rano8. -orque despu#s de trepar cuarenta veces por la monta*a, cosa que tendrn que hacer, tendrn que seguir otro camino paralelo, mucho ms empinado. 3uando tengan toda la mercanc!a en lo alto de la monta*a... 8JNui#n vigilar las cosasK 8pregunt la mujer. 8,adie 8le contest el hombre8. )e amontonan en la cima y se pone una se*al: un palo, una bandera, unas piedras, cualquier cosa. +so indica que les pertenece, y, mientras se siga trepando, el equipaje est a salvo, aun cuando se quede abandonado en lo alto porque uno est en el pie de la monta*a. 8-ero habr ladrones. 8Be ve; en cuando. 4uy de ve; en cuando. 8JF qu# se hace en ese casoK 8+n mis tiempos se les mataba. -od!a haber quince o diecis#is mineros en una caba*a. +l hombre a cargo de todo dec!a, por ejemplo: P+ste tipo, el que llaman >his%ey =oe, rob los v!veres de (en, que estuvo a punto de morir. J3ul es vuestro veredictoKQ. F todos dec!amos: PDay que matar a ese hijo de puta. U:obarle los v!veres a un compa*eroVQ. Bos minutos despu#s, el ladr n ca!a muerto de un disparo. 8Lo que cuenta es verdad 8dijo uno de los hombres que se hab!an acercado a la mesa y estaban escuchando la conversaci n. 8JTsted mat a alg"n ladr nK 8pregunt el chico. 8,o 8contest el <rano8, pero vot# a favor de que se hiciera y despu#s ayud# a enterrar el cadver. 4ira, hijo, puede que alguna ve; robaras algo en tu pueblo, pero no lo hagas en el Fu% n o te matarn de un disparo. 8J-ara qu# es la palaK 8pregunt la mujer. 8<racias, se*ora 8asinti el minero, ro;ando la mesa con las barbas8. A veces me voy por las ramas. 3ompren la pala ms ligera que -uedan encontrar. Ll#venla hasta la cima cada ve; que suban. -orque despu#s de amontonar las -rovisiones arriba... +s preciso recordar que all! puede haber mil montones ms. Aquello parecer un mercado persa en un d!a ajetreado. F cuando empie;e a nevar, todo quedar cubierto con un manto blanco de dos metros de profundidad. 8-ara eso se necesita la pala. 8,o. 3uando nieva, con unos cuantos empujones y puntapi#s se sacan fcilmente los bultos&Xsi se han envuelto bien, estarn como nuevos. La palaX se*ora, es para volver a bajar. Tno camina unos cincuenta metros desde el sitio en donde ha dejado el equipaje y se encuentra con una ladera muy escarpada, por la que resultaba muy dif!cil trepar. Campoco es posible descender caminando. Lo que se hace es sentarse uno en la pala, con las piernas a lado y lado del mango& se impulsa uno con una mano y U;asV: un viaje estupendo por la ladera de la monta*a. 8J-ueden ir dos montados en una misma palaK 8pregunt el ni*o. 8)iempre que los dos sean hbiles 8contest el <rano. +nvi a uno de los curiosos en busca de una pala& como hab!a en la vecindad quince o veinte establecimientos especiali;ados en equipos para futuros mineros, pronto apareci una pala ancha.

-gina 7?? de ?@0

Alaska

James A. Michener

8+s demasiado pesada, pero est bien de tama*o. Tsted se sienta delante, se*ora, con las piernas recogidas, si puede. C", hijo, acomodas esta tabla bajo el trasero de tu madre, dejando que sobresalga un poco por atrs. )i#ntate encima. 8Tna ve; que los dos estuvieron precariamente encaramados a la pala, les dio un empuj n imaginario y grit 8: USaaaaasV UAll vamosV 8Bevuelta la pala, continu 8: )on aconsejables otras dos cosas. Tna buena escuadra: no pesa casi nada, y ser necesaria para construir la embarcaci n. F tres buenos libros por cabe;a, cuanto menos. )e les pueden arrancar las cubiertas para que pesen menos, pero hay que llevarse libros interesantes para los largos d!as de espera. Tn libro largo da mucho de s!. 3on la habilidad que hab!a demostrado antes, tra; un dibujo del bote que tendr!an que construir en las orillas del lago (ennett. La mujer le elogi : 8Bibuja usted muy bien. 8+l general Lee dec!a que yo deber!a haber entrado en el batall n de Ingenieros, pero no ten!a estudios. 8Dabla tan bien... Ciene mejor vocabulario que yo. 8+n el Fu% n se lee mucho 8coment el antiguo confederado8. Llegu# a recorrer sesenta %il metros a pie para intercambiar libros, y el que recib!a mi visita se mor!a de alegr!a al verme. Tno ten!a un diccionario y me lo cambi por una novela de 3harles :eade. Tn diccionario puede ser muy interesante cuando la noche dura seis meses. 8J3unto mide ese bote que est usted dibujandoK 8pregunt el marido. +l <rano anot las dimensiones de un bote que hab!a utili;ado en una ocasi n: siete metros de largo, y un metro setenta cent!metros de manga. 8-uede llevar tres personas y tres toneladas. Francamente, se*ora, usted es muy delgada para tener un hijo tan grande y fuerte como #ste. +n la cuarta hora lleg a lo ms interesante de sus consejos. Apartando la silla, pregunt : 8Amigos m!os, Jcomemos algo mientras consideramos el verdadero problemaK 8F encarg otras cuatro comidas de veinte centavos. 8JAlgo de beberK 8pregunt el camarero. 8,unca bebo 8respondi el <rano, aunque los platos eran abundantes y ricos. 8+n el men" de veinte centavos entra tambi#n la bebida 8e$plic el camarero. 8)irve cuatro cerve;as a esos hombres y otras cuatro, por las del almuer;o, a los de all 8dijo el <rano. Luego se volvi solemnemente hacia sus invitados y, cuidando sus palabras, e$puso las posibilidades que ten!an8: )upongo que, por lo que he dicho hasta ahora, habrn quedado dos cosas claras& una es realista, la otra es cruel. 8J3ules sonK 8pregunt la mujer inclinndose hacia delante. 3omo al veterano le gustaba esa terca mujercita, se dirigi a ella para e$plicrselo: 8La primera es que, si se embarcan ahora mismo hacia Alas%a, vayan a donde vayan, a )aint 4ichael o a Byea, no podrn llegar a las minas este a*o. +l tramo inferior del Fu% n estar helado, de modo que navegar ser imposible. F en caso de que lograran atravesar el puerto de 3hil%oot antes de las nevadas fuertes, cosa que dudo, se encontrar!an con todos los lagos, entre ellos el lago (ennet, congelados& por lo tanto, tendr!an que refugiarse en alg"n sitio para pasar el invierno, y perder!an el tiempo, la salud y la paciencia. [hi;o una pausa para dejar que surtiera efecto esa cruda verdad. 8J+so es lo realista o lo cruelK 8pregunt la mujer. 8Lo realista 8contest el veterano8. Lo cruel, sin duda, ya lo han adivinado ustedes por su cuenta. 3uando lleguen a las minas, cosa que no podrn hacer antes de la primavera pr $ima, descubrirn que todos los sitios buenos para sacar oro ya tienen due*o. Fo llegu# cuatro d!as despu#s del gran descubrimiento de .I@M y tuve que conformarme con la P@. AbajoQ del arroyo Dun%er. :esult ser el ms pobre de todos. ,o s# por qu# n"mero irn

-gina 7?I de ?@0

Alaska

James A. Michener

el a*o que viene. Cal ve; P/@. Abajo, 7 .0 ArribaQ, si es que hay tanto terreno disponible. F aunque lo haya, no ser nada productivo. 8J+so quiere decir que hemos llegado demasiado tardeK 8pregunt el hombre, con el rostro muy plido. 8As! es. 8-ero usted acaba de decir que comen; con una concesi n pobre 8intervino la esposa8. F logr hacer una fortuna. Lo dicen los peri dicos. 83omenc# con una mala concesi n en el arroyo Dun%er. Cermin# con una buena en el (onan;a. 8J3 mo lo consigui K 8Fue un asunto tan complicado 8dijo el <rano, dando una palmadita en la mejilla de la mujer8, que me da verg5en;a contrselo. 8JLa rob K 8+so pens el otro. 84ene la cabe;a, en parte por verg5en;a, en parte porque le costaba creer que hubiera podido hacer ese intercambio. 8+ntonces, Jno tenemos muchas posibilidadesK 8pregunt ella. 8,o 8le contest el veterano8, y cualquiera de los que vinieron conmigo en el -ortland, si es sincero y se preocupa por ustedes, les dir lo mismo. 8-ero Jpor qu# los peri dicos ... K 8A )eattle le conviene mantener vivo el entusiasmo. As! trabajan las tiendas, las compa*!as navieras y las tabernas como #sta. 8A*adi un agudo comentario8: F son personas como ustedes las que, al venir en tropel hasta aqu!, ayudan a mantener viva la ilusi n. 8J+s todo mentiraK 8pregunt la mujer. +l <rano se balance hacia delante y hacia atrs ante su plato de sabroso estofado. Nuer!a e$plicar algo un poco complicado y necesitaba que le prestaran atenci n. 8U,o, noV ,o es que sea mentira. +s que las cosas no son como se cuentan. 8JNu# quiere usted decirK 8insisti la mujer. 8,o encontrarn oro all arriba 8le e$plic #l8. 3r#anme: de cien hombres como yo, que nos conoc!amos las minas como la palma de la mano, de cien hombres con una gran e$periencia, s lo dos o tres hallamos una cantidad significativa de oro. 8-ero en el -ortland llegaron docenas de buscadores. 9i las fotograf!as. 8,adie fotografi a los centenares que se quedaron all: los viejos, en sus peque*as caba*as& los j venes, congelndose al borde de un arroyo. 8+$pl!quenos qu# pretende decir 8e$igi la mujer dando un golpe en la mesa con la cuchara. 8)e*ora 8contest cort#smente el veterano8, usted se merece una respuesta franca. +n las e$cavaciones no quedar libre ning"n terreno que valga la pena, pero personas inteligentes como ustedes, si son atrevidas y tienen algo de dinero ahorrado, pueden hallar una verdadera mina de oro en BaEson. 8J)e refiere a abrir una tiendaK JR un hotelK 84e refiero a infinitas posibilidades. All habr hombres como FR, e$cavando en busca de oro. Tsted y su esposo les estarn esperando en BaEson para apoderarse de lo que hayan encontrado. Aunque suene mal, se*ora... U4aldita seaV, Jc mo se llama ustedK 84issy, aunque mi madre me bauti; con el nombre de 4elissa. 'l es (uc% y #l, Com. 8+s un placer, amigos. ,o pretendo ser cruel ni mal intencionado, pero BaEson es una poblaci n brutal, a no ser por la polic!a canadiense, que trata de imponer cierto orden. Be ese modo, las personas inteligentes como t" y (uc% ten#is posibilidades de ganar una verdadera fortuna.

-gina 7?@ de ?@0

Alaska

James A. Michener

8JNu# necesitaremosK 8pregunt 4issy, que despu#s de escuchar al <rano hab!a comen;ado a perder las esperan;as de conseguir oro en la forma habitual. 8Binero 8contest el <rano8. )ea en )eattle o sea en BaEson, siempre es lo mismo: si uno tiene die; d lares se encuentra infinitamente mejor que si tiene s lo nueve. 8JF si uno no tiene die; d laresK 8insisti ella. +l veterano, sin hacerle caso, hundi el cubierto en el plato en busca de estofado. -or fin levant la vista. 8J,o comprend#is cul es la situaci nK ,o vayis ahora a Alas%a. +sperad a abril& entonces cesan las nevadas y el hielo empie;a a fundirse. F el viaje en barco es ms barato. 8JF qu# vamos a hacer mientras esperamosK 8Crabajar. Los tres ten#is que buscar empleo y ahorrar hasta el "ltimo centavo. Be ese modo, cuando vayis al Fu% n tendr#is dinero suficiente para montar algo a lo grande. )i sois tan listos como yo creo, pod#is duplicar vuestro dinero, y ms de una ve;. 8J3 moK 8insisti 4issy. 8Tna ve; que llegu#is a BaEson, descubrir#is cien maneras de hacerlo 8contest el veterano. 4s tarde, en una fotograf!a de la famosa ciudad del oro, 4issy vio que una de sus caracter!sticas era la gran cantidad de letreros, muy bien pintados, que colgaban de las pomposas fachadas de las tiendas, ofreciendo alg"n tipo de servicio: :R)NTILLA) F 3AF' 3ALI+,C+ /0 3C9R) )+ ANTILACA R:R +, +L A3CR LA9A,B+:^A. ST:3IBR) <:ACI) BR3CR: L++, +GC:A33Id, B+ 4T+LA) 4ientras 4issy contemplaba las fotograf!as, (uc% se puso a calcular: 8)i no nos embarcamos hasta abril.... quedan ocho o nueve meses de espera. JNu# podr!a hacer yoK JNu# podr!amos hacer todos... para ganar dineroK 8UAjV 8e$clam el <rano, sin vacilar8. Day que buscar el empleo mejor pagado que se pueda encontrar... sea lo que sea. -ero (uc%, que llevaba un a*o sin empleo de ning"n tipo, no pod!a creer que fuera tan fcil encontrar trabajo& en esa situaci n, el veterano result ms "til que nunca. 8JNu# sabes hacer, ComK 8pregunt . 8:epartir peri dicos. Lo hago muy bien. 8U+so s! que noV ,o se gana lo suficiente. +l <rano iba a dejar de lado esa posibilidad cuando el muchacho aclar , con el entusiasmo que provocaba siempre el puerto de )eattle: 8,o hablo de repartirlos de puerta en puerta. 4e refiero a todo este puerto... )e podr!a salir al encuentro de los barcos que llegan. Day muchas posibilidades nuevas. 8F t" Jqu# sabes hacerK 8pregunt el <rano a (uc%. 8-ap es un contable e$celente 8intervino Com. 8JNu# e$periencia tienesK 8+n ferreter!a y maquinaria. 8)e necesita a un hombre como t" 8e$clam el minero, levantndose de la silla. )eguidos por 4issy y Com, el <rano llev a (uc% a rastras a lo largo de tres man;anas, en direcci n al centro de la ciudad. Fueron a :oss H :aglan, la tienda en la que hab!a comprado su equipo a*os antes, la primera ve; que quiso viajar al Ortico& ahora estaba repleta de los art!culos que solicitaban los buscadores de oro. +l <rano hi;o llamar al se*or :oss y record a ese laborioso escoc#s qui#n era #l, ense*ndole los recortes de peri dicos para demostrar su identidad. 8Nuiero que contrate a este hombre, se*or :oss. )abe trabajar con mercanc!as y puede poner un poco de orden en este lugar.

-gina 7I0 de ?@0

Alaska

James A. Michener

4uchos de los empleados de :oss H :aglan se estaban yendo a Alas%a, y el comerciante estaba ansioso por encontrar un sustituto responsable. Bespu#s de formular unas cuantas preguntas a (uc% para poner a prueba su capacidad, quiso saber: 8J-uedo pedir referencias a su anterior jefeK 8,o 8contest (uc%8. 4e fui de )an Luis despu#s de un malentendido. -ero ya ver usted que los tres somos responsables. 8J+sta se*ora es su esposaK 83laro que s! 8dijo el <rano. +l entusiasmo de ese minero que, seg"n los peri dicos, hab!a tra!do casi sesenta mil d lares en el -ortland, era muy contagioso& en contra de su propio criterio, ms acertado, el se*or :oss contrat inmediatamente a (uc%. +l <rano llev luego a Com a las oficinas del -ost8Intelligencer e insisti en que el peri dico contratara al inteligente muchachito para organi;ar la distribuci n del peri dico en ;onas que hasta entonces s lo eran atendidas espordicamente. 84e refiero al puerto, las nuevas tabernas, los barcos que lleguen... Cambi#n en esta ocasi n, el entusiasmo provocado por la fiebre del oro se hab!a e$tendido tanto que los administradores del peri dico tuvieron en cuenta la propuesta, aunque un a*o antes la habr!an recha;ado por rid!cula. Com consigui un empleo, a prueba& entonces, el incansable minero dirigi su atenci n a 4issy. Antes de que oscureciera por completo, llev apresuradamente a los 9enn por una de las calles principales, hasta que llegaron a un restaurante de lujo. Cras dejar a (uc% y a Com frente a la puerta principal, llev a 4issy hasta la trasera. +ntr por la fuer;a en la cocina y pregunt por el gerente& en )eattle, en aquella #poca de locura, estaban acostumbrados a las conductas e$tra*as, de manera que el hombre escuch la presentaci n del <rano del Alondi%e, que le mostr sus credenciales y e$plic : 8+sta joven amiga m!a es jefa de camareras, muy bien considerada en )an Luis. )e dirige a las minas de oro, y necesita un empleo hasta abril. 8J)oporta usted el trabajo pesadoK 8pregunt el gerente. Ante la respuesta afirmativa de 4issy a*adi , con un suspiro de alivio8: +n ese caso, -uede comen;ar ahora mismo. 8+star# aqu! dentro de una hora 8prometi ella. 8,o me falle 8le contest el gerente. +n poco ms de una hora, el minero de 3arolina del ,orte hab!a conseguido tres buenos empleos para sus nuevos amigos& de nuevo en la taberna, cuando le preguntaron por qu# les hab!a ayudado de esa forma, e$plic : 84e gustar!a tener otra ve; treinta a*os. 9olver a pasar por el 3hil%oot, navegar por el Fu% n en una balsa construida con mis propias manos. Nuiero que vosotros hagis bien las cosas. 8)in embargo, cuando se levantaban para salir, les asust , porque apoy las manos sobre la mesa y les mir fijamente, uno por uno: 89osotros tres me gustis 8les dijo8. )ois personas de carcter, y os voy a ayudar hasta el final. -ero quiero saber qui#nes sois y por qu# hab#is venido. 8JNu# quieres decirK 8tartamude (uc%. +l <rano le dio una palmadita tranquili;adora en el bra;o: 83uando entraste en esa oficina a pedir los pasajes estabas muerto de miedo. 4e miraste dos veces para asegurarte de que yo no era un polic!a o un detective. JNu# has robadoK JNu# crimen has cometidoK JBe qu# estis huyendoK 8Antes de que el hombre pudiera responder, el <rano se volvi hacia 4issy8: UF t"V +res la sal de la tierra, ya se ve. -ero no puedes ser la madre de este ni*o, JverdadK JNu# edad tienesK 89eintid s. 8F no ests casada con #ste, Jno es ciertoK 83uando la mujer quiso protestar, el minero continu 8: JNue c mo lo s#K ,o ten#is aspecto de casados. ,o le tratas como a tu marido.

-gina 7I. de ?@0

Alaska

James A. Michener

84issy pregunt qu# quer!a decir con eso, y el minero respondi 8: Le tratas demasiado bien. +ntonces le toc el turno a Com: 8+n cuanto a ti, jovencito: JCe han secuestradoK JCe sacaron de un reformatorioK Com iba a hablar, pero el <rano le puso una mano en el bra;o. 8Ahora no. -ensadlo. Becidid si pod#is o no confiar en m!. Be la gente que pasa por aqu!, la mitad tiene secretos que preferir!a no revelar. 8+ntonces mir muy serio a cada uno de los tres8: Ahora bien, para que yo pueda seguir ayudndoos, vengis de donde vengis 1que, por cierto, no es de )an Luis2, necesito que me digis la verdad. 4uy impresionados por la "ltima descarga del <rano, los tres se reunieron a medianoche, cuando 4issy termin su turno en el restaurante, y se enfrascaron en una agitada discusi n sobre el aprieto en que se encontraban. 8+se tipo me da escalofr!os 8dijo 4issy8. :ecuerdo que en dos ocasiones me mir de una manera rara cuando dije algo que no era del todo cierto. 8J3 mo habr sabido que no somos de )an LuisK 8pregunt Com. +ntonces (uc% plante la verdadera cuesti n, la que los otros dos no formulaban, por miedo: 8JF si fuera un detectiveK JF si la polic!a de 3hicago le hubiera enviado un telegrama con nuestras descripcionesK +n el peque*o cuarto alquilado se hi;o el silencio mientras los tres fugitivos consideraban esa aterradora posibilidad& con los sonidos de la vida resonando en sus o!dos, se acostaron y trataron de dormir. +n caso de que el <rano fuera un detective, se comportaba de una forma contradictoria, ya que durante los d!as siguientes hi;o todo lo posible -or ayudarles a empe;ar bien en sus nuevos empleos& al terminar la jornada de trabajo, repasaba con ellos, una por una, las cosas que Cen!an que comprar para la gran aventura en las minas de oro: 8)on tres mil %ilos, y cada gramo debe servir para algo. Logr que :oss H :aglan concediera a (uc%, como empleado, un descuento en las compras que hiciera all!& tambi#n locali; un almac#n que deseaba liquidar su surtido de alimentos secos antes de A*o ,uevo: 83 mpralos, (uc%, que no se echarn a perder. -ero fue el mismo (uc% quien compil la famosa lista que tantos reci#n llegados usar!an despu#s como gu!a de compras. +numeraba el centenar de art!culos que un buscador de oro prudente ten!a que adquirir antes de partir de )eattle. +n la parte de arriba de la tarjeta estaba escrito: PCodos los elementos de este equipo se pueden encontrar en :oss H :aglanQ. Adems, (uc% demostr que su ingenio iba en aumento al a*adir al pie un "til recordatorio: :oss H :aglan, teniendo siempre en cuenta el bienestar de sus clientes, recomienda encarecidamente que cada buscador lleve consigo un peque*o botiqu!n con los medicamentos indispensables. (d:AG 8 +)+,3IA B+ =+,<I(:+ 8 LOTBA,R 8 CI,CT:A B+ FRBR 8 3LR:ACR B+ -RCA)IR 8 3LR:RFR:4R 8 NTI,I,A 8 <RCA) -A:A +L BRLR: B+ 4T+LA) [ A,CI-I:'CI3R FRBRFR:4R 8 )RLT3Id, B+ O3IBR ,^C:I3R 8 DA4A4+LI) A,AL<')I3R) 8 +4-LA)CR) B+ (+LLABR,A 8 T,<e+,CR 3A:(dLI3R +ste botiqu!n se puede adquirir por menos de die; d lares en la farmacia de Andersen, que no tiene vinculaci n alguna con :oss H :aglan. Andersen recomienda tambi#n llevar sales de 4onsell para las hemorragias, en cantidades adecuadas a la susceptibilidad de cada persona.

-gina 7I/ de ?@0

Alaska

James A. Michener

La declaraci n de que :H: no ten!a intereses econ micos en la farmacia de Andersen y no recib!a compensasi n por esa publicidad gratuita s lo era cierta en parte, porque (uc% cobraba una peque*a comisi n por cada botiqu!n que ayudaba a vender. )iempre que se reun!an con el <rano del Alondi%e, se percataban de que #l les observaba con mucho ms inter#s del justificado, y todav!a les pon!a ms nerviosos que les invitara a comer con #l. 8+n )eattle vosotros sois mi familia 8dec!a. Tna ve;, 4issy le pregunt : 8J,o tienes parientes en 3arolina del ,orteK 8+se lugar parece cada ve; ms lejano 8contest el minero, eludiendo la respuesta. +ntonces, en ve; de instarlos a revelar sus secretos, les confes #l uno8: 3uando ;arp# de aqu! con rumbo a Alas%a, hace a*os, ten!a una sola ambici n: mostrar a esos idiotas de 3arolina de qu# era capa;. F mientras pasaba privaciones en el Alondi%e me consolaba pensando que ya les ense*ar!a, cuando volviera con mi oro. 8JF qu# es lo que ha cambiadoK 8pregunt 4issy. 83arolina del ,orte ya no me parece tan importante 8dijo el <rano pero se apresur a corregir8: +n realidad, all nadie comprender!a, siquiera remotamente, c mo es el Alondi%e. +n cierto modo, los tres se sintieron halagados por el hecho de que el minero les hubiera revelado sus pensamientos& no obstante, eso no disminuy sus sospechas, pues, tal como (uc% sol!a recordar cuando estaban solos: 8Aun as! puede ser un detective. Bado que los tres trabajaban laboriosamente, iban aumentando )us ahorros, lo que daba a los dos adultos una agradable sensaci n de seguridad& sin embargo, era Com quien ms disfrutaba, ya que, a medida que iba conociendo el puerto, con los deslumbrantes vapores procedentes de )an Francisco o los viejos barcos que llegaban renqueando desde )aint 4ichael, comen;aba a percibir la magia de )eattle. La ciudad era la ms importante del e$tremo noroeste de la naci n, y cada d!a llegaban trenes, desde diversos lugares del pa!s& adems, controlaba el comercio con Alas%a, que no contaba con otro mercado para sus productos. +ra una ciudad construida en un atractivo terreno ribere*o, que ten!a lagos, islas y e$tensiones de agua que se suced!an hasta el hori;onte, por el norte, el sur y el oeste. La ce*!an grandes monta*as, tanto al este como al oeste, y, lo que sorprend!a a Com, al igual que a (uc% y a 4issy, era que la ciudad no quedara junto al mar, como siempre hab!an cre!do, sino unos ciento veinte %il metros tierra adentro, junto a canales que iban a parar tanto al 3anad como a los +stados Tnidos. 8U+sta ciudad me gustaV 8sol!a e$clamar Com, cuando la ve!a desde la cubierta de alg"n barco reci#n llegado, despu#s de vender a sus pasajeros el -ost8Intelligencer, o bien cuando sal!a al encuentro de una destartalada embarcaci n, que hab!a llegado de )%agEay y =uneau manteni#ndose a flote a duras penas, cargada con tres hombres que tra!an oro y con otros sesenta y tres que ven!an sin nada. 3onoc!a el funcionamiento del puerto de )eattle con tanto detalle como pod!a llegar a conocerlo un muchacho en el tiempo que llevaba all! trabajando. Tna noche fue corriendo al restaurante en el que trabajaba 4issy: 8UCengo una noticia estupendaV +l Alacrity, ese peque*o vapor de :oss H :aglan, necesita una jefa de camareras para la traves!a de )%agEay y me han dicho que pueden darte el empleo. 8J3undoK 8Sarpan ma*ana, a las cuatro de la tarde. 8J3unto paganK

-gina 7I7 de ?@0

Alaska

James A. Michener

84e han dicho que las propinas son abundantes... realmente generosas. La mujer pidi a Com que la esperara hasta que ella pudiera salir del restaurante y le acompa* hasta el sitio donde estaba anclado el Alacrity, que ultimaba los preparativos para el viaje de regreso a )%agEay. 4ientras se acercaban al bonito nav!o, Com coment : 8Los barcos nuevos como #ste hacen el viaje a )%agEay en seis d!as, contando las dos paradas. ,ervioso, y al mismo tiempo orgulloso, Com llev a 4issy ante el capitn, que llevaba puesta la camisa de dormir. 83apitn :eed, aqu! est la mujer de la que le hablaba. 8J+s usted trabajadoraK 8Fa se lo habr dicho el chico, JnoK 8+stoy hablando de un trabajo muy duro. J-odr mantener a raya a la tripulaci n en el comedorK 8-uedo hacerlo, pero Jcunto paganK 8Las propinas son generosas. 8-ero, Jcunto pagan ustedes, por poner las cosas en ordenK +l capitn :eed consider la pregunta y eludi la respuesta: 84e imagino que usted abandonar el barco en cuanto lleguemos a )%agEay. 8Fa sabe usted que mi hijo estar aqu!, en )eattle. 8+l muchacho dijo que era su hermano. 8(ueno, Jcunto paganK 8Bos d lares al d!a. Alojamiento y comida. F las propinas son siempre muy generosas. 8-or tres d lares, acepto. 8De dicho dos, y tambi#n he dicho que se la tratar con generosidad. JAcepta o noK 8Acepto. 8-res#ntese aqu! a las siete de la ma*ana. 8+l chico dijo que ;arpaban a las cuatro de la tarde. 8-ero a las ocho de la ma*ana damos de comer a la tripulaci n. ,o llegue tarde. t 4issy se enfrentaba a tres obligaciones: ten!a que informar a su jefe de que dejaba el restaurante, ten!a que decir a (uc% que pasar!a los meses siguientes a bordo del Alacrity y, honradamente, ten!a que e$plicar la situaci n al <rano, que tanto les hab!a ayudado. 3omen; por lo ms sencillo: pidi a Com que volviera con ella al restaurante y la esperara fuera mientras ella hablaba con el propietario. +l hombre lo comprendi : 8+n )eattle pasa de todo. (uena suerte en las minas. 8-or ahora no voy 8intent e$plicarle la joven. 8Fa ir 8replic el patr n, no sin simpat!a. F, para asombro de la mujer, le pag cinco d lares de ms8: )i vuelve sin un centavo, la emplearemos otra ve;. Al principio no fue nada dif!cil e$plicar las cosas a (uc%, porque #l comprendi que 4issy ganar!a bastante ms que en el restaurante, y adems, se enterar!a de c mo llegaban los buscadores a las minas& pero cuando ella a*adi que quer!a aclarar las cosas con el <rano, el hombre e$clam , muy preocupado: 8JF eso por qu#K 8-ara que no haya malentendidos. 8JF si fuera un detective de verdadK 8,o es -osible que ese buen hombre sea una mala persona 8contest 4issy. F Com se mostr de acuerdo. A eso de la una de la madrugada, horas antes de que 4issy se embarcara -ara su primer viaje al norte, los tres entraron muy serios en la taberna, donde el <rano ocupaba su mesa de costumbre. 8+stos dos quieren hablar contigo 8dijo (uc%.

-gina 7I6 de ?@0

Alaska

James A. Michener

+l <rano se levant , hi;o una cort#s reverencia y pregunt : 8J-or qu# ven!s a verme a estas horasK 84a*ana empie;o a trabajar en un barco de :H:, y te debemos una e$plicaci n 8respondi 4issy seriamente8. +res como un padre para nosotros. 8De tratado de serlo. -ara sorpresa del minero, fue Com quien rompi el hielo, diciendo: 8Rcurri en los tiempos del hambre, en 3hicago. 4i abuela, mi -adre y yo no ten!amos qu# comer, ni trabajo ni nada. 8Fue cuando la crisis de .I@7 8e$plic 4issy. (uc%, que a"n se avergon;aba de haber defraudado a su familia durante aquellos d!as, permaneci callado, pero Com continu : 84issy estaba a cargo de las obras de caridad de nuestra iglesia. As! nos conocimos. 8La mir con cari*o entre el humo de la taberna. 8+l pastor vino a verme 8continu la joven8, y me dijo: P4issy, hace tres semanas que no vemos a una de nuestras familias. )on los 9enn. Cal ve; estn pasando hambre y no dicen nadaQ. F as! era. Los recuerdos de esa #poca terrible volv!an dolorosamente& -oco a poco, los tres fueron contando c mo 4issy -ec%ham hab!a entablado relaci n con los 9enn, c mo unos pocos d lares semanales facilitados por la iglesia les permitieron seguir con vida y c mo su entere;a les mantuvo a flote. -ero Com a*adi algo ms: 8Codo fue gracias a 4issy. 4e enter# de que, cuando se acababa el dinero de la iglesia, ella nos daba el suyo& fue entonces cuando todos nos enamoramos de ella. Ante esa e$traordinaria frase, el <rano se*al a (uc%, que a"n no hab!a abierto la boca, y a 4issy: 8JC" tambi#nK JC" tambi#n te enamorasteK 8+staba casado 8e$plic 4issy. 84i madre era una mujer mal!sima 8intervino Com, antes de que 4issy describiera la situaci n8. 4ala de verdad. 8+st muy feo que un ni*o diga eso 8le reproch el <rano. 8+s cierto 8confirm 4issy8. +nga* a (uc% para que se casara con ella, porque... 8J+s necesario que me cont#is todo estoK 8interrumpi el <rano, al percatarse de que estaba recibiendo ms respuestas de las que quer!a saber. 8)! 8dijo 4issyY. C" nos lo preguntaste. Adems, eres nuestro "nico amigo. 8Ce tomamos por un detective 8se atrevi a decir (uc%, por fin8. -ensamos qXue te hab!an enviado desde 3hicago para detenernos. 8F vosotros dos, parejita, Jqu# hicisteisK 8pregunt el minero, volviendo a se*alarles8. JLa matasteisK 8,o 8dijo 4issy8, aunque no nos faltaban ganas. Abandon a Com en cuanto naci y se escap con dos o tres viajantes de comercio. +ra una mujer muy vanidosa. 8+n once a*os no se preocup por m! 8intervino Com otra ve;8. cuando mi padre... 1,o es mi verdadero padre, pero es mucho mejor que si lo fuera.2 3uando mi padre, 4issy y yo hab!amos tomado una familia, ella volvi a 3hicago y reclam que yo era su hijo. 8Fue una desgracia 8dijo 4issy8. )e present con dos abogados para obligarnos a entregarle al ni*o, y Com les mand a todos al diablo. +so estuvo muy mal, porque el jue; se enfureci al saber que el hijo hab!a mandado a su madre al diablo. Bijo que no s lo nos quitar!a a Com, sino que har!a encarcelar a (uc% por adulterio. 8+n ese momento decidimos huir a Alas%a 8dijo (uc%, en vo; baja8. +l jue; dict una orden, y no hicimos caso. +l <rano se inclin hacia atrs y pidi bocadillos y bebidas para todos. +ntonces se*al el mostrador atestado y les dijo:

-gina 7IL de ?@0

Alaska

James A. Michener

8La mitad de esta gente tambi#n ha desobedecido alguna orden judicial, y si quisieran investigar lo que hice en BaEson, tambi#n habr!a alguna condena en contra m!a. -asaron las dos horas siguientes desenmara*ando la complicada historia de 3hicago y el mal trato recibido por los tres fugitivos. Be pronto, el <rano dijo: 84ira, (uc%, adivin# algo de esto la primera ve; que te vi, cuando hablabas con tu familia en la calle. -arec!as un hombre derrotado, alguien con una terrible carga a sus espaldas. F t", 4issy, t" parec!as una mujer emprendedora que era el apoyo de los tres. 8+l m!o no 8dijo Com. 8+l tuyo tambi#n 8replic el <rano, mirndole con indulgencia8. 4uchos ni*os menores que t" se ponen a buscar trabajo cuando no tienen padre o cuando el padre no consigue empleo. 8Cal ve; usted lo haya hecho en sus tiempos, se*or, pero entonces no era lo mismo que en .I@7 8intervino 4issy speramente. F a*adi con dure;a8: ,o hab!a trabajo, y con el escas!simo dinero que me daba la iglesia, yo trataba de mantener a once familias. Demos pasado por todo 8a*adi , poniendo su mano en la de (uc%8. Las minas de oro no nos asustan. A las cinco de la ma*ana, cuando ya se serv!an las primeras rondas de caf# para el desayuno, el <rano dio a los 9enn un buen consejo: 8Ahora que 4issy y (uc% tienen un empleo, ganar#is bastante. Cen#is que ahorrar y guardarlo en un banco, no en cualquier calcet!n para que os lo robe un ladr n o vosotros mismos os lo gast#is en cuanto pens#is que necesitis algo. Cen#is que ir al Alondi%e con dinero en el bolsillo, porque as! conseguir#is imponeros. A las seis, mientras #l esperaba con 4issy en medio de la calle, (uc% y el ni*o subieron a su cuarto en busca del equipaje. 8J-or qu# has sido tan bueno con nosotrosK 8le pregunt la joven. 'l se qued callado, pues hab!a demasiadas respuestas: su soledad, su deseo de ayudar a los desvalidos... -ero al fin eligi una: 8-orque Alas%a se invent para gente como vosotros. )i ten#is mala suerte, os pon#is a luchar. 8A*adi algo e$tra*o8: F porque t" has ayudado tanto a tu compa*ero. 8JF a tiK 8pregunt 4issy8. JNu# te impuls a las minas, hace a*osK Tna ve; ms, pod!a elegir un mont n de respuestas: batallas -erdidas, pueblecitos reducidos a ceni;as, precarias hipotecas... 3ontest implicndola a ella: 8C" y yo nos parecemos, 4issy. 3sate con #l. 8Fa nos hemos arriesgado demasiado 8objet ella8. Demos cometido un secuestro, hemos desobedecido la ley.. ,o nos conviene cometer tambi#n bigamia. 8-ero la otra Jno est divorciada... y vuelta a casarK 8,o se toma esas molestias 8contest tristemente 4issy. A las siete, los tres hombres la acompa*aron hasta el Alacrity, le dieron un beso y le dijeron adi s, antes de que se embarcara para viajar como criada. 8)ois mi familia 8insisti el <rano8. -ortaos bien. Be este modo, por una serie de afortunadas casualidades, el destino de los 9enn qued ligado al de los armadores y comerciantes :oss H :aglan. +l e$celente trabajo que desarroll (uc% en la empresa le mereci un ascenso y la oferta de un puesto fijo si decid!a quedarse en )eattle y renunciar a la fiebre del oro. 4issy se mostr tan eficiente a bordo del Alacrity que tambi#n ella fue ascendida a puestos de mayor responsabilidad. Dasta Com se vio atra!do hacia la rbita de :oss H :aglan, ya que al ampliar sus actividades en el puerto result de utilidad para los barcos peque*os que pose!a la firma, tal como hab!a demostrado el servicio prestado al capitn del Alacrity. Tna

-gina 7IM de ?@0

Alaska

James A. Michener

ma*ana, cuando iba a entregar los peri dicos en la oficina que :oss H :aglan ten!a en el puerto, el gerente, el se*or <rimes, le llam desde su escritorio: 8URye, muchachoV Com, que era un chico bien educado, fornido y alto para su edad, se present ante la mesa del gerente. 8,os vendr!a bien contar con un jovencito como t" 8dijo <rimes. 8J-ara hacer qu#K 8-ara llevar recados a los barcos, ir a buscar las mercanc!as, y cosas as!. 84e gusta trabajar aqu!. 8Fa me he fijado. Crabajar!as bien en lo que estoy pensando. Be este modo, Com firm un contrato con :oss H :aglan, aunque no abandon el lucrativo reparto de los peri dicos. Codos los d!as comen;aba a las cuatro de la ma*ana y terminaba mucho antes de que abriera la oficina naviera. 3omo los 9enn estaban prosperando sin problemas, ten!an que empe;ar a plantearse el futuro, de modo que, durante la siguiente estancia en el puerto del Alacrity, la familia sostuvo largos debates& Com era partidario de quedarse en )eattle: 8Cenemos buenos empleos. +stamos ahorrando dinero. F el se*or <rimes ha dicho que, si quiero volver a la escuela, tendr# las ma*anas libres. 3uando el <rano se enter de que Com propon!a olvidarse de las minas de oro y quedarse en )eattle, se enfad : 8UDijoV JNu# te pasaK JNuieres perderte la mayor aventura del sigloK 8U-ero si t" nos has dicho veinte veces que no encontraremos oroV 8JRroK JNui#n habla de oroK 3onoc! a cuatro hombres e$celentes en BaEson que nunca descubrieron oro. De confiado siempre en ellos, y apostar!a a que ahora son tan felices como yo. 84e di cuenta de eso en el viaje a )%agEay 8a*adi 4issy8. Los hombres que vienen de las minas parecen volver con un secreto: PLo hemos conseguido. Demos estado allQ. Finalmente se acord que, a mediados de mar;o, retirar!an sus ahorros del banco, tomar!an un vapor de :oss H :aglan hasta )%agEay, viajar!an por terreno llano hasta Byea y emprender!an la traves!a del 3hil%oot. 84i cora; n estalla de alegr!a por vosotros 8les comunic el <rano, al saber de esta decisi n8. ,o os arrepentir#is. -ocos d!as despu#s desapareci . ,adie supo ad nde se hab!a ido ni por qu# medios sali de )eattle. A 4issy le sorprendi 1y lo dijo con franque;a2 que no se hubiera despedido de ellos ni le hubiera dejado un recuerdo a Com& pero un mes ms tarde recibi una carta certificada desde )an Luis, enviada a la tienda y a nombre de (uc%. Dab!a dos billetes de cien d lares, los primeros que ve!a la mujer: el anverso era de un bonito color verde, el reverso, de un dorado resplandeciente. 3ada uno ten!a una nota prendida. +n una pon!a: P+sto es para vosotrosQ. +n la otra: 3uando llegu#is a BaEson buscad en los burdeles de -aradise Alley a una se*ora a la que llaman Pla Fegua (elgaQ. Badle este billete y decidle que se lo env!a el <rano del Alondi%e. +l quince de mar;o de .I@I, los 9enn, pesarosos, dejaron sus empleos en :oss H :aglan, reunieron el equipaje, que hab!an escogido cuidadosamente, y reservaron pasajes para la pr $ima traves!a a )%agEay del Alacrity. +l viaje, incluido el sitio donde dormir!an y todas las comidas, costaba treinta y cuatro d lares por adulto y veinticuatro en el caso de Com& no obstante, cuando (uc% fue a pagar los pasajes, el se*or <rimes le dijo: 8+l precio total es de cincuenta d lares, por gentile;a del se*or 4alcolm :oss, quien espera que todos ustedes vuelvan a trabajar para #l.

-gina 7I? de ?@0

Alaska

James A. Michener

(uc%, que sub!a a un barco por primera ve;, lo miraba todo desde la borda, mientras 4issy le e$plicaba qu# territorio era estadounidense y cul canadiense. -ara #l, ese pasaje, con monta*as al este, grandes islas al oeste y vastos glaciares abri#ndose camino hasta el mar, era un placer para la vista, as! como una promesa de paisajes ms grandiosos. Le impresionaba la magnitud de la aventura que hab!an emprendido y estaba decidido a triunfar. 4ientras pensaba en el temido 3hil%oot y en los amena;adores rpidos del Fu% n, descubri que cada ve; se acordaba menos de aquel oro que, seg"n hab!a advertido el <rano, no iban a encontrar. A Com le entristeci irse de )eattle& mientras el Alacrity se alejaba del muelle, con una celeridad que hac!a honor a su nombre, sinti que los Rjos se le llenaban de lgrimas: P+sta ciudad es estupenda& me gustar!a vivir en )eattle. +spero que descubramos oro por un valor de millones de d lares y lo traigamos aqu!Q. 4ientras contemplaba la lejana silueta de la ciudad que hab!a llegado a querer, iba reconociendo las ensenadas de la accidentada costa y las colinas por las que hab!a subido con sus peri dicos. -od!a sentir la vitalidad de aquel hermoso puerto, oculto entre monta*as protectoras, y le gustaba hasta el e$tra*o sonido de su nombre: PU)eattleV UFa volver#VQ. +l /7 de mar;o al atardecer, antes de llegar al puerto alas%ano de )%agEay 1a la ciudad hab!a que acercarse por una amplia e$tensi n de playa arenosa pues el l!mite del agua navegable estaba a un %il metro y medio2, (uc% y su familia se reunieron para decidir la estrategia que les permitir!a circular entre la multitud de ladrones sin perder sus ahorros y sus pertenencias. 8)e puede conseguir 8e$plic 4issy8. De estado muchas veces en )%agEay. Day bandidos por todas partes, pero si uno se mantiene al margen, no pasa nada. 84e he cosido el dinero a la ropa 8les tranquili; (uc%8. ,o hablemos con nadie. Alquilaremos caballos para llegar a Byea cuanto antes. )us precauciones resultaron innecesarias, ya que el capitn del Alacrity anunci durante la cena: 8-uesto que hay un mont n de gente que8 quiere salir de Byea, dentro de tres d!as llevaremos el barco hasta all!. Los que prefieran desembarcar en Byea pueden quedarse a bordo. Be este modo, evitaban tener que pasar por el infierno de )%agEay& durante los dos d!as que el barco estuvo anclado frente a ese infame puerto, (uc% permaneci en el camarote, custodiando el dinero de la familia y vigilando el equipaje amontonado en cubierta. Com, sin embargo, quer!a visitar la famosa ciudad, y, para sorpresa de (uc%, 4issy dijo que ten!a muchas ganas de charlar con dos mujeres que hab!a conocido cuando trabajaba en el barco. +l segundo d!a, 4issy acompa* a Com hasta la pasarela y pag veinticinco c#ntimos a un hombre fornido para que la llevara a hombros hasta la playa, atravesando el suave oleaje. Com, que recha; la ayuda, chapoteaba tras ella, observndolo todo: hab!a botes de pocos cent!metros de calado que iban a descargar el barco, y carros de caballos que circulaban por la arena& la peque*a poblaci n costera se al;aba en las laderas de las monta*as. Tna ve; en tierra, Com descubri que )%agEay era un lugar inquietante, porque 4issy insist!a en prevenirle contra casi todas las personas que encontraban: 8'se no es sacerdote. +s 3harley (oEers. Dabla muy bien y te roba hasta el "ltimo c#ntimo. 8Tn poco despu#s, continuaba8: 'se de ah! no es polic!a de verdad. +s el Flaco lim Foster& si te metes con #l te matar de un bala;o. 8Adems, seg"n ella, en )%agEay los establecimientos eran tan poco de fiar como la gente8: J9es ese bancoK +n realidad, no es ning"n banco. )e quedan con tu dinero y ya no vuelves a verlo. 8F la oficina de correos tampoco era aut#ntica& de las cartas que se echaban en el bu; n no se ten!an ms noticias. 8JF por qu# nadie denuncia todo esto al sheriffK 8pregunt Com.

-gina 7II de ?@0

Alaska

James A. Michener

8Day un sheriff 8le e$plic 4issy8. Ah! est. -ero tampoco es un sheriff de verdad. Las cosas que le cuentas las utili;a para robrtelo todo. 8JDay algo aut#nticoK 8pregunt Com. 8Las tabernas 8respondi la mujer, sin vacilar. F en las calles ms importantes, sin -avimentar y llenas de baches, Com vio por lo menos cuarenta antros en los que se serv!a Ehis%y. A pesar de todo, 4issy no se dejaba intimidar por esa poblaci n nacida de la prosperidad repentina& demostrando una gran valent!a, en opini n de Com, le llev a un edificio de fachada falsa, con sal n adyacente, conocido como el Ryster (ar 7.?. 8)oy 4issy -ec%ham 8se present la joven, que entr muy decidida8. 4e gustar!a ver a )oapy, si est 8y se*al la trastienda, donde ten!a su guarida el conocido cacique de )%agEay. Tn camarero dej de abrir ostras y desapareci & volvi al cabo de un momento con un hombre barbudo y flaco, muy elegante, vestido con un traje de calle que no habr!a desentonado en Benver, de cuyas agotadas minas de oro hab!a venido apenas un a*o antes. Cen!a unos treinta y cinco a*os y su aspecto era tranquili;ador& salud con anticuada cortes!a a la se*orita -ec%ham, a la que hab!a conocido en un viaje en el barco donde ella trabajaba. 8Com 8dijo 4issy, mientras el hombre se inclinaba solemnemente8, #ste se*or es =efferson :andolph )mith, un caballero muy importante de esta ciudad. 8Fue usted muy atenta conmigo a bordo del Alacrity 8coment el famoso jugador8. J4e permite invitarles a una sopa de ostras, a usted y al se*orito ComK 8)er!a un honor, se*or )mith 8contest 4issyY, pero Com quiere ir a ver donde empie;a el puerto de >hite -ass. 8(ueno, supongo que ya lo ver cuando llegue el momento de cru;arlo. 8,o. -ensamos atravesar las monta*as desde Byea. 8,o me diga que piensan seguir esa espantosa ruta 8dijo )oapy, menos amable ante la menci n de la ciudad rival, la odiosa competidora en la traves!a hasta el Alondi%e8. Dijo, con una ve; que subas hasta el paso de 3hil%oot te quedas agotado para toda una semana, Uy tendrs que ascenderlo unas cuarenta vecesV -or favor, se*orita -ec%ham, por su propio bien, tome la ruta fcil. Besembarquen el equipaje aqu!, en )%agEay, y deje que mi gente les ayude a organi;ar el viaje. 8Com quiere ir a ver >hite -ass. Nuiere verlo todo. 84i querida amiga 8)mith hi;o un gesto cort#s ante el desaire de 4issy8, si el muchacho quiere ver el principio de este amplio camino,que es la "nica forma sensata de llegar al Alondi%e, tienen que ir ustedes c modamente. Fue usted muy amable en el barco, y yo no lo puedo ser menos aqu!, en mi ciudad. )mith hi;o venir de la trastienda a un hombre llamado +d (urris, quien llam a silbidos a otro de los bandidos, apodado Rtto Biente ,egro: 8)aca los caballos y lleva a pasear a estos dos. 8JAd ndeK 8Dasta >hite -ass. 8J9an a cru;arloK 8U3llate y andaV 8y en seguida Biente ,egro lleg con tres caballos bastante buenos. +n enero de .I@?, en )%agEay s lo hab!a unas pocas casas diseminadas& en julio de ese mismo a*o ya se hab!a convertido en un pueblo grande, formado por tiendas de campa*a& y en mar;o de .I@I era ya una pr spera ciudad, como muchas de las que hab!an crecido rpidamente en Alas%a: ten!a calles llenas de polvo o de barro, en cuyo centro hab!a -ostes de medio metro de altura& las casas eran de madera sin pintar y muchas veces carec!an de ventanas& las tiendas ten!an las inevitables fachadas falsas, adornadas con

-gina 7I@ de ?@0

Alaska

James A. Michener

letreros de lona escritos con letra cuidada y a veces recargada, que anunciaban un mont n de servicios diferentes. +n aquella #poca el nombre de la ciudad, formado a partir de palabras indias que significan Pel hogar del viento del norteQ sol!a escribirse P)%aguayQ, pero las variaciones en el nombre no lograban disimular la fea monoton!a de la poblaci n. Rtto Biente ,egro era un hombre grandote y est"pido, que hablaba ms de lo que a su patr n le habr!a gustado. 4ientras cabalgaban hacia el pedregoso ca* n, donde comen;aba el pasaje que entraba en 3anad a trav#s de las monta*as, al principio dijo, tal como le hab!an ordenado: 8Fa lo ven, JnoK +sto es mucho mejor que el paso de 3hil%oot, JnoK )i vienen a )%agEay, no tendrn problemas. 8-ero despu#s se puso a hablar del tema que de verdad le fascinaba8. La semana pasada mataron a cinco hombres en >hite -ass. +n aquel recodo& lo ven, JnoK Com, que cabalgaba delante, llevado por el entusiasmo de su primer d!a en tierras de Alas%a, continu por el sendero hasta rodear un grupo de rocas y entonces vio, balancendose sobre el camino, el cuerpo de un ahorcado. 8JNu# hi;oK 8pregunt Com con vo; temblorosa, mientras se apartaba para no tocar el cadver con el hombro. 8+l sheriff y los otros le detuvieron. A Com le pareci e$tra*o que una detenci n oficial acabara en un ahorcamiento junto al sendero. Adems, lo siguiente que e$plic Rtto Biente ,egro fue que Pel sheriffy los otrosQ eran tambi#n responsables de las cinco muertes. 8)oapy )mith 8susurr 4issy, aclarando el misterio. 4ientras se adentraban en el ca* n, el gu!a mencion otros incidentes que "nicamente se pod!an atribuir al malvado )oapy. 8JF por qu# nadie ... K 8comen; a decir Com& pero 4issy le indic mediante gestos que era mejor tener la boca cerrada, y el muchacho cambi de pregunta8. JF por qu# el sheriff y los otros tuvieron que matarlesK 8+l se*or )mith cuida de todo 8e$plic Biente ,egro8 +s un buen hombre, JnoK +ntonces la atenci n de los viajeros se apart del curioso sistema de gobierno del se*or )mith para fijarse en un horror mucho ms pr $imo: al llegar a los primeros tramos del sendero de >hite -ass, que era bastante menos empinado de lo que suger!an las famosas fotograf!as que ellos hab!an visto, empe;aron a ver cadveres de caballos, aparentemente muertos de agotamiento, entre las -iedras que lo cubr!an: el primero ten!a una pata delantera rota y una bala entre los ojos& luego vieron un animal enflaquecido que se hab!a ca!do, no hab!a podido levantarse y hab!a muerto en el mismo lugar donde se hab!a venido abajo. Com sinti nuseas ante la visi n del desgraciado final de los nobles animales, pero despu#s, en el recodo siguiente, se encontr con un desfiladero absolutamente atestado de caballos muertos. 3ont siete, con las patas torcidas en ngulos e$tra*os y los cuellos colgando grotescamente sobre las rocas& finalmente llegaron junto a un grupo de cuatro que hab!an ca!do muertos uno encima del otro, y el muchacho se mare . Bespu#s surgi un horror diferente. Tn poco ms all, Biente ,egro detuvo la marcha: 8)er mejor volver 8dijo. Bos hombres, que hab!an viajado juntos desde Rreg n, hab!an llegado al t#rmino de su e$pedici n y de sus caballos& dos de los tres animales, absurdamente cargados, hab!an ca!do a tierra, y cada uno de los tipos estaba dando patadas y maldiciendo al caballo que ten!a a su cargo& poco a poco, comprendieron que los animales no volver!an a levantarse, y entonces empe;aron a dar gritos, como si la culpa fuera de los caballos y no de la falta de avena, de la carga mal acomodada y del pedregoso sendero. +ra una escena de locura, que pon!a en evidencia los horrores del camino& cuando uno de los hombres sac un rev lver

-gina 7@0 de ?@0

Alaska

James A. Michener

para matar a uno de los caballos ca!dos, el otro se acord de lo que hab!an pagado por los animales y, confiando en que de alguna manera todav!a podr!an serles "tiles, intent protestar: 8UA mi caballo no, idiotaV Ante lo cual, su socio apart el arma de los caballos ca!dos y atraves de un disparo la cabe;a de su compa*ero. 89olvemos, JnoK 8dijo Rtto, sin temor alguno y sin que le preocupara mucho el incidente. Com y 4elissa le siguieron obedientes& durante el resto del trayecto, el muchacho no se quej de las dificultades del paso de 3hil%oot, porque conoc!a la alternativa. +sa noche, al volver al Alacrity, se encontraron con otro cambio de planes: el capitn e$plic que )oapy )mith hab!a subido al barco para advertirle que, si se atrev!a a continuar hasta Byea para que desembarcaran all! los pasajeros que quer!an atravesar por 3hil%oot, en ve; de dejarles en )%agEay para que sus matones pudieran tenerles a raya, #l mismo ordenar!a al sheriff que no permitiera al barco volver a amarrar en )%agEay, y cualquier miembro de la tripulaci n que estuviera ya en tierra ser!a arrestado y se quedar!a entre rejas hasta que se congelara el canal de Lynn. -ara hacer cumplir este ultimtum, )oapy a-ost a su guardia armada en la playa, con rdenes de apresar a todos los marineros que hab!an recibido licencia para desembarcar. 3omo estaba claro que )oapy era quien dominaba la situaci n, el capitn accedi y anunci a los pasajeros que continuaban a bordo: 8Cendrn que desembarcar aqu!. +l se*or )mith dispondr el traslado de los equipajes hasta la costa y luego hasta Byea, atravesando la monta*a. Algunos de los viajeros, que ignoraban la reputaci n de )oapy, quisieron protestar, pero el simptico dictador sonri , se e$cus por su brusca intromisi n, y e$plic : 8+s cuesti n de ley y orden. -or tanto, a la ma*ana siguiente los venn tuvieron que supervisar el desembarco de sus tres toneladas de equipaje y el laborioso traslado -or la e$tensi n de arena hasta la playa, en la que se apilaban ca ticamente enormes montones de bultos, a cierta distancia de la orilla, para evitar que les alcan;ara la marea. 3uando hubieron reunido el equipaje, a bastante distancia de la ciudad y a unos quince %il metros del puerto gemelo de Byea, (uc% cont a 4issy y a Com: 8+sta noche s! que tendremos problemas. Tn oficial del barco nos avis de que, si los hombres de )oapy )mith consiguen hacerte ir a la ciudad, te asaltan aqu! en la playa o por el camino. Cemeroso de dejar sus cosas en la playa, sin vigilancia, (uc% decidi ponerse de acuerdo con otros viajeros para prestarse mutua protecci n& cuando iba a e$plicar su propuesta a un desconocido, advirti las nerviosas se*ales que le hac!a 4issy y desisti . 9olvi rpidamente con su familia y se enter de que el hombre era un miembro de la banda de )mith, y de que #ste le hab!a enviado precisamente para organi;ar acuerdos de este tipo. 8)i hubieras hablado con #l 8dijo 4issyY, nos habr!a llevado a cualquier sitio para derribarnos de un golpe y se habr!a quedado con todo lo de valor. Los 9enn optaron por pasar la noche en la playa, vigilando sus cosas y sin acercarse a la ciudad, donde el peligro habr!a sido mayor. Cuvieron ms suerte que dos valientes mineros que hab!an buscado oro en 3alifornia: cuando irrumpieron en la ciudad, decididos a medirse con quien se atreviera a molestarles, dos pistoleros de )oapy les dispararon al cora; n con toda tranquilidad, y dejaron que los cuerpos se desangraran en el suelo polvo8 riento de la calle& a la ma*ana siguiente, los transe"ntes pasaron sin prestarles atenci n. J3 mo se pod!an permitir asesinatos tan flagrantesK J3 mo pod!a una ciudad nueva, que evidentemente pertenec!a a los +stados Tnidos, no tener ms ley que la boca humeante de

-gina 7@. de ?@0

Alaska

James A. Michener

un rev lverK +ntre los pueblos de >yoming a los que el ferrocarril hab!a llevado una s"bita rique;a, las poblaciones ganaderas de Aansas, las que crecieron en torno al oro de 3alifornia y las ciudades que comen;aban a prosperar gracias al petr leo en el sudoeste, ninguna e$hib!a esa falta de ley con un desprecio tan evidente por la sociedad organi;ada& en todas se intentaba por lo menos mantener cierta forma de gobierno y siempre se pod!a encontrar alg"n sheriff honrado o alg"n sacerdote con carisma que consegu!an atraer a la comunidad hacia una forma de vida ms respetable. +n Alas%a no era as! porque su pasado era diferente. +n tiempos de los rusos, los antecesores eslavos de )oapy )mith sol!an decir: P)an -etersburgo est lejos, y Bios est en el cieloQ. 3uando el poder pas por fin a manos estadounidenses, durante un incre!ble per!odo de treinta a*os, los nuevos propietarios no hicieron intento alguno de gobernar Alas%a, ni la dotaron de leyes ni de tribunales que las aplicaran. ,adie, en los estados organi;ados, y menos todav!a en el 3ongreso, pod!a imaginarse la cruel anarqu!a en que Alas%a, ese "ltimo territorio a*adido a la Tni n, que ten!a posibilidades de convertirse en el ms importante, se estaba pudriendo, como si fuera un mel n en el e$tremo de un tallo demasiado largo. )oapy )mith, ese jugador fanfarr n de 3olorado, que comet!a en )%agEay cr!menes a"n peores que los conocidos por los 9enn, era el resultado de la forma en que +stados Tnidos gobernaba sus colonias. 'l y sus secuaces eran una deshonra para +stados Tnidos, pero el culpable no era )mith, sino el 3ongreso estadounidense. -or la ma*ana, los 9enn, que casualmente conservaban intactos el dinero y todas sus cosas, quisieron contratar a dos de los hombres de )mith para que transportaran el equipaje hasta Byea, a unos quince %il metros de distancia, a trav#s de las colinas. +ste negocio les habr!a resultado peligroso y podr!an haberlo perdido todo, de no ser porque Rtto Biente ,egro, que rondaba la playa para ver qu# pod!a conseguir, vio a 4issy y a Com y les identific como amigos de )oapy. 9olvi a toda prisa al pueblo y entr en el oyster (ar 7.? con la noticia. 8)e*or )mith, la se*ora y el ni*o de ayer. +stn en la playa. )mith orden a Biente ,egro y a otro secua; que fueran en busca de caballos y de un carro& luego camin tranquilamente hasta la playa, saludando al pasar a los ciudadanos y observando detenidamente las mejoras que se hab!an producido en el pueblo desde su "ltima visita de inspecci n. Lo que vio le gust , pero le impresion todav!a ms la gran cantidad de objetos amontonados en la playa. )uponiendo que durante los "ltimos d!as hubieran desembarcado cuatrocientos cincuenta viajeros, y teniendo en cuenta que cada uno de ellos llevaba una tonelada de equipaje, los bienes amontonados en la orilla alcan;aban un valor casi incalculable& )oapy se hab!a propuesto quedarse con la parte que le correspond!a: con el treinta por ciento del total, por poner una cifra. 3uando se encontr con los 9enn se mostr e$cepcionalmente amable con 4issy, de quien era un admirador, y bastante cort#s con (uc%. )e ofreci para ayudarles en todo lo que necesitaran. 3onf!o en que habrn decidido atravesar >hite -ass en lugar de ese desastre de 3hil%oot 8les dijo. (uc%, casi temblando de miedo por estar tan cerca de )mith y al mismo tiempo desconcertado por su amabilidad, le asegur firmemente, aunque sin muestra alguna de agresividad: 8Demos decidido intentar la traves!a por 3hil%oot. 83omete usted un grave error, amigo m!o. 89imos esos caballos muertos en su ca* n 8dijo Com. 8,uestro ca* n no est hecho para los caballos 8replic )oapy con un ligero tono de irritaci n8. Las personas pueden cru;arlo sin problemas.

-gina 7@/ de ?@0

Alaska

James A. Michener

Les invit a desayunar con #l antes de irse a Byea, pero 4issy le respondi , como si a"n trabajara de camarera en el Alacrity. 8Ayer ya abusamos bastante de su amabilidad. )oapy se despidi de la familia, bes la mano de 4issy y dio una seca orden a Biente ,egro: 83uida bien de estas personas. +l primero de abril de .I@I, antes del mediod!a, los 9enn llegaron a Byea, un pueblo mucho ms peque*o que )%agEay, pero a salvo de las acciones de )oapy )mith y su banda& all! consideraron su situaci n. 8-odemos dar gracias a Bios por habernos librado de )oapy )mith 8dijo (uc%8. ) lo faltan ochocientos ochenta y cinco %il metros de camino, y la mayor parte ser una c moda traves!a por el Fu% n. )in embargo, no estaban del todo a salvo de )oapy )mith, -orque otto Biente ,egro se qued esperando a que terminaran de hablar y despu#s les sorprendi cuando dijo: 84e han ordenado que les lleve en carro hasta Finnegan]s -oint. +l sitio estaba a unos ocho %il metros ms adelante& como era preciso cru;ar varias veces el riachuelo que corr!a por el medio del sendero, Biente ,egro les estaba ofreciendo una ayuda inestimable. 8Iremos contigo 8contest 4issy inmediatamente. (uc% coment que no le parec!a prudente, pero ella le dio una sabia e$plicaci n8: 3ualquier cosa, con tal de acercar el equipaje al paso. Bespu#s de atravesar el puente de troncos que conduc!a a Finnegan]s -oint surgi un problema que siempre sorprend!a a los reci#n llegados: no hab!a ning"n hotel, ning"n sitio donde almacenar los equipajes ni ning"n tipo de protecci n policial. 8JCenemos que dejar aqu! el equipajeK 8pregunt (uc%. 8+s lo que hace todo el mundo 8contest Biente ,egro. 8JF qui#n lo vigilaK 8,adie. 8J,o lo pueden robar los ladronesK 8UNue no se les ocurra tocar nadaV Biente ,egro era incapa; de considerar a su jefe, )oapy )mith, un ladr n& para #l, lo que pasaba en los caminos de los alrededores de )%agEay era siempre culpa de los viajeros descuidados. Bespu#s de despedirse de los 9enn, su compa*ero y #l dejaron a la familia en el sendero, junto al mont n de provisiones. 8,o pienso dejar todo esto aqu! sin vigilancia 8jur (uc%, mientras comen;aba a montar la tienda de lona. )in embargo, un hombre que hab!a recorrido muchas veces la peligrosa ruta le aconsej lo contrario: 83r#ame, amigo, ser mejor que vuelvan a Byea y pasen la noche en un hotel c modo, ahora que todav!a pueden. )in que se lo hubieran pedido, ech a correr y llam a Biente ,egro con un silbido, para que diera marcha atrs y llevara a esa buena gente otra ve; a Byea. +ntonces los 9enn se enfrentaron a un dilema: una buena cama y comida caliente, o quedarse vigilando )]us bienes. 8Carde o temprano tendremos que estar nosotros en un sitio y nuestras cosas en otro 8dijo finalmente (uc%. 8+so es hablar, amigo 8intervino el viajero que les hab!a aconsejado8. 4ire cuntos montones hay. +s lo que hacemos todos.

-gina 7@7 de ?@0

Alaska

James A. Michener

4ientras volv!an tranquilamente al hotel, los 9enn se fijaron en las caras de los buscadores de oro que ven!an por el sendero& despu#s de observar a unos cuantos, 4issy fue capa; de establecer diferencias entre ellos: 8+l grupo que viene por ah!, es la primera ve; que van a Finegan. Cienen los ojos brillantes, miran de un lado a otro y se emocionan al ver las monta*as cubiertas de nieve. +n cambio, Umirad a esos tresV Dan hecho die; veces este viaje. JNue c mo me doy cuentaK -orque solamente miran al suelo, para ver d nde pisan. Antes de dejar a los 9enn en el hotel (allard, Rtto Biente ,egro le cont a Com: 8U)i hubi#rais estado anoche en )%agEayV 4ataron a dos tipos en la calle mayor. 8JNu# hab!an hechoK 8+staba oscuro. ,o se ve!a. (uc% se levant antes del amanecer y apur a sus compa*eros para que se dieran prisa en volver junto a sus cosas, donde se encontraron con un grupo de indios sonrientes que les estaban esperando. 8,osotros cargar cosas. 3ampamento Rvejero. Bie; c#ntimos el %ilo. (uc%, horrori;ado, calcul que les costar!a trescientos d lares recorrer una distancia de s lo doce %il metros, y desde el campamento ovejero hasta la cumbre, les saldr!a por el doble. 8Las llevaremos nosotros 8dijo. 89osotros arrepentir 8aseguraron los indios. 3omo no hab!an llegado todav!a al trecho ms empinado, (uc% propuso cargar #l treinta %ilos, Com, veinte, y 4issy, quince, y se pusieron en marcha. :ecorrer doce %il metros sobre terreno llano y sin mochilas ya habr!a requerido un esfuer;o considerable, pero la misma distancia, por ese camino pedregoso de continua subida, result un tormento. Aun as!, como estaban en forma y ten!an ganas de llegar, ese d!a hicieron dos viajes de ida y vuelta. Al atardecer (uc% retom sus clculos: 8+ntre los tres hemos cargado sesenta y cinco %ilos por viaje. ,o creo que podamos hacer ms de dos viajes al d!a. -ara transportar tres toneladas... 8)e puso plido como la cera8: Cardaremos ms de tres semanas. )umando la cuenta del hotel y todo lo dems, tal ve; sea mejor buscar a algunos indios. 4issy se encarg de esa tarea y encontr a otro grupo de j venes robustos, dispuestos a llevar la carga hasta el 3ampamento Rvejero por cien d lares. Bespu#s del esfuer;o de ese d!a, (uc% no puso ninguna objeci n. 3inco d!as despu#s, cuando ya estaban sanos y salvos en las balan;as, esperando que les pesaran el equipaje, la altura se volvi ms importante que la distancia. Faltaba un %il metro y medio para llegar a la cima, y cuando los 9enn vieron la incre!ble escalera de mil doscientos pelda*os tallados en el hielo, Com consult su mapa e inform a los otros: 83uando lleguemos a la cumbre... estaremos a mil ciento veinte metros de altura. 8JCenemos que subir tres toneladas hasta all! arribaK 8(uc% se estremeci . 8U9ayaV Tno podr!a desembarcar desnudo en la playa de Byea y equiparse aqu! mismo, por mucho menos dinero o incluso sin pagar nada 8coment 4issy, con su sentido prctico, sin hacer caso de las quejas de sus compa*eros ante la espantosa ascensi n8. -or lo visto, los que llegan hasta aqu! F ven esos escalones deciden de pronto que no les hace ninguna falta una mesa plegable o una mquina de coser 8dijo, se*alando los grandes montones de objetos abandonados. Acto seguido, empe; a seleccionar las cosas de las que estaba segura que podr!a prescindir. +sa noche los 9enn pudieron apreciar, en toda su crude;a, una demostraci n de por qu# era posible dejar un tesoro sin custodia en mitad del camino: fuera se oy un alboroto y unos gritos: 8ULe hemos atrapadoV

-gina 7@6 de ?@0

Alaska

James A. Michener

8ULe hemos pillado con las manos en la masaV 8e$clam una vo; grave. Codos, incluso los que ya dorm!an, salieron de las mugrientas tiendas 1hab!a once2 para presenciar el juicio sumar!simo de un vagabundo llamado BaE%ins, que hab!a cometido el "nico delito imperdonable de la traves!a. )e aceptaba el homicidio, si se produc!a en un momento de c lera y ten!a alguna e$cusa, por leve que fuera& abandonar a la esposa era algo bastante com"n, y se toleraban los delitos ms bajos, t!picos de los pueblos de frontera. Ahora bien, en la frontera rtica, donde tocar las provisiones de alguien pod!a causar la muerte de esa persona, el robo era imperdonable. Algunos tramperos pod!an dejar sus provisiones para un mes en alguna caba*a tan alejada que dif!cilmente podr!a llegar alguien hasta all!. -ero si durante una tormenta inesperada, se acercaba un hombre perdido y e$hausto, y se encontraba con el bote de cerillas, la le*a cortada, las agujas de pino y la comida que le salvar!an la vida, pod!a consumir, si era necesario, esas provisiones para todo el mes, siempre y cuando las reempla;ara. Cen!a que cortar ms le*a, asegurarse de que volv!a a haber cerillas en condiciones y dejarlo todo en su sitio, para la pr $ima emergencia. Aunque tuviera que retroceder ochenta %il metros para reponer lo consumido, era una cuesti n de honor& adems, era una tradici n sagrada, puesto que hab!a salvado la vida de muchos tramperos y buscadores de oro. +n una tierra sin ley, #sa era la ley suprema: no violar nunca un dep sito de provisiones. +n cualquier caso, BaE%ins hab!a visto, cerca de las balan;as, un chaquet n que le vendr!a muy bien para sustituir la prenda ra!da y mal forrada que llevaba #l. +l chaquet n estaba cuidadosamente atado en un fardo y quedaba medio oculto entre un mont n de objetos, de modo que no se pod!a pensar que alguien lo hubiera abandonado& sin embargo, BaE%ins lo cogi . Le vieron y le atraparon. +ntre el p"blico que se hab!a congregado, los pioneros 1es decir, los veteranos de Alas%a, por contraposici n a los novatos, los reci#n llegados2 formaron un tribunal de mineros, algo temible pero que se hab!a hecho necesario, puesto que el gobierno no ejerc!a ning"n control. 4ientras alguien acercaba una linterna a la cara del acusado, los que le hab!an sorprendido robando e$plicaron lo ocurrido, y BaE%ins no pudo negarlo. 8U4atadleV 8grit un pionero de pelo blanco. Rtros repitieron el grito, pero un sacerdote presbiteriano, que se dirig!a a las minas de oro con la intenci n de llevar un poco de moralidad a esa tierra de pecado, protest : 8Amigos, esta sentencia es e$agerada. Cenemos que demostrar compasi n. 8'l no la ha demostrado. +l que roba provisiones es un asesino8 8Badme un rev lver 8vocifer otro8. Le matar# yo. +l sacerdote suplic con tanto fervor que algunos de los pioneros s lo reconsideraron su actitud& uno de los veteranos se puso frente al pastor, a unos cent!metros de su cara y propuso: 8B#mosle treinta latiga;os. 8<racias a Bios 8dijo el pastor, sin sospechar cul ser!a el final de la sentencia. 8-ero se los dar usted mismo. )i no, le mataremos de un disparo. BaE%ins rompi el silencio, porque sab!a que los pioneros hablaban en serio: 8-or favor, reverendo... -or lo tanto, desnudaron a BaE%ins, le ataron las manos a una estaca 1ya que no hab!a ning"n rco cercano2 y entregaron al sacerdote una correa de cuero con un mango de madera y un gran nudo en la punta. 8,osotros contaremos 8dijeron dos de los pioneros. +l sacerdote, l!vido, tom el improvisado ltigo, pero luego se ech atrs: 8,o puedo. 8UA; telo o disparoV 8grit un pionero. 8U-or favorV 8suplic BaE%ins.

-gina 7@L de ?@0

Alaska

James A. Michener

+l pastor, tembloroso, mordi#ndose los labios y cerrando los ojos en el momento crucial, agit la correa y golpe con el grueso nudo la espalda del hombre. BaE%ins no emiti ning"n quejido, y los que estaban mirando gritaron: 8U4s fuerteV Al se$to latiga;o, cuando al acusado ya le sangraba la espalda, el sacerdote s lo ve!a la imagen de =esucristo a;otado por los soldados romanos, camino del 3alvario& cay postrado sobre la nieve, con los hombros sacudidos por los sollo;os. Tn viejo minero, que en una ocasi n se hab!a salvado al encontrar un dep sito de provisiones al norte del 3!rculo, le arrebat el ltigo y prosigui con el castigo, mientras se o!a contar con vo; solemne: siete, ocho... diecinueve, veinte... Antes de que cayera el vig#simo primer golpe, 4issy -ec%ham se lan; contra el bra;o del viejo y cesaron los latiga;os. Besataron a BaE%ins, que se hab!a desmallado, le pusieron su chaquet n y le reanimaron con nieve. 3uando estuvo en condiciones de caminar le hicieron bajar la monta*a, rumbo a Byea. 8UAndandoV 8le ordenaron. ,o se le volvi a ver. Al d!a siguiente, los 9enn durmieron hasta tarde pues era domingo& pero a eso de las ocho, (uc% comen; a liar nueve fardos con el equipaje y advirti a su familia: 8Doy empe;aremos a subir los escalones. Dabr muchas horas de lu;, as! que intentaremos hacer tres viajes. 8Luego tom una decisi n muy sensata8: Rlvid#monos de lo que tratan de acarrear los dems. ,osotros llevaremos menos peso. Fo, veinticinco %ilos, Com, diecisiete, y 4issy, doce. 8U(uenoV -ara transportar las tres toneladas tendremos que hacer cincuenta y cinco viajes 8volvi a calcular Com, al o!r la noticia. 8-ues que sean cincuenta y cinco [replic (uc%. 3uando iba a cargar el fardo de 4issy a las espaldas de la joven, llegaron unos hombres al campamento, gritando: 8UTn aludV UDan muerto todosV ,o era una simple advertencia, hab!a ocurrido realmente. -or la ladera sur de una monta*a, a ms de seiscientos metros de altura por encima del paso de 3hil%oot, se hab!a derrumbado una gran acumulaci n de nieve y de hielo, que hab!a dejado una parte de la senda sepultada a una profundidad de siete u ocho metros. 8J3untas personas han quedado atrapadasK 8grit (uc%, arrojando a un lado el fardo de 4issy y tomando una de las palas. 8Tn centenar, ms o menos. +l mensajero recorri el campamento dando gritos, mientras los voluntarios cog!an lo que pod!an y echaban a correr hacia el lugar donde se hab!a producido el alud& la avalancha hab!a sido a"n mayor de lo que hab!a dicho el asustado mensajero y hab!a mucha ms gente sepultada. ,o estaban todos muertos. Los novatos, con pocos d!as en la ruta, hombres y mujeres por igual, intentaban apartar la nieve y el hielo con las manos por si era posible rescatar a alguien. 9arios hab!an llevado palas y las usaban diestramente& un hombre de 3olorado, con e$periencia en cuesti n de aludes, hab!a tenido la precauci n de coger un palo, que iba hundiendo en la nieve. 3uando tocaba algo duro, los dems cavaban como topos en el sitio que les indicaba& muchas veces no encontraban ms que piedras, pero de ve; en cuando sacaban a la superficie a alguien todav!a vivo. 3on el palo, este hombre salv a ms de doce personas. Aquella ma*ana de domingo murieron unos sesenta buscadores de oro en total& sin embargo, ni siquiera un desastre de tal magnitud consigui disminuir el ansia de oro de los supervivientes ni retras el incesante movimiento en lo alto de la monta*a. Dab!a

-gina 7@M de ?@0

Alaska

James A. Michener

comen;ado la ascensi n una gran multitud a la que, al parecer, nada podr!a detener, ni siquiera la amena;a de morir aplastados. 4edia hora despu#s de que la avalancha de nieve hubiera borrado el sendero que llevaba a la cima, los enloquecidos buscadores de oro hab!an tra;ado ya otro camino& miraban de soslayo el lugar de la tragedia y continuaban la marcha. 3omo los 9enn hab!an pasado medio d!a colaborando en las tareas de rescate, hasta "ltima hora de la tarde no pudieron unirse a la fila de buscadores que trepaban por la escalera& despu#s de conseguir un sitio en esa cadena, que avan;aba laboriosamente, ya no les fue posible echarse atrs o pararse a descansar: hab!an comen;ado a recorrer un empinado camino que sub!a hasta el infierno. )i alguien sent!a necesidad de orinar, pod!a apartarse a un lado y hacerlo sin que le vieran, pero pod!a costarle ms de una hora intentar volver a la cadena. +n el 3hil%oot, nadie ayudaba a nadie. Los tres 9enn, tena;mente aferrados a sus puestos, alcan;aron los sesenta "ltimos pelda*os al anochecer& por un instante 4issy flaque y temi tener que abandonar su sitio en la fila, pero continu trepando hasta la cima, jadeando y casi desmayada por el agotamiento, luego se volvi para mirar al enjambre de personas que la segu!an mecnicamente F pens : PUBios m!oV UCener que repetir esto cincuenta y cuatro veces msVQ. Al escalar hasta la cumbre de la monta*a, donde se apilaban los equipos en montones de hasta cinco metros de altura, los 9enn y los dems aventureros entraban en un mundo totalmente nuevo. +ra un mundo ca ti co y arbitrario, pero en el cual reinaban tambi#n la ra; n y la ley. Aquella ladera pretend!a ser la frontera entre Alas%a, perteneciente a los +stados Tnidos, y el Cerritorio del Fu% n, canadiense. +ra una l!nea tra;ada en la nieve, sin autoridad legal que la justificara& en realidad, el l!mite estadounidense deber!a haber estado unos %il metros ms al este, pero aquel elevado puerto de monta*a se convirti en la frontera permanente entre las dos naciones, porque as! lo decidieron unos pocos hombres singularmente valientes. )e trataba de un contingente de la -olic!a 4ontada del ,oroeste, destacados en una frontera indeterminada para imponer una ley indeterminada. -ocos estadounidenses hicieron ms por su pa!s: en cuanto vieron la absurda situaci n a que se hab!a llegado sin que los estadounidenses intervinieran, tomaron una decisi n sencilla pero firme: 8La ley ser la que nosotros digamos. A partir de entonces, esta norma, sumamente apropiada y ra;onable, fue adoptada, puesta en prctica y aceptada. +n efecto, muchos de los estadounidenses que llegaban hasta el paso del 3hil%oot desde la ci#naga moral de )%agEay se alegraban de encontrar en la cima de la monta*a a un grupo de hombres decididos que aseguraban: 8Aqu! est la frontera y aqu! estn las leyes. Cendrn que respetar ambas cosas. Igual que ni*os traviesos que hubieran crecido como salvajes, sin ninguna supervisi n, pero sabiendo en el fondo que es mejor un poco de disciplina, los novatos que escalaban el pasaje aceptaban de buen grado la ley de la -olic!a 4ontada. +n la cumbre se hab!an desarrollado unas reglas prcticas: P,adie puede entrar a menos que traiga provisiones para un a*o, sobre todo alimentos. Day que pagar en la aduana canadiense por cada art!culo que se introdu;ca. ,o se podr navegar por los lagos ni por el Fu% n, a menos que se haya construido un bote seguro, capa; de cargar a una persona jun8 to con su equipo. )e numerar cada bote, para poder controlar si ha terminado la traves!a hasta BaEsonQ. La -olic!a 4ontada justificaba esta "ltima e$igencia con un dato siniestro: P+n la #poca en que se cru;aban los lagos en cualquier embarcaci n y sin una numeraci n apropiada, se ahogaron muchas personasQ.

-gina 7@? de ?@0

Alaska

James A. Michener

Rbedeciendo estas reglas, el domingo 7 de abril de .I@I, al anochecer, los 9enn dejaron bajo la vigilancia de la -olic!a 4ontada las primeras cosas que hab!an acarreado y, por primera ve; desde su marcha de )eattle, sintieron que pod!an abandonarlas sin peligro. Los siguientes d!as, sin embargo, fueron un fracaso, pues los tres viajes diarios de ida y vuelta que hab!a previsto (uc% resultaron imposibles de reali;ar. La escalera de hielo era demasiado empinada y las cargas que llevaban demasiado pesadas, de manera que s lo -od!an efectuar un m$imo de dos viajes& adems, algunos d!as hab!a que esperar mucho para unirse a la fila y s lo llegaban a hacer un viaje. 8UBios m!oV 8se quej 4issy una noche, al desli;arse dentro de su saco de dormir8. ,os pasaremos aqu! todo el mes de abril. )in embargo, se afanaron diligentemente en subir los pelda*os de hielo, siempre alertas por si se produc!a otro alud, sin poder dar un paso, erguidos, con el torso paralelo al suelo, las piernas debilitadas, los -ulmones a punto de reventar, los ojos llorosos fijos en la tierra aunque sin dejar de Rbservar a la persona que les preced!a, y la espalda encorvada porque sub!an la escalera helada con una carga de veinticinco %ilos. ,inguno de los pioneros que coloni;aron el continente estadounidense igual aquel esfuer;o humano. ,adie se enfrent a una tarea tan dif!cil como esas treinta mil personas que escalaron el paso de chil%oot cuando a"n amena;aban las "ltimas tormentas invernales. +n uno de los viajes, al llegar a la cumbre, 4issy y Com encontraron los primeros cargamentos sepultados por una repentina ventisca bajo cuatro metros y medio de nieve& ni siquiera pod!an hacerse una idea de d nde estaban sus valiosos bienes. +n su desesperaci n, recibieron la ayuda de un apuesto sargento de la -olic!a 4ontada, un joven pulcramente afeitado y de ojos a;ules, nacido en 4anitoba, en el centro de 3anad: se llamaba >ill Airby, ten!a veintiocho a*os y estaba decidido a hacer carrera en el 3uerpo de -olic!a del ,oroeste. Le encantaba el aire libre& hab!a sido trampero y hab!a viajado mucho en canoa por r!os remotos, contratado por 3ompa*!as peleteras, para investigar las posibilidades comerciales. 3uando vio a 4issy y a Com removiendo las nieves de abril, en busca de su tesoro enterrado, acudi en su ayuda: 8,o tienen que preocuparse por un poco de nieve como #sta. +l pasado enero ten!amos aqu! ms de veinte metros. 8+so es imposible 8dijo 4issy, que no estaba dispuesta a tolerar aires de condescendencia despu#s de una ascensi n tan agotadora. +l sargento sac una fotograf!a en la que aparec!a junto a dos compa*eros de la -olic!a 4ontada, de pie en ese mismo sitio, sin que se viera ninguna vivienda alrededor. 8Aqu! arriba nieva de verdad. (ueno, Jc mo hab!an dispuesto sus cosasK 4issy, que se hab!a calmado al ver la fotograf!a, aunque sospechaba que era falsa, le indic ms o menos d nde hab!an dejado sus bienes y describi su aspecto& mientras los tres cavaban, daban patadas y hurgaban con palos en la nieve, el sargento Airby les dijo: 8+l pasado enero, durante una fuerte tormenta, a un hombre se le ocurri algo muy ingenioso. Les e$plic lo que hab!a hecho aquel viajero, y tanto 4issy como Com pensaron inmediatamente que pod!a dar resultado. +n cuanto hallaron sus cosas, con la ayuda de Airby, bajaron a toda prisa la monta*a para contar a (uc% lo que hab!an escuchado. 8UFuncionarV 8e$clam su compa*ero. ,ecesitar!a varias cosas: una roca firme en lo alto del 3hil%oot, donde hab!a varias& dos trineos, que se pod!an fabricar fcilmente con tro;os de madera& una soga muy larga, y otros cinco hombres, que pesaran bastante. (uc% se dio cuenta en seguida de que pod!a conseguir todo eso e$cepto la larga cuerda, pero entre los enseres dom#sticos abandonados

-gina 7@I de ?@0

Alaska

James A. Michener

junto al camino que iba del 3ampamento Rvejero a las balan;as hab!a visto varios rollos de soga gruesa. Bej a 4issy y a Com con el equipo y baj por el sendero que acababa de subir. Aunque no locali; la cuerda que recordaba haber visto, encontr otras que alguien hab!a abandonado ms tarde entre los ba"les, los muebles y los art!culos dom#sticos sobrantes. 3ogi la cuerda y volvi a toda prisa a las balan;as, donde se fij en los hombres que trabajaban a su alrededor& finalmente se decidi por cuatro posibles candidatos. +l sargento Airby hab!a recomendado emplear a seis personas, pero (uc% pensaba que lo har!a mejor con cuatro ms. )e reuni con ellos delante de la tienda y les e$plic el plan: 8)i subimos hasta lo alto de 3hil%oot, sujetamos una polea a una roca firme y construimos dos trineos donde quepamos los cinco, Jqu# tendremosK Los cuatro que le escuchaban comen;aron a imaginarse lo que el polic!a canadiense hab!a contado a 4issy y Com: 8U3arambaV U)i los cinco nos montamos en uno de los trineos y nos dejamos desli;ar monta*a abajo, el otro trineo, cargado con el equipo, tendr que subirV :esult . )ubieron hasta lo alto del pasaje y buscaron, con la ayuda de Airby, una roca apropiada, a la que fijaron un tosco aparejo, con la soga pasada por la polea. Tna ve; atados los trineos, vac!o el de arriba y el de abajo cargado con parte del equipo, los cinco subieron a la cima con muy poca carga, que dejaron apresuradamente junto a lo que ya ten!a cada uno depositado en el lado canadiense. Bespu#s corrieron hacia el trineo vac!o y se acomodaron de manera que pudieran empujarse con las manos& con el veh!culo en lo alto de la empinada pendiente, (uc% dio la se*al, y el hombre que iba sentado atrs empuj el trineo hasta que cobr impulso. Bio un "ltimo impulso, que lo envi colina abajo, mont en el trineo de un salto, y los cinco tuvieron el e$traordinario placer de sentirse desli;ar por la monta*a, mientras el otro veh!culo, cargado con el pesado equipaje, sub!a la cuesta como si tiraran de #l unas manos invisibles. +l e$perimento funcion mejor de lo que hab!a pronosticado el sargento Airby. 3uando 4issy y Com volvieron a lo alto de la monta*a, Airby les dijo: 8Los estadounidenses s! que saben construir mquinas. Le complac!a ver c mo hab!an perfeccionado el mecanismo. Aquellos estadounidenses, en particular, franquear!an el paso de 3hil%oot de la manera ms c moda. 4ientras tanto, 4issy y Com continuaron escalando el pasaje con cierta alegr!a, porque llegaban a la cima con mucha menos carga, pero eso s! siempre con una pala. Bespu#s de descargar sus bultos en el dep sito de los 9enn y saludar al sargento Airby, se apartaban del pasaje 3hil%oot y se dirig!an a una cuesta ms empinada, cubierta por varios metros de nieve. 4issy -on!a una tabla sobre la pala, dirig!a el mango monta*a abajo y se sentaba tan adelante como le era posible. Com se instalaba detrs de ella, medio en la pala, medio en la tabla que sobresal!a, y se sujetaba a 4issy por la cintura& de esta forma, se desli;aban pendiente abajo, como si fueran ni*os en un trineo de colores. +l descenso result tan estimulante y vital, con el viento fr!o dndoles en la cara, que subieron a toda prisa los "ltimos pelda*os de 3hil%oot y corrieron de nuevo a la empinad!sima pendiente para arrojarse cuesta abajo sobre su pala mgica. Com, aferrado a 4issy, que guiaba a medias la pala con los talones, disfrutaba como nunca en su vida& pero Airby, al verles descender con tanta rapide;, se inquiet y quiso hablar con ellos cuando volvieron a subir a lo alto del pasaje: 8La he visto dirigir la pala con los talones, se*ora 9enn. Fo no lo har!a& a esa velocidad, si se le enganchara el pie en algo, aunque sea en un tro;o de hielo, se le torcer!a la pierna hacia atrs y el impulso podr!a incluso arrancrsela. 3uanto menos, se le romper!a. Bespu#s de eso, hicieron los viajes con un poco ms de prudencia, -ues tanto 4issy como Com evitaban que la pala bajara a demasiada velocidad.

-gina 7@@ de ?@0

Alaska

James A. Michener

Tn anochecer, el trineo de (uc% y la pala de 4issy llegaron a las balan;as al mismo tiempo& uno de los hombres del veh!culo e$plic a 4issy: 8,os gusta la forma en que organi;a las cosas su marido. )eguro que est usted orgullosa de #l. 4ientras conversaba con Com, durante uno de los ascensos de la monta*a, 4issy coment : 8Com, Jte has dado cuenta del poder de tu padreK Los otros le tratan con respeto. 'l toma una decisi n y se atiene a ella. 8+s como si en todos estos a*os hubiera estado esperando que ocurriera esto 8replic Com. 4issy, en un arrebato de afecto por el muchacho, que se estaba haciendo mayor, le tom de la mano. 8A ti te est pasando lo mismo, Com 8le dijo8. 3uando lleguemos a las minas sers todo un hombre. +l sargento Airby, al ver lo bien que trasladaba su carga el valiente grupo, dijo una noche a sus compa*eros: 8+n esta cuesta hemos visto a algunos estadounidenses muy in"tiles, pero esos tres 9enn compensan por muchos de los otros. 8J-or qu# te preocupas tanto por ellosK 8le pregunt uno de los polic!as montados. 8+n casa est mi hijo, mucho ms peque*o que el suyo. 4e gustar!a mucho que al hacerse mayor fuera igual de responsable. 83avil unos momentos sobre lo que acababa de decir, y a*adi 8: Adems, siento un gran respeto por 9enn, que sabe hacer funcionar las cosas y poner orden. 8Cambi#n la se*ora 9enn te inspira bastante respeto, JverdadK 8-regunt uno de los polic!as montados de ms edad. All! se acab la conversaci n. +n el paso de 3hil%oot tambi#n hab!a fot grafos: eran hombres osados y tenaces, que acarreaban grandes cmaras y pesadas placas de vidrio hasta los sitios ms apartados, para captar con e$posiciones de tres minutos imgenes en las que se ve!an diminutas figuras humanas ante un fondo de vastos campos nevados. Tno de esos audaces e$perimentadores era un sueco de veinti"n a*os, educado en >isconsin, donde hab!a instalado un estudio fotogrfico profesional cuando contaba quince a*os de edad. +staba fascinado por la magnitud de la estampida hacia el oro del Alondi%e, pero era uno de esos hombres prudentes que no pretend!an hacer fortuna lavando arena en alg"n arroyo de las monta*as, sino fotografiando a los hombres que lo hac!an. -arec!a estar en todas partes, pues su diligencia y su buena suerte le permit!an acudir al sitio apropiado en el momento oportuno. Aquel domingo fatal en que se produjo el alud, por ejemplo, no andaba muy lejos, en tres de sus fotograf!as se pod!a ver a (uc% 9enn y a su hijo, entre cientos de personas, cavando para desenterrar los cuerpos. -ero uno de sus mejores retratos, tomado el mismo d!a, mostraba a 4issy -ec%ham, menuda, decidida F atractiva, contra un fondo de nieve. Aparec!a erguida, con gruesas botas y un vistoso tocado de campesina rusa. Llevaba una falda muy ancha, que ca!a en pliegues hasta la parte alta de las botas y quedaba recogida en torno a una cintura tan estrecha que parec!a dividir a la mujer en dos mitades separadas. la blusa, no demasiado gruesa a pesar de la nieve, ce*ida al cuerpo pero voluminosa a la altura de los hombros, terminaba en un cuello peque*o y primoroso. )eis botones brillantes adornaban la pechera, pero a todos estos detalles los eclipsaba la decisi n que le iluminaba la cara. ,o era un rostro bonito, como los de los anuncios, pero demostraba un prodigioso dominio de s! que casi lo convert!a en heroico. La joven que miraba fijamente desde la fotograf!a estaba decidida a llegar a las minas de oro. +l d!a en que los cinco hombres introdujeron en 3anad el "ltimo cargamento de provisiones, despu#s de pagar los derechos aduaneros, se separaron, pues cada uno ten!a sus propias ideas sobre el modo de llegar a las minas de oro. 3uando los 9enn se dispon!an

-gina 600 de ?@0

Alaska

James A. Michener

a llevar la carga monta*a abajo en nueve o die; viajes con el trineo, el sargento Airbv les llam para contarles algo curioso 8)i alguien se muere en la cuesta y ha venido solo, me corresponde a m! cuidar de sus pertenencias. )i sabemos su direcci n, enviamos el dinero y los papeles a su casa. +n cuanto al equipo, lo vendemos... por lo que nos quieran dar. +l otro d!a muri aqu! un anciano de unos sesenta a*os. 8JF cul es el problemaK 8pregunt (uc%. 8,o dej mucho, pero ten!a una vela de lona muy buena [e$plic Airby8. Cal ve; hab!a trabajado en alg"n barco, porque est muy bien cosida. 8,o comprendo. 8J,adie se lo ha dicho, se*or 9ennK +l lago Lindeman est bastante lejos. Al llegar lo encontrarn helado, y cuando terminen de cru;arlo habr otro largo trayecto hasta el lago (ennett, donde tendrn que construir un bote para viajar por el r!o hasta BaEson. -ero si ponen una vela en el trineo, con los vientos tan fuertes que hay por aqu!, podrn desli;arse hasta el lago. Le vendo la vela por dos d lares 8a*adi 8, y le aconsejo que se quede con ella. (uc% le entreg los dos d lares, y Airby pidi un recibo firmado y fechado. 8-referimos hacer las cosas estrictamente dentro de la ley, ya que hay dos pa!ses implicados. Fue casi un placer bajar la vertiente canadiense del paso de 3hil%oot: Com se qued en la cima para cargar el trineo, en tanto que (uc% llevaba a 4issy hasta el pie de la empinada cuesta, donde la mujer se encargar!a de ir reuniendo las cosas a medida que su marido las bajara& (uc% descend!a tan velo;mente que, cuando pasaba sobre alg"n mont!culo, se elevaba en el aire. 8+l sargento Airby me aconsej que no sacara las piernas a la velocidad que llevbamos Com y yo 8le avis 4issy, al ver c mo tomaba una curva mientras se acercaba al mont n de bultos8. C" ests bajando al doble de esa velocidad. 9e con cuidado. Tna ve; que la carga estaba al pie de la monta*a, los quince %il metros que les separaban del lago Lindeman no eran ms que una suave pendiente fcil de recorrer& fue entonces cuando la vela del viajero fallecido result de] utilidad, pues (uc% construy una peque*a caja de madera en la que plant el e$tremo inferior del mstil, y lo sujet con cuerdas para que el otro e$tremo se mantuviera erguido. Tn penol le permit!a e$poner un gran tro;o de vela& con ese impulso, casi se pod!a navegar sobre la nieve endurecida. Tna ve; ms, los tres 9enn se separaron: Com custodiaba el equipo al pie de la monta*a, 4issy aguardaba al final del trayecto, y (uc% se desli;aba alegremente por la cuesta con una carga o sub!a a pie con el trineo vac!o. +n el "ltimo descenso desde lo alto de 3hil%oot, (uc% baj con Com. 3uando el trineo se detuvo donde 4issy esperaba, el muchacho vio que toda la carga estaba ya acumulada junto al primer lago, una hermosa e$tensi n de agua en cuya orilla se levantaban una multitud de tiendas blancas, que albergaban a una improvisada ciudad de varios miles de personas, con caminos nevados y con dos hoteles en los que se serv!a comida caliente. Al contemplar el e$traordinario panorama, Com e$clam , impresionado: 8+l mundo entero parece haberse vuelto blanco. Los 9enn estaban ya en lo que parec!a ser el nacimiento del Fu% n, que era tambi#n donde acababa la ruta de )oapy )mith, procedente de )%agEay. Atravesaron varias veces con su carga el lago Lindeman, que med!a unos die; %il metros de una a otra orilla& cada traves!a les pareci un sue*o, porque la superficie helada era lisa y el trineo pod!a desli;arse fcilmente por encima. Las monta*as circundantes estaban cubiertas de nieve, la atm sfera era seca y desde 3hil%oot soplaba un viento constante que les impulsaba en la direcci n que quer!an seguir.

-gina 60. de ?@0

Alaska

James A. Michener

8+s la mejor traves!a que haremos 8pronostic (uc%, mientras avan;aban entre aquella belle;a invernal, ya con un claro anuncio del verano en el aire. +n su tercer viaje por el Lindeman, (uc% dej que el trineo se desli;ara ms a la derecha, lo que le condujo a un trecho de hielo desigual. A causa del viento, o debido al fluir de alguna invisible corriente que desembocaba all! desde las monta*as, se hab!an al;ado bloques de hielo que alteraban la superficie lisa. (uc% dio una patada para apartar el trineo y se torci el tobillo derecho. Aunque no era grave, no quiso volver a tener ese problema en los pr $imos recorridos, de modo que, tras arrastrar el trineo para volver a la orilla occidental del lago, pidi a Com que buscara alg"n palo que le permitiera maniobrar entre los bloques de hielo& el muchacho encontr uno de unos dos metros setenta de longitud, lo bastante fuerte como para proteger el trineo, +n los viajes siguientes, el viento continu empujando a (uc% hacia la orilla derecha, pero con el palo consigui impulsar el trineo y apartarlo de los bloques. +n la "ltima traves!a carg el trineo con los cuatrocientos %ilos de equipo que quedaban y subi a Com en lo alto del mont n. +chados hacia atrs, guiando el trineo por medio de las cuerdas que sosten!an la vela2 se desli;aron a bastante velocidad hacia el lago (ermett, donde ten!an que construir ung bote para navegar por el Fu% n. 8,o hay una sola colina entre este lugar y BaEson 8e$clam Com con alegr!a8. -odemos navegar directamente hasta nuestra mina de oro. 8)in embargo, de pronto el muchacho grit 8: U-apV U(loques de hielo ah! enfrenteV 8ya lo veo 8respondi (uc%8. -asaremos. Di;o girar el palo hacia fuera, pero en esa ocasi n la carga era tan pesada y la velocidad tan alta que el e$tremo de la vara choc contra un enorme bloque de hielo y se enganch en una grieta. 3omo el palo se estaba doblando de un modo alarmante, Com volvi a gritar: 8U-apV U)u#ltaloV Bemasiado tarde. +l palo se rompi : un e$tremo pend!a in"tilmente entre las manos de (uc%, mientras el otro, desgarrado y mellado, salt como una flecha disparada por un arco gigantesco. Alcan; a (uc% en el medio del pecho, ms como el e$tremo partido de una lan;a que como una astilla de acero, y le abri una profunda y dolorosa herida. 3uando (uc% vio que le sal!a sangre, dirigi a su hijo una mirada de desesperaci n, y Com vio palidecer la cara de su padre, curtida por el viento. (uc% solt el palo y estrech las manos contra la herida. 4ir una ve; ms a su hijo, mientras le brotaba un chorro de sangre por la boca, y se derrumb sobre el trineo, que avan;aba pausadamente por el lago, con la vela en alto. >ill Airby se encontraba vigilando los siete mil botes que se estaban construyendo junto al lago Lindeman y el curso de agua que llevaba al lago (ermett, cuando se enter de que se hab!a matado otro buscador de oro en el descenso del pasaje 3hil%oot& con cierta rabia contra esos estadounidenses que se met!an en situaciones peligrosas que no sab!an controlar, corri hacia el lugar donde hab!a ocurrido el accidente. )e impresion mucho al descubrir que el fallecido era (uchanan 9enn, que se hab!a mostrado tan responsable en la traves!a del puerto& al ver a 4issy y al chico, temblando junto al lago, solos e incapaces de pensar en los muchos problemas a los que ahora se enfrentaban, sinti una gran pena por ellos e hi;o lo que pudo por ayudarles. 8,osotros les cuidaremos. ,o queremos que las mujeres sufran en esta ruta. 8Llam a Com aparte, y le dijo, con firme;a8: Ahora veremos si vas a ser un hombre o no. Le complaci ver que la respuesta del muchacho era hacerse cargo del trineo que hab!a matado a su padre. Airby se reuni con los dos en la orilla del lago y les dijo: 83omo ustedes saben, mi deber es asegurarme de que los bienes de las personas fallecidas queden a cargo de alguien que legalmente tenga derecho a disponer de ellos. 8Al ver la cantidad de dinero que llevaba (uc%, qued sorprendido y advirti 8: ,o puedo entregarle a

-gina 60/ de ?@0

Alaska

James A. Michener

usted todo este dinero, se*ora 9enn. +s demasiado peligroso. -edir# al comisario )teele que se haga cargo de esta suma hasta que ustedes lleguen a BaEson. La decisi n de Airby hi;o aflorar dos cuestiones complicadas, que 4issy se dispuso a e$plicar, una por una: 8Fo no estaba casada con (uc% 9enn. -ero la mitad del dinero que #l llevaba me pertenece. F no voy a entregar mi parte a nadie. Airby asinti , aunque se atuvo a su primera opini n: 8+speraremos a que llegue el comisario )teele, en su visita de inspecci n. Al revisar las pertenencias de (uc% se descubrieron dos cosas que 4issy y Com no quisieron que fueran a parar a manos de Airby. La primera era un sobre con el billete de cien d lares para la Fegua (elga& tal como 4issy e$plic , eso pertenec!a a su destinataria: 8,osotros s lo tenemos que entregarlo. 8-ero Jno se da cuenta, se*oraK 8el sargento Airby sonri con indulgencia8. ,o podemos permitir que ese dinero circule por ah!, con una mujer indefensa. Cengo que guardarlo yo. Le aseguro a usted que la destinataria lo recibir. 8)oy yo quien tengo que entregrselo personalmente. )e trata de un compromiso. 8F lo va a cumplir 8pero Airby se guard en la chaqueta el sobre con el dinero. +n cuanto al papel que reclamaba Com, no hubo discusiones: 8Tn ingeniero dibuj esto para m!. )on los planos del bote que tenemos que construir. 8+se hombre sab!a dibujar 8dijo Airby, despu#s de mirar el dise*o y devolv#rselo a Com8. Nuienquiera que sea, entiende de barcos. 8)i construimos uno as! 8pregunt Com8, Jcree usted que podremos navegar hasta BaEsonK >ill Airby se vio obligado a hablarles de un problema grav!simo, al cual se hab!a tenido que enfrentar otras veces: 8)i#ntense, por favor. ,ecesito que me presten toda su atenci n. Be pie frente a ellos, firme como un soldado, muy apuesto con su elegante uniforme de pantalones a rayas, pulcra chaqueta con adornos y ancho sombrero, Airby constitu!a la imagen de la autoridad& tanto 4issy como Com se dispusieron a escucharle. 8'sta es la cuesti n: JBe verdad quieren ustedes ir a BaEsonK Tn momento, no se apresuren a responder. 83omen; a enumerar los inconvenientes de la situaci n8: +n estos lagos hay veinte mil personas esperando a que se funda el hielo. )e encontrarn perdidos en medio de una estampida. ,o tienen a ning"n hombre que les ayude. -odr!an atropellarles. Adems, aun en el caso de que consigan llegar, han de saber que todos los sitios buenos ya estarn ocupados. Nui; no est#n ocupados solamente los buenos, sino cualquier sitio, los buenos y los malos. +stas provisiones les durarn seis meses, como mucho. Bespu#s empe;arn a quedarse sin dinero. JNu# van a hacer entoncesK 4issy y Com se miraron, y la mujer respondi : 8+l hombre que nos dio ese dinero para la belga... +l <rano del Alondi%e, dijo que se llamaba... 8De o!do hablar de #l. +staba un poco loco, pero era de fiar. 8+l polic!a se ri entre dientes y les pregunt 8: JLes dijo #l lo mismo que yo acabR de decirlesK 8As! es. 8y sin embargo, ustedes decidieron venir. 8)!. 8)e*ora 9enn... Bisculpe, pero los documentos dicen que usted es la se*orita -ec%ham y este joven, el se*or 9enn, hijo. Ir a BaEson con un hombre que la proteja y la gu!e es una cosa. Ir sola, otra muy distinta. 83onsider necesario impresionar a esas personas para que tuvieran en cuenta la realidad8: ,o creo que una mujer como usted... quiera trabajar en un burdel, JverdadK 8,o es #sa mi intenci n 8contest 4issy sin vacilar.

-gina 607 de ?@0

Alaska

James A. Michener

8(ueno, tengo que asegurarme de que los bienes del se*or 9enn pasann a quien legalmente corresponde. A usted y al muchacho les entregar# el trineo, el equipo completo y lo necesario para construir el bote. +n cuanto al dinero y los papeles, e$ceptuando los planos para el bote, tengo que quedarme con ellos. -ara sorpresa de todo el mundo, Com se levant y dio un paso adelante: 8,o puede hacer eso. )abemos lo que pasaba en )%agEay. Airby asinti , ms complacido que ofendido al ver que el muchacho tomaba una actitud tan protectora. 8Cienes ra; n. Cienes derecho a querer asegurarte. +nvi a Com al otro lado del lago, en busca de otros miembros de la -olic!a 4ontada del ,oroeste& cuando dos j venes uniformados se presentaron en la tienda de los 9enn, Airby les devolvi el saludo y e$plic la situaci n: 8-or la e$periencia que han tenido antes en )%agEay, la se*orita -ec%ham y el se*or 9enn, hijo, se niegan a dejar a nuestro cargo los bienes del fallecido hasta que no lo disponga as! una sentencia. 8U-ero es que tienen que hacerloV 8dijo el ms joven de los dos polic!as. 8J3 mo podemos fiarnos de #lK 8pregunt 4issyY. J3 mo podemos fiarnos de ustedesK 8)e*ora 8contest el polic!a8, si usted no se f!a del sargento Airby, es que no se f!a de nadie. 8)i piensa ir sola hasta BaEson 8a*adi el otro8, tendr que confiar en alguien. Ante la vista de los dos polic!as montados, Airby e$tendi un recibo, lo firm y se lo entreg a 4issy, quien a su ve; se lo dio a Com: 8'l es el hijo de (uc% 8e$plic . 8-ero usted, Jno era su esposaK 8pregunt uno de los polic!as. 8,o 8contest 4issy. Cres d!as despu#s, mientras millares de personas se api*aban en la orilla inferior del lago Lindeman, haciendo los preparativos para correr hacia el lago (ennett y construir all! sus barcos, el sargento Airby acudi a la tienda de los 9enn con un oficial corpulento y bigotudo, que ten!a fama de ser Pel le n del Fu% nQ. +ra el comisario )amuel )teele, incorruptible ejecutor de la justicia en la frontera. Alto, de anchos hombros, de aspecto poderoso, usaba un amplio sombrero negro de vaquero y no llevaba ning"n arma a la vista& todos sus movimientos, todos sus gestos, revelaban autoridad, pero tambi#n compasi n. )u jurisdicci n se aplicaba a un territorio salvaje y prcticamente ingobernable, en el que hab!a en ese momento ms de veinte mil forasteros dispuestos a irrumpir en una ciudad que ni siquiera e$ist!a tres a*os antes& pero todos los polic!as que actuaban bajo sus rdenes estaban de acuerdo en que era un hombre justo. -ermiti que se reservara una calle para las prostitutas, donde reinaba la Fegua (elga. Bej que funcionaran abiertamente las tabernas y los garitos, pero tanto las bebidas como las ruletas ten!an que ser de fiar. Antes de que se abriera el primer banco en la ciudad, se encargaba del dinero de los mineros, que nunca perdieron nada mientras #l lo tuvo a su cargo. Insisti en que se respetaran los domingos. +n las calles de su ciudad no se produ8 c!an los tiroteos que tanto abundaban en los pueblos enriquecidos s"bitamente en los +stados Tnidos& el homicidio se persegu!a. )i alguien osaba transgredir estas normas, #l mismo iba en su busca, se enfrentaba con #l y le e$pulsaba del 3anad. +ste hombre estaba ahora frente a 4issy -ec%ham y a Com: 8Lamento much!simo esta trgica p#rdida. 4issy no respondi & se reservaba las fuer;as para la inminente discusi n. 8F comprendo que usted se muestre renuente a confiarnos el dinero de su difunto esposo. 8,o era mi esposo 8aclar 4issy.

-gina 606 de ?@0

Alaska

James A. Michener

8,osotros le considerbamos as! 8inclin solemnemente la cabe;a al decirlo, ya que Airby le hab!a informado del carcter leal de 4issy. 8Ahora bien, se*ora: hemos decidido que el dinero pertenece legalmente a este joven. 8+stoy de acuerdo. ,o es m!o, desde luego. 8-ero cuando el comisario )teele esbo;aba una sonrisa ante su rpida aceptaci n, 4issy le interrumpi 8: +n cuanto a mi mitad, la que gan# trabajando como camarera y a bordo del Alacrity, #sa s! que la quiero. 8-or supuesto que se la daremos 8asegur )teele8& pero no aqu!, en medio de esta selva, donde no podemos protegerla a usted. 8J-or qu# noK 8,o pienso tanto en usted como en mis hombres, se*ora. ,o pueden protegerla desde aqu! hasta BaEson. Lo que van a encontrarse... 8hi;o una pausa8. J+st decidida a seguirK )i prefiere regresar, se*ora, la ayudaremos a cru;ar de nuevo el puerto. 3reo que es lo que ms le convendr!a. 8Iremos a BaEson. 83uando lleguen a la ciudad les devolveremos el dinero. 4issy estaba al borde de las lgrimas. +n el breve tiempo transcurrido desde la muerte de (uc% se hab!a for;ado a comportarse como una mujer resuelta, consciente de los peligros a los que ella y Com se enfrentar!an al viajar sin protecci n hasta BaEson, pero la continua presi n de la escalada del paso de 3hil%oot, de la muerte y ahora de esos hombres autoritarios era casi insostenible. 8J3 mo sabemos que ustedes no son otra banda como la de )oapy )mithK +ra un ataque directo y tan pertinente que el comisario )teele retrocedi un paso. 3laro, Jc mo pod!a saber una mujer indefensa que no se trataba de lo mismoK )u respuesta, un poco e$tra*a, la tranquili; : 84e gustar!a pasar una semana en )%agEay, se*ora, con tres o cuatro hombres como el sargento Airby. 4issy se estremeci , se llev una mano a los labios y mir a los dos hombres& entonces Airby le revel algo asombroso: 8J)ab!a usted que el d!a del alud )oapy envi a cuatro de sus hombres al lugar de la tragedia para que robaran lo que pudieran entre las pertenencias de los muertosK Iban bajo las rdenes de un tipo cruel llamado Rtto Biente ,egro. F se llevaron bastante, por lo que nos han dicho. 8J3 mo pudieron ustedes permitir algo as!K 8Rcurri en Alas%a, se*ora 8le record )teele8. ,o en nuestro territorio. F as! se hacen las cosas all!. +n 3anad no lo permitimos. 8+l comisario )teele y uno de sus hombres acabar!an con )oapy en una sola tarde 8a*adi Airby8. ,o tendr!an que esperar hasta la noche. 4issy, ms tranquila, decidi confiar en esos hombres. 3uando se iban, )teele dijo: 8,unca hemos perdido a un cliente. ,os veremos en BaEson. )argento Airby 8a*adi 8, encrguese de que construyan una buena barca. F p ngale un nombre que d# suerte. +n BaEson necesitamos gente como ellos. ,o volvieron a ver a Airby hasta despu#s de trasladar penosamente todas sus cosas por el corto trayecto que separaba el lago Lindeman del lago (ennett& #ste era ms importante, pues se pod!a comparar en dificultad al nevado paso de 3hil%oot: hab!a que tomar decisiones de vida o muerte. +ste tipo de decisiones ten!an que ver con los barcos, ya que la -olic!a 4ontada e$ig!a a quienes viajaban a BaEson que construyeran o compraran una embarcaci n capa; de navegar los ochocientos veinticinco %il metros hasta su destino, lo bastante s lida como para superar la traves!a de un peligroso ca* n y de varios tramos de violentos rpidos.

-gina 60L de ?@0

Alaska

James A. Michener

)i no vieron a Airby fue porque #ste tard un tiempo en locali;arles. Las orillas del lago (ennett albergaban una gran ciudad de tiendas de campa*a, con unas veinte mil personas que quer!an ser buscadores de oro, todos dedicados a construir barcas. Los rboles eran derribados a un ritmo que iba dejando peladas las monta*as pr $imas, y por doquier se e$cavaban hoyos para aserrar los troncos. La canci n del lago (ennett era el siseo de los serruchos y el martilleo de los clavos, y esta m"sica se o!a las veinticuatro horas del d!a. -ersonas que cuatro meses antes no hab!an visto el agua, aho ra decid!an el modo de curvar una tabla para ajustarla a la forma de un bote& los resultados eran de una asombrosa variedad e ineptitud. Tn grupo de hombres construy una barca;a en la que se habr!a podido cargar un tren. Tn aventurero solitario se fabric una c moda barquita, de unos dos metros y medio& como los polic!as montados no le permitieron navegar con ella en los tramos peligrosos, contrat a un indio para que le ayudara a llevarla a rastras a lo largo de die; %il metros. Los ms prudentes conservaban las velas con las que hab!an descendido la ladera de la monta*a y hab!an cru;ado el lago Lindeman& los que entend!an un -oco de rpidos y barrancos pedregosos constru!an unos remos muy largos y pesados, llamados espadillas, que montaban en la parte trasera de los botes. 4anejando una espadilla, un hombre con nervios de acero pod!a esquivar muchos obstculos. 4issy y Com levantaron la tienda en un buen sitio, cerca del borde del lago y con un hoyo para aserrar ya cavado& consiguieron ese sitio porque la aguda vista de la mujer locali; a dos hombres a punto de marcharse y trasladar su embarcaci n terminada, de seis metros y medio, a un lugar donde fuera ms fcil botarla. 3uando ella les pregunt si pod!an quedarse en el sitio que dejaban libre, le respondieron: 83laro que s!. -ero si a"n no han comen;ado a construir su bote, no tendrn tiempo de unirse a la flota. +sa tarde, 4issy y Com acometieron la formidable tarea de construir una embarcaci n de casi siete metros. Com recorri todos los campamentos a los que se pod!a llegar caminando para preguntar si alguien le vend!a alg"n tabl n o unos buenos clavos, y consigui ms tablas aserradas de lo que hab!a esperado. Bespu#s se fue con su hacha a lo que quedaba de los bosques y tal rboles hasta el atardecer. 3omo estaban ya en primavera, hasta las ocho no comen; a ponerse el sol y no se hi;o de noche hasta una hora despu#s& en ese momento Com estaba rendido. A la ma*ana siguiente comen;aron a trabajar antes de que amaneciera, a las cuatro y media& as! transcurrieron los d!as que quedaban del mes de abril. 4issy dedicaba la ma*ana a cocinar para algunos hombres que le pagaban bastante bien por unas tortas, pan y unas jud!as& por la tarde iba a los bosques y ayudaba a Com a llevar hasta la tienda los troncos talados. 3uando calcularon que ten!an bastante madera para construir el bote, apretaron los dientes y se pusieron a la dura tarea de aserrar las tablas necesarias. Tna ve; que lograron poner el primer tronco encajado sobre el borde del hoyo, hubo que resolver qui#n trabajar!a arriba y qui#n en el fondo, tirando del serrucho hacia abajo. Com se ofreci para manejar desde abajo la sierra de dos metros, convencido de que #se era el trabajo ms duro& en eso se equivocaba, pues la persona de arriba ten!a que tirar hacia lo alto hasta que le dol!an los bra;os, pero ten!a ra; n al pensar que trabajar abajo era mucho ms desagradable, ya que en el fondo del hoyo era inevitable tragar una lluvia constante de serr!n. +ra muy fcil describir el proceso, pero llevarlo a cabo resultaba terriblemente dif!cil. Al terminar la primera jornada, 4issy y Com apenas hab!an dado forma al primer tabl n, y lo hab!an hecho tan mal que los bordes segu!an una l!nea ondulada, como tra;ada por un borracho. 9enciendo la desesperaci n, cuando estaban los dos en la tienda, por la noche, 4issy dijo tercamente:

-gina 60M de ?@0

Alaska

James A. Michener

8U4aldita sea, ComV )i no aprendemos a cortar tablones nos pudriremos aqu! cuando los otros se vayan. Com no le record que en gran parte su fracaso se deb!a a que ella no consegu!a mantener la sierra en l!nea recta. Al d!a siguiente emprendieron el trabajo con ms seriedad& aunque 4issy aserraba con menos rectitud de lo conveniente, consiguieron cortar tres buenos tablones y se fueron a dormir convencidos de que con paciencia llegar!an a dominar la sierra. Com estaba tan agotado que se durmi sin cepillarse el serr!n del pelo. Burante cinco espantosos d!as, mientras el hielo del lago (ennett 3omen;aba a deshacerse, la pareja continu con la penosa tarea de aserrar. Las manos se les llenaron de ampollas y ms tarde de callos. )e les endurecieron los m"sculos de la espalda y se les apag la mirada, pero ellos continuaron cortando sin parar las valiosas tablas de las que muy pronto depender!a la vida de ambos. Tn d!a en que 4issy dudaba de poder resistir mucho tiempo ms, pues apenas pod!a levantar los bra;os para tirar de la pesada sierra, apareci el sargento Airby, despu#s de buscarles en unas dos mil tiendas. 8Das hecho maravillas 8dijo, dando una palmada en el hombro de Com8. 9eo que 4issy est arriba, como tiene que ser. Ce felicito. Los agotados carpinteros se alegraron tanto al ver a Airby que olvidaron por un momento sus dolores y manejaron con fuer;a la sierra& pero el polic!a se dio cuenta de que 4issy estaba trabajando s lo a fuer;a de coraje, por lo que trep a lo alto de la plataforma, baj con cuidado a la muchacha al suelo y cogi el mango del serrucho. Can pronto comen; a manejarlo, Com percibi la diferencia. La sierra descend!a con ms fuer;a, se ajustaba mejor a la l!nea marcada y sub!a imperiosamente hacia arriba. Los dos hombres aserraron el tronco durante casi dos horas, cortando tablones a una velocidad que a Com le parec!a imposible. Al mediod!a, 4issy les prepar una sopa, y Airby pas la mayor parte de la tarde en el hoyo. :egres al d!a siguiente, para ayudar a Com a terminar las tablas que ten!an que formar la cubierta de la embarcaci n dise*ada por Aernel& esa noche, el sargento se qued a cenar. 3uando comen;aron la verdadera construcci n del bote, ya con la pesada quilla claramente definida, Airby aparec!a con frecuencia, no s lo para darles consejos, sino tambi#n para prestarles su valiosa ayuda a la hora de dar forma a la embarcaci n. Cambi#n com!a con ellos y les llevaba carne y verduras de sus propias fuentes de abastecimiento. Tn atardecer, 4issy abord a Com con una curiosa petici n: 8J,o podr!as dormir esta noche en la tienda de los )tanton, ComK +l muchacho permaneci inm vil, con las manos en los costados y la cabe;a dndole vueltas. Cen!a quince a*os y 4issy, veintitr#s& bajo ning"n concepto hubiera dicho que la amaba, pero muchas veces, en los "ltimos meses, hab!a tenido que admitir para sus adentros que nunca hab!a conocido a otra mujer como ella. ,o la ve!a como a una muchacha, para #l, una muchacha era alguien de su edad, y en la escuela hab!a conocido a varias que eran atractivas y promet!an volverse a"n ms atractivas con el correr de los a*os. 4issy era una mujer, hab!a sido la salvaci n de los 9enn en los a*os de miseria, F gracias a ella su padre hab!a rejuvenecido. +ra una persona maravillosa, valiente, trabajadora y simptica. Los d!as en que descend!an la monta*a sobre la pala, #l sol!a aferrarse a ella como si los dos hubieran sido una sola persona enfrascada en una gran aventura. "ltimamente, cuando manejaban la sierra, se hab!a dado cuenta de lo agotada que estaba la joven, y le habr!a gustado poder hacer todo el trabajo #l solo. )e hab!a puesto a aserrar con el doble de esfuer;o para ahorrrselo a 4issy, y lo hab!a hecho con alegr!a, porque sent!a un afecto indecible por esa testaruda mujer. Formaban un equipo, aunque no

-gina 60? de ?@0

Alaska

James A. Michener

se ajustaran a los cnones& eran dos personas fuertes, que compart!an un parecido modo de pensar. Nuer!an cortar los tablones, construir una barca F maniobrarla por los ca*ones y los rpidos& lo que ocurriera al llegar a BaEson no importaba por el momento. F ahora ella le ped!a que se llevara a otra parte la colchoneta donde dorm!a& Com se sinti despla;ado. -ero cuando el sargento Airby se traslad a la tienda de 4issy, la construcci n de la barca dio un salto adelante, porque el polic!a montado hab!a navegado muchas veces por las agitadas aguas a las que se enfrentar!an los buscadores de oro en cuanto abandonaran el tranquilo lago (ennett. )u e$periencia origin la primera discusi n entre #l y Com. 3uando vio que el muchacho se propon!a construir el bote e$actamente como le indicaban los planos del <rano del Alondi%e, pregunt : 8J+sts seguro de que quieres un barco tan grandeK )iendo s lo dos, se puede viajar en una embarcaci n bastante ms peque*a. 8+sto es lo que #l dijo. 4ira 8all! estaban las cifras8: )iete metros de largo y un metro sesenta y cinco en la parte ms ancha. As! ser la barca. 8+l hecho es que hay dos tramos muy peligrosos 8e$plic Airby8: el ca* n 4iles y los rpidos >hitehorse. All! han naufragado muchas embarcaciones, y tambi#n se han perdido muchas vidas. 8'l nos asegur que con un bote as! llegar!amos 8insisti Com, con firme;a, sin aclarar qui#n era P#lQ. 8,o lo dudo. -ero si vuestro bote tuviera la mitad de ese tama*o podr!ais igualmente embarcar todo el equipo y, al llegar a los tramos malos, contratar a algunos indios para que os ayudaran a llevarlo por tierra. )# que ten#is dinero para hacerlo. 8+l bote tiene que ser as! de largo. :esultaba e$tra*o ver a ese muchacho de ciudad, que no sab!a nada de carpinter!a ni de barcos, fijar los maderos a la quilla y darles forma en la proa. 3on la ayuda de Airby y 4issy en las junturas dif!ciles, consultando sin cesar el dibujo del <rano y usando la escuadra metlica que hab!a comprado su padre, Com construy un barco tan bueno como los mejores hechos por e$pertos. Al terminar, se enfad porque vio la cantidad de ranuras que hab!an quedado entre las tablas, pero Airby se ech a re!r: 8Codos los barcos tienen ranuras, Com. -ara eso est el calafateo. 8JNu# es esoK 8+stopa. 8JF eso qu# esK 83*amo con brea. Day que introducirlo a martilla;os en las junturas y de este modo se impermeabili;a el bote. Be lo contrario os hundir!ais. Be pronto, Com y 4elissa cayeron en la cuenta de que iban a confiar sus vidas a esa embarcaci n llena de grietas, construida por un muchacho de quince a*os, en un viaje de ochocientos %il metros por aguas muy peligrosas. 8JB nde se consigue la brea y la otra cosaK 8Beber!ais haberlo tra!do con vosotros, pero no lo hicisteis. Cu <rano no pod!a pensar en todo, JverdadK 8-ero Airby tuvo una idea8: -reguntaremos a los que estn terminando sus embarcaciones si nos venden el calafateo que les sobre. Be este modo, reunieron una e$tra*a colecci n de sustitutos del aut#ntico calafateo: crin, musgo, tiras de lino o arpillera& metieron un poco de todo en las grietas y las sellaron con otra e$tra*a me;cla de cera, grasa de oso, brea y pe;. 3uando terminaron el trabajo, el joven Com 9enn pudo enviar la primera carta a su abuela: -ap se ha matado por culpa de una vara de p!cea, que se rompi F le atraves . 4uri como un valiente. 4issy y yo estamos ahora en 3anad, y como aqu! nadie puede arrestarnos, me parece que puedo darte nuestra direcci n: BaEson 3ity. De construido un

-gina 60I de ?@0

Alaska

James A. Michener

bote de siete metros de largo y uno sesenta y cinco de manga& hemos hecho una prueba y flot como un pato. +n cuanto el lago se deshiele navegaremos por el r!o Fu% n& todo el recorrido es bastante fcil. Rjal 4issy se hubiera casado con pap. +l domingo /@ de mayo de .I@I, por la ma*ana, la gruesa capa de hielo que hab!a encerrado durante casi nueve meses al lago (ennett en un fr!o abra;o empe; a deshacerse y a precipitarse por el estrecho r!o& al cabo de ciento cincuenta %il metros, el r!o entraba en un alto ca* n rocoso y luego saltaba en magn!ficos rpidos, antes de llegar a la relativa calma del Fu% n, a punto de deshelarse. Com, al ver que en la superficie aparec!an, como dagas melladas, las primeras aberturas por donde flu!a el agua, grit : 8U)e est deshaciendoV -ero 4issy y Airby no le oyeron gritar, porque en todo el enorme campamento la gente se hab!a puesto a chillar y a disparar sus pistolas. 8U+l lago (ennett se est deshelandoV 4s de siete mil embarcaciones caseras se acercaron a la orilla, como si todo el mundo quisiera ser el primero en lan;arse al lago y el primero en llegar a las minas del Alondi%e. +ra una flota como nunca se hab!a visto antes, en la que apenas hab!a dos botes iguales, pero todos consiguieron llegar a las g#lidas aguas del lago. Los que empujaban y tiraban de las barcas se preguntaban por qu# no las habr!an construido ms peque*as, para que una persona normal pudiera echarlas al agua sin tanto esfuer;o. Las grandes barca;as se abr!an paso a la fuer;a. +n cuanto a las embarcaciones ms peque*as, para una sola persona, #sas que saldr!an del agua antes de llegar al ca* n, se las cargaban sus due*os a la espalda. Burante todo ese domingo y los siguientes d!as, se botaron barcos, se i;aron velas y hubo personas que comen;aron a navegar hacia la traicionera cita con los rpidos. 3ada bote que ;arpaba, cualquiera que fuese su tama*o, ten!a que tener un nombre y un n"mero& en los archivos de la -olic!a 4ontada figuraba tambi#n una lista de todos los pasajeros, pues se hab!an ahogado muchas personas durante el a*o anterior. 3uando lleg el momento de bauti;ar el bote de los 9enn, que ser!a el n"mero ?.0/7, el sargento Airby sugiri varias -osibilidades, pero Com le interrumpi una ve; ms, dejando claro que el bote era suyo: 8)e llamar Aurora, como la aurora boreal. ,o lo botaron junto a los de la primera estampida, ya que Airby les record : 8vosotros no teneis que competir para llegar los primeros a las minas de oro& dejad que corran los dems. -odemos bajar a la deriva, a nuestro propio ritmo 8a*adi , delatndose. 8J9ienes con nosotrosK 8pregunt Com. -or un lado deseaba que la respuesta fuera afirmativa, pues hab!a o!do hablar de los peligros del ca* n y los rpidos, pero por el otro, deseaba que dijera que no, ya que le molestaba la relaci n entre Airby y 4issy. 8Nuiero asegurarme de que pasis los tramos malos [respondi Airby. +l d!a dos de junio pidi ayuda a otros tres polic!as montados destacados en el lago (ennet y, dndose nimos a fuer;a de gritos, porque el barco de Com pesaba mucho, botaron el Aurora& despu#s colocaron el mstil, aparejaron la vela y encajaron en la ranura la larga espadilla que Airby iba a manejar desde la popa. 8U(uen viajeV 8gritaron los compa*eros de Airby8. UNue encontr#is una mina de oroV Faltaban cuarenta %il metros para la salida del lago (ennett& el Aurora, a pesar de su ancha vela y del profesional manejo del tim n por parte de Airby, no alcan; ese punto hasta que una suave penumbra, como una clida manta, se instalaba ya sobre el agua. Airby no quer!a arriesgarse a avan;ar de noche por las aguas turbulentas y prefer!a partir temprano por la ma*ana& por eso llev el Aurora hasta la orilla derecha, ech una amarra a tierra y pidi a Com que la sujetara bien. +sa noche durmieron en el bote& a la ma*ana siguiente, temprano, salieron del lago (ennett y emprendieron el largo trayecto hasta el tramo ms peligroso del viaje: un escenario de

-gina 60@ de ?@0

Alaska

James A. Michener

tragedia en el que se mataban las personas atrevidas o imprudentes, sin un conocimiento seguro de lo que estaban haciendo. 3uando el sol de junio, alto ya, derret!a la nieve de las monta*as de alrededor, Airby condujo el Aurora a un peque*o arroyo formado por el agua de deshielo que descend!a desde las cumbres, y describi a sus compa*eros lo que les esperaba: 8+n el curso de cuatro %il metros ocurren tantas cosas y tan rpido, que a nadie se le puede criticar si pierde el valor. 8JNu# es lo que hayK 8pregunt 4issy, sabiendo que, por ser mujer, le corresponder!a tomar la decisi n. 8-rimero, un ca* n profundo y de corriente muy precipitada. +n el centro, el agua es dos metros ms profunda que en los lados. +s para quitar el aliento. Bespu#s vienen un par de rpidos llenos de rocas. 8JNu# hay ms adelanteK 84s adelante, un apacible descenso hasta BaEson. 8JDas pasado ese tramo en barca alguna ve;K 8)!. 8U9amos, puesV 8e$clam Com. 8,o 8le fren Airby8. Antes de tomar esta decisi n, ten#is que verlo con vuestros propios ojos. 8JF si nos entra miedoK 8pregunt 4issy. 8U,o pasa nada, mujerV 8Airby dio un respingo, como si le hubieran golpeado8. Algunos de los tipos ms valientes de 3anad y los +stados Tnidos han echado un vista;o al ca* n y han dicho: P,o, graciasQ. F no porque sean cobardes, sino porque han tenido la sensate; de reconocer que no saben ni un comino de botes. 8Fulmin a Com con la mirada8. J)abes t" algo de botesK 8,osotros no, pero t" s! 8respondi 4issy. Impresionados por la gravedad de aquello a lo que iban a enfrentarse, los tres tripulantes del Aurora navegaron velo;mente aguas abajo hasta la entrada del ca* n 4iles, la primera dificultad, pero al acercarse, unos hombres que estaban en la orilla derecha les gritaron: 8U+s mejor que no entr#is en el ca* n con un bote como #seV U)eguro que se hundeV Com, que maniobraba en la parte del r!o ms navegable, se dirigi a la orilla& los hombres, al ver a una mujer en el bote, trataron de asustarla: 8,o se le ocurra arriesgarse por el ca* n en ese bote, se*ora. Airby, al comprender que esos hombres criticaban todas las embarcaciones que pretend!an entrar en el ca* n, levant la vo;: 8JNu# sugieren ustedesK 8,osotros tenemos prctica. Les haremos pasar sanos y salvos. 8J-or cuntoK 8) lo cien d lares. 8Bemasiado caro 8e$clam Com. 8+n ese caso vayan por tierra 8vociferaron ellos en respuesta8. Los indios cargarn con la barca por doscientos. 8U<raciasV 8grit Airby8. 3reo que nos arriesgaremos. 8U)e*oraV Antes de hacerlo, vaya a la otra orilla, deje el bote y suba a esa loma para ver lo que le espera en el ca* n. Luego venga, nos paga noventa d lares, y nosotros la haremos pasar sana y salva, como le hemos dicho. Airby tom la espadilla y, una ve; lejos de tierra, se dirigi hacia la otra orilla, tal como hab!an sugerido esos hombres. 8-ensaba hacerlo de todos modos. Nuiero que veis lo que os espera.

-gina 6.0 de ?@0

Alaska

James A. Michener

3uando estaban en lo alto de las rocas, contemplando el turbulento ca* n en el fondo, hasta Com se asust , a pesar de las ganas que ten!a de atravesarlo, porque ms abajo corr!an las aguas heladas que llegaban a torrentes de los lagos y que all! se agitaban con un gran estruendo, arrojando espuma. 8URhV 8e$clam 4issy. )us compa*eros miraron lo que ella se*alaba y vieron, en el otro e$tremo del ca* n, una serie de rocas escarpadas que apenas sobresal!an en la superficie del agua, con tres o cuatro barquitos encallados. La carga se hab!a hundido en la rpida corriente, aunque, al parecer, los pasajeros se hab!an salvado aferrndose a las rocas. 4issy y Com perdieron de pronto sus deseos de arriesgarse por el ca* n, pero en ese momento se acerc un bote muy parecido al suyo, tripulado por dos mineros barbudos cuyas caras no se ve!an con claridad. Igual pod!an tener unos veinte a*os que ser unos curtidos veteranos de cuarenta. Los gu!as voluntarios de la orilla les detuvieron& se produjo la misma discusi n F tambi#n recha;aron la oferta de cien d lares. Los dos hombres se aventuraron a entrar en el ca* n, confiando en su propia habilidad. ,o llevaban ninguna espadilla en la popa, pero parec!an ser buenos remeros: mientras su embarcaci n saltaba hacia las aguas arremolinadas donde el ca* n se estrechaba y aumentaba la velocidad de la corriente, ellos remaban furiosamente y con destre;a. Com, que nunca hab!a visto un bote conducido por alguien e$perimentado, sinti un escalofr!o al ver que la embarcaci n se acercaba a un peligroso pe*asco, pero los remeros, heroica8 mente, la hicieron virar y pasaron de largo. +n menos de un minuto F medio, el bote sali por el otro e$tremo del ca* n y el muchacho lan; gritos de j"bilo. Ahora, sin embargo, la barca ten!a que pasar entre las rocas donde hab!an fracasado otros intentos anteriores& instintivamente, Com grit : 8U3uidadoV 3omo si obedecieran a su advertencia, los hombres remaron ms de prisa que antes y pasaron ro;ando las rocas a las que se aferraban los mineros encallados. +l pesado bote cabece y continu el viaje, como si fuera un pjaro que ro;ara las tranquilas aguas de un lago y no un barquito atrapado en una corriente turbulenta. Dab!an maniobrado magistralmente, y tanto Com como 4issy estaban deseosos de imitarles. 8JListosK 8pregunt Airby. 8J-odemos hacerlo tan bien como ellosK 8pregunt 4issy a su ve;. 8-ara eso he venido con vosotros 8respondi Airby. F le dijo a Com8: C" eres el capitn. +l bote es tuyo. 8U9amosV 8)i pasamos, como creo que haremos, Jquieres ir directamente hacia los otros rpidosK 8)! 8el muchacho estaba seguro de que su padre, de seguir vivo, habr!a decidido lo mismo. Los tres bajaron de la loma, regresaron al bote y partieron, mientras los de la otra orilla les gritaban: 8U(uena suerteV URjal que pasenV La traves!a del Aurora fue casi una r#plica de la que hab!an hecho los dos hbiles remeros. Airby se qued en la popa para manejar la espadilla, en tanto que 4issy y Com se colocaban en la proa, con sendos remos& apenas llevaban unos metros en el ca* n cuando asom amena;adoramente, desde el lado de Com, una roca que no hab!an visto antes. Instintivamente, el muchacho sac el remo y se dio impulso empujndolo contra la roca& al hacerlo, el remo se arque , y 4issy lan; un chillido para advertirle, pero #l consigui apartar el palo sin que ocurriera ning"n percance. Dubo otra diferencia. 3uando el Aurora sali del ca* n y se acerc a las rocas donde se arracimaban los nufragos, el sargento Airby, en cumplimiento de su deber, gir el tim n y

-gina 6.. de ?@0

Alaska

James A. Michener

se acerc a ellos todo lo posible, hasta pasar frente a esas personas aterrori;adas, aunque el barco avan;aba con tanta rapide; que no era posible rescatarles. 8U9olveremos a buscarlesV 8grit 8. U-olic!a 4ontadaV +n toda la traves!a del Fu% n no pod!a haber palabras ms tranquili;adoras& cuando el Aurora pas junto a ellos, los hombres abandonados saludaron con la mano y lan;aron gritos, pues ahora estaban seguros de que se salvar!an. 4ientras Airby les llevaba por la "ltima serie de impresionantes rpidos, la espuma saltaba sobre la proa y los botes naufragados parec!an gui*arles un ojo como advirti#ndoles: PUTn solo movimiento en falso de la espadilla y estar#is con nosotrosVQ. +l polic!a montado dirigi el bote rumbo al lago Laberge, donde deb!a dejarles& cuando la proa del Aurora toc tierra firme, el sargento dijo, con gesto de aprobaci n: 8Das construido un buen bote, Com. 8De pasado miedo 8reconoci el muchacho8. +n el ca* n no, porque si uno se mantiene en el centro, donde hay ms agua, se puede pasar. Adems, dura muy poco& s lo hace falta valor. -ero en esos rpidos hay que saber lo que se hace. Fo solo no lo habr!a conseguido. 8(ueno 8coment Airby8, creo que has dicho la cosa ms sabia de todo este viaje: valor en el ca* n, e$periencia en los rpidos. 8Di;o una pausa, gui* un ojo a ese jovencito, que promet!a convertirse en un gran hombre, y pregunt 8: JNu# opinas, 4issyK JNu# es lo ms importanteK 8,o creo que se consiga e$periencia de verdad si no se tiene valor, para empe;ar. 83ualquiera puede tener valor 8opin Com8. +s cuesti n de apretar los dientes. -ero para manejar un bote o una pistola, o para tratar a alguien como )oapy )mith... para eso uno tiene que saber lo que se hace. 8Campoco hay que e$agerar 8aconsej Airby8. 4ucha gente pasa por el ca* n y los rpidos. 8F mucha gente se queda all! 8a*adi Com, recordando los naufragios. +l muchacho confiaba en que seguir!a viendo a ese hombre e$cepcional, que sab!a c mo hacer frente a las situaciones inesperadas. Bespu#s de pasar a toda velocidad por los "ltimos rpidos, con el Aurora casi vertical en el aire, Airby lo vir tranquilamente y luego grit a los dos polic!as montados que comprobaban los n"meros de los botes en la salida: 8UDay nufragos en el e$tremo del ca* nV +nviad un barco resistente desde el lado opuesto. ,ada de hero!smo ni de discursos. )implemente, buscaron un barco fuerte y se pusieron en marcha. Com imagin el rescate: el bote pasaba junto a las rocas, se arrojaba una cuerda, ms abajo se sujetaba un e$tremo en la orilla, se tensaban las dos puntas y la gente as!a la cuerda para llegar a tierra. 8)er!a divertido hacer de piloto en estas aguas 8dijo el muchacho. 8Dace tres a*os no pasaban ni seis canoas al a*o 8replic Airby8. Bentro de tres a*os no pasarn ni siquiera siete. 8J3rees que el Alondi%e se agotarK 8Codo se agota. CR4 comprendi que a Airby y 4issy les costar!a separarse, y por eso sali del bote y se puso a caminar por la orilla mientras ellos se dec!an adi s. +l sargento e$plic a 4issy que ten!a esposa y un hijo en 4anitoba. Le record que Com era un muchacho e$traordinario y prcticamente le orden que cuidara de #l. Bijo que, en cierto sentido, BaEson era peor que )%agEay, pero que podr!an contar siempre con el comisario )teele. Cambi#n la ret a que buscara un empleo decente: 8Tno de estos d!as voy a ir a BaEson y no quiero verte hundida en el fango. +ntonces le dijo cunto la quer!a y cunto sent!a que hubiera perdido a (uc% 9enn, que le parec!a uno de los mejores hombres que hab!an cru;ado el paso de 3hil%oot& le dese

-gina 6./ de ?@0

Alaska

James A. Michener

buena suerte y que se cumplieran todas sus ilusiones, fueran las que fuesen, y termin con una declaraci n que ella no olvidar!a jams: 8+res una mujer fuerte. +res como los cuervos. 8JNu# quieres decirK 8le pregunt 4issy. 8Los cuervos sobreviven. Incluso en las ;onas ms terribles del Ortico, consiguen sobrevivir. )in decir nada ms, se fue rpidamente, para no verse obligado a hablar otra ve; con Com. -or fin consiguieron descansar. +n 3hicago no pudieron hacerlo, por miedo a los abogados de la madre de Com& en )eattle tampoco, pues estuvieron todo el tiempo pendientes de si les hab!a seguido alg"n detective. +n )%agEay les asust )oapy )mith, y en el paso de 3hil%oot temieron por todo. Bespu#s se encontraron con la muerte, con las dificultades de la sierra, con el ca* n y con los rpidos. Ahora, por fin, navegaban por las plcidas aguas del Fu% n deshelado, en uno de los mejores barcos del r!o, y estaban tranquilos. A Com le encantaba estar a solas con 4issy, como si el viaje a las minas de oro marchara otra ve; seg"n lo previsto. Tna tarde, mientras pasaban junto a la desembocadura del -elly, un gran r!o que llegaba desde el este, pregunt bruscamente a la joven: 8J)ab!as que el sargento Airby ten!a un hijo en 4anitobaK 8)! 8le contest ella8, y tambi#n una esposa, si eso es lo que te preocupa. 84ira, 4issy 8dijo el muchacho, despu#s de cavilar algunos minutos8, si insistes en enredarte con hombres casados no vas a encontrar marido. 8JNu# te ha cogido ahora, ComK 8+staba pensando en lo bueno que ser!a para todos si pudieras casarte con el sargento Airby. 83omo ella no hi;o ning"n comentario, Com a*adi 8: As! podr!amos estar juntos los tres. ) lo entonces comprendi 4issy que al muchacho le preocupaba no saber qu# har!an al llegar a BaEson. 8,o s# qu# haremos al llegar, Com 8le confes 8. 4e preocupa tanto como a ti. :ecuerda una cosa: somos un equipo y no vamos a separarnos. 8Rjal que no. 8C" cuidas de m!, Com, y yo cuido de ti. 8JLo sellamos con un apret n de manosK )e estrecharon la mano, y 4issy dijo: 84ejor a"n, lo sellaremos con un beso. 8+n el bote a la deriva, se inclin y dio a Com un beso en la frente. +n los "ltimos d!as de la primavera, ya sin hielo en los r!os, recorrieron esa serie de arroyos cuyas aguas se reun!an para formar el gran Fu% n: el >hite, el )teEart y el )i$tynnie& Com, al pensar en lo vasto que ten!a que ser el territorio 3uyas aguas desembocaban en tales r!os, se dio cuenta de la inmensidad de aquella ;ona canadiense. 3uando (uc%, 4issy y #l hab!an atravesado en tren los +stados Tnidos, le hab!a parecido una naci n grande, pero las distancias eran abarcables, porque a lo largo del camino encontraban -ueblos y grandes ciudades. Besde Byea, que era un pueblucho, hasta BaEson 3ity, que tres a*os antes no e$ist!a, no hab!a nada: ni una aldea, ni un tren, ni una carretera. Algunas noches llevaban el bote hasta la orilla derecha del Fu% n y montaban una tienda, sobre todo si quer!an cocinar algo& otras noches se limitaban a continuar bajando a la deriva bajo la lu; plateada, pues a medida que avan;aban hacia el norte las noches eran ms cortas y los crep"sculos duraban ms tiempo, hasta el punto de que a veces parec!a no haber noche: s lo sombras ms profundas por las que volaban los eternos cuervos. 4ientras se dejaban llevar por la corriente, en ocasiones les adelantaban otros barcos cuyos

-gina 6.7 de ?@0

Alaska

James A. Michener

pasajeros, ansiosos de llegar al Alondi%e, remaban en#rgicamente en medio de la neblina del Ortico. 8JBe d nde soisK 8preguntaba una vo;. 8U3hicagoV 8gritaba Com. 8U4innesotaV 8replicaba la vo;. -or alguna ra; n, ese simple intercambio de nombres representaba mucho para los viajeros. -or fin, el Aurora, sin apenas filtraciones, dio la vuelta a un recodo del r!o y sus propietarios vieron frente a ellos, a la derecha, la desdibujada silueta de una poblaci n formada por tiendas de campa*a, mucho ms peque*a de lo que pensaban que ser!a BaEson. Bespu#s de la primera desilusi n, Com consult el mapa que les hab!a dado el <rano. 8+sto tiene que ser LousetoEn. Aqu! es donde desemboca el Alondi%e. BaEson 3ity est ms adelante. +n efecto, all! estaba ese lugar fabuloso, con ms de mil botes en la orilla del r!o, indicando su situaci n. +ra una ciudad de sue*os, erigida sobre la nada& o qui; una ciudad de pesadilla, con ms de veinte mil residentes y unos cinco mil en las e$cavaciones. Canto 4issy como Com sintieron que se les aceleraba el cora; n cuando el Aurora se acercaba al final de su viaje& estaban nerviosos ante la inminencia de la decisi n que deber!an tomar dentro de poco, pero tambi#n por las ilimitadas posibilidades. 8ULo hemos conseguido, ComV 8e$clam s"bitamente 4issy, mientras el muchacho acercaba el bote a la orilla y buscaba sitio en el desembarcadero8. U4a*ana iremos a buscar al comisario )teele y comen;aremos nuestra nueva vidaV 8La joven no parec!a albergar ninguna duda respecto al #$ito de su empresa. -asaron tres d!as llenos de incertidumbre antes de encontrar el cuartel de )teele, y entonces se enteraron de que estaba en 3ircle, a ms de trescientos %il metros r!o abajo. Tna mujer, en el cuartel de la -olic!a 4ontada, asegur a 4issy que, efectivamente, el comisario le hab!a advertido de la llegada de la se*orita -ec%ham y que, en efecto, su dinero estaba a salvo. +l comisario se lo entregar!a en cuanto regresara. Burante los d!as de espera, 4issy y Com tuvieron tiempo de sobra -ara recorrer BaEson, pero die; minutos les hubieran bastado para enterarse de todo lo necesario. Las calles estaban llen!simas de barro, y las transitaban hombres barbudos, de gruesas ropas oscuras. Dab!a grandes letreros blancos, hechos con materiales de todo tipo, que ofrec!an todos los servicios habituales en un pueblo cualquiera, adems de otros desacostumbrados, -ero necesarios en una ciudad minera reci#n aparecida. +n opini n de 4issy, BaEson era un lugar donde rondaban miles de hombres sin nada que hacer y donde todo estaba en venta. )eis comercios diferentes anunciaban: Pvendemos equiposQ& otros cuatro los compraban. 3ada noche, 4issy y Com volv!an a la orilla del r!o y a la tienda que hab!an conseguido montar entre otras cien& despu#s de tres d!as de vagar sin rumbo por esas calles atestadas y absurdas, entablaron una seria discusi n. 8Com 8dijo 4issy8, t" y yo nunca encontraremos un sitio en las minas de oro. +so es para los que saben lo que hacen. 8Fo estoy dispuesto a intentarlo. 8U,oV A Com le molest la seca negativa de 4issy: 8)i las personas que vemos por aqu! son capaces de encontrar oro, tambi#n podemos serlo t" y yo. 8+so era hace dos a*os. Ahora tendr!amos que alejarnos del r!o unos quince o veinte %il metros, y a lo mejor pasar all! el invierno.

-gina 6.6 de ?@0

Alaska

James A. Michener

8)upe construir una barca, y sabr# construir una caba*a. 8A Com no le aflig!a la idea de pasar un invierno trabajando con una mujer como 4issy& por el contrario, le agradaba. -ero 4issy, obsesionada con las siniestras predicciones del <rano del Alondi%e, comprend!a que el hombre ten!a ra; n. +l oro del Fu% n lo encontrar!an trabajando para esa gran masa de personas, no compitiendo con ellos. +n ese mes de junio, diecis#is mineros afortunados se hab!an enriquecido con sus fantsticos descubrimientos, mientras que seiscientas personas se estaban haciendo de oro gracias a sus tiendas, sus negocios de alquiler de caballos, sus agencias inmobiliarias y sus servicios m#dicos o legales. 4issy tambi#n hab!a visto a mujeres emprendedoras, ni ms hbiles ni ms decididas que ella misma, a las que les iba de perlas adivinando la suerte, dirigiendo burdeles o vendiendo caf# con rosquillas. Cres mujeres se hab!an asociado para abrir una lavander!a, que no daba abasto con la ropa de los mineros, y una costurera hab!a prosperado desde que remendaba camisas. 8JNu# tenemos nosotros para ofrecerK 8pregunt 4issy, durante el largo crep"sculo. 8Fo s# construir barcos 8contest Com. 4issy cometi la imprudencia de re!r, pero al ver que Com enrojec!a se*al hacia la orilla del r!o, donde hab!a ms de mil barcos en venta, con su misi n ya cumplida. Al comprender lo rid!culo de su propuesta, Com tambi#n se ri . 8(ueno, puedo construir caba*as. 3ontinuaron hablando, recha;ando una alternativa tras otra, por pocR prcticas& mientras discut!an, 4issy no perd!a de vista el bote cercano, y eso le dio una idea con posibilidades: 8Com, en el Aurora tenemos doble reserva de comida. Coda la nuestra y toda la de (uc%. 3uanto ms lo pensaban, ms atractiva les parec!a la idea de abrir alg"n tipo de establecimiento de comidas, y hacer negocio con la que les sobraba. +n .I@I no habr!a hambre en la ciudad, a diferencia de lo que hab!a ocurrido el a*o anterior, porque en verano llegar!an los barcos de la l!nea que remontaba el Fu% n desde el mar de (ering& por el contrario, ten!an posibilidades de conseguir grandes beneficios. Tsando la vela que el sargento Airby les hab!a vendido en lo alto del 3hil%oot, Com pint un enorme cartel, que se ve!a en todo el puerto: P4I))F. 3omida buena y barataQ, y pusieron en marcha un restaurante en su tienda de campa*a. ,o lo instalaron en la calle principal, en la que habr!a tenido demasiada competencia, sino junto al r!o, donde se ve!an obligadas a convivir miles de personas los primeros d!as despu#s de su llegada a la ciudad. Al mismo Com le sorprendi que no le doliera desarmar el Aurora, que hab!a construido con tanto cuidado, y despu#s de aprovechar algunas de las tablas para hacer mesas y bancos, compr otro bote por casi nada& estaba tan mal hecho que prcticamente se desmoron . Los dos propietarios trabajaban como esclavos en el restaurante: 4issy se encargaba de cocinar, y Com lavaba la vajilla y se abastec!a de ms alimentos, de distinta procedencia. Ttili;aban principalmente su propio cargamento de comida seca, que (uc% y el <rano hab!an elegido con tanto cuidado, y serv!an un men" en el que abundaban las f#culas y la carne de alce o de carib", tra!da por alg"n ca;ador. Aprendieron a calcular en d lares el oro en polvo, que en BaEson se usaba como moneda corriente& aunque la pancarta anunciaba comida barata, en realidad los precios eran asombrosamente altos. La especialidad de la casa, a precio de coste para atraer clientela, era un desayuno compuesto de tortas con alm!bar, grasienta salchicha de carib" y ta;as de caf# humeante, que cobraban a treinta y cinco c#ntimos. Los clientes hambrientos que de8 voraban esa ganga sol!an regresar para la comida y la cena, lo que proporcionaba a 4issy y a Com unas buenas ganancias. Llevaban unas seis semanas de boyante negocio cuando regres el comisario )teele, que, al enterarse que ellos estaban en BaEson, fue al puerto a buscarles.

-gina 6.L de ?@0

Alaska

James A. Michener

8Dola 8salud a Com, al entrar en la tienda8. J4e recuerdasK )oy )amuel )teele, y me alegro de ver que os va tan bien. 8URye, 4issyV UDa venido el comisarioV 3uando sali 4issy, a la que se ve!a muy atareada, )teele la felicit por Phaberse hecho una posici nQ, como dijo. Asegur que le tra!a el dinero y que estaba dispuesto a entregrselo, pero le sugiri que lo depositara en alguno de los bancos que se hab!an establecido desde su "ltimo encuentro. 84e parece ms aconsejable, se*ora. 8A m! tambi#n 8dijo ella, que ya empe;aba a preguntarse, como buena mujer de negocios, de qu# modo pod!an proteger ella y Com el dinero que estaban ganando8. -ero ese otro sobre... el de la mujer. -refiero que me lo devuelva, porque ese dinero no es m!o. 8Aqu! lo tengo 8dijo )teele. +sa misma tarde, 4issy se dirigi a Front )treet, la calle principal, y se desvi para entrar en un callej n con ms fama, que corr!a en sentido paralelo. )e trataba de -aradise Alley, donde algunos previsores empresarios hab!an abierto unos setenta burdeles, donde trabajaban las prostitutas que se necesitaban en todas las ciudades nuevas como #sa. )obre las -uertas de aquellas casuchas, dispuestas en ordenadas hileras, pend!an carteles que anunciaban el nombre de las ocupantes: FLR LA CI<:+)A LA 3A)A4+,C+:A (+C)F -RR +n el antro ms grande, como correspond!a a la situaci n: LA F+<TA (+L<A 8J+st usted en casa, se*oraK 8pregunt 4issy, despu#s de llamar tranquilamente a la puerta que hab!a debajo del cartel. La mujerona del interior, de un metro setenta y cinco de altura y ochenta %ilos de peso, se sorprendi al o!r una vo; de mujer despu#s de los habituales golpes en la puerta. 8U-asaV 8grit , en flamenco, ya que pens que ser!a una de las otras muchachas belgas& pero 4issy, que no entendi la e$presi n, sigui esperando en el umbral. 3omo la invitaci n no hab!a dado resultado, la mujer abri la puerta y se mostr sorprendida por el tipo de persona que encontr all!. +ntonces llam a la ocupante de otro de los antros, que sab!a hablar flamenco e ingl#s, y le pregunt : 8JNu# quiere #saK Al cabo de poco, cinco o seis muchachas desocupadas se api*aban en el burdel de la Fegua, encantadas con la nueva distracci n. 8B!gale 8rog 4issy8 que traigo algo de parte del <rano del Alondi%e. La int#rprete hab!a llegado de Amberes despu#s de que el <rano se marchara en el primer barco que hab!a remontado el Fu% n con las noticias sobre el descubrimiento, de modo que no le conoc!a. Al principio, la Fegua no entendi su e$plicaci n, pero cuando 4issy repiti el nombre, en la carota de la mujer se form una sonrisa beat!fica& por su modo de reaccionar, parec!a haber tenido mucho cari*o al corpulento minero de 3arolina. 8UAh, el coronelV 8e$clam en flamenco. 3on garbo militar, imitando un tambor y un clar!n, se puso a marcar alegremente el paso, como si fuera uno de los soldados de >ellington saliendo de (ruselas para la gran batalla de >aterloo. Rtras chicas se acordaron del <rano y se unieron a la marcha& durante unos momentos, todo fue alegr!a, disparatada parodia militar y recuerdos de los viejos amigos. 8La Fegua dice que el <rano era un hombre estupendo 8e$plic la int#rprete, mientras continuaba el peque*o desfile. 8Cuvo mucha suerte 8interrumpi otra de las belgas8. +ncontr oro. F se port bien con nosotras.

-gina 6.M de ?@0

Alaska

James A. Michener

La yegua, agotada por esa desacostumbrada actividad, se dej caer en la segunda cama de su establecimiento y, mientras recuperaba el aliento, 4issy pidi : 8B!gale que me ha gustado su baile. +s una artista. 3uando se lo tradujeron, la Fegua se incorpor , y e$plic con mucha seriedad: 8+s que yo era actri;. -ero ahora tengo demasiada grasa. JNu# quiere #staK 4issy no estaba muy segura de que fuera prudente e$hibir el dinero del sobre, F finalmente decidi no hacerlo. )e situ de modo que las otras chicas no pudieran verla, se inclin hacia la Fegua y abri ligeramente el sobre, para ense*arle el bonito anverso dorado del billete de cien d lares. -ero su intento de proteger a la Fegua fue in"til, ya que #sta grit en franc#s: 8UBios m!oV U4irad lo que me env!a ese querido amigoV 8Arranc el billete del sobre para mostrrselo a las muchachas, y luego lo pase por los otros prost!bulos, anunciando en flamenco8: U4irad qu# cosa me env!a nuestro querido amigoV 4TF -ronto, casi todas las chicas estaban en -aradise Alley, contemplando el billete dorado. Tnos pocos dientes asomaron la cabe;a para preguntar a qu# se deb!an los gritos& al cabo de un rato, la procesi n se detuvo y las belgas volvieron a sus antros, mientras la Fegua daba las gracias a 4issy, llamando otra ve; a la int#rprete: 8JA qu# se dedica #staK 8Al saber que 4issy era la due*a del nuevo restaurante de la orilla del r!o, la Fegua sali otra ve; al callej n y grit 8: U+sta buena se*ora lleva el restaurante nuevo, junto al r!oV Becid a los clientes que vayan a comer all. Be este modo casual, 4issy y Com consiguieron parroquianos que no habr!an tenido de otra forma& de ve; en cuando, alguna de las muchachas de -aradise Alley acompa*aba a un cliente al restaurante y desayunaba all! con #l. Tna ma*ana, dos chicas entraron con un minero alto y adusto, que hab!a pasado casi un a*o encerrado en una caba*a solitaria, en lo alto de una monta*a, y e$plicaron a 4issy: 8+ste hijo de puta es uno de los hombres ms solitarios del mundo. ,i siquiera viene al callej n, aunque de ve; en cuando nos trae carne fresca. 8J3 mo se llama ustedK 8pregunt 4issy. 8=ohn Alope, se*ora 8murmur el hombre, entre las barbas. 8JBe d nde esK 8Be Idaho. 8,o sab!a que viviera gente en Idaho 8brome 4issy. 8Day unos cuantos, se*ora 8contest Alope, como si 4issy hubiera hablado en serio. La mujer observ que, si bien el minero parec!a hambriento, no hac!a sino jugar con las tortas& volvi otras dos veces a desayunar e hi;o lo mismo, hasta que ella le pregunt , por curiosidad: 8J,o le han gustado las pastasK 8)on asquerosas 8contest Alope. Al ver que la mujer hac!a una mueca, a*adi , en tono de disculpa8: ,o se ofenda, se*ora. Lo que pasa es que no usa usted una buena masa de levadura. 8J3omo es esoK 8-ara hacer unas buenas tortas, se*ora, lo principal es tener un buen fermento. 8Tso levadura en polvo. La compr# en )eattle. 8J)e da cuentaK Tsted lo hace mal desde el principio, y ya no hay soluci n. 8F usted, Jqu# usaK 8Tna anciana de Fuerte Fu% n me dio masa de levadura. Cen!a esa cepa desde hac!a ms de cincuenta a*os. La traje en trineo, en un trayecto de ms de quinientos cincuenta %il metros, en pleno invierno. Las tortas salen estupendas. 84e gustar!a probar la diferencia. 8La pr $ima ve; que baje al pueblo le traer# un poco de masa.

-gina 6.? de ?@0

Alaska

James A. Michener

8JB nde est su concesi nK 8+n +ldorado. +s la n"mero ochenta y siete. +stoy en la cima. 8U9ayaV J+s uno de esos millonariosK 8,o, se*ora. +stoy en la cima porque estoy en lo alto de la monta*a. 8J,o ha encontrado nadaK 8Codav!a no. Alope se molest en recorrer otra ve; el aburrido trayecto hasta su propiedad y volvi a bajar, s lo para traer a 4issy una hornada de su masa de levar, y le ense* c mo usarla para hacer tortas, conservando el fermento en una jarra fresca& 4issy se vio obligada a reconocer que, con esa pasta, las tortas sal!an much!simo mejores que las que preparaba ella. +ran ligeras, crujientes y se tostaban bien, como lo prefer!an casi todos los clientes, y estaban muy buenas tanto con jarabe de sorgo como con miel. 8+stoy en deuda con usted, se*or Alope 8asegur 4issyY. Le deseo que encuentre un buen fil n. 8As! ser 8dijo #l. +n estas visitas, Alope iba acompa*ado de un hermoso perro, lo que tuvo una consecuencia a"n ms importante. 4issy no prest atenci n al hus%y, pero Com se dio cuenta inmediatamente de que era un ejemplar superior. +n realidad, no entend!a mucho de perros, y no sab!a nada sobre los famosos perros de trineo del Ortico& pero aun as!, percibi algo especial en el porte del animal y en la inteligencia que le asomaba a los ojos. 8JBe d nde lo ha sacadoK 8Cir de nuestro trineo, desde Fuerte Fu% n. 83on cierta vacilaci n, Alope a*adi 8: ,o pude separarme de #l. =untos pasamos por muchas cosas. Las semanas siguientes, el minero, en ve; de estar e$cavando sus minas en lo alto de +ldorado, se qued en BaEson& todas las ma*anas se presentaba en la tienda para comer sus tortas. Tna ma*ana, el comisario )teele fue a ver a 4issy con una noticia muy interesante: 8J:ecuerda que usted sospechaba del sargento Airby por el comportamiento de )oapy )mith y de sus hombres en )%agEayK Tsted me pregunt por qu# no hac!amos algo al respecto. F yo le respond! que no pod!a, porque eso era territorio estadounidense y eran los estadounidenses los que ten!an que limpiar su propia mugre, JverdadK 8JNu# ha ocurridoK 8Lo que FR esperaba. +n todas partes hay buenas personas, y cuando se deciden a gritar: PU(astaVQ, hay que andarse con cuidado. 8JDa habido alg"n valiente que haya gritado bastaK 8Tn tipo llamado :eid, o algo as!. Tn ingeniero. La banda de )oapy asalt a un individuo que volv!a pac!ficamente de las monta*as y le rob cuanto ten!a. +so ya fue bastante malo, pero cuando esos matones se dedicaron a burlarse de su v!ctima, el pobre hombre apel a la conciencia de la comunidad. 8JF .. K 8F el se*or :eid mat a )oapy. 4issy no se alegr demasiado, porque el jugador fallecido la hab!a tratado bien muchas veces y se hab!a mostrado amable con los desgraciados para los que ella le hab!a pedido alg"n favor& pero sab!a que las personas decentes no pod!an dejar que continuara con sus cr!menes sin oponer resistencia, y estaba bien que hubieran acabado con #l. 8)upongo que el se*or :eid se habr convertido en el h#roe de )%agEay. 8'l tambi#n ha muerto. )oapy le derrib en el tiroteo. 4issy se sent & al observar la actitud decidida y serena del comisario )teele comprendi que su hombre, (uchanan 9enn, hab!a estado en camino de llegar a ser como #l. )i los

-gina 6.I de ?@0

Alaska

James A. Michener

9enn se hubieran quedado en )%agEay, tarde o temprano (uc% habr!a dicho PUbastaVQ, y habr!a sido #l quien matara al peque*o tirano. 89en aqu!, Com. 83uando el muchacho se detuvo frente al comisario )teele, 4issy le dijo8: JDas o!do lo que acaba de contarme sobre )oapy )mithK A veces hay que enfrentarse a esa gente. :ecu#rdalo. )teele sonri a Com y le pregunt si pod!a hablar a solas con su madre& emple esta palabra, aun sabiendo que no era la adecuada, debido a lo que quer!a decir despu#s: 8)e*orita -ec%ham, pensar usted que no es asunto m!o, pero cr#ame que lo es. Da sido asunto m!o muchas veces, por desgracia. 8J,ecesito una licencia o algo as!K 8Nuiero prevenirla contra esa mujer a la que llaman la Fegua (elga. 8)e ha portado muy bien conmigo. 4e env!a clientes. )teele tosi y mir a 4issy a los ojos: 8+s una mujer muy mala 8insisti 8. A las chicas belgas no las ha tra!do ese chulo alemn. Da sido ella. Los nuevos burdeles no los han montado los due*os de los otros, sino ella. Los alquila a sus chicas y se queda con una buena parte de lo que ellas ganan. ,o me interrumpa, por favor. +s mejor que sepa usted estas cosas. 83ontinu recitando la conducta casi delictiva de la F#gua8: 3uando una muchacha se agota 1y algunas duran poco tiempo2 la echa a puntapi#s. +n el mejor de los casos, las trata como a animales. )i se 4uestra amable con usted es porque sabe que las mujeres solas se quedan sin dinero, tarde o temprano. +ntonces trabajan para ella, aceptando sus condiciones. 8-or favor, comisario... 8Lo que le digo es la verdad. 8-ero si es una mujer tan malvada, Jpor qu# le permite vivir en BaEsonK 8<racias a sus chicas, no hay violaciones en mi ciudad. 3onsciente de que s lo hab!a logrado despertar la indignaci n de 4issy, el comisario )teele se despidi y se fue. ,o llevaba mucho tiempo fuera cuando lleg silenciosamente =ohn Alope& no pidi nada pero estuvo casi una hora sentado en uno de los cuatro taburetes, mirando 3 mo trabajaba la joven. 4issy estaba tan ocupada que se olvid de #l, hasta que de pronto le oy decir en vo; alta, apresuradamente, como si hubiera pasado una semana ensayando esas importantes palabras: 8Tsted y Com son personas que me gustan. 9engan conmigo a +ldorado y ay"denme a descubrir el oro que seguro que hay por all!. 8JF qu# har!amos los dos en un campamento de minerosK 8pregunt ella, sin pensarlo mucho. Alope baj la vo; y habl lentamente, como si se dirigiera a una ni*a: 8+n invierno encendemos fogatas en la tierra, para ablandar el suelo congelado. Luego retiramos la tierra blanda, y la subimos con cuerdas a la superficie, como quien saca agua de un po;o. 3omo hace tanto fr!o, el barro h"medo se congela inmediatamente, y en #l est el oro. 3uando llegan el verano y el deshielo, se lava el barro y se descubre el oro. +ntonces somos ricos. 8JDa encontrado usted oroK 8Codav!a no, pero tengo la sensaci n de que estoy a punto de hacerlo. -ara Alope era evidente que sus dos interlocutores a"n estaban interesados en el oro y que, despu#s de haber venido de tan lejos, no quer!an volver a la civili;aci n sin haber probado siquiera su suerte en la gran apuesta de la miner!a& por eso, aunque ellos no dec!an nada, insisti : 8Aqu!, en la tienda, pueden ganarse la vida& pero si vienen conmigo, a partes iguales, podr!an hacer una fortuna. 89acil 8: Dan venido por eso, JnoK J,o es por eso que han venidoK

-gina 6.@ de ?@0

Alaska

James A. Michener

8JBe d nde vino ustedK 8pregunt 4issy, apartando la vista de su cocina para escuchar a ese hombre e$tra*o e insistente. 8Be Idaho, como le dije. +staba completamente arruinado, ms o menos como ustedes, supongo. 8+n efecto. -ero ahora estamos bien instalados. Aqu!, en BaEson, -odemos vivir bien. 8J,o se da cuenta, se*oraK 8-or primera ve; desde que se conoc!an, =ohn Alope sonri 8. 3uando se acabe el oro se acaba BaEson. Aqu! no hay futuro para un restaurante instalado en una tienda. +l "nico futuro en el Alondi%e es el oro. F cuando se acabe, ustedes estarn acabados. Lo estaremos todos. 4issy sali entonces de su lado del mostrador y se sent en uno de los taburetes: 8JA qu# se refiere cuando propone que vayamos a vivir con usted a su caba*aK 8,ecesito ayuda. +stoy muy cerca del oro, de eso estoy seguro. -ero cuando e$cavo el barro blando necesito que alguien lo suba hasta arriba y lo eche afuera. +n verano necesito que alguien me ayude a lavarlo. )u hijo, )e*ora... 8,o es hijo m!o. )omos... +s demasiado complicado para e$plicarlo. 8+l muchacho me ser!a "til. 8JF yoK 8Los dos necesitar!amos a alguien que se ocupara de la caba*a. ,o es un sinple coberti;o, Jsabe ustedK Ciene muros de verdad y una ventana. +n esa primera discusi n no hablaron del papel que desempe*ar!a missy, como persona y como mujer, pero en ma*anas posteriores Alope insinu discretamente que era soltero y que no beb!a. )u actitud silenciosa y severa no ten!a nada que pudiera resultar tentador para que una mujer le acompa*ara, fuera cual fuese el acuerdo, y como #l lo sab!a, no insisti . Las cosas podr!an haber terminado en ese intento si no hubieran ocurrido dos e$tra*os incidentes que dificultaron la situaci n de los 9enn. La propuesta de Alope de acompa*arle a +ldorado produjo una fuerte impresi n en Con pues le hi;o pensar seriamente en su futuro& despu#s de considerarlo largamente y de observar bien la ciudad de BaEson, el muchacho redact una carta, que demostraba una asombrosa madure;, para el se*or :oss, de )eattle: 3onf!o en que no me haya olvidado. 4i padre, (uc% 9enn, trabajaba en su oficina y creo que usted le ten!a aprecio. 4uri en un desdichado accidente. Cal ve; recuerde usted tambi#n a 4issy, mi madre, que trabajaba en el barco de su firma, el Alacrity, aunque es posible que no la haya conocido personalmente. Fo era el repartidor de peri dicos que usted emple para trabajar en los muelles. Be modo que toda nuestra familia trabajaba para :oss H :aglan, y conf!o en que hayamos dejado un buen recuerdo, pues tratbamos de esmerarnos. 4! idea es #sta. )u empresa tiene muchas inversiones aqu!, en BaEson 3ity, adonde llegan dos de sus barcos fluviales. J4e permitir!a usted organi;ar las cosas en BaEson, a fin de que usted hiciera ms negocio con sus barcos y vendiera ms mercanc!as cuando llegaranK Day que aprovechar los tres meses que el r!o es navegable. )i se pierde tiempo, se pierde dinero. 3reo que le convendr!a abrir una buena tienda aqu! y ponerme a m! a su cargo& entonces sus beneficios se duplicar!an, llegando hasta cuadruplicarse. Cengo diecis#is a*os y entiendo de negocios como un hombre. Nuedo a la espera de su respuesta. Com ten!a s lo quince a*os cuando la escribi , pero probablemente ya habr!a cumplido los diecis#is cuando la carta llegara a )eattle. )in embargo, dej de pensar en esa posibilidad cuando BaEson sufri uno de esos incendios que peri dicamente asolaban a casi todas las nuevas ciudades. A diferencia de otros dos incendios ms famosos, que llegaron al cora; n de la ciudad, #se se limit a rondar las tiendas y los coberti;os levantados en la orilla del r!o& una de las primeras tiendas que destro; fue el restaurante de los 9enn, cuyas paredes

-gina 6/0 de ?@0

Alaska

James A. Michener

de lona, llenas de salpicaduras de grasa, desaparecieron en un momento, dejando a 4issy y a Com tan s lo con la comida que todav!a guardaban en los restos del Aurora. 4ientras las llamas segu!an e$tendi#ndose y arrasaban las casuchas del puerto, dos hombres se abrieron paso entre la multitud para ayudar a missy -ec%ham. +l primero era el comisario )teele, quien dijo, simplemente: 8Le advert! que pod!a ocurrir un desastre de este tipo, se*orita -ec%ham. -uedo disponer de los fondos del gobierno para emergencias, y pagarles un pasaje para que usted y el muchacho vuelvan a )eattle. Francamente, se*ora, me parece lo ms conveniente. 4ientras #l hablaba, la Fegua (elga lleg por la orilla del agua, observando los da*os y consolando a los que hab!an sufrido graves p#rdidas. +sper a que el comisario )teele se hubiera marchado a resolver otros asuntos y se acerc humildemente a 4issy& con la ayuda de una de sus chicas, que hablaba ingl#s, le dijo: 8UNu# desgraciaV )i necesitas ayuda, av!same. 8)in decir ms, le dio una palmadita en la mejilla y continu su camino. Bespu#s lleg =ohn Alope, con su perro 4esti;o, y s lo dijo: 8Ahora ustedes dos me necesitan tanto como yo a ustedes. 4issy y Com pasaron la noche del desastre refugiados en el teatro, con otras cincuenta personas que se hab!an quedado sin casa, y por el momento no intentaron tomar ninguna decisi n& por la ma*ana regresaron a lo que hab!a sido su restaurante y comprobaron, con triste;a, que era imposible volver a abrirlo o montar algo parecido. Aunque nunca llegaron a afirmar: P) lo nos queda la oferta de AlopeQ, ambos reconocieron que era inevitable. Com busc hasta conseguir una carretilla de mano, que un minero fracasado estaba dispuesto a vender por un d lar. 3uando Alope le vio empujando la carretilla por el puerto, corri a buscarle y ayud a 4issy a empaquetar las pocas cosas rescatadas del fuego. A media tarde, estaban de camino hacia LousetoEn& Com y Alope tiraban de una cuerda atada delante de la carretilla, y 4issy empujaba desde atrs. Besde LousetoEn continuaron por la ribera i;quierda del Alondi%e hasta llegar al arroyo (onan;a, el afluente donde <eorge 3armac%, ese hombre que estaba casado con una india, hab!a hecho el primer gran descubrimiento. 3aminaron penosamente junto a #l, pasando por concesiones que se hab!an hecho famosas en todo el mundo 1)iete Arriba, ,ueve Aba8 jo ... 2, hasta que llegaron a la confluencia con +ldorado, cuyas concesiones eran menos c#lebres, pero mucho ms ricas. Bejando atrs una veintena de los yacimientos enormemente productivos que hab!a junto al riachuelo, treparon hasta llegar a la cima de la monta*a, bastante por encima de las minas de placer, y all!, en la cumbre, se dirigieron a la caba*a de =ohn A%lope. +staba en una parcela de ciento cincuenta metros de longitud, en sentido paralelo al r!o que corr!a al pie, por cuatrocientos cincuenta y cinco de ancho& eso equival!a a unas siete hectreas, pero la parte aprovechable era lo que quedara ms cercano de cualquier ;ona en la que se hubiera e$tra!do barro con oro. 8C#cnicamente 8e$plic Alope, mientras se acercaban al hoyo, F] muy profundo8, lo que estamos buscando es el lecho de roca. 8JDay que hacer volar la roca s lidaK 8pregunt Com. 8,o. +l oro estar en el lecho de roca, que es el fondo de alg"n antiguo r!o. 8Jy c mo sabes que antes pasaba un r!o por all! abajoK 8J3 mo supieron esos hombres de all abajo que el r!o actual ten!a oroK Tsaron la batea. ,osotros cavamos. )u caba*a era mejor que las habituales en las minas, pero aun as! era pobre: cuatro paredes de troncos de dos metros setenta por tres sesenta& una sola ventana abierta entre los troncos y cuidadosamente impermeabili;ada& suelo de madera& s lo una cama& una cocina de le*a&

-gina 6/. de ?@0

Alaska

James A. Michener

perchas en las paredes para tender la ropa, que parec!a estar siempre empapada, y un par de botas de recambio, tambi#n siempre h"medas y llenas de barro. Dab!a una chimenea para sacar el humo afuera, pero como el tubo era muy largo, mientras la cocina estaba encendida, el calor era intenso en el interior de la caba*a, a veces superior a los veintinueve grados& en cambio, si se apagaba el fuego, el fr!o pod!a descender a treinta grados bajo cero. Alope era, por naturale;a, un hombre limpio y que cuidaba su aspecto personal, de modo que hab!a construido una caseta en el e$terior, para lavarse y afeitarse. Al principio de su estancia hab!a decidido afeitarse cada d!a, pero su resoluci n dur menos de un mes: afeitarse en el Alondi%e, en verano o en invierno, era un trabajo penoso al que renunci con gusto. La barba que luc!a ahora, y que a menudo olvidaba recortar con sus tijeras o$i8 dadas, era larga y disimulaba su verdadera edad: igual pod!a ser un cuarent n bien conservado que un veintea*ero decidido. +n realidad, ese a*o hab!a cumplido los veintiocho y era uno de los mineros ms trabajadores de esos famosos r!os. 4issy se sinti inc moda al ver que en la caba*a hab!a una sola cama, pero Alope resolvi la situaci n: 8+n primer lugar 8afirm 8, tenemos que hacer dos camas ms. 3on la e$perta ayuda de Com, muy pronto las tuvieron. )in embargo, las provisiones que llevaban ellos no cab!an en la vivienda, lo que requiri algo de ingenio por parte de Alope. La soluci n fue apoyar la carretilla, paralela al suelo, contra una de las paredes sin ventanas y levantar sobre ella una especie de techo inclinado y dos muros laterales. Besde luego, la parte delantera quedaba abierta, pero ninguna de las caba*as ten!a llave en la puerta. 8Aqu! no hay peligro de que se robe nada 8e$plic Alope8. La -olic!a 4ontada no lo permite. Burante los primeros meses de su estancia, cada uno ten!a su propia cama, pero en el largo y fr!o invierno, la rutina se fue convirtiendo en aburrimiento. Alope pasaba en el hoyo nueve o die; horas diarias, mientras que Com, arriba, se ocupaba de subir las cargas de barro con la polea& cada ve; estaba ms claro que, cuando Alope trepaba por la escalerilla, al terminar la jornada, no ve!a en 4issy s lo a la persona que le preparaba las tortas del de8 sayuno, sino a una mujer. Tna fr!a noche de febrero, con la temperatura rondando los cuarenta grados bajo cero, 4issy, sin decir nada y sin hacer ning"n gesto a Com, se desli; en la cama de Alope& poco despu#s, mientras los hombres trabajaban en la mina, ella traslad su antigua cama al coberti;o. -or tercera ve;, Com se convirti en un testigo de la relaci n entre esa prctica mujer y un hombre con el que no estaba casada. 3omo el muchacho no hab!a recibido una educaci n convencional con respecto al comportamiento de hombres y mujeres, eso no le preocup & continu pensando que 4issy era lo ms parecido a la mujer perfecta. +n aquellos largos meses, entre el incesante trabajo y las escasas esperan;as de encontrar oro en el fondo de la mina, fue ella quien consigui mantener floreciente el nimo del grupo, la caba*a en condiciones habitables y el trabajo en marcha. +n eso la ayud un nuevo amigo de quien no hab!a esperado apoyo: el perro 4esti;o. 3omo era diferente de los otros perros de trineo 1por eso llevaba ese nombre, y por eso )arqaq hab!a aceptado separarse de #l2, hab!a tomado cierto cari*o a sus tres compa*eros ms importantes: )arqaq, Alope y Com 9enn& pero durante las largas horas que los hombres pasaban trabajando en la mina, el perro pasaba cada ve; ms tiempo con 4issy. +lla le daba de comer, lo utili;aba para arrastrar le*a para la estufa, jugaba con #l y hablaba con el perro mucho ms que con los hombres& no pas mucho tiempo sin que el animal adaptara su vida a la de ella. )iempre hab!a apreciado la compa*!a de los humanos, pero esa ve; centr todo su afecto en 4issy: se convirti en su perro. 3ierto d!a, dos

-gina 6// de ?@0

Alaska

James A. Michener

mineros de las concesiones de ms abajo, junto a +ldorado, se presentaron s"bitamente para preguntar si Alope pod!a darles algo de carne& como trataron a 4issy con cierta brusquedad, al cabo de un momento 4esti;o se les lan; al cuello, y s lo la rpida intervenci n de la mujer pudo salvarles. 8Beber!a tenerlo encadenado 8se quej uno de los hombres, retrocediendo. 8) lo act"a as! cuando le parece que corremos peligro 8replic ella, con la esperan;a de que los hombres divulgaran esa informaci n en los campamentos del pie de la monta*a. 8JCiene usted carne que le sobreK 8-or ahora, no, pero tal ve; Com consiga un poco dentro de unos d!as. 8Le pagar!amos bien. Be modo que Com comen; a salir de ca;a con 4esti;o, los domingos o despu#s del trabajo, en busca de ciervos, osos o carib"es& cuando ten!an suerte, despu#s de trocear las pie;as, 4issy iba vendiendo la carne a lo largo del r!o. +so estaba haciendo una ma*ana, en el invierno de .I@@, cuando lleg un polic!a montado junto al r!o, preguntando d nde pod!a encontrarla. 8URye, 4issyV 8grit uno de los mineros8. UCienes visitaV Al levantar la vista, la joven se encontr con el sargento Airby, tan pulcro y atildado como siempre con su uniforme a;ul. Llevando a su caballo de las bridas, ambos subieron por la colina hasta el po;o de Alope& al ver dos camas en la caba*a y otra guardada en el coberti;o, Airby no hi;o preguntas. 8+n realidad, he venido a hablar con Com 9enn. Cengo noticias importantes para el muchacho. 4uy importantes, en realidad. 8UCrae a ComV 8orden 4issy a 4esti;o, y el jovencito no tard mucho en presentarse. 8+l comisario )teele quiere hablar contigo. 8U-ero si no he hecho nadaV 83laro que s! 8asegur Airby, con una amplia sonrisa8. 4e parece que s! lo has hecho. 8,o es posible, sargento. ,o me he movido de aqu!. 8)i#ntate 8dijo Airby, alargando la mano y asiendo al muchacho por el bra;o8. La noticia es muy buena. +spectacular2 en realidad. 8Luego gui* el ojo a 4issy y pregunt a Com8: 3uando llegaste a BaEson 3ity, Jenviaste una cartaK 8)!, para mi abuela.8JF otra para cierto se*or :oss, de )eattle, qui;K 8)!, pero s lo le hac!a unas preguntas. 8-ues su respuesta le sorprender, se*orito Com. Airby le cont que, si bien el comisario )teele quer!a e$plicarle personalmente los detalles, #l pod!a adelantarle que :oss H :aglan hab!an aceptado con gran entusiasmo las ideas propuestas por Com. +n el primer vapor de :H: que pudiera abrirse paso entre el hielo del Fu% n, llegar!an provisiones para instalar un gran almac#n en BaEson, junto con un tal se*or -incus para ponerlo en marcha, siempre que Chomas 9enn estuviera dispuesto a prestar los servicios que ofrec!a en su carta de fecha tal y tal. Antes de que Alope pudiera salir del po;o 1que ya med!a ocho metros setenta de profundidad, sin ning"n apuntalamiento de madera2, Com, 4issy y el sargento Airby hab!an acordado que el muchacho se ir!a inmediatamente, ya que deb!a buscar un local para abrir la sucursal de :H: en BaEson. 3uando Alope recibi la informaci n sobre lo decidido en su ausencia, se comport de forma caracter!stica. )e rasc la barba, mir a 4issy, luego a Airby, finalmente al muchacho, y dijo serenamente: 8)e est haciendo un hombre. +l que contrate a un muchacho como #ste tiene mucha suerte. )in embargo, despu#s de aclarar que Com era libre de marcharse si as! lo deseaba, trat de postergar la partida y habl de los detalles importantes:

-gina 6/7 de ?@0

Alaska

James A. Michener

8)ent#monos a discutir esto. Com, t" y 4issy os hab#is ganado una parte de esta mina. Belante de un testigo de la -olic!a 4ontada, declaro que, cuando vuelva a BaEson, registrar# legalmente la cesi n. -ero s lo si os quedis y trabajis conmigo. 8+s hora de que Com se vaya 8dijo 4issy, con gran firme;a. 8JF t" te irs con #lK 8pregunt Alope. 8Fo me quedo. 84e alegro, porque estoy convencido de que el antiguo r!o pasaba por donde estamos cavando. ,os hallamos a ocho metros setenta& con cuatro metros y medio ms, lo encontraremos. 8JDa visto usted alguna bri;na de oroK 8pregunt Airby, que hab!a o!do la misma esperan;a de labios de cien mineros ms, en otras cien minas. +l lecho rocoso estaba siempre un poquito ms abajo. 8,o. 8+n todo ese mont n de barro helado, Jhabr dos c#ntimos de oro cuando lo laven en veranoK 8-robablemente no, pero cuando la gente empe; a e$plotar estos arroyos bastaban die; c#ntimos en la batea para que se pusieran a so*ar. Bespu#s 3armac% encontr cuatro d lares de oro en una sola criba y se inici la estampida. +n esa concesi n que se ve desde aqu! encontraron ochenta d lares en una batea& y en aqu#lla, ms all, sacaron mil d lares de una sola ve;. 8+s verdad lo que dice 8afirm Airby8. A veces ocurr!a. 8Lo que yo busco... y tiene que estar all! abajo, dar unos cinco o seis mil d lares por criba. Cengo esta esperan;a. )us tres interlocutores no se atrev!an a mirarle, temiendo devolverle a la realidad. -or fin Com dijo:8Le ped! al se*or :oss que hiciera algo. 9a a hacerlo, y a m! me corresponde cumplir con mi parte. 8J3omprendes mi apuestaK 8pregunt Alope. F 3R4R Com respondi afirmativamente, ese hombre alto y desgarbado le asegur , sin rencor8: +res t" quien decide, hijo. Fo no podr!a haber buscado a un ayudante mejor4ientras Com preparaba su equipaje y 4issy iba echando cosas "tiles en su bolsa de lona, Airby pregunt al minero: 8JCiene usted alg"n motivo para creer que all! abajo hay oroK 8Los estratos del terreno. 8-ero si eso no se puede ver. 83ada cent!metro que e$cavo me dice algo nuevo. 8JF usted est dispuesto a arriesgarlo todo... por algo tan misteriosoK 8,o tengo mucho que arriesgar, sargento. 3uando el equipaje estuvo listo, Alope pag a Com por el trabajo de acarrear el lodo& hab!a llegado el momento de las despedidas. +l muchacho fue de 4esti;o a Alope y a 4issy, a punto de llorar mientras dec!a adi s a los que hab!an compartido con #l una caba*a, en una aut#ntica mina del Alondi%e. -resent!a que su partida marcaba un punto decisivo en su vida, como los "ltimos dos metros escalados en el paso de 3hil%oot, que permit!an mirar hacia el otro lado, hacia el lago Lindeman y los miles de barcos que se constru!an en el (ennett. -ronunci unas palabras bonitas y luego se arrodill para dar un beso a 4esti;o. Al levantarse, dijo, sin ms: 8(ueno, ser mejor que nos vayamos. Tna luminosa ma*ana de junio de .I@@, mientras Com trabajaba en la nueva tienda de :oss H :aglan, la calle principal se llen de alboroto, y el muchacho sali afuera a toda prisa para preguntar d nde se hab!a descubierto un nuevo fil n. -ero no se trataba de una nueva mina de oro: era la llegada de un e$traordinario buscador, que ven!a de +dmonton. Dab!a recorrido la peligrosa ruta del r!o 4ac%en;ie hasta mucho ms all del 3!rculo -olar

-gina 6/6 de ?@0

Alaska

James A. Michener

Ortico, y hab!a cru;ado despu#s inh spitas cumbres hasta el Cerritorio del Fu% n. 3uando corri por BaEson la noticia de que Pun valiente irland#s ha llegado por la ruta del 4ac%en;ieQ, los curtidos pioneros se acercaron a ver a ese hombre que hab!a logrado el milagro que ellos nunca se hab!an atrevido a intentar. Com, entre la muchedumbre, vio a un irland#s de estatura mediana, de unos treinta a*os& estaba demacrado como un fantasma pero sonre!a con picard!a a los que le rodeaban. +l pelo, oscuro y sin cortar, le ca!a alrededor de los ojos& sus gruesas ropas estaban destro;adas por la dura traves!a al norte del 3!rculo, y ten!a verdaderas ganas de conversar: 84e llamo 4att 4urphy y soy de un pueblo al oeste de (elfast. Fuimos cinco los que ;arpamos desde Londres a +dmonton, en cuanto nos enteramos de los descubrimientos del Alondi%e. 3omen;amos a descender el 4ac%en;ie en julio de .I@?& nos perdimos, uno se ahog , otro se muri de hambre y otro de escorbuto. +se tipo alto que lleg conmigo estaba harto y se volvi a Londres. -ero yo he venido para quedarme. +stoy decidido a conseguir una mina de oro. )us oyentes se echaron a re!r, no por desd#n, sino para aclararle las cosas: 8Codos los sitios buenos se concedieron hace tres a*os. Com contempl admirado la reacci n del e$tranjero ante esa noticia apabullante: encorv apenas los hombros, aspir hondo y pregunt , casi en tono jocoso: 8JDay alg"n sitio donde se pueda beber una cerve;aK Le sirvieron una, la primera que tomaba en dos a*os, y el irland#s la sorbi como si fuera n#ctar& luego pregunt , tranquilamente: 8Ahora bien: si se hallaran filones nuevos, Jd nde estar!anK 8,o hay ms 8le respondieron gravemente los mineros. -or un momento, Com se pregunt si 4urphy ir!a a desmayarse, pero el hombre esbo; una irresistible sonrisa irlandesa y coment , con vo; suave: 8,o es una noticia muy agradable. De venido desde tan lejos, he estado tan cerca de morir de hambre... Los mineros, avergon;ados por no haber actuado antes, le llevaron a una tienda donde serv!an huevos con tocino y tortas. Com, una ve; ms entre la multitud, observ que el reci#n llegado com!a de un modo nunca visto: con infinita cautela, como si tratara de contener un tiro de caballos desbocados, cortaba trocitos diminutos y se los com!a uno a uno, como un delicado pajarillo. 8J,o tienes hambreK 8pregunt el minero que le hab!a invitado. 8-odr!a comerme todo lo que hay en esta tienda y en aquella otra 8contest el irland#s8. Dace dos a*os que no veo un plato como #ste. 8U3ome, puesV 8vocifer el minero. 8)i lo hiciera morir!a aqu! mismo 8e$plic el forastero. F continu llevndose a la boca peque*!simos bocados. Los d!as siguientes Com pas mucho tiempo con el incre!ble irland#s, escuchando las historias de su aventura norte*a y de las espantosas muertes que hab!an acabado con los buscadores de oro. 84i padre tambi#n muri 8dijo a 4urphy8. )e le clav una vara rota mientras viajbamos por el hielo en un trineo de vela. +l muchacho estaba impresionado por la disciplina que segu!a demostrando 4urphy al comer, siempre bocado a bocado& pero mientras com!a, el irland#s no dejaba de hacer preguntas sobre el oro, y Com comprendi que estaba obsesionado con encontrar un yacimiento de cualquier tipo, donde pudiera trabajar cavando o lavando arena. +l joven no quiso desanimar a 4urphy recordndole que no hab!a ms yacimientos, y deleg esta responsabilidad en los fuertes hombros de su amigo, el sargento Airby de la -olic!a 4ontada del ,oroeste, que ya se hab!a enfrentado con muchos buscadores tard!os como #l.

-gina 6/L de ?@0

Alaska

James A. Michener

8J)olicitar una concesi nK Las buenas se repartieron hace tres a*os. JNue si habr msK 4e parece que no. 3uando 4urphy, flaco como un oso que saliera en abril de su hibernaci n, oy esta confirmaci n en boca de un e$perto, disimul su desilusi n& pero Airby le propuso algo: 8Arriba, en una de las colinas, hay un tipo llamado Alope, que cava noche y d!a. +st seguro de que tiene algo bueno. ,ecesita ayuda. 8JF yo qu# pinto en esoK JCengo que comprar una parte de su concesi nK 8,o, pero puede trabajar para #l, a cambio de un sueldo. 3uando se quede sin dinero, tal ve; le ofre;ca a usted compartir la concesi n, para retenerle con #l. 8JBice usted que no ha encontrado oroK 8=unto al r!o se criba en un placer y se sabe inmediatamente si hay oro. +n las monta*as hay que cavar y cavar, sin saber nada hasta que se llega al lecho rocoso. 4urphy, que a"n no estaba en condiciones de o!rr una noticia como #sa, se sent . 8+s decir que... De venido hasta aqu! desde +dmonton... ,o sabe usted lo que ha sido. 84e hago una idea 8le contradijo AirbyY. Dan llegado cinco o seis grupos. A algunos he tenido que enterrarles. 8Be los hombres que vinieron de +dmonton, Jalguno descubri oroK 8Les ocurri lo mismo que a usted: ni siquiera consiguieron un sitio donde e$cavar. 4urphy se qued unos momentos sentado, con la cara escondida entre las manos, muy enflaquecidas. Luego irgui los hombros y se puso de pie. 8JB nde est la monta*a del se*or AlopeK UBios m!oV, de todos los que han venido desde +dmonton, por lo menos yo lo intentar#. Airby le dibuj un mapa apro$imado y escribi al pie: P=ohn Alope: +ste hombre viene de +dmonton. +s trabajador. >ill Airby, -olic!a 4ontada del ,oroesteQ. 3uando 4urphy escal la colina de +ldorado para presentar su recomendaci n, Alope le dijo: 8Fa no sab!amos qu# hacer. Fo sigo e$cavando, pero ella, 4issy, no puede ocuparse de la polea y cocinar, todo al mismo tiempo. ,os haces falta. Be manera que el irland#s comen; a trabajar a sueldo. 3uando 4issy vio lo enflaquecido que estaba, sin dejar por eso de trabajar en las tareas pesadas que hab!a estado haciendo ella, se sinti obligada a darle bien de comer, pero #l no se atracaba, se limitaba a comer con cuidado todo aquello que diera energ!a a su cuerpo y combatiera el escorbuto en sus piernas. 3uando descubri que Alope ten!a una buena escopeta, record ciertos trucos de ca;ador que hab!a aprendido en Irlanda. )e alejaba mucho por la ;ona y tra!a carne, mientras que otros ca;adores no consegu!an nada. Al recobrar las fuer;as, result ser un trabajador diligente: sub!a el barro y lo dejaba listo para lavarlo en verano& al cabo de dos meses, Alope le aument la paga: de un d lar diario, que era lo normal en las minas que no estaban produciendo, pas a un d lar y cuarto, lo cual alent a 4urphy a esfor;arse ms. -ero como trabajaba en la superficie, mientras que Alope se afanaba como un esclavo en el fondo de la tierra helada, ten!a ocasi n de pasar varias horas al d!a con 4issy, que sent!a inter#s por sus ingeniosos relatos de Irlanda, su descripci n de las carreras de caballos en aquel pa!s y, sobre todo, por sus e$plicaciones de lo que hab!a provocado el fracaso de los buscadores de +dmonton: 8'ramos como los hombres que van en busca de la aurora boreal. 9e!amos el brillo del oro bailando delante de nosotros, casi al alcance de la mano, pero cuando nos esfor;bamos por alcan;arlo nos perd!amos en la nieve y el hielo. Al o!rle relatar sus penosas e$periencias, 4issy dijo: 84e alegro de que me hayas contado esto, 4urphy. 3omen;aba a tener lstima de m! misma por lo que pas# en el paso de 3hil%oot.

-gina 6/M de ?@0

Alaska

James A. Michener

Canto a Alope como a 4issy les encantaba el musical acento de 4urphy y se maravillaban del vocabulario que empleaba. 8+res un poeta 8dijo Alope, una noche de verano, mientras el irland#s se dispon!a a dar su paseo vespertino con 4esti;o. )al!a a dar una vuelta con bastante regularidad, por delicade;a, a fin de pasar una parte de la noche lejos de la caba*a, dejando solos a Alope y a 4issy& pero "ltimamente hab!a descubierto que, en esas agradables caminatas durante el largo crep"sculo, s lo pensaba en 4issy. F una ma*ana, entre el desayuno y la hora en que Alope saldr!a del po;o en busca de algo para comer, mientras #l trabajaba con 4issy en el mont n de lodo que pronto comen;ar!an a lavar, dej muy cuidadosamente la pala a un lado, hi;o lo mismo con la de 4issy y la bes apasionadamente. La joven no respondi , pero tampoco le recha; . Le devolvi la pala, tom la suya y dijo: 8+stamos buscando oro. ,o lo olvides. )in embargo, las ma*anas posteriores, se quedaba donde sab!a que tendr!a que pasar 4urphy, y comen;aban a besarse sin siquiera abandonar las palas. +n oto*o, cuando ya era evidente que el barro tan trabajosamente acumulado no conten!a una pi;ca de oro, comprendieron tambi#n que la mina de =ohn Alope era una esperan;a perdida, y que #l tambi#n hab!a perdido. 4issy ve!a en #l lo que siempre hab!a sido: un patn corpulento, insensible y sin imaginaci n& 4urphy descubri que al pobre hombre casi no le quedaba dinero con que pagar a una persona para que le ayudara a e$cavar esa mina improductiva. Al acortarse los d!as, 4urphy record los dos trgicos inviernos que hab!a pasado perdido en el Ortico y volvi a e$perimentar la misma sensaci n de fatalidad& una ma*ana, durante el desayuno, dej su tenedor y dijo: 8Cengo que irme de aqu!, Alope. ,o veo rastros de oro en tu concesi n. 8Nui; sea lo mejor. 4e queda muy poco con que pagarte 8replic el minero. F descendi al po;o, con sus esperan;as. 4urphy pas esa ma*ana preparando el equipaje, mientras 4issy manejaba la polea, pero despu#s de la comida, cuando Alope volvi a la e$cavaci n, los dos de la caba*a se unieron apasionadamente, despu#s de lo cual 4issy dijo: 84e voy contigo, 4att. 8Fa conseguiremos algo 8le respondi #l. +sa noche no dijeron nada a Alope, pero el hombre debi de sospechar algo: en ve; de quedarse en la caba*a con 4issy mientras el irland#s daba su paseo, fue #l quien sali & al regresar, callado y ce*udo como siempre, se acost sin hablar con nadie. -or la ma*ana 4issy prepar el desayuno, pero no prob bocado. +ntonces inform a Alope: 8,os vamos a BaEson. :e;ar# por que descubras oro, =ohn. 8JCe vasK 8pregunt #l. 8)!. +s mejor. 8J9olversK 8,o. +sto se acab , =ohn. Alope no supo si 4issy hablaba de la mina o de su relaci n con #l. 4irando al irland#s, dijo: 8-odr!a partirte en dos. 8-ero se encogi de hombros8: JF de qu# servir!aK Al quedarse solo, en el crep"sculo oto*al, =ohn Alope sigui con la vista a los viajeros: 4urphy empujaba la carretilla que Com 9enn hab!a comprado para acarrear sus pertenencias. 3uando ya no se o!an sus pasos, Alope camin hasta el hoyo con decisi n, coloc la cuerda y el cubo de manera que pudiera retirar #l mismo la tierra y, sin dar muestras de emoci n, descendi hasta los nueve metros sesenta.

-gina 6/? de ?@0

Alaska

James A. Michener

Be todos los buscadores de oro que hab!an llegado por el Fu% n en .I@? a bordo del =os. -ar%er, ni uno solo encontr oro. Be los pocos que se atrevieron con los peligros del 4ac%en;ie, nadie lleg siquiera a reclamar una concesi n. F entre quienes escalaron el paso de 3hil%oot con los 9enn y desafiaron con ellos los ca*ones, no hubo tampoco uno que encontrara una mina. -ero todos hab!an participado en la gran aventura de finales de siglo. Cal como dijo 4attheE 4urphy al acercarse a BaEson, detrs de la carretilla: 8Fo so*aba con cavar en busca de oro. F lo he hecho. 4ientras =ohn Alope, 4att 4urphy y Com 9enn trabajaban an nimamente buscando oro en el Fu% n, otro grupo de hombres alcan;aba una gran publicidad por su participaci n en la estampida. =ac% London, el escritor prolletario de )an Francisco, encontr material para sus relatos ms interesantes, mientras que :obert >. )ervice, el poeta canadiense nacido en Inglaterra y criado en +scocia, inmortali;aba la vida de los pioneros con poemas que, pudiendo haber sido s lo estrofas pegadi;as, resultaron inolvidables. La Aurora (oreal no ha visto nada parecido. Lo ms raro que yo vi Fue en el margen del lago Lebarge. 3ambi el nombre del lago Laberge para lograr una rima atractiva, -ero #sta y otras faltas no tienen importancia, pues infundi a sus versos sobre el Fu% n una vitalidad y un encanto que nunca desaparecern. Day dos datos interesantes en su biograf!a: no lleg al Alondi%e hasta .@06, cuando los buenos tiempos quedaban muy atrs, y escribi sus poemas ms famosos sobre ese r!o, incluidos los que tienen como personajes a Ban 4c<reE y )am 4c<ee, mucho antes de haber puesto un pie en BaEson 3ity. Ce$ :ic%ard, el famoso empresario de bo$eo y amigo de =ac% Bempsey, pas alg"n tiempo en las minas de oro, al igual que Addison 4i;ner, el famoso genio de la especulaci n en Florida& ,ellie (ly, el famoso periodista neoyorquino, y Aey -ittman, futuro senador por ,evada e importante diplomtico. -ero, en la primera #poca de las minas del Fu% n, el vapor =os. -ar%er lleg a BaEson 3ity, donde har!a escala una sola noche, con un pasajero que ejemplificaba a esos visitantes que, pese a lo breve de su estancia, aumentaban el conocimiento que el mundo ten!a del Alondi%e. 9est!a el atuendo de los esquimales y, con sus sesenta y tres a*os de edad, era uno de los ms ancianos en las minas. Aunque el barco se qued en BaEson una sola noche, durante veintiocho horas el peque*o cicl n recorri la polvorienta calle principal, de arriba abajo, presentndose a todo el que tuviera aspecto de ser una autoridad: 8UDola, amigoV )oy el doctor )heldon =ac%son, Agente <eneral para la +ducaci n de Alas%a. 4e gustar!a saber qu# planes tiene usted para instalar escuelas en las minas. 3omo una peque*a comadreja, investig la calidad de los hoteles, el sistema de pago con oro en polvo y la situaci n de las mujeres, pero dedic sus mayores esfuer;os a comprobar el estado de la religi n en los campamentos. Los sacerdotes le daban la bienvenida en cuanto presentaba su impresionante tarjeta: BR3CR:. )D+LBR, =A3A)R, 4oderador de la Asamblea <eneral Iglesias -resbiterianas de los +stados Tnidos 8J,o es #se el puesto ms alto dentro de su IglesiaK 8preguntaban los religiosos mejor informados. 8)! 8respond!a =ac%son, como si se disculpara8. Fuimos tres los que competimos por el cargo: (enjamin Darrison, nuestro anterior presidente& el millonario =ohn >anama%er, y yo. 8Cos!a modestamente8: Fo gan# en la primera votaci n... abrumadoramente.

