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La magia del laurel: de simbolizar el triunfo en la guerra a completar el sabor de unas lentejas

La planta en la que Dafne se convirtió para librarse del acoso de Apolo ha ocupado un puesto de honor en los jardines mediterráneos y la imaginación de los artistas desde hace siglos

Laurel
Una rama de laurel macho con sus inflorescencias masculinas.Paul Starosta (Getty Images)
Eduardo Barba

La ninfa Dafne corre despavorida, perseguida por un Apolo enamorado. Justo antes de esta carrera desenfrenada, ese dios trataba de convencerla para que su amor llegara a consumarse. La ninfa huye rauda del deseo de Apolo, y este va detrás de ella. La imagen no puede ser más perturbadora, o sí. Porque, como por un encantamiento, y ante la plegaria de Dafne para que su padre la librara del acoso del dios, esta se transforma en un laurel (Laurus nobilis). Ovidio, en sus Metamorfosis, narra que, entonces, “su esplendente belleza es lo único que de ella queda”, refiriéndose a la planta resultante. Desde ese momento, Apolo elegiría esta planta como atributo: “Está bien, puesto que ya no puedes ser mi esposa, al menos serás mi árbol”. Y lo consagra para que sean sus ramas y hojas las que guarnezcan su cabeza a modo de corona. También estipula que este adorno simbolice el triunfo en la guerra. Además, las coronas de laurel pasarían a celebrar desde los tiempos clásicos la virtud de los poetas o las victorias en las competiciones deportivas, aparte de ser un atributo de la paz o la recompensa por el esfuerzo empleado.

Con esta leyenda, la mitología griega regaló a la imaginación de los artistas de todas las épocas un motivo para superar las más altas cotas de maestría. Abundan las versiones, y muchos museos de arte cuentan con alguna representación de este mito. Pero en la mente de cualquier amante del arte aparece de inmediato una escultura: el Apolo y Dafne del italiano Gian Lorenzo Bernini (1598 – 1680), en la Galería Borghese de Roma. Bajo el mármol del artista barroco todavía fluye la sangre, transfigurada en savia, de la ninfa, cuyas extremidades se metamorfosean delante de los ojos del espectador en raíces, tronco y ramas adornadas por sus correspondientes hojas.

La escultura de Bernini en la Galería Borghese de Roma, que muestra el preciso momento en el que Dafne se transforma en un laurel.
La escultura de Bernini en la Galería Borghese de Roma, que muestra el preciso momento en el que Dafne se transforma en un laurel.Stefano Montesi - Corbis (Getty Images)

El laurel ha ocupado un puesto de honor en los jardines mediterráneos desde hace siglos, lugar del que todavía no ha bajado. Con esta planta —sagrada para griegos y romanos—, de nuevo nos encontramos con una especie que es difícil no encontrar en cualquier jardín, tanto públicos como privados. El hecho de ser una planta perenne, que además resiste muy bien las podas, le ha otorgado cometidos como el de generar setos, tanto de alturas medias (a partir de un metro) como altas (a partir de dos o tres metros).

También hay laberintos que se han plantado con esta especie, así como formas geométricas de todo tipo, al ser adecuada para el arte topiario. Su afectación por la plaga de la psila del laurel (Lauritrioza alacris) ha provocado que su uso esté en una ligera regresión, ya que el insecto deforma los bordes de las hojas al alimentarse de su savia. Afortunadamente, la inquieta y voladora psila cuenta con depredadores naturales que libran al laurel de sufrir de sus innumerables picotazos.

Frutos en distintas fases de maduración de un laurel hembra.
Frutos en distintas fases de maduración de un laurel hembra.Eduardo Barba

Esta planta leñosa, que puede medir hasta 10 metros de altura, presenta cada sexo en pies distintos, por lo que unos ejemplares son de laurel hembra y otros, de laurel macho. El acervo popular suele decir que es la hembra la que produce el mejor aroma para condimentar los platos de cocina, pero es algo de lo que se puede dudar. Lo que sí es cierto es que la fragancia de una de sus hojas frescas partida por la mitad es una delicia para disfrutar con los ojos cerrados, y que sería impensable imaginar los guisos de lentejas sin el condimento de esas hojas.

La dureza de este vegetal de origen mediterráneo es proverbial, ya que puede rebrotar desde su cepa después de sufrir un incendio; pero le afectan las heladas extremas ―como ocurrió en la famosa tormenta Filomena, en Madrid, de 2021―. Aunque el laurel estaría libre de ser alcanzado por otras desgracias, como un rayo, puesto que en la Antigüedad se pensaba que era una planta protectora frente a estos fenómenos meteorológicos, por lo que los romanos lo plantaban cerca de sus casas.

Bajo los laureles femeninos se pueden encontrar sus pequeñas plántulas, germinadas fácilmente al caer sus frutos, lo que, quizás, anime a recolectar unas pocas semillas para sembrar esta especie en unos tiestos. Cuando germinen, se pueden regalar a amigos y familiares para desearles todo lo bueno que conlleva el laurel y su historia milenaria.

Sobre la firma

Eduardo Barba
Es jardinero, paisajista, profesor de Jardinería e investigador botánico en obras de arte. Ha escrito varios libros, así como artículos en catálogos para instituciones como el Museo del Prado. También habla de jardinería en su sección 'Meterse en un jardín' de la Cadena SER.

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