Indolencia

Decimos de una persona que es indolente cuando tiene una actitud pasota frente a la vida en general, poco o nada se interesa por los demás e incluso llega a descuidar sus propias obligaciones.

Es la indolencia una de esas actitudes que se encuentra bastante extendida en nuestra sociedad y que, por alguna razón que a mí se me escapa, tendemos a pasar por alto e incluso a disculpar. Pero lo cierto es que no hacemos ningún bien al indolente disculpando su actitud o haciéndole sentir que realmente no es tan mala, porque sí que lo es: es muy dañina tanto para él como para las personas que lo rodean.

La indolencia es una disposición ante la vida diametralmente opuesta a la que Jesús nos propuso:

La indolencia lleva consigo la falta de empatía y la insensibilidad frente al sufrimiento ajeno. Cuando a lo que nos enseña Jesús es a ponernos en la piel del otro, como siempre hizo él. Para poder sentir lo que ese otro siente y poder comprender los porqués de lo que lleva en el corazón. Y para poder hacer de sus problemas los nuestros y de sus alegrías, también las nuestras.

La indolencia lleva consigo la pereza y la inacción. Lo que está bien lejos de ese mandamiento único del amor que Jesús nos propuso y que, necesariamente, ha de traducirse en obras.

La indolencia lleva consigo el desaprovechamiento de los talentos. A los hombres nos dota Dios con distintas capacidades, dones y circunstancias que nos identifican, que nos distinguen a unos de otros y que hacen que cada uno de nosotros seamos únicos. Inteligencia, sensibilidad, simpatía, liderazgo, elocuencia, luz, disponibilidad de tiempo, de riquezas, … son talentos que Dios nos da para que usemos en nuestro propio beneficio y para que los pongamos también al servicio de quienes van pasando a nuestro lado en el camino de la vida. ¿Cómo se nos puede ni siquiera ocurrir desperdiciarlos en lugar de valorarlos, disfrutarlos y administrarlos como el tesoro que son?

La indolencia lleva consigo el desperdicio del tiempo. Cuando se es muy joven la vida se siente como algo casi infinito, pero según van pasando los años se va percibiendo cada vez con más intensidad que es algo muy limitado, incluso en el mejor de los casos.

Tan solo Dios sabe cuánto tiempo viviremos cada uno y cómo de buenas serán las circunstancias que nos rodearán mañana. Así que lo más sensato, en mi opinión, es que aprovechemos cada día como la oportunidad única que es de poder ocuparnos de lo que de verdad importa. El tiempo que desperdiciamos, desaprovechado queda: nunca vuelve.

Descansar es absolutamente necesario y debemos regalarnos tiempo a nosotros mismos para poder hacerlo y poder disfrutarlo, cómo no. Pero nunca debemos llegar a traspasar esa linea que separa claramente el descanso de la desgana, la apatía y la pereza.

Algunos de nosotros, indolentes o no, somos poco exigentes con nosotros mismos y nos conformamos con un cristianismo de mínimos, en el que nos basta con no hacer mal a nadie. Tremendísimo error. Esa actitud tan mediocre no merece ser llamada cristiana, porque no lo es. Nuestra actitud debe ser una actitud no de mínimos sino de máximos: porque al máximo debemos tratar de aprovechar nuestro tiempo, al máximo debemos tratar de aprovechar nuestros talentos y con un corazón extraordinario hemos de tratar de aprovechar esa vida aparentemente ordinaria que nos trae con cada nuevo día una nueva oportunidad.

La imagen es de tookapic en pixabay

3 comentarios

  1. El cielo no es tanto para los buenos como para los que buscan a Dios. Nuestra divinización consiste en la solidez de nuestra relación con Dios, y no en la bondad q logramos con nuestro propio esfuerzo. Puede q la bondad sea uno de los signos visibles de esa relación, pero no siempre es así. Quizá somos buenos por motivos equivocados. Para el cristiano la bondad no es un objetivo en sí mismo, sino q es el fruto de una relación de amor con Cristo, auténtica y viva. Si buscamos la bondad por sí misma sin consolidar esa relación, hasta las mayores virtudes se convierten en metal q resuena…

  2. El catecismo enseña q estamos heridos por el pecado original heredado de nuestros primeros padres. De aquí viene nuestra inclinación a la indolencia q describes.

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