-gina 6/I de ?@0

Alaska

James A. Michener

+se d!a se convirti en un fastidio, pero a la ma*ana siguiente, cuando el -ar%er ;arp Fu% n abajo, #l se march con datos suficientes para utili;ar durante el resto de su vida en su popular conferencia: PLas minas de oro del Alondi%eQ.

IX. LAS DORADAS PLAYAS DE NOME


Be todo lo que hicieron el capitn Dealy y el reverendo =ac%son para mejorar la calidad de vida en Alas%a, nada despert entre sus enemigos tanto desprecio como su intento de importar renos domesticados de )iberia para alimentar a los esquimales durante las hambrunas de invierno. Los tercos bienhechores fueron acusados de idiotas, ladrones y agentes secretos de los rusos: P+spera a que se inspeccionen los libros, ya vers que esos dos robaron cuatro quintas partes del dinero que el gobierno ha puesto en ese plan descabelladoQ. ,aturalmente, =ac%son fue denunciado, con cierta justificaci n, por haber entregado la mayor parte de los renos que llegaron a Alas%a a sus asentamientos presbiterianos de la costa. +n la primavera de .I@?, el 3omando del +j#rcito en >ashington despach a cierto teniente Loeffier, de su (atall n de Aprovisionamiento, para que investigara esos cargos de mal manejo de fondos: PB!ganos si la idea es prctica o noQ. 3umpliendo con sus rdenes, el teniente visit ocho de los sitios donde el doctor =ac%son hab!a tratado de establecer sus reba*os y envi a >ashington un resumen e$acto de la situaci n: +s conveniente que el +j#rcito manifieste inter#s en este e$perimento, pues podr!a llegar un momento en que nuestras tropas que operan en el Ortico necesitaran de los renos como fuente importante de alimentaci n. J3 mo ha marchado el e$perimentoK 4al. 4uchos de los animales importados al principio murieron durante la traves!a desde )iberia o muy poco despu#s, porque los esquimales de Alas%a no ten!an idea de c mo criarlos. Los renos, acostumbrados a la esmerada atenci n recibida en )iberia, donde se los trataba como en IoEa al ganado valioso, fueron puestos en libertad como si se tratara de carib"es silvestres& como resultado, muchos volvieron a la vida salvaje sin que se los volviera a ver, mientras que otros mor!an por falta de cuidados y de la comida habitual. J+l resultadoK Codos los renos transportados a las Aleutianas han muerto o desaparecido& ese e$perimento fue un desastre. La mayor parte de los desembarcados en asentamientos de la costa mar!tima septentrional han tenido poca suerte, de modo que debemos considerar esa empresa como de 4TF -obre resultado. +l +j#rcito har!a mal si confiara en los renos dom#sticos comofuente principal de alimentos, en un futuro previsible. -ero para hablar con justicia, el teniente Loeffier informaba de 3ierto establecimiento donde los renos importados por Dealy y =ac%son desde la regi n siberiana de cabo Be;hnev hab!an prosperado. )in duda le gust lo que ve!a, pues escribi de eso con evidente entusiasmo: )in embargo, encontr# un sitio donde, debido a una serie de circunstancias, el e$perimento de los renos dio resultado. +n el e$tremo occidental de la pen!nsula )eEard, en un desolado sitio que recibe el nombre de -uerto 3larence hay un asentamiento llamado Celler )tation& all!, un noruego llamado Lars )%jellerup, de treinta y tres a*os, soltero, ha organi;ado un equipo de tres ayudantes que parecen saber c mo manejar a los renos. 3uando )%jellerup lleg a Alas%a, tra!a consigo un lap n bajo y recio, llamado 4i%%el )ana, que sabe pensar como los renos. Bebido a que prev# lo que los animales van a hacer, los gu!a con serenidad, pero tambi#n con firme;a, haci#ndoles cumplir con sus prop sitos.

-gina 6/@ de ?@0

Alaska

James A. Michener

+l segundo ayudante me caus problemas. +s Ar%i%ov, sin nombre de pila, tra!do desde )iberia por el capitn 4ichael Dealy, del afamado guardacostas (ear. +se esquimal chu%chi puede conocer a los renos, pero es bastante hosco, poco dado a obedecer indicaciones y dif!cil de disciplinar. )in embargo, cuando pregunt# a )%jellerup por qu# lo soportaba, me respondi : PAr%i%ov es un hombre& en este trabajo, de ve; en cuando hacen falta hombresQ. +l tercer ayudante es un t!mido esquimal de diecinueve a*os, de poca estatura y cara redonda y morena. )%jellerup me dijo: PRotenai es especial. ,o tiene fami8 lia, pues la perdi durante una de las hambrunas, por eso considera que nuestro proyecto es su "nica posibilidad de vivir bien. Tno de estos d!as ser eljefe de este establecimientoQ. F bien: all! estn. )i el +j#rcito necesitara alguna ve; trabajar con renos en Alas%a, recomiendo que nuestros oficiales pasen por alto las otras colonias y recurran directamente a Celler. Tna ve; presentado su informe, en la primavera de .I@?, Loeffier volvi a sus funciones regulares en )eattle. All!, a principios de oto*o del mismo a*o, recibi un telegrama urgente despachado desde >ashington: BR3+,A) B+ (ALL+,+:R) +)CABRT,IB+,)+) AC:A-ABR) +, DI+LR -T,CA (A::R> 8)CR-8 :A3IR,+) +)3A)A) 8)CR-8 )I, 4+BI3A4+,CR) 8)CR-8 +9ALW+ R-+:A3IR,+) :+)3AC+ + I,FR:4+ I,4+BIACA4+,C+ [ )CR-. 3omo Loeffier hab!a estado en -unta (arroE no hac!a mucho, se le nombr subcomandante del grupo de estudio. -as los tres primeros d!as en el puerto de )eattle, tratando de averiguar todas las v!as por las que un grupo de balleneros varados frente a -unta (arroE podr!an haber avisado a la capital de su aprieto. As! supo que los propietarios de ciertos nav!os, al no regresar #stos a puerto, hab!an deducido que deb!an de estar atrapados en el hielo. Los funcionarios canadienses de -rince :upert hab!an llegado a conclusiones similares, pero lo ms importante eran las peticiones de ayuda entregadas por nensajeros con tiros de perros que viajaban desde (arroE hacia el sur. Loeffier inform a su grupo: 8+sto es una crisis. -robablemente los balleneros ya estn aislados por el hielo& no habr forma de liberarlos hasta principios del verano pr $imo. 8Luego a*adi un comentario inquietante8: 3omo no pueden tener comida suficiente para nueve meses, se hace necesaria una operaci n de rescate. Los oficiales del +j#rcito, con asistencia de la 4arina y de empresas navieras privadas, como :oss H :aglan, comen;aron a estudiar las posibles maniobras, sin que ninguna les pareciera demasiado descabellada como para descartarla de inmediato. Tn militar dijo: 8)iempre he o!do decir que )iberia y Alas%a estn a pocos %il metros de distancia. J,o podr!amos telegrafiar a los rusos y pedirles que ... K Tn hombre de la 4arina intervino: 8Al sudeste de (arroE, es as!, pero Jqu# distancia cree usted que hay a la altura de (arroEK Tn e$ ballenero, que conoc!a bien los oc#anos del norte, inform : 8Tnos setecientos sesenta %il metros. Besde 3anad, el rescate era igualmente imposible: unos novecientos %il metros hasta el primer puesto, que no tendr!a ninguna posibilidad de proporcionarles alimentos ni medicinas en cantidad suficiente. +l grupo qued en silencio. Luego todos se volvieron hacia Loeffier, que dijo en tono vacilante: 8De estudiado todas las posibilidades. Day casi ochocientos %il metros hasta el ms cercano de los campamentos mineros. -ara cubrir esa distancia habr!a que usar trineos de

-gina 670 de ?@0

Alaska

James A. Michener

perros y Jde d nde sacar!amos comida para alimentar a los perros en el trayectoK JF qu# campamento minero tendr!a provisiones suficientes para veinte barcosK 8JNu# alternativa sugiere ustedK 8pregunt el presidente. Loeffier tosi varias veces antes de atreverse a revelar el plan que germinaba poco a -oco en su mente. -or fin, con la ayuda de un mapa grande, dijo: 8Aqu!, en la bah!a de -uerto 3larence, en el e$tremo ms alejado de la pen!nsula )eEard, vive un noruego, llamado Lars )%jellerup, que cuenta con el apoyo de tres hombres capaces y recios: un siberiano, un lap n y un esquimal. +l presidente interrumpi : 8JNu# pueden ofrecer ellosK JTn tiro de perros especialesK F un marinero veterano se*al : 8-ara cuando pudi#ramos cargar un barco aqu! en )eattle, ese lugar estar!a cercado por el hielo. -ero Loeffier dijo, sereno: 8J-reguntan ustedes qu# tienen ellos all arribaK 8Bespu#s de hacer una pausa, respondi 8: :enos. La palabra provoc una e$plosi n en el grupo de estudio: 8Demos o!do hablar de ese fiasco. 8J3untos quedan vivosK J)eis o sieteK 8+se misionero estuvo en )eattle un a*o y nos dio una conferencia sobre el reno, que iba a resolver todos los problemas de Alas%a. JNu# ha sido de ese peque*o estafadorK Antes de que Loeffier pudiera e$plicarse, los otros acordaron por unanimidad que los pocos renos diseminados por -uerto 3larence no eran ninguna soluci n. -ero entonces, con una paciencia que conquist el respeto de sus superiores, el joven teniente desarroll su plan: 8+n realidad, en -uerto 3larence hay un enorme reba*o de renos. (ajo la gu!a profesional de )%jellerup, los esquimales de la ;ona han adquir!do o criado bien ms de seiscientas bestias sanas. Algunas estn tan domesticadas que reempla;an a los perros en los trineos. J3omprenden ustedes lo que eso significaK )i aprovechamos los renos, no tendremos que llevar alimento para los animales. 8J-or qu# noK 8Los perros comen carne. +n abundancia. Los renos se alimentan con los musgos y l!quenes durante la marcha. 8Les dio tiempo para que captaran ese dato importante& luego a*adi 8: F no tendr!amos que llevar comida. -orque al llegar a (arroE, el tiro de renos ser!a sacrificado para alimentar a los hombres hambrientos. )us argumentos fueron recibidos en silencio, pero entonces un secretario interrumpi la reuni n con el "ltimo telegrama de >ashington: I,FR:4+ I,4+BIACA4+,C+ -LA,+) -A:A :+)3ACA: (ALL+,+:R) A-:+)ABR) DI+LR 8)CR-8 -+:IdBI3R) ,A3IR,AL+) +GI<+, A33Id, Codos los miembros del grupo se volvieron hacia Loeffier, quien dijo: 8Lo "nico prctico, me parece, es dec!rles que partir# inmediatamente hacia Alas%a con medicamentos, para organi;ar un tiro de perros y viajar de prisa por tierra hasta Celler )tation, donde )%jellerup y sus hombres partirn de inmediato hacia -unta (arroE, con un reba*o de cuatrocientos renos 0 ms. 8JNu# distancia tendrn que recorrerK 8Tnos novecientos %il metros. 8U-or BiosV )iberia est ms cerca. F 3anad tambi#n. 8-ero all! tenemos renos..., y hombres para trasladarlos. 3on una cautela nacida de la larga e$periencia en el Ortico, uno de los armadores pregunt :

-gina 67. de ?@0

Alaska

James A. Michener

8JF esa operaci n es prcticaK Loeffier respondi : ,o puedo asegurarlo, pero estoy convencido de esto: all! hay ms de trescientos marineros estadounidenses que morirn si no hacemos algo. F esto nos ofrece la mejor oportunidad. Dagmoslo. )e despach un telegrama a la 3asa (lanca y esa misma tarde lleg la respuesta a )eattle: -:R3+BA 3R, :+,R) F NT+ BIR) <T^+ )T) +)FT+:SR) [)CR- LA ,A3Id, ,R) R()+:9A ) lo a mediados de enero pudo el teniente Loeffier llegar a la costa sur del estrecho ,orton. 3uando sus perros entraron en el primitivo asentamiento de )tebbins, se enfrent a una traves!a de unos ciento cuarenta y cinco %il metros hasta la costa norte, desde donde se pod!a llegar por tierra al criadero de renos de Celler. La perspectiva de aventurarse hasta el otro lado sobre el hielo, de cuya consistencia no se pod!a estar seguro, lo asustaba tanto que estuvo a punto de recorrer todo el e$tremo oriental del estrecho para mantenerse en tierra. -ero un esquimal de edad avan;ada, que conduc!a un trineo de perros, le asegur : 8Codo helado. ,o problema. 8F como Loeffier a"n dudaba, a*adi 8: Fo voy tambi#n. +n la temporada en que el sol apenas asomaba a mediod!a, los dos se pusieron en marcha, viajando tanto de d!a como de noche. 3uando llegaron a la costa norte, el viejo acept el pago que Loeffier le ofrec!a e inici el largo regreso por el hielo, mientras el joven oficial apuraba a sus perros para cru;ar los ciento ochenta %il metros restantes hasta Celler. Al apro$imarse al sitio donde calculaba que deb!a de estar el criadero, pues anteriormente hab!a llegado por mar, un esquimal de buena vista lo vio venir y dio la alarma. 3uando sus perros entraron go;osamente en el criadero, cuatro hombres resueltos, a los que #l ya conoc!a, le estaban esperando. +l lap n 4i%%el )ana fue el primero en saludarle con un vigoroso apret n de manos& luego, el hosco siberiano Ar%i%ov& despu#s, el joven esquimal Rotenai y, por fin, el noruego, alto e incre!blemente flaco: Lars )%jellerup. 8J3 mo es que viene con ese tiro de perrosK 8pregunt este "ltimo. Loeffier se sinti obligado a dar la noticia rpida y sencillamente: 8+l gobierno quiere que usted lleve un reba*o de trescientos a cuatrocientos renos hasta -unta (arroE. Tna veintena de balleneros quedaron varados all!. Crescientos tripulantes estn pasando hambre. La novedad era tan dramtica que, de los cuatro hombres de Celler, ninguno supo qu# decir. Al cabo de un momento, Loeffier a*adi : 8)on rdenes. Bel presidente mismo. J3undo podemos partirK Tna ve; que captaron la realidad de la situaci n, los cuatro criadores se mostraron ansiosos por aceptar el desaf!o. -ues conoc!an bien los escndalos que circulaban por Alas%a y +stados Tnidos con respecto al comportamiento de ellos y de otros lapones y siberianos vinculados a los renos. )%jellerup, que ten!a el mando en la ;ona, estaba especialmente deseoso de demostrar las posibilidades de sus animales. 8J3untos %il metros calcula ustedK 84s de novecientos 8respondi Loeffier. 8J-uede usted cubrirlos en sesenta d!asK 8+n cincuenta, qui;s. )i vamos, iremos rpido. 3onsult con sus hombres y Ar%i%ov dijo: 84s rpido. :eno gu!a siberiano, no de los tuyos. )e refer!a al reno lap n, menos recio, que )%jellerup hab!a importado por barco desde su pa!s. +l noruego pas por alto ese impl!cito desd#n, pues estaba habituado a Ar%i%ov y a su convicci n de que s lo el reno y los reba*os de )iberia ten!an valor.

-gina 67/ de ?@0

Alaska

James A. Michener

Loeffier qued encantado ante el clculo de que los alimentos y las medicinas se pod!an entregar en menos de cincuenta d!as. -ero su entusiasmo se esfum cuando )%jellerup dijo: 8-artimos dentro de tres d!as. 8UTn momentoV Fo prepar# mi equipo en media hora para viajar hasta aqu!. 4e parece que ustedes... )%jellerup ra;on serenamente: 8JAlguna ve; trat usted de reunir a cuatrocientos renos, sacndolos de sus c modos alojamientos de invierno, que ellos no quieren abandonarK +n los dos d!as siguientes, Loeffier descubri cuntos gritos y empellones se requer!an para eso. -ero el mi#rcoles por la ma*ana, .@ de enero de .I@I, el reba*o estuvo reunido, los dos trineos cargados de medicamentos y provisiones para el viaje y el equipo listo para la sobrecogedora carrera hacia el norte. Loeffier, que presenciaba la partida, les repiti el mensaje recibido de >ashington: 8Bice el presidente: PBios gu!e vuestros esfuer;os. La naci n observaQ. +n la media hora siguiente, los renos, los cuatro encargados, los tres ayudantes esquimales y los trineos se perdieron en el hori;onte del este. 9iajar!an unos trescientos %il metros en esa direcci n antes de poder virar hacia el norte, para la verdadera traves!a hacia (arroE, donde aguardaban los marineros hambrientos. Fue una carrera heroica, pues por la noche hac!a.un fr!o intenso, los vientos eran ms fuertes de lo habitual y, en varias ocasiones terror!ficas, los renos no pudieron hallar l!quenes ni musgos al escarbar con sus afilados cascos. )ana advirti : 8Bebemos hallar musgo. Nui;s all!... Jqui;s all!K -aramos un d!a. +so hicieron. +ntonces los animales hallaron l!quenes y se pudo reanudar el viaje. 3uando el camino se abr!a colina abajo, los hombres instaban a los renos a correr libremente. -ero )ana y Ar%i%ov, dos de los mejores pastores del mundo, estaban siempre alerta a cualquier grieta& al terminar el galope, hombres y animales iniciaban el sofocante ascenso hasta la cresta de la colina siguiente. 3uando describieron el gran giro, cambiando el rumbo este por el nornordeste, tuvieron la sensaci n de estar, por fin, en la parte principal del viaje: la larga traves!a hasta (arroE, encaramada en el borde del mundo. Los hombres solos no habr!an podido hacer ese viaje penoso. tampoco hab!a perros capaces de viajar tan implacablemente como los renos& por cierto, los perros no pod!an alimentarse solos. Can s lo los renos pod!an llevar esa carga de provisiones por ese terreno y a tanta distancia. 3uando se apro$imaban a los setenta grados de latitud, muy -or encima del 3!rculo -olar Ortico, se encontraron con un clima tan fr!o y ventoso que el term metro descendi a cincuenta y dos grados bajo cero. Aqu#lla fue la verdadera prueba de lo que pod!an hacer los renos. 3uando los soltaron, al terminar una carrera de cuarenta y cinco %il metros, escarbaron en la nieve hasta descubrir alimento, pastaron durante media hora, con la grupa vuelta contra el viento, y luego se enterraron en la nieve hasta formar mont!culos protectores a su alrededor. 8U)er mejor que nosotros tambi#n nos protejamosV 8e$clam )%jellerup, al arreciar el vendaval. )ana y Ar%i%ov pusieron los trineos como baluarte. +l viento aullaba contra ellos, pero se desviaba& los siete hombres se acurrucaron all!, dejando que la nieve fuera formando mont!culos arriba. As! permanecieron dos largos d!as, con el cuerpo abrigado y seco gracias al atuendo casi perfecto que usaban& hasta los pies se manten!an c modos dentro de las gruesas botas de piel de carib"& las pieles de puercoesp!n les cubr!an la cabe;a y las maravillosas puntas de pelo de glot n alrededor de la cara recha;aban el fr!o y el hielo. ,o muchos pod!an resistir ese ataque, pero esos hombres hab!an sido preparados desde la infancia para sobrevivir en

-gina 677 de ?@0

Alaska

James A. Michener

el Ortico. Tn hecho curioso, que llamaba la atenci n del lap n y el siberiano, era que el blanco )%jellerup fuera tan versado en las tradiciones del Ortico como ellos, que se hab!an criado all!. +ra un hombre imponente y los otros lo trataban, no con reverencia, pues eran sus iguales, pero s! con respeto por su destre;a. 3uando la tempestad ces , los hombres se alegraron como ni*os. (arroE estaba ahora a s lo ciento cincuenta %il metros& con buen tiempo y comida adecuada para los renos, casi parec!a que podr!an cubrir esa peque*a distancia en un solo d!a. +n realidad hicieron falta varios, por supuesto, pero el ? de mar;o, alrededor de las die; de la ma*ana, participaron en un momento de tal belle;a que ninguno de ellos lo olvidar!a. Besde el norte, provenientes de (arroE, ven!an tres tiros de perros a gran velocidad, arrastrando trineos vac!os. Besde el sur llegaban cientos de renos, avan;ando a velocidad pareja& durante ms de media hora cada grupo pudo ver al otro y calcular su velocidad o su modo de viajar. )%jellerup grit a sus hombres: 8Beben de haber llegado a la desesperaci n. UIban a tratar de abrirse pasoV F los hombres de los perros se gritaron entre s!: 8U<racias a BiosV U4iren esos renosV Los dos grupos se acercaban cada ve; ms. -or fin, los hombres de cada grupo pudieron distinguir las facciones de los del otro. -ronto hubo v!tores, abra;os y sollo;os. 4ientras tanto, los potentes y estupendos perros jadeaban en la nieve y los renos buscaban l!quenes entre los mont!culos formados por el viento. +se viaje de rescate, a lo largo de mil ochocientos %il metros, cobr importancia en la historia de Alas%a, no por el hero!smo de los renos ni por el diverso origen de los gu!as, sino por una conversaci n casual que tuvo lugar durante el regreso: )%jellerup y Rotenai, el muchacho esquimal, conduc!an uno de los trineos vac!os, mientras Ar%i%ov y )ana viajaban en el otro, tirado por el reno siberiano. Fue Ar%i%ov 1de esto podemos estar seguros, porque a*os ms tarde ambos lo atestiguar!an as!2 quien abord el tema. 8:ecuerda primavera pasadaX 4! hace viaje al este... lleva ciervos 3ouncil city de mineros... conoce muchos hombres. 8JNu# estaban haciendoK 8(uscando oro. 8JB ndeK 8+ste. 8JDallaron algoK 8Codav!a no. -ronto qui;. 8Jc mo buscan el oroK 8:!os... arroyos. )aca arena. Lava. +ncuentra. 'sa fue la primera conversaci n. +n los d!as siguientes, a medida que avan;aban en direcci n sur o sursudoeste y luego se desviaban hacia el oeste, los dos hombres se las arreglaron para viajar juntos& Ar%i%ov quer!a hablar de los buscadores de oro, esos hombres que parec!an hechi;ados y rondaban los arroyos. -or fin )ana empe; a sospechar que los hombres comunes, como Ar%i%ov y #l mismo, bien pod!an tener una posibilidad de hallar oro. )in embargo, suspica; como buen lap n, desech la idea. )in embargo pregunt : 8JBe qu# arroyo sacan arenaK 83ualquier arroyo. 4! oye hombres decir Alondi%e... todo arroyo. 8JBel r!o, quieres decirK J3omo el Fu% n, r!o grandeK 8U,oV :!o peque*o... qui;s salta y cru;a. -or sus conversaciones con los buscadores, el siberiano se hab!a hecho una idea bastante acertada de lo que era buscar oro& obviamente, estaba fascinado por la posibilidad de hallar oro en alg"n arroyo, a lo largo del trayecto.

-gina 676 de ?@0

Alaska

James A. Michener

83uando sol ms alto... no nieve... arroyos peque*os corre agua... t", m!, busca oro. 8J3 mo, sin papeles... s lo un lap n, un siberianoK +sos asuntos prcticos, para un lap n met dico como )ana, bastaban para desechar toda la empresa. -ero para un siberiano no ten!an sentido& eran una irritaci n pasajera que se pod!a descartar. 8C", m!... dinero... vamos... encuentra oro... seguro. Ar%i%ov hac!a ademanes tan e$agerados al hablar que )%jellerup, aunque viajaba en el otro trineo, no pudo dejar de verlos. 3uando se detuvieron para comer pregunt : 8JNu# pasaK JTstedes dos estn ri*endoK Ar%i%ov mir a )ana como para preguntar: PJ)e lo digoKQ. Ante un gesto afirmativo del lap n, las palabras fatales fueron pronunciadas: 83ouncil 3ity.. Codos los hombres buscando oro... peque*os arroyos... Jsi buscramos nosotros tambi#nK +l corpulento noruego mir a sus compa*eros como si estuvieran locos. Ar%i%ov a*adi en tono persuasivo: 8Los tres... si encontramos oro... compramos muchos renos. Lo dijo con tanta confian;a, con una sonrisa en la cara redonda, como si ya tuviera el oro en sus manos. )%jellerup no pudo por menos de impresionarse ante la posibilidad y se descubri diciendo: 8(ueno, tenemos dinero como para un a*o, qui; dos. ,o necesitamos papeles de inmigraci n. 8Luego se impuso su saga; pragmatismo8. Codos vinimos aqu! por invitaci n del gobierno de +stados Tnidos. F los contratos nos permiten quedarnos. Antes de terminar con la apresurada comida, ya estaba planeando c mo har!an, #l y los otros dos, para dejar el criadero e iniciar una gira de e$ploraci n. Lleg a entusiasmarse tanto ante la perspectiva de ganar enormes fortunas que dijo a los otros: 8Rotenai, ve con Ar%i%ov. Nuiero hablar con )ana. 8Decho el cambio, pregunt 8: C" no tienes esposa, 4i%%el, yo tampoco. J+star!as dispuesto a abandonar el criadero y los renos ... para ir a buscar oroK 8U)!V 8dijo el otro con tono convencido. 8J,o te preocupa abandonar LaponiaK 8JCe preocupa ,oruegaK 8+n absoluto. 8Lo pens por un momento antes de a*adir con firme;a8: 4e gusta Alas%a. 4e gust este viaje. Cal ve; t"... yo... #l... 8Al decirlo miraba hacia el otro trineo& lo que vio le puso furioso8. U-ara, paraV 3uando el trineo se detuvo, corri hacia all!, bramando: 8JNu# has hecho con ese ron;alK Ar%i%ov se*al su arn#s, puesto al estilo siberiano, con el ron;al descendiendo directamente entre las patas delanteras. 8UCe dije que as! noV 8a*adi el noruego, levantando la vo;8. U3omo se debeV 8-ero #ste... reno siberiano... gusta mi modo. 4s fuerte ahora que al principio. F como hab!a verdad en lo dicho, )%jellerup se tranquili; . 8+st bien. -or el resto del trayecto. -ero su mente estaba a"n con el oro. Tna ve; que se puso en manos del siberiano, todo estuvo perdido. 8U)e*or )%jellerupV C"... m!... #l... buen equipo. (uscamos todo arroyo. 3avamos toda arena. +ra obvio que Ar%i%ov hab!a interrogado a los buscadores al entregar los renos en 3ouncil 3ity& deseaba desesperadamente estar con ellos, buscando algo ms ventajoso que los pocos d lares que ganaba cuidando renos.

-gina 67L de ?@0

Alaska

James A. Michener

)iguiendo el impulso del momento, el noruego orden parar por un d!a, para asombro de Rotenai, que esa misma ma*ana hab!a sido instado a avan;ar rpidamente para concluir el viaje en dos d!as. Ahora )%jellerup ) lo quer!a conversar& mientras Rotenai atend!a a los renos, mantuvo una larga discusi n con )ana y Ar%i%ov. 8JBices que hab!a hombres buscando oroK 84uchos... Biecisiete, qui; dieciocho. 8-ero Jhab!an encontrado algoK 8All! no. -ero r!o Aoyu%u%, s!. Fu% n, s!. 8JNui#n les da permiso para buscarK 8pregunt )ana. +l siberiano se hab!a convertido en e$perto. 84! pregunta hombres.. PJ4! debe pedir este hombre, ese hombre... venir a tierra suyaKQ 8JF qu# dijeronK 8:!e. Codo gratis... toda tierra gratis. C" encuentra, t" guarda. 8J-uede serK +so era tan distinto a todo lo que )%jellerup hab!a conocido en ,oruega, donde la tierra era un bien celosamente protegido, que le costaba creerlo. A manera de respuesta, Ar%i%ov corri hasta un arroyuelo que brotaba de entre las rocas y hundi la mano en #l, agitando las palmas como si contuvieran grava. 8Codo arroyo gratis... para t"... para #l. )ana agreg , en noruego: 8R! decir lo mismo a un canadiense sobre su pa!s. ,adie es due*o de la tierra, millones de hectreas, y uno puede e$plotar una mina donde quiera. La tierra no pasa a ser suya, pero el oro s!. )i Ar%i%ov hallara oro ma*ana mismo, es suyo. C" y yo podemos cavar donde sea, si lo que me dijeron es cierto. Craducido esto para beneficio de Ar%i%ov, los tres hombres guardaron silencio, pues era el momento de tomar decisiones important!simas. )in embargo, no pod!a haber tres hombres ms aptos para hacerlo. Lars )%jellerup hab!a llevado sus renos hasta la misma cima del mundo. 4i%%el )ana, en Laponia, hab!a recorrido uno de los territorios ms solitarios del planeta. +n cuanto a Ar%i%ov, despu#s de abandonar su hogar en )iberia para probar suerte en Alas%a, hab!a demostrado su fortale;a en esa impresionante traves!a de rescate hasta (arroE. +ran hombres resueltos, valerosos y con buen tino. Cambi#n eran celosos de sus derechos, tal como acababa de demostrar el siberiano al retomar el sistema de enjae;ado que prefer!a. )i hab!a que ir a un territorio alejado, no era posible hallar tres hombres ms capaces y adecuados que ellos para un viaje de e$ploraci n. Aunque nada supieran de mi8 ner!a, se conoc!an a s! mismos. ,o ten!an familia. )%jellerup, con sus treinta y cuatro a*os, era el mayor& lo segu!a )ana, con treinta y dos. Ar%i%ov era el ms joven, ten!a veintiocho. +n cuanto a inteligencia bsica, la necesaria para cuidar de cuarenta renos durante ocho meses y terminar con cincuenta y siete, o para hallar el norte cuando casi nada era visible, esos hombres eran superiores. 4s importante a"n: cada uno de ellos ten!a la dentadura completa y la constituci n de un toro. Las minas de Alas%a hab!an sido inventadas para beneficio de hombres como ellos. 83reo que deber!amos hacer un intento 8dijo )%jellerup. F Ar%i%ov, al o!r esas palabras reconfortantes, grit : 8U9amos muchos r!os... encontrar mucho oroV Bespu#s de esa decisi n entusiasta pero bien calculada, ninguno de los tres volvi a mirar hacia atrs. +n realidad, cuando se reanud el retrasado viaje al criadero, )%jellerup contemplaba sin inter#s las patas veloces de sus maravillosos animales, que tan bien se hab!an desempe*ado, y pensaba: PJNui#n lo hubiera cre!doK +stoy cansado de los renosQ.

-gina 67M de ?@0

Alaska

James A. Michener

+l #$ito del viaje de rescate a (arroE ocasion tanta publicidad favorable que tanto el gobierno de Alas%a como el central se mostraron dispuestos a estudiar mejor la utilidad de los renos. -ero )%jellerup no pudo demostrar inter#s alguno: 8+s hora de pasar a otra cosa. Day j venes esquimales muy capaces, como Rotenai. 3uando sus superiores le preguntaron: 8JNu# va usted a hacerK 8#l respondi : 8Fa encontrar# algo 8dijo, pues a"n no estaba dispuesto a revelar que iba a buscar oro. Codos los que conoc!an la capacidad de ese hombre quer!an darle empleo. La proposici n ms e$tra*a fue que trabajara en (arroE como misionero presbiteriano. 3uando e$plic que era luterano, le contestaron: P+so no importa. Tsted es, obviamente, hombre de BiosQ. F lo era, a su modo amaba a los animales, pod!a trabajar con cualquiera y reverenciaba la tierra, que consideraba un don especial de Bios. -ero estaba tambi#n en una edad en la que deseaba trabajar en algo que produjera dinero: PDe servido a ,oruega, a Laponia, a )iberia y a Alas%a. Ahora, qu# demonios, sirvo a Lars )%jellerupQ. +n esta #poca de fren#tica actividad en Alas%a 8que hab!a comen;ado e$plosivamente con el descubrimiento de oro a lo largo del Fu% n8 los pasaportes no eran muy usuales. 3laro que )%jellerup y )ana ten!an documentos, pero estaban escandalosamente vencidos. +n cuanto a Ar%i%ov, s lo pod!a presentar su sonrisa. Dab!a sido llevado a Am#rica bajo circunstancias especiales& en cualquier momento pod!a tomar un barco para regresar a )i8 beria, pues los viajes entre ambos continentes a"n eran asiduos, convenientes y fciles. Tn d!a luminoso, ya avan;ado julio de .I@I, los tres socios abandonaron el criadero para dirigirse hacia el este, llevando consigo un trineo y tres renos siberianos. 3omo no hab!a nieve, dejaron que un solo reno tirara del trineo vac!o y cargaron los bultos a lomos de los otros dos. Al partir hacia la gran aventura formaban un cuadro interesante: )%jellerup, alto y anguloso, cerraba la marcha& el delgado y fuerte )ana iba en el centro& Ar%i%ov, recio y alegre, marcaba el paso, casi corriendo para llegar al primer arroyo. Cambi#n sus atuendos eran diferentes. +l noruego hab!a adoptado la ropa oscura y gruesa com"n entre los buscadores estadounidenses& el lap n connservaba su colorida vestimenta y el siberiano eleg!a una me;cla de prendas de piel entre las usadas por todos los pueblos rticos. +l equipo era modesto, pero sumamente prctico y hecho a mano casi en su totalidad. Incluso los mangos de los martillos estaban hechos por Ar%i%ov y las cribas por 4i%%el )ana. Iniciaron la e$ploraci n avan;ando hacia el este. +n un arroyuelo, Ar%i%ov crib con entusiasmo y, sin ver los diminutos colores, grit a sus compa*eros: 8U,o oro aqu!V F los hombres continuaron la marcha. Fue as! como descartaron uno de los arroyos ms ricos en la historia del mundo, pero no se los puede culpar por haber dejado pasar una fortuna, pues durante ese inquieto verano muchos otros har!an lo mismo. Bespu#s de recorrer ms de ciento cincuenta %il metros hacia el este, se encontraron entre otros setenta u ochenta buscadores& entonces regresaron a un sitio que el mapa llamaba cabo ,ome. )er!a siempre un lugar curioso. Dab!a un cabo ,ome y un r!o ,ome, muy alejados entre s! y sin cone$i n alguna. 4s adelante habr!a una ciudad ,ome, situada a muchos %il metros de distancia de esos dos sitios. 3uando el equipo de )%jellerup lleg al cabo, no hab!a, por supuesto, poblaci n alguna en la vecindad, s lo un pu*ado de tiendas. -ero all! acamparon sin hallar nada. Besvindose t!midamente hacia el oeste, volvieron al r!o ,ome y, una ve; ms, s lo hallaron desencanto. -or entonces, Ar%i%ov, que se consideraba el e$perto del grupo, insist!a para que volvieran apresuradamente a 3ouncil 3ity y registraran una concesi n, buena o mala. -ero )%jellerup lo disuadi y, sin muchas esperan;as, ellos y sus renos llegaron al sitio donde el r!o )na%e entraba en el mar.

-gina 67? de ?@0

Alaska

James A. Michener

Los animales, probablemente, e$plican el golpe de suerte que estaban a punto de tener. Tn d!a, ya a finales de septiembre, tres agitados inmigrantes suecos, que sab!an aun menos de minas, llegaron a consultar con )%jellerup, susurrando en entrecortado ingl#s: 8JC" noruego, como dicenK 3omo #l les respondiera en buen sueco que era #l quien hab!a efectuado la traves!a de rescate a (arroE, suspiraron con profundo alivio y preguntaron: 8J-uedes guardar un secretoK 8Besde siempre. 8J+sts dispuesto a ayudarnos si te incluimosK 8JNu# ocurreK +l jefe de los suecos mir a su alrededor, para asegurarse de que no lo vieran desde ninguna tienda& luego mostr en la palma de la mano i;quierda un cartucho usado, retir la envoltura protectora, lo inclin un poco e hi;o rodar pepitas y polvo dorado en la palma de su mano. 8J+so es oroK 8pregunt )%jellerup. Los tres suecos asintieron. 8JBe d ndeK 8U3histV +ncontramos un arroyo. +st lleno de oro. +s realmente incre!ble. 8JF por qu# me lo dicesK 8,ecesitamos tu ayuda. 8J-ara qu#K Tna ve; ms, los suecos miraron a su alrededor. 8+ncontramos el arroyo, pero no sabemos qu# hacer ahora. Cuvieron suerte al recurrir a )%jellerup: era el tipo de hombre que sabe un poco de todo, sin mostrarse arrogante. )ab!a y con eso bastaba. 83reo que, antes de que pase cierto tiempo, hay que celebrar una reuni n p"blica, porque los otros tienen derecho a saber. )e les da la oportunidad de marcar su propio territorio. F hay que marcar con gran e$actitud la concesi n que se va a registrar. Luego se presentan algunos papeles. )i se falla en algo, se pierde todo. 8+so es lo que tem!amos. 8JNui#n ms lo sabeK 8,adie, pero hay muchos rondando por all!. -ronto lo sabrn todos. Lars )%jellerup era uno de los hombres ms capaces que hab!a ese a*o en las minas de oro. +n ese momento lo demostr : 8Fo os ayudar#, pero quiero poder marcar mi concesi n esta noche. 8'sa era nuestra intenci n 8dijeron los suecos, con una honrade; incuestionable. -ero )%jellerup la cuestion , pensando: PAhora lo dicen, despu#s de que lo ped!. Yy si no hubiera dicho nadaKQ 8-ara mis dos socios tambi#n. Formamos equipo, como ustedes saben. 8Jc mo dijiste que te llamabasK J)%jellerupK Alguien nos advirti que s lo -od!amos solicitar una concesi n por cabe;a& yo, dos, porque fui el que descubri el oro. Las otras concesiones tienen que ser para otras personas. (ien pueden ser para ti y para tus socios. Tno de los suecos pregunt : 8JFqui#nes son esos sociosK 3uando )%jellerup present al lap n y al siberiano, los otros suecos murmuraron: 8-odr!a haber problemas. )omos todos e$tranjeros. :esult que el jefe y otro de los suecos estaban naturali;ados, pero aun as! quedaban cuatro e$tranjeros entre los seis primeros solicitantes. 83reo que la ley es clara 8les asegur )%jellerup8. 3ualquier persona respetable puede registrar una concesi n. -ronto lo averiguaremos.

-gina 67I de ?@0

Alaska

James A. Michener

Bespu#s de algunas preguntas disimuladas, se enteraron de que se pod!a declarar un distrito minero en asamblea p"blica, si hab!a seis mineros presentes y si se divulgaba la noticia del halla;go. -ero ninguno de esos seis conoc!a los procedimientos e$actos, mucho menos las complejidades del registro. 8Cenemos que confiar en una persona ms 8dijo )%jellerup8. +lijan ustedes. -or esa gran suerte que a veces acompa*a a los suecos y a otras personas sensatas, el jefe eligi a un minero entrado en a*os, por entonces ca!do en desgracia, pero veterano de muchas batallas honrosas. Dasta entonces, siempre hab!a llegado a una ;ona aur!fera con seis meses de retraso. Ahora, el destino estaba por llamar a su puerta con tres d!as de anticipaci n. =ohn Loden, que era de origen sueco, sab!a e$actamente lo que se deb!a Yacer y aconsej obrar de inmediato: 8Anuncien la asamblea de modo p"blico. :egistren correctamente sus concesiones. F luego hganse a un lado antes de que se inicie la estampida. La asamblea se reali; en una tienda, en el sitio donde el r!o )na%e desemboca en el mar de (ering& estaban presentes once hombres escogidos, -ues la noticia de que hab!a descubrimientos promisorios ya circulaba discretamente. Loden presidi la sesi n, pidiendo repetidas veces ayuda a los presentes. Bos de los buscadores sab!an ms que #l de leyes mineras& fue una suerte que estuvieran all!, pues en los agitados d!as que estaban por venir ellos atestiguar!an que todo se hab!a hecho seg"n la ley. 3uando los cuatro reci#n llegados percibieron la seriedad de los siete que conoc!an el secreto, enloquecieron de entusiasmo. 8JB nde est el halla;goK 8J:ealmente hay oroK 8Codo a su debido tiempo, caballeros, todo a su debido tiempo. Tna ve; dados todos los detalles, hasta donde pod!an determinarlos, Loden se volvi hacia el jefe de los suecos y le orden : 8B!seloV 8Demos hallado oro. Tn halla;go importante. +n el arroyo Anvil. 8JF d nde diablos est esoK 8Al lado de esa gran saliente rocosa. La que parece un yunque. Tno de los presentes dio un grito de j"bilo, otro los vitore , un tercero aull : 8U9amos de una ve;V +l cuarto hombre, ms prctico que los otros, se dirigi a la entrada de la tienda y dispar tres veces su rev lver al aire, para avisar a los de las dems tiendas: 8UDalla;go importanteV UArroyo AnvilV Tnos cuarenta mineros de ojos enloquecidos salieron corriendo en la noche de octubre para marcar sus concesiones bajo la luna. 3inco, )eis y )iete Arriba fueron registradas por el noruego )%jellerup, el lap n )ana y el siberiano Ar%i%ov. 4ientras los hombres gritaban de j"bilo a lo largo del arroyuelo, disparando las armas y bailando la giga, Ar%i%ov, bajo el claro de luna, cribaba las primeras arenas de su jal n. +n el fondo qued polvo de oro por siete d lares. Los tres socios ser!an muy ricos. Cras ese halla;go fabuloso, la reci#n nacida ciudad de ,ome se encontraba, t#cnicamente, en situaci n muy parecida a la que hab!a imperado en el Alondi%e: se hab!a descubierto oro, pero ya tan avan;ado el a*o que ning"n barco pod!a traer a los buscadores por el mar de (ering, cerrado por el hielo. La gran carrera se retrasar!a unos die; meses. )in embargo, los mineros que ya estaban en la regi n pod!an apresurarse a marcar sus concesiones y, como lo hicieron, empe; a crecer una verdadera ciudad, con una estrecha calle a lo largo de la costa desolada.

-gina 67@ de ?@0

Alaska

James A. Michener

+n julio de .I@@, cuando los grandes barcos empe;aron a amontonarse en el lugar trayendo buscadores, ,ome se convirti rpidamente en la ciudad ms grande de Alas%a, con no menos de once bares, cada uno de los cuales aseguraba ser Pla mejor taberna de Alas%aQ. -or lo tanto, un emprendedor forastero abri un bar a"n ms grande y lo llam , orgullosamente, P+l )egundo (ar de Alas%aQ. Tno de sus ruidosos parroquianos era un fanfarr n de ,evada, a quien llamaban 3ara de 3aballo Aling, que se jactaba de ser Pel que ms sabe de leyes mineras en esta condenada Alas%aQ, y parec!a tan seguro de s! mismo que los otros parroquianos comen;aron a tomarle en serio. 8,ing"n ruso tiene derecho a venir aqu! y reclamar una buena mina estadounidense 8bramaba. +n cuanto vio que iba obteniendo apoyo, a*adi 8: 4e voy a apropiar la )iete Arriba, que ese piojoso siberiano retiene ilegalmente. 3omo ese atractivo grito de batalla fuera aclamado, reuni a un grupo armado, march hacia el arroyo y tom posesi n de la mina. Al parecer, sab!a algo sobre procedimientos mineros, pues en cuanto volvi a la ciudad reuni a su banda alrededor, design a un presidente y celebr en el acto una asamblea general de mineros, que autori; con entusiasmo la apropiaci n. 8Codos ustedes son testigos 8dijo al terminar la asamblea8 de que las cosas se hicieron legalmente. F cuando sus hombres e$presaron a gritos su aprobaci n, la )iete Arriba fue arrancada de manos de Ar%i%ov y entregada a 3ara de 3aballo Aling. +l efecto que eso caus en Ar%i%ov fue abrumador. Dab!a llegado a Alas%a para reali;ar un servicio p"blico, se comportaba bien, hab!a participado en la famosa traves!a de rescate a (arroE y desempe*aba un papel instrumental en la e$plotaci n del arroyo& que le quitaran la recompensa a su laboriosidad era intolerable. F empe; a rondar por los bares, preguntando: 8J-uede +stados Tnidos hacer estoK F la gente le dec!a: 8+sto no es +stados Tnidos, es Alas%a. +l robo se mantuvo. Cras varios d!as de infructuosas apelaciones, Ar%i%ov se reuni con sus e$ socios para advertirles: 84! ruso... muy pronto hacen mismo t" lap n& luego t" noruego. Los otros, al ver lo ra;onable de esa predicci n, decidieron llevar rev lver y compraron uno para #l. 3omo era de esperar, en cuanto 3ara de 3aballo Aling hubo digerido su posesi n de la )iete Arriba, comen; a importunar a la gente del )egundo (ar con quejas de que Pese maldito lap n, poco mejor que los rusos, ha venido aqu! a robarnos las concesiones buenasQ. +n esta ocasi n abogaba por su socio, un tal Alegre 4agoon, un hombre corpulento que sonre!a sin cesar. Cras otra asamblea de mineros, 4i%%el )ana fue despojado de la )eis Arriba. +n el )egundo (ar qued bastante claro que el siguiente ser!a el noruego Lars )%jellerup. -ronto fue evidente que Alegre 4agoon, ya propietario de la )eis Arriba, era un est"pido, incapa; de pensar con claridad, y que 3ara de 3aballo lo hab!a usado s lo como fachada para robar una buena concesi n. 3uando empe;aron a circular rumores contra Pese condenado noruegoQ, )%jellerup y los tres suecos comprendieron que pronto les tocar!a el turno. Antes de que pasara mucho tiempo, 3ara de 3aballo ser!a el "nico propietario de siete buenas concesiones sobre el arroyo Anvil. J-or qu# se toleraba tan flagrante ilegalidadK -orque el 3ongreso de +stados Tnidos a"n se negaba a dar un gobierno sensato a Alas%a. La regi n continuaba marchando a duras penas como Bistrito de Alas%a, pero nadie sab!a qu# clase de distrito era, y continuaba maniatada por las viejas leyes territoriales de Rreg n, ya anticuadas en el momento de su imposici n.

-gina 660 de ?@0

Alaska

James A. Michener

)i el 3ongreso hubiera dicho: PBemos a Alas%a las mismas leyes que corresponden a 4aine, en el norteQ, eso habr!a tenido alg"n sentido, pues los tipos de suelo y los problemas de ambos eran ms o menos similares. -ero equiparar a Alas%a con Rreg n era rid!culo. Rreg n era un estado agr!cola, con amplias praderas& en Alas%a, si alguna planicie e$ist!a, probablemente estaba dominada por osos pardos. Rreg n hab!a sido poblado por hombres y mujeres temerosos de Bios, que trajeron consigo una puritana dedicaci n a la vida organi;ada y al trabajo en las colonias& Alas%a, por vagabundos como =ohn Alope, proveniente de una m!sera granja de Idaho, y por bandidos como 3ara de 3aballo Aling, venidos de campamentos mineros improvisados. +n otras palabras: Rreg n era una ;ona perfectamente controlada, que aspiraba a convertirse en otro 3onnecticut cuanto antes, mientras que Alas%a estaba condenada a continuar diferencindose de cualquier otra regi n estadounidense por tanto tiempo como fuera posible. -ero hab!a que estar en el lugar para apreciar la verdadera demencia de la vida en Alas%a, y no e$ist!a para el anlisis un laboratorio mejor que ,ome. -uesto que las antiguas leyes territoriales de Rreg n no ten!an en cuenta el establecimiento de ciudades nuevas, como ,ome, esa poblaci n de crecimiento brusco no pod!a elegir un gobierno municipal& F como la ley no mencionaba los servicios de salud, en ,ome no se pod!a autori;ar ninguno& la gente de la aldea pod!a arrojar el agua sucia donde se le antojara. Lo ms descabellado de todo era la demencia circular que a"n imped!a a los tribunales ju;gar a los delincuentes. La ley de Rreg n establec!a con claridad que nadie pod!a actuar como jurado si no demostraba que hab!a pagado sus impuestos& pero como en Alas%a no hab!a gobierno, no se cobraban impuestos. -or lo tanto, no pod!a haber juicio con jurado, y eso significaba que los tribunales comunes no pod!an e$istir. F este absurdo estado de cosas permit!a que delincuentes como 3ara de 3aballo Aling cometieran sus robos con impunidad. +n Alas%a se hab!a vuelto realidad la famosa jactancia de los matones de frontera: P,o hay tribunal en la tierra que pueda ahorcarmeQ. Las concesiones robadas pertenec!an ahora a 3ara de 3aballo y sus anteriores propietarios no ten!an ning"n tribunal al cual apelar. )in embargo se dispon!a de otro tipo de justicia. )i un observador imparcial, familiari;ado con las fronteras, hubiera estudiado las e$propiaciones del arroyo Anvil, tal ve; habr!a advertido: PBe todos los hombres a los que se pod!a despojar en ese rinc n de Alas%a, esos tres deben de ser los ms peligrososQ, se*alando al obstinado y seguro noruego, al lap n de acero y al imaginativo siberiano, para quienes todo era posible. P+stos hombres han atravesado sin miedo grandes distancias, durmiendo a la intemperie bajo ventiscas de cincuenta grados bajo cero, para salvar a los de (arroE. :esulta muy improbable que permitan a un mat n de ,evada privarles de los derechos que se ganaron con esfuer;o. -ero los menos sagaces entre los parroquianos del )egundo (ar observar!an: P+n ,ome no hay leyesQ. +l ./ de julio de .I@@, 3ara de 3aballo Aling fue hallado muerto a disparos a la entrada de su mina )iete Arriba. -oco despu#s, al sonriente Alegre 4agoon se le dijo por lo bajo: PC" ya no eres el due*o de la )eis ArribaQ. ,adie descubri qui#n hab!a hecho los disparos& en realidad, a nadie le importaba, pues por entonces ya era evidente que 3ara de 3aballo pretend!a quedarse con todas las concesiones, por lo que su muerte no fue lamentada. F nadie protest cuando 4i%%el )ana, el laborioso lap n, recobr la propiedad de la )eis Arriba, pues ahora todos reconoc!an que se hab!a ganado holgadamente el derecho a retenerla. )in embargo, cuando el siberiano Ar%i%ov trat de volver a la )iete Arriba, se reavivaron las protestas originales y, en una ruidosa asamblea de mineros, se volvi a decretar que ning"n ruso pod!a solicitar una concesi n en el arroyo Anvil, con lo cual fue e$pulsado una ve; ms.

-gina 66. de ?@0

Alaska

James A. Michener

+n esa ocasi n, el recio siberiano qued completamente afligido& una ve; ms fue de taberna en taberna, tratando de ganar solidaridad y apoyo, pero entonces se ech a rodar un rumor: PFue el siberiano quien asesin a 3ara de 3aballoQ. 3omo los mismos hombres que hab!an aplaudido la muerte del usurpador desaprobaban que fuera un ruso el que hubiera asesinado a un estadounidense, el hombre se convirti en una especie de descastado. )us dos socios trataron de consolarle con la promesa de compartir sus ganancias 3on #l, pero eso no le apacigu & no dejaba de divagar, asegurando que algo as! nunca pod!a ocurrir en Am#rica. -ero como en el fondo era un optimista incorregible, tras desahogar su resentimiento durante varios d!as, cogi su equipo de e$ploraci n y empe; a subir por el valle del r!o )na%e, probando la grava hasta del "ltimo tributario. ,o hall nada. Al acercarse el anochecer del tercer d!a volvi a ,ome, desconsolado y nervioso. Lo que ocurri a continuaci n s lo puede ser apreciado por otro minero. Ar%i%ov ten!a sus herramientas de buscador de oro: una criba de cincuenta c#ntimos y una pala de sesenta& contaba con tiempo de sobra y, por cierto, con su salvaje sed de oro. -uesto que no le quedaban arroyos en donde buscar, contempl la interminable e$tensi n de playa ante #l y e$clam , con la determinaci n de un aut#ntico minero: 8U4! busca en todo el condenado oc#anoV F empe; a cribar las arenas del mar de (ering. +so ya hab!a ocurrido otras veces. Algunos hombres, al descender por el 4ac%en;ie desde +dmonton, hab!an buscado oro en todos los arroyos del camino. Rtros, pr $imos a la muerte por inanici n, se deten!an en las monta*as para cribar en un perdido surco de agua. F ahora el siberiano Ar%i%ov se mostraba dispuesto a cribar todo el mar de (ering. Aunque fuera irracional, para #l ten!a sentido. ,o tuvo que alejarse mucho por la playa desierta, pues en la segunda palada, en medio del sereno crep"sculo, hi;o uno de los halla;gos ms e$tra*os de la historia minera. +n su batea, tras lavar la arena en agua de mar, hab!a oro& no eran s lo part!culas, eran reales y relucientes motas de oro. )in querer dar cr#dito a lo que ve!a, guard el oro en un cartucho vac!o y volvi a cribar. ,uevamente encontr oro. Tna y otra ve;, casi demencialmente, corri por la playa, sumergiendo, probando y encontrando siempre oro. +n julio, el crep"sculo se produc!a a eso de las nueve y media. Burante todo ese anochecer, en el resplandor plateado, mientras el sol jugaba con el hori;onte, ese loco siberiano corri por las playas, hundiendo su pala y cribando la arena& cuando por fin cay la noche, ten!a para contar algo que asombrar!a al mundo. Lo susurr primero a sus socios, ante una mesa del )egundo (ar: si ellos hab!an tenido la lealtad de prometerle participaci n en su rique;a, #l ten!a que obrar con reciprocidad: 8,o mira. ,o dice nada. 4! encuentra algo. 8-as silenciosamente el cartucho a )%jellerup, que lo inspeccion furtivamente y, despu#s de lan;ar un suave silbido, lo entreg a )ana& el lap n no silb , pero enarc las cejas. 8JB ndeK 8pregunt )%jellerup, sin cambiar de e$presi n. 8-laya. +sos dos mineros de confian;a fueron los primeros en enterarse de que las playas de ,ome estaban literalmente llenas de oro. 3omo todos los que seguir!an, no lo creyeron. +ra obvio que la desgracia hab!a vuelto loco a Ar%i%ov. )in embargo... all! estaba el oro, limpio y de buena calidad. Be alg"n lado lo hab!a obtenido. Crataron de ablandarle, le instaron a no levantar la vo; y, al verle ms tranquilo, preguntaron: 8JBe qu# arroyo lo sacasteK -ero al intentar esa tctica recibieron la misma respuesta. 8J+n la playa, dicesK J4arK JRlasK 8)!.

-gina 66/ de ?@0

Alaska

James A. Michener

8JNuieres decir que alg"n minero perdi su bolsa en la playa y t" lo encontrasteK 8,o. 8J+n qu# parte de la playaK 8Coda playa, demonios. +so era tan incre!ble que los dos hombres sugirieron: 89amos a nuestras concesiones y conversemos. Tna ve; all!, )%jellerup y )ana descubrieron que Ar%i%ov segu!a aferrado a su historia de que las playas de ,ome, comunes y corrientes, estaban llenas de oro. 8J+n cuntos sitios probasteK 84uchos, muchos. 8JF en todos hallaste oroK 8)!. Los dos hombres estudiaron aquello. Aunque interiormente sent!an el impulso de recha;ar esa informaci n por improbable, el cartucho conten!a una considerable cantidad de oro. )%jellerup verti la mitad en su palma y lo acerc al siberiano, preguntando: 8)i las arenas estn llenas de esto Jpor qu# ning"n otro lo hall K Ar%i%ov dio la respuesta que e$plica el misterio de la miner!a: 8,adie busca. 4! busca. 4! encuentra. Fa era medianoche& como el sol saldr!a a las dos y media, )%jellerup y )ana decidieron permanecer despiertos y salir en cuanto rayara el alba, para verificar el imposible relato de su socio. 83ada uno debe trabajar lejos de los otros 8advirti el noruego8. Nue nadie nos vea cribar. Fingiremos estar recogiendo madera flotante. Ar%i%ov dijo que no los acompa*ar!a. +staba cansado por sus d!as de e$ploraci n y necesitaba dormir, adems, estaba seguro de que all! hab!a oro. +l .M de julio de .I@@, a las dos y cuarto de la madrugada, el noruego y el lap n abandonaron sus literas para pasearse como al desgaire por las playas de ,ome, deteni#ndose de ve; en cuando para recoger un tro;o de madera arrojada por las aguas. A las cinco de la ma*ana, Lars )%jellerup se sent en un tronco y se cubri la cara con las manos, nunca hab!a estado tan cerca del llanto: 84e alegro mucho por Ar%i%ov. Bespu#s de lo que le hicieron... )in demostrar emoci n alguna, los dos hombres volvieron a sus literas y sacudieron al siberiano: 8Las playas estn llenas de oro. F #l replic , so*oliento: 84! sabe. 4! encuentra. +sa tarde, despu#s de evaluar muy cuidadosamente qu# har!an los tres para proteger sus derechos en ese incre!ble halla;go, )%jellerup convoc a una asamblea de mineros en la que habl con gran energ!a: 83aballeros: todos ustedes conocen a mi socio Ar%i%ov, al que ustedes llaman Pese maldito siberianoQ. -ues bien: acaba de hacer un descubrimiento que nos har millonarios a todos. (ueno, tal ve; no tanto, pero s! endiabladamente ricos. Q-ero en ,ome no hay leyes y no e$isten antecedentes que podamos aplicar a este estupendo halla;go. +l tama*o acostumbrado para las concesiones no viene al caso. Cendremos que elaborar reglas especiales, y creo que es posible. A la derecha, un minero levant la vo; con impaciencia: 8JNu# encontr K )%jellerup sac entonces el cartucho de su bolsillo y, sosteni#ndolo en la mano derecha, dej que las part!culas de oro, algunas de las cuales hab!a recogido personalmente esa ma*ana, flotaran en el aire hasta su palma i;quierda. Dasta los hombres de los rincones

-gina 667 de ?@0

Alaska

James A. Michener

ms alejados del )egundo (ar reconocieron aquello: era oro de placer, por el que hab!an viajado tanto. 8JB ndeK 84ientras resonaban las voces, los hombres ya se estaban acercando a la puerta para ser los primeros en solicitar los sitios subsidiarios. 83omo he dicho, nunca ha habido un campo aur!fero como #ste. ,ecesitamos reglas nuevas. -ropongo que cada hombre marque... bueno, digamos die; metros sobre el flanco. +so era tan rid!culamente peque*o comparado con una normal 1quinientos metros a lo largo del arroyo y a trav#s de la corriente, hasta lo alto del primer banco2 que los hombres chillaron. 8U+st bienV 8concedi )%jellerup8. +sto es una asamblea organi;ada y son ustedes quienes fijan las reglas. +s lo correcto. Adelante. 83omo siempre: quinientos metros a lo largo del arroyo y de banco a banco. 8+s8que no hay bancos. ,o hay arroyo. 8JB nde diablos esK 8Biles, Ar%i%ov. F el sonriente siberiano, mostrando sus blancos dientes, pronunci las palabras inauditas: 8Codo playa. Codo entera, demonios. 4! encuentra. Antes de que hubiera pronunciado las "ltimas palabras los hombres sal!an en estampida de la taberna. Tn minuto despu#s s lo quedaban los tres socios y uno de los encargados del bar, el que ten!a una pierna coja. Acababa de iniciarse la verdadera carrera del oro en ,ome. La estampida del oro en ,ome fue "nica en muchos sentidos. 3omo el oro abundaba tanto, los buscadores que hab!an perdido carreras anteriores tuvieron entonces una segunda oportunidad& les bastaba con e$cavar en la arena y sacaban die; mil d lares& cuarenta mil si lograban inventar alguna mquina ingeniosa para lavar grandes cantidades de arena con agua de mar e iban camino a convertirse en millonarios. Adems, en ,ome no har!a falta reali;ar el penoso trabajo que =ohn Alope hab!a tenido que hacer en el improductivo barranco de +ldorado: cavar doce metros, encender fogatas para descongelar el barro helado y subirlo a la superficie& all! se pod!a salir -or la ma*ana, probar suerte sin incomodidades durante todo el d!a y, por la noche, quejarse en las tabernas: PDoy s lo crib# cuatrocientos d laresQ. -ero hab!a una similitud entre los dos hist ricos halla;gos. 3omo en el Alondi%e, Ar%i%ov hi;o su descubrimiento tan avan;ado el a*o que, si bien la noticia lleg a )eattle con el "ltimo vapor, el mar de (ering se congel mucho antes que cualquier otro barco pudiera navegar hacia el norte. -or lo tanto, los afortunados que llegaron a ,ome antes del congelamiento 1y eran relativamente pocos2 podr!an recoger el oro en libertad desde julio de .I@@ hasta junio de .@00. )in embargo, mientras ellos cribaban, en )an Francisco y )eattle se formaba una tremenda aglomeraci n de aspirantes a mineros, pues por el mundo se hab!a e$tendido la noticia de que Pen ,ome las playas estn llenas de oroQ. +l pu*ado de mineros que viaj al sur en ese "ltimo barco ten!an bolsas y lingotes para demostrarlo. 3uando por fin se fundiera el hielo, al iniciarse el verano de .@00, la poblaci n de ,ome ascender!a en poco tiempo a ms de treinta mil personas. F a"n ser!a una ciudad sin ley. +l r!o Fu% n presentaba tambi#n sus problemas, pues el =os. -ar%er, en el "ltimo viaje aguas arriba antes del congelamiento, llev consigo la noticia de ese halla;go sin igual. Aun antes de que el barco amarrara en BaEson, un marinero grit desde cubierta: 8UBescubrieron oro en las playas de ,omeV +l efecto no fue el#ctrico: fue volcnico, pues todos los mineros que se hab!an perdido el gran halla;go del Alondi%e reconoc!an la necesidad de llegar cuanto antes al siguiente. Cranscurrida apenas media hora de ese primer grito hab!a ya una multitud ansiosa agolpada

-gina 666 de ?@0

Alaska

James A. Michener

en el puerto, buscando pasaje a ,ome. Cal como e$pres un viejo minero a Com 9enn, encargado de vender los billetes para el viaje de regreso del =os. -ar%er a )aint 4ichael: 8)e e$plica, JnoK +n ,ome es invierno, igual que aqu!, y no hay barco que pueda llegar a ,ome desde )eattle hasta el pr $imo junio. )i puedo viajar en tu barco, tengo todo campo para m!. +sta ve; conseguir# una concesi n. )e mostr afligido cuando Com le dijo: 8,o quedan literas, se*or. Las "ltimas se vendieron hace quince minutos. 8JF qu# puedo hacerK 8pregunt el viejo. 8Bormir en cubierta. 8-ues dame un pasaje 8replic el minero, casi gritando. 3on el billete aferrado en la mano, corri a buscar su rollo de mantas para el largo viaje. )i todas las literas estaban ya reservadas era porque, a los die; minutos del primer grito, PURro en ,omeVQ, la Fegua belga hab!a convocado a sus die; muchachas: 8U-reparad el equipajeV U,os vamos a ,omeV 8F vol a las oficinas de 9enn para reservar once literas. 3omo las proverbiales ratas cuya partida se*ala el hundimiento del barco, el hecho de que las belgas abandonaran sus pesebres anunciaba que BaEson estaba condenada. -or dos a*os hab!a sido la ciudad dorada. ,ome la superar!a. 4ientras Com, preocupado, trataba de calcular cunto espacio ms pod!a vender en la cubierta del -ar%er, su jefe le dio un buen susto& el se*or -incus era un antiguo empleado de :H:, que hab!a manejado sus tiendas en diversos lugares: 8Rportunidades como #sta se presentan una sola ve; en la vida, Com. 9oy a embarcar todo lo que tenemos para llevarlo a ,ome. 4e gustar!a obtener antes la autori;aci n del se*or :oss, pero el lema de nuestra compa*!a es: P)i hay que hacerlo, ha;loQ. BaEson est acabada. ,ome, en cambio, tendr cincuenta mil habitantes dentro de doce meses. 8F pregunt al muchacho, sonriente8: J3untos a*os tienesK 8Biecisiete 8respondi Com, poni#ndose uno. 8+s suficiente. Fa has visto lo que puede suceder en un campo aur!fero. +mbrcate en el -ar%er, ve a )aint 4ichael y traslada tus mercanc!as hasta ,ome. All! construirs una tienda, una tienda grande, para prestar buenos servicios. 8JBice usted ... K 8+so, hijo. R vas t" o voy yo. F francamente, es ms dif!cil cerrar una tienda que abrir otra. Dago falta aqu!. C" haces falta all. 3uando Com estaba ya temblando, abrumado por la gravedad de la propuesta, el gerente le llam a su escritorio. 8Tn viejo sabio me dio estas balan;as para oro, Com. Las he usado en tres sitios diferentes. ,o tienen herrumbre, JvesK 8+l muchacho estudi esos bonitos platillos y el juego de pesas para polvo de oro, sin ver rastros de $ido8. 4e refiero a la herrumbre moral, Com. 3reo que esas balan;as nunca han pesado una bolsa fraudulenta. 4antenlas bien pulidas. La partida del -ar%er se retras por un d!a, a fin de que casi todo el inventario de la tienda :H: de BaEson pudiera ser dispuesto a bordo. 4ientras Com supervisaba el embarque de las valiosas mercanc!as, de las que ahora ser!a responsable, corri la vo; de que la Fegua (elga hab!a recuperado el importe de los pasajes al terminar esa primera noche en el puerto, a ju;gar por las risitas que se o!an en los camarotes reservados por ella. +n un aspecto importante, el retraso fue afortunado, pues al amanecer del segundo d!a aparecieron tres personas que ten!an mucha importancia para Com. +ran 4issy -ec%ham, 4attheE 4urphy y, para asombro de Com, el alto y adusto =ohn Alope. 4issy y 4urphy buscaban pasaje para embarcarse, pero no ten!an dinero, pues las minas no los hab!an tratado bien. F como Alope no hab!a hallado oro en el fondo de su po;o, tampoco lo ten!a. 9en!an a implorar la merced de Com 9enn, el amigo com"n. Fue Alope quien habl :

-gina 66L de ?@0

Alaska

James A. Michener

8+res como un hijo para m!, Com. Ce lo ruego como te lo rogar!a tu padre, si estuviera hoy aqu!: lleva a 4issy y a 4att hasta ,ome. (r!ndales otra oportunidad. 8Cengo que cobrar el pasaje. )on reglas de la empresa. Dubo un momento desgarrador, pues esos tres que con tanto valor hab!an luchado, soportando los tormentos de la estampida, no ten!an nada que ofrecer a cambio de tanto coraje y tanto esfuer;o. +staban quebrados, quebrados por completo, y dos de ellos buscaban dinero para escapar. -ara Alope parec!a no haber ya huida. +staba encerrado para siempre en su f"til po;o. 8JNui#n te ayuda ahoraK 8pregunt Com. 8)arqaq 8respondi #l8. La pierna no se le cur nunca. Fa no puede manejar los perros, pero de ve; en cuando vende alguno. )obrevivimos. Bespu#s de estos comentarios al margen, Com tuvo que dar la mala noticia al tr!o: 8+n el barco s lo hay lugar para uno ms. 4att, sin vacilar, empuj a 4issy hacia delante: 8Nue sea ella. -ero Com tuvo que decir: 8Alguien tiene que pagar su pasaje. +n la discusi n siguiente quedaron tres cosas en claro: 4issy deb!a llegar a ,ome& 4att la seguir!a despu#s, como pudiera, y ninguno de los tres ten!a el dinero necesario para el pasaje. Alope esper a que alguno de los otros hablara. Luego se llev a Com aparte: 8+lla cuid de ti... al morir tu padre, cuando eras ni*o, y tambi#n en nuestra mina. Ahora te corresponde a ti cuidar de ella. 8F empuj a Com hacia la mujer con la que su breve vida estaba tan entrela;ada. 84issy 8dijo el muchacho con torpe;a8, t" has sido ms que una madre para m!. Fo pagar# tu pasaje. 4issy acept en silencio, pues la dura vida en los campos aur!feros hab!a hecho que ya no esperara actos de generosidad. )in embargo mir a Com, tratando de murmurar algunas palabras de agradecimiento& al ver que #l estaba igualmente a;orado, call . +l viaje deb!a ser rpido, pues ya se estaba formando el hielo& por ese a*o no habr!a ms cruces. +l capitn <rimm respondi al ver que todos reclamaban prisa: 8Dace dos a*os todo el mundo ten!a mucha prisa por llegar a BaEson. )e me congel el barco en el Fu% n. +ste a*o, todos tienen prisa por salir. -uede que volvamos a quedar varados en el hielo. 8URh, Bios m!oV 8e$clam un minero8. JF perder la oportunidad otra ve;K 8Iremos a toda marcha, si los pasajeros ayudan a cargar le*a en cada escala. Besde que el =os. -ar%er formaba parte de una l!nea naviera regular, cuando <rimm hac!a una escala encontraba siempre un mont n de le*a reservado para #l& de ese modo le era posible navegar a toda marcha. Aun as! era una carrera delicada. Cal como tantos capitanes de r!o hab!an descubierto en a*os anteriores, la boca del Fu% n sol!a congelarse por completo cuando los tramos superiores a"n estaban abiertos. +se a*o logr pasar, pero al pasar del r!o al mar de (ering vio que la boca se cerraba a popa. )u barco ser!a el "ltimo. Los pasajeros del -ar%er fueron los "ltimos en llegar a ,ome antes de que el invierno dejara una gruesa capa de hielo sobre la ciudad. Las playas conten!an ahora veinte %il metros de tiendas de lona, que se e$tend!an hacia el oeste, y otros diecisiete por el este, en direcci n al cabo ,ome. +n algunos lugares, el helado mar de (ering llegaba a die; metros de las tiendas, irguiendo ante ellas sus glaciales montecillos. J3 mo sobrevivir!an esos pobres hombres a las ventiscasK +so era lo que se preguntaba 4issy, al ver la interminable serie de endebles lonas blancas. -ero al fin se ech a re!r: P,o es #sa la pregunta. J3 mo sobrevivir# yoKQ.

-gina 66M de ?@0

Alaska

James A. Michener

Bespu#s de mucho buscar, consigui un coberti;o en un callej n. Ahora la cuesti n era c mo pagar el albergue. La soluci n se present de forma curiosa. Al contemplar el camino frente a su coberti;o, vio que toda la ;ona estaba rodeada por un glaciar amarillo, cuyo espesor superaba el medio metro, compuesto de orina congelada. 4ientras ella observaba aquello, asqueada, unos hombres salieron de las tabernas de Front )treet para usar el callej n como letrina. 4issy se enfureci tanto ante esa visi n que pregunt al propietario de su coberti;o: 8J,o hay ba*os p"blicos en esta ciudadK F el hombre respondi : 8,o hay nada. ,i ba*os, ni servicios ni ley de ninguna clase. 8(ueno, Jno hay un m#dicoK 'l le dio las indicaciones para llegar a un albergue similar a una tienda, donde un joven m#dico de )eattle luchaba por atender la salud de los habitantes de ,ome. La joven irrumpi en la tienda y pregunt : 8J)abe usted que el callej n donde vivo tiene sesenta cent!metros de orina congeladaK F el m#dico respondi : 8F!jese en el callej n que pasa por detrs de mi tienda. Al hacerlo, 4!ssy se encontr con un gran mont n de heces humanas. 8U(uen Bios, doctorV U+sta ciudad va a tener grandes problemasV 8) lo cuando llegue el deshielo 8replic #l en tono tranquili;ador8. +ntonces, por supuesto, la gente morir de disenter!a. F s lo con suerte escaparemos a una epidemia de tifus y difteria. 8Tsted necesita mi ayuda, doctor. -uedo ocuparme de las historias cl!nicas, llevar el inventario de los medicamentos y ayudarle con las mujeres. +l joven apenas ganaba lo suficiente para mantenerse solo, pero las en#rgicas s"plicas de 4issy le convencieron: 8) lo hasta que llegue mi esposo. +st en BaEson, pero llegar un d!a de #stos. Be ese modo consigui un empleo con el que lograr!a mantenerse hasta la llegada de 4att. +n los primeros d!as la horrori; a"n ms descubrir que los escasos po;os de los que se e$tra!a el agua para beber hab!an sido e$cavados de tal modo que hacia ellos pod!a correr cualquier cosa& adems, el r!o )na%e, del cual se tomaba casi toda el agua para la ciudad, tambi#n serv!a de cloaca. 3uando 4issy protest por la situaci n, el m#dico dijo: 8UF a m! me lo cuentaV Lo descubr! hace tres meses. ,o me e$plico c mo no ha muerto ya la mitad de la poblaci n. Bebemos de estar protegidos por alg"n milagro, pero no beba una sola gota de agua sin hervirla antes. 3omo nadie era responsable de las v!as p"blicas, las calles de ,ome eran sentinas congeladas, en cuyos cenagales sol!a desaparecer alg"n caballo durante un deshielo momentneo. +l robo era algo com"n. La Fegua (elga abri sus prost!bulos en la mism!sima calle principal& los ni*os no iban a la escuela y se abr!an tres bares por cada tienda. ,o estaba muy errado aquel editor de peri dicos que proclamaba: P,ome es un infierno sobre la CierraQ. 3uando 4issy s lo llevaba una semana all!, tuvo oportunidad de comprobar lo carente de ley que se hab!a vuelto el lugar. 3erca de su coberti;o se arracimaban varias tiendas de lona, cada una ocupada por un hombre. Bado el descubrimiento de oro en la playa, era probable que en cualquiera de ellas hubiese una peque*a bolsa llena del precioso metal. Las bandas de implacables ladrones hab!an ideado un e$tra*o m#todo para robar ese oro: recorr!an los bares hasta detectar a alg"n minero solitario que volv!a a su casa, pero como #stos andaban armados desde la muerte de 3ara de 3aballo Aling, no le atacaban hasta que se encontraba en su tienda, roncando tranquilamente. +ntonces se acercaban sigilosamente, cortaban la lona cerca de su cabe;a y met!an por el agujero un palo largo con un trapo

-gina 66? de ?@0

Alaska

James A. Michener

empapado en cloroformo. 3uando el minero sucumb!a a los vapores, los ladrones entraban despreocupadamente y dedicaban die; o quince minutos a revolverlo todo& de ese modo se apoderaban de mucho oro. +se tipo de asalto era indoloro pues, al despertar, el minero s lo echaba en falta su oro, que pod!a reempla;ar volviendo a las playas. Burante el episodio del que 4issy fue testigo, las cosas salieron mal, pues hab!a dos bandas diferentes trabajando en las tiendas. La primera v!ctima debi de recibir una dosis de cloroformo insuficiente o tal ve; los ladrones se retrasaron, pues el hombre, al despertar, vio que dos desconocidos estaban robando su bolsa y grit . +so despert a 4issy, que sali a tiempo para ver a los ladrones que hu!an con el oro. Al comprender que la v!ctima necesitaba ayuda, 4issy corri en busca del m#dico, el cual adivin fcilmente lo ocurrido por el olor. +ntre ambos hicieron que el minero volviera plenamente a la conciencia. 4ientras el m#dico8atend!a a ese hombre, 4issy fue a revisar las otras tiendas. 3asi todos los ocupantes estaban a"n en los bares, pero una de las tiendas ten!a la lona desgarrada& al mirar en su interior, la muchacha vio a un minero inerte en su jerg n, con un trapo empapado en cloroformo sobre la cara. 8UBoctorV U9engaV 8grit , instintivamente alarmada. La multitud que se reuni all! esa fr!a noche de noviembre, descubri que el minero hab!a muerto. +l alboroto en la primera tienda hab!a asustado al segundo grupo de ladrones, que huy retirando el largo palo, pero el trapo empapado hab!a ca!do, cubriendo la nari; y la boca del minero hasta asfi$iarlo. Al volver a su coberti;o, acompa*ada por el m#dico, 4issy ech el cerrojo a la puerta y plant una silla contra la ventana. 8+sta ciudad es horrible 8dijo, sentndose en la cama, estremecida8. Tna tiene que protegerse constantemente. )in embargo, una ve; sepultado el minero, 4issy tuvo oportunidad de inspeccionar mejor ,ome. Lleg a la conclusi n de que hab!a dos establecimientos bien administrados: los prost!bulos de la Fegua y la tienda de :oss H :aglan. Com 9enn, a los diecis#is a*os, era ms maduro que muchos de sus clientes. +staba dispuesto a comprar casi todo lo que los mineros desahuciados quisieran vender y lo ofrec!a a otros a precios decentes. 4issy pudo apreciarlo un d!a de mediados de noviembre en que el muchacho corri a su coberti;o en busca de ayuda. 8JNu# pasaK 8pregunt ella. 8+se idiota que ten!a la peque*a tienda antes de que yo instalara :H:. JA que no adivinas qu# hi;oK 8J:ob los fondosK 8-eor. +se hombre era est"pido. 8La condujo a un dep sito improvisado de cuya e$istencia acababa de enterarse. +l viento se hab!a llevado el techo, dejando a la intemperie una enorme pila de alimentos enlatados, enviados desde )eattle durante el verano. Las lluvias las hab!an empapado hasta el punto de desprender las etiquetas8. U4!ralasV Nuinientas o seiscientas latas. Codas de la misma empresa conservera. Codas iguales. F nadie puede saber qu# contienen. Bisgustado, abri una de ellas al a;ar: 84a!; tierno, cere;as, ciruelas, boniatos... 4issy inspeccion las cuatro latas& en efecto, nada en su e$terior las diferenciaba de las otras. 8JNu# puedo hacerK 8gimi Com. -ero 4issy estaba dedicada a probar los contenidos. 3hasqueando los labios, asegur que todas eran deliciosas. F fue entonces cuando Com 9enn demostr que era capa; de grandes decisiones prcticas. Llev a su oficina un enorme cuadrado de cart n duro y se dedic a trabajar en su burda oficina, mientras 4issy

-gina 66I de ?@0

Alaska

James A. Michener

y un ayudante trasladaban las latas sin etiquetas a la calle, frente a la tienda. All! construyeron una llamativa pirmide, frente a la cual Com puso este cartel: ALI4+,CR) B+LI3IR)R) 3ALIBAB <A:A,CISABA I<,R:A4R) NT' 3R,CI+,+ 3ABA LACA L 3C9). 3fT -:T+(+ )T+:C+ 4edia hora despu#s, todas las latas hab!an desaparecido y los habitantes de ,ome comentaban lo inteligente que era el muchacho que manejaba la tienda de :H:. +sa soluci n imaginativa llam la atenci n de Lars )%jellerup y otros hombres responsables, que intentaban mantener alg"n tipo de orden. -ese a su juventud, Com fue invitado a participar en el grupo de gobierno formado por )%jellerup. +l muchacho lo e$plic as! en una carta en que informaba a sus superiores de )eattle: (ajo el lidera;go de hombres como )%jellerup, esta ciudad tiene un potencial enorme. Aunque lo de BaEson demuestra que una ciudad aur!fera puede venirse abajo en un a*o, no encuentro similitudes entre ambas. BaEson es un sitio mediterrneo, en el e$tremo de la ruta canadiense, y no interesa a nadie, salvo a los mineros. ,ome es un puerto mar!timo, en el cruce de rutas entre Asia y Am#rica, que no puede sino prosperar. Burante un per!odo de buen tiempo viaj# en trineo de renos hasta el cabo -r!ncipe de <ales, desde donde )iberia est a la vista, a s lo noventa %il metros. Los barcos peque*os navegan con facilidad entre las dos costas y calculo que el trfico entre ellas se va a multiplicar. Bebo hacer a ustedes una advertencia. +stamos ganando sumas enormes. Llegado junio, cuando cuarenta y cincuenta vapores echen anclas frente a nuestra costa, sern a"n mayo8 res. -ero ,ome no tiene gobierno alguno ni sistema de prevenci n de incendios. (astar!a que se incendiara un edificio para que toda la ciudad ardiera. -or lo tanto, mantendr# un inventario escaso y remitir# todo el dinero a )eattle en cuanto me sea posible, pues no me e$tra*ar!a que un d!a de #stos mi hermosa tienda desapareciera entre las llamas. )in embargo, hay esperan;as de que pronto se nos permita tener gobierno. )e dice que el 3ongreso est a punto de aprobar una ley por la cual se designan dos jueces para Alas%a& en ese caso, uno ser!a asignado aqu!. +spero que entonces esto mejore y nuestra joven ciudad haga grandes progresos. Al acercarse los "ltimos d!as de .I@@, los habitantes de ,ome, deseosos de cualquier e$cusa que les permitiera celebrar algo, decidieron organi;ar una gran fiesta para saludar el nacimiento del siglo GG, aunque los hombres sensatos sab!an que eso s lo ocurrir!a en la medianoche del 7. de diciembre de .@00. Burante los preparativos, Lars )%jellerup asegur a Com. 8)e acaban los tiempos de desorden en esta ciudad. +n mayo o junio, cuando se rompa el hielo y llegue el jue; federal, las cosas empe;arn a marchar derecho. ,ada de apoderarse de concesiones ajenas. 8JCanto puede un jue; federalK 8pregunt Com. )%jellerup se vio obligado a admitir que no lo sab!a. -ero conoc!a a cierto profesor Dale que hab!a sido maestro de escuela. 'l deb!a de saberlo. +ra un hombre cadav#rico, con una enorme nue; y una vo; atronadora, al cual le encantaba dar su opini n sobre cualquier cosa. Fue as! que, en la festiva v!spera de ,avidad, se llev a cabo una reuni n informal en el )egundo (ar, en la que Dale demostr sus amplios conocimientos. 8+n el sistema estadounidense, el jue; federal es, prcticamente, el mejor funcionario que tenemos. 8J4ejor que el presidenteK 8grit un minero. F Dale le espet :

-gina 66@ de ?@0

Alaska

James A. Michener

8+n cierto sentido, s!. +l jue; ocupa su cargo de por vida. F en la larga historia de nuestra naci n nunca se ha encontrado un jue; federal corrupto. 3uando todo lo dems fracasa, uno busca justicia en #l. 8JR sea que son responsables s lo ante >ashingtonK 8pregunt )%jellerup8 8)on responsables s lo ante Bios. ,i siquiera el presidente puede tocarlos. 8Adopt un aire casi evang#lico8. <racias por invitarme a venir, se*ores. Bentro de un a*o, con un jue; federal en esta ciudad, no habr quien recono;ca ,ome. )%jellerup y Dale se equivocaban en la conclusi n de que el futuro jue; ser!a de la corte federal, pero acertaban al suponer que vendr!a con plenos poderes. )i era el adecuado, podr!an introducir rpidamente ,ome en la sociedad civili;ada. 8Tna cosa es segura 8dijo el profesor Dale a )%jellerup8: el jue; devolver la )iete Arriba a su amigo, el siberiano. F al terminar el siglo viejo casi todos los habitantes de ,ome, e$ceptuadas las bandas del cloroformo, estaban dispuestos a dar la bienvenida al poderoso jue;. +staban bien dispuestos y hasta ansiosos por tener reglas honradas, pues ya estaban hartos de la anarqu!a. ,ome hab!a celebrado el A*o ,uevo s lo tres veces. +n .I@?, la poblaci n entera, compuesta por tres mineros fracasados, se hab!a reunido en una g#lida tienda de lona para compartir una "nica botella de cerve;a. Al comen;ar .I@I, sus habitantes volvieron a reunirse en pleno 1catorce personas, hombres todos2 para celebrar con Ehis%y y disparos de pistola. 3uando se inici .I@@, a punto de descubrirse oro en la playa, una poblaci n mi$ta compuesta por ms de cuatrocientas personas se lo pas estupendamente, cantando en diversos idiomas& all! estaban tambi#n los pioneros, a los que conoc!an por los apodos de Plos tres suecos de la suerteQ y Pel equipo de Lars )%jellerupQ. -ero al terminar ese nuevo diciembre, los tres mil habitantes de ,ome, conscientes de que esa cifra iba a cambiar muy pronto para ascender a ms de treinta mil, sacaron sus reservas de Ehis%yY escondidas en las grandes cajas que les serv!an de s tanos. 3laro que all! era imposible tener s tanos de verdad porque el -ermafrost no lo permit!a. +n el "ltimo d!a de lo que, por insistencia de todos, era el siglo moribundo, uno de los empleados de Com 9enn observ : 8Codo el mundo dice que ,ome tendr pronto veinte o treinta mil personas ms. J3 mo lo sabenK )i hasta aqu! no llegan las noticias, Jc mo es -osible que salgan de aqu!K Com se puso a la defensiva. 8,adie lo sabe con certe;a, pero si quieres saber c mo hice mi clculo, escucha. 3uando la noticia de que hab!a oro en estas playas lleg a BaEson 3ity, nuestro barco, el -ar%er, estaba a punto de ;arpar con diecis#is pasajeros. 4edia hora despu#s ten!amos ms de cien. F cuando ;arp llevaba casi doscientas personas a bordo. 3reo que habr!amos podido recoger cincuenta ms en 3ircle y otras cincuenta en Fuerte Fu% n, si hubi#ramos tenido capacidad. ULa gente dorm!a de pieV 8JF qu# significa esoK 8pregunt el empleado. 8)ignifica que har!as bien en terminar esa suma, pues siento en los huesos que, en este mismo instante, )eattle y )an Francisco estn llenos de gente que arde por llegar a ,ome. -or diversas ra;ones, el halla;go de oro en ,ome era triplemente atractivo. +l metal estaba en suelo estadounidense, no en territorio del 3anad. +l minero pod!a llegar hasta all! en un vapor c modo, igual a los que hac!an el viaje a +uropa. F al desembarcar, seg"n se pensaba, no ten!a ms que cribar arena y llevarse los lingotes de oro a su casa. +so era prospecci n de lujo. F hab!a un "ltimo atractivo: todo el que hubiera perdido las estampidas anteriores hacia 3olorado, Australia y el Fu% n pod!a encontrar compensaci n en ,ome.

-gina 6L0 de ?@0

Alaska

James A. Michener

La cosa ten!a sus contratiempos. 3omo el hielo grueso apresaba el mar de (ering en fecha temprana y con firme;a, los barcos s lo pod!an navegar desde junio hasta septiembre, y eso con grave riesgo, pues la ciudad no ten!a instalaciones portuarias ni pod!a tenerlas. Adems, las horas de lu; disponibles para buscar oro oscilaban radicalmente a lo largo del a*o: cuatro en invierno, veintid s en verano. F como esas interminables noches de invierno pod!an ser terribles, la gente de ,ome recib!a de buen grado cualquier cosa que sirviera de distracci n, como el comien;o de un a*o nuevo. Al ponerse el sol, a las dos de la tarde del d!a 7., los ciudadanos comen;aron a reunirse en los bares. +n el )egundo (ar, Lars )%jellerup asegur a todos que ocurrir!an tres cosas: 8+l 3ongreso aprobar la ley que nos concede un gobierno. Cendremos un buen jue;. F el oro de la playa no se acabar nunca, porque todav!a hay ms a cinco y a die; metros de profundidad. 3ada tormenta pone al descubierto nuevas concentraciones. )us oyentes pasaron gran parte de la tarde discutiendo c mo llegaba el oro a las playas de ,ome, pues eso no hab!a ocurrido en ning"n otro lugar de la Cierra. Tn minero que hab!a recogido una peque*a fortuna dijo: 8+l mar de (ering est lleno de oro. +l oleaje lo trae hacia aqu!. Rtro ra;on : 8Day un peque*o volcn a quince %il metros, bajo las olas, que vomita oro regularmente. Rtros aseguraban que, en tiempos pasados, un r!o de lava hab!a surgido de un volcn continental, ya desaparecido, depositando su oro a medida que la roca se pulveri;aba en el mar. Ar%i%ov ten!a otra idea, que e$pres con dificultad, mediante un abundante uso de las manos& para #l, ese oro no se diferenciaba del que hab!a en el Fu% nQ: 84uchos a*os... r!o peque*o... pasa rocas con oro. 4uchos a*os... oro lavado, libre... llega playa... m! encuentra... m! sabe. -ero esas palabras entrecortadas no pudieron convencer siquiera a sus propios socios, cada uno de los cuales ten!a su propia teor!a, a cul ms absurda. +l oro de ,ome era com"n en todos los aspectos, salvo en un detalle: el sitio al que iba a parar... y su abundancia. 3uando Com 9enn se sum a las celebraciones, despu#s de cerrar su tienda por lo que restaba del a*o, alguien grit : 8Tn brindis por el benefactor de ,ome. y los hombres le vitorearon. 8JNu# hi;o este jovencitoK 8pregunt un minero que hab!a llegado en noviembre, caminando desde el r!o Aoyu%u%, despu#s de mucho e$cavar sin resultado. F otro le cont lo de las latas que Com hab!a vendido por cinco c#ntimos cada una. 8'ste ser el =ohn >anama%er de ,ome. Tn minuto antes de medianoche, el banquero subi al mostrador y sac su reloj: 83ontaremos los segundos para dar la bienvenida al mejor siglo que ,ome tendr jams. 3uarenta y cinco, cuarenta y cuatro, cuarenta y tres, cuarenta y dos... 3uando llegaron a die;, todos los del bar estaban gritando al un!sono, al amanecer el a*o nuevo, los hombres besaron a cuanta mujer cay bajo sus ojos y descargaron palmadas contra la espalda de los nuevos amigos. Com 9enn busc a 4issy -ec%ham y la bes con fervor. 8Besde mil ochocientos noventa y tres quer!a hacer esto. F 4issy dijo: 8Fa era hora. +n los tres largos meses que siguieron a la celebraci n, ,ome entr en su hibernaci n anual, pues la vida en un g#lido campamento minero era incre!blemente mon tona. Dasta Com 9enn, que prefer!a esa ciudad antes que BaEson, notaba sus desventajas y estaba dispuesto a anali;arlas con sus clientes: 8+st ms al norte. Los d!as son ms breves. +n BaEson no e$iste este viento que sopla desde el mar. ,ome tiene muchos inconvenientes, pero Ues su empuje lo que me gustaV

-gina 6L. de ?@0

Alaska

James A. Michener

Las cosas que las gentes de ,ome ideaban para entretenerse eran ingeniosas, pero hab!a dos diversiones especialmente apreciadas. Aunque el profesor Dale nunca hab!a ense*ado ms all del s#ptimo grado, le convencieron para que ofreciera lecturas de )ha%espeare. +n alg"n sal n lleno de mineros, el profesor ocupaba una silla puesta sobre un estrado& vest!a una especie de toga que le llegaba a los pies y ten!a a mano un gran vaso de Ehis%y para mantener la vo; lubricada& en tonos potentes, le!a en vo; alta las obras ms conocidas del dramaturgo. 'l hac!a todos los papeles y todas las voces. Amaba tanto a )ha%espeare que, cuando la acci n se aceleraba o cuando llegaba a uno de sus fragmentos favoritos, abandonaba la silla para pasearse por el estrado, gritando las palabras hasta despertar ecos en el sal n lleno de humo. 3uando deb!a representar a Lady 4acbeth o a cualquiera de las otras hero!nas, manipulaba su toga y hablaba en vo; aguda y quejumbrosa, de modo tal que se convert!a en una asesina perturbada o en la enamorada =ulieta. +n verdad, era tan divertido escuchar al profesor Dale que, al terminar el ciclo de obras, los mineros insistieron para que las repitiera, pero #l se neg . +n cambio anunci una velada especial en la que recitar!a, Pen vo; sonora, los inmortales sonetos del (ardo de AvonQ. 3uando sali al estrado, el sal n estaba a reventar. Los que se hab!an sentado delante notaron que, adems de un delgado volumen de sonetos, ten!a consigo un vaso mucho ms grande que el de costumbre. 8,o estoy en absoluto seguro, damas y caballeros, de hacer estos sonetos tan interesantes como las obras, puesto que debo leerlos con el mismo tono de vo;. -ero cr#anme ustedes que, si fracaso, la falla ser m!a y no de )ha%espeare. A"n no hab!a llegado a los grandes sonetos, los de versos resonantes cuando empe; a leer algunos como si los balbuceara una muchacha joven: otros, un anciano o un guerrero. 3uando lleg a los doce "ltimos, con el vaso ya casi vac!o y el p"blico arrebatado por su torrente de palabras, se dej ir por completo& le!a como si esos sonetos fueran los ms poderosos y dramticos de los escritos por el (ardo. <ritaba, adoptaba distintas posturas, se lan;aba hacia delante y retroced!a sigilosamente, siempre emitiendo esa vo; potente que apasionaba a sus oyentes. :ara ve; hab!an recibido esos sonetos una interpretaci n tan entusiasta. La segunda recreaci n valorada era la dan;a esquimal, un acontecimiento e$tra*o, casi on!rico, inventado como reacci n a una de las caracter!sticas ms importantes de Alas%a. Burante la mayor parte de su historia reciente, Alas%a padec!a el problema de que los hombres llegaban a ese distrito sin mujeres. Rcurri con los mercaderes rusos, que acudieron en cantidad, pero sin compa*eras& con los e$ploradores de occidente, que recorrieron el mar por a*os enteros, sin ver mujeres de su propia ra;a, y con la llegada de los balleneros de ,ueva Inglaterra, tambi#n solos. 4s recientemente, los buscadores de oro invad!an la ;ona en proporci n de cuarenta o cincuenta hombres por cada mujer. 3omo consecuencia, la historia de Alas%a ha tenido que centrarse en la amistad entre hombres: su lealtad, sus tragedias, sus triunfos al concluir actos incre!blemente heroicos. 3uando aparec!a alguna se*ora en estos episodios tan estructurados, generalmente se trataba de prostitutas o de nativas ya casadas con un esquimal, un aleuta o un atapasco. +n los campamentos mineros, donde se concentraban muchos hombres, se cre el rito del baile nocturno. All!, los hombres deseosos de entretenimiento y de tratar con mujeres, aunque fuera en las condiciones ms e$tra*as, contrataban a uno o dos violinistas 1casi siempre nativos que hab!an adquirido alguna habilidad2 y se anunciaba un baile. +ntrada: Dombres, un d lar. 4ujeres, gratis +n la ;ona hab!a, qui;s, una sola mujer blanca, que se pon!a su mejor vestido y deb!a bailar con cada uno de los concurrentes. +l resto de ellas, en n"mero de ocho o nueve, eran nativas de cualquier edad, de trece a cincuenta. Llegaban t!midamente, casi siempre

-gina 6L/ de ?@0

Alaska

James A. Michener

cuando el violinista ya llevaba un buen rato de actuaci n& entraban discretamente y se quedaban contra la pared, sin sonre!r ni mirar a ning"n blanco en particular. 3uando tomaban ms confian;a, una de las mujeres se apartaba del muro e iniciaba una dan;a mon tona, movi#ndose de arriba abajo, y meneando los hombros. Al cabo de un momento se adelantaba un minero y se pon!a frente a ella, sin tocarla, para efectuar su propia interpretaci n de la dan;a. As! se mov!an ambos hasta que la m"sica cesaba. Tna ve; roto el hielo 1y la e$presi n es adecuada, pues la temperatura e$terior pod!a ser de treinta y cinco grados bajo cero otras mujeres comen;aban a bailar, cada una a su modo, siempre como so*ando, y otros hombres formaban parejas con ella, siempre sin tocarse y sin hablar. 3omo ellas no se quitaban ms de un par de prendas, parec!an animalitos peludos y redondos& algunas acentuaban esa impresi n bailando con un beb# atado a la espalda. ,o ten!a importancia, pues los mineros solitarios iban al baile para ver mujeres, en su mayor!a, no bailaban, se limitaban a mirar, pues pertenec!an a ese tipo de personas para quienes tratar con prostitutas es inconcebible y participar del baile, improbable& en casos e$tremos es algo que est completamente fuera de cuesti n. +sos hombres necesitaban desesperadamente recordar c mo eran las mujeres y pagaban con gusto por ese privilegio. A eso de las once, los violinistas dejaban de tocar y el silencio colmaba el sal n. +ntonces las nativas se iban de una en una, despu#s de recibir un d lar por cabe;a por la actuaci n de la noche. +n general, ning"n hombre les hab!a dirigido la palabra& no re!an con ellas ni las tocaban siquiera en el bra;o. +ra costumbre que, al terminar el baile, las mujeres fueran acompa*adas de vuelta al hogar por sus compa*eros, que esperaban fuera y les confiscaban el d lar para cubrir las necesidades de la familia. 'sa era la famosa dan;a esquimal, curioso s!mbolo de la soledad masculina y la sed de trato con otros seres humanos. +$ist!a casi por necesidad, porque los hombres insist!an en viajar al Ortico sin sus mujeres. +n ,ome, el baile ten!a una peculiaridad que ocasion algunas dificultades a 4issy -ec%ham, mujercita blanca y atractiva con quien los mineros quer!an bailar a la manera estadounidense. :esultaba halagador que los hombres, tanto los j venes como los maduros, formaran fila ante ella al comen;ar cada pie;a& pero eso tambi#n ten!a sus inconvenientes pues en el curso de cualquier velada, 4issy recib!a tres o cuatro invitaciones para tras8 ladarse al alojamiento de uno u otro minero. 3onstantemente se ve!a obligada a e$plicar que 4urphy, su compa*ero, llegar!a a BaEson en cualquier momento. +so provocaba diversi n entre sus pretendientes: gJ3 mo va a llegar desde el Fu% nK J,adandoK 8)e*alaban que 4urphy, si en verdad e$ist!a, no pod!a llegar antes del deshielo de junio, cuando se reanudara la navegaci n& entonces Jpor qu# desperdiciar el inviernoK +lla repet!a que su hombre pod!a llegar en cualquier momento: 8)obrevivi en el r!o 4ac%en;ie, en el 3anad, que es mucho peor que el Fu% n. 3omo -en#lope, se resist!a a los pretendientes que la acosaban, sin apartarse de su convicci n: un d!a de esos su Tlises, de un modo u otro, se reunir!a con ella en ,ome. Lo que no sab!a era por qu# medio. F si alguien le hubiera susurrado cul era el plan de 4att, ella habr!a opinado que era un proyecto completamente descabellado. 3uando el jos. -ar%er, "ltimo barco en partir de BaEson hacia ,ome, ;arp llevndose a 4issy -ec%ham, 4att 4urphy qued varado en la costa, con varias opciones muy poco atractivas para reunirse con su amiga en la ciudad Pen cuya playa se recogen pepitas de oro como huevos de palomaQ. -od!a aguardar nueve meses hasta que el Fu% n se deshelara y tomar el primer barco que hiciera el trayecto, pero por entonces las concesiones buenas estar!an ocupadas. -od!a asociarse con un grupo de hombres que tratara de llegar a pie, pero #l era un irland#s independiente y no le gustaban las aventuras en grupo. F para intentarlo solo necesitaba comprar un tiro de perros, un trineo y carne suficiente para

-gina 6L7 de ?@0

Alaska

James A. Michener

alimentar a los perros durante dos meses, mientras cubr!an ese recorrido de mil seiscientos %il metros. :echa;ando todas esas alternativas, se decidi por una tan absurda que s lo un irland#s chiflado y en la mala hora pod!a intentar. -uesto que el r!o Fu% n pronto estar!a congelado casi por completo hasta el mar de (ering, Jpor qu# no utili;arlo como autopistaK UF al diablo con lo de esperar hasta el deshieloV La idea era buena, pero Jqu# pod!a usar como transporte, si la caminata quedaba descartada y no ten!a dinero para el equipoK +n BaEson hab!a una sucia tienda administrada por un comerciante de )an Francisco que no hab!a hallado oro. Cen!a de todo& era una especie de min"sculo montep!o, con una gastada balan;a para pesar polvo de oro y, dentro de la puerta, colgada de ganchos en la pared, una bicicleta casi nueva, fabricada por >rn.:ead H )ons de (oston. +ra la mejor de su tipo& en .I@@ se vend!a en )eattle por ciento cinco d lares, incluidos un equipo para re8 mendar las llantas, una ingeniosa herramienta para reempla;ar los radios rotos y doce radios de repuesto. 4att la vio por casualidad un d!a en que fue a empe*ar sus "ltimas pertenencias para mantenerse durante el invierno del Alondi%e. Fue entonces cuando se le ocurri : 83on un aparato como #ste, uno podr!a pedalear directamente hasta ,ome. 8) lo el hombre que hab!a conquistado al gran r!o 4ac%en;ie pod!a concebir un plan tan atrevido para el Fu% n. 8JF por qu# caminosK 8pregunt el tendero. La respuesta de 4att le dej at nito: 8-or el Fu% n. +st helado en todo su curso. +l comerciante observ : 8+l Fu% n no llega hasta ,ome. 8-ero el golfo de ,orton s!, y #se tambi#n se congela por completo. Finalmente, despu#s de empe*ar sus pertenencias, 4att pregunt : 8J3unto cuestaK 8+s una bicicleta especial 8dijo el tendero. F le mostr un papel que ven!a con el veh!culo, donde se lo describ!a como: P,uestro modelo ,eE 4ail )pecial, ampliamente utili;ado por los miembros del )ervicio postal. IL d laresQ. 8<urdemela 8pidi 4att, sin vacilar. 8)on ciento cuarenta y cinco d lares. 8-ero aqu! dice, bien claro, que vale ochenta y cinco. 8+so era en (oston 8dijo el comerciante8. Aqu! estamos en BaEson. +n las semanas siguientes, 4att, cautivado por la idea de viajar en bicicleta hasta ,ome, volvi con frecuencia a la tienda para verificar que la bicicleta no hab!a sido vendida& siempre era un alivio comprobar que segu!a all!. -ero hab!a dos impedimentos: carec!a de dinero para comprarla y, de cualquier modo, la mquina le hubiera servido de poco, pues nunca hab!a montado en una y casi no ten!a idea de c mo funcionaba. 3uando el gran r!o se congel , formando una carretera Pdirecto hasta ,omeQ, como #l hab!a dicho, se volvi casi monoman!aco. Fastidiaba a todo el que tuviera un c#ntimo de sobra para que le diera trabajo. A medida que pasaban octubre, noviembre y diciembre, fue acumulando penosamente los fondos para la compra de su bicicleta. +l / de enero de .@00 entr en la tienda e hi;o un dep sito de ochenta d lares. Decho esto, suplic al propietario que le permitiera practicar con el veh!culo. 3uando los mineros de BaEson le ve!an tratando de pedalear por los caminos cubiertos de nieve, comentaban: 8)er!a mejor que lo encerrramos para salvarle la vida. F cuando supieron que se propon!a viajar as! hasta ,ome consideraron seriamente la idea de encarcelarlo hasta que se le pasara la locura.

-gina 6L6 de ?@0

Alaska

James A. Michener

-ero a mediados de febrero 4att hi;o el "ltimo pago y, con una habilidad penosamente adquirida, pedale hasta el centro del r!o. All!, en medio de una temperatura de cuarenta grados bajo cero, agit el bra;o para despedirse de los dubitativos espectadores. +n el "ltimo momento se le ocurri una idea que convertir!a su largo viaje en una especie de triunfo: gir abruptamente y volvi a la orilla, pasando por alto las burlas: 8UApenas ha probado el fr!o y ya se arrepienteV U,o es tan bobo como pensbamosV Dab!a regresado para comprar ejemplares de cuatro peri dicos que por entonces circulaban a lo largo del Alondi%e, con las "ltimas noticias pol!ticas de +stados Tnidos: el Baily ,eEs y el ,ugget de BaEson y dos de flamantes titulares rojos: el +$aminer de )an Francisco y el -ost8Intelligencer de )eattle. 3on ellos en el equipaje, volvi al centro del r!o y se puso en marcha. Las ruedas, una ve; adaptadas al intenso fr!o, funcionaban perfectamente& para sorpresa de los espectadores, pronto desapareci de la vista. 4att, como su veh!culo, no se dejaba intimidar por el fr!o, lo cual era asombroso, porque no estaba vestido como cab!a esperar: no llevaba pieles gruesas, ni anteojeras, ni una inmensa gorra de piel de foca con bordes de piel de glot n, ni tan siquiera chaquetas forradas de piel. Tsaba ms o menos lo mismo que se habr!a puesto en Irlanda para un d!a fr!o y lluvioso: botas gruesas, pantalones de ca;ador, resistentes mitones de piel, tres chaquetas de lana, una bufanda alrededor del cuello y una ingeniosa gorra hecha de lana y piel, con tres grandes solapas: una para cada oreja y otra para proteger los ojos. 3uando sali de BaEson, pedaleando, los veteranos pronosticaron: 8+s totalmente imposible que pueda llegar a ,ome. Bemonios, si no llegar siquiera a +agle. 8+agle se hallaba s lo a ciento cuarenta %il metros r!o abajo. +se d!a, 4att recorri cien %il metros& al d!a siguiente, ciento die;. 4ucho antes de lo que esperaba entr en Fuerte Fu% n. F all! sus peri dicos demostraron lo que val!an, pues los ocupantes del tosco hotel se entusiasmaron tanto al recibir noticias de la patria que pasaron la noche levantados, leyendo en vo; alta los diarios mientras 4att dorm!a& por la ma*ana el gerente del hotel no quiso cobrarle dinero. +n cualquier lugar que se detuviera 1y a lo largo del r!o hab!a una asombrosa cantidad de caba*as solitarias, dedicadas a recibir correspondencia o campamentos de los cuales sal!an los le*adores a acumular le*a para los barcos que pasar!an en el verano2, #l y su bicicleta eran recibidos con incredulidad& sus peri dicos, con alegr!a. F aunque era pleno invierno, debido a que el Fu% n sigue su curso al sur del 3!rculo -olar Ortico, hab!a una lu; griscea durante cinco o seis horas al d!a, en que la temperatura ascend!a a unos c modos treinta grados bajo cero. La ,eE 4ail )pecial se desempe* aun mejor de lo que sus constructores de (oston hab!an predicho& al promediar el viaje, 4att a"n no hab!a tenido problemas con las llantas, y aunque se congelaban por completo a temperaturas inferiores a cuarenta grados bajo cero, en ese tiempo s lo se le afloj un radio. +n los primeros d!as, el equipaje, que llevaba atado a la espalda, le hi;o algunas ampollas pero #l resolvi el problema reacomodando la mochila. Burante ese largo y solitario viaje por el Fu% n, se entreten!a con frecuencia cantando a todo pulm n viejas canciones irlandesas. Lo "nico que le retrasaba era alg"n ataque ocasional de ceguera por la nieve, que se curaba con un d!a de reposo en alguna caba*a oscura. 3ontinuaba cubriendo ms de noventa y seis %il metros por d!a. Tna ve; se consider obligado a compensar el tiempo que hab!a perdido al detenerse, obligado por la ceguera, y recorri ciento veinticinco. +sa noche comparti una caba*a con un viejo desdentado, el cual le pregunt : JBices que vienes de BaEsonK JF c mo puedo saber que es ciertoK 4att le mostr los peri dicos con la fecha de publicaci n. +ntonces el anciano dijo: 8JF crees que tu idea servir en este r!oK

-gina 6LL de ?@0

Alaska

James A. Michener

8,o hay que llevar comida para los perros ni pasarse una hora cocinndola al terminar la jornada. A lo cual el anciano, recordando las privaciones que hab!a sufrido con sus perros, replic : 8)! que ser!a una ventaja. 3onductor y bicicleta estaban en tan e$celentes condiciones cuando llegaron a Aaltag, la aldea donde el padre Fyodor Afanasi hab!a actuado como misionero y donde conoci a su esposa atapasca, que 4att se sent!a emocionalmente preparado para enfrentarse a la dif!cil elecci n siguiente: 8-uedes continuar por el Fu% n, recorriendo ms de seiscientos %il metros hasta el mar de (ering, o abandonar el r!o y caminar cien %il metros a trav#s de las monta*as, hasta Tnala%leet. 8J3 mo llevo la bicicletaK 83argndola. 4att eligi las monta*as& despu#s de buscar a un indio para que le llevara el equipo, desarm su bicicleta lo mejor que pudo, se la at a la espalda y escal las laderas orientales& luego descendi hasta la grata aparici n de Tnala%leet, encaramada al borde del golfo de ,orton& tal como #l hab!a calculado, estaba completamente helado hasta ,ome. Feli; de pedalear otra ve;, emprendi alegremente la etapa final: doscientos cuarenta %il metros en l!nea recta. +l /@ de mar;o de .@00, a eso de las cuatro de la tarde, baj pedaleando por la calle principal de ,ome. Dab!a hecho uno de los viajes ms notables del siglo moribundo: de BaEson a ,ome, solo en pleno invierno, en treinta y seis d!as. Bespu#s de entregar su bicicleta a los admirados espectadores y los cuatro peri dicos al editor del diario local, corri al encuentro de 4issy pec%ham, quien lo abra; con ardor y le inform : 8Codas las concesiones buenas estn ocupadas, pero estoy segura de que puedes conseguir un empleo. Fo ya lo tengo. +n la "ltima semana de febrero, mientras 4att 4urphy y su bicicleta circulaban a"n por el Fu% n, lleg el momento de prueba para los hombres y las mujeres que habitaban la parte norte de Alas%a. La e$istencia era muy dif!cil. Burante todo febrero aull el viento del mar de (ering& ca!a poca nieve, pero tan agitada que la ventisca borraba los edificios a media calle de distancia. Luego se produjo la temible claridad en que la Cierra, el hori;onte y el cielo desaparecen en una fina niebla y los ca;adores se quedan ciegos si no se ponen anteojeras. Lo que dificultaba ms las cosas eran los grandes bloques de hielo que se abr!an paso hacia arriba entre las capas heladas que ya cubr!an el mar de (ering, pues se ergu!an ominosamente, arrojando sombras e$tra*as cuando la luna de medianoche o el d#bil sol de mediod!a brillaban sobre ellos. 8,o veo la hora de que pase febrero 8coment Com 9enn, observando el mar desde su tienda. -ero una e$perimentada clienta le advirti : 8-eor es mar;o. +n mar;o hay que cuidarse. +n esa visita no e$plic el por qu# de su e$tra*o comentario. Al llegar mar;o, trajo consigo tan buen tiempo que a Com le pareci que estaba a punto de llegar la primavera. Le agrad mucho que los d!as empe;aran a alargarse y el mar pareciera a punto de aflojar su pu*o de hielo, para permitir el paso de los barcos. 3uatro d!as despu#s, todav!a con un clima perfecto, volvi la mujer: 8'stos son los d!as peligrosos. Los maridos comien;an a golpear y pegar a sus mujeres, los hombres que comparten una caba*a se pelean entre s! y de pronto se matan a tiros. -oco despu#s, Com supo de dos escndalos de ese tipo. 3uando pregunt por qu# ocurr!an justo cuando el invierno empe;aba a aflojar, la misma clienta le e$plic :

-gina 6LM de ?@0

Alaska

James A. Michener

8=ustamente por eso. +n la oscuridad de enero y febrero una sabe que debe ser fuerte. 3uando llegan mar;o y abril hay ms lu; que oscuridad. Codo parece ms alegre. -ero lo cierto es que tenemos otros tres largos meses de invierno: mar;o, abril y mayo. Aunque brille el sol, el mar sigue helado. )entimos que la vida se mueve, pero el condenado mar sigue bloqueado. +ntonces empe;amos a gritar a nuestros amigos: PJ3undo va a terminar estoKQ. U3uidado con mar;oV Com descubri que estaba reaccionando e$actamente como ella dec!a: le -arec!a que el invierno deb!a terminar, que los barcos deb!an llegar con mercanc!a nueva, y all! estaba el mar helado, en grandes mont!culos inm viles, como si el invierno fuera a durar eternamente. +n sus diecisiete a*os ning"n mes hab!a sido tan malo como ese mayo cuando era ya primavera en todo el mundo, hasta en el Ortico. )in embargo, el mar segu!a bloqueado por el invierno. Al terminar mayo, cuando el mar de (ering empe; a quebrarse en monstruosos t#mpanos, grandes como catedrales, los hombres comen;aron a preguntarse cunto tardar!an los barcos en llegar, aun sabiendo que era #se el momento en que la navegaci n resultaba ms peligrosa, pues cualquiera de esos bloques inmensos pod!a aplastar a un nav!o com"n. +ra espl#ndido, en un a*o normal, estar en ,ome al comien;o de junio y ver llegar los primeros barcos de la temporada. Los hombres disparaban a modo de saludo, estudiaban el perfil de las naves y corr!an a la costa para saludar al primero en desembarcar. +ra costumbre que el diario del lugar imprimiera en grandes letras el nombre del afortunado: D+,:F DA:-+:, -:I4+:R +, .I@@ F cada a*o el mismo grito saludaba a todo el que pisaba la costa: 8JCiene usted alg"n peri dico de )eattleK JCiene revistasK +sa primavera de .@00 ser!a muy diferente, pues el deseo de llegar a ,ome era tan grande, que el /. de mayo un pesado ballenero asom el hocico entre el hielo& dos d!as despu#s lleg un verdadero barco de pasajeros, para estupefacci n de quienes consideraban que era una locura acercarse a ,ome antes de la primera semana de junio. -ero fue lo que ocurri a continuaci n lo que asombr a los habitantes: en rpida sucesi n llegaron otros dos barcos de pasajeros& luego, tres ms. -or fin, entre el hielo ya delgado, hubo cuarenta y dos grandes buques anclados all!. 3omo no pod!an e$istir instalaciones portuarias en ese turbulento lugar, los barcos permanec!an a mil doscientos metros de la costa, mientras barca;as improvisadas iban y ven!an, desembarcando a ms de diecinueve mil reci#n llegados. +n esos fren#ticos d!as del deshielo, ,ome era un puerto ms importante que )ingapur o Damburgo. Los buscadores de oro llegaban a raudales, estudiando las playas ya atestadas de mquinas e$tra*as& cada esperan;ado trataba de identificar el sitio al que correr!a para recoger su parte del oro. Algunos se apresuraban a armar las tiendas tra!das& otros, menos prudentes, ten!an que buscar un sitio donde dormir. La Fegua (elga alquilaba camas, rotando cuatro pensionistas en un mismo lecho cada veinticuatro horas. Com 9enn tuvo que poner a un empleado para que vigilara la tienda por las noches, a fin de que los hombres recomendados por la oficina de )eattle pudieran dormir all!, en el suelo. A medida que iban llegando los barcos, el caos se tornaba indescriptible. La falta de gobierno legal representaba ahora una temible amena;a, pues los problemas sanitarios crec!an al mismo ritmo que los delitos y por la misma ra; n. +n una sociedad hacinada, el crimen y la enfermedad solo se pueden controlar mediante el ejercicio de la autoridad policial. F si no se permite la e$istencia de esa autoridad, tampoco puede haber tranquilidad, pero el /0 de junio lleg un gran barco, trayendo a mil doscientos mineros nuevos y peri dicos que confirmaban la noticia tan esperada por Lars )%jellerup, Com 9enn y otros hombres como ellos: el 3ongreso estaba a punto de aprobar un 3 digo para

-gina 6L? de ?@0

Alaska

James A. Michener

Alas%a y el distrito recibir!a otros dos jueces& el ms importante ser!a asignado inmediatamente a ,ome. Los hombres sobrios festejaron la novedad& hasta los borrachos estuvieron de acuerdo en que era hora de poner orden en ese vasto desorden. )%jellerup mand a )ana en busca del siberiano. 3uando tuvo a Ar%i%ov ante s!, el noruego e$clam con gran entusiasmo: 8UAr%i%ovV UCu jue;, viene tu jue;V La )iete Arriba volver a ser tuya. F una sonrisa ancha y vigorosa ilumin la cara del pastor de renos: 84! alegra. +n una peque*a ciudad de IoEa, en los a*os anteriores a la guerra civil, e$ist!a un mediocre abogado con tan grandes ambiciones para su hijo var n, reci#n nacido, que lo llam =ohn 4arshall, como el ms grande de los jueces supremos de +stados Tnidos. +l ni*o recordaba que, a los cinco a*os, su padre le hab!a llevado ante el tribunal del condado, vaticinando: 8Alg"n d!a sers el jue; de este edificio. +n sus primeros a*os, el ni*o crey que ese famoso jurista, cuyo nombre llevaba, era su abuelo. -or desgracia, =ohn 4arshall <rant no pose!a ninguna de las cualidades de ese noble representante de la justicia, pues era esencialmente un ser d#bil, sin ese carcter de pedernal que debe tener un jue;. ,o se distingui en la secundaria y fue mal estudiante en una de las peque*as universidades de IoEa. ,o practicaba ning"n deporte, rehu!a tambi#n los libros y s lo se destacaba por volverse cada ve; ms guapo con el correr de los a*os. +ra alto, bien formado, de facciones regulares y una melena ondeada, tan fotog#nica que, cuando su padre e$hib!a sus retratos, la gente comentaba: 8UNu# pinta de jue; tiene tu hijo, )imonV +n la facultad de Berecho de la Tniversidad de -ensilvania, una de las mejores, el futuro jue; tuvo un desempe*o tan pobre que en a*os posteriores sus compa*eros de estudios se preguntar!an: PJ3 mo hi;o =ohn 4arshall para llegar a jue;KQ. Lleg a serlo porque lo parec!a. F tal como hab!a predicho su padre, se instal en el peque*o tribunal de IoEa, donde dictaba una justicia ama*ada& con frecuencia, los tribunales superiores deb!an anular sus fallos porque no hab!a llegado a comprender las leyes ms comunes que se aplicaban en cortes como #sa, en los otros cuarenta y cuatro estados y en <ran (reta*a. +ra tan apuesto y tan pomposo en sus discursos del 3uatro de julio que algunos pol!ticos pensaron postularlo para alg"n cargo importante. -ero dada su falta de carcter y decisi n, nadie sab!a si era republicano o dem crata. Los que conoc!an sus pat#ticos antecedentes bromeaban: PDabr que felicitar al partido que tenga la suerte de perderloQ. 3iertos republicanos que buscaban a un candidato seguro para el 3ongreso preguntaron al padre qu# partido prefer!a su hijo. +l anciano dijo, con orgullo: 84i hijo el jue; no lleva el collar de nadie. -robablemente se habr!a perdido en una inocua mediocridad, perjudicando a pocos, pues sus peores errores pod!an ser anulados, si no le hubieran invitado a disertar ante una convenci n de abogados en 3hicago, donde un notorio traficante de influencias le oy hablar. 4arvin Do$ey era, a los cuarenta y cinco a*os, un hombre dif!cil de olvidar una ve; que le clavaba a uno su mirada penetrante. 3orpulento, de pelo corto, descuidado en el vestir, caracter!stico por su desali*ado bigote de morsa y por su perpetuo cigarro, ejerc!a un poder considerable porque parec!a conocer a todas las personas importantes en los salones del 3ongreso o al oeste del 4ississippi. -roteg!a los mayores intereses del Reste y siempre sab!a hallar a un amigo dispuesto a hacer Puna peque*e; por 4arvinQ. Dab!a utili;ado esa habilidad para lograr una posici n de cierta importancia, -or la colaboraci n que prest para que Ba%ota del )ur fuera admitida en la Tni n, en .II@, hab!a sido nombrado

-gina 6LI de ?@0

Alaska

James A. Michener

miembro de la 3omisi n ,acional del -artido :epublicano en ese estado, cargo desde el que discurseaba sobre Pel creciente poder del nuevo ResteQ. -ensaba en todo, y pese a carecer de estudios superiores, habr!a podido dictar cursos sobre manipulaci n pol!tica. -ara #l, las naciones estaban en ascenso o en ca!da, y ten!a un e$tra*o sentido de cules eran los actos que deb!a reali;ar una naci n en ascenso, como +stados Tnidos. )u misi n consist!a en cuidar de que s lo se dieran aquellos pasos que beneficiaban a sus clientes. )e empe; a interesar por Alas%a cuando 4alcolm :oss, principal socio de :oss H :aglan, de )eattle, lo emple para obstruir cualquier legislaci n nacional que pudiera dar gobierno propio a Alas%a, pues pensaba que: P+l destino de Alas%a es ser gobernada desde )eattle. +sas pocas personas que estn all pueden confiar en nosotros, que tomaremos las decisiones correctasQ. -or sugerencia de :oss, Do$ey hab!a hecho dos cruceros en barcos de :H:: uno a )it%a, que le pareci deplorablemente rusa, Pnada que se pueda considerar como una ciudad estadounidense, y otro por el gran r!o hasta Fuerte Fu% n. 3omo resultado, conoc!a Alas%a mejor que la mayor parte de sus habitantes. La ve!a tal como era: una ;ona vasta e ind mita, con una poblaci n horriblemente me;clada y deficiente: P,o en capacidad mental ni moral, se*or :oss, sino deficiente en n"mero. ,o creo que en toda la ;ona haya tanta gente 1me refiero a gente de verdad, no a nativos ni a mesti;os2 como en mi condado de Ba%ota del )ur, y sabe Bios que all! falta poblaci nQ. +$presaba en vo; bien alta, en )eattle y en >ashington, su opini n de que PAlas%a nunca estar en condiciones de gobernarse a s! mismaQ. 3uando Do$ey intrigaba en contra de que se dictara una legislaci n para Alas%a, repet!a siempre la peyorativa e$presi n Pmesti;oQ, escupi#ndola como si el vstago de un esfor;ado trabajador blanco y una hbil mujer esquimal tuviera que ser cong#nitamente inferior a un purasangre como #l, que era de origen escoc#s, ingl#s, irland#s, alemn, escandinavo y centroasitico. +staba convencido, y hac!a lo posible por convencer a otros, de que Alas%a estar!a habitada siempre por personas de origen mi$to: esquimales, aleutas, atapascos, tlingits, rusos, portugueses, chinos y sabe Bios qu# mas& por ende, ser!a siempre inferior y, de alg"n modo, nada estadounidense: P+s as!, senador, una tierra llena de mesti;os nunca podr gobernarse a s! misma. 4antengamos las cosas como estn y dejemos que las buenas gentes de )eattle se encarguen de decidirQ. +n las sesiones del 3ongreso, 4arvin Do$ey sol!a desbaratar #l solo las aspiraciones de Alas%a para un gobierno propio. ,o se le permit!a convertirse en territorio, ese honorable paso previo a la condici n de estado, porque las empresas que se beneficiaban con las condiciones imperantes no se fiaban de que un gobierno territorial no fuera a disminuir sus ventajas. +n realidad, no era nada. -or algunos a*os se la conoci como distrito, pero en general era simplemente Alas%a, vasta, tosca y sin organi;ar. F 4arvin Do$ey estaba contratado para que siguiera as!. Cen!a ya comprometidos a varios delegados a la convenci n de 3hicago cuando supo, gracias al telegrama enviado por un au$iliar desde >ashington, que pese a todos sus esfuer;os se aprobar!a una ley, concediendo a Alas%a un m!nimo de autogobierno, una quincuag#sima parte de lo que habr!a sido ra;onable, incluyendo dos jueces adicionales que ser!an nombrados por un tribunal superior de 3alifornia. )e hablaba de elegirlos localmente, pero Do$ey hi;o que el proyecto muriera de inmediato: P,o e$isten dos mesti;os capaces de ser jueces en toda esa desolada regi n. Fo la he visto con mis propios ojosQ. 4ientras vagaba por los salones de la convenci n, preguntndose d nde conseguir al hombre adecuado para ser jue; del distrito de ,ome, se encontr casualmente en la sala donde estaba disertando el jue; <rant. )u primera impresi n fue: PA ese hombre yo podr!a

-gina 6L@ de ?@0

Alaska

James A. Michener

hacerlo presidente... o jue;Q. -ero s lo comprendi que hab!a encontrado algo especial cuando escuch una de las t!picas frases con que <rant alababa el hogar: P+l hogar americano es como una fortale;a en lo alto de una imponente colina, que mantiene su p lvora seca a la espera del d!a en que se produ;ca el ataque desde los pantanos inferiores, y uno nunca sabe cundo se producir, teniendo en cuenta la anarqu!a que impera en nuestras grandes ciudades, y lucha para resistirse a los agentes de contaminaci n, manteniendo la bandera en alto para asegurarse de que siempre haya una constante provisi n de p lvora para hacerlo. Q +n cuanto el jue; acab con su discurso, 4arvin Do$ey se apresur a acercar a la cara de <rant su bigote de morsa y su cigarro, y dijo con tono emotivo: 8UNu# magn!fica pie;a oratoriaV +s de much!sima importancia que conversemos, usted y yo. All!, en una sala de hotel de 3hicago, ech a andar formalmente el plan de 4arvin Do$eF. +ra e$traordinariamente sencillo: iba a quedarse con todas las minas aur!feras de ,ome. )!, con la ayuda del jue; =ohn 4arshall <rant, de IoEa, robar!a todo aquello. )i era cierto lo que se dec!a en los peri dicos, bien pod!a llegar a cincuenta millones de d lares, a ochenta, si continuaban e$trayendo oro a cntaros de esas playas. 8=ue; <rant, los l!deres de esta naci n estn buscando a un hombre como usted para la salvaci n de Alas%a. +s un sitio desolado que pide a gritos una mano firme y leal, que s lo un jue; como usted puede brindarle. 84e halaga que piense usted as!. 8<rant pregunt a Do$ey su nombre y su direcci n y prometi pensarlo. Al despedirse del jue;, el intrigante ech un "ltimo vista;o a la a-uesta figura de cabellos blancos: P'sta es la frase que usaremos para conseguirle el cargo: h+minente juristag o mejor a"n P+minente jurista de loEagQ. Berrotado en sus esfuer;os por liquidar la legislaci n favorable a Alas%a, parti de 3hicago para una urgente reuni n en )eattle, donde tranquili; a sus clientes, sobre todo a 4alcolm :oss, cuyos barcos y tiendas -od!an perder parte de su libertad con las nuevas reglas: 83onf!e en m!, hemos perdido una batalla pero ganaremos la guerra. ,uestra misi n no consiste en luchar contra la nueva ley sino en aprovecharla. F lo primero que debemos hacer es asegurarnos de poner a un hombre nuestro como jue; para que gobierne en ,ome. 8JDa pensado usted en alg"n hombre de aqu!K 8pregunt :oss. F Do$ey dijo: 8)er!a demasiado evidente. ,unca se debe actuar de un modo evidente, se*or :oss. 8J+n qui#n, puesK 8-ienso en un eminente jurista de IoEa. Dombre de buen porte, que conoce la vida del Reste. +ra un clich# de esa #poca: todo el que hab!a estado en Benver o en )alt La%e 3ity comprend!a automticamente lo que era Alas%a. 8JF podemos hacerlo nombrarK 8Be eso me encargo yo. +n cuanto volvi a >ashington, Do$ey inici su campa*a. Codos los l!deres republicanos con los que #l hab!a trabajado recibieron un informe confidencial sobre el distinguido jurista de IoEa =ohn 4arshall <rant& la repetici n de ese sonoro nombre inspiraba tanta confian;a que en la 3asa (lanca comen;aron a recibirse comunicados en apoyo de <rant para el nombramiento de Pese nuevo jue; para Alas%aQ. 3on s lo asegurar que su nuevo amigo era un eminente jurista, Do$ey lo estaba convirtiendo en tal. A finales de junio de .@00, =ohn 4arshall <rant fue asignado al nuevo tribunal de ,ome& muchos peri dicos aplaudieron esa decisi n, libre de cualquier sospecha de influencia

-gina 6M0 de ?@0

Alaska

James A. Michener

pol!tica. -oco despu#s, #l y su mentor, 4arvin Do$ey, se embarcaron en el vapor )enator rumbo a sus nuevas funciones. La noche antes de la llegada a ,ome, Do$ey e$puso la ley que <rant iba a seguir: 8)i juega bien sus cartas en ,ome, =ohn 4arshall, provocar usted una impresi n tan favorable que llegar a senador. +l nombre de este barco es un presagio, senador <rant& mis amigos y yo nos encargaremos de eso. 8J3 mo ve usted la situaci n, se*or Do$eyK 8,o olvide que he estado en Alas%a. La cono;co como la palma de mi mano. 8JF su evaluaci nK 8,ome es un desastre. Las concesiones son mas falsas que el diablo. Al otorgarlas no se respet la ley de miner!a. ,o son legales. F deber!an ser anuladas. +l eminente jurista, que nada sab!a de leyes mineras y hab!a olvidado llevar consigo los te$tos necesarios para desentra*ar esa arcana tradici n, escuch atentamente la doctrina de 4arvin Do$ey: 8Lo que usted debe hacer, jue; 1cuanto antes, mejor2, es declarar que las principales concesiones no tienen valide;. Nuince de ellas, digamos. Los propietarios actuales son descalificados con los mejores fundamentos legales. Luego me nombra usted receptor imparcial& propietario no, ya queda entendido. Ah, claro que usted sabe perfectamente todo esto. Lo que hace es designarme depositario judicial, para que yo administre la propiedad como agente del gobierno, hasta que usted decida, despu#s de un juicio formal, a qui#n corresponden realmente los t!tulos. Do$ey subray dos puntos: 8+s esencial actuar con celeridad. -or aquello de que las personas nuevas siempre hacen reformas. F el depositario debe ser designado inmediatamente, para proteger la propiedad. +l jue; <rant dijo que comprend!a. +ntonces Do$ey pas a la parte delicada: 8Tna de las cosas que no me gustan de ,ome 1y recuerde usted que cono;co Alas%a como la palma de mi mano2 es que un grupo de e$tranjeros y mesti;os se ha apoderado de las mejores concesiones. UImag!neseV Tn ciudadano ruso due*o de una mina de oro en Am#rica. R un lap n, UBios no lo permitaV JNui#n demonios ha o!do hablar de LaponiaK F esa gente viene a llevarse nuestras buenas minas de oro. +n cuanto a los noruegos y los suecos, no son mucho mejores. ,o olvide usted que yo provengo de Ba%ota del )ur, tengo e$celentes amigos entre los escandinavos, pero ellos no tienen derecho a venir aqu! y llevarse nuestras mejores minas. 8J,o me dijeron que dos de ellos eran estadounidenses naturali;adosK 8Tn subterfugio. 83on esa maravillosa palabra, pronunciada con desd#n, Do$ey liquid a los suecos. ,inguno de los dos interlocutores pareci apreciar que ellos mismos estaban dedicados al mayor de todos los subterfugios. )e decidi as! que el jue; <rant har!a tres cosas inmediatamente despu#s de su llegada: declarar fuera de la ley a todos los e$tranjeros, desocupar las concesiones y designar depositario judicial a Do$ey. Cambi#n pronunciar!a un discurso afirmando los valores estadounidenses y asegurando a los hombres que a ,ome llegaban la ley y el orden, aunque fuera tard!amente. 4s tarde, si acaso, se ocupar!a de aplicar las leyes de salud p"blica, de propiedad de bienes ra!ces, de cobrar legalmente los impuestos y de proteger el bien com"n. Lo importante era ilegali;ar a todos los e$tranjeros y aclarar de una ve; por todas, la propiedad de las minas aur!feras. 8Ahora comprendo 8coment Do$ey, mientras acompa*aba al jue; <rant al bar de a bordo8, ese letrero es prof#tico. )e refer!a a la proa del buque, donde se le!a en letras talladas a mano, adornadas con a;ul y oro: )enator.

-gina 6M. de ?@0

Alaska

James A. Michener

Ceniendo en cuenta las cosas nefandas que el jue; <rant estaba a punto de llevar a cabo, cabe preguntarse hasta qu# punto comprend!a el infame plan de Do$ey. ,o mucho. ,o imaginaba que, si designaba a su amigo depositario judicial de las minas, Do$ey robar!a todo el oro que se produjera, robo que ascender!a rpidamente a millones. 4uchos hombres sobresalientes de la historia estadounidense iniciaron su carrera como jueces en localidades peque*as, pero esos hombres aprovecharon ese tiempo para afinar las percepciones y diferenciar entre los motivos de buenos y malos& a*o a a*o esos jueces eran ms sabios, ms juiciosos, ms honestos, hasta sobresalir como algunos de los mejores productos de nuestra naci n. +l jue; <rant hab!a tenido todas las oportunidades de un Abraham Lincoln o un Chomas Dart (enton, pero las ech a perder. Ahora estaba dispuesto a iniciar una de las pginas ms negras de la historia legal estadounidense. 3uando el )enator ancl , bien lejos de la playa, los botes salieron a toda prisa para iniciar la descarga. +l primero en llegar fue requisado por 4arvin Do$ey, quien anunci discretamente la ra; n: P+l jue; <rant debe establecer su tribunal cuanto antes, para obedecer instrucciones personales del presidenteQ. -or ende, el eminente jurista y su mentor fueron llevados a la costa, pero el bote ten!a una quilla tan pronunciada que no pudo encallar en la arena. Dubo que transportar a los importantes pasajeros y su carga a hombros de porteadores: tres fuertes esquimales se encargaron del jue; <rant y otros tres, de Do$ey, levantndolos a buena altura para llevarlos a tierra. +ra una pareja llamativa la que puso el pie en las playas doradas: el jue; <rant, apuesto y severo& 4arvin Do$ey, regordete y rubicundo con ese inmenso bigote de morsa y esos ojos que lo ve!an todo. Di;o un gesto con el cigarro que llevaba en la mano i;quierda, indicando a los ciudadanos de ,ome la conveniencia de aplaudir la llegada del jue; que tra!a orden a su comunidad. Tn hombre inici los v!tores: 8U9iva el jue;V F con ese grito resonndole en los o!dos, =ohn 4arshall <rant entr serenamente a las habitaciones del Dotel <olden <ate. +n cuanto hubo supervisado la distribuci n de su equipaje, comen; a dar las rdenes que Do$ey le hab!a recomendado, a veces hasta redactndoselas por escrito. Bespu#s de desocupar las concesiones y designar a Do$ey depositario legal para que protegiera esos bienes, el jue; <rant hi;o saber que, en adelante, suecos, noruegos, lapones y siberianos no podr!an e$plotar concesiones& las que ocupaban ilegalmente por entonces deb!an ser en8 tregadas al depositario judicial. Al anochecer de ese tempestuoso d!a, 4arvin Do$ey controlaba las concesiones Tno a Rnce Arriba, con una producci n conjunta de casi cuarenta mil d lares por mes. Apenas acababa el jue; <rant de desocupar aquellas once concesiones, en su primer d!a en ,ome, hi;o otra cosa que tambi#n tendr!a grandes consecuencias. Bespu#s de sacar de su bolsillo una nota que le hab!a entregado 4alcolm :oss, antes de que el )enator ;arpara de )eattle, ley : P-ara contratar personal en ,ome consulte con Com 9enn, nuestro encargado de :H:, quien conoce la capacidad de todosQ. Llam a Do$ey y le pidi : 8J-uede usted traer a ese tal 9enn a mis habitacionesK 4uy pronto, Com se present en el Dotel <olden <ate. 8J+l jue; <rantK )oy Com 9enn, )u )e*or!a. Acabo de recibir una nota del se*or :oss en la que me indica que le consiga a usted una secretaria. Craigo conmigo a la "nica candidata que puede interesarle, se*or. +st esperando abajo. 84e gustar!a verla. Fue de este modo como 4elissa -ec%ham, de veinticinco a*os, conoci al jue; <rant. 8J3 mo se llama, se*oritaK 84issy -ec%ham 8respondi ella. +l jue; frunci el entrecejo:

-gina 6M/ de ?@0

Alaska

James A. Michener

89aya, Jqu# clase de nombre es #seK 8+n realidad, es 4elissa. 8As! me gusta ms. Tna muchacha correcta necesita un nombre correcto, sobre todo si trabaja a mis rdenes. +l jue; <rant contrat a 4issy para que comen;ara inmediatamente. 4att, tambi#n por recomendaci n de Com, fue contratado por Do$ey como encargado de las concesiones desocupadas. 4issy, por la e$periencia recogida en BaEson y en el barranco de +ldorado, sab!a bastante de miner!a, mucho ms que el jue; <rant. Algunas de esas primeras decisiones la preocuparon tanto que comen; a tomar notas, cuidadosamente y en secreto, de cuanto descubr!a sobre ese feo asunto de privar a los descubridores de lo que por justicia les correspond!a: =ueves, /L de julio: +n la primera serie de decisiones, el siberiano Ar%i%ov, sin nombre de pila, perdi su concesi n de la )iete Arriba sobre el arroyo Anvil. )e cree que fue uno de los descubridores. 9iernes, /M de julio: Al noruego Lars )%jellerup se le ha notificado que, por ser e$tranjero, no puede e$plotar una concesi n en el arroyo Anvil, aunque se sabe que fue el organi;ador del distrito minero. 3omo trabajaba hasta entrada la noche para registrar los dictmenes de cada d!a, 4issy sol!a escuchar, a trav#s de la pared improvisada que separaba las habitaciones del jue; de su escritorio, que Do$ey anali;aba sus planes con <rant. Biscuti ese estado de cosas con 4urphy& #ste dijo, sin pensarlo dos veces: 83reo que ese Do$ey es casi un criminal. ,o lo pierdas de vista. +ntonces 4issy empe; a anotar en su libreta, no s lo lo que hac!a el jue;, sino tambi#n las sospechas de 4att. +l resultado fue un documento tan devastador que, una noche, su compa*ero le dijo: 8Dar!as bien en esconder eso. 8F ella obedeci . +l efecto que causaron en ,ome el jue; <rant y Do$ey fue tan horrible que algunos mineros, privados de sus derechos, hablaban de linchamiento. Lars )%jellerup, aunque hab!a perdido ms que nadie, aconsej -rudencia: 8+n un pa!s libre no se permiten cosas como #sta. Ciene que haber un modo legal de desenmascarar a estos hombres. ,o hab!a nada. :evestidos con la dignidad de una ley que la gente de la ;ona no hab!a escogido, apoyados por el poder!o de una naci n grande, aunque remota, el jue; <rant y Do$ey pod!an hacer lo que desearan. Ahora que las minas trabajaban a buen ritmo bajo su custodia judicial, Do$ey despachaba desde Alas%a ms de doscientos mil d lares por mes. 3uando )%jellerup puso esto en tela de juicio, el jue; <rant le e$plic : 8+l se*or Do$ey es depositario legal. +so significa que le corresponde administrar las minas como ju;gue conveniente hasta que se resuelva legalmente el caso contra usted. Besde luego, usted y yo sabemos que el se*or Do$ey no se quedar con el dinero que sus minas... 8+sas minas son nuestras. 8Lo decidir el tribunal ms adelante, pero debo advertirle que usted, como e$tranjero que ha desobedecido la ley... 8=ue; <rantV +so lo decidir el jurado, no usted. ,os est robando nuestras propiedades. 8-uedo encarcelarle por desacato. )upongo que usted lo sabe. 8Bisculpe, )u )e*or!a. Nuise decir que Do$ey est robando. 8)e*or )%ellerby, o como se pronuncie su nombre: al parecer, usted no comprende en qu# consiste una custodia legal. +l se*or Do$ey est aqu! para protegerle a usted y al pueblo... hasta que pueda reali;arse el juicio. Le aseguro que #l no recibir un c#ntimo de ese dinero,

-gina 6M7 de ?@0

Alaska

James A. Michener

e$ceptuando el peque*o porcentaje que le corresponde por administrarlo, como usted no podr dejar de admitir. 8U-ero si el dinero sale de aqu! en cada barco que ;arpaV Lo he visto. 8-ara ser depositado en lugar seguro. )i el dictamen fuera favorable a usted a*adi el jue;, garanti;ando con el tono de vo; que no ser!a as!8, se le devolver!a todo el dinero, por supuesto, descontando la peque*a cantidad que he mencionado. 8J3untoK 89einte mil d lares mensuales. Fijados por el tribunal. 8Ante el estallido de )%jellerup, el jue; <rant justific los aranceles8. +n +stados Tnidos, el se*or Do$ey es un hombre importante: asesor de presidentes, consultor de grandes industrias. ,o puede trabajar por c#ntimos. )%jellerup hab!a o!do lo suficiente. Aunque su estricta crian;a noruega le hab!a impuesto un grave respeto hacia los polic!as, sacerdotes, maestros y jueces, estaba moralmente enfurecido, indignado en su sentido luterano de la rectitud. F as! lo dijo: 8+n ,ome se est haciendo algo muy malo, jue; <rant. +n una democracia como la de +stados Tnidos no se puede permitir algo as!. ,o s# c mo impedirlo, pero lo har#. Tsted no puede robar a un hombre lo que ha ganado trabajando honradamente. 8)e*or Aillerbride o como se llame, Jsabe qu# es una orden de deportaci nK +l jue; firma un documento estableciendo que usted es un e$tranjero peligroso y all va usted, de vuelta a Laponia, como le corresponde. 8)oy noruego. 8-oco mejor. )e*orita -ec%ham, acompa*e a este hombre fuera. +lla obedeci , tomando nota del nombre, la ubicaci n de su mina y las amena;as pronunciadas contra #l. +n casi todos esos momentos dif!ciles, Do$ey se manten!a invisible. )%jellerup F los hombres como #l ya hab!an comprendido cul era el plan: el jue; <rant emit!a rdenes indebidas y el otro se apoderaba de los bienes as! desocupados. )ospechaban que el hombre de Ba%ota se escond!a por miedo a que le mataran, pero no era as!: Do$ey estaba ocupado en escribir un torrente ininterrumpido de cartas a senadores, representantes y hasta al mismo presidente, se*alando un error cometido en el 3 digo de Alas%a, aprobado en .@00, y abogando por su inmediata rectificaci n: ,ecesitamos inevitablemente una nueva ley que anule todas las concesiones mineras otorgadas a un e$tranjero ilegalmente, es decir, mientras #ste era e$tranjero. 3omo usted sabe, cono;co Alas%a como la palma de mi mano, y pocos males condenan tanto a esta ;ona al atraso como el hecho de que escandinavos y rusos sean propietarios de minas en suelo estadounidense. )olicito enfticamente a usted que este da*o sea corregido. )i se aprobaba la ley que Do$ey propon!a, quedar!a legalmente confirmado el despojo de e$tranjeros tales como )%jellerup y Ar%i%ov y sancionada su custodia judicial temporal de las minas de ,ome. Bespu#s de eso, la posesi n definitiva depender!a de su ingenio y de la estupide; del jue; <rant. 3on un poquito de suerte, y si el jue; <rant conservaba su buena salud hasta que todas las concesiones hubieran sido confiadas a su custodia judicial, Do$ey ser!a millonario antes de que pasaran seis meses y, a su debido tiempo, multimillonario. -ero para estar seguro de todo eso era preciso convencer al 3ongreso de que aprobara esa ley. F para que esto sucediera deb!a bombardear a >ashington con una ventisca de cartas. Rbviamente, necesitaba la ayuda de una secretaria. F como el jue; <rant ten!a poco que hacer, aparte de redactar las rdenes de desalojo, Do$ey pidi en pr#stamo a 4issy. +so dio a la joven la posibilidad de obtener pruebas de la vergon;osa relaci n entre esos dos hombres, pues en algunas cartas Do$ey se jactaba: P+n este asunto podemos confiar en nuestro buen amigo, el eminente jurista de IoEaQ, o algo a"n ms condenatorio: PDasta

-gina 6M6 de ?@0

Alaska

James A. Michener

ahora, el jue; <rant no ha pasado un solo dictamen adverso a nuestra causa, y creo que podemos esperar de #l el mismo tipo de ayuda para el futuroQ. 4ientras tanto, en ,ome empeoraban las condiciones de vida. La mugre aumentaba en las calles. )e produjeron muertes por enfermedades misteriosas. Dab!a muchos robos y, de ve; en cuando, alg"n minero aparec!a muerto cerca de su concesi n, ahora ocupada por los hombres de Do$ey. Las mujeres eran atacadas hasta en las horas de claridad y tem!an salir de noche. Tn atardecer 4issy y 4urphy invitaron a Com 9enn a cenar, aunque todav!a no estaban seguros de poder confiar en #l. 8,os alegra mucho tener ahora un poquito de holgura, para poder demostrarte nuestra gratitud. 8Fue un placer... ,o, fue un verdadero orgullo recomendaros a esos dos caballeros que tanto estn haciendo por mejorar ,ome. JNu# pensis de ellosK 8Crabajan mucho 8coment 4issy, evasiva8. +l se*or Do$ey, cuanto menos. 8J,o trabajabas para el jue;K 8)!, pero el se*or Do$ey tiene que escribir muchas cartas a >ashington y a )eattle, de modo que me pide en pr#stamo. -or no pedir a una secretaria que traicionara la confian;a de su empleador, Com no hi;o ms preguntas sobre las cartas, pero ella se anim a hacer una observaci n general: 8+l se*or Do$ey parece pensar que Alas%a deber!a ser gobernada desde )eattle. 8+stoy de acuerdo. All tienen cacumen... y dinero... )aben qu# es lo que conviene a la naci n en su totalidad. F mi empresa, cuanto menos, hace mucho por proteger los intereses de Alas%a. 4urphy cambi de tema. 8De estado pensando, Com... Lo que hace falta en ,ome no son el jue; <rant ni el se*or Do$ey, de )eattle, sino el inspector )teele y el oficial Airby de BaEson. JCe das cuenta de que esos dos hombres podr!an limpiar esta ciudad en un fin de semanaK Los tres estaban de acuerdo en que habr!a bastado un solo hombre como )teele, fortalecido por la tradici n y con el apoyo de RttaEa, para imponer el orden en ,ome. 8Los prost!bulos estar!an fuera de la vista 8dijo 4urphy8. +sos peque*os edificios que se proyectan hacia la calle principal desaparecer!an antes de que acabara la tarde. Los bares que roban a los reci#n llegados, UfueraV (astar!a un hombre para limpiar esta ciudad, si fuera el hombre adecuado. 8+so es cierto 8dijo Com8. +n BaEson no ten!amos que preocuparnos por el dinero de :H:, aunque en los buenos tiempos ten!amos cantidades enormes. +l inspector )teele no permit!a los robos. Aqu!, en la tienda todos duermen con rev lver. 8J)er!as capa; de usar una pistolaK 8pregunt 4issy. F Com replic : 8Lo evitar!a hasta donde me fuera posible. Incluso si otro hombre me atacara, yo tratar!a de serenarlo. -ero si no hubiera ms remedio... 8Ce dir# una cosa que el inspector )teele aclarar!a en seguida 8interrumpi 4urphy8. -or lo que s# de Do$ey, ha armado un verdadero enredo con las solicitudes de concesi n. Al principio hab!a aqu! trescientos hombres y cada uno tuvo una concesi n, sin apoderados. -ero ahora dicen que se presentaron mil quinientas solicitudes. 8UImposibleV 8e$clam 9enn. -ero 4urphy insisti con su versi n: 84il quinientos usurpadores, cada uno con derecho a ser escuchado por el jue; <rant. 8+so podr!a durar una eternidad 8observ el muchacho. F 4issy, por lo que hab!a visto en los dos despachos, aclar : 8+s lo que ellos pretenden.

-gina 6ML de ?@0

Alaska

James A. Michener

8J)abes c mo manejaba el inspector )teele a los usurpadoresK Bos veces le vi operar. +n el barranco de Alope, cerca de nosotros, hab!a un hombre que ten!a una concesi n perfecta y no hallaba oro, igual que nosotros. F hab!a otro de ,evada, grande y grit n& a veces me daban ganas de golpearle. 3uando circul el rumor de que en el barranco ten!a que haber oro, aunque =ams apareci , ese hombre dijo saber de miner!a como nadie en 3anad y trat de usurpar los derechos de nuestro amigo. +l inspector )teele vino a ;anjar la disputa& al ver al usurpador, dijo: PDace siete meses que vengo observndole, se*or. Aunque su reclamaci n sea vlida, no le queremos en BaEson. )on las dos de la tarde del martes. )i el jueves a esta hora usted est todav!a en la ciudad, ir a la crcel. F si quiere echar mano de su pistola, int#ntelo y verQ. F se fue. -ero luego 4urphy cont una an#cdota aun ms reveladora de c mo operaba )teele y c mo se habr!a podido manejar la situaci n en ,ome: 8+n el arroyo, debajo de nosotros, estaba la +ldorado ,ueve Abajo, una mina de placer que no estaba produciendo& el minero cav hondo y sac una carga de barro aur!fero que se congel junto a su caba*a. Tn d!a, estando yo all!, apareci el inspector )teele con instrumentos de medici n. PCe tengo malas noticias, )am. Cienes la l!nea torcida. +sa parte de all! est a disposici n de quien la solicite, y he o!do que alguien va a reclamarla ma*ana. Nuer!a advertirteQ. F )am dice: P-or Bios, se*or, todo mi barro aur!fero es de all!. +l evaluador dice que puede haber treinta mil d laresQ. F )teele le contesta: PFa conoces la ley. +l barro corresponde a la concesi nQ. A )am se le aflojaron las rodillas y tuvo que sentarse. +l trabajo de todo un invierno, perdido. +l "nico halla;go que hab!a hecho. F todo era propiedad de otro. PBios m!o, se*or, Jqu# voy a hacerKQ +l superintendente pens un rato y luego dijo: P)e supone que abro la oficina a las nueve de la ma*ana. 4a*ana abrir# a las siete. )i tienes un amigo de confian;a, ha; que solicite esa concesi n. -ero que lo haga temprano, porque despu#s ser demasiado tardeQ. Bicho eso, se fue de prisa, para no enterarse de los tratos que el hombre hiciera. 8JF qu# ocurri K 8pregunt Com. 4urphy dijo: 8)am mir a su alrededor y all! s lo estaba yo. +ntonces me pregunt , desesperado: PJ-uedo confiar en ti, 4urphyKQ. PNu# remedio te quedaQ, le dije. F a la ma*ana siguiente, bien temprano, estaba en la oficina del inspector )teele. 'l me llev al registro para que solicitara la P+ldorado ,ueve Abajo, -orci n FalsaQ. 4e la dieron, y aqu! tengo el papel para demostrarlo. 8)ac del bolsillo un documento manchado de sudor, donde se certificaba que 4attheE 4urphy, de (elfast, Irlanda, ten!a una concesi n vlida sobre la P,ueve Abajo, -orci n FalsaQ8. 9ine a 3anad para hacerme con una mina y, por los clavos de 3risto, la consegu!. F aqu! est la prueba. 8JF qu# pas con el barro de )amK 8)e lo vend! por un d lar, pero conserv# la mina. :esult que ese barro conten!a treinta y tres mil d lares y #l me dio el cinco por ciento. Be eso viv!amos 4issy y yo en BaEson cuando no consegu!amos trabajo. 8-ero Jy tu minaK 8pregunt Com8. JNu# fue de ellaK 8+ra una fracci n diminuta, cubierta con el barro de )am. +n el arroyo, nada. Abajo, nada. -ero ese certificado me da un gran placer espiritual. 8J-or qu#K 8Be +dmonton partimos mil quinientos hombres para jalonar una mina: m#dicos, abogados, ingenieros... Fo soy el "nico que la consigui . y val!a treinta y tres mil d lares, al menos desde las siete de la ma*ana hasta las cuatro de la tarde de ese d!a. 8F el inspector )teele Jpor qu# protegi a )am de esa maneraK Tna manera ilegal, en realidad.

-gina 6MM de ?@0

Alaska

James A. Michener

83uando me entreg el certificado me dijo aparte: P4e alegro de que seas t", 4urphy, porque el otro solicitante era un verdadero cerdoQ. 83omo te dec!a 8concluy 4issyY, un solo inspector )teele podr!a limpiar esta ciudad. A principios de septiembre de .@00, toda la naturale;a parec!a haberse vuelto contra las buenas gentes de ,ome, que adems de con un jue; corrupto, ten!an que hab#rselas con un astuto e$propiador y con rampantes bandas de ladrones. 3ontemplaban con disgusto ese salvaje verano que llegaba a su final, pues los ms e$perimentados sab!an que, con la llegada del hielo, quedar!an encerrados con esos criminales por ocho o nueve meses, casi sin sol. F la e$periencia les dec!a que, a medida que el sol retrocediera y las rutas se cerraran, lo que ya era malo se tornar!a peor. 8Com 9enn, en la e$igua oficina de su establecimiento, pens que tendr!a suficientes provisiones de comida para el invierno si el vapor )enator pudiera abrirse paso entre el hielo una ve; ms y descargara el enorme cargamento que se supon!a que llevaba. Dar!an falta seis d!as para que las barca;as de :H: llevaran las provisiones hasta la orilla, y luego otros seis d!as para acarrearlas hasta la tienda con tiros de caballos. 3omo uno de los principales hombres de empresa de la ciudad y l!der de los que buscaban la gu!a de )eattle para todo, ya no estaba contento con el jue; y el depositario judicial que hab!an enviado a Alas%a. 3asi no pasaba d!a sin que viera pruebas de sus maquinaciones. 8,o es que )eattle los haya enviado 8dijo a 4att y a 4issyY. 3asi todos los hombres que nos env!a :H: son la columna vertebral de nuestro pa!s. -ero en este caso eligieron mal. Al acortarse los d!as, 4issy tuvo pruebas redobladas de las iniquidades de sus dos jefes. +n las "ltimas semanas, como Do$ey iba tomando posesi n de las muchas minas que el jue; <rant pon!a bajo su protecci n, los papeles eran tantos que ella trabajaba die; horas al d!a para Do$ey y rara ve; ve!a al jue;, aunque el gobierno le pagaba el sueldo por cuenta de #ste. 4issy a"n no quer!a mostrar su libreta a Com, pero dijo a 4att: 83asi todo lo que hacen es corrupto. La semana pasada, el jue; tuvo que resolver un problema sencillo: la transferencia de propiedades pertenecientes a la viuda de ese trabajador que muri al romperse el botal n del barco. +ra simple. Fo misma habr!a podido solucionarlo. -ero no, #l tuvR que dar participaci n al se*or Do$ey. F cuando terminaron con sus galimat!as, del dinero de la viuda hab!an desaparecido mil ochocientos d lares. 8J)abes qu# opino, 4issyK Tn d!a de estos alguien va a matar a Do$ey. Fo veo cosas que ponen los pelos de punta. 8,o te metas en ning"n tiroteo, 4att. 8Cras tantos meses de esfuer;os y privaciones, esa pareja trabajadora y seria ten!a ingresos seguros, por fin. -ero 4issy empe;aba a asquearse de su trabajo8. J,o te gustar!a que renunciramos, 4attK -odr!amos renunciar y pedir a Com 9enn que nos empleara en la tienda. 8J-ara hacer qu#K... ,ecesitamos dinero. 8FR podr!a llevar registros, registros de verdad para Com. F t" podr!as dirigir el dep sito para que las cargas no se acumularan en la playa. +ntonces podr!amos dormir por la noche. 8JCe desvelasK 8)!. 8-or Bios, 4issy, uno nunca debe desvelarse por lo que ha hecho cumpliendo rdenes ajenas. 8Cengo miedo, 4att. 3uando comiencen los disparos, cosa que ocurrir tarde o temprano, puedes estar t" en el medio. R yo.

-gina 6M? de ?@0

Alaska

James A. Michener

)us palabras eran tan solemnes que el .0 de septiembre, media hora despu#s del alba, estaban llamando a la puerta de Com 9enn. 8(uscamos trabajo, Com. 8U-ero si ya lo ten#isV 4e tom# muchas molestias para conseguiros esos empleos. 8,o podemos seguir en eso. 8J-or qu#K aJ:ecuerdas, Com, lo que te dije cuando nos dejaste para trabajar solo por primera ve;K J+n el barranco de AlopeK Com aspir muy hondo, luego se llev la mano i;quierda a la boca y murmur : 84e dijiste que fuera siempre honrado. 8)e alej de la pareja y a*adi , volvi#ndose8: +l a*o pasado, cuando ;arp# de BaEson para venir aqu!, el se*or -incus me dio esa balan;a para oro. 4e dijo que la mantuviera limpia. 4e advirti que, si alguna ve; hac!a algo fraudulento para :H:, se o$idar!a. 8-or algunos momentos no hi;o sino pasearse, levantando polvo. Luego se detuvo de golpe y mir por encima del hombro8. ,o son muy buena gente, esos dos, JverdadK 8,o, Com 8confirm 4issy, con triste;a. F no volvieron a tocar ese tema. 8(ueno 8e$clam Com alegremente, como si acabara de conocerles8, supongamos que tengo trabajo para vosotros. JNu# -odr!ais hacerK 8Fo podr!a llevarte los libros 8dijo 4issy8 F 4att a*adi : 8F yo, encargarme de la mercader!a que llega en las barca;as. ,adie ms que Com pod!a evaluar cunto deb!a a esas dos buenas personas, lo mucho que le deb!a a 4issy, que hab!a salvado a su familia en .I@7 y, en el -aso del 3hil%oot, le hab!a ense*ado lo que era el coraje. ) lo #l comprend!a el efecto sutil de 4att 4urphy, con su lirismo irland#s, su dulce enfoque de la vida y su esp!ritu ind mito. Com deb!a a 4att y a 4issy los valores que le guiar!an durante el resto de su vida. F si ellos necesitaban empleo, no pod!a hacer otra cosa que proporcionrselo. Fa buscar!a el modo de e$plicarlo a sus jefes de )eattle. 8-ero no pod#is dejar plantados al jue; y al se*or Do$ey, Jsab#isK Cen#is que dar preaviso. 8-or supuesto 8dijo 4issyY. JBos semanas sern suficienteK 8)!, pero quedar!a mal que renunciarais y yo os diera trabajo inmediatamente. +s decir... parecer!a como si yo lo hubiera propuesto. )er mejor que hable con ellos y ponga las cartas sobre la mesa. 8+sa ma*ana, en cuanto abrieron las oficinas, Com fue al despacho del jue; <rant y le sugiri que hiciera venir a Do$ey. Tna ve; reunidos los tres, mientras com!an rosquillas, Com dijo: 83uando ustedes llegaron aqu!, caballeros, yo les recomend# a dos antiguos amigos m!os: 4issy -ec%ham y 4attheE 4urphy. 8+l jue; <rant se inclin hacia delante, haciendo un gesto lascivo con los dedos, y pregunt : 8J+sos dos andan...K J'l se la...K 8,o lo s# 8dijo Com. F se volvi hacia Do$ey8. )e acerca el invierno y el )enator, el barco en que ustedes vinieron, traer un cargamento enorme. 4e vendr!a muy bien contar con la ayuda de ellos. 8JNuiere quitrnoslosK 8pregunt Do$ey en tono hostil. 8(ueno... s!. -uedo conseguirles otros ayudantes. 8+l irland#s no vale una higa 8resopl Do$eyY. )er un alivio que se vaya. +n cuanto a la muchacha, eso es otro cantar.

-gina 6MI de ?@0

Alaska

James A. Michener

8-ero Jno trabaja con usted, se*or jue;K 8Fuera de horas colabora conmigo 8minti Do$ey. 8JF no puede prescindir de ellaK 8+sto me viene muy mal, muy mal 8dijo Do$eyY. F cuando algo me viene muy mal, acostumbro a tomar medidas. 4antengo una estrecha relaci n con los empresarios de )eattle que le emplean, se*or 9enn, y esto no me gusta. -or lo tanto, Com tuvo que informar a sus antiguos compa*eros que, si bien 4att pod!a comen;ar a trabajar para :H: al t#rmino de dos semanas, 4issy tendr!a que permanecer con el jue;. 8Lo siento, 4issy, pero estoy descubriendo que en este mundo son muy pocos los que pueden decidir por su cuenta. +l se*or Do$ey no quiere prescindir de ti. 8)i pude soportar aquellos rpidos del lago (ennett, puedo soportar al se*or Do$ey. +ra obvio que estar!a encadenada a ese puesto durante el interminable invierno. Ahora pon!a ms cuidado que nunca al tomar nota de todo lo que el jue; hac!a. Burante las dos "ltimas semanas que 4att pas a las rdenes de Do$ey, ella le interrog en detalle sobre lo que se hac!a en las minas. +n la noche del .7 de septiembre dijo a 4att: 8J:ecuerdas lo que hi;o el inspector )teele para proteger al minero que ten!a su mont n de barro en propiedad ajenaK JF el motivo por el que lo hi;o, aunque iba contra la leyK 8)!. )teele dijo que el otro solicitante era un verdadero cerdo. 8Los hombres con quienes estamos trabajando son unos cerdos. +l d!a catorce lleg el )enator con una enorme carga para :H: y el "ltimo grupo de mineros de la temporada. +stos, al desembarcar, descubrir!an que todas las concesiones estaban otorgadas, a lo largo de los arroyos ricos y en cada cent!metro de playa. -ero desembarcar!an igual. Al terminar el crudo invierno, pasados die; meses, ya habr!an hallado alg"n modo de ganarse la vida y sobrevivir, aunque no como imaginaban. +l d!a .6 no pudieron desembarcar, porque en la mitad occidental del mar de (ering se estaba Y preparando una gran tormenta& con tanta agua amontonada contra las playas de ,ome, intentar el desembarco en barca;as se torn peligroso y hasta imposible. ) lo lleg a la costa un bote con un oficial de a bordo y un empleado de :oss H :aglan, pero cuando trataron de regresar, la mar estaba tan picada que nadie quiso embarcarse, y ellos, mucho menos. Cra!an la noticia de que hab!a ochocientos treinta y un hombres ansiosos por bajar a tierra y desenterrar sus millones. 8Algunos nos pidieron que permaneci#ramos anclados tres d!as, para que ellos pudieran emprender el regreso a )eattle con sus fortunas. Tno de nuestros marineros gan una bonita suma indicndoles los mejores sitios a lo largo de la playa... todos ocupados, por supuesto. +l enviado de :H: fue el portador de dos buenas noticias: que el barco tra!a todo lo pedido por Com y que le hab!an aumentado el sueldo en siete d lares semanales. Al entregar a Com la lista del cargamento, a*adi : 8+stamos orgullosos del modo en que has manejado las cosas. ,o hay muchos que se hagan cargo como t". JF sabes qu# fue lo que nos llam ms la atenci nK +so de que vendieras a cinco c#ntimos las latas sin etiquetas. ,uestro contador grit : P3rguenle en la cuenta treinta c#ntimos por lata. +so fue lo que nos costaronQ. -ero Jsabes qu# dijo el se*or :ossK PBemos un aumento a ese jovencito. Be aqu! a cuarenta a*os se hablar de lo generosa que fue :H: con esas latas, que estaban en perfectas condiciones.Q Luego el hombre a*adi : 8Da venido un tal se*or :eed, creo que de una compa*!a de seguros de Benver. +st muy deseoso de hablar contigo, 9enn.

-gina 6M@ de ?@0

Alaska

James A. Michener

-or el modo en que lo dijo, Com supuso que el representante pod!a creerlo involucrado en alguna operaci n oscura& despu#s de todo, los inspectores de seguros no hac!an semejante viaje desde Benver s lo para preguntar c mo andaban los negocios. 8J3onoces a ese :eed, ComK 8pregunt el hombre de :H: 8,unca lo he o!do nombrar. Codav!a no tengo seguro. 8-ues deber!as tenerlo. 3ualquier joven que piense en casarse deber!a tener un seguro. +ste :eed mencion a una tal se*ora 3oncannon. -or un fallecimiento o algo as!. J)abes algo de esa se*ora 3oncannonK 84e temo que no. 8Be pronto, con cierto recelo, Com record 8: UAh, s!V +l esposo muri en uno de nuestros barcos 1el Alacrity, creo2, al desprenderse un botal n. 8J,osotros fuimos responsablesK 8Rh, no. Fue voluntad de Bios, como se dice. 8F la reclamaci n de la mujer Jpudo haber sido infundadaK 8,o, en absoluto. +l hombre muri al acto. 8JCe encargaste t" de los papeles para el seguro, en nombre de :H:K 8,o. 8Tna ve; ms, Com tuvo que corregirse, lo cual pareci flso8: Aqu!, en ,ome, vengo a ser una especie de alcalde, forense o algo as!. 3omo usted ha de saber, no tenemos gobierno, y a los comerciantes nos toca... bueno, fui yo quien firm el certificado de defunci n de 3oncannon. 8J,o hubo maniobrasK J,inguna complicaci nK A Com no le gustaba el rumbo que estaba tomando ese interrogatorio y as! lo dijo: 89er, se*or, todo lo que hago en nombre de :H: est bien a la vista, y en mi vida privada, igual. 8UTn momento, hijoV )i ma*ana viniera aqu! un hombre, un detective enviado por una empresa de seguros de Benver, con buenas credenciales, y comen;ara a hacer preguntas sobre m!... Jt" no querr!as saber qu# pasaK 8)upongo que s!. 8-ues bien, el se*or :eed, inspector de seguros de Benver, estuvo haciendo preguntas sobre ti, que eres uno de nuestros empleados. ,aturalmente, acerqu# la oreja. Ce has puesto plido, hijo. JNuieres un vaso de aguaK Com se dej caer en la silla y se cubri la cara por un instante. Luego dijo: 8,o viene de Benver. 9iene de 3hicago. F no es inspector de seguros. +s un detective privado contratado por mi madre... es decir, mi otra madre, la que no quiero. Cemblaba tanto que el representante de :H: se sent junto a #l, preguntndole con suavidad: 8JNuieres que hablemos de esoK 8) lo si 4issy est tambi#n presente. -ese a la tormenta que estaba ya a;otando a ,ome, #l y el hombre corrieron al coberti;o de 4urphy, donde Com dio la noticia: 8Tno de esos detectives de los que hu!amos, 4issy, nos ha descubierto. 8URh, por BiosV La muchacha se sent en una silla, callada. ,unca hab!a revelado a Alope ni a 4urphy su huida de 3hicago para escapar de la ley& ahora no ten!a coraje para revivir esa #poca dolorosa. Fue Com quien habl . 3ont c mo 4issy -ec%ham hab!a salvado a su familia& habl de su madre y de los abogados que los acosaban& de lo valiente que hab!a sido 4issy en 3hil%oot& describi la muerte de su padre en el lago Lindemann. Las pasiones de siete a*os se abatieron sobre #l. ,o llor , pero no pudo decir nada ms. 8UNu# diablosV 8e$clam el enviado de :H:, padre de seis ni*os8. ,o tienes por qu# preocuparte. Cu madre era una perra, para decirlo con sencille;. +l se*or :eed deber!a avergon;arse de lo que hace. U3 mo me gustar!a darle un buen pu*eta;o en la nari;V 8Tn

-gina 6?0 de ?@0

Alaska

James A. Michener

rato antes, hab!a aconsejado a Com que evitara cualquier conducta que pudiera abochornar a :H:& ahora se mostraba dispuesto a golpear a un inspector de seguros. Cratando de devolver un poco de coraje a Com 9enn, recurri a antiguos refranes8: Lo pasado, pisado, Com. Fo te defender!a en todos los tribunales de esta Cierra. Adems, el que es honrado no tiene nada que temer. +n la ma*ana del d!a .L, en la "ltima semana del verano, el pueblo de ,ome despert ante el ataque de la tempestad ms terrible de toda la d#cada, desde )iberia. Al amanecer llegaba a los setenta y cinco %il metros por hora& a las ocho el anem metro registraba noventa y cuatro& a partir de entonces las rfagas ascendieron a ciento veinte o ms. <randes olas castigaban la costa desprotegida, llevndose hacia el mar cho;as y tiendas. Atacaron implacablemente la playa y llegaron a afectar las casas y tiendas edificadas a trescientos metros de ella& el agua lleg a los pelda*os de los nuevos dep sitos de :H:. Al caer la noche en ,ome, una de cada cuatro casas estaba destruida. La tempestad sigui haciendo estragos durante tres terribles d!as. Tn cl#rigo reuni a su reba*o y ley pasajes del Apocalipsis tratando de encontrar pruebas de que Bios hab!a venido a ,ome para castigar al Anticristo. Los hombres del cloroformo s lo buscaban su propia seguridad. Com 9enn pas tres d!as aislado con 4issy y 4att, discutiendo estrategias para tratar con el detective y cualquier problema que #ste presentara. Formaban un grupo l"gubre& entre las rfagas que arrojaba el mar, ellos adivinaban el sinf!n de problemas en que tem!an verse envueltos. -ero 4urphy, con su saludable escepticismo campesino, acab por poner alguna cordura en la discusi n. 8UTn momentoV JNu# sabes de ese tal se*or :eed, a fin de cuentasK ,i siquiera sabes qui#n es. 8-regunt por m!. 4s de una ve;, me parece. 8,i siquiera sabes si es un inspector de seguros, como ha dicho, o un detective, como dices t". Nui; no sea ni una cosa ni la otra. 8+staba investigando cosas, cosas personales. 8,o sabes si viene de Benver o de 3hicago. F qui; no venga de ninguna de las dos. 8JNu# ests sugiriendoK 8pregunt 4issy, que hab!a aprendido a confiar en el sentido com"n de 4att. 8Nue esperemos hasta que amaine esta maldita tormenta y ese tal se*or :eed pueda venir a tierra y dar e$plicaciones. 4ientras tanto, de nada servir ponernos nerviosos por lo que no sabemos. +l consejo era tan sobrio que 4issy y Com dejaron de atormentarse. 4ientras la tempestad aumentaba su furia, sus temores cedieron& aunque no lograban evitar una sensaci n de fatalidad, consiguieron apartarla de su atenci n. F en ese per!odo de espera, en medio de la tormenta, Com e$pres varios pensamientos: 8+stoy tan en deuda con vosotros que quiero veros felices. Nuiero que trabajeis conmigo en :H:. +l jue; <rant y Do$ey tendrn que irse pronto si no quieren que alguien los mate, como dice 4att. +ntonces 4issy quedar en libertad y podremos trabajar juntos. J-or qu# no te casas con ella, 4attK +ntonces el irland#s le revel algo que hab!a dicho a 4issy mucho tiempo antes: 8Cengo esposa en Irlanda. Lo dijo de manera tan definitiva que no hi;o falta ning"n comentario. Los tres pasaron un rato en silencio, escuchando el aullar del viento, que crec!a en furia para igualar a la lluvia torrencial. 8Doy caern muchas casas 8dijo Com8. 3uando reconstruyamos, me gustar!a ver calles ms anchas. Dacer de esta ciudad algo de lo que podamos estar orgullosos. 4att dijo:

-gina 6?. de ?@0

Alaska

James A. Michener

8Ondate con cuidado, Com. C" y tu gente quer!ais mejor gobierno y nos cay el jue; <rant. 8,o creo que ,ome pueda seguir siendo una gran ciudad. Day ms de cuatrocientos mineros que se presentaron a nuestro comit# porque quieren viajar en el )enator cuando ;arpe, si es que puede descargar. -ero no tienen un c#ntimo. 8JF qu# van a hacerK 8,uestro comit# les proporcionar un pasaje gratuito al sur. F apuesto a que habr otros cuatrocientos que pagarn, aunque viajen durmiendo en cubierta, s lo para salir de aqu!. 83uando lleguen a )eattle Jqu# harnK 8Algunos, me;clarse con la gente de la ciudad. La mayor!a, continuar viaje. Irn a la deriva hasta que consigan trabajo para empe;ar otra ve;. Tna ciudad grande puede absorber a gente sin dinero. Tna peque*a poblaci n como ,ome, no. 8,ome es bastante grande 8observ 4issyY. La ciudad ms grande de Alas%a. Com se qued escuchando la tempestad, que alcan;aba a su peor momento. Luego dijo: 8Anoche tuve una visi n& supongo que t" la llamar!as as!. 3omo no pod!a dormirme, preocupado por el detective... 8,o puedes asegurar que sea un detective 8insisti 4att. 89i Alas%a como si fuera un buque enorme, mucho ms grande que el )enator, y sobreviv!a a esta tormenta s lo porque estaba firmemente anclado. +sta carrera del oro tiene que apagarse. F creo que, cuando pase, deberemos hacer todo lo posible por fortalecer nuestros v!nculos con )eattle. )i le va bien a )eattle, nos ir bien a nosotros. -ero 4issy dijo: 8Fo no estoy tan segura. Codo lo bueno que le pase a Alas%a vendr de Alas%a. Al atardecer del d!a .?, cuando la tempestad empe; a amainar, Com y 4att caminaron bajo la lluvia torrencial para inspeccionar los da*os& quedaron horrori;ados ante el gran n"mero de casas destruidas y la peque*a cantidad de tiendas que a"n estaban en pie. ,ome, sin ninguna protecci n contra el mar de (ering, habr!a sido borrada del mapa de no ser por la persistencia de los mineros, que estaban dispuestos a reconstruir su ciudad de oro. 8Lo que debemos hacer, tarde o temprano 8dijo Com8 es un dique costero que nos proteja de estas tormentas. 4ientras caminaban, bajo la lu; del crep"sculo, se les unieron varios comerciantes, algunos de los cuales hab!an perdido sus establecimientos, barridos por completo. Rtros encontraban medio metro de agua en sus tiendas. +ntre los sesenta y tantos bares, s lo los mejores estaban en condiciones de reabrir. 8La lluvia hi;o algo bueno [coment uno de los hombres8. Al menos, el hotel <olden <ate no volvi a incendiarse. Fue al llegar a la playa, por cualquier punto de sus cuarenta y seis %il metros de e$tensi n, cuando pudieron apreciar la tremenda potencia de la tempestad, pues no hab!a un solo aparato para e$traer oro a la vista. Los peque*os filtros y las enormes mquinas que devoraban la arena hab!an desaparecido en su totalidad. La playa estaba barrida y limpia, sin el menor vestigio de la gran carrera del oro. Tno de los cl#rigos de la ciudad se uni al grupo y no pudo evitar el comentario: 89#anlo ustedes mismos, se*ores. +s como si Bios se hubiera cansado de nuestros e$cesos y limpiase la pi;arra. De aqu! la famosa carrera del oro. 8,o 8dijo un minero8. All! est la famosa carrera del oro, en ese barco en el que los hombres esperan para venir a tierra. Bentro de dos d!as, la playa estar cubierta de hombres, tal como un tro;o de ternera se cubre de hormigas.

-gina 6?/ de ?@0

Alaska

James A. Michener

8+stoy de acuerdo con usted, reverendo 8dijo otro minero8, pero de todo esto e$traigo una conclusi n distinta. 3reo que Bios ha enviado la tormenta, pero lo ha hecho para reacomodar los derechos de placer. F para traer una nueva carga de oro. ,o veo la hora de recomen;ar. 4ientras #l hablaba, dos hombres entrados en a*os bajaron a la playa, arrastrando un monstruoso artefacto& despu#s de escoger un sitio donde antes abundaba el oro, reanudaron la tarea de cribar la arena. -ero la imagen duradera, al amainar la hist rica tormenta de septiembre de .@00, fue la del gran vapor )enator, que se mec!a en las aguas turbulentas a buena distancia de la costa, esperando la oportunidad de descargar la siguiente tanda de buscadores de oro. Cambi#n reten!a a un tal se*or :eed, ms impaciente por llegar a la ciudad que ninguno de los aspirantes a mineros. )i en el mar su inquietud era evidente, en tierra se torn casi imperceptible. Bespu#s de inscribirse en el indemne Dotel <olden <ate bajo el nombre de Fran% :eed, de Benver, 3olorado, pas tres d!as familiari;ndose con la distribuci n de ,ome: qu# sitio ocupaban las concesiones originales en los arroyos y c mo hac!an los hombres que acud!an como moscas a las playas para establecer sus derechos en esta o aquella porci n de arena. 9isit las tiendas principales para ver qu# vend!an y prob la cerve;a en varias tabernas, donde permaneci callado, escuchando. 3omo cualquier hombre sensato, qued horrori;ado al ver lo que se hac!a en ,ome con las aguas residuales. +n esos primeros d!as comi con mucha moderaci n. +n su cuarto d!a de estancia en la ciudad empe; a visitar a los supuestos l!deres& sus preguntas fueron tan diversas y poco reveladoras que tres hombres maduros fueron al <olden <ate para hablar con #l. +n el trayecto se encontraron con Com 9enn y le pidieron que les acompa*ara. 8)e*or :eed: sus actividades nos dejan perplejos. 8La perplejidad de ustedes no es mayor que la m!a. 8JA qu# ha venido, se*orK +l desconocido pens en la pregunta por algunos instantes. )u verdadero impulso era decir la verdad a esos hombres honrados y preocupados, pero en su larga e$periencia hab!a aprendido a no actuar precipitadamente, por lo que eligi un t#rmino medio: 8Codav!a no estoy en libertad de responder a sus preguntas, caballeros. -ero cr#anme si les digo que no he venido a molestar a personas como ustedes. 8)abiendo que ellos merec!an ms, sac un documento del bolsillo interior8. Tsted es el se*or Aennedy. )e me dijo que era un hombre honorable. De venido a hablar con usted. 8Ley otros dos nombres con similares comentarios. Luego se volvi hacia Com8. A ti no creo conocerte. 8J,o ha venido por m!K 8pregunt Com, con tremendo alivio. 8,o he venido por nadie. 8)oy Com 9enn. Be :oss H :aglan. 8U9aya, vayaV 8e$clam el se*or :eed, sin poder disimular su sorpresa8. ,o ten!a idea de que fueras tan joven. A ti quer!a verte antes que a nadie. A Com le temblaban las rodillas y ten!a la boca seca, pero hab!a acordado con 4issy que se enfrentar!a a lo que fuera. 8J-ara qu# deseaba hablar conmigoK +ntonces el se*or :eed tuvo que descubrir en parte su juego: 8-or el caso 3oncannon. 8Ah... 8Com suspir tan profundamente que, si el se*or :eed hubiera ido a investigar un gran asalto a un banco, ese suspiro le habr!a hecho pensar que el ladr n era Com. 8C" firmaste el certificado de defunci n del se*or 3oncannon, JverdadK 8)!. 3omo usted sabe, no tenemos m#dico forense.

-gina 6?7 de ?@0

Alaska

James A. Michener

8Lo s#. 8-or eso pidieron que alguno de nosotros... 3reo que el se*or Aennedy, aqu! presente, tambi#n lo firm . 8+n efecto 8confirm el se*or :eed8. )u nombre estaba en el documento. Ahora vamos a sentarnos, caballeros, y ustedes me dirn lo que sepan del caso 3oncannon. +ra como un hur n& escarbaba hasta los detalles ms rec nditos de lo que hab!a sido un accidente normal en el mar, provocado por la rotura de un botal n al moverse el barco. 8+l Alacrity era un barco de :H:, JverdadK 8Tno de los peque*os 8aclar 9enn8, construido para el trayecto a )%agEay& fue desviado al iniciarse la gran carrera hacia las playas. 8J,o es algo e$tra*o que el certificado de defunci n haya sido emitido por un empleado de la empresa propietaria del barco involucrado en el fatal accidenteK 8+n un primer momento, yo no sab!a siquiera que #l hab!a muerto en el Alacrity. ) lo se me llam para firmar los papeles. Alguien ten!a que hacerlo para que la se*ora 3oncannon pudiera cobrar su seguro. 8)!, eso e$plic la gente de Benver. 8-ero, Justed no es de la compa*!a aseguradoraK 8,o. +llos avisaron a las autoridades que en el caso 3oncannon pod!a haber ocurrido algo e$tra*o. F parece ajustarse a un patr n. 8JNu# es lo que se ajusta a un patr nK 8pregunt un hombre mayor. +l se*or :eed sonri . 8)u pregunta es profunda, se*or, y merece una respuesta que a"n no puedo darle. 9oy a repetirlo: no he venido a investigar a ninguno de ustedes. Be los presentes no tenemos ms que referencias e$celentes. Ahora vamos a separarnos& cuanto menos se comente sobre esto, mejor. 3omprendo que quieran discutirlo entre ustedes, pero por favor, por favor, no mencionen el asunto en p"blico. [3uando los hombres estaban a punto de salir, a*adi 8: Le agradecer!a que me dijera todo lo que puedan sobre el caso 3oncannon. 8,o pudo tratarse de un asesinato, se*or :eed 8asegur Com con firme;a. 8Be eso estoy seguro 8replic el forastero. +l quinto d!a despu#s de la tormenta, el se*or :eed reuni a ese primer grupo de l!deres en el <olden <ate, junto con ocho o nueve hombres ms, incluidos todos los cl#rigos de la ciudad. 3uando estuvieron instalados, se puso de pie ante ellos. 83aballeros, han sido ustedes muy pacientes y se lo agrade;co. Cienen todo el derecho del mundo a saber qui#n soy y a qu# he venido. 4e llamo Darold )nyder. )oy alguacil del Bistrito de 3alifornia y he venido para iniciar actuaciones en la fraudulenta conversi n de propiedades pertenecientes a mineros que ten!an derechos perfectamente legales sobre el arroyo Anvil. Antes de que los presentes pudieran siquiera aspirar hondo, comen; a dar rdenes como una ametralladora: 8Nuiero todos los detalles de lo que ocurri con las concesiones 3inco, )eis y )iete Arriba. F me gustar!a reunirme ma*ana con Lars )%jellerup, ciudadano de ,oruega, y con 4i%%el )ana, ciudadano de Laponia. JBe qu# naci n forma parte ese lugarK 8-odr!a ser de ,oruega, )uecia, Finlandia y hasta un e$tremo de :usia. 8F con el siberiano conocido como Ar%i%ov, sin nombre de pila. 8Luego sigui con una serie de instrucciones8: 3ons!ganme un plano a escala del arroyo Anvil. Codos los documentos relacionados con los t!tulos de propiedad. Tna cronolog!a de las diversas asambleas. F una lista completa de los mineros que asistieron a las dos primeras asambleas. 83oncluy con una declaraci n que electri; a los comerciantes8: Antes de iniciar esta sesi n asign# a tres miembros de esta sociedad, incluido un religioso, la misi n

-gina 6?6 de ?@0

Alaska

James A. Michener

de observar todos los movimientos del jue; <rant y de 4arvin Do$ey. +stos observadores no les permitirn quemar ning"n papel. Bicho esto, dio por terminada la reuni n. Al d!a siguiente llegaron los propietarios originales de las 3inco, )eis y )iete Arriba. Tna ve; cerradas las puertas, #l reali; una minuciosa investigaci n, utili;ando mapas, diagramas, calendarios y listas de testimonios anteriores, a fin de detectar las horribles faltas a la justicia que los funcionarios de )an Francisco comen;aban a sospechar. Al cabo de dos d!as ten!a evidencias inequ!vocas contra los dos ladrones y estaba convencido, pero tem!a que todo eso no sirviera de mucho ante Tn tribunal. Al parecer, el jue; <rant y Do$ey lo sab!an, pues continuaban operando como de costumbre& el "ltimo hab!a puesto a bordo del )enator un inmenso cargamento de oro que viajar!a al sur para ser depositado en su cuenta. 8+l problema 8advirti el se*or )nyder al comit#8 es que resulta casi imposible probar ante un jurado lo que han hecho esos dos bandidos. Tstedes saben mejor que nadie lo infiel que ha sido el jue; <rant a su juramento, pero Jc mo podemos demostrar que les ha robado sus propiedadesK Tstedes saben que Do$ey se qued con sus concesiones, pero Jc mo lo probaremosK A los jurados no les interesan mucho los papeles. )in embargo, si pudi#ramos demostrar lo del caso 3oncannon... 8JNu# pasa con el caso 3oncannonK 83reemos que privaron a una viuda del seguro que deb!a cobrar. La gente de Benver se oli algo podrido, pero los bandidos cubrieron las huellas. ,o tenemos nada en que basarnos, pero si pusi#ramos en el estrado de los testigos a una indefensa viuda... 8)e interrumpi 8. Bemonios, Jno hay nadie que sepa algo sobre ese casoK Fue entonces cuando a Com 9enn se le ocurri que 4issy pod!a saber algo de lo de 3oncannon. 8,o estoy seguro, se*or )nyder 8dijo8, pero creo que 4issy -ec%ham puede estar enterada. 8Crigala ahora mismo. Com corri primero a su tienda y orden a 4att 4urphy: 89e a la oficina del jue; <rant. ,o quiero que me vea. F trae a 4issy. 8JAqu!K 8,o. Ll#vala al <olden <ate. Al llegar a la oficina del jue; <rant, 4att fue detenido por los tres hombres que custodiaban el sitio. 8,o se puede entrar. 8+l se*or )nyder quiere hablar con 4issy. +l jue; <rant no la dejar salir. 89oy a contar hasta tres. Bespu#s entrar# como sea para sacarla de ah!. 4issy sali del despacho. 3uando se sent ante el se*or )nyder, con Com y 4att, la pregunta fue directa: 8JNu# sabe usted sobre el caso 3oncannonK 8,o fue suicidio ni asesinato 8dijo 4issy8. Dab!a una p li;a de seguro. +l jue; <rant y el se*or Do$ey robaron una buena parte. 8J3 mo lo sabeK 8-orque lo s#. 8U4aldita sea ... V Codo el mundo dice Pporque lo s#Q y nadie sabe nada que se pueda presentar a un jurado. 8(ueno, yo s# 8replic 4issy, empecinada. 8J3 mo lo sabeK 8-orque lo anot# todo.

-gina 6?L de ?@0

Alaska

James A. Michener

+l se*or )nyder, sintiendo que por las venas del caso volv!a a correr la vida, se oblig a preguntar en vo; baja: 8JTsted tomaba notaK 8)!. 8J-or qu#K 8-orque me bast trabajar con ellos una semana para saber que esos dos no se tra!an nada bueno entre manos. 8J+sos dosK 8)!. Fo mecanografiaba todas las cartas del se*or Do$ey. )ilencio. Luego, con mucha cautela, el se*or )nyder pregunt : 8JCambi#n tomaba notas sobre los negocios de Do$eyK 8+n efecto. 8JF d nde estn esas notasK +ntonces se produjo un silencio muy largo, pues 4issy estaba acordndose de )%agEay, donde los hombres de )oapy )mith se vest!an de cl#rigos para cometer estafas, de carteros para robar y de porteadores para apoderarse de mercanc!as que nunca llegaban al barco. +n esos feos tiempos todo hombre era sospechoso& 4issy a"n ve!a a Biente ,egro escurri#ndose como una rata en el sitio de aquella terrible avalancha para robar las mochilas de los muertos. +l se*or )nyder, como cualquier secua; de )oapy )mith, pod!a ser un impostor tra!do a ,ome por el jue; <rant y Do$ey, a fin de buscar y destruir cualquier evidencia que hubiera contra ellos. Becidi no decir nada ms a ese desconocido. 8JB nde estn esas notasK 8repiti el se*or )nyder. 4issy permanec!a muda. 8B!selo 8pidi 4att. )u s"plica era tan insistente que ella se gir hacia Com, angustiada, y dijo: 8+sto es igual que )%agEay. J3 mo sabemos qui#n es #l en realidadK J3 mo sabemos si se puede confiar en #lK JF si trabajara para Do$eyK +ra una protesta que el se*or )nyder comprend!a tan bien como Com. 3uando una sociedad permite el caos total, engendra la sospecha generali;ada& entonces se corroen los procesos normales por los que cualquier organi;aci n mantiene un rumbo estable 1la confian;a, la responsabilidad, la formalidad, el castigo de los delitos2, y todo comien;a a derrumbarse, pues han desaparecido los puntales. 3on paciencia, el recto Darold )nyder, que ya no se presentaba como el 4isterioso se*or :eed, entreg a 4issy sus credenciales para que las estudiara y digiriera. +ra, en verdad, un alguacil federal, y ten!a rdenes de la 3orte Federal de )an Francisco, que le encomendaba investigar la mala actuaci n de un jue; de ,ome& ten!a tambi#n facultad de arresto. Campoco eso convenci a 4issy: 8Los hombres de )oapy tambi#n ten!an documentos. +l mismo )oapy los imprim!a. 8F mir sucesivamente a cada uno de los tres hombres, preguntando8: J3omo puedo estar seguraK 84issy 8intervino Com8, Jrecuerdas lo que te dijo el sargento Airby cuando el inspector )teele quer!a hacerse cargo de tu dineroK P)i no puede confiar en el inspector )teele, no puede confiar en nadie.Q La situaci n es la misma. +lla comprendi que era cierto. +n alg"n momento en cualquier crisis, hab!a que confiar en alguien. +ntonces dijo que entregar!a su libreta. +n ese instante, aquella mujer fuerte pareci perder toda su capacidad de lucha. Le hab!an ocurrido demasiadas cosas en un tiempo demasiado breve. Bej caer pesadamente la cabe;a en la mesa y se la cubri con los bra;os.

-gina 6?M de ?@0

Alaska

James A. Michener

4att y Com la dejaron all!. Bespu#s de una carrera hasta la caba*a, volvieron con la libreta, que el irland#s dej en la mesa sin abrir. 8J+s #sta la famosa libreta, 4issyK 8)!. 89amos a estudiar cada anotaci n con cuidado. Fa avan;ada la tarde, )nyder pregunt : 8JNu# significa esta anotaci nK F ella dijo: 8+l jue; <rant me hi;o reclamar el pago de siete horas de trabajo e$tra que yo no hab!a hecho, pero cuando me pagaron se qued con el dinero. )nyder apart la libreta como si su olor le ofendiera: 8-or Bios, qui#n pensar!a que un hombre con ese sueldo puede estafar a su secretaria. -ero fue al llegar a las anotaciones referidas a Do$ey cuando se enfureci de verdad: 8)oy un representante de la ley y tomo ese papel muy en serio. -ero en estos momentos me gustar!a poder encerrar a esos dos en un cuarto, con ese gigante noruego, el siberiano y ese peque*o lap n, tan fornido. Apostar!a a que ellos liquidar!an el caso en quince minutos, ahorrando mucho dinero a los contribuyentes. Burante su segunda ma*ana con la libreta de 4issy lleg al caso 3oncannon. Aquello era repugnante: 8Tna mujer pierde a su esposo en un accidente absurdo, que no tiene e$plicaci n, y estos dos bandidos le birlan el dinero del seguro. ,o pudo seguir leyendo. )ali violentamente del hotel y fue en busca del jue; <rant y de Do$ey, que se manten!an escondidos. A ambos les puso las esposas. 8JAd nde nos llevaK 8gimi el jue;. )nyder dijo: 8+stn bajo detenci n preventiva, para que no acaben linchados por esta gente. Bos d!as despu#s, cuando el )enator ;arp hacia el sur, los dos iban a bordo. Dab!an pasado en ,ome menos de cuatro meses, pero en ese tiempo arrojaron una de las manchas ms lamentables a los ojos vendados de la justicia estadounidense. La saga de ,ome se detuvo, chirriante y a trope;ones. +l Dotel <olden <ate volvi a incendiarse y fue reconstruido. +l glaciar de orina helada llenaba los callejones durante el invierno y se fund!a en el mar al llegar el verano. Las playas doradas continuaron arrojando oro un a*o ms, antes de agotarse, mientras que las minas de placer, a lo largo del arroyo Anvil, dieron un rendimiento modesto todav!a varias d#cadas ms. La gloria hab!a sido asombrosa, aunque breve. +n un solo per!odo de doce meses, ,ome produjo oro por valor de siete millones y medio de d lares, ms que todo lo pagado por Alas%a en .IM?. +n total se e$trajeron ms de ciento quince millones, en los tiempos en que el oro se pagaba a veinte d lares la on;a. Las concesiones 3inco, )eis y )iete Arriba, una ve; ms en poder de sus leg!timos propietarios, s lo rindieron fortunas modestas, porque 4arvin Do$ey hab!a secuestrado la mejor porci n del oro. La ocult tan bien que, durante su juicio en )an Francisco y su encarcelamiento en la penitenciar!a, el gobierno no pudo hallar sus dos millones de bot!n: #l se qued con todo. +l indignado jue; le sentenci a quince a*os de prisi n, justo castigo para un hombre que hab!a despojado a tantos& pero, al cabo de tres meses, el presidente 4cAinley le indult , bajo el prete$to de que el encarcelamiento amena;aba su salud& adems, todos sab!an que, anteriormente, el hombre hab!a sido un ciudadano ejemplar. -or treinta productivos a*os ms, seguir!a siendo el intrigante ms eficiente de >ashington y continuar!a impidiendo que se dictara cualquier legislaci n constructiva para que Alas%a pudiera autogobernarse. Los legisladores le prestaban o!dos, pues #l continuaba

-gina 6?? de ?@0

Alaska

James A. Michener

jactndose: P3ono;co Alas%a como la palma de mi mano y, para hablar francamente, a"n no est en condiciones de gobernarse a s! mismaQ. +l caso del jue; <rant tuvo una conclusi n sorprendente. Cal como hab!a predicho Darold )nyder, pese a la libreta de 4issy no se pudo probar espec!ficamente ning"n cargo contra #l& durante las fren#ticas semanas de su estancia en ,ome, hab!a manejado sus asuntos con astucia casi animal, tan cuidadosamente y con tanto conocimiento de lo que ocurr!a que pudo aprovechar cuanta evidencia se present para condenar a Do$ey& por su parte, quedaba como un recto jue; de IoEa, que hab!a tratado de hacer lo posible. )nyder, que escuchaba el juicio, rompi varias veces en carcajadas: 8+n ,ome todos pensbamos que el jue; <rant era un t!tere utili;ado por el astuto 4arvin Do$ey. ,o, el astuto era <rant. 4aniobr de tal modo que sali libre y Do$ey fue a la crcel. Al terminar una sesi n en la que las pruebas presentadas contra el jue; <rant terminaron absolvi#ndole y perjudicando a su socio, 4arvin se acerc a )nyder para decirle: 8'ste ha sido muy ;orro. Beclarado inocente por un jurado federal, <rant volvi a IoEa& tras un lapso de dos a*os, durante los cuales fortaleci sus l!neas de defensa, retom su puesto en el tribunal ante el cual su padre hab!a ejercido la abogac!a& all! se le conoc!a como Pel eminente jurista que llev un sistema de justicia a Alas%aQ. :epetidas veces, mientras actuaba en el estrado o pronunciaba alg"n discurso, en su ciudad o en 3hicago, la gente comentaba, admirada: PUNu# pinta de jue; tieneVQ, demostrando con ello que, en muchas ocasiones, es ms importante parecer que ser. Com 9enn prosper , como suelen prosperar los j venes trabajadores bien preparados. )iempre mantuvo sin $ido su balan;a de pesar oro y, cuando :H: cerr la tienda de ,ome por la catastr fica despoblaci n 1treinta y dos mil habitantes en .@00, contando los n madas, y mil doscientos tres a*os despu#s, pues ya casi no hab!a mineros2, le ascendieron encargndole la gran tienda de =uneau, la nueva capital de Alas%a. 3ontinu atendiendo los negocios como siempre, pero tambi#n comen; a observar cuidadosamente a todas sus clientas j venes, en busca de una posible compa*era para el matrimonio. +l cambio mayor fue el que se produjo en la vida de 4issy -ec%ham y 4att 4urphy. ,o, no es que la esposa irlandesa muriera, dejndole en libertad de volver para casarse, ya que el divorcio no era posible, siendo ambos cat licos. -ero una tarde de julio, tras el deshielo del Fu% n, lleg a ,ome un forastero alto, de hombros encorvados, que no se aloj en el costoso <olden <ate, sino en uno de los albergues improvisados, que estaban hechos de madera y lona y cobraban ms barato. Bespu#s de inscribirse, arroj su bolsa a un rinc n sin desempacar sus cosas y comen; a vagar por las calles. Di;o algunas preguntas y le dieron las se*as de un coberti;o miserable, a cuya puerta golpe , anuncindose: 8)oy =ohn Alope. 4issy, sin demostrar sorpresa, le invit a entrar en vo; baja: 8-asa, =ohn. )i#ntate. JCe preparo caf#K Nuer!a saber qu# hab!a sido de ellos. 4att cont su viaje en bicicleta por el Fu% n y 4issy e$plic qu# hab!an hecho en la famosa carrera del oro: 8Llegamos aqu! demasiado tarde, como siempre, para conseguir las buenas minas de placer. ,i siquiera solicitamos una concesi n. Cambi#n nos perdimos el oro de la playa. +so era un caos. 3onseguimos trabajo y creo que nos fue mejor que a la mayor parte de los que estaban en la playa. 8JNu# clase de trabajoK

-gina 6?I de ?@0

Alaska

James A. Michener

84issy trabajaba con ese jue; corrupto, qu# desastre. Fo, con Com 9enn, cuando ampli la tienda. 8UCom 9ennV J+st aqu!K 8+n =uneau. Fue un gran ascenso. 8J3 mo est ComK J3 mo le ha idoK 8Acabo de decirte que le han ascendido. 8+ra un muchacho estupendo. 8=ohn sorbi su caf#. Luego se*al las m!seras habitaciones que la pareja compart!a8. Las cosas no andan muy bien, JverdadK 83uando se acab el oro... 8e$plic 4att8. Fa sabes lo que pasa. 8JF a ti, =ohnK J3 mo te ha idoK 8pregunt 4issy, pues #l tambi#n parec!a estar pasando por una mala #poca. 8JRs acordis c mo cavbamos en ese maldito agujeroK 8Fa lo creo 8dijo 4att, casi gimienddo8. JDallaste algo all! abajoK 84ucha roca, nada de oro. 8Lo siento 8dijo 4issy8. Diciste todo lo posible, pero tu concesi n estaba tan arriba... Codo el mundo sab!a que el oro estaba abajo, en el arroyo, donde las concesiones ya estaban ocupadas. +sas tres personas tan diferentes entre s!, ya ms maduras y asentadas por la e$periencia, se quedaron calladas, calentndose las manos en las ta;as. Al cabo de un rato Alope dijo: 8Bebe de haber sido una tormenta muy fuerte la que se llev todas las mquinas de la playa. 8)! que lo fue. 89imos fotos. -arec!a horrible. 8F BaEson... ahora debe de parecer una ciudad fantasma 8coment 4att. 8,o la reconocer!as. ,o queda una sola tienda. 8J:ecuerdas la nuestraK J3on grasa en la lonaK JCe acuerdas de esas ricas tortas que nos ense*aste a hacerK 4ientras rememoraban con afectuosa nostalgia los viejos tiempos, 4issy dijo : 8J)abes lo de la Fegua (elgaK Los prost!bulos que ten!a aqu! se le incendiaron dos veces& otra ve; se los llev el viento. Codos le ten!amos lstima, hasta que descubrimos que ella hab!a seducido a unos mineros para que se los construyeran& nunca perdi un c#ntimo. Bespu#s de cada desastre, aumentaba los precios y ganaba una fortuna. Tn d!a se fue. )in ms. :ecogi sus cosas y se fue, =ohn. Rcho muchachas varadas en la playa, sin un c#ntimo. 8JF ad nde se fueK 8A (#lgica, a comprarse una finca cerca de Amberes. )e estaba acabando el d!a. -ara 4issy era obvio que =ohn Alope ten!a temas ms importantes de que hablar que la tempestad o la suerte corrida por la Fegua. La sobresalt una idea: PU-or Bios, ha venido a pedirme que me case con #lV Q. F empe; a retroceder, pues en 4att 4urphy hab!a encontrado a un hombre de temperamento casi ideal. +ra amable e ingenioso, sab!a olfatear a los bandidos e identificar a la buena gente& a ella le encantaba compartir su vida con #l, aunque no fuera capa; de hallar un empleo estable. -ero siempre habr!a alguien que necesitara sus servicios de secretaria y ella estaba ms que dispuesta a compartir sus ingresos con 4att. Alope tosi , se movi hacia el borde de la silla y dio vueltas a sus pulgares. -or fin dijo: 8J,o os hab#is enteradoK 8JBe qu#K 8Be lo m!o. 83omo ellos sacudieran la cabe;a, a*adi a;orado8: )iempre dije que all arriba ten!a que haber oro.

-gina 6?@ de ?@0

Alaska

James A. Michener

8-ero no lo hallaste. Acabas de decirlo. 8+n el po;o que cavamos entre los tres, no. -ero cuando llegu# a la roca s lida y comenc# los laterales... 8Lo hiciste cuando yo a"n estaba all! 8apunt 4att. 8)!, y no hall# nada. -ero me enfurec! tanto con ese trabajo... y estaba tan seguro de que all! hab!a e$istido un r!o que cav# otro agujero, ms abajo. J,o os hab#is enteradoK 8JNu# pas , =ohnK 8)arqaq se qued conmigoX por si encontrbamos algo. Rtra ve; hasta el lecho de roca: yo, derritiendo el iodo, #l, sacndolo. F esa ve;, al hacer los laterales... 8)e interrumpi para mirar a sus dos buenos amigos8: +n la primera criba que saqu# de la grieta grande, novecientos d lares... en pepitas, no en escamas. )!, antes de que ese "nico lateral se agotara, =ohn Alope, asistido por )arqaq, el esquimal tullido, sac trescientos veinte mil d lares de oro, uno de los ms puros producidos a lo largo del Alondi%e. )u persistencia le hab!a llevado hasta los dep sitos dejados por un r!o que hab!a corrido por all! doscientos mil a*os antes. Cras el silencio de 4issy y 4att, emocionalmente e$haustos por e$plorar todos los aspectos de ese tremendo golpe de buena suerte, Alope se sinti dispuesto a pronunciar el torpe discurso que le hab!a llevado de BaEson a ,ome, en el trayecto de regreso a su granja de 4oose Dide, Idaho: 89osotros dos y Com 9enn tuvisteis tanto que ver con ese halla;go como yo. 4e ayudasteis a continuar en los malos tiempos. )arqaq tambi#n. 4ientras e$cavaba ese lateral y enviaba arriba el lodo lleno de oro, pensaba en vosotros. 8)e le quebr la vo;8. ,adie puede trabajar bajo tierra dos a*os, a menos que alguien tenga fe en #l. Coma. -uso un sobre en la mano de 4issy. 3uando ella lo abri cayeron dos rdenes de pago: una a favor de ella, la otra a favor de 4att, contra un banco canadiense. 3ada una por valor de veinte mil d lares. 8A Com se la enviar# por correo a =uneau 8a*adi Alope. Codav!a hi;o algo ms. A punto de abandonar el coberti;o, sac de su ra!da mochila un paquete que puso sobre la mesa: 8)i abres alg"n otro restaurante, necesitars esto. 3uando 4issy retir la envoltura cay en la cuenta de que Alope estaba poniendo en sus manos una de sus pertenencias ms preciadas: la masa de levadura, cuya historia registrada ten!a ya casi un siglo. Bos d!as despu#s, Alope abord un barco hacia )eattle. 'l personificaba el tipo de hombre solitario que hab!a llegado a Alas%a en busca de oro. +ra uno de los pocos cuyos sue*os se hab!an hecho realidad, pero s lo a un coste terrible: hab!a desafiado las planicies del Fu% n en medio de una ventisca para viajar por el r!o congelado ms all de +agle& trabaj como un esclavo en los barrancos de +ldorado& perdi a 4issy, la mujer que amaba, y a 4att 4urphy, el socio en quien confiaba. -ero consigui su oro. F eso no le cambi en absoluto. ,o caminaba ms erguido. ,o empe; s"bitamente a leer buenos libros. ,o hi;o amigos leales para reempla;ar a los que hab!a dejado all. )u vida no se alter para bien ni para mal. 3omo era hombre de honor, hab!a dado veinte mil d lares a cada uno de los cuatro con quienes se sab!a en deuda: 4issy, 4att, Com 9enn, )arqaq& pero al retornar a Idaho no har!a nada espectacular con el resto del dinero. ,o fun8 dar!a un banco para ayudar a los granjeros ni una biblioteca ni un hospital, tampoco ofrecer!a becas para los colegios de Idaho. Dab!a abandonado su hogar en aquellos embriagadores d!as de .I@?, hab!a vivido tiempos de cambios e$traordinarios& ahora retornaba al hogar con las balbucientes secuelas, tan simple e incapa; de e$presarse como era al partir hacia el Ortico. Dubo miles como #l.

