“La decadencia de Occidente”

"a partir del famoso libro de Oswald Spengler ´La Decadencia de Occidente´,  habida cuenta de que las humanidades y en particular la filosofía se encuentran en franco proceso de desaparición en el mundo académico peruano"

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Aunque no sea la única sorpresa ni el único mérito, lo primero que llama la atención en el texto con este título del profesor Cesar Alberto Quispe, que  la UJBG de Tacna ha tenido el acierto de publicar,  es el  tema, que probablemente Nietzsche consideraría “intempestivo” en el sentido particular que el abisal filósofo y poeta daba a este término (contra el tiempo actual, más allá del tiempo, por un tiempo por venir): un tema estrictamente  filosófico o, si se quiere, humanista, a partir del famoso libro de Oswald Spengler “La Decadencia de Occidente”,  habida cuenta de que las humanidades y en particular la filosofía se encuentran en franco proceso de desaparición en el mundo académico peruano, aproximadamente desde los primeros años de la década del setenta del siglo anterior.

Y por ello, por ejemplo, sólo quedan dos programas de filosofía en el país: la UNSA y la PUCP. Lo cual, a mi  modo de ver, es una de las dos o tres razones determinantes de la imparable debacle educativa  que vivimos, agravada  por la pandemia y los nefastos  gobiernos que nos han tocado en suerte a los peruanos, especialmente en las últimas décadas.

Y este desdén por las humanidades y en particular por la filosofía corre paralelo a una sobrevaloración puramente verbal y positivista de la ciencia y de la tecnología (educativa y de la otra) en la formación de los profesores, de tal manera que ahora estos conocen 10 maneras de evaluar los exámenes y otras tantas para llenar un Silabus y todo el tiempo para participar en  talleres con el fin de manejar las citas, las condiciones de indexación, los medios tecnológicos; pero con serios vacíos en historia, en literatura, en filosofía, en psicología…en humanidades. Y por eso saben más de competencias, evidencias y rúbricas que de Jorge Eduardo Eielson, Adolfo Wetsphalen o Luis Loayza, por poner solo tres ejemplos de peruanos tan geniales como desconocidos en el mundo académico regional, salvo pocas e infaltables excepciones.   

Pero yendo al tema del libro y a su tratamiento, hay que reconocer que sin mayores pretensiones y presentándose modestamente como un texto de difusión, la exhaustividad temática, la profusión bibliográfica y la propia estructura del texto hace que no se tenga que extrañar a otros más “serios” o más pretenciosos. Es evidente que el de “decadencia” es el  concepto central tanto en el texto en comento como en su referente spenglariano, a pesar de que no se hacen precisiones claras y distintas  al respecto debido a que el mismo Spengler no las hace,  lo que da lugar a las sarcásticas observaciones críticas de un Thomas Mann o una María Zambrano, dos pesos pesados de la cultura europea de su tiempo (y aún del nuestro)

   Pero aunque  sus detractores tuvieran razón, parcial o totalmente , la magna opera de  Spengler logró suscitar tal cantidad de discusiones, reflexiones y opiniones  y se ocupó de tal cantidad de asuntos importantes en esa época, tan dispares como encontrados, tan discutidos como discutibles,  que solo  por este hecho habría justificado  plenamente   su existencia, pues, la función o rol de una obra filosófica u otras es esa justamente: provocar el libre intercambio de ideas  que es lo propio de la vida del espíritu y su razón de ser más honda. La historia humana no puede reducirse a leyes ni determinismos, ni naturalismos y predecirse como puede predecirse que mañana lloverá, porque es intrínsecamente indeterminada e impredecible (como no puede ser de otra manera tratándose de la vida y cultura de seres “condenados a la libertad” como advirtió Sartre) como es la vida y la cultura de los seres humanos.

 Y ni siquiera  se pueden extender las etnocéntricas  generalizaciones y comparaciones de la vida de los pueblos con las etapas de la vida del hombre como lo hace Spengler en relación a la cultura occidental europea (niñez, juventud, adultez y vejez) porque  -por ejemplo-   no pueden decir nada de los pueblos que constituyeron las culturas pre colombinas o su abrupta inrrupción europea  a partir de su descubrimiento, conquista y colonización.

¿Dónde está la niñez, la juventud, la adultez o la vejez de estos pueblos que parecen eternamente adolescentes y viejos a la vez? ¿qué tiene que ver con culturas cuya historia  es tan distinta con el modelo europeo occidental que adopta Spengler, lo admita o no, y aunque después de la conquista pasaran a formar parte de la misma órbita cultural? ¿Dónde está su infancia, su juventud, su adultez y su vejez si su desarrollo truncado dio lugar a una experiencia inédita precisamente debido a esa abrupta interrupción?  

Pero mas allá de las ambigüedades, vaguedades e imprecisiones en la obra de Spengler, encontramos también preciosos aportes y sugestivos aciertos que su genio precursor intuyó antes que muchos, como su visión de la historia derivado de su crítica al positivismo, de la cual su comentarista tacneño ha sabido dar cuenta y que el lector comprobará por su cuenta, en tanto aquí no podemos sino limitarnos a ejemplificar en  una o dos pinceladas: “La auténtica ciencia llega donde llega la validez de los conceptos verdadero falso (…) Pero la visión histórica propiamente empieza donde el material termina y pertenece al reino de las significaciones , donde los criterios no son ya la verdad o falsedad, sino la hondura y la mezquindad”.

Es decir, la historia menos como recuento objetivo y científico del pasado, que como interpretación creadora y como conciencia lúcida y liberadora del presente. Es un rápido ejemplo del  fructífero y necesario aporte que nos ofrecen trabajos como el que comentamos, puesto que un siglo después  que aparecía la famosa obra de Spengler, todavía en nuestro mundo académico regional seguimos concibiendo la historia (y otras disciplinas como el derecho y hasta la filosofía) como disciplina “científica”, cuya condición más cara es la cacareada “objetividad”, como si viviéramos en el siglo XIX. Y a pesar de que en nuestra misma patria, un ensayista  igualmente profundo y lúcido. Igualmente precursor, en la misma época que Spengler confesaba en clara resonancia con el anti positivismo del filósofo alemán: “Yo no me fío del dato, trato de llegar a la interpretación” (J.C. Mariátegui).     

Es un honroso deber felicitar al autor de este extraño y motivador trabajo universitario del profesor Luis Alberto Quispe. Y a la institución que certeramente a tenido a bien disponer su publicación.

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