El partidario de una ideología no busca la verdad, busca tener razón

Por eso defiende a cualquier precio hasta lo indefendible. Y cuanto más se afirma en su posición, más le cuesta retroceder, porque si lo hace se siente un traidor. El que busca la verdad, en cambio, no tiene nada que defender porque no tiene nada que perder. Si está en lo correcto, agradece. Si está equivocado también agradece, porque haber descubierto su error lo acerca más a la verdad, que es su objetivo. No lucha por defender la verdad, porque no es suya, simplemente está a su servicio. 

Seguir una ideología es súper fácil: basta con unirse a otros que militen en la misma ideología y uno ya se siente parte de algo. Se coloca uno en una vereda (con sus compañeros, camaradas, hermanos, o como se llamen), y sabe que del otro lado están “los otros”. Si alguien toca a alguno de los nuestros, todos saldremos a defender la posición. Uno se siente seguro militando en una ideología. El problema es que los mismos aliados se convertirán en enemigos si al sujeto se le ocurre cuestionar algún postulado, o pensar libremente. Esas "traiciones" se pagan caro entre los fanáticos.

Estar ideologizado te hace vivir a la defensiva, la realidad se ve en blanco y negro, y el mundo se divide entre los que están “con nosotros” y los que están “contra nosotros”. Tu gesto se vuelve adusto, tu ceño se frunce y tus puños se aprietan. Buscar la verdad te aclara la vista, relaja tu postura, y te hace amable con todos, porque te hace ver que, en definitiva, los demás, a su manera, también buscan la verdad, aunque errando el método.

Seguir una ideología te hace esclavo. Servir a la verdad te hace libre.