-gina 6I0 de ?@0

Alaska

James A. Michener

4issy -ec%ham, en el Alondi%e y en ,ome, desarroll su fuer;a hasta llegar a ser una mujer bella por su integridad& Com 9enn, el joven t!mido, se convirti en un hombre de asombrosa madure;. -ero lo consiguieron sufriendo privaciones y fracasos, no mediante el #$ito, y las lecciones adquiridas les servir!an durante toda la vida. =ohn Alope, como tantos otros, volver!a al hogar llevando s lo oro, que se le escurrir!a poco a poco entre los dedos, hasta tal punto que se preguntar!a en la veje;: PJAd nde fue a pararK J-ara qu# sirvi KQ A lo largo de (onan;a y +ldorado se desarmaron los aparejos. Los coberti;os, que hab!an protegido a los mineros en las orillas del 4ac%en;ie durante los inviernos rticos, se iban derrumbando poco a poco& las maravillosas playas doradas de ,ome eran, una ve; ms, simple arena. 3uando llegaran nuevas tormentas desde el mar de (ering no encontrar!an tiendas que destruir, pues ahora todo era como antes. +n esta cr nica no volveremos a hablar del oro. A"n se har!an peque*os halla;gos e$citantes cerca de la nueva ciudad de Fairban%s& uno de los ms fruct!feros ser!a el de la profunda mina de cuar;o, frente a =uneau. -ero jams habr!a otro Alondi%e, otra ,ome. -or alg"n milagro que nunca se comprender del todo, en esos puntos privilegiados el oro hab!a subido a la superficie para ser arrastrado por la erosi n, rasado por la arena, el viento y el hielo hasta quedar depositado arbitrariamente en un lugar y en otro no. +l metal que enloquec!a a los hombres se comportaba tan descabelladamente como ellos. +n esos d!as fren#ticos, al terminar el siglo, concentr la atenci n del mundo en Alas%a, pero su efecto sobre la ;ona no fue ms duradero que sobre =ohn Alope. )in embargo, hubo tres hombres cuyas e$istencias se vieron cambiadas por el milagroso oro de ,ome. Lars )%jellerup adquiri la nacionalidad estadounidense. Tna ma*ana, mientras estaba en la playa observando el desembarco de los pasajeros tra!dos por un barco, divis en la proa de la barca;a a una joven maravillosamente viva;& qued cautivado por su sonrisa, su aspecto de ansiedad y su porte, hasta tal punto que, cuando los marineros ordenaron a los esquimales que cargaran a los pasajeros hasta la costa, #l corri al oleaje, ofreci sus hombros a la muchacha y se estremeci con un entusiasmo nuevo cuando se la cargaron a la espalda. -aso a paso, cuidadosamente, la llev a la playa, con la mente convertida en un torbellino. Fa estaban unos quince metros tierra adentro cuando ella dijo, serenamente: 8J,o le parece que ya puede dejarme en el suelo, se*orK Bespu#s de presentarse, con cierta torpe;a, se enter de que la se*orita Armstrong ven!a desde 9irginia para ense*ar en la escuela de ,ome. +n los d!as siguientes rond la escuela. 3uando todos, incluida la se*orita Armstrong, ten!an conciencia de su enamoramiento, le hi;o la ms e$traordinaria de las proposiciones: 89oy a aceptar el puesto de misionero presbiteriano en (arroE. J4e har!a usted el honor de acompa*armeK Be ese modo, una joven que hab!a huido de 9irginia por la romntica Alas%a se encontr casada con un misionero en la lejana (arroE, donde su esposo dedicaba casi todo el tiempo a ense*ar a los esquimales c mo atender a los renos que #l y su esposa hab!an llevado al norte. 4i%%el )ana deposit su dinero en un banco de =uneau y retorn a La-onia en busca de una novia, pero no pudo convencer a ninguna de esas cautas belle;as laponas de que, en verdad, era un hombre muy rico. Finalmente convenci a la tercera hija de un hombre que pose!a trescientos renos. La muchacha se decidi a correr el riesgo y Uqu# sorpresa la suya cuando, al acompa*ar a )ana hasta =uneau, descubri que la cuenta bancaria realmente e$ist!aV Aprendi ingl#s en seis meses y pas a ser la bibliotecaria de la ciudad. +n la vida de Ar%i%ov no hab!a lugar para una esposa, por lo menos al principio. Bespu#s de haber sufrido abusos y perdido su )iete Arriba -or no ser ciudadano estadounidense,

-gina 6I. de ?@0

Alaska

James A. Michener

estaba decidido a reparar esa deficiencia. +n cuanto le devolvieron su concesi n, tras el arresto de Do$ey, inici los trmites para naturali;arse. 3laro que, como Alas%a a"n no ten!a un gobierno civil regular, eso result tan dif!cil que por dos veces estuvo a punto de renunciar. -ero su socio )%jellerup le persuadi para que continuara. Tna ve; que Lars fue enviado como misionero a (arroE, las cartas que despach a )eattle, apoyando la solicitud de Ar%i%ov, resultaron tan convincentes que le fue otorgada la ciudadan!a. Tn funcionario que lleg a ,ome en un guardacostas le e$plic que en +stados Tnidos, a diferencia de lo que se acostumbraba en )iberia, era necesario que toda persona tuviera un nombre de pila y un apellido. Ar%i%ov pregunt : 8J4! toma qu# nombreK F el hombre dijo: 8(ueno, algunos eligen el nombre del oficio que desempe*an. 8JBel qu#K 8Be su trabajo. +l que en su pa!s era panadero toma el apellido (a%er. +l que era orfebre se llama <oldsmith. JA qu# se dedicaba usted en su pa!sK 8JNu# pa!sK 8)iberia. 84! reba*o renos. A esas horas era bien sabido que ese tal Ar%i%ov ten!a unos sesenta mil d lares en el banco& por ende, hab!a que tratarle con respeto. +l funcionario carraspe . 8Ar%i%ov -astorderrenos sonar!a un poco e$tra*o. JNu# le parece si conserva Ar%i%ov como apellido y adopta dos nombres de pila estadounidenses. 8Cal ve;. JNu# nombresK 8Day dos pares muy usados. <eorge >ashington Ar%i%ov....................... 8JNui#n esK 8+l padre de este pa!s. Tn gran general. 84! gusta general. 8+l otro par tambi#n es bonito. Abraham Lincoln Ar%i%ov. 8JNu# hi;oK 8Liber a los esclavos. 8J3 mo esclavosK 3uando el hombre le e$plic lo que hab!a hecho Lincoln 1el siberiano nunca hab!a visto a un negro estadounidense2, la cuesti n qued resuelta: 8+n )iberia, esclavos. 4! como Lincoln. As! se convirti en A. L. Ar%i%ov, de ,ome, Alas%a. 3on el tiempo se cas con una esquimal. )us tres hijos asistieron a la Tniversidad de >as hington, en )eattle, porque el padre era un hombre rico.

X. SALMN
Al este de =uneau hay un formidable estuario que en +scandinavia recibir!a el nombre de fiordo. +l estuario del Ca%u se adentra en la tierra, entre giros y meandros, pasando a veces por desolados promontorios& otras, por colinas cubiertas de rboles. -or todas partes se elevan monta*as de cumbres nevadas, algunas a una altura superior a los dos mil cuatrocientos metros. Tna caracter!stica del Ca%u es la familia de poderosos glaciares que asoma el hocico al borde del agua, donde ocasionalmente se les desprende alg"n t#mpano, que cae con estruendo en las fr!as olas, levantando ecos que retumban entre colinas y monta*as. +s un estrecho curso de agua, salvaje, solitario y majestuoso, que sirve de

-gina 6I/ de ?@0

Alaska

James A. Michener

desag5e a una vasta ;ona, prolongada en el 3anad casi hasta los lagos que atravesaban los mineros de 3hil%oot en .I@? y .I@I. 9iajar aguas arriba por el estuario del Ca%u es sondear el cora; n del continente, con los glaciares visibles estirndose desde campos interiores mucho ms e$tensos, donde la capa de hielo subsiste desde hace miles y miles de a*os. +l estuario del Ca%u se e$tiende principalmente de norte a sur, con los glaciares asomando por la costa occidental. +n la orilla este, justo al frente del e$tremo de un bello glaciar esmeralda, desemboca un r!o, peque*o pero torrentoso, con muchas cascadas& catorce o quince %il metros aguas arriba se abre un lago de gracia celestial, no muy grande si se lo compara con otros lagos de Alas%a, pero incomparable por su anillo de seis monta*as 1siete, vistas desde ciertos lugares2 que forman un estrecho c!rculo para protegerlo. +ste sitio remoto, al que pocos visitantes llegaban 1y tampoco muchos nativos2 fue denominado lago de las -l#yades por Ar%ady 9oronov, en una de sus e$ploraciones, tal como e$plica su diario. Doy acampamos frente al bello glaciar verde que asoma en el estuario del oeste. Tn r!o que centelleaba a la lu; del sol me llam la atenci n y part! con dos marineros del :omanov para e$plorarlo, a lo largo de catorce %il metros. ,i siquiera una canoa podr!a navegarlo, pues cae a tumbos entre rocas y forma, a veces, peque*as cascadas de dos o tres metros. 3omo nos parec!a obvio que no !bamos a encontrar un curso de agua mejor en ese r!o, y puesto que los osos nos atacaron dos veces, obligndonos a alejarnos disparando por encima de sus cabe;as, hab!amos decidido regresar a nuestra nave, sin otro logro que un bonito paseo a cambio de nuestros esfuer;os, cuando uno de los marineros, que estaba abriendo camino aguas arriba, grit hacia atrs: PU3apitn 9oronovV UB#se prisaV UAqu! hay algo notableVQ. Al alcan;arlo, vimos que su e$clamaci n no era injustificada, hacia delante, rodeado por seis bellas monta*as, se abr!a uno de los lagos ms claros que he visto jams. Rcupaba una elevaci n de unos veintisiete metros, seg"n pude ju;gar por la naturale;a de nuestro ascenso, y nada lo opacaba. ) lo habitaban ese magn!fico refugio los osos y los peces que pudiera haber en el peque*o lago. Al momento, los tres decidimos acampar para pasar la noche all!, pues nos resist!amos a alejarnos de un lugar tan id!lico. -or lo tanto, ped! un voluntario para que volviera rpidamente al :omanov, en busca de tiendas, y trajera consigo a uno o dos marineros deseosos de compartir la e$periencia con nosotros. +l hombre que se adelant dijo: PDabiendo tantos osos, capitn, creo que #l tambi#n deber!a venir y traer su armaQ. )e*alaba a su compa*ero. 3onsent!, comprendiendo que FR, con mi propia arma, estar!a protegido si no me mov!a de un sitio, mientras que ellos, al estar en movimiento, atraer!an ms la atenci n de los osos. 3uando partieron, me qued# solo en ese sitio de rara belle;a. -ero no permanec! en un mismo lugar, como planeaba, pues me tent el cambio constante de las seis monta*as, que parec!an centinelas. Al caminar un trecho hacia el este, vi con sorpresa que las monta*as no eran seis, sino siete. F en ese momento decid! el nombre de este lago: Be las -l#yades, pues todos sabemos que esa peque*a constelaci n tiene siete estrellas, aunque sin telescopio s lo se ven seis. Cal como ense*a la mitolog!a, las seis hermanas visibles se casaron con dioses, pero 4erope, la s#ptima oculta, se enamor de un mortal y por eso oculta el rostro, avergon;ada. As! se llam lago de las -l#yades y, en tres visitas subsiguientes a esa ;ona oriental, acamp# all!. +s uno de los recuerdos ms felices de mi servicio en Alas%a. 3onf!o en que las generaciones futuras, si alguno de mis descendientes decide regresar a estas tierras rusas, lea estas notas y quiera buscar esa joya. +n septiembre de .@00, en los arroyuelos que alimentaban ese lago fueron depositados cien millones de huevos e$tremadamente peque*os. All! los pusieron las hembras de

-gina 6I7 de ?@0

Alaska

James A. Michener

salm n rojo, a ra; n de cuatro mil cada una. )eguiremos las aventuras de uno de esos grupos y de un salm n dentro de ese grupo. +l salm n rojo, uno de los cinco tipos distintos que pueblan las aguas de Alas%a, recibi su denominaci n de un naturalista alemn que viajaba con 9itus (ering. Ttili;ando el correcto nombre latino de la especie, ms una palabra nativa, lo llam Rncorhynchus ner%a. F ese nombre llevar el "nico huevo, entre esos cien millones, cuyo progreso observaremos. +l huevo que, una ve; fertili;ado por la lecha, se convertir!a en ,er%a, fue puesto por su madre en un nido cuidadosamente preparado en el fondo de grava de un arroyuelo pr $imo al lago& all! quedar!a por seis meses, sin ms atenciones. )us padres no lo abandonaban por descuido, sino porque la ine$orable naturale;a los condenaba a morir poco despu#s de depositar y fertili;ar los huevos que perpetuaban su especie. +l sitio elegido para el nido de ,er%a deb!a cumplir varios requisitos. Cen!a que estar cerca del lago donde vivir!a el salm n durante los tres a*os de su crecimiento. +l arroyo elegido deb!a tener fondo de grava, a fin de que los diminutos huevos quedaran bien escondidos& se requer!a una buena provisi n de gravilla que se pudiera arrojar sobre el nido, para ocultar los huevos en incubaci n& y, lo ms curioso de todo, se necesitaba un suministro constante de agua dulce que surgiera desde abajo, a una temperatura invariable que rondara los I.7 grados cent!grados y con abundante o$!geno. +n verdad, la ;ona que circundaba al lago de las -l#yades hab!a variado radicalmente en los "ltimos cien mil a*os, pues en los tiempos del puente de tierra en el mar de (ering hab!a descendido el nivel del oc#ano y con #l, el de ese lago& al fluctuar la profundidad del lago, tambi#n lo hac!a su costa. As! pues, se hab!an formado diversos bancos en diversas #pocas& la madre de ,er%a eligi un banco sumergido, donde el correr del tiempo hab!a acumulado mucha grava del tama*o preferido por los salmones. -ero Jde d nde sal!a el flujo`de agua desde abajo, a temperatura constanteK Cal como hab!a e$istido un r!o antiguo all! donde corre el actual arroyo +ldorado, aunque a una altura muy diferente, as! tambi#n surg!a all! otro r!o subterrneo, muy al pie de las monta*as circundantes& flu!a entre las arenillas de ese banco hundido, proporcionando la abundante provisi n de o$!geno y la temperatura constante que conservaba la vitalidad tanto del lago como de sus salmones. -or seis meses, mucho despu#s de morir sus padres, ,er%a anid en su diminuto huevo bajo la arena, mientras el agua vivificante brotaba desde abajo. +ra una de las operaciones ms precisas de la naturale;a: el perfecto flujo de agua, la perfecta temperatura, el perfecto escondrijo y un comien;o perfecto para una de las vidas ms e$traordinarias del reino animal. +l lago de las -l#yades ten!a un "ltimo atributo, qui;s el ms notable, como vere8 mos seis a*os despu#s: las rocas que bordeaban el lago y las aguas que llegaban a #l desde los arroyuelos sumergidos llevaban diminutas part!culas de minerales, qui;s una parte en mil millones& como resultado, el lago de las -l#yades ten!a unas se*as de identidad, algo como una especie de huella digital lacustre, que lo diferenciar!a de cualquier otro lago y de cualquier r!o del mundo entero. 3ualquier salm n nacido en este lago, como estaba ,er%a a punto de hacer, llevar!a siempre consigo la huella "nica de las -l#yades lago. +se recuerdo, Jcorr!a en su torrente sangu!neo, estaba en su cerebro o en su sistema olfativoK JR tal ve; en un grupo de estos atributos, en conjunci n con las fases de la luna o el girar de la CierraK ,adie lo sabe. ) lo es posible hacer conjeturas& pero que ,er%a y el lago de las -l#yades, en la costa occidental de Alas%a, estaban indisolublemente ligados, es algo que nadie puede negar. )iendo todav!a un huevo diminuto, anidaba en la grava, mantenido por las aguas subterrneas que brotaban del banco aluvial, y con cada semana se acercaba ms al nacimiento. +n enero de .@0., muy por debajo del grueso hielo que presionaba contra el

-gina 6I6 de ?@0

Alaska

James A. Michener

arroyo tributario, el huevo que llegar!a a ser ,er%a, junto con los otros cuatro mil huevos fertili;ados de su grupo, sufri un cambio dramtico. A trav#s de la piel del huevo, de intenso color anaranjado se vio aparecer un ojo de borde brillante y centro muy negro. +ra un ojo, incuestionablemente, y revelaba la vida emergente dentro del huevo& la incesante provisi n de agua fr!a y dulce que brotaba a trav#s de la grava garanti;aba la continuidad y el crecimiento de esa vida. -ero la reducci n natural que die;maba a esas diminutas criaturas era bestial. Be los cuatro mil originales, s lo seiscientos sobreviv!an a la grava congelada, las enfermedades y la depredaci n de las especies ms grandes. A finales de febrero de ese mismo a*o, esos seiscientos huevos sobrevivientes del grupo de ,er%a empe;aron a e$perimentar una serie de cambios milagrosos, que una ve; concluidos los convirtieron en salmones hechos y derechos. +l embri n ,er%a absorb!a lentamente los elementos nutritivos a trav#s de la membrana vitelina. Ahora recib!a el primero de una desconcertante serie de nombres, cada uno de los cuales se*alar!a un paso en su proceso de crecimiento. +ra un alev!n. Tna ve; absorbida totalmente la clara, la criatura no era a"n un pe; propiamente dicho, sino s lo una min"scula varilla trasl"cida, de enormes ojos negros que llevaba fijada al vientre una enorme bolsa de l!quidos nutritivos, con los cuales deb!a vivir durante las cruciales semanas siguientes. +ra un objeto feo y sin forma definida que se retorc!a& cualquier predador se pod!a tragar centenares como #l de una sola ve;. -ero tambi#n era un pe; en potencia, ten!a una cabe;a monstruosamente larga, hac!a servir los ojos y arrastraba una cola trasl"cida. +n las aguas constantemente m viles de su arroyo comen; a consumir plancton con mucha celeridad& con el crecimiento que esto produjo, la bolsa protuberante desapareci poco a poco, hasta que esa cosa que se mov!a en el agua se transform en una peque*a cr!a autosuficiente. A esas alturas, ,er%a abandon el arroyo natal y recorri la breve distancia que lo llevaba al lago& entonces pas a ser un esgu!n, etapa en la que presentaba todas las caracter!sticas de un pe; normal de agua dulce, salvo el tama*o: respiraba por las agallas y com!a lo que ellos& aprender!a a nadar velo;mente para escapar de los depredadores y, a los ojos de cualquier observador, estaba bien adaptado para pasar el resto de la vida en ese lago. +n esos primeros a*os habr!a sido rid!culo pensar que alg"n d!a, a determinar seg"n el ritmo de su crecimiento y maduraci n, podr!a transformar tan radicalmente sus procesos vitales como para adaptarse al agua salada& en esa etapa de su desarrollo el agua de mar habr!a sido una morada inclemente. Ignorante de su e$tra*o destino, ,er%a pas los a*os de .@0. y .@0/ adaptndose a la vida en el lago, que presentaba dos aspectos contradictorios. -or una parte, era un hogar salvaje, donde los esguines eran aniquilados en proporciones atroces. Los peces ms grandes estaban hambrientos de ellos, las aves los buscaban, sobre todo los grandes mergos que abundaban en el lago, pero tambi#n los martines pescadores y otras aves de largas patas y -icos ms largos a"n, capaces de atravesar el agua con incre!ble precisi n para ca;ar un sabroso salm n. +ra como si todos en el lago vivieran de los esguines& de los hermanos sobrevivientes de ,er%a, la mitad desapareci en alg"n buche antes de cumplir el primer a*o de vida. -ero el lago era tambi#n una madre nutriente, que proporcionaba a los j venes salmones una multitud de lugares oscuros donde ocultarse durante las horas del d!a, y tambi#n una selva de plantas subacuticas en las que perderse si la lu;, al reflejarse en su piel brillante, revelaba su presencia a los peces ms grandes. ,er%a aprendi a moverse s lo en las noches ms oscuras y a evitar los sitios donde esos peces sol!an alimentarse. 3omo en esos dos a*os apenas hab!a alcan;ado los siete cent!metros, casi todos los que nadaban all! eran ms grandes y ms fuertes que #l& por lo tanto, s lo poniendo en prctica esas precauciones podr!a sobrevivir.

-gina 6IL de ?@0

Alaska

James A. Michener

Ahora era un murg n, ten!a el tama*o del dedo me*ique de una mujer& a medida que aumentaba su apetito, el confortable lago le proporcionaba, en las partes ms seguras de sus aguas, nutritivas larvas de insectos y varios tipos de plancton. Al crecer, empe; a alimentarse con la mir!ada de pececillos que cru;aban el lago, pero su mayor deleite era curvarse hacia arriba, sacando la cabe;a del agua, para atrapar alg"n insecto desprevenido. 4ientras tanto, en la ciudad de =uneau, a s lo veintisiete %il metros de distancia, por una ruta sembrada de glaciares e imposible de recorrer a pie, o a sesenta %il metros por agua, ciertas criaturas, cuya vida era muy diferente, trataban de resolver sus propios y enmara*ados destinos. +n la primavera de .@0/, cuando Com 9enn lleg a =uneau para abrir la tienda de :oss H :aglan, la vida en esa pr spera poblaci n le pareci un deleite, tras el fr!o intenso y la cruda violencia de ,ome. +se asentamiento, que muchos propon!an como nueva capital de Alas%a para reempla;ar a la anticuada )it%a, se levantaba a orillas del oc#ano -ac!fico y era ya un sitio atractivo, pese a encontrarse reducido a una estrecha franja entre las altas monta*as del nordeste y un bello canal mar!timo al sudoeste. Bondequiera que Com mirara, encontraba variedad, pues hasta la cercana isla Bouglas, al sur, ten!a sus monta*as caracter!sticas& los barcos provenientes de )eattle amarraban a un palmo de la calle principal. -ero el mayor atractivo de =uneau, lo que la diferenciaba de las otras ciudades de Alas%a, era el enorme y relumbrante glaciar 4endenhall, que llegaba hasta el borde del agua por el oeste de la ciudad. +ra una magn!fica mole de hielo que se resquebrajaba al abrirse paso rumbo al mar& sin embargo, era tan accesible que los ni*os, en verano, hac!an e$cursiones a lo largo de su borde. Rtro glaciar, menos famoso y visible, se acercaba a =uneau desde el lado opuesto, como si quisiera encerrar en su abra;o a la peque*a ciudad& pero el hielo circundante no determinaba la temperatura de =uneau, entibiada por las grandes corrientes que llegaban desde el =ap n. +l clima era agradable, caracteri;ado por las lluvias y las nieblas abundantes, pero con d!as de encantadora pure;a, en que el sol hac!a centellear como gemas todos los componentes del variado panorama. Bespu#s de haber pasado unos pocos d!as en la ciudad, Com eligi un sitio para su tienda: un solar en Fran%lin )treet, pr $imo a la esquina con Front )treet. Rfrec!a la ventaja de estar frente a la costa, permiti#ndole un fcil acceso a los barcos que amarraban all!. -ero tambi#n ten!a su desventaja, pues ya estaba ocupado por una peque*a cho;a. Com tendr!a que comprar el coberti;o si deseaba adquirir la tierra. Ceniendo en cuenta el inter#s de la empresa a largo pla;o, decidi hacerlo as!. 3uando lleg el momento de cerrar el trato se enter de que el solar y la cho;a pertenec!an a diferentes personas. +l primero era de un caballero de )eattle& la construcci n, de un tlingit que trabajaba en el puerto. -or tanto, despu#s de pagar por el solar, Com se encontr enfrascado en negociaciones con un indio de buen porte y piel oscura, que se acercaba a los cuarenta a*os. )eg"n todos los informes recogidos en los muelles, era un individuo muy capa;, que llevaba el e$tra*o nombre de )am (igears 1Pore8 jas grandesQ2. A primera vista, Com temi tener problemas con ese taciturno personaje, pero no fue as!. 8C" quiere casa, yo contento vender. 8JF ad nde irsK 8Cengo tierra, bonita tierra estuario del Ca%u. :!o -l#yades. 8JCe irs de =uneauK 8,o. Tn d!a viaje canoa, na ms. 8Com descubrir!a que )am (igears utili;aba esa amplia e$presi n para descartar todo un mundo de aflicciones: P-e; rompi l!nea, escapa, na msQ, o: PLluvia siete d!as, na msQ.

-gina 6IM de ?@0

Alaska

James A. Michener

+n el curso de quince minutos, Com y (igears acordaron un precio por el coberti;o: sesenta d lares. 3uando 9enn le entreg el cheque, (igears ri entre dientes: 8<racias. Nui; casa vale nada. Nui; es de se*or Darris, como tierra. 8(ueno, pero era tu casa. 9iv!as en ella. F para m! ser!a un placer que te quedaras a ayudarme en la construcci n de la tienda. 84e gusta. As! qued constituida la informal sociedad& )am (igears asumi el control de los materiales y los horarios de trabajo. Bemostr ser un artesano inteligente y saga;, e$traordinariamente creativo cuando se trataba de idear maneras nuevas de ejecutar viejas tareas. 3omo era hbil con la madera, se hi;o cargo de las puertas y de las escaleras. 8JB nde aprendiste a construir escalerasK 8le pregunt Com un d!a8. +so no es fcil. 84uchos edificios 8respondi )am, se*alando las calles Fran%lin y Front, donde se arracimaban tiendas y dep sitos8. Crabaja con buen carpintero alemn. 4e gusta madera, rboles, todo. Tna ma*ana, al presentarse Com a trabajar despu#s de un amplio desayuno en su hotel, qued at nito al descubrir que un gigantesco t#mpano, mucho ms grande que su tienda y con una altura de tres pisos, hab!a sido llevado hasta el canal por una borrasca del oeste. All! estaba, justo en el sitio donde #l trabajaba, irgui#ndose ante los hombres que clavaban con los clavos. 8JNu# se hace con estoK 8quiso saber. F (igears respondi : 8+spera que alguien remolca. Antes del mediod!a, una lancha de vapor asombrosamente peque*a lleg de prisa, arroj un la;o y una cadena al t#mpano, rodeando un saliente, y lo sac poco a poco del canal. A Com le sorprendi que un nav!o tan peque*o pudiera imponerse a una monta*a tan enorme, pero (igears dijo: 8(ote sabe qu# hace. C#mpano deriva, na ms. F #sa era la diferencia. Tna ve; que el t#mpano empe;aba a alejarse lentamente de la costa, la lancha no ten!a dificultades para encaminarlo en la direcci n correcta. Al promediar la tarde, ya hab!a desaparecido de la vista. 8JBe d nde vinoK 8pregunt Com. 8<laciares 8respondi (igears8. Nui; nuestro glaciar. J9iste 4endenhallK 3omo el muchacho respondi negativamente, )am le dio un suave golpe en el bra;o. 8Bomingo hacemos e$cursi n. 4e gusta e$cursi n. +l domingo, despu#s de asistir a la iglesia presbiteriana e inspeccionar con satisfacci n los progresos del edificio, Com esper a que (igears fuera a buscarle para ir al glaciar. -ara su sorpresa, el tlingit apareci en un carruaje de dos caballos, alquilado a un hombre para quien hab!a trabajado. Lo conduc!a una atractiva muchacha india, de unos catorce a*os, a quien present como su hija. 8+lla ,ancy (igears. )u madre ve glaciar muchas veces, queda en casa. 8)oy ,ancy 8dijo ella, alargando la mano. Com percibi a un tiempo que era muy joven y que parec!a bastante madura por su firme actitud frente al mundo, pues lo miraba sin a;oramiento y conduc!a los caballos con seguridad. Com se inclin ante la muchacha, y le pregunt : 8J-or qu# ,ancy y no un nombre tlingitK F )am respondi : 8Cambi#n nombre tlingit. -ero vive con gente blanca en =uneau. Ciene nombre esposa del misionero. (onito nombre, na ms.

-gina 6I? de ?@0

Alaska

James A. Michener

,ancy era india, sin lugar a dudas& ten!a piel oscura y lisa, pelo y ojos negros y ese p!caro aire de libertad que otorga la vida en estrecha relaci n con la tierra. 9est!a a la manera occidental, aunque con un toque de ribetes o unas pieles aqu! y all, para mantener el estilo indio. -ero lo que la caracteri;aba como tlingit eran las bonitas tren;as oscuras que le pend!an por debajo de los hombros y las grandes botas llenas de adornos que le cubr!an los pies. Baban a su cuerpo, por lo dems delgado, un aspecto muy s lido, que concordaba con su actitud pragmtica. +l paseo hasta el glaciar fue muy agradable. (igears e$plic d nde viv!a, ahora que su coberti;o hab!a desaparecido& ,ancy hablaba de sus estudios& no asist!a a la escuela misionera para indios, sino a la de los blancos, y al parecer se desempe*aba bien, pues pod!a conversar con facilidad sobre temas de m"sica o de geograf!a. 84e gustar!a conocer )eattle. Las ni*as me dicen que es bonita. 8+s cierto 8le asegur Com. 8JC" viv!as en )eattleK 8pregunt la muchacha, cuando ya se acercaban hacia el giro que los llevar!a al glaciar, rumbo norte. 8)!. 8J,aciste all!K 8,o, en 3hicago. -ero pas# medio a*o en )eattle. 8J4uchos barcosK J4ucha genteK 8Cal como te dicen tus amigas. 84e gustar!a conocerla, pero no querr!a vivir ms que en Alas%a. 8)e volvi hacia Com8: JNu# te gusta ms: )eattle o =uneauK F #l respondi con sinceridad: 84e muero por volver a esa ciudad. Cal ve; por :H:, despu#s de mi aprendi;aje... 8JNu# es esoK 8Los a*os en que aprendes a trabajar. 3uando lo sepa todo sobre tiendas, barcos y sobre otras partes de Alas%a, tal ve; me permitan trabajar en )eattle. 8UAll! estV 8grit (igears. Dab!an llegado a una cresta desde la cual el gran glaciar aparec!a a la vista& era ms grande y ms imponente de lo que Com imaginaba, por las muchas fotos que hab!a visto. ,o era verde a;ulado, como tantos dec!an, sino de un blanco bastante sucio pues durante siglos enteros, la nieve, bien apretada, hab!a ido llegando al punto de ruptura en que mor!a el glaciar. Le sorprendi que ,ancy pudiera llevar el coche casi hasta la entrada de una cueva abierta en el hielo. (igears se qued con los caballos, mientras ,ancy acompa*aba a Com al interior de una profunda caverna. Al pasear la mirada de un lado a otro, vio en el techo un punto ms delgado que el resto& all! el sol brillaba a trav#s del hielo cristalino, demostrando que ten!a el a;ul verdoso esperado. +ra un radiante y glorioso toque de naturale;a que no muchos ver!an, esa espl#ndida y vibrante caverna donde se encontraban sol y hielo. 84i pueblo dice que el cuervo naci en esta cueva 8dijo ella. Com pregunt , en su ignorancia: 8J+l cuervo es algo especial... para vosotrosK F la muchacha dijo con orgullo: 8Fo soy cuervo. All!, en lo profundo de la caverna natal de su t tem, le e$plic que el mundo se divid!a entre guilas y cuervos. F #l dijo, refle$ionando sobre )us estudios de historia americana: 8)upongo que yo ser!a guila. F ella asinti . 8Los cuervos son ms sagaces. <anan los juegos de la soga. -ero las guilas tambi#n son necesarias.

-gina 6II de ?@0

Alaska

James A. Michener

+n esa primera visita al glaciar, Com no vio desprenderse ning"n t#mpano. ,ancy cre!a que eso pasaba con ms frecuencia en otros glaciares, ms al norte. -ero cuando salieron de la cueva, Com arroj algunas piedras al e$tremo y, al ver desprenderse fragmentos de hielo, comprendi el mecanismo por el cual ese t#mpano hab!a llegado hasta su tienda. (igears a*adi ms informaci n, reunida por su pueblo a lo largo de varios siglos: 8+n ,ome no hay glaciares, JehK Ce digo por qu#. ,o mucha lluvia all en verano, no mucha nieve en invierno. ,orte del Fu% n, hasta norte del Aus%o%Eim, no glaciares. -oca nieve. -ero aqu!, mucha lluvia, mucha nieve, cae, cae y nunca derrite. 8JBe d nde viene el hieloK 83ae nieve este a*o, el a*o que viene, muchos a*os, no puede fundir. ,ieve pone dura, hace hielo. 3ien a*os, hielo grueso. 4il a*os, muy grueso. 8-ero Jc mo baja por los vallesK 8Dielo viene, queda, dice como el salm n: PCengo que ir al oc#anoQ. F se arrastra, se arrastra, un poquito cada a*o, muchos a*os, muchos t#mpanos grandes se rompen, pero siempre sigue y sigue al mar. 8+l a*o pr $imo Je$istir todav!a esa cuevaK 8Cal ve; semana que viene se va. )iempre arrastra al mar. +n los d!as siguientes al paseo hasta el glaciar, Com not con preocupaci n que )am (igears no se presentaba a trabajar ni enviaba noticias suyas. Fue preciso continuar sin #l. Tno de los carpinteros blancos, que hab!a llegado a depender de (igears para muchos trabajos importantes, dijo: 8+n estos tlingits no se puede confiar. +n general son buena gente, pero cuando uno los necesita nunca estn. 8JNu# puede haberle pasadoK 8pregunt Com, realmente afligido, pues echaba de menos a (igears. F el carpintero dijo: 83incuenta cosas distintas. Ciene la t!a enferma, muy resfriada, y se cree en la obligaci n de acompa*arla. Day bacalaos en la ;ona y #l tiene que aprovechar para pescar. R lo ms probable es que haya sentido la necesidad de pasearse por los bosques. 3ualquier d!a de #stos aparecer como si tal cosa& as! son los tlingits. La predicci n era acertada pues, tras dos semanas de ausencia, (igears apareci tranquilamente para reanudar sus trabajos de carpinter!a, como si nunca se hubiera ausentado. 8Cen!a que preparar cosas 8fue su "nica e$plicaci n. F cuando Com le pregunt : 8JNu# cosasK JB ndeK 8#l dijo, cr!pticamente: 8Cienda est muy bien. -ronto terminada. +ntonces t", yo, vamos mi casa. 8U-ero si ya derribamos ese coberti;oV 84i casa de verdad, digo. :!o -l#yades. Com not , con una vaga desilusi n, que esa ve; no hab!a tra!do a su hija y supuso que se hab!a quedado en la otra casa. A finales de agosto, cuando la tienda estaba casi acabada y s lo faltaban algunos detalles, el muchacho ju;g que se pod!a tomar sin problemas algunos d!as de descanso. +ntonces dijo a (igears: 8-odemos partir ma*ana, si preparas tu canoa. Tna luminosa ma*ana, cuando el sol se elevaba sobre las grandes superficies heladas de =uneau, los dos iniciaron el fcil trayecto hacia el estuario del Ca%u. -ero en =uneau s lo los tontos cre!an en el buen tiempo& no hab!an avan;ado mucho por el canal <astineau cuando empe; a llover. -or varias horas continuaron viaje sin quejarse, pues la lluvia de esa ciudad no era como la de otros lugares: no ca!a a gotas, grandes ni

-gina 6I@ de ?@0

Alaska

James A. Michener

peque*as, sino como una especie de bruma ben#vola que lo impregnaba todo sin mojar nada a fondo. +l paseo en canoa fue una nueva e$periencia para Com, un viaje de inusual belle;a. (igears era un remero fuerte, que impulsaba la embarcaci n de modo parejo& Com, desde la proa, agregaba su vigor juvenil mientras estudiaba el paisaje cambiante. Antes de entrar en el estuario, vio a su alrededor las colinas que proteg!an =uneau por todas partes, haciendo de sus cursos de agua tentadores canales& pero cuando viraron por el estuario, el paisaje cambi radicalmente. Ahora estaban frente a la cadena de altos picos que coronan la frontera entre Alas%a y 3anad, y por primera ve;, Com tuvo la sensaci n de estar entrando en uno de los fiordos sobre los que hab!a le!do de ni*o. -ero sobre todo ten!a conciencia de estar adentrndose en un lugar salvaje y primitivo, sin se*ales de ocupaci n humana& sus paladas se hicieron ms potentes a medida que la canoa se desli;aba silenciosamente en el estuario. Antes de que avan;aran mucho, Com vio un paisaje tan encantador y equilibrado que parec!a dibujado por un artista. Besde el oeste descend!a un peque*o glaciar, de chispeante color a;ul, como si intentara encontrarse con una roca grande que apenas emerg!a en medio del estuario& ms all, se elevaban las grandes monta*as de 3anad. 8U+sto es estupendoV 8e$clam el muchacho. F (igears dijo: 8Agua baja como ahora, se ve la 4orsa& agua alta, no se ve ms. 3uando Com pregunt qu# era la 4orsa, )am se*al una roca semisumergida que, en verdad, ten!a el aspecto de una morsa que saliera del mar para tomar aliento. 4ientras pasaban ante la fa; del glaciar, Com e$clam : 8UNu# hermoso paseo, )amV -ero remar ms de cuarenta y cinco %il metros, aun con aguas relativamente tranquilas, llevaba tiempo. 3uando ya empe;aba a oscurecer, el muchacho pregunt : 8JLlegaremos esta nocheK (igears respondi , aplicando a la canoa un impulso ms potente: 84uy pronto viene oscuridad, vemos luces. F en el momento en que el crep"sculo parec!a a punto de envolver el estuario, Com vio ms adelante, en la ribera i;quierda, los "ltimos rayos del sol contra la fa; de un glaciar, cuyo hielo reluc!a como una cascada de esmeraldas, mientras en lo alto de un promontorio, sobre la orilla derecha, brillaban las ventanas iluminadas de una caba*a de troncos. 8U+h, holaV 8grit (igears8. UDolaV Com vio movimientos en el promontorio, pero estaban ya en el e$tremo sur del estuario formado por la entrada del r!o de las -l#yades y tuvieron que remar con energ!a para cru;arlo. +ntonces el muchacho divis a una mujer india y a una jovencita que descend!an a la orilla para saludarlos. 8+lla mi esposa 8dijo (igears, mientras sus manos potentes arrastraban la canoa a tierra8. ,ancy ya conoces. La se*ora (igears era ms baja y rechoncha que su esposo, una mujer taciturna a la que nunca sorprend!a lo que su emprendedor esposo hiciera& su tarea consist!a en supervisar la casa que ocuparan, cualquiera que fuese, y era obvio que en esa caba*a hab!a hecho un buen trabajo, pues las tierras circundantes estaban pulcras y el interior era un modelo de vivienda tlingit tradicional. Aunque no hablaba ingl#s, indic con un gesto de la mano derecha que el joven invitado de su esposo ocupar!a un peque*o recinto& ,ancy, al parecer, ten!a su propio rinc n, mientras que los padres dispondr!an de la gran cama de agujas de p!cea.

-gina 6@0 de ?@0

Alaska

James A. Michener

+n la cocina de hierro que )am hab!a comprado en =uneau algunos a*os antes, varias cacerolas produc!an un aroma que auguraba cosas buenas, pero Com estaba e$tenuado de tanto remar y se durmi mucho antes de que la familia (igears estuviera preparada para comer. ,o le despertaron. -or la ma*ana, tras un abundante desayuno de tortas y embutido de venado, ,ancy dijo: 8Cienes que ver d nde estamos. 8F lo gui por la cu*a de tierra en la que sus antepasados hab!an edificado su refugio contra los rusos8. Cenemos esta colina protegida. Al otro lado del estuario se ve el glaciar verde. All abajo, la bah!a en donde desagua el r!o de las -l#yades. F dondequiera que mires, las monta*as que nos protegen. Com a"n estaba admirando el lugar, tan adecuado para una caba*a, cuando ella se*al las amplias tierras del este, con un amplio ademn del bra;o: 8+n esos bosques, venados de los que alimentarnos. +n el r!o, salmones todos los a*os. -ronto pescaremos muchos salmones para secarlos all!. Al mirar hacia los secaderos, Com vio que en el suelo, detrs de la caba*a, hab!a un objeto grande, considerablemente largo, con muchas astillas de cierto material esparcidas alrededor. 8JNu# es esoK 8pregunt . F ,ancy grit , con una me;cla de placer y reverencia: 8-ara eso quer!a mi padre que vinieras. F lo condujo hacia un objeto e$traordinario, que ejercer!a una influencia decisiva en la vida de Com. +ra el tronco de un gran abeto, transportado hasta all! desde una considerable distancia. La corte;a hab!a sido cuidadosamente retirada para dejar al descubierto la madera beis en que )am hab!a estado trabajando. Com qued asombrado al ver el tipo de trabajo que su carpintero estaba haciendo. -orque eso era un t tem tlingit en proceso, una majestuosa obra de arte que simboli;aba las e$periencias de su pueblo. Cal como estaba todav!a, estirado en el suelo, provocaba una impresi n poderosa& las figuras que lo com8 pon!an parec!an fluir, arrastrarse y retorcerse en desconcertante confusi n. 8UNu# grande esV 8e$clam Com8. JLo ha tallado todo tu padreK 8Dace mucho tiempo que trabaja en #l. 8JFa est acabadoK 83reo que s!. -ero como no ha cortado la parte superior, no s#. 8JNu# significan las figurasK 8)er mejor que se lo preguntemos a pap. La muchacha llam a )am. 'ste sali con las herramientas que hab!a utili;ado para tallar esa obra maestra: una a;uela, dos cinceles, una gubia y Tn ma;o& tambi#n tra!a un serrucho para el acto final de cortar el e$tremo. 8JNu# significaK 8pregunt Com. (igears dej todas las herramientas a un lado, salvo el serrucho, que conserv en la mano derecha a manera de puntero con el que se*alar las figuras contorsionadas. 8-rimero, la rana que nos trajo aqu!. Luego, la cara del abuelo de mi abuelo, el que construy la fortale;a de )it%a. Luego, el venado que nos aliment , el barco que trajo a los rusos, los rboles. 8JF el hombre del sombrero de copaK 8+l gobernador (aranov. 8J,o era enemigo de ustedesK J,o combati contra los tlingits y mat a los guerrerosK 8)!, pero triunf . 8JF ahora est aqu!, arriba de todoK 8,o del todo. Doy termino.

-gina 6@. de ?@0

Alaska

James A. Michener

A lo largo de todo ese d!a, Com 9enn permaneci junto a ,ancy (igears, mientras la madre tra!a comida a su esposo y #ste aplicaba vigorosamente sus herramientas a la madera del e$tremo. -rimero aserr la punta del abeto, dejando sesenta cent!metros de madera. Luego, con su tosca gubia, empe; a desprender los grandes tro;os que sobresal!an del sombrero de (aranov& su trabajo parec!a tan carente de sentido que Com pregunt : 8JNu# haces, )amK -ero no recibi respuesta. +ra como si el tallador trabajara en una especie de trance. Al caer la tarde, mientras una llovi;na fina reempla;aba al sol de la ma*ana, Com ya estaba completamente desconcertado. -ero entonces (igears empe; a trabajar con la a;uela, haciendo cortes mucho menos impresionantes que los anteriores. <radualmente, en el e$tremo superior del rbol ca!do, iba emergiendo la silueta difuminada de un ave... y nadie hablaba. -or fin, con toques rpidos y seguros, el artista tlingit dio vibrante forma a la figura del e$tremo y, en triunfante conclusi n, present al cuervo, s!mbolo de su tribu y de su pueblo. Los rusos, con sus sombreros altos, hab!an triunfado momentneamente, pero sobre los rusos estaba el cuervo, en concordancia con la historia. A su modo, silencioso y persistente, los tlingits tambi#n hab!an triunfado. 8J3 mo hars para erguirloK 8pregunt Com. F (igears, por fin dispuesto a hablar, se*al un sitio elevado desde donde el t tem ser!a visible en muchos %il metros a la redonda, desde el estuario y tambi#n desde el r!o. 83avamos agujero all!, t", yo, ,ancy. 8-ero Jc mo arrastraremos el t tem hasta all!K 8-otlatch. Com no conoc!a la palabra ni comprend!a su significado, pero acept el hecho de que alg"n tipo de milagro tlingit llevar!a el t tem hasta la cima del promontorio y lo pondr!a en su posici n erguida. -ero, en qu# consist!a ese misterioso potlatch, era algo que no lograba adivinar. 3uando el t tem estuvo terminado, con todas sus partes pulidas, (igears desapareci secretamente en su canoa. 3uando Com pregunt ad nde hab!a ido, ,ancy respondi , simplemente: 8A avisar a los otros. Burante seis d!as no le vieron. +n el per!odo de espera ,ancy sugiri a su madre que preparara un hatillo de comida para que ella y Com pudieran hacer una e$cursi n a un lago, en el nacimiento del r!o. 8+s un hermoso lugar. Cranquilo. Codo monta*as. Nuince %il metros& es un paseo fcil. -artieron una bonita ma*ana de septiembre. 4ientras marchaban, ,ancy iba indicando el camino, un sendero largamente usado por su pueblo& Com e$perimentaba el sereno encanto de esa parte de Alas%a, tan diferente del desolado poder del Fu% n, del vasto desierto de ,ome y del mar de (ering. Le gustaban los rboles, las cascadas, los helechos que daban gracia al paisaje y el omnipresente ondular del peque*o r!o. 8JDay pesca aqu!K 8pregunt . F ,ancy respondi : 8)iempre vienen algunos salmones, pero en septiembre llegan much!simos. 8J)almones, en este arroyuelo diminutoK 89ienen al lago. Llegaremos pronto. F al terminar el ascenso, Com vio uno de los sitios escogidos del sudeste de Alas%a: el lago de las -l#yades, circundado por sus seis monta*as. 89al!a la pena 8e$clam , al contemplar el agua plcida, con las monta*as reflejadas en su superficie.

-gina 6@/ de ?@0

Alaska

James A. Michener

Almor;aron en su serena orilla, luego Com hi;o rebotar piedras planas en la superficie del agua& ella coment que el muchacho parec!a tener muchas habilidades. +n el camino de regreso a la caba*a, con el sol brillante gui*ndoles el ojo al pasar junto a las cascadas, ,ancy iba la primera, unos seis metros ms adelante. Be pronto, Com se dio cuenta de que alguien le segu!a. )uponiendo que ser!a alg"n tlingit con intenciones de visitar la caba*a de (igears, se volvi para hablarle. +ntonces se encontr frente a un gran oso pardo que se acercaba con celeridad. 3omo el oso estaba a"n a cierta distancia, Com supuso err neamente que podr!a escapar corriendo, pero en el momento en que iba a clavar la punta de los pies para huir a un lugar seguro, record algo que hab!a narrado, en una noche de invierno, un anciano al que le faltaba la mitad de la cara: 8,o hay quien pueda correr ms que un oso pardo. Fo lo intent#. 4e atrap desde atrs. Tn solo ;arpa;o. 4!renme ustedes. Impulsado por el miedo, Com aceler el paso, pero al o!r que el oso le iba restando ventaja aull : 8U,ancyV U)ocorroV Al o!r su grito, la muchachita gir y vio, horrori;ada, que #l no ten!a ninguna posibilidad de escapar corriendo: el animal, disfrutando de la cacer!a, avan;aba a pasos cada ve; ms grandes y pronto saltar!a hacia Com desde atrs. +staba aterrori;ada, pues sab!a que el oso no iba a detenerse hasta someter a su presa. (astar!a un movimiento de esa gigantesca ;arpa, con sus u*as de espada, para desgarrar la cara a Com y, tal ve;, cortarle la garganta. +n ese momento, ,ancy (igears supo lo que deb!a hacer, lo que hab!an aprendido sus antepasados tlingits a lo largo de los siglos, enfrentados al oso pardo en las tierras que compart!an con esa bestia fero;. P-uedes hacer una de estas tres cosasQ, le hab!a dicho su abuela. P3orrer y que te mate. Crepar a un rbol y sobrevivir, tal ve;. R detenerte a hablar con el oso, haci#ndole creer que eres ms grande de lo que eres. Q Dab!a rboles a poca distancia, pero ninguno lo suficientemente cerca ni adecuado para trepar. La "nica esperan;a consist!a en hablar con el oso. 3on valent!a casi espontnea, ,ancy corri hacia Com, a quien el animal ya casi hab!a alcan;ado, y lo detuvo asi#ndole la mano con firme;a. +ntonces enfrent al oso, que aminor la velocidad y se detuvo abruptamente, a unos tres metros de distancia, parpadeando ante el objeto que ahora le bloqueaba el paso. 8 +l oso ten!a un olfato e$cepcional y #ste le asegur que su presa a"n estaba cerca& pero su vista era deficiente, cuanto menos, y le fallaba con frecuencia& por eso no pudo determinar qu# era lo que se interpon!a. +ntonces se oy una vo; grave y potente, que dijo en tlingit, sin miedo: 8)e*or Rso, no tengas miedo. )omos amigos tuyos y no queremos hacerte da*o. La bestia permaneci inm vil, con las orejas erguidas para captar esos sonidos tranquili;adores. 8Bet#nte ah!, se*or Rso. )igue tu camino, que nosotros seguiremos el nuestro. +l peque*o cerebro se confundi . Al perseguir al hombre, el animal no hac!a otra cosa que jugar, en cierto modo& probablemente lo habr!a matado al alcan;arlo, ms por diversi n que por furia. )ab!a que ese hombre no representaba una amena;a, s lo una intromisi n en sus riberas. 4ientras Com corri , fue una presa atractiva, pero ahora todo hab!a cambiado: no hab!a nada que perseguir, ninguna cosa esbelta con que jugar. ) lo hab!a esa cosa grande e inm vil, esos sonidos firmes que proven!an de ella, esa sensaci n de misterio y confusi n. +n un instante todo se hab!a alterado.

-gina 6@7 de ?@0

Alaska

James A. Michener

-oco a poco, el oso volvi la grupa, mir por encima del hombro ese e$tra*o objeto del sendero y dio el primer brinco potente de la retirada. Al marcharse, segu!a oyendo esos sonidos serenos, pero en#rgicos: 8)igue tu camino, se*or Rso. 9uelve a tus salmones y que tu pesca sea buena. ) lo cuando el enorme oso se hubo ido solt ,ancy a Com, sabiendo que ahora #l pod!a bajar la guardia. )i hubiera echado a correr, si hubiera hecho siquiera un movimiento llamativo frente al oso, tal ve; ambos habr!an perecido. Al dejar la mano de Com sinti que #l se aflojaba, tr#mulo. 8Falt muy poco. 8)!, para los dos. 8,o sab!a que eras capa; de hablar con los osos. +lla se irgui a la lu; del sol, con el rostro plcido y redondo, sonriente como si no hubiera ocurrido nada. 8,ecesitaba que le hablasen. 8Fuiste muy valiente, ,ancy. 8,o ten!a hambre. ) lo curiosidad. <anas de jugar. Dab!a que hablarle. +l viernes comen;aron a llegar las familias indias vecinas& navegaban por el estuario del Ca%u en sus canoas pintadas o en peque*as embarcaciones a vela, impulsadas por el famoso viento Ca%u que soplaba desde 3anad. ,o vest!an ropas de trabajo, sino atuendos festivos: vestidos llenos de cuentas, pantalones ribeteados de piel y sombreros que Com nunca hab!a visto. Los ni*os iban adornados de conchillas y se abrigaban con decorados mantos de venado. Formaban un grupo colorido. 3ada ve; que llegaba una familia, ,ancy y su madre la recib!an con las mismas palabras, que la muchachita tradujo para Com: 8+s un honor para nosotros que hayis venido. +l amo pronto estar aqu!. Ante eso, los visitantes hac!an una reverencia y se alejaban para inspeccionar el t tem postrado, que consideraban e$celente. Be pronto se produjo un alboroto a lo largo de la costa y los ni*os bajaron corriendo para saludar a )am (igears, que llegaba remando, con la canoa llena de cosas compradas en =uneau. Los peque*os le ayudaron ansiosos a descargar, pasndose los paquetes que pronto prestar!an dignidad al potlatch. 3uando les lleg el turno a tres peque*os envoltorios bastante pesados, los ni*os preguntaron con impertinencia: 8JNu# hay aqu!K F #l les indic que rompieran las envolturas. Al hacerlo, se encontraron con tres latitas de pintura hecha por los blancos, que fueron llevadas al sitio donde descansaba el t tem medio terminado. )us segmentos principales estaban ya coloreados con los tonos apagados que proporcionaba la tierra: un gris suave, un a;ul reluciente, un rojo discreto. Lo que (igears se propon!a era dar vistosidad al poste con toques de verde vivo, carm!n chispeante y negro a;abache. )e encamin directamente al t tem, sin detenerse siquiera para saludar a sus invitados, y abri las tres latas. Luego entreg sus propios pinceles a dos artesanos tan dotados como #l y les e$plic lo que deseaba: 8La rana tiene que ser negra, con puntos negros. +l sombrero, negro, por supuesto. Las caras, rojas& las alas del otro pjaro, verdes& los ojos del castor, rojos tambi#n. Los hombres aplicaron diestramente los "ltimos toques. Los puristas del grupo habr!an preferido que s lo se usaran colores naturales, como en tiempos pasados, pero aun ellos tuvieron que reconocer que los moderados toques de pintura industrial se fund!an agradablemente con el resto del dise*o, proporcionndole acentos de intensidad reveladores del carcter de su tallador. 3uando aplicaron la tercera mano, con el sol apretando para ligarla a la madera, las mujeres se acercaron para aplaudir y todos estuvieron de acuerdo en que (igears hab!a

-gina 6@6 de ?@0

Alaska

James A. Michener

hecho su trabajo como un tallador de los viejos tiempos. Tna mujer se*al que el t tem de su aldea era ms alto& otra no estaba demasiado satisfecha con los toques de rojo intenso, pero en general la obra fue aprobada: 8)e erguir en esta cala como corresponde: de frente al glaciar, para hablar con todos los que naveguen por el estuario. +ntonces se dio comien;o al potlatch. Dab!an acudido diecisiete familias para participar de la hospitalidad de )am (igears& a medida que los visitantes fueron recibiendo la comida y los regalos, todos reconocieron que )am era tan generoso como sus antepasados. Com 9enn qued at nito ante tal dispendio. P+sto debe de haberle costado much!simoQ, pens . Burante la celebraci n, )am se paseaba entre sus hu#spedes, sin dar muestras de que sus regalos le parecieran e$cesivos& tampoco hac!a comentario alguno sobre los abundantes montones de comida. 3uando Com, con los ojos dilatados, le pregunt : 8JDaces estos potlatch con frecuenciaK 8)am evadi la respuesta directa: 8Cengo suerte. (uen trabajo. (uena esposa. (uena hija. Com le cont la aventura con el oso pardo y el tlingit se ech a re!r. 8Lstima yo no sabe antes. -ongo oso en t tem. 3elebraci n. Be pronto, Com quiso saber muchas cosas: JNu# se celebrabaK J+n honor de qu# era el potlatchK JNu# principio reun!a a esos amigosK JA qu# potencia rend!a homenaje el t temK JBe d nde brotaba la fuer;a o el esp!ritu que un!a a esas personasK F al resonarle esas preguntas en la cabe;a, cay en la cuenta de lo mucho que respetaba a su carpintero y de lo imposible que ser!a pedirle una e$plicaci n. -ero pod!a preguntar por el t tem en s!, que ahora yac!a por "ltima ve; en el suelo, donde cada parte se pod!a estudiar de cerca. )e pase a lo largo del poste, preguntando qu# papel desempe*aba la tortuga, por qu# el ave descansaba en esa postura, por qu# las alas estaban agregadas al poste en ve; de formar parte gen#rica de #l. )am, obviamente orgulloso de su obra y complacido con el efecto de los tres colores comprados entre los suaves tonos de la tierra, habl de su t tem de buena gana, en esas horas previas a su erec8 ci n formal a la entrada de la cala& era como si, en ese momento, el t tem dejara de ser creaci n suya para pasar a ser propiedad de todos. 8,o hombre especial, no pjaro especial, no cara especial. 3omo yo siendo, na ms. 3omo cae la lluvia. +staba empe;ando a llover& los hombres trajeron lonas para proteger la pintura todav!a h"meda y, a lo largo de esa primera noche del potlatch, uno toc el viol!n y las mujeres bailaron. Com 9enn se quej a ,ancy: 8,adie me e$plica qu# es esto. JTn potlatch para qu#K La muchacha, contemplando los festejos como desde lejos, e$plic la antigua costumbre: 83uando todo marcha bien, cuando hay dinero en la casa y tus vecinos piensan bien de ti, tal ve; lo correcto sea regalarlo todo y comen;ar de nuevo. Cal ve; haya que probar fuer;as otra ve;. Cal ve; no haya que elevarse demasiado por encima de los vecinos. U4iraV 3antan, bailan. F )am (igears crece ante sus ojos, pues ha hecho un verdadero potlatch. Los misioneros detestaban el potlatch. Aseguraban que era cosa del demonio. Bemasiado ruido. -oco re;o. +n el potlatch pasan muchas cosas. 3osas buenas. 3osas ruidosas. Cal ve; pare;ca salvaje. -ero la celebraci n... 4ovi suavemente la cabe;a al comps del chirriante viol!n, sonriendo al ver que su madre bailaba en un rinc n, como acompa*ada por un fantasma, siguiendo una m"sica que s lo ella o!a.

-gina 6@L de ?@0

Alaska

James A. Michener

A la ma*ana del tercer d!a, todos se reunieron junto al t tem para participar en el rito de su erecci n. -uesto que el poste med!a nueve metros de longitud y era amplio en la base, la operaci n ser!a todo un problema de ingenier!a. -ero a lo largo de los siglos los tlingits hab!an perfeccionado un sistema para poner sus grandes t tems en posici n vertical, y en ese momento lo pusieron a prueba. (igears, Com y ,ancy ya hab!an preparado el agujero, rodendolo con piedras. Lo que se hi;o fue cavar una ;anja que formaba una suave pendiente desde el fondo del agujero, junto al poste, con una longitud equivalente a un tercio de la del t tem. 3uando la inclinaci n fue la debida, los hombres aplicaron m"sculo y cuerdas a la tarea de desli;ar el largo poste de costado y hacia abajo, al interior de la ;anja. +l e$tremo superior, que permanec!a fuera de ella, fue levantado en diversos puntos con fuertes le*os. Codo estaba listo, pero en el "ltimo instante los hombres introdujeron en el agujero, a lo largo de la cara ms alejada, una piedra grande y plana, contra la cual se apoyar!a el e$tremo inferior del t tem, de modo que, al i;arse la parte alta, la piedra le impedir!a clavarse en la tierra blanda. Ataron sogas en muchos puntos, a lo largo del poste& una de las ms importantes era la que le impedir!a balancearse demasiado cuando se lo irguiera. Rtras estaban destinadas a impedir que se moviera lateralmente. Los ms e$perimentados en la tarea empe;aron a dar rdenes a gritos, mientras los otros tiraban de las cuerdas. Las mujeres contemplaban con admiraci n el hermoso objeto tallado, que empe;aba a elevarse majestuosamente en la ma*ana soleada, reflejando la lu; en sus superficies pintadas. +llas comen;aron a cantar un estribillo, ante lo cual los hombres tiraron con ms vigor& los que estaban atrs, para evitar un ascenso demasiado rpido, se esfor;aban por mantener un punto medio entre la celeridad y la prudencia. +l bello poste se elev en el aire, se estremeci por un momento al apro$imarse a la perpendicular y luego se desli; silenciosamente hacia el agujero. Com 9enn, encargado de una de las sogas que imped!an el movimiento lateral, sinti que el gran tronco asum!a la -osici n de descanso. 8UDallooV 8grit el hombre a cargo de las cuerdas. F todos soltaron. 4ientras las sogas ca!an c modamente a lo largo del alto poste, hombres y mujeres gritaron de j"bilo, pues ahora el t tem de )am (igears se ergu!a solo y vertical frente a la costa, como para saludar a todas las embarcaciones que se apro$imaran al estuario. +l -otlatch hab!a terminado. Los vecinos de )am llevaron sus regalos a las canoas& cada hombre iba consciente de que, en alg"n momento futuro, tendr!a que retribuir a )am con un regalo de igual valor& cada mujer se preguntaba qu# pod!a coser y tejer que fuera tan presentable como lo que le hab!a dado la esposa de )am. Be ese modo se preservaba y fomentaba la econom!a de los tlingits: se intercambiaban mercanc!as, se redistribu!a la rique;a y se establec!an obligaciones que se prolongar!an en un futuro indefinido. A la entrada del r!o de las -l#yades, un hombre, su esposa y su hija preservaban un modo de vida totalmente ajeno al que se desarrollaba en la ciudad de =uneau, a s lo veintis#is %il metros de distancia. 4ientras )am (igears ofrec!a su potlatch en la desembocadura del r!o de las -l#yades, Jqu# le estaba ocurriendo en el lago a ,er%a y a su generaci n de salmonesK A comien;os de .@07, aunque ya ten!a dos a*os, segu!a siendo tan insignificante que no desempe*aba ning"n papel notable en el lago. Los peces ms grandes se com!an a sus hermanos tan incesantemente que ya hab!an sido reducidos a s lo ochenta. A medida que continuaba la predaci n, que incluso se intensificaba, comen;aba a parecer que los salmones del lago de las -l#yades se e$tinguir!an muy pronto. -ero ,er%a, con su poderoso instinto de conservaci n, se manten!a en los sitios oscuros, evitaba a los grandes peces depredadores y

-gina 6@M de ?@0

Alaska

James A. Michener

continuaba siendo un pececillo poco ms grande que un dedo, sin saber que de la perseverancia de otros como #l depend!a la supervivencia de su especie. +n ese invierno de .@07, mientras la generaci n de ,erca descend!a en el lago de las -l#yades a dos millones y Com 9enn se afanaba en su nueva tienda, frente al puerto de =uneau, el vapor Nueen of the ,orth, de :oss H :aglan, amarraba con una gran carga de mercanc!as para las ventas de verano, adems de un caballero pelirrojo que iba a revolucionar esa parte de Alas%a. +ra 4alcolm :oss, de cincuenta y un a*os y desbordante de energ!a: 8+stoy lleno de planes 8dijo, mientras llevaba a Com a la peque*a oficina donde la sucursal de =uneau de :H: manejaba sus negocios8. F te advierto, Com, que quiero comen;ar ahora mismo. Com volv!a a verle por primera ve; desde aquel d!a de .I@? en que ha b!a comen;ado a representar a :H: junto al puerto, pero en los a*os transcurridos hab!a presenciado el tremendo crecimiento de la firma y se enorgullec!a personalmente de los informes que circulaban por toda Alas%a, seg"n los cules el se*or :oss era un genio del comercio. aJNu# tiene usted pensadoK 8pregunt el joven8. JRtra tienda en )%agEayK a)%agEay est acabada. La carrera del oro se ha e$tinguido. +se nuevo ferrocarril a >hitehorse puede favorecerla por algunos a*os, pero no le veo futuro a esa ciudad. 8JB nde, puesK 8Aqu!. Com qued aturdido. )u tienda de =uneau marchaba bien, pero nojustificaba una ampliaci n, y una segunda tienda en cualquier otra parte de la ciudad tendr!a un #$ito precario, en el mejor de los casos& ms probablemente, ser!a un desastre. 8)# que :H: rara ve; comete errores, se*or :oss, pero abrir otra tienda aqu!... no se justificar!a. 8<racias por darme una opini n franca, hijo, pero no pienso en otra tienda. Nuiero que ahora mismo, esta misma ma*ana, comiences a construir una gran fbrica de conservas de salm n para :H:. 8JB ndeK 8pregunt Com, d#bilmente. 8+so lo averiguas t". 3omencemos desde ahora. 3omo Com protest , diciendo que no sab!a nada de la industria pesquera, y mucho menos de envasadoras, :oss le interrumpi : 8Fo tampoco. +stamos a la par. -ero s! s# una cosa: habr fortunas a ganar con el salm n y nosotros tenemos que conseguir una parte. Com nunca hab!a visto nada parecido a 4alcolm :oss& ni siquiera el inspector )teele, de la -olic!a 4ontada, hab!a desplegado tanta energ!a, tanto vigor, como ese apuesto comerciante de )eattle, que sab!a intuitivamente que el salm n reempla;ar!a al oro como contribuci n de Alas%a a la rique;a del continente. A las once de esa ma*ana, :oss hab!a reunido a cuatro hombres e$pertos, a quienes ofreci un op!paro almuer;o, a fin de que #l y Com pudieran penetrar en los secretos de la pesca. 8Lo que hace falta 8dijo uno de los hombres8, para hacer bien las cosas... 8-ues bien, saque su lpi;. -ara limpiar el pescado hace falta un coberti;o enorme, ms grande que los que hay por aqu!. -ara cocinarlo, otro, un poco ms peque*o. Tn tercero para albergar a los chinos, pues es preciso mantenerlos separados: se pelean con todo el mundo. F adems, un alojamiento para los otros trabajadores. Tn sal n comedor dividido: un tercio para los chinos, dos tercios para los otros. Tn taller para hacer cajones& otro para fabricar las latas. Tn dep sito con un muelle de carga cerca, construido sobre pilotes, para poder amarrar con marea baja o alta. 8+so cuesta much!simo dinero 8dijo uno de los otros. F :oss replic :

-gina 6@? de ?@0

Alaska

James A. Michener

83reo que podemos pedirlo prestado. -ero Jde d nde sacamos el pescado para poner en las latasK +l primer hombre reanud su e$plicaci n: 8Ahora llegamos a la parte realmente costosa. ,ecesitar usted un barco grande, que est# a sus rdenes. -uede alquilarlo, pero ser!a mejor que fuera propiedad suya. 8Cenemos barcos. 8-ero no como el que est amarrado all!. )e necesita un barco para traer a los chinos al norte en la primavera, con todo lo necesario. Luego se lo dedica a recolectar el pescado y llevarlo a la fbrica de conservas. Al terminar la temporada, se lleva otra ve; a los trabajadores junto con el salm n enlatado. 8JCemporadaK J3 mo es esoK 8+l salm n s lo se puede pescar unos pocos meses al a*o. +n el verano. )e abre dos meses antes para prepararlo todo y aprovechar el comien;o de temporada, que es lento. Luego se trabaja a muerte. Dace falta un mes para cerrar. Burante la "ltima parte del oto*o y todo el invierno, la empresa permanece cerrada. 8JNui#n se queda en la fbrica durante el inviernoK 8Tn solo hombre para vigilar. 8Canto edificio, tanta inversi n... Jy un solo guardiaK 8Tsted no comprende, se*or :oss. )u fbrica de conservas estar lejos, en el campo, junto a un peque*o curso de agua. ,o habr nadie en %il metros a la redonda, salvo osos, p!ceas y salmones. 8JF d nde busco ese lugarK 8pregunt :oss. Codos los hombres quisieron hablar al mismo tiempo, pero el primero a"n no hab!a terminado, de modo que acall a sus compa*eros. 8Aparte de los barcos grandes para hacer el trabajo pesado, necesita uno o dos barcos peque*os para circular entre los treinta y tantos botes que se encargarn de la pesca. ,ecesita muchos botes, se*or :oss. 83omprendo. -ero Jd nde ... K 3on cautela y maduro criterio, esos hombres versados en la tradici n del mar y sus rique;as eliminaron los sitios menos ventajosos: 8+l curso de agua ms hermoso de los alrededores es el canal Lynn, que lleva a )%agEay& pero tiene poca pesca. 8)%agEay no me interesa 8dijo :oss, abruptamente8 y el paisaje, menos. 8Day salm n en abundancia en la isla Admiralty, pero los mejores sitios estn ocupados. 8,o quiero lugares de segunda. 8F ;onas muy buenas en la isla (aranof... 8Bemasiado lejos de =uneau. Nuiero dirigir las operaciones desde aqu!. 83on buenos botes, no importa que la fbrica de conservas est# muy lejos. Day arroyos estupendos para el salm n al sur. 8Cengo puesta la mira aqu!. 8+n ese caso, s lo queda un sitio intacto, con buena pesca y sitio para que amarren los botes. 8JB ndeK 8-ero tiene un inconveniente. Bel 3anad sopla un viento incre!ble. 8-odemos hacer una construcci n que nos proteja del viento. 8Be este viento, no. 3u#ntale lo que te pas con el Ca%u, +ddie. Tn pescador que estaba sentado a poca distancia, comiendo con gran apetito, dej su tenedor para decir:

-gina 6@I de ?@0

Alaska

James A. Michener

8Aqu! todos lo llaman el viento Ca%u. (aja de las monta*as del 3anad y se encajona en el estuario del Ca%u. +n quince minutos puede pasar de la calma chicha a setenta u ochenta %il metros por hora. Day que tener cuidado con el viento Ca%u. :oss descart la advertencia. 8JNu# tipo de salm n hay en los arroyos que desembocan en el estuario del Ca%uK 8+l ner%a, sobre todo 8coincidieron los hombres. Ante esa palabra mgica, :oss se decidi : 8(uscaremos un sitio en el estuario del Ca%u que est# protegido del viento. Inmediatamente despu#s de almor;ar, pidi a Com que organi;ara una e$ploraci n de ese hermoso curso de agua. +ncontraron a )am (igears trabajando en una ampliaci n del hotel. Ante la perspectiva de volver al Ca%u, se mostr tan encantado que confiscaron uno de los vapores costeros de :H: y, hacia mediod!a, la e$pedici n Fa estaba en marcha. +n cuanto el vapor vir hacia el estuario, 4alcolm :oss supo que estaba frente a algo especial, pues el fiordo era mucho ms hermoso de lo que hab!a imaginado por las descripciones escuchadas durante el almuer;o. 8U+sto es magn!ficoV 8e$clam , al aparecer la fa; a;ul reverberante del glaciar de la 4orsa. Cambi#n le impresion el estrecho desfiladero abierto entre el glaciar y la 4orsa, por el cual el barco iba avan;ando& cuando el estuario se ensanch , revelando nuevas perspectivas, la atenci n del empresario se centr en la fa; esmeralda del glaciar de las -l#yades, de treinta metros de altura, relumbrante a la lu; del sol8. UNu# espl#ndidoV -ero entonces mir hacia el este. 4s all del promontorio donde se levantaba la caba*a de )am (igears vio por primera ve; un t tem de Alas%a& sus variados colores reluc!an al sol, como para complementar el glaciar de la costa opuesta. 8JNu# hace all! ese posteK 8pregunt 8. Lo "nico que veo cerca es esa caba*a. 8+s la casa de (igears 8e$plic Com8. 'l tall el t tem. Fo ayud# a levantarlo. 8)upongo que las figuras significan algo. :itos paganos y ese tipo de cosas. Llamaron a (igears para que e$plicara el t tem, pero al tling!t le resultaba mucho ms dif!cil e$plicarse que a su hija. -or fin :oss, algo irritado, pregunt : 8Bime: Jqui#n es el hombre de la chisteraK F (igears respondi , con una gran sonrisa: 8Tn hombre blanco. Cal ve; ruso. 8J,o lo sabesK 8pregunt :oss, impaciente. 8) lo un blanco. 'l gan . :oss no sac nada en limpio de eso. 3uando pregunt por el ave del e$tremo, recibi otra respuesta ambigua: 8) lo un ave. Cal ve; cuervo. +l comerciante tom una actitud conciliadora: 8+s un bonito poste. F aqu! tienes un buen lugar. JDay salm n en el r!oK 84uchos ner%as 8respondi )am. :oss registr cuidadosamente el dato, pero su astuta mirada detect un hecho de mayor importancia para una futura fbrica de conservas de salm n: 8(igears, tu promontorio, as!, sobresaliente.... Jno protege esa peque*a bah!a del viento que llaman Ca%uK 8Cal ve;. 8F si yo construyo mi fbrica en esa parte, al sur y frente a tu casa, el viento no me molestar tanto, JverdadK 8Cal ve; no. 8+n ese caso Jpor qu# construiste tu caba*a ah! arriba, donde golpea elvientoK F )am replic :

-gina 6@@ de ?@0

Alaska

James A. Michener

84e gusta viento. )opla muy fuerte, me quedo adentro, enciendo buen fuego. Bespu#s de varios meandros ms, el vapor pas cerca del ce*udo hocico del glaciar Ca%u, mucho ms alto y ms ancho que los anteriores, pero carente del intenso color a;ul de aqu#llos. )u hielo sucio se ergu!a en columnas grisceas. )in embargo, eran impresionantes por su magnitud, como si estuvieran a punto de derrumbarse sobre cualquier barco que se apro$imara demasiado. +l capitn baj para informar a :oss de que otros barcos llevaban peque*os ca*ones, a fin de poder disparar contra los glaciares, con la intenci n de precipitar el desprendimiento de t#mpanos espectaculares. 8Apostar!a a que est por desprenderse uno grande 8concluy . 8JCiene usted ca* nK 8pregunt :oss. Fue una desilusi n enterarse de que s lo los llevaban los barcos de pasajeros. -ero el capitn ten!a otra tctica: 8Llegaremos a una distancia conveniente y tocaremos cinco o seis veces la sirena. A veces sirve. +l barco se apro$im asombrosamente& cuando los toques de sirena reverberaron contra la fa; del glaciar, las vibraciones hicieron que se desprendiera una alta columna de nieve congelada, con un monstruoso chapoteo. +l t#mpano no perdur , pues la nieve no estaba bien apretada, pero aquello sirvi para demostrar c mo se formaban. 4s all del sobrecogedor glaciar, el vapor ascendi tres %il metros ms hacia el e$tremo interior del estuario, donde se ve!a un r!o que bajaba a tumbos desde el 3anad. :oss, que contemplaba el hervor de las aguas sobre los inmensos cantos rodados, pregunt : 8JNu# hacen los salmones para recorrer todos estos meandrosK F (igears e$plic : 89uelven a casa, conocen cada giro. :ecuerdan cuando eran morralla. F :oss dijo: 8Ali#ntalos a procrear mucho. )on los que llenarn nuestras latas. +l vapor vir en un punto muy adentrado del estuario& los navegantes que vendr!an despu#s no podr!an llegar hasta all!, porque los sedimentos provenientes de 3anad se acumular!an de tal manera que los barcos grandes no podr!an siquiera llegar al glaciar Ca%u& sin embargo, durante los primeros a*os del siglo GG a"n no se hab!a producido ese atascamiento del curso. +n el viaje de regreso por el estuario, :oss permaneci ante la barandilla, imaginando el fero; viento Ca%u. 3uando el barco se acercaba a la caba*a de )am (igears, en lo alto del barranco, :oss sinti que se elevaba sobre el promontorio y no volv!a a descender sino al otro lado del estuario. )e*alando triunfalmente ese punto del sur, tan c modo para la navegaci n pese a estar protegido, e$clam : 8+n ese sitio construiremos nuestra fbrica de conservas. -ero Com observ : 8)er!a mejor consultar con )am (igears. 8J-or qu#K 8le espet :oss. 83reo que ambos lados de la cala le pertenecen. 8Las propiedades se asignan en >ashington 8dijo el comerciante, dando a entender que no deseaba tratar el asunto con (igears8. Cengo a una persona all& har# que se ponga manos a la obra de inmediato. 4ientras el vapor se alejaba del estuario, se volvi a contemplar ese compacto y encantador curso de agua, con sus acantilados, sus monta*as y sus centelleantes glaciares. 8+s el sitio correcto para :oss H :aglan 8dijo a quienes le rodeaban8. 3omo hecho a medida.

-gina L00 de ?@0

Alaska

James A. Michener

-ara sorpresa de Com, el se*or :oss permaneci dos semanas en =uneau, supervisando la compra de materiales para una gran fbrica de conservas, aunque a"n no ten!a asegurado el lugar para construirla. -ero al decimotercer d!a lleg un telegrama informndole de que se le hab!an otorgado derechos e$clusivos sobre la cala situada en la desembocadura del r!o de las pl#yades. 8UAdelante, a toda marchaV 8e$clam :oss8. Com, env!a de inmediato esa madera y la maquinaria a la cala. 3omien;a a construir como un loco, debes tener todo listo para operar hacia el veinticinco de abril. 8JBe d nde saco los botesK 8+so corre de m! cuenta. +starn aqu!, cr#eme. 8JF c mo llamaremos a la empresaK :oss lo pens por un momento. Besde hac!a un tiempo tem!a que el nombre de :oss H :aglan, demasiado conocido, se hubiera puesto a demasiadas empresas& bien pod!a provocar envidia. Adems, si alguien se enojaba por el trato recibido a bordo de un barco de :H:, bien pod!a dejar de comerciar con las tiendas de la firma. -or otra parte, los clientes de Alas%a pod!an resentirse por la concentraci n del poder en )eattle. -or #stas y otras buenas ra;ones, decidi firmemente no volver a utili;ar esa denominaci n. 8Lo que necesitamos, Chomas, es un nombre que represente a Alas%a. La gente de la ;ona debe sentirse orgullosa de estar vinculada con la nueva fbrica de conservas. B#jame pensarlo por esta noche. +se hombre capa;, que se hab!a esfor;ado honradamente por proveer a los millares de personas que viajaban a Alas%a en los a*os del oro, proporcionando buenos barcos y mercanc!as necesarias a las comunidades crecientes, planeaba ahora una fbrica de conservas de primera, en contraste con ciertas empresas clandestinas que sacaban el dinero de Alas%a sin dar nada a cambio. 4alcolm :oss quer!a que su industria fuera un ejemplo de lo mejor que el capitalismo pod!a proporcionar, y para eso era esencial un nombre que proclamara esa calidad. A la hora del desayuno inform a Com de que hab!a hallado la soluci n perfecta: 8Fbrica de 3onservas C tem. +n las etiquetas de nuestras latas, un buen dibujo de un t tem como el que hice cuando recorrimos el estuario del Ca%u, ese primer d!a. F sac del bolsillo un buen esbo;o del t tem de )am (igears. -ero el divertido hombre blanco de chistera hab!a sido eliminado& lo reempla;aba un oso pardo, con el cuervo original en el e$tremo. ,R s lo se apropiaba de las tierras de (igears, en la desembocadura del r!o de las -l#yades, sino tambi#n de su t tem, sin que el tlingit pudiera hacer nada contra un robo ni contra el otro. 4alcolm :oss, en )eattle, y su agente en Y9ashington se encargar!an de eso. +n los d!as siguientes, Com 9enn tuvo bastantes ocasiones para observar lo eficiente que era su empleador, pues dos grandes vapores de :H: entraron en el estuario del Ca%u con madera y herramientas para los cuatro edificios principales, que deber!an estar operando a mediados de mayo. =unto con estos materiales ven!an sesenta y cinco artesanos de )eattle, con tiendas de lona donde albergarse temporalmente y una gran cocina porttil. A una se8 mana del desembarco, ese ej#rcito de hombres hab!a e$cavado las bases para los edificios principales y descargado de una barca;a la piedra y el cemento que formar!an los cimientos de las grandes estructuras, cuyos maderos 9erticales pronto comen;ar!an a brotar como una selva de tallos en crecimiento despu#s de una lluvia primaveral. ,o era absurdo que el se*or :oss pretendiera tener listos esos edificios en tan poco tiempo, pues eran esencialmente coberti;os donde se alojar!an diversas maquinarias& no hab!a que resolver ning"n problema arquitect nico particularmente dif!cil.

-gina L0. de ?@0

Alaska

James A. Michener

8Los quiero fuertes y pronto 8dec!a a los hombres, cada ve; que visitaba el estuario. F cuando llegaron ms barcos, trayendo las pesadas retortas de hierro donde se cocinar!an las latas a presi n de vapor, una ve; llenas, el sitio para recibirlas estaba listo. 3uando acabaron de instalarlas ya hab!a unos treinta indios contratados para cortar le*a con la que alimentar el fuego. +l edificio ms peque*o, donde se construir!an los cajones de madera para enviar las latas a )eattle y, desde all!, a grandes ciudades como ,ueva For% y Atlanta, fue levantado en cuatro d!as& qui; ser!a ms apropiado decir que lo improvisaron. -ero su gemelo, el sitio en el que se fabricar!an las latas, requiri ms tiempo: deb!a ser bastante s lido para albergar esa maquinaria pesada. 4ientras tanto se contrat a treinta y siete pescadores locales para que pescaran el salm n cuando se iniciara la temporada& los dos peque*os vapores que se mover!an entre ellos, para recoger la pesca y llevarla a la fbrica de conservas, llegaron de )eattle con sus tripulaciones completas. =unto con ellos vino una embarcaci n muy "til: un remolcador grande y fuerte, con un martinete armado en la popa y, en cubierta, varios cientos de largos postes de madera, que ser!an clavados en el fondo fangoso del estuario, a fin de formar el muelle donde amarrar!an los grandes barcos que cargar!an los cajones de salm n enlatado. A principios de abril, la Fbrica de 3onservas C tem presentaba una intensa actividad del tipo ms variado. Com 9enn, encargado de registrar horarios y pagar a todos los que trabajaban en el proyecto, ten!a ahora nueve equipos diferentes que trabajaban entre doce y catorce horas al d!a. +l se*or :oss hab!a dado rdenes espec!ficas: P<asta dinero ahora y pon todo en marcha, para que en septiembre podamos ganar muchoQ. A mediados de abril, orden que se interrumpiera el trabajo en todo lo que no fuera esencial, a fin de levantar un alojamiento grande a un ritmo vertiginoso: 8Acabo de saber que nuestra gente de )eattle ha contratado a una banda de chinos en )an Francisco y los enviarn al norte antes de lo que esperbamos. ,os han advertido que el secreto de toda buena fbrica de conservas es mantener a los chinos contentos, as! que ser preciso tener preparados los dormitorios y el comedor para dentro de dos semanas. -ero cuando Com trat de decidir a qu# carpinteros y alba*iles pod!a distraer de sus tareas, descubri que casi todos los edificios eran tan esenciales como el dormitorio. -or lo tanto, tuvo que buscar a artesanos de la ;ona para completar el trabajo. )u primera idea fue abordar a su leal amigo )am (igears, pero el se*or :oss hab!a sido advertido, por su agente en >ashington, que Pno hay un esquimal ni un indio que valgan un comino. ) lo los blancos puedenXhacer lo necesario para construir en Alas%a. F ese prejuicio estaba muy arraigado. )e pod!a emplear a los tlingits de los alrededores para cavar ;anjas y descargar materiales, pero no se les pod!a confiar la construcci n de un alojamiento, aunque fuera para los chinos: 8,o quiero carpinteros indios, Com. ,o son dignos de confian;a. 8Dab!a dicho. 8JBe d nde sac usted esa ideaK 84e dijo 4arvin Do$ey que beben, trabajan dos d!as y despu#s desaparecen. 8U4arvin Do$eyV ,unca trabaj con indios. ) lo repite lo que oy en los bares. 8-ero sabe de Alas%a. Com 9enn, veterano del paso de 3hil%oot, del r!o Fu% n, de las fren#ticas BaEson y ,ome, era ya un joven de veinte a*os, con el s lido carcter de un hombre de cuarenta, y no iba a permitir que se descartara su bien ganada sabidur!a por un individuo como 4arvin Do$ey:

-gina L0/ de ?@0

Alaska

James A. Michener

8,o quiero contradecirle, se*or :oss, porque no cono;co a otra persona que sepa de negocios tanto como usted. -ero en cuanto a los indios que yo contratar!a para construir el dormitorio, est mal asesorado. 8Do$ey nunca me ha fallado. ,o contrates a indios para ning"n trabajo importante de la Fbrica de 3onservas C tem. Com se ech a re!r y, para su propia sorpresa, tom al se*or :oss por el bra;o: 8JNui#n tall ese t tem que usted admira tantoK +l indio que quiero contratar. JF qui#n ayud a construir la tienda de =uneau, en tan poco tiempo que usted mismo se asombr K +se mismo indio, se*or :oss. )am (igears, a quien usted conoci en el barco el primer d!a, vale por dos de los carpinteros que han venido de )eattle. 4alcolm :oss no hab!a llegado a encabe;ar una empresa tan importante pasando por alto el consejo de hombres resueltos, pues #l mismo lo era. 3uando su socio, -eter :aglan, se asust ante la celeridad con que :oss H :aglan se e$pand!a bajo el ltigo de :oss, se apresur a comprarle su parte en la firma. Dab!a corrido riesgos enormes para iniciar su l!nea de navegaci n F ahora los corr!a mayores para tratar de abrir la fbrica de conservas en tan poco tiempo. Com hab!a demostrado su capacidad muchas veces& si #l quer!a contratar a un tlingit para acelerar la construcci n, se har!a. 8)i es tan bueno como dices, ponlo a trabajar hoy mismo. -ero no vengas a quejarte si ma*ana se presenta borracho. Com le hi;o la venia con una sonrisa, sin informar a su jefe de que eran los carpinteros de )eattle quienes hab!an conseguido Ehis%y al principio de esas fren#ticas obras y renovaban misteriosamente su provisi n cada ve; que un barco de :H: entraba en el estuario. +n cambio, sugiri al se*or :oss que cru;ara la cala con #l, en un esquife, para ver c mo viv!a un tlingit de categor!a. 8+so me gustar!a 8dijo el empresario. F se encaram en la popa del esquife, mientras dos porteadores indios llevaban el bote al otro lado del estuario, hasta el informal embarcadero que )am (igears hab!a hecho para su canoa y su bote de vela. 8U+h, (igearsV 8grit Com, mientras bajaba a tierra con :oss8. +l patr n viene a verte. )am sali de la caba*a, en lo alto de la colina, y se detuvo por un mo mento entre las dos jambas de la puerta, talladas y pintadas como t tems. Al ver al se*or :oss salud : 8U(ienvenidoV 3onstruye muy rpido all. Los hi;o pasar a su caba*a, despojada por los regalos hechos durante el -otlatch. )in embargo, la solide; de la estructura era evidente. 8JTsted construy estoK 8pregunt :oss. F (igears respondi : 8+sposa e hija ayudan mucho. Llam a ,ancy, cuya encantadora cara oval se abri en una sonrisa como la de su padre. )in mostrar a :oss ning"n respeto especial, le hi;o una ligera reverencia y dijo en cadencioso ingl#s: 8Com est muy orgulloso de trabajar con usted, se*or :oss. F nosotros, de tenerle en nuestro hogar. 4i madre no habla ingl#s, pero dice lo mismo en tlingit. 89ine por negocios, se*or (igears. 4e dice Com que usted es muy buen carpintero. 84e gusta la madera. 8Nuiere que le contrate a usted para construir el alojamiento grande... ahora mismo, para los chinos que vendrn pronto. )am (igears dijo: 8)i#ntese, se*or :oss. 8Tna ve; que los hu#spedes tomaron asiento, pregunt sin rodeos8: J-or qu# trae chinosK Ca%u es india. 4uchos indios aqu! trabajan bien como chinos. 8Demos contratado a muchos indios.

-gina L07 de ?@0

Alaska

James A. Michener

8-ero no trabajo de verdad. ,o construcci n. ,o hacer cajas. ,o hacerlatas. :oss acostumbraba a enfrentarse a las cosas desagradables cuando era ineludible. 8Lo cierto es, se*or (igears, que todas las industrias conserveras han aprendido a encomendar los trabajos principales a los chinos: cajones, latas y preparaci n del pescado. 8J-or qu# chinosK J-or qu# no tlingitsK 8-orque los chinos trabajan ms que nadie en la Cierra. Aprenden pronto lo que es preciso hacer y lo hacen. Crabajan como demonios, ahorran su dinero y mantienen la boca cerrada. ,inguna fbrica de conservas tiene #$ito sin chinos. 8Clingits tambi#n trabajan como demonios. :oss era demasiado considerado como para decir que, efectivamente, en un d!a determinado los tlingits trabajaban tanto como los chinos. )e lo hab!an dicho los otros empresarios. -ero tambi#n le hab!an dicho que, al cabo de dos o tres d!as de trabajo intenso, los indios gustaban de cobrar su salario e ir a pescar... para s! mismos, no para la fbrica. +n cambio, dijo: 8JAyudar usted a Com a construir el alojamientoK F )am (igears respondi : 8,o. C" trae chinos para nuestro trabajo, yo no trabajo para ti. ,o aqu!, en -l#yades. ,o en =uneau, ms no. 83on gran dignidad, acompa* a :oss y a 9enn hasta la puerta y los despidi diciendo, serenamente8: 4uchos chinos aqu!, muchos problemas. As! termin la entrevista. 3on los pocos obreros especiali;ados que Com pudo hallar en el puerto de =uneau y con un gran equipo de tlingits, el esqueleto del dormitorio fue levantado de prisa& luego se inici la construcci n de las literas donde dormir!an los trabajadores importados durante los cinco meses de la temporada del salm n. ) lo entonces se convenci 9enn de que el gran proyecto quedar!a terminado a tiempo. Fue la complejidad de esa jornada lo que gener su optimismo: en el puerto, el martinete estaba clavando los altos postes en los que descansar!a el muelle, seis metros y sesenta cent!8 metros sobre el agua con marea baja& en el coberti;o de la cocina ya estaban instalando las retortas. +n el galp n grande estaban haciendo las mesas donde los chinos limpiar!an el salm n, con cuchillos largos y afilados& una tosca sierra cortaba p!ceas en )it%a para los fabricantes de cajones que llegar!an pronto. F en la fbrica de latas se preparaban intensas hogueras para fundir el esta*o con que se sellar!an aqu#llas al completarse el envasado. Tna operaci n gigantesca se acercaba a su efectiva culminaci n& hab!a sido una aventura al estilo de Alas%a: grande, indisciplinada en muchos aspectos, fren#tica, e$citante. Cal como dijo Com a uno de los carpinteros del dormitorio: 8+n 3hicago nunca se har!a un trabajo as!. -ero lo que coron su sensaci n de euforia fue la llegada de las primeras cien mil etiquetas impresas en )eattle, que se pegar!an en las latas antes de embarcarlas. +ran de color rojo intenso, como el salm n maduro, y la leyenda impresa en gruesas letras negras dec!a: )AL4d, :R)ABR B+ ALA)AA (ueno para usted Abajo aparec!a la orgullosa designaci n: 3onservas C tem <laciar de las -l#yades, Alas%a -ero lo que llamaba la atenci n era el t tem concebido por el artista de )eattle, bien dibujado e impreso en cuatro colores, con un glaciar verdoso en el fondo. La etiqueta era llamativa. 3uando el se*or :oss hi;o pegar tres muestras en las latas de una competidora, todos estuvieron de acuerdo en que era la ms efectiva de las dise*adas hasta entonces. Com qued tan complacido que -idi una de las latas y la llev al otro lado

-gina L06 de ?@0

Alaska

James A. Michener

de la cala, con la esperan;a de que )am (igears, al ver el buen producto que se iba a fabricar all!, cediera en su animosidad. 8(onito, JnoK 8dijo, al entregar la lata a su amigo. )am la estudi por un rato y luego se la devolvi , casi con desprecio: 8Codo mal. 3uando Com dio a entender que no entend!a, el tlingit se*al la etiqueta: 84i t tem no en el mismo lado de Ca%u que glaciar. +n t tem falta hombre. 4ira, no cuervo. 8Com estaba a punto de echarse a re!r cuando (igears e$pres la verdadera queja de su pueblo8: Fuera, lata mala. Bentro, ms mala. 8JNu# quieres decirK ,uestro salm n ser el ms fresco de los que se envasen este a*o. 8Bigo: adentro, salm n tlingit de r!os tlingit, envasado por chinos, y todo el dinero a trabajadores de )eattle, barcos de )eattle, empresa de )eattle. 84ostr la lata en el aire y concluy , con gran amargura8: )alm n tlingit hace rico a todos, pero a tlingits no. )eattle lleva todo, Alas%a nada. 3on triste;a, pues ve!a con cruel claridad la silueta del futuro, devolvi la lata y, con ese gesto, se aisl de su leal amigo. Canto #l como Com sab!an que entre ambos se hab!a al;ado un distanciamiento insalvable. +n adelante, Com pertenecer!a a )eattle& )am, a Alas%a. A mediados de mayo, cuando a"n brotaba la resina de las toscas tablas del dormitorio, un vapor de :H: entr en el estuario, cru; los estrechos, esquiv la roca de la 4orsa y amarr a lo largo del muelle reci#n terminado. +n cuanto se asegur la plancha, por ella se lan;aron cuarenta y ocho chinos que pondr!an en marcha la fbrica. 9est!an pijamas sueltos, chaquetas negras y ;apatos baratos con suela de goma, sin calcetines. Tno de cada cinco usaba coleta, y eso estableci el carcter del grupo: eran e$tra*os, de diferente color, casi todos incapaces de hablar ingl#s y con un apetito muy diferente. junto con ellos ven!a el elemento esencial para mantener contentos a los trabajadores chinos de una industria conservera: varios cientos de sacos de arro;. F ocultos en diversos sitios ingeniosos, otra cosa de igual importancia: peque*os frascos de vidrio, no mucho ms grandes que un pulgar, llenos de opio. -uesto que los cuarenta y ocho hombres no dispondr!an de mujeres ni de diversi n alguna, no tendr!an respiro en doce o catorce horas diarias de trabajo demoledor, ni fraterni;ar!an con sus compa*eros blancos, el opio y las apuestas ser!an casi el "nico descanso disponible que ellos buscar!an asiduamente. 3uando bajaron a tierra, formaban un grupo silencioso que infund!a respeto. A Com le correspondi llevarlos a su alojamiento. Intranquilo y nada feli; con la perspectiva de tratar con esas e$tra*as personas a lo largo de todo un verano, caminaba en silencio hacia el dormitorio reci#n terminado cuando alguien le detuvo tirndole de la manga. Al volverse, se encontr frente al hombre de quien depender!a el #$ito de esa operaci n. 8 +ra un chino flaco y frgil, con el pelo recogido en una gruesa que le bajaba por la espalda. Aunque era poco mayor que Com y notablemente ms bajo, su presencia resultaba imponente. +n esos primeros segundos, 9enn not una peculiaridad que, probablemente, determinaba la conducta del hombre: P)u cara amarilla sonr!e, como si #l supiera que eso ha de complacerme, pero sus ojos no, porque le importa un bledo lo que yo pienseQ. 84e llamo Ah Cing. Crabajo Aetchi%an dos veces. 4! capata; todos los chinos. Codo bien. -ese a su suspicacia, para Com fue un alivio saber que uno, siquiera, hablaba ingl#s. -or eso invit a Ah Cing a caminar con #l. Antes de llegar al dormitorio ya era obvio que la Fbrica de 3onservas C tem funcionar!a como lo indicara Ah Cing, pues los otros chinos aceptaban su lidera;go. 3uando la fila lleg al edificio, todos esperaron a que #l designara a cada uno su camastro y distribuyera las dos escasas mantas por cabe;a. 8+n barco no comemos 8dijo.

-gina L0L de ?@0

Alaska

James A. Michener

3uando Com los condujo al comedor reservado para los chinos, Ah Cing se apresur a designar dos cocineros, que de inmediato comen;aron a preparar el arro;. Bespu#s de comer, fue Ah Cing y no 9enn quien dividi a los hombres en tres grupos. Tno armar!a los cajones, otro fabricar!a las latas, y el grupo principal, adems de limpiar los edificios, preparar!a las mesas en las que ms tarde limpiar!an el salm n. Com no sab!a cuntos de esos cuarenta y ocho hombres hab!an trabajado antes en una fbrica de conservas, pero descubri que bastaba con dar las instrucciones una ve;. Aunque la mayor parte de los orientales no comprend!an sus palabras, demostraban una e$tra*a habilidad para captar sus intenciones y corr!an a hacer lo ordenado. Dacia las dos de la tarde, la fuer;a laboral estaba en su sitio& los especialistas se identificaban y se hac!an cargo de las tareas ms importantes. Dacia las tres, ya estaban apareciendo cajones y latas terminados. -or ejemplo: la fabricaci n de esas latas, que ser!an despachadas al mundo entero, era una tarea de precisi n. Dab!a que cortar en bandas los largos rollos de hojalata para formar el cuerpo del envase& luego se las enrollaba sobre un molde y se soldaba cuidadosamente. Los discos que formar!an el fondo deb!an ser cortados y soldados con firme;a. -or fin se requer!an discos diferentes para la parte alta& #stos eran puestos aparte para ser colocados cuando la lata estuviera llena de pescado crudo. +ra preciso dejar una peque*a abertura para que la mquina succionadora retirara el aire restante, creando un vac!o, y luego soldar ese diminuto agujero. Al caer la noche, era evidente que las latas del salm n C tem ser!an de primera y abundantes. Al acercarse los "ltimos d!as de mayo, todas las partes de ese inmenso esfuer;o empe;aron a entrela;arse. )esenta y cinco blancos venidos de )eattle manejaban las oficinas, supervisaban a los trabajadores y capitaneaban los barcos& los chinos produc!an latas y cajones para procesar el pescado, mientras los treinta nativos continuaban con el acarreo. +n esos d!as entraron tambi#n en actividad los treinta barcos peque*os que se encargar!an de la pesca& cada uno ten!a dos tripulantes blancos, salvo tres, que estaban a cargo de indios. Tna luminosa ma*ana de junio, un vig!a grit , desde uno de los barcos ms grandes: 8U9iene el salm nV 8F cuando los pescadores corrieron a la barandilla para escrutar las oscuras aguas del estuario, vieron millares de formas difusas que avan;aban tena;mente aguas arriba, rumbo a los lejanos arroyos del 3anad. -ero los marineros que miraron hacia la cala de las -l#yades pudieron ver un grupo impresionante de grandes salmones ner%as que se apartaban del cardumen principal para encaminarse al hermoso arroyo fr!o por donde hab!an bajado tres a*os antes. 8U)iguen viniendoV 8gritaban los hombres, de bote a bote. La pesca de ese a*o, la primera para la Fbrica de 3onservas C tem, estaba en marcha. 3uando ,ancy (igears oy los gritos, avis a su padre. )am baj a inspeccionar la calidad del salm n que regresaba ese a*o, y qued tan complacido que mand a su hija traer su red. 3uando estaba a punto de echarla para la primera pesca de la temporada, un guardia de la empresa grit desde el otro lado de la cala: 8U+h, t"V U+n este r!o no se pescaV 8+ste mi r!o 8contest (igears. -ero el guardia e$plic : 8Canto el r!o como el lago estn ahora reservados a la Fbrica de 3on servas C tem. )on rdenes de >ashington. 8+ste mi r!o. +l abuelo de mi abuelo pesc aqu!. 8Ahora las cosas han cambiado 8replic el guardia, mientras sub!a a un peque*o bote para dar las nuevas instrucciones cara a cara. 3uando el hombre desembarc , (igears le advirti : 84ejor trae bote ms arriba. )e ir.

-gina L0M de ?@0

Alaska

James A. Michener

3uando el guardia volvi a mirar, comprob que, de no ser por la advertencia de )am, habr!a perdido su embarcaci n. Bespu#s de consultar un papel, el hombre dijo: 8Tsted es )am (igears, supongo. 83omo )am asinti , continu diciendo8: )e*or (igears, la cala nos ha sido asignada por los funcionarios de >ashington. Bebemos controlar la pesca en este r!o y en las aguas adyacentes. ,ecesitbamos esa e$clusividad para gastar tanto dinero en esa fbrica. 8-ero #ste mi r!o. +l guardia pas eso por alto y, en tono conciliador, como si otorgara a un ni*o una generosa dispensa, dijo: 8Demos notificado a >ashington que estamos dispuestos a respetar sus derechos como ocupante ilegal de su caba*a ms dos hectreas y media de tierra. 8JBerechos de ocupante ilegalK JNu# es esoK 8(ueno, usted no tiene t!tulos de propiedad sobre esa tierra. Legalmente no le pertenece a usted, sino a nosotros. -ero le permitiremos ocupar su caba*a mientras viva. 8+s mi r!o..., mi tierra. 8,o, se*or (igears. Las cosas han cambiado. Besde ahora en adelante ser el gobierno el que diga a qui#n pertenece cada cosa. F ya ha dicho que nuestra empresa tiene derechos sobre este r!o. ,aturalmente, eso nos da derechos sobre el salm n que llega a nuestro r!o. 83omo (igears parec!a perplejo, el guardia simplific las instrucciones8: ,i usted ni sus amigos -odrn pescar ya en este r!o. ) lo los que pescan para la fbrica. +st cerrado. por orden del gobierno. -ermaneci en el sitio donde se iniciaba el r!o, para asegurarse de que el tlingit no quebrantara la nueva ley. Al ver que (igears levantaba su red y volv!a a su casa, desconcertado, dijo para sus adentros: P'se s! que es un indio sensatoQ8 3uando llevaron la primera carga al coberti;o donde se limpiaba el salm n, con todas las partes de la fbrica funcionando como estaba planeado, miles de latas de medio %ilo comen;aron a desli;arse por las mesas en que se soldaban, hacia los hombres que pegaban las vistosas etiquetas rojas de C tem. +l se*or :oss, al enterarse de que su planta operaba aun mejor de lo que esperaba, viaj hacia el norte y, tras una inspecci n de pocos d!as, dijo a Com: 8:ecuperaremos la inversi n en tres a*os. Bespu#s de eso, las ganancias sern enormes. )e sent!a tan satisfecho con la marcha de las cosas que tom varias medidas para demostrar su aprecio a los trabajadores: 8+s el procedimiento habitual de :H:. Codo el que se desempe*a bien recibe una recompensa inesperada. Ah Cing recibi una raci n adicional de pollo y carne para sus chinos, que festejaron sucesivamente con un fest!n, un juego de apuestas y una sesi n de opio. Los trabajadores tlingits recibieron una peque*a bonificaci n& los blancos, una ms sustanciosa. Al personal superior se le otorgaron dos semanas de vacaciones y pagas adicionales, al terminar la temporada. +n cuanto a Com 9enn, se le dijo: 8-ara ti un aumento, Com. F cuando lo tengas todo cerrado en invierno, mi esposa y yo queremos que vengas a )eattle. Ce has ganado un buen descanso. La perspectiva de visitar la ciudad que tanto admiraba hi;o que Com se dedicara a so*ar y a especular con la posibilidad de que le ofrecieran trabajo all!, o tal ve; un puesto de director en una de las grandes tiendas que :H: ten!a en )eattle. -ero a fin de merecer el ascenso deb!a ejecutar la desagradable tarea que el se*or :oss le asign : 83ontra mi voluntad, Com, he concebido cierto respeto por ese indio amigo tuyo. -arece hombre de carcter. Nuiero que vayas a su caba*a para asegurarle que, si bien ya

-gina L0? de ?@0

Alaska

James A. Michener

no puede pescar en nuestro r!o, no vamos a ser taca*os con #l. Al fin y al cabo, como me has recordado, #l ayud a construir la tienda de =uneau. 8JA qu# se refiere, se*orK 83uando termine la temporada diremos al guardia que le alcance... (ueno, encrgate de que reciba uno o dos salmones. +s lo justo. +l se*or :oss le orden que le llevara el primer regalo inmediatamente, antes de que #l volviera a )eattle, y le hi;o entregar dos gordos salmones muy rojos para que los obsequiara al tlingit. Com no quer!a hacerlo, pues se daba cuenta de lo parad jico que era ofrecer a )am dos salmones cuando, -or generaciones enteras, su familia hab!a tenido derecho a todo el pescado del r!o de las -l#yades. -ero la orden estaba dada y, como era su costumbre, obedeci . )e sent!a intranquilo al cru;ar la cala y muy molesto al desembarcar. 4ientras ascend!a por el sendero hacia la caba*a de )am, iba ensayando las palabras que podr!a utili;ar para disimular lo embara;oso de su encargo. Fue un alivio que le abriera ,ancy y no su padre. 8Dola, Com 8dijo, alegremente8. ,os e$tra*aba que no vinieras. 8+n una fbrica nueva hay mucho trabajo. 8De visto los barcos grandes que vienen a recoger los cajones. U3untos env!asV 8Creinta y dos mil, antes de que cerremos. 8JNu# traes ah!K -arece un pescado. 8Bos. )on salmones. 8J-ara qu#K 8+l se*or :oss quiere e$presar a tu padre que, si bien el r!o est cerrado y los indios ya no pueden pescar aqu!... 8,os enteramos 8dijo ella, con tono grave. Com temi que le rega*ara, pero no fue as!. ,ancy ya ten!a quince a*os: era una muchacha india inteligente e instruida, que disfrutaba con los estudios& estaba dotada de una intuici n asombrosa con respecto al mundo cambiante del que ella, confusamente, formaba parte. Aunque comprendi de inmediato la triste indecencia de lo que Com dec!a, tuvo que re!r& no fue por desd#n, sino por compasi n, porque #l estaba haciendo el papel del tonto. 8URh, ComV J9as a decirle a mi padre que, aunque ahora seas el due*o de todos sus salmones, le regalars uno o dos al a*oK +s decir, si queda alguno cuando hayas tomado lo que necesitas. Com qued perturbado por la destre;a con que la joven hab!a formulado su pregunta. Apenas supo qu# responder. 8(ueno 8tartamude 8, eso es e$actamente lo que el se*or :oss se propone. 8Ante la carcajada de la muchacha, a*adi mansamente8: -ero #l lo e$pres un poquito mejor. 8Luego, con #nfasis8: Ciene buenas intenciones, ,ancy. Be veras. +ntonces la cara de la jovencita se puso tan severa como la de sus antepasados, los que hab!an combatido contra los rusos. 8Arroja ese maldito pescado al r!o. 8U,ancyV 8J3rees que mi padre, el due*o de todo este r!o, recibir ese pescado en nuestra casaK J+n esas condicionesK 3omo Com permanec!a en el umbral, con los dos salmones en las manos, ella tom el paquete y lo olfate desde*osamente. 8(ien sabes que estos pescados son viejos& los pescaron hace d!as, estn echados a perder y ah ra los arrojan a los tlingits que cuidaban de ellos cuando viv!an en nuestras aguas.

-gina L0I de ?@0

Alaska

James A. Michener

Com trat de protestar, pero ella le interrumpi amargamente: 8Tn (igears no dar!a esto ni a sus perros. 3orri a la orilla y, llevando el bra;o derecho hacia atrs, arroj el pescado rancio al arroyo. Al volver a la casa se lav las manos y ofreci a Com una toalla para que hiciera lo mismo. Luego le invit a sentarse con ella. 8JNu# va a pasar, ComK Cu fbrica crecer a*o tras a*o. 3ada ve; -escars ms nuestros salmones. F muy pronto pondrs una de esas trampas nuevas en nuestro r!o. J)abes qu# pasar entoncesK Nue se acabarn los salmones y tendrs que prender fuego a tu bonita fbrica. Com se levant para pasearse por el cuarto, inquieto. 8UNu# cosas horribles dicesV 3ualquiera dir!a que somos monstruos. 8Lo sois 8contest ella. -ero a*adi apresuradamente8: Fa s# que la culpa no es tuya. 9amos a la cascada, a ver c mo saltan los salmones. 8Cengo que volver a la planta. +l se*or :oss va a dar las rdenes finales antes de embarcarse hacia )eattle. 8Luego, por alg"n motivo que no habr!a podido e$plicar, a*adi 8: 4e invit a pasar mis vacaciones all!, cuando termine la temporada. 8F a ti te dar!a miedo decirle que no, JverdadK )u vo; era tan glacial que Com dijo: 8-uedo hacer lo que me pla;ca. La tom de la mano y, saliendo de la casa, la llev hacia la cascada, al sitio donde el oso pardo los hab!a perseguido& los "ltimos salmones que retornaban para procrear brincaban como bailarines en las aguas espumosas, haciendo piruetas con la cola al reunir fuer;as para el salto siguiente. 8Tno los ve saltar 8coment Com8. 3asi puede tocarlos. -ero parece incre!ble. F en ese momento, al confesar que Alas%a conten!a misterios insondables para #l, adquiri valor a los ojos de ,ancy (igears& en esos d!as de confusi n, la muchacha s lo trataba con hombres blancos que conservaban una supina ignorancia sobre su tierra natal y todo lo que representaba. Com 9enn pertenec!a al tipo de blancos que pod!a salvar Alas%a, capa; de elegir un sendero sensato en la mara*a que amena;aba la Cierra. -ero cada ve; que pronunciaba la palabra P)eattleQ, lo hac!a de un modo que revelaba sus ansias por un mundo ms e$citante. 8)i vas a )eattle con el se*or :oss 8predijo ella8 no volvers. +stoy segura. Com no trat de tranquili;arla. 8Nui; son los hombres como el se*or :oss, de )eattle, los que toman las decisiones correctas para Alas%a. 4ira qu# milagro ha creado aqu!. +n febrero e$clam : P9amos a hacer una fbrica de conservas en el estuario del Ca%uQ, y en mayo ya la ten!a en marcha. 8F todo est mal 8dijo ella, con tanta decisi n que Com se irrit . 8Dace mil a*os que los salmones nadan por este r!o, sin servir de nada a nadie. )upongo que ten!an hijos y mor!an, y al a*o siguiente mor!an sus hijos, y nadie en la Cierra se beneficiaba. (ueno Jsabes ad nde va el salm n que envasamos la semana pasadaK A Filadelfia, (altimore y >ashington. +l salm n que pasaba ante tu puerta va a todos esos lugares, para servir de alimento a la gente. +ste a*o no ir aguas arriba s lo para morir. ,ancy no dijo nada. )i #l se negaba a comprender el gran vaiv#n de la naturale;a, donde las idas y venidas del salm n eran tan importantes como la aparici n y la puesta de la luna, ella no pod!a e$plicrselo. -ero comprend!a, y por la destrucci n que hab!a observado en la desembocadura de su r!o 1los salmones pescados que no se envasaban, los miles de peces que se dejaban -odrir cuando el coberti;o estaba atestado2 sab!a instintivamente que las cosas s lo iban a empeorar. La entristec!a que hombres como :oss y los capataces, hasta el mismo Com 9enn, se negaran a ver el rumbo que tomar!an las cosas en el futuro.

-gina L0@ de ?@0

Alaska

James A. Michener

8)er mejor que volvamos 8dijo. F a*adi una pulla8: +l se*or :oss estar preguntndose qu# has hecho con sus dos salmones. 8+sts de mal humor, ,ancy. 9olvamos. -ero 3uando iniciaban la marcha, un par de ner%as que volv!an al hogar despu#s de largos viajes llegaron a la peque*a cascada& con una persistencia que ten!a pocos paralelos en la naturale;a, iniciaron el dif!cil ascenso y, casi go;osamente, saltaron y se contorsionaron, buscando precarios apoyos, hasta alcan;ar el plano superior. P)oy como esos salmones 8pens Com8. Aspiro a niveles ms altos.Q -ero no se le ocurri que pudiera alcan;arlos en =uneau, o all! mismo, en las riberas del estuario del Ca%u. 3uando llegaron al sitio donde ,ancy hab!a apostrofado al oso, deteni#ndole, recordaron la escena y los dos se echaron a re!r. Tna ve; ms, Com vio en ella a la auda; ni*a de catorce a*os que, sermoneando al animal, tal ve; hab!a salvado la vida de ambos. -ero ahora parec!a mucho ms crecida, segura y feli; en su libertad, tanto que la tom en sus bra;os y la bes . Fa no hubo risas, pues ella sab!a que eso deb!a ocurrir, pero tambi#n que nada saldr!a de ello, pues estaban en r!os distintos y llevaban rumbos diferentes. -or un breve lapso de tiempo, durante el potlatch del t tem, Com hab!a sido un tlingit, capa; de apreciar los valores de su pueblo& en la cueva del glaciar 4endenhall la hab!a aceptado como a una muchacha blanca, ajustada a una nueva Alas%a. -ero esos momentos no condujeron a nada s lido. F estos besos, que habr!an podido tener tanta importancia, no eran un principio, sino una despedida. :egresaron casi en silencio, sin sentir el regocijo que habr!a debido seguir a un primer beso. Al llegar a la casa, ,ancy llam a su padre, que hab!a regresado con un amigo: 8U-apV +l se*or :oss manda decir que podemos quedarnos con un salm n de ve; en cuando. ,os envi dos, pero como estaban podridos los arroj# al r!o. )am pas por alto el amargo comentario y pregunt a Com: 8La temporada Jtan buena como esperabasK 84ejor a"n 8respondi Com. La cosa qued as!, pero mientras los dos j venes bajaban al bote, ,ancy dijo: 8Lo siento. 8JNu# cosaK 8,o s#. 8F le dio un beso de despedida. +l beso fue visto por el se*or :oss, que hab!a pedido un -ar de prismticos para averiguar por qu# su encargado tardaba tanto en llevar dos pescados al otro lado de la cala. 3uando Com volvi a la fbrica, le dijeron que el patr n quer!a verle. +l empresario de )eattle, inquieto por lo que hab!a visto, consideraba necesario encargarse inmediatamente de la situaci n. 8Cienes un futuro brillante, Com, un futuro muy brillante. -ero los j venes como t", con todo por delante, a veces tropie;an y lo pierden todo. 8,o s# a qu# se refiere, se*or. +l se*or :oss detestaba los rodeos y siempre estaba dispuesto a hablar con franque;a. 84e refiero a las muchachas. A las indias. -ed! prestados estos prismticos para ver por qu# tardabas tanto. )upongo que sabes lo que vi. 8,o, no lo s#. 8Ce vi besar a la chica de (igears. Ce vi... Com no oy el resto de la acusaci n, pues estaba pensando: PFo no la he besado. Da sido ella la que me ha besado a m!. F de cualquier modo, Jqu# le importa a #lKQ. +ntonces el se*or :oss e$plic , en t#rminos decididos, por qu# ese beso perdido era asunto suyo:

-gina L.0 de ?@0

Alaska

James A. Michener

8J3rees que podr!as seguir manejando la tienda de =uneau si te casaras con una indiaK J3rees que :oss H :aglan te llevar!a a la casa central de )eattle con una esposa indiaK J3 mo har!ais t" y tu esposa para tratar con los otros empleados de la compa*!aK )ocialmente, digo. )igui y sigui , repitiendo an#cdotas sobre las desastrosas consecuencias de esas uniones. 8F por e$periencia propia, Com, por lo que ha ocurrido en nuestras tiendas, cuando contratamos a hombres casados con indias s lo hemos visto tragedias. ,o funciona, no se puede me;clar aceite y agua. Com, irritado, habl con el mismo sentido de la integridad que motivaba a su empleador: 8+n BaEson y en ,ome conoc! a muchos hombres casados con indias, y viv!an mejor que la mayor!a de nosotros. -or cierto, el oro del Alondi%e fue descubierto por un indio. 8+n las minas de oro puede haber sitio para esos hombres, Com, pero yo te hablo de la verdadera sociedad, que pronto tendrn ciudades como =uneau. +n la verdadera sociedad, los indios estn muy en desventaja. 84ene la cabe;a, lleno de tristes recuerdos, y a*adi con ms energ!a a"n8: F hay otra cosa a tener en cuenta, jovencito: los ni*os mesti;os estn condenados desde el principio. 83reo que los asentamientos como ,ome y =uneau pronto estarn llenos de ni*os mesti;os 8contraatac Com8. )on ellos quienes van a manejar esas ciudades. 8,o lo creas. :oss estaba por citar reveladoras evidencias de la total ineptitud de los mesti;os que hab!a conocido en el noroeste, pero en ese momento se oyeron gritos en el coberti;o principal y el capata; blanco aull : 8U)ocorroV ULos chinos se han desmandadoV Com, que esperaba algo as! desde hac!a alg"n tiempo, sali hacia la plataforma de madera que conduc!a al coberti;o principal, pero el se*or :oss hab!a reaccionado a"n ms de prisa. Al correr hacia el lugar de donde proced!an los gritos, el muchacho vio que su patr n volaba como un oso enfurecido, para participar de la refriega. PBios proteja a los chinos si el se*or :oss se enfurece de verdadQ, se dijo. Bentro del enorme edificio encontraron un caos total. 9eintenas de chinos bramaban entre las mesas donde se destripaba a los salmones pescados ese d!a. +n un principio, Com pens que era s lo una ri*a ms& tal ve; dos trabajadores se hab!an liado a golpes por un puesto celosamente guardado ante la mesa de trabajo. -ero al correr hacia el centro del combate vio, con horror, que los chinos se estaban atacando unos a otros con los afilados cuchillos de limpiar pescado. 8U(astaV 8aull . -ero su orden no tuvo efecto. +l se*or :oss, que ya se hab!a visto envuelto en otros disturbios, avan; a empujones hasta el centro del combate, gritando: 8UAtrs, atrsV 8sus rdenes no tuvieron ms efecto que las de Com. 8UAh CingV 8llam Com, con la esperan;a de locali;ar al l!der de los chinos8. UAh Cing, acaba con estoV ,o hall al hombrecito& tampoco parec!a que nadie estuviera tratando de poner fin al alboroto. +n ese momento el se*or :oss, enfurecido por esa fren#tica interrupci n del proceso, trat de sujetar a un chino y luego a otro. Al principio no logr nada. 8UComV U'chame una manoV 8UAqu! estoyV 8grit el muchacho, corriendo en ayuda de su patr n, que estaba aferrado a la coleta del ms vigoroso de los combatientes. F entonces vio, horrori;ado, que el se*or :oss hab!a inmovili;ado los bra;os a su prisionero, imposibilitndole la defensa. As! e$puesto, el aterrori;ado chino s lo pudo

-gina L.. de ?@0

Alaska

James A. Michener

mirar, impotente, al compa*ero que le atacaba con un largo cuchillo, clavndoselo en el cora; n y luego en el vientre, que desgarr con un potente movimiento hacia arriba. +l se*or :oss, que reten!a al cautivo en sus bra;os, sinti que la vida escapaba del cuerpo tenso. 4ientras el herido se aflojaba, tres amigos del muerto se arrojaron contra el asesino, apu*alndole varias veces hasta que tambi#n cay inerte. 8UAh CingV 8gritaba Com, de un lado a otro. -ero el hombre cuya misi n era evitar esos alborotos segu!a sin aparecer. Be cualquier modo, ya no era necesario, pues la impresi n de los dos asesinatos hi;o que los chinos retrocedieran, permitiendo la restauraci n del orden. +l se*or :oss, sujetando a"n el cadver del hombre cuya muerte hab!a provocado, mir a su alrededor, aturdido, mientras Com continuaba llamando a Ah Cing. -or fin Com vio al agresivo l!der. +staba inmovili;ado contra una pared, rodeado de tres hombres, todos ms altos que #l. Los tres le apuntaban con los cuchillos al cuello y al cora; n. Alguna perturbaci n descabellada hab!a asolado el coberti;o, algo demasiado grande, que no se pod!a resolver con los procedimientos ordinarios. +n los primeros momentos esos hombres, decididos a llevar las cosas hasta el final, hab!an aislado a Ah Cing para impedirle ejercer su autoridad. Los dos asesinatos eran el resultado. ConX corri hacia ellos, gritando: 8U)u#ltenloV 8+llos obedecieron. 8-elea grande, patr n 8jade Ah. Cing, liberndose con una sacud!da8. ,o pude parar. +l se*or :oss se acerc lentamente, con las manos enrojecidas por la sangre del hombre que hab!a inmovili;ado. 8J+stabas t" a cargo de estoK 8interpel al chino. Com intervino: 8+s Ah Cing, el l!der. (uen hombre. +stos tres lo ten!an prisionero. La primera reacci n del se*or :oss fue gritar: PULos tres estn despedidosVQ. -ero antes de pronunciar esas palabras comprendi que parecer!an est"pidas. ,o hab!a modo de despedir a loschinos indeseables en una fbrica de conservas durante el verano. +sos hombres hab!an llegado de )hanghai hasta Am#rica en un barco britnico, y de )an Francisco a )eattle, en un tren estadounidense. F alg"n agente de :oss H :aglan los hab!a puesto a bordo de un vapor de la firma para que los depositara directamente en la fbrica del estuario del Ca%u. )uponiendo que el se*or :oss, en su obstinaci n, despidiera a los tres hombres, Jad nde ir!anK +staban a muchos %il metros de cualquier sitio poblado& aunque llegaran a alguna poblaci n, como =uneau o )it%a, se les negar!a el ingreso, pues los chinos no pod!an entrar. )upuestamente, deb!an llegar en barco ya avan;ada la primavera, trabajar todo el verano en alg"n sitio remoto y embarcarse otra ve; a principios de oto*o, llevndose sus pocos d lares para sobrevivir en alguna gran ciudad, hasta que los reclutadores volvieran a convocarlos para la temporada siguiente. -or eso, en ve; de e$pulsar a los que hab!an neutrali;ado a Ah Cing, el se*or :oss los mir con las cejas fruncidas y pregunt a Com: 8JNu# podemos hacerK +l muchacho dio la "nica respuesta sensata: 8) lo una cosa: confiar en que Ah Cing vuelva a hacerlos trabajar. 8JLlamamos a la polic!aK Ah! hay dos muertos. 8Aqu! no hay polic!a. 3on esa frase, Com describ!a la e$traordinaria situaci n en que se encontraba el distrito de Alas%a. +n las ciudades como =uneau hab!a hombres con el t!tulo de polic!as, pero no ten!an ninguna autoridad real, pues no e$ist!a un sistema de gobierno organi;ado& era inconcebible que esos improvisados oficiales se aventuraran en una ;ona como la de Ca%u. 3ada industria conservera ten!a su propio sistema de protecci n, que inclu!a medidas

-gina L./ de ?@0

Alaska

James A. Michener

drsticas contra los alborotos, incluidos los cr!menes cometidos en las plantas. -or lo tanto, el asesinato de los dos trabajadores chinos pas a ser responsabilidad de Com 9enn. +l se*or :oss ten!a mucho inter#s por ver c mo proced!a el joven. Le impresion favorablemente la temeridad con que Com se pase entre los agitados trabajadores, indicndoles que volvieran a sus tareas y verificando que el salm n fuera llegando ordenadamente desde los barcos. -ero cuando lleg el momento de disciplinar a los que hab!an cometido el asesinato, el empresario vio con espanto que 9enn dejaba el asunto en manos de Ah Cing. )e horrori; ms a"n al ver la decisi n del chino. Ah Cing reprendi a los culpables, no hi;o nada por castigar a los que le hab!an inmovili;ado durante los disturbios y, sin mucha contundencia, indic a los hombres que tomaran sus cuchillos y volvieran al trabajo. -ero lo que hi;o a continuaci n afect al se*or :oss a"n ms profundamente. Ah Cing orden a dos hombres que le trajeran uno de los toneles grandes, utili;ados para enviar salm n salado a +uropa, y volc en su interior siete u ocho cent!metros de sal gruesa. Luego se inclin hacia el fondo para esparcir la sal, se sacudi las manos e indic a sus dos ayudantes que trajeran al primero de los asesinados. 3uando tuvo el cadver en el suelo, ante s!, Ah Cing y sus hombres le quitaron toda la ropa y lo pusieron en el barril, en posici n sentada. Luego hicieron lo mismo con el segundo cadver, sentndolo frente al primero y acomodndolo junto a #l. 8JNu# demonios estn haciendoK 8pregunt el se*or :oss. F Com e$plic : 8,uestro contrato nos e$ige que, si alg"n chino muere, enviemos su cuerpo a 3hina para que sea sepultado en lo que llaman Pel suelo sagrado del reino celesteQ. 8J+n un barrilK 8U4ireV Ante los ojos incr#dulos de ambos, Ah ting y sus ayudantes llenaron de sal gruesa todo el espacio libre del tonel, hasta que los muertos desaparecieron por completo. Dasta sus fosas nasales se llenaron de sal. Tna ve; clavada la pesada tapa, el barril8ata"d qued listo para ser embarcado a 3hina, donde los dos hombres asesinados alcan;ar!an la inmortalidad, tal como aseguraba su tradici n. +n las oficinas de la direcci n, el se*or :oss a"n estaba alterado por lo que hab!a visto: 8Tn hombre asesinado mientras yo lo sujetaba. )u atacante apu*alado cinco o seis veces. +l que deb!a estar al mando, cautivo. F todo se arregla envasando a las v!ctimas en un tonel de sal. 83uanto ms refle$ionaba sobre esa e$traordinaria conducta, ms se aflig!a8. ,o podemos tener chinos en nuestra planta. Cienes que deshacerte de ellos, Com. 8,adie puede manejar una industria conservera sin ellos 8adujo 9enn. F repas brevemente las desastrosas e$periencias de los que hab!an tratado de procesar el salm n con otro tipo de trabajadores8. Los indios se niegan a trabajar quince horas diarias. Los blancos, peor a"n. Los filipinos, como ya ha visto usted, causan ms problemas que los chinos y trabajan la mitad. Cenemos que soportarlos, se*or :oss. ,o quiero que usted se eche atrs por este incidente, mucho menos en nuestro primer a*o. 8Lo que me irrita... ,o, no me irrita, pura y simplemente, me da miedo... es el modo en que t" y yo estamos a merced de ese Ah Cing. 3reo que se dej neutrali;ar por esos hombres. ,o quer!a enfrentarse a esos locos armados de cuchillos. 8-ero cuando qued libre, se*or :oss, hi;o que todos volvieran a trabajar. Fo no habr!a podido hacerlo. 8,o quiero que mi fbrica est# a merced de esos bandidos chinos. Cenemos que hacer algo. 3uanto ms estudiaba a sus empleados chinos, ms se horrori;aba:

-gina L.7 de ?@0

Alaska

James A. Michener

8+n todo el grupo hay s lo tres que saben un poco de ingl#s. )on un clan cerrado, viven seg"n sus propias normas, con su propia comida y sus propias costumbres. F por alg"n motivo que no puedo determinar, ese Ah Cing me pone nervioso. 8A veces a m! me pasa lo mismo, se*or :oss. 8JNu# pasa con #lK 8Nue se sabe indispensable. )abe que esta fbrica no podr!a procesar un solo salm n sin #l. F creo que es astuto. 8J+n qu# sentidoK 8)in duda #l sab!a que iba a producirse inevitablemente un disturbio grave. )ospechaba que habr!a cuchilladas y quiso que le retuvieran prisionero mientras suced!a todo. 8Nuiero que ese hombre salga de nuestra propiedad. 83omo Com no dijo nada, :oss continu 8: 4e enfurece que me sonr!a as!, seguro de que es #l quien manda, no yo. Com, sabiendo que no ser!a posible prescindir de Ah Cing, ni ese a*o ni el siguiente, pas por alto el descontento de :oss. Cres d!as despu#s, ambos presenciaron el embarco del tonel funerario en la bodega de un barco de :H:, que llevar!a salm n a un mayorista de (oston. ,inguno de los chinos se molest en despedir al doble ata"d que part!a hacia 3hina, pero Com, al iniciar el regreso a su oficina, sorprendi a Ah Cing en las sombras. +l flaco individuo estaba sonriendo, y Com tuvo una momentnea sospecha de que no lamentaba en absoluto haberse liberado de uno, cuanto menos, de quienes viajaban en ese barril. -ero la preocupaci n por los chinos termin abruptamente cuando el se*or :oss supo que los pescadores, de los que su fbrica recib!a todo el salm n, protestaban por lo magro de su salario y se negaban a salir en los botes mientras no se elevara la paga. Los pescadores no declararon una huelga formal, pues eso iba contra los principios de libertad y responsabilidad individual& tal como dijo un marinero: PLas huelgas son para los que trabajan en las fbricas de 3hicago y -ittsburgh. ,osotros s lo e$igimos una paga justa por lo que pescamosQ. F cuando el se*or :oss dijo a 9enn que era imposible aumentar los salarios, cosa que Com repiti a los pescadores, los botes dejaron de navegar por el estuario. Burante dos semanas, que se hicieron espantosamente largas, la Fbrica de 3onservas C tem no recibi un solo salm n. Los trabajadores chinos de la carpinter!a continuaban haciendo cajones, pero el grupo ms grande, dedicado a descabe;ar, destripar y limpiar el pescado, no ten!a nada que hacer. La ociosidad hi;o que ri*eran con los filipinos, que tambi#n estaban desocupados. +l enorme establecimiento se convirti en un lugar tan intranquilo que Com advirti a su jefe: 8)i no entra pronto el salm n tendremos problemas de verdad. Fue entonces cuando el joven Com 9enn pudo apreciar las dificultades de la direcci n, al observar de cerca a 4alcolm :oss, hombre decidido y adinerado, que a los cincuenta y dos a*os ten!a a cientos de hombres a sus rdenes y pose!a una veintena de barcos, pero se encontraba indefenso ante una banda de chinos y un pu*ado de pescadores. ,o pod!a ordenar a los chinos que se comportaran bien si no ten!a trabajo para proporcionarles& tampoco pod!a suspenderles el salario ni dejar de alimentarlos, pues eran prisioneros de su planta y, aunque quisieran, no pod!an salir de ella. Ante los pescadores, fero;mente empecinados, estaba igualmente inerme. P-odemos vivir de nuestros ahorros 8dec!an ellos8, o de lo que ganamos vendiendo pescado a las mujeres de =uneau. +l se*or :oss, de )eattle, -uede irse al demonio.Q :oss, renuente a conceder aumentos que le parec!an e$cesivos, no pod!a obligarlos a pescar ni conseguir salm n de otras fuentes. Atrapado en esa prensa, constituida por los chinos a un lado y los pescadores indios o blancos iletrados por el otro, se sent!a tan angustiado que pas toda una semana echando humo y buscando una soluci n en la que ni chinos ni pescadores pudieran afectarle.

-gina L.6 de ?@0

Alaska

James A. Michener

8Cenemos que ser autosuficientes, Com, para que nunca ms nos veamos agobiados por una temporada como #sta. ,o revel a Com lo que estaba ideando, pero en los "ltimos d!as de la segunda semana, mientras la fbrica de conservas perd!a grandes sumas diarias de dinero sol!a pasearse por las orillas del estuario como si estudiara esas aguas llenas de peces, o por los cavernosos edificios, donde las mesas, los hornos y los soldadores guardaban silencio. ) lo se o!a el martilleo de los carpinteros chinos, dedicados a fabricar cajones que tal ve; nunca se llena8 r!an. +n esos d!as de intenso estudio, 4alcolm :oss, de )eattle, construy su visi n y puso en marcha su plan para hacerla realidad. 8Lo que haremos, antes del a*o pr $imo 8dijo a Com, casi con amargura8, ser sorprender a estos bandidos. :oss H :aglan no volver a quedarse parada por culpa de infames chinos y pescadores borrachines. 8JNu# tiene usted pensadoK 8Beshacerme de ese sonriente Ah Cing. F dar una lecci n a esos insolentes pescadores. 8J3 moK :oss se lan; vigorosamente a la acci n: 8Bi a los pescadores que aceptaremos sus demandas si duplican la pesca. Bi a Ah Cing que sus coberti;os deben funcionar diecis#is horas por d!a. +nv!a un telegrama para que vengan nuestros dos barcos ms grandes. +n las semanas que restan de esta temporada enlataremos tanto pescado como nunca se ha visto en Alas%a. Los pescadores, jactndose por haber derrotado al gran hombre de )eattle, aceptaron su desaf!o y se aseguraron el aumento, pescando arduamente para ganarse la bonificaci n prometida. +n cuanto las bonitas cargas de salm n llegaron al muelle, los chinos de Ah Cing aceptaron las raciones e$tra autori;adas por el se*or :oss y trabajaron diecis#is horas productivas por d!a, siete d!as a la semana. Las mesas de limpiar nunca estaban libres de pescado. Los grandes hornos alemanes recib!an una carga de latas tras otra. Los hojalateros chinos trabajaban en tres turnos para fabricar el gran n"mero de latas requeridas, mientras los especiali;ados, bajo la direcci n de Ah Cing, soldaban las tapas. Los equipos de empaque las almacenaban a ra; n de cuarenta y ocho por caj n y las enviaban por la tolva hacia los barcos que esperaban. Al funcionar la planta a pleno rendimiento, con todas sus partes ajustadas tal como las hab!a imaginado un a*o antes, el se*or :oss vio en eso un milagro americano, una operaci n casi sin fallas, que proporcionaba uno de los alimentos ms nutritivos a los compradores de todo el mundo, a precioX que ning"n otro pod!a igualar. )opes en la mano una de las latas que sal!an de la mquina etiquetadora y se la arroj a Com 9enn, e$clamando: 8 84edio %ilo de insuperable salm n. Biecis#is centavos en las tiendas de toda ,orteam#rica. F el a*o pr $imo lo tendremos todo bajo nuestro control, CR4. (asta de chinos. (asta de hombres en botecitos que nos mandan a voluntad. +n su euforia pronunci una frase que dominar!a sus actos por el resto de su vida: 8A los comerciantes de )eattle nos corresponde organi;ar Alas%a. F te prometo que voy a abrirme camino. 8JNu# debo hacer yoK 8pregunt Com. 8-aga las cuentas. +mbarca a los chinos en el "ltimo barco. 3ierra la planta y, el primer d!a de enero, toma uno de nuestros barcos en =uneau y ven a trabajar conmigo en )eattle. -orque el a*o pr $imo vamos a asombrar al mundo. F despu#s de decir eso, se embarc en un nav!o de :H:, despidi#ndose de la fbrica cuya primera temporada llegaba ya a su fin y observ con aprobaci n las maniobras del capitn, que buscaba el camino hacia la 4orsa, fuera del canal, y hacia sus oficinas de )eattle.

-gina L.L de ?@0

Alaska

James A. Michener

+l L de enero de .@06, Com 9enn encarg a su asistente la administraci n de la sucursal de :H: en =uneau y sac pasaje en uno de los barcos ms peque*os de la firma para retornar a )eattle, cumpliendo as! con el deseo que le desa;onaba desde .I@I, desde aquel d!a de mar;o en que hab!a abandonado con 4issy aquella atractiva ciudad para ir a las minas del Alondi%e. Canto le entusiasmaba la perspectiva de volver a )eattle que pas la primera noche casi sin dormir. 3uando el barco entr por fin en las tranquilas aguas del estrecho, #l estaba acodado en la barandilla, ansioso por ver el monte :ainier. 3uando apareci el majestuoso pico nevado, e$clam sin dirigirse a nadie en especial: 8U4ira esa monta*aV 4s tarde, cuando una pasajera pregunt c mo se llamaba ese enorme cerro, Com contest con orgullo: 84onte :ainier. -rotege a )eattle. 8-arece pintado por un artista 8coment la mujer. F #l asinti . +l retorno fue muy emocionante para Com. Ante el familiar panorama de la ciudad que emerg!a del agua, concibi pensamientos audaces: P)i el a*o pr $imo tenemos ganancias en la fbrica de conservas, el se*or :oss estar casi obligado a trasladarme definitivamente a )eattle. URjalVQ. F susurraba para s!: P3on el dinero que me dio =ohn Alope, me comprar# una casa en una de esas colinasX para ver nuestros barcos cuando lleguen de Alas%aQ. Al formu8 lar esos pensamientos, imaginaba al Alacrity, el peque*o nav!o blanco de :H:, en el que #l, su padre y 4issy hab!an viajado hacia la gran aventura del Fu% n. UNu# remotos parec!an esos tiempos de gran audaciaV Al recordarlos, resolvi desempe*arse en la fbrica de conservas tan notablemente como hab!a hecho 4issy en BaEson y ,ome. P9oy a darte motivos de orgullo, 4issy. Tn d!a de #stos voy a darte motivos de orgullo.Q 3ada ve; ms entusiasmado, desembarc sin llevar nada consigo y corri por el muelle donde en otros tiempos vend!a peri dicos. Al buscar el letrero familiar de :H: entre las oficinas del puerto, descubri que el viejo edificio hab!a sido reempla;ado por uno moderno. +n cuanto cru; sus -uertas, tres hombres mayores le reconocieron: 8Ah! viene Com 9enn, cargado de oro de ,ome. Bespu#s de los calurosos saludos, le dijeron: 8Beja todo el equipaje a bordo. ,osotros nos encargaremos de envirtelo. 8JF d nde voy a hospedarmeK 8+l se*or :oss ha dado la orden de que te dirijas inmediatamente a la oficina principal. 'l te dar instrucciones. +ran las die; de la ma*ana cuando Com lleg al edificio de 3herry )treet, en cuya puerta de roble luc!a el letrero bien tallado: :R))H:A<LA,. 3omo en aquella primera visita, casi siete a*os antes, sent!a un palpitar de entusiasmo al cru;ar la antesala de la oficina del se*or :oss. 3ustodiaba los portales la misma dama austera: +lla )ommers, con el pelo ya veteado de blanco, y en el sitio reinaba el mismo aire de atareada importancia, pues #se era el centro neurlgico desde el que se controlaban los centros de actividad que se e$tend!an a todo el noroeste de Am#rica y Alas%a. 8)oy Com 9enn, de =uneau. +n el puerto me han dicho que el se*or :oss quer!a verme. 8)!, es cierto 8dijo la se*orita )ommers8. Bebe pasar usted inmediatamente. 8F se*al una puerta por la que s lo unos pocos pod!an pasar. +n cuanto Com entr en la habitaci n, volvi a e$perimentar el hechi;o del poderoso hombre sentado tras el gran escritorio de roble. 3omo siempre, hab!a una perfecta concordancia entre el pelirrojo y el ambiente en que se mov!a, pero en esta ocasi n el espacio estaba colmado por tres mesas ms peque*as, en las que se ve!a una desconcertante serie de maquetas de madera, cuyas pie;as entrecru;adas se mov!an al manejarlas el se*or :oss o uno de los dos hombres que le acompa*aban.

-gina L.M de ?@0

Alaska

James A. Michener

8+stos se*ores son de la universidad, Com. )aben mucho de salm n. 3aballeros, les presento al se*or 9enn, que viene de la Fbrica de 3onservas C tem donde instalaremos estas mquinas, si ustedes las hacen funcionar. 3on estas palabras perentorias se dio comien;o a la informal reuni n. +l se*or :oss se acerc a la ms grande de las tres mesas y e$plic : 8+sto es el estuario del Ca%u y nuestro r!o de las -l#yades, indicado por el papel a;ul. ,uestra fbrica est aqu!. 4u#strenos c mo va a funcionar, profesor )tarling. +n cuanto se pronunciaron las primeras palabras, Com se adapt al diagrama& estaba en el medio del estuario del Ca%u. 8Ahora, usted debe imaginar que es un salm n y que nada aguas arriba para procrear, en un clido d!a de julio 8dijo el profesor. Com se convirti entonces en un salm n, y desde ese momento con\prendi como si lo sufriera en carne propia lo que )tarling dec!a. 8+sto es el estuario del Ca%u, tal como lo conocemos en la actualidad. Los salmones regresan hacia nuestro lago de las -l#yades, por aqu!, o a uno de cien lagos similares de Alas%a o del 3anad& pasan por este punto, donde los pescadores pescan una buena parte para llevarlos a la fbrica, por aqu!. 8+l verano pasado el sistema funcion bastante bien [dijo Com8 y a partir de mar;o vamos a ampliar la planta. 8Tstedes envasaron una cantidad respetable 8reconoci el segundo profesor, un tal doctor >hitman8, pero podr!a haber sido cuatro veces superior. 8UimposibleV 8asegur Com, sin vacilar8. +l se*or :oss sabe que nuestros botes trabajaron tiempo e$tra, descontando las dos semanas de conflicto por el aumento. +l se*or :oss intervino: 8+stos hombres conocen un modo de ayudarnos a evitar la tiran!a de los pescadores y cuadruplicar nuestra pesca, tal como acaban de decir. 8+so ser!a un milagro 8dijo el muchacho, secamente. F :oss replic : 8Dacen falta milagros para salvar a nuestra industria, Com, y en esta habitaci n tenemos tres. +st"dialos bien. 8Lo que haremos 8e$plic el profesor )tarling8 ser cru;ar esta enca*i;ada en buena parte del estuario y en toda la entrada al r!o de las -l#yades. -uso en el centro de la mesa una construcci n de madera que dominaba gran parte del estuario y todo el r!o. Com adujo que no ser!a posible construir una enca*i;ada de tal magnitud en las profundas aguas del Ca%u, pero )tarling se ech a re!r. 8+s lo que dice todo el mundo. +l mismo se*or :oss lo ha dicho aqu!, cuando le he mostrado el modelo. :oss asinti con una sonrisa. 8Lo que haremos 8continu )tarling8 es llevar todo el sector central hasta el canal, anclarlo all! y luego construir estos laterales como estructuras permanentes, afirmadas en el fondo. U4ire lo que resultaV Com 9enn, que segu!a nadando aguas arriba como un salm n, se encontr frente a un obstculo que obstru!a su curso de agua& cuando lleg a uno de los bra;os e$tendidos, sigui naturalmente la inclinaci n hacia la i;quierda& eso le arroj al centro de la trampa flotante, donde hab!a una enca*i;ada de tama*o suficiente para alojar quinientos salmones. All! era fcil recoger con redes a los peces para llevarlos a la planta. 8Lo que resulta 8e$plic )tarling8 es una obra maestra en tres partes. +stos largos dedos se e$tienden para guiar al salm n hacia donde nosotros queremos. Luego, la trampa en s!, con estas mangas donde el salm n puede nadar, pero no retroceder. F por fin, las grandes enca*i;adas, donde se recogen los peces para procesarlos en la planta.

-gina L.? de ?@0

Alaska

James A. Michener

Tna ve; e$plicado el mecanismo, dio un paso atrs, con aire de admiraci n, y concluy : 8-iense usted en las ventajas. +s barato construirlo. (arato repararlo. Atrapar a todos los salmones que remonten el r!o y a buena parte de los que vayan hacia 3anad. :oss a*adi su terminante evaluaci n: 8F podemos decir a los pescadores que se vayan al demonio. Com, a"n atrapado en la enca*i;ada, a la que hab!a llegado e$actamente como el -rofesor )tarling deseaba, dijo en vo; baja: 8+s atrapar salmones sin tener que pescarlos. F los tres hombres mayores aplaudieron, pues #sa era justamente la finalidad de la enca*i;ada. 8Iniciaremos la construcci n a mediados de febrero 8dijo :ossa. La enca*i;ada, la trampa y la gu!a del oeste se mantienen a flote. La gu!a del este, que comien;a en nuestra costa, ser una construcci n permanente. Fue entonces cuando Com percibi el inconveniente del sistema propuesto: 8-ero no habr ning"n salm n que pueda pasar para procrear en el lago de las -l#yades. +n tres o cuatro a*os se habrn e$tinguido los salmones ner%as. 8UAjV 8e$clam :oss8. Fa hemos pensado en eso. 3ada sbado por la tarde cerraremos la trampa y abriremos las gu!as& todos los salmones que remonten el estuario durante la noche del sbado y todo el domingo podrn pasar. +l profesor >hitman nos asegura que sern suficientes para asegurarnos una abundante provisi n en los a*os venideros. F >hitman asinti . 8UAhora hablemos de los chinosV 8e$clam el empresario, pasando a la segunda mesa, con los ojos llenos de entusiasmo8. 4ira esto, JquieresK +ra un modelo muy bien hecho, con hojalata de verdad& con ella e$hibi una soluci n simple y limpia para el problema de fabricar los envases: 8Aqu!, en )eattle, un carro grande, tirado por cuatro caballos, lleva al muelle cincuenta, cien mil pie;as como #sta, para embarcarlas hacia C tem. Cen!a en la mano i;quierda un peque*o objeto rectangular de hojalata aplanada. Com no logr ver en #l un envase terminado y as! lo dijo. 8Fo tampoco pod!a 8reconoci :oss8. 3uando el profesor >hitman me lo mostr , me ech# a re!r. U-ero miraV 3oloc la pie;a en la complicada maquinaria y presion una palanca. -oco a -R3R, un bra;o m vil se introdujo en #l, separando dos lminas de hojalata. Tna ve; formada la entrada, otro bra;o m vil e$tendi la hoja soldada hasta formar un envase perfecto, sin fondo ni tapa. :oss e$clam en tono triunfal: 83ada die; segundos tienes una lata perfecta, lista para que se suelde el fondo y se la llene con salm n. (asta de chinos para fabricar latas 8a*adi , mientras entregaba el envase terminado a Com8. Codo se har aqu!, en )eattle& se lo mantiene plano para ahorrar espacio en el barco y se le da forma en la planta, con una de estas mquinas. 8Be cualquier modo habr que soldar el fondo y la tapa [se*al Com. F :oss le espet : 8+nse*as a los filipinos a hacerlo. De encargado die; mquinas de #stas. +$ultante por su parcial victoria sobre Ah Cing y sus rebeldes chinos, :oss pas al "ltimo modelo, el ms importante de todos: 8+sto a"n no est perfeccionado, pero el profesor >hitman me asegura que nos estamos acercando. 8UTn momentoV 8interrumpi >hitman8. Ayer me dijeron que han eliminado el problema de la adaptaci n a distintos tama*os. 8JBe verasK

-gina L.I de ?@0

Alaska

James A. Michener

8)!. Codav!a no he visto la nueva versi n, pero si es cierto lo que me dicen... 8U9amos a verloV 8e$clam el empresario impulsivamente. F sin darles tiempo a protestar, recogi su chaqueta y condujo a los otros tres por la escalera, hasta la calle, donde detuvo dos coches de alquiler para llevar a los hombres a una fbrica, situada en el e$tremo sur del distrito comercial. All!, en un edificio largo y bajo, dos magos de mentalidad prctica trabajaban en una mquina que, si llegaba a funcionar, revolucionar!a la industria del salm n. ,ervioso de entusiasmo, :oss condujo a sus acompa*antes a la oscura ;ona de trabajo del edificio. Dab!a all! una mesa larga, que conten!a una desconcertante serie de cables, palancas y cuchillas afiladas. 8JNu# esK 8pregunt Com. :oss se*al un letrero escrito a mano, que alg"n chistoso hab!a atado al e$tra*o artefacto: +L 3DI,R B+ DI+::R. a+sto, e$actamente 8dijo8, una mquina que hace lo mismo que un chino. A una se*al, los dos ingenieros abrieron una vlvula de vapor, que puso en funcionamiento varias cintas m viles y palancas& #stas, haciendo ruidos chirriantes, ejecutaron una serie de movimientos calculados para descabe;ar el salm n, cortar la cola y, con una hoja larga especial, abrirlo desde el est mago hasta el ano y retirar las entra*as. Com, que observaban los diversos movimientos, pudo imaginar las operaciones, pero e$pres sus dudas: 8Los salmones no son todos del mismo tama*o. 8'se ha sido nuestro problema 8dijo uno de los inventores8, pero creemos tenerlo resuelto. 4ientras la mquina continuaba con sus ruidosos movimientos, sac de una nevera tres salmones: dos, del tama*o ms com"n& el tercero, mucho ms corto. Al poner el primero de los comunes en la mquina, tal como se har!a en la planta, vio con evidente satisfacci n que su mquina tomaba el pescado, cortaba cabe;a y cola sin malgastar siquiera die; gramos de carne "til, y luego lo pon!a de costado& a continuaci n, el aparato lo destrip con hbiles toques, apart las entra*as y despach el pescado perfectamente limpio. 8U+stupendoV 8e$clam Com. 4ientras lo dec!a, el segundo de los salmones lleg a la mquina y fue procesado con igual perfecci n8. U4agn!fico, magn!ficoV 8grit Com, tratando de imponerse al ruido de las cintas transportadoras8. -odr!amos clasificar los pescados y procesar s lo los del mismo tama*o. 8U+spereV 8e$clam el segundo inventor. 3on afecto casi paternal, introdujo en la mquina el salm n restante, que era el ms corto. Tna parte del sistema, que Com no hab!a visto antes, descendi para medir el pescado y ajustar debidamente las cuchillas. La cabe;a y la cola fueron cortadas de modo distinto, mientras Com festejaba la inteligencia de la operaci n. -ero cuando la mquina puso el salm n de costado, la ms importante de las cuchillas fall en su ajuste y, al operar sin gu!a, lo hi;o tri;as. 8URh, demoniosV 8protest el primer inventor8. +sa maldita leva no funciona, Rscar. 8U-ero si anoche funcionabaV J9erdad, profesor >hitmanK 8Fo la vi. )e ajustaba perfectamente. +l desilusionado inventor dio unos martilla;os a la leva que fallaba, ajustndola a satisfacci n. Luego dijo: 8-robemos con otros dos. 3on el salm n de tama*o normal, las cuchillas operaron perfectamente& cuando pas el ms peque*o, la leva volvi a errar en el ajuste y, una ve; ms, la gran cuchilla desmenu; el pescado. 8JNu# puede pasarK 8se e$tra* el hombre, casi a punto de llorar por el desconcierto. )u compa*ero dijo, con dolorosa franque;a:

-gina L.@ de ?@0

Alaska

James A. Michener

83re!amos poder tenerla lista para la temporada de .@06. +stoy seguro de que podremos arreglarla, se*or :oss, pero no puedo permitir que usted se arriesgue a usarla as!. 8Ciene ra; n 8dijo el otro8. ,o dudo que podemos idear un sistema seguro, pero a"n no lo tenemos. F su socio a*adi en tono melanc lico: 8)er mejor que contrate a sus chinos por un a*o ms. -ero en .@0L esta peque*a belle;a estar haciendo el trabajo de ellos. 8J,ecesitan ustedes ms fondosK 8pregunt el empresario. F ellos respondieron al un!sono. 8)!. Tno de ellos a*adi : 8+stamos muy cerca, se*or :oss. Cengo otra idea para conseguir el ajuste al tama*o del pescado. +ra la que prefer!a en un principio, pero requiere una parte ms. F quer!a hacer algo sencillo. 8Nue sea sencillo. C mense el tiempo necesario, pero hagan una mquina sencilla, para que hasta un filipino pueda manejarla. 8F orden a Com8: 3ontrata a los chinos. Tna ve; ms 8y a*adi 8: -ero no contrates a Ah Cing. ,o lo quiero en la planta. Com dijo, con una firme;a que a #l mismo le sorprendi : 8)in #l no podemos manejar a los chinos. +sa tarde dispuso la contrataci n de unos noventa chinos para que procesaran el salm n. Al anochecer, e$hausto por tan largo d!a de trabajo, pregunt : 8JB nde voy a dormirK F :oss respondi : 8De indicado a los hombres que lleven tus cosas a mi casa. Ce quedars con nosotros. +n la noche oscura y ventosa, los dos llegaron en el coche de :H: a la mansi n de :oss, edificada en la cima de una modesta elevaci n, desde donde se ve!a el puerto de )eattle en toda su grande;a, con su mir!ada de bah!as y canales, islas y promontorios. +ra una maravilla mar!tima2 ms atractiva a"n desde la altura. +l muchacho habr!a querido e$presar su deleite, pero la prudencia le aconsej guardar silencio, por si el se*or :oss interpretaba su entusiasmo como estrategia para conseguir un nombramiento en la ciudad. )in embargo, fue el comerciante quien lo dijo por #l: 8J9erdad que tenemos una estupenda vista de esta gran ciudad, ComK ,unca me canso de ella. F los dos la admiraron por algunos momentos antes de volverse hacia la mansi n. +ra un castillo de estilo g tico del siglo GIG, no muy pretencioso en su tama*o, pero decididamente hecho a imitaci n de alguna olvidada estructura del :in, con peque*as torres, almenas y grgolas. )i lo hubieran rodeado edificios menos vistosos, habr!a parecido fuera de lugar pero, como se elevaba entre altos pinos, conservaba una tranquila grande;a. :oss le hab!a dado el nombre de Dighlands, en memoria de aquella noble ;ona escocesa de la que su padre hab!a sido e$pulsado, en los luctuosos Besalojos de .I70& sus vecinos de )eattle, que ignoraban por completo la historia de los :oss, supon!an que ese nombre 1Ptierras altasQ2 se deb!a a la elevaci n en que el castillo estaba construido y lo consideraban apropiado. Al igual que las oficinas de la ciudad, el castillo estaba custodiado por dos pesadas puertas de roble. Com coment , en tono de aprobaci n: 8-arece que a usted le gusta el roble, se*or :oss. F el escoc#s replic : 83iertamente no me gusta el pino. La se*ora :oss, algunos a*os menor que su esposo, era una mujer amable, que vest!a con sencille; y atend!a la casa con la "nica ayuda de dos criadas. )in darse aires de

-gina L/0 de ?@0

Alaska

James A. Michener

grande;a, se adelant para saludar al joven trabajador, que hab!a sido invitado a su casa casi sin consultarla. 3omo sab!a de su e$celente desempe*o en el Alondi%e, en ,ome y ahora en la fbrica de conservas, se sorprendi de que fuera tan joven y as! lo dijo: 8J3omo pudo usted aprender tanto en tan pocos a*osK 8+n una carrera por el oro ocurren muchas cosas. F yo estuve en las dos. 8-ero el salm n no es oro 8observ ella. 8+s el nuevo oro de Alas%a. F ser mucho ms importante que el metal. +lla sonri con aprobaci n ante su modo de e$presarse. Com pas tres d!as felices en Dighlands, elaborando con el se*or :oss planes relacionados con Alas%a e indicando en grandes mapas, con frecuencia ine$actos, d nde pod!an levantarse nuevas plantas conserveras para :H:. Al terminar esos d!as, todo el sudeste de Alas%a, la "nica parte que importaba, estaba salpicado por media docena de sitios posibles. :oss contempl aquel mundo de islas, diciendo: 8+n esas fr!as aguas hay una rique;a ilimitada, Com. Cienes que construir una planta nueva por a*o, tan pronto como consigamos la propiedad de esas tierras. 4a*ana vendr el hombre que lo har posible. ,o dijo nada ms sobre la identidad del desconocido, pero el viernes a mediod!a fue con Com a la estaci n de ferrocarril. All! estaban ambos cuando del tren de 3hicago descendi el hombre del que :H: depender!a para conseguir la tierra necesaria para las fbricas y 1cosa mucho ms importante2 los derechos e$clusivos sobre los r!os que remontaba el salm n. +l se*or :oss salud encantado al hombre que descend!a del vag n, pero Com se qued at nito. +ra 4arvin Do$ey, ahora con cuarenta y nueve a*os y cinco %ilos ms que en ,ome, ms e$uberante y ladino que nunca. +n el trayecto entre la estaci n y las oficinas, relat con grandilocuencia c mo hab!a logrado el apoyo del 3ongreso para las nuevas normas que los comerciantes de )eattle quer!an para sus negocios en Alas%a. F ni una sola ve;, en su volcnica e$plicaci n de las nuevas leyes, reconoci haber visto antes a Com 9enn. 3uando se bajaron del carruaje para entrar en el edificio de :H:, el se*or :oss los present : 8'ste es Com 9enn, que estar a cargo de nuestras fbricas. Do$ey dijo entonces, con una especie de noble condescendencia: 8-or supuesto. +l se*or 9enn y yo compartimos aquellas desagradables e$periencias de ,ome. Dorrible ciudad, que est congelada la mayor parte del a*o. 4s tarde, cuando Do$ey estuvo ya instalado en el principal cuarto de hu#spedes de Dighlands, Com dijo al se*or :oss en tono vacilante: 8+se hombre... fue a la crcel, como usted sabr, por lo que hi;o en ,ome. F :oss replic , con formalidad casi g#lida: 8F 4cAinley le indult . +l presidente sab!a que Do$ey hab!a sido torpedeado por enemigos pol!ticos envidiosos. 3uando Com quiso e$plicarle que en realidad las cosas no hab!an sido as!, el comerciante le cort en seco con un consejo cuya efectividad se hab!a demostrado muchas veces en la vida prctica: 84ira, Com, muchas veces, cuando es preciso conseguir algo, lo mejor es utili;ar a un abogado e$pulsado del oficio. 'ste tiene que esfor;arse mucho. Burante ese largo fin de semana, Com puso mucha atenci n, mientras :oss, Do$ey y tres grandes empresarios de la comunidad tra;aban planes por los cuales Alas%a y sus industrias conserveras quedar!an indisolublemente ligadas a )eattle. +n todas las maniobras proyectadas, :oss iba a la vanguardia: 8Lo que debemos conseguir es que >ashington apruebe una ley por la que todas las mercanc!as que vayan a Alas%a deban pasar por )eattle.

-gina L/. de ?@0

Alaska

James A. Michener

8+l 3ongreso jams aprobar semejante ley 8protest uno de los otros. Do$ey le corrigi : 8+l 3ongreso aprobar cualquier ley referida a Alas%a que aprueben los estados del Reste. +l problema, caballeros, es decidir qu# desean ustedes, dentro de lo ra;onable. 83omen;aremos con la ley que acabo de proponer 8dijo :oss8, pero no la presentaremos al 3ongreso bajo esta forma. 8JNu# forma sugieresK 8pregunt el que hab!a objetado, con un dejo de sarcasmo. 8+l patriotismo, )am. ,uestra ley prohibir que los barcos de cualquier otra naci n comercien directamente con Alas%a. Cendrn que descargar todas sus mercanc!as en un puerto estadounidense, que ser )eattle, naturalmente. 8Ciene sentido 8e$clam Do$ey8. +s ra;onable. Fcil de comprender. F patri tico, como dijo el se*or :oss. 8La ventaja... 8empe; :oss. -ero se interrumpi para corregirse8: +n realidad, hay varias ventajas. ,uestros estibadores recibirn una paga por descargar el barco e$tranjero y luego otra por cargar la misma mercanc!a en nuestros barcos. F como la competencia barata quedar eliminada, nuestros comerciantes casi podrn establecer los precios que deseen. 3uesta mucho tener barcos circulando por esas aguas heladas y llenas de islas. 8Di;o una pausa y mir a los hombres uno a uno, preguntando8: JAlguien tiene idea de cuntos barcos se pierden por a*o en las aguas de Alas%aK 3omo ellos respondieron que no, fue enumerando un desastroso registro que se remontaba a los tiempos en que la ;ona era propiedad de :usia y #sta perd!a varios barcos por a*o en los arrecifes y en las rocas sumergidas. 8F a los estadounidenses no nos ha ido mucho mejor. ,uestra empresa ya ha perdido dos. 8+so parece deberse a malos capitanes y a errores de navegaci n 8sugiri uno de los hombres. -ero :oss recha; la acusaci n: 8,ada de eso, se debe a tormentas s"bitas, mares picados y rocas sumergidas que no han sido debidamente registradas. 8Les habl del viento fero; que llegaba desde 3anad al estuario del Ca%u, sacudiendo el techo de la planta y poniendo en peligro a los botes pesqueros8. Alas%a no es lugar para debiluchos. )i e$plotar el oro era dif!cil, e$plotar el salm n requiere una audacia igual. )i alguna ganancia sacamos de las aguas de Alas%a, nos la ganamos bien. 8-ero Jc mo podemos proteger tu acceso al salm nK 8pregunt un financiero, al que :oss hab!a solicitado fondos para cubrir el rpido desarrollo de las plantas proyectadas. 8Crae ese modelo del estuario del Ca%u, Com. 83uando Com volvi de la oficina con la maqueta, :oss orden 8: +$plica a los se*ores c mo funcionar esta trampa. 8-ero antes de que el muchacho pudiera comen;ar, a*adi 8: )e*ores, deben ustedes imaginar trampas como #sa en todos los grandes arroyos remontados por el salm n. Bebidamente manejadas, controlarn toda la producci n de ese pescado. 8+sto no es un dise*o ni un plan 8comen; Com8. Lo que se muestra es una planta conservera de verdad: C tem, en el estuario del Ca%u, que sale de 3anad, donde desemboca un peque*o r!o llamado -l#yades. ,uestro salm n procrea en este peque*o lago y en otros cien, a lo largo del sistema del r!o Ca%u, casi todos ellos situados en 3anad. Los salmones circulan por millones en el estuario del Ca%u. Aqu!, en este punto, pondremos a flote esta trampa. +s de construcci n barata. +stas gu!as hacen que los peces entren y convierten a cada salm n que remonte el estuario en una posibilidad para nuestra fbrica. Cal como Com e$plicaba, era un sistema hermoso y fcil de controlar. -ero uno de los hombres ms e$perimentados detect muy pronto un problema importante:

-gina L// de ?@0

Alaska

James A. Michener

8JF 3anadK )i los salmones de Ca%u procrean principalmente en sus aguas, Jno protestarn a gritos en 3anad cuando una trampa como #sta intercepte a todos los peces que van hacia sus r!osK 8Crae ese mapa grande de la ;ona, Com 8orden el se*or :oss. F despleg ante los hombres la asombrosa estructura de la ;ona que estaban anali;ando8. Aqu! est =uneau, la nueva capital de Alas%a. A unos treinta %il metros, por aqu!, est 3anad. 3on un buen caballo se podr!a recorrer esa distancia en medio d!a de marcha, a no ser por una cosa. miren bien, se*ores. +stas monta*as, a lo largo de la frontera, miden ms de dos mil cua8 trocientos metros de altura, partiendo del nivel del mar, en tan corta distancia. Be nuestro lado, toda la ;ona es una vasta nevera. )i uno partiera a pie para ir desde =uneau hasta 3anad, caminar!a siempre sobre un glaciar, con grietas y monstruosas elevaciones de hielo& tardar!a hasta tres semanas, siempre que tuviera la suerte de sobrevivir. 4ientras los hombres estudiaban el inh spito territorio, :oss descart con un gesto de la mano todo el 3anad, al este de las plantas conserveras: 8-ramos. 4onta*as enormes. 3ampos de hielo. :!os salvajes. inaccesible. ,o hay un poblador en ciento cincuenta %il metros a la redonda. ,o hay fbricas de conservas en ninguna parte ni e$istirn en los cien a*os venideros. Los ombres volvieron a estudiar en el mapa la vasta e$tensi n vac!a en la parte canadiense. Luego :oss resumi : 8Al construir nuestro sistema de plantas conserveras y trampas, podemos hacer caso omiso de 3anad. -ara nuestros fines, no e$iste. 8Luego pas a asuntos ms apremiantes8. Do$ey, a usted le corresponde impedir que el gobierno de Alas%a, si acaso e$iste, imponga leyes que puedan restringirnos el acceso al salm n. ,ada de impuestos. ,ada de imposiciones. ,ada de inspectores que metan la nari; en nuestras fbricas. F sobre todo, nada de legislaciones que reglamenten el funcionamiento de las trampas. Do$ey dijo que as! entend!a su misi n. 8(ien 8concluy :oss8. +jec"tela, pues. 8F a los comerciantes8: )e*ores, en situaciones como #sta, en los estuarios como el del Ca%u, de los que Alas%a tiene cientos tan buenos o mejores, tenemos una mina de oro, una mina de oro viviente y circulante. -ero es preciso e$plotarla con cautela. 4antener la calidad. Lograr mercados nuevos. 3onvertir el salm n en el bocado escogido del rico y en el sustento del pobre. J-odemos, ComK 8)i esos dos profesores logran perfeccionar el 3hino de Dierro, no tendremos l!mites. 8JF qu# es el 3hino de DierroK 8pregunt uno de los posibles inversores. :oss respondi , simplemente: 8Tn secreto que no puede salir de entre estas paredes. Bos hombres de la universidad estn perfeccionando una mquina que har 8innecesario el empleo de mano de obra china. 8J-ara qu# sirveK 8-or una cinta transportadora corre una interminable cantidad de salmones& automticamente, la mquina les corta la cabe;a y la cola, mide el pescado y lo destripa perfectamente. )in la ayuda de un solo chino, malditos sean, el pescado queda listo para ser enlatado en nueve segundos. 8J+$iste una mquina as!K 8,o estar lista para esta temporada. -ero en mil novecientos cinco, como que el sol sale por el este, podremos decir adi s a los chinos y recibir ganancias que ustedes ni siquiera imaginan. +n ese momento, uno de los hombres que estaban estudiando el modelo de Ca%u e$pres una seca propuesta: 8U+h, un momentoV )i instalamos estas trampas en el estuario para atrapar el pescado, Jc mo harn las cr!as de salm n para salir del lago cuando quieran ir al oc#anoK Com se dio un golpe en la frente:

-gina L/7 de ?@0

Alaska

James A. Michener

8)iempre olvido e$plicar lo ms importante. Las gu!as m viles se colocan s lo durante la parte del a*o en que deseamos atrapar a los salmones maduros,que remontan el r!o. 3uando bajen los j venes desde el lago, encontrarn el estuario despejado hasta el mar. Do$ey parti de )eattle el martes por la ma*ana, llevando en su maleta la estrategia completa para el control de Alas%a. )eg"n el plan ideado principalmente por el se*or :oss, las fabulosas rique;as del salm n ser!an cosechadas por su empresa y las otras sin dar participaci n ms que a un pu*ado de habitantes de Alas%a: 8Coda la madera para las nuevas plantas se procesa aqu!, en )eattle& la maquinaria, lo mismo. Luego se la lleva al norte en nuestros barcos. La instalarn los obreros de )eattle que embarcaremos con ella. Los peces sern atrapados en enca*i;adas construidas en esta ciudad y puestos en su lugar por nuestros obreros. Cambi#n se habrn acabado las discusiones con los pescadores, tlingits o blancos. Las latas se harn aqu!, planas, y se les dar forma en la planta. )e acabaron los hojalateros. F sobre todo, ese gran alojamiento, ocupado a reventar por Ah Cing y sus chinos, estar lleno de mquinas que trabajarn mucho ms deprisa y duplicarn nuestra ;ona de tra8 bajo sin necesidad de a*adir otro edificio. )onri a Do$ey y a*adi : 8F cuando las latas est#n selladas y etiquetadas, volvern aqu! en barcos nuestros. F nosotros las despacharemos a toda Am#rica y al resto del mundo. +n los dos d!as siguientes a la partida de Do$ey, Com tra; sus planes para la pr $ima temporada en la casa central de :H:. 3ada ve; que observaba el mapa en la oficina ve!a las estrellas rojas que indicaban la posici n de las futuras plantas envasadoras y sent!a una depresi n que no pod!a compartir con nadie: P=ams volver# a )eattleV 9oy a pasarme la vida yendo de un estuario a otro, siempre construyendo una planta nuevaQ. + imaginaba los distintos lugares: alg"n estuario remoto, sin una sola ciudad en un radio de ochenta %il metros. )in esposa, sin hijos. ) lo trampas para atrapar el salm n F 3hinos de Dierro para procesarlo. -ero entonces refle$ionaba sobre las ventajas de trabajar con un hombre como 4alcolm :oss, que parec!a, incuestionablemente, el ser humano 4s eficiente de cuantos hab!a conocido. ,o era cordial y voluntarioso como 4issy -ec%ham, la persona ms admirable que hab!a tenido el privilegio de conocer, pero ten!a visi n de futuro y sab!a mantener las cosas en marcha. 3ontento con ligar su suerte a la del se*or :oss, repasaba sus decisiones de los "ltimos d!as y no encontraba motivos para oponerse a esos planes. )e har!an cosas valiosas y hab!a que -roteger los intereses de la empresa y de )eatle. A CR4 simplemente no se le ocurr!a poner en tela de juicio la moralidad de las intenciones de )eattle de mantener Alas%a en una especie de servidumbre, sin poder pol!tico ni derecho a la autodeterminaci n. -asaba por alto el hecho de que, si los planes de :oss y Do$ey se convert!an en ley, Alas%a pagar!a por cualquier mercader!a importada a trav#s de )eattle un cincuenta por ciento ms de lo que pagar!a DaEaii por lo recibido a trav#s de )an Francisco. Campoco cuestionaba la decisi n de quitar a Alas%a toda facultad de proteger con leyes regionales sus salmones, sus rboles, sus minas o incluso a sus ciudadanos. -or entonces no conoc!a la palabra PfeudoQ, pero el concepto no le habr!a preocupado, porque el se*or :oss ten!a una clara visi n de c mo se deb!a desarrollar el territorio, mientras que en =uneau #l no hab!a conocido a nadie que tuviera idea de lo que se deb!a hacer. ,o bien hubo llegado a esa conclusi n e$periment una pun;ada de duda. PCal ve; )am (igears, al otro lado del r!o de las -l#yades, tiene una visi n de c mo deber!an vivir #l y sus tlingits.Q Luego pens en ,ancy frente al oso pardo, hablando con el animal: PCal ve; ella tambi#n sabeQ. Al imaginar a ,ancy sinti el dolor de los remordimientos, pues ella y su padre eran aspectos de Alas%a que no se pod!an descartar.

-gina L/6 de ?@0

Alaska

James A. Michener

)in embargo, despu#s del trabajo distra!a su atenci n estudiando a la se*ora :oss, cuya conducta lo ten!a perplejo. -or una parte, era una mujer poderosa, l!der en su sociedad, esposa de uno de los hombres ms ricos de la ciudad. -od!a mostrarse imperiosa y sab!a mirar con desd#n como el ms encumbrado. -ero aun cuando actuaba con aires dictatoriales 1cosa que hab!a hecho varias veces en su presencia2, e$hib!a un travieso sentido del humor que hac!a brillar de un modo peculiar sus ojos& con frecuencia re!a por lo bajo, ya de s! misma, ya de las inadvertidas pomposidades de su marido. Al terminar esa primera semana de convivencia con los :oss, Com dijo mientras cenaban: 8Tstedes son dos de las mejores personas que he conocido en mi vida. 83aramba, que amable eres, Com. )in duda has conocido a mucha gente buena en tantos viajes. 8La se*ora :oss se volvi a estudiarle. 8(ueno, s!, cono;co a mucha gente buena. 4issy -ec%ham, que fue como una madre para m!, era una de las mejores. F en el Fu% n conoc! a un minero a quien acompa*ar!a al fin del mundo. -ero... 8JNu# tratas de decirK 8) lo que eran buenas personas, tal ve; las mejores, pero las cosas nunca les sal!an bien. 8JA qu# te refieresK 8+videntemente, el inter#s de la mujer era sincero. 8(ueno, por una parte no encontraron nunca a la persona adecuada para casarse. -or otra, todo lo que intentaban parec!a fracasar. avacil un momento antes de llegar a lo ms significativo8: +n ustedes he encontrado, por primera ve;, a dos que... 8,o sab!a c mo terminar el contraste entre los fracasos conocidos y esas dos personas bien adaptadas y felices8 +s decir, he conocido a algunas personas maravillosas, pero nunca estaban casadas entre s!. F tras esa confesi n clav la vista en el plato. La se*ora :oss apreciaba mucho esos momentos de franca revelaci n, que le enriquec!an la vida, y no ten!a intenciones de permitir que la conversaci n terminara all!: 8,o, nunca. 8J-or qu# piensas que somos diferentesK 8(ueno, los dos tienen poder, mucho poder, pero no abusan de #l. 8'se es un cumplido maravilloso, Com. A m! me cuesta mucho impedir que 4alcolm, aqu! presente, abuse del poder que tiene. 8<ui* un ojo a su marido8. F #l me impide ser arrogante. +l se*or :oss tosi y dijo: 8,unca ha habido necesidad de imped!rselo. JNuieres saber por qu#K 8)! 8asinti Com con tono ansioso. 8-ues bien, hijo, la se*ora :oss no es una mujer cualquiera. A principios de la d#cada de mil ochocientos sesenta, cuando )eattle estaba en sus comien;os, hab!a aqu! muchos hombres aventurados como mi padre, que hab!an llegado aqu! e$pulsados de +scocia. 4uchos hombres y ninguna mujer. Fue as! que un visionario llamado 4ercer tuvo una idea brillante: ir!a a >ash!ngton para que el gobierno le ayudara a financiar un barco& luego viajar!a a ,ueva Inglaterra, que estaba perdiendo muchos hombres en la <uerra 3ivil& all! invitar!a a varios cientos de muchachas, que de otro modo pod!an quedarse solteras, a que aceptaran trabajo en )eattle, donde abundaban los hombres solos. Los peri dicos de la #poca dieron tanta publicidad a la e$pedici n que, cuando 4ercer lleg a (oston, se encontr con veintenas de mujeres deseosas de probar suerte en el Reste. Tna muchacha llamada Lydia Bart, que trabajaba en una fbrica, era la ms ansiosa por escapar de ese trabajo pesado.

-gina L/L de ?@0

Alaska

James A. Michener

84ercer logr convencer a cientos de muchachas para que encararan la aventura y consigui mucho apoyo moral para su proyecto& lo que le costaba era obtener fondos para el barco. -or fin hall a un financiero dispuesto a respaldar la empresa y proporcionar un billete a quinientas pasajeras, por una tarifa m!nima. (ueno, todo marchaba bien. La operaci n parec!a perfecta. )e interrumpi para sonre!r a su esposa. ,o parec!a decidido a continuar. 8JF qu# pas K 8pregunt Com. 8Algunos periodistas mal intencionados, verdaderos cerdos, hicieron correr el rumor de que el se*or 4ercer ten!a en la 3osta Reste una cadena de prost!bulos y de que, cuando las muchachas llegaran a )eattle, ser!an arrojadas a esos burdeles. +stall un gran escndalo. Lgrimas, recriminaciones. -adres y hermanos que encerraban a las j venes en sus cuartos para impedir que se embarcaran. Antes de que 4ercer pudiera contestar a esas horribles acusaciones, dos de cada tres de sus posibles viajeras hab!an cambiado de idea y se negaban a pensarlo otra ve;. 8+n enero de .IMM, el barco ;arp con s lo cien pasajeros, de los cuales apenas treinta eran j venes solteras. 3onvenc!dos de que el se*or 4ercer era honrado, permanecieron junto a #l, soportando el desd#n victoriano de los vecinos, y rodearon el cabo de Dornos para establecer sus hogares en el ,oroeste. Lidia Bart se convirti en su l!der. 3uidaba de ellas, alejaba a los periodistas que trataban de crear nuevos relatos escandalosos. 3uando llegaron a )eattle fue como una madre para las ms j venes. 8JF qu# fue de ellasK 8)e convirtieron en el alma de la ciudad. +ran mujeres cultas y refinadas las que hab!an venido a la frontera. 4uchas se dedicaron a la ense*an;a y, en menos de un a*o, se casaron con los mejores j venes de )eattle. Tna de ellas, que permaneci soltera, organi; la primera escuela p"blica de la ciudad. Codas ellas representaban lo mejor de )eattle. A"n viven cuatro de ellas, las grandes ancianas de la ciudad. 8JF qu# relaci n tiene con ellas la se*ora :ossK 8UAjV La joven Lydia Bart fue la "ltima en casarse. Nuer!a estudiar el panorama. -or fin escogi a un promisorio abogado apellidado Denderson. F el primer vstago de la pareja fue la graciosa dama con quien ests cenando. 3on una amplia sonrisa, Com mir a la se*ora. 8J3onque usted es hija de una de esas j venesK 8Las 3hicas de 4ercer, como las llama la historia de )eattle. )!, una de ellas fue mi madre. F nunca hubo en el Reste mujeres como #sas. 8)i hubieras conocido a Lydia Bart Denderson [dijo el se*or :oss8, comprender!as que mi esposa no puede ser pomposa ni olvidar el sentido del humor. Dblale de la carta que escribi a ese peri dico de (oston. La se*ora :oss solt una carcajada ante lo absurdo de lo que hab!a hecho su madre, pero obviamente le encantaba relatarlo: 8Tnos die; a*os despu#s de que las chicas de 4ercer llegaran a )eattle, mi madre las reuni a todas. :ecuerdo bien aquello, porque yo ten!a unos siete a*os. 9inieron veinticuatro mujeres, todas casadas con m#dicos, abogados y comerciantes, y cada una cont su historia. ,i una sola estaba mal casada. F esa noche mi madre despach una carta al peri dico de (oston que hab!a sido el primero en armar el escndalo de los prost!bulos. 8JNu# dec!a la cartaK 8pregunt Com. +l se*or :oss se*al la pared, tras la cabe;a del muchacho, donde un art!culo period!stico enmarcado ocupaba el sitial de honor, y le indic que lo descolgara. 8Ce divertirs 8prometi 8, como yo cuando la le! por primera ve;.

-gina L/M de ?@0

Alaska

James A. Michener

Los editores de este diario han recibido recientemente una interesante misiva de cierta se*ora Lydia Bart, nativa de esta ciudad, que se arriesg a viajar a )eattle en .IMM. -ensamos que a nuestros lectores puede resultarles instructiva. )e*or Birector. Anoche, veinticinco mujeres j venes que desafiaron la censura p"blica para emigrar a )eattle, apodadas Plas 3hicas de 4ercerQ, celebraron el d#cimo aniversario de su aventura. 9einticuatro de nosotras estamos casadas con los l!deres c!vicos de la comunidad y tenemos, en total, casi noventa hijos. Li;;ie RrdEay prefiri permanecer soltera y ya dirige la escuela ms grande de la ciudad. Codas nosotras tenemos casa propia& nuestros hijos en edad escolar se desempe*an muy bien. Crece de nuestros esposos ocupan o han ocupado cargos p"blicos en nuestra hermosa ciudad. Invitamos a veinticinco de las j venes que se negaron a venir con nosotros en .IMM a que se re"nan y nos env!en una carta describiendo qu# han hecho en este tiempo. Lydia Bart Denderson 8UNu# cartaV 8coment Com, al colgar nuevamente el documento. F el se*or :oss a*adi : 84i suegra continu escribiendo cartas como #sa hasta el d!a de su muerte. 4ucho de lo bueno que tiene esta ciudad surgi de las 3hicas de 4ercer. 8Alguien deber!a organi;ar otro barco como #se para los hombres de Alas%a 8sugiri Com8. +n =uneau vendr!an muy bien dos o tres mujeres como Lydia Bart, en estos momentos. La se*ora :oss, sonriendo, dijo: 8+l viernes por la tarde, Com, conocers a la nueva Lydia Bart, s lo que ella tiene tambi#n el apellido :oss. +n el primer momento, Com no capt el significado de lo que se dec!a, pero al ver que el se*or :oss hac!a un gesto de asentimiento comprendi que sus anfitriones estaban hablando de su hija. La se*ora a*adi : 8-asa la semana en la escuela del convento. +s bastante buena estudiante. 8Lydia Bart, la original, Jera cat licaK 8+n realidad, s! 8dijo la se*ora :oss8. -ero cuando su iglesia trat de impedirle venir a )eattle, ella se apart , en cierto modo. Luego se cas con un escoc#s que era estrictamente presbiteriano& a m! me criaron convencida de que era a un tiempo papista y presbiteriana. ,unca tuve ning"n problema, pero siempre me han gustado las escuelas cat licas. +nse*an bien a los ni*os, y a nuestra Lydia le hace falta esa disciplina. Com 9enn pas el jueves y el viernes en un estado de notable nerviosismo, preguntndose c mo ser!a Lydia y c mo reaccionar!a #l ante la nieta de la mujer que hab!a escrito esa carta. Cen!a miedo de quedar como un tonto. -ero sus aprensiones desaparecieron la noche del viernes, al regresar de la oficina: Lydia :oss, de diecisiete a*os, era una muchacha esbelta y viva;, cuya vida feli; hac!a que se presentara ante todos con una gran franque;a. -ara ella no e$ist!an los tormentos de la adolescencia& supon!a que tanto su famosa abuela como su bien adaptada madre hab!an disfrutado adolescencias similares y ten!a intenciones de convertirse en una mujer como ellas. Cambi#n adoraba a su padre y se sent!a a gusto con su hermano menor, que estaba desarrollando actitudes similares. 3uando Com 9enn la vio entrar por la puerta principal, con el pelo rubio tren;ado alrededor de la cabe;a y el fuerte cuello descubierto, percibi inmediatamente que ella era una e$tensi n de la feli; familia que tanto le impresionaba. 8UDolaV 8dijo la muchacha, alargndole la mano con desenvoltura8. )RF Lydia. -ap me ha hablado de lo bien que obraste cuando ocurrieron los asesinatos en la fbrica. 8JCe habl de esoK 8pregunt Com, sorprendido de que el se*or :oss hubiera discutido un hecho tan desagradable con su hija.

-gina L/? de ?@0

Alaska

James A. Michener

8'l nos lo cuenta todo 8replic ella, arrojando unos cuantos libros sujetos con una correa sobre la mesa del vest!bulo, donde pensaba dejarlos hasta la ma*ana del lunes8. F me describi tu lucha con el oso pardo. 8+n realidad, no fue una lucha. ,o me vas a creer, pero una muchacha india le dijo al oso que se fuera... y el oso se fue. 8JNu# tama*o tienen los osos pardosK ,uestro libro de geograf!a dice que son el doble de un oso com"n. 8'ste era de tama*o mediano. -ero un hotel de =uneau tiene uno de tres metros. Bisecado, por supuesto. 8Be lo contrario ser!a toda una atracci n. +staba muy interesada en Alas%a y destac que a"n no se le hab!a permitido ir de visita en los barcos de su padre. 8Lo que quiero ver son los glaciares de que tanto nos habla. J)on tan grandes como diceK 8Al parecer, todo en Alas%a es grande. 4s grande de lo que imaginas. 8F Com le describi el enorme t#mpano que hab!a llegado flotando hasta el mismo umbral de la tienda, en =uneau. 8J+n la propia calle principal, dicesK 8+n el agua, por supuesto. -ero s!, pod!as tocarlo con un palo. 8JF qu# hicieron con #lK 8Tn hombre le arroj una cuerda y se lo llev fcilmente con un peque*o remolcador. 8JTn remolcador as! de peque*o y un t#mpano as! de grandeK +l modo en que la muchacha mov!a las manos era tan e$presivo que Com cay bajo el hechi;o de su vivacidad, su rpida reacci n a la palabra hablada y su encantadora sonrisa. Besde entonces, cenar con los :oss se convirti en un rito precioso. +l sbado por la noche, Lydia entretuvo a los comensales con un burlesco relato de c mo dos de las monjas cat licas de su escuela le hab!an tomado el pelo al joven sacerdote que ejerc!a de rector. 83uando terminaron con #l, nos parec!a alguien muy simple. Can tonto, en realidad, que nos dio lstima. 8J)ab!a #l lo que estaba pasandoK 8pregunt Com. 8,o. +n realidad, nunca sabe lo que est pasando. +l hijo de los :oss, que estaba en una escuela primaria p"blica, pregunt a Com en qu# tipo de escuela hab!a estudiado. +l joven dijo, como pidiendo disculpas: 8+ra una escuela com"n, de 3hicago. -ero la tuve que abandonar. 8Com ha aprendido en la mejor de las escuelas 8interrumpi el se*or :oss8, en la misma que instruy a mi padre: la escuela de la vida. 8-idi la atenci n a su hijo y a*adi 8: +l joven que tienes ante ti, =a%e, estaba prcticamente a cargo de nuestra tienda de BaEson cuando a"n no ten!a la edad de Lydia. F un a*o despu#s dirig!a todo lo de ,ome. 8JLas minas de oroK 8pregunt el ni*o. F como Com asinti con la cabe;a, los j venes :oss pasaron a mirarle con mayor respeto. +se fin de semana fue el ms rico en e$periencia humana de cuantos Com 9enn hab!a vivido hasta entonces, pues pudo ver c mo viv!a una familia bien organi;ada y la gran libertad que se permit!a a los hijos mientras cumplieran con las cortes!as bsicas& le impresion , sobre todo, el hecho de que la se*ora :oss, obviamente orgullosa de su viva; hija, prohibiera a Lydia salir el domingo por la tarde mientras no hubiera terminado sus deberes de fin de semana. Los libros abandonaron la mesa a la que Lydia los hab!a arro8 jado, pero dos horas despu#s estaba lista para dar un paseo por las colinas boscosas, detrs del castillo.

