Lunes, 17 de Junio de 2019

Cavilaciones en Ruidera

REBAÑOS TRASHUMANTES, REPOSAN Y ABREVAN EN EL ALTO GUADIANA (Salvador Jiménez Ramírez)

OPINIÓN ELDIAdigital

En esta tarde de primavera, de 2019, que se “reconoce incapaz de definirse”, por las muchas e irracionales acciones antrópicas del Homo Sapiens sobre el planeta Tierra, el letrado ciudadrealeño Bernardo Sevillano, nos saca de nuestra abstracción cavilosa, imperfecta, con el propósito de filmar desde nuestro domicilio, para su bloc, “las ovejas que están a punto de pasar por el pueblo de Ruidera”; trashumando desde los campos andaluces, hacia las tierras altas de Teruel, Guadalajara, etcétera. Como ya publicamos hace años, hoy ya no son las merinas-merinos, serranos o serrán de antaño: “cabrilla pequeña”, que debió tener su origen en las sociedades ganaderas primitivas y que, a la mayoría de veredas, cañadas, ramales cordeles y coladas, por donde los pastores guiaban los rebaños, para cambiarlos de pastos, se les bautizo, desde muy antiguo, en honor y alusión a su nombre, como ocurre con la vía pecuaria que discurre por el centro del casco urbano de Ruidera, denominada Cañada Real de los Serranos.


 

En esta primavera inclasificable, uno de esos enormes rebaños, de “miles de cabezas”, ha asomado por la pelada Cañada, de lomazos bajos y ondulantes, que se desgarran en cortas laderas, suavizando sus gibas en la hondonada, al filo del agua… Allí, lindero el Camposanto, con el susurro de majestuosos cipreses que quieren alcanzar cielos y lujosas lápidas (en nada parecidas a los caballones de tierra del primer cementerio que construyeran, en 1847, los Señores del Llano y Compañía y “un puñado de vecinos”) que, como en otros muchos cementerios, están cubriendo solo corpúsculos, pero dan sensación de estados de descanso y también de lo inútil del empeño humano… ¡Qué cambio entre unas y otras “almas”! Hoy, estos rebaños tienen distinto semblante al que presentaban los ganados de antaño y, como algo anacrónico y novedoso, despiertan un deseo ferviente de verlos herbajear, abrevar en el río y pasar por el pueblo; invirtiendo el proceso mental de algún turista que quiere acariciar y dar un ósculo a los animales.

 

Recordamos con la mente en suspenso, aquel viejo tramo de vereda, hoy carretera nacional, donde, en ambos márgenes se fueron levantando los primeros habitáculos, de una aldehuela, de los que emanaban penurias, también una quietud benedictina o tal vez un toque de recoleta inexistencia… “Paz de la aldea, paz amiga, paz que consuelas al caminante fatigado, ¡Ven a mí espíritu!” (Azorín). En aquellos humildes hogares, con techos de carrizo, mal alineados, que temblaban al viento, apretados en réquiem silencioso, con preñada arquitectura; entre las cortinas de arpillera de las puertas de aquellas modestas casucas, cada vez que cruzaban estos rebaños o “serranías”, asomaban puñados de forraje y alguna lechuga para engatusar a los animales, que una vez atrapados se recebaban hasta el día de alguna boda o para pronto “cocer la olla”, que era uno de los mayores y completos sustentos  de las gentes que sobrevivían abducidos por una desesperada pobreza. El recuerdo se caldea, al rememorar la alicaída ermita que había en el centro del poblado, en donde cuando monaguillo, después de hacer un desfalco de hostias, para almorzar algo, los que le ayudábamos al cura, se metieron dos merinas justo en el instante en que una pareja de novios, se prometían unión y amor hasta que la muerte les diera término. Aunque la evocación es cálida, se enfría porque ya nada es lo mismo, aunque los hechos sean miméticamente parecidos…
 

 

El rebaño deja atrás el “Río del  “Vaho” y “Descansadero”, después de saciarse entre los barandales de carrizo y los arcos pandos de la corriente; resoplando de satisfacción, desovillando los rizos de la espuma y apartando elementos muy dañinos, que poco a poco van intoxicando la biodiversidad del aguazal… El “espíritu” se adelgaza, pero la vida palpita y no hay posibilidad de escabullirse…  

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