literatura venezolana

de hoy y de siempre

Poemas de Alí Lameda

Me he ido en estas sombras consumiendo
mientras mi corazón se me desmaya;
y se hace un campo gris, se hace una playa,
o el túmulo de un río sin estruendo.

En paz me miro ahora con mi horrendo
crepúsculo y su fúnebre atalaya,
y enlutado viajero, por la raya
sin final de la muerte me estoy yendo.

Adiós entonces digo a mi congoja,
a mi cerebro y su bandera roja,
a mi harapo y su flor anochecida,

para irme así más puro y más liviano,
sobre el cadáver de mi sueño humano
frente a la mar, también de despedida.

 

El pescador de Corea dice que el mar es bravo, que son
sus espumas como crines coléricas, sus gotas como dardos
ardientes; sus resuellos, amargos dentellazos.
El pescador eterno de Corea,
el pescador de la luna de ámbar,
el pescador de la luna roja
lo dice.

El pescador de Corea dice que el mar es una dulce
patria infinita,; que el mar es como un suave
jardín, como una sombra deleitosa.
El pescador de Corea dice que el mar de Corea

es como un diáfano y ondulante jacinto.
El pescador lo dice.

El pescador, hijo del pescador habla del mar
como si hablara de su blusa, como si hablara de una
canción que ya de tanto cantarse perdió todas
sus palabras.

 

COROPA-MANOA

Más allá de estas penumbras
selvosas y sus bajíos
abre Coropa sus vastas
flabelos enrojecidos.
Más allá de estos gomales
alza, bajo los anillos
del regio día, sus torres
las del fabuloso rito.
Tocan su cielo gigantes
crestas de jaspe sanguíneo,
y árboles de otro sacuden
por donde quiera su brillo.
Más allá de esta llanura
salvaje donde estío
llena la tierra de aromas
y pájaros purpurinos,
está la ciudad que buscas
con sus techos de berilo,
con su gran aire sembrado
de platinosos racimos,
Con baldosas de granate
y arcos de luna y jacinto,
y el múltiple sortilegio
de su esplendor nunca visto.
Al hombre de las espuelas
le dijo de pronto un indio:
-Más allá de estas junqueras,
de aquel peñasco plomizo,
una ciudad de oro puro
levanta su poderío.
Desde aquí veo su calles
multicolores, los finos
muros que brillando cercan
su paramento inaudito.
Desde aquí miro sus techos,
sus rubios pórticos miro,
sus palomas de heliotropo,
sus colgaduras de minio.
-La ciudad de oro destella
lejos del suelo que piso.
Sus pavimentos son de oro,
sus muros de oro macizo.
De oro su templo que baña
como un topacio infinito;
y de oro son sus aceras,
sus casas de oro bruñido.
Cuando la mañana llega
en un tigre zafiro,
un rey que adorna su frente
con plumaje de oro vivo,
mientras abre la luz grande
su constelado abanico
se baña en una laguna
de cárdenos pececillos.
Y luego, muriendo el alba,
con un dorado polvillo,
nueve doncellas desnudas
visten su cuerpo florido.

 

Canto a Guaicaipuro “El Gran Cacique”  (primera parte)

Hermoso era el Cacique, precioso; que lo diga
la adintelada noche que lo miró creciendo.
Se alzaba sobre el suelo como una gran espiga
mineral, de azulosos cabellos floreciendo.
Lunar era el Cacique, de escamas alunadas
era la piel del torso bruñido y encendido
que erguía en sus celestes regiones invioladas.
Solar era el Cacique, como un sol, y fundido
en un solemne bronce de fundición radiosa.
De tierra era el Cacique, su brazo era de tierra
delgada, su cabeza como una negra rosa
espléndida, y su pecho floreal como la sierra
por donde a grandes saltos paseaba su hermosura,
su desnudez suntuosa de piedra centelleante.
Enorme era el Cacique, su pálida estatura
tocaba con su frente la cúspide acechante
del gran cerro que el valle metálico domina.
Pequeño era el Cacique dorado, no más grande
que un minúsculo talle sutil de clavellina,
ni más que el jazminero que su perfume expande
cuando cae el crepúsculo sobre el suelo y lo viste
de agudos resplandores de tornasol y grana.
Bravío era el Cacique; más que el cuerno que embiste,
más duro que el obscuro macizo de obsidiana
salvaje en que rompen gimiendo los ciclones,
más que los pedernales recónditos del suelo,
más ardiente que el fuego de rubios dentellones.
Fino era, con figura fragante de asfódelo,
el Cacique. La vida no pudo hacerlo nunca
más fino; y así, llama finísima saltando,
en la terrible noche quedó su copa trunca….
¡Por ella la arena todavía está llorando!