-gina L/I de ?@0

Alaska

James A. Michener

Fue un paseo que Com no olvidar!a nunca. Aunque el aire era invernal, el sol calentaba. Al principio, el estrecho -uget estaba centelleante, pero se torn sombr!o al llegar un chubasco del estrecho de =uan de Fuca. +n cierto momento Com dijo: 84ira all abajo. 3asi parece que el cora; n de la ciudad estuviera e$puesto. 8UNu# bien usas las palabrasV 8observ Lydia. 84i madre, o algo as!... Lydia le pregunt qu# quer!a decir con eso, por Bios. 'l se ech a re!r, inc modo, y e$plic : 84i verdadera madre... bueno, huy con otro hombre. +ntonces mi padre se cas con 4issy, en cierto modo. +ra una mujer maravillosa... Nuiero decir, es una mujer maravillosa. Ahora vive en ,ome. F se interrumpi , abrumado por el contraste entre la ca tica vida de 4issy y el orden reinante en la casa de los :oss. Nuer!a e$plicar por qu# 4issy -ec%ham, esa buena mujer, no hab!a podido casarse con su padre, tal como ahora no pod!a casarse con el se*or 4urphy, pero era demasiado complejo. 84i padre piensa que yo deber!a seguir estudiando 8coment Lydia, cambiando prudentemente de tema8. 4i madre tiene sus dudas. 8JB nde te gustar!a estudiarK 8Aqu!, en )eattle. +n la universidad, tal ve;. 8)er!a bonito. 8-ero mi abuela se acordaba siempre con afecto de (oston. Antes de morir me dijo... 8J,o estaba harta de (ostonK 8U,oV +scribi esa carta para provocarlos. -ero (oston le gustaba. Bec!a que era el faro de Am#rica y quer!a que yo estudiara all!. 8Be pronto Lydia call , pues por su mente pasaban pensamientos poderosos. Al cabo de un rato, dijo8: Nuiero ser como mi abuela, siempre valiente y dispuesta a intentar cosas nuevas. 3reo que debo estudiar para alcan;ar lo que deseo. 8JF qu# deseasK 8,o s#. )on tantas las posibilidades, que no puedo decidirme. Com se ech a re!r porque #l se enfrentaba al mismo dilema. 8Igual que yo. 4e encanta trabajar en Alas%a e imagino a*os ininterrumpidos all. -ero en )eattle me siento ms a gusto y no s# c mo hacer para conseguir un puesto aqu!. 83reo que, si haces un buen trabajo en Alas%a, lo l gico ser que mi padre te traiga aqu!, tarde o temprano. Ciene muy buena opini n de ti, Com, F tambi#n mi madre. 8-ero tambi#n me tiene reservado much!simo trabajo para hacer en Alas%a. 8Com puso fin a ese tema8. J3onoces a ese tal 4arvin Do$eyK 8+s un hombre horrible. :ealmente rastrero. 4i padre lo sabe, pero dice que a veces es preciso utili;ar la herramienta que se tiene a mano. 8+mpuj una piedra con el pie8. Do$ey no enga*a a pap ni por un momento. Dab!an girado hacia la ladera oriental de la peque*a colina. +l estrecho -uget ya no estaba a la vista, pero s! los lagos y los cursos de agua que definen ese sector de )eattle, tan atractivos a su modo como el paisaje ms impresionante del Reste. 8)iempre me ha gustado este paisaje 8dijo Lydia8, menos imponente, pero ms seguro. 8,o me pareces una persona que busque seguridad 8coment Com. F ella le corrigi : 8,o me asustan los desaf!os, pero me gusta tener un refugio seguro al final del d!a. 4i abuela opinaba lo mismo. Tn d!a me dijo: PFo no vine al oeste s lo a buscar aventuras. 9ine a buscar un buen hombre y a construir un hogar s lidoQ. Aventuras y un refugio seguro: es una buena combinaci n. +l lunes por la ma*ana le comunic a Com:

-gina L/@ de ?@0

Alaska

James A. Michener

84i padre dice que te irs antes de que yo vuelva. Da sido muy divertido conversar contigo. 3omprendo que pap tenga tan buena opini n de ti, Com. F se fue, esta ve; con el pelo suelto a la espalda y los libros rebotndole contra la pierna derecha. +l martes, el se*or :oss le anunci durante la cena: 8Nuiero que supervises la entrega y la instalaci n del equipo para hacer latas. ,uestro barco ;arpa el jueves y, despu#s de anclar en =uneau, se detendr en la fbrica. Los hombres all! te ayudarn con las mquinas y el nuevo aparato para soldar. Com ten!a veinti"n a*os y un aplomo asombroso para su edad. )in a;orarse, sugiri : 8JF si tomara el barco del lunes y me reuniera con los hombres en la fbricaK 8J-or qu# quieres hacer esoK 8-orque me gustar!a mucho ver de nuevo a Lydia. +n la habitaci n se hi;o silencio. Lo rompi la se*ora :oss, que dijo con alegr!a: 8+s una idea sensata, 4alcolm. +stoy segura de que a Lydia tambi#n le gustar!a ver a Com otra ve;. F la decisi n se tom sin ms palabras, sin que el se*or :oss mostrara irritaci n alguna por ver sobrepasada su autoridad. Com 9enn le gustaba y apreciaba la franque;a del joven. +l segundo fin de semana fue ms serio que el primero, pues todos los :oss, sobre todo Lydia, ten!an presente que Com se hab!a quedado e$presamente para e$plorar ms esa amistad. 3uando se quedaron solos, ella le dijo con franque;a que hab!a roto otros dos compromisos para poder dedicarle tiempo. Al protestar Com de que no habr!a debido hacerlo, Lydia replic con franque;a: 8Rh, era lo que yo quer!a. Be los muchachos que cono;co, la mayor!a son unos pelma;os. 8Bejarn de serlo cuando tengan cuatro a*os ms 8adujo #l. F ella repuso: 8ya tienen cuatro a*os ms y son unos pelma;os absolutos. Bieron dos paseos por la colina, contemplando la ciudad y sus cambiantes pasajes& conversaron sin cesar sobre los estudios, los planes pol!ticos del se*or Do$ey y el futuro de :oss H :aglan. +l lunes por la ma*ana, al partir hacia la escuela, Lydia se detuvo en el vest!bulo, en presencia de sus padres y se despidi de Com con un beso. ,o quer!a que hubiera ning"n malentendido en cuanto a sus sentimientos. 3uando las mquinas de armar latas estuvieron instaladas en C tem, Com 9enn y )am (igears, que hab!a aceptado a rega*adientes hacer de vigilante de los edificios vac!os durante el invierno, comen;aron a prepararlo todo para la llegada de los trabajadores chinos y filipinos. Be )eattle se trajeron enormes cantidades de arro;, pues ambos grupos se volver!an dif!ciles de gobernar si la empresa trataba de alimentarlos con patatas, y se construyeron ms literas para los chinos nuevos. Tn d!a en que Com cru; el estuario a remo para visitar a )am, cuya amistad quer!a retener, cometi la imprudencia de decirle: 8'ste puede ser el "ltimo a*o que empleemos a chinos. )am, que no sab!a guardar rencores, aunque estaba disgustado desde la "ltima visita de Com, le pregunt : 8JNui#n, si noK Clingits nunca trabaja fbrica. Com no dijo ms, pues preve!a que pod!an presentarse problemas pero, en varias ocasiones posteriores, )am quiso saber qui#nes iban a ocupar el lugar de los chinos: 8,osotros no queremos japoneses, no esquimales en nuestro territorio. 4ucho mejor, demonios, si chinos y filipinos se van. 8Cal ve; alg"n d!a se vayan 8dijo Com. -ero a fines de abril lleg a la desembocadura del r!o de las -l#yades un gran buque canadiense, el )tar of 4ontreal para depositar a noventa y tres trabajadores chinos. 4ientras #stos bajaban por la plancha, Com vio lo que tem!a: Ah Cing estaba al mando,

-gina L70 de ?@0

Alaska

James A. Michener

una ve; ms, con su coleta larga y los ojos ms desafiantes que antes, si eso era posible. +se a*o s lo uno de sus compa*eros hablaba ingl#s. Com, al pasearse entre ellos, sospech que ms de la mitad eran inmigrantes reci#n llegados, pues no ten!an idea del trabajo que iban a hacer. 8Nuiero a dos de tus mejores hombres 8dijo a Ah Cing. 8J-ara qu#K 8pregunt el l!der, dando a entender, como de costumbre, que ser!a #l quien decidiera d nde trabajar!a cada uno. 8-ara manejar una mquina nueva. F Ah Cing replic : 84quina nueva trabajo yo. -ero Com se opuso con firme;a: 8,o, t" haces falta aqu!. -ara mantener el orden. 83ierto 8reconoci Ah Cing, sin animosidad. 'l era el mejor y resultaba prudente que trabajara donde pudiese supervisar al mayor n"mero de obreros. Besign a dos buenos trabajadores, pero cuando Com se los llev , Ah Cing insisti en seguirles, pues consideraba esencial saber qu# estaba ocurriendo en cada parte de la planta. +n realidad, actuaba como si la envasadora fuera suya, presunci n que irrit a Com, tal como hab!a irritado al se*or :oss durante los disturbios del a*o anterior. +n cuanto Ah Cing vio las pilas de latas aplanadas y las mquinas que les dar!an forma, comprendi la amena;a que ese nuevo sistema representaba para sus chinos. +ntonces recha; desde*osamente esos aparatos, diciendo: 8,o sirve. ,o ms chinos trabajando aqu!. 8,ecesitaremos dos hombres capacitados para las mquinas 8le asegur Com8. F dos ms, tal ve;, para trasladar las latas. Ah Cing no quiso saber nada de eso. +l a*o anterior hab!a supervisado a diecis#is de sus hombres en ese sector& ese a*o ser!an cuatro, a lo sumo, y #l estaba seguro de que el se*or 9enn se apresurar!a a reducirlos a tres, qui;s a dos, cuando los hombres se familiari;aran con la operaci n del nuevo sistema. -ero Jqu# pod!a hacer, salvo mostrar su malhumorK F lo hi;o, dando todas las muestras de tornarse cada ve; ms intratable durante la temporada. Ante esa insubordinaci n, Com sinti la tentaci n de despedirle en el acto& pero sab!a que ning"n sustituto podr!a dominar a las veintenas de chinos necesarios para mantener en funcionamiento las mesas de limpie;a y los hornos de cocci n. As!, contra su propio criterio, esper el momento apropiado, aceptando las protestas de Ah Cing, e hi;o peque*as concesiones en cuanto a la comida y el alojamiento para mantener satisfecho a su terco capata;. Tna ve; logrado esto con ms o menos #$ito, tuvo que enfrentarse a la ira de los pescadores. 3uando el profesor )tarling y su equipo aparecieron en escena para armar su trampa y los hombres de la ;ona vieron aquellas largas gu!as estiradas en casi toda la amplitud del estuario, comprendieron que all! acababan sus tiempos de dominaci n y comen;aron a causar dificultades. Los ms recios entre los blancos trataron de demoler la trampa y cortar las gu!as& otros prometieron impedir que los barcos de aprovisionamiento amarraran en el muelle y se llevaran los cajones de salm n enlatado. Cambi#n hubo amena;as por parte de los tlingits, pero al fin la gran trampa fue construida y las gu!as instaladas. +ntonces los pescadores, a los que ya no se necesitaba, quedaron sin ning"n poder para oponerse a los rpidos cambios que estaban invadiendo la industria. 3uando los salmones maduros comen;aron a llegar al estuario, todos los peones observaron con atenci n, tratando de determinar si la trampa recoger!a suficientes peces para mantener llenas las mesas de limpie;a& al terminar la primera semana era evidente que la trampa y sus dos gu!as funcionar!an aun mejor de lo esperado por los hombres que la

-gina L7. de ?@0

Alaska

James A. Michener

hab!an instalado. +n verdad, cuando el profesor )tarling revis la operaci n detect un problema que #l mismo no hab!a previsto: 8+st funcionando tan bien, se*or 9enn, que la enca*i;ada no tiene capacidad para tantos peces como recibe. )us hombres no estn retirando el pescado lo bastante deprisa. 8-or el momento no podemos procesar ms en el coberti;o de limpie;a. 83uando el doctor >hitman perfeccione su 3hino de Dierro 8reconoci )tarling8 podremos acelerar la cadena. -ero ahora Jqu# haremosK A pesar de su parlamento, las eficientes gu!as, al bloquear el movimiento de los salmones que se esfor;aban por llegar a sus lagos natales, continuaban arrojando tantos peces grandes a la trampa y, desde all!, a la ;ona de retenci n que s lo hab!a una forma de solucionarlo: 8Cendremos que dejar morir a los peces ms d#biles, los del fondo, y que se los lleve la corriente. As! se hi;o. Burante todo ese verano la trampa del r!o de las -l#yades atrap muchos salmones grandes y se perdi una cantidad enorme entre los ms d#biles. Las guilas ven!an desde varios %il metros a la redonda para darse un fest!n con el pescado en putrefacci n& miles de peces que habr!an podido proporcionar un sabroso sustento a las gentes hambrientas de todo el mundo se quedaban all!, contaminando las aguas bajas del estuario del Ca%u. 4s inquietante a"n, con respecto al futuro de la industria, era la e$cesiva efectividad de la trampa. Los pescadores e$perimentados comen;aban a dudar de que los salmones maduros pasaran la barrera en n"mero suficiente para asegurar la perpetuaci n de la especie. 8U-ero si la abrimos durante el fin de semanaV 8asegur el profesor )tarling a los esc#pticos de =uneau, al detenerse all! en su regreso a )eattle8. )i ustedes vieran las hordas de peces que pasan en esos dos d!as... 8Tn d!a y medio 8corrigi alguien. 'l asinti : 8)i ustedes vieran las hordas de salmones que escapan en ese per!odo, comprender!an que el futuro est asegurado. 8JF los peces que ustedes dejan morir en la enca*i;adaK 8pregunt otro hombre. )tarling contest : 8+n toda operaci n grande hay alg"n desperdicio. +s inevitable, pero a largo pla;o no provoca ning"n da*o considerable. F all fue otra ve;, a seguir planeando otras seis trampas enormes que se instalar!an en las envasadoras futuras de :oss H :aglan. +n =uneau, algunos hombres interesados siguieron el consejo del profesor )tarling y navegaron hasta el r!o de las -l#yades para inspeccionar la trampa en funcionamiento. -ero cuando el peque*o barco quiso amarrar, Com 9enn apareci en el muelle para advertirles que estaban en propiedad privada y que no se les permitir!a el ingreso. 8-ero su profesor )tarling nos invit a venir para ver c mo funciona la trampa. 8'l no estaba autori;ado a hacerlo 8dijo Com. Los encallecidos pescadores de =uneau no se dejaron convencer tan fcilmente. 89amos a desembarcar, 9enn, y si usted trata de impedirlo, habr problemas. ,o hubo confrontaci n, pues la trampa y sus gu!as se pod!an inspeccionar sin invadir la propiedad de C tem. Com indic a los pescadores que llevaran su bote aguas abajo desde la trampa, pues de ese modo podr!an observar la conducta de los salmones. Nuien no conociera la pesca de Alas%a habr!a quedado at nito al ver aquello: los salmones maduros entraban, no por docenas ni por centenas, sino por millares. Crescientos en un bloque, seiscientos, todos con el hocico apuntado contra la corriente. A veces el agua donde flotaba

-gina L7/ de ?@0

Alaska

James A. Michener

el bote se colmaba de peces: die;, quince mil salmones que pasaban apretados, con los cuerpos brillando al sol, a pocos cent!metros de la superficie. +n momentos de tanta abundancia parec!a que la provisi n era inagotable e indestructible. -ero cuando esa multitud se apro$imaba a las gu!as e$tendidas se enfrentaba a una situaci n diferente a todo lo conocido. +sas altas alambradas no eran como las cascadas que sus antepasados hab!an ascendido de un salto por incontables generaciones& estos nuevos admin!culos eran barreras efectivas. Los consternados peces trataban de rodearlas, pero acababan siguiendo el curso de menor resistencia y nadaban hacia la trampa central& all! entraban en ese laberinto al que era tan fcil entrar, pero del que no se pod!a salir. -aso a paso se iban adentrando en #l hasta que, por fin, pasaban a la relativa libertad de la gran enca*i;ada de retenci n. +n esos momentos, los peces que llegaban a la enca*i;ada eran tantos que los ms d#biles empe;aban a notar la falta de agua en las agallas& con asombrosa celeridad, los ms peque*os iban muriendo y sus cuerpos se hund!an hasta el fondo de la enca*i;ada, mientras los trabajadores de Com 9enn i;aban a los supervivientes a la v!a, para llevarlos al coberti;o de procesamiento, donde los hombres de Ah Cing los preparaban para la cocci n. Los pescadores de =uneau, al presenciar la magnitud de ese revolucionario m#todo de pesca, vieron de inmediato que provocaba una terrible p#rdida de peces, que no habr!an causado los procesos antiguos. Tno de los mayores dijo: 8,o tienen respeto por los salmones. )i siguen as!, no s# qu# va a pasar. -ero uno de los botes se qued un d!a ms, para ver qu# pasaba durante el fin de semana. +l sbado por la tarde, cuando se cerr la trampa y se levantaron las gu!as, una horda de peces subi por Ca%u, pas la trampa y continu nadando hacia los lagos. 8Los que pasan podr!an poblar toda Alas%a y la mayor parte de 3anad 8dijo uno de los hombres. Fa reconfortados, vieron la situaci n de modo diferente. 8+s el sistema moderno 8reconoci uno de los pescadores. F todos estuvieron de acuerdo en que, pese a la lamentable p#rdida de salmones, probablemente escapar!an en los fines de semana peces suficientes para mantener la provisi n. +n .@06, cuando los pescadores de =uneau llegaron a esa err nea conclusi n sobre la supervivencia de los salmones, ,er%a, que ya ten!a tres a*os de edad, habitaba las aguas dulces del lago de las -l#yades como si fuera a seguir toda la vida en esa rutina. -ero una ma*ana, tras una semana de agitaci n, se lan; a una actividad sin precedentes, como si una campana hubiera convocado a todos los salmones de su generaci n para el cumplimiento de una tarea grandiosa y significativa. +ntonces, por motivos que #l no pod!a identificar, sus nervios se estremecieron como si una descarga el#ctrica le recorriera el cuerpo, dejndolo agitado e inquieto. Llevado por impulsos que no comprend!a, descubri que le repugnaba el agua dulce de su lago natal, que antes lo hab!a nutrido. pas varios d!as revolvi#ndose con nerviosismo. Be pronto, una noche, ,er%a empe; a nadar hacia la salida de su lago, seguido por miles de su ge8 neraci n, y se arroj a las aguas torrentosas del r!o de las -l#yades. -ero al partir ten!a la premonici n de que alg"n d!a, en a*os muy distantes, retornar!a a esas aguas acogedoras en las que se hab!a criado. +staba a punto de convertirse en un salm n maduro. )u piel hab!a tomado el lustre plateado de los adultos y, aunque a"n med!a s lo unos cuantos cent!metros de longitud, su aspecto era ya de salm n. 3on poderosos golpes de su cola en crecimiento, nad rpidamente por el r!o de las -l#yades& cuando se enfrent a los rpidos que se arremolinaban entre rocas e$puestas supo instintivamente cul era la manera menos peligrosa para descender. -ero cuando su

-gina L77 de ?@0

Alaska

James A. Michener

avance se ve!a amena;ado por cascadas de altura ms inquietante, ,er%a vacilaba, estudiaba las alternativas y, por fin, se lan;aba a una vigorosa actividad, saltando casi jubiloso a la llovi;na, debati#ndose en el descenso, hasta caer con un golpe seco en el fondo& all! descansaba por un momento antes de reanudar el viaje. J:egistraba acaso esas cascadas al descender, por alg"n complejo mecanismo biol gico, atesorando conocimientos para el d!a en que, dentro de dos a*os, algo le impeliera a ascender en direcci n opuesta, a fin de fertili;ar las huevas de alguna hembra igualmente decididaK )u viaje de retorno ser!a una de las ha;a*as ms notables del mundo animal. -ero ahora, al apro$imarse a los tramos inferiores del r!o, se enfrentaba a un gran peligro: en una cascada ms o menos insignificante, que normalmente habr!a franqueado con facilidad, el cansancio o el descuido hicieron que el agua lo arrojara contra una roca que sobresal!a abajo. 3ay con un torpe chapoteo al pie de la cascada, entre un grupo de voraces truchas, todas ms grandes que los salmones j venes. 3on veloces movimientos, las truchas saltaron hacia los aturdidos salmones, devorndolos en cantidades asombrosas. Lo ms probable es que ,er%a, totalmente desorientado por el golpe contra la piedra, se convirtiera en una presa fcil y desapareciera antes de llegar al agua salada que lo llamaba. ,o obstante ya hab!a demostrado ser un pe; decidido& de modo instintivo, pese a su embotamiento, esquiv el primer ataque de la trucha y se dej caer entre las hierbas protectoras, de donde el otro pe; no podr!a desalojarlo& con ese tr#mulo recurso eludi los ataques de la hambrienta trucha. Be los cuatro mil salmones nacidos con ,er%a en .@0., en el lago de las -l#yades, J3untos sobrevivir!an ahoraK +s decir: Jcuntos nadaron por el r!o de las -l#yades para cumplir su destino en el oc#ano. La mortandad hab!a sido tan terrible y constante que perecieron tres mil novecientos sesenta F Rcho, dejando s lo treinta y dos vivos y dispuestos a la aventura en el oc#ano. -ero sobre ese pat#tico n"mero se construir!a la gran industria salmonera de Alas%a, y ser!an ,er%a y otros peces como #l, luchadores y cautos, los que dieran tan ricas ganancias a industrias conserveras como la de C tem, en el estuario del Ca%u. Tna ma*ana, tras haber escapado de las ;anquilargas gar;as reales y de los mergos, ,er%a se apro$im al momento ms cr!tico de su vida& ese pe; de agua dulce iba a lan;arse a las aguas salobres del mar, no cent!metro a cent!metro ni lentamente, en un per!odo de semanas, sino con un solo golpe de cola y la activaci n de sus aletas. +s cierto que el cambio del agua del lago a la del mar hab!a sido gradual, pero aun as! el salto del agua dulce a la salada era tremendo, como si a un ser humano que hubiera vivido a base de ben#volo o$!geno se le dijera: PBentro de una semana respirars s lo gas metanoQ. ,ing"n humano podr!a sobrevivir a eso, a menos que su metabolismo y su estructura fisiol gica dieran un salto cuntico, y eso es lo que ,er%a hi;o. Aun as!, el ingreso en ese nuevo medio fue un golpe casi letal. -as varios d!as tambalendose, acobardado ante la sal& en ese estado comatoso corr!a un peligro terrible: una inmensa bandada de voraces gaviotas blancas y cuervos negros revoloteaba en el cielo plomi;o, dispuestos a sumergirse entre los vacilantes salmones j venes para atraparlos con el pico. La devastaci n creada por esas chillonas aves de presa era sobrecogedora: los futuros salmones perec!an por millares en sus garras afiladas& los que sobrevivieron milagrosamente lo lograron s lo por suerte. ,er%a, lento en adaptarse al agua salada, era ms vulnerable que ninguno, pues de ve; en cuando se dejaba llevar de costado por la corriente, convirti#ndose en blanco fcil para las aves que se ;ambull!an. Lo salv la mera casualidad, no su propio esfuer;o. Bespu#s de escapar por muy poco, revivi lo suficiente para descender a las profundidades, a la

-gina L76 de ?@0

Alaska

James A. Michener

oscuridad que amaba. All!, lejos de los depredadores, hi;o funcionar sus agallas, haciendo pasar por la fuer;a esa e$tra*a agua marina por su organismo. Burante la mayor parte de ese verano, ,er%a y sus compa*eros se quedaron en el estuario del Ca%u, atracndose con el rico plancton y adaptndose al agua salada. +mpe;aron a crecer. )us sentidos se aceleraron. Fa no tem!an luchar contra peces ms grandes. Fa eran salmones& gradualmente, avan;aron hacia la boca del estuario, pues sent!an la necesidad de alimentarse con los camarones y los peces peque*os que all! abundaban. F a medida que maduraban, se ve!an impulsados a salir al oc#ano abierto, buscando aventuras en las grandes aguas arremolinadas. Be los treinta y un compa*eros que llegaron a la boca de Ca%u, la mitad pereci antes de llegar al oc#ano, pero ,er%a sobrevivi . Ansioso, pas ro;ando la roca emergente de la 4orsa y abandon el estuario, para adentrarse en el -ac!fico rumbo al oeste. 4ientras ,er%a nadaba hacia el oc#ano -ac!fico, Com 9enn estaba cometiendo su primer error grave en la administraci n de C tem. Los trabajadores chinos a los que Ah Cing hab!a elegido para manejar las mquinas nuevas, las que convert!an pie;as planas de hojalata en envases terminados, no se estaban desempe*ando bien. Nui; por ineptitud, qui; por malicia, hac!an que las mquinas funcionaran mal. Com, convencido de que era un caso de sabotaje, los retir de esa secci n e hi;o trasladar las mquinas al sector de los filipinos, donde instruy a cuatro j venes sobre el modo de hacer latas. 3uando Ali Cing supo que el taller de latas, donde antes trabajaban diecis#is chinos, ya no daba trabajo a ninguno, mont en c lera. )in su acostumbrada sonrisa, entr intempestivamente en la oficina de Com e$igiendo que se devolvieran las mquinas al sector de los chinos y que se designara para hacerlas funcionar no a cuatro sino a seis de los suyos. Com no pod!a tolerar semejante intromisi n en sus prerrogativas de director& despu#s de escuchar las primeras frases de la queja, dijo: 8)oy yo quien decide qui#n trabaja y d nde. Ahora vuelve al coberti;o de limpie;a. -ero en el momento en que Ah Cing se retiraba, el muchacho tuvo una premonici n de que ese fr!o recha;o pod!a provocar problemas. Nuiso seguirle para e$plicar ms en detalle los motivos de su decisi n, pero fue interrumpido por la llegada de uno de los filipinos encargados de las mquinas y no pudo aplacar al chino. +l problema no ten!a ninguna importancia: 8J3 mo llevamos las latas terminadas a la l!nea de envasado, se*or 9ennK Ah Cing no habr!a permitido que uno de sus hombres hiciera una pregunta tan tonta& #l mismo habr!a ideado tres o cuatro maneras de trasladar las latas, para probarlas luego e informar al se*or 9enn de cul era la ms efectiva. P-ero los filipinos tienen que aprenderQ, se dijo Com. 3uando el problema qued resuelto, e$actamente del modo que habr!a elegido Ah Cing, el muchacho volvi a su oficina. Apenas tuvo tiempo de firmar unas pocas cartas de embarque cuando oy una terrible conmoci n que le hi;o volar a los coberti;os. Bescubri entonces que, cuando dos de los trabajadores filipinos tra!an las latas terminadas a la l!nea, invad!an el terreno que siempre hab!a correspondido a los chinos y, por esa causa, dos hombres de Ah Cing los hab!an atacado con cuchillos. Los filipinos eran dos hombres capaces, que con frecuencia se hab!an peleado con chinos en su tierra natal, donde las dos ra;as manten!an una tregua inestable. Becididos a no dejarse intimidar por esos chinos, asieron las armas que encontraron a mano, incluido un pesado martillo, y recha;aron a sus atacantes, pidiendo refuer;os en tagalo& en menos de un minuto, cinco o seis filipinos entraron violentamente en el edificio. +so no se pod!a tolerar, ya que los chinos consideraban inviolable su ;ona de trabajo. 3uando Com 9enn lleg al sitio de la refriega, los hombres se estaban arrojando unos a los

-gina L7L de ?@0

Alaska

James A. Michener

otros contra los muros y blandiendo cuchillos peligrosamente cerca del cuello ajeno. )in tener en cuenta el peligro que corr!a, el joven asi a Ah Cing por el bra;o, y le grit : 8UCenemos que parar estoV Al rato, sobre todo gracias a la efectividad de su capata; chino, logr acallar los gritos y redujo el desmn a gru*idos y amena;as por lo bajo. -or fortuna, ninguno de los bandos comprend!a las viles acusaciones lan;adas -or el otro. Los filipinos se retiraron a sus dominios, convencidos de llevarse la victoria. ,o era as!. +n una cautelosa reuni n de 9enn con Ah Cing y el l!der de los filipinos, sensato ciudadano de 4anila que dominaba tanto el ingl#s como el chino, se acord una tregua. Los filipinos continuar!an fabricando las latas, pero el transporte a la l!nea de envasado quedar!a a cargo de los chinos que hab!an sido e$pulsados del taller. Be este modo, Ah Cing recobraba los cuatro puestos perdidos. 3uando Com volvi a verle, el capata; hab!a recobrado su enorme sonrisa. )in embargo, la tregua no dur mucho. Los filipinos que manejaban las dos mquinas las trabaron sucesivamente, sin que nadie de su sector supiera c mo repararlas. Llamaron a Com, que se acerc a las mquinas estropeadas lleno de confian;a, pero se descubri igualmente incapa; de arreglarlas. -or lo tanto, con bastante bochorno, tuvo que mandar por Ah Cing, el inveterado reparador, para que la planta pudiera continuar en funcionamiento. +se amo de mquinas y personas se present con aire insolente, como si dijera a 9enn y a sus filipinos: PAqu! nadie puede hacer nada sin mi ayudaQ. -uso manos a la obra y, en menos de dos minutos, identific el problema. Nuince minutos despu#s ambas mquinas funcionaban como nuevas, en realidad, mejor que antes, pues #l hab!a corregido una falla de dise*o. -or desgracia, al terminar dijo en chino, olvidando que el l!der de los filipinos entend!a ese idioma: 8Ahora puede que hasta los est"pidos filipinos puedan manejar estas mquinas sin romperlas. 3uando el capata; filipino tradujo ese insulto a sus compa*eros, cuatro de ellos se abalan;aron sobre Ah Cing, el cual se defendi con sus herramientas. Be cualquier modo, si Com no hubiera acudido en su ayuda, el chino habr!a resultado aplastado por sus atacantes. +sa noche Com redact una carta para el se*or :oss, que enviar!a a )eattle: -or eso he decidido, de una ve; por todas, que no podemos seguir trabajando con estos chinos intratables. Los despedir!a a todos ma*ana mismo, si hubiera alg"n modo de hacer funcionar la planta sin ellos. J3 mo marcha ese 3hino de DierroK J-odremos depender de esa mquina el a*o que vieneK ,aturalmente es lo que espero. :oss, al recibir esa carta, corri al laboratorio del doctor >hitman& #ste, a su ve;, mand por su colega, el profesor )tarling, el mismo que hab!a instalado la efectiva trampa de C tem. 3uando los tres estuvieron ante el "ltimo modelo del 3hino de Dierro, el empresario pregunt sin rodeos: 8J-odemos arriesgarnos con esto el a*o pr $imoK -ara su satisfacci n, los dos ingenieros respondieron que las primeras dificultades hab!an sido eliminadas. 8ULa cosa funcionaV 8asegur el doctor >hitman, sin dejar lugar a dudas. -ero :oss dijo: 84e gustar!a verlo con mis propios ojos. Crajeron unos cuantos pescados del tama*o apro$imado del salm n F, en cuanto la rueda impulsada a vapor puso en funcionamiento las diversas cintas transportadoras que hac!an moverse las cuchillas, >hitman los fue poniendo al alcance de la mquina,

-gina L7M de ?@0

Alaska

James A. Michener

alternando cortos con largos. )in fallar, las primeras cuchillas cortaban la cabe;a y la cola, mientras el artefacto med!a el cuerpo del pe; y se adaptaba sin falla, permitiendo que la tercera cuchilla lo destripara limpiamente y lo pusiera en camino. 8UNu# maravillaV 8grit :oss. F apart a >hitman de un coda;o para poner #l mismo los distintos pescados en la cinta. Burante varios minutos, el 3hino de Dierro no cometi ning"n error. 8J3undo podremos tener esto en Alas%aK +l doctor >hitman eludi la respuesta. 8Nuiero que vea las innovaciones que hemos introducido. Las partes m viles han sido reducidas a la mitad, con lo que se reducen a la mitad las cosas que pueden fallar. F!jese usted qu# s lidas son las pie;as. Com un peque*o martillo para golpear las articulaciones cr!ticas, demostrando que pod!an soportar el considerable maltrato que recibir!an de los trabajadores no especiali;ados. 8(ien, muy bien 8ponder :oss, impaciente8. -ero Jcundo podremos instalarlasK F el profesor )tarling respondi : 83reo que deber!amos enviar este prototipo ahora mismo, para ver si en Alas%a funciona igual. Antes de principios de octubre tendremos hechos todos los ajustes necesarios. As!, en abril del a*o pr $imo toda la planta funcionar sin emplear otra cosa que estas mquinas. 8UBe acuerdoV 8e$clam el empresario8. J3untas mquinas necesitaremos en C temK )tarling, que conoc!a bien las instalaciones, dijo: 8Cal como est la planta ahora, bastar con seis. F :oss orden : 8-erfeccione #sta sobre el terreno y constr"yame ocho. 9amos a ampliar la envasadora C tem. Fue as! como, en el mes de julio, el vapor de :H: Nueen of the ,orth amarr en el estuario del Ca%u, llevando tres largas y misteriosas cajas, que fueron transportadas a un coberti;o nuevo, apresuradamente construido para albergar la maquinaria milagrosa. Com prefiri no informar a Ah Cing de la funci n que tendr!a el contenido de las cajas, pero en cuanto las pie;as fueron desembaladas, detrs de ventanas cegadas con tablas para impedir el espionaje, el chino hall un modo de penetrar en el misterio. Lo que vio all! le inquiet . Bespu#s de inspeccionar furtivamente todas las partes de la nueva mquina, dedujo cules ser!an sus funciones e identific saga;mente su modo de operar. Tna noche, cuando el artefacto estaba ya armado por completo, Ah Cing entr subrepticiamente en el nuevo co8 berti;o e, iluminndose con cerillas robadas en la cocina, sigui cada paso del proceso, imaginando c mo funcionar!an las distintas partes. Al acabar, conoc!a la mquina casi tan bien como sus inventores. All!, en la oscuridad, una ve; agotadas las cerillas, comprendi el motivo de tanto secreto por parte de Com: P,o ms chinos. Latas, a los filipinos, 4uy pronto, salm n destripado por esta cosa malditaQ. :efle$ion sobre el triste estado de las cosas durante varios minutos. -or fin e$pres el motivo que le afectaba ms directamente: P4uy pronto, no ms Ah CingQ. A las nueve de la ma*ana del d!a siguiente, los agitados chinos invadieron la oficina de Com 9enn, haciendo gestos que #l pudo interpretar: en el coberti;o donde trabajaban hab!a graves problemas. +n la creencia de que hab!a estallado otra ri*a entre chinos y filipinos, cogi un pesado tro;o de madera, similar a un bate de b#isbol, y corri al coberti;o, donde nadie estaba trabajando. All! descubri la causa de la conmoci n. Ah Cing hab!a desaparecido. )us hombres estaban seguros de que no hab!a pasado la noche en el alojamiento de los chinos. Inspeccionaron a fondo los terrenos de la fbrica

-gina L7? de ?@0

Alaska

James A. Michener

1superficie ya considerable2 sin hallar rastro de #l. F durante la noche empe; a correr el rumor de que los filipinos lo hab!an asesinado. Com se neg a aceptar esa acusaci n. Bespu#s de llamar al otro chino que hablaba ingl#s, le advirti : 8Bi a tus hombres que no repitan eso o tendremos otra pelea. Ah Cing tiene que estar por aqu!, en alguna parte. Luego corri al alojamiento de los filipinos, donde comprob muy pronto que Ah Cing no hab!a sido v!ctima de ning"n ataque premeditado. +sos hombres le gustaban& encontraba en ellos posibilidades que aprovechar!a cuando el efecto perturbador de los chinos hubiera desaparecido. 8-or hoy no se trabaja ms 8dijo a sus l!deres8. Nue ninguno de ustedes se acerque al sector de los chinos. Luego concentr su atenci n en Ah Cing. 3uanto ms investigaba, ms frustrado se sent!a. +l hombre no estaba en la planta. )i hab!a sido asesinado, seguramente lo hab!an arrojado al estuario con un peso, para que permaneciera oculto all! para siempre. Dacia las tres de la tarde orden a todos que volvieran al trabajo, pero apost guardias blancos para cuidar de que los dos grupos orientales permanecieran separados. Ah Cing hab!a desapa8 recido& no ten!a sentido seguir tratando de imaginar c mo. 9enn se hi;o cargo personalmente de los chinos. +sa noche, despu#s de haber tratado en vano de ;anjar las interminables disputas que surg!an entre esa fuer;a laboral, se escabull hasta el coberti;o nuevo para inspeccionar la milagrosa maquinaria instalada all!. 8,o veo la hora de que podamos prescindir de ellos 8murmur , con ce*uda satisfacci n. F fue a acostarse, convencido de que .@0L ser!a un a*o mucho mejor que .@06. Tna ve; que Ah Cing hubo descifrado el misterio de la mquina escondida en el coberti;o nuevo y comprendido que significaba el fin de su empleo en C tem, dedic unos quince minutos a decidir lo que har!a. )u decisi n principal fue una que hasta entonces no hab!a concebido: PNuiero quedarme aqu!Q. Bespu#s de refe$ionar brevemente, lleg a la conclusi n de que Alas%a le gustaba, respetaba a la gente que all! hab!a conocido, como Com 9enn, y ten!a mucho aprecio por los pocos indios que hab!a tratado en la fbrica. 4s importante a"n: detestaba la perspectiva de que le enviaran de nuevo a 3hina& en cuanto a )an Francisco, sus recuerdos de la ciudad eran deplorables. -or tanto, en el apuro del momento, hi;o lo que suelen hacer los hombres resueltos ante una situaci n intolerable: decidi marcharse por su cuenta y correr los riesgos de comen;ar una vida nueva, mejor que la conocida en el pasado y que la que disfrutaba por entonces. Adems de coraje, que hac!a mucha falta, contaba con ciertas certe;as: P)# de mquinas ms que nadie, ms que el mismo se*or 9enn. Crabajo ms que nadie, y dudo que haya muchos dispuestos a arriesgarse como me arriesgu# yo para salir de 3hina y escapar a los asesinos de )an Francisco. )i alguien puede hacerlo, )RF FRQ Acto seguido, sali subrepticiamente del nuevo edificio por la entrada que hab!a abierto, retirando una tabla del suelo. ) lo con lo que llevaba puesto, dejando todo su equipo en el alojamiento, camin tranquilamente en la oscuridad hasta la desembocadura del r!o de las -l#yades, all! donde se ensanchaba antes de incorporarse al estuario del Ca%u. +staba fuera de la planta y, por el momento, a salvo de ser descubierto por nadie. Aunque no era en absoluto un criminal, todos los chinos sab!an que Alas%a no permit!a el establecimiento de orientales dentro de sus fronteras: P+n oto*o, el que no se embarque de regreso a )eattle se arriesga a ser detenidoQ. -ero con la e$periencia acumulada durante su estancia en ,orteam#rica, Ah Cing estaba seguro de que, en cualquier lugar que se instalase, podr!a ganarse la vida arreglando cosas. )e consideraba valioso como carpintero, fontanero y alba*il& gente as! siempre era

-gina L7I de ?@0

Alaska

James A. Michener

bien recibida, pese a lo que dijeran las leyes. 3omo antes, estaba dispuesto a correr los riesgos. Dab!a o!do hablar mucho de =uneau. -or lo que comentaban las gentes que viv!an all!, parec!a un sitio atractivo, justamente el tipo de comunidad en e$pansi n que tendr!a trabajo para un hombre de su talento. Lo que no sab!a era c mo llegar. +n varias ocasiones hab!a hecho preguntas veladas, pero los capataces blancos siempre dec!an: P9inimos en barcoQ, y #l no ten!a barco. Cambi#n sab!a que =uneau estaba al otro lado de los dos glaciares que le eran familiares. A la 4orsa la hab!a visto tres veces, cuando el barco de )eattle le llevaba o le tra!a& en cuanto al glaciar -l#yades, lo hab!a visto casi todos los d!as desde su llegada a C tem. +ran formidables barreras de hielo, que se prolongaban por muchos %il metros, y #l no ten!a ning"n deseo de confiar su suerte a terrenos tan dif!ciles. Cres o cuatro veces, durante sus temporadas en C tem, hab!a visto a un indio maduro que visitaba el lugar& sab!a, por haberlo o!do casualmente, que ese tlingit llevaba el e$tra*o nombre de (igears. F como Ah Cing ten!a un apetito insaciable de cualquier informaci n que ms adelante pudiera serle "til, recordaba varios comentarios escuchados al a;ar, seg"n los cuales (igears no estaba del todo contento con la presencia de esa planta tan cerca de su casa. JF d nde estaba esa casaK -restando much!sima atenci n, Ah Cing hab!a averiguado que ocupaba el promontorio visible, al norte de la planta. +n ese momento, en la oscuridad y sabiendo que no ten!a all! amigos en quienes confiar, lleg a la conclusi n de que, si pod!a comunicarse con ese tal (igears, tal ve; hallara un modo de llegar a =uneau. 3amin un largo trecho tierra adentro, a partir del muelle de C tem, hasta encontrar un sitio donde el r!o se angostaba. 3ubri la primera parte vadeando y luego nad la breve distancia que le faltaba para llegar a la costa norte. +sper una hora en la noche clida, para que la ropa se le secara un poco, y ech a andar por la orilla derecha del r!o, hasta que la caba*a de (igears apareci a la vista. 3omo hab!a lu; en la ventana, aspir hondo varias veces y, decidido a actuar con audacia, golpe a la puerta. Nuien abri no fue )am (igears, el hombre que #l hab!a visto en la planta, porque estaba en =uneau. Fue ,ancy, su hija, que no demostr ninguna sorpresa al ver a un chino de pie ante su puerta. 8UDolaV JDay problemas en la fbricaK 'l comprendi la pregunta y sus sugerencias. +n lo que dijera a continuaci n se jugar!a su futuro. 8Nuiero ir a =uneau. 8JCe env!an de la fbricaK J-or qu# no te dieron un boteK 8+scapo. ,o ms trabajo planta. ,ancy (igears, tambi#n disgustada con la fbrica levantada al otro lado del estuario, comprendi su aprieto y dijo: 8-asa. U4adreV, viene un hombre a verte. La se*ora (igears sali serenamente de un cuarto trasero. Al igual que su hija, no pareci sorprendida por la presencia del chino. 8Ciene los pantalones mojados 8dijo en tlingit8. -reg"ntale si quiere t#. Be este modo, Ah Cing conoci a la familia (igears, que le escondi durante tres d!as, hasta que )am regres de su viaje. 3uando ,ancy le cont lo ocurrido con todo detalle, #l salud cordialmente a Ah C!ng. Le asegur que podr!a llegar a =uneau y, ms a"n, que en la joven capital se necesitaban buenos trabajadores para veinte oficios de construcci n y reparaci n, como m!nimo. +l segundo d!a desde laXllegada de Ah Cing, el tlingit le dijo con franque;a a su invitado: 8Fo nunca gusta chinos en Alas%a. )i se van, buena cosa.

-gina L7@ de ?@0

Alaska

James A. Michener

8Crabajo mucho 8replic Ah Cing. 8+s muy importante en =uneau 8asegur )am. +sa tarde llev al chino a pescar aguas arriba. Burante la ausencia de ambos, Com 9enn se hi;o llevar a remo al otro lado del estuario, para averiguar si la familia (igears hab!a visto al desaparecido Ah Cing. 8,o ha hecho nada malo 8e$plic a ,ancy, a quien ve!a en contadas ocasiones desde aquel encuentro romntico8. Le necesitamos en la planta, para que mantenga a raya a los otros chinos. )in mentir del todo, ,ancy respondi que ni ella ni su madre sab!an d nde estaba el misterioso fugitivo. 4ientras rehu!a las preguntas de 9enn, pensaba: P)i Ah Cing quiere escapar de esa prisi n, le ayudar#Q. -or eso no dijo nada a Com. -ero el muchacho, tras haberse tomado el trabajo de cru;ar el estuario y despu#s de no ver en varios meses a ,ancy, no quiso irse de inmediato y acept el t# que le ofrec!a la se*ora (igears. )iempre interesado en el futuro de ,ancy, pregunt : 8J)igues estudiando en =uneauK 8+stoy de vacaciones. 8JF aprendes algoK 8Day dos maestros buenos, cuatro bastante malos. 8Los buenos son hombres, supongo. 84ujeres todas. +l rector es hombre, un verdadero tarugo. 8JF eso qu# significaK 8C" no lo emplear!as ni para barrer la nieve frente a tu tienda. 8Fa no trabajo en la tienda. +l se*or :oss quiere que me dedique a instalar ms plantas conserveras. 8J-or todas partesK 8+n cuanto #l consiga autori;aci n del gobierno. 8JF vas a despojar los r!osK J3omo aqu!K 89enderemos latas de salm n por millones. Codo el mundo ser rico. +lla se*al la planta: 8'sa no ha hecho rico a nadie. Bespediste a todos los pescadores. Ahora supongo que despedirs tambi#n a todos los chinos. 8JNui#n te ha dicho esoK 8La gente habla. +n =uneau todo se sabe muy pronto. +sos dos hombres de la universidad, los que vinieron hace tres semanas, ten!an dibujos de una mquina nueva. J-ara qu# sirve esa mquinaK 8JNui#n te lo ha dichoK 8La mujer que trabaja en el hotel. +lla vio los dibujos. )abe que eran de una mquina. 8+n ese momento ,ancy cay en la cuenta de lo que pasar!a si Com 9enn estuviera todav!a all! cuando su padre volviera con Ah Cing. +ntonces dijo, abruptamente8: (ueno, supongo que debes volver al trabajo. 8)!, me voy. +l joven ech a andar hacia el bote que esperaba, pero no le satisfac!a el modo en que se hab!a desarrollado la visita. +ntonces volvi a la casa y, cuando ,ancy abri la puerta, le pidi que le acompa*ara hasta el t tem. A la sombra del poste, le pregunt : 8JNu# te pasa, ,ancyK JCe he ofendido en algoK 8Lo hi;o con tanta franque;a que ella se avergon; de haberle tratado con tanta brusquedad. 84e parece que, la "ltima ve;, acordamos seguir cada uno su camino. +s lo mejor. 8-ero eso no nos impide ser amigos. Admiro a tu padre. Ce admiro a ti. +ntonces ,ancy tuvo deseos de que se quedara, aunque descubriera a Ah Cing. -or varios minutos permaneci reclinada contra el t tem, como si formara parte de #l& la cara

-gina L60 de ?@0

Alaska

James A. Michener

suavemente redondeada y los ojos oscuros la convert!an en una aut#ntica imagen de la verdadera Alas%a. 89as a ser una mujer muy hermosa, ,ancy 8dijo #l. 8J3onociste a muchas mujeres hermosas el invierno pasado, en )eattleK 8A una, la esposa del se*or :oss. +s muy especial. 8J+n qu# sentidoK 8+s como t". ,atural en todo lo que hace. Birecta. F tambi#n r!e como t". ,o le pareci necesario revelar que tambi#n hab!a conocido a la hija del se*or :oss, igualmente atractiva. ,ancy ten!a ms deseos que nunca de que Com se quedara. 8J3 mo es )eatleK 8All! se encuentran dos grandes masas de agua. 4uchas islas, lagos, peque*os arroyos... +s una bella ciudad, de veras. 8J9as a trabajar pronto en )eattleK 8J-or qu# lo preguntasK 8'l tambi#n estaba reclinado contra el t tem. 8-orque siempre se te iluminan los ojos cuando hablas de )eattle. 8Cengo mucho trabajo que hacer aqu!. 3omo la miraba de frente al decir eso, no dej de ver en los Rjos de la muchacha una s"bita e$presi n de horror. Al volverse para ver lo que la hab!a alarmado, se encontr con )am (igears y Ah Cing, que iban directamente hacia #l. 8UDolaV 8salud )am, como si nada hubiera ocurrido8. Ah Cin, lo conoces. 4a*ana llevo a =uneau. Com se qued estupefacto por las cinco o seis sorpresas que ca!an en cascada sobre #l, pero trat de no mostrarse agresivo con Ah Cing, con )am ni con ,ancy, que le hab!a mentido tan descaradamente. Cragando saliva con dificultad, pregunt : 8JNu# har #l en =uneauK 8C" sabes 8respondi )am8. Igual que yo hac!a. Coda ciudad necesita hombres arregla cosas. 8'l sabe mucho de eso 8reconoci Com, d#bilmente8. -ero sin duda sabe que los chinos no pueden vivir en Alas%a. 8,o ser chino 8e$plic )am8. )er trabajador todo mundo necesita. 84ir con admiraci n al valiente oriental y a*adi , riendo8: Fo digo nadie nota si #l corta maldita coleta. -ero #l muestra que ata nudo bajo sombrero. 8JF por qu# no cortarlaK 8pregunt ,ancy, aliviada por que Com no hab!a provocado una discusi n. 8-orque parte de #l 8e$plic )am8. 3omo flequillo tuyo. 8Alarg una mano para revolver el pelo a su hija8. J-or qu# t" no corta flequilloK 8-orque todos los tlingits que se precien tienen flequillo. C" tambi#n. +ntonces Com se enfrent a su capata; chino para preguntarle: 8J+s cierto que irs a =uneauK 8F como Ah Cing respondiera con un gesto afirmativo, #l le alarg la mano8. Ce deseo buena suerte. F si no tienes suerte, vuelve. +n la planta siempre nos hars falta. -ero Ah Cing le mir con ojos semisonrientes y una mueca ir nica en los labios. 9enn comprendi que reconoc!a tanto como #l lo falso de esa "ltima declaraci n. )iguiendo un impulso, estrech la diestra a ese hombre tan dif!cil de tratar: 8Ce deseo buena suerte, Ah Cing, de veras. F, sin mirar a ,ancy, corri a su bote. A finales de julio de .@06, )am (igears hi;o algo ms que llevar a )T visitante chino hasta =uneau. Al desembarcar, lo present a tres blancos que ten!an distintas construcciones en marcha e inform a cada uno: P+lc chino buen trabajador. -or #l planta estuario Ca%u no problemaQ. Al terminar la semana le hab!a conseguido un sitio donde hospedarse: en casa

-gina L6. de ?@0

Alaska

James A. Michener

de una viuda que aceptaba pensionistas y estaba dispuesta a esperar el pago hasta que ellos comen;aran a cobrar sus salarios. La mujer no tuvo que esperar mucho tiempo, pues Ah Cing, con su capacidad, era necesario en muchas construcciones. Cras pasar cuatro semanas desempe*ndose en distintos trabajos, los obreros iniciaron el juego que se repetir!a en =uneau mientras #l residiera all!. Alg"n trabajador bullanguero gritaba: 8U4aldita sea, ya sabes que aqu! no se permiten chinosV F arrancaba juguetonamente el sombrero que Ah Cing usaba en el e$terior y bajo techo. Alg"n otro lo as!a de la coleta, aunque sin hacerle da*o, y fing!a arrastrarlo hacia la puerta. +l chino nunca protestaba. Al terminar el juego recobraba su sombrero, mostraba a los hombres c mo se enroscaba la coleta y se sentaba con ellos a compartir la comida. ,unca beb!a, pero al terminar la jornada disfrutaba jugando a las cartas& como era ms velo; y ms inteligente que la mayor!a de sus compa*eros, generalmente ganaba. A los hombres les gustaba jugar con #l, porque en los momentos de tensi n, cuando una gran apuesta depend!a de una carta, #l re;aba en chino y, si ganaba, daba saltos de alegr!a. -ero Ah Cing era un hombre sensato& cuando se daba cuenta de que pod!a ganar casi a voluntad, evitaba hacerlo. ) lo quer!a llevar cierta ventaja, nunca tanta como para provocar envidia. 4ientras en =uneau se establec!a Ah Cing, el "nico chino que lograr!a permanecer en Alas%a, Com 9enn atravesaba tranquilamente el estuario del r!o de las -l#yades para visitar a la familia (igears. ,o le importaba mucho qui#n pudiera recibirle, pues go;aba igual hablando con cualquiera de ellos, hasta con la se*ora (igears. +lla era divertida, por su propensi n a las pantomimas humor!sticas, en las que imitaba las tonter!as ajenas& entreten!a a Com con leyendas de los tlingits e informes de las desgracias sufridas por al8 g"n hombre pomposo o una mujer presumida. Aunque el muchacho no comprend!a sus palabras, intepretaba con bastante facilidad sus imaginativos gestos y ambos re!an mucho. +l esposo prefer!a hablar de pol!tica y de negocios& abundaba en sentenciosas observaciones sobre las patochadas que comet!an los nuevos funcionarios de =uneau. +n su opini n, Alas%a hab!a cometido un error en trasladar la capital en ve; de dejarla en )it%a, pero cuando Com le pregunt por qu#, ,ancy interrumpi : 8) lo porque los (igears somos originarios de )it%a. =uneau es 4ucho mejor. )in embargo, aunque Com se dijera que le daba igual visitar a cualquiera de los (igears, le hac!a mucho ms feli; encontrarse con ,ancy. Dab!a madurado en muchos aspectos, sobre todo en su capacidad de sondear la conducta de los blancos: 8Nuieren robar todo lo de Alas%a, pero necesitan estar seguros de tener la bendici n de Bios. 8JNu# quieres decirK 8pregunt Com. +lla se*al entonces que 4arrvin Do$ey hab!a vuelto a la ciudad, con documentos del gobierno que otorgaban a :oss H :aglan el control sobre otros cinco r!os. +n cuanto Com escuch eso, su atenci n se concentr , no en las maquinaciones de Do$ey, a quien despreciaba, sino en los sitios que se -ropon!a obtener para :H:. 8JNu# r!os tiene pensadosK J+scuchaste alg"n nombre espec!ficoK 8JNu# importa esoK +s robar y nada ms. 8A m! me importa mucho, porque me tocar construir las nuevas plantas. F me gustar!a saber d nde voy a trabajar. 8 ,ancy no pod!a entender que Com odiara tanto a un hombre como Do$ey y, al mismo tiempo, participara en las cosas malas que #ste hac!a. 8,o me gusta, Com, y me sorprende que le permitas hacer negocios para ti. -ero Com estaba tan preocupado por sus pr $imas obligaciones como si un sitio solitario y des#rtico fuera preferible a otro. Al fin confisc uno de los botes de C tem e hi;o que dos trabajadores le llevaran hasta =uneau& all! averigu en qu# hotel se hospedaba

-gina L6/ de ?@0

Alaska

James A. Michener

Do$ey y le solicit una entrevista, como si fuera un comerciante tratando de vender al gran hombre una pie;a de tela para su nuevo traje. Do$ey recordaba bien a ese joven capa;, a quien hab!a tratado en ,ome y en las oficinas de :H: en )eattle. Lo recibi amablemente F, cuando Com quiso saber qu# nuevos sitios hab!a adquirido, desenroll sus mapas para indicarle las cinco locali;aciones propuestas. 8J,o iban a ser seisK 8observ el joven. Do$ey replic : 8)!, pero una firma nueva, llamada <eorge C. 4yers, nos gan la mejor de todas, en la bah!a )it%oh. ,os quedan cinco. )e*al los puntos remotos y desolados donde pronto se construir!an inmensas instalaciones, que requerir!an miles de carpinteros, para enviar latas de salm n por millones a todas partes del mundo. 8,unca hubo nada as! 8asegur , con aut#ntico entusiasmo8. Dasta ahora... F!jate en las hilander!as de ,ueva Inglaterra: las fbricas se situaban cerca de alguna ciudad y hasta en el centro mismo. +n cambio Umira nuestras cinco locali;acionesV ,o hay ninguna poblaci n en ochenta.... en ciento cincuenta %il metros a la redonda. Fbricas en el pramo. F los obedientes salmones nadan hasta ellas. Com hab!a o!do rumores de que las nuevas leyes pod!an prohibir la instalaci n de trampas o, cuanto menos, reducir la longitud de las gu!as, pero Do$ey le tranquili; : 8,osotros cuidaremos de que ustedes, los trabajadores, no tengan trabas. 8+sas leyes no hacen falta 8dijo Com8. U)i usted viera cuntos salmones pasan en el fin de semanaV 8,unca faltan los que quieren interrumpir la marcha del progreso. 8Bijo Do$ey en tono e$pansivo, y pregunt 8: La nueva mquina, esa que llaman 3hino de Dierro, JfuncionarK Com dedic los minutos8 siguientes a relatar sus aventuras con Ah Cing y concluy : 8)i el 3hino de Dierro no sirve para otra cosa que para deshacernos de los chinos, habr valido el esfuer;o. 3uando regres a la planta ten!a una idea bastante apro$imada de lo que ser!a su vida en los a*os siguientes. Aunque no hab!a perdido el deseo de volver a )eattle, la vida en la frontera no le parec!a una perspectiva desagradable& los desaf!os ser!an grandes& las recompensas a la medida de sus esfuer;os. Adems, le gustaba organi;ar hombres y equipos en una gran operaci n y en sitios e$tra*os& tambi#n los grandes espacios abiertos de Alas%a le tentaban, pero como todo =ove normal, empe;aba a preguntarse c mo iba a conseguir esposa. +ntonces comen; a averiguar c mo resolv!an ese problema los directores de otras industrias conserveras en el sudeste de Alas%a. Tn blanco que hab!a trabajado en varios sitios le dijo: 8+l director s lo tiene que estar en la planta cuatro o cinco meses, durante la temporada. +s como los marineros. Los otros siete u ocho meses puede hacer la vida normal de casado. Rtro habl de dos directores conocidos suyos, que hab!an llevado a sus esposas a peque*as viviendas particulares, construidas junto a las plantas. 8Cambi#n llevaron a sus hijos y lo pasaron estupendamente. )in revelar ning"n plan espec!fico, Com dijo a ambos: 83reo que a m! me gustar!a que mi esposa viviera en la planta. F el primero le hi;o una advertencia. 8,o es eso lo que me hab!as preguntado. -ero cono;co a un hombre que lo intent , cerca de Aetchi%an. Tn desastre. Al terminar la temporada, la mujer se fug con el ingeniero que estaba a cargo de las calderas. )in tener en cuenta el resultado de esas conversaciones, en sus horas libres Com cru;aba el estuario con creciente frecuencia para visitar a los (igears. Ahora ten!a su

-gina L67 de ?@0

Alaska

James A. Michener

propio esquife y lo conduc!a con tanta habilidad que un d!a )am le dijo al saludarlo en el nuelle de los (igears: 84anejas eso como tlingit. 8JF ellos lo hacen bienK 84ejor de Alas%a. J,unca viste uno en canoa grandeK Com s lo hab!a visto las ms peque*as, en el potlatch, pero algunos d!as despu#s se le present la ocasi n de contemplarlo. 9arias veintenas de indios se reunieron en la casa de los (igears. +l sbado por la tarde, una ve; cerrada la trampa, dos equipos de tlingits, cada uno con una larga canoa de madera hecha a mano, con capacidad para diecis#is hombres sentados en tablas entre las regalas, celebraron carreras por el estuario del Ca%u& part!an de la desembocadura del r!o de las -l#yades, rodeaban la 4orsa y volv!an al punto de partida. +n cuanto los chinos vieron lo que estaba ocurriendo comen;aron a apostar grandes sumas& algunos prefer!an la canoa de la estrella roja en la proa, otros respaldaban a la que llevaba un guila tallada como mascar n de proa. Com qued sorprendido ante el aspecto de los indios& eran ms morenos que )am (igears o su hija y de menor estatura, pero bastante anchos de pecho y de bra;os poderosos. 9est!an casi con formalidad: ;apatos pesados, -antalones de lana oscura que parec!an bastante abultados y camisas blancas de confecci n abotonadas en elcuello pero sin corbata. )in embargo, cuando )am (igeXars dispar su rev lver para dar la se*al de partida, los tlingits -erdieron todo sentido de la formalidad y, hundiendo profundamente los remos en el agua, pujaron con fuer;a brutal. CR4, que estaba junto a ,ancy, apenas pudo creer lo que le dijo )am: 8J9es dos hombres en canoa guila, atrsK :emaron )eattle a =uneau, canoa muy -eque*a. 4ar picada y rocas que no se ven. Al terminar las carreras 1despu#s de cada una se me;claban los equipos para que apostar fuera ms interesante2, Com se qued en casa de los (igears y se reuni con los remeros a la sombra del t tem. ) lo unos pocos hablaban ingl#s. 8Codos entienden 8e$plic )am8, t!midos con hombre blanco. -ero a medida que avan;aba la velada, varios de los hombres se tornaron bastante e$pansivos. Al saber que Com trabajaba para la fbrica, quisieron saber por qu# C tem hab!a decidido operar con la trampa y no con pescadores como ellos. 3uando Com empe; a darles vagas e$plicaciones, descubri que once de aquellos hombres hab!an pescado para la planta antes de ser reempla;ados por la enca*i;ada. 8C" vienes de )eattle. Ce llevas nuestro salm n. ,o dejas nada. 8-ero toda Alas%a se beneficiar con las industrias conserveras 8protest Com. 3uando ,ancy oy esa fatua aseveraci n, rompi en una carcajada y los hombres la acompa*aron. +sa noche, inspirado por la frivolidad de las carreras y el buen humor de la comida campestre que sigui , Com se entretuvo con los tlingits& -or primera ve; desde su llegada a Alas%a captaba todo el sabor de la vida nativa. Le gustaban esos hombres, su actitud franca, su obvio amor a la tierra, y -od!a apreciar la imperturbable noble;a de sus mujeres, esas amas de casa de pelo negro y cara redonda, que permanec!an atrs, observando, hasta que se dec!a algo absurdo. +ntonces daban palmadas al hombre que hab!a hecho el comentario tonto y le importunaban hasta tal punto que algunos hu!an para escapar de sus pullas. -articipar de una reuni n de orgullosos tlingits era una e$periencia desafiante. 3uando lleg el momento en que los hu#spedes de la casa deb!an acostarse, Com y ,ancy bajaron caminando hasta el esquife y all! pasaron un rato, a la lu; de la luna, que se al;aba tard!amente. Al otro lado del estuario se elevaban los enormes edificios de la fbrica, con las entradas iluminadas por dos "nicas lmparas. +ra la primera ve; que el muchacho estudiaba la inmensidad de esa e$tra*a construcci n en el pramo, y se puso

-gina L66 de ?@0

Alaska

James A. Michener

serio al ver sus muchos edificios a contralu;, mientras la luna arrojaba sombras e$tra*as desde el este. 8,o me hab!a dado cuenta de lo enorme que es lo que hemos construido 8coment 8. -ara usarlo s lo unos pocos meses al a*o. 8Tna mina de oro, como dijiste. ) lo que no recoges oro, sino plata8 8JNu# quieres decirK 8Antes de que ella pudiera e$plicarse, comprendi 8: UAh, s!V Los flancos plateados del salm n. ,unca los veo as!. ) lo me fijo en los preciosos flancos rojos del ner%a. 'se es mi salm n. ,o le fue fcil despedirse, pues al haber visto lo mejor de las 4ujeres tlingits, apreciaba como nunca las cualidades inigualables de ,ancy (igears. 9e!a la belle;a de su cara8redonda, el atractivo p!caro de su flequillo negro, la cadencia en su vo;. 8+sts muy cerca de la tierra, JverdadK 8dijo. F ella respondi : 8Fo soy la tierra. Los hombres que has visto, ellos son el mar. Aun sabiendo que no deb!a hacerlo, Com la tom en sus bra;os F la bes , una y otra ve;. -or fin ella le empuj : 84e han dicho que ests enamorado de la hija del se*or :oss. 8JNui#n te ha dicho esoK 8Codo se sabe. 4e dijeron que viajaste para hablar con el se*or Do$ey. -ara seguir robndonos r!os. 8)e apart de #l para apoyarse contra una p!cea que crec!a junto al agua8. +ntre t" y yo no puede haber nada, Com. +sta noche me di cuenta. 8-ero esta noche te amo ms que nunca 8protest #l. F ella replic , con esa aut#ntica sinceridad que suelen demostrar las indias como ella: 8,os viste por primera ve; como a seres humanos. +ra a los otros a quienes ve!as, no a m!. 8+ntonces se acerc calladamente para darle un beso en la mejilla8. Ce amar# siempre, Com. -ero los dos tenemos mucho que hacer y eso nos separar. Bicho esto, se volvi hacia su casa, donde el padre y tres amigos cantaban a la lu; de la luna. Tna corriente mar!tima es una gran masa de agua que mantiene sus caracter!st!cas peculiares y su movimiento circular, aun siendo parte integral del gran oc#ano que lo rodea. +l hecho de que una corriente mantenga su identidad en el seno de un oc#ano tumultuoso presenta un interesante problema& para desentra*arlo debemos llegar hasta los comien;os del Tniverso. +n nuestros d!as, por cierto, la gran corriente ocenica del =ap n lleva sus aguas clidas desde =ap n hasta las costas de Alas%a, Rreg n y 3anad, a trav#s de las e$tensiones septentrionales del -ac!fico, modificando esos climas y provocando muchas lluvias. -ero #sta y todas las otras corrientes ocenicas han sido puestas en movimiento por vientos planetarios, creados por las diferencias de temperatura entre los diversos cinturones transversales& la corriente de Alas%a en cambio, es causada por la rotaci n de la Cierra, que fue puesta en movimiento cuando una nebulosa difusa se fundi en nuestro sistema solar. +sto nos lleva hasta el (ig bang original, que puso en marcha nuestro Tniverso. -or lo tanto, la corriente de Alas%a es un gran remolino que genera en sus bordes torbellinos ms peque*os, cuyo movimiento aumenta su viscosidad, formando una especie de barrera protectora alrededor del centro, que puede as! conservar su integridad milenio tras milenio. Tn profesor de Rceanograf!a, de nombre ya olvidado, ofrec!a a sus alumnos un estribillo para ayudarles a captar este bello concepto: +l remolino grande crea peque*os remolinos Nue se alimentan de su velocidad. -eque*os remolinos los hacen ms peque*os F as! hasta la viscosidad. +l -ac!fico alberga muchas de estas corrientes& una de las ms importantes es la de Alas%a, que domina el sur de las islas Aleutianas. )e e$tiende por ms de tres mil

-gina L6L de ?@0

Alaska

James A. Michener

%il metros fluctuantes de este a oeste y seiscientos %il metros variables de norte a sur& forma as! una masa de agua "nica, irresistible para el salm n criado en Alas%a y 3anad por su temperatura y su abundante provisi n de alimentos. +sta corriente circula en un vasto movimiento contrarreloj& los salmones rojos que entran en ella nadan a favor de la corriente, en una direcci n invariable contraria a las agujas del reloj. ,aturalmente, los salmones finos criados en =ap n parten de una orientaci n contraria, por lo que recorren su ruta prefijada en la direcci n del reloj, contra el movimiento de la corriente. Al hacerlo, pasan repetidamente entre sus cong#neres de Alas%a, ms numerosos, formando durante algunas horas una enorme aglomeraci n de uno de los peces ms valiosos del mundo. Burante dos a*os, a partir de .@06, ,er%a y los once supervivientes de su grupo 1cuatro mil al principio2 nadaron en la corriente de Alas%a, comiendo y sirviendo de comida, en la rica cadena alimentaria del -ac!fico ,orte. -or all! pasaban gigantescas ballenas, cuyas bocas cavernosas pod!an tragar card"menes enteros. Las focas, que tienen predilecci n por los salmones, cru;aban la corriente a gran velocidad, die;mando sus filas. Besde el cielo atacaban las aves y, desde las aguas ms profundas, llegaban grandes peces como el at"n, el bacalao y el pe; espada, para alimentarse de salm n. 3ada d!a hab!a que nadar quince %il metros a favor de la corriente, por un oc#ano donde pululaban los enemigos& en esa lucha perpetua, el salm n que sobreviv!a se hac!a fuerte,,er%a med!a ya unos sesenta cent!metros de longitud y pesaba alrededor de tres %ilos y medio. Aunque parec!a casi inmaduro, comparado con el enorme salm n real del -ac!fico o hasta con los salm nidos ms grandes del Atlntico, dentro de su tipo se estaba convirtiendo en un magn!fico esp#cimen. +l color roji;o de su carne se deb!a en parte a su predilecci n por los camarones, que devoraba en grandes cantidades, aunque tambi#n se alimentaba con las formas ms grandes del plancton, pasando gradualmente al calamar y los peces peque*os. 3omo se puede deducir por estos detalles de su e$istencia, viv!a en la ;ona media de las jerarqu!as ocenicas. +ra demasiado grande para ser presa de la foca y la orca, pero tambi#n demasiado peque*o para constituir un carnicero importante. +ra un recio y seguro amo de las profundidades. +n su recorrido irregular de tres circuitos y medio de la corriente de Alas%a, ,er%a cubrir!a un total de unos quince mil %il metros& a veces nadaba solo, en otros per!odos se encontraba en el centro de una enorme concentraci n. 3uando lleg al punto medio, es decir, al momento en que los salmones ms maduros que #l comen;aban a separarse para volver a los arroyos natales, se hallaba recorriendo los e$tremos inferiores del archipi#lago de las Aleutianas. All! empe;aron a concentrarse gran n"mero de salmones, compuestos de los cinco tipos de Alas%a 1real, %eta, rosado, plateado y ner%a2, y el grupo creci hasta contener unos treinta millones de peces que nadaban en la misma direcci n, alimentndose de lo que encontraban. -ero entonces un gran grupo de focas, que se dirig!an a sus campos de crian;a en el oc#ano <lacial Ortico, irrumpieron en el medio de la congregaci n, devorando salmones a un ritmo que habr!a e$terminado a un pe; menos numeroso. Bos focas hembras que nadaban a una velocidad asombrosa, se lan;aron en l!nea recta hacia ,er%a, que al sentirse atrapado, se desvi hacia abajo con un s"bito giro de cola. Las dos focas tuvieron que virar para evitar el choque y el pe; escap & pero desde su punto de observaci n, por debajo del alboroto, presenci la devastaci n causada por las focas. 4iles de salmones maduros perecieron en ese implacable ataque, pero al cabo de dos d!as las invasoras dejaron atrs la concentraci n y continuaron el viaje hacia el norte. Be cualquier modo, el grupo de ,er%a hab!a quedado reducido a nueve.

-gina L6M de ?@0

Alaska

James A. Michener

,er%a era una criatura casi automtica, pues se comportaba obedeciendo a impulsos programados en su ser medio mill n de a*os antes. -or ejemplo: en esos a*os en que prosperaba en la corriente de Alas%a, viv!a como si #se fuera su hogar para siempre& en sus aventuras con otros peces y con mam!feros ms grandes, se comportaba como si nunca hubiera conocido otro tipo de vida. Fa no recordaba haber vivido en agua dulce, y si se lo hubiera arrojado s"bitamente en ella, no habr!a podido adaptarse. +ra un habitante de la corriente, tan irrevocablemente como si hubiera nacido en sus confines. -ero en su segundo a*o dentro de la gran corriente de Alas%a, ,er%a e$periment un cambio gen#ticamente impuesto que lo impuls a buscar su arroyo natal, por encima del lago de las -l#yades. +ntonces se puso en marcha un complejo mecanismo de orientaci n, que los cient!ficos a"n no comprenden del todo y que lo guiar!a, a trav#s de miles de %il metros, hasta ese arroyo en la costa de Alas%a. +mpleando esa memoria heredada, por primera ve; en su vida, ,er%a actu por instinto e inici su viaje de retorno. Las claves que guiaban a ,er%a eran sutiles: !nfimos cambios en la temperatura del agua que provocaban su reacci n, o tal ve; un cambio electromagn#tico. -or cierto, al apro$imarse a la costa utili; su sentido del olfato, uno de los ms sensibles en el mundo animal, para detectar rastros qu!micos similares a los de su lago. +sa diferencia qu!mica puede haber sido de una parte en mil millones, pero all! estaba. )u influencia persist!a y aumentaba, guiando a ,er%a hacia las aguas natales con ms vigor. +s una de las manifestaciones ms e$tra*as de la naturale;a: un diminuto mensaje enviado por las aguas del mundo para guiar a un salm n hasta su arroyo natal. La temporada de .@0L era la "ltima que Com 9enn pasar!a en C tem, pues el se*or :oss quer!a que #l supervisara la instalaci n de la nueva envasadora de :H:, al norte de Aetchi%an.8Com habr!a querido familiari;arse con esa peculiar ;ona de Alas%a, pero los profesores que estaban instalando los 3hinos de Dierro en C tem necesitaban que una persona con e$periencia, como #l, permaneciera all! para solucionar los problemas que inevitablemente surgir!an al ense*ar los radicales procedimientos al nuevo personal. +se verano fue inolvidable por muchos motivos. Com hab!a pasado buena parte de febrero en )eattle, con los :oss& tanto Lydia como sus padres le insinuaron que, en cuanto ella terminara dos a*os de universidad, ser!a posible -ensar en el matrimonio. 3omo para demostrar lo serio de esa posibilidad, en el mes de julio, cuando los 3hinos de Dierro estaban ya funcionando a toda velocidad y con una eficiencia que ni sus mismos inventores hab!an imaginado, la se*ora :oss y su hija viajaron al estuario del Ca%u, a bordo del lujoso nav!o canadiense 4ontreal Nueen, y Com tuvo el placer de acompa*arlas en una visita a la fbrica. 8+stoy asombrada, de verdad 8dijo la se*ora8. -or lo que contabais t" y 4alcolm, esperaba ver aqu! a cientos de chinos, pero no hay ninguno. 8(ueno 8le record #l8, Jno nos vio usted estudiar el chino de hierro en su sala, aquel d!aK 8J+se peque*o objeto, ComK +ra s lo un modelo, algo trivial. ,unca imagin# que fuera un monstruo mecnico como #ste. +l joven llev a la se*ora :oss y a Lydia hacia un lado, e$plicando el funcionamiento: 8+sta mquina, de las que tenemos tres, las otras dos algo mejoradas 8perdi el hilo de su ra;onamiento8. (ueno, como ustedes ven, este 3hino de Dierro tiene capacidad para procesar un pescado por segundo, pero no nos gusta hacerlo tan deprisa. A la velocidad que ustedes ven, procesa ms de dos mil salmones por hora. 8JBe d nde salen tantosK Besde la ventana, #l mostr a las mujeres la trampa instalada en el centro del estuario, ampliada con gu!as muy largas.

-gina L6? de ?@0

Alaska

James A. Michener

8All! abajo atrapamos muchos peces. 4iren ustedes esos cestos que las gr"as sacan de la enca*i;ada... F aunque desde aqu! no se ve, hay otra gr"a en el e$tremo del muelle, que los deposita en esa cinta m vil. Luego les mostr lo que ocurr!a con el salm n limpiado por el 3hino de Dierro: la carne cruda, con huesos y todo, era cortada por veloces mquinas en apetitosas porciones que se ajustaban e$actamente a la famosa Plata altaQ dise*ada para contener e$actamente medio %ilo de pescado y mundialmente conocida. 8J)e envasa crudoK 8pregunt Lydia. 8U3laroV 8respondi Com. F les mostr c mo pasaban las mquinas bajo una mquina que pon!a la tapa en su lugar. 8+sto no es seguro 8adujo la joven8. All! adentro hay aire y bacterias. 8-or supuesto 8reconoci Com8. +n realidad, hay hasta un peque*o agujero en la tapa, pero Umira lo que ocurre ahoraV F le indic orgullosamente un artefacto vulgar, que su envasadora hab!a mejorado. 8La lata llena, con su agujero en la tapa, llega aqu!& una bomba de vac!o e$pele todo el aire que te preocupa. F de inmediato, esta otra mquina deja caer un punto de soldadura. UListoV +l salm n est envasado al vac!o. Luego las llev a otro edificio, donde hab!a una hilera de diecis#is grandes hornos en los que se pod!an introducir carritos cargados de latas llenas. 3uando las grandes puertas de hierro se cerraban, esos hornos se llenaban de sibilante vapor a gran presi n y el pescado se coc!a all! durante ciento cinco minutos, tras los cuales hasta los suculentos huesos eran comestibles. 8Fo siempre pido la parte del hueso 8dijo Lydia mientras pasaban a un tercer edificio donde se apilaban tantos envases sin etiqueta que el efecto era deslumbrante. +n el e$tremo ms alejado, un equipo de mujeres recientemente empleadas aplicaban el caracter!stico r tulo de C tem, apreciado ya por las mejores tiendas de toda la naci n, puesto que sus latas conten!an s lo el salm n ner%a del estuario del Ca%u, de calidad superior. Com cogi diestramente una de las latas terminadas de la l!nea de producci n y se la mostr a la se*ora :oss, diciendo con orgullo: 8Alguna mujer de Liverpool o (oston va a apreciar esta lata cuando llegue a su cocina. Aqu! hacemos un buen trabajo. 4iles de cajones de madera, cada uno con capacidad para cuarenta y ocho latas de salm n C tem, esperaban su contenido o el vapor de :H: que los transportar!a al sur. 8J3untos cajones embarcas por a*oK 8pregunt la se*ora :oss. 8Tnos cuarenta mil. 8Bios m!o, cuntos salmones. 8Day much!simos all! fuera 8le asegur Com. Las :oss s lo pod!an quedarse dos d!as& despu#s partir!an en una lancha rpida para tomar el 4ontreal Nueen hacia =uneau. Al despedirse, ambas invitaron a Com a pasar la ,avidad con ellos& una ve; ms, Lydia se separ de #l con un beso caluroso, algo que llegar!a a o!dos de ,ancy (igears, al otro lado del estuario. Algunos d!as despu#s de esa partida ocurri un contratiempo muy divertido: uno de los 3hinos de Dierro, en un arrebato temperamental, empe; a cortar cabe;as y colas de tal modo que desperdiciaba la mitad del salm n& al destriparlo quitaba la espina dorsal, pero dejaba las entra*as convertidas en una masa horrible que asomaba del pescado. -ese a su habilidad normal para solucionar emergencias, Com no pudo corregir el desperfecto. 3uando ya parec!a necesario que el doctor >hitman viajara desde )eattle, uno de sus trabajadores sugiri que se consultara a )am (igears: 8'l sabe mucho de mquinas. 3uando )am lleg con su bote para echar un vista;o al 3hino de Dierro, dijo:

-gina L6I de ?@0

Alaska

James A. Michener

84uy complicada. -ero s# qui#n arregla. 8JNui#nK 8pregunt Com. La respuesta le mortific : 8Ah Cing. )in embargo, )am insisti tanto que se ocup personalmente de viajar hasta =uneau para traer al chino milagrero. 'ste no tuvo ning"n inconveniente en volver para reparar la mquina que le hab!a dejado sin trabajo, como a tantos de sus compatriotas. La recepci n de Com fue decididamente fr!a, cosa que no preocup a Ah Cing. 3on su habitual sonrisa de conejo, llev su malet!n de herramientas al antiguo coberti;o de limpie;a donde hab!a reinado durante dos a*os. 8U(uenoV 8e$clam , mientras estudiaba el modo en que los dos 3hinos de Dierro en funcionamiento cortaban cientos de salmones8. (uena 4quina, me parece. JNu# le pasaK Com orden a sus hombres que procesaran cinco o seis salmones en la mquina estropeada. +n ese primer minuto Ah Cing detect el error, aunque tard algo ms en hallar el modo de corregirlo. +n realidad, le llev dos horas solucionar el problema que tan sencillo parec!a. Cendido bajo el artefacto, sobre un saco de arpillera, anunci a Com: 84ucho mejor esta vara aqu!. -ero Com le grit : 8U,o cambies nadaV )in embargo, Ah Cing hab!a detectado un modo muy superior de transmitir la energ!a a las cuchillas y, al mismo tiempo2 protegerlas de lo que hab!a estropeado a la mquina. )in volver a pedir permiso, comen; a martillar y aserrar, metiendo tanto barullo que Com se inquiet . Al cabo de quince minutos, Ah Cing sali de debajo de la mquina con su habitual sonrisa de confian;a: 8Ahora bien. JArreglo otras dosK 8U,oV 8e$clam el joven. Bespu#s de pagarle la reparaci n, le empuj hacia el esquife de )am (igears. )in embargo, algunas semanas despu#s se averi otra de las mquinas, de modo muy parecido, y Ah Cing volvi para corregir el error de dise*o. +n esta ocasi n Com desvi la vista cuando el inteligente chino se meti bajo la tercera mquina para modificarla. +sa noche redact una carta para enviar a )tarling y a >hitman, comunicndoles que, seg"n hab!a comprobado por dura e$periencia, la potencia transferida a las cuchillas de su 3hino de Dierro se pod!a mejorar mucho mediante los cambios indicados en los dibujos adjuntos. A finales de julio ocurrieron muchas cosas buenas, cada una ms agradable que la anterior. 4ientras Com trabajaba con unos mapas en los despachos oficiales de =uneau, adonde hab!a ido para consultar con los funcionarios sobre la posibilidad de e$tender a"n ms las gu!as, oy una vo; conocida. Al volverse para ver qui#n era, se encontr con el reverendo Lars )%jellerup, de la 4isi n -resbiteriana de (arroE, que hab!a viajado hacia el sur con su bonita esposa de 9irginia para rogar al gobierno que enviara maestros de escuela, no para la misi n, donde #l y su esposa estaban haciendo un buen trabajo con el dinero ganado en las minas de ,ome, sino para los esquimales de la ;ona en general. Com invit a los )%jellerup a almor;ar& entonces conoci por primera ve; uno de los grandes goces de la vida humana: averiguar, despu#s de una prolongada ausencia, c mo le ha ido a las personas con quienes hemos compartido peligros. 4ientras escuchaba las aventuras de ese hombre, 8. que hab!a tratado estrechamente en tiempos dif!ciles, se torn casi efusivo en su deseo de recordar viejos tiempos. 8Rye, Lars, ni en cien a*os adivinar!as quien estuvo sentado en tu misma silla, el a*o pasado, para asesorar a nuestra firma sobre la adquisici n de tierras. 8J4attheE 4urphyK 8,o, aunque me gustar!a mucho verle. )uj#tate fuerte: fue 4arvin Do$ey.

-gina L6@ de ?@0

Alaska

James A. Michener

3on un grito que se oy en todo el sal n, )%jellerup se levant de un salto. 8J)ali de la crcelK 8Canto #l como su esposa se quedaron estupefactos al enterarse de que Do$ey ten!a ms influencia que nunca en >ashington y era asesor legal de :oss H :aglan. Com pas tres d!as con los )%jellerup, enterndose de c mo un hombre sin educaci n religiosa pod!a ir de misionero a tierras heladas. -ero qued a"n ms impresionado por la se*ora )%jellerup, que hab!a llegado a esa distante misi n de un modo tan e$tra*o: 8Bebe de ser usted muy valiente para ir al fin del mundo, donde una noche de invierno dura tres meses. +lla descart el comentario con una carcajada: 8Fo ser!a igualmente feli; en las islas Fiji. La idea dej at nito a Com. ,o sab!a nada de las Fiji y supon!a que ella tampoco, pero era lo ms alejado de (arroE y el hielo rtico que uno pudiera concebir. 8JLo dice de verasK 83laro que s!. +s verdad. Aventura. 4ucho trabajo. (uenos resultados. -ara eso hemos sido puestos en la Cierra. 8JTstedes son religiososK 8pregunt el joven8. +s decir, Jcreen en BiosK 84i esposa y yo creemos en el trabajo 8respondi el hombre que hab!a llevado sus renos hasta la cima del mundo8. F creo que Bios tambi#n. 8)! 8intervino su esposa8, yo creo en Bios. -refiero imaginarlo como un anciano de pelo blanco, sentado en un trono ocho o nueve %il metros por encima del cielo. +st sentado all!, con un libro grande, y anota todo cuanto hacemos. -or suerte para los que son como yo, tiene muy mala vista. -orque hace much!simos a*os que escribe as!, JnoK 3uando los )%jellerup iban ya de camino a (arroE, donde las medianoches de julio son de un gris plateado, Com parti hacia el estuario del Ca%u. +n el momento en que abandonaba el Dotel Rccidental de =uneau, vio venir por la calle, desde el muelle, a siete de los habitantes ms e$tra*os de Alas%a. A la vanguardia, dando rdenes como siempre, iba A. L. Ar%i%ov, el siberiano pastor de renos, con su esposa y tres hijos, todos ellos vestidos con el atuendo invernal de )iberia. Betrs de ellos, Com vio a las dos personas que ms deseaba ver en el mundo: 4attheE 4urphy y su compa*era 4issy -ec%ham, con su propio beb#. 'l los vio el primero y baj a la carrera los pelda*os del hotel, para coger a Ar%i%ov por la cintura y bailar con #l antes de que los otros pudieran identificarle. +n una de sus vueltas, 4issy le reconoci y se detuvo en seco, tapndose con las manos la boca y tratando de contener las lgrimas. 4urphy se uni al baile. -or algunos minutos, frente al principal hotel de =uneau, los cuatro veteranos de las minas aur!feras celebraron su reencuentro con ruidoso j"bilo. Bespu#s de insistir para que todos le acompa*aran al comedor, Com encarg un fest!n. Tna ve; ms propuso su acertijo: 8JNui#n supones que estuvo sentado en tu misma silla, 4issy, no hace mucho tiempoK +lla baj la cabe;a y mir al muchacho casi por entre las oscuras cejas. 8,o me digas que fue ese hijo de puta de 4arvin Do$ey. F como Com asintiera con entusiasmo, como si Do$ey fuera un antiguo amigo, 4issy, 4att y Ar%i%ov soltaron un resoplido. La hora siguiente la dedicaron a comparar a Do$ey con su disc!pulo, el jue; <rant. Al enterarse de que el jue; era ahora un respetado miembro de los tribunales de IoEa, los otros rompieron en carcajadas. 8U(ien por la justiciaV 8e$clam 4att. F esa gente, que tanto hab!a sufrido por las maldades de Do$ey y <rant, se ri de las pretensiones de ambos canallas. La amargura de aquellos d!as fren#ticos se perdi en la alegr!a. Bespu#s se contaron mutuos detalles de lo ocurrido en esos a*os.

-gina LL0 de ?@0

Alaska

James A. Michener

Com supo entonces que 4issy, 4att y Ar%i%ov hab!an decidido que, acabado el oro de la playa, ,ome no ofrec!a mucho futuro. 4issy dijo: 83reemos que el futuro de Alas%a se decidir aqu!, en =uneau, F queremos desempe*ar un papel. 8JNu# papelK 8JNui#n sabeK JImaginabas t" administrar una fbrica de conservas de salm nK 8,unca se me pas por la cabe;a. -ero tampoco imaginaba que atender!a un restaurante a la orilla del Fu% n. J,o eran las mejores, nuestras tortasK U+se =ohn AlopeV Ante la menci n de su benefactor, 4issy y Com quedaron callados. 4att propuso un brindis por el hombre que por fin hab!a hallado su mina de oro. F entonces ella, riendo, e$plic a los Ar%i%ov: 8=ohn Alope ten!a una masa de levadura estupenda& yo preparaba la me;cla y cocinaba cuarenta y cincuenta tortas& luego las pon!a fuera, a veinte grados bajo cero, y las dejaba congelar. 3uando llegaba alguien con hambre, tomaba una de mis tortas heladas, la descongelaba y com!a bien. Luego pregunt a Com: 8JF qu# crees que hemos tra!do con nosotros a =uneauK -ues ese frasco con masa de levadura. Codos estis invitados a comer con nosotros, cuando consigamos vivienda. 8-ero Jqu# pensis hacer aqu!, en =uneauK 8pregunt el cauto Com. +lla y Ar%i%ov respondieron al un!sono: 8Fa encontraremos algo. +l siguiente viajero que lleg a la ;ona de =uneau tra!a una misi n ms seria. +n la "ltima semana de la temporada, Com calculaba en su oficina las cifras preliminares de esa campa*a. )us carpinteros hab!an fabricado unos cincuenta mil cajones, de los cuales ms de cuarenta y cuatro mil estar!an llenos al terminar la temporada. A cuarenta y ocho latas por caj n, C tem habr!a embarcado ms de dos millones de envases individuales. F como cada ner%a, pese a no ser el ms grande de los salm nidos, llenaba unas tres latas y media, los salmones procesados por la planta sumaban ms de seiscientos mil. 8+l 3hino de Dierro ha trabajado bien 8dijo Com, apartando )us clculos8. :ecibiremos unos cuatro c#ntimos por lata y el consumidor pagar alrededor de diecis#is. ,o se puede conseguir otro alimento tan barato. La industria hab!a publicado recientemente un folleto de amplia circulaci n, donde se demostraba que el salm n cubr!a los requisitos alimenticios bsicos a veinticuatro c#ntimos el %ilo& el pollo, a cuarenta y cuatro& la carne de vaca, a sesenta y seis, y los huevos, a setenta y dos. Com reconoc!a: 8+so, tomando los tipos de salm n ms baratos. -ero aun a treinta y dos c#ntimos por %ilo, nuestro ner%a escogido ser una bicoca para el ama de casa. 3err sus cuentas calculando que, en la temporada de .@0L, la Fbrica de 3onservas C tem obtendr!a una utilidad de setenta mil d lares, por lo menos, una suma estupenda en aquellos tiempos. Codav!a estaba felicitndose cuando vio, sorprendido, que el 4ontreal Nueen estaba desembarcando pasajeros en el muelle de C tem. +so era tan poco habitual que sali corriendo de su oficina para ver qu# ocurr!a. Al llegar al muelle vio venir hacia #l a un alto caballero, vestido con el bonito uniforme que tan familiar se le hab!a hecho en los tiempos pasados en el Alondi%e. +ra el uniforme de la -olic!a 4ontada del ,oroeste y quien lo luc!a era el sargento >ill Airby. Le segu!a una comisi n de cinco hombres, formalmente vestidos de civil. Apenas reconoci a Airby, Com corri a saludarle. -ara su sorpresa, >ill se ech atrs, manteniendo una postura de envarada formalidad. 8Tsted es el director de esta fbrica, Jverdad, se*or 9ennK

-gina LL. de ?@0

Alaska

James A. Michener

At nito ante el r!gido decoro de su amigo, Com admiti que lo era. +ntonces uno de los acompa*antes se adelant para presentarse: 8Fo soy sir Chomas >ashburn, del gobierno canadiense. F los se*ores son miembros de nuestra 3omisi n de -esca. )upongo que usted ha sido informado por >ashington de nuestra visita. 8,o sab!a nada. 8)in duda, los documentos vienen en camino. +l capitn Airby le mostrar nuestras credenciales cuando nos hayamos sentado. F le aseguro que hemos venido por invitaci n de su gobierno, se*or 9enn. Tna ve; que los integrantes de la comisi n estuvieron sentados en la oficina, Airby puso ante Com documentos firmados por funcionarios de >ashington, pidiendo a todos los encargados de fbricas de conservas en aguas de Alas%a que cooperaran con esa Pcomisi n de e$pertos de nuestro buen vecino, 3anadQ. 8+l prop sito de nuestra visita 8dijo sir Chomas8 es evaluar los efectos que tendrn sus nuevas trampas en el ir y venir de los salmones por los diversos r!os& como usted sabe, todos nacen en 3anad y recorren s lo breves distancias en Alas%a. +ste r!o Ca%u es un perfecto ejemplo de lo que decimos. J4e permite mostrarle nuestro mapaK Com hi;o un gesto afirmativo. +ntonces sir Chomas pidi a Airby que mostrara el mapa donde se delineaba la situaci n. +n cuanto el mapa estuvo desenrollado, uno de los miembros de la comisi n se ech a re!r: 8'se es del )ti%ine, Airby. Al mirar con ms atenci n, Com not que el hombre ten!a ra; n. +se mapa mostraba el r!o )ti%ine, que recorr!a muchos %il metros en el 3anad antes de cubrir unos treinta y ocho en Alas%a, para desembocar en el mar cerca de >rangell. 8UTn momentoV 8interrumpi sir Chomas8. Beje ese mapa, Airby. 3reo que e$plica perfectamente el problema. 4arc con un lpi; los tramos ms alejados del sistema del )ti%ine, se*alando los diversos lagos que alimentaba y los tributarios, casi interminables, en los que se criaba el salm n. 8)e -odr!a decir que es un imperio de salmones 8concluy mientras indicaba el brev!simo recorrido del r!o en Alas%a8. -ero cualquier represa indebidamente situada en este peque*o territorio afectar, por fuer;a, todo esto. :eclinndose en la silla, como si hubiera probado su argumento, orden a Airby que e$tendiera el mapa donde se ve!a el sistema del r!o Ca%u, una complicada red de r!os, arroyos y lagos. Al verlo, hasta Com se vio obligado a admitir que las situaciones a las que alud!a eran las mismas: 83omprendo lo que usted quiere decir, sir Chomas. Tn gran recorrido en 3anad, mucho menos en Alas%a. 8-ero se apresur a a*adir8: )in embargo, como usted ya ha de saber, nuestra trampa no impide el retorno de los salmones maduros a 3anad. )ir Chomas replic en tono muy seco: 8 8Fo dir!a que s!. -ero Com le se*al : 8-ara protegerlos mantenemos la trampa abierta durante todo el fin de semana, dndoles libre paso. 8,o dudo que eso ayude un poco. 8Di;o una pausa y a*adi 8: ,uestra obligaci n es comprobar si es suficiente. 3omo las industrias conserveras ten!an casas de hu#spedes, en las cuales visitantes e inspectores de la empresa pod!an alojarse con ra;onable comodidad, Com se apresur a ofrecerles albergue por esa noche, pero sir Chomas dijo:

-gina LL/ de ?@0

Alaska

James A. Michener

84e temo que deberemos quedarnos tres d!as. Nueremos ver c mo afecta a los peces la apertura del fin de semana. + indic a Airby que fuera en busca de las maletas. -asaron el resto del viernes inspeccionando la trampa en s! y comparando la gu!a del este, instalada de modo permanente por medio de pilotes hundidos en el fondo, con la del oeste, que se manten!a simplemente a flote& les sorprendi comprobar que #sta era tan efectiva como la anterior. Cambi#n verificaron, con cierto horror, el n"mero de salmones que se ahogaban en la enca*i;ada de retenci n& Com no los convenci con su intento de re8 ducir la p#rdida a algo relativamente trivial. 3uando preguntaron cuntos salmones retiraba C tem del sistema del Ca%u durante el verano, no les sorprendi la cifra total de seiscientos mil. Cal como dijo uno de los e$pertos: 8(astante ra;onable, siempre que se permita el paso de un n"mero suficiente para que procreen. 8Luego detect un problema que con frecuencia preocupaba a )am (igears8. -ero dada la locali;aci n de esta trampa, aun cuando los fines de semana permitan el paso de suficientes )almones para satisfacer a 3anad, me parece que este r!o de las pl#yades quedar sin reabastecimiento. Com replic en tono tranquili;ador: 8+stoy seguro de que muchos suben tambi#n por ese r!o. +l sbado por la tarde, toda la comisi n, incluido el capitn A!rbyY abord peque*os botes para observar el trnsito del salm n por la trampa Y bajo las gu!as. +ran tantos los hermosos ejemplares que pasaban, claramente visibles a pocos cent!metros de la superficie, que )ir Chomas admiti : 8+s impresionante, en verdad. F uno de su equipo a*adi : 8+l problema es senc!llo: hay que adiestrar a los salmones para que s lo naden aguas arriba en domingo. 3uando cesaron las risas, Com trat de allanar las dudas que preocupaban al equipo. 8Tstedes deben comprender, se*ores, que cuando el salm n joven viene desde los r!os canadienses para llegar al mar, no encuentran ning"n problema. 3omo la estaci n es otra, las trampas no estn en funcionamiento. +l domingo por la ma*ana, despu#s de otra visita a la trampa, los canadienses pusieron manos a la obra. 3on los mapas en el escritorio de Com, interpelaron: 8JNu# harn los conserveros de Alas%a para proteger los sitios de cr!a del 3anadK Com respondi directamente: 8Las fbricas estn aqu!, sir Chomas. Tstedes no tienen una sola planta en toda la ;ona. ,o necesitan el salm n. ,osotros s!. )ir Chomas no se ech atrs: 8-or el momento, lo que usted dice parece correcto. -ero tambi#n debemos tener en cuenta que en el futuro habr muchos canadienses en estas regiones. +ntonces ser muy importante contar con una provisi n segura de salm n. F si los de Alas%a impiden o aniquilan el reabastecimiento, nos estarn causando un grave perjuicio. Com no cedi : 83erramos las trampas en toda Alas%a, como ustedes han visto. +stoy seguro de que pasa un suficiente n"mero de peces. 8U-ero qu# derrocheV U3untos salmones muertosV 8,o son tantos, en relaci n con el total... A sir Chomas le irritaba un poco discutir con un hombre tan joven, pero le impresionaba favorablemente la eficacia con que Com defend!a los intereses de su empresa. -or eso, despu#s de hacer hincapi# en la intenci n canadiense de buscar un acuerdo internacional que protegiera sus intereses en la industria del salm n, escuch

-gina LL7 de ?@0

Alaska

James A. Michener

cort#smente los argumentos con que el muchacho rebat!a los suyos, diciendo que dif!cilmente +stados Tnidos se someter!a a semejante acuerdo. :eacio a prolongar un debate de posiciones tan encontradas, sir Chomas pidi a Airby que le entregara otro cartapacio y lo hoje hasta hallar el documento que buscaba: 8)e*or 9enn, Jconoce usted a cierto se*or 4arvin Do$eyK La e$presi n sorprendida de Com demostr que s!. +l canadiense continu : 8-arece ser nuestro principal obstculo en >ashington. ,o deja de citar estad!sticas que destruyen todas nuestras reclamaciones, pero sospechamos que sus datos son fraudulentos. JNu# puede usted decirnos acerca de #lK J+s realmente e$perto en estos asuntosK 8-or supuesto 8respondi Com, sin parpadear. 8JF ha inspeccionado estas trampasK 'sta, en especial. 8+n efecto. )ir Chomas no dijo nada, pero pidi otro documento y lo estudi por unos segundos, como si buscara el modo de aprovechar esa informaci n. -or fin carraspe F se inclin hacia delante, para preguntar con vo; conciliadora: 8Ahora bien, Jno es cierto, se*or 9enn, que en la ciudad de ,ome, en el a*o... K 9eamos... Jpuede haber sido mil novecientosK )!, creo que s!. J3onoci usted por entonces al se*or Do$eyK 8)!. 8J,o ofreci usted un testimonio que ayud a encarcelarloK Com respondi , d#bilmente: 8As! fue. 8-ero se apresur a a*adir8: Beben saber ustedes que el se*or Do$ey recibi un indulto pleno del presidente. Codo fue un error pol!tico. 8,o lo dudo 8coment sir Chomas. F no insisti en el tema. +ra ya noche entrada, el domingo, cuando Com encontr la oportunidad de charlar a solas con el capitn Airby. Bespu#s de intercambiar reminiscencias de los viejos tiempos, el polic!a pregunt francamente: 8JNu# clase de persona es ese Do$ey. ComK ,os est causando muchos problemas. 8J+ntre usted y yoK 83omo en los viejos tiempos. 8Tse esta informaci n, si quiere, pero no diga que yo se la di. 8Fa sabes que puedes confiar en m!. Com mir a Airby a los ojos: 8)i #l hubiera aparecido en el Alondi%e cuando usted y yo estbamos all!, usted lo habr!a hecho liquidar en dos d!as. ,o se volvi a tocar el tema, pero cuando la conversaci n retom el hilo de los tiempos pasados el muchacho coment : 8JA que no sabe a qui#n encontr# en =uneauK 8F como Airby confes no tener idea8: UA 4issy -ec%hamV Los dos hombres se inclinaron mientras recordaban a esa valiente mujer que trepaba el paso de 3hil%oot, donde hab!a conocido a Airby. F hablaron de los veloces descensos en pala, de la construcci n del barco, de los d!as pasados en la tienda en BaEson y en el arroyo (onan;a. 8,unca hall oro, JverdadK 8pregunt Airby, e$presando pena por la mala suerte de 4issy. 8,o, nunca. 84aldita sea 8protest Airby, descargando el pu*o contra la mesa8, +sa mujer siempre tuvo mala suerte. 8,o tan mala. 8F muy pausadamente, Com le describi la aparici n de =ohn Alope en ,ome, un d!a, llevando grandes regalos de oro para 4issy, 4urphy y #l mismo. 8(ueno, me alegro. JF dices que ahora est en =uneauK

-gina LL6 de ?@0

Alaska

James A. Michener

8)!. +lla y 4urphy van a instalarse all!. 8JA hacer qu#K 8,o tienen idea. -ero conociendo a 4issy, ser algo interesante. Airby pens por un momento. Luego junt las manos en una palmada, proponiendo: 8J,os acompa*ar!as a =uneau, ComK 4a*ana por la ma*ana vendr un barco a recogernos. Com vacilaba, pero el polic!a insisti : 8)i tienes problemas con tu jefe, el de )eattle, sir Chomas puede insistir por escrito para que contin"es con la entrevista all!. -or la ma*ana, Airby entreg una solicitud formal para que Chomas 9enn, director de la Fbrica de 3onservas C tem, acompa*ara a la 3omisi n de -esca de 3anad a reali;ar consultas en =uneau& durante el rpido viaje a la capital, sir Chomas dijo: 8)i yo fuera el propietario de una fbrica, se*or 9enn, lo querr!a a usted como director 8a*adi 8: -ero se equivoca totalmente al interpretar los intereses de 3anad en este asunto. ,o descansaremos hasta obtener un acuerdo equitativo para dar soluci n al problema. ,o pregunt por qu# Airby quer!a al muchacho en =uneau, pero al llegar al Dotel Rccidental, ante el placer con que ambos saludaron a la mujer que all! se hospedaba, con su esposo y su hijita, dedujo que los motivos eran importantes. Fue un reencuentro emotivo, del que 4att 4urphy particip con tanto entusiasmo como los otros tres. Dab!an conocido d!as embriagadores y grandes desilusiones. A su debido tiempo surgi el nombre de 4arvin Do$ey& entonces 4att y 4issy revelaron la horrible historia, con detalles tan sensacionales que Airby no pudo sino preguntar: 8J3 mo puedes hacer negocios con ese hombre, ComK F #ste s lo pudo responder: 8Los hace la empresa, no yo. 8JF t" te sientes en la obligaci n de ser leal a la compa*!aK 8)!. Airby no dijo nada, pues #l se sent!a en la obligaci n de ser leal a la -olic!a 4ontada y conoc!a las presiones que puede imponer ese tipo de fidelidad. +n su caso las presiones eran leg!timas: las del gobierno canadiense& en el caso de Com, ileg!timas, como todo lo relacionado con 4arvin Do$ey. -ero los hombres ra;onables ten!an conciencia de las presiones, buenas o malas, y respond!an a ellas de un modo diferente. -or fin la conversaci n gir hacia el motivo que llevaba all! a los canadienses& 4issy se mostr ms que pasivamente interesada en las fbricas de conservas de salm n y los hechos fueron surgiendo gradualmente: 8+s en parte por ese motivo que 4att y yo estamos aqu!. ,o me refiero al salm n, sino a los derechos de los nativos. 8JA qu# te refieresK 8pregunt Airby. F ella e$plic : 8+n todos los lugares en que hemos estado, >ill, sea en 3anad o en Alas%a, hemos visto que los nativos llevan la peor parte. U)i vieras en ,omeV 84e lo imagino. 84att y yo tuvimos la impresi n, por ser descendientes de nativos irlandeses y estadounidenses, como podr!a decirse... bueno, nos pareci que deb!amos estar de parte de los nativos. Beber!amos ayudarles a cuidar de s! mismos mejor que ahora. 3onsciente de que qui;s estaba hablando contra sus propios intereses, Com dijo impulsivamente: 8U<randiosoV 3uando Lars )%jellerup estuvo aqu!, hace algunas semanas, vino a rogar al gobierno que abriera escuelas para los nativos. F dijo casi lo mismo que t", 4issy.

-gina LLL de ?@0

Alaska

James A. Michener

8JA qu# te refieresK 8pregunt Airby, volvi#ndose hacia la mujer a quien en otros tiempos hab!a estado tan ligado. Ahora se encontraban como adultos maduros, cada cual luchando por hacer de su mundo un sitio ms ordenado. Alentada por su sonrisa, 4issy e$pres en p"blico por primera ve; los principios que orientar!an el resto de su vida. 89eo una Alas%a que no est# dominada por los ricos de )eattle. Nuiero una Alas%a que tenga gobierno propio, leyes propias, su propia libertad. +ntonces se torn casi vehemente8: J)ab#is que 4att y yo no -odemos comprar tierras en =uneauK J-or qu#K -orque al gobierno de Alas%a no se le ha permitido legislar sobre la propiedad de las tierras y el de +stados Tnidos no quiere hacerlo. Be esa falta que enfurec!a a todos los de Alas%a, pues inhib!a el normal desarrollo c!vico, la mujer pas a un marco ms amplio: 8Demos estado estudiando los mismos problemas que te traen aqu!, Airby. Ah! se interrumpi . +l capitn de la -olic!a 4ontada le pregunt : 8JF a qu# conclusi n hab#is llegadoK +lla dijo: 8Nue toda la rique;a que produce el salm n de estas aguas deber!a ser dedicada al bienestar de Alas%a, no a los comerciantes de )eattle. Airby, riendo, se*al a Com: 8)e refiere a ti. 8,o, lo digo en serio. De descubierto que este verano se han puesto en funcionamiento ms de treinta fbricas como las de Com, y ni una de ellas deja un c#ntimo para nosotros, los de Alas%a. 8Dasta ese momento hab!a hablado de los de Alas%a en tercera persona, como si quisiera proteger derechos ajenos& ahora, sutilmente, ella misma pasaba a ser de Alas%a y as! continuar!a. Al terminar ese animado discurso, Airby pregunt : 8J+sto no hace de tu viejo amigo Com un enemigoK F ella respondi : 8)i #l contin"a trabajando para los comerciantes de )eattle seremos enemigos pol!ticos, s!. Antes de que nadie pudiera contestar, Airby hi;o una se*a a sir Chomas >ashburn, diciendo: 8Tsted deber!a escuchar a esta dama, sir Chomas. +l presidente de la comisi n lo hi;o y qued at nito por la similitud entre sus opiniones y las que ella e$presaba. 8Tsted tiene la cabe;a bien puesta, se*ora. 8Fa libraba estas batallas en 3hicago. +ntre los desesperados, pero nunca sin esperan;as. 3onversaron los dos por largo rato, como si no hubiera nadie ms all!. 3uanto ms revelaban sus aspiraciones, ms claramente ve!a Com 9enn que s lo pod!an alcan;ar lo buscado a e$pensas de su empleador, 4alcolm :oss. -or fin, algo irritado, intervino: 8Tsted, sir Chomas, con su posici n y todo eso, Jc mo puede -ensar de ese modoK F el caballero canadiense se ech a re!r: 84i padre ten!a una peque*a tienda en )as%atcheEan. 'l habr!a aplaudido lo que dice esta joven, porque sol!a decirme las mismas cosas. F le volvi abruptamente la espalda para reanudar su discusi n con 4issy. Com estaba ansioso por pasar la ,avidad con los :oss y renovar su amistad con Lydia. +lla le salud con cordialidad, pero el muchacho no tard en descubrir que estaba profundamente atra!da por un joven de veintid s a*os, bastante refinado, al que hab!a

-gina LLM de ?@0

Alaska

James A. Michener

conocido en la universidad. )e llamaba Dorace. La relaci n no parec!a estar formali;ada, pero ella se hab!a obligado a asistir con #l a unas cuantas fiestas. ,o por eso le dej de lado, por supuesto, pero estaba tan ocupada que, con frecuencia #l se encontraba solo con los padres o con los miembros mayores de la empresa. -or ellos supo que la temporada de .@0L hab!a sido muy ventajosa, que el 3ongreso de +stados Tnidos hab!a tratado generosamente los intereses de )eattle y que los planes para instalar una nueva fbrica en Aetchi%an marchaban estupendamente. )upo tambi#n que lo pondr!an definitivamente a cargo de esa construcci n a partir de mediados de enero, y #l los sorprendi con la informaci n de que planeaba construir una casa en =uneau. 3uando le preguntaron por qu#, con intenciones de disuadirle, dijo: 84e gusta la ciudad. Ciene mucho empuje y su empla;amiento es casi tan bueno como el de )eattle. Adems ahora es la capital. Tn vicepresidente de :H: observ : 8-ero tendrs que viajar mucho. Cenemos varias fbricas ms en proyecto y t" eres el e$perto que las hace funcionar. +ntonces #l les record c mo se desarrollaba un a*o normal en la planta: 8Bos meses de preparaci n, tres de trabajar como un buey, un mes ms para cerrar y otros seis para vivir. ,o quiero pasar esos seis meses encerrado en alg"n sitio remoto, en el borde de un bosque. 8Cienes ra; n 8admiti el vicepresidente8. F supongo que muy pronto querrs casarte. -robablemente tu esposa piense igual que t". La menci n del matrimonio provoc un silencio nervioso. +sa noche, cuando los otros invitados se hubieron ido, la se*ora :oss se esmer en ase gurar a Com que Lydia a"n ten!a una gran opini n de #l y le pidi que la disculpara por pasar tanto tiempo con Dorace y tan poco con #l. 8+sto era de esperar, por el entusiasmo de la universidad y todo eso. 83omprendo 8dijo Com. -ero ese invierno hubo pocos paseos por las colinas con Lydia y prcticamente ninguna conversaci n e$tendida, ni siquiera sobre temas triviales, mucho menos sobre cosas importantes. La desilusi n le llev a dos conclusiones: P,o cono;co mujer ms sensata que la se*ora :oss. )i ella es una muestra de lo que ser Lydia a su edad... UhumVQ. F.8 P-arece que Lydia ha pasado a otro -lanoQ. ,o trat de determinar qu# plano pod!a ser #se ni en qu# 3onsist!a la obvia diferencia, pero tuvo la fuerte sensaci n de haberla perdido& ni si quiera las alegres celebraciones navide*as de )eattle ni las clidas celebraciones de ese d!a modificaron su conclusi n: estaba fuera de lugar y lo sab!a. -ara acortar sus vacaciones, dijo como e$cusa que deb!a regresar a =u neau y preparar su traslado a Aetchi%an. Al matrimonio :oss no le sorprendi que, en esa ocasi n, su hija no lo despidiera con un beso. +n =uneau se encontr con la contradicci n que hab!a mencionado 4issy durante el reencuentro con el capitn Airby: Alas%a ten!a tierras casi ilimitadas, pero las cuatro ciudades del sur 1=uneau, )it%a, Aetchi%an y >rangell2 ocupaban un sitio tan estrecho, aferradas a un asidero al borde del oc#ano, que daban una impresi n de me;quindad y de poco espacio. +n realidad, la tierra aprovechable era en =uneau tan escasa y preciosa que Com no pudo hallar una casa ya construida ni una parcela en la cual construir& aunque le gustaba la ciudad y encontraba hermosas las monta*as que la acorralaban contra el mar, comen; a perder las esperan;as de conseguir all! un sitio donde vivir. -ero como =uneau ten!a una poblaci n de s lo mil seiscientas personas 1mucho ms que Aetchi%an o >rangell, que no llegaban al millar2, Com )e reencontraba siempre con viejos conocidos, que poco a poco fueron buscando para #l una peque*a selecci n de casas disponibles. Cambi#n le manten!an al tanto de lo que ocurr!a en la ciudad. -or fin, con la

-gina LL? de ?@0

Alaska

James A. Michener

ayuda de 4issy, Com se decidi por la casa que un capitn de barco estaba por desocupar, pero cuando iba a hacer el primer pago, )am (igears se opuso en#rgicamente: 8UComV J4ejor mira atrs de casaK Al e$plorar la ;ona con ms cuidado, en su compa*!a, Com vio lo que provocaba la advertencia de su amigo: la tierra se elevaba a pico, casi como un acantilado. +so era com"n en =uneau, donde algunas de las calles que desembocaban en el mar no eran calles comunes, sino escaleras de madera. +n realidad, para vivir all! hac!an falta piernas fuertes, pues andar trepando era parte de la e$istencia diaria. Al principio a Com no le preocup lo escarpado de esa elevaci n, pero )am le se*al la gravedad del problema. Dab!a all! un barranco, cuyo e$tremo apuntaba directamente a la casa que Com estaba pensando comprar, y en #l se acumulaba un banco de nieve tan enorme que, tarde o temprano, caer!a en avalancha, tal ve; sepultando la casa. 84ira all! 8le advirti )am8. Antes hab!a casa, pero a*o pasado nieve suelta. U-ufV ,o ms casa. Aqu! lo mismo, qui;. Algunos d!as despu#s de esa entrevista con (igears apareci ,ancy en =uneau& ten!a dieciocho a*os y estaba lista para terminar sus estudios. +ra una de las pocas ni*as indias que hab!an llegado hasta all!. )us 4aestros 1Com se encontr con uno en el hotel2 dec!an que la muchacha era un halla;go: 83asi todos los indios abandonan en s#ptimo u octavo grado, -ero ,ancy tiene una capacidad fuera de lo com"n. 3anta como la mejor y conoce las antiguas dan;as indias, pero tambi#n redacta bien sus e$menes y tiene un verdadero inter#s por la historia de Am#rica& quiere saber c mo lleg Alas%a a ser lo que es. Com interrog a otro de sus profesores, que le dijo: 8)oy el "nico hombre de la escuela, aparte del director, y no tengo mucha paciencia con estos indios. 4e gusta que mis chicos estudien y lleguen a ser alguien, pero como la gran mayor!a de los indios no responden a esa disciplina, en general no les hago ni caso. +sta ,ancy (igears, en cambio, est a la altura de cualquiera de los varones blancos y hasta los supera. Cendr!a que ir a la universidad. Com empe; nuevamente a tratarla, pero en unas condiciones muy diferentes. )e hab!a convertido en una muchacha de ciudad& vest!a y actuaba como los otros estudiantes, pero ten!a perfecta conciencia de su capacidad. +staba estudiando historia americana y aplicaba todas sus lecciones a Alas%a& cierta ve;, al o!rla hablar de las injusticias sufridas por su tierra, Com dijo: 84e gustar!a presentarte a mi amiga 4issy. +s mayor que t", pero sus ideas se parecen bastante a las tuyas. Tn d!a de enero las invit a ambas a comer& se entretuvieron tanto en la sobremesa que la oscuridad descendi sobre las monta*as y el canal <astineau qued ensombrecido antes de que ellos terminaran. Dablaron de las tradiciones esquimales y tlingits, de las dificultades provocadas por las costumbres de los blancos y de todos los problemas que afloraban cuando uno viv!a durante mucho tiempo en ciudades como ,ome o =uneau. La conversaci n corri principalmente por cuenta de las mujeres& de ve; en cuando lo que ellas dec!an enfurec!a a Com, pues los hombres como #l quedaban convertidos en villanos, cosa que no pod!a aceptar. +n su enfado, lleg a e$presar por primera ve; la actitud que adoptaban #l y la mayor!a de los blancos: 8,o hay tiempo que perder. Day mucho que hacer. Cal ve; los esquimales de (arroE puedan continuar con las costumbres antiguas. -ero los indios de otros lugares har!an bien en entrar cuanto antes en el siglo veinte. 8JF qu# quieres decir con eso, si me haces el favorK 8pregunt 4issy, en tono belicoso. A #l no le molest e$plicarse:

-gina LLI de ?@0

Alaska

James A. Michener

8Codav!a no hay en Alas%a muchos estadounidenses de verdad& me refiero a hombres y mujeres blancos. -ero creedme: el futuro de esta tierra es convertirse en otro Rreg n, otro Idaho. Los indios tienen derecho a ser tratados con toda consideraci n y a recibir los t!tulos de sus tierras, sin duda, pero no tienen opci n: deben entrar en la corriente principal, olvidar sus costumbres tribales y derrotarnos en nuestro propio juego. 8F a*adi , infflando las manos de ,ancyY: F esta jovencita es quien tiene capacidad para mostrar el camino a su pueblo. 8U+stoy de acuerdo con esoV 8dijo 4issy, llena de entusiasmo. 8+l otro d!a 8continu Com8 el se*or >etherill me dec!a que ,ancy, siendo tan buena alumna, deber!a ir a la universidad el a*o pr $imo. A 3alifornia, a >ashington o a la costa este. JNu# opinas de esoK La opini n de 4issXy le dej at nito: 8U,o lo creo as!, ComV ,ancy no necesita ir a la universidad, como no lo necesit# yo. )u trabajo est aqu!, en Alas%a, donde debe abrirse paso y ense*ar a los otros a adaptarse. -odr!a llegar a ser la mujer ms grande de este territorio. U,o se os ocurra, a ti y al se*or >etherill, enviarla a +stados Tnidos para que la echen a perderV Com estaba dispuesto a argumentar que su enfoque era la salvaci n -ara los indios, pero se lo impidi )am (igears, que entr en el hotel buscando a su hija: 8A la casa de Darry vendrn visitas y necesitan tu ayuda. +lla se levant obediente, dando las gracias a Com por la comida y a 4issy por su apoyo. 3uando se hubo marchado, la mujer dijo: 84e temo que siempre ser as!: siempre habr una fiesta en alguna parte, y eso est antes que nada. Luego a*adi en vo; baja, entre las sombras del comedor, que todav!a no hab!a sido abierto para la cena: 8)upongo que lo sabes, Jverdad, ComK 8JNue t" y ella ten#is ra; nK ,o estoy seguro en absoluto. 8,o. Nue ests enamorado de ella. +spantado ante esas sinceras palabras, Com guard silencio, entre pensamientos confusos. A la mente le vino una imagen de Lydia :oss, que con tanta ligere;a le hab!a descartado. Luego, la de ,ancy (igears, desbordando entusiasmo. :ecord las tardes pasadas con ella junto al t tem familiar y en el camino del r!o de las -l#yades, y la ma*ana en que ella le hab!a llevado en su canoa al otro lado del estuario del Ca%u, para pasear por el hielo del glaciar. +ntonces comprendi que 4issy ten!a ra; n. 8)eattle es un sue*o perdido, 4issy. 9ol# demasiado alto y me chamusqu# las alas. )onri con triste;a, mientras ella le escuchaba en silencio, por no interrumpir el torrente de ideas que el joven necesitaba e$presar. 84e quedar# aqu!, a trabajar en una fbrica y luego en otra. F ,ancy estar siempre all!, en las sombras, cada a*o ms encantadora. F por finX cuando hayan pasado los a*os y yo no tenga nada mejor que hacer, le pedir# que se case conmigo. +ntonces record las duras palabras del se*or :oss, el d!a en que los hab!a visto besarse, y quiso compartirlas con 4issy: 8J)abes qu# me dijo :oss, al pensar que yo pod!a enredarme con ,ancyK P3rees, 9enn, que :oss H :aglan puede trasladarte a la casa central de )eattle si te casas con una indiaKQ F por el momento me asust , alejndome de ella. 8F ahora su hija te ha alejado en direcci n contraria. 8J3 mo lo sabesK 8-areces un ni*o de la escuela primaria que ha besado por primera ve; a una ni*a, Com. Codas las otras ni*as de la clase lo saben. 3on una sonrisa luminosa, como para cambiar de tema, el joven dijo:

-gina LL@ de ?@0

Alaska

James A. Michener

8JNu# vais a hacer aqu!, en =uneauK F ella respondi : 8,o tenemos prisa. Los irlandeses saben tomarse las cosas como van viniendo. )e levant para irse y #l la acompa* hasta la puerta. +lla le toc el bra;o, a*adiendo8: (ien podr!as hacerlo, Com, JsabesK 8JNu# cosaK 83asarte con una estupenda muchacha tlingit. C" eres de primera: ella tambi#n. =untos podr!ais alcan;ar las estrellas. F desapareci antes de que #l pudiera contestar. +n los d!as que siguieron, las cosas empe;aron a suceder como Com hab!a pronosticado: ,ancy (igears estaba siempre all!, entre sombras, casi contra su voluntad, y Com comen; a dejarse llevar hacia ella. )e encontraban con mucha ms frecuencia de la que #l quer!a y, cuando la muchacha dirig!a la conversaci n hacia los temas que la preocupaban, como los derechos de los tlingits y lo conveniente que habr!a sido prohibir el alcohol en Alas%a, tocaba acordes disonantes, pero muy audibles, en sus propias refle$iones. :ara ve; estaban deXacuerdo, pero Com se ve!a obligado a reconocer que ella no malgastaba la vida en trivialidades. Tna tarde le dijo: 84e gustar!a ir otra ve; al glaciar. ,ancy comprendi que deseaba verla una ve; ms en el ambiente donde por primera ve; la hab!a mirado con atenci n, aunque por entonces ella ten!a s lo catorce a*os. 8JDay en +stados Tnidos 8pregunt 8 muchas ciudades donde puedas salir del centro y dar un paseo por un glaciar activoK 8,o muchas 8respondi #l. +ra un bello d!a de enero& la corriente de =ap n tra!a a la costa suficiente aire clido como para provocar una atm sfera casi de verano, aunque una peque*a familia de t#mpanos se arracimaba en el canal. +llos viajaron con las ventanillas del coche abiertas. +n el glaciar, cuya cueva hab!a desaparecido hac!a tiempo por el hielo desprendido desde ms arriba, caminaron un rato a lo largo de la parte frontal, tocando de ve; en cuando el monstruoso hocico y hasta recostndose contra #l cuando se deten!an a conversar. 8+l otro d!a, ,ancy, 4issy me dijo que yo estaba enamorado de ti. 8Fo siempre te he amado, Com. Lo sabes. Besde el primer d!a, all!. 8F se*al el sitio donde hab!a estado la cueva de techo a;ul. PJ)i nos casramos ... KQ Com no hall palabras para e$presar las cautelosas definiciones que estaba pensando. -ero ,ancy desvi su ra;onamiento con una pregunta que le sobresalt : 8La hija de tu patr n, all en )eattle, Jte hi;o saber que no ten!a inter#sK Com chasc los dedos. 8JDa sido 4issy la que te ha dicho que me preguntaras esoK +lla se ech a re!r. 8,o necesito que nadie me diga las cosas importantes. F le sonri tan provocativamente, por debajo de su flequillo oscuro, que #l estall en una carcajada. 3uando estaba con ,ancy re!a con frecuencia. PLo que dije era correcto 8pens 8. ,os dejaremos llevar y alg"n d!a me dir#8 PJ-or qu# no, diablos ... Kc F nos casaremos.Q -ero en ese momento ella se detuvo para mirarle y le dijo con suavidad: 8,o resultar!a. Al menos no ahora. Cal ve; ms adelante, cuando todos hayamos crecido. 3uando Alas%a haya crecido, quiero decir.

-gina LM0 de ?@0

Alaska

James A. Michener

)in concluir, ech a andar nuevamente hacia donde esperaba el caballo. -ero Com permaneci inm vil, de pie junto al glaciar& era como si avan;ara lenta e implacablemente en una glaciaci n. Al fin la alcan; . 4ientras volv!an a =uneau cay la noche en las monta*as circundantes y desapareci el aliento de inusitado verano. +n los bordes de la ciudad, ella le se*al una casa ca!da de costado: 8Cal como te advirti pap. A veces la nieve se precipita. 3omo si tua vi#ramos peque*os glaciares propios. -or la ma*ana Com dijo a )am (igears que no siguiera buscndole casa en =uneau: 89ivir# en Aetchi%an mientras se construya la nueva fbrica, Bespu#s... F al d!a siguiente se embarc hacia el sur, rumbo a sus nuevas obligaciones. 4ientras Com 9enn viajaba hacia su vida futura en Aetchi%an, el salm n ,er%a comen;aba a recibir se*ales en el punto ms alejado de la corriente de Alas%a& le advert!an que era hora de iniciar el retorno, y el mensaje era tan imperioso que, si bien estaba lejos del lago de las -l#yades, dej de nadar en c!rculos sin sentido para dirigirse, sin desviaciones, hacia las aguas en que hab!a nacido. (atiendo la cola en poderosos arcos, con un vigor no utili;ado hasta entonces, se lan; a trav#s del agua, no ya a su habitual velocidad de quince %il metros diarios, sino cuatro o cinco veces ms rpido. +n sus anteriores vueltas en la corriente se hab!a contentado siempre con pasear entre sus cong#neres, machos o hembras, casi sin distinguir entre unos y otras& ahora se esmeraba en evitar a otros machos, como si comprendiera que, con sus nuevas obligaciones, no s lo eran sus competidores sino tambi#n sus posibles enemigos. +n el punto en que se encontraba cuando recibi las se*ales, habr!a sido ra;onable que se dirigiera hacia Rreg n, Aamchat%a o el Fu% n, pero obedec!a al dispositivo implantado en #l a*os antes y segu!a su se*al, esa hebra de sombra de un eco perdido. Besde una ;ona muy aislada del -ac!fico, se lan; con el rumbo e$acto que lo llevar!a al estuario del Ca%u y el lago de las -l#yades, donde asumir!a la misi n ms importante de su vida. +l primer d!a de mayo, estaba a"n a ms de dos mil %il metros del hogar, pero las se*ales eran ahora tan intensas que empe; a nadar a setenta y ocho %il metros por d!a& en esa velo; traves!a de la corriente comen; a alimentarse prodigiosamente, consumiendo peces en cantidades incre!bles: tres o cuatro veces ms que antes. +n realidad, com!a vora;mente aun cuando no ten!a hambre, como si supiera que, tras abandonar el oc#ano2 no volver!a a alimentarse por el resto de su vida. A principios de septiembre, entr en el estuario del Ca%u. Al sumergirse en el agua dulce, su cuerpo comen; a sufrir una de las transformaciones ms e$traordinarias del reino animal, un cambio feo, como si buscara un aspecto atemori;ante para las batallas a las que pronto se enfrentar!a. Dasta ese momento, mientras nadaba tranquilamente en la corriente, hab!a sido un pe; agradable, bastante bello cuando se contorsionaba& ahora, en obediencia a las se*ales internas, se transformaba en algo grotesco. La mand!bula inferior se volvi rid!culamente pronunciada, con los dientes tan adelantados con respecto a los superiores que parec!an de tibur n& el hocico se volvi hacia adentro, en forma de gancho& ms a"n lo desfiguraba el hecho de que su lomo hubiera adquirido una gran joroba y un color rojo intenso. +l cuerpo, antes esbelto y aerodinmico, se volvi grueso. Codo #l se convirti en una bestia fero;, impulsada por urgencias que no pod!a comprender. ,adaba con decisi n hacia el lago en que se hab!a criado, pero el curso le llev hasta donde le esperaba la trampa de C tem, con sus largas gu!as, imposibilitndole la entrada al r!o de las -l#yades. Besconcertado ante esa barrera que no hab!a encontrado al abandonar el lago, se detuvo a estudiar la situaci n como un general& vio a miles de

-gina LM. de ?@0

Alaska

James A. Michener

sus cong#neres que se dejaban llevar supinamente por las gu!as, hacia el interior de la trampa y no sinti compasi n de ellos& no deb!a permitir que esa desacostumbrada barrera le impidiera llegar a su r!o. Codos los nervios de su espina dorsal, todos los impulsos de su diminuto cerebro, le advert!an que, de alg"n modo, deb!a rodear la trampa y que s lo podr!a hacerlo saltando por encima de la gu!a letal. ,ad tan cerca de la orilla derecha como pudo, alentado por el agua fr!a y dulce que llegaba del r!o de las -l#yades, con un potente mensaje del lago& pero cuando trat de encaminarse hacia la fuente de agua tranquili;adora, una ve; ms se vio frustrado por la gu!a. Besconcertado, iba a dejarse llevar hacia el centro fatal cuando un salm n, algo ms grande que #l, lleg desde atrs y, al detectar un punto flojo en la gu!a, dio un en#rgico salto y cay pesadamente en el agua libre, ms all. 3omo disparado por una pistola, ,er%a se lan; hacia delante, activ aletas y cola y se elev en un arco por el aire, s lo para chocar contra el "ltimo hilo de la gu!a, que le arroj bruscamente hacia atrs. -or algunos instantes trat de dilucidar qu# hab!a provocado su fracaso, all! donde el otro pe; hab!a tenido #$ito. Luego, con un esfuer;o mayor, lo intent otra ve;& nuevamente fue recha;ado por la gu!a. -as algunos minutos descansando en el agua fresca& cuando sinti que volv!an sus fuer;as, ech a nadar con grandes movimientos de la cola y, reuniendo toda su energ!a, se dispar como una bala hacia la gu!a, arquendose ms que antes, y cay con un fuerte chapoteo aguas arriba. Tn trabajador de C tem, al observar los notables saltos de esos dos salmones, dijo a sus compa*eros: 8)er mejor que pongamos dos hilos ms en la gu!a. +sos dos que han pasado eran verdaderas belle;as. +ra crucial que ,er%a sobreviviera para completar su misi n, pues de los cuatro mil que hab!an nacido en su generaci n s lo sobreviv!an seis, y de ellos depend!a el destino del salm n en el lago de las -l#yades. 3omo la fbrica de Aetchi%an tendr!a un cincuenta por ciento ms de capacidad que C tem, a partir de mediados de enero Com estuvo tan ocupado que no tuvo tiempo para lamentarse por el modo en que se hab!an derrumbado los dos grandes proyectos amorosos de su vida. Al llegar a la construcci n encontr ya levantados los dos edificios principales. Al ver lo enormes que eran, Com ahog una e$clamaci n al caer en la cuenta de que a #l le corresponder!a terminar los nueve o die; coberti;os subsidiarios y llenarlos con las mquinas necesarias. -as febrero y mar;o instalando ;onas de embalaje, l!neas de enlatado y las dos cosas esenciales: los 3hinos de Dierro y las enormes retortas de vapor para cocer el pescado. ,o le gustaba pensar en lo que costar!a esa planta 1qui;s cuatrocientos mil d lares2, pero sab!a que en cuanto comen;ara a funcionar, podr!a embalar sesenta mil cajones -or a*o, y eso era much!simo salm n. A mediados de mar;o result evidente que algunos de los alojamientos no estar!an terminados a tiempo. +ntonces envi un mensaje pidiendo refuer;os a =uneau& en el siguiente viaje al sur apareci )am (igears con cuatro ayudantes e$pertos. 8Codav!a no trabajo en edificios 8dijo )am8, pero los hago. -ara sorpresa de Com, uno de los hombres era Ah Cing& cuando los obreros locales le vieron entrar, protestaron en vo; alta, diciendo que en Alas%a no se permit!a trabajar a chinos, pero Com e$plic que Ah Cing era una e$cepci n. ,o quedaron satisfechos con la e$plicaci n, pero al ver c mo hac!a funcionar los temperamentales 3hinos de Dierro cuando ellos no pod!an, reconocieron que ten!a su utilidad.

-gina LM/ de ?@0

Alaska

James A. Michener

+n las horas de trabajo, )am (igears sol!a hacer una pausa para informar a su amigo Com de lo que ocurr!a en =uneau. Algunas informaciones eran a un tiempo agradables y divertidas: 8+se siberiano loco, c mo se llama, consigui casi mejor casa de la ciudad y su mujer puso pensi n. i. cobra y ella trabaja todo. Cambi#n dijo que 4att y 4issy segu!an sin hallar una casa a su gusto, pero que ella met!a las narices en todo. 8Le dicen <obernadora, ella dice todos qu# hacer. 8J,o se enfadan con ellaK 8pregunt Com. F )am respondi : 8,o. <ustan lo que ella dice. Nui; gustan su inter#s. 8)iempre ha sido as!. )am dijo que ella se hab!a ofrecido para trabajar en una de las iglesias, pero que no la aceptaban por no estar seguros de si estaba casada con 4urphy o no. 8-ero su ni*a va escuela dominical esa iglesia. Com nunca preguntaba por ,ancy, pues ignoraba cunto sab!a )am de sus mutuos sentimientos y, por su parte, no quer!a decirlo. ,o obstante, cuando )am hablaba de su hija, escuchaba con atenci n. 8<ana gran concurso escribir. ,o me asombra. +lla buena para escribir. -ero tambi#n gana eso de oratoria. +so s!, sorpresa. Dabla PBerechos tlingit a tierraQ. 3reo que gana porque se*ora 4issy una de jueces. +lla gusta lo que dice ,ancy. Fo tambi#n. <racias a la energ!a de Com y al duro trabajo de hombres como (igears y Ah Cing, la fbrica de Aetchi%an estuvo lista a tiempo& como la afluencia de salm n en esas aguas era aun ms copiosa que en el estuario del Ca%u, los grandes edificios pronto estuvieron trabajando a pleno rendimiento F los trabajadores de =uneau volvieron a casa. 3uando se march Ah Cing, los operarios de los 3hinos de Dierro dijeron a Com: 84enos mal que se va. +n Alas%a no hay lugar para los chinos. 8JTstedes no son de )eattleK 8pregunt Com. F como ellos dijeron que s!, los sorprendi al decir8: +n ese caso, no es un problema que les deba interesar, JverdadK 8Avergon;ado por lo seco de su contestaci n, )e volvi hacia ellos, a*adiendo8: (ien saben que sin la ayuda del chino este sitio no estar!a listo. F el asunto qued as!. +se arrebato lo turb , pues en BaEson, ,ome y =uneau se le conoc!a por su actitud serena. )e pregunt qu# habr!a provocado el cambio, pero al revisar su conducta reciente lleg a varias conclusiones: PDace demasiado tiempo que trabajo a toda marcha. ,ecesito un descansoQ. Luego surgi un motivo ms profundo: PAl trabajar con )am (igears record# lo estupenda que es ,ancy. Nuiero volver a verlaQ. F anunci que se embarcar!a con )am hacia =uneau. Indudablemente, ya se estaba produciendo el acercamiento involuntario a ,ancy del que hab!a hablado con 4issy. F lo acept murmurando: PBejemos que as! seaQ. Antes de haberlo dispuesto todo para que otros manejaran la fbrica durante su corta ausencia, lleg un barco de aprovisionamiento enviado por :H: desde )eattle. +l capitn tra!a un mensaje personal para Com: 8La se*ora :oss llegar en el pr $imo viaje del 4ontreal Nueen, acompa*ada por su hija. Nuieren pasar el d!a inspeccionando la nueva planta y el se*or :oss espera que usted las acompa*e cuando se embarquen hacia el estuario del Ca%u. -asarn all! algunos d!as y luego tomarn el Nueen para volver a )eattle. Com se pregunt qu# pod!a significar esa misi n de la que no le hab!an hecho ninguna alusi n en ,avidad, pero sent!a un arrebato de entusiasmo al saber que ver!a nuevamente a Lydia, aunque ella le hubiera tratado tan mal en el invierno. Crat de no

-gina LM7 de ?@0

Alaska

James A. Michener

atribuir a esa visita un significado ms profundo, pero lo cierto es que se paseaba por la planta en estado de euforia. Com una decisi n fcil: 8,o ir# contigo a =uneau, )am. 8Lo dijo casi mecnicamente, como si la decisi n de no visitar a ,ancy (igears fuera un acto de libre albedr!o, sin ra;ones morales ni emotivas. F en verdad as! era, pues no se le ocurri que, al recha;ar a )am por la se*ora :oss, tambi#n recha;aba a ,ancy con la esperan;a de que surgiera algo mejor con Lydia. Los ciudadanos de Aetchi%an e$perimentaban cierto orgullo cuando arribaba un gran barco de pasajeros& como el 4ontreal Nueen era el mejor y el ms nuevo de cuantos llegaban a Alas%a, cuando la esbelta nave canadiense ech amarras todos estaban en el muelle. +n cuanto se instal la plancha, la se*ora :oss apareci en su e$tremo, asistida por un oficial. +ra el capitn (inneford, un marino atildado e imponente, originario del este de 3anad y con muchos a*os de e$periencia en el Atlntico. Bespu#s de entregarla a Com 9enn, que corr!a a saludarla, el capitn (inneford dijo: 83uide bien de esta buena se*ora. Nueremos que nos la devuelva sana y salva cuando nos detengamos en C tem, en el viaje de regreso. 4ientras Com ofrec!a el bra;o a la se*ora, detrs de ella apareci Lydia, vistiendo un traje blanco con detalles marineros. -arec!a una joven bien elegida para la publicidad de un viaje a -ar!s o :oma& era la ansiosa turista dispuesta a contemplar el paisaje. 8UDola, ComV 8salud con un tono en#rgico poco apropiado en una dama distinguida. F, para sorpresa de su madre tanto como de Com, corri hacia #l para plantarle un entusiasta beso en la mejilla. -asaron ese largo d!a viendo lo que Aetchi%an pod!a ofrecer& los )eiscientos habitantes de la ciudad se esmeraron en lo -osible. Dubo Tn con cierto de la banda, una barbacoa y un desfile para acompa*arlas de nuevo al barco, que ;arpar!a al final del d!a. Los :oss hab!an reservado un camarote para Com pero, en cuanto el joven hubo entrado, la se*ora :oss le pidi que la acompa*ara a pasear por la cubierta superior. Tna ve; ms, le dej asombrado por su desenvoltura. 8+ste viaje fue idea de Lydia. +lla sab!a... (ueno, la verdad es que le di un buen serm n por el modo en que te trat en ,avidad. ,o, no digas nada. A veces ocurren cosas as!, Com, y no podemos impedirlo. -ero s! -odemos corregirlas. F eso es lo que ella quiere hacer. 8La se*ora ri por lo bajo8. ,o estoy segura de que quisiera, pero yo dej# bien en claro que deb!a hacerlo. 8Bespu#s de pasear un rato ms, a*adi 8: Fue entonces cuando sugiri este viaje. UNu# idea ms afortunadaV 8:espeto enormemente a su hija, se*ora :oss. ,o cono;co a nadie como ella. 8Campoco yo. +s una muchacha especial, aunque sea yo quien lo diga. -ero tambi#n lo era su abuela, como bien sabes. 8,o ten!a por qu# disculparse. 8-ero quiso hacerlo, cuando le se*al# lo feo que hab!a sido su comportamiento. 4s tarde, Com recorri esa misma cubierta con Lydia, que tambi#n le dej estupefacto con la franque;a de su comentario: 8+n ,avidad Com, yo me cre!a muy enamorada de Dorace. 'l parec!a la soluci n a todo. Ahora lo veo bastante falso. F para decirte la verdad, ten!a muchos deseos de volver a verte. -or que t" eres de verdad, como me dijo mi padre en ese momento. Com no pod!a creer en lo que estaba oyendo. +ntonces ella a*adi : 8,o creo estar enamorada de ti, Com. Budo que me enamore hasta que sea mucho mayor. -ero las conversaciones que ten!a contigo en esa colina son las mejores que he

-gina LM6 de ?@0

Alaska

James A. Michener

tenido nunca. F cuando Dorace parloteaba sobre su familia, sus estudios y los se*orones a los que conoc!a, yo no pod!a dejar de pensar en ti... y en la realidad. 3ompletaron el paseo en silencio. -or fin Com dijo: 8+n ,avidad no me ofend!. 4e parec!a que #se era el mundo al que ten!as derecho y al que yo no pertenec!a. 8URh, ComV 8Lydia estall en lgrimas y se detuvo para reclinarse contra la barandilla. Luego le estrech la mano, a*adi 8.: -erd name. +ra ,avidad& me dej# arrastrar por todas las celebraciones y pens# que #se era mi mundo. )iguieron caminando. Al cabo de un rato ella dijo: 84i mundo es bastante ms grande que eso. -ero cuando se dieron las buenas noches, ya pasada la una de la ma*ana y con las monta*as de Alas%a observndoles desde lo alto, cay en otro arrebato de franque;a: 8,o s# qu# significa este viaje, Com. Be veras, no lo s#. ,o debemos tomarlo muy en serio, pero ten muy en cuenta que quiero conservar tu amistad. 8F a*adi , riendo con nerviosismo8: 4i padre tambi#n. -arece que vas a estar cerca de nosotros por mucho tiempo& por eso he querido hacer las -aces. 8La pipa de la pa; est encendida. +lla le dio un beso y subi a su habitaci n. 4ientras el 4ontreal Nueen remontaba majestuosamente el estuario del Ca%u, Com 9enn, acodado en la barandilla con las :oss, les e$plicaba los glaciares de la costa occidental. La mejor parte de la aventura empe; cuando el gran barco ancl en el e$tremo mismo del estuario, para desembarcar a los pasajeros que iban a caminar hasta el lago escondido y los encantadores glaciares gemelos que lo alimentaban. +ran veinte minutos de dif!cil trayecto cuesta arriba, pero las dos mujeres insistieron en hacerla. 3uando llegaron a los bellos glaciares, tan diferentes de los otros, estaban e$haustas. All! era posible imaginar que uno formaba parte de un viviente campo de hielo. 8)on las hijas de aquella anciana 8sugiri Lydia. F en verdad causaban esa impresi n. 3uando llegaron a la fbrica, en el viaje de regreso por el estuario, Com se enter de que ,ancy (igears pasaba en su hogar las vacaciones escolares. )am fue a presentar sus respetos y le inform que la muchacha a"n no hab!a decidido qu# hacer. La se*ora :oss quiso saber cules eran las opciones que ten!a. 8)us maestros dicen qui; universidad 8e$plic )am. +so intrig tanto a la se*ora que dijo: 8)iempre hemos querido educar a los j venes esquimales que resulten brillantes. 8)omos tlingits 8aclar )am. 8-erdone usted 8se disculp la mujer, apresuradamente8. ,adie me ha e$plicado la diferencia. 8,o me ofendo 8dijo )am8. Algunos mi gente no puedo estar muy orgulloso. 8-ero imagino que estar usted muy orgulloso de su hija. 8)!, seguro. 8-ues bien, se*or (igears, si la ni*a es tan buena alumna como usted dice, buscaremos el modo de que vaya a la universidad. J-or qu# no le dice que venga a vernosK +n un luminoso d!a de verano, con la planta a toda marcha, )am (igears y ,ancy cru;aron el estuario para visitar a las dos mujeres, de las que ella ya sab!a muchas cosas. 3uando entraron en la oficina, ,ancy, ce*uda y aprensiva bajo su recortado flequillo, mir primero a la se*ora :oss, que le dedic una sonrisa tranquili;adora, como para que se sintiera a gusto, y luego a Lydia, la rival a quien ve!a por primera ve;. La madre, despu#s de notar que la entrevista se parec!a mucho a un procedimiento legal, pues todos miraban a la joven esperando o!r lo que dijera, trat de suavi;ar la situaci n:

-gina LML de ?@0

Alaska

James A. Michener

8)i#ntate aqu! conmigo, ,ancy. ,os han hablado tan bien de tu trabajo en la escuela que hemos querido tener el honor de conocerte. ,ancy ocup el asiento indicado, pensando: P4e tratan como a una ni*a y tengo ms edad que cualquiera de ellosQ. -ero entonces Lydia sigui el ejemplo de su madre: 84ira, podr!amos buscar el modo de que asistieras a la universidad. F la se*ora :oss continu : 8Alas%a necesita... +n realidad, todos necesitamos de j venes brillantes, que impongan modernidad a todo. 8,otando que eso pod!a -arecer condescendiente, a*adi apresuradamente8: 3omo el se*or 9enn... al administrar esta planta. ,ancy se perdi la analog!a, pues estaba mirando a Com. F por el modo en que lo hac!a, Lydia :oss comprendi inmediatamente que la muchacha india estaba enamorada de #l. +l joven dijo: 8La se*ora :oss me comunic que ser!a un privilegio conocerte. F yo le asegur# que no la desilusionar!as. Ahora ,ancy estaba dispuesta a hablar: 8J+s usted la esposa del due*o de esta plantaK 8)!. 8(ueno, pues deber!a decirle que hace mal en impedir a mi pueblo pescar en nuestro r!o, como siempre hemos hecho. La se*ora :oss, sorprendida por ese ataque frontal, se volvi hacia Com sin dejarse intimidar: 8J+s cierto lo que diceK Com se vio obligado a e$plicar que, de acuerdo con las leyes, cuando una fbrica obten!a el derecho de instalar su trampa en la confluencia... 8+so est mal, se*ora :oss. 4i familia ha pescado en este r!o durante ms de cincuenta a*os. 3ontinu defendiendo con tanto vigor los derechos de los nativos que la se*ora :oss se descubri asintiendo. -ero al fin tuvo que interrumpirla: 8,ancy, lo que desebamos era preguntarte dos cosas. JCe gustar!a ir a la universidadK JDas aprovechado tus estudios lo suficiente como para continuar con #$itoK 8+n realidad, se*ora :oss, no s# qu# es una universidad. -ero mis maestros insisten en decirme que, si quisiera, podr!a ir. Ante esa franca autoevaluaci n, la mujer empe; a hacerle una serie de preguntas, con intenci n de identificar el nivel de su preparaci n. Canto ella como Lydia se quedaron sorprendidas ante las maduras respuestas de ,ancy. Al parecer, hab!a le!do buenas obras literarias y sus conocimientos de historia estadounidense superaban ampliamente el promedio. )ab!a qu# era la 3apilla )i$tina y c mo se estructuraba una pera. -ero cuando la se*ora habl de lgebra y geometr!a, ,ancy dijo francamente: 8,o s# mucho de aritm#tica. 8Campoco yo 8dijo Lydia. -ero su madre no permiti esa fcil salida: 8)i quieres destacarte, ,ancy, tienes que saber de proporciones y de c mo resolver inc gnitas. La muchacha replic , con total sinceridad: 8+s lo que me dice siempre la se*orita Foster. La se*ora :oss qued preocupada al saber, por ,ancy y Com, que pocos indios pasaban del se$to grado y que, de todos los tlingits, s lo ella hab!a llegado al "ltimo curso. 8Da dado un buen ejemplo 8coment . Com qued tan complacido como si fuera uno de los profesores.

-gina LMM de ?@0

Alaska

James A. Michener

A esa altura de la entrevista nadie dudaba que ,ancy pod!a sobrevivir en una universidad. Lydia coment que ya superaba en conocimientos a muchos nuevos estudiantes. 8+n la universidad podr!as pasarlo estupendamente, ,ancy. La se*ora asegur a padre e hija que se le proporcionar!a alguna beca: 8,o se trata de que ella necesite ir a la universidad, sino de que la universidad necesita de ella. -ero resultaba obvio que ,ancy, la primera de su pueblo en emprender una aventura tan auda;, no estaba del todo segura. 8,o s# 8dijo t!midamente. -ero su padre, orgulloso de verla desenvolverse as!, dijo sin dirigirse a nadie en especial: 8)i es gratis, ir. La se*ora :oss se apresur a aclarar: 8,o ser!a del todo gratis. J-odr!a usted ayudarla con peque*os fondosK 8Fa lo hago 8respondi )am. F todos se echaron a re!r. Al terminar la entrevista, que se hab!a desarrollado mejor de lo esperado, las mujeres :oss tomaron una decisi n que dej a Com sorprendido y regocijado. La se*ora anunci : 8+sta noche, cuando el 4ontreal Nueen amarre aqu!, yo me embarcar# para volver a )eattle, como estaba planeado. -ero Lydia querr!a quedarse algunos d!as ms y regresar el viernes en nuestro barco de aprovisionamiento. 8Antes de que nadie pudiera hacer alg"n comentario, se volvi hacia )am8: )e*or (igears: Jpuedo dejar a mi hija con su familia hasta que llegue el barcoK ,o estar!a bien que se hospedara aqu!, con el se*or 9enn. Lo dijo con tanto encanto que todos se sintieron a gusto. )am pregunt a Lydia: 8JLista para verdadero potlatch tlingitK F la muchacha respondi : 8,o s# si eso se come o si es para acostarse, pero estoy lista. 3uando el barco canadiense lleg , ella permaneci en el muelle con ,ancy y Com, mientras su madre se embarcaba. La se*ora :oss, ms amable que nunca, se detuvo en el e$tremo de la plancha: 8<racias por cuidar de mi hija, se*or (igears. ,ancy, espero verte en )eattle en septiembre. F t", Com, has sido un anfitri n muy amable. A todos ustedes, las buenas personas que trabajan en la fbrica, que Bios les bendiga. ,ecesitamos la ayuda de todos. +l 4omtreal Nueen, orgullo de la l!nea canadiense, que cubr!a el trayecto entre )eattle, 9ancouver y los puertos de Alas%a, med!a ms de ochenta metros de eslora, -esaba mil cuatrocientas noventa y siete majestuosas toneladas y estaba legalmente autori;ado a llevar doscientos tres pasajeros. -ero como el verano se acercaba a su fin y eran muchos los turistas que deseaban despla;arse a )eattle, para ese viaje se armaron apresuradamente literas adicionales, para un total de trescientos nueve pasajeros y sesenta y seis tripulantes. +l barco parti de =uneau con s lo dos pla;as libres. 3uando se detuvo en la Fbrica de 3onservas C tem para recoger a sus dos pasajeras, la se*ora :oss e$plic que, si bien Lydia no viajar!a con ella, pagar!a igualmente los dos pasajes. +l tesorero present el problema al capitn (inneford, que prefiri no cobrar el alojamiento no utili;ado, teniendo en cuenta el estrecho v!nculo del se*or 4alcolm :oss con la l!nea. +l barco parti de C tem en un plateado crep"sculo de agosto. 3omo estaba algo retrasado, aceler la marcha ms que de costumbre, tratando de dejar atrs las partes rocosas del estuario antes de que llegara la marea baja. +l capitn (inneford sab!a bien que, al pasar junto a la 4orsa, era preciso dirigirse hacia el oeste, manteniendo la roca a babor. Aunque lo hi;o, por alg"n motivo que jams se sabr!a, redujo el margen de seguridad. +ran las siete y media de la tarde, aquel mi#rcoles, // de agosto de .@0M, y a"n

-gina LM? de ?@0

Alaska

James A. Michener

hab!a lu; abundante cuando el hermoso barco se lan; de frente contra una saliente sumergida de la 4orsa. La proa del barco qued averiada y, dada la velocidad que llevaba, se abri una grieta de veinticuatro metros y medio en el lado de babor. 3asi de inmediato, el 4ontreal Nueen qued varado en la 4orsa y la marea baja puso su herida al descubierto. La se*ora :oss, que a"n estaba desembalando el equipaje, fue arrojada hacia delante por el choque, pero era tan gil que no result lastimada. Fue una de las primeras en salir a cubierta y la que mejor comprendi lo ocurrido. 84i esposo tiene varios barcos navegando en estas aguas y estos accidentes ocurren con frecuencia 8asegur a los otros pasajeros8. -ero se puede pedir au$ilio por tel#grafo y otros barcos acudirn rpidamente a rescatarnos. ,o ve!a motivos para asustarse y lo repiti varias veces. 4ientras tanto el capitn (inneford enviaba y recib!a mensajes que ejercer!an un poderoso efecto en el destino del 4ontreal Nueen. 3uando la casa central de su empresa recibi noticia de su encallamiento, envi una respuesta que se har!a famosa en la historia de Alas%a: )I BAjR) ,R B+FI,ICI9R), )+ R:B+,A +)-+:A: ATGILIR R,CA:IR NT++, NT+ :+)3ACA:O CRBR) -A)A=+:R). LL+<A:O 9I+:,+) A,R3D+3+:. )i la se*ora :oss hubiera podido leer ese mensaje, al estar casada con el due*o de una empresa naviera, habr!a podido entender sus implicaciones. La compa*!a ordenaba as! al capitn del buque averiado que no permitiera ninguna labor de rescate por parte de barcos pertenecientes a otras l!neas ni por marinos aventurados de =uneau o Aetchi%an. Las leyes mar!timas establec!an que, si un barco averiado era socorrido por otra embarcaci n, #sta adquir!a derechos de salvamento. +n este caso, sacar al 4ontreal Nueen de las rocas o remolcarlo hasta =uneau equival!a a proporcionar ayuda. )i el 4ontreal Nueen lograba resistir hasta que su hermano, el ,otario, llegara desde 9ancouver, la empresa canadiense se ahorrar!a una suma considerable. +l capitn (inneford, despu#s de estudiar el estado de su barco, decidi arriesgarse a que el barco permaneciera varado donde estaba durante todo el jueves y el viernes& a esas alturas, el Rntario Nueen estar!a all! para trasladar a los pasajeros hasta )eattle. La decisi n era arriesgada, pero no est"pida, pues todos los oficiales de a bordo opinaron que, atascada como estaba, la nave no se mover!a de esa roca. +l capitn (inneford orden a su personal que informara a los pasajeros. +sa noche todos cenaron en mesas muy inclinadas y durmieron en camas que los hac!an rodar hacia estribor. La noticia del naufragio no lleg a C tem hasta el jueves por la ma*ana, una hora despu#s de saberse en =uneau. 3uando Com 9enn, )am (igears y otros lan;aron todos los botes de la fbrica para acudir al rescate de la se*ora :oss y cuantos pudieran caber en el espacio disponible, hab!a ya varias embarcaciones de la capital en los alrededores. +n el momento en que Com y (igears llegaban a la 4orsa se acerc un peque*o vapor de cabotaje. 8Cenemos muchos botes 8anunci )am8. :escatamos todos. )e acord que llevar!an a la se*ora :oss a C tem, donde podr!a esperar al barco de aprovisionamiento, que deb!a llegar el viernes. -ero cuando las diversas embarcaciones se apro$imaron al 4ontreal Nueen, se encontraron en las redes de esa ley descabellada. -ara proteger a su empresa de pagar derechos de salvamento, el capitn (inneford se neg a permitir que una sola persona, pasajero o tripulante, abandonara su barco a bordo de otro nav!o, fuera cual fuese su tama*o. -or lo tanto, los trescientos nueve pasajeros del 4ontreal Nueen pudieron alinearse ante la barandilla del averiado barco, casi tocando las manos de quienes aspiraban a rescatarlos, pero sin aceptar su ayuda.

-gina LMI de ?@0

Alaska

James A. Michener

Com y (igears locali;aron muy pronto a la se*ora :oss entre varias mujeres, a quienes tranquili;aba asegurndoles que el rescate era inminente& entre todas era la ms serena. Al ver a )am e$clam : 8URh, se*or (igears, cunto me alegro de verleV 8F quiso ir en busca de su equipaje, para ser una de las primeras en transbordar. 8Loo siento, se*ora 8se disculp un cort#s oficial canadiense, cerrndole el paso8. ,adie puede abandonar el barco. 8U -ero ha venido el bote de nuestra empresaV +l bote es nuestro y la fbrica, tambi#n. +st a pocos %il metros de aqu!. 8Lo siento much!simo y tambi#n el capitn (inneford, pero nadie -uede abandonar el barco. )omos responsables por su seguridad, se*ora. +l rescate es inminente. La se*ora :oss, que no pod!a entender una regla tan est"pida, e$igi ver al capitn, pero el oficial le dijo, en tono ra;onable: 83omprender usted que est muy presionado. Bemasiado trabaja ya con la tripulaci n. Cambi#n le prohibi arrojar su equipaje al bote de Com, para no comprometer la situaci n legal de la empresa naviera. Com y (igears permanecieron junto al barco durante todo el jueves, con la esperan;a de que se impusiera el sentido com"n, pero no fue as!. Tn segundo vapor, aun ms grande, lleg desde =uneau y los tripulantes de varias embarcaciones peque*as lo abordaron para preguntar a su capitn cul era la situaci n. 8)i se nos permitiera retirar a todos los pasajeros 8se les dijo8 la empresa canadiense podr!a verse obligada a pagar hasta dos mil d lares. 8J,o habr!a tambi#n derechos de salvamento sobre el barco en s!K 8Imposible. +stamos hablando de dos mil d lares, a lo sumo. Com 9enn e$clam sin vacilar: 8Fo pondr# los dos mil d lares. Rtros cinco o seis hombres se ofrecieron a contribuir, pues tal como dijo un marinero habituado a esas aguas: 8,unca se sabe cundo llegar ese viento Ca%u desde el 3anad. )er!a mejor que los sacramos antes del oscurecer. +l capitn del barco reci#n llegado, el del anterior y Com 9enn, como representante de la l!nea :oss H :aglan, decidieron comunicarse con (inneford utili;ando un megfono. Com, como portavo;, ofreci pagar todos los gastos relacionados con el inmediato desembarco de los pasajeros, -ero el canadiense se neg a estudiar siquiera la propuesta, pues mientras tanto hab!a recibido una segunda serie de instrucciones de la casa central, donde le aseguraban que el Rntario Nueen llegar!a a la 4orsa dos horas antes de lo calculado anteriormente. +l telegrama conclu!a diciendo: CRBR) -A)A=+:R) )A,R) F )AL9R) A (R:BR R,CA:IR NT++, 9I+:,+) 3TAC:R CA:B+. Com, que se sent!a personalmente responsable de la se*ora :oss, permaneci cerca del buque& a"n pensaba que el capitn (inneford, a quien ten!a por hombre sensato despu#s de haberle tratado en el breve viaje entre Aetchi%an y C tem, querr!a garanti;ar la seguridad de sus pasajeros, pese a las instrucciones que pudieran ponerlos en peligro, y deseaba estar cerca para proteger a la se*ora :oss. -or lo tanto, pidi a )am (igears que volviera a la fbrica en otro bote de C tem, para tranquili;ar a Lydia y asegurarle que su madre no corr!a ning"n peligro. 3uando la embarcaci n de )am apenas se hab!a apartado del vapor encallado, un fuerte viento baj por el estuario, procedente del 3anad. Bos marineros e$perimentados advirtieron: 8)i esto contin"a tendremos un verdadero Ca%u.

-gina LM@ de ?@0

Alaska

James A. Michener

3omo )am era cauteloso con los vendavales, describi un c!rculo con\ pleto y regres , a fin de estar all! para desembarcar a los pasajeros si el viento arreciaba. +se jueves por la noche, en su crujiente alojamiento, la se*ora :oss y otros pasajeros escrib!an notas para sus familiares. La de ella era para Lydia: +sta aventura me demuestra una cosa, y espero que t" lo comprendas tambi#n, Lydia. ,ing"n desastre 1y el naufragio de esta nave es un desastre2 justifica que una persona act"e est"pidamente. -or el contrario, en momentos as! es preciso utili;ar una Inteligencia sobrehumana. +spero que lo hagas siempre. +s est"pido mantener a los pasajeros atrapados en este barco, aunque e$ista una ra;onable seguridad de que el otro llegar a tiempo. +s est"pido permitir que unos cuantos d lares obstruyan el funcionamiento del sentido com"n. F es siempre muy est"pido, Lydia, permitir que cosas sin importancia empa*en la visi n de lo verdaderamente importante para tomar la decisi n correcta. )i salimos con vida de este pat#tico nav!o, cosa que empie;o a dudar, tu padre contar con mi ardiente apoyo cuando e$ija que el capitn (inneford no vuelva a navegar en las aguas de Alas%a, pues su conducta de esta noche es imperdonable, viendo que empie;a a levantarse viento. )!, el viento arrecia considerablemente y el barco cruje mucho ms que antes. 4ientras escribo, un plato empie;a a moverse por la mesa y, en ve; de detenerse, adquiere velocidad. -ero me alegro de haber hecho este viaje contigo, Lydia. 3reo que ambas vimos un nuevo aspecto del se*or 9enn, y no digo que fuera favorable o desfavorable, sino nuevo. +sa ,ancy (igears es una alhaja, hasta me dio una lecci n antes de que yo pudiera ofrecerle mi ayuda. +ncrgate de que se desempe*e bien en la universidad. F cu!date. Coma las decisiones correctas y defi#ndelas. ,o tengo tanto miedo, como podr!a hacer pensar esta carta. +stoy segura de que ma*ana nos rescatarn. 3uando se acerc a la barandilla para arrojar su carta a Com, debidamente provista de un peso, un oficial trat de imped!rselo, aduciendo otra ve; que eso comprometer!a la situaci n legal del barco, pero ella lo apart de un empell n, dici#ndole speramente: 8-or el amor de Bios, joven, no sea idiota. 3uando (igears lleg al sitio busc el bote de Com, pero no pudo hallarlo entre la veintena de peque*as embarcaciones ansiosas de rescatar a los pasajeros. 4s tarde lo vio hablar con la se*ora :oss, que segu!a acodada en la barandilla. -or no alarmarla con las noticias que tra!a, esper a que la mujer se retirara para abordar el bote de Com. 8Cengo miedo. Cambi#n hombres de planta. 8JNu# pasaK 89iene viento Ca%u. ,o duda. 8J3rees que pueda sacar al Nueen de las rocasK 8)i sube agua, qui;. 8JDay alguna posibilidadK 8Nui; s!. CR4 y (igears remaron entre los botes hasta reunir a los dos capitanes que hab!an discutido con el capitn (inneford un rato antes. 8)am (igears ha pasado toda su vida en este estuario 8les dijo8. Lo conoce mejor que nadie. F #l dice que... +$pl!cales, )am. 89iene gran viento Calcu. Nui; antes que sale sol. 8JCraer mucha aguaK 8)eguro. 8F habr una marea bastante alta, adems 8observ Com. Los dos capitanes no necesitaban ms informaci n. +n compa*!a de Com y (igears, se acercaron al 4ontreal Nueen, gritando: 8Nueremos hablar con el capitn (inneford.

-gina L?0 de ?@0

Alaska

James A. Michener

8+st ocupado. Tno de los capitanes se irrit : 8Biga a ese hijo de mala madre que se desocupe y venga a hablar con nosotros. 8,o quiere ms intromisiones. 8-ues las tendr, porque est a punto de levantarse un viento Ca%u de los mil demonios y le despegar el culo de esa roca. 3omo el joven oficial se negaba a interrumpir al capitn (inneford, el hombre se puso furioso y sac un rev lver para disparar dos veces por encima del 4ontreal Nueen. Ante eso, el capitn (inneford acudi a la carrera. 8JNu# pasa, se*or -roudfitK 8Day problemas 8anunci su colega, desde el bote de rescate8. 9a a levantarse un fuerte viento, capitn. Beber!a sacar a todos de ese barco. 84a*ana a las cuatro de la tarde llegar el Rntario Nueen. 8+s posible que llegue y no los encuentre. +l capitn (inneford iba a retirarse, pero el segundo capitn le grit : 8+ste hombre ha pasado toda la vida en Ca%u. 'l sabe. F dice que el viento va a ser peligroso. +n la oscuridad, el capitn (inneford le mir fijamente, impresionado por esas palabras. -arec!a dispuesto a escuchar, pero en ese momento Com acerc una linterna a la cara de (igears. Al ver que )am era un tlingit, el capitn canadiense gir sobre sus talones y se retir . -ero )am no se equivocaba en su apreciaci n del viento. A medianoche era ya tan potente que casi todas las embarcaciones peque*as, cuyos tripulantes conoc!an esas aguas, buscaron la protecci n de una cala al norte del glaciar de la 4orsa. Com y )am se sintieron en la obligaci n de mantenerse cerca, por si el capitn recobraba el buen tino, pero a las tres de la ma*ana las rfagas eran tan fuertes que (igears advirti : 89amos o hundirnos tambi#n. Com, contra su voluntad, dirigi su bote hacia una cala, al sur del glaciar. 4ientras se alejaban del 4ontreal Nueen, pregunt : 8JNu# va a pasarK 84e parece hunde 8respondi (igears. 8+sos dos barcos grandes Jno podrn rescatarlosK 8Cienen cabe;a, se van ahora 8replic )am. F Com vio con horror, en la oscuridad, que los dos nav!os de ms tama*o se alejaban tambi#n en busca de refugio, pues sus capitanes sab!an que el vendaval tendr!a pronto fuer;a suficiente para estrellarlos contra las rocas. +ntre el rugir del viento y con el barco cada ve; ms escorado, la se*ora :oss escrib!a en su camarote una "ltima nota, que su hija recibir!a semanas despu#s, manchada de agua: )in duda, Lydia, tu abuela conoci momentos como #ste en los que todo parec!a perdido. :ecuerda las duras acusaciones que se hicieron contra ella y esas otras j venes valientes. +llas sobrevivieron, y tambi#n lo har# yo. -ero el viento arrecia, s!, y esperamos el amanecer en una especie de mudo terror. Codo esto es muy tr!ste. ,o puedo contener las lgrimas, porque era innecesario. Cu padre y yo habr!amos solucionado el problema en tres minutos. Ce ruego que desarrolles en tu carcter la voluntad de asumir las responsabilidades, pues es una gran virtud, qui; la ms grande de todas. Ce amo. +sta noche mis esperan;as deben pasar a ti. 3uando rompi el alba, en la ma*ana del viernes, todos los barcos de rescate estaban diseminados y observando con horror el arreciar del vendaval, que agitaba el agua del estuario. Com y (igears salieron de su refugio y, desafiando el oleaje furioso, trataron de

-gina L?. de ?@0

Alaska

James A. Michener

acercarse al varado 4ontreal Nueen. 3uando hubo lu; suficiente para ver el barco, peligrosamente escorado a babor, el viento se torn tan potente que Com e$clam : 8U9olvamosV -ero (igears grit : 8UCenemos que sacar se*ora :ossV 8F continu impulsando su peque*a embarcaci n entre las grandes olas. Be pronto, una combinaci n de fuertes rfagas y olas mucho ms altas que las anteriores, meci al 4ontreal Nueen hasta desasirlo y lo volc sobre el flanco abierto. +n pocos minutos el hermoso barco desapareci en las aguas oscuras del estuario. Bebido al tremendo efecto de succi n que el hundimiento provoc , no sobrevivi uno solo de los trescientos nueve pasajeros. -or evitar una p#rdida financiera de dos mil d lares perecieron todas las personas que estaban a bordo del 4ontreal Nueen, incluida la tripulaci n. Com y (igears se quedaron en el lugar del naufragio, con die; o doce embarcaciones ms, con la esperan;a de salvar siquiera a unos cuantos pasajeros& pronto fue obvio que no hab!a a quien rescatar. +l barco hab!a ;o;obrado con tanta rapide; que apenas quedaban algunos restos para marcar el sitio. A eso de las tres de la tarde, cuando Com iba a iniciar el regreso a C tem, )am (igears grit : 8U4iraV +l joven, al volverse, vio al majestuoso Rntario Nueen, que llegaba con una hora de anticipaci n. +n la fbrica, Com no pudo e$plicar lo ocurrido a las mujeres que esperaban. Fue (igears quien trep al muelle y, acercndose lentamente a la multitud reunida, abra; a Lydia :oss: 8Codos hundieron. Codos. Com tiene carta. Lydia logr dominarse antes de que Com se apro$imara, pero al ver a ese apuesto joven, al que en un momento hab!a tratado tan mal, corri hacia #l y se arroj en sus bra;os, deshecha en lgrimas. A su regreso a )eattle, cuando anunci que se casar!a con Com 9enn, su padre sospech con ra; n que estaba actuando en un e$ceso de emotividad y le rog que esperara hasta ver las cosas con ms claridad. -ero ella le dijo. 8+n esa visita vi las cosas con mucha claridad. )i mam hubiera vivido, ella te habr!a dicho que me qued# para que Com no se casara con ,ancy (igears, aunque ya vers que ella es maravillosa. Fo quer!a a Com para m!, lo quer!a por los mejores motivos del mundo: le amo. 84s tarde a*adi 8: Le vi durante la tormenta. Actu como lo habr!as hecho t", pap. 83asi todos los hombres se comportan con valor en una tormenta 8observ el se*or :oss. F ella corrigi : 8+l capitn (innef rd, no. +l padre hi;o valer su opini n de que no deb!a casarse inmediatamente: 8Las apariencias me importan un rbano, como bien sabes. -ero esa vieja e$presi n, Pun intervalo decenteQ, tiene sentido. 8+l die; de octubre ser decente 8replic ella8. Com y yo tenemos cosas que hacer. A la boda asisti ,ancy (igears, ya inscrita en la universidad. +ntre ella y Lydia e$ist!a cierta incomodidad, pero no con Com. A"n le amaba y la pareja lo sab!a. +llos tambi#n la amaban, pues ,ancy era la primera tlingit que probaba suerte en el mundo de los blancos y le deseaban suerte. 3uando la muchacha pregunt d nde pasar!an la luna de miel, Lydia respondi : 8+n la planta de Aetchi%an. Com tiene mucho trabajo.

-gina L?/ de ?@0

Alaska

James A. Michener

F ,ancy los bes a ambos. 3uando ,er%a, el salm n, salt por encima de la gu!a de Com 9enn a fin de retornar al r!o de las -l#yades, se enfrent al reverso del problema que lo hab!a amena;ado tres a*os antes. Ahora, siendo un pe; aclimatado a la vida en agua salada, deb!a aprender nuevamente a vivir en agua dulce& esa brusca alteraci n requiri dos d!as de nadar lentamente en el nuevo medio. -ero )e adapt gradualmente. Ahora la grasa acumulada en su joroba, en su per!odo de prodigiosa voracidad, se convert!a en una ventaja, pues lo manten!a vivo y fuerte para ascender las cascadas del r!o, ya que una ve; que ingresara en agua dulce, no volver!a a comer: todo su sistema digestivo se hab!a atrofiado hasta el punto de no funcionar. Cen!a que recorrer quince %il metros aguas arriba para llegar al lago. +sa tarea era much!simo ms dif!cil de lo que hab!a sido el descenso& no s lo deb!a saltar grandes obstculos, sino tambi#n protegerse de los muchos osos que se alineaban junto al r!o, sabiendo que se acercaban los salmones grandes. +n los primeros rpidos, demostr su habilidad nadando directamente por el centro, enfrentado a toda la potencia del torrente e impulsndose con en#rgicos golpes de cola& pero cuando lleg a la primera cascada, de casi dos metros y medio de altura, puso a prueba su e$tra*a habilidad& despu#s de reunir fuer;as en el fondo, se arroj s"bitamente contra la ca!da de agua y elevndose en el aire, salt los dos metros y medio, haciendo vibrar furiosamente la cola. 3on un esfuer;o pocas veces igualado en el reino animal, su8 per ese considerable obstculo. -ero su ms sobresaliente actuaci n se produjo ante la tercera cascada, que no era vertical, sino un tramo de cinco metros y medio donde el agua descend!a rpida y turbulenta, con tal inclinaci n que ning"n pe; parec!a poder franquearla, mucho menos de un solo salto. All! ,er%a emple otra tctica. )e lan; furiosamente hasta el centro mismo del caudal y nad dentro de la misma cascada, saltando y forcejeando hasta hallar un precario asidero a medio camino. All! descans por algunos instantes, reuniendo energ!a para la prueba ms dif!cil. Atrapado en medio de la ca!da, era obvio que no pod!a tomar impulso, pero s! elevarse casi verticalmente, agitando salvajemente la cola. ,ad una ve; ms, sin saltar, hasta el centro de la cascada e hi;o un esfuer;o prodigioso para llegar a aguas tranquilas, en las que descans durante largo rato. Ahora se acercaba la parte ms peligrosa de su viaje al hogar, en lo que se refiere a agentes e$ternos& en ese estado de agotamiento dej de aplicar la cautela por la que se manten!a vivo desde hac!a seis a*os. Llevado por la corriente, se acerc a un grupo de osos que se reun!an en ese sitio& sab!an por e$periencia de siglos que los salmones, terminada la batalla contra la cascada, pasaban un rato flotando sin rumbo y se convert!an en presas fciles. Tn oso grande hab!a vadeado un par de metros en el r!o y, a golpes de ;arpa, arrojaba a los agotados salmones a la orilla, donde los otros se precipitaban sobre ellos, desgarrndolos. +ste animal, que reconoci en ,er%a al salm n ms prometedor de la ma*ana, dispar la ;arpa derecha por el agua y lo agarr bajo el vientre, para arrojarlo con fuer;a hacia atrs, como un pescador que recogiera una estupenda trucha. 4ientras volaba por el aire, ,er%a not dos cosas: la ;arpa del oso le hab!a desgarrado el flanco derecho, pero no de modo fatal, y en la direcci n de su vuelo hab!a algunas ;onas que parec!an agua. +n cuanto aterri; en suelo seco, con un fuerte golpe, dos osos grandes se adelantaron para matarlo, entonces ,er%a describi una serie de locos giros, reuniendo toda la potencia de cola, aletas y m"sculos del cuerpo. 3uando los osos alargaron las fuertes ;arpas, #l se retorci como una mosca ebria que tratara de posarse sobre las

-gina L?7 de ?@0

Alaska

James A. Michener

vacilantes patas. +n el momento en que iban a sujetarlo, salt hacia una de las ;onas brillantes. +ra un tranquilo bra;o del r!o, y all! se salv . Ahora, a medida que se acercaba al lago, la se*al, compuesta de rastros minerales, la posici n del sol, qui;s la rotaci n de la Cierra o alguna fuer;a el#ctrica peculiar, todo eso se torn abrumador. 9en!a siguiendo esa se*al durante ms de tres mil %il metros y ahora le lat!a en todo el cuerpo envejecido: P 'ste es el lago de las -l#yades. 'ste es mi hogarQ. Lleg al lago el /7 de septiembre de .@0M& al entrar en esa hermosa masa de agua, entre las monta*as protectoras, busc el camino hacia el peque*o arroyo, con su especial acumulaci n de grava, en donde hab!a nacido seis a*os antes. -or primera ve; en su e$citante vida busc a su alrededor, no simplemente otro salm n, sino una hembra& cuando llegaron otros machos los reconoci como enemigos y los ahuyent . +staba por iniciarse la e$periencia culminante de su vida, pero s lo #l y otros dos ejemplares de los cuatro mil originarios hab!an logrado llegar a las aguas de su nacimiento. +l resto hab!a -erecido entre los peligros impuestos por el incre!ble ciclo de los salmones. 4isteriosamente, de una saliente oscura que arrojaba las sombras profundas tan gratas al salm n ner%a, surgi ella: una hembra madura que hab!a compartido los mismos peligros y, a su modo, hab!a sabido evitar las gu!as e$tendidas para atraparla y ascender las cascadas, utili;ando sus propias tretas. +ra igual a #l en todo sentido, e$ceptuando la fiera mand!bula pronunciada. F ella tambi#n estaba lista para el acto final. )e le arrim serenamente, como si dijera: Pbuscar# tu protecci nQ empe; a menear suavemente la cola y las aletas, apartando los sedimentXRXs aluviales ca!dos sobre la grava que pretend!a utili;ar. +mpleando s lo esos movimientos fue e$cavando un nido de unos quince cent!metros de profundidad y el doble de su propia longitud, que rondaba los sesenta cent!metros. -reparado el nido, lo prob otra ve;, para asegurarse de que la corriente del agua fr!a vivificante brotara a"n del r!o oculto& al sentir su tranquili;ante pre8 sencia, estuvo dispuesta. +ntonces se inici el cortejo: una dan;a lenta, so*adora, en la que ,er%a se acercaba cada ve; ms, frotando sus aletas a las de ella, apartndose a una breve distancia para regresar precipitadamente. )e presentaron otros machos que percib!an la presencia de la hembra, pero ,er%a los ahuyentaba en cuanto aparec!an. F la l!rica dan;a continuaba. Be pronto se produjo una transformaci n: los dos salmones abrieron la boca tanto como se lo permit!an las articulaciones de las mand!bulas, formando grandes cavernas para la entrada de agua fresca. +ra como si desearan purificarse, barrer las viejas costumbres para preparar lo que iba a suceder. 3uando ese rito estuvo completo, e$perimentaron salvajes y furiosas oleadas de emoci n& giraron a la par, entrechocando las mand!bulas y haciendo temblar las colas. Al terminar ese ballet acutico abrieron nuevamente la boca y la hembra liber unos cuatro mil huevos& en ese instante preciso ,er%a e$puls su lecha sobre toda la ;ona. La fertili;aci n se producir!a por a;ar, pero el incre!ble torrente de lecha hac!a probable que cada huevo fuera fecundado& ,er%a y su compa*era habr!an cumplido con su parte en la perpetuaci n de la especie. Tna ve; cumplido su destino, terminados los misteriosos viajes, les esperaba la incre!ble culminaci n de sus vidas. 3omo no hab!an comido siquiera un pececillo desde que hab!an abandonado el oc#ano, y estaban tan agotados por el viaje aguas arriba, la batalla contra las trampas y los ascensos por las cascadas, no conservaban siquiera una pi;ca de fuer;a vital. 3onsumido el poder de la voluntad por esos tremendos esfuer;os, se dejaron llevar por la corriente, sin rumbo& las aguas caprichosas los transportaron hacia el sitio donde el lago se vaciaba en el r!o. 3uando ingresaron a los vivaces remolinos del arroyo, revivieron por un momento y agitaron la cola de la manera acostumbrada, pero estaban tan d#biles que nada ocurri & la

-gina L?6 de ?@0

Alaska

James A. Michener

corriente los arrastr pasivamente hasta el lugar donde se iniciaban las cascadas y los rpidos. Al llegar al sitio fatal donde esperaban los osos, ,er%a reuni energ!a, suficientes para apartarse, pero su compa*era, pr $ima a la muerte, no pudo hacerlo& uno de los animales ms grandes la atrap con sus poderosas ;arpas y la arroj a la costa, donde otros osos saltaron sobre ella. Besapareci en un breve instante. )i ,er%a hubiera estado en posesi n de sus facultades, nunca habr!a permitido que la cascada larga lo estrellara contra sus rocas ms peligrosas, pero eso fue lo que ocurri & la "ltima ca!da fue tan demoledora que le arranc la escasa vida que le quedaba. Crat vanamente de recobrar el control de su destino, pero el agua implacable continuaba golpendolo de roca en roca& lo "ltimo que vio de la Cierra y sus aguas, de las que #l hab!a formado parte tan go;osamente, fue un gran chorro por el que qued absorbido contra su voluntad y la voluminosa roca que acechaba all!. 3on un tremendo golpe dej de e$istir. Dab!a vuelto al sistema del lago de las -l#yades el /. de septiembre de .@0M. +l d!a /L engendr la siguiente generaci n de salmones ner%a& mor!a en el "ltimo d!a del mes. Dab!a vivido cinco a*os y seis meses, cumpliendo todas sus obligaciones con valor, tal como lo hab!a programado la naturale;a. )u cuerpo muerto deriv aguas abajo durante cinco %il metros, hasta que las ondas lo dejaron en un remanso donde aguardaban los cuervos, familiari;ados con las costumbres del r!o. Lleg a donde estaban ellos a las cuatro de una tarde cada ve; ms fr!a, en la que alimentarse era esencial& al caer la noche s lo quedaba su esqueleto. Be los cien millones de salmones ner%as nacidos con #l en .@0., s lo unos cincuenta mil lograron retornar& como es ra;onable suponer que se divid!an por partes iguales entre machos y hembras, esto significa que hubo veinticinco mil parejas para la procreaci n. -uesto que cada hembra produjo alrededor de cuatro mil huevos, habr!a un total de cien millones de huevos disponibles para asegurar una generaci n nacida en .@0?, n"mero que, como ya hemos visto, es el requerido para mantener la poblaci n normal del lago. 3ualquier disminuci n en la cantidad de supervivientes pondr!a en peligro la continuaci n de la especie. )i al a*o siguiente las gu!as se elevaban un poco ms, seg"n lo planeado, el n"mero de salmones capaces de evitarlas para procrear disminuir!a a"n ms y, a*o tras a*o, la deficiencia ir!a en aumento. La codicia de Com 9enn y sus patrones de )eattle hab!a condenado al salm n del lago de las -l#yades, uno de los miembros ms nobles del reino animal, a su e$tinci n final. +n noviembre, Chomas 9enn y se*ora estaban dedicados a cerrar la planta Aetchi%an para la temporada de invierno, despu#s de una e$celente campa*a. +n esos d!as, recibieron la visita de un funcionario enviado por la casa central de )eattle, que tra!a noticias deprimentes: 8+l se*or :oss me encarg que les dijera que ,ancy (igears, despu#s de unas pocas semanas en la universidad, se embarc en uno de nuestros barcos para volver a =uneau. 3uando le preguntaron por qu# abandonaba sus estudios, dijo: P+sas clases no me ofrec!an nadaQ. 8JF a qu# se ha dedicadoK 8quisieron saber Com y Lydia. -ara estar seguro de dar la respuesta correcta, el hombre sac de su bolsillo un papel que le hab!a dado el se*or :oss: 8Bos semanas despu#s de llegar a =uneau, ,ancy se cas con un chino que trabaja haciendo reparaciones, que se llama Ah C!ng.

-gina L?L de ?@0

Alaska

James A. Michener

XI. EL CINTURN FERROVIARIO


+n el verano de .@.@, 4alcolm :oss, de sesenta y siete a*os de edad, estaba agoni;ando. )ab!a que dejaba su eminente establecimiento mercantil, :oss H :aglan, en mejores condiciones que nunca. )obresal!a en las tres actividades a las que se dedicaba: el transporte mar!timo a Alas%a, los grandes almacenes en Anchorage, =uneau y Fairban%s, con sucursales en casi todas las ciudades, y la fabricaci n de conservas de salm n. :H: representaba la vanguardia del progreso en )eattle y los comentaristas no se equivocaban mucho al decir: P:H: es Alas%a y Alas%a es :H:Q, pues la relaci n era ventajosa para ambas partes. La empresa recib!a dinero en grandes cantidades& Alas%a, las mercanc!as que necesitaba y un transporte fiable a lo que llamaban PLos cuarenta y ocho de abajoQ. 3omo no hab!a carreteras desde Alas%a a las ;onas industriali;adas de 3anad ni a +stados Tnidos, y tampoco era probable que las hubiera en un futuro previsible, todas las mercader!as que ese territorio necesitaba deb!an llegarle inevitablemente en un barco de :H:& y todos los viajeros que desearan partir de Alas%a hacia el sur ten!an que usar ese mismo medio. -ero :oss ten!a conciencia, desde hac!a alg"n tiempo, de una posible debilidad en el ben#volo monopolio de su empresa. Beseoso de anali;ar la situaci n, llam a su hija Lydia a su lecho de muerte y le pidi que trajera a su esposo, Com 9enn, que por ms de una d#cada hab!a supervisado las fbricas de conservas de salm n de la compa*!a. 3uando vieron lo d#bil que estaba por los e$cesivos esfuer;os hechos durante los "ltimos meses de la reciente guerra mundial, se alarmaron, pero #l no permiti ning"n sentimentalismo: 8,o estoy fuerte, como bien pod#is ver, pero la mente me funciona 3R4R siempre. 8,o te esfuerces, pap 8recomend Lydia8. Los hombres de la oficina lo tienen todo en orden. 8,o os he hecho venir para hablar de la oficina. 4e preocupa la inseguridad de nuestra compa*!a naviera. 8+l trfico es impecable 8observ Com, que a sus treinta y seis a*os hab!a viajado ms que ning"n otro miembro de la empresa en los barcos de :H: 8 F sab!a que la l!nea estaba en perfectas condiciones. 8-or el momento, s!. -ero miro hacia delante y preveo peligros. 8J-or qu#K 8pregunt Lydia. Bespu#s de incorporarse sobre un codo, el padre respondi : 8-or la competencia. Be las empresas estadounidenses no, porque las tenemos a raya y ninguna de ellas puede representar un peligro. -ero s! de 3anad, que tiene empresarios capaces. F de =ap n& los japoneses son muy eficientes. 8Demos visto ciertas se*ales 8reconoci 9enn8. +stoy seguro de que podemos mantenerlos a distancia, pero Jqu# ha pensado ustedK 83abotaje [dijo el enfermo, dejndose caer hacia atrs8. J)ab#is qu# esK 83omo los dos j venes menearon la cabe;a, orden 8: UAveriguadloV +llos comen;aron a estudiar esa arcana ley del mar y sus aguas costeras. La palabra proven!a del franc#s: caboter, navegar a lo largo de la costa. con el correr de los siglos hab!a adquirido en c!rculos diplomticos una aplicaci n espec!fica: el derecho a transportar mercanc!as entre dos puertos del mismo pa!s. Aplicado por las naciones mercantiles, significaba que un barco japon#s, construido en =ap n y de propiedad japonesa, con tripulantes del mismo pa!s, pod!a legalmente ;arpar de Fo%ohama cargado de mercanc!as japonesas y navegar hasta )eattle, donde pod!a descargar su mercanc!a,

-gina L?M de ?@0

Alaska

James A. Michener

pagando los correspondientes derechos, y venderla en +stados Tnidos. Luego el barco pod!a cargar mercanc!as estadounidenses y llevarlas a =ap n, 3hina o :usia. -ero cuando ese barco japon#s acabara de descargar en )eattle, se le prohibir!a ejercer el cabotaje, es decir: no podr!a embarcar carga ni pasajeros en )eattle para llevarlos a otro puerto estadounidense, como )an Francisco. +spec!ficamente, no pod!a transportar art!culos estadounidenses a Alas%a. Las mercanc!as y los pasajeros que viajaran de un puerto estadounidense a otro deb!an ser transportados por barcos estadounidenses, con tripulaci n estadounidense, sin que se permitiera la ms leve desviaci n. Los comerciantes de )eattle reverenciaban el derecho de cabotaje como si fuera la (iblia, pues les aseguraba protecci n contra la competencia de los nav!os asiticos, que pod!an trasladar carga a muy bajo coste por lo mal que pagaban a su tripulaci n. -or tanto, cuanto ms hurgaban los dos 9enn en las complejidades del cabotaje, ms claramente ve!an que el futuro de )eattle y, sobre todo, la rentabilidad de la empresa familiar depend!a de que retuvieran, fortalecieran F aplicaran estrictamente las leyes de cabotaje. 3uando volvieron a reunirse con el enfermo para discutir el asunto, #ste e$pres su alegr!a por lo pronto que hab!an dominado la situaci n, pero le preocup que ellos no supieran reconocer el siguiente paso a dar para proteger a )eattle por completo: 8La gente de Alas%a, Com, no va a apoyar ning"n refuer;o del cabotaje. -or el contrario, se opondr en el 3ongreso. 9enn asinti : 8-odr!an conseguir mercader!as mucho ms baratas de los barcos europeos y asiticos. Dasta los de 3anad podr!an aventajarnos. 8Cemo sobre todo a los canadienses. Lo que debes hacer cuando el 3ongreso trate el asunto, cosa que los de Alas%a reclamarn, es conseguir un apoyo que nunca hemos tenido. 8,o comprendo. +l cabotaje es un asunto naviero. ,osotros lo apoyamos. Los comerciantes de )eattle lo apoyan. Los armadores de la 3osta Reste, tambi#n. -ero Jqui#n msK 8Ah! es donde empie;a a ser importante la pol!tica. Aprtate de las costas. 3onsigue grupos de partidarios nuevos en ciudades como -ittsburgh, 3hicago y )aint Louis. 8J3 moK 8-or medio de las organi;aciones laborales. A*ade un simple art!culo a las leyes de navegaci n y todos los sindicatos apoyarn a gritos nuestro proyecto. 8J3ul es ese art!culo mgicoK 8pregunt Lydia. )u padre respondi : 8+$igir que los barcos sean estadounidenses, propiedad de comerciantes estadounidenses y tripulados por estadounidenses, pero tambi#n que sean construidos por entero en astilleros de nuestro pa!s y por trabajadores de nuestro pa!s. Al terminar su receta para el crecimiento continuado de )eattle y :H:, se recost en las almohadas, sonriente, pues estaba convencido de que, si se pod!a sacar adelante esa ley en el 3ongreso, se eliminar!a la posibilidad de que Alas%a evadiera de alg"n modo el control de )eattle. -ero su astuto yerno detect el peligro de confiar en que el 3ongreso aprobara una ley para ayudar a unos pocos y perjudicar a muchos. 8Los de Alas%a lucharn como endemoniados para impedirlo 8advirti al anciano. 'ste se limit a asentir: 8-rotestarn, por supuesto. All arriba nunca han comprendido que deben confiarnos su bienestar. :H: nunca ha sacado de Alas%a un c#ntimo que no estuviera justificado. Lo

-gina L?? de ?@0

Alaska

James A. Michener

mismo ocurrir con la ley de que hablo. La haremos aprobar para proteger Alas%a de s! misma. 8J3 moK 8pregunt Com. F recibi una recomendaci n que no le fue grata: 8Lo haremos como siempre. La 3osta Reste no tiene suficiente poder en el 3ongreso para hacerlo sola, pero contamos con amigos en otros estados. Bebemos movili;ar a esos amigos. F e$iste un solo hombre que puede hacerlo en nombre nuestro. Com sinti que el est mago le daba un vuelco. F su aprensi n estaba =ustificada, pues :oss concluy con firme;a: 8(usca a 4arvin Do$ey. 8Upero si es un corruptoV 8e$clam el yerno, recordando cunto le disgustaba ese tramposo intermediario. 8Codav!a tiene influencia en >ashington. )i quieres proteger nuestros Intereses en Alas%a, busca a Do$ey. Com se resist!a a hacerlo, pero en los agitados d!as que siguieron, en que el 3onsejo de Administraci n de :H: se reuni para decidir a qui#n nombrar sucesor de 4alcolm :oss al frente de la empresa, qued claro que el enfermo no dar!a su bendici n a Com 9enn a menos que #ste contratara a 4arvin Do$ey, el efectivo traficante de influencias, para que hiciera aprobar una nueva ley mar!tima en el 3ongreso. :oss, a solas con su hija, le advirti : 8)i Com no contrata a Do$ey ahora mismo, dir# al 3onsejo que no es el hombre adecuado para reempla;arme. 8-ero Do$ey es un mal hombre, pap, una mala persona. Lo ha demostrado una y otra ve;. 8+s un hombre capa;. Dace lo que promete y eso es lo que importa. 8F si Com se niega Jlo recha;arsK 8Bebo pensar en la seguridad de mi empresa. Dacer lo conveniente. 8J3ontratar a un corrupto te parece convenienteK 8+n estas circunstancias, s!. +sa noche Lydia le dijo a su esposo: 8)er!a mejor que telefonearas a Do$ey. 8,o voy a hacerlo. 8-ero Com... 8,o voy a rebajarme otra ve; relacionndome con ese ladr n. Dubo un prolongado silencio. Luego Lydia dijo, en vo; baja: 83uando mi padre muera, la principal accionista ser# Fo. Cendr# las acciones de mi madre y las que #l me deje. F como debo actuar en defensa de mis intereses, yo misma llamar# a Do$ey. Com abandon la habitaci n, disgustado, pero mientras se paseaba ante la puerta comprendi que estaba provocando una ruptura con su esposa, en un momento en que ella necesitaba todo su apoyo. -or eso regres al cuarto, justo cuando Lydia acababa de pedir la comunicaci n. Com el auricular y dijo con tanto dominio de s! mismo como pudo: 8J4arvin Do$eyK Al habla Com 9enn... )!, nos conocimos en ,ome, en los buenos tiempos, y durante las concesiones del salm n... s!, me cas# con Lydia :oss... Lamento decirle que su padre est muy enfermo... )!, quiere completar un gran trabajo antes de morir.. ,ecesita de usted. 3uanto antes... )!, Alas%a. 8)igui un largo silencio, durante el cual el e$uberante interlocutor pronunci un discurso8. )!, se lo dir#. Al cortar, Com mir mansamente a Lydia: 8U+se viejo p!caroV Fa hab!a previsto lo que )eattle querr!a para la ley mar!tima. Da visitado a varios congresistas, con la seguridad de que le llamar!amos.

-gina L?I de ?@0

Alaska

James A. Michener

8JF qu# ms dijo, en esa pausa tan largaK 8Bijo que conoc!a Alas%a como la palma de su mano y que todo saldr!a bien. -oco despu#s, el astuto veterano viaj a )eattle para consultar con 4alcolm :oss. Cen!a sesenta y cuatro a*os& estaba gordo, rubicundo y bien afeitado& entr en la habitaci n del enfermo con el !ndice e$tendido como si fuera una pistola y dispar contra :oss una bala imaginaria: 8Antes de que caiga la noche, tendr usted que salir de esa cama. +s una orden. 8Rjal pudiera obedecer, 4arvin, pero es mi... 8)e dio un golpecito en el pecho, sonriendo8. Acerque una silla y esc"cheme. F el moribundo pr!ncipe mercantil, tendido en la cama, urdi su "ltima maniobra estrat#gica para la prosperidad de )eattle. +n esos a*os, el estado de >ashington estaba representado en el )enado por un republicano trabajador y cordial, llamado >esley L. =ones, cuya devoci n al deber le hab!a llevado a la presidencia de la importante 3omisi n de 3omercio. )iempre atento a los intereses de su estado, hab!a prestado atenci n a 4alcolm :oss, que consultaba con #l las maneras de asegurar definitivamente todo el comercio con Alas%a. +staba firmemente de acuerdo en que era preciso e$cluir de ese rentable comercio a naciones como =ap n y 3anad& no encontraba motivos por los que el estado de >ashington no debiera tener prioridad sobre el informe territorio de Alas%a, pero advirti a :oss y a los otros de )eattle: 8,o estamos en los viejos tiempos, caballeros. Alas%a comien;a a tener vo; en la capital de nuestro pa!s. +l hijo de puta de )heldon =ac%son puede no ser ms grande que un alfiler, pero ha puesto en marcha a muchos cristianos fervientes de la ;ona. +sta ve; no podremos hacer aprobar fcilmente la ley para ustedes. Dabr que trabajar mucho. +n abril de ese a*o, los de )eattle se hab!an dado cuenta de la oposici n que e$ist!a en los estados industriales y en los del 4ississippi. +n la "ltima reuni n que :oss presidi antes de caer enfermo, inform : 8Algunas de las acusaciones que nos hacen dejan estupefacto a cualquiera. Bicen que somos ladrones, piratas, que tratamos de quedarnos con todo lo que hay en Alas%a. Cenemos que idear alguna tctica nueva. ,o se ha registrado el nombre del que tuvo la saga; idea de reclutar a los sindicatos en la lucha para mantener Alas%a en situaci n colonial& :oss no particip en la reuni n en que se propuso eso, pero en cuanto los miembros de su comit# llevaron la sugerencia a su lecho, se dio cuenta de su importancia: 8Impulsen eso a fondo. ,o estamos tratando de proteger nuestros intereses. ) lo pensamos en el trabajador estadounidense, en el marinero estadounidense. Ahora, en las "ltimas semanas de su vida, 4alcolm esbo; ante 4arvin Do$ey y Com 9enn la estrategia que permitir!a al senador =ones impulsar en .@/0 una ley mar!tima que tuviera vigencia para todo el resto del siglo, y que pon!a a Alas%a las trabas ms severas y restrictivas que ning"n territorio estadounidense hab!a conocido desde los tiempos del rey =orge II, cuyas medidas represivas hab!an llevado a las colonias a la rebeli n. +n todo el ambiente pol!tico estadounidense, nadie tuvo tanta influencia como 4arvin Do$ey en la aprobaci n de esa ley. Aunque era s lo tres a*os menor que :oss, ten!a mucha ms energ!a y era much!simo ms descarado. Card menos de tres minutos en darse cuenta de que era muy inteligente comprometer a los sindicatos en la lucha& antes de que terminara la primera reuni n, hab!a ideado un modo de presentar las cosas que convencer!a a los congresistas de todos los estados. -ara eso, tendr!a que rondar en los salones de >ashington, mientras Com 9enn visitaba las capitales de los estados cuyos representantes dar!an el voto decisivo. Com no acept de buena gana la misi n, pues le obligaba a telefonear a >ashington todas las noches para informar a Do$ey de c mo marchaban las cosas& qui;s se habr!a negado a

-gina L?@ de ?@0

Alaska

James A. Michener

servirle de asistente, a no ser porque 4alcolm :oss empeor bruscamente. Informados de la situaci n, Lydia y #l corrieron a su cuarto. +n cuanto los tuvo ante s!, el moribundo les hi;o una "ltima indicaci n 83ualquier industria de importancia se enfrenta a momentos de crisis... en los que es preciso tomar decisiones de vida o muerte. )i eliges bien, subes hasta las estrellas. )i eliges mal, caes al Averno. 8Cosi , luego enseX* esa sonrisa que tanto le hab!a servido en otros momentos, cuando se esfor;aba por convencer a alguien8. F lo peor es que generalmente no nos damos cuenta de que la decisi n es vital. La tomamos a ciegas. 8Cosi otra ve;, con los hombros violentamente estremecidos& sus labios -lidos perdieron la sonrisa. 3ontinu hablando con suavidad8: -ero esta ve; lo sabemos. La prosperidad de esta ;ona depende de que se apruebe la ley del senador =ones. Di;o que Com le prometiera trabajar con pleno vigor en esa campa*a durante los cruciales meses siguientes. 8Beja que la empresa se oriente sola. C" ded!cate a conseguir votos. 8Luego ech mano de su tel#fono y llam a 4arvin Do$ey para que tomara un tren nocturno. )in embargo, al promediar la tarde Com hi;o otra llamada: 8J4arvinK Dabla Com 9enn. 3ancele el viaje. 4alcolm ha muerto hace cuarenta minutos. La Ley =ones se aprob en .@/0, con tres art!culos principales: ning"n barco de bandera o registro e$tranjero podr!a transportar mercanc!as estadounidenses de un puerto estadounidense a otro& tanto la propiedad como la tripulaci n de los barcos que hicieran esos trayectos deb!an ser estadounidenses, y, adems, los barcos deb!an haber sido construidos en el pa!s y por obreros estadounidenses. +l futuro de )eattle estaba asegurado. +l efecto de la Ley =ones queda perfectamente ilustrado con lo que ocurri en una modesta tienda de comestibles de Anchorage. )ylvester :oEntree hab!a invertido sus ahorros en una tienda nueva, un cincuenta por ciento ms grande que la anterior& hacia .@/7, volvi a duplicar el espacio, de modo que habr!a podido encargar mercader!as a proveedores de +stados Tnidos. -ero esto no era prctico, pues se hab!a impuesto una costumbre por la cual las cargas para Alas%a se transportaban en tren de e$tra*a manera& en los muelles de )eattle esa modalidad era simplemente descabellada. Aun antes de que la mercanc!a estuviera lista para su embarque en un nav!o de :H:, :oEntree habr!a pagado un cincuenta por ciento ms por transporte que si la carga hubiera estado destinada a alg"n sitio de la 3osta Reste, como -ortiand o )acramento. -ero entonces entraron en vigencia los art!culos de la Ley =ones: en los muelles de )eattle, el embarque costaba casi el doble para Alas%a que para =ap n, por ejemplo. F cuando el barco de :H: estaba cargado, el coste por %il metro a Alas%a era mucho ms alto que el de esa misma mercanc!a despachada a otros puertos norteamericanos por otras l!neas. :H: ten!a un monopolio que cobraba un recargo del cincuenta por ciento o ms a todR lo que se embarcara hacia Alas%a. +l territorio no ten!a modo de rehuir esa disposici n, pues no hab!a otros medios por los que recibir la mercader!a: ni carreteras ni ferrocarriles& los aviones a"n no llegaban. 8+sa maldita Ley =ones nos est estrangulando 8se quejaba sylvester :oEntree. F estaba en lo cierto, pues la ley ejerc!a su tiran!a del modo ms inesperado. Los bosques de Alas%a habr!an podido -roporcionar cajones de madera a las industrias de conservas de salm n, pero trasladar un equipo de sierras era tan costoso que resultaba mucho ms barato comprar la madera en Rreg n, en ve; de utili;ar rboles que se hallaban a quince metros de la planta. +n los a*os siguientes a la aprobaci n de la Ley =ones, se cerraron una docena de industrias de e$tracci n rentables, debido a los costes e$orbitantes impuestos por las

-gina LI0 de ?@0

Alaska

James A. Michener

nuevas reglas. F esto ocurr!a pese a que veintenas de barcos canadienses estaban dispuestos a llevar equipos pesados a precios ra;onables y aceptar productos terminados asegurando una buena ganancia. 4arvin Do$ey justificaba estos efectos perversos de la ley que hab!a logrado imponer, cuando la defend!a en p"blico, alegando que eran Ppeque*os desarreglos inevitables, que se pueden corregir con facilidadQ. 3omo no se ha8 c!a nada por rectificarlos, dijo al congreso: P)on s lo los costes menores que debe soportar un territorio tan alejado como Alas%a, si quiere disfrutar del privilegio de vivir dentro del sistema estadounidenseQ. Do$ey, en su veje;, se hab!a convertido en un orculo reverenciado, siempre dispuesto a justificar los abusos a que Alas%a se ve!a sometida. Lo que indignaba a los habitantes de Alas%a, como el tendero :oEntree, no era la pomposidad de Do$ey ni las declaraciones ego!stas de Chomas 9erin, presidente de :oss H :aglan, sino el hecho de que DaEaii, estando mucho ms lejos de )an Francisco que Alas%a de )eattle, recibiera sus mercanc!as a precios notablemente ms bajos. +l hijo de :oEntree, Rliver, de diecisiete a*os, calculaba: 84ira, pap, si un comerciante de Donolul" hace un pedido de cien d lares a un proveedor de ,ueva For% al mismo tiempo que t", cuando los dos pedidos llegan a la 3osta Reste, el de Donolul" tiene un coste total de ciento veintis#is d lares& el tuyo, de ciento cuarenta y siete. +l precio del muellaje es tan diferente que la mercanc!a para Donolul", una ve; puesta a bordo, cuesta ciento treinta y siete d lares& la tuya, ciento sesenta y tres. F aqu! viene lo peor. 3omo las tarifas de :H: son las ms altas del mundo, la mercanc!a llega a Donolul" costando ciento cincuenta y dos d lares, mientras que la tuya, desembarcada en Anchorage, nos cuesta ciento noventa y uno. +l muchacho pas el verano de su "ltimo a*o de estudios reali;ando investigaciones similares sobre distintos tipos de transporte. Bondequiera que averiguara descubr!a la misma diferencia terrible. 3omo tesis de graduaci n, escribi una combativa redacci n titulada: PLa esclavitud contin"aQ& en ella tra;aba los paralelos entre la servidumbre econ mica que padec!a Alas%a y el caos gubernamental reinante entre .IM? y .I@?. -or suerte -ara #l, como se ver!a ms adelante, esta queja no fue publicada en el peri dico de la escuela. -ero el padre estaba tan orgulloso de esa esclarecida visi n que envi tres copias sin firma: una, al gobernador del territorio& otra, al delegado de Alas%a ante el 3ongreso, que no ten!a derecho a voto, y la "ltima al peri dico de Anchorage, que la public . )us argumentos desempe*aron un considerable papel en la constante batalla que los de Alas%a mantuvieron contra las crueles medidas de la Ley =ones, pero no se logr nada: Chomas 9enn en )eattle, cada ve; ms activo como presidente de :H:, y el envejecido 4arvin Do$ey en >ashington, impidieron cualquier revisi n de la Ley jones y hasta un anlisis ordenado de sus perjudiciales efectos sobre Alas%a. +l joven Rliver :oEntree, rumiando su indignaci n, pas el verano buscando el modo de desquitarse. F ese oto*o, al viajar a la Tniversidad de >ashington en )eattle, donde estudiar!a como becario, ide un -lan: sabotear!a lenta y astutamente los barcos de :H: cada ve; que fuera o viniera en ellos. :obaba los cubiertos del comedor para arrojarlos por la borda, durante la noche. 4et!a las fundas de almohada por los inodoros. Arrancaba los aparejos de los postes, arruinaba los documentos que encontraba y arrojaba grandes cantidades de sal en cuanta comida pudiera contaminar sin ser sorprendido. +n algunos viajes, si ten!a suerte, provocaba da*os por valor de cien d lares. 3ada ve; que comet!a esos actos de represalia murmuraba para sus adentros: P+sto es por robar a mi padre... y a los otrosQ. F dos veces por a*o continuaba con sus destro;os. Com 9enn, en sus oficinas de )eattle, qued perplejo al estudiar los informes de esos sabotajes. Tna noche dijo a su esposa, mientras cenaban: 8Alguien est llevando a cabo una campa*a contra nosotros y no tenemos modo de saber qui#n es.

-gina LI. de ?@0

Alaska

James A. Michener

-ero ella, al estudiar los registros, detect algo de inmediato: 84ira, Com, los peores casos parecen producirse en los barcos que vienen a )eattle en oto*o y en los que van a Anchorage en primavera. 8JF qu# significa esoK 8J,o te das cuentaK Bebe de ser alg"n estudiante resentido con nuestra compa*!a. Aprovechando ese dato, Com inici un estudio de los pasajeros que se hab!an embarcado en los barcos atacados. )u personal hi;o una lista de dieciocho j venes que hab!an viajado en tres, cuanto menos, de los seis barcos afectados& siete de ellos hab!an estado en todos. 8Nuiero un informe completo sobre cada una de esas dieciocho personas, con detalles especiales sobre los siete "ltimos 8orden Com. 4ientras se recopilaban esos datos, Rliver :oEntree tambi#n estaba pensando. +n una clase de matemticas referida a las leyes de probabilidad, se hab!a enterado de que e$ist!an varios modos por medio de los cuales una mente astuta pod!a anali;ar datos al parecer caprichosos. )i un empleado inteligente revisaba las listas de pasajeros y establec!a entre ellas ciertas 3orrelaciones, pod!a identificar a cuatro o cinco sospechosos probables e ir descartndolos por medio de un trabajo inteligente. Rliver comprendi que su nombre acabar!a por aparecer& sus antecedentes revelar!an a los detectives de :H: que el causante de los sabotajes era #l. U+sa maldita redacci n sobre los da*os causados por la Ley =onesV Nuien lo leyera reconocer!a que no atacaba solamente a la Ley: era una descarga contra :oss H :aglan. F se alegr de que su padre hubiera retirado su nombre del art!culo. 3uando complet esas deducciones estaba cursando el "ltimo a*o de la universidad: PDe hecho cuatro viajes de ida y tres de regresso. F en cada uno he provocado da*os. -ero sin duda otros como yo han hecho los mismos viajes. +l problema es c mo puedo despistar a los detectives de :H:Q. -as varias semanas de nervios, durante .@/6, ideando acciones que despistaran a los que investigaban. -oco a poco fue imaginando la mejor: conseguir la ayuda de alguien que cometiera un acto de sabotaje como los suyos en un barco en el que #l no viajara& #l se embarcar!a inocentemente en un barco poco despu#s. -ero Ja qui#n recurrirK JA qui#n confiar tan delicada misi nK porque al e$plicarse tendr!a que revelar su culpabilidad pasada y eso le pondr!a en peligro. +n la universidad hall varios grupos de estudiantes que ten!an su hogar en Alas%a& naturalmente, esos j venes proven!an, en su mayor!a, de Anchorage y Fairban%s. Bescart a los primeros por estar demasiado pr $imos a la tienda de su padre& en cuanto a los segundos, no manten!a relaciones arm nicas con ellos. -ero hab!a cuatro estudiantes de =uneau con los que le pareci que tendr!a ms afinidad, pues eran serios como #l, y confiaba en que al menos uno de ellos podr!a comprender su raro problema. -or tanto, comen; a relacionarse con ellos& descubri que estaban preocupados por el modo en que la pol!tica de Alas%a dominaba su ciudad y, al terminar el curso de primavera, ju;g conveniente confiar en una de las muchachas. +ra una joven hermosa, de unos diecinueve a*os, cuyo origen resultaba dif!cil de identificar. Cen!a uno de esos nombres aliterativos populares en la d#cada de .@/0: Cammy Cing, por lo cual pod!a ser china, aunque su aspecto era casi completamente indio. Tn d!a, despu#s de haber hablado varias veces con ella, Rliver le pregunt : 8JCammy CingK JNu# clase de nombre esK F ella le respondi con una franca sonrisa: 8Cammy (igears Cing. Luego le habl de su e$tra*o padre. P+l "nico chino al que se permiti permanecer en Alas%a despu#s de la gran e$pulsi nQ, y de su abuelo tlingit, igualmente destacado: P)u

-gina LI/ de ?@0

Alaska

James A. Michener

familia combati contra los rusos durante cincuenta a*os& ahora #l lucha contra el gobierno de >ashingtonQ. +l joven :oEntree la escuchaba como hipnoti;ado. 8J-uedo confiar en ti, CammyK )e trata de algo muy serio. +ra mayor que ella: estaba a punto de graduarse& Cammy, en cambio, acababa de ingresar y se debat!a entre un curso y otro, tratando de identificar las materias que podr!an deispertar su inter#s. 84i madre vino a esta universidad, en los viejos tiempos. +ra la "nica nativa de Alas%a en la universidad. -ero s lo se qued algunas semanas. 3uando part! de =uneau, me advirti : P)i vuelves sin diploma te romper# los dos bra;osQ. 8Nu# cosa tan horrible para decirle a una hija 8coment :oEntree. -ero Cammy le corrigi : 8F lo peor es que lo dec!a en serio. )igue dici#ndolo. Cranquili;ado por ese franco comentario, Rliver decidi que pod!a con3iar en esa muchacha de la nueva Alas%a. Antes de que terminara de -lantearle su problema, ella percibi a un tiempo su aprieto y la soluci n. 8Nuieres que yo en un barco distinto del que t" vas a viajar, haga todo lo que har!as t". 8XF al verle asentir, e$clam 8: UBame carta blancaV Besprecio a :oss H :aglan por el modo en que castiga a Alas%a. F el -lan ya estaba concebido. 8Cres marcas distintivas 8dijo Rliver. F le e$plic lo de los cubiertos robados, las instalaciones arrancadas y los inodoros atascados. 8-ero si siempre causabas los mismos da*os, ellos pod!an descubrir fcilmente que se trataba de la misma persona 8observ ella8. J,o lo pensasteK 8Nuer!a que lo supieran. 89acil 8. -ero nunca quise que me atraparan. Nuer!a hacerles saber que los de Alas%a despreciamos lo que hacen con esa maldita Ley =ones. F la muchacha replic : 84is padres piensan igual. 3uenta conmigo. +n ese momento, Rliver :oEntree abandona esta parte de la narraci n. +n .@/L se gradu con honores en la Tniversidad de >ashington y se embarc hacia Anchorage en un buque de :H:, sin cometer ning"n sabotaje, para confundir a quien pudiera estar rastrendole. -as en su casa el verano de .@/L y luego parti hacia Rreg n, donde iba a ocupar un buen puesto& all! se casar!a en .@/?, sin haber vuelto nunca a Alas%a. )u padre le hab!a dicho al despedirse de #l: P,o vuelvas, Rliver. Cal como esos cerdos de )eattle y >ashington tienen todo arreglado contra nosotros, en Alas%a es imposible ganarse la vida decentementeQ. F en .@/I :oEntree padre, tambi#n se mud a Rreg n, escapando de la tiran!a econ mica imperante en Alas%a, para instalar all! una tienda muy rentable. +n cuanto a Cammy Cing, todo sucedi de un modo muy diferente. Al terminar su primer a*o de estudios, en .@/L, se embarc en el vapor de :H: -ride of )eattle y ejecut subrepticiamente los tres actos de sabotaje que identificar!an a su perpetrador como el mismo que importunaba a :oss H :aglan desde hac!a cuatro a*os& adems, a*adi un par de imaginativas y muy costosas depredaciones propias. -ero una noche, mientras se preparaba para devastar un poste costosamente tallado, un joven se le acerc tan inesperadamente que ella se apart , obviamente a;orada. 8Bisc"lpame por sobresaltarte 8se disculp #l. Al mirarla con ms atenci n repar en su llamativa belle;a8. J+res rusaK 8pregunt . 84edio tlingit, medio china 8corrigi ella. F comen; a e$plicar c mo hab!a ocurrido eso, mientras caminaban en el claro de luna, con las monta*as de 3anad a la derecha. 'l la interrumpi abruptamente:

-gina LI7 de ?@0

Alaska

James A. Michener

8U(igearsV De o!do hablar mucho de tu familia. Cu madre vino a la universidad, JnoK )e qued s lo un par de semanas. A principios de siglo. 8J3 mo lo sabesK 8-orque fue mi abuela quien le proporcion la beca. Cammy se detuvo, recostndose contra la barandilla del barco, y se*al a su joven compa*ero con un dedo delicado. 8JCu apellido es :ossK 84alcolm 9enn. 4e dieron el nombre de mi abuelo :oss, el fundador de esta compa*!a. 3onversaron durante unos minutos sobre lo improbable de semejante encuentro. Luego el joven 9enn dijo: 8F tampoco creers esto, pero hago este viaje como detective. Alg"n idiota ha estado saboteando los barcos que van a Alas%a y mi padre me env!a al norte para vigilar... es decir, para que le informe de cualquier cosa sospechosa. 8Antes de que la muchacha pudiera hacer un comentario, #l a*adi 8: Cenemos hombres en todos los barcos. Lo atraparemos. Cammy, con aire inocente, pregunt : 8JNu# motivo puede tener alguien para da*ar un barco de :H:K 'l le dio una larga conferencia sobre las almas confundidas que no sab!an apreciar el bien que recib!an de otros. +$plic que el bienestar de Alas%a depend!a de la benevolencia de los genios de la industria de )eattle, quienes cuidaban los intereses de todos en Alas%a. 3omplacido por la atenci n de la muchacha, que parec!a brillante, pas a e$plicar por qu# Alas%a nunca podr!a ser un estado, aunque jams le faltar!a el lidera;go constructivo y paternal de )eattle. Darta ya de esas tonter!as, Cammy le interrumpi : 8+l pueblo de mi madre, hace mucho tiempo, combati contra los rusos& despu#s, contra +stados Tnidos& ahora, contra ustedes, los de )eattle. 3reo que mis hijos y mis nietos continuarn con la lucha. 8-ero Jp r qu#K 8-orque tenemos derecho a ser libres. Cenemos suficiente inteligencia para gobernar nuestro propio estado. 8+chando fuego por los ojos, mir al futuro propietario de :H: y pregunt 8: J,o te ha contado tu padre que el m!o, un inmigrante analfabeto que trabajaba por sesenta d lares al a*o, resolvi los problemas mecnicos de la fbrica de conservasK JF que se fue para trabajar por su cuentaK Aprendi solo a leer y a usar la regla de clculo. F adquiri muchos terrenos que a todos les parec!an in"tiles. )i mi padre tuvo la inteligencia de hacer todo eso, bien podr!a gobernar un estado, se*or :oss. F cono;co a cien ms como #l... en todas partes de Alas%a. 4ientras ella hablaba, el joven 9enn qued tan encantado que la sigui el resto del viaje, deseoso de compartir esa visi n de una Alas%a de la que nunca le hab!an hablado. A Cammy la halagaban sus atenciones& pero la "ltima noche, mientras los otros se entreten!an, ella se apart y, tras esperar cautelosamente el momento adecuado, arranc una costosa decoraci n de la escalinata para arrojarla a las heladas aguas de la ensenada 3oo%. +l chapoteo en el agua oscura reflej la lu; de una portilla. Apenas se hab!a apagado cuando se sinti atrapada entre dos bra;os fuertes, que la hicieron girar para besarla apasionadamente en los labios. 4ientras paseaban por la cubierta superior, 4alcolm 9enn le dijo en vo; baja: 8)iempre he pensado que, cuando mi padre hablaba de esos primeros tiempos en la envasadora C tem, el hundimiento del 4ontreal Nueen, la lucha por los salmones en el r!o de las -l#yades... 8Di;o una pausa, temiendo decir demasiado, pero al fin balbuci 8: +stoy seguro de que estaba enamorado de tu madre.

-gina LI6 de ?@0

Alaska

James A. Michener

8-or supuesto 8confirm Cammy8. Codo el mundo lo sab!a. 4i madre me dijo: PLa se*ora :oss lo supo desde el primer momento en que me vio. F no iba a permitir que una maldita tlingit se casara con el prometido de su hijaQ. +l joven 4alcolm se ech a re!r ante la idea de que alguien quisiera impedir un casamiento con una muchacha como Cammy Cing. F volvieron a besarse. Burante el intenso fr!o de enero de .@7L, las poblaciones pr $imas a Chief :iver Falls, al oeste de 4innesota, cerca de la frontera canadiense, estaban e$perimentando todo el terror de la <ran Bepresi n. +n )olEay, =ohn Airsch ,su esposa :ose y sus tres hijos subsist!an con una sola comida diaria. +n la diminuta aldea de )%ime, Cad y ,ellie =ac%son, tambi#n con tres hijos, estaban al borde de la inanici n. +n :obbin, justo en la frontera con Ba%ota del ,orte, Darold y Frances Ale$ander ten!an cuatro hijos que alimentar sin ingresos seguros de ning"n tipo. +sa ;ona del oeste de 4innesota estaba casi asfi$iada +n el cruce de 9i%ing, uno o dos %il metros al noroeste del r!o Chief, un alto y desgarbado agricultor llamado +lmer Flatch sali con su hijo de diecis#is a*os, dejando junto a la cocina de le*a a Dilda, su esposa, y a su hija Flossie, y se dirigi hacia los bosques del norte, haciendo una solemne advertencia al muchacho: 8,o saldremos de estos bosques hasta que consigamos un venado, Le:oy. Los dos Flatch marchaban ce*udos entre los rboles, muy conscientes de que no era la temporada de ca;a. 8)i alg"n guardabosques trata de detenernos, Le:oy, le dar# en plena cara. -reprate. F con esas dos decisiones, conseguir un venado y protegerse mientras lo hicieran, los dos ca;adores abandonaron el camino de tierra para adentrarse en el monte. +n los espacios abiertos hab!a acumulaciones de nieve, a veces bastante profunda, pero en las ;onas de arbustos, que hab!an sido repobladas a principios de la d#cada de .@/0, la nieve era escasa, apenas lo suficiente para mostrar las huellas de los animales que hab!an cru;ado por ah!. Burante la primera hora y media, entre las sombras plateadas, +lmer fue recordando a su hijo c mo identificar a los diversos animales que compart!an los bosques con ellos: 8'sa es de una liebre& te puedes dar cuenta por las grandes marcas de las patas traseras. La articulaci n deja un hoyuelo. JF #staK -uede ser de un rat n. 'sa es de conejo, seguro. F aqu#lla... creo que de ;orro. ,o hay muchos ;orros en esta ;ona. 4ientras sondeaba los secretos del bosque el padre e$perimentaba cierto bienestar, aunque llevaba tres d!as sin hacer una comida decente. 8,o hay en el mundo nada mejor que ca;ar en un d!a de invierno, Le:oy. 4s all tiene que haber alg"n venado. Besde sus primeros tiempos en 4innesota estaba convencido de que, detrs de la siguiente colina, encontrar!a un venado. +sa seguridad se justificaba por la notable cantidad de venados que ca;aba cuando otros no hallaban ninguno. +se d!a, puesto que la ca;a no era un deporte, sino casi cuesti n de vida o muerte, rastreaba con e$cepcional atenci n. 8-or all!, no habr mucho, Le:oy. -or aqu!, puede ser. -ero la ma*ana pas sin que ninguna huella delatara el paso de un venado. Los dos hombres 1pues Le:oy, con sus diecis#is a*os, era un compa*ero responsable, que manejaba el arma con seguridad2 empe;aron a sentir las primeras se*ales del pnico, no hac!an gestos pat#ticos, pues los Flatch nunca se permit!an #sas demostraciones, pero la tensi n les apretaba la boca del est mago. 8+stoy cansado, Le:oy. JNu# te pareceK 8Ciene que haber venados. 9ic%aryous ca; uno el mes pasado. 4e lo contaron en la tienda.

