Como fuera de casa
Echaremos de menos abandonarnos a una siesta amodorrante e involuntaria, a sabiendas de que nos vamos a achicharrar
Vale, puede que la semana pasada se me fuera un poco la mano enumerando todas esas pequeñas cosas que convierten las ansiadas vacaciones en una enorme decepción. Y es que siempre se necesita un tiempo de adaptación, incluso para apreciar lo bueno. Por eso, donde dije digo, digo Diego, y, citando a un insigne actor del cine español al que le encantaba zascandilear por el Café Gijón, rectifico. Del Como en casita de uno de mi anterior columna paso al Como fuera de casa, en ningún sitio. Estas son las cosas que echaremos de menos cuando volvamos a nuestras antiguas vidas sin mosquitos.
La cabeza debajo del agua.
Los pies abrasados en la arena por la ruta hacia el chiringuito.
Una cervecita bien fría (Mario, esta va por ti).
Abandonarnos a una siesta amodorrante e involuntaria, a sabiendas de que nos vamos a achicharrar.
Los críos que ven el mar por primera vez.
Los críos frescos como lechugas hasta las dos de la mañana, siempre que sean los críos de los demás.
La piel dorada.
La brisa tras la canícula.
El teléfono olvidado en el fondo del cesto, bajo una bolsa de fruta un poco aplastada. Todo da igual.
La lectura reposada.
El horizonte azul.
Un velero a lo lejos, con la mayor y el foque bien hinchados por el viento.
Las hortensias en el norte. Las buganvillas en el sur.
Noches con velas y risas.
¡Ay! Solo de pensar que para esto tenemos que esperar otro año estaríamos dispuestos a ofrecernos en sacrificio, y con la luz encendida, a una bandada de mosquitos sedientos de sangre. Solo porque durara un poquito más.