Editorial

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En espera del Advenimiento

El domingo 29 de noviembre iniciamos un nuevo año de acuerdo al calendario religioso de los cristianos. Del mismo modo como Israel lleva desde la antigüedad a la vez dos calendarios, el civil y el religioso, la iglesia de Jesucristo desde hace muchos siglos observa su propio calendario, aparte del civil. Nos era necesario un calendario así para dividir todo el año alrededor de los grandes eventos de la persona de Cristo, y así guiarnos por un calendario Cristo-céntrico. Nuestro año religioso o litúrgico comienza el cuarto domingo antes de la Navidad (25 de diciembre), y la temporada entre esos dos días la denominamos el Adviento. Este significativo vocablo latino quiere decir llegada o venida, y se refiere, de una manera dual, tanto al advenimiento del Dios verdadero que encarnó en Jesucristo, como a la segunda venida futura del Rey de reyes y Señor de señores. Cuando llegó la Reforma en el siglo XVI, el asunto de si debía o no celebrarse el Adviento fue discutido, encontrando que no violaba ninguna prescripción bíblica, por lo que los reformadores lo celebraron, especialmente en Alemania (1).

No se ha logrado definir por qué esta estación del Adviento incluye cuatro domingos y no más ni menos, dado que la costumbre de celebrarlo proviene desde el siglo IV, dado que la Navidad era celebrada desde mucho antes, perdiéndose en el tiempo los motivos involucrados para elegir los cuatro domingos. Algunos opinan que fueron determinados cuatro con el fin de conmemorar la esperanza de Israel, la esperanza de los magos, la esperanza de los pastores y la esperanza de María. Muchas iglesias evangélicas cuentan con una refinada sensibilidad litúrgica, y procuran proclamar a Cristo en sus cultos no sólo de manera audible, sino también de un modo visible. Por ello echan mano de variados recursos para involucrar a las congregaciones en una dinámica de rituales, cantos, colores, luces y más, para enfatizar durante los cuatro domingos del Adviento la esperanza por el advenimiento de un Jesús triunfante.

En lo que respecta al pasado, el Adviento nos dice que el Mesías, en quien ahora nosotros hemos obtenido la redención de nuestros pecados, fue muy esperado. Hageo lo anunció como la venida de “el Deseado de todas las naciones” (2:7), si es que leemos este versículo a la luz de una hermenéutica cristiana que acompañe a la exégesis gramatical que hace referencia a “las cosas deseadas de las gentes”. Era tan esperado y deseado, que el sacerdote Simeón descartaba la idea de su propia muerte frente a la esperanza de ver antes ese divino advenimiento (Lc. 2:25,26).

Bienaventurados nosotros que no estamos de aquel lado del advenimiento del Señor, a la espera de un Salvador, sino de este lado, cuando lo que era sólo una sombra y una figura ya es toda una gloriosa y clara revelación. Pero por otra parte, nos toca estar en el espacio anterior al segundo advenimiento, ahora cuando lo que debe ser aún no es, siguiendo el dicho de nuestros teólogos acerca de que “vivimos el ya, pero a la vez, el todavía no”. Esta es la era en que “toda la creación gime a una… nosotros gemimos también dentro de nosotros mismos, esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo” (Ro. 8:22,23). Pero, nos advierte J. Moltmann, esperamos para darle fin a la resignación, pues “La esperanza cristiana se apoya en el reino de Dios y pone en movimiento todas las esperanzas intramundanas de más libertad y mejor justicia…” (2).

Esperamos el regreso de Cristo a esta tierra a la que ya vino una vez. Y traerá con él todo lo que faltó completar en su primer advenimiento. Por eso esperamos en esperanza, pues no es lo mismo esperar que tener esperanza. Esperar es algo fijo, es algo pasivo; pero la esperanza es algo viviente que nos mueve, nos impele hacia adelante, nos impulsa a hacer preparativos, nos pone a construir algo, todo porque sabemos que verdaderamente habrá un segundo Adviento.

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  1. Carson, Mary Faith y Duba, Arlo D., Alabad a Dios, Ed. Caribe, Miami, s/f, pág. 80, 81.
  2. Moltmann, Jurgen, ¿Qué es la Teología Hoy?, Ed. Sígueme, Salamanca, 1992, pág. 42.

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