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El misterio subterráneo entre los 13 kilómetros de cavidades del Pozo Azul

Un lago de Burgos, con decenas de kilómetros entre cuevas, atrae a espeleólogos internacionales

Pozo Azul de Covanera (Burgos). Fotos cedidas por Delfín Club Burgos.
Pozo Azul de Covanera (Burgos). Fotos cedidas por Delfín Club Burgos.Pedro González - Delfín Club Burgos
Juan Navarro

Qué fría está el agua. Da igual la época del año: meter la pezuña en el Pozo Azul de Covanera (Burgos, 20 habitantes) supone que enseguida los deditos se queden blancos. Por eso para sumergirse de verdad en esas cristalinas aguas hace falta un buen equipo de buceo si se pretende pasar más de dos minutos de chapoteo. La superficie apenas consta de unos metros de largo y de ancho pero la gracia de este lugar se encuentra bajo tierra: bajo esa primera capa de agua se abre una indescifrable selva de cavidades, misterio irrenunciable para los más conocidos espeleólogos y aventureros del mundo. Las exploraciones han permitido recorrer más de 13 kilómetros de túneles en expediciones de más de una semana de duración. El pozo, no apto para meros aficionados, genera un interés internacional en busca de las respuestas aún negadas por las cavernas inundadas.

La boca de los secretos se encuentra a unos minutos de Covanera, una coqueta localidad contigua al río Rudrón en el norte de Burgos. El atractivo de Orbaneja del Castillo, Sedano o los dólmenes del entorno han puesto en el mapa unos rincones glosados por las obras de Miguel Delibes y donde las inmersiones han tomado protagonismo gracias a los enigmas de la cavidad. Quienes llamaban loco a Carlos Pino cuando se empeñó en crear un club de buceo en Burgos no imaginaban la locura subterránea que esconde el Pozo Azul. Este burgalés, de 61 años y 37 entre neoprenos y bombonas, sigue asombrándose cuando los más expertos buceadores desentrañan secretos de cavidades ignotas. “Lo más característico es su longitud, son unos 14 kilómetros de túneles”, explica, con frecuentes cambios de nivel, profundidades de hasta 70 metros y áreas no inundadas donde los especialistas asientan sus campamentos cuando se adentran en la oscuridad durante días.

Estas inmersiones las dejan para los expertos, pues ellos prefieren guiarse por la prudencia y limitarse a una zona más manejable. “Hemos puesto un cartel a unos 50 metros de profundidad pidiendo no avanzar más porque la gente no está preparada, los especialistas en buceo técnico hacen mucho más pero nosotros damos paseítos, hacemos prácticas, pero somos más aficionados que exploradores”, destaca Pino, encantado por el belén submarino que colocan allí cada Navidad. Hace unos años un joven murió entre esas cavidades tras adentrarse con tres colegas. Los cuatro iban “con un equipo de buceo autónomo deportivo, normal, como de playa”. El grupo armó “una polvareda de tres pares” y, tras desorientarse, uno se desnortó. Los rescatadores tardaron tres días en hallarlo: se encontraba en lo alto de una cueva inundada. Los buzos pasaban por debajo y solo al mirar hacia arriba lo vieron.

Un grupo de buzos profesionales durante una inmersión en el Pozo.
Un grupo de buzos profesionales durante una inmersión en el Pozo. Delfín Club Burgos

Las grutas atraen a espeleólogos aficionados de toda España. La mayoría son responsables, pero siempre hay algún incauto a quien le dicen: “Chico, ¿dónde vas con ese equipo?, os vais a matar”. “Van los que saben, pero la curiosidad mató al gato”, reflexiona Pino. Sus compañeros, cuando se topan con alguien poco preparado, se sumergen con él para evitar sustos. El burgalés insiste en la precaución para que no suceda como en una cueva de Soria, donde varias muertes y percances han obligado a la Junta de Castilla y León a poner cámaras y exigir permisos para adentrarse.

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Las intentonas aficionadas, mejor excusa imposible para justificar sus quedadas para comer después de sumergirse, se quedan en niñerías en comparación con el despliegue de los grandes aventureros atraídos por el Pozo Azul, denominado así por los juegos cromáticos del lugar y sus rocas. Hay momentos donde allí hay casi más personas que el censo de Covanera, como cuando el equipo del inglés Jason Mallinson anda cerca. Este aventurero y experto espeleólogo y submarinista saltó a la fama cuando en 2018 rescató a 12 niños y un adulto de una caverna de Tailandia donde quedaron atrapados. El episodio dio prestigio general a una institución en el buceo y el descubrimiento de galerías subterráneas como las burgalesas. “No recuerdo exactamente cuántas veces he bajado al pozo, unas 20 desde 2001″, estima Mallinson, atraído por una “longitud” que él ha contribuido a aproximar. En sus primeras andaduras pasaba solo unas horas pero, tras ir descubriendo más parajes, en la última expedición él y sus compañeros invirtieron más de una semana nadando y reptando. Con ellos llevaban una especie de torpedo para avanzar cuando el espacio lo permitía, ropa de repuesto, sacos de dormir, avituallamiento y fuentes de calor contra la hipotermia. El británico ha sufrido los rudimentos del pozo y, pese a ello, sigue planificando más visitas. Hace unos años tuvo un problema con los sistemas de gas y oxigenación y anduvo cerca de quedarse sin aire, pero estas experiencias lo alimentan: “Es un viaje duro y me pienso si volver, pero intento entender qué ha pasado y si lo puedo solucionar”.


Una de las más recientes actividades en el Pozo en temporada de Navidad.
Una de las más recientes actividades en el Pozo en temporada de Navidad. Pedro González - Delfín Club Burgos

La aventura supone enfrentarse al frío, a lo desconocido y a rocas afiladas capaces de dañar sus trajes y complicarlo todo. Covanera atrae irremediablemente a Mallison, ansioso por encontrar el final de tanto túnel. De momento ha constatado los 11 kilómetros confirmados del Pozo Azul, si bien los capilares más estrechos y las intrincadas vías invitan a pensar en mucha más distancia. Para ello necesitarán paciencia y “avanzar muy despacio para evitar riesgos”. Para 2024, o 2025 si el calendario lo impide antes, planean nuevas inmersiones. Es curioso pensar que quizá algún senderista o mero paseante tiene bajo sus pies, a decenas de metros, a un equipo de espeleólogos empeñados en hacer historia.

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Sobre la firma

Juan Navarro
Colaborador de EL PAÍS en Castilla y León, Asturias y Cantabria desde 2019. Aprendió en esRadio, La Moncloa, en comunicación corporativa, buscándose la vida y pisando calle. Graduado en Periodismo en la Universidad de Valladolid, máster en Periodismo Multimedia de la Universidad Complutense de Madrid y Máster de Periodismo EL PAÍS.
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