Así hablamos los alcarreños

75712_3

 …brazada, bramante, cagarra, cagarruta, carcañal, capar, catar, ceporro, cendajo, cencerro, chito, chivita, cuchurrío, despotricar… términos serranos recogidos por José Antonio Alonso en su libro de referencia del habla de los serranos de Guadalajara.

Por Ana García. (*)

Cuando Gloria Magro me propuso colaborar en un artículo sobre el uso que los alcarreños hacemos de nuestro idioma, el proyecto me pareció interesantísimo como empedernida amante de las palabras que soy. Ahora bien, le advertí que la tarea de recoger ese uso no sería fácil ni rápida, pues la labor requiere un exhaustivo trabajo de campo en el que ir recogiendo, de primera mano, todas esas expresiones que nos identifican. Sin embargo, intentaremos mostrar aquí un nutrido ramillete de términos que nos permitan disfrutar y conocer mejor nuestro maravilloso vocabulario.

El habla es un sistema lingüístico propio de una comarca, localidad o colectividad y nosotros nos centraremos en el habla de la Alcarria. Nuestra variedad realmente no difiere mucho de la lengua de la que procede, el español, que goza de una maravillosa salud, una envidiable vitalidad y una amplísima difusión, gracias, dicho sea de paso, a la magnífica labor de prestigiosas instituciones como el Instituto Cervantes o la RAE. Además de vitalidad, el español, tiene una indiscutible unidad, tanto es así que cualquier hablante de español, sea cual sea su origen, podría entenderse con otro interlocutor de una variedad dialectal diferente a la suya.

El español tiene dos grandes variedades dialectales: el español que se utiliza en la Península y Canarias y el español que se habla en América. Pero dentro de la Península, hay que distinguir a su vez entre variedades septentrionales o norteñas y variedades meridionales o del sur. Todo el mundo sabe que en el sur hablan distinto, son de sobra conocidos rasgos como el seseo o el ceceo de los andaluces; pero la variedad norteña, en contra de lo que pudiera parecer, presenta también múltiples peculiaridades idiomáticas según las zonas. Nosotros, los alcarreños, estaríamos incluidos dentro de la variedad norteña central que geográficamente coincide con Castilla-León, la Comunidad de Madrid y nuestra querida Alcarria y que se extendería por toda Castilla La Mancha. Pero los límites de esta variedad, en realidad, son bastante imprecisos, ya que por ejemplo los manchegos (sobre todo en el sur de Ciudad Real y Toledo) reciben influencias de las variedades meridionales (sirva como ejemplo la aspiración de la –s implosiva, esa por la que tanto han imitado a José Bono). También estamos cerca de Aragón, con lo que nos vemos influidos por la forma de hablar de nuestros vecinos. Escuchen con atención a los habitantes del señorío de Molina de Aragón y verán.

Son rasgos lingüísticos de la variedad norteña central, que encontramos en Guadalajara: el leísmo (“le llamé”, “le regañé” en lugar de lo llame y lo regañé), el laísmo y el loísmo; la relajación o incluso la pérdida de la -d intervocálica (“comprao” en lugar de comprado ); la pronunciación fuerte de la -d final de palabra [Madriz]; el uso descuidado de lo que se denomina –s analógica en la segunda persona del singular del pretérito perfecto simple (“comistes”); el también incorrecto uso del infinitivo en lugar del imperativo (“Salir todos de aquí” en lugar de salid) y la adaptación o la relajación fonética (“setiembre” en lugar de septiembre).

Pero en nuestro uso del idioma, además de la zona geográfica a la que pertenecemos entran en juego factores sociales como el nivel cultural, el nivel de estudios, el sexo, la edad, la profesión, etc. Y todavía existen otros factores a tener en cuenta, los que afectan al uso del lenguaje según la situación comunicativa, ya que el hablante usa la lengua de forma distinta dependiendo de con quién esté hablando en cada momento y de dónde se está produciendo dicha comunicación. Y tras esta pequeña introducción técnica metámonos en harina, vayamos a lo que nos interesa y comprobemos cómo hablamos los alcarreños. ¿Mejor o peor que los de Valladolid? ¿Más fino que los salmantinos? ¿Parecido a nuestros vecinos madrileños? Juzguen ustedes mismos después de leer lo que sigue. En mi opinión, no nos defendemos nada mal aunque podríamos ser algo más cuidadosos con la lengua de Cervantes.

