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De la conquista a la Revolución mexicana: cómo el Zócalo de Ciudad de México conserva la identidad de un país

El historiador Benjamin Bross repasa con su libro ‘El Zócalo de Ciudad de México. Una historia de una identidad espacial construida’ los hechos que moldearon uno de los espacios más simbólicos del país

Vista del Zócalo y la catedral de Ciudad de México.
Vista del Zócalo y la catedral de Ciudad de México.Getty Images
Georgina Zerega

El Zócalo mexicano es aquel sitio donde cada día se entremezclan cientos de turistas para sacarse una foto con el olor de la comida que emanan los puestos callejeros, un grupo que protesta a las puertas del Palacio Nacional y cientos de personas que caminan con el paso acelerado para llegar a su trabajo. Detrás de ese pantallazo a la icónica plaza se esconde la historia de un país. El mexicano Benjamin Bross lleva años estudiando la identidad de uno de los espacios más simbólicos de México. Máster en Arquitectura y Diseño Urbano y doctorado en Historia, Bross publica El Zócalo de Ciudad de México. Una historia de una identidad espacial construida (Routledge), un libro que recorre los hechos históricos para entender cómo este espacio ha moldeado al ser mexicano y viceversa.

De los mexicas a la conquista española. O del Segundo Imperio mexicano a la Revolución mexicana. La obra de Bross repasa cómo fueron los inicios de este espacio público que acabó siendo protagonista en la historia de la conformación del país. Cuáles fueron las transformaciones que sufrió a lo largo del tiempo y qué decían del México de cada época. “Cada tiempo tiene su sentido de lugar, aunque sea el mismo espacio. Las transformaciones se han visto tanto por razones políticas o económicas como catastróficas. Pero lo que ha sido impresionante es que desde el período prehispánico a hoy sigue siendo el ombligo de la identidad mexicana”, dice Bross en entrevista por Zoom.

La plaza “es un termómetro del espíritu mexicano”, comenta el académico, actualmente profesor asistente en la Universidad de Illinois (Estados Unidos). Un medidor del ánimo nacional donde se celebra el grito de la independencia cada 15 de septiembre y se llora la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa. “Es adonde vamos a tener la expresión popular del momento sobre nuestras frustraciones y nuestros anhelos”, agrega. La historia dice que si México está bien, el Zócalo está bien. Y que si el país anda mal, puede verse reflejado allí, explica. “Exhibe los síntomas de lo que está pasando. Hay pocos lugares en el mundo que son tan claramente expresivos de lo que pasa no solo en el Estado sino en la sociedad”.

Así fue desde el principio. Un ejemplo para Bross es la destrucción del mercado del Parián, el centro comercial y cultural que había en el Zócalo durante el periodo virreinal, eje de poder económico además de un lugar de reunión para todas las clases sociales. Símbolo remanente del dominio español para el movimiento nacionalista de la época, el mercado fue desmontado en 1843 por un proyecto del Gobierno de Antonio López de Santa Anna. ”Fue indicativo de la decadencia física y estructural de la nación en su momento”, señala el académico. “Habla de un Estado inestable, conflictos internos políticos, una sociedad desesperada que no ha construido una nación. Es la destrucción misma del sentido de un Estado, porque no hay ley, no hay estabilidad, no hay sentido común de ser una nación”. Con el tiempo la plaza se convirtió en el hogar de los símbolos patrióticos.

El primer registro del Zócalo como espacio público viene con los mexicas, explica Bross. “La mayoría de lo que es hoy el Zócalo era el mercado de Tenochtitlán, que se adosaba a la parte sur del Recinto Sagrado. Dependiendo a qué arqueólogo le preguntes, entre el 15% y el 25% del Recinto Sagrado era lo que es el Zócalo y entre el 75 y 85% era el mercado”. Ya en ese entonces tenía un doble uso: por un lado era un espacio divino donde se realizaban ceremonias, y por el otro un sitio de uso común. “Esta expresión espacial es a su vez una continuación de otra civilización”, explica. Ese legado espacial venía de los toltecas, que a su vez la habían rescatado de los teotihuacanos, asegura.

Los rastros de la historia han quedado impregnados en el Zócalo. La arquitectura es quizás quien los deja más visibles. “Los edificios son un testamento, una incorporación física de la historia a través del tiempo porque son producto de su momento, de las inercias y las ideas”. Ni el Palacio Nacional, ni la Catedral ni el Ayuntamiento de Ciudad de México mantienen sus primeras versiones, explica. “El primer Palacio Nacional, que realmente fue la casa de de Hernán Cortés, cambió y se volvió el Palacio Virreinal hacia mediados del siglo XVI. Empieza realmente a tomar mucha de la forma que tiene hoy bajo el Gobierno de Maximiliano I y algunos de los rituales como el grito tienen sus antecedentes en este periodo”.

La primera Catedral, por su parte, se tumbó. “Se construyó otra porque la primera no se consideraba del nivel que tenía que tener para la gran metrópolis”. Y el Ayuntamiento, explica Bross, sufrió varios cambios: “El material original que usaron resultó ser contraindicado y hubo problemas estructurales, entonces tuvieron que reconstruirlo”. Muchas de las estructuras vienen del siglo XVI, dice, pero condensan en sus paredes varios periodos temporales. Una de las últimas renovaciones estéticas, la de los cincuenta, es la que ha dejado del lado oeste del Zócalo rastros de tezontle, una roca volcánica de color rojizo. “En esa época se usó mucho para unificar y homologar la estética, justamente para generar un tipo de neo-mexicanismo”, dice.

El hecho de que se vuelva una explanada y no tenga jardines ni elementos que interrumpan el territorio ha sido fundamental para volverse el lugar donde van a interactuar o protestar los mexicanos, asegura el académico. “Una sociedad tiene que tener espacios donde puede explayarse tanto por lo positivo como por lo negativo, porque son las válvulas de escape que permiten la expresión y la frustración, así como la celebración. Cuando tú le quitas a un pueblo esas válvulas de escape generas represión, no a punta de una bota militar, pero sigue siendo un tipo de represión. Y el Zócalo hace eso para México de una manera que pocas ciudades y pocos países tienen”.

En ese sentido, muestra la fortaleza de la democracia, afirma. “La esfera pública se genera a través de la interacción de la ciudadanía que se expresa a favor o en contra. En el Zócalo a veces se encuentran grupos que no están de acuerdo en el ámbito público, eso es una democracia viva y fuerte”. Allí acampó Andrés Manuel López Obrador en 2006 cuando reclamaba fraude electoral. Allí mismo se manifiestan ahora los grupos que hacen oposición a su Gobierno. El Zócalo con sus protestas, sus puestos, su tráfico infernal, representa las mil caras de México.

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Georgina Zerega
Es reportera en la redacción de México y cubre actualmente la cartera de política. También colabora en la cobertura de Argentina, de donde es originariamente. Antes de entrar al periódico, trabajó en radio y televisión en su país natal.

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