También conocido como absolutismo ilustrado, fue un estilo de hacer política propio de los monarcas del siglo XVIII.

Se caracterizó por combinar la omnipotencia del rey con las nuevas ideas nacionalistas de los filósofos de la Ilustración. Su lema es muy significativo: "Todo para el pueblo, pero sin el pueblo".

Así, Carlos III de España, como otros monarcas europeos, se propuso reformar la sociedad desde arriba, eliminando privilegios de nobleza y clero, en un programa político tipicamente ilustrado.

Para alcanzar el despotismo ilustrado, debieron pactar dos clases sociales antagónicas: la aristocracia, antigua detentadora del poder desde las épocas medievales, y la burguesía, nueva clase social en ascenso gracias a la acumulación de capitales.

Esta última acabaría revolucionando los esquemas sociales y conduciendo al capitalismo. Para evitarlo, la monarquía pretendió una serie de cambios paulatinos en beneficio de las masas plebeyas, para brindarles un mejor nivel de vida e impedir que demolieran el edificio de privilegios que detentaba la aristocracia desde hacía siglos.

El despotismo ilustrado brindó un empuje importante a las ciencias y las artes de Europa durante su época, esparciendo las ideas ilustradas que, irónicamente, funcionarían como la mecha que encendió la revolución.

De hecho, en la misma Francia en 1789 estallaría la rebelión popular al clamor de una sociedad más justa y racionalmente construida.

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