Empezaré haciendo referencia a algo que, a buen seguro, muy pocos conocen, la mingaña Muchos se preguntarán ¿Qué es la mingaña? ¿Alguien lo sabe? Para los que no lo hayan oído nunca, la mingaña era una variedad de habla que usaban los esquiladores de ovejas y que aún hoy se conserva en algunos pueblos de nuestra geografía, en el Noroeste, fundamentalmente en Milmarcos y Fuentelsaz porque, afortunadamente, la hablan todavía algunos de sus mayores y porque están intentando que no se pierda con la publicación incluso de un diccionario. La mingaña, se utilizaba con la finalidad de que los esquiladores (burrofacheros) no fueran entendidos por los dueños del ganado cuando hablaban entre ellos de sus cosas, de sus intenciones. En realidad “mingaña no es otra cosa que la contracción de “me engaña”.

Sigamos nosotros el ejemplo de los habitantes de estos pueblos e intentemos conservar nuestras peculiaridades lingüísticas conociéndolas y dándoles el valor que se merecen, compartiéndolas con los demás, olvidándonos de pretensiones científicas y teniendo como objetivo divulgar, de alguna forma, este tesoro cultural que son nuestras expresiones, nuestro particular palabrerío.

A continuación citaré algunas de las palabras y expresiones más extendidas por la provincia. Algunas son más comunes en el campo que en la ciudad, pero estoy convencida de que todos vamos a identificarlas o a conocer a alguien que las utiliza. No están todas, no pretendo hacer un estudio filológico, están las más frecuentes, las más escuchadas al recorrer nuestros pueblos. Allá van: abocinar (caerse), achantarse ( con el significado de amedrentarse, que se ha puesto de moda entre los hablantes más jóvenes), acocotar, aguachinar, ahinarse, “aiba” o “aibá”, apalancarse (acomodarse en un lugar o en una situación), hacer un apaño, hacer un mejunje, (ir) ande…., atosigar (agobiar a alguien), dar una azotaina (en lugar un azote), coger o usar una “banasta” (una cesta grande de mimbre o canasta), ser un abanto (una persona asustadiza), ser un adefesio, ser un berzotas o un bigardo o un botarate o un borrego, , ser un cascarro o una cascarra, ser un cenutrio, ser un desgarbao, ser un fantoche (por influencia quizás de Madrid, como en la canción de Sabina “ser un fantoche que va en romería con la cofradía del Santo Reproche”), ser un fulero o un fullero, (se oyen las dos cosas para designar a un embustero, a una persona falsa), ser un haragán (gandul, vago), ser majo/maja (los adolescentes lo usan ahora muchísimo), ser un mostrenco o un mureco, ser un galán (para referirse a alguien joven. Se trata de un término que es muy habitual en la zona de Pastrana, Sacedón, Illana, Mondéjar, Yebra …), ser un risión, ser un somarro, ser un trapisonda (cada vez se oye menos, algunas veces se usaba en plural, “trapisondas” y se aplica o aplicaba a la persona que causaba jaleos, embrollos, líos. Se trataba de un término muy habitual en los libros de Caballerías.

270229967_2

Para los que no lo hayan oído nunca, la mingaña era una variedad de habla que usaban los esquiladores y que se conserva en Milmarcos y Fuentelsaz.

