Ni concisión ni claridad

Ni concisión ni claridad

Ser claro y conciso son dos conceptos que caminan indisolublemente unidos como verdad indiscutible e indiscutida. Pero la claridad y la concisión no tienen relación con aquello de “lo bueno, si breve, dos veces bueno” que llevamos grabado a fuego y que, en tiempos de fugacidad auspiciada por las plataformas tecnológicas de turno, es casi ya un mandamiento inexcusable. Los tiempos y espacios comunicativos, bien sea por escrito, por audio o por vídeo, se han ido comprimiendo, hasta el punto de que ahora muchas personas multiplican por dos o por tres las reproducciones para que aquello vaya más rápido y nos ocupe menos tiempo. Algo que también ha llegado a los productores de música y artistas, que han sustituido el maxi single ochentero por versiones ultra rápidas, que reducen hasta el par de minutos escasos un tema. Si antes queríamos resarcirnos en un tema musical, alargarnos en él y alargar en su escucha nuestro placer, ahora sucede lo contrario, es en el acto de comenzar y finalizar donde las personas encuentran hoy el gusto.

Cuando la tecnología permite una facilidad de producción y reproducción tan alta, inmediatamente se crean infinidad de ventanas de transmisión de contenido tras las que hay necesidad de facturar, y entonces se fomenta la creación de contenido cada vez más corto, pues es necesario finiquitar la cosa cuanto antes para pasar a la siguiente. Esto no es necesariamente el patrón de comportamiento innato del ser humano, es simplemente que un sistema que necesita de la actividad y la renovación permanente y del cambio incesante para subsistir excita ese instinto. Para ello, se nos llama a funcionar con la emocionalidad irracional a fuerza de exponernos a multitud de estrategias psicológicas que despiertan esa actitud instintiva.

¿Qué sucede entonces? Que nuestra forma de consumir y de deglutir la información y los datos se titulariza y se encoje, queda restringida a un espacio físico minúsculo y a un tiempo hiper fugaz. Pero ¿significa esto que nuestros modos y formas de comunicarnos son más claros y más concisos? En absoluto, sino todo lo contrario.

La gran paradoja de nuestro tiempo es que, cuanto más cortos son los mensajes que consumimos, y cuanta más demanda hay de ello, menos concisos y claros somos. No en vano, solo hemos de ver la incesante invocación del pensamiento crítico como remedo para combatir nuestra falta de claridad y de entendimiento de lo que se nos comunica. Cuando se dice que “lo bueno, si breve, dos veces bueno” hay que saber qué es lo que hoy en día se considera bueno. Y lo que hoy se dice bueno es aquello que se hace viral, que se expande y consume rápido para permitirnos pasar a otra cosa. Lo que nos hace reflexionar, comprender y mantenernos estáticos frente al consumo irrefrenable de contenidos no es bueno porque ni se reenvía y propaga como debe, ni tampoco nos lleva a deglutir contenidos como si no hubiera un mañana.

La concisión lleva siempre aparejada la claridad porque requiere de un tiempo amplio y profundo de reflexión que permita identificar los puntos fundamentales que se deben comunicar, y conduce a organizarlos de tal manera que, en corto espacio de tiempo, sean suficientemente entendibles y claros. ¿Ocurre esto con el contenido que considera que lo bueno es un consumo rápido, expandible y olvidable? En absoluto. Incluso son objetivos contrapuestos. Lo conciso es claro y busca permanecer un tiempo, favorecer la reflexión del individuo y guiarle para que vaya al punto exacto y profundice. Lo corto de hoy en día no es conciso, porque no posee ni tiempo ni voluntad, ni tampoco ‘mercado’ para serlo. Lo conciso requiere previamente de un ejercicio de comprensión y reflexión, y posteriormente otro de ordenación y priorización en lo que se ha de decir. Esto significa entender bien tanto el asunto del que se trata con sus ramificaciones, el medio, la persona a la que se comunica y la forma y el lenguaje en que se hace. Todo ello resulta imposible en un mundo de titulares fugaces en el que se prioriza lo corto, que no lo conciso, para que no nos entretenga demasiado a la hora de pasar a otra novedad. Solo así hay negocio, solo así se llenan continuamente las cajas vacías que deben proporcionar dinero.

Lo conciso requiere su propio espacio más amplio, no competir con lo siguiente sino permanecer un tiempo, algo que hoy no prima. No debe extrañarnos entonces que más que concisión y claridad hoy tengamos cortedad y confusión.

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