-gina LIL de ?@0

Alaska

James A. Michener

Ante la menci n de su vecino finland#s, +lmer Flatch se puso r!gido. ,o hac!a buenas migas con los finlandeses, noruegos y suecos que abundaban en esa parte de 4innesota& eran vecinos honrados, pero de otra clase. 'l prefer!a a los que ten!an apellidos ms estadounidenses, como =ac%son, Ale$ander y Airsch. Los Flatch, si no se equivocaba, eran originarios de Aentuc%y, Indiana y IoEa. P+stadounidenses hasta donde puedas contar.Q -ero ahora pregunt a su hijo: 8JB nde dice 9ic%aryous que consigui su venadoK 8Fo no habl# con #l, pero los hombres de la tienda dijeron que fue en el borde del claro. +lmer, admitiendo en cierto modo el fracaso, dijo a Le:oy: 89amos hacia ese claro, el grande. 8+n #se fue, si no entend! mal. +n el claro no hallaron nada, ni siquiera huellas. +l incipiente pnico se intensificaba, pues no se atrev!an a regresar sin algo que comer. 8)i vemos un conejo o una liebre, Le:oy, los ca;amos. Las mujeres necesitan algo que masticar. +l muchacho no respondi , pero sus temores aumentaban a medida que las sombras se iban alargando, pues sab!a que en el desnudo coberti;o habr!a desesperaci n si volv!an con las manos vac!as. Los Flatch llevaban ms de una semana sin probar carne& el mismo saco de alubias ya no ten!a contenido suficiente para mantenerse erguido en el rinc n. -ero se acentu el ocaso sin que hubiera se*ales de venados. +sos quince minutos, que habr!an podido ser de nevada grande;a, al descender la noche sobre las colinas de 4innesota, se convirtieron en cambio en causa de aflicci n. +l mayor orgullo de +lmer Flatch era ser capa; de salir con un arma y conseguir alimento para su familia, pero se enfrentaba a una desastrosa situaci n: no s lo no pod!a conseguir carne sino que ni siquiera pod!a comprar el ms barato de los sucedneos enlatados que se vend!an en la tienda de 9i%ing. Fa estaba oscuro, pero +lmer prestaba mucha atenci n a la luna, como casi todos los buenos ca;adores, y sab!a que pronto asomar!a lo que #l llamaba Puna tres cuartos menguanteQ. -or eso indic a su hijo: 8)eguiremos andando hasta conseguir un venado, Le:oy. F el muchacho asinti , pues se resist!a tanto como su padre a volver con las manos vac!as junto a las mujeres de la familia. Los dos avan;aron con cautela en la oscuridad, mientras el padre advert!a: 8,o te apartes de mi lado. ,o quiero dispararte entre las sombras confundi#ndote con un venado. Lo que en verdad quer!a decir era: P,o te pierdas entre los rboles, donde podr!as dispararme en cuanto yo hiciera un ruidoQ. -ero ten!a en cuenta la juventud de su hijo y no quer!a abochornarlo. Llegaron a un claro abierto donde ten!a que haber venados, pero no apareci ninguno. 3uando volvieron a caminar entre los rboles se encontraron en la oscuridad casi total por una media hora. Be pronto, al acercarse a otro claro, la luna menguante se elev entre las ramas y una lu; reconfortante ba* la escena, aunque sin revelar huellas. A medianoche, cuando la luna trepaba hacia el cenit, los dos a"n segu!an rodeados de monte desierto. +l padre empe;aba a debilitarse, abrumado por el hambre, pero trataba de disimular. Be ve; en cuando se deten!a a recuperar el aliento, cosa que nunca le hab!a hecho falta, gracias a su constituci n delgada y a su gran resistencia. +ran casi las dos de la ma*ana cuando los Flatch llegaron a un claro iluminado por la luna, por donde los venados hab!an pasado recientemente. Al ver las huellas, +lmer sinti una oleada de energ!a y, con magistrales rdenes, hi;o que Le:oy se desviara hacia la

-gina LIM de ?@0

Alaska

James A. Michener

derecha, sin perderle de vista para evitar cualquier accidente con las armas, y se adentr entre los rboles con gran cautela. +ntonces vieron a la presa. +l animal los vio entre las sombras y huy . Le:oy estuvo a punto de sollo;ar al verlo desaparecer, pero su padre se limit a morderse el labio por un momento. 8+stamos sobre el rastro, Le:oy. Betrs de la otra colina ca;aremos un venado. F con una fortale;a que dej estupefacto a su hijo, +lmer Flatch parti en persecuci n del venado que deb!a ca;ar. 8Lo seguiremos hasta ma*ana al anochecer, si es preciso. Tna hora antes del amanecer, los dos Flatch sorprendieron a una hembra solitaria, bellamente recortada por la lu; mortecina de la luna en declinaci n. +jercitando todo su dominio, +lmer susurr a su hijo: 8Bispara cuando yo baje el codo derecho. Apunta un poco ms adelante, por si brinca. 8F a*adi 8: Cenemos que llevarnos #sta, hijo. 4eticulosamente, los Flatch apuntaron las armas, protegi#ndolas del claro de luna, para que ning"n destello espantara a la hembra. +n cuanto +lmer hi;o la se*al con el codo derecho, los dos dispararon y la hembra cay como alcan;ada por un rayo. Al verla tendida, +lmer quiso dejarse caer tambi#n, por agotamiento y por el s"bito alivio de haber conseguido comida. -ero Le:oy lo sujet : 8)i#ntate en el tronco, pap. Fo voy a degollarla. F mientras +lmer descansaba bajo la helada luna, medio desm ayado de hambre, Le:oy corri por el claro y prepar la presa para transportarla. +l camino hasta el coberti;o era largo y las medias reses pesaban bastante, pero los dos hombres marchaban como si el go;o los impulsara hacia delante. -arec!an recibir fuer;as y sustento de la mera presencia de esa carga sanguinolenta que llevaban a la espalda. 3uando se acercaban a su destino F vieron la voluta de humo que brotaba de la le*a reci#n encendida, Le:RF ech a correr, gritando: 8U4am, FlossieV UDemos ca;ado un venadoV -or desgracia, sus gritos alertaron a los 9ic%aryous, que viv!an en granja cercana. 3uando los finlandeses se enteraron de que sus vecinos hab!an conseguido carne, dos hombres y dos mujeres acudieron a la casa de los Flatch. 8Dace tres d!as que no comemos, se*or Flatch. Los hambrientos colonos se estudiaron mutuamente: los cuatro Flatch, del este& las dos parejas 9ic%aryous, llegadas de Finlandia veinte a*os antes. Codos eran altos2 erguidos, delgados y trabajadores. 9est!an correctamente, sobre todo los finlandeses. F todos estaban al final de su resistencia. 8Ciene que darnos algo, se*or Flatch 8dijo una de las mujeres. Dilda se adelant con un cuchillo, diciendo: 8Besde luego. 8F se arrodill para cortar un buen tro;o de carne. Tna de las 9ic%aryous estall en lgrimas: 8)abe Bios que nos averg5en;a pedir limosna, pero con este fr!o... 4ientras las cuatro mujeres troceaban el venado, un ngel guardin apareci como enviado por el cielo para socorrer a esas familias. )e present en un Ford usado, que en los quince a*os anteriores no hab!a sido cuidado con mucho esmero. Al principio, los hombres del coberti;o pensaron que era un guardabosques. 8,o se llevar este venado 8susurr +lmer a los otros. F uno de los 9ic%aryous dijo a su grupo: 83on cuidado, pero no le dejemos tocar esa carne. Nue no la toque.

-gina LI? de ?@0

Alaska

James A. Michener

+l visitante era ,ils )jodin, de cierta oficina gubernamental de Chief :iver Falls& tra!a consigo un notable mensaje y los documentos necesarios para respaldarlo. Tna ve; sentado en el coberti;o, con las ocho personas agrupadas a su alrededor, dijo: 84e alegro de ver que han conseguido un venado. +n esta ;ona la comida escasea. 8JNui#n es ustedK 8pregunt Dilda Flatch. F #l respondi . 8+l portador de la buena nueva. Bicho eso, plant en la mesa de madera un mont n de papeles e invit a todos a inspeccionarlos. 3omo los agricultores de esas tierras respetaban la educaci n, todos los presentes sab!an leer, hasta la peque*a Flossie Flatch, y en breves momentos recibieron la primera noticia de la revoluci n que iba a sacudirlos, a ellos y a sus vecinos de esa septentrional regi n de +stados Tnidos. 8U)!V 8e$clam el se*or )jodin, con el entusiasmo de un pastor metodista o de un vendedor de maquinaria agr!cola8. Codo lo que dice ah! es cierto. ,uestro gobierno va a elegir a ochocientas o novecientas personas de ;onas como #sta, gente que lo est# pasando mal sin tener la culpa de ello, y los embarcaremos a todos hacia un valle de Alas%a, con todos los gastos pagados. Las coles pesan treinta %ilos cada una... nunca se ha visto nada as!. 8J-ara qu#K 8pregunt Dilda Flatch, que se hab!a pasado la vida tratando con embaucadores y lo tomaba por uno de esos. 8-ara iniciar una vida nueva en un mundo nuevo. -ara poblar un para!so. -ara construir una ;ona muy importante para +stados Tnidos: Alas%a, nuestra nueva frontera. 8-ero Jno es todo hielo all arribaK 8pregunt +lmer. +l se*or )jodin estaba esperando esa pregunta. )ac tres publicaciones nuevas y las puso a la vista de todos. -or primera ve;, los Flatch y los 9ic%aryous vieron la mgica palabra 4atanus%a. 8Uvean ustedes mismosV 8anunci )jodin, con un orgullo que habr!a sido apropiado para el due*o de la ;ona que describ!a8. +l valle de 4atanus%a. )ituado entre grandes monta*as. :odeado por glaciares que brotan misteriosamente de las colinas. Cierra f#rtil. All! se cosechan cosas que nunca se han visto. 4iren ustedes a este hombre, de pie junto a esas coles y esos nabos. 9ean este certificado, firmado por un funcionario de +stados Tnidos: P+l que suscribe, =ohn Bic%erson, del Bepartamento de Agricultura de +stados Tnidos, certifica que el hombre de pie entre esas hortali;as es #l mismo y que las verduras son verdaderas y no han sido adulteradas -or ning"n medioQ. Los agricultores contemplaron con gran asombro los productos de ese valle de Alas%a, luego, las cimas nevadas de las gloriosas monta*as que lo rodeaban, y, por fin, la casa de muestra levantada junto a un arroyo. +staban mirando un pa!s de maravillas y lo sab!an. 8JB nde est la trampaK 8pregunt Dilda Flatch. +l se*or )jodin pidi a todos que se sentaran, sabiendo que iba a decir algo incre!ble. 8,uestro gobierno, para el cual trabajo en cuestiones de agricultura, ha decidido hacer algo para ayudar a los granjeros que tanto estn padeciendo con la Bepresi n. F lo que vamos a hacer es esto. 8JNui#n es ustedK 8pregunt la se*ora Flatch. F #l dijo: 8-rovengo de una familia de agricultores, igual que ustedes. 4e radiqu# en Fargo, Ba%ota del ,orte. 3ultiv# durante un tiempo las tierras de 4innesota y fui elegido por el gobierno federal. 4i trabajo actual consiste en ayudar a familias como ustedes a iniciar una nueva vida. 8U-ero si no nos conoce siquieraV 8observ Dilda. +l se*or )jodin la corrigi cort#smente, pero con e$actitud:

-gina LII de ?@0

Alaska

James A. Michener

8De hecho muchas averiguaciones sobre los Flatch y los 9ic%aryous. )# cunto debe cada familia sobre su terreno, cunto pag por la maquinaria, cul es el saldo que tienen en el banco y cul es su estado general de salud. )# que ustedes son personas honradas. )us vecinos dieron buenas referencias. F todos ustedes estn absolutamente arruinados. Les repetir# lo que me dijo el tendero de Chief :iver: P4e sacar!a el pan de la boca para drselo a los Flatch. )on claros como el agua. -ero no puedo darles ms cr#ditoQ. Los hombres de las dos familias bajaron la vista al suelo. 8-or eso se los ha seleccionado. 3reo que todos ustedes pueden estar seguros. 8JLos ni*os tambi#nK 8pregunt Dilda. F el se*or )jodin contest : 8Los ni*os, sobre todo. Nueremos ni*os como los de ustedes para que sean la semilla de la nueva Alas%a. Ahora que ten!a la atenci n de todos, pas a los detalles: 8Los llevaremos hasta )an Francisco en tren, sin que ustedes deban pagar un c#ntimo. All! los pondremos en un barco hacia Alas%a, tambi#n sin pagar un c#ntimo. 3uando desembarquen all!, se los trasladar a 4atanus%a, siempre por cuenta nuestra. All! se asignar a cada familia una hectrea y media, a elecci n de ustedes. Les construiremos una casa nueva, con granero, y recibirn gratuitamente semillas y animales. Cambi#n construiremos un centro urbano con tiendas, m#dicos y una carretera hacia el mercado. 8JF todo eso ser gratisK 8pregunt +lmer. 8Al principio, s!. Tstedes no gastarn un c#ntimo. Dasta la cocina ser gratuita. -ero anotaremos en la cuenta de cada uno una deuda de tres mil d laresX sobre la que no pagarn nada en los comien;os. A partir del segundo a*o abonarn el tres por ciento de inter#s sobre la hipoteca, es decir: noventa d lares por a*o. F tal como crecen las hortali;as en ese valle, no s lo podrn pagar los intereses, sino tambi#n parte del capital. 3oncluy con un gesto grandilocuente y sonri a los cuatro finlandeses, como si tuviera especial inter#s en convencerlos: 8+l gobierno federal nos ha pedido que consigamos sobre todo suecos, noruegos y finlandeses, entre veinticinco y cuarenta a*os, agricultores con hijos. )i ustedes tuvieran hijos ser!an perfectos. 8Cenemos siete, en total 8dijo una de las finlandesas. -ero antes de que el se*or )jodin pudiera asegurarles que, con eso, las dos familias ten!an garanti;ada la selecci n, lo distrajo un golpe seco a su espalda. Al volverse, descubri que +lmer Flatch se hab!a desmayado. 8Dace cuatro d!as que no come nada s lido 8dijo Dilda Flatch8. Flossie, ponte a cocinar algo. F pidi ayuda al se*or )jodin para llevar a la cama a su marido, todo piel y huesos. -ara asombro de los doscientos noventa y nueve agricultores de 4innesota elegidos por el se*or )jodin, en el invierno de .@7L, para esa bonan;a proporcionada por el gobierno federal, todas sus promesas fueron cumplidas. Tn tren llamado Alas%a )pecial los llev , con relativa comodidad, hasta la estaci n )outhern -acific, de )an Francisco& en las diversas paradas, los habitantes, ansiosos de ver a los nuevos peregrinos, se agolpaban en las estaciones llevando cantimploras con caf# caliente, bocadillos y rosquillas. Los periodistas acud!an en tropel para interrogar a los viajeros y escrib!an art!culos que se pod!an clasificar en dos categor!as: en unos se afirmaba que los de 4innesota eran audaces aventureros que se arrojaban hacia las g#lidas fronteras desconocidas& en otros, eran desvergon;ados participantes de otro plan socialista del presidente :oosevelt, destinado a aniquilar la integridad de ,orteam#rica. Tnos pocos periodistas inteligentes intentaron lograr un equilibrio entre los dos e$tremos& una mujer de 4ontana escribi :

-gina LI@ de ?@0

Alaska

James A. Michener

+stas almas endurecidas no se lan;an a ciegas hacia alg"n pramo rtico donde no vern la lu; del sol por seis meses al a*o. La periodista ha estudiado las condiciones climticas de 4atanus%a y ha descubierto que equivalen a las del norte de 4aine o el sur de Ba%ota del ,orte. +l valle en s! se parece mucho a las mejores partes de IoEa, aunque est rodeado por una cadena de hermosos picos nevados. +n verdad, hay motivos para creer que estos emigrantes se dirigen a una especie de para!so. La gran pregunta es: Jpor qu# ellos y no otrosK +l gobierno federal les entrega todo tipo de beneficios a muy bajo coste, sern, en "ltimo t#rmino, los contribuyentes de 4ontana los que paguen la factura. +sta periodista no ha hallado ninguna justificaci n para acumular tanta generosidad sobre este grupo en especial, como no sea el hecho de que todos viv!an en los estados del norte, son en su mayor!a de origen escandinavo y tienen aspecto de saber trabajar. La gente de nuestro condado que fue a la estaci n para saludarlos les dese buena suerte, pues en verdad se lan;an a una gran aventura. +n )an Francisco, el se*or )jodin ten!a preparado un barco para llevarlos al norte, seg"n lo prometido. Aunque result ser uno de los ms feos que estuvieran a flote 1el antiguo transporte de tropas )aint 4ihiel, un cntaro plano con profundas hendiduras en las barandillas, por proa y popa2, pod!a navegar, contaba con alimentos abundantes y ofrec!a a cada familia un lugar donde dormir. +n ese primer embarque de colonos para 4atanus%a no haY b!a hombres sin esposa y muy pocas familias sin hijos. +ran un grupo homog#neo, de edades y antecedentes similares& se habr!a podido elegir cincuenta hombres al a;ar sin que nada los distinguiera del resto. +n su mayor!a eran de estatura mediana, pesaban unos setenta y cinco %ilos, estaban bien afeitados y ten!an aspecto de ser gente capa;. La mayor similitud radicaba en el atuendo: a diferencia de las mujeres, que luc!an prendas diversas, estos hombres trabajadores se ataviaban con trajes oscuros, de pantalones y chaqueta hechas con la misma tela de lana gruesa. La camisa era invariablemente blanca& la corbata, siempre de un color discreto. -ero lo que los diferenciaba de la gente que ve!an en )an Francisco y en las otras ciudades por las que pas el tren eran sus gorras de trabajadores, hechas con alg"n tejido barato, y con un borde r!gido. -or su aspecto, constitu!an el grupo ms descolorido que intentara nunca la coloni;aci n de un lugar nuevo& no pod!an compararse con los conquistadores espa*oles, que hab!an llegado hasta 4#$ico y -er"& no usaban las ropas abigarradas que caracteri;aban a =amestoEn en 9irginia, ni la vestimenta colorida de los holandeses que llegaron a ,ueva For% ni la austeridad de los peregrinos en 4assachusetts. +ran hombres de la Am#rica 4edia, en ese per!odo en que la ropa estaba en su punto ms aburrido& en su banal similitud, ni hombres ni mujeres parec!an destinados a una gran e$ploraci n. )in embargo, una ve; que el )aint 4ihiel se puso en marcha, en el grupo empe;aron a aparecer diferencias radicales. Tna parte minoritaria de los pasajeros demostraron ser estadounidenses comunes, como los Flatch F sus amigos, los Ale$ander de :obbin, los Airsch de )olEay y los =ac%son de )%ime& casi automticamente, estas familias se agruparon como para protegerse de los altivos escandinavos: los Aertulla, los 9asanoja y los 9ic%aryous. +n realidad, los escandinavos no eran altivos& s lo lo parec!an, porque se manten!an aparte, hablaban en sus idiomas maternos y se comportaban con el aire superior de quienes ya hab!an viajado mucho por mar para llegar a 4innesota. )e paseaban por el )aint 4ihiel con tanta confian;a como si fueran sus propietarios. -ese a esa divisi n del grupo en facciones, que se manifest en todos los aspectos del viaje al norte, las animosidades triviales quedaron olvidadas cuando el barco entr en aguas de Alas%a, pues entonces aparecieron en todo su esplendor las grandes monta*as que custodiaban la costa occidental de la pen!nsula. 3omo 9itus (ering doscientos a*os antes y =ames 3oo%, en la d#cada de .??0, esos reci#n llegados contemplaban con respeto

-gina L@0 de ?@0

Alaska

James A. Michener

religioso las majestuosas monta*as y sus glaciares, que descend!an hasta el -ac!fico. +l se*or =ac%son dijo a su grupo de estadounidenses: 8+sto no es 4innesota, por supuesto. F el se*or Ale$ander replic : 83uesta creer que detrs de esas monta*as haya terrenos cultivables. +lmer Flatch, que contemplaba aquellas grandes masas de roca, dijo a los Airsch: 8J,o ser una trampaK All! no puede haber tierra arable. +n Anchorage, el se*or )jodin, que manten!a buenas relaciones con ambos grupos, pese a sus propios or!genes escandinavos, les dio la sorpresa de trasladarlos a los vagones de un tren moderno, Ptan bueno como los de la Tnion -acificQ, seg"n les dijo. +llos esperaban encontrarse con trineos de perros y no con un tren superior al que los hab!a llevado de 4innesota a 3alifornia. 4s a"n los sorprendi ver, en las carreteras paralelas a las v!as, abundantes coches, tal como en 4innesota. )in embargo, el joven Le:oy Flatch not una diferencia: 8F!jense ustedes que todos los guardabarros estn o$idados. J-or qu#K F el se*or Ale$ander, que sab!a de coches, respondi : 8-or el agua salada, sin duda. -artieron de Anchorage a las nueve de la ma*ana, para un viaje de sesenta %il metros hasta 4atanus%a. Burante las tres cuartas partes del trayecto no vieron nada que indicara la posibilidad de cultivar: hacia el oeste hab!a salinas nada tentadoras& al este, monta*as imponentes. Dasta los ms fuertes de los escandinavos, habituados a los territorios del norte, comen;aron a desesperar. Las familias de pradera, como los Flatch y los =ac%son, estaban ya dispuestas a rendirse: 8,o hay quien pueda cultivar ah! 8asegur el se*or =ac%son, estudiando las planicies del oeste, desnudas de rboles y pastos. Dilda Flatch se mostr de acuerdo. )e deprimieron a"n ms cuando el tren se apro$im al indisciplinado r!o Ani% que med!a un %il metro y medio de ancho y, al parecer, apenas quince cent!metros de profundidad. -ero cuando el tren lleg a la mitad del puente, la joven Flossie Flatch, que miraba hacia el este, e$clam : 8U4ira, mamV U+h, pap, miraV F los Flatch vieron abrirse ante ellos un paisaje como el que esperan encontrar los viajeros de +uropa al aventurarse entre los Alpes. -rimero hab!a un anillo casi circular de monta*as resplandecientes, con las cumbres nevadas centelleantes bajo el sol de la ma*ana. Luego, rboles por millares y millares: rboles de madera dura y tambi#n de hoja perenne, en tanta abundancia que jams se agotar!an. F por fin, para alegr!a de los agricultores, se abrieron las praderas y los campos de labor: cientos de hectreas listas para recibir el arado. Los escandinavos, en diversos idiomas, compart!an su evaluaci n del valle& todos estaban de acuerdo en que hab!an llegado a un pa!s de maravillas, tan bello como ,oruega o )uecia, y la magnitud de sus componentes los deslumbraba. Tno de los 9ic%aryous corri hacia los Flatch y cogi a +lmer por el bra;o, e$clamando: 8U3on tierras como #stas, cualquier cosaV 8F bes a Dilda Flatch, que qued at nita ante tanta familiaridad. +l tren avan; lentamente durante media hora, a lo largo del borde occidental del valle, permitiendo a los pasajeros ver una maravilla tras otra. Lo que complaci especialmente a los reci#n llegados fue la cantidad de arroyuelos que se abr!an paso hacia las planicies. 8Codos podemos tener un r!o en la granja 8dijo +lmer. -ero su esposa le advirti : 8+ inundarnos cuando se funda toda esa nieve. )u esposo no la oy , pues en ese momento el conductor estaba gritando:

-gina L@. de ?@0

Alaska

James A. Michener

8-reparen todo, que casi hemos llegado. 8JDay ca;a all! afueraK 8pregunt Flatch. F el conductor respondi : 8+l que no baje de esas colinas con un alce o un oso no sabe nada de ca;a. Dasta mi cu*ado Derman consigui un alce. Burante el resto del viaje a 4atanus%a, +lmer se imagin recorriendo esas tierras altas, tan cerca de los campos de labor, siguiendo el rastro de un alce. 3uando el tren se detuvo por fin, en una estaci n llamada -almer, lo hi;o con tres violentas sacudidas& los coches entrechocaron al detenerse, con un fuerte chirrido. +ntonces los inmigrantes se amontonaron en el and#n de madera, tan parecido a los de 4innesota, y un conductor dijo a otro: 8U4iraV )on distintos, en verdad. 3asi todos traen maletas de cart n. Besde la estaci n, las familias miraron por encima del campo desierto, hacia el sitio donde los esperaba un espectculo asombroso: 9illa Ciendas, una colecci n de cincuenta tiendas militares de campa*a, cada una con camastros y una chimenea negra sobresaliendo arriba. 8UAll! estV 8e$clam el se*or )jodin, con entusiasmo8. All! se alojarn ustedes hasta que las casas est#n construidas. 83omo algunos de los escandinavos protestaron, el hombre a*adi 8: U4iren ustedes qu# buenas tiendas sonV 3uando sus hijos estn en el ej#rcito las usan constantemente. F los escandinavos replicaron: 8-ero no en Alas%a. )jodin solt una fuerte carcajada: 8UNuien vaya a Fairban%s ahora, los encontrar alojados en tiendasV As! pasaron todo el invierno. 8J9ive usted en una de ellasK 8pregunt un sueco8. Apostar!a a que tiene una casa de verdad. 8Cienda ,"mero )iete, por all! 8se*al )jodin8. +n la ,"mero )iete tendrn que acordar conmigo muchas cosas. A los Flatch y a los =ac%son se les asign una tienda en la segunda fila, empe;ando desde atrs, la ,"mero Biecinueve. 3omo ambas familias ten!an hijas cuya edad no aconsejaba que compartieran alojamiento con los varones, tendieron en el medio una cuerda con sbanas. A un lado dorm!an las cuatro mujeres& al otro, los cinco varones. +n todas las tiendas ocu padas por dos familias se hicieron arreglos similares. 4ientras se distribu!an los grupos, el se*or =ac%son observ : 8+n ning"n caso se ha me;clado a estadounidenses de verdad con escandinavos. F esa separaci n continuar!a cuando llegara el momento de echar a suertes las parcelas asignadas. +se d!a emocionante lleg relativamente tarde en la coloni;aci n de 4atanus%a. Dubo que estudiar la tierra, dividirla en parcelas ra;onables y abrir caminos para que todas fueran accesibles. -ero cuando todo estuvo listo, el se*or )jodin y sus tres superiores anunciaron que se efectuar!a el sorteo, seg"n lo planeado. +sa tarde, +lmer Flatch fue calladamente a la Cienda ,"mero )iete, para consultar con el hombre que tan ejemplarmente hab!a llevado a esos colonos de 4innesota a 4atanus%a. 8,ecesito su consejo, se*or )jodin. 8-ara eso estoy aqu!. 8F antes de que +lmer pudiera decir una palabra de ms, )jodin a*adi con gran cordialidad8: :ecuerdo la ma*ana en que nos conocimos. Tsted y su hijo acababan de ca;ar un venado y lo estaban compartiendo con la familia 9ic%aryous. Ahora todos ustedes estn aqu!, en Alas%a. UNu# maravillaV, JverdadK

-gina L@/ de ?@0

Alaska

James A. Michener

8,unca imagin# algo as! 8reconoci Flatch8. -ero ahora Dilda y yo tenemos que elegir nuestra parcela. JNu# nos aconseja ustedK +l funcionario ten!a un e$tra*o don para percibir los problemas personales& lo hab!a desarrollado al dirigir el equipo estudiantil de f"tbol en Ba%ota del ,orte y, ms adelante, como agente de agricultura en 4innesota, supo reconocer que +lmer Flatch deb!a de tener deseos y planes algo diferentes de los otros colonos y decidi respetarlos. 8(ueno, se*or Flatch, para que yo le aconseje debe usted decirme francamente qu# desea hacer aqu!, en Alas%a. 8(ueno, como todos los otros... 8,o me refiero a los otros, sino a usted. +lmer se pas casi un minuto entero mirando el suelo, con los nudillos tensos bajo el ment n, preguntndose si pod!a franquearse con ese sueco. -or fin, reconociendo la necesidad de confiar en alguien, dijo lentamente: 8,o queremos mudarnos nunca ms, se*or )jodin. Aqu! nos quedamos. 84e alegro de o!r eso. Ahora cu#nteme cules son sus mayores esperan;as y veamos si es posible cumplirlas. 8+stoy hasta la coronilla de los cultivos. )on pan para hoy y hambre para ma*ana. 8Tn agricultor nato, como mi padre o yo, no dir!a lo mismo. -ero para usted puede ser cierto. 3ontin"e. 8)oy ca;ador. 4e gustan las armas. Nuiero una parcela cerca de los bosques. Nuiero un arroyo. Nuiero estar cerca de los alces, los osos y los venados. -ero sobre todo quiero un arroyo. Antes de responder a esa comprensible ambici n, )jodin pregunt : 8-ero Jc mo se ganar usted la vida, con una esposa y tres hijosK 8Bos. 8J3 mo lo harK Tna ve; ms, Flatch guard silencio. Luego dijo: 8Crabajando para otros. 8J+n qu#K 8+n lo que sea. )# hacer casi cualquier cosa. 3onstruir casas, trabajar en las carreteras. 8F entonces pronunci la revelaci n ms dif!cil, la que qui;s har!a re!r al se*or )jodin8: Dasta podr!a servir de gu!a a los ricos que quisieran ca;ar un alce. 8F se apresur a a*adir8: -orque uso bien las armas. )jodin se reclin en la silla, pensando en todos los inmigrantes que hab!a conocido: hombres y mujeres audaces, que abandonaban +uropa para desafiar las ventiscas de los estados del norte. )e le ocurri que los buenos, casi todos, ven!an impulsados por alguna gran visi n, por nobles aspiraciones& aunque muy pocos hac!an realidad sus sue*os, con el correr de los a*os quedaban estupefactos al notar cuntos se hab!an cumplido. -ara )jodin, el sue*o de +lmer Flatch ten!a sentido. 8Day un par de parcelas alejadas que he visto en mis paseos. Fo mismo me quedar!a con una, pero debo estar cerca del centro urbano. -ara lo que usted tiene pensado, esos sitios sern perfectos. -idi prestado el coche de servicio, un cami n Ford, y con Flatch a su lado cru; el r!o 4atanus%a, que atravesaba el cora; n del valle antes de unirse al Ani%. Bespu#s de un largo paseo por carreteras casi ine$istentes, llegaron a un valle cerrado, protegido hacia el sur por una magn!fica monta*a: el pico -ioneer, de mil ochocientos metros de alto, mucho ms que las monta*as del oeste. -or esa ;ona pasaba el tipo de arroyo que Flatch ansiaba: 8)e llama Arroyo del -erro. F por all!, a poca distancia, est el gran glaciar Ani%. Bicen que en verano, cuando los lagos formados por el glaciar rompen ese dique, el espectculo es digno de verse.

-gina L@7 de ?@0

Alaska

James A. Michener

8JDay parcelas por aqu!K 8Bie; o doce. Be las buenas, digo. 8JF alguna est ocupadaK 8,adie las quiere. +stn demasiado lejos. -uedo darle una sin necesidad de sortearla. 4ientras se paseaban, un alce se acerc por la ribera del arroyo, como para ver qu# clase de animal llegaba a su territorio: un e$tra*o objeto brillante cuyos flancos desped!an se*ales al sol. Intrigado por el cami n, no vio a los hombres que caminaban a cierta distancia y pas seis o siete minutos olfateando& luego, majestuosamente, volvi hacia las colinas. 8Nuiero #sa 8dijo Flatch, se*alando la parcela delimitada en la confluencia. 8,o le conviene, se*or Flatch 8observ )jodin8. 3uando cre;can el r!o y el arroyo, esto se inundar. F!jese en esas ramitas de los rboles. Bespu#s de inspeccionar con ms atenci n, Flatch pregunt : 8JCan alto llega el aguaK F el funcionario le asegur que as! lo indicaban los registros. 3on ayuda del sueco, +lmer eligi una parcela en la ribera derecha del arroyo del -erro, frente al pico -ioneer, que parec!a estar a punto de caer sobre #l, con grandes glaciares, osos pardos y alces que se acercaban. +ra un sitio de suprema belle;a natural, al que cualquier ca;ador aspirar!a, y lo bastante lejos de la futura ciudad como para ofrecer intimidad por d#cadas. 3uando #l y )jodin marcaron las esquinas con montones de piedras, Flatch tuvo una hectrea y media de vida nueva, ofrecida por el gobierno federal, que postergar!a por cuatro a*os cualquier pago de la hipoteca y luego los distribuir!a a lo largo de treinta a*os, a un inter#s del tres por ciento anual. +ra conquista de frontera a gran escala y s lo requerir!a de los novecientos tres pobladores mucho trabajo duro, la creaci n de alg"n tipo de econom!a y la capacidad de soportar el invierno de Alas%a, a M..@2 de latitud norte, apro$imadamente la misma que al sur de <roenlandia. 3omo ocurre siempre en un asentamiento de pioneros, la carga ms pesada recay sobre las mujeres. 3uando +lmer Flatch desde* la posibilidad de instalarse en una de las atractivas parcelas pr $imas al centro urbano, que ser!an muy valiosos en pocos a*os, para elegir en cambio un sitio romntico cerca del glaciar, su esposa comprendi que a ella le corresponder!a mantener a la familia unida mientras se constru!a la caba*a y los chicos arraigaban en la escuela. 3omo muchas de las mujeres inmigrantes, la tarea le result ms dif!cil de lo que esperaba. )u esposo era un verdadero hombre de fronteras& siempre estaba dispuesto a cortar una nueva carga de troncos o a ayudar a un vecino lejano a cortar los suyos. -ara e$acerbar los problemas, quienes hab!an obtenido las buenas parcelas de la ciudad ten!an a los carpinteros del gobierno para que les construyeran la casa, como parte del cr#dito de tres mil d lares& los testarudos de las afueras ten!an que edificar por )u cuenta. La mayor dificultad para Dilda era adquirir provisiones, debido a una de esas casualidades de la geograf!a que ni el ms inteligente de los hombres puede prever y que no se pueden evitar. -uesto que la colonia estaba en el valle de 4atanus%a, los reci#n llegados hab!an supuesto que, si alguna poblaci n crec!a para prestarles servicio, recibir!a ese nombre& pero hacia el norte, a poca distancia, e$ist!a ya la insignificante poblaci n de -almer. ) lo contaba con una ventaja: hab!a all! una estaci n ferroviaria. F como tantas veces hab!a ocurrido ya en todo el territorio de +stados Tnidos, fue el ferrocarril y no los fundadores de la ciudad quienes decidieron d nde se centrar!a la civili;aci n. -or lo tanto, pese a la instalaci n de una aldea llamada 4atanus%a, -almer se convirti en la metr poli local. La casa de los Flatch estaba lejos de all!, no ser!a fcil conseguir que el m#dico o el repartidor recorrieran una distancia tan larga, sobre todo considerando que por mucho tiempo no habr!a hasta all! una carretera fiable. -ero +lmer insisti :

-gina L@6 de ?@0

Alaska

James A. Michener

8Aqu! es donde quiero estar. Dilda tuvo que adaptarse. )in embargo, en la parcela se erigi una tienda de emergencia del ej#rcito, con doble recubrimiento como protecci n contra los fuertes vientos que descend!an del glaciar. 3uando Dilda pudo encender una fogata de le*a en la cocinita de hierro, la vida le pareci bastante tolerable y se dedic a trabajar como un caballo de tiro, ayudando a su esposo a despejar y nivelar el sitio para la caba*a& #l jur que la tendr!a techada antes de que cayeran las primeras nieves. A veces, al terminar una jornada muy larga, Dilda se sentaba en una desvencijada silla junto a la tienda, tan cansada que ni siquiera pod!a ocuparse de la cena, y sent!a la tentaci n de quejarse. -ero se conten!a por respeto a los otros miembros de su familia, pues todos afirmaban repetidamente: P+sto es much!simo mejor que Chief :iver FallsQ. -ero un d!a en que todo le hab!a salido mal, abrumada por la desesperaci n, no pudo dejar de preguntarse si los Flatch tendr!an alguna ve; su propio hogar. +ncaramada en su taburete, decidi que, cuando regresaran +lmer y Le:oy 1que, por supuesto, no estaban trabajando en la casa2, les dar!a un ultimtum: P(asta de tontear por ah!. ,ada de ayudar a los dems mientras nuestra propia casa no est# terminadaQ. -ero su resoluci n desapareci cuando los hombres bajaron raudamente de la monta*a, al oscurecer, con una asombrosa noticia: 8U+h, mamV UDemos ca;ado un alceV )abiendo que eso les aseguraba comida por largo tiempo, ella e$clam : 8UNu# orgullosa estoy de ti, Le:oyV 8F todav!a no sabes lo mejor, mam. UDemos ca;ado dosV 8)! 8confirm +lmer, acercndose orgullosamente, con el paso que adoptaban los generales romanos al volver triunfantes de las fronteras imperiales, tras haber derrotado a los rebeldes8. Cengo uno grande junto al hielo. -ero el de Le:oy es mucho ms grande que el m!o. U3 mo ca;a este muchachoV Ante esa vigorosa noticia todo se detuvo. Dilda asumi el mando: 8Flossie, corre a casa de los 9asanoja, a ver si pueden prestarnos el caballo para ma*ana. C", Le:oy, ve a casa de Airsch y pregunta a Adolf si nos ayudar a trocear la carne. Fo visitar# a esa familia que tiene seis hijos& no estn comiendo bien, y si nos ayudan a bajar la carne... Rye, +lmer, Ja qu# distancia estn esos animalesK 'l contest que estaban a unos cinco %il metros, en direcci n al glaciar& por un momento le pareci ms correcto visitar #l mismo a la familia de los seis ni*os, pero se justific para sus adentros: P4e he pasado todo el d!a persiguiendo a esos alces y ella, probablemente, no ha hecho gran cosa, Nue vaya ellaQ. Dilda fue a compartir la buena nueva con sus vecinos, pensando: PCodo saldr bien. )i +lmer puede ca;ar, tendremos comida y #l ser feli;Q. Las mujeres como Dilda, que trabajaban tan esfor;adamente en la construcci n de 4atanus%a, haci#ndola ms habitable de semana en semana, contaban con la considerable ayuda de una e$traordinaria pionera de Alas%a, anciana de amplia e$periencia que hab!a sido designada por el gobierno de Alas%a para representar sus intereses en la nueva colonia. Cen!a sesenta y dos o sesenta y tres a*os& era una mujer menuda, de pelo blanco, dotada de una energ!a que asombraba aun a voluntariosas como Dilda Flatch. )e llamaba 4elissa -ec%ham, pero la llamaban 4issy. Al presentarla a los habitantes del valle, )jodin revel dos hechos importantes a cada una de las familias: 8+lla no necesita este empleo. Di;o un mont n de dinero en las minas de oro, a principios de siglo, y ahora trabaja por nada. Nue nadie intente intimidarla, porque es capa; de dejarle a uno tendido en el suelo. )eg"n descubrir!an las esposas de los inmigrantes, 4issy era una de esas mujeres capaces de enfrentarse a cualquier problema sin flaquear. Bispon!a de una peque*a suma

-gina L@L de ?@0

Alaska

James A. Michener

de dinero provista por el gobierno territorial, que usaba en situaciones de gran emergencia, y de otra algo mayor que cubr!a con sus propios ahorros. )e instal en la Cienda ,"mero )iete y se convirti en la valiosa ayudante del se*or )jodin. -ero sobre todo se destacaba al montar. Dab!a comprado un caballo con su propio dinero y en #l llegaba hasta los l!mites de la colonia, para trabajar con mujeres como la se*ora Flatch y la madre de los seis ni*os. Fue ella quien organi; la (iblioteca de 4atanus%a, reuniendo libros en desuso entre todos los hogares e instalndolos en una tienda, con una ni*a de quince a*os a cargo. Ayudaba a las iglesias a obtener t!tulos de propiedad sobre parcelas alejadas y luego colaboraba para que empe;aran una tosca construcci n. -ero las mujeres de 4atanus%a notaron que no asist!a a los oficios de ninguna iglesia& circulaba el rumor de que 4issy no estaba legalmente casada con el irland#s con quien viv!a y que la ayudaba en sus obras de caridad. Bos cl#rigos fueron designados para que visitaran a los 4urphy, como los llamaban. 4issy les respondi con toda franque;a: 8+scap# de 3hicago durante los a*os dif!ciles. ,o ten!a esposo, pero eso no viene al caso. +n las minas de oro de BaEson conoc! a 4attheE, cuya historia era mucho ms interesante que la m!a. -ero #sa es otra cuesti n. 'l estaba casado en su lejana Irlanda. Abandon a su esposa y jams volvi . +n ,ome y en =uneau trabajamos juntos, tuvimos una hija y somos muy felices. +l pastor presbiteriano qued horrori;ado por su historia, pero el baptista, hombre endurecido en los campos petrol!feros de R%lahoma, sinti curiosidad ante las frecuentes referencias que ella hac!a a la dramtica vida del se*or 4urphy. +n averiguaciones posteriores, supo que el irland#s, adems de haber pasado dos inviernos en la ruta del r!o 4ac%en;ie, hab!a ayudado al minero =ohn Alope a hallar uno de los grandes tesoros de BaEson& despu#s de eso viaj en bicicleta, nada menos, de BaEson a ,ome, a lo largo de mil seiscientos %il metros, en pleno invierno. +l pastor ten!a dificultades con sus feligreses, que se quejaban de verse obligados a e$traer agua a gran profundidad, mediante un pesado cntaro y una polea. 8U4uy bienV 8les dec!a8. Dagan un po;o menos profundo y morirn todos de fiebre tifoidea. Darto ya de tanta autocompasi n, pregunt a 4issy -ec%ham: 8JNuerr!a su esposo... es decir, el se*or 4urphy.. contar en nuestra iglesia sus aventuras en el 4ac%en;ie y su viaje en bicicletaK 8)i usted le deja comen;ar, no podr pararlo ms 8le asegur 4issy. As! fue que 4attheE 4urphy, de BaEson, ,ome y =uneau, disert una noche de oto*o en la Iglesia (aptista de 4atanus%a. 8Codos somos inmigrantes, JnoK [dijo. F como sus oyentes asintieron, su vo; adquiri cierta -otencia. Cen!a casi setenta a*os, pero manten!a la espalda e$tra*amente recta. Dabl de aquellos d!as e$citantes de +dmonton, en que tantos se lan;aron a la conquista del oro, y fue enumerando los centenares que fracasaron, por un motivo u otro: 8)i iban por tierra, no llegaban. )i trataban de hacerlo a caballo, todos los animales mor!an en cinco semanas, a lo sumo. )i sub!an por los r!os ms transitables se perd!an en los pantanos. F los que hac!an lo que hice yo... <irndose hacia los j venes, prosigui : 83on frecuencia debemos elegir entre dos caminos: el correcto y el equivocado, sin saber cul es cul. )i elegimos el equivocado, podemos pasarnos un par de a*os debati#ndonos en el pramo, mientras que los que escogen bien llegan pronto a su meta. Tn noruego interrumpi : 8-ero el se*or )jodin dijo que usted, al llegar al Alondi%e, hall una fortuna en oro.

-gina L@M de ?@0

Alaska

James A. Michener

8,o hall# nada. Be los cientos que partimos de +dmonton en busca de oro, ninguno consigui un c#ntimo. Codos fracasamos. 8U-ero si nos dijeron que usted era ricoV 8Crabaj# para un hombre que hall oro. 3uando le dej#, estaba en la bancarrota& a*os despu#s nos busc en ,ome y nos dio, tanto a 4issy como a m!, un mont n de dinero. 3reo que lo hi;o porque siempre estuvo enamorado de ella. +l cl#rigo no esperaba que la conversaci n tomara esos rumbos y tosi ruidosamente y dijo: 83u#ntenos su viaje en bicicleta, se*or 4urphy. 8+ra pleno invierno y yo estaba bloqueado en BaEson, sin dinero. Cen!a que llegar a las minas de ,ome, a mil seiscientos %il metros de distancia. 3onvenc! a un tendero canadiense de que me vendiera una bicicleta barata, y #l dijo: PU-ero si no sabes montar, qu# demoniosVQ disculpe usted, se*or, pero eso fue lo que dijo. +n menos de una semana, yo hab!a aprendido a montar en bicicleta. 4e puse en marcha con algunas herramientas, cadenas y radios de repuesto. F me dirig! hacia el nuevo halla;go: sin carreteras, sin sendas, s lo por el Fu% n congelado. :ecorr!a unos sesenta %il metros diarios& hubo un d!a en que cubr! noventa. Tn r!o bien helado es mejor que una carretera. 3laro que cuando se levantan grandes bloques de hielo la cosa no es tan divertida. -ero lo cierto es que recorr! esos mil seiscientos %il metros, partiendo el veintid s de febrero y llegando el veintinueve de mar;o. Aqu! tengo este recorte de ,ome para demostrarlo. )ac a relucir una hoja amarilla, donde se informaba que 4attheE 4urphy, llegado a BaEson en .I@@, hab!a recorrido toda la distancia entre BaEson y ,ome viajando solo en una bicicleta, en treinta y seis o treinta y siete d!as: 83alculen ustedes, pero recuerden que el a*o .@00, aunque deber!a haber sido bisiesto, no lo fue. Aquellos de ustedes que vivan hasta el a*o dos mil vern un a*o bisiesto. +l pastor tem!a que el hombre estuviera desvariando, pero comprendi que no era as! cuando lo oy continuar: 8Ahora bien, no hay que dar mucha importancia a ese viaje en bicicleta. Al a*o siguiente fueron ms de doscientos cincuenta los que viajaron as! por el FT% n8 F un a*o despu#s, un hombre llamado Levie cubri mil seiscientos %il metros entre punta (arroE y ,ome en s lo quince d!as, la mitad que yo. U+n bicicleta por el hieloV J,o es incre!bleK Los 4urphy se convirtieron en el centro de atracci n de 4atanus%a, pues cuando se divulg la historia de 4issy, que hab!a descendido en trineo por el paso de 3hil%oot y desafiado los rpidos del Fu% n, todos reconocie ron en la pareja a dos admirables ejemplos del esp!ritu de Alas%a. -ero continuaba el rumor de que 4att hab!a descubierto una mina de oro en el Alondi%e, tan grande y rica que a"n le daba dividendos. +n .@7?, segundo a*o en que ocuparon la caba*a, Flossie Flatch se convirti en centro de atenci n. +ra una bonita ni*a de doce a*os, que hab!a heredado de su padre el amor a los animales. Tna tarde, mientras estaba sentada ante la ventana, vio que un peque*o oso pardo sal!a de los bosques vecinos al glaciar y alert a su familia: 8U+h, mirad ese osoV +l hermano tom su rifle, guiado por el s lido principio de 4innesota, seg"n el cual se dispara contra cualquier cosa que se mueva, pero ella lo detuvo. Fue as! como el oso merodeador, en ve; de recibir un bala;o en el testu;, se encontr con una ni*a que avan;aba hacia #l con dos patatas y una col. +l animal se detuvo a estudiarla con suspicacia, luego gir en redondo y se alej pesadamente& pero al cabo de algunos minutos regres , pues la ni*a no se mov!a. )u olor, me;clado con el de las patatas y la col, resultaba una me;cla desconcertante. +l oso huy nuevamente, pero era un animal inquisitivo y por tercera ve; se acerc a esos tentadores

-gina L@? de ?@0

Alaska

James A. Michener

aromas. +n esta ocasi n encontr una patata cruda en medio del sendero& despu#s de olfatearla varias veces, la mastic hasta reducirla a una pulpa sabrosa. +n los d!as siguientes, el oso volvi a aparecer, siempre en las "ltimas horas de la tarde y atento a la pro$imidad de esa ni*a temeraria, que se le acercaba con las cosas que a #l le gustaban. Tn d!a, ella le ofreci una col y el animal la acept . Antes de terminar la segunda semana, ya era evidente que Flossie hab!a domesticado un oso. 3uando la noticia circul por la ciudad, varias personas los visitaron para ver el milagro. -ero el se*or 4urphy ad8 virti , con buen tino: 8Los osos no son de fiar, mucho menos los osos pardos. Apuesto a que no conoces su nombre cient!fico: Trsus horribilis. )uena terror!fico, JnoK +lla neg con la cabe;a: 8+se oso pardo es amigo m!o. F para horror de 4urphy, esa tarde Flossie sali al encuentro del animal, jug con #l y le dio ms col. Ahora parec!a mucho ms grande que en su primera aparici n& si 4urphy se hubiera encontrado con #l de repente, en un sendero del bosque, habr!a quedado petrificado. A medida que transcurr!a el tiempo, la amistad entre la ni*a y el oso iba creciendo, pero el entusiasmo que esa relaci n provocaba se evapor ante algo todav!a ms asombroso. Burante las frecuentes visitas del animal, Flossie comen; a barruntar que en la regi n hab!a un animal mucho ms grande. Tn atardecer, mientras su oso desaparec!a senda arriba, vio venir en direcci n opuesta una enorme silueta negra. Al principio pens que era un oso pardo enorme y, dado el #$ito que hab!a tenido con el primero, supuso que podr!a hacer lo mismo con #se. -ero cuando el animal se acerc T. poco ms vio que se trataba de un alce americano, con un cuerpo tan granded como un cami n. +ra una hembra inmensa y desgarbada, que se mov!a con torpe;a, pero con una imponente majestad que llamaba la atenci n de cuantos la ve!an, bestias o humanos. Flossie se dijo que, cuando su Rso domesticado se encontrara con ese enorme animal, ser!a #l quien diera un paso atrs y no el alce. +n ese primer encuentro, el alce s lo se detuvo a un par de metros de la ni*a. Dubo una larga inspecci n& el animal ten!a mala vista, pero un riqu!simo olfato. Luego, con una curiosidad que sobresalt a la ni*a, se adelant para olisquearla mejor. F una ve; ms fue verdad la maravillosa leyenda de quienes viven en los bosques y en la que Flossie, por cierto, ten!a fe: 8+se alce supo que yo no ten!a miedo, pap. Lo supo por mi olor. Cal ve; se dio cuenta tambi#n de que yo hab!a estado jugando con el oso, pero se me acerc . )ab!a, me parece, que yo era su amiga. +n cuanto Flossie hubo narrado esa versi n a la 4atanus%a de la antigua leyenda, su padre tom el rifle, gritando: 8JB nde estK -ero la ni*a, al darse cuenta de que pretend!a disparar contra su alce, grit : 8U,oV +l padre qued tan sorprendido ante esa violenta reacci n que retrocedi un paso, dej caer la mano que sujetaba el pomo de la puerta y observ , en vo; baja: 8-ero Flossie, el alce es carne que podemos vender. ,ecesitamos... +lla volvi a gritar& era la queja angustiada de la criatura enamorada de todos los animales con los que compart!a el glaciar. +lla era una con el oso y sab!a que, con paciencia, llegar!a a domesticar a ese gran alce, que pesaba die; veces ms y la doblaba en altura. -lantndose delante de la puerta, impidi que su padre saliera con el arma. Dubo un momento de tensi n en que #l estuvo a punto de apartarla, pero se rindi y, permitiendo que ella le quitara el rifle, gru* :

-gina L@I de ?@0

Alaska

James A. Michener

83uando tengas que acostarte con hambre, no me eches la culpa. 8Day otros en las monta*as. 8-ero si #se se acerca a nuestra caba*a es porque quiere una bala. F tiene derecho a recibirla. 8'sa 8corrigi Flossie8. +s una hembra. +n los d!as siguientes se encontr con el alce en diversos lugares. La enorme bestia la olfateaba siempre con minuciosidad, hasta asegurarse de que era la humana en quien pod!a confiar. 4s o menos en la s#ptima visita, Flossie le at una larga cinta blanca en el pelo, detrs de la oreja i;quierda, e hi;o correr la vo; por la escuela y por la ciudad, tanto como pudo: el alce que viv!a junto al glaciar y ten!a una cinta blanca era domesticado y pertenec!a a Flossie Flatch. -or desgracia, al agitarse cerca del ojo, la cinta irritaba tanto al animal que se la quit frotndose contra una rama de p!cea. )in embargo, a la tarde siguiente se apro$im a Flossie con obvio afecto y se dej atar otra cinta en el flanco i;quierdo. 'sta se aguant el tiempo suficiente para que los habitantes de 4atanus%a llegaran a familiari;arse con la historia del alce mimado. 4ildred Alce causaba ciertos problemas. 3uando se presentaba ante la caba*a de los Flatch, esperaba que la alimentaran y su apetito era insaciable: ;anahorias, coles, lechuga, patatas, apio& curvaba el enorme labio superior y hac!a desaparecer todo por su amplia garganta, como en un acto de magia. -ero no daba muestras de mal genio, ni siquiera cuando la comida era escasa, y su amistosa presencia alrededor de la caba*a acentuaba la fusi n de la casa con las maravillas naturales de 4atanus%a. -or eso preocup a Flossie enterarse en la escuela, por los ni*os At%inson, que en el valle hab!a quejas constantes por las privaciones y protestas contra el gobierno federal, que hab!a llevado a tantas familias a ese pramo est#ril. 3uando ella reproch a los cuatro At%inson esa falta de esp!ritu aventurero, le contestaron que ella era una est"pida si jugaba con un oso y un alce mientras el resto de 4atanus%a sufr!a por culpa del gobierno, que no respetaba su promesa de cuidar de los inmigrantes. 3uando Flossie repiti eso en su casa, su padre se enoj mucho: 83uando viv!an en :obbin, esos At%inson no ten!an bacinilla donde mear. F ahora se dan tantos aires. Dilda le reprendi por hablar as! delante de los ni*os, pero #l repiti lo mucho que le asqueaba la gente capa; de quejarse por peque*os inconvenientes cuando se le ofrec!a una vida nueva. Cen!a derecho a ju;gar, pues ninguno de los colonos hab!a trabajado tanto como #l para establecerse en 4atanus%a. 3on sus propias manos hab!a construido su casa, en un sitio elegido para sus objetivos personales, y como se negaba a cultivar la tierra, hab!a ideado varias maneras imaginativas de ganarse la vida. Rficiaba de carpintero para otros, ayudaba a trocear la carne, araba los campos con los caballos o tractores que le proporcionaran los propietarios, y viajaba a Anchorage, conduciendo veh!culos ajenos, para recoger importantes pedidos de medicamentos o herramientas. Dasta trabajaba de ve; en cuando en la pista a#rea de -almer, ayudando a cambiar las ruedas por patines, cuando llegaba el momento de viajar a los campamentos situados en las altas monta*as. -ero se dedicaba principalmente a ca;ar, para llevar a su caba*a alces, osos y venados que buscaba por todo el distrito. Tna noche, al verle regresar arrastrando un alce por la nieve, Dilda le dijo: 8+sta noche debemos asistir a una reuni n. Darold At%inson va a presentar una protesta formal o algo as!. F oblig a +lmer a acompa*arla a la ciudad. +scucharon en r!gido silencio las quejas de los At%inson y tres o cuatro parejas ms, que protestaban por todos los aspectos de la vida

-gina L@@ de ?@0

Alaska

James A. Michener

en 4atanus%a. +sa letan!a de frustraciones demostraba que dos personas pueden interpretar la misma situaci n de modo muy diferente. 8+l gobierno nos ha defraudado en todos los sentidos 8se lamentaba Darold At%inson8. ,o hay carreteras, no hay una escuela como Bios manda, no se ayuda a los agricultores, no hay un plan para comerciali;ar nuestras cosechas y en el banco no hay dinero que podamos pedir prestado. 4issy y 4att, al o!r esas quejas, no pudieron contenerse.U +n ausencia de los funcionarios principales, que hasta el momento hab!an hecho buen trabajo, aunque todo pareciera retrasarse, tomaron la -alabra apoyndose mutuamente, como hab!an hecho tantas veces durante los muchos a*os pasados en Alas%a. 8Codo lo que usted dice es cierto, se*or At%inson, pero no tiene nada que ver con la creaci n de una nueva ciudad en 4atanus%a. F a decir verdad, tampoco tiene nada que ver con proporcionar una base s lida a nuestras familias. 3reo que las cosas estaban die; veces peor en BaEson o ,ome, cuando termin el siglo pasado, y as! fue como comen; Alas%a. 8-ero no estamos en el siglo pasado, sino en el a*o treinta y siete 8grit =ohn Arull, desde la "ltima fila8. F lo que debemos soportar es una verg5en;a. +so indign a 4att 4urphy, que ten!a ya setenta a*os y ve!a todas las situaciones desde una perspectiva ms amplia. +vitando cualquier menci n de su propio hero!smo, en condiciones cincuenta veces peores que las imperantes en 4atanus%a, habl con vo; cadenciosa de las privaciones y la falta de alimentos que hab!an alejado a su gente de Irlanda, durante las grandes hambrunas, y concluy reprochando a los At%inson: 8Tstedes tienen derecho a quejarse por las promesas no cumplidas, pero no tiene sentido renegar de toda la operaci n. ) lo consigui enfurecer a los quejosos hasta tal punto que la reuni n acab en una especie de ri*a. Al terminar la semana siguiente, los Flatch se enteraron de que los At%inson, los Arull y otras tres familias hab!an partido de 4atanus%a, abandonndolo todo para volver a Los cuarenta y ocho de abajo. ,o mucho despu#s, la colonia fue inundada con recortes de peri dicos enviados por amigos, quienes escrib!an: PDa de ser un verdadero infierno tratar de vivir en una colonia socialista donde todo ha salido mal.Q Tn agricultor bien intencionado escribi a los Flatch: P)upongo que os veremos de regreso por aqu! un d!a de #stos. 3uando llegu#is buscadme. +n 4innesota las cosas estn mucho mejor que cuando os fuisteis& podr!a conseguiros una buena parcela a precios de gangaQ. Lo que irritaba a quienes se hab!an quedado en 4atanus%a y a los funcionarios como los 4urphy, que estaban haciendo lo posible para que ese gran e$perimento funcionara, era que los peri dicos conservadores de todo +stados Tnidos, recogiendo las quejas de los PregresadosQ, como los llamaban, castigaban tanto al pueblo de 4atanus%a como a los funcionarios gubernamentales que hab!an ideado el programa, tildndolos de comunistas que estaban introduciendo procedimientos e$tra*os al honrado modo de vida americano. Dacia .@7? y .@7I se estaba saliendo tan rpidamente de la <ran Bepresi n que nadie recordaba c mo hab!an sido las cosas unos pocos a*os antes. 9eintenas de diarios y revistas aprovecharon el supuesto fracaso de 4atanus%a como prueba de que el socialismo nunca funcionaba. )i e$ist!an en toda Am#rica dos seres humanos menos vulnerables a la acusaci n de socialismo que 4issy -ec%ham y +lmer Flatch, el -"blico no los conoc!a. +sas dos personas, siguiendo la gran tradici n de los individualistas es tadounidenses, hab!an salido a la aventura con unos pocos c#ntimos en el bolsillo, para superar enormes dificultades y lograr maravillas, cada uno a su modo. +n 4atanus%a estaban haciendo lo mismo. 4issy, en la cumbre de su agitada vida, ayudaba a una nueva generaci n de aventureros a establecer una sociedad de familias propietarias de sus propias parcelas, que vender!an su propia producci n y ense*ar!an a sus hijos a hacer lo mismo. +lmer, que hab!a trabajado en

-gina M00 de ?@0

Alaska

James A. Michener

Alas%a como pocos, ve!a crecer la hectrea y media que le hab!a dado el gobierno hasta acumular ms de doce& aunque algunos se hab!an re!do de #l al principio, porque deseaba actuar como gu!a de los ricos que quisieran ca;ar un alce, ten!a en la ;ona fama de ser el mejor ca;ador de Alas%a y, con paciencia, atra!a a los ca;adores de grandes ciudades que deseaban aprender sus trucos. +n .@7I, al acercarse la temporada de ca;a, sus servicios eran tan solicitados que sugiri a su esposa: PJ-or qu# no preparas la comida para estos coyotes hambrientosKQ. Fue as! como, en sitios tan lejanos como Los Angeles y Benver, la gente empe; a hablar de +lmer e Dilda Flatch. F cuando uno de esos clientes le trajo cuatro recortes sobre la sociedad comunista patrocinada en Alas%a por el gobierno, se sinti en la obligaci n de defender a 4atanus%a. 3on la ayuda de 4issy -ec%ham, redact una carta que fue reproducida en multicopista y enviada a unos treinta y ocho peri dicos. +l primer prrafo marcaba el tono: +l otro d!a le! en su peri dico que nosotros, los de 4atanus%a, somos todos comunistas& como no s# gran cosa sobre :usia, puede que eso sea cierto. -ero quiero decir a sus lectores c mo vivimos los comunistas de aqu!. ,os levantamos a las siete, cada familia en la parcela que es su propiedad privada& algunos orde*an las vacas de su propiedad& otros abren las tiendas que pagaron con su duro trabajo. ,uestros hijos van a la escuela que sostenemos con nuestros impuestos. F al terminar la semana reunimos nuestros productos y los enviamos a Anchorage, donde hay un mayorista particular que nos estafa como un demonio, pero en tiempos dif!ciles nos presta dinero sobre nuestra pr $ima cosecha. +l prrafo siguiente e$plicaba c mo utili;aban los PcomunistasQ de 4atanus%a su tiempo libre. )e mencionaba a Flossie con sus animales domesticados y al irland#s 3armody, el del aeropuerto, que hab!a ahorrado hasta pagar el anticipo de un aeroplano modelo .@/?, con el que transportaba cargas para las minas de oro de las colinas. +sas minas, seg"n dec!a +lmer, eran propiedad de buscadores particulares, algunos de los cuales buscaban sin #$ito desde hac!a cincuenta a*os. +l "ltimo prrafo fue ampliamente citado en el debate sobre la finalidad prctica de 4atanus%a& debido a la primera oleada de comentarios adversos hechos por hombres como Darold At%inson, casi todos los lectores de Los cuarenta y ocho de abajo consideraban el e$perimento como un horrible fracaso. Be At%inson y los otros PregresadosQ, +lmer y 4issy dec!an: )abemos que, cuando 3ol n parti para descubrir Am#rica y cay en dificultades, muchos de sus tripulantes le aconsejaron que emprendiera el regreso. 3uando los colonos que iban hacia Rreg n y 3alifornia se encontraron con las grandes planicies desiertas y los indios hostiles, muchos de ellos se echaron atrs. F siempre que se ha intentado algo importante en esta tierra, los pusilnimes se han acobardado. J3untos de los mineros, en .I@I, giraron en redondo tras echar un solo vista;o al paso de 3hil%ootK Los que perseveraron hallaron oro y construyeron una nueva regi n. Aqu! estamos construyendo una nueva regi n& dentro de die; a*os, 4atanus%a ser un valle pr spero, lleno de grandes parcelas, gente sana y ni*os que no desearn vivir en otro sitio. Rbserven ustedes a los trabajadores y ya vern. ,o escuchen a los PregresadosQ. 4ientras +lmer redactaba su defensa de 4atanus%a, Le:oy, pr $imo a cumplir los diecinueve a*os, pasaba d!as de entusiasmo en -almer, donde entabl relaci n con dos de las e$periencias ms e$citantes para cualquier joven: las mujeres y los aviones. 3onoci a Li;;ie 3armody en una tienda, donde su pelo rojo y su sonrisa irlandesa le cautivaron hasta tal punto que la sigui furtivamente a su casa. As! descubri que viv!a en un coberti;o, en el borde de la gran pradera nivelada que serv!a como aeropuerto de la ciudad. +n los d!as siguientes se enter de que su padre, =a%e 3armody, pose!a uno de los aviones

-gina M0. de ?@0

Alaska

James A. Michener

que prestaban servicio a las minas perdidas en los diversos ca*ones de las cercanas monta*as Cal%eetna. +ra un peque*o aeroplano, famoso en la historia de la aviaci n: un -iper =87, apodado 3ub 1PcachorroQ2& las alas sobresal!an por encima de la cabe;a del piloto& el de 3armody ten!a un recinto improvisado donde pod!a sentarse otra persona y el interior desguarnecido, a fin de dar cabida al m$imo de carga en los viajes a las monta*as. Burante unas tres semanas, Le:oy no pudo descifrar si rondaba la pista para ver a Li;;ie 3armody o para observar el aeroplano de su padre, pero hacia el final de ese per!odo gan el "ltimo. 8JNu# clase de avi n es #steK 8pregunt un d!a acercndose a 3armody. F el irland#s respondi : 8Tn )uperviviente de .@/?. 3omo Le:oy volvi a preguntar qu# clase era #sa, el piloto le mostr las diversas abolladuras y desgarramientos que simboli;aban su vida en Alas%a: 8+s un -iper 3ub que aprendi a sobrevivir. +sta larga cicatri;: un aterri;aje sobre una p!cea, en medio de la niebla. +sta otra: unaterri;aje en la orilla de un r!o que result no ser de grava, sino de lodo. +sta desgarradura en el costado, una dinamo que se desprendi detrs de mi cabe;a, al descender demasiado de prisa en un lago de las colinas. +l 3ub parec!a tan da*ado que Le:oy coment : 8-arece que pilotar es, sobre todo, tratar de aterri;ar. 3armody le dio una palmada en la espalda: 8Dijo, acabas de aprender todo lo que se puede saber sobre la aviaci n. 3ualquier idiota puede elevarse en el aire. La cosa es descender. 8F usted Jalguna ve; ha corrido un verdadero peligroK +l piloto no respondi . )e limit a se*alar nuevamente las ocho o nueve grandes cicatrices, cada una de las cuales representaba un estrecho roce con la muerte. Le:oy coment , con gran respeto: 8UNu# valiente debe de ser ustedV 8,o. 3auteloso, nada ms. 3omo eso parec!a una contradicci n, a ju;gar por el estado del 3ub, Le:oy no pudo dejar de preguntar: 8J3 mo puede decir que es prudente cuando ha tenido tantos accidentesK 3armody estall en una carcajada. 8C" s! que vas al grano, hijo. )oy prudente, s!. -ongo mucho cuidado para no estrellarme antes de ver si hay un modo de salir con vida. 3ualquier aterri;aje vale si sales caminando. 8-ero este avi n es una ruina 8coment Le:oy8. J-or qu# no lo reparaK 8-orque todav!a vuela. Be cualquier modo, lo uso para llevar carga. 8Bespu#s de estudiar su maltrecha antig5edad, a*adi 8: 3reo que ya estoy harto de Alas%a. +stoy pensando en comprar un 3essna de cuatro pla;as para trabajar en 3alifornia o en cualquier lugar. Fuera. 8JB nde queda FueraK 3armody volvi a re!r. 89osotros, los nuevos, lo llamis PLos cuarenta y ocho de abajoQ. ,osotros, los que nacimos aqu!, decimos PFueraQ. 8JF qu# har con #ste, si compra otro avi nK 84ira 8dijo 3armody, se*alando una tuerca8. 3uando termine con #ste, saco esta tuerca y UpufV se desarma todo.

-gina M0/ de ?@0

Alaska

James A. Michener

3armody acab por convencerse de que Le:oy era un muchacho honrado, sinceramente interesado en Li;;ie y en los aviones. Tn d!a, a punto de bajar tras un viaje a las minas, le pregunt : 8JAlguna ve; has subido a un avi n, hijoK 8,o, se*or. 8-ues sube. F en el desguarnecido 3ub lo llev en ese tipo de vuelo que puede cambiar las percepciones de un joven. )e elev lentamente desde la peque*a pista de tierra y vol hacia el norte, a lo largo de las nevadas monta*as Cal%eetna, para que su pasajero pudiera contemplar los encantadores ca*ones que, de otro modo, estaban ocultos a la vista: 8,adie conoce Alas%a si no la ha visto desde el aire. Luego pas sobre el centelleante glaciar 4atanus%a y se desvi hacia el este, adentrndose en las ca*adas de las alt!simas 3hugaches. 8+n Alas%a no se puede sobrevivir sin avi n. +stn hechos el uno para el otro. +n el trayecto de regreso, Le:oy grit : 8UAll!V U'sa es nuestra casaV F 3armody pas en vuelo rasante sobre la caba*a tres veces, hasta que Dilda apareci en la puerta, con las manos enredadas en el delantal. Al levantar la vista vio a su hijo que pasaba en un aullido, con la rubia cabe;a asomada por la ventanilla del avi n. La apasionada defensa que +lmer hi;o de 4atanus%a provoc un torrente de cartas desde Los cuarenta y ocho de abajo& el sesenta por ciento conten!a mensajes de aliento, el resto le condenaba por comunista. 4issy -ec%ham, que se encargaba de la correspondencia de los Flatch, quem las "ltimas yX, e$hibi las que le respaldaban por todo el valle, obteniendo aplausos para +lmer& pero duraron poco, pues un triste acontecimiento vino a recordar a los inmigrantes c mo era la vida en cualquier asentamiento de frontera. 4att 4urphy, encantado por la atenci n que concentraba con sus aventuras en la antigua Alas%a, sol!a pasar el d!a en la caba*a de los Flatch ayudndoles a construir un ala donde los ca;adores pudieran pasar la nocheX o delimitando un sendero hasta el glaciar que pend!a sobre el valle. <o;aba especialmente, compartiendo con Flossie su trabajo con los animales& aunque su presencia molestaba al oso pardo, que a veces le gru*!a, 4ildred Alce le ve!a como a un amigo ms y, a veces, le acompa*aba durante largas caminatas, olisquendole por el camino. Tn d!a le gui hacia la ribera del r!o Ani%. 4urphy coment a la ni*a: 83reo que quiere mostrarnos los lagos <eorge. F con esa vaga sugerencia, el viejo irland#s organi; una e$pedici n hacia uno de los tesoros de Alas%a. Los cuatro Flatch y la pareja 4urphy cru;aron el g#lido Ani% con sus cestos de merienda y treparon por la ribera i;quierda hacia el e$tremo del glaciar. 4att aprovechaba los per!odos de descanso para describir lo que iban a ver: 8All arriba hay un valle cerrado. Beber!a desaguar directamente en el Ani%, pero como lo bloquea la muralla del glaciar, el agua contenida forma una cadena de tres bellos lagos: <eorge )uperior, Interior e Inferior. F all! quedan, bloqueados durante toda la temporada fr!a, porque el glaciar hace de tap n. Los e$cursionistas reanudaron el ascenso hasta el promontorio desde donde podr!an contemplar las maravillas prometidas por 4urphy& pero en el siguiente descanso #l e$plic lo que no tardar!a en ocurrir: 83uando llega el tiempo caluroso, la barrera de hielo se funde, en cierto modo. +l agua de los tres lagos forma entonces uno solo, que supera los cuarenta y cinco metros de

-gina M07 de ?@0

Alaska

James A. Michener

profundidad y ejerce una presi n tremenda, hasta filtrarse por la muralla del glaciar& as! la va debilitando. -or fin llega en julio un d!a en que la presi n del lago se torna tan intensa que U;asV, el lago se abre paso, los muros del glaciar estallan y all! tenemos una garganta de veinte metros de ancho por otros tantos de profundidad. 8J-odremos verloK 8pregunt Flossie. 8,unca se sabe cundo se va a producir la rotura. ,o son muchos los que la ven. -ero la garganta se mantiene abierta durante unas seis semanas. +l lago se vac!a y bajan t#mpanos enormes. Tnos ingenieros del gobierno calcularon el torrente: doce millones ciento cincuenta mil litros por segundo, cuando se produce la rotura. +s much!sima agua. Los Flatch no ten!an idea de lo que ver!an al llegar al punto desde donnde mejor se ve!an los tres lagos, pero mientras segu!an a 4urphy hacia la cima oyeron el rugir del agua, ms abajo, y el irland#s grit : 8U3reo que ya se ha rotoV -or fin vieron ese milagro de la naturale;a, "nico en su especie en todo el mundo: un lago inmenso estallaba en la superficie de un alt!simo glaciar, arrancando tro;os de hielo mucho ms grandes que el barco en el que hab!an llegado a Alas%a. Flossie fue la primera en hablar: 8U4iradV +se t#mpano que viene hacia nosotros es ms grande que nuestra casa. F su hermano a*adi serenamente: 84ira el que viene detrs. -ero todos enmudecieron cuando el agua precipitada desprendi todo el flanco del glaciar, una catedral de hielo que se mantuvo erguida a lo largo de cien metros, para caer lentamente de costado ante la fuer;a del torrente. +ra tan inmenso que no giraba como los otros: descendi con suprema majestuosidad por la turbulenta tolva. Aguas abajo, mucho ms all, los Flatch vieron la grande;a final de ese e$traordinario espectculo& hab!a all! enormes t#mpanos que, a falta de agua suficiente para mantenerse a flote, se hab!an posado como blancas aves marinas, mientras que el agua pasaba ms serena junto a ellos. Dar!an falta semanas enteras de brillante sol estival para que desaparecieran. 8J+sto sucede todos los a*osK 8pregunt Flossie, en el camino de regreso. F 4urphy respondi : 8)!, hasta donde llegan mis conocimientos. Besde la primera ve; que lo vi ha sucedido todos los a*os. 8JF cundo fue esoK 8pregunt la muchacha. 8Dace unos veinte a*os. +n los viejos tiempos ven!amos a 4atanus%a con frecuencia. A ca;ar. Fa por entonces sab!amos que #ste era un sitio privilegiado. Be pronto el anciano e$clam : 8U4irad qui#n nos sale al encuentroV -or el camino ven!a 4ildred Alce, pisando cuidadosamente, para saludar a esas gentes que hab!a llegado a amar. +ra una bestia admirable: mucho ms grande que el venado y el carib", mucho ms pesada que su amigo el oso pardo y con la tierna torpe;a que suelen tener las ni*as a los trece a*os cuando sus piernas parecen tan largas y descoordinadas. Be pronto reson un disparo desde abajo y ella dio un salto hacia adelante, a pleno sol. 8U,oV 8grit Flossie, como aquel primer d!a en que su padre hab!a tratado de ca;ar al alce. -ero mientras ella se adelantaba corriendo hubo un segundo disparo y el enorme animal cay de rodillas, tratando vanamente de arrastrarse hacia los Flatch hasta que se derrumb de costado. A"n respiraba, despidiendo salpicaduras de sangre por las fosas nasales, pero muri antes de que Flossie -udiera acunarle la cabe;a entre los bra;os. 8U+h, ustedesV 8grit 4att 4urphy.

-gina M06 de ?@0

Alaska

James A. Michener

F corri con asombrosa energ!a hacia los dos ca;adores& a ju;gar -or lo costoso de sus armas, los hombres proven!an de Anchorage, pero se escabulleron al caer en la cuenta de que hab!an matado a un alce domesticado. +l irland#s los persigui , escandali;ado por su cruel comportamiento pero apenas hab!a cubierto cien metros cuando cay al suelo, tan de repente como el muro del glaciar. 4ientras Flossie permanec!a junto a su alce, afligida, 4issy corri a ocuparse de su hombre, tendido en el sendero rocoso. 3uando los restantes Flatch llegaron junto a 4att, vieron que hab!a sufrido un grave ataque. +lmer imparti rpidamente las rdenes: 8Ayuda a tu hermana, Le:oy. Dilda, b"scame un par de ramas largas. 4issy, t" afl jale la ropa. Ay"dale a respirar. F con la eficiencia que siempre hab!a demostrado en momentos de crisis, ese hbil hombre de los bosques puso en movimiento la operaci n de socorro. 3omo su hija se negaba a abandonar a su amiga muerta, indic sabiamente al var n: 8Nu#date con ella el tiempo que haga falta. 3uando Flossie y Le:oy llegaron a la caba*a, el anciano ya hab!a muerto. Al saber que no s lo hab!a perdido a su alce, sino tambi#n a su amado pionero, la muchacha dej escapar un grito de dolor y cay de rodillas, pues en ese horrible instante present!a que acababan para siempre los viejos tiempos, los d!as en que una ni*a pod!a domesticar a un alce en los bosques de 4atanus%a, en que un anciano contaba ante los ni*os reunidos en la iglesia lo que era pasar dos largos inviernos en un estrecho coberti;o en el cora; n del Ortico. F as!, en el suelo, comen; a temblar. 4att 4urphy hab!a garabateado su testamento en un tro;o de papel: PCodo a 4issy -ec%ham, pero quinientos d lares a Le:oy y otro tanto a Flossie Flatch, leales amigos de mi veje;Q.Los tribunales de Anchorage lo aceptaron como un documento vlido. Al igual que en ,ome, en .@0/, el sorprendente regalo de =ohn Alope cambi la vida a 4issy y a 4att, as! el regalo de #ste reorgani; ahora la vida de Le:oy. Tn d!a despu#s de que el jue; le hubo entregado sus quinientos d lares, corri a la pista a#rea de -almer en busca de =a%e 3armody y le pregunt , se*alando el maltrecho 3ub: 8J3untoK 8+n realidad, no pensaba venderlo. 8Tsted me dijo que se ir!a, que iba a comprar un 3essna nuevo. 8-or trescientos d lares es tuyo. -ara sorpresa del piloto, Le:oy sac seis billetes de cincuenta d lares y tom posesi n del aparato. 8Las lecciones de vuelo estn incluidas 8dijo =a%e. +sa tarde, Le:oy comen; a aprender las complejas maniobras nece sarias para mantener en vuelo esa vieja reliquia. 3omo era un buen aprendi;, ese fin de semana hi;o su primer vuelo solo. Cras quince d!as de prctica intensiva se sinti capa; de ofrecer sus servicios a los diversos campamentos mineros. Bespu#s de una semana de volar sin un solo tropie;o, volvi su atenci n hacia Li;;ie 3armody, que daba muchas se*ales de interesarse por el joven piloto& pero cuando quiso llevarla a dar una vuelta en avi n, =a%e sali bramando de la habitaci n donde esperaban los pilotos locales. 8U3ielo santoV U,o se te ocurra llevar a mi hija en ese cacharroV F prohibi a Li;;ie acercarse a ese mont n de chatarra. Bos d!as des pu#s hi;o e$actamente lo que durante tanto tiempo hab!a amena;ado hacer: viaj con su esposa y sus tres hijos a -ortland, donde compr un 3essnanuevo e ingres en los c!rculos de aviaci n de la ;ona. Le:oy, que ahora pilotaba su propio avi n y estaba ansioso por e$hibir su talento, pregunt a su madre si quer!a volar con #l. 8Fo no vuelo con nadie 8respondi ella.

-gina M0L de ?@0

Alaska

James A. Michener

+l muchacho repiti la proposici n a 4issy -ec%ham, que la acept casi brincando. =untos volaron sobre el valle del Ani%, para ver desde lo alto los tres lagos <eorge que efectuaban su ataque contra la fa; del glaciar. 3uando regresaron a un sitio llano, cerca de la caba*a, los padres de Le:oy le dieron un "nico consejo con respecto al avi n: 8,o vayas a matarte. Tna tarde, despu#s de un terrible vuelo sobre las monta*as, lleg a la pista de -almer un veterano aviador que le hi;o recomendaciones ms espec!ficas: 8Tn joven recluta como t" siempre es bienvenido, hijo. -ero si quieres estar sentado aqu! cuando llegues a mi edad, recuerda una cosa: hay pilotos audaces, como t", y hay pilotos viejos, como yo. Lo que nunca hay es un piloto auda; y viejo. 83omo Le:oy puso cara de perplejidad, el anciano continu 8: 3uando yo estaba a punto de aterri;ar, con much!sima prudencia, porque a"n estaba asustado por la niebla de las monta*as, te vi actuar con tu avi n. 4uy bonito. F al aterri;ar pregunt#: PJNui#n es ese polluelo a medio emplumarKQ F me dijeron que eras t" , probando el avi n que acababas de comprar. 84ir al muchacho al tiempo que agitaba el !ndice8: +res hbil, pero no tanto como para olvidar las reglas. 8JNu# reglasK 8,o hay muchas. 3inco o seis. ,o te acerques a las h#lices en marcha, pueden hacerte picadillo. ,unca subas a tu avi n sin haber medido el combustible. +l tanque vac!o no tiene piedad. 3omo t" vas a volar por ;onas e$tra*as, donde no hay pistas, nunca aterrices directamente. -rimero vuela en c!rculos, para ver si el hielo es s lido o si hay arena firme a lo largo del r!o. 3uando te eleves, f!jate en todos los puntos visibles, que te servirn de gu!a cuando regreses. ,o sientas verg5en;a por tener que dormir junto a tu avi n, de nada sirve tratar de volver a casa de noche y con niebla. F por lo que ms quieras: ata toda tu carga. 3onsigue cuerda delgada. Da;te con una para asegurar todos los objetos, porque cuando est#s volando a cien %il metros por hora los muy malditos tratarn de estrellarse 3ontra tu nuca. 4ientras Le:oy trataba de visuali;ar las situaciones a las que se aplicaban esos consejos, el veterano a*adi uno especial para Alas%a: 8F en invierno, Le:oy, no dejes nunca de llevar una bra;ada de ramas de p!cea en la parte trasera de tu avi n& bien atadas, por supuesto. 3on su 3ub, Le:oy ingres en un mundo magn!fico. +l aparato hab!a sido reconstruido tantas veces despu#s de una serie de accidentes, que no quedaba mucho de la estructura original. )u motor, el se$to de la serie, era ahora un Lycoming de setenta y cinco caballos de fuer;a, pero tambi#n hab!a sido reparado a fondo despu#s de los golpes. :end!a un buen %ilometraje por litro de combustible, aunque tambi#n hab!a volado unas cuantas horas con me;clas horribles, incluyendo una preparada con una -arte de queroseno, una de gasolina y, seg"n el hombre que lo -ilotaba en esa ocasi n: PRtra parte de alcohol. +l alcohol estaba dentro de m!Q. +l aeroplano deb!a ser pilotado a fuer;a de m"sculo, pues no contaba con el complejo instrumental que facilitar!a tanto la operaci n de sus sucesores. :espond!a lentamente a los mandos y sus diversos mecanismos s lo pod!an ser activados por medio de fuer;a, pero contaba con una caracter!stica que los pilotos veteranos reverenciaban: era capa; de aterri;ar en casi cualquier parte, permanecer vertical y despegar una ve; hechas las reparaciones. :esultaba casi el avi n ideal para un piloto ambulante de Alas%a pero, tras varios centenares de horas de vuelo, Le:oy comprendi que, para sacarle el partido que deseaba, deb!a hacerle dos sencillas modificaciones. -ara ello gast el resto del legado de 4att 4urphy. 8Lo que necesito 8e$plic a Flossie, que viajaba con #l a un campamento minero perdido entre las colinas8 es un par de flotadores para acuati;ar en las ;onas lacustres. Tn

-gina M0M de ?@0

Alaska

James A. Michener

lago es mucho mejor que un campo escarpado. F no puedo pasar sin un par de patines para aterri;ar en la nieve durante el invierno. +lla refle$ion : 8-ero tendrs que desarmar tu avi n cada cuatro meses, Le:oy. Ahora, ruedas& luego, flotadores& despu#s, patines. 89ale la pena 8asegur #l. -ero al tratar de conseguir ese equipo descubri que no era barato. -or fin tuvo que apelar a Flossie: 8) lo tendr# el avi n que necesito si t" me prestas dinero para comprar ese equipo. +lla ten!a los fondos necesarios, pues el legado de 4att 4urphy bastar!a para eso, pero no se convenci de que su hermano tuviera serias intenciones de ganarse la vida como piloto hasta que el muchacho entr corriendo en la casa, una tarde: 8UFlossV Tn hombre de -almer vende su avi n para mudarse a )eattle. F el comprador no necesita su equipo de aterri;aje. U4e lo vende por muy poco, es una verdadera gangaV +lla le acompa* a la pista a#rea, donde averigu que en verdad era as!, pues un veterano le dijo: 8'sos son los mejores flotadores de la ;ona. F los patines estn prcticamente nuevos. 8F mi hermano Jpodr ponerlos y quitarlosK 8Fo le ense*ar# en die; minutos. )e hi;o el trato. 3on esa adquisici n de flotadores y patines, Le:RF se convirti en un aut#ntico piloto rural, capa; de descender en tierra, nieve o lago. -ero cambiarlos era dif!cil, tal como hab!a predicho su hermana. )in embargo, el hombre que alent a Flossie a prestar el dinero le ense* c mo simplificar esa dif!cil tarea: 8Ce buscas una buena estaca de p!cea y un toc n de roble que te sirva de punto de apoyo. UFa vers qu# fcil es levantar en el aire al 3ubV 3uando la parte delantera estuvo bien al;ada sobre el suelo, indic : 8Ahora pon este otro toc n en el medio y sueltas la estaca poquito a poco. ya tienes el avi n suspendido en el aire y puedes trabajar. F mostr a Le:oy c mo cambiar ruedas por flotadores o patines. 83laro, tendrs que pasar cuatro ma*anas al a*o trabajando como un burro. A mediados de mar;o sacas los esqu!es y pones las ruedas. +n junio pones los flotadores. +n septiembre necesitas otra ve; las ruedas y, a principios de diciembre,vuelves a los esqu!es. 3on esos cambios, relativamente sencillos, Le:oy contaba con una mquina muy verstil, que usaba con imaginaci n para llegar a cualquier parte y sin que le importara mucho el estado del tiempo. As! promocionaba sus servicios y obten!a buenos ingresos. +n el aeropuerto de -almer, donde guardaba su avi n cuando estaba con ruedas, hab!a trabado relaci n con varios j venes audaces, que reali;aban ha;a*as sorprendentes: aterri;aban con patines en los glaciares, acuati;aban en lagos remotos que no figuraban en los mapas, y transportaban cargas enormes, muy por encima de la capacidad recomendada para sus aparatos. Codo el mundo los admiraba hasta que, una noche, se e$traviaban durante el regreso y, al quedarse sin combustible, se estrellaban en alguna ;ona boscosa. )i alguien los descolgaba de un rbol a la ma*ana siguiente y si se pod!a reconstruir el avi n, se hablaba mucho de ellos en las pistas, mientras que los granjeros prudentes como Le:oy no llamaban la atenci n. -ero el muchacho repar en dos datos importantes: los grandes pilotos de verdad, como (ob :eeve, los hermanos >ien y (ud Delmeric%s, no corr!an esos riesgos innecesarios, y los j venes audaces que desafiaban las lejan!as con sus frgiles aeroplanos invariablemente acababan perdiendo la vida. )e convert!an en leyendas por su valor y representaban todo el encanto del piloto rural, pero mor!an. -or entonces ya se hab!a convertido en costumbre, en casa de los Flatch, despedirle con la recomendaci n: P,o vayas a matarteQ. 'l no se ofend!a, pues al llegar a los veinte a*os

-gina M0? de ?@0

Alaska

James A. Michener

era ya un piloto muy cuidadoso. -ero no por eso escap de las aventuras que parec!an acechar a todos los pilotos rurales. +n cierta ocasi n viaj hasta un alto lago de las monta*as Cal%eetna, al norte de -almer, donde un hombre de )eattle ten!a su albergue de ca;a. +l avi n, provisto de flotadores, llevaba una carga de correspondencia y provisiones compradas en la tienda local. Al cabo de veintid s minutos divis las marcas que indicaban la pro$imidad del campamento. )e acerc con cautela, describiendo un c!rculo sobre el lago para asegurarse de que no hab!a nada, como balsas o botes sueltos, y efectu un acuati;aje perfecto contra el viento, a fin de que #ste le ayudara a aminorar la marcha. 3uando las revoluciones de su h#lice descendieron a la m!nima velocidad posible, orient hbilmente el 3ub hacia -ont n, donde le esperaba el propietario del campamento con su esposa. 8Acuati;as mejor que los veteranos, Le:oy 8dijo el hombre de )eattle8. +n cuanto tengas un cuatro pla;as, 4adge y yo viajaremos s lo contigo. +ra un comentario que escuchaba constantemente: P3 mprate un cuatro pla;as y triplicars tu clientelaQ. -ero un >aco usado, con flotadores y patines, no costaba menos de cuatro mil quinientos d lares adems de lo que obtuviera por el 3ub, y #se era un gasto que #l no pod!a permitirse. 8Fo me ocupo de transportar cargas 8dijo al hombre de )eattle3omo cuando usted construy el ala nueva. 3uando hac!a esas entregas se esmeraba en colaborar con la descarga y #l mismo hac!a la mayor parte del trabajo, demostrando a los clientes que les agradec!a el trabajo. Al terminar, si dispon!a de tiempo, nunca dejaba de invitar a la esposa: 8JNuiere dar una vuelta, se*ora, para ver la ;ona desde arribaK 3asi nunca se recha;aba su invitaci n. )ub!a al asiento del piloto, daba indicaciones a la mujer para que pudiera trepar a su lado y, despu#s de hacerle colocar el cintur n de seguridad, llevaba el avi n hasta el e$tremo ms alejado de la superficie que hab!a usado como pista. 8Ahora no quiero que me observe, se*ora. De hecho esto muchas veces y para m! es coser y cantar. Tsted incl!nese hacia delante, acercando la cara a la ventanilla, y vea c mo aprovechamos el pelda*o. 8JNu# cosaK 8sol!a preguntar la mujer. 8+l pelda*o. +sos flotadores no son del todo rectos, Jsabe ustedK Dacia el centro tienen una especie de escal n& si no logramos que este avi n suba ese escal n, donde la adhesi n y la fricci n del agua son menores, no podremos despegar. 8Tna ve; que ella comprend!a, ms o menos, a*ad!a8: UAtenci nV Aqu! vamos a saltar sobre ese buen pelda*o. A veces parec!a incre!ble que su avi n necesitara casi toda la longitud del lago para subir el pelda*o& las mujeres sol!an gritar: 8JAscenderemosK F #l siempre respond!a: 8Carde o temprano despegaremos. F cuando ya parec!a que el aeroplano jams al;ar!a el vuelo, se elevaba misteriosamente sobre el pelda*o y la parte del flotador adherida al agua se reduc!a a la 4itad& desde esa postura, ms ventajosa, el avi n acababa por liberarse y, ;umbando entre la llovi;na, se elevaba sobre el agua, mientras la pasajera aplaud!a y hasta lan;aba gritos de j"bilo triunfal. +n realidad, tambi#n Le:oy sent!a deseos de gritar cada ve; que se produc!a ese milagro de los hidroaviones& efectuaba la maniobra con cuidado, porque en tres ocasiones, para gran bochorno )TFR, el avi n no hab!a logrado subir el pelda*o F acab en la playa, al otro lado. -or ese motivo a*ad!a una regla ms a las que le hab!a

-gina M0I de ?@0

Alaska

James A. Michener

recitado el veterano: P3uando despegues desde un lago, estudia siempre la orilla opuesta, porque bien puedes encontrarte all!Q. <eneralmente, esos paseos a#reos no duraban ms de quince minutos, pero esa tarde la dama quiso investigar toda la ;ona que rodeaba a las propiedades de su familia y pidi a Le:oy: 8Dagamos una verdadera e$cursi n. Ce pagar# la hora completa. F #l cumpli con gusto, pues tambi#n disfrutaba de esas e$ploraciones. +ra un d!a soleado& desde el oc#ano lejano llegaban nubes apenas insinuadas y la veintena de lagos que anidaban entre las colinas relumbraban como esmeraldas cuando los tocaba el sol. Ceniendo cuidado de mantener su orientaci n entre las monta*as sobresalientes, pas mas de una hora en vuelo, y eso le llev muy al norte. 8U+stupendoV 8grit su pasajera8. 9olvamos a tierra. 8F cuando el aparato se detuvo ante el pont n, en el lago, indic a su esposo8: -gale el doble. UFo no sab!a que viv!amos en un lugar tan hermosoV +sta e$cursi n no calculada retras en dos horas su viaje de regreso a 4atanus%a, pero eso no era un gran problema, pues aqu#llos eran los "ltimos d!as de julio y las horas de lu; eran muchas& el sol sal!a a las 7..6 y no se pondr!a hasta las /0.L?. -ero la situaci n se complic un poco cuando las nubes oscuras, que hab!an estado rondando el sur, empe;aron a apro$imarse con esa celeridad sorprendente, que hace tan imprevisible el clima de Alas%a. +l cielo puede estar despejado y clido a las cinco de la tarde y fr!o y amena;ador a las cinco y media. +se atardecer era amena;ador. 3uando Le:oy se acerc a la ;ona de 4atanus%a, eran cerca de las ocho& por lo tanto, a"n dispon!a de casi una hora de lu;. Be cualquier modo, eso no ven!a al caso, porque s lo le quedaba combustible para cuarenta minutos y deb!a encontrar su lago antes de que oscureciera. )in embargo, cuando hubo locali;ado el glaciar Ani% y verificado su posici n, la ;ona se oscureci con nubes tormentosas, de tipo a"n ms violento, y el muchacho comprendi que ser!a in"til cualquier intento de hallar su lago o acuati;ar en #l. -or tanto, empe; a buscar una alternativa. +n el sector hab!a die; o doce lagos disponibles, pero tambi#n quedaban inutili;ados por la tormenta. P-asar en una hora 8se dijo8, pero saber eso no me sirve de nada.Q +ra preciso regresar velo;mente hacia el norte, con la esperan;a de ganarle a la tormenta y acuati;ar en uno de los lagos pr $imos a -almer, o continuar hacia el sur e intentar el acuati;aje en alg"n bra;o del r!o Ani% o incluso en la bah!a de 3oo%. +sto "ltimo pod!a resultar arriesgado, pues si la tempestad tra!a vientos fuertes provocar!an olas demasiado altas y potentes para el 3ub. La situaci n se estaba poniendo fea. JNu# hacerK )e ajust el cintur n de seguridad, afloj las manos y las sacudi dos veces antes de retomar la palanca de mandos, con ms firme;a a"n. Luego se repiti las instrucciones que tantas veces hab!an demostrado su utilidad: P'ste es el momento de aspirar hondo, Le:oy. +n cualquier caso, siempre puedes posar este pjaro en tierra. Dars peda;os los flotadores, pero para ellos hay repuesto. -ara ti noQ. A la derecha se al;aban las amena;adoras cumbres de los montes Cal%eetna. PU)algamos de aqu!V Q 9ir bruscamente hacia la i;quierda, tratando de alcan;ar tanta altura como le fuera posible, pero desde all! no ve!a nada abajo. +n ese aprieto no busc ninguna salida milagrosa, ninguna s"bita revelaci n de un lago conocido. +staba en una situaci n grave y lo sab!a. ) lo sobrevivir!a si pilotaba teniendo en cuenta todas las posibilidades: el viento, las rfagas s"bitas y el agua agitada, y siempre sin olvidar un "nico objetivo: PBescendamos. 4e quedan ocho minutosQ. :ecordar!a siempre esos ocho minutos, despu#s de los cuales ya no tendr!a combustible en el tanque. 9ol hacia el sur hasta tener la seguridad de que el r!o Ani% estaba debajo de #l, %il metro ms, %il metro menos. Bescendi tal como habr!a hecho si

-gina M0@ de ?@0

Alaska

James A. Michener

el terreno hubiera sido visible, confiando en que la potencia de la tempestad no variara. Ante todo, manten!a su aparato bajo control, adaptndose al viento como si tuviera ruedas y una buena pista despejada. 3uando su alt!metro le indic que abajo quedaba poco espacio libre, no apret los dientes ni se prepar para alg"n impacto inesperado: continu respirando con serenidad, sin variar la firme;a de sus manos en la palanca de mandos, dispuesto a aterri;ar en lo que hubiera abajo, fuera lo que fuese. +n realidad, su actitud no era tan fatalista: PCengo alguna visibilidad. -odr# ver si es agua o tierra& si es tierra, dispondr# de dos minutos -ara hallar aguaQ. ,o a*adi que en esos dos minutos ser!a vital saber si deb!a volar hacia el norte o hacia el sur a muy baja altura para hallar el agua. Al terminar el se$to minuto, se libr de las nubes, a una altura de doce metros, y vio abajo s lo tierra, bastante escarpada por a*adidura. )er!a una locura aterri;ar en esa me;cla de rboles y colinas, pero Jen qu# direcci n estaba el r!oK )ereno, sin ninguna ra; n para estarlo, calcul que lo hab!a dejado atrs, al norte, y describi un fcil giro de ciento ochenta grados, descendiendo a"n ms. +n el "ltimo momento vio delante las aguas ondu8 ladas del r!o. Aspirando un poco ms profundamente, afian; la palanca de mandos, calcul su inclinaci n a favor del viento, que no era e$cesiva, y acuati; en una maniobra impecable, que consumi casi la "ltima gota de combustible. )in disminuir la velocidad, continu cru;ando el r!o hasta que los e$tremos de los flotadores tocaron la hierba de la orilla. Ttili;ando las cuerdas que siempre llevaba, at el avi n a un grupo de rboles y parti a pie, en busca de alguien que le ayudara a subirlo a tierra. +n muchos sentidos, Le:oy disfrutaba ms de su 3ub cuando lo usaba con patines, pues entonces volaba por el centro de Alas%a con la sensaci n de que pod!a llegar a cualquier punto y aterri;ar casi en cualquier rinc n de ese majestuoso mundo. +n los primeros d!as, a fuer;a de probar y equivocarse, aprendi cules eran los l!mites de altitud que pod!a alcan;ar su peque*o aeroplano y las maneras ms efectivas de aterri;ar sobre la nieve acumulada. 8U+hV 8grit una ma*ana, volando frente a un cegador amanecer en la nieve, que todo lo cubr!a . UCodo esto es m!oV -ero volar con patines ofrec!a tambi#n una ventaja financiera, tal como escribi uno de sus clientes a su esposa, que se hab!a quedado en 4aryland: 3omo yo ten!a muchos deseos de ver el e$perimento de 4atanus%a, fui a un peque*o aeropuerto de la ;ona y pregunt# qui#n era el mejor piloto& todos estuvieron de acuerdo en que cierto Le:oy era, si no el mejor, cuanto menos el ms seguro, de modo que lo contrat#. Cen!a un peque*o aeroplano de aspecto desvencijado, pero me asegur que no fallaba nunca. 3uando acab# de inspeccionar el famoso valle, el muchacho me pregunt : PJNuiere ver nuestros glaciaresKQ Fo acept#. -ero cuando a"n nos faltaban varios %il metros para llegar, volando sobre la nieve, grit de pronto: PU4ireeeeVQ, y dej caer el avi n en una espiral horrible. Abri la ventanilla y ech mano de una escopeta que llevaba atrs, pilotando con las rodillas y sin prestar atenci n al rumbo. PU4ire ese loboVQ indic . 3on mucha habilidad, puso el aparato a la altura de la enorme fiera y la mat de un solo disparo. Luego, haciendo girar el avi n como una hoja, aterri; a tres metros del lobo muerto y me orden salir. Be ese modo pudo apearse para recobrar al animal y lo arroj a la cabina, detrs de nosotros. :eanudamos el vuelo. Apenas llevbamos unos minutos en el aire cuando chill : PU+hV All va el hermanoQ. F descendi otra ve; en esa horrible espiral. Cambi#n a ese animal lo derrib de un solo disparo mientras pilotaba con las rodillas. +n esa ocasi n, cuando estaba a punto de volver al avi n, observ#: P4i asiento est lleno de sangreQ. 4e pidi mil disculpas y sac de una cajita un pa*o con el que lo limpi . Cambi#n not# que ataba a los dos lobos con tanto cuidado como si fueran cargamentos de oro. 3uando e$pres# mi

-gina M.0 de ?@0

Alaska

James A. Michener

esperan;a de que no viera ning"n otro lobo, me e$plic : P-or llevarlo a usted cobro cuarenta d lares. -or cada uno de esos lobos, el gobierno me dar cincuentaQ. +ntonces le pregunt# d nde hab!a aprendido a disparar con tanta profesionalidad y #l respondi : PAprend! a manejar armas en 4innesota y aeroplanos en Alas%aQ. 4s adelante descubr! que hab!a aprendido a pilotar en dos semanas. 3r#eme, +linor: volar en Alas%a es muy diferente a volar por los suburbios de (altimore. -ocos d!as despu#s de esa eficiente cacer!a, Le:oy trope; con la aventura que transformar!a su vida de un modo imprevisible. 4ientras holga;aneaba en la pista de -almer, un empresario apuesto y bien vestido, de unos cincuenta y cinco a*os, se acerc a preguntarle: 8J+s usted Le:oy FlatchK 8+n efecto. 8J+l que hi;o el verano pasado ese notable acuati;aje en el r!oK 8Cuve suerte... y un avi n muy bueno. 8J-uedo ver ese avi nK +$tra*ado de que un desconocido quisiera ver un viejo trasto como su 3ub, Le:oy dijo: 8+s aqu#l... el de los patines. Ciene mucho %ilometraje. F mucho vigor. +l desconocido dedic unos minutos a estudiar el e$terior del aparato. Luego pregunt : 8JLe molesta que eche un vista;o dentroK 83omo quiera. Cerminada la inspecci n, el hombre sugiri : 8J-or qu# no te compras un cuatro pla;as, hijoK 8+stoy ahorrando como un desesperado para comprarme uno. +l forastero se ech a re!r, alargndole la mano: 8)oy Com 9enn, de :oss H :aglan. 4i esposa y yo estamos construyendo un albergue de ca;a en las laderas de Benali y necesitamos a alguien que nos trasporte cargas grandes. 84e interesa. JA qu# distanciaK 8A unos ciento veinte %il metros hacia el noroeste. J-odr!as hacerloK 8-odr!a, pero cuando llegara all! necesitar!a combustible para repostar. 8+so se puede solucionar. J3undo har!as el viajeK 8Bie; minutos despu#s de tener la carga aqu!. J9endr usted tambi#nK 8)!. Nuiero e$plorar un poco durante el trayecto y tambi#n a la llegada. 8Cenga en cuenta que no se me permite entrar en el -arque ,acional. 8Fuera hay mucho territorio. Bicho eso, 9enn corri al edificio y telefone al cami n que esperaba en la estaci n ferroviaria, para ordenarle que trajera la primera parte del equipo el#ctrico. A la una y media, el 3ub ten!a su carga completa y bien asegurada. 9enn, que trabajaba dentro del fuselaje, sudando como un pe n, pregunt : 8J-uedo tirar estas ramasK 8UBe ning"n modoV 8le grit Le:oy8. Acu#rdese bien de d nde estn. 3uando se vuela entre monta*as pueden hacer falta en cualquier momento. +l cargado avi n, con 9enn en el asiento derecho, despeg limpiamente de la pista, elevndose con decisi n a una altura de mil trescientos metros, donde tom un rumbo de 7/00. +ntonces 9enn pregunt : 8A prop sito: Jalguna ve; has volado en la ;ona de BenaliK 8,o, pero siempre he querido hacerlo 8respondi Le:oy. F 9enn replic , sin sarcasmo: 8(ueno, e$ploraremos juntos. Dab!an cubierto la mitad de la distancia cuando Le:oy lan; una e$clamaci n muy audible. 9enn adivin que su piloto no hab!a visto nunca el e$traordinario panorama que

-gina M.. de ?@0

Alaska

James A. Michener

ten!a ante s!. -or encima de una guirnalda de nubes que circundaba las cuestas inferiores se elevaba una masa de grandes monta*as: :ussell, Fora%er, Benali, )ilverthrone, de sudeste a nordeste. +$ceptuando la :ussell, figuraban entre las ms altas de ,orteam#rica& y Benali era la ms alta. Formaban una estupenda barrera coronada de blanco en el cora; n de Alas%a. Bespu#s de contemplarlas con religioso respeto por algunos instantes, Le:oy coment a su pasajero: 8)e puede venir cuarenta veces a Alas%a y viajar por todos los flancos de esas monta*as sin ver jams Benali. 8Lo s# 8confirm 9enn. -ero all! estaba, en toda su gloria glacial& no era s lo el pico ms alto del subcontinente, sino tambi#n el ms septentrional, por un amplio margen. 3uando uno presenta sus respetos a Benali, est golpeando a las puertas del 3!rculo -olar Ortico, que se encuentra s lo a cuatrocientos %il metros en direcci n norte. Burante unos veinte minutos vieron la gran monta*a en todo su solemne esplendor, tan grandiosa que s lo dos grupos de monta*eros hab!an logrado dominarla: el primero, en .@.7, cuando un religioso ,enana lleg a la cumbre& el segundo, en .@7/, compuesto por cuatro hombres audaces que lograron, con una ingeniosa combinaci n de esqu!es y perros de trineo, dominar los vientos aullantes y las pendientes plagadas de grietas. Al acercarse el avi n al per!metro e$terior del parque, Le:oy e$plic : 8J)abe usted, se*or 9enn, que la monta*a no es visible desde abajoK 8:ara ve; se la ve 8confirm 9enn8. Fo he venido ocho veces sin verla nunca. Flatch inici el descenso, pero se encontr entre la cubierta de nubes que se arracimaba casi siempre alrededor de las monta*as, como si se negara perversamente a dejar ver su tesoro& entonces descubri que las nubes se prolongaban directamente hasta el suelo, que en esa ;ona estaba cubierto de nieve de la misma coloraci n. Cratando de no alarmar a su pasajero, coment serenamente: 8Al parecer, estamos atrapados en una cortina blanca. Aj"stese el cintur n de seguridad. 8J,os vamos a estrellarK 8pregunt 9enn, con esa calma que siempre le hab!a caracteri;ado ante la adversidad. 84ientras yo pueda evitarlo, no. -ero al iniciar un cauteloso descenso fue evidente que ning"n piloto, por hbil que fuera, podr!a determinar d nde terminaban esas nubes blancas y d nde comen;aba el suelo cubierto de nieve. +n otras palabras: no hab!a hori;onte discernible. Flatch record el asombroso n"mero de aviadores que, en esas circunstancias, hab!an clavado el morro contra la tierra, sin tener idea de d nde estaban ni a qu# altura. Besde luego, en ese tipo de accidentes el avi n estallaba& s lo en uno o dos casos los j venes pilotos hab!an podido jactarse: P4e estrell# directamente contra la cubierta de nieve y sal! caminandoQ. +n un aprieto como #se, resultaba de vital importancia que el piloto no se dejara dominar por el pnico. 9enn, que observaba con atenci n a Le:oy, se sinti complacido al notar que reaccionaba con admirable serenidad. -or tres veces trat de aterri;ar en la nieve, s lo para caer en una confusi n total, pues no pod!a adivinar d nde terminaban las nubes y comen;aban las rocas nevadas. +ntonces recobr un poco de altura e indic a 9enn: 8+s preciso tratar de ver algo en la nieve. 3ualquier cosa. Tn carib", un rbol, lo que sea. Los dos se esfor;aron por determinar d nde estaba el suelo y fracasaron. 8Besabr chese el cintur n, se*or 9enn. 9aya a la parte trasera y traiga esas ramas de p!cea. Bespu#s de forcejear entre el equipaje atado, el empresario reapareci con una gran bra;ada de ramas. 8Abra su ventanilla, vuelva a ponerse el cintur n y, cuando yo grite: PUC!relasVQ, vaya arrojando las ramas, una por una. 3omience por las que tienen ms hojas.

-gina M./ de ?@0

Alaska

James A. Michener

Burante algunos segundos volaron en silencio& ambos respiraban con fuer;a. -or fin se oy la orden: 8UC!relasV Las ramas empe;aron a caer por la ventanilla de 9enn, pero bast con la primera. +n cuanto Le:oy la vio posarse comprendi lo peligrosamente cerca del suelo que estaba y dijo una sola palabra: 8UBiosV -ero con ese frgil dato proporcionado por la rama se acomod en el asiento, puso el morro casi vertical hacia arriba y luego describi un c!rculo a baja altura, hasta divisar nuevamente la rama ca!da, que se destacaba en la nieve como un gran faro. :ara ve; se hab!a alegrado tanto de ver algo s lido. 8JCiene el cintur n bien ajustadoK (ueno. +ste aterri;aje -uede ser bastante brusco, pero debemos suponer que la nieve es pareja. F no prest ms atenci n a su pasajero, que se comport bien: Flatch baj los alerones, inclin el morro hacia abajo y e$periment un arrebato de alegr!a triunfal al sentir que los esqu!es tocaban la nieve lisa, e$tendida en todas direcciones. 4ientras el avi n se desli;aba hasta detenerse, sano y salvo, Com 9enn se quit el cintur n de seguridad y pregunt tranquilamente, reclinndose en el asiento: 8F ahora Jqu# hacemosK 8+nviar una se*al de radio para que todos sepan que estamos bien. 8Bespu#s de hacerlo, a*adi 8: F esperar aqu! hasta que pase la tormenta. 8JCoda la nocheK 8-uede ser. )in volver a discutir el aprieto en que estaban, los dos hombres se acomodaron para una larga espera. Cuvieron que pasar la noche all!& a la ma*ana siguiente, ya con cielo despejado, apareci un avi n de rescate para verificar que Flatch y su pasajero estuvieran sanos y salvos. Luego vol en amplios c!rculos, mientras Le:oy calentaba sus 4otores, rodaba hasta el e$tremo de un espacio relativamente nivelado y, en una distancia tres veces menor de la que el 3ub necesitaba en el agua, alcan; una asombrosa velocidad y se elev en el aire. Rbstinadamente, Benali y sus hermanas se destacaban con una belle;a tan clara que 9enn sugiri : 89olemos un rato para ver esta ;ona. 8Cengo combustible suficiente 8dijo Le:oy8. )er un placer. F pasaron media hora observando la cadena de notables glaciares que brotaban hacia el sur, saliendo del maci;o& era un espectculo conmovedor y regocijante para quien amara la naturale;a. 3uando Flatch deposit finalmente su avi n en la nieve, junto a la caba*a de 9enn, el millonario de )eattle le felicit : 8C" s! que sabes pilotar un avi n, muchacho. )u esposa, Lydia :oss 9enn, sali corriendo para saludarles. +ra una bonita mujer de pelo gris, que parec!a tener poco ms de cincuenta a*os8 8Ce presento a Le:oy Flatch 8dijo Com8, un piloto muy dotado. Le vamos a financiar un cuatro pla;as, para que nos traiga a los dos de ahora en adelante. +n ese -rimer viaje, Le:oy pas tres d!as con los 9enn, llevndoles alternativamente a dar paseos de e$ploraci n que le permitieron familiari;arse con las grandes monta*as. Al acabar la visita Com 9enn pregunt : 8Jpodr!as volar hasta Anchorage, Le:oy, para recoger a nuestro hijo y a su flamante esposa. 9endrn a pasar parte de sus vacaciones. 8)er un -lacer, si usted me da instrucciones. -ero en mi avi n s lo puedo traer a uno.

-gina M.7 de ?@0

Alaska

James A. Michener

8Alquila un cuatro pla ;as. -rueba todos los que encuentres y dime cul es el mejor para esta ;ona de Alas%a. Fue as! como Le:oy Flatch, pilotando un Fairchild alquilado que s lo ten!a algunas horas de vuelo, se present en la terminal de Anchorage e hi;o llamar al se*or 4alcolm 9enn y su esposa. +n cuanto vio al joven, supo que era el hijo de Conc, pues el parecido era notable& pero no estaba preparado para la aparici n de la se*ora, que no era una mujer blanca. 3asi igualaba en altura a su esposo& era sumamente esbelta y de pelo muy negro. Le:oy no logr dilucidar si era esquimal, aleuta o atapasca, tres tribus que a"n estaba tratando de diferenciar, y la buena educaci n no le permiti preguntar. -ero el joven 9enn resolvi el problema, pues al arrojar su equipo al interior del avi n dijo: 84i esposa viajar junto a la ventanilla. Nuiere ver estas tierras. +s tlingit por parte de madre y todo esto es territorio nuevo para ella. 3omo el tema estaba abordado, Le:oy pregunt : 8JF por la rama paternaK 83hina. (uena me;cla. 4uy inteligente, como ya descubrirs. 3uando el Fairchild lleg a la caba*a de los 9enn, al pie de Benali, los tres viajeros hab!an entablado una respetuosa amistad. 8JNu# significa ese nombre raro que tu padre ha dado a la casaK 8pregunt Le:oy, mientras descargaban el aeroplano. 8J-or qu# no se lo has preguntado a #lK 8-or no parecer entrometido. 8-ero me lo preguntas a m!. 8C" no eres el director de la empresa. 'l s!. 8)e llama P+l fil n de 9#nnQ. 8JF se refiere a lo que yo piensoK 8)!. Bice que, en los viejos tiempos, los hombres ven!an aqu! buscando oro... tratando de conseguir un fil n. 'l y mi madre han venido a buscar su propio fil n: la felicidad. 'l ama Alas%a, JsabesK +n los viejos tiempos la recorri de punta a punta. +n oto*o de .@7@, Le:oy Flatch estaba muy atareado buscando un cuatro -la;as usado que pudiera pagar, aun con la ayuda de los 9enn, y no se percat de que en +uropa hab!a estallado una gran guerra. -or la ra;onable suma de tres mil setecientos d lares, consigui un >aco FA)8? bastante bueno, que hab!a sido utili;ado en el distrito de =uneau, y con #l descubri lo hambrienta que estaba Alas%a de transporte a#reo. Be pronto aparecieron militares estadounidenses que ped!an ser transportados a lugares e$tra*os& las minas de oro que ya estaban en actividad necesitaban equipos nuevos. La construcci n de carreteras e$periment un rpido desarrollo y se abr!ann nuevas tiendas por doquier. F all! donde florec!an el comercio o la construcci n se necesitaban aviadores diestros para volar en territorios salvajes, como Le:oy. 8JNu# est ocurriendoK 8preguntaba a los hombres que rondaban las pistas a#reas. Lo descubri una noche, en el invierno de .@60, cuando unos amigos le arrastraron a una reuni n que se llevaba a cabo en la escuela de -almer. Tn atildado oficial joven, de la Fuer;a A#rea, dio all! una seca disertaci n que barri las telara*as: 8)oy el capitn Leonidas )hafter y quien se r!a de ese nombre se las ver conmigo. 4i padre era de >est -oint y me puso el nombre del h#roe griego de las Cerm pilas, el que perdi la cabe;a y el contingente entero. Fo tengo intenciones de hacerlo mejor. 3on la ayuda de mapas convertidos por fotograf!a en diapositivas de color, cuya proyecci n llenaba buena parte de la pared, detrs de #l, se enfrent a su p"blico, formado por pilotos, operadores de e$cavadoras y peones comunes, y les ofreci una nueva visi n de la guerra europea y de la -osible cone$i n de Alas%a con ella:

-gina M.6 de ?@0

Alaska

James A. Michener

All! la guerra puede haberse reducido a lo que ellos llaman, humor!sticamente, )it%rieg, cada uno de los bandos trata de esperar ms que el otro. -ero cr#anme que va a estallar muy pronto. F si la historia anterior puede servir de gu!a, nosotros nos veremos arrastrados a ella. ,o puedo predecir cundo o c mo se producir nuestra participaci n, pero de un modo u otro tendr que involucrar a la :usia sovi#tica. +n la actualidad los comunistas son aliados de la Alemania na;i. +so no puede durar, pero de un modo u otro, lo que haga :usia afectar a Alas%a, Jse dan cuentaK Aqu!, en las islas Biomedes, la Tni n )ovi#tica est a poco ms de dos %il metros de Alas%a. 3laro que son islas diminutas y sin importancia. -ero para un avi n moderno, cru;ar el mar de (ering, de :usia a Alas%a, es cosa fcil. +l contacto es casi ineludible y, cuando se produ;ca, este territorio estar in8 volucrado en la guerra. Tn piloto que hab!a trabajado un tiempo en la Fuer;a A#rea pregunt : 8JDabla usted de :usia como enemiga o como aliada nuestraK F )hafter le espet : 8,o lo he dicho porque no soy adivino. Cal como est la situaci n, es nuestra enemiga. -ero las cosas no continuarn as!& podr!a convertirse en aliada nuestra. 8F en ese caso, Jc mo se pueden tra;ar planesK 8+n un caso como #ste se tra;a un plan para cada contingencia. +stoy seguro de que, pase lo que pase, ustedes se adaptarn. -ara dar #nfasis a lo que dec!a, descarg una palmada en la ;ona donde se encontraban las fronteras sovi#tica y estadounidense, para entrar en la m#dula de su asombroso tema: 84iren ustedes, por favor, este mapa de ,orteam#rica y la parte oriental de )iberia. )upongamos que la Tni n )ovi#tica contin"a siendo enemiga nuestra. J3 mo puede atacar ms efectivamente a ciudades como )eattle, 4inneapolis y 3hicagoK -asando directamente por Alas%a y 3anad, en l!nea recta hacia los blancos industriales. Las primeras batallas, las que podr!an decidirlo todo, se librarn en lugares como ,ome y Fairban%s, y sobre la pista a#rea en la que estamos sentados en estos momentos. -ero supongamos que los sovi#ticos se vuelven contra Ditler, como deber!an, y se al!an con nosotros. J3 mo haremos para aprovisionarlosK J3 mo harn los aviones construidos en Betroit para llegar a 4osc"K 3reo que volarn en una gran trayectoria circular modificada, cru;ando >isconsin y 4innesota hasta >inipeg& luego, antes de seis meses, tal ve; pasarn a +dmonton, BaEson, Fairban%s, ,ome y luego a )iberia. 3aballeros: es muy posible que ustedes deban usar esta pista de grava como ;ona de aterri;aje de emergencia para enormes bombarderos. 4ientras los hombres intercambiaban miradas de asombro, les mostr un mapa bien dibujado de la regi n comprendida entre +dmonton y Fairban%s, diciendo: 8)ea la Tni n )ovi#tica amiga o enemiga, lo que debemos hacer ahora mismo es construir una carretera que sirva para el transporte de equipos militares desde aqu!... 8se*al BaEson 3ree%, al noroeste de +dmonton8, donde termina el ferrocarril, hasta aqu!, cru;ando este pantano. F sin prestar atenci n a lo terrible del terreno, marc una l!nea a trav#s de 3anad, hasta el centro de Alas%a, cerca de Fairban%s. 8,o me digan que ya se ha intentado hacer una carretera por ah!, ni que ofrece todo tipo de dificultades. )e tiene que construir. 8J-or qu#K 8pregunt un piloto. )hafter se mostr impaciente. 8-orque est en juego la vida de una gran rep"blica. Be dos grandes rep"blicas: +stados Tnidos y 3anad. Cendremos que trasladar equipo de guerra de Betroit y -ittsburgh hasta las costas del mar de (ering. 8F entonces a*adi algo e$tra*o y prof#tico, una idea perdida

-gina M.L de ?@0

Alaska

James A. Michener

que los presentes llevar!an siempre en la memoria8: Bebemos estar preparados para recha;ar a todo el que venga hacia nosotros desde Asia. 3omo ese desaf!o fue recibido en silencio, se dio una palmada contra la -ierna derecha, ri#ndose de s! mismo, y dijo en tono jovial: 8Bicen que los norteamericanos originarios, los esquimales y todos los que hay aqu!, llegaron cru;ando el mar de (ering cuando no era mar. 3aminando. Cal ve; los mares vuelvan a descender. Cal ve; ellos vengan hacia nosotros cru;ando alg"n puente de tierra. -ero vendrn, se*ores, vendrn. +n los meses siguientes, Le:oy Flatch no prest atenci n al desarrollo de la guerra europea ni a las espantosas predicciones del capitn )hafter, ahora ten!a dos aviones de los que cuidar: el viejo 3ub y el >aco, relativamente nuevo, de cuatro pla;as. 4anten!a al primero con flotadores y lo alojaba en un lago cercano& perfeccion una manera acelerada de cambiar al cuatro pla;as los flotadores por ruedas y #stas por patines. Ttili;ando creativamente este sistema, pudo sondear el centro de Alas%a con tanta efectividad como cualquier piloto solitario que estuviera operando entonces, pues pese a su juventud hab!a adquirido una madura apreciaci n de lo que sus aviones har!an si los manten!a en buen estado y llenos de combustible. ,o pasaba a*o sin que aterri;ara con uno de sus aviones en las siguientes superficies: macadn ancho en un aeropuerto oficial como el de Anchorage& macadn estrecho y desigual en alg"n puerto rural como el de -almer& grava en un campamento minero, grava suelta y tierra en el siguiente& hierba junto a un albergue de ca;adores& bancos de grava junto a un r!o, lodo y grava junto a un arroyo, hielo, nieve y 1lo ms peligroso2 hielo cubierto -oXr una fina capa de nieve& hierba cubierta de escarcha o de nieve, escarcha y llo8 vi;na. Cambi#n acuati;aba en lagos, r!os, estanques y otras masas de agua cuya longitud, demasiado limitada, no permit!a despegar despu#s& entonces arrastraba su avi n hasta tierra seca y caminaba en busca de alg"n aviador auda;, que le llevara de regreso con un par de ruedas para reempla;ar a los flotadores y algunas herramientas con las que derribar los rboles peque*os para abrir una pista. ,o tard en aterri;ar tambi#n sobre las ramas de alg"n rbol& en esos casos bajaba a esperar que le trajeran un ala de repuesto, la atornillaba cuidadosamente en el mu* n intacto y part!a otra ve;. +staba siempre en peligro, teniendo en cuenta sus rutas de vuelo, pero con notable previsi n hac!a que esos accidentes inevitables le ocurrieran siempre con el 3ub y no con el aparato nuevo. Las misiones ms agradables se presentaban cuando recib!a un telegra ma pidi#ndole que recogiera a alguno de los 9enn en el aeropuerto de Anchorage, pues eso significaba siempre renovar las relaciones con esa apasionante familia. Codos ellos le gustaban: el padre, fr!o y reservado, que gobernaba un imperio& la animosa madre que parec!a tomar buena parte de las decisiones& el joven que heredar!a ese imperio y, especialmente, la joven esposa, tan bonita y segura de lo que deseaba hacer. 8,o se parece en nada a los mesti;os de los que uno oye hablar 8dec!a Le:oy a otros pilotos8. Tna esposa as! es motivo de orgullo para cualquier hombre. 8-ara m! no 8gru* un veterano8. Las mesti;as, las nativas, tarde o temprano te llevan al infierno. 3uando deb!a recoger pasajeros, como los 9enn en Anchorage, Le:RF nunca sab!a con certe;a cundo llegar!a el otro avi n& los horarios de Alas%a estaban sometidos a cambios repentinos que a veces se prolongaban d!as enteros. -or ejemplo: cuando (ob :eeve pilotaba sus aviones hasta el e$tremo ms alejado de las Aleutianas, nadie sab!a cundo regresar!a, pues en esa ;ona el tiempo era imprevisible. Tn piloto de :eeve dijo a Le:oy:

-gina M.M de ?@0

Alaska

James A. Michener

8,o te miento: volbamos con toda normalidad sobre Alas%a cuando surgi una tormenta en el mar de (ering& en un minuto pasamos de la calma a la tempestad, que nos puso cabe;a abajo, como lo oyes. 9ajilla, camareras, clientes: todo patas arriba. F yo me libr# porque estaba atado. 8J3unto tiempo volaste as!K 8Alrededor de medio minuto, aunque parecieron dos horas. La siguiente rfaga de viento rtico nos endere; . 8Tn d!a de #stos me gustar!a volar contigo por esas islas. 83uando quieras. Burante las largas esperas, a Le:oy le gustaba leer relatos de los antiguos pilotos solitarios, pioneros en las rutas que #l cubr!a& los mejores eran los que se refer!an a hombres j venes, que volaban a sitios coloni;ados como )it%a y =uneau& los ms fascinantes, en su opini n, trataban de aqu#llos que hab!an llevado la aviaci n hasta el centro del pa!s: Fairban%s, +agle, peque*os asentamientos a lo largo del Fu% n, como ,ulato y :uby, y sobre todo de los pilotos intr#pidos que llevaban la correspondencia a las aldeas realmente diminutas, en los flancos norte y sur de la imponente cordillera de (roo%s: (eetles, >iseman, Ana%tuvu% y los campamentos del r!o 3olville. P+sos hombres s! que ten!an agallasQ, pensaba Le:oy, al leer sus a;a*as. -ero todos los relatos ten!an una luctuosa similitud. Darry Aane era casi el mejor de los pilotos solitarios. +l primero en aterri;ar en die; sitios diferentes, con pista o sin ella. Le encantaban las riberas, si la arena y la grava eran parejas& pero si no lo eran, aterri;aba igual. +n tres ocasiones diferentes ayud en partos a dos mil setecientos metros de altura. ,unca se arriesgaba. Iba a lo seguro, como los gatos. Tno pod!a volar a cualquier parte con Darry Aane, el mejor de todos. F luego, en las dos "ltimas pginas del cap!tulo, uno se enteraba de que una noche, en una cegadora tormenta de nieve, Darry Aane, el mejor de todos, se estrellaba. PAl menos una ve; 8refle$ionaba Le:oyY, me gustar!a leer la historia de alguien que, habiendo sido el mejor de los pilotos solitarios, haya muerto en su cama a los setenta y tres a*os.Q 3on la ayuda de Com 9enn, Le:oy hab!a acondicionado el interior de su >aco, acomodando otro asiento atrs, entre el equipaje& de ese modo pod!a esperar los vuelos comerciales provenientes de )eattle y llevar a los cuatro 9enn hasta el albergue. 3ierta ve;, el avi n de )eattle se retras y llegaron muy tarde a +l Fil n de 9enn& Le:oy pas la noche en la casa. -or la ma*ana, Com 9enn le dijo: 8J)abes que es muy deprimente escuchar el informativo de las ocho en Alas%aK 8J-or qu#K J+n Los cuarenta y ocho de abajo no son igualesK 8+n absoluto. Aqu! todas las ma*anas se escucha una interminable letan!a en que dicen d nde se han estrellado los aeroplanos la noche anterior: P+l bipla;a de Darry =anssen, en el lago tal o cual, al oeste de Fairban%s. Rchocientos cuarenta metros de nieve. Day se*ales de supervivientesQ. R como el que acaban de transmitir sobre alguien llamado Livingston. P3uatro -la;as en un albergue, ocho %il metros al oeste de :uby. ,ieve. ,o hay se*ales de vida. +l avi n est de costado y parece gravemente da*ado.Q 8J,o ser -hil LivingstonK 8pregunt Le:oy8. +s uno de los mejores. ,o puede haberse estrellado en una tormenta. 3uando hay tormenta ni siquiera sale. 8-ues ayer debi de haber salido. 3uando Flatch volvi a -almer se enter de que era en efecto -hil Livingston, uno de los mejores, y empe; a escuchar el informativo de las ocho con ms atenci n. 3asi todos los d!as se notificaba la ca!da de un aeroplano, d nde y a qu# altura, si hab!a o no supervivientes. +so le hi;o 3omprender lo peligroso que era pilotar aviones peque*os en Alas%a.

-gina M.? de ?@0

Alaska

James A. Michener

8-eligroso, pero ineludible 8dijo un veterano en la sala de pilotos de -almer, mientras Le:oy aguardaba a un pasajero que deseaba e$plorar los maravillosos valles situados entre los glaciares que surg!an de Benali. -eligroso o no, ese tipo de vuelos era, en el centro de Alas%a, una de las ocupaciones ms e$citantes del mundo. Los sistemas climticos eran muy vastos: eran continentes enteros de aire que brotaban locamente de )iberia. Las monta*as eran interminables, grandes ej#rcitos de picos, muchos de los cuales ni siquiera ten!an nombre, e$tendidos hasta el hori;onte. Los glaciares, tal como dec!a un piloto adiestrado en Ce$as, Pno se parecen en nada a lo que uno ver!a partiendo de CulsaQ. F entre las gentes que poblaban las peque*as aldeas o trabajaban en los campamentos mineros hab!a una diversidad infinita y gratificante. 8Aqu! en Alas%a 8dec!a el piloto de Ce$as8, estn las personas ms locas de la civili;aci n... si es que esto puede llamarse civili;aci n. Le:oy conoci a algunas de ellas cuando se le encarg llevar un pesado equipo de repuesto a un campamento minero, perdido en un rinc n de las monta*as Cal%eetna, al norte de 4atanus%a. +ra la primera ve; que viajaba a ese sitio, pero con la ayuda de un mapa apresuradamente dibujado por un piloto que lo conoc!a, pudo hallar el lugar. Al aterri;ar en la nieve vio all! a tres t!picos monta*eses de Alas%a, que esperaban en el borde de la pista improvisada: un veterano de Rreg n, un hombre llegado de R%lahoma en tiempos ms o menos recientes y un joven mesti;o, con un oscuro flequillo sobre los ojos. Le:oy se enter de que hab!a nacido en otro campamento minero, mucho ms al norte& su abuelo, un aventurero llegado de ,uevo 4#$ico en .@0/, se hab!a casado all! con una atapasca que no sab!a leer ni escribir. 3omo el hijo de ambos form pareja con otra atapasca, el nieto, ,athanael 3oop, ten!a en realidad una cuarta parte de blanco y tres cuartas partes de indio. )u nombre era bien curioso, pues el abuelo hab!a llegado a Alas%a con un apellido como 3oopersmith o 3ooperby. 3omo todos los amigos llamaban al hijo simplemente 3oop, #se era el nombre que figuraba en las listas cuando se hac!a alg"n recuento. +l nieto jams recibi otro nombre que el de ,ate 3oop. ,ate ten!a alrededor de dieciocho a*os& era un muchacho silencioso, que no parec!a relacionarse con sus dos compa*eros, y su "nico amigo era un perro grande y oscuro, de aspecto malhumorado, llamado Ailler, 1asesino2. +staba adiestrado para atacar a cualquier desconocido que entrara en la mina. )u antipat!a hacia Le:oy fue inmediata& lo atac antes de que ,ate gru*era: 8U'chateV +ntonces salt salvajemente contra los pat!nes del avi n, tratando de asirlos sucesivamente entre sus fuertes mand!bulas, hasta que ,ate gru* por segunda ve;: 8U'chateV +ra obvio que Ailler amaba a su due*o, pues se alej del aparato, aunque mantuvo fijos en Le:oy y en el 3ub sus ojos inyectados en sangre. Tna ve; descargado el equipo, Le:oy se enter de que, en el viaje de regreso, deb!a dejar a ,ate en otra mina, situada algo ms lejos entre las monta*as Cal%eetna. 8,adie me lo hab!a dicho. 8,o era necesario. -or die; d lares ms, Jlo harsK 8,o tengo ni idea de d nde est. 8,ate te indicar. 83on el lpi;, el hombre de Rreg n a*adi unos cuantos garabatos al mapa, preguntando8: J-odrs, ,ateK 83reo que s! 8dijo el muchacho. F con esa "nica informaci n, Le:oy se dispuso a volar adentrndose entre monta*as que nunca hab!a recorrido. 8)ube, ,ate. )i conoces los puntos de referencia llegaremos.

-gina M.I de ?@0

Alaska

James A. Michener

F ,ate replic , sin afligirse: 8,unca los he visto desde el aire, pero no creo que sean muy diferentes. +ntonces, para estupefacci n de Le:oy, Ailler tambi#n subi . 8UTn momentoV ,o puedo llevar un perro en... 8)e quedar en mi rega;o. ,o hay problema. Le:oy, aunque aprensivo, permiti que el perro se quedara, aun viendo que su hostilidad hacia #l no hab!a cesado. 4ientras el avi n se desprend!a de la nieve, mir casualmente al costado y not que perro y amo se parec!an: los dos con el pelo ca!do sobre los ojos. P,ate y Ailler, Uqu# d"o, buen BiosVQ. 3uando el avi n alcan; altura, advirti al joven minero: 8+se perro se las tiene conmigo. )i trata de morderme vamos a correr peligro. -ero ,ate le tranquili; : 8) lo lo hace para protegerme. Le:oy no lograba imaginar c mo interpretaba el perro su misi n& aunque permanec!a en su costado de la cabina, seguro entre los bra;os de ,ate, tambi#n manten!a el hocico tan cerca de la mu*eca derecha de Le:oy que pod!a clavarle los dientes al primer movimiento en falso. Ailler no era buen -asajero& cuando el avi n se sacudi en el aire de las monta*as el animal empe; a gemir. 83llate, Ailler 8orden ,ate, dndole dos golpecitos secos en la frente. F las quejas cesaron. +n esa inc moda posici n, Flatch se adentr entre las monta*as, distra!do en su concentraci n por la hostil vigilancia de Ailler. Al cabo de algunos minutos dijo a ,ate: 84e he perdido. JB nde est el campamento que buscamosK ,ate, en absoluto preocupado por haberse e$traviado entre las grandes monta*as en medio de una nevada, cosa com"n en Alas%a, dijo alegremente: 8Bebe de estar por aqu!. 3on intenci n de ayudar a Le:oy, abri su ventanilla para mirar el paso que sobrevolaban, a muy poca altura. -ero en ese momento Ailler 9io la oportunidad que aprovechaba con frecuencia cuando estaba en tierra: la posibilidad de escapar de donde se lo ten!a encerrado& con un -oderoso impulso de las patas, volvi la grupa al despreciado piloto y, desprendi#ndose de los bra;os de ,ate, salt por la ventanilla con un ladrido triunfal. Le:oy no lo vio salir, pero oy su ladrido y el grito angustiado de ,ate: 8U-or BiosV UAh! vaV +l avi n vir y sus dos ocupantes vieron que el gran perro, flotando en el aire fr!o, e$tend!a instintivamente las patas para retrasar la ca!da y dominarla. 8U)e va a matarV 8grit ,ate8. UDa; algoV -ero no hab!a nada que Le:oy pudiera hacer, e$cepto seguir virando para ver a Ailler cuando se estrellara en las rocas. )in embargo, el perro parec!a tener un milagroso sistema de conducci n. 3on el cuerpo paralelo a la tierra y algo amortiguada la fero; fuer;a de gravedad, se desli; hasta una grieta llena de nieve, que formaba una especie de valle en lo alto de las colinas. Los hombres lo vieron caer y, tras un momento de aturdimiento, levantarse entre gru*idos. 8+s un milagro 8dijo ,ate, d#bilmente. 8F entonces surgi el problema8: J3 mo vamos a sacar a ese perro de ah!. (ast un momento de estudio para convencerles de que aterri;ar en ese estrecho valle era imposible& aunque el avi n ten!a los patines puestos, no hab!a espacio suficiente para la apro$imaci n ni para el despegue. Ailler estaba aislado en lo alto de las Cal%eetna y, por el momento, no hab!a modo de rescatarlo.

-gina M.@ de ?@0

Alaska

James A. Michener

)obrevolaron el lugar durante algunos minutos, muy disgustados por abandonar a un animal querido en tan triste situaci n, aunque tuviera tan mal carcter. Le:oy record el paquete de bocadillos que Flossie acostumbraba ponerle en la parte trasera del avi n, cuando sab!a que #l iba a alg"n sitio donde la comida pudiera ser escasa. 8(usca ese paquete 8indic a ,ate8. Be papel, atado con un cordel. Bespr#ndelo. +n una "ltima vuelta sobre el lugar en que estaba el desconcertado animal, que corr!a de un lado a otro como si no hubiera sufrido ning"n da*o, ,ate arroj diestramente el bulto a poca distancia del animal, que manten!a su fea cara vuelta hacia el avi n. 8Ce dije que Ailler ten!a cerebro de hombre 8se e$alt ,ate, al ver que su perro segu!a el objeto con la vista, tomaba nota del punto donde hab!a ca!do y corr!a a buscarlo. Ante ese acto de inteligencia, Le:oy grit : 8U+se perro va a sobrevivirV F con la gu!a de ,ate puso el avi n rumbo al campamento. +sa noche toda Alas%a se enter del drama del Pperro paracaidistaQ. Al d!a siguiente varios e$cursionistas decididos resolvieron intentar el rescate, pero el valle donde el perro estaba aislado era tan inaccesible que s lo se lo podr!a mantener con vida arrojndole comida desde el 3ub. Aunque evidentemente no era posible llegar por tierra, desde todo el territorio llegaban sugerencias a raudales. Nuien ms se preocupaba por el destino de Ailler no era ,ate, su amo, sino Flossie, la hermana de Le:oy& la cruel p#rdida de su alce domesticado no hab!a disminuido su considerable afecto por los animales. -or eso no sorprendi a nadie que al d!a siguiente, al ver que su hermano y ,ate sal!an para alimentar al prisionero, pidiera que la llevaran tambi#n. +llos le prepararon un asiento. Ailler llevaba tres d!as en su prisi n de las monta*as cuando Flossie, en uno de los vuelos de rutina, vio algo que la entusiasm : 8U,ateV U4iraV +st cru;ando ese promontorio para bajar hacia un sitio mejor. Bespu#s de dar varias vueltas comprobaron que, en efecto, el perro esY taba siguiendo el arroyo que conduc!a al e$tremo del valle& lo vieron cru;ar la divisi n y reanudar la marcha por otro arroyo que pasaba por una superficie llena de nieve. 83reo que all! se podr!a aterri;ar 8dijo Le:oy. +sa noche, los vidos radioyentes recibieron la alentadora noticia de que Ailler, el perro que se hab!a quedado aislado, se hab!a trasladado a una ;ona donde tal ve; fuera posible rescatarlo. Tnos periodistas alquilaron un avi n en -almer para entrevistar a Le:oy y a ,ate, en el campamento. Fue ese d!a fren#tico, con el campamento minero lleno de visitantes, cuando Le:oy cay en la cuenta de que su hermana se interesaba de una forma un tanto rara por ,ate 3oop. La impresionaban la devoci n del joven por su perro, el amor con que trataba a los animales en general y su apostura viril: pelo oscuro, cara fuerte, de p mulos salientes, dientes blancos y brillantes en la sonrisa, ojos oscuros y vivaces. ,o pod!a disimular su creciente inter#s por ese muchacho que se estaba convirtiendo en un h#roe y hasta comen;aba a preguntarse c mo ser!a vivir con un hombre as!. Cras confesarse a s! misma que ,ate la atra!a de verdad, le result imposible ocultrselo a su hermano. 8-arece tan decente 8fue cuanto dijo. A lo cual Le:oy replic : 8+s mesti;o. 8JF no lo somos todosK 8pregunt ella. All! acab la parte filos fica de la discusi n, pues Le:oy a*adi una nota prctica. 8Cenemos que sacarte de aqu!, Floss. )e acerca una ventisca de monta*a. Ahora ten!a un motivo adicional para acelerar el rescate. +n la ma*ana del cuarto d!a descargaron todo el equipo que no fuera imprescindible y partieron hacia las monta*as. Cal

-gina M/0 de ?@0

Alaska

James A. Michener

como esperaban, hallaron a Ailler en un sitio mucho ms bajo, donde hab!a planicies nevadas lo bastante e$tensas como para aterri;ar con patines, pero la firme;a de la nieve era dudosa. 8,o parece dura 8dijo Le:oy a los otros, volando en c!rculos no lejos del perro, que esperaba8. F no est nivelada. 8-odrs 8le asegur Flossie. Fue una suerte que hablara ella primero, pues ,ate pensaba que los bancos de nieve eran demasiado inclinados y no permitir!an el descenso& Le:oy, por su parte, estaba inseguro. Ante el silencio que recibi su entusiasmo, ella no dijo nada. Apenas hab!a cumplido los diecis#is a*os& era una muchacha silenciosa, poco dada a e$presar auda;mente sus ideas frente a hombres desconocidos. -ero como parec!a que iban a regresar sin intentarlo, repiti su veredicto: 8-odrs, Le:oy. -or all!. Das aterri;ado en sitios peores. +n silencio, los tres aventureros se acercaron al espacio ms o menos nivelado que ella indicaba, pero cuando lo vieron desde cerca hasta Flossie comen; a tener sus dudas. +n ese momento, Ailler, consciente de que ocurr!a algo especial, -uesto que no le hab!an arrojado comida, empe; a dar saltos y a ladrar con mucho entusiasmo. Aunque ellos no pod!an o!r esos gritos de aliento, adivinaron lo que estaba haciendo. 8(ajemos 8dijo ,ate. Le:oy aspir muy hondo para calmar los nervios y, tras ajustar tres o cuatro veces su cintur n de seguridad, pregunt con serenidad: 8JCienes puesto el cintur n, ,A8teK Floss, Jte has atado con esas cuerdasK Luego carraspe y movi los hombros, para asegurarse de tener relativa libertad de movimientos en caso necesario, y prepar su avi n para un aterri;aje que habr!a asustado a los pilotos solitarios ms audaces de Alas%a. -asando sobre una cima rocosa, llev al 3ub a trav#s de un campo nevado muy desigual, hasta llegar al espacio relativamente plano donde Ailler los esperaba. 3uando el avi n se acerc a tierra, los ocupantes vieron que estaba muy inclinado a la derecha& por un momento, Le:oy pens abortar ese peligroso aterri;aje, pero Flossie grit desde atrs: 8U+st bienV UAdelanteX hay un lugar mejorV 3on un impulso ms, su hermano mantuvo el avi n en vuelo hasta ver el sitio donde podr!a aterri;ar. 3on un ;umbido que aterrori; a Ailler, los dos patines buscaron la nieve, mientras el 3ub se inclinaba peligrosamente a la derecha, como si fuera a rodar por la cuesta. +ntonces llegaron a un llano mejor y el aparato se endere; & los patines se desli;aron hasta detenerse. Aun antes de que abrieran las puertas, Ailler estaba saltando hacia los soportes, ladrando de placer al ver nuevamente ese objeto, antes despreciado. ,ate fue el primero en salir, desde luego, pues la porte;uela de acceso estaba de su lado. 3uando Ailler le vio descender le salt a los bra;os, emitiendo un equivalente de sollo;os de alegr!a. 3uando Le:oy baj del avi n, el perro corri tambi#n hacia #l para lamerlo, como si la enemistad quedara perdonada. -ero cuando descendi Flossie, a quien Ailler nunca hab!a visto ni olfateado, el animal parti hacia ella con un gru*ido amena;ador. ,ate le dio un buen puntapi#, ordenando: 8'chate, peda;o de tonto. +lla es la que te ha rescatado. -ara horror de Ailler, su amo le volvi la espalda y abra; a Flossie. 3uando los dos Flatch volvieron a la caba*a de 4atanus%a, Le:oy convoc una reuni n familiar de emergencia e inform : 8Flossie ha estado besndose con un mesti;o llamado ,ate 3oop. 8+l due*o del perroK 8pregunt +lmer. 8+l 4ismR

-gina M/. de ?@0

Alaska

James A. Michener

Codo el peso de la familia cay sobre la silenciosa Flossie. +lmer se*al que Pen todo el territorio de las dos Ba%otas y 4innesota, cuando un hombre blanco se ha casado con una india o viceversa, la cosa ha resultado mal. 8+so va 3ontra la ley de la naturale;aQ. Dilda Flatch, casi siempre generosa en sus juicios, advirti : 8UDace cuatro d!as que le conocesV +s rid!culo. Adems, los indios beben, pegan a sus esposas y no prestan atenci n a sus hijos. F Le:oy a*adi , con una perspicacia que sorprendi a todos: 8J-or qu# liarte con un mesti;o, si tienes ah! a ese e$celente muchacho de los 9ic%aryousK Be pronto, -aulus 9ic%aryous, vstago de la familia finlandesa, a quien los Flatch siempre hab!an tratado con cierta reserva, se convirti en un dechado de virtudes: el joven sab!a cultivar, hab!a adquirido tierras propias y era responsable, asist!a regularmente a la iglesia luterana y ahorraba dinero. )eg"n la familia de Flossie, era uno de los mejores de su generaci n, tanto en +stados Tnidos como en 3anad, y comen;aron a invitarle a cenar. +l joven era alto y ten!a el t!pico pelo rubio plido que la naturale;a ha dado a los finlandeses& su piel 3lara atra!a el ms !nfimo rayo de sol que tocara esa tierra adusta. +ra instruido y ten!a buenos modales& adems, sab!a cultivar la tierra, como dec!a +lmer. ,o hab!a ning"n motivo para que una muchacha como Flossie no quisiera casarse con un candidato tan promisorio. ) lo que ella hab!a entregado su cora; n a ,ate 3oop, sus monta*as y su perro. +l joven 9ic%aryous fue recha;ado tres o cuatro veces, de modo tan desembo;ado que no pudo ignorar el mensaje, y dej de presentarse en la caba*a de los Flatch. La furia contenida de la familia comen; a envolver a la pobre Flossie. B!a tras d!a le repet!an que los indios maltrataban a sus esposas, que ninguno de ellos era capa; de mantenerse sobrio tres d!as seguidos y que entre cien mineros, indios o blancos, noventa y seis de ellos no val!an un comino. 3ualquier desconocido que hubiera escuchado esos rega*os habr!a deducido que la muchacha era una delincuente y merec!a ese desd#n. -or cierto, habr!a supuesto que a la joven Flossie no se le permitir!a volver a cru;ar palabra con su mesti;o. -ero en ese aprieto encontr una poderosa defensora, dispuesta a apartar las telara*as del pasado y los malentendidos del presente. La presunta viuda 4elissa -ec%ham se hab!a quedado en 4atanus%a, como representante del gobierno territorial de Alas%a, y con frecuencia era su consejo el que permit!a a la vacilante colonia lograr un equilibrio estable. )e reun!a con esposas incapaces de adaptarse a esos inviernos interminables: 8U)i hubieran visto ustedes lo que era febrero en el Alondi%e. Fo preparaba entre cincuenta o sesenta tortas. Las apilaba fuera de la caba*a y las iba entregando una a una, totalmente congeladas, a medida que llegaban los hombres hambrientos. )e descongelaban, se calentaban, se les echaba alm!bar F UadentroV Tna pila no duraba ms de dos semanas. A los esposos acobardados por inundaciones y congelamientos, les dec!a: 8Biga usted, se*or 9asanoja: Jcree acaso que en 4innesota, si volviera all, vivir!a siquiera un poquito mejor que aqu!K +l banquero, que ya est all!, con los millones robados a los pobres, #l s! ha de vivir mejor. +l comisario, con su gran (uic%, s!, mucho mejor. -ero usted, un finland#s sin ahorros... )e*or 9asanoja, Jnunca le cont# que mi 4urphy viaj mil seiscientos %il metros en bicicleta para buscar oro y no hall nadaK +n su juventud, 4issy hab!a hablado un ingl#s impecable, pero en las minas hab!a tenido ocasi n de adoptar el lenguaje de la frontera& a veces hablaba como el ms bruto de los le*adores.

-gina M// de ?@0

Alaska

James A. Michener

Fue esa mujer de sesenta y cuatro a*os, veterana de las minas y trabajadora social, quien sali en defensa de Flossie Flatch. :eunida con la afligida familia de la muchacha, los fulmin con la mirada: 8+sto me recuerda las sesiones legales que hab!a en las minas, antes de que interviniera la -olic!a 4ontada del ,oroeste. 3uando alg"n minero hac!a algo que no gustaba al resto, formaban tribunal en una taberna, para que lo ju;garan ocho hombres que hab!an hecho cosas mucho peores. +s rid!culo. 84ir a los padres echando fuego por los ojos8. Tstedes estn haciendo lo mismo con Flossie. ,o tienen ning"n derecho a ju;garla. 'ste es un mundo nuevo, con reglas nuevas. 3uando estuvo segura de que la escuchaban, continu : 8'l es mesti;o, claro, pero en Alas%a casi todos lo son, de un modo u otro. De visto muchos buenos matrimonios de blancos con esquimales o indios de pura sangre. C", Le:oy, que viajas tanto con los 9enn, Jno has visto que la esposa del hijo es mesti;aK 3hino y tlingit. F el riqu!simo matrimonio Ar%i%ov, de =uneau: siberiano y yupi%. 4i hija se cas con un Ar%i%ov y yo estoy muy orgullosa de su familia. 8+ntonces pronunci una simple frase, que resum!a gran parte de la vida en Alas%a8: Nuien quiera ser feli; aqu!, tiene que aprender las reglas. 8-ero Jqu# empleo seguro puede conseguir un mesti;o como #seK 8pregunt +lmer. +so enfureci a la en#rgica anciana. 84e asombra usted, se*or Flatch. 3onque pretende garant!as. -ues no le he visto a usted con ning"n trabajo estable. 4i esposo, en vida, sol!a preguntarme: PTn hombre tan capa; como +lmer Flatch, Jpor qu# no se busca un buen trabajoKQ. F yo le dec!a: P4e parece que as! gana ms que t"Q. Atenuando la dure;a de su ataque, pidi algo de beber 1PLo que haya a manoQ2 y a*adi , con una suavidad muy distante de sus argumentos anteriores: 8Ahora esc"chenme, todos. C" tambi#n, Flossie. Dace a*os, en 3hicago, yo era una muchacha bastante aceptable. Bientes parejos, cabellera bonita y buena educaci n. jams me cas#. )iempre me enamor# de hombres que ya estaban casados. Dombres maravillosos, los mejores del mundo, pero que no pod!an casarse conmigo. -or eso... La vida nos llega de modos distintos y es mejor estar dispuestos a aceptarla cuando viene. -orque si la dejamos pasar, los a*os se alargan interminablemente, tristes, solitarios y sin sentido. 3omo nadie contestaba, dijo con renovado nimo: 8-ues bien: ustedes, los buenos Flatch, que no son tan buenos como creen, como tampoco lo soy yo, ni los 9ic%aryous a los que han estado cortejando... Fue por casualidad, una casualidad qui; cruel, que nuestra querida Flossie llegara a ese campamento minero y conociera a ,ate 3oop. ,o s# nada de #l, salvo que se tom muchas molestias para salvar a su perro. C", Le:oy, llevaste a tu hermana all!, de modo que la culpa es tuya. Cal ve; era lo mejor que pod!as hacer, porque voy a ayudar en todo lo que pueda para que tu hermana se case con ese muchacho. -ero al ver las caras atormentadas de todos los Flatch, salvo Flossie, trat de ayudarles a comprender la situaci n: 8UBe acuerdoV 3oincido con ustedes. )eg"n dice Le:oy, es un patn iletrado, con pelo hasta los ojos, de los que gru*en para saludar. -ero ha vivido siempre en los bosques, con gente que no sab!a comportarse de otro modo. +n Alas%a es frecuente que una mujer con sentido com"n y una sobredosis de humanidad se case con un bruto como este ,ate y lo civilice. )i Flossie puede domesticar a un alce, bien puede civili;ar al joven se*or 3oop. 3uando 4issy abandon la casa, lo hi;o esperando que los Flatch hicieran alg"n gesto de reconciliaci n hacia la hija. -ero Dilda dijo: 8)i te casas con ese condenado mesti;o, tu padre te echar de esta casa ... y yo le ayudar#.

-gina M/7 de ?@0

Alaska

James A. Michener

-ero cuando ,ate viaj a 4atanus%a, en el avi n de otro piloto, para presentarse a la familia Flatch, todos admitieron que parec!a un joven viril, de buenos modales, aunque algo torpe& de cualquier modo, era terriblemente moreno y sus facciones, indias sin remedio. Dabr!an podido aceptarle como yerno si Flossie hubiera vivido en el pramo, pero en una ciudad normal, entre otras personas, se lo ve!a penosamente inferior a -aulus 9ic%aryous. Adems, cometi el grave error de llevar consigo a su perro Ailler, que demostr su antipat!a a todos los Flatch, incluida la muchacha. -or lo tanto, cuando ,ate pidi la mano de Flossie, medio balbuceante y con Ailler gru*endo atrs, todos le replicaron con un decidido: 8U,oV ,ate no estaba dispuesto a dar esa respuesta por definitiva& permaneci en la vecindad algunos d!as y luego desapareci . +scribi algunas cartas a Flossie, pero la se*ora Flatch se apropi de ellas. +so se descubri cuando Flossie pregunt en el correo si hab!a llegado correspondencia para ella& entonces inform a 4issy -ec%ham, que entr tempestuosamente en la caba*a con speras noticias: 8Dilda Flatch: si impides que la correspondencia de +stados Tnidos llegue a su debido destinatario, puedes ir a la crcel. 4e entregars ahora mismo esas cartas, pues soy representante del gobierno. F no hagas ms tonter!as. Flossie, al recibir las cartas, las llev a su casa sin abrir y dijo a su madre: 8,o estoy enfadada. Diciste lo que te pareci correcto. -ero quiero leerlas aqu!, en mi propia casa, delante de ti. Abri los sobres con un largo cuchillo de cocina y ley en silencio. Al terminar cada carta la entregaba a su madre, sentada al otro lado de la meXsa. -or la noche escribi a ,ate. Cras este intercambio de cartas, ,ate 3oop viaj a 4atanus%a en la #poca en que los tres lagos <eorge sol!an quebrar la muralla del glaciar. Flossie le hab!a dicho que ese a*o quer!a estar presente cuando ocurriera y #l decidi llevarla al r!o Ani% para ver el acontecimiento. )e alojaba en la caba*a de 4issy -ec%ham. ) lo visit dos veces la casa de los Flatch, pues cuando se present por segunda ve; los padres le hicieron saber que no era bien recibido. Algunos d!as despu#s quedaron espantados al ver que Flossie hab!a deY saparecido, sin que nadie pudiera imaginar ad nde hab!a ido. 4issy dijo que su pensionista tampoco estaba y supuso que hab!an viajado a )eattle para casarse. -ero Dilda, la que ms se opon!a a 3oop, revis la correspondencia de su hija y encontr , en una carta de ,ate, una referencia al impresionante deshielo de los lagos, con este comentario: P)er!a maravilloso verloQ. Llam a su hijo, estremecida, pero #l estaba de viaje hacia +l Fil n de 9enn& cuando regres , ya era demasiado oscuro y no pod!a ir a buscar a su hermana. -or la ma*ana, cediendo a los enloquecidos lamentos de su madre, calent los motores del 3ub, que ten!a puestas las ruedas, y parti a investigar el territorio circundante. Al sobrevolar el r!o Ani% rumbo al glaciar vio, cerca del promontorio desde donde mejor se ver!a el colapso, una tienda de lona blanca. 3uando pas a poca altura sobre ella, comprob con alivio, pero tambi#n con aflicci n, que de ella sal!an dos personas j venes& obviamente hab!an abandonado los sacos de dormir, pues estaban despeinados y vest!an pijamas o alg"n tipo de prenda improvisada. ,o lleg a identificarlos, pero estaba casi seguro de que eran Flossie y ,ate. La certidumbre le lleg de un modo enfurecedor: el perro Ailler sali de la tienda para ladrar al avi n. Les hi;o una se*a balanceando las alas y describi otro c!rculo, volando tan bajo que les pudo ver la cara. -ero en ese momento distrajo su atenci n una gigantesca columna de espuma, elevada a buena altura. Los tapones de hielo que hab!an mantenido cautivos a los tres lagos durante los die; meses anteriores acababan de estallar& las aguas, por tanto

-gina M/6 de ?@0

Alaska

James A. Michener

tiempo aprisionadas, rug!an en libertad. Le:oy en su aeroplano, su hermana y ,ate desde la tienda, vieron sobrecogidos c mo escapaba esa fuer;a titnica& las aguas, al golpear la fa; del glaciar arrancaban grandes t#mpanos que iniciaban su tortuoso viaje por el r!o tempestuoso desprendiendo otros ms peque*os al entrechocar y dar tumbos. +ra la manifestaci n natural ms violenta que los tres hab!an visto. Le:oy vol en c!rculos media hora ms& despu#s volvi a pasar ro;ando la tienda y movi las alas para saludar a los amantes y al e$citado perro. 3uando aterri; en -almer, corri a la caba*a y entr precipitadamente diciendo a sus aprensivos padres: 8(ueno, ahora hay que casarlos. -reocupados por sus propios asuntos, los cuatro Fltch ignoraban el 4odo irresistible en que la historia del mundo se acercaba sigilosamente a ellos. +n junio de .@6. se cumpli la predicci n que el capitn )hafter de la Fuer;a A#rea hab!a hecho en el invierno de .@60, en la pista de -almer: la Alemania na;i declar la guerra total contra la :usia comunista, poniendo fin a lo que )hafter consideraba una alian;a il gica. )eg"n se*alaron los otros pilotos de la pista, eso significaba que Pprobablemente :usia se al!e con nosotros, si nos decidimos a entrar en estoQ. F los ms informados, con los que Le:oy no trataba, comen;aron a mirar con ms atenci n esa estrecha porci n de mar que separaba la Tni n )ovi#tica de Alas%a. -or entonces, hasta el mismo Le:oy sab!a que alguien, un canadiense o un estadounidense 1jams lograba distinguirlos2 estaba interesado en montar en una cadena de futuros aeropuertos& en realidad, ser!an meras pistas de aterri;aje en el pramo, que vincular!an +dmonton, en 3anad, con Fairban%s en Alas%a. 3uando empe;aba a preguntarse qu# estar!a ocurriendo, apareci nuevamente Leonidas )hafter, convertido en mayor. Cra!a a -almer una petici n, o qui;s una orden: todos los pilotos solitarios de la regi n deb!an reunirse con #l. 8La participaci n de +stados unidos en la guerra es inevitable. 3 mo vamos a entrar es algo que nadie sabe. 3reo que Ditler cometer alguna estupide; en +uropa. +l Lusitania otra ve;. -ero algo pasar. R tal ve; :usia comience a caer. 3uando eso ocurra, el sitio donde ustedes se encuentran, Alas%a, ser de la mayor importancia. Lo que vamos a hacer, a manera de preparativo, es crear apresuradamente esa serie de aeropuertos, que llamaremos pistas de emergencia: desde <reat Falls, en 4ontana, hasta +dmonton, en 3anad, y Fairban%s en Alas%a. Luego utili;aremos las peque*as pistas que ya e$isten en el r!o Fu% n, desde Ladd Field a ,ome. -ara lograr esto necesitaremos la colaboraci n de todos ustedes, los pilotos que estn familiari;ados con el territorio. +n esa ocasi n tra!a un mapa con el r tulo PsecretoQ. Bespu#s de pedir que quienes no fueran pilotos abandonaran la habitaci n, lo clav con chinchetas en la pared, detrs de #l. +ra casi id#ntico a los que hab!a mostrado en su visita anterior, pero ten!a una cadena de die; o doce estrellas rojas, pegadas a aldeas poco conocidas o a cruces de r!os: en el norte de 4ontana, el oeste de 3anad y el este de Alas%a. 8)i tratramos de cubrir la "ltima parte de esta ruta caminando, de +dmonton a Fairban%s, tardar!amos unos dos a*os, siempre que contramos con un buen gu!a indio y un avi n que nos arrojara las provisiones. +n coche, tal ve; quince a*os, si alguna ve; los dos pa!ses se decidieran a construir una ruta por esos pramos... y pudieran hacerlo. Lo que vamos a construir nosotros son once pistas de aterri;aje de emergencia. F como no hay carreteras a lo largo de casi todo este trayecto, ustedes tendrn que llevar el equipo en avi n. Ahora mismo. ,aturalmente, desde el e$tremo opuesto, en +dmonton, otro grupo de muchachos volar tambi#n con su parte de la carga. A partir de esta noche, todos ustedes estn reclutados en uno de los proyectos ms endiablados de Alas%a: construir aeropuertos donde nunca los hubo. ,ecesitamos de ustedes y de sus aviones. )e establecer una oficina en

-gina M/L de ?@0

Alaska

James A. Michener

Anchorage y he pedido a dos oficiales que trabajen aqu!, a partir de este momento. +l capitn 4arshal, de la Fuer;a A#rea. +l mayor 3atlett, del 3uerpo de Ingenieros... )e*ores, pueden comen;ar a inscribir a los pilotos. Los dos oficiales quedaron encantados al enterarse de que Le:oy Flatch pose!a 1ms o menos2 dos aeroplanos: el 3ub y el cuatro pla;as >aco& pero quedaron desconcertados cuando #l decidi alquilar el >aco y quedarse con el 3ub: 8Lleva ms carga. -uede hacer ms cosas. F si se estrella es ms fcil salir caminando. Bescart cualquier otra obligaci n, aunque ocasionalmente ped!a en pr#stamo su cuatro pla;as para llevar apresuradamente a los 9enn hasta Benali, y se dedic a hacer un viaje tras otro, todos tediosos, con enormes cargas para las incipientes pistas en el pramo. +l sistema de aeropuertos en cadena, por primitivo y provisional que fuera, ten!a el pomposo t!tulo de ,orthEest )taging :oute. 3omo sus diversos componentes entraban en servicio en momentos muy distintos, y una base dif!cil se pon!a en funcionamiento cinco meses antes que otra mucho ms c moda, los vuelos eran irregulares. -ero los aguerridos pilotos como Flatch se acostumbraron a descender en sitios como >tson La%e, 3hic%en y Co%& de ve; en cuando volaban a lugares que nunca hab!an o!do nombrar, entre Fairban%s y ,ome. 83uando esta condenada tarea est# terminada 8dijo el teniente coronel )hafter a sus equipos de trabajo, en las diversas construcciones8, tendremos una ruta de primera desde Betroit hasta 4osc", porque puedo asegurar que los rusos estn haciendo lo mismo al otro lado del mar de (ering. Le:oy llevaba seis meses trabajando en la ruta del ,oroeste cuando el coronel )hafter, que parec!a capa; de trabajar veintid s horas diarias si las cosas marchaban bien, treinta y seis en momentos de crisis, y obtener un ascenso cada cinco meses, lleg a la pista de -almer con una noticia asombrosa: 8Le he estado observando, Flatch. +s de los mejores. Nuiero que recupere su >aco de cuatro pla;as. 3mbielo a quien lo tenga por ese viejo 3ub y se convertir en mi piloto personal para cubrir toda la ruta, desde <reat Falls a ,ome. 8J)ignifica eso que debo enrolarme en la Fuer;a A#reaK 8Codav!a no. 4s adelante, cuando esto est# en marcha, puede ser. -ero ese trabajo requer!a que Le:oy aprendiera a pilotar de nuevo, pues deb!a volar por vastas ;onas ine$ploradas, donde ya no serv!an las antiguas normas de los pilotos solitarios. +n medio de un vuelo peligroso, )hafter observ : 8Dijo, este cacharro tiene ruedas, patines y flotadores, pero no nos servirn de nada si tenemos que aterri;ar en la tundra. Bos d!as despu#s, hi;o traer un par de ruedas para tundra. +ran enormes, anchas como globos a medio inflar, y permit!an aterri;ar en la tundra escarpada o algo pantanosa. -ero su tama*o alteraba las caracter!sticas de vuelo del avi n& por eso Le:oy deb!a evitar cosas que los pilotos prudentes practicaban con toda tranquilidad. Tn aviador familiari;ado con las ruedas para tundra le indic : 83omo las cubiertas no se pueden retraer, nada de giros cerrados a poca velocidad, ni siquiera a velocidad moderada, si no quieres entrar en espiral. Cu altura m$ima quedar reducida a unos seiscientos metros. 3uando aterrices, no te apresures: d#jate desli;ar. F lo ms importante: la resistencia que estos monstruos oponen al viento reduce mucho el rendimiento m$imo de un tanque lleno. Le:oy dijo: 83ualquiera dir!a que estas ruedas convierten el >aco en un avi n completamente distinto. F el piloto replic : 8Das aprendido la lecci n. Ahora resp#tala.

-gina M/M de ?@0

Alaska

James A. Michener

-ero una ve; que Flatch se hubo adaptado al avi n provisto de esas monstruosas ruedas, obtuvo el "ltimo perfeccionamiento en su carrera de piloto: ahora pod!a aterri;ar casi en cualquier parte. )eguro de su capacidad, pero nunca demasiado, volaba sobre los terrenos ms hostiles, aterri;ando ocasionalmente en sitios que habr!an provocado escalofr!os a un piloto com"n. +n el aire ejerc!a una severa autoridad y por mucho que le gritara alg"n general asustado, #l dec!a serenamente: P:ecl!nese, se*or. 9oy a aterri;ar en eso que tenemos ah! abajo& aj"stese bien el cintur nQ. 3inco o seis veces aterrori; a )hafter, pero en uno de esos viajes, al bajar del avi n sano y salvo, el militar le dijo: 8Diciste lo correcto, hijo. 9osotros, los pilotos de esta ;ona2 parece que obris seg"n vuestras propias reglas de aerodinmica. 4ientras los trmites para la ruta a#rea se acercaban a su fin, Flatch e$periment tres impresiones fuertes. La primera se produjo un domingo. Al llegar a la base de 3hic%en recibi la noticia de que -earl Darbor hab!a sido bombardeado, ms o menos al mismo tiempo un largo avi n de combate americano, un -860, aterri;aba en esa pista en un vuelo con varias escalas, proveniente de un punto pr $imo a -ittsburgh. Acababa de estallar la guerra que el capitn )hafter hab!a previsto con tanta claridad. +sa noche, ante un sorprendido jue; que se detuvo en 3hic%en, Le:oy Flatch prest juramento para ingresar en la Fuer;a A#rea como subteniente& los requisitos habituales quedaron apla;ados. +l segundo momento inolvidable lleg en enero siguiente, cuando recibi noticias de que su viejo 3ub se hab!a estrellado en Fort ,elson, 3anad. 9ol hasta all! con el general )hafter para investigar y se enter de que el joven -iloto, reci#n salido de un campo de adiestramiento en 3alifornia, se hab!a visto envuelto en una cortina blanca: 8,o se ve!a nada, general. 3ielo, nieve, suelo, todo era lo mismo. +ncendiendo fogatas logramos que descendieran dos de los aviones. +ste muchacho no sab!a d nde estaba, pero dijo con toda calma... lo s# porque Fo estaba a cargo de la radio: P+sto parece una sopa... por todos ladosQ, y dos minutos despu#s se clavaba de morro en la nieve, como ya ver usted all!. +l avi n estaba destro;ado y Flatch seguro de que #l habr!a podido salvarlo& eso hac!a ms penosa su p#rdida. 8JNuieres una fotograf!aK 8pregunt el general. 8,o 8respondi Le:oy. 8Anda, hijo. +sto fue parte de tu vida. Bentro de cincuenta a*os disfrutars con el recuerdo de este d!a. 3ondujo a Le:oy hasta el avi n destro;ado, en el que no se -od!an distinguir marca ni n"mero, y se fotografiaron juntos: el joven y recio general, el sereno piloto y el 3ub de .@/? que ambos hab!an respetado. La tercera e$periencia fue e$traordinaria. A fines de .@6/, cuando la pista de Ladd Field, Fairban%s, comen; a llenarse de j venes pilotos rusos que ven!an a retirar los aviones estadounidenses para llevarlos a )iberia, el general )hafter encomend a Flatch una misi n especial en ,ome, donde gran parte del hist rico campo aur!fero hab!a sido convertido en la "ltima escala antes de )iberia. All! Le:oy deb!a prestar toda la asistencia posible a los audaces pilotos rusos que llevar!an los aviones hasta 4osc", por entonces sujeta a un terrible acoso. Tna ma*ana, estando #l de guardia, se le present un e$tra *o piloto ruso que hablaba un ingl#s bastante bueno, si no perfecto:

-gina M/? de ?@0

Alaska

James A. Michener

8)oy el teniente 4a$im 9oronov. 4i antepasado Ar%ady 9oronov entreg Alas%a a los americanos, en mil ochocientos sesenta y siete. )i no vienen aviones, me gustar!a ir a visitar )it%a. Tsted puede llevarme, Js!K La idea era tan sorprendente que Flatch trat de ponerse en contacto con )hafter. 3omo eso result imposible, dijo al ruso: 8+l general )hafter me orden ayudarles en todo lo posible, dentro de lo ra;onable. )i usted hace una solicitud formal, iremos. 9oronov present su )olicitud, redactada por Le:oy& un recluta de la (ase ,ome telefone el mensaje a Fairban%s y, sin esperar respuesta, Flatch y 9oronov se pusieron en camino hacia la gran base de Anchorage, donde obtuvieron un hidroavi n para volar a )it%a, por entonces all! s lo se pod!a aterri;ar en el estrecho. +ra un d!a luminoso, el sol destellaba en los glaciares y las m"ltiples islas brillaban en el -ac!fico como gotas de cristal en sat#n a;ul. Al parecer, 9oronov hab!a estudiado con cierta atenci n la historia de la Alas%a rusa, pues cuando el hidroavi n estuvo bien alto, dijo al piloto desde el asiento derecho que ocupaba: 8Le agradecer!a mucho que me mostrara la isla Aaya%. F cuando el avi n vol sobre esa e$tra*a isla alargada, en la que los rusos de 9itus (ering hab!an desembarcado por primera ve;, Le:oy, sentado en el asiento trasero, vio que 9oronov ten!a los ojos llenos de lgrimas. Flatch, que nunca hab!a o!do hablar de la isla Aaya% y s lo ve!a en ella un lugar desolado sin inter#s para nadie, pregunt qu# significaba ese sitio. -ero 9oronov, estudiando el terreno con e$tra*o cuidado, le indic que se lo e$plicar!a despu#s. La visita a )it%a, donde Le:oy hab!a estado s lo dos veces antes, para recoger a algunos militares invitados del general )hafter, les ofreci a ambos una e$periencia inolvidable. 9oronov trataba de distinguir los lugares donde hab!a vivido su antepasado& reconoci la iglesia rusa, con su c"pula en forma de cebolla, y tuvo muchos deseos de ir a la colina donde se hab!a al;ado el castillo de (aranov. -ero durante esos a*os de guerra, como la invasi n japonesa era siempre posible, el monte estaba restringido al escaso personal militar asignado a las bater!as, all! y en los alrededores. -ero 9oronov dej at nito a Flatch demostrando que conoc!a, con todo detalle, el desarrollo de diversas batallas que hab!an marcado la prolongada guerra entre rusos y tlingits, as! como la probable locali;aci n de las empali;adas que en otros tiempos rodeaban la ciudad. )ab!a qu# sitio hab!a ocupado la vieja aldea tlingit, ante las murallas, y cul era el lago de donde uno de sus antepasados hab!a cortado hielo para vender en )an Francisco. Le interes especialmente conocer el sitio donde se constru!an los barcos para comerciar con DaEaii y sorprendi tanto a Flatch como al piloto del hidroavi n, preguntndoles si pod!an descender en las famosas fuentes termales, al sur de )it%a. +l permiso era dif!cil de conseguir pero un aleuta de nombre ruso fue designado para conducir a los tres viajeros hasta el lugar. 3uando el hidroavi n aterri; en la bah!a, frente a la colina de cuya ladera brotaba la fuente, el piloto permaneci en el avi n, mientras los otros ascend!an la cuesta hasta las vertientes. +n una desvencijada casa construida d#cadas antes, se desnudaron para sumergirse en las aguas calientes y sulfurosas. 4ientras disfrutaban, Flatch pensaba en lo e$tra*o de todo aquello: una gran guerra hab!a sido el instrumento que trajera a ese ruso de retorno a la tierra que sus antepasados hab!an servido con evidente eficiencia. -ero el ms conmovido era el gu!a ruso8aleuta. ,o dominaba el ruso, por supuesto, pero cont a 9oronov que sus propios antepasados hab!an servido a los rusos en la isla de Aodia% y, ms adelante, al norte de )an Francisco. 9oronov escuch con atenci n, haciendo muchas preguntas sobre el trato que los ocupan8 tes estadounidenses hab!an dado a los aleutas al ocupar la ;ona. +l gu!a dijo:

-gina M/I de ?@0

Alaska

James A. Michener

8(astante bueno. ,os permitieron conservar nuestra iglesia. Dasta la revoluci n de .@.? era 4osc" la que pagaba el sueldo de nuestro sacerdote. F 9oronov asinti , echndose agua a la cara. 3uando lleg el momento de abandonar )it%a, una mujer de la ;ona, que profesaba la fe ortodo$a, se acerc a 9oronov con un curioso recordatorio de los tiempos rusos: era una invitaci n a un baile que se ofrec!a anualmente en )it%a& estaba fechada en .@60 y e$tendida a nombre del pr!ncipe y la princesa 4a%sutov, como si a"n ocuparan el palacio: 83uando bailamos, se*or, nos imaginamos que los nobles estn sentados alrededor, como hac!an en el castillo, en los viejos tiempos, contemplndonos con aprobaci n. 8F bes la mano a 9oronov mientras a*ad!a8: Cenemos un buen recuerdo de su gran antepasado, se*or. Nue disfrute usted de la victoria. 3uando la mujer se fue, Flatch pregunt : 8JNu# gran antepasadoK 8Tn 9oronov oficiaba en esa iglesia. Tn hombre maravilloso, en contacto con Bios, seg"n creo. Rficiaba aqu!, en el l!mite de la nada, y lleg a ser tan santo que le llamaron desde 4osc" para que dirigiera todas las iglesias de :usia. 8J+ra cat licoK 8pregunt Le:oy. 8,o romano, ortodo$o. )e cas con una aleuta, una gran mensajera de Bios. As! que yo tengo una parte de sangre aleuta. -or eso el hombre de los ba*os... F sorprendi a Flatch con una pregunta : 3uando volvamos a ,ome, Jpodr!amos descender en la Fbrica de 3onservas C tem, sobre el estuario del Ca%uK 8Tsted conoce estas aguas mejor que yo 8coment Le:oy. F 9oronov replic : 8Tn hijo del gran l!der religioso, creo que fue, descubri el sitio donde est la fbrica. ,uestra familia tiene todos los registros. )e desviaron un poco hacia el estuario. 3erca del e$tremo cerrado, donde asomaban los grandes glaciares, Flatch vio los edificios de la planta, que hasta entonces no conoc!a. 8U)on inmensosV 8grit hacia el asiento delantero. 8JAterri;oK 8pregunt el piloto. 8,o hace falta 8dijo 9oronov8. -ero me gustar!a volar aguas arriba por ese peque*o r!o. Tno de mi familia, Ar%ady, escribi un poema sobre #l. -l#yades se llama el lago del nacimiento. +l hidroavi n serpente tierra adentro, hasta el lago de las -l#yades, donde los tres hombres vieron las siete encantadoras monta*as y las aguas frescas en donde se criaba el salm n& desde all! volaron a lo largo de la cadena de glaciares hasta Anchorage, donde esperaba el avi n de Flatch para continuar hasta ,ome. All! los pilotos estadounidenses estaban entregando aviones especialmente equipados para el frente moscovita. +l teniente 4a$im 9oronov, de veintid s a*os, abord uno de ellos y, tras escuchar quince minutos de instrucciones, despeg hacia )iberia. ,o ofreci ninguna despedida emotiva a Le:oy Flatch. )e limit a decirle: 8<racias F parti hacia la guerra. +n los d!as siguientes, pasaron por ,ome unos cuarenta de esos aviones especiales. A cada uno de los rusos que se hac!an cargo de ellos, los estadounidenses le dec!an: PUBale fuerte a ese DitlerVQ, Paguanta hasta que lleguemos nosotrosQ, o algo parecido. A la ma*ana siguiente, mientras se afeitaba, Le:oy pens en la desconcertante e$periencia que hab!a tenido con el teniente 9oronov y lleg a la conclusi n de que era mejor informar de ella al general )hafter: 8Bijo que se llamaba teniente 4a$im 9oronov. )er!a mejor que registrramos su nombre, pues no dudo que volveremos a verle.

-gina M/@ de ?@0

Alaska

James A. Michener

-ero no reapareci . Le:oy supuso que hab!a muerto en las batallas a#reas sobre 4osc". La segunda guerra mundial alter completamente la vida de todos los miembros masculinos de la familia Flatch. 3ada uno hi;o una notable contribuci n a la defensa de Alas%a y, por lo tanto, de +stados Tnidos: Le:oy, en la construcci n de la ruta a#rea que ayud a la salvaci n de 4osc"& su cu*ado ,ate 3oop, como soldado de infanter!a en una de las batallas ms confusas y e$igentes de la guerra& +lmer, el padre, en una actividad que nunca habr!a imaginado. La participaci n de los dos j venes era una prolongaci n de lo que hac!an en la vida civil: pilotar aviones y trabajar al aire libre. -ero +lmer se vio arrastrado a una vida para la que prcticamente no ten!a preparaci n alguna. )ab!a conducir un autom vil y eso era todo. Fue reclutado para el servicio civil por 4issy -ec%ham, que se present una ma*ana en su caba*a, como representante del gobierno territorial, trayendo una noticia sorprendente: 8+stados Tnidos despierta por fin, +lmer. Los cabe;as huecas de >ashington han comprendido que Alas%a tiene una importancia vital. Los japoneses podr!an aterri;ar aqu! en cualquier momento e interrumpir nuestros contactos con :usia. 8Le:oy est muy ocupado construyendo pistas de emergencia para ellos. 8C" vas a construir algo mucho ms grande que un pu*ado de peque*as pistas. 8JF qu# ser esoK +lla evit esa pregunta directa. 8Los de Alas%a siempre so*amos con algo ms. 3uando yo era joven quer!amos una v!a f#rrea entre Anchorage y Fairban%s. -ura tierra desierta. -ero en .@/7 el presidente Darding en persona vino a clavar la primera traviesa. 4uri inmediatamente despu#s, por supuesto. Algunos dijeron que era por unas almejas envenenadas que hab!a comido aqu!& otros aseguraron que lo hab!a matado su amiga en 3alifornia. 8F ahora Jqu# quieren construirK 8Tna autopista. 3ru;ando el peor territorio del mundo, para conectarnos con Los cuarenta y ocho de abajo. 8F siempre hemos pensado que era imposible. JNuieres una cerve;aK )entados ambos en la cocina de Flatch, mientras Dilda los observaba desde su rinc n, 4issy desenroll el mapa que le hab!an dado en el cuartel de Anchorage: 89amos a construir una carretera militar de primera, paralela a las pistas a#reas que est construyendo tu hijo. F revel la fina l!nea roja que conectar!a +dmonton, en 3anad, con todas las pistas que estaban surgiendo en la parte ms desolada del noroeste, hasta Fairban%s. )i la tarea de hacer esas peque*as pistas en semejante pramo hab!a abrumado al general )hafter y a sus aviadores, la construcci n de una carretera presentar!a dificultades inimaginables. 8,o se puede 8dijo +lmer, secamente. F 4issy replic : 8+n tiempos de guerra, se puede. Le mostr en su mapa los resultados que hab!an tenido los debates de los Aliados sobre la carretera que vincular!a para siempre +stados Tnidos con 3anad, si se la pod!a construir. 8Los canadienses quer!an que fuera ms o menos una ruta costera, para beneficio de sus ;onas pobladas del oeste& al menos, eso dijeron en el informe. Los locos que aman el Ortico deseaban que siguiera esa ruta infernal que sigui mi 4att en .I@?, a lo largo del 4ac%en;ie aguas arriba casi hasta el 3!rculo -olar Ortico y a trav#s de las monta*as, hasta Fairban%s. Los +stados Tnidos decidieron. PIremos por el medio: por la :uta de la -radera, donde ya estn las pistas a#reasQ. F #sa es la ruta que vas a construir, +lmer. 8JFoK 8C" y tu cami n. -res#ntate cuanto antes en (ig Belta, con un equipo completo de herramientas, para iniciar la construcci n desde este e$tremo.

-gina M70 de ?@0

Alaska

James A. Michener

8U-ero si yo no s# nada de construir carreterasV 8Fa aprenders. F 4issy se fue para reclutar a los hombres mayores de las familias 9ic%aryous, 9asanoja y Arull. +n total, unos cuatrocientos civiles de Alas%a fueron reclutados, ms o menos por la fuer;a, para constituir la fuer;a laboral que construir!a ms de mil seiscientos %il metros de carretera en 3anad y ms de trescientos veinte en Alas%a. )e les orden completar esa cicl pea tarea en menos de ocho meses. 8)e supone que a principios de octubre pasarn por esta ruta camiones militares cargados de equipo de combate 8rug!a el coronel a cargo del segmento donde trabajaba +lmer, cada ve; que algo sal!a mal. -ara hacerlo posible, los +stados Tnidos proporcionar!an casi doce mil hombres uniformados& 3anad, el contingente ms grande que permitiera su poblaci n. )e la denomin oficialmente Alcan DighEay: la autopista que los del norte hab!an so*ado siempre y que, en circunstancias normales, no habr!a sido construida sino a principios del siglo GGI, pues el coste era enorme y los obstculos, terribles. +n tiempos de guerra, por incre!ble que pare;ca, se construir!a en ocho meses y doce d!as. 3uando +lmer Flatch se present en los cuarteles militares de Fairban%s, se le indic que dejara su cami n en el dep sito central, donde se le har!a entrega de un enorme tractor 3aterpillar, capa; de derribar rboles o sacar de una ;anja un cami n de die; ruedas completamente cargado. 8-ero yo nunca he conducido algo as! 8protest #l. F el teniente a cargo del dep sito gru* : 8-ues empiece a hacerlo. Cres de los regimientos asignados a los sectores de Alas%a estaban compuestos totalmente por negros, descontando los oficiales, que eran blancos. Tn negro corpulento, de hombros ca!dos, que hab!a conducido e$cavadoras en <eorgia, era el encargado de ense*ar a los civiles las comple jidades de esos colosos que abrir!an una ruta en territorios hasta entonces intransitables. +ste enorme militar, el sargento Dan%s, les dio instrucciones concisas y sensatas, con un pronunciado acento de <eorgia que a los de Alas%a les resultaba dif!cil de comprender. 83ambiar la marcha e cosa e ni*os. )alir vivo, eso e otra cosa. 4 de uno fracasa, se lo entierra. Dan%s dijo, con interminables repeticiones e ilustraciones, que el conductor no deb!a decidir con el cerebro, sino sentir en el trasero cundo una cuesta era demasiado empinada para su tractor. 8,o digo las cuestas pa arriba o pa abajo& eso e cosa e ni*os. Las cuestas peligrosas de que hablaba, las que mataban por veintenas a los descuidados, eran las que inclinaban al tractor de costado, sobre todo hacia la i;quierda: 8si el 3aterpillar se cae a la derecha, uno pue salvarse. )i cae a la i;quierda, te aplasta. :epet!a que el conductor ten!a que sentir en el trasero, no en el cerebro ni con la ayuda de la vista, si la cuesta, a derecha o i;quierda, se estaba tornando demasiado empinada. 8F cuando sientan el mensaje, atrs, sin pensrselo. ,a de girar. Atrs, como se sale de un cuarto oscuro cuando se ve un fantasma. (ajo las repetitivXas indicaciones de Dan%s, +lmer Flatch y otros hombres corrientes como #l comen;aron a dominar las complejidades de los grandes tractores. Bespu#s de un per!odo de adiestramiento que parec!a peligrosamente breve, se los envi a ejecutar el trabajo. A principios de mayo, Flatch se encontr diecis#is %il metros al este de Co%, la peque*a poblaci n donde la carretera de +agle desciende desde 3hic%en. Llevaba pocas horas trabajando cuando un mayor del 3uerpo de Ingenieros le grit :

-gina M7. de ?@0

Alaska

James A. Michener

8A ver, usted, el de la gorra de mapache. Craiga su tractor aqu! abajo y ayude a endere;ar ese otro. Al obedecer, +lmer se encontr con dos mquinas ms grandes que la suya, hundidas en el lodo, que trataban de poner en posici n correcta a una e$cavadora ms peque*a, ca!da en una cuesta poco pronunciada. )u tractor fue atado con cables al coloso ca!do y las tres mquinas tiraron a la ve;& la bestia ca!da al pie de la cuesta se fue endere;ando poco a poco. +ntonces el mayor grit : 8UAltoV Tstedes, a ver, Uretiren el cuerpo. F +lmer mantuvo los cables tensos, mientras los enfermeros retiraban el cadver destro;ado del descuidado conductor, desprendi#ndolo del asiento donde hab!a sido aplastado. 4ientras presenciaba ese horrible procedimiento, dijo en vo; alta: 8+l trasero no le envi el mensaje. 8Tna pausa8. 4ejor dicho: el mensaje lleg , pero #l no le prest atenci n. +l miembro ms "til del equipo que trabajaba en Co% no era el prudente sargento Dan%s ni el e$igente mayor 3arnon, sino un atapasco bajo y tena;, llamado 3harley. Cen!a apellido, por supuesto, pero nadie lo conoc!a& probablemente de origen ingl#s, como BaE%ins o Dammond, heredado de alg"n minero que, en los primeros tiempos, se hab!a casado con su bisabuela en los alrededores de Fuerte Fu% n. +l trabajo de 3harley consist!a en engrasar los tractores y las e$cavadoras& tambi#n ayudaba a instalar orugas nuevas cuando las viejas se atascaban, romp!an o desgastaban demasiado. -ero su utilidad principal consist!a en su buena disposici n para advertir a mayores, coroneles y generales provenientes de Los cuarenta y ocho de abajo cuando estaban a punto de hacer algo que no dar!a resultado en Alas%a, aunque en R%lahoma o Cennessee funcionara bien. -or eso, cuando vio que el voluntarioso mayor 3arnon se dispon!a a construir la carretera tal como hab!a hecho tantas veces en Ar%ansas, se sinti obligado a avisarle de que estaba cometiendo un gran error: 84ayor, all abajo tal ve; bueno sacar la capa superficial, hacer base s lida8 Aqu! hacemos de otro modo, se*or. 8UAdelante con esas e$cavadorasV 8aull 3arnon. F 3harley repiti en vo; baja, aunque con cierta energ!a: 84ayor, aqu! hacemos de otro modo, se*or. 8U)iganV -or lo tanto, 3harley decidi esperar otra ocasi n y, volviendo a su lugar de trabajo, continu cambiando una oruga a una e$cavadora que se hab!a roto tratando de derribar un grupo de rboles demasiado grandes para ella. 3on cierto disgusto, el e$perimentado indio vio que el mayor 3arnon retiraba la capa superior de tierra hasta llegar a una base firme. 3R4R la profanaci n continuaba, busc a +lmer Flatch, cuyo tractor atend!a con frecuencia. 8Flatch, tiene que decirle al mayor. Aqu! hacemos de otro modo. Rtro de los conductores, proveniente de Ttah, oy la advertencia e intervino: 8)iempre se retira la capa superior, que es blanda, para llegar a una base firme. +ntonces se construye. Be lo contrario no queda nada. 8Aqu! hacemos de otro modo 8insisti 3harley. -ero como nadie le prestaba atenci n, reanud su trabajo, seguro de que el clido sol de mayo har!a lo suyo sobre el lecho del mayor 3arnon& entonces el blanco sabelotodo le har!a caso. La advertencia de 3harley se cumpli el /7 de mayo. +sa ma*ana, al presentarse a trabajar, +lmer se encontr con un espectculo asombroso: su monstruoso tractor se hab!a hundido un metro ochenta en la tierra, dejando a la vista s lo la parte superior de la cabina. (ueno, la tierra no era tan firme, en realidad& s! lo era tres d!as antes, pero al retirarse la capa superior que cubr!a el permafrost, el sol hab!a fundido la escarcha con una

-gina M7/ de ?@0

Alaska

James A. Michener

celeridad alarmante, convirtiendo en pantano ese suelo casi r!gido, ideal para lecho de una carretera. Adems del tractor de Flatch, prcticamente desaparecido, otros tres hab!an comen;ado a hundirse en el foso proporcionado por el permafrost al fundirse. )iguieron tres d!as francamente infernales, pues al intensificarse el calor solar, con la llegada del verano, el permafrost continuaba fundi#ndose en planos inferiores, arrastrando las grandes mquinas cada ve; ms abajo. Besde luego, all! donde la capa superior permanec!a en su sitio, protegiendo del sol la tierra congelada, toda la estructura del suelo conservaba su naturale;a s lida. <racias a esto, pues un contingente de e$cavadoras ms peque*as pudo avan;ar sobre la superficie a"n firme para tirar de las que se hund!an. -ero el lodo, que parec!a no tener fondo y estar decidido a retener cuanto cayera en sus fauces, dificultaba mucho la recuperaci n. +ntre maldiciones, juramentos y gru*idos, los hombres del regimiento negro luchaban por rescatar sus preciosas e$cavadoras. A veces s lo consegu!an entregar una o dos ms a la tenacidad del cieno. +l mayor 3arnon pas tres d!as fren#ticos intentando diversas triqui*uelas para sacar sus grandes mquinas de la viscosa prisi n, pero deb!a observar, desesperado, que cada ve; se hund!an ms en sus tumbas glutinosas. Al terminar la tercera tarde, sinti#ndose impotente para detener la devastaci n, indic a 3harley que se sentara a su lado. 8,o te prest# atenci n, 3harley. C" me lo advertiste. JNu# es estoK F el indio le habl de los problemas que presentaba el permafrost a los constructores de Alas%a: 8,o en todas partes. ) lo en el norte. 3iento cincuenta %il metros ms all nada. 8)e*alaba hacia el sur. 8Jy por qu# no construimos all!K 84uy cerca del oc#ano. 9ienen barcos japoneses, bombardean carretera, se acab . 8+vitando jactarse ante la incomodidad del mayor, a*adi 8: +ste lugar much!simo mejor. Tsando bien el permafrost, tenemos carretera buen!sima. 8J3 mo se haceK )in prestar atenci n a la pregunta, 3harley narr sus e$periencias como au$iliar de construcci n en Fairban%s: 83iudad rara. Day permafrost justo en el medio, creo. 3asas de aqu!, mucho permafrost. 4isma calle, por aqu!, nada. 4uy importante saber si uno tiene permafrost bajo la losa de hormig n. 3alor de cuerpos humanos... no hace falta horno, nada: s lo gente. )e junta en la losa, se filtra en permafrost, empie;a a fundir, aqu!, all, la casa se inclina. A veces, mucho inclina. A veces mejor dejar la casa. 8JF c mo se evita esoK 83omo con esta carretera. )e deja capa superior. ,o se toca nada. Al costado, lejos, saca ms tierra, amontona en carretera, alto, alto. Apisona. J3onoce eso que llaman Ppata de carneroQK 8)!. Tn rodillo con montones de bultitos de hierro& apisona la tierra como si las ovejas hubieran caminado por all!. 8Apisona la tierra puesta, fuerte, fuerte. As! buen lecho para carretera. +n cuanto 3arnon oy la soluci n percibi la dificultad: 8J3unto hay que alejarse de la carretera para sacar tierraK -orque si lo haces demasiado cerca se fundir todo el sector. 8UAj, mayorV Tsted inteligente. 3ava demasiado cerca, todo funde. Fo gusta ir cien metros. 8Lo estudi por un rato. Luego pregunt 8: JCiene mucho alambreK 8,unca el suficiente, pero s!, tenemos. 84a*ana por la ma*ana, saca tractores buenos de la carretera. Bonde suelo s lido, puede ser. +llas sacan las atascadas.

-gina M77 de ?@0

Alaska

James A. Michener

-or la ma*ana, tres e$cavadoras en buenas condiciones fueron colocadas a unos cincuenta metros de la fangosa carretera donde yac!an los tractores sumergidos y se ataron largos cables de acero a uno de los colosos desaparecidos. -or casualidad era la de Flatch, que ayud a supervisar la operaci n, hundido casi hasta la cintura en el barro, para asegurarse de que los cables estuvieran bien sujetos& se retir cuando las tres e$cavadoras comen;aron a aplicar su potencia. Lentamente, con grandes chasquidos, la mquina de +lmer inici su mgica escalada para salir de su prisi n. La estructura superior apareci entre gritos de victoria. +l mayor 3ardon corr!a de un lado a otro, indicando a esta o aquella e$cavadora que tirara ms. Al cabo de una hora de lucha mortal, la enorme mquina de Flatch volvi penosamente a la vida. Apenas se la pod!a reconocer como e$cavadora, -ues estaba completamente cubierta de lodo, pero all! estaba& cuando la lavaran, sus partes principales a"n funcionar!an. +sa noche, con todas las mquinas de nuevo en operaci n, el mayor 3arnon hi;o que su asistente redactara un informe para las autoridades de Anchorage, solicitando cartas de recomendaci n para los civiles +l4er Flatch y 3harley. Al llegar all! despach a un mensajero para Nue averiguara el apellido del indio. Los que trabajaban en la Alcan jams olvidar!an ese verano. Tn negro diplomado en ciencias en la Tniversidad de Fis%, que prestaba servicio como )oldado raso en el :egimiento @?, escribi a su novia: +l barco nos dej en )%agEay, tras uno de los viajes ms impresionantes que puedas imaginar. <randes monta*as que surgen del mar, glaciares que nos arrojan t#mpanos, bellas islas a derecha e i;quierda. -ero lo mejor de todo fue subir a un desvencijado tren en la estaci n de )%agEay para cru;ar las monta*as ms grandes que jams hayas visto, y llegar a un sitio de 3anad llamado >hitehorse. 3uando llegue la pa;, t" y yo pasaremos la luna de miel en ese ferrocarril. Ahorra dinero, que yo har# lo mismo, porque no hay nada como esto en el mundo entero. 'se fue el fin de los buenos tiempos. Besde >hitehorse avan;amos hacia el oeste, a una parte de la carretera que no puedes imaginar. 4osquitos grandes como ta;as, pantanos sin fondo, bosques enteros que ten!amos que derribar con e$cavadoras. F despu#s, trabajar a sierra sobre los tocones y acostarse en tiendas, sin una comida caliente en d!as y d!as. J-uedes creer que en semejantes circunstancias construimos seis %il metros de carretera con buen tiempoK F hasta tres, aunque estemos metidos hasta los sobacos en lluvia. Ce echo de menos. 4e muero por estar contigo, pero aqu! casi nadie se queja. Cenemos que construir esta carretera. Alg"n d!a puede salvar el pa!s. +lmer Flatch era uno de los muchos que no se quejaban por las terribles condiciones en que deb!an construir la autopista Alcan, pues #l sab!a mejor que nadie la importancia que ten!a. Al promediar el verano, hab!a siete grupos de trabajadores diseminados a lo largo de la autopista en ciernes, en puntos ampliamente separados& cada uno de ellos ten!a la mitad de sus hombres trabajando hacia el este y la otra mitad, hacia el oeste. Besde el aire, los pilotos que hab!an sucedido a Le:oy Flatch ve!an la Alcan como una interminable serie de orugas medidoras, cada una de las cuales avan;aba en calculados brincos al encuentro de su vecino. +n realidad, ese verano se estaban construyendo catorce carreteras por separado. -ara +lmer Flatch, que ten!a ya cuarenta y cinco a*os y empe;aba a sentir el paso del tiempo, julio y agosto de .@6/ fueron lo ms parecido al infierno que e$perimentar!a en esta tierra, pues pasaba quince o diecis#is horas diarias dedicado a una rutina agotadora:Xcru;ar en l!nea recta un bosquecillo, aplastando rboles lo bastante grandes como para servir de mstiles& atar los tocones con cables y tirar de ellos hasta arrancarlos& traer tierra superficial de las ;onas circundantes2 nivelarlo todo, ir y venir en ese polvo interminable para apisonar la superficie, luchar contra los mosquitos todo el d!a y sobre

-gina M76 de ?@0

Alaska

James A. Michener

todo por la noche, comer porquer!as y, con la ayuda de los capaces soldados negros y los eficientes oficiales blancos, dejar terminados seis %il metros antes de acostarse& a veces, pese a la e$tenuaci n, no pod!a dormir. Tna noche, mientras trabajaban cerca de la frontera con 3anad, el infatigable mayor 3arnon demostr que tami#n #l era vulnerable. )e hab!a sentado con +lmer y 3harley, observando a una e$cavadora hundida, por culpa de un conductor descuidado, en una goma oscura de la que qui; no regresar!a ms. Be pronto se le llenaron los ojos de lgrimas y se le quebr la vo;. Al cabo de un rato dijo: 8Bentro de cuarenta a*os, si ganamos esta guerra, esta carretera ser alquitranada y la gente pasar por aqu! con sus 3adillacs. Dace tres semanas que estamos embarrados en este maldito lago y apenas hemos logrado algo. +llos pasarn en tres minutos sin verla siquiera. -ero hab!a que hacerla. A la ma*ana siguiente perdi la compostura y grit a otro conductor inepto, que no prestaba ninguna colaboraci n ra;onable a las operaciones de rescate: 8(jate de esa e$cavadora. Nue la condu;ca un hombre de verdad. 8F se*al a +lmer Flatch8. 4u#strale c mo se hace. +lmer s lo sab!a conducir su propia mquina, que ten!a una estabilidad innata, creada por su propia masa& no se sinti c modo a bordo de aqu#lla, ms peque*a& aunque tuviera mayor maniobrabilidad, tambi#n era menos segura. Aun as!, prob los mandos y retrocedi gradualmente hasta sentir que los dos cables se tensaban. +sperando la se*al que pondr!a en movimiento a las otras dos mquinas de rescate, se acomod en el asiento poco familiar. 8(ueno, trasero 8dijo8, env!ame los mensajes. Los mensajes llegaron, advirti#ndole que estaba poniendo la peque*a e$cavadora en una posici n peligrosa, en lo que se refer!a a la tensi n de los cables y a la torsi n de las orugas, pero llegaron en una versi n que +lmer no comprendi de inmediato. -asando por alto las se*ales, aplic ms presi n para no retrasarse con respecto a las otras dos. 3uando el tractor hundido se desprendi , saliendo de su caverna casi como un resorte, los otros dos conductores, familiari;ados con sus mquinas, aflojaron inmediatamente la tensi n. +lmer no lo hi;o. )u e$cavadora salt hacia atrs y, reaccionando de modo desigual debido a la torsi n, cay de costado, con +lmer debajo, aplastndole las piernas. +l mayor 3arnon se aterrori; al verle caer bajo la e$cavadora, temiendo que hubiera muerto. Fue el primero que lleg al sitio donde +lmer yac!a atrapado& el dolor le corr!a por el cuerpo en grandes oleadas. 8U)quenlo de ah!X 8aull 3arnon. -ero, obviamente, era imposible hacerlo con la e$cavadora encima de #l. 8-or aqu! 8grit 3harley. 3uando las otras dos e$cavadoras estuvieron en posici n, #l y el mayor 3arnon sujetaron los cables. -ero fue 3harley quien dio las rdenes efectivas a los dos conductores: 83uando retrocedan, no paren por nada. Day que seguir tirando. si la mquina vuelve a caer, lo perdemos. 8 8UAlto, todo el mundoV 8grit el mayor 3arnon8. J3omprenden ustedes lo que 3harley acaba de decirK 83omprendemos 8dijo uno de los conductores. -or un momento, bajo el sol intenso, los cinco actores de ese peligroso drama quedaron petrificados: Flatch, aplastado en el lodo& el mayor 3arnon, tratando desesperadamente de salvarle la vida& el indio 3harley, probando los cables de acero& los dos conductores de las e$cavadoras, preparndose para retroceder con lentitud y sin detenerse. 89oy a contar hasta tres y gritar# P UyaV Q. -or lo que ms quieran, tiren al mismo tiempo. )i esto se tuerce de costado, le har picadillo.

