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33     HACER EL AGOSTO

a siega —el agosto—, que antes se hacía a mano, enfrentando al labriego al rigor de la temperatura veraniega, con un sol de justicia, comenzaba a partir de San Juan o San Pedro y podía durar hasta bien entrado el mes de agosto, dependiendo del año. En las casas grandes lo hacían los gañanes, y si se necesitaban se contrataban cuadrillas de segadores temporeros, que se ajustaban por jornadas hasta que terminara la faena, y que además del salario recibían una arroba de vino por semana. Los agricultores modestos se servían de la familia: lo mismo los hombres que los chicos, y también las mujeres. Primero se segaba la cebada y después el trigo.


Segadores
Cuadrilla de segadores temporeros

La jornada comenzaba muy pronto, con el cantar de los gallos, casi sin tiempo de lavarse la cara. Rápido había que preparar el hato y salir sin haber aún amanecido, con el cálculo hecho de llegar al aza al empezar a despuntar el día.

El hato lo formaban tarteras o merenderas de aluminio si llevaban la comida hecha, pucheros de barro y sartén o perol para cocinarla en el campo, alcuzas para el aceite, cuernos para la sal, saquillos de tela con el pan o cualquier otra vitualla, una castaña o botijo para el agua además de una pequeña cuba (se bebía en grandes cantidades para combatir el calor y la deshidratación), tonelillo o bota del vino o bombona, cucharas y la navaja siempre en el bolsillo.


A la siega en burro
A la siega en burro

A la siega en carro
A la siega en carro

Las hoces se llevaban forradas con tiras de trapo para protegerlas y protegerse de ellas. La zoqueta era una pieza de madera, atada a la muñeca, que resguardaba la mano contraría a la de la hoz: se metían en ella los dedos meñique, corazón y anular y quedaban fuera el índice y el pulgar. Y estaban los dediles, generalmente de caña, que se colocaban en cada uno de los dedos. Y de esta manera, en una mano la hoz y en otra la zoqueta, todo el día encorvados, manojo a manojo, se trataba de ir cortando la paja con las espigas en el extremo, procurando dejar poco rastrojo.


Hoz y zoqueta
Hoz y zoqueta

Los segadores trabajaban en cuadrilla, poniéndose unos al lado de otros, avanzando al mismo tiempo. La mies segada se iba amontonando y cuando había suficiente se ataba y se forma un haz. Los "ataeros", de tomiza de esparto, se llevaban sujetos a la cintura, para que fuera fácil ir cogiendo uno tras otro. Así, los haces se dejaban donde se formaban para después llevarlos a la era a trillar.


Haces de mies
Haces de mies

Segadores
Segadores en Criptana. Años 50. Al fondo, el cerro de la Virgen

Para guarecerse del sol se ponían grandes sombreros de paja, por encima del pañuelo de hierbas anudado a la cabeza. Las segadoras, si las había, para conservar la piel blanca, que entonces era tremendamente valorado, iban cubiertas de arriba abajo con pantalones y con sayas, y se colocaban un pañuelo debajo del sombrero, doblado por la frente y por la barbilla y atado por detrás del cuello. Solamente se les veían los ojos y raramente la nariz.


Segador
Segador. Campo de Criptana. Años 50. No falta detalle: la hoz, la zoqueta, Un dedil...

A media mañana, para reponer fuerzas, se hacía un alto en la siega para abrir las merenderas y tomar el almuerzo. Más adelante, un receso para beber agua, secarse el sudor y descansar unos minutos. Y cerca del mediodía, una vez que se había segado otro rato, se tomaba el guiso que se llevaba y se había calentado o que allí mismo se había cocinado, todo en un ambiente de sofocante calor, pues el sol quemaba, la lumbre abrasaba y el aire estaba ausente.

La bota de vino no faltaba, incluso se bebía entre comidas para refrescar la boca, primero un trago de vino, después otro de agua del botijo. Se tenían en un hoyo, bien regado y con una manta por encima para guardar el frescor.


Preparando unas gachas para los segadores
Preparando unas gachas para los segadores

Después de una incómoda y corta siesta, con la tierra ardiendo y el sol tan vertical que el propio cuerpo no hacía ni sombra, vuelta al tajo, merienda, siega de los últimos surcos y recogida del hato hasta el día siguiente.

Si el calor era malo, peor las tormentas. Si habían respetado la cosecha, el peligro, aunque menor, no desaparecía hasta que el grano no estuviera en las cámaras y la paja en los pajares. Cuando aparecía un nublado de mal presagio, se rezaba a Santa Bárbara y se tiraban piedras en todas las direcciones para alejarlo. Estas piedras se recogían en Semana Santa, el Sábado Santo, cuando tocaban a Gloria.

