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¿Existe el verdadero altruismo? Los secretos de la naturaleza para hacernos menos egoístas

Un estudio con ratones revela que el comportamiento altruista no es innato, sino aprendido por la experiencia

Altruismo
Un hombre ayuda a otro mientras hacen senderismo.NATHANAEL KIEFER (Getty Images/iStockphoto)
Ignacio Morgado Bernal

Para el común de los mortales, el altruismo es un comportamiento que implica algún tipo de cesión o sacrificio personal en beneficio de otros, sin esperar nada a cambio; algo que parece contradecir las ideas darwinianas del egoísmo y la selección de los más fuertes como motores de la supervivencia y la evolución. Los biólogos, por tanto, intentan explicar el altruismo considerando que tiene lugar sobre todo en el seno de las familias, donde el sacrificio de un pariente (cediendo, por ejemplo, un riñón) ayuda a la supervivencia de otro miembro de la misma familia.

Otra explicación es el altruismo recíproco, es decir, hoy por ti, mañana por mí. Te doy el dinero que necesitas esperando que tú hagas lo mismo conmigo cuando yo lo necesite. Pero la conducta que beneficia al otro sin que haya reciprocidad es más difícil de explicar. ¿Acaso siempre hay algún tipo de reciprocidad oculta y, en realidad, un verdadero altruismo, tal como solemos definirlo, no existe?

Tratando de hallar la respuesta a ese interrogante, un equipo de investigadores de la Universidad de Milán y otros centros de investigación italianos han llevado a cabo un extenso trabajo de exploración de la conducta y el cerebro altruista en ratones, mamíferos como nosotros, con resultados tan llamativos como interesantes, recientemente publicados en Nature Neuroscience.

Su escenario experimental consistía en dos compartimentos adyacentes separados por una mampara transparente. En uno de ellos un ratón (actor) podía introducir su nariz en dos agujeros diferentes. Cuando lo hacía en uno de ellos recibía una dosis de comida él solo (elección egoísta). Cuando lo hacía en el otro agujero, tanto él como otro ratón (receptor), al que podía observar a través de la mampara en el compartimento adyacente, recibían una dosis de comida (elección altruista). O pido comida solo para mí, o la pido para los dos, podríamos decir, tratando de indagar en la mente y conducta del ratón actor.

Con los sucesivos ensayos y siempre que había un ratón receptor al otro lado de la mampara los ratones actores desarrollaron una fuerte preferencia por una de las dos opciones, altruista o egoísta. Los ratones machos mostraron mayoritariamente una preferencia altruista, mientras que los ratones hembras tuvieron un comportamiento altruista o egoísta al 50%. Pero todas esas preferencias perdieron fuerza, es decir, dejaron de desarrollarse cuando al otro lado de la mampara en lugar de otro ratón lo que había era un objeto inanimado, o cuando entre ambos compartimentos se interponía una barrera opaca. Sorprendentemente, todo eso parecía indicar que la conducta preferente de los ratones actores, fuera egoísmo o altruismo, era motivada por razones sociales, es decir, por la presencia de otro ratón, pero no de un objeto, en el compartimento adyacente.

Pero esa no fue la única sorpresa, porque también se observó que la elección altruista (comida para ambos ratones) fue mayor cuando el ratón receptor era familiar y había estado en contacto con el ratón actor antes del experimento. El contacto social, por tanto, desarrolló la conducta altruista de los ratones. Además, los machos continuaron teniendo conducta altruista incluso cuando aumentó el requerimiento (hasta seis incursiones en el agujero) para obtener la comida. Las hembras también la mantuvieron, aunque algo menos.

Con todo, lo que más llamó la atención de los investigadores fue que la elección altruista de los ratones continuó cuando la comida suministrada iba solo al receptor y no al actor, lo que significa que la comida no era necesariamente la motivación del actor, pues había algo más. Y si el ratón receptor no estaba previamente privado de comida, la elección altruista del ratón actor también disminuyó, como si su objetivo, permítaseme decirlo, fuera alimentar al hambriento. Una motivación social, en definitiva.

Esos resultados también indicaron que el comportamiento altruista de los ratones no era innato, sino aprendido por la experiencia, es decir, por aprendizaje reforzado (condicionamiento operante, en el lenguaje de la psicología experimental), por lo que los investigadores acabaron preguntándose si ese comportamiento, socialmente recompensado, era o no un verdadero altruismo. En realidad, nosotros los humanos también resultamos socialmente recompensados cuando, por ejemplo, damos dinero a un pobre o cedemos el asiento a una persona mayor.

Altruismo y corteza cerebral

Por otro lado, como los estudios con resonancia magnética funcional han mostrado que cuando los humanos tomamos decisiones altruistas pueden activarse zonas de nuestro cerebro como la corteza prefrontal o la amígdala, los investigadores italianos estudiaron también si algo parecido podía ocurrir en el cerebro de los ratones. Efectivamente, así fue, pues mediante modernas técnicas de registro observaron que las elecciones altruistas de los ratones se acompañaban de un aumento de la actividad de las neuronas de su amígdala basolateral, cosa que no ocurría cuando las elecciones eran egoístas. Además, la supresión de esa actividad en la amígdala de los ratones mediante técnicas quimiogenéticas redujo las elecciones altruistas cuando los ratones estaban adquiriendo una preferencia, es decir, durante el tiempo de aprendizaje. Parecía, en definitiva, que el aumento de actividad de las neuronas de la amígdala podría ser el responsable del establecimiento de las preferencias altruistas de los ratones.

Si así fuera, ¿cómo esas neuronas lo consiguen? Al parecer, actuando sobre la corteza cerebral, pues cuando los investigadores inhibieron la actividad de las neuronas que proyectan desde la amígdala a la corteza cerebral prelímbica de los ratones, cayeron las preferencias y disminuyeron las elecciones altruistas. En contraste, la inhibición de las neuronas contrarias, las que van de la corteza cerebral a la amígdala, incrementó el número de elecciones altruistas en los ratones actores, como si la corteza cerebral dijera al ratón: “Seamos altruistas, que eso es bueno”.

Muchos de los resultados obtenidos por los investigadores italianos son susceptibles de interpretaciones diversas y alternativas, pero si los extrapolamos a nosotros los humanos (con un cerebro también de mamífero, aunque más evolucionado que el de los ratones), dejan entrever al menos dos cosas importantes. Una es que todo comportamiento altruista (o aparentemente altruista) podría ocultar alguna gratificación o recompensa de carácter emocional (cuando somos generosos, nos sentimos mejores personas) o social (cuando los demás perciben nuestra generosidad, nos valoran más). La otra conclusión es que ese tipo de conducta resulta siempre, como era de esperar, de una interacción entre las regiones emocionales (amígdala) y las regiones racionales (corteza) del cerebro.

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Ignacio Morgado Bernal
Es catedrático emérito de Psicobiología en el Instituto de Neurociencia y en la Facultad de Psicología de la Universidad Autónoma de Barcelona

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