-gina M7L de ?@0

Alaska

James A. Michener

)e arrodill junto a la cabe;a de Flatch, para protegerle de cualquier cosa que pudiera desli;arse o rebotar contra la mquina ca!da y pregunt : 8J+sts listo, FlatchK 3uando +lmer asinti , el mayor al; la vo; para la cuenta preliminar. -or fin grit : 8UFaV Los dos conductores, obedeciendo las se*ales que 3harley les hac!a con las manos, retiraron la e$cavadora ca!da, sin pausas ni movimientos rotatorios. Flatch se salv , pero para #l la guerra hab!a terminado. +l m#dico que le e$amin las piernas, parcialmente aplastadas, dijo casi con alegr!a: 8Ce salv el barro. )i el suelo hubiera estado duro tendr!as las piernas pulveri;adas. 8Bespu#s de palpar los tejidos a*adi 8: Das tenido una gran suerte, soldado. ,o har falta amputar. 8,o soy soldado 8replic Flatch, decidido a no desmayarse. )u colaboraci n hab!a sido decisiva en la construcci n de noventa y siete de los dos mil doscientos cincuenta y dos %il metros que cubr!a la Alcan. +n el trabajo murieron veintid s hombres como #l& siete aviones se estrellaron tratando de entregar pesadas cargas a los diversos campamentos& muchos soldados negros y canadienses blancos sufrieron heridas graves. -ero el /0 de octubre de .@6/, en un arroyo canadiense tan peque*o que figuraba en muy pocos mapas 1el (eaver, en el Cerritorio del Fu% n2, el mayor 3arnon se adelant con sus soldados negros desde Alas%a, para saludar a los obreros canadienses que avan;aban desde el norte. La gran carretera, una de las maravillas de la ingenier!a moderna, estaba terminada& ya pod!an circular por ella los camiones que transportar!an hombres y armamentos a los sectores occidentales de Alas%a, para la protecci n del continente. +lmer Flatch no pudo presenciar ese triunfo de la voluntad humana, pues estaba hospitali;ado. -ero all! se hallaba el indio 3harley, a pocos pasos detrs del mayor 3arnon, mientras #ste saludaba a los canadienses. 3uando termin la breve ceremonia, 3harley susurr al mayor a quien hab!a servido tan fielmente: 8Aqu! hacemos de otro modo. -ero lo hacemos. +n la ma*ana del 7 de junio de .@6/, cuando +lm#r y los soldados negros apenas comen;aban a construir la salvadora Alcan, la gente de +stados Tnidos, sobre todo los habitantes de Alas%a, quedaron at nitos ante la noticia de que un auda; grupo de japoneses, con dos portaaviones, hab!an aprovechado como cortina las nubes de tormenta que se arracimaban permanentemente en cierta ;ona de las Aleutianas para apro$imarse a Tnalas%a, una de las primeras islas grandes frente a la pen!nsula. As! lan;aron sus bombar8 deros tal como sus predecesores hab!an hecho seis meses antes en -earl Darbor, bombardeando descaradamente Butch Darbor. +n esa ocasi n el da*o no fue grande, pues unos meses antes la Fuer;a A#rea hab!a construido algunos aeropuertos que no hab!an sido detectados en esa ;ona, de manera que, cuando los aviones japoneses atacaron desde el portaaviones, los aparatos estadounidenses despegaron desde las pistas desconocidas para recha;arlos. +l enemigo no pudo llevar a cabo el aterri;aje planeado, pues los japoneses, al saber que un gran n"mero de aviones con base terrestre se -reparaban para atacar, se retiraron prudentemente, buscando la protecci n de las nubes. -ero ese intento de invasi n bast para provocar un escalofr!o en el comando de Alas%a, pues los generales sab!an que, si la fuer;a enemiga hubiera sido mayor, bien habr!a podido establecer un asidero pr $imo a Anchorage desde donde someter todo el territorio, aplicando as! grandes presiones sobre ciudades como )eattle, -ortland y 9ancouver. Cal como hab!a predicho el entonces capitn )hafter, en sus reuniones de .@60, la invasi n asitica estaba en marcha. La respuesta fue rpida, pero durante los tres primeros meses,

-gina M7M de ?@0

Alaska

James A. Michener

poco efectiva. Las ciudades mar!timas, como )it%a, construyeron en la costa instalaciones para recha;ar a las fuer;as de desembarco japonesas. Los peque*os aeropuertos de la :uta del ,oroeste fueron refor;ados& las grandes bases a#reas de Fairban%s, Anchorage y ,ome eran patrulladas veinticuatro horas al d!a por perros, jeeps y aviones de combate. Los fronteri;os de Alas%a se enrolaron en un grupo llamado PAlas%a )coutsQ, rama oficial de las fuer;as armadas estadounidenses& algunos de los ms audaces, j venes o de edad madura, fueron enviados a e$plorar en misiones que encerraban sumo peligro. +l .0 de junio de .@6/, una semana despu#s del bombardeo de Butch Darbor, uno de esos e$ploradores transmiti desde un peque*o avi n una horrible noticia a los cuarteles de Anchorage: 8La gran fuer;a japonesa que bombarde Butch Darbor ha navegado hacia el oeste, escondida en la niebla, y tomado la isla de Attu... F, al parecer, tambi#n la de Ais%a. Las fuer;as enemigas acababan de ocupar una buena porci n de territorio estadounidense, estrat#gicamente situado. +ra la primera ve; que ocurr!a semejante cosa desde la guerra de .I./& toda Am#rica se estremeci . Fue en esa semana cuando el joven ,ate 3oope, el yerno mesti;o que los Flatch cre!an iletrado, abandon 4atanus%a para alistarse como voluntario en los Alas%a )couts. Los oficiales del ej#rcito que serv!an de v!nculo con los e$ploradores decidieron, sin p#rdida de tiempo, que ,ate no podr!a serles de mucha utilidad por su escasa instrucci n. -ero al ver que se conduc!a con notable capacidad, dedujeron: P+s duro. -arece tener agallas. F conoce el territorio. -odr!a ser un buen e$ploradorQ. 3uatro noches despu#s, un oficial de rostro solemne, le*ador de Idaho, se reuni con los tres voluntarios ms prometedores y les dio instrucciones: 8,ecesitamos saber qu# pasa en las islas comprendidas entre este punto y Attu o Ais%a. ,o puedo revelar nuestros planes. A ustedes tampoco les conviene saberlos... por si son capturados. -ero tienen derecho a saber que no vamos a permitir a los japoneses retener esas dos islas. )i los 3ogen, pueden decirlo. A esas alturas, los tres j venes ya supon!an lo que significaba la misi n: 8Ceschinoff: usted conoce bien las Aleutianas. Lo vamos a dejar en la isla Anilia. +n un bote peque*o, lan;ado desde un destructor, en medio de la noche. 3on comida, radio y clave. B!ganos qu# est pasando all!. Ceschinoff salud . +ra un aleuta casi puro, si se e$ceptuaba su ascendencia rusa por parte de su tatarabuelo. +l oficial a*adi : 8+stamos seguros de que esa isla fue abandonada, pero necesitamos confirmarlo. Aret;bi%off, otro aleuta, fue despachado a At%a, una isla importante. Luego le lleg el turno a ,ate: 8Nueremos saber qu# pasa en Lapa%. Bos de nuestros aviones informaron haber visto gente all!. )i son japoneses podr!an causarnos muchos problemas. +l hombre estudi a los tres e$ploradores, y pens : P-or Bios, qu# j venes parecenQ. -or fin pregunt : 8J3omprenden ustedes la misi nK 8Los tres asintieron y #l a*adi otra orden8: Beben ustedes aprender a manejar bien las radios. )i no nos transmiten informes codificados no nos sern de utilidad. -ero cuando se dispon!an a abandonar su oficina, una desvencijada construcci n antes utili;ada para salar pescado, sinti por esos j venes un afecto profundo y paternal. 8+l ej#rcito nunca abandona a un e$plorador 8les prometi 8, =ams. ,ate pas una semana ms en Butch Darbor, aprendiendo a manejar la radio y estudiando dos viejos mapas de la isla Lapa%, que ni siquiera concordaban. A principios de agosto reuni su equipo y baj a la costa, donde un bote le esperaba para llevarle hasta el

-gina M7? de ?@0

Alaska

James A. Michener

destructor. )alud a los oficiales que hab!an ido a despedirle y que, ocho d!as despu#s, le ir!an a recoger, siempre y cuando los japoneses no le encontraran primero. 3uando subi a la embarcaci n, el oficial de Idaho dijo: 8La isla tiene unos doscientos die; %il metros cuadrados. Day lugar de sobra para esconderse, si es que hay japoneses all!. +ra la primera ve; que ,ate se embarcaba& el mal clima de las Aleutianas distaba mucho de lo que #l hubiera escogido para esa iniciaci n. Tna hora despu#s de la partida estaba ya muy mareado, pero lo mismo les ocurr!a a muchos tripulantes. 4ientras el destructor navegaba esfor;adamente hacia el oeste, entre la densa bruma y una mar muy picada, un marinero que se manten!a fresco le dio unos cuantos consejos: 83uando puedas, desper#;ate. 3ome mucho pan, lentamente. ,R te acerques al cacao ni a cosas parecidas. F si te sirven algo as! como peras o melocotones enlatados, come mucho. 3uando ,ate, entre v mitos, pregunt c mo pod!a mantenerse a flote entre esas olas un barco tan peque*o, el marinero e$plic : 8+sta ba*era puede mantenerse erguida de cualquier modo. -or mucho que escore, siempre vuelve a ponerse vertical. +s por el modo en que fue construida. 8JBe d nde vienen estas olasK 8pregunt ,ate. Dab!a tocado un tema que al marinero le gustaba anali;ar: 8-or all!, a estribor, el mar de (ering, agitado por los vientos rticos. All abajo, a babor, el gran oc#ano -ac!fico, con sus aguas interminables. Arriba, un torrente constante de estupendas nubes que llegan desde Asia. 4e;cla todo eso y tendrs una de las calderas climticas ms escalofriantes del mundo. +n ese momento, ,ate tuvo que correr otra ve; a la barandilla. Al ver el mar violento que castigaba al destructor, reconoci que era buena fuente para un clima espantoso. -ero cuando volvi a recostarse contra la pared del camarote del capitn, el marinero le dio una buena noticia. 84ira, soldado, al#grate de no ser aviador. JCe imaginas, volar en esoK F se*al hacia arriba. Tna hora despu#s, cuando ,ate oy que un avi n pasaba a trav#s de esa incre!ble tormenta, el marinero insisti : 8:ecemos por los pobres tipos que se hallan en problemas. 8JA qu# te refieresK 8pregunt ,ate. 8,o s# qui#n lo estar pasando peor: si los muchachos del avi n o los que estn en el mar. 8,o comprendo 8insisti ,ate. +l marinero se*al entonces hacia el ruido. 8+s un avi n grande. )i sale con semejante tormenta es porque alguien se ha perdido en el mar. +n estas aguas, si no los rescatas en quince minutos, dalos por muertos. 8F escuch con la cabe;a inclinada el ;umbido del gran avi n. +l destructor, siguiendo un curso serpenteante para confundir a cualquier submarino japon#s que lo estuviera siguiendo, aguard la lu; de la ma*ana. As! podr!a locali;ar al volcn Nugang, que custodiaba Lapa% por el norte. 3uando ese bello cono apareci con toda claridad, el navegante asegur al capitn: 8:umbo doscientos die; grados en l!nea recta hacia el promontorio central. La vigilancia a#rea asegura que no hay ca*ones japoneses en esa regi n. As!, el destructor ingres en el hermoso puerto de Lapa%, rodeado de tierra, con las armas listas para disparar contra cualquier avi n japon#s que se entrometiera. 3omo todo parec!a despejado, dejaron caer un bote de goma con remos atados y sujeto por una cuerda que se e$tend!a desde la proa. ,ate, t!midamente, descendi a #l, acomod los remos y parti hacia la costa.

-gina M7I de ?@0

Alaska

James A. Michener

4ientras el destructor se alejaba, desapareciendo tras el promontorio del este, para un apresurado regreso a Butch Darbor, ,ate rem hacia el promontorio central. Al apro$imarse, buscando la profunda cala que supuestamente e$ist!a en la cara occidental, se sobresalt al ver a un hombre de edad madura que se adelantaba a grandes pasos, sin miedo, acompa*ado -or un muchachito o una ni*a vestida de var n. -or un momento horrible ,ate temi verse obligado a usar su rev lver, en el caso de que fueran japoneses. -ero el hombre grit en buen ingl#s: 8JA qu# diablos viene tanto secretoK 4ientras el muchacho llevaba su embarcaci n a la -laya, el honbre y su joven acompa*ante corrieron a arrastrarlo tierra adentro, hasta lugar seguro. +ntonces ,ate vio que la segunda persona era una muchacha. 84e llamo (en Aric%el 8dijo el hombre, con cierta irritaci n8. +lla es )andy, mi hija. JF por qu# diablos ese barco, fuera lo que fueseK A ,ate le pareci ms prudente no revelar que hab!a sido depositado all! por un destructor estadounidense, pero pregunt : 8JTstedes son estadounidensesK 8U-or supuestoV 8le espet el hombre. 8Nuer!an saber si la isla estaba habitada 8revel el e$plorador. +so enfureci a Aric%el, que rugi o poco menos: 8UBesde luego que est habitadaV +n Butch Darbor lo saben muy bien. J9ienes de ButchK 3omo ,ate no respond!a, el hombre continu : 8Los funcionarios de Butch saben que yo he alquilado Lapa%. Sorros a;ules. 8JNu#K 8Cengo alquilada toda la isla. Bejo que los ;orros vivan en libertad. 8JF qu# hace con ellosK 8Los despacho a )aint Louis. Dace setenta a*os que compran pieles aleutianas. ,ate interrumpi la conversaci n con una pregunta: 8JB nde puedo alojarmeK 8+n nuestra caba*a, donde antes estaba la aldea. JCe molestar!a llevarnosK :eflotaron el bote de goma, colocaron de nuevo el equipo en su interior y la muchacha se instal en la parte trasera, mientras los dos hombres se hac!an cargo de los remos para cru;ar velo;mente la bah!a, custodiados por las altas monta*as de Lapa%. Al acercarse a la costa, ,ate inform a sus pasajeros: 8J)ab!an ustedes que los japoneses bombardearon Butch DarborK 83omo ellos pusieron cara de espanto, a*adi 8: Cambi#n tomaron Attu y Ais%a. 8UAis%aV 8e$clam (en8. All! ten!a mis ;orros grises. +st a menos de cuatrocientos cincuenta %il metros de aqu!. +ntonces la muchacha habl por primera ve;. Cen!a diecisiete a*os, una sonrisa que iluminaba la isla y una cara plcida, que indicaba que su madre era nativa. ,o era alta ni esbelta, pero hab!a gracia en su modo de inclinar la cabe;a, como si estuviera a punto de echarse a re!r. +so la convert!a en un duendecillo delicioso, pese a lo tosco de sus ropas. 3omo era pleno verano, su camisa de hombre estaba abotonada con descuido, descubriendo una piel bronceada que parec!a hecha para el beso. 8+s un placer tenerte aqu! 8dijo desde la popa, con una sonrisa tan seductora que ,ate se sinti en la obligaci n de aclarar las cosas desde un principio. 8Cu sonrisa se parece a la de mi esposa. -ero ella es de -uera. io soy atapasco. La muchacha, riendo, fingi escupir al agua: 8Aleutas y atapascos no hacen buena me;cla. 8JC" eres aleutaK 8pregunt ,ate.

-gina M7@ de ?@0

Alaska

James A. Michener

+l padre intervino: 8UFa lo creoV )u madre era devota de la ortodo$ia rusa. La llam )andy en honor de Alejandra, la "ltima ;arina rusa, la que asesinaron en ese s tano... J3undo fue, )andyK 8+l diecisiete de julio de mil novecientos dieciocho, en +%aterinburg. Codos los a*os, mam me vest!a de negro y ella hac!a otro tanto. )ol!a decir que FR era su peque*a ;arina. F (en a*adi : 8)e llamaba -oletni%ova, mi esposa. 3uando llegaron a la caba*a desierta que (en ocupaba cuando ca;aba sus ;orros en Lapa%, ,ate e$plic de su misi n lo suficiente para calmar las aprensiones que ellos pudieran tener. 8+l gobierno ha trasladado a todos los aleutas al continente. Day campamentos en el sur. 3reemos que los japoneses han hecho lo mismo en Attu y Ais%a. Beben de estar en el =ap n, en alg"n campamento. Fo vine a ver si esta isla y Canaga estaban en libertad. 8)i estn en Ais%a 8dijo Aric%el8, vendrn directamente hacia aqu!. )er!a mejor que nos fu#ramos... ahora mismo. ,ate e$plic que el ej#rcito s lo volver!a al cabo de ocho d!as. )andy ri por lo bajo, con esa desenvoltura tan atractiva: 8,uestro barco no iba a venir hasta dentro de ocho semanas. )i hay guerra, como dices, lo ms probable es que no venga jams. Aric%el pregunt : 8JF si los japoneses avan;an hacia el este antes de que tus muchachos lo hagan hacia el oesteK ,ate les mostr su radio: 8-ara usar s lo en caso de gran emergencia. -rometieron que nos sacar!an... )e interrumpi de inmediato. +sos dos desconocidos no ten!an por qu# saber de las otras dos e$ploraciones. -ero )andy capt su desli;. 8JA ti y a qui#n msK F #l respondi , en vo; baja: 8A cualquiera que viva en la isla, como vosotros. Fue el padre quien observ : 8)i los japoneses estn tan cerca, podr!an sobrevolar la isla en cualquier momento. )er mejor que escondamos tu bote. 'l carg con los remos, mientras ,ate y )andy arrastraban la pesada embarcaci n de goma tierra adentro, donde la ocultaron detrs de algunos rboles y bajo un peque*o nido de ramas. Bos d!as despu#s pas un avi n, seguido por otros dos, a poca altura sobre la isla. 3omo eran de la Fuer;a a#rea y con base en Butch Darbor, ,ate sali corriendo y les hi;o se*as con dos pa*uelos blancos, como le hab!an ense*ado. )u mensaje era sencillo: P,o hay japoneses ni se*ales de ellosQ. ,o se hab!a acordado ninguna se*al que e$plicara la presencia de los dos estadounidenses, pero cuando los aviones regresaron para verificar su mensaje #l transmiti : P,o hay japoneses ni se*ales de ellosQ. Luego puso a la vista a Aric%el y a su hija. +l primero de los aviones meci las alas y continu vuelo hacia Butch Darbor. Los restantes d!as que pas en Lapa% fueron los mejores que ,ate conocer!a en esa e$tra*a guerra& descubri en (en Aric%el a un fascinante narrador de la vida en las Aleutianas y en )andy, a una joven brillante que parec!a saber mucho de la e$istencia en Alas%a. 8+n Aodia% las iglesias ri*en espantosamente. La Rrtodo$a :usa, a la que pertene;co, se cree muy encumbrada y poderosa. La cat lica se considera superior a todas las dems. F los presbiterianos son insoportables. -ap es presbiteriano.

-gina M60 de ?@0

Alaska

James A. Michener

Lo que ms encantaba a ,ate era conversar con )andy y pasear con ella por antiguos sitios de la isla. Tna ma*ana, cuando regresaron para almor;ar, el padre les hi;o sentar frente a s!, en la vieja caba*a: 8,ate: t" nos dijiste con toda franque;a que eras casado. 4e pareces demasiado joven, pero no importa. ,ada de hacer tonter!as con mi hija. J4e escuchas, )andyK A*adi que la madre de )andy hab!a muerto y que, a no ser por la guerra, la muchacha habr!a ingresado a la escuela )heldon =ac%son de )it%a al regresar a Butch Darbor con las pieles. 8,ada de tonter!as. J+ntendidoK +llos aseguraron que s!, pero esa misma tarde el asunto qued olvidado. Al o!r que un avi n solitario sobrevolaba la isla, ellos salieron corriendo a saludarlo& entonces vieron que ten!a marcas e$tra*as: deb!a de ser japon#s. 8U-or BiosV 8grit (en8. U,os han vistoV Cen!a ra; n, pues el avi n vir y pas a poca altura, entre el destello de sus armas. )i hab!a gente en Lapa% ten!an que ser estadounidenses y, por tanto, enemigos del piloto. +n esa primera pasada no alcan; a nadie, pero en un segundo intento se acerc peligrosamente a la caba*a. Los habr!a aniquilado al pasar por tercera ve;, ms lentamente y a menor altura, a no ser porque en ese momento aparecieron dos aviones estadounidenses desde el este. )e produjo un furioso combate a#reo, con toda la ventaja para los estadounidenses, que se encontraban a mayor altitud y volaban en tndem cerrado, cada uno protegiendo al otro. -ero el piloto japon#s demostr habilidad y coraje& tras desorientar a uno de sus perseguidores, puso el morro hacia arriba y, dando a sus motores un fuerte chorro de combustible, trat de escapar hacia el oeste, hacia Attu. -ero el segundo avi n estadounidense no se hab!a dejado enga*ar por su maniobra. 3uando el japon#s trat de pasar a toda velocidad, #ste vir cerradamente y descarg sus armas contra el fuselaje y el motor del enemigo. +l aparato estall , los fragmentos cayeron en la isla Lapa%& el cadver del piloto, en las monta*as del oeste. Los dos aparatos estadounidenses retomaron graciosamente la formaci n, giraron hacia el oeste para verificar la desaparici n del avi n enemigo e hicieron una se*al de saludo a los tres comX8 patriotas que los observaban. +se roce con la muerte, el primero al que se enfrentaba ,ate 3oop, produjo un gran cambio en #l. -ero aun si alguien le hubiera se*alado lo que estaba ocurriendo y sobre todo el porqu#, el muchacho no habr!a podido creerlo. Llevaba las cicatrices del maltrato recibido en 4atanus%a en su in tento de casarse con la hija de un colono& hab!a aceptado la evaluaci n que all! hac!an de los mesti;os como gente in"til e indigna del respeto que merec!an los blancos. Be veinte maneras insultantes, se le hab!a inculcado que pertenec!a a una categor!a inferior y #l aceptaba ese juicio. -ero en esos mo mentos ve!a en )andy a una mujer supe rior: prudente, informada, pulcra si as! lo deseaba y digna en todo sentido de ocupar un lugar en la sociedad de 4atanus%a o en cualquier otra, pese a su condici n de mesti;a. +so le llev a revalori;arse. Lo que ms le impresion fue que )andy hablara un ingl#s e$celente, cuando #l apenas dominaba ese idioma& entonces se jur : P)i una aleuta puede aprender, un atapasco tambi#nQ. )e dijo que tanto )andy como #l eran ciudadanos estadounidenses aceptables, verdaderos habitantes de Alas%a, atados a la tierra e hijos de ella. :espetando a aquella muchacha lleg a respetarse a s! mismo. La noche antes de que regresara el destructor, ,ate pidi prestada una lmpara a (en Aric%el y, alumbrado por su lu; parpadeante, escribi una carta a su cu*ado Le:oy. +n ella le contaba que, en una isla remota, hab!a conocido a una muchacha estupenda llamada )andy Aric%el: P+st en la edad justa para ti. Cengo que presentrtela cuanto antes, porque no hallars otra mejorQ. F a*adi una frase reveladora del resentimiento que le hab!a dejado el tratamiento recibido por parte de los Flatch: PCe sorprender saber que es

-gina M6. de ?@0

Alaska

James A. Michener

mesti;a de aleuta y estadounidense, como yo, y te lo digo sabiendo que volviste loca a tu hermana por salir conmigoQ. Cerminaba con una predicci n: P3uando la veas, Le:oy, no la dejes escapar. Fo ser# tu padrino y ms adelante me lo agradecersQ. -ero #se no fue el fin de la carta, pues cuando se la mostr a (en Aric%el para que la autori;ara, #ste a*adi una postdata: P)u cu*ado dice la verdad, joven. Firmado: +l -adreQ. Al cabo de ocho d!as, como estaba planeado, el destructor regres a la bah!a de Lapa% y los criadores de ;orros se despidieron del volcn. +l capitn, un oficial muy joven, grit a ,ate, que sub!a desde el bote de goma: 8JNui#nes son esos dosK La respuesta provoc mucho entusiasmo: 8(en Aric%el y su hija )andy. 3r!an ;orros aqu!. F el capitn dijo: 8Fa nos han dicho que en las Aleutianas pod!a ocurrir cualquier cosa. +sa noche, durante la cena, los j venes oficiales insistieron en que la se*orita Aric%el cenara en el comedor de ellos, un cub!culo donde apenas cab!an seis sillas ante la mesa. ,ate, que miraba desde fuera, murmur para sus adentros al ver que hasta el capitn le estaba haciendo la corte: 8+sa peque*a belle;a se las arreglar en cualquier parte. Los d!as id!licos que ,ate pas con los criadores de ;orros no volver!an a repetirse en todo el a*o siguiente. +n cuanto el destructor le desembarc en Butch Darbor, sus superiores le interrogaron sobre la posibilidad de construir una pista en Lapa%. 'l les respondi , con sus habituales gru*idos monos!labos: 8,i hablar. +n la playa, ms o menos, pero no. 4uchas colinas. )in embargo, (en Aric%el se mostr dispuesto a una entusiasta disertaci n sobre Lapa%. Bespu#s de escuchar sus arrebatos durante una hora, ellos informaron: 8+l hombre sabe much!simo de ;orros, pero de pistas a#reas, nada. Lapa% queda descartada. 9olvieron la atenci n hacia Ada%, una isla bastante grande, situada en el centro de las Aleutianas, y de la que sab!an muy poco. ,o tard en circular una pregunta: PJAlguien est familiari;ado con Ada%KQ. F Aric%el se ofreci : 8Fo cri# ;orros all! tambi#n. )e organi; un equipo de e$ploradores, bajo la direcci n de un capitn de la Fuer;a A#rea llamado Cim :uggles, a quien sus amigos calificaban de PD#roe a la espera de una ocasi n para serloQ& #l eligi como gu!as a Aric%el y a ,ate 3oop. 3omo nadie sab!a si Ada% estaba ya ocupada por los japoneses, ,ate fue sometido a un intenso entrenamiento con armas ligeras, ametralladoras, y en la lectura de mapas y transmisi n por radio de mensajes codificados. Burante su entrenamiento, ,ate recibi una noticia inesperada con respecto a )andy Aric%el: en ve; de ser enviada al sur, a un campo de internamiento como los otros aleutas, se la hab!a clasificado provisionalmente como caucsica, por su ascendencia paterna. Le asignaron un trabajo de mecan grafa en el cuartel general, un edificio de madera bajo y largo, propiedad de una empresa pesquera. ,ate la vio en dos ocasiones& a"n estaba ms encantadora con su vestido de oficinista. All! estaba la muchacha, en la oficina, cuando el general )hafter y otros dos generales de Los cuarenta y ocho de abajo viajaron a Butch Darbor, a fin de completar los planes para la ocupaci n de Ada%. Los altos oficiales hab!an llegado a las Aleutianas en el avi n de )hafter, pilotado por Le:oy Flatch. -or lo tanto, cuando los generales entraron en el edificio, el muchacho los sigui . 4ientras los oficiales pasaban a un cuarto interior para

-gina M6/ de ?@0

Alaska

James A. Michener

sus discusiones, #l se qued en el rea de recepci n, donde estaba )andy, escribiendo a mquina. PLa mesti;a aleuta que mencionaba ,ate ha de ser como #sta 8pens , observndola pere;osamente desde una silla apoyada contra la pared8. )i aqu#lla es igual de encantadora, mi cu*ado tiene buen criterio.Q Bedic un rato a anali;ar a la bonita mecan grafa: P)e nota que es oriental. 3aramba, hasta se la podr!a confundir con una japonesa. -ero no es muy morena y tiene elegancia, s!. UNu# dientesV UF la sonrisa que los acompa*aV Q. Nued tan fascinado por la joven que al fin se levant para acercarse a su escritorio. 8-erdone, se*orita, pero Jno ser usted una de las aleutas de las que me han habladoK +lla sonri con desenvoltura y respondi sin a;orarse: 8)!. 4e;cla de aleuta y ruso, con algo de ingl#s y escoc#s, seg"n creo. 8-ero habla... mejor que yo. 89amos a la escuela. 8+scribi algunas palabras y volvi a sonre!r8. JA qu# viene usted a este perdido rinc n del mundoK J4isi n secreta, supongoK 8-ues... s!. 8Le:oy no sab!a qu# decir, pero no deseaba apartarse del escritorio. Al cabo de un silencio que fue penoso para #l, pero no para )andy, barbot 8: J+staba usted aqu! cuando bombardearonK 8,o. 8+lla iba a a*adir que por entonces estaba con su padre en una isla remota, reuniendo pieles de ;orro. +so habr!a revelado que era, en verdad, la muchacha mencionada en la carta de ,ate, pero en ese momento entr el equipo de e$ploradores, con el vigoroso capitn a la cabe;a, para someterse al interrogatorio de los tres generales. ,ate, sorprendido por la inesperada presencia de su cu*ado, e$clam : 8ULe:oyV JNu# haces aqu!K 8y a*adi , mirando a )andy8: JFa os conoc#isK 8+l piloto hi;o un gesto afirmativo8. +lla es )andy Aric%el. F su padre& #l a*adi la postdata a mi carta. 8F muy en serio que lo hice 8asegur Aric%el, antes de desaparecer en la peque*a sala de reuniones, arrastrando a ,ate consigo. 3omo los generales pasar!an esa noche en Butch Darbor, Le:oy tuvo tiempo de visitar a )andy y la encontr aun ms atractiva de lo que ,ate dec!a. +sa noche los dos Aric%el, ,ate y Le:oy pidieron prestada la caba*a a un ingeniero, encargado de armar el equipo necesario para la pista, y consiguieron provisiones de aqu! y all para prepararse una comida satisfactoria. +n el transcurso de la cena fue obvio que Le:oy ya estaba embrujado por esa muchacha de las islas, que alentaba y recha;aba alternativamente sus mudas insinuaciones. -or la ma*ana, los generales quisieron ver Ada% desde el aire e insistieron en que (en Aric%el les acompa*ara, a fin de que les indicara los puntos destacados de la isla, donde en otros tiempos hab!a criado ;orros rojos. +l d!a era turbulento, con grandes vientos provenientes de )iberia. Aunque era un peligro innecesario para los tres altos oficiales, Le:oy sab!a que el general )hafter, al menos, no ten!a miedo a nada y supuso que los otros dos eran de la misma especie. Fue (en quien grit desde los asientos traseros: 8U4ant#n esto derechoV -ero eso era imposible. Le:oy se consolaba con la presencia de dos aviones militares que le acompa*aban para flanquearlo& bombarderos, sin duda. -ero cuando los aviones empe;aron a perderse entre densas nubes y, por fin, se encontraron en medio de una lluvia torrencial, dijo sin dirigirse a nadie en concreto: 8)er!a mejor que regresramos. +n Ada% no se vio gran cosa, pues la isla estaba cubierta de nubes de tormenta. 8+sto es un aviso de lo que les espera a nuestros muchachos cuando traten de aterri;ar aqu! 8dijo uno de los generales.

-gina M67 de ?@0

Alaska

James A. Michener

83uando aterricen 8corrigi el general )hafter. F los tres oficiales, que rebotaban de un lado a otro mientras intentaban mirar hacia abajo, se echaron a re!r. Aric%el no. Be pronto dijo: 8+se es su problema 8respondi Le:oy8. -ero el que vomita limpia. F (en no pudo aguantar ms. Besilusionado con el vuelo, uno de los generales, que participar!a personalmente en el avance entre las Aleutianas, sugiri : 8J,o podr!amos dar una vueltaK Cal ve; haya alg"n sitio despejado. Le:oy estudi su reserva de combustible, lamentando no poder consultar con sus escoltas, pues era preciso no usar los radiotransmisores. 3on las manos, indic al hombre de la i;quierda que iba a descender en un c!rculo. +l otro asinti . Fue una suerte que lo hicieran, pues al cabo de un tedioso cuarto de hora se produjo una abertura entre las nubes ms bajas. Burante die; minutos pudieron sobrevolar el objetivo en una ;ona relativamente despejada. +ntonces (en Aric%el reuni fuer;as y fue indicando las caracter!sticas a gritos: 8)!, all! es donde empie;a la ;ona plana, sobre la costa. All! es ms elevada, pero no tan larga. +sto no lo recono;co, debo de estar perdido. 9ean ustedes aquellas rocas, no hay que acercarse. )!, #sta es Ada%, seguro. +l piloto hall la isla. +l tercer general, que no era aviador, se interesaba sobre todo por las ;onas costeras. ) lo pudo echarles un vista;o, pero fue suficiente: 8Rtro sitio infernal. Day que desembarcar vadeando, con la esperan;a de que el otro bando no llegue primero. -ara algunos altos oficiales el enemigo era, invariablemente, PellosQ. -ara otros, Pel enemigoQ. -ara ese hombre, que jugaba al f"tbol en la 4arina, era Pel otro bandoQ. -asaron esa noche en Butch Darbor, completando los planes. 4ientras los generales estudiaban los mapas con Aric%el, Le:oy y )andy conversaron largamente. Luego dieron un paseo, ms largo a"n, en el claro de luna estival. Al terminar, sab!an que estaban go;osamente pr $imos a enamorarse. +l piloto ve!a a )andy tan deseable como ,ate promet!a en su carta. +lla sab!a, por sus conversaciones con el cu*ado en Lapa%, que Le:oy era un joven serio, de buena familia y maravillosa habilidad como piloto. Al terminar el paseo se abra;aron. )andy estaba muy feli; por haber encontrado a un hombre de su agrado, que le inspirar!a ms y ms respeto a medida que intimaran. Codav!a abra;ados, susurr : 8Das llegado aqu! tra!do por un viento benigno. F #l respondi : 8+n estas islas no hay vientos benignos. Doy lo he podido apreciar... del peor modo. -or la ma*ana, cuando los visitantes se dispon!an a partir, el general del ej#rcito les revel malas noticias: una junta de )eattle hab!a reclasificado a )andy Aric%el como aleuta y, por lo tanto, deb!a ser evacuada con los dems. ,o hab!a apelaci n posible. La enviar!an a uno de los sitios en los que ya se hab!a reunido a muchos isle*os. 8-odemos elegir entre cuatro 8e$plic el comandante local8. Codos estn en la parte sur de Alas%a, lo que los nativos llaman Pel cintur n bananeroQ. (uen clima. 4ientras #l citaba esos nombres e$tra*os, Le:oy le interrumpi : 8JLa Fbrica de conservas C tem, dijo ustedK +l comandante asinti . 8JLa del estuario del Ca%uK 83reo que s!. Le:oy se volvi hacia )andy, y dijo: 8La cono;co. +s grande. ,o es mal lugar. Ir# a visitarte. -ero cuando el avi n estaba a punto de despegar, el general )hafter propuso:

-gina M66 de ?@0

Alaska

James A. Michener

8)i la muchacha se va, Jpor qu# no la llevamos a AnchorageK +n pocos minutos, )andy reuni las pocas pertenencias que ten!a en Butch Darbor, se despidi de su padre con un beso y march hacia lo que, en realidad, se convertir!a en la versi n estadounidense de los campos de concentraci n. +n la "ltima semana de agosto de .@6/, el alto mando estadounidense recibi muchos datos de inteligencia que revelaban que los japoneses iban a invadir la isla Ada%, para utili;arla como base desde la cual bombardear la ;ona continental de Alas%a. -or lo tanto, dieron rdenes perentorias: PApoder#monos inmediatamente de Ada% e improvisemos una pista a#rea& as! seremos nosotros los que bombardeemosQ. Apenas una hora despu#s de recibidas estas instrucciones, el capitn :uggles y su equipo fueron embarcados en un destructor, que se adentr en las agitadas aguas del mar de (ering Pcomo una morsa borracha que buscara el camino a casaQ, seg"n dijo (en Aric%el. ,ate desembarc descompuesto, avan;ando a tientas hacia la costa, con el agua hasta las rodillas& ten!a miedo hasta de susurrar: PJF ahoraKQ :uggles, en cambio, grit como un entusiasta boy scout 8U-or aqu!V 8F los condujo por una cuesta llena de barro hasta terrenos ms altos. +n un instante cegador, se oyeron disparos por todas partes& las balas rastreadoras grababan a fuego su paso por la oscuridad. Dab!an trope;ado con un equipo japon#s de cuatro e$ploradores igualmente atrevidos, dedicados a su propio reconocimiento del terreno. )e produjo un tiroteo intenso, totalmente confuso, durante el cual los enemigos ejecutaron una disciplinada retirada a otra playa donde los esperaba un submarino. :uggles, ya en libertad para estudiar la isla, correte por todas partes y, -oco despu#s del amanecer, envi el mensaje codificado que autori;ar!a la partida de una gran flota invasora: P,o hay japoneses en Ada%. -untos Able, (a%er o :oger aptos para pista de bombarderosQ. Bos d!as despu#s, erguidos en un promontorio de Ada%, saludaban a la inmensa fuer;a de desembarco, que llegaba a la isla con sus gigantescas e$cavadoras como un ej#rcito de hormigas. Bie; d!as ms tarde, cuando los primeros aviones partieron para bombardear Attu, los tres e$ploradores recibieron sendas medallas Ppor actos heroicos que aceleraron la toma de la isla Ada%Q. +sa noche, :uggles y sus hombres se acostaron temprano, agotados por la lucha y los esfuer;os de varios d!as, pero antes de quedarse dormido, :uggles coment : 8:epiten palabras de coraje y reparten medallas, pero dudo que tengan una idea de lo que significa trepar a medianoche por una pendiente fangosa, sin saber si los japoneses te estn esperando en la cima. F Aric%el replic : 8,o es dif!cil. Aspiras hondo tres veces, te arrojas hacia delante como un mu*eco y, cuando los ves... 8Imit el tableteo de una ametralladora. 8)i vuelven a designarme para atacar otra playa 8dijo el capitn8, quiero que ustedes vengan conmigo. -ero Aric%el grit : 8U,o vayas a ofrecerte como voluntarioV 4ientras los estadounidenses instalaban en Ada% una poderosa base de avan;ada, los e$ploradores de Alas%a no ten!an nada urgente que hacer. A ,ate 3oop se le orden trabajar temporalmente como conductor y ayudante de un hombre nada com"n: un civil flaco e irascible, con el rango de cabo, bigote negro y denso, pelo blanco eri;ado, gafas muy grandes e ingenio ir nico. (astaba echar una mirada a su vestimenta informal o escuchar su vo; spera, sard nica, para comprender que no hab!a nacido para militar. +ra un mago con la mquina de escribir, que golpeaba con una rara selecci n de dedos, y editaba en multicopista el peri dico que se publicaba para las tropas. A ,ate le

-gina M6L de ?@0

Alaska

James A. Michener

correspond!a llevarlo a recorrer las diversas instalaciones donde recog!a sus noticias. +n cierto modo, era un jefe dif!cil, pero en otros aspectos resultaba un privilegio estar con #l, pues era capa; de encontrar humor, contradicciones y hasta verdadera demencia en los hechos ms horribles. Lo que llam la atenci n a ,ate fue que, dondequiera que fuera ese raro periodista, uno o dos soldados le conoc!an de nombre y empe;aban a importunarle con preguntas& escuchaban con atenci n cuando #l se dignaba responder, cosa poco frecuente. Be esas conversaciones, ,ate dedujo que el cabo Bashiell Dammett hab!a trabajado en DollyEood, pero como #l nunca hab!a visto siquiera una pel!cula, obviamente no sab!a a qu# se dedicaba. 8J+s actorK 8pregunt a algunos pilotos que acababan de mantener una conversaci n con Dammett. 8,o. -eor a"n: es escritor. 8JF qu# escribi K A los aviadores les pareci e$tra*o que un muchacho de esa edad no hubiera o!do hablar de Dammet y enumeraron algunas de las pel!culas que le hab!an dado reputaci n: 83osas de acci n: La llave de cristal, +l hombre delgado, +l halc n malt#s... 8,o he visto ninguna. Los hombres se quedaron tan at nitos que gritaron al acto: 8+h, se*or Dammett, su conductor dice que no ha visto +l halc n malt#s. Dammett qued fascinado al saber que aquel joven, tan cerca de #l desde hac!a ms de una semana, ignoraba qui#n era #l y qu# pel!culas hab!a hecho, hasta el punto de no haber visto ninguna. Burante el resto del tiempo que ,ate pas trabajando con #l, investig la preparaci n del muchacho& descubri que era semianalfabeto, aunque bsicamente inteligente, y se tom un inter#s paternal por #l. 8JAs! que no fuiste a la escuelaK 8All en los bosques, en las minas... y en Ada%K 8JBices que ya has desembarcado en Lapa%K 8)!. Dammett dio un paso atrs, estudiando a ese tenso muchacho de veinte a*os. 8Fo las escribo pero t" las vives. 8Le pregunt si ten!a novia y qued sorprendido al enterarse de que era casado. +ntonces Dammett pas a interesarse profundamente por los problemas del mesti;o casado con una muchacha de 4atanus%a. Bespu#s de e$plorar el tema, quiso saber detalles sobre la vida econ mica y social del valle. 3omo ,ate demostr ignorarlos todos, el escritor coment : 8Le habr!as interesado mucho a =ac% London, ,ate. 8JNui#n era =ac% LondonK 8,o importa. Dammett aceptaba a ,ate como un verdadero diamante en bruto, pero al ver algunas de sus notas estall : 8J)abes leerK -alabras largas, digo. J)abes escribirK F apart a ,ate de su trabajo para que pudiera estudiar el material que el ej#rcito proporcionaba a sus iletrados. (ajo la direcci n de Dammett, el muchacho comen; a aprender die; palabras nuevas por d!a. Be pie, con los bra;os a los costados, disertaba durante cinco minutos ininterrumpidos sobre temas tales como: P+l d!a en que mi t!o hall una mina de oroQ. Aunque un poco tarde, estaba recibiendo una educaci n. 3uando ,ate desapareci durante dos d!as, Dammett se puso furioso: 8JB nde diablos te hab!as metidoK -ero se abland ante la e$plicaci n del joven:

-gina M6M de ?@0

Alaska

James A. Michener

84e trasladan, cabo. 8J-ara qu#K 8,o s#. Nui; ms cerca de Ais%a. Nui;s a Amchit%a. 8A Amchit%a, por supuesto. Codo el mundo lo sabe. JNu# tienes t" que ver con esoK 8Nui; yo y (en Aric%el tengamos que e$plorar otra ve;. Besembarco anfibio. Dammett se mostr horrori;ado: 8-or Bios, ya has e$plorado dos islas. A cualquiera se le acaba la suerte. 3onteniendo una furia sorda, fue a quejarse al oficial comandante, que le increp por meter la nari; donde no deb!a. ,ate volvi a verle una sola ve;& cuando estaba a punto de partir para recibir un entrenamiento intensivo sobre lo de Amchit%a, ese hombre de humor cambiante fue a verle y le dijo, enfurru*ado: 8Cu s! que tienes cojones, ,ate. Fo no tendr!a coraje para hacer una sola e$pedici n como #sas. F t" vas por la tercera. 8-ara eso estamos los e$ploradores, supongo. 4ientras se entrenaba para la nueva misi n, ,ate sol!a preguntarse por qu#, si Bashiell Dammett era tan brillante como aseguraban los aviadores, no pasaba de cabo, y nunca pudo salir de su perplejidad. -ero se Rlvid de Dammett en la segunda semana de enero de .@67, pues su viejo equipo volvi a reunirse 1el capitn :uggles, (en Aric%el y #l2 y viaj en bote de goma a un destructor que los esperaba. +l barco esquiv las tormentas aleutianas hasta llegar a la isla larga, baja y plana que proporcionar!a una estupenda pista a#rea para el bombardeo de Ais%a y Attu, si los estadounidenses lograban ocuparla antes que el enemigo. 3omo Amchit%a estaba a s lo noventa %il metros de la gran base a#rea que los japoneses ten!an en Ais%a, los tres e$ploradores supon!an que el enemigo ya hab!a destacado a esa isla sus propias patrullas. F as! fue. Burante tres peligrosos d!as con sus noches, ,ate y su equipo deambularon -or la isla, oyendo ocasionalmente a los japoneses y tratando de evitar el contacto con ellos. +n medio de terribles tormentas, con el grani;o y la nieve a;otndoles la cara, los estadounidenses e$ploraban las playas, tratando de prote8 gerse. Tna noche, acurrucados los tres en la oscuridad, el capitn :uggles dijo: aLa nieve cae en )iberia, pero aterri;a en Amchit%a... paralela al suelo, a ciento veinte %il metros por hora. All! se enfrentaban a un peligro ms, pues los aviones japoneses sobrevolaban en vuelo rasante la isla y bombardeaban cualquier sitio en donde pudieran ocultarse esp!as estadounidenses. +n una ocasi n, al escabullirse para escapar de un ataque, los tres llegaron demasiado cerca de un campamento ocupado por siete e$ploradores japoneses. 3on el cora; n acelerado, los estadounidenses retrocedieron con sigilo y escaparon sin ser vistos. +ra una guerra dif!cil& a su modo, tan dif!cil como la que se estaba desarrollando en el mundo entero: mares agitados, crueles ventiscas, noches interminables y grandes tormentas a;otando las pla;as donde deb!a desembarcar cualquier invasor. -ero algunos hombres resueltos, estadounidenses y japoneses por igual, se aferraban a Amchit%a y enviaban sus mensajes a los cuarteles generales. :uggles anunciaba en c digo: PAviones japoneses pasan constantemente. <rave peligro para cualquier desembarcoQ. +stando ,ate de guardia, la armada estadounidense se apro$im a la isla: cientos de embarcaciones de todos los tama*os. +l muchacho supuso que los aviones japoneses los atacar!an sin misericordia, pero en ese momento la tempestad se torn tan violenta que los aviones no pod!an volar& los barcos grandes se acercaron penosamente a la costa. -ese a la ausencia de aviones enemigos, el desembarco fue un infierno. +l >orden se hundi y sus catorce tripulantes murieron ahogados. Tn grupo que corr!a a la costa detect a los

-gina M6? de ?@0

Alaska

James A. Michener

e$ploradores japoneses y, tomndolos por la avan;ada de un batall n, los aniquil con los lan;allamas. Rtro equipo estadounidense intent desembarcar cuatro veces, s lo para retroceder cada ve; ante las enormes olas que a;otaban la playa. -ero continuaron intentndolo, aun cuando el largo d!a se transformaba ya en noche& en el quinto intento, con el au$ilio de reflectores, lograron llegar. Al d!a siguiente la base del -ac!fico, en DaEaii, transmiti un breve comunicado: PAyer nuestras tropas desembarcaron con #$ito en Amchit%aQ. Los periodistas se*alaban: P-reludio a la recuperaci n de Attu y Ais%aQ. -ero nadie dec!a una palabra de las condiciones infernales en que los estadounidenses hab!an obtenido ese punto vital en la brutal batalla de las Aleutianas. Besde enero hasta mediados de mar;o, ,ate, (en Aric%el y otros trabajaron como caballos de tiro, acarreando mercanc!as desde la costa al interior de la isla& all! las apilaban y volv!an a chapotear, hundidos hasta la rodilla en el agua helada, para traer ms carga. +ra un trabajo agotador, que habitualmente era necesario hacer con el viento siberiano helndole a uno las cejas. y cuando el equipo estuvo finalmente en tierra, los improvisados estibadores fueron apresuradamente transferidos a la ;ona plana donde la pista a#rea iba emergiendo de la tundra. Be todos modos, en cualquier sitio donde trabajaran, ,ate y (en viv!an miserablemente: los barcos de aprovisionamiento no llegaban& cuando aparec!an, a duras penas, casi siempre tra!an alimentos y ropa destinados a los tr picos. -or lo general, cuando trabajaba en el otro e$tremo de la pista, ,ate se pasaba varios d!as sin comer nada caliente, y cuando se cocinaba algo, sol!a ser un tipo de comida con el que no estaba familiari;ado. -or ejemplo: un d!a el capitn :uggles se tom grandes molestias para robar una gran bolsa de harina de trigo integral, con la que podr!a haberse hecho un pan rico y crujiente. -ero cuando los panaderos convirtieron la harina en hoga;as, ,ate y sus compa*eros se negaron a comerlas. Tn granjero de <eorgia habl en nombre de todos: 8Cenemos que estar aqu!, en Alas%a, capitn :uggles, porque es nuestro deber. Cenemos que congelarnos hasta que se nos caiga el culo, porque el enemigo est ah!. F tenemos que comer cosas fr!as, porque no hay cocinas a mano. -ero por Bios, nadie puede obligarnos a comer ese pan sucio, comida para negros. Nueremos pan blanco. :uggles trat de e$plicar que el trigo integral era doblemente nutritivo y doblemente preferible para quien no estaba recibiendo raciones suficientes, pero no pudo convencer a esos campesinos bien intencionados: 8+l pan sucio como #se no es para que lo coma un blanco. -ero lo que causaba ms angustia a esos hombres, all! en Amchit%a, era lo que e$pres el granjero de <eorgia: 8A cualquiera se le rompe el cora; n. Tno trabaja aqu!, en esta pista a#rea, y esos guapos muchachos suben a sus aviones, saludan con la mano, vuelan a Ais%a o Attu y caen en una tormenta. )iempre hay una tormenta, 3risto, y ellos chocan con alguna monta*a, maldita sea. A veces se nos van tres o cuatro en un mismo d!a. F no se los vuelve a ver. Las bajas eran numerosas. Cal como a*adi un desesperado aviador a la carta esperan;ada y animosa que acababa de escribir a su novia: P,o hay nada en el mundo como volar en las Aleutianas. -erdemos a tantos que me muero de miedo cuando subo a mi avi n& las probabilidades de caer son tan altas ... Q. Bos d!as despu#s le escribi otra carta, disculpndose por ese arrebato. F no hubo ms. +n esas condiciones, ,ate reanud su estudio de los te$tos que le hab!a dado el cabo Dammett& obediente a sus indicaciones, continu memori;ando die; palabras nuevas por d!a, hasta que su vocabulario lleg a ser civili;ado& aun as! hablaba utili;ando frases cortas, inseguro del conocimiento que iba adquiriendo.

-gina M6I de ?@0

Alaska

James A. Michener

Dac!a lo posible para protegerse de las ventiscas, pero evitaba trabar amistad con los aviadores que llegaban a Amchit%a, con los ojos brillantes die; d!as despu#s de haber terminado su entrenamiento. 3omprend!a que ellos ten!an unos problemas muy diferentes de los de los soldados comunes, y se dec!a: PCengo que soportar este clima horrible. Aprendo tretas, como hallar las construcciones que estn en la mayor!a de los casos bajo tierra. As! el viento no puede a;otarte. -ero ellos, en esos aviones, tienen que vivir en medio del viento. +n el centro mismo. F no viven muchoQ. 3laro que ten!a sus propias pesadillas. 3uando se rumore que el pr $imo ataque no ser!a a la cercana Ais%a, sino a la distante Attu, comprendi que los superiores querr!an enviar e$ploradores para averiguar cul era la situaci n e$acta. +ntonces se present al capitn :uggles, y dijo: 8)i esta ve; piden voluntarios, yo no voy. 8+spera un poco, 3oop. C" eres el mejor de nuestros hombres. ,o sabes lo que es el miedo. 8)! que lo s#. 8F para sorpresa propia y del capitn, los ojos se le llenaron de lgrimas. Al cabo de un rato :uggles dijo, en vo; baja: 8,ate: estoy seguro de que me enviarn a Attu para ver cunto tardaremos en hacer una pista, despu#s del desembarco. ,o me gustar!a nada ir sin ti. 8Nui; 8murmur ,ate. 3uando fue obvio que se ordenar!a al mismo grupo e$plorar la isla de Attu, e$periment miedo de verdad y se dijo: P,o puedes seguir yendo a islas ocupadas sin que te matenQ. -ero se mordi las u*as y se call sus aprensiones. Tna noche lleg la orden: P+l -(F est frente a la costa sur. Los pilotos dicen que conocen un lugar seguro para desembarcar. Tstedes llegarn remando tranquilamente. Bespu#s quedarn solosQ. 3on un gran temblor, ,ate sigui al capitn :uggles y a (en Aric%el por la oscuridad, pero la inc moda tarea de subir al -(F le e$igi tanto que su nerviosismo cedi & aprovech el vuelo a Attu para concentrar sus fuer;as y su coraje para la peligros!sima tarea que ten!a ante s!. 3on gran habilidad, el -(F vol siguiendo un trayecto que evitaba pasar por Ais%a, entrando en nubes de tormenta y saliendo de ellas, hasta posarse en el mar picado. +staba a %il metro y medio del e$tremo sur de la bah!a de la 4asacre, donde el cosaco Crofim Shdan%o hab!a desembarcado en .?6L, con sus doce traficantes de pieles. Bespu#s de abordar la embarcaci n de goma, los tres hombres remaron entre las olas hasta la costa y ocultaron el bote bajo una mara*a de ramitas y peque*os arbustos. )atisfechos por la facilidad del desembarco, echaron a andar tierra adentro por el sitio que utili;ar!an, en d!as subsiguientes, los grandes grupos de ataque& por fin llegaron a una leve elevaci n, desde donde (en pudo estudiar la ;ona que tan bien conoc!a: 8Aqu! no hay instalaciones defensivas. ,uestros hombres podrn desembarcar. -ero all donde estn los japoneses... 8)e*al las colinas, unos ochocientos metros ms al norte8. 4uy fuertes. 4ientras tanto, el capitn :uggles estaba inspeccionando con los prismticos, a la lu; creciente, la pista que los japoneses trataban de completar antes del esperado ataque. 8U(ienV 3uando nos apoderemos de ella, estar en buenas condiciones. Los sobrevolaron aviones de e$ploraci n, dedicados a buscar intrusos como ellos, pero no vieron nada. Los estadounidenses pasaron dos d!as de intens!sima concentraci n, tomando mentalmente nota de lo que har!a falta para la conquista de Attu& las conclusiones no eran nada prometedoras. :uggles confirm los planes que hab!a o!do en el cuartel: 8+n cuanto desembarquemos en 4asacre debemos avan;ar hacia el norte, hasta la bah!a Dolt;. :echa;arlos all! y limpiar las posiciones hacia el este.

-gina M6@ de ?@0

Alaska

James A. Michener

-idi a (en y a ,ate que memori;aran las caracter!sticas monta*osas del terreno. Al caer la segunda noche, #l y sus hombres volvieron sigilosamente al bote y remaron hacia el sur, donde los recoger!an a medianoche. Tna ve; sanos y salvos a bordo del -(F, con ta;as de caldo caliente para entibiar las manos, :uggles dio un coda;o a ,ate y le dijo, bromeando: 8+s como una comida campestre, JnoK F ,ate replic : 8)iempre fcil& los japoneses no se acercan. -ero para el ataque a Ais%a no cuentes conmigo. La reconquista de Attu por parte de los estadounidensesX que se inici el .. de mayo de .@67, fue una de las batallas ms importantes de la segunda guerra mundial, pues, si bien particip un n"mero de soldados relativamente reducido, en ella se decidi si =ap n tendr!a alguna esperan;a de utili;ar una parte de Alas%a como base desde la cual atacar a +stados Tnidos y 3anad. Los nipones que defend!an Attu eran unos dos mil seiscientos soldados resueltos, dedicados a la tarea de retener ese asidero en territorio norteamericano. A las rdenes de oficiales muy inteligentes y audaces, hab!an construido una cadena de posiciones que eran un modelo de guerra defensiva. -ero en la tierra hab!a otros hoyos, cavados casi al desgaire, en los cuales los soldados japoneses entraban sabiendo que no podr!an escapar ni siquiera de milagro. Codos los accesos que los estadounidenses pudieran usar estaban flanqueados por profundas cuevas para dos hombres& hab!a una l!nea de posiciones tan saga;mente concebida, que aseguraba la muerte de los atacantes estadounidenses, pero tambi#n el fin seguro de los defensores japoneses. Besalojar a soldados heroicos como #sos ser!a una misi n infernal, que se llevar!a a cabo entre tormentas rticas y vendavales siberianos. -ara lograrlo, diecis#is mil reclutas estadounidenses, ms unos cuantos e$ploradores de Alas%a y un ilimitado poder!o a#reo, aplicar!an una implacable presi n a un coste enorme, tanto para atacantes como para defensores. +n la v!spera de esa e$tra*a batalla, librada en el e$tremo ms alejado del imperio, toda la guerra del -ac!fico pend!a en la balan;a: =ap n, el auda; atacante, iba a convertirse en el tesonero defensor& +stados Tnidos, el gigante dor8 mido al que hab!an pillado por sorpresa, reun!a tard!amente sus fuer;as para dar una serie de golpes aplastantes. +se atardecer, mientras el sol se pon!a en un resplandor sombr!o, nadie habr!a podido predecir c mo se desarrollar!a la batalla de Attu& pero en ambos bandos los hombres mostraban igual valent!a, id#ntica decisi n y la misma entrega a sus opuestos estilos de vida. Al amanecer, una temible armada asom entre las brumas, por la esquina nordeste de Attu& ,ate y (en, desde su bote de desembarco, observaron sobrecogidos al enorme buque de guerra -ennsylvania, que preparaba sus grandes ca*ones para limpiar la costa, en la que pronto desembarcar!an las tropas. 3iento cincuenta proyectiles enormes barrieron la costa sin matar a un solo japon#s, pues estos hab!an construido sus refugios tan s lidamente que s lo un golpe directo pod!a aplastarlos& aun en ese caso, el 4ayor da*o lo provocar!an los fragmentos despedidos, que se podr!an quitar ms tarde. La mayor parte de la armada norteamericana apareci entre la niebla que amortajaba la bah!a de la 4asacre& all!, los enormes barcos pudieron dejar su carga y a sus hombres sin hallar la menor oposici n. -ero una ve; en tierra, tal como ,ate hab!a predicho y ahora ve!a desde su bote, los atacantes se ver!an obligados a virar bruscamente colina arriba, hacia la bah!a Dolt;, en cuyo per!metro hab!an cavado sus posiciones los japoneses. Lo que en un principio hab!a parecido un desembarco fcil, se convirti en un ataque enconado, dificultado por la lluvia y por el lodo& cientos de estadounidenses recibieron balas de francotiradores que, si no mataban, mutilaban. Los estadounidenses se mor!an sin haber visto al enemigo.

-gina ML0 de ?@0

Alaska

James A. Michener

+l ataque continu durante diecinueve d!as horribles, sin que hubiera un respiro y con frecuencia sin comida. +n ese implacable combate, ,ate 3oop y (en Aric%el se proteg!an mutuamente, compart!an un mismo hoyo o corr!an juntos, para arrojar granadas activadas a la boca de las cuevas de donde surg!a el fuego enemigo. 8)iempre pasa lo mismo 8observ (en, jadeando, despu#s de atacar una cueva8, arrojas tu granada y oyes tres e$plosiones. Los dos hombres de dentro la ven llegar y, como saben que no tienen salida, hacen detonar sus propias granadas. )upongo que eso es un trabajo limpio. Burante unos d!as infernales, el grupo de ,ate despej todas las cuevas de una ladera, de una en una y, casi siempre, con el espantoso ruido de las tres e$plosiones por cada granada estadounidense. +n todo ese tiempo no se hi;o ning"n prisionero, se comi muy poco y nadie durmi con la ropa seca. +ra un combate penoso, sin bayonetas y con pocos disparos de mortero: s lo el oscuro y terror!fico trabajo de despejar instalaciones que no se pod!an atacar de otro modo. ,ing"n estadounidense luch nunca en condiciones tan dif!ciles como las de Attu& ning"n japon#s defendi nunca sus posiciones con un mayor sentido del honor. Cras ocho d!as de desmantelar cueva por cueva, quedaron eliminados unos mil quinientos enemigos, pero tambi#n hab!an muerto ms de cuatrocientos estadounidenses. +ntonces se produjo la embestida final, en la que morir!an mil quinientos japoneses ms y otros ciento cincuenta estadounidenses. Codos ellos perecer!an en medio de lluvias heladas, vientos tempestuosos y barro, pero nadie muri de una forma ms diab lica que el valiente oficial estadounidense que guiaba a ,ate y a (en colina arriba, y a los seis japoneses responsables de su muerte. 3omo el capitn :uggles era aviador, habr!a debido estar en el aire, en alg"n avi n sacudido por la tormenta& pero debido a su habilidad para detectar los lugares donde se deb!an locali;ar las pistas a#reas en las primeras horas siguientes al desembarco, hab!a sido objeto de una especie de nombramiento permanente para los trabajos ms dif!ciles, pues cumplida su misi n volv!a a ser un simple soldado de infanter!a, aunque su raro valor le hiciera sobresalir del resto. La responsabilidad que :uggles se hab!a asignado parec!a cosa de rutina. Los atacantes estadounidenses estaban diseminados al pie de una pendiente que ascend!a hacia el norte con gran inclinaci n& los defensores japoneses atrincherados en una hilera de cuevas, a lo largo de la cresta. A primera vista, la tarea de los estadounidenses pod!a parecer imposible, pero :uggles hab!a ideado la soluci n mucho tiempo antes& requer!a de una e$quisita sincroni;aci n. +l capitn, con uno o dos hombres de confian;a, avan;aba por el centro de la pendiente, mientras su equipo abr!a una cortina de fuego para mantener a los japoneses en el fondo de las cuevas. 4ientras tanto, escaladores veloces, a derecha e i;quierda, establec!an una especie de movimiento de pin;as que los llevar!a a un punto situado encima de las cuevas& desde all! descender!an sigilosamente hacia ellas por la retaguardia, destruyendo al enemigo con granadas arrojadas dentro. +sa coordinada maniobra ten!a #$ito cuando todas sus partes funcionaban a la perfecci n& :uggles era uno de los mejores: 8Cerminamos con esa hilera de cuevas y vamos a buscar un plato caliente. -ero en esta ocasi n se producir!a una sutil diferencia, pues a mitad de la cuesta, fuera de la vista para quien mirara desde abajo, se elevaba un mont!culo leve, pero considerable& cualquiera podr!a haber pensado que los japoneses habr!an puesto en #l una serie de trincheras apuntando colina abajo para hacer retroceder a los estadounidenses que trataran de subir.

-gina ML. de ?@0

Alaska

James A. Michener

-ero los decididos japoneses no lo hicieron as!& en cambio cavaron seis hoyos al otro lado del mont!culo, colina arriba. 3uando estuvieron listos, el coronel a cargo dijo, solemnemente: 8+l emperador pide doce voluntarios. F doce j venes nipones, lejos del hogar y acosados por el hambre, dieron un paso al frente, saludaron y se instalaron de dos en dos en las trincheras suicidas. +staban condenados porque la tctica que iban a ejecutar les llevar!a a la muerte con toda seguridad: 8-ermitid que los atacantes estadounidenses pasen sobre esas posiciones. +sperad a que haya pasado un n"mero considerable. Luego abrid fuego por la espalda, cuando no sospechen nada. Be ese modo caer!an muchos estadounidenses, pero los doce hombres de las trincheras, tambi#n, ser!an masacrados en cuanto se identificaran sus -osiciones. 3omo cabe suponer, :uggles encabe;ar!a la carga frontal, con ,ate en el flanco i;quierdo, (en a su derecha y dos hbiles equipos corriendo por los lados, para caer sobre las cuevas superiores desde la retaguardia. Codo sali como estaba planeado, salvo por una cosa: cuando :uggles y sus acompa*antes corrieron sobre la peque*a elevaci n del centro, se les permiti continuar unos doce metros colina arriba. Luego, desde las trincheras ocultas que apuntaban hacia arriba, los japoneses dispararon a quemarropa contra la espalda de los atacantes& por puro hbito, casi todos apuntaron al Rficial, el capitn :uggles, que cay destro;ado por siete descargas. Tna alcan; a (en Aric%el en el hombro i;quierdo. Rtras tres mataron a dos de los conpa*eros de ,ate& una ms pas ro;ando la oreja de #ste. )obrevivieron cuatro estadounidenses, incluyendo a ,ate 3RR- y a Aric%el, aunque este "ltimo result herido. -or un momento quedaron confundidos, pero de inmediato ,ate comprendi lo que deb!an hacer: 8U(enV UAtrs, tras el mont!culoV F condujo a los restos de su equipo hasta el lado inferior de la elevaci n, donde los hombres de las trincheras no pod!an atacarlos. All! se reagruparon& al ver el cuerpo mutilado del capitn die; metros ms arriba, una ira sorda se apoder de ellos. Dasta (en Aric%el, gravemente herido, insisti en tomar parte en la acci n que seguir!a. ,ate, en esos momentos, hab!a tomado el mando: 83uerpo a tierra, granadas listas y, en cuanto lleguemos, las arrojamos adentro. As! lo hicieron: cuatro vengadores resueltos, acercndose a las trincheras desde atrs, sin prestar atenci n a las balas que les llegaban desde el barranco, arrojaron las mort!feras granadas dentro de las trincheras y retrocedieron para o!r las tres e$plosiones. Nuedaban a"n dos trincheras intactas en los flancos e$teriores. ,ate grit : 8UFo me ocupo de #saV (en, encrgate de aqu#lla. 8-ero not que (en se hab!a desmayado y dirigi la orden a un joven de ,ebras%a8: UL!mpiala t"V 3omo descubrieron que no ten!an ms granadas, dos de ellos arrancaron largas tiras de tela de sus camisas y un tercero las empap con el combustible que llevaban para esos casos& ya encendidas, las arrojaron auda;mente a la boca de las trincheras, y cuando los cuatro japoneses salieron trabajosamente buscando aire, los descalabraron a culata;os. La conquista de esa colina representa uno de los "ltimos ataques planificados de las fuer;as estadounidenses en Attu. +sa noche, los hombres cre!an haber dominado a los japoneses. -ero a medianoche, no habiendo nadie que montara guardia, oyeron un susurro en el flanco de la colina, donde no pod!a haber ning"n japon#s sensato& luego, el rumor de pasos ligeros, por fin, los gritos salvajes de hombres lan;ados a una carga ban;ai, decididos a matar o morir. +stall el infierno en ese sector del frente indefinido. Los japoneses, enloquecidos por lo que reconoc!an como los momentos finales, corr!an en

-gina ML/ de ?@0

Alaska

James A. Michener

todas direcciones, sujetando con las manos los fusiles que les apuntaban, blandiendo cuchillos largos e incendiando todo lo que se encontraba a su -aso. +ran imparables& embest!an contra posiciones que nadie habr!a so*ado con atacar, mucho menos someter. F llegaban aullando. -as casi una hora antes de que ,ate y sus hombres establecieran alg"n tipo de l!nea defensiva. +ntonces comen;aron a ocurrir cosas asombrosas. Tn japon#s, que bland!a s lo una ramita de cuarenta cent!metros, se arroj directamente contra un soldado estadounidense armado con una pistola& le apart el arma, golpe al sorprendido enemigo con su rama y, dando gritos, desapareci en la oscuridad. Rtros dos japoneses corrieron hacia (en Aric%el, con bayonetas -recariamente atadas al e$tremo de sus palos, tratando de herirle con esas armas endebles. Lograron alcan;arle, pero las bayonetas se desli;aron a un lado, mientras #l los mataba a ambos golpendoles en la cabe;a con el bra;o sano. Tn cuarto japon#s fue el ms loco de todos. +ntonando una canci n salvaje y blandiendo una mort!fera pistola, super todos los obstculos y corri hacia ,ate 3oope, que no pod!a hacer nada por detenerle. -lant su pistola contra la cara de ,ate y, con un grito, apret el gatillo. )e oy el chasquido, ,ate se dio por muerto, pero no ocurri nada. 3on un fuerte impulso de su bayoneta, ,ate mat al japon#s. Luego, al estudiar el arma de ese hombre, descubri que era de juguete. Bespu#s de arrancarla de entre los dedos del muerto, ,ate apret dos veces el gatillo y despert ecos en el h"medo amanecer. La batalla de Attu hab!a concluido. Ahora s lo quedaba Ais%a. ,o era tan grande como Attu, pero estaba mucho mejor defendida. Los informes de inteligencia dec!an que all! hab!a cinco mil trescientos sesenta japoneses 1el doble2, con una capacidad defensiva die; veces mayor. -ara tomar la isla se traslad por la cadena Aleutiana a ms de treinta y cinco mil soldados estadounidenses, que constitu!an la armada ms grande de ese frente. +n esa ocasi n, no se envi a ning"n equipo de e$ploradores para el reconocimiento, lo cual ,ate agradeci : no era necesario, pues las poderosas instalaciones japonesas eran visibles desde el aire. +n cambio, el mismo cuerpo de la Fuer;a A#rea dej caer sobre la isla una incre!ble cantidad de fuertes e$plosivos, utili;ando aviones que, en algunos casos, despegaban desde la nueva pista de Attu. 3ien mil panfletos, impresos en Anchorage, ped!an a los japoneses que se rindieran, pero esos papeles tuvieron a"n menos efecto que las bombas. Cambi#n ahora, en aquel "ltimo reducto de las Aleutianas, los japoneses estaban bien atrincherados. )acarlos de all! ser!a la brutal culminaci n de esa terrible campa*a. Cranscurridas die; semanas desde la ca!da de Attu, la gran fuer;a de ataque estaba lista. Tna ve; ms, el general )hafter vol a las Aleutianas, con Le:oy Flatch como piloto, para participar en la planificaci n final. +sta ve;, Le:oy encontr a su cu*ado callado e irritable: 8)i los japoneses intentan algo, no dudo que a (en y a m! nos tocar ir a e$plorar, si es que se le cura el bra;o. 8JB nde est (enK 8+n el hospital de campa*a. -or su bra;o. Le:oy, preocupado por el nerviosismo de ,ate, pregunt : 8JRcurre algoK 8U,oV 8le contest ,ate8. J-or qu#K 8(ueno, con tantas batallas... y la herida de (en... 8+s el trabajo. 8)igue as!. Ahora quiero ver a (en. +ncontraron al cansado criador de ;orros en la enfermer!a, donde le estaban aplicando un vendaje. -arec!a tener mucho ms de cincuenta y un a*os, pues el cansancio le minaba el cuerpo, como a ,ate. -ero e$pres su sorpresa cuando Le:oy le salud , en erguida pose militar, y dijo en tono formal:

-gina ML7 de ?@0

Alaska

James A. Michener

8)e*or Aric%el, he venido hasta su casa de verano para -edirle la mano de su hija. Las huellas del cansancio abandonaron la cara de (en y el dolor, su bra;o herido. 4irando de frente al joven Flatch, pregunt en vo; baja: 8JB nde est )andyK 8+n Anchorage, con un buen empleo. Aprovech# la influencia del general )hafter para hacerla salir del campo de concentraci n. F vamos a casarnos... con su permiso, se*or. 83omo (en y ,ate empe;aron a darle grandes palmadas de felicitaci n, #l los detuvo8: Bijo )andy que no se casar!a sin su consentimiento, se*or, porque usted es su padre y su madre al mismo tiempo. 8F mir a los ojos al viejo isle*o8. J3uento con su autori;aci nK F (en, gravemente, a*adi : 83uenta con ella, hijo. F ahora vamos a emborracharnos como cerdos ,o pudieron hacerlo, pues lleg un mensaje de los generales reunidos. Canto ,ate como (en adivinaron de qu# se trataba. +n efecto, si (en estaba en condiciones, har!an una "ltima incursi n tras las l!neas enemigas: 8Los japoneses se estn comportando de un modo e$tra*o. Bebemo saber cunto van a costarnos esas playas de Ais%a. Tstedes nunca nos han fallado. 8+l general comandante clav un dedo en el bra;o de (en8. J+st lo suficientemente recuperado como para intentarloK Los amigos comprendieron que bastar!a un momento de vacilaci n para que le e$cusaran de esa peligrosa misi n, pero el criador de ;orros dijo 8+st listo. F antes del amanecer, esos dos leales hombres de frontera, esos prototipos de Alas%a, estaban otra ve; en su bote de goma, viajando silenciosamente hacia el -(F que se mec!a en las oscuras aguas aleutianas. 4uerto el capitn :uggles, estar!an a las rdenes de un joven y entusiasta teniente llamado <ray. 3uando ya se apro$imaban a la costa, #ste les dijo: 8,o pienso imponer mi rango. Tstedes saben mucho ms que yo de estas cosas. 8F a*adi , como para tranquili;arlos8: -ero cuando ustedes avancen, yo estar# all!. -ueden contar con eso. 4ientras remaban en la oscuridad, hacia lo que pod!a resultar una violenta confrontaci n, <ray susurr : 8U3arambaV UBesembarcar en una isla peque*a, ocupada por todo un ej#rcito japon#sV F (en, al comprender que el joven trataba de conservar el coraje, observ con serenidad: 8Ais%a tiene unos doscientos sesenta %il metros cuadrados. -odr!a sernos dif!cil hallar a los japoneses, aun buscndolos. 8F a*adi , para aliviar un poco la tensi n8: J+stuvo usted en Attu, tenienteK <ray respondi que hab!a encabe;ado uno de los ataques para despejar la bah!a Dolt;. +ntonces (en afirm , con mucho #nfasis: 8As! que ya lo ha demostrado todo. F (en ten!a ra; n, pues en esos primeros momentos de peligro en que los tres saltaron a la playa y echaron a correr, en esos fat!dicos segundos en que alguna ametralladora oculta podr!a haberlos cortado por la mitad, literalmente, fue <ray quien tom la delantera, sin miedo, y continu la marcha hasta que se encontraron bastante lejos de la costa. -ero despu#s de atravesar la playa, milagrosamente indemnes, ocurri algo terrible. <ray, e$altado por su buena actuaci n, pregunt a su consejero: 8JNu# hacemos ahora, (enK -ero el criador de ;orros, que hab!a demostrado tanta entere;a en el bote, estaba temblando. ,o se trataba de estremecimientos nerviosos, sino de verdaderas sacudidas, como si alguna horrible ventisca lo estuviera envolviendo. Canto <ray como ,ate

-gina ML6 de ?@0

Alaska

James A. Michener

comprendieron que su agotamiento emocional era absoluto: ya no pod!a actuar como miembro del equipo. -or un momento el joven teniente qued desconcertado& comprend!a que su grupo se hallaba en una posici n dif!cil, con un tercio de sus componentes inutili;ado. -ero ,ate escondi a (en detrs de una roca y le tranquili; con un susurro consolador: 8,o te preocupes. +spera. Fa volveremos. Luego busc a <ray y le dijo: 8,os separamos, mucho silencio, vamos en c!rculo hacia esa cosa grande de all!. )in inmutarse porque se le usurpaba el lidera;go, <ray replic : 8(uena idea. 8F parti como un conejo. 3uando los dos hombres se reunieron ante lo que result ser un generador abandonado, ninguno tuvo la audacia de e$presar lo que estaba pensando, pero despu#s de investigar los alrededores ,ate tuvo que hablar: 83reo que no hay nadie. +n vo; muy baja <ray dijo: 8Fo tambi#n. -ero entonces salieron a la superficie ecos de su adiestramiento. PDombres 8les hab!a advertido un ce*udo veterano de <uadalcanal, al visitar el campamento de Ce$as donde estaba <ray8, el soldado japon#s es el ms tramposo de la Cierra. Ce enga*a de die; modos diferentes: trampas ca;abobos, francotiradores atados en los rboles, edificios vac!os para hacerte pensar que los han abandonado... )i caes en sus trampas s lo una ve;, eres hombre muerto. 4uerto, muertoQ. Inquietantes y letales, los silenciosos edificios de all! delante parec!an un perfecto ejemplo de la perfidia japonesa. A <ray se le aflojaron las rodillas. 8Ce parece que es una trampaK 8susurr a ,ate. F #ste le respondi : 8Dabr!a que averiguar. +ntonces el teniente retom el mando. 83"breme. 83on un valor que pocos habr!an podido demostrar, corri hacia un grupo de edificaciones que bien podr!an haber sido los comedores y la lavander!a. Al llegar salt en el aire y e$clam , agitando los bra;Rs8: U+st desiertoV Antes de que ,ate pudiera alcan;arle, comen; a correr, haciendo much!simo ruido, de un edificio abandonado a otro. Codos estaban vac!os. +ntonces record que estaba al mando, pero la e$citaci n apenas le permiti dar una orden. 8-robemos all! 8e$clam 8. )i #se tambi#n est vac!o, dispararemos nuestra se*al. Los dos se arrastraron hacia lo que deb!a de haber sido el cuartel de mando. +n medio de la oscuridad2 lo encontraron cavernoso F desierto. <ray cogi a ,ate por el bra;o, y le pregunt : 8J,os animamos a dar la se*alK 8+nv!a mensaje 8dijo ,ate. <ray activ su radio y grit : 8U)e han ido todosV UAqu! no hay nadieV 8U:epitaV 8pidi la severa vo; del comandante de la flotilla. 8Aqu! no hay ning"n enemigo. :epito: no hay nadie. 89erifique. 9uelva a informar dentro de die; minutos. Bespu#s 9uelva al barco. Fueron die; minutos e$tra*os: en medio de la noche aleutiana, entre los fuertes vientos de )iberia, dos desconcertados estadounidenses trataban de imaginar c mo era posible que todo un ej#rcito japon#s hubiera podido escapar de esa isla, cuando los mares y el cielo estaban patrullados por barcos y aviones estadounidenses. 8,o es posible que se hayan escapado todos 8e$clam <ray, en tono malhumorado8. -ero as! fue. 8F corri de un lado a otro, saboreando su gran descubrimiento.

-gina MLL de ?@0

Alaska

James A. Michener

3uando ,ate 3oop volvi a la playa para sentarse junto a (en Aric%el y vio el lamentable estado en que se encontraba, tambi#n #l se ech a temblar. +ntonces apareci el teniente <ray, a la carrera: 8UFa han pasado los die; minutosV -odemos confirmar. 8Adelante 8dijo ,ate. -ero no hall j"bilo alguno en la dramtica noticia. +n el viaje de regreso al -(F remaba mecnicamente, sin saber del todo d nde estaba. Fue as! que un ej#rcito de treinta y cinco mil canadienses y estadounidenses desembarc sin oposici n. +n la primera tarde, un bombardero proveniente de Amchit%a, que continuaba con el rumbo ordenado por no haber recibido la noticia, vio all! a tropas que operaban sin ninguna protecci n y, tomndolas por japoneses, las bombarde . Dubo dos muertos. Los generales, sin poder creer que los japoneses hubieran podido evacuar toda una isla mientras los bombarderos hac!an vuelos de inspecci n, enviaron patrullas muy armadas para asegurarse de que no hubiera grupos de japoneses escondidos en las cuevas, a la espera de atacar. La medida era prudente y se ejecut con el debido cuidado, pero los hombres que hab!an viajado tanto para combatir se sent!an tan ansiosos de hacerlo que, cuando un grupo oy ruidos sospechosos provenientes de otro grupo, en el lado opuesto de una leve colina, un nervioso cabo estadounidense inici el fuego, que fue devuelto por un sargento canadiense igualmente nervioso. +n el descabellado enfrentamiento que sigui , las balas de los Aliados mataron a veinticinco aliados e hirieron a ms de treinta. 'sa fue la "ltima batalla de la campa*a en las Aleutianas. Dab!a fracasado el intento japon#s de conquistar Am#rica desde el norte. +n cuanto se hubo alcan;ado la pa; en el -ac!fico estall una batalla de proporciones similares en Alas%a. -ara apreciar su significado es preciso seguir los acontecimientos que afectar!an a los dos matrimonios j venes de la familia Flatch, en los meses que siguieron a las e$plosiones de las dos bombas at micas en =ap n y el subsiguiente colapso del esfuer;o b#lico japon#s. ,ate coop, fortalecido y ms profundo tras sus e$periencias de guerra, de j at nitos a todos al anunciar: 89oy a aprovechar los planes para e$combatientes. Ir# a la Tniversidad de Fairban%s. Coda la familia pareci preguntar al un!sono: 8J-ara qu#K 8-ara estudiar administraci n de la fauna. 8JBe d nde has sacado esa loca ideaK 8inquirieron todos a coro. y #l e$plic , en tono enigmtico: 8Tn cabo llamado Bash Dammett me dijo: P3uando termine la guerra mu#vete y estudia algoQ. ,o dijo ms. -asada la primera impresi n, recibi el apoyo de su esposaX que recordaba la advertencia de 4issy -ec%ham: P)i has podido domesticar a un alce, puedes civili;ar a ,ateQ. F le acompa* a Fairban%s. +l general )hafter inst a Le:oy Flatch, que ya ten!a el grado de capitn en la Fuer;a A#rea, a que permaneciera en el servicio, asegurndose ascensos a mayor y a teniente coronel: 8Bespu#s de eso, todo depende de la impresi n que causes a tus superiores, pero tengo confian;a en que alg"n d!a llegars a general... si estudias un poco. -ese a que los otros oficiales le hac!an recomendaciones similares, Le:oy opt por retirarse, a fin de retomar su carrera como destacado piloto rural. -ara eso decidi emplear el dinero de su bonificaci n para el primer pago de un <ull8Eing )tinson de cuatro pla;as, cuyo precio total ser!a de die; mil d lares. )u anterior propietario hab!a sido un genio de la mecnica. +l avi n, modificado por #l, ten!a ruedas y patines colocados de modo

-gina MLM de ?@0

Alaska

James A. Michener

permanente& por lo tanto, el piloto pod!a partir utili;ando las ruedas, volar hasta alg"n campo nevado de las monta*as y, por medio de un sistema hidrulico, retraer las ruedas dentro de una ranura abierta en medio de los grandes patines. +n el viaje de regreso despegaba usando los patines, pon!a en funcionamiento el sistema hidrulico y las ruedas descend!an a trav#s de las ranuras. 3laro que, como el sistema era fijo, ya no pod!a a*adir flotadores para utili;ar los lagos en el verano. -or lo tanto, para asegurarse una m$ima fle$ibilidad, compr tambi#n una versi n actuali;ada de su viejo >aco FA)8?, provisto de flotadores, pero se horrori; ante el aumento del precio. Dab!a pagado tres mil setecientos d lares por su primer >aco F seis mil trescientos por el nuevo, que conservaba en un lago, cerca de su caba*a. -ero ahora ten!a esposa. )andy Aric%el, habituada a la vida libre de las aleutianas, sobre todo a los viajes con su padre hasta islas lejanas, no se sent!a a gusto encerrada con sus suegros en la caba*a de 4atanus%a. 4atanus%a se hab!a convertido en una ciudad tan popular, pese a la -ublicidad negativa inicial, que muchos de los que llegaban a Alas%a deseaban instalarse en el valle. -or eso Le:oy y )andy no hallaban una vivienda adecuada. )andy sugiri adquirir tierras cerca del glaciar donde construir la casa propia, pero Le:oy se*al que, tras la compra de los dos aviones, no pod!a permitirse tambi#n una casa. 8JF por qu# no compras un solo avi nK 8propuso ella. 'l respondi con firme;a: 8:uedas, patines, flotadores, ruedas para tundra: un tipo 3R4R Fo necesita de todo. F as! desapareci la posibilidad de adquirir una casa. A esas alturas, cuatro antiguos amigos le ayudaron a tomar una decisi n radical, que le har!a muy feli;. Com 9enn, de )eattle, cuya empresa :H: prosperaba en el resurgimiento de posguerra, estaba ansioso por reinstalarse en +l Fil n de 9enn, junto a los grandes glaciares que brotaban de Benali: 8Nuiero pasar ms tiempo all!. Cambi#n insisten Lydia y los chicos, 4alcolm y Cammy. -or eso, Le:oy, quiero que lleves todo lo necesario y eches un vista;o a la casa cuando nosotros no estemos. 8)oy piloto, no agente de bienes ra!ces 8replic Le:oy, con brusquedad. 83ierto 8reconoci 9enn8. -ero creo que en los a*os venideros, los pilotos independientes van a centrar su actividad bastante al norte de Anchorage. )i te quedas en 4atanus%a te matar la competencia de los aviones grandes. 3omo 9enn hab!a demostrado muchas veces su agudo sentido comercial, Le:oy no pudo dejar de escucharle. -rest mucha atenci n a lo que dec!a el empresario, desplegando mapas de la Alas%a central: 8+s un buen nombre el que han puesto a esta ;ona, entre Anchorage y Fairban%s: P3intur n FerroviarioQ, porque el ferrocarril sirve de atadura. Aqu! se concentrar en el futuro la vitalidad de Alas%a. F aqu! debes centrar tu actividad, desde ahora en adelante. 83on un gesto imperativo, se*al el Fil n8. ,uestra casa est aqu!, en las monta*as. 4atanus%a, aqu! abajo, est demasiado lejos para que nos prestes el debido servicio. Fairban%s, demasiado al norte. -ero aqu!, en el medio, hay una poblaci n deliciosa: Cal8 %eetna, que lleva el nombre de las monta*as. Nueda cerca de nuestra casa. +n la ;ona hay muchas minas que necesitan de los pilotos. F muchos lagos, con una o dos caba*as en sus costas, a las que habr que aprovisionar. -or all! pasa el ferrocarril, pero no la carretera: una gran ventaja para ti. Cal%eetna est al lado. Cranquila. Fronteri;a. 8Day l gica en lo que usted dice 8reconoci Le:oy. F el astuto comerciante concluy : 8De reservado lo mejor para el final. )i te mudas a Cal%eetna, yo financiar# tus dos aviones sin intereses.

-gina ML? de ?@0

Alaska

James A. Michener

8Cal%eetna acaba de convertirse en mi cuartel general 8asegur Le:oy. Luego refle$ion 8: J)abe usted, se*or 9ennK 3uando se ha sido capitn de la Fuer;a A#rea, pilotando aviones grandes, uno empie;a a pensar en grande y quiere hacer algo de su vida. 3on esposa y todo. Lo mejor que puedo imaginar es ser un estupendo piloto rural, amo de toda esta frontera. F e$tendi las manos sobre el 3intur n Ferroviario, que desde entonces ser!a su territorio: sus campos remotos, sus tormentas de nieve, sus lagos ocultos, sus maravillas. 3on un chasquear de dedos, 9enn alquil un coche y juntos recorrieron los aburridos ciento veinte %il metros hasta la so*olienta Cal%eedna: unas cuantas casas de madera con fachadas falsas& una poblaci n de cien habitantes. Burante el viaje, Le:oy parec!a pedir disculpas por lo desolado del panorama, pero al abandonar la carretera principal para tomar el desv!o a Cal%eetna ascendieron una colina, desde cuya cima se ve!a un estupendo paisaje del gran maci;o Benali, alto, blanco y severo, guardin del Ortico. La vista era tan majestuosa y rara, puesto que las nubes habitualmente imped!an la visi n, que los dos hombres detuvieron el coche a un lado de la carretera para disfrutar de esa espectacular revelaci n de Alas%a. 8-arece que las monta*as te estn enviando una invitaci n, Le:oy. 8F el joven veterano tuvo una alentadora visi n de lo que ser!a la vida en esa ;ona durante sus a*os de madure;. -ero mientras ellos disfrutaban de ese d!a, al parecer tan perfecto, en )iberia hab!a comen;ado a formarse un frente de tormenta a gran velocidad. +n pocos minutos las monta*as se perdieron, para recordarle a Le:oy que, si trasladaba su centro de operaciones a Cal%eetna, deber!a aceptar una serie de desaf!os nuevos. )iempre se ver!a obligado a volar a lagos remotos para au$iliar a viejos moribundos o a mujeres j venes a punto de dar a lu;, y correr!a el riesgo de verse atrapado en tormentas s"bitas. -ero hacia el noroeste se elevar!a esa tremenda cordillera nevada que #l deb!a dominar, si quer!a dedicarse a pilotar aviones: aterri;ar con patines a dos mil quinientos metros, para dejar o recoger a los escaladores& volar a cuatro mil ochocientos metros para e$plorar las laderas del gran Benali, en busca de cadveres. +ra el tipo de desaf!o que un piloto rural aceptaba y buscaba. Al desaparecer las grandes monta*as, las que ser!an sus blancos faros en a*os venideros, resolvi serenamente: 89oy a hacerlo. F 9enn dijo: 8=ams te arrepentirs. F as! se decidi la mudan;a a Cal%eetna, con su pista de tierra y sus lagos convenientemente cercanos. )andy no pudo hallar una casa al alcance de sus posibilidades, pero, con el pr#stamo de los 9enn, ella y su esposo pudieron construir una. Fa instalados all!, fue ella quien se ofreci a cuidar de +l Fil n de 9enn mientras su esposo volaba. Cambi#n fue ella quien compr Pesta bonita radioQ, con la cual pod!a comunicarse con su esposo mientras #l volaba a alg"n sitio remoto o regresaba a casa, tratando de ganarle a una tormenta. +l traslado a Cal%eetna fue una de las mejores cosas que Le:oy Flatch hi;o jams, pues le introdujo en el cora; n de Alas%a, el 3intur n Ferroviario que vinculaba a las ciudades ms importantes. Dasta entonces, en su condici n de aviador, s lo hab!a visto en el ferrocarril una l!nea de v!as salvadoras que pod!a seguir cuando la visibilidad era nula. Ahora, como todos los d!as se deten!a un tren en Cal%eetna, tuvo ocasi n de viajar a Fairban%s en #l. ) lo entonces apreci el trabajo superlativo que hab!an hecho sus coterrneos de Alas%a al construir esas v!as tan al norte. F le agrad , sobre todo, la belle;a

-gina MLI de ?@0

Alaska

James A. Michener

e$cepcional que envolv!a la tierra durante algunas semanas, a finales de agosto y en septiembre. +n aquellas #pocas los alisos adquir!an un encendido color dorado& las matas de moras, un rojo ardiente, mientras que las majestuosas p!ceas proporcionaban un majestuoso fondo verde contra el pr!stino blanco del distante monte Benali. +ra Alas%a en su mejor versi n. Lerroy coment a su esposa: 8) lo se ve desde el tren. )i miras desde el avi n es s lo un borr n. F ella replic : 8Besde todas partes se ve muy bonito. -ero ms adelante, cuando volaron al Fil n para cenar con los 9enn, descubrieron que otros ten!an sue*os muy diferentes para Alas%a. 8Dan empe;ado a circular muchos rumores descabellados 8Rbserv Com 9enn, despu#s de cenar8, sobre esa loca idea de que Alas%a pase a ser estado. 8+studi a los dos j venes que ten!a ante s!8. JApoyan ustedes esa tonter!aK 3omo la pregunta requer!a, prcticamente, una respuesta negativa, )andy Flatch no pudo menos que contempori;ar. Aunque estaba vagamente de acuerdo con que Alas%a se convirtiera en estado, e$pres una opini n que se oir!a mucho en los meses siguientes: 8,o s# si tendremos suficiente poblaci n. 8-or supuesto que no 8asegur 9enn8. JNu# opinas t", Le:oyK +l piloto a"n estaba endeudado con los 9enn por los dos aviones y su casa& gran parte de la actividad que manten!a a flote su empresa unipersonal depend!a de ellos. -or lo tanto, tambi#n consider prudente mostrarse evasivo, pero en su caso estaba muy convencido del criterio militar que e$pres : 8+l principal valor que Alas%a tiene para +stados Tnidos, tal ve; el "nico, es convertirse en su escudo militar en el Ortico. 3on nuestros limitados recursos, jams podr!amos defender este territorio del Asia. F el comunismo ruso, en marcha por todos lados, podr!a avan;ar hacia aqu! en cualquier momento. 8Das dado en el clavo 8dijo 9enn, con entusiasmo. Luego se volvi a su esposa8: +$pl!cales lo ms importante, que han pasado por alto, Lydia. +ntonces ella entr en la conversaci n con notable energ!a: 84i padre vio en los viejos tiempos lo que yo veo ahora. Alas%a nunca tendr poblaci n, poder, ni finan;as para funcionar como estado libre, como los otros. Bebe depender de la ayuda que le presten Los cuarenta y ocho de abajo. 8F eso significa lo que siempre ha significado 8la interrumpi su marido8: )eattle. All! podemos reunir el dinero de los otros estados. F cuando lo tenemos, siempre sabemos qu# hacer con #l. Lydia continu en tono persuasivo: 8+l hecho es que mi familia, por ejemplo, siempre ha tratado de hacer Xlo ms conveniente para Alas%a. 3uidamos de esta gente como si fueran miembros de nuestra propia familia. Ayudamos a proporcionarle educaci n. Befendemos sus derechos en el 3ongreso. F tratamos a los nativos mucho mejor de lo que ellos se tratan entre s!. Burante casi dos horas, los 9enn e$pusieron insistentemente la doctrina que se hab!a vuelto casi sagrada en )eattle: que si Alas%a se convert!a en un estado, ello ser!a perjudicial para su poblaci n, para la naci n en general, para los nativos, para la industria, para el futuro general del territorio F, aunque 9enn no lo dec!a tan francamente ni siquiera en su casa, terriblemente perjudicial -ara )eattle. Los Flatch, que hab!an entrado en esa discusi n sin fuertes convicciones, abandonaron la casa de los 9enn bastante convencidos de que el proyecto era algo que se deb!a evitar.

-gina ML@ de ?@0

Alaska

James A. Michener

La segunda familia Flatch, fortalecida por su educaci n en la universidad, tom parte por el bando opuesto en esa batalla. Flossie 3oop s lo guardaba de 4innesota recuerdos vagos y en general desagradables, aunque hab!a salido de ese estado con s lo die; a*os. 8Dac!a much!simo fr!o 8dec!a a ,ate, que nunca hab!a estado fuera8. 4ucho ms que en 4atanus%a. F nunca ten!amos suficiente para comer. -ap ten!a que dedicarse a la ca;a furtiva para conseguir un venado de ve; en cuando. ,o sent! ninguna pena al salir de all!. ,inguna. 8JNu# quieres decirK 8Nue estaba predispuesta, como dicen, para que Alas%a me gustara. -ara m! era la libertad, hortali;as enormes, un glaciar en el mismo valle y un alce domesticado. +ra algo e$citante, un mundo nuevo que nac!a, vecinos estupendos como 4att 4urphy y 4issy -ec%ham, y la sensaci n de estar participando en la historia. 8)e interrumpi , con los ojos llenos de lgrimas, para besar a su esposo8. F lo que t" hiciste en la guerra. 8)"bitamente amargada, empe; a pasearse por la caba*a8. F lo que hi;o mi padre al construir esa carretera. F Le:oy, pilotando sus aviones por todas partes, hasta con tormenta. UF tienen el coraje de preguntarme si estamos preparados para ser estadoV Fa estbamos preparados el d!a en que baj# de ese )aint 4iel, ahora lo estamos mucho ms. A ,ate 3oop no le hac!a falta el sorprendente histrionismo de su esposa. 'l solo hab!a espiado al enemigo en la isla de Lapa%& solo, a veces, en Ada%, Amchit%a, Attu y Ais%a. :ara ve; hablaba de sus aventuras y jams de la muerte del capitn :uggles, uno de los mejores hombres que hab!a conocido, pero sent!a que de esas e$periencias y de los a*os pasados como minero, en el cora; n del territorio, sab!a algo de c mo era Alas%a y de lo que pod!a llegar a ser. +staba a favor de que su tierra se convirtiera en un estado. Los hombres como #l, como su suegro, que hab!a trabajado en la Alcan, y como su cu*ado, que pilotaba aviones, se hab!an ganado el rango de estado y mucho ms. :ara ve; participaba en las discusiones p"blicas que comen;aban a surgir en todo el territorio, pero si alguien le interrogaba no dejaba dudas en cuanto a lo que #l opinaba: 8+stoy a favor de ello. Cenemos bastante cerebro para manejar las cosas. 3uando la pa; lleg a 4atanus%a, modific muy poco la vida del matrimonio mayor. 3ontinuaban viviendo en la caba*a original y, aun durante el per!odo en que debieron compartirla con Le:oy y su esposa no e$perimentaron ninguna incomodidad, sobre todo porque pasaban mucho tiempo fuera. 3omo las piernas quebradas de +lmer jams se recuperaron del todo, el viejo no pudo retomar su oficio de gu!a para grupos de ca;adores ricR), provenientes de Rreg n y 3alifornia. )e sinti agradecido de que el joven ,ate se ofreciera para reempla;arle. 3uando revelaron sus planes a Flossie, hubo problemas, pues ella les dijo: 8,o quiero tener nada que ver con los ca;adores que matan a los animales. -ero ,ate dijo: 8(astar con que les des de comer. F la alent a dedicar una parte de la propiedad a albergar animales hu#rfanos o heridos por disparos imprudentes. Fue durante una de esas cacer!as cuando ,ate, por primera ve;, tuvo la audacia de revelar francamente que deseaba que Alas%a fuera un estado. +staba actuando como gu!a en las monta*as 3hugach, para tres adinerados deportistas de )eattle que deseaban acampar al viejo estilo, con tiendas y mantas. :ara ve; le tocaba trabajar con un equipo que ejemplificara mejor el sentido de la caballerosidad deportiva: cada uno de los hombres llevaba todo su equipo, se turnaban para lavar los platos y todos cortaban le*a. +ra un grupo notable. La tercera noche, una ve; terminado el trabajo, uno de ellos toc el tema de Alas%a. +ra un banquero que hab!a ayudado a Com 9enn a financiar la reciente e$pansi n

-gina MM0 de ?@0

Alaska

James A. Michener

de :H: en Alas%a y aceptaba con entusiasmo su interpretaci n de la historia de ese territorio. 8)er!a una lstima arruinar este sitio salvaje con alguna tonter!a costosa, como #sa de que debe convertirse en estado. Day que mantenerlo as!, paradis!aco. 8U-or supuestoV 8dijo otro de los ca;adores. +l tercero, un hombre vinculado con los seguros de las cargas destinadas a Alas%a, a*adi : 8Tna ;ona como #sta no podr mantenerse sola ni en cien a*os. +l banquero, que hab!a combatido en Italia durante la segunda guerra mundial, dijo: 8+l dinero no es lo ms importante. +so se puede negociar. +s la posici n militar de nuestra naci n. ,ecesitamos que Alas%a sea nuestro escudo de avan;ada. +n realidad, deber!a estar bajo el mando de nuestros militares. 3ada uno de los tres ca;adores hab!a prestado servicio durante la guerra, pero ninguno cerca de Alas%a. )in embargo, los tres e$presaban contundentes opiniones sobre la debida defensa del Ortico. 8+l gran peligro es la :usia sovi#tica. La gente da mucha importancia al hecho de que en las dos peque*as islas Biomedes, una rusa y la otra estadounidense, el comunismo est# apenas a dos %il metros de nuestra democracia. +so no tiene importancia& es buena propaganda, pero nada ms. )in embargo, desde la verdadera )iberia hasta la verdadera Alas%a hay s lo noventa %il metros. +so s! es peligroso. +l de los seguros dijo: 8)i los rusos decidieran venir, Alas%a no podr!a defenderse. F el banquero pregunt : 8J3untos habitantes hay aqu!K 8Lo averig5# 8dijo el asegurador8. +l censo federal de .@60 indicaba una poblaci n total de setenta y dos mil personas. ) lo en un suburbio de Los Ongeles hay ms que eso. F el banquero concluy : 8Lo mejor es ver Alas%a como un lisiado. )iempre necesitar de nuestra ayuda. 3onvertirla en estado ser!a un error criminal. ,ate, que estaba ocupado guardando el equipo, se sinti por fin obligado a participar: 8-ues nos defendimos bastante bien contra los japoneses. 8UTn momentoV 8protest el tercer ca;ador8. Fo estaba combatiendo en <uadalcanal y nos volvimos locos de miedo cuando los japoneses tomaron con tanta facilidad estas Aleutianas. +staban haciendo un movimiento de pin;as: -ac!fico ,orte, -ac!fico )ur. 8-ero los e$pulsamos, JnoK +l hombre de <uadalcanal, interpretando que, seg"n ,ate, los de Alas%a hab!an derrotado solos a los japoneses, dijo: 8Tstedes y cincuenta mil soldados del continente que les ayudaron. ,ate se ech a re!r: 8Fo y el criador de ;orros e$plorbamos las islas sin mucha ayuda de la naci n. La frase Pcriador de ;orrosQ desvi la conversaci n, pues los hombres de )eattle quisieron saber a qu# se refer!a. ,ate se pas media hora e$plicando que, en las desiertas Aleutianas, hab!a hombres que alquilaban islas enteras, como (en Aric%el, para poblarlas con un solo tipo de ;orros: P-uede ser el plateado, que da ms ganancia. R el a;ul que se cr!a muy bien. R simplemente el ;orro rojo. Dasta un bonito gris claroQ. Les describi lo que hac!an los Aric%el, padre e hija, para ca;ar los ;orros a;ules de la isla de Lapa% y en 8 viarlos al comerciante de )aint Louis. Luego a*adi : 84i cu*ado lleg a ser oficial de la Fuer;a A#rea. )e cas con la hija de Aric%el. +l de los seguros, cautivado por su relato, e$clam con ese burbujeante entusiasmo que le permit!a conquistar a los posibles clientes:

-gina MM. de ?@0

Alaska

James A. Michener

8U3arambaV UBos matrimonios en la familia y los dos entre una persona de 4innesota y una que es mitad indiaV J,o es curiosoK 8FR soy mitad indio. )andy Aric%el es mitad aleuta. 8JDay quien pueda darse cuenta de eso a simple vistaK -or primera ve; ,ate estall en una carcajada. 8-uedo distinguir a un aleuta de un indio a cien metros. F cuando pierdo los estribos, )andy asegura que puede reconocer a un indio a ciento cincuenta. Los nativos entre nosotros no nos tenemos mucho cari*o que digamos. 8J-ero todos tienen problemas con los blancosK 8pregunt el banquero. ,ate eludi la respuesta. 89ean ustedes: adems hay cinco o seis tipos diferentes de esquimales. F los yupi%s no se llevan muy bien con los inupiats. 8J3ul es culK 8pregunt el de los seguros. 8Los inupiats viven en el norte, a lo largo del Rc#ano <lacial Ortico& los yupi%s, al sur, junto al mar de (ering. Fo prefiero a los yupi%s, pero unos F otros me matar!an a golpes, si pudieran. 8JF no puedenK 8pregunt el de los seguros. 8Be tres en tres, qui;. +l banquero levant la vista de la cama que estaba haciendo. 83on tantas diferencias, no creo que quieras que Alas%a sea un estado, JverdadK 83on una poblaci n de s lo setenta mil 8objet el banquero. 83omo en una pelea entre los esquimales y yo, aqu! un solo hombre vale por dos. o por tres, qui;. +n 4atanus%a, la persona que se tomaba ms a pecho la lucha por alcan;ar la condici n de estado para Alas%a era 4issy -ec%ham& la en#rgica anciana de setenta y cinco a*os se hab!a quedado en esa colonia porque all! viv!an muchos de sus amigos. 3omo al parecer no hab!a en la regi n otra persona que pareciera apta, el gobierno territorial la hab!a nombrado representante local de una 3omisi n de Apoyo, cuya misi n consist!a en organi;ar el apoyo local a la causa de la conversi n de Alas%a en estado y representar las aspiraciones de Alas%a en Los cuarenta y ocho de abajo. -ara muchos, ese nombramiento no era ms que una especie de cargo honor!fico, que no requer!a trabajo ni grandes compromisos. -ara 4issy, en cambio, se convirti en la gran pasi n de sus "ltimos a*os. +scalando el paso de 3hil%oot o batallando en ,ome por la justicia, hab!a aprendido que el autogobierno no depend!a del n"mero de habitantes ni de la base impositiva, tampoco de la conformidad a normas r!gidas, sino del fuego que hubiera en el cora; n humano. F el suyo estaba en llamas, pues hab!a presenciado de cerca el celo con que los pobladores de 4atanus%a construyeron un nuevo mundo para s! mismos y hab!a visto a hombres ardientes construir su carretera en el pramo. )ab!a que el pueblo de Alas%a estaba listo para convertirse en estado y que su coraje establec!a su capacidad. -or eso se tom muy en serio su misi n, convirti#ndose en la autoridad civil de Alas%a sobre un problema peque*o, pero importante: la industria del salm n. Aunque nunca hab!a trabajado en una fbrica de conservas, su larga residencia en =uneau la hab!a puesto en contacto con die; o doce instalaciones, como las de C tem en el estuario del Ca%u. -or sus e$periencias con los propietarios de )eattle y los hombres que trabajaban para ellos, con8 taba con s lidos conocimientos de la econom!a de esa industria crucial. 3uando reun!a todos sus datos, presentaba el horrible retrato de una situaci n injustificable, como hi;o durante su primera y apasionada presentaci n en una reuni n que se llev a cabo en Anchorage: Los hechos son estos. Las fbricas de conservas han pertenecido siempre a hombres ricos de )eatttle y muy rara ve; a alguien de Alas%a. -or su asociaci n con los poderosos

-gina MM/ de ?@0

Alaska

James A. Michener

intereses de >ashington, ellos siempre han evitado pagar impuestos a nuestro gobierno de Alas%a. Importan trabajadores a nuestro territorio por los meses de verano, sin pagar impuestos sobre sus salarios. URh, s!V -agan cinco d lares por cabe;a, cinco d lares, para una especie de impuesto escolar& pero no es lo que deber!an abonar por robar uno de nuestros recursos naturales ms valiosos. Lo que me indigna, lo que deber!a indignar a todos ustedes, es que las trampas y las ruedas que se utili;an estn acabando con nuestros salmones. +n el estado de >ashington y en 3anad no se permiten esas matan;as caprichosas& por eso, all el salm n aumenta a*o tras a*o. +l nuestro se est acabando porque las autoridades federales han obedecido siempre al inter#s de )eattle, nunca al nuestro. F como no somos estado, no tenemos senadores ni congresistas que hagan valer nuestros derechos. +sa primera ve; habl durante quince minutos, causando una impresi n tremenda por la autoridad con que hab!a reunido los hechos condenatorios de la situaci n& ms adelante, algunos e$pertos interesados empe;aron a proporcionarle datos ms espec!ficos. +ntonces su habitual disertaci n sobre los salmones lleg a veinticinco minutos& se convirti en lo que un admirador partidario del estado denominaba Pnuestro discurso de barricadaQ. -ero en la cima de su popularidad uno de los e$pertos le advirti : 8Cu charla, 4issy, es toda datos y cifras. )i te enviamos a Los cuarenta y ocho de abajo, tendrs que infundirle ms inter#s humano. +lla estaba en desventaja por no haber trabajado nunca en un bote pesquero ni en la industria conservera, pero la casualidad hi;o que recibiera ayuda de una fuente inesperada. Tna noche, mientras disertaba en Anchorage, donde la agitaci n por la causa iba en aumento, vio entre el p"blico a una mujer bien vestida, de unos cuarenta y cinco a*os, que se inclinaba hacia delante para seguir con atenci n cada una de sus acusaciones. )u presencia la desconcert , pues 4issy no pod!a determinar su ra;a& no era caucsica, por supuesto, pero tampoco esquimal ni atapasca. P-robablemente sea aleuta. 3on esos ojos ... Q 8 Al terminar la reuni n, la desconocida no sali con los otros, sino que permaneci a un lado, mientras varias personas se adelantaban para felicitar a 4issy. 3uando el sal n qued casi desierto, la mujer se acerc con una sonrisa clida y la mano e$tendida. 8,os conocimos en =uneau, se*ora -ec%ham. )oy Cammy Cing. Ahora, Cammy 9enn. 8JC" eres la hija de Ah CingK JLa nieta de )am (igearsK 8)!. Ah Cing y )am hablaban muy bien de usted, se*ora -ec%ham. 8)e*orita. 8Be pronto, como si la hubieran sorprendido robando galletitas, 4issy se llev una mano a la boca, con una gran sonrisa8. JDe dicho algo horrible en mi disertaci nK )obre los 9enn, quiero decir. +ntonces Cammy a*adi algo que cimentar!a la amistad entre ambas: 8,ada que yo misma no diga. )oy una firme partidaria de que seamos un estado, se*orita -ec%ham. 4issy la observ y repar en las encantadoras sombras chino8tlingits que daban a su rostro una e$presi n tan provocativa. Be pronto se irgui hacia arriba y la bes . 8)er mejor que conversemos 8dijo. 9olvieron al hotel de Cammy, a anali;ar las cuestiones del salm n, las fbricas de conservas y la relaci n que con ambas hab!an tenido Ah Cing y )am (igears. 8Day algo que siempre me intrig 8dijo Camy8. +n ingl#s el nombre de mi padre habr!a debido ser Cing Ah. +ra el se*or Ah, pero siempre lo llamaron se*or Cing. F yo hered# su nombre en ve; de su apellido. Tn d!a le ped! que me lo e$plicara y #l se burl : P)e*or Ah por aqu!, se*or Ah por all... 3omo estornudos. )e*or Cing, sonoro, prcticoQ. 8'l era prctico, s! 8reconoci 4issy8. 3u#ntame c mo eran las cosas en la fbrica de conservas.

-gina MM7 de ?@0

Alaska

James A. Michener

Los relatos que Ah Cing y )am (igears hab!an hecho a su familia le ocuparon horas enteras. Besde entonces, la arenga de 4issy sobre el salm n adquiri un toque personal. Dablaba de la visita que >ill Airby, su antiguo amante, hab!a hecho al estuario del Ca%u, en un intento por convencer a los propietarios de )eattle de que dieran a los salmones una mejor posibilidad de supervivencia& relataba el dramtico hundimiento del 4ontreal Nueen. +n realidad, la disertaci n de 4issy se convirti en uno de los puntos sobre8 salientes en la lucha de Alas%a por alcan;ar el rango de estado. Nuienes la escuchaban dec!an a sus vecinos: PBeber!as escuchar a la -ec%ham. +lla sabe el porqu#Q. +l punto culminante de su campa*a, en lo que al salm n se refer!a, se produjo en una gran reuni n en )eattle, donde era esencial reclutar el apoyo de los senadores 4agnuson y =ac%son. Celefone a Cammy 9enn en cuanto baj del avi n: 8+sto es important!simo, Cammy. Nuiero causar buena impresi n y necesito tus consejos. La respuesta de Cammy la dej at nita: 8,o tendrs dificultades. Fo voy a hablar inmediatamente despu#s que t" y cubrir# cualquier error que cometas. 8J9as a hablar en favor de que Alas%a sea un estadoK J+n )eattleK 8-or supuesto. 8(endita seas. Las dos mujeres se presentaron hacia el final de la reuni n: la recia trabajadora social y la suave chino8tlingit, miembro de la alta sociedad de )eattle. Ambas crearon espectaci n, una en#rgica apertura del debate sobre el estado de Alas%a. Los diarios locales, naturalmente, destacaban el hecho de que Cammy 9enn fuera la nuera de Chomas 9enn, presidente de :oss H :aglan e inveterado opositor a que se otorgara rango de estado a una ;ona tan atrasada como Alas%a, donde se concentraban tantas de las inversiones de los 9enn. A la ma*ana siguiente, cuando los periodistas pidieron su o-i8 ni n sobre la e$plosiva declaraci n de Cammy, 9enn dijo austeramente: 84i nuera e$presa su propia opini n pero, como abandon Alas%a siendo muy joven, no est al tanto de los "ltimos acontecimientos en el territorio. Los mismos periodistas entrevistaron a 4alcolm 9enn, el cual dijo: 8JBicen ustedes que mi esposa ha apoyado p"blicamente el rango de estado para Alas%aK 8F ante el coro afirmativo8: +st ms loca que una cabra. Cendr# que hablar con ella de esto. 8Luego se ech a re!r8: JAlguien de ustedes ha tratado de sacarle una idea de la cabe;aK 3uando se le pregunt espec!ficamente si #l estaba en contra de que Alas%a se convirtiera en estado, dijo con seriedad: 8)in duda. +se maravilloso territorio fue creado para seguir siendo salvaje. 3on etenta mil habitantes no podr!a tener un concejo municipal, mucho menos un gobierno. A la ma*ana siguiente, los diarios publicaban la refutaci n de Cammy: 8)iempre sospech# que mi esposo sab!a muy poco sobre mi tierra natal. +l censo de .@L0 indica que tenemos ciento veintiocho mil seiscientos cuarenta y tres habitantes. +stoy segura de convencerle de nuestro derecho a ser estado antes de que acabe el mes. -ero ese fin de semana se public una simptica instantnea de Com y Lydia 9enn, acompa*ados por 4alcolm, a un lado de la animosa Cammy, que posaba con un estandarte de 4issy -ec%ham: +)CABR FA. La broma period!stica provoc una derivaci n asombrosa: un comerciante de cincuenta a*os, vestido de sarga a;ul y cal;ado con ;apatos negros muy lustrados, se present en el hotel de 4issy, anuncindose con el nombre de Rliver :oEntree, dedicado en )an Francisco al transporte de mercanc!as. +staba en )eattle para ciertas negociaciones con el ferrocarril, que ser!an de gran importancia para toda la costa del

-gina MM6 de ?@0

Alaska

James A. Michener

-ac!fico. )u sorpresa fue obvia al ver que era una mujer tan anciana la que estaba armando tanto alboroto por Alas%a, pero fue pronto al grano: 8+stoy ciento por ciento de acuerdo con usted, se*orita -ec%ham. ,o ocupo ning"n cargo en el gobierno ni tengo autoridad de la que valerme, pero cuento con la informaci n de toda una vida. F me saca de quicio ver que gente como la de :oss H :aglan conspire con los ferrocarriles para negar a Alas%a el rango de estado. 8J-or qu# le preocupa tanto a ustedK 8-orque nac! en Alas%a. +n Anchorage. 4i padre trataba de sacar adelante un comercio. Tno de los mejores& pod!a medirse con los de fuera, como dec!amos entonces. 8Ahora decimos PLos cuarenta y ocho de abajoQ. 8Crabaj mucho con DaEaii. All! se habla de Pel 3ontinenteQ. F es por mi e$periencia con ellos por lo que lo de Alas%a me duele tanto. Nuiero que nuestra gente, all arriba, tenga por fin una oportunidad justa. 8Tsted lo hace por su padre, JverdadK 8)upongo que s!. Fo v! c mo luchaba para ganar cada d lar, con el agua al cuello. 9ino a Rreg n, donde las leyes eran sensatas, y sin ninguna dificultad cre la mejor tienda al norte de )an Francisco. 4uri rico, con una cadena de ocho tiendas considerables, cada una de las cuales rend!a bastante dinero. QAhora vamos a los hechos. +stoy descubriendo que la emoci n generali;ada importa muy poco en este asunto. 4atar de hambre a los esquimales no es ahora mejor de lo que fue matar de hambre a los belgas en la primera guerra mundial. Los datos que el hombre le presentaba eran tan asombrosos que 4issy quiso o!rlos dos veces. 84ejor a"n 8propuso #l8, le enviar# algunos informes. -ero estos, una ve; recibidos, no sustitu!an el duro recital que #l le hab!a proporcionado en la primera reuni n. 8Codo comen; con la Ley =ones, de .@/0. JDa o!do hablar de ellaK 89agamente. )# que es mala para Alas%a. JBetallesK ,o. 8(ueno, el suegro de ese empresario cuya fotograf!a se public en el diario de esta ma*ana, el viejo 4alcolm :oss, tuvo una influencia decisiva en su promulgaci n. +l senador =ones, de >ashington, la hi;o aprobar por el )enado. LR que hac!a, sencillamente, era poner una camisa de fuer;a a DaEaii y sobre todo a Alas%a. Bec!a que para llevar cargas a Alas%a o a DaEaii desde los puertos de la 3osta Reste, los barcos deb!an ser construidos en +stados Tnidos, propiedad de empresas estadounidenses y tripulados por ciudadanos estadounidenses. +so puso a DaEaii y a Alas%a en considerable desventaja con respecto a puertos como (oston o Filadelfia, donde los nav!os europeos y los de bandera e$tranjera pueden traer mercanc!as desde el e$terior. -ero DaEaii estaba mucho mejor que Alas%a, pues hab!a l!neas competidoras que se esfor;aban por reducir costes. Alas%a s lo cuenta con :H:, que ha continuado estrangulando a la gente de all! como estrangulaba a mi padre. 8,o puedo creer que una naci n haga eso con una parte de sus habitantes 8dijo 4issy. +ntonces :oEntree present el argumento decisivo: 8Aqu! es donde yo entro en escena a lo grande. Craigo una enorme cantidad de mercader!as por tren, a trav#s del pa!s. Bebido a las tretas que los de )eattle desli;aron en la Ley =ones, lo que me cuesta un d lar de flete a )an Francisco, para despachar a DaEaii, cuesta un d lar con noventa y cinco si lo env!o a )eatle para embarcarlo hacia Alas%a. )i tenemos en cuenta las desventajas que padece Alas%a, la proporci n es de tres a uno. 8JF por qu# DaEaii sale tan favorecidoK 8pregunt 4issy, disgustada.

-gina MML de ?@0

Alaska

James A. Michener

F :oEntree dijo, bromeando s lo a medias: 8-orque all! son ms inteligentes. Dan aprendido a protegerse. 4issy jur : 83onseguiremos algunos cerebros de DaEaii. 8F pidi ayuda a :oEntree para redactar y pulir la famosa disertaci n que pronunciar!a ms de sesenta veces por todas partes en Los cuarenta y ocho de abajo: P+l estrangulamiento de Alas%aQ. )u primera lectura, en un sal n de )eattle, tuvo una consecuencia imprevista, pues Cammy 9enn apareci entre el p"blico, llevando a rastras a su animoso 8marido. Antes de la reuni n, algunos conocidos fastidiaron a Cammy, recordando que 4alcolm hab!a dicho de ella p"blicamente que estaba Pms loca que una cabraQ. -resionado, le dijo a un periodista: 84e he disculpado mil veces por esa declaraci n. Fue grosera y casi indecente. Beber!a haber dicho que estaba ms loca que un piojo. =untos e$plicaron, de muy buen humor, que estaban en desacuerdo con respecto a muchas cosas: 8Cammy es dem crata, yo, republicano. +lla quer!a que nuestros hijos fueran a la escuela p"blica. Fo deseaba una de las buenas escuelas privadas del este. 8JF qui#n gan K 8+mpate. La ni*a estudia en el este. +l var n aqu!, en )eattle. 8JF qui#n va a ganar en el asunto del estado de Alas%aK 'l replic : 8Los senadores de esta gran rep"blica tienen suficiente sentido com"n como para no aprobar esa tonter!a. 4ientras hablaba, ella le puso la mano detrs de la cabe;a, a la vista de las cmaras, haci#ndole orejas de burro con el !ndice y el me*ique. Bespu#s de la conferencia 1que para Cammy fue deliciosa y para su esposo, motivo de disgusto, por el modo en que 4issy atacaba a su padre2 se encontraron con Rliver :oEntree. Al primer saludo, Rliver y Cammy se miraron con fije;a y, chasqueando los dedos, e$clamaron: 8U-ero si nos conocemosV 8J3 mo es esoK 8pregunt 4alcolm 9enn, mientras se sentaban a tomar una copa. Cammy comen; a hablar en tono vacilante: 8La historia es larga, pero Jrecuerdas cuando nos conocimos, en mil novecientos veinticinco, en ese barco de :H: que nos llevaba a Alas%aK 8Ante la e$presi n confundida de su esposo, ella insisti 8: Da; memoria. C" estabas all! trabajando de detective privado, para atrapar al pillo que saboteaba los barcos de tu padre. 8U-or supuestoV Fue un viaje muy romntico, aunque sea yo quien lo diga. -ero no pude atrapar al saboteador. Cammy apunt un dedo hacia s! misma, tratando de disimular la sonrisa. 8JCWK8grit su esposo, tan fuerte que se oy en otras mesas. +lla hi;o un gesto de asentimiento y pidi a :oEntree que completara la historia. 8Bice la verdad. +n siete viajes sucesivos fui yo quien arroj objetos del barco por la borda y atasc los inodoros. 8,os conocimos en la universidad, por casualidad 8intervino Cammy8. 'l me dijo que deb!a alejar las sospechas de s! y me pidi que hiciera lo mismo en un barco donde #l no estuviera presente. Las mismas pistas, todo eso. 8-ero Jpor qu#K 8pregunt 9enn a :oEntree. F #ste respondi , simplemente:

-gina MMM de ?@0

Alaska

James A. Michener

8-orque ustedes, con la Ley =ones en el bolsillo, estaban sofocando los leg!timos negocios de Alas%a. 4i padre quebr por culpa del suyo. +l sabotaje era la "nica vengan;a que yo pod!a tomar. 4alcolm 9enn, que pronto ser!a presidente de :H:, mir fijamente a ese desconocido surgido del pasado e irrumpi en una clida sonrisa: 8UDijo de putaV Cendr!a que hacerte detener. 8+l delito ha prescrito. 8JF t" le ayudasteK 8pregunt a Cammy, que sonri : 8)!. +n esos tiempos mis padres estaban muy en contra de :H:. 4s tarde cedieron. 3onversaron largo rato sobre los viejos tiempos. Luego 9enn dijo: 84i padre trabaj con un viejo r#probo llamado 4arvin Do$ey para hacer aprobar la Ley =ones, por el bien de Alas%a. Ahora yo trabajar# con algunos de los empresarios ms honrados del mundo para oponerme a que Alas%a sea un estado, a fin de proteger esta ;ona maravillosa de su propia locura. Tstedes tres no tienen ninguna posibilidad de llevar esto a cabo, por muy persuasivos que sean sus discursos, se*orita -ec%ham. Las buenas gentes de +stados Tnidos son demasiado inteligentes como para caer en su trampa. Al parecer, una ve; ms los estados del Reste sab!an lo que ms conven!a a Alas%a, pues en esa primera escaramu;a el 3ongreso escuch a l!deres como Chomas 9enn y los magnates industriales de )eattle, -ortland y )an Francisco. -ero los testimonios ms perjudiciales llegaban de la misma Alas%a, pues sus ciudadanos, audiencia tras audiencia, se presentaban para atestiguar que el territorio no estaba preparado para ser estado, a lo que se opon!an por diversas ra;ones. +n una serie de reuniones a las que convocaron a con8 gresistas que viajaron a Alas%a para escuchar la opini n de los pobladores locales, surgieron estos tipos de testimonios: <eneral Leonidas )hafter, retirado de la Fuer;a A#rea de +stados Tnidos, domiciliado en la pen!nsula de Aenai: P+n efecto, senador, yo ayud# a construir los aeropuertos de Alas%a y prest# servicio en las Aleutianas durante la segunda guerra mundial. )# por e$periencia la importancia militar de Alas%a. +s la autopista por la que :usia atacar alg"n d!a a ,orteam#rica y debe permanecer bajo control militar. 3onceder a Alas%a los derechos de un estado ser!a desastroso para la seguridad de nuestra naci nQ. Chomas 9enn, industrial de )eattle, propietario de una casa cerca de Benali: PBebido a mi larga vinculaci n con Alas%a y a los a*os que pas# aqu!, trabajando en distintas actividades, debo oponerme a que este territorio vasto, desconectado y despoblado se convierta en estado. +l tiempo ha demostrado que las disposiciones actuales aseguran el bienestar de los pocos que viven aqu! e incentivan el desarrollo de ;onas todav!a intactasQ. )e*ora >atson, ama de casa de Daines: P,o cono;co a seis contribuyentes que quieran que Alas%a sea un estado. 3laro, hay unos cuantos indios y mesti;os que no pagan impuestos y estn entusiasmados con la ideaQ. =ohn Aarpinic, tendero de Aetchi%an: P-or aqu! nadie quiere tontear con un gobierno de estado. )uficientes problemas tenemos con el federalQ. 3ontra esta arremetida en defensa del statu quo, unas pocas voces se al;aban en#rgicamente a favor de que el territorio se convirtiera en estado. Cres eran significativas: =ohn )tamp, editor de Anchorage: P-odr!a dar ochenta motivos por los que Alas%a deber!a ser estado desde hace tiempo, pero no puedo superar las sencillas palabras que pronunci =ames Rtis en v!speras de la :evoluci n Americana: PImpuestos sin representaci n es tiran!aQ. )i sus cora;ones no responden a ese grito de batalla, ustedes falsean el esp!ritu de la gran naci n que surgi de ese grito. J-or qu# Alas%a no tiene carreteras como el resto de ,orteam#ricaK -orque no tenemos congresistas que luchen por ellas. J-or qu# nuestros ferrocarriles no reciben el debido subsidio del gobierno federalK J-or qu# no tenemos los aeropuertos que necesitamos tan desesperadamenteK J-or qu# no

-gina MM? de ?@0

Alaska

James A. Michener

contamos con las escuelas, los hospitales, las bibliotecas p"blicas, los grandes tribunalesK -orque ustedes nos han negado el derecho a cobrar impuestos a las industrias que, en otras partes de +stados Tnidos, ayudan a pagar esos servicios. 3omo los colonos de anta*o, pido a gritos alivioQ. Denry Louis Bechamps, profesor de geograf!a, Tniversidad de 3alifornia, (er%eley8, ciudadano estadounidense educado en la universidad canadiense de 4c<ill: P3aballeros: al tratar de decidir qu# harn con Alas%a, se lo ruego, no se fijen s lo en =uneau y )it%a, pensando que estn viendo el cora; n de Alas%a. ,o miren s lo a Anchorage y Fairban%s. 4iren ustedes, les ruego, la parte ms septentrional de ese vasto territorio, all! donde toca el Rc#ano <lacial Ortico, pues a lo largo de esas costas y en ese mar helado se desarrollar la historia que determinar el destino de Am#rica del ,orte. +stamos horriblemente retrasados en nuestros conocimientos de c mo vivir yfuncionar en el Ortico. -ero puedo asegurarles que la Tni n )ovi#tica est reali;ando all! ejercicios constantes y que su acu8 mulaci n de conocimientos e$cede ampliamente al nuestro. Bebemos ponernos al d!a pues el Rc#ano <lacial Ortico est destinado a ser, en el futuro, no una masa de agua rodeada de hielo, sino un mar oculto en cuyas entra*as navegarn submarinos y otros nav!os que actualmente no podemos imaginar. )er una ruta para los aviones, un aposento para hombres audaces, dispuestos a atacar nuestras comunicaciones, nuestras bases de avan;ada, nuestras costas y nuestra misma seguridad como naci n. Alas%a, en el pr $imo siglo, ser una de las principales posesiones de +stados Tnidos. Dagan caso omiso de ella y pondrn en peligro a nuestra naci n. Besarr llenla y tendrn un escudo adicional. 3onc#danle ahora mismo el rango de estadoQ. )e*orita 4elissa -ec%ham, ama de casa de =uneau 1despu#s de e$plicar las monstruosidades de la Ley =ones y los abusos cometidos contra Alas%a por los ferrocarriles y las instalaciones portuarias de )eattle, concluye como sigue2: P4e pregunto si, entre las personas que han atestiguado ante ustedes durante estos tres d!as, hay una sola que tenga de Alas%a una e$periencia tan amplia como yo. 3omo llegu# siendo joven, pude ver las minas de oro, el desarrollo del r!o Fu% n, la gran industria de conservas de salm n del sur, el crecimiento de aldeas y ciudades, el noble e$perimento de 4atanus%a, la llegada del ferrocarril, la construcci n de la carretera Alcan, el surgimiento de la aviaci n. -ero, por encima de todo, he visto nacer un pueblo nuevo, con aspiraciones nuevas. +stamos hartos de ser colonia. Nueremos una legislatura propia, que cree nuestras propias leyes. Nueremos ser libres del condescendiente control de )eattle. 3reemos habernos ganado el derecho a que se nos considere ciudadanos plenos con derechos plenosQ. -ero a largo pla;o, los testimonios ms efectivos fueron los de personas de nombres e$tra*os y rostros ms e$tra*os a"n& ellas desfilaron ante los micr fonos con declaraciones tan simples que resonaron como ca*ona;os en las paredes de las salas donde se llevaban a cabo las reuniones: )aul 3hythloo%, ta$ista esquimal yupi%, domiciliado en ,ome: P3ombat! en IEo =ima& me dieron baja en )an Francisco. Crabaj# un tiempo pa!s norte de puente grande. 9i muchas ciudades peque*as. ,o gran cosa. Codas tienen gobierno propio. J-or qu# nosotros noKQ )tepan Aossiets%i, maestro tlingit en la escuela de 4ount +dgecumbe, )it%a:XP3urs# mi bachillerato en Artes en la Tniversidad de Alas%a, en Fairban%s, y la licenciatura en (er%eley, 3alifornia. +stoy de acuerdo con la mujer de )hishmaref que atestigu esta ma*ana. Day muchos nativos que no estn preparados para que Alas%a sea un estado. -ero supongo que en un estado como Ba%ota del )ur hay tambi#n unos cuantos que no lo estn. (eben demasiado. )on pere;osos. ,o leen los peri dicos. -ero perm!tanme decir algo: los nativos buenos que cono;co no estn simplemente preparados, sino tambi#n impacientes. J)i son capaces de gobernar lo que ser!a el estado de Alas%aK Bebo decir que estn mucho

-gina MMI de ?@0

Alaska

James A. Michener

mejor preparados que algunos de los funcionarios que ustedes nos han enviado desde Los cuarenta y ocho de abajoQ. ,orma 4erculieff, ama de casa aleuta8rusa de la isla Aodia%: P4i esposo pesca cangrejos. 'l y dos ms tienen barco propio: ciento ochenta mil d lares, todo pago, impuestos tam8 bi#n. J3reen ustedes que ellos no saben manejar un concejo municipalK )i son demasiado est"pidos, sus esposas manejaremos el concejo y que ellos manejen el barco. +l a*o que viene comprarn otro, doscientos cincuenta mil d lares& les va muy bienQ. <anaron los opositores y la estadidad de Alas%a pareci haber muerto. -ero entonces comen;aron a pasar diversas cosas: algunas, de importancia nacional& otras, de dimensiones arbitrarias y hasta tontas. Los ciudadanos de +stados Tnidos empe;aban a pensar globalmente& muchos de ellos, que nunca hab!an so*ado con DaEaii ni con Alas%a, comen;aron a comprender que, cuanto antes la naci n acercara a su seno esas preciosas tierras alejadas, mejor. Adems, muchos estadounidenses hab!an combatido en el -ac!fico y ahora apreciaban tanto su magnitud como su importancia. Rtros hab!an descubierto el valor que pod!a tener una isla insignificante, como >a%e o 4idEay, arenales en los que se decid!a el destino de una naci n, motas invisibles a quince %il metros de distancia de las que depend!an las aerol!neas del mundo, y no estaban dispuestos a renunciar a islas grandes como DaEaii. )iempre hubo ms apoyo para DaEaii que para Alas%a. Ceniendo en cuenta la rique;a y la poblaci n proporcional de ambas, no es de e$tra*ar. -ero hombres refle$ivos como el profesor Bechamps, que hab!a atestiguado ante la comisi n del 3ongreso, continuaban disertando sobre la importancia de las tierras septentrionales& tambi#n los militares usaban ahora globos terrqueos antes que mapas planos y apreciaban el enorme valor de un per!8 metro defensivo en el norte. -or lo tanto, crec!a el apoyo para Alas%a. -ero entonces la pol!tica empe; a asumir una importancia decisiva y surgieron errores de clculo muy curiosos: los ms e$pertos entend!an las cosas totalmente al rev#s. )eg"n su ra;onamiento, como DaEaii estaba bastante bien poblado, a cargo de hombres y mujeres responsables, si se le daba rango de estado, votar!a sin duda por el -artido :epublicano& en cambio Alas%a, indisciplinado territorio fronteri;o, probablemente dar!a su voto a los dem cratas. A largo pla;o result a la inversa, para estupefacci n de muchos, incluidos los e$pertos. +n este punto crucial, los refle$ivos militares que rodeaban a +isenhoEer, as! como los conservadores de )eattle y el Reste, cargaron demasiado las tintas y convencieron al presidente de que Alas%a, al menos el noventa por ciento situado ms al norte, deb!a permanecer bajo control militar, con rango de territorio. Tna tarde, persuadido por sus argumentos, el mandatario dijo al desgaire, ante la prensa de >ashington, que en el sector sudeste de Alas%a 1=uneau, )it%a, Aetchi%an, >rangell, -etersburg2 pod!a haber bastante poblaci n para merecer el rango de estado en alg"n futuro no muy pr $imo, pero que las grandes ;onas desiertas del norte qui; nunca se poblar!an lo suficiente. +se flagrante error permiti a los habitantes de Alas%a hacer p"blica una asombrosa correcci n: P+l presidente +isenhoEer tal ve; entienda de Asuntos militares, pero obviamente sabe poco de Alas%a. )eg"n el censo preliminar de .@M0, si tomamos las cinco ciudades del sudeste que #l alaba por estar tan pobladas, suman una poblaci n de diecinueve mil habitantes& en el 3intur n Ferroviario, en cambio 1es decir, de Fairban%s a Anchorage y hasta la pen!nsula Aenai, donde termina el ferrocarril2 habr ms de cincuenta y siete mil: tres veces ms. +s el 3intur n Ferroviario el que est listo para ser estado, no las peque*as poblaciones preferidas por el general, all en ese rinc n olvidadoQ. +n ese momento cr!tico en que la aprobaci n de la nueva ley oscilaba en la balan;a, se produjo una de esas casualidades que a veces ayudan a decidir la historia. +l gobernador del territorio era un dotado e$estudiante de medicina y periodista, +rnest <ruening, de

-gina MM@ de ?@0

Alaska

James A. Michener

Darvard, que en .@/I hab!a escrito el mejor libro sobre la revoluci n de 4#$ico. )u perspica; anlisis llam la atenci n del presidente :oosevelt, que le nombr director de la Bivisi n de Cerritorios e Islas. Fue as! como lleg a conocer Alas%a y a respetar su potencial grande;a. +n los c!rculos de gobierno sol!a hablar con tanta frecuencia y entusiasmo sobre lo que Alas%a pod!a llegar a ser que, en .@7@, fue designado gobernador territorial y, ms tarde, elegido para oficiar como seudo8senador ante el 3ongreso de +stados Tnidos, con vo;, pero sin voto, hasta el momento en que el territorio se convirtiera en estado y se pudieran elegir senadores de verdad. <ruening hab!a descubierto cunto bien puede hacer el libro adecuado en el momento adecuado y, como buen publicista, recurri a una amiga escritora, +dna Ferber, a la que le hi;o una tentadora propuesta: P9enga a Alas%a y escriba un libro sobre nosotros. Daga por nosotros lo que acaba de hacer por Ce$asQ. La enorme popularidad de su novela <igante hab!a despertado el inter#s de toda la naci n por las debilidades y grande;as de ese estado sure*o, y #l supon!a que un libro similar, escrito por la misma autora, podr!a hacer lo mismo por Alas%a. La se*orita Ferber, tras enfrentar la tormenta de cr!ticas adversas arrojadas sobre ella por los leales a Ce$as, disfrutaba con la idea de abordar otro asunto pol#mico. -as un breve tiempo en Alas%a y escribi apresuradamente -alacio de Dielo, que fue ampliamente le!do. Las consecuencias fueron e$actamente las que esperaba el saga; <ruening. Be ese libro escribir!a ms adelante: -alacio de Dielo hi;o una contundente defensa del derecho de Alas%a a ser un estado, bajo la forma de una obra de ficci n. 8 Algunos cr!ticos literarios consideraron que no estaba a la altura de sus mejores trabajos, pero uno de ellos lo calific , bastante acertadamente, como PLa caba*a del t!o Com para el estado de Alas%aQ. 4iles de personasY que hasta entonces nunca se hab!an interesado por nuestros art!culos documentales en favor de nuestra causa, de los cuales publiqu# varios en DarperXs, Che Atlantic 4onthly y Che ,eE For% Cimes 4aga;ine, le!an novelas. +n las "ltimas semanas de nuestra campa*a por el rango de estado, decenas de personas me preguntaron si hab!a le!do -alacio de Dielo. +l libro llam la atenci n de muchos congresistas. ,o dudo que cambi unos cuantos votos. +n .@LI, al intensificarse el debate, un anciano caballero de e$celente reputaci n entr majestuosamente en una sala de audiencias del )enado, dispuesto a atestiguar contra la conversi n de Alas%a en estado. +ra Chomas 9enn, de setenta y cinco a*os, y estaba en >ashington para proteger los intereses comerciales de )eattle. Be pelo blanco y porte puritanamente erguido, daba la impresi n de ser un hombre que no toleraba a los tontos ni a sus tontas opiniones, pero no despertaba recha;o en modo alguno, pues sab!a sonre!r afablemente cuando sus amigos saludaban y sab!a que la presencia de su esposa, Lydia :oss 9enn, real;aba ese aspecto de distinci n. 4ientras ocupaban sus lugares, en el e$tremo de la fila reservada para los declarantes, la se*ora 9enn susurr discretamente algo al o!do de su esposo, que mir hacia el e$tremo opuesto: 8UBios m!oV J3 mo ha llegado hasta aqu!K +ra 4issy -ec%ham, de =uneau, cuya firme decisi n hab!a ayudado a mantener la lucha en la primera plana de los peri dicos. Cen!a una sonrisa traviesa e ingenio rpido& no la sobrecog!an la sala de audiencias ni los dignatarios que estaban entrando para llevar a cabo la sesi n, en la que ella presentar!a su "ltimo testimonio sobre la cru;ada a la que hab!a dedicado los "ltimos a*os de su vida. Al ver que Com 9enn la miraba fijamente, salud con una sonrisa inocente, como para darle la bienvenida a su bando. 'l se inclin , tieso y sin que se le coloreara el rostro. Luego tom asiento y escuch recitar ante el p"blico su

-gina M?0 de ?@0

Alaska

James A. Michener

larga relaci n con Alas%a y :oss H :aglan. A continuaci n, sin levantar la vo; ni entablar pol#micas, present los argumentos de los que se opon!an al rango de estado, entonces y en el futuro previsible: 83aballeros: entre los presentes en esta sala, nadie puede hablar de Alas%a con ms afecto que yo. 3ono;co cada rinc n de ese vasto territorio desde que, en .I@I, escal# el temido paso de 3hil%oot& a lo largo de las d#cadas siguientes, he actuado siempre para promover el bienestar de Alas%a. Les aseguro que, seg"n mi ra;onado criterio, Alas%a no est lista para ser estado, que ser!a un craso error darle ese rango y que su futuro estar mejor asegurado prolongando la ben#vola custodia de que ha disfrutado hasta ahora. QLos militares saben c mo proteger Alas%a. Los comerciantes de la 3osta Reste saben c mo satisfacer sus necesidades industriales y bancarias. Los solidarios e$pertos de la Rficina de Asuntos Ind!genas conocen la mejor manera de ayudar a los nativos. F el Bepartamento del Interior ha demostrado que es capa; de conservar los recursos nacionales. Cenemos all! todos los instrumentos requeridos para un sistema de gobierno sabio y protector, que ha funcionado admirablemente en el pasado y continuar haci#ndolo en el futuro. 3omo miles de hombres y mujeres responsables, que s lo tenemos en cuenta el bienestar de este gran territorio, ruego a ustedes que no entorpe;can a Alas%a con una forma de gobierno que es incapa; de manejar. Los insto a recha;ar la conversi n en estado. Al abandonar la silla de los testigos, 9enn tuvo que pasar junto a 4issy, que en cierto sentido le hab!a criado, haci#ndole de madre, alentndole en su trabajo, imparti#ndole sus valores, maravillosamente estables. )i alguien le hubiera interrogado en ese momento, habr!a dicho, sin vacilar: PLa se*orita 8 -ec%ham me ense* casi todo lo que s#Q. )e saludaron como antiguos amigos y hasta habr!an podido abra;arse, pues cada uno ten!a deudas tremendas con respecto al otro. -ero entonces ella ocup su lugar ante la mesa para refutar cuanto 9enn acababa de decir: 8Bistinguidos senadores. 1Aqu! se interrumpi para preguntar: PJ)e -uede subir el volumen de este artefactoK J)e me escucha ahoraK U(ienVQ2 Aclaremos primero el mayor de los problemas. +l declarante anterior, distinguido 8amigo de Alas%a, ha asegurado que no tenemos poblaci n suficiente para justificar el rango de estado. -ues bien: cuando la furia de la guerra civil estaba por destruir a nuestra naci n, el presidente Abraham Lincoln comprendi que necesitaba dos votos ms en el )enado, a fin de proteger sus estrategias para ganar la guerra. JF c mo los consigui K Daciendo caso omiso de todas las reglas para la creaci n de nuevos estados, redact las propias e invit a ,evada a convertirse en estado. Luego impuso su aceptaci n al 3ongreso y, mediante este empecinado acto, ayud a salvar la Tni n. J3ul era la poblaci n de ,evada en ese momento hist ricoK Aqu! lo dice: P)eis mil ochocientos cincuenta y sieteQ. +n la actualidad Alas%a cuenta con un n"mero treinta y tres veces mayor. F es tan necesaria ahora como lo era ,evada entonces QJ-or qu# nos necesitan ustedesK -orque seremos siempre la puerta a Asia, el puesto de avan;ada en el Ortico. Tstedes necesitan nuestra e$periencia en la vida y la conquista del helado norte. Llegar tambi#n el d!a en que necesiten de nuestros recursos naturales: nuestra vasta provisi n de pulpa de madera, nuestros dep sitos minerales, nuestros peces. F hasta podemos tener enormes yacimientos de petr leo. 4i amigo =ohnny Aemper, que estudi en la +scuela de 4iner!a de 3olorado, me dice que tal ve; tengamos un gran yacimiento all arriba, en la -lataforma Ortica. 3uando abandon la silla, pas con decisi n junto a su pupilo de otros tiempos, Com 9enn, el cual susurr : 8<racias por no atacar a :oss H :aglan. F ella respondi , tambi#n susurrando: 8Fa nos encargaremos de ustedes cuando seamos estado. )onrieron, se saludaron con la cabe;a y acordaron diferir el enfrentamiento.

-gina M?. de ?@0

Alaska

James A. Michener

A finales de junio de .@LI era ya evidente que Alas%a ten!a fuertes posibilidades de lograr el rango de estado antes que DaEaii, pues la me;cla racial de este "ltimo territorio era un obstculo para la aceptaci n. La 3mara ya hab!a aprobado a Alas%a por doscientos die; votos contra ciento setenta y dos, con cincuenta y una asombrosas abstenciones por parte de congresistas incapaces de aceptar que Alas%a, semidesierta, tuviera dos votos en el )enado, igual que la populosa ,ueva For%. Adems, algunos se opon!an a permitir que Puna poblaci n mesti;a atrapada en una neveraQ, al decir de alguien, obtuviera la ciudadan!a con pleno derecho a voto. ) lo faltaba el voto del )enado, que por un tiempo pareci dudoso. Algunos senadores trataron de reducir a Alas%a a una condici n de +stado libre asociado: fueron derrotados por cincuenta votos contra veintinueve. Rtros argumentaban, persuasivamente, que los militares eran los ms indicados para decidir el futuro de Alas%a: perdieron por cincuenta y tres contra treinta y uno. Tn contingente encabe;ado por el senador Churmond apoyaba la propuesta del presidente +isenhoEer, en cuanto a que toda la parte norte fuera e$cluida de la categor!a de estado, aunque la alcan;aran los distritos del sur: derrotados por sesenta y siete contra diecis#is. 4issy -ec%ham, que escuchaba el debate, tuvo la impresi n de que sus enemigos pod!an citar cincuenta argumentos, mientras que ella ten!a s lo uno a favor: hab!a llegado el momento de que la Tni n abra;ara sin reservas a un digno miembro nuevo. +l 70 de junio ya no fue posible seguir postergando la votaci n decisiva con enmiendas obstruccionistas. 3uando se procedi a votar, salieron a la lu; numerosas incongruencias. Leales conservadores sure*os, como Darry (ird de 9irginia, =ames +astland y =ohn )tennis de 4ississippi, Allen +llender de Louisiana, Derman Calmadge de <eorgia y )trom Churmond de 3arolina del )ur, tras haber declarado p"blicamente que estaban 3ontra la admisi n, votaron a favor de ella. -ero tambi#n lo hicieron conspicuos liberales como )am +rvin, de 3arolina del ,orte, >illiam Fulbright y =ohn 4c3lellan, de Ar%ansas, y 4i%e 4onroney, de R%lahoma. Bos atormentadas parejas de senadores resolvieron su conflicto de tendencias de maneras opuestas. >arren 4agnuson y Denry =ac%son, de >ashington, hab!an sido fuertemente presionados por sus votantes empresarios de )eattle, a fin de que se e$presaran contra la admisi n, sobre la base de que el estado de >ashington perder!a el control econ mico del territorio. Al efectuarse la votaci n ambos tuvieron que obedecer a su conciencia: P)!Q. Los dos senadores de Ce$as, Lyndon =ohnson y :alph Farborough, eran indudables liberales que con frecuencia hab!an hablado en favor de la admisi n pero, cuando lleg el momento decisivo, no pudieron arriesgar su carrera pol!tica admitiendo a un enorme estado nuevo, que relegar!a a Ce$as a un segundo lugar. +l d!a en que se vot , ambos llegaron a la misma decisi n: no pod!an votar ni a favor ni en contra. -or lo tanto, ambos se abstuvieron. La cuenta final fue de sesenta y cuatro por el s!, veinte por el no y doce abstenciones. Alas%a se hab!a convertido en el cuadrag#simo8noveno estado, /,/ veces ms grande que Ce$as, con una poblaci n total equivalente a la de :ichmond, 9irginia. 3uando Com 9enn oy el recuento final, dijo: 8Alas%a se ha condenado a la mediocridad. -ero 4issy -ec%ham, que lo celebraba con amigos en un costoso restaurante de >ashington, se puso de pie, tambaleante, y levant su copa, gritando: 8UAhora tenemos que demostrarloV F pas el resto de esa larga noche anali;ando las e$tra*as innovaciones pol!ticas y sociales que har!an de Alas%a un estado "nico entre todos. )us propuestas eran asombrosas: 8Nuiero una escuela a la que puedan asistir todos los ni*os de Alas%a, cueste lo que cueste. Nuiero viviendas para todos los esquimales y todos los tlingits. Bebemos tener el

-gina M?/ de ?@0

Alaska

James A. Michener

control de nuestros salmones, alces y carib"es. ,ecesitamos carreteras, fbricas y die; o doce colonias como 4atanus%a. F as! continu , proyectando esos sue*os que hab!a e$presado por primera ve; durante el terrible pnico de .I@7 y a los cuales hab!a dedicado su vida posterior. Cen!a ya ochenta y tres a*os. 4uy entusiasmada por su visi n de una utop!a rtica y e$citada por el desacostumbrado consumo de alcohol, en cuanto sus amigos la ayudaron a acostarse cay en un sue*o profundo y satisfecho del que no despert . 3uando se descubri su cadver, los conocidos informaron a Chomas 9enn, sabiendo que ambos eran viejos amigos, y #ste corri al modesto hotel donde 4issy hab!a muerto. -as unos veinte minutos de pie junto a su cama, recordndola tal como era en aquellos lejanos tiempos en que hab!a llevado esperan;a y alimentos a una familia hambrienta. -or fin, se inclin para besar su frente plida. Luego le dio un beso por cada uno de los hombres cuyas vidas hab!a iluminado: (uchanan 9enn, el esposo traicionado de 3hicago& >ill Airby, el solitario polic!a canadiense& =ohn Alope, el alma perdida del Alondi%e& 4att 4urphy, el infatigable irland#s 8+lla querr!a que la sepultramos en Alas%a 8dijo 9enn, al retirarse8. +nv!enla a =uneau, que yo me har# cargo de todos los gastos.

XII. EL ANILLO DE FUEGO


+n.@M@, el gobierno de +stados Tnidos comen; a preguntarse con seriedad c mo respetar y proteger los antiguos derechos territoriales de los nativos de Alas%a. Tn principio de equidad motivaba todas las decisiones. Nuien mejor lo formul fue el senador de Ba%ota del ,orte, que dijo durante el debate: 3ualquiera que sea el modo en que enfoquemos el dif!cil problema de garanti;ar la justicia a las diversas tribus nativas de Alas%a, debemos hacer algo mejor de lo que hicimos con nuestros indios en Los cuarenta y ocho de abajo. +l sistema que ideemos deber evitar las reservas, que son tan destructivas para la moral de los indios. Bebe asegurar a los nativos el dominio de sus tierras ancestrales. Bebe protegerlos de blancos avariciosos que quieran despojarlos de esas tierras. F si es pos!ble, debe capacitarlos para preservar y practicar sus modos de vida tradicionales. +n los subsiguientes debates particulares predominaban dos t#rminos opuestos: PreservaQ y Pasimilaci nQ, este "ltimo utili;ado como verbo. PRpino que cuanto antes asimilemos a los indios, mejor ser. 3ortemos todo apoyo a las reservas. B#mosles ayuda donde haga falta. -ero alent#mosles a entrar en la corriente principal de nuestra vida nacional y a buscar su propio lugarQ. +n apoyo de esta recomendaci n, sus defensores citaban horribles estad!sticas sobre los efectos de la pol!tica hist rica de reservas: Tna reserva india es un gueto: ning"n deseo piadoso puede disimularlo. Bestruye la iniciativa, fomenta la embriague; e impide el acceso a la madure;. 4antener a nuestros indios en reservas es mantenerlos en la crcel. Be cien indios j venes que van a la universidad, en las condiciones ms favorables 1con becas, orientaci n y clases especiales2 s lo tres se matriculan el pen"ltimo a*o. JF por qu# fracasanK 3iertamente, no porque les falte inteligencia innata. Fracasan porque el horrible sistema de las reservas opera contra ellos: cuando regresan, sus amigos se burlan de ellos y sus padres se quejan: PJ-ara qu# quieres ir a la universidad, si jams tendrs un buen empleo, aunque te grad"esK Los blancos no lo permitenQ. La "nica soluci n que se me ocurre es cerrar todas las reservas, arrojar a los indios a la vida normal y dejar que cada uno se hunda o se mantenga a flote,

-gina M?7 de ?@0

Alaska

James A. Michener

seg"n su capacidad. :econo;co que la primera generaci n puede pasar tiempos dif!ciles, pero los miembros de las siguientes sern estadounidenses en todo. +sas draconianas recomendaciones eran pronto descartadas -or quienes pensaban igual que los congresistas de los cien "ltimos a*os, que si se lograban administrar bien las reservas, el sistema vigente pod!a funcionar: )i e$pulsamos a los indios de sus reservas, donde un gobierno benigno se esfuer;a por protegerles, preservar sus antiguas costumbres y permitirles llevar una vida decente, Jad nde irnK Fa hemos visto ad nde irn: a los callejones de )eattle, a las madrigueras atestadas de 4inneapolis, a los desesperados arrabales de peque*as ciudades. Arrojarlos a la vida normal, como se ha dicho, es invitarles a ahogarse. +l debate podr!a haber terminado all!, en el punto muerto donde permanec!a desde hac!a un siglo, a no ser por dos notables testigos que se presentaron a declarar ante el )enado. +l primero era un sacerdote jesuita, relativamente joven, director de una escuela cat lica que funcionaba en una reserva de >yoming: +s un amargo placer ver a nuestros j venes nativos, varones y ni*as, al comien;o de la adolescencia. ,orteam#rica no tiene juventud mejor. Los muchachos son viriles, se destacan en los deportes, estn llenos de nimo y ansiosos de aprender. JLas ni*asK ,o e$istencriaturas ms hermosas en este pa!s. 3uando se les ense*a, ni*as y varones por igual desbordan de esperan;as y prometen convertirse en adultos capaces de participar en el lidera;go de esta gran naci n, mejorndola. As! son a los catorce a*os. A los veintiocho, las mujeres a"n tienen esperan;as y estn dispuestas a trabajar para llevar una vida decente. )us maridos, en cambio, han comen;ado a beber, a pasar el tiempo sin hacer nada y a degenerar. 3on frecuencia vuelven borrachos al hogar y golpean a sus mujeres, que empie;an a mostrar ojos amoratados y mellas en la boca. +ntonces tambi#n ellas caen en la bebida. 4uy pronto se pierde toda la esperan;a y ambos se convierten en prisioneros de la reserva. A los treinta y seis a*os estn perdidos, hombres y mujeres por igual& tejen la vida con hebras enredadas, sin producir nada. -arte el cora; n ver ese implacable declive. -or favor, los funcionarios de la reserva vinieron a mi oficina, en >yoming, para discutir qu# hacer con los hijos de =ohn y 4abel Darris. +l nombre indio del padre era -jaro <ris& en condi8 ciones normales, habr!a sido un jefe de cierta importancia en nuestra comunidad. -ero tanto #l como su esposa se hab!an aficionado tanto al alcohol que apenas pod!an mantenerse. 3on nuestra ayuda, los dos hijos, una ni*a de trece a*os y un var n de once, hac!an lo posible por mantener unida a la familia, pero empe;aba a ser evidente que fracasar!an. -or eso, aunque angustiado, recomend# que se apartara a los hijos del hogar y se los entregara a una familia ms estable. Codos estuvieron de acuerdo en que #sa era la "nica soluci n, incluidos los ni*os, pero yo dije: P Tna escuela religiosa no puede tomar sobre s! la responsabilidad de apartar a los hijos de sus padres, aunque yo, personalmente, lo recomiende as!Q. -or tanto, losfuncionarios se hicieron cargo de la tarea y llevaron a los ni*os a un nuevo hogar. +sa noche, =ohn Darris, completamente borracho, fue a la casa de la nueva familia, desvariando y vociferando que quer!a a sus hijos. -ero los mismos ni*os, no los padres sustitutos, le convencieron de que deseaban quedarse all!. )e retir furioso y, tambalendose, se cru; en el camino del cami n que recolectaba los residuos de la reserva, que hac!a sonar desesperadamente el cla$on, y muri . )us propios hijos salieron corriendo de la casa, al o!r la conmoci n, y llegaron junto al cadver destro;ado a tiempo de escuchar que el camionero dec!a a los curiosos: P+staba borracho perdido. )iempre estaba borracho perdidoQ. F esa noche, hace tres d!as, su esposa se mat de un disparo. La ebriedad y el suicidio son la herencia que hemos dado a los indios, como consecuencia de nuestras leyes. ,o reprodu;camos esas leyes en Alas%a.

-gina M?6 de ?@0

Alaska

James A. Michener

Cambi#n se presentaron indios ante las diversas comisiones, para rogar al 3ongreso que estableciera en Alas%a alg"n sistema mejor que el que funcionaba en estados como 4ontana, >yoming y los Ba%otas: 8Ciene que haber algo mejor. +s responsabilidad de ustedes hallar la manera. +l segundo testigo de importancia fue una mujer de Alas%a, de cuarenta y un a*os, tan diferente del sacerdote jesuita como se pueda imaginar. +ra 4elody 4urphy, la nieta de aquella famosa 4elissa -ec%ham. que hab!a llegado al Alondi%e desde 3hicago, en la d#cada de .I@0 y, despu#s de comen;ar el siglo en los campos aur!feros de ,ome, se hab!a instalado en la capital =uneau, donde demostr ser un aguij n para las nalgas de cualquier gobierXlo. )iempre luchando por los derechos del oprimido, en .@7M 4issy hab!a aparecido en la colonia de 4atanus%a, donde apoy a los blancos de 4innesota con tanto vigor como antes a los aleutas de Aodia%. Dab!a muerto al pie del ca* n, luchando por la ciudadan!a plena para todos los habitantes de Alas%a. )u nieta no s lo hab!a heredado de ella8 la voluntad de combatir contra la ignorancia y la injusticia, sino tambi#n su indiferencia hacia el matrimonio. +n realidad, 4issy -ec%ham hab!a convivido fuera del v!nculo conyugal con cuatro hombres diferentes. 3uando 4attheE 4urphy, su compa*ero de muchos a*os, qued por fin en libertad de casarse con ella, a ninguno de los dos le pareci que hacerlo tuviera mucho sentido. 4elody, la nieta, una bonita mujer que descend!a de cuatro cepas muy distintas, tambi#n detestaba el matrimonio, pero no a los hombres& a los treinta a*os era conocida como una de las grandes mujeres de =uneau. )u madre, la hija de 4elissa hab!a sido ms tradicionalista& a edad temprana se cas con el hijo de un siberiano chiflado, Abraham Lincoln Ar%i%ov, y su esposa esquimal. -or tanto, los cuatro abuelos de 4elody eran la estadounidense 4elissa, el irland#s 4urphy, el siberiano Ar%i%ov y la esquimal ,ellie, sin que hubiera en ese cuarteto un solo debilucho. F por motivos que ella nunca e$plicaba, a temprana edad prefiri el apellido 4urphy. +l abuelo Ar%i%ov, con e$tra*a habilidad, hab!a comprado en =uneau bienes ra!ces que nadie quer!a, con la cora;onada de que Palguien va a querer esto, ms adelanteQ. (eneficiada por esas ganancias, viaj a >ashington pagando los gastos de su propio bolsillo, para presentar ante el 3ongreso una visi n de una Alas%a muy diferente de la que ellos hab!an estado anali;ando: 8+l censo informal del a*o pasado indic que ahora tenemos una poblaci n de doscientos noventa y un mil ochocientos habitantes. F puedo asegurar que se duplicar antes de que se efect"e el pr $imo. F si hallamos petr leo a lo grande, como prev#n algunos, podr!a cuadruplicarse. Cenemos ya uno de los estados ms bellos de la Tni n, que tiene el mayor potencial de crecimiento. ,o veo fin en lo que Alas%a podr!a llegar a ser. -ero para ponerla en el camino correcto, simplemente debemos resolver los problemas de propiedad, de los cuales el ms complicado es hallar el modo de asegurar a nuestros nativos el derecho a las tierras que siempre han ocupado. +ntonces un senador pregunt : 8)e*orita 4urphy... As! se llama usted, JnoK F ella replic : 8+n efecto. 8B!ganos, se*orita 4urphy: J+s usted nativaK JCiene algo que ganar si asignamos tierras a los nativosK +lla se ech a re!r, con esa risa libre y desenvuelta que pod!a haber heredado de sus antepasados alas%anos. )e inclin hacia delante para ayudar a los senadores: 8+n la curiosa me;cla que se produce en Alas%a, se me considerar!a medio nativa. Tno de mis abuelos era un buscador de oro irland#s que fue al Fu% n y no hall nada. +l otro, un siberiano loco que buscaba oro en ,ome& encontr una playa colmada de pepitas. Tna

-gina M?L de ?@0

Alaska

James A. Michener

de mis abuelas era de origen ingl#s& la otra, esquimal. JFoK Fo soy alas%ana y, como mi abuelo siberiano hall oro, puedo darme el lujo de ser desinteresada en lo que respecta a mis derechos personales, pero me interesan much!simo los derechos de otros. +l presidente de la comisi n tuvo entonces que sermonear a los asistentes por sus v!tores. 8Be nuestra poblaci n total, un trece por ciento puede ser clasificado como nativo& a grandes rasgos, se dividen en indios, esquimales y aleutas. -ero en la vida de los nativos de Alas%a no hay nada tan simple, pues los indios, a los que en realidad deber!amos llamar atapascos, se dividen en varios grupos, de los cuales el ms importante es el de los tlingits. Los esquimales tambi#n se dividen en inupiats y yupi%s. F hasta los aleutas se distribuyen en dos clases: los aleutas originarios de las islas y los del continente. 8F usted Jqu# esK 8pregunt a 4elody uno de los senadores. 84i abuela esquimal era yupi%. +n cuanto a mi abuelo siberiano, ah! tenemos un interesante problema. )us antepasados ms remotos deben de haber sido atapascos. 4s tarde pudieron ser progenitores de los inupiats. F si nos remontamos lo suficiente por mi estirpe inglesa, sabe Bios qu# encontraremos. A m! me gusta pensar que soy en parte picta. +n ese punto el p"blico ri por lo bajo, pero pronto rompi en carcajadas al o!rla concluir: 8Bigamos que soy una buena me;cla. )i yo fuera perro, ustedes me llamar!an -irata y estar!an muy contentos de tenerme en casa. Q-or tanto, Alas%a tiene ocho grupos nativos principales: cuatro indios, dos esquimales y dos aleutas. F todos convivimos bastante bien, +n general, cualquier soluci n que ustedes ideen deber aplicarse equitativamente a todos. F les aseguro que los diversos grupos estarn dispuestos a adaptarse, aunque algunos de los detalles puedan oponerse a sus tradiciones peculiares. J+l problema bsicoK Los nativos deben tener sus tierras. J+l siguienteK )us derechos de propiedad deben ser protegidos hasta que llegue el momento, tal ve; en el /070, en que puedan tomar decisiones sobre sus tierras sin esa protecci n. Al terminar su testimonio, un senador formul la pregunta que desconcert a todos: 8)e*orita 4urphy, Jha atestiguado usted como nativa o como no nativaK F ella respondi : 83omo les he dicho, caballeros, soy mitad y mitad. 3uando jur# decir la verdad ten!a conciencia de que Alas%a est compuesta en un ochenta y siete por ciento de caucsicos como ustedes y de un trece por ciento de nativos, como los esquimales y los atapascos puros. A ustedes les corresponde hallar una soluci n que permita a ambos grupos avan;ar con seguridad y esperan;a. La Ley de Asignaci n de 3oncesiones a los ,ativos de Alas%a 1Alas%a ,ative 3laims )ettlement Act o A,3)A2, aprobada en .@?., fue una de las legislaciones ms intrincadas y sin precedentes surgida nunca del 3ongreso estadounidense. La liberalidad de sus provisiones se debi , principalmente, al complejo de culpa que sufr!a el pueblo estadounidense por el mal trato que hab!a dado a sus indios. Ahora estaba decidido a comportarse mejor 3on los nativos de Alas%a. +ra un conjunto de leyes de las que el pueblo estadounidense pod!a enorgullecerse... tal como se las entend!a en .@?.. La A,3)A no era una soluci n para muchos siglos, pero s! un generoso paso hacia adelante para la #poca. Alas%a ten!a ..L/6.M?. %il metros cuadrados 1una superficie /,.@ veces mayor que la de Ce$as2, con un total de .L0../..6?/ hectreas. Be #stas los nativos recibir!an .?.M00.000, el doce por ciento de toda Alas%a, ms un pago en efectivo de @M/.L00.000 d lares. Dasta all!, muy bien. -ero para alcan;ar algunas de las metas que 4elody 4urphy propon!a, y especialmente para evitar el despilfarro durante la euforia, cuando los nativos obtuvieran sus propias tierras, esa vasta superficie no ser!a distribuida

-gina M?M de ?@0

Alaska

James A. Michener

individualmente entre ellos, sino entregada a manos de doce enormes corporaciones nativas locali;adas regionalmente, a fin de repartir todo el estado entre ellas, ms una notable decimotercera corporaci n, que incluir!a a todos los nativos de Alas%a que vivieran fuera del estado y, por lo tanto, no habitaran ninguna ;ona espec!fica. Codos los nativos de Alas%a nacidos antes de .@?. y residentes en cualquier lugar del mundo ser!an, por tanto, miembros de una entre trece grandes corporaciones y recibir!an t!tulos de propiedad sobre una parte proporcional de una corporaci n. As! por ejemplo: 4elody 4urphy. domiciliada en =uneau, se convirti en accionista de la poderosa 3orporaci n )ealas%a, una de las mejor administradas y tambi#n favorecida por el tipo de tierra que recibi . 9ladimir Afanasi en el remoto cabo Besolaci n, pas a ser propietario parcial de la vasta 3orporaci n :egional de la 9ertiente Ortica, que ten!a una superficie mayor que muchos estados. +$ist!a una interesante provisi n para la corporaci n basada en la poblada ;ona de Anchorage, pues all! las mejores tierras hab!an pasado ya a manos privadas& por lo tanto, el 3ongreso permiti a los l!deres nativos de ese lugar que eligieran tierras comparables entre las que el gobierno pose!a en partes muy diseminadas de +stados Tnidos. As!, un es quimal que viv!a en una aldea pr $ima a Anchorage pod!a descubrirse propietario parcial de un edificio federal de (oston o de un dep sito fuera de uso de Donolul". La tierra hab!a sido devuelta a los nativos, pero nadie la recibi individualmente, debido a dos provisiones de la ley: las tierras asignadas a cada corporaci n no pod!an ser vendidas, hipotecadas ni enajenadas antes de .@@.& por otra parte, el estado no pod!a cobrar impuestos sobre ellas. +l 3ongreso cre!a que, en esos veinte a*os de latencia, los nativos tendr!an tiempo de aprender a administrar por s! mismos sus bienes en la sociedad estadounidense contempornea. Codos deseaban y algunos predec!an que, durante esas dos d#cadas, los nativos prosperar!an de modo tan asombroso que, al terminar el per!odo de tutela, no querr!an vender sus acciones ni transferir de modo alguno sus .?.M00.000. -ero entonces, como para hacer ms dif!cil ese rompecabe;as, el 3onY greso foment tambi#n el establecimiento de unas doscientas corporaciones subsidiarias que controlar!an las tierras y propiedades de las aldeas& de este modo, la gran mayor!a de los nativos era miembro de dos corporaciones. +n 3abo Besolaci n, por ejemplo, 9ladimir Afanasi pertenec!a a la enorme 3orporaci n :egional de la 9ertiente Ortica, con vastas propieda8 des, pero tambi#n ten!a acciones de Administraci n Besolation, una diminuta empresa que se encargaba de los asuntos comerciales de la aldea. +n los primeros tiempos del nuevo r#gimen comprendi claramente que, a veces, los intereses de la peque*a empresa no coincid!an con los de la corporaci n, de la cual formaba legalmente parte. Tn d!a dijo a sus amigos, mientras ca;aba morsas en el hielo: 8Dar!a falta un ingeniero del 4IC 14assachusetts Institute of Cechnology2 y un administrador de la +scuela de 3omercio de Darvard para desenredar estos embrollos. Aunque hab!a estudiado dos a*os en la Tniversidad de Alas%a, situada en Fairban%s, se sent!a incapa; de tra;ar el curso que deb!an tomar sus dos corporaciones. 8F dudo que haya otro esquimal capa; de entenderlas. Los ca;adores de morsas lo pensaron por un rato, mientras contemplaban el mar helado. -or fin uno dijo: 8Bentro de veinte a*os nuestros chicos pueden aprender, si alguien les da la educaci n que corresponde. F 9ladimir respondi : 8)ern los veinte a*os ms interesantes de la historia esquimal. 3uando los avariciosos abogados y administradores de Los cuarenta y ocho de abajo descubrieron que las tribus nativas de Alas%a, con frecuencia iletradas y sin instrucci n, tendr!an casi mil millones de d lares y toda esa tierra, e$perimentaron de pronto un

-gina M?? de ?@0

Alaska

James A. Michener

apasionado inter#s por el Ortico. Besde (oston, Culsa, -hoeni$ y Los Ongeles comen;aron a aparecer forasteros ansiosos de guiar a los nativos en sus intrincadas responsabilidades nuevas, cobrando por eso sustanciosos honorarios. 3ierto novato, que hab!a terminado el bachillerato en Bartmouth en .@?7 y se hab!a graduado en Berecho en Fale, en .@?M, no ten!a intenci n alguna de pasarse la vida en Alas%a& dif!cilmente habr!a pronunciado ese nombre fuera de las clases de geograf!a elemental. -ero en el verano de .@?M, al aprobar los e$menes del colegio profesional con muy altas calificaciones, su padre le dio a elegir entre un coche nuevo o una e$cursi n de ca;a por el norte del 3anad. =eb Aeeler, que sol!a recorrer las colinas de ,eE Dampshire en busca de venados, opt por la aventura canadiense. -artiendo desde Bartmouth hacia el norte, aterri; en la remota Cierra de (affin, en 3anad, con intenciones de ca;ar un carib". Be nada le sirvi adentrarse auda;mente en la tundra, al norte del 3!rculo -olar Ortico. -ero una noche de julio en que la noche no e$ist!a, mientras holga;aneaba en el bar de un albergue para ca;adores de la ensenada -ond, un hombre grande y rubicundo, vestido con un costoso atuendo de ca;ador, se sent a su mesa sin pedir permiso y dijo: 8)e te ve muy triste, hijo. 8Lo estoy. 9ine a ca;ar un carib" y... nada. +l desconocido visitante descarg una palmada contra la mesa, diciendo: 8UNu# curiosoV Fo vine aqu! para lo mismo. F no cac# nada. 4e llamo -oley 4ar%ham, de -hoeni$, Ari;ona. 8-ero alguien, por aqu!, ha ca;ado un carib". All! est, colgado. 8'se es m!o 8inform 4ar%ham, orgulloso8. -ero para ca;arlo tuve que volar hasta la pen!nsula de (rodeur. 8JB nde est esoK 8Al oeste, bastante lejos. 8)e reclin hacia atrs para estudiar su carib". Luego dijo8: 'se podr!a ser uno de los animales ms importantes que he ca;ado jams. 3omo =eb le pregunt qu# significaba eso, el de -hoeni$ pidi bebidas para los dos y se lan; con entusiasmo a un notable mon logo, con tantos giros inesperados que apasion al joven: 8Cal como has descubierto, la gente dice que el carib" es muy com"n, que est por todas partes. )alvo cuando quieres ca;ar uno. F no eran nada comunes, por cierto, cuando trat# de ca;ar uno en Alas%a. Dace a*os, en el r!o Fu% n, decid! ca;ar mis ocho grandes. Fa ten!a siete de las cabe;as en mi pared, all en -hoeni$, lo que los ca;adores llaman Plas dif!cilesQ. -ero no pod!a conseguir ese condenado octavo, el ms fcil de todos: el carib". QJLos ocho grandes de Alas%aK +stupenda me;cla, un desaf!o para cualquier ca;ador serio. Los dos tremendos osos: el polar y el americano. Los consegu! en poco tiempo& me costaron mucho esfuer;o, pero los cac#. Bespu#s, los dos grandes de tierra: el alce y el buey almi;clero del Ortico& dif!ciles, pero se puede. A continuaci n, los dos grandes de monta*a: la cabra y el carnero de Ball. 3on #sos van seis& restan el ms dif!cil y el ms fcil: la morsa y el carib". Q-ues bien, vol# hasta un sitio grande, al norte del 3!rculo -olar Ortico, llamado 3abo Besolaci n, donde vive un ca;ador que te recomiendo, por si alguna ve; vas all!. Tn tipo e$celente, esquimal, de nombre ruso: 9ladimir Afanasi. 4e hab!a ayudado a conseguir el oso polar y ahora me llevar!a a ca;ar la morsa. 3uatro d!as dif!ciles, pero derrib# una bestia majestuosa& mientras preparbamos la cabe;a y los colmillos para embarcarlos le dije sin pensarlo: cAhora termino con un carib" y ya tendr# mis ocho grandesc. Q4ira, recorr! todo el norte de Alas%a buscando ese condenado carib" sin ver ninguno. Alguien me dijo que hab!a medio mill n de carib"es vagando por 3anad y Alas%a, y yo

-gina M?I de ?@0

Alaska

James A. Michener

no pude ver uno solo, como no fuera desde un avi n, hasta el otro d!a en la pen!nsula de (rodeur. =eb dijo: 8Tsted habla de los ocho grandes de Alas%a pero mat su carib" en 3anad. F 4ar%ham e$plic : 8Lo que importa es el animal, no el sitio donde lo ca;as. (ien pude haber estado en aguas rusas cuando mat# mi oso polar. 3omplacido por el inter#s que el joven Aeeler manifestaba por la ca;a, 4ar%ham pregunt : 8JBices que acabas de aprobar el ingreso en el colegio profesionalK JBiplomado en Fale, con buenas calificacionesK jovencito, en tu lugar Jsabes lo que har!aK Comar!a el primer avi n para ir a Alas%a. F ya que te gusta la ca;a, al llegar all! continuar!a viaje hasta 3abo Besolaci n. 84ire, apenas estoy en los comien;os y lo que usted dice significa invertir mucho dinero. 84ucho dinero, s!. 8,adie gana tanto con la ca;a. -or el contrario, se gasta mucho. 8JF qui#n habla de ca;arK 8,osotros. 8,o 8aclar 4ar%ham8. +stamos hablando de Alas%a. Bespu#s de ganar mucho dinero en Alas%a, dedicas las vacaciones a ca;ar tus ocho grandes. 4ientras escuchaba esas palabras, =eb Aeeler, de veinticinco a*os, rubio, atl#tico, soltero, se ve!a en el hielo de 3abo Besolaci n, ca;ando osos o niorsas, y en los altos, riscos, rastreando carneros de Ball y hermosas cabras. Lo que no sab!a era c mo costearse esas aventuras antes de los cincuenta a*os. +ntonces el hombre de -hoeni$ e$plic : 8A partir de .@M? trabaj# para una comisi n del )enado dedicada a estudiar la asignaci n de tierras a los nativos de Alas%a. 4e gradu# en Berecho en 9irginia y siempre me interesaron los asuntos indios. -ero vamos al grano: en .@?. el 3ongreso aprob una concesi n de tierras tan complicada que ning"n ser humano corriente la entender jams, por no hablar de aplicarla. +l mismo d!a en que entr en vigencia, algunos abogados nos reunimos a cenar y el de ms edad al; su copa en un brindis: P-or la ley que aprobaron hoy. ,os dar trabajo a los abogados por el resto del sigloQ. F ten!a ra; n. Cendr!as que venir aqu! y cortar tu peda;o del pastel. 8JF por qu# no lo hace ustedK 8pregunt Aeeler, con la franque;a que caracteri;aba su conducta, tanto en los cotos de ca;a como en las aulas. 8)! que lo hago. )oy asesor de una de las entidades ms grandes, frente al Rc#ano <lacial Ortico. -aso tres o cuatro semanas tratando de ordenarles las cosas, emisiones de bonos y dems. Bespu#s, tres semanas ca;ando y pescando. Luego vuelvo a casa, a -hoeni$. 8F ellos Jpueden pagarleK JTnos cuantos esquimalesK 8J,o has o!do hablar de -rudhoe (ay, hijoK U-etr leoV +sos esquimales tendrn tanto dinero que no sabrn qu# hacer con #l. ,ecesitan de hombres como t" y como yo para que los orientemos. 8JBe verasK 8A eso me dedico. F tambi#n varios del equipo que trabajaba conmigo en >ashington. Las corporaciones de nativos desbordan dinero y los abogados listos como t" y yo tenemos derecho a nuestra parte. 4ar%ham era un hombre alto y obeso, de aspecto fofo. -ero le gustaban los rigores de la ca;a y sol!a sorprender a los tipos ms atl#ticos, pues los superaba en resistencia cuando

-gina M?@ de ?@0

Alaska

James A. Michener

rastreaba al animal deseado. Ahora, continuando con su afici n, hi;o una propuesta asombrosa: 84e gustas, Aeeler. 9eo que sabes de ca;a y ser!a un orgullo ayudarte a conseguir el primer carib". De estado trabajando mucho y disfrutar!a de otra e$cursi n. JNuieres acompa*armeK -ara sorpresa de =eb, ofreci contratar un gu!a de la ;ona con un hidroavi n, para volar al norte sobre el mar abierto, hasta la isla de (ylot, donde se pod!an encontrar carib"es al pie del glaciar. +ra un trayecto de gran belle;a para quien pudiera disfrutar de los sitios desolados y de sentirse pr $imo al fin del mundo& mientras volaban sobre la parte principal de la isla, detectaron grandes reba*os de carib"es. 8J3 mo puede haber tantos aqu! y tan pocos cuando yo quiero ver unoK 8pregunt =eb. 8+so es lo interesante de la ca;a. Fa vers cuando salgas en busca de tu cabra. 8)e volvi para estudiar a su joven compa*ero8. 9as a ca;ar los ocho grandes, JnoK 3reo que es el mayor desaf!o para cualquier ca;ador. 8JF los leones, los tigres, los elefantesK 83ualquiera puede marchar por la jungla calurosa, en un safari seguro. -ero enfrentarte con el Ortico, con el invierno de Alas%a, para conseguir tu oso polar, eso es cosa de hombres. 3uando aterri;aron, el gu!a les llev a una ;ona donde hab!a visto carib"es con frecuencia, durante las migraciones anuales: 83ru;an a nado ese canal o esperan a que se congele. )on animales fantsticos. Al tercer d!a, cuando se encontraban a cierta distancia de la tienda, dieron con un buen macho, de e$celente cornamenta. =eb estaba a punto de disparar, pero 4ar%ham le contuvo: 8+s bueno, pero no es perfecto. Avancemos en silencio hacia all. F al hacerlo encontraron justo lo que ese e$perimentado ca;ador esperaba: un macho enorme, de pie junto a un peque*o reba*o. 4ar%ham susurr : 8UAhoraV 3on un disparo perfecto, aprendido en Bartmouth cuando ca;aba venados, Aeeler derrib su trofeo y trat de asumir una actitud despreocupada, mientras el gu!a le tomaba una fotograf!a instantnea junto a #l. Fue esa fotograf!a la que decidi el futuro de =eb Aeeler. 4ientras la e$aminaba, durante el viaje de regreso a la ensenada -ond, dijo a 4ar%ham: 84e gustar!a ca;ar mis ocho grandes. F el otro replic : 8)i vienes a Alas%a, te ayudar# a comen;ar. -ero ahora las reglas son algo ms estrictas. La gente de Los cuarenta y ocho de abajo, como t" o yo, ya no puede ca;ar morsas, osos polares ni focas. +stn protegidos para asegurar la subsistencia de los nativos. 8JF por qu# no me lo ha dicho antesK +ntonces 4ar%ham e$pres la ley bsica de la vida en el norte: 8+n Alas%a siempre hay maneras de saltarse las normas desagradables que te restringen. 84e gusta ese desaf!o 8dijo =eb. -ero su compa*ero le advirti : 8Los empleos bien pagados, en las corporaciones ms importantes, ya estn ocupados. -ero hallars muchas oportunidades en las corporaciones de las aldeas, como la de 3abo Besolaci n. Avisar# a Afanasi de que irs. 3uando el avi n aterri; , ya estaba acordado que Aeeler pondr!a en orden sus asuntos, se despedir!a con un beso de las muchachas universitarias y viajar!a al norte para ejercer su profesi n en Alas%a. -ero en el viaje de regreso a +stados Tnidos, con la cabe;a del carib"

-gina MI0 de ?@0

Alaska

James A. Michener

en la pan;a del avi n, se desvi hacia ,eE Daven para consultar con el hombre que le hab!a guiado en sus estudios y en los e$menes profesionales. +l profesor Aat; era uno de esos intelectuales jud!os para quienes la ley era una trama de e$periencia humana pasada y aspiraciones futuras. Antes de que =eb pudiera acabar su descripci n del acuerdo con los nativos, Aat; le interrumpi : 8)egu! el debate de esa ley en el 3ongreso. +s lamentable que la hayan hecho tan complicada. ,o hay manera de que esos nativos puedan manejar sus corporaciones y defenderlas contra los codiciosos que vayan desde +stados Tnidos. 8JTsted est de acuerdo con el se*or 4ar%ham en que necesitan abogadosK 8U-or supuesto que s!V ,ecesitan orientaci n, apoyo t#cnico ymeticuloso asesoramiento sobre c mo proteger sus bienes. Tn muchacho brillante como usted podr!a proporcionarles servicios valios!simos. 8Al parecer, usted aceptar!a ese trabajo. 8)!. )i fuera ms joven, por un tiempo. )i usted fuera a ,ueva For% el pr $imo oto*o e ingresara en un despacho de abogados Jqu# e$periencia adquirir!aK Tna prolongaci n de lo que le ense*amos en Fale. +so no tiene nada de malo, pero limita. )i fuera a Alas%a, en cambio, tendr!a que ocuparse de problemas que a"n no han sido definidos. +s un verdadero reto, una oportunidad para abrir caminos nuevos. 8Bicho por el hombre de -hoeni$ parec!a e$citante. Bicho por usted suena a desaf!o. Lo voy a pensar. +l profesor Aat; se levant para acompa*arle hasta la puerta y le tom por el bra;o, acercndolo hacia s!, como hab!a hecho en las "ltimas semanas previas a los e$menes: 8Tsted ya es un hombre adulto, se*or Aeeler, pero tiene la e$uberancia de la juventud. +n una sociedad fronteri;a como la de Alas%a, eso pod!a hacerle caer en malas conductas. All! las leyes son ms fle$ibles para el hombre blanco& las normas se adaptan con ms facilidad. )i va para endere;ar las cosas, tome precauciones triples para actuar con honor. ,o cono;co otra palabra que e$prese esto. ,o hablo de actuar con honrade;, porque la ley se encarga de eso. ,i con astucia, porque eso implicar!a torcer las cosas para obtener ventaja. Bigo honorablemente, como debe comportarse un hombre de honor. 8+spero haber aprendido eso de usted y de mis padres, se*or. 8Tno nunca sabe si lo ha aprendido o no mientras no es puesto a prueba por la realidad. Fue en estas condiciones que =eb Aeeler abandon la 3osta +ste para ir a Alas%a, llevando consigo sus dos escopetas de ca;a, su equipo de acampar y las recomendaciones de sus dos consejeros. Aat;, el mentor de Fale, le hab!a dicho: Pact"e honorablementeQ. 4ar%ham, su mentor de -hoeni$: P-uedes ganar un mont n de dineroQ. 'l ten!a intenciones de hacer ambas cosas y, entre tanto, conseguir el resto de sus ocho grandes. -ara comen;ar ten!a ya un bonito carib" y un buen diploma de abogado. Lo que necesitaba ahora era ca;ar los otros siete animales y una oportunidad de aplicar su talento para las leyes a algo constructivo y rentable. 3uando =eb lleg a =uneau para presentar sus credenciales de abogado en la capital del estado, descubri que -oley 4ar%ham le hab!a allanado el camino enrolndole como miembro de su firma& eso le permiti eludir los e$menes del colegio local y ponerse a trabajar a los cinco d!as de pisar el aeropuerto. Cal como mar%ham le hab!a advertido, los puestos importantes estaban ocupados, pero dos de las corporaciones nativas mejor administradas, )ealas%a de =uneau y la gran Boyon de Fairban%s, encontraron peque*os trabajos para #l. +n ellos, =eb aprendi lo bsico para trabajar como asesor en Alas%a. )e hab!a desempe*ado bien en la defensa de los bienes de la corporaci n frente a un contrato con una empresa constructora de Los cuarenta y ocho de abajo, y estaba a punto

-gina MI. de ?@0

Alaska

James A. Michener

de presentar su factura cuando 4ar%ham lleg desde -hoeni$, para supervisar una operaci n en la 9ertiente ,orte. 84e gustar!a revisar tus papeles 8dijo8. 3onviene que mantengamos la coherencia. 8F al ver la factura que =eb se propon!a presentar e$clam 8: U,o puedes cobrar estoV 8JNu# tiene de maloK 8UCodoV 83on un auda; movimiento de estilogrfica, tach la modesta cifra de =eb, la multiplic por ocho y se la devolvi 8: Da;la pasar a limpio. 3uando la nueva factura fue presentada, se le pag sin demoras. 4ientras viajaba por el estado ejecutando esos peque*os trabajos, =eb descubri que 4ar%ham hab!a cumplido un largo aprendi;aje en esas tareas menores antes de conseguir su puesto actual, en una de las corporaciones ms importantes. Al parecer, hab!a estado en todas partes, ofreciendo a esquimales, atapascos y tlingits la ayuda fraternal que las peque*as empresas necesitaban en esos primeros d!as. =eb descubri que, cuando mencionaba el nombre de 4ar%ham en las aldeas peque*as, los nativos respond!an invariablemente con una sonrisa, pues -oley, con su simpat!a, hab!a dado a esos aldeanos no s lo orientaci n, sino un sentido de su propia val!a. Los hab!a convencido de que pod!an administrar esa s"bita rique;a. Tn fin de semana, estando =eb en Anchorage por cuestiones profesionales, escuch atentamente el cuadro que -oley tra;aba de la envidiable situaci n en que se encontraban los abogados de Los cuarenta y ocho de abajo: 8Comemos la corporaci n aldeana com"n, de las que hay ms de doscientas. +llos necesitan hacer ciertas cosas que la ley e$ige y en la aldea no hay nadie que sepa hacerlas. Beben constituirse en sociedad comercial, y t" sabes cunto papeleo requiere eso. Luego tienen que organi;ar la elecci n de la junta directiva, con papeletas impresas y todo. -ero no pueden hacerlo sin tener antes la lista completa de sus miembros. F para lograr eso necesitan formularios, direcciones y cartas. 3uando se sabe qui#nes tienen derecho a ser accionistas, hay que imprimir las acciones y registrarlas. F para eso se requiere un abogado. QAhora empie;a lo divertido, porque la aldea debe identificar la tierra que va a elegir, y eso requiere agrimensores, escrituras legales y registros catastrales. +ntonces se organi;an auditor!as para las cuales se contratan contadores p"blicos& hay que redactar minutas, organi;ar asambleas p"blicas y, lo ms complicado, a mi modo de ver, mantener informados al p"blico y a los miembros de las operaciones que realice la nueva corporaci n. Q'ste es el para!so de los abogados, y no por obra nuestra, sino del 3ongreso. -ero ya que es as! y el dinero est en el banco, tenemos derecho a obtener nuestra parte. J3ul es nuestra parteK (ueno, si el gobierno dio a las corporaciones casi mil millones de d lares, yo dir!a que nos corresponde un veinte por ciento. 8U-ero eso equivaldr!a a doscientos millones de d laresV 8e$clam =eb8. JLo dices en serioK 83laro. )i t" y yo no tomamos nuestra parte, alg"n otro lo har. 8C", personalmente, Jqu# pretendesK +n t#rminos reales, quiero dec!r: J3unto es posibleK 8+ntre una cosa y otra, no sacar# menos de die; millones. 8JNu# quieres decir, -oley, con eso de Pentre una cosa y otraQK 8Rh, nada, nada. +s el modo en que se hacen estos tratos. -ero tengo algunas cosas interesantes al norte del 3!rculo -olar Ortico. =eb comprendi entonces que jams tendr!a una imagen clara de c mo obraba ese hombre corpulento y amistoso. 3uando estaba a punto de deducir que los manejos de -oley rondaban los l!mites de la legalidad, el abogado de -hoeni$ le ech un bra;o al hombro y dijo, riendo:

-gina MI/ de ?@0

Alaska

James A. Michener

8Cendr!as que seguir mi regla: P)i hay en juego ocho c#ntimos, deja un reguero de recibos firmadosQ. 8,o tengo intenciones de robar. 8Campoco yo, pero dentro de tres a*os alg"n cerdo tratar de probar que lo has hecho. 4s tarde, al refle$ionar, =eb cay en la cuenta de que -oley no hab!a dicho directamente, como el profesor Aat;: P,o hagas nada deshonrosoQ. Lo que dec!a era: PDagas lo que hagas, deja un mont n de papeles para demostrar que no lo hicisteQ. -ero -oley desvi su atenci n de estos eufemismos morales chasqueando los dedos y haciendo una pregunta s"bita: 8JDas ido al norte para ponerte en contacto con AfanasiK J,oK J3 mo van tus ocho grandesK 8) lo tengo el carib" que me ayudaste a ca;ar. 8(ien. Iremos a Besolation para tratar de conseguir tu morsa. 8J,o dijiste que ca;ar morsas era ilegal para la gente como nosotrosK 8)! y no. -oley insisti en que =eb ordenara su escritorio y le acompa*ara a (arroE, donde le present a Darry :ost%oEs%y y a su maltrecho 3essna .IL monomotor. 8J9amos a viajar en esoK 8pregunt =eb. F -oley replic : 83omo siempre. F dentro de dos semanas volveremos en eso con tu cabe;a de morsa. 3uando =eb supo que la distancia entre (arroE y Besolation era de s lo sesenta %il metros, tuvo la esperan;a de evitar el viaje en el cacharro de :osty, pero una ve; en vuelo -oley le se*al la desnuda tundra de abajo, sin un rbol a la vista: %il metros y %il metros de mont!culos, pantanos y lagos poco profundos: 8All! abajo no hay carreteras. -robablemente no las haya nunca. Aqu! vas en avi n o no vas. -ara preparar el aterri;aje en Besolation, :ost%oEs%y se alej bastante sobrevolando el mar y descendi hacia la aldea, compuesta por unas treinta casas, una tienda y una escuela en construcci n. =eb not , asombrado, que hab!a all! cientos de hectreas sin utili;ar, pese a lo cual la poblaci n se asentaba precariamente en el e$tremo sur de una saliente e$puesta al mar por un lado y a una gran laguna por el otro. 8J3 modo, noK 8grit :ost%oEs%y, mientras pasaba dos veces a baja altura para alertar a los aldeanos. Luego descendi hbilmente en la pista de grava y rod hasta el grupo que empe;aba a formarse. Antes de que sus pasajeros pudieran abandonar el avi n, abri la ventanilla y arroj afuera dos bolsas de correspondencia y varios paquetes& luego abri la porte;uela y dijo a sus pasajeros: 8)!. 3on la ayuda de Bios, lo logramos otra ve;. 3uando los habitantes de Besolation vieron bajar a su viejo amigo, poley 4ar%ham, empe;aron a adelantarse en silencio, pero nadie hi;o ning"n gesto de bienvenida entusiasta. P)i tratan con tanta reserva a un viejo amigo 8se dijo =eb, Jc mo saludarn a alguien que no les gusteKQ -ero al mirar ms all, hacia las pobres casas de esa primera aldea esquimal, vio a un lado a un hombre bajo y rechoncho, de unos cuarenta y cinco a*os, cuya cabe;a descubierta e$hib!a el pelo gris cortado a lo =ulio 3#sar, peinado hacia adelante sobre la frente oscura. 8J'se es AfanasiK 8pregunt , asestando un coda;o a -oley. 8)!. ,o es ning"n Adonis. 3uando todos los aldeanos hubieron saludado a 4ar%ham, que hab!a reali;ado muchos servicios caritativos para esa poblaci n, los dos hombres se acercaron al esquimal que iba a acompa*arlos a ca;ar la morsa.

-gina MI7 de ?@0

Alaska

James A. Michener

8Ce presento a mi joven amigo =eb Aeeler 8dijo -oley8. +s abogado. 8J,o conoces a nadie que se gane la vida trabajandoK 8pregunt Afanasi, y los dos hombres rieron. +n los d!as siguientes, =eb descubri que ese esquimal silencioso y capa;, due*o del "nico cami n de la ciudad, ten!a veinte caracter!sticas peculiares: 8J+studiaste dos a*os en la universidadK 8)!. 8JF pasaste dos a*os trabajando en )eattleK 8)!. 8JF recibes la revista CimeK 8)!, con tres semanas de retraso. 8JF eres el presidente de la junta escolar localK 8)!. Luego, la pregunta que desconcertaba a Aeeler, pero a Afanasi no: 8JF sin embargo, prefieres vivir seg"n las viejas tradiciones de subsistenciaK Al pronunciar esa palabra, de tremenda importancia, =eb Aeeler se catapult directamente hacia el cora; n de la Alas%a contempornea, -ues se hab!a iniciado una gran batalla, que se prolongar!a por el resto del siglo, entre los nativos, que aceptaban como inevitable el comprar casi todos sus alimentos enlatados, pero tambi#n deseaban mejorar su suerte ca;ando de ve; en cuando una foca o un carib" a la manera antigua, y las fuer;as del gobierno y la modernidad, deseosas de inculcar a los nativos un modo de vida urbano y una econom!a basada en el dinero. +n los salones del congreso, la lucha hab!a sido descrita como perpetuaci n de las reservas contra evoluci n hacia la corriente principal. )i bien esta disyuntiva era importante para los indios de Los cuarenta y ocho de abajo, en Alas%a, que formalmente nunca hab!a tenido reservas, no ocurr!a lo mismo. Aqu! la lucha se manifestaba como una elecci n entre la subsistencia antigua y la urbani;aci n moderna. Afanasi, que hab!a e$perimentado lo mejor de ambos sistemas, trataba de ser ecl#ctico: 8Nuiero penicilina y radio, pero tambi#n encuentro una gran satisfacci n espiritual en el viejo modo de subsistencia. F =eb qued cautivado al enterarse de lo que eso significaba: 8)i va a trabajar en Alas%a, se*or Aeeler, oir hablar mucho de la subsistencia, de modo que le conviene conocer las definiciones. +n Los cuarenta y ocho de abajo, seg"n me dicen, significa s lo arreglarse con la ayuda de lo que da el gobierno. )ubsistir dentro de la pobre;a. +n Alas%a, la palabra tiene un significado muy diferente. )e refiere a nobles patrones de vida que se remontan a veintinueve mil a*os atrs, a la #poca en que todos viv!amos en )iberia y aprendimos a sobrevivir en el ambiente ms dif!cil del mundo. +l modo en que 9ladimir empleaba esa e$tra*a palabra y su vocabulario en general hicieron que Aeeler preguntara: 8JC" eres esquimalK Cienes un vocabulario muy amplio. Afanasi se ech a re!r: 8)oy uno de los esquimales ms puros que se pueden encontrar en estos tiempos. +so inst a Aeeler a preguntar: 8-ero Jy tu nombre rusoK 8:etrocedamos cinco generaciones, contando la m!a. +so no es dif!cil si se es esquimal. Tn siberiano se cas con una aleuta& tuvieron un hijo que se convirti en el conocido padre Fyodor Afanasi, faro espiritual del norte. Fa bastante maduro, #ste se cas con una atapasca de cierto puesto misionero en el que hab!a trabajado. )u iglesia le envi aqu! para que cristiani;ara a los esquimales paganos, que se apresuraron a asesinarle. )u hijo Bmitri tambi#n se convirti en misionero, al igual que el hijo de #ste, mi padre. +n cuanto a m!, la obra misionera no me gusta. A mi modo de ver, nuestro problema era el desaf!o del

-gina MI6 de ?@0

Alaska

James A. Michener

mundo moderno. -ero Justed me pregunt qu# ascendencia ten!aK Tn dieciseisavo de ruso, sin que sepa una sola palabra de ese idioma. +l mismo porcentaje de aleuta, igualmente ignorante al respecto. Tn octavo de atapasco, y tampoco domino una palabra de ese lenguaje. +squimal puro en tres cuartas partes, pero cuando digo que doce de mis antepasados eran esquimales puros s lo Bios sabe lo que eso significa en realidad. Cal ve; hubo all! sangre de alg"n marinero de (oston, tal ve; algo de noruego. Q-ero sea como sea, soy un esquimal comprometido con una vida de subsistencia. Nuiero ayudar a que mi aldea cace una o dos ballenas por a*o. Nuiero ca;ar osos polares y morsas cuando sea posible. Nuiero dos o tres Xalib"es, cuando apare;can en estampida. F tambi#n vivimos de patos, gansos, algas, salmones. F lo que ms importa en estos d!as: quiero andar mucha tierra adentro para obtener el alimento que necesito. F eso me pone en conflicto con los ca;adores forasteros como usted. ,o quiero que usted venga hasta aqu! y cace mis animales como trofeo, para llevarse la cabe;a al sur y dejar el cuerpo aqu!, pudri#ndose. +ra un suscinto resumen de lo que significaba la subsistencia para los esquimales, aleutas y atapascos, el mejor que Aeeler pod!a o!r. +n d!as subsiguientes, mientras se alejaba entre los t#mpanos con 4ar%ham para ca;ar morsas bajo las directivas de Afanasi, su respeto por ese tipo de vida se fue intensificando. Tna noche, mientras preparaban la cena en una tienda armada a cinco %il metros de tierra firme, coment : 8)iempre me he considerado ca;ador. 3uando era chico, conejos. +n ,eE Dampshire, un venado. -ero t" eres un ca;ador de verdad. )i no ca;as, pasas hambre. 8,o del todo 8observ Afanasi8. )iempre tengo la posibilidad de ir a )eattle o a Anchorage y emplearme en una oficina. -ero Jhasta qu# punto es una opci n viable para un esquimalK J-ara alguien como yo, que sabe lo que significa estar aqu! fuera, en pleno hieloK 9uelva usted cuando salgamos a ca;ar ballenas y ver que toda la aldea participa en la ceremonia de agradecimiento a la ballena ca;ada. Bespu#s, mientras troceamos la carne, hasta las mujeres ms viejas se ponen de pie para recibir su parte de lo que el mar nos ha regalado: la grasa de ballena, la esencia de la vida. +n el cuarto d!a sobre el hielo, cuando estaban ya en el l!mite ms alejado, con el a;ul del agua abierta visible a la distancia, -oley 4ar%ham divis algo que pod!a ser una morsa trepando al hielo. Afanasi enfoc aquello con sus prismticos y confirm el avistamiento. Luego, con una destre;a aprendida de sus t!os esquimales, gui a su equipo de modo tal que =eb Aeeler, el miembro ms joven, pudiera clavar una bala en el cuello de la gran bestia. -ero en el momento en que =eb disparaba, Afanasi y 4ar%ham lo hicieron tambi#n, desde bastante ms atrs, para asegurarse de que el animal no quedara herido y pereciera en las profundidades. Los tres disparos se sincroni;aron tan bien que =eb no se percat de la medida. 3orri hacia la bestia ca!da con tanto entusiasmo como si #l solo hubiera matado a ese admirable esp#cimen, pero apenas hubo llegado junto a la presa cuando Afanasi inici el regreso, a fin de informar a los aldeanos que hab!an ca;ado una morsa. +sa noche, =eb y -oley permanecieron en el hielo para proteger la presa. -or la ma*ana los despert un grupo de aldeanos, hombres y mujeres, que hab!an venido a trocear la morsa para llevar a casa su nutritiva carne. Fue un d!a triunfal& hasta los ni*os participaban del regocijo. 3uando se distribuy la carne, varios de los peque*os corrieron a llevar porciones a los enfermos que estaban en cama. -or la tarde hubo baile& la cabe;a y los enormes colmillos de la morsa ocupaban el sitio de honor, pero entonces una sombra descendi sobre las celebraciones, pues un joven esquimal se acerc a Aeeler y dijo: 8Tsted sabe, no puede llevarse la cabe;a. 8JNue no puedoK 8+s la ley. 4atar morsas no deporte.

-gina MIL de ?@0

Alaska

James A. Michener

=eb qued tan sorprendido que corri hacia -oley 4ar%ham& le encontr bailando una especie de jiga con una anciana esquimal y su esposo& los tres anadeaban como patos en tierra. 84e dicen que no puedo llevarme la cabe;a a Anchorage. 8+so dice la ley 8confirm 4ar%ham, dejando de bailar. 8J-ara qu# vinimos, puesK J) lo para decir que matamos una morsaK 8,o tenemos por qu# obedecer la ley. 8,o quiero problemas. UTn abogado que apenas comien;a su carreraV 8Ahora es el momento para aprender c mo debes arreglarte con las leyes est"pidas que los legisladores insisten en promulgar 8replic -oley. 3uando la cabe;a de la morsa apareci misteriosamente en el apartamento que =eb ocupaba en Anchorage, el joven abogado la colg en el sitio de honor, sin preguntar c mo hab!a llegado hasta all!. Al trabajar con las diversas corporaciones aldeanas en toda Alas%a, =eb observ dos hechos: dondequiera que hab!a manejos financieros turbios, se pod!an ver las sutiles maquinaciones de -oley 4ar%ham, el mago de 9irginia, -hoeni$ y Los Ongeles. -leitos contra una corporaci n, procesos legales en beneficio de otra, demandas de terceros para proteger determinada corporaci n grande, defensas de terceros para trastornar las esperan;as de otra ms peque*a: en todas esas batallas legales estaba enredado -oley, hasta tal e$tremo que aquel hombre parec!a no tener ninguna base moral. )u "nica funci n, por lo visto, era generar disputas entre las corporaciones nativas y litigar por ellas, cobrando siempre honorarios tan desorbitantes que, seg"n se rumoreaba, estaba ganando alrededor de un mill n de d lares por a*o, aunque pasaba en Alas%a apenas tres o cuatro meses de cada doce. +ra una prueba viviente de que, como se hab!a dicho en .@?., la Ley de 3oncesiones era Puna bonan;a para los abogadosQ, sobre todo si no ten!an escr"pulos morales, como -oley 4ar%ham. -ero al mismo tiempo, cada ve; que =eb aceptaba la ayuda de -oley para ca;ar el siguiente de sus ocho grandes, descubr!a en #l la imagen de la generosidad y del buen deportista. 8J-or qu# malgastas un tiempo precioso ayudndome a ca;ar una cabra de monta*aK 8le pregunt =eb un d!a, mientras escalaban las altas monta*as tras el valle de 4atanus%a. 84e encantan los sitios altos 8replic -oley8. La ca;a. 4e divert! tanto vi#ndote derribar a ese carnero de Ball como al ca;ar el m!o. Al ca;ar, no permit!a atajos& con #l no se alquilaban helic pteros para llegar a los puntos elevados, no. )e iba tras #l jadeando por cuestas empinadas, en las que parec!a incansable, y se aguardaba en el sitio por donde pod!an pasar las huidi;as bestias. )e esperaba, siempre al abrigo del viento, donde las cabras pod!an estar escondidas, y se helaba. 3uando volv!a tambaleante, sin haber visto siquiera una cabra, apreciaba el gran respeto que -oley ten!a hacia los animales y la emoci n de perseguirlos. 8Be todos los ocho grandes 8dijo una noche, despu#s de haber perseguido in"tilmente a las cabras8, creo que lo ms e$citante fue ca;ar la cabra. 8JAun ms que el oso polarK 8pregunt =eb, que hab!a matado a un gran oso americano bajo la direcci n de -oley, pero a"n no ten!a su oso -olar. 83reo que s!. -ara ca;ar un oso polar basta con persistir. )alir a los t#mpanos de hielo. F con el tiempo se consigue. -ero con la cabra de monta*a hay que trepar tanto como ella. Day que tener el paso igualmente firme y ser un poco ms inteligente. ,o es tarea fcil. 8Bespu#s de cavilar un momento, a*adi 8: Cal ve; porque es un animal tan bonito. )e te corta la respiraci n cuando ves una cabra en la mira. Can bella, tan peque*a, tan alta en la monta*a. 8)e dio una palmada en el muslo, ech ms le*os al fuego Y, concluy 8. Aplica la prueba de atenci n. All en mi albergue de -hoeni$ te estuve observando. Las cabe;as de

-gina MIM de ?@0

Alaska

James A. Michener

mis ocho grandes estaban en las paredes, pero Jcul mirabas con ms frecuenciaK A esa espl#ndida cabra blanca. 3omo si representara la verdadera Alas%a. +n tres e$tensas e$pediciones a diversas monta*as, =eb y -oley no tuvieron ninguna cabra a tiro& por eso los ocho grandes de Aeeler se manten!an en seis: el carib", el buey almi;clero, el oso americano, la morsa, el carnero de Ball y el alce, en ese orden& faltaban el oso polar y la huidi;a cabra de monta*a. 8Fa los conseguiremos 8juraba -oley. F su insistencia en que le ayudar!a le manten!a siempre cerca del joven. +so, a su ve;, lo llevaba a ceder ms asuntos legales a =eb. -or ejemplo: cuando la corporaci n basada en la isla de Aodia% cay en espantosas batallas legales sobre el derecho a constituir el directorio, -oley estaba muy ocupado con las empresas petroleras que e$plotaban las enormes reservas de -rudhoe (ay y no pod!a prestar plena atenci n a los diversos pleitos por apoderado. +ntonces pas el lucrativo caso de Aodia% a =eb, quien emple en #l la mayor parte de un a*o y cobr casi cuatrocientos mil d lares por resolver un problema que nunca deber!a haber surgido. Al terminar el tercer a*o como asesor de las corporaciones nativas en sus ri*as intestinas, comprendi que antes de cumplir los treinta a*os ser!a millonario. )u mayor ganancia se produjo cuando -oley le hi;o participar en las intrincadas batallas legales centradas en el gran campo petrol!fero de -rudhoe (ay. 9ol hasta ese remoto sitio del Ortico, camin por los t#mpanos que le manten!an encerrado durante die; meses al a*o y observ a los hombres de R%lahoma y Ce$as, que manten!an los taladros en funcionamiento veinticuatro horas al d!a. )u primera visita a -rudhoe se produjo en enero, cuando no hab!a lu; diurna, y su cuerpo no supo indicarle cundo era hora de dormir. Fue una e$periencia e$tra*a, acentuada por su visita al equipo de 3alifornia que prove!a a los hombres de alojamiento y comida: 8Demos descubierto que, para retener aqu! a trabajadores de lugares como Ce$as, tenemos que proporcionarles tres lujos. Tn buen salario, de unos dos mil d lares por semana, digamos. -el!culas veinticuatro horas al d!a, para que puedan entretenerse cuando termine su turno de trabajo. F mesa de postres. 8JNu# es esoK 8pregunt =eb. +l concesionario de 3alifornia le e$plic : 84antenemos la cafeter!a abierta las veinticuatro horas, con desayuno y comida que servimos en cualquier momento. -ero lo que hace tolerable la vida es la mesa de postres. Llev a =eb hasta una amplia ;ona, en un e$tremo del comedor. All!, en algo de tama*o similar al de una mesa de billar, hab!a no menos de diecis#is postres, de los ms apetitosos que =eb hubiera visto en su vida: pasteles, tortitas de pacana, bi;cocho, natillas, ensaladas de frutas. 8Ah! est lo que ms les gusta 8dijo el concesionario. =unto a la mesa, rodeados de hielo, hab!a seis envases de acero de cincuenta litros, llenos de helado en otros tantos sabores diferentes: vainilla, chocolate, fresa2 pacana, cere;as y una maravillosa me;cla llamada tuttifrutti. F para darle mayor atractivo al sector, en dos enormes platos, junto a las latas de helado, se amontonaban galletitas de chocolate y avena. 8U9eaV 8dijo el concesionario de 3alif rnia, con cierto orgullo8. +se grandull n ha cenado por tres hombres normales, pero ahora atacar la mesa de postres. +l petrolero te$ano tom una porci n de pastel, otra de bi;cocho, un inmenso cuenco de helado tutti8frutti y seis galletas de chocolate. 84ientras se les mantenga la pan;a satisfecha 8e$plic el californiano8 estarn contentos. Las galletas fueron la gran soluci n. +l helado ya lo esperaban, pero las galletas les parecieron una atenci n e$tra. 8F a*adi , con criterio profesional8: Los hombres golosos siempre escogen las de chocolate. Los que cuidan la salud prefieren las de avena.