La trapisonda era el jaleo, la maraña, la bulla), ser un zoquete/a, decir borriquerías, usar un cachirulo, chuflar o no chuflar algo, soltar una colleja, dar con la cincha, hacer un comistrajo, , desollarse (la piel, las rodillas…), empapuzar o empapuzarse (comer hasta sentirse muy lleno), escogorciarse (darse un gran golpe), esgurruñar (arrugar), hacer un gurruño(arrugar un papel), estontonar o estontonarse, entrar la galvana (sueño, pereza), sacar a espuertas, ponerse a lechucear (cotillear). También están las climatológicas: estar jarreando (llover fuerte), estar nublo (en lugar de nublado), estar cayendo una pelona (muy habitual entre los mayores para referirse a una gran helada), hacer un pasmo, hacer un frío negro, …, y las vulgarismos ¡pachasco! ( que significa encima o además) y “estar prete o pretar” (muy común en la zona de Molina de Aragón). Por otro lado, están las que hacen referencia a golpes: dar una somanta de palos o un sopapo o un tarascazo.

Otros términos aluden a la indumentaria: estar como un serón (estar grande, muy habitual en los pueblos, entre los mayores), llevar un tabardillo o tabardo ( una prenda de abrigo bastante larga) y llegando al final del abecedario encontramos: dar mucha tralla, darse un talegazo, tener mucho trajín, trajinar o estar trajinando, dar una tunda o la particular interjección ¡Tuso! (tuso es un animal que no tiene rabo o lo tiene muy corto. Se usa para espantar a los animales o rechazar lo que no nos gusta), zagal, zarabanda, zarandaja/s, zarrapastroso/a, Zarrio/a, zapatiesta,

Deberíamos añadirá esta ya larga lista algunas expresiones que se han puesto de moda gracias al conocido humorista José Mota, que ha hecho mucho por la conservación de la lengua de la región. Todas estas expresiones las compartimos los alcarreños con los conquenses por ser provincias limítrofes. Las más recurrentes en sus programas son: ser un agonías, dar un apechusque, estar asobinao, bacinear (hablar mucho, hablar sin parar al punto de resultar pesado), ser un cansino (su expresión más famosa), estar de casquera (hablar comentar algo con conocidos), ponerse un chambergo, dárse una costalá, descalabrar/ descalabrarse, estar lustroso, ser un reviejo, haber una zorrera.

Merece una mención especial en este artículo José Antonio Alonso, que publicó con otros colaboradores un interesante vocabulario de la serranía alcarreña, que hace tiempo, tuve entre mis manos. El título del libro es Vocabulario Popular Serrano. De él recogí algunas palabras que guardé dentro de mi libro de texto para trasladarlas a mis alumnos y comprobar si las conocían y, sobre todo, si recordaban algunas más o si podíamos continuar ese magnífico listado preguntando a sus padres, abuelos y familiares cercanos. Aquí van las palabras y expresiones anotadas: ababol, abotargado, abotijao, abarcas, amoñarse, amodorrar, amolar, aposta, atronar, atusar, averío, balde, banasta, barute, botillo, brazada, bramante, cagarra, cagarruta, carcañal, capar, catar, ceporro, cendajo, cencerro, chito, chivita, cuchurrío, despotricar, desternillarse, endiñar, endilgar, enjalbegar, enjugar, enfurruscarse, escabullir/se, escondelite,(yo había usado de pequeña esconderite), guinchar, guripa, guaje (común en Asturias), guajos, gusarapo, hatajo, hatillo, hogaza (estas tres últimas provocan innumerables faltas de ortografía en mis alumnos), holgazán, ijada, jiñar ( de esta les propuse buscar sinónimos y el resultado daría para otro artículo), jobar, leñe, macho ¡jo, macho! (¡cuántas veces la habré oído!), mandanga, marisabidilla, marrano, marrar, marro, matambre, mejunje, mondongo, monear, ñoño, ósperas (apuesto que muchos lectores que hoy tendrán mi edad la decíamos de niños para evitar otra menos eufónica y malsonante para nosotros), pardillo, parias, pateja, pelechar, pelandusca (he oído algunas veces pelandrusca, vulgarismo de la anterior), pintadera, pipirigallos, quinquillero, quitameriendas, quiqui, rebañar, regüeldo, remolonear, rilera, sacamantecas (alguna vez he aconsejado a mis alumnos su uso como pequeño insulto para evitar otros términos más despectivos e hirientes y a algunos les hace gracia el término y durante un tiempo lo adoptan en su vocabulario particular), tabas, talanquera, tapabocas, tascar, traspellar, trasponerse (dormirse, se dice se ha quedado traspuesto), volear, volvedera. ¡Lástima no haber apuntado alguna más!

