Quizás no le pida la renuncia ahora, pero Izkia Siches no durará mucho más en el gabinete. No tiene la estatura para desempeñarse como la principal ministra política, jefa de gabinete y a cargo de la seguridad del país. Tiene otras cualidades: es desinhibida, divertida y espontánea (amamanta y se saca leche frente a las cámaras). Pero le faltan justamente las aptitudes para desempeñar el cargo de vicepresidenta con responsabilidad y autoridad.

Es irónica y desafiante cuando se plantea como una irrupción diferente a los “hombres blancos y conservadores” en el poder. En 2019 se describía como “joven, de izquierda, morena, achinada, educada en un colegio picante que nadie conoce”. Como presidenta del Colegio Médico hizo la vida imposible a las autoridades del gobierno y de salud (los tildó de “infelices”), criticando desde su inicio el Plan Paso a Paso (que ahora elogia este gobierno). Llamaba a marchar masivamente el 8 de marzo de 2020 y diez días después exigía una cuarentena nacional. En mayo de ese año advirtió desde el palacio de La Moneda que no habría bolsas para meter los muertos ni dónde enterrarlos y en abril del año pasado exigía un “cortacircuito epidemiológico” para frenar la pandemia. El gobierno no escuchó y el Covid 19 casi desapareció sin ninguna clausura total. El día de la segunda vuelta denunció una “operación del gobierno de limitar el transporte público” para que ganara José Antonio Kast.  

Ella no ha cambiado y por su historia es la misma. El que se equivocó es el Presidente Boric que la puso en Interior, en parte porque Giorgio Jackson no quería quemarse en ese cargo, que como oposición amenazaron durante toda la era de Piñera, y también porque creyó que ella había contribuido a que ganara la elección, sin calibrar otros factores como los decisivos. De manera que todos sus errores en menos de un mes de la nueva administración no debieran sorprender a nadie ni menos estar buscando culpables entre sus subordinados (la funcionaria con más de 20 años en el Servicio de Migraciones). 

Aunque salva ahora, Siches no aprende. Pidió perdón a Argentina por usar el término Wallmapu, que incluye territorios transandinos, pero lo usó esta semana en el Congreso. Y si le piden no hablar de “presos políticos”, porque existe un poder judicial independiente en Chile, no se amilana después en acusar que la justicia es clasista (salva sólo a los rubios con apellidos de Las Condes) y racista (en contra de los mapuches). 

Podrían tolerársele todas sus improvisaciones (como el viaje a la Araucanía o, la última, denunciar un vuelo con extranjeros que tuvo que devolverse), pero ello no altera la gravedad del tono soberbio con que se plantea. Respecto a la denuncia que hizo ante los diputados sobre el vuelo frustrado con migrantes, repitió tres veces que era algo “gravísimo”, una “chambonada nacional” y se permitió ironizar con “felicitaciones al gobierno anterior porque tuvo la capacidad de tapar todo esto con tierra, ¡no sé cómo!”. Hasta a la prensa le llegó.

Por último, sería tolerable tanta improvisación y falta de responsabilidad con el ejercicio de su cargo si en paralelo hubiera ofrecido un plan eficaz para enfrentar el principal problema del país: el orden público y la seguridad. Pero ha hecho todo lo contrario, limitándose a hablar del diálogo como si éste fuera la solución, que además no le aceptan los grupos subversivos mapuches. Y en paralelo, ha retirado el estado de excepción en el sur y también a los abogados que alegan las causas por los delitos  en esa Macrozona, lo mismo que hizo respecto a quienes defienden a los imputados en causas de la revuelta social. Hoy no es raro, entonces, ver más violencia en el sur, y que los desmanes continúen en las Zonas Cero. 

Con Siches a cargo de la seguridad, podemos dar por sentado que el Estado seguirá retrocediendo en su principal deber, que es brindar seguridad y protección a los chilenos.

*Pilar Molina es periodista.

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