-gina MI? de ?@0

Alaska

James A. Michener

+n su segundo viaje para atender los problemas legales de -rudhoe, =eb fue en compa*!a de -oley 4ar%ham. Los dos abogados vivieron entonces una de las aventuras ms espantosas de su e$istencia. +ra el mes de mar;o y la lu; diurna hab!a vuelto al Ortico. )in embargo, como suele ocurrir con la aviaci n, eso result ms un estorbo que una ayuda. +l piloto supo, por su radio gu!a, que se estaba apro$imando a -rudhoe e inici el descenso, pero la lu; disponible era de un gris plateado y, con la nieve que levantaba el viento, toda la visibilidad se transform en una e$quisita pintura al pastel, sin hori;onte, cielo ni pista de aterri;aje nevada. ,o hab!a tiempo, estaci n ni hora del d!a, nada discernible: s lo esa misteriosa, encantadora y tal ve; fat!dica claridad. Incapa; de saber si la tierra estaba arriba, abajo o a los lados, el piloto no pod!a o no deseaba deducir, por sus instrumentos de vuelo, d nde estaba ni a qu# altura. +ntonces disminuy drsticamente la potencia y trat de descender. 3uando estaba cerca del suelo, -oley 4ar%ham aull : 8U+$cavadoraV F en el "ltimo instante el piloto se elev , en un impulso tremendo, esquivando apenas una enorme e$cavadora negra, aparcada a seis metros de la empobrecida pista. Bescompuestos de miedo, piloto y pasajeros volaron en c!rculos, en un gris sin definiciones. -oco a poco, la omnipresente e ineludible fuer;a de gravedad empe; a hacerse sentir y, con la ayuda de sus instrumentos, el piloto estableci su posici n con respecto al suelo nevado que deb!a estar abajoX Bespu#s de alejarse sobre el oc#ano helado, se concentr en la radio gu!a, diciendo a 4ar%ham y a Aeeler: 84ant#nganse alertas. Las se*ales son fuertes y claras, gracias a Bios. F el avi n, t!midamente, avan; a tientas por ese mort!fero gris. P+n un libro de cuentos, hace a*os, vi una imagen como #sta 8pens =eb8. +l h#roe se apro$imaba a un castillo con la visera del yelmo baja, sin ver nada. F hab!a una niebla, una bonita niebla gris.Q U3ristoV +l campo nevado estaba quince metros ms arriba de lo que el -iloto hab!a calculado. +l avi n choc cuando a"n estaba en posici n de vuelo, rebot en el aire y cay nuevamente die; metros antes de lo debido& rebot otra ve; y rod hasta detenerse, tambalendose. 3uando la tripulaci n de tierra lleg en un jeep de ruedas inmensas, el conductor grit : 8La tierra subi hacia ti, JehK 8Fa lo creo 8reconoci el hombre. F el otro le alent : 8,o ha pasado nada. +se d!a, despu#s de la comida, =eb se sirvi un enorme plato de tuttifrutti con cuatro grandes galletas de avena. =eb gan sumas enormes con su trabajo como abogado en -rudhoe& en adelante, cada ve; que se encontraba con -oley 4ar%ham, en las poco frecuentes visitas de #ste a Alas%a, le dec!a: 8A"n no hemos ca;ado la cabra. F -oley le recordaba: 8Fo tard# tres a*os en conseguir la m!a. ,o te apresures. =eb descubri as! que #l y -oley ten!an actitudes muy diferentes. 8A ti te gusta la ca;a, JnoK Fo, en cambio, quiero completar mis ocho grandes y terminar con eso. -oley le advirti : 8,unca se termina. +l mes pasado llev# a un muchacho a ca;ar a la isla (aranof, donde est )it%a. Atrapar esa cabra fue tan divertido como cuando sal! por primera ve;. Tn d!a, =eb le dijo:

-gina MII de ?@0

Alaska

James A. Michener

84e han contado, -oley... Algunos hombres de (arroE, blancos, esquimales, hablan de los trabajos que ests haciendo all!. JNu# pasaK -or primera ve; en esa agradable y provechosa relaci n, -oley no se limit a mostrarse evasivo, como lo hac!a cuando no deseaba responder a una pregunta directa, sino casi furtivo y nervioso, como si se avergon;ara de lo que hab!a estado haciendo: 8Rh, all! estn pensando a lo grande. ,ecesitan asesoramiento. ,o dijo ms, pero en los meses siguientes =eb vio cada ve; menos a su mentor. +n Anchorage y ocasionalmente en -rudhoe comen;aron a aparecer reci#n llegados de Los cuarenta y ocho de abajo, dif!ciles de identificar o de locali;ar en el escenario de Alas%a. )i uno ve!a, en el aeropuerto de Fairban%s, a tres hombres que parecieran petroleros de R%lahoma o de Ce$as, se pod!a apostar a que iban hacia la -rudhoe (ay o pensaban abrir un restaurante de comida rpida en Fairban%s para los trabajadores de los po;os petrol!feros que sal!an de vacaciones. -ero los visitantes de -oley 4ar%ham eran muy di8 ferentes entre s!: un constructor de carreteras proveniente de 4assachusetts, un contratista de 3alifornia del )ur, el director de una planta el#ctrica de )aint Louis. F todos ellos, al parecer, iban al norte del 3!rculo -olar Ortico8 Bespu#s, 4ar%ham desapareci por unos seis meses& llegaron rumores de que estaba en (oston, metido en negocios con bonos de enorme magnitud: 8:ecib! una carta de un amigo que est relacionado con un peque*o banco de (oston. Bice que 4ar%ham, y daba el nombre completo, estaba maniobrando para conseguir una emisi n de bonos de trescientos millones. 4i amigo no sab!a para qu#. 'se fue el segundo descubrimiento que =eb Aeeler hi;o con respecto a su amigo: -oley estaba reali;ando negociaciones muy delicadas, relacionadas con ciertos funcionarios de (arroE, y las sumas en juego eran descomunales. Al principio =eb crey que, de alg"n modo, -oley y sus compinches hab!an descubierto un nuevo yacimiento petrol!fero, pero sus contactos en -rudhoe le dijeron: 8Imposible. ,osotros lo sabr!amos antes de que pasaran seis horas. 8JNu# haceK 8Nui#n sabe... -ero luego el petrolero sugiri : 84ira, Aeeler, ese yacimiento de -rudhoe inyecta sumas enormes a la vertiente ,orte. Impuestos, salarios... All! circula mucho dinero. F 4ar%ham siempre ha sido de los que se sienten atra!dos por la rique;a. 8Cambi#n yo 8dijo =eb, a la defensiva . F ustedes. Be lo contrario, ninguno de nosotros estar!a en este lugar dejado de la mano deBios. 8)! 8reconoci el director petrolero, en tono refle$ivo8, pero t" y yo parecemos trabajar dentro de l!mites definidos. 4ar%ham no. Burante casi un a*o, =eb no tuvo posibilidades de interrogar a -oley, pues #ste pas casi todo ese per!odo en Los Ongeles y ,ueva For%, buscando financiaci n para las enormes operaciones que se llevaban a cabo al norte del 3!rculo -olar Ortico. -ero un d!a, mientras =eb resolv!a un problema legal en -rudhoe, recibi de 4ar%ham una carta urgente: P+sp#rame el viernes en Anchorage. Cal ve; podamos ca;ar tu cabraQ. +$citado, =eb vol al sur con un avi n A:3R, donde encontr a -oley esperndole en una suite del nuevo Dotel )heraton: 8Tn hombre me avis por tel#fono que se ha visto a un gran reba*o de cabras en las monta*as de >rangell. 9amos. Llegaron en coche hasta 4atanus%a y continuaron hasta -almer, donde ambos adquirieron licencias de ca;a para no residentes por sesenta d lares cada una. =eb compr tambi#n, por doscientos cincuenta ms, el r tulo metlico que deber!a atar al cuerpo de cualquier cabra que matara. -or fin, en un peque*o avi n que 4ar%ham hab!a utili;ado

-gina MI@ de ?@0

Alaska

James A. Michener

algunos a*os antes para ca;ar la suya, volaron entre las colinas bajas, al pie de la gran cordillera >rangell, de cuatro mil ochocientos metros. +l piloto, siempre dispuesto a ganar algunos d lares ms, sugiri que pod!a dejar a los dos hombres bien arriba en las monta*as, donde probablemente estar!an las cabras, pero -oley no quiso saber nada de eso: 8B#jenos donde la ley lo ordene. F una ve; en tierra, con su tienda y sus escopetas, abri la marcha hacia la boca del valle donde se hab!an visto las cabras. 3uando llegaron al e$tremo cerrado del valle, =eb mir hacia atrs y vio una de las escenas ms encantadoras de su e$istencia como ca;ador: un reba*o compuesto por ms de noventa hembras con sus cr!as 1sin un macho a la vista2, pastando en las cuestas rocosas, donde se intercalaban bandas de suculenta hierba. Tn espectculo como #se, con las peque*as cabras reto;ando a la lu; del sol bajo la vigilancia de sus madres, con el pelaje de una blancura reluciente, los cuernos oscuros y las monta*as al;ndose protectoramente, hac!a que valiera la pena dedicarse a la ca;a. 84aravilloso 8susurr =eb, al acercarse al reba*o. -ero luego se impuso su instinto de ca;ador8: JB nde estn los machosK 8+scondi#ndose ms arriba. F 4ar%ham, aunque ten!a quince a*os ms que =eb, tom la delantera por la empinada cuesta que les llevar!a a las laderas del monte >rangel, trescientos metros por encima del lugar en que estaban las hembras. 8-ara ca;ar un macho 8e$plic por tercera ve;, puesto que =eb no hab!a ca;ado ninguno en las dos e$cursiones anteriores8, la treta consiste en situarse por encima de ellos. 3omo siempre estn alertas a cualquier peligro que pueda llegar desde abajo, podremos descender hacia ellos. +se d!a, la tctica no dio resultado. Cerminada la temporada de celo, en el mes de diciembre, los machos formaban grupos de dos o de tres, por lo que detectaron con facilidad a los ca;adores y se pusieron fuera del alcance de las escopetas. Al ver que se alejaban, 4ar%ham dijo: 8+s e$tra*o, JnoK +n la temporada de celo luchan furiosamente entre s!. )e abren grandes heridas con esos cuernos afilados y llegan a matarse, si es necesario. -ero cuando desaparece la pasi n... grandes amigos. Cres semanas de combates y apareamiento, cuarenta y nueve paseando del bra;o. 84e gustar!a que algunos pasearan del bra;o frente a m!. 8A prop sito, =eb, para ti Jcundo comien;a la temporada de celoK 4ientras descend!an trabajosamente por el valle, pasando junto al estupendo grupo de blancas hembras con sus cr!as, =eb respondi : 8+n Bartmouth sol!a pasar el fin de semana con mujeres muy bonitas. 8Ah, Jcon chicasK 8Las que yo invitaba no quer!an que se las tratara de PchicasQ. Lo dec!an con toda claridad: P)ois hombres, no muchachos. F nosotras somos mujeres, no chicasQ. 8+s dif!cil vivir con una chica as!. Fa lo he visto. 8)on las "nicas con las que un tipo como yo puede vivir 8asegur =eb. -oley se ech a re!r. 8,unca es fcil, hijo. Aunque las reglas hayan cambiado mucho, nunca es fcil. 8J+sts divorciadoK 8U,i pensarloV +so lleva a la bancarrota. 4i esposa vive en Los Ongeles, asiste a las funciones culturales de la universidad y, aunque esto te horrorice, tambi#n se encarga de administrar nuestro dinero. 8+n -rudhoe dicen que te ests forrando con lo de la 9ertiente ,orte.

-gina M@0 de ?@0

Alaska

James A. Michener

8Los esquimales necesitan orientaci n. 4erecen el mejor asesoramiento que puedan conseguir y yo se lo proporciono. 8JDaciendo emitir bonos, entablando pleitos falsos y ejerciendo influencias en el 3ongreso, por ejemploK 8)i +stados Tnidos dice que es hora de olvidarse de la grasa de ballena y pasar al mundo moderno, alguien tiene que ense*arles a hacer el cambio8 +l asunto qued as!. +n los dos d!as restantes no pudieron acercarse a un solo macho cabr!o, pero se mantuvieron en contacto con las hembras F las cr!as. 3omo no volvieron a hablar de ello, =eb sab!a ahora tanto de aquel asunto como antes de iniciarse la cacer!a. -ero mientras guardaban el equipo, a la espera del avi n que les llevar!a de regreso a Anchorage, -oley dijo: 8-odr!as hacerme un gran favor, =eb, y a ti mismo. 9ladimir Afanasi me ha pedido que vaya a Besolation a resolver los problemas de su corporaci n aldeana. La verdad es que no tengo tiempo, pero estoy muy en deuda con 9lad. J-or qu# no vas t" y te ocupas de lo necesarioK 84e gustar!a volver all! 8dijo =eb8. Cal ve; consiga mi oso polar. -arece casi imposible hacerse con una cabra de #stas. 8Day un problema, =eb. Fo nunca cobro a Afanasi por la ayuda que le presto. 3on ese tipo de obras caritativas conservo la decencia. ,o quiero que t" le cobres tampoco. -ero como ning"n abogado debe trabajar gratuitamente, psame la factura a m!. 3uando el avi n sobrevol el majestuoso glaciar 4atanus%a, rumbo a Anchorage, 4ar%ham le entreg el primer cheque por die; mil d lares. +n los primeros a*os del estado de Alas%a, varios grupos opuestos de ciudadanos estadounidenses viajaron al norte en busca de aventuras y rique;a. 3on el descubrimiento de petr leo en -rudhoe (ay, en .@MI, de R%lahoma y Ce$as llegaron en torrentes trabajadores que ganar!an salarios alt!simos a las orillas del mar de (eaufort, bra;o helado del Rc#ano <lacial Ortico. +ntre ellos se destacaban los abogados y comerciantes, como -oley 4ar%ham y =eb Aeeler, que con frecuencia hablaban de radicarse all! definitivamente, pero nunca lo hac!an. +n .@?7, cuando el presidente ,i$on autori; la construcci n de un gigantesco oleoducto entre -rudhoe (ay y 9alde;, una multitud de obreros de la construcci n lleg a Fairban%s, desde donde trabajar!an hacia el norte y hacia el sur para reali;ar ese milagro de la ingenier!a. F es ahora cuando la familia Flatch, de 4atanus%a, entra de nuevo en escena. Le:oy, el hijo aviador, estaba deseoso de participar, pero justo cuando las compa*!as petroleras de -rudhoe solicitaban con urgencia aviones locales que sirvieran de transporte 1hab!a repuestos que se necesitaban de inmediato, visitantes encumbrados que se deb!an trasladar desde Fairban%s, obreros heridos que evacuar2, Le:oy tuvo la mala suerte de estrellar su >aco FA)8? de postguerra y no pudo participar de la bonan;a. 3on cierta preocupaci n, averigu si hab!a en la ;ona alg"n avi n adecuado para trabajar en Alas%a& deb!a tener el revolucionario adelanto de patines permanentes con ranuras para bajar las ruedas. Lo mejor que pudo en3ontrar fue un 3essna8.IL de cuatro pla;as, nuevo, al alt!simo precio de cuarenta y ocho mil d lares, muy por encima de sus posibilidades. +ntonces reuni a su familia para decir: 8,ecesito ese 3essna. +stamos perdiendo una fortuna todos los d!as. )u esposa le sugiri que tratara de obtener un pr#stamo bancario, pero #l tem!a que fuera imposible, pues acababa de estrellar su "nica garant!a. F al parecer, sumando los ahorros de todos los Flatch 1el matrimonio mayor, Le:oy y su esposa )andy, la hermana Flossie y su marido, ,ate 3oop2, no alcan;ar!an siquiera para el pago inicial. -ero entonces se produjo el milagro de -rudhoe, pues se necesitaban all! tantos trabajadores que hasta +lmer Flatch, lisiado y con ms de setenta a*os, fue reclutado para

-gina M@. de ?@0

Alaska

James A. Michener

pagar los jornales de la empresa petrolera. A )andy Flatch la emplearon como coordinadora en el puesto de Fairban%s, encargada de que los obreros y sus materiales llegaran pronto a -rudhoe. -ero fueron Flossie y su esposo, el enamorado de la naturale;a, quienes recibieron los mejores cargos. 8+l administrador vino especialmente a vernos 8e$plic ,ate8. Dab!a estado ca;ando en nuestro albergue y recordaba lo bien que Flossie se entend!a con los osos y los alces. ,os ofreci un trato que no os pod#is imaginar. ,os dijo: PLos fanticos de la naturale;a comien;an a importunarnos por el futuro del carib". Bicen que, si construimos ese oleoducto justo en medio de las rutas de emigraci n, los carib"es quedarn separados de su hbitat natural y morirn todosQ. Nuiere que trabajemos con los naturalistas de la universidad para hacer lo posible por ayudar a los carib"es. Beb!an comen;ar inmediatamente a trabajar. Los diversos miembros de la familia Flatch pod!an ahorrar casi todo lo que ganaban, pues adems del sueldo ten!an cubiertos los gastos de alimentaci n, alojamiento y transporte a sus puestos. +ntonces Le:oy no tuvo problemas en pedirles un pr#stamo a todos ellos, volar a )eattle, retirar su flamante 3essna8 .IL con patines permanentes y ruedas retrctiles y regresar con #l a Fairban%s, donde se convirti en el piloto ms activo de la operaci n -rudhoe. -uesto que la empresa cubr!a sus gastos de mantenimiento y combustible, en el primer a*o tuvo una ganancia neta de ciento sesenta y cinco mil d lares. Tna noche, mientras Dilda Flatch sumaba los ingresos de su familia, que administraba por todos, rompi en una carcajada. 8JBe qu# te r!es tantoK 8pregunt su esposo. F ella respondi : 8J:ecuerdas lo que nos advert!an cuando pasbamos hambre en 4innesotaK P)i te vas a Alas%a no podrs cultivar nada y te comern los osos polares.Q +ran esos salarios los que atra!an a los trabajadores de todos los estados de ,orteam#rica. Fairban%s se llen de acentos e$tra*os y de obreros boquiabiertos de ,ebras%a y <eorgia, que pagaban doce o trece d lares por un desayuno a base de una ta;a de caf#, una torta, un huevo y una sola loncha de tocino. La comida, desde luego, se apro$imaba a los treinta d lares. +ntre esos trabajadores, tra!dos apresuradamente, no eran muchos los que permanecer!an en Alas%a cuando se terminaran las gemelas <olcondas de la empresa petrol!fera y el oleoducto, pero los que se instalaron all! hicieron una enorme contribuci n a la vitalidad y el entusiasmo de la vida en el nuevo estado. +ran, en general, aficionados al aire libre& amaban el tipo de vida de Alas%a y representaban una versi n moderni;ada de los antiguos coloni;adores. Fueron bien recibidos. -etroleros, conductores de e$cavadoras, soldadores, abogados de v!vida imaginaci n: esos hombres continuaron con la tradici n iniciada por los inmigrantes buscadores de oro, los audaces que construyeron las primeras poblaciones y los marineros que tripulaban el (ear a las rdenes de mi%e Dealy. Tna ve; ms, Alas%a daba la impresi n de ser un territorio para hombres. -ero tambi#n hab!a mujeres que buscaban fortuna en la frontera salvaje, tal como en los viejos tiempos: enfermeras, esposas, coristas, fugitivas como 4issy -ec%ham y algunas pocas almas atrevidas, que simplemente deseaban ver c mo era Alas%a. +n esos a*os, una joven en especial e$periment el embrujo de Alas%a. )u llegada al norte pondr!a muchas cosas en movimiento. 3ierto d!a, un ingenioso alcalde de ,ueva For% se opuso a la censura diciendo: P,o hay ninguna muchacha que haya sido seducida por un libroQ. -ero en .@I7 una joven de <rand =unction, 3olorado, fue enga*ada por la portada de una revista. 4ientras Aendra )cott, de veinticinco a*os, estaba dando una clase de geograf!a sobre los esquimales del norte, la bibliotecaria entr en el aula con los dos libros que le hab!a solicitado: 8:egistr# estos a tu nombre 8le dijo la se*orita Beller8. -uedes tenerlos hasta abril.

-gina M@/ de ?@0

Alaska

James A. Michener

Aendra le dio las gracias, pues no era fcil conseguir buen material sobre los esquimales. La bibliotecaria a*adi : 8F te he tra!do el "ltimo n"mero de ,ational <eographic, de febrero. pero s lo puedo dejrtelo durante dos semanas& lo tenemos solicitado. 3omo Aendra ya conoc!a el contenido de los dos libros, mir primero la revista. F al hacerlo se perdi para siempre. +n la portada se ve!a una de las fotos de infancia ms arrebatadoras de cuantas hab!a visto en su vida. 3ontra el fondo blanco de una ventisca, en el norte de Alas%a, una ni*ita caminaba de cara al viento cargado de nieve& en realidad, pod!a ser un var n, pues s lo se le ve!an los ojos. La criatura estaba cubierta de pies a cabe;a con el colorido atuendo de su pueblo: grandes pantuflas de piel, pantalones de gruesa lona a;ul, una vistosa chaqueta ribeteada de piel, brillante cintur n de cuentas y dos gorras, una de lana blanca y otra ms grande, de pana gruesa y acolchada con bordes de glot n, para protegerse del hielo y de la nieve. Tna enorme bufanda marr n le daba tres vueltas a la cabe;a y se proteg!a las manos con mitones alegremente decorados. Aendra supuso que, bajo la chaqueta larga, probablemente habr!a otras tres o cuatro capas de ropa. -ero lo que hac!a adorable a aquella ni*ita 1Aendra ya se hab!a convencido de que era una ni*a2 era la actitud resuelta con que avan;aba pese a la tormenta. )u cuerpecito luchaba contra la ventisca& sus ojos decididos, lo "nico que se ve!a de su cara, miraban hacia la meta a alcan;ar, pese a la nieve. +ra un glorioso retrato de la ni*e;, representaci n de la humana voluntad de sobrevivir, y el cora; n de Aendra se solidari; con esa criatura que batallaba contra los elementos. -or largo rato no se sinti en la c moda escuela primaria de <rand =unction, sino en las pendientes septentrionales del Ortico& ante s! no ve!a a sus alumnos, los ni*os blancos de clase media estadounidense, con algunos interesantes me$icanos entreme;clados, sino a peque*os esquimales que pasaban medio a*o en la oscuridad y el resto bajo una fuerte lu; diurna que duraba casi veinticuatro horas por d!a. Aendra hab!a quedado atrapada por una peque*a ni*ita envuelta en pieles, retrata8 da en la portada de una revista, y jams volver!a a ser la misma. Llevaba alg"n tiempo convencida de que necesitaba un cambio, pues su vida se encaminaba hacia una esterilidad tal que, si no efectuaba un giro radical, estaba destinada a una e$istencia desolada e insignificante. La responsabilidad era suya, sin duda, pero uno de los factores que contribu!an era su madre, mujer afligida y asustadi;a que viv!a con el padre de Aendra en Deber 3ity, Ttah, a cuarenta y cinco %il metros al nordeste de -rovo. Los )cott no eran mormones, pero compart!an la severa disciplina impuesta por esa religi n. 3uando Aendra termin la secundaria, la inscribieron sin consultarle en la respetable Tniversidad de -rovo, (righam Foung, donde se preparaba a los muchachos para ser agentes del F(I y a las j venes, para ser esposas obedientes y temerosas de Bios. Al menos, eso era lo que cre!a la se*ora )cott. 8Lo bueno de (righam Foung 8dec!a a sus vecinos de Deber 3ity8 es que <rady y yo podemos ir casi todos los fines de semana y enterarnos de c mo est Aendra. F lo hac!an. Nuer!an saber qu# materias estaba cursando y si sus profesores eran Phombres decentes y temerosos de BiosQ. )obre todo se interesaban por sus compa*eras de cuarto, tres muchachas de or!genes tan dispares que ellos sospechaban cuanto menos de dos. Tna era una mormona de )alt La%e 3ity, de modo que no ofrec!a problemas, pero otra ven!a de Ari;ona, donde pod!a ocurrir cualquier cosa& la tercera, de 3alifornia, peor a"n. -ero Aendra asegur a sus padres que las dos forasteras, como dec!a la se*ora )cott, eran ms o menos respetables y que ella no se dejar!a corromper. +sa palabra, PcorromperQ, ocupaba un sitio preferente en el esquema de valores de la familia. La se*ora )cott consideraba que el mundo era un lugar maligno, de cuyos habitantes las tres cuartas partes, por lo menos, estaban empe*ados en corromper a su hija. )ospechaba morbosamente de cualquier hombre que rondara la rbita de Aendra:

-gina M@7 de ?@0

Alaska

James A. Michener

8 8Bebes hablarme de cualquier hombre que se te acerque, hija. Cienes que estar siempre en guardia contra ellos. Las jovencitas no siempre saben ju;gar el carcter de un muchacho. -or eso, en sus visitas semanales a (righam Foung, la se*ora )cott arrancaba a Aendra informes detallados sobre cualquier joven cuyo nombre surgiera en sus largos interrogatorios: 8JBe d nde esK JNu# edad tieneK JNui#nes son los padresK JA qu# se dedicanK J-or qu# estudia geolog!aK J3 mo es eso de que pas las "ltimas vacaciones en Ari;onaK JNu# estuvo haciendo en Ari;onaK Bespu#s de ocho o die; acosos semejantes, Aendra reuni coraje para preguntar a su madre: 8J3 mo llegaste a casarte, si sospechabas de todos los hombresK La se*ora )cott no vio ninguna impertinencia en la pregunta, pues consideraba que #se era el problema principal de cualquier muchacha: 8Cu padre pertenec!a a una familia de Ba%ota del )ur, temerosa de Bios, y no se contamin estudiando en ninguna universidad. PCampoco se contamin con libros, peri dicos ni conversaciones de baresQ, pens Aendra. -ero en cuanto hubo formulado esa idea se avergon; de ella. <rady )cott era un hombre bueno y digno de confian;a, que administraba una ferreter!a decente. )i le faltaba coraje para hacerse valer ante su esposa, ten!a al menos carcter para manejar con honor sus negocios y su vida. +n esos largos interrogatorios a su hija, #l rara ve; interven!a. Burante sus cuatro a*os de universitaria, Aendra sali s lo con dos hombres, tan parecidos entre s! que hubieran podido ser melli;os: de constituci n delgada, pelo muy rubio, hablar vacilante y movimientos torpes. +l primero la invit tres veces& el segundo, siete u ocho. -ero las veladas eran tan aburridas e improductivas que, para Aendra, no val!an la pena. -ara colmo, su madre le hi;o quince o veinte preguntas sobre cada uno y lleg a hacer un viaje de sesenta %il metros para investigar a los padres del segundo. Nued muy favorablemente impresionada por la pareja, a la que clasific como Plo mejor de la sociedad mormona, y eso es mucho decirQ. Alent vigorosamente a su hija para que continuara con esa amistad, pero tanto el joven como ella sintieron tanto bochorno por ese proceder 1y tan poco inter#s mutuo2 que Pel cortejo de AendraQ, seg"n dijo su madre, termin sin pena ni gloria. +n realidad, ni siquiera termin : se fue apagando como un lento gemido. Aendra se gradu como maestra a los veinti"n a*os, con buenas calificaciones y la posibilidad de elegir entre cuatro o cinco escuelas p"blicas de renombre que le ofrec!an empleo. +ntonces se produjo la primera crisis de su vida, pues una de esas escuelas estaba en Aarnas, Ttah, a menos de cuarenta %il metros del hogar, y sus padres consideraban que deb!a optar por #sa, al menos durante los primeros cinco o seis a*os de su carrera. Cal como se*al la se*ora )cott: 8-odr!as pasar los fines de semana en casa. +n un acto de desaf!o que sorprendi y alarm a sus padres, Aendra se decidi , sin consultarles, por la escuela ms alejada de su casa. +staba en <rand =unction, 3olorado, cru;ando la frontera interestatal, pero aun as! a poca distancia de Deber 3ity. Burante el primer oto*o que Aendra pas en su nueva escuela, la se*ora )cott recorri en coche aquellos doscientos cincuenta %il metros en seis ocasiones, para comentar con su hija los problemas a los que se enfrentaba, las maestras con quienes trataba y cualquier hombre de la escuela o de la ciudad que hubiera podido conocer. )eg"n la firme opini n de la se*ora )cott, los hombres de 3olorado eran mucho ms peligrosos que los de Ttah& por ende, aconsejaba a su hija que se mantuviera alejada de ellos.

-gina M@6 de ?@0

Alaska

James A. Michener

8,unca he podido entender por qu# recha;aste a ese joven de ,ephi, que era tan buen muchacho. 8FR no le rechac#, mam. ,o tuve ocasi n de hacerlo. 3onsciente de que su hija estaba desarrollando cierta tendencia a la terquedad, las plegarias de <rand =unction manifestaron sutiles cambios: 8Bios Codopoderoso, ha; que Cu hija Aendra recuerde siempre Cus preceptos& prot#gela de las decisiones arrogantes y apresuradas y, con Cu constante supervisi n, ay"dala a mantenerse pura. La bibliotecaria Beller entreg a Aendra aquella copia del ,ational <eographic un martes por la ma*ana. +sa peque*a que caminaba hacia la ventisca obsesion a la joven maestra durante tres d!as enteros. +n ve; de pasar la revista a sus alumnos, la mantuvo en el escritorio durante el mi#rcoles y el jueves, para contemplarla de ve; en cuando. +l jueves por la noche se la llev a casa y la estudi con gran detenimiento antes de acostarse. +l viernes se levant temprano, puso la revista junto a su espejo y se compar con esa criatura e$traordinaria. )e observ en el cristal con claridad, sin e$agerar ni denigrarse, pero cada ve; que se comparaba con la ni*a de la tormenta deb!a admitir, con gran dolor, que le correspond!a el segundo puesto: P)oy inteligente, siempre tuve buenas calificaciones y s# contribuir a los proyectos de grupo. +s decir: no soy idiota ni hura*a ni estoy mal de la cabe;a. F no soy una modelo, pero tampoco una mujer repulsiva. Be ve; en cuando los hombres se vuelven a mirarme y creo que, si los alentara... bueno, eso no tiene nada que ver. Q(uen cutis. (uena postura. -elo, algo deste*ido, pero debo deshacerme de estas tren;as. ,o soy demasiado flaca, gracias a Bios, ni tampoco demasiado gorda& no tengo marcas que me desfiguren. 4i sonrisa no es gran cosa, pero podr!a fabricarme una. 4is alumnos me quieren, de verdad, y creo que los otros docentes tambi#n.Q F entonces, con la ni*a ante s!, rompi en sollo;os convulsivos, balbuceando palabras que la horrori;aron al pronunciarlas y la abochornaron despu#s: 8)oy una fracasada de mierda. :etrocediendo como si alguien la hubiera abofeteado, se mir en el espejo y murmur , llevndose la mano a la boca: 8JNu# dijeK JNu# me ha pasadoK 8Tna ve; aplacado el apasionamiento, comprendi e$actamente lo que hab!a dicho y por qu#. P3omparada con esa ni*a, soy una cobarde sin remedio. Ba asco el modo en que me he dejado dominar por mi madre. 3reo en Bios, pero no creo que 'l est# sentado all arriba, observando con una lupa todo lo que haga una simple maestra de <rand =unction. ,o soy capa; de enfrentar siquiera una nevada, ni hablar de una ventisca.Q 3ogi la revista y se la llev a los labios para besar a la peque*a esquimal: 84e has salvado la vida, peque*ita. 4e has dado lo que nunca tuve: coraje. Bespu#s de vestirse sin prisa, camin hasta CerrencesXs Cresses, la principal peluquer!a de la regi n, y se acomod con e$presi n ce*uda en la silla, diciendo: 8Ciene que cortarme estas condenadas tren;as, Cerrence. +l peluquero objet , algo espantado: 8U-ero se*oritaV UAqu! no hay tren;as tan encantadoras como las suyasV +lla le refut : 84i madre las usa para estrangularme. Ante la obvia perplejidad de Cerrence, a*adi : 83ada ve; que viene a visitarme insiste en tren;arme el pelo& me sienta en una silla, delante de ella... para refor;ar mi cautiverio. 8-ero Jcon qu# las reempla;ar se*oritaK Nuiero decir, Jqu# corte le hagoK

-gina M@L de ?@0

Alaska

James A. Michener

8+so lo decidiremos despu#s. 8F cuando las tijeras cortaron las tren;as e$clam , e$ultante8: Ahora puedo respirar. Fa liberada de su carga, estudi con Cerrence veinte fotograf!as con diversos peinados. -or fin dijo #l: 8)i me permite el atrevimiento, se*orita, este peinado de paje ser!a perfecto para usted: pulcro y limpio, como su personalidad. 8UAdelanteV 8dijo ella. Biestramente, el peluquero aplic peine, tijera y fijador, hasta lograr un resultado que daba a Aendra un aspecto ms refinado, pero tambi#n ms juvenil y aventurero. 84e gusta 8coment al salir. 3orri a la escuela, cru; corriendo el vest!bulo e irrumpi en la biblioteca: 8)e*orita Beller, voy a ser muy atrevida... 8UAendraV 3asi no te recono;co. U+se peinado es estupendoV -ero Jqu# hiciste con esas tren;as adorablesK 8<racias, pero mi problema es bastante diferente. La verdad es que me da verg5en;a plantearlo. 8U3u#ntameV Fo s# escuchar. La se*orita Beller usaba el pelo corto y ahuecado& sus movimientos y su manera de hablar eran bruscos. Aendra cre!a recordar que era de Ar%ansas. La maestra se sent , aspir hondo y dijo: 8Los fines de semana... es decir, algunas veces... usted va a un albergue de <unnison, JverdadK 8)omos varios los que vamos. -ara los maestros hay descuentos especiales. 9iene gente de todas partes: )alida, 4ontrose... 8JBe qu# se trata, e$actamenteK 8+s una especie de seminario. Invitamos a conferenciantes de distintas universidades. Day quienes muestran diapositivas de Arabia, del Truguay y ese tipo de cosas. +l domingo por la ma*ana casi todos vamos a la iglesia. F luego volvemos a casa, renovados. 8JDay que ir... con un hombreK 83aramba, no. Algunas van acompa*adas. F a veces una maestra de aqu! entabla relaci n con alg"n hombre de )alida, pero es una cuesti n puramente casual. Aendra tom aliento para preguntar: 8J-uedo irK J+ste fin de semanaK 8U-or supuestoV Dab!amos pensado invitarte, pero nos pareci que eras algo... 3 mo decirlo... :eservada, tal ve;. 8As! era. Bio las gracias con tanta sencille;, con la cabe;a tan gacha, que la se*orita Beller, ocho a*os mayor, abandon su escritorio para rodearle los hombros con un bra;o: 8JNu# te pasa, hijaK 84i madre. +s tan fuerte... como una bomba de neutrones, modelo nuevo, tama*o familiar. 8)!, ya lo hab!amos notado. 8Nuiero ir con vosotros a <unnison. Bejar# una nota en mi puerta, anunciando que pasar# el fin de semana fuera. 8Bile que te fuiste a Aansas 3ity con un camionero. 8UTn momentoV Be hecho es buena. 83reo que todas las bombas de neutrones estn convencidas de ser buenas, de obrar en beneficio de la humanidad. Bile que se vaya al diablo. ,o le pidas permiso: inf rmale de que te vas, simplemente. Ce esperaremos.

-gina M@M de ?@0

Alaska

James A. Michener

-or un momento Aendra temi que, al solicitar la ayuda de la se*orita Beller, estuviera meti#ndose en aguas demasiado profundas. JNu# sab!a de la bibliotecariaK J+ra Puna mujer de su casaQ, como habr!a dicho su madreK JF qu# pasaba en el albergue de <unisonK -ero la se*orita Beller, como si le adivinara los pensamientos, le apret el hombro, diciendo: 8Las cosas nunca son tan feas como una espera, salvo cuando se ponen peor. )i quieres mi opini n, Aendra, hars bien en liberarte. 8Bespu#s de volver a su escritorio e$clam , chasqueando los dedos8: 3reo que tu idea es la ms adecuada: d#jale una nota y nada ms. Da;lo cuatro o cinco veces y dejar de venir. +se viernes, a la hora de almor;ar, Aendra corri a su casa y escribi a mquina una pulcra nota que dec!a: Nuerida mam: 4e voy a 4ontrose a un seminario para docentes. Bisculpa. )urgi inesperadamente. A+,B:A Bespu#s de preparar rpidamente dos mudas de ropa, recogi su equipo para la nieve y volvi apresuradamente a la escuela, para hablar con elocuencia sobre los esquimales. 3uatro maestros recorrieron juntos aquellos doscientos die; %il metros por el hermoso camino de monta*a que llevaba a <unnison: la se*orita Beller, una maestra de ciencias, el asistente del entrenador de f"tbol y Aendra, que formaron un grupo animado: +l entrenador estaba casado, pero su esposa ya conoc!a el albergue de <unnison y, como no le gustaban mucho los deportes de invierno ni las discusiones sesudas, se hab!a quedado en casa. Bes8 pu#s de anali;ar los errores que comet!a la administraci n de escuelas en <rand =unction y criticar la pol!tica de 3olorado, la conversaci n recay en los asuntos nacionales& todos estaban de acuerdo en que el presidente :eagan representaba un saludable giro hacia la derecha. 8Fa era hora de que hubiera un poco de disciplina en este pa!s 8dijo el entrenador8. 'l est en el buen camino. -ara sorpresa de Aendra, los otros mostraron un marcado inter#s por saber c mo era una universidad mormona& como a ella le hab!a gustado (righam Foung, hi;o una buena descripci n. -ero el entrenador pregunt : 8J,o discriminan a los negrosK Fa se sabe que, hoy en d!a, sin negros no se puede formar un equipo de f"tbol decente. 8Codo eso es cosa pasada 8le asegur Aendra8. A m! no me discriminaron, aunque no soy mormona. Nuince minutos despu#s de llegar al albergue ocurri algo que vino a demostrar, una ve; ms, de qu# modo hechos debidos al mero a;ar pueden alterar una vida. Al grupo de Aendra se sum un joven que ense*aba matemticas en 3anon 3ity, a ciento cincuenta %il metros de all!. Cra!a seis copias de multicopista grapadas. 8UDola, =oeV 8salud 8. )egu! tu consejo y escrib! al Bepartamento de +ducaci n de Alas%a. A vuelta de correo recib! todo esto. 8JNu# esK 8pregunt =oe. 8Informaci n. Formularios de solicitud, si quieres. +l grupo demostr tanto inter#s por el material que #l retir la grapa y distribuy los documentos. A medida que varios maestros de 3olorado iban leyendo datos de las pginas recibidas, la cafeter!a se llen de gru*idos y e$clamaciones de alegr!a. 8UBios m!oV U+scuchad estoV: PCres a*os de e$periencia en una buena escuela secundaria. :ecomendaciones de la universidad donde se estudi . +scuela rural. Tsted dictar todos los niveles y materias del ciclo bsico secundarioQ. Ante esta referencia a un sistema que hab!a desaparecido cincuenta a*os antes en casi todo el mundo, las e$clamaciones fueron en aumento. Tn hombre dijo:

-gina M@? de ?@0

Alaska

James A. Michener

8Nuieren un milagro. )on cuatro niveles distintos, ocho materias diferentes, y apostar!a a que todo se dicta en una misma aula. 8As! es 8continu el que le!a8. Aqu! lo dice. PTn aula com"n, pero no atestadaQ. +l protest n se quej , pero la frase siguiente lo acall del todo: 8P)ueldo inicial: treinta y seis mil d lares.Q 8JNu#K La e$clamaci n surgi de seis maestros, que empe;aron a pasar de mano en mano ese incre!ble documento. )!, la cifra era e$acta: treinta y seis mil d lares como sueldo inicial para el maestro principiante, con incrementos anuales hasta alcan;ar los setenta y tres mil d lares para el profesor de secundaria y ms a"n para el director. +sos maestros de 3olorado, que constitu!an un grupo escogido y e$perimentado, promediaban los diecisiete mil d lares anuales. -or eso les alter saber que, en Alas%a, los principiantes ganar!an ms del doble, sin tener en cuenta las condiciones. -ara Aendra )cott, que ganaba s lo once mil quinientos por carecer de antig5edad, la diferencia era asombrosa. -ero la pgina suelta que hab!a llegado a sus manos conten!a un mensaje ms profundo que el sueldo a cobrar. -roven!a de una entidad de la que ella no hab!a o!do hablar: el Bistrito +scolar de la 9ertiente ,orte. Dab!a sido redactado por un equipo de genios que utili;aron todas las triqui*uelas descubiertas por las empresas de turismo para tentar a posibles pasajeros: Tsted viajar en avi n hasta )eattle, donde abordar un elegante jet que le llevar a Anchorage. All!, un representante del cuerpo docente de Alas%a lo conducir a un moderno hotel, donde usted se reunir con otros maestros principiantes para participar en un seminario titulado: PIntroducci n al ,orteQ, con filmaciones en colores. A la ma*ana siguiente, ese cordial representante le llevar a usted al aeropuerto, para que aborde un avi n ms peque*o, en el que viajar sobre las nevadas cumbres del Benali hasta la metr poli septentrional de Fairban%s y luego a -rudhoe (ay, donde brota el petr leo que provee a Alas%a de sus millones. Besde -rudhoe volar usted hacia el oeste, sobre el territorio del mill n de lagos, con un bra;o del gran Rc#ano <lacial Ortico a su derecha. Aterri;ar en (arroE, el e$tremo ms septentrional de +stados Tnidos. All! pasar tres d!as visitando una de las mejores escuelas secundarias de la naci n, despu#s de lo cual, un peque*o avi n le conducir al sur, a su escuela de 3abo Besolaci n, donde se ha desarrollado gran parte de la historia de Alas%a. Day all! una e$citante aldea esquimal, cuyos habitantes se esmerarn de buen grado por que usted se sienta como en su casa. Al terminar este prrafo, Aendra sent!a tantos deseos de partir inmediatamente que ech un vista;o a la pgina, buscando alg"n n"mero de tel#fono. Lo hall en el dorso: PCelefonee usted por cobro revertido a 9ladimir Afanasi, 3abo Besolaci n, Alas%a, @0?8IL.8770LQ. +l nombre de ese personaje despert en ella mucha curiosidad por la historia que resum!a. +l nombre de pila era, obviamente de origen ruso, pero la muchacha no logr adivinar qu# significaba el apellido. PNui; sea esquimal. UNu# sonoroVQ F lo repiti varias veces en vo; alta. -ero fueron los dos prrafos siguientes los que cautivaron su imaginaci n, tal como lo hab!an buscado sus insidiosos redactores: Tsted no va a ejercer en alg"n coberti;o de frontera. U,ada de esoV La +scuela 3entrali;ada de Besolation, una de las ms modernas y mejor equipadas de ,orteam#rica, tiene instalaciones para la ense*an;a primaria y secundaria. Fue construida hace tres a*os, con un presupuesto de nueve millones de d lares. )e al;a sobre una peque*a elevaci n, frente al mar de 3hu%ots%& en d!as claros, desde su aula ver jugar a las ballenas frente a la costa. -ero lo que convierte en una rica e$periencia la ense*an;a en Besolation 1y no se deje intimidar por el nombre, pues a nosotros nos encanta y lo mismo le ocurrir a usted2 son los ni*os. )u clase estar compuesta por ni*os de or!genes interesant!simos:

-gina M@I de ?@0

Alaska

James A. Michener

esquimales, rusos, descendientes de aquellos balleneros de ,ueva Inglaterra que sol!an frecuentar esta poblaci n y ni*os como usted, hijos de misioneros y comerciantes que se instalaron aqu!. 9er a su alumnado por la ma*ana, con las caras luminosas a la lu; del Ortico, es ver una muestra de lo mejor que ofrece Am#rica. )in embargo, para alcan;ar todo aquello de lo que son capaces, necesitan de usted. JLe gustar!a unirse a nosotros en nuestra nueva y brillante escuelaK La invitaci n era tan tentadora que la deslumbr . se imagin subiendo el tramo de escaleras que llevaba a una gran escuela 1sinduda de mrmol, a ju;gar por ese presupuesto de nueve millones2 y caminando por espl#ndidos corredores hacia un aula provista de todas las comodidades, donde la esperaban unos veinticinco alumnos de todos los colores, aunque todos se parec!an a la ni*ita del ,ational <eographic, con grandes capuchas de piel y anchas bufandas envolvi#ndoles la cara. ) lo asomaban los ojos, brillantes y muy ansiosos por aprender. +se viernes, cuando sali de su habitaci n para cenar con los otros, busc con la vista al joven de 3anon 3ity y se acerc a #l, con una audacia que nunca hab!a e$hibido: 8JTsted es el que escribi a Alas%aK 8)!. )oy Bennis 3rider, de 3anon 3ity. )i#ntese con nosotros. +lla le e$plic que hab!a venido con el grupo de <rand =unction. 8Aendra )cott, maestra de primaria. J-uedo ocupar esta sillaK 8-or supuesto. JLe interesa Alas%aK 83uando pas# por esa puerta no lo sab!a, pero esos papeles que usted me dio a leer... U3arambaV JTsted piensa irK 84e lo estoy pensando. -or eso escrib!. F por la celeridad con que me respondieron, ellos tambi#n han de estar interesados. 8-ero Jc mo supo a qui#n dirigirseK 8+nvi# la carta al Bepartamento de +ducaci n +statal, =uneau, Alas%a. ,i siquiera sab!a si el nombre y la direcci n eran correctos, pero ellos la hicieron llegar a los distritos esquimales. 8JF piensa realmente ir allK Las preguntas de Aendra se volvieron tan directas que ella y Bennis, sin prestar atenci n al resto del grupo, se dedicaron a estudiar profundamente la posibilidad de renunciar a sus puestos para dirigirse a la 9ertiente ,orte de Alas%a, fuera lo que fuese& aunque no ten!an mapas de la regi n, dedujeron que estaba cerca del Rc#ano <lacial Ortico y que, ms all, no e$ist!a otra cosa que el -olo ,orte. -asaron toda la velada del viernes y la mayor parte del sbado anali;ando seriamente los pasos a dar para mudarse al lejano norte. 3uanto ms conversaban, ms prctico les parec!a tomar la decisi n. -ero Bennis se*al un detalle que ella no hab!a le!do en su hoja: 8)i te aceptan, debes ir all! en la primera semana de julio, a fin de completar tus planes para el invierno. 8+so no es problema 8asegur Aendra. )in embargo, cuando se acost no pudo dormir. +n la cabe;a le atronaban tumultuosas ideas e imgenes& algunas nada halagadoras: PJ-or qu# dije aquellas palabras horriblesK ,o son m!as. JR qui; s!KQ. +specul con la posibilidad de ser dos personas distintas: la Aendra que su madre hab!a atendido tan cuidadosamente, aceptable para el mundo, y una Aendra oculta, llena de ambig5edades tan tortuosas que tem!a profundi;ar en ellas. Bespu#s de una noche de insomnio, Aendra se levant para desayunar temprano. Al encontrar a la se*orita Beller sentada a solas, le pregunt : 8J-uedo hablar contigoK 8)!. Ayer te vi conversar muy animadamente con Bennis 3rider. JDay algo serio entre vosotros dosK

-gina M@@ de ?@0

Alaska

James A. Michener

8,R, hablbamos de Alas%a. Lo que quiero saber es qu# diferencia horaria tenemos con Alas%a. 3omo mucha gente sensata, Aendra supon!a que los bibliotecarios sab!an de todo, pero la confusi n que sigui habr!a sacado a cualquiera de ese error. Las dos j venes pasaron die; minutos tratando de decidir si Alas%a estaba antes o despu#s de 3olorado& luego, otros quince discutiendo acaloradamente qu# significaban PantesQ y Pdespu#sQ. Cambi#n se preguntaron si la l!nea del cambio de fecha estaba al este o al oeste de Alas%a y qu# significaba, pasara por donde pasase. Las rescat un pedante profesor de geograf!a que les e$plic : 8+sa pregunta sobre la l!nea del cambio de fecha no tiene nada de tonta. +strictamente hablando, deber!a cortar en dos las islas Aleutianas: para las del este, lunes& para las del oeste, martes, como en )iberia. -ero todo el mundo estubo de acuerdo en que era preferible dar el mismo d!a a toda Alas%a. -or eso el meridiano describe una torsi n e$tra*a& primero se desv!a hacia el este, para que en toda :usia sea martes, y despu#s hacia el oeste, de modo ms marcado a"n, para que en toda Alas%a sea lunes. Luego vuelve a la normalidad. 8-ero Jcul es la diferencia horariaK 8pregunt la se*orita Beller. 8,o puedo hablar de un tema tan complejo si no lo e$plico todo. 8-rosiga, doctor +instein. 'l las sorprendi reconociendo: 8,o estoy seguro de poder darles la respuesta correcta. 8)in embargo, usted parece saberlo todo 8observ la bibliotecaria, con una sonrisa cordial. 8+l problema es que s# demasiado, y que me han estado cambiando las reglas. 8-idi a la camarera que le trajera una hoja de papel, luego sac los tres rotuladores de colores que llevaba en su estuche y tra; un contorno de la pen!nsula de Alas%a, asombrosamente e$acto. 8+n la universidad ten!amos que saber dibujar bien todos los continentes, pero me he vuelto algo inseguro. 8Cra; ocho meridianos8. )# que son ocho de este a Reste, pero no recuerdo e$actamente la numeraci n. Bigamos que la l!nea del cambio de fecha pasa por aqu!. +s de ciento ochenta grados, como ustedes saben. 8Fo no lo sab!a 8dijo la se*orita Beller. 'l le asegur que as! era. 8-or lo tanto #ste, ms pr $imo a :usia, es el de ciento setenta +ste, y el que pasa por el este de Alas%a, ciento treinta oeste. +l territorio abarcado es tan amplio que deber!a dividirse en cuatro husos horarios diferentes, geogrficamente hablando. -or lo tanto, Alas%a deber!a tener la misma diferencia de horas que e$iste entre los distintos estados de ,orteam#rica continental. 3uando son las doce en ,ueva For%, en Los Ongeles son las nueve. 3uando son las ocho en el este de Alas%a, deber!an ser las cinco en el e$tremo occidental de Attu. 8JF no es as!K 8,o. +st todo me;clado. Antes Alas%a ten!a tres husos horarios diferentes& la parte oriental ten!a la hora de )eattle& el resto, otra y las Aleutianas, una tercera. -ero el otro d!a le! que han cambiado todo y ahora no s# c mo son las cosas. Lo que sugiero es que llamemos a la compa*!a telef nica. Les atendi una alegre muchacha que les dijo: 8,o tengo la menor idea, pero puedo averiguarlo. y llam a alguien de Benver, que les inform : 8Anchorage va dos horas retrasado con respecto a nosotros. )i aqu! son las nueve, all son las siete de la ma*ana. 3uando el ge grafo se sent , Aendra les dej at nitos: 89oy a llamar 8dijo8. 'l tal ve; no se haya levantado, pero estar en casa.

-gina ?00 de ?@0

Alaska

James A. Michener

8JLlamar a qui#nK 8pregunt la se*orita Beller. La muchacha les mostr la anotaci n que ten!a consigo: P9ladimir Afanasi, @0?8IL.8770L. 3obro revertidoQ. 8J+sts locaK 8pregunt la bibliotecaria. 8-uede ser. La se*orita Beller llam a Bennis 3rider, que acababa de entrar en el comedor: 8 8JNu# has hecho con esta muchacha, que era perfectamente normalK Al enterarse de los planes de Aendra, el hombre dijo francamente: 8+s una locura. All ha de ser noche cerrada. 8)on las siete de la ma*ana. F voy a llamar al se*or Afanasi. Bicho esto, se acerc al tel#fono p"blico, puso die; c#ntimos, marc el n"mero de la operadora y dijo, dominando la vo;: 8Nuiero hacer una llamada a Alas%a, de persona a persona, a cobro revertido. F dio el n"mero. 4enos de un minuto despu#s oy una vo; grave y algo ronca: 8Dola, habla 9ladimir Afanasi. 8Le llamo por el empleo de maestra 8dijo Aendra. Los cinco minutos siguientes los dedic a detallar su preparaci n y a dar una lista de personas a las que el se*or Afanasi pod!a telefonear si deseaba verificar los datos. -ero qued boquiabierta al o!rle decir, poniendo much!sima atenci n en sus palabras: 8Antes de continuar, se*orita, debo informarle que no tengo autoridad para hacerle ning"n ofrecimiento en concreto. +so corresponde a nuestro superintendente, que est en (arroE, pero como soy presidente de la junta, puedo asegurarle que usted parece ser la candidata que buscamos. JDa le!do los detallesK 84e los he aprendido de memoria. Ante eso Afanasi rompi en una carcajada que concluy con una notable declaraci n: 83reo que el superintendente le ofrecer el puesto esta misma tarde, se*orita )cott. +lla puso una mano sobre el auricular y se volvi para gritar: 8U4e est ofreciendo un puesto, por BiosV )iguieron dos preguntas que ella no esperaba: 8JCiene alguna deformaci n facial visibleK JAlguna discapacidadK +lla apreci la franque;a de esas preguntas: 8)i la tuviera y no fuera grave, Jme contratar!aK 8)i est usted en condiciones de andar, ms o menos, no tendr la menor importancia. 8Nuiero ese empleo, se*or Afanasi. ,o soy lisiada ni tengo ning"n defecto facial. )oy una persona muy normal, en todo sentido, y amo a los ni*os. 8+nv!eme dos fotograf!as y referencias de dos profesores suyos de (righam Foung 1all! tienen un e$celente equipo de f"tbol2, del rector y de su sacerdote. )i todo es como usted dice, estoy seguro de que el superintendente le ofrecer el puesto. J3onoce el sueldoK 8Creinta y seis mil. -arece enorme. 8J+s eso lo que la ha decidido a presentarseK 8Afanasi continu , sin esperar respuesta8. +n un restaurante de (arroE se paga por una hamburguesa, sin cebolla ni queso, siete d lares con ochenta y cinco c#ntimos. La enchilada con un poco de salsa, ochenta y cinco. 8Ante la e$clamaci n ahogada de la muchacha, a*adi 8: -ero usted, con su e$periencia, estar!a en condiciones de ganar cuarenta y cuatro mil d lares. +s el sueldo que voy a proponer al superintendente. +lla se mordi los labios para no decir una tonter!a& luego aclar , con vo; suave: 8,o puedo enviarle una recomendaci n de mi pastor, se*or Afanasi. 'l pondr!a a mi madre y a toda la comunidad contra mi traslado. 8J)u madre no est enteradaK 8,o. ,o debe enterarse hasta que todo est# dispuesto.

-gina ?0. de ?@0

Alaska

James A. Michener

+n la cabina hubo un silencio muy largo& la e$presi n de Aendra indicaba que nadie dec!a nada. )us amigos supusieron que el se*or Afanasi hab!a cortado la comunicaci n y estaban dispuestos a consolar a la muchacha, pero de pronto oyeron la conclusi n del dilogo: 8)i usted no tuviera problemas, se*orita )cott, este puesto no le interesar!a. Codo el que llama tiene dificultades que le obligan a adoptar una soluci n drstica. +spero que las suyas sean soportables. Be lo contrario, no venga a la 9ertiente ,orte. Aendra dijo sin vacilar: 83omo ya le he dicho, soy una mujer muy normal, con problemas normales. 83reo que me dice la verdad. Ahora demu#strelo. Fue as! como Aendra )cott, de Deber 3ity, consigui un puesto de docente en 3abo Besolaci n, Alas%a, con un sueldo inicial de cuarenta y cuatro mil d lares. +l vuelo hacia el oeste desde -rudhoe (ay le hi;o notar la vastedad de su nuevo terru*o. Tn folleto tur!stico, en el bolsillo del asiento, dec!a: P3r#ase o no, Alas%a tiene un mill n de islas y tres millones de lagosQ. Al mirar hacia abajo Aendra vio reflejarse el sol en un salvaje mosaico de lagos, miles de ellos, algunos, no tan peque*os. PCendrs que aceptar las cifras 8se dijo8. U9aya territorioVQ Aterri; en (arroE una luminosa ma*ana de julio, a las die; y media. +n cuanto entr en el aeropuerto para retirar su equipaje la detuvo una spera vo;: 8JTsted es la se*orita )cottK 8F vio venir hacia ella a un desali*ado cincuent n que le e$tendi una mana;a y le dijo: 8)oy Darry :ost%oEs%y. La llevar# a Besolation. 8Al ver sus tres grandes maletas a*adi , alegremente8: Llega usted con intenciones de quedarse mucho tiempo. La "ltima aguant tres semanas. -or eso hay una vacante. 8-ero el folleto mencionaba un per!odo de preparaci n aqu!, en (arroE. Cres d!as en la escuela nueva. +l hombre se ech a re!r: 8,ormalmente es as!, pero all! la necesitan enseguida. )uba. +l corto vuelo a baja altura proporcion a Aendra una e$celente oportunidad para conocer la ;ona. Abajo s lo ve!a la tundra desnuda y sin rboles, con su mir!ada de lagos, y ms all el mar de 3hu%ots%, oscuro e inquietante. Burante todo el viaje no vio se*ales de e$istencia humana. 3uando :osty le habl por el intercomunicador, ella observ : 84s desierto de lo que pensaba. +l piloto se*al hacia el este con la mano i;quierda. 8F sigue as! hasta <roenlandia. 83uando lleguemos a Besolation, Jquerr!a usted se*alarme al se*or AfanasiK 8,o har falta. 'l en persona es Besolation. All! tienen suerte en contar con Afanasi. 8Luego el piloto a*adi 8: )er su nuevo jefe, se*orita. ,o lo hay mejor. +ntonces lleg el momento de desviarse sobrevolando el mar, el brusco descenso y el desli;ante acercamiento al e$tremo sur de esa pen!nsula, que los esquimales n madas hab!an utili;ado de ve; en cuando como base, durante los "ltimos catorce mil a*os. 8U'se es mi nuevo hogarV 8e$clam la muchacha saludando hacia 3abo Besolaci n, que ya era una poblaci n establecida. Nued at nita ante lo vulnerables que parec!an esas frgiles viviendas de cara al mar, apretadas como estaban entre el 3hu%ots% por el oeste y una e$tensa laguna por el lado opuesto. -ero pronto se olvid eso, pues estaba tratando de locali;ar la escuela de los nueve millones. 3omo no lograba verla entre ese pu*ado de casas peque*as, supuso que la habr!an edificado tierra adentro, para protegerla de las inundaciones que pudieran llegar desde el mar. )in embargo, al observar la ;ona circundante tampoco pudo hallarla.

-gina ?0/ de ?@0

Alaska

James A. Michener

:ost%oEs%y pas dos veces ro;ando los techos y toda la poblaci n, al parecer, corri a la pista de aterri;aje. 3uando el 3essna se detuvo, todos los que ten!an alguna relaci n con la nueva maestra 1y eso inclu!a a casi toda la aldea, estaban all! para saludarla. Aendra sali del avi n, pis el ala con timide; y se dej caer al suelo, entre las e$clamaciones aprobatorias de los presentes, que apreciaban su juventud, el atractivo peinado de paje, la sonrisa entusiasta y su obvia ansiedad por conocer a quienes servir!a. +ra un comien;o prometedor, remarcado por el largo silbido de un jovencito esquimal, que bien pod!a estar cursando el "ltimo a*o de la secundaria. Rtros festejaron su audacia. 4ientras Aendra era presentada a los miembros de la junta escolar, uno de ellos susurr a su vecino: 83reo que esta ve; conseguimos una buena. +ntonces se adelant 9ladimir Afanasi, con la cabe;a descubierta, canoso, bien afeitado y de facciones asiticas en la cara casi redonda. 8(ienvenida, se*orita )cott. Fo soy Afanasi, el que habl por tel#fono con usted. 9amos a su alojamiento. La condujo a lo que llamaban la :esidencia: un edificio bajo y peque*o, que ten!a dos puertas de entrada, una junto a la otra. 8+l se*or Doo%er ocupa este lado con su esposa. Dan salido a pescar. +ste lado es para usted. +n el interior encontrar todos los muebles y la ropa de cama. Abri bruscamente la puerta para conducir a Aendra al interior de un apartamento compacto: cuarto de ba*o, ;ona de cocina y cuarto de estar, ms peque*o que cuantos ella hab!a visto en Ttah y en 3olorado. -ero estaba limpio y ten!a espacio en las paredes donde colgar ilustraciones, mapas o grabados. -od!a ser un hogar agradable para una mujer soltera. Afanasi dijo con orgullo, pues era #l quien hab!a ordenado la construcci n de ese alojamiento para los maestros: 8+sto podr!a convertirse en un confortable refugio para una chica. Aendra corrigi : 8-refiero pensar que soy una mujer joven. 84ujer, de acuerdo 8reconoci #l, riendo8. De descubierto que, si la gente no tiene orgullo, no vale gran cosa. Tna ve; entregadas las tres maletas y puestas en medio del cuarto vac!o, Aendra no hi;o esfuer;o alguno por ocuparse de ellas. +n cambio pregunt : 8(ien, pero Jd nde est la escuela. )ue*o con ella desde nuestra primera conversaci n telef nica. 8All! est 8dijo Afanasi. La llev fuera para mostrarle un edificio de un solo piso, bajo y nada llamativo. Aunque era nuevo, ya necesitaba que volvieran a pintarlo. A Aendra le pareci un almac#n medio abandonado en alguna poblaci n minera venida a menos. 8U,ueve millonesV 8barbot sin querer. +n cuanto hubo pronunciado esas palabras peyorativas, Afanasi se adelant de un salto para obstruirle el paso y acerc la cara a la de ella. 8+s crucial que usted, desde el primer momento, comprenda c mo es Alas%a, el territorio al que ha venido. 8F se volvi hacia todos los puntos cardinales8. JNu# ve usted, se*orita )cottK JArbolesK J<randes tiendasK J<randes dep sitos de maderaK ,ada. +l mar donde podemos ca;ar una morsa de ve; en cuando, si tenemos suerte, y alguna ballena. +l cielo, que permanece oscuro la mitad del a*o. F en esta direcci n, hasta donde llega la mente, la tundra, sin una sola planta que pueda servir para encender un fuego. 3on cierta agitaci n, llev a su nueva maestra al desolado edificio, que consist!a en dos aulas grandes, separadas por un s lido muro aislante, y un gimnasio mucho ms grande que el resto de la escuela, cosa que le llam la atenci n.

-gina ?07 de ?@0

Alaska

James A. Michener

8+se gimnasio nos hace falta. +s el cora; n de nuestra comunidad8 Afanasi inici su instrucci n y se*alando un clavo en la pared, le dijo: 8+ste clavo, esa tabla, ese panel de vidrio: Jde d nde supone usted que han venidoK ,o pudimos ir por ellos a la ferreter!a, porque aqu! no hay ferreter!a alguna. 3ada objeto de este edificio tuvo que ser especialmente encargado a )eattle y tra!do aqu! en barca;a. 8,o lo sab!a 8reconoci Aendra, como si pidiera disculpas por su falta de consideraci n. Afanasi hi;o una reverencia, aceptando la e$cusa. Luego la tom del bra;o y e$plic la verdadera desventaja de vivir en el e$tremo de una l!nea de navegaci n al Ortico: 8Bebe saber usted, se*orita )cott, que la barca;a de )eattle viene s lo una ve; al a*o& generalmente, a fines de agosto. -or lo tanto, si el constructor de esta escuela quiere clavos, debe prever esa necesidad con casi un a*o de anticipaci n, pues si perdemos esa barca;a anual es preciso esperar otros doce meses. +n un sistema tan implacable, los costes suben mucho. 8JF no se podr!an traer los clavos por avi nK 8Ah, usted imagina las posibilidades. 3r#ame, se*orita )cott, que los clculos sern uno de sus grandes problemas. Cendr que mascullar cien veces sobre esto en el a*o venidero. 8,o comprendo. 8)e puede traer por avi n casi todo lo que hace falta. -ero la carga 1el barril de clavos, por ejemplo2 debe ser embalada y llevada al aeropuerto de Anchorage. Besde all! se la lleva a Fairban%s. All! se la transfiere al avi n que va a -rudhoe (ay, desde donde se la lleva a (arroE. F all! :ost%oEs%y la carga en su peque*o 3essna para traerla hasta aqu!, volando sobre la tundra. )i el barril de clavos viene por barca;a puede costar unos treinta d lares. -or avi n, hasta cuatrocientos. La mir con fije;a, dndole tiempo para digerir esa asombrosa diferencia. 3uando le pareci que ella hab!a comprendido, se*al diversos objetos que hac!an algo ms acogedora esa desnuda escuela: 8+sto lo trajimos por avi n. F los tableros para el baloncesto. Crajimos muchas cosas que usted ya apreciar. F al final la escuela cost nueve millones de d lares. 4ientras le escuchaba ella asent!a con la cabe;a. )u sometimiento a la realidad de Alas%a era tan genuino que #l se ech a re!r. Luego la llev afuera y se*al los sesenta pilotes sobre los que se levantaba el edificio: 8J-or qu# supone que gastamos dos millones de d lares en construir estas columnas antes de poner una sola tablaK 8JDay inundaciones en primaveraK 8Day permafrost en las cuatro estaciones del a*o. 8F Afanasi pas a e$plicar que, si se constru!a una estructura pesada directamente en el suelo, el calor acumulado fund!a el permafrost, haciendo que el edificio se hundiera en el lodo para quebrarse cuando #ste se moviera. )e*al la :esidencia en la que ella se alojar!a8: J3unto cree usted que cost construir eso para ustedK 3uando era ni*a, Aendra hab!a vivido con su familia en una modesta casa de Deber 3ity& recordaba que sus padres se hab!an atormentado por el precio, que consideraban e$agerado: diecis#is mil d lares. 8+n Ttah ten!amos una casa parecida 8dijo, en vo; baja8. Biecis#is mil d lares. 8<astamos doscientos noventa mil... para que usted estuviera c moda cuando soplara el viento. +ntonces Aendra not que hab!a sido construida sobre veinte pilotes. 8JFue usted quien tom esas decisionesK J3omo -residente de la junta o lo que seaK 8+l presidente de la junta vive en (arroE, pero escucha mis recomendaciones.

-gina ?06 de ?@0

Alaska

James A. Michener

8JF esto no le caus ... K 8La muchacha busc una -alabra adecuada, pues le hab!an bastado die; minutos de conversaci n con Afanasi para comprender que era hombre de fuertes convicciones y que deber!a confiar en #l durante los a*os venideros. 8J)i no dud# de estar haciendo lo correctoK ,unca. ,o he tenido siquiera una pun;ada de remordimiento. La 9ertiente ,orte est recibiendo millones de d lares inesperados por el petr leo de -rudhoe (ay& convenc! a nuestra gente de que la mejor manera de gastar este man era invertirlo en la educaci n. 8La acompa* a la :esidencia, a*adiendo con tranquilo orgullo8: Fo present# testimonio en el caso de 4olly Dootch. 8J3 moK 8Fue un caso famoso en el Cribunal )upremo de Alas%a. 4olly Dootch era una ni*a esquimal cuyo caso clarific la ley de Alas%a. ,uestra constituci n, que yo ayud# a redactar, dice que todo ni*o alas%ano tiene derecho a recibir instrucci n en su propia comunidad. -ero cuando yo era joven, si un ni*o de una aldea nativa quer!a cursar la secundaria, ten!a que abandonar su hogar durante todo el a*o para ir a )it%a& el efecto emocional era horrible. +l decreto de 4olly Dootch cambi todo eso. Ahora tenemos buenas escuelas en las regiones ms desoladas, algunas, con seis estudiantes, con doce, pero todas con maestros de primera. 8La de Besolation Jes una escuela 4olly DootchK 8Antes del asentamiento hab!a una especie de escuela. 4olly Dootch nos proporcion el dinero para convertirla en secundaria. 8JF cuntos estudiantes tieneK La respuesta dej sorprendida a Aendra: 8+n la secundaria, donde usted ense*ar, tres estudiantes: dos varones y una ni*a. +n la primaria, donde trabajan el director y su esposa... Aasm Doo%er, se llevar bien con usted& es un osito de felpa. +nse*a en la primaria porque no quiere enfrentarse a los ni*os mayores& teme que sepan ms que #l. 8J3untos alumnos tienen #l y su esposaK 8Crece, de primero a octavo grado. La muchacha se qued tan estupefacta ante esas cifras que se detuvo por un momento. 8UBiecis#is alumnos en una escuela de nueve millones de d laresV 8e$clam , mientras Afanasi la esperaba. 8As! es Alas%a. Aqu!, lo primero es lo primero. -ero le estaba reservada una sorpresa a"n mayor: al regresar a su apartamento, Afanasi acerc dos sillas al escritorio empotrado y hoje los papeles que la esperaban all!. 8)!, aqu! est, y casi no queda tiempo. -repare su pedido y yo lo transmitir# a )eattle por tel#fono, ma*ana mismo. justo a tiempo para que lo carguen en la barca;a. Aendra no comprendi una palabra, pero #l le entreg un catlogo de noventa y seis pginas en letra peque*a& entonces la maestra vio que se refer!a a los comestibles y las provisiones para la casa, como productos de limpie;a, papel higi#nico y art!culos de tocador. 8)u pedido para todo el a*o. :oss H :aglan tiene en )eattle una sucursal que s lo se ocupa de despachar mercanc!a al norte, para la gente como usted y como yo, que vive en el Ortico. Burante las dos horas siguientes, Aendra )cott, criada en ;onas civili;adas como Ttah y 3olorado, se vio inmersa en la vida al norte del 3!rculo -olar Ortico, pues los probados catlogos de :H: cubr!an todo lo que pod!a necesitar una familia o un individuo normales en los dos meses siguientes. Adems de los formularios, que databan de los "ltimos a*os del siglo pasado, #poca en que (uchanan 9enn hab!a compilado la primera versi n, Aen8 dra cont con el sabio consejo de 9ladimir Afanasi, que hab!a ayudado a varias maestras j venes a preparar la primera lista.

-gina ?0L de ?@0

Alaska

James A. Michener

Las cantidades sugeridas por Afanasi dejaron estupefacta a Aendra, acostumbrada a hacer compras para una sola persona dos veces por semana: 8Le aconsejo, se*orita )cott, que pida ciento cincuenta %ilos de patatas. 8-ero Jd nde los voy a guardarK 8+n la despensa. +l hombre se levant para abrir una puerta, en la parte trasera del apartamento, y le mostr un dep sito casi ms grande que el cuarto en que se encontraban. +staba rodeado de estanter!as y contaba con peque*as plataformas sobre las que se pod!an disponer toneles& hab!a all! un gran refrigerador para almacenar carnes y mercanc!as congeladas. ) lo al ver los interminables estantes apreci ella la tarea a la que estaba dedicada: 8UCengo que pedir comida suficiente para todo un a*oV 8,o es e$actamente as!. -asa lo mismo que con los clavos. )i se le acaba algo, puede pedir a :H: que se lo env!e por correo a#reo. Tna lata de boniatos cuesta dos d lares por barca;a y seis por correo a#reo. 3uando Aendra termin con su lista, Afanasi hi;o un rpido clculo del coste& la factura por barca;a sumaba alrededor de tres mil d lares. Aendra mir la cifra, boquiabierta. 8,o tengo dinero para pagar una factura tan elevada. 8-or eso nuestro distrito escolar le pagar un anticipo ahora mismo. 8F Afanasi le entreg un cheque del banco de (arroE, por valor de cinco mil d lares. Al salir se detuvo y se*al el apartamento vecino ocupado por el director, Aasm Doo%er: 84uchos dicen que es uno de los mejores maestros de la 9ertiente ,orte, opini n con la que discrepo. Algo ms de cuarenta a*os, muy alto y flaco, casado con una mujer que le adora. 9ino de Ba%ota del ,orte, vaya a saber c mo, hace muchos a*os. ,o olvide esto, se*orita )cott, el principal valor de ese hombre es su habilidad para el baloncesto. Ay"dele en ese sentido y har una gran contribuci n a nuestra escuela. 8+l nombre de pila es e$tra*o. J:eligiosoK 8Rh, no. +s que Doo%er tuvo una preparaci n muy limitada, nada literaria. 3uando comen; a ense*ar en nuestra escuela utili;aba mucho la palabra inglesa chasm 1abismo2, pero la pronunciaba tal como se escribe. La repiti as! varias veces, pues tiene predilecci n por ese vocablo& a su modo de ver, el mundo entero se enfrenta a abismos de la peor especie. -or fin uno de sus alumnos vino a decirme: P+l se*or Doo%er pronuncia mal la pa8 labra chasmQ. +ntonces fui a su cuarto 1por entonces no estaba casado2 y le dije directamente: P3hasm se pronuncia como si se escribiera con A: %asmQ. inocente como es, al d!a siguiente dijo a sus alumnos: PAnoche el se*or Afanasi tuvo la amabilidad de corregirme un error de pronunciaci nQ. F desde entonces toda la ciudad le llama Aasm Doo%er. Fa oir usted c mo le vitorean en los partidos de baloncesto. (ien vale los noventa y cuatro mil d lares que le pagamos. Aendra, asombrada por esa cifra, pregunt : 8JF cunto recibe su esposaK 8Ciene a*os de e$periencia. 3uarenta y nueve mil d lares. 3uando Afanasi se fue, ella sum el total de sueldos de la escuela y e$clam : 8U3iento ochenta y ocho mil d lares por diecis#is ni*osV F nadie le hab!a hablado a"n de los veintid s mil d lares adicionales que se pagaba a una esquimal, Pe$perta reconocidaQ, para que tratara de ense*ar a los estudiantes su idioma inupiat, que menospreciaban en favor del ingl#s, ni de los cuarenta y tres mil que cobraba el encargado por mantener el edificio en funcionamiento. La suma total, seg"n Aendra descubrir!a despu#s, era de doscientos cincuenta y tres mil d lares: casi diecis#is mil por alumno s lo en salarios.

-gina ?0M de ?@0

Alaska

James A. Michener

+sa noche, la primera que pasaba en su nueva cama, se despert a las dos y cuarenta y cinco de la madrugada, y se incorpor de pronto. 3orri al escritorio, donde a"n estaba el pedido para :H:, junto a su sobre, y tom la estilogrfica para a*adir en el amplio espacio dejado para cosas varias: P-acanas sin cscara, cuatro %ilos& alm!bar Aaro, ocho latas de litro& naranjas chinas en alm!bar, una docena de latasQ. Luego, sinti#ndose mejor, volvi a la cama y se durmi profundamente, aunque fuera era pleno d!a. +n oto*o, cuando abri la escuela, Aendra se hab!a ganado el aprecio de los dos tercios de la poblaci n, demostrndoles que era una verdadera entusiasta, amante de los ni*os y respetuosa de las tradiciones esquimales. Iba de una casa a la siguiente, todas peque*as y oscuras, respondiendo preguntas sobre su ni*e; y la vida en 3olorado, pero tambi#n escuchaba los relatos locales sobre cacer!as de ballenas y los comentarios sobre qui#n era el mejor de la aldea para ca;ar los grandes cachalotes que se trasladaban al norte o al sur, seg"n las estaciones. )in embargo, lo que le asegur la aceptaci n de la comunidad fue el discurso que pronunci una noche en el gimnasio, al que asistieron casi todos los habitantes para ver c mo se desempe*aba la nueva maestra. +l letrero anunciaba el tema PAciertos F erroresQ, por lo que algunos asistieron de mala gana, pensando que ser!a una arenga de misioneros. UNu# sorpresa se llevaronV Lo que hi;o Aendra fue presentarse como cualquier joven de TCA, agradable y nada afectada, -ara compartir con ellos los conceptos acertados y err neos sobre la vida esquimal que ella hab!a tra!do consigo: 8-or alg"n motivo que jams comprender#, el sistema escolar estadounidense decidi , hace a*os, que el tercer grado era el momento ideal para hablar a nuestros ni*os de los esquimales. Day libros escritos y algunos estudios sobre el tema& una empresa vende hasta lo necesario para construir un igl". +nse*# tres veces la materia sobre los esquimales y estaba muy entusiasmada con los igl"es. 4e imaginaba que todo el mundo aqu! viv!a en igl"es. -ero cuando llegu#, en el avi n del se*or :ost%oEs%y, Jcon qu# me encuentroK 3on que no hay un miserable igl". )us e$presiones, algo irreverentes, sorprendieron a algunos y encantaron a la mayor!a. 3ontinu ridiculi;ando sus conceptos err neos sobre la vida esquimal. )e burl de s! misma, con palabras v!vidas, gestos y an#cdotas atractivas& pero cuando logr que el p"blico riera con ella, entonces volvi a ponerse seria: 84is te$tos tambi#n dec!an muchas cosas ciertas sobre ustedes. Dablaban del amor que los esquimales sienten por el mar, de los bravos ca;adores que salen a luchar contra los osos polares y las morsas. Bescrib!an los festivales y las auroras boreales, que nunca he visto. +spero que ustedes, en los a*os venideros, me ense*en las otras verdades sobre su manera de vivir, porque quiero aprender. Di;o un esfuer;o especial para entablar amistad con su director. Al principio, aquel hombre alto y torpe parec!a poco dispuesto a trabar relaci n con nadie& mucho menos, con una joven auda; que tal ve; quer!a reempla;arle como director de la escuela. Las cosas se mantuvieron en tentativas hasta que un d!a de agosto, tras haber sido recha;ada ms de una ve;, Aendra le intercept en el porche para decirle con valent!a: 8JNuiere pasar por un momento, se*or Doo%erK 83uando le tuvo inc modamente sentado en su sala8dormitorio, continu 8: )e*or Doo... 8Aasm, por favor 8interrumpi #l. +lla se ech a re!r: 84e contaron lo de su apodo. :econo;co que usted manej las cosas de manera elegante. F #l sonri d#bilmente. 89engo desde muy lejos para trabajar en su escuela 8prosigui ella8 y no puedo desempe*arme debidamente a no ser que reciba mucha ayuda y orientaci n de su parte.

-gina ?0? de ?@0

Alaska

James A. Michener

83uente usted con toda mi cooperaci n 8asinti #l. -ero Aendra no acept esa d#bil afirmaci n. 84e dicen los ni*os que usted perdi a su maestra anterior porque la trataba como si fuera una paria. 8JNui#n le dijo esoK 8Los ni*os de la escuela. Bicen que usted la hac!a llorar. 8+ra una incompetente y el se*or Afanasi lo sab!a. Fue #l quien le sugiri que volviera a Los cuarenta y ocho de abajo, donde estar!a mejor. 8-ero usted podr!a haberla ayudado, se*or Doo%er.. digo, Aasm. +l director sigui sentado, con las manos apretadas contra las rodillas, en una actitud de celosa autoprotecci n. -or fin admiti a rega*adientes: 8Cal ve; en otras circunstancias... 83onmigo no tendr ese problema, Aasm. 4e gusta este lugar. +stoy deseosa de ense*ar, pero ms a"n de ayudarles, a usted y al se*or Afanasi, a administrar una buena escuela. +se empleo sutil del nombre de Afanasi record al se*or Doo%er que la muchacha ya hab!a establecido una s lida amistad con ese poderoso ciudadano. +ntonces empe; a ceder, pero cuando estaba a punto de decir algo conciliador reson por la aldea el ruido ms importante del a*o: el eructo de la chimenea de un nav!o que indicaba su pro$imidad. Dasta los habitantes ms formales corrieron por las calles, gritando: 8UFa viene la barca;aV F all! estaba: un enorme dep sito de mercanc!as, arrastrado por un viejo remolcador. )u llegada fue el comien;o de dos d!as de celebraci n, con la aparici n de una abundante oferta de provisiones, como si con ello, obedeciendo a alguna orden mgica, se entregara la recompensa a los esfuer;os previos: all! ven!an los cajones de latas, un cami n, un bote con motor fuera de borda, una gr"a, montones de tablas aserradas, martillos nuevos, cortes de pa*os coloridos, libros, lmparas con mechas especiales para cuando fallara la electricidad. F, como siempre, esos inventos modernos que hac!an ms soportable la vida en los meses oscuros: un televisor, varios magnet fonos con dos juegos de pilas, una docena de pelotas de baloncesto y una radio de onda corta. -resenciar la descarga de la barca;a anual en 3abo Besolaci n era formar parte de la vida esquimal en un asentamiento remoto, y Aendra se dej llevar por la actividad. -ero no estaba preparada para el gesto de amistad que le hi;o el se*or Doo%er. 3uando algunos j venes comen;aron a traer desde la costa, en sus camionetas, los enormes cajones y los bultos asignados a la maestra, #l dio un paso adelante, se instal en la despensa y supervis el ordenado almacenamiento de sus provisiones para todo el a*o: 8Nueremos que usted comience bien 8dijo. La gran sorpresa de ese a*o se produjo el segundo d!a, hacia el final de la descarga, cuando bajaron a tierra los nuevos veh!culos para nieve. +n Besolation hasta los ni*os ten!an s%idoos, como los llamaban, y no era raro que una sola familia contara con tres de esas mquinas peligrosas y ensordecedoras. -ero cuando hubieron descargado varias decenas, los muchachos que observaban la operaci n silbaron de asombro, pues dos marineros subieron por la rampa con un modelo totalmente mejorado: un )noE<o8? a;ul y rojo, de orugas anchas, parabrisas de plstico moldeado y manillares de carreras. +l precio era de cuatro mil d lares. 8JNui#n ha pedido esoK 8preguntaron los jovencitos, muy e$citados. +n respuesta a las repetidas preguntas, un joven apuesto, que se hab!a graduado en la escuela dos a*os antes, se adelant para reclamarlo. Tna mujer le dijo a Aendra: 8=onathan (orodin. )u padre y su t!o trabajaban en -rudhoe. <anaban una fortuna.

-gina ?0I de ?@0

Alaska

James A. Michener

Aendra reconoci el nombre de una familia a la que no conoc!a: los orgullosos (orodin, que conservaban las costumbres antiguas, en contraste con 9ladimir Afanasi, que aceptaba muchos aspectos de las nuevas. La maestra se pregunt c mo era posible que los tradicionalistas (orodin hubieran concedido a su hijo un veh!culo para nieve& en eso hab!a una contradicci n. -ero ah! estaba la maravillosa mquina. Al ver con qu# placer se la llevaba el joven (orodin, ella comprendi que monopoli;ar!a su imaginaci n y su vida. +ntonces se volvi hacia la mujer para preguntar: 8J+ra un buen alumnoK F la respuesta fue: 84uy bueno. Dabr!a podido ir a la universidad. 8JF por qu# su familia se gasta tanto dinero en una motonieve, en ve; de gastrselo en la universidadK 8Rh, ya fue 8aclar la mujer8. +l a*o pasado, a una buena universidad en Rreg n. -ero a las tres semanas le atac la nostalgia. +chaba de menos Pel humo y las bromasQ de nuestras calles, por la noche. F volvi . Al anochecer, cuando todo estuvo guardado, los ciudadanos de Besolation se reunieron en la costa para despedir a la barca;a, que lev anclas y ;arp hacia (arroE, donde descargar!a el resto. UNu# triste era ver alejarse el inmenso nav!o, para ausentarse durante todo un a*oV +ra la salvaci n de la ;ona, un recordatorio grande y s lido de que e$ist!a otro mundo all abajo, cerca de )eattle. -ero lo ms emocionante fue el momento en que la barca;a hi;o sonar su sirena a modo de despedida, pues entre los ecos los pobladores de Besolation comentaron entre s!: 8(ueno, ahora comien;a el invierno. Aendra pas el resto de agosto y la primera semana de septiembre familiari;ndose con la aldea: las casas castigadas por el viento, los pasillos largos y oscuros que serv!an como entradas protectoras, los po;os cavados en el permafrost para almacenar carnes, el lago hacia el sur de la ciudad, donde se cortaba hielo de agua dulce que se fundir!a despu#s, a fin de obtener agua potable. A Bondequiera que mirara, ve!a indicios de que esos esquimales se hab!an pasado siglos luchando con el medio rtico y hallando solu8 ciones aceptables. -or las noches, mientras jugaba al bingo con las mujeres de la aldea, las estudiaba con admiraci n, sin sombra de condescendencia. +llas, a cambio, se encargaron de adoctrinarla debidamente. 8Cienes que encargar a alguien tu ropa de invierno 8le advirtieron, se*alando por encima del hombro el mar de 3hu%ots%, cuyas olas libres de hielo llegaban a pocos metros de la aldea8. 3uando llega diciembre el viento a"lla en el hielo, necesitas abrigo. -ero Aendra qued at nita ante los precios que deber!a pagar por su equipo. 8Lo primero son los mu%lu%s 8dijeron ellas8. Cienes los pies abrigados, la batalla est ganada. La maestra descubri que pod!a conseguirlos de dos maneras: 8+res maestra principiante, con poco dinero& tienda vende barato )orrel -ac%s, hechos a mquina, goma, plantillas de fieltro y forro, bastante buenos. Nuieres ser como esquimales, compras mu%lu%, suelas de piel de foca, arriba carib" hasta la rodilla, calcetines de vell n, tal ve; doscientos cincuenta d lares. Aendra refle$ion s lo por un momento: 8)i estoy en la tierra de los esquimales porque as! lo quise, haremos las cosas como corresponde. Nuiero mu%lu%s de verdad. )u par%a, lo esencial del atuendo esquimal visible, presentaba las mismas alternativas: 8=. 3. -enney hace una comercial buena, a trescientos d lares. 4uchos esquimales la usan porque las verdaderas son muy caras. 8J3unto cuestanK

-gina ?0@ de ?@0

Alaska

James A. Michener

8-ieles, hechura, borde para proteger la cara... 8La lista de prendas e$tra*as era interminable8. +n total, unos ochocientos d lares. La respuesta la dej at nita, pues a Aendra nunca le hab!an permitido gastar ms de cuarenta y cinco d lares por un vestido. Bespu#s de aspirar hondo, pregunt : 8JNuedar!a muy rid!cula con mu%lu%s de verdad y una par%a de confecci n comercialK Las mujeres discutieron entre ellas ese importante problema y dieron una respuesta unnime: 8)!. )in ms vacilaciones, Aendra dijo, casi alegremente: 8+n ese caso, que sea una par%a esquimal. -ara no ofender a las mujeres esquimales con una pregunta sobre dinero, esper hasta quedarse a solas con los Doo%er: 8J3 mo hacen estas pobres mujeres para pagar semejantes preciosK JF lo que gastan apostando al bingoK La se*ora Doo%er se ech a re!r. 8U+stas mujeres tienen los bolsillos forrados, se*orita )cottV Los maridos ganan salarios enormes trabajando en los yacimientos petrol!feros de -rudhoe (ay. Adems, todos los a*os reciben una bonificaci n del gobierno. 8JNu# bonificaci nK 8+n Alas%a no pagamos impuestos. +l dinero del petr leo corre tanto que es el gobierno el que nos paga a nosotros. Bicen que este a*o sern cerca de setecientos d lares. Aasm intervino: 8J,o ha notado usted que casi todas las casas esquimales, aqu! en el norte, tienen dos o tres motonieves abandonadas en el patio delanteroK 8Iba a preguntar eso. F Aasm e$plic : 83omo el dinero se gana con facilidad, resulta ms barato comprar una nueva que hacer reparar la vieja. Las desarman y sacan repuestos de una mquina para reparar otra. 3uando las costureras ataviaron a Aendra con su nuevo atuendo invernal, cubri#ndole la cara con el borde de la capucha y disimulando los contornos de su cuerpo con el voluminoso ropaje, la maestra se convirti en una esquimal ms, redonda, anadeante y bien protegida. +mpe; a transpirar, pero las mujeres le aseguraron: 8+n diciembre no har tanto calor. 8F volvieron a se*alar en direcci n al mar8. Los vientos de )iberia. Fa vers. Tna de ellas a*adi solemnemente: 8Ahora te llamas Auni%. +s Pcopo de nieveQ. +lla, yo, todos te llamamos Auni%. F la nueva maestra, llamada ahora Auni%, continu su campa*a para entender las costumbres esquimales y hacerse aceptar en la comunidad. +l primer d!a de clase, Aendra recibi unas cuanta sorpresas: algunas, agradables& otras, no. 3uando entr en la cavernosa aula, con capacidad para cuarenta y cinco estudiantes, encontr en su escritorio un ramillete, hecho con algas marinas y una especie de bre;o que crec!a en la tundra. ,unca hab!a recibido flores que encerraran tanta emoci n. Nued sin aliento, tratando de adivinar a qui#n se deb!a ese gesto de amistad, pero no pudo llegar a adivinarlo. Bespu#s de que sonara un cencerro que pend!a del techo de la escuela, diecis#is estudiantes entraron en el edificio. Crece giraron hacia la i;quierda, donde el se*or Doo%er dictaba las clases de primaria& s lo tres, una ni*a y dos varones, fueron hacia el sector de Aendra. 3on ellos sentados en la primera fila, el cuarto parec!a decididamente desierto, y la maestra comprendi que a ella le tocaba llenarlo de actividad. +l aula era ella, no los libros ni la enorme estructura que hab!a costado la mitad de nueve millones de d lares.

-gina ?.0 de ?@0

Alaska

James A. Michener

) lo ella pod!a dar vitalidad a ese sitio inanimado. F decidi hacerlo as!. +sos jovencitos de cara redonda, pelo oscuro, ojos negros y obvia ansiedad, estaban dispuestos a ayudarla a dar vida a esa caverna, pero aunque la maestra hab!a llegado a apreciar a cada uno de ellos durante el verano, s lo al verlos en la escuela not lo e$ageradamente asitico de su aspecto. +ran esquimales. F se sinti orgullosa de ser su maestra. +n muchas escuelas esquimales era costumbre que el maestro se dirigiera a sus alumnos reunidos llamndoles PchicosQ, palabra que transmit!a una buena familiaridad. Besde el comien;o, Aendra la utili; con frecuencia. 3uando quer!a infundir una sensaci n de camarader!a, dec!a a su clase: 8(ueno, chicos, veamos los problemas de matemticas. -ero cuando le parec!a necesario restablecer la discipina, pasaba a: 8(ueno, chicos, basta de bulla. +ntonces ellos sab!an que hablaba en serio y volv!an al orden. )us alumnos le inspiraban un gran cari*o. Bespu#s de unas cuantas preguntas y respuestas de prueba, lleg a la conclusi n de que ten!a tres disc!pulos superiores al promedio. -ero antes de que pudiera comen;ar realmente la clase se produjo una interrupci n que modific todo el d!a, y de hecho, todo el a*o. 9ladimir Afanasi entr en la sala llevando de la mano a una asustada ni*a esquimal de catorce a*os. Antes de indicarle el asiento que deber!a ocupar a la aterrori;ada peque*a, llev a Aendra al porche para decirle: 8)e llama Amy +%seavi%. )us padres son los parias de nuestra aldea. -asan seis meses al a*o pescando r!o arriba. 9iven en una casucha, lejos. Amy ha ido a la escuela, a lo sumo, siete u ocho semanas al a*o. 8JF por qu# se permite semejante cosaK 8,o se permite. Inform# de ello a la polic!a de (arroE. La ni*a debe asistir a la escuela, as! que sus padres la trajeron para que pase el invierno con la se*ora -eloEoo%. Afanasi volvi al aula y se acerc a la ni*a, diciendo: 8'stos son tus compa*eros, Amy. F ella es tu maestra, la se*orita )cott. Bicho esto, bes a la tr#mula jovencita e indic a Aendra que a ella le tocaba hacerse cargo. -ero la maestra no lo oy , pues ante la aparici n de Amy hab!a recibido una abrumadora impresi n: PU+s la ni*ita de la revistaVQ. +l parecido entre la peque*a de seis o siete a*os y esa muchachita de catorce era tan grande que Aendra se llev el !ndice i;quierdo a la boca y se lo mordi . +ra un milagro, nada menos, que una r#plica de aquella fotograf!a, por la cual la maestra hab!a llegado a ese sitio remoto, hubiera entrado en su aula. F tambi#n era una orden: se la hab!a enviado all! para que sirviera a esa criatura. 8+$am!nela 8dijo Afanasi a punto de salir8. )abe leer y escribir un poco, pero ha pasado mucho tiempo fuera de la escuela, aparte de las pocas semanas que asisti el a*o pasado. 3on eso desapareci . Aendra, demasiado sorprendida para reaccionar de inmediato, dej a la nueva alumna de pie, pero entonces se levant la otra ni*a de la clase, se acerc a Amy y la condujo a una silla, que uno de los varones trajo al c!rculo. 3on ese gesto considerado se daba la bienvenida a la e$tra*a que hab!a crecido aislada en las mrgenes del mundo. +n su tercer d!a de trabajo, Aendra encontr en uno de sus cajones un panfleto con datos sobre el distrito escolar de la 9ertiente ,orte, del que su escuela formaba parte. Cen!a una e$tensi n de /.@.L70 %il metros cuadrados, con una poblaci n total de siete mil seiscientas personas. 3omo ya e$perimentaba cierto orgullo por lo que llamaba Pmi pradera del norteQ, esper a que terminaran las clases del d!a y visit al se*or Doo%er, para pedirle su calculadora porttil.

-gina ?.. de ?@0

Alaska

James A. Michener

8La escuela tiene que proporcionarle una 8dijo el director, casi gru*endo. F rebusc en su escritorio hasta hallar la que le estaba destinada8. Bebo de tener por aqu! otras cosas que son para usted. Fa las buscar#. +se regalo la sorprendi , pero cuanto mejor conoc!a esa notable escuela ms la impresionaba su generosidad. 3ada alumno recib!a gratuitamente un cepillo de dientes, dent!frico, lpices, bol!grafo, cuaderno, todo el material de lectura, una merienda, una comida caliente y atenci n m#dica completa. Los maestros tambi#n participaban de la bonan;a: hospitali;aci n totalmente gratuita, un seguro de vida por el doble del salario anual, alojamiento, calefacci n y electricidad gratuitos y el famoso -lan de Ahorro, que Afanasi e$plic as!: 8La invitamos a depositar en nuestras manos el seis por ciento de su sueldo. +n su caso equivale a dos mil seiscientos cuarenta d lares anuales. ,osotros a*adimos el cincuenta por ciento y, sobre el total, le pagamos un once por ciento anual. ,o queremos que nuestros maestros pasen hambre. -ara probar su calculadora, Aendra se dedic a ese tipo de juegos tontos que encantan a los acad#micos: PJNu# estado tiene apro$imadamente el tama*o de nuestro distrito escolarK J3untos de los estados ms peque*os tendr!an que unirse para igualar nuestra superficieKQ. Ttili;ando los datos proporcionados por la escuela, descubri con intenso placer que el estado de tama*o ms apro$imado era el suyo, Ttah. +l hecho de trabajar en un distrito escolar ms grande que todo Ttah la dej estupefacta. Luego procedi a hacer un segundo clculo. Bescubri que la 9ertiente ,orte era ms grande que los die; estados menores sumados, comen;ando por :hode Island y terminando con 9irginia Rccidental. -ero antes de jactarse se pregunt : P)!, pero, Jy la poblaci nKQ. La poblaci n total de esos die; estados superaba los veintis#is millones de personas, mientras que la 9ertiente ,orte no llegaba a las ocho mil. ) lo entonces capt la desmesurada e$tensi n de esa ;ona de Alas%a y lo desierta que estaba. La regordeta Amy +%seavi%, la nueva alumna, estaba resultando ser una personita dif!cil. +n las dos primeras semanas recha; cualquier intento de quebrar su reserva& su adusta actitud repel!a a estudiantes y maestra por igual. 3omo era la "nica que viv!a lejos de la aldea, nunca hab!a tenido amigos. +l concepto de congeniar con otros o confiar en ellos le era e$tra*o& desconfiaba mucho de sus compa*eros y, como sus padres la hab!an tratado siempre con dure;a, no pod!a concebir que la se*orita )cott fuera muy diferente. -or lo tanto, la atm sfera del aula era tensa. A esas alturas, Aendra consult con el director y descubri que, en lo relativo a los asuntos escolares, el se*or Doo%er era un veterano cauto, que enfocaba cualquier problema desde un peculiar punto de vista: PJ3 mo puede perjudicarme estoK F si puede causar dificultades Jc mo desactivarloKQ. 3on esa estrategia dominante, no le hi;o muy feli; enterarse de que la nueva maestra ten!a problemas con la alumna nueva, pues ten!a motivos para creer que Amy +%seavi%, por alg"n motivo, despertaba un inter#s especial en 9ladimir Afanasi, miembro de la junta escolar de la 9ertiente ,orte& por lo tanto, hab!a que manejarla con cuidado. 8JBice usted que es intratableK Aendra sol!a sorprenderse ante el vocabulario del se*or Doo%er. Aunque el hombre hab!a cursado magisterio en <reeley, 3olorado, una de las mejores escuelas en su especialidad, en realidad era torpe, aunque con posibilidades latentes, y decidi revelarle sus aprensiones. 8Amy es una criatura salvaje, Aasm. J+s posible que en su casa la castigaranK 8,i remotamente. Afanasi no siente simpat!a por sus padres, pero dice que no son brutos. Los esquimales nunca maltratan a sus hijos. 8+n ese caso, tal ve; sea as! porque fue criada en un ambiente solitario.

-gina ?./ de ?@0

Alaska

James A. Michener

8+s posible. R qui; por ser la menor de la clase. Cal ve; estuviera ms a gusto si volviera a la escuela primaria. Fo he sabido ablandar a ni*os como ella. Automticamente, con una energ!a que no habr!a empleado de sospechar el efecto que pod!a causar, Aendra e$clam : 8Rh, no. +st donde debe estar. )us compa*eros la ayudarn. F yo har# todo lo posible por que se sienta a gusto. 8Be pronto cay en la cuenta de que estaba tocando una ;ona sensible y rectific , diciendo8: -or ayudarla a aprender. +l director Doo%er sonri de una manera tan comprensiva que sorprendi a Aendra: 8,o se identifique demasiado con ella, se*orita )cott. 8Llmeme Aendra, por favor... si quiere que yo le llame Aasm. 8Be acuerdo. J3onque desea conservarlaK -ero la ni*a Japrende algoK 8+s muy inteligente, Aasm. 4uestra gran capacidad de aprendi;aje. 8)iga con ella, pues. Felic!tela cuando se porte bien y no tema rega*arla cuando falle. +n esos fantasmales d!as del oto*o, mientras el sol se hund!a ms y ms en el cielo, como para advertir a la gente de Besolation que pronto se ir!a, dejando caer la noche, Aendra se esfor; en quebrar la reserva de esa ni*a hura*a, casi salvaje, que le hab!a sido encomendada. La fortalec!a en esa dif!cil tarea la portada del ,ational <eographic que hab!a clavado sobre su escritorio, en el apartamento, y la decisi n con que esa otra Amy de seis a*os avan;aba en medio de la ventisca: PTna criatura criada as! tiene que ser recia al llegar a los catorce a*os. 4i Amy es tal como #sta ha de ser en la actualidad. F a m! me corresponde mostrarle cunto mejor puede ser a los veinteQ. As! continuaba el dif!cil proceso educativo que todos los animales j venes deben soportar, si quieren convertirse en osos o guilas de primera. Aendra aplicaba constantemente amor y presiones& la dura Amy resist!a con todas sus fuer;as. Los otros tres alumnos, ni*os de crian;a normal que hab!an perdido sus peculiaridades individuales en el contacto con otros ni*os tan to;udos como ellos, progresaban rpidamente bajo la gu!a de Aendra. -or tanto, la escuela secundaria de Besolation funcionaba a un ritmo ms que satisfactorio. +n una cena organi;ada por la iglesia, que marc por casualidad el fin del oto*o y el principio de la larga noche invernal, varios padres dijeron a Aendra: 8,o o!mos ms que elogios de usted. Fue Bios el que nos la envi . -ero la familia que alojaba a Amy +%seavi% le coment : 8+lla nunca menciona la escuela. JLe va bienK F Aendra respondi con franque;a: 8-arece estar adaptndose. +n septiembre, octubre y a principios de noviembre, los habitantes de Besolation hac!an frecuentes e inquietantes referencias a Pla llegada del inviernoQ. Aendra supuso que se refer!an a los problemas de la noche perpetua, pero en uno de los primeros d!as de noviembre descubri el verdadero significado. -uesto que el fr!o se acentuaba 1la temperatura hab!a descendido a diecinueve grados bajo cero y una nieve ligera cubr!a la tierra2 ella hab!a comen;ado a usar su atuendo esquimal y se sent!a muy c moda con #l. -ero esa ma*ana, al salir apresuradamente de la :esidencia para ir a la escuela, la golpe un viento de fuer;a tan cruel que ahog una e$clamaci n y arrug la cara. 3uando llegaron sus alumnos, envueltos en ropas protectoras, le preguntaron: 8JNu# le parece el invierno de verdadK +l term metro se*alaba cuarenta grados bajo cero, pero el viento aullante llegaba desde los pramos de )iberia con tanta potencia que la radio de (arroE situ la sensaci n t#rmica en Psesenta y ocho grados bajo cero y contin"a descendiendoQ. +ra un fr!o que Aendra no hab!a imaginado nunca, por no hablar de e$perimentarlo: 8+h, chicos. J3unto tiempo dura estoK

-gina ?.7 de ?@0

Alaska

James A. Michener

F ellos la tranquili;aron: 8,o muchos d!as. +staban en lo cierto. Al cabo de tres espantosos d!as, el viento cedi . Aendra descubri entonces que una temperatura de treinta grados bajo cero sin viento era bastante soportable. +n esos momentos, en lo profundo de un verdadero invierno rtico, cuando la gente deb!a unirse para sobrevivir, descubri en Aasm Doo%er a un e$celente educador y en 9ladimir Afanasi, a un estupendo ciudadano: el gimnasio, que hab!a requerido ms de la mitad del presupuesto de la escuela, se convirti en el punto de reuni n de la comunidad. +l d!a de Acci n de <racias y en ,avidad hubo celebraciones a las que acudieron todos los aldeanos, salvo los padres de Amy +%seavi%. Crajeron carne helada de ballena, pescado y maravillosos guisos de pato, ganso o carib". -ero la actividad principal eran los partidos de baloncesto. A veces, Aendra pensaba que el alma de -unta Besolaci n, al menos en invierno, resid!a en los partidos que atra!an a casi todos los miembros de la comunidad. -ero ella nunca hab!a visto jugar de ese modo, pues la secundaria de Besolation ten!a s lo dos varones y, aunque eran bastante buenos jugadores, se necesitaban por lo menos tres ms para formar un equipo de cinco. +l problema se resolv!a de este modo: cualquier equipo que jugara en Besolation aceptaba la participaci n de dos muchachos ya graduados y del se*or Doo%er como quinto miembro, bajo la condici n de que no tirar!a al aro ni Pmarcar!aQ al mejor jugador del equipo contrario. -ero Jcontra qui#n pod!a jugar BesolationK La secundaria de (arroE contaba con una brigada completa de quince, pero no ocurr!a lo mismo con las otras seis peque*as escuelas de la 9ertiente ,orte. Lo que la escuela hac!a era un tributo a la imaginaci n de 9ladimir Afanasi, el cual e$plic as! la situaci n a Aendra: 83omo disponemos de bastante dinero, pagamos los gastos de traslado a otras escuelas para que vengan en avi n y jueguen con nosotros una serie de tres partidos amistosos& a veces, s lo dos. La aldea enloquece. -ara nuestros muchachos es una gran e$periencia. F los jugadores del equipo contrario tienen la oportunidad de conocer el norte de Alas%a. Codo el mundo se beneficia. +l primer equipo importado bajo esas condiciones era el de :uby, una peque*a ciudad del r!o Fu% n. Llegaron ocho jugadores, acompa*ados por el entrenador y el director de la escuela. Burante varios d!as en que el sol no apareci , Besolation s lo pens en el baloncesto. 3omo no hab!a diferencia entre la noche y el d!a, se convocaban los partidos para las cinco de la tarde. F era algo digno de verse, pues el equipo de Besolation estaba compuesto por los dos estudiantes de Aendra, el graduado =onathan (orodin 1el due*o de la motonieve2, otro mo;o que se hab!a fichado dos a*os antes y el se*or Doo%er, con su metro ochenta y dos y sus setenta y un %ilos de peso. )al!an a la pista con bonitas chaquetas, que hab!an costado noventa y siete d lares cada una, y jerseys a;ul celeste que proclamaban con brillantes letras doradas: AT:R:A (R:+AL. 3omo tres de los jugadores eran visiblemente bajos, =onathan (orodin ten!a una estatura promedio y el se*or Doo%er llegaba a las estrellas, formaban una verdadera me;cla. -ero una ve; que sonaba el silbato y el rbitro Afanasi lan;aba el bal n, se iniciaba un partido lleno de ataques y cambios salvajes. Aendra se asombr ante la habilidad de sus dos disc!pulos. (orodin segu!a siendo el jugador estrella, como en sus tiempos de estudiante, pero al -romediar el partido la puntuaci n era: :uby /I, Besolation /.. 3laro que si se hubiera permitido al se*or Doo%er tirar a la canasta o PmarcarQ al mejor jugador del equipo contrario, el resultado habr!a sido diferente. Be cualquier modo, Aendra se sinti orgullosa de su equipo y lo anim vigorosamente. +sa noche, el equipo de Besolation perdi por 7@86@, pero la noche siguiente acert tiro tras tiro y gan por un margen c modo: 6687M. Al d!a siguiente, antes de que llegara el

-gina ?.6 de ?@0

Alaska

James A. Michener

avi n contratado para llevar a los jugadores de :uby de regreso al Fu% n, seiscientos sesenta %il metros ms al sur, los dos equipos compartieron un abundante desayuno a base de sucedneo de huevos revueltos, embutidos de carnes diversas y panecillos proporciona8 dos por la se*ora Doo%er. Codos estaban de acuerdo en que la visita de :uby hab!a sido todo un #$ito& uno de los jugadores visitantes agradeci la hospitalidad con un discurso formal: 8)igo creyendo que el sol asomar cuando nos vayamos. F uno de los muchachos de Aendra, que se hab!a destacado en el segundo partido, le respondi : 89en en junio y vers que tienes ra; n. +ntonces Aendra e$periment toda la maravilla de la vida al norte del Ortico durante el invierno, en esas interminables semanas de noche prolongada, quebrada apenas por unas pocas horas de resplandor plateado a mediod!a. A veces, cuando el sol mordisqueaba el borde de las nubes que pend!an sobre el r!o Fu% n, mucho ms al sur, Aendra miraba por la ventana de su aula y ve!a figuras difuminadas, imposibles de identificar, movi#ndose lentamente por la aldea. +ntonces pensaba: P+stoy sumida en un mundo de sue*os y nada de esto es realQ. -ero entonces comen;aban las veintid s horas de completa oscuridad y ella se dec!a: P+sto es el Ortico real. +sto es lo que vine a buscarQ. F disfrutaba de la oscuridad, como si s lo ella, entre todos los graduados de (righam Foung, hubiera tenido el coraje necesario para esa aventura. -or eso estaba predispuesta a disfrutar de la e$periencia. 3ada ve; que las mujeres de la aldea organi;aban alg"n tipo de festival, ella las ayudaba a decorar el gimnasio y a servir el refrigerio, hasta que todos llegaron a tomarla por un miembro ms de la comunidad. Lo que sus alumnos dec!an de ella era tranquili;ador, e$ceptuando a la hura*a Amy +%seavi%, que no la mencionaba en absoluto. A finales de diciembre, Aendra inspeccion su despensa y encontr esas provisiones que hab!a a*adido a su pedido en el "ltimo momento, con intenci n de utili;arlas como premio para sus alumnos. :ecurri a ellas, sobre todo a las pacanas, el %aro y los quinotos en alm!bar, y solicit ayuda a dos mujeres que ten!an a sus hijos en la escuela para hacer enormes cantidades de tortas de pacana, cadenas de embutidos de lata, galletas decoradas con frutas escarchadas y muchos litros de batido agridulce, preparado con un concentrado de frutas. 3uando todo estuvo listo, Aendra invit a todos los ni*os de la escuela, con sus padres, y a la pareja con la que Amy viv!a. ,o se hi;o nada por impedir la entrada a los vecinos curiosos, que se acercaban para averiguar qu# estaba pasando en el gimnasio. +ntre los intrusos estaba 9ladimir Afanasi, que felicit a Aendra por la fiesta y por la cordialidad con que introdujo los quinotos entre las mujeres de la aldea. -ara los ni*os, lo mejor fueron las tortas de pacana. Al terminar el fest!n, hasta Amy +%seavi% admiti a rega*adientes: 8+staban muy buenos. Aendra observ que el se*or Afanasi se apartaba para conversar con algunos hombres de la aldea, acompa*ado por un forastero. 3on la primera mirada que ech a ese hombre blanco, que al parecer proven!a de Los cuarenta y ocho de abajo, la invadi una impresi n que no olvidar!a jams: se trataba de alguien importante y no estaba en Besolation por casualidad, sino para cumplir con alg"n gran designio. +ra joven y de estatura mediana& iba bien acicalado y ten!a una sonrisa encantadora. Aunque no la miraba, su pelo rubio se destacaba tanto entre los esquimales que ella no pod!a dejar de echarle alguna mirada. 3uando se produjo una pausa en los entretenimientos preparados por los estudiantes, Aendra se acerc a Afanasi como al desgaire. Al verla llegar, #l fue en su busca como si adivinara sus intenciones y, tomndola de la mano, la llev directamente hacia el joven desconocido:

-gina ?.L de ?@0

Alaska

James A. Michener

8-erm!tame presentarle a mi asesor legal, se*orita )cott. =eb Aeeler. 8(ienvenido a nuestra fiesta escolar, se*or Aeeler. JAsesorK 8+studi en Bartmouth y Fale 8e$plic Afanasi8. +s una persona de importancia vital para nuestra comunidad. 8JAs! que usted trabaja aqu!K 8pregunt ella. Aprovechando la oportunidad, Afanasi describi la original relaci n que el joven Aeeler manten!a con la aldea y sus habitantes. Aendra, impresionada, pregunt : 8JCiene casa aqu!K 84e hospedo en la del se*or Afanasi 8replic =eb8. +s muy c modo, porque es con #l con el que debo reali;ar casi todo mi trabajo. +lla se entretuvo con aquellos hombres varios minutos ms de lo necesario. -or fin, consciente de su intromisi n, se disculp torpemente, dejando entrever la favorable impresi n que le hab!a causado el joven abogado. -ero eso no fue motivo de bochorno, pues #l e$perimentaba lo mismo. 3ierta ve; hab!a dicho a -oley 4ar%ham, su mentor: P4e desped! con un beso de las bellas universitariasQ. F era cierto. ,i en =uneau ni en Anchorage, donde trataba con mucha gente por su profesi n, hab!a conocido a ninguna mujer que le interesara. +ncontrar en Besolation a una joven tan atractiva y capa; como Aendra no era algo que se pudiera pasar por alto. Al terminar la reuni n, se las compuso para acercarse a Aendra, que se desped!a de las aldeanas. 3uando se hubo retirado el "ltimo de los invitados, le pregunt : 8JLe apetece venir a desayunar ma*ana conmigoK +n casa de 9ladimir, por supuesto, pero cocinamos muy bien. 84e gustar!a 8dijo ella, con una sonrisa irresistible . -ero como usted sabe, el se*or Afanasi es mi jefe y debo estar en el aula a las ocho. 8-asar# por usted a las seis. 8J-or qu# tan tempranoK 8-orque tengo muchas preguntas que me gustar!a hacerle. F ella acept . A la ma*ana siguiente se levant antes de las cinco. 3uando llamaron a la puerta, a las seis menos cuarto, ya esperaba con impaciencia. All! estaba =eb Aeeler, para acompa*arla a casa de Afanasi. 4ientras caminaban por la oscuridad, tomados del bra;o, tuvo la sensaci n de que #l estaba igualmente ansioso de conversar con ella y eso le agrad enormemente. +ra su primera cita de verdad, algo planeado con entusiasmo por ambas partes, y la gratificaba de alg"n modo ine$plicable que se produjera tan al norte del 3!rculo -olar Ortico. 8 Bespu#s del desayuno, Afanasi tuvo el buen tino de aducir una reuni n por asuntos de la aldea y sali rpidamente. 8JDa venido usted por cuestiones legalesK 8pregunt Aendra. =eb e$plic entonces sus relaciones con -oley 4ar%ham. y los servicios que ambos hab!an prestado a la empresa de Besolation. Luego la condujo por los entresijos de la Ley de 3oncesiones, en la que ya era e$perto. 3uando Afanasi volvi ella pudo preguntarle: 8J3ul cree usted que ser el resultado en .@@., cuando los esquimales adquieran pleno derecho sobre sus tierrasK 83onque han estado conversando de cosas elevadas, JehK 89ladimir se sirvi un poco de caf# y dedic la hora siguiente a discutir con ellos los desconcertantes problemas a los que se enfrentaba su pueblo8. 4e alegra el estado de nuestra unidad local. 3on el sobrio asesoramiento de -oley 4ar%ham al principio y de =eb ahora, hemos podido protegernos. ,o hemos perdido dinero ni ganamos mucho, pero retenemos constructivamente nuestra tierra. +n cuanto a las grandes corporaciones... son ellas las que me preocupan. Las buenas prosperan& las pobres corren peligro de ;o;obrar. F si eso ocurre, cuando llegue .@@. estarn deseosas de vender todo a los comerciantes de )eattle.

-gina ?.M de ?@0

Alaska

James A. Michener

8J-odr!a ocurrir esoK 8pregunt Aendra. F =eb intervino: 8Los lobos ya rondan la fogata. +speran a que llegue .@@. y la oportunidad de apoderarse de las mejores tierras de Alas%a. Tna ve; que eso ocurra, los nativos no podrn recuperarlas jams. Codo un modo de vida se ir al demonio. 4ientras anali;aban esa triste perspectiva, Aendra vio con claridad la estrategia de =eb y sinti respeto por #l: 83reo que un cincuenta por ciento de las grandes corporaciones estn condenadas. C#cnicamente ya estn en bancarrota o a punto de estarlo. 3alculo que esas tierras ya estn perdidas, a menos que intervenga el gobierno federal con alguna operaci n de rescate. -ero tambi#n creo que muchas corporaciones aldeanas se pueden salvar, protegiendo sus tierras a largo pla;o, y eso es lo que trato de lograr con las que me emplean. +ntonces Afanasi se mostr casi po#tico en su defensa del v!nculo tradicional de los esquimales con su tierra: 84i pa!s no es s lo esta tundra vac!a, medida en las hectreas del hombre blanco. 4i pa!s es el oc#ano abierto, congelado en el invierno, camino para las morsas, las focas y los cachalotes en la primavera y en verano. Cierra segura y suficiente para las casas de mi aldea, oc#ano libre suficiente para asegurar la cosecha del mar, del que siempre hemos dependido. 8F chasque los dedos8. 9amos, se*orita )cott, que son las ocho menos cuarto. UFa deber!a estar en claseV 8F acompa* a Aendra y a =eb hasta la escuela. +l trabajo de =eb Aeeler con los l!deres de la corporaci n le oblig a permanecer nueve d!as en Besolation. 3ada velada que pas con Aendra aument su inter#s& descubri en ella a una joven inteligente y despierta, con aficiones similares a las suyas y ese tipo de humor t!mido que aprecian los hombres como #l. (uscaba una mujer que fuera casi su igual en capacidad mental, pero no demasiado agresiva. +stimaba, sobre todo, sus actitudes maduras para con los esquimales, el pueblo que #l hab!a tomado bajo su protecci n. 8Al principio, al ver esas caras oscuras y hoscas, yo pensaba: PRdian a todo el mundoQ. Luego descubr! que s lo estaban tomndose el tiempo necesario para evaluarme. Tna ve; que pas# el e$amen, florecieron como melocotoneros en la primavera. 'l estuvo de acuerdo en que llevaba tiempo interpretar la aparente reticencia de los esquimales. Aendra quiso entonces presentarle a sus cuatro alumnos, de modo que =eb concert su trabajo con Afanasi de modo tal que le permitiera pasar la tarde en la escuela. All! caus una gran impresi n a los tres estudiantes de Besolation, pero ninguna en Amy +%seavi%, que le miraba airadamente, como si fuera un enemigo. =eb sinti tal desaf!o que, al terminar sus relatos sobre las cacer!as de carib"es en el norte de 3anad y sus temporadas de esqu! en Bartmouth, se despidi cordialmente de los tres jovencitos locales, pero pidi a Amy que no se fuera. +lla baj la cabe;a y le mir por entre su flequillo oscuro, aceptando a rega*adientes. 8+n clase no has dicho nada 8comen; #l8, pero not# que ten!as muchas preguntas que hacer. Las tuyas, seguramente, habr!an sido ms interesantes que las otras. Bime: Jque deseabas saberK 3on la barbilla contra el pecho y el pelo cubri#ndole los ojos, ella murmur : 8JCodos los hombres como usted tienen el pelo blancoK 8,o es blanco. ,osotros lo llamamos rubio. 4s o menos como el de la se*orita )cott. 8+n las revistas veo muchas mujeres con pelo como el suyo. Dombres, nunca. 8-ero los rubios somos muchos, Amy. 8J-or qu# ha venido aqu!K J-ara qu#K 8Craigo papeles del gobierno, que est en =uneau y en >ashington. J)abes algo de >ashington, la gran capitalK 83laro.

-gina ?.? de ?@0

Alaska

James A. Michener

La contundencia de su respuesta le alent a formularle varias preguntas, calculadas para medirla informaci n acumulada por una ni*a de catorce a*os. Canto #l como Aendra se sorprendieron ante la profundidad y la amplitud de sus conocimientos. -or fin prob con la aritm#tica y ella volvi a sorprenderle con su destre;a. 8+res una de las jovencitas ms brillantes que he conocido, Amy. 9es muchas cosas de las que nunca hablas, JverdadK Rbviamente complacida, pero tambi#n profundamente a;orada por esa intromisi n en sus secretos, ella acab por levantar un poco la cara& mir de frente a =eb y le dedic una de las sonrisas ms amplias que #l hab!a recibido jams. Besde ese momento en adelante, =eb y Amy fueron socios. Aunque la maestra no hab!a podido ablandar a esa ni*a helada, =eb sac a relucir todo el calor oculto que anidaba en ese pecho tenso. 3uanto ms revelaba Amy de s! misma y de sus e$traordinarias dotes para la percepci n y el conocimiento, ms comprend!an Aendra y =eb que acababan de descubrir a un ser humano en reto*o, capa; de lograr casi todo aquello a lo que aplicara su privilegiada mente. 8Cenemos que organi;ar las cosas para que pueda estudiar en la universidad 8dijo =eb. F Aendra estuvo de acuerdo: 8Fa est prcticamente lista. )in duda la Tniversidad de >ashington ha de tener becas para ni*as como ella. +sa noche, la "ltima que =eb pasar!a en Besolation, pasearon un rato en la oscuridad, con el term metro marcando treinta y cuatro grados bajo cero. +l fr!o, con poca humedad, era ms vigori;ante que destructivo& casi era posible disfrutarlo. 8,o hay muchos amantes estadounidenses que paseen con treinta y cuatro grados bajo cero 8coment =eb. +lla se apart . 8JBesde cundo somos amantesK 8-odr!amos serlo esta noche. 3uando llegaron a la :esidencia #l quiso pasar, pero ella le recha; : 8,o, =eb. 8F luego e$plic su negativa a*adiendo8: -or la ma*ana lo sabr!a toda la aldea. 8UAjV 8apunt #l8. )i estuvi#ramos en un sitio neutral, como Anchorage, no te negar!as. +l silencio de Aendra revel que #sa era su actitud, e$actamente. 8 Le abra; con ardor y se entretuvo en el umbral, para que #l pudiera responder una y otra ve;. =eb era, en todo sentido, el hombre ms deseable que ella hab!a conocido: un abogado que respetaba profundamente la ley, amigo de los esquimales y, tal como hab!a demostrado con su diestro manejo de Amy +%seav!%, un adulto capa; de proyectarse en el mundo de los ni*os. Aendra estaba enamorada de =eb. +n otras circunstancias, con la inti8 midad asegurada, habr!a estado dispuesta a demostrrselo, pero como compart!a la :esidencia con su director y los ojos penetrantes de los aldeanos, ten!a que reprimirse. 8+res lo ms precioso que ha entrado en mi vida en veinte a*os, =eb. -or favor, te lo ruego, mantengamos el contacto. 8)i t" piensas as! y yo tambi#n, Jpor qu# no me dejas entrarK 8Aqu! no es posible 8objet ella, sin mucha firme;a. 8-ero si vinieras a Anchorage, Jpodr!a serK F ella respondi : 8,o me atosigues. 3osa que #l interpret correctamente como: P+s probableQ. Tna serie de acontecimientos protagoni;ados por 9ladimir Afanasi, que parec!a decidido a demostrar que Alas%a era a un tiempo e$tra*a y "nica le permitieron distraerse. +l primer d!a de enero, Afanasi se enter de que los pagos por los yacimientos petrol!feros de

-gina ?.I de ?@0

Alaska

James A. Michener

-rudhoe (ay ser!an mucho ms altos de lo que su junta hab!a calculado& entonces anunci en asamblea p"blica: 8U(ienV +so nos deja las manos libres. +sa misma tarde pidi a Darry :ost%oEs%y que le llevara a (arroE, donde tom el avi n de -rudhoe a Anchorage. All! se aloj en el hotel del aeropuerto, y visit a los gerentes locales de las die; o doce aerol!neas internacionales que cru;aban sobre el -olo ,orte hacia +uropa. Al final descubri que el mejor precio para su proyecto lo ofrec!a Lufthansa, pues la firma no quer!a que otra l!nea a#rea se llevara un negocio a Alemania. 3on un contrato asegurado, como m!nimo, por los pasajes de !da y vuelta que necesitaba, volvi apresuradamente a Besolation y, en una gran asamblea convocada en el gimnasio, revel sus planes: 83iudadanos de Besolation: gracias a una cuidadosa supervisi n y a la buena suerte de contar con maestros como Aasm Doo%er y Aendra )cott, tenemos en nuestra aldea una de las mejores escuelas 4olly Dootch de Alas%a. 8La multitud aplaudi , mientras el se*or Doo%er saludaba . -ero resulta dif!cil mantener la moral alta y aprender en los meses invernales que se avecinan. All! se interrumpi para permitir una discusi n generali;ada de esa irrefutable verdad. +ra muy dif!cil manejar una escuela, aunque fuera tan peque*a, cuando no hab!a lu; solar. 8JF qu# soluci n proponesK 8pregunt un pescador. Afanasi evit la respuesta directa: 8,unca he querido que tengamos en Besolation una escuela parroquial. 8JNu# significa PparroquialQK 8pregunt un hombre. 83at lica 8respondi una mujer. F Afanasi corrigi : 8-uede significar cat lica, es cierto, pero en otro sentido es tambi#n algo limitado, de miras estrechas. 4ientras #l hac!a una pausa para permitir que todos comprendieran, Aendra pens : PJAd nde quiere llegarKQ. F mir a su director en busca de alguna clave, pero #ste se encogi de hombros, pues estaba igualmente a oscuras. 8Nueremos que nuestros alumnos entiendan c mo es el mundo al sur del 3!rculo -olar Ortico, JnoK J,o es por eso que llevamos nuestros equipos de baloncesto a sitios como =uneau y )it%a, y hacemos que nuestros bailarines y atletas compitan en Fairban%sK (ueno, esta ve; vamos a ampliar sus hori;ontes de un modo que no hemos intentado antes. Bentro de die; d!as, casi todos nuestros estudiantes, dos de nuestros maestros, tres miembros de la junta y tres madres, que actuarn como acompa*antes, volarn a Anchorage en un avi n contratado y abordarn un avi n de Lufthansa para viajar a Francfdrt, Alemania, donde estudiaremos la historia de +uropa central& despu#s visitaremos otras seis ciudades alemanas para ver c mo es una gran naci n europea. Dubo e$clamaciones, gritos de j"bilo, gran entusiasmo entre los escolares y luego, una sobria pregunta: 8JNui#n va a pagar todo esoK F la sonora respuesta de Afanasi: 8La junta escolar. ,uestro presupuesto lo permite. 8Luego recapitul 8: -agaremos por lo que he dicho: doce estudiantesKLos cinco ms peque*os se quedarn aqu!, con la se*ora Doo%er. Bos maestros. Cres miembros de la junta. Cres madres. +so equivale a veinte personas. )i alguno de los otros quiere pagarse el pasaje, que ser muy barato, podemos aceptar a cinco ms. 3omo los salarios de -rudhoe hab!an sido desorbitados en los "ltimos a*os, cinco voluntarios gritaron sus nombres. Aendra not que entre ellos estaba =onathan (orodin, el muchacho de diecinueve a*os que pose!a la motonieve. Antes de levantarse la asamblea se

-gina ?.@ de ?@0

Alaska

James A. Michener

acordaron todos los detalles del viaje a Alemania& Aendra y el se*or Doo%er recopilaron listas de datos vitales para que el se*or Afanasi llevara a la oficina federal de Fairban%s, por la ma*ana, a fin de tramitar los pasaportes, y se hicieron apresuradamente los arreglos en los trajes de los muchachos y en los vestidos de las ni*as. +n sus clases, el se*or Doo%er y la se*orita )cott abandonaron todas las materias para impartir lecciones resumidas sobre geograf!a, historia y m"sica de Alemania. Tna madre ten!a viejos ejemplares del ,ational <eographic que trataban sobre Alemania. Rtra, grabaciones de la Nuinta sinfon!a de (eethoven y selecciones de Fausto. Los ni*os dibujaron mapas de Alemania y la peque*a Amy +%seavi% sorprendi a todos tra;ando un buen mapa de Alas%a, en el centro del cual puso a Alemania del +ste y del Reste, en la misma escala, para mostrar su insignificancia en comparaci n con la 9ertiente ,orte y el valle del Fu% n. Amy no quiso decir a sus compa*eros por qu# hab!a hecho eso, pero al terminar la clase susurr a Aendra: 8Nuiero ir, aunque no sea gran cosa. 8+n eso te equivocas, Amy. Burante dos mil a*os esa parte de +uropa 8la mano derecha de la maestra cubri casi por completo la Alemania de Amy8 ha dominado esta parte del mundo. ,o siempre es el tama*o lo que cuenta. 8F siguiendo un impulso, asi las manos de la ni*a8. +res joven, Amy. -odr!as llegar muy lejos. +l se*or Aeeler dijo: P-odr!a ser lo que quisiera. 3ualquier cosaQ. 8Tsted est enamorada del se*or Aeeler, JverdadK 8+stoy enamorada de Alas%a y de todo lo que representa. 4e apasiona la maravillosa capacidad que tienes dentro de ti. 3uando vayas a Alemania, Amy, mira, sopesa y escucha. F por el amor de Bios, aprende algo. )olt las manos de Amy y dio un paso atrs. Besde la puerta del aula, la ni*a se volvi a mirarla, recordando y evaluando todo lo que le hab!a dicho. La e$pedici n a Alemania fue un #$ito sin precedentes. 3ada uno de los aviones despeg a la hora convenida. Los agentes publicitarios de Lufthansa llenaron los peri dicos europeos de art!culos y fotograf!as de los estudiantes esquimales. 4useos, ;ool gicos, castillos y centros industriales organi;aron giras especiales para los visitantes& un peri dico especiali;ado en econom!a public un largo anlisis de la estructura financiera de la 9ertiente ,orte y su bienestar debido al petr leo. +l periodista calculaba que esa loable iniciativa escolar hab!a costado a Besolation no menos de ciento veintisiete mil d lares, todo pagado con los fondos de los derechos petrol!feros. Afanasi introdujo una correcci n: 8) lo veinte de nosotros viajamos con los gastos pagados por la junta escolar, gasto que fue unnimemente aprobado por los ciudadanos. Los otros seis pagaron sus propios pasajes, pues quer!an compartir la e$periencia. )us cifras eran correctas. Dab!a veinte miembros oficiales en el grupo, ms los cinco que se hab!an ofrecido aquella primera noche en el gimnasio y un viajero inesperado, que pidi incorporarse al grupo cuando #ste lleg a Anchorage. =eb Aeeler, abogado de la 3orporaci n Besolation y de la junta escolar, se hab!a sentido en la obligaci n de acompa*ar a Afanasi como asesor& tampoco negaba, para sus adentros, que la idea de pasar unos d!as en +uropa con Aendra influ!a en sus planes. +lla qued halagada por esa prueba de sincero inter#s& en la e$pedici n no hubo dos personas que disfrutaran como ellos ese viaje por Alemania. +n realidad, el placer mutuo era tan obvio que una de las madres acompa*antes dijo a las otras dos: 8,o es a los ni*os a quienes deber!amos estar vigilando. -ero todos aprobaban esas relaciones. +ntre los estudiantes de ms edad se especulaba con la posibilidad de que el se*or Aeeler se escabullera hasta el dormitorio de la se*orita )cott, en los diversos hoteles en que se alojaban.

-gina ?/0 de ?@0

Alaska

James A. Michener

Tno de los temas que Aendra discut!a con Aeeler habr!a sorprendido a sus alumnos: 8)# que esto puede parecerte una traici n de la confian;a entre cliente y abogado, =eb, pero necesito saberlo. -or el modo en que Afanasi despilfarra el dinero, como en este viaje, Jno estar robando a la corporaci nK =eb ahog una e$clamaci n y sujet a Aendra por los hombros. 8UNu# pregunta suciaV Afanasi es el hombre ms honrado de cuantos cono;co. )e cortar!a el bra;o derecho antes que robar un c#ntimo. 8F la sacudi , bramando8: Be eso doy fe ante el mundo entero. +lla no se dej apabullar por tan en#rgica defensa. 8JF de d nde saca tanto dineroK =eb golpe la mesa con un pu*o: 8U4aldita seaV aunque en Los cuarenta y ocho de abajo no quieran creerlo, en -rudhoe (ay el dinero corre como agua. La junta escolar de Afanasi tiene dinero. Fo tengo dinero. 4i socio -oley 4ar%ham tiene dinero. F todo legal, verificable por los recibos. Ahora acepta los hechos: aqu! en el norte, el dinero es muy com"n. Nuien observaba con much!simo inter#s el cortejo, a veces tempestuoso, era Amy +%seavi%. )u apego a =eb Aeeler se hab!a intensificado al observar su cort#s conducta en Alemania y sent!a ya cierto derecho de propietaria sobre la se*orita )cott, pues ella hab!a sido la primera en detectar que la maestra estaba enamorada del simptico abogado. +n varios paseos que =eb y Aendra hicieron solos, invitaron a Amy a que les acompa*ara& la ni*a los sorprend!a constantemente con su dominio de todo lo alemn. 8Amy 8e$clam Aendra un d!a, en la -inacoteca de 4unich8, ests hablando alemn como si lo hubieras estudiado. 8Lo estudi# 8respondi la ni*a. F les mostr el libro barato de frases "tiles que se hab!a aprendido prcticamente de memoria. +sa noche, despu#s de un interludio romntico que acerc mucho a los amantes a declarar abiertamente sus planes, Aendra dijo: 8)i alguna ve; nos casamos, quiero que adoptemos a Amy. F =eb se mostr de acuerdo: 8Daremos que estudie en Bartmouth. La e$pedici n tuvo dos sorpresas deliciosas: el embajador estadounidense invit a los esquimales a una comida formal en (onn& luego organi; un paseo en trineos por la campi*a cercana, con una parada en una posada r"stica, donde hab!a m"sicos vestidos con trajes t!picos que tocaron viejas canciones tradicionales y bailaron con los esquimales. A medida que pasaban los plateados d!as del invierno alemn y los visitantes recordaban con frecuencia la triste oscuridad del terru*o, Aendra tom conciencia de algo que antes no hab!a notado: =onathan (orodin era un joven de sorprendente capacidad. Burante los primeros seis meses de su estancia en la aldea no le hab!a inspirado simpat!a& para ella era s lo un muchacho bastante descarado, que no trabajaba y ten!a un veh!culo para nieve muy ruidoso, cuyos ecos parec!an perturbar su clase cada ve; que ella trataba de dar una e$plicaci n importante. Al observarle durante el viaje, not que cuidaba a los ni*os menores como si fuera su t!o y comprendi que el muchacho ten!a posibilidades. Le preocupaba tanto el hecho de que no hubiera continuado sus estudios que, en el autob"s a (erl!n +ste, se sent junto a #l para preguntarle: 8J-orqu# abandonaste la universidad, =onathanK 'l replic en tono hosco: 8+chaba de menos la vida de la aldea. 8J+l humo y las bromasK 8pregunt ella, sin dar a sus palabras ning"n doble sentido. 8+s nuestro modo de vivir.

-gina ?/. de ?@0

Alaska

James A. Michener

+lla se mordi los labios, sabiendo que lo perder!a si se burlaba de esa visi n, pat#ticamente limitada. 8-ero te he estado observando, =onathan, y veo que tienes muchas cualidades. 8J3ules, por ejemploK 8pregunt #l, entre el recelo y el deseo de o!r ms. 8+res un e$celente administrador. )i estudiaras, podr!as trabajar en cualquier parte: en Anchorage, en )eattle o en >ashington, como asistente de alg"n congresista. 8Ante la sorpresa del muchacho, a*adi 8: Lo digo en serio. Cienes un talento especial, pero se marchitar si no lo desarrollas. =onathan le dio una respuesta arrogante, que muchos esquimales j venes habr!an podido darle en esos d!as embriagadores: 8-uedo conseguir empleo en -rudhoe (ay cuando se me antoje. <anar!a cuatro veces ms que usted como maestra. +lla se puso r!gida, pues no aceptaba ese tipo de contestaciones. 8JF qui#n habla de dineroK Fo estoy hablando de todo tu futuro. )i vas a -rudhoe (ay, trabajars all! tres o cuatro a*os, malgastando tus sueldos. JF qu# hars el resto de tu vidaK -i#nsalo, =onathan. )e levant bastante disgustada, para ocupar otro asiento. +l joven demostr tener carcter: cuando volvieron a (erl!n Reste fue en busca de la maestra y le pregunt si pod!a sentarse a su lado en el restaurante. 8-or supuesto 8dijo ella. F qued at nita al enterarse de que =onathan ocupaba un rango ms o menos especial en Besolation: 84i abuelo... Tsted no le conoce y piensa que el se*or Afanasi es el gran hombre de la aldea. +n la corporaci n, s!, en la junta escolar, tambi#n. -ero el verdadero gran hombre es mi abuelo. F se dispuso a compartir con ella los notables dones de su abuelo y el poder que ejerc!a sobre acontecimientos tales como el nacimiento de un ni*o o la ca;a de una ballena. -or fin ella dej los cubiertos y le mir fijamente, mientras preguntaba: 8JNuieres decir que tu abuelo es chamn, =onathanK Dab!a o!do esa palabra varias veces desde su llegada a Alas%a y estaba bien enterada de los e$traordinarios poderes que los chamanes hab!an ejerc!do en otros tiempos, pero no so*aba que en la actualidad pudiera e$istir un chamn real y viviente. Besolation ten!a un pastor presbiteriano, el und#cimo desde el d!a en que el capitn 4i%e Dealy, del (ear, pusiera al doctor )heldon =ac%son en la costa, con la madera necesaria para construir una misi n e instalar en ella al convertido Bmitri Afanasi. +n la aldea todos eran presbiterianos y lo hab!an sido siempre. :esultaba asombroso pensar que un chamn de los antiguos tiempos coe$istiera con la iglesia, conduciendo una forma subterrnea de religi n a la que los aldeanos se adher!an subrepticiamente. +ra pagano. Imposible. F e$citante. 3uando el grupo regres a 4unich, la =unta de Curismo Alemana, encantada por la favorable acogida que estaban recibiendo los esquimales, proporcion entradas para la pera a los cuatro estudiantes de secundaria, los dos maestros y los adultos acompa*antes. 8Lamento que no sea para una pera fcil, como 3armen 8e$plic la mujer que ir!a con el grupo8, pero sus efectos son magn!ficos y yo e$plicar# la acci n. La 9al%iria, de >agner. 4"sica que jams olvidarn. ,aturalmente, Amy +%seavi% consigui una copia del libreto y prepar tanto a sus compa*eros como a sus mayores para lo que iban a ver. 3on la ayuda de la gu!a, los de Besolation pudieron seguir la complicada historia. Aendra, que nunca hab!a visto una pera, se sent detrs de los estudiantes, con =eb Aeeler a la i;quierda y Afanasi a la derecha& =onathan (orodin se sent delante de ella, pero a dos filas de distancia, de modo que ella pod!a verle buena parte de la cara8 3uando se inici la sombr!a m"sica y comen;a8 ron a desplegarse las antiguas costumbres n rdicas, qued en evidencia que causaban en

-gina ?// de ?@0

Alaska

James A. Michener

(orodin un efecto profundo. ,i entre los estudiantes ni entre los adultos hubo quien siguiera la misteriosa grande;a de la escena Eagneriana con tanta intensidad como #l, lo cual hi;o que Aendra preguntara a Afanasi, durante el primer descanso: 8J+s verdad que el abuelo de jonathan (orodin es secretamente un chamnK La pregunta tuvo un efecto e$plosivo en el sabio y cultivado l!der de Besolation: se volvi abr"ptamente hacia Aendra y le pregunt con tono en#rgico: 8JNui#n le ha dicho esoK +lla se*al al joven (orodin, que permanec!a a solas, en una especie de trance, con la vista fija en el gran tel n que ocultaba el escenario. Afanasi guard silencio por algunos momentos. Luego se inclin hacia Aendra, para que (orodin no pudiera o!r lo que #l dec!a: 89ivimos en un mundo dual. +l pastor presbiteriano nos recuerda los valores cristianos que respetamos desde hace cien a*os. -ero los ancianos nos recuerdan valores que hemos seguido durante die; mil a*os. 8,o quer!a decir ms, pero como Aendra no respond!a, la tom de la mano y le asegur 8: J3hamnK J+n el feo sentido antiguo de esa palabraK ,o. J4agia, curas, maldicionesK ,ada de eso. -ero s! es un conservador de las antiguas y apreciadas costumbres que siempre hemos seguido. As! qued el asunto, pero en los dos "ltimos actos de la pera Aendra vio a =onathan transfigurado por la majestuosidad del escenario, la dominaci n de los dioses, la maravilla de los efectos esc#nicos y el poder del canto, la acci n y las invocaciones. 3omo todos los esquimales, incluido Afanasi, estaba viendo una interpretaci n de la vida rtica misteriosamente e$tranjera, pero familiar. La gu!a se hab!a disculpado al informar a los visitantes de cul ser!a la pera& no pod!a saber que era la ms adecuada para ese grupo proveniente de otro mundo n rdico. Al salir del gran teatro, el edificio ms impresionante que hab!an visitado los esquimales, Aendra se descubri caminando junto a (orodin y le pregunt qu# le hab!a parecido la pera. 8-odr!an haber sido esquimales 8dijo #l8. +ra como nuestra propia historia. La peque*a Amy +%seavi% los alcan; , y a*adi : 8+llos tambi#n viv!an en un pa!s fr!o, JnoK F la magia de la representaci n continu manifestndose durante la cena y las conversaciones que siguieron. +n el viaje de regreso, Aendra recibi tard!as instrucciones sobre los dos temas de conversaci n prohibidos en una comunidad esquimal.YLa advertencia le lleg del miembro ms mundano de Besolation: 9ladimir Afanasi. +lla se sent junto a #l durante una parte del vuelo, para felicitarle por el #$ito de la e$pedici n. 8Tsted lo logr 8le dijo8. 3uando escuch# su proposici n de llevar a casi toda la escuela a Alemania me dije: PUNu# idea ms absurdaVQ. Bespu#s de pasar dos d!as en (erl!n cambi# de opini n. 'l replic que eso no habr!a sido posible sin la ayuda de dos maestros como Aasm y ella. 8La gente subestima al se*or Doo%er. +s una de esas personas afortunadas que saben e$actamente d nde desean estar. F ese lugar es el que les corresponde. 'l no servir!a de nada en la secundaria, donde es preciso dictar materias espec!ficas, pues hay inspectores que sometern a prueba a los estudiantes. J)abe usted qu# ense*a #lK 84e lo he preguntado con frecuencia. )us alumnos, cuando llegan a mi clase, no estn muy preparados, como usted sabe. 8+nse*a las glorias de la vida esquimal, la ca;a de la morsa, las ballenas. )abe impartir bastante bien los conceptos bsicos de la aritm#tica. 8Lo he notado.

-gina ?/7 de ?@0

Alaska

James A. Michener

8-ero desprecia cosas como la poes!a, la historia y los cuentos infantiles tradicionales. Bice que todo eso es basura. Lo que valora es un buen equipo de f"tbol americano. F alienta a sus estudiantes a seguir las antiguas artes esquimales: talla, cester!a y talabarter!a. 8:efle$ion sobre eso unos momentos, mientras ambos observaban por detrs al alto director. -or fin continu 8: +n nuestras escuelas 4olly Dootch, el programa escolar tiende a centrarse en lo que le interesa al profesor. ) lo se puede re;ar pidiendo a Bios que algo le interese, importa poco qu# sea. +so dio coraje a Aendra para comentar: 8J)abe usted, se*or Afanasi, que tenemos un cuasi8genioK +s esa peque*a, Amy +%seavi%. 8Tsted me la mencion . 8La otra noche, en Francfort, me dijo que tal ve; deba abandonar la escuela. 8J-or qu#, si es tan buena estudiante, seg"n dicenK Aendra sab!a que iba a decir algo reprovatorio, pero no sospechaba que fuera a ser tan e$plosivo: 84e dijo que su padre bebe demasiado y que ella puede verse obligada a regresar para ayudar a su madre. Ry que Afanasi aspiraba bruscamente y hac!a chasquear los dientes. 8)e*orita )cott, hay dos aspectos de la vida esquimal que no deseamos ventilar, sobre todo con los e$tranjeros que vienen desde Los cuarenta y ocho de abajo. 8)u cara oscura se arrug por la c lera, y apuntando a Aendra con un dedo, dijo speramente8: ,o haga comentarios sobre nuestra ebriedad. ,o divulgue nuestro n"mero de suicidas. )on problemas que se esconden en el alma esquimal y no nos gusta que otros nos vengan con sermones. Tsted, en particular, es a"n una forastera entre desconocidos& le aconsejar!a que mantuviera la boca cerrada. Cemblando de furia, pues hab!a tenido que dar esa lecci n a muchos blancos que actuaban entre esquimales, abandon el asiento y no volvi a hablar con Aendra durante el resto del viaje. )in embargo, cuando llegaron a Besolation, el padre de un estudiante se present tan borracho que no pudo reconocer a su hijo, cosa que le ocurr!a con frecuencia. +ntonces Afanasi dijo a Aendra, se*alndole: 8+s el cncer que nos corroe el alma. -ero tenemos que soportarlo solos. Tsted no puede a*adir nada: ni condena ni esperan;a. -or eso le ruego que siga mi grosero consejo: mantenga la boca cerrada. 3on los labios apretados, Aendra comen; a observar ms de cerca la situaci n local. ,ot que, bajo el buen humor reinante en las reuniones del gimnasio y los animados entretenimientos a los que ella invitaba a los padres de sus alumnos, e$ist!a una silenciosa corriente interior, compuesta por los dos oscuros arroyos que infectaban la vida esquimal: la embriague;, c!nicamente introducida por los balleneros del (oston, como el capitn )chrans%y y su +rebus, y el malestar general introducido, con las mejores intenciones, por misioneros como el doctor )heldon =ac%son, los portadores de las leyes blancas, como el capitn 4i%e Dealy y su (ear, y los representantes de la educaci n, como Aasm Doo%er y Aendra )cott. +sa enorme cantidad de cambios, defendidos por su supremac!a sobre las antiguas costumbres de los esquimales, hab!a sido imposible de asimilar en tan pocas generaciones. As! es como se desarroll ese malestar del alma, que llevaba frecuentemente a los esquimales a buscar refugio en el alcohol o la liberaci n en el suicidio. Ignorante de la verdadera situaci n, Aendra no hab!a contado los hombres ebrios que hab!a en Besolation& tampoco ten!a informaci n suficiente para calcular el n"mero de suicidios en los cinco "l8 timos a*os. -ero una ve; que fue consciente de ello, compil un lamentable recuento de las dos horribles cargas de los esquimales.

-gina ?/6 de ?@0

Alaska

James A. Michener

Tna de sus informantes, una anciana, le revel , sin saberlo, la causa de las bruscas reacciones de Afanasi: 8)u abuelo, misionero, hombre que vino de Bios para ayudarnos. Crae muchas cosas buenas. 4uchas veces trata de alejar alcohol de la aldea. -ero siempre los blancos traen otra ve;. 4ucho dinero. +se Afanasi trata de ayudar a los perdidos. )iempre dice: PDay que mirar a BiosQ, pero nada cambia. F sus hijos. +llos tambi#n perdidos. Tno, el padre de 9ladimir, siempre borracho. Fuerte ca;ador, pod!a ser, pero muere joven. +l hermano Ivn, t!o de 9ladimir, se pone muy callado. ,o habla ms. ,o pesca ms. ,o ca;a ms. Nueda as!. F despu#s se mata de un tiro. La mujer interrumpi su relato para estudiar a la joven maestra por algunos instantes. Luego a*adi : 8+nfermedad esquimal salta generaciones, como el salm n aguas arriba. -rimer Afanasi hombre noble& sus dos hijos se destruyen. ,uestro Afanasi, siguiente generaci n, hombre noble, pero Jsabes qu# pas a su hijoK 8,o lo s# 8dijo Aendra. F ahog una e$clamaci n al o!r la respuesta: 8Tn d!a, sin motivo, se mata de un tiro. 8F concluy , meneando la cabe;a8: Nui; un d!a la hermana de 9ladimir, la de )eattle, tiene un nieto, qui; hombre noble tambi#n. +se primer invierno termin con una espantosa serie de d!as en los que el term metro se mantuvo siempre por debajo de los treinta y cinco grados bajo cero, llegando con frecuencia a los cuarenta. Aendra, buscando alivio para el aburrimiento que atacaba a sus estudiantes, les hablaba de las maravillas de )alt La%e 3ity y Benver o trataba de e$plicarles c mo eran los rodeos. 3uando supo que una maestra de (arroE hab!a pasado unas vacaciones en Donolul" y ten!a buenas pel!culas de las islas, pregunt al se*or Doo%er si contaba con fondos para invitarla a disertar ante los alumnos. +l director dijo: 8Lo haremos para toda la comunidad. Fue una velada festiva. -ero junto con las coloridas tomas de flores tropicales y bailarines de hula, que se arrojaban fieras espadas unos a otros, la pel!cula ten!a un fragmento especial, que la maestra present con mucha delicade;a: 8Ahora veremos la inauguraci n de una escuela secundaria. 9ean ustedes qu# encantadores murales... imaginen un gimnasio sin paredes... eso es un campanario. -ero quiero que vean a este anciano: ha venido a bendecir el edificio antes de que nadie pueda entrar, asegurando a los dioses de las islas que todo est en orden. +s un %ahuna... el que habla con los dioses. +s lo que nosotros llamar!amos chamn. La pel!cula mostraba las solemnes ceremonias, las monta*as detrs de la escuela nueva, la estupenda cara arrugada del %ahuna, que ped!a una bendici n. 8-ero quiero llamarles la atenci n sobre esos cuatro hombres de negro que estn mirando... )on sacerdotes cat licos. Los %ahunas no les gustan, pero invitaron a #ste a bendecir su escuela... Ja que no adivinan por qu#K +ntonces detuvo la proyecci n y dijo, con solemnidad: 8Rbserven ustedes con atenci n las pr $imas escenas. Rcho meses antes de lo que acabamos de ver se termin una versi n anterior de la escuela. Los estudiantes estaban a punto de asistir a clase, pero alguien advirti a los sacerdotes cat licos: P3onviene que el %ahuna bendiga la escuela& si los dioses no estn contentos, tal ve; se incendieQ. Los sacerdotes dijeron que era una tonter!a. UF vean ustedes lo que ocurri V 4ostr escenas tomadas anteriormente, donde se ve!a el enorme incendio que consumi el edificio. Al cabo de varios minutos, ya apagadas las llamas y con las ceni;as visibles, dijo: 8+l %ahuna se lo hab!a advertido sin que ellos escucharan. -or eso, cuando la escuela qued lista otra ve;, le pidieron que fuera. Lleva alrededor del cuello las hojas de un rbol sagrado: el maile. :uega al dios del fuego: P,o quemes esta escuelaQ. Al dios de los

-gina ?/L de ?@0

Alaska

James A. Michener

vientos: P,o derribes esta escuelaQ. F ahora bendice a los mismos sacerdotes que le combatieron: P3onserva la salud a estos buenos hombres y ay"dales a ense*arQ. Ahora el anciano nos bendice a todos: PAyuda a todos a ense*arQ. F la escuela no tuvo ms problemas, pues el chamn haEaiano la hab!a protegido del modo correcto. +sa pel!cula tuvo sobre =onathan (orodin un efecto tan perturbador que no pudo dormir. Dacia las dos de la ma*ana fue a llamar a la puerta de Aendra. 8JNui#n esK 8pregunt ella. 8=onathan. ,ecesito hablar con usted. 8-or la ma*ana, =onathan. Ahora estoy durmiendo. 8+s preciso. Cengo que verla. -ese a sus reparos, Aendra se puso la bata, abri la puerta con timide; y dej pasar al perturbado joven. )u problema era muy especial. Canto en Alemania como en la pel!cula de Donolulu hab!a visto que hombres y mujeres sensatos reverenciaban las costumbres antiguas& en ambas culturas sobreviv!an seres tan apreciados como los chamanes. 8JNu# tiene mi abuelo de maloK 8pregunt de manera tan abrupta y combativa que ella se ech atrs. 8Absolutamente nada, =onathan. Bicen que es un buen hombre. As! me lo ha dicho el se*or Afanasi. 8UAfanasiV 8repiti el muchacho, con desd#n8. +n nuestra peque*a aldea #l se opone a todo lo que hace mi abuelo. -ero en esa gran ciudad respetan a sus chamanes. )aben que son necesarios. Be pronto, sin aviso previo, cay pesadamente en la cama, temblando como si estuviera pose!do por una fuer;a destructora. Cras varios intentos de dominarse, dijo con suavidad: 8Fo veo cosas que los otros no ven, se*orita )cott. )# cundo volvern las ballenas. 83omo Aendra no dijo nada, #l le apret la mano y dijo en vo; baja, pero con gran energ!a8: +sa ni*a nueva que usted quiere tanto, Amy... 9an a ocurrirle cosas espantosas. =ams ir a la universidad, como usted pretende. Fo tampoco. 9oy a ser chamn. Bicho eso se levant , le hi;o una reverencia, le dio las gracias por su ayuda y dijo, ya en el umbral: 8Tsted es una buena maestra, se*orita )cott, pero no pasar mucho tiempo en Besolation. :epresenta las nuevas costumbres, pero entre nosotros las viejas nunca mueren. Antes de que ella pudiera contestar, se fue, cerrando silenciosamente la puerta. Aendra qued desconcertada, consciente de que hab!a hecho mal en permitirle la entrada a su cuarto. +n cuanto al anuncio de que pensaba seguir los pasos de su abuelo, ella comprend!a el impacto psicol gico de la pera alemana y la actuaci n del %ahuna en la pel!cula, pero como ten!a un conocimiento imperfecto de la historia de Alas%a, no pod!a ju;gar si esa decisi n ten!a sentido o no. -reocupada, no pudo dormir hasta casi las cinco de la ma*ana. Dabr!a querido informar de esas e$tra*as novedades a Afanasi, pero ju;g que eso ser!a infructuoso. )i bien el l!der esquimal trataba de ser imparcial en su opini n sobre el chamanismo, era obvio que se opon!a a su supervivencia, aun en las formas ms suaves y menos efectivas. +n realidad, Aendra necesitaba la presencia de =eb& sab!a que su apreciaci n habr!a sido sensata y adecuada. +n ese inquieto estado mental se dispon!a a completar su primer y e$citante a*o de ense*an;a. Tna tarde, cuando la primavera se acercaba ya al norte helado, detuvo al joven (orodin, que pasaba a gran velocidad en su motonieve, y trat de persuadirle de que

-gina ?/M de ?@0

Alaska

James A. Michener

volviera a la universidad al llegar el verano. 'l habl a medias de otras cosas que le interesaban ms, diciendo que tal ve; buscara empleo en -rudhoe (ay. Luego a*adi : 8Be cualquier modo, la semana que viene llegarn las ballenas, camino al norte. 3on esa predicci n, pronunciada tan al desgaire, la catapult hacia el cora; n de la antigua e$periencia esquimal. -ues el jueves la aldea estall de entusiasmo: los e$ploradores del umia% de Afanasi, apostados en el borde del hielo que se adentraba en el mar, informaron por la radio porttil: 8+l vig!a de -oint Dope dice que vienen cinco cachalotes hacia aqu!. Afanasi, que llevaba muchos d!as esperando esa informaci n, pas por la escuela en su camioneta, grit a Aendra que le acompa*ara y esper con impaciencia a que la muchacha se pusiera el atuendo esquimal. 8UAhora ver algo buenoV 8e$clam #l, e$ultante, mientras descend!a hasta el borde del hielo. All! le esperaba un veh!culo para nieve, con el que cru;ar!a el hielo de la costa para llegar al agua abierta8. +stas cosas no me gustan 8dijo a Aendra8, pero suba. F viajaron a gran velocidad por el hielo desigual, esquivando los mont!culos. Los ca;adores de ballenas de Besolation 1y cualquier hombre que apreciara su reputaci n quer!a serlo2 utili;aban dos tipos de embarcaci n& el umia% tradicional, que se impulsaba a remo cuando los cachalotes se acercaban al borde del hielo, y un esquife de aluminio con motor fuera de borda, cuando el espacio de agua abierta era ancho y las ballenas se manten!an lejos de la costa. Afanasi, conservador de las costumbres antiguas, aborrec!a los esquifes tanto como las ruidosas motonieves. 'l era hombre de umia%s. -ere;osamente, por la estrecha senda de agua libre, bordeada de grueso hielo por ambos costados, se acercaban cuatro ballenas adultas. Bos de ellas med!an ms de quince metros y pesaban cincuenta toneladas, seg"n la regla: PTna tonelada por pieQ. 9en!an acompa*adas por un animal joven, que no superaba de los seis metros de longitud. +n majestuoso desfile, las ballenas se acercaron a los ca;adores. 8URhV 8e$clam Aendra, sola junto al borde del hielo8. -arecen galeones que volvieran a Inglaterra despu#s de una reyerta con los espa*oles. Afanasi, el ms e$perto y respetado de los ca;adores, se hi;o cargo de la cacer!a. Besde la popa de su umia%, no muy diferente de los que se constru!an en )iberia quince mil a*os antes, #l y sus cinco ayudantes se adentraron en el mar helado para arponear una ballena. +l enorme animal que iba delante se sumergi & ellos sab!an, por e$periencia, que pod!a permanecer bajo el agua hasta seis o siete minutos, y dieron por sentado que la hab!an perdido. -ero llegaron las otras, que tambi#n se sumergieron a intervalos irregulares. Los hombres de Afanasi temieron haber perdido su oportunidad. 3uando reapareci la segunda ballena grande, lo hi;o al otro lado de la senda abierta y pas indemne. -ero una de las ms peque*as, que med!a unos doce metros de longitud, se sumergi bien al sur de donde esperaban Afanasi y su umia%. Tn esquimal que se hab!a acercado a Aendra apunt : 8'sa va a salir justo donde 9ladimir la quiere. Tnos cinco minutos despu#s, la ballena rompi la superficie, lan; un chorro de agua y, para disgusto de los hombres del umia% y de quienes la observaban desde la costa, volvi a hundirse inmediatamente, agitando la cola, y desapareci antes de que los hombres de Afanasi pudieran atacarla con alguna probabilidad de #$ito. 8URhV 8+l hombre que acompa*aba a Aendra gru* con verdadero dolor y ella le mir , buscando una e$plicaci n8. La 3omisi n (allenera Internacional, compuesta por :usia, 3anad y #sos, quer!a prohibir la ca;a por completo. -ero nuestra 3omisi n (allenera +squimal dijo: PU+h, que es nuestro medio de vidaV -erm!tannos ca;ar unas cuantas por a*oQ. 8J3untas les asignaronK

-gina ?/? de ?@0

Alaska

James A. Michener

8JA BesolationK Bos. 8J-or a*oK 8)!. JF cuntas cree usted que ca;amos en estos dos a*os pasadosK ,inguna. 8+l hombre escupi y mir hacia el agua abierta, tan tentadoramente pr $ima, tan inh spita. +n ese momento la tercera ballena, a"n muy alejada, rompi la superficie con un estruendo, como provocando a Afanasi y sus hombres. 8JLas ha perdidoK 8pregunt Aendra. 8)i alguien puede atrapar una ballena para nosotros, #se es Afanasi. Da ca;ado nueve en toda su vida. Fo, dos. ,o hay en la aldea nadie que pase de cuatro. -or eso es nuestro jefe. La maestra se volvi a mirarle. 8JR sea que es el jefe por haber ca;ado ms ballenas que los demsK 8+n Besolation, se*orita )cott, no importa que haya ido a la universidad. Campoco importa que tenga ms dinero y una camioneta Ford. Lo que cuenta es que pueda salir con su umia%, que #l mismo repara durante el verano, terminada la temporada de la ca;a, y mate ballenas cuando el resto de nosotros no puede. 8F a*adi , se*alando con el pulgar por encima del hombro8: +n esta aldea son las ballenas las que marcan la diferencia. +n ese momento la segunda de las ballenas medianas emergi inesperadamente en la retaguardia de la procesi n, pero en esa oportunidad Afanasi estaba preparado para actuar. Di;o una se*a a los dos especialistas que deb!an matarla 1el primero, armado de arp n& el segundo, con una escopeta de alta potencia2 y puso el umia% en la posici n debida. +n los primeros a*os del siglo habr!a sido el de la escopeta quien disparara primero. -ero como con ese procedimiento eran demasiadas las ballenas que quedaban heridas y se perd!an, la ley prohib!a ahora que se disparara con armas de fuego mientras no se hubiera clavado el arp n. -or eso, con el frgil umia% detenido cerca del enorme animal, el arponero ech atrs el bra;o derecho, lo impuls hacia delante con gran fuer;a y clav la punta del arp n justo detrs de la oreja. Inmediatamente, se desenroll la cuerda, que llevaba dos flotadores de goma de color rojo intenso, cuyo dimetro era de un metro veinte& constitu!an un cepo del que la ballena no podr!a escapar. Betrs de la punta, el arp n llevaba una pesada carga de e$plosivos que deton un segundo despu#s, destruyendo en gran parte el sistema muscular de la ballena. +n ese momento el de la escopeta dispar contra la base del cuello y la gran bestia marina qued herida de muerte. -unta de arp n, e$plosivos en el cuerpo, flotadores de goma y, por fin, el disparo devastador: era demasiado hasta para una ballena de cuarenta toneladas. )u sangre enrojeci rpidamente el mar de 3hu%ots%. -ero entonces el animal demostr por qu# se le llamaba el leviatn de los oc#anos. -ese a lo terrible de sus heridas, continu avan;ando hacia el norte para reunirse con los otros miembros de su grupo y mantuvo su curso, siempre retrasndose, hasta que desapareci de la vista de los aldeanos que miraban desde la orilla. Ail metros ms arriba, cuando los ca;adores de otro umia% se apresuraron a acabar con ella con otro arp n e$plosivo y otro disparo de escopeta, la noble bestia hi;o un "ltimo esfuer;o por desprenderse de esos frenos flotantes& al fracasar, se volvi sobre el flanco derecho y pereci . Afanasi, al ver morir a la ballena, se encorv en el banco trasero de su umia% sin e$perimentar triunfo alguno. +ra su d#cimo animal& indudablemente, era el amo de esa costa del noroeste. -ero acababa de perder a una amiga. 8URh, valiente luchadoraV UCe honramosV F comen; a cantar un antiguo himno, por respeto a la ballena que dar!a alimento a todos los habitantes de -unta Besolaci n. -ero le ocurr!a algo sorprendente: hab!a ca;ado una ballena, tras dos a*os de fracaso, y la importancia del hecho le abrumaba.

-gina ?/I de ?@0

Alaska

James A. Michener

3omo los hombres de los dos umia%s tardaron cuatro horas en remolcar la ballena muerta hasta Besolation, ya hab!a pasado la medianoche con su lu; plateada, cuando la ballena lleg , por fin, al hielo donde Aendra aguardaba. All! se hab!an instalado dos enormes aparejos, cada uno con cinco fuertes poleas, a unos cuatro metros y medio de distancia entre ellas& una gruesa cuerda pasaba por las poleas, de delante hacia atrs. 8JNu# estn haciendoK 8pregunt la maestra. Tn hombre interrumpi su trabajo para e$plicar: 83uando tiramos dos metros de ese e$tremo, el aparejo... una tremenda palanca... es ventaja mecnica. 9er usted que la ballena se mueve unos quince cent!metros. +lla no vio sobre el hielo nada que pudiera servir de apoyo para el e$tremo interior del artefacto& tampoco hab!a, por cierto, rbol ni poste donde amarrarlo. -ero entonces dos grupos de hombres comen;aron a abrir agujeros muy profundos en el hielo, separados por algo ms de un metro. 3uando todos estuvieron de acuerdo en que los hoyos ten!an la profundidad suficiente, un hombre diestro se introdujo en uno de ellos y cav un t"nel en el hielo, desde el fondo de un agujero hasta el fondo del otro. Be ese modo, pasando una soga resistente por un agujero, a trav#s del t"nel y sacndola por el otro, se proporcionaba un punto de apoyo imposible de remover. +l otro aparejo fue llevado hasta el sitio donde permanec!a la ballena, contra el borde del hielo. )e at al animal y todo se llen de actividad a un grito de Afanasi: 8UCodo el mundoV U4anos a la obraV Codos los presentes asieron el e$tremo libre de la soga y comen;aron a forcejear para arrastrar el aparejo sujeto a la ballena hacia el que estaba clavado al hielo. Cal como el hombre hab!a dicho a Aendra, la ventaja mecnica proporcionada por los cinco pares de poleas produc!a una fuer;a tal que, lenta e ine$orablemente, la gran ballena comen; a subir al hielo y se arrastr por #l hacia un sitio seguro. Tn compa*ero de Afanasi, que contemplaba la escena, al; una bandera que enarbolaba tradicionalmente en momentos semejantes: <racias =es"s. Las mujeres se arrodillaron a orar. 8U9amosV 8grit Aasm Doo%er a Aendra, que segu!a mirndolo todo8. +sa ballena tambi#n le pertenece a usted. +che una mano. F ella tom su lugar junto a una de las cuerdas, para ayudar a arrastrar la ballena a lo largo de los die; metros finales, donde qued sobre tierra firme. =ams olvidar!a lo fantasmag ricas que le parecieron las horas siguientes: la plida lu; primaveral que inundaba la noche rtica& la e$citada concentraci n de casi todos los aldeanos, que tiraban juntos de las enormes cuerdas& un anciano, con la cabe;a descubierta, enarbolando al viento un estandarte, con aire solemne, para indicar que se hab!a ca;ado una ballena& el canto de las ancianas, que repet!an canciones heredadas de sus abuelas y tatarabuelas, mientras la gran ballena era lentamente arrastrada costa arriba. URh, noche triunfalV F al observar a las personas que la rodeaban, Aendra comprendi que hasta entonces no las hab!a conocido. ) lo hab!a visto en ellas a esquimales semidesconcertados, a quienes hab!a aprendido a amar mientras luchaban, a veces sin #$ito, con las costumbres de los blancos. Ahora los ve!a como due*os de su mundo, perfectamente adaptados a su medio y conocedores de formas de supervivencia largamente probadas en el Ortico. )e sinti abrumada de respeto ante esa gente capa; de medirse con los mares rticos. La educaci n de los ni*os esquimales se hab!a iniciado en septiembre, el d!a en que se presentaron en el aula ante ella& la de Aendra empe; esa noche de mayo en que una lu; plateada refulg!a en el hielo. Tna ve; asegurada la ballena, hombres armados de varas largas, provistas de hojas afiladas en la punta, se adelantaron para trocearla, pero vacilaron hasta que Afanasi, el esquimal sin par, gu!a y protector del distrito, hi;o el primer corte ceremonial. Al hundir su

-gina ?/@ de ?@0

Alaska

James A. Michener

cuchillo en la cola, no era ya un nativo que hab!a ido a la universidad y dirig!a con #$ito una rentable corporaci n aldeana: era un esquimal, con el pelo gris cepillado hacia delante hasta las cejas y las manos enrojecidas por la sangre de la ballena. )e elevaron gritos para celebrar su victoria. Los otros hombres corrieron a trocear la carne. Los jovencitos se adelantaron a la carrera para recibir sus raciones de mu%tu%, la deliciosa cu*a de fibrosa piel con la suculenta grasa interior. F cuando la lu; del d!a asom en aquel lugar, la gente se regocij por haber demostrado, una ve; ms, su capacidad de ca;ar un cachalote. Aasm Doo%er, considerando que era hora de acompa*ar a la joven maestra hasta la :esidencia, dijo con cierta sorpresa: 8UAendraV U+sts llorandoV F ella respondi : 84e enorgullece formar parte de esto. -ero disfrut aun ms de algo que ocurri mucho despu#s, a mediados de julio. Los aldeanos retiraron de los congeladores tro;os de aquella carne& los cuatro umia%s de la aldea fueron llevados a la costa y erguidos sobre los costados, para que sirvieran de protecci n contra los recios vientos que soplaban desde el mar de 3hu%ots%. As! servir!an como puntos de reuni n para los diversos grupos en los que se divid!an hist ricamente los aldeanos. +l se*or Doo%er fue honrosamente invitado a la sombra del umia% de Afanasi& Aendra, al de la familia de =onathan (orodin. La maestra se sinti complacida al ver que llamaban a =onathan para que recibiera un tro;o de carne ceremonial, se*al de respeto por haber predicho cundo pasar!an las ballenas. 8J3 mo lo sab!asK 8le pregunt Aendra, cuando el muchacho volvi a su lado. 84e lo dijo #l 8respondi el muchacho. -or primera ve;, Aendra contempl el rostro de un anciano que pasaba con un tosco bast n, hecho con un tro;o de madera flotante, arrastrado a la costa por alguna tempestad siberiana. +se hombre era el abuelo de =onathan y estaba convencido de que eran sus hechi;os los que hab!an tra!do a las ballenas hasta Besolation. +lla observ que la miraba con disgusto. +l joven no hi;o intento alguno de presentarla y el anciano, en silencio, se alej de la celebraci n. Fue una tarde de gala, una e$plosi n del esp!ritu esquimal, con sus comidas, sus cantos y una dan;a silenciosa, a veces inm vil. +n lo mejor de la celebraci n, cada umia% envi a una joven para que participara en el gran acontecimiento del d!a. Los hombres de la aldea se reunieron alrededor de una enorme manta circular, hecha con varias pieles de morsa cosidas, y la tensaron. +n el centro, se instal una de las muchachas competidoras& a una se*al, con movimientos r!tmicos que aflojaban y tensaban alternativamente la manta, los hombres comen;aron a arrojar a la muchacha a buena altura. Burante quince mil a*os se hab!a hecho lo mismo en la costa de Besolation, y a"n daba escalofr!os ver a seres humanos volar como los pjaros. -ero ese d!a tuvo algo especial, pues al terminar la competici n =onathan (orodin empuj a Aendra )cott hacia la manta y todos gritaron animndola a probar. 3on un coraje que no conoc!a, la maestra se dej llevar hacia la manta, aunque fue un gran alivio que Afanasi advirtiera a los hombres: 8,o muy alto. Be pie en medio de las pieles, sinti su inestabilidad y se pregunt si podr!a mantener el equilibrio. -ero una ve; que se iniciaron los movimientos hacia arriba y hacia abajo se sinti milagrosamente elevada por el ritmo de la manta. Be pronto se vio a cuatro metros del suelo, toda bra;os y piernas. -erdida la compostura, descendi hecha un bollo. 8U-uedo hacerlo mejorV 8e$clam al incorporarse. F en el segundo intento lo consigui . PAhora soy una esquimalQ, se dijo, mientras la retiraban de la manta. P)oy parte de este mar, de esta cacer!a, de esta tundra.Q

-gina ?70 de ?@0

Alaska

James A. Michener

-ocos d!as despu#s de esa celebraci n, cuando en su mente resonaban a"n los ecos de la imponente captura, Aendra pudo echar un vista;o al lado feo de la subsistencia. Tno de sus estudiantes entr a la carrera en el aula, con la e$citante noticia: 8U)e*orita )cottV corra a la costa. ULas olas trajeron una ra;a nuevaV Antes de que ella pudiera preguntarle de qu# se trataba, el jovencito la condujo a la costa, donde la horrible cosa all! e$puesta la asque tanto que estuvo a punto de vomitar. 8JNu# es esoK 8La ra;a nueva. 8JNu# quieres decirK 8Tna morsa sin cabe;a. Al estudiar aquella masa empapada, Aendra, vio que el ni*o ten!a ra; n. +ra el cadver de una morsa, pero no ten!a cabe;a& hinchada como estaba, parec!a no haberla tenido nunca. 8J3 mo ha ocurrido estoK 8pregunt . 8La ley dice que usted, por ser blanca, no puede ca;ar una morsa. -ero yo, por ser un esquimal que se alimenta con carne de morsa, puedo. 8La carne de esta morsa no ha alimentado a nadie. 8)iempre es as! con la nueva ra;a. Los esquimales las matan como en los viejos tiempos. -ero ahora s lo les cortan la cabe;a. -or el marfil. F dejan que el resto se pudra. 8UNu# lamentableV 8A medida que iba conociendo ms detalles de la ca;a contempornea, el cadver que se pudr!a en la costa se tornaba aun ms repulsivo8. JF eso ocurre con frecuenciaK 84uchas veces. 8+l muchachito dio un puntapi# a la desperdiciada carne del enorme cadver8. Las matan s lo por el marfil. 3on el correr de los meses, Aendra encontr en las costas de la pen!nsula muchos restos de animales hinchados, los mismos que hab!an sido majestuosos due*os de los t#mpanos. +n tiempos antiguos, esa carne hab!a alimentado a veintenas de personas& en la actualidad no alimentaban a nadie. F ese feo procedimiento era defendido por ingenuos sentimentales que e$clamaban: PLas morsas deben ser preservadas para los esquimales, que las utili;an para subsistirQ. -ero en realidad, las grandes bestias eran utili;adas para llenar tiendas de recuerdos para los turistas de Los cuarenta y ocho de abajo. 3uando Aendra llam la atenci n de Afanasi sobre esa detestable aplicaci n de la ley, pudo comprobar otra ve; lo e$celente que era ese hombre. +staba dispuesto a admitir la anomal!a de esa situaci n: 8Los esquimales nos refugiamos en la palabra PsubsistenciaQ de maneras contradictorias, que giran alrededor de la palabra PantiguoQ. Nueremos que el gobierno respete nuestros antiguos derechos sobre las ballenas, las morsas y los osos polares, as! como nuestros derechos sobre vastas ;onas en las que ca;bamos en tiempos pasados. F e$igimos consideraciones especiales con respecto a la tierra. 8Tsted es uno de los grandes defensores de esos derechos 8dijo Aendra, llena de admiraci n. 8+n efecto. )on la salvaci n de los esquimales. -ero tambi#n aprecio la tonter!a de esos reclamos. 4is antiguos ca;adores quieren utili;ar radios para rastrear a las ballenas y motonieves para llegar hasta el agua. F motores fuera de borda para alcan;arlas. F arpones e$plosivos para matar. F los mejores aparejos que se puedan comprar para i;arlas a tierra firme. F cuando se dan un fest!n con la carne, quieren 3oca 3ola y -epsi 3ola para acompa*arla. 8-ero Jpodr!an ustedes volver a las verdaderas costumbres antiguas, aunque lo desearanK

-gina ?7. de ?@0

Alaska

James A. Michener

8,o. F si el a*o pr $imo la ,A)A idea alguna triqui*uela para detectar las ballenas por medio de lseres reflejados en la luna, los esquimales consagraremos ese artefacto como si fuera una parte de nuestras reverenciadas costumbres antiguas. 8Afanasi se ech a re!r8. JAcaso en Ttah es diferenteK Tstedes, los mormones, Jno acabaron por aceptar a los negros como parte de la ra;a humana s lo cuando los necesitaron para un equipo de f"tbolK 8Fo no soy mormona, y a veces pienso que usted no es esquimal. 8)e equivoca otra ve;. Fo soy el nuevo esquimal. F con la ayuda de maestros como usted, pronto habr miles como yo. +n ese dif!cil per!odo en que era oficialmente primavera pero las violentas tempestades segu!an atormentando la tundra, todas las escuelas esparcidas en la vasta 9ertiente ,orte tuvieron tres d!as de fiesta, a fin de que sus maestros pudieran reunirse en (arroE para un seminario que comen;ar!a el mi#rcoles y terminar!a el domingo:Aendra estaba ms ansiosa que nadie por inspeccionar la famosa escuela secundaria de esa ciudad, que hab!a costado ochenta y cuatro millones de d lares. +staba acordado que Darry :ost%oEs%y recogiera en su avi n a 9ladimir Afanasi, Aasm Doo%er y Aendra )cott, pero otro miembro de la junta dijo que ten!a inter#s en asistir a las sesiones. )e produjo entonces una situaci n curiosa: =onathan (orodin, el futuro chamn, se adelant con la sugerencia de que, como #l planeaba viajar a (arroE con su motonieve, Aendra pod!a recorrer con #l esos sesenta %il 8 metros, distancia relativamente corta y segura. 3on la misma audacia que la hab!a llevado a intentar el salto en la manta, ella acept la propuesta. 8)iempre he querido ver la tundra 8dijo a Afanasi y a Doo%er, que la preven!an contra el viaje8. F =onathan es un e$perto con su )noE<o. 8La )noE<o es la gran asesina de los muchachos presumidos que creen saber conducirla 8advirti Doo%er. -ese a todo, el mi#rcoles por la ma*ana, cuando una e$tra*a lu; solar ba*aba la costa del mar, los dos aventureros se pusieron en marcha. Aendra, su bolso y ocho litros de gasolina para casos de emergencia iban detrs de =onathan. 3omo la mquina pod!a cubrir ms de sesenta %il metros por hora a m$ima velocidad, ambos calculaban llegar a (arroE mucho antes de que :osty partiera en su avi n para recoger a los dems. F como el rendi8 miento era de treinta %il metros por litro, no hab!a ning"n peligro de quedarse sin combustible en una ;ona tan triste y desolada& en todo el trayecto no hab!a se*ales de la presencia del hombre. Aendra disfrut del viaje. +l hecho de hacerlo con =onathan no presentaba problemas, pues el muchacho era seis a*os menor& entre ambos e$ist!a una especie de relaci n madre8hijo. +l muchacho hab!a compartido con ella muchas ideas y ocurrencias que no habr!a revelado a nadie ms. )in embargo, hacia la mitad del trayecto ella not que =onathan se hab!a desviado del rumbo hacia el norte, direcci n a (arroE para ir hacia el oeste, rumbo al mar de 3hu%ots% a"n congelado. Algo perpleja, la maestra le dio un golpecito en el hombro. 8,o es por aqu!, =onathan. )in volverse para responder, #l grit : 89oy a mostrarle algo, cr#me. Bespu#s de cubrir un trecho por la orilla del inquietante mar, se detuvo ante un monumento que se elevaba en la desnuda tundra. Aendra, sin apearse, ley el solemne mensaje: >ill :ogers y >iley -ost embajadores estadounidenses de buena voluntad terminaron aqu! el vuelo de la vida. .L de agosto de .@7L 8J)e estrellaron aqu!K 8pregunt ella, sorprendida. 8Fue mi abuelo quien corri a (arroE para dar la noticia.

-gina ?7/ de ?@0

Alaska

James A. Michener

8J)abes qui#n era >ill :ogersK 8Alguien importante, supongo, porque armaron mucha bulla. )u actitud era tan insolente que ella e$clam , con una intensidad que #l no le hab!a visto adoptar jams: 8U-or favor, =onathanV +ran hombres buenos. Lograron grandes cosas. 3omo podr!as hacerlo t", si estudiaras. J,o te das cuenta de las oportunidades que ests malgastandoK 8J-or ejemplo, qu#K 83asi cualquier cosa. Aendra hablaba como los primeros maestros, aqu#llos que hab!an ense*ado a los antepasados de los esquimales, cuarenta mil a*os antes, a hacer mejores arpones y a utili;arlos ms productivamente. 3omo =onathan demostr la indiferencia habitual, baj la vo; y dijo, en tono suplicante: 83uando lleguemos a (arroE vers a esquimales que son l!deres de su pueblo. +st"dialos, porque alg"n d!a alguien como t" tendr que ocupar ese lugar. Cras dejarle ce*udo y silencioso junto al veh!culo, ella baj a la costa y recogi un pu*ado de piedras lavadas por el mar, que dispuso en torno al monumento, como homenaje a un hombre al que su padre reverenciaba. La mayor revelaci n, en ese viaje a (arroE, no fue el paseo en la )noE<o ni el solitario cenotafio junto al mar, sino lo que ocurri al llegar a la famosa escuela secundaria de (arroE. Besde fuera, la escuela ten!a un aspecto bastante vulgar, el que en Ttah o 3olorado cabr!a esperar de una comunidad venida a menos: baja, de distribuci n irregular y sin estilo arquitect nico visible. Aendra se sinti desilusionada, pero al entrar en el edificio la sorprendi la cantidad de material escolar con que contaba& nunca hab!a visto nada que pudiera compararse con tanto lujo. ,aturalmente, en la escuela no hab!a clases, pero se hab!a designado a varios alumnos del "ltimo a*o para que sirvieran de gu!as a los maestros visitantes. 3omo Aendra fue la primera en llegar, qued bajo la tutela de un joven que era el delegado de su clase. Ataviado con un elegante traje de lana, se present como hijo de un ingeniero de Los cuarenta y ocho de abajo, que manejaba las instalaciones de radar& la llev primero a una amplia secci n de la escuela dedicada a la electr nica. 83omo usted puede ver, tenemos aqu! un equipo completo de transmisi n de radio y televisi n, muy apreciado por los estudiantes. 8Luego le mostr la serie de ordenadores8. Aqu! los alumnos aprendemos a programar y a utili;ar ordenadores. Dab!a impresionantes talleres donde se desarmaban y volv!an a armar artefactos dom#sticos y motores de autom vil. +l taller de carpinter!a estaba mejor equipado que el de un carpintero profesional. 8Algunos dicen que los estudiantes vamos a construir aqu! mismo una casa por a*o, para venderla fuera. Lo podr!amos hacer. +l sal n de econom!a dom#stica era una delicia& contaba con todo lo que los alumnos podr!an llegar a utili;ar en el futuro, si se empleaban en los hoteles y restaurantes de Anchorage o Fairban%s. 8JDay alguien que estudie con libros en esta escuelaK 8pregunt Aendra. F el muchacho dijo: 83laro que s!. Fo, por ejemplo, y casi todos mis compa*eros. La condujo a las aulas acad#micas, la espaciosa biblioteca y los laboratorios, que habr!an sido el orgullo de cualquier colegio. 8(ueno, los instrumentos de aprendi;aje estn aqu! 8coment ella8, pero Jalguien aprendeK +l joven era un intelectual destinado a llegar lejos. )us padres eran universitarios, que hab!an inculcado a sus tres hijos el amor por el estudio& pero adems el muchacho ten!a

-gina ?77 de ?@0

Alaska

James A. Michener

una mente aguda para las realidades pol!ticas de cualquier situaci n& probablemente por eso le hab!an elegido delegado. 8Tsted parece interesada, se*orita )cott, y apreciar lo que voy a decirle. )upongamos que usted coge todo el equipo que le he mostrado y lo clasifica: desde lo ms moderno a lo ms viejo. )i vuelve aqu! la semana pr $ima, descubrir que todos los aparatos realmente avan;ados, como la televisi n, la radio, los ordenadores ms refinados, estn en manos de los blancos como yo, de Los cuarenta y ocho de abajo, cuyos padres trabajan aqu! para el gobierno. +n cambio, lo ms anticuado y barato, como el taller de motores y la carpinter!a, lo utili;an los esquimales. Aendra se detuvo en el pasillo para mirar de frente a su gu!a: 8Nu# cosas tan horribles dices. F #l replic , sin parpadear. 8Nu# cosas tan horribles debo decir. ,o obstante, as! era: esa fantstica escuela, con grandes gastos, estaba preparando a los alumnos blancos para que ocuparan un sitio en Darvard y otras universidades importantes, mientras disciplinaba a sus disc!pulos esquimales, e$ceptuando al ni*o superdotado que se liberaba de las restricciones aldeanas, para que se desempe*aran como camareras, botones y mecnicos. Com asiento en un banco del pasillo, ante la biblioteca, y pidi a su gu!a que la acompa*ara& #l lo hi;o de buena gana, pues le interesaban los problemas que preocupaban a la maestra. 8Budo que en otros sitios sea diferente, mirndolo bien 8musit Aendra8. +n Ttah y 3olorado hab!a muy pocos me$icanos o indios manejando los ordenadores. F cuando estuve en Alemania me contaron que se clasificaba a los alumnos a la edad de doce a*os en tres grupos, seg"n el tipo de programas que pod!an seguir, determinando as! el resto de sus vidas. Bicen que en Francia o en =ap n se hace lo mismo. Los chicos brillantes, como t", a tomar las decisiones& los chicos promedio, para el trabajo aburrido& los que no alcan;an el promedio sern los peones que mantienen el sistema en marcha. 8:efle$ion un instante8. )upongo que lo mismo ocurr!a en el antiguo +gipto... y en todas partes. 8Luego le toc el bra;o, preguntando sin rodeos8: JAlguna ve; te has avergon;ado de estudiar aqu!K F #l respondi , sin vacilaci n ni verg5en;a: 8+n absoluto. +l dinero brota del suelo sin cesar. 4e parece estupendo que hayan tenido agallas para gastarlo en algo como esto. +n los d!as siguientes Aendra vio al joven con frecuencia. -or insistencia de #l reanudaron esa seria conversaci n. -or fin, el sbado por la tarde, el joven pregunt : 8J,o podr!a venir a conversar con algunos de mis compa*erosK 8)!, si puedo traer a un joven esquimal, ms o menos de tu edad. 8+ncantado. Fueron siete los que se reunieron en la cafeter!a de la escuela, donde los estudiantes hab!an preparado un peque*o refrigerio. Antes de presentar a Aendra, el presidente pregunt : 8JB nde est su esquimal, se*orita )cottK F ella dijo en tono ine$presivo: 8Dolga;aneando con su )noE<o. F se inici la sesi n. Be los siete estudiantes locales, cuatro eran blancos, hijos de especialistas importados de Los cuarenta y ocho de abajo, pero los tres ms interesados eran esquimales: dos, alumnos del "ltimo curso, dotados de una notable percepci n, y un ni*o del primer a*o, cuya renuencia a e$presarse no indicaba falta de agude;a para seguir la discusi n. )e inici cuando los estudiantes blancos pidieron a Aendra su opini n sobre las universidades a las

-gina ?76 de ?@0

Alaska

James A. Michener

que pod!an solicitar ingreso, como si #se fuera el principal problema al que se enfrentaban, y agradecieron la informaci n que les brind . Tna ni*a hi;o una pregunta inteligente: 83onsiderando que mi ciudad de origen es (arroE, Alas%a, Jqu# universidad de primer orden puede querer a alguien como yo para demostrar su diversidad geogrficaK F Aendra respondi sin vacilar: 8Las mejores. +stn desesperadas por tener alumnos como t". 8J-or ejemploK 8pregunt la muchacha, casi con insolencia. 8-rinceton, 3hicago, )tanford. F tengo buenos informes de )mith. 8Luego a*adi 8: )ois muy emprendedores, chicos. +s un placer conoceros. -ero luego encamin suavemente la charla hacia la situaci n de los tres esquimales. Tna ve; que esos j venes, de piel oscura y rasgos asiticos, se sintieron a gusto, ella descarg su dinamita: 83uando -aul me mostraba el equipamiento de la escuela, el primer d!a, me se*al que todo lo moderno y costoso es usado casi e$clusivamente por los estudiantes blancos de Los cuarenta y ocho de abajo, mientras que lo menos complejo, como la carpinter!a y las herramientas para reparar motores, son monopolio de los esquimales. JNu# me dec!s de esoK 8+s verdad 8dijo la muchachita esquimal8, pero nosotros tenemos problemas distintos de los de ellos. 8J+n qu# sentidoK 8+llos tendrn que ganarse la vida en Los cuarenta y ocho de abajo. ,osotros, en Alas%a. 8,o estis obligados a quedaros en Alas%a. 8-ero es lo que deseamos 8dijo la ni*a. F recibi un sorprendente apoyo del muchacho reticente: 8Fo no sue*o con ir a )eattle. ,i siquiera con ir a Anchorage. )ue*o con trabajar aqu!, en (arroE, aun cuando se acabe el dinero del petr leo. 4ovida por la compasi n hacia esos j venes, Aendra se apresur a decir: 8-ero Jno comprendeis que, para llegar a algo en (arroE, para alcan;ar algo importante, necesitis una educaci n universitariaK J,o os dis cuenta de que todos los empleos bien pagados son para la gente educada de Los cuarenta y ocho de abajo, o para los esquimales que han recibido instrucci nK +l obstinado muchacho esquimal replic : 8Lo haremos al modo esquimal. 8JNu# hars en (arroEK 8pregunt ella en tono casi belicoso. Bos a*os ms tarde, ya casada y vagando en una isla de hielo, ochocientos %il metros al norte de (arroE, en el cora; n del Rc#ano <lacial Ortico, recordar!a cada palabra de su asombrosa respuesta: 8+l mundo cobrar inter#s por el Rc#ano <lacial Ortico. Ciene que ser as!: :usia, 3anad, ,orteam#rica... F yo quiero estar aqu!, en el centro. 8Nu# interesante respuesta, Ivn. J3 mo llegaste a esa conclusi n tan profundaK 8(asta mirar un mapa. F ella pens , con los ojos llenos de lgrimas: PUNuerido, maravilloso muchachoV -ero sin la educaci n que desprecias no llegars a nadaQ. A fines de mayo, cuando el mar de 3hu%ots% a"n estaba helado en un buen trecho alrededor de la costa, aunque la nieve empe;aba a desaparecer de la tundra, llegaron noticias de la solitaria cho;a donde viv!an los padres de Amy +%seavi%. Tn ca;ador lleg a Besolation con este horrible informe:

-gina ?7L de ?@0

Alaska

James A. Michener

8+l viejo se bebi alg"n tipo de matarratas, se emborrach a morir y trat de asesinar a su esposa porque le chiflaba. Fall . +ntonces se plant la escopeta contra el paladar y se vol la cabe;a. Afanasi y =eb Aeeler organi;aron una partida de rescate, que encontr a la madre de Amy levemente herida. Tna pariente que viv!a ms al sur hab!a viajado para hacerse cargo de la situaci n, y ambas mujeres insistieron en que Amy deb!a dejar la escuela para atender la cho;a. 3uando Aendra se enter de esa rid!cula sugerencia estall : 8U+sa ni*a no saldr de mi aula. Lo proh!bo. Afanasi le e$plic que, si Amy era necesaria en su casa, cosa obvia, tendr!a que irse, pues as! lo e$ig!a la costumbre esquimal. 8U+sa ni*a es muy inteligenteV 8e$clam Aendra8. -uede llegar muy lejos. De escrito a la Tniversidad de >ashington y me han respondido con mucho inter#s. +stn dispuestos a recibirla a los diecis#is a*os, si es tan inteligente como yo aseguro. 8)e le quebr la vo; en un gemido8. U)e*or AfanasiV ,o condene a Amy a una vida de tinieblas. )us ruegos fueron in"tiles. Amy hac!a falta en su casa y eso prevalec!a sobre cualquier otra consideraci n. +l d!a en que esa ni*a deb!a volver a su casa, Aendra recorri con ella tres %il metros por la tundra, donde no crec!a ning"n rbol y s lo asomaban flores diminutas. Al separarse la abra; , luchando por contener las lgrimas: 8)# que tienes una mente notable, Amy. Fa lo has visto t" misma en la escuela. 4ira, te digo la verdad: ests mucho ms adelantada que yo a tu edad. -uedes llegar adonde quieras. -or el amor de Bios, lee los libros que te he dado. Da; algo con tu vida. Da; algo. 8JNu#K 8pregunt la muchachita sin demasiado inter#s. 8,unca se sabe, Amy. -ero si valoramos nuestra vida siempre surge algo. F!jate en m!. J3 mo diablos vine a parar a BesolationK JAd nde irs t"K JNui#n sabeK -ero no dejes de avan;ar. Rh, Amy. +n esos "ltimos momentos habr!a querido decirle mil cosas importantes, pero s lo pudo inclinarse para besar aquella cara redonda y morena, gesto que Amy acept sin emoci n. Las dos semanas siguientes fueron intensamente fr!as. ,o parec!a primavera, sino pleno invierno, y Aendra se sent!a tan desolada como el paisaje barrido por la tempestad. 3omprend!a que, pese a toda la eficiencia con que ella y Aasm Doo%er manejaran la escuela y alentaran a sus estudiantes, las duras realidades de la vida esquimal establec!an los l!mites. Tna noche invit a Afanasi y a Aeeler a su apartamento, para que anali;aran esas cuestiones con ella y Doo%er. 3omen; planeando un problema que la deprim!a: 8)e*or Afanasi Jpor qu# usted es el "nico esquimal de Besolation que tiene una visi n global de la situaci n... y hasta podr!amos hablar de una visi n global de Alas%aK 8Cuve un abuelo que me ense* lo que deb!a hacer& mi padre y mi t!o me ense*aron lo que no se deb!a. 8J3 mo podemos Aasm y yo producir gente joven dotada de su visi n y su capacidadK 8)ucede por casualidad, creo. 3on Amy +%seavi% hab!a una posibilidad. 3on =onathan (orodin... bueno, #l deber!a ser e$actamente como yo: capa; de manejarse en el mundo de los blancos, sustento de su aldea esquimal. -ero no dimos en el blanco. Ahora s lo sabe conducir su motonieve. 8Bice que quiere ser chamn... al estilo antiguo, aunque constructivo. Afanasi escuch esa noticia con mucho inter#s. 8(ueno, no es una idea descabellada, en absoluto. Llevo alg"n tiempo pensando que, con las presiones de la vida moderna, la televisi n, las motonieves, el bullicio, tal ve; haya lugar para el renacimiento del chamanismo tal como mi abuelo lo conoci .

-gina ?7M de ?@0

Alaska

James A. Michener

)e levant para pasearse por el apartamento, mordisque un poco de comida y volvi a sentarse junto a Aendra. 8Dace cien a*os, cuando Dealy y su (ear llegaron con )heldon =ac%son, los chamanes que ellos encontraron eran gente deplorable. Los informes de =ac%son dieron mala fama a la instituci n, pero los chamanes con los que mi abuelo trabajaba eran muy diferentes. 8)e levant para pasearse otra ve;, y concluy 8: Cal ve; el chico de (orodin, que tiene un talento ilimitado, como viste en la escuela, Aasm ... 9oy a hablar con #l. +sa conversaci n no se produjo jams. Cres d!as despu#s, con nieve a"n profunda, =onathan (orodin tom su escopeta, su )noE<o8? y die; litros de gasolina, para alejarse tierra adentro en busca de un par de carib"es, la buena carne que su abuelo tanto deseaba& remolcando tras de s! un trineo en el que cargar!a las presas, tom rpidamente un curso este, hacia un sitio donde abundaban los lagos y los r!os. +n una ;ona que hab!a visitado con frecuencia, ca; dos grandes carib"es y los troce all! mismo. Luego carg la abundante carne fresca en el trineo y los cuernos en la parte trasera de su motonieve. +n el trayecto de regreso se encontr con una tremenda tempestad que llegaba desde el sur, trayendo ms nieve y a;otando la acumulada en el valle. +l ataque de la ventisca le asust por un momento, pues los ca;adores de Besolation tem!an a las tormentas que ven!an del sur. )i se manten!a con la misma violencia pod!a causarle problemas, pero el muchacho ten!a la seguridad de que, cuando amainara, podr!a continuar hacia el oeste, hasta llegar a Besolation. ,i siquiera se le ocurri la idea de abandonar el trineo para llegar a su casa lo antes posible: P)i mato un carib", lo llevo a casaQ, pens . -ero cuando descend!a una pendiente moderada, con el fuerte viento del mar a;otndole la cara, comprendi que los cincuenta y cinco %il metros restantes ser!an muy arduos. P,o hay por qu# preocuparse. Cengo mucha gasolinaQ. F entonces, al ascender el lado occidental de la cuesta, el motor comen; a fallar& en la cresta misma de la colina, donde el viento era ms fero;, se detuvo por completo. Tna ve; ms, el muchacho no se asust & en sus diversos viajes hab!a llegado a dominar la mquina y supuso que podr!a repararla. ,o fue as!. Alguna nueva aver!a, mucho ms grave que las anteriores, hab!a inmovili;ado a su )noE<o. (ajo el a;ote del vendaval fracas una y otra ve; en identificar y reparar la aver!a del motor. 3uando el gris del atardecer se fundi en una blancura total, comprendi que corr!a peligro de morir congelado. +sa noche, s lo su abuelo not que =onathan no hab!a regresado. -ens que el muchacho se habr!a refugiado detrs de alguna colina, pero como a mediod!a a"n no hab!a se*ales de #l, el anciano comen; a preocuparse. )in embargo, no avis a nadie, pues su estilo de vida le manten!a aparte de los otros. As! pas una segunda noche, con el joven todav!a ausente. Al d!a siguiente, temprano por la ma*ana, el viejo se present en la improvisada oficina de Afanasi, temblando de miedo, y dio la horrorosa noticia: 8=onathan sali . Dace dos d!as. 3arib". ,o vuelve. Afanasi, precipitndose a la acci n, telefone al aeropuerto de (arroE para que Darry :ost%oEs%y sobrevolara la ;ona al sur y al este de Besolation, buscando una )noE<oE con un muchacho acampando cerca. +l rea en cuesti n estaba al sur de (arroE, y :ost%oEs%y se comunic tres veces por radio con el aeropuerto, para informar de que no hab!a hallado nada& (arroE transmiti eso a Afanasi por tel#fono. -ero en una pasada posterior :osty detect la mquina averiada y un cuerpo inerte acurrucado junto a ella. 8:ost%oEs%y llamando a (arroE. Informen a Afanasi, en Besolation: )noE<o locali;ada sobre un barranco, en direcci n este. 3uerpo a poca distancia, probablemente congelado.

-gina ?7? de ?@0

Alaska

James A. Michener

Inmediatamente se organi; una partida de cuatro hombres y dos veh!culos para nieve. Afanasi conduc!a uno& en el otro iba un rastreador esquimal de mucha fama. :ost%oEs%y, a bordo de su 3essna, los vio salir de la ciudad y les indic el rumbo que deb!an tomar. Bespu#s de casi dos horas, pues viajaban con lentitud y precauci n, hallaron la )noE<o de =onathan (orodin, sus die; litros de gasolina, los dos carib"es troceados y su cadver congelado. 3uando Aendra divis el luctuoso cortejo que se acercaba a la aldea desde el este, supo de inmediato lo que hab!a ocurrido, pues todos los habitantes de Besolation estaban enterados de la posible tragedia. ,o por eso le result ms fcil aceptar la muerte de ese joven e$celente. 3orri hacia el cadver que tra!an, todav!a en su postura acurrucada. 8URh, Bios m!oV 8e$clam 8. UNu# terrible desperdicioV F #sa fue la eleg!a que reson por toda la poblaci n. ) lo al terminar el ciclo escolar sinti Aendra todo el impacto de las tragedias que hab!an oscurecido la primavera, #poca en que habr!a debido resurgir la esperan;a. -as dos semanas holga;aneando en la escuela solitaria, preparando su pedido de provisiones para el a*o venidero y adquiriendo dos mil d lares de e$quisiteces innecesarias con las que entretener a los alumnos y sus padres. -or fin, Afanasi, que parec!a cuidar de todos en su aldea, se acerc a ella con una orden: 8+s hora de que usted salga de aqu!. 9aya a Fairban%s, a =uneau, a )eattle. Cenemos fondos para que los maestros viajen. Aqu! tiene un pasaje a Anchorage, con una e$tensi n hacia cualquier sitio ra;onable al que desee ir. JA Ttah, a visitar a sus padresK +so estar!a bien. 8-or el momento no me interesa visitarlos 8dijo ella, con firme;a. -ero acept los pasajes: uno hasta Anchorage, el otro abierto, y viaj al sur con un equipaje m!nimo, pues su hogar estaba ahora en 3abo Besolaci n y no le gustaba irse. Burante el viaje se observ con frialdad, como si tuviera un espejo ante la cara: PCengo veintis#is a*os, nunca me he casado, y ese art!culo que public la investigadora de Benver lo dec!a con mucha claridad: despu#s de los veintitr#s a*os, las mujeres instruidas tienen cada ve; menos posibilidades de casarse. -ero yo quiero vivir en Alas%a, amo la frontera, me apasiona el desaf!o del Ortico... Rh, Bios, qu# confundida estoyQ. Be una cosa estaba segura, y eso ten!a que ver con la naturale;a de la vida misma. +ntre el ;umbar de los motores a reacci n, continu hablando para sus adentros, como si fuera tema de anlisis para un observador objetivo: PAmo a la gente. Amy +%seavi% es parte de mi vida. =onathan (orodin... Rh, Bios, Jpor qu# no insist! en hablar con #lK F no quiero vivir sola. ,o puedo enfrentarme a los a*os interminables. 3on la noche rtica no tengo problemas, pues despu#s de todo, pasa. -ero la soledad del esp!ritu no pasa jamsQ. 4uy lentamente, reconociendo su confusi n, sac de su portafolio un tro;o de papel en el que hab!a anotado una direcci n de Anchorage. Fa en el aeropuerto llam a un ta$i, como si temiera cambiar de intenci n, y puso el papel en la mano del conductor: 8J-uede usted llevarme a esta direcci nK 8)i no pudiera me despedir!an 8replic el hombre8. +s el edificio de apartamentos ms grande de la ciudad. 3on plena conciencia de estar haciendo algo muy peligroso, ella tom el ascensor hasta el quinto piso y llam a la puerta, esperando ver a =eb Aeeler all!. As! era, y ella le abra; susurrando: 8)in alguien a quien amar me sent!a perdida en una tormenta de nieve. F #l dijo que comprend!a. +sa noche, tendida a su lado, Aendra le confes : 8Lo de Amy y =onathan me rompi el cora; n. 9enimos a ense*ar y son los ni*os quienes nos ense*an.

-gina ?7I de ?@0

Alaska

James A. Michener

8Lo mismo ocurre con nosotros, los abogados 8dijo =eb8. +s ms lo que aprendemos que la ayuda que prestamos. Aendra se qued con #l durante cinco d!as. Bespu#s le dijo: 8Afanasi sospechaba que vendr!a a verte. 3reo que por eso me dio el pasaje a Anchorage. Bice que eres un hombre de confian;a. Le pregunt# si dec!a lo mismo de todos los abogados y se ech a re!r: PBe -oley 4ar%ham, no. Le tengo aprecio, pero no conf!o en #l, por supuestoQ. F =eb dijo: 8+n eso se equivoca. -oley es diferente, pero he descubierto que es honrado. U,unca toca un c#ntimo que no sea suyoV La conversaci n se volc hacia el futuro. +lla dijo que qui;s deber!an pensar en casarse al terminar el siguiente per!odo escolar, siempre que =eb quisiera todav!a especiali;arse en la ley de Alas%a, sobre todo al norte del 3!rculo -olar Ortico& quedaba entendido que ella seguir!a ense*ando en Besolation o tal ve; en (arroE. =eb le asegur que, con su influencia y la de -oley, pod!a conseguirle un puesto en (arroE. 8-ens#moslo 8pidi ella, al despedirse con un beso8. Tna buena maestra, con un equipo tan caro, tendr!a que producir algunos esquimales estupendos. +n el aeropuerto, mientras esperaba el avi n hacia el norte, observ pere;osamente la llegada de un avi n de Co%io, del que bajaron los pasajeros que se quedar!an en Anchorage. +ntre ellos distingui a cinco japoneses de aspecto atl#tico, tres hombres y dos mujeres j venes, que tambi#n llegar!an a tener un inter#s muy profundo por Alas%a, aunque de tipo muy diferente. Le llamaban )ense!. Codos los japoneses adictos al monta*ismo, que eran una multitud, lo llamaban Ca%abu%i8sensei, apelativo honor!fico que se podr!a traducir, ms o menos, como Preverenciado y bienamado profesor Ca%abu%iQ.,Cen!a cuarenta y un a*os y ocupaba oficialmente el cargo de profesor de filosof!a moral en la Tniversidad >aseda, de Co%io, pero las autoridades universitarias y el gobierno japon#s hab!an hecho arreglos para que #l pudiera salir de e$pedici n con tanta frecuencia como lo permitieran los fondos y la organi;aci n de un grupo equilibrado y fiable. +se gran monta*ista del =ap n, hombre menudo, fibroso, normalmente bien afeitado, era familiar para los lectores de diarios y revistas, por las fotograf!as donde se le ve!a con una gran barba, de pie en la ventosa y nevada cumbre de alguna gran monta*a. 3omo =ap n estaba relativamente cerca de las grandes monta*as del Asia, en sus tiempos de joven aprendi; hab!a escalado tanto el ,anga -arbat como el A8/. +n a*os posteriores encabe; dos asaltos al +verest: uno, abortado a ocho mil metros por la muerte de dos miembros y el otro, triunfal. 'l y dos de sus miembros llegaron al techo del mundo, a ocho mil ochocientos cuarenta y ocho metros sobre el nivel del mar. +ste "ltimo ascenso se hab!a reali;ado sin el menor accidente. Alentados por sus #$itos, los aficionados japoneses hab!an reunido fondos para que #l encabe;ara e$pediciones menores al Aconcagua de la Argentina, al Ailimanjaro de Can;ania, al 4atterhorn, en la frontera entre Italia y )ui;a, dos al pico )an +l!as, de Alas%a, y una al Cyree, en la Antrtida. Dasta sus competidores alemanes estaban de acuerdo en que Ca%abu%i8sensei era un monta*ista completo. Bijo un peri dico de ese pa!s, especiali;ado en alpinismo: P+s capa; de lograr todo aquello que se proponga y tiene dos caracter!sticas sobresalientes. Aun en la adversidad sonr!e, para mantener alto el nimo de sus compa*eros, y los trae de regreso con vida. Las dos muertes que acabaron con su intento de .@?6 en el +verest se produjeron a seiscientos metros por debajo de donde #l estaba escalando, ya cerca de la cumbre. Bos miembros de su equipo, sin cuerdas, se movieron sin tomar las debidas precauciones y se precipitaron a la muerteQ.