No quiero dejar de citar una serie de palabras, a mi juicio un poco viejunas, pero que algunos siguen usando y que dan valiosas pistas sobre la edad de los hablantes. He de advertir que no serían propias únicamente de la Alcarria sino más bien de toda una generación, la de los que fuimos jovencitos en los ochenta y noventa, pero es fácil comprobar que se siguen utilizando por estos lares (otro término antiguo): chachi piruli, guay del Paraguay, mola, mola mazo, (que nos recuerda al recientemente fallecido Camilo Sexto) alucinas pepinillos, hasta luego Lucas, alucina vecina, flipa en colores, ¿De qué vas Better Kass? Eres un Fitipaldi, digamelón, a mí plin yo duermo en Pikolín, a la cola Pepsi Cola, nanai de la china, está de rechupete, me las piro vampiro, etc. Estoy convencida de que se podría ampliar la lista pero solo he pretendido dejar una pequeña muestra para así poner en funcionamiento la máquina de la memoria de los que hayan llegado hasta estas líneas y se hayan sentido identificados.

Por otro lado, en nuestras relaciones con los seres más cercanos es común usar frases hechas, construcciones lexicalizadas y vocablos que, tal vez no sean propias solo de la geografía alcarreña, pero que habremos escuchado muchas veces. Algunas muestras muy extendidas son: No te joroba (hay cosas peores, claro), jope (mucho más fino), jolín (tomado por cursi o ñoño por muchos), ni hablar del peluquín, aflojar la pasta, aflojar la mosca, ser un calzonazos (¡cuánto daño ha hecho esta expresión!), ser un berzotas, ser un bocazas o un bocachancla, ser un pagafantas, un tarambaina, tener gazuza o gusa (tener hambre), afanar, darse el piro, estar más tieso que la mojama, ser un lameculos (habitual en registros muy informales o casi vulgares, pero gráfico cien por cien, y, sobre todo, de uso correcto y permitido. Nos da reparo tal vez, cierta vergüenza, pero su significado queda muy claro), tener mucha jeta (sin duda más contundente que tener mucha cara), ser de aúpa ( Creo que se está perdiendo así que habrá que recuperarla si no queremos que vaya al hospital lingüístico o peor, al cementerio de palabras olvidadas).

También oigo cada vez menos la simpática expresión irse de bureo, a la que ha ganado la batalla el salir de marcha y otras similares. Cuando salimos de marcha o bureo lo pasamos generalmente genial y para eso tenemos expresiones conocidas como: pasarlo teta, pasarlo jamón, pasarlo de miedo, que han sido sustituidas por otras como pasarlo de locos. Este término “de locos” últimamente se oye mucho con otros significados próximos al anterior o para referirse a algo sorprendente. Y ya casi en coma lingüístico por su escaso uso estarían pasarlo chupi, pasarlo fetén o pasarlo pipa (esta última tal vez se salve con el boca a boca).

Y ya para ir cerrando diré que durante mis años como docente en Pastrana, la villa en la que Ana de Éboli estuvo confinada, escuché expresiones, que gracias a este artículo, he vuelto a recordar y quiero compartir: ¡Ay copón!, ¡eres un cenacho!, ¡acaba de espampanarse!, ¡se ha ido a escape! y la última ¡Qué garrillas! (referido a mis piernas delgadas y que no olvidaré), Hasta aquí el recorrido por el camino de las palabras. Toca continuar el viaje.

thumbnail (16)Ana García es licenciada en Filología Hispánica  y profesora en el IES Brianda de Mendoza. También es una reputada crítica musical y articulista aficionada, además de amante de los libros y de las palabras.

1 comentario en “Así hablamos los alcarreños

Deja un comentario

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.