 

CARORA

Un río aquí, una cinta de brillo ceniciento
bordea este playón desconsolado,
su cujizal costroso de corazón obscuro.
Vino al Morere y su árido dominio
geológico, a la noche
por donde el río canta,
el escuadrón de los conquistadores;
y halló una piedra extraña de sílice ardorosa,
un territorio pálido, erizado
de cardones y viejos sarcófagos calcáreos.
Carora duerme ahora bajo sus gigantescas
estrellas de azufrado polverío.
Ciudad de fulminado desconsuelo:
¿es éste tu comienzo dolorido?
¿Esta tu infausta génesis en esta
orilla desolada por la que cruzo ahora
pisando tus sombríos terrones
silenciosos?
¿Por qué llora tu río delgado mientras alza
su gran hoguera roja
la tarde lastimera?

 

LOS PREDIOS INTOCADOS

Antes de que llegara un día a este sagrado
suelo del indio los Descubridores
todo era aquí perfecto, purísimo: las flores,
la dulzura del aire azafranado,
los peñascos, la lumbre con sus multicolores
vellocinos, el agua, las chifurnias, el cuero.
Todo era aquí invadido de colmenas,
esponjado por un sórdido reguero
radiosos y vasto sobre las arenas
del día, sobre el ágil
lomo de las serpeantes colinas intocadas,
sobre el ignoto yacimiento frágil
y las altiplanicies nacaradas.
Todo a la mano el hombre lo tuvo aquí perfecto:
la paz del yodo, el apio, la lluvia y sus bastones
prolíficos, los densos majales, el insecto
Y las preciosas alimentaciones.
De este modo la noche le era con un sonido
total, entre los valles cobrizos y las lomas;
propicio el sol, propicia la rosa de los vientos,
la miel propicia, el sumo de la hoja
azul, sus feculentos
jarabes, el ciclón, la hormiga roja,
la selva llena de estremecimientos.

 

EL PRIMER HOMBRE
(La leyenda de Ina-Uiki)

EL ORIGEN

En los dulces comienzos efluviantes
el tiempo y la gran noche primitiva,
cuando el mar descansaba sin peces rutilantes
y en la arcillosa cáscara pasiva,
con su prístino pétalo intocado
de nieve y heliotropo, dormían dulcemente
la flor del jazminero alabastrado
y la catleya de pavón fulgente;
cuando era, con sus leves arenas de umbelado
marfil, el Uenni un lago tranquilo, y la semilla
del semen primordial yacía fresca
bajo su enorme cúpula amarilla;
cuando en el glauco abismo de copa gigantesca
todo, la sal, el pórfido, los tules
del ópalo lechoso, flotaba allí sin nombre,
la Gran Madre, Ina-Uiki de pómulos azules,
formó sobre este suelo el primer hombre.

 

LA ROSA ANTIGUA

A donde el día puso sus órbitas radiantes
de luz maravillosa, poderosa;
a donde el tiempo lleno de abejas delirantes,
puro alzaba al espacio espiga diamantosa,
su hechizada corola primitiva.
A la tierra y sus negras florestas plañideras,
a sus filones arduos como una braza viva;
a las incomparables primaveras
de su amorfo dominio calcinado;
a la diadema ardiente de maíz, a la tersa
túnica de la yuca gloriosa, al abrasado
mediodía y su rubia girándula dispersa;
a la tierra en que ondeaba fino el añil su veste;
a su asperón, a sus raíces rudas,
a su llanura libre bajo el sol, a la agreste
paz de las dulces razas, pletóricas, desnudas;
a la embriaguez amada de la tierra que un día
dio al hombre el pan, la miel deslumbradora
y el agua y su fluctuante pedrería,
total y ansioso corre mi corazón ahora
por un camino ignoto de espanto y alegría.

 

Evocación de Rusia

Del tiempo, del oscuro
ámbito quejumbroso, germinal, estrellada
de la sombra, del polvo, del hielo duro y puro
y la dulce columna iluminada
ha nacido una tierra, entre la tierra,
un sonido terrestre como el agua, un violento
metal de luz ardiendo su constelada guerra:
ha florecido un día sobre el viento,
sobre las algas, sobre las orillas
que contienen las noches del océano helado,
sobre las taciturnas colinas amarillas
del azufre y el fósforo extenuado.

 

Canto a París

Desde el amargo luto, desde el frío
martirizado lirio ceniciento,
junto a la hoguera de invernal lamento
y el azuloso pétalo sombrío
Llega París con el profundo vuelo
de tu terrestre sideral victoria,
llega con el secreto de la gloria
que abierto ya te aguarda nuestro cielo
Rompe la niebla del recuerdo oscuro
llena de luz la soledad desierta
y que otra tu luminaria muerta
nos siembre estrellas en el pecho duro.

 

*Crédito de la ilustración: Poeta Alí Lameda, por Luis Emeterio González

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