-gina ?7@ de ?@0

Alaska

James A. Michener

-ese a todos sus triunfos recientes, le carcom!a otro desaf!o. 3on el tiempo, su obsesi n creci tanto que le parec!a ver a su alrededor la monta*a a"n no conquistada, por dondequiera que iba, llenndole la mente. P)e puede 8se repet!a8. +l ascenso no es dif!cil. Fo podr!a haberlo hecho cuando era ni*o. +n realidad, es s lo una caminata, pero para hacerla se requiere una me;cla de fuer;a bruta e infinita delicade;a.Q )ol!a detenerse en ese punto de sus cavilaciones y, con los pies plantados en el suelo y la vista perdida en el espacio, se interrogaba: P)i es tan sencillo, Jpor qu# son tantos los que encuentran la muerte en esa condenada monta*aKQ. +n ese estado mental se encontraba el 7 de enero, fecha en que #l y su socio Aenji Rda deb!an reunirse con los l!deres del monta*ismo del =ap n, sobre todo con los industriales que hab!an financiado sus anteriores e$pediciones. Las celebraciones japonesas del A*o ,uevo 1las ms alocadas del mundo, pues se consume a"n ms alcohol que en los festejos del Dogmanay escoc#s2 hab!an dejado a esos caballeros con una buena resaca y ojos tur8 bios, pero despu#s de bromear amistosamente comparando borracheras se mostraron tan dispuestos a trabajar como pod!an estarlo en un d!a as!. 8J3untos cree usted que habr en su equipoK 83inco. Cres hombres y dos mujeres. 84uy pocos, en comparaci n con los equipos que le acompa*aron al +verest. 8+l sistema de escalada ser totalmente distinto. 8J+n qu# sentidoK 84enos campamentos, equipo mucho ms ligero. 8-ero Jpor qu# le fascina Benali, )enseiK 8+l que preguntaba se apresur a a*adir8: -orque le fascina, y punto. La e$presi n de Ca%abu%i se endureci . 3on los pu*os apretados, revel aquello que le atormentaba: 83omparada con las grandes monta*as del mundo, el +verest y el ,anga -arbat por su altura, el 4atterhorn o el +iger por sus rocas, el Benali de Alas%a es insignificante. 8+n ese caso, Jpor qu# permite usted que le obsesioneK 8-orque es un desaf!o. )obre todo para un japon#s. 8-ero si usted ha dicho que es fcil. 8Lo es, a no ser por tres cosas. +st cerca del 3!rculo -olar Ortico, a menos de doscientas cincuenta millas... 8J+n %il metrosK 8+n Alas%a usan las millas. +l +verest est unas dos mil quinientas millas ms al sur, y esa diferencia de latitud hace que Benali pare;ca unos cuantos centenares de metros ms alta de lo que es en realidad. 8J-or qu#K 8pregunt un bien lubricado industrial. F Ca%abu%i dijo: 8+n latitudes mayores el aire es ms escaso, tal como en las alturas ms elevadas. +l +verest, muy alto y ms h"medo. +l Benali, no tan alto, pero de aire muy escaso en toda su altura. 8)eguro de haber justificado su respeto por el Benali, pas al segundo punto8. +s cierto que el Benali no presenta casi dificultades con las rocas. F en eso consiste el problema para nosotros, los japoneses y los alemanes. 3omo estamos habituados a las ro8 cas escarpadas y a las grandes alturas, correteamos hasta la cumbre y chillamos, jubilosos: PUFa ven ustedes que no era nadaV Q. F luego, en el regreso, la euforia nos hace descuidados& entonces caemos al abismo o nos perdemos en una avalancha, sin que nadie vuelva a vernos. 8)e interrumpi para mirar fijamente a sus interrogadores8. ,i siquiera aparecen los cadveres. Bespu#s de una pausa a*adi , penosamente:

-gina ?60 de ?@0

Alaska

James A. Michener

8+l Benali es el cementerio de los escaladores alemanes y japoneses que descienden llenos de regocijo. 8F pidi a Aenji Rda, que hab!a estudiado con #l en >aseda, que mostrara a la comisi n el mapa y el grfico preparados. +$hib!a la luctuosa cifra de alemanes arrogantes y japoneses distra!dos. 8De aqu! un equipo de cuatro alemanes& estupendo ascenso y tiempo r#cord, seg"n creo. 4s adelante dijeron que no hab!an tenido ninguna dificultad... los dos miembros que no murieron en el descenso. 8)e*al a otro grupo de cinco alemanes8. Tn equipo magistral. Fo practiqu# alpinismo con tres de ellos. +ran capaces de escalar cualquier cara rocosa. Rtros dos muertos. )e*al otro grupo de siete que hab!a perdido dos miembros y el "ltimo, que de cinco hab!an regresado tres. 8J3 mo es posible que una monta*a relativamente fcil, como el Benali, mate a tantos monta*eros e$perimentadosK 8pregunt un fabricante que hab!a escalado con Ca%abu%i8sensei en a*os anteriores. F el decano de los monta*istas a*adi el tercer dato significativo sobre esa alta, bella y terrible monta*a: 8-orque te llama como las sirenas de Tlises, pero cuando ests all! arriba, en la cima, triunfante, es capa; de desatar tempestades de magnitud infernal. 9ientos de ciento cincuenta %il metros por hora, temperaturas de cuarenta grados bajo cero, con sensaciones t#rmicas inferiores a ochenta. F cuando ataca una tormenta, el que no se entierra en una cueva de nieve, como los animales, perece. 8Los presentes no dijeron nada. -or fin, el hombre que hab!a escalado con el )ensei observ : 8-ero usted dijo que los japoneses fueron descuidados. )i te ataca una tormenta as!, no parece que se pueda hablar de descuido. +ntonces Ca%abu%i se puso casi solemne, como si fuera el sepulturero de alguna poblaci n rural: 8Ciene usted ra; n, R%obi8san. Los nuestros se entierran y se protegen de la tormenta, pero cuando #sta acaba descienden reto;ando por las cuestas, no tienen cuidado de mantener las sogas tensas y caen al abismo. 8J3 mo lo sabeK 8pregunt un hombre. 8,o lo s#: lo supongo. ) lo conocemos las horribles cifras. 4u#streles, Rda8san. )e e$hibi otro resumen escalofriante. 8U4iren este registroV Rnce japoneses muertos sin que se recobrara un solo cuerpo. Besaparecieron. J+n una grieta, por aqu!K J+n alg"n abismoK ,o lo sabemos. )e esfor;aron, triunfaron y desaparecieron. F el Benali se niega a decirnos c mo los venci . +n ese punto se interrumpi , apretando los pu*os con reprimida c lera. ) lo Aenji Rda, que miraba a ese hombre adorado, conoc!a el desagradable dato que Ca%abu%i estaba a punto de revelar: 83aballeros: los japoneses hemos tenido un desempe*o muy pobre en el Benali. Al subir somos imbatibles& al descender... 8Le tembl la vo;. Bespu#s de dominarla dijo con amargura, se*alando el risco donde hab!an desaparecido sus antecesores8. U9ean ustedes c mo llaman a este lugarV UAc#rquense a mirarV Los hombres vieron entonces que ciertos estadounidenses c!nicos hab!an dado un nombre odioso al barranco donde ca!an tantos japoneses. 3omo la mayor!a de los presentes comprend!an el ingl#s escrito, aunque no lo hablaran, Ca%abu%i no lo tradujo, pero dos miembros preguntaron: 8JNu# significa esa palabraK 8+l +$preso de Rriente 8respondi #l hoscamente8. +l lugar donde los japoneses nos perdemos velo;mente de vista.

-gina ?6. de ?@0

Alaska

James A. Michener

All! estaba el nombre burl n, destacndose en un mapa ms o menos oficial. 3uando se reanud la discusi n, el profesor dijo, sereno: 8A m! me corresponde, a m! y a Rda, conducir una e$pedici n japonesa para demostrar lo que somos capaces de hacer, qu# disciplina nos imponemos. Demos sido hasta ahora tan descuidados, tan temerarios, individualistas y desde*osos del riesgo, que los habitantes de esa ;ona, los verdaderos monta*eros... J)aben ustedes c mo nos llaman, cuando nos presentamos en Cal%eetna para subir a los aviones que nos llevarn a la monta*aK Los Aami%a;es. -ues bien, esta e$pedici n no ser un ataque ban;ai. J3uento con el permiso de ustedes, y con el presupuesto necesarioK Antes de que se diera una respuesta, el presidente plante un problema que desconcertaba a los monta*eros de muchas naciones: 8Los mapas llaman 4cAinley a esa monta*a. Tstedes, los escaladores, la llaman Benali. ,o lo comprendo. 8+s muy simple 8e$plic Ca%abu%i8. )iempre se ha llamado Benali. Los verdaderos alas%anos y los escaladores no la conocen de otro modo. +s un nombre indio, muy antiguo, que significa La Alta. 8JF de d nde sale 4cAinleyK 8+n .I@M, seg"n creo... 8+l )ensei busc la confirmaci n de Rda, que asinti 8. +l -artido Bem crata postul para la presidencia a un pol!tico sin mayor importancia, creo que de Aansas, llamado 4cAinley. +n el plano nacional no lo conoc!a nadie& en el local, no se ten!a gran opini n de #l. +l partido necesitaba un gran acontecimiento para otorgarle preponderancia& entonces alg"n pol!tico tuvo la idea de dar su nombre a la gran monta*a. 4uy popular,.. entre los dem cratas. Los miembros de la comisi n se echaron a re!r. Tno dijo: 8+se tipo de cosas ocurre tambi#n aqu!, en =ap n. J-or qu# no le ponen el verdadero nombreK Burante la discusi n siguiente, Aenji Rda, que hab!a estudiado en ,orteam#rica, dijo en vo; baja al presidente: 8Fo no ser!a capa; de contradecir al )ensei en p"blico. Campoco en privado, en realidad. -ero 4cAinley era del -artido :epublicano, los conservadores de all. ,o demasiado malo, en realidad. F tampoco era de Aansas, sino de Rhio8 8J)eguir dando nombre a la monta*aK 8Codos los que tienen sentido com"n estn tratando de cambiarlo. La temporada para escalar el Benali estaba rigurosamente definida: antes del . de mayo la nieve, las tormentas y el fr!o eran demasiado intensos& desde mediados de julio, el calor ablandaba tanto la nieve que se produc!an atronadoras avalanchas y se derrumbaban los puentes sobre las grietas. -or lo tanto fue a principios de junio cuando Ca%abu%i8sensei y los cuatro miembros de la e$pedici n cubrieron en avi n la breve distancia entre Co%io y Anchorage, donde se presentaron en la tienda del peletero =ac% Aim, que serv!a como coordinador para todos los escaladores japoneses. +ra un coreano de sonrisa simptica y profundo conocimiento de los asuntos de Alas%a, que conoc!a la reputaci n de Ca%abu%i. Cras una breve discusi n, carg al grupo y a su escaso equipo de monta*a en una gran rubia y los llev a Cal%eetna, doscientos dieciocho %il metros hacia el norte. Algunos %il metros al sur de la peque*a ciudad, el joven que iba al volante se desvi hacia un lado de la carretera, pis el freno y e$clam : 8UAll! estV Be la llanura casi hori;ontal se elevaban las tres grandes monta*as de la cordillera de Alas%a: Fora%er a la i;quierda, Benali en el centro y )ilverthrone a la derecha& despu#s, el notable cubo negro llamado 4ooses Cboth. Formaban un majestuoso desfile contra el cielo

-gina ?6/ de ?@0

Alaska

James A. Michener

a;ul, una l!nea de monta*as que habr!a llamado la atenci n en cualquier lugar& pero all!, en una planicie tan baja, no muy por encima del nivel del mar, se elevaban enormes, coronadas de blanco, acogedoras y tambi#n llenas de una sutil amena;a. 83ada monta*a del mundo es diferente 8dijo Ca%abu%i8sensei a su equipo8. F cada una es preciosa, a su modo. 8JNu# tiene #sta de diferenteK 8pregunt una de las mujeres. F #l dijo: 8+l terreno circundante es muy com"n, muy bajo& las monta*as, elevad!simas y muy pr $imas entre s!. )on como conspiradoras, all donde sopla el viento, y estn tramando tormentas para nosotros. +n Cal%eetna, como tantos equipos japoneses precedentes, buscaron a Le:oy Flatch, que ahora se ocupaba de llevar a los escaladores hasta una elevaci n de dos mil ciento sesenta metros, en la bifurcaci n sudeste del glaciar Aahiltria. Tna ve; retirados los asientos posteriores de su 3essna8IL, pod!a acomodar all!, seg"n dec!a, Pa tres estadounidenses rechonchos o a cinco japoneses delgadosQ. 3on ayuda de sus ruedas retrctiles y sus patines, hab!a depositado a muchos escaladores nipones en el punto de partida de la gran aventura& generalmente regresaba por ellos diecinueve o veinte d!as despu#s. 3laro que, si deb!an sepultarse en cuevas de nieve durante alguna tormenta monumental, #l aguardaba a que los guardabosques le hicieran llegar un mensaje por radio e iba a buscarlos despu#s de veintisiete, hasta treinta d!as. +ra la cuerda salvadora que los llevaba a la monta*a y los sacaba de ella. Flatch les asegur que estaba dispuesto y que los informes meteorol gicos anunciaban buen tiempo para los d!as siguientes. +ntonces el equipo de Ca%abu%i se retir a la caba*a reservada a los escaladores visitantes. Codos sacaron cada uno de los objetos del voluminoso equipo para una "ltima verificaci n y escucharon con atenci n las instrucciones del )ensei: 8+sta e$pedici n tiene un solo prop sito: restaurar el honor de =ap n. F hay un solo modo de lograrlo: poner tres hombres en la cumbre de esa monta*a y regresar los cinco sanos y salvos. A nosotros nos corresponde borrar el oprobio de esa frase insolente: el +$preso de Rriente. QAhora, las reglas. Acarrearemos alto y dormiremos bajo. +so significa que hemos de escalar con diligencia durante todo el d!a para llevar nuestro equipo monta*a arriba, pero por la noche retrocederemos, a fin de aclimatarnos gradualmente y de un modo ordenado. A los cinco d!as acamparemos a tres mil trescientos metros. :odearemos con mucho cuidado >indy 3orner y continuaremos hacia los dos "ltimos campamentos: a cuatro mil quinientos metros y a cinco mil. Q+squ!es hasta los tres mil trescientos, crampones para el resto. Cres irn atados conmigo y dos, con Rda8san. ,ada de cuerdas flojas. +n la "ltima parada construiremos una base s lida que se pueda convertir en una cueva de nieve, si se desata una tormenta. Besde all!, los tres hombres ascenderemos hasta la cumbre, ida y vuelta en un solo d!a, mientras las dos mujeres se encargan del equipo y las provisiones en el campamento. Nuedarn s lo novecientos metros que cubrir, muy empinados. +scalamos ligeros de peso y volvemos de prisa. QAhora bien 8y aqu! su vo; se redujo a un susurro8: una ve; alcan;ada la cima, la parte fcil, comien;a nuestra verdadera misi n: regresar a esta caba*a los cinco, sanos y salvos, sin haber llamado a los guardabosques ni a los aviones para que nos rescaten. F sin desapariciones. Nuiero que todos ustedes observen este mapa. +ntonces despleg el ofensivo mapa delante de ellos. 3ada uno de los cuatro escaladores ley en ingl#s el nombre insultante: P+$preso de RrienteQ, y cada uno jur

-gina ?67 de ?@0

Alaska

James A. Michener

para sus adentros que, en esa ocasi n, no habr!a japoneses que cayeran por esas empinadas laderas hasta perderse en la nada final. +l equipo de Ca%abu%i hab!a sido formado inteligentemente. -or supuesto, #l era uno de los primeros escaladores del mundo, con e$periencia en casi todo lo que pudiera ocurrir en una monta*a. )u resistencia era e$traordinaria& pese a ser un hombre delgado, que no llegaba a pesar setenta y dos %ilos, pod!a trepar por los montes ms altos del mundo llevando, no s lo un equipo que habr!a hecho tambalear a cualquiera, sino tambi#n una mochila saga;mente preparada, que pesaba unos veintisiete %ilos. Ca%abu%i8sensei estaba decidido a escalar el Benali y luego a descenderlo. Igualmente decidido estaba Aenji Rda, que hab!a sido su comandante de base en su segundo intento en el +verest, el que tuvo #$ito.8Famada, el tercero, no hab!a -articipado en e$pediciones previas, pero era un atleta estupendoX famoso por su resistencia en diversos deportes de resistencia. Be las dos mujeres, s lo )achi%o ten!a alguna e$periencia como escaladora& Aimio, la hija de Ca%abu%i, hab!a rogado a su padre que le permitiera participar de esa e$pedici n, a lo que #l consinti en el "ltimo momento. 8Las mujeres se encargarn de cocinar y de atender el campamento 8hab!a dicho el )ensei, al concluir sus instrucciones8. Los hombres establecern el campamento y cargarn lo ms pesado. Las cinco personas y todo el equipo fueron llevados hasta el punto de partida, en el glaciar Aahiltria, por Le:oy Flatch, que los transport fcilmente en dos vuelos con su 3essna, provisto de patines para la nieve. -asaron la primera tarde a dos mil ciento sesenta metros, en la fa; del glaciar nevado, poniendo en orden el equipo. 3uando estaban en;ar;ados en ese trabajo, el )ensei dijo: 8Llevemos arriba la primera carga. Los tres hombres se vistieron, cal;aron los esqu!es y, con las enormes cargas a la espalda, partieron a buen paso por la primera parte del ascenso, mientras las dos mujeres terminaban de armar el campamento. ,oventa minutos despu#s estaban de regreso, mojados por el sudor y dispuestos al descanso. -or e$celente que fuera su estado f!sico, la altura los hab!a obligado a respirar a mayor ritmo y no les desagrad que las mujeres prepararan la cena. Burante los d!as siguientes, con paciencia, acarrearon sus mochilas hacia arriba, perdiendo en peso s lo aquello que com!an. Bespu#s de muy cuidadosos preparativos, como si se encaminaran hacia la cima del +verest, llegaron a la marca de los tres mil trescientos metros, donde dejaron la primera parte del equipo: los esqu!es. A la ma*ana siguiente, mientras se dispon!an a ponerse los pesados crampones de acero, tuvieron en cuenta una regla sagrada del monta*ismo: P4antener la cabe;a despejada y los pies calientesQ. +l escalador que faltaba a una de esas dos normas pod!a tener graves dificultades. -or eso Ca%abu%i supervis personalmente el cal;ado de su equipo. )obre los pies desnudos, a los que se hab!a permitido respirar durante toda la noche, cada miembro se pon!a un par de calcetines de trama fina, sumamente caros, hechos de un poli#ster sedoso que absorv!a el sudor, alejndolo del cuerpo. )obre ellos iba otro par de calcetines muy finos& luego, un tercero, de punto grueso y trama abierta, para proporcionar abrigo y protecci n. A continuaci n se cal;aba una de las ;apatillas ms ligeras y fle$ibles que se puedan imaginar, en parte fabricada con un metal e$ tico, y en parte con lona hecha de una fibra nueva. 'se era el secreto de los escaladores japoneses: un cal;ado fle$ible, sumamente fuerte y adaptable, que envolv!a el pie como un guante, preparndolo para recibir la pesad!sima bota plstica que se pon!a sobre #l, para que proporcionara una buena protecci n y tambi#n una especie de aire acondicionado. 3ualquier observador desinformado, al ver que el pie quedaba encerrado en cinco capas de tejido, metal y materiales de la era espacial, habr!a supuesto que lo siguiente eran

-gina ?66 de ?@0

Alaska

James A. Michener

los crampones metlicos. -ero eso era prematuro, pues sobre la bota coreana iba una polaina gruesa, fle$ible y aislante, para que la nieve no pudiera penetrar dentro ni subir por la pernera del pantal n. ) lo con esto atado en su sitio era posible atarse los crampones. Decho eso, el escalador ten!a en los pies alrededor de cuatrocientos d lares de equipo, tan efectivo que pod!a llegar a la cumbre y descender sin peligro de congelamiento, pero tan pesado que se requer!a una fortale;a nada com"n para levantar una pierna tras otra, abriendo asideros en la empinada cuesta de hielo, aun sin cargar una mochila de treinta %ilos. +se a*o no habr!a una sola persona en el equipo de Ca%abu%i que padeciera de congelamiento& los m#dicos de Benali no tendr!an que amputar un solo dedo de esos pies. +l ascenso marchaba bien. Los tres hombres avan;aron auda;mente a lo largo del P+$preso de RrienteQ y por la "ltima cuesta hasta la cima, donde cada uno fotografi a los otros dos, entre la nieve y el hielo. -or fin, el )ensei instal su cmara en ngulo, sobre un mont n de nieve, prepar el disparador automtico y tom una fotograf!a de los tres, en la que se le ve!a enarbolando orgullosamente el estandarte del 3lub Alpino de la Tniversidad de >aseda en la cima del mundo, a seis mil noventa y seis metros de altura. +n el cr!tico descenso las cosas continuaban bien. 3uando llegaron al campamento establecido a cinco mil metros, a eso del mediod!a, estudiaron la posibilidad de iniciar inmediatamente el descenso. -ero a Ca%abu%i no le gustaba el aspecto de las nubes que se estaban agolpando por el oeste y dijo: 8)er!a mejor que sacramos las dos palas. 3uando se desat esa ventisca de verano 1pues en el Benali las ventiscas pod!an atacar cualquier d!a del a*o2 los cinco japoneses estaban abrigados en su cueva de nieve, donde permanecieron acurrucados durante tres d!as tempestuosos. Dubo un solo incidente desafortunado. Aimi%o sali con intenciones de alejarse s lo unos pasos para orinar, pero su padre, al verla, grit de un modo que ella jams le hab!a o!do: 8UAimi%oV ULa sogaV Rda8san alarg una mano y la sujet por la pierna. Tna ve; que estuvo a salvo dentro de la cueva, Ca%abu%i dijo serenamente: 8+s as! como se muere: saliendo sin cuerdas. Bespu#s de disculparse por su error, Aimi%o dijo: 8Be cualquier modo, necesito salir. )e at con una cuerda, que Rda8san sujet a una pica para hielo clavada dentro de la cueva, y no corri peligro. Al amainar la tormenta descendieron a un plano inferior y comen;aron a establecer el "ltimo campamento. -ero Ca%abu%i8sensei, sabiendo que los escaladores cansados cometen errores mortales, prob personalmente la nieve hasta asegurarse de que estaba firme& s lo entonces permiti que se e$tendiera la fuerte tela impermeable sobre la cual se armar!an las tiendas. )iguiendo la infle$ible regla del profesor: PU,ada de fogatas en la tienda grandeVQ, pues muchos equipos perd!an las tiendas, las provisiones y hasta la vida en esos incendios, el grupo levant una simple tienda para cocinar a poca distancia, y a ella fue Aimi%o para preparar las raciones calientes. Al cabo de algunos momentos )achi%o fue a ayudarla, pero volvi casi de inmediato, gritando: 8UDa desaparecidoV Los veinte segundos siguientes fueron un ejercicio de f#rrea disciplina, pues Ca%abu%i se plant suavemente ante la salida, con los bra;os e$tendidos para evitar que cualquiera saliera corriendo: si algo se hab!a llevado a su hija, eso mismo pod!a tragarse a quien se precipitara tras ella.

-gina ?6L de ?@0

Alaska

James A. Michener

8)eg"n las reglas 8dijo en vo; baja, sin dejar de bloquear el paso. Aenji Rda reaccion en cuesti n de segundos y se envolvi instintivamente el cuerpo con una soga, atando nudos poderosos y e$tra*os& luego tom una pica para hielo y entreg el otro e$tremo de la cuerda a )ach!%o y Famada. -or fin, apartando al )ensei, sali cautelosamente para ver qu# hab!a ocurrido, seguro de que sus dos compa*eros mantendr!an la cuerda tensa, a fin de que #l no los arrastrara a la muerte si ca!a en alguna grieta profunda. 4ir dentro de la tienda8cocina y crey comprobar que Aimi%o no hab!a ca!do, por alg"n descabellado accidente, a trav#s de la gruesa tela de nylon que serv!a de base. -ero al e$plorar la ;ona a la i;quierda de la entrada ahog una e$clamaci n y volvi a la tienda grande, muy plido: 8)e ha hundido en una grieta. ,adie cay en el pnico. +l )ensei se arrastr hasta la tienda8cocina y, hurgando con su hachuela, vio el misterioso agujero por el que Aimi%o hab!a ca!do a una profundidad desconocida. Rda, que continuaba actuando rpida y efectivamente, en una serie de movimientos ininterrumpidos, deposit el mango de madera de su pica en el borde del agujero& de ese modo, cuando su soga se clavara en el borde, el mango impedir!a que se hundiera en la nieve, provocando qui;s una peque*a avalancha que pudiera envolver a la persona ca!da. B nde estaba Aimi%o y en qu# estado, nadie pod!a adivinarlo. )in un momento de vacilaci n, Rda se introdujo en la apertura por donde Aimi%o se hab!a hundido y se fue descolgando diestramente, formando un ocho con la soga para frenar la ca!da, hasta adentrarse profundamente en la grieta. +ra un agujero monstruoso, de varios metros de profundidad y sin fondo discernible, pero por voluntad de las fuer;as que lo hab!an tallado, sus lados no eran parejos, sino que formaban una serie de salientes melladas que pod!an detener un cuerpo en ca!da. -ero Aimi%o no estaba a la vista, aun cuando Rda encendi su linterna para observar las terribles formaciones de hielo. Be pronto oy un gemido& en una cornisa, nueve o die; metros ms abajo, vio la silueta de Aimi%o en la penumbra. 3on se*ales de cuerda ideadas muchos a*os antes, hi;o saber a los otros que por fin la ten!a a la vista. )in vacilar un solo instante, descendi ms y ms. 3uando estaba a un par de metros de ella not que la violenta ca!da, adems de dejarla inconsciente, la hab!a introducido como una cu*a en un sitio reducido, del que no ten!a manera de salir. 8UAimi%oV 8llam , acercndose. ,o hubo respuesta. +ntonces, mientras esperaba a que le llegara la cuerda para el rescate, estudi el modo de atrsela para lograr la m$ima efectividad. -ero antes de empe;ar se la at alrededor del cuerpo con firme;a& de ese modo, si ocurr!a algo en los minutos siguientes, al menos impedir!a que la muchacha muriera. ) lo entonces tom la segunda cuerda y, con una desconcertante serie de nudos ideados para ese tipo de emergencias, la at formando una hamaca de la que no podr!a caer. -ero cuando trat de liberarla descubri que no pod!a, pues la muchacha estaba aprisionada en aquel rinc n. Cal ve; un fuerte tir n desde arriba la desprendiera. Lo pidi por se*as y, cuando los tres de arriba tiraron de la segunda soga, despu#s de haber asegurado la primera, Rda vio con alivio que Aimi%o sal!a de su prisi n. +n cuanto la joven estuvo libre, orden por una se*a que dejaran de tirar. All!, en las heladas penumbras de la grieta, por la que descend!a la lu; del atardecer, le pelli;c la cara y le apret los hombros para devolverle la conciencia. La segunda parte de su terapia fue peor, pues el hombro derecho estaba dislocado por la ca!da y la presi n fue tan grande que la muchacha revivi y, al verse sujetada por Rda, sollo; de dolor. -or entonces, Alas%a ten!a una poblaci n de cuatrocientos sesenta mil ochocientas treinta y siete personas& por lo tanto, hab!a unos setenta y cinco mil j venes en edad de

-gina ?6M de ?@0

Alaska

James A. Michener

enamorarse o pensar en el matrimonio. Be hecho, ese a*o se celebraron seis mil cuatrocientos veintid s matrimonios, pero ninguno se forj en un aprieto tan e$traordinario como el que uni a Aenji Rda y Aimi%o Ca%abu%i, colgados a quince metros de profundidad en una grieta, en las heladas laderas del Benali. 4ientras ella se estiraba para besarle, ambos vieron que, de no haberse estrellado contra la cornisa que le disloc el hombro, ella habr!a continuado descendiendo hasta una profundidad insondable. -or esa ve;, el P+$preso de RrienteQ no se cobr ninguna v!ctima entre los japoneses. 3uando Aendra )cott regres a Besolation, despu#s de su inesperada visita a =eb Aeeler, supo vagamente que un forastero se hab!a instalado en un coberti;o abandonado, al norte de la aldea. )eg"n rumores, all! viv!a pobremente, con trece perros esquimales y malamutes bien adiestrados. Los rumores eran correctos. +ra uno ms de esa inagotable ra;a de j venes estadounidenses, graduados en buenas universidades y preparados para hacerse cargo de la empresa familiar, que renunciaban despu#s de cuatro o cinco a*os aburridos, abandonando un puesto e$celente y qui;s una esposa igualmente envidiable, para probar suerte en las carreras de trineos que se celebran en los pramos de Alas%a. )e los encuentra en las afueras de Fairban%s, Cal%eetna y ,ome, trabajando como esclavos en los muelles, durante el verano, para ganar los enormes salarios que gastan durante el invierno, alimentando a quince o diecis#is perros. <eneralmente dejan de afeitarse& a veces ganan alg"n dinero organi;ando e$cursiones en trineo para los turistas. 3on frecuencia hay tambi#n universitarias deseosas de e$perimentar la vida en el Ortico, que trabajan como camareras y se instalan con ellos por un tiempo, corto o largo. +l sue*o de esos hombres, que se cuentan por veintenas, es participar en la Iditarod& no para ganarla, por supuesto, basta con llegar al final de esa competici n, con justicia considerada la ms dif!cil del mundo. +n lo peor del invierno rtico, con ventiscas aullando desde )iberia y temperaturas inferiores a los cuarenta grados bajo cero, unos sesenta intr#pidos parten de Anchorage con sus trineos y sus perros, para cubrir una penosa distancia hasta ,ome, oficialmente establecida en ..06@ millas: mil millas mas en el cuadrag#simo noveno estado& en realidad, var!a entre mil cien y mil doscientas millas 1mil setecientos sesenta a mil ochocientos veinte %il metros2, por un territorio incre!blemente arduo. 8+s como correr de la ciudad de ,ueva For% hasta )iou$ Falls, en Ba%ota del )ur, si todav!a no hubiera carreteras 8e$plic Afanasi a Aendra8. -ese a lo que muchos piensan, el conductor no suele viajar sobre los patines de su trineo, sino que corre detrs cuatro veces de cada cinco. Aendra no pod!a comprender que una persona en su sano juicio malgastara tantos miles de d lares en comida para perros y pagara una inscripci n de mil doscientos d lares para sufrir ese trato, sobre todo teniendo en cuenta que el primer premio era de s lo cincuenta mil d lares. Afanasi dijo: 8Fo particip# cuando era ms joven. La gloria de desli;arse hasta esa l!nea de llegada, ganes o pierdas, te dura toda la vida. ,aturalmente, los j venes de Los cuarenta y ocho de abajo que ven!an al norte para competir, en general s lo efectuaban una ve; el horrible trayecto. Bespu#s volv!an a casa, se casaban y retomaban su puesto en la empresa familiar. -ero al envejecer colgaban detrs del escritorio el certificado donde se probaba que, en .@?I, hab!an competido en la Iditarod y llegado a la meta. +so los diferenciaba de los atletas locales que hubieran ganado alg"n premio en competiciones menores. +l joven que ocupaba el coberti;o de Besolation, para brindar a sus perros la e$periencia del verdadero Ortico, era en muchos sentidos el t!pico ejemplo de esos intrusos: graduado en la Tniversidad de )tanford, treinta a*os de edad, cinco de trabajo en

-gina ?6? de ?@0

Alaska

James A. Michener

la empresa paterna, divorciado de una dama de la alta sociedad que, al conocer su decisi n de emigrar al 3!rculo -olar Ortico con trece perros, cont a sus amigos que #l padec!a un desequilibrio mental. -ero en ciertos aspectos era "nico. -ara empe;ar, era :ic% 9enn, vstago de la poderosa familia que controlaba los intereses de :oss H :aglan en )eattle. +n segundo lugar, de todos los advenedi;os s lo #l ten!a v!nculos hist ricos con Alas%a, y tercero, por ser el nieto de 4alcolm 9enn y Cammy Cing, ten!a sangre tlingit y china& por lo tanto, era en parte nativo. )u te; era tan oscura y sus facciones tan asiticas que habr!a podido pasar fcilmente por uno de los j venes de Alas%a, me;cla de rusos y nativos. Cambi#n se distingu!a de los otros en que, si bien su caba*a tambi#n era un caos, cuidaba de su aspecto personal tal como lo hubiera hecho en )eattle. )e afeitaba, se recortaba el pelo con tijeras y, una ve; a la semana, lavaba una tina llena de ropa. -ero era como los otros en el afecto que mostraba a sus perros y en el cuidado amoroso con que los hac!a trabajar: en la arena si no hab!a nieve, en los mont!culos ms profundos cuando la hab!a. -olar era un perro esquimal de siete a*os, con un cruce de lobo algunas ge8 neraciones atrs y, en tiempos ms recientes, de malamute. Dab!a varios perros ms grandes que #l en el equipo, pero su inteligencia sal!a fuera de lo com"n y era, entre ellos, el l!der indiscutible. -olar, perfectamente adaptado a su amo, obedec!a de inmediato las rdenes de :ic%. A los perros de trineo se los adiestra para girar a la derecha o a la i;quierda seg"n la vo; de mando& hay cinco o seis palabras ms que tienen su significado espec!fico. -ero -olar ten!a la notable habilidad de anticiparse a las intenciones de :ic%, casi antes de que gritara la orden, y conduc!a diestramente a los otros perros en la direcci n debida. Aunque los perros formaban un buen equipo, no era raro que, mientras esperaban impacientes, dos de ellos se enfrentaran mostrndose los colmillos. )i alguien no los deten!a de inmediato, la amena;a pod!a degenerar rpidamente en una lucha salvaje y sangrienta. )i :ic% estaba presente era #l quien interrump!a de inmediato la pelea, naturalmente. -ero en caso contrario, -olar daba un paso atrs, emit!a un profundo gru*ido y los perros se separaban. Cambi#n mord!a a cualquier perro pere;oso y era siempre #l quien se lan;aba hacia delante con mayor energ!a, cuando :ic% ped!a ms velocidad. )e trataba de un perro e$cepcional. 3uando lleg la nieve, para #l fue un placer conducir a su equipo por trayectos de mil quinientos, dos mil y hasta tres mil metros por la tundra. 3omo en Besolation no e$ist!an restaurantes para turistas, ninguna joven aventurera de Los cuarenta y ocho de abajo conviv!a con :ic%. -ero cuando llev su equipo a la aldea para hacer una e$hibici n sobre arena, entre la multitud reunida vio a Aendra )cott, cerca de 9ladimir Afanasi. :econoci en ella al tipo de mujer que val!a la pena tratar y, despu#s de la demostraci n, busc a Afanasi para preguntarle qui#n era. 8La mejor maestra que hemos tenido en mucho tiempo. 9iene de Ttah. 8J4ormonaK 8-uede ser. Cal ve; por eso quiso e$plorar el norte. 8J,os puede presentarK 83reo que es inevitable. Tna tarde soleada, Afanasi llev a Aendra al desordenado coberti;o. +lla se ech a re!r en cuanto baj del cami n, pues un cartel pulcramente pintado proclamaba: -+::+:A) B+ A+,)I,<CR,, como si se tratara de un costoso alojamiento para perros mimados. 3uando el propietario asom la cabe;a por la puerta para averiguar el origen de esa carcajada, Aendra vio a un joven apuesto y bien parecido, algo mayor que ella, vestido con un mono a;ul. 8JNu# pasaK 84e gusta tu letrero. J+sto es un alojamiento para perrosK 8)in duda. Day trece.

-gina ?6I de ?@0

Alaska

James A. Michener

F :ic% se*al el sitio donde ataba a sus perros esquimales y malamutes, cada uno a su propia estaca y con cadenas cortas, para que no se molestaran entre s!. 8J-ara la IditarodK 8JDas o!do hablar de esa carreraK 8Day que estar loco para intentarlo. 8Lo estoy 8reconoci #l. -ero s lo cuando se adelant a estrecharle la mano cay Aendra en la cuenta de lo chiflado que estaba. +n la pechera de su mono llevaba grabado ese tipo de lema que encanta a los universitarios quijotescos: U:+T,A4R) A <R,B>A,AV 8JNu# significa estoK 8pregunt ella. +l joven e$plic que hab!a cursado la licenciatura de geolog!a en )tanford, donde #se era el grito de guerra. 8-ero Jd nde queda ese lugarK 8+s un continente que se rompi en peda;os hace doscientos cincuenta millones de a*os. 3reo que el -olo )ur formaba parte de #l. 8-uedes enrolarme en tu cru;ada. +n los d!as siguientes, cuanto ms o!a hablar Aendra sobre los rigores de la Iditarod, ms le interesaban los procedimientos por los que :ic% adiestraba a sus perros. 3uando lleg la nieve, comen; a pasar los sbados y domingos en el coberti;o, para darle alg"n aspecto de respetabilidad. -ero evitaba cualquier relaci n romntica, pues a"n se consideraba vagamente comprometida con =eb Aeeler. -or cierto, cuando el joven abogado visit Besolation por sus negocios con Afanasi, prcticamente se instal en el apartamento de Aendra, donde se quedaba hasta las tres o las cuatro de la madrugada. :ic%, al observarlo, pregunt si estaban comprometidos. +lla respondi : 83uando se est tan lejos de casa es dif!cil decidirse. 3uanto menos una ve; por semana, si la nieve era adecuada, :ic% la llevaba a dar un largo paseo de adiestramiento en su trineo. +ra una magn!fica e$periencia sentarse all!, envuelta en mantas, y recorrer quince %il metros hacia los lagos helados. :ic% corr!a detrs y, de ve; en cuando, sub!a a la parte posterior de los largos patines, gritando indicaciones a -olar y alentando ocasionalmente a los otros perros. 83omprendo que la carrera fascine a los hombres 8dijo Aendra un d!a, mientras descansaban a medio camino. 8,o s lo a los hombres. 8:ic% le record que, "ltimamente, mujeres de ms edad que ella hab!an ganado la carrera. 8JLas mil cien millasK Beben de ser ama;onas. F #l la corrigi : 8-ara esta carrera no se necesitan m"sculos, sino cerebro y resistencia. +l cerebro hac!a falta porque cada participante deb!a ponerse de acuerdo con un piloto para que dejara caer desde el avi n grandes bultos de salm n seco u otros tipos de alimento a lo largo del camino, tanto para los perros hambrientos como para su conductor, y la planificaci n de ese aprovisionamiento requer!a a la ve; buen criterio y dinero. 4s de un novato gastaba sus ahorros de todo el a*o, ms el dinero que le enviaba su familia, s lo para cubrir los gastos de la Iditarod. 8JBe d nde sali ese nombreK 8pregunt Aendra un d!a. 8+s el de un antiguo campamento minero 8dijo :ic%8. -or all! pasaba una senda& ahora nuestra carrera la usa cada a*o. +n las primeras semanas del invierno, Aendra vivi casi en un mundo de sue*os. Rrdenaba el coberti;o, trabajaba con los perros, y disfrutaba de largos viajes de adiestramiento en el fin de semana. 3omen; a pensar que esa gloriosa e$periencia ser!a eterna: la interminable tundra blanca, con sus fuertes ventiscas, y la maravillosa seguridad

-gina ?6@ de ?@0

Alaska

James A. Michener

de que :ic% sab!a lo que estaba haciendo. La posibilidad de que se enamoraran a"n no hab!a surgido, pues #l a"n estaba afectado por el naufragio de su primer matrimonio y ella se consideraba ms o menos comprometida con =eb Aeeler. -ero ambos sent!an, cada ve; ms, que despu#s de la Iditarod ser!a ineludible tomar ciertas decisiones, aunque por el momento se mantuvieran as!. +n una de esas e$cursiones por la nieve hacia el sur, ella se vio obligada a recordar hasta qu# punto los esquimales inupiats del Ortico viv!an al borde del desastre. 4ientras recorr!an la costa, a varios %il metros de Besolation, :ic% divis una vivienda de estilo antiguo, con paredes de madera y pesado techo de hierba. )in pensar que pod!a ser una intromisi n, dio una orden a -olar, que inmediatamente dirigi el equipo hacia la cho;a. 3uando el trineo se detuvo ante la puerta, Aendra not con espanto que era la casa de su destacada alumna, Amy +%seavi%, que all! hab!a sido criada y all! viv!a ahora, ayudando a su madre viuda. La jovencita apareci en el oscuro umbral, mirando furiosamente a los perros por debajo del espeso flequillo. y entonces vio a su maestra envuelta en mantas. Fue un reencuentro glacial, pues Amy hab!a perdido hasta la leve humanidad que se hab!a permitido adquirir bajo el cuidado de Aendra. 4antuvo a los visitantes a distancia y, cuando ellos pidieron ver a su madre, se apart sin decir nada. -or la viuda, Aendra supo que se hab!a establecido un acuerdo por el cual la madre, supuestamente, daba ense*an;a a la ni*a en su propia casa. As! se cumpl!a con la ley del estado, aunque hubiera buenas escuelas en la ;ona. -ero resultaba obvio que la :ama finalmente encendida en esa criatura milagrosa, durante el a*o escolar anterior, se hab!a apagado o vacilaba tanto que pronto se e$tinguir!a. Angustiada por haberse entrometido en la vida de Amy y en sus problemas sin soluci n, Aendra se despidi torpemente de la ni*a y volvi hacia el norte, con los ojos llenos de lgrimas. 3uando se detuvieron a descansar dijo a :ic%: 8)e me parte el cora; n. +s demasiado horrible. F se derrumb contra la chaqueta de su compa*ero, sollo;ando. 3uando #l quiso saber de qu# se trataba, le cont la g#lida llegada de Amy a la escuela, el a*o anterior, y su gradual deshielo, hasta convertirse en una de las ni*as ms brillantes y prometedoras que Aendra conociera en su vida. 8Cal ve; hayamos hecho algo espantoso, :ic%, al pasar por aqu! y recordarle mundos perdidos. 8Los temores de Aendra estaban justificados. Cres d!as despu#s lleg a Besolation la noticia de que Amy +%seavi%, de quince a*os y con un futuro brillante, hab!a salido de la caba*a mientras su madre dorm!a, dejando el cuaderno de tareas abierto en la mesa, para suicidarse con la escopeta de su padre. +se primer a*o de Aendra al norte del 3!rculo -olar Ortico estuvo lleno de sorpresas por las costumbres locales, hasta alcan;ar mesetas de las que se congratulaba: PAhora entiendo Alas%aQ, seguidas por e$plosiones que la obligaban a confesarse: P+n realidad, no s# nadaQ. -ero ninguna de las grandes revelaciones la dej tan estupefacta como la llegada a Besolation de una mujer alta y decidida, que viv!a con su familia en una caba*a de troncos, unos trescientos %il metros al este, en uno de los rincones ms desolados del territorio, donde ten!a un albergue para ca;adores, se pod!an pescar peces espectaculares y ca;ar pie;as de ca;a mayor. 9en!a acompa*ada de su hijo y tra!a una proposici n notable: 8Besde que mi hijo era ni*o le doy clases en casa, concursos por correspondencia que me env!an desde +stados Tnidos. Aunque es algo temprano, creo que deber!a presentarse a los e$menes oficiales, pues estoy convencida de que tiene talento para ir a la universidad. Luego present a su hijo: )tephen 3olquitt, de un metro ochenta y dos cent!metros, t!mido, pero cuyos oyos volaban de un lado a otro como los de un halc n, absorbi#ndolo todo.

-gina ?L0 de ?@0

Alaska

James A. Michener

8De venido a preguntarle... 8e$plic la mujer al director Doo%er, nerviosa8. Cenemos buenos informes de la se*orita )cott& dicen que es una buena profesora de matemticas. F queremos saber si estar!a dispuesta a preparar a )tephen en lgebra. Doo%er se sinti inc modo. 8+so ser!a muy irregular.. tal ve; imposible. ,o podemos inscribirle en nuestra escuela si no vive en nuestro distrito. 8URh, no tenemos intenci n de inscribirle aqu!. Lo que queremos son clases particulares. 8Antes de que el director pudiera responder, a*adi 8: +stamos dispuestos a pagar las clases. 8Fo no cobrar!a nada 8dijo Aendra8. )er un placer desempolvar mi lgebra. 8F la trigonometr!a 8agreg )tephen. 8+charemos un vista;o a eso tambi#n. Las semanas siguientes fueron tan productivas que )tephen, con su galope triunfal por el lgebra, la geometr!a y la trigonometr!a, la alej un poco de los remordimientos por la muerte de Amy. Tna noche, Aendra dijo a Afanasi y a Doo%er: 8+s incre!ble lo que ha logrado esta se*ora con esos cursos por correspondencia. 3uando )tephen presente los e$menes oficiales tendremos que hacernos a un lado, porque va a reventar el sistema. Aasm Doo%er qued impresionado en un sentido muy diferente: 8+l padre jugaba un poco al baloncesto en el colegio y tienen una cancha reglamentaria junto al r!o. Las jugadas que conoce este chico no os las pod#is ni imaginar. +n los partidos amistosos que celebraba la aldea cuando no hab!a escuelas visitantes, se acord que Doo%er jugar!a con 3olquitt uno a uno. +n el primer partido el muchacho dej at nitos a todos desplegando una gran habilidad para pasar la pelota sin que tocara el suelo& pero lo que provoc gritos de elogio fue su diestro uso del doble salto. -arec!a que iba a tirar, enga*ando as! a Doo%er, que saltaba para bloquearle el tiro& entonces #l reten!a la pelota y la arrojaba en el momento en que Doo%er descend!a, fuera de posici n. 8JB nde has aprendido esoK 8pregunt el jadeante director, durante una pausa. 8-ap tiene una antena parab lica y yo sol!a observar a +arl. 3uando llegaron las notas obtenidas por )teve en los e$menes oficiales, todo el mundo pudo comprobar lo que la se*ora 3olquitt sab!a desde un principio: 8+ste muchacho puede ir a cualquier universidad 8dijo Doo%er, habituado a notas que no llegaban a los cuatrocientos puntos. +ntonces envi cartas de recomendaci n a diversas instituciones, a*adiendo tambi#n una nota del entrenador de Fairban%s: +n los tiempos en que 3reighton ten!a un equipo, tanto yo como Aasm Doo%er, de Besolation, jugbamos bastante bien al baloncesto& por eso puedo asegurar que este jovencito de diecis#is a*os, con una estatura de un metro ochenta y dos, que no dejar de aumentar, est en condiciones de jugar en cualquier equipo importante. Da tenido que practicar solo, sin posibilidades de jugar con un equipo. )i se le da esa oportunidad, ser otro =ohnson. +n la primavera, Darry :ost%oEs%y trajo cartas de nueve grandes universidades y colegios mayores que ofrec!an a )tephen 3olquitt becas& otras seis lo quer!an para sus equipos de baloncesto. )u madre y Aendra clasificaron los ofrecimientos y se decidieron por 9irginia, lo cual satisfi;o tambi#n a Doo%er y a )teve. La noche en que terminaron de llenar los formularios de ingreso, Aendra no pudo dormir. +staba tratando de imaginar c mo hab!a podido esa mujer producir semejante genio, viviendo en una caba*a remota y sin una sola ventaja, salvo cursos por correspondencia y la televisi n por v!a sat#lite. PAl parecer no se necesitan escuelas de ochenta y cuatro millones de d lares. 3laro que eso ayudaQ.

-gina ?L. de ?@0

Alaska

James A. Michener

-ero al re!rse de esa conclusi n, Aendra se ech s"bitamente a temblar, abrumada por un terrible malestar espiritual. 9estida s lo con su camis n, sali de su apartamento para llamar furiosamente a la puerta de Aasm Doo%er. Bespu#s de un largo silencio, pues eran casi las dos de la ma*ana, la se*ora Doo%er abri la puerta, e$clamando: 8U-or Bios, hijaV JNu# pasaK Al verla entrar, temblando como por efectos de alguna fiebre misteriosa, el matrimonio comprendi que la maestra no pod!a dominarse. 8U)i#ntate, AendraV -onte esta bata. Ahora cu#ntanos: Jqu# demonios ocurreK ) lo despu#s de beber un poco de chocolate caliente, preparado por la se*ora Doo%er, Aendra recobr en parte la compostura: 8+stuve pensando en )tephen y en su buena suerte. 8+so no es un motivo para llorar 8observ Aasm8. 4artha y yo lo estuvimos festejando. 8F a*adi , casi hosco8: -ero eso fue hace tres horas. 8Cambi#n yo. -ero mientras me felicitaba... y tambi#n a #l... pens# en Amy... muerta en el lodo. F rompi en sollo;os convulsivos. Los Doo%er, habituados a lidiar con una catstrofe al menos una ve; al a*o, la dejaron llorar. Al cabo de un rato ella levant la vista, pat#ticamente, y pregunt : 8J-or qu# un muchacho blanco, con una madre decidida, puede alcan;ar las estrellas, cuando una ni*a igualmente brillante, pero hija de una esquimal, fracasaK 84ir acusadoramente a Doo%er8. Dasta usted envi cartas para ayudarle. +n cambio nadie movi un dedo para ayudar a Amy. 8C" fuiste muy buena con ella, Aendra 8asegur la se*ora Doo%er8. Aasm me lo dijo. 8-arece tan injusto... Can horrible, en lo social y en lo moral... Aasm encendi una pipa y dijo, golpendose los dientes con la boquilla: 8)i usted permite que las tragedias escolares la afecten tanto, Aendra, tal ve; deber!a pensar en abandonar la ense*an;a. Lo digo sinceramente. 8JTsted no las toma en serioK 8+n serio, s!. Crgicamente, no. Campoco permito que afecten mi vida interior. 8Antes de que Aendra pudiera protestar por esa falta de humanidad, el director se sent junto a ella, mientras su esposa tra!a otra ta;a de chocolate, y le tom una mano8. A partir de la escuela secundaria, jams he estudiado ni ense*ado en un lugar en el que no haya muerto un chico, var n o mujer, por suicidio o por alg"n accidente terrible. 8JF qu# hac!a ustedK 8+nterrarlos, consolar a los padres y continuar con mi trabajo. -orque esas cosas no se pueden evitar. ) lo es posible adaptarse. 84e niego a adaptarme a tama*a injusticia. 8+n ese caso, Aendra, tiene ra; n mi esposo. )i permites que la vida de tus alumnos te afecte hasta ese e$tremo, tal ve; te convenga dejar la ense*an;a. )i contin"as, te destruir. Aendra reaccion a ese sabio consejo, nacido de a*os de e$periencia docente, con un renovado ataque de temblores, tan convulsivos que la se*ora Doo%er se sent para tomarle la otra mano: 8JNu# edad tienes, AendraK 89eintiocho. 8+s muy importante que te cases. Afanasi me cont que ese joven abogado, ese tal Aeeler, te tiene much!sima estima. F veo que tambi#n te ronda el hombre de los perros, el que vive al norte de la aldea. 3sate con uno de ellos mientras tengas la oportunidad. )i te quedas en Alas%a para convertirte en una maestra solterona, que se aflije por todos los desastres de los esquimales, se te partir el cora; n.

-gina ?L/ de ?@0

Alaska

James A. Michener

-ero Aendra parec!a no escuchar. 8-ara los j venes esquimales todo parece muy injusto. 8-ara todos los j venes, siempre. Dace a*os, cuando yo ense*aba en 3olorado, el problema eran los coches veloces y la marihuana. 8F un punto muy importante 8a*adi la se*ora Doo%er8: a los esquimales no les gusta que las maestras de buen cora; n, como t", se interesen demasiado por sus problemas familiares. +n realidad, les desagrada. La muerte es algo que ocurre, que siempre ha ocurrido, y ellos no quieren que nadie ande metiendo las narices y llorando en p"blico. Los Doo%ers acompa*aron a Aendra a su cuarto. -or la ma*ana, la se*ora le llev otro poco de chocolate caliente. +n mar;o, toda Besolation centr su inter#s en la potente radio de onda corta que pose!a 9ladimir Afanasi, pues de hora en hora transmit!a las novedades de la Iditarod. 3on buen clima, para variar, los sesenta y siete equipos partieron de Anchorage, para recorrer un trayecto que ese a*o cubr!a mil ochocientos treinta %il metros, con veintisiete paradas opcionales donde pod!an obtener alimentos para perros y conductores. :ic% hab!a comprado enormes cantidades de salm n seco para sus perros& Aendra prepar para #l un gran mont n de galletas de chocolate, llenas de pacanas, sabrosas y alimenticias. A :ic% tambi#n le gustaban los higos secos, pues pod!a chupar las semillas cuando desaparec!a la pulpa. +n cada punto establecido, los equipos deb!an descansar durante veinticuatro horas seguidas y hab!a veterinarios que e$aminaban a los animales. +n los "ltimos a*os dos mujeres hab!an resultado ganadoras 1la segunda, con el asombroso tiempo de once d!as y quince horas2& en los campamentos todos se preguntaban si esa ve; ser!a un hombre el que pudiera reclamar el trofeo y el primer premio de cincuenta mil d lares. :ic%, uno de los veintis#is que probaban suerte por primera ve;, sab!a que no ten!a posibilidades de ganar contra los hbiles e$pertos que hab!an participado muchas veces desde el comien;o de la competici n, en .@?7, pero revel a Aendra que esperaba terminar entre los nueve primeros y en no ms de quince d!as. Burante la primera semana de carrera pareci ocurrir de todo. Los alces, impulsados hacia el sur por las ventiscas, cru;aron la ruta marcada& alterados por los perros, mataron a coces a seis animales, cuyos conductores tuvieron que abandonar. Tna tempestad intensamente fr!a lleg desde el norte, en contra de lo que era habitual, haciendo que otros siete participantes se retiraran de la carrera. La misma tormenta impidi que die; o doce aviones entregaran el salm n seco a los puntos de aprovisionamiento, a lo largo de la ruta. -rivados as! de combustible, se podr!a decir, algunos competidores se vieron obligados a abandonar. +n :uby, un participante de ,ome gan dos mil d lares por ser el primero en cru;ar la meta que marcaba la mitad del recorrido, pero :ic% vio que ya hab!an abandonado dieciocho corredores, con equipos tan buenos como el suyo. +n Besolation, Afanasi, Doo%er y Aendra montaron una guardia de veinticuatro horas junto a la radio. 9ladimir la manejaba en las horas de clase& los maestros se turnaban por la noche. As! recogieron suficientes noticias fragmentadas como para saber que :ic% a"n estaba entre los competidores, aunque no pudieron determinar qu# puesto ocupaba. -or fin, el decimotercer d!a, un hombre de la aldea irrumpi en el aula donde Aendra estaba en8 se*ando lgebra a sus alumnos. 8U3uando partieron de Tnala%eet, 9enn iba terceroV -oco despu#s Afanasi corri a la escuela con la confirmaci n: 8-or Bios, ning"n novato tiene derecho a ocupar el tercer lugar. -ero Aendra dijo: 8-olar bien puede ser el mejor perro gu!a de toda la carrera. F con la ardiente aprobaci n del se*or Doo%er, dieron por terminadas las clases del d!a para reunirse junto a la radio, donde escucharon fragmentariamente el relato de uno de los

-gina ?L7 de ?@0

Alaska

James A. Michener

incidentes ms dramticos en la historia de las Iditarod. Afanasi e$plic la situaci n a Aendra: 8+sto no es como una carrera ol!mpica, en la que todos los participantes van en grupo. +n la Iditarod estn diseminados. +l hombre de ,ome que va adelante lleva casi medio d!a de ventaja& nadie lo alcan;ar. +l del puesto diecis#is puede estar un d!a y medio ms atrs. +n cuanto al "ltimo, qui; una semana entera. Doo%er interrumpi : 8-ero esta ve;, al parecer, todos van agrupados. F ten!a ra; n. Tna mujer, que nunca hab!a pasado del decimocuarto puesto, ocupaba el segundo lugar. -ero mientras a;u;aba a sus perros por el hielo de ,orton )ound, un alce que se acercaba a la costa cay presa del pnico, corri hasta enredarse con los perros y, al liberarse, pate a la mujer en el est mago y las piernas, hiri#ndola de gravedad. :ic%, que iba en el tercer lugar, bastante ms al sur y ya a salvo en el tramo de hielo que llevaba hasta la l!nea de llegada, vio lo que ocurr!a. Rtros cinco participantes lo vieron tambi#n, pero se apresuraron para ocupar los nueve primeros puestos, tan codiciados. :ic%, en cambio, se desvi a un lado y, e$igiendo a -olar la m$ima velocidad, lleg a tiempo para ahuyentar al enfurecido alce y poner en su trineo a la mujer herida. 3on la muerte de dos de sus perros, ella no ten!a ninguna posibilidad de continuar compitiendo, pero se vio capa; de llegar hasta el final por sus propios medios, de modo que le dio las gracias a :ic% por su ayuda y le abra; , dici#ndole: 83ontin"a. C" sigues compitiendo. -ero #l no pod!a dejarla as!, con los perros muertos a"n enganchados y necesitada de atenci n, de modo que abandon la carrera por unas dos horas, para retirar a los perros muertos y atender las heridas de la conductora. Luego la dej partir hacia ,ome. ,unca recuper el tiempo perdido por ese gesto caballeresco. A medida que los otros corredores pasaban a toda velocidad, comprendi que hab!a perdido toda posibilidad de ocupar el tercer puesto y, probablemente, de terminar entre los nueve primeros. +fectivamente, acab decimotercero, pero fue vitoreado al cru;ar la l!nea, pues la mujer hab!a contado lo ocurrido a un periodista apostado en el trayecto. Tn borracho que sali de su bar hi;o la observaci n ms atinada: 8,unca pens# que llegar!a el momento en que vitoreara a un hijo de puta de :oss H :aglan, pero #ste vale la pena. F esa noche, :ic%, por su noble acci n, fue el h#roe de la ciudad. +l ganador, un recio veterano de Aot;ebue, hab!a terminado en catorce d!as, nueve horas, tres minutos y veintitr#s segundos, pero la carrera s lo termin una semana despu#s, cuando el "ltimo de los cuarenta y seis conductores restantes lleg a duras penas para recibir la honrosa lmpara roja, s!mbolo de la lu; que sol!a brillar en el "ltimo coche de los trenes, para indicar que hab!an pasado todos los vagones. +ra un estudiante de la Tniversi8 dad de IoEa& hab!a tardado veinti"n d!as y dieciocho horas en concluir esa penosa carrera, pero estaba casi tan orgulloso de su lmpara roja como el ganador de sus cincuenta mil d lares. 3uando :ic% volvi a Besolation, con -olar y los otros doce perros, se lo recibi como a un h#roe. 4uchos aldeanos se agolparon en las perreras de Aensington para prestar tributo al equipo que se hab!a conducido tan honrosamente en la Iditarod. )u caballerosidad hab!a sido tema de varios art!culos en los peri dicos de )eattle y ,ueva For%. La revista Cime public su fotograf!a con el ep!grafe: P<anar no lo es todoQ. +sa publicidad provoc una larga carta de su abuelo, 4alcolm 9enn, presidente de :oss H :aglan, )eattle. +ra la primera ve; que :ic% ten!a noticias suyas en ms de dos a*os.

-gina ?L6 de ?@0

Alaska

James A. Michener

+sa tarde, despu#s de que todos se fueron, mostr la carta a Aendra. A ella le gust por su estilo viril y por el obvio orgullo que el anciano sent!a por su aventurero nieto. 3uando viajaste al norte te dije que imitaras a tu bisabuelo. ,o tengas miedo de intentar algo. F si comien;as, termina a lo grande. )eguimos tu avance por las noticias sueltas que transmit!a la televisi n local y festejamos la perspectiva de que terminaras quinto y hasta tercero, pero estamos mucho ms orgullosos de tu decimotercer puesto. 8Fo no recibo cartas como #sa de mis padres 8dijo ella, sin autocompasi n. F al mirarle, con el certificado de la Iditarod colgado en la pared, detrs de #l, le vio bajo una lu; mucho ms clara. Le admiraba por el modo en que manejaba a sus perros, con amor y severidad, inyectndoles un fero; y leal impulso para competir. Bisfrutaba de su humor irreverente y apreciaba el retrato que entreve!a en la carta del abuelo: una familia estrechamente unida, en una larga tradici n de respeto mutuo. )obre todo, ve!a en #l a un hombre ms fuerte y ms consolidado que =eb Aeeler. Algo de esos pensamientos debi de brillarle en los ojos, pues cuando estaba por salir del coberti;o para volver a la :esidencia #l la detuvo, preguntando en vo; baja: 8J,o es hora de que te quedesK F ella susurr : 8)!. 8-ues hab!a hallado a un hombre al que pod!a amar. Al d!a siguiente, por la tarde, en su propio alojamiento, Aendra hi;o lo que cualquier persona honorable se habr!a sentido obligada a hacer: escribi una sincera carta a =eb Aeeler, agradeci#ndole su valiosa amistad y e$plicndole que se hab!a enamorado de otro: P-arece que ha desaparecido cualquier posibilidad de que nos casemos y lo siento much!simo. Lo discutiremos en tu pr $ima visita a Besolation, pues ans!o conservarte como amigoQ. Bespu#s de cerrar el sobre dijo en vo; alta, con la confian;a que muchas mujeres han e$presado en circunstancias semejantes: 8(ueno, esto ha terminado. +n esos d!as, justamente, estaban ocurriendo en >ashington cosas que alterar!an la vida de varias personas de la aldea& la ms dramticamente afectada ser!a Aendra.YLa secuencia se inici cuando el gobierno de +stados Tnidos despert tard!amente al hecho de que la :usia sovi#tica, 3anad y hasta ,oruega estaban avan;ando rpidamente en la adquisici n de conocimientos sobre el Ortico. 3on un esfuer;o algo fren#tico por ponerse a su altura, el presidente hab!a nombrado una prestigiosa comisi n sobre asuntos rticos, que reuni a un consorcio de universidades estadounidenses, a fin de patrocinar y supervisar una minuciosa investigaci n. ,o s lo deb!an descubrir el modo de sobrevivir en ese clima, sino tambi#n c mo utili;ar el Ortico, tanto en la pa; como en la guerra. Tna ve; tomada la decisi n y provistos los fondos, ese equipo de hombres y mujeres brillantes decidi que uno de los primeros pasos a tomar era proseguir los estudios iniciados a*os antes en C87, la isla de hielo flotante. +n cuanto eso qued acordado, los eruditos a cargo del asunto empe;aron a buscar a gente del Ortico que tuviera e$periencia prctica en C87, y eso los puso directamente en el rega;o de 9ladimir Afanasi, esquimal universitario que, cuando era joven, hab!a tenido a su cargo durante tres a*os el mantenimiento y las operaciones de C87. La llamada telef nica proven!a de la 3asa (lanca& era el asesor cient!fico del presidente: 8JDabla 9ladimir AfanasiK J+l que trabaj en C87K... JNu# edad tiene usted ahora, se*or AfanasiK... J-uede todav!a trabajar en climas muy fr!osK... JF estar!a dispuesto a reactivar C87K... Ahora mismo... 3laro,sabemos que C87 desapareci hace tiempo, pero su sucesora... tal ve; la llamemos C8?. 3reo que es la siguiente... J+star!a usted dispuestoK... +so me alegra mucho, se*or Afanasi. ,o se imagina c mo ha sido elogiado por los hombres asociados con este proyecto. A prop sito: Jes usted ciudadano estadounidenseK

-gina ?LL de ?@0

Alaska

James A. Michener

8J+sto es un secreto de +stado o algo as!K 8U)e*or AfanasiV )i lo fuera yo no estar!a usando una l!nea telef nica com"n. ,osotros sabemos lo que estn haciendo los sovi#ticos y ellos saben lo que hacemos nosotros... o lo que estamos a punto de hacer. (ienvenido al grupo. Fa tendr noticias nuestras. Cres d!as despu#s, una comisi n de tres grandes especialistas en el Ortico 1uno de Bartmouth, otro de 4ichigan y el tercero, de la Tniversidad de Fairban%s2 se reunieron con Afanasi en Besolation. Burante tres d!as trabajaron intensamente en la reactivaci n de un puesto de investigaci n en lo que llamaban C8?. Dab!a e$tendidos mapas del Ortico por todas partes. )e pusieron al d!a viejas listas del material requerido en C87, se redactaron acuerdos formales y, al terminar esas reuniones, Afanasi, que era el de ms edad entre los presentes, dijo: 8Nuiero el derecho de contratar a mi propio asistente. 8)i es alguien calificado, s!. F si pasa los e$menes de seguridad. 8,o habr problemas. +s alguien muy versado en asuntos rticos. <raduado en )tanford con e$celentes notas. F lo ms importante: est disponible. 8J9ive por aqu!K 8+n las afueras de la ciudad. 9oy a presentarlo. Los cuatro hombres fueron a las -erreras de Aensington, donde los salud el ladrido agitado de trece hermosos perros, que ellos admiraron por un momento. +ncontraron a :ic% 9enn tendido en la cama, leyendo uno de los grandes libros sobre la Antrtida: +l peor viaje del mundo, de Apsley 3herry8<arrard. +l hecho de que un hombre de su edad conociera ese clsico hi;o que se ganara el cora; n de los tres eruditos. 8J3onoce usted la tragedia de )cottK 8pregunt el hombre de Bartmouth. F :ic% dijo: 8Tn poco. Los relatos de Amundsen, algunos de los estudios recientes... 8JTsted es de )cott o de AmundsenK 8pregunt el cient!fico de 4ichigan, recordando las enconadas animosidades que hab!an atormentado a los dos e$ploradores del polo. 8+strictamente de Amundsen. 'l era un profesional, y )cott, un romntico. 8,o tenemos nada que hacer con este joven 8decidi el hombre de 4ichigan8. +st completamente echado a perder. 8Tn momento 8dijo 9enn, poni#ndose los pantalones8. )i yo quisiera escribir un poema sobre la Antrtida, eligir!a a )cott, por supuesto. +l de 4ichigan se ech a re!r: 8,o es lo ideal, pero s! aceptable. 3ontinuemos. Fue Afanasi quien habl . :ic% qued impresionado por el respeto con que esos eruditos trataban al viejo esquimal: 8+n (arroE, :ic%, ten!amos un Laboratorio de Investigaciones Orticas, dirigido por la 4arina. Di;o grandes cosas, pero el gobierno lo cerr . -ara ahorrar dinero. Los rusos se nos han adelantado mucho en los conocimientos sobre el Ortico. -ara alcan;arlos vamos a reactivar las investigaciones que reali;bamos en C87. 8Le! que se derriti hace tiempo. 8+so mismo dije yo cuando abordaron el tema. )e trata de una isla nueva. La llaman C8?. Nuieren que yo sea una especie de fact tum. F yo quiero que t" me acompa*es y seas mi mano derecha. 8J-or cunto tiempoK JBos a*os, tresK 8JNui#n sabeK :ic% 9enn se qued mudo. +so era lo que todos los j venes capaces so*aban al graduarse: hallarse en el cora; n de alguna gran iniciativa en su especialidad, rodeado de los grandes intelectos de las generaciones precedentes, para aplicar todo lo aprendido en los a*os de esfuer;os y proyectar lo aprendido hacia delante. +ra la esperan;a de los

-gina ?LM de ?@0

Alaska

James A. Michener

j venes m#dicos, ge logos, cr!ticos literarios o ge grafos. F rara ve; se presentaba una oportunidad como la de C8?. 8)er un orgullo trabajar con ustedes 8dijo por fin. 8JNu# har con sus perrosK 8pregunt el de Bartmouth. 8Llorar un poco, despedirme de cada uno con un beso y entregrselos a otra persona. 8+l joven los mir desde dentro8. 4e llevaron al decimo tercer puesto en la Iditarod, JsabenK 8)e dijo que habr!a podido terminar tercero 8coment el de 4ichigan 8JTsted se enter K JCerceroK qui#n sabe... 8Be pronto apart la vista de los perros8. J+sto es secretoK 8,o. 8JF ya est en marchaV Jme estn ofreciendo trabajoV Afanasi mir a los otros tres& el presidente de la comisi n, el de Bartmouth, alarg la mano: 8As! es. +n el viaje de regreso a (arroE, en el 3essna de :ost%oEs%y, el profesor de Bartmouth dijo: 8J)e dieron cuenta de que ninguno de los dos habl de honorariosK F el de 4ichigan respondi : 8+ste mundo es de ellos. Aman el norte y son parte de #l. Demos tenido una gran suerte al encontrarlos. +sa tarde, sobre los mapas dejados por la comisi n, :ic% describi su nuevo trabajo a Aendra, que e$periment una pun;ada de aprensi n al enterarse. +l "nico hombre al que amaba iba a partir en una misi n de duraci n indefinida: 8Besde hace cincuenta o sesenta mil a*os, y probablemente mucho ms, en este e$tremo septentrional de 3anad llamado isla +llesmere, hay inmensos glaciares, de los que ocasionalmente se desprenden t#mpanos tan monstruosos que no se los puede llamar t#mpanos. )on islas de hielo, que pueden medir hasta ochocientos %il metros cuadrados y cuarenta y cinco metros de grosor. 8+so es incre!ble. 8+s lo que dice todo el mundo al enterarse. -ero e$isten y navegan durante varios a*os por el Rc#ano <lacial Ortico, en la direcci n de las manillas del reloj, hasta que llegan al Atlntico. +n .@./, una de ellas hundi al Citanic. Le mostr el recorrido de la famosa C87, que hab!a navegado al norte de Alas%a durante muchos a*os. 8J-or qu# no se qued en su sitioK 8pregunt ella. 8-orque flotaba en un oc#ano. Al parecer, nadie comprende que al decir POrticoQ hablamos de un oc#ano& al decir PAntrticoQ de un continente. 8Luego le revel el dato ms notable8: Las islas son tan grandes y tan planas que es bastante fcil tra;ar en ellas una pista a#rea, durante el tiempo que sea necesaria. )e puede aterri;ar hasta con un ?6? en una isla de hielo, como hacen los rusos. 8J+llos tienen algunas de esas islas flotantesK JF nosotros, otrasK 8+n realidad, no. Rficialmente, no. -ero funciona as!. Al menos, funcionaba. 8+ntonces pas a los motivos por los que +stados Tnidos hab!a decidido reactivar un puesto de investigaci n en una isla de hielo8. :usia est mucho ms adelantada que nosotros en su capacidad de aprovechar el Ortico. +llos siempre han tenido hombres en las islas de hielo. ,osotros hicimos un intento y abandonamos. Lo cierto es que prcticamente les hemos puesto el Ortico en las manos. 8JF los tres hombres que vinieron en avi nK 8+n Besolation, hasta los ni*os se enteraban si llegaba una carta importante8. J9an a ponerlo otra ve; en marchaK

-gina ?L? de ?@0

Alaska

James A. Michener

8)!, y quieren que 9ladimir supervise las operaciones. 8JF #l quiere que t" le ayudesK 8)!. 8JF has aceptadoK 8)!. +lla habr!a querido gritar, desesperada: PJF nuestras relacionesKQ. -ero comprendi intuitivamente que, para perder a un hombre fuerte como :ic% 9enn, la manera segura era atarlo con lgrimas o sujetarlo con obligaciones& #l se liberar!a de las ataduras y saldr!a volando. Aendra sospechaba tambi#n que el joven a"n no estaba preparado para un compromiso definitivo, de modo que enfoc su problema de forma indirecta: 8JNu# hars con los perrosK 8Cen!a la esperan;a de que t" los cuidaras hasta hallar a alguien que los quiera. 8JNuieres que los vendaK 8)i puedes. )i no, reglalos. -ero s lo a alguien que los haga correr. 84ir a los perros que tan bien le hab!an servido8. )on campeones. 4erecen competir. Lo llevan en la sangre. +sas palabras tuvieron para Aendra un significado especial. 9io a :ic% como un campe n destinado a competir. F la isla de hielo era un desaf!o adecuado. -ero el hecho de que lo comprendiera no hac!a que se sintiera menos sola, como todas las mujeres que han dejado pasar a un buen hombre para probar suerte con otro mejor, perdi#ndolos a ambos en la apuesta. 8F yo debo quedarme aqu!, a*o tras a*o, cuidando de tus perros. Aquello no marchaba como ella hab!a querido, pero fueron los ojos de :ic% los que se llenaron de lgrimas, no los suyos. 8UNueridaV 4e he buscado a una mujer de verdad. 9olver#. 8JF ests seguro de que yo esperar# dos a*os o lo que seaK J3 mo sabes que, si =eb viene a llamar a mi puerta, no dir#: PAl diablo con todo, me caso con #lQK 8+stoy seguro de que no 8replic #l, simplemente. F repitiendo su promesa de volver para casarse con ella, cerr el coberti;o donde hab!an sido tan felices, entreg sus perros y vol con Afanasi a (arroE. Bespu#s viaj seiscientos %il metros hacia el norte, sobre el Rc#ano <lacial Ortico, hasta una isla de hielo flotante, de diecisiete %il metros de longitud y cinco de anchura, que esperaba una tard!a e$perimentaci n. Aparte de esa comisi n estadounidense, hab!a otros e$pertos interesados en el -ac!fico ,orte. Bos de los mejor informados viv!an en peque*as aldeas asiticas, donde pasaban sus d!as y muchas de sus noches dedicados a estudios que de alg"n modo afectar!an a Alas%a, si no inmediatamente, s! a medio pla;o, pues esos dos hombres apreciaban mejor que ning"n estadounidense la posici n de ese territorio como piedra fundamental del gran arco que encierra el -ac!fico ,orte. Los dos hombres 1el uno japon#s, el otro ruso2 no se conoc!an entre s! y cada uno ignoraba la e$istencia del otro. -ero ambos ten!an en la pared de su estudio un gran mapa donde se ve!an todas las naciones que rodeaban el -ac!fico: desde 3hile, en el e$tremo sudeste, pasando por 4#$ico y +stados Tnidos al este, )iberia y =ap n por el oeste, y descendiendo por el sudoeste hasta Indonesia, Australia y ,ueva Selanda. +ra un territorio colosal, ms a"n teniendo en cuenta la proliferaci n de puntos rojos y negros que sem8 braban la circunferencia de ese vasto oc#ano. +n realidad, el mapa daba la impresi n de que cien abejas hab!an picado sitios como 3olombia, Aamchat%a y las Filipinas, levantando feas ronchas rojas. +ran los grupos de volcanes, apagados y activos, que encerraban el -ac!fico en un anillo de fuego. +ran las altas monta*as e$plosivas, con nombres tan po#ticos como +l 4isto, 3otopa$i, -opocatepetl, 4onte )hasta, Fujiyama, Ara%atoa, 9ulcan y :uapehu, que delataban el violento carcter de esas ;onas.

-gina ?LI de ?@0

Alaska

James A. Michener

Los puntos negros, mucho ms numerosos, indicaban los sitios en que, en tiempos hist ricos, la tierra hab!a sido sacudida por desvastadores terremotos& gruesas cruces negras se*alaban los temblores que nivelaron sectores de la ciudad de 4#$ico en .IIL, de )an Francisco en .@0M, de Anchorage en .@.6, de Co%io en .@/7, de ,ueva Selanda en .@7.. (astaba echar un vista;o a esos mapas para revelar el constante ataque de la lava y los temblores de tierra a lo largo del -ac!fico, registro de la fuer;a tremenda e implacable de las placas errantes. As!, cuando la placa de ,a;ca se retir bajo la placa continental, los bordes se fragmentaron y partes de la ciudad de 4#$ico se derrumbaron. 3uando la placa del -ac!fico ro; la placa de ,orteam#rica se produjo el incendio de )an Francisco, y cuando el lado opuesto de la placa del -ac!fico se retir bajo la placa Asitica, los edificios de Co%io cayeron hechos tri;as. 3uando la parte norte de la placa del -ac!fico se abri paso por debajo del poco profundo mar de (ering, emergi de modo colosal la cadena de volca8 nes ms concentrada del mundo, mientras la familia de terremotos ms incesante de la Cierra sacud!a el continente y, si se iniciaban debajo del mar, enviaban grandes tsunamis que se e$tend!an por todo el -ac!fico. Alas%a, que ocupaba la corona de ese llameante anillo, ten!a una posici n de preeminencia, no s lo geogrfica, como v!nculo entre Asia y Am#rica del ,orte, sino tambi#n econ mica y militar. +n esos "ltimos a*os del siglo, al e$perto japon#s le interesaba primordialmente lo econ mico& al ruso, lo militar. +n una hermosa aldea de monta*a, a unos treinta %il metros de Co%io, en el peque*o r!o Cama, continuaba sus estudios Aenji Rda, el hbil monta*ero que hab!a rescatado a Aimi%o Ca%abu%i de su ca!da en la grieta. Camagata, aldea de graciosas casas de madera y piedra al estilo japon#s tradicional, hab!a sido escogida por la poderosa familia Rda como centro de sus operaciones de investigaci n. La familia ten!a muchos intereses comerciales, pero Aenji, el mayor y el ms capacitado de los varones de la tercera generaci n, se hab!a concentrado en las propiedades de pulpa de madera. -ara perfeccionar sus conocimientos en esa especialidad internacional, se familiari; con los bosques de ,oruega, Finlandia y el estado de >ashington, en +stados Tnidos. 4ientras se ocupaba de esos intereses papeleros en >ashington, escal el monte :ainier en pleno invierno, con un equipo de aficionados estadounidenses. Cen!a ahora treinta y nueve a*os& disfrutaba de su retiro en Camagata, que le proporcionaba un ambiente tranquilo en el que refle$ionar a distancia sobre el equilibrio de esos mercados internacionales& adems, desde all! ten!a fcil acceso a los vuelos internacionales que part!an de Co%io casi cada hora, hacia todas las partes del imperio familiar: las fbricas de )ao -aulo, los hoteles reci#n adquiridos en Amsterdam, los bosques de ,oruega y Finlandia. -ero cuanto ms estudiaba los problemas que e$ist!an mundialmente con el papel y el limitado acceso de =ap n a las grandes selvas, ve!a con ms claridad que los bosques de Alas%a, casi infinitos, deb!an convertirse en blanco principal para quien estuviera interesado en la fabricaci n y distribuci n de ese elemento. 8-or muchas ra;ones prcticas 8dijo a su grupo de estudio8, las selvas de Alas%a estn ms cerca de =ap n que de los centros principales de +stados Tnidos. Tn fabricante del este estadounidense puede conseguir con ms facilidad pulpa de madera en las 3arolinas, en 3anad o Finlandia que en Alas%a. ,uestros grandes barcos pueden andar en los puertos alas%anos, cargar pulpa y volver a trav#s del -ac!fico ,orte, hacia nuestras plantas de ray n y papel, aqu! en =ap n, con mucho menos gasto del que tendr!an los estadounidenses si transportaran esa misma pulpa en camiones o por tren. Tn representante de la 3ompa*!a ,aviera Rda se*al que la distancia mar!tima entre =ap n y )it%a era bastante mayor de lo que Aenji indicaba. +ste "ltimo ri entre dientes:

-gina ?L@ de ?@0

Alaska

James A. Michener

8Tsted tiene buena vista. -ero si llevamos a cabo esto no iremos a )it%a. De echado el ojo a una isla bastante grande, al norte de Aodia%, a este lado de la bah!a. F se*al una isla densamente boscosa, que suministrar!a materia prima a las -apeleras Rda durante los siguientes cincuenta a*os. 8+n nuestros viajes a Benali 8e$plic a los hombres8, nuestro avi n se abri paso entre las nubes justo aqu!& hacia abajo vi esta isla sin aprovechar. 3omo ya hab!amos iniciado el descenso hacia Anchorage, estbamos a baja altura y pude apreciar que era selva virgen& p!cea, probablemente, fcil de talar, fcil de reducir a pulpa, fcil de llevar a nuestras plantas en forma l!quida. 8JDay alguna posibilidad de que consigamos la e$plotaci n a largo pla;oK ,o hablo de obtener la propiedad, directamente. Antes de responder a esa dif!cil pregunta, Rda tom una actitud refle$iva. Luego contempl el gran mapa que ocupaba casi toda la pared, frente a los hombres, y se*al Alas%a: 8+strat#gicamente hablando, esta ;ona pertenece ms a =ap n que a +stados Tnidos. Codos los recursos naturales de Alas%a son ms valiosos para nosotros que para ,orteam#rica. +l petr leo de -rudhoe (ay deber!a estar viniendo a nosotros, directamente por el -ac!fico. +l plomo, el carb n y, por cierto, la pulpa de madera. Los coreanos no son est"pidos, estn meti#ndose en todas partes. 3hina va a mostrar un enorme inter#s por Alas%a. )ingapur y CaiEan podr!an aprovechar los recursos de Alas%a con tremendos beneficios. 3uando las atractivas a;afatas interrumpieron la discusi n para traer el t# de la ma*ana con galletitas de arro;, Aenji aprovech la pausa para sugerir que salieran al jard!n, donde la belle;a del paisaje japon#s, tan cuidado en comparaci n con lo que hab!a visto de Alas%a, serenar!a a los hombres. Al reanudarse la reuni n, dijo: 8)e comprende mejor a Alas%a si se la mira como a un pa!s del Cercer 4undo, una naci n subdesarrollada cuyas materias primas han de ser vendidas a los pa!ses ms desarrollados. +stados Tnidos jams aprovechar debidamente Alas%a& nunca lo ha hecho y jams lo har. +st demasiado lejos, es demasiado fr!a... ,orteam#rica no tiene idea de lo que posee y muestra muy poco inter#s en averiguarlo. +so nos deja el mercado abierto. 8JNu# podemos hacer al respectoK 8pregunt uno de los hombres. 8Fa lo hemos hecho 8replic Aenji8. La "ltima ve; que fui a Benali, a mi regreso inici# negociaciones para alquilar esa isla boscosa. (ueno, la tierra no, ya comprendern ustedes, porque ellos no lo permitir!an. -ero s! el derecho a talar rboles, construir un molino y edificar un muelle para nuestros barcos. 8JDubo suerteK 8U)!V Cengo el placer de informarles que, tras varios meses de dificil!simas negociaciones... Los alas%anos distan de ser est"pidos. 3reo que aprecian su situaci n tan claramente como nosotros. )e saben hu#rfanos en su propia tierra. )aben que deben cooperar con los mercados asiticos. F saben.... al menos las personas con que trat# sab!an lo profundo que ser!a su v!nculo con 3hina y con :usia. ,o pueden escapar. -or eso no tuve problemas para que me prestaran atenci n. 3reo que prefer!an comerciar con =ap n, vendi#ndonos la madera, el petr leo y los minerales por lo que nosotros podamos suministrarles a cambio. 3asi todos los miembros del grupo hab!an llegado a Camagata en coche, antes del desayuno& ahora descansaban al sol, masticando sembei y bebiendo t#. Tno de ellos, que ense*aba geograf!a como consejero a media jornada en una universidad, dijo: 8,o quiero pasar por el gran e$perto en geopol!tica, pero ese mapa, all! dentro... J,o podr!amos echarle otro vista;oK 3uando estuvieron sentados como antes, continu :

-gina ?M0 de ?@0

Alaska

James A. Michener

8,osotros y 3hina tenemos una afortunada ventaja en nuestros posibles acuerdos con Alas%a. -ero Umiren ustedes qu# cerca est Alas%a de la :usia )ovi#ticaV +n estas dos peque*as islas, que no figuran en este mapa, las dos superpotencias estn separadas por dos %il metros. )i se permitiera el viaje a#reo comercial entre las dos ;onas... aqu! arriba, donde sobresalen las dos grandes pen!nsulas, separadas por unos noventa %il metros, se podr!a cubrir la distancia en unos die; minutos. 8JAd nde quiere usted llegarK 8pregunt Rda. F el hombre dijo: 83reo poder predecir que Alas%a y la Tni n )ovi#tica siempre tendrn sospechas mutuas. ,o hay comercio ni amistad posible. Adems, lo que Alas%a tiene, )iberia lo tiene tambi#n, de modo que no son socios comerciales por naturale;a. -or el contrario, lo que tiene Alas%a es lo que nosotros necesitamos, lo que necesitan CaiEan y )ingapur, por no mencionar a 3hina. 8J)u conclusi nK 83onstruyamos la planta de pulpa. +nviemos nuestros barcos de carga a... J3 mo se llama la islaK 8Aaga%. Antigua palabra aleuta, seg"n creo, que significa algo as! como hori;ontes magn!ficos. 8+nviemos nuestros buques a Aaga%. -ero mientras tanto, no olvidemos las minas de cobre, ese petr leo que, seg"n el sentido com"n, deber!a venir a nosotros, y cualquier otra cosa que ese gran territorio desierto pueda proporcionarnos en el futuro. Rda tom entonces la palabra: 8Besde hace alg"n tiempo tengo muy claro que el papel de las naciones del Cercer 4undo es proporcionar materias primas a buen precio a las naciones tecnol gica y culturalmente ms avan;adas. Nue los pa!ses como =ap n y )ingapur apliquen la inteligencia y la habilidad mecnica a esos materiales& luego pagarn por ellos enviando a los pa!ses del Cercer 4undo sus productos terminados, sobre todo aquellos que por falta de habilidad, no podrn inventar ni fabricar por s! mismos. 9arios j venes, bien informados sobre el comercio internacional, se*alaron que ese tipo de intercambio qui; no fuera posible indefinidamente. Rda indic la calculadora que hab!a estado usando su e$perto en finan;as: 8>atanabe8san, Jcuntos botones tiene su calculadoraK 3omo ustedes pueden ver, no es ms grande que un naipe. >atanabe tard ms de un minuto en resumir la intrincada y maravillosa capacidad de las treinta y cinco teclas de su calculadora manual: 8Bie; teclas para los d!gitos y el cero. 9einticinco ms para diversas funciones matemticas. -ero muchas de las teclas operan hasta tres funciones diferentes. +n total: treinta y cinco teclas visibles, ms sesenta y tres funciones variables ocultas, suman noventa y ocho opciones. Rda sonri : 83uando compr# el predecesor de ese milagroso artefacto de >atanabe, me ofrec!a die; numerales y las cuatro funciones aritm#ticas. +ra tan simple que cualquiera pod!a manejarla. -ero cuando se a*aden ochenta y ocho funciones adicionales, se la pone por encima de la capacidad de la persona no preparada. F casi todos los habitantes del Cercer 4undo estn en esa categor!a. Cendrn que dejar que nosotros nos ocupemos de pensar, in8 ventar y fabricar. 8Tn momento 8protest uno del equipo8. +n nuestro "ltimo viaje visit# la Tniversidad de Alas%a, en Fairban%s. All! tienen veintenas de estudiantes de ingenier!a que pueden manejar ordenadores ms grandes que la calculadora de >atanabe.

-gina ?M. de ?@0

Alaska

James A. Michener

8U+$actoV 8concord Rda8. -ero cuando se grad"en buscarn trabajo en lo que ellos llaman PLos cuarenta y ocho de abajoQ. )in ellos, Alas%a seguir siendo una naci n del Cercer 4undo. ,o lo olvidemos. 3ortes!a, ayuda, actitud modesta& escuchemos en ve; de hablar y proporcionemos, en toda ocasi n, la asistencia que Alas%a necesita. -orque nuestra relaci n con ese gran dep sito no utili;ado puede ser una magn!fica ayuda para ambas naciones. )eg"n estos principios, Aenji Rda y su esposa, Aimi%o, que conoc!a profundamente Alas%a, se trasladaron a la isla de Aaga%, al norte de Aodia%, para establecer la gran 3ompa*!a Tnida de -asta de -apel de Alas%a. +ra significativo que la palabra PjaponesaQ no apareciera ni en el nombre ni en el material impreso de la firma. Campoco participar!an trabajadores japoneses en la construcci n de la complicada planta, que reducir!a las p!ceas de Aaga% a pulpa l!quida, para ser llevada por el -ac!fico hasta =ap n. F cuando la planta estuvo lista para operar, no apareci ning"n japon#s para talar los rboles. ) lo tres ingenieros nipones se establecieron en Aaga%, para supervisar la compleja maquinaria. Aenji y Aimi%o, s!. Instalaron su residencia en una modesta casa de la isla y alquilaron en Aodia% una oficina, tambi#n modesta, a la que llegaban de ve; en cuando t#cnicos altamente especiali;ados de Co%io, para inspeccionar y supervisar los procedimientos. Al cabo de algunos meses, en una empresa en la que se hab!an invertido unos diecinueve millones de d lares, s lo hab!a seis japoneses en escena y de los barcos que llevaban la pulpa a =ap n, al menos la mitad navegaban bajo una bandera distinta de la del )ol ,aciente, pues los grandes industriales de =ap n estaban decididos a ocuparse de la e$plotaci n y aprovechamiento de la materia prima alas%ana, pero no deseaban que ello fuera demasiado evidente para no generar as! animosidades locales. A ese respecto, el comportamiento de los Rda era ejemplar. Aenji no hac!a nada que atrajera sobre #l las cr!ticas adversas, pero s! muchas cosas que aumentaban su reputaci n en la comunidad de Aodia%. J)e quer!a traer de )eattle a un cuarteto de cuerdaK 'l contribu!a apenas un poquito menos que los tres ciudadanos principales. JLos talentos literarios del lugar produc!an un buen espectculo al aire libre, sobre (aranov y la coloni;aci n rusa de las Aleutianas y Aodia%K 3omo e$perto en papel, #l corr!a con todos los gastos de la impresi n de programas. +n dos ocasiones invit a los principales funcionarios de Aodia% a pasar las vacaciones con #l y Aimi%o, en su boscosa aldea de Camagata& y una ve; pag los gastos de dos profesores de la Tniversidad de Alas%a en Anchorage, para que asistieran a un congreso internacional en 3hile, sobre el anillo del -ac!fico. 3omo resultado de estas contribuciones, #l y Aimi%o eran conocidos como Pesos simpticos japoneses, que tienen un inter#s tan creativo por Aodia% y Alas%aQ. +ntre quienes escuchaban esa evaluaci n, alguno a*ad!a: PF los dos escalaron el Benali& es ms de lo que pueden decir los estadounidenses de por aqu!Q. -ero cuando se ausentaba de la planta de Aaga%, cuando no estaba de vacaciones en Camagata ni en 3hile, asistiendo a alg"n congreso, Rda se dedicaba a investigar discretamente las partes remotas de Alas%a, buscando sitios como (ornite, donde se pod!a hallar cobre, o >ainEright, que ten!a ricas minas de carb n. 3ierta ve; oy hablar de una lejana ladera del noroeste del rtico, que pod!a contener promisorias concentraciones de ;inc. Bespu#s de enviar a Co%io muestras del material tomado en varios puntos de la ;ona, acord un derecho de e$plotaci n por noventa y nueve a*os, sobre una vasta ;ona. +n su siguiente visita a Camagata, cuando se le interrog sobre eso, dijo francamente y con tanta sinceridad como pudo: 8=ap n no quiere Papoderarse de Alas%aQ, como sugieren algunos cr!ticos. ) lo queremos hacer con otras materias primas lo que ya estamos haciendo tan bien con la pulpa de madera. -erm!tanme destacar, por si surge el tema cuando yo no est# presente, que Alas%a se beneficia tanto como nosotros con nuestro acuerdo. -odr!amos decir que es

-gina ?M/ de ?@0

Alaska

James A. Michener

la relaci n perfecta. +llos venden una materia prima que no pueden aprovechar por falta de capital, y nosotros obtenemos los materiales que podemos procesar y que nos son de una gran utilidad. 8J-odemos hacer lo mismo con el plomo, el carb n y el ;inc de Alas%aK 84ejor a"n. Cienen menos volumen& las ganancias potenciales son mayores. Los sabios japoneses estudiaron eso por algunos minutos, pues as! funcionaba su imperio isle*o: falta de materias primas, e$ceso de mano de obra, supere$ceso de cerebros. +l "nico anciano, que hab!a e$perimentado el gran recha;o e$perimentado por el mundo hacia un =ap n similar, en la d#cada de .@70, pregunt serenamente: 8-ero Jc mo es posible que +stados Tnidos nos permita obrar de este modoK F Rda le dio la "nica e$plicaci n sensata: 8-orque as! lo han hecho desde .IM?, cuando compraron Alas%a con la idea de que era una ;ona in"til. Burante los primeros cincuenta a*os de posesi n ignoraron totalmente lo que ten!an, incapaces de percibir su verdadero valor. A"n persisten esos conceptos err neos, que contaminan los procesos mentales de una naci n. F pasar buena parte del pr $imo siglo antes de que los l!deres estadounidenses se den cuenta de lo que tienen en su PneveraQ. 4ientras tanto, es preciso pensar en Alas%a como si formara parte de Asia, y eso la pone limpiamente en nuestra rbita. +se mismo d!a, mientras los japoneses preparaban planes de largo alcance para utili;ar las desaprovechadas rique;as de Alas%a, otros industriales en 3orea, CaiEan, Dong Aong, y )ingapur llegaban a la misma conclusi n y daban pasos similares para llevar a Alas%a hacia su propia rbita. +l segundo intelectual asitico que, en esos d!as, contemplaba Alas%a con asidua atenci n, era un hombre de sesenta y seis a*os que viv!a en una peque*a aldea, al sur de Ir%uts%, cerca del lago (ai%al. All! hab!a reunido un tesoro de documentos familiares y estudios imperiales relacionados con la coloni;aci n y ocupaci n rusa de Alas%a. 3on el apoyo del gobierno sovi#tico, se estaba convirtiendo en la indiscutible autoridad mundial sobre el tema. +ra 4a$im 9oronov, heredero de esa distinguida familia que hab!a proporcionado a la Alas%a rusa hombres y mujeres capaces, incluido el gran eclesistico 9asili 9oronov, que tom como esposa a la aleuta 3idaq y la abandon para convertirse en metropolitano de todas las :usias. Ahora, a una edad avan;ada, a"n delgado y erguido, pero con una abundante melena blanca que peinaba hacia atrs con los dedos, este 9oronov se hab!a retirado a la Ir%uts% de sus antepasados, donde ten!a la colecci n de documentos ms destacada de :usia sobre el descubrimiento de las Aleutianas y el gobierno colonial de Alas%a. -uesto que conoc!a estos asuntos mejor que cualquier otro ruso, sab!a ciertamente ms que ning"n estaY dounidense. +n el curso de sus laboriosos anlisis de registros hist ricos, despu#s de haber dedicado a eso los a*os comprendidos entre .@6? y .@IL, lleg a ciertas conclusiones interesantes que comen;aron a despertar el inter#s del lidera;go sovi#tico. Burante el verano de .@IM, cuando el clima en el este de )iberia era casi perfecto, un equipo de tres e$pertos rusos en pol!tica e$terior pasaron dos semanas de prolongadas discusiones con 9oronov, en las que Alas%a fue el centro del debate. Los tres eran ms j venes que 4a$im y respetaban su edad y su erudici n, pero no su interpretaci n de los datos. 8J3ules ser!an sus conclusiones, camarada 9oronov, en cuanto a las fechas practicablesK 8Lo que voy a decir deber!a ser de importancia crucial para sus ideas, camarada Selni%ov. 8-or eso hemos venido a verlo. 3ontin"e, por favor.

-gina ?M7 de ?@0

Alaska

James A. Michener

8A menos que se produ;can alteraciones imprevistas de la mayor magnitud, no veo ning"n momento propicio antes del a*o /070. +s decir: dentro de cuarenta y cinco a*os. ,aturalmente, podr!a ser ms. 8JNu# piensa ustedK 8-rimero: es probable que +stados Tnidos siga siendo fuerte entonces. )egundo: la Tni n )ovi#tica no habr adquirido a"n suficiente superioridad, ni en poder!o ni en lidera;go moral, como para que la acci n sea posible. Cercero: Alas%a tardar todos esos a*os en retrasarse hasta tal punto que nuestra acci n le pare;ca a un tiempo sensata y tentadora. F cuarto: el resto del mundo requerir de ese tiempo para adaptarse a la justificaci n hist rica y a la factibilidad de nuestra medida. 8)us estudios, es decir, los trabajos bsicos Jestarn en mejores condiciones hacia el /070K 8Fo no estar# aqu!, por supuesto, pero quien me sustituya habr podido perfeccionar mis estudios. 8JDa pensado en alg"n sucesorK 8,o. 8)er!a conveniente que buscara uno. 8+so significa que ustedes estn dispuestos... +s decir, que 4osc" da a esto suficiente importancia... 8+s vital. La cuesti n est lejos, pero es preciso mantenerla en lenta ebullici n. +n el /070 el camarada -etrovs%y podr!a estar vivo a"n. F si no lo est, ser otro. -etrovs%y sonri , diciendo: 8)upongamos que por entonces a"n estoy vivo. JNu# secuencia de pensamientos deber!a seguir entretantoK Lentamente, con paciencia y gran convicci n, 4a$im 9oronov detall su visi n de las relaciones futuras entre la Tni n )ovi#tica y Alas%a. 4ientras hablaba, sus visitantes moscovitas comprendieron que, en ocho generaciones, los 9oronov de Ir%uts% no hab!an dejado de pensar en las Aleutianas y en Alas%a como una parte ms del Imperio :uso. 83omen;aremos por un hecho que no es suposici n. Alas%a pertenece a :usia por los tres derechos sagrados de la historia: descubrimiento, ocupaci n, gobierno establecido. F por el derecho geogrfico, porque Alas%a era tanto parte de Asia como lo era de Am#rica del ,orte. F por el hecho de que, mientras la ;ona estuvo en poder de :usia, #sta le dio un gobierno responsable, mientras que los estadounidenses, al ocupar la regi n, no lo hicieron. F lo ms convincente: nosotros hemos demostrado que podemos desarrollar creativamente nuestra )iberia, mientras que ,orteam#rica est muy por detrs de nosotros en su desarrollo del norte de Alas%a. Q+n sus anlisis del futuro, los estadounidenses han inventado una palabra muy adecuada: cescenarioc, tomada del teatro. )ignifica cesquema ordenado,que indica c mo podr!an desarrollarse las cosas. Lo que necesitamos ahora es un escenario sovi#tico por el cual podamos recuperar la Alas%a que nos pertenece por derecho, y hacerlo con un m!nimo de trastorno en las relaciones internacionales. 8J-uede e$istir un escenario semejanteK 8pregunt Selni%ov. 9oronov asegur a sus visitantes que no s lo pod!a e$istir, sino que ten!a un plan para devolver a Alas%a a la rbita rusa. 8Tsaremos dos grandes conceptos: :usia, en el pasado hist rico, y la Tni n )ovi#tica en el presente, sin que haya discontinuidad entre ambas. )on una entidad moral y ninguna est en conflicto con la otra. Ttili;ar# la palabra P:usiaQ cuando me refiera al pasado, y PTni n )ovi#ticaQ, al hablar del presente o del futuro. ,uestra misi n consiste en devolver a Alas%a al seno de la :usia atemporal& nuestra Tni n )ovi#tica es el agente mediante el cual debemos trabajar. +l escenario es simple, las reglas que lo gobiernan, implacables.

-gina ?M6 de ?@0

Alaska

James A. Michener

Q+n primer t#rmino: en las d#cadas venideras no debemos revelar nuestro objetivo, ni verbalmente ni en nuestros hechos, ni siquiera con el pensamiento ms intrascendente. )i el gobierno estadounidense descubre nuestros prop sitos, actuar para impedirlos. Fo no discuto estos planes con nadie, motivo por el cual no he se*alado a ning"n sucesor. Tstedes tres deben mantener sus planes tambi#n en secreto. Q+n segundo t#rmino: no debemos hacer prematuramente una sola tentativa. )er el estado del mundo, no nuestras esperan;as, el que indique cundo habr llegado el momento de hacer conocer nuestras intenciones y nuestros reclamos. ,o ser!a demasiado esperar durante ochenta a*os el momento propicio, pues estoy seguro de que, a su debido tiempo, llegar. QCercero: la se*al significativa ser el declive del poder!o estadounidense y, ms importante a"n, el gradual decaimiento de la voluntad estadounidense. 8J-odemos esperar ese decliveK 8pregunt Selni%ov. F 9oronov replic : 8+s inevitable. Las democracias se desgastan. -ierden impulso. -reveo el momento en que quieran liberarse de Alas%a. 8Di;o una pausa8. Cal como nosotros quisimos deshacernos de ella en .IMM y .IM?. +ste par#ntesis le llev a su estrategia principal: 8Ahora olvid#monos de :usia y concentr#monos totalmente en la Tni n )ovi#tica. ,uestro argumento debe ser, invariablemente, que quienes entregaron tan miserablemente a Alas%a no ten!an autoridad para hacerlo. ,o hablaban por el pueblo ruso. ,o representaban en modo alguno el alma de :usia. La venta fue corrupta desde el momento de su concepci n. ,o ten!a la menor valide;. ,o transfiri ning"n derecho a ,orteam#rica& sus condiciones sern anuladas por cualquier corte internacional imparcial o por la sabia comprensi n del resto del mundo. La venta de Alas%a fue fraudulenta, carente de base moral, y est sujeta a anulaci n. Alas%a fue, es y ser rusa. As! lo e$ige toda la l gica de la historia mundial. Los tres visitantes, que no conoc!an suficientes detalles hist ricos para ju;gar los fundamentos de esta pretensi n, pidieron que la e$plicara. +ntonces #l cit las tres bases s lidas que la Tni n )ovi#tica ten!a para reclamar Alas%a: 8+sto es una advertencia para ustedes, se*ores, y para los que ocupen )T lugar. De redactado mi memorndum justamente sobre este punto, y Tstedes deben mantenerlo en los archivos, para sus sucesores y para el m!o. Day que basar nuestro reclamo sobre principios legales, nunca en la fuer;a, y les aseguro que nuestro derecho legal es irrefutable. Ciene que imponerse en el tribunal de la opini n p"blica mundial. Q-rimero: el gobierno ruso e$istente por entonces no ten!a competencias para hablar por el pueblo ruso. +ra una tiran!a corrupta, de la que la inmensa mayor!a del pueblo ruso quedaba e$cluida. -uesto que no pose!a autoridad, sus actos eran ilegales, sobre todo los referidos a la disposici n de territorios sobre los que no ejerc!a ning"n control moral. La transferencia se torn ilegal en el momento de la venta, que fue en s! totalmente venal y, por lo tanto, carente de legitimidad. Q)egundo: el agente que logr la venta, la persona sin cuya infame participaci n no se habr!a llevado a cabo, no era ruso& no estaba formalmente autori;ado a efectuar negociaciones, no es posible afirmar que actuara en nombre del pueblo ruso. +l bar n +douard Be )toec%I, como gustaba llamarse, no ten!a derecho al t!tulo que ostentaba. +ra un aventurero griego o un lacayo austr!aco, que se entrometi en las negociaciones sabe Bios c mo, si se me permite esta vieja e$presi n popular. +n la mayor parte de este asunto actu s lo por su cuenta, sin consultar con )an -etersburgo. La venta la hi;o #l, no :usia. Llegados a este punto, 4a$im mostr a los hombres venidos de 4osc" tres estantes de libros, en siete u ocho idiomas diferentes, que trataban del bar n +douard Be )toec%I, ms

-gina ?ML de ?@0

Alaska

James A. Michener

dos cuadernos en los que #l mismo hab!a registrado la vida de ese hombre misterioso, mes a mes, por un per!odo de casi cuatro d#cadas. -ero mucho tiempo antes hab!a decidido que la publicaci n de ese material, por el momento, no ayudar!a a la reclamaci n de la Tni n )ovi#tica sobre Alas%a: 8+st todo aqu!, se*ores, en estos cuadernos. Tstedes pueden publicar una devastadora biograf!a de Be )toec%I cuando gusten. 8:i con nerviosismo8. Les agradecer!a que me citaran en alguna de las notas a pie de pgina. -or fin estaba listo para continuar con uno de los puntos ms importantes: 8Cercero, e$iste ese feo asunto de los doscientos cincuenta mil d lares que faltan: +n este segundo par de libretas tengo datos, datos desagradables. De rastreado hasta el "ltimo rinc n, justificando cada %opec% o poco menos, el dinero que Be )toec%I manej en esta maloliente cuesti n. )in la menor ambig5edad y sin alterar cifras, he demostrado que Be )toec%I ten!a en sus manos, no los ciento cincuenta mil d lares que citan los eruditos esta8 dounidenses, sino casi el doble. JB nde fue a parar esa sumaK Los historiadores estadounidenses sospechan desde hace tiempo que el bar n Be )toec%I utili; ese dinero para comprar votos en el 3ongreso de +stados Tnidos, pero nunca han podido probarlo. Fo s!. 3on el mayor cuidado y mucha discreci n, he comprado registros de familia, viejas cuentas, sospechas de peri dicos y pruebas firmes. Bocumentos estadounidenses, ingleses, informes del consulado alemn 1y esos alemanes son inteligentes, s!2 y esta serie de fuentes rusas. Comadas en conjunto, demuestran sin lugar a dudas que Be )toec%I corrompi al 3ongreso +stadounidense de una manera incre!ble. All! hi;o una pausa dramtica, sonri a cada uno de sus visitantes y destac el punto principal: 8J3omprenden ustedes lo que significa estoK Nue la venta fue un fraude desde el momento en que se acord en el 3ongreso. +l gobierno estadounidense, en su sabidur!a, no quer!a Alas%a. )ab!a que esas tierras remotas no formaban parte de su territorio. La votaci n result consecuentemente en contra de comprar nuestras tierras y de pagar por ellas si se las adquir!a. -ero Be )toec%I, ese maldito aventurero salido de la nada, oblig a ,orteam#rica a tomarla. F efectu esa coerci n pagando a los congresistas de +stados Tnidos para que votaran en contra del inter#s nacional. La adquisici n de Alas%a por parte de ,orteam#rica fue totalmente corrupta y debe ser rescindida. +n la discusi n siguiente, 9oronov propuso que alg"n erudito sovi#tico 1PFo no, porque eso podr!a llamar la atenci n sobre lo que estoy haciendoQ2 fuera autori;ado a publicar un peque*o volumen de mucho impacto, cuyo t!tulo pod!a ser: JNu# pas con los doscientos cincuenta milK :evelar!a los sorprendentes datos acumulados all!, en Ir%uts%, dar!a el nombre de los congresistas que aceptaron los sobornos y establecer!a, en los c!rculos internacionales, la s lida base sobre la cual la Tni n )ovi#tica podr!a reclamar despu#s Alas%a. -ero el camarada Selni%ov, desde hac!a alg"n tiempo, ven!a desarrollando su propio escenario para la recuperaci n definitiva de Alas%a, y aconsej paciencia: 8Le aseguro que despertar!a sospechas que los eruditos sovi#ticos retomaran ese tema ahora. +stoy de acuerdo con usted, 9oronov, en que los eruditos internacionales se dar!an cuenta de los hechos y se crear!a una base s lida para reclamaciones posteriores. -ero podr!amos perder a largo pla;o ms de lo que ganar!amos en este momento. :eserve sus cuadernos para el /070& entonces los usaremos, como todo lo dems, con un efecto devastador. 4a$im 9oronov descend!a de una familia de luchadores y no estaba dispuesto a aceptar tan fcilmente un rev#s: 8J,o podr!amos alentar a los eruditos e$tranjeros para que hicieran el trabajo por nosotrosK 8,o veo c mo. )i hici#ramos algo subrepticio, for;osamente se sabr!a.

-gina ?MM de ?@0

Alaska

James A. Michener

8-ero los estudiosos de +stados Tnidos y de 3anad, sobre todo estos "ltimos, ya estn buceando en estas aguas fangosas, para ver si pueden locali;ar algo en el fondo. 4ostr a los hombres cinco o seis publicaciones notables, apenas conocidas en Rccidente, donde canadienses y estadounidenses sacaban a relucir algunos de los hechos ms evidentes que #l hab!a descubierto cuando termin la segunda guerra mundial. 3ualquiera de esos escritores estaba en una elevada plataforma de aprendi;aje, desde donde pod!a partir y alcan;ar los niveles ms altos ya ocupados por 9oronov, pero los cuatro conspiradores no pudieron idear ninguna estrategia por la cual la Tni n )ovi#tica pudiera fomentar o suscribir los estudios necesarios. 8)er!a demasiado arriesgado 8advirti Selni%ov. A lo cual 9oronov contest : 8Los rusos no podemos hacerlo y no hay forma de conseguir que lo hagan los canadienses ni los estadounidenses. -or lo tanto, la verdad s lo puede ser revelada muy lentamente. F tal ve; se pierda si pasa demasiado tiempo. 83on esos cuadernos, no 8asegur Selni%ov8. Nuiero llevarme fotocopias a 4osc". 3omen;aremos la tarea en cuanto podamos traer un equipo de fotograf!a del ej#rcito. 8Aqu! tenemos buenas fotocopiadoras 8objet 9oronov. Selni%ov sonri : 8J3onfiar!a usted sus cuadernos a cualquieraK -robablemente esas mquinas est#n manejadas por la 3IA. As! comen; a funcionar la bomba de tiempo sobre Alas%a, tanto en Ir%uts%, donde 9oronov iba armando asiduamente los mosaicos de su obra, como en 4osc", donde astutos funcionarios como Selni%ov y -etrovs%y estudiaban los movimientos geopol!ticos necesarios para reclamar Alas%a con #$ito. Codos los que trabajaban en ese delicado proyecto ten!an en la memoria la frase con que 4a$im 9oronov hab!a cerrado la reuni n de Ir%uts%: 8+l momento de actuar no madurar jams a menos que el mundo entero sufra grandes cambios. -ero siglo a siglo, esos cambios se producen. F cuando llegue el pr $imo, nosotros deber!amos estar preparados. ,i #l ni Selni%ov cre!an que +stados Tnidos renunciar!a a Alas%a, de buena o mala gana. 8+sa gente trabaj demasiado para e$tender su territorio desde el asidero que ten!an en el Atlntico hasta el -ac!fico. ,o van ahora a renunciar a nada 8predijo 9oronov. -ero Selni%ov le contradijo: 8,o sern ellos quienes decidan la renuncia. Lo har la opini n internacional, las condiciones internacionales, y ellos no podrn negarse a ello. +$ist!a un tercer e$perto, pero no en Asia, que manten!a la vista fija en Alas%a. +ra un vulcan logo nacido en Italia, que hab!a pasado sus primeros a*os en una finca a la sombra del 9esubio. 3omo era un ni*o preco;, a los catorce a*os se hab!a convertido casi en un e$perto en volcanes y terremotos. A los quince se inscribi en la Tniversidad de (olonia, donde se destac en ciencias. A los veinte, en el Instituto de Cecnolog!a de 3alifornia, obtuvo un doctorado en sismolog!a, su ciudadan!a estadounidense y un nombramiento para trabajar en una estaci n sismol gica federal, en la regi n de Los Ongeles. All! no tard en dominar los detalles de la medici n, la evaluaci n y la predicci n de un terremoto, siendo los conocimientos de las dos primeras especialidades mucho ms complejos que los de la "ltima. A los cuarenta y un a*os, <iovanni )pada se encontraba en la peque*a ciudad alas%ana de -almer, el sitio donde Le:oy hab!a pilotado sus primeros aviones. All!, en una calle tranquila y bordeada de rboles, supervisaba las operaciones en un discreto edificio blanco: el 3entro de Investigaciones sobre 4aremotos. -or cuenta de los gobiernos de +stados

-gina ?M? de ?@0

Alaska

James A. Michener

Tnidos, 3anad, =ap n y la Tni n )ovi#tica, )pada estudiaba la conducta de los volcanes, terremotos y devastadores tsunamis que se originaban en el punto ms septentrional del 3intur n de Fuego. +ntre otras responsabilidades, ten!a la de alertar a las ;onas del -ac!fico ,orte, desde =ap n a DaEaii, a 4#$ico y a todos los puntos del norte, si el voltil arco de las Aleutianas generaba un tsunami que pudiera cru;ar el oc#ano con fuer;a creciente, rumbo a una costa lejana. +n el verano de .@IM, con el deseo de hacer notar a un nuevo grupo de colaboradores, reci#n asignados al 3entro, la posibilidad que los terremotos ten!an de generar enormes perturbaciones marinas, llev a su equipo hasta la bah!a Lituya, unos setecientos veinte %il metros hacia el sudeste. Besde all! los gui hasta un punto de las monta*as circundantes, desde donde se ve!a la hermosa bah!a: 8Rbserven ustedes que es una bah!a larga y estrecha, de laderas empinadas y una angosta abertura al -ac!fico. 3uando sus j venes colegas se hubieron familiari;ado con el terreno, les cont algo que los dej at nitos. 8+l nueve de julio de .@LI, a ciento cincuenta %il metros de aqu!, en la ;ona de Fa%utat, se produjo un terremoto que registr una intensidad de ocho en la escala de :ichter. La sacudida fue tan fuerte que, de esa peque*a monta*a, en el e$tremo de la bah!a, se desprendieron unos cuarenta millones de metros c"bicos de roca y tierra, que se precipitaron al mismo tiempo en la bah!a. +l chapu; n resultante provoc la ola ms grande que el mundo haya visto en la historia conocida. -ueden ver ustedes con sus propios ojos la magnitud de la devastaci n que produjo. Al mirar hacia abajo, los j venes comen;aron a notar que esa ola, cercada como estaba en la estrecha bah!a, hab!a alcan;ado una altura tremenda, arrancando todos los rboles a su paso. )pada sugiri : 8Alguien que tenga e$periencia en mediciones, Jpuede calcular hasta qu# altura se elev la ola por las laderas de la monta*aK Tn muchacho de la +scuela de 4iner!a de 3olorado fue marcando los estratos con los dedos, desde el nivel del mar hasta la l!nea de denudaci n. Al cabo de un rato e$clam , con vo; sobrecogida: 8U-or Bios, son ms de trescientos metros de alturaV )pada apunt , serenamente: 8+n realidad, esa ola subi quinientos veintid s metros. +s el tipo de tsunami que un terremoto submarino puede generar en un rea cerrada. +n -almer, con su bater!a de delicados sism grafos sondeando la corte;a terrestre y con comunicaci n abierta con estaciones similares de 3anad, 3alifornia, =ap n, Aamchat%a y las Aleutianas, )pada controlaba las inquietas placas que entrechocaban entre s! muy por debajo de la superficie ocenica, ya avan;ando, ya sumergi#ndose, ya fracturndose y, con frecuencia, desli;ndose una contra la otra, para producir los terremotos submarinos que daban nacimiento a los devastadores tsunamis. Cen!a la responsabilidad de comunicar cualquier tsunami que se originara en las Aleutianas, pues hab!an demostrado ser capaces de destruir grandes ciudades y aldeas a lo largo de la costa, a miles de %il metros. 3uando el estilo de sus sism grafos se estremec!a, indicando que algo se hab!a desli;ado en alg"n sitio, #l alertaba a unas sesenta estaciones de todo el -ac!fico, advirti#ndoles que pod!a haber un tsunami en marcha. -ero )pada controlaba tambi#n los terremotos que no eran submarinos y los que transmit!an su potencia directamente a sectores interiores del continente. Be ese modo, en .@M6 hab!a detectado los primeros estremecimientos del violento sismo que atac Anchorage, hundiendo algunas ;onas de la ciudad unos doce metros, elevando otras y provocando el caos en una ;ona muy amplia. )e perdieron ms de ciento treinta vidas en ese terremoto, que se registr en la

-gina ?MI de ?@0

Alaska

James A. Michener

escala :ichter con una intensidad de I.M, aunque ms tarde se calcul que hab!a alcan;ado @./, la mayor registrada jams en Am#rica del ,orte. Fue die; veces ms potente que el terremoto que destruy )an Francisco en .@0M. )pada lo registraba todo en un mapa, donde se pod!a ver con gran detalle la supuesta estructura de la cadena Aleutiana. 3ada ve; que se produc!a un sismo en esa regi n, rellenaba con un lpi; rojo esa porci n del arco aleutiano. 3uando el mapa qued completo, dijo a sus asistentes: 8<radualmente, desde .IL0, hemos ido anotando las ;onas donde las placas se han movido. 8)e*al nueve arcos diferentes que llenaban espacios en su mapa8. +n cada uno de estos sitios se ha producido un terremoto. Las placas se han reajustado. 8Bespu#s de dar tiempo a sus asistentes para que asimilaran los datos, a*adi 8: -or lo tanto, en estos tres blancos... ,o necesitaba decir ms. Besde la isla de Lapa% al oeste, donde se un!a a Canaga, hasta <areloi, se ve!a un pulcro arco de puntos rojos. A principios de siglo, el movimiento de esas placas hab!a provocado all! un gran sismo, pero al este de Lapa%, hasta Ada% y <ran )it%in, el mapa permanec!a cadav#ricamente blanco. +so significaba que a"n no se hab!a producido el gran reajuste de las placas en ese lugar. Tn hombre nuevo en el 3entro pregunt : 8J3abe esperar que haya all! un gran terremoto, un d!a de #stosK F )pada respondi : 83abe. Aquella noche del .@ de septiembre de .@IL, al desli;arse violentamente la placa de ,a;ca, #l estaba de guardia, solo. )u vista capt la vigorosa actividad del bra;o tra;ador antes de que sonaran las se*ales audibles. P'se es bastante grandeQ, se dijo, y al consultar con los sism grafos de referencia emiti un silbido: PU)iete punto ochoV +so va a tener consecuenciasV Q. -or entonces, sus ayudantes, alertados por las se*ales electr nicas que se encend!an en sus dormitorios, corrieron al 3entro. 8JDay alguna posibilidad de que se produ;ca un movimiento al norteK 8pregunt un novato. 83on siete punto ocho puede repercutir en cualquier parte. 8JB nde est el epicentroK 8pregunt el joven. 8Codav!a no podemos determinarlo. -ero entonces los informes de otras die; o doce estaciones de control le permitieron triangular la direcci n y locali;ar el foco, con bastante e$actitud, en un punto del oc#ano -ac!fico, al sudeste de 4#$ico. 8+st bastante lejos de la costa& no presenta peligros a las ;onas continentales 8dijo, con cierta confian;a8, pero toda la costa del -ac!fico podr!a verse afectada por un tsunami. )in embargo, a los pocos minutos llegaron informes de que un tremendo terremoto hab!a asolado la ciudad de 4#$ico. )pada se horrori; : 8UCal potencia a tanta distancia del desli;amientoV Ciene que haber sido de una intensidad muy superior a siete punto ocho. Bespu#s de reunir datos de todo el mundo, fue el primero en calcular que el desli;amiento de ,a;ca hab!a producido un sismo de I.. en la escala de :ichter, mucho ms potente de lo supuesto en un principio. +n esa ocasi n no se produjo ning"n tsunami& s lo el interior de 4#$ico sufri la plena potencia de esa titnica alteraci n. Aun antes de que se conocieran las bajas de la capital, )pada advirti a su equipo: 8Dabr muchos muertos.

-gina ?M@ de ?@0

Alaska

James A. Michener

Dubo ms de die; mil. -ero tres d!as despu#s su atenci n se desvi a la casi imperceptible actividad del volcn Nugang, en la isla de Lapa%, una ;ona que generaba perturbaciones de uno u otro tipo. Bespach un avi n para inspeccionar la situaci n y se tranquili; al llegar el informe: 8Demos pasado seis veces a niveles diferentes. ,o hay se*ales de actividad mayor ni indicaciones de que pueda producirse algo importante. )pada despertaba en sus superiores respeto y a la ve; simpat!a. Cen!a una percepci n misteriosa en lo que se refer!a a volcanes, terremotos y tsunamis, como si sus e$periencias infantiles junto al 9esubio le hubieran acostumbrado a prever el comportamiento de los volcanes. +ra valios!simo para rusos, japoneses y canadienses, por la minuciosidad de su vigilancia en esas fronteras. 3omo humanista 1su padre hab!a sido profesor de lat!n y de mitolog!a romana2, cre!a que el mundo antiguo relacionaba los fen menos naturales con toda una serie de causas primordiales, mientras que despu#s los hombres se dejaron llevar demasiado por las particularidades. +n su tiempo libre escalaba las monta*as de Cal%eetna o e$ploraba el fascinante glaciar de 4atanus%a con su esposa estadounidense. A veces se sentaban en una colina a beber t# con hielo y a comer bocadillos& entonces contemplaba la violencia que caracteri;aba al -ac!fico ,orte: 8<randes lminas de hielo avan;an monta*a abajo. Los mares se congelan y arrojan enormes bloques de hielo hacia arriba. Day volcanes como el Nugang que entran en erupci n, vomitando millones de toneladas de lava y ceni;as. Day terremotos que destruyen ciudades enteras y, en el fondo del mar, se desatan tsunamis capaces de barrer una poblaci n en su totalidad. Tn d!a, su esposa respondi a esas refle$iones argumentando en vo; alta. 8F mientras tanto, en los polos, el hielo empie;a a acumularse y los glaciares se e$tienden implacablemente, hasta que se traguen todo lo que hemos hecho. 8F a*adi , sirviendo ms t#8: 3uando se vive en Alas%a, se vive con el cambio. 8+lla misma se ri de su pomposidad8. Bentro de veinte mil a*os, cuando el puente de tierra haya vuelto a abrirse en el estrecho de (ering, Jno ser!a gracioso que todos volvi#ramos caminando a AsiaK As! continuaban las especulaciones. Aenji Rda, en Camagata con sus visitantes, hac!a conjeturas sobre el futuro econ mico de Alas%a. 4a$im 9oronov, en su caba*a de Ir%uts%, trataba de prever cundo su bienamada :usia, sovi#tica o no, ser!a lo bastante fuerte para recuperar Alas%a. <iovanni )pada, en su austero edificio blanco de -almer, rastreaba la conducta de volcanes, terremotos y tsunamis. F en el cora; n del Rc#ano <lacial Ortico, en la isla flotante C8?, :ic% 9enn luchaba por ayudar a +stados Tnidos en el intento de ponerse a la par de otras naciones con un amplio conocimiento de los mares septentrionales y los movimientos del fondo ocenico, en el que se estaban construyendo mundos nuevos, las placas errantes que alg"n d!a construir!an una Alas%a modificada, el 3intur n de Fuego que ordenaba la vida en el -ac!fico y los casquetes polares en lento avance, por el sur y por el norte, que con el tiempo envolver!an buena parte del mundo en otra glaciaci n. 8Day tanto que aprender 8dijo a Afanasi, mientras estudiaban las estrellas polares8, tanto que ordenar... )in que lo supieran estos genios de =ap n, )iberia y Alas%a, en la jurisdicci n de esta "ltima, e$ist!an tres grupos poderosos, cuya misi n consist!a en controlar todo lo que ocurriera en las ;onas ridas. Besde la (ase A#rea de +lmendorf, cerca de Anchorage, y en +ielson, cerca de Fairban%s, dos de las ms poderosas del mundo, los pilotos despegaban noche y d!a para vigilar los movimientos a#reos de los rusos. Be ve; en cuando, estos centinelas enviaban mensajes codificados: PBos invasores sobre cabo Besolaci nQ. F los aviones de combate estadounidenses part!an para hacer saber a los rusos que estaban bajo

-gina ??0 de ?@0

Alaska

James A. Michener

vigilancia. Besde luego, los aviones rusos manten!an una guardia similar desde bases secretas instaladas en )iberia. F en la distante isla de Lapa%, donde se hab!a desarrollado tanta historia desde la llegada de hombres y mujeres, doce mil a*os atrs, se elevaba un alto edificio negro, sin ventanas, con una altura de die; pisos. 3onten!a artefactos secretos, que s lo sab!an manejar unos cientos de e$pertos en todo +stados Tnidos 1ms unos veinte inteligentes analistas de 4osc"2, y que eran el principal escudo intelectual de ,orteam#rica contra un ataque comunista por sorpresa. )i la antigua momia hubiera ocupado a"n su cueva de Lapa%, habr!a disfrutado con ese gran edificio negro, aprobando el novedoso uso que se estaba dando a su isla. Be esa manera silenciosa e inquieta continuaba el duelo perpetuo de mentes brillantes: japonesas, coreanas, chinas, rusas, canadienses y, a veces con la mayor efectividad, estadounidenses, todas ellas empe*adas en el provocativo juego de adivinar: PJNu# ser lo pr $imo que ocurra en el OrticoKQ. Fue en oto*o cuando Le:oy Flatch e$periment una pasajera p#rdida de conciencia que le asust , pues dur varios segundos. -or suerte no iba pilotando su 3essna cuando ocurri eso, pero al reponerse e$clam : 8U3ristoV JF si hubiera estado tratando de aterri;arK 3uando cont el incidente a su esposa, ella dijo con firme;a: 8+s hora de que no vueles ms, Le:oy. 8F comen; a averiguar qui#n ten!a inter#s en comprar un 3essna8 .IL. +se a*o, Le:oy hab!a cumplido los sesenta y siete y no ten!a muy buena salud. Algunos de los viejos pilotos rurales volaban hasta los ochenta a*os o ms, pero eran hombres delgados y fibrosos, que hab!an cuidado su propio f!sico& de lo contrario, los aviones se estrellar!an constantemente. Flatch no era de #sos& le gustaba la cerve;a y la grasienta comida me$icana, por lo que no pod!a mantener un peso normal, y los e$cesos a*ad!an quince a*os a su aspecto. -or eso escuch el consejo de su esposa y hasta consult con posibles compradores para su avi n. -ero se vio obligado a postergar la venta de lo que su esposa llamaba Ptu trampa mortalQ, por dos hechos que no parec!an guardar relaci n entre s! y que le llevaron a pilotar de nuevo. A principios de octubre se supo en Cal%eetna de un e$traordinario descubrimiento, pr $imo a una e$cavaci n arqueol gica llamada )itio del Abedul& all!, un ca;ador solitario que bajaba en canoa por el r!o vio sobresalir en la orilla, a la altura de su vista, el colmillo pardo y manchado por el agua de un mamut, que deb!a de haber quedado atrapado all! doce o trece mil a*os atrs. +l ca;ador hab!a estudiado dos a*os en la Tniversidad de Fairban%s y, despu#s de asistir a un par de cursos de geolog!a, conoc!a la importancia de semejante halla;go. -or lo tanto, marc cuidadosamente el punto en su mapa, continu viaje en su canoa y corri a Cal%eetna, donde se puso en contacto con la universidad: 8,o soy ninguna autoridad en el tema, pero despu#s de haber revuelto el cieno creo que #ste a"n tiene casi todo el pellejo y el pelo intactos. La reacci n no se hi;o esperar. Bos equipos de investigadores volaron a Cal%eetna, buscando pilotos independientes para que les llevaran a ese sitio. Be ese modo, Le:oy Flatch volvi a su avi n para llevar a los profesores con su carga a noventa y tres %il metros de distancia, hasta la ribera donde, con desacostumbrada celeridad para escapar del congelamiento, los cient!ficos desenterraron el cadver completo de un mamut. La prueba del carbono .6 lo fech en doce mil ochocientos a*os antes de nuestra era. Besde luego, los restos no se parec!an a los de un mamut vivo y erguido, pues los siglos pasados bajo tierra hab!an comprimido el cuerpo, convirti#ndolo en una masa plana como una tortilla, empapada en lodo. -ero el entusiasmo fue grande cuando hasta los novatos pudieron ver que el animal estaba entero, con los rganos vitales en su lugar, de modo que

-gina ??. de ?@0

Alaska

James A. Michener

los investigadores pudieron averiguar qu# hab!a estado comiendo en las horas previas a su muerte. Flatch se sinti serenamente complacido de que los cient!ficos eligieran su avi n para transportar el mamut a Cal%eetna. 3uando el precioso cuerpo estuvo bien sujeto, pues s lo se hab!an encontrado unos pocos ejemplares en esas condiciones, tanto en Alas%a como en )iberia, el piloto murmur para sus adentros, preparndose para despegar: P,o vayas a desmayarte ahoraQ. Di;o el viaje sin inconvenientes. +l cuerpo fue transbordado a un avi n mucho ms grande, que lo llevar!a a Fairban%s, y Flatch intercambi una respetuosa despedida con los cient!ficos. Fa de nuevo en Cal%eetna dijo a su esposa: 8,o todos los d!as tienes la ocasi n de transportar una carga de carne de catorce mil a*os de antig5edad. F ella insisti : 8Nuiero que te deshagas de ese avi n antes de A*o ,uevo. ,o pudo ser as!. 3uando la prensa se enter del notable descubrimiento, los periodistas llegaron en tropel a Cal%eetna, pidiendo a Le:oy que los llevara a ese sitio. +n noviembre estuvo muy ocupado haciendo vuelos con patines al )itio del Abedul. -ero al transportar a tres periodistas cient!ficos de Los cuarenta y ocho de abajo, estuvo a punto de perder el sentido& domin sus nervios y aterri; en Cal%eetna con un escaso margen de seguridad. Luego volvi la espalda a su avi n y camin hasta su oficina sin hablar con nadie, pero sent!a en el pecho la advertencia de que pod!a volver a desmayarse. Fa dentro de su atestada oficina, Flatch se quit la gorra de piloto y la colg en el muro por "ltima ve;. Le:oy era uno de los pilotos solitarios que morir!a en la cama. 3omo :ic% 9enn estaba en la C8?, =eb Aeeler ten!a el campo libre cada ve; que iba a Besolation por asuntos de la empresa. Bemostr ser un pretendiente tena;: visitaba a Aendra llevndole flores, una apreciada rare;a en el Ortico, e insist!a para que se casara con #l, se*alando lo que ella ya sab!a: 8:ic% podr!a pasar all! tres o cuatro a*os. JF qu# ser!a de tiK ,o obstante, por atractivo que fuera =eb Aeeler, ella no pod!a borrar de su mente la imagen de :ic% 9enn desli;ndose entre la nieve a lo largo de mil seiscientos %il metros hacia la meta de la Iditarod. 3ada ve; que le recordaba comprend!a que, fundamentalmente, deseaba dos cosas: pasar sus a*os creativos en el Ortico y compartir su vida con :ic% 9enn. -or fin, en lo ms profundo del invierno, redact un e$traordinario mensaje que envi a la C8? por la radio abierta que Afanasi ten!a en su cocina. Dab!a llegado a un punto en el que ya no le importaba qui#n se enterase delte$to: :ic% 9enn, C8?, Rc#ano <lacial Ortico. 4e caso en junio. Rjal sea contigo. Aendra. +l impacto fue e$traordinario. +n (arroE, alguien que controlaba las comunicaciones por radio con la C8? qued tan fascinado con ese e$tra*o telegrama que lo pas a un peri dico de )eattle. Los periodistas, alertados por el apellido 9enn, lo transmitieron por cable. Be ese modo, toda la naci n conoci la propuesta de la auda; Aendra )cott a un joven muy adinerado, escondido en una isla de hielo. +l resultado fue otro telegrama: :ic% 9enn, C8?, Rc#ano <lacial Ortico. )i has tenido la suerte de conseguir a una muchacha como #sa, ve all! en junio. Fo te sirvo de padrino. 4alcolm 9enn. Fue una boda memorable, que se celebr en el gimnasio de la escuela, en presencia de todos los habitantes de Besolation y buena parte de los de (arroE y >ainEright. La se*ora )cott, acompa*ada por su esposo, lleg en avi n desde Deber 3ity y qued at nita al descubrir qui#n era :ic% y lo admirable de su carcter. )in embargo dej bien sentado ante las mujeres esquimales con las que se sent durante la ceremonia: 8Bios no aprueba el divorcio.

-gina ??/ de ?@0

Alaska

James A. Michener

Les dijo varias cosas ms sobre las cuales Bios ten!a firmes opiniones. Tna anciana, cuyos hombres hab!an ca;ado ballenas y morsas durante generaciones enteras, coment con su compa*era de asiento: 8-arece misionera. 4alcolm 9enn, que llevaba sesenta a*os tratando con Alas%a en casi todos los aspectos imaginables, no hab!a estado nunca al norte del 3!rculo -olar Ortico. Di;o llevar en avi n %ilos y %ilos de helado y varias docenas de rosas amarillas& seg"n lo prometido, fue el padrino de la boda. Aendra no pod!a abandonar Besolation sin presentar sus respetos a las esquimales que tanta consideraci n le hab!an demostrado cuando era s lo una forastera. Las invit a todas a su apartamento, para un "ltimo desayuno. Bespu#s se pase sola por la aldea, contemplando el mar de 3hu%ots% y haciendo una sincera evaluaci n de sus tres a*os en la aldea: P,o he logrado nada. ,inguno de mis alumnos ir a la universidad. ,inguno de ellos ha tomado conciencia de la capacidad que tiene. ,o pude hacer que estudiaran& ,o pude conseguir que redactaran monograf!as como hacen los chicos que sern l!deres, gente productiva. ,i siquiera logr# que vinieran regularmente a la escuela o que dejaran de pasearse sin rumbo por la noche. 9ine, cobr# mi sueldo y no di nada a cambio. +n cuatro a*os ms me hubiera convertido en otro Aasm Doo%er, dedicada a entretenerlos, sin dejarlos mejor de lo que eran cuando los encontr#Q. )e le llenaron los ojos de lgrimas. -ara controlarlas e$clam : 8UAl diablo con el aprendi;aje y las ambicionesV A los dos que am# no pude siquiera salvarles la vida. 8F al pensar en Amy y =onathan barbot , desesperada8: UA*os perdidosV U9idas perdidasV Alg"n aldeano habr!a podido susurrarle, en ese momento: P U-ero AendraV La gente de esta aldea, los hombres que te hicimos saltar en la manta, te recordaremos mientras vivamos, pues tu esp!ritu caminaba con nosotros y as! lo sent!amosQ. -ero ella no lo habr!a cre!do. +n cuanto se hubo habituado a ser la "nica mujer de la isla, la vida de Aendra en C8? se volvi tan e$citante como ella deseaba. Afanasi, como jefe de la estaci n, le asign un trabajo a sueldo: supervisar los papeles que circulaban por las oficinas, tarea que los cient!ficos le cedieron de buen grado. Al principio a ella no le hac!a muy feli; la idea de que se diera por sentado el hecho de que por ser mujer, s lo fuera capa; de trabajar como secretaria. 8,o es e$actamente lo que espera una mujer liberada en estos tiempos 8se quej a :ic%. -ero cuando descubri que el control de la informaci n la pon!a en la situaci n de conocer las "ltimas noticias antes que nadie, reconoci : 8Tn empleo como el m!o tiene ciertas ventajas. 8F gradualmente pas a ser la au$iliar imprescindible de quien la necesitara. -ero su auda; decisi n de proponerle el matrimonio a :ic% por la radio p"blica y su posterior insistencia en acompa*arle a la isla de hielo le brind una recompensa ms profunda: largas y desordenadas discusiones que esos grandes cient!ficos manten!an en la interminable oscuridad, entre noviembre y febrero, cuando los contactos humanos y la disecci n de problemas humanos se volv!a casi esencial. Aendra sol!a encontrarse conver8 sando con varios cient!ficos, en el comedor. Tno de ellos dec!a al desgaire algo como: 8)upongamos que la uni n )ovi#tica, de alg"n modo, Rbtuviera el dominio total de ,oruega. Be ese modo dominar!a e$actamente el cincuenta por ciento del Rc#ano <lacial Ortico. F otro replicaba:

-gina ??7 de ?@0

Alaska

James A. Michener

8-ero si Alas%a, 3anad y <roenlandia pueden mantener una uni n de intereses mutuos, se harn con la mitad que est ms pr $ima al -olo ,orte, y eso tiene su propia ventaja para la dominaci n. 3asi siempre el debate requer!a mapas, y Aendra siempre llevaba uno plegado en el bolsillo. +ra la ajada copia que el ,ational <eographic hab!a incluido en el n"mero cuya llamativa cubierta mostraba a la peque*a esquimal. -or eso era frecuente que los cient!ficos, pese a contar con mapas del gobierno, se reunieran alrededor del de Aendra. Be esas discusiones ella aprendi que el grupo de islas llamado )valbard 1o )pitsbergen, como las hab!a conocido ella2 eran vitales para cualquier dominio militar del Rc#ano <lacial Ortico& todos predec!an su futura utili;aci n. Tn submarino sofisticado s lo pod!a navegar por el canal que se abr!a cerca de las islas& las otras salidas ten!an muy poca profundidad. Cal como e$plicaba un cient!fico con conocimientos militares: 8-uesto que el canal )valbard conecta con el Atlntico, ese oc#ano ser dos veces ms importante que el -ac!fico. 3omo los e$pertos en el -ac!fico no se mostraron de acuerdo, admiti : 8+stoy hablando s lo de guerra submarina, relacionada con las grandes v!as de navegaci n. -iensen en el refugio que ofrecer el Rc#ano <lacial Ortico si los submarinos pueden acechar all!, huir hacia el Atlntico y controlar el trfico entre Am#rica del ,orte y +uropa. +sta comparaci n entre los dos oc#anos hi;o que Aendra preguntara: 8J-or qu# el -ac!fico est circundado de volcanes activos y el Atlntico noK F eso llev a la idea de invitar a <iovanni )pada, el vulcan logo de -almer, para que les dictara un seminario sobre los "ltimos descubrimientos en esa especialidad. +n esos a*os la tlingit8?, en su prefijada peregrinaci n, estaba ms cerca de (arroE que de ning"n otro aeropuerto estadounidense o canadiense, por eso fue relativamente sencillo que un avi n de la Fuer;a A#rea llevara a )pada y sus grficos a (arroE y, desde all!, a la isla de hielo, donde fue recibido calurosamente por los hombres que en el pasado hab!an trabajado con #l. )u visita fue sorprendentemente "til, pues trajo consigo los "ltimos detalles del terremoto que hab!a provocado la destrucci n de 4#$ico y suposiciones bien basadas sobre cundo el monte )aint Delens podr!a desatarse otra ve;. -ero la discusi n se centr en copias del mapa que hab!a distribuido, mostrando la disposici n de los volcanes que se arracimaban en el anillo del -ac!fico, y #l advirti : 8)i tuviera espacio para mostrar cada uno de los volcanes que hay en nuestro arco aleutiano, habr!a sesenta& entre ellos, ms de cuarenta estn activos desde .?M0. +sta cadena de fuego, que custodia las entradas del Rc#ano <lacial Ortico, es la ms activa del mundo, en lo que se refiere a surgimiento de islas, terremotos submarinos y actividad volcnica. 8JCan inestable es Alas%aK 8pregunt un cient!fico de 4ichigan. F )pada ofreci una estad!stica somr!a. 8Comen el per!odo que quieran: una d#cada, una veintena de a*os, un siglo, y enumeren todos los terremotos importantes del mundo, todas las erupciones volcnicas gigantescas: cuatro de cada die;, terremotos o erupciones, se habrn producido en Alas%a. 'ste es, sin duda alguna, el segmento ms inestable del mundo. Las placas tect nicas lo hacen as!. Codos conoc!an ese t#rmino, menos Aendra, que pregunt : 8JNu# es esoK )pada hi;o un brillante resumen, e$plicando en media hora que en medio del oc#ano -ac!fico 1PF tambi#n en el Atlntico, porque en esta parte del acertijo no somos "nicosQ2 el magma fluye por una e$tensa fisura:

-gina ??6 de ?@0

Alaska

James A. Michener

83r#ase o no, ese material eruptivo esparce el fondo ocenico hacia afuera, formando las grandes placas en las que descansa la superficie de la tierra, incluidas las monta*as ms altas y los oc#anos ms profundos. )i se acepta esto, el resto resulta simple. 3on gestos de las manos, mostr c mo colisiona la placa del -ac!fico con la placa de Am#rica del ,orte, a lo largo de las Aleutianas, donde la primera se introduce bajo la otra: 8F voilV Bonde se produce ese gran choque, nacen volcanes y terremotos que ayudan a descargar las tensiones. Los cient!ficos de la C8? le interrogaron por varias horas sobre recientes teor!as aceptadas. 'l recorri el -ac!fico de punta a punta, e$hibiendo datos de ,ueva Selanda, Am#rica del )ur y la Antrtida, pero regresando siempre a las Aleutianas y a su especialidad: el )istema de Aviso de Csunamis, que proteg!a a los pueblos de =ap n, )iberia, Alas%a, 3anad y las islas DaEaii de los desastres que sol!an atacar sin advertencia, cada ve; que un vasto terremoto submarino lan;aba en todas direcciones lo que se sol!a llamar maremotoQ. All!, en la continua oscuridad del invierno, mientras la isla se mov!a imperceptiblemente siguiendo las manecillas del reloj, como si la sostuviera en rbita un hilo invisible fijado a un ine$istente -olo ,orte, los cient!ficos escucharon el relato que )pada hi;o del acontecimiento que hab!a modificado la historia mar!tima del -ac!fico: 8-rimero de abril de .@6M. +ntra en erupci n el volcn Nugang, junto a la isla de Lapa%. ,o fue gran cosa. Las ceni;as del fero; eructo no llegaron siquiera a Butch Darbor, mucho menos al continente. -ero un ratito despu#s se produjo un terremoto submarino bestial en el lado sur de la isla. Bespla; millones de toneladas de tierra blanda. Q+so dio origen a un tsunami de dimensiones #picas. ,o era un maremoto que elevara su cabe;a a gran altura, sino un despla;amiento lateral de fuer;a tremenda, que se dirigi hacia las islas DaEaii. +se d!a pas bajo tres barcos, de los cuales s lo uno lo not . cDubo un brusco levantamiento en la superficie del oc#ano, pero inferior a un metroc, dec!a el cuaderno de bitcora. 3inco horas despu#s atac la ciudad de Dilo, en la costa norte de la Isla <rande, a una velocidad de setecientos setenta %il metros por hora. ,o hi;o ms que entrar y seguir entrando, sin provocar da*os. -ero cuando se produjo el retroceso hacia el oc#ano arrastr coches y casas, llevando a la muerte a casi doscientas personas. Q+n .?@/, un tsunami originado en alguna parte, barri el primer asentamiento ruso en la isla de Aodia%. F todos han o!do hablar de Lituya, donde el nivel del agua se elev ms de quinientos die; metros. Los cient!ficos quisieron saber si esas cosas pod!an repetirse. )pada dijo: 8)eguramente no. +l 3intur n de Fuego volver a actuar, de eso podemos estar seguros, pero las consecuencias sern siempre distintas. )i el terremoto de abril de .@6M se hubiera desviado dos grados, su tsunami habr!a pasado a cientos de %il metros de DaEaii. Aun as!, no fue de una gran magnitud: s lo siete punto cuatro en la escala de :ichter. +n ese punto Aendra interrumpi : 8Codo el mundo habla de la escala de :ichter pero nadie dice nunca qu# es. )pada le ofreci una descripci n suscinta: 8+s una regla imprecisa, pero "til. )e trata de una medici n tomada a unos cien %il metros del punto de origen, que se representa en una escala logar!tmica. +so significa que cada divisi n mayor es die; veces ms potente que la anterior. -or lo tanto, un terremoto de cuatro puntos en la escala de :ichter tiene die; veces la magnitud de uno de tres, algo tan d#bil que los seres humanos no suelen detectar& en cambio, uno de nueve puntos en la escala de :ichter, que destruye una ciudad y est cerca del m$imo registrado hasta ahora, tiene una magnitud un mill n de veces mayor que uno de tres. 3uanto ms interrogaban los cient!ficos a )pada, ms notaba Aendra que los mundos del vulcan logo y sus oyentes se entrela;aban y que el Rc#ano <lacial Ortico, aunque

-gina ??L de ?@0

Alaska

James A. Michener

presentara caracter!sticas "nicas y fuera, principalmente, una masa de agua permanentemente congelada, el hielo siempre cambiante segu!a patrones propios, as! como los bordes de las placas, cuando entrechocaban, establec!an sus propias y e$tra*as reglas. 8-ero nadie me ha dicho todav!a 8apunt 8 por qu# el -ac!fico est cercado de fuego y el Atlntico no. +so provoc un largo intercambio de suposiciones. Algunos le recordaron que el 4ont -el#e, el +tna y el 9esubio no hab!an sido, en sus tiempos, volcanes sin importancia. -ero ella prefiri la respuesta de )pada: 8De estudiado dos teor!as. -odr!a ser que el tama*o de la placa del -ac!fico, por su misma magnitud, libere fuer;as ms grandes cuando colisiona con las diversas placas continentales. -ero la e$plicaci n ms probable ser!a que el Rc#ano Atlntico no est montado sobre una placa propia. ,o est rodeado por ;onas de fractura. Bespu#s de esa satisfactoria e$plicaci n, Aendra estaba dispuesta a acostarse, pero cuando sali sola del comedor, pues a :ic% le correspond!a controlar los registros de corrientes ocenicas, vio en el cielo nocturno el despliegue de aurora boreal ms impresionante que hubiera presenciado en Alas%a. 3orri hacia los otros, que continuaban debatiendo y los llam fuera. 3on una suave temperatura de treinta grados bajo cero, sin viento, presenciaron lo que a todos les pareci un incomparable espectculo de vastos arcos celestes, ondulaciones y colores cambiantes. 3uando los dems volvieron a sus quehaceres o la cama, pues en enero los relojes ten!an poca importancia, Aendra se qued all!, tratando de relacionar esas encumbradas catedrales de luces septentrionales con las erupciones en el 3intur n de Fuego, la salinidad alterada de varias partes del oc#ano y las relaciones entre la Tni n )ovi#tica y ,oruega, cada una de las cuales reclamaba, con justificaciones hist ricas, las tan cruciales islas )valbard, por donde tendr!an que pasar los submarinos en caso de conflicto. Be pronto cobr conciencia de que alguien se le hab!a acercado. +ra 9ladimir Afanasi, quien dijo: 8+sto quita el aliento. +spectculos como #ste se ven qui; dos veces en toda una vida. +lla le condujo a un banco y se sentaron all!, en la noche rtica. 8Aasm me dijo que usted se hab!a tomado la muerte de Amy... 8Afanasi no pudo seguir. 8Amy y =onathan... sufro con s lo nombrarlos. A veces pienso que mi estancia en Besolation estuvo llena de sufrimientos. 8Los sufrimientos no acaban nunca, Aendra. +l esquimal call por un rato, pero era obvio que deseaba decir mucho ms. Fue Aendra quien habl , y con su comprensi n toc precisamente la herida que le molestaba: 8Tna ve; usted dijo, se*or Afanasi, que su padre y su t!o le ense*aron lo que no deb!a hacer. -ero nunca me e$plic por qu#. 8Fueron personajes trgicos, que trataron de hacer lo imposible: mantener un pie en el mundo esquimal y el otro en el de los blancos. ,o se puede. 8Tsted lo hace. 8U,o, noV Fo nunca dej# de ser esquimal. +n la universidad era esquimal, por eso no me gradu#. Al trabajar en )eattle, siempre esquimal. Aqu!, en la C8?, soy el esquimal: yo y los osos polares. 8JNu# fue de su padre y de su t!oK 8+n realidad, todo empe; con el padre de ellos: Bm!tri Afanasi, mi abuelo. Dombre notable. ,aci en una familia ortodo$a rusa y se orden sacerdote, pero no tuvo ninguna dificultad para convertirse en misionero presbiteriano. )in embargo, su esposa atapasca ten!a mucha influencia sobre los ni*os. +lla era ortodo$a rusa y se neg a cambiar. ,o hubo alboroto ni discusiones p"blicas: PB#jame como estoy, nada msQ. Fue as! como mi

-gina ??M de ?@0

Alaska

James A. Michener

padre y mi t!o fueron rusos y esquimales, ortodo$os y presbiterianos, del mundo de los blancos y del mundo esquimal. F los dos murieron. 8JCiene miedo al suicidioK 8,o. 4iedo, no. 4i hijo se suicid , como los otros. 4i padre y mi t!o fueron asesinados por los horribles cambios que se produjeron en su mundo. 8-arece saltar generaciones& me refiero al impacto. )u abuelo no tuvo problemas. )us dos hijos, s!. La generaci n de usted no tuvo problemas. )u hijo, s!. 8,unca es tan simple, Aendra. 4i hermano, un muchacho estupendo, se suicid a los diecinueve a*os. 8URh, cielos, qu# carga tan terribleV Aendra se llev la mano a los labios. Luego se volvi para abra;ar a ese valios!simo esquimal, que tanto hab!a significado en su vida. 4ientras nac!an las nuevas catedrales, grandes edificios construidos de movimiento y lu;, con dise*os celestes, ellos permanecieron sentados en el banco, especulando sobre el oscuro significado del norte. La historia suele repetirse, pero rara ve; describe un c!rculo completo y cerrado. )in embargo, eso fue lo que le ocurri a 4alcolm 9enn, cuando se le pidi que echara por tierra los esfuer;os hechos por su familia ms de medio siglo antes. Las familias :oss y 9enn, de )eattle, figuraban entre las ms respetadas de la costa del -ac!fico. +ran gente educada, con principios, interesada siempre por el progreso de la sociedad y generosa con las obras de caridad, que s lo e$ig!a una cosa: el monopolio del comercio con Alas%a. Tna ve; asegurado eso y protegido por las leyes dictadas en >ashington, los herederos de :oss H :aglan eran ciudadanos tan dignos como pod!a producirlos la naci n. Adems, ten!an sentido del humor. -or eso, cuando el distinguido 9enn, alrededor de los setenta y ocho a*os, recibi ese absurdo encargo de los otros industriales de )eattle, tuvo perfecta conciencia de sus parad jicas implicaciones. 8)i acepto esta misi n, caballeros, y hago declaraciones p"blicas al respecto, ser# el ha;merre!r de )eattle y tambi#n de Alas%a. +llos reconocieron que s!, pero se*alaron: 8+stamos en una situaci n cr!tica y nadie est ms capacitado que usted para resolverla. -or lo tanto, contra su voluntad, acept poner la cabe;a en el tajo. Acompa*ado por su encantadora esposa Cammy Cing, la e$trovertida belle;a chino8tlingit de =uneau, lleg a )it%a por avi n y tom habitaciones con vistas a la majestuosa bah!a, donde pasaba varias horas diarias junto a la ventana, con un par de potentes prismticos pegados a la cara. +ra verano y #l presenciaba la llegada incesante de los ms bellos trasatlnticos del mundo entero. Codas las ma*anas, a las seis, dos o tres de esos graciosos hoteles flotantes anclaban en )it%a y un millar de pasajeros entusiastas corr!an a tierra, para ver la antigua ciudad rusa y gastar enormes cantidades de dinero. Luego volv!an a la embarcaci n para terminar una de las mejores giras del mundo: un crucero de siete u ocho d!as por los fiordos y glaciares del sudeste de Alas%a. )i uno quer!a ver turistas felices y contentos, bastaba con ir a )it%a en verano, pues el comentario general era: P,o hay viaje mejor ni ms baratoQ. Burante sus dos primeros d!as en la ciudad, 9enn se conform con citar los nombres de los grandes barcos a medida que llegaban: 8'se es el :oyal -rincess, de la gran naviera - H R. ,o recuerdo lo que significan las iniciales. Bicen que, por dentro, el mejor es ese ,ieuE Amsterdam, de la compa*!a holandesa. -ero los 3halmer me dijeron: P)i quieres hacer el crucero por Alas%a, toma aqu#lQ. 3ontra los picos oscuros que rodeaban la bah!a se destacaba el :oyal 9i%ing, ms all, el franc#s :hapsody, ms modesto.

-gina ??? de ?@0

Alaska

James A. Michener

Cammy 9enn, que iba registrando los nombres de los nav!os a medida que su esposo los citaba, dijo: 8)on todos e$tranjeros. J-or qu# no hay ning"n barco estadounidense aqu!K 8-ara eso hemos venido 8replic 4alcolm8. Codos estn ganando montones de dinero. F ni un c#ntimo pasa por )eattle. 8JBe d nde vienenK 8Be 9ancouver. +sos hijos de puta vienen todos de 9ancouver. 3omo su esposo rara ve; usaba palabras indecorosas, Cammy comprendi que estaba enfadado, pero pregunt con dul;ura: 8JF por qu# no haces algo al respectoK 8+so es lo que me propongo 8gru* #l. 3uando ju;g que ten!a una apreciaci n preliminar de la situaci n, visit algunas tiendas comerciales de )it%a, y averigu que, durante la temporada de verano 1ning"n crucero osaba adentrarse en el norte durante el invierno2 andaban en )it%a unos doscientos diecis#is de esos elegantes barcos& una cifra a"n mayor, doscientos ochenta y tres, lo hac!an en =uneau, donde hab!a e$traordinarias atracciones tur!sticas como el gran helero detrs de la ciudad y las glorias del estuario del Ca%u, con sus glaciares ms t!picos. Los e$pertos locales calculaban que, contando los nav!os ms peque*os, llegaba un promedio de mil pasajeros por barco: PLos mejores nunca traen una cama vac!a& la tripulaci n recoge el dinero con rastrillosQ. +so significaba que a Alas%a llegaban por a*o ms de doscientos cincuenta mil turistas adinerados, siempre a trav#s de 9ancouver y nunca por )eattle. 3ontando el tiempo que la mayor!a pasaba en los hoteles, restaurantes, dubes nocturnos y ta$is de 9ancouver, la suma de dinero que )eattle perd!a llegaba a ser astron mica. 3on intenciones de obtener una cifra justificable, al tercer d!a 4alcolm 9enn empe; a visitar los encantadores barcos, todos limpios y lustrados para e$hibirse en la antigua capital rusa. -or casualidad, el primero fue el e$quisito )agaflord, joya de los cruceros. 3omo :oss H :aglan hab!a tenido hasta hac!a poco su propia l!nea de barcos, 4alcolm fue bien recibido a bordo. All! descubri , at nito, que en ese e$celente nav!o el precio de la e$cursi n por Alas%a pod!a ascender hasta los cuatro mil ochocientos noventa d lares, pero ante su e$clamaci n de asombro el capitn le llev personal8 mente a un camarote peque*o y bonito, que s lo costaba mil novecientos cincuenta. 8J3ul es el promedioK 8pregunt . 8+s fcil 8respondi el capitn8: 9inimos con pasaje completo& bastar con que multiplique las cifras. 8-ero le advirti que eso no era la regla general8. Le convendr!a visitar uno de los barcos realmente grandes. +n ese momento entraba a puerto el majestuoso :otterdam, con ms de mil pasajeros y todos los camarotes ocupados, por supuesto, a un precio que promediaba, seg"n los tesoreros, los dos mil ciento noventa y cinco d lares. Be nuevo en su cuarto, 4alcolm multiplic las cifras del :otterdam por el n"mero calculado de visitantes y obtuvo un resultado pr $imo a los cuatrocientos millones. A*adiendo el dinero que se gastaban en 9ancouver, qued con un total de quinientos millones. P UF hasta el "ltimo c#ntimo de esto deber!a estar pasando por )eattleVQ +n los d!as siguientes descubri sobre los cruceros de Alas%a cosas que le hicieron silbar de admiraci n por la inteligencia de los operadores europeos que hab!an organi;ado esa mina de oro. 8C" misma lo has visto, Cammy. F!jate en ese espl#ndido barco ingl#s, el :oyal -rincess. +n realidad, es cinco barcos por separado. La oficialidad, e$clusivamente britnica, los mejores del mar. +l personal de comedor, e$clusivamente italiano. +l personal de cubierta, paquistan!. (ajo cubierta, todos chinos. F el equipo de

-gina ??I de ?@0

Alaska

James A. Michener

entretenimiento, diecis#is, dieciocho estrellas aut#nticas, estadounidenses del primero al "ltimo. Cammy asinti para confirmar cada punto. Luego dijo: 8F en el ,ieuE Amsterdam, las mismas divisiones, con variaciones propias. Los oficiales, holandeses. +n el comedor, italianos, creo, o franceses. +n la cubierta, indonesios. F bajo cubierta, creo que chinos. 3antantes, bandas y toda esa tonter!a, estadounidenses. +n cada uno de los barcos grandes ocurr!a lo mismo: los dirig!an oficiales europeos muy bien preparados& italianos y franceses proporcionaban elegantes men"s& asiticos de uno u otro pa!s se encargaban de limpiar y mantener el barco& los chinos manten!an los motores en funcionamiento y los estadounidenses proporcionaban la diversi n. Codo un mbito comercial hab!a sido arrebatado a los estadounidenses y entregado a los e$pertos europeos, que actuaban como magos. Ceniendo todo en cuenta, los glaciares y fiordos, la vida silvestre y las ciudades fronteri;as de la costa, el crucero por Alas%a era, en realidad, un estupendo negocio. J-or qu# hab!an permitido los estadounidenses que esa bonan;a se les escapara entre los dedosK +n una serie de peque*as reuniones, a las que 4alcolm asisti con Cammy, #l abri la primera sesi n: 83aballeros, nos enfrentamos a una crisis de la navegaci n en Alas%a y en la 3osta Reste. +l turismo en Alas%a, que calculo en ms de quinientos millones de d lares por a*o, est pasando por 3anad, en especial por 9ancouver, cuando deber!a estar beneficiando a +stados Tnidos y a )eattle espec!ficamente. 8+n ese momento se produjo una leve perturbaci n. +n el fondo de la sala, alguien se estaba riendo sin mucha cortes!a. -ero 4alcolm continu 8: Tstedes y yo sabemos cul es la causa de este desastre. 8Di;o una pausa dramtica y barbot 8: La Ley =ones. -or un momento rein el silencio en la sala. Luego el hombre de atrs solt una carcajada. 4uy pronto todos los presentes se hac!an eco de esa risa al o!r al presidente de :oss H :aglan renegar de la Ley =ones, que su empresa hab!a ideado, protegido y prolongado durante muchos a*os de maniobras pol!ticas y presiones muy crueles e injustas sobre las esperan;as econ micas de Alas%a. 8ULa ley =onesV 8repiti alguien desde un costado. F la muchedumbre rugi de risa. 9enn hab!a predicho en )eattle la recepci n que tendr!a en Alas%a, pero sus colegas aduc!an: P)i usted lo dice, ser ms efectivo. JNu# tiene usted que perder, personalmente o por cuenta de su empresaK )ea amableQ. F #l demostr serlo. Levantando las manos, e$clam : 8UBe acuerdo, de acuerdoV 4i abuelo, 4alcolm :oss, ide la ley. 4i padre, Com 9enn, la mantuvo vigente. F yo mismo, ms adelante, ejerc! presiones en el 3ongreso para conservarla. )iempre la he apoyado, pero ha llegado el momento... +n ese punto, Cammy Cing, siempre irreverente, moj el pa*uelo en su vaso de agua helada y se levant para refrescar la frente a su esposo, entre los aullidos de la muchedumbre. +ra el toque necesario. 3uando las bulliciosas carcajadas cedieron, su esposo dijo: 84ea culpa. )i alguien tiene un cuchillo me cortar# las venas. -ero ahora no nos enfrentamos a una teor!a, sino a una situaci n. La ley que ten!a sentido en .@/0, cuando ten!amos barcos estadounidenses con tripulaciones estadounidenses, no tiene ning"n sentido en la actualidad, pues ya no hay barcos estadounidenses. +stamos clavados a la Ley =ones y, al parecer, no podemos obligar al 3ongreso a derogarla o modificarla. JF cul es el resultadoK J)aben ustedes que no hay un solo barco estadounidense a flote, bajo la bandera que requiere la Ley =ones para traer pasajeros de )eattle a Alas%aK ,inguno. Demos renunciado a los oc#anos.

-gina ??@ de ?@0

Alaska

James A. Michener

-idi a otro hombre que lo e$plicara ms ampliamente, pues estaba mejor informado que #l de esos problemas. 8+l mundo ha cambiado. JAlguno de ustedes ha viajado a bordo de ese estupendo buque ingl#s, el :oyal -rincessK JB nde demonios suponen ustedes que ha sido construidoK 3on los problemas sindicales que hay en Inglaterra, por las incesantes huelgas y el sabotaje industrial, all! ya no se pueden construir barcos. +scocia est peor. +l :oyal -rincess fue construido en Finlandia, porque en el pa!s socialista las empresas respetan rigurosamente los pla;os de entrega y la artesan!a es tan buena que <ran (reta*a encargar a Finlandia sus tres pr $imos trasatlnticos. Bijo que, seg"n el sentido com"n, +stados Tnidos deb!a hacer derogar la Ley =ones e imitar lo que hac!an los ingleses con su moderna flota: 8Ir a todos los mercados del mundo, buscar los mejores astilleros, los mejores marinos, los mejores Rficiales, e invitarles a tripular los mejores barcos, con los precios ms bajos, de )eattle a )it%a o a cualquier otra parte adonde quieran navegar. +l p"blico aplaudi . Burante sus dos "ltimos d!as de estancia en )it%a, 9enn emple a una secretaria, que se encarg de transcribir sus notas y ponerlas en condiciones de ser presentadas a sus colegas de )eattle. Los dos prrafos centrales dec!an: )ometo estas conclusiones como nieto de 4alcolm :oss, el hombre que ide la Ley =ones, y como hijo de Com 9enn, quien la hi;o aprobar por el 3ongreso& yo mismo, por ms de sesenta a*os, he aprovechado las ventajas de esa ley. +n el momento de promulgarla era buena. 3umpl!a un prop sito digno y ha creado rique;a para )eattle. -ero ya no es "til. Los principios en los que se basaba ya no tienen aplicaci n. Doy en d!a nuestra ciudad pierde hasta quinientos millones de d lares por a*o, pues la Ley impide que el trnsito normal utilice nuestro espl#ndido puerto. Bebe ser derogada ahora mismo. :ecomiendo que iniciemos un gran esfuer;o para anular la Ley =ones y ofre;co mis servicios como -ortavo;. 4i familia la cre . A mi familia le corresponde eliminar esa maldici n. ,o ser!a del todo justo, sin embargo, si no informara de que nuestros primos canadienses de 9ancouver, al ver el terreno que inadvertidamente les hemos dejado libre, se han lan;ado a #l con imaginaci n, cerebro y amplia financiaci n para ofrecer algunos de los mejores cruceros del mundo. Beber!amos animar a los turistas estadounidenses a disfrutar de esos estupendos buques, aunque no recibamos un c#ntimo de ellos, pues tal como dec!a siempre mi padre: PLo que conviene a Alas%a conviene a )eattleQ. F estas e$cursiones por Alas%a se cuentan entre las mejores. ,osotros tenemos derecho a recibir nuestra parte, pero para eso debemos anular la Ley que mifamilia y yo patrocinamos. Fue lo que se podr!a llamar una e$periencia t!pica en la aviaci n de Alas%a. +l jueves por la tarde, el gobernador dijo a su asistente, en =uneau: 8Besde >ashington env!an a un hombre para hablar con =eb Aeeler sobre esa deuda de la 9ertiente ,orte. +ncrguese de que Aeeler est# en mi despacho el lunes por la ma*ana. La operadora tard veinte minutos en encontrar a =eb, pero al fin lo hall en Besolation, enfrascado en una seria conversaci n con 9ladimir Afanasi, a fin de acordar una cacer!a de morsas en el mar de 3hu%ots% en cuanto se congelara. 8J=ebK Dabla Derman. +l gran jefe quiere saber si puedes reunirte con #l y uno de los federales de >ashington. +n nuestras oficinas. +l lunes a mediod!a. 8Fa les he dicho, amigos, que estoy limpio. Be veras. 8+so es lo que les dijo el gobernador, y ellos respondieron que debes de ser el "nico en toda Alas%a. -or eso quieren hacerte algunas preguntas. J-uedes venir a tiempoK 83laro, saldr# de aqu! el viernes. Comar# el vuelo de 4ar% Air a -rudhoe (ay y desde all! a Anchorage. +l del lunes a las nueve y cinco de la ma*ana me llevar hasta =uneau.

-gina ?I0 de ?@0

Alaska

James A. Michener

8La l!nea qued en silencio por un momento. Luego8: J,o me ests ocultando nadaK J,o vienen a ponerme en la picota por algo que nunca he hechoK 8)# tanto como t", =eb. Cal ve; nos est#n mintiendo, pero creo que todo esto es juego limpio. ) lo tratan de averiguar c mo es posible que la deuda de la 9ertiente ,orte haya subido tanto en tan poco tiempo. 8All! estar#. Fa estaba oscuro cuando =eb lleg a Anchorage, pero un ta$i le llev rpidamente a su apartamento, donde pas alg"n tiempo en las sombras, contemplando ese irritante espacio vac!o reservado para su cabra monta*esa. Apuntndole con el !ndice, dijo: 8A partir de ma*ana, querida, te ca;o. +l lunes por la ma*ana su despertador son a las seis. )e levant de un salto y, despu#s de ducharse y afeitarse, desayun frugalmente con ;umo de naranja, caf# soluble y tostadas de pan integral. 4ientras clasificaba los papeles que pod!an interesar al investigador de >ashington, hi;o tres llamadas telef nicas a las personas con las que deb!a entrevistarse el martes. A cada una le dijo: 8Cengo que viajar a =uneau en el avi n de la ma*ana. 9olver# en el vuelo nocturno y nos veremos ma*ana, como estaba planeado. Aviso s lo por si acaso. Luego llam a la agente que se encargaba de reservarle los pasajes: 89oy por la ma*ana y vuelvo por la noche. 3omo siempre, asiento A a la ida, F a la vuelta. +lla dijo que los pasajes estar!an en el aeropuerto. )iempre era meticuloso al reservar los asientos para sus viajes, pues aunque el cielo sol!a estar demasiado nublado o neblinoso entre Anchorage y =uneau, si el d!a era claro, cosa que ocurr!a una ve; de cada veinte, el paisaje de tierra adentro era espectacular. 8Interesante, no 8dec!a a los e$tranjeros8. Besquiciante. -or eso ped!a invariablemente el asiento A cuando iba hacia el sur y el F cuando iba hacia el norte. +n raras ocasiones lograba contemplar un pa!s de maravillas. Antes de abandonar su apartamento sac su equipo de viaje y revis el contenido: las cosas para afeitarse, pijamas, camisa limpia. +n sus a*os de amarga e$periencia hab!a aprendido a no abordar un avi n en Alas%a sin lo necesario para pasar la noche en alguna cama no prevista. +n el enorme aeropuerto de Anchorage, donde se deten!an aviones de muchas naciones diferentes, en sus vuelos entre Asia y +uropa 1algunos iban casi directamente sobre el -olo ,orte a )uecia2 le dijeron: 8Bespegar a la hora prevista. Day una leve probabilidad de niebla en =uneau. ,o hi;o caso del parte metereol gico, pues casi siempre hab!a probabilidades de toparse con la niebla en =uneau. )eg"n rumores, cuando no la hab!a disparban un ca*ona;o para celebrarlo, y como es l gico, el ca*ona;o atra!a nuevamente la niebla. Incluso con buen tiempo s lo se consegu!a una ventaja de quince minutos para aterri;ar. -ilotar hasta =uneau no era para pusilnimes. Aquel lunes por la ma*ana, su asiento A no le sirvi de nada, pues afuera s lo hab!a niebla. F no era uno de esos tipos de niebla gris, co 8 m"n, sino algo tan s lido que, si la ventanilla hubiera estado abierta, habr!a podido caminar por ella. 83aramba 8dijo al hombre del asiento (8, con una bruma como #sta no ser divertido aterri;ar en =uneau. 8,o se preocupe 8asever el hombre8. 3on esta sopa ni siquiera lo intentaremos. 8,o haga bromas pesadas 8protest =eb, medio en serio8. Cengo una reuni n importante en =uneau. 3reo que los federales quieren encarcelarme. 8+sta noche dormir en )eattle 8dijo el hombre. 8JTsted va a )eattleK

-gina ?I. de ?@0

Alaska

James A. Michener

8Al parecer, voy all! dos veces al mes, pero no por deseo propio. Apunto a =uneau, pero fallamos con frecuencia. +l hombre ten!a ra; n: cuando el avi n se apro$im a =uneau hi;o un valiente esfuer;o por aterri;ar, descendiendo ms y ms entre las monta*as, mientras el radar emit!a se*ales que daban locali;aciones precisas. 3uando =eb ten!a los pu*os apretados con tanta fuer;a que no se ve!a sangre bajo la piel, oy que el piloto aceleraba y el gran (oeing ?/? viraba cerradamente hacia la derecha y hacia arriba. +n la cabina nadie habl pero cuando el pi8 loto volvi a su punto de partida para intentarlo otra ve;, =eb pregunt a su compa*ero de asiento: 8J+st usted tan asustado como yoK 8,o, )i la cosa est muy mal, el piloto seguir volando. Fa ver. Tna ve; ms, el avi n se acerc a muy baja altura hacia el nido de monta*as que proteg!an a =uneau de tormentas y aviones. La niebla se despej por un momento fuga;, permitiendo que =eb viera las olas a muy pocos metros bajo las alas y los altos acantilados oscuros, amena;antes en su cercan!a. 8U3ristoV 8susurr al vecino8. U+stamos caminando sobre el aguaV Tna ve; ms, el piloto recha; la idea de aterri;ar y ascendi girando. 8,o creo que vuelva a intentarlo, JverdadK F el hombre dijo: 84uchas veces lo consigue en el tercer intento. -ero esa ve; no fue as!. +l avi n se apro$im ro;ando el agua y esquivando las monta*as, pero en el "ltimo momento, mientras =eb hac!a lo posible por no desmayarse, el aparato se elev a buena altura, muy por encima de las monta*as, y se dirigi hacia )eattle. A bordo del ?/? hab!a cuarenta y nueve pasajeros que ten!an compromisos importantes en =uneau, la capital del estado, pero nadie se quej a la a;afata porque no se hubiera hecho un intento ms. ,adie quer!a pasar la noche del lunes en )eatle, pero ninguno estaba dispuesto a probar suerte contra esa niebla. 4uy cerca del aeropuerto de )eattle hab!a un hotel que proporcionaba buenas habitaciones a precios ra;onables para los pasajeros afectados por una emergencia. All! fue donde =eb se puso el pijama y se sent a mirar un partido de f"tbol por televisi n. +n alg"n momento se le ocurri llamar al asistente del gobernador. 8+star# all! en el vuelo de ma*ana, al mediod!a. F el funcionario le asegur : 8,o te has perdido nada, =eb. +l hombre de >ashington se queda. Cal como sospechabas, es del F(I, pero no es a ti a quien investiga. C" eres s lo una fuente de informaci n. 3omo yo. +l martes por la ma*ana, Aeeler y otros cuarenta y ocho alas%anos se precipitaron al aeropuerto para abordar el vuelo de regreso a =uneau. +l avi n efectu los aterri;ajes previstos en Aetchi%an y )it%a sin inconvenientes, pero en =uneau el tiempo era tan malo que, despu#s de tres acercamientos escalofriantes, pero in"tiles, el ?/? tuvo que continuar hasta Anchorage& Aeeler, desde su precioso asiento F, contemplaba una niebla qui; peor que la del d!a anterior. Bespu#s de dos d!as de viaje y de cuatro mil seiscientos %il metros de vuelo in"til, volvi a su apartamento. 3on una llamada telef nica a =uneau se asegur de que el observatorio pronosticaba buen tiempo para el mi#rcoles. 8,os gustar!a que lo intentaras, =eb. +l que t" sabes dice que tu informaci n podr!a ser vital. -or eso el mi#rcoles, temprano por la ma*ana, =eb volvi a poner una camisa limpia en su maleta y se fue al aeropuerto. Aunque hab!a un poco de niebla, se estaba despejando tan de prisa que las encantadoras monta*as 3hugach estaban a la vista.

-gina ?I/ de ?@0

Alaska

James A. Michener

8+stoy segura de que tendr un viaje e$celente 8le dijo la muchacha del mostrador8. Be ve; en cuando pasa, JsabeK Alas%a Airlines era una organi;aci n bien dirigida, cuyo personal hac!a lo posible por tranquili;ar a los pasajeros. +sa ma*ana, un afable camarero anunci : P(uen tiempo en todo el trayecto hasta =uneau. Tn vuelo magn!fico. Las a;afatas se llaman (urbujas, <inger y Cri$ie. )i alguien fuma donde est prohibido, el ingeniero de vuelo le invitar a salirQ. 3uando el avi n se elev en el aire, =eb ahog una e$clamaci n, pues las grandes cordilleras refulg!an con tal majestad que todos quedaron mudos. +sa ma*ana tuvo la buena suerte de que el asiento ( estuviera ocupado por una mujer mayor, profesora de geograf!a& aunque se inclinaba por delante de #l para mirar las monta*as por la ventanilla, a =eb no le molest , pues ella conoc!a las monta*as por su nombre y pod!a identificar los vastos glaciares que se alejaban de ellas hacia el mar. 8'sa es la cadena 3hugach. ,o es muy alta, pero Um!relasV Bos mil cuatrocientos metros sobre el nivel del mar. 8Luego aspir hondo pues debajo de ellos se hallaba la terminal del oleoducto de 9alde;, con un helero de enormes dimensiones hacia atrs8. Bebe de haber... Jcuntos glaciares supone usted que hay all!K 8Bie; o doce, tal ve;. 8U-or Bios, usted es ciegoV All! hay cerca de veinte. Al mirar con ms atenci n, =eb vio que de ese "nico helero brotaban por lo menos veinte r!os helados, que serpenteaban entre los valles desgastando los lechos rocosos hasta llegar al mar. 8,o me hab!a dado cuenta de que pod!an surgir tantos glaciares de una misma fuente 8reconoci . +lla le e$plic que Alas%a s lo ten!a glaciares en la parte sudeste. 8+n el norte no hay suficientes precipitaciones como para que se acumule tanta nieve. -ero aqu! est la 3orriente del =ap n. J)abe lo que es esoK 8'l asinti como un escolar aplicado8. Arroja mucha agua a esas monta*as. 3omo est tan alta y hace tanto fr!o, no puede fundirse. +ntonces se acumula en los glaciares que descienden muy lentamente hasta el mar. 3uando #l iba a preguntarle c mo sab!a tantas cosas, la mujer observ con suavidad: 8'sta es una de las ;onas que ms me gustan. +nse*o a mis alumnos a reverenciarla. J9e usted esa encantadora monta*a, de casi tres mil trescientos metros de alturaK +s el monte )teller. F ese enorme glaciar, a sus pies, el (ering. JAprecia usted el significado de esos nombresK )teller y (ering. 3omo #l respondi que no, la mujer le describi brevemente la relaci n de aquellos dos hombres notables que hab!an descubierto Alas%a para los rusos. 8Tno era alemn& el otro, dan#s. ,o se entend!an entre s!. -ero all! estn, entrela;ados para siempre por el hielo. Antes de que =eb pudiera hacer ning"n comentario, ella le apret el bra;o: 8UAqu! estnV Bios m!o, nunca los he visto tan colosalesV URhV -ero cuando ella iba a e$plicar su arrebato, el piloto anunci por el intercomunicador: 8)e*oras y se*ores: lo que tenemos a nuestra i;quierda se ve muy rara ve;. +s el pico )an +l!as, de cinco mil metros, lo primero que los rusos vieron del continente. Betrs est el monte Loan, de 3anad, que mide casi seis mil metros. +n sus laderas hay cuarenta o cincuenta glaciares, incluido el gran 4alasp!na. La profesora se son la nari; y volvi a reclinarse en su asiento, diciendo con suavidad:

-gina ?I7 de ?@0

Alaska

James A. Michener

8J)e imaginaK 9itus (ering, en un barco peque*o con v!as de agua. 9er eso, preguntarse qu# significaba. F <eorg )teller, a su lado, susurrndole: PCiene que ser un continente. Ciene que ser Am#ricaQ. +l piloto volvi al intercomunicador. 8,o debemos desperdiciar un d!a como #ste. 3omo el cielo est tan despejado, vamos a desviarnos un poco hacia el este, para que ustedes puedan ver la cadena FairEeather, muy alta y hermosa. Luego pasaremos a muy poca altura sobre la bah!a del <laciar& ustedes la vern como pocos pueden hacerlo. Bespu#s pasaremos sobre los grandes heleros de =uneau, con su veintena de glaciares, y continuaremos hasta aterri;ar en =uneau, donde la torre informa que hace buen tiempo y vientos leves del sudeste. Bisfruten del paisaje. <racias. Los minutos siguientes fueron mgicos. La cadena FairEeather, que pocos viajeros ve!an jams, ten!a una pl#tora de cumbres nevadas, muy altas, levantadas a pico sobre el mar que circunda una de las glorias de Am#rica del ,orte, la serena bah!a del <laciar, en cuyas aguas ca!an atronando grandes tro;os de hielo desprendidos de los glaciares, alertando a los osos que pululaban por sus costas. +ra una bah!a magn!fica, con una veintena de bra;os e$tendi#ndose tierra adentro, y tantos glaciares que nadie pod!a verlos todos, ni siquiera desde un avi n. 8Ahora viene qui; lo mejor de todo 8dijo la profesora8. U4ireV 4ientras el ?/? describ!a un lento giro hacia el este, =eb vio que el vasto helero de =uneau se adentraba profundamente en 3anad, con la e$traordinaria monta*a llamada Bevils -aE 1P;arpa del demonioQ2 estirada hacia arriba como para atrapar al avi n y arrastrarlo a una g#lida muerte. Be ese helero surg!an una veintena de glaciares, incluidos los que se ca!an con estr#pito en el estuario del Ca%u, al sur. Fue un tel n adecuado para ese drama, que no ten!a igual en todo el mundo. Cal como dijo la maestra, ya a punto de aterri;ar: 83on buen tiempo, estos noventa minutos entre Anchorage y =uneau deben de ser los ms espectaculares de la Cierra. Bicen que los montes del Dimalaya son estupendos, pero Jtendrn esta me;cla de oc#ano, grandes monta*as, salvajes heleros e interminables glaciaresK Lo dudo. 8Lstima que yo no la tuve a usted como profesora 8se lament =eb. +lla se volvi para agradecerle el cumplido, pero de pronto chasque los dedos: 8J,o he visto su foto en los diariosK JTsted no es el muchacho cuya novia se declar a otro por la radioK 8+l mismo. 8+sa muchacha debe de estar loca. 8+so mismo pens# yo 8reconoci =eb. +n ese tercer intento aterri;aron sin dificultades en =uneau, pero al caer la tarde, cuando =eb quiso abordar un avi n para volver a Anchorage, la niebla causada por la corriente del =ap n hab!a vuelto a descender, cerrando todas las operaciones del aeropuerto. =eb tuvo que recurrir una ve; ms a los pijamas de su maleta& pas la noche en el Dotel (aranof, de =uneau, y volvi a su casa a la ma*ana siguiente, ocupando su precioso asiento con la esperan;a de ver nuevamente los glaciares. ,aturalmente, las nubes eran impenetrables. Be este modo, su breve reuni n de dos horas con el investigador del gobierno le ocup cuatro d!as completos: desde el lunes por la ma*ana hasta el jueves por la tarde. ,ing"n viaje a =uneau se puede tomar a la ligera. Be una manera parad jica, los cuatro d!as de viaje valieron la pena, porque a su interrogatorio no asisti s lo el hombre del Bepartamento de justicia, sino dos agentes locales del F(I y un e$perto del gobierno de Alas%a. 3uando vio al grupo sentado al otro

-gina ?I6 de ?@0

Alaska

James A. Michener

lado de la mesa, comen; a sudar, pero el hombre de >ashington se dio cuenta y tom una actitud claramente tranquili;adora: 8)e*or Aeeler, queremos interrogarle sobre algunos asuntos feos, pero le aseguramos desde ahora mismo que no estamos interesados personalmente en usted. )us antecedentes, al menos seg"n lo averiguado por estos se*ores del F(I, son impecables& le felicitamos por eso. F se estir para estrechar la mano de =eb, que estaba bochornosamente h"meda. 8)e*or Aeeler 8comen; el funcionario de Alas%a8, Jqu# sabe usted de la 9ertiente ,orteK 8De trabajado mucho por all!: en -rudhoe (ay, para las empresas petroleras... en 3abo Besolaci n y su empresa local... Be ve; en cuando trabajo para la gran corporaci n nativa, pero como ustedes saben, es -oley 4ar%ham quien maneja casi todos sus asuntos. 8Lo sabemos 8dijo el hombre de >ashington, en tono casi amena;ante8. -ero, Jalguna ve; hi;o alg"n trabajo jur!dico, por ejemplo, redactar contratos comerciales, para la administraci n de la 9ertiente ,orteK 8,o. ) lo para la corporaci n grande y sus peque*as sat#lites. -ara esa administraci n, nunca. )e refer!a a un fen meno de Alas%a, una comunidad vasta y desierta, ms grande que el estado de 4innesota, pero con una poblaci n que no alcan;aba las ocho mil almas. Cambi#n ten!a un ingreso pr $imo a los ochocientos millones de d lares en concepto de impuestos pagados por las compa*!as petroleras de -rhudhoe (ay& es decir: alrededor de cien mil d lares en efectivo por cada habitante del rea: hombre, mujer o ni*o. 8+sos s"bitos ingresos de dinero tientan a la gente a hacer cosas descabelladas 8dijo uno de los hombres del F(I. Be una pgina escrita a mquina ley algunos de los casos ms malolientes, en los que una inesperada rique;a hab!a inducido a los funcionarios locales a una conducta e$tra*a8: Tna v!a subterrnea con calefacci n para proteger tuber!as de servicios p"blicos& coste proyectado, cien millones& coste final, trescientos cincuenta& coste real en Rreg n, digamos, once millones. ,ueva escuela secundaria: coste proyectado, veinticuatro millones... 8Be eso estoy enterado 8interrumpi =eb8. +l coste final fue de setenta y un millones. 8)e equivoca 8objet el del F(I8. A"n no est terminado. -uede llegar a ochenta y cuatro millones. 8J3unto costar!a en Los cuarenta y ocho de abajoK 8pregunt =eb. 8Dicimos que algunas empresas constructoras de escuelas viajaran desde 3alifornia. -resupuestaron tres millones doscientos mil. +ntonces intervino el funcionario de Alas%a: 8+n 3alifornia, s!. -ero que traten de construirla en la 9ertiente ,orte, donde es preciso traer hasta el "ltimo clavo por barca;a o avi n. +l del F(I inclin la cabe;a. 8Los constructores de 3alifornia dijeron lo mismo. +ntonces les pregunt# cunto habr!a costado la escuela en (arroE. F dijeron: P+ntre veinticuatro y veintis#is millonesQ. +l hombre de >ashington gru* : 8'se era el clculo original, el que se elev a ochenta y cuatro. Bisgustado, pidi al hombre del F(I que no continuara enumerando horrores. +n cambio tom una hoja de papel y garabate algo. Bespu#s lo pas a =eb, con la escritura hacia abajo. 8Adems de los ochocientos millones de d lares recibidos por impuestos, que han gastado, Jcunto cree que esos so*adores pidieron prestados a los mercados financieros de ,ueva For% y (ostonK +so lo gastaron tambi#n, y ahora tienen una deuda enorme.

-gina ?IL de ?@0

Alaska

James A. Michener

=eb estudi el asunto. -or lo que sab!a sobre la generosidad de los acuerdos municipales, lleg a la conclusi n de que la deuda deb!a de igualar la mitad de los ingresos. 8Cal ve; la mitad de los ochocientos millones. -ueden ser cuatrocientos millones, en bonos vendidos por los bancos del +ste. 84ire el papel 8indic el hombre del gobierno. Al darle la vuelta, =eb vio una cifra descomunal: ../00.000.000. 8U-or BiosV 8e$clam 8. U4s de mil millones de d laresV J3 mo pudieron unos cuantos esquimales, que nunca fueron a la universidad ... K +ntonces, el interrogatorio se torn breve, seco y brutal: 8J)abe usted de alguna complicaci n que -oley 4ar%ham haya tenido con la administraci n de la 9ertiente ,orteK 8'l tiene participaci n en todo lo que se hace en Alas%a. 8JFue #l quien dispuso esta emisi n de bonosK 8'l ayuda a todas las corporaciones con sus pr#stamos. 8J-osee 4ar%ham alguna de las empresas contratistas que obtuvieron los trabajos grandesK 8,o creo que haya invertido nunca en empresas ajenas. Act"a por su cuenta. 8+n su opini n, J-oley 4ar%ham es corruptoK 8+n mi opini n, es uno de los hombres ms honrados que he conocido. 3on frecuencia salgo a ca;ar con #l. +n el hielo o en la monta*a es donde se revela el carcter de un hombre. 8JNu# dir!a si le revelramos que -oley 4ar%ham ha recibido ms de veinte millones de d lares en concepto de honorarios por trabajos hechos en Alas%aK 8Lo creer!a. F apostar!a a que tiene recibos firmados por toda esa suma. Dace a*os me dijo que aqu! el dinero corr!a como agua y que se le pod!a recoger honradamente. 8J3ree usted que se gan honradamente su parteK 8)!, se*or. Dasta donde yo s#, estoy seguro. Los hombres le agradecieron esas respuestas y reiteraron que #l, por su parte, no estaba bajo investigaci n. 8,o tenemos pruebas firmes de que se haya hecho algo malo. F confieso que no hemos encontrado nada contra su amigo 4ar%ham. -ero cuando hay dos mil millones de d lares flotando por ah!, tenemos que buscar dedos pegajosos. +sa noche, al llegar a su apartamento de Anchorage, =eb rastre a -oley hasta un club campestre de Ari;ona. 8+l F(I te est investigando muy en serio, -oley. 89inieron aqu! a interrogarme. F la cosa no es contra m!. Investigan esa incre!ble maniobra de la 9ertiente ,orte. Rcho mil esquimales que han gastado dos mil millones de d lares, en total. -or un momento, =eb se imagin a los nativos de Besolation. ,o lograba ver en esos ca;adores, que viv!an junto al mar helado, a unos grandes deudores. Luego se acord de -oley. 8JC" no tienes nada que ver con este desastreK 8Codo el dinero que gan#, =eb, lo cobr# en cheques... por honorarios legalmente documentados. 8+so es lo que le dije al de >ashington. 8JTn pelirrojo con gafasK 8'se. 83uando se fue de aqu! no estaba convencido. F sospecho que t" tampoco le convenciste. -ero no hallar nada contra m!. 8Dubo un momento de silencio. Luego -oley

-gina ?IM de ?@0

Alaska

James A. Michener

a*adi 8: naturalmente, recomend# a mis amigos de 3alifornia y Ari;ona para los contratos gordos. -ero ellos no me pagaron nada, =eb. ,o recib! comisiones. ,adie me construy un albergue de ca;a en las monta*as. 8U-ero dos mil millones de d laresV Ah! tiene que haber algo sucio, -oley. 8JDas hecho t" algo sucioK ,o. JF nuestro amigo AfanasiK ,unca. JF yoK en la vida. -articip# de todo, como bien sabes. -ero ya recordars mi regla de oro: PBonde haya en juego siquiera ocho c#ntimos, deja un reguero de recibos de un %il metroQ. 8Los federales me dijeron que le hab!an seguido el rastro a ms de veinte millones de d lares en recibos. F -oley ri : 8Fo no act"o de otro modo. 8+so es lo que les dije 8reconoci =eb. 3omo -oley 4ar%ham ten!a que viajar a la 9ertiente ,orte para prestar apoyo a sus clientes durante la investigaci n del F(I, se detuvo en Anchorage para verificar lo que =eb hubiera dicho a los investigadores en el interrogatorio llevado a cabo en =uneau. 3uando lleg al apartamento de =eb hab!a alboroto en la televisi n de Alas%a. <iovanni )pada, del 3entro de 4aremotos de -almer, acababa de anunciar que el volcn Nugang, frente a la costa de Lapa%, en las islas Aleutianas, hab!a entrado en erupci n, despidiendo enormes nubes de ceni;a que se dirig!an hacia Anchorage. P)in embargo, la distancia es tan grande que la mayor parte del polvo se disipar antes de llegar a la ;ona de Anchorage.Q )in embargo, al caer la tarde hab!a una nube de ceni;a en el aire. -oley sugiri : 8)algamos de aqu!. Tn gu!a me dijo que hab!a algunas cabras monta*esas en una costa del -ac!fico, justo al norte de las tierras del gobierno en la bah!a del <laciar. -repararon el equipo, alquilaron un avi n de cuatro pla;as y volaron a una ;ona que pocos hab!an visto. All!, en un aire tan l!mpido que hasta una gota de lluvia parec!a intrusa, caminaron hasta ver, bastante ms abajo, tres machos de bellas cornamentas. -oley se dio una palmada en el muslo. 8-or fin hemos tenido suerte. +sta ve; estn debajo de nosotros, no arriba. )i descendemos con cautela podr!as ca;ar una de esas belle;as. 8-ero al inspeccionar lo empinado de la cuesta cambi de planes8. )eguro que caern algunas piedras. F si es as! los asustaremos. +s mejor esperar a que vengan hacia nosotros. La decisi n result acertada, pues las cabras fueron ascendiendo gradualmente, pero con tanta lentitud que los dos hombres tuvieron que esperar casi una hora. Burante ese rato discutieron en susurros el problema crucial que gobernaba los asuntos de Alas%a en esos momentos. F otro mucho ms importante, que llegar!a a su culminaci n en .@@.. )obre el primero, -oley dijo: 8J,o es curiosoK Los dos estados que ms se recha;an mutuamente son los dos ms parecidos. =eb le pregunt a qu# se refer!a. 8Alas%a y Ce$as. 3uando pedimos gente e$perimentada para que viniera a ayudarnos con nuestro petr leo, dos de cada tres ven!an de Ce$as. F creo que la mitad de nuestros habitantes afincados son te$anos que se quedaron aqu!. 8=eb refle$ion sobre eso y dijo: 8+n Fairban%s hay muchos, s!. 8F como en Ce$as, aqu! no se oye decir nada malo de la R-+-. ,os conviene que esos rabes mantengan el precio del petr leo lo ms alto posible. +llos nos hacen el trabajo. -ero ambos estaban de acuerdo en que, con la desastrosa ca!da de los precios, los tiempos gloriosos de Alas%a estaban a punto de concluir, tal como parec!an estar declinando en Ce$as. 8Cuvimos suerte de llegar cuando lo hicimos, =eb. +spero que hayas ahorrado dinero, porque en .@@. habr oportunidades como nunca has imaginado. +l hombre prudente que

-gina ?I? de ?@0

Alaska

James A. Michener

tenga ocho o die; millones disponibles podr comprar una gran parte de este maravilloso estado. Fo no veo la hora de hacerlo. 8J3uando las restricciones de la Ley de 3oncesiones lleguen a su finK 8)!. ) lo otro alas%ano habr!a podido apreciar lo inquietante del comentario de -oley. )ignificaba que hab!a rastreado las operaciones de las trece grandes corporaciones nativas, las que en verdad pose!an la tierra, y sab!a que muchas de ellas estaban en un desastroso estado financiero. -or lo tanto, sus propietarios nativos tendr!an que venderlas a los blancos de )eattle, Los Ongeles y Benver que tuvieran dinero suficiente para comprarlas. F ellos podr!an ganar una fortuna si administraban inteligentemente ese suelo. Besde luego, eso significaba que los esquimales bien intencionados, como 9ladimir Afanasi, corr!an peligro de perder las tierras de las que sus antepasados hab!an dependido por miles de a*os. =eb, que ve!a en Afanasi la salvaci n de Alas%a, se preocup , pero -oley le tranquili; : 83reo que la corporaci n de la 9ertiente ,orte es una de las que puede sobrevivir. -ese a la enorme deuda y a la ca!da de los precios petroleros, hemos construido all! estructuras sociales y pol!ticas muy s lidas. +n cuanto a las otras doce, tengo buenos motivos para creer que cinco, al menos, estn condenadas. 'sas son las que tomaremos. +ntonces, en esa solitaria ladera que miraba al -ac!fico, se rompieron los la;os que un!an a los dos amigos. =eb Aeeler, pese a la desilusi n de haber perdido a Aendra )cott, hab!a llegado a amar sinceramente Alas%a, en la que ve!a una me;cla "nica de advenedi;os blancos como #l y nativos de siempre, como los esquimales, los atapascos y los tlingits para los que trabajaba. Nuer!a que esos grupos coe$istieran en armon!a, seg"n dijo a -oley, para desarrollar juntos esa tierra de maravillas, para vender sus recursos naturales a pa!ses como =ap n y 3hina, a cambio de productos elaborados. +spec!ficamente, deseaba que los nativos retuvieran la propiedad de la tierra, para que pudieran, a voluntad, continuar con su estilo de vida. F cuando manifest esa conclusi n se puso al otro lado de las ambiciones de -oley 4ar%ham, quien revel sus planes con pasmosa claridad. 8Fo no veo las cosas de ese modo. +n absoluto, =eb. Los nativos no pueden administrar sus propias tierras en este mundo moderno de aviones, motonieves y coches, por no mencionar los supermercados y los televisores. Incluso las seis o siete corporaciones que son viables hoy, se marchitarn hacia fines de este siglo. F los hombres como yo estaremos pendientes. =eb pas algunos momentos cavilando sobre esa sombr!a predicci n. Cen!a que reconocer que la tragedia era probable, pero antes de que pudiera hacer un comentario -oley a*adi una revelaci n, descubriendo lo maquiav#lico de su carcter: 8J-or qu# supones que he trabajado tanto con esas corporaciones. ,o fue por el dinero... al menos, despu#s de haber consolidado mis reservas. Nuer!a conocer la capacidad de cada una, d nde estaban las tierras buenas, cul era la probabilidad de colapso. -orque desde el primer d!a me di cuenta de que la descabellada organi;aci n establecida por el 3ongreso no sobrevivir!a a este siglo. F eso significaba que las tierras tendr!an que llegar a manos de hombres como t" o como yo. 8A las m!as, no 8asegur =eb8. -ienso ayudar a los nativos para que pidan al 3ongreso una prolongaci n, ms all de .@@.. ,o permitiremos que las tierras les sean arrebatadas a los esquimales ni a los indios. -oley se ech atrs para estudiar a ese joven, al que hab!a dado su amistad de tantas maneras, introduci#ndole en la fraternidad de e$pertos de Los cuarenta y ocho de abajo, los que sab!an lo que estaba ocurriendo en Alas%a. ,o pod!a creer lo que =eb estaba diciendo: 8)i vas por ese camino, hijo, t" y yo cru;aremos espadas.

-gina ?II de ?@0

Alaska

James A. Michener

8Lo veo venir, -oley. Fo quiero que Alas%a siga siendo "nica, una moderna tierra de maravillas. C" quieres convertirla en otra 3alifornia. 8Ac#ptalo, hijo. 8Al utili;ar esa palabra, la que hab!a empleado a*os antes, en el norte de 3anad, hi;o que la separaci n entre ambos se hiciera ms evidente8. JNu# es Anchorage, sino una )an Biego del norteK 8A Anchorage puedo renunciar 8reconoci =eb8. -ero el resto tiene que ser protegido de hombres como t", viejo amigo. -oley ri : 8Imposible. +l pr $imo censo mostrar que Anchorage tiene ms del cincuenta por ciento de la poblaci n. +ntonces sus representantes irn en tropel a =uneau y comen;arn a aprobar leyes para poner a este estado dentro del mundo moderno. -robablemente trasladen la capital a Anchorage, donde deber!a haber estado desde hace tiempo. 83uanto ms hablas, -oley, ms me doy cuenta de que tendr# que combatir contra casi todo lo que tratas de hacer. )i los dos ca;adores hubieran tenido la radio encendida, habr!an escuchado una urgente transmisi n de <iovanni )pada, enviada a todas las naciones que bordeaban el -ac!fico ,orte: 8+sto es un alerta de tsunami. :epito: alerta de tsunami. )e ha producido un gran terremoto submarino cerca de la isla de Lapa%, en la cadena de las Aleutianas, con un registro de ocho punto cuatro en la escala de :ichter. )e advierte a todas las ;onas costeras que una ola... +n ve; de o!r esa advertencia, que habr!a podido influir en sus decisiones con respecto a esa costa vulnerable, se manten!an atentos a las cabras, que se estaban comportando tal como -oley hab!a previsto. -ero antes de iniciar las etapas finales de la cacer!a, -oley quiso allanar las diferencias pol!ticas que hab!an brotado entre ellos y cambi completamente de tema. 8J)abes, =eb, que tu cabra monta*esa no es una cabraK +s un ant!lope al que se ha dado el nombre equivocado. =eb, sorprendido, se volvi hacia su futuro adversario: 8,o lo sab!a. 8-or algunos segundos anali; esa e$tra*a novedad8. )upongamos que hubieran llamado a la cabra Pant!lope de las nievesQ o Pant!lope rticoQ. )er!a doblemente atractivo. 8-ara m! no 8gru* -oley8. 4e gustan las cosas simples y honradas. 8+ntonces se convirti en el implacable director de la cacer!a, papel para el que estaba predestinado8. Cienes que derribar a una en cuanto apare;can por all!. )i dejas que se sit"en por encima de nosotros, dalas por perdidas. =eb, que hab!a perdido cinco o seis cabras siguiendo sus propias tcticas, se desli; silenciosamente por el lado protegido del barranco, tomando precauciones para no ser visto por las cabras que se acercaban. 3uando se hubo acomodado de modo que podr!a interceptarlas en cuanto subieran por el lado opuesto, comprendi que s lo podr!a disparar una ve;, contra aquel de los tres machos que asomara primero la cabe;a sobre la l!nea del hori;onte. 4ir hacia atrs, buscando la confirmaci n de -oley, y se sinti gratificado al verle formar un c!rculo con el pulgar y el !ndice derechos. Codo estaba preparado& era la mejor oportunidad que =eb tendr!a en su vida de ca;ar el "ltimo de sus ocho grandes. 3ontuvo el aliento, esperando que apareciera una de las cabras. +ntonces e$periment el gran j"bilo de ver un macho cabr!o, blanco n!veo y con perfectos cuernos negros que emerg!a en la cresta del barranco y se deten!a all! por un momento. 8UBispara, por el amor de BiosV 8susurr -oley para sus adentros, temiendo de que el menor sonido pudiera ahuyentar a la cabra. Tn momento despu#s tuvo el alivio de

-gina ?I@ de ?@0

Alaska

James A. Michener

escuchar el eco de la escopeta. La cabra dio un brinco hacia delante, estremecida, y cay hacia atrs, perdi#ndose de vista para =eb, al otro lado del barranco. -ero -oley, desde ms arriba, vio con toda claridad que la cabra muerta hab!a ca!do muy abajo. 8=ebV 8grit 8. La mataste, pero est abajo, en el desfiladero. 9e a buscarla. Fo iniciar# el descenso con el equipo. =eb baj hacia donde hab!a visto por "ltima ve; a la cabra, llevando su arma, pero -oley volvi a gritar: 8Beja tu escopeta& yo la llevar#. +st bastante abajo. Al divisar el sitio en que hab!a ca!do la cabra, el joven apreci la prudencia de ese consejo y apoy el arma contra una roca, donde -oley pudiera verle con facilidad. 3asi como si los dos estuvieran atados por bandas invisibles, comen;aron a descender juntos. -oley, desde su punto de observaci n hacia el sitio donde descansaba el arma& =eb, desde el arma hasta el lugar donde hab!a ca!do la cabra. 4ientras bajaba en ese triunfal desfile, =eb no apartaba los ojos del magn!fico esp#cimen. -ero -oley, desde el sitio ms elevado, pod!a ver la escena completa: el oc#ano -ac!fico a poca distancia, los dos promontorios marcando el comien;o del peque*o fiordo, las empinadas laderas en que los tres machos cabr!os hab!an estado e$plorando y la bah!a hacia la que =eb descend!a para cobrar su presa. +ra casi un art!stico escenario en miniatura para una pintura ideal de Alas%a. -ero -oley tambi#n vio una s"bita y persistente succi n de agua desde la bah!a y comprendi , por instinto, que algo terrible estaba a punto de ocurrir. 8U=eb, =ebV 8grit . -ero el joven, en su entusiasmo por cobrar la cabra, ya no estaba al alcance de su vo;. Aun as! -oley sigui gritando, pues ahora ve!a el agua que regresaba hacia la bah!a, acumulndose ine$orablemente, como si alg"n mal#volo titn la empujara desde atrs. 8U=ebV U9uelveV +ntonces fue evidente que las olas oscuras, nunca muy altas, pero respaldadas por una tremenda presi n, no iban a detenerse sin haber colmado el valle, ascendiendo hasta alg"n punto incre!ble, dos mil, dos mil quinientos metros sobre el nivel del mar. F cuando =eb repar finalmente en el peligro, el agua estaba ya tan alta y se acumulaba tan velo;mente que no pudo hacer nada por salvarse. 9io que las aguas revueltas le arrebataban su cabra, arrojndola de un lado a otro, sumergi#ndola en espumas. Luego las olas implacables llegaron hasta #l, arrojndole de costado y tragndoselo, mientras escalaban las laderas del valle ms de prisa que las mismas cabras. Lo "ltimo que vio no fue su trofeo final, destro;ado en las profundidades, sino a -oley 4ar%ham, que trepaba desesperadamente para llegar a tierras ms altas, donde el tsunami de Lapa% no pudiera alcan;arle. 3uando ya estaba a punto de perecer, =eb vio que -oley ten!a posibilidades de salvarse y grit : 8UAdelante, -oleyV UC" ganasV -or el momento, parec!a que Alas%a ser!a tal como -oley 4ar%ham la deseaba, y no como =eb Aeeler, 9ladimir Afanasi y Aendra )cott, cada uno a su manera, la hab!an imaginado.

Lib !s Ta" ! #$$%&''(((.Lib !sTa" !.)!*.a

-gina ?@0 de ?@0

También podría gustarte