Acabada la siega, lo siguiente era transportar todos los haces de mies a las eras en carros y mejor en galeras (luego remolques), con más capacidad, que incluso aumentaba con el meriñaque, un suplemento con palos que se colocaba sobre los varales y agrandaba el ancho y la altura de carga. La labor era ardua, había que ser experto y al menos se necesitaban dos personas, una abajo, que con la ayuda de una horca o cargador echaba los haces, y otro arriba que los colocaba. Importante era atar al meriñaque y alrededor de toda la galera haces en posición vertical y con las espigas hacia abajo, los "perendengues", que sujetaban las primeras capas de carga y luego el resto, con las esquinas bien formadas y todo sujeto con sogas para que no cimbrease y se viniera abajo. Era un espectáculo ver las galeras cargadas de mies hasta arriba, en aparente difícil equilibrio. Y más el día de la Virgen del Carmen, el 16 de julio, que salían en la procesión, incluso sobrecargadas, para presumir y rivalizar delante de todo el pueblo.


Acarreo de la mies
Criptana. 1932. Galera llegando a la era y preparada para salir en la procesión de la Virgen del Carmen. Mayoral: Julián Leal
Manzaneque; ayudaor: Ángel Sánchez Rojo; Zagal grande: José María Leal Manzaneque; zagal chico: Antonio Cruz Lucas

El andar por los caminos era un verdadero estira y afloja con las caballerías, con grave peligro de volcar, que de producirse, provocaba también el de los animales. El riesgo que tenían las mulas de lesionarse en el forcejeo era casi inevitable. Y también el de las personas que intentaban desengancharlas, que se exponían a recibir una coz y quedar malparadas. Si una mula quedaba lisiada era una tragedia, pues la adquisición de un animal suponía un gasto inalcanzable para muchas familias o el endeudamiento para varios años.


Acarreo de la mies
Descargando los haces de mies en la era

En las eras se separaba el grano de la paja, primero trillando y luego "ablentando". En Criptana las había en gran extensión por el Pozo Hondo. Entonces la yesería de Licerio (hoy Mercadona) y las Escuelas del Pozo Hondo eran las últimas construcciones por ese lado del pueblo. También las había al final de las calles del Cristo y de la Virgen, zonas hoy totalmente urbanizadas. A veces estaban separadas unas de otras por parcillas y siempre empedradas para soportar tanto trajín y ofrecer una superficie limpia para mejor recoger el grano. No era raro ver en ellas unos grandes cilindros de piedra, los "rulos", que tirados por una mula se usaban para asentar el empedrado al principio de cada campaña, operación que se podía hacer con un simple pisón si eran pocas las piedras descolocadas. Algunas tenían una construcción muy curiosa y austera, los "cuartillos", de media altura, almenados bastantes de ellos, sin techumbre, y que sólo servían para recoger a las caballerías cuando era necesario quedarse en las eras por la noche... o para que los chicos creyéramos que eran imaginarios castillos que había que conquistar en nuestras interminables correrías.


Eras de Campo de Criptana
Eras de Campo de Criptana

Hablando de chicos, en aquellos tiempos, cuando sólo existía el campo de deportes de la OJE, al final de la calle de Álvarez de Castro o, al lado, el de las Escuelas del Pozo Hondo, las eras constituían el sitio ideal para echar un partidillo de fútbol o para jugar a lo que se terciara.

Prosiguiendo con las tareas en las eras. Tras descargar las galeras y formar una o más cinas, se iban cogiendo los haces de mies por tandas, desatando, y extendiéndolos en círculo con horcas para formar la "parva" y proceder al trillado. En casas con mulas y gañanes suficientes tras los primeros traslados de mies se comenzaba con la trilla, para terminar cuanto antes. Los agricultores modestos, con sólo la familia trabajando, una cosa detrás de la otra.

El primer paso con la parva era "dar pata", haciendo pasar las mulas por encima para que la mies se asentase. Después, trillar.


Dar pata
"Dando pata" con tres mulas y sus trillas enganchadas

Las trillas eran planchas de madera bastante fuerte formada por tablones ensamblados, con la parte delantera curvada en forma de rudimentario trineo. Por la parte de abajo llevaban piedras de pedernal incrustadas que cortaban la paja. La estampa de la trilla era la de la yunta dando vueltas sobre la parva, con un trote corto, y el labrador, de pie, sobre el trillo, con un zurriago que amenazaba sin dar, aunque a veces —cuando el ánimo de las caballerías decaía— sonaba sobre sus lomos. De vez en cuando el peso necesario para moler la paja lo ponían chicos y chicas o incluso críos —era una diversión—, mientras el padre dirigía a la yunta desde el centro de la era.


Trilla
Trilla preparada como objeto de decoración

Trilla
Trillador con la chiquillería montada en la trilla

Según dicen, era costumbre entre los trilladores, para combatir la galbana que entraba por la siesta con toda la chicharrina, el runrún de la trilla y el tintinear de las campanillas de las mulas, espabilarse cantando: “Ya viene la galbana, viene diciendo que (nombre) se está durmiendo”... Y empezaba un “pique” entre unos y otros formando frases tontas:

Por el (sílaba) y a continuación algo que rimara más o menos.
“Por el –in- (nombre) es muy bacín”
“Por el –era- (--) lleva la mosca burrera”
“Por el –ón- (--) es un bribón”
“Por el –eta- (--) tiene cagueta... y con harina de titos se la sujeta”

Cada cierto tiempo había que darle la vuelta a la parva para que la mies que estaba debajo pasase arriba y pudiese ser cortada por la trilla. Esta operación se hacía las primeras veces con la horca; luego se empleaba una pala para poder sacar arriba las espigas que se quedaban pegadas al suelo. Había también unas barras de hierro curvadas que se acoplaban al trillo en la parte de atrás, que realizaban esta función mecánicamente.


