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Una curiosa equivocación

Nadie sabe lo que le depara el destino

 

Las nieves del tiempo me cubrían las sienes anunciando la vejez. Sentado en reclinable y cómodo sillón visualizaba el largo camino de mi vida mientras miraba la lluvia que goteaba sobre la ventana. En memorístico vuelo rasante evocaba mi pasado, a través de fugaces imágenes desde la infancia que asaltaban mi memoria. Recordaba lo sucedido a lo largo de mi vida, sin faltar errores y aciertos, temores e irritaciones, alegrías y tristezas, los éxitos y fracasos. Descubría nuevas verdades, razonaba cada acto, recapitulaba cómo afronté las adversidades; también como ayudé a otros a vivir.

Sabía de criterios sobre lo perjudicial de recordar el pasado y volver sobre los pasos, pero también sabía que el pasado no puede olvidarse, él por sí mismo regresa una y otra vez, con peores efectos para aquellos que viven una vida vacía y sin sentido.

En mi viaje al pasado me remonté largo tiempo atrás, y recordé aquel hecho que tanto me hizo recapacitar sobre la complejidad del sufrimiento humano. Ocurrió después de mi segundo divorcio, en uno de aquellos días tristes cuando me sentía dramáticamente solo, y el pesimismo y depresión me invadían por tantas frustraciones simultáneas, como a muchos les ocurre. Sucedió que mientras caminaba por la ciudad costera, donde los avatares del destino me obligaron a residir durante varios meses, me encuentro con un amigo de la capital, el cual estaba de Luna de miel con su nueva esposa.

Al verme me saludó efusivamente, y a renglón seguido, lleno de entusiasmo, expresó que había encontrado la “mujer de su vida”. Escuchándolo, y dado que lo conocía bien, supe que era cierto su sentir; estaba realmente enamorado. Pero lo curioso era que ya se había casado varias veces, tenía más de sesenta años, y nunca lo había visto así. Confieso que, aunque me alegraba por su felicidad, sentí que él cometía una ridiculez porque pensé:

-- ¡Se casó con una jovencita!

Pero cuál no sería mi asombro cuando vi que ese amor desmedido era hacia una mujer ¡de su misma edad! Quedé estupefacto.

Después de despedirme de mi amigo y su nueva esposa me sentí tan anonadado que caí de golpe en una silla, y comencé a razonar lo ocurrido:

-- ¿Cómo personas de esa edad habían encontrado el amor y la felicidad, y yo, sin rebasar los cuarenta y dos, estoy tan abatido? ¿Hasta qué punto he estado equivocado acerca de mi situación?

De pronto mi mente se “alumbró”. Comprendí mi error, las cosas no eran como yo las veía. Estaba visualizando equivocadamente las circunstancias que me rodeaban, las enfocaba muy estrechamente a causa de mi depresión. Me levanté entonces de la silla como si hubiera sido impulsado por un resorte, y a partir de ese momento, sin dejar de disfrutar cada día, me decía:

--En algún lugar se halla mi nuevo amor ¿quién será y qué estará haciendo en estos momentos?

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