agiotista

De lo que abunda y lo que casi siempre falta

El agiotista

Por Jhonny Zeta

Es bien conocida la riqueza de la jerga colombiana y particularmente de la jerga antioqueña o medellinense. Si existe un lugar común donde florece la sinonimia local es en el delito. Las maneras y modos con que se reinventa el lenguaje respecto a los códigos en los que se mueve el mundo delincuencial, parecieran ser una de las riquezas más propias y auténticas que aprendemos de los profesionales de las vueltas y los robertos, quienes entran al baile de la billulla manejando los camellos más ásperos, los dedicalientes que saben dar borrador si les toca coronar cualquier cruce.

Ahora, el objetivo de estos renglones no estriba en sacarle la leche o el IVA al lugar común, sino más bien hablar de un oficio y práctica del ingenio local, que ha tenido tanto éxito, al punto de lograr exportarse.

El agiotista (diríamos en Antioquia “el avispado”) es un oficio de abolengo, un fenómeno popularizado en todas las esferas sociales, políticas y económicas, una práctica lucrativa que sabe mutar y montar sus fines “por lo alto”. Hablemos pues de los microcréditos, préstamos express, pagadiarios, prestadiarios, o los “gota a gota” que tanto les erizan los pelos a los notables banqueros, porque les van quitando el pan de la boca.

Los pagadiarios se han extendido a lo largo de toda la geografía colombiana, más de 180 municipios según datos de la Policía y de la Fiscalía, hasta tocar las economías de países vecinos como México, Guatemala, Honduras, Chile, Perú y Brasil. La fórmula de este fenómeno se asocia con la baja capacidad crediticia del grueso de la población; el gota a gota le permite al pequeño comerciante acceder a un crédito sin documentación ni trámites engorrosos, sin garantías ni avales; por eso son comunes en ferias y mercados, en San Andresitos, o en las calles de los barrios populares donde tenderos, carniceros y amas de casa ven la oportunidad para ajustar el arriendo del mes, la cuenta de servicios, un pedido de mercancía o el mercado familiar.

Casi siempre se pone la urgencia por encima del riesgo que supone no tener para cubrir los altos intereses. Se puede llegar a pagar hasta tres veces el monto del crédito o perder la merca, el secador y la máquina de afeitar, una nevera y la vida misma.

Muchos prestadiarios están asociados con estructuras del crimen organizado, con “duros” de la talla de la oficina de Envigado, el Clan Úsuga o los paramilitares; sin embargo, el fenómeno también cuenta con “patrones” archiconocidos por sus apellidos de comerciantes, quienes se asocian para ampliar el negocio por calles, municipios y países.

Persiguiendo el sueño de la gallina de los huevos de oro (testimonio)

El hijo del sobrino de un vecino, primo hermano del amigo de una amiga puede tener treinta años, el man tenía su trabajo, se había montado en la película de dejar descendencia y buscaba mejores ingresos, entonces, cuando le pintaron pajaritos en el aire, se fue a probar finura de cobrador de pagadiarios en Porto Alegre, Brasil. Cuenta que el pasaje oscila entre un palo ochocientos y dos melones quinientos, quien no tiene para pagar el tiquete, llega endeudado, pero el negocio funciona bajo la cofradía, la confianza y la amistad. A uno le tramitan la cédula de extranjería y el pase de moto; ya la policía del lugar está transada para dejarnos camellar.

Como en Colombia, manejamos un cartón en el que aparecen los treinta días del mes, con esos vamos cobrando la cuota diaria. Se gana entre ochocientos y novecientos de mil por semana. Además de cobrar, buscamos que el cliente refinancie o conseguimos nuevas flechas que estén necesitadas de plata. Algunos pueden tener hasta tres gota a gota, es decir, pagar tres cuotas por día. Cada mes se le liquida al patrón. Usted tiene su buena moto y su habitación con llave, porque debe guardar todas las lucas recolectadas hasta el fin de mes. De vez en cuando nos damos los “lujitos” y nos vamos a meloniar en los restaurantes de comida antioqueña, por lo demás, tiramos infantería, compartiendo entre cuatro o cinco los gastos para mercar y hacer la melona en el apartaco. Eso sí, no vivimos en las favelas sino en urbanizaciones como las de la América o Laureles.

El dinero que sale desde Colombia llega a través de transacciones o mercancía, de igual forma los melones que entran; en las utilidades y la rentabilidad del negocio juega hasta el cambio de moneda. Mientras en Colombia existen pagadiarios que trabajan con intereses al cinco, al diez o al quince, en el exterior se trabajan al 20% o más, por eso muchas personas se lamben de las ganas por montar uno.

Familias del eje cafetero como los Aranzazu se instalaron hace más de treinta años en el barrio Aranjuez, vendían un espejo, una cobija o un armario por cuotas, ellos están montando ahora gota a gotas en México, Chile y Brasil. El dinero se legaliza en construcción de edificios y apartamentos para vender o poner en arriendo. Algunos pagadiarios no utilizan la violencia como mecanismo de presión, eso sí, toca andar moscas para que el cliente no se desaparezca.

Dice que lo que no tuvo en treinta años de vida en Medellín lo está logrando en poco tiempo, allá en Porto Alegre. A los dos meses de cogerle el hilo al trabajo le dijo al jefe que tenía la posibilidad de conseguir 40 millones y que quería montar su propio pagadiario, transaron la vuelta a cambio del 50 % de las utilidades de los primeros ocho meses. Ahora sueña con hacer un crédito en Colombia para montar otro gota a gota. Confiesa que se puede estar ganando entre cuatro y ocho millones mensuales, aunque los días de paro en Brasil son días de pérdida, cuando el comercio no abre esos tres o cuatro días se pierden en el cartón de cuentas.

Abono: Agiotista es un término poco utilizado en nuestro terruño, no está en la Real Academia del Parlache, en cambio reconocemos al usurero, doctor aquél, político, banquero, funcionario público o simplemente al muchacho que se baja de la moto, cartón en mano para llevarse lo que casi siempre falta.

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