Dando vuelta a la parva
Dando vuelta a la parva

Lo último en tecnología en aquellos tiempos era el trillo. Consistía en una plataforma algo elevada que debajo llevaba una serie de filas de discos con cuchillas de hierro. Se hacía pasar por la parva después de la trilla, también arrastrado por mulas, y lograba que los trozos de paja quedaran más cortos. Incluso llevaba un asiento sobre la plataforma.


Trillo
Trillo

Acabado el proceso de trillado se amontonaba la parva (se "allegaba") con la ayuda de un palo de allegar, arrastrado por una o dos mulas y una persona subida de pie encima, el raidor (como el palo de allegar pero en pequeño y con mango) y grandes escobas. La montonera, en forma de pez (y así se llamaba), alargada y no muy alta, se situaba más o menos, perpendicular a la dirección de donde se preveía que iba a venir el viento, normalmente el solano, para proceder al ablentado.


Allegando la parva
Allegando la parva

Ablentar (así se decía, aunque su nombre es aventar) suponía separar el grano de la paja con mucho esfuerzo y la ayuda del viento. Las horas más propicias eran la noche o la madrugada. Se solía dormir en la era para empezar en cuanto el aire empezaba a "rebullir". Un primer gañan, colocado en diagonal al pez, con la horca lanzaba hacia arriba la mies trillada. El viento, entonces, hacia su función: llevaba la paja unos metros, pero dejaba el grano. Pero como algo de trigo se llevaba el aire, un segundo gañan, con ayuda de una pala, volvía a ablentar esa mies para dejar el grano más limpio. Incluso con un tercer gañan, el ablentado rozaba la perfección. El modesto agricultor, o tenía la familia, para ayudarle o apechugaba con todo. La regularidad en la fuerza del viento y la experiencia de los ablentadores, contribuían a poder hacerlo bien. Por el contrario, un viento racheado o cambios de dirección, provocaban que todo se volviera a mezclar.


Ablentar
Ablentando

Ya solo quedaba recoger el grano, cribarlo para que quedara totalmente limpio y echarlo en costales para llevarlo al granero cuanto antes. La paja se amontonaba para llevarla a los pajares.


Recogiendo el grano
Recogiendo el grano

Siempre quedaba algo de granos en el suelo, mezclado con tierra, paja, piedrecillas, así que se barría y se pasaba por un harnero para quitar lo más gordo, obteniéndose las "granzas" o "gorriles" que se echaban de comer las gallinas.

En aquellos tiempos no se conocían otras técnicas; después, cuando se comenzó a evolucionar algo, se comenzó por las aventadoras, que aunque había que moverlas a mano y alimentarlas de parva también a mano, ya no había que esperar a que hiciera viento y se adelantaba mas. Lo siguiente fue cambiarles la manivela por una polea movida por el eje de un tractor o por un motor. La paja salía por la parte posterior y el grano totalmente limpio directamente a los costales.


Ablentadora
Aventadora o ablentadora

Más tarde llegó la segadora, un adelanto enorme, aunque había que trabajar mucho a mano. Luego la trilladora y, posteriormente, las cosechadoras, que prácticamente lo hacen todo y han cambiado por completo con las formas y tradiciones de la siega. Hoy las máquinas dejan el grano en los costales y la paja en grandes pacas para su fácil transporte y comercialización.


Segadora
Segadora

Trilladora
Trilladora

Primeras cosechadoras
Primeras cosechadoras

Antes, la paja era necesaria en todas las casas de labradores para alimentar a las caballerías. Y todas tenían su pajar, en la parte alta, sobre el techo de las cuadras, con una piquera y un gancho, del que se colgaba una garrucha y, tirando con una soga, se subía en una sera. Era la última tarea del "agosto", y para llevarla se instalaban largos palos en los laterales de carros o galeras, y con redes se formaba una especie de bolsa y así se podía llevar más cantidad a un mismo tiempo. Esos días se esparcía un aroma especial, y la paja, que se introducía por todos los recovecos, hacía lucir de festones dorados todos los bordes del pueblo.


Recogiendo la paja
Recogiendo la paja

Subiendo la paja al pajar
Subiendo la paja al pajar

Las
Las mujeres también hacían el agosto

Piquera
Piquera de un pajar

Algunas notas tomadas del estudio sobre la Agricultura Tradicional en Campo de Criptana, publicado por Paco Valera Martínez-Santos en
Agriculturatradicional 3. Francisco Valera